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( (FR) Guerra Reina Araña, 03) (Baker, R) - Condenación

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Forgotten Realms - Reinos Olvidados:

CONDENACIN
(Saga: "La Guerra de la Reina Araa", vol.03) Richard Baker

PRLOGO
La comida se haba acabado y con ella se haba ido el calor. Todo era hueco y vaco, salvo la exhortacin a liberarse. La cual llegaba con insistencia, un sutil apremio a la desesperacin. Ocho patas diminutas respondieron a su implorante llamada. Ocho armas golpearon el muro cncavo. Machacaron y desgarraron. Buscaban la sombra ms clara en ese oscuro lugar. Se abri un agujero en la superficie correosa y las ocho patas dirigieron sus ataques a ese mismo punto. Sentan su debilidad. La debilidad no poda tolerarse. Tena que aprovecharse, de inmediato y sin piedad. Una, decenas, millares, millones, las patas se agitaron en el espacio neblinoso entre los mundos, librndose de sus prisiones esfricas. Llevadas por la voracidad y la ambicin, por el miedo y la vileza instintiva, los millones de arcnidos libraron su primera batalla contra una barrera coricea y flexible. Apenas era un adversario digno, pero combatieron con el apremio de saber que la primera en salir tendra una gran ventaja, pues saban que todas estaban hambrientas. Y que no haba ms comida que ellas mismas. La calidez de la bolsa de huevas desapareci, devorada. Los silenciosos momentos de soledad, de despertar, de la primera sensacin de conciencia, ya eran pasado. Las paredes que les haban servido de abrigo y proteccin se tornaron un impedimento. La blanda coraza era un obstculo para obtener la comida, para la necesaria lucha, para su satisfaccin a todos los niveles. Ante el poder.

Y eso no podan tolerarlo esas endemoniadas y malditas criaturas. As que lucharon y desgarraron, forcejearon y pugnaron para salir. Para comer. Para trepar. Para dominar. Para matar. Para transformarse...

_____ 1 _____ Sobre las viejas piedras rojizas silbaban corrientes de polvo y arena. Halisstra Melarn se arrebuj en su piwafwi y tembl a causa del helado viento. La noche era fra, ms fra que en las profundidades y en las cavernas bajo la superficie del mundo, y el viento gimi triste entre las erosionadas ruinas, agazapadas en silencio entre las ridas colinas. Hace tiempo haba sido una gran ciudad, pero ya no lo era. Aquellas cpulas rotas y columnatas tambaleantes hablaban en susurros de una raza orgullosa y hbil, desaparecida haca mucho. Enormes murallas an soportaban el viento del desierto, y restos de torres apuntaban al cielo. En otras circunstancias Halisstra se habra pasado muchos das vagando por los caminos silenciosos de las imponentes ruinas, reflexionando sobre su olvidada historia, pero en ese momento un misterio an mayor y ms terrorfico la mantena horrorizada. Sobre las siluetas negras de las torres desmoronadas y los encorvados muros, un mar de estrellas brillaba como el fro hielo en un cielo negro e ilimitado. Haba odo hablar de ello durante toda su vida, por supuesto. Intelectualmente comprenda el concepto de cielo abierto en lugar de techo de caverna, y los desagradables alfilerazos de la luz de arriba, pero sentarse en el exterior bajo semejante espectculo y contemplarlo con sus propios ojos..., eso era otra cosa. En sus doscientos aos de vida nunca se haba aventurado a ms de unas docenas de kilmetros de Ched Nasad, y nunca haba estado cerca de la superficie. Muy pocos elfos oscuros de la Ciudad de las Telaraas Resplandecientes lo haban hecho. Como la mayora de los drows, desconocan en gran medida el mundo alejado de las

intrigas sin fin y de los planes e intereses despiadados propios de la vida en Ched Nasad. Pos la mirada en las relumbrantes luces del firmamento y sabore la amarga irona. Los punzantes diamantes de ese vasto cielo nocturno eran reales. Existan desde haca un tiempo inimaginable, mucho antes de que levantara los ojos en ese abandonado y helado desierto y reparara en ellos, y, sin duda, continuaran all mucho despus de que ella desapareciera. Pero Ched Nasad, su ciudad natal, en la que rivalidades, lealtades y fortunas haban absorbido todas sus habilidades intelectuales y su atencin desde que haba nacido, ya no exista. Haca menos de un da que estaba en los altos balcones de la casa Nasadra y observaba horrorizada cmo arda la piedra y se desmoronaban las fortalezas. Haba sido testigo de la destruccin de su ciudad. Ched Nasad, con sus maravillosas telaraas de piedra y castillos de misteriosa hermosura aferrados a las paredes del abismo; Ched Nasad, con su imponente arrogancia y desmesura, sus casas nobles de belleza oscura y su eterna veneracin por la Reina de las Araas; Ched Nasad, el eje de la existencia de Halisstra, ya no exista. Con un suspiro, Halisstra apart la mirada del cielo y permaneci en silencio. Era alta para ser una drow, casi un metro setenta, y delgada como un estoque. Aunque sus rasgos carecan del encanto y de la rapaz sensualidad que las drows de alta cuna posean, era atractiva de un modo mesurado, austero. Incluso despus de horas de bregar para escapar del fuego, el enemigo y la desolacin, se mova con una elegancia carente de emociones, con la calma propia de una mujer educada para ser reina. La arena repicaba contra el acero, negro como boca de lobo de su armadura, y el viento le levantaba la capa e intentaba arrancrsela. Halisstra conoca bien las corrientes de aire fro y hmedo de los vastos lugares bajo tierra, pero aquella ciudad abandonada sufra la erosin de unos vendavales implacables y punzantes que la zarandeaban en una direccin diferente a cada momento. Apart de su mente el viento, las estrellas y las ruinas, y se encamin hacia los dems. Se apiaban al socaire de un alto muro, en un pequeo patio salpicado de pilares rotos. En un extremo de la plaza se levantaban los vestigios de un palacio seorial. Ni un mueble haba sobrevivido a los siglos de arena y erosin que azotaban la ciudad, pero columnatas y patios, alcobas y soberbios salones indicaban que el edificio haba sido la residencia de una

familia con poder en la ciudad, quiz incluso los gobernantes o los seores del lugar. No muy lejos de los muros azotados por el viento haba un arco abovedado, de una extraa piedra negra, el cual albergaba un portal mgico que conduca a Ched Nasad. Halisstra y los dems haban escapado de la ciudad drow a travs de l. Se detuvo y estudi a sus seis compaeros. Danifae, su criada, permaneca arrodillada con elegancia, la cara de una perfecta serenidad y los ojos cerrados. Poda dormir tranquila, o esperar con calma el siguiente giro de los acontecimientos. Quince aos antes, Danifae, una sacerdotisa cautiva de la ciudad de Eryndlyn, haba sido regalada a Halisstra como sirvienta. Joven, bella y lista, Danifae se resign a la esclavitud con sorprendente elegancia. En realidad no tena opcin; un medalln de plata sobre el corazn la esclavizaba con un poderoso conjuro. Lo que suceda tras esos ojos brillantes y rasgos perfectos no lo saba ni Halisstra, pero Danifae la haba servido con tanta lealtad y competencia como exiga el vnculo, y quiz incluso ms. Halisstra se sinti confortada por el simple hecho de que Danifae an estuviera con ella. Con los otros cinco pasaba lo contrario. Los hechos de los ltimos das en Ched Nasad haban unido a Halisstra a un grupo de viajeros de la lejana Menzoberranzan, una ciudad que a lo largo del tiempo haba sido enemiga, rival, socio comercial y seora. Quenthel Baenre descansaba absorta en sus pensamientos, arrebujada en la capa para resguardarse del fro. Sacerdotisa de la Reina Araa, Quenthel era vstago de la casa Baenre, el clan gobernante de Menzoberranzan. Por supuesto, no era amiga de Halisstra slo porque las dos sirvieran como sacerdotisas de Lloth; muchas nobles drows servan a la Reina Araa y pasaban sus vidas peleando por puestos y preeminencias en el culto. Esa era la forma de vida drow, el patrn dictado por Lloth. Si a la Reina Araa le placa gratificar a aquellos que se mostraban ms crueles, ms ambiciosos en su servicio, entonces qu otra cosa podra hacer un drow? Quenthel, en gran medida, era el eptome de la feminidad drow, una matrona en ciernes que combinaba la devocin al servicio de Lloth con la belleza fsica, la fuerza de carcter y una absoluta crueldad. Para Halisstra, de los cinco viajeros de Menzoberranzan, era con mucho la ms peligrosa. Halisstra tambin era la hija de una matrona y sacerdotisa de Lloth, as que saba que tena que vigilar a Quenthel de cerca. Por el momento eran aliadas, pero a Quenthel no le costara mucho descubrir que Halisstra era ms til como secuaz,

prisionera o simplemente estando muerta. Quenthel contaba con la lealtad del gigantesco Jeggred, un draegloth de la casa Baenre. El draegloth era medio demonio, medio drow, el hijo de la hermana mayor de Quenthel y algn habitante sin nombre del Abismo. Jeggred era mucho ms alto que los dems drows; una criatura de aspecto brutal, con cuatro brazos que abrigaba una violencia asesina. Sus rasgos parecan los de un drow, caminaba erguido, un pelaje plateado cubra la piel oscura de su pecho, hombros y lomo, y sus garras eran tan largas y afiladas como dagas. Quenthel no tema a Jeggred, pues el draegloth era su mascota y no le pondra una mano encima sin una orden expresa. Podra ser el instrumento que matara a Halisstra si as lo ordenaba, pero no era ms que el arma de Quenthel. El mago Pharaun intrigaba mucho a Halisstra. El estudio del saber arcano era algo que por tradicin, como la esgrima, se reservaba a los varones. Un mago poderoso era digno de cierto respeto a pesar de ser un varn. De hecho, Halisstra conoca ms de un caso en el que la matrona de una casa importante gobernaba con el consentimiento de los poderosos magos de la familia, una situacin que consider siempre contra natura y peligrosa. Pharaun actuaba como si gozara de ese poder. S, aceptaba lo dicho por Quenthel lo bastante de prisa, pero nunca sin una sonrisa cnica o un comentario fingido, y a veces, ese proceder irreverente bordeaba la rebelda. Eso significaba que o era un completo idiota (no muy probable, pues lo haban escogido en Menzoberranzan para el peligroso viaje a Ched Nasad) o era lo bastante poderoso para resistirse a la tirana natural de una noble como Quenthel. Pharaun haba escogido a Halisstra como aliada potencial contra Quenthel por si Quenthel y l no llegaban a entenderse. A Halisstra le pareca que Ryld Argith era para Pharaun lo que Jeggred para Quenthel. Era un corpulento maestro de armas tan alto como Halisstra y un guerrero de fabulosa habilidad. Lo haba comprobado en la huida de Ched Nasad. Como muchos varones, tena un comportamiento respetuoso en presencia de Quenthel. Eso era un buen signo para Halisstra. Pero Ryld podra cambiar la lealtad hacia otra mujer de noble cuna en un instante. No poda contar con que Ryld se volviera contra Pharaun o Quenthel, pero los drows eran menos constantes en sus lealtades que el draegloth... El ltimo y menos importante del grupo de Menzoberranzan era el explorador, Valas Hune. Era un varn pequeo, escurridizo, que

hablaba poco y observaba mucho. Halisstra ya conoca a los de su calaa. Bastante til en las tareas en las que destacaban, no queran saber nada de las maquinaciones de las sacerdotisas y matronas, y hacan lo impensable por evitar la poltica de las grandes casas. En aquel momento, Valas estaba acuclillado junto a un montn de astillas, tratando de encender un fuego. --Es posible que nos persigan? --dijo Ryld rodeado por el viento helado. --Lo dudo --murmur Quenthel--. La casa entera cay despus de que usramos el portal. Cmo podran seguirnos? --No es imposible, querida Quenthel --respondi Pharaun--. Un mago competente sera capaz de descubrir adonde llevaba el portal, incluso si est destruido. Hasta sera capaz de reconstruirlo. Supongo que depende de lo que nos echen de menos en Ched Nasad. --Levant la mirada hacia Halisstra y pregunt: -- Qu piensas de ello, mi seora? No crees probable que tu parentela nos eche la culpa de los infortunados sucesos de las ltimas horas? No viajarn largas distancias para vengarse? Halisstra lo mir. La pregunta no tena sentido para ella. Quin podra estar tan desesperado para echar la culpa del ataque duergar al grupo de menzoberranios? La casa Melarn haba cado, y la casa Nasadra tambin. Era consciente de lo fatigada que estaba. Senta un peso en su corazn y la mente confusa, y se permiti desplomarse en el suelo ante los dems. --Cualquiera que permanezca en Ched Nasad tiene cosas mucho ms importantes en las que pensar --acert a decir. --Creo que la seora te ha puesto en tu lugar, Pharaun --dijo Ryld, entre carcajadas--. El mundo no gira a tu alrededor, sabes? Pharaun acept la burla con una sonrisa acre y un gesto de desprecio hacia s mismo. --Mejor as --dijo como no dndole importancia. Se volvi hacia Valas, que con paciencia intentaba encender el montn de ramas con dos piedras--. Ests seguro de que es buena idea? Ese fuego ser visible desde muy lejos. --No falta mucho para la medianoche, a menos que los clculos me engaen --respondi el explorador sin apartar la mirada de su tarea--. Si crees que ahora hace fro, espera a las horas antes del amanecer. Necesitamos el fuego. No importa el riesgo. --Cmo sabes qu hora es? --pregunt Quenthel--. O cunto fro har?

Valas consigui una chispa y se agach rpido para protegerla del viento. En un instante, la madera ardi. El explorador aliment el fuego con ms ramas. --Ves el dibujo que forman las estrellas del sur? --dijo--. Seis de ellas que se parecen un poco a una pequea corona? Son estrellas de invierno. Salen pronto y se ponen tarde en esta poca del ao. Vers que estn cerca del cnit. --Ya habas viajado antes por la superficie --observ Quenthel. --S, matrona --dijo Valas, pero no dio detalles. --Si es medianoche, qu es ese brillo en el cielo? --pregunt--. Seguro que es el amanecer. --La luna, que sale tarde. --No es el sol? Es muy brillante! --Si eso fuera el sol, matrona --dijo Valas con la mirada en el cielo y una sonrisa glida--, las estrellas de medio cielo desapareceran. Creme, es la luna. Si nos quedamos aqu, pronto vers el sol. Quenthel permaneci callada, quiz avergonzada por su error. Halisstra no se lo echara en cara; haba cometido la misma equivocacin. --Eso plantea una excelente pregunta --dijo Pharaun--. Parece que no deseamos quedarnos mucho. Entonces, qu debemos hacer? Mir a Quenthel Baenre, desafindola. Quenthel no mordi el anzuelo. Contemplaba el brillo del este como si no hubiera odo la pregunta. Las sombras, vagas como espectros que lanzara la luna, empezaron a crecer en los muros erosionados y las columnas desmoronadas, acabaron siendo tan negras que slo los ojos de los drows acostumbrados a la lobreguez de la Antpoda Oscura eran capaces de ver en ellas. Quenthel extendi la mano hacia la arena que haba junto a ella y dej que sta resbalara entre los dedos, al tiempo que observaba cmo el viento desplazaba las argnteas piedrecillas. Por primera vez, a Halisstra se le ocurri que Quenthel y los dems menzoberranios sentiran algo de su desaliento, el mismo abatimiento que albergaba en su corazn, no porque sintieran su prdida particular, sino porque comprendan que eran testigos de una gran prdida. El silencio se prolong hasta que Pharaun se volvi y abri la boca como para decir algo. Quenthel habl antes que l, con voz fra y desdeosa.

--Preguntas qu debemos hacer, Pharaun? Haremos lo que yo decida. Estamos cansados y heridos, y no tengo magia que restablezca tu fuerza o cure tus heridas. --Hizo una mueca y dej que el resto de la arena resbalara entre sus dedos --. Por ahora, descansa. Maana tomar una decisin. *** A cientos de kilmetros de las ruinas del desierto, otro elfo oscuro se hallaba en otra ciudad en ruinas. Era una ciudad drow, un bastin de roca negra que se elevaba sobre un abismo inmenso y sombro. Haca tiempo haba sido una poderosa fortaleza construida sobre la cima de una colina rocosa. Se alzaba en lo alto para clavar la mirada en un espacio vaco del que ascendan ftidos vientos que aullaban en las cavernas ignotas de un abismo sin fondo. Aunque sus torres y chapiteles se inclinaban audazmente sobre un precipicio terrorfico, el lugar no era frgil ni precario. Aquel macizo pilar de piedra era una de las columnas del mundo, un grueso mstil tan enraizado en la pared de la sima que, a menos que algo destruyera a Toril, nunca se cuarteara en pedazos. Aquellos pocos sabios que recordaran el lugar lo llamaran Chaulssin, la Ciudad de las Dracosombras, e incluso muchos de ellos habran olvidado el porqu de ese nombre. En la fortaleza oscura al borde de un abismo, vivan las mismas sombras. Estanques negros de medianoche, ms oscuros que el corazn de un drow, se ensortijaban y fluan de torre en torre. La susurrante oscuridad reptaba como un gigantesco dragn hambriento que entraba y sala de los chapiteles y de los corredores de la ciudad muerta. De vez en cuando las sombras vivientes engullan partes de la ciudad durante siglos, llevndose un palacio o un templo hacia lugares glidos, ms all de los lmites del mundo. Nimor Imphraezl subi con decisin por los corredores abandonados de Chaulssin, en apariencia, haciendo caso omiso de las barreras negras que danzaban y se retorcan por los rincones oscuros de la ciudad. El desesperante aullido del eterno huracn que se elevaba por encima de las paredes de la ciudad le tiraba de la capa y le agitaba el cabello plateado, pero no le prest atencin. se era su sitio, su refugio, y sus peligros y anormalidades, rasgos familiares que no merecan su atencin. Nimor era delgado, casi un joven drow, lo que quera decir que era corto de estatura y enjuto

como una caa. Su cabeza apenas llegara a la nariz de una hembra corriente. A pesar de su gil constitucin, Nimor irradiaba poder. Su pequeo cuerpo desprenda fuerza y la sensacin de una rapidez letal. Su cara era delgada pero apuesta, casi bella, y trasluca la arrogancia suprema de un noble que no tema a nada. Era un papel que interpretaba a la perfeccin: ser un drow de una casa noble, un prncipe de su ciudad en ruinas. Quiz era otra cosa, algo ms, bueno... pero aquellos pocos elfos oscuros que vivan con l eran igual. Nimor lleg al final del corredor y subi una imponente escalera labrada en la monoltica estribacin sobre la que descansaba Chaulssin. El ulular de los vientos del exterior se torn un profundo susurro, sibilante e incisivo. No haba lugar en Chaulssin donde escapar de aquel sonido. Se llev la mano a la empuadura de su estoque y sigui los escalones negros que ascendan en crculos hacia una gran cmara oscura, abovedada por sombras en el corazn de la ciudad. Titilantes antorchas de fuego imperecedero apoyadas en candelabros de bronce sujetos a la pared proyectaban dbiles y rojizos claros de luz a lo largo de los nervudos muros. Eran rayos de luz que se marchitaban en la oscuridad de la bveda. All arriba las sombras estaban cerca, era como un exasperante pozo de oscuridad que ni los ojos de Nimor podan penetrar. --Llegas tarde Nimor. En el centro de la cmara, en crculo, los siete patriarcas de los Jaezred Chaulssin se volvieron al unsono. En el extremo ms alejado del crculo estaba el gran patriarca Mauzzkyl, un robusto y viejo elfo oscuro de hombros anchos cuyo cabello le clareaba en las sienes. --A los patriarcas no les agrada aguardar a la Espada Ungida de los Jaezred Chaulssin --dijo Mauzzkyl. --Venerado patriarca, mi retraso era inevitable --respondi Nimor. Se uni al crculo en el lugar que le haban dejado, sin hacer reverencias y sin esperarlas. Como Espada Ungida slo responda ante el gran patriarca y, de hecho, estaba por encima de cualquiera de los patriarcas de los Jaezred Chaulssin, excepto Mauzzkyl. --He llegado tarde de Menzoberranzan --aadi-- y me he demorado tanto como pude para observar los hechos antes de partir. --Cmo van las cosas all? --pregunt el patriarca Tomphael.

Era delgado y elegante, muy parecido a Nimor, pero prefera las ropas de un mago a la cota de malla de un guerrero, y tena una tendencia a la cautela que algunas veces bordeaba la cobarda --. Cmo va nuestra revuelta? --No tan bien como me gustara, pero casi tan bien como esperaba --admiti Nimor. Las adivinaciones de Tomphael sin duda no le haban revelado tanto. Esperaba el patriarca cazar a la Espada Ungida en un fallo? Nimor a punto estuvo de sonrer ante aquella simpleza--. Aplastaron a los esclavos con bastante facilidad. Gomph Baenre tom cartas en el asunto, y sus agentes parece que han destruido a nuestro amigo alhn. Lo positivo fue que desvelamos parte de la debilidad de las besa araas al pueblo menzoberranio, lo que es prometedor, y las sacerdotisas nos complacieron al usar gran parte de su magia para destruir a sus esclavos rebeldes. Por eso la ciudad est debilitada. --Tendras que haberte implicado ms --dijo el patriarca Xorthaul, que llevaba la cota de malla negra de un clrigo --. Si hubieras matado a los esbirros del archimago... --La revuelta que alentamos tambin habra sido aplastada, y los hubiera puesto en guardia demasiado pronto --lo interrumpi Nimor--. Recuerda, patriarca Xorthaul, nunca pretendimos que fuera ms que una simple finta para calibrar la fuerza real de las matronas de Menzoberranzan. El siguiente golpe ser el que atraviese sus defensas y se les hunda en la carne. --Decidi cambiar de tema y que fuera otro el que diera explicaciones--. Como soy el ltimo en llegar, no tengo noticias de cmo van las cosas en otras ciudades. Qu hay de Eryndlyn? O Ched Nasad? Unas sonrisas glidas torcieron aquellos semblantes crueles. Nimor parpade. Pocas veces los patriarcas encontraban algo de lo que sentirse complacidos. El mismo gran patriarca Mauzzkyl revel las noticias. --Eryndlyn avanza como esperamos (el patriarca Tomphael ha trado noticias parecidas a las tuyas), pero Ched Nasad... El patriarca Zammzt vuelve triunfante de Ched Nasad. --De verdad? --dijo Nimor arrastrando las palabras a su pesar. Refren un ataque de celos y se volvi para mirar a Zammzt, un elfo oscuro de apariencia tan vulgar que podra ser un armero o un herrero, casi un esclavo. Zammzt cruz los brazos sobre el pecho e inclin la cabeza en aprobacin de las palabras del gran patriarca Mauzzkyl.

--Qu sucedi? --pregunt Nimor--. Ched Nasad no debera haber cado con tanta facilidad. --As sucedi, Espada Ungida, las bombas quemapiedra con que nuestros aliados duergars nos proveyeron tuvieron un efecto devastador en las telaraas calcificadas sobre las que se construy Ched Nasad --dijo Zammzt, que, sin duda, finga su humildad --. Igual que las llamas consumen una telaraa, el fuego devor la estructura de la ciudad. Con sus castillos y sus palacios cayendo a plomo al fondo de la caverna como pavesas de papel, los nasadianos no fueron capaces de organizar una verdadera defensa. Nadie importante sobrevivi a las llamas, y pocos ejrcitos de las casas escaparon de la conflagracin. --Qu ha quedado de la ciudad? --Muy poco, me temo. Unos pocos barrios aislados y algunos edificios ubicados en cavernas laterales. De las gentes de la ciudad, aventurara que la mitad pereci en la cada y apenas un tercio escap a los tneles, donde acabarn muertos de una u otra forma. La mayora de los supervivientes pertenecen a esas casas menores aliadas con nosotros, o las que supieron ver con rapidez el nuevo orden de las cosas que iba a imperar en la ciudad. --As que de una ciudad de veinte mil, slo quedan tres mil? --dijo Nimor mientras se acariciaba la barbilla. --Un poco menos, pues los esclavos se escaparon --respondi Zammzt, mientras se permita una sonrisa feroz--. De las besa araas no queda nada. --Es probable que algunas de las sacerdotisas de Lloth escaparan con aquellos que huan de la ciudad hacia la Antpoda Oscura --reflexion Nimor--. No todas morirn en los tneles. Sin embargo, son excelentes noticias, patriarca. Hemos liberado la primera ciudad del dominio de Lloth. Seguro que la seguirn otras. El patriarca Xorthaul, el clrigo ataviado con la cota de malla, expres su discrepancia con un resoplido. --Qu gracia tiene librarse de los adoradores de Lloth de una ciudad si tienes que destruirla para conseguirlo? --pregunt--. Ahora podemos gobernar Ched Nasad, pero todo lo que queda es un abismo humeante y unos cuantos desgraciados desposedos de todo. --Eso no importa Xorthaul --espet Mauzzkyl--. Ya hablamos antes de los costes de nuestros esfuerzos. Dcadas, incluso siglos de miseria no son nada si logramos nuestros fines. Nuestro amo es

paciente. --El venerado patriarca mostr los dientes en una sonrisa cruel--. En dos meses hemos conseguido todo por cuanto nuestros padres de los Jaezred Chaulssin se afanaron durante siglos. Con gusto repetira lo hecho en Ched Nasad una docena de veces en la Antpoda Oscura si tuviramos xito en liberar del control de la Reina Araa a nuestra raza. Puede que Ched Nasad est en ruinas, pero cuando la ciudad se levante de nuevo lo har a nuestra imagen y semejanza, moldeada por nuestras creencias y guiada por nuestra mano secreta. No somos meros asesinos o rebeldes, Xorthaul, somos la calculada mano que logra del dbil la espada que esculpe la historia. Los elfos oscuros all reunidos asintieron. Mauzzkyl se volvi para quedarse frente a Nimor. --Nimor, mi Espada Ungida, Menzoberranzan necesita con urgencia el fuego que purific Ched Nasad. No nos falles. --Venerado gran patriarca, te aseguro que no fallar --dijo Nimor--. Ya he preparado la siguiente maniobra. He llegado a un acuerdo con una de las grandes casas. Nos apoyarn, pero quieren una demostracin de nuestra determinacin y capacidad. Tengo razones para creer que los puedo convencer. Dentro de unos das, una casa de Menzoberranzan carecer de una matrona y otra caer en nuestra red. --Entonces te deseo buena caza, Espada Ungida --dijo Mauzzkyl con una sonrisa de anuencia. Nimor hizo una reverencia y se volvi para abandonar el crculo. Tras l, oy cmo los patriarcas se dispersaban, para volver a su casa, oculta en ciudades distribuidas a travs de los miles de kilmetros de la Antpoda Oscura. Existan sociedades secretas de los Jaezred Chaulssin en al menos una casa menor en cada una de las ciudades drows. Cada patriarca gobernaba de forma absoluta basndose en una alianza hecha de fe y discriminacin sexual que abarcaba generaciones, siglos, y en el formidable odio que cada drow senta por sus congneres. La excepcin era Menzoberranzan. All la vieja matrona Baenre, que haba gobernado con mano de hierro durante demasiado tiempo, nunca permiti que la casa de asesinos lograra meter cua. Mientras ocho patriarcas regresaban a ciudades, donde, bajo sus rdenes, haba docenas de leales asesinos y sacerdotes de dioses que odiaban a Lloth, Nimor Imphraezl se fue solo a Menzoberranzan para proseguir la destruccin de la ciudad.

*** El amanecer era esplndido y terrible. Durante una hora o ms antes de la aurora haba aumentado la luz, mientras las estrellas palidecan en un cielo veteado de tonalidades rosadas y el fro aullido del desierto remita hasta una caprichosa calma. Halisstra esper, observando desde una pared medio derruida. Mucho antes de que el sol surgiera por el horizonte se sorprendi de lo lejos que era capaz de ver, atisbando montaas angulosas que deban de estar a ms de quince o cien kilmetros. Cuando al fin sali el sol, fue como si una fuente de oro lquido explotara en el paisaje rido, y en un instante ceg a Halisstra. Jade y se cubri los ojos, que le dolan por esa breve mirada; pareca que alguien le hubiera clavado dagas en la cabeza. --Eso ha sido una tontera, seora --murmur Danifae--. Nuestros ojos no estn hechos para mirar semejante espectculo. Podras herirte... y sin el favor de Lloth resultara difcil curarte. --Deseaba ver un amanecer --dijo Halisstra. Apart la mirada de la luz diurna y luego descendi al suelo y se guareci bajo la sombra de la gran pared. En las sombras era capaz de tolerar la claridad del sol, pero sera igual a medioda? Sera capaz de ver o estara como ciega? --Hace tiempo --dijo--, nuestros antepasados vean a plena luz del da, no tenan miedo al sol. Caminaban sin temor bajo el cielo, bajo los fuegos diurnos y lo que teman era la oscuridad. Puedes imaginrtelo? Danifae esboz una sonrisa comedida que no secundaron sus ojos. Halisstra conoca bien esa expresin. La sirvienta la usaba para satisfacer a su seora, y aceptar un comentario para el que no tena respuesta. Danifae seal el palacio en ruinas y su patio con una inclinacin de cabeza. --La matrona Baenre ha llamado a Pharaun y a los dems para que acudan --dijo la prisionera--. Creo que pretende decidir qu vamos a hacer ahora. --Te ha enviado por m? --pregunt Halisstra medio ensimismada. --No, seora. De todas formas pens que querras estar presente --respondi Danifae. --Desde luego --dijo Halisstra.

Se alis la capa y lanz una ltima mirada a las ruinas que se extendan hasta donde abarcaban sus ojos. Bajo las largas sombras del amanecer, las partes altas de los muros brillaban con tonos anaranjados, formando sombras negras detrs. El viento haba cesado. Halisstra not como si la vigilaran. Una vieja hostilidad anidaba en las paredes y en las cpulas rotas. Las dos mujeres volvieron al campamento y se unieron a la conversacin sin llamar la atencin. Quenthel les lanz una mirada mientras se acercaban, pero mantuvo la atencin en los otros. --Hemos descubierto que las sacerdotisas de Ched Nasad han perdido el favor de Lloth, igual que nosotros. Ignoramos por qu. Sabemos que las casas aliadas con nosotros por el comercio y la sangre han decidido apropiarse de nuestras posesiones y nos han dado la espalda. Fracasamos al intentar restablecer el comercio con Menzoberranzan. --Un fallo del cual apenas somos responsables --interrumpi Pharaun--. La ciudad est completamente destruida. El comercio de Baenre en Ched Nasad ahora est en el aire. --En definitiva --continu Quenthel como si el mago no hubiera hablado--, nos encontramos en algn lugar dejado de la mano de la diosa, en el mundo de arriba, a una distancia desconocida del hogar, con pocas provisiones y atrapados en un desierto hostil. He resumido con precisin los hechos? Valas se agit, incmodo. --Todo menos lo ltimo, pienso. Creo que estamos en algn punto del desierto conocido como Anauroch, en la parte noroeste. Si estoy en lo cierto, Menzoberranzan queda a unos ochocientos kilmetros al oeste, y algo... abajo, por supuesto. --Ya habas estado aqu? --No --dijo el explorador--, pero slo hay unos pocos desiertos en Faerun, en especial en una latitud tan al norte, as que dira que estamos en Anauroch. Hay una cordillera de montaas nevadas a quiz unos cien kilmetros hacia el oeste, que se ven con claridad a la luz del sol. Aqullas creo que son las Montaas de los Picos Grises o las Montaas Inferiores. Podran ser las Montaas de Hielo, pero si estuviramos tan al norte, creo que estaramos en el Hielo Alto, y no en esta arenosa extensin. --He llegado a confiar en tu sentido de la orientacin, pero no le veo la ventaja a recorrer ochocientos kilmetros por la superficie para llegar a casa --dijo Ryld Argith, mientras se pasaba las manos por el

pelo cortado a cepillo. Se mova con rigidez dentro de la armadura, an estaba herido de resultas de la desesperada lucha por escapar de Ched Nasad--. La Ciudadela de Adbar, Sundabar y Luna Plateada estn en nuestro camino y sienten poco aprecio por los de nuestra raza. --Dejemos que intenten detenernos --gru Jeggred--. Viajaremos de noche, cuando los humanos y los elfos de la luz estn ciegos. Y si alguien se tropieza con nosotros, bueno, los habitantes de la superficie son unos flojos. No les temo. Ni vosotros deberais hacerlo. Ryld se irgui ante el comentario del draegloth, pero Quenthel lo acall con un gesto de la mano. --Haremos lo que tengamos que hacer --dijo--. Si tenemos que pasarnos dos meses arrastrndonos por los reinos de la superficie al abrigo de la noche, lo haremos. Se volvi con elegancia y se alej unos pasos, mirando con aire pensativo el patio en ruinas que la rodeaba. El grupo permaneci callado mientras todos los elfos oscuros observaban la espalda de Quenthel. Pharaun se puso en pie y se arrebuj en el piwafwi. La capa negra se agit movida por el glacial viento. --Lo que me preocupa --dijo el mago sin dirigirse a nadie en particular-- es si cumpliremos lo que tenamos que hacer. No me complace la idea de arrastrarme hasta Menzoberranzan sin llevar otra cosa despus de meses de esfuerzo, que la noticia de que Ched Nasad ha cado. --Ninguna sacerdotisa de la Reina Araa tiene las respuestas que buscamos --dijo Quenthel--. Volveremos a Menzoberranzan. Slo confo en que la diosa aclare el significado de su silencio cuando le convenga. Pharaun hizo una mueca. --La fe ciega es un pobre sustituto de un plan para obtener las respuestas que buscas. --La fe en la diosa es lo nico que tenemos --espet Halisstra. Se acerc medio paso al maestro de Sorcere--. Olvidas cul es tu lugar si te diriges a una sacerdotisa de Lloth de esa manera. No lo olvides nunca. Pharaun abri la boca para soltar lo que sin duda habra sido una replica an ms irritante, pero Ryld, sentado junto a l, carraspe y se rasc la barbilla. El mago se par a pensar por un

momento bajo la atenta mirada de sus compaeros y acab encogindose de hombros. --Lo que quera decir es que me parece claro que la Reina Araa quiere que interpretemos su silencio por nuestros propios medios. --Cmo quieres que hagamos eso? --pregunt Quenthel. Se cruz de brazos y se dio media vuelta para mirar a Pharaun --. Por si lo has olvidado, nos hemos esforzado durante meses en discernir la causa de su silencio. --Pero no hemos agotado todas las vas de investigacin, no? --dijo Pharaun--. En Ched Nasad hablamos de buscar la ayuda de un clrigo de Vhaeraun, posiblemente el conocido de maese Valas, Tzirik. Despus de todo, los drows tenemos otras deidades adems de Lloth. Es tan desatinado especular que otro dios sera capaz de explicar el inusual silencio de Lloth? El crculo permaneci callado. Las palabras del mago no se oan muy a menudo en Menzoberranzan. Pocos se atrevan a pronunciar tales ideas en presencia del clero de Lloth. --No veo la necesidad de ir a mendigar favores a un varn hereje que adora a un dios miserable --dijo Quenthel--. Y dudo que Lloth se digne a confiar sus propsitos a seres menores. --Probablemente tienes razn --dijo Pharaun--. Y tampoco ha confiado en ti. Jeggred solt un gruido, y Pharaun levant las manos en un gesto apaciguador mientras pona los ojos en blanco. Valas se humedeci los labios con nerviosismo. --La mayora de vosotros se ha pasado la vida en Menzoberranzan --dijo--, como es debido en drows de vuestra posicin. He viajado mucho ms y he visitado lugares que en secreto (y a veces, en pblico) se permite adorar a otros dioses. --Se dio cuenta de la ira creciente que delataba la expresin de Quenthel, ira que secundaba la cara de Halisstra. El explorador se estremeci pero continu--: Bajo el sabio gobierno de las matronas, el culto a otros dioses drows apenas ha florecido en Menzoberranzan, y por eso no tenis una opinin favorable de esos cultos, pero puedo atestiguar el hecho de que los clrigos de otros dioses de nuestra raza tambin son capaces de invocar conjuros y obtener la gua de sus deidades. --Dnde encontraremos a Tzirik? --pregunt Ryld a Valas. --La ltima vez que lo vi viva entre marginados, en una remota regin conocida como el Laberinto, al suroeste del Lagoscuro, quiz

a unos ciento cincuenta kilmetros. Eso fue hace algn tiempo, por supuesto. --Marginados --resopl Halisstra. No fue la nica en expresar su disgusto. En el juego eterno entre las casas de los drows, tambin haba perdedores. La mayora moran, pero algunos preferan huir, aceptaban una msera existencia en las remotas extensiones de la Antpoda Oscura. Otros abandonaban sus ciudades natales por diferentes razones; incluida, supuso Halisstra, la adoracin de dioses que no eran Lloth. Le cost aceptar que alguien que fuera tan dbil como para huir de su ciudad fuese de mucha ayuda. --Resolveremos nuestros problemas --dijo. Pharaun levant la mirada hacia Halisstra, un humor fro brillaba en sus ojos. --Olvid que ya sabes lo que es la desgracia de quedarte sin tu ciudad natal --coment--. Y aplaudo tu disposicin para incluirte en nuestras conversaciones y problemas. Tu generosidad es loable. Halisstra cerr la boca, herida por aquellas palabras. Habra muchos centenares, incluso miles de supervivientes de Ched Nasad dispersos por todos los tneles y refugios en las negras cuevas que haba alrededor de la ciudad. Muchos de ellos acabaran muertos bajo las fauces de monstruos, o quiz siendo mseros esclavos de los drows de otras ciudades, de los duergars, o de razas an ms horribles de la Antpoda Oscura, como los ilitas o los aboleths. Y pocos encontraran alguna clase de vida por s mismos, gracias a su ingenio y su iniciativa. No era algo inhabitual que una casa incorporara a sus filas a un enemigo vencido que haba demostrado su utilidad. La casa Melarn haba cado. All adonde fuera Halisstra, empezara de cero. Las ventajas de su origen, la riqueza y el poder de su ciudad ya no significaban nada. Sopes la rplica con cuidado, consciente de la atencin de los que la rodeaban. --Ahrrame tu compasin --repuso con vehemencia, aadiendo una dureza a su voz que no senta--. A menos que me equivoque, Menzoberranzan no est muy lejos de acabar como Ched Nasad, o nunca habrais venido a solicitar nuestra ayuda. Nuestras dificultades son las vuestras, o no? Sus palabras tuvieron el efecto deseado. El mago apart la mirada, mientras los dems menzoberranios se movieron nerviosos, estudiando las reacciones de los dems. Quenthel, perceptiblemente

afectada, mostraba una expresin feroz. --Basta, los dos --dijo, mientras se volva hacia Valas--. Ese clrigo de Vhaeraun... por qu demonios nos ayudara? No es probable que sea benvolo con nuestra causa. --No sabra decirlo, matrona --respondi Valas--. Todo lo que puedo hacer es llevarte hasta l. Lo que suceda despus depende de ti. El patio en ruinas qued en silencio. El sol se haba hecho enorme, y unos rayos cegadores de luz se recortaban en la oscuridad del patio de las desmoronadas almenas. Las ruinas no eran tan yermas como pensaba Halisstra. Oa los sonidos furtivos de pequeas criaturas que escarbaban por las arenas y los escombros, dbiles y reducidos por la distancia. --El Laberinto queda slo a unos ciento cincuenta kilmetros de Lagoscuro? --pregunt Quenthel. El explorador asinti. Quenthel cruz los brazos pensativa--. Entonces, no est muy lejos de nuestro camino a casa. Pharaun, tienes algn conjuro que pueda acelerar nuestro viaje? Ir por la superficie no me atrae ms que al maestro de armas. El mago mir de reojo y se puso en pie, jactndose de la demanda de ayuda de Quenthel. --La teletransportacin es arriesgada --dijo--. Primero, el faerzress de la Antpoda Oscura hace que sea peligroso recurrir a los conjuros de viaje. Y para complicarlo, nunca he visitado el Laberinto, as que no tengo idea de adonde vamos. Estoy casi seguro de que fallar. Aunque conozco un conjuro para transformarnos a todos en formas mas apropiadas para viajar. Quiz si furamos dragones o murcilagos gigantes o algo que volara bien de noche... --El mago se acariciaba la barbilla, sopesando el problema --. Cualquiera al que obligramos a servirnos de montura tendra que permanecer en ese estado hasta que le devolviera su cuerpo, por supuesto, y an tendramos por delante un par de semanas de viaje. O... conozco un conjuro para caminar a travs de las sombras. Es peligroso y no nos llevara directos al Laberinto, porque nunca he estado all y el conjuro funciona mejor si te diriges a lugares que conoces bien. Aunque os podra transportar a Mantol-Derith, que no est cerca de Lagoscuro. Pero acortara nuestro viaje de un modo considerable. --Por qu no lo mencionaste antes, cundo hablbamos de cunto durara el viaje por la superficie? --dijo Jeggred, mientras sacuda la cabeza irritado.

--Por si no lo recuerdas, an no hemos decidido adonde vamos --respondi Pharaun--. Pretenda ofrecer mis servicios en el momento apropiado. --En primer lugar podras habernos transportado de Menzoberranzan a Ched Nasad. Por qu diantre no lo hiciste? --Porque tengo una buena razn para temer el plano de las sombras. Cuando era un mago ms joven e impulsivo aprend, a las malas, que andar por las sombras no confiere una proteccin especial contra las criaturas que moran en el reino oscuro. De hecho, casi me devora un ser que no me gustara volverme a encontrar. --El mago mostr una sonrisa irnica y aadi--: Por ello, para m, caminar por las sombras es el ltimo recurso. Slo lo sugiero ahora porque me parece un poco menos peligroso que un viaje de varias semanas por la superficie. --Iremos con cuidado --dijo Quenthel--. Hagmoslo. --No tan rpido. Debo preparar el conjuro. Necesitar casi una hora. --Hazlo sin demora --dijo Quenthel. Mir las ruinas a su alrededor y se protegi los ojos--. Cuanto antes estemos bajo tierra, mejor.

_____ 2 _____ Mientras Pharaun se retiraba a una tranquila y oscura sala para estudiar sus grimorios y preparar los conjuros, el resto del grupo reuni el equipo y se prepar para irse. Estaban bastante mal preparados para un viaje por la superficie; Halisstra y Danifae no tenan vituallas de ninguna clase. Los menzoberranios haban recuperado sus mochilas antes de escapar de Ched Nasad, pero su largo viaje a la Ciudad de las Telaraas Resplandecientes haba agotado sus provisiones. Mientras esperaban a Pharaun, Halisstra estudi las ruinas. Tena aptitudes intelectuales, e interesarse por la antigua ciudad era tan bueno como cualquier otra cosa para no pensar en las ltimas horas de su ciudad natal. Los dems se ocuparon en desmontar el campamento o esperaron con paciencia en las sombras ms oscuras que fueron capaces de encontrar. Halisstra reuni las pocas cosas

que haba trado y se encamin hacia el patio en ruinas. Sus ojos se posaron en Danifae, que estaba arrodillada bajo la sombra de una arcada rota, observando cmo se alejaba. --Ven, Danifae --la llam Halisstra, detenindose. No le gustaba la idea de dejarla sola entre los menzoberranios. Danifae la haba servido bien durante aos, pero las circunstancias haban cambiado. La sirvienta se puso en pie y la sigui. Halisstra la llev entre la desmoronada estructura del palacio que rodeaba el patio, y salieron a una ancha avenida que atravesaba el corazn de la antigua ciudad. La atmsfera se haba calentado un poco, pero an haca bastante fro, y el resplandor diurno pareca aumentado por la claridad cristalina de los cielos. Ambas mujeres se quedaron cegadas durante un largo rato por la luz del sol. --Esto no es bueno --murmur Halisstra--. Tengo los ojos tan entornados que apenas veo la mano que tengo delante. Incuso cuando crey que poda abrir los ojos, apenas vea nada ms que dolorosos puntos brillantes. --Valas dice que es posible acostumbrarse a la luz diurna, con el tiempo --coment Danifae--. Me es difcil creerlo, ahora que lo experimento. Es bueno que volvamos a la Antpoda Oscura tan pronto. --Halisstra oy como un rasgn a su lado, y Danifae le puso un trozo de tela en la mano--. Pntelo encima de los ojos, seora. Quiz ayude. Halisstra decidi usarlo como velo improvisado. Ayudaba a menguar el intenso brillo solar. --As est mejor --dijo Halisstra. Danifae desgarr otra tira y se tambin se la puso sobre los ojos mientras su seora examinaba las ruinas. A Halisstra le pareci que el palacio donde se haban refugiado era uno de los edificios ms importantes, lo que tena sentido. Los portales mgicos no eran fciles de hacer y a menudo se encontraban en lugares escondidos o sitios bien vigilados. Haba una arcada ante el edificio, y al otro extremo de la avenida se levantaba otro gran edificio; un templo, o quiz un edificio oficial. Haba algo familiar en su arquitectura. --Netherino --dijo--. Ves las bases cuadradas de las columnas y los arcos afilados de las ventanas? --Pensaba que las ciudades netherinas flotaban en el aire y que fueron destruidas por un cataclismo mgico --respondi Danifae--. Cmo es que sta an est en pie?

--Podra ser uno de los estados herederos --dijo Halisstra--, construido despus de que los grandes mythallars de las viejas ciudades netherinas desaparecieran. Compartiran la mayora de las caractersticas arquitectnicas, pero seran ms terrenales, menos mgicas. --All arriba hay algo escrito --dijo Danifae, mientras sealaba la fachada de un edificio que estaba en ruinas --. All..., por encima de las columnas. Halisstra sigui el dedo de Danifae. --S --dijo--. Eso es netherino. --Eres capaz de leerlo? --pregunt Danifae. --Estudi varias lenguas; la comn de la superficie, el alto netherino, el illuskano y alguna de las que hablan los dragones --respondi Halisstra--. Nuestras bibliotecas contienen crnicas fascinantes e importantes conocimientos registrados en lenguas distintas al drow. Cultiv el hbito de estudiar esas cosas hace unos cien aos, cuando crea que encontrara algn conjuro olvidado o un secreto que resultara til contra mis rivales. Encontr poco de eso, pero descubr que disfrutaba aprendiendo. --Entonces, qu dice? --No estoy segura de alguna de las palabras, pero creo que dice: Gran Sede de Justicia, Hlaungadath; bajo la luz de la verdad no moran las sombras. --Qu creencia tan ingenua. Halisstra seal las ruinas que las rodeaban. --Puedes ver lo lejos que los llev. Aunque conozco ese nombre, Hlaungadath. He visto mapas del mundo de la superficie. Valas no se equivoc al calcular nuestra posicin. --Incluso un varn es capaz de hacer algo bien de vez en cuando --dijo Danifae. Halisstra sonri y se alej para recorrer las ruinas con la mirada en busca de algo de inters. Algo leonado y rpido se escabull fuera de su vista. Halisstra se qued paralizada un instante, con la mirada clavada en el punto en que lo haba visto, un boquete en un muro a poca distancia. All no se mova nada pero lleg un sonido como de ruinas desmoronndose de otra direccin. Sin apartar la mirada toc el brazo de Danifae. ~No estamos solas --indic con las manos--. Regresemos con los dems... Rpido.

Se alejaron del Tribunal de Justicia y salieron a la calle. Mientras volvan sobre sus pasos, algo largo, que se mova lentamente y estaba cubierto de escamas del color de la arena, sali a la avenida. Era evidente que sus gruesas alas no lo ayudaran a volar, pero sus poderosas garras y sus enormes mandbulas estaban mucho ms desarrolladas. El dragn se detuvo, levant la cabeza para ver mejor a las dos drows y sise de placer. Deba de medir unos quince metros de la boca a la cola. Era una robusta criatura cuyos ojos brillaban con sagacidad y malicia. --Lloth nos proteja! --jade Danifae. Las dos mujeres se retiraron en otra direccin, en ngulo recto al palacio en el que esperaban sus compaeros. El dragn las sigui sin prisa, balancendose de un lado a otro. --Nos aleja de los dems! --gru Halisstra, mirando a la bestia. Not piedra detrs y se arriesg a echar un vistazo a sus espaldas. Estaban atrapadas contra un edificio, pero ante ellas surgi un oscuro callejn a escasos metros. Halisstra vacil un instante, entonces agarr a Danifae por la mueca y se lanz por la estrecha abertura lo ms rpido que pudo. Algo las esperaba en las sombras de la callejuela. Antes de que Halisstra pudiera detenerse, una criatura alta y dorada se irgui ante ella, medio len, medio mujer, bella y grcil. Con una sonrisa cruel, la mujer len alarg la mano y acarici la mejilla de Halisstra. Su tacto era fro, tranquilizador, y en un instante sinti cmo su miedo, su determinacin y su voluntad se disolvan. Levant la mano sin mucha conviccin para apartar la de la criatura. --No tengas miedo --dijo la criatura con una voz encantadora--. Acustate y descansa un rato. Ests entre amigos, y no te haremos dao. Halisstra se qued paralizada. Se daba cuenta de que las palabras de la criatura no tenan sentido, pero no tena la voluntad para resistirse. Danifae le dio la vuelta y le cruz la cara de un bofetn. --Es una lamia! Quiere engaarte! La lamia gru de rabia, sus bellas facciones de pronto se tornaron duras y crueles. --No te resistas --dijo con una voz ms spera. Halisstra sinti cmo el conjuro de la criatura la envolva, minando su determinacin, buscando doblegar su voluntad. Saba que, si se renda, ira de buena gana hacia la muerte, incluso se

tumbara mientras la lamia la devoraba si as se lo peda; pero el dolor de la bofetada de Danifae haba despertado su voluntad, lo suficiente para hacer caso omiso de las dulces palabras de la lamia. --Somos drows --consigui susurrar Halisstra--. Nuestra voluntad no se doblega ante tus semejantes. La lamia mostr los dientes en una mueca de rabia y sac una daga de bronce de la cintura, pero Halisstra y Danifae retrocedieron por donde haban venido. ~El dragn ha desaparecido --coment Danifae con los dedos. ~Una ilusin --respondi Halisstra de igual modo mientras sacuda la cabeza--. Nos haba engaado. An revoloteaba algo en el centro de la calle, una fugaz visin fantasmal que era del mismo tamao del ser que haban visto antes. Oan sus siseos de protesta como si vinieran de la lejana. --Una ilusin --repiti Danifae con disgusto. El recuerdo del dragn carcoma los recovecos de sus mentes, junto con otros murmullos y sombras ms insistentes. Los edificios rielaron y se desvanecieron, reemplazados por ruinas de apariencia diferente. Seres oscuros y horribles reptaban entre los escombros, cerrndoles la retirada. Surgieron drows fantasmales vestidos con tnicas relumbrantes, sonrientes y felices, que las llamaban para que se unieran a ellos, una vez sometidas. La lamia camin lentamente por la calle, con la daga escondida a la espalda. --Resistiris nuestras tentaciones durante un tiempo --ronroneo--, pero a la larga os agotaremos. --Extendi las manos de nuevo--. No dejaris que os alivie vuestras preocupaciones? Que os toque otra vez? Sera mucho ms fcil. Un movimiento elegante y rpido atrajo la mirada de Halisstra, y ech un vistazo a su izquierda. Otra lamia, un macho, haba saltado sobre un muro obstaculizando su huida. Tena una piel broncnea, era bello, gil y leonino, y les sonrea con crueldad. --Vuestro viaje habr sido largo y agotador --dijo con voz aterciopelada--. No me contaris vuestros viajes? Quiero saberlo todo de ellos. De la oscura puerta de la Corte de Justicia, emergi una tercera. --S, por supuesto, contadnos, contadnos --canturre el monstruo--. Qu excelente manera de pasar el da, eh? Descansad y dejad que nos ocupemos de vosotras. Se apoy sobre una lanza y mostr una sonrisa beatfica.

Halisstra y Danifae intercambiaron una mirada y corrieron para salvar sus vidas. *** Gomph Baenre, archimago de Menzoberranzan, estaba decepcionado. Aunque la revuelta de esclavos se haba sofocado sin demasiados problemas, le preocupaba mucho que tantos varones drows hubieran hecho causa comn contra las matronas. No slo eso, haban hecho causa comn con las razas esclavas para volverse contra la ciudad. Eso sugera un miedo desesperado reprimido durante mucho tiempo, y algo ms; sugera que haba un enemigo invisible que encontraba un modo de dar voz y una misin a ese miedo. Los drows no cooperaban con tanta facilidad, era difcil coordinar una rebelin y que brotara madura. La tensa calma que se cerna sobre la ciudad despus de aplastar la revuelta y la muerte del alhn le hacan sentir la presencia de algo maligno y engaoso. Se levant del escritorio y pase por el estudio, pensando. Kyorly, la rata que haca las veces de su familia, lo mir con fro desinters, como si masticara un trozo de queso de rote. De algn modo la visin de la rata le record que no saba de Pharaun desde haca tiempo. Aquel petimetre arrogante haba informado de que Ched Nasad estaba sumida en el caos. Quiz era el momento de verificarlo. Gomph atraves una arcada que daba a una especie de chimenea y levit hacia la habitacin que le haca de cmara de escrutinio. Por necesidad estaba algo menos protegida que otras partes de su hogar, pues requera cierta dosis de transparencia mgica, con el fin de expandir su mente al ancho mundo que rodeaba su palacio. Alcanz la sala y se sent con las piernas cruzadas frente a una mesa baja en la que descansaba un gran orbe de cristal. Con un pase de sus envejecidas manos, murmur las palabras de activacin del objeto. --Mustrame a Pharaun Mizzrym, el descarado granuja que piensa en reemplazarme algn da --orden. Lo ltimo no era del todo cierto, aunque pens que as daba voz a sus frustraciones. El orbe se volvi gris y lechoso, la niebla se arremolinaba en su

interior, y entonces destell con un resplandor inesperado. Gomph blasfem y apart la mirada. Por un momento crey que Pharaun haba ideado un nuevo conjuro para impedir que los enemigos lo espiaran, pero el archimago pronto reconoci la peculiar calidad del brillo. La luz del sol. Se pregunt qu hara en la superficie, se protegi los ojos y ech un vistazo. Vio a Pharaun, sentado a la sombra de una pared derruida mientras estudiaba sus libros de conjuros. Ninguno de los elfos oscuros que acompaaban al mago estaba a la vista, aunque vea una arcada cercana que daba a un patio lleno de una luz odiosa. La diminuta imagen de Pharaun levant la mirada y frunci el ceo. El mago acababa de sentir el espionaje de Gomph, como cualquier hechicero cualificado sera capaz. Pharaun dio unos silenciosos pases con las manos, y la escena se desvaneci. Pharaun haba lanzado un conjuro para bloquear miradas ajenas, porque aunque la ocasin era buena, no saba quin estara observando. --Crees que te librars de m con tanta facilidad? --dijo Gomph, con la mirada puesta en la neblina. Hizo un gesto con los dedos y lanz un conjuro, para enviar un mensaje mental al mago: Dnde ests? Qu ha sucedido en Ched Nasad? Qu vais a hacer ahora? . Se prepar para recibir la respuesta de Pharaun; el conjuro de comunicacin transportaba la respuesta del receptor en unos minutos. El tiempo pas despacio, mientras Gomph contemplaba las ventanas altas y estrechas de la sala de adivinacin, a la espera de la respuesta del joven mago. Not el toque ligero con que las palabras de Pharaun aparecieron en su mente: Anauroch. Ched Nasad fue destruida por el fuego de una rebelin. El silencio de Lloth se extiende ahora all. Por eso buscamos a un clrigo de Vhaeraun, para obtener respuestas. El contacto se desvaneci tras esas treinta palabras. Ese conjuro no permita conversaciones largas, pero Pharaun respondi a las preguntas de Gomph con inusual eficiencia. --Ched Nasad destruida? --exhal Gomph. Eso mereca una investigacin de inmediato. Se volvi de nuevo hacia el orbe de cristal y le orden que le mostrara la Ciudad de las

telaraas Resplandecientes. La niebla se aclar en un momento y mostr al mago una catstrofe. Donde estuvo Ched Nasad, no haba nada excepto restos de telaraa calcificada, que se desprendan lentamente hacia el negro abismo, como el hielo fundido de un glaciar. De los siniestros palacios y los castillos encaramados en las paredes no quedaba nada. --Lloth nos proteja --murmur Gomph, que se sinti enfermar al ver la escena. No senta nada en especial por la Ciudad de las Telaraas Resplandecientes, pero cualquiera que fuera la desgracia que haba cado sobre Ched Nasad podra suceder en Menzoberranzan. Ched Nasad haba sido una ciudad casi tan importante y poderosa como la misma Menzoberranzan, pero ahora Gomph vea con sus propios ojos lo completo de su ruina. Si quedaba uno de cada veinte edificios, se sorprendera. Gomph cambi la visin del orbe, en busca de algn signo de que hubiera supervivientes, pero la caverna principal estaba en su mayor parte desierta. Vio ms de un cuerpo quemado entre los candentes cascotes, pero todo drow que hubiera sobrevivido al fuego estara a resguardo en las cavernas cercanas. Gomph fue incapaz de encontrarlos. Despus de un tiempo decidi que el esfuerzo no vala la pena y permiti que el orbe de cristal se oscureciera de nuevo. Permaneci sentado un largo rato, con la mirada absorta en la oscura bola. --Debo compartir esto con Triel? --se pregunt cuando al final volvi en s. Saba algo que las matronas era probable que no supieran, y eso poda ser una baza. El problema era que no tena idea de qu ventaja sacara de no compartir ese conocimiento, y los riesgos de no comunicar lo que saba eran demasiado claros. Saber que el silencio de Lloth se extenda ms all de Menzoberranzan supondra un reto para las sacerdotisas; pero, si diriga toda la fuerza de Sorcere contra las casas gobernantes de la ciudad, qu quedara si tena xito? Los escombros humeantes de Ched Nasad parecan un resultado probable. Lo ms factible era que la lealtad a las casas de los maestros de la escuela de magos frustraran semejante posibilidad desde el principio. No --decidi Gomph--. No soy un revolucionario ansioso por barrer el viejo orden... an no.

Adems, la causa ms probable de todos los problemas era una nueva trampa de Lloth. Gomph no crea que la Reina Araa se mantuviera en silencio slo para ver quin se alzaba entre las sombras para sacar ventaja de la debilidad temporal de sus sacerdotisas. Eso significaba que tarde o temprano, Lloth se cansara del juego y volvera a dar su favor a las sacerdotisas. Cuando eso sucediera, ay de aquel lo bastante insensato para no mostrar una profunda lealtad hacia el orden establecido. No, lo ms prudente era decirle a Triel lo que haba descubierto y asegurarse de que la matrona Baenre no se guardaba ese conocimiento. Las palabras de Pharaun apuntaban un grave peligro para Menzoberranzan, y Gomph no quera que se le recordara como el archimago que permiti que asolaran su ciudad. Con un suspiro, se levant y se dej caer por el conducto. Confiaba en que Triel estuviera haciendo algo importante, para saborear el placer de interrumpirla con noticias que no podan esperar. *** --La pregunta no es adonde deberamos ir despus --coment Pharaun con gesto irnico--. Sino cmo escaparemos vivos de Hlaungadath. --El maestro de Sorcere estaba exhausto. El polvo apelmazaba la sangre y el sudor en su cara, y estaba tan cansado que slo era capaz de caer rendido a la sombra de un largo y desmoronado muro. Puesto que haca tiempo que haba agotado sus tiles conjuros ce combate, llevaba una varita de hierro negro con la que invocaba rayos. Levant la mirada al cielo como si intentara calibrar cunto faltaba para que la luz diurna se desvaneciera y pronto hizo una mueca de dolor--. Nunca se pondr ese maldito sol? --Levntate, mago --dijo Quenthel--. Si descansamos, moriremos. Ella tambin temblaba de cansancio, pero permaneca de pie. Las largas serpientes del ltigo que llevaba an se retorcan y siseaban. Estaba cubierta de sangre seca, aunque la sangre goteaba de un feo corte por encima de su ojo izquierdo, y dos cortes en las anillas rotas de la malla mostraban lo cerca de morir que haba estado bajo las garras de una monstruosidad gigantesca de ojos arcnidos y piel gris.

--Uno es ms vulnerable a los poderes de sugestin e ilusin de las lamias si est fatigado --dijo Halisstra--. Mejor morir luchando que bajo el dominio de una de esas criaturas. Estaba en condiciones parecidas a los dems. Pues ella y Danifae haban sobrevivido a su encuentro inicial con los monstruos. Fueron largas horas de combate por las calles y edificios vacos de las ruinas. Al principio, una manada de lamias intent dominar al grupo con sus cautivadores poderes, pero unos drows advertidos no eran una presa fcil. Halisstra y los dems se infundieron de valor para luchar contra los monstruos de cuerpo leonino, pero las lamias (falsas y cobardes como son) se retiraron del combate y les lanzaron oleada tras oleada de esclavos. Las lamias careceran de coraje, pero las mantcoras, asabis, grgolas y otras criaturas bajo su control desde luego que no. --Ninguna opcin me parece atractiva --gru Quenthel. Se volvi despacio mientras estudiaba las paredes y edificios que los rodeaban, en busca de una salida--. Ah. Veo el desierto justo detrs de aquellos edificios. Quiz abandonen la caza si nos vamos de la ciudad. --Eso es imprudente, matrona --dijo Valas. Se agazap cerca de una arcada que conduca a su refugio temporal, vigilando el siguiente asalto--. Una vez que dejemos el abrigo de los muros, sabrn exactamente dnde estamos. Seremos visibles a kilmetros, incluso con los piwafwi; no estn hechos para escondernos a plena luz en un llano. La ocultacin es nuestra mejor defensa. Ryld asinti cansado. Estaba cerca de otro portal. El mandoble descansaba sobre su hombro. --Nos rodearan y nos arrastraran all fuera --dijo el maestro de Melee-Magthere--. Mejor ser que intentemos movernos entre las ruinas, y esperar a que las lamias... ah, maldicin. Tenemos compaa. Cayeron cascotes en algn lugar del laberinto de ruinas cuando algo grande se acerc. --Atentos a las ilusiones --dijo Halisstra. Sopes la maza y comprob las cinchas de su escudo, para asegurarse de que estaba bien sujeto al brazo. A su espalda, Danifae, con una larga daga en la mano, se agazap. A Halisstra no le agradaba ver armada a la prisionera, pero por el momento necesitaban toda la ayuda posible, y estaba claro que el deseo de Danifae eran asegurarse de que no caan presa de los habitantes de

Hlaungadath. Las lamias intentaron algo nuevo. Los monstruos lanzaron una oleada de asabis reptilianos contra el boquete de la pared que guardaba Jeggred. Eran unas criaturas salvajes que sisearon de rabia cuando se abalanzaron sobre el draegloth con cimitarras y alfanjes. Tres ms desafiaron a Valas, mientras un par de grgolas pasaron como un rayo sobre los muros y se dejaron caer en medio del edificio en ruinas, detrs de Ryld. Sus grandes alas negras levantaban nubes de polvo a cada aleteo. El maestro de armas gir sobre sus talones para enfrentarse a la amenaza mascullando maldiciones. Jeggred aull de rabia y salt para enfrentarse a la avalancha de asabis, golpeando armas y mandbulas a la par que desgarraba a los lagartos con las zarpas. El demonio de pelo albino us sus cuatro brazos para infligir una carnicera, pero incluso Jeggred se estaba cansando. Golpes que hubiera evitado con su espeluznante velocidad acertaron. Bloque una cimitarra con uno de los brazos derechos y sufri un sangriento corte del codo a la mueca. Otra alcanz su torso y le dibuj una lnea roja de un lado a otro del pecho. El draegloth rugi y redobl sus esfuerzos. Ryld atac a las grgolas mientras Halisstra y Quenthel corran a su lado. Quenthel azot a una con el ltigo. Las cabezas de serpiente rodearon una de las patas de la criatura y hundieron los colmillos en su piel ptrea, pero la grgola bati las alas con furia y al ganar altura levant a la sacerdotisa, que se vio transportada al otro lado del polvoriento edificio. Pharaun levant la varita para destruir a los monstruos con un rayo mortfero, pero se dio media vuelta y cay. Un virote de ballesta le haba atravesado el antebrazo derecho. La varita se le escap de la mano. --Los tejados! --grito Pharaun. Halisstra se apart de las grgolas y entorn los ojos para mirar el cielo brillante. Unos borrones leonados estaban agazapados sobre el alto muro, quiz a cuarenta o cincuenta metros. Eran un puado de lamias que llevaban ballestas pesadas, atentas a encontrar una oportunidad de disparar, sus bellas caras deformadas por sonrisas malignas. Mientras miraba, una dispar a Ryld. El virote sise sobre la cabeza del maestro de armas y arranc un trozo de la blanda piedra de una pared cercana. Ryld retrocedi. --Que alguien se encargue de las ballestas! --solt, mientras asestaba un tajo a las grgolas.

Un segundo ms tarde, dos virotes ms se dirigieron hacia Ryld. Uno rebot en la coraza, pero el otro le alcanz en el costado derecho. El virote se aloj en una zona que no cubra la armadura. Ryld trastabill dos pasos y se desplom al suelo. Halisstra recogi la varita de Pharaun. --Ayuda a Quenthel --le dijo a Danifae. Apunt el arma del mago hacia las lamias de la pared. Saba algo de cmo usar esos objetos; un talento que en condiciones normales sera reacia a revelar. Pero la lucha era desesperada. Pronunci una palabra arcana, y un rayo prpura sali disparado hacia la primera lamia, que salt por los aires. El trueno reverber por las polvorientas ruinas. Apunt a la siguiente, pero los monstruos no eran estpidos. Abandonaron sus posiciones al instante, saltando tras el muro para evitar los rayos. Pharaun retorn al combate, armado con otra varita. Esta generaba un llameante chorro de fuego, que dirigi hacia las grgolas. Se alejaron entre chillidos de dolor, aunque la que estaba envenenada por los latigazos de Quenthel no lleg muy lejos. Cay a peso sobre los tejados. Valas despach al ltimo de sus atacantes con un ataque de los dos kukris que casi lo parti en dos, y Jeggred estaba rodeado de un montn de cuerpos de asabi, jadeando. El mago mir a su alrededor y vio a Ryld en el suelo. --Maldicin --murmur. Se arrodill junto al maestro de armas y le dio la vuelta. Ryld se mora. La sangre flua de la herida en el costado, y l se esforzaba por respirar, unas babas sanguinolentas manchaban sus grises labios. El mago frunci el ceo y levant la mirada hacia Quenthel. --Haz algo --dijo--. Lo necesitamos. Quenthel cruz los brazos y mostr una expresin glida. --Por desgracia, Lloth ha decidido no concederme conjuros de curacin, y casi he consumido la mayor parte de la magia curativa que trajimos. Poco puedo hacer por l. Halisstra entorn los ojos. De nuevo, no le gustaba la idea de lo que estaba a punto de hacer, pero obtendra un beneficio por revelar su secreto. Si demostraba que era til, los menzoberranios seran reacios a excluirla. Adems --pens--, es probable que ya lo sepan. --Apartaos --dijo en voz baja--. Lo ayudar.

Quenthel y Pharaun cruzaron una mirada de sospecha. --Cmo? --exigi saber Quenthel--. Quieres decir que Lloth no te ha retirado su favor? --No --respondi Halisstra. Se arrodill junto a Ryld y lo examin. Tendra que actuar con rapidez. Si mora, ya no podra hacer nada --. Lloth me niega los conjuros, igual que a Quenthel, y es de suponer que a todas las sacerdotisas de nuestra raza. Pero tengo alguna habilidad para sanar por medios distintos. Dicho eso, empez a cantar. La cancin era un extrao lamento fnebre, algo oscuro y espectral que hablaba de la admiracin de los drows por la belleza, la ambicin y los actos oscuros hechos con habilidad. Halisstra dio forma a su voz y a las antiguas palabras de la cancin, invocando la magia de su lamento mientras posaba la mano en el virote y lo arrancaba. Ryld se agit, abri unos ojos como platos, y la sangre chorre sobre las manos de Halisstra; pero la herida se cerr formando una cicatriz, y el maestro de armas despert profiriendo toses. --Qu ha sucedido? --gimi. --Eso digo yo --respondi Quenthel, que lanz a Halisstra una mirada de desconfianza--. Es lo que creo que es? Halisstra asinti al levantarse, mientras se limpiaba la sangre de las manos. --Es una tradicin de mi casa que aquellas hembras que son idneas para ello estudien las artes de las bae'qeshel, los bardos oscuros. Como ves, hay poder en la cancin, algo que pocos de los nuestros se atreven a estudiar. Fui entrenada en los conocimientos de los bardos. Ryld se enderez y baj la mirada hacia la coraza y el virote sanguinolento tirado en el suelo. Pos los ojos en Halisstra. --Me has curado? --pregunt. Halisstra le ofreci la mano y lo ayud a ponerse en pie. --Como dijo tu amigo Pharaun, te necesitamos demasiado para permitirnos la inconveniencia de tu muerte. Ryld cruz una mirada con ella, pensando en una respuesta. La gratitud no era una emocin de la que se preocuparan muchos drows. El maestro de armas quiz se preguntaba qu decidira hacer Halisstra con la suya. Esta le ahorr reflexiones ms serias al volver su atencin sobre Pharaun y entregarle la varita de hierro. --Se te cay esto. --Admito que me sorprendi ver que la manejabas --dijo Pharaun

despus de inclinar la cabeza--, pero te o cantar en Ched Nasad. La culpa es ma por no sumar dos y dos. --Djame ver el brazo --dijo Halisstra. Repiti la cancin sanadora y cur la herida de Pharaun. Hubiera examinado a los dems, pero Quenthel la interrumpi. --Nadie ms se est muriendo --dijo la suma sacerdotisa--. Debemos irnos ahora o nuestros enemigos volvern a lanzarse sobre nosotros. Valas, encabeza la marcha. Dirgete a los muros exteriores, para que podamos ir hacia el desierto si decidimos huir. --Muy bien, matrona Baenre --acept el explorador--. Ser como t digas.

_____ 3 _____ Kaanyr Vhok, prncipe semidemonio conocido como el Caudillo, estaba en un balcn que dominaba la antigua fundicin enana observando el trabajo de sus armeros. El gran horno haba sido el corazn del reino perdido de Ammarindar. La caverna era inmensa, y su techo descansaba sobre docenas de imponentes columnas talladas con formas de dragones que resplandecan con las luces furiosas de los fuegos y el resplandor vivo del metal fundido. El repicar de los martillos y el rugido de los hornos resonaban en el aire. Docenas de gigantescos tanarukks, demonios bestiales, fruto del cruce de orcos y demonios, se araaban en la fundicin. Careceran de la habilidad y los encantamientos de los enanos que una vez trabajaron all, pero los soldados ce Kaanyr Vhok posean el instinto artero para crear armas mortferas imbuidas de conocimientos oscuros. El mismo Kaanyr encajaba en la escena. Alto y poderoso, tena la corpulencia de un humano musculoso y la fuerza de un gigante de piedra. Su piel era roja y caliente al tacto, y lo bastante dura para doblar un cuchillo. Era increblemente apuesto, aunque en sus ojos se vea el mal y sus dientes eran negros como el carbn. Llevaba una coraza dorada y un par de espadas cortas hechas con algn hierro negro, enfundadas en unas vainas cubiertas de runas. Sonrea contento mientras paseaba la mirada sobre la tumultuosa reunin de su ejercito.

--Ahora dirijo casi dos mil guerreros tanarukk --dijo-- y tengo casi los mismos orcos, ogros, trolls y gigantes a mis rdenes. Creo quera llegado el momento de que compruebe mis fuerzas, amor mo. Aliisza se permiti una sonrisa y se acerc. Se apret contra el costado del prncipe semidemonio. Como Kaanyr Vhok, tambin posea sangre de demonios. En su caso, era una semiscubo, el producto de una scubo y un hechicero mortal. De la espalda le salan alas tan suaves como el cuero negro, pero a pesar de ello era oscura y seductora, voluptuosa y atractiva, una semiscubo cuyo encanto pocos mortales eran capaces de resistir. Adems era astuta, caprichosa y muy hbil con la magia, y por lo tanto apropiada para ser la consorte de un caudillo demonaco como Kaanyr. --Menzoberranzan? --ronrone, mientras recorra la filigrana de la armadura con un dedo. --Por supuesto. Parece que no vale la pena tomar Ched Nasad, despus de todo. --Kaanyr frunci el entrecejo y mir a la lejana --. Si los elfos oscuros estn sin la proteccin de su Reina Araa y son incapaces de dirimir sus interminables disputas, tendr la oportunidad de apoderarme de la grandeza que siempre codici. Tras dominar las ruinas de Ammarindar, creo que deseo algo ms. Me apetece doblegar una ciudad de drows. --Otros pensaron lo mismo --seal Aliisza--. Los menzoberranios con los que habl en Ched Nasad sugirieron que su ciudad sufri una importante insurreccin de esclavos, promovida por alguien del exterior. Creo que los mercenarios duergars que lucharon en Ched Nasad no habran dejado la ciudad en manos de la casa que los contrat, una vez que se las hubieran ingeniado para tomarla. Si las bombas duergars no funcionaran tan bien, sospecho que el clan Xornbane gobernara Ched Nasad. --O yo --dijo Kaanyr entornando los ojos--. Si me hubieras comunicado la situacin a tiempo, me las habra ingeniado para llevar mi ejrcito contra Ched Nasad cuando los drows y los duergars estuvieran cansados de luchar entre s. Aliisza se relami. --Hubieras perdido el ejrcito en la ciudad --respondi--. Tus tanarukks habran soportado los fuegos, por supuesto, pero el derrumbamiento de las calles de la ciudad destruy todo lo que haba en la caverna. Creme, no perdiste una ocasin en Ched Nasad. Kaanyr no respondi. Salt por encima de la balaustrada y descendi al suelo de la fundicin. El Caudillo no tena alas, pero su

herencia demonaca le confera la habilidad de volar a voluntad. Aliisza frunci el entrecejo y lo sigui, extendiendo las alas para atrapar las corrientes ascendentes del recinto. Kaanyr an estaba irritado por lo de Ched Nasad, y eso no era bueno, reflexion. Si alguna vez el Caudillo se cansaba de ella, lo crea capaz de matarla de alguna manera espantosa, a pesar de las intimidades pasadas. No haba nada de lo que no fuera capaz, si su temperamento sacaba lo peor de l. El semidemonio se pos junto a un molde que se llenaba de hierro fundido. Un par de tanarukks estaban a la espera, observando el vertido con detenimiento. Kaanyr se agach y removi el metal candente con los dedos. Estaba lo bastante caliente para causarle molestias y en momento despus se sacudi el hierro fundido de los dedos y se lo limpi en la cadera. --Buen hierro --les dijo a los tanarukks--. Continuad, muchachos. Se enderez y prosigui su camino. Aliisza revolote hasta el suelo y se pos cerca de l. --Lo que me preocupa es --cavil Kaanyr-- por qu los duergars Xornbane traicionaron a la casa que los emple, quemando la ciudad entera? Era una simple disputa por un pago? O tenan la intencin desde el principio de llevar la ruina a Ched Nasad? Si es as, estaba Horgar Sombracerada tras ello? El prncipe de Gracklstugh envi sus mercenarios a Ched Nasad para destruir la ciudad o el clan Xornbane lo hizo por cuenta de otro? --Importa eso? --pregunt Aliisza, que se mova furtivamente tras l--. La ciudad fue destruida, independientemente de las intenciones de quien fuera. Las grandes casas de Ched Nasad han desaparecido, y por la misma razn no quedan muchos enanos del clan Xornbane. --Importa porque me pregunto si los duergars de Gracklstugh planean atacar ahora Menzoberranzan --dijo Kaanyr--. He acumulado una gran fuerza aqu, pero no creo que sea capaz de tomar Menzoberranzan, a menos que los elfos oscuros sean reducidos al caos y la impotencia absolutos. Si los duergars tienen la intencin de marchar sobre la ciudad, mis oportunidades no tienen lmite. --Ah --exclam Aliisza--. Puedes vender tus servicios a los elfos oscuros, a los enanos grises, a ambos, o a ninguno. Eso es interesante. --Y el valor de lo que dirijo se incrementar con el nmero de guerreros que llevo y mi proximidad a Menzoberranzan, pero todo

depende de las intenciones de los enanos grises. --El semidemonio solt una carcajada--. No me gustara encontrarme a las puertas de Menzoberranzan, una ciudad fuerte y unida, sin aliados a los que acudir. --Por qu tengo la sensacin de que volvers a mandarme lejos? --dijo Aliisza entre pucheros. Rode con sus alas a Kaanyr y con los brazos le hizo darse la vuelta--. Sabes que acabo de regresar. --Chica lista --dijo Vhok con una sonrisa--. S, pretendo enviarte a otra misin. Aunque esta vez no tendrs que infiltrarte y permanecer escondida. Irs a ver a Horgar Sombracerada, prncipe heredero de Gracklstugh, como mi emisaria personal; una diplomtica, si lo prefieres. Descubre si los enanos tienen la intencin de atacar Menzoberranzan. Si es as, hazles saber que me gustara unirme a ellos. Si no..., bueno, veremos si eres capaz de persuadirlos de que destruir Menzoberranzan no les beneficiar mientras los elfos oscuros sean dbiles. --Es muy probable que los enanos no confen en m. --Por supuesto que no querrn confiar en ti. Sin embargo, si tienen la intencin de atacar, descubrirn las ventajas de tenerme como aliado. Si no planean atacar, el hecho de que tenga la intencin de aliarme podra decidir el asunto. No tienen buenas intenciones con Menzoberranzan, as que no necesitas preocuparte de que defiendan a los drows. --Emisaria... --murmur Aliisza--. Suena mejor que espa, no? Supongo que puedo llevar el mensaje por ti, mi dulce y fiero Kaanyr, pero quiz deberas darme algn incentivo para que regresara rpido, no? Kaanyr Vhok la rode con sus poderosos brazos y acarici su cuello. --Muy bien, querida --rugi--. Aunque a veces me pregunto si eres del todo insaciable. *** Una hora de huida desesperada de edificio en edificio llev al maltratado grupo a un refugio que los protegera de los monstruos de Hlaungadath. Bajo el gigantesco armazn de una torre cuadrada encontraron una escalera cubierta de arena que descenda hasta unas catacumbas oscuras y fras. Estimulados por su

descubrimiento, los elfos oscuros caminaron por un laberinto de altares enterrados, pozos subterrneos y arcadas de piedra rojiza, que daban a un corredor profundo que no mostraba signos de uso reciente. Era un lugar triste y desolado, pero estaba libre de la cegadora luz del sol y de monstruos que controlaran la mente, y eso era todo lo que necesitaban. --Pharaun, prepara tus conjuros, rpido --orden Quenthel despus de examinar la sala--. Halisstra y Ryld, vigilaris aqu. Jeggred y Valas, haris guardia en la arcada ms alejada, all. --Por desgracia, tendris que mantener la vigilancia durante un rato --dijo el mago e hizo un gesto de pesar --. Antes, cuando tuve tiempo para descansar en el patio del palacio, estaba preparado para estudiar mis libros de conjuros, pero la lamentable hospitalidad de nuestros anfitriones lamias me ha fatigado. Debo descansar antes de ser capaz de estudiar los conjuros. --Todos estamos cansados --solt Quenthel--. No hay tiempo para que descanses. Prepara tus conjuros ahora mismo! Las serpientes de su ltigo se retorcieron y sisearon agitadas. --Sera intil, querida Quenthel. Tienes que mantener a nuestros enemigos alejados de m hasta que me haya recuperado. --Si est tan dbil --rugi Jeggred--, ahora sera un buen momento para castigarlo por sus transgresiones y actitud irrespetuosa. --Criatura estpida --le solt Pharaun--. Mtame, y todos moriris en estos yermos ardientes en menos de un da. O has adquirido de pronto el don para las artes arcanas? Jeggred se encresp, pero Quenthel lo silenci con una mirada. El draegloth se alej para hacer la guardia al extremo de la larga y polvorienta sala, agazapado tras un montn de piedras cadas. Valas solt un suspiro y se alej para unirse a l. --Prepara tus conjuros lo antes que puedas, mago --dijo la sacerdotisa, con rabia contenida en la voz--. Tu ingenio colma mi paciencia. Dale a Halisstra la varita de relmpagos por si necesitamos conjuros para repeler otro ataque. Era un indicador de su cansancio que Pharaun no quisiera decir la ltima palabra. Se volvi a Halisstra y dej la varita de hierro negro en su mano con una sonrisa agria. --Supongo que ya sabes usarla. Por supuesto, la quiero de vuelta, as que, por favor, intenta no agotarla. Son difciles de fabricar.

--No la usar a menos que sea necesario --dijo Halisstra. Observ mientras el mago encontraba un rincn oscuro junto a una columna y se sentaba con las piernas cruzadas, apoyado sobre la piedra fra. Quenthel se calm y observ a Pharaun como si se asegurara de que no finga su necesidad de descansar. Ryld Argith se enderez y se encamin hacia el corredor que conduca hacia la superficie, llena de monstruos, apoyado en su recio mandoble. --Debo hacer guardia aqu, matrona Melarn? --dijo Danifae cuando Halisstra empezaba a seguirlo. La muchacha estaba arrodillada en el suelo, entre el mago y la sacerdotisa, la daga sobresala de su cinturn. Levant la mirada hacia Halisstra, con expresin perfecta para una pregunta inocente. La sacerdotisa Melarn reprimi una mueca. Armar a una prisionera de guerra implicaba que ya no tena fuerza para someterla, y sospech que Danifae exigira ms tarde un precio elevado para seguir cumpliendo sus deberes. Danifae observaba con serenidad mientras su ama consideraba su oferta. Halisstra intua que Quenthel la miraba y se oblig a no pedirle a la sacerdotisa Baenre su aprobacin. --Puedes quedarte la daga para defenderte... por ahora --concedi Halisstra--. No se precisa tu participacin. No sugieras eso otra vez. --Por supuesto, matrona Melarn --contest Danifae. La cara de la muchacha estaba falta de emocin, pero a Halisstra no le gust la inteligente mirada que haba en los ojos de Danifae mientras se dispona a esperar. Aguantar el vnculo?, se pregunt Halisstra. En el corazn de la casa Melarn, rodeada de fuerzas enemigas, Danifae no se haba atrevido a librarse del vnculo mgico que la esclavizaba, incluso aunque pudiera hacerlo. Pero las cosas haban cambiado. El cuidado con que Danifae se diriga a su duea frente a Quenthel no escapaba a Halisstra. No tena ya una casa, ni una ciudad, que confiriera a Halisstra dominio absoluto sobre lo que ella llamaba sus propiedades (su vida, sus fieles y sus posesiones como Danifae) o cualquier otra cosa que le pudieran arrebatar. La idea le dej un sentimiento tan profundo y quebradizo como un trozo de hueso podrido. Qu suceder cuando Danifae decida probar en serio los lmites de su cautividad? --se pregunt--. Permitir Quenthel que conserve mi autoridad sobre la muchacha o la Baenre interceder

slo para molestarme y despojarme de otra parte ms de mi rango? En cualquier caso, es capaz Quenthel de liberar a Danifae y reclamarme como prisionera de guerra? La bella muchacha estudi a Halisstra con recato. --Vienes? --pregunt Ryld. Estaba en la entrada del corredor, a la espera. --S, por supuesto --dijo Halisstra, que apenas fue capaz de contener un gesto de enfado. A propsito, le dio la espalda a su sirvienta y sigui a Ryld hacia los tneles por los que haban pasado. Por el momento, estaba a salvo. Danifae era incapaz de quitarse el medalln de plata del cuello. En el momento en que lo tocara, el conjuro tensara sus msculos hasta la rigidez mientras no abandonara la intentona. No poda pedirle a nadie que se lo quitara, pues en el momento en que tratase de hablar del medalln, se le paralizara la lengua. Mientras rodeara su cuello, Danifae estaba obligada a servir a Halisstra, incluso hasta el punto de dar la vida para salvar a su ama. Danifae haba soportado bien el vnculo, pero Halisstra no tena la intencin de quitarle el medalln en presencia de los menzoberranios... si es que alguna vez lo haca. Ryld y ella tomaron posiciones en una pequea rotonda que haba un poco ms adelante, un espacio abierto y oscuro desde el que vigilar sin ser vistos, si alguien se acercaba. Tapados con sus piwafwi, eran prcticamente indistinguibles de la piedra oscura que los rodeaba. A pesar del caos y de la ambicin que roa los corazones de los drows, cualquier elfo oscuro era capaz de tener paciencia y una disciplina de hierro cuando realizaba una tarea importante, y, as, Halisstra y Ryld se dedicaron a vigilar y esperar en silencio. Halisstra intent vaciar su cabeza de todo excepto de lo que le decan sus sentidos, para vigilar mejor, pero descubri que una serie de ideas importantes asaltaban su mente. Se le ocurri que todo lo que le sucediera de ese da en adelante dependera de su fuerza, astucia y crueldad. La cada en desgracia de la casa Melarn no significaba nada. Si deseaba respeto, tendra que hacer del descontento de Halisstra Melarn algo que temer. Todo porque Lloth haba decidido probar a los que le eran ms fieles. Por el capricho de la diosa de la casa Melarn, cuyas dirigentes, durante innumerables siglos, haban derramado sangre y tesoros sobre los altares de la Reina Araa, Ched Nasad haba cado.

