Work in progress: 55 términos para el progreso
Por Varios Autores
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En realidad estamos en un mundo en el que el llamado pensamiento progresista se pone a prueba.
Hay que redefinir muchos conceptos, hay que repensar ideas, actitudes y dogmas. En estos días, todo ello constituye un apasionante Work in progress, una obra en construcción, un edificio que ocupar de nuevo.
Desde esta perspectiva 56 autores -todos ellos líderes y personalidades políticas internacionales- redefinen o vuelven a valorar 55 conceptos básicos de la actual civilización humana.
No es un corpus cerrado, sino que es una primera aportación de un futuro "Diccionario de ideas para el progreso" que debería ver la luz a lo largo de los próximos años. Conceptos como: libertad, sostenibilidad, democracia, política, crisis, igualdad, pobreza…, y autores como: Gordon Brown, Romano Prodi, Alfredo P. Rubalcaba, Bill Clinton, Al Gore, José Luis Rodríguez Zapatero, Joseph Stiglitz, Felipe González, Emma Bonino, Lula da Silva, Ricardo Lagos, nos ayudan a intentar responder y transformar nuestro mundo.
Todos ellos y muchos más se incluyen en este Work in progress.
Varios Autores
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Work in progress - Varios Autores
PRÓLOGO
Las palabras tienen el poder de destruir y sanar.
Cuando las palabras son buenas y sinceras,
tienen el poder de cambiar el mundo.
Buda
El mundo, impulsado por la tecnología y las nuevas realidades económicas y sociales, avanza a una velocidad vertiginosa, y, a veces, apenas tenemos un instante para reposar, pensar y mirar en retrospectiva los cambios que se han producido, no ya sólo a lo largo del último siglo o en la última década, sino simplemente a lo largo del último año.
La revolución tecnológica, la crisis económica mundial, la globalización, el nuevo marco de relaciones internacionales o la conceptualización de nuevos derechos están introduciendo en el lenguaje nuevos términos, cuyo significado no es, en el mejor de lo casos, siempre preciso, y, en el peor, resulta incluso ambiguo o confuso.
Como precisamente son el rigor y la reflexión sosegada dos de las señas de identidad de la Fundación IDEAS, hace dos años alumbramos la posibilidad de elaborar un diccionario de términos que pudieran ser redefinidos desde una perspectiva progresista, y animamos a personalidades de reconocido prestigio en sus diferentes ámbitos de trabajo a ocupar los asientos de nuestra particular academia. El resultado es este Work in progress, que define, en toda su riqueza y amplitud medio centenar largo de términos que forman parte del imaginario colectivo progresista, el cual, a su vez, es consecuencia de la sedimentación sobre nuestros valores tradicionales de siempre de nuevas capas de ideas y conceptos que deberán protagonizar nuestro discurso político futuro.
No ha sido fácil elegir los términos. El idioma de la globalización es el inglés, sobre todo en el ámbito científico y académico, pero el español es el segundo idioma más hablado en el mundo occidental y contiene la raíz latina de muchos de los términos filosóficos sobre los que se basan algunas de las ideas que este libro desarrolla. La transmutación de términos del inglés al castellano, y viceversa, no implica siempre un acomodo mimético y una traslación exacta de los significados y de los conceptos que evocan y sugieren. Pero tampoco queríamos un glosario de vocablos definidos por personas acostumbradas a pensar en estructuras mentales de una sola lengua. Por ello hemos abierto la definición de los nuevos vocablos a gente de diversas nacionalidades; también de distintas ocupaciones y con distintas perspectivas con respecto a la realidad.
Haber sido capaces de encerrar en un mismo manuscrito qué entiende Ed Miliband por «clase media», José Luis Rodríguez Zapatero por «alianza de civilizaciones», Emma Bonino por «igualdad», Juan Somavia por «trabajo decente», Romano Prodi por «educación pública» o Bill Clinton por «liderazgo» es todo un lujo sólo comparable a conocer qué es «crisis» para Felipe González, «pobreza» para Lula da Silva, «democracia» para Alfredo Pérez Rubalcaba, «cambio climático» para Al Gore, «política» para Ricardo Lagos o «pacto global» para Gordon Brown.
