CLAUDE MOSSE
La mujer
en la Grecia clsica
C LA U D E M OSSE
mujer en la Grecia clsica
T ra d u c c i n de C elia M a ra S nchez
NEREA
I'ulilli iulo originalmente en francs con el ttulo
h i l 't'mitw dans la Grce antique, Albin Michel, 1983
Cubierta: Misin de Tritolemo. Detalle de bajorrelieve
motivo del S. V a.C. (Foto Oronoz)
Primera edicin: marzo de 1990
Segunda edicin: noviembre de 1991
Editions Albin Michel, S. A., 1983
Ed. cast.: Editorial NEREA, S. A. 1990
Santa Mara Magdalena, 11. 28016 Madrid
Telfono 571 45 17
de la trad.: Celia Mara Snchez
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden
reproducirse o transmitirse utilizando medios electrnicos o mecnicos, por
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editor.
ISBN:84-86763-29-0
Depsito legal: M. 41.290-1991
Fotocomposicin: EFCA, S. A.
Avda. Doctor Federico Rubio y Gal, 16. 28039 Madrid
Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
Impreso en Espaa
Indice
PROLOGO A LA EDICION ESPAOLA...............................
Primera parte: LA CONDICION FEMENINA.....................
13
CAPITULO 1: La mujer en el seno del oikos...........................
A: La mujer en la sociedad homrica..................................
B: La mujer en el Econmico de Jenofonte...........................
15
17
34
CAPITULO 2: La mujer en la ciudad....................................
A: La poca arcaica................................................................
La colonizacin............................................................
La tirana.....................................................................
B: El modelo ateniense: la condicin de la mujer en Ate
nas en la poca clsica......................................................
La mujer ateniense......................................................
La cortesana.................................................................
La esclava....................................................................
C: La mujer espartana...........................................................
41
43
45
48
CONCLUSION.............................................................................
99
52
54
67
84
87
Segunda parte: LAS REPRESENTACIONES DE LA MU
JER EN EL MUNDO IMAGINARIO DE
LOS GRIEGOS............................................... 103
CAPITULO 3: La estirpe de las mujeres................................ 107
Il
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
('AIMTIJIA) 4: El teatro,espejo de la ciudad...........................
A: La tragedia.........................................................................
II: La comedia.........................................................................
CAPITULO 5: La mujer en la ciudad utpica......................
117
118
130
143
CONCLUSION............................................................................. 155
APENDICES......'.......................................................................... 161
APENDICE I:
el problema de la dote en
la Grecia antigua.............................................. 163
Hedna, phern, proix:
APENDICE II: La mujer griega y el amor..........................
169
NOTAS........................................................................................... 181
BIBLIOGRAFIA........................................................................... 193
INDICE ANALITICO
197
P R O L O G O A LA E D IC IO N ESPA O LA
La historia de las m ujeres ha pasado a form ar p arte de la
H istoria desde hace slo unos veinte aos. No hay d u d a de
que los m ovim ientos fem inistas de finales de los aos sesen
ta tienen m ucho que ver con este inters nuevo por esa m i
tad de la h u m an id ad h asta ah o ra excluida de la gran H is
toria por considerarla ajena a ella. Y u n a m uestra de ello es
que los prim eros estudios sobre la historia de la m ujer ap a
recieron en E stados U nidos, donde los m ovim ientos feminis
tas se desarrollaron con ms fuerza.
Pero era grande el riesgo de que la historia de la m ujer
se pusiera al servicio de un feminismo m ilitante, y p ara con
vencerse de ello b asta con echar u n a ojeada a las num erosas
publicaciones aparecidas tanto en Estados U nidos como en
E uropa occidental d u ran te los dos ltim os decenios. La A n
tigedad se ofreca como cam po singularm ente abonado
p ara un intento sem ejante, pues, y tal vez ms que en n in
gn otro m om ento de la historia, la m ujer se nos m uestra en
este perodo como u n a m enor, excluida especialm ente de las
dos actividades fundam entales en la vida del hom bre griego
o rom ano: la poltica y la guerra. R ebajada a la categora de
guardiana del hogar dom stico, sin apenas diferencias con
la esclava, la m ujer griega es un ejemplo especialm ente ilus
trativo de lo que supone el som etim iento de u n a parte de la
hum anidad por la otra. Y no sera difcil m o strar m ultitud
de citas tom adas de los m s relevantes escritores y pensado
res de la G recia an tig u a en apoyo de esta tesis.
Sin em bargo, p ara quien est algo fam iliarizado con di
Il)
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
dios escritores y pensadores, las cosas no son tan simples.
C icndonos al ejemplo griego, pues es el objeto de nuestro
estudio, no puede dejar de sorprendernos la presencia efec
tiva de las m ujeres en la epopeya, el teatro, y por supuesto
en la vida cotidiana, tal y como se nos es dado im aginarla
a p artir de las fuentes de que disponem os. B asta con recor
d a r a H elena, responsable de la guerra de T roya, A ndrom a
ca o Penlope, m odelos de esposas fieles, la tem ible Clitem nestra, las protagonistas de A ristfanes, intrpidas e irreve
rentes, las m ujeres espartanas y las cortesanas atenienses
p ara interrogarnos sobre cul era el lugar real que ocupa
ban las mujeres en las sociedades de la G recia antigua. La
prim era dificultad con que nos enfrentam os es, por supues
to, que todas n uestras fuentes, o casi todas, son de proce
dencia m asculina, y slo algunas poetisas, entre las que so
bresale la clebre Safo de Lesbos, nos han dejado huellas de
palabras fem eninas. C u an d o Penlope se dirige, en la Odi
sea, a los pretendientes, es el poeta quien la hace hablar.
C uando C litem nestra evoca las m iserias de la esposa que se
queda en el hogar esperando el retorno del guerrero, en rea
lidad es Esquilo el que h ab la por su boca. N o hay ms re
medio que aceptarlo as. Pero acaso por ello vam os a re
nunciar al intento de definir cul era el lugar de las m ujeres
en la G recia antigua? De hecho es im prescindible, p ara no
perdernos en el intento, tener presente una doble exigencia.
Por un lado, y ya que se tra ta de reconstruir lo que era la
condicin fem enina en la G recia antigua, no sep arar el es
tudio de esta condicin de las realidades sociales e histri
cas. Estas no h an dejado de evolucionar entre los siglos VIII
y IV antes de J.C ., en relacin con el paso de u n a sociedad
aristocrtica a u n a sociedad isonmica, es decir, basada
en la igualdad de los m iem bros de la com unidad cvica. Pero
PROLOGO A I.A E D IC IO N ESPAOLA
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u n a igualdad que no fue capaz de hacer que desaparecieran
las desigualdades sociales, no desdeables en absoluto al h a
b lar de las mujeres, ya que las reinas hom ricas o la es
posa de un rico hacendado en la A tenas del siglo IV no po
dan de ninguna m anera com pararse a la pobre m ujer que,
p ara criar a sus hijos en ausencia de su m arido, prisionero
de guerra, venda cintas en el gora de A tenas. Pero tam
bin, y por o tra parte, hay que tener en cuenta las represen
taciones de la m ujer y el lugar que stas ocupaban en el m u n
do ideal de los griegos de la A ntigedad, a fin de evaluar,
en la m edida de lo posible, cmo dichas representaciones re
flejan una realidad que slo podem os aprehender a travs
de ellas. L a tarea no es fcil. E ra necesario, no obstante, in
ten tar llevarla a cabo, sin olvidar por un m om ento que se
guram ente no podrem os n u n ca reconstruir un pasado siem
pre inasible.
Febrero 1990
Prim era parte
LA C O N D IC IO N F E M E N IN A
C A P IT U L O 1
La mujer en el seno del oikos
El trm ino griego oikos tiene un significado m uy rico y com
plejo. E sta com plejidad no q u ed a suficientem ente plasm ada
si lo traducim os como dom inio o propiedad. Porque si bien
es cierto que con oikos se hace referencia en prim er lugar a
la hacienda, unidad de produccin fundam entalm ente agr
cola y ganadera, donde sin em bargo ocupa tam bin un lu
gar im portante la artesan a dom stica, se utiliza adem s, y
tal vez con ms frecuencia, p a ra referirse a un grupo h u m a
no estructurado de m an era ms o m enos com pleja, de ex
tensin ms o m enos gran d e segn las pocas, y donde el lu
gar que ocupan las m ujeres se inscribe por consiguiente en
funcin de la estru ctu ra m ism a de la sociedad cuya unidad
bsica est constituida por el oikos.
El trm ino aparece ya en los poem as hom ricos, y sobre
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LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
todo en la Odisea. L a Ilada relata m s que n ad a com bates,
y m uy raras veces se m enciona la vida norm al, la del tiem
po de paz. En cam bio, la Odisea arra stra al lector detrs de
Ulises no solam ente a ese m undo de nin g u n a parte ad o n
de le conduce el odio de Poseidn, sino tam bin a la casa
de Penlope, en Itaca, a la de H elena, tras su regreso al ho
g ar en E sp arta, u n a vez obtenido el perdn, y a la p atria de
Aret, esposa de Alcnoo, a E squeria, p ara estar ju n to a ella
y ju n to a su hija N auscaa. A hora bien, estas m ujeres que
acabo de m encionar son esposas o hijas de reyes. Es decir,
el oikos es en este caso tam bin un centro de poder.
C uatro siglos m s tarde, el ateniense Jenofonte, exiliado en
territorio lacedem onio tras h ab er sido condenado por sus
conciudadanos como traidor, acusado de h ab er com batido
ju n to a los enemigos de su patria, red acta un dilogo en el
que hace h ab lar a su m aestro Scrates y a un interlocutor;
ste, poseedor de una vasta hacienda, dem o strar al filsofo
que la oikonomia, el arte de ad m in istrar bien un oikos (de don
de procede nu estra econom a), est al alcance de cualquier
hom bre sensato. En el oikos de Iscm aco es la esposa, la d u e
a de la casa, la que controla el trabajo que se realiza en el
interior de sta, y este control, esta direccin derivan de una
autoridad que es de n atu raleza real: la del jefe que sabe
m an d ar y hacerse obedecer. Pero la esposa de Iscm aco no
es una reina, e Iscm aco, au n q u e es rico y respetado, no deja
de ser por eso uno de los 30.000 ciudadanos de A tenas en
quienes recae colectivam ente la soberana de la ciudad, una
soberana que se ejerce en las asam bleas populares, fuera del
oikos. E ntre Penlope y N auscaa por una parte, y la joven
esposa de Iscm aco p o r otra, hay a la vez continuidad y ru p
tura: continuidad en la funcin llevada a cabo en el seno de
u na unidad de produccin, ru p tu ra en lo que esta funcin
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S
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representa en el seno de u n a sociedad determ inada. P ara d a r
cuenta de una y o tra hay que ir, no hay ms rem edio, di
rectam ente a los textos de que disponem os.
A. La mujer en la sociedad hom rica
Penlope, H elena, N auscaa, pero tam bin C litem nestra,
A ndrm aca, H cuba, son en prim er lugar reinas o prince
sas, las esposas de los hroes que se enfrentan en esta gue
rra salvaje que d u ra diez aos. Q u pueden ensearnos
acerca del lugar que ocupa la m ujer en la sociedad hom ri
ca? Dejemos de lado la disp u ta que enfrenta a los que creen
en la historicidad de la sociedad descrita po r el poeta y aque
llos que la rechazan como algo fantstico. Como se dirige a
una sociedad aristocrtica, el bardo que va de casa en
casa recitando las antiguas hazaas de los hroes las re
crea como l y sus oyentes im aginan que se viva en aque
llos tiem pos lejanos en que A gam enn era el rey de reyes.
Pero si bien todo lo que se refiere a los hroes est teido
de valores positivos oro en ab undancia, palacios su n tu o
sos, esplndidos festines , cuando se p asa a las escenas de
la vida cotidiana, cuando se en tra en la casa, aunque sta
sea bau tizad a con el nom bre de palacio, nos encontram os
con una realidad concreta que tiene p ara el h istoriador un
valor incalculable. Y esta realidad es, en prim er lugar, la de
las mujeres.
E ntre stas podem os establecer dos grupos socialm ente
diferenciados: de un lado, las m ujeres o las hijas de los h
roes, del otro, las sirvientas. Sin em bargo, hay que situ ar
aparte el grupo am biguo constituido po r las cautivas. Estas
son generalm ente de origen real, o al m enos de sangre no
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LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ble. Pero los azares de la guerra las h an hecho caer en m a
nos de los enemigos de sus esposos y de sus padres. C onver
tidas en p arte del botn, se ven condenadas la m ayora de
las veces a co m p artir el lecho de aquel al que les h an cado
en suerte, destinadas por ello incluso a la hum illacin, salvo
si estn unidas a su vencedor por un sentim iento de afecto
o de am or. No se m enciona p ara n ad a a las m ujeres del p u e
blo, como si los T ersites y otros hom bres vulgares que cons
tituyen el grueso del ejrcito estuviesen privados de ellas. Es
evidente que al poeta y a sus oyentes les traa sin cuidado.
Y adem s, dejando ap arte la cuestin de la realeza, su p a
pel en el oikos y en la sociedad no era seguram ente m uy di
ferente al de las esposas de los hroes. Pero solam ente estas
ltim as cum plan u n a triple funcin: eran esposas, reinas y
seoras de la casa.
E n prim er lugar eran esposas, o futuras esposas en el
caso de la joven N auscaa, y esto nos obliga a esclarecer dos
aspectos del m atrim onio: el aspecto social y el que p o d ra
mos llam ar aspecto afectivo. Nos encontram os con una
prim era evidencia: en el m undo de los poem as, el m atrim o
nio es ya una slida realidad social. Sin em bargo, en u n a so
ciedad prejurdica como la de H om ero, esta realidad tom a
form as diversas que h an sido sealadas por todos aquellos
que han intentado definirla. Com o observa J . P. V ernant,
encontram os en ella ... prcticas m atrim oniales diversas,
que pueden coexistir unas con otras porque responden a fi
nalidades y objetivos m ltiples, ya que el juego de in tercam
bios m atrim oniales obedece a reglas m uy sim ples y m uy li
bres, en el m arco de un comercio social entre grandes fam i
lias nobles, en el cual el intercam bio de las m ujeres se reve
la como un medio de crear vnculos de solidaridad o de de
pendencia, de ad q u irir prestigio, de confirm ar un vasallaje;
LA M U JE R E N EL SENO D EL O IK O S
19
comercio en el que las m ujeres son consideradas bienes p re
ciosos, com parables a los aglmata cuya im portancia en la
prctica social y en las m entalidades de los griegos de la po
ca arcaica ha sealado Louis G ernet 1.
La prctica ms extendida se inscribe en el sistem a de
intercam bios que los antroplogos denom inan como el de dote -p o r-d o te . Es decir, que si el esposo com pra a su espo
sa al padre de sta, esta com pra no se puede reducir a u n a
transaccin del tipo una m ujer por tan tas cabezas de ga
nado. El pad re de la joven puede escoger a su futuro yerno
por otras razones que las p u ram en te m ateriales, y si bien es
cierto que entre varios pretendientes escoger a aquel que
ofrezca los hedna (regalos de boda) m s valiosos, puede sen
tirse tentado tam bin de entregar a su hija sin hedna a un
hom bre cuyo prestigio y honor repercutirn sobre su descen
dencia. El ejemplo de u n a joven prom etida sin hedna que con
ms frecuencia se m enciona es el ofrecim iento que hace Aga
m enn a Aquiles, p ara que vuelva a com batir, no solam ente
de trbedes, relucientes objetos de oro, caballos, cautivas,
sino tam bin de u n a de las tres hijas que le h ab a dado Clitem nestra: Q ue se lleve la que quiera, y sin necesidad de
dotarla, a la casa de Peleo 2.
Es evidente que el carcter excepcional de Aquiles, u n i
do a las circunstancias no menos excepcionales del com ba
te, explica en esta ocasin la donacin g ratu ita que hace
A gam enn de su hija. Y aunque en un contexto diferente,
es asim ism o el carcter un tan to excepcional del reino de Alcnoo, a medio cam ino entre el m undo real y el m undo b r
baro de los relatos, el que explica a su vez que ste pueda
pensar en entregar a su hija N auscaa al hroe, despojado
de todo, v arad o en su orilla 3. E sta anom ala se justifica tam
bin a causa, por un lado, de la grandeza y la fam a de Uli-
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LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ses, y por otro, de la dificultad de en co n trar en el m ism o lu
gar un esposo digno de la hija del rey. Sin em bargo, aunque
es ju sto subrayar, como lo h an hecho M. I. Finley
V ern an t, que el m atrim onio no es signo de u n a com pra p u ra
y simple y que ... se inscribe en un circuito de prestaciones
entre dos familias, estas prestaciones, ofrecidas como hedna
por el futuro yerno a su futuro suegro, no dejan de ser la for
m a norm al en que se m anifiestan las prcticas m atrim o
niales. Recordem os a este respecto, au n q u e en otro plano
presenta un carcter un tan to peculiar sobre el que volvere
mos, el ejemplo de Penlope: si Telm aco, una vez confir
m ada la m uerte de Ulises, en tra en posesin de su p atrim o
nio, y si Penlope acepta volver a casa de su padre, es a ste
a quien los pretendientes se dirigirn p ara conseguirla ... a
cam bio de regalos. D espus, Penlope se casar con aquel
que ms haya ofrecido 4.
As pues, la form a m s extendida, aunque no la nica,
de que un noble consiga u n a m ujer es el intercam bio de p re
sentes, el pago de los hedna. L a m ujer se convierte as en la
esposa legtim a, lochos, la que com parte el lecho y de la que
se espera que conciba hijos. H ay que sealar que tam bin
aqu las prcticas m atrim oniales presentan variantes revela
doras de un estado de las relaciones sociales no bien fijado
todava. En efecto, la esposa se instala casi siem pre en casa
de su esposo o del pad re de ste, si vive todava: recurdese
el ejemplo de cuando A gam enn tra ta de que Aquiles vuel
va de nuevo al cam po aqueo y le propone que se lleve a la
hija que prefiera a la casa de Peleo. Igualm ente, Penlope
deja la casa de su p ad re p ara ir a vivir con U lises a la de
ste. Y lo mism o sucede con A ndrm aca, la esposa de H c
tor, que vive en el palacio de Pram o. Pero, curiosam ente,
en el palacio de P ram o viven no slo los hijos del rey con
y J- P-
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S
21
sus esposas, sino tam bin las hijas del rey con sus esposos.
Si Ulises se h u biera casado con N auscaa, h ab ra vivido en
el palacio de Alcnoo. Pero aqu nos encontram os ante un
caso un poco especial que despende de las situaciones un ta n
to excepcionales m encionadas anteriorm ente. T al vez sea
preciso ir un poco m s lejos y h ab lar de unin patrilocal y
unin m atrilocal, segn la term inologa de los etnlogos. En
definitiva, est claro que, excepto en casos m uy especiales,
la m ujer iba norm alm ente a vivir a la casa de su m arido o
a la del p ad re de ste, y era en esta cohabitacin donde se
cim entaba la legitim idad del m atrim onio, tan to como en el
intercam bio de los hedna, de los regalos, y en la cerem onia
de la boda.
Esto nos lleva a h ab lar del problem a de la m onogam ia:
norm alm ente, en los poem as, u n a vez m s, es la p rctica h a
bitual. Los hroes tienen exclusivam ente u n a esposa, bien
sean griegos (A gam enn, Ulises, M enelao) o troyanos (P a
rs, H ctor). Pero hay casos excepcionales: el de Pram o es
el ms elocuente, pues si bien H cu b a es su esposa por ex
celencia, las otras esposas del rey le han dado hijos igual
m ente legtimos y no deberan considerarse como simples
concubinas. Pero tal vez el ejem plo de H elena sea a n ms
destacable, porque revela el carcter todava no bien deli
m itado de las prcticas m atrim oniales. H elena aparece como
el p aradigm a de la m ujer ad ltera que ha ab an donado el ho
gar de su esposo, y como tal es condenada po r las otras m u
jeres y por ella m ism a. Pero al mism o tiem po disfruta en la
casa de Pram o de la condicin de esposa legtim a de Pars.
Es significativa a este respecto la conversacin que m an tie
ne con su suegro en el libro I I I de la litada: ste la tra ta
como hija suya y ella le m anifiesta el respeto y el tem or de
bidos a un padre. E sta doble condicin es tanto m s sor-
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
prndente cuanto que H elena sigue siendo tam bin la espo
sa de M enelao y asp ira a volver a la casa de su esposo.
Pero nos encontram os ante otro caso lmite; norm alm en
te el hom bre tiene slo u n a esposa, aunque com parta el le
cho de otras m ujeres. A hora bien, la m ujer que, como H e
lena o C litem nestra, traiciona a su esposo legtim o es con
denada. El adulterio de la m ujer no se perdona, pues es ne
cesario preservar la legitim idad de los hijos. Pero nos encon
tram os ante un caso de costum bre m s que de jurisdiccin,
a diferencia de lo que ser el derecho griego posterior 5. L a
nocin de legitim idad es m uy im precisa todava. Y si por
una p arte se condena el adulterio de la m ujer, el del hom
bre, po r el contrario, ni siquiera se tiene en cuenta. Se con
sidera com pletam ente n atu ra l que el hom bre tenga concu
binas, sirvientas o cautivas, que viven en su casa y cuyos hi
jos se integran en el oikos, a veces sin diferenciarse apenas
de los hijos legtimos. Es el caso, po r ejemplo, de M egapentes, el hijo que M enelao tuvo con u n a concubina esclava, y
al que ste casa con la hija de un noble espartano. Es ms
que verosmil que M egapentes llegue a ser el heredero de su
padre, ya que, segn precisa el poeta, M enelao slo haba
tenido una hija con H elena y ... los dioses ya no concede
ran a H elena la esperanza de tener descendencia despus
de h ab er trado al m undo a u n a en can tad o ra hija tan h er
m osa como A frodita con sus joyas de oro 6. E sta hija, H ermone, h aba dejado la casa de su p ad re p ara convertirse en
la esposa del hijo de A quiles, Neoptlem o. Si bien la cuasilegitim idad de M egapentes poda explicarse por la ausencia
de un heredero varn, no sucede lo mismo con el personaje por
el que Ulises se hace p asar a su regreso a Itaca: el hijo ile
gtim o de un noble cretense que tena num erosos hijos con
su esposa. Y sin em bargo, me colocaba en el mism o rango
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S
23
que los descendientes puros de su raza, dice el pseudocretense, que cuenta cmo, u n a vez m uerto su padre, fue des
pojado por sus herm anastros, que slo le dejaron u n a casa 7.