Por qu? --se pregunt Halisstra--. Por qu? Por supuesto, no hubo respuesta. Las maquinaciones de Lloth no estaban hechas para que las comprendieran sus sacerdotisas, y sus pruebas eran crueles. Halisstra apret los dientes e intent ahogar sus lastimeras preguntas en su corazn. Si Lloth decida probar la fe de Halisstra quitndole todo aquello que amaba para ver si la primognita de la casa Melarn era capaz de recuperarlo, la Reina Araa descubrira que era una adversaria digna. ~Quieres que hablemos de ello? --transmitieron los dedos de Ryld en el complejo lenguaje de signos de los elfos oscuros. ~Hablar de qu? ~De lo que te preocupa. Algo te tiene preocupada, sacerdotisa. ~No es nada que concierna a un varn --replic con los dedos. ~Por supuesto. Nunca lo es. Sus miradas se cruzaron. Halisstra se sorprendi al descubrir que la cara de Ryld tena una curiosa expresin de resignacin amarga e irnica. Lo observ con detenimiento, intentando averiguar el motivo que tendra para iniciar una conversacin. Era muy alto y fuerte para ser un varn (en realidad, para ser un elfo oscuro). Su pelo cortado a cepillo era una costumbre extica para una sociedad drow, una extraa austeridad para una raza que disfrutaba de la belleza y el refinamiento. Los drows eran de un pragmatismo implacable en sus tratos con los dems, pero no al acicalarse. Por lo que saba Halisstra, muchos varones se maquillaban para asumir una gracia sutil y una mortal astucia. Pharaun era el eptome. Ryld, descubri, era algo diferente. ~Luchas bien --dijo... No era una disculpa, no poda disculparse con un varn, pero era algo--. Podras haberme dejado morir en Ched Nasad, aunque te arriesgaste para salvarme. Por qu? ~Tenamos un acuerdo. Nos llevabas a un lugar seguro, y te ayudbamos a escapar. ~S, pero ya erais libres de mi parte del acuerdo en ese momento. No haba necesidad de cumplirlo. ~Ni de incumplirlo. Ryld mostr una leve sonrisa y habl en susurros: --Adems, parece que fue en mi propio inters; no hace ni una hora me salvaste la vida. Estamos en deuda. Halisstra solt una carcajada, tan leve que nadie a ms de tres metros la habra odo. ~No somos una raza que pague nuestras deudas - -seal con

los dedos. ~Eso me lo han dejado ver en ms de una ocasin --respondi el maestro de armas. Un breve destello de dolor cruz su cara, y Halisstra se pregunt en quin haba confiado el maestro de MeleeMagthere, y por qu haba hecho esa insensatez. Antes de que ella lo pudiera preguntar, l continu:-- Hblame de los bae'qeshel. No s nada de ellos. --Por tradicin --susurr--, nuestros magos, espadachines y sacerdotisas se entrenan en academias. Es habitual en la mayora de las ciudades drows. La razn por la que no sabes nada de los bae'qeshel es que el entrenamiento de los bardos no es pblico. Nuestros secretos pasan de las maestras a las estudiantes. --Pens que las casas nobles no necesitaban juglares normales. --Los bae'qeshel no son juglares comunes, maestro de armas --dijo Halisstra en voz baja--. Somos una orgullosa y antigua secta, los bae'qeshel telphraezzar, los susurradores de la Reina Tenebrosa. Soy una sacerdotisa de Lloth, como las dems hembras de mi casa, pero me escogieron para estudiar durante muchos aos el conocimiento de los bae'qeshel. Venero a la diosa no slo con mis servicios como sacerdotisa, tambin con el don de cantar las antiguas canciones de nuestra raza, que complacen sus odos. La casa Melarn siempre estuvo orgullosa de educar una bae'qeshel al servicio de Lloth en cada generacin. --Si tus canciones son sagradas para Lloth, por qu funcionan mientras los conjuros fallan? --pregunt Ryld. --Porque las canciones poseen un poder intrnseco, como los conjuros de un mago. No canalizamos el poder divino de la Reina de las Araas para cantar nuestras canciones. Por desgracia, mi habilidad con esto es incomparable con el poder divino que manejara en nombre de Lloth, si me devolviera su favor. --Sin embargo, es un talento interesante --murmur Ryld y volvi la mirada hacia la estancia donde se hallaban los dems --. La cosa parece bastante tranquila. An tendremos que esperar ms. Si conozco a Pharaun, necesitar horas para recuperar fuerzas. Dime, juegas al sava? *** Nimor se aferraba a una estalactita gigantesca, uno de los muchos colmillos de piedra que sobresalan del techo de la vasta

caverna de Menzoberranzan. Antiguos pasillos y caminos precarios se entrecruzaban all, y en muchas de las estalactitas se haban esculpido castillos de oscura belleza y viviendas an ms espectaculares por su osada. Slo los drows construiran sus hogares en frgiles lanzas de piedra a trescientos metros por encima del suelo. Los drows nobles a menudo tenan magia innata o broches encantados que los liberaban de la preocupacin por las alturas, y daban poca importancia a las mareantes vistas que aterraran a un murcilago. Sus esclavos y sirvientes no eran tan afortunados y encontraban la vida en las estalactitas algo particularmente exasperante. Las ms importantes estaban mgicamente reforzadas contra cadas inevitables y no cederan a menos que la magia se disipara; aunque haba ms de un orgulloso palacio desierto y polvoriento, la casa a la que perteneca era demasiado dbil en el Arte para mantener los conjuros que la convertan en un lugar sostenible. En uno de esos lugares se agazapaba Nimor, inclinado sobre el negro abismo para estudiar el objetivo. La casa Faen Tlabbar, tercera casa de Menzoberranzan, estaba bajo l. El castillo se extenda por varias imponentes estalagmitas y columnas, sus elegantes balaustradas y sus altos contrafuertes contrastaban con la solidez que emanaban las torres y los baluartes de piedra negra. El complejo de Faen Tlabbar era uno de los ms grandes y soberbios de todos los que no estaban en la meseta de Qu'ellarz'orl, el ms prestigioso de los barrios nobles de la ciudad subterrnea. El palacio de la casa Tlabbar trepaba sobre la pared sur de la gran caverna, hasta el punto de que sus agujas ms altas superaban la meseta a cuya sombra se situaba, como si las matronas de la tercera casa desearan mirar por encima del borde del altiplano y contemplar con envidia las mansiones lo bastante afortunadas para situarse junto a la enaltecida casa Baenre. Era una analoga apropiada para las maniobras polticas de Faen Tlabbar. Slo dos casas se situaban por encima en la oscura jerarqua de Menzoberranzan: Baenre, la primera, y Barrison Del'Armgo, la segunda. Nimor pens que era probable que la matrona Tlabbar abrigara grandes aspiraciones para su casa. Del'Armgo, la segunda casa, era fuerte pero con pocos aliados; Baenre, la ms fuerte, era tan dbil como lo haba sido durante siglos. Casas como la Faen Tlabbar contemplaban a la Baenre y recordaban los siglos de arrogancia absoluta, de humillante

condescendencia y se preguntaban si ya habra llegado el momento de que las casas menores se unieran y acabaran con la dominacin de Baenre de una vez por todas. Sera un divertido espectculo, reflexion Nimor. Sospechaba que en ese escenario Baenre se mostrara ms fuerte de lo que sus resentidas adversarias se imaginaban, pero la sangra sera espectacular. Varias grandes casas caeran, ya que Baenre no se ira sola al olvido. Por supuesto, eso ira en beneficio de los planes de la Espada Ungida de la Jaezred Chaulssin. Aunque eso sera un juego para otro da. Nimor pretenda dar un profundo y amargo golpe a la Faen Tlabbar, no incitarlos contra la casa Baenre. Ghenni Tlabbar, matrona de la tercera casa, morira a sus pies. Su sangre buscara la traicin a gran escala, y al poner el estilete en la mano del asesino Nimor lo haca con la intencin de que se clavara en el corazn de Menzoberranzan. Un ruido y el tintineo de unas cotas de malla llamaron la atencin de Nimor. Se retir en silencio a las sombras y esper con paciencia mientras una brigada de guerreros Tlabbar, montados en grandes lagartos, ascenda por una pequea estalactita cercana. Los plidos reptiles llevaban almohadillas grandes y pegajosas en sus zarpas que les permitan adherirse a la superficie ms escarpada. Muchas de las casas nobles de Menzoberranzan usaban esas criaturas para patrullar los lugares altos de la vasta caverna de la ciudad. Faen Tlabbar era famosa por sus escuadrones de lagartos. El asesino estudi las patrullas Tlabbar desde su precaria posicin durante ms de una hora, cronometrando sus recorridos. Justo a tiempo --observ Nimor--. Os habis permitido volveros predecibles, muchachos. Los jinetes llevaban ballestas y lanzas, marchaban de prisa en una sola fila mientras rodeaban y ascendan la pequea estalactita y examinaban el techo de la caverna. Como esperaba Nimor, el oficial al mando se volvi a la izquierda y sigui la curva del pinculo de piedra hacia abajo y desapareci. --Haras bien en variar tu rutina, capitn --susurr Nimor hacia la brigada que se iba--. Un regreso inesperado amedrentara hasta a un valiente como yo. De un silencioso salto, Nimor se lanz hacia la vasta oscuridad, confundindose con la eterna noche. Por un accidente de la formacin de la caverna, la casa Tlabbar apenas tena contacto con el techo de la caverna y las cuevas

superiores. Una larga columna y un par de pequeas estalactitas unan la Tlabbar con el techo, lo que significaba que tena un ngulo ciego sobre el techo de su palacio. Esa era la debilidad que Nimor intentaba aprovechar. Su capa negra se agitaba, y el aire fro le rozaba la cara. Nimor apret los dientes en una sonrisa brutal. Se deleit en los largos instantes que dur su gran salto. Su cuerpo arda con los fuegos oscuros de su herencia, y deseaba despojarse de su apariencia enjuta, pero se no era el momento. Mientras caa, articul las palabras de un conjuro que lo volvera invisible, y mientras el pinculo parecido a una lanza del palacio central de Faen Tlabbar se abalanzaba sobre l, detuvo la cada empleando su poder de levitacin. Menos de seis latidos despus de saltar desde la estalactita, se pos en la afilada cresta de una sala empinada sin que lo detectaran. Aguz el odo en busca de signos de que lo hubieran descubierto y luego se desliz hacia la unin de la sala con el propio castillo. Sus pasos eran tan silenciosos como la muerte. Los elfos oscuros de Faen Tlabbar estaban al tanto de la vulnerabilidad de un asalto desde arriba, y haba centinelas en las almenas y cpulas, al acecho de posibles intrusos. Nimor los evit con cuidado. Aquellos que eran capaces de ver enemigos invisibles (y haba ms de uno) no estaban habituados a tener que estar en guardia frente a los que se deslizaran entre las sombras con la cautela de un maestro de asesinos. Nimor estaba ms preocupado por las barreras mgicas que protegan la casa. Habitualmente se protega con conjuros diseados para contrarrestar y confundir varias formas de deteccin mgica, pero no eran infalibles. Un resplandor verde y dorado brillaba a su alrededor mientras gateaba por las tejas de una torre cuadrada. La Faen Tlabbar, como muchas otras casas, usaba la magia para iluminar y decorar las recargadas agujas y galeras de su hogar. Nimor se puso boca abajo y se inclin an ms sobre el borde para escuchar con cautela. Esperaba encontrar un puesto de guardia y una entrada que condujera a la mansin. Durante dcadas la Jaezred Chaulssin haba usado la magia para descubrir lo que pudiera de las defensas y el mtodo de muchas grandes casas en ms de una ciudad drow. El delgado asesino estudi las notas y dibujos de la casa Tlabbar. La informacin era, por supuesto, incompleta y desfasada, ya que haba partes del castillo que no se dejaban inspeccionar, y la Jaezred Chaulssin no estudiaba las casas de Menzoberranzan desde haca

mucho tiempo. Nimor habra preferido actualizar su informacin gracias a sobornos o la captura de un centinela Tlabbar, aunque no tena tiempo para ello y ajustarse al plan previsto. Oy que algo se mova en el balcn, bajo el alero del tejado en el que estaba. Eran dos, calcul, y al menos uno llevaba cota de malla. Tendra que ser rpido; un solo grito dara al traste con su asalto al castillo. Con calculada paciencia, Nimor se inclin an ms y vio un balcn curvo bajo el alero. A su izquierda, el pasillo se transformaba en una escalera amurallada que conduca a las almenas inferiores, mientras que a la derecha acababa en una puerta negra; estaba abierta. Justo debajo haba un drow con armadura, que miraba sin ver un patio de ms abajo. Nimor estudi al tipo durante treinta latidos, planeando su ataque, mientras en silencio deslizaba la daga fuera de su vaina. Era una hoja de acero encantado negro y verdoso que tena un brillo hmedo bajo la vacilante luz ferica. Entonces, todava invisible, se dej caer tras el guardin Tlabbar. Los pies del asesino tocaron las baldosas con un ruido amortiguado. El centinela empez a volverse y abri la boca para pedir ayuda, pero con un movimiento implacable Nimor le puso una mano en la boca y hundi la daga en la base del crneo. La hoja rechin contra el hueso, y el Tlabbar se desplom sobre los brazos de Nimor, muerto. Dej que el cuerpo sin vida cayera al suelo y levant la mirada hacia el otro centinela, un tipo con las ropas negras de un mago. El mago Tlabbar ech una mirada hacia el rumor, justo a tiempo de ver cmo su compaero de guardia se doblaba y caa al suelo sin causa aparente; pues Nimor an era invisible. --Zilzmaer? Qu pasa? Nimor salt hacia adelante y hundi su daga cubierta de sangre bajo la barbilla del mago, atravesando el cerebro del Tlabbar. El mago se convulsion dos o tres veces, luego tembl y muri. --Shss --sise el asesino--. No es nada. Duerme. Dej al mago al lado de su compaero, y se volvi hacia la oscura arcada que llevaba al castillo. Cuchillo en mano la cruz; para acabar detenido por una barrera invisible que bloqueaba el paso tan firmemente como una pared de ladrillos. Nimor frunci el entrecejo, se arm de voluntad y lo intent de nuevo, para descubrir que le seguan barrando el camino. --Demonios --murmur--. Una restriccin. El castillo Tlabbar, es decir, su interior, estaba protegido por un

conjuro que impeda que un enemigo pusiera un pie en su interior. Nimor era capaz de eludir o desmontar algunas trampas mgicas, pero aquella restriccin estaba ms all de su habilidad para infiltrarse. Eso explica la puerta abierta --pens--. Los Tlabbar confan en sus defensas mgicas. Ahora qu hago? Nimor envain la daga y estudi la arcada. Un conjuro de restriccin se urda para defender un edificio o una zona, pero si los Tlabbar queran moverse por su propio castillo, tendran que haber hecho una restriccin que pudieran atravesar sin demasiada dificultad; quiz con un smbolo de alguna clase o quiz con una contrasea. Nimor rebusc en los cuerpos de los dos muertos, pero no encontr nada que pareciera servir como smbolo para atravesar la restriccin. Podra ser cualquier cosa --pens--. El broche de la capa, una moneda encantada en la bolsa, un pendiente o un collar... Decidi que no tena tiempo para hacer pruebas. Con una mano levant al mago muerto y se lo puso bajo el brazo, entonces volvi hacia la arcada y se enderez para atravesarlo. Esta vez, cruz sin resistencia, como si la barrera no existiera. Entonces es algo que llevan los centinelas, decidi Nimor. Por un momento consider echarse al hombro al mago muerto e ir con l por si necesitaba pasar otra proteccin dentro del castillo, pero decidi no hacerlo. Cautela y velocidad eran su mejor defensa, y acarrear un cuerpo por el castillo le restara ambas. Adems, no era probable que los Tlabbar tuvieran dos restricciones en su palacio, o usaran la misma llave en los dos. Dej al mago en el suelo y se adentr. La arcada daba a un largo corredor de techo alto situado por encima de uno de los salones. Puertas de madera plida de zurkh flanqueaban el saln, daban a estudios, antecmaras, salas de trofeos y a otras habitaciones, si los viejos mapas de Nimor eran correctos. No hizo caso y corri a toda velocidad por el saln, hasta alcanzar una pequea escalera al fondo que descenda al piso inferior. All encontr un glifo mgico que impeda el paso, pero sinti la trampa antes de acercarse lo suficiente para activarla. Salt por encima del pasamano y aterriz en silencio en la escalera. Descenda en una amplia curva y lo llev a otro reluciente corredor negro cerca del centro del castillo, que conduca al altar de la casa. El suelo era de mrmol negro pulido, que brillara como un espejo si

hubiera alguna luz. No muy adelante, haba un par de centinelas que montaban guardia cerca de unas grandes puertas dobles que conducan al santuario de Lloth. Nimor sonri y se felicit por lo oportuno que haba sido. La matrona, y quiz una hija o dos, estaran dentro, ejecutando algn intil ritual a su muda diosa. Se mantuvo escondido con cuidado y ech otro vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie ms se acercaba. Estudi a los dos centinelas de la puerta. Eran unos jvenes soldados, ataviados con orgullo para cumplir el alto deber de ser la guardia de la matrona, pero Nimor no confiaba en sus ojos. Los dos eran ms de lo que parecan, estaba seguro. Decidi esquivarlos, si era posible. Nimor levant la mano izquierda, en la que reluca un anillo tan negro como el azabache. El anillo de las sombras era quiz su arma ms til, un objeto que confera varios poderes mgicos de mucha utilidad. Invoc uno de ellos y se fundi con las sombras del oscuro corredor para salir al santuario ms sagrado de la casa Tlabbar. El templo casi ocupaba el espacio central del gran palacio, su elegante bveda se elevaba sobre su cabeza, ribeteada en plata y azabache, con la insignia de la araa de Lloth. El altar estaba iluminado por un siniestro resplandor plateado, lo mejor para exhibir la abundante riqueza que la casa Faen Tlabbar se haba gastado en decorar la capilla de la Reina Araa. Pero Nimor no prest atencin a las baratijas de oro y a las imgenes llenas de gemas. La matrona Ghenni y dos de sus hijas se postraban ante el imponente dolo negro de la silenciosa diosa, serviles ante Lloth. Sin duda, imploraban a la Reina Araa que devolviera su favor a la casa. No haba nadie ms. Por lo que pareca, la matrona crea que sus centinelas y sirvientes no deban verla postrada, a ella y a sus hijas, en sus adoraciones privadas. Una vez ms la informacin de Nimor sobre la Faen Tlabbar se demostraba acertada. El asesino desenvain el estoque sin hacer ruido y avanz, mirando a su presa. Ghenni era una espectacular elfa oscura, con un cuerpo voluptuoso y una elegancia sinuosa que le permita llevar mejor el paso de los aos que muchas cien aos ms jvenes. Percibi el oscuro destello de una cota de malla bajo las tnicas color esmeralda y sonri. Al parecer, incluso la matrona de una casa poderosa no se sentia del todo segura en su propio hogar sin la proteccin de la Reina Araa.

La matrona se detuvo en su ceremonia, alarmada por algo; un rumor, el fluctuar de una sombra, posiblemente slo una intuicin. Se levant hasta ponerse de rodillas y mir a su alrededor. La cautela era evidente en su expresin. --Sil'zet, Vadalma --sise--. No estamos solas. Las dos chicas se detuvieron al unsono, todava echadas en el fro suelo de piedra. Miraron a su alrededor con recelo. Ghenni se levant con precaucin, mientras llevaba la mano hacia una varita que llevaba en el cinturn. --Quin eres? --exigi saber--. Quin se atreve a importunar nuestras adoraciones? Nimor no respondi aunque se desliz ms cerca. La matrona no lo vea, estaba seguro, pero justo cuando estaba al alcance de su arma, sinti una presencia en la sala. Un fuerza demonaca invisible tom forma en el aire cerca del techo de la bveda. --Cuidado, matrona --murmur la voz fra--. Un asesino invisible se acerca. Dicho sea a su favor, la matrona de la casa Faen Tlabbar no se acobard. Mientras sus hijas se ponan en pie, Ghenni dio dos pasos atrs e hizo un gesto rpido con la varita, al tiempo que pronunciaba la palabra de activacin. Una esfera de oscuridad sali despedida de la varita y explot tras Nimor en una negra mancha de sombras glidas que hicieron presa en l como bestias hambrientas. El asesino hizo caso omiso del conjuro, pues ya saltaba hacia la matrona. Con una precisa estocada, atraves a la Faen Tlabbar. La hoja era tan negra como la noche, un largo estilete de sombra intangible que se desliz a travs de la cota de malla de la matrona como si no existiera. El efecto en la sacerdotisa fue tan letal como era de esperar. Nimor retorci la hoja en el corazn y sonri, aunque ella an no poda verlo. --Saludos, matrona --susurr--. Quiz encuentres las respuestas que buscabas cuando alcances los infiernos negros de Lloth. Ghenni se qued sin aliento y escupi sangre. Trastabill hacia atrs, agarrada a la hoja clavada en su corazn, puso los ojos en blanco y se desplom en el suelo. Nimor arranc su estoque y se volvi hacia la izquierda, hacia Sil'zet, mientras el demonio cobraba forma sobre el cuerpo de Ghenni. Era una criatura esqueltica envuelta en llamas verdes, armada con una cimitarra de hueso que lanzaba destellos negros. Era obvio que el demonio lo vea perfectamente, pues se lanz

hacia Nimor al instante. Dirigi un feroz corte a su cabeza, el cual esquiv sin dificultad, pero la criatura invirti la trayectoria con sorprendente rapidez y atac con un corte a la altura de la cintura. Nimor frunci el entrecejo y salt hacia atrs, por el momento obstaculizado. Tras el demonio, vio que Sil'zet desenrollaba un pergamino para leerlo, mientras Vadalma mantena su posicin, encorvada para recuperar la varita de su madre, y se protega con una daga. --No escapars de esta habitacin con vida, asesino --grit Vadalma--. A m la guardia! Nimor oy cmo los centinelas del exterior intentaban abrir la puerta de la capilla. Se agach y sali disparado, mientras se mantena alejado del demonio de huesos, reacio a enfrentarse a l. Despus de todo, matar a un demonio guardin era intil. Slo le quedaban unos momentos y quera aprovecharlos. El asesino dio un paso rpido y rod bajo la guardia del demonio, se levant junto a Sil'zet, que declamaba las palabras del pergamino. Le incrust la daga en la parte baja de la espalda mientras detena la cimitarra del demonio con su estoque negro. Sil'zet solt un grito de agona y se inclin hacia atrs, pero Nimor le hizo la zancadilla. Se desplom al suelo entre estertores. Nimor hundi la punta del espadn entre sus clavculas. Esta vez el demonio le hizo pagar no haberle prestado atencin. Chill de rabia, mientras le descargaba un golpe con su espada de hueso que le produjo un corte largo y ardiente sobre el omoplato. Nimor apret los dientes por el dolor y rod para alejarse antes de que la criatura lo cortara en dos. Vadalma ladr la palabra de activacin de la varita de su madre y la esfera de sombras estall en direccin a Nimor, azotando la piel del asesino con zarcillos negros tan fros y afilados como cuchillas. La guardia irrumpi con las espadas desenvainadas y una expresin glida e inexpresiva. Se acercaron con increble celeridad, las puntas de las espadas se agitaban mientras buscaban a tientas a Nimor. Se volvan con sacudidas rpidas, como si el ruido de sus botas y los jadeos de su respiracin lo traicionaran. He hecho lo que me propona, se dijo Nimor. Ghenni estaba muerta, y Sil'zet moribunda. Sus tacones repicaban en el suelo mientras se ahogaba en su propia sangre. Le habra gustado matar a Vadalma, pero el demonio y los centinelas (fueran lo que fuesen) complicaban el asunto.

Con una mueca de resignacin, Nimor retrocedi varios pasos y desapareci gracias al poder de su anillo, y apareci un instante ms tarde cerca del balcn por el que haba entrado en el castillo. La restriccin le impeda escapar de un salto dimensional, pero el asesino agarr el cuerpo del mago que haba dejado cerca de la puerta y sali. El corte de la espalda le dola mucho, al igual que las piernas, all donde le haban tocado los zarcillos helados, pero respir profundamente y se permiti una fiera sonrisa de triunfo. --Sois unos tipos con suerte --les dijo a los muertos que haba a sus pies--. Cuando comprueben que guardabais la puerta por la que he entrado, estaris contentos de estar muertos. Los cuerpos no contestaron, por supuesto. Nunca lo hacan. Ech una mirada a la vacilante luz ferica que se vea por encima de las almenas del castillo. Oy las alarmas y los gritos que se elevaban de su interior. Le habra gustado saborear los sonidos durante ms tiempo, pero sus perseguidores no deban de estar muy lejos. Con un suspiro, cerr el puo alrededor del anillo negro y se teletransport.

_____ 4 _____ Halisstra y Ryld jugaron dos partidas en un pequeo tablero de viaje que el maestro de armas llevaba en una bolsa. Ryld Argith gan ambas, aunque Halisstra se lo puso difcil en las dos. Siempre haba tenido talento para el sava, aunque pronto descubri que jugaba con un maestro. Pasaron largas y silenciosas horas en la oscuridad, sin que hubiera seales de que las lamias hubiesen descubierto su escondite. ~No puedo creer que no nos hayan seguido --coment Halisstra con el lenguaje de signos al final de la segunda partida. ~Matamos a muchos de sus esclavos favoritos, imagino. A las lamias no les importaban sus vidas, y quiz no les quedan bastantes para buscarnos por la ciudad. --Ryld sonri con frialdad--. Adems, tambin liquidamos algunas lamias. Quiz no estn muy deseosas de encontrarnos. ~Siempre y cuando nos dejen en paz --respondi Halisstra. El juego de sava ya no la atraa, y se dio cuenta de que estaba

hambrienta. Haban desayunado poco antes del amanecer con las escasas provisiones que haban trado de Ched Nasad, pero Halisstra estaba segura de que el da ya terminaba. Los drows eran capaces de pasar privaciones mejor que la mayora, pero un duro combate seguido de horas de vigilancia la haban dejado exhausta. ~Me muero de hambre --dijo a Ryld--. Parece que la cosa est en calma. Me acercar al campamento y traer provisiones. Sigue alerta. --Regresa pronto --susurr el maestro de armas. Halisstra se levant y se arrebuj en el piwafwi. La sala estaba oscura y tranquila, como lo haba estado durante horas. Volvi en silencio a la cmara donde los dems esperaban a que Pharaun preparara sus conjuros con toda la cautela de la que fue capaz. Oa murmullos. Quenthel y Danifae conversaban en voz baja en el corredor en ruinas. Una sombra oscura revolote en el corazn de Halisstra. Cuando pens en ello, dese que tuvieran pocas cosas que decirse. No debera haberlas dejado solas --se reproch--. Dej que Quenthel me mandara como a un varn! Avanz despacio, era una nube en la oscuridad. Vea a Pharaun sentado y envuelto en una manta, apoyado contra la pared en un ensueo profundo, los ojos medio abiertos. Quenthel y Danifae estaban sentadas, un poco alejadas del mago, lo que las dejaba ms cerca del pasillo en el que estaba Halisstra. --Qu crees que haremos cuando volvamos a Menzoberranzan? Crees que le espera una buena posicin a tu ama? --dijo Quenthel con susurros desdeosos y cidos. --No lo s, matrona --dijo Danifae despus de un largo rato--. No he pensado en el futuro. --Mentira. Te has estrujado los sesos desde el momento en el que pos los ojos en ti en la sala de audiencias de la casa Melarn. Incluso me arriesgara a suponer lo que ocupa tu mente. Te preguntas cmo volver a la casa Yauntyrr en Eryndlyn, con Halisstra Melarn como tu prisionera de guerra. --No me atrevo a tener semejante idea... Quenthel solt una carcajada cruel. --Gurdate tus inocentes protestas para alguien ms ingenuo, muchacha. An no has respondido a mi pregunta. Por qu debera llevaros a ti y a tu duea a Menzoberranzan? --Esa sera mi esperanza --dijo Danifae con voz vacilante--, que

tuviera la oportunidad de demostrarte lo til que soy, para que pudiera escoger la oportunidad de servir. --Veo que esta vez no respondes pensando en tu ama --buf Quenthel--. As que debera premiar tu desleal insolencia protegindote en la casa Baenre, cuando s que no eres ms que una vbora oportunista que abandonar a su duea en cuanto la situacin se le ponga en contra? --Me malinterpretas --dijo Danifae--. Adoptar los mejores y ms tiles nobles de una casa vencida es tradicin entre los mos. Mi ama y yo... Las vboras del ltigo de Quenthel sisearon y chasquearon cerca de la cara de Danifae, y la acallaron. --Creo --dijo Quenthel-- que no malinterpreto nada. Eres una nia tonta que carece de la fuerza necesaria para evitar que la conviertan en esclava. Para m no eres ms que un ornamento intil... o una aduladora muy paciente y lista, en cuyo caso llevarte a mi hogar tampoco sera de utilidad. --Se cruz de brazos, burlndose de Danifae--. Quiz debera advertir a Halisstra de esta conversacin. Dudo que a tu duea le agrade saber lo mucho que supones en su nombre. Es impropio de una criada. --Ests en tu derecho, matrona --dijo Danifae, con una inclinacin de la cabeza--. Puedes hacer conmigo lo que te plazca. Slo me pongo a tu servicio. --De nuevo levant la mirada en actitud sumisa y se humedeci los labios--. En cautividad he llegado a comprender algo de la naturaleza del poder, qu significa tener poder absoluto sobre alguien. Si no estoy hecha para ello, entonces todo lo que me queda es ponerme a disposicin de una hembra que tambin comprenda esas cosas. Halisstra Melarn es mi duea, pero slo porque t quieres. Cuando llegue el momento en que examines el caso, rezo para que me permitas demostrarte mis cualidades ms tiles y me gane la oportunidad de vivir como tu esclava. T, mucho ms que mi ama, comprendes el ejercicio del poder. --Cesa tus disparatados halagos, muchacha --dijo Quenthel. Se levant con ligereza y se acerc un paso, y con una sonrisa en los labios se alz amenazadora ante la chica arrodillada --. Ya te dije que veo ms all de tu cara bonita. Adems, apreciar el silencio es slo una de las virtudes que encuentro cautivadoras en aquellos que tomo bajo mi gentil mando. --Te lo ruego, matrona --murmur Danifae. Se inclin hacia adelante para acariciar su cara contra los muslos de Quenthel, con

los ojos cerrados, enlazando sus brazos alrededor de las rodillas de Quenthel--. Har lo que sea para ganarme tu favor. Te lo suplico. El flagelo de Quenthel se ensortij y acarici el pelo plateado de Danifae. La matrona de la Academia permaneci en silencio, con la misma sonrisa helada en la cara. Cuando extendi el brazo y levant la barbilla de Danifae, se inclin para mirar sus ojos de cerca. --Entiende esto --dijo Quenthel en voz baja--. S exactamente lo que ests haciendo, y no ganars en este juego. Las mujeres de la casa Baenre estamos hechas de una materia ms dura que las debiluchas de la casa Melarn. Saborea cada latido de tu corazn, necia, porque en el instante en que dejes de divertirme, tu vida terminar. Quenthel la solt y se alej, reanudando su inquieto paseo por la polvorienta cmara. Danifae se levant y se encamin al mismo punto en que la haba dejado Halisstra y se arrodill para esperar. Halisstra suspir en el oscuro corredor, oblig a sus rgidas piernas a relajarse. No se haba dado cuenta de lo tensa que estaba. Ahora, qu debo hacer?, pens. Ms de una vez haba usado la belleza de Danifae para asegurarse favores. Si la llamaba para que le diera explicaciones por dirigirse a Quenthel en su ausencia, estaba segura de cmo respondera la muchacha. Danifae aducira que slo exploraba la opinin de Quenthel respecto a ella al fingir la mengua de su lealtad a la casa Melarn, una excusa plausible para acercarse a Quenthel, dadas las circunstancias. Danifae alegara que le haba dicho a Quenthel lo que quera or, con objeto de dilucidar si haba lugar para ella y su ama en la poderosa casa de la sacerdotisa. Era muy probable que terminara con sumisas disculpas y que le pidiera a Halisstra que le quitara la vida si sus acciones, de algn modo, haban desagradado a su noble ama. Por otro lado, no pareca igualmente probable que el acercamiento de Danifae a Quenthel fuese sincero? Si la criada encontraba un modo de escapar al vnculo mgico que la mantena cautiva, necesitara la aprobacin de Quenthel, o, si no, su libertad le costara la vida. Era bastante posible que el mortal capricho de una sacerdotisa noble previniera a Danifae de buscar la liberacin de su vnculo. Despus de todo, si reclamaba su libertad y tentaba a Quenthel para que se la garantizara, la Baenre podra decidir matar a la presuntuosa muchacha. Cualquier drow se deleitara en alentar los sueos de un esclavo, slo para destruirlo por un mero instante de

oscuro placer. Slo un da antes, Halisstra habra descrito a Danifae como una de sus ms preciadas posesiones. No slo estaba sujeta por una lealtad inquebrantable, sino que le serva de confidente, quiz de amiga... a pesar de que su devocin estuviera obligada por la magia. Haban compartido muchas diversiones y maquinado muchas intrigas. Danifae anhelaba acompaarla en su obligado exilio, se ofreci a compartir sus experiencias y continuar su servidumbre. Por supuesto que habra pagado un precio terrible si hubiera permanecido en la casa Melarn despus de la huida de Halisstra, pero era sincera? --Aqu estoy, temerosa de enfrentarme o castigar a mi propia criada --suspir Halisstra--. Desde luego, Lloth me ha bajado del pedestal. Con la frialdad encerrada en el corazn, Halisstra volvi sobre sus pasos. Ya no estaba hambrienta, pero era necesario disipar las sospechas. Se dio media vuelta y avanz hacia el lugar donde se esconda el grupo. Permiti que las suelas de sus botas araaran las piedras cubiertas de arena para que susurraran su presencia en el aire sosegado de la cmara. Dejara que Quenthel y Danifae creyeran que no haba odo nada, pero de ahora en adelante las observara de cerca. *** Nimor Imphraezl se abri camino entre los grandes palacios y las puntiagudas estalagmitas del Qu'ellarz'orl, cubierto con un piwafwi con capucha. Llevaba la insignia de un mercader, disfrazado como un plebeyo adinerado con negocios en la meseta de las casas nobles ms arrogantes de Menzoberranzan. Era un pobre disfraz, pues cualquiera que se fijara en su paso confiado y porte altivo no lo confundira por otra cosa que no fuera un noble drow. Aquella vestimenta era habitual entre los varones nobles que deseaban pasar desapercibidos. Ciertos conjuros que tena a mano le bastaran para mostrar cualquier apariencia que deseara, pero Nimor haba descubierto haca tiempo que el ms sencillo de los disfraces sola ser el mejor. La mayora de las casas drows estaban guardadas por soldados que notaran la aproximacin de alguien enmascarado bajo las redes de una ilusin, pero descubrir un disfraz mundano requera una vigilancia que algunos elfos oscuros haban olvidado.

Dej atrs a un par de soldados Baenre que andaban en direccin opuesta. Los dos lo miraron con franca curiosidad y con no poco recelo. Nimor hizo una reverencia y les solt una broma. Los jvenes miraron atrs una o dos veces, pero continuaron con sus asuntos. Los de Baenre se haban vuelto reacios a buscarse un problema a menos que estuvieran muy seguros de s mismos. De todas formas, Nimor dio un rodeo o dos hasta su destino, para asegurarse de que no se les haba metido en la cabeza seguirlo. Volvi sobre sus pasos por ltima vez como ltima precaucin y se volvi hacia un palacio de altas murallas cerca del centro de la meseta. Se acerc a una puerta parecida a la de una fortaleza. Era la casa Agrach Dyrr, la quinta casa de Menzoberranzan, encaramada entre torres como agujas, rodeada por un gran foso seco. Cada colmillo de roca estaba unido a su vecino por un elegante muro de roca reforzado por adamantita, delgado y fuerte. Arbotantes, bellos como dagas, unan las torres naturales con aquellas construidas por los drows, formando un denso grupo de minaretes y agujas en el centro de un complejo que se elevaba a decenas de metros por encima del suelo. Un puente sin barandillas cruzaba, en un elegante arco, el escarpado abismo que rodeaba la estructura. Nimor subi al puente al descubierto y se acerc. Cerca del extremo contrario se encontr con varios espadachines y un par de magos que parecan competentes. --Detente --exigi el que pareca ser el capitn--. Quin eres y qu te trae a Agrach Dyrr? El asesino se detuvo con una sonrisa en los labios. Senta el gran nmero de instrumentos de muerte apuntados contra l, que podan acabar en su cabeza si pronunciaba una respuesta inoportuna. --Soy Reethk Vaszune, un proveedor de ingredientes mgicos y reactivos --dijo mientras se inclinaba y extenda los brazos --. Me ha convocado el Viejo Dyrr para hacer negocios. --El seor nos dijo que te esperaba, Reethk Vaszune --dijo el capitn--. Ven por aqu. Nimor sigui al capitn a travs de esplndidas salas de recepciones y altos salones. El capitn lo condujo a una pequea sala de estar, decorada con exticos corales y piedras calizas con los motivos de los kuo-toas, las criaturas pez que moraban en algunos de los mares subterrneos de la Antpoda Oscura. Lo bastante extica para indicar la riqueza y el gusto de la casa, la habitacin

irradiaba arrogancia. --Me han informado de que lord Dyrr se unir a nosotros en breve --dijo el capitn. Un momento despus, una puerta oculta en la pared opuesta se abri sin hacer ruido, y apareci el Viejo Dyrr. El anciano mago era decrpito, una rara visin para cualquier elfo, mucho menos para un drow. Se apoyaba en un bculo de madera negra, y su piel de bano pareca delicada y fina como un pergamino. Una chispa brillante y fra arda en el ojo del viejo mago, indicando reservas de ambicin y vitalidad sin explotar a pesar su avanzada edad. --Nos alegramos de volverte a ver tan pronto, maese Reethk --dijo el anciano drow con una voz seca y quebrada --. Has obtenido las cosas de que hablamos? --Creo que estaris satisfecho, lord Dyrr --dijo Nimor. Ech una mirada al capitn de la guardia, que se la devolvi para asegurarse de que poda irse. Dyrr lo despidi con un gesto de la mano. Entonces el viejo mago hizo otro gesto, pronunci una palabra arcana y aisl la sala en una esfera de oscuridad que susurraba y gema como si estuviera viva. --Espero que me perdones, joven, si tomo medidas para asegurarme de que nuestra conversacin es privada --murmur el anciano drow--. Escuchar a escondidas parece ser tradicin entre los de nuestra raza. Arrastr los pies hacia una silla labrada llamativamente y se sent, al parecer indiferente al hecho de darle la espalda a Nimor. --Una sensata precaucin --dijo Nimor. El viejo no me reconoce como una amenaza --pens el asesino--. O es muy confiado (improbable) o se siente seguro. Si tiene tal confianza al aislarse conmigo, entonces tampoco conoce la medida de mi fuerza, o no tengo la medida de la suya. --Es seguridad, joven --dijo el mago--, y no me tienes tomada la medida, porque los dos somos ms de lo que parecemos. --Dyrr volvi a soltar otra carcajada, un sonido spero y hmedo --. Si, s lo que piensas. No he llegado a esta avanzada edad sin tomar precauciones. Ahora, toma asiento. Nos olvidaremos de las tonteras y discutiremos de negocios. Nimor extendi las manos en un gesto de aprobacin y se sent en la silla que haba delante del viejo mago. Reorden sus ideas con cuidado, escondi los secretos ms oscuros en lo ms profundo de su mente, un lugar que no recorrera en presencia de Dyrr, y se

concentr en aquello que los ocupaba. --Sin duda has odo lo de la desafortunada desaparicin de la matrona de la casa Faen Tlabbar? --dijo el asesino--. Y tambin de su hija Sil'zet? --No me pas inadvertido. Cuento con que los Tlabbar vayan gritando asesinato al consejo regente. Me pregunto qu reaccin esperan de las dems matronas. --Quiz estn sumidos en la tristeza --respondi Nimor. Despacio, meti la mano en una bolsa, para que el mago notara la naturaleza deliberada de su movimiento. De sta sac un broche de platino, trabajado con el smbolo de la doble curva rayada de Faen Tlabbar, coronado por un rub oscuro. Nimor lo dej sobre la mesa. --Es el broche de la matrona de la casa. Me lo qued como recuerdo para ti. Espero que tu escudo sea bueno, lord Dyrr. Sin duda los magos Tlabbar buscarn este emblema con toda la magia de que disponen. --Son nios torpes que andan a tientas en la oscuridad --murmur Dyrr--. Hace quinientos aos yo haba olvidado ms del Arte del que han descifrado todos los magos de la casa juntos durante sus aos de entrenamiento. Extendi una mano casi esqueltica hacia el broche y lo sopes. --Estoy seguro de que tienes medios para confirmar la autenticidad de este broche --dijo Nimor. --Oh, te creo, asesino. No creo que me engaes, pero lo examinar ms tarde, slo para estar seguro. El mago dej el broche sobre la mesa y se recost en la silla. Nimor esper con paciencia mientras Dyrr se reclinaba, al tiempo que golpeaba ligeramente su vara con un dedo largo y delgado, esbozando una sonrisa de satisfaccin en la cara. --Bueno --dijo el viejo mago al fin--, en nuestro encuentro anterior te ped que demostraras el alcance y la habilidad de tu hermandad desprendindote de un enemigo de mi casa, y supongo que has hecho eso. Te has ganado que te preste atencin. As que, qu quiere la Jaezred Chaulssin de la casa Agrach Dyrr? Nimor rebull y lanz una mirada incisiva al mago. Dyrr tena que estar muy bien informado para saber ese nombre. Muy pocos fuera de Chaulssin lo saban. De hecho, Nimor evit mencionarlo cuando se haba entrevistado por primera vez con el anciano seor. Se pregunt qu pistas haba dejado para que el mago las

descifrara, y si se poda permitir que Dyrr supiera tanto. --No te precipites, muchacho --lo previno Dyrr--. No dejaste escapar nada que yo no supiera. He sido consciente de la existencia de la casa de las Sombras desde hace mucho. --Estoy impresionado --dijo Nimor. --Al contrario, crees que soy un presuntuoso. --Dyrr se seal la sien y mostr una sonrisa fra--. No soy dado a fanfarronadas o a suposiciones alocadas. Hace tiempo que distingu un patrn de actividad que abarcaba un buen nmero de grandes ciudades de nuestra raza y deduje la existencia de una alianza secreta entre lo que en apariencia eran casas menores, todas famosas por las habilidades de sus asesinos, todas clebres por ser dirigidas por varones, todas aliadas secretas de las dems. Esas familias, que de otro modo acabaran devoradas por sus ambiciosas rivales matriarcales, sobrevivan gracias a la conveniente y violenta muerte de cualquier enemigo emergente. Aunque encuentro irnico que cualquier casa de la Jaezred Chaulssin tenga que considerarse el ms malvolo de los traidores a la ciudad que tiene el infortunio de albergarla. Situar la lealtad a nuestra casa por encima de la debida a la ciudad no es un pecado muy importante, por supuesto, pero admitir un lazo de lealtad con una casa de otra ciudad, eso es algo muy distinto, no es as? --Pareces saber todos nuestros secretos --dijo Nimor, que mantuvo la mente en blanco. Estudi al mago con pies de plomo, intentaba no mostrar los clculos que realizaba en su mente. --No es del todo verdad --respondi Dyrr--. Dara mucho por saber cmo organiza tu hermandad sus casas, dnde reside vuestra verdadera fuerza y quin gobierna vuestra sociedad. Vuestro nombre proviene de la ciudad de Chaulssin, que se perdi en la sombra hace muchos siglos. Me pregunto el significado de esa denominacin. Sabe ms de lo que podemos permitirnos, pens Nimor. Lanz una mirada incisiva al viejo mago al darse cuenta de que Dyrr habra percibido el pensamiento. El anciano mago lo estudi con su mirada lnguida e inclin la cabeza. El asesino recobr el dominio sobre su mente y decidi cambiar de tema. --Por el bien de nuestra amistad, te pido respetuosamente que no hagas nada con tus conocimientos que llame la atencin. Estamos convencidos de que es mejor que nuestros secretos mantengan esa condicin.

--Har lo que me plazca. Sin embargo, no deseo ganarme vuestra enemistad. Creo que sera inapropiado tener a la Jaezred Chaulssin como enemigo. --No es slo inconveniente, lord Dyrr. Es siempre fatal. --Quiz. En cualquier caso, guardar vuestros secretos. El viejo drow ri levemente, mientras se agarraba a la vara con sus manos marchitas. --Ahora, vamos a nuestros negocios, joven. T y tus socios demostrasteis no poca habilidad en el asesinato de la matrona Tlabbar, el enemigo de mi casa. Muy bien, estoy impresionado. Qu quieres de Agrach Dyrr? --Necesito un aliado en Menzoberranzan, lord Dyrr, y tengo la firme sospecha de que t podras serlo. --Nimor se inclin hacia adelante, con una sonrisa artera en los labios --. Los hechos que estn ocurriendo en esta ciudad conducirn a la ruina de las casas que os aventajan. Si escoges formar parte de esos hechos, descubrirs que la casa Agrach Dyrr tiene una gran oportunidad para organizar la ciudad como le plazca. Creemos que nos puedes ayudar a dirigir Menzoberranzan en los tiempos difciles que nos esperan. --Y si nos negamos, moriremos? Nimor se encogi de hombros. --Dada la incertidumbre de la situacin --dijo Dyrr--, soy reacio a abrazar una causa de la que s poco. --Comprensible. Por supuesto, es elucubrar, pero espero que reconozcas la sabidura, en estos tiempos inciertos, de dar pasos decididos y enrgicos para que se haga realidad lo que deseas ver. Impn tu visin en los hechos, en vez de permitir que limiten tu imaginacin. --Es fcil decirlo, joven, pero es ms difcil llevarlo a cabo --dijo Dyrr. El anciano mago permaneci callado largo rato, observando al enjuto asesino con ojos maliciosos, sin pestaear. Nimor afront su mirada sin miedo, pero volvi a preguntarse qu fuerza ocultaba el mago. Dyrr sonri de nuevo, sin duda lea sus pensamientos, y se movi en su asiento. --Muy bien, prncipe de Chaulssin. Has despertado mi curiosidad. Explica con exactitud lo que quieres decir y lo que planeas, y te dir si la casa Agrach Dyrr est dispuesta a apoyar tus temerarias acciones o no.

*** --Juntaos ms, queridos amigos --dijo Pharaun con tono obsequioso--, y os dir unas cosas que sera bueno que recordarais mientras caminamos por las sombras. El mago se mantuvo seguro de s en el centro de la cmara, con los brazos cruzados, sin mostrar un pice del cansancio o desaliento por los desesperados combates de ese mismo da. Tras salir de su ensueo poco antes del ocaso, se haba pasado casi una hora preparando una docena de conjuros de su coleccin de tomos de viaje. Aunque nadie hizo amago de acercarse al mago, todos centraron su atencin en l. Pharaun sonri de placer, satisfecho como nunca de ser el centro de atencin. Enlaz las manos a la espalda como si disertara para principiantes de Sorcere. --Cuando estemos preparados, os conducir por un sendero que pasa alrededor del Margen; los bordes del plano de las sombras. Viajaremos bastante rpido y, por lo menos, inconvenientes menores, como montaas heladas, monstruos hambrientos y humanos cabezotas, no nos molestarn. Calculo que tardaremos de diez a doce horas en alcanzar Mantol-Derith, siempre que no nos perdamos u os conduzca a una horrorosa muerte en un plano lejos de Faerun. --No es que me alientes mucho, Pharaun --suspir Ryld. --Oh, nunca me he perdido en las Profundidades de la Sombra, ni conozco a un mago que lo haya hecho. Por supuesto, no volvera a saberse nada de un tipo tan desafortunado, as que, quiz, un accidente al caminar por las sombras explicara la desaparicin de un joven mago que conoc... --Ve al grano --le espet Quenthel. --De acuerdo. Hay dos cosas importantes que recordar, para aquellos de vosotros que os enfrentis a esta proeza. Primero, aunque no debemos temer dificultades en ese mundo, no tenemos una proteccin especial ante los peligros del Plano de las Sombras. Hay seres en ese lugar que se opondrn a nuestro viaje si topan con nosotros... Me encontr con una de esas criaturas la ltima vez que viaj de esta manera, y estuvo a punto de ser la ltima de mis maravillosas aventuras. Segundo, y ms importante, no me perdis de vista. Permaneced cerca y seguidme diligentemente. Si perdis contacto

conmigo mientras atravesamos el Plano de las Sombras, es muy probable que vaguis por sus sombros eriales durante toda la eternidad; o hasta que algo terrible os devore, lo que es muy posible que suceda bastante antes. Mi atencin debe permanecer en el conjuro y en guiarme por el Margen, as que no me distraigis, a menos claro, que yo no os guste, en cuyo caso sentos libres de pasear por las Profundidades de la Sombra a vuestro antojo. --Podrn seguirnos las lamias? --pregunt Ryld, con un ojo puesto en el corredor que llevaba a la ruinas del exterior. --No, a menos que tengan un mago tan culto y encantador como yo, que conozca un conjuro que le permita seguir el rastro de los caminantes de las sombras, cosa que no creo. --Pharaun sonri--. Podrs librarte del polvo de la superficie, amigo Ryld. No te preocupes ms de los peligros de este lugar y gurdate la inquietud para lo que podramos encontrar en el Margen. --El mago mir a su alrededor, y asinti--. Muy bien, entonces. Asos las manos (tenemos a Jeggred, t puedes agarrarlos a todos a la vez, no?) y permaneced quietos mientras lanzo el conjuro. Pharaun levant los brazos y pronunci una serie de palabras arcanas. Halisstra se qued entre Danifae y Valas, con las manos enlazadas. El gran corredor subterrneo se hizo ms oscuro, si tal cosa era posible en una habitacin sin ninguna iluminacin y bajo tierra. Los drows vean bastante bien en los lugares ms lbregos, pero a Halisstra le pareci como si algn tipo de oscuridad se cerniera sobre ellos. A primera vista, pareca que Pharaun haba tenido xito al conjurar la oscuridad alrededor del grupo, pero cuando estudi el entorno con ms detenimiento, se dio cuenta de que ya no estaban en Faerun. Un fro sobrenatural, que irradiaba del polvo helado bajo sus pies, les roa la piel al descubierto. Las columnas altas y llenas de runas que bordeaban el lugar eran caricaturas retorcidas que surgan de un modo extrao del suelo de la sala. --Raro --murmur Halisstra--. Esperaba algo... diferente. --Este es el mundo de la sombra, querida --dijo Pharaun. Su voz pareca plana y distante, a pesar de que estaba a dos pasos de ella--. Este plano no tiene sustancia. Est hecho de los ecos de nuestro mundo y otros lugares ms extraos. Estamos entre las sombras de las ruinas, pero no son las mismas que atravesamos hace poco. Las lamias y sus aclitos no existen aqu. Ahora, recuerda, mantente cerca y no me pierdas de vista.

El mago se puso en marcha por el corredor que conduca a la superficie. Halisstra pestae sorprendida. Slo dio un pequeo paso mientras se alejaba del grupo, pero de pronto estaba al otro lado de la cmara, y un segundo paso la llev mucho ms lejos del pasillo del exterior. Se apresur para no perder de vista al mago, pero descubri que un simple paso provocaba que la sala se desdibujara en las sombras. Ahora estaba tan cerca de Pharaun que tuvo que reprimir el impulso de separarse, para no quedarse rezagada. --Me siento halagado por tu inters, querida --dijo el mago divertido por su incomodidad--, pero no necesitas estar tan cerca. --Solt una suave carcajada--. Da un paso cuando yo lo haga y andars con ms facilidad. Dio varios pasos mesurados y lentos, mientras permaneca un poco retrasada. El resto del grupo no tard en pillar el truco y en un momento todos marchaban juntos por las polvorientas calles de Hlaungadath bajo un cielo fro y sin estrellas. Cada paso pareca catapultar a Halisstra tres, quiz cinco, metros por el impreciso terreno. Las formas negras de edificios en ruinas se inclinaban amenazadoras desde todos los ngulos, sobre las calles, como si cercaran a los viajeros, para acabar como oscuros borrones a cada paso. Lejos de los muros en ruinas, Pharaun se detuvo un momento para observar al grupo. Hizo un gesto hacia la extensin del desierto que llevaba a las fras montaas del oeste y se puso en marcha con prontitud. Impuso un ritmo rpido que contradeca sus melindres y su aversin a las dificultades de los viajes. Al final, Halisstra se vio capaz de extender las piernas y empez a entender lo rpido que se movan. En cinco minutos de caminata dejaron muy atrs el emplazamiento de la ciudad netherina, que pas a ser una mancha oscura en las confusas arenas. En media hora, las montaas, un lejano muro de picos coronados de nieve desde las calles de Hlaungadath, se alzaban ante ellos como un baluarte de negrura. Caminar por las sombras los ayud a superar lo ms difcil del camino. Sin dudarlo, Pharaun dio un paso por encima de un barranco como si no existiera. La magia del conjuro y el extrao plano por el que avanzaban llev su pie al otro lado del obstculo. Escalar las largas y escarpadas cuestas que suban a las montaas no era ms difcil que dar pasos de piedra a piedra en un riachuelo. --Dime, Pharaun --dijo Quenthel al cabo del rato--, por qu nos arrastramos durante kilmetros de peligrosos tneles de Antpoda

Oscura para llegar a Ched Nasad, cuando podas usar este conjuro para acortar nuestro viaje? Halisstra perciba la ira oculta en la voz de la Baenre, incluso en la lobreguez y desesperanza del Margen Sombro. --Por tres razones, bella Quenthel --respondi Pharaun, sin apartar los ojos del camino invisible que segua --. Primero, no me pediste que hiciera tal cosa. Segundo, los magos de Ched Nasad dispusieron ciertas defensas contra intrusiones de este tipo. Y por ltimo, como dije antes, el Margen es un lugar peligroso. Slo lo suger despus de que todos acordramos que avanzar durante meses por el mundo de la superficie baado por el sol era una perspectiva poco halagea. Quenthel pareci reflexionar sobre las palabras del mago, mientras las montaas se tambaleaban y retorcan, y unos rboles negros empezaban a surgir a su alrededor. --En el futuro --dijo la matrona de Arach-Tinilith-- espero de ti que, por voluntad propia, me transmitas informacin til o sugerencias en el momento oportuno. Tu reticencia a dar informacin podra costamos la vida. Vale eso el magro placer que obtienes de saber cosas que nosotros ignoramos? Los dientes del maestro de Sorcere brillaron en su oscura cara y sigui adelante sin dar una respuesta. Durante algn tiempo dedic su atencin a orientarse. Como Pharaun era, en circunstancias normales, el ms locuaz de todos, el esfuerzo de concentrarse en su conjuro hizo que el grupo permaneciera inusualmente silencioso. Su marcha era atenta, concentrada, y serpenteaban en silencio, y en fila, mientras el insondable viaje a travs de la oscuridad se extenda en lo que podran ser horas o incluso das. Halisstra descubri que empezaba a creer que se era el mundo real, la verdadera sustancia de las cosas, y que la insulsa y trivial rigidez de su mundo era la ilusin. Descubri que no le importaba demasiado ese pensamiento. Mucho tiempo despus, Pharaun levant la mano y se detuvo. Estaban sobre un puentecito de piedra gris, que se arqueaba sobre un profundo barranco por el que flua un arroyo oscuro y burbujeante. Cerca, las negras murallas de una ciudad abandonada se recortaban en el cielo sin luz, un lugar que pareca ms una fortaleza que una poblacin, sus gruesos muros perforados por puertas defendidas por torreones. --Estamos a medio camino de nuestro destino --dijo Pharaun--. Sugiero un descanso de media hora y quiz comer lo que nos queda.

Deberamos reabastecernos de provisiones cuando lleguemos a Mantol-Derith. --Qu lugar es se? --dijo Ryld sealando el castillo abandonado. --se? --Pharaun lo mir de reojo--. Quin sabe? Quiz es el eco de una ciudad de la superficie en este mundo o quiz el reflejo de otra realidad, todo junto. La Sombra es as. La compaa se reuni junto al pretil de piedra del puente y comieron con desgana sus menguantes provisiones. El fro omnipresente del lugar absorbi la calidez del cuerpo de Halisstra, como si las piedras que haba bajo ella se alimentaran de su vida. La tristeza asfixi sus almas, acall cualquier intento de conversacin y dificult el pensar con algn grado de agudeza. Cuando lleg el momento de volver a ponerse en marcha, Halisstra se sorprendi de la apata que se haba apoderado de sus extremidades. Tena pocas ganas de hacer cualquier cosa, excepto desplomarse en el suelo y quedarse quieta, arropada por las sombras. Slo un decidido y concentrado esfuerzo de voluntad hizo que se pusiera de nuevo en movimiento. Ya haban emprendido el camino hacia la noche oscura y se haban alejado del viejo puente cuando Halisstra se dio cuenta de que los seguan. No estaba segura de ello, al principio. Fuera lo que fuese era sigiloso, y la confusin que reinaba en la Sombra le haca dudar de si en realidad haba odo algo o no. Aquello pareca susurrar y rer con disimulo, una presencia que se delataba con una perturbacin del aire quieto, una dbil rfaga del viento a sus espaldas. Se volvi y observ el camino, en busca del perseguidor, pero no vio ms que las cansadas expresiones de sus compaeros. Valas abandon la retaguardia y levant la mirada hacia ella mientras se acercaba. ~Tambin lo sientes? --dijo en el lenguaje de signos. --Qu es? --se pregunt Halisstra en voz alta--. Qu clase de seres viven en un lugar como ste? --Seres a los que Pharaun tiene razones para temer --le respondi el explorador, encogindose de hombros en seal de abatimiento--, cosa que me alarma. --Y se volvi hacia el resto del grupo. Halisstra se qued pasmada al ver lo lejos que se haban alejado en los pocos momentos que se haba detenido para vigilar --. Vamos, no queremos que nos dejen atrs. Quiz lo que nos acecha se contentar con seguirnos.

Se apresuraron a alcanzar a los dems... y en ese momento su perseguidor atac. De las sombras surgi una tremenda figura hecha de oscuridad, un gigante negro y sin rostro que meda ms de seis metros de altura. A pesar de su gran tamao, se mova rpido y en silencio, con una elegancia extraa. Dos valos de plata dibujaban sus ojos, y unas garras largas y delicadas se extendan hacia Halisstra y Valas. Sus sibilantes murmullos llenaron sus mentes con cosas horribles, como plidos gusanos que se arrastraran entre carne podrida. --Pharaun, espera! --grit Halisstra. Tante en busca de la maza mientras el gigante oscuro se acercaba. A su lado, Valas maldeca y desenvainaba sus kukris, ya en posicin de combate. La criatura irradiaba un fro nauseabundo y tangible, como el que flua en todo el plano pero mucho ms concentrado y malvolo. El gigante oscuro reluci, adquiriendo una apariencia casi oleosa, y salt hacia adelante como una exhalacin. Antes de que Halisstra fuera capaz de gritar otra advertencia, un golpe la tir al suelo. El ser se volvi para centrar su terrible mirada en Valas. El explorador de Bregan D'aerthe chill de terror y desvi la mirada, se le cay un kukri y el otro tambin se le desprendi de la mano. Jeggred bram un grito de desafo y salt hacia el monstruo, con las garras extendidas. El gigante oscuro aplast al draegloth contra el suelo con un golpe de su negra mano. El demonio se revolvi para ponerse en pie y salt para dibujar surcos profundos en los muslos y el abdomen del coloso, con la idea de destripar a la criatura, pero las heridas se cerraron despus de que las garras pasaran a travs de la piel de aquel ser. Jeggred aull de frustracin y redobl su intil ataque. --Aljate, idiota! --grit Pharaun--. Es un caminante de las sombras. Necesitas una magia muy poderosa para herirlo. El mago pronunci un apresurado conjuro, y un rayo de electricidad verde sali disparado para impactar a la criatura en el torso; pero la nociva energa atraves la piel negra del monstruo sin causar dao. Vuestros conjuros son intiles --susurr una voz oscura y terrible en la mente de Halisstra--. Tus armas tambin. Eres ma, insensata drow. Se enderez y carg con la maza en alto. El arma era mgica, y esperaba que fuera lo bastante poderosa para herir a la criatura. Un

brazo largo con garras mortferas la atac, pero Halisstra se dej caer al suelo y golpe la rodilla del caminante de las sombras. Con un crujido agudo y un estallido de luz, el arma explot con la fuerza de un trueno. El caminante de las sombras no profiri un solo sonido, pero su rodilla se dobl, y se tambale. El ltigo de Quenthel sise en el aire, azotando la cara de la criatura. Las vboras rasgaron y mordieron la negra carne, dejando unas importantes heridas, pero pareci que al monstruo no le afectaba el veneno mortal que impregnaba el arma. Aparentemente, incluso la ponzoa ms virulenta no causaba mella en la materia sombra. Ryld, en un giro, atac al monstruo con su resplandeciente mandoble. El caminante de las sombras extendi un brazo para apartar el arma, pero el maestro de Melee-Magthere salt hacia atrs y cort la mitad de la mano de la criatura con un golpe brutal. El caminante de las sombras solt un grito mudo, su angustia se clav en las mentes de todos. Hizo caso omiso de los dems y concentr su mirada maligna en Ryld, e invoc un vapor atroz y oscuro que emergi de la tierra bajo sus pies y que les nubl la visin. Halisstra camin a tientas entre la niebla oscura, en busca del monstruo. El vapor abras su nariz como el vitriolo y le irrit los ojos. Quemaba como el fuego. Persisti y advirti que el gigante estaba cerca de ella. Levant la maza y golpe de nuevo, esta vez a las piernas de la criatura. Cerca, oy el chasquido del ltigo de Quenthel, que laceraba la piel oscura de la bestia. Unas enormes garras negras surgieron de la niebla y araaron el escudo de Halisstra, que cay al suelo. --Est aqu! --grit, con la esperanza de atraer a alguien ms al combate, pero la bruma acida le quemaba la garganta como si de fuego se tratara. Entorn los ojos cuanto pudo y golpe al monstruo. La ponzoosa voluntad del caminante de las sombras se pos sobre ella como una manta de locura. Quera quebrar su cordura, pero resisti el nuevo asalto, atacando una y otra vez. La espada de Ryld acuchillaba las tinieblas como una navaja blanca, provocando heridas en el cuerpo de la criatura de sombra. Un fluido negro salpic como gotas de veneno, y los susurros telepticos del caminante de las sombras se elevaron hasta un alarido mental que llev a Halisstra al borde de la locura... Y se hizo el silencio.

De repente sinti cmo el ser perda sus contornos, su cuerpo explotaba y formaba una neblina oscura y apestosa que se disip en las sombras. Halisstra an mantena la boca cerrada ante los vapores venenosos que la criatura haba levantado y sali a cuatro patas de la nube, en busca de aire. Su pecho arda como si hubiera respirado azufre fundido. Cuando al final se vio capaz de abrir los ojos y prestar atencin a lo que la rodeaba, descubri que a la mayor parte del grupo le haba ido un poco mejor que a ella. Ryld se sent sobre una roca, con la espada apoyada en el suelo, exhausto. Quenthel estaba cerca, con las manos en las rodillas, tosiendo. --Es eso lo que te encontraste la otra vez? --dijo la suma sacerdotisa cuando pudo articular palabra. El mago asinti. --Caminantes de las sombras. Vagan por el Margen. Criaturas muertas de las tinieblas, el mal personificado. Y como has visto, pueden ser... formidables. La matrona de la Academia se puso en pie y guard el ltigo en el cinturn. --Creo que entiendo por qu vacilaste en ofrecer este mtodo de viaje --dijo. A pesar de su cansancio, el mago se limpi las ropas. --Cuidado, Quenthel --dijo en tono burln--, casi admites que soy til. La suma sacerdotisa frunci el entrecejo y se irgui con orgullo. Era evidente que no le interesaba ser blanco del sentido del humor del mago. Pharaun hizo un gesto muy elocuente sealando la amorfa oscuridad que tenan por delante. Pareca no percibir la fulminante mirada que le dedicaba Quenthel. --Nuestro camino nos conduce hacia la sombra de nuestra Antpoda Oscura --dijo--. Sugiero que redoblemos esfuerzos y acabemos nuestro viaje pronto, pues podra haber ms caminantes de las sombras alrededor. --Eso es una idea condenadamente buena --refunfu Ryld--. Cunto queda? --No ms de una hora, quiz dos --respondi Pharaun. El mago esper mientras los elfos oscuros se levantaban y se situaban tras l. Ryld y Valas, los dos que haban soportado la virulencia de la mirada terrorfica del caminante de las sombras,

parecan exhaustos y mostraban una tez cenicienta. Apenas eran capaces de mantenerse en pie. --Vamos --dijo Pharaun--. Mantol-Derith no es Menzoberranzan, pero ser el lugar ms civilizado que hemos visto en das, y no es probable que alguien quiera matarnos. Al menos de inmediato.

_____ 5 _____ Nada ms los molest durante el resto del viaje. Salieron del Margen poco despus del ataque del caminante de las sombras y reaparecieron en Faerun, en el fondo de un desfiladero subterrneo. Las paredes estaban marcadas con varios signos y mensajes de aquellos que se haban detenido all. Era evidente que era un lugar de acampada habitual, cerca de la caverna de los mercaderes. El grupo descans all unas horas, tratando de quitarse de encima el fro insidioso del Margen Sombro. Despus de descansar, abandonaron la sima y entraron en una larga caverna, un tnel de paredes desbastadas, con alguna que otra cueva, que atravesaba kilmetros de oscuridad. Valas condujo al grupo, ya que estaba familiarizado con el lugar y la ruta que seguan. Despus de los cielos ardientes de la superficie y la miserable penumbra del plano de las sombras, los peligros rutinarios de la Antpoda Oscura les parecieron viejos amigos. se era su mundo, el lugar al que pertenecan, incluso para aquellos pocos que raramente se aventuraban fuera de sus ciudades. Despus de marchar unos dos kilmetros, Valas solicit una parada breve y se arrodill para bosquejar un tosco mapa en el polvo del suelo del tnel. --Mantol-Derith est a un kilmetro de aqu. Recordad, es un lugar de comercio y alianzas con otras razas. No gobernamos Mantol-Derith (nadie lo hace), y sera prudente que evitramos ofender a cualquiera que nos encontrramos, a menos que busquis una pelea, lo que nos hara perder tiempo y recursos. Adems, he pensado en la mejor manera para abrirnos camino desde la caverna de comercio hasta las posesiones de la casa Jaelre

en el Laberinto. Nuestro camino debe atravesar el dominio de Gracklstugh, la ciudad de los enanos grises. --Bajo ninguna circunstancia nos acercaremos a Gracklstugh --dijo Quenthel al instante--. Los duergars destruyeron Ched Nasad. No veo la razn de presentarme en sus dominios para que nos maten. --Tenemos pocas opciones, matrona --dijo Valas--. Estamos al nordeste del reino duergar, y el Laberinto est a varios das al suroeste de la ciudad. No podemos rodear la ciudad por el norte porque el Lagoscuro est en medio, y los duergars patrullan sus aguas. Rodearla por el norte nos costara casi tres semanas de difcil ruta que no conozco demasiado bien. --Entonces, por qu hemos venido por este camino? --murmur Jeggred--. Tambin podramos haber vuelto a Menzoberranzan. --Bueno, por una cosa, Gracklstugh an est entre nosotros y la casa Jaelre. Tanto si estamos en Mantol-Derith o en Menzoberranzan --respondi Pharaun. Seal tres puntos en el tosco mapa de Valas--, tendramos que tratar con los enanos grises. La cuestin es si nos atrevemos a atravesar Gracklstugh o no. --Seras capaz de llevarnos ms all de la ciudad caminando por las sombras? --pregunt Danifae. --Nunca he viajado ms all de Mantol-Derith en esa direccin --dijo Pharaun con una mueca--, y ese tipo de viaje es ms til cuando vas a un destino conocido. En cualquier caso, no me sorprendera descubrir que los duergars han cerrado su reino a la entrada de viajeros por los otros planos. --Estamos seguros de que los enanos grises rechazarn nuestra presencia? --pregunt Ryld--. Los mercaderes de Menzoberranzan viajan a Gracklstugh bastante a menudo, y los duergars traen sus mercancas al bazar de Menzoberranzan. Es posible que Gracklstugh no tenga nada que ver con los mercenarios duergars que atacaron Ched Nasad. --No he odo nada que me sugiera que deberamos arriesgarnos a entrar en Gracklstugh --dijo Quenthel. Hizo un gesto lacnico con la mano, acallando el debate--. Prefiero no apostar por la hospitalidad de los enanos grises, al menos despus de la cada de Ched Nasad. Rodearemos la ciudad por el norte, y confiar en maese Hune para que encuentre un camino. Halisstra mir a Ryld y Valas. El explorador se morda el labio, preocupado, mientras el maestro de armas, resignado, bajaba los

ojos. --Estamos a dos o tres kilmetros de la caverna conocida como Mantol-Derith? --pregunt Halisstra sealando el mapa. --S, seora --respondi Valas. --Y escojamos el camino que escojamos, tenemos que pasar por ese lugar? El explorador de Bregan D'aerthe asinti de nuevo. --Entonces quiz deberamos ver lo que descubrimos en la caverna de comercio antes de tomar una decisin --propuso Halisstra. Senta los ojos de Quenthel sobre ella, aunque no mir a la de Baenre--. Podra haber mercaderes duergars all que arrojaran algo de luz a la cuestin. Si no, bueno, de cualquier modo tendremos que aprovisionarnos antes de partir a las zonas yermas de la Antpoda Oscura. --Hicieron el trabajo de Gracklstugh cuando destruyeron la ciudad --dijo Quenthel Baenre en tono sombro. Se enderez y puso los brazos en jarras, mientras miraba el bosquejo del suelo. Pens un momento y luego, enojada, lo borr con el pie --. Entonces vamos a ver lo que descubrimos en Mantol-Derith. Sospecho que el tiempo es esencial, y si podemos ahorrarnos un desvo de veinte o treinta das para evitar la ciudad, deberamos hacerlo; pero si omos algo que indique que Gracklstugh tiene algo que ver con lo sucedido, iremos por los tneles. Valas asinti. --Muy bien, matrona, sospecho que podremos arreglar nuestra entrada a menos que los duergars estn en guerra abierta con Menzoberranzan. He tratado antes con enanos grises, y no hay nada que no vendan por un buen precio. Buscar un gua duergar en Mantol-Derith y ver lo que descubro. --Bien --dijo Quenthel--. Llvanos hasta los duergars, y haremos... --No, matrona, nosotros no --dijo el explorador. Se puso en pie y se limpi las manos--. La mayora de los duergars sienten poca simpata por los drows, y mucho menos por nobles, e incluso menos por las sacerdotisas de la Reina Araa. Tu presencia slo complicara las cosas. Sera mejor que llevara yo mismo las negociaciones. Quenthel frunci el entrecejo. Jeggred, que estaba cerca de ella, refunfu. --Lo seguir y no lo perder de vista, matrona.

--Si una sacerdotisa de Lloth pone nervioso a un enano gris, qu crees que pasara contigo? --dijo Pharaun despus de soltar una repentina carcajada. El draegloth se irgui, pero Quenthel sacudi la cabeza. --No --dijo--, tiene razn. Buscaremos un lugar donde esperar y quiz obtengamos noticias mientras Valas se cuida de los detalles. Reanudaron la marcha y pronto llegaron a Mantol-Derith. El lugar era mucho ms pequeo de lo que esperaba Halisstra, una caverna de no ms de diecinueve o veinte metros de altura y quiz el doble de anchura, aunque serpenteaba varios cientos de metros. Estaba acostumbrada a la inmensidad del gran desfiladero de Ched Nasad, y las historias que haba odo de otros lugares civilizados bajo tierra a menudo hablaban de tremendas cavernas de kilmetros de un lado a otro. Mantol-Derith no sera ms que una caverna lateral de una ciudad drow. Adems, estaba mucho menos abarrotado de lo que habra esperado. Los mercados en su ciudad natal siempre estaban llenos, atestados de drows normales o esclavos de nobles atareados. Del mercado de una ciudad drow por lo general emanaba trabajo, energa y actividad, incluso si esas cualidades estaban particularmente distorsionadas para encajar con los gustos estticos de una sociedad drow. Mantol-Derith era, en comparacin, silencioso e imponente. Aqu y all, en toda la longitud de la caverna, se sentaban pequeos grupos de comerciantes, sus mercancas encerradas en cofres detrs de ellos en vez de expuestas. Nadie gritaba o regateaba o rea. Los negocios que se traan entre manos pareca que se llevaba a cabo entre susurros y sombras. En Mantol-Derith se reunan criaturas de muchas razas. Unos cuantos mercaderes drows aguardaban en las esquinas de la caverna, la mayora de Menzoberranzan, si Halisstra interpretaba correctamente los blasones de las mercancas. Los ilitas se movan sin problemas de un sitio a otro, su piel color malva refulga con un brillo hmedo, y retorcan sus tentculos bajo las cabezas de cefalpodo. Un puado de hoscos svirfneblin se apiaban en una parte, mirando a los drows con resentimiento. Por supuesto, tambin los duergars estaban presentes en buen nmero. Bajos y de hombros anchos, los huesudos enanos grises se reunan en reservadas sociedades y conversaban entre ellos en voz baja en su lengua gutural. Halisstra segua a Pharaun, al tiempo que estudiaba a cada

grupo a medida que los dejaban atrs. Percibi que el mago intercambiaba seales discretas con Valas mientras se internaban en el mercado. --No hay muchos mercaderes hoy --coment el mago--. Dnde estarn todos? --El caos en Menzoberranzan ha trado pocos compradores --respondi Valas despus de mirar de soslayo para asegurarse de que Quenthel no miraba--. Pocos compradores significan pocos vendedores. Parece que la anarqua no es buena para los negocios. El explorador se volvi para mirar a un grupo cercano de duergars. --Seguid adelante --dijo casi sin volverse--. Hallaris alguna posada un poco ms lejos. Nos encontraremos all. Se acerc a los enanos grises en silencio, mientras haca un extrao saludo con las manos unidas y se sumaba a los susurros de los mercaderes duergars. El resto del grupo continu. Encontraron la posada a la que se refera el explorador en una malsana cueva cerca del extremo sur de Mantol-Derith. All, una hosca enana gris aterrorizaba a un puado de esclavos goblins, obligndolos sin compasin a hacer una tarea tras otra. Varios fuegos crepitaban sin orden ni concierto en la zona, calentando ollas de un espeso estofado, atendidos por los atosigados cocineros. Otros esclavos se afanaban en escanciar los toneles de cerveza de hongos o la cerveza dorada robada en la superficie, y servan a los silenciosos parroquianos que se reunan alrededor de los fuegos, sentados en rocas planas dispuestas como sillas. Unas puertas macizas de fibra de hongo petrificado o chapa de acero oxidada cerraban hendiduras en las paredes. Halisstra supuso que llevaban a las habitaciones de la posada. Las cmaras deban ser muy seguras con esas puertas, aunque no era capaz de imaginar su comodidad. --Qu... rstico --dijo Halisstra. Por un instante le pas por la cabeza si su destino sera vivir el resto de su destierro agazapada en un cuchitril parecido. --Es an ms encantador que la ltima vez que estuve aqu --dijo Pharaun con una sonrisa forzada--. La enana de all se llama Dinnka. Descubrirs que esta posada sin nombre al borde del camino es uno de los mejores alojamientos disponibles en MantolDerith. Tendrs comida, fuego y refugio (tres cosas difciles de conseguir en los yermos de la Antpoda Oscura), y pagars una pequea fortuna por ello.

--Supongo que ser mejor que descansar en unas ruinas de la superficie infestadas de monstruos --dijo Quenthel. Encabez la marcha mientras el grupo se acercaba a uno de los fuegos. Un tro de osgos ocupaba los asientos. Por lo que pareca eran mercenarios de cierto nivel, a juzgar por la calidad de sus armaduras. Las peludas criaturas estaban ensimismadas en sus jarras de cerveza de hongo y mordan muslos de carne de rote. Uno a uno, los fornidos guerreros levantaron la mirada mientras los cinco drows y Jeggred se acercaban. Quenthel cruz los brazos y mir a las criaturas con desprecio. --Y bien? --dijo. Los osgos grueron, dejaron la cerveza y la comida, al tiempo que llevaban las manos a las empuaduras de las hachas que sobresalan de sus cinturones. El movimiento llam la atencin de Halisstra. Osgos con dos dedos de frente habran abandonado los asientos de inmediato, casi en toda la Antpoda Oscura. No eran esclavos drows (era evidente que no, si estaban en Mantol-Derith), pero ella se haba aventurado por lugares parecidos cerca de Ched Nasad las suficientes veces para comprender que criaturas como los osgos aprendan rpido a dejar paso a los habitantes de la Antpoda Oscura verdaderamente peligrosos, como los elfos oscuros nobles. --Bien, qu? --refunfu el ms grande de los tres--. Te costar ms de un chiste que dejemos los asientos. --Crees que puedes hacer que nos levantemos? --aadi otro osgo--. Los elfitos no asustan tanto como antes, sabes. Quiz tengas que demostrarnos por qu vamos a hacer lo que dices. Quenthel esper un momento. --Jeggred --dijo al cabo de unos instantes. El draegloth dio un salto y levant al primer osgo. Con los dos brazos ms pequeos le baj las manos para evitar que sacara las armas que tena en el cinturn. Le sujet la cabeza con una de las garras y la otra se la hundi en la cara. El mercenario chill algo en su grosero lenguaje y forceje con el draegloth. Jeggred sonri, fij las zarpas en la cabeza del monstruo y tir hacia atrs con fuerza, de forma que arranc la parte delantera del crneo del osgo. Sangre y cerebro salpicaron a sus compaeros, que se pusieron en pie mientras sacaban hachas y espadas. Jeggred baj un poco el cuerpo que se agitaba y mir a los otros dos. --El siguiente? --dijo con voz meliflua.

Los dos osgos que quedaban se apartaron y huyeron aterrorizados. Jeggred sacudi la cabeza, arroj el cuerpo a un lado y tom asiento ante el fuego. Se sirvi un trozo de asado dejado por un osgo y levant una de las jarras con la otra mano. --Osgos... --murmur. --Eh, t! La arisca posadera duergar (Dinnka) corri hacia ellos, con expresin de disgusto. --Esos tres an no haban pagado la cuenta --se quej--. Por los nueve infiernos, cmo conseguir ahora que me paguen lo que me deben? Ryld se encorv y le quit la bolsa al osgo. Se la tir a Dinnka. --Ajusta cuentas con esto --dijo el maestro de armas--, y lo que queda va para nuestra ronda. Querremos buen vino y ms comida. La duergar asi la bolsa, pero no se movi. --No me gusta que asustis a parroquianos que pagan, drow. Ni que los matis. La prxima vez asesinad en vuestra casa, donde toca. Se alej, mientras ladraba rdenes a los esclavos goblins. Halisstra observ cmo se iba. ~Eso es extrao. Habis odo lo que ha dicho el osgo? - -dijo en el lenguaje de signos. --Lo que dijo de que los drows no eran tan temibles como acostumbraban? --dijo Ryld, y luego cambi a los signos--. Ha llegado tan pronto la noticia de la cada de Ched Nasad? Fue hace solo dos das, y Mantol-Derith est a muchas jornadas de viaje de la Ciudad de las Telaraas Relucientes. ~Es posible que mediante un examen mgico o unos conjuros de comunicacin ya se haya difundido --dijo Halisstra--. O... quiz quera decir otra cosa. Quiz ya se conoce alguna de nuestras atpicas dificultades. Eso --pens Halisstra-- es muy inquietante. Enanos grises e ilitas eran enemigos muy capaces, criaturas que conocan muchos secretos de brujera. Percibir la debilidad de los drows no sera del todo sorprendente, pero si unos vulgares mercenarios osgos estaban al tanto de los asuntos de Ched Nasad o Menzoberranzan, lo saba mucha gente. Los esclavos goblins volvieron de los fogones cargados con comida, mejor de la que haban disfrutado los osgos, y botellas de vino frescas de alguna via de la superficie. Los esclavos recogieron

el voluminoso cuerpo del osgo muerto y lo arrastraron hacia la oscuridad. Los elfos oscuros apenas les prestaron atencin. Los esclavos goblins estaban tan lejos de su percepcin que era como si no existieran. El grupo comi y bebi en silencio, ocupado en sus propios pensamientos. Al cabo de un rato, Valas se uni a ellos, acompaado por otro enano gris. Era un varn, con una barba corta de color gris hierro y sin un solo pelo por encima de las cejas. El duergar llevaba una cota de malla y una terrorfica hacha en el costado. Su cara estaba mutilada por tres cicatrices que le haban arrancado una oreja y retorcido la parte derecha de la cara. Podra ser un mercader, un mercenario, un minero... su austera indumentaria ofreca pocas pistas en cuanto a su ocupacin. --Este es Ghevel Picahlla --dijo el explorador--. Es propietario de una barca que est amarrada aqu al lado, en el Lagoscuro. Nos llevar a Gracklstugh. --Deseo cobrar por adelantado --advirti el enano gris--. Y quiero que sepis que tengo contratado un seguro con mi gremio. Si pensis en cortarme el gaznate y tirarme al agua, os buscarn hasta dar con vosotros. --Un alma confiada --dijo Pharaun con una sonrisa--. No nos interesa robarte, maese Picahlla. --Tomar mis precauciones, de todas formas. --El duergar mir a Valas y pregunt--: Ya sabes dnde est la barca. Pgame ahora, y me encontraris all maana, temprano. --Cmo sabemos que no nos robars, enano? --refunfu Jeggred. --Por lo general es un mal negocio robar a un drow, a menos que consigas liquidarlo --respondi el enano--. Por supuesto, eso est cambiando, pero no tan rpido como para arriesgarme hoy. Valas agit una bolsa frente al enano y la dej caer en su mano. De inmediato el enano vaci el contenido en la otra, evaluando las gemas antes de volverlas a meter en la bolsa. --Tenis prisa o vuestro hombre habra conseguido un precio mejor. Ah, pero bueno, los drows no saben apreciar una buena gema despus de todo. Se volvi y se alej. --Es la ltima vez que lo ves --dijo Jeggred--. Tendras que haberle pagado ms tarde. --Insisti en ello --repuso Valas--. Dijo que quera asegurarse de

que no lo matbamos para recuperar el precio del viaje. --El explorador mir hacia el duergar y se encogi de hombros --. No creo que nos time. Si es esa clase de duergar, bueno, no durara mucho en Mantol-Derith. A la gente de aqu no le gusta que la embauquen. --Puede asegurarnos que entraremos en Gracklstugh sin problemas? --pregunt Ryld. --Tendremos que llevar cierta clase de documentos o cartas --respondi Valas despus de extender las manos-- que Picahlla nos puede arreglar. Creo que es algn tipo de licencia mercantil. --No llevamos mercancas --coment Pharaun con sequedad--. Esa explicacin no parece un poco dbil? --Le dije que la familia de lady Quenthel tena negocios en Eryndlyn que desea inspeccionar y que, si encuentra las cosas en orden, estara interesada en negociar los servicios de carreteros duergars para transportar las mercancas a travs del territorio de Gracklstugh. Adems, suger que Picahlla podra hacerse con una parte del arreglo. Pharaun no tuvo tiempo de responder antes de que la caverna reverberara con el ruido de numerosos pies. Los elfos oscuros apartaron la mirada del fuego y vieron que un gran grupo de guerreros osgos se acercaba, acaudillados por los dos mercenarios que haban huido antes. Al menos una docena de sus compaeros los seguan de cerca, hachas y mayales erizados de pinchos en las manos, la muerte en sus ojos. Los dems parroquianos de Dinnka empezaron a escabullirse, en busca de entornos ms seguros. Los corpulentos humanoides murmuraban y gruan entre ellos en su idioma. --Decidme --dijo Valas--, da la casualidad de que alguien mat, mutil o humill a un osgo mientras yo hablaba con Picahlla? --El explorador cruz una mirada con los dems y sus ojos se posaron en Jeggred, que se encogi de hombros. Lanz un suspiro --. No fui claro cuando advert que no quera peleas? --Hubo un malentendido con la distribucin de asientos --explic Quenthel. Ryld se levant y se pas la capa por encima del hombro a fin de tener los brazos libres para el combate. --Tendramos que haber pensado que habra ms por los alrededores --dijo. --Es el momento de recordarles a esas estpidas criaturas quin manda aqu --coment Halisstra.

Quenthel se levant y sac el flagelo de tres colas, mientras miraba a los guerreros que se acercaban con una sonrisa abyecta. --Jeggred? --dijo. *** Gomph Baenre estaba en un balcn muy alto, estudiando las deslucidas luces fericas de Menzoberranzan. Llevaba esperando casi una hora, y su paciencia estaba a punto de acabar. En otras circunstancias una hora aqu o una all no significara nada para un elfo oscuro con siglos de vida por delante, pero aquello era diferente. El archimalo esperaba atemorizado, temiendo la llegada del que lo haba convocado a ese encuentro clandestino. No era un sensacin a la que Gomph estuviera acostumbrado, y descubri que despus de todo no le importaba. Haba tomado, por supuesto, precauciones extremas, protegido por una serie de conjuros defensivos y una cuidadosa seleccin de objetos mgicos protectores. El archimago no estaba muy convencido de que esas precauciones disuadieran al que vena a reunirse con l en ese lugar solitario y azotado por los vientos. --Gomph Baenre --lo salud una voz fra y rasposa. Antes de que el archimago empezara a darse la vuelta, sinti la presencia del otro, un glido escalofro que de algn modo se las arregl para aplastar sus defensas. La presencia de una magia poderosa y terrible--. Qu bien que aceptaras mi invitacin. Ha pasado mucho tiempo, no? El anciano hechicero Dyrr sali de entre las sombras del fondo del balcn, apoyado en su gran bculo. Sus pies parecan inmviles mientras se deslizaba entre el rumor de sus prendas con la soltura de un viejo al caminar. A Dyrr le convena usar la apariencia de un venerable elfo oscuro de fantstica edad entre los ambiciosos drows de su casa, pero la visin arcana de Gomph atravesaba el disfraz y vea la verdad que esconda. Dyrr estaba muerto, muerto haca muchos siglos. No quedaba ms del anciano mago que huesos polvorientos revestidos de jirones de piel momificada. Las manos eran las garras de un esqueleto; las ropas estaban desteidas y radas; la cara era una calavera sonriente y abominable, y las cuencas negras de los ojos brillaban con la llama verde de su poderoso espritu. --Veo que mi pobre disfraz no te engaa --dijo el liche con un

chillido--. La verdad es que me sentira muy decepcionado si te enredara con tanta facilidad, archimago. --Lord Dyrr --dijo Gomph. Inclin la cabeza sin apartar los ojos del liche--. La verdad, me sorprende ver que an ests entre nosotros. O que an vivas... eh, por as decirlo... confinado en tu casa. De vez en cuando pens que distingua una mano astuta que guiaba los asuntos de Agrach Dyrr, pero no encontr a nadie que afirmara haberte visto en casi doscientos aos, y ha pasado casi el doble desde la ltima vez que hablamos. --Valoro mi intimidad y exhorto a mis descendientes a valorarla. Es mejor para todos los involucrados si mi mano permanece escondida. No queremos que las matronas se pongan nerviosas, verdad? --Desde luego. S que no les gustan las sorpresas. El liche solt una carcajada, un sonido horrible que helaba la sangre. Se acerc ms, para situarse junto a Gomph y mirar la ciudad. El archimago se encontraba bastante incmodo ante la presencia antinatural de la criatura no muerta; de nuevo, una sensacin que no experimentaba a menudo. Qu secretos guardar este fantasma en su crneo vaco? --se pregunt Gomph--. Qu sabe sobre esta ciudad que nadie ms recuerda? Qu solitarias y terribles cotas de conocimiento ha alcanzado en las lgubres centurias de su existencia imperecedera? Las preguntas angustiaron a Gomph, pero decidi apartar tales especulaciones por el momento. --Bueno, lord Dyrr, solicitaste este encuentro. De qu asunto hablaremos? --Siempre fuiste admirablemente directo, joven Baenre --dijo el liche--. Es una agradable cualidad de los nuestros: ir directo al grano. Qu piensas de las recientes dificultades que acosan a nuestra bella ciudad? En especial, qu crees que debe hacerse con la debilidad que azota ahora a la casta gobernante de las sacerdotisas? --Qu debe hacerse? --respondi Gomph--. Es difcil decirlo cuando la pregunta parece ser: qu puede hacerse? Apenas est en mi poder rogarle a la Reina de la Red de Pozos Demonacos que devuelva su poder a sus sacerdotisas. Lloth har lo que le plazca. --Como siempre. No quiero decir que t debas actuar de otro modo. --El liche hizo una pausa, el fuego verde de su mirada se clav en el archimago--. Qu ves cuando paseas la mirada por

Menzoberranzan, Gomph? --Desorden. Peligro. Exclusin. --Y, quiz, oportunidad? --S, por supuesto --dijo Gomph, despus de vacilar un instante. --Has titubeado. No ests de acuerdo conmigo? --No, no es eso. El archimago frunci el entrecejo y escogi las palabras con cuidado. No deseaba ofender a la poderosa aparicin. Dyrr pareca bastante civilizado, pero la mente no siempre lleva bien varios siglos de no muerte. Tena que asumir que no haba nada de lo que el liche no fuera capaz. --Lord Dyrr --dijo--, seguro que has observado que las tretas de la Reina Araa no tienen fin. La nica certeza de nuestra existencia es que Lloth es una deidad caprichosa y exigente, una diosa que disfruta enseando lecciones muy duras. Y si su silencio es una artimaa para probar a sus fieles? No es probable que Lloth niegue su favor a las sacerdotisas para ver cmo responden? O (peor an) para ver si los enemigos de sus sacerdotisas se envalentonan para salir de las sombras y atacar a sus fieles? Si se es el caso, que suceder entonces con alguien lo bastante estpido para desafiar a la Reina de las Araas, cuando se canse de la prueba y devuelva todo su favor a las sacerdotisas tan repentinamente como lo retir? No me gustara que esa estratagema me cogiera por sorpresa. En absoluto. --Tu lgica es bastante atinada, aunque creo que has permitido que el hbito de la precaucin estorbe tus pensamientos --dijo Dyrr--. Casi coincido contigo, querido, excepto por ese hecho. En los ms de dos mil aos que hace que me muevo por este mundo, nunca he visto que sucediera esto. Oh, soy capaz de recordar varias ocasiones en las que arbitrariamente decidi dejar de favorecer a esa sacerdotisa o a aquella casa, entregndoselas a sus enemigos, pero nunca abandon a toda nuestra raza mes tras mes. --El liche levant la mirada en un gesto reflexivo--. Parece una manera incorrecta de tratar a los devotos. Si alguna vez alcanzo la divinidad, creo que intentara hacerlo mejor. --Entonces, qu propones, lord Dyrr? --An no propongo nada, pero me planteo, joven Baenre, si se debera confiar en las impotentes sacerdotisas para que dirijan la ciudad durante mucho tiempo ms. T y yo, an manejamos grandes y terribles poderes, no es as? Los secretos msticos de nuestro

Arte no nos han abandonado, ni es muy probable que lo hagan en el futuro. Quiz es el momento de que nos confen la seguridad de nuestra civilizacin, la defensa de nuestra ciudad, de tomar las riendas del gobierno que las matronas ya no son lo bastante fuertes para llevar. El peligro para nuestra ciudad crece a cada hora. Despus de todo, hay rivales fuera del Dominio Oscuro, otras razas y reinos que nos amenazan. --Y precisamente por eso soy reacio a volver a los magos contra las sacerdotisas --respondi Gomph--. Lo nico que podra incrementar nuestra vulnerabilidad sera empezar una guerra civil. Para ahorrarnos el destino de Ched Nasad, debemos apoyar el orden existente hasta que acabe la crisis. --Y qu favores crees que ganars de las sacerdotisas o de la misma Reina Araa por esa ciega lealtad? --Dyrr se volvi hacia Gomph y golpe con suavidad el pecho del archimago con el dedo ndice. Gomph no pudo evitar un escalofro--. Tienes potencial, joven Gomph. No careces de talento, y ms all de la casa Baenre ves Menzoberranzan. Pon esas cualidades a trabajar y examina con cuidado el rumbo que escoges durante los prximos das. Los hechos que se avecinan te depararn oportunidades de grandeza o de fracaso. No tomes la decisin equivocada. Gomph dio un cauteloso paso atrs y se elev sobre el inmenso abismo de la caverna. --Lo siento, debo atender Narbondel, lord Dyrr. Ahora me ir... y estudiar detenidamente tus palabras. Puede que valores la situacin con ms acierto que yo. La ardiente mirada del liche sigui a Gomph hacia la oscuridad mientras descenda hacia la ciudad. Desde luego que meditara las palabras del liche. Era capaz de sortear a Dyrr con cortesa y cautela, pero no indefinidamente. Gomph estaba seguro que el liche esperara una respuesta diferente la prxima vez que se vieran. *** El Lagoscuro era un lugar extrao y terrible. La negrura ms grande que Halisstra haba visto nunca envolva al grupo. Aqul era un espacio tan vasto que sus escondrijos atormentaban la mente. Muchas de las grandes cavernas de los drows tenan kilmetros de ancho. Eran grandiosos lugares que albergaban a ciudades de miles de habitantes, pero (si Picahlla no exageraba) el Lagoscuro

ocupaba una caverna de cientos de kilmetros de un lado a otro y centenares de metros de altura. Grandes columnas del tamao de montaas sostenan el techo, creando archipilagos de colmillos en la oscuridad. Las aguas del lago casi llenaban el inmenso espacio. Mientras navegaban, el techo muchas veces estaba a menos de un tiro de lanza y dejaba decenas o incluso cientos de metros de misteriosa negrura ante ellos. Era una sensacin estremecedora. La barca de Picahlla era bastante incmoda: una nave asimtrica construida en su mayor parte por tablas aserradas de los troncos leosos de un determinado hongo gigante de la Antpoda Oscura, calafateadas con barnices para reforzarla y endurecerla. La madera de zurkh formaba una plataforma ancha, que flotaba sobre bolsas llenas de aire extradas de alguna especie acutica de hongo gigante. Todo estaba remachado por un excelente forjado de los enanos grises. Cuatro esqueletos gigantescos (quiz en vida ogros o trolls), agachados en una especie de pozo en el centro de la barca, hacan girar sin cesar dos grandes manivelas que movan un par de aspas de madera de zurkh. Los no muertos nunca se cansaban, tampoco se quejaban, ni reducan el ritmo a menos que Picahlla se lo ordenara, dirigiendo el bote adelante sin ruido, excepto por el suave rumor del agua que producan las ruedas y los leves chasquidos de los huesos al moverse. El enano gris estaba cerca de la popa, sobre un pequeo puente elevado, lo bastante en alto para ver por encima de las aspas. Miraba hacia la oscuridad, con los brazos cruzados y la expresin absorta. Los pasajeros estaban encogidos en la cubierta fra e incmoda, o paseaban de un lado a otro, a poca distancia de la inexistente batayola. El viaje desde Mantol-Derith no era muy rpido, ya que la nave no era veloz, y Picahlla tena que escoger el rumbo para esquivar los puntos donde el techo de la caverna bajaba tanto que no haba suficiente espacio para que pasara la barca. Valas estaba la mayor parte del tiempo en el puente junto al enano, con un ojo puesto en el rumbo que llevaban. Pharaun estaba sentado con las piernas cruzadas en la base de la estructura, sumido en el ensueo, mientras Ryld y Jeggred mantenan una vigilancia exhaustiva de babor y estribor, para asegurarse de que ninguno de los habitantes del lago se acercaba sin ser visto. Las sacerdotisas se mantenan al margen, sumidas en el ensueo o con la mirada perdida en las negras aguas.