El resultado es una compilación de términos que recoge el estado actual del pensamiento progresista a través de la explicitación de los conceptos que definen nuestro tiempo. En estos momentos difíciles que vivimos, ante el riesgo de que el pensamiento conservador instrumentalice la crisis económica y financiera para proponer una regresión social, este glosario es nuestra contribución al fortalecimiento del pensamiento progresista. Definiendo conceptos aportamos una visión a largo plazo sobre los retos del futuro y contribuimos a desarrollar un marco de comunicación progresista que será clave para ganar los debates que afectan a una realidad poliédrica.
Queremos agradecer a todos los líderes políticos, académicos y expertos que han participado desinteresadamente en la elaboración de este glosario progresista todo su esfuerzo y su formidable trabajo. Este trabajo parte de una idea original de Luis Arroyo, y su impulso en diferentes fases del proceso ha resultado fundamental para llevarlo a buen término. Asimismo, agradecemos el trabajo desarrollado a lo largo de todo este tiempo por el equipo dirigido por Francisco Rojas en la Fundación IDEAS, equipo compuesto por: Hortense Djomeda, Juan Sancho, Mónica Narbona, Óscar Santamaría, Carmen de Paz, Aitor Martínez y Alana Moceri. Sin todos ellos, este libro no habría visto la luz.
Erasmo, el primer intelectual moderno de Occidente, decía que la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha. Corresponde a ti, lector, interiorizar en su plenitud el valor de cada palabra aquí recogida. Para la Fundación IDEAS es un privilegio poder abrirte este espacio de pensamiento.
Jesús Caldera Sánchez-Capitán
y Carlos Mulas-Granados
ACCIÓN AFIRMATIVA, Amelia Valcárcel
Descripción: 9788435045940_Page_015_Image_0001.jpgACCIÓN AFIRMATIVA. La «acción positiva», «discriminación positiva», «acción afirmativa» o «discriminación inversa» se aplica a colectivos que, por diversos motivos, tienen escasa presencia en las instituciones públicas o privadas, o alcanzan bajos niveles en educación, acceso al empleo o a la vivienda, a las esferas públicas u organizacionales. Las medidas de «acción positiva», aunque resultaron polémicas en su día, fueron adoptadas por sociedades multiétnicas que pretendían la integración de diferentes minorías raciales. Aparecieron en los años setenta del siglo XX y se utilizaron en su primera andadura, sobre todo para la contratación laboral o para la admisión en algunos estudios universitarios.
Más tarde, medidas de la misma naturaleza se aplicaron a los discapacitados, que, agrupados en fuertes grupos de presión, lograron promoción estatal para su contratación.
El objetivo de cualquier medida de acción positiva siempre es lograr el bien mayor de la integración social, aunque ello comporte no usar la misma evaluación con los colectivos que la reivindican que con el resto de la ciudadanía. Ese es el caso de las viviendas sociales, por ejemplo, más baratas que las del mercado libre, que son del todo gratuitas para algunos grupos; es también el caso, por dar otro ejemplo, de los maestros varones en Francia, donde se prevé que un tercio de las plazas de enseñanza primaria sacadas a concurso sean para varones aunque los resultados de sus oposiciones sean inferiores a los de las mujeres. En todos estos casos, lo que anteriormente apartaba a una persona de un bien o de una actividad ahora se considera un plus. Con ese plus –ser negro, discapacitado o varón–, se compensan los diversos déficits –étnicos, de origen, sociales o formativos– que esas personas pudieran tener. Dicho plus es legítimo, puesto que la desviación de la imparcialidad que comporta sirve para obtener unos bienes mayores que la sociedad política busca: no dejar a nadie fuera de los mínimos básicos, producir la integración de los discapacitados o evitar que la enseñanza primaria se feminice en exceso y dé a los niños y niñas una imagen colectiva sesgada, por seguir el hilo de los ejemplos presentados. En resumen, la acción positiva, por expresarlo con una fórmula consagrada, trata de forma diferente a los diferentes.