Estos dos ejemplos son una m uestra de la natu raleza an
m al definida del m atrim onio como institucin social. Pero
esta com probacin no debe hacernos p en sar que en aquella
sociedad la m ujer era slo objeto de intercam bio o seal de
prestigio. L a riqueza de los poem as nos perm ite calib rar el
lugar que ocup ab a lo que podem os llam ar, a falta de o tra
expresin, el afecto en las relaciones entre esposos. P odra
mos m ostrar m u ltitud de citas en las que los hroes dem ues
tran su deseo de ver de nuevo su hogar y volver ju n to a su
esposa. Ulises m anifiesta en el canto II de la Ilada: C ual
quiera que lleve un solo mes separado de su m ujer se im p a
cienta al verse retenido en su nave de slida arm azn por
las borrascas invernales y el m ar alborotado 8, a lo que res
ponde Aquiles en el canto IX con esta queja: Acaso los
tridas son los nicos m ortales que am an a sus esposas?
C ualquier hom bre bueno y sensato am a y protege a la suya.
Y yo am aba de todo corazn a la m a, au n q u e era u n a cau
tiva 9. Pero la pareja modelo de la Iliada es sin d u d a la for
m ada por H ctor y A ndrm aca, y au n q u e el poeta se com
place en destacar la debilidad de A ndrm aca frente a la m ag
nanim idad y el valor de H ctor, el am or que el hroe siente
por su esposa se trasluce sin em bargo cuando ste piensa en
lo que le suceder a aqulla si T ro y a cae en m anos de los
enemigos: M e preocupa menos el futuro dolor de los troyanos, de la m ism a H cuba, del rey P ram o o de muchos de
mis valientes herm anos que caern en el polvo derribados
por nuestros enemigos, que el tuyo, cuando algn aqueo de
coraza de bronce se te lleve llorosa, privndote de liber
ta d 10. A la p areja H ctor-A ndrm aca corresponde la de
'.M
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
P ram o-H cuba. Las infidelidades de Pram o, el hecho de
m antener en su casa a las concubinas y a sus hijos, no le im
piden p edir consejo a su anciana esposa cuando hay que to
m ar la decisin de ir a reclam ar a A quiles el cadver de H c
tor; consejo que sin em bargo no sigue.
Pero donde la realidad del am or entre esposos se destaca
con ms fuerza es sin d u d a en la Odisea y en la persona de
Penlope. No es que Ulises sea un esposo modelo: ha goza
do evidentem ente de los encantos de Calipso, antes de que,
como dice con gracia el poeta, ... sus deseos dejaran de ser
correspondidos n . Pero desde ese m om ento quiere volver a
su casa y ver de nuevo a la esposa por quien, le reprocha la
ninfa, ... suspira sin cesar da tras da 12. Y cuando est
a punto de ab an d o n ar la isla de los feacios, m anifiesta la es
peranza, como esposo modelo que es, de en co n trar a su re
greso ... sanos y salvos a mi virtuosa m ujer y a todos los
seres que quiero. Al mism o tiem po hace votos p ara que sus
huspedes pu ed an ... hacer felices a sus esposas y a sus hi
jos 13. Pero es sin d u d a en la escena del reencuentro de los
esposos donde se expresa con m s fuerza la realidad de los
sentim ientos que unen a Ulises y Penlope. Es evidente que
el poeta ha querido m o strar aqu la intensidad de un senti
m iento justificado por la historia de Penlope y de sus in n u
m erables artim a as p a ra escapar de sus pretendientes.
As pues, las esposas de los hroes de los poem as no eran
slo el signo tangible de una alianza entre dos familias. Po
dan ser tam bin objeto de deseo: no hay m s que recordar
la escena de seduccin de H era, quien, a pesar de ser una
diosa, no prescinde de utilizar todos sus encantos p ara se
ducir a Zeus; pensem os tam bin en el reencuentro de Ulises
y Penlope al final de la Odisea, y en la intervencin de A te
nea p ara prolongar la noche de am or entre los dos esposos.
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S
25
Las m ujeres disfrutaban del cario de sus esposos, y cuando
stos posean el poder real ellas p articip ab an en cierto modo
de esta realeza.
Y
aqu nos encontram os con un problem a com plicado.
Com plicado en prim er lugar porque la realeza hom rica
es difcil de establecer, y porque surge de nuevo la cuestin
de la dim ensin histrica de los poem as 14. Son los reyes
de la Ilada y de la Odisea los descendientes de los soberanos
micnicos cuyo poder se nos ha revelado gracias a la arqueo
loga y a la lectura de las tablillas encontradas en las ruinas
de los palacios, o son ms bien reyezuelos, cuya au to ri
dad apenas sobrepasa los lm ites de sus oikos, y estn obli
gados a escuchar los consejos de sus iguales desde los oscu
ros orgenes de la ciudad? El libro de M . I. Finley, hoy ya
clsico, ha aportado a esta ltim a tesis argum entos convin
centes y apoyatura histrica y a l se h an adherido num ero
sos investigadores, au n cuando algunos siguen siendo reti
centes. Pero aunq u e los reyes de la Ilada y de la Odisea, a
pesar de la riqueza que poseen, segn el poeta, sean ante
todo guerreros, dueos de un vasto oikos, no dejan por ello
de poseer, respecto a la gran m asa de los dem s guerreros,
e incluso de algunos hroes, un poder de n atu raleza esen
cialm ente religiosa sim bolizado por el cetro. A hora bien, p a
rece claro que la esposa legtim a p articip ab a en cierta m e
dida de este poder. Pondrem os como ejemplo a cuatro de
ellas: H cuba en la Ilada , H elena, A rete y por supuesto Penlope, en la Odisea.
Em pecem os p o r H cuba: en el canto V I, cuando los
aqueos pasan al ataq u e y am enazan con d erro tar a las fuer
zas troyanas, H eleno, uno de los hijos de Pram o, que es tam
bin adivino, sugiere a su herm ano H ctor que interceda
ante su m adre: E ncam nate a la ciudad y di a nu estra m a
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
dre que convoque a las venerables ancianas en el tem plo con
sagrado a A tenea, la de los ojos de lechuza, en la Acrpolis;
que a b ra con las llaves las puertas del recinto sagrado; y des
pus, tom ando el velo que ms herm oso le parezca, el ms
grande y el que ella aprecie ms de cuantos haya en el p a
lacio, lo ponga sobre las rodillas de A tenea, de herm osos ca
bellos. Y que al mismo tiem po le h ag a voto de inm olar en
el tem plo doce novillas de un ao, desconocedoras a n del
aguijn, si se digna ap iad arse de nu estra ciudad y de las es
posas y tiernos hijos de los troyanos 15. Por consiguiente
H cuba, al ser la esposa del rey, tiene poder p a ra convocar
a las m ujeres de T roya, y ella ser quien ofrezca a la diosa
un sacrificio p ara p edir la proteccin de la ciudad, de las m u
jeres y de los nios. Nos encontram os, pues, no slo ante la
m ujer del rey, sino an te la m ism a reina. C om o reina tam
bin se presenta H elena en la Odisea, en el canto IV , cuando
recibe a Telm aco, que h a venido a pedir a M enelao noti
cias acerca de su padre. H elena ha vuelto de nuevo a vivir
con su esposo y h a recuperado todos sus derechos. Su en tra
da en la sala del banquete donde M enelao hace los honores
a sus huspedes es desde luego la de u n a reina, tanto po r su
porte m ajestuoso como po r los lujosos objetos que la rodean,
objetos, preciso es decirlo, regalados por la m ujer del p rn
cipe que reinaba en T ebas de Egipto, en el m arco de un in
tercam bio de regalos en el que se sita la doble correspon
dencia M enelao/Plibo, H elena/A lcandra. H elena no d u d a
en to m ar la p alabra, lo que es a n m s extraordinario, y es
ella la que reconoce a Telm aco como hijo de Ulises. A pe
sar de presentarse con objetos propios de una m u je r la rue
ca, el cestillo de lana , se le perm ite ocu p ar asiento entre
los hom bres, como corresponde a u n a reina.
Reina tam bin es A ret, la esposa de Alcnoo. Se ha se
LA M U JE R E N E L SEN O D E L OIK.OS
27
alado con frecuencia el hecho de que N auscaa aconseja a
Ulises que se dirija en prim er lugar a su m adre, como si de
sta dependiera la acogida que p u ed an hacerle. Aret, lo
mismo que H elena, est sen tad a en la gran sala del palacio,
donde se hallan los jefes de los feacios, ju n to al trono de su
esposo. P articipa con los hom bres en el banquete, como lo
haca H elena en Lacedem onia.
Pero de todas las reinas m encionadas, Penlope es sin
d u d a la m s difcil de definir. La am bigedad de su caso
est relacionada evidentem ente con el hecho de que en I ta
ca se desconoce el destino de Ulises y de que no se ha fijado
todava la situacin de Telm aco. Si fuera cierta la m uerte
de Ulises, si h u b ieran trado su cadver a la isla p ara darle
u na sepultura digna, la situacin h ab ra sido ms clara. Pe
nlope h ab ra vuelto a la casa de su padre, que le h ab ra b u s
cado un nuevo esposo, a m enos que Telm aco, convertido
ya en adulto, se h u b iera encargado l mism o de encontrarle
un nuevo hogar a su m adre. Pero esta am bigedad no ex
plica por s sola la actitu d de los pretendientes. Si stos ase
dian a Penlope p a ra que escoja entre ellos un esposo, es p o r
que ste se convertira, por el hecho de com partir el lecho
de la reina, en el seor de Itaca, de la m ism a m anera que
Egisto, tras el asesinato de A gam enn, lleg a serlo de Micenas, despus de casarse con C litem nestra. L a reina y el
poeta no d u d a en em plear este trm ino dispone de u n a p a r
te del poder que diferencia al rey de los dem s nobles, y pue
de por ello transm itirlo. Este poder, como ya se ha m encio
nado, es de n atu raleza religiosa. Pero tam bin, sobre todo
en la Odisea, es un poder que capacita p ara gob ern ar bien.
Pero el gobierno de la m ujer consiste en velar por los bienes
que constituyen el oikos. As se lo dice Ulises a Penlope des
pus de su reencuentro, cuando establece los papeles respec
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
tivos del esposo y de la esposa: A hora que nos hem os en
contrado de nuevo en nuestro am ado lecho, debers cuidar
los bienes que tengo en el palacio, y como los infames pre
tendientes han diezm ado nuestros rebaos m e apoderar de
un gran nm ero de corderos, y los aqueos me d arn otros
m uchos, los suficientes p ara llenar de nuevo los establos 16.
El tercer aspecto en el que se nos m u estran las esposas
de los hroes en los poem as es el de seora de la casa. A ca
bam os de ver cmo Ulises, que est dispuesto a em prender
nuevas aventuras p a ra reconstituir su patrim onio, dilap id a
do por los pretendientes, confiaba a Penlope el cuidado de
la casa. Los poem as nos p resen tan en varias ocasiones a las
m ujeres dedicadas al cum plim iento de las tareas dom sti
cas. A H elena de T roya, por ejemplo, tejiendo una gran
tela de p rp u ra en la que dibuja los trabajos de los troyanos
dom adores de caballos y de los aqueos de corazas de b ro n
ce 17. A A ndrm aca, a quien su esposo aconseja: Vuelve
a casa, ocpate en tus labores, el b astidor y la rueca, y or
dena a las esclavas que se apliquen al trabajo 18. H ilar la
lana, tejer telas, dirigir el trabajo de las esclavas, se consi
dera lo ms im portante de la actividad dom stica de la m u
je r. T am b in se ocupa de recibir a los visitantes extranjeros
y de hacer que se sientan bien instalados. As por ejemplo,
cuando Telm aco llega a Lacedem onia, H elena ... m and
a las esclavas que pusieran lechos bajo el prtico cubiertos
con herm osas m antas, que extendiesen tapices por encim a y
que dejasen sobre stos vestidos de lan a m uy tupidos I9.
Casi la m ism a frm ula se repite cuando A ret recibe a U li
ses en Esqueria. Pero este episodio ocurrido en la isla de los
feacios aade un m atiz nuevo a la descripcin de las activi
dades dom sticas de la seora de la casa: en este caso es la
hija del rey quien atiende, ay u dad a po r sus esclavas, al la
LA M U JE R E N E L SENO D EL O IK O S
29
vado de la ropa de toda la casa. Finalm ente, o tra de las ta
reas de la seora de la casa es b a a r a su husped o hus
pedes; as lo hace Policasta, la hija de N stor, con Telm aco: C uando lo hubo b a ad o y ungido con aceite, lo cubri
con u n a tnica y un herm oso y vaporoso m anto 20. T a m
bin A ret le p rep ara un bao a Ulises cuando ste a b an
dona la isla de los feacios. Y la escena se repite cada vez que
un husped extranjero llega a la casa de un hroe.
Pero la seora de la casa por excelencia es Penlope,
quien a lo largo de todo el poem a representa a la perfeccin
este papel. G u ard ian a del hogar y de la casa de Ulises, se
niega a entregar a los pretendientes lo que su esposo le ha
confiado. Com o H elena y como A ret, p asa los das hilando
la lana, tejiendo ricas telas. Y ya sabem os cmo, utilizando
la m ism a metis, la astucia de su esposo, se sirve de esta ac
tividad especficam ente fem enina p ara engaar a los p reten
dientes, deshaciendo por la noche el trabajo realizado d u
ran te el da. T am b in es ella la encargada de recibir a los
huspedes ilustres, de prepararles un bao y un lecho p ara
la noche. Pero po r encim a de todo es la que protege el te
soro form ado por todos los bienes del oikos. Y cuando, can
sada de tanto luchar, se decide a proponer a los p retendien
tes un agn, una contienda, tras la cual el vencedor se con
vertir en su esposo, ... subi la alta escalera de la casa,
tom en su m ano la pesada llave bien curvada, bien term i
nada, de bronce, con el m ango de marfil. Despus se fue con
sus doncellas a la habitacin ms retirad a de la casa, donde
se g u ard ab an los tesoros del rey: bronce y hierro bien la b ra
do, as como el flexible arco y el carcaj que contena num e
rosas y agudas flechas... As pues, cuando la noble m ujer lle
g al aposento y puso el pie en el u m bral de encina que en
otro tiem po el artesano h ab a pulido con gran habilidad y
30
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
conform ado con un nivel, ajustando despus en l los m on
tantes en los que encaj u n a esplndida p uerta, se apresur
a d esatar la correa del anillo, m eti la llave y corri los ce
rrojos con una m ano firme y segura: la p uerta, como un po
tente toro en la p rad era, mugi bajo la presin de la llave y
se abri inm ediatam ente. Penlope subi a la tarim a eleva
da donde estaban alineadas las arcas, llenas de perfum ados
vestidos. D espus, alargando la m ano, descolg de un clavo
el arco, con la esplndida funda que lo envolva 21.
A dem s de ser la g u ard ian a de la casa, Penlope es ta m
bin la seora de las sirvientas y los sirvientes. L a relacin
con las prim eras es evidente, pues son la com paa hab itu al
de la seora de la casa. Pero adem s parece claro que, d u
ran te la ausencia de Ulises, Penlope deba aten d er tam bin
la adm inistracin de sus posesiones. Al menos eso parece
desprenderse de la reflexin que hace Eum eo el porquero,
cuando se queja a Ulises, a quien no ha reconocido todava,
de que Penlope, m uy a su pesar, no se interesa por sus sir
vientes: Sin em bargo los sirvientes tienen u n a necesidad
m uy grande de h ab lar con su duea, de preguntarle sobre
m uchas cosas, de com er y beber en su casa, y de llevarse des
pus al cam po alguno de aquellos regalos que les alegran el
corazn 22.
Si por un lado nos encontram os en los poem as con esta
im agen rica y com pleja de las esposas de hroes, m ujeres ex
cepcionales por razones diversas como son A ndrm aca y Clitem nestra, Penlope y A ret, e incluso H elena, que une a su
belleza el conocim iento de las prcticas de m agia, por el con
trario no se nos dice m ucho de la g ran can tid ad de sirvien
tas. Estas aparecen casi siem pre de u n a m an era annim a a
la som bra de la duea de la casa, p rep aran d o la lan a o lle
vando la rueca, trayendo el agua p ara las abluciones de los
LA M U JE R E N EL SENO D E L O IK O S
31
huespedes, a las que ellas aten d an como se nos describe en
la escena que se desarrolla al comienzo del canto IV , cu an
do Telm aco y sus com paeros llegan a Lacedem onia: Se
dirigieron a unas baeras m uy pulidas p ara baarse, y una
vez que las sirvientas les b a aro n y ungieron con aceite, les
vistieron con tnicas y m antos de lana; despus fueron a sen
tarse ju n to al atrid a M enelao. O tra sirvienta les trajo agua
manos en un magnfico aguam anil de oro, y lo verti en una
fuente de p lata, y coloc ante ellos u n a m esa pulim entada.
Entonces, la respetable despensera les trajo el p an y se lo
ofreci; despus les sirvi num erosos m anjares, ofrecindo
les los que tena guardados 23.
De categora superior a las sirvientas, la respetable des
pensera aparece en efecto como un personaje esencial. La
encontram os de nuevo en el palacio de Alcnoo, tam bin en
la m ansin de Circe, y por supuesto en Itaca, en la casa de
Ulises. Pero en tan to que las dem s sirvientas parecen dedi
carse sobre todo, ap arte de tejer las telas, a actividades ex
clusivam ente dom sticas p rep arar los lechos, disponer el
bao p ara los huspedes y hacerles las abluciones , la des
pensera, que tiene a su cargo la provisin de vveres, parece
ocuparse con preferencia de las actividades culinarias y de
servir la mesa.
O tra de las sirvientas que desem pea un papel im por
tante es la nodriza. Y esta im p o rtan cia se pone de m anifies
to en la posicin que ocupa Euriclea en la Odisea. En prim er
lugar hay que sealar que sale del anonim ato, pues es lla
m ada con el nom bre de su pad re y de su abuelo. Y adem s
p articipa directam ente en la accin. Sus funciones son las
m ism as que las de u n a despensera, d estin ad a a g u ard ar el
tesoro. Pero fue la nodriza de Telm aco, y antes la de U li
ses, ya que Laertes la com pr por un precio de veinte bue
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
yes. El poeta a ad e que el pad re de Ulises la h o n rab a igual
que a su noble esposa, aunque ja m s com parti su lecho.
Ella fue la prim era que reconoci a Ulises, y m antuvo con
l el secreto de este reconocim iento. D espus de la m atanza
de los pretendientes, ella es quien dice a Ulises cules son
las sirvientas que h an traicionado a su seor, y aprovecha
la ocasin p a ra reco rd ar cul fue su papel en la casa: ense
a r a las sirvientas a trab ajar, a card ar la lana, a cum plir
con paciencia las obligaciones de la servidum bre, un papel
que d esp ertab a en estas ltim as un respeto po r la despense
ra com parable al que deban sentir p o r la seora de la casa.
En el poem a aparece o tra nodriza, Eurnom e, la nodriza
de Penlope, que parece desem pear tam bin las funciones
de despensera, as como la de ser confidente de Penlope.
C om partan Euriclea y Eurnom e las atribuciones? Es dif
cil asegurarlo. Pero tan to una como o tra parecen estar muy
por encim a de las cincuenta sirvientas de la casa de Ulises.
Sin em bargo, no todas estas sirvientas perm anecen en el
anonim ato. U n a de ellas, M elanto, llega a intervenir en la
accin como instrum ento ciego de los pretendientes, y sufri
r con once de sus com paeras la m ism a suerte funesta que
aqullos. Este ltim o episodio es un ejem plo claro de la fun
cin que las sirvientas podan desem pear en la casa: desti
nadas a los trabajos dom sticos, tam bin podan ser llam a
das p a ra co m p artir el lecho del seor o de sus huspedes; lo
que explica el castigo infligido po r Ulises a las que haban
hecho causa com n con los pretendientes.
Q u ed a por tra ta r un ltim o problem a, el de la situacin
ju rd ica de estas sirvientas. M uchas de ellas eran sin d u d a
cautivas, conquistadas en las guerras o rap tad as. Pero no
hay que olvidar que las m ujeres figuraban entre los regalos
que los nobles se hacan entre s: A gam enn, por ejemplo,
LA M U JE R E N E L SENO D E L O IK O S
33
dliccc a Aquiles siete m ujeres hbiles p a ra todo tipo de tra
bajos, capturad as en Lesbos. Sin em bargo, al menos en la
Odisea, encontram os tam bin, ju n to a m ujeres que form an
parte del botn o de los regalos intercam biados, a mujeres
com pradas: Euriclea m ism a, sin ir m s lejos, com prada por
Lacrtes por el precio de veinte bueyes. Tal vez fue cap tu
rada previam ente por p iratas que se d edicaban a este co
mercio? No podem os saberlo; pero la existencia de este co
mercio es revelada en el clebre relato del porquero Eum eo,
el cual cuenta cmo fue entregado a unos m arinos fenicios
por una sirvienta de su padre, u n a fenicia de Sidn que h a
ba sido ra p ta d a por los tafios y vendida por ellos a buen p re
cio al padre de Eum eo. A unque no pueda hab larse todava
de comercio de esclavos, vemos que h aba ya otros medios,
adem s de la g u erra o el pillaje, p ara conseguir m ujeres, y
no es raro enco n trar fenicios y h ab itan tes de las islas entre
los que practican este comercio.
Los poem as hom ricos nos ofrecen, por consiguiente, una
im agen bastante clara de la condicin de la m ujer griega a
comienzos del prim er milenio. Seora del oikos, esposa y rei
na, m a n d ab a a las sirvientas y com parta con su esposo el
cuidado de velar por la salvaguardia de sus bienes. Pero sus
funciones estaban perfectam ente delim itadas, y aunque po
da asistir a los banquetes, casi siem pre perm aneca en su
aposento, rodeada de sus sirvientas, hilando y tejiendo. Y si
estas reinas, veneradas sin em bargo, se atrevan a hacer
or su voz o a quejarse de su suerte, eran enviadas de nuevo
con toda rapidez a sus actividades norm ales. H ctor, por
ejemplo, cuando se dirige a A ndrm aca y le aconseja que
vuelva a casa; o Telm aco, que afirm a su naciente virilidad
diciendo a su m adre: Ve a tu aposento, ocpate en las ta
reas propias de tu sexo, el telar y la rueca, y ordena a las
Il
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
sirvientas que se apliquen a su trabajo; la p alab ra es asunto
de los hom bres, sobre todo la m a, porque yo soy el seor
en la casa. Y si el poeta seala que Penlope se qued es
tupefacta al or estas p alab ras es porque stas fueron dichas
por su hijo, a quien ella vea todava como un nio. Si h u
bieran sido p ronunciadas por Ulises, no se h ab ra sor
prendido en absoluto.
