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6 Pirandello El Hombre de La Flor en La Boca

Este documento presenta una conversación entre un Hombre de la Flor en la Boca y un Parroquiano en un café nocturno. El Hombre de la Flor explica que usa su imaginación para aferrarse a la vida de los extraños, imaginando detalles sobre sus vidas y hogares. Le dice al Parroquiano que esto le sirve para adherirse continuamente a la vida de los demás, aunque no siente placer al hacerlo. Mientras tanto, el Parroquiano comparte que perdió el tren y ahora debe esperar hasta la mañana siguiente para regresar con su fam
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6 Pirandello El Hombre de La Flor en La Boca

Este documento presenta una conversación entre un Hombre de la Flor en la Boca y un Parroquiano en un café nocturno. El Hombre de la Flor explica que usa su imaginación para aferrarse a la vida de los extraños, imaginando detalles sobre sus vidas y hogares. Le dice al Parroquiano que esto le sirve para adherirse continuamente a la vida de los demás, aunque no siente placer al hacerlo. Mientras tanto, el Parroquiano comparte que perdió el tren y ahora debe esperar hasta la mañana siguiente para regresar con su fam
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EL HOMBRE DE LA FLOR EN LA BOCA


ACTO UNICO
Al fondo rboles de un bulevar; lmparas elctricas que se ven por entre el follaje. A ambos
lados las ltimas casas de una calle que desemboca en el bulevar. A la: izquierda un msero
caf nocturno con mesitas y sillas en la acera. En la esquina, junto a la ltima casa de la
izquierda, un farol, tambin encendido. Apenas si ha pasado medianoche. De lejos, a
intervalos, el sonido tintineante de una mandolina.
El hombre, sentado ante una mesita, mira largamente, en silencio, al pacfico parroquiano,
que en la mesa contigua sorbe, con canuto de paja, un refresco.
HOMBRE DE LA FLOR: As que. .. es usted un hombre pacfico? Ha perddo el tren?
PARROQUIANO: Por un minuto... sabe? Llego a la estacin y se me escapa, as, delante
de las narices.
HOMBRE DE LA FLOR: Poda haberlo corrido...
PARROQUIANO: Claro! Resulta cmodo. Lo s! Hubiera bastado, santo Dios!, con no
haber tenido todos esos estorbos: bultos, paquetes, paquetitos. .. Un
verdadero burro de carga!... Pero las mujeres. . ., encargos y ms
encargos..., nunca terminan! Tres minutos, crame, tres minutos tard al
bajar del coche, para disponer los nudos de todos esos paquetes en los
dedos. "A dos paquetes por dedo!
HOMBRE DE LA FLOR: Debi de ser divertido. ., sabe qu hubiera hecho yo? Los hubiera
dejado en el coche.
PARROQUIANO: Y mi mujer? Ah, si! Y mis hijas...? Y todas sus amigas?
HOMBRE DE LA FLOR: Que rabien! Yo me hubiera divertido a ms no poder.
PARROQUIANO: Porque usted, tal vez, no sabe cmo son las mujeres cuando estn de
veraneo.
HOMBRE DE LA FLOR: Claro que lo s! Precisamente porque lo s. .. (Pausa.) Todas
dicen que no tienen necesidad de nada. . .
PARROQUIANO: Eso solamente? Son capaces de asegurar que si salen de veraneo es
para hacer economas. Y despus, apenas llegan a uno de estos pueblecitos
de las afueras. . ., cuanto ms sucio, ms feo, ms msero, tanto ms se
empean en engalanarlo vistiendo con los adornos ms vistosos. Ah, las
mujeres. . .! Bah!,. por otra parte es su profesin. "Si te hicieras una
escapadita hasta l-a ciudad, querido, tendra verdadera necesidad de esto. . .,
de aquello... Ah!, Y podras, adems, si no te molesta. " -gracioso ese "si no
te molesta"-, y luego, ya que ests all, de pasada..." "Pero... cmo
pretendes, querida, que en tres horas cumpla tantos encargos?" "Oh!... pues
hombre. .. tomando un coche!. . ." (Pausa.) Lo malo es que, como no
pensaba demorar ms de tres horas, me vine sin las llaves de casa.
HOMBRE DE LA FLOR: Oh, qu bueno!... Y ahora?