La acción positiva suele utilizar, para garantizar esa presencia y mejor trato, una suerte de «reserva de cupo», las llamadas cuotas. Concede así una ventaja para garantizar un mismo punto de salida, cierta igualdad de oportunidades, aunque no existan las mismas capacidades o idénticos méritos. Esta falta de imparcialidad se compensa con el más justo procedimiento del sistema: la democracia misma, como conjunto ético y político, que busca, sobre todo, ser integradora. La democracia lo promueve, además, por razones utilitarias: dejar personas o colectivos en situación de marginalidad es peligroso para su estabilidad y continuidad.
Aunque se aplica en muchos lugares, la discriminación positiva ha sufrido ataques por los conservadores que han pretendido resucitar el darwinismo social. Pero los hechos demuestran que estas medidas habituales de integración se han mantenido con relativa independencia del partido en el gobierno en casi todas las democracias avanzadas.
La acción positiva no debe ser confundida con la paridad. El uso de sistemas de cuotas para promover la paridad entre varones y mujeres, la conocida como «paridad de género», esto es, que ninguno de los dos sexos esté representado en mayor medida o, por el contrario, disminuido en las esferas de la autoridad o el poder, no es un caso de acción positiva. No es cuestión de «tratar de modo diferente a lo diferente», ni tampoco de igualar lo desigual, ni, por último, de promover a una minoría. La paridad, por el contrario, busca evitar el llamado «techo de cristal», esto es, que el sistema completo de autoridad y poder sesgue en función del género y no sea imparcial.
La acción positiva intenta, para salvaguardar el bien mayor de la integración social, eliminar la serie de discapacidades que una persona hubiera podido llegar a acumular en el punto de salida de su engarce social: nacimiento, raza, clase, procedencia, salud, etc. Difícilmente se extiende hasta el punto de llegada: que obtenga unos u otros puestos, niveles o bienes. La paridad se compromete más precisamente con este otro asunto de los resultados. Por ejemplo, sí recomienda que a formación y méritos similares sea elegida para el desempeño de un puesto o función una persona del sexo femenino, si se da el caso de que las mujeres tengan bajos niveles de presencia en esa determinada rama de la actividad. Con todo, tanto la discriminación positiva como la paridad comprometen una visión de la justicia política y social que busque una igualación desde el principio, pero también en los resultados finales, promoviendo la igualdad de oportunidades y la nivelación de logros. Ambas son imprescindibles para intentar realizar en la medida de lo posible la idea democrática de igualdad, que, sin unos mínimos básicos asegurados para todos, convertiría la libertad en ficción.
Amelia Valcárcel
ALIANZA DE CIVILIZACIONES,
José Luis Rodríguez Zapatero
Descripción: 9788435045940_Page_019_Image_0001.jpgALIANZA DE CIVILIZACIONES. Al igual que la información y el capital se han globalizado, también lo ha hecho la intolerancia. En este mundo en el que se han acortado las distancias y facilitado las comunicaciones, la brecha entre culturas y religiones debe igualmente estrecharse, no sólo entre las sociedades o los países, sino también en el seno de los mismos porque estamos llamados a convivir entre nosotros y a enriquecernos mutuamente de este intercambio mundial. Aunque se han realizado algunos progresos y se está superando la teoría del «choque de civilizaciones», queda mucho por hacer; mucho por hacer y a nuestro alcance. Vemos, incluso, que en algunos casos las divisiones se acentúan. Ciertos fanáticos siguen convirtiendo su odio en violencia en cualquier lugar del mundo, desde Utøya y Oslo a Madrid y Londres, de Nueva York a Casablanca, pues el extremismo no es exclusivo de una religión, lengua, país o raza. El crecimiento de algunos movimientos xenófobos en Europa también es un fenómeno preocupante.