B.
La mujer en el Econmico de Jenofonte
A prim era vista puede parecer arb itrario ignorar cuatro si
glos que se sitan entre los ms ricos de la historia de la h u
m anidad y en los que tuvo lugar el apogeo de la civilizacin
griega. Pero si bien, como veremos ms adelante, el naci
m iento de la ciudad otorg a la m ujer un lugar y u n a fun
cin especficos en la sociedad griega, es evidente sin em b ar
go la perm anencia de algunas estructuras vinculadas a la fa
m ilia y al oikos. Y ningn texto es tan significativo como el
Econmico de Jenofonte p ara m ostrarnos esta perm anencia.
El Econmico est escrito en form a de dilogo cuyo in ter
locutor principal es el filsofo Scrates, que vivi en A tenas
en la segunda m itad del siglo V . En l asistim os a u n a con
versacin m antenida po r ste con un rico ateniense, Critbulo, interesado en ad q u irir inform acin sobre la m ejor for
m a de ad m in istrar su patrim onio, su oikos. C om o Scrates
es pobre, la nica m anera que tiene de ap o rtarle alguna luz
a C ritbulo sobre la oikonomia es ponerle como ejemplo a un
rico propietario, Iscm aco, con el cual ha tenido ocasin de
conversar no hace m ucho. Es en este segundo dilogo (den
tro del dilogo) donde Iscm aco, al h ab lar con Scrates de
la buena gestin del oikos, se refiere al papel reservado a su
LA M U JE R E N E L SEN O D EL O IK O S
35
esposa. A la p reg u n ta de Scrates sobre si se q u ed ab a ence
rrado en casa p ara ad m in istrar sus bienes, Iscm aco le res
ponde: Yo nu n ca me quedo en casa, porque mi m ujer es
muy capaz de dirigir sin ayuda de nadie los asuntos dom s
ticos (V II,3). A hora bien, su m ujer no conoca esta cien
cia cuando Iscm aco la recibi de m anos de su padre. To
dava no h aba cum plido quince aos, y h asta ese m om ento
haba vivido bajo u n a estricta vigilancia; deba ver y or el
m enor nm ero de cosas posible, hacer m uy pocas pregun
tas. No es m aravilloso que al venir a mi casa haya sabido
hacer un m anto con la lana que le dab an , y que haya sabi
do distrib u ir a cada sirvienta la tarea de hilan d era que le co
rresponda? (V I 1,5-6). A priori no encontram os aq u n ad a
diferente entre la m ujer de Iscm aco y las reinas de la epo
peya. Com o Penlope, ha dejado la casa de su p ad re p ara
ir a la de su esposo. Y la tarea ms im portante que ten d r
que hacer en sta ser la de h ilar y tejer, rodeada de sus sir
vientas. Pero Iscm aco cree que debe hacer de ella tam bin
una buena ad m in istrad o ra de sus bienes. El m atrim onio, en
efecto, ya no se inscribe en el siglo V dentro de la prctica
del intercam bio de regalos 24. E n un m undo en el que las rea
lidades econm icas h an adquirido un sentido nuevo, los mo
tivos de la alianza h an cam biado. Pero sigue siendo una
alianza entre dos familias. N inguno de los dos, ni t ni yo
dice Iscm aco a su joven esposa , estbam os im pacien
tes por en co n trar a alguien con quien dorm ir. Pero despus
de h ab er reflexionado, yo por mi cuenta y tus padres por la
tuya, sobre cul sera la m ejor com paa que podram os to
m ar p ara form ar un hogar y tener unos hijos, yo po r mi p a r
te te he escogido a ti y tus padres, a lo que parece, me han
escogido a m entre los partidos posibles ( V I I ,11). El ob
jeto de esta alianza debe ser esforzarse por m an ten er el p a
36
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
trim onio en el m ejor estado posible y aum en tarlo tan to como
se p u ed a por medios honorables y legtimos ( V I I ,15). En
prim er lugar, pues, es im portante procrear p a ra tener here
deros a quienes transm itirles la propiedad, al tiem po que se
asegura el am paro p ara la vejez; a continuacin hay que re
p a rtir las tareas en funcin de la naturaleza que los dioses
han otorgado al hom bre y a la m ujer. P ara el hom bre los tra
bajos externos: lab rar el barbecho, sem brar, p lan tar, llevar
el ganado a pastar. P ara la m ujer, los trabajos de dentro:
Los recin nacidos deben ser criados bajo techo, tam bin
as debe ser p rep arad a la h arin a proporcionada por los ce
reales, e igualm ente a cubierto deben confeccionarse con la
lana los vestidos (V II,20-21). Volverem os a hab lar, en la
segunda p arte del libro, de los fundam entos naturales de
este rep arto de tareas tal como los define Jenofonte. Pero se
aprecia ya claram ente que las justificaciones ideolgicas en
m ascaran aqu u n a realidad que refleja algo que sigue sien
do perm anente: la m ujer en la A tenas de Jenofonte, como
en los reinos de la epopeya, est consagrada en p rim er lu
gar al trabajo domstico.
A hora bien, en esta actividad dom stica la seora de la
casa tiene un cierto poder, ya que debe dirigir el trab ajo de
las sirvientas y de algunos sirvientes. Y lo que diferencia a
la buena am a de casa de la m ala, a la que est d o tad a de
cualidades reales de la que no lo est, es la m an era de u ti
lizar este poder. No es u n a casualidad que Jenofonte, por
boca de Iscm aco, com pare la funcin de la m ujer en el oikos con la de la reina de las abejas. C om o sta, el am a de
casa debe ... quedarse en casa, hacer que todos los sirvien
tes que tengan que tra b a ja r fuera salgan ju n to s, ... vigilar a
los que lo hagan den tro de la casa, recibir lo que le traigan,
distrib u ir lo que haya que gastar, p en sar de antem ano en lo
LA M U JE R E N E L SENO D E L O IK O S
37
que hay que econom izar, y cuidar de que no se gaste en un
mes lo que est previsto g astar en un ao (V II,35-36).
As pues, el ejercicio de este poder consiste en prim er lu
gar en saber m an d ar, y despus en saber dirigir la casa. U n
buen jefe es ante todo aquel que sabe sacar el m xim o pro
vecho de sus subordinados 25. Por lo tan to la seora de la
casa, para ser un buen jefe, deber saber escoger a aquellos
y aquellas que dependen de ella y aprovechar al m xim o sus
cualidades: ... si coges u n a esclava que no sabe tra b a ja r la
lana y t le enseas, doblando de esta form a el valor que tie
ne p ara ti, si coges una incapaz p ara ser despensera y buena
sirvienta y t consigues hacerla capaz, fiel, que sirva bien y
que tom e p ara ti un valor inestim able; si puedes recom pen
sar a tus esclavos cuando se com portan bien y son tiles en
la casa, puedes castigarlos cuando ves que son malos...
(V II,41). L a eleccin de la despensera es p articularm ente
im portante: P ara escoger a la despensera hem os buscado
cuidadosam ente la sirvienta que nos pareca la menos incli
n ad a a la glotonera, a beber y a dorm ir, la m enos predis
puesta a buscar a los hom bres, adem s la que, a nuestro en
tender, tena la m ejor m em oria, la m s capaz de evitar que
la castiguem os por alguna negligencia y de buscar, por el
contrario, que la recom pensem os por sus buenos servicios...
Al mismo tiem po que la form am os, le inculcam os el deseo
de contribuir al enriquecim iento de n u estra casa, ponindo
la al corriente de nuestros asuntos y hacindola p articip ar
en nuestros logros ( I X ,11). Pero p ara que este poder que
la seora de la casa posee p u ed a ejercerse con eficacia, di
rectam ente o por m ediacin de la despensera, es preciso que
en la casa reine un orden com parable al que debe reinar en
el cam po de batalla o en el interior de un barco: Si quieres
saber la m ejor m an era de gobernar nuestra casa, encontrar
38
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
fcilm ente en ella todo cuanto necesites en el m om ento p re
ciso, y com placerm e dndom e lo que pido, escojamos cuida
dosam ente el lugar conveniente p a ra cada objeto y, despus
de haberlo puesto en l, enseem os a la sirvienta a cogerlo
y a volver a colocarlo en su sitio. De esta m anera podrem os
saber lo que est a nu estra disposicin, en buen estado o
no... ( V I I I ,10). Iscm aco recuerda entonces cmo le ha ido
enseando a su m ujer todas las habitaciones de la casa y el
uso reservado a cada u n a de ellas. As, por ejemplo, como
en las obras de H om ero, en el thlamos se g u ard an los bie
nes ms preciosos; hay piezas previstas p ara alm acenar el
grano y el vino, p ara colocar la vajilla de uso diario y la de
los das de fiesta, m s valiosa. L a du e a de la casa vigilar
cuidadosam ente cada una de estas dependencias, y ten d r
en el gobierno de la casa la au to rid ad de u n a reina, aunque
esta realeza ejercida sobre esclavos y sirvientas no pueda
com pararse a la que ejerce un jefe o un rey sobre hom bres
libres.
As pues, la distancia entre la m ujer de Iscm aco y Pe
nlope se nos m u estra escasa, como si cuatro siglos no h u
bieran m odificado en absoluto la condicin de la m ujer, as
como tam poco la de las sirvientas sobre las que ejerca su
autoridad. Com o Penlope, la m u jer de Iscm aco ha sido ca
sada por sus p adres con un hom bre elegido por ellos. T am
bin como Penlope, p asa los das hilando y tejiendo rodea
da de sus sirvientas. Y finalm ente es ella, como Penlope, la
que tiene la llave de la habitacin donde se g u ard an los ob
jetos preciosos y la que ordena a las sirvientas y sirvientes
la tarea que tienen que llevar a cabo cada da.
Pero la sem ejanza no va m s all. Iscm aco no es un h
roe de la epopeya, sino un ciudadano ateniense. Es posible
que u n a cam p a a m ilitar le obligue a ab an d o n a r el Atica.
LA M U JE R E N E L SEN O D E L O IK O S
39
Pero si vive fuera, es casi siem pre p ara intervenir en las
conversaciones del agora o estar en la Pnyx donde se deciden
los asuntos de la ciudad. A penas da detalles de su vida p er
sonal. No hay que olvidar que a los ojos de Scrates es el
kals k agaths por excelencia, el hom bre de bien que vive se
gn los modelos de otro tiem po, a diferencia del p rim er in
terlocutor del filsofo, C ritbulo, que dilapida su fortuna lle
vando una vida m u ndana. Conocem os gracias a otras fuen
tes contem porneas en qu consista esta vida m undana: d ar
banquetes, m an ten er cortesanas. Las esposas legtim as no
particip ab an en esta vida. U n a m ujer respetable no asista
a un banquete, au n q u e ste se celebrar en su p ro p ia casa.
Bajo ningn concepto poda hacer uso de la p alab ra en p
blico, como lo hacan las protagonistas de H om ero. L a ciu
dad, ese club de hom bres, las h aba encerrado definitiva
m ente en el gineceo.
C A P IT U L O 2
La mujer en la ciudad
La ciudad griega se constituy como u n a form a prim itiva de
Estado aproxim adam ente a comienzos del siglo V III. Pero
ten d rn que tran scu rrir dos siglos antes de que se creen las
instituciones que den al m undo de las ciudades sus rasgos
especficos, dos siglos caracterizados significativam ente por
tres tipos de hechos entre los que no siem pre es fcil esta
blecer relaciones inm ediatas. El prim ero est vinculado a la
expansin territorial del m undo griego, lo que llam am os h a
bitualm ente la colonizacin. El segundo deriva del desarro
llo de la produccin y de los intercam bios, que se refleja en
la profusin de objetos de fabricacin griega en todo el con
torno del m undo m editerrneo. F inalm ente, el tercero se m a
nifiesta en form a de u n a grave crisis social, relacionada ge
neralm ente con el problem a del desigual reparto del suelo y
42
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
que d a paso, d u ran te un tiem po ms o m enos largo, a reg
menes autoritarios: las tiranas. Al final de este perodo, y
al tiem po que desaparecen los ltim os tiranos, se establece
un cierto equilibrio que se plasm a, tras la crisis de las gue
rras mdicas, en la hegem ona que ejerce A tenas d u ran te
ms de un siglo sobre el m undo egeo.
Sin em bargo, esta hegem ona puede falsear el anlisis del
historiador. Porque si bien la dem ocracia ateniense repre
senta el resultado y la form a m s acab ad a del desarrollo de
la ciudad griega, est lejos de ser su nica m anifestacin, ni
siquiera el ejem plo modelo, al menos h asta el siglo IV . R ea
lizar el estudio de la condicin de la m ujer en la ciudad
guindonos slo po r el ejemplo ateniense, como tan tas veces
se h a in ten tad o hacer, d ad a la ab u n d an cia de las fuentes, se
ra ap artarn o s de la realidad. C iertam ente existen constan
tes y rasgos com unes. Pero, independientem ente de la evo
lucin poltica de la que no podem os prescindir, es evidente
que esta condicin no es la m ism a en el m undo colonial que
en el viejo m undo griego, en O rien te que en O ccidente, en
E sp arta que en A tenas. T am poco era la m ism a en el cam po
que en la ciudad, entre los ricos que entre los pobres, en las
familias donde se p erp etu ab an antiguas tradiciones que en
tre los ciudadanos de tiem pos recientes. Sin em bargo, en todap parths nos encontram os con la m ism a evidencia: en es
tos Estadios, a veces m insculos, donde la soberana resida
en la colectividad de los que form aban la ciudad, los ciuda
danos, au n cuando, como en A tenas, nadie se vea ap artad o
de ella a causa de la pobreza o por el ejercicio de u n a pro
fesin desprestigiada, absolutam ente todas las m ujeres eran
consideradas eternas m enores. Por la m ism a razn que los
nios, los extranjeros y los esclavos, perm anecan al m argen
de la com unidad, indispensables por supuesto p a ra asegu
LA M U JE R E N LA CIU D AD
43
ra r la reproduccin de sta, pero sin ningn derecho.
P ara com prender en toda su am plitud la exclusin que
sufre la m ujer, n ad a m ejor que estu d iar la A tenas dem ocr
tica, d ada la abu n d an cia de fuentes, como ya se ha seala
do, as como tam bin las form as diversas en que se m an i
festaba dicha exclusin tanto en el plano ju rd ico como en
el terreno cotidiano. Pero como este perodo es el resultado
del anterior, conviene exam inar antes las formas de tran si
cin que encontram os en otros lugares y con anterioridad en
el vasto m undo de las ciudades griegas.
A.
La poca arcaica
Lo que los historiadores h an dado en llam ar la poca arcai
ca es el perodo que va de comienzos del siglo V III a finales
del siglo V I. Perodo esencial, porque es entonces cuando se
elaboran las estructuras de la ciudad, cuando el m undo grie
go em pieza a extenderse de u n a orilla a o tra del M ed iterr
neo. Pero asim ism o un perodo cuyo desarrollo es difcil de
seguir, dado que tenem os que basarnos en fuentes tardas,
fuentes que son literarias o histricas o, cuando se tra ta de
fuentes arqueolgicas, m udas. No es que no haya habido
produccin literaria d u ran te este perodo. Se trata, por el
contrario, de lo que u n historiador ha llam ado la edad l
rica de G recia, u n a poca en la que se desarrolla u n a poe
sa extraordinariam ente v ariad a, uno de los testim onios ms
ricos de la cultu ra griega, y de la que volveremos a h ab lar
en la segunda p arte de este libro. Pero al historiador de la
sociedad, esta poesa le sirve de escasa ayuda, y su lectura
nos deja m uchas zonas oscuras y suscita num erosos pro
blem as l .
44
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
P ara calificar a esta sociedad se em plea generalm ente un
trm ino de origen griego; se la llam a aristocrtica, lo que
seala bien claro que en las ciudades recientes el poder p er
tenece a los que se denom inan a s mismos los mejores (ristoi), bien por nacim iento o por form a de vida. La superiori
dad de estas aristocracias es a la vez religiosa y poltica, y
est vinculada a la posesin de la tierra. Lo que im plica que
ju n to a estos ristoi existen, en el seno de las com unidades
que son las ciudades, personas que no tienen ni po d er pol
tico ni tierra (o poca), y que dependen de los prim eros en
m ayor o m enor grado. De las m ujeres no sabem os g ran cosa.
Si pertenecan a la aristocracia su vida en el oikos era tal
como la hem os descrito en pginas precedentes. E n cuanto
a las otras, las m ujeres de los cam pesinos pobres o depen
dientes, seguram ente a rra stra b a n ju n to a sus esposos la d u ra
existencia descrita po r el poeta H esodo en Los trabajos y los
das. Sin d u d a existan grandes diferencias entre las ciuda
des en este m undo griego en form acin, y su ritm o de desa
rrollo era desigual. Las ciudades de la costa occidental de
A sia M enor y de las islas, en contacto con el m undo orien
tal, eran, si no las m s ricas, al menos las ms brillantes.
Fue en ellas donde se desarrollaron las prim eras especula
ciones filosficas, donde se crearon los diferentes gneros
poticos. Y no es raro encontrar aq u espritus ilustrados no
slo entre fos hom bres, sino incluso entre algunas m ujeres,
como la m uy clebre Safo, n atu ra l de M itilene, en la isla de
Lesbos, y poetisa de gran renom bre 2.
E sta sociedad aristocrtica, cuyo sistem a de valores vis
lum bram os a travs de las producciones literarias, as como
tam bin a travs del pensam iento m tico, no era sin em b ar
go u n a sociedad inm ovilizada. C ircu lab an po r ella corrien
tes que no siem pre es fcil descubrir, pero cuyas consecuen
LA M U JER E N LA C IU D AD
+5
cias se adivinan gracias a dos fenmenos caractersticos de
este perodo arcaico: la colonizacin y la tirana, am bas in
teresantes de analizar desde el p u n to de vista que nos con
cierne, es decir, del de las mujeres.
La colonizacin
L a llam ada, no m uy acertadam ente, colonizacin griega es
un vasto m ovim iento de em igracin de los griegos por los
contornos del M editerrneo, que com ienza a m ediados del
siglo V III antes de nu estra era y se prolonga d u ran te casi
dos siglos. Al finalizar este perodo encontram os ciudades
griegas desde las colum nas de H rcules (estrecho de G ibraltar) h asta las orillas del m ar Negro, ciudades independien
tes unas de otras y que con frecuencia slo h an conservado
vnculos m uy dbiles con la ciudad m adre (m etrpoli), vn
culos generalm ente de n atu raleza religiosa. El carcter de es
tos asentam ientos, o m s bien del m ayor nm ero de ellos,
explica claram ente que lo que los em igrados buscaban en
prim er lugar y antes que n ad a era tierra. Y que el origen
del m ovim iento era en efecto esta stenochora, la falta de tie
rra que obligaba a los m s pobres o a los hijos m enores p ri
vados de herencia a buscar en o tra p arte lo que no tenan
en su pas. Los relatos de fundacin, elaborados a m enudo
decenios despus del establecim iento de la ciudad nueva,
pero que transm iten tradiciones conservadas oralm ente, p er
m iten hacerse u n a idea de las condiciones en las que se lle
vab an a cabo las salidas: eleccin de los futuros colonos,
nom bram iento del oikists, el jefe de la expedicin, consulta
al orculo de Delfos, etc. Pero lo que en este caso nos im
po rta es que en esas expediciones no se m enciona casi n u n
46
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ca a las m ujeres 3. Los que se van son los hom bres, y la m a
yora de las veces al parecer se van sin llevar m ujeres. Lo
que significa que p ara aseg u rar la reproduccin de la com u
nidad ten d rn que en co n trar otras en el lugar de destino. Es
ilustrad o ra a este respecto la tradicin m uy conocida de la
fundacin de M arsella: la unin entre la hija del jefe indge
na y el joven griego, jefe de la expedicin focea, m uestra un
hecho que seguram ente se ha reproducido m uchas veces, ya
sea que efectivam ente los jefes locales cedieran a los recin
llegados sus hijas y u n a p arte de las tierras de que dispo
nan, o bien que stos, al encontrarse con pueblos hostiles
se dedicaran a ra p ta r m ujeres. Sea lo que fuere respecto a
las circunstancias de estos asentam ientos, podem os afirm ar
que en estas ciudades de nueva fundacin las m ujeres han
sido encontradas con frecuencia en el mism o lugar. El silen
cio mismo de nuestras fuentes con relacin a este problem a
explica claram ente que la finalidad de estas uniones era ase
g u ra r la reproduccin de la ciudad, y que en este asunto no
se m ezclaba el problem a del m estizaje con las poblaciones
indgenas. Los nios nacidos de estas uniones seran griegos
e hijos o hijas de ciudadanos 4. A p a rtir de la segunda ge
neracin, los problem as se p lan teab an slo en trm inos po
lticos, es decir, en un terreno del que las m ujeres estaban
excluidas. H y que m encionar aq u sin em bargo el caso un
poco peculiar y a m enudo recordado de Locros Epizefirios 5.
Debemos a P&libio el relato de la fundacin de esta colonia
en Italia m eridional. O , p ara ser m s exactos, el historiador
nos cuenta las dos tradiciones opuestas entre s relativas a
esta fundacin. L a prim era, rela tad a por A ristteles, deca
que los prim eros colonizadores eran esclavos, o descen
dientes de esclavos, que m antuvieron trato con m ujeres de
Locros d u ran te la ausencia de sus esposos a causa de una
LA M U JE R E N LA CIU D AD
47
larga guerra. L a segunda, la de Tim eo, h istoriador siciliano,
se negaba por el contrario a ad m itir este origen servil de los
colonizadores. V olverem os m s adelante a h ab lar de estas
tradiciones que han sido citadas a m enudo en apoyo de la
tesis de la existencia de un m atriarcad o griego y que, segn
ha sealado V idal-N aquet, se inscriban en un contexto en
el que esclavitud y ginecocracia reflejaban la inversin de
los valores de la ciudad. Lo que nos interesa aq u es que, en
am bas tradiciones, m ujeres de las m ejores familias de la Locros doria acom paaron a los em igrantes que ib an a esta
blecerse a Italia. Es el ejemplo de Locros u n a excepcin, o
hay que pensar, en contra del silencio casi general de nues
tras fuentes, que a veces los em igrantes llevaban m ujeres en
las naves en sus viajes a tierras lejanas? Las com paraciones
que pueden hacerse con otros fenmenos de em igracin o de
colonizacin llevan a suponer que el m undo griego conoci
seguram ente am bas experiencias: hom bres que p artan so
los hacia la av en tu ra y em igrantes que llevaban con ellos a
m ujeres, nios y divinidades del hogar. E n el prim er caso,
encontrab an m ujeres en el m ism o lugar, pacficam ente o re
curriendo a la violencia, pero, como ya se ha sealado, los
nios nacidos de estas uniones eran considerados griegos
desde la segunda generacin. En el segundo caso, rep ro d u
can en el territorio de la nueva ciudad las estructuras de la
antigua: la m ujer trad a de G recia se converta en la guardiana del oikos. Ni siquiera el ejemplo de las locrias es una
excepcin a la regla. Pues si los descendientes de las nobles
locrianas form aron la aristocracia de la nueva Locros, ello
fue en com paracin con aquellos cuyos padres tuvieron que
buscar a m ujeres indgenas en el m ism o lugar. Lo cual no
im plicaba en absoluto una situacin superior de estas m uje
res o de las m ujeres en general en la nueva ciudad.