Pasaron casi dos das de ese modo. Se detenan un poco para comer con austeridad o para dejar que el capitn duergar descansara. Picahlla era muy cauteloso con las luces y los obligaba a encender fuego en un hornillo que ocultaba las llamas. --La luz atrae demasiadas cosas --murmur--. Incluso sa puede ser peligrosa. Despus de la tercera comida, a punto de terminar una jornada de viaje, Halisstra se retir hacia la proa para mirar las aguas y rehuir a sus compaeros. En el furioso combate para escapar de Hlaungadath y la caminata por el Plano de las Sombras, haba tenido poco tiempo para aceptar y comprender las nuevas circunstancias. Horas de or el suave murmullo del agua y los chasquidos de la propulsin --actividad a la que sus sentidos eran ajenos-- la sumieron en los recuerdos de la cada de Ched Nasad. En qu se ha convertido mi casa? --se pregunt--. Habr sobrevivido algunos de nuestros criados y soldados? Estn juntos, y quin los dirige? O murieron todos entre las llamas y las ruinas? La muerte de la matrona Melarn haba dejado a Halisstra como cabeza de la casa; pues daba por sentado que ninguna de sus primas ms jvenes reclamara el liderazgo. Si as fuera, Halisstra estaba segura de que sera capaz de arrebatrselo. Siempre fue la preferida de las hijas Melarn, la mayor, la ms fuerte, y saba que sus primas no le negaran su herencia. Pero pareca muy probable que sus derechos no fueran ms que ceniza y escombros en el suelo del gran abismo de Ched Nasad. Incluso si algunos miembros de su casa haban logrado escapar, querra buscarlos y unirse a ellos en un exilio peligroso y miserable en la Antpoda Oscura? Esto no era lo que tendra que haber sido --pens--. Deba haber ocupado el lugar de mi madre con el tiempo, y ejercer el poder que fue suyo y de su madre antes que ella. Toda la sociedad de Ched Nasad se habra postrado a mis pies. Mi deseo ms nfimo lo habra satisfecho con una palabra, una mirada, un simple gesto. En cambio, ahora soy una vagabunda desarraigada. Por qu, Lloth? --clam en silencio--. Por qu? Qu ofensa te hicimos? Qu debilidad mostramos? Una vez Halisstra haba odo los susurros oscuros de la Reina Araa en el corazn, pero ahora su corazn estaba vaco. Lloth decidi no responder. Ni decidi castigar a Halisstra por la temeridad de exigirle una respuesta.

Si realmente Lloth la haba abandonado, qu sera de ella si segua el destino de su casa? Durante toda su vida haba credo que su leal servicio a la Reina Araa como sacerdotisa y como bae'qeshel le granjeara un lugar importante en el reino de Lloth despus de su muerte, pero qu sucedera ahora? Acabara enterrado su espritu con las dems almas desgraciadas que ningn dios reclamaba en la vida venidera, condenadas a disiparse y sufrir la muerte real y eterna en los vacos grises reservados para los infieles? Halisstra se estremeci de terror. La fe de Lloth era dura, y los dbiles no tenan sitio en ella, pero una sacerdotisa esperaba que la gratificasen en la muerte por su servicio en vida. Si eso ya no era cierto... Danifae se acerc con gracia sinuosa y se arrodill junto a ella. Clav la mirada en la cara de Halisstra con osada y no baj los ojos. --La pena es un vino dulce, matrona Melarn. Si slo bebes un poco, tienes la tentacin de beber ms, y las cosas nunca mejoran. Halisstra apart la mirada para rehacerse. No le importaba compartir su horror con Danifae. --Pena no es una palabra suficiente para describir lo que hay en mi corazn --dijo--. He pensado en pocas cosas ms desde que empezamos este interminable viaje. Ched Nasad era ms que una ciudad, Danifae. Era un sueo, un sueo oscuro y glorioso de la Reina Araa. Altivos castillos, telaraas ascendentes, casas llenas de riqueza y orgullo y ambicin, todas quemadas hasta los cimientos en pocas horas. La ciudad, sus matronas e hijas, los bellos palacios de telaraa, todos perdidos, y por qu razn? --Cerr los ojos y combati el ardiente dolor en el pecho--. Los enanos no nos destruyeron. Lo hicimos nosotros. --No lamentar la cada de Ched Nasad --dijo Danifae. Halisstra levant la mirada de repente, ms afectada por el tono desapasionado de la muchacha que por sus palabras --. Era una ciudad llena de enemigos, la mayora de los cuales han muerto, mientras otros huyen como indigentes hacia las zonas inexploradas de la Antpoda Oscura. No, no llevar luto por Ched Nasad. Quin, aparte de los pocos nasadianos que sobreviven, lo hara? Halisstra decidi no responder. Nadie se entristecera por una ciudad de drows, ni ellos mismos. sa era la naturaleza drow. Los fuertes resistan, y los dbiles se quedaban en el camino, como exiga la Reina Araa. Danifae esper bastante rato antes de hablar de nuevo.

--Has pensado en lo que haremos despus? --Nuestro sino ya est unido al de los menzoberranios, no es as? --dijo Halisstra con una mirada evasiva. --Hoy s, pero coincidirn maana nuestros propsitos con los suyos? Qu haremos si Lloth nos devuelve su favor maana? Adnde iremos? --Importa eso? --dijo Halisstra--. Volver a Ched Nasad, supongo, y reunir a todos los supervivientes que pueda. Ser una tarea dura, pero con la bendicin de la Reina Araa la casa Melarn an podra hacerse. --Crees que Quenthel permitir semejante cosa? --Por qu debera importarle lo que hago con el resto de mi vida? En especial si los paso levantando un miserable trozo de una casa sobre las humeantes ruinas de mi ciudad? --dijo Halisstra con amargura. Danifae extendi las manos. Halisstra comprendi. Despus de todo, qu razn tena una Baenre para hacer algo? Los menzoberranios la haban salvado de la destruccin de Ched Nasad, pero a una palabra de Quenthel se convertiran en sus captores o sus asesinos. La muchacha volvi la mirada hacia donde los dems meditaban o montaban guardia, y cambi al lenguaje de signos. ~Quiz sera mejor estudiar con cuidado cmo nos haremos indispensables para los menzoberranios --seal--. Llegar la hora en la que ya no confiaremos en la benevolencia de Quenthel Baenre. ~Cuidado --advirti Halisstra. Se enderez y control el impulso de mirar de reojo. Danifae tena una rara habilidad para manipular a los dems, pero si Quenthel sospechaba que Halisstra y Danifae planeaban socavar su autoridad (o imponer lmites a su libertad de accin), Halisstra no dudaba que la Baenre tomara decisiones rpidas y drsticas. ~Es peligroso lo que sugieres, Danifae. Quenthel no dudar en matar a un contrincante, y si me mata... ~No sobrevivir --acab la frase Danifae por ella--. Comprendo las implicaciones de mi cautividad bastante bien, matrona Melarn. Sin embargo, la inaccin ante el peligro es igual de arriesgada que lo que estoy a punto de proponer. Escchame y podrs decidir lo que deseas que haga. Halisstra examin a la chica, sus rasgos perfectos, su figura seductora. Pens en la conversacin entre Danifae y Quenthel que haba odo en las catacumbas de Hlaungadath. Era capaz de detener

las confabulaciones de la muchacha con una palabra. Incluso coaccionarla con la magia del medalln; pero entonces no sabra lo que maquinaba Danifae. --Muy bien --dijo--. Dime lo que tienes en mente.

_____ 6 _____ Gracklstugh, como Menzoberranzan, era una ciudad caverna. A diferencia del reino de los elfos oscuros, las estalagmitas hospedaban grandes hornos y fundiciones, no los elegantes castillos de familias nobles. En el aire flotaba un hedor acre, y el clamor de la industria sonaba sin parar por toda la caverna. Era el rugido de los fuegos, el sonido metlico del hierro contra el hierro y el borboteo de los arroyos contaminados que se llevaban los residuos de las forjas duergars. A diferencia de Menzoberranzan, sin luz excepto por los delicados fuegos fericos destinados a decorar los palacios drows, Gracklstugh brillaba por la luz del fuego reflejada y el ocasional resplandor del metal al rojo que se verta en los moldes. Era un lugar singularmente feo, una afrenta a cualquier noble drow. Halisstra pens que el lugar pareca ni ms ni menos que la fragua del Infierno. En su extremo oriental, la gran caverna se inclinaba de repente para unirse al inmenso golfo del Lagoscuro, por lo que Gracklstugh era un puerto subterrneo; aunque pocas de las razas de la Antpoda Oscura usaban canales navegables como el Lagoscuro para el comercio. Por lo tanto, los muelles y los almacenes que haba junto al lago de la ciudad duergar formaban uno de los distritos ms pobres y peligrosos. Picahlla amarr su fnebre barca al final de un embarcadero de piedra ocupado por un puado de barcas del mismo tipo. --Llevaos las cosas y con paso ligero --solt el enano--. Cuanto menos os vean por las calles, mejor. Un buen consejo para las besa araas de la Ciudad de las Cuchillas, caminad rpido, no s si me entendis. ~Ni una muerte! Aqu no lo tolerarn --dijo Valas en el lenguaje de signos. El explorador se ech la mochila al hombro y sigui al enano por el embarcadero, envuelto en el piwafwi para esconder los kukris que

llevaba en el cinturn. --No te gustar esto, semidemonio. Cmo pasars el tiempo sin alguien indefenso al que desmembrar? --dijo Pharaun cuando levant la mirada hacia Jeggred. --Dejar pasar las horas mientras pienso en cmo debera matarte --gru el draegloth. Sin embargo, Jeggred lanz un suspiro y se tap el pelaje blanco con la larga capa. Haca lo que poda por encorvarse y pasar inadvertido. El resto del grupo iba detrs. Caminaron por las desvencijadas calles del barrio de los muelles hacia una posada que pareca una fortaleza, a pocas manzanas de all. Un signo escrito en enano y en el comn de la Antpoda designaba el lugar como La Fresca Fundicin. El edificio estaba compuesto por un muro de piedra que rodeaba varias edificaciones independientes y de pequeo tamao. El grupo se detuvo ante la puerta principal de la posada, que estaba junto a un corral en el que haba unos enormes y apestosos lagartos de carga. --No es que sea muy atrayente --murmur Pharaun--. Sin embargo, supongo que es mejor que una roca en el suelo de una caverna. Valas habl con Picahlla, y luego se volvi hacia los dems elfos oscuros. --Picahlla y yo arreglaremos lo de salir de la ciudad y lo de las provisiones. Es probable que tengamos que hacer algunos sobornos para obtener las licencias necesarias y cosas as, lo que llevar tiempo. Deberamos quedarnos aqu un da, quiz dos. --Podemos permitrnoslo? --pregunt Ryld. --Eso depende de la matrona Quenthel --dijo Valas--, pero la prxima etapa del viaje nos llevar muchos das. No conseguiremos nada si nos morimos de hambre al cabo de dos o tres semanas en los tneles de la Antpoda Oscura. Quenthel estudi la triste posada duergar y tom una decisin. --Nos quedaremos dos noches y nos iremos a primera hora pasado maana --dijo--. Me quedara ms, pero soy reacia a confiar nuestra suerte a la hospitalidad de los duergars. Las cosas van demasiado de prisa para rezagarnos. Mir al explorador y a Picahlla, que estaban a poca distancia, luego observ la calle con los brazos cruzados sin prestar atencin a lo que decan los elfos oscuros. ~Es seguro este lugar? --pregunt en el lenguaje de signos--.

Nos traicionar el enano? ~Lo bastante seguro --respondi el explorador--. Mantn a Jeggred escondido. El resto no deberais tener problemas siempre y cuando evitis las confrontaciones. --Lanz una mirada a Picahlla--. El enano sabe que le pagaremos bien por sus servicios, pero si llega a creer que lo mataremos antes de pagarle, encontrar el modo de que nos arresten. Sabe que somos algo ms que mercaderes, pero no le importa lo que nos trae aqu siempre y cuando se le pague. ~Crees que puede ser peligroso? --pregunt Ryld. ~S, mucho --seal Valas--. No le quitar la vista de encima mientras estemos aqu. --Llvate a Ryld, por si acaso --dijo Quenthel. Ryld asinti y tir de la mochila, para ajustrsela mejor a la espalda. --Listo --dijo. --No dir que la compaa no sea bienvenida si hay problemas --respondi Valas--. Bueno, no hagamos esperar a maese Picahlla. Si no sabis nada de nosotros antes de maana al medioda, suponed lo peor y salid de la ciudad por vuestros propios medios y cuanto antes. El explorador se alej de prisa en pos de Ryld. Se reunieron con Picahlla y se adentraron en la ciudad. --Es ese ilimitado nimo que tienes lo que hace que te hayas ganado nuestro cario, Valas --coment Pharaun--. Bueno, tengo dos recados que hacer. He de descubrir lo que sucede con un distribuidor de reactivos arcanos y reabastecerme de componentes de conjuros. --No tardes demasiado --dijo Quenthel. Ech una mirada a Halisstra y Danifae--. Bueno, vens? --An no --dijo Halisstra--. Ya que estamos aqu pienso buscar unas armas y una armadura a Danifae. Volveremos cuando est equipada como es debido. --Pens que te inquietaba permitir que tu prisionera de guerra luchara por ti --dijo Quenthel, con mirada calculadora. --He decidido que no es bueno que Danifae est desarmada y desprotegida. No quiero que mi propiedad acabe lastimada por una tontera. Halisstra casi senta las sospechas de Quenthel, y la Baenre acarici la empuadura del ltigo mientras observaba a la nasadiana y a su criada con aire pensativo. Bien --pens Halisstra--. Dejemos que se pregunte qu clase

de vnculo tengo con Danifae que me permite darle un arma. Un poco de inseguridad hara que se valoraran mejor nuestras aptitudes. --No os alejis demasiado ni os metis en problemas --dijo Quenthel--. No dudar en irme sin vosotras si las circunstancias as lo dictan. Le hizo un gesto a Jeggred y entr en la posada. Pareca que haba apartado de su mente a la nasadiana y la eryndlir. Halisstra fue incapaz de reprimir una sonrisa de satisfaccin mientras Quenthel desapareca de la vista, y Jeggred se escabulla tras ella. Cruz una mirada con Danifae, y las dos se encaminaron hacia la ciudad duergar. Aunque Picahlla insisti en que la ciudad estaba abierta a la gente de todas las razas, a condicin de que llevaran oro, Halisstra no estaba convencida de que un par de elfas oscuras estuvieran seguras en Gracklstugh. Los robustos duergars que abarrotaban las calles se ocupaban de sus asuntos con una hosca determinacin que a Halisstra no le acababa de gustar. No rean, ni se acicalaban, incluso intercambiaban amenazas veladas entre s. Ms bien, miraban con enfado a los transentes de cualquier raza, incluida la suya, andaban a zancadas y vestidos con pesadas cotas de malla, los puos cerrados sobre los mangos de hachas y martillos cruzados en sus cinturones. Slo despus de que Halisstra y Danifae dejaran atrs a media docena de seres de otras razas empezaron a relajarse. Halisstra se detuvo en un punto entre dos hornos imponentes y mir alrededor. --Aqu. No s mucho de los enanos, pero creo que esos signos son los de los armeros. Fueron calle abajo, que era poco ms que una vereda serpenteante entre estalagmitas. Llegaron a algo que pareca una especie de plaza, un lugar abierto, rodeado por edificios bajos de argamasa y piedra. All encontraron una tienda grande que mostraba docenas de armas y armaduras. --Esta parece prometedora --dijo Halisstra. Se inclin bajo la puerta y entr, seguida de Danifae. El lugar estaba lleno de objetos marciales de todas las clases, la mayora enanos, pero varios eran de otras razas: pesadas hojas de hierre de artesana orog, armaduras kuo-toa hechas con las escamas de algn pez grande y plido, y una armadura de anillas de mithral negro de manufactura drow. Dos duergars armados hasta los dientes

se ocupaban de ensamblar una armadura en un banco de trabajo, a un lado de la puerta. Clavaron miradas de sospecha en Halisstra y Danifae cuando entraron y no apartaron la vista de ellas mientras la sacerdotisa y su criada examinaban la mercanca. --Matrona Melarn --requiri Danifae. Halisstra se volvi para encontrarse a la chica con la mirada puesta en una cota de malla drow de calidad, con un emblema de una casa menor que no conoca. Una rodela a juego colgaba cerca de la armadura y al lado tena una maza de acero negro labrado en forma de cara demonaca, con cuernos retorcidos. Halisstra murmur las palabras de un conjuro de deteccin, y sonri ante el resultado. Los objetos eran mgicos; no demasiado, pero eran tan buenos, o mejores, como los que buscaba. --Qu podis decirnos de esos objetos drows? --les pregunt a los empleados. Los duergars hicieron un alto en su trabajo. Podran ser gemelos; Halisstra apenas los diferenciaba. --Son unas piezas magnficas --carraspe uno de ellos--. Un capitn al servicio del terrateniente Thrazgad nos los vendi hace un par de meses. No s de dnde los sac. --Son mgicos --dijo el otro enano--. No son baratos. En absoluto. Halisstra se desplaz hacia el mostrador y sac una bolsita de su cota de malla. Rebusc entre el contenido y escogi varias esmeraldas excelentes. --Hacemos un trato? El enano gris se enderez y se acerc a estudiar las esmeraldas. --Ms que eso. Mucho ms --dijo con expresin hosca. Halisstra frunci el entrecejo y afront su mirada. No haba conseguido llevarse mucho de su casa antes de que cayera y no lo malgastara por la codicia de un enano, si poda evitarlo. --Danifae, chale otra mirada --dijo por encima del hombro--. Asegrate de que es lo que quieres. Danifae adivin sus intenciones. La chica asi la maza y la sopes, para ver su equilibrio. Como Halisstra esperaba, el segundo enano se puso nervioso, al ver como una elfa oscura manejaba una mercanca tan valiosa. Dej el trabajo y se desplaz para no perderla de vista. Se asegur de permanecer entre Danifae y la puerta. De inmediato, Danifae empez a hacer comentarios sobre los objetos,

admiraba la cota de malla, cuestionaba la fuerza de los conjuros, le daba conversacin al tipo. --Te costar cinco veces ese peso en gemas --le dijo el duergar del mostrador a Halisstra--. Y tienen que ser todas buenas. --Muy bien --dijo Halisstra. Sac un estuche de cuero y lo dej sobre el mostrador. Lo abri con cuidado, cogi una lira, un pequeo instrumento curvado de hueso de dragn, de cuerdas de mithral y con filigranas del mismo metal. --Como ves, es una exquisita pieza de artesana --dijo. Cogi el instrumento como si fuera a mostrar sus cualidades y cant una cancin de bae'qeshel en voz baja. El enano abri la boca y retrocedi horrorizado cuando se dio cuenta de que estaba lanzando un conjuro. Antes de que pudiera avisar a su compaero la magia de la cancin lo atrap. --Qu sucede? --exigi saber el enano que conversaba con Danifae. --Dile a tu amigo que todo va bien --susurr Halisstra--. No quieres la lira. --Nada --dijo el primer enano--. Me ofrece la lira, pero no la queremos. --Por supuesto que no --murmur el segundo--. Ves algn instrumento aqu? Devolvi su atencin a Danifae, que le pregunt por la mejor manera de cuidar una cota de malla en lugares hmedos. --Ahora --dijo Halisstra al enano que haba hechizado --, por el momento nuestras posiciones estn alejadas, pero estoy segura de que llegaremos a un buen acuerdo. Nos vas a vender el equipo que est examinando mi criada. Te quedars las esmeraldas como entrada? Volver en un par de das con una buena suma para cancelar la deuda. --Las piedras servirn de anticipo --aprob el comerciante--, pero mi compaero no estar contento. Pensar que no vas a volver. --Dejmosle pensar que te lo pago todo, y no te molestar --dijo Halisstra. Pens un poco ms, y luego se inclin hacia adelante y lo mir a los ojos. --Ya sabes --dijo en voz baja--, si algo le sucediera a tu compaero, todo el negocio sera tuyo para que lo manejaras a tu antojo, no es as? Te quedaras con todos los beneficios, no?

Un brillo avaricioso apareci en los ojos del mercader. --Creo que tienes razn --dijo--. No s por qu no se me ha ocurrido antes! --Paciencia --aconsej Halisstra--. En cualquier momento del da sera excelente. Oh, y preferira que no mencionaras a nadie que mi amiga y yo hemos hecho negocios contigo. Que quede entre nosotros. *** Nimor se fue de Menzoberranzan con varios pagos y facturas como garanta de que Reethk Vasune haba llegado a un acuerdo para proveer a los magos de Agrach Dyrr con ciertos reactivos y componentes de conjuros, pues caba la posibilidad de que se le exigieran explicaciones sobre su salida de la ciudad. Los detalles del verdadero acuerdo que haba forjado slo los llevaba en la mente. La Espada Ungida de la Jaezred Chaulssin se senta satisfecho por el trabajo realizado durante los ltimos das. Aunque no era estrictamente necesario el entendimiento con Agrach Dyrr para lo que tena en mente, el acuerdo al que haba llegado con el anciano seor de la casa hara mucho ms fcil el trabajo que le quedaba por hacer. Nimor fue hacia una pequea caverna lateral que llevaba al Dominio Oscuro. Haba llegado a conocer bastante bien el laberinto de peligrosos tneles que rodeaba la gran ciudad en los ltimos meses, y pronto encontr un lugar tranquilo, oscuro e inadvertido para cualquiera de los defensores de la ciudad. La Espada Ungida extendi la mano hacia una piedra de la pared del tnel. El Anillo de las Sombras reluci, formando un crculo pequeo de negra oscuridad que pareca ms una oquedad diminuta en el mundo que un adorno. Entre otros poderes, el anillo le permita caminar por el Plano de las Sombras, y eso lo liberaba de muchos de los inconvenientes que le acarreara viajar a pie. Dio un paso hacia la pared y se desvaneci en el Margen Sombro. Su destino no estaba a ms de ciento sesenta kilmetros de Menzoberranzan. Ya haba hecho el viaje varias veces, y pocas le haba llevado ms de una hora. Ningn hijo de Chaulssin tena que temer andar entre las sombras, as que Nimor dedic el viaje a evaluar su alianza con Agrach Dyrr, y a preguntarse si el anciano mago que gobernaba la casa en secreto era digno de confianza.

Nimor sigui el sendero oscuro que el anillo cre en el Margen Sombro durante un lapso de tiempo indeterminado, y el camino empez a volver hacia el mundo material. Era casi imposible determinar el paso del tiempo en el Margen, pero la magia del conjuro era tal que el camino que creaba emergera en el destino deseado. El asesino puso la mano sobre la empuadura del espadn y dio el ltimo paso del viaje, atravesando un velo de oscuridad para salir en una cmara enorme de bloques de piedra. Slo haba una puerta en la sala, un portal de hierro grande reforzado con conjuros. Nimor sac una gran llave de bronce y la meti en la cerradura. La puerta se abri con un chirrido. Ms all de la puerta haba un saln oscuro iluminado por carbones incandescentes en braseros de hierro. Al igual que la cmara, las paredes eran de bloques de piedra, el techo lo soportaban unas macizas columnas, pero a diferencia de las salas parecidas en los palacios drows, el lugar estaba desprovisto de decoracin. Nimor percibi que haba vigilantes, aunque decidieron no mostrarse. --Soy yo, Nimor Imphraezl --dijo--. Informad al prncipe heredero de que estoy aqu. De la nada aparecieron varios duergars, anulando su invisibilidad. Los enanos grises eran una cabeza ms bajos que l, aunque eran de hombros anchos y torso largo, las piernas cortas y gruesas, los brazos musculosos. Llevaban una coraza negra, hachas de batalla y escudos blasonados con el smbolo de Gracklstugh. Una duergar, su rango lo indicaba una banda de filigrana de oro en la frente del yelmo, lo estudi con cautela. --El prncipe heredero ha dejado instrucciones de que te llevemos a una habitacin para huspedes en el palacio. Te llamar en breve. Aquella cortesa sonaba como una orden. El asesino cruz los brazos y tuvo que soportar la compaa de un par de Guardias de Piedra del prncipe. Los enanos grises lo miraban con inquietud, como si esperaran una treta de Nimor. En realidad, haba poca simpata entre duergars y drows, a pesar de que Menzoberranzan y Gracklstugh eran vecinos desde haca milenios. Los enanos grises y los elfos oscuros se haban enfrentado en ms de una guerra por el control del centenar largo de kilmetros de cavernas y simas que separaban las dos ciudades. El hecho de que tal guerra no se produjera desde haca un siglo o ms slo indicaba

que ambas razas haban llegado a respetar a regaadientes la fuerza del enemigo y no una disminucin de la mala voluntad entre ellos. Los guardias lo llevaron a travs de los labernticos corredores del palacio Gracklstugh y le mostraron un aposento en una parte en desuso de la fortaleza. El mobiliario era simple y funcional, conforme al gusto duergar. Nimor se dispuso a esperar y se acerc a una ventana parecida a una grieta para mirar la ciudad. Esta era tan fea como siempre, una olla maloliente de humos y ruidos. Al cabo del rato, Nimor oy unos pasos y se volvi mientras Horgar Sombracerada entraba en la habitacin, flanqueado por un par de Guardias de Piedra. --Ah --dijo el elfo oscuro, con una inclinacin de cabeza --. Buenos das tengas, mi seor. Cmo le va a la Ciudad de las Cuchillas? --Dudo que te importe --respondi Horgar. Para el gobernante de esta poderosa ciudad, el prncipe heredero no tena mucha importancia. Se pareca mucho a los dems duergars de la sala. Tena una mirada hosca en los ojos y era calvo. Llevaba un cetro y no vesta armadura, lo que le diferenciaba de los guardias. Les hizo un gesto para que permanecieran cerca de la puerta y avanz para hablar en voz baja con Nimor--. Bien? Noticias? --Creo que encontr los aliados que buscaba en Menzoberranzan, querido prncipe. Una casa fuerte ansiosa por ver el antiguo orden de las cosas desmantelado, pero cuya lealtad no se cuestiona. La hora de nuestra victoria se acerca. --Humm. La casa Zauvirr estaba deseosa de contratar nuestros mercenarios en Ched Nasad, pero muy pocos del clan Xornbane volvieron. Creo que t o ese Zammzt dijisteis lo mismo cuando los contratasteis. --Las prdidas de Xornbane son lamentables, pero no esperbamos la excepcional efectividad de vuestras bombas quemapiedras sobre las telaraas calcificadas de Ched Nasad. Si no fuera por el imprevisible azar, Khorrl Xornbane habra tomado la ciudad con la casa Zauvirr. El prncipe duergar frunci el ceo, su barba se alz puntiaguda. --Advert a Khorrl de que los elfos oscuros tienen el hbito de premiar pobremente a los mercenarios, en especial si son enanos. No permitir que otra de nuestras compaas de mercenarios vuelva a lanzarse hacia un peligro como se. Xornbane era un octavo de la fuerza de esta ciudad.

--No necesito una sola compaa de mercenarios, prncipe, no importa lo grande y fiera que sea --le asegur Nimor--. Necesito todo tu ejrcito. Marcha con todas tus fuerzas, y no har falta que temas por la derrota. --Me sigue oliendo a una prfida estratagema drow. --Prncipe Horgar --dijo Nimor despus de fruncir el entrecejo--, si vacilas en correr riesgos, pocas veces ganars. Tienes la oportunidad de lograr algo grande, pero no puedo decirte que tu xito est asegurado o que no haya riesgos en la empresa. --No hablamos de un puado de monedas en un juego estpido --dijo el prncipe duergar--. Hablamos de embarcar mi reino en una guerra que puede dar un vuelco en un sinnmero de formas que no me gustan. No intentes forzar mis decisiones con comentarios vacos sobre los riesgos y las recompensas. --Muy bien, entonces, no lo har, pero sealar que cuando nos reunimos la ltima vez, slo queras una cosa antes de dar tu consentimiento para liderar tu ejrcito contra Menzoberranzan, y sa era un aliado importante dentro de la ciudad. Te lo he proporcionado. Cundo mejor sera desbaratar la amenaza que una Menzoberranzan fuerte representa para tu reino? Sus sacerdotisas son dbiles, ya han resistido una daina rebelin de esclavos, y ahora te entrego una gran casa deseosa de ayudarte en tus empeos. Qu ms necesitas, prncipe? El duergar frunci el entrecejo y apart la vista para mirar Gracklstugh. Se qued un rato ensimismado. Nimor observ que vacilaba y decidi que era el momento de echar el anzuelo. --Qu mejor manera de asegurar tu puesto ante los desafiantes terratenientes --dijo despus de bajar la voz y acercarse-- que distraerlos con una campaa ms all de la frontera? Incluso si fallaras en la conquista de Menzoberranzan, podras asegurarte de que las fuerzas de los hacendados ms peligrosos libraran las batallas ms mortferas. En realidad creo que est a tu alcance una gran victoria en Menzoberranzan y, al mismo tiempo, puedes arruinar la fuerza de los nobles ms levantiscos. El prncipe duergar refunfu y estudi a Nimor. --T supones demasiadas cosas, elfo oscuro --dijo Horgar--. Qu esperas ganar al destruir Menzoberranzan, eh? Por qu quieres meterme en esa encerrona? El asesino sonri y palme el hombro del duergar. Los Guardias de Piedra de la sala se movieron nerviosos. Reprobaban el contacto.

--Mi querido Prncipe Horgar, la respuesta es simple --dijo Nimor--. Revancha. Tu ejrcito ser el instrumento de mi venganza. Naturalmente, s que no arrasars Menzoberranzan slo porque yo te lo pida, as que debo proporcionarte la adecuada motivacin para hacer lo que deseo. He trabajado duro a fin de que se den las circunstancias para que el ejrcito de Gracklstugh se dirija a la ciudad que odio; incluido, debera aadir, ayudarte con el pequeo problema de desconsiderada longevidad de tu padre. Cmo podra dejar ms claro mi propsito? --Te pagu por esa ayuda con centenares de bombas quemapiedras --dijo el prncipe duergar, contenindose--. No hables de la muerte... de mi padre. Si llego a creer que buscas influir en mis actos con ese tema, tendra que asegurarme de que cualquier informacin que poseyeras nunca llegara a ver la luz. Me comprendes? --Oh, no intentaba decir nada con ese comentario, Horgar. Slo sealaba que antes te fui til y que puedo serlo de nuevo. Ahora, cuento con el ejrcito de Gracklstugh o no? Horgar Sombracerada, prncipe heredero de Gracklstugh, asinti a regaadientes. --Iremos --dijo--. Ahora, cuntame con detalle quin nos ayudar dentro de Menzoberranzan y cmo ser capaz de hacerlo. *** Ryld senta miradas llenas de odio en la nuca mientras segua a Valas y Picahlla por las calles de la ciudad duergar. Era demasiado consciente del hecho de que estaba fuera de su elemento. Se alzaba dos palmos por encima de cualquiera de los enanos grises, y la piel negra como el carbn y el piwafwi no le ayudaban a pasar desapercibido. Los tres viajeros serpentearon por la zona de los armeros, un callejn flanqueado por forjas al aire libre donde los duergars con delantales de cuero martilleaban sin cesar el metal incandescente. Ryld saba un par de cosas sobre el buen acero y de un vistazo advirti que los enanos conocan su trabajo. El maestro de armas aceler el paso y se situ junto a Valas. --Adnde vamos? --pregunt en voz tan baja como le fue posible por encima de los repiqueteos de los martillos --. Pens que necesitbamos alguna clase de licencia oficial o pase. No deberamos ir a un tribunal o algo as?

--Si quisieras una licencia real, s --respondi Picahlla--, pero te llevara meses y una fortuna en sobornos. No, os llevo a la casa del terrateniente del clan Muzgardt. Os dar un salvoconducto que debera bastar para llevaros a donde queris. Ryld asinti. Despus de todo, no era muy diferente de Menzoberranzan. --Hasta dnde valdr el escrito de Muzgardt? --pregunt Valas--. Nos llevar ms all de los dominios de Gracklstugh? --El clan Muzgardt son mercaderes. Negocian con cerveza y licores a lo largo del Reino Profundo, y algunas veces traen cervezas del exterior; vino drow, brandy svirfneblin, incluso algunas cosechas de la superficie, eso he odo. Encontrars a su gente por todo el reino. --Picahlla solt una carcajada desagradable y aadi --: Por supuesto, Muzgardt vende salvoconductos a quienes se los piden. Le gusta el oro. Ryld sonri. Picahlla era un tipo avaricioso para los patrones de cualquiera. La codicia de Muzgardt deba ser algo notable para que un enano como Picahlla la comentara. Llegaron al final de la calle de los armeros y se encontraron de nuevo cerca del Lagoscuro, aunque mucho ms al norte del embarcadero. Ante ellos haba una enorme y desvencijada fbrica de cerveza, construida con piedras apiladas entre troncos petrificados de un bosquecillo de hongos gigantes. Unas grandes tinas de cobre humeaban, impregnando el aire con un pesado hedor a fermentos. Cerca haba docenas de barriles de cobre, y unos duergars corpulentos se afanaban, majaban hongos, mezclaban masas de fermentos, y llenaban toneles con cerveza recin elaborada. --La segunda pasin de un enano despus del oro --dijo Picahlla con un sonrisa torcida-- y os digo que los muchachos de Muzgardt hacen un buen trabajo. El enano condujo a Ryld y a Valas al interior de la fbrica y lleg hasta un pequeo cobertizo. All haba un par de enanos grises con cota de malla y hachas de apariencia amenazadora cerca de la mano. Miraron con enfado a los drows y alzaron las armas. --Qu queris? --gru uno. --Thummud --respondi Picahlla--. Quiero hacer negocios. --Espera aqu --dijo un enano. Se fue tras una cortina harapienta que cubra una puerta y volvi un momento despus. --Thummud te ver, pero los drows tienen que dejar las armas

en la puerta. No confa en ellos. Ryld mir a Valas. ~Hemos de temer una emboscada? --pregunt Ryld en el lenguaje de signos. ~Picahlla sabe que hay cinco ms en el grupo, incluido un mago calificado y un draegloth. No creo que nos lleve a una trampa... De todas formas vigila tu espalda - -respondi Valas del mismo modo. --Basta de charla con los dedos --solt el enano--. Habla de manera que te entendamos, si tienes algo que decir. --Siempre tengo algo que decir --le dijo Ryld a Valas en voz alta. Le lanz una dura mirada al duergar, pero sac a Tajadora de la espalda y la dej contra la pared. Desenvain la espada corta que llevaba al cinto y la dej al lado. --Tiene una maldicin --dijo--. No os gustara lo que pasara si intentarais manejarla. Valas dej el arco corto y las flechas, y despus los kukris. Los duergars cachearon a los dos elfos oscuros en busca de armas escondidas y luego los condujeron al interior del deprimente cobertizo. El lugar era una especie de oficina, con libros de registro y expedientes por todas partes. Cerca de un escritorio estaba uno de los enanos ms gordos que Ryld haba visto, un tipo rechoncho, de brazos gruesos y hombros amplios. Los duergars tendan hacia una constitucin corpulenta aunque delgada, a pesar de su corta estatura, pero el cervecero Thummud se pareca a uno de sus barriles. --Picahlla --dijo a modo de saludo--, qu puedes hacer por m? --Traigo un grupo de elfos oscuros que necesitan un salvoconducto de negocios de Muzgardt --dijo Picahlla--. Prefieren no esperar a una autorizacin real. --Qu clase de negocios? --Solemos trabajar con gemas --dijo Valas--. Queremos organizar un transporte a travs del Reino Profundo. Necesitamos ir a un lado y a otro, y hablar con un montn de gente y, como ha dicho Picahlla, no queremos esperar meses para conseguir una licencia real. --Entonces sois estpidos o ments. Pagaris diez veces el valor de una licencia real para conseguir un escrito del seor de nuestro clan. La mayora de los mercaderes que conozco no haran eso.

Valas levant la mirada hacia Ryld y luego la volvi hacia Thummud. --Muy bien, entonces --dijo Valas--. Tenemos algunos rivales que hacen buenos negocios por aqu y queremos sondear a sus proveedores para ver si los animamos a que nos vendan a nosotros en vez de a ellos. Una licencia real no llegara tan lejos, no es as? --No, supongo que no --resopl Thummud. --Ayudars a mis clientes o no? --pregunt Picahlla--. O tendr que ir a ver a Cabeza de Hierro o quiz a Yunque Brioso? --El clan Muzgardt es capaz de ayudarte --dijo Thummud al cabo de unos instantes--. Queremos doscientas monedas de oro por cada uno, y no lo tendrs hoy. Picahlla mir a los elfos oscuros. Ryld asinti. --Pagarn vuestros honorarios --dijo el marinero duergar--, pero quieren empezar de inmediato. --No importa lo que quieran --respondi Thummud con un encogimiento de hombros--. Tengo que tratar el tema con el seor del clan antes de redactar el salvoconducto. --Nunca haba sido as! El enano gordo cruz los brazos y cerr la boca en un ademn obstinado. Mir enfadado a Picahlla y a los elfos oscuros. --As son las cosas, ltimamente los soldados del prncipe heredero han comprobado nuestros salvoconductos con detenimiento. Horgar nos ha hecho saber que quiere estar al corriente de quin est en el Reino Profundo y por qu, y presiona a los seores de los clanes para que pongan coto a lo de los salvoconductos. Podremos conseguirles el suyo a tus clientes, creo, pero primero tengo que obtener la bendicin de Muzgardt. Vuelve maana o pasado. Picahlla murmur entre dientes, pero no se molest en discutir. Seal con la cabeza hacia la cortina y se llev a Ryld y Valas al exterior. Los elfos oscuros recogieron sus armas, y en pocos minutos la fbrica de cerveza estaba a sus espaldas. --Ahora, qu deberamos hacer? --se pregunt Valas en voz alta--. Conoces otro clan que nos pueda ayudar, Picahlla? --Quiz, pero con las medidas que Horgar ha tomado con los salvoconductos informales y esas cosas, tendremos problemas all adonde vayamos. --El enano se rasc la barba--. Tengo que hacer algunas preguntas y creo que me ira mejor sin vosotros. Ryld mir a Valas, que reflexion antes de aceptar, e incluso

entonces el maestro de armas pens que su compaero menzoberranio no confiaba lo suficiente en la lealtad de su gua.

_____ 7 _____ Cuando Halisstra y Danifae volvieron a La Fresca Fundicin, descubrieron que Quenthel haba alquilado en la posada un edificio independiente con una sala comn y cinco habitaciones individuales repartidas en dos pisos. Todo pareca construido y decorado segn el concepto duergar de lo que era la comodidad para un drow. El mobiliario era el adecuado a los huspedes drows, no a los enanos. Estaba ricamente decorado con tapices y alfombras lujosas, y todas las puertas tenan cerraduras. Los elfos oscuros no necesitaban incontables horas de sueo como las razas inferiores, pero a menos que reposaran tras una puerta cerrada con llave, pocos drows se sentan seguros o cmodos en una ensoacin profunda. El resto del grupo, a excepcin de Pharaun, estaba sentado en las alfombras o se sentaba a la mesa de la sala comn, para dar cuenta de una abundante comida regada con vino servido en jarras de plata. Las armaduras y las mochilas estaban amontonadas contra las paredes, pero las armas permanecan al alcance de la mano. Halisstra levant una ceja, mientras miraba el banquete all expuesto. Un enorme asado de rote, varios quesos y varias fuentes humeantes de setas rehogadas le recordaron el tiempo que llevaba sin llevarse nada caliente a la boca. --Podemos fiarnos de esta comida? --pregunt. --Crees que somos estpidos? --buf Quenthel--. Por supuesto que lo hemos comprobado. La posadera nos envi un barril de vino drogado la primera vez, pero nos quejamos --Jeggred levant la mirada y mostr una boca llena de colmillos, Halisstra imagin la forma que haba adquirido la queja--, as que este banquete es un obsequio. Disfruta. De cualquier modo Halisstra examin la comida usando el anillo mgico que llevaba. Los venenos eran demasiado comunes entre los nobles drows para fiarse de cualquier comida. Satisfecha, se sirvi y se sent a la mesa. Danifae hizo lo mismo, reclinndose en un divn cercano a Quenthel.

--Veo que el mago an no ha vuelto. Tuvisteis suerte? --pregunt Halisstra a Valas mientras coma. El explorador estaba sentado con las piernas cruzadas junto a la puerta, el cinto de los cuchillos, desabrochado, an rodeaba sus caderas delgadas. Beba de una jarra de vino tibio con especias y coma pan con aire meditativo. --Ms o menos --dijo--. El maestro de armas y yo no topamos con una hostilidad manifiesta, pero no conseguimos llegar tan lejos como me propona, a pesar de los esfuerzos que hicimos para que los duergars comprendieran la importancia del factor tiempo. --Sacudi la bolsa de monedas que llevaba en el cinturn --. No s si es seal de que sucede algo anmalo, pero a Picahlla no le gust. --Dnde est el enano? --pregunt Danifae. --Ha ido a ver si obtena un salvoconducto por otros canales. --Confas en que haga eso? --No del todo, pero nosotros no lo conseguiramos con facilidad --dijo el explorador e hizo una mueca--. Vale la pena negociar con los clanes duergars. Si las autoridades me pillaran falsificando nuestros pases, vendra a ser un espa, no? Y todos vosotros, por asociacin. --Los verdaderos espas se acercaran a Gracklstugh de un modo muy parecido al nuestro --dijo Ryld desde una esquina, donde estaba Tajadora, apoyada en la pared, a su alcance. --Es verdad, pero recuerda que Picahlla es casi un contrabandista. No le apetece que la atencin del prncipe recaiga sobre nosotros --respondi Valas--. Sin embargo, el maestro de armas y yo compramos las provisiones, as que estamos listos para partir en cuanto Picahlla obtenga la licencia. --Por ahora parece que hemos hecho todo lo que podamos hacer --coment Halisstra--. Por un lado, estoy cansada de desiertos cegadores, sombras que te sorben el alma y suelos de caverna. Si vamos a volver pronto a los desolados e incmodos tneles, voy a disfrutar de la civilizacin mientras pueda. Halisstra levant la copa para que se la llenara Danifae. La prisionera se levant con gracia y se la llen. --Bebe si te place, pero no dejes que te embote el juicio --advirti Quenthel desde su divn--. Apenas tenemos amigos en esta asquerosa ciudad. --Desde cundo alguno de nosotros est entre amigos? --pregunt Ryld con un bufido.

--Por supuesto --dijo Halisstra despus de rerse--, Ryld, pero esta noche descansaremos con comodidad, sabedores de que ninguno de nosotros se fa de los dems y de que no muy lejos acechan enemigos que nos destruiran si pudieran. Lo podramos hacer en otras circunstancias? Danifae llev la jarra hasta Quenthel. Hizo caso omiso del contorneo sutil de las serpientes del ltigo de la sacerdotisa, baj la mirada y se inclin para llenar la copa de la suma sacerdotisa. --Debemos aprovechar los placeres cuando surge la oportunidad --aadi Danifae--. No es se el propsito del poder? Halisstra bebi a sorbos de su vino y observ la escena. Danifae haba decidido no ponerse un justillo bajo la cota de mallas, ya que encontr la camisa de mithral negro sin la proteccin de cuero. Ni que decir tiene que Halisstra le haba ofrecido uno suyo, y no dudaba que por la maana lo aceptara. Mientras tanto, la piel negra de la chica reluca a travs de la malla de metal, y sus pechos perfectos y redondos se bamboleaban de manera seductora bajo las anillas mientras se inclinaba a escanciar el vino de Quenthel. Los varones de la sala no eran capaces de apartar los ojos de ella, por mucho que lo intentaran. Incluso Jeggred, una bestia de cuatro brazos, pareca extasiado por la gracia y belleza de la chica. Valas frunci el ceo y se ocup de engrasar los kukris. Era evidente que perciba el peligro del momento y se retraa con su habitual cautela. Ryld, por otro lado... Ryld la estaba mirando a ella. Halisstra evit que la sorpresa se reflejara en su cara cuando cruz una mirada con el maestro de armas. Sus miradas se cruzaron. Su expresin pareca deseosa, intensa, Halisstra saba que las posturas de Danifae no podan pasar inadvertidas, pero en vez de boquear ante la esclava, el maestro de armas fijaba la mirada en la duea. Ryld mostr una ligera sonrisa. ~Un juego interesante --gesticul con la mano. ~No comprendo --respondi Halisstra del mismo modo, aunque se daba cuenta de que el maestro de armas vea sus intenciones. Volvi a fijar su atencin en Danifae mientras la chica se arrodillaba junto a Quenthel, que beba vino. El grupo fue enmudeciendo, y Ryld sac su tablero de viaje de sava para jugar una partida contra Valas mientras los dems se contentaban con saborear el respiro de tantos peligros. Pharaun regres finalmente, con un puado de pergaminos bajo

el brazo. Se retir a sus aposentos despus de burlarse sin mucho entusiasmo del maestro de armas para hacerle perder la concentracin. De cualquier modo Ryld gan, aunque el explorador de Bregan D'aerthe se marc muchos puntos. --Ha sido un da largo --dijo Quenthel--. Me voy a mi cuarto. Jeggred, Valas, vosotros montaris guardia por turnos. Maana vigilarn otros dos. Se levant y desperez. Luego se volvi y cruz una mirada con Danifae antes de abandonar el saln. --Creo que har lo mismo --dijo Danifae. La prisionera de guerra ech un vistazo a Halisstra, mostr una sonrisa recatada y fue a toda prisa tras Quenthel. Ryld guard el tablero de sava y se encamin hacia su habitacin, mientras Valas y Jeggred tiraban una moneda para jugarse la primera guardia. Halisstra se levant, se arrebuj en su piwafwi y subi a su habitacin. Se detuvo poco tiempo cerca de la puerta de Quenthel y escuch, justo lo suficiente para or lo que podra ser un suave jadeo o el frufr de ropas, y continu. Las serpientes de Quenthel probablemente advertiran que haba un curioso en la puerta. Chica lista --pens Halisstra--. Lo de Quenthel es una maniobra astuta y osada. En Ched Nasad Halisstra haba enviado a Danifae a seducir a rivales en ms de una ocasin. Incluso la sacerdotisa ms pragmtica tena sus mascotas preferidas, y algunas veces, una sacerdotisa, de otro modo fra y calculadora, poda ser manipulada gracias a sus placeres secretos. Halisstra dudaba que acabara teniendo una influencia real en Quenthel, pero en el peor de los casos, proporcionaba a la matrona de Arach-Tinilith una razn para no abandonar a Halisstra y su criada cuando le apeteciera. Por supuesto, si los servicios de Danifae acababan siendo muy valiosos para Quenthel, la Baenre podra decidirse a reclamar a la prisionera como propia, pero eso era un riesgo que Halisstra estaba dispuesta a correr. Incluso si Danifae continuaba alentando a la Baenre para que hiciera eso, pens que an le quedaba el broche de plata que la chica llevaba al cuello, y se permiti una sonrisa. A menos que Danifae se las arreglara para librarse por s misma del conjuro de vnculo, no dara un solo paso en esa direccin, pues la muerte de Halisstra precipitara la suya. Por el momento consider que poda confiar en la lealtad de Danifae.

Halisstra lleg a su habitacin y se desvisti para acostarse, coloc la armadura en un cofre del pequeo dormitorio y dej la maza al alcance de la mano. Cay en el ensueo pensando en Danifae y Quenthel. *** Aliisza iba en un palanqun de hierro por las calles de Gracklstugh, transportado por cuatro ogros y escoltado por una docena de guerreros tanarukks. Llevaban armadura de hierro bruido y mandobles ganchudos de apariencia mortfera. Uno portaba un estandarte amarillo con el smbolo adoptado por Kaanyr Vhok: un cetro asido por un guantelete. El doble de enanos escoltaba a la embajada. Miradas de sospecha se clavaban en el palanqun negro y su ocupante. La semiscubo se acical un poco bajo aquellas miradas. Avanzara ms rpido por sus propios medios, por supuesto, pero hacer una gran entrada en la ciudad de los enanos grises hara que los duergars se la tomaran en serio. Adems, era divertido. El viaje desde los salones de la vieja Ammarindar no haba sido ni fcil ni rpido. Aliisza y sus guerreros tuvieron que esforzarse para avanzar lo ms rpido posible por los antiguos tneles enanos para alcanzar la orilla del Lagoscuro, y les cost tres das conseguir una barca duergar para cruzarlo. Empezaba a cansarse de ir de un lado a otro por la Antpoda Oscura cumpliendo las rdenes de Kaanyr Vhok. Por otro lado, continuaba demostrando su utilidad al seor de la guerra, y quiz no era una mala idea que las circunstancias le dieran razones para ausentarse de vez en cuando. Le daban ganas de volver alguna vez y tener la oportunidad de permitirse el gusto de la... variedad. Gracklstugh pareca una gran herrera, una ciudad de forjas rugientes y humo apestoso. A Aliisza le sorprendi que no fuera tan distinta de la sala de la forja en las ruinas de Ammarindar, salvo porque la de Kaanyr Vhok era slo un fraccin del reino de los enanos grises. Qu lugar tan feo, pens Aliisza. Sin embargo, el volumen del trabajo que se desarrollaba a su alrededor era asombroso. Ms de una vez, descubri que partes de enormes mquinas de asedio se estaban ensamblando en los talleres. Ched Nasad habra sido mucho ms elegante e insidiosa, pero Gracklstugh era fuerte. La

habilidad enana y su resolucin casi estaban a la par que la crueldad y la magia drows. La escolta de enanos grises gir hacia una fortaleza excavada en una gigantesca estalagmita. Baluartes de piedra y torres de hierro guardaban las inclinadas laderas del castillo duergar. Mientras los ogros la transportaban hacia la puerta del palacio del rey, Aliisza no pudo refrenar el impulso de echar un vistazo al imponente rastrillo y los mortferos dispositivos dispuestos para aplastar cualquier ataque. Tena varias formas de huir si lo necesitaba, pero ninguno de sus guerreros conseguira escapar del palacio si los enanos decidan impedrselo. La procesin se detuvo en un saln grande y depresivo cuyo suelo estaba hecho de losas de piedra pulida. --Parece que ya he llegado --dijo Aliisza para s. Golpe el costado del palanqun, y los ogros bajaron la litera con cuidado. La semiscubo esper a que se posara y luego sali fuera, estirando las alas. Un oficial duergar con una sobrevesta negra se acerc a ella. --Dijiste que queras ver al prncipe heredero. --Cuanto antes --respondi Aliisza. Haba tenido la misma conversacin varias veces durante el da con diversos tenientes y capitanes duergars. --Quin eres? --Soy Aliisza, una emisaria de Kaanyr Vhok, el Caudillo, lord de Ammarindar y tambin seor del Castillo de la Puerta del Infierno. Creo que tu prncipe descubrir que vale la pena escuchar el mensaje de mi seor. El oficial frunci el entrecejo. --Ellos se quedan --dijo sealando el squito de Aliisza--. Por favor, sgueme. Aliisza ech una mirada al jefe de su escolta, un veterano soldado tanarukk al que le faltaba un colmillo. --T y tus guerreros esperad aqu. Tardar un poco. Sigui al duergar hacia el interior de la fortaleza, flanqueada por media docena de enanos. Decidi pensar que eran una guardia de honor. Subieron por una escalera ancha que habra sido impresionante si los enanos grises se hubieran decidido a decorar el lugar y al final llegaron al saln del trono, el cual tena unas columnas enormes que soportaban el alto techo abovedado.

Al fondo del saln haba un grupo de enanos grises. Por la manera en que se movan y la fra mirada en los ojos, Aliisza imagin que seran los consejeros y nobles del reino, pero su atuendo no reflejaba esa posicin. En medio estaba el nico enano gris que haba visto con alguna clase de ornamentacin, un tipo fornido que llevaba una cota de malla de brillante metal bajo una sobrevesta bordada de negro y dorado. Llevaba una diadema de oro en la calva y unos anillos del mismo metal sujetaban las trenzas de su barba. El oficial que escoltaba a Aliisza le hizo un gesto para que se detuviera y se acerc para susurrar algo a la oreja del prncipe heredero. El gobernante lanz una mirada a Aliisza y dio un paso al frente, con los brazos cruzados. --Bienvenida a Gracklstugh --dijo, aunque su dura mirada no deca lo mismo--. Soy Horgar Sombracerada. Qu quiere de m Kaanyr Vhok? Se acab la cortesa, advirti Aliisza. Bueno, nunca se haba encontrado a un enano gris que fuera corts. Decidi hablar claro y no perder el tiempo en halagos y sutilezas, ya que estaba claro que no servira de nada. Hizo una leve reverencia y se irgui. --Kaanyr me ha enviado para haceros algunas preguntas sobre lo que sucedi en Ched Nasad y quiz para analizar otros temas --dijo. Mir a los dems enanos grises que estaban cerca --. Todos gozan de tu confianza? Horgar frunci el entrecejo, y murmur algo en duergar. Varios de los consejeros y los nobles se fueron, volviendo a aquellos quehaceres que tuvieran en otro sitio. Un par de centinelas con armaduras pesadas y sobrevestas negras permanecieron detrs, al igual que otro duergar de aspecto importante, un tipo lleno de cicatrices, con armadura, que llevaba una librea con un smbolo rojo. --Mis Guardias de Piedra se quedan --dijo Horgar y seal al enano surcado de cicatrices--. ste es el seor del clan Borwald Manognea, mariscal del ejrcito de Gracklstugh. Borwald le devolvi el saludo a Aliisza con una mirada hosca. Se encogi de hombros y volvi al tema que los ocupaba, decidida a responder a la franqueza con franqueza. --Un clan duergar, Xornbane, no? Atac Ched Nasad y precipit su destruccin. Kaanyr Vhok se pregunta si los enviaste t. --El clan Xornbane es mercenario --respondi Borwald. La cicatriz que llevaba arrug la sien de su cabeza desde el pmulo

hasta casi la oreja--. Cualquier trabajo que aceptaran en Ched Nasad es un asunto comercial, no la poltica del Reino Profundo. Deberas tratar el tema con ellos. --Lo hara, pero es difcil encontrar supervivientes --dijo Aliisza--. Por lo que sabemos, quedaron atrapados en la ciudad quemada. --Devolvi la mirada hacia Horgar Sombracerada y pregunt --: As que, destruyeron Ched Nasad con tu bendicin? --Mi bendicin? --El prncipe duergar pens un momento, y dijo--: No estoy descontento de que la Ciudad de las Telaraas Resplandecientes cayera, pero no envi al clan Xornbane a hacer ese trabajo. A Khorrl Xornbane lo contrat una de las matronas de Ched Nasad para que la ayudara a destruir las casas que tena por encima. Y decid no intervenir en los negocios de Xornbane. --En ese caso, las decisiones de Xornbane han sido muy desacertadas. Le entregaron a su matrona una ruina humeante y soportaron innumerables prdidas --observ Aliisza. De las sombras de una columna del gran saln surgi una forma delgada, un drow enjuto y bajo con gracia felina. Era un tipo apuesto, con unas impecables prendas negras y grises, un estoque y una daga a juego. --En beneficio de mis socios --dijo el recin llegado-- dispuse que a las tropas de Khorrl se las proveyera con bombas quemapiedras que demostraron ser muy efectivas en el levantamiento de los esclavos en Menzoberranzan. Por supuesto, no imagin que destruiran toda Ched Nasad. --No esperaba descubrir que un elfo oscuro tuviera la confianza de un prncipe de los duergars --dijo Aliisza despus de levantar una ceja. --En cierto modo soy un mercenario --respondi el tipo--, con la tarea de promover ciertos cambios en un puado de casas en Ched Nasad y Menzoberranzan. --Mostr una ligera sonrisa que no secund su mirada--. Llmame Nimor. --Nimor --respondi Aliisza--. Cualquiera que fuera tu propsito, cambiaste las cosas en Ched Nasad. Qu tienes en mente respecto a Menzoberranzan? --Qu inters tiene en ello Kaanyr Vhok? --dijo Horgar, que rebull incomodo. --Bueno, si hubiramos sabido que alguien tena la intencin de atacar Ched Nasad, habramos ofrecido nuestra ayuda --respondi Aliisza--. Mi seor ve oportunidades en las dificultades de los elfos

oscuros. Si alguien estuviera pensando en hacer un esfuerzo similar en Menzoberranzan, estaramos deseosos de contar con socios. --Dudo que el Reino Profundo tenga necesidad de unos pocos centenares de chusma achaparrada --se burl Borwald. Aliisza reprimi su enfado. Son simplemente duergars --dijo para s--, bruscos y groseros. As es como son. --Tus espas estn un poco desfasados --dijo--. Mi seor dirige cerca de dos mil guerreros tanarukks, tan fuertes como un ogro y tres veces ms listos. Hemos construido forjas y armeras, quiz no tan esplndidas como las de Gracklstugh, pero suficientes para pertrechar a nuestros soldados. Tambin tenemos tropas auxiliares (osgos, ogros, gigantes y similares) ms numerosas que nuestra Legin tanarukk. --Centr su mirada en Borwald y aadi--: No tenemos la fuerza del Reino Profundo, Manognea, pero somos capaces de enfrentarnos al doble de nuestras fuerzas y oponerles una lucha feroz. Desprecias la Legin Flagelante de Kaanyr Vhok muy imprudentemente. --No desconozco la creciente fuerza de Kaanyr Vhok --murmur Horgar, mientras se mesaba la barba--. Habla claro. Qu quiere tu seor? Nada de sutilidad --lament Aliisza--. Kaanyr podra haber enviado un ogro con pocas luces para entregar el mensaje. --Kaanyr Vhok quiere saber si intentas atacar Menzoberranzan. Si es as, desea unirse a ti. Como acabo de decir, creo que la Legin Flagelante sera un aliado valioso. --No te querramos como aliado si pensramos en una cosa semejante --dijo Horgar--. Pensaramos que tenemos fuerzas suficientes para conseguir lo que queremos sin dividir el botn. --Puedes pensar lo que quieras --concedi Aliisza--. Si tuvieras razn, los elfos oscuros de Menzoberranzan tendran buenos motivos para buscar aliados contra ti. La pregunta es a qu aliados iran en busca de ayuda? --Aplastara a Kaanyr Vhok si hiciera algo tan estpido --gru Horgar--. Regresa con tu demonaco amo y dile... --Un momento, prncipe Horgar --dijo Nimor, situndose entre el duergar y la semiscubo--. No nos precipitemos. Deberamos estudiar con cuidado el mensaje de lady Aliisza antes de dar una respuesta. --No me digas cmo tengo que llevar los asuntos de mi reino,

drow! --prorrumpi Horgar. --Por supuesto que no, mi seor prncipe, pero me gustara mucho sopesar con tiempo este tema. --Nimor se volvi hacia Aliisza y dijo--: Supongo que estaras dispuesta a quedarte como invitada del prncipe heredero mientras estudiamos la oferta de tu seor? Aliisza sonri. Dej que sus ojos se demoraran en la figura del elfo oscuro. Si le daban una oportunidad, estaba segura de que lo convencera para ver las virtudes de su propuesta, aunque notaba que en Nimor haba algo ms de lo que se vea a simple vista. Por desgracia, Horgar y su mariscal, Manognea, estaban menos predispuestos a sucumbir a sus encantos. Poda esperar uno o dos das y ver si Nimor tena xito con sus argumentos. El prncipe duergar le tom las medidas a Aliisza, mientras reflexionaba sobre las palabras de Nimor. Al final, se abland. --Te quedars poco tiempo, mientras pensamos en tu oferta. Har que dispongan un alojamiento para ti en palacio. Tus soldados tendrn que quedarse en barracones cerca de mis guardias. No se les permitir entrar en el castillo. --Necesitar algunos asistentes. --Bien, qudate con dos. El resto fuera. Horgar mir hacia el final del saln e hizo un gesto. El capitn se acerc a la carrera. --Hablaremos de nuevo cuando tome una decisin --le dijo. --En eso caso, estar dispuesta cuando te apetezca --le dijo a Horgar, pero dej que sus ojos se demoraran en Nimor mientras hablaba. *** --Hoy no puede ser --le dijo Thummud, del clan Muzgardt, a Ryld, Valas y Picahlla. El gordo duergar sellaba con un mazo un barrilete de cerveza fresca de hongos--. Volvedlo a intentar en uno o dos das, a ver. Picahlla maldijo por lo bajo, pero los drows cruzaron miradas recelosas. Ryld advirti que una docena de enanos trabajaban cerca de donde estaba Thummud y que en muchos de ellos se vea el inconfundible brillo del metal bajo sus jubones. Pareca que el cervecero no tena la costumbre de arriesgarse. --Eso lo dijiste ayer --dijo Ryld--. El tiempo apremia. --Eso no es mi problema --respondi Thummud. Acab de poner

la tapa y dej el mazo sobre el barril--. Tendris que esperar, os guste o no. Valas suspir y se llev la mano hacia la bolsa que le colgaba del cinturn. La sacudi y la dej cerca de los dos. --Ah hay gemas que valen ms del doble de lo que acordamos --dijo el explorador--. Son tuyas si nos consigues la licencia hoy. Thummud entorn los ojos. --Me pregunto en qu andaris metidos --dijo lentamente--. No es algo honesto, de eso estoy seguro. --Considralo una gratificacin personal --dijo Ryld en voz baja--. Tu seor espera doscientas monedas de oro por cabeza, y t hars lo que tengas que hacer para que las consiga. Lo que sobre no es cosa suya, verdad? --No puedo decir que no consiguierais lo que queris en otro momento --admiti Thummud encogindose de hombros--, pero mi seor ha sido muy claro en este tema. Me cruzara en su camino si hago ese trato contigo, y el viejo Muzgardt pedira mi cabeza. --El cervecero pens en ello durante un momento, y aadi --: Mejor que sean dos o tres das. Los muchachos del prncipe heredero estn por toda la ciudad y mejor que no vean que vens aqu todos los pueteros das. El corpulento enano levant el barrilete, se lo puso al hombro y se fue, dejando a los dos elfos oscuros junto a Picahlla, rodeados por los hoscos duergars. --Ahora qu? --le pregunt Ryld a Valas. --Supongo que volver a la posada y esperar, digo yo --murmur Picahlla--. Quedndoos aqu no sacaris nada. Volved en un par de das. --A Quenthel no le gustar --dijo Ryld, dirigindose al explorador drow. Valas se encogi de hombros a modo de respuesta. Los dos drows y el gua dejaron la cervecera de Muzgardt, pensativos. Caminaron juntos un corto trecho. --Empiezo a preguntarme si no sera mejor que nosotros mismos redactramos esa licencia --dijo Valas en voz baja--. Despus de todo no la necesitaramos durante mucho tiempo. --Es una mala idea --dijo Picahlla--. Falsificaras una licencia que parecera buena, pero necesitas la bendicin de Muzgardt. Si te dan el alto, te retendran mientras comprueban que cuentas con su patronazgo. Y eso no lo tendrs hasta que Muzgardt te lo conceda.

--Maldicin --murmur Valas. Ryld examin la situacin, intentando sacar algo en claro: si Picahlla los haba conducido a propsito a un callejn sin salida o si realmente era tan difcil obtener una licencia. En el primer caso, Ryld no vea qu inters poda tener Picahlla en retrasarlos. Quiz el enano pretenda tenderles una trampa, pero si era as, no habra tenido suficientes oportunidades para dar el golpe que tuviera en mente? Por otro lado, si Picahlla y Thummud no estaban conchabados, por qu el prncipe heredero haba escogido esas fechas para tomar esas medidas tan duras con los extranjeros que se movan por su reino? Porque tiene algo que no quiere que vean los extraos, por supuesto --decidi Ryld--. Qu querr esconder? Ryld se detuvo de pronto en medio de la calle. Valas y Picahlla hicieron lo mismo unos pasos ms adelante, y se quedaron mirndolo. --Qu pasa? --pregunt Valas. --T y yo tenemos algo que hacer --le dijo Ryld a Valas, y entonces se volvi hacia el gua--. Ven a la posada maana temprano. Picahlla frunci el entrecejo. --De acuerdo --dijo. El duergar se volvi y se march calle abajo, mientras murmuraba por lo bajo--. No me culpis si acabis arrestados por hacer lo que estis tramando. No hablar en vuestro favor. Estar en mi barca si me necesitis. ~Qu pasa? --pregunt Valas en el lenguaje de signos despus de que el enano desapareciera entre las sombras de la calle. ~El prncipe heredero limita la libertad de movimientos a los mercaderes extranjeros y viajeros --respondi Ryld de igual modo--. No quiere que las noticias salgan de la ciudad. Creo que el ejrcito de Gracklstugh est a punto de ponerse en marcha. ~As lo crees?, seal Valas sorprendido. --Es lo que yo hara --respondi Ryld--. La cuestin es, cmo asegurarse de eso. Ech un vistazo a la calle. Como siempre, cualquier enano gris que hubiera a la vista miraba a los dos elfos oscuros con abierta hostilidad. ~Investigar tus sospechas nos convierte en el tipo de gente que buscan los soldados del prncipe heredero - -seal Valas. El delgado explorador frunci el entrecejo, pensativo--. Qu necesitaras para

confirmar tus sospechas? ~Una caravana de suministros --respondi Ryld al instante--. Carros, lagartos de carga, esa clase de cosas. Uno no rene todo eso a menos que pretenda movilizar un ejrcito, y se tardara varios das en hacerlo. Se necesitara un montn de espacio. ~De acuerdo --respondi Valas. Valas se qued pensativo y frunci el entrecejo mientras acariciaba los extraos amuletos y smbolos que llevaba en las ropas. ~Quieres intentarlo? --seal el explorador. Ryld mir a su alrededor. Thummud haba sido categrico al decirles que las cosas no cambiaran durante varios das como mnimo, y eso no agradara a Quenthel. Si Gracklstugh pretenda atacar Menzoberranzan, l quera saberlo antes de que el ejrcito duergar avanzara. Encontraran la manera de enviar una advertencia a casa. Los duergars no eran una turbamulta de esclavos a los que aplastar como pasatiempo de las casas nobles. El ejrcito de la Ciudad de las Cuchillas sera grande, fuerte, disciplinado y bien pertrechado, y no le gustaba pensar qu podra hacerle un ejrcito de esa clase a su ciudad. ~Vamos --respondi. Valas asinti y se puso en marcha al instante. En vez de volver a La Fresca Fundicin, se volvi hacia el centro de la caverna. Se adentraron por las calles apestosas y los oscuros callejones durante un buen trecho, dejando atrs distritos de comerciantes donde los artesanos duergar y los mercaderes tenan apiadas sus tiendas. Se haca tarde, y los transentes parecan disminuir. Al final los dos elfos oscuros llegaron a una calle que corra por el borde de una grieta que divida los barrios ms altos e inaccesibles de la ciudad de los vecindarios destartalados que haba junto al lago. Numerosos puentes de piedra cruzaban el abismo, que acababan en calles estrechas. Una brigada de soldados haca la guardia al principio de cada uno, prohibiendo el paso. El explorador condujo a Ryld hacia las sombras de una callejuela e hizo un gesto hacia la grieta y los puentes. --El Surco de Laduguer --coment--. Tambin conocido por La Raja. Todo lo que hay en el lado oeste est vedado a los forasteros. Hay un par de cavernas grandes en el otro extremo que serviran de campos de maniobras, ocultos a miradas indiscretas. Ryld estudi al explorador de Bregan D'aerthe. Se pregunt

cmo saba tanto de una parte de la ciudad que se supona estaba prohibida. --Veo que ya has estado ah --repuso Ryld. --He pasado por Gracklstugh un par de veces. Me pregunto si habr un lugar por el que no haya pasado, pens Ryld. Se desliz entre las sombras para tener una mejor vista de los puentes. Saba mantenerse escondido, pero no le gust lo que vio. No haba modo de esconderse una vez puesto un pie en uno de esos estrechos puentes sin petril. --Cmo cruzaremos? --pregunt. *** Valas acab de hacer los nudos y se acerc, puso el pie derecho en un lazo y pas el brazo por otro. --Trata de ocultarte tras esta estalagmita mientras asciendes --dijo. Ryld asinti y toc la insignia que llevaba prendida del piwafwi. El objeto lo identificaba como maestro de Melee-Magthere, y al igual que los broches de la mayora de las casas nobles, otorgaba el poder de la levitacin. Valas no dudaba que Ryld haba luchado con ahnco para ganarse el derecho de llevarlo. Como esperaba, el encantamiento demostr ser lo bastante poderoso para elevar a los dos. Ascendieron sin esfuerzo hacia el humo y oscuridad que reinaban en las alturas de Gracklstugh, hasta que stos impidieron ver sus calles. Desde lo ms alto de la gran caverna, el suelo pareca envuelto en niebla y humo. El resplandor de los fuegos produca crculos de brillante niebla roja en un centenar de puntos. --Esto es mejor de lo que pens --dijo Valas--. El humo nos oculta bastante bien. --Y me hace llorar --dijo Ryld. Toc el techo y descubri que era spero y lleno de agujeros--. En qu direccin vamos? --Hacia tu derecha. S, eso es. Valas indic la muralla septentrional de la ciudad con la barbilla, mientras mantena asegurados el brazo y la pierna en los estribos que se haba hecho. Con cuidado, Ryld se volvi un poco para nivelarse, y tir con las manos como si escalara una pared de roca. El explorador se movi para asegurar el agarre, mientras mantena los ojos en el suelo de la caverna y diriga el avance del maestro de armas.

--Un mago enano con un conjuro de disipacin nos fastidiara el invento --coment Ryld--. No ests un poco nervioso? --Siempre me he encontrado a gusto en las alturas, pero dejemos de hablar de ello. Ryld ri entre dientes. Durante los das pasados, el viaje haba transcurrido sin incidentes, aburrido. Pero aquel desafo de espiar en el corazn de la ciudad duergar les animaba. --Dirgete ms a tu izquierda --dijo Valas, interrumpiendo sus pensamientos--. Hay una especie de repisa en la pared de la caverna que seguramente sigue la misma direccin que llevamos. Ryld asinti, y ambos descendieron por el inclinado techo de la caverna hasta que encontraron el lugar en el que se converta en una pared. All, una veta erosionada rodeaba la caverna como los aleros de una vieja posada. El maestro de armas lo mir con recelo, pero mientras se acercaban Valas se desenred y salt para agazaparse all como si de una araa se tratara. Ryld lo sigui, con algo ms de torpeza. Apenas era capaz de arreglrselas, pero tena la suerte de tener la magia de la insignia para recuperar pie si lo dems fallaba. Valas avanz confiado por la cornisa, mientras descenda. De repente desapareci en una curva cerrada. Ryld gate tras l. Maldeca en silencio mientras sus pies desplazaban alguna piedra suelta y la enviaban pared abajo con estrpito. Las forjas y martillos de Gracklstugh acallaron el ruido bastante bien, pero estaban sobre el Surco de Laduguer. La roca desapareci en el abismo. Valas ech una mirada hacia el recodo. --Con cuidado --seal--. Ven hasta aqu y mira esto. Ryld avanz a trancas y barrancas hasta el explorador, y se tendi boca abajo. La repisa bajaba hasta una caverna lateral y giraba bruscamente. Desde su atalaya, a ms de treinta metros del suelo, vean una caverna de tamao considerable, quiz de unos trescientos o cuatrocientos metros de largo y casi la mitad de ancho. Las paredes estaban cubiertas de barracones, suficientes para albergar un gran nmero de soldados. Pero el suelo del lugar estaba nivelado y despejado. Un buen campo de entrenamiento para tropas. De un extremo a otro el espacio estaba cubierto de carros y lagartos de carga. Centenares de duergars pululaban por el lugar, aseguraban grandes cestas sobre las espaldas de los feos reptiles,

cargaban carros y preparaban mquinas de asedio. El hedor nocivo de las fundiciones de la ciudad no era suficiente para enmascarar el fuerte olor del estircol que haba en la gran caverna, y los siseos y los speros gaidos de los lagartos hendan el aire. Valas empez a contar carros y bestias de carga. Intentaba estimar el tamao de la fuerza que se pondra en marcha. Pocos minutos despus, apart la vista. ~Qu calculas, unos dos mil o tres mil? --dijo Ryld. ~Creo que algo ms, quiz cuatro mil, pero podra haber ms en otras cavernas cercanas --dijo el explorador despus de fruncir el entrecejo. ~Se te ocurre alguna razn pare creer que no van a atacar Menzoberranzan? --pregunt Ryld. ~No somos sus nicos enemigos. Sin embargo, que hayan elegido este momento me inquieta. ~Tampoco creo en las coincidencias --susurr Ryld. Empez a volver sobre sus pasos a rastras, procurando no mover ms piedras--. Estara bien inspeccionar las dems cavernas en busca de ms soldados, pero creo que hemos visto ms de lo que los duergars queran, y no me gusta tentar la suerte. Mejor volvemos e informamos a los dems.

_____ 8 _____ --Deberamos irnos, y ya est --refunfu Jeggred. Su pelaje blanco estaba manchado de vino tinto, y el hocico pringado por la grasa caliente de un asado de rote. El draegloth no soportaba bien las largas esperas, y dos das de confinamiento en La Fresca Fundicin eran demasiado para l--. Estaramos fuera de la ciudad antes de que se dieran cuenta. --Me temo que no es tan sencillo --dijo Ryld. Estaba arrodillado junto a su mochila, llenando bolsas con la comida que menos se estropeaba. Luego las meti en un crculo negro que haba a su lado; era un agujero mgico que se poda llevar uno consigo como si fuera una prenda negra. Era capaz de almacenar kilos y kilos de equipo y vituallas, pero apenas pesaba--. Quiz t no los has visto, pero estoy seguro de que no soy el nico que ha reparado en los espas que vigilan esta posada. No habramos recorrido ni doscientos metros

que ya se nos habran echado encima los soldados. --Y? --pregunt el draegloth--. No temo a ningn enano! --Los duergars no son goblins ni gnolls, que son demasiado tontos para usar su superioridad numrica y demasiado torpes y toscos para tener una oportunidad en el uno contra uno. Me he encontrado espadachines duergars casi tan buenos como yo. No dudo que varios de ellos nos atacaran. Adems, entre sus filas cuentan con magos y clrigos expertos. --Tendramos que habrnoslo pensado antes de venir a una ciudad duergar --dijo Halisstra--. Qu prdida de tiempo. Se apresur a ponerse la armadura mgica que llevaba el smbolo de la casa Melarn en el pecho. Se pregunt si la mejor estrategia sera esperar unos das ms y confiar en que los enanos grises relajaran la vigilancia. Por otro lado, si se retrasaban demasiado, siempre caba la posibilidad de que el mercader al que haba hechizado para comprarle el nuevo equipo a Danifae recuperara la voluntad e informara de lo ocurrido a las autoridades... pero no, si las hubieran denunciado, ya habran pagado con sus vidas. Tir del borde de la cota de malla y se movi para que le asentara mejor en los hombros. --Maese Argith, cuanto tiempo le puede costar al ejrcito duergar ponerse en marcha? --pregunt Halisstra. --Poco --dijo Ryld--. No pueden mantener a los lagartos de carga enjaezados durante mucho tiempo. La pregunta es cundo podremos irnos. Si esperamos a que el ejrcito se ponga en marcha, podramos retrasarnos das. --Si nos retrasamos, nos matarn --advirti Danifae. --Partiremos de inmediato --dijo Quenthel, poniendo punto final al debate. La matrona de la Academia se visti para el combate, con expresin sombra, mientras el ltigo se retorca inquieto. --Eso vuelve a plantear la pregunta que nos hicimos antes..., en qu direccin vamos? --pregunt Ryld. El maestro de armas acab de recoger las provisiones en el agujero, lo enroll y lo meti en la mochila. --Sera capaz de volver a Mantol-Derith --propuso Pharaun--, pero sera difcil avanzar desde aqu. No conozco el camino hacia el Laberinto, as que cada paseo que demos por el Plano de las Sombra nos llevara a un fin sombro. Somos demasiados para que

os teletransporte a todos, por lo que, a menos que alguien tenga ganas de responder ante los enanos grises por la repentina partida del resto del grupo, supongo que eso tambin queda descartado. --Qu me dices de un conjuro que disfrazara nuestra apariencia? --pregunt Ryld. --Por desgracia --respondi el mago--, los enanos grises detectan muy bien esas ilusiones. --Si slo uno se percatara de nuestro disfraz y viera un grupo de elfos oscuros... --aadi Halisstra. --Sera mejor que nos hiciramos invisibles --dijo el maestro de Sorcere--. S, eso sera la mejor solucin. Eso me recuerda los tiempos en que... --Basta. --Quenthel rebull en el asiento y le pregunt a Valas --: Tenemos que ponernos en camino hacia el Laberinto desde aqu, o podras encontrar un camino que rodeara Gracklstugh si retrocedisemos un trecho? --Nos costara varios das ms rodear la ciudad --respondi el explorador--, pero os podra guiar ms all de los bordes de Gracklstugh. --Excelente --dijo Quenthel--. Nos dirigiremos a los muelles y usaremos el bote de Picahlla. Es la va de salida ms directa desde aqu, y a menos que me equivoque, la orilla est menos vigilada que los tneles. Estis todos preparados? --Ech un vistazo a su alrededor. Todos estaban listos, as que la sacerdotisa Baenre hizo un gesto de aprobacin y se volvi hacia Pharaun --. Qu tenemos que hacer para que funcione tu conjuro? --Unid las manos y acercaos a m --dijo Pharaun--, o apartaos, si prefers, en cuyo caso os volveris visibles. Ah, no me hago responsable de los inconvenientes que surjan. Armados y con las mochilas a la espalda, unieron las manos y esperaron, todos excepto Valas. El maestro de Sorcere, en el centro, sise una serie de palabras arcanas y dio unos pases msticos con las manos. Todos desaparecieron. Halisstra senta la mano de Danifae en el hombro izquierdo y asa la coraza de Ryld con la derecha, pero sus ojos le decan que slo el explorador estaba en la sala. --Ests preparado, maese Hune? --dijo Pharaun. Valas asinti. Iba vestido con lo que para l eran sus galas, una simple cota de malla sobre una buena camisa de tela de araa y unos bombachos oscuros, el piwafwi cado por encima de un hombro

casual. A esta vestimenta estaban prendidos distintivos e insignias estrafalarios, protecciones y fetiches de una docena de razas que completaban su atuendo. --Los distraer paseando un rato por el patio. Salid rpido; ser menos sospechoso si no me quedo mucho rato. Me unir a vosotros en la barca de Picahlla dentro de diez minutos. --Te seguirn de cerca --dijo Ryld. Valas Hune se mostr ofendido. --Nadie es capaz de seguirme si yo no quiero --dijo. Valas sali al patio, dejando la puerta para que salieran. Valas hizo como si se desperezara. Halisstra oy que Ryld arrastraba los pies, e hizo lo mismo, apretujndose contra l a la par que Danifae la empujaba. El aliento clido de la muchacha le acariciaba la nuca. Mientras el explorador de Bregan D'aerthe se encaminaba hacia el barrio central de la ciudad, Halisstra y los dems dieron un rodeo y fueron en direccin contraria, a los muelles. Las calles no estaban desiertas, pero tampoco abarrotadas. La mayora de los duergars estaban en sus aburridas casas despus de un largo da en las forjas y fundiciones de la ciudad. Si el grupo se hubiera visto obligado a huir al principio o al final de la jornada, su estratagema se habra desbaratado por el simple encontronazo con un atareado enano. Halisstra lanz otra mirada a Valas, que caminaba por la calle en direccin opuesta. Pareca ir con cierta cautela; lo que era mejor que la despreocupacin, cosa que sera sorprendente en un lugar como Gracklstugh. Tambin vio a un mozo duergar llevando un barrilete de brandy al hombro. Cuando el explorador pas, ste se volvi para seguirlo. En apariencia no era ms que un trabajador normal y corriente que transportaba artculos de una parte de la ciudad a otra. Valas lo habr advertido --pens--. Ese mercenario es demasiado astuto para pasar por alto un seguimiento tan claro como se. Aunque Halisstra esperaba que en cualquier momento algn observador escondido diera un grito de alarma, avanzaron sin impedimentos hasta que alcanzaron los muelles. Cuando se acercaban a las barcas amarradas, Ryld se detuvo de repente, sorprendiendo a Halisstra. sta tropez con l. Danifae tambin choc con ella. Y todo el grupo se detuvo. --Problemas --susurr Pharaun--. Una patrulla de soldados con los colores del prncipe heredero acaban de doblar la esquina. Tambin son invisibles, y hay un tipo que parece mago que los gua

hacia aqu. --Nos ven? --pregunt Jeggred--. De qu nos sirves, mago? --Hay conjuros que permiten ver la invisibilidad --respondi Pharaun--. Ahora mismo utilizo uno, por eso yo veo a los soldado, y t no. Espero que eso responda a la pregunta de para qu sirvo... --Vosotros! Disipad el conjuro y tirad las armas! --orden el capitn de la patrulla. El ruido de las armas reverber en la silenciosa calle, aunque Halisstra segua sin ver a los enanos grises --. Estis arrestados! --Jeggred, Ryld, Pharaun... ocupaos de ellos --orden Quenthel--. Danifae, Halisstra, quedaos conmigo. Sali disparada hacia el muelle y se hizo visible en cuanto se alej de la influencia mgica de Pharaun. Jeggred y Ryld atacaron por el otro lado. Tajadora apareci en las manos del maestro de armas como por arte de magia. Pharaun solt una frase corta que pareci estremecer el aire del embarcadero, y un momento ms tarde una onda de luz ba el otro lado de la calle, revelando a los duergars. El mago profiri al instante otro conjuro, que lo hizo visible mientras diriga un rayo negro al mago que acompaaba a los soldados. La lanza prpura alcanz al mago en el pecho, y se desplom al suelo como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. --La prxima vez, golpea primero y lanza los desafos despus --coment Pharaun. Inici otro conjuro mientras el draegloth y el maestro de armas chocaban contra las filas de la patrulla, asestando tajos y mandobles a diestro y siniestro. Halisstra sigui a Quenthel mientras sta corra por el muelle. Quenthel salt a la barca de Picahlla. Los enormes esqueletos estaban inmviles en el centro de la cubierta. No eran ms que maquinaria inerte que esperaba una orden. Bajo el puente, el contrabandista duergar se removi y se sent sobre un jergn, agarrando un hacha de mano. --Quin anda ah? --rugi mientras se pona en pie--. Por qu...? Fue interrumpido por el impacto del pie de Quenthel en el pecho y cay a cubierta. La Baenre levant el ltigo para acabar con el contrabandista. --Espera! --grit Halisstra--. Podramos necesitarlo para que esta cosa funcionara. --Te has credo sus cuentos? --dijo Quenthel sin apartar los

ojos del enano--. Quiere que pensemos que lo necesitamos para que funcione la barca. --Sea verdad o no, ahora no es momento de poner en riesgo nuestra huida --dijo Halisstra--. Seramos unos idiotas si nos abriramos paso entre una patrulla de soldados del prncipe y no pudiramos abandonar el muelle. --No habis conseguido el favor del prncipe, verdad? --dijo Picahlla. Se levant despacio y mostr una fiera sonrisa. Un repentino resplandor elctrico y un trueno retumbante provenientes del principio del muelle anunciaron la llegada de refuerzos duergars--. Si me matan, nunca escaparis. Ahora hablemos del precio que pagaris para sacaros de este lo. Quenthel se enfureci y sin duda habra derribado al enano, pero Halisstra se situ entre los dos. --Si nos atrapan aqu --dijo la sacerdotisa Melarn--, te implicaremos en todos los cargos que nos imputen, enano. Y ahora en marcha. Picahlla cruz una mirada con las elfas oscuras, la cara deformada por la ira. --Os trato honestamente, y as me lo pagis? --solt--. Tendra que haberlo pensado mejor antes de comerciar con los de vuestra calaa! Se apresur a quitar los cabos que aseguraban la macabra barca al muelle, mientras gritaba rdenes a los esqueletos. --Por qu tenemos que salvar al enano? --pregunt Quenthel, con los ojos entornados a Halisstra--. Sabes que miente sobre lo de gobernar la barca. --Siempre podrs matarlo ms tarde, si tantas ganas tienes --dijo Halisstra despus de encogerse de hombros. Cuando la barca empez a girar, Ryld y Jeggred corrieron a toda velocidad y subieron a bordo. La sangre chorreaba de las garras del semidemonio y de Tajadora. Pharaun salt un poco ms tarde, despus de cerrar el acceso al muelle con un muro de llamas rugientes para detener a los soldados. --Eso no los retendr mucho tiempo --dijo el mago--. Debe de haber tres o cuatro magos all, y extinguirn el muro con rapidez. Alejmonos antes de que lancen sus conjuros sobre nuestro humilde transporte. --Te das cuenta que tambin has bloqueado la ruta de escape de Valas con ese conjuro? --dijo Ryld entre dientes--. Lo

necesitamos, Pharaun. No podemos abandonarlo aqu. --Me siento halagado, maese Argith. Valas se levant de entre las sombras de la popa del barco y se ajust el piwafwi. --De dnde demonios has salido? --pregunt el maestro de armas, mientras se frotaba los ojos. --Embarqu justo despus de que las tres damas lo hicieran --dijo el explorador. Mir a su alrededor, para saborear la sincera sorpresa en las caras de sus compaeros, luego hizo una ligera reverencia y un gesto como para quitarse importancia --. Como dije, no me siguen con facilidad cuando yo no quiero. Adems, pareca que estabais muy ocupados con los soldados del prncipe. El maestro de Melee-Magthere resopl y devolvi a Tajadora a la vaina que llevaba cruzada en la espalda. Acto seguido, se volvi hacia el puerto, que se desvaneca en la oscuridad con rapidez. El fuego an brillaba en el muelle, iluminaba las extraas formas de los bajeles duergars, en los que la tripulacin se apresuraba por las cubiertas, gritndose rdenes unos a otros mientras obedecan a los soldados del prncipe heredero. --Espero que tu barca sea ms rpida que sus bajeles --dijo Ryld. --No te preocupes --grit Picahlla desde el puente--. Esta es la barca ms rpida del Lagoscuro. No nos alcanzarn. Bram otra orden a los enormes esqueletos que conducan el bote, y stos redoblaron sus esfuerzos, accionando las manivelas cada vez ms rpido, hasta que una espuma blanca hirvi en las aspas. La ciudad duergar se desdibuj en la oscuridad, slo la delataba ya el resplandor rojizo que se vea en el techo de la caverna. --De todos modos, la situacin es inquietante --reflexion Quenthel--. Menzoberranzan no puede afrontar una guerra contra los duergars ahora mismo. --Alteraremos el rumbo? --pregunt Ryld--. Debemos avisar a Menzoberranzan. La matrona de Arach-Tinilith se par a pensar un momento. --No --dijo--. Lo que tenemos entre manos es ms importante, y, si no estoy equivocada, Pharaun posee los medios para enviarle una advertencia al archimago. No es as? El maestro de Sorcere sonri y extendi los brazos.