PARROQUIANO: Dej el montn de paquetes y paquetitos en el depsito de la estacin, fui
a cenar a un restaurante, y despus, para calmar la rabia, al teatro. Se
reventaba de calor! A la salida me pregunto: qu hago? Son las doce; el
primer tren sale a las cuatro; para dormir tres horas, no vale la pena el gasto
del hotel. Y me vine aqu. Este caf no cierra, verdad?
HOMBRE DE LA FLOR: No cierra, no, seor. (Pausa.) As que ha dejado todos los
paquetes en el depsito de la estacin?
PARROQUIANO: Por qu me lo pregunta? No estn seguros, tal vez? Los dej todos muy
bien atados. . .
HOMBRE DE LA FLOR: No, no; no digo eso. (Pausa.) Bien atados! Me lo imagino; con ese
arte especial que tienen los dependientes para envolver la mercadera.
(Pausa.) Qu manos!. .. Un buen pedazo de papel, doble, rojo, satinado. ..
Slo verlo ya es un placer! Tan liso que dan ganas de arrimarlo a la cara
para sentir esa caricia fresca. .. (Pausa.) Lo extienden sobre el mostrador, y
luego, con elegante desenvoltura, colocan encima, en el medio, la tela liviana,
bien doblada. Sacan primero, de abajo, con el dorso de la mano, un borde;

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luego bajan el otro por arriba y hasta le hacen con gracia un pequeo doblez,
sin necesidad, por amor al arte. Despus pliegan el papel de un lado y del
otro en forma de tringulo y meten abajo las dos puntas;
alargan la mano a la caja del pioln, tiran de l hasta sacar lo que necesitan para atar el
paquete, y atan, tan rpidamente que usted no tiene siquiera tiempo para
admirar su habilidad, y ya le presentan el paquete listo, con el moito para
introducir el dedo. . .
PARROQUIANO: Ah, ah... Se ve que usted ha prestado mucha atencin a esa tarea de los
dependientes. . .
HOMBRE DE LA FLOR: Yo?.. Mi querido seor, me paso los das enteros mirndolos. Soy
capaz de estarme hasta una hora parada, observando el interior de una
tienda, a travs del escapara te. .. (Pausa.) Me olvido de m. Me parece ser...
quisiera ser. . ., verdaderamente, ese generito de seda, ese pequeo
bordado, esa cinta rosa o celeste que los jvenes vendedores..., despus de
medirla con el metro. .., ha visto cmo hacen?. ., la envuelven formando un
ocho entre el pulgar y el meique de la mano izquierda, antes de
empaquetarla... (Pausa.) Miro al cliente, o a la clienta, que sale de la tienda
con SU paquete colgado del dedo, o en la mano, o bajo el brazo, y los sigo
con los ojos, hasta que los pierdo de vista. .. imaginando... Uhhh!, cuntas
cosas imagino!. "Usted no puede figurarse... (Pausa. Sombro, como para s
mismo.) Pero me sirve. . "me sirve eso. . .
PARROQUIANO: Le sirve? Perdone. .., qu es lo que le sirve?
HOMBRE DE LA FLOR: Aferrarme as -digo. .. con la imaginacin- a la vida. Como una
enredadera a los hierros de una verja. (Pausa.) Ah! No dejar nunca que la
imaginacin descanse un solo momento. Adherirme, adherirme
continuamente con la imaginacin a la vida de los dems. .. Pero no a la vida
de la gente que conozco. No, no. A sa no podra; me causa fastidio. . ., si
usted supiera!. . ., nuseas. Aferrarme a la vida de los extraos, en torno de
los cuales la imaginacin puede trabajar con libertad; pero no
caprichosamente, entendmonos, sino, por el contrario, teniendo en cuenta
las menores apariencias descubiertas en esto, en aquello. .. (Pausa.) Si usted
supiera cunto y cmo trabaja mi imaginacin. Hasta qu punto consigo
penetrar en esas vidas. Veo la casa de ste, la de aqul. .. Vivo en esas
casas; me siento realmente en ellas... hasta percibir.. ., sabe?.., ese hlito
tan particular que se esconde en la casa de cada uno. En la ma. . ., en la
suya. . . Claro que. ., en la nuestra ya no lo notamos ms, porque es el aliento
mismo de nuestra propia vida. .. Me entiende? Ah!, veo que usted dice que
s.