48
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
El fenmeno de la colonizacin, nacido de la necesidad
de b uscar tierras nuevas y sin d u d a tam bin de la urgencia
que los griegos tenan de asegurar la posesin de un cierto
nm ero de productos indispensables p ara el establecim iento
de factoras com erciales, no trajo consigo n inguna m odifica
cin de la situacin de la m ujer en la sociedad, aun cuando
stas ciudades nuevas pudieron ser a veces laboratorios de
experim entacin polticos. L a m ayora de las veces h an re
producido las estructuras de la sociedad de donde surgieron,
y las m ujeres, venidas de la ciudad m adre o encontradas casi
siem pre sobre el terreno, co n tin u ab an siendo lo que siem pre
hab an sido: g uardianas del hogar dom stico y encargadas
de asegurar m ediante la procreacin la reproduccin de la
com unidad.
La tirana
La colonizacin, es decir, la em igracin y la fundacin de
ciudades nuevas, h aba sido un medio de resolver las graves
dificultades que p lan teab a al m undo de las ciudades griegas
la stenochora, la falta de tierras, sin d u d a ligada a un creci
m iento dem ogrfico pero tam bin a fenmenos m al conoci
dos de los que slo alcanzam os a conocer el resultado: el de
sigual reparto de la tierra, lo que los historiadores llam an la
crisis agraria, que sacudi al m undo griego a p a rtir de la se
gunda m itad del siglo V II 6. El desconocim iento de los rqecanism os econmicos que originan este desequilibrio nos im
pide recurrir a explicaciones que se lim itaran a trasp lan tar
a la sociedad griega arcaica los esquem as de la econom a m o
derna. No hay por qu relacionar en m odo alguno la crisis
agraria con la llegada m asiva de cereales del m undo colo
LA M U JE R E N LA CIU D AD
nial, con el desarrollo de la econom a m onetaria o con cual
quier otro factor propio de u n a econom a de m ercado. D e
bem os lim itarnos a hacer constar que en algunas ciudades
en E sparta, en A tenas, sin d u d a en C orinto se alzaron
voces de protesta que reclam aban un rep arto igualitario, una
nueva distribucin del suelo. Y si bien en E sp arta el proble
m a se resolvi gracias al establecim iento de un nuevo orden
del que ms adelante hablarem os, y en A tenas con ayuda
de Soln, que puso fin a la dependencia cam pesina aunque
se neg a hacer un rep arto igualitario, en otros lugares los
desrdenes suscitados por la crisis agraria desem bocaron
en la im plantacin de la tiran a 7.
Las inform aciones que poseemos sobre los tiranos arcai
cos proceden de fuentes que, en la m ejor de las hiptesis, d a
tan de un siglo (H erodoto) o ms despus de los aconteci
m ientos que refieren. Estos relatos, cotejados con algunos d a
tos arqueolgicos o num ism ticos, h an perm itido a los his
toriadores reconstruir la historia de algunos de estos tiranos
surgidos a p a rtir de m ediados del siglo V II: Cpselo y Periandro de C orinto, O rtg o ras y Clstenes de Sicin, Trasbulo de M ileto, Polcrates de Samos, Pisstrato y sus hijos
en A tenas. Todos ellos son presentados como los defensores
del pueblo contra la aristocracia, a la que despojan de sus
bienes p a ra entregrselos a sus adeptos o a la que ridiculi
zan. Pero de todos se cuentan tam bin relatos que constitu
yen una especie de folclore, donde se d an cita el orculo que
anuncia la prxim a llegada del tirano, su nacim iento gene
ralm ente oscuro, las atrocidades que com ete una vez que ha
llegado a hacerse con el poder. El conjunto describe una es
pecie de m undo subvertido, donde se niegan los valores de
la ciudad nueva, pero donde se adivina tam bin algo as
como la reim plantacin de valores ms antiguos. L a m ujer
50
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
no est ausente en este conjunto, y los diferentes lugares que
ocupa en las im genes que de la tiran a arcaica nos ha de
ja d o la tradicin m erecen ser exam inados con algo ms de
detenim iento.
U n prim er grupo lo constituyen las prcticas m atrim o
niales de los tiranos; prcticas que Louis G ernet h a analiza
do en un artculo ya antiguo, pero cuyas conclusiones siguen
siendo interesantes: las prcticas m atrim oniales de los tiranos
reproducan con seguridad el com portam iento m atrim onial
de los tiem pos legendarios, au n cuando por su nacim iento
o su poltica innovadora suponen una ru p tu ra con el pasado 8.
L. G ernet cita en apoyo de su tesis las uniones entre familias
de tiranos que se d an tan to en Sicilia (los tiranos de Siracusa
y de Agrigento) como en el m undo egeo; las dobles nupcias
que nos rem iten a u n a sociedad en la que el m atrim onio mo
ngam o no se h ab a im plantado todava; p o r ltim o, el re
galo de una hija p ara fortalecer as su podero. Sirva como
ejemplo el tirano de Sicin, Clstenes, cuando convoca a su
corte a jvenes de toda la aristocracia griega y los entretiene
d u ran te un ao p a ra en co n trar un esposo p ara su hija Agarista 9. O M egacles el A teniense, cuando da a su hija en m a
trim onio a P isstrato (quien tena ya otras dos esposas) con
la intencin de favorecer el restablecim iento de la tiran a de
su yerno 10. A lianzas m atrim oniales y regalos que recuerdan
a los hroes de la epopeya, cuyos descendientes dicen ser es
tos tiranos a pesar de su origen a veces oscuro. Este deseo
de entroncar con el pasado legendario explica tam bin el lu
g ar que ocupan algunas m ujeres de tiranos en este folclore
anecdtico. As por ejemplo M elisa, la esposa de Periandro
de C orinto: ste, segn H erodoto, oblig a las m ujeres de Corinto a despojarse de sus joyas y sus lujosos vestidos p a ra re
galrselos a su mujer, elevada as al rango de una divinidad 11.
LA M U JE R E N LA CIU D AD
51
Los tiranos, m ediante estas prcticas, revivan el pasado
legendario por encim a de los valores de la ciudad nueva.
Pero otras prcticas, que slo conocemos, es cierto, a travs
de testimonios tardos y parciales, se presentan como verda
deras inversiones de los valores cvicos: son aquellas que
vinculan, en medio de la subversin provocada po r el tira
no, a m ujeres y esclavos. El nico ejemplo histrico que
leemos de la poca arcaica, si dejam os a un lado el caso
ya m encionado de las fundadoras de Locros, es el del tirano
A nstodem o de C um as, quien, instigando al pueblo a suble
varse contra la aristocracia de esta ciudad a finales del
siglo V I, liber por esta accin a los esclavos y los uni a las
mujeres de sus antiguos dueos 12. Pero volvemos a enconIrar el mismo suceso, con m uy pequeas diferencias de
matiz, en H eraclea Pntica en el siglo IV 13, en E sp arta con
Nabis a finales del siglo III 14, como si la inversin de valo
res atrib u id a a la tiran a im plicara la unin necesaria de
aquellos que la ciudad norm al m antena ap artados, las m u
jeres y los esclavos. Pero al mismo tiem po y esto nos
rem ite a las prcticas m atrim oniales m encionadas antes ,
como si la tierra, confiscada a sus legtimos propietarios
y redistribuida a los p artid ario s del tirano, se tran sm itiera
en cierto m odo legtim am ente gracias a las mujeres. Es
difcil no p en sar en el problem a ya planteado de Penlope, a travs de la cual se consegua la realeza en Itaca.
Com o tam bin seala Louis G ernet, a propsito del m atri
monio de Pisstrato: Es la m ujer desposada la que otorga
la realeza, concedida por M egacles a su yerno. En la
ciudad histrica, d u ran te la revolucin llevada a cabo por el
tirano, es la m ujer desposada quien confiere la posesin de
la tierra, y quien legitim a gracias a ello el acceso a la ciuda
dana.
52
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
La poca de los tiranos no term ina cuando lo hace la po
ca arcaica, au n cuando la tirana siciliana por u n a p arte y
los tiranos revolucionarios del siglo IV y de la poca helens
tica por o tra se nos m uestran con aspectos diferentes y cada
uno con caractersticas particulares. Pero la inversin de va
lores que sim boliza el tirano explica que d u ran te su reinado
el lugar destinado a la m ujer est asociado unas veces al
m undo sobrehum ano del hroe y otras al m undo in frah u m a
no de los esclavos. C on la ciudad griega, que sita al hom
bre griego, al ciudadano, en el centro m ism o de lo hum ano,
por lo que puede calificarse de club de hom bres, se esta
blece definitivam ente la situacin de la m ujer, in teg rad a y
m arginal al mism o tiem po, que vam os a in ten tar precisar a
continuacin.
B.
El m odelo ateniense: la condicin de la m ujer en
Atenas en la poca clsica
Ya hemos hablado de lo que im plica p en sar en A tenas como
modelo. Sin em bargo, es necesario que utilicem os este mo
delo si querem os explicar la condicin de la m ujer en la so
ciedad griega. A tenas dom ina el m undo griego poltica y m i
litarm ente d u ran te dos siglos. L a hegem ona que ejerce en
el Egeo gracias a su flota le perm ite g aran tizar al demos, al
pueblo de los ciudadanos, una vida decorosa y recom pensar
su participacin en los asuntos polticos. Al m ism o tiem po,
A tenas se convierte en el centro indiscutible de la vida inte
lectual y artstica del m undo griego, la escuela de G recia,
por citar la fam osa frm ula de T ucdides, o m ejor dicho la
que Pericles tom a p restad a a ste. L a guerra del Peloponeso, que enfrenta a E sp arta y sus aliados con el im perio ate
I.A M U JER E N LA CIU D AD
53
niense, significa un rudo golpe p ara este dom inio. Pero au n
que A tenas no consigue restablecer en el siglo IV un poder
com parable al del siglo de Pericles, disfruta todava sin
em bargo de tres cuartos de siglo de p rosperidad y de inten
sa vida intelectual h asta que, en el ao 322, el establecim ien
to de u n a guarnicin m acedonia en el Pireo viene a poner
fin definitivam ente a sus sueos hegem nicos. Es cierto que
d u ran te estos dos siglos A tenas conoci conflictos internos.
Pero excepto en el corto perodo que va del 411 al 404-403, es
tos conflictos nunca pusieron en peligro el rgim en que se h a
ba ido form ando poco a poco en los ltim os aos del siglo
V I y los prim eros decenios del V, esa dem ocracia que haca
del demos en su conjunto, sin distincin de nacim iento o de
fortuna, el dueo de su destino 15.
H ab a sin em bargo, en el seno de este demos, sensibles de
sigualdades, como lo testim onia la divisin de los ciu d ad a
nos en cuatro categoras censatarias, atribuidas po r la tra
dicin al legislador Soln. En el siglo IV la prim era clase del
censo la form aban alrededor de doscientas personas, de un
total de veinticinco a trein ta mil ciudadanos. Es ms difcil
contabilizar el nm ero de los ciudadanos de las otras cate
goras, pero un dato, aunque poco seguro ciertam ente, nos
hace p ensar que los thetes, ciudadanos de la ltim a clase, eran
algo ms de la m itad del total 16. E ran aquellos que, p riva
dos de tierra o poseedores slo de u n a pequea can tid ad de
bienes, estaban obligados a trab a jar p ara vivir, bien por
cuenta ajena o bien gracias a u n a tienda o taller de su pro
piedad, lo que los diferenciaba del pequeo cam pesino aco
m odado que tena a su servicio algunos esclavos, y del pro
pietario de taller lo suficientem ente rico p ara dedicar una
p arte de su tiem po a los asuntos pblicos.
N o es ste el m om ento de analizar los problem as que
54
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
p lan tea la estru ctu ra de esta sociedad civil ateniense. Pero
no es difcil descubrir que, si querem os estudiar la condicin ,
de la m ujer en la sociedad ateniense, hay que co n tar con es
tas diferencias que ap o rtab an , en la realidad, a la situacin
ju rd ic a nica de la m ujer ateniense m odificaciones no
desdeables.
Pero es im p o rtan te tam bin no olvidar que lo mism o que
los ciudadanos form aban solam ente u n a p arte de la pobla
cin del A tica, de la m ism a form a tam poco las m ujeres ciu
dad an as rep resen tab an a toda la poblacin fem enina. H a
ba extranjeras, h ab a tam bin esclavas, y aunque el nm e
ro de las prim eras deba de ser sensiblem ente inferior al de
los hom bres, seguram ente no suceda lo m ism o con las se
gundas. El lugar que ocupaban los esclavos en la pro d u c
cin equivala sin d u d a al lugar que ocupaba la m ujer en el
trab ajo dom stico 17.
Es, pues, m uy im p o rtan te distinguir en tre estas catego
ras si querem os in ten tar conocer el lugar que ocu p ab a la
m ujer en la sociedad ateniense de la poca clsica.
La mujer ateniense
, A nte todo hay que aclarar qu entendem os p o r m ujer ateI niense: la hija o m ujer de ciudadano ateniense. N o es con
veniente utilizar con dem asiada frecuencia el trm ino ciu/ dadana, au n q u e exista. Pero aparece en el vocabulario grie/ go al final del perodo que estudiam os, en A ristteles, en De\ m stenes y en los autores de la com edia nueva, y su uso no
\ se generaliza 18. L a cualidad de ciudadano llevaba im plci
to, en efecto, el ejercicio de u n a funcin, que era fundam en
talm ente poltica, de participacin en las asam bleas y en los
LA M U JE R E N LA CIU D AD
55
tribunales, de donde estaban excluidas las m ujeres, as como
de la m ayor p arte de las m anifestaciones cvicas, con excep
cin de algunas cerem onias religiosas.
r
Si intentam os definir ju rd icam en te la situacin de la m u
j e r ateniense, la prim era p alab ra que se nos viene a la meni te es la de m enor. L a m ujer ateniense ciertam ente es una
eterna m enor, y esta m inora se refuerza con la necesidad
jque tiene de un tu to r, un kyrios, d u ra n te toda su vida: prijmero su padre, despus su esposo, y si ste m uere antes que
ella, su hijo, o su pariente m s cercano en caso de ausencia
jde su hijo. La idea de u n a m ujer soltera independiente y a d
m in istrad o ra de sus propios bienes es inconcebible.
El m atrim onio constituye po r consiguiente el fundam en- 1j
to mism o de la situacin de la m ujer. A hora bien, en la len- v
gua griega no hay, paradjicam ente, un trm ino especfico
p a ra designar u n a institucin sobre la que se fundaba, sin
em bargo, la reproduccin de la sociedad. El acto m ediante
el cual un hom bre y u n a m ujer se unen legtim am ente se lla
m a la engye. Es u n a especie de contrato realizado entre dos
casas, un com prom iso oral hecho an te testigos por el que
el padre o el tu to r de la joven entrega a sta al futuro espo
so. Se tra ta de un com prom iso privado en el que no in ter
viene la ciudad y que no es registrado por ninguna in stitu
cin civil. Sin em bargo, p a ra que el m atrim onio sea consi
derado vlido no es suficiente la engye. Es necesaria la coha
bitacin p ara que la joven se convierta en u n a gamet gyn,
un a esposa legtim a. La m ayora de las veces esto es lo orm al, ya que inm ediatam ente despus del com prom iso rec
proco tena lugar la presentacin de la joven en la casa de
su esposo. Sin em bargo, h aba casos en que la cohabitacin
no era inm ediata: po r ejemplo si la fu tu ra esposa era to d a
va una nia, como sucedi con la h erm an a del orador De-
56
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
m stenes, com prom etida po r su pad re la vspera de su m uer
te cuando slo tena cinco aos 19; o si se pona algn im pe
dim ento al m atrim onio, especialm ente cuando se tra ta b a de
u na m uchacha epkleros, es decir, nica heredera de la riq u e
za p atern a, o tam bin de u n a m ujer cuya condicin de ate
niense poda ponerse en duda, po r ejemplo, u n a extranjera.
Los alegatos de los oradores del siglo IV nos ofrecen una
gran can tid ad de datos acerca de las prcticas m atrim o n ia
les de los atenienses, de donde se deduce que stas se llevan
a cabo siguiendo los usos de la poca arcaica, sin llegar a
alcan zar nunca u n a situacin ju rd ic a suficientem ente clara.
-'Pero hay algo que sigue siendo evidente: el m atrim onio no
es nunca el resultado de u n a eleccin libre por p arte de la
joven. Es el p ad re o el tu to r legtim o el que elige la casa
adonde debe ir, y son dos hom bres los que deciden su des
tin o . E sta libertad es a n ms restringida en el caso de la
joven epkleros, ya que sta est obligada a casarse con el p a
riente ms prxim o de la ram a p atern a. Lo cual puede p lan
tear a veces problem as delicados, bien porque ella est ya ca
sada o porque lo est tam bin su parien te m s cercano.
Estas diferentes situaciones estab an reglam entadas por
u na legislacin sum am ente com pleja 20. Y es fcil adivinar
por qu. La finalidad del m atrim onio era la procreacin de
(h ijo s legtimos destinados a hered ar la fortuna p aterna. Por
| consiguiente estaba estrecham ente vinculado al rgim en de
jila propiedad y de la sucesin de los bienes patrim oniales.
Pero el intercam bio de bienes que rega el m atrim onio de los
tiem pos heroicos h ab a dado paso a la p rctica de la dote:
/jla aportacin de la joven a la constitucin del patrim onio fa[m iliar. No tenem os n inguna p ru eb a de que la dote haya sido
obligatoria, au n cuando fuera la dem ostracin del carcter
legtimo del m atrim onio; proporcionaba adem s u n a exce
LA M U JE R E N LA CIUDAD
57
lente oportunidad a quien se hallab a com prom etido en un
asunto judicial: d o tar a su hija con largueza era u n a p ru eb a
de honorabilidad. A dem s, u n a ley que m enciona el orador
D em stenes establece que si un ateniense de la clase de los
thetes dejaba una hija nica heredera de sus escasos bienes,
el pariente m s cercano de sta no estaba obligado a casarse
con ella, sino que deba proporcionarle u n a dote cuya cu an
ta variaba en funcin de su propia fortuna y de la clase censataria a la que perteneca 21.
La dote estaba constituida generalm ente por objetos p re
ciosos y por dinero, pero a veces tam bin por bienes races
que el pad re de la joven confiaba a su futuro yerno, pero so
bre los que conservaba el derecho de fiscalizacin m ateria
lizado en u n a form a m uy especfica de hipoteca llam ada apotimema 22
En efecto, era necesario prever u n a posible ru p tu ra del
m atrim onio. Si se llegaba al divorcio por m utuo consenti
m iento, la dote volva n atu ralm en te al padre o al tu to r de
la m ujer, y poda servir p ara d o tarla en un segundo m a tri
monio 23. Lo mism o suceda si el m arido m ora antes que su
m ujer y sta era todava lo suficientem ente joven p ara pro
crear y por lo tanto con posibilidad de volver a casarse. Si
tena hijos y perm aneca en la casa del m arido, la dote era
adjudicad a a los hijos. Pero tam bin poda suceder que la
ru p tu ra fuera unilateral, lo que poda ser u n a fuente de con
flictos. La m ayora de las veces, la decisin de rom per una
unin proceda del m arido. E n este caso devolva la m ujer
y la dote a su suegro a condicin de que ste casara de nue
vo a su hija. Lo cual no se haca, por supuesto, sin dificul
tades, y era necesario en ocasiones recurrir a un proceso,
cuando la dote h ab a sido d ilap id ad a o m al adm inistrada.
Pero qu suceda si la decisin de rom per el m atrim o
'
58
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nio proceda de la m ujer? A priori, y h ab id a cuenta de lo d i
cho anteriorm ente, eso parece im posible, ya que en princi
pio la ru p tu ra slo poda decidirla, en este caso, su tutor, su
kyrios, es decir, ...el m arido. R ealm ente conocemos al menos
tres ejemplos que m u estran que entre los principios y la rea
lidad h aba lugar p ara las excepciones. El prim ero de ellos
es el de la m ujer de A lcibades, el clebre y brillante poltico
ateniense de finales de siglo V. P lutarco nos ofrece el siguien
te testimonio: H ip areta era u n a m ujer discreta y fiel a su
m arido; pero sintindose infeliz en su m atrim onio y viendo
que A lcibades frecuentaba a cortesanas extranjeras y ate
nienses, abandon su casa y fue a la de su herm ano. Como
A lcibades no le dio la m enor im p o rtan cia y continu vivien
do licenciosam ente, ella se vio obligada a p resen tar la de
m an d a de divorcio ante el arconte, pero no a travs de un
interm ediario, sino ella m ism a en persona. C u an d o acudi
p a ra hacerlo, segn la ley, A lcibades se abalanz sobre ella,
la agarr y la llev de nuevo a su casa cruzando el agora sin
que nadie se atreviese a hacerle frente o a quitrsela ( Vida
de Alcibades, 8). Plutarco escribe cinco siglos despus de los
acontecim ientos que relata, y aun cuando su inform acin
proceda tal vez de b u en a fuente, es fcil percibir que conde
na el com portam iento de A lcibades, que lo incluye en un
conjunto de juicios desfavorables al hom bre poltico atenien
se. Efectivam ente, es fcil reconocer la tradicin en la que
se inspira: un alegato atribuido al orad o r Andcides y que
se inscribe en u n a controversia m an ten id a a comienzos del
siglo IV en torno a la persona de Alcibades. Pero precisa
m ente porque se tra ta de u n a tradicin m uy prxim a a los
acontecim ientos, se le puede d a r crdito. El Pseudo-Andcides cuenta la historia aproxim adam ente en los mismos tr
minos, pero saca de ella conclusiones diferentes. Plutarco
LA M U JE R E N LA CIU D AD
59
pretende, en efecto, que al hacer tal cosa A lcibades se com
p o rtab a sin lugar a du d as como un hom bre violento, pero
no obstante no violaba la ley: pues parece que si la ley pres
cribe que la m ujer que quiere ab an d o n a r a su m arido se p re
sente ella m ism a ante el m agistrado, es p ara d a r al m arido
la oportunidad de reconciliarse con ella y retenerla ju n to a
l. En tanto que el orador ateniense concluye su relato del
rapto de H ip areta acusando a A lcibades de m ostrar a to
dos el desprecio que senta po r los arcontes, las leyes y to
dos los ciudadanos ( Contra Alcibades, 14). Por consiguiente,
la ley ateniense perm ita a la m ujer actu ar como un ser m a
yor de edad cuando q u era divorciarse, y deba presen tar en
persona su dem an d a ante el arconte.