*** Las pisadas de Nimor reverberaban en los pasillos de la fortaleza del prncipe heredero. A intervalos pasaba ante parejas de soldados ceudos con armadura pesada y alabardas enhiestas. Se preguntaba si nunca se cansaban de mirar las paredes lisas durante su servicio. Lo ms probable era que no. Los duergars eran insensibles a esas cosas. Nimor jugueteaba con un sobre pequeo que llevaba en la mano. La dama Aliisza de la Corte del Caudillo (un ttulo de lo ms imaginativo que haba odo) lo haba invitado a reunirse con ella para cenar en sus aposentos, no sin dejar caer que los enanos grises hasta ahora no la haban invitado a un banquete o cena. Nimor no esperaba que la compaa para cenar fuera lo nico previsto en el programa. Al llegar a las habitaciones asignadas a la emisaria del Caudillo, se meti la invitacin en el bolsillo del pecho, y llam dos veces a la puerta. --Adelante --dijo una voz aterciopelada. Nimor entr. Aliisza esperaba sentada a la mesa, que estaba llena de unos platos impresionantes y rematada por una botella de vino del mundo de la superficie y un par de copas. Llevaba una falda de seda roja con un ajustado cors decorado con un lazo negro. Nimor advirti que los colores la favorecan, y que incluso quedaban bien con sus suaves alas negras. --Lady Aliisza --dijo con una reverencia--. Me siento halagado. Estoy seguro de que la comida que hay ante m no proviene de las cocinas del prncipe heredero. --Hay un lmite a la cantidad de queso ahumado de rote y pan de harina de esporas que uno es capaz de soportar --dijo. Tom las copas de vino con una mano y se acerc para darle una --. Lo admito, orden a mi squito que rebuscara por la ciudad para encontrar posadas y tabernas deseosas de suministrar viandas apropiadas al paladar de un elfo. Nimor se llev la copa a la nariz para aspirar el aroma. No slo apreci la fragancia del vino, tambin olfate la presencia de algunos de los venenos con los que estaba familiarizado. Habra sido muy difcil envenenarlo. Pero no detect aromas extraos. --Muchas gracias. ltimamente he viajado mucho y me he visto

obligado a vivir sobriamente. Aliisza sorbi un poco de vino e hizo un gesto hacia la mesa. --En ese caso, por qu no comemos mientras hablamos? Nimor tom asiento frente a la semiscubo y empez a comer. Una de las consecuencias de su verdadera naturaleza era el sorprendente saque que tena para su complexin, as como su capacidad para el ayuno. El asado de rote con salsa de setas estaba en su punto, el pescado ciego estaba algo ms salado de lo que le habra gustado y el vino era seco y fuerte, una buena eleccin para el asado. --As, a qu debo el placer de esta ocasin? --pregunt entre bocado y bocado. --Me intrigas, Nimor Imphraezl. Quiero saber ms de ti y a qu intereses representas. --Quin soy? Te he dicho mi verdadero nombre --respondi Nimor. --sa no es la clase de respuesta que pretenda. --Aliisza se inclin hacia adelante, con los ojos fijos en l --. Lo que quera decir es, a quin sirves? Qu haces aqu? Nimor sinti una sutil agitacin en sus pensamientos, como si intentara recordar algo que momentneamente haba olvidado. Se reclin en la silla y sonri a la semiscubo. --Espero que me perdones, querida, pero hace poco me encontr en una entrevista en la que el otro era capaz de leer mis pensamientos, y por eso esta tarde he tomado medidas para protegerme contra esas cosas. No vers las respuestas en mi mente. --Ahora me pregunto qu pensamientos tienes que guardar tan bien, Nimor. Tienes miedo de que no me guste lo que encuentre? --Todos tenemos nuestros secretos. --Nimor agit de nuevo el vino y admir su fragancia. No le dira toda la verdad, por supuesto, pero lo que le ofrecera era lo bastante veraz dadas las circunstancias--. Pertenezco a una casa menor de Menzoberranzan con unas prcticas inusuales que las matronas no aprobaran. Entre otras cosas, no nos sometemos a la tirana de nuestras adoradoras de Lloth y tenemos viejos y fuertes vnculos con casas menores en varias ciudades con prcticas similares. Nos hacemos pasar por mercaderes de poca importancia, pero mantenemos nuestra verdadera naturaleza y habilidades en secreto. --Habilidades? --Somos asesinos, querida, y muy buenos en nuestro oficio.

Aliisza se inclin hacia adelante y pos la barbilla sobre las manos mientras examinaba a Nimor con su mirada oscura y traviesa. --Qu hace un asesino de Menzoberranzan en Gracklstugh, aconsejando a Horgar Sombracerada mientras rene su ejrcito para la guerra? --pregunt--. No sera eso la peor de las traiciones? --Deseamos alterar el orden de las cosas --respondi Nimor despus de encogerse de hombros--. No venceremos a las grandes casas de nuestra ciudad sin un ejrcito, y Gracklstugh es el ms fuerte en este rincn de la Antpoda Oscura. En cuanto fue evidente que Lloth haba abandonado a sus sacerdotisas, nos dimos cuenta de que tenamos una oportunidad de oro para descargar un golpe mortal sobre las grandes casas. Hemos hecho todo lo posible por ayudar a Horgar para que vea que nuestra oportunidad tambin es la suya. --No te preocupa que los duergars se nieguen a dejar la ciudad drow en vuestras manos una vez que la conquisten? --Por supuesto --dijo Nimor--, pero con toda honestidad, vemos la cada de las casas de la Reina Araa como un xito lo bastante deseable para compensar los riesgos de que nos traicionen los enanos. Incluso si Gracklstugh se vuelve contra mi casa y ocupa Menzoberranzan durante un centenar de aos, sobreviviramos, y a su debido tiempo, reclamaramos la ciudad. --De verdad crees que la Reina Araa permitir que caiga su ciudad? Qu suceder en caso de que las sacerdotisas recuperen de pronto sus poderes? --Somos una raza longeva, querida. Mi abuelo vio con sus propios ojos los acontecimientos de hace mil aos. No olvidamos el pasado como hacen otras razas. En todas nuestras leyendas, nuestras tradiciones, nunca nos encontramos con un silencio tan completo y duradero. Incluso si es temporal, bueno, es una oportunidad que se da una vez cada dos mil aos, no? Cmo no escoger este momento para golpear? --Quiz tengas razn. Habl con otro drow que siente que stos son tiempos extraordinarios y sin precedentes. --Aliisza volvi la mirada hacia l y aadi--: De hecho, en Ched Nasad me encontr con unos nobles de Menzoberranzan que llegaron a la ciudad con la esperanza de descubrir la causa del silencio de Lloth. Quenthel Baenre, matrona de Arach-Tinilith, diriga al grupo. --O hablar de la misin de la matrona Quenthel. As que fueron a Ched Nasad?

--S, despus de pasar por el territorio de Kaanyr Vhok. Llegaron justo a tiempo de ver la destruccin de la ciudad. --Sobrevivi alguno de ellos? --No estoy segura --dijo Aliisza despus de encogerse de hombros--. Eran gente muy capaz. Si alguien poda escapar a la cada de la ciudad, eran ellos. Nimor golpe ligeramente la mesa con los dedos, pensando. Entonces la misin de investigacin de Quenthel era importante? Imaginaba que las matronas haban decidido mandar fuera de la ciudad a la matrona de Arach-Tinilith durante un tiempo por si tena aspiraciones peligrosas. Sin embargo, era algo inesperado, un factor desconocido del que convendra que la Jaezred Chaulssin tomara nota. Un grupo de poderosos elfos oscuros vagando por la Antpoda Oscura encontraran la oportunidad de causar toda clase de problemas. --Hallaron las respuestas a sus preguntas? --pregunt. --No, que yo sepa --dijo Aliisza. Apart la mirada de la ventana y se acerc hacia la mesa--. Parecas muy ansioso por discutir mi caso con el prncipe coronado. Puedo preguntar el porqu? El asesino se removi en el asiento y se reclin, posando la mirada en ella. --Ya lo mencionaste antes --dijo--. O Gracklstugh es lo bastante fuerte para vencer a Menzoberranzan, o no. Si es lo segundo, entonces la Legin Flagelante de Kaanyr Vhok puede desequilibrar la balanza a nuestro favor. Si Gracklstugh es lo bastante fuerte, entonces la Legin Flagelante servira para averiguar las aspiraciones de Horgar. No querramos que el prncipe heredero olvidara los detalles de nuestro acuerdo. --Y por qu la Legin Flagelante servir como vuestro ejrcito en la batalla? --Porque para Horgar no contars como aliada a menos que lo persuada de que estara mejor con los tanarukks de Kaanyr Vhok a su lado que atacando su flanco --respondi Nimor--. Adems, tu seor quiere quedarse sentado mientras se desencadenan los hechos. Te ha enviado para apremiar a los duergars a que atacasen Menzoberranzan, no es as? Aliisza escondi su sonrisa tras la copa de vino. --Bueno, s --admiti--. As, pedirs a los duergars que acepten nuestra ayuda, o no? El asesino estudi a la semiscubo mientras pensaba en la

respuesta. Agrach Dyrr era un aliado til, pero dudaba que la Quinta casa de Menzoberranzan tuviera la fuerza necesaria para contrarrestar al ejrcito de Horgar si llegaba el momento decisivo. Otra fuerza en la batalla incrementara las probabilidades de xito de la Jaezred Chaulssin, y con tres ejrcitos con los que operar, se poda alinear dos contra el tercero en cualquier combinacin necesaria para lograr sus objetivos ltimos. En ltimo trmino, la Jaezred Chaulssin utilizara sus fuerzas, pero stas no eran numerosas, y siempre era preferible emplear los recursos de un aliado antes que utilizar los propios. --Creo --dijo al fin-- que no le daremos oportunidad a Horgar de rechazar tu ayuda. Conoces un lugar llamado los Pilares del Infortunio? Aliisza frunci el entrecejo y sacudi la cabeza. --Es un desfiladero que hay entre Gracklstugh y Menzoberranzan --dijo Nimor--, un lugar para el que tengo grandes planes. Estoy convencido de que algunos de los exploradores de Kaanyr Vhok conocern el sitio y me asegurar de que saben encontrarlo. Vuelve con Kaanyr Vhok y haz que lleve la Legin Flagelante a los Pilares del Infortunio lo antes posible. Tendrs la oportunidad de contribuir a la destruccin de Menzoberranzan. Si el prncipe heredero demuestra que es un insensato, tendrs otras oportunidades, pero creo que Horgar aceptar tu ayuda, dadas las circunstancias, una vez que encuentre tus fuerzas en la batalla. --Eso suena arriesgado. --El riesgo es el precio de la ocasin, querida. No es posible evitarlo. Aliisza estudi sus intenciones. --Muy bien --dijo--, pero te advierto que Kaanyr Vhok se enfadar conmigo si su ejrcito avanza por la Antpoda Oscura y se pierde la diversin. --No te defraudar --prometi Nimor. Se permiti dar un buen trago de vino y apart la silla de la mesa--. Con esto se acaba nuestro asunto, lady Aliisza. Gracias por la excelente cena y la agradable compaa. --Te vas tan pronto? --dijo Aliisza con mohn. Se acerc ms. Sus ojos le lanzaron una mirada traviesa, y Nimor se descubri paseando la mirada por las voluptuosas curvas de su cuerpo. Ella se inclin hacia adelante, puso las manos en los brazos de la silla y lo rode con las alas. Con un encanto sinuoso

baj la cabeza para mordisquearle la oreja, mientras apretaba su carne suave y ardiente contra l. --Si ya hemos acabado con los negocios, Nimor Imphraezl, es el momento del placer --le susurr a la oreja. Nimor inhal la fragancia deliciosa de su perfume y descubri que sus manos se paseaban por sus caderas para atraerla hacia s. --Si insistes... --murmur y le bes el cuello. Ella tembl entre sus brazos cuando l alarg la mano y empez a desabrocharle el cors. *** Las burdas aspas a los costados de la barca de Picahlla traquetearon con fuerza en la oscuridad, batiendo el agua negra y formando espuma blanca. Los gigantescos esqueletos del centro de la barca se encorvaban y erguan una y otra vez, con las huesudas manos sujetas a la manivela que accionaba las ruedas. Sin descanso, continuaron su mecnico trabajo, atados a su tarea por la magia nigromntica que les insuflaba sus aos de vida, quiz dcadas. Halisstra no era una experta en los viajes en barco, pero le pareca que la barca de Picahlla llevaba un ritmo que era difcil de igualar. Lanz una mirada de reojo para ver si sus compaeros mostraban algn signo de que los perseguan. Ryld, Jeggred y Pharaun se hallaban en la popa, mirando la estela. Quenthel estaba sentada sobre un gran bal justo bajo el puente y tambin miraba hacia Gracklstugh. Valas estaba en el puente junto a Picahlla, asegurndose de que el enano mantena la desgarbada nave en el rumbo que deseaban. Halisstra y Danifae cumplan las funciones de vigas, con la vista al frente para cerciorarse de que no se metan de cabeza en problemas. Halisstra no se molest en discutir la medida. Los varones estaban mejor situados para hacer frente a las probables amenazas, y Pharaun era posiblemente su mejor arma contra cualquier persecucin desde Gracklstugh. La ciudad ya no era visible, excepto por la mancha larga y rojiza. La luz de los fuegos de las fraguas enanas se vea desde varios kilmetros de distancia en el vaco inmenso de las aguas del Lagoscuro. A Halisstra le recordaba los paisajes antinaturales del mundo de la superficie. Avanzaron hacia el sureste de Gracklstugh

durante varias horas, sin que nadie los siguiera, pero Halisstra no poda quitarse la sensacin de que an no se haban librado de los enanos. De mala gana, volvi la mirada hacia la enorme oscuridad de proa y comprob la ballesta para asegurarse de que estaba preparada para disparar. Halisstra vigilaba su mitad de la proa. Empezaba por el agua cercana a la barca y alejaba la vista hasta que no distingua nada en la oscuridad. Entonces volva hasta la barca y comenzaba de nuevo. Grandes estalactitas o columnas (era imposible decirlo) descendan del techo y se desvanecan en las aguas negras de vez en cuanto, titnicos pilares que la barca rodeaba. En otros puntos, los puntiagudos extremos de estalagmitas salan de la superficie cual lanzas. Picahlla se apartaba bastante de ellas, alegando que podra haber dos rocas ms sumergidas por cada una que rompa la superficie. --Soy incapaz de creerme que estoy en una barca duergar, huyendo de una ciudad que no haba visto hasta hace tres das --murmur Halisstra, rompiendo el largo silencio--. Haca casi tres semanas era la heredera de una gran casa, en una noble ciudad. Diez das atrs era la prisionera, traicionada por la maldad mezquina de Faeryl Zauvirr, y ahora aqu estoy, siendo una vagabunda desarraigada sin nada ms que mi nombre, la armadura que llevo y todo lo que hay en la mochila. Soy incapaz de comprender el porqu. --No me son extraos los cambios --dijo Danifae--. Qu sentido tiene preguntarse por qu? Es la voluntad de la Reina Araa. --Lo es? --plante Halisstra--. La casa Melarn estuvo en pie durante veinte siglos o ms, para caer cuando Lloth retir su favor a toda nuestra raza. Y en su ausencia nuestros enemigos pueden derrotarnos. Danifae no respondi, ni Halisstra lo esperaba. Despus de todo, esa idea estaba muy cerca de la hereja. Sugerir que ocurra algo contra la voluntad de Lloth era dudar del poder de la Reina Araa, y cuestionarlo era tentar la muerte y condenarse como un dbil infiel. El destino que aguardaba a los infieles en el ms all era demasiado terrible para considerarlo. A menos que Lloth decidiera llevar el alma de un seguidor a su morada divina en la Red de Pozos Demonacos, el espritu de un drow sera condenado al dolor y el olvido en los yermos desiertos donde los muertos de todas clases eran juzgados. Slo un culto vil y un servicio perfecto persuadiran de interceder a la Reina Tenebrosa en beneficio de una y garantizar la

vida despus de la vida, la existencia eterna entre las huestes divinas de Lloth. Por supuesto --pens Halisstra--. Si Lloth estaba muerta, entonces la condenacin y el olvido eran inevitables, no? Palideci ante la idea y se estremeci de terror. Se levant y se alej del puente para esconder la cara de la vista de los dems. No debo pensar esas cosas --dijo para s--. Mejor vaciar la mente de todo pensamiento antes que recrearme en la blasfemia. Cerr los ojos y respir profundamente, haciendo todo lo posible para apartar sus dudas. --Tenemos problemas --anunci Ryld desde la cubierta de popa. El maestro de armas se arrodill y forz la mirada para mirar entre la oscuridad--. Tres barcas, muy parecidas a sta. --Las veo --dijo Pharaun. Levant la mirada hacia el puente --. Maese Picahlla, habas dicho que sta era la barca ms rpida del Lagoscuro. Debo pensar que exageraste un poco? --Nunca me han alcanzado hasta hoy --dijo el enano despus de mirar atrs con el entrecejo fruncido--, as que, cmo iba a saberlo? Lanz una retahla de maldiciones y se pase de un lado a otro del puente, sin apartar los ojos de las naves perseguidoras. --No van mucho ms rpido que nosotros --coment Quenthel momentos ms tarde--. Les va a costar un poco alcanzarnos. Halisstra se volvi y se asom por el puente para mirar por popa. Apenas vea las barcas que los perseguan. Iban a la estela del bote de Picahlla, a tiro de arco. Se vean siluetas de fantasmas negros contra la agonizante mancha roja que sealaba la ciudad. Un destello blanco jugueteaba en la proa de cada bote mientras henda las aguas. --Esta cosa no puede ir ms rpido? --dijo despus de levantar la mirada hacia el duergar. Picahlla solt un gruido y agit una mano hacia los esqueletos que conducan la embarcacin. --Ya les he dicho que vayan lo ms rpido que puedan --dijo--. Podramos aumentar la velocidad tirando peso por la borda, pero no s si sera de mucha ayuda. --Cunto queda hasta la pared sur de la caverna? --pregunt Quenthel. --No conozco bien estas aguas. Supongo que unos cinco kilmetros. --Entonces mantn el rumbo --decidi la Baenre--. Cuando

estemos en tierra, nos distanciaremos de nuestros perseguidores o escogeremos el terreno para luchar si decidimos quedarnos. --Pero qu hay de mi barca? --exigi Picahlla--. Tienes idea de lo mucho que pagu por ella? --Espablate por tu cuenta, enano --respondi Quenthel. Le dio la espalda al duergar y se sent a esperar, mientras acariciaba el ltigo y observaba cmo los perseguidores se acercaban. La barca continu su avance, dejando atrs ms estalagmitas que sobresalan de las aguas mientras los perseguidores se aproximaban. Halisstra y Danifae observaban los obstculos que surgan a proa, pero a pesar de s misma, Halisstra era incapaz de resistir el impulso de mirar a su espalda cada pocos minutos para mirar las evoluciones de los perseguidores. Cada vez que lo haca, estaban un poco ms cerca, hasta que distingui a varios sujetos que se afanaban sobre las cubiertas. Un cuarto de hora despus de que el primero surgiera a popa, las naves duergars empezaron a disparar proyectiles: pesados virotes de ballesta que caan en su estela y torpes disparos de catapulta de bolas llameantes que caan ms all de la barca para golpear las hmedas columnas que plagaban las aguas que los rodeaban. --Zigzaguea un poco --le dijo Quenthel al enano--. No queremos que una de sas nos d de lleno. --Ganarn terreno antes si hacemos eso --protest Picahlla, aunque empez a mover el timn de un lado a otro, intentando no seguir el mismo rumbo durante demasiado tiempo. --Ryld, Valas, responded a los disparos de la barca de cabeza. Usad slo la mitad de los proyectiles. Podramos necesitarlos ms tarde. --Quenthel ech un vistazo a su alrededor y le hizo un gesto a Halisstra--. T tambin. Danifae, mantn la guardia a proa. Pharaun, responde a las catapultas. Valas se volvi y afirm los pies en unas planchas entrecruzadas, mientras pona una flecha en el arco. Apunt hacia la barca de cabeza y dispar la flecha. Ryld y Halisstra hicieron otro tanto. Un largo instante despus, la diminuta figura de un enano gris levant los brazos, y cay por la borda y desapareci bajos las aspas. Otros enanos corrieron a toda prisa para cubrirse con unas protecciones de gran tamao que haba en la barca. Pharaun dio un paso al frente y grit un conjuro hacia la barca que iba en cabeza. De las yemas de sus dedos sali disparada una

bolita de llamas anaranjadas que atraves las aguas con la velocidad de una flecha. Pareci que se desvaneca en la negrura, tragada por la masa de la nave. Luego, una brillante explosin brot justo en la proa del perseguidor, arrasando la cubierta con un rugido que reson por toda la caverna. Duergars baados en llamas daban bandazos de aqu para all, pero la mayora caa o se tiraba por la borda. --Bien hecho! --exclam Quenthel. Incluso Jeggred dio un grito de alegra, pero un momento ms tarde un globo de energa azul se elev de la segunda nave con la velocidad del rayo. Pharaun inici un conjuro para desviarlo o detenerlo, pero fue incapaz de eludir el golpe, y unos rayos cegadores de electricidad envolvieron la barca de Picahlla. El aire rugi con docenas de truenos y explosiones mientras los arcos elctricos hacan explotar barriles o quemaban la piel. Halisstra solt un grito y se dobl sobre cubierta cuando uno le atraves la cadera izquierda. Ryld se desplom entre sacudidas, su coraza tena un brillo blanco azulado producido por la energa de la esfera elctrica. Los remeros seguan con su trabajo, dirigiendo la barca hacia adelante. Pharaun saco su varita y devolvi un rayo a la nave que les haba lanzado la esfera elctrica. Un meteoro de fuego cegador sali de la embarcacin que iba en cabeza. Rebot en el agua con un ardor propio de un ser vivo. Por un golpe de buena suerte, el proyectil choc con unas rocas que sobresalan y deton cerca de popa, esparciendo una capa de fluido ardiente sobre la superficie del agua. La tercera nave dispar su catapulta de nuevo y lanz una bola de llamas que zumb por encima del puente y explot a poca distancia de proa. --Maldicin --exclam Picahlla--. Nos tienen a su alcance! --Parece que me superan en nmero --grit Pharaun--. Tal vez debiramos redoblar los esfuerzos para escapar. Las flechas zumbaron a su alrededor, silbando sobre el bote o clavndose en la cubierta de madera. --Halisstra --llam el mago--, coge mi varita y sala para desanimar a los de la primera nave. Halisstra hizo caso omiso del fuerte dolor que senta en la cadera y gate hacia popa. Cogi la varita de la mano del mago, la apunt hacia la embarcacin que iba al frente y grit la palabra de activacin. El aire crepit y se llen de ozono mientras el rayo sala disparado en direccin a la nave perseguidora, para acabar

desvanecindose sobre alguna clase de escudo levantado por los magos duergars. Pharaun pronunci las palabras de otro conjuro, y una niebla blanca y espesa se levant. Sus vaharadas se extendieron por el agua con una velocidad sorprendente. Casi al instante, se levant por popa como un muro blanco, que bloque por completo la visin de los perseguidores. --Eso --dijo el mago-- los retrasar un poco. --Es niebla. No pueden atravesarla? --pregunt Ryld. --No es una niebla cualquiera, amigo mo. Esa niebla es lo bastante espesa para detener una flecha en pleno vuelo. Lo mejor de todo es que es bastante acida, as que cualquiera que se mueva por ella ser consumido lentamente. --El mago sonri y cruz los brazos--. Jo, qu bueno que soy. --Parad! Rocas a proa! Parad! --grit Danifae desde proa, cuando Quenthel estaba a punto de abrir la boca, lo ms probable para criticar el autoelogio del mago. --Maldito infierno! --jade Picahlla--. Atrs toda! Atrs toda, patanes huesudos! Los esqueletos ralentizaron su frentico movimiento, incapaces de detener las pesadas aspas al instante. Poco a poco empezaron a girar las aspas en direccin contraria. El enano no esper, dio un golpe de timn para alejarse de una lnea negra de rocas como colmillos que haba por proa. El lago pareca llegar a su fin, el suelo se una al techo. La costa se extenda a izquierda y derecha hasta donde alcanzaba a ver Halisstra. La barca vir sobre su eje con torpeza. El costado de estribor choc con una roca erosionada que encontr en su camino. El impacto dej estupefacto a todos los que estaban a bordo y casi lanz a Danifae por encima de la proa. --Y ahora qu? --pregunt Ryld, mientras se pona en pie--. Nos tienen atrapados contra la pared de la caverna. --Cunto retrasar la niebla a los enanos grises? --le pregunt Quenthel a Pharaun. --Slo un par de minutos --respondi--. Pero podran rodearla, por supuesto. Pharaun observ con atencin su obra. En la lejana, los duergars chillaban de dolor. La prfida niebla amortiguaba los gritos de agona de los enanos grises. --Es difcil que el conjuro mate o incapacite a muchos de ellos --aadi el mago--, y tampoco creo que hunda sus botes.

--Entonces nos bajamos aqu --dijo Quenthel. Seal la pared de la caverna--. Nos refugiaremos en las rocas de ah y nos esconderemos. La barca seguir en esa direccin --seal hacia el este--, y dejaremos que los hombres del prncipe heredero la persigan. --No ser vuestro seuelo! --protest Picahlla--. Me metisteis en este lo y me sacaris de l! Los elfos oscuros hicieron caso omiso del enano mientras lanzaban a toda prisa las mochilas hacia las rocas hmedas. Jeggred salt a las aguas heladas y subi a la orilla, seguido de Ryld y Pharaun. Tambin Valas baj del puente y salt. --Me ests haciendo perder el tiempo --le dijo Quenthel al capitn duergar--. Contina, ahora, tienes una oportunidad, o qudate y enfrntate al draegloth. Salt a las rocas, junto a Halisstra y Danifae. --Pero si... ah, as acabis en los infiernos de Lloth! --jur Picahlla. Se precipit hacia el puente y empez a gritar rdenes a los remeros. La barca se apart despacio de las rocas. --Si me atrapan --grit--, les dir exactamente dnde encontraros! Quenthel entorn los ojos. Iba a hacerle una sea a Jeggred, pero Halisstra neg con la cabeza y empez una grave cancin bae'qeshel. Reuni toda su fuerza de voluntad y la lanz sobre el furioso enano. --Escapa, Picahlla --sise--. Huye tan rpido como puedas y no dejes que te alcancen. Si lo hacen, nada antes que dejar que te atrapen. Las redes invisibles del conjuro se posaron alrededor del enano como una nevada de veneno mortal. ste se qued mirando a Halisstra con la boca abierta, y luego redobl sus esfuerzos para desembarrancar la barca antes de que se levantara la niebla. Quenthel ech una mirada a Halisstra y levant una ceja. --He credo mejor asegurarnos de que huira --explic Halisstra mientras reuna sus cosas con celeridad y se apresuraba a esconderse tras las rocas y las estalagmitas de la costa. Quenthel la sigui. Llegaron a tierra entre chapoteos y se situaron tras una gran roca, justo cuando la proa de la primera embarcacin duergar, que an mostraba el brillo rojo de las ascuas que haba dejado la bola de fuego de Pharaun, sali de entre las

nieblas mortales. Los elfos oscuros se arrebujaron en sus piwafwis y se quedaron quietos, mientras observaban cmo los duergars se movan y salan de los refugios que haban encontrado para evitar la niebla cida. Uno de los enanos grises seal y grit, y los dems se unieron al clamor. Hicieron una virada por avante y salieron tras la barca de Picahlla. ~Bien --dijo Pharaun en el lenguaje de signos--. Tena miedo de que usaran magia para seguirnos. Parece que maese Picahlla nos har un ltimo servicio. ~Qu crees que suceder cuando lo atrapen? --pregunt Ryld. Las naves duergars se alejaron. --Supongo que depende de si sabe nadar o no --dijo Halisstra.

_____ 9 _____ Un da de marcha despus --aunque se detuvieron a fin de que Pharaun enviara un mensaje para darle las noticias del ejrcito de Gracklstugh a Gomph--, el grupo lleg al Laberinto. Surgieron de unos tneles serpenteantes para encontrar una serie de galeras naturales de kilmetros de longitud y salpicadas por caminos labrados y pequeas cmaras cuadradas. Picahlla, su barca y los perseguidores de Gracklstugh estaban a ms de treinta kilmetros de ellos. Los tneles eran de basalto negro, fro y spero, los restos helados de los grandes fuegos del inicio de los tiempos. De vez en cuando, el grupo se encontraba con grandes fisuras de decenas de metros de altura, donde los tneles acababan en paredes con peldaos que bajaban o suban a un nivel diferente, donde continuaba el sendero. Capas enteras de la corteza del mundo estaban hundidas o rotas, sellando los viejos tneles de lava o abismos oscuros. Algunos de stos los cruzaban puentes delgados de piedra, o los rodeaban toscos caminos cortados en la dura roca de las paredes. All donde miraban, se vean ms entradas y tneles que se desviaban de su camino, as que, al cabo de una hora, Halisstra se vio obligada a admitir que se haba perdido. --Ya veo por qu llaman a este lugar el Laberinto --dijo en voz

baja, mientras el grupo enfilaba por una delgada cornisa que pasaba sobre uno de esos abismos--. Este lugar es una maraa. --Es peor de lo que crees --respondi Valas desde delante. Se detuvo a estudiar el camino que tenan ante ellos, y otras de las omnipresentes aberturas laterales--. Mide ms de trescientos kilmetros de norte a sur, y casi la mitad de este a oeste. La mayor parte es como esto, una confusin de tneles con miles de bifurcaciones. --Cmo esperas encontrar la casa Jaelre? --pregunt Ryld--. Conoces tan bien este lugar? --Conocerlo bien? Apenas. Puedes pasarte una vida aqu y nunca lo vers por entero, pero recuerdo alguno de sus caminos. Varias rutas transitadas por caravanas pasan por los caminos ms rectos, aunque no estamos cerca de ninguna. Pocos viajeros se acercan al Laberinto desde el este, como nosotros. --El explorador dio unos pasos ms y pas la mano por la pared, cerca del lugar donde se abra otro tnel. Unos smbolos extraos y viejos relucieron con una luz verdosa--. Por fortuna, sus constructores grabaron runas para identificar sus caminos secretos. Es un cdigo de marcas que es vlido para todo el Laberinto. Resolv el acertijo la ltima vez que pas por aqu. No vine por estos tneles, pero creo que s cmo alcanzar los que conozco desde aqu. --Qu sagaz que eres --coment Pharaun. --Quin hizo estos tneles? --pregunt Halisstra--. Si este lugar es tan grande como t dices, debi ser un reino poderoso en sus das. Pero a simple vista se ve que estas marcas no son nuestras. Ni duergar, ni ilicidio, ni aboleth. --Los minotauros --respondi Valas--. No s cunto hace que surgi o cay su reino, pero fue muy poderoso. --Los minotauros? --se burl Quenthel--. Son bestias salvajes. Apenas tienen el ingenio y la paciencia para emprender trabajos de este alcance, y menos construir un reino. --Eso es ahora --dijo Valas despus de encogerse de hombros--. Pero miles de aos atrs, quin sabe? He encontrado bastantes objetos por esta regin. Los crneos cornudos son bastante caractersticos. Mis amigos de la casa Jaelre me dijeron que muchos minotauros an merodean por lugares olvidados y caminos abandonados del Laberinto y adems hay bestias demonacas con magia poderosa. Las patrullas que vienen por aqu tienen escaramuzas con esos monstruos con regularidad.

--Me pregunto si ser imposible que en algn punto de nuestro viaje lleguemos a un reino lleno de gente civilizada preocupada por nuestro bienestar y ansiosa por ayudarnos --murmur Pharaun--. Empiezo a pensar que nuestra hermosa ciudad yace al fondo de un barril de serpientes venenosas. --Si es as, somos ms rpidos, fuertes y ms venenosos que cualquier otra serpiente del barril --dijo Quenthel con una sonrisa--. Vamos, continuemos. Si hay minotauros por aqu, mejor que aprendan a no mostrarse cuando los hijos de Menzoberranzan decidan pasear. El grupo continu durante varias horas ms a travs de interminables salas tristes y tneles retorcidos antes de descansar y recuperar fuerzas. Esa regin del Laberinto estaba bastante desierta, por lo que pareca. Encontraron pocos signos de que nada, incluso los depredadores sin mente de la Antpoda Oscura, hubiera pasado por ese camino en aos. El aire estaba muy quieto. Slo se oa el silencio. Cuando los susurros de su conversacin moran durante un momento, ese silencio pareca precipitarse sobre ellos, oprimindolos como si a las mismas piedras les molestara su presencia. Despus de que Valas y Ryld se pusieran a hacer guardias, el resto se arrebuj en sus piwafwis y se acomod lo mejor que pudo en las fras piedras del suelo de la caverna. Halisstra dej que sus ojos se medio cerraran y se sumi en el ensueo. So con infinitos tneles y viejos secretos enterrados en el moho. Pens que era capaz de distinguir murmullos lejanos o susurros en el silencio, como si fuera capaz de or algo ms si se apartaba de los otros, sola en la oscuridad. A pesar de que el aire estaba quieto, distingui un suspiro profundo de un viento muy lejano, un lamento que cosquilleaba el borde de su conciencia, como algo importante que hubiera olvidado. Los susurros de Lloth a veces aparecan de ese modo: un sibilante suspiro mudo que pretenda colmar a una sacerdotisa con el conocimiento de los deseos de la reina demonio. La esperanza y el miedo despertaron en el corazn de Halisstra mientras se acercaba a la vigilia. Cul es tu deseo, Diosa? --grit en su mente--. Dime cmo la casa Melarn volver a recuperar tu favor. Dime cmo reconstruir Ched Nasad. Har todo lo que me ordenes! Hija infiel --le respondi el viento--. Dbil insensata. El horror sac a Halisstra del ensueo y se incorpor de golpe.

Notaba los latidos de su corazn. Slo ha sido un sueo --se dijo--. He soado con lo que deseaba que sucediera y lo que tema que podra ocurrir, pero nada ms. La Reina Araa no ha hablado. No me ha condenado. Cerca, los dems yacan en el fro suelo de piedra o estaban sentados, absortos en sus meditaciones, descansando. A poca distancia Ryld haca guardia. Era una mera forma de hombros anchos en la oscuridad. La hija de la casa Melarn baj la mirada y escuch el curioso sonido del viento, rodeada de la oscuridad que su pueblo haba hecho suya. --Lloth no habla --susurr--. Slo he odo el viento, nada ms. Por qu la diosa nos abandon? Por qu permiti que Ched Nasad cayera? Cmo incurrimos en su ira? --se pregunt Halisstra. Tena los ojos llenos de amargas lgrimas--. No ramos dignos de ella? El viento se levant de nuevo, esta vez ms cerca, ms sonoro. No era un silbido o una corriente fuerte. Le recordaba la llamada de un cuerno profundo y lejano, quiz muchos, y creca. Halisstra frunci el entrecejo, desconcertada. Era algn fenmeno extrao del Laberinto, una corriente de aire a travs de los tneles? Esas cosas ocurran en otros lugares de la Antpoda Oscura. En algunos casos los vientos eran capaces de arrancar toda vida de un tnel. Eran repentinos y muy poderosos. ste murmuraba, resonaba, como muchos cuernos bramando a la vez... Halisstra se puso en pie de un salto. Ryld segua mirando al lugar por el que haban venido, con Tajadora en la mano. --Los oyes? --le dijo a Ryld--. Vienen los minotauros! --Pens que era el viento --refunfu el guerrero--. Despierta a los dems. Corri hacia la hueste que se acercaba, mientras le gritaba a Valas que se uniera a l. Halisstra cogi su mochila y se la puso al hombro, a la vez que despertaba al resto del grupo con gritos de alarma y ocasionales patadas a aquellos que eran lentos en sacudirse el sueo. Prepar la ballesta. Carg un virote mientras miraba por el tnel que tenan a la espalda. El suelo tembl bajo sus pies. Fuertes pisadas, duras como la roca, en una estampida, y profundos bramidos y resuellos reverberaron una y otra vez en un irritante clamor que llen el tnel. La nariz se le impregn de un clido hedor animal, y entonces los

vio; una caterva exaltada de docenas de brutos, enormes monstruos de cabeza de toro, de pellejos largos y macizos cascos, que asan grandes hachas y mayales en sus recios puos. Ryld y Valas salieron disparados hacia ellos, luchaban con furia por sus vidas contra aquellos salvajes sedientos de sangre. Halisstra apunt y alcanz a un monstruo en el pecho con su ballesta, pero la criatura estaba tan enloquecida que hizo caso omiso del virote que se le haba clavado en el torso. Coloc otro proyectil mientras el arma actuaba, slo para malgastar el disparo por la precipitacin de Jeggred. --Jeggred, idiota, hay demasiados! --grit. El draegloth no atendi y se lanz hacia la horda. Por un momento la furia y el tamao del demonio contuvieron el ataque de los minotauros, pero por encima de los hombros de Jeggred y las centelleantes armas de Ryld y Valas se distinguan an ms docenas de monstruos, bocas colmilludas que rugan desafos, ojos inyectados en sangre llenos de rabia. Ya haban cado varios ante Tajadora, los cuchillos curvos de Valas y las garras de Jeggred, pero los minotauros sedientos de sangre slo prestaban atencin a las heridas ms graves. Halisstra se hizo a un lado y dispar de nuevo, mientras Danifae se una a ella con su ballesta. Quenthel se coloc justo detrs de Jeggred, fustigando con el ltigo a aquellos monstruos que amenazaban con apiarse sobre el draegloth, y Pharaun grit una palabra arcana que lanz una esfera luminosa de energa crepitante en medio de la horda de minotauros. El globo deton con el restallido de un trueno y lanz arcos elctricos de un lado al otro del tnel. Algunos minotauros se achicharraron hasta convertirse en cenizas, y a otros les produjo quemaduras grandes y negras. Bajo la cegadora luz de la bola elctrica, Halisstra vio algo ms alto y larguirucho que los minotauros, una presencia demonaca (no, varias) diriga a los enfurecidos monstruos. Unas alas grandes y negras envolvan a aquellos seres en sombras, y sus cuernos oscuros brillaban. Rugidos y bramidos colmaban el sendero de rabia. --Hay demonios al fondo! --grit Halisstra, aunque apenas oa su voz debido al ruido del acero contra el acero. --Los veo --respondi Quenthel. Dio un par de pasos atrs y agarr a Pharaun del brazo--. Puedes rechazarlos? --No tengo ese conjuro preparado --respondi el mago--.

Adems, librarnos de los demonios no nos sacar de este embrollo. Creo que... --No me importa lo que pienses! --grit Quenthel--. Si eres incapaz de rechazar a los demonios, obstruye el tnel! Pharaun hizo una mueca, pero obedeci. Halisstra recarg la ballesta y busc otro disparo seguro. Ryld se agach y desjarret a un minotauro que le atacaba con un hacha lo bastante grande para partir un yunque en dos, y destrip a la criatura con un corte ascendente. Valas se vio en el aire por obra de una cadena que tir de sus pies. El explorador se alej rodando y escap por poco de acabar con el crneo aplastado. Uno o ms de los demonios que haba tras los minotauros lanzaron una andanada de proyectiles verdes hacia los elfos oscuros. Uno se disip ante la resistencia innata a la magia de Quenthel, mientras los dems quemaban a Pharaun y Danifae con un fuego custico. Para entonces, el mago ya haba concluido el conjuro. Lo que Halisstra percibi como alguna clase de barrera invisible oblig a la mayora de los minotauros y a sus demonacos amos a echarse atrs. Mientras la hueste principal de las criaturas se lanzaban sobre el muro invisible de Pharaun e intentaban, en vano, abrirse camino a golpes gracias a sus toscas armas, los elfos acabaron deprisa con los desafortunados minotauros que se haban quedado del lado de los drows. En pocos momentos los gritos y los impactos del combate se transformaron en el bramar montono y atenuado de los minotauros del otro lado de la pared, mientras merodeaban y sacudan las armas amenazando a los drows. Los minotauros se volvieron al unsono y salieron disparados en la direccin por la que haban venido. Una docena o ms de cuerpos seguan esparcidos por el suelo. Ryld se alej con cuidado, mientras ayudaba a Valas a ponerse en pie. Jeggred an jadeaba y sangraba por una docena de heridas sin importancia. --Cunto aguantar el muro? --pregunt Quenthel. --No ms de un cuarto de hora --respondi Pharaun--. Es probable que los demonios consigan atravesarlo si lo desean, pero sospecho que conducen a esos minotauros por tneles para llegar hasta nosotros por otro lado. Mejor ser que nos vayamos de aqu antes de que descubramos cmo pretenden franquear mi barrera. --De acuerdo. Vamos --dijo Quenthel con expresin ceuda,

despus de recuperar la mochila. *** Si su manera de ser le impeliera a pasear de un lado a otro de su santuario cuando estaba alarmado, Gomph Baenre se habra pasado la mayor parte de la hora anterior hacindolo. En cambio, escrutaba la gran bola de cristal que descansaba en el centro de su santuario de espionaje, para confirmar las noticias de Pharaun. Cmo lo haba expresado el maestro de Sorcere? Felicitaciones, poderoso Gomph. Te interesar saber que el ejrcito de Gracklstugh marcha hacia Menzoberranzan. Nosotros continuamos nuestro camino. Buena suerte! --Arrogante petimetre --murmur Gomph. Aquel muchacho no senta respeto por sus mayores. Antes de salir corriendo hacia las matronas presa del pnico, decidi investigar la informacin de Pharaun. El orbe lechoso revel una aceptable escena para los ojos del mago, una columna larga de guerreros duergars que serpenteaba a travs de la Antpoda Oscura. Grandes lagartos de carga llevaban fardos, suministros y aparatos de guerra. Mquinas de asedio rodaban tras largas lneas de esclavos ogros. Conseguir ese atisbo del ejrcito en movimiento era difcil, pues los magos duergars intentaban esconder los movimientos del ejrcito del prncipe de los esfuerzos escrutadores de magos hostiles. Sin embargo, Gomph, era un adivino extraordinariamente capaz. Le cost un tiempo, pero acab atravesando las defensas de los magos duergars. Gomph examin la escena, en busca de los detalles ms diminutos; la insignia de los soldados en marcha, el tamao exacto y las condiciones de los tneles por los que pasaban, la cadencia de los cnticos de marcha. Quera estar seguro de que comprenda el alcance y la inmediatez de la amenaza antes de llevar las noticias a la atencin del Consejo, ya que las matronas esperaran que conociese las respuestas a cualquier pregunta que se les ocurriera. La ms perturbadora, por supuesto, era cunto le habra costado descubrir al ejrcito en movimiento si Pharaun no hubiera pasado por Gracklstugh. Los duergars habran cubierto la mitad de la distancia entre las ciudades antes de que un puesto avanzado o una patrulla detectara el ejrcito.

--Maldicin --refunfu el mago. Tanto si Menzoberranzan estaba preparada como si no, el siguiente desafo para la ciudad se librara de los humeantes pozos del reino duergar, a unos ciento cincuenta kilmetros al sur. Gomph suspir y decidi que tambin tendra que lidiar con el incmodo asunto de decir lo que haba visto cuanto antes. Se levant con agilidad, se arregl las ropas y cogi su bastn favorito. Tena que aparecer ante las matronas con una completa seguridad, en especial si les llevaba unas noticias tan terribles. Estaba a punto de dar el paso para entrar en el tubo de piedra y descender a sus aposentos en Sorcere, cuando advirti una sensacin familiar. Alguien lo espiaba; logro de no poco mrito, considerando las medidas que tomaba para prevenir ese hecho. Gomph empez a lanzar un conjuro para acabar con ese espionaje mgico, pero se detuvo. No estaba ocupado en algo que le importara esconder y quera descubrir si el mago duergar se las haba arreglado para descubrir lo que tena entre manos. --Hay algo que desees decirme --pregunt al aire-- o slo debo dejarte ciego? Ahrrate el conjuro --dijo una voz fra y rasposa en su cabeza--. Pues desde hace casi mil aos no tengo ojos y dudo que les hicieras mucho dao. --Lord Dyrr --dijo Gomph, con expresin ceuda--. A qu debo el honor? Y cmo me has encontrado?, se pregunt, aunque tuvo buen cuidado de no verbalizar la pregunta. Deseo continuar la conversacin que empezamos das atrs, joven Gomph --respondi la voz del liche--. Pretendo ampliar mi anterior oferta y describirte con mayor detalle algunos de los planes que tengo en mente. Despus de todo, si tengo que pedirte que confes en m, supongo que primero debo ganarme tu confianza. --Desde luego. Bueno, me gustara complacerte, pero me reclaman asuntos urgentes con el Consejo. Quiz podramos retomar la conversacin un poco ms tarde? Gomph ech un vistazo a la habitacin, y su mirada recay en el orbe de cristal. La esfera se arremolinaba con una opalescencia verde. Ah, por supuesto --se dijo el mago--. Me ha encontrado aqu, donde mis pantallas contra adivinaciones hostiles son dbiles por la transparencia de mi estudio. Tengo que descubrir maneras de

protegerme contra semejantes interferencias. Me temo que debo hablar contigo ahora --insisti Dyrr--. No te retendr mucho tiempo y creo que te agradar escucharme antes de enfrentarte a esas calculadoras hembras. Podra reunirme contigo? Gomph se detuvo y levant la mirada hacia la presencia invisible que lo observaba, al tiempo que reprima un gesto de enfado. Invitar a una criatura como Dyrr a su estudio no le gustaba. Tanto si el anciano mago tena algo que deseaba or como si no, las matronas no se tomaran a bien que las hiciera esperar. Golpete con un dedo en el gran bastn de madera que tena a su lado, sopesando la idea. No tena intencin de ofender a Dyrr si poda evitarlo, y despus de largos siglos de no muerte era difcil saber qu sera una ofensa para el liche. Adems, Gomph estaba en su santuario, donde tena potentes defensas mgicas a su alcance... --Muy bien, lord Dyrr. Aunque debo insistir en que sea una conversacin corta ya que mis asuntos con el Consejo son urgentes. El aire empez a hervir y zumbar, y con un repentino crujido el liche apareci ante l. La criatura se apoyaba en un bastn, un utensilio poderoso hecho de cuatro varas de adamantita retorcidas. Una rodela de metal negro con la forma de una cara demonaca contorsionada en una sonrisa idiota revoloteaba en el aire a la altura de su codo. Dyrr no se preocup por su disfraz y permaneci expuesto como un esqueleto horroroso con los ojos tan negros como la muerte. --Saludos, archimago. Te pido disculpas por importunarte --dijo el liche. Fij sus negras cuencas en Gomph--. Qu te lleva a solicitar audiencia con las matronas, joven Gomph? --Con el debido respeto, lord Dyrr, creo que es un asunto privado. Dime, qu oferta tienes que no puede esperar? --Como desees --dijo Dyrr--. Un ejrcito marcha hacia Menzoberranzan desde el sur; parece ser que los enanos grises supieron lo de nuestros problemas y decidieron aprovechar la oportunidad. --S, lo s --solt Gomph--. Por esa razn debo irme al instante. Si no tienes nada ms... Empez a dirigirse al tubo de piedra que conduca a sus aposentos. --Descubro complacido que mis noticias no te sorprenden --dijo el liche--. Si no supieras ya lo del ejrcito duergar, tendra que

haberme asegurado de que no llegaba a tu conocimiento. No s si comprendes lo que quiero decir. --Dyrr se volvi para estar frente a la espalda de Gomph, produciendo un terrible sonido con los chasquidos de sus huesos--. Recuerda que hablamos hace unos das de que llegara el momento en el que tendras que tomar una decisin. Ese momento ha llegado. Gomph se qued helado y se volvi despacio. Esperaba que el liche no deseara enfrentarse con l, pero pareca que Dyrr tena la intencin de incidir en el tema le gustara o no. --Una decisin, Dyrr? --No juegues conmigo a los malentendidos. S que eres mucho ms inteligente que eso. Todo lo que necesitas es retener tu informe durante unos das ms, y luego podrs precipitarte a aterrorizar a las matronas con esas noticias sobre el ejrcito duergar. Conviene a mis planes que lo hagas en el momento y de la manera que te diga. --Eso pondra a la ciudad en peligro --dijo Gomph. --Ya est en peligro, joven Gomph. Tengo la intencin de poner cierto orden en lo inevitable. Me seras de gran ayuda en los das venideros, o... --Ya veo --dijo Gomph. Entorn los ojos, mientras estudiaba sus opciones. Si finga aceptar y haca su voluntad de todas formas despertara la ira del liche en el momento y el lugar que escogiera Dyrr. Si lo rechazaba de plano era probable que aquella conversacin acabara en un duelo mortal all mismo. O puedo aceptarlo en serio --pens--. Quiz podramos canalizar las fuerzas organizadas contra la ciudad hacia un caos provechoso. Sin duda hara tremendos daos, pero la Menzoberranzan que emergera de ese crisol de sangre y fuego sera una ciudad mejor, ms fuerte a fin de cuentas, una ciudad expurgada de la tirana cruel de las sdicas sacerdotisas, gobernada por la inteligencia fra y desapasionada de los pragmticos magos. La crueldad servira a un propsito racional, todo exceso reprimido generara una ciudad cuya fuerza no se malgastara en luchas intestinas. Semejante ciudad no sera digna de mi lealtad? Tendra un lugar para un Baenre?, se respondi. Ninguna revolucin como la que soaba Dyrr cambiara nada, slo significara la aniquilacin completa de la primera casa de Menzoberranzan. Aunque Gomph despreciaba a sus hermanas y aborreca a la mayor parte de la parentela hipcrita que habitaba el

Castillo Baenre, se condenara si permita que alguna casa menor derrocara a su noble y antigua familia como poder supremo de Menzoberranzan. En realidad, slo haba una respuesta. Tan rpido como el pensamiento, Gomph levant la mano y descarg una brillante y terrible explosin de color sobre el liche, un conjuro cuya energa haba preparado con tanto cuidado y esfuerzo que slo le cost un mero acto de voluntad desencadenarlo. Colores nunca vistos en la lobreguez de aquella caverna salieron despedidos. Cada uno transportaba un destino, plaga o energa diferentes. Un rayo elctrico azul pas tan cerca de Dyrr que sus viejas ropas crepitaron, mientras un rayo anaranjado quem a la criatura con un cido lo bastante poderoso para fundir la piedra. Un tercer haz de color violeta fue desviado por la rodela del liche. El objeto ri, como si de un nio malvado se tratara, cuando intercept el ataque. --Soy el archimago de Menzoberranzan --rugi Gomph--. No un recadero! Dyrr retrocedi con un alarido de rabia mientras el cido salpicaba y siseaba, royendo su antigua piel. El olor de hueso quemado produca un terrible hedor. Gomph aadi un conjuro de abjuracin que esperaba que retornara los conjuros que lanzara Dyrr en su defensa. El archimago esperaba que le diera ventaja ante sus tretas, defensas y conjuros, y as vencer a alguien tan poderoso como el Seor de Agrach Dyrr. Gomph termin el conjuro justo a tiempo, mientras Dyrr se recuperaba y con una velocidad imposible azotaba con un terrible rayo negro, que habra arrancado la mayor parte de la fuerza vital del archimago si hubiera dado en el blanco. En cambio, el haz de bano rebot en el escudo de Gomph y alcanz a Dyrr en el centro de su torso. Esto, sin embargo, tuvo un resultado imprevisto. En vez de hacer jirones la fuerza vital del liche, la crepitante energa negra insufl al Seor de Agrach Dyrr su horrible poder. El liche solt una sonora carcajada. --Una maniobra inteligente, Gomph, pero me temo que equivocada. A las criaturas vivas el conjuro las daa, pero a los no muertos nos vigoriza! El archimago mascull una maldicin y atac de nuevo. Esta vez dirigi un rayo verde al risueo liche. Abri un perfecto agujero redondo en el esternn de Dyrr, convirtiendo la carne y el hueso en ceniza. Dyrr solt un grito y salt a un lado antes de que Gomph lo desintegrara.

Mientras el archimago iniciaba otro encantamiento, Dyrr grit las palabras de un vil conjuro que ara terriblemente la carne de Gomph, al tiempo que aspiraba con avidez los fluidos de su cuerpo y decoloraba su carne. Gomph boque de dolor y perdi el conjuro que se preparaba para lanzar, al tiempo que tropezaba con una banqueta de mrmol y caa al suelo pesadamente. Maldicin --pens--. Necesito un momento de respiro. Por fortuna, estaba en su santuario, rodeado de una docena de armas que poda emplear. --Szashune! Destryelo! --vocifer Gomph. En un nicho de la habitacin, la estatua de obsidiana negra de un espadachn con cuatro brazos cobr vida, levantando y haciendo entrechocar sus armas. Dyrr se alej un poco y pronunci una palabra. El liche se elev lejos del alcance del glem, aunque Gomph us esa oportunidad para invocar el conjuro ms destructivo que conoca y lanzarlo. De sus manos surgieron ocho orbes brillantes de una energa cegadora que explotaron sobre Dyrr destrozando al mago. Los meteoros causaron grandes daos en el santuario de Gomph. Destruyeron un par de viejas estanteras y partieron uno de los brazos del glem como si fuera un juguete estropeado por un nio. Gomph solt un grito de triunfo mientras los trozos de liche caan con estrpito al suelo. Caa polvo de la forma suspendida de Dyrr, y su crneo se inclinaba sobre el esternn como si la magia vigorizante le fallara, pero la criatura se recuper con una velocidad sorprendente. Dyrr levant la mirada cuando la malvada luz verdosa aument en las cuencas de sus ojos y solt una risotada. --Mis viejos huesos no son la totalidad de mi ser --carraspe--. De nada te servir maltratarlos. Empez a entonar otro conjuro, pero el archimago atac de nuevo. Buscaba disipar cualquier encantamiento o conjuro defensivo que protegiera al liche. El conjuro de vuelo de Dyrr fall y ste descendi, quedando al alcance de las armas de la estatua viviente que lo esperaba abajo. El glem se abalanz sobre l. La maciza estatua asest terribles golpes con los brazos que le quedaban. Su cara resplandeciente no mostraba expresin alguna. El estudio reson con el poderoso impacto de los golpes. Gomph apret los dientes en una sonrisa salvaje.

--Puede que no ests ligado a tu cuerpo descompuesto, pero te costar lanzar conjuros cuando ests desmembrado y enterrado en una docena de tumbas --dijo--. Eres un necio por haberme desafiado aqu! Gomph se acerc ms, en busca de un resquicio para atacar con un nuevo conjuro. Dyrr resisti tres golpes tremendos de la estatua, mientras trastabillaba al tiempo que sus huesos crujan y se partan. La rodela con cara de demonio giraba a toda velocidad a su alrededor, rea con estridencia y bloqueaba los ataques. Detena golpe tras golpe. El mago se retir un paso, recuper el equilibrio y extendi los brazos. La reluciente tnica negra brill una vez y explot hacia fuera, transformndose en una mortal sierra de cuchillas afiladas que arranc pedazos de piedra del glem e hizo astillas las mesas, el mobiliario y los libros. Las cuchillas atravesaron los potentes encantamientos defensivos del archimago, arandolo en una docena de puntos, aunque ninguna herida fuera mortal. Gomph se lanz al suelo, mientras las salpicaduras de sangre lo obligaban a parpadear y su glem se converta en una intil roca negra. Dyrr dio un grito de triunfo y salt hacia el archimago, agitando el bastn de adamantita con increble velocidad. Gomph rod a un lado, justo a tiempo de evitar el golpe a dos manos que parti la losa de mrmol donde estaba un momento antes. --Eso no es muy apropiado para magos de nuestra categora! --aull Gomph, al tiempo que se pona en pie. Dyrr no respondi. El liche salt tras l, mientras destrozaba las mesas y las estanteras con grandes barridos del bastn. Gomph lanz un conjuro que le arranc el arma de las manos y la arroj al otro lado de la sala con tanta fuerza que el bastn de adamantita se hundi en la pared como una jabalina lanzada por un gigante. Mientras Dyrr trastabillaba tratando de recuperar el equilibrio, Gomph se tom un respiro para idear un potente ataque, un globo brillante que anulara los efectos de casi todos los conjuros ms poderosos. Rebusc entre los conjuros que atesoraba en su mente, para hallar el ms eficaz contra el Seor de Agrach Dyrr. --Ah --coment Dyrr, mientras estudiaba la reluciente esfera --. Una defensa excelente, joven, Gomph, pero no impenetrable para alguien con mis poderes.

El liche murmur una palabra de poder abominable y avanz, con las esquelticas manos extendidas. Aparentemente indiferente al conjuro defensivo de Gomph, Dyrr hundi la mano a travs del globo de colores danzantes y agarr al archimago por el brazo. Gomph chill cuando el poder del conjuro cay sobre l, desintegrando la esfera defensiva en motas de luz parpadeante y paralizando todos y cada uno de sus msculos. --Gomph Baenre, ests enquistado --dijo Dyrr, sus dientes brillaron en la negrura terrible de su boca. El archimago cruz una mirada con el triunfante liche y empez a caer. Gomph, incapaz de moverse, descendi a travs del suelo y de las oscilantes cmaras y habitaciones de Sorcere, a travs de una vasta distancia, hacia la roca negra que haba bajo la torre, la ciudad, el mundo. Por un instante Gomph se sinti en el fondo de un pozo infinito, con la mirada puesta, tras incontables kilmetros de oscuridad, en la figura de su enemigo. La oscuridad descendi sobre l y lo sofoc con su abrazo. *** En las salas del archimago, en Sorcere, Dyrr miraba el punto en el suelo en el que se haba sumido Gomph Baenre. Si estuviera vivo, Dyrr habra jadeado en busca de aire, temblando de cansancio, o quiz se habra desmoronado por las heridas mortales producidas en el encarnizado duelo, pero la magia negra que una sus tendones y huesos no estaba sujeta a la debilidad de los vivos. --Aguarda un tiempo, joven Gomph --dijo hacia el espacio vaco--. Encontrar un uso para ti, aunque quiz tarde un siglo o dos. Hizo un gesto brusco y desapareci de la sala. *** El estruendo de un trueno reverber por los tneles de piedra negra. Fue un ruido tan profundo y visceral que Halisstra lo sinti ms que lo oy. Se agazap a la sombra de un arco de piedra y lanz una mirada al otro lado de la gran sala. En un extremo un puado de monstruos se levantaban del suelo. Varios ms yacan entre los cascotes. --Eso detuvo la carga --grit Halisstra a sus compaeros--. Y ahora se reagrupan.

--Tozudos bastardos --dijo Pharaun. El mago se escud tras un pilar de piedra con expresin de cansancio. Durante un da y medio el grupo haba avanzado al menos cuarenta kilmetros a travs de los tneles sin fin del Laberinto, perseguido a cada esquina por infinitas hordas de minotauros y baphomets. En dos ocasiones los elfos oscuros se libraron por los pelos de los esfuerzos de los demonios por atraparlos cerrando los tneles por los que escapaban. --Me quedan pocos conjuros de sos --dijo Pharaun--. Necesitamos encontrar un lugar donde descansar y preparar ms conjuros. --Descansars cuando los dems lo hagan, mago --refunfu Quenthel. La Baenre y el ltigo estaban cubiertos de sangre. Su armadura mostraba ms de un impacto all donde haba desviado los golpes mortales--. Estamos cerca de los Jaelre. Pongmonos en movimiento de nuevo antes de que los minotauros organicen otro ataque. Los dems drows intercambiaron miradas, pero se pusieron en pie y siguieron a Quenthel y Valas por otro tnel. ste deba de medir unos cuatrocientos metros antes de desembocar en otra sala, que presentaba columnas altas y acanaladas, y un suelo pavimentado de baldosas. Escalinatas elegantes se elevaban por las paredes de la caverna para llegar a galeras protegidas donde se vean plidos fuegos fericos, que iluminaban salas que una vez fueron tiendas, casas de mercaderes o casas modestas de soldados y artesanos. --Trabajo de los drows de nuevo --coment Ryld--. Y otra vez, todo abandonado. Ests seguro de que ste es el lugar, Valas? El explorador asinti con cansancio, con la mano derecha apretaba una herida superficial que le sangraba en el hombro. --Ya estuve en esta misma caverna --respondi--. stos son los dominios de los Jaelre. All arriba vivan varios armeros, y sobre esa pared haba una posada en la que me hosped. El palacio de los nobles est justo al otro lado del siguiente tnel. Quenthel subi de un salto por una escalera de caracol y mir hacia algn tipo de tienda. Las ventanas estaban oscuras y vacas. Maldijo y pas ante varias ms, mirndolas una a una antes de descender de vuelta a la sala principal. --Si stos son los dominios de los Jaelre, entonces, dnde infiernos estn los Jaelre? --exigi saber--. Los minotauros los

mataron a todos? --Lo dudo --dijo Halisstra--. Aqu no se produjo una batalla; habramos visto los signos. Incluso si durante aos los minotauros se hubieran llevado todos los cuerpos, habra marcas de quemaduras, baldosas rotas, restos de armas... Creo que los Jaelre abandonaron este lugar por propia voluntad. --Cunto hace que estuviste aqu, Valas? --pregunt Ryld. --Casi cincuenta aos --dijo el explorador--. No hace mucho tiempo, en realidad. Los Jaelre tenan escaramuzas con los minotauros entonces, y estas cavernas estaban guardadas por defensas fsicas y mgicas. --Estudi la gran caverna--. Dejadme avanzar un poco ms. Ver si encuentro algo en el palacio que ayude a resolver este rompecabezas. --Podramos ir todos? --pregunt Ryld. --Mejor que no. Slo hay una entrada al palacio, y acabaremos atrapados si los minotauros vuelven. Permaneced fuera, de manera que podis escapar si es necesario. Volver en pocos minutos. El explorador desapareci entre la oscuridad, dejando al grupo en la sala abandonada. --Creo que coincido con lady Melarn --dijo Ryld--. Parece que los Jaelre se llevaron todo lo de valor y abandonaron este lugar. --Entonces, demasiados problemas para nada --coment Pharaun--. No hay nada tan decepcionante como el trabajo baldo en la adversidad. El grupo permaneci en silencio durante un momento, cada uno sumido en sus pensamientos. A Halisstra le dola todo de puro cansancio. Tena las piernas tan dbiles como el agua. Haba evitado las heridas graves, pero por otro lado haba casi acabado con sus reservas de fuerza mgica. Haba cantado las canciones bae'qeshel para confundir a las hordas atacantes, fortalecer a sus compaeros y contener las peores heridas. Jeggred, al acecho en la retaguardia del grupo, cerca del tnel que llevaba a la sala anterior, rompi el silencio. --Si el mercenario no vuelve pronto, volveremos a luchar --dijo el draegloth--. Ya no oigo a los minotauros a nuestra espalda, lo que quiere decir que es probable que estn dando un rodeo para venir por otra direccin. --Les enseamos a no seguirnos --dijo Ryld. Estudi la caverna con mirada experta--. Mejor no dejemos que nos atrapen en un lugar

abierto como ste. Podran aplastarnos. --Qu pasa si esto es un callejn sin salida? --pregunt Danifae en voz baja. --No es posible --dijo Quenthel--. En algn lugar de estas cavernas descubriremos adonde huyeron los Jaelre, y los seguiremos. He llegado muy lejos para regresar a Menzoberranzan con las manos vacas. --Todo eso est muy bien --dijo Pharaun--. No obstante, me veo obligado a sealar que estamos cansados y casi hemos consumido nuestra fuerza mgica. Movernos a ciegas por estas salas y pasillos hasta que los minotauros se las ingenien para atraparnos y matarnos es una estupidez. Por qu no nos escondemos en una de esas casas de artesanos y descansamos hasta que estemos preparados para continuar? Creo que podemos ocultarnos bien. --Descansaremos cuando lo crea apropiado. Hasta entonces, seguiremos adelante --dijo Quenthel, con una mirada de ira. --No creo que entiendas lo que estoy diciendo... --empez a decir Pharaun, mientras se pona en pie y hablaba con palabras cortas y secas. --No creo que entiendas lo que te estoy ordenando que hagas! --estall Quenthel. Se encar con el mago y se acerc. El ltigo se retorca inquieto--. Deja de cuestionar constantemente mi liderazgo. --Cuando empieces a dirigir con inteligencia, lo har --replic Pharaun; su tranquilidad desapareci--. Ahora, escucha... Jeggred se levant con un gruido animal y agarr al mago de los brazos con las enormes garras, lo apart de Quenthel y lo lanz al suelo. --Muestra algo de respeto! --tron el draegloth--. Te diriges a la Suma Sacerdotisa Quenthel Baenre, matrona de Arach-Tinilith, matrona de la Academia, matrona de Tier Breche, Primera Hija de la casa Baenre de Menzoberranzan... perro insolente! Los ojos de Pharaun destellaron mientras se pona en pie. La expresin de calma contenida se esfum de su cara, dejando nada ms que una maldad perfecta y fra. --Nunca vuelvas a ponerme la mano encima --dijo con un siseo de advertencia. Tena las manos a los costados, preparado para invocar terribles conjuros contra el draegloth, mientras Jeggred se agachaba para saltar. Quenthel pos la mano en el flagelo y se acerc mientras las

cabezas de serpiente se retorcan. Ryld llev la mano a la empuadura de Tajadora y observ a los tres. Su cara era una mscara inexpresiva. --Esto es una locura --dijo Halisstra mientras se apartaba, apuntando con la ballesta al suelo--. Debemos cooperar si queremos salir vivos de aqu. Quenthel abri la boca para hablar, quiz para dar la orden de que Jeggred atacara al mago, sin importar las consecuencias; pero en ese momento llegaba Valas. Corra hacia el grupo. El explorador se detuvo. Capt la situacin con una mirada. --Qu sucede aqu? --pregunt con cautela. Cuando no respondi nadie, el Bregan D'aerthe cruz una mirada con todos y cada uno. --No me lo puedo creer. Es que no habis tenido suficientes combates durante las cuatro ltimas horas? Cmo se os ocurre gastar las fuerzas que os quedan, la magia, la sangre, matndoos unos a otros, cuando ya nos hemos abierto paso a travs de la mitad del condenado Laberinto? --No estamos de humor para que nos arengues, mercenario --dijo Quenthel--. Cllate. --Mir a Pharaun, y se meti el ltigo en el cinturn--. No sirve de nada luchar aqu. --Coincido --dijo Pharaun; quiz la afirmacin ms seca que haba pronunciado el locuaz mago desde que lo conociera Halisstra. Gracias a una insospechada autodisciplina el mago domin la rabia y se irgui, relajando las manos--. Aunque no se me tratar como a un goblin. Eso no lo soportar. --Y yo no ser insultada y maltratada a cada momento --respondi Quenthel. Se volvi hacia Valas--. Maese Hune, has encontrado algo en el palacio? El explorador, nervioso, mir a Quenthel y Pharaun, al igual que Halisstra y Danifae. --De hecho, s --dijo--. En el saln principal hay un portal grande. A menos que malinterpretara los signos, un gran nmero de gente pas por l. Sospecho que la casa Jaelre est en algn lugar al otro lado, en un nuevo asentamiento. --Adnde conduce el portal? --pregunt Ryld. --No tengo ni idea, pero seguro que hay una manera de descubrirlo --dijo despus de encogerse de hombros. --Excelente --dijo Quenthel--. Pondremos tu portal a prueba ahora mismo, antes de que los minotauros y los demonios vuelvan.

En pocos minutos cualquier sitio ser mejor que ste. Demor la mirada en Pharaun, que desvi los ojos, como si rindiera una leve reverencia. Halisstra dej escapar el aire que no recordaba haber aguantado.

_____ 10 _____ --Esto no lo esperaba --coment el mago. El mago suspir y se sent en una roca, mientras dejaba que su mochila cayera sobre el suelo cubierto de musgo. El grupo estaba en la entrada de una cueva que daba a un bosque baado por la luz del da, en algn lugar de la superficie. El portal estaba a unos centenares de metros tras ellos, en una caverna sinuosa que conduca a un sumidero enorme, de rocas cubiertas de lquenes y arroyuelos de agua fra que descendan por una ladera. El cielo estaba muy cubierto (de hecho, caa una fina lluvia) y eso unido a la penumbra del bosque, hacan ms soportable la insufrible luz del sol. No era un da tan radiante como el que haban pasado en el desierto de Amauroch haca diez das; pero, para ojos demasiado acostumbrados a la completa negrura de la Antpoda Oscura, la luz difusa del sol pareca tan dura como el brillo de un relmpago. --Seguimos avanzando? --pregunt Ryld. Devolvi Tajadora a la vaina, si bien llevaba una ballesta preparada y miraba los imponentes rboles con los ojos entornados--. Los minotauros no tardarn en descubrir adonde hemos ido. --Es igual si lo hacen --dijo Pharaun--. El portal slo se activa con drows. Para nuestros amigos del Laberinto no es nada ms que una pared de piedra; una precaucin sensata por parte de los Jaelre, supongo, aunque si estuviera en su piel creo que no descartara la posibilidad de que atacaran los de mi propia raza. --Ests seguro de eso? --pregunt Quenthel. --Tuve la precaucin de estudiar el portal antes de atravesarlo --dijo el mago despus de asentir--. Saltar a ciegas a travs de ellos es un mal hbito y debera reservarse para las situaciones ms graves, como escapar de una muerte inminente. Y, antes de que nadie lo pregunte, puedo deciros que podemos volver sobre nuestros

pasos si lo deseamos. El portal funciona en ambas direcciones. --No tengo prisa por volver al Laberinto. Mejor la superficie azotada por el sol que eso --murmur Halisstra. Se abri camino por la entrada de la cueva, mientras estudiaba el bosque. El aire era fresco, y advirti que la mayora de los rboles cercanos eran conferas, rboles que no perdan la hoja en invierno, si estaba en lo cierto. Tambin haba otros rboles pelados, entre los de hoja perenne, de troncos delgados y blancos, y slo unas hojas rojas y pardas cerca de la copa. Muertos? --se pregunt--. O pierden las hojas slo durante los meses de invierno? Haba ledo muchos relatos sobre el mundo de la superficie, sus gentes, las plantas verdes y los animales, sus estaciones, pero haba una gran diferencia entre leer sobre algo y conocerlo de primera mano. --En qu punto de la superficie nos encontramos? --pregunt Quenthel. Valas se qued mirando los rboles durante largo rato y alz la cabeza para mirar la capa de nubes que escondan el sol. Se volvi despacio para examinar la ladera cercana. Al final se arrodill y pas los dedos sobre la capa de musgo que cubra las rocas de la entrada de la cueva. --Al norte de Faerun --dijo--. A principios de invierno. No veo el sol demasiado bien para juzgar su posicin, pero lo siento. Estamos a la altura de Menzoberranzan; slo unos cientos de kilmetros al sur o al norte, creo. --En algn punto del Alto Bosque, entonces? --pregunt Danifae. --Es posible. No estoy seguro. Viaj por las tierras de la superficie cerca de nuestra ciudad, y el follaje parece diferente del que recuerdo del Alto Bosque. Podramos estar algo alejados de Menzoberranzan. --Genial --murmur Pharaun--. Recorremos la Antpoda Oscura hasta Ched Nasad, nos vemos obligados a atravesar un portal hasta la superficie a cientos de kilmetros de casa, regresamos a la Antpoda Oscura entre sombras y peligros, slo para atravesar otro portal que nos lleva de nuevo a la superficie, quiz an ms lejos de casa. Me pregunto si podramos haber llegado aqu, desde Hlaungadath, sin nuestro placentero desvo por el Plano de las Sombras, la encantadora hospitalidad de Gracklstugh y nuestra adorable excursioncilla por el Laberinto infestado de minotauros.

--Has recuperado tu buen nimo --observ Ryld--. Vuelves a ser sarcstico. --El sarcasmo es un arma ms afilada que tu espada, amigo mo, y tan devastadora cuando se emplea como es debido --dijo el mago. Se pas las manos por el torso y se sobresalt --. Estoy medio muerto. Cada vez que me doy la vuelta, algn bruto enorme con cabeza de toro intenta partirme en dos con un hacha o clavarme en el suelo con una lanza, te molestara cantarnos una de tus canciones curativas, querida? --le pregunt a Halisstra. --No le cures las heridas --salt Quenthel. An se apretaba el torso con una mano mientras la sangre le goteaba entre los dedos --. Nadie est mortalmente herido. Conserva tu magia. --Ahora, precisamente... --empez a decir Pharaun de nuevo, con la mirada clavada en Quenthel. --Dejadlo! --explot Halisstra--. He gastado todas mis canciones, as que no importa. Cuando recupere mis fuerzas arcanas curar a todo el que lo necesite, es una estupidez continuar en nuestro estado. Hasta entonces, tendremos que confiar en los mtodos normales para tratar las heridas. Danifae, aydame a vendarlos. La prisionera de guerra se volvi hacia Jeggred, que estaba cerca, le hizo un gesto para que se sentara y se quit la mochila de la espalda para buscar vendajes y ungentos. El draegloth no protest, una seal de lo cansado que estaba. Halisstra mir a los dems y decidi que el mago era el que necesitaba ms atencin. Despus de sentarlo en una roca, sac su surtido de vendajes. Examin el brazo de Pharaun, donde las garras de Jeggred haban hendido la piel, y empez a aplicar un ungento del surtido que haba comprado en Gracklstugh. --Esto te escocer --dijo, divertida. Pharaun profiri una maldicin y salt como si le hubieran apualado, aullando de dolor. --Lo has hecho a propsito! --dijo. --Por supuesto --respondi Halisstra. Mientras ella y Danifae curaban a los dems, Valas subi por un sendero estrecho escondido junto a la pared de la cueva. Examin el suelo y se detuvo a observar el bosque cercano. --Has encontrado algo interesante, maese Hune? --pregunt Halisstra. --Ah hay un camino --respondi el Bregan D'aerthe--, pero soy

incapaz de decir adonde fueron los Jaelre. Aqu convergen varios caminos de cabra, pero ninguno parece que lo haya utilizado mucha gente. --En el palacio Jaelre dijiste que descubriste signos claros de que haban usado el portal. Cmo es que no hay signos a este lado? --quiso saber Quenthel. --El polvo en la Antpoda Oscura muestra los signos de paso durante muchos aos, matrona. En la superficie, no es tan fcil. Llueve, nieva y las plantas crecen de prisa sobre los caminos que no se usan. Si un gran nmero de Jaelre hubiera pasado por aqu hace dos o tres semanas, es probable que viera los signos, pero si pasaron hace cinco o diez aos, no quedara nada que ver. --No habrn ido muy lejos por la superficie --medit Quenthel--. Deben de estar cerca. --Es probable que tengas razn, matrona --respondi Valas--. Los Jaelre sin duda habrn preferido moverse de noche, permaneciendo bajo el abrigo de los rboles durante el da. Si es un bosque muy grande (el Alto Bosque o quiz Cormanthor) podran estar a cientos de kilmetros. --Qu idea ms optimista --murmur Pharaun--. De todas formas, qu demonios trajo a los Jaelre aqu arriba? No pensaron en la posibilidad de que los habitantes de la superficie los asesinaran con tanta saa como los minotauros? --Cuando los conoc hace aos, Tzirik y sus socios hablaban de vez en cuando de regresar a la superficie --dijo Valas. Se alej del bosque y se dej caer en la boca de la cueva --. Reclamar el mundo de la superficie es parte de la doctrina del Seor Oculto, y los dirigentes de la casa Jaelre se preguntaban si la denominada Retirada de los elfos de la luz no sera una invitacin para reclamar sus tierras. --No se te ocurri en Ched Nasad que tus herticos amigos habran decidido actuar de acuerdo con sus vanas ilusiones y abandonar esa desolada madriguera negra que llamaban hogar? --pregunt Quenthel--. No se te ocurri que nos llevaras a un callejn sin salida en el Laberinto? --No vea mejores alternativas, matrona --dijo el explorador de Bregan D'aerthe, que se mova nervioso bajo la mirada de Quenthel--. No, si realmente queremos llegar al fondo de la cuestin. --Estabas tan ansioso por resolver el misterio del silencio de la Reina Araa que decidiste apostar a que tu amigo Tzirik an estaba

en el Laberinto, aun cuando sabas que su casa planeaba huir del lugar desde haca aos? --pregunt Ryld--. Hemos afrontado muchos peligros en la ciudad de los duergars y en los dominios de los minotauros para satisfacer tu curiosidad. --Quiz no tena la intencin de encontrar a ese Tzirik --dijo Quenthel--. Quiz maese Hune nos ha llevado lejos de nuestra verdadera misin durante las ltimas semanas, y quiz no ha sido por accidente. --Cuando estudiamos el asunto de si debamos volver a Menzoberranzan --dijo Jeggred--, fue el Bregan D'aerthe el que nos inst a ir en busca de ese Tzirik; un hereje del que ninguno de nosotros haba odo hablar, excepto Valas. --Entorn los ojos, y se puso en pie, cerr los puos y apart a Danifae --. Las cosas se aclaran. Nuestro gua es un hereje vhaeraunita y ha servido bien al Seor Oculto al conducirnos a travs de intiles peligros. --Eso es ridculo --protest Valas--. Es difcil que condujera a la Bregan D'aerthe a la defensa de Menzoberranzan si fuera un enemigo de la ciudad. --Ah, pero sa es la clsica estratagema --ronrone Danifae--. Haz que las vctimas confen en su ejecutor. En tu caso, has hecho el trabajo con pericia. --Incluso si se fuera el caso --dijo Valas--, por qu no os vend a los duergars de Gracklstugh? U os abandon a los minotauros del Laberinto? Cmo es que an no estis muertos? Si fuera vuestro enemigo, estad seguros de que lo habra hecho. --Quiz te habras puesto en peligro al traicionarnos en Gracklstugh o en el Laberinto --dijo Pharaun--. Sin embargo, hay algo convincente en tu defensa. --Nada ms que las elocuentes mentiras de un traidor --salt Jeggred. Mir a Quenthel--. Dame una orden, matrona. Puedo hacerlo pedazos? Valas se llev las manos a las empuaduras de los kukris y se relami. Estaba lvido de miedo, pero en sus ojos relampagueaba la ira. Todos los dems volvieron la mirada hacia Quenthel, que an estaba recostada en una roca, el ltigo en la cintura. Permaneci en silencio, mientras la lluvia caa sobre el bosque y los pjaros trinaban. --Suspender la sentencia por ahora --dijo, mirando al explorador--. Si eres leal te necesitaremos para encontrar a Tzirik (si es que existe ese clrigo de Vhaeraun); pero ests avisado, tienes

que encontrar a los Jaelre y a su sumo sacerdote de prisa, maese Hune. --No tengo ni idea de dnde estn --dijo Valas--. Tambin podras condenarme ahora, y prepararte para la respuesta de Bregan D'aerthe. Quenthel cruz una mirada con Jeggred. El draegloth sonri, sus colmillos brillaron en su oscura cara. Halisstra no estaba segura de qu pensar, ya que conoca al explorador desde haca diez das, y no saba qu haba pasado en Menzoberranzan antes de que los menzoberranios fueran a Ched Nasad. No obstante, estaba convencida de que se arrepentiran si Quenthel mataba a Valas y se descubra que todava se necesitaban los servicios del gua, o si la poderosa compaa de mercenarios decida vengarse por la muerte de su explorador. --Cul es el mejor modo para localizar a los Jaelre desde aqu? --pregunt Halisstra, con la esperanza de desviar la conversacin hacia derroteros menos peligrosos. --Como ha sealado la matrona Quenthel --dijo Valas despus de titubear--, no es probable que se hayan alejado mucho. Buscaremos hasta que los encontremos. --Ese plan suena a tedioso --coment Pharaun--. Marchar sin rumbo por este bosque no me atrae. --Quiz podramos encontrar a un habitante de la superficie y sacarle informacin --dijo Ryld--. En el supuesto de que haya alguno cerca y que sepa algo del paradero de la casa Jaelre. --De nuevo, tendremos que ponernos en marcha para localizar a un morador de la superficie --observ Pharaun--. Tu plan no difiere mucho respecto al de maese Hune. --Entonces qu propones? --pregunt Quenthel, en tono fro. --Permitidme descansar y estudiar mis libros de conjuros. Por la maana, preparar un conjuro que revele la localizacin de nuestra perdida casa de exiliados herejes. --Levant una mano para evitar las protestas de la Baenre y aadi--: Lo s, lo s, te gustara continuar ahora mismo, pero si logr adivinar la meta de nuestra bsqueda, es muy probable que nos ahorre muchas horas de marcha en la direccin equivocada. La demora tambin le dara a la adorable lady Melarn la oportunidad de recuperar sus fuerzas mgicas y quiz curar nuestras heridas ms graves. --A lo mejor no descubres nada con tus conjuros --dijo Quenthel--. La magia de ese tipo es bastante caprichosa.

Pharaun se la qued mirando. Quenthel levant la mirada, parpadeaba ante la luz despiadada que atravesaba las nubes. Suspir y mir a los dems, sus ojos se demoraron demasiado tiempo en Danifae. La prisionera de guerra inclin la cabeza en un gesto casi imperceptible que Halisstra no estaba segura de haber visto. --Muy bien --dio al fin la matrona de Arach-Tinilith--. En cualquier caso, sera juicioso esperar a que se haga de noche, as que montaremos el campamento en la cueva, donde la condenada luz del sol no nos molestar. Maese Hune, permanecers a mi lado hasta que encontremos a Tzirik. *** Nimor Imphraezl se apresur por la ancha repisa y dej atrs una larga columna duergar a su derecha. Mover un ejrcito de varios miles de efectos por los caminos de la Antpoda Oscura era un reto formidable, y la mayora de las rutas ms directas y estrechas eran infranqueables para tantos soldados. Eso significaba utilizar slo las cavernas y los tneles ms grandes y esas rutas implicaban peligros que los caminos ms recnditos evitaban. El camino segua el borde de un gran can subterrneo, que serpenteaba en direccin norte, a sesenta kilmetros de Gracklstugh. No haban pasado ms de dos horas desde que haban iniciado la marcha, y el ejrcito de enanos grises ya haba perdido un lagarto cargado hasta los topes (y cinco desafortunados soldados que estaban cerca de la bestia) gracias a un grupo de yrthaks hambrientos, que barrieron el camino con sus estallidos snicos. No era una prdida tremenda, estim Nimor, pero cada da conllevaba su contratiempo o accidente, y as empez el desgaste del ejrcito. En honor a la verdad, el asesino de la Jaezred Chaulssin no haba llegado a entender el enorme esfuerzo que se requera para mover un ejrcito grande y bien pertrechado por centenares de kilmetros a travs de la Antpoda Oscura. l estaba bastante familiarizado con el viaje por los caminos oscuros en solitario o en compaa de un grupo de mercaderes o exploradores, ligeros de peso, usando los caminos secundarios secretos y los refugios escondidos a lo largo de las rutas principales de viaje. Tras marchar varios das junto a un ejrcito, con abundantes oportunidades de observar las adversidades y retos que nunca imagin, Nimor

admiraba el alcance de la expedicin. Desde luego, los duergars estaban ansiosos por dar el golpe mortal al vecino en dificultades si aceptaban de tan buen grado el inmenso gasto en bestias, soldados y material requerido para poner ese ejrcito en movimiento. El asesino dobl un recodo precario y lleg hasta el carruaje del prncipe: un casco flotante de hierro, de unos diez metros de largo y tres de ancho, encantado no slo para levitar sobre el suelo sino tambin para moverse bajo el control de los enanos que lo conducan. Su grotesca forma negra estaba erizada de pas para repeler atacantes y tena aberturas acorazadas, por las cuales los ocupantes disparaban proyectiles o lanzaban conjuros al exterior. El carruaje tena varias ventanas grandes con postigos abiertos, a travs de los que Nimor vislumbr la actividad tranquila y metdica de los lderes duergars y sus edecanes. El artefacto serva como puesto de mando, trono y aposento del prncipe heredero. Era la personificacin de la manera enana de hacer las cosas, un aparato que reflejaba una artesana habilidosa y una magia poderosa, pero sin gracia y belleza. De un salto subi al carruaje y se agach para pasar por una gruesa puerta de hierro. En el interior brillaban unas luces apagadas en unos globos azules, que iluminaban una gran mesa en la que haba una representacin de los tneles y cavernas entre Gracklstugh y Menzoberranzan. All estudiaban los seores y los capitanes de los enanos grises el avance del ejrcito y planeaban las batallas venideras. El asesino tom nota de los oficiales y sirvientes, y se volvi hacia la porcin central elevada del transporte. El Seor de la Ciudad de las Cuchillas estaba sentado ante una mesa con sus consejeros ms importantes y observaba la planificacin. --Buenas noticias, mi seor --dijo Nimor, mientras atravesaba el crculo de capitanes y guardias que rodeaban a Horgar Sombracerada--. Me acaban de notificar que ha desaparecido el archimago de Menzoberranzan, el mismo Gomph Baenre. Las matronas an no sospechan que estamos avanzando hacia su territorio. --Si t lo dices --replic el seor duergar con sequedad--... Al tratar con los elfos oscuros descubr que era prudente no descartar la presencia de un archimago hasta que no lo viera muerto bajo mi propio martillo. Los enanos grises reunidos junto a Horgar asintieron y miraron a Nimor con abierta sospecha. Un drow desleal poda ser un aliado til

en una guerra contra Menzoberranzan. Pero eso no significaba que consideraran a Nimor un socio de confianza. Nimor advirti que haba un pichel de oro cerca de la mesa y se sirvi una buena copa de vino oscuro. --Gomph Baenre no es el nico mago hbil de Menzoberranzan --gru Borwald Manognea. Bajo y corpulento, incluso para un enano gris, el mariscal aferraba la mesa con sus manos enormes y fuertes, y se inclinaba hacia adelante para mirar al asesino --. Esa maldita escuela de magos est llena de magos con talento. Tus aliados han utilizado nuestra mejor baza demasiado pronto, drow. An estamos a quince das de Menzoberranzan, y la muerte de Gomph causar alarma. --Una opinin sensata, pero no del todo correcta --dijo Nimor. Dio un largo trago a la copa, saboreando el momento --. A Gomph pronto lo echarn en falta, estoy seguro; pero en vez de volverse hacia la Antpoda Oscura en busca de enemigos, cada maestro de Sorcere buscar en vano al archimago e intrigar contra sus colegas. Mientras el ejrcito del prncipe heredero se acerca, los magos ms poderosos de la ciudad no se quitarn ojo, y bastantes asesinarn a sus colegas para obtener el puesto vacante de archimago. --A buen seguro que los maestros de Sorcere dejarn a un lado sus ambiciones una vez que se den cuenta del peligro --dijo el prncipe heredero. Acall a Nimor con un gesto brusco y aadi --: S, s que dices que puede que no, pero sera atinado planear el primer choque considerando que la ciudad tendr una defensa organizada y bien dirigida. Sin embargo, es un buen golpe, s que lo es. Se levant y se abri paso entre los soldados y seores del clan para acercarse a la mesa del mapa, al tiempo que haca seas a Nimor para que lo siguiera. El asesino rode la mesa para atender a las palabras del soberano duergar. Horgar traz la ruta con el dedo. --Si los magos de Menzoberranzan no advierten que nos aproximamos --dijo Hogar--, entonces la pregunta es en qu punto percibirn el peligro? El seor de clan Borwald se acerc a la mesa e indic la interseccin de una caverna. --Si damos por sentado que no tropezaremos con ninguna patrulla drow, el primer lugar en el que nos encontraremos al enemigo es aqu, en la caverna llamada Dilema de Pvhazzt. Los mezoberranios han mantenido durante mucho tiempo una avanzadilla ah para vigilar el camino, ya que es uno de los pocos

lugares lo bastante grande para que lo use un ejrcito. Nuestra vanguardia debera llegar a l en cinco das. Despus de eso, nuestro camino se bifurca y tenemos que tomar la primera decisin difcil. Podemos ir al norte, a travs de los Pilares del Infortunio, o rodear por el este, lo que aade por lo menos seis das de marcha. Es probable que nos ataquen en los Pilares, lo que nos podra atrasar indefinidamente. --Los Pilares del Infortunio... --dijo Horgar. El prncipe tir de su barba gris mientras estudiaba el mapa--. Cuando los drows descubran que llegamos, seguro que movern tropas hasta all y detendrn nuestro avance. Ese camino no es bueno. Tendremos que seguir la otra bifurcacin, hacia el oeste, y acercarnos a la ciudad por ese lado. El tiempo que aada a la marcha es inevitable. --Al contrario, espero que escojas el camino directo --dijo Nimor--. Pasar por los Pilares del Infortunio te ahorrar seis das y, una vez en el otro lado, estars en el umbral de Menzoberranzan. Si vas por los pasos del oeste, descubrirs que el terreno es menos favorable. --Quiz no conoces este territorio, Nimor --dijo el seor duergar despus de soltar un bufido--. Escoges un camino difcil si planeas abrirte paso por los Pilares del Infortunio. El can se vuelve estrecho y sube abruptamente. Dos columnas enormes obstruyen el final, con un camino angosto entre ellas. Una pequea fuerza de drows podra detenernos indefinidamente. --Eres capaz de vencer a los menzoberranios en los Pilares, prncipe heredero --dijo el asesino--. Te entregar la avanzadilla del Dilema de Rhazzt. Permitiremos que los defensores del puesto informen de que se aproxima un ejrcito duergar, pero mientras el mensaje llega hasta las matronas, tus fuerzas avanzarn a toda prisa para tender una trampa mortal en los Pilares del Infortunio. All destruirs el ejrcito que los gobernantes de la ciudad enven para detenernos. --Si eres capaz de entregarnos esa avanzadilla, drow, por qu permitir que los soldados avisen? --gru Borwald--. Mejor mantenernos ocultos durante todo el tiempo que nos sea posible. --El mejor engao --dijo Nimor-- no es privar de informacin al enemigo, sino mostrarle lo que espera ver. Con el golpe que hemos diseado contra los magos de la ciudad, no pueden evitar advertir pronto nuestro avance. Es mejor controlar las circunstancias bajo las que se informa del avance de nuestro ejrcito a los gobernantes de

Menzoberranzan, y quiz adelantarnos a su respuesta. --Eso me intriga. Sigue --dijo Horgar. --Los soldados de Menzoberranzan esperan que un ejrcito que se acerque por este camino se retrase por el esfuerzo que supone tomar el Dilema de Rhazzt, lo que dara tiempo a la ciudad para hacerse fuerte en el cuello de botella de los Pilares del Infortunio. Te sugiero que permitas que la avanzadilla informe y advierta a las autoridades de Menzoberranzan de la presencia de tu ejrcito. Antes de que las matronas renan a un contingente para enfrentarse a ti, tomaremos el Dilema de Rhazzt. Y nos apostaremos a la espera de los drows en los Pilares del Infortunio. --Tu plan tiene dos fallos fundamentales --dijo Borwald con tono de menosprecio--. Primero, presumes de que somos capaces de tomar el puesto avanzado cuando deseemos. Segundo, pareces creer que las matronas decidirn enviar un ejrcito en vez de quedarse a esperar el asedio. Me gustara saber en qu te basas para dar por sentado esos dos hechos. --Fcil me lo pones --respondi el asesino--. El puesto caer porque la mayor parte de su guarnicin ha salido para mantener el orden en la ciudad. De los soldados que queden, muchos son Agrach Dyrr. Por eso os animo a tomar este camino para atacar. El puesto avanzado se rendir cuando llegue el momento. --Lo sabas antes de que partiramos --dijo Fiorgar--. En el futuro, compartirs la informacin que tengas en los momentos oportunos. Qu habramos hecho si hubieras tenido algn accidente por el camino? Tenemos que saber exactamente qu clase de ayuda nos prestars y cuando sers capaz de hacerlo. --Sera bueno para una amistad duradera, prncipe Horgar --dijo Nimor despus de soltar una carcajada-- que, de vez en cuando, descubrieras lo til que puedo llegar a ser. *** Halisstra se despert del ensueo y descubri que estaba helada y empapada. Durante la noche, un polvo ligero, que imagin sera nieve, haba cado sobre el bosque, engalanando todas las ramas con una delgada capa de blanco brillante. La novedad de la experiencia pronto dej de ser agradable, sobre todo despus de darse cuenta de que empapaba sus ropas y el piwafwi. La realidad de la nieve en la superficie era menos atractiva que cualquier texto

sobre el fenmeno que hubiera ledo en la comodidad de la biblioteca de su casa. El cielo volva a estar oscuro y gris, pero era ms luminoso que el da anterior; lo bastante para causar incomodidad a los viajeros drows, pues Quenthel haba decidido no llevarlos bajo la luz del sol despus de que Pharaun descansara y estudiara sus conjuros. Pasaron la mayor parte de las horas del da cobijados en la cueva, lejos de la luz. El grupo no se prepar para desmontar el campamento hasta la tarde, cuando el sol ya empezaba a declinar. --Recurdame que investigue cmo se podra extinguir ese orbe infernal --coment Pharaun, mientras entornaba los ojos--. Sigue ah arriba, tras esas benditas nubes, quemndome los ojos. --No eres el primero entre los de nuestra raza que comprueba que su luz es dolorosa --respondi Quenthel--. De hecho, cuanto ms te quejas, ms me molesta, as que gurdate tus lloriqueos y ponte a trabajar en el conjuro. --Por supuesto, magnfica matrona --dijo Pharaun con tono sarcstico. Se dio media vuelta y corri por las rocas cubiertas de nieve antes de que Quenthel replicara. La Baenre mascull una maldicin por lo bajo y tambin se alej, ocupndose en observar cmo Danifae llenaba la mochila con el saco de dormir y las mantas de Quenthel. El resto del grupo se mantuvo en un respetuoso silencio y fingi que no vea lo sucedido entre Quenthel y Pharaun, y Quenthel y Danifae. Reunieron sus pertenencias y desmontaron el campamento. Halisstra cogi la mochila y sigui a Pharaun por el tnel. Ascendieron por un sendero escondido que llegaba hasta el bosque. En el claro que rodeaba la boca de la cueva descubri que el bosque era muy denso y que se cerna sobre ellos desde todas direcciones. All donde miraba, la pared de rboles y maleza era la misma, una barrera frondosa indiferenciada, sin montaas lejanas por las que fuera capaz de orientarse, ni restos de senderos que seguir. Incluso en las cavernas ms intrincadas de la Antpoda Oscura, por lo general a uno se le daban un puado de opciones a la vez; adelante, atrs, izquierda, derecha, arriba, abajo... En el bosque, caminabas en la direccin que te apeteciera y a la larga llegabas a alguna parte. Era una sensacin perturbadora y desconocida. Acab su cuidadoso examen de la ladera boscosa y volvi a mirar a Pharaun. El resto del grupo tambin la observaba, algunos de

pie, otros en cuclillas, mientras se protegan la cara con las manos y esperaban las directrices del mago. --Si digo algo --dijo Pharaun, al tiempo que miraba los rboles --, cualquier cosa, tenedlo muy presente. Puede que entienda lo que veo o puede que no. Extendi los brazos y cerr los ojos, mientras susurraba unas palabras speras de poder mgico una y otra vez al tiempo que giraba lentamente. La potente sensacin de la magia tir de Halisstra. Era casi palpable y sin embargo distante. Se levant una brisa fra y extraa. Suspiraba entre las copas de los rboles mientras los inclinaba, primero en una direccin, luego en otra. Aumentaba por momentos. La nieve de las ramas cay mientras el viento se tornaba un vendaval aullante y salvaje. Halisstra levant una mano para protegerse los ojos del polvo que levantaba. Durante todo el rato, oy la voz de Pharaun cada vez ms profunda, ms poderosa, mientras el conjuro tomaba vida propia y pareca arrastrarse desde su garganta. Perdi pie y como pudo apoy la rodilla en el suelo. El pelo le azotaba la cabeza como si estuviera vivo. La magia del conjuro de Pharaun lo elev en el aire. An tena los brazos extendidos. Gir mientras el viento lo rodeaba. Tena los ojos como idos, en direccin al cielo. Un halo de energa verdosa empez a agruparse alrededor del mago, y ste solt un aullido. Unos rayos de fuego esmeralda salieron disparados del halo para destrozar las rocas cercanas. Cada uno reban la roca como si de carne se tratara, provocando que las piedras se partieran con crujidos ensordecedores. All donde toc cada uno de los rayos verdes se form una runa o un dibujo negro, como grabados al cido. Esos signos hicieron que los ojos le dolieran a Halisstra. Desde el aire, en el centro del claro, Pharaun empez a murmurar en una voz horrible que se sobrepona al viento y los truenos. --A cinco das al oeste hay un riachuelo --enton el mago--. Gira al sur y sigue sus aguas rpidas y oscuras ro arriba durante un da, hasta las puertas de Minauthkeep. El sirviente del Seor Oculto habita all. Te ayudar y te traicionar, aunque de ninguna de las maneras que esperas. Todos salvo uno cometeris traicin antes de que acabe vuestra bsqueda. El conjuro acab. El viento se desvaneci, la energa verde se disip y Pharaun descendi de su elevada posicin como si cayera de un tejado. El mago toc suelo con torpeza y se desmoron,

quedando con la cara hundida en el fango que cubra la tierra. Mientras los ecos de aquella violencia desaparecan en el bosque nevado, las runas grabadas en las piedras y rocas sufrieron el mismo destino. Formando hilos de humo negro se evaporaron en un instante. El resto del grupo se irgui y se cruzaron miradas sombras. --Ya veo por qu tardaba en lanzar el conjuro --coment Ryld. Avanz y asi a Pharaun por el brazo, lo puso boca arriba y comprob que no estaba herido. Pharaun levant la mirada y se las compuso para mostrar una dbil sonrisa. --Buenas y malas noticias, supongo --dijo--. Al menos Tzirik parece estar sano y salvo. --Las indicaciones son claras --dijo Valas con tiento--. Creo que no me costar hallar el camino hacia el oeste. --Qu queras decir en la ltima frase? --le dijo Jeggred a Pharaun, haciendo caso omiso de Valas--. Sobre la traicin... El draegloth cerr los puos. --Sobre lo de las traiciones...? No puedo llegar a imaginarlo --dijo el mago. Carraspe y se sent, mientras gesticulaba para apartar a Ryld--. La naturaleza de la magia es ofrecer predicciones crpticas como sa, pequeos acertijos amenazadores que apenas tienes la esperanza de resolver hasta que, de pronto, se hace evidente que el acontecimiento que temas ha sucedido. --Mostr una sonrisa irnica--. Si alguno de nosotros no planea cometer algn escandaloso acto de traicin en un futuro cercano, debo decir que me gustara saber quin tiene tan buen fondo. Empaar nuestra reputacin si no lo comete. Halisstra observ al resto del grupo. Tom nota de las caras imperturbables, la mirada pensativa... Danifae cruz una mirada con ella al tiempo que mostraba una leve sonrisa y un movimiento sutil de los ojos en direccin a Quenthel. Un gesto tan insignificante que nadie salvo Halisstra lo notara. A pesar de la desenvoltura con la que el mago haba quitado importancia a las palabras de la adivinacin, no le gustaba saber que cada uno de sus compaeros cometera en algn momento un acto de traicin. O, para ser exactos, todos excepto uno. Slo porque Halisstra no planeara de inmediato un acto de traicin no significaba que no decidiera aprovechar una oportunidad si sta se planteaba. No haba retenido el ttulo de Primera Hija de la casa Melarn sin desarrollar un instinto despiadado para esas cosas. Si la ruina no se

hubiera abatido sobre Ched Nasad, no dudaba que en algn momento hubiera urdido planes contra su propia madre para reclamar el liderazgo de la casa. La matrona Melarn haba desbancado a la abuela de Halisstra de la misma manera y por las mismas razones haca cientos de aos. Era el mtodo de la Reina Araa. --Bueno --dijo Pharaun mientras se pona en pie, tembloroso. El mago acept la mochila que le tenda Ryld --. Parece que ya tenemos una direccin. As que, hacia dnde cae el oeste, maese Hune? --Hay un par de caminos de cabras que conducen ms o menos hacia poniente --dijo Valas despus de hacer un gesto hacia el borde del claro. --Vamos --dijo Quenthel--. Cuanto antes empecemos, antes llegaremos. No tengo ganas de pasarme una hora ms de la necesaria en esta tierra abrasada por la luz. Maese Hune, irs en cabeza como es costumbre. Maese Argith, t lo acompaars. Halisstra, te quedars en retaguardia y estars ojo avizor. Halisstra frunci el entrecejo y rebull con nerviosismo. Eso era un trabajo para un varn. Durante los ltimos das de viaje, Jeggred iba en retaguardia. No se le escapaba a Halisstra que cambiar el orden de marcha mantena a Jeggred cerca de Quenthel, donde el draegloth poda proteger a la sacerdotisa Baenre de cualquier ataque. Tambin advirti que Quenthel se haba dirigido a Valas y Ryld como maese, mientras que a ella slo la llamaba Halisstra. No haba motivo para protestar, por supuesto, as que esper mientras el resto del grupo desfilaba hacia el bosque, en busca del sendero de Valas. Comprob la ballesta para asegurarse de que estaba preparada. Despus, dej que el resto se distanciara unos quince pasos y se puso en marcha tras ellos.