PARROQUIANO: S porque. . ., digo, debe sentir un gran placer imaginando tantas cosas. . .
HOMBRE DE LA FLOR (con fastidio, despus de haberlo pensado un poco): Placer?..
Yo?
PARROQUIANO: S..., me figuro. . .
HOMBRE DE LA FLOR: Dgame, ha estado usted alguna vez en el consultorio de un buen
mdico?
PARROQUIANO: Yo no! Por qu?' Nunca estoy enfermo.
HOMBRE DE LA FLOR: No, no se alarme. Se lo preguntaba para saber si nunca ha visto, en
la casa de uno de esos mdicos renombrados, la sala donde los clientes
esperan turno para ser atendidos.
PARROQUIANO: Ah, s. Una vez me toc acompaar a una hija ma que sufra de los
nervios.
HOMBRE DE LA FLOR: Est bien; no pretendo enterarme. Digo, esas salas de espera...
(Pausa.) Se ha fijado bien? Divanes de tapizado oscuro..., de estilo
antiguo..., sillas acolchadas..., a menudo desparejas. . ., esas butaquitas. ..
Son muebles comprados al azar, de segunda mano, puestos all para los
clientes.
No pertenecen a la casa. El seor doctor tiene para l, para las amigas de su seora, otra
sala muy diferente, rica, lujosa. Quin sabe cmo desentonara una silla, una
pequea butaca de esa sala, puesta en la sala de los clientes, a quienes
basta un moblaje as, decente, sobrio. (Pausa.) Me gustara saber si usted,
cuando fue con su hija, mir atentamente el silln o la silla en que estuvo
sentado esperando.

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PARROQUIANO: Yo, no; realmente...
HOMBRE DE LA FLOR: Claro!..., porque usted no estaba enfermo. (Pausa.) A menudo,
tampoco los enfermos se fijan, preocupados como estn, por su enfermedad.
(Pausa.) Sin embargo, cuntas veces algunos estn all, observndose el
dedo que hace seas vanas sobre el posabrazos lustroso del silln en que
estn sentados. Piensan y no ven. (Pausa.) Y qu impresin nos causa,
luego, al salir de la consulta y cruzar de nuevo la sala, cuando vemos aquella
butaca o silla en la que poco antes estbamos sentados, a la espera de la
sentencia sobre nuestro mal todava desconocido. Advertir que est ocupada
por otro cliente, l tambin con su secreto mal, o verla, all, vaca, en espera
de que otro cualquiera venga a ocuparla. (Pausa.) Pero... qu estbamos
diciendo?.. Ah, s!... el placer de la imaginacin. .. Quin sabe por qu se
me ha ocurrido pensar en la silla de esas salas de espera, donde los
pacientes aguardan su turno para entrar en el consultorio?
PARROQUIANO: Verdaderamente...
HOMBRE DE LA FLOR: Usted no ve la relacin? Yo tampoco. (Pausa.) Es que ciertas
relaciones entre imgenes lejanas, son tan particulares de cada uno de
nosotros, estn determinadas por razones y experiencias tan singulares, que
dejaramos de entendemos si al hablar no nos privramos de usarlas. Nada
ms ilgico, a menudo, que estas analogas. (Pausa.) Sin embargo la
relacin, quizs, podra ser sta. Fjese: Sentirn placer esas sillas en
imaginar quin ha de ser el paciente que vendr a ocuparlas en espera del
examen mdico? De qu enfermedad padece? Adnde ir? Qu har
despus de la consulta?.. Ningn placer. As yo: ninguno. Llegan tantos
clientes y ellas estn all, pobres sillas, para ser ocupadas. (Pausa.) Y bien,
as me ocupan a m. Ahora me ocupa esto, ahora aquello. (Pausa.) En este
momento me est ocupando usted, y crame que no siento ningn placer
porque usted haya perdido el tren, porque su familia lo espere en el
pueblecito de veraneo, ni por todos los inconvenientes que puede haber
sufrido.
PARROQUIANO: Uf! Muchos, sabe?
HOMBRE DE LA FLOR: D gracias a Dios que no son ms que inconvenientes. (Pausa.)