Los otros dos ejemplos proceden de alegatos del siglo IV
y se refieren a personas menos famosas que A lcibades y su
esposa. Sin em bargo, el caso del que tra ta D em stenes en el
prim er discurso Contra Onetor es b astan te complejo, y el p re
tendido divorcio parece h ab er sido de hecho un medio u ti
lizado por el m arido que no era otro que el inm oral tu to r
de D em stenes p ara hacer que su cuado, en realidad su
cm plice, reivindicara la dote de la que deducira lo que de
ba al orador. Sin em bargo, en este caso, aunque tam bin se
m enciona al arconte a propsito de la d em an d a de divorcio,
tal dem anda no fue p resen tad a por la m ujer en persona, sino
por m ediacin de su herm ano que actu ab a como kyrios.
Finalm ente, en el ltim o ejemplo, un caso de sucesin asi
m ism o m uy com plicado, se alude a u n a m ujer, que al p are
cer abandon a su m arido y no se present ante el m agis
trado, contraviniendo as la ley. El hecho de que se trate, se
gn todos los indicios, de u n a cortesana, hija ilegtim a de
un ciudadano, no cam bia p ara n ad a el hecho de que tam
bin en esta ocasin se confirm a la posibilidad de que la m u
60
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
je r presente ante el arconte u n a d em an d a de divorcio. Po
dem os suponer, sin em bargo, que la m ayora de las veces no
la p resen tab a en persona, au n en el caso de que la ley le au to
rizase a hacerlo, y que era su tutor, padre, herm ano o p a
riente ms cercano quien intervena en su nom bre, especial
m ente p ara recu p erar la dote que norm alm ente deba volver
de nuevo a la fam ilia de la m ujer. Esto im plicaba u n a con
secuencia ju rd ica im portante: al ceder su hija o su h erm an a
a un hom bre, el pad re o el herm ano no cedan la totalidad
de su kyria al m arido y podan por lo tanto, si la m ujer lo
deseaba, recu p erar su papel an terio r 24.
Por consiguiente era posible la anulacin del m atrim o
nio por voluntad de la m ujer. Las razones alegadas por Hipareta m erecen u n a corta reflexin. Parece ser que las noto
rias infidelidades de su esposo son la causa de que ella de
cida volver de nuevo a casa de su herm ano. A hora bien, esto
parece estar en contradiccin con lo que sabem os sobre la
fidelidad de los esposos atenienses, y, en un terreno m s
prosaico, de las leyes sobre el adulterio. C onocida es la c
lebre frase de un orador: Las cortesanas estn p a ra el pla
cer, las concubinas p ara las necesidades cotidianas, las es
posas para tener una descendencia legtima y ser una fiel guard iana del hogar. L a m ujer legtim a, gyn, deba ad m itir por
tan to que su funcin era concebir hijos y ocuparse del cui
dado de la casa, dejando a otras los placeres del espritu (las
cortesanas) y del cuerpo (las concubinas). Volverem os a h a
blar de las hetairas, que ocupan en la ciudad un lugar un
poco especial. Las concubinas (pallaka) , por el contrario, son
en cierto m odo un doblete de la m ujer legtim a. Pero a di
ferencia de la esposa, intro d u cid a en la casa tras un acuerdo
entre dos fam ilias, la pallak por su p arte es introducida, si
no clandestinam ente, al menos sin que haya ningn certifi-
LA M U JE R E N LA C IU D AD
61
cado jurdico que la ate a su com paero. Se trata, pues, de
una unin revocable en cualquier m om ento, y no es extrao
que, cuando se h ab la en los textos de u n a pallak, se trate
casi siem pre de u n a joven pobre o de u n a esclava. Algunos
autores piensan que era im posible que una ateniense haya
podido ocupar un lugar tan indefinido. Pero algunos datos
de nuestras fuentes nos llevan a p en sar que no era extrao
que un hom bre libre pobre entregara a su hija como concu
bina a un vecino m s rico. U n a ley atrib u id a a D racn p re
v el caso de un hom bre que puede llegar a m a tar al seduc
tor de la pallak elegida p o r l p a ra tener hijos libres, al no
poder drselos su esposa: ten d ra derecho a hacerlo, como
si se tra ta ra del seductor de su m ujer legtim a 25. Por con
siguiente, aunque la m onogam ia fuese obligatoria en A tenas
en la poca clsica, se adm ita la existencia de la pallak y
no se la consideraba como signo de adulterio.
P ara com prender las leyes que penalizaban el adulterio,'^,
no podem os p erd er de vista cul era la finalidad del m atri- J
monio: asegurar la descendencia y, por consiguiente, la con
tinuidad de la fam ilia en el seno de la ciudad. Por ello, el
nico adulterio reprensible, po r lo que al m arido se refiere,
era el com etido con la esposa legtim a de otro ateniense, p o r
que al hacerlo perjudicaba a otro ciudadano. En cam bio, la
ley protega a sus hijos legtim os frente a los que pu d iera te
ner con la, o las, concubinas. Por consiguiente, la presencia ^
de stas no represen tab a ningn peligro. En la prctica, sin
em bargo, las cosas no eran quiz tan sencillas, y uno se p re
gu n ta si un hijo ilegtimo de dos padres atenienses, pero no
unidos m ediante engye, no tena derecho a una p arte de la he
rencia paterna, de la m ism a form a que posea sin d u d a el es
tatu to de ciudadano ateniense. Por lo dem s, la adopcin
proporcionaba en este caso un medio legal de regularizar la
62
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
situacin. Pero, volviendo al adulterio, es fcil im aginar por
ello que el de la m ujer haya provocado sanciones m s g ra
ves. El m arido que sorprenda a su m ujer en flagrante delito
de adulterio en com paa de su am an te tena derecho a m a
tar a ste sin in cu rrir en culpabilidad 26. Sin em bargo, la m a
yora de las veces las cosas no iban tan lejos, y se llegaba a
un arreglo ante testigos. A lgunas historias edificantes encon
trad as en los pleitos ap o rtan la p ru eb a de que el flagrante
delito poda ser p a ra un m arido com placiente un m edio de
sacar dinero al am an te de su m ujer 27. E n cuanto a la m ujer
ad ltera, era severam ente castigada. El m arido poda rep u
diarla, y algunos autores sostienen incluso que tena la obli
gacin de hacerlo so p en a de ser privado de sus derechos c
vicos. A dem s, desde ese m om ento era excluida de toda participacin en los cultos de la ciudad.
A hora bien, sta era la nica actividad cvica de la m u1 je r, y dicha disposicin es la p ru eb a evidente de que el m a
trim onio ocu p ab a un lugar esencial en la vida de la ciudad
y en su organizacin, en la m edida en que a travs de l se
tran sm itan a la vez el estatuto de ciudadano y la propiedad
de los bienes que constituan el oikos. L a fidelidad conyugal
era la encargada de asegurar la transm isin de estos bienes,
y la m ujer legtim a se distingua de la pallak ante todo por
{_la diferencia de estatu to de sus respectivos hijos.
Pero entonces se plantea un problem a: al hacer de la es
posa legtim a a la vez la g u ard ian a del oikos y la que asegu
rab a la continuidad de ste, le conceda la ciudad por ello
una cierta propiedad sobre los bienes que ella tena a su
cargo? El problem a es com plejo, y la respuesta difcil de for
m ular. El caso ya m encionado de la m uchacha epkleros p ru e
b a que la m ujer no puede en ningn caso ser p ropietaria de
bienes races, ya que esta propiedad estaba reservada slo a
LA M U JE R E N LA CIU D AD
63
los ciudadanos varones. Existe aq u volveremos sobre
ello una diferencia im p o rtan te con otras ciudades como
E sparta. La p regun ta que nos form ulam os, sin em bargo, es
la siguiente: conservaba u n a m ujer cuya dote h u b iera sido
m uy rica algn derecho sobre los bienes races que h ab a
aportado como dote? Es cierto que la dote poda estar for
m ada slo de bienes m uebles. Pero num erosos ejemplos ex
trados de discursos forenses m uestran que las dotes incluan
con frecuencia tierras. El aprovecham iento de estas tierras
corresponda al m arido. Pero qu suceda realm ente en la
prctica diaria? Y a hem os visto que la tradicin haca de la
m ujer la g u ard ian a del oikos. Acaso no im plicaba esto una
posesin de hecho, si no de dereho? Y no era vlido en p ri
m er lugar sobre los bienes aportados por ella? E sta prim era
observacin nos trae a la m ente otra: una p arte de los re
cursos sacados de la tierra se g u ard ab a en el granero o se
consum a inm ediatam ente. Pero tam bin sabem os que en la
A tenas de los siglos V y IV los excedentes de legum bres, fru
tas, aceitunas, etc., se llevaban al m ercado. As por ejemplo,
la m adre del poeta Eurpides ib a a vender al m ercado el pe
rejil cosechado en su ja rd n . Y su caso no era desde luego el
nico; la presencia de m ujeres en el m ercado la atestiguan
tanto los alegatos de los oradores como los autores cmicos.
A hora bien, es difcil im aginar que las m ujeres que reciban
dinero a cam bio de los productos llevados al m ercado no dis
pusieran de l al m enos en p arte y tuvieran que devolverlo
escrupulosam ente todo a sus esposos. Pero tam bin acudan
al m ercado m uchas otras kapelidas, vendedoras de cintas, de
perfum es, de ajos, etc., de las cuales nos h a dejado la come
dia num erosos ejemplos. Es cierto que estas m ujeres perte
necan a los am bientes populares, y es aqu donde m ejor se
m anifestaban las diferencias sociales. Porque aunque la con
64
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
dicin ju rd ica de la m ujer ateniense era nica, la situacin
social real in tro d u ca diferencias sensibles. La ateniense de
buena fam ilia se q u ed ab a en su casa, rodeada de criadas, y
slo sala p a ra cum plir con sus deberes religiosos. Por el con
trario, la m ujer del pueblo se vea obligada por la necesidad
a salir de su casa p a ra ir al m ercado, incluso, como lo ates
tiguan alegatos del siglo IV, p ara au m en tar los recursos fa
miliares con u n escaso salario de nodriza 28. C on frecuencia
se h a p lanteado la p reg u n ta sobre el carcter utpico de
las com edias fem inistas de Aristfanes. M s adelante di
remos lo que pensam os al respecto. Sin em bargo, Praxgora
o L isstrata no fueron p u ras invenciones aunque, po r supues
to, las m ujeres atenienses n u n ca tuvieron la ocasin de h a
cerse con el p oder o de declararse en huelga de am or. Las
m ujeres hum ildes de la ciudad, obligadas por la necesidad
a salir de sus casas, esas casas m odestas apiadas al pie de
la Acrpolis, eran sin d u d a m s independientes que las ri
cas atenienses o que las m ujeres cam pesinas, y la lectura de
los autores cmicos nos hace p ensar que eran ellas las que
m anejaban el dinero de la casa.
Esto no contradice, por supuesto, los principios expues
tos anteriorm ente. Las m ujeres atenienses no podan, por
ley, tener propiedades. Pero en la prctica, ricas o pobres,
tenan mil m edios de eludir la ley. Y los oradores ofrecen al
gunos ejemplos de m ujeres que m anejan el dinero. As por
ejemplo, en un alegato de Lisias, u n a m ujer, tem erosa de
que su hijo no sea capaz de proporcionarle u n a sep u ltu ra de
cente, enva tres m inas (trescientas dracm as) a un tal A ntfanes p ara asegurar sus funerales 29. O tra, en un alegato de
D em stenes, dej al m orir u n a sum a de dos mil dracm as a
los hijos habidos de su segundo m arido 30. Es cierto que este
ltim o ejemplo nos introduce en un m edio que no es el de
LA M U JE R E N LA CIU D AD
65
la A tenas tradicional, ya que la m ujer en cuestin era la viu
da del banquero de origen servil Pasin. Pero no es menos
cierto que los alegatos dem ostenianos, casi todos pertene
cientes a la segunda m itad del siglo IV, revelan las transfor
m aciones que tienen lugar tan to en las m entalidades como
en los com portam ientos; transform aciones anunciadoras de
la poca helenstica. E ncontram os po r ejemplo, en los dos
discursos Contra Boeto, que d atan de los aos 349-348, el caso
de una tal Plangn, ateniense de b u en a familia, cuya histo
ria no deja de sorprendernos. E n efecto, Plangn h aba te
nido dos hijos de un tal M antias, hom bre poltico relativa
m ente conocido. M an tias estaba casado legtim am ente con
u na m ujer con quien tena un hijo, M antteos. Sin em bargo,
h aba tenido que reconocer como suyos a los hijos de P lan
gn, quienes, cuando l m uri, heredaron con el m ism o de
recho que M antteos. El problem a no reside tanto en el re
conocim iento de hijos naturales el derecho ateniense lo
perm ita en efecto por la va de la adopcin, con tal de que
la m adre fuese ella tam bin hija de ciudadano , sino ms
bien en la situacin m ism a de Plangn: se ha dado por su
puesto que ella h aba estado casada anteriorm ente con M an
tias, y que por lo tanto sus hijos, en todo caso al menos Boe
to, contra quien pleitea M antteos, h ab ra n sido concebidos
legtim am ente. Pero no se entiende por qu en ese caso M an
tias los h ab ra reconocido tardam ente. Sea lo que fuere,
M antias contina viviendo, au n q u e no de form a estable,
con Plangn tras su m atrim onio con la m adre de M an t
teos. A hora bien, no nos hallam os ante un concubinato tri
vial, y Plangn no es u n a pallak. Recibe a M antias en
su propia casa, y M antteos dice bien claro que su padre
tena dos familias. U n a vez m s, es la situacin de P lan
gn la que nos sorprende. N o es ni u n a cortesana ni u n a pa-
66
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
llak, es una m ujer entretenida, que viva esplndidam ente
con sus dos hijos y sus num erosas sirvientas de lo que
le d ab a M antias, que estaba locam ente enam orado de
ella.
O tros alegatos testim onian tam bin u n a relativa inde
pendencia de las m ujeres atenienses de la segunda m itad del
siglo IV con relacin al m atrim onio es el caso por ejemplo
de las dos m uchachas herederas que siguen casadas, tras la
m uerte de su p adre, con personas que no pertenecen a su fa
m ilia y al dinero como sucede con la m ujer de un tal
Polieucto, que h aba prestado dinero a un hom bre llam ado
E spudias, y h ab a hecho constar este prstam o por escrito 31.
Estos son, desde luego, casos excepcionales. Pero podem os
preguntarnos, siguiendo el planteam iento de Louis G ernet,
si no son indicios de u n a evolucin b astan te avanzada y tal
vez bastan te reciente. Evolucin que no tendra por que
obedecer a u n a cierta m ejora de la condicin fem enina, sino
m s bien al hecho de que la ciudad ya no es lo que era, y
que la ciudadana, que tenda a vaciarse de su contenido ini
cial, a ser en m ucha m ayor m edida un estatuto que u n a fun
cin, poda finalm ente ser com n a los hom bres y a las m u
jeres. Sin d u d a no es una casualidad que sea precisam ente
en algunos de estos alegatos, as como en la obra contem po
rn ea de A ristteles, donde se encuentre em pleado po r p ri
m era vez el trm ino ciudadana, sin que ello im plique, por
supuesto, n inguna actividad que sea propiam ente poltica.
A lo sumo se tra ta quiz de u n a p reparacin p ara esa inde
pendencia m ucho m s am plia de las m ujeres que creemos
poder descubrir en la poca helenstica; u n a independencia
que en la poca clsica, segn todas las fuentes de que se dis
pone, slo parecen h ab er conocido las m ujeres m arginadas
que eran las cortesanas.
LA M U JE R E N LA CIU D AD
67
La cortesana
Puede parecer sorprendente, a priori, que dediquem os un
ap artad o de un estudio sobre la m ujer en la G recia clsica
a las cortesanas, y ms todava que les concedam os u n a es
pecie de categora ju rd ica. E n realidad, si existe u n a cate
gora ju rd ica, sta la ostentan las m ujeres que residen en
A tenas con el estatuto de metecas. Pero preciso es confesar
que sabem os m uy poco acerca de las m ujeres m etecas, ex
cepto que el metokion, el im puesto especial que recaa en los
extranjeros residentes en A tenas, era de seis dracm as al ao
p ara las m ujeres y de doce p ara los hom bres. Es lgico pen
sar que m uchas de ellas eran esposas de hom bres venidos a
instalarse en A tenas p ara dedicarse al comercio, seguir las
lecciones de un m aestro em inente, o p a ra escapar de sus ad
versarios cuando stos se h ab an adueado del poder en su
ciudad de origen. Estas m ujeres de metecos llevaban segu
ram ente un a vida b astan te parecida a la de las m ujeres de
ciudadanos, ocupndose de la casa, hilando y tejiendo, d iri
giendo el trabajo de las sirvientas. Sin d u d a el m arido las de
claraba cuando reciba el estatuto de m eteco, es decir, al ins
cribirse en los registros de un dem o 32. Si eran griegas de na
cim iento, probablem ente h ab an sido unidas legalm ente a
sus esposos. Sin em bargo, es probable que el concubinato
fuera ms frecuente entre hom bres y m ujeres de origen ex
tranjero que entre ciudadanos. Y podem os suponer que tam
bin en este terreno las desigualdades sociales introducan
diferencias im portantes. La esposa de un rico em presario
como el siracusano Cfalo, p ad re de Lisias, llevaba u n a vida
m s parecida a la de la esposa de un ciudadano afortunado
que a la de las m ujeres del pueblo, atenienses o no, que eran
honestas m ujeres, nodrizas o vendedoras de cintas 33.
68
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
Pero al lado de estas m ujeres de metecos se encontraban
las m ujeres m etecas, venidas po r propia voluntad a estable
cerse en A tenas. A hora bien, teniendo en cuenta la situacin
de la m ujer en el m undo griego, dichas m ujeres, obligadas
a subsistir por s m ism as, no podan hacerlo ms que com er
ciando con lo nico que les perteneca, su cuerpo. Las ms
pobres o las ms m iserables se convertan en pornai, p ro sti
tutas que trab a jab an en las posadas de A tenas o del Pireo.
A lgunas h ab an sido com pradas, y en trab an en la categora
de las esclavas. O tras eran libres, al menos ju rd icam en
te. En cuanto a las casas, pertenecan bien a ciudadanos
un pleiteante del siglo IV incluye dos en l a relacin que
hace de su fortuna , bien a extranjeros, e incluso a ex tran
j e r a s es el caso de la fam osa N icarete de quien tendrem os
que h ab lar m s adelante.
Pero al lado de estas p rostitutas h ab a otras que los grie
gos llam aban hetairas, com paeras, y que stos se reserva
b an, segn la expresin del pleiteante antes citado, p ara el
placer. Estas hetairas eran de hecho las nicas m ujeres ver
d ad eram en te libres de la A tenas clsica. Salan librem ente,
p articip ab an en los banquetes al lado de los hom bres, inclu
so reciban en su casa, si tenan la suerte de ser m an ten i
das po r un hom bre poderoso. En seguida pensam os, como
es lgico, en la m s clebre de estas com paeras, en la fa
m osa A spasia. H ab a nacido en M ileto, u n a rica ciudad de
la costa occidental de Asia M enor estrecham ente vinculada
a A tenas. Se desconocen las razones que la llevaron a esta
blecerse en Atenas. Pericles se enam or de ella, hasta el punto
de rep u d iar a su esposa legtim a, y tuvo un hijo suyo, al cual,
a pesar de la ley d ictad a po r l m ism o y que slo reconoca
como ciudadanos a los hijos nacidos de m adres que tam bin
lo fueran, consigui inscribir en los registros civiles. Los an
LA M U JE R E N LA CIU D AD
69
tiguos hacan hincapi en su belleza y su inteligencia. Plu
tarco asegura en la Vida de Pericles que dom inaba a los hom
bres de E stado m s influyentes y suscit en los filsofos una
grande y sincera consideracin. M s adelante aade: Se
dice que fue solicitada por Pericles a causa de su ciencia y
su agudeza poltica. Es cierto que Scrates iba a veces a su
casa con am igos, y que los ntim os de la casa de A spasia lle
v aban all a sus m ujeres con objeto de escuchar su conver
sacin, aunque su profesin no fuera ni honesta ni respeta
ble: form aba jvenes cortesanas. Este papel de alcahueta
lo atestiguan sobre todo los autores cmicos, adversarios de
la poltica de Pericles, que no retrocedan ante n ad a p ara
atacarlo, llegando incluso a afirm ar que la poltica del gran
estratega le era im puesta por su am ante. Platn, en uno de
sus dilogos cuya intencin satrica es evidente, llega inclu
so a decir que ella p rep arab a los discursos de su am ante, y
hace p ronunciar a Scrates u n a oracin fnebre cuya au to
ra le atribuye a ella 34. Es evidente que Platn q u era iro
nizar sobre esta clase de discurso y sobre los estereotipos que
el mism o transm ita. Pero la atribucin de su p atern id ad a
A spasia revela la influencia que sta ejerca sobre el hom bre
que en aquel m om ento diriga los destinos de la ciudad. P lu
tarco, por su p arte, se resiste a ver en esta influencia la con
secuencia de los servicios un tanto especiales otorgados por
A spasia a su am ante, al p rocurarle las jvenes que le gusta
ban, e insiste, po r el contrario, en el am or que una a la milesia con Pericles: Se dice en efecto que ni un solo da de
ja b a de salud arla y ab razarla cuando sala de su casa y cuan
do volva del gora. A pesar de este am or confesado abier
tam ente y del nacim iento de un hijo, los enemigos de A spa
sia no m oderaron los ataques. Eupolis, un au to r cmico,
hace decir a un personaje de su obra, Los demos, a propsito
70
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
de ese hijo: ... sera un hom bre si las costum bres de su m a
dre, una m ujer perdida, no le hicieran tem blar. Sin em b ar
go, slo despus de los prim eros fracasos de la guerra del Peloponeso se atrevieron los enemigos de Pericles a atacar
abiertam ente a A spasia. El poeta cmico H erm ipo la hizo
com parecer ante la ju sticia bajo la doble inculpacin de im
piedad y de libertinaje. Fue no obstante absuelta gracias a
la intervencin de Pericles, quien obtuvo su perdn a fuer
za de d erram ar lgrim as po r ella d u ran te el proceso e im
plo rar a los jueces. Pericles m uri poco tiem po despus.