_____ 11 _____ El bosque de la superficie se revel como un lugar extrao e inquietante. Mientras el grupo se alejaba del claro, la intrincada maleza desapareci, dejando una sucesin verde de troncos que se elevaban hacia lo alto, como las columnas de algn saln drow en algn lugar de la Antpoda Oscura. Aqu y all descansaban troncos cados, cubiertos de musgo de un verde brillante. Algunos eran tan

grandes que el grupo tuvo que desviarse decenas de metros, o subirlos o gatear por debajo. Una fina capa de nieve se haba formado hasta el suelo, y el agua fra goteaba sin cesar de las ramas. A diferencia del desolado Anauroch, el bosque no slo estaba lleno de grandiosos rboles y zarzas, si no de toda clase de pjaros y otros animales. Despus de una docena de sobresaltos, aprendi a identificar distintos cantos de pjaros y otros sonidos animales, y relegarlos al reino de lo insignificante. Al principio temi perder de vista al grupo; pero, aparte del abarrotado follaje, el sotobosque consista en helechos y plantas que pocas veces llegaban ms all de la cintura. Mientras la noche caa sobre el bosque, su visin mejor, y Halisstra se sinti cada vez ms cmoda. Los drows marcharon durante toda la noche. Hicieron una parada antes del amanecer para montar el campamento en una vieja torre en ruinas cubierta de musgo. El lugar tena una notable elegancia formal, y el dintel de la puerta, haca tiempo desaparecida, tena labradas unas enredaderas florecientes. Estaba claro que era el trabajo de elfos de la superficie. Despus de que Pharaun inspeccionara el lugar en busca de conjuros peligrosos para los drows, el grupo acamp para pasar las dolorosas horas del da. Quenthel orden a Jeggred y a Pharaun que montaran guardia, y los dems disfrutaron de la penumbra, la seguridad del terreno y los elegantes muros de la torre en ruinas. Comieron al ocaso, desmontaron el campamento y volvieron a ponerse en marcha, en el mismo orden que antes. Pasaron las dos noches y das siguientes del mismo modo. Descansaban cuando sala el sol y viajaban de noche. Valas se las arregl para abatir un cervatillo poco antes del amanecer al final de la tercera noche de viaje, y Halisstra se sorprendi al descubrir que la carne era suave y suculenta, mejor que la de un rote joven. Al final del da volvieron las nubes, ms oscuras y espesas, y mientras la luz del da desapareca y los elfos oscuros se preparaban para la cuarta caminata por la superficie, empez a nevar, con fuerza. Reinaba un misterioso silencio, como si el bosque entero aguantara la respiracin para no molestar. Halisstra vigilaba en retaguardia. Daba una docena de pasos al frente y se volva para examinar el sendero a su espalda. Algunas veces caminaba hacia atrs durante varios minutos y miraba adelante slo para ver dnde pisaba. Si los augurios de Pharaun eran acertados, alcanzaran el

arroyo al final de esa noche o quiz la siguiente, lo que significaba que la casa Jaelre y el clrigo de Vhaeraun estaban a un da. Con el objetivo de su viaje al alcance de la mano, se le ocurri que el hereje no tena una razn para ayudarlos. Valas sera un viejo amigo, pero ningn clrigo del Seor Oculto ayudara a una sacerdotisa de Lloth slo por la bondad de su corazn. Tendran que llegar a un acuerdo, de eso Halisstra estaba segura. Riquezas, quiz? Quenthel y sus camaradas llevaban muchas gemas valiosas. Era la manera ms fcil de llevar dinero por las regiones salvajes de la Antpoda Oscura. Halisstra se haba llenado los bolsillos de ellas antes de huir de Ched Nasad. Aunque dudaba que un poderoso vhaeraunita se dejara comprar con tanta facilidad. La coaccin era posible... o tal vez deberan intercambiar alguna clase de servicio para ganarse su ayuda. De vez en cuando Danifae era til en esa clase de arreglos. Cualquier drow tena al menos un enemigo que le gustara que tuviera un contratiempo. Se dio cuenta de que se rezagaba un poco, as que apret el paso para situarse ms cerca del grupo. Corri fcilmente entre la oscuridad. Sus botas se deslizaban sobre la nieve, hasta que percibi la forma voluminosa de Jeggred y las de sus compaeros. Halisstra recuper su ritmo y se volvi para echar un vistazo atrs. All haba alguien. Se oy ruido de pasos a hurtadillas por todo el bosque. Pero, de pronto, los pasos enmudecieron en un silencio perfecto e impenetrable que podra ser mgico. Halisstra levant la ballesta. Por el sendero vena a toda velocidad un larguirucho elfo con la piel tan blanca como la nieve, armado con una elegante hacha de batalla en una mano y otra ms pequea en la otra. Sus ojos centelleaban como esmeraldas en la noche. --Ten cuidado! --grit para advertir a sus compaeros, pero de nuevo nada rompi el perfecto silencio. Sin dudarlo un instante dio media vuelta y dispar la ballesta hacia Jeggred, quiz a unos cincuenta metros delante. Desvi un poco el arma, as que en vez de darle entre los omoplatos el virote se clav en un rbol, junto a la cabeza del semidemonio. El draegloth salt mientras lanzaba un grito (o eso imagin, ya que no lo oa); pero, ms importante, se volvi para ver qu suceda detrs. Descubri que unos elfos de la superficie se acercaban con sigilo. Un instante ms tarde, un guerrero elfo estaba sobre Halisstra,

las hachas giraban dibujando formas con los destellos del acero. Tambin gritaba algo, un grito de guerra quiz. Halisstra levant su excelente ballesta para desviar el primer golpe del hacha mayor. Salt hacia atrs, para quedar fuera del alcance de la pequea y sac la maza a toda velocidad mientras se quitaba el escudo del hombro. El elfo plido avanz de un salto para enzarzarse con ella de nuevo, y empezaron a girar e intercambiaron hbiles golpes que fallaron el blanco. Halisstra vea ms formas con armaduras verdes que revoloteaban por el bosque hacia ella, espadas y lanzas que relucan en la oscuridad. Redobl los esfuerzos y puso al guerrero de las dos hachas a la defensiva, con la esperanza de desembarazarse de l antes de que estuviera rodeada de enemigos. Una luz cegadora deton en el sendero, detrs de ella, y llen el bosque oscuro con el doloroso brillo de la luz diurna. Lo ltimo que vio antes de que el conjuro la cegara del todo fue a un grupo de elfos de la superficie y unos guerreros humanos, que se unan a la lucha. Slo poda hacer una cosa. Levant el escudo para ganar un momento, se agach, aferr un puado de tierra y hojas secas del suelo, y los imbuy de oscuridad mgica, haciendo buen uso del poder que compartan todos los drows. Un golpe fuerte maltrat su escudo, sin hacer ruido. Se alej de prisa de su atacante, agachada, mientras intua la direccin. Algunos de los enemigos esperaran a que saliera de la oscuridad impenetrable; al menos eso era lo que hara en su lugar. Lo ms inteligente era permanecer en ella tanto como fuera posible, con la esperanza de que los habitantes de la superficie no tuvieran ms magia para disipar o cancelar la esfera de oscuridad. Como cualquier drow de casa noble con experiencia, supo en un instante lo que durara la oscuridad. En su caso, era capaz de mantenerla durante tres horas. Si se quedaba en silencio y quieta un largo rato, pensaran que se haba escabullido. Al final, estaba bastante segura de que era capaz de aguardar a que acabara el conjuro de silencio que cubra la zona. Una vez volviera a or, podra formarse una idea mejor de qu hacer. Maza en mano, fue a tientas hasta un rbol grande, se apoy en el tronco y se sent a esperar. ***

Nimor esperaba en el saln, ante la cmara del Consejo, con los hombros cados y expresin hundida. Despus de todo se supona que estaba cansado. Estaba enfundado en la armadura de un oficial de la casa Agrach Dyrr, pues se supona que se haba abierto paso en la batalla del Dilema de Rhazzt para llevar noticias del ataque a las matronas. Por supuesto, la guarnicin de Agrach Dyrr ya haba entregado el puesto avanzado al ejrcito de Gracklstugh, pero las matronas an no lo saban. Fingir agotamiento, desesperacin y dosificarlo en las cantidades adecuadas era difcil para l, en especial cuando su corazn lata excitado y su cuerpo se estremeca por la expectacin. Sus planes a largo plazo estaban encontrando su momento y se desarrollaban para dar su terrible fruto. Gracias a sus actividades y afanes haba alterado el destino de dos grandes ciudades. Ambas se haban movido de forma inexorable hacia el terrible impacto que haba imaginado meses atrs, y a cada hora los hechos ganaban velocidad y requeran cada vez menos su gua. Pronto podra abandonar la escena de nuevo, con el trabajo hecho, y dispuesto a cosechar las recompensas de sus actividades. Para distraerse mientras esperaba que el Consejo lo llamara, Nimor estudi la sala. Uno nunca saba, al fin y al cabo, cundo una puerta u otra salida significara la diferencia entre la vida y la muerte. El Saln de Peticionarios, como se llamaba el lugar, era la entrada a la cmara del Consejo de las Matronas. Las nobles damas pasaban pocas veces por esa habitacin. Tenan varios mtodos mgicos y secretos para viajar a los tronos desde sus palacios y castillos. En cambio, el Saln de Peticionarios era el lugar en el que todos aquellos que tenan negocios esperaban voluntariamente a las matronas. Naturalmente, estaba casi vaco. Cualquier drow que necesitara algo se lo suplicaba a una de las matronas, y con cautela y respeto. Slo aquellos drows a los que ordenaban aparecer ante el Consejo esperaban en el Saln de Peticionarios, y cualquiera al que se exigiera su presencia all era muy probable que ya hubiera informado de antemano a una de las matronas. La sala se usaba por lo general como lugar apropiado para que personas designadas por el Consejo esperaran hasta que los llamaran a entregar el informe, presentar su demanda, o ms a menudo implorar y or sentencia. Diecisis guerreros y magos orgullosos montaban guardia en la sala, dos de cada casa cuya matrona se sentaba en el Consejo.

Estos haban sido escogidos como cuerpo de guardia, aunque en realidad cada uno pasaba la mayor parte del tiempo vigilando a los varones de casas rivales para asegurarse de que no haba una conjura en marcha. El suelo, de mrmol negro pulido, con vetas doradas, reluca bajo la tenue luz de los fuegos fericos del techo, y grandes frisos en las paredes mostraban la historia de la fundacin de Menzoberranzan. Varios funcionarios de segundo orden pasaban a toda prisa por el saln, se inclinaban ante todo aquel que se mereciera ese servilismo y hacan caso omiso de los que no. Nimor, que llevaba la armadura de un oficial insignificante de Agrach Dyrr, estaba en algn lugar entre las dos situaciones. Para sorpresa de Nimor, slo lo hicieron esperar cuarenta minutos hasta que uno de los chambelanes se acerc y le seal la puerta. --El Consejo espera tu informe, capitn --dijo. Nimor sigui al chambeln hasta la misma cmara del Consejo e hizo una reverencia a los tronos de las ocho matronas. Cada una estaba asistida por una o dos hijas, sobrinas o favoritas. Una gran arcada de un lado de la cmara conduca a un conjunto de altares ms pequeos y salones adyacentes, a los que se poda despachar a los asistentes y secretarios en caso de que decidieran discutir los asuntos en privado. --Matronas, el capitn Zhayemd de la casa Agrach Dyrr --anunci el chambeln. Nimor se volvi a inclinar y mantuvo la pose mientras estudiaba a las matronas en secreto. Triel Baenre se sentaba a la cabeza del Consejo, por supuesto. Pequea y bonita, pareca demasiado joven para ese puesto de honor, aunque tena cientos de aos. Mez'Barris Armgo de la casa Del'Armgo se sentaba a su lado, luego vena el lugar donde la matrona de la casa Faen Tlabbar se sentaba antiguamente. Nimor no sonri, pero permiti que su mirada se demorara un momento en la joven que ocupaba el lugar de Ghenni; Vadalma, la quinta hija de la casa. O las cuatro primeras se mataron entre ellas luchando por el lugar de su madre --reflexion--, o la joven Vadalma es ms competente de lo que parece. Enfrente de la nueva matrona Faen Tlabbar se sentaba

Yasraena Dyrr, bella y elegante, cmoda en la silla que ocupaba desde la defuncin de Auro'pol. --Ah, veo que mi capitn ha llegado --dijo Yasraena a sus pares--. Bienvenido, Zhayemd. Hoy has padecido mucho, pero me temo que debo someterte a otra dura prueba antes de que se te permita un bien merecido descanso. Informa al Consejo de las noticias que me comunicaste antes. --Como desees, Honorable Matrona --dijo Nimor. Pase la mirada por todas las nobles y fingi un asomo de nerviosismo --. Matronas, llego de la guarnicin en el Dilema de Rhazzt. Nos atac una gran fuerza de duergars y aliados, incluidos derros, durzagons, gigantes y muchas tropas de esclavos. No podremos detenerlos ms tiempo del que cueste a los duergars utilizar sus mquinas de asedio. --Conozco el lugar --dijo Mez'Barris Armgo--. Est a tres o cuatro das al sur de la ciudad. Tus noticias son tan viejas? Por qu no nos advirtieron los magos en vez de enviar a alguien para que informara en persona? --Nuestro mago fue asesinado en el primer ataque, matrona Del'Armgo. Tuvo la desgracia de liderar una patrulla ms all de nuestras defensas y por lo que parece fue vctima de la embestida de los duergars. Cuando lady Nafyrra Dyrr (la comandante de nuestro destacamento) se dio cuenta de que no haba forma de enviar un aviso, me orden traer el mensaje a Menzoberranzan. Eso ocurri esta maana. --Slo has respondido a una de las preguntas que te he planteado, capitn --repuso la matrona de la casa Barrison Del'Armgo--. El Dilema de Rhazzt est bajo asedio desde esta maana, pero el puesto avanzado est a ms de cuarenta kilmetros al sur de aqu, lo que supone un viaje de varios das. Nimor fingi un poco de indecisin y mir deliberadamente a Yasraena Dyrr como si buscara ayuda. La matrona de la casa Agrach Dyrr inclin la cabeza con aprobacin. --Us un portal poco fiable para que el viaje durara horas en vez de das, matrona Del'Armgo --dijo--. Est a dos o tres kilmetros del puesto avanzado y es algo difcil de usar, pues funciona a intervalos. El otro lado est en una caverna en desuso en el Dominio Oscuro. Mi casa lo conoce desde hace algn tiempo, aunque no confiamos lo bastante en la magia de ese portal, excepto en caso de extrema necesidad.

--No dudo que Barrison Del'Armgo conozca portales parecidos alrededor de la ciudad --observ Yasraena Dyrr--. Perdonad si olvidamos mencionar la existencia de ste hasta hoy. --El portal es irrelevante --dijo Triel Baenre, al tiempo que haca un gesto de despreocupacin--. El capitn est aqu para dar el informe, y eso basta. Dime lo que viste del ejrcito duergar. --Me atrevera a decir que son entre tres o cuatro mil enanos grises, ms soldados esclavos; la mayora orcos y ogros. Distinguimos los estandartes de ocho compaas en el ataque, y muchas ms en reserva. Podra haber ms, por supuesto, o los duergars nos intentaron engaar llevando falsos pendones a la batalla. --Una incursin --murmur Prid'eesoth Tuin de la casa Tuin'Tarl--. Ponen a prueba tu puesto avanzado, capitn. Nimor cambi el peso de un pie a otro y se esforz para parecer decidido, serio y respetuosamente servil. --Lady Nafyrra no lo cree as, matrona Tuin --dijo Nimor--. Hemos rechazado incursiones duergars en numerosas ocasiones, pero sta no se parece en nada al ataque de esta maana. Si no nos asedia todo el ejrcito de Gracklstugh, lo parece. --Con qu fuerzas cuenta la guarnicin? --pregunt Yasraena Dyrr. --Casi ochenta soldados, y tenemos una posicin defensiva excelente, matrona. Podemos resistir varios das, pero el puesto avanzado caer cuando los duergars empleen las mquinas de asedio o empleen la magia adecuada. --No me sorprendera descubrir que ese ataque duergar es poco ms que una incursin particularmente grande y agresiva --dijo Vadalma de Faen Tlabbar--. Estoy segura de que la matrona Dyrr ha informado de lo que sus varones crean, pero quiz debera investigarse el asunto antes de reaccionar a ciegas. Una simple confirmacin de la informacin, al menos. Despus de evaluar el alcance de la amenaza, el Consejo deliberar sobre los medios para enfrentarse a ello. --En la mayora de las situaciones, nuestra joven hermana sera prudente al sugerir una evaluacin minuciosa de la situacin --dijo Yasraena. Estaba bien adiestrada. Nimor baj la mirada para evitar que vieran su sonrisa--. Sin embargo, mis oficiales me dicen que, si deseamos enfrentarnos al ejrcito duergar fuera de la ciudad, el lugar donde hacerlo es en los Pilares del Infortunio, a medio camino entre

aqu y el Dilema de Rhazzt. Un ejrcito poderoso enviado con rapidez resistir cualquier asalto, pero si nos demoramos demasiado, los duergars llegarn antes que nosotros. Perderamos una posicin ventajosa. Por supuesto, deberamos buscar la confirmacin del informe con celeridad, pero mientras investigamos, nuestros soldados tendran que estar en marcha. --No deberamos esperar a la defensiva, en la caverna de la ciudad? --pregunt Mez'Barris Armgo--. Fortificaramos las entradas con bastante facilidad, y el ejrcito duergar tendra dificultades para rodear toda la ciudad, y, mientras, nuestro ejrcito seguira intacto. --Si permitimos que los enanos grises se hagan con la ciudad --dijo otra de las matronas--, veremos ilicidos, aboleths y ejrcitos humanoides en nuestras puertas dentro de poco. Tenemos muchos enemigos. Mirad lo que sucedi en Ched Nasad. Las ocho sacerdotisas cruzaron miradas sombras. --Es evidente que el Consejo debe llegar a una decisin con rapidez --dijo Triel Baenre, rompiendo el silencio--. No nos queda mucho tiempo si queremos enfrentarnos a los duergars fuera de la ciudad, as que ordenar que la mitad de las tropas Baenre se preparen para la marcha. Os aconsejo que hagis lo mismo. Siempre podemos echarnos atrs, si optamos por permanecer a la defensiva en la caverna de la ciudad, pero si decidimos avanzar, tenemos que hacerlo pronto. --Abogo por una defensa vigorosa y agresiva de la ciudad --dijo Yasraena Dyrr--. El empleo de nuestras fuerzas servira para desalentar futuros ataques. Ordenar a la mitad de las tropas de la casa Dyrr que se preparen de inmediato. --Observ a las dems matronas con cautela y aadi--: Siempre que, por supuesto, las dems casas acepten una parte del riesgo y nos ayuden. Tanto si llegamos al mismo compromiso o a ninguno. --La casa Baenre avala a Agrach Dyrr hasta la vuelta de la expedicin --dijo Triel con firmeza. Nimor asinti para s. Esperaba que la lder de la casa ms fuerte de Menzoberranzan decidiera dar ejemplo. Entre otras cosas, evitaba los turbios propsitos de las dems casas enfocando su actividad en un enemigo exterior, circunstancia que presentara a la Baenre tomando acciones decisivas para proteger la ciudad. Triel tena mucha necesidad de ese tipo de medidas. --Las matronas deben discutir cmo enfrentarse a ese ataque a traicin en privado. Dejadnos --dijo despus de pasear la mirada

entre las guardias, consejeros e invitados de la sala del consejo. --Capitn Zhayemd --dijo Yasraena Dyrr--. Me gustara que tomaras el mando del contingente de Agrach Dyrr y empezaras a hacer los preparativos ahora mismo. S que hoy ya te has abierto paso entre grandes peligros, pero posees un conocimiento detallado del campo de batalla, y tengo la mxima confianza en ti. --Os servir lo mejor que pueda --dijo Nimor--. Con la ayuda de la diosa, barrer a los enemigos de la ciudad de nuestro territorio. Hizo otra reverencia a las matronas y se retir en silencio. *** Los sonidos del bosque volvieron de repente, sealaban el final del conjuro de silencio. El viento suspiraba en las copas de los rboles, cerca pasaba un arroyuelo, se oan murmullos y sonidos de pasos cortos en la oscuridad, mientras las criaturas pequeas del bosque (o las grandes que saban ser cautelosas) se movan por los alrededores. Halisstra escuch durante un largo rato, con la esperanza de or algo que le dijera que los habitantes de la superficie se haban ido o que sus camaradas luchaban en algn lugar cercano, pero no se oa ruido de espadas ni de conjuros ensordecedores. No oy que ninguno de sus enemigos dijera nada, por lo que no saba si se haban ido o estaban agazapados, aguardndola. Halisstra poda ser muy paciente cuando era necesario, y estaba acostumbrada a la adversidad y al peligro, pero la tensin nerviosa por esforzarse en identificar cada sonido que llegaba a sus odos hizo que pronto le cayeran gotas de sudor por la cara. Si Quenthel y los dems estn cerca, lo oira --se dijo--. La lucha los tiene que haber llevado bastante lejos. Se le aceler el corazn ante la idea de estar perdida en los interminables bosques, los cuales eran un enemigo formidable para cualquier criatura que no estuviera acostumbrada al mundo de la superficie. Mejor morir intentando reunirme con los dems --decidi Halisstra--. Al menos se adonde van, aunque no s si ser capaz de mantener el rumbo. Primero, necesitaba escapar de la oscuridad que la protega. Decidi no disipar la oscuridad mgica y dej que continuara hasta que se acabara por s sola en una o dos horas. Haba una pequea

posibilidad de que los enemigos estuvieran a la espera de que se disipara. Halisstra tante en su cinturn y sac una varita de marfil. Palp con cuidado para asegurarse de que era la varita que necesitaba y, cuando estuvo convencida, se golpe ligeramente el pecho con ella y susurr una palabra. Aunque no tena manera de verificarlo, sentada en el suelo del bosque, en la oscuridad mgica, la magia de la varita la haba hecho invisible. Se levant con tanto sigilo como pudo, acobardada ante cualquier susurro o tintineo de la cota de malla, y empez a alejarse. Halisstra sali antes de lo que esperaba; pareca haberse sentado a menos de dos metros del borde de la oscuridad. Confiada en la invisibilidad, se irgui y mir a su alrededor. El bosque estaba como antes, excepto que no haba seales de sus compaeros o de los hombres y los elfos de la superficie que los haban atacado. La luna ascenda, y su brillante luz plateada inundaba el bosque. Se puso en marcha hacia lo que pensaba que era el oeste. Avanzaba tan rpido y con tanta cautela como poda. Pronto lleg al escenario de lo que pareca haber sido un cruento combate. An humeaban unos grandes crculos ennegrecidos en el bosque. En otros lugares los cuerpos de quiz media docena de elfos de la superficie y humanos vestidos de verde yacan en el suelo. La mayora llevaban marcas de espadas, mazas y garras. No haba seales de los drows. Halisstra intent recordar las imgenes que se le haban grabado de los plidos elfos y sus aliados humanos, y decidi que deban de ser unos quince o veinte. --Dnde estarn vuestros camaradas? --pregunt a los guerreros muertos antes de alejarse. Halisstra camin como un kilmetro por el bosque baado en la luz de la luna antes de caer en la emboscada. Un momento antes caminaba a hurtadillas, rpida y confiada, ansiosa por alcanzar al resto del grupo y los habituales riesgos que tenan que afrontar. La sorprendi la aparicin de un mago elfo de la superficie que sali de detrs de un rbol y le lanz un conjuro mientras gesticulaba con las manos. --Rpido! --grit--. La tenemos! La invisibilidad de Halisstra desapareci al instante, disipada por el mago de la superficie, y de entre el follaje y los rboles que la rodeaban surgieron una docena de plidos elfos y humanos vestidos de verde, con las armas en ristre. Se abalanzaron sobre ella, con la

muerte en la mirada, mientras llenaban el bosque con sus gritos de guerra. Al reconocer lo desesperado de su situacin, Halisstra gru de rabia y atac a los guerreros de la superficie, decidida a vender cara su vida. El primer enemigo con el que se top era un humano corpulento de barba encrespada, que luchaba con un par de espadas cortas. Se lanz en un ataque giratorio, con un arma dirigida hacia sus ojos, para hacerle levantar el escudo, y con la otra hacia abajo para destriparla. Halisstra se hizo a un lado y golpe el brazo extendido de su oponente con la maza, la cual alcanz su objetivo, haciendo crujir el hueso y desarmndolo. El hombre gru de dolor pero aguant, y sigui asestando cuchilladas y estocadas con la espada que le quedaba. Otros tres se acercaron para enfrentarse a Halisstra desde todos los lados. Esta se vio obligada a pasar a la defensiva, desviando espadas y lanzas con el escudo y parando arremetidas con su maza mgica. El bosque reson con el entrechocar del acero. --Cogedla viva si podis --pidi el mago--. Lord Dessaer quiere saber quines son estos forasteros y de dnde vienen. --Es muy fcil decirlo --gru el primer espadachn, que an resista a pesar de que la mano izquierda le colgaba inerte --. No parece muy dispuesta a rendirse. Halisstra solt un gruido de frustracin y de pronto se volvi hacia el elfo que tena a la izquierda, esquiv la punta de la lanza y se abalanz hacia l. El tipo retrocedi y empu el arma tan pronto como pudo, pero Halisstra ya lo tena. Con un grito de alegra le aplast el puente de la nariz con la maza. El impacto destroz parte del crneo de la vctima, que se desplom al suelo. Halisstra pag un elevado precio por ese golpe un momento ms tarde cuando el espadachn elfo que estaba a su espalda le hundi la punta de su arma en el omoplato izquierdo. El acero rechin en el hueso, y Halisstra chill de dolor mientras perda la fuerza del brazo que sostena el escudo. Un momento ms tarde la flecha disparada por un arquero se le hundi en la pantorrilla derecha y le dobl la pierna. --Ya la tenemos! --dijo el espadachn elfo. Este levant el arma para atacar de nuevo, pero Halisstra se tir al suelo y rod bajo su guardia, a la par que le destrozaba la cadera izquierda con otro golpe atronador de la maza. El elfo grit y se alej

tambalendose para desplomarse sobre la nieve. Halisstra intent ponerse en pie, pero el mago la abati con un cegador rayo. La fuerza del conjuro la levant del suelo, la arroj por los aires y la hizo caer en un riachuelo glido. Todo el cuerpo de Halisstra se agitaba y le dola. Halisstra percibi el olor caracterstico de la carne quemada. Se apoy en un brazo y le lanz una cancin bae'qeshel, una aguda tonada mortal que azot la corteza de los rboles y levant la nieve polvo hasta formar una punzante tormenta blanca. El mago elfo lanz un juramento y se cubri con la capa, resguardndose los ojos y resistiendo la cancin. Halisstra empez a cantar otra cancin, pero los guerreros corrieron hacia ella, y el humano corpulento y barbudo la silenci de una patada en la mandbula que la volvi a despatarrar en el suelo. Por un instante todo se volvi oscuro, y cuando recuper la vista, no menos de cuatro espadas apuntaban hacia ella. El fuerte espadachn la mir por encima de la punta del arma. --Por lo que ms quieras, contina --profiri--. Nuestros clrigos formularn preguntas a tu cuerpo con la misma facilidad que si estuvieras viva. Halisstra intent aclarar su cabeza ante el terrible dolor y el pitido en sus odos. Mir a su alrededor y no vio otra cosa que muerte en la mirada de los habitantes de la superficie. Fingir que me rindo --se dijo--. Quenthel y los dems deben saber que he desaparecido y me buscarn. --Me rindo --dijo en la brutal lengua humana. Halisstra permiti que su cabeza cayera sobre la orilla del riachuelo y cerr los ojos. Sinti cmo la levantaban, le quitaban la cota de malla y le ataban las manos a la espalda con brusquedad. Durante todo el tiempo hizo abstraccin mental de sus captores, al tiempo que mantena la mente aislada concentrndose en las oraciones a Lloth que le haban obligado a aprender de novicia. --Tiene que ser alguien importante. Mira la armadura. No creo que haya visto nunca una igual. --Aqu tenemos una lira y un par de ramitas --murmur el soldado de la mano rota mientras rebuscaba entre sus pertenencias--. Tened cuidado, muchachos, podra ser un bardo. Tenemos que amordazarla para estar a salvo. --Rpido, treme esa pocin curativa. Fandar se muere. Halisstra lanz una mirada al espadachn al que le haba

destrozado la cadera. Varios de sus compaeros estaban de rodillas cerca de l, en la nieve y el fango, intentando consolarlo mientras se retorca entre estertores agnicos. La sangre brillante manchaba la nieve. Observ la escena distradamente. Tena la mente a miles de kilmetros. --Maldita bruja drow. Gracias a los dioses no todos luchan como ella. El mago elfo apareci frente a ella. Su bella cara tena una expresin tensa y enfadada. --Encapuchadla, compaeros --orden--. No tiene sentido dejar que sepa dnde est. --Adnde me llevis? --exigi Halisstra. --A nuestro seor le gustar saber ciertas cosas --respondi el mago. Mostraba una sonrisa fra dirigida a ella y la mirada tan afilada como un cuchillo--. S por experiencia que la mayora de drows son tan malos bichos que es ms probable que se ahoguen en su propia sangre que hacer algo inteligente y til. No confo en que seas la excepcin. Lord Dessaer te har unas preguntas, si le dices algo desconsiderado, te traer aqu y te destripar como a un pescado. Despus de todo, eso es mejor que lo que vosotros hacis con vuestros cautivos. La capucha le tap la cara y se la cieron con fuerza al cuello.

_____ 12 _____ Ryld se agazap tras un gran rbol cuyo tronco era tan grueso y alto que podra estar en el bosque de Narbondel. Tajadora estaba a su espalda. Apenas la haba usado en el ltimo combate que el grupo haba librado en el bosque. Se inclin un poco y atisbo entre la moteada luz de la luna y las sombras del bosque, en busca de un blanco. l y Pharaun esperaban en silencio para defender la retaguardia del grupo, con la esperanza de devolvrsela a los elfos y humanos que los acosaban desde haca rato. Despus de varios intentos de conducir a los drows al combate cuerpo a cuerpo, los elfos de la superficie y sus aliados humanos aprendieron a respetar la habilidad y el arrojo del grupo drow. Pronto, el combate se convirti en una escaramuza lenta y sigilosa de flechas en la oscuridad, con puntuales emboscadas repentinas y rpidas retiradas.

Silb una flecha. Ryld se apart justo a tiempo de ver cmo un asta de plumas blancas pasaba delante de su cara, tan cerca del tronco que la punta roz la corteza. Si hubiera confiado en la cobertura del rbol, la flecha le habra ensartado el ojo. --No hay razn para esperar ms --susurr Pharaun. El mago haba recibido la orden de Quenthel de aguardar ocultos con muy poco entusiasmo. Crea que su ataque sera un fracaso y que mejor les ira si se reunan con el resto del grupo. Concentrado, murmur las slabas speras de un conjuro y gesticul de un modo peculiar. ~Vamos --dijo el mago en el lenguaje de signos despus de erguirse--. Acabo de crear una imagen que les har creer que nos quedamos aqu. Sgueme en silencio y qudate cerca. Ryld asinti y fue detrs del mago. Lanz una ltima mirada hacia atrs. Se preguntaba si el truco funcionara. Halisstra est ah, en alguna parte --pens--. Es muy probable que muerta. Los habitantes de la superficie no haban mostrado inters en tomar prisioneros, y en la parte lgica de su mente Ryld anot la prdida como otra baja de guerra, lo mismo que hubiera hecho si se tratara de la prematura muerte de un camarada. Haba librado suficientes batallas durante su vida para aceptar la muerte de un guerrero; pero a pesar de eso, la prdida de Halisstra lo afect mucho. Pharaun se detuvo y se volvi despacio en busca de alguna seal de sus compaeros o enemigos. Ryld permaneci quieto y a la escucha. Un viento suave sacudi las copas de los rboles y suspir entre las ramas. Las hojas susurraron, las ramas crujieron. Un riachuelo flua cerca. No eran capaces de detectar nada que indicara peligro. Ni a Halisstra. Es estpido confiar en que est viva, se dijo para s. ~Algo te preocupa? --gesticul Pharaun. ~No --respondi el maestro de armas. El mago lo observ, la luz de la luna brillaba en su hermosa cara. ~Dime que no ests preocupado por ella! ~Por supuesto que no --respondi Ryld--. Slo estoy preocupado porque era una compaera valiosa y no me gusta la idea de quedarnos sin sus habilidades curativas. Pero no me

preocupa nada ms. No soy un estpido. ~Creo que te ha afectado demasiado --seal Pharaun--. Pero no tiene importancia, supongo. Iba a decir algo ms, pero en ese momento un susurro detrs de ellos interrumpi sus palabras. Mago y guerrero se volvieron al unsono, la mano de Ryld se diriga a la empuadura de Tajadora al tiempo que apuntaba la ballesta con la otra, pero de entre las sombras apareci Valas Hune. De todos los compaeros, el Bregan D'aerthe pareca casi tan habilidoso como los habitantes de la superficie en el paciente juego de la caza en el bosque. --Habis visto a alguno de nuestros enemigos? --pregunt el explorador. --No, pero alguien vio a Ryld y le dispar una flecha --respondi Pharaun--. Ya que parecan saber dnde estbamos, dejamos una ilusin y vinimos para reunimos contigo. --Algn signo de Halisstra? --pregunt Ryld. --No. Vosotros tampoco la habis visto? --respondi Valas. --Quiz hace media hora o ruidos de combate camino abajo. Duraron un par de minutos. Podra ser ella --repuso Pharaun. --Eso es todo, entonces --murmur Valas--. Bueno, vamos. Los dems esperan, y si no somos capaces de emboscar a nuestros perseguidores, deberamos movernos. Cuanto ms nos retrasan aqu, ms probable es que vengan refuerzos. El explorador encabez la marcha, que era presurosa y en silencio. Pharaun y Ryld eran incapaces de hacer tan poco ruido al caminar como su compaero, pero la magia del mago pareci surtir efecto, pues no se toparon con ms arqueros o lanceros escondidos. Unos centenares de pasos ms adelante llegaron a un pequeo barranco, con arbustos espesos y grandes rocas. All encontraron a Quenthel, Danifae y Jeggred, agazapados. Atentos a la menor seal de un nuevo ataque. --Sorprendiste a los arqueros? --pregunt Quenthel. --No. Nos localizaron rpido, y evitamos el combate --respondi Ryld. Se pas la mano por el pelo y suspir--. Este no es un terreno para nosotros. No podemos contener a los elfos de la superficie, no con la ventaja que tienen aqu; pero si no hacemos nada, acabarn rodendonos y machacndonos con las flechas. --Intentan rodearnos --aadi Valas despus de asentir--. Hemos ganado unos minutos, pero tenemos que movernos o pronto habr que luchar. Tenemos diez minutos o menos, creo.

--Dejad que vengan --tron Jeggred--. Matamos a una docena de ellos no har ms de una hora, cuando cayeron sobre nosotros. Ahora que sabemos que los diurnos estn ah, los masacraremos. --El siguiente asalto seguramente consistir en una lluvia de flechas --dijo Valas--. Dudo que los habitantes de la superficie nos complazcan ponindose en fila para que los matemos. Pero qu pasar si los elfos van en busca de ayuda? El siguiente ataque podra suceder al amanecer, y podran ser dos o tres veces ms de los que hemos visto hasta ahora. No me gusta la idea de acabar machacado por flechas y conjuros despus de la salida del sol, cuando nuestros oponentes ven mejor que nosotros. --Genial --estall Jeggred--. Qu propones entonces? --Retirarme --contest Ryld por el explorador--. Lo antes posible, y mantenerme en movimiento. Con suerte los dejaremos atrs antes de que salga el sol y quiz encontremos un buen lugar donde escondernos. --O quiz lleguemos a territorio controlado por los Jaelre --aadi Valas. --Lo que puede ser ms peligroso que jugar al gato y al ratn con nuestros amigos, los habitantes de la superficie --dijo Pharaun--. Si los Jaelre no sienten cario por los forasteros... --No importa si lo sienten o no --dijo Quenthel--. Venimos a hablar con su clrigo y lo haremos, incluso si tenemos que abrirnos paso a estocadas para conseguirlo. --Tu sugerencia no es muy alentadora, maese Hune --dijo Danifae. Sangraba de una herida en el brazo derecho, donde una flecha haba perforado la cota de malla. Mientras hablaba vendaba con torpeza la herida--. Qu sucede si no conseguimos dejar atrs a nuestros enemigos? Parecen muy capaces de seguir nuestro rastro en este maldito bosque. --Un momento --dijo Ryld--. Qu pasa con la matrona Melarn? Est ah, en alguna parte. --Es muy probable que ya est muerta --dijo Valas mientras se encoga de hombros--. O prisionera. --No deberamos asegurarnos antes de abandonarla? --respondi el maestro de armas--. Sus canciones sanadoras son la nica magia de esa clase que nos queda. El sentido comn obliga... --El sentido comn obliga a no malgastar tiempo y sangre en un cadver --lo interrumpi Quenthel--. Nadie vino en mi busca cuando...

Se call y entonces se levant y fue a ayudar a Danifae a asegurar el vendaje. --Nuestra misin est delante, no detrs --dijo la matrona de Arach-Tinilith--. Nuestra bsqueda es ms importante que cualquier drow. Ryld se pas la mano por la cara y pase la mirada por todo el grupo. Valas apart los ojos para observar alguna fijacin sin importancia de la armadura. Pharaun se qued mirando a Quenthel con una expresin evidente de que adverta la hipocresa de la sacerdotisa. Haba pasado ms tiempo en Ched Nasad con la esperanza de vaciar los almacenes Baenre que en recuperar el favor de Lloth. Danifae mir hacia el bosque, que estaba a sus espaldas, con el entrecejo fruncido, pero se vea a las claras que no abogara por su duea. --Quiz nuestro habilidoso mago tiene algn conjuro que podra ayudarnos a desalentar a esos condenados elfos de que nos siguieran? --dijo Quenthel despus de volverse hacia Pharaun. Pharaun se acarici la barbilla y pens. --Nuestra dificultad principal en estas circunstancias --dijo el maestro de Sorcere-- estriba en el hecho que nuestros enemigos son capaces de usar el terreno para su ventaja y nuestra desventaja. Si de pronto prendiera un fuego en el bosque, el humo y las llamas... --Lo siento, pero no sabes mucho de los bosques de la superficie --dijo Valas despus de soltar una carcajada--, maese Mizzrym. Estos rboles estn demasiado hmedos para complacerte con un fuego. Intntalo dentro de unos meses, despus de que el verano los haya secado. --Oh --contest el mago--. Eso es verdad para un fuego normal. --No sers capaz de impedir que el fuego venga hacia nosotros --objet Ryld. La idea le produca ansiedad. --Bueno, no estoy seguro del todo, pero mis fuegos queman como yo decido --dijo Pharaun--. Como advierte maese Hune, el bosque est lo bastante hmedo para que los rboles no prendan a menos que lance un conjuro. Y entonces tendramos la ventaja de saber cundo y cmo empiezan los fuegos. --Muy bien, procede --dijo Quenthel despus de pensrselo un momento. Ryld sinti que se le haca un nudo en la garganta y se alej del grupo, para recuperar el control de s mismo.

El maestro de Sorcere se levant y meti la mano en una bolsa que llevaba en el cinturn, para sacar un pequeo paquete de seda. Lo abri. Un polvo rojo reluci bajo la luz de la luna. Pharaun estudi el bosque, se volvi para ver de dnde vena el viento y pronunci el conjuro. Acto seguido lanz el polvo al aire. Aparecieron brillantes chispas entre el polvo que descenda. Crecan en nmero y cada vez brillaban ms. Con otro gesto, Pharaun esparci las motas ardientes en un amplio arco hacia el bosque. Cuando cada una de las motas se posaba en el suelo, prenda y creca en forma de araa tan grande como la cabeza de un hombre. Envueltas en llamas prpuras, los arcnidos de fuego corrieron por el suelo, para adentrarse entre los rboles. Todo aquello que tocaban humeaba al principio y luego estallaba en llamas. El bosque estaba hmedo, y las llamas exhalaban humo y costaba que se propagaran; pero Pharaun haba conjurado cientos de esas criaturas. Las motas vivientes de fuego atacaron los troncos cubiertos de musgo con ferocidad, como si la presencia de tanta madera les provocara una locura destructiva. --Bien, bien --murmur Pharaun--. Les gustan los rboles... --Ese fuego es demasiado lento para quemar a nuestros perseguidores --objet Quenthel. --Nunca o hablar de un elfo de la superficie que permitiera que un fuego como ste quemara sin control todo su precioso bosque --dijo Pharaun con una sonrisa--. Estarn ocupados durante algn tiempo cazando mis araas y extinguiendo las llamas. Quenthel observ las llamaradas un poco ms y sonri. --Podra servir... --dijo--. Maese Hune, encabeza la marcha. Quiero llegar a la casa Jaelre antes de que los habitantes de la superficie nos molesten de nuevo. *** Kaanyr Vhok cruz sus musculosos brazos y frunci el entrecejo. --Cuntos han sido esta vez? --pregunt. Kaanyr examinaba las consecuencias de un combate entre tanarukks y de su vanguardia y un gigantesco gusano prpura, un enorme carnvoro de unos treinta metros de largo. El gusano estaba muerto, desmembrado por una docena de soldados, pero un puado de guerreros del Caudillo yacan destrozados y aplastados por el

monstruo. --Siete, mi seor, pero como ves, hemos matado a la bestia. El capitn tanarukk, de nombre Ruinfist, se apoyaba en su descomunal hacha, manchada con la ftida sangre del animal. La mano izquierda del semidemonio haba sido mutilada en alguna batalla olvidada y la cubra un guantelete que funcionaba mejor como arma que como asidero. --Los soldados oyeron cmo se mova entre las rocas --continu Ruinfist--, pero cay por sorpresa sobre ellos. --No os he trado aqu para matar estpidos gusanos --dijo Kaanyr--. Ni tampoco como alimento para cualquier monstruo que pasara por aqu. Este combate era mejor evitarlo, Ruinfist. Estos siete guerreros no estarn con nosotros cuando nos enfrentemos a los elfos oscuros. --No, mi seor --gru el tanarukk. Baj la cabeza--. Dir a los capitanes de las patrullas que eviten los combates innecesarios. --Bien --dijo Kaanyr. Le mostr al tanarukk una sonrisa y le palme el hombro--. Guardad las hachas para los drows, Ruinfist. Estaremos sobre ellos dentro de poco. Una mirada vida brill en los ojos del tanarukk y el semidemonio volvi a levantar la colmilluda mandbula. Solt un gruido de aprobacin y corri para reunirse con sus leales capitanes. --No lo meters en cintura? --pregunt Aliisza, mientras sala de entre las sombras--. La indulgencia no es una cualidad a la que me tengas acostumbrada, amor. El seor se volvi. --Algunas veces --respondi--, una palabra suave presta el servicio de dos duras. Saber cules y cundo escogerlas es el arte del liderazgo. --Kaanyr movi uno de sus guerreros muertos con el pie y sonri--. Adems, por qu debo ofenderme con una muestra del verdadero espritu de lucha que me ha costado tanto instilar en mi Legin Flagelante? La naturaleza de un tanarukk es lanzarse a la batalla y derrotar a su enemigo o morir en el intento. Aliisza mir el gusano prpura y se encogi de hombros. --Creo que es el ms grande que he visto --murmur. La sede del poder del semidemonio en las ruinas de la antigua Ammarindar era el bocado ms apetecible en los cuatrocientos kilmetros que haba hasta Menzoberranzan, y el Lagoscuro era un obstculo en su camino. Por fortuna, los tanarukks eran rpidos,

vigorosos y capaces de resistir marchas forzadas con pocos suministros. Los enanos de la antigua Ammarindar haban cavado grandes carreteras subterrneas por su reino, tneles anchos y de suelo liso que atravesaban kilmetro tras kilmetro la inacabable penumbra. A Kaanyr le inquietaba un tanto pensar que la tremenda caverna del Lagoscuro se hallaba en algn punto a dos o tres kilmetros bajo sus pies, pero la vieja carretera enana le ofreca la mejor ruta hasta los aledaos de Menzoberranzan. Si la carretera estaba plagada de monstruos hambrientos, bueno, cualquier otra ruta tendra sus problemas. Abandon sus reflexiones y se encamin hacia las filas de sus guerreros, que marchaban ante la escena del combate en doble columna. --Hblame de ese Nimor --dijo Kaanyr--. Puedo entender el motivo de Horgar Sombracerada para este ataque. Los enanos grises y los elfos negros han guerreado mucho durante siglos. Lo que no entiendo es qu gana con ello ese asesino drow. --Todo lo que s --respondi Aliisza-- es que odia lo bastante a las grandes casas de Menzoberranzan para destruir la ciudad. --La sinceridad al expresar sus intenciones es rara en un elfo oscuro. Supongo que sabes que te ha mentido. Kaanyr sospechaba, como siempre, que Aliisza ocultaba cosas de su encuentro con Nimor. Despus de todo, era una semiscubo, la hija de una scubo, y sus armas y mtodos eran de sobra conocidos. --Mentido? --brome--. A m? --Slo apunto que uno debe tener cuidado con los elfos que nos hacen regalos --respondi Kaanyr--. Podra haberte convencido de que es beneficioso para m movilizar mi ejrcito, pero no creo que ni por un instante que tu misterioso asesino no tenga algo ms que ganar de lo que dice. --Eso no hace falta decirlo --dijo ella--. Si crees eso, por qu accediste a traer el ejrcito a los Pilares del Infortunio? --Porque all suceder algo --dijo Kaanyr--. Mis ambiciones han alcanzado los lmites de la antigua Ammarindar, y no me interesa detenerme ah. El semidemonio observ cmo marchaban los fieros guerreros, su mente convoc oscuras visiones que lo cautivaron. --Nos acercaremos por el este --dijo Kaanyr--, la posicin perfecta para flanquear una fuerza que intenta detener en los Pilares

el avance del ejrcito de Gracklstugh. La versin simple es que por eso Horgar Sombracerada y ese drow asesino nos quieren all. Convendra a sus propsitos que nos detuvisemos en el desfiladero unos das para que los drows diezmaran a mis soldados antes de que atacaran ellos el paso. Estar en el mismo lado de un obstculo que nuestros enemigos supone una desventaja y una oportunidad. No me sorprendera que Horgar adujera alguna excusa para retrasarse y dejar que mis tanarukks libraran lo ms duro de la batalla. --Hasta que no empiece la batalla, amor --ronrone Aliisza--, no hay por qu escoger bando. Los elfos oscuros podran pagar, y bien, por tu ayuda en una situacin crtica. Incluso si ese apoyo consiste en no hacer nada en favor de los enanos grises. Kaanyr Vhok esboz una sonrisa irnica que mostr sus puntiagudos dientes. --Eso es. Muy bien. Veremos lo que sucede cuando los Pilares del Infortunio estn frente a nosotros. *** Halisstra avanz durante varios kilmetros a travs del bosque, amordazada, encapuchada y con las manos atadas a la espalda. Los elfos de la superficie le curaron la pantorrilla para que no los retrasara, pero no se preocuparon de atender las dems heridas. Aunque le quitaron la cota de malla y el escudo, le permitieron quedarse la chaqueta para protegerse del fro de la noche; despus de cachearla para asegurarse de que no esconda ningun arma u objeto mgico. Al final llegaron a un lugar cuyo suelo era de piedra. Oy los susurros de varias personas a su alrededor. Haca ms calor, y una luz oscura penetr a travs de la tela de la capucha que le cubra la cabeza. --Lord Dessaer --dijo una voz cercana--, sta es la prisionera de la que habl Hurmaendyr. --Ya veo. Quitadle la capucha. Me gustara verle la cara --dijo una voz profunda desde algn punto frente a ella. Sus captores le quitaron la capucha, y Halisstra parpade ante la brillante luz de un elegante saln hecho de reluciente madera. Las enredaderas se entrecruzaban por los postes y vigas, y un fuego arda en la chimenea. Varios elfos plidos la observaban con cautela;

por lo que pareca eran guardias, vestidos con armaduras de escamas plateadas, que llevaban alabardas y espadas en la cintura. Lord Dessaer era un semielfo alto, de cabello dorado y piel plida con un dbil tono broncneo. Era musculoso para ser un varn, casi tan grande como Ryld, y llevaba una coraza dorada con magnficos adornos. --Quitadle la mordaza tambin --dijo Dessaer--. O no nos podr contar nada. --Cuidado, mi seor --dijo un hombre que tena al lado, el humano de barba negra con el que Halisstra haba luchado en el bosque--. Sabe algo de las artes de los bardos y podra ser capaz de cantar un conjuro con las manos atadas. --Tendr el debido cuidado, Curnil. --Lord Dessaer se acerc para contemplar con aire pensativo los ojos rojos de Halisstra --. As, cmo debemos llamarte? Halisstra permaneci en silencio. --Eres Auzkovyn o Jaelre? --pregunt Dessaer. --No soy de la casa Jaelre --dijo--. Y no conozco la otra casa que nombras. Lord Dessaer intercambi una mirada de inquietud con sus consejeros. --Entonces, perteneces a una tercera faccin? --Viajaba con un pequeo grupo en un viaje de negocios --respondi--. No queramos causar problemas a los habitantes de la superficie. --La palabra de un drow provoca algo de escepticismo en estas tierras --respondi Dessaer--. Si no eres Auzkovyn o Jaelre, qu asuntos tenas en Cormanthor? --Como he dicho, estaba en un viaje de negocios --minti Halisstra. --Desde luego --dijo Dessaer con tono cansado--. Cormanthor no fue del todo abandonado durante la Retirada, y mi gente se defiende de los drows que quieren arrebatarnos nuestras tierras. Ahora, me gustara saber quin eres t y tus compaeros, y qu hacis en nuestro bosque. --Nuestros negocios no son asunto vuestro --contest Halisstra--. No pretendamos perjudicar a los habitantes de la superficie y queremos irnos de este lugar en cuanto cerremos nuestros tratos. --As que debera dejarte libre, no es eso?

--No te perjudicara si lo hicieras. --Mis guerreros se enzarzan en combates mortales cada da con tus gentes --dijo Dessaer--. Aunque digas que no tienes nada que ver con los Jaelre o los Auzkovyn, eso no significa que no seas nuestra enemiga. Ni pedimos cuartel a los drows ni se lo damos. A menos que me expliques por qu debera liberarte, sers ejecutada. Lord Dessaer cruz los brazos sobre la coraza y clav una fiera mirada en los ojos de Halisstra. --Nuestros negocios son con la casa Jaelre --dijo Halisstra. Se levant como pudo con las manos atadas a la espalda --. No es asunto de los habitantes de la superficie. Como he dicho, mi grupo no est aqu para causar problemas a los tuyos. Lord Dessaer suspir y luego hizo un gesto hacia los guardias. --Escoltad a la dama hasta su celda --dijo--, y veamos si se vuelve ms locuaz con el tiempo que tendr para pensar en la situacin. Los guardias le colocaron la capucha. Permiti que lo hicieran sin protestar. Si sus captores la crean sumisa, siempre haba la oportunidad de que tuvieran un fallo y le dieran la ocasin de desatarse. La llevaron al exterior. Senta un fro acerado y la creciente claridad del cielo incluso a travs de la capucha. El amanecer se acercaba, y la noche se desvaneca ante la proximidad del sol. Se pregunt si sus captores tenan la intencin de encerrarla en una jaula, un sitio en el que los curiosos y los descontentos se acercaran para burlarse y atormentarla, pero la condujeron a otro edificio y la hicieron bajar por una corta escalera. Las llaves tintinearon, una puerta pesada se abri entre chirridos, y entr. Le desataron las manos, slo para apresrselas de nuevo en unas argollas. --Escucha bien, drow --dijo una voz--. Te vamos a quitar la capucha y te desataremos como lord Dessaer ha ordenado. Sin embargo, la primera vez que intentes lanzar un conjuro, te pondremos un bozal de acero y una capucha tan ajustada que te costar respirar. Nosotros no maltratamos a los prisioneros, pero te devolveremos los problemas que nos causes por triplicado. Si tenemos que romperte las piernas y partirte la boca para que te tranquilices, lo haremos. Le quitaron la capucha. Halisstra parpade en la brillante celda, iluminada por un clido rayo de sol que se filtraba por una reja.

Varios guardias armados no le quitaban ojo de encima. Hizo caso omiso y se reclin contra la pared. Sus manos estaban bien sujetas, y los grilletes estaban unidos a un anclaje seguro en el techo, diseado para resistir cualquier esfuerzo. Los guardias le dejaron media rebanada de pan dorado y de corteza dura, y un pellejo con agua fresca, y salieron de la celda. La puerta estaba recubierta con una placa de hierro, barrada por fuera. Y ahora qu?, se pregunt, mientras miraba la pared que tena enfrente. Por lo poco que haba visto del pueblo de la superficie, Halisstra sospechaba que sus camaradas la podran liberar con bastante facilidad a poco que se esforzaran. --Pero es improbable --murmur para s. Era una desarraigada cuya utilidad no iba ms all del hecho de que, como la hija mayor de una casa noble, era la rival ms directa de Quenthel en el grupo. La matrona de la Academia sera feliz si abandonaba a Halisstra al destino que la aguardaba. Quin abogara ante Quenthel por ella? Danifae?, pens Halisstra. Dej que la cabeza le cayera sobre el pecho y solt una carcajada amarga. Desde luego, tengo que estar desesperada si espero la compasin de Danifae. Siendo como era una prisionera de guerra, Danifae encontrara la situacin deliciosa, paradjica. El vnculo no permitira que Danifae le levantara la mano, pero sin instrucciones especficas, la prisionera no se sentira obligada a buscarla. Sin nada ms que hacer que mirar la pared, Halisstra decidi cerrar los ojos y descansar. An le dola la pantorrilla, el torso y la mandbula por las heridas recibidas en el ltimo combate. Aunque deseaba usar las canciones bae'qeshel para curarse, no se atreva. Tena que soportar el dolor. Con un simple ejercicio mental apart de su mente el dolor y la fatiga, y se sumi en el ensueo. *** En el saln de audiencias de Dessaer, el seor semielfo observaba cmo las guardias conducan a la elfa oscura mientras se acariciaba la barba.

--Seyll --dijo--. Qu has sacado de esto en claro? De detrs de un biombo sali un ser con faldas y chaqueta adornada en verde. Era una elfa, delgada y elegante; y adems era drow, la piel negra como la tinta, el iris de sus ojos de un rojo sorprendente. Se acerc a Dessaer y mir a los soldados que se llevaban a la cautiva. --Creo que dice la verdad --dijo--. Al menos, no es una Jaelre o una Auzkovyn. --Qu debo hacer con ella? --pregunt Dessaer--. Mat a Harvaldor y a punto estuvo de hacer otro tanto con Fandar. --Con la bendicin de Eilistraee, devolver la vida a Harvaldor y curar a Fandar --dijo la drow--. Adems, creo que la patrulla de Curnil les atac a ella y sus compaeros nada ms verlos. Slo se defenda. Dessaer levant una ceja, sorprendido, y mir a Seyll. --Tienes la intencin de comunicarle el mensaje de tu diosa? --Es mi deber sagrado --respondi Seyll--. Despus de todo, hasta que me lo dieron a m, era muy parecida a ella. --Esa orgullosa drow es de una casa noble --dijo Dessaer--. Dudo que atienda a las palabras de Eilistraee. --Pos una mano en el hombro de la sacerdotisa drow--. Ten cuidado, Seyll. Dir o har cualquier cosa para que bajes la guardia, y si lo haces, te matar si te interpones entre ella y su libertad. --Har lo que deba. Mi deber es claro --respondi. --Atrasar el veredicto diez das --dijo lord Dessaer--, pero si rechaza escuchar tu mensaje, actuar para proteger a mi gente. --Lo s --dijo Seyll--. Procurar no fallar.

_____ 13 _____ Las casas de Menzoberranzan se unieron para la batalla. De una docena de castillos y palacios, cavernas y fortalezas partieron en orgullosas columnas soldados esbeltos en elegantes cotas de malla, pavonendose en las sillas altas de los lagartos de guerra, los pendones ondeando al viento. En circunstancias normales cada casa enviara cientos de guerreros esclavos, una chusma de kobolds, goblins y ogros contra sus enemigos antes de comprometer a las valiosas tropas drows; pero los esclavos armados eran escasos

despus de la insurreccin del alhn. Miles de esos seres inferiores haban sobrevivido a la revuelta, as como a las represalias atroces que siguieron, pero los guerreros de las razas de esclavos haban sufrido las peores prdidas. Y a aquellos que se les permiti rendirse no gozaban de la confianza suficiente para llevar un arma. Nimor estaba montado en un lagarto de guerra de Agrach Dyrr y sonrea satisfecho mientras las tropas de la casa Dyrr avanzaba ante l. Las compaas estaban reunidas en una plaza cerca del borde de la Muralla Oeste y Narbonellyn, curiosamente no demasiado lejos de la casa Faen Tlabbar. Cada espadachn drow llevaba un equipo ligero adems de las armas y la armadura. El convoy de suministros iba cobrando forma a medida que cada compaa aportaba sus lagartos de carga y sus servidores. La mayor parte del pueblo se haba congregado para ver aquel ejrcito, pues, con diferencia, era la acumulacin ms grande de soldados que haban dirigido las matronas desde el infortunado asalto, aos atrs, a Mithril Hall. --Sospecho que el Consejo fue bien --dijo lord Dyrr, que estaba junto al estribo de Nimor. El hechicero no muerto no mostraba su verdadera apariencia, por supuesto, ni la del viejo decrpito que finga ser en su casa. Su actual disfraz era el de un mago poco destacado de Agrach Dyrr, joven y robusto, vestido con los magnficos ropajes de su casa. --Tu matrona estaba bien aleccionada --respondi Nimor. Hablaba en voz baja, aunque no haba nadie lo bastante cerca para escucharlos--. Hemos conseguido que la mitad de los soldados de la ciudad se renan para la batalla. --Yasraena ha resultado ser una fachada til --apunt el liche--. He conocido a una docena de matronas Dyrr y de vez en cuando descubro que mi parentela femenina pone objeciones a mi posicin dentro de la casa. Yasraena me matara si pudiera, por supuesto, pero sabe que Agrach Dyrr sera destruida si me sucediera una desgracia. La inform de ciertos arreglos que hice aos atras para evitar que me d sorpresas. --Sospecho que pocas veces te sorprenden, lord Dyrr --dijo Nimor despus de soltar una risa ahogada. --El xito depende de la preparacin, joven Nimor. Considralo la leccin del da. --El liche mostr una sonrisa afectada y se alej de la montura de Nimor--. Buena suerte en tu aventura, capitn. Nimor volvi grupas en el lagarto de guerra mientras la ltima de las columnas pasaba ante l.

--Una cosa ms --dijo volvindose hacia el liche--. Hace diez das, Narbondel estuvo iluminado durante unas horas de ms, pero desde entonces se respeta el horario. Y por toda la ciudad se rumorea que los maestros de Sorcere no encuentran al archimago. Dyrr sonri y extendi los brazos. --Como el archimago Baenre estar inencontrable durante bastante tiempo --respondi--, me agradara descubrir que los maestros de Sorcere deciden por s mismos quin de entre ellos ocupa el puesto de Gomph. --La matrona Baenre y el Consejo no tienen nada que decir sobre eso? --No, si los maestros congregados se dan cuenta del poder que tienen ahora --dijo Dyrr--. No soy un miembro de la Academia, pero un par de jvenes de mi casa lo son y me mantienen bien informado. Los maestros debaten si es el momento de romper con la tradicin y nombrar a su propio archimago; pero la mitad de ellos intriga para eliminar a cualquier colega listo y lo bastante valiente para quedarse con el puesto, mientras que la otra mitad piensa si es mejor volver a sus casas y gobernar desde all. Romper con el Consejo significara una guerra civil, y aquellos pocos maestros que no se dan cuenta de que la guerra civil ya est en marcha discuten si deben aceptar la situacin existente por temor a que vuelva Lloth. De todos modos, Sorcere est paralizada en ausencia de Gomph. El liche se volvi, se apoy en el alto bastn y se alej con una carcajada seca y estridente. Nimor levant una ceja y observ cmo se iba el liche, pensando en las palabras de su aliado. Luego, sali al trote para sumarse a la columna. --Teniente Jazzt! --llam. De la columna de guerreros de la casa Agrach Dyrr, se separ un varn pequeo y lleno de cicatrices. Los soldados de la expedicin saban que el capitn Zhayemd no era un vstago de la casa, pero se les haba explicado que el oficial al mando de las tropas gozaba de la completa confianza de la matrona Yasraena y que, de hecho, ahora lideraba su antiguo clan; una prctica bastante comn entre las casas de la ciudad. Nimor no dudaba que Jazzt Dyrr, segundo primo de la matrona, haba recibido rdenes adicionales que especificaban en qu circunstancias deba pasar por alto las rdenes de Nimor; pero, como pretenda respetar escrupulosamente el pacto con Agrach Dyrr, estaba bastante seguro de que el oficial

Dyrr no le dara problemas. --S, capitn? --dijo Jazzt. Procuraba mantenerse inexpresivo. Miraba a Nimor con la impasible curiosidad de un curtido veterano. --Forma la compaa all, junto al contingente Baenre. Diles a los hombres que se preparen para una marcha larga. Quiero salir dentro de una hora. --S, capitn --respondi Jazzt. El teniente dio un paso atrs y salud, luego se dio la vuelta y empez a dar rdenes a los soldados de Agrach Dyrr. Nimor hizo girar su montura y trot hasta el otro lado de la plaza hacia una tienda llena de actividad. All estaban los oficiales nobles al mando de cada uno de los contingentes de las casas, la mayora con un squito. Varias discusiones sobre toda clase de temas diferentes (el orden de marcha, el mejor lugar para detenerse al final del da, la ruta ms rpida hacia los Pilares del Infortunio) se sucedan al mismo tiempo. Desmont, entreg las riendas del lagarto de guerra a un esclavo que haba cerca, se meti en medio de la confusin y entr en la zona restringida. Tuvo que mostrar la insignia de la casa y el rango para que lo admitieran. Dentro, un puado de capitanes y oficiales de varias casas mantenan varias discusiones. La ocasin de reunir un ejrcito y marchar a la guerra pareca desplazar las rivalidades habituales y las venganzas, al menos por un tiempo. En vez de enzarzarse en duelos en las calles, aquellos camaradas pretendan eclipsarse unos a otros con proezas de valor y crueldad en el campo de batalla. Nimor repas a los oficiales, advirti las insignias de seis de las ocho grandes casas y otra media docena de las casas menores ms poderosas. Sus ojos se posaron en uno que llevaba la insignia de la casa Baenre cuando el tipo levantaba las manos y la voz para captar la atencin de los dems. --Volved con vuestras compaas y examinad el convoy de suministros --dijo Andzrel Baenre, maestro de armas de la casa Baenre--. Quiero una lista del nmero de bestias de carga y carros, y un inventario de vuestros suministros. Volved en una hora. Sin duda nuestras hembras debatirn muchos temas de estrategia, pero recaer sobre nosotros el resolver los detalles de las caravanas de suministros y las seales que utilizaremos en la batalla. Y an tenemos mucho que discutir.

Andzrel era un tipo alto y delgado que llevaba una coraza de mithral teido de negro y una capa a juego. La sobrevesta mostraba con orgullo el emblema de la casa Baenre, y sus ojos una disciplina de hierro, adems de una expresin de franqueza y voluntad que era atpica en un drow noble, tanto si era varn como hembra. Los oficiales se dispersaron y salieron de la tienda, en direccin a sus unidades. Nimor les dej pasar. Mientras se acercaba para hablar con el maestro de armas Baenre, el asesino susurr un conjuro. --Maestro Baenre... --pregunt Nimor, para cubrir las ltimas slabas del conjuro. --Si --dijo el maestro de armas, que parpade--. Yo... ah... Nimor sonri al ver el efecto que el encantamiento tena sobre el drow y al saber que, durante bastante tiempo, Andzrel Baenre y l seran amigos ntimos. --Tu casa me suena, pero no creo que te conozca --dijo Andzrel--. Llevas las armas de Agrach Dyrr. --Soy Zhayemd Dyrr y dirijo las tropas de mi casa --respondi Nimor--. Tienes alguna idea de cundo se dignarn a unirse a nosotros las sacerdotisas o al menos cundo nos pondremos en camino? --Creo que las matronas an estaban discutiendo cul de ellas dirigir la expedicin --replic Andrzel, que pareca recuperado--. Ninguna de ellas confa en las dems lo suficiente para abandonar la ciudad, pero todos piensan que est claro que es mejor que una de ellas est al cargo de los varones. Nimor solt una carcajada. --Sabes hablar claro, seor --dijo Nimor y aadi--: Supongo que ya has contado qu casas estn aqu y cuntas tropas, y de qu tipo, ha trado cada una. Las sacerdotisas querrn saberlo, y sera til para todos tener una idea de quin marcha al lado de quin. Tena en mente otros usos para esa informacin, por supuesto, pero no tena intencin de mencionarlos. --Por supuesto --respondi Andzrel. Seal una mesa en la parte exterior de la tienda, donde unos oficiales Baenre estudiaban mapas e informes--. Necesito que les digas a esos tipos el nmero de infantes y caballeros que hay en tus tropas e infrmales sobre tu convoy de suministros. Tras lo cual, me gustara preguntarte algunas cosas sobre la ruta y el lugar en el que esperamos encontrarnos al ejrcito duergar. S que ests familiarizado con la regin, as como

con la composicin y las tcticas de las fuerzas duergars. Nimor se irgui y asinti con seriedad. --Por supuesto --dijo--. Las conozco bien. *** A Halisstra la despert el sonido que hizo la puerta de la celda al abrirse. Levant la mirada. Se pregunt si quiz haba llegado el momento de su ejecucin. --No tengo nada ms que decirle a tu seor --dijo, aunque le pas por la cabeza la idea de que vender a sus camaradas era preferible a la muerte por tortura, en especial si recuperaba la libertad a cambio. --Excelente --respondi una voz de mujer--. Entonces espero que consientas en hablar conmigo. Una figura esbelta entr por la puerta de la celda, que al instante se cerr. Oculta en una capa oscura y larga, la visitante se detuvo a examinar a Halisstra y luego extendi unas manos negras como el carbn y se quit la capucha para revelar una cara negra como el bano y unos ojos rojos como la sangre. --Soy Seyll Auzkovyn --dijo la drow-- y he venido a darte el mensaje de mi seora: te espera un lugar apropiado en los Reinos de la Superficie, en la Tierra de la Gran Luz. Ven en paz y vive de nuevo bajo el sol, donde crecen los rboles y las flores. --Una sacerdotisa de Eilistraee --murmur Halisstra. Ya haba odo hablar de ese culto. La Reina Araa despreciaba la fe dbil e idealista de la Dama Oscura, cuyos adoradores soaban con la redencin y la acogida en el mundo de la superficie --. Bueno, he venido en paz, y parece que he encontrado mi lugar en esta celda pequea y limpia. Espero que las flores maravillosas florezcan justo tras las barras de mi ventana, y estoy ms que agradecida porque el tres veces maldito sol no brille ms en mi prisin. --Solt una carcajada amarga--. El mensaje sagrado de tu tonta diosa bailarina suena un poco falso. Ahora vete y djame prepararme para las inevitables torturas que me esperan, cuando el seor de este ftido montn de estircol pierda la paciencia por mi testarudez. --Me recuerdas a m cuando escuch el mensaje de Eilistraee por primera vez --respondi Seyll. Se acerc ms y se sent en el suelo, junto a Halisstra--. Como t, era una sacerdotisa de la Reina Araa que acab siendo capturada por la gente de la superficie.

Aunque vivo aqu desde hace varios aos, an encuentro la luz del sol demasiado fuerte. --No te adules a ti misma, renegada --solt Halisstra--. No soy como t. --Te sorprendera --continu Seyll sin alterarse--. Los castigos de la Reina Araa te han parecido alguna vez intiles o un despilfarro? Alguna vez fracasaste en forjar una amistad porque temas una traicin? Alguna vez, quiz, viste cmo destruan a tu hijo porque fall en una prueba sin sentido, slo para decirte a ti misma que era demasiado dbil para vivir? Alguna vez te preguntaste si haba algn propsito en la deliberada y calculada crueldad que emponzoa a toda nuestra raza? --Desde luego que lo tiene --respondi Halisstra--. Estamos rodeados por todas partes de enemigos depravados. Si no nos esforzamos en perfeccionar a nuestra gente, nos convertiramos en esclavos; no, peor an, nos convertiramos en rotes. --Y los juicios de Lloth te han hecho ms fuerte? --Por supuesto. --Demustralo, entonces. Dame un ejemplo. --Seyll la observ, luego se inclin hacia adelante y dijo--: Recuerdas incontables pruebas y combates, naturalmente, pero no eres capaz de demostrar que te hicieran ms fuerte. No sabes lo que habra sucedido si no te hubieran sometido a esas torturas. --Eso es mera palabrera. Naturalmente no puedo demostrar que las cosas son lo que no son. Halisstra mir encolerizada a la hereje, muy irritada. Habra encontrado la conversacin irritante e irrelevante en las mejores circunstancias, pero con los brazos y las piernas encadenados, apoyada contra la pared fra de una celda de piedra, con el doloroso rayo de luz solar que entraba, era indignante. Sin embargo, tena poco con lo que ocupar la mente, y caba la pequea posibilidad de que una demostracin de entusiasmo por la fe de Seyll le ganara una especie de libertad bajo palabra. Lloth no toleraba a los renegados, pero fingir la aceptacin de otra fe para ganarse la libertad de traicionar la confianza de los captores de uno... sa era la clase de inteligencia que admiraba la Reina Araa. El truco, por supuesto, era no parecer demasiado ansiosa, y s lo bastante ambigua para que Seyll y sus amigos llegaran a esperar un verdadero cambio en el corazn de Halisstra. --Me irritas --le dijo a Seyll--. Djame sola.

--Como quieras --dijo sta. Se levant y sonri a Halisstra--. Piensa en lo que te he dicho y pregntate si encierra alguna verdad. Si tu fe en Lloth es tan fuerte como crees, seguro que puede resistir un examen. Que Eilistraee te bendiga y te d calor. Se volvi a poner la capucha y se fue en silencio. Halisstra apart la cara para que Seyll no viera la cruel sonrisa que deformaba sus facciones. *** La retaguardia --medit Ryld-- es el puesto que guarda Quenthel a aquellos que estima menos tiles en ese momento. Se detuvo para escuchar, en busca de algn sonido en el bosque que le indicara que se aproximaba un enemigo. No oy ms que el ruido de la lluvia. Las araas de Pharaun se las haban arreglado para propagar un fuego humeante en el bosque, que ya haban dejado atrs; pero la lluvia haba evitado que los fuegos quemaran los rboles demasiado. El maestro de armas mir al cielo, permitiendo que las fras gotas le mojaran la cara. Advirti un mortecino resplandor plateado tras las nubes. Al menos la lluvia borrar nuestras huellas, pens. Despus de una dura marcha en la noche anterior y una larga espera entre unas zarzas durante el soleado da, reanudaron la caminata por la tarde, para encontrarse, poco despus de comenzar, que el suelo del bosque no era ms que barro. Se tom un momento para ajustarse la capucha y se puso en camino de nuevo, intentando no acelerar el ritmo. No quera acercarse demasiado a los dems, pero por otro lado, lo ltimo que deseaba era quedarse demasiado atrs, y no percibir algn giro del camino y perderse en el interminable bosque. Si no haban querido ir a salvar a Halisstra, no concebira falsas esperanzas sobre lo que sucedera si llegaba a separarse del resto del grupo. Avanz durante un buen rato, parando cada doce pasos y escudriando el bosque. Pronto se dio cuenta del fuerte e insistente sonido del agua en movimiento. Era un arroyo rpido, sombro y ancho, que flua entre orillas fangosas cubiertas de abrojos y helechos. El riachuelo lo cruzaba un tronco de rbol, cuya parte superior estaba serrada. Quenthel y los dems esperaban all, observando los alrededores en silencio. Ryld advirti la intensa atencin de sus compaeros y que las ballestas apuntaban en su direccin. El combate con las gentes

de la superficie haba enseado a sus camaradas a ser cautelosos en el bosque. --No disparis --dijo en voz baja--. Soy Ryld. --Maese Argith --dijo Quenthel--. Empezaba a preguntarme si te habras perdido. Ryld hizo una reverencia a Quenthel y se uni a los dems. Se tom un momento para sentarse en el tocn de un rbol y busc en los bolsillos de su capa un frasco de brandy duergar. Normalmente no se arriesgara a que el alcohol embotara sus sentidos, pero las horas de marcha bajo la fra lluvia haban empapado sus ropas y estaba calado hasta los huesos. El licor le calent el pecho. --Es ste el riachuelo? --le pregunt a Pharaun. --S --dijo el mago sin vacilar--. Lo cruzaremos y nos dirigiremos al sur, ro arriba. La casa Jaelre no est a ms de tres kilmetros. Seal a Ryld con un dedo y murmur una palabra mgica. El frasco se levant de la mano del maestro de armas y se balance por el aire hasta el mago, que se sirvi un saludable trago. --Gracias --dijo Pharaun--. Puede que los enanos grises sean unos patanes odiosos, pero destilan un buen brandy. --No bebas demasiado --dijo Quenthel--. Es probable que los Jaelre nos disparen en cuanto nos vean. Te necesito alerta y despierto, mago. Maese Argith, mantente cerca de nosotros a partir de ahora. Me preocupa ms lo que est delante que lo que hay detrs. --Como desees, matrona --dijo Ryld. Extendi la mano hacia Pharaun, que dio otro trago y le lanz el frasco. El maestro de armas se levant, se puso la mochila al hombro y encabez la marcha por el puente. La superficie del tronco era resbaladiza, desigual, y sin duda un enano o un humano torpes habran tenido problemas, pero los elfos oscuros cruzaron con facilidad. Al otro lado, encontraron los restos de una antigua carretera de piedra, rota por las races torcidas de innumerables rboles y cientos de aos de hielos y deshielos. Una piedra blanca y suave, unida con pericia, la sealaba como un trabajo de los antiguos elfos de la superficie que haban habitado en el bosque. Ryld no tena tan poca educacin que no supiera de Cormanthor, el gran imperio del bosque de los elfos de la superficie, o la gloria olvidada de su legendaria capital, Myth Drannor. Aunque ms all de los nombres apenas saba nada de quines fueron los constructores de ese imperio y qu les

ocurri. Se movan despacio y con tiento, la compaa avanzaba en formacin abierta, preparada para defenderse contra cualquier ataque. Siguieron la vieja carretera durante ms de un kilmetro, como Pharaun haba dicho que haran, y llegaron a los restos de unas antiguas murallas y almenas que rodeaban un viejo baluarte. Unas enredaderas cubran las paredes, florecientes a pesar del invierno, aunque el muro estaba agrietado y agujereado por una docena de puntos. Una puerta de hierro oxidada yaca atravesada en la carretera, una barrera que haca tiempo que se haba vuelto inservible. Ms all de las murallas se levantaba una colina escarpada, coronada por una fortaleza pentagonal de piedra blanca. Al principio, Ryld pens que el lugar estaba intacto, pero al examinarlo, se dio cuenta de que la parte alta de las torres estaba agujereada y que ms de uno de los contrafuertes que unan las torres exteriores con el edificio principal de la fortaleza se haban desmoronado con los aos. Las enredaderas fijaban sus races en la piedra quebrada, cubriendo las ruinas como una manta viviente. --Ruinas --refunfu Jeggred, disgustado--. Tus tontos conjuros te han fallado, mago..., o es que has hecho que nos perdamos a propsito? Quiz est conchabado con nuestro traicionero explorador... --Mis conjuros no fallan --respondi Pharaun--. Este es el lugar. Los Jaelre estn aqu. --Entonces dnde estn? --ladr el draegloth--. Si t... --Silencio, los dos! --exclam Valas. Se alej unos pasos de la puerta, tan silencioso como un leopardo al acecho, con una flecha aprestada en el arco--. Este lugar no est tan abandonado como parece. Ryld se movi para esconderse tras una tambaleante columna de mampostera, con una mano en la empuadura de Tajadora. Danifae y Pharaun hicieron lo mismo, al otro lado de la carretera, con la mirada puesta en la fortaleza en ruinas. Quenthel, sin embargo, decidi quedarse donde estaba. Se qued en el centro del camino. --Los de la casa Jaelre! Queremos hablar con vuestros lderes de inmediato! De una docena de lugares escondidos, se levantaron sin prisa unas formas sigilosas con capas oscuras que imitaban el entorno. Arcos y varitas apuntaron a los menzoberranios. Una de las figuras,

una hembra que llevaba una espada de dos hojas, se apart la capucha y mir al grupo con fro desdn. --Sois unos miserables besa araas --sise--. Qu tenis que los seores de la casa Jaelre necesiten, excepto vuestros cuerpos emplumados con nuestras flechas? Quenthel se irgui y dej que su mano se posara en el ltigo. El arma se retorci despacio, las inquietas cabezas de serpiente abran y cerraban la boca. --Soy Quenthel Baenre, matrona de Arach-Tinilith, y no discuto en el umbral de una puerta con los soldados de guardia. Anuncia nuestra llegada a tus seores, para que podamos entrar y librarnos de esta maldita lluvia. La capitana Jaelre entorn los ojos y les hizo un gesto a sus soldados, que cambiaron de posicin y se prepararon para disparar. Valas neg con la cabeza y baj el arco. Se adelant con una mano levantada. --Espera --dijo--. Si el clrigo Tzirik an est entre vosotros, dile que Valas Hune est aqu. Queremos hacerle una propuesta. --Dudo que nuestro alto sacerdote saque algn provecho de vuestra propuesta --dijo la capitana de la guardia. --Aunque no sirva para nada, descubrir por qu hemos viajado mil quinientos kilmetros desde Menzoberranzan para hablar con l --respondi Valas. --Bajad las armas y esperad aqu --dijo la capitana con la mirada clavada en Quenthel--. No os movis o mis soldados dispararn, y hay ms de los que pensis. Valas asinti y dej el arco en el suelo. Mir a los dems y tom asiento en el borde de una fuente desmoronada. El resto actu como l, aunque Quenthel no se rebaj a tomar asiento. Cruz los brazos y esper con imperioso desagrado. Ryld pase la mirada por el patio llene de guerreros hostiles y se frot la cabeza mientras profera un suspiro. ~Quenthel sabe cmo causar impresin, eh? - -coment Pharaun discretamente con las manos. ~Hembras --respondi Ryld, con la misma discrecin. Con cuidado rebusc en la capa para volver a sacar el frasco de brandy.