La falta de entendimiento ha llevado a una situación paradójica en la que extremistas religiosos se enfrentan entre sí en el nombre de creencias que comparten valores comunes de paz, amor, tolerancia o hermandad.
La amistad, la compasión y el aprecio por la justicia o, simplemente, la tan necesaria convivencia, el sentimiento de tolerancia más elemental, sólo pueden alcanzarse si nos comportamos de acuerdo con el propósito de conocer y comprender al «otro». La falta de conocimiento y entendimiento entre culturas da lugar, la mayoría de las veces, al extremismo, a la intolerancia e, incluso, a la violencia. Frente a ello, escuchar y aprender con humildad de las experiencias e historias de otras culturas es esencial. Y lo habrá de ser aún más en un mundo en el que la primacía de Occidente se está resquebrajando, y en el que las revoluciones árabes, que no se están desarrollando, por fortuna, bajo ningún signo de enfrentamiento cultural o de civilización, abren una ventana, una oportunidad para el desarrollo político, social y económico de sus regiones.
Bajo estas premisas nació la Alianza de civilizaciones: con el objetivo de contribuir a poner fin a los prejuicios y las polarizaciones en torno a las civilizaciones, culturas y religiones, y de fomentar el enriquecimiento mutuo. Una ardua tarea que sólo podremos cumplir a largo plazo, con esfuerzos bien planeados y coordinados tanto internacional como nacionalmente.
Impulsada por el Gobierno español, bajo mi mandato en 2005, y el turco –y convertida en un programa de la ONU–, la Alianza ha recorrido un largo camino desde entonces. Pero aún le queda mucho más por delante.
El desafío no es sólo atender a los problemas más visibles, sino abordar sus raíces, las causas fundamentales y profundas que están tras ellos. Y, para eso, es imprescindible la cooperación y solidaridad de todos; de cuantos más, mejor. Es necesario despertar las conciencias y llamar la atención de lo que está sucediendo, intentar encontrar las claves para atajar las situaciones conflictivas desde un proceso, como este, en el que todo el mundo tenga voz y pueda ser escuchado.
El esfuerzo debe hacerse, complementariamente, en ámbitos y escenarios muy diversos. De ahí la importancia de lo que se hace tanto desde la propia Alianza de civilizaciones en la ONU, como también desde cada uno de los miembros del Grupo de Amigos, que ha superado ampliamente el centenar de Estados e instituciones, y desde los foros regionales. Y, sobre todo, en cada país, en el seno de cada sociedad. Cada Plan Nacional para la Alianza de civilizaciones, que impulsa la interiorización del conocimiento recíproco, de la tolerancia y del respeto compartido de los derechos humanos, resulta muy valioso. En España estamos ya desarrollando nuestro segundo Plan Nacional, que cubre todo tipo de actuaciones, y otros muchos países han seguido esta senda que se impulsa por la propia ONU. La Alianza de civilizaciones es una herramienta capaz de tejer, como ya lo está demostrando, interna y externamente, un cálido entramado de conocimiento, de respeto, de solidaridad y cooperación, para frenar y combatir la extensión de los prejuicios, de la intolerancia y de la polarización.
Los riesgos de los conflictos entre las distintas culturas y religiones, cuyas consecuencias, por desgracia, conocemos demasiado bien, justifican con creces la iniciativa de la Alianza y nos animan a que, con el esfuerzo de todos, sea cada vez más operativa.
José Luis Rodríguez Zapatero
ALTERMUNDIALISMO, Aminata Traoré
Descripción: 9788435045940_Page_022_Image_0001.jpgALTERMUNDIALISMO. En Davos (Suiza) se reúnen todos los años los ricos y poderosos en el Foro Económico Mundial, que ha llegado a simbolizar el sistema neoliberal predominante. Como reacción, en el año 2000 se creó en Porto Alegre (Brasil) el Foro Social Mundial, en el que se produjo el bautismo de fuego del concepto «antiglobalización». El