Pero a pesar de ello la carrera de A spasia 110 term in. Tom
entonces como am an te al tratan te de ganado Lisicles, un
hom bre vulgar que, gracias a ella, consigui desem pear d u
ran te algn tiem po un papel poltico im portante en A tenas.
El caso de A spasia es desde luego excepcional. Pero otras
cortesanas clebres fueron igualm ente la com idilla de A te
nas en los siglos V y IV. Jenofonte relata en las Memorables
la relacin que al parecer m antuvo Scrates con la cortesa
na T eodota, quien segn cuenta la tradicin, fue la am iga
de Alcibades. M erece la pena reproducir un fragm ento del
dilogo. Scrates llega a casa de la cortesana y la encuentra
posando p ara un pintor. C u an d o ste se va, T eo d o ta se ap re
sura a recibir al filsofo: C uando Scrates la vio, lujosa
m ente ataviada, y ju n to a ella su m adre, con un vestido y
adornos poco com unes, m uchas y herm osas criadas cuyo
porte no desm ereca en absoluto y u n a casa ab u n d an tem en
te provista de todo, le pregunt: Dim e, T eodota, tienes
tierras? Yo no, contest sta. Tienes tal vez una casa
cuyas rentas te perm itan vivir? T am poco tengo casa, dijo.
Tienes entonces esclavos que trab ajen p ara ti? T a m
poco, contest. De dnde sacas lo necesario p a ra vivir?,
dijo Scrates. Si tengo la suerte de en co n trar un amigo
LA M U JE R E N LA CIU D AD
71
que quiera ayudarm e, l es quien me resuelve la v id a (M e
morables, I I I , 11, 4). Este pasaje es interesante po r ms de
u na razn. No tanto porque revela la form a en que las cor
tesanas se pro cu rab an sus medios de vida ni que decir tie
ne que dependan com pletam ente de la generosidad de sus
am antes , sino porque dem uestra a la vez la independen
cia de estas m ujeres, libres de recibir en sus casas a quien
ellas quisieran, y la posibilidad que tenan de disfru tar de
rentas de bienes races lo cual es claro que im plica la exis
tencia en A tenas de cortesanas nacidas de p adres atenien
ses , de una casa o de un taller de esclavos. A dem s, aun
cuando algn rico protector, A lcibades u otro, h u biera re
galado a T eodota la casa y las criadas, seguram ente disfru
taba ella del uso y de la propiedad.
U n alegato de D em stenes nos perm ite com pletar este re
trato de la cortesana ateniense. Se tra ta del discurso Contra
Neera, uno de los textos ms interesantes aportados p o r la
tradicin ateniense. El discurso en s fue com puesto sin d u d a
por un am igo de D em stenes, A polodoro, y va dirigido con
tra un tal Estfano con el que ste se h aba enfrentado tiem
po atrs. El argum ento del pleiteante es que Estfano afir
m a que est legalm ente casado con u n a tal N eera, lo cual
im plicara que la dicha N eera fuera asim ism o hija de ciuda
dano. A hora bien, n ad a de eso es cierto, y es contra N eera
contra quien se dirige la acusacin. Si llega efectivam ente a
probarse que ella es extranjera, ser vendida como esclava
y su esposo ser condenado a u n a m u lta de m il dracm as. La
m ayor p arte del discurso del acusador se presenta, pues,
como un relato de la vida de N eera. E sta haba sido com
prad a, cuando era m uy joven, por u n a tal N icarete, que vi
va en C orinto, y era la esposa de un cocinero famoso lla
m ado H ipias. N icarete era en realidad, segn el orador, una
72
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
alcahueta p ro p ietaria de siete jvenes a las cuales h aba en
seado la tcnica am orosa y a las que dedicaba a la pros
titucin, hacindolas p asar por hijas suyas p ara conseguir
un precio m s elevado... E n realidad N eera y sus com pae
ras no eran vulgares prostitutas, como lo p ru eb an los testi
monios alegados po r el orador, sino cortesanas de altos vue
los cuyos am antes, atenienses de paso en C orinto o ex tran
jeros, eran todos hom bres ricos. Ellas p articip ab an a su lado
en los banquetes, eran recibidas en las mejores casas, inclu
so en las de A tenas, cuando asistan a las fiestas de Eleusis
o a las grandes P anateneas, en com paa del am ante de tu r
no. Sin em bargo, con tin u ab an pagando a N icarete, o hacien
do que le p ag aran , el precio de sus favores. Por esta razn,
dos am antes de N eera decidieron com prarla conjuntam ente
al precio de tres mil dracm as. E ra ste un precio considera
ble por la com pra de u n a esclava, as como tam bin u n a in
dicacin del valor de N eera. Los dos com pradores com
partieron los favores de la joven d u ran te un cierto tiempo;
despus, decididos am bos a casarse, le ofrecieron com prar
de nuevo su lib ertad , p ara lo cual le entregaron cada uno
quinientas dracm as. Es decir, le p erm itan conseguir la li
bertad por un precio inferior al que h ab an pagado por ella.
Segn dice expresam ente el mism o texto, esta generosidad
im plicaba que la jo v en deba a b an d o n a r C orinto, ya que n in
guno de los dos hom bres estab a dispuesto, desde luego, a
verla trab ajar en C orinto, su ciudad, en la que ellos mis
mos estaban decididos a sentar cabeza.
P ara en co n trar las dos mil dracm as necesarias p ara su
rescate, N eera acudi a varios de sus antiguos am antes, aco
gindose de este m odo a esa clase de prstam o am istoso y
sin inters, el ranos, al que los hom bres libres aco stu m b ra
b an a recu rrir en caso de necesidad. U n o de ellos, un tal Fri-
LA M U JE R E N LA CIU D AD
73
nin, que era ateniense, se encarg de reu n ir el dinero y ne
gociar con los dos corintios. Despus se llev consigo a Neera a A tenas.
A unque la intervencin de Frinin se presente como una
com pra, se tra ta en realidad de u n a m anum isin. N eera ser
en lo sucesivo u n a m ujer libre, la am ante principal de F ri
nin, cuya vida licenciosa com parte: Ella le aco m p a ab a a
los festines y a todas partes donde iba a beber. E staba p re
sente en todas las fiestas; l se exhiba con ella en todos si
tios. Vemos u n a vez ms los rasgos propios de la vida de
la cortesana: u n a g ran lib ertad de costum bres, la presencia
en los lugares tradicionalm ente reservados a los hom bres, la
participacin en sus desenfrenos. Pero como N eera es ya una
m ujer libre, lo es tam bin p ara ab an d o n a r a su am ante. Sin
em bargo, lo que es significativo, no se queda en A tenas, sino
que huye como una vulgar esclava a M gara, donde p erm a
nece dos aos en u n a situacin precaria. Por u n a p arte, A te
nas y E sp arta estaban en guerra, y M gara h aba tom ado
partido por E sp arta, lo que contribua a aislarla; dicho de
otra forma, N eera no poda contar con ricos extranjeros de
paso que la m antuvieran. Por o tra p arte, ni siquiera en M
gara encontr generosos protectores. Al m enos eso es lo que
asegura el orador, quien, incluso con la seleccin de las p a
labras que em plea, quiere hacer volver a N eera a la doble
condicin de esclava y de pro stitu ta, au n q u e aparentem ente
no es ni u n a cosa ni la otra. Necesit, con todo, otro pro
tector p ara volver a A tenas: no fue otro que Estfano. A n
tes de seguir hay que hacer u n a observacin: N eera era li
berta y de origen extranjero. Com o tal, tena en A tenas el
estatuto de m eteca, un estatu to que im plicaba, tanto p ara
los hom bres como p ara las m ujeres, la proteccin de un pa
trn, de un prostates, cuya tarea fundam ental era la de re
7-1
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
presen tar al meteco an te los tribunales y hacerse fiador en
todas las transacciones que llevara a cabo. Pero de la m is
m a form a que el orad o r presenta la p a rtid a de N eera a Mg ara como u n a h u id a y la com para por ello con u n a esclava
fugitiva, as tam bin m uestra su relacin con Estfano como
la de u n a p ro stitu ta en busca de un protector. A hora bien,
sean cuales fueran las razones ocultas de N eera, que nunca
llegarem os a conocer, lo cierto es que Estfano pensaba con
vertirla en su m ujer y reconocer como suyos a los tres hijos
de corta edad que, en opinin.del orador, h ab a tenido con
sus am antes circunstanciales, aunque no es raro p en sar que
la ltim a, u n a nia llam ada Fano, era seguram ente suya, ya
que su estancia en M g ara fue al parecer bastan te larga.
A dem s, cuando Frinin, el prim ero que la h ab a llevado a
A tenas, intent recuperarla, Estfano hizo ratificar m edian
te un acta oficial la libertad de N eera, de la que se hizo fia
dor secundado po r otros dos atenienses. Podemos d a r cr
dito a las acusaciones del pleiteante cuando afirm a que Es
tfano p reten d a beneficiarse de los favores de N eera, favo
res que seran pagados tanto m s caros cuanto que N eera p a
sab a por ser la esposa legtim a de un ateniense? Esto suscita
adem s m uchos interrogantes, ya que, como hem os visto,
un a unin slo era legtim a si los dos cnyuges eran atenien
ses. Lo cual im plica o bien que la ley no se aplicaba con ta n
to rigor como podra pensarse, o bien que N eera h ab a sido
reconocida o ad o p tad a por un ateniense, situacin que ap a
rece a m enudo en la com edia nueva. Debemos pensar, por
o tra parte, que cuando Frinin entabl un proceso contra
N eera p ara recu p erar los bienes que sta se h ab a llevado al
h u ir de su casa vestidos, joyas y dos criadas , Estfano
acept un arreglo segn el cual N eera vivira altern ativ a
m ente dos das con cada uno? Sin d u d a tales arreglos eran
LA M U JER E N LA CIUDAD
75
posibles en el caso de las cortesanas. T am b in en este caso
son elocuentes los testim onios de la com edia. Pero y en el
caso de una m ujer que p asab a por ser la esposa legtim a de
un ateniense, hom bre poltico con am biciones? En todo caso,
y siem pre segn nuestro orador, N eera reanud con ms
fuerza la vida de cortesana, asistiendo a los banquetes que
se celebraban en la casa de cada uno de sus dos am antes.
Sin em bargo, el tiem po p asaba. L a pequea Fano, ya n u
bil, fue d ad a en m atrim onio por Estfano, que la p resen tab a
como hija suya, a un tal Frstor, con una dote im portante,
ya que se elevaba a tres mil dracm as, el mismo im porte
pura coincidencia? del precio que los dos corintios h a
ban pagado por com prar a su m ad re unos veinte aos an
tes. El m atrim onio, siem pre segn el orador, no prosper,
ya que Fano h aba contrado ju n to a su m adre costum bres
lujosas que su m arido no poda satisfacer. Este la repudi,
por tanto, cuando estaba encinta, y sin devolver la dote. Es
tfano, en calidad de kyrios de Fano, intent entonces u n a ac
cin contra su yerno en virtud de la ley que obliga al m a
rido, en caso de repudio, a restituir la dote o, en su defecto,
a p ag ar los intereses a una tasa de nueve bolos. El yerno
replic inten tan d o una accin contra su suegro por h ab er
dado en m atrim onio a un ateniense a la hija de u n a extran
je ra hacindola p asar por suya. Es digno de tener en cuen
ta el valor ejem plar de esta historia, y la im portancia que re
presenta p ara el h istoriador de la sociedad ateniense un p ro
ceso como el de N eera. Finalm ente, yerno y suegro llegaron
a un acuerdo p ara retirar sus respectivas dem andas. Es evi
dente que los dos hom bres no tenan la conciencia m uy tra n
quila. Pero tam bin es lcito p reguntarse si d etrs de toda
esta historia no se ocultan ajustes de cuentas polticos. Es
tfano haba form ado p arte de los m s allegados a un poli-
76
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
tico influyente en los aos setenta del siglo IV. T ras el exilio
de ste, parece ser que se uni al partid o de Eubulo, p a rti
dario de una poltica de abandono del im perialism o. Es po
sible que Frstor, su yerno, haya sido influido por los hom
bres del partid o contrario, al acecho de todo lo que pudiera
desacreditar a un adversario poltico. A hora bien, vivir con
una cortesana no era en s mism o un perjuicio. Pero hacerla
p asar por su m ujer e in tro d u cir a sus hijos en el cuerpo c
vico era algo grave. Por o tra parte, poco despus se acusa a
F rsto r de la m ism a ofensa, pero con circunstancias aten u an
tes. Este, enferm o, h ab a consentido read m itir a Fano. Y
sta, acom paada de su m adre, ib a a cuidarlo. C u an d o dio
a luz al hijo que esperaba, F rsto r lo reconoci como suyo.
U n a vez ms nos encontram os con la introduccin en la ciu
dad de un hijo ilegtimo, ya que si Fano era u n a extranjera
su unin con F rsto r no era legal. M erece la pena u n a vez
ms rem itirnos al texto: C uando a n estaba enfermo, F rs
tor quiso que el nio en cuestin fuese adm itido en su fra
tra y en el genos de los B ritidas al que l m ism o perteneca.
Los m iem bros del genos saban sin d u d a quin era la m ujer
con quien F rsto r se haba casado en prim eras nupcias: la
hija de N eera; saban que la h ab a repudiado y que slo in
fluido por la enferm edad h ab a consentido en recoger al nio.
V otaron en contra de la adm isin y el nio no fue inscrito.
Sin em bargo, la historia no term in a aqu. H ab a que en
co n trar un nuevo esposo p ara Fano, ya que sta h aba sido
rep u d iad a p o r su m arido. Siguiendo u n a vez m s la opinin
del orador, Estfano recurri a u n a especie de chantaje con
tra un tal E painetos, que frecuentaba su casa y al que h aba
sorprendido en el lecho de Fano, chantaje tan to m s incom
prensible cuanto que dicha casa era, al parecer, un ergasterion, una casa de prostitucin; E painetos se someti sin em
LA M U JE R E N LA CIU D AD
77
bargo a este chantaje tras un com prom iso, y acept entregrar a Fano una dote de mil d racm as p ara facilitarle un n u e
vo m atrim onio. G racias a sta consigui Estfano que Fano
fuera adm itida como esposa legtim a por un hom bre pobre
pero de noble cuna, Tegono. A hora bien, quiso la suerte
que el tal Tegono fuese escogido p ara cum plir d u ran te un
ao las funciones de arconte-rey, el m agistrado que presida
las cerem onias religiosas oficiales. E ntre estas cerem onias fi
g u rab an las A ntesterias, fiestas en honor de Dionisos, que
destacaban el segundo da p o r la celebracin de u n a hierogamia, una unin a la vez sim blica y real entre el dios re
presentado por el arconte-rey y la m ujer de ste. Y aq u te
nem os a nuestra Fano, hija de cortesana y, si dam os crdito
al pleiteante A polodoro, cortesana ella m ism a, convertida en
reina. C om prendem os la em ocin que debi apoderarse de
los jueces cuando oyeron las p alabras del pleiteante: Esta
m ujer ha celebrado los sacrificios sagrados en nom bre de la
ciudad. H a visto lo que no tena derecho a ver por ser ex tran
je ra . U n a m ujer como ella ha entrado all donde nadie entre
los num erosos atenienses puede hacerlo, excepto la m ujer
del rey. Ella ha recibido el ju ram en to de las sacerdotisas que
asisten a la reina en las cerem onias religiosas. H a sido en
tregada en m atrim onio a Dionisos. H a llevado a cabo en
nom bre de la ciudad los ritos tradicionales dedicados a los
dioses, ritos num erosos, sacrosantos y misteriosos. Y algo
que nadie puede entender: cmo la prim era que llega pue
de hacerlo sin com eter sacrilegio, y con m s razn u n a m u
je r como sta que h a llevado la vida que todos conocis?.
La continuacin del alegato no nos dice n ad a ms acer
ca de la vida de N eera en p articu lar ni de la de las cortesa
nas en general. Sealem os sin em bargo que, tras u n a larga
digresin, el orador, rean u d an d o las acusaciones contra Nee-
78
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ra, recuerda que sta, p a ra seguir a sus diversos am antes, vi
vi unas veces en el Peloponeso, otras veces en Tesalia, o in
cluso en Jo n ia, antes de volver a A tenas; y su exclam acin
final es ciertam ente significativa: Y estarais dispuestos a
declarar ateniense a una m ujer como sta, universalm ente
conocida por h ab er dado la vuelta al mundo!. Al lado de
la ateniense de buena familia, retirad a en el gineceo ju n to
con sus sirvientas y que, como la esposa de Iscm aco en el
Econmico de Jenofonte, no haba visto n ad a antes de su m a
trim onio, N eera representa a la m ujer libre, que h a viajado,
que h a podido inform arse de todo en el transcurso de los
banquetes a los que asisti y cuya seduccin no era slo f
sica. Por otra p arte, y haciendo caso omiso de la cronologa,
el orador deja en la som bra una realidad: la larga duracin
de la unin entre N eera y Estfano, que nos recuerda el p re
cedente Pericles-Aspasia. A dem s, el orador utiliza esta opo
sicin entre m ujeres ciudadanas de nacim iento y cortesanas
p a ra reclam ar una condena. Si N eera es absuelta, las que
son como ella h arn todo lo que les apetezca, seguras de
que la im punidad les es otorgada por vosotros y por las le
yes ... las cortesanas sern elevadas a la dignidad de m u
jeres libres cuando hayan obtenido el privilegio de tener hi
jos legtimos a su voluntad; y el orad o r aade: No se pue
de p erm itir que aquellas que h an sido educadas po r sus p a
dres en la virtud y con u n a solicitud tan grande, aquellas
que han sido casadas conform e a las leyes, tengan p blica
m ente como igual y ciu d ad an a a la m ujer que h a practicado
tantas obscenidades, varias veces al da y con varios hom
bres, y segn el capricho de cada uno. Nos g ustara saber
cmo term in el proceso, y si N eera fue absuelta o conde
nad a por los jueces atenienses. El aspecto poltico del pro
ceso contra un hom bre que era un adversario de Demste-
LA M U JE R E N LA C IU D AD
79
nes, en aquel m om ento todopoderoso en la ciudad (estamos
en el ao 340, poco antes de la reanudacin de la g u erra con
tra Filipo de M acedonia, que acab ara de m anera desastro
sa p ara A tenas, y p o n d ra n definitivam ente a su prep o n
derancia m artim a), desem pe tal vez un papel determ i
nante en la decisin de los jueces.
Pero aunque N eera fuese condenada, no por ello m erm
sin em bargo la libertad de las cortesanas; a finales de la po
ca clsica y a comienzos del perodo helenstico, a n conti
n an estando en prim era fila en la ciudad. B asta con recor
d a r a la fam osa Frin, que sirvi de modelo al escultor Praxteles y que fue defendida, en u n proceso entablado contra
ella por uno de sus antiguos am antes que la acu sab a de h a
ber introducido en A tenas el culto de u n a divinidad nueva,
por el orad o r H iprides, uno de los principales dirigentes de
la ciudad. Parece ser que ste, p a ra conseguir que los jueces
fueran indulgentes con su cliente, no dud en descubrir el
pecho de la joven. L a ancdota es m uy conocida y h a ins
pirado a pintores y escultores, aunque su autenticidad es d u
dosa. Pero lo que im porta, ms que el hecho de desvelar los
encantos de su cliente, es que un hom bre tan conocido como
H iprides se haya declarado ab iertam en te en favor de una
cortesana, tam bin que sea co n tra la propia Frin, como a n
tes sucedi con N eera, contra quien se en tab la el proceso, y
finalm ente el origen m ism o de este proceso, la introduccin
de un culto extranjero en la ciudad, u n culto del que se nos
dice que im plicaba cerem onias secretas en las que p artici
p ab an ju n to s hom bres y mujeres. U n a vez m s, no podem os
dejar de sealar la relacin que existe entre la cortesana y
la transgresin de las reglas de la ciudad. U n a transgresin
que seguram ente se va afianzando a m edida que A tenas ve
dism inuir su protagonism o poltico en un m undo dom inado
80
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
en lo sucesivo por los soberanos que se h an repartido el im
perio de A lejandro. H iprides, que desem pea sin d u d a
un papel im portante en la ltim a rebelin, tras el anuncio
de la m uerte del conquistador, es al m ism o tiem po el testigo
de estas transgresiones. Fue l quien, p a ra asegurar la de
fensa de la ciudad tras la d erro ta de los griegos ante Filipo
de Q ueronea, propuso u n a liberacin m asiva de esclavos y
la naturalizacin de los extranjeros residentes. El h aba ins
talado en su casa, tras echar de ella a su hijo legtimo, a la
cortesana M irrin a, m ujer m uy cara de m antener. Pero
m antena tam bin a otras dos cortesanas, a A ristgora en su
casa del Pireo, y a la teb an a Fila, a la que h ab a liberado
por veinte m inas (dos mil dracm as), en su propiedad de
Eleusis.
Por los mism os aos vino a refugiarse a A tenas, donde
le h ab a sido concedido el derecho de ciudadana, el tesore
ro de A lejandro, H arpalo. Este h ab a huido con u n a parte
del tesoro que le h ab a sido confiado, y pen sab a utilizarlo
p ara p rep arar su revancha contra el m acedonio. En un p rin
cipio se instal en A tenas, donde viva con una cortesana,
Pitnica. E sta m uri de parto, y H arp alo hizo erigir p ara
ella u n a tu m b a suntuosa por la que al parecer pag trein ta
talentos (ciento ochenta mil dracm as). C uando H arpalo, mez
clad^ en un asunto turbio, tuvo que h u ir de A tenas, confi
el hijo de Pitnica a Focin, un poltico m uy im portante; un
hom bre cuya virtud y piedad eran m uy alabadas, y que no
d u d a sin em bargo en recoger al hijo de u n a cortesana 35.
La com edia nueva, la principal produccin literaria de
este perodo que ha llegado h asta nosotros, nos d a u n a p ru e
ba del lugar que ocupaba la cortesana en la sociedad ate
niense de finales del siglo IV. Por supuesto, y ya qued di
cho a propsito de Aristfanes, hay que ab o rd ar con ciertas
LA M U JE R E N LA CIU D AD
81
precauciones un gnero tan p articu la r como es el teatro c
mico p ara p ro cu rar d escubrir a travs de l las realidades
de la sociedad contem pornea. La dificultad es m ayor en
este caso por el hecho de que, a pesar de los ltim os descu
brim ientos, conocemos esta com edia nueva slo de m anera
fragm entaria, y a travs sobre todo de las adaptaciones que
los cmicos latinos, Plauto y Terencio, han hecho de ella.