_____ 14 _____ El mayor tormento del encarcelamiento, reflexion Halisstra, estaba siendo el aburrimiento, puro y simple. Como era habitual en su longevo pueblo, la sacerdotisa apenas notaba el paso de las horas, los das, incluso las semanas cuando su mente estaba ocupada. No obstante, a pesar de la sabidura y paciencia de sus ms de doscientos aos, unas pocas horas de confinamiento en una celda de piedra parecan ms pesados que la severa disciplina que haba soportado durante su juventud. Las interminables horas del da pasaban despacio, un da en el que su cuerpo deseaba descansar a pesar del doloroso brillo de la luz del sol que se filtraba por la maldita ventana. Mientras tanto, sus ideas pasaban de los ruegos para que sus camaradas volvieran a rescatarla a idear las torturas ms abominables y angustiosas que pudiera imaginar para cada uno de ellos por haberla abandonado en manos de sus captores. Al cabo del tiempo, cay en el ensueo, su mente vaca de nuevas tretas o viejos recuerdos. Su percepcin era tan dbil y lejana que podra estar durmiendo. El agotamiento la haba alcanzado, no tanto por el cansancio fsico de las largas semanas de viajes y peligros por el desierto, las sombras, la Antpoda Oscura, sino por la fatiga mental debida a la pena que an senta por la prdida de la casa que algn da tena que gobernar. Halisstra no se habra permitido derramar una lgrima por Ched Nasad, pero la dolorosa verdad de su situacin acababa reluciendo entre sus pensamientos, emponzondolos con un deprimente abatimiento y una desesperacin que eran difciles de apartar. Las largas horas de confinamiento permitan que aflorara la odiosa situacin en su totalidad, as como comprender su prdida de posicin, riqueza, y seguridad, hasta que aquellas ideas fijas la saturaban. Al anochecer le llevaron comida, un cuenco de algn estofado inspido pero nutritivo y otra media barra de pan. Halisstra tena un hambre voraz y devor aquello sin pensar en que pudieran envenenarla o drogarla. Poco despus de que terminara, se corrieron los cerrojos de la celda, produciendo un sonido de metal oxidado, y Seyll Auzkovyn entr de nuevo. La sacerdotisa no llevaba la capa, vesta un elegante vestido de montar, una chaqueta verde con bordados, una falda larga hasta las rodillas y botas del mismo color que la chaqueta. La visin de una

sacerdotisa drow vestida como una elfa noble sorprendi a Halisstra. --Te ha vestido as Dessaer? --se burl--. Pareces casi una perfecta noble de los condenados elfos dorados. --Cmo debera vestirme? --contest Seyll--. Aqu estoy entre amigos y no necesito llevar armadura. Adems, descubr que los adornos de la calavera y la araa de mis antiguas vestiduras parecan alarmar a los habitantes de la superficie. --Hizo un pequeo gesto a los carceleros, y stos cerraron la puerta--. En cualquier caso --aadi--, aqu no hay elfos dorados. --Todos son iguales para m --dijo Halisstra. --Cuando los conozcas mejor, sers capaz de reconocer las distintas especies con bastante facilidad. --No deseo conocerlos mejor. --Ests segura de eso? Siempre tiene ventajas conocer a los enemigos de uno... en especial si no hay necesidad de que lo sean. Seyll se arrodill en el suelo junto a Halisstra y se atus la ropa. Era joven, no ms de un centenar de aos, y guapa a su manera, pero su conducta era... extraa. Sus ojos carecan de ambicin o de la fra evaluacin que Halisstra sola ver reflejada en las caras de los dems. Era fcil que uno confundiera la expresin paciente de Seyll con algn tipo de docilidad, la carencia de la voluntad necesaria para el logro. Pero, con todo, desprenda un aplomo sereno que sugera una fuerza contenida. Los ojos de Halisstra miraron las manos de Seyll, mientras la sacerdotisa se alisaba las vestiduras. Eran fuertes y callosas como las de un maestro de armas. --Hoy he tenido la oportunidad de examinar la herldica de tus armas. Melarn es una casa importante en la ciudad de Ched Nasad, no es as? --Lo era --dijo Halisstra. Al instante lament el desliz. Si las gentes de la superficie no saban el destino de Ched Nasad, no necesitaba regalarles esa informacin. Tena que poner un precio a todo aquello que revelara. --Os vencieron en una guerra entre casas? Era una suposicin aceptable por parte de Seyll, pues la mayora de las casas drows que desaparecan, perdan posicin o caan, normalmente lo hacan de resultas de las acciones de otras casas. --No del todo. Seyll esper un rato a que Halisstra se explicara, y al no hacerlo,

la sacerdotisa de Eilistraee cambi de tctica. --Ched Nasad est muy lejos de Cormanthor. Al menos a novecientos, o mil kilmetros, con el gran desierto de Anauroch y los Reinos Enterrados llenos de phaerimm en medio. Lord Dessaer siente curiosidad por las circunstancias que han trado a una hija importante de la poderosa casa de Ched Nasad a sus tierras. Para ser sincera, yo tambin siento curiosidad. --As que ste ser el mtodo de interrogacin? --dijo Halisstra--. Un odo compasivo que escuche las respuestas a las preguntas formuladas por una supuesta amiga? --Tendra que hacer algn informe sobre tus propsitos al venir a Cormanthor antes de que lord Dessaer te libere bajo palabra. Si tus asuntos son tan inocentes como decas, no hay por qu tenerte en esta celda. --Soltarme? --Halisstra solt una carcajada larga y discreta--. Ah, veo que no has olvidado ser cruel a pesar de tu apostasa, Auzkovyn. Tus amigos de la superficie te piden que juegues con las esperanzas de los prisioneros al ofrecerles libertad a cambio de cooperacin, o fuiste t quien sugiri la tctica? De verdad crees que un solo da en esta condenada celda me llevara a agarrarme a unas esperanzas ilusorias? --Las esperanzas que ofrezco no son ilusorias --dijo Seyll--. Dinos lo que haces aqu, demustranos que no eres enemigo del pacfico pueblo de Cormanthor y tendrs tu libertad. --No esperars que me crea eso. --Aqu estoy, no? --contest Seyll--. Es evidente que algunos de los tuyos aprenden a vivir con la gente de la superficie. --Por supuesto que no tienes nada que temer de la gente de aqu --replic Halisstra--. Tu diosa bailarina y sosa es demasiado dbil para amenazarlos. --Como te dije antes, era una sacerdotisa de Lloth cuando me capturaron --dijo Seyll. Puso las manos en un ademn de splica, una pose ceremonial que Halisstra conoca bien. Pronunci las palabras de una oracin secreta en la lengua de los planos del Abismo donde moraba Lloth--: Gran Diosa, Madre de la Oscuridad, concdeme la sangre de mis enemigos para beber y sus corazones palpitantes para comer. Concdeme los gritos de sus hijos como canciones, concdeme la indefensin de sus varones para que me sacie, concdeme la riqueza de sus casas para mi cama. Por este indigno sacrificio te honro, Reina de las Araas, y te imploro la fuerza

para destruir a mis enemigos. Las infernales palabras parecan crepitar con un oscuro poder, cada slaba estaba cargada con una potencia malvada que se propag por la celda como un veneno resbaladizo. Seyll hizo el gesto de desenvainar con la mano y empuar un cuchillo. Y volvi a sentarse sobre sus talones. --Muchas almas desafortunadas murieron bajo mi cuchillo, pero aqu encontr la redencin y la paz. Si lo mismo te aguarda a ti es una pregunta que no puedo contestar, pero me ofrezco como prueba de que eres capaz de caminar por estas tierras en paz si lo deseas. Halisstra se qued mirando a Seyll, casi como si la viera por primera vez. Estuvo a punto de decirle una vez ms a la sacerdotisa que era un ser dbil, una fracasada, una traidora a la nica y verdadera diosa drow, pero las palabras murieron en sus labios. Nadie excepto una sacerdotisa de alto rango conocera ese rito. Sin embargo Seyll haba decidido darle la espalda a Lloth. No slo eso, sino que an viva, y pareca haber encontrado alguna complacencia en la decisin. Por supuesto, a Halisstra la haban adoctrinado durante sus aos de entrenamiento para que juzgara la hereja, la apostasa, como el crimen ms vil imaginable. A pesar de eso, en sus aos de sacrificio y humillacin ante el altar de la Reina Araa nunca se haba encontrado a una verdadera renegada. S, calumni a algunas de sus rivales con falsas acusaciones de haberse apartado de la Reina Araa, pero sentarse en presencia de alguien que haba cometido la traicin final a la diosa, y viva para contarlo... --Quiero retarte a que hagas algo --dijo Seyll--. Creo que tienes la inteligencia e imaginacin para ello, pero ya veremos. Imagina, por un momento, que vives en un lugar en el que puedes caminar por las calles sin temer la daga de un asesino en la espalda. Imagina que tus amigos, verdaderos amigos, no quieren nada ms de ti que el placer de tu compaa, que tus hermanas aprecian tus logros en vez de envidiar tus xitos y que tus hijos no son asesinados por fallar una prueba. Imagina que tus amantes te buscan por ser quien eres, no por tu situacin o influencia. Imagina que tu diosa te pide que reces por ella con alegra, no aterrorizada. --No existe semejante... --Respondes demasiado rpido. Te he pedido que imagines, si puedes --dijo Seyll. Se levant y se alej, dndole la espalda a Halisstra--. Esperar. --Soy incapaz de imaginar esa tontera. Es una fantasa vacua,

que no significa nada. No estamos hechos para esas cosas; nadie lo est, ni el elfo oscuro, ni el elfo de la luz, ni los bobos humanos. Slo un loco vive en los sueos. --A pesar de eso, no te parecera una cosa agradable? --dijo Seyll volviendo la cabeza--. Debes recrearte en sueos imposibles todo el tiempo. Todas las criaturas pensantes lo hacen. Quiz habrs soado en tener a tus enemigos bajo tu poder, o a un amante al que no puedes conseguir, o elevarte a la posicin que realmente mereces. Halisstra resopl, muy molesta, y sacudi las manos en los grilletes. --Si eres capaz de imaginarte la destruccin de todos tus enemigos al instante --insisti Seyll--, eres capaz de imaginarte la fidelidad de un amigo o una diosa complacida por tu lealtad, no tu sacrificio. --Todos los dioses exigen sacrificio. Te engaas si crees que Eilistraee es diferente. Quiz eres demasiado ingenua para comprender tus ataduras. --Halisstra apart la mirada y aadi--: Has conseguido aburrirme de nuevo. Ahora puedes marcharte. La sacerdotisa camin hacia la puerta. Llam una vez y esper, mientras se volva para encararse a Halisstra. --Qu pasa si te demuestro que ests equivocada? --dijo en voz baja--. Maana por la noche danzaremos en el bosque para deleite de Eilistraee. Te llevar all, y vers por ti misma lo que nuestra diosa nos exige. --No tomar parte en ello --salt Halisstra, tan irritada ya, que se haba olvidado de su decisin de fingir una conversin a las tontas creencias de los habitantes de la superficie. --Tu fe en la Reina Araa es tan dbil que eres incapaz de contemplar cmo bailamos? --pregunt Seyll--. Escucha, observa y juzga por ti misma. Es todo lo que pido. *** El eterno vendaval que ululaba a travs de las calles verticales de las ruinas de Chaulssin acogi el retorno de Nimor con una andanada de rfagas tan poderosas que incluso lo levantaron del suelo. El cabello blanco se encrespaba alrededor de su cabeza como una aureola salvaje. La Espada Ungida detuvo un momento sus pasos para permitir que una racha de aire se disipara.

No poda quedarse mucho en la Ciudad de las Dracosombras, al menos mientras el ejrcito de Menzoberranzan avanzara y el contingente de Agrach Dyrr marchara sin l, pero no tena tanta prisa como para no rezagarse un poco en la ciudadela escondida de su casa secreta. Despus de todo, Nimor Imphraezl era un prncipe de Chaulssin, y las esplndidas ruinas, aquella ciudad labrada en el infierno, era su dominio. No haba nacido all, por supuesto, ni haba pasado los aos de su infancia en la ciudad poblada de sombras. Era demasiado peligrosa, as que la Jaezred Chaulssin distribuy a sus prncipes por una docena de casas menores repartidas en ciudades de toda la Antpoda Oscura. Aunque cuando alcanz la madurez y hered su patrimonio, Nimor consideraba aquellas ruinas azotadas por el viento como su palacio. La rfaga qued atrs, al menos en la medida en que esas rachas de viento se desvanecan en aquel abismo negro que rodeaba la ciudad, y el asesino continu su camino. Menzoberranzan estaba a poco menos de una hora a travs del Plano de las Sombras, y por eso le haba costado tan poco idear una excusa para ausentarse de la columna. Incluso si Andzrel Baenre convocaba a los capitales de las casas para una reunin durante la ausencia de Nimor, se arriesgaba muy poco al desaparecer durante tan poco tiempo. El ejrcito se mova rpido, como era normal, pero nadie juzgara demasiado sospechoso que un noble se demorara un poco en la ciudad. Alcanz la gran escalera en espiral labrada en el corazn de la montaa de piedra de Chaulssin y descendi de prisa, bajando los escalones de dos en dos. En el gran saln, se encontr a los patriarcas congregados, en grupos de dos o tres mientras intercambiaban noticias y urdan complots para encumbrar su casa aprovechando la coyuntura. El gran patriarca Mauzzkyl se volvi para dirigir su temible mirada sobre Nimor cuando el asesino entr. --Una vez ms nos haces esperar. --Te pido perdn, Venerado gran patriarca --respondi Nimor Imphraezl. Se sum al crculo e hizo una pequea reverencia. Los vientos del exterior gimieron misteriosamente en la distancia --. Fui convocado a un consejo de guerra que pens que no sera inteligente perderse --aadi. --Se podra decir lo mismo de esta reunin --observ el patriarca Tomphael. Nimor forz una sonrisa.

--He trabajado durante algn tiempo para lograr una identidad y un nivel de responsabilidad entre los defensores de Menzoberranzan, Tomphael. Y hay que cultivar esos esfuerzos. Hasta que el gran patriarca no me diga lo contrario, os har esperar cuando sea necesario para proteger nuestras intrigas contra los favoritos de Lloth. --Basta, Nimor --tron Mauzzkyl--. Cmo van las cosas en Menzoberranzan? --Muy bien, Venerado gran patriarca. El prncipe heredero Horgar Sombracerada, de Gracklstugh, avanza con un ejrcito de casi cinco mil duergars hacia Menzoberranzan. Las matronas han decidido enfrentarse a ellos en campo abierto en vez de esperar al asedio, pues temen que se les unan otros reinos de la Antpoda Oscura. No obstante, lo he arreglado para que el ejrcito del prncipe marche sobre los menzoberranios, y adems tengo el mando de un contingente que, en el momento adecuado, puede ayudar a asegurar el resultado que deseemos. Por ltimo, tambin he convencido al seor de la guerra Kaanyr Vhok para que lleve su ejrcito de tanarukks contra menzoberranzan, aunque no confo demasiado en la Legin Flagelante. Puede que Vhok se presente y puede que no, pero si lo hace, siente poca lealtad a nuestra causa. --Entonces pretendes destruir las fuerzas de Menzoberranzan --observ el patriarca Xorthaul. El clrigo de armadura negra se acariciaba la barbilla--. Qu pasa si los menzoberranios son ms resistentes de lo que esperabas y vencen a los duergars? O Kaanyr Vhok nos traiciona? Habra sido mejor atraer una fuerza ms pequea hacia tu trampa, Espada Ungida. Tu primera jugada es demasiado arriesgada. --Si no hubiera presentado a los duergars como una grave amenaza, las matronas habran estado tentadas de hacer caso omiso de ese peligro. Tal como estn las cosas, tres resultados podran darse en la batalla entre Gracklstugh y Menzoberranzan: los duergars ganan, hay tablas o los drows vencen. Haremos lo que podamos para entregar el ejrcito de Menzoberranzan en manos del prncipe heredero; pero si falla al destruir a los llothitas por completo, ser una excelente oportunidad para que los duergars machaquen a los menzoberranios; en cuyo caso, debilitaran tanto a nuestros enemigos que podramos destruirlos nosotros mismos. En el peor de los casos, si Gracklstugh es derrotado, bueno... perdemos poco. --Recuerda, patriarca Xorthaul, nuestra estrategia contra

Menzoberranzan es de desgaste --dijo Mauzzkyl--. La ciudad es demasiado fuerte para tomarla de golpe, as que debemos sangrarla hasta la muerte. --Los magos de Menzoberranzan adivinarn la existencia de ese gran ejrcito tan cerca de su ciudad --observ el patriarca Tomphael, mago por ms seas--. Las matronas reclamarn su ayuda o utilizarn tu estratagema contra los duergars. --Nuestro aliados en Agrach Dyrr nos han ayudado con eso --dijo Nimor--. Gomph Baenre ha desaparecido. Los maestros de Sorcere se estn poniendo a prueba para decidir quin ser el siguiente archimago. --Hay demasiados magos poderosos sirviendo a las casas de la ciudad, Nimor --respondi Tomphael--. No se distraern por lo de Sorcere. --Es verdad --dijo Nimor despus de asentir gravemente--, pero como sabemos bien, los magos tienden a pasarse la vida espiando las debilidades de las dems casas. Hasta ahora, no parece que haya salido nadie para refutar la versin de los sucesos que he dado al Consejo. --Basta una pizca de inteligencia para hacer planes considerando que las intrigas pueden ser descubiertas en el momento ms inapropiado --dijo el patriarca Xorthaul--. Qu hars si algn aprendiz de alguna casa de segundo orden consigue escrutar la aproximacin del ejrcito del prncipe heredero, y las matronas llaman a los suyos? Tendramos un asedio casi eterno. --Ahora comprendes --dijo Nimor recurriendo a su paciencia--, por qu me atrev a acercarme a Agrach Dyrr con una oferta de alianza y decid arriesgarme a ganarnos a Kaanyr Vhok para nuestra causa. Necesitamos a la Quinta casa por si se da esa posibilidad, para dejar entrar al ejrcito de Horgar o a la Legin Flagelante, en la ciudad si es necesario. Mauzzkyl cruz los brazos y baj la mirada. --En cualquier caso, la tendremos --dijo el venerado gran patriarca, mientras una sonrisa de satisfaccin torca sus facciones --. Si Kaanyr Vhok te traiciona, an tienes Agrach Dyrr. Si Agrach Dyrr te traiciona, tienes a ese semidemonio del Caudillo. Debo suponer que Dyrr y Vhok no saben nada el uno del otro? --Pens que sera mejor reservar al menos una sorpresa contra cada uno de mis supuestos aliados, venerado gran patriarca --dijo Nimor--. Me pareci inteligente asegurarme de que tendra todas las

bazas en mi mano, durante tanto tiempo como fuera posible, mientras dure el ataque contra la ciudad. --Excelente. Cmo podemos ayudarte? La Espada Ungida consider la propuesta. Estaba tentado de decir de ninguna manera, y reclamar toda la gloria de la victoria, pero se acercaba el momento en que su habilidad para moverse de un sitio a otro estara limitada por el papel que interpretaba a la cabeza del ejrcito de Menzoberranzan, y necesitaba ayuda para manejar a Kaanyr Vhok. Adems, si el Caudillo los traicionaba, la culpa sera de aquel que hubieran enviado ante el seor de la guerra. --Deberamos reunir nuestras fuerzas y estar preparados para golpear cuando nuestros aliados ataquen las defensas de Menzoberranzan --dijo. --No tenemos un gran ejrcito, Espada Ungida --dijo Mauzzkyl--. No comprometer a la Jaezred Chaulssin en una batalla campal. --Comprendo Venerado gran patriarca. --Si reuna todas las fuerzas en un lugar, la casa secreta apenas tendra el nmero de miembros de una casa menor de Menzoberranzan; aunque la Jaezred Chaulssin tendra un impacto desproporcionado para su nmero--. Necesito que uno de mis hermanos vaya a la Legin Flagelante de Kaanyr Vhok y gue al Caudillo en la direccin correcta. Mis responsabilidades en el ejrcito de Menzoberranzan y mis esfuerzos por guiar a Horgar Sombracerada y a los renegados Agrach Dyrr no me dejarn velar por Kaanyr Vhok tanto como me gustara. --Muy bien --dijo Mauzzkyl despus de asentir--. Zammzt, ya no te queda nada por hacer en Ched Nasad. Quiero que vayas con Kaanyr Vhok y seas nuestra voz en su campamento. Haz lo que creas necesario para mantener a su ejrcito contra Menzoberranzan, aunque responders ante Nimor. --Por supuesto, venerado gran patriarca --respondi el asesino de semblante desagradable. --Me acerqu al seor de la guerra a travs de su consorte, Aliisza --le dijo Nimor a Zammzt--. Es una semiscubo y una hechicera poderosa. Sabe que represento a una sociedad u orden de alguna clase, as que no le sorprender recibir a otro de los nuestros. Aunque dudo que te d la bienvenida que me la di a m, dijo para s. --Cundo esperas que los menzoberranios se encuentren con el ejrcito de Horgar? --pregunt Mauzzkyl.

--Dentro de cuatro das, creo. --Haz lo que puedas para sembrar la disensin y la incertidumbre, Espada Ungida --dijo Mauzzkyl--. El momento del engao y el sigilo se acaba. La Jaezred Chaulssin deja las sombras para salir al descubierto. Destruye el ejrcito de las matronas y conduce a tus aliados duergars hacia Menzoberranzan lo antes posible. Nos encontraremos all y veremos si el Seor Oculto nos bendice o no. Nimor repiti la reverencia, se volvi y se alej a grandes zancadas de los patriarcas. Sus planes no saldran a la perfeccin. Algo ira mal. Tena que ser as. Nadie era capaz de elaborar semejante colisin de fuerzas dispares sin que alguno de los componentes fallara. Aunque poda decir que la Jaezred Chaulssin estaba preparada. Cuanto ms tiempo mantuviera en secreto las mortferas maniobras de sus aliados y su casa, ms altas seran las probabilidades de xito. Quiz convendra alentar a Andzrel a que me nombrara jefe de exploradores de la expedicin --pens Nimor--. No hay que molestar al Baenre con insignificantes informes de los ejrcitos en movimiento. *** Los elfos oscuros de la casa Jaelre se revelaron como unos anfitriones desconfiados y descorteses. Ryld esperaba que lo llevaran a una sala de audiencias, donde se reuniran con una matrona del clan y la sobornaran, amenazaran o persuadiran para que les permitiera consultar al clrigo Tzirik. Sin embargo, no ocurri nada de eso. Dado que se negaron a entregar las armas, los Jaelre condujeron al grupo a una sala de guardia pequea y en desuso. --Esperaris aqu hasta que Tzirik decida recibiros --dijo la hembra que diriga la guardia--. Si intentis abandonar la habitacin, nos lo tomaremos como un signo de hostilidad y os atacaremos. --Somos una embajada de una ciudad poderosa --dijo Quenthel a modo de respuesta--. Si nos maltratis, ateneos a las consecuencias. --Sois esclavos de la Reina Araa, y lo ms probable es que seis espas y saboteadores --respondi la capitana--. Aqu Lloth no tiene influencia, zorra besa araas. Cerr y atranc la puerta antes de que Quenthel replicara

adecuadamente, aunque la fuerte agitacin del flagelo de cabezas de serpiente sealaba lo intenso de su ira. --Vamos a quedarnos confinados aqu, como chusma encerrada en una crcel de deudores? --refunfu Jeggred--. Tengo una idea... --An no, Jeggred --se opuso Quenthel. Pase de un lado a otro, enfadada. Hablaba sola, en una silenciosa furia. La ira alimentaba a Quenthel con una energa implacable. El tiempo que estuviera confinada en esa habitacin pequea se les iba a hacer muy largo. Danifae la observ y contuvo el nervioso andar de Quenthel cuando pos la mano en el brazo de la Baenre. --Qu sucede, esclava? --salt la sacerdotisa. --Tu fervor es admirable, matrona --dijo Danifae--, pero, por favor, ahora tenemos que ser pacientes. --Escondi las manos tanto como pudo y aadi--: Recuerda, puede que nos estn observando. --Tiene algo de razn, querida Quenthel --dijo Pharaun--. No querrs empezar un altercado con la gente a la que has venido a ver? Tus duras palabras y postura arrogante se entienden mejor en Arach-Tinilith que ante la puerta de otro dios. Quenthel le devolvi una mirada de tanto odio que Danifae levant una mano para calmarla. La misma Danifae clav una mirada venenosa en Pharaun. El desprecio desfiguraba sus bellos rasgos. --Silencio, Pharaun --orden la prisionera de guerra--. Tu petulante arrogancia y tus puyas sin fin se entienden mejor en Sorcere. Al menos la matrona tiene la fuerza de sus convicciones; todo lo que t tienes es cinismo. Danifae contempl la cara de Quenthel y le ofreci una tmida sonrisa. --Guarda la ira para despus, matrona --dijo la prisionera de guerra con suavidad--. Seguro que la diosa estar ms contenta si les arreglas las cuentas a los infieles despus de que te sirvas de ellos que si destruyes las herramientas necesarias para servirla. Quenthel se permiti relajarse. Respir hondo y tom asiento en una mesa de madera donde haba una botella de agua. --Excelente, entonces --suspir Quenthel--. Veremos qu pasa. Eso --imagin Ryld-- es lo ms cercano a admitir que est equivocada. Con nada que hacer, el grupo se acomod para soportar la espera con la que los Jaelre los pondran a prueba. Pasaron largas horas. La noche dio paso a una maana

nublada, que luego se transform en una tarde muy lluviosa y gris. Ryld estudi las partes del castillo que vea desde las aspilleras y lleg a la conclusin de que Minauthkeep no estaba ni la mitad de derruido de lo que pareca a primera vista. Los Jaelre haban reparado astutamente la mayor parte de la antigua estructura, aunque haban dejado la apariencia exterior casi sin cambios. Al final, cuando la espera se haca interminable, el maestro de armas se sent con la espalda en el muro de la sala y se hundi en un ligero trance. Tajadora estaba en su regazo por si era necesaria. Lo despertaron del ensueo con tres vigorosas llamadas. La cerradura gir, y entr la capitana de la guardia de la noche anterior, con ms guardias detrs. --Os han convocado ante el sumo sacerdote Tzirik --dijo--. Tenis que dejar las armas aqu. El mago debe consentir que le aten los pulgares, y el draegloth ser esposado. --No --replic Jeggred--. No somos prisioneros, no tenis que llevarnos encadenados ante vuestro seor. Por qu tenemos que hacer algo a lo que no puedes obligarnos? --Viniste a nosotros, mestizo --dijo el capitn. --Matrona? --susurr Danifae. Sin apartar los ojos de la cara de la capitana, Quenthel sac el ltigo. Lo sopes, pareca debatirse, luego lo tir a una esquina de la habitacin. --Yngoth, vigila nuestras armas --dijo a una de las siseantes vboras--. Mata a cualquiera que manosee nuestras pertenencias mientras no estamos. Jeggred, deja que te aten. Pharaun, t tambin. Ryld solt un suspiro y dej a Tajadora en el suelo, y de una patada la dej al alcance de las vboras de Quenthel. Valas tambin dej los kukris. Con una mueca de disgusto, Pharaun se acerc y extendi las manos. Un Jaelre le at los pulgares con una cuerda recia, una medida que le hara muy difcil hacer los gestos complejos y pases necesarios para la mayora de sus conjuros. A los brazos superiores de Jeggred, los largos de las garras afiladas, les pusieron grilletes, pero dejaron libres los ms pequeos. El draegloth rugi. --Tranquilo, sobrino --dijo Quenthel, y luego se volvi hacia la capitana--. Llvanos hasta el clrigo. La capitana de la guardia hizo un gesto a sus soldados, que formaron alrededor de los menzoberranios, con las espadas

desenvainadas. Llevaron al grupo fuera de la sala de guardia y se adentraron en las profundidades de la fortaleza. Los hicieron pasar a un gran saln reconvertido en santuario a Vhaeraun, el Seor Oculto. Ryld examin el templo con algo de inters. Nunca haba puesto el pie en un lugar dedicado a un dios que no fuera Lloth. Al otro lado de la sala de la pared colgaba media mscara del tamao de un escudo, que presida el santuario. El smbolo era de cobre batido, con dos discos negros que marcaban los ojos. Dos varones los esperaban. El primero era joven, vestido con una armadura de cuero negro que mostraba un torso musculoso. En el cinturn llevaba un kukri, y un brazalete en forma de spid enrollado en el brazo. Tena la pierna izquierda en un arns de hierro y cuero, y se mova con rigidez. El segundo era calvo y muy bajo, llevaba una coraza de mithral negro y la cara oculta tras un velo de seda negra. --Seores, los visitantes --dijo la capitana de la guardia. El clrigo los examin. Su expresin era inescrutable tras el velo. --Valas Hune, el mismo que viste y calza --dijo al fin--. Bueno, esto es una sorpresa. No te haba visto desde haca cincuenta aos. --Vacil un momento, y luego avanz con decisin y palme al explorador de Bregan D'aerthe en la espalda --. Ha pasado mucho tiempo, viejo amigo. Cmo te van las cosas? --Tzirik --dijo Valas. Le devolvi la sonrisa. Su expresin austera revelaba una desacostumbrada alegra, y tom la mano del clrigo con firmeza. Pase la mirada por la sala--. Veo que al final has logrado el Retorno del que siempre hablabas. En cuanto a cmo me van las cosas, bueno, eso ser largo de contar. Tzirik estudi al grupo. --Un maestro de Sorcere --dijo el clrigo--, y otro de MeleeMagthere. --Maese Pharaun Mizzrym, un mago consumado --respondi Valas--, y maese Ryld Argith, maestro de armas de no poca habilidad. --Caballeros, si Valas me da su garanta, sois bienvenidos a Minauthkeep --dijo el clrigo. Cuando mir a los dems, su expresin se endureci, la simpata se torn en un cuidadoso examen. --El draegloth es Jeggred --dijo Valas--, un vstago de la casa Baenre. La sacerdotisa es Danifae Yauntyrr, noble de Eryndlyn, antes prisionera de guerra. La lder de nuestro grupo es...

--Suma Sacerdotisa Quenthel Baenre --interrumpi Quenthel--. Matrona de Arach-Tinilith, matrona de la Academia, matrona de TierBreche, Primera Hija de la casa Baenre de Menzoberranzan. --Ah --dijo Tzirik--. Apenas tenemos trato con aquellos que gozan de tus convicciones y mucho menos con sacerdotisas poseedoras de tantos ttulos impresionantes. --Descubrirs que poseo ms que ttulos, clrigo --respondi Quenthel. La expresin de Tzirik se torn fra. --Puede que Lloth gobierne en vuestras ciudades enterradas --dijo--, pero aqu, en el mundo de la superficie, Vhaeraun es el amo. --Se volvi y le hizo un gesto al varn lisiado que estaba a su espalda--. En aras de la cortesa, os presento a mi primo, Jezz de la casa Jaelre. El joven coje hacia ellos. --Estis muy lejos de casa, menzoberranios --dijo con voz rasposa--. Eso, ms que nada, os salv la vida. Los besa araas con los que tenemos problemas vienen de Maerimydra, a pocos kilmetros al sur de aqu, pero no nos habamos encontrado con gente de Menzoberranzan desde hace bastante tiempo. Ri suavemente, de alguna broma particular. Tzirik sonri aunque se not que era forzado. --Jezz se refiere al hecho de que somos menzoberranios, o al menos lo ramos, en otro tiempo. Hace casi quinientos aos la sabia y benfica matrona Baenre orden la destruccin de nuestra casa porque ramos gobernados por un varn y seguamos al Seor Oculto. Muchos de los mos murieron entre alaridos en las mazmorras del Castillo Baenre. De aquellos que escaparon murieron ms en los largos y duros aos de exilio en lugares olvidados de la Antpoda Oscura. Debis entender lo paradjico que es que caiga en nuestro poder una hija Baenre. Si no sale nada de los negocios que te han trado, al menos, Valas, te estoy agradecido por eso. --Se acerc ms y cruz sus fuertes brazos--. As, por qu me buscas, Baenre? Quenthel se mantuvo impasible. --Necesitamos comunin con Vhaeraun --dijo-- y hacerle algunas preguntas en nuestro nombre. Pagaremos bien por las molestias. Tzirik levant las cejas. --De verdad? Y por qu querra Vhaeraun que hiciera eso por

vosotros? --Por supuesto, descubrirs lo que nos trae aqu y lo que sabe tu dios. --Si os torturo durante unos aos, descubrir lo mismo --dijo el clrigo--. O, quiz, si acepto que le hagis las preguntas al Seor Oculto, no considero apropiado compartir las respuestas con vosotros. --Es verdad, tal vez --dijo Quenthel--, aunque creo que descubriras que estamos lejos de la indefensin, incluso con las armas en la sala de guardia. Antes de hacer una prueba, veamos si alcanzamos una especie de acuerdo. --Fanfarronea --remarc Jezz--. Por qu negociar con esas criaturas venenosas? Perdona a tu amigo si quieres, pero mata a las sacerdotisas ahora mismo. --Paciencia, joven Jezz. Siempre habr tiempo para eso --dijo Tzirik. Se alej, y luego se volvi hacia Quenthel --. Qu deseas saber? Quenthel se puso rgida y cruz una mirada con el clrigo. --Deseamos saber lo que ha sucedido con Lloth --dijo--. La diosa nos niega los conjuros desde hace meses. Ya que no tenemos acceso a la magia que nos concede, no hay modo de preguntrselo. --Tu voluble diosa os pone a prueba --dijo Tzirik con una carcajada--. Hace caso omiso de vuestros conjuros para ver cunto tiempo continuaris siendo fieles. --Eso pensamos al principio --dijo Quenthel--, pero han pasado casi cuatro meses, y hemos llegado a la conclusin de que su voluntad es que busquemos las respuestas. --Por qu preguntarle a un clrigo de Vhaeraun? --pregunt Jezz--. Seguro que seras capaz de persuadir a las sacerdotisas de una ciudad vecina para que intervinieran en vuestro favor. --Tambin han perdido el contacto con la diosa --respondi Danifae--. Vengo de Ched Nasad, donde reina el mismo silencio que entre las sacerdotisas de Menzoberranzan. Hay razones para creer que todas las ciudades drows de la Antpoda Oscura estn en la misma situacin. Lloth no habla con nadie. --Eso explicara la retirada de Maerimydra --le dijo Jezz en voz baja a Tzirik--. Si sus sacerdotisas son dbiles, estarn demasiado ocupadas para causarnos problemas. --Los hechos parecen encajar --respondi Tzirik. Centr su atencin en Pharaun--. Qu hay de vuestros elogiados magos? No

son capaces de invocar demonios en abundancia y preguntarles por el misterioso silencio de vuestra diosa o usar conjuros de adivinacin? --Descubrimos que los poderes de los planos inferiores saben poco ms que nosotros --dijo Pharaun--. Parece que Lloth ha cerrado el contacto con los planos contiguos del Abismo, sellando los bordes de su reino a los dems poderes. --Levant las manos atadas por los pulgares e hizo un gesto de autocensura--. Eso es lo que supuse de los informes de los colegas que investigaban la materia, con cierto detalle. No lo hice en persona, pues el archimago me orden que no invocara esos seres bajo pena de sufrir una muerte espeluznante. Tzirik estudi a los menzoberranios y luego se alej para consultar con Jezz. Los dos hablaron en voz baja, mientras los menzoberranios esperaban. Ryld estudi en secreto a los guardias, calcul a cul de ellos sera capaz de desarmar para hacerse con un arma. An llevaba la coraza enana y se senta lo bastante confiado para arrancarle la alabarda a uno de los guardias antes de que lo alcanzaran; aunque sera mejor que usara el cuchillo del cinturn para cortar las ataduras de Pharaun como primer paso. Sus planes fueron interrumpidos cuando Tzirik y Jezz volvieron hacia ellos. --Interceder ante Vhaeraun en vuestro favor --dijo el sumo sacerdote de los Jaelre--, a m tambin me gustara saber qu le pasa a Lloth. Sin embargo, creo que es justo pedir un favor por otro, y como os habis acercado a m con franqueza, solicitar la ayuda de Vhaeraun slo despus de que completis una tarea. --Excelente --dijo Quenthel entre dientes--. Qu deseas que hagamos? --A tres das al oeste de aqu estn las ruinas de Myth Drannor, la antigua capital del viejo reino elfo de Cormanthor --dijo Tzirik--. Durante el transcurso de nuestras exploraciones, llegamos a sospechar que un libro que contiene conocimientos secretos y poderosos (el Geildirion de Cimbar) est enterrado en la biblioteca secreta de la torre en ruinas de un mago. Necesitamos ese conocimiento que est en el Geildirion, ya que nos ayudar a dominar las antiguas defensas mgicas que levantaron nuestros olvidados primos de la superficie. Por desgracia, demonios de todas clases plagan las ruinas de la ciudad, y la misma torre es el hogar de un poderoso contemplador mago. Enviamos dos expediciones a la torre, pero el contemplador destruy o ahuyent a nuestros

exploradores. No deseo malgastar las vidas de los que tengo a mi cargo, pero me gustara mucho poseer ese libro. Puesto que parecis ser lo mejor que puede ofrecer Menzoberranzan, quiz vosotros tengis xito donde nuestros guerreros fallaron. Traedme el Geildirion, y apelar a la sabidura de Vhaeraun en lo tocante al silencio de Lloth. --Hecho --respondi Quenthel--. Proporcinanos un gua hasta ese lugar y te conseguiremos el libro. --No aceptarais tan rpido --dijo Jezz despus de soltar una carcajada-- si supierais lo peligroso que es el contemplador. Tendris nuestra ayuda, dadlo por hecho.

_____ 15 _____ Al anochecer, Seyll, acompaada por una joven drow y una elfa, fue a buscar a Halisstra. La sacerdotisa de Eilistraee llevaba una armadura bajo la capa verde, una espada larga, unas botas altas de cuero y un paquete bajo el brazo. --Llueve --dijo mientras entraba en la celda--, pero nuestras ancianas sacerdotisas dicen que aclarar ms tarde, cuando se alce la luna. Esta noche iremos a honrar a nuestra diosa. Halisstra se levant. --No honrar a Eilistraee. --No necesitas participar. Slo te ofrezco la oportunidad de observar y sacar tus propias conclusiones. Me emplazaste a demostrar que mi diosa no es cruel ni celosa. Estoy preparada para demostrrtelo. --Sin duda crees que me atrapars con seductores encantamientos --dijo Halisstra--. No creas que me embaucars tan fcilmente. --Nadie intentar lanzarte un conjuro --respondi Seyll. Dej el paquete en el suelo y lo desenvolvi. Dentro haba una caja grande de cuero, botas y una capa parecida a la de ella --. Te he trado la lira, con la esperanza de que nos honres con una cancin si as lo quieres. --Dudo que disfrutes de las canciones bae'qeshel --dijo Halisstra. --Ya veremos --dijo la sacerdotisa--. Has estado atada aqu durante tres das, y te ofrezco la oportunidad de salir de esta celda.

--Slo para volver cuando acabes de acosarme con tu diosa. --Como te dije, slo necesitas darle a lord Dessaer una explicacin para ser libre --dijo Seyll. Sac un manojo de llaves y las sacudi ante Halisstra--. Xarra y Feliane estn aqu para ayudarme a escoltarte hasta el lugar de la ceremonia de esta noche, y lo siento, pero debo atarte las manos. Halisstra ech una ojeada a las otras dos. Llevaban cotas de malla bajo las capas y espadas en la cintura. Tena pocas ganas de ver sandeces sin sentido en honor de Eilistraee, pero Seyll le daba la oportunidad de salir de la celda. En el peor de los casos, Seyll la vigilara bien y ella no tendra oportunidad para escapar, quedndose como estaba. En el mejor, Seyll y sus colegas cometeran un error que Halisstra sabra aprovechar. En cualquier caso, al menos tendra la oportunidad de observar parte del pueblo y el bosque de los alrededores, lo que sera til si ms adelante tena la oportunidad de escapar... y siempre exista esa posibilidad. --Muy bien --dijo. Seyll abri los grilletes de Halisstra y ayud a la sacerdotisa Melarn a vestirse con las ropas de invierno y la capa que haba trado. Anud una cuerda plateada alrededor de las manos de Halisstra, y el pequeo grupo dej las mazmorras del castillo y ascendi a la fra y lluviosa noche. En realidad, Elventree no era un pueblo, ni un puesto avanzado, ni un campamento, sino algo intermedio. Muros derruidos de piedra blanca cruzaban el lugar, sugiriendo viejas murallas y plazas amplias de una ciudad de buen tamao, pero la mayora estaban en ruinas por el paso de los aos. Muchos de los edificios originales no eran ms que caparazones vacos, pero varios de ellos estaban ocupados por los actuales residentes, que los haban cubierto con enrejados de madera o tiendas de campaa para convertirlos en humildes casas. Grandes rboles nudosos se elevaban de las grietas del pavimento de los antiguos patios, y muchos de los edificios estaban por encima del nivel del suelo gracias a fuertes ramas, unidos por pasarelas de cuerdas plateadas y tablones blancos. Un puado de los edificios originales an estaba ms o menos intacto. Halisstra vio que estaba encerrada bajo una vieja torre de viga. Al otro lado de la plaza se vislumbraba un elegante palacio entre los rboles, iluminado por centenares de suaves linternas. El palacio de lord Dessaer, supuso. Le llegaba el sonido de una cancin lejana y

risas. Las sacerdotisas de Eilistraee llevaron a Halisstra por un viejo paseo que las condujo fuera del pueblo, hacia el oscuro y lluvioso bosque. Avanzaron durante un buen rato. El silencio de la noche slo quedaba roto por sus suaves pasos en el suelo del bosque y el constante ruido de la lluvia, que disminuy mientras avanzaban y que dio paso a un cielo parcialmente nublado por el que en ocasiones aparecan las estrellas. Halisstra ya estaba harta del mundo de la superficie. Intentaba deshacer los nudos de la cuerda que le ataba las manos mientras no quitaba ojo a sus captoras, con la esperanza de que bajaran la guardia. Xarra, la drow, iba al frente, mientras Feliane marchaba detrs. Seyll estaba cerca de Halisstra todo el rato, o un poco adelantada o atrasada. --Adnde me llevis? --pregunt Halisstra. --A un lugar al que llamamos la Piedra Danzante --respondi Seyll--. Es sagrada para Eilistraee. --El bosque siempre es igual --dijo Halisstra--. Cmo diferenciis una parte de la otra? --Conocemos bien el camino --respondi Seyll--. De hecho, no estamos muy lejos de donde os encontramos a ti y a tus compaeros. Te abandonaron y no se les ha visto desde esa noche. La sacerdotisa renegada cometa un error y ni se daba cuenta. Si no estaban muy lejos de donde la capturaron, era razonable pensar que sera capaz de seguir las instrucciones de la visin de Pharaun desde all y tendra la posibilidad de encontrar a los Jaelre. Sin importar lo que lograra esa noche, haba valido la pena esperar. Llegaron a un ro, en el cauce haba unas cuantas rocas grandes. Xarra cruz la primera, saltaba sin problemas de roca en roca, y lleg hasta los rboles del otro lado, mientras vigilaba por si haba peligro. Seyll la sigui, unos pasos por delante de Halisstra, con los ojos en el inseguro suelo. Halisstra empez a seguirla. El agua de los rpidos produca un murmullo grave, aunque el ro era poco profundo y no demasiado ancho. La luna se escondi tras las nubes, y el bosque se oscureci. Halisstra vio su oportunidad. Salt dos rocas y se detuvo, como si estudiara el siguiente paso. Empez a entonar una cancin bae'qeshel. El canto lo cubri el estrepitoso ro. Seyll sigui avanzando, y detrs de Halisstra la elfa Feliane se detuvo, esperando a que ella cruzara.

Era difcil con las manos atadas, incluso pese a que ya estaban bastante sueltas, pero el poder del encantamiento estaba en la voz de Halisstra, no en sus manos. Cuando Feliane perdi la paciencia y salt para ayudarla, Halisstra se dio media vuelta y clav los ojos en la cara plida de la chica. --Angardh xorr feleal --sise--. Querida Feliane, desenfundaras la espada para liberarme de estas molestas ataduras? Tengo miedo de caer. El hechizo atrap a la sacerdotisa. Con una expresin vaca, sac la espada. --Por supuesto --murmur la elfa ausente. Pas el borde afilado por las cuerdas en las muecas de Halisstra. Esta mir de reojo a Seyll y movi el cuerpo con cautela para esconder lo que estaba haciendo Feliane. --Qu sucede? --requiri Seyll. --No respondas --le susurr Halisstra a la chica. Mantuvo las manos unidas y se volvi para situarse de cara a la sacerdotisa --. Un momento! --dijo--. No me siento segura con las manos atadas. La siguiente roca parece resbaladiza. Seyll ech una mirada al riachuelo y volvi sobre sus pasos, saltaba de una roca a la siguiente mientras se acercaba a Halisstra y Feliane. Halisstra se volvi para mirar a Feliane, que estaba tras ella con la espada desenfundada. --Querida Feliane --dijo en tono dulce--. Puedes prestarme la espada un momento? La chica frunci un poco el entrecejo, quiz consciente en las profundidades de su mente de que algo no iba bien, pero le tendi la empuadura de la espada. Halisstra volvi a esconder el movimiento con el cuerpo y asi la espada. --Aqu --dijo Seyll. La sacerdotisa de Eilistraee alcanz la siguiente roca y afirm los pies con cuidado, mientras extenda la mano--. Agarra mi brazo, y te sujetar. Halisstra se volvi con la celeridad de un gato y hundi la espada de Feliane bajo el brazo extendido de Seyll. La sacerdotisa boqueo sorprendida y se desplom al instante. Acab apoyada contra la piedra, sentada y con el agua hasta la cintura. Halisstra arranc la espada y se volvi hacia Feliane, que la miraba con asombro. --Seyll est herida, muchacha --restall Halisstra--. Rpido, vuelve a Elventree y busca ayuda! Ve!

La doncella elfa slo fue capaz de asentir antes de dar media vuelta y salir a toda prisa. Halisstra salt sobre la roca de Seyll y envi a toda velocidad el camino. Xarra, la joven sacerdotisa drow, surgi de pronto de entre los rboles de la orilla. Haba vuelto para descubrir qu retrasaba a las dems. Dicho sea a su favor, Xarra capt la situacin al primer vistazo. Levant la ballesta y apunt. Halisstra se lanz a un lado. El virote de Xarra pas tan cerca de su torso que sinti cmo tiraba de su capa. --Fallaste el tiro --gru Halisstra. Xarra dej caer la ballesta y fue a sacar la espada. Muri antes de que la espada saliera de la vaina, atravesada por la garganta. Alistar se enderez y baj la mirada hacia aquel cuerpo. El corazn le lata acelerado. El riachuelo sonaba con fuerza junto a ella, el aire ola a lluvia y hojas mojadas. Y ahora qu?, se pregunt. Su preciada cota de malla, la maza y la ballesta estaban en Elventree. Aunque quera recuperar sus posesiones, no se vea capaz sin la ayuda de los menzoberranios. Lo mejor sera armarse tan bien como pudiera, tomar las provisiones de Seyll y Xarra, y salir en busca de los Jaelre. Con suerte los encontrara antes de que los soldados de Dessaer la encontraran a ella. Halisstra se meti la espada en el cinturn y se acerc de nuevo al riachuelo para ver si Seyll llevaba algo til. Chapote en el fro arroyo junto a la sacerdotisa de Eilistraee, la asi por debajo de los brazos y la puso en la losa de piedra para ver mejor su equipo. La armadura era mgica, como el escudo colgado del hombro y la espada del cinturn. Halisstra empez a desabrochar la armadura con la intencin de quitrsela. --Halisstra... --gimi Seyll mientras mova los ojos. Halisstra recul, asustada, y algo asqueada al descubrir que desnudaba el cuerpo de alguien que an no estaba muerto. Baj la mirada hacia la piedra y descubri que la sangre caa del costado de Seyll hacia el agua. La respiracin de la sacerdotisa era pesada, y la sangre manchaba sus labios. --Espero que me perdones, Seyll, pero necesito tus armas y la armadura, y t morirs en muy poco tiempo --remarc Halisstra--. He decidido declinar tu amable invitacin para unirme a tu ceremonia nocturna, ya que tengo negocios apremiantes en otra parte del bosque. --Los... otros? --dijo con dificultad.

--Xarra tuvo la decencia de morir rpido y sin embarazosas conversaciones. La chica elfa a la que hechic se fue corriendo. Halisstra afloj la hebilla del cinturn de la espada de Seyll y lo solt, dejndola fuera del alcance de la drow. Se puso a trabajar en las fijaciones de la armadura. --Aunque admiro tu determinacin por salvarme, Seyll, soy incapaz de creer que no vieras esto como un resultado probable de tus intentos de convertirme. --Un riesgo... todos estamos... dispuestos a correrlo --consigui decir Seyll--. Nadie est ms all de la redencin. Mascull algo ms y extendi la mano para interferir el trabajo de Halisstra, pero la sacerdotisa Melarn se la apart. --Un riesgo estpido, entonces. Lloth ha castigado tu infidelidad a travs de mi mano, apstata --dijo Halisstra. Le quit las botas y desat las polainas--. Dime, vala la pena seguir el camino que te ha llevado a una muerte intil en este bosque miserable? Para sorpresa de Halisstra, Seyll sonri. An le quedaba una reserva de fuerza. --Valerlo? Y tanto. --Movi la cabeza atrs y contempl la cara de Halisstra--. An... tengo esperanzas para ti --susurr--. No te...preocupes... por m. He sido... redimida. Cerr los ojos por ltima vez, y el sonido de su respiracin se detuvo. Halisstra hizo un alto en su tarea. Esperaba rabia, resentimiento, quiz incluso miedo o burla, pero perdn? Qu poder tena la Doncella Oscura sobre sus fieles que eran capaces de morir con una bendicin para sus enemigos? Seyll se apart de la Reina Araa --dijo para s--, a travs de m la Reina Araa ha logrado su venganza. Sin embargo, Seyll ha muerto con aplomo, como si al final hubiera escapado por completo de Lloth al terminar su vida. --Que la Reina Araa se lleve tu alma --dijo a la sacerdotisa muerta, pero de algn modo dud que Lloth lo hiciera. *** --Un avance rpido es el camino ms seguro hacia la victoria --dijo Andzrel Baenre. Nimor estaba a un lado y observaba al maestro de armas Baenre, uno ms entre el puado de varones invitados al Consejo.

Todas las grandes casas, y no menos de diecisis de las menores, estaban representadas en el ejrcito de la Araa Negra que se haba reclutado con precipitacin. Cerca de treinta sumas sacerdotisas (al menos una de casi todas las casas, y en algunos casos, varias de la misma) llenaban el gran pabelln suministrado por el contingente Baenre, observando a Andzrel como animales de presa mientras se reclinaban, sentaban o se erguan conforme dictaban el rango o la ocasin. Nimor y los dems varones estaban en pie, por supuesto. Ni un solo varn se sentara mientras una suma sacerdotisa permaneciera en pie. --Lideramos una fuerza de cuatro mil soldados drows y dos mil quinientos guerreros esclavos. Por todos los informes parecera que estamos igualados con el ejrcito duergar que marcha desde el sur, pero no pretendemos enfrentarnos a los duergars en una lucha justa, por supuesto. --La palabra justa hizo que las risas ahogadas reverberaran por el pabelln. Andzrel usaba una varilla para dirigir la atencin hacia un gran mapa dibujado en vitela de rote--. Podemos contener un ejrcito bastante ms considerable que el nuestro si escogemos el terreno adecuado para luchar. El lugar donde detendremos el avance de los duergars es ste, los Pilares del Infortunio. --Si decido que tu plan tiene mrito, miserable --dijo Mez'Barris Armgo de la casa Barrison Del'Armgo con voz cansina --. Triel Baenre puede creer en tu buen juicio, pero yo intento pensar por m misma. Una mujer alta y corpulenta, la matrona de la segunda casa, era la sacerdotisa presente de rango ms alto y nominalmente al mando de toda la expedicin. Cada una de las casas haba contribuido con varias de sus sacerdotisas para mandar los contingentes en la batalla, desde acolitas sin linaje hasta primeras hijas y matronas. Maestros de armas como Andzrel y varones (incluido Nimor en su papel de Zhayemd Dyrr) mandaban compaas, escuadrones de caballera y atendan los interminables detalles que supona organizar el ejrcito de Menzoberranzan. --Mi primo representa el punto de vista de la casa Baenre, matrona Mez'Barris --dijo Zal'therra Baenre con voz spera--. La matrona Triel apoya el plan del maestro de armas. La primera entre los primos de Triel Baenre, Zal'therra no se pareca en nada a la menuda matrona de la casa Baenre. Era alta y de hombros anchos, una hembra con una notable fuerza fsica y una actitud amenazante. Ella y Mez'Barris eran la misma cosa, aunque la

matrona de la casa Del'Armgo posea una perversa astucia que no era ms que una sorda tendencia en la sacerdotisa Baenre. Mez'Barris clav los ojos en la joven, pero no respondi. Andzrel saba que no tena que hablar mientras las dos mujeres discutan. Durante un momento esper en silencio para continuar con las instrucciones previas. --Aqu est el Dilema de Rhazzt --dijo--, donde el capitn Zhayemd vio a la vanguardia duergar ayer por la maana. Est a cuarenta kilmetros al sur de los Pilares del Infortunio, al otro extremo del can. En el peor de los supuestos, los duergars tomarn el puesto avanzado durante la tarde de hoy, quiz maana si tenemos suerte. Los duergars son soldados vigorosos y pueden marchar durante todo un da, pero son lentos, y su ejrcito tendr que cargar con el peso de un convoy de suministros largo y la pesada maquinaria de asedio. Subir el can ser una operacin difcil. Parece que, de nuevo en el peor de los casos, deberan alcanzar los Pilares en cinco das; es ms probable que en siete u ocho. --Cmo sabes que los enanos grises an no han tomado el puesto avanzado? --pregunt una sacerdotisa de Tuin'Tarl. --No lo sabemos, matrona Tuin'Tarl. Los magos duergars y los clrigos impiden nuestros esfuerzos para escudriar la zona, una tctica comn en el arte de la guerra. --Andzrel asinti en direccin a Nimor y aadi--: Por eso es esencial desplegar una lnea de exploradores calificados, para descubrir los que nuestros magos no ven. Zhayemd de Agrach Dyrr est al cargo de nuestras tropas de reconocimiento. En cualquier caso --aadi Andzrel despus de esperar un momento para ver si alguna sacerdotisa tena ms preguntas --, nuestras tropas avanzan ms rpido que los enanos grises, y tenemos un camino ms fcil. Creo que la vanguardia llegar a los Pilares del Infortunio en tres o cuatro das. Si mantenemos la salida norte del desfiladero, los duergars nunca rompern nuestras defensas. Como podis ver, es parecido a una carrera, y, por lo tanto, deberamos proceder con toda la celeridad posible. --Qu plan tienes para la batalla, Zal'therra? --pregunt otra sacerdotisa, la matrona del contingente de la casa Xorlarrin. Nimor sonri ante la pregunta. Triel haba ordenado a Zal'therra que confiara en el consejo del maestro de armas de la casa al planear la batalla, pero la suma sacerdotisa habl de Andzrel como si

no estuviera all. --Andzrel te lo explicar ahora --respondi la sacerdotisa Baenre, como si acabara de detallrselo a l y le permitiera mostrar ante los dems el genio de la sacerdotisa. Si el maestro de armas tom nota del desaire, no lo demostr. --Levantaremos una lnea de defensa de un lado a otro de la entrada del desfiladero. Un centenar de soldados bastara para esto, pero utilizaremos mil. El resto de nuestros soldados se quedar en reserva y asegurar varios pasos estrechos y las cavernas de los alrededores. --Andzrel dej la vara y se enfrent a las sacerdotisas, inexpresivo excepto por el penetrante brillo de determinacin en sus ojos--. Me propongo dejar que los enanos vengan a nosotros, y destruirlos entre los Pilares del Infortunio. Cuando lancen sus fuerzas sobre nosotros en vano, los perseguiremos por el desfiladero y los masacraremos. --Y qu pasa si los duergars deciden no atacar los Pilares? --pregunt Mez'Barris. --Los duergars invaden nuestras tierras, matrona, as que la iniciativa la llevan ellos. Si deciden no intentarlo por los Pilares, los esperaremos fuera; nuestro convoy de suministros es ms corto que el de ellos. En cuestin de das tendremos que decidir entre avanzar o retirarnos. Mez'Barris contempl el mapa, analizando la respuesta de Andzrel. --Muy bien --dijo--. Quiero ver lo rpido que alcanzamos ese lugar. Alarga la marcha durante dos horas diarias. Si alcanzamos los Pilares del Infortunio en tres das, tendremos tiempo de descansar antes de que empiece la batalla. Quiero que nuestras tropas ms rpidas se apresuren hacia los Pilares, por si acaso. No hay razn por la que no podamos tener un par de cientos de exploradores en el desfiladero en un da y medio. Ahora, si nos perdonis, deseara discutir con mis hermanas sacerdotisas el mejor uso para nuestras habilidades en el conflicto previsto. Andzrel hizo una reverencia superficial y sali de la habitacin. Nimor se encontr junto al maestro de armas Baenre cuando dejaron el pabelln negro. La tienda se ergua en un tnel grande y circular atestado de soldados y lagartos de carga, o estandartes de varias casas se extendan hasta perderse de vista en una y otra direccin. --Zhayemd --dijo Andzrel--. Quiero que asumas el mando de nuestra vanguardia, como ha sugerido la matrona Del'Armgo. Toma

la caballera de Agrach Dyrr y corre a toda velocidad maana y pasado. La falta de informacin sobre el ejrcito duergar me pone nervioso. Har que algunos de los dems jinetes se unan a ti, a fin de que tengas tropas de refuerzo para defender el paso si las cosas se ponen feas. --Debo consultar con nuestra suma sacerdotisa --dijo Nimor, aunque no tena intencin de hacer semejante cosa. El maestro de armas, an bajo el poderoso y duradero hechizo de Nimor, lo creera de todos modos--. Aunque creo que apoyar la sugerencia. --Bien --dijo Andzrel mientras llegaban al campamento Baenre. Palme la espalda de Nimor--. Si encuentras a los duergars en algn lugar en el que se supone que no tendran que estar, comuncalo al instante. No quiero que hagas tonteras. Eres los ojos de nuestro ejrcito. --No te preocupes maestro Andzrel --dijo Nimor con una sonrisa--. No voy a dejar nada al azar. *** Jezz el Cojo se agazapaba con torpeza bajo la sombra de la pared derruida, mirando al otro lado de una plazuela, hacia una gran torre circular que estaba a un tiro de piedra. --All --dijo--. La torre del contemplador. Hay un tramo de la escalera que sube hasta la puerta, pero sabemos que est protegido por trampas mgicas mortales. Veris varios ventanucos en los pisos superiores, quiz lo bastante grandes para que un drow se deslice hacia el interior. Aunque no lo hemos intentado. Ryld, que se agazapaba justo al lado de Jaelre, se inclin para echar un vistazo. La torre era casi como la haba descrito Jezz, rodeada por las ruinas diseminadas de Myth Drannor. Despus de usar la magia de Pharaun para acelerar el viaje hasta la antigua capital de los elfos y descansar unas pocas horas, el grupo se haba pasado la mayor parte de la noche abrindose paso entre las ruinas. Myth Drannor era poco ms que unos grandes escombros de piedra blanca donde los rboles y las enredaderas crecan por doquier, pero haca tiempo haba sido algo ms. La vieja ciudad elfa no fue tan grande como Menzoberranzan o tan esplndida como Ched Nasad pero posea una elegancia y belleza que igualaba, si no exceda, los mejores ejemplos de la arquitectura drow. Ryld lanz una mirada de cautela hacia los tejados.

--No hay signo de demonios --dijo--. Quiz hemos matado tantos que han decidido no molestarnos ms. --Es improbable --dijo Jezz con un bufido--. Se han retirado para organizar otro ataque y esperar la llegada de demonios ms poderosos. --En ese caso, deberamos aprovechar para hacer lo que hemos venido a hacer --dijo Quenthel. Ella tambin se movi para estudiar la torre--. No veo nada que me anime a cambiar de plan. Pharaun, lanza el conjuro. --Como desees, querida Quenthel --dijo el mago, complacientemente--, aunque debo decir que no estoy del todo de acuerdo con la estratagema de... Las miradas de enfado de los dems hicieron enmudecer a Pharaun antes de que acabara la protesta. Suspir y agit la mano. --Muy bien. El mago se enderez y pronunci las palabras del conjuro. Las potentes slabas resonaban con el poder de la magia. Una ola intangible pas sobre Ryld y los dems. Despus, Ryld sinti que la fuerza y la rapidez huan de sus extremidades, y Tajadora pareci ms pesada en sus manos. La brillante hoja se deslustr de repente. Ryld no era mago, pero, como cualquier drow, durante su vida se haba pertrechado con varios objetos mgicos y encantamientos para incrementar la velocidad, la fuerza, la resistencia de la armadura y la eficacia de las armas. El conjuro de Pharaun negaba toda la magia en los alrededores, y dejaba a Ryld sin el poder de esos encantamientos, y a los dems drows les afect de modo parecido. El efecto ms extrao fue la repentina inactividad del espantoso ltigo de Quenthel. Un momento antes las serpientes siseaban y se retorcan, alerta, y despus se bamboleaban como seres inertes. --Permaneced a mi lado si queris estar bajo el efecto del conjuro --dijo Pharaun. Se relami los labios, nervioso. Dentro de la zona de antimagia que acababa de crear, no poda lanzar conjuros, y su formidable serie de objetos encantados y proteccin tambin eran intiles. El mago prepar la ballesta y desenfund la daga. --Me siento como si me acercara a un dragn con el cuchillo de la mantequilla --murmur. Ryld le dio una palmada en el hombro y se levant. Envain a Tajadora y sac la ballesta. --S, pero tu conjuro aparta los colmillos del dragn --dijo.

--En marcha --dijo Quenthel. Pareca algo ms que incmoda. Era evidente que le afectaba el silencio del arma. Sin esperar, corri por el patio y subi los escalones que llevaban a la puerta de la torre. Los otros la siguieron, mientras parpadeaban a la luz del cercano amanecer. Ryld se encarg de vigilar las calles y las paredes de detrs del grupo, por si volva alguno de los monstruosos habitantes de Myth Drannor. Lo ltimo que necesitaban era que una banda de demonios sedientos de sangre cayera sobre ellos mientras no funcionaba la magia. Ante la puerta de la torre, Quenthel se apart para que pasara Jeggred. El voluminoso draegloth subi y arranc la puerta, y de un salto se col en el interior. La mampostera cruji. Quenthel lo sigui pisndole los talones, luego Danifae y Valas. Ryld ech un ltimo vistazo a su alrededor y advirti que Jezz se quedaba atrs. --No vienes? --pregunt al Jaelre. --Slo pretendo observar --respondi Jezz--. Vencer al contemplador es vuestra tarea, no la ma. Si sobrevivs, me reunir con vosotros en unos minutos. Ryld frunci el entrecejo, pero se meti dentro. Estaban en una especie de vestbulo, iluminado por los rayos inclinados de la luz que se colaba por los agujeros de la vieja mampostera. Al fondo de la habitacin, haba una segunda puerta. En otro tiempo el vestbulo haba sido una sala esplndida e impresionante, pero las losas del suelo estaban agrietadas y cubiertas por un moho verde, y las banderas y tapices que colgaban de las paredes era poco ms que harapos. Pharaun permaneci cerca, mientras examinaba un smbolo intrincado grabado en un bloque del suelo. Todo el emblema era un poco ms grande que su mano, con una gran complejidad de lneas curvadas y caracteres. --Un smbolo de discordia --observ el mago--. Si no estuviramos protegidos por el campo de antimagia, nos lanzaramos unos sobre otros con furia asesina... Pero quiz no lo necesitbamos, no creis? --La siguiente habitacin? --pregunt Ryld. Jeggred ya estaba cerca de la puerta. El draegloth la abri y salt al interior, seguido por los dems, de una habitacin redonda semejante al fondo de un pozo. Varios de los pisos superiores se haban derrumbado haca tiempo, enterrando el suelo de la habitacin bajo los cascotes. Grandes vigas de madera sobresalan aqu y all. Montones de ladrillos obstaculizaban el paso.

Ryld clav la mirada en el espacio vaco sobre sus cabezas, en busca de signos del monstruo que se supona que acechaba por all. Los dems hicieron lo mismo. Pero todo estaba en calma. --No veo al contemplador --dijo Jeggred. --Por supuesto que no, imbciles. No deseo que me vean! --grazn una voz horrible, antes de que Ryld respondiera. Un instante ms tarde la criatura les lanz una andanada. Desde algn punto sobre sus cabezas, cerca de la cima de la torre, varios rayos brillantes de energa mgica (los mortales rayos de los ojos del monstruo para herir, paralizar, hechizar o desintegrar a sus enemigos) surcaron el aire hacia los drows, seguidos por un enorme relmpago conjurado por el monstruo invisible. Ryld no vea la fuente de la magia. Los rayos y el relmpago se desvanecieron al entrar en contacto con las cabezas de los drows, negados por la zona de antimagia. La criatura lo intent de nuevo, lanzando rayos diferentes e invocando algn conjuro horrible con su voz profunda y susurrante, pero no tuvieron mayor xito. Ryld apunt la ballesta, intuy el punto de donde venan los rayos y dispar el virote con su acostumbrada habilidad. Un chillido de dolor le dijo que haba dado en el blanco. Valas, Danifae y Pharaun tambin dispararon, mientras Jeggred agarraba un ladrillo de buen tamao con una zarpa y lo lanzaba hacia la oscuridad con sorprendente rapidez. No toda la andanada dio en el blanco, por supuesto. Incluso si fuera visible, la piel gruesa y quitinosa del contemplador era capaz de desviar muchos ataques, y dar de lleno en la criatura cuando estaba invisible era ms que difcil. Sin embargo, un par de virotes lo alcanzaron. El mago contemplador comprendi la naturaleza de la defensa del grupo muy rpido. En vez de lanzar los ataques en direccin a los elfos oscuros, volvi la mortfera mirada sobre los cascotes de los pisos superiores. Con el rayo de un ojo achicharr la base de una pesada viga de madera, y con el otro levant el madero y se lo lanz a Valas. El explorador se ech a un lado justo a tiempo de evitar que el madero lo aplastara, pero perdi el equilibrio y cay entre los escombros. El polvo y los crujidos llenaron aquel espacio. Al instante, el contemplador se puso a hacer lo mismo con otra viga de madera. Mientras tanto, la criatura cambi de conjuro y empez otro. --Tenemos que subir --dijo Quenthel--. La criatura est a salvo del conjuro de Pharaun.

--Propones que saltemos? --pregunt Pharaun. Esquiv un trozo de mampostera que cay rebotando desde arriba y apunt con la ballesta otra vez--. La antimagia que nos protege tambin evita que volemos o levitemos... --Por Lloth! --exclam Ryld--. Hablad con signos! Valas busc un lugar aventajado. El explorador sac el arco corto y lanz otra flecha. El contemplador solt un chirrido atroz. Los rayos se desvanecieron y dejaron de caer escombros. ~El contemplador se ha retirado al siguiente piso --dijo Valas en el lenguaje de signos de los drows--. Tenemos que subir para atraparlo. Ryld estudi las paredes interiores de la torre. Quiz faltaban los cuatro pisos inferiores, pero haba dos o tres intactos por encima de ellos. La mampostera era vieja y estaba daada, y la altura pareca ser de unos dieciocho metros. Un escalador experto dara buen uso a los restos de las vigas que en otros tiempos soportaban los pisos, aunque le supondra un esfuerzo. ~No me gusta escalar --dijo. ~Ni a m --aadi Danifae--. Sabe que estamos protegidos por la antimagia. Esperar que disipemos el conjuro para atraparla? --Es posible --dijo Pharaun. Ante la ceuda mirada de Ryld volvi a los signos--. Me pregunto si quiz deberamos haber evaluado mejor la situacin antes de acceder a la tarea impuesta por los Jaelre. Pharaun, como los dems, se mova por la habitacin, con la mirada en lo alto. --Eh! Contemplador! --dijo Pharaun--. Puesto que estamos en un callejn sin salida, te avendrs a hablar? Quenthel se enfureci. --Hablas por nosotros, mago? --refunfu. Desde las alturas de la torre se oy de nuevo la voz profunda y spera. --Hablar? Sobre qu? Habis invadido mi casa, estpidos insolentes. --Pharaun... --empez a decir Quenthel. --Tienes un libro que nos interesa --respondi el mago, haciendo caso omiso de la suma sacerdotisa--. Creo que se llama el Geildirion, de Cimbar. Dnoslo, y no te molestaremos ms. El contemplador permaneci callado. Era evidente que estaba considerando la oferta. Quenthel clav la mirada en el mago, pero

como los dems, esperaba la respuesta del contemplador. --Ese libro es extremadamente valioso --respondi al fin--. No lo entregar slo porque un elfo oscuro granuja me lo exige. Marchaos, y os perdonar la vida. --Qu te esperabas, Pharaun? --dijo Quenthel entre bufidos. Hizo un gesto con la mano para captar la atencin de los dems --. A la de tres, Pharaun disipar el conjuro. Danifae y Ryld, me seguiris hacia arriba. Pharaun, cuando lleguemos a la mitad, t y Jeggred os teletransportaris al piso de arriba y lo cogeris por sorpresa. Valas, te quedas aqu y cubres nuestro ascenso con el arco. Y luego sube lo antes que puedas, cuando estemos arriba. --La Baenre no dio ms detalles sobre su plan y empez la cuenta al instante. --Uno, dos... tres! Pharaun hizo un gesto y disip el conjuro de antimagia, Ryld sinti cmo el poder arcano del cinturn, los guanteletes y la espada volva a fluir a sus extremidades. Sac a Tajadora y ascendi, utilizando el encantamiento de la insignia de Melee-Magthere. Con suerte, la habilidad de la espada de disipar conjuros lo protegera de lo que el contemplador le lanzara. Quenthel y Danifae subieron junto a l. Eran tres figuras negras y elegantes que suban hacia la oscuridad. Pharaun se acerc a Jeggred y observ sus evoluciones, con una mano en el hombro peludo del draegloth. El techo presentaba una abertura circular en un lado. All se vean los restos de la vieja escalera que antiguamente ascenda por la torre. Ryld mir la abertura. Esperaba una muerte incandescente en cualquier momento. El mago contemplador no le decepcion. De repente, surgi el resplandor de un rayo verde. Ryld lo detuvo con Tajadora y not un zumbido en la empuadura cuando el mandoble destruy el rayo. A su lado, Danifae solt un grito y esquiv otro tremendo relmpago que form un arco para abrasar a los tres elfos oscuros y que dej un olor de madera quemada. Las flechas pasaron silbando desde abajo, en direccin al enemigo invisible. Ryld solt un gruido de desafo y se elev con ms rapidez. Otro conjuro alcanz a Quenthel; alguna clase de magia disipadora que le impidi levitar. Agit los brazos y cay en picado. Ryld se estir para agarrarla, pero la Baenre no estaba lo bastante cerca. Golpe el suelo tras caer unos trece metros. Quenthel choc con los escombros y desapareci entre el polvo y los

cascotes. --Continuemos! --grit Danifae--. Casi estamos arriba! El mago contemplador lleg a la misma conclusin. Un momento despus, apareci una barrera de hielo, que tapi el acceso al piso superior y atrap a los drows. --Maldito! --jur Ryld. --Quiz podemos... --dijo Danifae con la mirada puesta en la barrera. En ese momento, Jezz el Cojo apareci abajo. Se dio media vuelta, lanz un conjuro y cerr la puerta de golpe. --No importa lo que hagis, acabadlo --dijo el Jaelre--. Los demonios han vuelto en masa! Ryld levant la mirada hacia el muro de hielo y luego la baj hacia el suelo. Quenthel yaca medio enterrada entre los escombros, inmvil. Los conjuros retumbaban sobre el hielo, seal de que Pharaun y Jeggred haban encontrado al enemigo, pero la barrera de la criatura haba dividido en dos al grupo. Abandonar el esfuerzo para llegar hasta el mago contemplador dara la oportunidad al monstruo de destruirlos uno por uno, pero Quenthel estaba muerta o herida. --Arriba --decidi Ryld--. Valas, Jezz ayudad a Quenthel! Se levant bajo el brillante techo blanco y golpe el muro con Tajadora, usando el poder de la espada para destruir conjuros. Unos afilados fragmentos de hielo se desprendieron all donde golpe, pero la espada no consigui disipar la magia del contemplador. Ryld maldijo y lo intent de nuevo, con el mismo resultado. Bajo ellos, la puerta de la torre retumb. Valas se puso el arco al hombro y corri sobre los montones de cascotes en direccin al punto donde se haba estrellado Quenthel. Jezz el Cojo solt un gruido, enton un conjuro y sell el vestbulo de la torre con una masa de telaraas pegajosas. Pronunci las palabras de otro encantamiento y sali disparado hacia arriba, abandonando a Valas y a Quenthel en el suelo. --Olvdate de la sacerdotisa --le dijo a Valas--. Ven, si quieres vivir! El explorador hizo un gesto de frustracin. --Soy incapaz de escalar y llevarla! --le grit cuando el segundo golpe en la puerta astill la madera y dobl el hierro. La vieja puerta no resistira otro golpe. Valas levant la mirada y la baj hacia Quenthel, extendi la mano y le desabroch la insignia de la casa Baenre del hombro. El ltigo se agit e Yngoth intent

atacar al explorador, pero Valas se apart y fij la insignia en su ropa. --Intento salvar a tu ama --le dijo al ltigo. El explorador se acerc y agarr a Quenthel por debajo de los brazos, y us el poder del broche para levitar y alejarse del suelo. Mientras tanto, Ryld midi la barrera de hielo que tena enfrente. --Muy bien --murmur. Se apart, afirm los pies lo mejor que pudo y levant a Tajadora para dar el golpe con toda la fuerza de que era capaz. Con un grito de rabia, alcanz el muro con una fuerza tremenda. La hoja de Tajadora cort el hielo mgico mientras a Ryld le invadan unas oleadas de dolor intolerable. Hizo caso omiso del dolor y golpe una y otra vez. La pared de hielo se resquebraj en doce trozos y cay. Sin esperar a los dems, Ryld se lanz hacia la guarida del contemplador.

_____ 16 _____ El mismo da en que haba matado a Seyll, Halisstra empez a preguntarse si no habra sido mejor acompaar a las sacerdotisas de Eilistraee y fingir que se converta. Habra sido una estrategia bien extraa para reunirse con sus camaradas, pero le habra procurado cobijo, comida y la remota oportunidad de recuperar su equipo, en vez de una interminable caminata por los bosques helados. Cuando se acercaba el alba, no encontr mejor abrigo que un hoyo hmedo y pequeo rodeado por rocas, de la altura de un drow, y rboles sin hojas. Entre temblores, se quit la mochila robada y rebusc a conciencia, con la vaga esperanza de que hubiera pasado por alto algn utensilio importante o un poco de comida. Seyll y sus seguidoras haban pensado que su paseo por el bosque durara unas pocas horas. No llevaban ms equipo del que Halisstra habra cogido si hubiera decidido aventurarse a una caverna conocida a dos o tres kilmetros de Ched Nasad. Desde luego, no se haban equipado para ayudar a su cautiva en su huida. Con la ballesta que haba cogido a Xarra y las canciones bae'qeshel tendra una posibilidad de abatir cualquier pieza con la que se cruzara, pero durante las dos horas que haba vagado por el bosque no haba visto nada ms grande que un pjaro. Incluso si consegua matar algo para comer, no tena manera de cocinarlo, y

empezaba a sospechar que el bosque conspiraba contra ella. Estaba bastante segura de que se las haba arreglado para mantener el rumbo oeste despus de escapar de las renegadas. Si Seyll no haba mentido cuando dijo que estaban cerca del punto en el que la haban capturado, no se hallaba a ms de uno o dos das de marcha del riachuelo que Pharaun haba descrito en su visin. Puesto que el ro bajaba de sur a norte, era un objetivo difcil de fallar siempre y cuando siguiera avanzando hacia el oeste. Intent mantener el ocaso y la luna al frente, y un poco a la izquierda, pues tena que estar algo al sur en ese momento del ao; o eso haba deducido al observar cmo Valas se guiaba por los bosques durante los das pasados. Por supuesto, no tena manera de saber si dirigirse ro arriba o abajo cuando alcanzara ese ro, pues no estaba segura de encontrarlo en el mismo punto que el mago haba visto. Por eso mismo, tampoco estaba demasiado segura de si el riachuelo sera el correcto. Ya haba dejado atrs una docena de arroyos, y aunque crea que a ninguno de ellos se le poda llamar ro, no tena la experiencia suficiente en el mundo de la superficie para saberlo con certidumbre. --Por supuesto, todo esto es as a menos que haya caminado en crculos durante horas --murmur Halisstra. Podra ser que lo ms atinado fuera abandonar la idea de buscar a los Jaelre, y escoger el camino ms directo que fuera capaz de encontrar para salir del bosque. Tarde o temprano, volvera a encontrar una civilizacin y mendigara, pedira prestada o robara comida. O hechizara a un gua que la llevara hasta los Jaelre. Cerr los ojos. Intentaba construirse una imagen mental de Cormanthor y las tierras que lo rodeaban. Saba que estaba en la parte oriental del bosque. Era mejor ir hacia el este, hacia el sol naciente? Haba poco en ese lado del bosque a excepcin del asentamiento humano del valle de la Rastra, si recordaba la geografa. O era mejor dirigirse al sur? Haba varios valles ms en esa direccin, as que tendra ms probabilidades de alcanzar una civilizacin si segua por all, incluso si eso implicaba un viaje ms largo hasta salir del bosque. El norte lo descart de inmediato, puesto que estaba bastante segura de que en esa direccin estaba Elventree. Fuera cual fuese la decisin que tomara, dara la espalda a los Jaelre y a su misin sagrada, al menos por un tiempo. --Esto sera ms fcil si la diosa se aviniera a responder mis oraciones --gru.

Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, fue incapaz de reprimir una mirada a su alrededor y taparse la boca. Lloth no miraba con buenos ojos a los que se quejaban. Pas un da fro, hmedo y miserable encorvada entre las rocas de su pequeo escondite, mientras permaneca en un duermevela. Ms de una vez dese haber tenido la presencia de espritu para ordenar a Feliane que la guiara hasta los Jaelre. Era muy probable que los soldados de Dessaer estuvieran bajo su pista, por supuesto, y no mostraran mucha compasin si volva a caer en sus manos. Aun as, Halisstra empezaba a pensar que una ejecucin rpida por parte de los elfos de la superficie sera preferible a una muerte larga y solitaria por inanicin en el interminable bosque. Al anochecer se levant, reuni sus pertenencias y sali a gatas del escondite. Mir en la direccin en que crea que estaba el oeste, luego al sur y al oeste de nuevo. El sur ofreca ms posibilidades de encontrar un asentamiento humano o elfo, aunque era incapaz de abandonar la esperanza de reunirse con sus camaradas. Mejor marchar un poco ms hacia el oeste y, si no encontraba el ro de Pharaun al amanecer, desistir. --El oeste, entonces --dijo para s. Camin durante un par de horas. Intentaba mantener la luna a la izquierda, aunque la senta ms que verla. La noche era fra, y unas nubes finas se deslizaban en el cielo, impulsadas por fuertes rfagas de viento que no pasaban de las copas de los rboles. Los bosques estaban en calma, probablemente negros como boca de lobo para los patrones de los habitantes de la superficie, pero Halisstra descubri que la difusa luz de la luna inundaba el bosque como un mar de brillantes sombras plateadas. Se detuvo a estudiar el cielo. Trataba de calibrar si el avance de la luna afectaba demasiado su rumbo cuando oy el dbil sonido de agua en movimiento. Avanz con cuidado, corri y apareci en la orilla de un riachuelo ancho que discurra sobre un lecho de guijarros. Era ms ancho que los que haba visto hasta entonces, medira unos diez o doce metros de ancho y flua de izquierda a derecha. --Es ste? --suspir. Pareca lo bastante grande y estaba cerca de donde esperaba encontrarlo; un da y medio de marcha desde el lugar en el que haba sido capturada. Halisstra se agach y examin las rpidas aguas. Si tomaba la decisin incorrecta, seguira el arroyo hasta llegar a alguna parte del bosque desolada y morira de fro y hambre. A pesar de

todo, su destino no era muy prometedor, hiciera lo que hiciese. Solt un resoplido y sigui el riachuelo hacia la derecha. Qu poda perder? Avanz otro kilmetro antes de que la caminata nocturna y el fro aire le provocaran un hambre demasiado atroz para soportarla, y decidi detenerse y comer las pocas provisiones que le quedaran. Se quit la mochila y empez a mirar a su alrededor cuando oy un extrao zumbido. Sin pensrselo, se tir al suelo. Conoca ese sonido demasiado bien. Dos virotes pequeos pasaron sobre ella. Uno se hundi en un rbol cercano, el otro colgaba de la manga de la cota de malla. Halisstra rod hasta el rbol y cant un conjuro de invisibilidad lo ms rpido que pudo, con la esperanza de quitarse de encima a los asaltantes, cuando se les ocurri mirar de nuevo el virote. Era negro y pequeo, de plumas rojas; el dardo de una ballesta de mano drow. Varios atacantes sigilosos se acercaron por entre los rboles. Su presencia la indicaba el ocasional ruido de las hojas o un silbido bajo. Halisstra se levant con cuidado, mientras permaneca escondida tras el rbol. --Dejad de disparar --exigi en voz baja--. Mat a la sacerdotisa de Eilistraee que llevaba esta armadura. Sirvo a la Reina Araa. Su voz tena dejes de una cancin bae'qeshel, que le dieron a sus palabras una innegable sinceridad. Varios drows se acercaron, sus pies hacan poco ruido. Halisstra los vio, varones vestidos de negro y verde que buscaban entre los rboles como panteras. La buscaban, pero el conjuro la ocultaba bastante bien. Pos la mano en la empuadura de la espada que le haba arrebatado a Seyll y se movi un poco para cubrirse con el escudo en el caso de que encontraran el modo de disipar su invisibilidad. --Te buscbamos --dijo uno de los drows que tena delante. --Me buscabais? --dijo Halisstra--. Quiero una audiencia con Tzirik. Me llevaris hasta l? Los guerreros Jaelre se detuvieron. Sus dedos se movieron con rapidez, se comunicaban entre ellos. Un momento despus, el guerrero que acababa de hablar se enderez y baj la ballesta. --Tu grupo de besa araas lleg a Minauthkeep hace tres das --dijo--. Te separaron de ellos? Con la esperanza de que Quenthel y los dems no hubieran hecho algo para enemistarse con los Jaelre, Halisstra decidi

contestar con honestidad. --S. --Muy bien, entonces --respondi el extrao--. El Alto Clrigo Tzirik nos orden que te encontrramos, as que te llevaremos de vuelta. El porqu y qu pasar contigo es de su incumbencia. Halisstra permiti que se desvaneciera la invisibilidad y asinti. Los Jaelre la rodearon y se pusieron en marcha hacia el sur, a buen ritmo, siguiendo el riachuelo. No saba dnde estaban, pero los Jaelre parecan conocer bien los bosques. En menos de una hora, llegaron a la fortaleza en ruinas. Sus murallas blancas relucan bajo la luz de la luna. El riachuelo pasaba a un tiro de piedra de la fortaleza. Era el arroyo correcto, advirti Halisstra con algo de sorpresa. Haba mantenido el rumbo durante dos noches y pareca haberse desviado slo tres o cuatro kilmetros hacia la derecha. Pens qu habra sucedido si hubiera cruzado el riachuelo y hubiese continuado. La idea le hizo temblar. Los exploradores Jaelre condujeron a Halisstra hacia el interior de la fortaleza en ruinas, dejando atrs centinelas escondidos. Descubri que el lugar estaba mucho ms restaurado de lo que pareca el exterior. La escoltaron hasta una modesta sala cuyos nicos adornos eran una gran chimenea y una coleccin de trofeos de caza, la mayora, criaturas de la superficie que Halisstra no reconoca. Esper bastante rato, mientras le acuciaban la sed y el hambre, pero al final apareci un varn de corta estatura y de complexin fuerte, con la cara cubierta de un velo ceremonial negro. --Qu suerte la ma --dijo con voz sonora--. Dos veces en tres das han acudido a mi hogar adoradores de la Reina Araa y han preguntado por m. Empiezo a preguntarme si Lloth desea que reconsidere mi devocin por el Seor Oculto. --Eres Tzirik? --pregunt Halisstra. --Lo soy --dijo el clrigo, que cruz los brazos mientras la examinaba--. Y t debes ser Halisstra. --Soy Halisstra Melarn, Primera Hija de la casa Melarn, segunda casa de Ched Nasad. Debo suponer que mis compaeros estn aqu. --Claro --dijo Tzirik. Mostr una sonrisa helada--. Aunque cada cosa a su tiempo. Veo que llevas las armas de una sacerdotisa de Eilistraee. Cmo las conseguiste? --Como dije a tus guerreros, mi grupo fue atacado por elfos de la

superficie hace cinco das. Mis compaeros escaparon al ataque, pero a m me capturaron y me llevaron a un lugar llamado Elventree. All, una hembra llamada Seyll Auzkovyn acudi a mi celda y pretendi adoctrinarme en la senda de Eilistraee. --Una idea ms bien peregrina --observ Tzirik--. Contina. --Permit que creyera que me convencera --dijo Halisstra--. Me ofreci llevarme a un rito que tenan que celebrar hace dos das en el bosque. Encontr una oportunidad para escapar mientras nos dirigamos hacia la ceremonia. Baj la mirada hacia la cota de malla y las armas que llevaba. La ingenuidad de aquella hembra an sorprenda a Halisstra. Seyll no le haba parecido una drow estpida, ni por asomo, y, sin embargo, haba juzgado mal a Halisstra. --En cualquier caso --acab--, me tom la libertad de tomar prestadas algunas cosas que Seyll ya no necesitaba, pues la buena gente de Elventree me confisc las armas y la armadura. --Y ahora te gustara reunirte con tus camaradas? --Siempre que no estn muertos o encarcelados. --Nada de eso --dijo el clrigo--. Me pidieron que les proporcionara un servicio inusual, as que pens en algo que pudieran hacer por m, como compensacin por el tiempo y las molestias. Si tienen xito, deberan volver en uno o dos das. La pregunta es: estars aqu para saludarlos? Halisstra entorn los ojos y permaneci en silencio. El clrigo paseaba ante la chimenea y asi un atizador de un pedestal cercano y aviv el fuego. --Los camaradas que te abandonaron a tu suerte me contaron un cuento inslito --dijo el clrigo--. Sin duda te preguntars: cmo saber cunto le han dicho a Tzirik? No puedes, por supuesto, as que lo ms inteligente es que me lo cuentes todo. --A mis compaeros no les gustar eso cuando vuelvan --dijo Halisstra. --Nunca sabrn que estuviste aqu si no satisfaces mi curiosidad, matrona Melarn --dijo Tzirik. Dej el atizador en su sitio y se sent cerca del fuego--. Ahora, por qu no empiezas desde el principio? *** Ryld estaba en una nube acida. Intentaba con denuedo no

respirar a pesar de que necesitaba el aire. La piel le quemaba como si hubieran derramado fuego lquido sobre su cuerpo, y los verdugones crecan all donde la piel negra se expona al aire. Quedarse donde estaba supona una muerte lenta, pero los vapores se aferraban a sus extremidades como manos y le impedan moverse. El maldito contemplador acechaba en algn lugar de la sala, pero dnde? Un brillante relmpago ilumin las plidas tinieblas y atraves la bruma con una docena de arcos elctricos. El maestro de armas se tir a un lado y cay al suelo despacio, refrenado por el vapor, mientras un fuerte trueno sacuda las piedras de la sala y sus dientes chascaban. --Pharaun! --grit--. Dnde est el maldito...? Lament sus palabras al instante, cuando un dolor agnico traspas su garganta y nariz. --Contra la pared oeste! --respondi el mago, algo alejado. El maestro de Sorcere volvi a lanzar otro conjuro. Apresuraba las palabras para acabarlo lo antes posible. Mientras tanto, el contemplador canturreaba, murmuraba las palabras de media docena de conjuros a la vez. El rayo centelle de nuevo, seguido de los silbidos de los proyectiles invocados, que se dirigan a sus blancos, y los gritos y maldiciones de sus compaeros. Al final Ryld se encontr apoyado contra una pared curvada; lo nico que distingui en la horrible niebla. Sin tomarse un respiro, se lanz hacia adelante tan rpido como pudo, con la esperanza de salir de la nube acida antes de que le quemara la piel de la cara. Diosa, qu confusin!, pens, mientras arremeta contra la niebla con Tajadora. El contemplador haba esperado a utilizar su magia hasta que ascendieran y barri al grupo con todos los conjuros de los que dispona. --Los demonios vienen a por nosotros! --grit Jezz desde ms all de la niebla--. Acabad rpido con esa cosa y cojamos lo que vinimos a buscar! Acabad rpido --pens Ryld con una mueca--. Es una idea nueva. Sigui adelante y de pronto se encontr fuera de la nube mortal. No haba nadie cerca, aunque oa cmo sus compaeros luchaban en la niebla que tena a su espalda. --Maldicin! --murmur.

Tras librarse de la anormal nube, vio que todo aquel piso haba estado destinado a aposentos nobles. Una espesa capa de polvo en el suelo pareca ser lo nico que quedaba de una alfombra, y las paredes estaban pintadas con unas cenefas anaranjadas y doradas que formaban la imagen de un bosque con sus hojas pintadas en rojos, naranjas y amarillos. Ryld tosi, le lloraban los ojos por el contacto con los humos txicos. Era evidente que haba atravesado una arcada que daba a una habitacin diferente y al otro lado de la sala haba otra. --Dnde infiernos estoy? Algo chill de rabia ms adelante, y la habitacin ms all de la arcada resplandeci con las luces de un fuego mgico. Ryld blandi Tajadora y se precipit hacia la otra cmara. Danifae y Jezz luchaban all contra un par de enjutos demonios escarnosos de casi tres metros de alto. Eran unos enemigos horribles con grandes alas que peleaban con flagelos y colas espinosas de las que goteaba un veneno verde. Varios demonios menores siseaban tras los dos que ya estaban en la habitacin, a la espera de unirse al combate. --Los demonios se nos echan encima! --grit Jezz. El Jaelre luchaba con un cuchillo curvo en una mano y una llama blanca de fuego mgico en la otra. Uno de los grandes demonios salt hacia Jezz y descarg sus armas contra el Jaelre, que cay al suelo. La criatura se inclin y extendi la mano hacia el cuello del aturdido drow. Ryld amag un golpe para que el demonio se protegiera la cara y, acto seguido, se agach para cortarle la pierna a la altura de la rodilla. El enorme demonio rugi de dolor y se desplom, las alas se agitaban torpemente mientras la sangre manaba de la espantosa herida. Ryld se acerc para acabar con el monstruo, pero ste respondi con un frenes de zarpazos y mordiscos, mientras diriga la cola espinosa hacia l tan rpido que slo la robustez de la coraza enana le salv de acabar atravesado por el aguijn del demonio herido. Ryld detuvo los golpes con furia, luchaba por su vida, mientras aumentaban los demonios (un grupo compuesto de criaturas de la altura de un hombre que estaban armados con ganchos afilados que sobresalan de sus cuerpos escamosos), que tenan las colmilludas caras deformadas por una alegra infernal. --Elfos oscuros para el banquete! --se regodeaban--.