Hay quien tiene algo peor, querido seor. (Pausa.) Yo le digo que necesito
aferrarme con la imaginacin a la vida de los dems, pero lo hago sin placer,
sin interesarme en lo ms mnimo..., ms bien... ms bien..., s. . ., para sentir
fastidio. . ., para juzgar que la vida es tonta y vana, a tal punto que a nadie,
en verdad, debiera importarle que termine. (Con sorda clera:) Y esto hay
que demostrarlo muy bien, sabe?, con pruebas y ejemplos continuos;
tenemos que demostrrnoslo a nosotros mismos, implacablemente. Porque,
mi estimado seor, no sabemos de qu est hecho, pero existe, existe! Lo
sentimos todos aqu, como una congoja en la garganta, que el gusto de la
vida no se satisface nunca, que no puede satisfacerse nunca, porque la vida,
en el momento mismo de vivirla, es tan vida de s misma que no se deja
saborear. (Pausa.) El sabor est en el pasado, que nos queda vivo adentro.
El gusto de la vida nos viene de all, de los recuerdos que nos mantienen
atados. Pero atados a qu cosa? A estas tonteras. . ., a estos fastidios. . .,
a tantas estpidas ilusiones. . . ocupaciones: insulsas... S, s. Esto, que
ahora es una tontera. . ., esto, que ahora es un fastidio. . ., hasta, dira, esto
que ahora es para nosotros una desdicha, una verdadera desdicha. . . s,
seor..., de aqu a cuatro o cinco o diez aos..., quin sabe qu sabor
tomar; qu gusto tendrn estas lgrimas? Y la vida, sin embargo, ante la
sola idea de que la vamos a perder, especialmente cuando sabemos que es
cuestin de das... (Asoma por el ngulo de la derecha la mujer vestida de
negro para espiar.) Ah est. Ve all? All, en aquella esquina... Ve aquella
sombra de mujer? .. Ya se escondi!
PARROQUIANO: Cmo? Quin?.. Quin era?
HOMBRE DE LA FLOR: No la vio? Se ha escondido.
PARROQUIANO: Una mujer?
HOMBRE DE LA FLOR: Mi esposa; s.
PARROQUIANO: Ah! Su seora? ,

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HOMBRE DE LA FLOR (despus de una pausa): Me vigila de lejos. A veces me dan ganas,
crame, de ir a tomarla puntapis. Sera intil. Es como uno de esos perros
perdidos, obstinados, que cuanto ms uno les pega, ms se le prenden a los
talones. (Pausa.) Lo que esa mujer est sufriendo por m, nadie se lo puede
imaginar. Ya ni come, ni duerme. Me sigue da y noche, as, de lejos. Y si por
lo menos se preocupase de quitarle el polvo a sus vestidos, a esa chancleta
que lleva por sombrero!... Ya no parece una mujer sino un estropajo!. .. Se le
h2a empolvado para siempre los cabellos, aqu, en las sienes. 1, Y apenas
tiene treinta y cuatro aos. (Pausa.) Me da una rabia que usted no puede
imaginar! A veces, zamarrendola, 11, grito en la cara: "Estpida!" Ella lo
acepta todo; se queda ah, mirndome con unos ojos. . ., con unos ojos que,
le juro, me ponen en los dedos Unas ganas salvajes de estrangularla.
:r-;.~da. Espera que me aleje, para volver a seguirme a distancia. "
(Nuevamente asoma la cabeza de la mujer.) Ah la tiene, mire..., otra vez
asoma la cabeza por la esquina.
PARROQUIANO: Pobre seora!
HOMBRE DE LA FLOR: Qu pobre seora!... Ella querra, comprende, que yo me estuviera
en casa, tranquilo, quieto, regodendome entre sus ms amorosos, sus ms
entraables cuidados; a gozar del orden perfecto en que mantiene las
habitaciones, de la pulcritud de todos los muebles... y de ese silencio de
espejo que haba antes en mi casa, regulado por el tic-tac del pndulo del
comedor. Eso es lo que ella quisiera! Ahora yo le pregunto a usted, para que
entienda lo absurdo, qu digo absurdo! . . ., la macabra ferocidad de
semejante pretensin, le pregunto si cree posible que las casas de Avezzano,
las casas de Messina, sabiendo que el terremoto las va a desplomar de un
momento a otro, habran podido quedarse tranquilas bajo la luna, ordenadas
en fila a lo largo de calles y plazas, sometidas al plan regulador de la
comisin edilicia municipal. Casas de piedra y hierro como son, se hubieran
escapado. Imagnese a los ciudadanos de Messina, desnudarse tranquilos
para ir a la cama, doblar sus ropas, poner los zapatos fuera de la puerta y
meterse luego bajo las cobijas para gozar el candor fresco de las sbanas
recin lavadas, sabiendo que dentro de pocas horas iban a me :ir. .. Diga...,
le parece posible?