Por consiguiente, es difcil sep arar la p arte que refleja las
realidades atenienses de los ltim os aos del siglo IV de
aquella que representa a la sociedad rom ana. No obstante,
y ya que ste es un teatro de situaciones, podem os utilizar
lo como testim onio. A hora bien, es evidente que la corte
sana es uno de los personajes principales que aparecen en
l, cuando no form a p arte directam ente del centro de la
intriga 36.
Podemos preguntarnos po r las razones de esta constante
presencia. Algunos h an querido ver en ella u n a p ru eb a de
la decadencia m oral de A tenas y del ocaso de la institucin
fam iliar a finales de la poca clsica. Pero esta idea p resu
pone que el teatro refleja casi autom ticam ente la realidad
social contem pornea. A hora bien, au n q u e es cierto que el
teatro m uestra las preocupaciones de los contem porneos y
ayuda a superarlas parcialm ente gracias a su lado cmico,
no debe ser reducido po r ello a u n a sim ple ilustracin de las
realidades sociales. Dicho de otro m odo, las cortesanas no
ocupaban sin d u d a en la sociedad ateniense de finales del
siglo IV el lugar que le otorgan los autores de la com edia n u e
va. Sin em bargo, este lugar es real, y la presencia de las cor
tesanas revela un fenm eno de alcance considerable, ya q u e
refleja la lenta desaparicin de los valores tradicionales de
. la ciudad: la im portancia creciente del dinero como sm bolo
de libertad y de p o d er( T odas las cortesanas de la com edia
82
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nueva son ante todo m ujeres que se definen por su relacin
con el dinero. Lo que es d eterm in an te p ara ellas en la elec
cin de sus am antes es la im p o rtan cia de los regalos que s
tos les hacen. Y esta avidez, esta codicia, aparece como el
smbolo distintivo del personaje de la cortesana) h asta el
punto de poder convertirse en el m otor mism o de la intriga;
as sucede en la com edia de Plauto, Asinaria, inspirada di
rectam ente en un original griego, Onagos (El arriero de bo
rricos), de un tal Demfilo, contem porneo de M enandro.
T od a la accin gira en efecto en torno a la necesidad que tie
ne el protagonista de conseguir las veinte m inas (dos mil
dracm as) que le p erm itirn gozar de los favores de u n a cor
tesana du ran te un ao entero. Q ue quede claro que sta es
u n a m ujer libre, y que no se tra ta en este caso como su
ceda en el de N eera, m encionado anteriorm ente de res
catar su libertad. Conviene, por supuesto, evitar creer que
las cantidades sealadas por los autores cmicos son abso
lutam ente fiables, y concluir por ello que era siem pre tan
caro m antener a u n a cortesana. Pero hay que recordar tam
bin que veinte m inas era el im porte de la fortuna que se exi
ga p a ra form ar p arte del cuerpo de los ciudadanos activos
en la constitucin im puesta por el m acedonio A ntpatros a
A tenas en el ao 322, lo que tuvo po r resultado a p a rta r de
la vida poltica a ms de la m itad de los atenienses. Se com
prende por ello el poder de hecho que poda ad q u irir de
esta m anera u n a rica cortesana, poder cuya am plitud nos
m uestran las situaciones inventadas p o r los autores de co
m edias. As, por ejemplo, en La Andria, in sp irad a directa
m ente en La Perintiana de M enandro, la cortesana Crisis, a
p unto de m orir, cede en p ren d a su joven h erm an a al ate
niense Pnfilo y le lega sus bienes, reproduciendo la funcin
que tiene el kyrios en la sociedad ateniense. M s significativo
LA M U JE R E N LA CIU D AD
83
an es el papel de T ais en E l eunuco de Terencio, cuyo tem a
est tom ado igualm ente de M enandro. T am bin ella es m uy
rica gracias a la generosidad de sus diversos am antes. Pero
en esta riqueza se basa su poder, y lo que buscan en ella los
jvenes que la rodean y a quienes concede sus favores es su
proteccin, su patronazgo. M s an, en otras dos com edias
de Terencio, am bas adaptaciones de M enandro, el Heautontimorumenos y Hcira, el au to r latino califica a la cortesana de
nobilis, noble. Es evidente que en ninguno de los dos casos
el poeta se m uestra irnico, pues si bien la Baquis del Heautontimorumenos aparece sobre todo como una m ujer vida de
dinero y de riqueza, la de Hcira es, po r el contrario, un p er
sonaje lleno de cualidades, que proclam a ser diferente de las
dem s cortesanas y digna po r lo tanto de la am istad de un
hom bre de bien. Poco im porta que tales cortesanas hayan
existido en la realidad. Lo que es fundam ental es esa rela
cin con el dinero, fundam ento de poder, que refleja las rea
lidades nuevas que van consolidndose en la A tenas de finales del siglo IV.
La cortesana se convierte de esta form a en el smbolo
mism o de las transform aciones de la ciudad. M ujer de la ca
lle, que tom a p arte en los banquetes, que m aneja dinero, que
habla a los hom bres de igual a igual, no es slo un persona
je al m argen de la sociedad. E n ese club de hom bres que re
sulta ser la ciudad, donde la m ujer es u n a etern a m enor, ella
encarna evidentem ente la inversin de los valores cvicos, la
m ujer libre e independiente tanto en palab ras como en com
portam iento; libertad e independencia adquiridas por la ven
ta pblica de su cuerpo, sin duda, pero una venta en la que,
h asta cierto punto, ella sigue siendo la duea, sobre todo
cuando dispone de riqueza, que es, claram ente, la base en
ltim a instancia de su libertad.
84
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
La esclava
Ya sabem os que la esclavitud es u n a de las caractersticas
fundam entales de las sociedades antiguas. No se tra ta ahora
de hacer un repaso a la historia. B asta con reco rd ar que en
A tenas es uno de los com ponentes bsicos de la ciudad y
que su desarrollo se h a ido consolidando a lo largo de los
dos siglos de su apogeo. Los esclavos eran num erosos en A te
nas, aunque todos los intentos de calcular su nm ero hayan
fracasado, y podem os encontrarlos tan to en las actividades
estrictam ente econm icas como en las dom sticas. Pero lo
que los caracterizaba era ante todo ser objeto de propiedad,
m ercanca que poda com prarse, venderse, alquilarse, em pe
arse, segn las circunstancias. Si no puede precisarse el n
m ero total de esclavos (sesenta mil, cien mil, acaso m s...?),
menos an podem os calcular la proporcin de m ujeres en el
total de la m asa servil. Es casi seguro que, a diferencia de
los hom bres, su cam po de actividad era relativam ente lim i
tado. M ientras que un hom bre esclavo poda ser cam pesino,
obrero, agente com ercial, escribano, forense, polica, m ari
nero, etc., las m ujeres esclavas tenan em pleos dom sticos,
aunque circunstancialm ente podan vender fuera el producto
de su trabajo. La m ayora de las m ujeres esclavas eran efec
tivam ente sirvientas, som etidas a la d u e a de la casa. Ya he
mos visto cmo en el Econmico, Jenofonte describe las fun
ciones de la d u e a de la casa, y que la m s im p o rtan te de
todas consiste en o rganizar el trabajo de las sirvientas, en
searles a hilar la lana, a tejer los paos que h an de servir
p ara vestir a las personas de la casa, a am asar el pan, a do
blar y g u ard ar las ropas y a m an ten er la casa en orden. En
la com edia, casi siem pre es la sirvienta la que p re p a ra la co
m ida, au n q u e en las casas im portantes, y sobre todo a p a r
LA M U JE R E N LA CIU D AD
85
tir del siglo IV, se recu rra a m enudo a un cocinero. F inal
m ente, una de las actividades fundam entales de las m ujeres
esclavas consiste en ocuparse de los nios pequeos, y la no
driza es, tanto en el teatro como en la vida real, un perso
naje fam iliar.
Es posible que, ap arte de la dedicacin al trab ajo dom s
tico, se haya utilizado a m ujeres esclavas exclusivam ente
como obreras en m anufacturas p ara el m ercado. No aparece
en los alegatos ningn ejem plo concreto de talleres fem eni
nos, pero en las Memorables, Jenofonte nos proporciona por
casualidad la p ru eb a de su existencia. S ita la escena al fi
nal de la g u erra del Peloponeso, cuando los T rein ta eran
dueos de A tenas: a un ateniense que se queja de los tiem
pos difciles que le toca vivir y de la necesidad en que se en
cuentra de albergar y alim en tar a las num erosas m ujeres de
su familia, Scrates le sugiere que las haga trab ajar. Podra
de esta m anera vender el producto de su trabajo, harina,
pan, m antos, tnicas, etc., como hacen algunos atenienses.
A lo que le replica el otro: Estas personas com pran a gente
incivilizada y p ueden obligarles a hacer el trab ajo propio de
los esclavos; pero yo tengo a m i cargo personas libres y ade
m s pertenecientes a la fam ilia 37. Es probable ya que J e
nofonte llam a por su nom bre al p an ad ero C irebo y a los sas
tres Dmeas y M enn , que haya habido en A tenas, por lo
menos en el siglo IV , talleres de esclavas cuyo destino era
con seguridad m s d u ro que el de las sirvientas destinadas
al trabajo dom stico. Pero tan to obreras como trabajadoras
dom sticas, las esclavas estaban d estinadas fu ndam ental
m ente a las tareas de la cocina y a la fabricacin de paos.
Estas m ujeres no tenan por supuesto vida fam iliar algu
na. Ya hem os visto cmo Jenofonte contaba en el Econmico
las intenciones de Iscm aco, al aconsejar a su m ujer que pro
86
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
cu rara que las habitaciones donde dorm an hom bres y m u
jeres estuviesen separadas p ara evitar que las esclavas ten
gan hijos sin nuestro perm iso. Sin em bargo, las esclavas te
nan hijos, pero la m ayora de las veces estos nios nacidos
en el oikos eran fruto de las relaciones con el dueo. L a es
clava, especialm ente la jo v en sirvienta, estab a a disposicin
del que la h aba com prado y ste poda por lo tanto intro
ducirse im punem ente en su cam a... o entregarla a sus am i
gos en u n a noche de borrachera. Pero lo que p ara algunos
era slo algo circunstancial era p a ra otros u n a fuente de in
gresos. E n efecto, las p ro stitu tas eran la m ayora de las ve
ces esclavas, as como tam bin lo eran las flautistas y las bai
larinas, habituales en todos los banquetes 38. E ra com pleta
m ente lcito com prar esclavas p ara dedicarlas a la p ro stitu
cin y hacer de ello un m edio de vida. Y b asta con pensar
en la actividad del Pireo d u ran te los dos siglos de hegem o
na ateniense, en la m ultitu d de extranjeros, m arineros, via
jeros que se ap i ab an en l, p a ra im aginar fcilm ente el pro
vecho que algunos podan sacar explotando la prostitucin.
T enan estas m ujeres alguna posibilidad de liberarse de
su condicin? A ntes hem os visto el ejemplo de N eera, que
pudo rescatar su libertad gracias a la generosidad de a n ti
guos am antes. Pero N eera era u n a cortesana de altos vue
los. Las pomai que callejeaban po r el Pireo tenan m uy po
cas posibilidades de conseguirlo. En cuanto a las otras es
clavas, su liberacin dependa slo de la bu en a voluntad del
dueo, y la decisin de ste poda ser d ictad a por el afecto,
a veces incluso po r el agradecim iento: un pleiteante recuer
da con emocin a su vieja nodriza, m an u m itid a por l, pero
que continuaba viviendo en su casa, pues los vnculos que
les u n an eran m uy fuertes 39.
Y vamos a term inar. La situacin de la m ujer en A tenas
LA M U JE R E N LA CIU D AD
87
dependa ante todo de su insercin en el m undo ciudadano
o de su exclusin de l. No podem os h ab lar de m ujeres ate
nienses, sino de atenienses que eran m ujeres o hijas de ciu
dadanos, extranjeras y esclavas. Estas diferencias de condi
cin eran tan fundam entales p ara las m ujeres como p a ra los
hom bres, lo que no im peda, po r supuesto, que en la reali
dad cotidiana a veces desaparecieran. La seora de buena
fam ilia viva m s cerca de sus sirvientas que de las que eran
como ella. L a m ujer del rico meteco apenas se diferenciaba
de la ciudadana de posicin desahogada. L a cortesana po
da m overse ms librem ente que la m ujer de Iscm aco. Pero
sobre todo, y como la ciudad era un club de hom bres, como
era tam bin y principalm ente u n a com unidad poltica, estas
diferencias de condicin, po r esenciales que fuesen, se ate
nu ab an en u n a exclusin com n. Slo u n a cosa segua es
tando a favor de la ciudadana: el hecho de que era indis
pensable a la com unidad cvica, ya que garan tizab a su
reproduccin.
C.
La m ujer espartana
H ola, querida laconiana, cmo ests, Lam pit? Cmo res
plandece tu belleza, querida! Qu buen color! Qu cuerpo
tan vigoroso tienes! Podras estran g u lar a un toro. C on es
tas palabras recibe a su cm plice esp artan a la protagonista
de la com edia de A ristfanes, Lisistrata, la cual, p ara poner
fin a la g u erra interm inable entre A tenas y E sp arta, pro p o n
d r a las m ujeres de am bos bandos que hagan la huelga del
am or. El au to r cmico, que se diriga a un pblico atenien
se, repeta a su m an era lo que en A tenas era un lugar co
m n tratn d o se de m ujeres espartanas: a diferencia de las
88
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
dem s m ujeres griegas, vivan volcadas al exterior, se adies
trab a n p a ra las carreras y p a ra la lucha, en las que rivali
zaban con los hom bres, por lo que sus caractersticas fsicas
eran las m ism as que las de stos: vigor fsico y tez broncea
da propias de deportistas como ellas.
A ntes de seguir, es im p o rtan te hacer u n a observacin: en
esta prim era p arte del libro estoy esforzndom e todo lo po
sible por dejar constancia de cul era la situacin real de las
m ujeres en la G recia antigua, tan to en el orden jurd ico como
en el m bito de lo cotidiano. Y ni que decir tiene que cuan
do en un alegato el o rad o r alude a u n a ley concreta sobre el
adulterio o m enciona el im porte de u n a dote, podem os con
siderarlos, con toda razn, como hechos reales. C iertas p a
labras son igualm ente reveladoras de lo que poda ser la vida
cotidiana de las m ujeres en la A tenas clsica. Pero cuando
se tra ta de E sp arta, y no slo de las m ujeres esp artan as, todo
se complica. En efecto, no tenemos prcticam ente ningn do
cum ento de origen esp artan o relativo a la poca clsica, ni
inscripcin, ni discurso poltico o jud icial procedente de u n a
fuente espartana. C u an d o un espartano habla, siem pre es un
ateniense el que le hace h ab lar y el que le p resta las pala
bras que l im agina que h ab ra utilizado el espartano. As
sucede, por poner slo un ejemplo, con el discurso que T ucdides pone en boca del rey A rqudam o a comienzos de la
guerra del Peloponeso. Pero a n hay m s. Por razones que
debido a la extensin de este libro no podem os detenernos
a explicar, E sp arta represent p ara algunos m edios atenien
ses, desde finales del siglo V , u n modelo de ciudad perfecta,
caracterizada po r u n a originalidad absoluta que la conver
ta, como m nim o, en u n a anti-A tenas. El historiador debe
esforzarse po r lo tan to en descubrir a travs de este m ila
gro espartano la p arte de realidad que h ab a en l. Intento
T.A M U JER E N LA CIUDAD
89
peligroso, que puede llevar a reconstrucciones m s o menos
frgiles y siem pre hipotticas 40.
Por lo que se refiere a las m ujeres, hay tres textos que
nos interesan especialm ente. El m s antiguo d a ta de los p ri
m eros decenios del siglo IV. Pertenece a Jenofonte, que,
como ya hem os visto, vivi en Laconia. Bien es verdad que
Jenofonte era un ad m irad o r incondicional de E sparta, h asta
el punto de llegar a traicio n ar por ella a su p atria. No obs
tante, debem os ad m itir que conoci u n a innegable realidad
esp artan a y que nos inform a de ella, aunque em bellecida por
su plum a. El segundo texto est tom ado de la Poliica de A ris
tteles. P lantea num erosos problem as, como ya veremos,
pero corrige sustancialm ente la descripcin de Jenofonte. El
tercer texto, por ltim o, es un im p o rtan te pasaje de la Vida
de Licurgo de Plutarco. P lutarco es un escritor griego de fi
nales del siglo I de nu estra era cuya obra m s conocida es
esas Vidas paralelas de los grandes hom bres de la historia grie
ga y rom an a a la que ya nos hem os referido. O b ra de m o
ralista y no de historiador, pero que a nosotros nos interesa
porque recoge tradiciones, incluso docum entos cuya existen
cia desconoceram os com pletam ente a no ser por ella. La
Vida de Licurgo especialm ente, de ese legendario legislador al
que se atrib u an las instituciones de E sp arta, contiene todo
lo que la tradicin h a podido conservar sobre la historia de
E sp arta y sobre todo en lo relativo a la originalidad de su
constitucin. Por lo que se refiere a las m ujeres, si bien re
coge algunas observaciones hechas por Jenofonte en la Re
pblica de los lacedemonios, el largo espacio que les dedica (ca
ptulos 14 y 15) es m ucho m s preciso en algunos puntos,
especialm ente al tra ta r de la educacin, de los ritos del m a
trim onio y de otras cuestiones sim ilares.
C om enzarem os en prim er lugar por los textos de Jeno-
90
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
fon te y de Plutarco. Es en el p rim er captulo de la Repblica
de los lacedemonios donde ab o rd a Jenofonte el problem a de las
mujeres. Y en seguida especifica el prim er com etido de la
m ujer espartana: la procreacin, funcin de la que se deri
van las otras norm as a las que est obligada. Los otros grie
gos quieren que las jvenes vivan como la m ayor p arte de
los artesanos que son sedentarios, y que trab ajen la lana en
tre cuatro paredes. Pero cmo puede esperarse que mujeres
educadas de esa form a tengan u n a m agnfica prole? Licurgo
pens, por el contrario, que b astab a con los esclavos p ara
ocuparse de la vestim enta y, considerando que el quehacer
m s im p o rtan te p ara las m ujeres era la m atern id ad , dispuso
prim ero que las m ujeres p racticaran los mismos ejercicios f
sicos que los hom bres; despus estableci carreras y p ru e
bas de fuerza tanto entre las m ujeres como en tre los hom
bres, convencido de que si los dos sexos eran vigorosos ten
dran retoos m s robustos (I, 3-4).
Vemos, pues, que es una vida com pletam ente opuesta a
la de los otros griegos que encierran a sus m ujeres y las
obligan a tra b a ja r la lana; u n a vida volcada hacia fuera y
que no se diferencia en n ad a de la de los hom bres. P lutarco
ap o rta inform aciones com plem entarias a propsito de esta
educacin de las jvenes. Por orden suya (de Licurgo), las
jvenes se adiestraron en las carreras, en la lucha, en el lan
zam iento de disco y de ja b alin a ... D espreciando la b lan d u ra
de u n a educacin hogarea y afem inada, acostum br a las
jvenes, lo m ism o que a los jvenes, a m ostrarse desnudas
en las procesiones, a d an zar y can tar con ocasin de algu
nas cerem onias religiosas en presencia de los m uchachos y
bajo su m irada (X IV , 3-4). E sta desnudez no tena n ad a
de llam ativo, pues era la desnudez del atleta. Pero P lutarco
siente necesidad de justificarla: L a desnudez de las jvenes
LA M U JE R E N LA CIU D AD
91
no tena nada de deshonesto, ya que era pareja del pudor,
y no haba lugar p a ra el libertinaje, aunque, como ms ade
lante seala, tam bin era una form a de incitacin al
m atrim onio 41.
Jenofonte se lim ita a indicar dos cosas a propsito del
m atrim onio espartano: por u n a p arte, la obligacin que te
nan los hom bres de casarse al llegar a la plenitud de la vida,
y por otra, reglas estrictas referidas a las relaciones entre es
posos. V iendo que en los comienzos del m atrim onio los
hom bres se em parejan con sus m ujeres sin ninguna m ode
racin, decidi que en E sp arta se h ara lo contrario, y dis
puso que sera algo vergonzante que un hom bre fuera visto
entrando o saliendo de la habitacin de su m ujer. E n estas
condiciones, los esposos se desean ms el uno al otro, y los
hijos, si los tienen, son m s fuertes que si los esposos estu
viesen hartos uno del otro (I, 5).
T am bin en este caso ap o rta Plutarco datos m ucho ms
precisos y detallados. D espus de recordar que el celibato es
ta b a prohibido, revela las curiosas condiciones del m atrim o
nio espartano: En E sp arta el m atrim onio se llevaba a cabo
rap tan d o a la m ujer, que no deba ser ni dem asiado peque
a, ni dem asiado joven, sino que deba estar en la plenitud
de la vida y de la m adurez. L a joven ra p ta d a era entregada
a u n a m ujer llam ada nympheutria, que le cortab a el cabello
al rape, le pona vestido y calzado de hom bre y la tenda so
bre un jergn, sola y sin luz. El recin casado, que no esta
ba ebrio ni debilitado po r los placeres de la m esa sino que,
con su sobriedad acostum brada, h ab a cenado en los phiditia
(com idas pblicas donde se serva el famoso caldo negro),
entraba, le d esatab a el cinturn y, tom ndola en sus brazos,
la llevaba a la cam a. D espus de p asar con ella un breve es
pacio de tiem po, se retirab a discretam ente y se iba a do r
92
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
mir, segn esa costum bre, en com paa del resto de los jve
nes (X V , 4-7).
E sta extraa cerem onia ha suscitado m uchos com enta
rios entre los autores m odernos. Se ha querido ver en ella el
recuerdo de ciertos ritos de iniciacin, tal como los encon
tram os en otras sociedades, con inversin de papeles (la jo
ven rap ad a y vestida con ropa m asculina) y perodo de re
clusin 42. A ade P lutarco que tras este prim er acoplam ien
to rpido, los encuentros entre esposos conservaban un ca
rcter de clandestinidad, h asta el p u nto de que a veces un
m arido tena hijos antes de h ab er visto a su m ujer a la luz
del da. De nuevo nos encontram os con la indicacin ap o r
tad a po r Jenofonte, as como con la justificacin de u n a p rc
tica sem ejante: m an ten er el deseo entre los esposos p ara h a
cerlos m s fecundos. Es interesante sin em bargo com probar
que P lutarco racionaliza menos que Jenofonte com porta
m ientos de los que, evidentem ente, no llega a cap tar lo
esencial.