Corazones drows para comer! --Tenemos que salir de aqu! --grit Danifae--. No podemos detenerlos! Gir la maza con pericia y fuerza mientras se bata con el otro gran demonio y un par de los pequeos, que arremetan contra ella desde los flancos. --No hay adonde ir! --exclam Ryld--. El contemplador est a nuestra espalda! Sinti cmo lanzaban mortferos conjuros en la habitacin de atrs, las reverberaciones de los relmpagos y el fro de los conjuros de muerte que le pona la piel de gallina. Esto no funciona --pens--. Nos han dividido en dos, luchamos contra dos enemigos peligrosos. Necesitaban reagruparse y centrarse en un enemigo o el otro, o abandonar la lucha e intentarlo ms tarde. Eso si los habitantes de Myth Drannor les permitan retirarse. Era ms que probable que murieran all, rodeados y aplastados por hordas interminables de demonios sedientos de sangre. Caba pensar incluso que Quenthel y Valas ya estuvieran muertos. Basta --se reconvino a s mismo--. No hemos venido hasta aqu para que nos venzan! Redobl los ataques, se abalanz sobre el demonio y hundi la punta de Tajadora en el cuello escamoso de la criatura. Esta agit las extremidades con violencia, pero se mora, y las convulsiones golpearon la piedra y dieron zarpazos al aire en vez de vapulear a Ryld. El maestro de armas salt por encima del cuerpo de la criatura para enfrentarse a los otros demonios que ya se dirigan hacia l. Jezz se incorpor a la refriega, mientras sacaba un pergamino de su cinturn y lea a toda prisa el conjuro de abjuracin que hizo estallar a varios de los demonios menores, que volvieron al plano infernal del que haban escapado. Al instante dos ms reemplazaron a sus compaeros. --Tenemos que movernos! --grit el Jaelre--. El contemplador es nuestro enemigo! Los demonios son slo una distraccin! Ryld repiti la mueca. Si intentaba huir, los atacaran por la espalda. Sin embargo, empez a retirarse hacia la puerta que llevaba hasta el contemplador, mientras rezaba para que la criatura no estuviera en una posicin desde la que los viera. Cedi terreno a regaadientes, reacio a enzarzarse en otro combate mientras otro prosegua.

Para su sorpresa, uno de los demonios del fondo de la habitacin desapareci de la vista, y otro solt un chillido cuando un flagelo de cabezas de serpiente le hundi los colmillos en la nuca. Quenthel y Valas aparecieron de pronto diezmando las filas de demonios. El explorador sostena a la sacerdotisa herida, le protega el flanco con uno de los kukris mientras ella azotaba con el ltigo. Danifae y Ryld aprovecharon la momentnea desventaja de los demonios para matar a sus enemigos ms inmediatos. Quenthel se desplom contra la pared, mientras palpaba en busca de la varita de curacin de Halisstra, y Valas sacaba el segundo cuchillo, se lanzaba a la refriega y apualaba a los demonios por la espalda. --Rpido! --jade Quenthel--. Un demonio en la sima y una docena ms de los otros nos pisan los talones. Ryld asest un mandoble a otro de los demonios con pas, mientras Danifae esparca el cerebro de un segundo por la habitacin con un golpe a dos manos de la maza. En unos instantes, los drows limpiaron la habitacin de demonios. Jezz sac otro pergamino, ley el conjuro a toda prisa y sell la puerta detrs de Quenthel y Valas con una cortina de brillante energa amarilla. --Eso detendr a la criatura durante un momento --advirti. La Baenre mir a su alrededor. La cada le tena que haber provocado graves heridas. La sangre manchaba un lado de su cabeza, y pareca que sus ojos no queran enfocarse. Un brazo le colgaba inerte, pero se levant. --Dnde estn el contemplador, Pharaun y Jeggred? --pregunt. Ryld hizo un gesto con la cabeza en direccin a la arcada. Otro conjuro retumb en el aire. --All atrs --dijo--. El contemplador... Le interrumpi la repentina sensacin enfermiza de una presencia abrumadora que se acercaba a la barrera de Jezz, algo desconocido que pareca sacudir las mismsimas piedras de la torre con sus pisadas. --Viene el demonio de la sima --inform Danifae, entre jadeos y con una expresin de alarma. --Vamos --dijo Quenthel, que les indic que avanzaran con el brazo bueno. Sin ms palabras, los elfos oscuros corrieron hacia la otra salida, entraron en la siguiente habitacin, sacudida por los conjuros que tronaban y hormigueaban por el aire.

*** Triel estaba en un puente alto de la casa Baenre, contemplando Narbondel. El anillo radiante que suba por la imponente columna de piedra marcaba el paso del tiempo en Menzoberranzan. El brillo estaba cerca de la punta del pilar, lo que significaba que el da pronto acabara. No por primera vez, le pareci curioso que una raza a la que haban expulsado del mundo de la luz al menos haca diez mil aos an sealara el paso de los das y las noches a la manera de la gente de la superficie, cuando la noche era eterna e inmutable en la Antpoda Oscura. Pero esto les serva para recordar el transcurrir de los das en el mundo de la superficie. Ayudaba a tratar con aquellos que an respetaban esa costumbre, como los mercaderes que bajaban algn artculo extico y deseable a la Ciudad de la Reina Araa. Pero sos no visitaban mucho Menzoberranzan ltimamente. La guerra era mala para el comercio. La otra pregunta que surgi en la mente de Triel mientras miraba Narbondel y la ciudad era algo menos abstracta: quin vendra en una hora o dos para lanzar los conjuros que renovaban el anillo ardiente de Narbondel? El oficio de archimago an perteneca a su hermano Gomph, desaparecido desde haca ms de diez das, pero los maestros de Sorcere no permitiran que el puesto siguiera vacante durante mucho ms tiempo. Haba descubierto que varios de los maestros ms ambiciosos ya maniobraban por el puesto. Sin duda, Pharaun Mizzrym habra estado entre ellos si se hubiera quedado en la ciudad, pero el recado de Ched Nasad, por fortuna, haba apartado al hroe del momento en Menzoberranzan de la situacin en la que habra sacado ms partido de su fama. Volvi la cabeza, habl a los leales guardias Baenre que estaban a una distancia respetuosa de ella. --Mandad a buscar a Nauzhor --dijo--. Decidle que deseo su consejo en un asunto de importancia. Que venga a la capilla. Triel se dirigi al gran templo de Lloth, que estaba en el centro de la casa Baenre. Su atencin estaba lejos de lo que la rodeaba mientras pensaba en el gran nmero de problemas que se cernan sobre la ciudad desde haca unos meses. Casi estaba agradecida a los duergars por proporcionarle una causa con la que cohesionar el Consejo y, de paso, a las docenas de casas menores que tambin

eran la fuerza de Menzoberranzan. Una victoria en los tneles al sur de la ciudad hara mucho para que se restableciera el dominio de las Baenre. Pero otro contratiempo sera desastroso. Incluso si Baenre continuaba siendo la casa ms rica y poderosa, el Consejo podra considerar conveniente destronarla. Ninguna de ellas en solitario, quiz ni siquiera dos juntas, esperaran vencerla; pero qu pasara si las otras siete del Consejo coincidan en que era el momento de derribar a la ms fuerte? --Lloth nos ampare --murmur Triel y tembl con verdadero miedo. En lo que a nmero de tropas, poder mgico y riqueza se refera, las dems casas siempre haban tenido los recursos para destruir Baenre si decidan unirse. Lo que nunca haban tenido era la bendicin de la diosa para semejante infamia. Si la Reina Araa devolva su atencin a Menzoberranzan y destrua las casas desde la segunda hasta la octava por su presuncin, el da despus de que aniquilaran a la casa Baenre, eso ya no sera de ayuda. Sin la ira de Lloth para detener las ambiciones de las dems grandes casas, un ataque unificado contra Baenre pareca inevitable, no posible. El truco --medit Triel-- es evitar que las dems resuelvan asuntos espinosos como quin ser la primera casa despus de la cada de Baenre, y tentar a algunas de las menores con los puestos de las grandes. Si se convenca a casas como Xorlarrin o Agrach Dyrr de que ascenderan ms rpido ayudando a Baenre contra una conspiracin de Barrison Del'Armgo y Faen Tlabbar de lo que lo haran en el caso de que se volvieran contra la primera casa, entonces Baenre resistira casi cualquier amenaza de sus vecinas. Se detuvo en la puerta de la capilla, examin la idea con intenso disgusto. Tena la sensacin de que la casa Baenre necesitaba aliadas? La vieja matrona Baenre no haba gobernado con el consentimiento de todas. Haba gobernado la ciudad porque era tan fuerte que nadie pensaba en resistirse a su voluntad. Triel frunci el entrecejo e hizo un gesto a los guardias de la capilla, que abrieron las puertas y le hicieron una reverencia. Su hermana Sos'Umptu la esperaba en la capilla. Sos'Umptu tena la altura de Quenthel, pero segua el ejemplo de la juiciosa reserva de Triel, en oposicin a la vehemencia de Quenthel o de su hermana Bladen'Kerst. Sos'Umptu posea una insidia calculadora y

deliberada que mantena refrenada. Nunca iniciaba una pelea que no fuera capaz de ganar. Baj los ojos brevemente, el mnimo gesto de respeto que la posicin de Triel exiga y alz la cabeza. --Hay noticias del ejrcito, hermana mayor? --pregunt con voz suave. --An no. Zhal'terra me dice que Mez'Barris ha enviado una pequea fuerza para que se adelante y tome ese paso estratgico en el camino del ejrcito duergar, lo que parece bastante atinado. El resto del ejrcito de la Araa Negra los sigue lo ms rpido que puede. --Es una situacin difcil. No s si deberas haber dirigido el ejrcito en persona. Triel frunci el entrecejo. No estaba acostumbrada a que sus actos se analizaran en pblico, pero si era incapaz de sobrevivir a la crtica de su familia, cmo podra atemorizar a las dems matronas? --Dada la inusual situacin --respondi Triel--, cre que sera ms inteligente permanecer cerca de la ciudad. --Quiz. El problema es simple, por supuesto; si les vencen, la culpa recaer sobre ti. Si el ejrcito triunfa, convertirs a Mez'Barris Del'Armgo en una herona. --As como a Zal'therra y Andzrel --seal Triel--. Admito que tengo ms que perder, pero por ahora no pensar en ello. Examin la capilla, levant la mirada hacia la gran imagen mgica que representaba a la Reina de las Araas. Mientras Sos'Umptu observaba, Triel rindi una reverencia automtica. --No has observado los ritos de la diosa como deberas durante los ltimos diez das --dijo Sos'Umptu. La diosa no nos ha observado a ninguna desde hace ms tiempo, se descubri pensando Triel. Apart apresuradamente la idea blasfema de su mente, horrorizada de que tamaa irreverencia fermentara en su mente. Mantuvo la calma exterior con la facilidad que daba una larga prctica y volvi a centrarse en su hermana. --Nos enfrentamos a un reto ms --dijo Triel--. Los maestros de Sorcere claman por que haya un sustituto para Gomph. La casa Baenre ha situado archimagos en el trono de Sorcere a su antojo durante muchos siglos, pero esta vez, sopeso la posibilidad de apoyar al candidato de otra casa para el puesto. Podra ser... conveniente.

--Buscas mi consejo? --dijo Sos'Umptu, que abri ligeramente los ojos. --Como Gomph se ha ausentado, y Quenthel est muy lejos, descubro que los hijos de mi formidable madre son pocos. Muy pocas hembras, y an menos varones, comprenden las lecciones que nos ense madre --resopl Triel, irritada--. Bladen'Kerst no entiende nada que no sea la fuerza y la crueldad, y Vendes es slo un asesino. Necesito una mente afilada, sutil, entrenada por mi madre, y descubro que he permitido que hayas estado confinada en esta capilla durante demasiado tiempo. --Triel se acerc medio paso y endureci su expresin--. Debes entender que me aconsejas cuando a m me apetece y no confundas consideracin por indecisin. No tolerar que cuestiones mi derecho a gobernar. --Muy bien --dijo Sos'Umptu despus de asentir--. Creo que deberamos aceptar que Gomph ha sido asesinado. No habra abandonado sus deberes a la ligera, y hay al menos dos razones para su muerte. O queran atacar al mismo archimago o queran atacar al principal mago de la casa Baenre. Si ha ocurrido lo primero, bueno, cualquiera que se convierta en el siguiente archimago sera el culpable, o el siguiente blanco. Pero por qu deberamos apresurarnos a situar un mago Baenre ms dbil que Gomph en esa posicin, cuando se corre el riesgo de que perdamos a cualquiera que nombremos? --No me gusta la idea de dar un puesto tan importante a otra familia, pero an menos perder a otro mago experto --medit Triel--. En especial cuando podramos forjar lazos ms fuertes con otra casa si alentamos a su candidato, el cual pasara a ser entonces el blanco de aquel que ha sido lo bastante fuerte para destruir a Gomph. --No comprendo --respondi Sos'Umptu--. Buscas aliados? --Me parece que haramos bien en aliarnos con una gran casa de rango medio, quiz dos --dijo Triel--. Parece una precaucin atinada contra cualquier esfuerzo de la segunda o tercera casa para impedir que el resto haga causa comn contra nosotras. --Crees que las cosas estn tan peligrosas como para hacer eso? --dijo Sos'Umptu mientras se acariciaba la barbilla --. Madre nunca hubiera aceptado semejante cosa. --Madre viva en tiempos diferentes --dijo Triel--. No me vuelvas a comparar con ella. Triel clav los ojos en su hermana hasta que la sacerdotisa baj la mirada. Sos'Umptu era lista, pero no fuerte. Si una sus fuerzas a

Quenthel, o conspiraba con los primos ms capaces como Zal'therra, sera una amenaza para Triel, pero hasta entonces se poda confiar en ella; dentro de un lmite. --Qu pasa si el asesinato de Gomph ha sido un ataque contra la casa Baenre --pregunt Triel--, y no slo el medio de dejar vacante el puesto de archimago? --En ese caso, sera muy aconsejable nombrar a otro mago Baenre. Si no lo hacemos, pareceramos dbiles, y si las dems casas perciben que somos vulnerables, estaran tentadas a intentar lo que temes. --Tus consejos no me dan mucho consuelo, Sos'Umptu --dijo Triel entre dientes--. Y estoy preocupada, no asustada. --Hay otra posibilidad --dijo Sos'Umptu--. Retrasa el nombramiento. Mantn que Gomph an es archimago de Menzoberranzan durante tanto tiempo como sea posible. Y propaga el rumor de que le has enviado a una misin especial y que no volver en un tiempo. Cuanto ms lo retrases, ms probable es que se aclaren las circunstancias de su desaparicin. Si el ejrcito de la Araa Negra sale victorioso de los tneles del sur, entonces tu posicin resultara lo bastante fortalecida para que pudieras hacer lo que desearas con el puesto de archimago. Triel asinti. Era un consejo atinado. Aunque odiaba admitir que si Lloth continuaba negndole los conjuros, podan disputarle el liderazgo de la casa, no sera equivocado empezar a fortalecer sus lazos con Sos'Umptu. Necesitara a todas las hermanas que pudiera conseguir. La puerta de la capilla se abri, y entr un gordinfln vestido con ropas elegantes. Pareca un gato casero al que le haban dado mucho de comer. Nauzhor Baenre era el primer primo de Triel, el hijo de una de las sobrinas de su madre. Su mejor amiga, una araa peluda tan bien alimentada como el mismo mago, estaba sobre el hombro de Nauzhor. Era un maestro de Sorcere, el nico Baenre as reconocido, aparte del viejo Gomph, y tena reputacin de ser un abjurador con algo de talento. Ms joven que Gomph, tena el hbito de mantener una despreocupada sonrisa que haca difcil calibrar lo que pensaba. Por mucho que lo intentara, Triel era incapaz de imaginrselo con las ropas del archimago de Menzoberranzan. --Me has mandado llamar, matrona? --Voy a informar --dijo Triel-- de que mi hermano Gomph est ocupado en una misin de gran importancia y secreta, y de que

volver a asumir sus deberes como archimago de Menzoberranzan a su debido tiempo. Entretanto, voy a permitir a los maestros de Sorcere que designen a un sustituto para atender las responsabilidades de ese puesto. Apoyars al mejor candidato de la casa Xorlarrin o de Agrach Dyrr. La sonrisa satisfecha de Nauzhor desapareci. --Matrona --tartamude--... Haba... pensado que quiz yo debera asumir el... --Eres el par de Gomph, Nauzhor? --pregunt Triel. El abjurador poda tener una apariencia blanda, pero sus ojos traicionaban una mente dura y calculadora, y tambin pragmtica. --Si fuera el par del archimago, matrona, ya le habra retado por su ttulo. --Pens un momento, mientras extenda la mano para acariciar la araa que descansaba en su hombro --. Con el tiempo espero igualar y quiz superar sus habilidades, pero debo estudiar el Arte durante muchos aos antes de considerarme su igual. --Como pensaba. Entonces consideraba que --dijo Triel-- al que ingeni la desaparicin de Gomph es muy probable que le duraras muy poco si presumieras de llamarte archimago de Menzoberranzan. Llegar el da en que consigas tu ambicin, primo, pero ese da no es hoy. --S, matrona. Har lo que me ordenes --respondi despus de no dudar en hacer una reverencia. --Ahora actas como el mago de la casa Baenre, Nauzhor. Si resulta que mi hermano est muerto, asumirs el puesto, pero por ahora necesito tus conjuros y consejo. Pon en orden tus asuntos en Sorcere. Har que traigan tus efectos personales aqu. --Gracias por tu confianza en mis habilidades, matrona --dijo Nauzhor despus de una genuflexin. --Mi confianza en tus habilidades llega exactamente hasta aqu, primo: procura que no te maten --dijo Triel--. A partir de ahora, cualquier varn con la mnima aptitud para la magia de la casa Baenre es tuyo, para que lo entrenes. Necesitamos un grupo de magos habilidosos que igualen a los de Del'Armgo o Xorlarrin. --Semejante reunin de talentos no se consigue de la noche a la maana, matrona. Costar aos igualar la fuerza de Xorlarrin en la hechicera. --Entonces es un trabajo que es mejor empezar de inmediato. Triel estudi al corpulento mago, y descubri que tena la esperanza de que el futuro de la casa no residiera en sus grasientas

manos. --Hay una cosa ms, Nauzhor --dijo mientras el mago se alejaba--. Considralo tu primera tarea como mago de la casa. --Triel se acerc y clav los ojos en los suyos, retndolo a que se riera en su cara--. Descubre qu le ha pasado a mi hermano. *** Ryld corri por un pasillo corto y curvado. Jezz y Valas le pisaban los talones. Danifae ayudaba a Quenthel a caminar tras ellos. El maestro de armas sigui el pasillo a la derecha y sali a una especie de gran saln. El contemplador flotaba all. Era una gigantesca monstruosidad con la forma de un orbe quitinoso de casi dos metros de dimetro. Sus diez ojos se retorcan mientras lanzaba un conjuro tras otro a Pharaun y Jeggred. El mago estaba revestido de un globo de energa mgica, alguna clase de hechizo defensivo que lo protega mientras devolva conjuro por conjuro al monstruo. Jeggred estaba inmvil, la cara agarrotada en una mueca mientras forcejeaba para quitarse de encima la influencia de algn hechizo pernicioso. --Obstinados microbios! --exclam el contemplador cuando advirti a Ryld y a los dems--. Dejadme en paz! La criatura flot a travs de una arcada. Se retiraba hacia otra parte de su guarida. Pharaun se volvi con cautela hacia los dems. Una parte de sus ropas estaba acribillada a agujeros humeantes. Algn tipo de cido le haba quemado. --Ah, veo que mis respetables compaeros al fin han decidido unirse a m --coment--. Excelente! Tena miedo de que os perdierais el placer de arriesgar la vida contra un enemigo homicida. --Qu le pasa a Jeggred? --consigui decir Quenthel. --Lo atrap con algn tipo de conjuro de parlisis, y he gastado toda mi magia disipadora en el duelo. Si puedes liberarlo, por favor hazlo. No me gustara ser egosta y quedarme con el contemplador para m solo. --Cllate, Pharaun --dijo Danifae con voz spera--. Tenemos que acabar rpido con el contemplador. Hay un demonio de la sima y una docena ms justo a nuestra espalda, y estamos a punto de acabar atrapados entre los dos. El mago hizo una mueca. Un brillo peligroso apareci en sus

ojos cuando mir a Danifae y luego a Jezz el Cojo. --Si tu tomo de magia causa tantos problemas, quiz deberamos quedrnoslo --observ el maestro de Sorcere. --Tzirik no compartir los resultados de sus adivinaciones con vosotros si nos traicionis --dijo el Jaelre--. Decide lo que es ms importante para ti, besa araas, y hazlo rpido. --Para, Pharaun --dijo Ryld. Se acerc a donde estaba paralizado Jeggred, y puso a Tajadora junto al draegloth para romper el hechizo que lo tena inmovilizado. El semidemonio parpade y frunci el entrecejo mientras se enderezaba despacio. --Cada problema a su tiempo --continu Ryld--. Tienes algn conjuro que detenga a los demonios el tiempo suficiente para vencer al contemplador? --No --contest el mago--, estarn sobre nosotros en un momento, y eso ser todo un problema, no? El... espera un momento, tengo una idea. No detendremos a los demonios. De hecho, los dejaremos entrar. El poder infernal cruja en la habitacin que haba detrs de ellos. --Eso es el demonio de la sima, que est destruyendo mi muro --dijo Jezz--. Explcate rpido, menzoberranio. Pharaun empez a pronunciar un conjuro mientras agitaba las manos con los gestos arcanos para controlar la magia. --No os resistis --les dijo a los dems--. Ah, ya estamos. Os he cubierto con un velo de ilusin. Ahora todos somos demonios. Ryld pase la mirada sobre su cuerpo y no vio nada diferente, pero cuando la levant, vio que estaba en medio de un grupo de demonios erizados de pas. Recul un instante y advirti que los dems demonios tambin daban un respingo. Dbilmente, como escondidos tras un velo vaporoso, vio las formas naturales de los dems elfos oscuros bajo su exterior escamoso. --Veo a travs de la ilusin. --S, pero t sabes lo que hay que ver --dijo el demonio que estaba donde Pharaun--. Esto debera crear cierta confusin a nuestros enemigos, pero tenemos que movernos rpido. Y que los demonios se confundan con nosotros. El mago avanz hasta el otro lado de la habitacin, siguiendo al contemplador, y el resto del grupo fue tras l. Se afanaban tras Pharaun mientras los aullidos de los demonios perseguidores se oan

por el corredor que haba a sus espaldas. Subieron por una escalera de caracol y encontraron al contemplador. Les esperaba en lo que pareca una gran sala del trono. El monstruo vacil cuando el grupo irrumpi camuflado por la apariencia demonaca. --Los elfos oscuros no estn aqu --dijo el contemplador con voz rasposa--. Buscad en el resto de la torre. Tenis que encontrarlos! --Lo siento pero ests equivocado --dijo Pharaun con una carcajada y le lanz un relmpago que quem una parte de su piel quitinosa. Al mismo tiempo, Valas dispar un par de flechas que se hundieron en su cuerpo acorazado mientras Ryld, Jeggred y Danifae lo atacaban. La criatura se recuper de la sorpresa con increble celeridad. Se volvi para lanzar sobre los drows sus rayos mortales y sus conjuros. A Jeggred lo sac de la habitacin con un rayo telecintico, mientras Danifae tuvo que tirarse al suelo para evitar el barrido incandescente de un rayo de desintegracin. Ryld dio tres pasos al frente antes de que al menos tres de sus ojos se dieran la vuelta, lo detectaran y lo hostigaran con ms conjuros. Un abanico de rayos de energa incandescentes sali disparado para hacer frente a su carga, y le alcanzaron el torso como si se tratara del martillo de guerra de un enano. Ryld solt un gruido de dolor y cay al suelo. En ese momento, un aluvin de demonios subi por la escalera y se dispers por la habitacin. En media docena de latidos de corazn, la escena se convirti en un completo caos. Mientras los demonios se agolpaban en la habitacin, algunos lanzaban miradas de enfado al contemplador, otros se detenan confusos, sorprendidos de ver que tantos de sus semejantes ya estaban en la habitacin. --El contemplador est compinchado con los elfos oscuros! Matadlo! Comeos sus ojos! --chill Danifae desde el suelo. Los demonios se detuvieron lo suficiente para que el contemplador causara estragos con sus conjuros en los que iban al frente. Pero acabaron echndosele encima. Garras duras como la piedra araaron al contemplador, mientras los demonios explotaban bajo los rayos de fuego blanco o se desmoronaban en pedazos de piedra sin vida gracias a los rayos mortales del contemplador. Ryld estuvo a punto de saltar y enfrentarse de nuevo al monstruo, pero capt el gesto de cautela de Pharaun y fingi estar herido. La estrategia del mago era brillante; dejar que el contemplador y los demonios lucharan, y as se destruiran entre

ellos. --Dbiles mentales! --sise el contemplador--. Los elfos oscuros os han engaado! Sin embargo, infligi una terrible devastacin con sus conjuros y rayos mientras intentaba repeler el ataque de los demonios. El hedor de la carne quemada y la sensacin extraa de la magia mortfera llen la atmsfera. Un sentimiento de palpable injusticia revolote en el corazn de Ryld, y un gigantesco demonio de la sima subi a la sala. El poderoso demonio era tan alto como dos drows, su torso lleno de msculos, sus inmensas alas negras lo vestan como si fueran una capa de gloria oscura. Capt la escena con una mirada maligna, y el corazn de Ryld sufri un sobresalto cuando se dio cuenta de que al poderoso demonio no le engaaba la ilusin de Pharaun. Con un gesto casi mecnico el enorme demonio conjur un orbe de fuego negro en una garra y lanz la siniestra explosin a Pharaun. La mancha negra deton con un tremendo estallido de malvadas llamas que sacudi la torre hasta sus cimientos y lanz a Pharaun por los aires mientras lo achicharraba, al tiempo que los demonios menores y los drows salan volando como bolos. --Estn aqu mismo! --bram la criatura con una voz atronadora como una forja--. Destruid a los elfos oscuros! El demonio de la sima empez a invocar otro estallido infernal, pero Jeggred (an con su aspecto demonaco) se arroj al costado del poderoso demonio, araando y desgarrando presa de la furia. El gran demonio rugi de rabia, mientras se tambaleaba por la carga del draegloth. --El dulce caos de Lloth --murmur Ryld. Qu era ms peligroso, el mago contemplador o el demonio de la sima? El contemplador an destrua a todo demonio que vea, drow enmascarado o no, y muchos de los aclitos del demonio de la sima ya haban cado. El demonio de la sima aporreaba y atacaba a Jeggred, que aguantaba lo mejor que poda. El maestro de armas recorri con la mirada a los dos enemigos, vacil slo un momento y se decidi. Silencioso como una flecha que susurrara en la oscuridad, Ryld se puso en pie y salt, iba a asestar un tajo al cuerpo esfrico del contemplador. El monstruo lo detect al instante y lanz un relmpago en su direccin, pero lo esquiv y sigui adelante. Otro ojo se centr en l, y el ronroneo del contemplador se torn un sonido horrible y mortal. En vez de esperar

a descubrir qu conjuro le lanzara el monstruo con ese ojo, Ryld salt, cercenando el tentculo con la brillante hoja de Tajadora. El canturreo del contemplador se transform en un penetrante grito de dolor. El monstruo se volvi para enfrentarse a Ryld con las mandbulas abiertas, pero el maestro de armas apunt y seccion otro ojo antes de saltar bajo la hinchada esfera del cuerpo de la criatura suspendida en el aire. Ninguno de los ojos del contemplador era capaz de mirar debajo de su cuerpo. Puso una rodilla en tierra y empuj a Tajadora hacia la parte inferior del monstruo. Unos borbotones de sangre negra fluyeron por la hoja, y el enorme monstruo se estremeci y grit de nuevo. --Bien hecho! --grit Jezz. El renegado Jaelre empez a pronunciar palabras arcanas. Sus manos tejan dibujos msticos. Un proyectil de cido hirviente quem otro ojo del cuerpo del contemplador mientras el monstruo se retorca en su agona. Ryld liber la espada y rod a un lado mientras el contemplador intentaba aplastarlo bajo su peso. Se encontr mirando la parte delantera del cuerpo, donde antes estaba el gran ojo central bajo un caparazn blindado. El ojo central no era ms que una cuenca vaca. El maestro de armas rememor una vieja leccin: un contemplador que deseaba aprender magia tena que quitrselo. Los ojos menores se agitaban, intentaban enfocar a Ryld. El maestro de armas vio la oportunidad y el blanco al mismo tiempo. Con un salto veloz hundi a Tajadora como una lanza a travs de la cuenca vaca. sta se clav en el extrao cerebro de la criatura. Con torva determinacin meti y sac el mandoble, lo movi de un lado a otro, mientras la sangre negra sala a chorros. El contemplador se estremeci y cerr las mandbulas. Los agitados ojos que le quedaban colgaban flcidos, mientras descendan desmayadamente hacia el suelo. Ryld levant la mirada y vio que otro demonio se acercaba hacia l. Por lo que pareca haba descubierto su verdadera apariencia. Ryld sac la espada corta para destripar al demonio cuando se le echaba encima. El monstruo lo lanz al suelo, su sangre infecta se derram sobre l. Ryld hizo una mueca de asco y se quit el cuerpo de encima, mientras con una mano arrancaba la espada corta del abdomen de la criatura y con la otra liberaba a Tajadora de la cuenca del contemplador mago. Sacudi la cabeza para librarse de la sangre

que le cubra los ojos. Cerca de la entrada de la sala, Jeggred cay al suelo gracias a otro conjuro terrible del demonio de la sima, una rugiente columna de fuego que ennegreci el pelaje del draegloth y que lo habra incinerado si no fuera por su innata resistencia al fuego. Jeggred chill mientras rodaba a un lado. Intentaba sofocar los ardientes rescoldos, pero el demonio de la sima lo segua para atacarlo de nuevo. Danifae apareci frente a l y le asest un fuerte golpe que le rompi la rtula. El demonio se tambale y agit las alas para recuperar el equilibrio; Valas le hundi tres flechas en la espalda, que se clavaron hasta las plumas entre los omoplatos del demonio. Ryld avanz con cuidado. Se preparaba para enfrentarse tambin al demonio, pero Pharaun, lleno de ampollas y humeante, se levant del lugar donde lo haba tirado la bola de fuego y descarg una rociada brillante de colores irisados que alcanz al monstruo cuando se volva para enfrentarse al arquero. Un rayo verde provoc una herida negra y profunda en el centro del torso del demonio, mientras un virulento rayo amarillo explotaba al rozar la cadera del demonio. La criatura trastabill hacia atrs dos pasos y se desplom. Era un cadver humeante. En la sala se hizo el silencio mientras los ecos de la atronadora cada se desvanecan. Pharaun se levant lentamente, con un brazo apretado contra el cuerpo. Una mano y parte de su cara estaban en carne viva, debido al fugaz contacto del rayo de desintegracin del contemplador, mientras sus ropas humeaban por los efectos de la bola de fuego negra que le haba lanzado el demonio de la sima. Los dems elfos oscuros se fueron relajando y, sorprendidos, lanzaban miradas a su alrededor al no encontrar ms enemigos en la habitacin. Quenthel sac la varita de Halisstra, que empez a usar para sanar sus heridas, murmurando oraciones mientras usaba el objeto. --Eso --dijo Pharaun-- no era fcil. Deberamos haber exigido algo ms a los Jaelre por nuestros servicios. --Viniste a nosotros, besa araas --dijo Jezz. Se acerc para examinar el cuerpo del contemplador, que estaba en los escalones de la antigua tarima. Valas y Danifae lo siguieron, ambos con la mirada puesta en la escalera que estaba a su lado. --Dispersaos y buscad el libro --dijo el Jaelre--. Tenemos que localizar el Geildirion y salir antes de que todos los demonios de

Myth Drannor caigan sobre nosotros. Jezz sigui su consejo al instante, y registr de arriba abajo varias mesas de trabajo y revolvi las estanteras con pergaminos que haba al fondo de la habitacin. Ryld se sent en un escaln y empez a limpiar la sangre de la hoja de Tajadora. Estaba exhausto. Jeggred, por otra parte, se lanz a la bsqueda, lanzando pesados trozos de muebles en desuso y tirando estanteras. A Ryld se le ocurri que el draegloth sera incapaz de encontrar lo que el contemplador haba guardado como un libro valioso bajo los restos de un viejo divn polvoriento, aunque eso pareca mantener ocupado al medio demonio. Ryld se conform con mantenerse alejado del draegloth. --Quietos todos! --dijo Pharaun con aspereza. El mago lanz un conjuro y empez a volverse despacio. Examinaba la sala con atencin. El resto del grupo, incluido Jezz, detuvo su apresurado registro y lo observ con impaciencia. Pharaun pase la mirada ante Jeggred. Valas se detuvo cuando estaba delante de una pared vaca. Mostr una sonrisa depredadora. Era evidente que estaba complacido consigo mismo. --He vencido las defensas de nuestro difunto adversario --dijo--. Esa pared es una ilusin que esconde una antecmara. Gesticul de nuevo, y parte de una pared que no estaba muy lejos de Ryld desapareci de sopetn, mostrando una alcoba grande con estanteras desvencijadas atestadas de viejos tomos y pergaminos. Jezz salt con torpeza hacia la estantera y empez a coger todos lo textos. --Ryld, Jeggred, montad guardia --dijo Quenthel. Se enderez, y la mirada de asombro de sus ojos desapareci, aunque frunci el entrecejo cuando dej la varita de curacin en la mochila --. Valas, arrambla con el oro y las joyas del contemplador. No hay motivo para dejar el botn, y nunca se sabe cundo lo necesitaremos. --Mir al hechicero Jaelre, que estaba con un gran tomo cubierto de escamas verdes--. Bueno, maese Jezz, es se el libro que deseabas recuperar? Jezz sopl el polvo de la cubierta y pase sus delgados dedos sobre la piel spera. Sonri, su bella cara mostr regocijo. --El Geildirion --suspir--. S, es ste. Tengo lo que vinimos a buscar. --Bien --dijo Quenthel--. Salgamos de aqu mientras podamos. Creo que ya tenemos todo lo que hay de valioso en este lugar.

_____ 17 _____ Halisstra estaba sentada en un banco, junto a una ventana, en el aposento dispuesto para ella, tocando las cuerdas de la lira de hueso de dragn. Llevaba confinada all dos das y haba descubierto que empezaba a estar algo ms que cansada de su encierro. Me pase lo que me pase en esta aventura --se prometi--, a m no me encarcelan de nuevo. Haba esperado que la torturaran, que aplicaran magia o algo peor durante el interrogatorio, pero Tzirik pareca que confiaba en su palabra. Muchos drows aprovecharan la oportunidad de torturar a un prisionero sin importar si era sincero o no, cosa que induca a pensar a Halisstra que Tzirik esperaba a hablar con Quenthel y los dems antes de hacer algo que los enfureciera. Halisstra no pensaba que la matrona de Arach-Tinilith y sus camaradas atemorizaran a toda la casa, pero era posible que su arrojo hubiera persuadido a Tzirik de que no se buscara problemas sin una buena causa. Mir por la estrecha ventana enrejada. El amanecer se acercaba. El cielo ya resplandeca en el este, aunque el sol an no haba salido. Halisstra distingua el interminable bosque de Cormanthor, que se extenda kilmetros y kilmetros. Una llamada a la puerta la sobresalt, seguida por el tintineo de unas llaves en la cerradura. Mir a su alrededor y se levant cuando Tzirik entr en la habitacin, vestido con una esplndida capa roja y negra de cuello alto. --Matrona Melarn --dijo, con una reverencia obsequiosa--, tus camaradas han vuelto. Si vienes conmigo, veremos si tenan una buena razn para abandonarte en el bosque del Mundo de la Superficie. --Lo han conseguido? --pregunt Halisstra despus de dejar la lira. --Lo han conseguido, por lo que voy a dejarte a tu entera libertad. Si hubieran fallado, planeaba usarte como rehn para obligarlos a intentarlo de nuevo. Resopl divertida, y el clrigo la acompa fuera de la habitacin. La condujo por los elegantes salones y pasillos de Minauthkeep. Un par de guerreros Jaelre les seguan los pasos,

vestidos con corazas teidas de verde y marrn, y con espadas cortas al cinto. Llegaron a una capilla pequea, decorada con los colores de Vhaeraun y all encontraron a Quenthel, Danifae y el resto del grupo. --Veo que habis sobrevivido a los rigores de Myth Drannor y estis aqu para contarlo --dijo Tzirik a modo de saludo--. Como veis, parece que encontr algo vuestro, igual que vosotros habis encontrado algo mo. Halisstra estudi las caras de sus antiguos compaeros. La mayora mostraban algo de sorpresa; una ceja levantada, un intercambio de miradas. Ryld le dedic una clida sonrisa antes de bajar la mirada y mover los pies con nerviosismo, mientras Danifae avanz para asirle la mano. --Matrona Melarn --dijo--. Pensamos que te habamos perdido. --Lo estaba --respondi Halisstra. Se sorprendi al descubrir lo aliviada que se senta de volver entre sus antiguos compaeros (aunque fueran intrusos de una ciudad rival), y su calculadora prisionera de guerra. Danifae no sera nunca ms un adorno de Halisstra, pero el conjuro del vnculo an estaba ah, lo que la converta en el nico aliado que le quedaba. --Dnde has estado? --pregunt Quenthel. --Me retuvieron varios das para convertirme a la religin de Eilistraee, si puedes crertelo --respondi Halisstra--. Lloth me brind la oportunidad de matar a dos de las sacerdotisas y escap. Aunque su corazn se hinchaba de orgullo por el logro, Halisstra descubri que estaba un poco decepcionada por los resultados de su traicin. No era una extraa en el oscuro arte de la traicin, pero le pareca que slo haba hecho lo que poda esperarse de ella. --Sin duda, la gente de la superficie te dej libre para ver en lo que andabas metida --dijo Quenthel--. Es un viejo truco. --Tambin lo pensamos nosotros --dijo Tzirik--. Sin embargo, investigamos la historia de la matrona Melarn y descubrimos que era verdad. Es casi cmica la ingenuidad de nuestras hermanas del culto de Eilistraee. --Hizo una pausa y se frot las manos--. Sea como sea, Jezz me informa de que le habis ayudado a recuperar el libro que necesitbamos. --Ayudado? --gru Jeggred. --Su tarea era traer el libro --respondi Tzirik--, no luchar contra los habitantes de Myth Drannor. --Ya tienes tu libro --dijo Quenthel. Pas por alto los gruidos de

Jeggred, cruz los brazos y clav los ojos en Tzirik--. Ests dispuesto a cumplir tu parte del trato? --Ya lo he hecho --respondi el clrigo. Levant la mirada hacia la imagen de bronce de la pared e hizo una pequea genuflexin --. Tanto si volvais vivos como si no, pretenda consultar con el Dios Oscuro y descubrir por m mismo qu pretende Lloth de vosotros. Vuestra historia me inquiet bastante. Quenthel, frustrada, hizo rechinar los dientes. --Qu descubriste? --consigui decir. Tzirik sabore la informacin que tena y respondi con una deliberada sonrisa mientras se alejaba del grupo y tomaba asiento en el pequeo estrado que haba a un lado de la capilla. --En esencia vuestra historia es cierta --dijo--. Lloth no otorga conjuros a sus sacerdotisas, ni responde a splicas. --Eso ya lo sabamos --observ Pharaun. --Pero yo no --contest el clrigo--. En cualquier caso, parece que Lloth se ha parapetado dentro de su dominio en el Abismo. Se niega al contacto no slo con sus sacerdotisas, si no con todos los seres mortales y divinos, lo que explicara por qu los demonios que conjuraste para saber sobre la Reina Araa eran incapaces de ayudarte. Los menzoberranios se quedaron en silencio. Estaban sopesando la respuesta de Tzirik. Halisstra tambin estaba desconcertada. --Por qu hara eso la diosa? --se pregunt en voz alta. --Para ser sincero, admitir que Vhaeraun o no lo sabe o no desea que lo sepa --dijo Tzirik. Centr la mirada en Halisstra--. Por el momento, el capricho divino parece una explicacin tan buena como cualquier otra. --Est... viva? --pregunt Ryld en voz baja. Quenthel y la otra sacerdotisa lanzaron miradas de enfado al maestro de armas, pero ste continu--: Lo que quiero decir es, la ha matado otro dios, o ha enfermado, o la han encarcelado contra su voluntad? --Si tuviramos esa suerte --dijo Tzirik, con una carcajada--... No, Lloth an vive, sin embargo deberas definir qu significa que una diosa est viva. Si se ha encerrado ella misma en la Red de Pozos Demonacos o lo ha hecho otro poder, Vhaeraun no lo dijo. --Cundo terminar esta situacin? --pregunt Halisstra. --De nuevo, Vhaeraun o no lo sabe o no desea que lo sepa --dijo Tzirik--. Una pregunta mejor sera acabar? La respuesta a eso

es s, acabar con el tiempo, pero antes de que os consolis demasiado con eso, debo recordaros que una diosa puede tener un sentido diferente de lo que nosotros consideraramos una espera razonable. El Seor Oculto podra referirse a algo que suceder maana, el mes que viene, el ao siguiente o quiz dentro de un siglo. --No podemos esperar tanto --murmur Quenthel. Su expresin era distante, pensaba en los sucesos de la lejana Menzoberranzan --. Debemos tomar una decisin. --Entonces aceptad el culto de una deidad ms compasiva --respondi Tzirik--. Si estis interesados, sera un placer adoctrinaros en las virtudes del Seor Oculto. Quenthel se encresp, pero mantuvo la boca cerrada. Lo que era una proeza para la sacerdotisa Baenre. --Me niego --dijo--. Tiene algn otro consejo para nosotros el Seor Oculto, clrigo? --De hecho, s --respondi Tzirik. Se movi en el asiento y se inclin hacia adelante para dirigirse a Quenthel --. stas son las palabras exactas que me dijo, as que tomad nota de ellas. Los hijos de la Reina Araa deban buscarla para encontrar respuestas. --Pero ya lo hacemos --grit Halisstra--. Todos nosotros, pero no nos escucha. --No creo que fuera eso --dijo Danifae--. Creo que Vhaeraun sugiere que no descubriremos nada ms a menos que vayamos a la Red de Pozos Demonacos y supliquemos a la diosa en persona. Tzirik permaneci en silencio y observ a los menzoberranios. Quenthel paseaba en crculos, sopesando la idea. --La Reina Araa requiere cierta dosis de iniciativa y de seguridad en sus sacerdotisas --dijo la matrona de Arach-Tinilith--, pero adems pide obediencia. Ir a su morada divina para pedir respuestas... A Lloth no le gustara semejante atrevimiento. Halisstra permaneci en silencio, pensaba con rabia en lo que Tzirik sugera. Aventurarse en otros planos de la existencia no le era desconocido, por supuesto. El conjuro de Pharaun haba llevado al grupo por el Plano de las Sombras, despus de todo, y haba muchos ms universos que alcanzaran mortales pertrechados con la magia correcta, una multitud de cielos e infiernos, maravillas y terrores ms all de los confines del mundo fsico, pero la idea de intentar un viaje as, sin la invitacin explcita de Lloth, aterrorizaba a Halisstra.

--Los castigos por no comprender la voluntad de la diosa en este asunto seran graves --dijo Halisstra. --No acabamos de or la voluntad de la diosa? --pregunt Danifae--. Nos gui hasta este lugar y esa respuesta a su silencio es tan clara como si la hubiera grabado en nuestros corazones. Podra enojarse si fracasamos en esto. Halisstra estaba acostumbrada a una sensacin de seguridad cuando llegaba el momento de interpretar los deseos de la Reina Araa. Antes de que el silencio divino cayera sobre las sacerdotisas de Lloth, conoca los extraos susurros de la diosa en su mente. No ocurra a menudo, por supuesto (slo era una sacerdotisa, y a Lloth la servan innumerables miles), pero saba cmo comprender hasta en lo ms profundo de su ser qu deseaba la Reina Araa y cmo lo lograra. Halisstra no senta nada. La voluntad de Lloth, evidentemente, era que deba averiguarlo por ella misma. Halisstra levant la mirada, la pos donde colgaba la mscara de bronce de Vhaeraun. Lo ajeno del lugar pareca palpable, una expresin tangible de todo lo que haba perdido. En vez de estar ante el antiguo altar del orgulloso templo de la casa Melarn, la divina certeza de Lloth resonando en su alma mientras ejecutaba los ritos de sacrificio y humillacin que exiga la Reina Araa, estaba sola, perdida. Era una entrometida en el templo de un falso dios, mientras buscaba a tientas una seal que desvelara las intenciones de Lloth. Se imagin ante Lloth, su alma desnuda para su diosa, sus ojos cegados ante la visin de la oscura gloria de Lloth, sus odos ensordecidos por el sonido de la sibilante voz de la Reina Araa... Quiz era demasiado osado creer que Lloth disipara sus dudas, que proporcionara respuestas a sus preguntas y un blsamo para su corazn herido, pero descubri que no le importaba. Si Lloth decida apartarla, castigarla, lo hara; pero entonces, por qu haba destruido Ched Nasad y la casa Melarn si no era para llevarla ante ella y recibir su splica? --Estoy de acuerdo con Danifae --dijo al fin--. No veo qu puede significar eso que no sea convocarnos ante el trono de la diosa. Encontraremos las respuestas en su presencia. --Interpreto su voluntad del mismo modo, hermanas --dijo Quenthel despus de asentir--. Debemos ir a la Red de Pozos Demonacos. Ryld y Valas cruzaron miradas de preocupacin. --Una visita al sexagsimo sexto plano del Abismo --dijo

Pharaun--... Bueno, he soado con ese lugar. Sera interesante ver si la realidad corresponde a mi sueo de hace aos, aunque tengo que decir, que no me deleita la idea de encontrarme con Lloth en persona. Destroz mi alma cuando tuve esa visin. Me cost meses recuperarme. --Quiz deberamos regresar a Menzoberranzan e informar de lo que hemos descubierto antes de dejar llevarnos por el impulso... --terci Ryld. Era evidente que estaba alarmado ante la perspectiva de descender a los reinos infernales. --Ahora que comprendo la voluntad de la diosa, no deseo postergar el cumplimiento de su voluntad --dijo Quenthel--. Pharaun puede usar su conjuro para informar a Gomph de nuestras intenciones. --Ms concretamente --dijo Valas--, cmo consigue uno llegar a la Red de Pozos Demonacos? --Adora a Lloth toda tu vida --respondi Quenthel, con una mirada oscura que nublaba sus ojos--, luego muere. Halisstra ech una breve ojeada a la suma sacerdotisa y luego al explorador. --Si la diosa nos concediera sus conjuros, lo haramos sin pensarlo --dijo Halisstra--. Sin ellos no es tan fcil. Pharaun? El mago se acarici las manos. --Aprender los conjuros en la primera oportunidad que se presente --dijo--. Tendr que localizar a un mago de renombre que conozca los adecuados, y persuadirlo para que comparta uno conmigo. --Eso no ser necesario, maese Pharaun --dijo Tzirik. Se levant de la silla y descendi de la tarima--. Da la casualidad de que mi dios no cree necesario privarme de mis conjuros. Tengo inters en ver qu ocurre en el dominio de Lloth. Podemos irnos esta misma noche, si as lo deseis. *** Compaa tras compaa, el ejrcito de la Araa Negra marchaba con orgullo hacia la caverna que haba tras los Pilares del Infortunio. No era comparable a la vasta caverna de Menzoberranzan o el inabarcable abismo del Lagoscuro, pero la planicie a la entrada del can era impresionante, quiz meda como un kilmetro de ancho y su techo se alzaba a ms de sesenta metros. Innumerables

columnas lo sostenan, y cavernas laterales se vean por todos lados; parecan nichos que abran caminos en la oscuridad. Nimor examin el lugar montado sobre su lagarto de guerra. Observ cmo las grandes casas de Menzoberranzan entraban en la caverna, formando en cuadros relucientes bajo una docena de estandartes distintos. Se haba pasado ms de dos das para reconocer las grietas, cuevas y tneles que llegaban a la planicie. El valor estratgico de los Pilares del Infortunio era evidente. Slo una carretera llevaba al sur, por un tortuoso can. Sin embargo, donde haba conducido a los drows acababan varios tneles. Cada uno llevaba al interior del Dominio Oscuro de Menzoberranzan. --Un buen lugar para la batalla --dijo, mientras asenta para s con satisfaccin. Su montura, a pesar de ser una bestia depravada y estpida, pareca sentir el inminente conflicto. Nerviosa, siseaba y rascaba el suelo mientras agitaba la cola. Nimor esperaba cerca del centro de la lnea de exploradores que ocupaban la horcajadura entre los Pilares, a la cabeza de una fuerza de casi un centenar de jinetes de Agrach Dyrr. Aquellos de entre su fuerza de exploradores que eran leales a cualquier otra casa estaban repartidos entre las rocas y las grietas del can, donde Nimor y sus hombres los asesinaron poco despus de llegar a los Pilares. Anhelaba ir a saludar a Mez'Barris Armgo, Andzrel Baenre y el resto de sacerdotisas y oficiales superiores del ejrcito. Vea su pabelln, que ya estaba levantado en el centro de la caverna. Lo malo de una traicin que abarca todo un campo de batalla --pens-- es que uno no puede estar en todas partes para saborear el momento en su totalidad. Vio que un enjuto lagarto sala del pabelln de mando en direccin a su compaa. --Parece que me buscan --dijo a los soldados Agrach Dyrr que esperaban detrs de l--. Ya sabis qu hay que hacer. Esperad a la seal. Cuando llegue, no esperis ni un segundo. Nimor espole a su lagarto de guerra y cabalg un poco para reunirse con el mensajero. El jinete era un tipo joven con el uniforme de la casa Baenre; sin duda, un sobrino preferido o primo, dada la relativa seguridad que ofreca la tarea para ganar rango sin correr demasiados riesgos. No llevaba casco y permita que su cabello ondeara como una crin. Una bandera roja se agitaba en un arns afianzado en la silla.

--Eres el capitn Zhayemd? --pregunt, mientras aminoraba la velocidad del lagarto para saludar a Nimor. --Lo soy. --Se requiere tu presencia en el pabelln de mando de inmediato, seor. La matrona Del'Armgo quiere saber dnde estn los enanos grises y cmo disponer las tropas. --Ya veo --contest Nimor--. Bueno, cabalga de vuelta y dile que me presentar en breve. --Con todo el respeto, seor, estoy... Tres sonoros toques de cuerno, dos cortos seguidos por uno largo, bramaron en el espacio que haba entre los Pilares del Infortunio. Reverberaron tan fuerte que pareci que la misma roca daba voz al grito. --Por la furia de Lloth, qu es eso? --quiso saber el mensajero. --Eso --dijo Nimor-- era la seal para el ataque duergar. Desde las profundidades del can bajo los Pilares del Infortunio lleg un fragor que haca temblar el suelo. Bajo la lnea de exploradores de Nimor, de pronto, centenares de duergars en lagartos salieron de detrs de unas telas de camuflaje hbilmente dispuestas y se colocaron en la brecha en la que los exploradores de Nimor se supona que tenan que estar. Tras las lneas de la caballera, avanzaron al trote las columnas de infantera, mientras chillaban sus rudos gritos de guerra, alzando hachas y martillos. Los jinetes de Agrach Dyrr subieron a sus sillas, mientras tomaban la posicin para detener la carga entre las gigantescas columnas de roca; y, como haban acordado, giraron al unsono hacia un lado, para dejar la lnea desguarnecida. --Los Agrach Dyrr! Nos traicionan! --grit el mensajero. El horror y la sorpresa se le reflejaban en la cara. Volvi grupas, pero Nimor se inclin y ensart al muchacho. El joven Baenre se llev la mano a la herida, tambalendose, y cay de la silla. Nimor dio un golpe en la grupa del lagarto y la bestia sali disparada hacia la caverna, arrastrando al mensajero muerto pues an tena los pies en los estribos. Nimor espole su montura hacia un saliente que haba a unos cuatro metros del suelo de la caverna que daba a los Pilares. Desde ese punto vea la mayor parte de la caverna. --Un buen panorama de la batalla, mi prncipe! --requiri--. Qu magnfico da para tu triunfo, eh? --Te lo dir en un cuarto de hora, depende de si conseguimos la

victoria o no. Desde las sombras del fondo del saliente, emergi Horgar Sombracerada. l y sus guardias personales estaban protegidos por una ilusin bien urdida, invisible para cualquiera que estuviera abajo, a menos que alguien supiera dnde mirar. --No te acerques ms, Nimor --dijo el prncipe heredero--. No deseo que nadie descubra que desapareces en una pared y se vuelva demasiado curioso sobre lo que podra haber aqu. --Seguramente pretendes incorporarte a la batalla, prncipe Horgar. S que eres un enano de no poco valor. --Participar en ella cuando est seguro de que no necesito dar ms rdenes, Nimor. En unos momentos sers incapaz de or a alguien que te grite en la oreja. Nimor devolvi la atencin a la batalla. Los jinetes de Agrach Dyrr, lejos de los Pilares, cargaron en crculo, pasaron por la cueva y evitaron el cuerpo principal del ejrcito menzoberranio. Su tarea era llegar a la retaguardia y ayudar a la infantera de Agrach Dyrr a sellar el tnel por el que acababa de llegar el ejrcito de la Araa Negra. La caballera duergar fluy por la abertura e invadi las posiciones que se supona que tenan que aguantar contra ellos. Varios contingentes de las casas de la vanguardia se arremolinaban con evidente desorden, sorprendidos al descubrirse de pronto frente a una carga en campo abierto, en vez de los trabajos de asedio y construccin que esperaban. Otras casas respondieron al repentino asalto con destreza y valor. El enorme contingente Baenre elev un fiero grito de guerra y se arroj al frente para apoderarse del paso antes de que ms duergars lo atravesaran. --Una maniobra atrevida, Andzrel --dijo Nimor, no sin admiracin--. Por desgracia, creo que es demasiado tarde para poner el corcho en la botella. Nimor azot las riendas de su lagarto de guerra y se situ para tener una vista mejor del centro de la caverna. Quera ver la catica confusin, el espectculo de las columnas a la carga, chocando y retirndose como el sangriento oleaje de un mar de hierro, pero el ruido de la batalla era intolerable. Atrapados por la roca arriba, abajo y por todos lados, los rugidos, los gritos y el rechinar de las armas sobre los escudos se tornaron indistinguibles, y el fragor creci hasta ser un retumbo que se incrementaba a medida que ms guerreros se enzarzaban en la lucha.

--El ruido nos beneficiar --grit por encima del hombro a Horgar, aunque no oa sus propias palabras--. Los oficiales del ejrcito de la Araa Negra deben decidir cmo responder y dar las rdenes apropiadas. --S --respondi el monarca enano. Nimor tuvo que esforzarse para entenderlo--. El peor momento para trazar tu plan de batalla es en medio de un ataque! Un brillante relmpago desgarr las lneas de los duergars, seguido de un trueno que se oy por encima del estrpito de la batalla. Estallidos de bolas de fuego y hojas de llamas veteaban el campo de batalla, mientras los magos de cada bando hacan notar su presencia. Nimor frunci el entrecejo. Un puado de poderosos magos era capaz de decidir el asunto, incluso ante el feroz asalto de los duergars y sus aliados de Agrach Dyrr, pero tambin haba magos entre las tropas duergars, muchos de ellos disfrazados de jinetes o infantes. Cuando los magos drows golpeaban a los enanos grises atacantes revelaban sus posiciones. Los magos duergars respondieron a cada relmpago, cada explosin gnea, y en unos instantes la caverna se llen de destellos de luz y fuego rojizo. El aire caliente y acre transportaba la poderosa magia lanzada sin contemplaciones de un lado al otro. Por mucho que lo intentara, Nimor era incapaz de decir qu magos prevalecan, mientras el terrible espectculo se acercaba a la anarqua completa. En el tiempo que se tarda en contar hasta veinte, la masa de tropas de Menzoberranzan contuvo la acometida inicial de los duergars. Los dos ejrcitos quedaron trabados en un largo frente que culebreaba cientos de metros por la caverna. Los estandartes ondeaban y caan, lagartos de guerra corcoveaban y se desplomaban, mientras la carga inicial se disolva en un millar de combates cuerpo a cuerpo. Las columnas de duergars a veces atravesaban los puntos donde estaban reunidas las casas drows. Entraban y rodeaban a los enemigos que luchaban desesperadamente. Nimor esboz una sonrisa sombra. Los elfos oscuros tenan pocas nociones de cmo mantener unidas a sus compaas y convertir el ejrcito en un arma, pero cada uno de los contingentes de las casas era un pequeo ejrcito de veteranos experimentados y mortferos. El asalto duergar haba dividido a los drows en veinte fuerzas ms pequeas que se apiaban y luchaban como gatos panza arriba.

--Nuestra victoria an est en el alero, Nimor --grit Horgar desde arriba--. Los malditos magos han contenido nuestro primer asalto! --S, pero has cruzado los Pilares, no? --respondi Nimor a gritos--. Pens que la carga inicial aniquilara a los menzoberranios pero parece que a los ejrcitos de las casas no se les barre con tanta facilidad. Mientras examinaba la batalla, Nimor pens que los enanos grises, con la ventaja de la sorpresa, seran capaces de vencer a las casas de Menzoberranzan, pero costara un largo da de combates acabar con la fuerza de los elfos oscuros. La casa Baenre, en particular, se las haba ingeniado para hacerse fuerte en los Pilares del Infortunio, por el momento, y cuanto ms tiempo aguantara Andzrel en el paso, tanto ms oportunidades tendran los elfos oscuros. Por fortuna, Nimor haba tomado medidas contra esta posibilidad. Los menzoberranios parecan muy absortos en el asalto de los enanos grises. Era el momento de hundir el cuchillo entre las costillas de Menzoberranzan. --Ahora, Aliisza --dijo hacia la nada. Nimor volvi grupas, sac la espada y espole al lagarto de guerra hacia la confusa refriega. Mez'Barris Armgo y Andzrel Baenre estaban en algn lugar cerca del centro de la lucha, y pretenda asegurarse de que no escapaban a la destruccin de su ejrcito. *** A poco menos de un kilmetro, apiados en un estrecho tnel que descenda desde el este hacia la planicie, Aliisza estaba con los ojos cerrados, la mente enfocada en el conjuro que le permita observar a Nimor. Gracias a la magia que usaba, oy cada palabra como si las hubiera pronunciado en una habitacin en silencio. Despert del trance y dej que el conjuro se disipara. --Es el momento --le dijo a Kaanyr Vhok. --Bien --dijo el Caudillo. Sus dientes afilados asomaron en una fiera sonrisa. Se relama ante la inminente batalla. Ech un vistazo al asesino Zammzt, que estaba cerca--. Bueno, renegado, supongo que es tu da de suerte. Lanzar a mis guerreros contra los elfos oscuros, no contra tus aliados duergars. --Te aseguro, Caudillo, que no lo lamentars --contest Zammzt

despus de inclinar la cabeza--. Destruye su ejrcito, y Menzoberranzan yacer desguarnecida ante ti. Kaanyr avanz hacia donde estaban sus portaestandartes. --Tocad a carga! --grit. Al instante, una docena de tamborileros osgos golpearon sus instrumentos, produciendo un simple redoble triple, que repitieron tres veces. Agolpados en un tnel ms abajo, sedientos de sangre, los tanarukks de la Legin Flagelante de Kaanyr Vhok aullaron y avanzaron de prisa. Estampaban los pies en el suelo mientras blandan las hachas. Kaanyr sac su espada y se uni a sus tropas, mientras su guardia y los portaestandartes se apresuraban tras sus pasos. Aliisza retuvo el aliento ante el espectculo y vol tras el estandarte de Kaanyr. Despus de todo, una batalla como sa no se daba cada da. Por delante de los tanarukks, uno de los muros de la caverna en el flanco del ejrcito de la Araa Negra riel y de pronto dej de existir, descubriendo un tnel oculto por una ingeniosa ilusin. La estridente horda de tanarukks babeantes surgi de all y se lanz contra el ejrcito drow por retaguardia mientras las grandes casas estaban trabadas con los jinetes duergars. Aliisza vislumbr la bandera roja de Kaanyr, que ondeaba orgullosa al frente de las tropas, y la Legin Flagelante se volc en la batalla. Slo un puado de casas menores estaban en el camino de la arrebatada horda. La oleada de semiorcos sedientos de sangre las desbord. Eran como una lanza de acero al rojo que se hunda en el flanco del ejrcito. Aliisza se descubri gritando de alegra y terror, arrebatada por el terrible espectculo e incapaz de expresar su excitacin de otra manera. El ejrcito de la Araa Negra estaba irremediablemente enzarzado en la batalla que no deseaba, un cuerpo a cuerpo salvaje en terreno abierto contra los ejrcitos combinados de Gracklstugh y Kaanyr Vhok. Como islas en un mar de enemigos, cada casa de Menzoberranzan resista contra una marea de acero y conjuros, luchando por sus vidas. La semiscubo aterriz sobre una estalagmita y mir de hito en hito la batalla que se libraba bajo ella. Ah, Nimor --pens--. Qu cosa tan grande y terrible has hecho! ***

Nimor Imphraezl, Espada Ungida de la Jaezred Chaulssin, avanzaba por una escena tal que los demonios de todos los infiernos apenas podran imaginar. La sangre de docenas de nobles drows manchaba su estoque y su cota de malla. Su lagarto de guerra haca rato que haba sido carbonizado por un relmpago lanzado por un mago Tuin'Tarl, y le dolan las extremidades por la fatiga y una docena de pequeas heridas, aunque Nimor mostraba una sonrisa salvaje, embelesado por los resultados de su mortfero trabajo. --Quin ha obtenido un mayor xito, Venerado gran patriarca? --dijo con una fuerte carcajada--. Zammzt te entreg Ched Nasad, pero yo he hecho que la ciudad preferida de la Reina Araa se postre! La batalla ya duraba haca horas. En vez de mantener una defensa inexpugnable en los Pilares del Infortunio, el ejrcito de la Araa Negra se vea asediado por todas partes por un enemigo que haba escogido el terreno y el momento de atacar. Al igual que una gran bestia con una herida mortal en el vientre, un ejrcito abatido tarda mucho en morir, su agona dura horas, mientras se desangra lentamente. En las batallas del mundo de la superficie, quiz los drows habran entregado las armas confiando en el buen trato que les dispensaran los vencedores. En la cruel estrategia del arte de la guerra en la Antpoda Oscura, no se daba ni se peda cuartel. Los enanos grises no tenan intencin de permitir que un solo elfo oscuro sobreviviera a ese da. Los guerreros de Menzoberranzan lo saban y por eso luchaban hasta morir. Algunas de las casas menores estaban hechas pedazos o diezmadas. Sus combatientes, en grupos de dos o de tres, vendan sus vidas tan caras como podan. Bandas de duergars, osgos, ogros y otros soldados leales al prncipe heredero de Gracklstugh recorran la caverna, sedientos de sangre, a la caza de los desgraciados drows cuyas compaas estaban desperdigadas. Algunas casas mantenan su posicin en la gran caverna, luchando con furia pese a que la marea duergar creca cada vez ms y los hostigaba desde todos los lados. Otras casas sumaban sus esfuerzos con la esperanza de conjurar el espectro de una derrota catastrfica. Los soldados de Barrison Del'Armgo haban sido conducidos hacia un tnel lateral, estrecho y serpenteante, y los atacaban desde la planicie. Se estaban retirando por un pasillo de slo seis metros de ancho, y los orgullosos guerreros de la segunda casa resistan los repetidos asaltos de los duergars. Mez'Barris estaba atrapada all,

incapaz de unirse a otras casas, mientras sus suministros ardan junto al resto del convoy, quemado por la infantera de Agrach Dyrr, que se haba situado en retaguardia. A Del'Armgo le esperaba un largo y penoso camino de vuelta al hogar. La compaa de la casa Xorlarrin, bien provista de los poderosos magos de la casa por los que era clebre, acab atrapada cerca del centro de la caverna, lejos de cualquier lugar que ofreciera una relativa seguridad. Resistieron contra una cantidad de duergars cinco veces mayor que sus fuerzas durante buena parte del da, levantando muros de fuego y de hielo y descargando explosiones de energa destructiva, pero sus magos se cansaban, agotaban los conjuros. Centenares de lanceros duergars montados en lagartos de guerra esperaban la oportunidad de cargar contra Xorlarrin cuando sus mgicas defensas fallaran. La orgullosa compaa de Baenre, ms de cinco mil almas, aguantaba como una roca mientras a su alrededor las casas menores eran masacradas o hechas pedazos. Como haba predicho Nimor, Andzrel Baenre se vio obligado a abandonar los Pilares del Infortunio poco despus de tomarlos, y sus fuerzas retrocedieron por el tnel por el que el ejrcito de la Araa Negra haba pasado horas antes. Los Baenre centraron toda su atencin en los Agrach Dyrr, que les cerraban el paso. Virotes, jabalinas, conjuros mortferos, volaban mientras las dos casas batallaban como fieras. Aunque los Baenre superaban a los traidores Agrach Dyrr por dos a uno, los guerreros de la primera casa se vean obligados a defenderse de ataques lanzados desde todos los lados mientras intentaban abrir una brecha para escapar. Nimor avanzaba hacia el centro del combate, dejando a su paso muertos y moribundos. Por fortuna, haba preparado varios conjuros de invisibilidad para ese da. De lo contrario, lo habran interrumpido una y otra vez los duergars o los tanarukks ansiosos por matar a cualquier drow que encontraran. Cientos de Guardias de Piedra de Horgar se enfrentaban a la infantera Baenre, mientras Agrach Dyrr levantaba barricadas en la boca del tnel principal. Nimor evit el fragor de la lucha y advirti que Andzrel y Zal'therra estaban bajo el estandarte Baenre. Los lderes Baenre dirigan a sus soldados al centro del combate. Lentos, pero con seguridad, se abran paso entre los guerreros de la casa traidora. Un fuerte crculo de guardias los rodeaba.

El asesino sonri al ver la oportunidad. Los lderes Baenre se haban sumado a la batalla. Si era capaz de matarlos, decapitara al contingente Baenre; y si su fuerza se desintegraba, haba una excelente oportunidad de que ningn soldado del Ejrcito de la Araa Negra sobreviviera a ese da. Nimor vio a Jazzt Dyrr, que estaba alejado de los combates, dirigiendo a los soldados de Agrach Dyrr. El noble se tapaba con una mano un corte en las costillas. El asesino se apresur y disip la invisibilidad. --Un trabajo bien hecho, pariente --le grit a Jazzt--. Contina frenando a los Baenre, y la guardia del prncipe heredero los triturar. Jazzt levant la mirada. La fatiga y el dolor eran evidentes en su cara. --Es ms fcil decirlo que hacerlo --dijo--. Los Baenre luchan como demonios, y bastantes de nuestros muchachos no volvern a casa. --Se irgui y le ofreci la mano a Nimor--. Recelaba de ti, Zhayemd, pero tu plan parece desarrollarse a la perfeccin. Pens que te necesitaramos aqu, pero veo por las manchas de sangre que te mantienes ocupado. --Las grandes casas an resisten en el centro de la caverna, pero ste es el punto decisivo --respondi Nimor. Tena los ojos clavados en el estandarte Baenre--. Prstame todos los soldados que puedas. Voy a matar a los oficiales Baenre. --De acuerdo, nos vendr bien esa ayuda --contest Jazzt. Hizo un gesto, y aparecieron doce guerreros experimentados --. Muchachos, id con Zhayemd. Tomad el estandarte Baenre! Nimor prepar el estandarte y la daga mientras los soldados se reunan a su espalda. El cuerpo a cuerpo se acercaba. Mientras, los Baenre continuaban ganando terreno. Vea el estandarte Baenre, ondeando por encima del centro del combate. Andzrel estaba cerca de la vanguardia, rodeado por lo mejor que podra ofrecer la casa Baenre, mientras Zal'therra cojeaba unos pasos por detrs. La sacerdotisa lidiaba con una fea herida en la cadera y caminaba apoyando el brazo sobre los hombros de un lugarteniente. Nimor esper hasta que los guardias de los oficiales Baenre estuvieron a tiro de lanza de sus soldados. --Arriba y a por ellos, muchachos! --grit. Entre enfebrecidos vtores, los guerreros de Agrach Dyrr atacaron desde sus escondites. Algunos dispararon sus ballestas hacia los Baenre antes de descartarlas y desenvainar las espadas.

Las flechas sisearon en la boca del tnel. Algunas rebotaron en la armadura de las sacerdotisas y la guardia Baenre, pero otras dieron en el blanco. Los de Baenre se prepararon para recibir la carga de Agrach Dyrr lo mejor que pudieron. Zal'therra salt a un lado del tnel y se defendi con un enorme flagelo negro de dos cabezas, reacia a confiar en su pierna herida pero ni mucho menos indefensa, como aprendi un soldado de Agrach Dyrr cuando lo hizo tropezar y le asest un golpe que le rompi el crneo. En un momento, el entrechocar del acero y el abominable sonido del metal sobre la carne resonaron en el tnel, acompaados de los gritos, gruidos y maldiciones de los guerreros. Andzrel, a diferencia de su parienta, se lanz a la lucha. Llevaba una espada de dos hojas con las que detena las centelleantes espadas de sus enemigos a la par que les asestaba patadas para derribarlos. Nimor observ admirado la cambiante suerte del furioso asalto. Entonces, los de Agrach Dyrr se abrieron paso, y se acerc al maestro de armas Baenre. --Saludos, Andzrel --dijo--. Tu maestro de exploradores informa de que los duergars parecen haberse infiltrado ms all de nuestra lnea en los Pilares del Infortunio, y ahora presentan un peligro considerable para el ejrcito de la Araa Negra. Andzrel Baenre se qued paralizado. La furia herva bajo su talante disciplinado. --Zhayemd --profiri--. Has cometido un grave error al enfrentarte a m. Habra sido ms acertado saborear los frutos de la traicin desde lejos. --Ya veremos --respondi Nimor. Dio un salto al frente y dirigi una estocada asesina al pecho del Baenre, pero Andzrel estaba preparado. El maestro de armas se hizo a un lado y levant su espada de doble hoja en una parada circular que desvi el estoque de Nimor. Luego, se acerc a ste y lo golpe con el codal de su armadura en la sien. Si Nimor hubiera sido el menudo drow que pareca ser, el golpe le habra fracturado el crneo. En cambio, slo le sacudi la cabeza. Respondi girando en direccin contraria mientras levantaba la daga en un golpe encubierto que alcanz a Andzrel bajo la coraza. El maestro de armas recul medio paso y salt, al tiempo que estampaba la bota en las costillas del asesino, pero Nimor slo solt un gruido y empuj a Andzrel con fuerza hacia atrs. Andzrel rod y a continuacin se levant con la espada en alto,

los ojos muy abiertos. --Por la diosa, qu eres? --murmur. Antes de que Nimor diera una respuesta adecuada, la mano del maestro de armas baj como un relmpago hacia su bota y lanz un cuchillo que fue directo al cuello de Nimor. El asesino puso el brazo frente a la cara y el arma se le clav en el antebrazo. Lanz un gruido y se la arranc. Su sangre caa al suelo polvoriento de la caverna. Andzrel no lo esper, por supuesto. El Baenre atac y esquiv la guardia de Nimor. Intentaba derribarlo de un golpe seco. Nimor salt y aterriz al otro lado. Mientras Andzrel se daba la vuelta, Nimor hundi el estoque a travs de su coraza y abri una profunda herida en el costado del maestro de armas. Andzrel gru y trastabill, perdiendo el equilibrio. Cay a los pies de Nimor, la espada de dos hojas yaca debajo. --Un buen intento --dijo Nimor, mientras levantaba la espada para acabar con l. Antes de que golpeara, una esfera de energa ambarina lo rode. La fuerza mgica detuvo la estocada con tanta seguridad como si intentara ensartar Narbondel y tambin resisti su cuchillo. --Qu infiernos es esto? --exigi Nimor. El asesino gru de rabia, incluso cuando se dio cuenta de que el fragor del combate haba aumentado con creces en ese mismo instante. Mir ms all de la esfera. Intentaba determinar de dnde vena y qu pasaba. Docenas de tropas Baenre de refresco aparecieron por el tnel detrs de los Agrach Dyrr y atraparon a Jazzt y a su infantera entre el martillo y el yunque. Los Agrach Dyrr que bloqueaban el tnel fueron ahuyentados o asesinados, lo que despej la retirada del contingente de la casa Baenre. Nimor observ con fra clera cmo los Baenre empezaban a correr ante su prisin mgica para reforzar a los suyos. En unos momentos, la batalla se alej de l y volvi a la caverna principal. Nimor se volvi hacia el tnel y se encontr con un mago alto y gordo, con los colores de la casa Baenre, que estudiaba el globo ambarino con una sonrisa de autocomplacencia. Zal'therra y Andzrel tambin miraban al recin llegado. --Nauzhor --dijo la sacerdotisa. La sangre flua de la herida de la cadera--. El momento no podra ser mejor. --Ha sido un accidente en realidad --ronrone el mago--. La

matrona me orden que obtuviera noticias de la batalla, as que escrut al ejrcito, descubr que la batalla estaba en marcha y advert vuestras dificultades. Us un pergamino muy valioso para levantar un portal y traeros alguna ayuda. --Se volvi y estudi a Nimor en el globo de energa--. No es este fiero guerrero el capitn Zhayemd de Agrach Dyrr? --Eso dice --dijo Andzrel entre dientes--. Podras matarlo con la esfera? --Ahora mismo no. Slo captura a alguien durante un rato, encarcela a la vctima dentro de un escudo impenetrable de fuerza mgica. Se desvanecer en un rato, despus de lo cual podrs matarlo a placer. --Entonces ms tarde --dijo Andzrel. Con una mano cogi un pequeo vial del cinturn (una pocin curativa, imagin Nimor) y se la bebi. Ech una mirada a la batalla, con cara inexpresiva. --Haz preparativos para cargar --dijo Zal'therra despus de cojear hasta l--. Con los refuerzos de Nauzhor seremos capaces de devolverles el golpe a esos malditos enanos y tanarukks. --Mir al mago--. Cuntos soldados has trado? --Slo una compaa, me temo. La matrona no quera arriesgar ms fuerzas por si las cosas iban mal. Zal'therra empez a protestar, pero Andzrel le puso la mano en el brazo. --No --dijo--, la matrona tiene razn. Ahora que nos hemos asegurado la retirada, tenemos que sacar tantas casas como podamos de la batalla, los duergars y sus aliados tanarukks han triunfado. --Tal mal ha ido? --pregunt Nauzhor. --Si nos movemos rpido --respondi Andzrel--, salvaremos buena parte de nuestros soldados. Una vez que tengamos a las casas importantes lejos de la batalla, lucharemos en retirada hasta Menzoberranzan si es necesario. No hay tiempo que perder, si queremos salvar a Xorlarrin y Tuin'Tarl. Fey-Branche est acabada, y no tengo la menor idea de lo que ha pasado con Barrison Del'Armgo, y Duskryn y Kenafin fueron barridas por los tanarukks. Menzoberranzan no puede perder ms drows. --Tu retirada slo retrasar lo inevitable --dijo Nimor--. No podrs pararlo. Andzrel se apoy en la espada de doble hoja y le lanz una

mirada asesina. --Pensadlo bien --dijo el maestro de armas--, dejar a unos soldados para que esperen que la esfera se desvanezca. No veo razn para dejarlo vivir un momento ms de lo necesario. --Cruz una mirada fra con Nimor--. Tu casa lamentar el da que traicionaste a nuestra ciudad. Nimor intent salir de la esfera de fuerza una vez ms. Fue en vano. Andzrel, Zal'therra y el mago Baenre dieron media vuelta y siguieron a sus soldados hacia la batalla, mientras varios soldados de Baenre tomaban posiciones alrededor de la esfera. --Os ver en Menzoberranzan --prometi Nimor. La Espada Ungida invoc el poder del anillo y desapareci del globo de fuerza para entrar en las acogedoras sombras.

_____ 18 _____ Cuatro horas ms tarde, el grupo estaba de nuevo bajo la mscara de bronce de Vhaeraun, en la capilla de Minauthkeep. Las cotas de malla limpias a conciencia, los aros remendados y los justillos lavados. Aquellos que haban perdido las mochilas, sacos de dormir u otros equipos llevaban reemplazos comprados a los mercaderes Jaelre. Por primera vez desde que haban dejado Gracklstugh Halisstra se senta limpia, descansada y razonablemente bien preparada para el siguiente tramo del viaje. Echaba mucho de menos la cota de malla que haba llevado como Primera Hija de la casa Melarn y la atronadora maza que le haba dado su madre haca un siglo, pero an tena la lira. La cota de malla de Seyll Auzkovyn y la espada no eran sustitutos del todo intiles. La espada en particular pareca una excelente pieza. Estaba encantada con alguna clase de poder mgico que la haca zumbar cuando la empuaba un elfo oscuro, pero Halisstra sospechaba que su hoja sera muy daina para cualquier criatura del infierno que sufriera su mordedura. Considerando el hecho de que pretendan descender al Abismo, donde esas criaturas se lanzaran sobre el grupo en gran nmero, deseaba que ese desagradable encantamiento se prolongase mucho tiempo. Tzirik luca una armadura completa de mithral negro decorada con grotescas figuras demonacas y una filigrana de oro. De su

cinturn colgaba una maza erizada de pinchos de perverso aspecto, y llevaba un yelmo con la forma del crneo de un demonio. Irradiaba seguridad y energa, como si hubiera esperado mucho tiempo la oportunidad de servir a su dios en una importante misin. --Como sabis --dijo el clrigo--, hay ms de un modo de abandonar este plano de existencia y aventurarse en las dimensiones del ms all. He estudiado el tema en detalle y he decidido que viajaremos de forma astral. Ahora, si... --Eso requerira que abandonramos nuestros frgiles cuerpos --lo interrumpi Quenthel--. Cmo esperas que acepte eso? --Es una trampa --murmur Jeggred--. Pretende que sus camaradas nos corten el cuello mientras nuestros cuerpos yacen inertes. El draegloth dio un paso al frente a la vez que le enseaba los colmillos al clrigo vhaeraunita. --He escogido el viaje astral por dos razones, matrona Baenre --respondi Tzirik sin hacer caso de Jeggred--. Primero, es un poco ms seguro. Si el espritu de alguno acaba muerto en la Red de Pozos Demonacos, esa persona no morira de verdad; despertara aqu, ilesa. Segundo, por lo que yo s, no tenemos otra alternativa. Ya he intentado el cambio de plano a la Red de Pozos Demonacos, y el conjuro fall. Creo que la barrera o el sello del que hablaba el Seor Oculto evitaban la transferencia directa de un cuerpo fsico a los dominios de Lloth. --A pesar de todo eso crees que sers capaz de llevar nuestras formas astrales all? --pregunt Halisstra. --Conozco slo dos maneras de llevaros a la Red de Pozos Demonacos, y si una no funciona, la otra debera --dijo Tzirik con un encogimiento de hombros--. El mismo Seor Oculto me orden que os llevara all, as que tiene que haber un modo. Sin embargo, si conocis algn portal permanente o portales que conecten nuestro mundo con el Abismo, o la Red de Pozos Demonacos... --Demustrame que el viaje fsico no funcionar --dijo Quenthel. --Acercaos --dijo Tzirik con un tono divertido-- y cogeos de las manos. Los drows se acercaron y formaron un crculo. Tzirik, que se puso entre Quenthel y Danifae, puso la mano izquierda sobre las de ellas y dej la derecha para hacer los gestos que requera el conjuro. Se concentr y luego recit una plegaria cuyas impas palabras llenaron la atmsfera de una oscuridad casi tangible.

Halisstra observ con cuidado para asegurarse de que el clrigo lanzaba el conjuro correctamente, y, por lo que ella saba, as lo hizo. Por un momento pens que funcionara, pues la capilla se torn brumosa y tenue, y de algn modo su cuerpo pareci caer de aquel mundo pero sin moverse un pice; entonces not un impedimento como sobrenatural, una barrera que evitaba que el grupo se materializara de nuevo y que pareca que los empujaba otra vez a Minauthkeep. Se bambole mientras se le confundan sus sentidos. --Eso sucedi la ltima vez que lo intent --dijo Tzirik. Quenthel frunci el entrecejo, pero se las arregl para mantenerse calmada mientras separaba la mano de la de Danifae y se sostena en Jeggred. --Pharaun --dijo la suma sacerdotisa--, qu crees? El mago levant una ceja, quiz sorprendido de que una matrona Baenre le consultara. --Parece bastante plausible --dijo--. Si viajamos con la proyeccin de nuestros espritus al Plano Astral, no iremos directamente desde este plano al Abismo. De hecho atravesaramos el mar astral y nos acercaramos al dominio de Lloth como espritus. Podra ser que la misteriosa barrera con la que nos topamos no impida tal aproximacin. --El mago se alis la tnica mientras pensaba--. Y eso explicara por qu nuestros demonios invocados no pueden recurrir a ese truco. No viajan entre los planos mediante la proyeccin astral porque no tienen alma. Quenthel murmur algo para s, cruz los brazos y se volvi hacia Tzirik. --De acuerdo --dijo--. Me has convencido. Dnde pretendes dejar nuestros cuerpos? Tzirik se acerc a una pared de la capilla y apret una pieza de metal que revel una cmara secreta detrs de la mscara de bronce de Vhaeraun. No era grande, pero haba ocho divanes antiguos y elegantes dispuestos en crculo, con las cabezas juntas. Se dira que esos muebles deban ser de cuando el castillo era una morada de los elfos de Cormanthyr. --Slo un puado de mi gente conoce la existencia de esta habitacin --dijo el clrigo--, y he dado instrucciones de que nadie entre. Aqu no os harn dao. --As que si nuestros espritus mueren mientras estamos en el Plano Astral, volveramos a nuestros cuerpos --afirm Ryld, que estaba un poco oculto tras Jeggred, a Pharaun y Halisstra --. Qu

les suceder a nuestros espritus si alguien clava un cuchillo a nuestros cuerpos? --La muerte --respondi el mago--. Un tipo cauteloso se asegurara de que su cuerpo est en un lugar seguro y vigilado por gente de confianza antes de enviar su espritu a otro plano. Ryld sonri, pero no respondi. El grupo sigui a Tzirik hacia la pequea habitacin. Halisstra mir con inquietud el viejo divn frente a ella. Era incapaz de apartar la mirada. No era el nico miembro del grupo que vea en ellos una coleccin de atades. Quenthel deba de tener los mismos pensamientos. --Dejaremos un guardia --dijo despus de levantar la mirada hacia Tzirik--. Alguien de nuestra confianza se quedar aqu para vigilar nuestros cuerpos hasta que volvamos. Y alguien de tu confianza te vigilar a ti. --Ah --dijo Tzirik--. Muy propio de una elfa oscura. Haz lo que quieras. --Podra hacer que todo el castillo cayera sobre el que dejramos vigilando --refunfu Jeggred--. Mejor dejemos dos, quiz tres. --El que se quede le cortar el cuello a Tzirik si ve que van a matarlo --dijo Pharaun--. La pregunta es, quin se queda? Quenthel mir a Ryld, luego sus ojos se dirigieron hacia Halisstra. Por un momento sta temi que Quenthel quisiera dejarla atrs para negarle la audiencia que buscaba con Lloth, pero aunque su corazn lata con recelo se dio cuenta de que la ltima cosa que querra ella (si es que en realidad vea a Halisstra como una amenaza) sera una Melarn consciente y sola junto a su cuerpo indefenso. Quenthel entorn los ojos mientras sopesaba las mismas consideraciones y se volvi hacia Jeggred. --T debes quedarte aqu --le dijo al draegloth. Jeggred se retorci con un espasmo de rabia. --No voy a sentarme aqu mirando vuestros cuerpos mientras os enfrentis a los peligros del reino de la diosa! Madre me dijo que te defendiera. Cmo puedo hacerlo si me dejas atrs? --Me defenders --dijo Quenthel--. No me pueden hacer dao en el Plano Astral. Es aqu donde ser vulnerable, y no confo en nadie ms. Tienes que ser t, Jeggred. --T ms que todos sabes lo que os espera en la Red de Pozos Demonacos, matrona --dijo el draegloth despus de agitar los cuatro

brazos--. All necesitars mi fuerza. --Basta ya --orden la matrona de Arach-Tinilith. Sus ojos relampaguearon, y el ltigo se agit y chasque --. T no eres quin para cuestionarme, sobrino. Cumplirs lo que te orden, como es tu obligacin. Jeggred se apacigu aunque mantuvo un silencio enfurruado. Disgustado, se volvi y se alej mientras se quitaba de mala manera la mochila. Quenthel mir a los dems e hizo un gesto hacia los divanes. --Vamos --dijo--. La diosa nos aguarda. Tzirik esper mientras los menzoberranios escogan sus divanes y se tumbaban. Se acerc al ltimo y se levant, y luego le ech un vistazo a Jeggred. --Si te vas a quedar aqu, semidemonio, deberas saber que algunos de mis soldados te acompaarn. No les causes problemas, aunque creo que descubrirs que estarn contentos de dejarte solo. Jeggred se ri con desprecio, y Tzirik se tendi con dificultad debido a la armadura que llevaba, colocando la maza en su costado. Halisstra descubri que estaba entre Ryld y Danifae. Lanz una mirada al maestro de armas. La expresin de Ryld era tensa y nerviosa. Estaba claro que nunca haba hecho un viaje astral. ~Si son nuestros espritus los que hacen el viaje, por qu necesitamos todas nuestras armas? --le dijo en el lenguaje de signos. ~Son parte de ti --respondi ella--. Tu conciencia incluye tus pertenencias. Por lo tanto, cuando nuestra alma vaga libre del cuerpo, tu mente te imaginar como una copia astral de ti y de las cosas que tengas a mano. --Asid las manos de los que tenis al lado --dijo Tzirik--. Aseguraos de que estis bien cogidos. No quiero dejarme a nadie atrs. El clrigo empez a recitar un cntico con su melodiosa voz. Halisstra miraba el techo y extendi el brazo para agarrar a Danifae con la mano derecha, y a Ryld con la izquierda. ~Quiz debera imaginarme una buena bebida fuerte - -coment Ryld. Antes de que Halisstra respondiera le asi la mano con fuerza. Detrs de ella, sin que lo viera, Tzirik continuaba el conjuro, pronunciando las palabras speras de la magia con confianza y soltura. Halisstra sinti que una sacudida elctrica recorra su cuerpo

de una mano a otra mientras la magia empezaba a cobrar vida, unindola con Ryld y Danifae. Una sensacin de desprendimiento la atraves. Y fue como si no pesara. Pareca flotar fuera de su cuerpo, atrada por alguna fuerza irresistible que tiraba de ella en una direccin que no asociaba con arriba o abajo, derecha o izquierda. El techo de piedra vacil y se desvaneci. Aquella fuerza tiraba de ella cada vez ms y ms. Y desapareci. *** Triel Baenre andaba con paso majestuoso ante las filas de sus machacados soldados. Gracias a su determinacin de hierro su rostro mantena una rgida inexpresividad. Las exhaustas tropas estaban firmes ante ella lo mejor que podan en el estrecho tnel. Haba hecho que Nauzhor la transportara de inmediato a la escena de la retirada para ver con sus propios ojos el alcance de la derrota de Menzoberranzan. Y no le gust lo que vio. No le gust lo ms mnimo. El tnel era el terreno ms practicable en quince kilmetros, pues all haba una de las principales carreteras que conducan a la maraa de retorcidos pasadizos y cavernas conocidas como el Dominio de Menzoberranzan. Pareca que cada soldado ante los que pasaba estaba herido; un torso vendado aqu, un brazo en cabestrillo all, uno que usaba una lanza rota como muleta. Aunque los heridos no la preocupaban. Lo que de verdad desconcertaba a Triel era la fatiga y el desnimo. Por supuesto que esperaba encontrarlos cansados (Andzrel haba hecho marchar al ejrcito durante un da sin dejarlos recuperarse del desastre de los Pilares del Infortunio), pero no esperaba ver a sus soldados tan... derrotados. Haban sido machacados y lo saban. Andzrel iba a un paso de la matrona, sin hablar. --Son muchas las bajas? --pregunt al fin, sin mirar al maestro de armas. --Entre un cuarto y un tercio de nuestro ejrcito, matrona. A algunas casas les ha ido mejor o peor, depende del azar de la batalla. --Y el contingente de la casa Baenre? --Noventa muertos, cuarenta y cinco heridos muy graves --respondi Andzrel--. Cerca de un cuarto de nuestras tropas.