P ARROQUIAN '): Pero quizs su seora. . .
HOMBRE DE A FLOR: Djeme hablar. Si la muerte, seor mo, fuera como mo de esos
insectos extraos, inmundos, que uno de improvise i descubre encima de
s. .. Usted camina por la calle; otro que Jasa, de pronto lo detiene, y cauto,
con dos dedos extendidos, as, le dice: "Disculpe, me permite? .. Usted,
distinguido .'seor, lleva la muerte encima", y, con los dedos extendidos, la
toma y la arroja lejos... Sera magnfico! Pero la muerte TI o es como uno de
esos insectos inmundos. Mucha gente pasea, desenvuelta y despreocupada,
y tal vez la lleva a cuestas. N adi = la ve. .. y siguen pensando serenos y
tranquilos en lo que harn maana o pasado maana... Ahora bien... (Se
levanta.) Querido seor..., venga aqu... (Lo lleva bajo el farol.) A..:u, bajo
este farol. .. Venga... Le vaya mostrar algo. .. Mire, aqu, bajo el bigote...,
aqu... Ve este bulto violceo'? Sabe cmo se llama? Ah; tiene un nombre
dulcsimo! . . ., ms dulce que un caramelo. Epitelioma se llama. Pronncielo.
Qu dulzura sentir: e-pi-te-lio-ma... La muerte, comprende?, pas... Me
dej esta flor en la boca y me dijo: "Gurdala, querido, volver a pasar dentro
de ocho o diez meses." (Pa'l.sa.) Ahora, dgame usted si con esta flor en la
boca puedo quedarme tranquilo y quieto como quisiera esa desventurada.
(Pausa.) A veces le grito: "Ah, s! Quieres que te bese?" "S, bsame!"
Pero... sabe usted qu ha llegado a hacer? Con un alfiler se hizo un
rasguo, aqu, en el labio, y luego me tom la cabeza y me quera besar en la
boca..., porque dice que quiere morir conmigo. (Pausa.) Est loca! (Pausa.
Con ira:) En casa yo no me quedo! Tengo necesidad de permanecer ante los
escaparates de las tiendas para admirar la habilidad de los dependientes.
Porque, usted comprende, si se produce por un momento el vaco aqu
dentro.. ., lo comprende. . ., puedo matar... como si nada fuera..., terminar
con toda la vida que haya en alguien a quien no conozco. . ., sacar el revlver
y matar a uno que, como usted, por desgracia, ha perdido el tren. .. (Re. )

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No, no. N o tema, mi estimado seor; lo digo en broma, (Pausa.) Me voy.
(Pausa.) De matar a alguien, sera a m mismo... (Pausa.) Pero en este
tiempo hay unos ricos damascos... Cmo los come usted?... Con toda la
piel, verdad? Se parten por la mitad. . ., se aprietan con dos dedos, como dos
labios jugosos. . . Ah, qu delicia! (Re. Pausa.) Mis saludos a su distinguida
seora y tambin a sus dos hijas que veranean. (Pausa.) Me las imagino
vestidas de blanco y celeste en un hermoso prado verde, a la sombra...
(Pausa.) Y..., hgame un favor, maana, cuando llegue. Me figuro que el
pueblecito estar un tanto alejado de la estacin. Al alba usted puede hacer
el camino a pie. .. La primera mata de hierba que encuentre al borde del
camino..., hgame el favor.. ., cuente por m las hierbas. Tantos hilos tenga,
tantos das he de vivir... (Pausa.) Pero eljala bien tupida..., se lo recomiendo.
(Re.) Buenas noches, mi estimado seor. (Y se va canturreando, a boca
cerrada, eL motivo que ha venido repitiendo la Lejana mandolina. Va hacia la
esquina de La derecha, pero, de pronto, pensando que la mujer puede estar
ah, esperndolo, se vuelve, doblando por el ngulo opuesto.) (El
parroquiano, entre tanto, lo sigue con la mirada, como alelado.)
TELN

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