--Fue una suerte que pudiramos salvar a tantos, matrona --aadi Zal'therra--. Algunas de las casas menores han perdido hasta el ltimo varn... --No me dirijo a ti --dijo Triel. Cruz los brazos e intent soportar el horror que atenazaba su estmago. Ser un milagro si el Consejo no se levanta contra m --pens la matrona--. Gracias a la diosa que Mez'Barris est perdida en alguna parte y que Fey-Branche est tan debilitada. Byrtyn Fey tendr que refrenarse con la mitad del ejrcito de la casa destruido, y yo tendr algn tiempo para considerar qu he de hacer antes de enfrentarme a Mez'Barris, Lloth mediante. Sin embargo, qu quedaba del Consejo? Faen Tlabbar, la tercera casa, estaba en las manos de una nia inexperta, y Yasraena Dyrr no era probable que se presentara en la siguiente reunin. Ella y su asquerosa casa estaban parapetados en su castillo, esperando la llegada de sus aliados duergars. Eso dejaba a Zeerith Q'Xorlarrin, Miz'ri Mizzrym y Prid'eesoth Tuin'Tarl como las nicas matronas de las que tena que preocuparse. Para distraerse del desagradable futuro que le esperaba, Triel se volvi para estar frente a Andzrel y Zal'therra. Por encima de todo, anhelaba castigar al maestro de armas y a su prima por conducir al ejrcito a una emboscada desastrosa; pero por lo que saba, la habilidad de Andzrel y la decisin de Zal'therra haban librado al ejrcito de la Araa Negra de una hecatombe. El ejrcito de Menzoberranzan estaba machacado, pero no diezmado. --Dnde estn ahora los duergars? --pregunt. --A unos cinco kilmetros al sur de nosotros --respondi Andzrel--. En este momento la casa Mizzrym nos cubre la retaguardia y he enviado al menos un centenar de nuestros soldados para reforzarlos. --Triel comprendi lo que Andzrel quera decir; haba situado soldados junto a los de Mizzrym para asegurarse de que no hubiera otra traicin como la de Agrach Dyrr --. La Legin Flagelante avanza por otro tnel al este, para rodearnos. No intentemos resistir en este tnel o los tanarukks acabarn con nosotros. --Slo con un centenar de soldados podramos defender ese tnel contra casi cualquier fuerza, no? --pregunt Triel. --S, pero los duergars tienen suficientes magos de combate

entre sus filas y mquinas de asedio. No los detendramos durante mucho tiempo. --De todos modos, intntalo --dijo Triel--. Usa tropas de esclavos y dispon los suficientes oficiales para asegurarnos de que no salen corriendo. Necesitamos tiempo, maestro de armas, y para eso sirven las retaguardias. Andzrel no discuti, y Triel se alej para reordenar su mente. Rebeldes drows, revueltas de esclavos, ejrcitos duergars, traiciones, un archimago desaparecido, hordas de tanarukks... Era difcil que las cosas fueran a peor. Por dnde empezar a solucionar cualquiera de esos problemas? Asaltar Agrach Dyrr sin el poder mgico de las sacerdotisas? Escoger otro lugar en el que resistir a los duergars y permitir que los tanarukks los barrieran? --Cmo hemos llegado a esto? --murmur. --Agrach Dyrr estaba confabulado con los enemigos de nuestra ciudad --respondi Zal'therra--. Se las ingeniaron para formar la vanguardia de nuestro ejrcito y, en vez de defender los Pilares del Infortunio de los enanos grises, nos llevaron a una trampa. Debemos aniquilarlos por su traicin. --No hablaba contigo --gru Triel, y esta vez no fue capaz de contenerse. Aunque saba que no era la culpable de la desastrosa batalla, tena que golpear algo. Le dio tal bofetn a la muchacha que casi la tira al suelo a pesar de que Zal'therra era al menos un palmo y medio ms alta que ella y pesaba unos doce kilos ms. --Deberas esperar una traicin, idiota! --exclam Triel--. Por qu no haba oficiales Baenre entre nuestros exploradores? Por qu no verificasteis los informes de Agrach Dyrr? Si hubieras tenido un mnimo de cautela, nuestro ejrcito no estara hecho jirones. --Matrona, todos ratificamos los planes de Andzrel... --dijo Zal'therra, encogida. --Andzrel es un arma, Zal'therra. El ejrcito de nuestra casa es un arma. Tuya es la mano que debe llevar esas armas contra nuestros enemigos. Te envi para que aplicaras tu criterio y tomaras decisiones, para que usaras la cabeza y pensaras! Triel se dio media vuelta para no volver a golpear a Zal'therra. Si lo haca no se senta capaz de parar y, le gustara o no, Zal'therra era probablemente la ms capaz de sus primas. Triel no vivira para siempre y necesitaba pensar en dejar la casa Baenre con al menos unas pocas sacerdotisas competentes en el caso de que llegara el

da en que tuviera que matar a sus hermanas. --Matrona --consigui decir la muchacha, con una expresin de miedo en los ojos--. Te pido disculpas por mi error. --Nunca te he pedido una disculpa, chica, y una Baenre no debera ofrecerlas nunca --tron la matrona--, pero te dar la oportunidad de redimirte y demostrar tu iniciativa. Tomars el mando de la retaguardia. Triel hizo un gesto hacia el sur. Caba la posibilidad de que enviara a su prima a la muerte, pero necesitaba saber si Zal'therra tena el ingenio y la decisin para convertirse en lder de la casa Baenre; y si descubra un modo de sobrevivir a la tarea y obtena cierto xito, Triel se pensara si le perdonaba la vida. --Haz que los duergars tengan que luchar por cada paso que den hacia Menzoberranzan --aadi--. Tu supervivencia depende de tu xito. Si abandonas este tnel antes de tres das, te matar. Zal'therra hizo una reverencia y se alej a toda prisa. Triel se volvi hacia el maestro de armas. --Comprenders que no ests libre de culpa, tampoco --dijo en voz baja--. Fuiste el autor de nuestra estrategia, y compromet todo el peso del poder y el prestigio de la casa Baenre en tu plan de batalla, el cual nos ha llevado a un desastre que no se haba visto desde Mithril Hall. En otras circunstancias te habra empujado a un pozo de ciempis hambrientos con los tendones cortados, pero... estos tiempos son inslitos, y existe la pequea posibilidad de que tu habilidad y conocimientos de estrategia se demuestren tiles en los das que vendrn. --S, matrona --dijo Andzrel, mientras haca una reverencia. --Entonces --continu--, dnde detenemos a los duergars y sus aliados? --No lo haremos, matrona --respondi el maestro de armas sin vacilar--. Dadas las prdidas que hemos sufrido, aconsejo una retirada hacia Menzoberranzan y prepararnos para un asedio. --No me gusta esa opcin --replic Triel--. Apesta a derrota, y cuanto ms rato permanezca un ejrcito ante nuestro umbral, ms probable ser que se vea reforzado por la llegada de algn otro enemigo, como los contempladores o los rebanadores de mentes. --Eso es posible, por supuesto --dijo Andzrel, en tono neutro--, pero los enanos grises descubrirn que no es fcil mantener un asedio alrededor de Menzoberranzan, a ms de cien kilmetros de su ciudad. No creo que los duergars nos asedien ms all de unos

meses, y dudo que tengan las fuerzas necesarias para asaltar la ciudad. Nuestra mejor estrategia es hacer que los duergars nos sitien, y ver a qu clase de amenaza nos enfrentamos. Eso nos dara la oportunidad de aplastar a la casa Agrach Dyrr en el nterin. --Tienes miedo de enfrentarte de nuevo a los duergars? --dijo Triel con voz spera. --No, matrona, no aconsejara una estrategia que arriesgara la ciudad en una batalla para la que no estamos preparados, a menos que no tengamos otra salida. An no hemos llegado a ese punto. --Hizo una pausa, y aadi--: Siempre podemos reunir nuestras fuerzas dentro de la ciudad y salir dentro de unos das, si vemos la necesidad. Triel sopes el consejo del maestro de armas. --Volver a Menzoberranzan y expondr el tema ante el Consejo --dijo al fin--, pero, mientras no se te ordene lo contrario, contina con tu retirada. Tendr a los capitanes de nuestra ciudad preparados para resistir un asedio. *** Halisstra abri los ojos y se encontr a la deriva en un mar plateado e infinito. Suaves nubes grises se movan despacio en la lejana, mientras extraas vetas se retorcan por todo el cielo, sus extremos tan alejados que no los vean; sus partes centrales giraban como trozos de cuerda enrolladas en los dedos de un nio. Baj la mirada. Se pregunt qu la sostena y no vio ms que aquel extrao cielo perlado bajo sus pies y a su alrededor. Al instante tom aire, sorprendida por la vista, y sinti que sus pulmones se llenaban de algo ms dulce y quiz un poco ms slido que el aire; pero en vez de toserlo o ahogarse pareci aclimatarse a la perfeccin. Una emocin electrizante recorri sus extremidades cuando se encontr hipnotizada por el simple acto de respirar. Halisstra levant la mano hasta su cara en un deseo inconsciente de protegerse los ojos y descubri que su vista era increblemente aguda. Cada juntura de su guantelete se vea con una simetra perfecta, los bordes definidos, relucientes. Le fallaron las palabras. --Nunca te habas aventurado hasta aqu, matrona Melarn? --dijo Tzirik en algn lugar detrs de ella. Halisstra volvi la cabeza para mirarlo, pero en respuesta la

vista entera dio vueltas en un movimiento rpido y suave, que llev ante ella las figuras flotantes de sus compaeros. El clrigo vhaeraunita estaba (no, eso no era correcto, flotaba era mejor) a una docena de metros de ella, su armadura tan brillante como el filo de un cuchillo, su capa ondeaba gracias a una suave brisa que Halisstra no senta. Hablaba con suavidad, aunque su voz se oa con una claridad maravillosa y una precisin que pareca estar al alcance de la mano. --Esperaba que una sacerdotisa de tu rango estuviera familiarizada con el reino astral --aadi el clrigo. --S lo que debo esperar, pero nunca tuve la ocasin de viajar a otros planos --respondi--. Mi conocimiento de este lugar es slo... terico. Not que cada uno de sus camaradas pareca muy definido, tan tangible y real, como el mismo Tzirik. De un punto que no perciba con claridad (en algn lugar a sus espaldas, o quiz la nuca), surga un tendn delgado y reluciente de luz plateada. Halisstra extendi el brazo hacia su espalda y sinti su cuerda. La arteria clida vibraba con energa y, cuando sus dedos la acariciaron, una poderosa sacudida atraves todo su torso como si le arrancaran la fibra del alma. Apart la mano y decidi no volverla a tocar. --Tu cuerda plateada --explic Tzirik-- es un lazo casi indestructible que ata tu alma a su hogar legtimo: tu cuerpo. --El clrigo mostr una sonrisa cruel--. Tienes que tener cuidado con ella. Hay pocas cosas que sean capaces de partir la cuerda de un viajero astral, pero si alguna lo hace, ese viajero ser destruido en un instante. Halisstra observ cmo Ryld palpaba su cuerda y la tocaba. Mostr sorpresa y apart la mano tan rpido como lo haba hecho ella. --Hasta dnde llegan estas cosas? --pregunt el maestro de armas. --Son infinitas, maese Argith --dijo Tzirik--. No te preocupes, se desvanecen a uno o dos pasos de tu piel, as que no tropezars con la tuya. De hecho, suelen apartarse de tu camino, sin que lo pienses. Halisstra pase la mirada por el grupo. Observ cmo los menzoberranios se esforzaban por adaptarse al nuevo entorno. Ryld y Valas sacudan los brazos como si intentaran tirarse agua. Quenthel estaba tiesa como una tabla, con los brazos apretados a

los costados; mientras Danifae se deslizaba sin nimo, su largo cabello blanco ondeaba. Pharaun esperaba, sus ojos destellaban divertidos mientras vea los esfuerzos de sus compaeros. Tzirik mir a su alrededor, estudi las inmediaciones y asinti. --Parece un lugar donde no pasa el tiempo pero no es as --dijo--. Deberamos empezar nuestro viaje. Seguidme y manteneos cerca. Podis pensar que veis hasta el infinito, pero las cosas tienen un modo extrao de desvanecerse en las nieblas. Se desliz sin moverse, con los brazos cruzados; la capa flameaba en silencio a su espalda. Seguirlo cmo?; se pregunt Halisstra, mientras observaba cmo se alejaba el clrigo, aunque, de algn modo, al concebir la idea de mantenerse cerca de l, descubri que saltaba con tal celeridad que su siguiente impulso fue gritar, aunque fuera para s misma --Alto!-- . Y lo hizo, tan rpido y con un final del movimiento tan perfecto que la mente le dijo que deba trastabillar hacia adelante, como si hubiera intentado detenerse muy repentinamente en una carrera. Dio un giro completo antes de detenerse en seco. Por fortuna, no era la nica que tena problemas. Danifae frunci el entrecejo mientras intentaba dirigirse a alguna parte, y Ryld y Valas chocaron y se quedaron pegados, reacios a confiar de nuevo en el vaco. --Oh, en nombre de la diosa! --refunfu Quenthel, mientras los observaba--. Slo aclarad vuestra mente y pensad adonde queris ir. --Con todos los respetos, matrona, adonde se supone que debemos ir? --pregunt Valas mientras se desembarazaba de Ryld. --Concentraos en seguir al clrigo --replic Quenthel--. Lanz el conjuro, as que ser capaz de encontrar el portal que lleva a la Red de Pozos Demonacos. Podran pasar muchas horas, pero descubrirs que aqu el tiempo pasa de modo extrao. Con eso, Quenthel se alej en persecucin de Tzirik. Halisstra cerr los ojos, respir profundamente y se concentr en seguir los pasos del clrigo a una distancia razonable. Se acerc rpido y con suavidad, y esta vez no se dej llevar por el pnico. Al poco rato el resto del grupo se deslizaba junto a ella. Se mantuvieron juntos mientras se iban acostumbrando a la peculiaridad del Plano Astral. Halisstra se dio el gusto de probar a moverse con desenvoltura. Al principio se puso horizontal y sinti que volaba como un pjaro a travs del vaco perlado y luego, encarada en la direccin

que llevaban, sinti como si caminara rpido sin mover las piernas. Como descubri, en realidad no importaba lo que haca con su cuerpo siempre y cuando su mente siguiera concentrada en estar cerca de sus compaeros, y la inmaterialidad del mar astral empez a filtrarse en su comprensin. Slo era un espritu, sin peso. Sin embargo estaba en un lugar en el que los espritus se volvan tangibles. En algn lugar ms all del espacio perlado estaban los reinos de los dioses, un millar de conceptos infinitos sobre la existencia donde los seres divinos que gobernaban el destino de Faerun (de todos los mundos) tenan sus moradas. Le costara un centenar de vidas drows explorar los dominios que tocaban el mar astral y no llegara a verlos todos. La idea le hizo sentirse pequea, casi insignificante, y la apart de su mente. Lloth no la haba llamado a la Red de Pozos Demonacos para acabar intimidada por el vaco plateado del Plano Astral. Haba llamado a Halisstra y a los dems, capaces y orgullosos, para profesar su fe y adoracin. Con qu propsito haba hecho todo lo que haba hecho la diosa: quitarles los poderes a sus fieles, permitir la cada de Ched Nasad y causar las inacabables dificultades y tribulaciones que asaltaban a la Primera Hija de la casa Melarn? Haba un propsito --se dijo Halisstra--, un propsito que pronto se me aclarar si mantengo mi fe y no flaqueo. La Reina de la Red de Pozos Demonacos nos ha trado hasta aqu. Nos llevar un poco ms lejos..

_____ 19 _____ Halisstra no era capaz de decir cunto les haba costado cruzar el Plano Astral. Nunca antes se haba percatado de hasta qu punto los procesos rutinarios del cuerpo de uno medan los das. Su forma astral nunca se cansaba o tena hambre, ni conoca la sed ni la incomodidad. Sin la menor necesidad de atender las necesidades del propio cuerpo (tomar un sorbo de un odre de agua cuando tena sed, detenerse a comer durante la marcha del da o incluso sumirse en el ensueo y dejar pasar las horas brillantes de la luz del sol), el tiempo perda su doliente paso. De vez en cuando captaba atisbos de otros fenmenos

diferentes de las infinitas nubes perladas y los vrtices grises que se retorcan y veteaban el cielo que los rodeaba. Trozos extraos de materia vagaban por el mar astral. En varias ocasiones dejaron atrs rocas o colinas y tierra que flotaban en el espacio como mundos en miniatura, algunos cercanos al tamao de una montaa, otros de unos metros de lado. Ruinas extraas y vacas llenaban la mayora de ellos, moradas de visitantes astrales o residentes ya olvidados. Las cosas ms extraas ante las que pasaron eran estanques de color que se arremolinaban en el medio astral. Los tonos iban del plateado brillante a la negra noche, con vetas de un prpura encendido. --No os acerquis demasiado a esos estanques de colores --haba dicho Tzirik--. Si entris en uno os arrojar a un plano de existencia diferente, y no tengo ganas de vagar por mundos extraos en busca de unos compaeros de viaje descuidados. --Cmo sabremos cul nos conduce al Abismo? --pregunt Valas Hune. --No te preocupes, amigo mo, el conjuro que me ha concedido Vhaeraun me confiere cierta afinidad con el objetivo que me marqu cuando traslad mi espritu a este plano, y os conduzco ms o menos rectos en direccin al estanque de color que servir a nuestros propsitos. --Cunto falta para llegar? --pregunt Quenthel. --Nos acercamos --respondi el clrigo--. Aqu es difcil de decir, pero me imagino que estamos a cuatro o cinco horas de nuestro destino. Hemos estado viajando durante casi dos das. Dos das? --pens Halisstra--. Pareca mucho menos. Se descubri pensando qu habra pasado en Faerun en dos das. Jeggred an continuaba vigilando sus cuerpos inertes? No haba sido negligente con su deber, pues an estaban vivos; pero cuntos das ms pasaran antes de alcanzar su destino, implorar una audiencia a la diosa e ingenirselas para volver a su plano? Absorta en sus pensamientos, se puso a hacer balance del viaje. Apenas not que sus compaeros hacan lo mismo. Se sorprendi cuando Tzirik aminor el vuelo y detuvo su movimiento frente a un estanque negro con vetas plateadas que se agitaba despacio a poca distancia de los viajeros. --La entrada al sexagsimo sexto Plano del Abismo --dijo el clrigo de Vhaeraun--. Hasta ahora el viaje ha transcurrido sin incidentes, pero una vez pongamos el pie en el dominio de Lloth,

cambiar. Si tuvieras dudas sobre esta bsqueda, matrona Baenre, ste sera el momento de expresarlas. --No tengo razones para temer la Red de Pozos Demonacos --se burl Quenthel--. Pretendo conseguir lo que vine a hacer. Sin esperar al clrigo se lanz hacia adelante y se zambull en la mancha negra y arremolinada. En un abrir y cerrar de ojos su brillante forma astral desapareci, engullida por el remolino. --Muy impaciente, no? --coment Tzirik. Se encogi de hombros y se adentr en el estanque de color. Igual que Quenthel, Halisstra tambin se senta segura y no tena la intencin de dejar que cualquier desaliento le impidiera seguir su rumbo. Entr en el estanque de tinieblas arremolinadas un instante despus que Tzirik, con los dientes apretados, y lanz un gruido desafiante. Al principio no tena sensaciones, aunque la mancha anul su visin por completo cuando se zambull dentro de ella. El medio se pareca mucho al resto del Plano Astral (una nada ingrvida, tranquila y perfecta) pero la arremolinada corriente del estanque giratorio la atrap al instante, absorbindola con una sensacin extraa de atraccin, o aceleracin, que tir de su forma fsica en una direccin que no alcanzaba a comprender. No dola, pero era tan extraa, tan dislocante, que Halisstra boque por la impresin y la angustia. Se estremeci con violencia ante el agarre de la vorgine astral. Diosa, aydame!, implor en el silencio de su mente, mientras agitaba los brazos e intentaba liberarse de la masa que giraba. Hubo otro momento largo de movimiento indescifrable, y... Estaba al otro lado. Halisstra se tambale como borracha ante la vuelta de la gravedad y procur recuperar el equilibro. Abri los ojos y se encontr de pie sobre algo gris plateado, una rampa inclinada o la parte superior de una pared que descenda a una increble distancia. El resto del grupo estaba cerca. Miraban a su alrededor en silencio mientras se frotaban las extremidades o palpaban sus armas. A su alrededor no haba nada excepto un negro vaco sofocante, ms oscuro e imponente que el abismo ms negro de la Antpoda Oscura. Sus fosas nasales estaban llenas de un olor ftido y acre. Desde abajo ascenda un murmullo suave y constante. Halisstra ech una mirada al abismo y vio que algo brillaba all, un hilo de un brillo apagado que descenda hacia la oscuridad. Hebras menores lo

cruzaban a intervalos irregulares, y mientras los segua con la vista vio que ascendan hasta la misma rampa o contrafuerte en el que estaban. La brisa caliente y apestosa se hizo momentneamente ms fuerte y provoc un bamboleo en el monstruoso hilo. --Es una telaraa --murmur Ryld--. Una gigantesca telaraa. --Eso te sorprende? --dijo Pharaun con una sonrisa irnica. Con cautela, Danifae dio un par de pasos sobre la telaraa. Tena unos treinta o cuarenta metros de ancho, y como la superficie se pandeaba, era difcil sentirse cmodo si se andaba a ms de tres metros del centro del hilo. Se arrodill y pas los dedos sobre la superfcie e hizo una mueca. --Pegajoso, pero no demasiado; y parece que volvemos a ser corpreos. --Se enderez y se estir con lentitud--. Ahora tengo dos cuerpos? Uno aqu y el otro en el castillo Jaelre? --De hecho, s --dijo Tzirik--. Cuando uno deja el mar astral y entra en otro plano, el espritu viajero se construye un cuerpo fsico. Podras decir que tu espritu experimenta una clase de condensacin para reanudar una existencia fsica en otro plano. Cuando dejes este lugar, el espritu volver al Plano Astral, mientras este caparazn que has creado se desvanecer en la nada. --Pareces muy familiarizado con los rigores de estos viajes --coment Halisstra. --Vhaeraun me ha llamado a su servicio en los planos ms all de Faerun en varias ocasiones --admiti Tzirik--. De hecho, ya haba estado en la Red de Pozos Demonacos. Todos los dioses de nuestra raza residen aqu, cada uno en su dominio, dentro de este gran abismo de telaraas. Mis anteriores asuntos no me haban llevado al dominio de Lloth. Pero eso fue hace muchos aos. --Toda la Red de Pozos Demonacos es dominio de Lloth, hereje --dijo Quenthel con el entrecejo fruncido--. Ella es la reina de todo este plano del Abismo, y los presuntos dioses de los dems existen aqu slo por su tolerancia. --Ya veo que sabes repetir como un loro los dogmas de tu fe y por eso no discutir el tema contigo, sacerdotisa de Lloth. Para nuestros propsitos, la relacin exacta de las deidades de nuestro panten no es muy importante. Tzirik le dio la espalda a Quenthel y examin el abismo negro que rodeaba al grupo. Con una mano indic que lo siguieran. --En algn lugar bajo nosotros encontraremos alguna clase de puerta o frontera que marca el lugar donde esta entrada se abre al

dominio de Lloth; la cual debe ser muy parecida al resto de la Red de Pozos Demonacos, excepto porque est sujeta a su antojo y capricho. --Si el plano es infinito, el punto que buscamos podra estar infinitamente lejos de aqu --observ Pharaun--. Cmo conseguiremos ir de aqu all? --Si nos hubiramos materializado en algn lugar aleatorio en esta realidad tendras razn, mago --respondi Tzirik--. Sin embargo, el conjuro astral no es un modo de viaje aleatorio. No estamos muy lejos de lo que buscamos; una marcha de una hora, quiz un da, pero no mucho ms lejos. Puesto que ya sabemos que el dominio de Lloth se halla en el punto ms bajo de este lugar, propongo que bajemos por esta hebra y continuemos descendiendo cada vez que lleguemos a una interseccin. Mientras tanto, estad alerta. --Nos encontraremos a otros --aadi Quenthel--. Las almas de los muertos recientes. Si vemos a alguien que reconozcamos como devoto de la Reina Araa, lo seguiremos. Si es que Lloth an los llama a su hogar, pens Halisstra. Los dems parecan pensar lo mismo. El clrigo sopes la maza, se ajust el escudo y se puso en marcha por la slida telaraa gris. Los menzoberranios intercambiaron miradas, pero se volvieron para seguirlo y descendieron por la inclinada columna de telaraas tras el clrigo Jaelre. Caminar por aquella superficie no supona un problema. Era pegajosa, ms que adhesiva, y estaba compuesta de fibras speras que permitan hacer pie con seguridad y era lo bastante elstica para amortiguar las molestias del descenso. Al principio Halisstra pens que el lugar estaba tan vaco como los mares plateados del Plano Astral, pues las distancias entre hilos de la telaraa daban al lugar una sensacin de inmenso vaco. No obstante, cuanto ms descendan, ms consciente era de que haba una malignidad activa en aquel lugar, como si el plano entero observara su intrusin e hirviera de ira. Ascendan susurros extraos y ruidos de insectos, un sonido reptante de movimientos que transmita la sensacin de amenaza. Algunas veces, Halisstra descubri que se movan los hilos vecinos, aunque los pandeados hilos grises se extendan kilmetros y kilmetros por el espacio sin fondo. Distingua actividad frentica aqu y all, las criaturas u objetos responsables estaban tan lejos que

era imposible imaginar lo que seran. Ms de una vez sinti presencias en los vacos alrededor de su hilo, seres inmundos y lentos que planeaban en los efluvios repugnantes de abajo, girando y acercndose a los viajeros drows como si examinaran una presa fcil. Empezaron a dejar atrs cadveres a intervalos irregulares, formas grandes y pesadas que combinaban las peores caractersticas de demonios y araas. Haba grandes desgarrones en los caparazones quitinosos de los monstruos, extremidades partidas, ms de un trax peludo aplastado que rezumaba una pasta verde. Demonios alados parecidos a buitres yacan en montones de plumas asquerosas con sus inmundos picos abiertos. Criaturas parecidas a ranas hinchadas colgaban suspendidas de las fibras de la telaraa, mientras se balanceaban envueltas en el caliente hedor del lugar. Algunos de los demonios an se agarraban a la vida, demasiado heridos para hacer nada ms que temblar, escarbar o croar amenazas horrendas a los drows mientras el grupo los dejaba atrs. --Este lugar es un cementerio de demonios --murmur Ryld, que se tapaba con una mano la boca y la nariz--. Siempre es as? --No vi nada como esto en mi anterior visita --dijo Tzirik--. Qu significa, no lo s, pero no me gustara encontrarme con lo que ha destrozado a esos demonios. --Tampoco es lo que yo recuerdo --dijo Quenthel. Tena una expresin ceuda, la voz baja y tensa--. El cambio es la esencia del caos, y el caos es un aspecto de Lloth. --Desde luego --dijo Pharaun. El quisquilloso mago se cubra la nariz con un pauelo y daba un rodeo para evitar el cuerpo de una enorme araa cuyo abdomen bulboso estaba reventado y su contenido esparcido por el hilo--. A lo mejor se hicieron esto ellos mismos. Los demonios son criaturas violentas, despus de todo. En ausencia de un ente poderoso y dominante, a menudo se vuelven unos contra otros. --Una ausencia... --repiti Halisstra. Frunci el entrecejo al examinar la carnicera--. No hay cuerpos de drows aqu. Al haber descendido un buen trecho, las hebras vecinas estaban ms cerca, y las intersecciones eran ms frecuentes. Halisstra vea ms formas destrozadas adheridas a los harapientos hilos. Cualquiera que fuera la batalla que se haba producido all deba de abarcar docenas de hebras y kilmetros de oscuridad.

--La Reina Araa... --dijo Halisstra--. Abandon a los habitantes de su plano, como hizo con nosotros. Al igual que hicimos en Ched Nasad, los demonios de su reino se han destruido entre ellos. --Cerr los ojos, intentaba alejar la horrenda visin. El olor le revolva el estmago y qued aturdida por las nuseas--. Diosa, qu propsito tiene esto? --murmur en voz alta. --La Reina Araa explicar sus propsitos si lo cree adecuado --respondi Quenthel--. Slo podemos implorarle que nos devuelva su favor, y confo en que nos d su aprobacin. --Tambin podemos avanzar un poco ms rpido y dejar de mirar las musaraas --advirti Valas Hune. Estaba en retaguardia, con una flecha preparada en el arco. El explorador miraba hacia atrs, con expresin preocupada--. Perdonad la interrupcin, pero tenemos compaa. Algo nos sigue. Halisstra sigui la mirada del explorador y se tambale al perder el equilibrio. No se haba dado cuenta de lo lejos que haban descendido hasta que vio una enorme hebra de atrs, que suba cada vez ms inclinada entre la oscuridad. Algo les segua. Una horda reptante de figuras arcnidas que abarrotaban toda la circunferencia del hilo, arriba, a los lados y abajo. An estaba a centenares de metros del grupo, pero incluso a esa distancia Halisstra vea que eran monstruosidades del tamao de un ogro, y la rapidez con que se movan no presagiaba nada bueno. --No me gusta esto --dijo Ryld. --Ni a m --convino Quenthel--. Pharaun, tienes preparado algn conjuro que los frene? --No sin riesgo de cortar el hilo, me temo --contest el maestro de Sorcere mientras negaba con la cabeza--, y soy bastante reacio a arriesgarme. Sin embargo, podra lanzar un conjuro de vuelo para abandonar este hilo y alcanzar otro, o podramos descender a esa hebra que est bajo nosotros levitando. Seal una telaraa delgada y casi etrea bastante ms debajo de ellos y un poco a un lado. --Ahrrate la magia --decidi Quenthel--. Ese hilo servir. Pharaun, Ryld, llevad a Valas y Danifae. Se desliz por el costado del hilo en el que estaban y se lanz a la oscuridad. Uno por uno, los dems la siguieron. Halisstra lanz otra mirada ms a los horrores que los acosaban y se apresur a seguir a la sacerdotisa Baenre. Baj por el monstruoso cable y salt a la oscuridad.

*** Tres das despus de la victoria en los Pilares del Infortunio y treinta kilmetros ms cerca de Menzoberranzan, Nimor estaba entre las sombras de la boca del Lustrum, una mina muy rica en mithral. Cerca de la entrada, una bveda se clavaba unas decenas de metros, ensanchndose cada vez ms; pero el suelo de la caverna estaba resquebrajado y obstaculizado por los restos de enormes rocas. Los mineros (esclavos y soldados de la casa Xorlarrin, o eso crea) haban abandonado sus herramientas y sus hogares ante el avance del ejrcito duergar, transportando tanto mineral de mithral como podan. Nimor levant la mirada hacia la grieta que tena encima. La mina de mithral era muy interesante, pero slo una de las razones por las que estaba all. El Lustrum se encontraba entre el ejrcito de Gracklstugh y el de Kaanyr Vhok. Los duergars estaban a la izquierda y suban a Menzoberranzan por el lado suroeste, mientras los tanarukks empujaban por la derecha y se acercaban a la ciudad por el sureste. El ejrcito drow se retiraba ante ellos, a toda velocidad, en busca de la incierta seguridad de su ciudad. El Manto de Menzoberranzan (un gran crculo de cavernas retorcidas y tneles que rodeaban la ciudad) ofreca a los ejrcitos invasores un millar de caminos por los que acercarse. Por supuesto, las matronas no haban dejado sus propiedades exteriores indefensas. Nimor ech una ojeada a los fragmentos de una de las infames araas de jade, enormes autmatas mgicos de piedra que guardaban las proximidades de la ciudad. Los despojos de la que an estaba a sus pies humeaban con los acres humos de las bombas quemapiedras que la haban destruido unas horas antes. Eran mquinas inteligentes y mortferas, pero, sin un grupo de sacerdotisas que lanzaran toda clase de conjuros sobre los invasores, las araas de jade eran insuficientes para detener a dos ejrcitos. Cunto tiempo pasar hasta que los grandes castillos de Menzoberranzan acaben destrozados como este objeto?, medit Nimor. La Espada Ungida interrumpi sus reflexiones ante el retumbo de unas botas enanas y el rechinar del hierro sobre la roca. La diligencia acorazada del prncipe heredero Horgar Sombracerada se

acercaba, escoltada por una columna doble de Guardias de Piedra. Nimor se estremeci ante el resonante estrpito. Se dira que se han trado los golpes de martillo y los ruidos de su ciudad, pens. Se alis la tnica y baj para reunirse con su aliado. --Bien hallado, prncipe heredero Horgar. Estoy contento de que accedas a mi peticin de parlamentar. El prncipe duergar abri la puerta blindada y descendi. El Mariscal Borwald le pisaba los talones, con la cara oculta tras un gran yelmo de hierro. --Te he estado buscando, Nimor Imphraezl --respondi Horgar--. Desapareciste despus de guiar a nuestra vanguardia por este laberinto de tneles. Qu negocios te traes que son ms acuciantes que nuestro asalto a Menzoberranzan? La victoria haba transformado el pesimismo del prncipe heredero en un hambre feroz de triunfos, y los terratenientes de Horgar secundaban la actitud de su gobernante. Si antes la visin del asesino provocaba semblantes ceudos y murmullos, ahora los terratenientes de Gracklstugh aceptaban su presencia con bruscas inclinaciones de cabeza y abierta envidia por sus xitos. --Prncipe heredero, todos mis negocios guardan relacin con el asalto previsto --dijo Nimor con una carcajada. Apart de una patada uno de los fragmentos de jade del autmata destrozado --. Una vez que mostr a tus hombres cmo neutralizar estas criaturas me pareci que tu ejrcito tena la cosa por la mano, as que me tom la libertad de informar a mis superiores y observar cmo va todo en la ciudad. El prncipe duergar frunci el entrecejo. --No tuviste reparos en utilizar al ejrcito de los tanarukks --dijo Horgar--. Se habran vuelto contra nosotros con la misma facilidad que contra los menzoberranios. --En circunstancias normales, quiz, pero la oportunidad se huele en el aire. La huelo, Kaanyr Vhok la huele y creo que t tambin. Hara falta un gran acontecimiento para cambiar la situacin, tal como estn las cosas. --Eso son tpicos vacos, Nimor --gru el enano gris. Cruz sus gruesos brazos y mir hacia la oscuridad, a la espera. Al poco, se oy ruido de pies y bufidos en la oscuridad, seguidos de unos pasos rpidos y pesados. Una veintena de tanarukks, que llevaban al hombro un pesado

palanqun de hierro del tamao de una carroza pequea, entraron a grandes zancadas en la caverna. Sus ojos bestiales estaban encendidos de odio, blandan hachas y mazas en sus fuertes puos. Los enanos grises y los semidemonios cruzaron miradas, murmurando con nerviosismo y sealando las armas. La puerta del palanqun se abri, y sali Kaanyr Vhok. El Caudillo semidemonio estaba resplandeciente en su armadura escarlata y dorada, y su piel de escamas delicadas y su enrgica fisonoma sugeran un porte y un carisma de un modo que la mala educacin de Horgar y su talante desconfiado nunca alcanzaran. La semiscubo Aliisza lo sigui, extendiendo las alas. Por ltimo, Zammzt descendi del palanqun del Caudillo. --Bueno, aqu estoy --dijo Kaanyr con su poderosa voz. Estudi a los enanos grises reunidos y admir a Nimor--. Los elfos oscuros huyen hacia su ciudad gracias a nosotros. Ahora cmo vamos a acabar la tarea? Y, ms importante, cmo dividimos el botn? --Dividir el botn? --dijo Horgar con voz rasposa--. Creo que no. No cogers parte de mi premio despus de que mi ejrcito pechara con lo peor del trabajo. Se te pagar con justicia por tu ayuda, pero no pretendas reclamar una parte de mi victoria. Kaanyr frunci el entrecejo. --No soy un pordiosero que pide generosidad, enano --dijo el semidemonio--. Sin mi ejrcito an estaras abrindote camino hacia Menzoberranzan, paso a paso. Horgar empezaba a responder con enfado, pero Nimor se interpuso entre el enano gris y el semidemonio y levant los brazos. --Seores! --grit--. La nica manera de que los menzoberranios os venzan es que os volvis unos contra otros. Si cooperis, si combinis vuestros esfuerzos con inteligencia, la ciudad caer. --Desde luego --dijo Zammzt. El asesino estaba cerca del palanqun de Vhok, envuelto en su capa oscura --. No tiene sentido dividir el botn de una ciudad que an no habis capturado. Y an tiene menos permitir que el reparto del botn impida la cada de una ciudad. --Eso es cierto --dijo Kaanyr, mientras cruzaba sus fuertes brazos sobre su amplio pecho--, pero no os olvidis de m cuando saqueemos la ciudad. Vosotros me trajisteis aqu. --A m tambin me trajisteis --tron Horgar--, as como a los Agrach Dyrr. Sospecho que vuestra casa secreta se ver en apuros

para cumplir vuestras promesas. A cul de vuestros tres aliados pensis traicionar? Por primera vez, Nimor se descubri preguntndose si quiz haba alistado demasiados enemigos contra Menzoberranzan. Pero as era la diplomacia en la Antpoda Oscura, despus de todo. Ninguna alianza sobreviva a su utilidad, ni por un instante. Para su sorpresa, Aliisza sali en su ayuda. --No podr cumplir sus promesas en ningn caso mientras la ciudad siga en pie --dijo la semiscubo escondida tras Kaanyr--. Cmo podra? Volveremos a casa con las manos vacas si no llegis a un acuerdo. Nimor inclin la cabeza en agradecimiento e hizo un esfuerzo para que su mirada no permaneciera demasiado tiempo sobre Aliisza. Dudaba que hubiera compartido con su seor los detalles exactos de su visita a Gracklstugh y no quera darle una razn al semidemonio para que indagara. --La sabidura de lady Aliisza es tan grande como su belleza --dijo--. Y para ahorrarnos discusiones propongo esto: para Horgar, cinco dcimas partes de la riqueza de Menzoberranzan, poblacin y territorio; para Kaanyr Vhok, tres dcimas partes; y para mi casa, dos dcimas partes, de las cuales entregar una parte a los Agrach Dyrr. Todo sujeto a una negociacin final cuando Menzoberranzan sea nuestra, por supuesto. --Mi ejrcito supera al del semidemonio por algo ms de dos a uno, por qu gana algo ms que mi mitad? --dijo Horgar. --Porque est aqu --dijo Nimor--. Toma tu ejrcito y vete a casa si quieres, Horgar, pero mira a tu alrededor antes de partir. Estamos en el Lustrum, las minas de mithral de la casa Xorlarrin. Menzoberranzan controla docenas de tesoros como ste, y sus castillos y cmaras estn repletos de las riquezas acumuladas en cinco mil aos. Si no luchas, no ganars nada. Esa era la otra razn por la que Nimor haba escogido el Lustrum como lugar para negociar. Serva como seductor recordatorio del premio que les aguardaba. Los ojos de Horgar se oscurecieron, pero el prncipe duergar se volvi para estudiar el abismo y el tnel cercano. El mariscal Borwald se inclin y susurr algo al prncipe heredero, y los dems terratenientes intercambiaron susurros. Un momento despus, Horgar puso sus fuertes manos en el cinturn y se aclar la garganta.

--Muy bien, entonces. Sujeto a negociacin final. Cmo pretendes atacar la ciudad? --Aplastaris Menzoberranzan entre dos ejrcitos --dijo Nimor--. Dada vuestra victoria en los Pilares del Infortunio, los llothitas estn obligados a esperar vuestro asalto; pero, gracias al laberinto de tneles que rodean la ciudad, no sabrn por dnde atacaris. Eso significa que los menzoberranios tendrn que mantener un fuerte destacamento cerca del centro de la ciudad para acudir a cualquier punto que se vea amenazado. La Legin Flagelante ser esa amenaza y, cuando forcemos a los llothitas a entrar en esa batalla, el ejrcito de Gracklstugh asaltar la ciudad. --No es un mal plan --juzg Kaanyr--. Sin embargo, es lo que esperan que intentemos. No comprometern todas sus fuerzas en una sola amenaza. --S --dijo Horgar--. Cmo los sacars de la ciudad ahora que les has enseado cautela en los Pilares del Infortunio? Nimor sonri. No se le escapaba que Horgar y Kaanyr estaban examinando el problema tctico de vencer a Menzoberranzan en vez de discutir su parte en el botn. --Mis hermanos y yo esperamos que ayudis en ese sentido --dijo--. No somos numerosos, pero estamos bien situados, y, seores, habis olvidado a la casa Agrach Dyrr. Horgar y Kaanyr intercambiaron un cabeceo, incluso una sonrisa. Preparaos, menzoberranios --pens Nimor--. Ya voy. *** --Nunca imagin que pudiera haber tantos demonios --refunfu Ryld. Estaba apoyado en Tajadora, observando cmo una forma enorme e hinchada con alas de murcilago caa en picado hacia la oscuridad e intentaba volar en vano con sus alas destrozadas por los golpes del mandoble del maestro de armas. Ryld se enderez y se pas el dorso de la mano por las cejas--. Tambin tengo calor. Espero que estemos cerca de lo que buscamos. Halisstra y el resto del grupo estaban al lado con nuseas o temblando de cansancio debido a sus esfuerzos y a aquella rara atmsfera. Durante lo que les haban parecido horas se haban abierto paso por aquellos hilos. Algunas veces descendan durante kilmetros ms all de telaraas que estaban vacas o en las que

slo haba cadveres, pero cada vez con ms frecuencia se encontraban demonios vivos y hambrientos. La mayora de aquellas criaturas infernales se lanzaban de cabeza contra ellos como enajenadas, pero unas pocas conservaban la suficiente inteligencia para emplear a fondo sus formidables habilidades mgicas. Con colmillos, garras, aguijones e impa brujera los habitantes de la Red de Pozos Demonacos hostigaban al grupo. Y no haba sido una ayuda que Quenthel ordenara a Pharaun que reservara los conjuros para mejor ocasin. --Recupera el aliento, maese Argith --dijo Quenthel, que estaba agachada. Se enderez despacio. Su ltigo estaba salpicado por la sangre de una docena de demonios--. Debemos continuar. El grupo no haba avanzado ms de cuarenta metros cuando el hilo tembl, y apareci por debajo una zarpa enorme. Un robusto demonio con cabeza de bfalo y un pelaje spero por los hombros se iz hasta ellos y rugi un desafo. --Un goristro! --grit Pharaun--. Qu infiernos hace aqu? --Una mascota de Lloth que se ha soltado, no lo dudes --contest Tzirik. El clrigo de Vhaeraun empez a salmodiar un conjuro mientras los dems se ponan en accin. Antes de que el monstruo se pusiera del todo en pie, Valas le clav tres flechas; las astas negras sobresalan de sus hombros y del cuello como agujas en un alfiletero. El goristro buf de dolor y rabia, y extendi un brazo para agarrar el cuerpo de un pequeo demonio araa cercano. Arroj el cadver a Valas y lo alcanz mientras buscaba ms flechas en el carcaj. El impacto hizo tambalear a Valas, que tropez y se desliz hilo abajo, mientras maldeca en unas cuantas lenguas. Ryld corri hacia adelante con Tajadora en alto. Quenthel iba a su lado. Mientras, Halisstra y Danifae intentaban rodear a la bestia pese a lo estrecho del hilo. Tzirik acab su conjuro y grit una grave y arrolladora palabra de poder, que cre un gran disco de cuchillas que daban vueltas ante el cuerpo del goristro. Las hojas mordieron y la sangre vol, pero el monstruo ni se inmut. --Con qu podemos detenerlo? --pregunt Halisstra--. Tiene alguna debilidad? --Es estpido --respondi Pharaun--. Apenas tiene inteligencia. No intercambiis golpes. El mago gesticul y alcanz al monstruo con un rayo brillante de

energa que mordi el pecho del goristro, mientras Tzirik iba tras Quenthel y Ryld para ayudarlos. El maestro de armas y la suma sacerdotisa saltaron y atacaron el torso y el abdomen de la criatura, mientras esquivaban los pesados golpes de sus enormes puos. Un golpe oblicuo puso a Quenthel a cuatro patas, pero se las arregl para apartarse antes de que la criatura acabara con ella. --Noooo estpiiidooo! --rugi el goristro. Levant un pie y lo estamp en el hilo con tal violencia que todo el cable se agit como si estuviera vivo. La sacudida lanz a todos los drows por los aires, aunque el goristro fall al calcular las consecuencias del impacto, porque acab igual que sus oponentes. El monstruoso demonio aterriz de costado y se desliz por el hilo. Se agarr con un brazo a la superficie. Se debati. Sus esfuerzos hacan oscilar el cable an ms. Quenthel se levant en la superficie temblorosa y esquiv el brazo del monstruo para mirarle a la cara. Azot el flagelo hacia uno de sus ojos y destruy el rgano con una nauseabunda explosin de sangre. El goristro aull de dolor y retrocedi, perdi pie y cay al abismo. Sus rugidos de rabia continuaron durante un largo rato, aunque disminuan a medida que se alejaba de ellos. Quenthel no se molest en observar cmo caa. Se volvi hacia el resto del grupo. --Venga --dijo--. Estamos perdiendo el tiempo. Halisstra se puso en pie y mir a su alrededor. Valas apareci desde su precaria posicin a un lado del hilo. Danifae tambin se levant. Fueron tras Quenthel cuando la matrona de Arach-Tinilith emprendi la marcha. Halisstra estaba demasiado cansada para aguantar aquel paso durante mucho rato, pero an tena menos energas para discutir con la decidida sacerdotisa, as que apret los dientes y se oblig a resistir. Alcanzaron el fondo... casi. Durante algn tiempo advirtieron que los cables convergentes se acercaban al suyo, y Halisstra vio la razn. Un gran anillo de telaraas una docena de veces ms grueso que cualquiera de los dems estaba suspendido bajo ellos, uniendo los extremos. Su circunferencia era tan grande que Halisstra apenas era capaz de ver la curva que describa. En el centro haba algo; una estructura titnica o especie de isla colgada de la telaraa. Los drows se detuvieron. Examinaron aquello hasta que Valas rompi el silencio. --Es eso? --dijo en voz baja. --La entrada a los dominios de Lloth --respondi Tzirik-- est en

algn punto de ese anillo. --Ests seguro? --pregunt Ryld. --Lo estoy --respondi Quenthel por el clrigo. No apart la mirada ni vacil, y de nuevo se puso en marcha al mismo ritmo. Mientras la hebra se acercaba al anillo central su pronunciada inclinacin se nivel, y por primera vez en lo que parecan incontables horas y kilmetros el grupo se encontr que recorra algo parecido a un suelo. Aparecieron ms cadveres de arcnidos demonacos, algunos medio enterrados en el hilo como si hubieran cado desde las alturas, lo que era muy probable. Los viajeros alcanzaron el espeso anillo y cruzaron otra extensin ms de telaraa para descubrir que la estructura del centro era una especie de templo de piedra, un edificio de deslumbrante obsidiana negra y de kilmetros de dimetro. Puntiagudos contrafuertes de piedra se elevaban por el espacio insondable, conectando el edificio al anillo que lo rodeaba. Plazas inmensas de piedra pulida, lo bastante grandes como para abarcar ciudades, rodeaban los costados del templo. En silencio, el grupo se dirigi a uno de los contrafuertes y avanz hacia su meta. Halisstra se descubri temblando, no de cansancio, si no por una combinacin de terror y xtasis mientras se daba cuenta de que pronto debera soportar el examen de Lloth. Soy digna --se dijo--. Debo serlo. A los demonios que los haban acosado en su viaje por las telaraas no pareca importarles el templo negro. En cualquier caso, ninguno de los monstruos persigui al grupo una vez que dejaron la red. Durante un largo rato, los elfos oscuros caminaron hacia adelante, cruzaron la enorme plaza exterior, mientras los muros del templo se acercaban cada vez ms, revelando sus detalles oscuros. Quenthel dirigi la marcha hacia un espacio determinado en la ciclpea pared, una grieta enorme que debera ser el prtico del templo. De vez en cuando pasaban junto a formas extraas e inanimadas, grandes seres que parecan esculpidos en piedra negra lquida. Era bastante curioso que esas formas petrificadas se hicieran cada vez ms pequeas cuanto ms cerca estaban de la grieta. Halisstra apart el misterio de su mente, concentrada en la meta. Al final alcanzaron la boca del templo y observaron la entrada. Una cara enorme se enfrentaba a ellos. Era la cara de una elfa oscura de una belleza cruel, sus rasgos tranquilos e inmviles, como

si los contemplara. De un lado a otro, una piedra de un negro perfecto impeda la entrada, esculpida con la imagen de la faz de la Reina Araa. Slo sus ojos medio abiertos mostraban viveza. Con la mirada baja, hacia los suplicantes, los ojos de Lloth relucan con una alegra infernal, concentrados por entero en cualquier pensamiento. El grupo se qued mirando maravillado y aterrorizado, y Quenthel se postr ante la imagen de su diosa. Halisstra y Danifae se unieron a ella al instante. Incluso los varones cayeron al suelo, boca abajo y desviando la mirada. Tzirik, como clrigo de Vhaeraun, puso una rodilla en el suelo y baj la mirada con respeto. No serva a la Reina de la Red de Pozos Demonacos, pero l y los de su fe reconocan su divinidad. --Gran Reina! --pidi Quenthel--. Venimos de Menzoberranzan para implorarte que devuelvas tu favor a tus sacerdotisas! Nuestros enemigos invaden nuestra ciudad sagrada y amenazan a tus fieles con la destruccin. Te pedimos con humildad que nos ensees qu debemos hacer para que nos aceptes. rmanos con tu sagrado poder una vez ms, y cazaremos a tus enemigos hasta que su sangre llene la Antpoda Oscura y sus almas tu vientre! La cara no respondi. Quenthel esper un largo rato, postrada, y entonces se humedeci los labios y pronunci otra plegaria. Halisstra y Danifae se unieron a sus splicas e imploraron con cada oracin, cada invocacin, que les haban enseado. Se arrastraron ante el templo. Los varones esperaron tendidos en el suelo. Un tiempo despus, Tzirik se alej un poco y se sent de espaldas a la cara, en comunin con su dios. Halisstra hizo caso omiso y continu con sus splicas. A pesar de todo, la cara no responda. Las tres sacerdotisas continuaron sus splicas durante lo que parecieron ser horas, pero al final Quenthel se puso en pie y mir la cara de Lloth. --Es suficiente, hermanas --dijo la matrona de Arach-Tinilith--. La diosa no se digna a respondernos. --Quiz estemos en el lugar equivocado --sugiri Pharaun--. Quiz debamos adentrarnos para que le ofrezcis vuestras oraciones. --No se puede ir ms lejos --dijo Tzirik, mientras se reunan con el grupo--. Vhaeraun me dijo que ste es el nico lugar de aproximacin al dominio de Lloth a travs del Abismo. Si se niega a escucharte en este lugar, no lo har en ningn otro punto de este

plano. --Pero por qu contina sin hacernos caso? --pregunt Halisstra con voz quejumbrosa. Se puso en pie, con el corazn enfermo de anhelo. Despus de todo lo que haba sucedido (la cada de su casa, la destruccin de su ciudad, las dificultades de su bsqueda), acabar ante el templo de Lloth y ser despreciada le era incomprensible--. Qu ms tenemos que hacer? --No puedo responder a esa pregunta --dijo Tzirik despus de encogerse de hombros. --Por lo que parece Lloth tampoco --dijo Halisstra. Pas por alto el rechazo y el miedo que apareci en la cara de Quenthel y se acerc a un paso de la enorme cara. --Escchame, Lloth! --grit--. Respndeme! Qu hemos hecho para disgustarte? Dnde ests? --Habla con respeto! --sise Quenthel, con los ojos llenos de terror. Ryld tembl, pero reuni fuerzas para dar un par de pasos al frente. --Matrona Melarn... --dijo--. Halisstra, aljate de aqu. No puede... --Lloth! --grit Halisstra--. Respndeme, maldita seas! Golpe la piedra fra de la cara con los puos, encolerizada. Su mente se vaci cuando su furia animal despert para arrebatarle la razn. Grit maldiciones a su diosa, maltrat la cara hasta que sus manos sangraron, y aun as no hubo respuesta. Al cabo del rato se encontr desplomada sobre la fra piedra, llorando, con las manos rotas e intiles. Como una nia perdida, llor con todo el dolor de su corazn. --Por qu? Por qu? --era todo lo que deca entre hipidos--. Por qu nos has abandonado? Por qu nos odias? --Dices herejas --dijo Quenthel, el rechazo resonaba en su voz--. Ya no te queda fe, Halisstra Melarn? La diosa hablar cuando le apetezca. --De verdad an lo crees? --murmur Halisstra. Apart la cara y se entreg a las lgrimas. Ya no le importaba lo que pudieran pensar Quenthel, Danifae o los dems. Tena la respuesta de Lloth. --Dbil... --oy que susurraba Quenthel. --Bueno, ya est, supongo --dijo Tzirik despus de soltar un suspiro--. Lloth ha decidido no romper su silencio por vosotras, as

que ahora debo hacer algo. Levant los brazos e hizo una serie compleja de pases, mientras murmuraba terribles palabras de poder. El aire crepit con la energa. Los ojos de Quenthel mostraron sorpresa cuando reconoci el conjuro que estaba lanzando el vhaeraunita. --Detenedlo! --chill, mientras se volva para enfrentarse al clrigo. Avanz, con el ltigo en alto, pero Danifae le agarr el brazo. --Con cuidado! --sise Danifae--. Nuestros cuerpos an estn en Minauthkeep. --Crea un portal! --restall Quenthel--. Aqu! --Qu ests haciendo, Tzirik? --dijo Pharaun, alarmado. El mago dio un paso atrs y prepar un conjuro defensivo, pero la advertencia de Danifae era lo bastante importante para que vacilara antes de intervenir. Ryld y Valas tambin detuvieron sus manos. No estaban seguros de lo que sucedera si heran al clrigo cuyo conjuro los haba llevado hasta la puerta de Lloth. El maestro de armas y el mercenario sacaron las armas pero se detuvieron ah. --Pharaun, qu debemos hacer? --dijo Ryld. Antes de que el mago respondiera, Tzirik acab el conjuro. Con un sonido desgarrador, una enorme grieta negra apareci en el aire junto al clrigo Jaelre. --Estoy aqu, mi seor! --grit hacia la grieta--. Estoy ante la cara de Lloth! --Bien, ya voy --respondi una voz de un poder inenarrable, de una potencia terrible, desde las profundidades de la oscuridad. La negrura pareci agitarse, y de la grieta sali algo que tena el tamao y la altura de un drow enjuto, pero que era algo ms. Vestido en cuero negro y con una mscara prpura en la cara, el ser irradiaba energa y presencia, la forma casi temblaba por el poder que contena. Incluso Halisstra, absorta en su desdicha y de espaldas a la escena, volvi la cabeza cuando sinti la llegada del ser. Con gesto imperioso, el ser examin la planicie de piedra oscura y el templo. --Es como me lo imagin --le dijo a Tzirik, que estaba postrado a sus pies--. Levntate, hijo mo. Lo has hecho bien y me has trado a un lugar que me estaba prohibido. --Hice lo que me pediste, Seor Oculto --dijo Tzirik, que se pona en pie despacio.

--Tzirik --consigui decir Quenthel con voz ahogada--, qu has hecho? --Me ha abierto un portal --dijo el ente, que slo poda ser un dios, con una sonrisa cruel en la cara--. No reconoces al hijo de tu diosa, sacerdotisa de Lloth? --Vhaeraun --exhal Quenthel. El dios cruz los brazos y camin ms all del grupo de menzoberranios para situarse frente a la cara de piedra, despreciando a los mortales. Hizo un gesto con la mano, y Halisstra, que an estaba acuclillada ante la cara, sali despedida. Dio unas vueltas por el aire, cay a unos treinta metros y rebot hasta detenerse en la piedra negra de la plaza. --Querida Madre --dijo Vhaeraun, dirigindose a la cara--, fuiste una necia al quedarte en este estado. El dios empez a crecer. Su esplendor aumentaba mientras creca hasta una altura mayor que un gigante de las tormentas, hasta la medida que precisaba para la tarea que iba a afrontar. Levant un brazo, y de la nada apareci una espada brillante y negra, hecha de sombras, acorde con su tamao. A tiro de lanza, Halisstra solt un gruido y levant los ojos de suelo sobre el que estaba su dolorido cuerpo. Los menzoberranios estaban paralizados por la indecisin. Tzirik, por otro lado, observaba con aire satisfecho cmo Vhaeraun levitaba para enfrentarse a la mirada de Lloth, espada en mano. Con decisin, el Seor Oculto desplaz atrs la espada de sombras, mientras su rostro se deformaba en un rictus de odio. Y Vhaeraun la descarg en la cara de Lloth con todo su poder divino.

_____ 20 _____ El sonido de la espada de Vhaeraun, que bata la gran barrera de piedra, sacudi todo el plano. Cada golpe hizo temblar el gran templo negro del centro de la telaraa con la fuerza de un terremoto, y, desde el eje, vibraron todos los inmensos cables que ascendan por la noche sin fin. Aunque cada golpe la tiraba de nuevo sobre las fras losas, Halisstra consigui acercarse al grupo de menzoberranios, que, igual que ella, se tambaleaban de un lado a

otro. Tzirik permaneci a un lado. An estaba extasiado ante la gloria de su dios. No pareca percibir el dao que infliga el Seor Oculto, las sacudidas lo atravesaban sin afectarlo. A cada golpe, una red diminuta de grietas pareca extenderse en la cara de Lloth. A pesar de la incalculable fuerza de cada ataque de la espada del dios, la faz de la Reina Araa pareca, casi, invulnerable. La diosa no responde --pens Halisstra con asombro y abatimiento--. No le importa. Cay a cuatro patas entre el resto del grupo, que no le prest atencin, estupefactos como estaban por el colrico asalto de Vhaeraun. Ryld estaba arrodillado junto a Tajadora, desviaba la mirada y resista con entereza los golpes. Valas agitaba los brazos, mova las piernas arriba y abajo como una araa clavada en un alfiler. El explorador no saba si observar, correr o esconderse, y pareca que intentaba hacer las tres cosas a la vez. Pharaun levitaba a medio metro del suelo para evitar los estremecedores impactos, escudado en alguna clase de conjuro mientras iba mirando a sus compaeros, al dios, a Tzirik y de vuelta a Vhaeraun. Danifae, cerca de l, se mantena en pie con elegante facilidad mientras observaba cada golpe con una mirada fiera. Quenthel estaba tan tiesa como una estatua, afectada por cada temblor, los brazos rodeaban su torso como si sostuvieran su angustia. Observaba la escena con una fascinacin enfermiza, incapaz de hacer nada ms. Pharaun tom una decisin. Se desliz cerca de Quenthel y le asi un brazo. --Qu sucede aqu? --le grit el mago en la oreja--. Qu est haciendo? La Baenre apret los dientes, frustrada. --No lo s --admiti--. Todo va mal. No es lo mismo. Aqu no hay almas. --Qu almas? --pregunt el mago--. Deberamos interferir? Ryld y Valas levantaron la mirada, con expresiones de angustia. --Es un dios --consigui gritar Ryld por encima el ruido ensordecedor--. Qu propones que hagamos? --Excelente, entonces. Nos quedamos a mirar o nos vamos? No parece un lugar muy seguro --respondi Pharaun. Otra oleada de sacudidas zarande al grupo y provoc que el conjuro protector del mago brillara. --No estoy seguro de que podamos irnos --dijo Ryld. Hizo un

gesto con la cabeza en direccin a Tzirik, que observaba la escena con una expresin de alegra--. No lo necesitamos? --Deberamos irnos para salvarnos? --aadi Valas--. Pareceramos los culpables de... esto. --El explorador se protegi los ojos de los esfuerzos de Vhaeraun--. Qu suceder cuando abra una brecha en el templo? Matrona, qu suceder? Est Lloth ah dentro? Quenthel solt un grito de frustracin. --Matrona, has estado aqu? --pregunt Danifae, que cay a los pies de Quenthel--. Has estado aqu antes? --No lo s! --grit la matrona de Arach-Tinilith. Apart el brazo de Pharaun y se lanz sobre Tzirik, trastabillando mientras el suelo temblaba bajo sus pies. Le dio la vuelta, arrancndolo de la adoracin a su dios, y aferr su coraza. --Por qu hace esto? --exigi saber--. Qu has hecho, hereje? Tzirik parpade y sacudi la cabeza, sus ojos an estaban llenos de la gloria de la adoracin. --No sabes de lo que ests siendo testigo, sacerdotisa de Lloth? --dijo Tzirik. Solt una carcajada--. Tienes la excepcional suerte de presenciar la destruccin de tu diosa. --Se desembaraz de las manos de Quenthel, que le asan la armadura, y dio un paso atrs. Su voz se elevaba en una triunfante alegra --. Quieres saber lo que sucede aqu, llothita? Te lo dir. El Seor Oculto va a derrocar a tu Reina Araa y derrumbar su tirana para siempre! Nuestra gente ser al fin liberada de su venenosa influencia, y t y el resto de tu parsita especie tambin seris barridas! --No vivirs para verlo! --exclam Quenthel, enfurecida. El ltigo salt a su mano, y ech el brazo hacia atrs para quitarle la expresin de triunfo de la cara. Antes de que descargara el golpe, Vhaeraun (a tiro de flecha y de espaldas al grupo mientras golpeaba la faz de piedra) agit la mano izquierda sin darse la vuelta. Bajo los pies de Quenthel explot una columna de magma negro e hirviente que la lanz una docena de metros por el aire con una fuerza sorprendente. Tzirik, que estaba a un paso, result ileso, pero el resto del grupo se dispers para evitar los impactos de las grandes gotas de roca fundida. El dios no detuvo su ritmo. Pegaba una y otra vez, incluso cuando Quenthel cay sobre las losas de la plaza, gritando mientras las salpicaduras de roca infernal se aferraban a su piel y la quemaban. Valas y Ryld corrieron en su ayuda. Danifae tuvo miedo,

pero mantuvo la mirada en el dios. Pharaun estudi la escena y sacudi la cabeza. --Esto es de locos --murmur. Hizo un curioso gesto con la mano y desapareci. Se teletransport a algn lugar ms seguro. Halisstra lo vio partir y se qued mirando durante un rato antes de que otro impacto de la espada de Vhaeraun la tirara al suelo. Se qued all, vencida, mientras Quenthel se agitaba y lanzaba gritos de agona. --Ah --suspir Vhaeraun. El dios se apart de la cara, que estaba partida por una cicatriz verde brillante que iba desde el centro de la frente hasta el hoyuelo de la barbilla --. Madre, ahora tampoco tienes nada que decir? Morirs en silencio? La cara permaneci impasible. Su turbia mirada no se alter, pero una vez ms algo pareci hender el tejido del cosmos con un desgarro. Una herida profunda apareci en el aire, cerca de la cara, y de ella sali otra forma divina. Mientras Vhaeraun era enjuto y de una elegancia imposible, el recin llegado era un ser de pesadilla. Medio araa medio drow, empuaba un arsenal de espadas y mazas en seis musculosos brazos, y cada una de sus patas quitinosas acababa en una pinza. Su cara era la de un apuesto drow, bastante perverso. --Retrate, Oculto --orden el dios araa con una voz torturada y acuosa--. Te est prohibido entrar aqu. --No te interpondrs entre m y mi destino, Selvetarm --gru Vhaeraun. El monstruoso dios araa Selvetarm no esper ms y sali disparado con una velocidad cegadora, agitando las seis armas en un ataque que habra desmembrado una docena de gigantes en dos latidos de corazn. Vhaeraun se hizo a un lado. Bailaba en aquella tormenta de acero como si persiguiera las armas de Selvetarm en vez de lo contrario, detena golpes que pareca imposible esquivar y responda con gracia sobrenatural. Cuando las armas de los dioses chocaban, los truenos sacudan el suelo. Halisstra se puso en pie, con la boca abierta por el asombro. Se hubiera quedado helada ante la escena indefinidamente, pero Ryld apareci. --Necesitamos tus canciones sanadoras --sise--. Quenthel tiene quemaduras graves. Eso qu importa?, se pregunt Halisstra.

No obstante, se puso en pie y se encamin hacia la sacerdotisa. Quenthel se retorca en el suelo, siseaba entre dientes mientras se esforzaba sin xito en controlar el dolor. Halisstra se desentendi del duelo entre las dos deidades, se centr en las heridas de la Baenre e inici el discordante lamento de una cancin bae'qeshel. Puso las manos en las quemaduras de Quenthel y urdi su canto lo mejor que pudo. Encontr una calma momentnea en el ejercicio de sus talentos. Las sacudidas de Quenthel se aliviaron, y un momento ms tarde abri los ojos. Tras esto, Halisstra volvi a sentirse abatida y clav la mirada en los dioses contendientes. --Qu hacemos? --susurr--. Qu podemos hacer? --Resistir --respondi Ryld. Agarr su brazo con mano de hierro y pos la mirada en sus ojos--. Espera y observa. Algo suceder. l tambin devolvi la mirada hacia Vhaeraun y Selvetarm. Valas se levant junto a Quenthel y se dirigi hacia Tzirik, que estaba encogido para mantener el equilibrio. --Tzirik! Qu le suceder a este lugar, a nosotros, si Vhaeraun vence a Selvetarm y destruye la cara? Nos sacaras de aqu? --Lo que nos suceda no importa --respondi el clrigo. --Quiz a ti no, pero a m me importa mucho --murmur Valas--. Nos trajiste aqu para que muriramos, Tzirik? --Yo no te traje aqu, mercenario, vinisteis vosotros --respondi el clrigo, concedindole slo una parte de su atencin --. Nadie excepto una sacerdotisa de la Reina Araa conseguira llegar tan cerca de su templo, ni el Seor Oculto. Respecto de qu suceder cuando Vhaeraun venza a Selvetarm, bueno, ya veremos. Volvi toda su atencin hacia los dioses. El Seor Oculto y el Campen de Lloth continuaban su enfurecida lucha. La sangre manaba de varias heridas negras en el cuerpo quitinoso del dios araa, y unas sombras negras fluan de un puado de cortes que haban alcanzado al grcil Vhaeraun. Aunque los dioses pugnaban en el reino de lo fsico, intercambiando golpes a un ritmo mareante, tambin se encontraban con magia. Conjuros de terrible poder explotaban una y otra vez entre los dos, an ms asesinos que las seis armas de Selvetarm. Tenan las miradas fijas en los ojos del contrario, en una contienda cuya potencia anulaba lo que quedaba de la razn de Halisstra. Golpes errados y conjuros desviados causaban daos terribles alrededor de las dos deidades, abran grandes crteres en las paredes del templo y las losas de la plaza, y ms de una vez estuvieron peligrosamente cerca de

aniquilar a los espectadores mortales. --Chacal traidor! --gru Selvetarm--. Tu perfidia no ser recompensada! --Tonto ingenuo. Por supuesto que s --replic Vhaeraun. Salt entre las hojas arremolinadas de Selvetarm y hundi la espada de sombras en el bulboso abdomen del dios araa. El Campen de Lloth grit y retrocedi, pero un momento ms tarde aferr el tobillo de Vhaeraun con una pinza y lo tir al suelo. Tan rpido como un gato, descarg una lluvia de golpes mortales sobre el Seor Oculto. Vhaeraun respondi con la invocacin de una colosal explosin de sombras ardientes que baj en picado desde alguna altura imposible y ba a los dos dioses en fuego negro. Selvetarm solt un grito de agona, mientras golpeaba una y otra vez a Vhaeraun. Con un terrible rechinar que Halisstra y los dems espectadores sintieron en sus huesos, la plaza de piedra se desintegr bajo ellos. An trabados en su furioso combate, las dos deidades cayeron hacia el abismo negro. Sus rugidos de rabia y los demoledores ruidos de las armas se hicieron cada vez ms dbiles. --Se han ido --dijo Ryld, anonadado, constatando lo evidente --. Ahora qu? Nadie tena una respuesta, todos estaban boquiabiertos ante el agujero del tamao de un castillo que haban dejado los dioses. Muy abajo se vean lejanos destellos de luz de la batalla. Durante varios minutos los drows no hicieron nada. Luego se pusieron en pie, y nadie dijo nada. Tzirik se cruz de brazos y esper. --Se destruirn entre ellos? --aventur el explorador al fin. --Lo dudo --dijo Danifae. Mir con atencin la grieta verde y brillante que divida la cara de Lloth, pero no dijo nada ms. --Si Lloth no ha respondido al asalto de Vhaeraun, dudo que tenga nada que decirnos --dijo Ryld--. Deberamos irnos de aqu. El maestro de armas se volvi para hablar con Tzirik y descubri que el clrigo Jaelre estaba absorto, con la mirada perdida, la expresin iluminada por la adoracin. --S, seor --susurr a nadie--. S, obedezco! Cuando Ryld avanz un paso para preguntarle al clrigo, ste gesticul y pronunci una plegaria impa. Un crculo de millares de cuchillas como las que haba usado contra el goristro surgieron a su alrededor y lo parapetaron tras un muro cilindrico de metal.

Ryld grit una maldicin y salt hacia atrs, para apartarse de las cuchillas mortales. Tzirik hizo caso omiso del maestro de armas y continu con la tarea que Vhaeraun le haba asignado. El clrigo sac un cilindro y extrajo un pergamino, lo desenroll y empez a recitar en voz alta las palabras de otro poderoso conjuro mientras se protega de los menzoberranios con su mortfera barrera. Halisstra levant la mirada hacia l, sorprendida. Intentaba discernir qu conjuro estaba lanzando el clrigo Jaelre, aunque ya no le importaba. Mientras Halisstra se hunda en la apata y la desesperacin, el espritu de lucha se reaviv en Quenthel. Se levant y empez a buscar su ltigo. *** A unos metros de all, escondido entre la oscuridad y los vapores, Pharaun estaba sentado con las piernas cruzadas sobre la piedra, apresurndose a finalizar su conjuro. Observ cmo combatan los dos dioses hasta que desaparecieron de la vista con la cada. El conjuro no se poda lanzar rpido, y si intentaba acelerarlo, lo perdera del todo. En la parte de su mente que no estaba absorta en modelar la magia, se pregunt, con no poca inquietud, si la omnisciencia sera lo bastante completa para sentir su presencia, notar que lanzaba un conjuro y deducir por qu lo haca, y si los dioses lo detendran. Aunque crea que Vhaeraun y Selvetarm estaban ocupados con su batalla y era improbable que le hicieran mucho caso. --Jeggred, estamos en peligro. Mata el cuerpo de Tzirik ahora. Volveremos pronto, pero vigila hasta ese momento. Quenthel lo ordena --dijo (un mensaje que recorrera distancias incalculables de dimensiones y espacio) tras completar el conjuro. Pharaun suspir y se puso en pie, con aire pensativo. No estaba seguro de qu efectos tendra su conjuro desde otro plano de existencia. Ni saba lo que tardaran sus palabras en llegar a Jeggred en Minauthkeep, o si el draegloth hara lo que se le peda en nombre de Quenthel... o si el maldito semidemonio an estaba vivo y libre para matar al clrigo. El maestro de Sorcere tena la sensacin de que todo ira como esperaba. Era slo cuestin de tiempo, y no mucho.

--ste no es un buen momento para discutir, Jeggred --murmur Pharaun--. Por una vez, haz lo que te pido sin poder objeciones. Con cautela, empez a caminar hacia la lejana grieta en la maciza pared del templo. *** Rodeado por su muro de cuchillas, Tzirik lea con rapidez el pergamino. No se preocup en decirles a los menzoberranios qu le haba dicho Vhaeraun que hiciera, o por qu lo haca. Procedi como si no estuvieran all, aparte de la precaucin de levantar una pared de cuchillas para impedir que interfirieran. Ryld y Valas estaban cerca de las mortales cuchillas giratorias, observando con impotencia cmo el clrigo lanzaba el conjuro. Danifae y Quenthel se hallaban un poco ms atrs. Su determinacin de hacer algo luchaba con su incapacidad para discernir lo que deban hacer. Halisstra tambin observaba, esperaba para ver cul sera su destino. --Tzirik, detente! --grit Valas--. Ya nos has puesto demasiado en peligro. No te permitiremos continuar. --Mtalo, Valas --dijo Danifae--. Ni te escuchar ni se detendr. El explorador se qued paralizado mientras el canto del clrigo se acercaba a las triunfantes notas finales. Encorv la espalda, afligido por la derrota. Sin previo aviso, Valas levant el arco y dispar. La primera flecha la desvi una cuchilla, pero la segunda la atraves y perfor la mano enguantada de Tzirik. El clrigo chill de dolor y dej caer el pergamino, que fue a parar al suelo. --An eres el chico de los recados de esas rameras, Valas? --dijo el Jaelre, volvindose hacia el aludido con los ojos inflamados de odio--. No ves que no eres nada ms que un buen perro de presa para ellas? Por qu continas siendo leal a la Reina Araa, cuando podras escoger al Seor Oculto como tu dios y conocer la verdadera libertad? --Lloth har lo que desee --respondi Valas--. Yo, sin embargo, soy leal a Bregan D'aerthe y a mi ciudad. No podemos permitirte ni a ti ni a tu dios que nos desves de nuestra bsqueda, Tzirik. --T y tus compaeros no os opondris a la voluntad de Vhaeraun. Me niego a permitirlo --dijo Tzirik con expresin sombra. Levant el escudo mientras pronunciaba las palabras de otro

conjuro mgico. Valas dispar de nuevo, pero sus flechas rebotaron en el escudo del clrigo. Tzirik finaliz su conjuro y puso la mano herida en el suelo. Un poderoso temblor sacudi la piedra y golpe a los menzoberranios, arrojndolos como muecas y abriendo grandes grietas en las losas de la plaza, y esas aberturas llevaban a una negrura absoluta. Valas se tambale, intentaba mantener el equilibrio mientras las piedras crujan y cedan bajo l. Danifae se estabiliz y lanz un disparo con la ballesta que pas las cuchillas y alcanz a Tzirik en la coraza, pero el virote se hizo aicos en la armadura del clrigo. Quenthel se las ingeni para dar un salto desesperado a fin de no caer en una grieta. Rod con torpeza y se levant con una varita de hierro en la mano. La suma sacerdotisa grit la palabra de activacin y descarg una esfera blanca, de alguna sustancia mgica y viscosa, en el clrigo, pero las cuchillas de Tzirik convirtieron la burbuja en un montn de hilos pegajosos. --Levntate, Halisstra --sise Quenthel--. Tus hermanas sacerdotisas te necesitan. Los fuertes temblores hicieron perder pie a Halisstra la primera vez que intent enderezarse. Sacudi la cabeza y lo intent de nuevo. Mis hermanas me necesitan? --pens--. Extrao, parece que nuestra diosa no necesita que la sirvamos como sacerdotisas. Si Lloth decide darme la espalda, despreciar mi fidelidad y devocin, entonces lo ltimo que puedo hacer es devolverle el favor. Durante toda su vida Halisstra se haba unido de buena gana a sus peores enemigos, sus rivales ms acrrimas, cuando se alzaba algo que amenazaba el dominio absoluto que compartan ella y sus hermanas sacerdotisas sobre la sociedad drow. Visto lo visto en el espacio infinito y vaco de la Red de Pozos Demonacos, decidi que no dara un solo paso en nombre de Lloth. --Djale hacer lo que quiera --le dijo a Quenthel--. Lloth me ha enseado que no importa. Si nos las ingeniamos para preservar la existencia de Lloth, crees que nos lo agradecera? Si me arranco el corazn y lo dejo en el altar de la Reina Araa, crees que estara complacida por mi sacrificio? Unas carcajadas amargas brotaron de su boca y se entreg a ellas, mientras decrecan los temblores de Tzirik. El corazn le dola con una herida que podra partir el mundo en dos, pero no encontraba palabras para expresarlo.

Quenthel se la qued mirando horrorizada. --Blasfemas --consigui susurrar. La matrona de Arach-Tinilith recuper el ltigo y se volvi hacia Halisstra, pero antes de que golpeara, Tzirik atac con otro conjuro, que quem a todo el grupo con lenguas de fuego que corran por toda la plaza como agua que se derramara. Halisstra cay al suelo y grit de dolor. Los dems maldijeron o gritaron, buscando un refugio que no exista. --Dejadme! --orden Tzirik desde su jaula de cuchillas de acero. Se inclin y recuper el pergamino, mientras los menzoberranios se enderezaban sobre las losas humeantes. Ryld se levant despacio, la cara y las manos quemadas, y observ mientras el clrigo empezaba de nuevo el conjuro. El maestro de armas mir las cuchillas que rodeaban al clrigo y, con la celeridad de un gato, salt hacia la barrera, hecho una bola. Las gotas de sangre salpicaron todo el derredor mientras las cuchillas daban vueltas y cortaban la armadura enana del maestro de armas entre chispas, pero el maestro de Melee-Magthere atraves la barrera. Se puso en pie a trompicones con un gruido de dolor, Tajadora aferrada con torpeza en sus manos laceradas, pero se las ingeni para dirigirla hacia Tzirik. Una vez ms el clrigo se vio obligado a dejar caer el pergamino. Detuvo la estocada con el escudo y respondi con la maza. Ryld evit el golpe saltando hacia atrs, tan cerca de las cuchillas que saltaron chispas donde las hojas rozaron su espalda. Se recuper y avanz de nuevo, blandiendo la espada y acuchill al clrigo. Valas, al oro lado de la barrera, toc el smbolo de la estrella de nueve puntas que llevaba en el pecho. En un abrir y cerrar de ojos desapareci y reapareci dentro de la barrera detrs de Tzirik. Dej el arco y sac los kukris, pero Tzirik lo sorprendi. Dio la espalda a Ryld y carg con el escudo contra el Bregan D'aerthe en el momento en que Valas asa los cuchillos. Con un grito de rabia el Jaelre empuj a Valas hacia la cortina de cuchillas y envi al explorador al otro lado. Las hojas le produjeron innumerables cortes. Ryld se lo hizo pagar a Tzirik y carg hacia el clrigo, le descarg un golpe que le hizo dar media vuelta, pero la coraza del clrigo aguant. En respuesta, Tzirik salt hacia Ryld y atac con

una andanada de golpes que hicieron recular al maestro de armas. Ryld se recuper para otro asalto, pero en ese momento Quenthel tambin se lanz a travs de las cuchillas. Una le hizo un corte profundo en la pantorrilla y la hizo trastabillar y echar la rodilla en tierra con un espasmo de dolor. Tzirik se apart del alcance del ltigo de la Baenre y lanz un hechizo. Ryld se qued paralizado cuando el clrigo le lanz el conjuro. Rpido como una vbora, Tzirik se volvi hacia Quenthel y la tir al suelo mientras an intentaba ponerse en pie. Evit las siseantes cabezas de serpiente, dio una patada al ltigo, que sali de la cortina de cuchillas, y se volvi para aplastarle el crneo a Ryld mientras estaba indefenso. Levant la maza de bronce para el golpe mortal... y Tzirik se apart de un bandazo de su vctima, golpeado por una fuerte explosin de sonido. Halisstra, que estaba al otro lado de la barrera de cuchillas, inici otra cancin bae'qeshel y volvi a atacar al clrigo. No luchara de nuevo por Lloth, pero s lo hara por sus compaeros, por Ryld sobre todo. --No matis al clrigo --pidi a sus compaeros--. Lo necesitamos para volver a casa! --Entonces qu sugieres? --pregunt Danifae a voz en grito--. Parece que tiene la intencin de destruirnos! --Ni que lo digas --dijo Tzirik. El clrigo Jaelre se recuper de los conjuros de Halisstra y lanz uno de los suyos. Invoc desde el cielo negro una columna de fuego prpura que abras a Halisstra y Danifae. El clrigo se volvi para enfrentarse a Quenthel, que se recuperaba en ese momento para saltarle a la espalda. --Disfruto mucho matando sacerdotisas de la Reina Araa --dijo Tzirik--. Cuando despiertes en Minauthkeep, te volver a matar. Avanz hacia ella, los ojos crueles encendidos mientras Quenthel cojeaba, tratando de evitar el inexorable golpe. El peto de Tzirik se desvaneci. El clrigo se detuvo desconcertado y baj la mirada. Todas las dems piezas de su armadura estaban en su sitio, pero entonces, despacio, el justillo de cuero tambin desapareci y mostr la piel negra de su torso. --En nombre del Seor Oculto qu...? --murmur, y levant la mirada justo a tiempo para alejarse de Danifae, que le dispar un virote al corazn que se clav en el escudo del clrigo. Su desconcierto se torn al instante puro terror.

--No! --grit--. N... Alguna fuerza invisible le desgarr el pecho a Tzirik y empez a arrancar sus ensangrentadas costillas una a una. La sangre y trozos de huesos se esparcieron, aunque el clrigo se mantena en pie mientras algo lo descuartizaba vivo ante los asombrados menzoberranios. Halisstra, que haba visto cosas muy terribles en los altares de Lloth, recul horrorizada. Con un parte distante y lejana de su mente, sinti que la carne y los huesos destrozados de Tzirik desaparecan, igual que su armadura. No sucede aqu --descubri--. Estn matando a Tzirik, pero en Minauthkeep. Un obsceno golpe final hiri las entraas de Tzirik y las esparci. El clrigo Jaelre cay de rodillas mientras pona los ojos en blanco. Desde una distancia inmensa apareci una brillante cuerda plateada, atada a la espalda del clrigo. Retrocedi a su cuerpo astral con una fuerza que sacudi el alma de Halisstra, y Tzirik desapareci, como si nunca hubiera existido. --Dioses... --consigui decir Valas, y entonces gru por la sorpresa. Todos ellos lo sintieron en el mismo instante; una distorsin violenta de sus almas que rasg la plaza y el templo negro en millares de astillas plateadas. Halisstra abri la boca, un grito de terror brotaba de su garganta, pero antes de que tomara forma tiraron con fuerza de ella hacia la inconsciencia. *** Halisstra se despert con un sobresalto, sentada sobre el mohoso divn de la cmara escondida de Tzirik. Le cost un momento comprender que estaba viva. La experiencia de ver su alma arrancada de la Red de Pozos Demonacos para volver a Faerun en un instante era algo que no le gustara repetir. Le cost ms tiempo darse cuenta de que ya no tena herida ninguna. Aunque donde le dola era en el corazn. Un gran dao lata en el centro de su ser, una pena tan profunda que Halisstra era incapaz de imaginarse algo que fuera capaz de borrarla. Apret la mano en su pecho como si aliviara ese dolor y mir a su alrededor. Los dems tambin despertaban, aturdidos o

mareados. A su derecha, Tzirik estaba inmvil, el cuerpo hecho jirones. La sangre salpicaba las paredes de la cmara, y trozos abominables del clrigo Jaelre estaban dispersos por el suelo. Junto al cuerpo destrozado del clrigo estaba Jeggred, lamindose la sangre de su pelaje blanco. A su lado tena un par de guerreros Jaelre, degollados. --Matrona? --le pregunt el draegloth a Quenthel--. Qu ha sucedido? Qu has descubierto? Los ojos de Quenthel se posaron en el cuerpo de Tzirik y en los guardias muertos, y frunci el entrecejo. --En nombre de la diosa, en qu estabas pensando? --le pregunt al draegloth--. Por qu has hecho eso? --Te refieres a los guardias? Me hubieran impedido hacer mi trabajo con el hereje --respondi Jeggred. --No, ellos no --dijo la sacerdotisa--. Tzirik! Jeggred entorn los ojos y empez a gruir. El semidemonio se enderez y rode los divanes para dirigirse hacia Pharaun, mientras crispaba los puos. --Mago, si me he equivocado por tu culpa... --Pharaun... --dijo Quenthel, mientras frunca el entrecejo para recordar. No le cost mucho. Los recuerdos aparecieron en sus ojos y se volvi para clavar la mirada en el maestro de Sorcere --. Nos abandonaste en medio de la Red de Pozos Demonacos cuando ms te necesitbamos. Explcate! --Lo estim oportuno --dijo Pharaun--. Estbamos en peligro de muerte, pero no poda escapar sin la complicidad de Tzirik, y era bastante claro que Tzirik no tena intencin de ir a ninguna parte. El mejor mtodo para escapar que conceb era dirigir un mensaje a Jeggred y ordenarle que matara el cuerpo fsico de Tzirik. Como el clrigo era el que haba lanzado el conjuro del viaje astral, su muerte lo disipara para todos nosotros. Fue ms brusco de lo que me hubiera gustado, pero no se me ocurran otras opciones. Le dije a Jeggred que t lo ordenabas, pues no estaba seguro de si matara al clrigo porque yo se lo pidiera. --Tu cobarda nos ha alejado del lugar en el que tenamos la esperanza de obtener respuestas --gru Quenthel. --No --dijo Halisstra--. La prudencia de Pharaun consigui que escapramos de una situacin imposible, de la manera que crey mejor. --Qu sentido tiene escapar si fracasamos en nuestra

bsqueda? --plante la Baenre. --Respuestas? No hay respuestas, Quenthel --dijo Halisstra--. Nos habramos degradado hasta el fin de los tiempos, y a la Reina Araa no le hubiera importado un comino. La bsqueda era un sinsentido; y de cualquier manera era algo de lo que nunca estuviste segura. O en el Abismo haba almacenes que asaltar? --Pas por alto tu blasfemia y orgullo en la Red de Pozos Demonacos, pero no lo hagas de nuevo --dijo Quenthel--. Si me vuelves a hablar de ese modo, te arrancar la lengua. Sers castigada por tu apostasa, Halisstra Melarn. La Reina Araa ser testigo de tormentos inimaginables por tu falta de respeto. --Al menos eso sera una seal de que an est viva --respondi Halisstra. Se levant y empez a reunir sus pertenencias. De los salones ms all de las cmaras provenan gritos de alarma lejanos y el ruido de muchos pasos que se acercaban. Casi pareca una ensoacin. --Vienen los Jaelre --dijo Danifae--. Tendrn algo que decir sobre el asesinato de su clrigo. --Preferira no tener que abrirme paso a golpes por este castillo --dijo Ryld--. Estoy harto de luchas. Con un gruido, Quenthel apart los ojos de Halisstra y estudi la cmara. Se mordisque el labio con nerviosismo, como si luchara contra una idea que no le gustara, y entonces murmur una maldicin y se volvi hacia Pharaun. --Tienes algn conjuro que nos pueda sacar de aqu? Pharaun sonri satisfecho, complacido de que Quenthel se viera obligada a recurrir a sus poderes despus de que acabara de condenar sus acciones. --Es un poco justo, pero creo que podemos teletransportarnos todos a la vez --dijo--. Adnde queris ir? No puedo llevaros a la Antpoda Oscura con seguridad, pero otro lugar... --A cualquier parte menos aqu --respondi Quenthel--. Necesitamos tiempo para reflexionar sobre lo que hemos visto y aprendido, y el siguiente paso que daremos. --Vayamos a la boca de la cueva del portal que llevaba al Laberinto --dijo Valas--. Se halla a varios das de marcha de aqu y no est muy concurrido. --Excelente --dijo Quenthel--. Llvanos. --Entonces, unid las manos --dijo Pharaun. Puso su mano sobre las de Ryld y Halisstra y pronunci una

frase corta justo cuando los primeros golpes resonaban en el panel de la puerta secreta. En un abrir y cerrar de ojos estaban en el suelo fro y cubierto de musgo de la boca de la cueva que haba en el claro del bosque. El amanecer estaba prximo. El cielo del este era de un gris perlado, y el roco mojaba el suelo. La caada estaba vaca y triste igual que la primera vez que el grupo haba acampado all, haca poco ms de diez das. La mayor parte de la nieve se haba fundido y goteaba en la cueva. --Ya estamos --anunci el mago--. Ahora, si a nadie le importa, creo que voy a buscar el lugar ms cmodo de la caverna y dormir como un condenado humano. Baj por las rocas resbaladizas sin esperar una respuesta. --Descansa ms tarde, mago --le orden Quenthel--. Tenemos que decidir qu haremos, el significado de las cosas que vimos... --Lo que vimos no tiene sentido --dijo Halisstra--, y lo que haremos no importa. Estoy con Pharaun. Reuni fuerzas para saltar de roca en roca, mientras descenda hacia la oscuridad reconfortante y familiar de la caverna. Detrs, Quenthel echaba chispas y Jeggred refunfuaba, pero Ryld y Valas se pusieron las mochilas al hombro y siguieron a Pharaun hasta la caverna. Danifae se volvi hacia la Baenre y pos una mano en su hombro. --Todos estamos inquietos por lo que vimos --dijo la prisionera de guerra--, pero tambin exhaustos. Pensaremos con ms claridad cuando hayamos descansado, y quiz entonces el mensaje de la diosa estar ms claro para todos. A regaadientes, Quenthel asinti. Halisstra y Pharaun ya se haban echado en el suelo, a doce metros de la entrada, con la mochila apoyada en la pared. El resto de los menzoberranios entraron despacio y escogieron su lugar, desplomndose all mismo. La armadura ensangrentada de Seyll pareca muy pesada para los hombros de Halisstra, y la empuadura de la espada le apretaba las costillas. Estaba demasiado cansada para encontrar otra posicin. --Nadie me explicar lo que sucedi en la Red de Pozos Demonacos? --pregunt Jeggred--. Esper en una habitacin vaca durante das, vigilando vuestros cuerpos durmientes. Merezco or lo que pas. --S --dijo Valas--. Ms tarde. No creo que nadie sepa qu pensar de todo ello. Danos tiempo para descansar y para reflexionar.

Descansar?, pens Halisstra. Se senta como si fuera capaz de dormir (igual que un humano), durante diez das y no librarse de la fatiga que senta. Su mente rehusaba plantearse de nuevo por qu Lloth la haba abandonado; sin embargo tena algo en el corazn que exiga un anlisis, una pena que no le permitira el refugio del ensueo hasta que no encontrara el modo de ahuyentarla. Con un suspiro, acerc la bolsa y la abri, para sacar la caja de cuero de la lira. Sac la reliquia de la funda y pase los dedos por las runas grabadas sobre los huesos de dragn. Luego, toc las perfectas cuerdas de mithral. Al menos tengo esto, pens. En el silencio de la cueva, Halisstra toc las oscuras canciones del bae'qeshel y dio voz a su insoportable pena.

{Final Vol.03}

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