Porque no podem os dejar de co n statar que no siem pre
estas prcticas conseguan el fin p a ra el que estaban conce
bidas, p o r lo que se tom aron m edidas que, u n a vez ms,
iban en contra de lo que hacan los otros griegos: conseguir
al menos, si no que las m ujeres fueran propiedad com n,
u na especie de legitim idad del adulterio, si ste tena como
objetivo la procreacin. Poda suceder, no obstante, que un
anciano tuviese u n a mujei^joven. Entonces Licurgo, viendo
que a esta edad uno p r te g e a su m ujer con celosa solicitud,
hizo u n a ley en contra^dejgstos celos, y dispuso que el an
ciano eligiese un hom bre cuyas cualidades fsicas y m orales
le ag rad aran y lo llevase ju n to a su m ujer p ara que engen
d ra ra hijos p a ra l. Si, por otro lado, un hom bre no quera
cohab itar con u n a m ujer y deseaba sin em bargo tener hijos
LA M U JE R E N LA CIU D AD
93
que le ho n raran , Licurgo le autoriz a escoger u n a m ujer
que fuese m adre de u n a gran fam ilia y de buena estirpe p ara
tener hijos con ella si obtena el consentim iento del m arido
(.Repblica de los lacedemonios, I, 7-8).
P lutarco recuerda tam bin, en trm inos m s o menos
idnticos, estas dos leyes de Licurgo, y necesita una vez
m s justificarlas: Licurgo bu scab a an te todo que los hijos
no fuesen propiedad de sus padres, sino que fuesen un bien
com n de la ciudad, y po r eso quera que los ciudadanos des
cendieran de los mejores, no de cualquiera. D espus, slo
vea estupidez y ceguera en las reglas establecidas po r los d e
ms legisladores en esta m ateria. H acen, deca, que las pe
rras y las yeguas sean m ontadas po r los mejores m achos, que
piden prestados a sus propietarios, bien de favor o bien m e
diante una can tid ad de dinero; por el contrario, a sus m u
jeres las m antienen bajo llave y las g u ard an , quieren que no
tengan hijos ms que de ellos, aunque sean idiotas, viejos o
enfermos, como si los que tienen hijos y los educan no fue
sen los prim eros en a g u an tar sus defectos, si son hijos de
padres defectuosos, o, po r el contrario, disfrutar de las cua
lidades que por herencia les correspondan (X V, 14-15).
Es conveniente analizar d etalladam en te esta cita. L a pri
m era justificacin es m uestra, evidentem ente, de u n a cierta
ideologa de la ciudad a la que Platn, como ms adelante
verem os, d a r en el siglo IV un carcter sistem tico. Y Plu
tarco lee la realidad esp artan a en esta ocasin a travs de
Platn. Pero la segunda no es m enos elocuente, pues la com
paracin con las p erras y las yeguas vuelve a poner a la m u
je r espartan a, a la que fcilm ente suponam os m s libre pues
era ms viril, en el lugar que le corresponda: ser un in stru
m ento de procreacin, un vientre fecundo donde lo que im
p o rta es in tro d u cir el m ejor semen.
94
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
En qu m edida estas reglas p reten d id am en te atrib u id as
a Licurgo existieron realm ente? Y si fue as, hasta qu p u n
to estaban vigentes a n en la poca clsica? H e aqu dos p re
guntas de m uy difcil respuesta. No hay por qu p en sar que
todo este discurso sobre la m ujer esp artan a sea p u ra inven
cin. Es cierto que en E sp arta los ciudadanos eran en p ri
m er lugar y ante todo soldados, y que hacan vida de cu ar
tel h asta u n a edad avanzada, lo cual no favoreca sin duda
las relaciones conyugales. Es probable que las jvenes espar
tanas fueran fuertes y robustas como la L am pit de A rist
fanes, ya que el ejercicio fsico ocu p ab a un lugar m uy im
p o rtan te en su educacin. F inalm ente, es posible que el m a
trim onio haya trado consigo, h asta u n a poca relativam en
te tard a, esos ritos tan peculiares relatados por Plutarco. En
cuanto a lo dem s, es difcil pronunciarse, especialm ente en
lo relativo a los repartos de m ujeres, a los nacim ientos ile
gtim os que justificaran p o r s solos un rgim en com unita
rio de la propiedad. A hofa b^en, si la tradicin atrib u a a Li
curgo bien un rep arto igualitario o bien un com unism o ab
soluto de los bienes, loViert es que el rgim en de la p ro
piedad y de la transm isin de los bienes en la E sp arta de los
siglos V y IV era de hecho sim ilar al que se conoca en otras
partes. Jenofonte por su parte, en un captulo de la Repblica
de los lacedemonios de cuya au ten ticid ad se ha dudado, pero
que sin em bargo parece adecuarse a la realidad, reconoce
que en su poca las leyes de Licurgo ya no se conservaban
en su integridad. A firm acin corroborada por el fragm ento
de la Poltica de A ristteles al que ya hem os aludido. El fi
lsofo, tras exam inar las instituciones espartanas, atribuye
su decadencia al m al com portam iento de las m ujeres que
se rebelaron contra las leyes de Licurgo y viven sin norm as
y en la molicie, utilizando el poder ertico que tienen sobre
LA M U JE R E N LA CIU D AD
95
los hom bres p ara m anejarlos. Pero tam bin son las mujeres,
cosa m s grave an, quienes estn en el origen del rgim en
de la propiedad: U nos llegan a poseer una fortuna excesi
vam ente grande, m ientras que otros slo consiguen u n a muy
pequea; tam bin la tierra pasa de unas m anos a otras. La
culpa la tienen u n a vez m s las leyes m al establecidas; el le
gislador censura la com pra o v enta de la tierra, y tiene ra
zn; pero ha perm itido que el que quiera puede donarla o
legarla; ahora bien, de u n a form a u otra, el resultado es ne
cesariam ente el m ism o. A proxim adam ente las dos quintas
partes del pas pertenecen a las m ujeres, porque hay m uchas
herederas universales (epkleroi) y po rq u e se d an dotes con
siderables. A hora bien, hubiese sido m ejor suprim ir las do
tes o perm itir slo las que fueran escasas o como m ucho m
dicas; pero de hecho uno puede casar a su nica heredera
con quien quiera, y, en caso de m orir sin h ab er hecho tes
tam ento, el tu to r encargado de la sucesin puede casarla con
quien l desee (Poltica, II, 9, 14-15). Este texto plan tea n u
merosos problem as, a los que u n a vez ms slo puede res
ponderse con hiptesis. P lutarco, en la Vida de A g is y Clemenes, los dos reyes reform adores espartanos que in ten taro n res
tablecer en el siglo III las leyes de Licurgo, da el nom bre
del legislador que al parecer fue el causante de la concen
tracin de los bienes races en E sp arta, por p erm itir testar
librem ente: un tal Epitadeo, que parece hab er vivido a co
mienzos del siglo IV y que, p a ra d esheredar a su hijo pro
mulg, apoyndose en su condicin de foro, u n a ley que
autoriza la donacin de la casa o la tierra en vida del pro
pietario o dejarla en testam ento a quien se quiera. Pero esto
no m uestra lo que, segn A ristteles, era lo peor: la concen
tracin de la tierra en m anos de las m ujeres, por su condi
cin de herederas y po r la prctica de la dote. P lutarco sin
96
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
em bargo insiste tam bin en esta riqueza de las m ujeres es
p artan as, as como en su influencia poltica. H asta el punto
de que tal vez consiguieron hacer fracasar el proyecto del jo
ven Agis pues resistieron, no solam ente porque ib an a p er
der el lujo que po r desconocim iento de los bienes verdade
ros ellas confundan con la felicidad, sino tam bin porque
vean que les iban a q u itar el respeto y la influencia, fruto
de su riqueza. Se dirigieron, pues, a Lenidas y le incitaron,
por ser el m s anciano de los dos reyes, a lu ch ar contra Agis
y a obligar a ste a ab an d o n a r la contienda ( Vida de Agis y
Clemenes, 7).
P lutarco se inspira p ara hacer este relato en los escritos
de un tal Filarco, historiador ateniense del siglo III antes de
nu estra era, y por lo tan to contem porneo de los aconteci
m ientos que n arra. Por ello se puede pensar que h ab a algo
de verdad en esta tradicin de la riqueza de algunas m uje
res espartanas, reconocida ya p o r A ristteles a finales del si
glo anterior. Sea como fuere, no deja de ser sorprendente la
enorm e transform acin que supone u n a situacin sem ejan
te. L a m ujer esp artan a, attes ptotra rep ro d u cto ra seleccio
nad a, p asab a ah o ra al rango de ^propietaria, viviendo lujo
sam ente, pudiendo disponer d e s s bienes, y desem peando
un a funcin poltica en la ciudad. Es cierto que la ciudad
tam bin h ab a cam biado. El E stado orgulloso que asp irab a
a d om inar el m undo griego era ya slo u n a pequea ciudad
peloponesa obligada a im pedir la sublevacin de los ilotas,
incluso a concederles la libertad y la ciu dadana 43. Sin em
bargo, el cam bio h ab a sido rpido y no es fcil valorar, b a
sndonos en los relatos de la A ntigedad, su alcance real y
sus consecuencias. E n todo caso, tam bin en esto se diferen
ciaba E sp arta de los otros griegos, pues si bien es cierto
que en la poca helenstica, y gracias a la decadencia de las
LA M U JE R E N LA CIU D AD
viejas ciudades, la situacin de las m ujeres en el m undo grie
go se ha visto m odificada, tam bin lo es que en ningn lu
gar han podido em anciparse las m ujeres de la tu tela partenal o conyugal. Y sobre todo, en ningn lugar h an conse
guido desem pear papel poltico alguno, a no ser y en con
diciones com pletam ente diferentes ciertas reinas helens
ticas cuyas intrigas ib an a ser m uy pro n to la com idilla de
todos.
C O N C L U S IO N
H em os in ten tad o en las pginas precedentes poner de m a
nifiesto la situacin concreta de las m ujeres en el m undo grie
go de los siglos V II al IV antes de nu estra era. H em os tra
tado de definir, de Penlope a A spasia, de H elena a Frin,
su puesto real en u n a sociedad esencialm ente m asculina.
A unque hayam os accedido a esta realidad por m edio de do
cum entos fundam entalm ente literarios y polticos, el hecho
es que la m ujer griega, la m ujer libre, por supuesto, se en
contraba situ ad a en un doble plano con respecto al hom bre.
En el seno del oikos, de la unidad fam iliar, su funcin con
sista en asegurar la transm isin del patrim onio por la pro
creacin de hijos legtimos, y la conservacin del mism o me
d iante una buena gestin de los asuntos dom sticos. L a es
posa se consagra, de Penlope a la m ujer de Iscm aco, a las
100
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
m ism as actividades: hilar la lana, p re p a ra r las com idas, re
cibir a los huspedes, re p a rtir el trab ajo entre las sirvientas.
Es cierto que Penlope era adem s reina, y su oikos, o m s
bien el oikos de su esposo, se confunde en p arte con la ciu
dad de Itaca. T am b in es cierto que la m ujer de Iscm aco
tiene num erosas sirvientas y confa u n a p arte de su tarea,
como si fuera u n a reina de la epopeya, a u n a despensera,
cosa que seguram ente no podan hacer el noventa po r cien
to de las m ujeres atenienses. Pero la m ujer est consagrada,
de un extrem o al otro de la escala social, de u n a orilla del
m undo griego a otra, y d u ra n te cinco siglos, a las m ism as
tareas; a las tareas dom sticas del interior, del oikos. E n cam
bio, en la ciudad que va configurndose a lo largo del siglo
IV slo tiene un papel pasivo. O m ejor dicho, su nica fun
cin es la de aseg u rar a sus hijos, si es hija de ciudadano y
por la va del m atrim onio, la condicin de ciudadanos. Pero
ella no es responsable de dicho m atrim onio, ya que es su
kyrios, su tutor, p ad re o h erm an a, quien llega al acuerdo m e
d ian te el cual ella en tra en el o'ifcys de su esposo. Por otro
lado, no tom a p arte a lg u n aV n jV vida de la ciudad, excepto
en el caso de que algn acontecim iento trastoque los valores
cvicos: es el caso, como ya hem os visto, de algunas situ a
ciones de tiran a en que se vieron m ezclados m ujeres y es
clavos. T al vez la nica excepcin entre todas las ciudades
sea E sparta, donde la m ujer, liberada tan to del cuidado del
oikos como de la educacin de los hijos, recibe un en tren a
m iento fsico com parable al de los hom bres, y donde el a tra c
tivo fsico, favorecido po r la desnudez atltica, tuvo sin d u d a
u n a gran im portancia en la resolucin de los m atrim onios
(aunque ya hem os visto que hay q u e to m ar ciertas p recau
ciones a la hora de analizar el testim onio de las fuentes).
As pues, menores de edad, m arginales, excluidas de ese
CONCLUSION
101
club de hom bres que es la ciudad, en cuya vida no p a rti
cipan a no ser a travs de las m anifestaciones religiosas. Y
sin em bargo constituyen, como seala A ristteles, la m itad
de la ciudad. Podem os desde este supuesto extraarnos de
que la m ujer ocupe un lugar tan im p o rtan te en el m undo
de la im agen de los griegos? A hora es necesario in ten tar en
contrar, a travs de los escritos y los testim onios de los m is
mos griegos, la im agen de esta m itad, inferior pero indispen
sable, tem ida pero tam bin, a pesar del famoso am or grie
go, deseada, e incluso am ada.
Segunda parte
LAS R E PR E SE N T A C IO N E S
DE LA M U JE R EN EL M U N D O
IM A G IN A R IO D E LOS G R IE G O S
No se conoce u n a sociedad slo po r los hechos jurdicos, so
ciales o econmicos. C on m ucha frecuencia, esta sociedad se
m uestra con m s nitidez a travs de la im agen que se hace
y que d a de s m ism a que por medio de estadsticas o leyes,
por m uy estables que sean; con m ayor m otivo cuando no es
posible elab o rar dichas estadsticas, y cuando conocemos las
leyes de m odo em prico y fragm entario. Esto es especialm en
te cierto en el caso de la G recia clsica, que tan to h a h ab la
do de s m ism a y que tantos y tan atractivos testim onios nos
ha dejado sobre su form a de pensar. Por consiguiente, un es
tudio de la m ujer en G recia im plica poner al da las im ge
nes que los mismos griegos crearon y plasm aron en la epo
peya, la poesa lrica, el teatro trgico y cmico, sin dejar de
lado las opiniones de los filsofos y los relatos de los histo
106
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
riadores. Ello no es nin g u n a novedad. Este tipo de estudios
se lleva a cabo desde hace algunos aos tanto en Estados
U nidos como en E u ro p a occidental. E n F rancia, sin ir ms
lejos, h an aparecido ltim am ente u n a serie de artculos que
se inscriben en esta lnea. Ni que decir tiene que los ap ro
vecharem os cuando sea necesario.
No tratam os desde luego de dedicarnos a un estudio ex
haustivo de toda la literatu ra griega. Nos centrarem os en al
gunos aspectos y destacarem os algunos ejemplos. No volve
rem os a hablar, o lo harem os solam ente por alusin, de los
poem as hom ricos, aunque stos h ay an proporcionado a los
griegos la base fundam ental de un sistem a de valores que
nunca despus se ha vuelto a discutir. Por o tra parte,. los
hem os utilizado al comienzo del libro, ya que era la nica
fuente capaz de perm itirnos h ab lar de las m ujeres en los al
bores de la historia griega p ropiam ente dicha.
Por consiguiente, com enzarem os con H esodo esta incur
sin en el m undo im aginario de los griegos.
C A P IT U L O 3
La estirpe de las mujeres
H esodo naci en Beocia, en u n a fecha im posible de preci
sar, pero que generalm ente se sita hacia m ediados del si
glo V I I I , es decir, en un perodo en el que, como ya hem os
tenido ocasin de sealar, el m undo griego alcanza u n a gran
im portancia histrica. El mism o nos dice que su pad re p ro
ceda de la G recia asitica y q u e se estableci en A scra, d o n
de recibi (o tom) u n a tierra que leg a sus dos hijos. El
resto com pete a la leyenda o a la hiptesis. No sabem os con
detalle cmo lleg H esodo a ser poeta, un poeta cuyas dos
obras ms im portantes h an llegado h asta nosotros: u n a de
ellas la Teogonia, donde H esodo, inspirado por las M usas,
encuentra acentos divinos p ara glorificar lo que ser y lo
que fue, y, antes que n ad a, el origen de los dioses; la otra,
Los trabajos y los das, es u n a especie de calendario religioso
108
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
y agrcola que se ha in terp retad o com o un testim onio obre
la vida del cam pesino griego en el com ienzo de su historia.
Pues bien, estas dos obras tienen u n a considerable im por
tancia desde el punto de vista de nuestro estudio, pues Hesodo desarrolla en ellas el m ito de P andora, de la creacin
de la prim era m ujer, y del nacim iento del genos gynaikdn, de
la estirpe de las m ujeres. El pretexto de esta creacin es el
robo del fuego a m anos de Prom eteo y la clera de Zeus. Y
al punto, a cam bio del fuego, p rep ar un m al p a ra los hom
bres: model de tierra el ilustre P atizam bo u n a im agen con
apariencia de casta doncella, po r voluntad del C rnida. La
diosa A tenea de ojos glaucos le dio ceidor y la adorn con
vestido de resplandeciente blancura; la cubri desde la ca
beza con un velo, m aravilla verlo, bordado con sus propias
manos. En su cabeza coloc u n a d iad em a de oro que l m is
mo cincel con sus m anos, el ilustre P atizam bo, p a ra ag ra
d a r a su pad re Zeus.... U n a vez engalanada, P an d o ra fue
entregada a los hom bres. Pues de ella desciende la funesta
estirpe y las tribus de m ujeres, g ran calam idad p ara los hom
bres que con ellas viven
El m ito de P an d o ra aparece de nuevo y de forma m ucho
m s d etallad a en Los trabajos y los das. T am b in aq u se m a
nifiesta al com ienzo la clera de Zeus tras el robo del fuego,
clera que ah o ra se exterioriza claram ente: Yo a cam bio
del fuego les dar un m al con el que todos se alegren de co
razn acariciando con cario su propia desgracia. Asim is
mo se nos m uestra el trabajo de Hefestos, el ilustre P ati
zam bo, quien tornea con agua y arcilla una linda y en
cantad o ra figura de doncella sem ejante en rostro a las dio
sas inm ortales 2. Pero A tenea no se conform a slo con a ta
viar a la m ujer, sino que le ensea tam bin el arte de tejer.
Intervienen tam bin otras dos divinidades p ara concluir la
LA E S T IR P E D E LA S M U JE R E S
109
o b ra de Hefestos: A frodita, que infunde en ella una irresis
tible sensualidad, y H erm es, que pone en ella una m ente
cnica y un carcter voluble. Sigue despus la historia, co
nocida por todos, de la ja r r a que al ser d estap ad a por la m u
je r deja escapar todos los males que azotan a los hom bres:
los padecim ientos, la d u ra fatiga, las penosas enferm eda
des que acarrean la m uerte a los hom bres 3.
Este clebre m ito que he recordado brevem ente ha sus
citado num erosas interpretaciones que no creemos necesario
repetir aqu. Solam ente recordarem os lo que, segn el poe
ta, caracteriza a la mujer: es un mal, un m al tanto ms te
mible cuanto m s apasionadam ente lo buscan quienes lo p a
decen; un m al adornado con todo tipo de seducciones y ca
paz de toda clase de artim aas; un m al del que sin em bargo
el hom bre no puede prescindir. El que huyendo del m atri
m onio y las terribles acciones de las m ujeres no quiere ca
sarse y alcanza la funesta vejez sin nadie que le cuide... 4.
L a m ujer es, en efecto, el receptculo de la sim iente del hom
bre. Sin m ujer, el hom bre no puede tener un hijo al cual le
gar su hacienda, y que sea por consiguiente el sostn de su
vejez. Slo Zeus se libra de la d u ra ley a la que estn some
tidos todos los m ortales.
Pero si el m atrim onio es p a ra el hom bre un m al necesa
rio, no deja nunca de ser u n a fuente de torm ento. Pues la
m ujer es un ser intil, como intiles son los znganos en las
colm enas, no se conform a con la odiosa pobreza, sino que
suea slo con engalanarse. Su avidez sexual es inagotable,
y la im agen de la tram p a profunda y sin salida encierra
evidentes connotaciones erticas.
Este florilegio de citas extradas de los dos grandes poe
m as de H esodo no deja n inguna d u d a acerca de la misogi
nia que en ellas se m uestra. Lo que nos obliga a form ular
110
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
nos la siguiente pregunta: esta m isoginia la siente slo el
poeta o ste, al decir la verdad que las M usas le inspiran,
expresa una opinin com partida por sus contem porneos? 5.
P regu n ta de difcil respuesta, ya que no podem os confrontar
los poem as de H esodo con nin g u n a o tra fuente contem po
rnea, excepto con los poem as homricos. A hora bien, el
tono de stos contra las m ujeres es, como ya hemos tenido
ocasin de ver, sensiblem ente diferente. L a m ujer es, sin
duda alguna, un ser inferior que no puede com pararse al
hom bre, al hroe. Su dom inio se reduce al oikos y a los tra
bajos dom sticos, y cuando in ten ta d a r su opinin se le re
cuerda rpidam ente cul es su lugar. Pero al menos se nos
m uestra al m ism o tiem po como un signo de prestigio y, si
no como un objeto ertico, como la esposa y m adre que m a
rido e hijos deben am ar. Por o tra parte, si bien H esodo se
distingue de los aedos contem porneos suyos po r su misogi
nia, tendr, como verem os, num erosos seguidores. Por con
siguiente, no se puede reducir esta m isoginia slo al m al h u
m or de un cam pesino am argado. Podram os m s bien p re
guntarnos, como recientem ente lo ha hecho u n a historiado
ra am ericana 6, si no h ab ra que relacionar dicha m isoginia
con las transform aciones que la sociedad griega experim en
ta a finales de los tiem pos oscuros: el paso de u n a agri
cultura nm ada y pastoril a u n a ag ricultura sedentaria in
tensiva, con fuerte crecim iento dem ogrfico y crisis ag ra
rias. L a m ujer, objeto an ta o de prestigio y g u ard ian a del
oikos, se convierte en este m undo desgarrado en u n a boca
que alim entar, en un vientre insaciable tanto en la alim en
tacin como en la sexualidad, y tan to m s intil cuanto que
incluso su funcin reproductora se vuelve peligrosa. No hay
que olvidar que u n a de las recom endaciones que hace H e
sodo a su herm ano es la de tener slo un hijo 1.
LA E ST IR P E D E LAS M U JER ES
111
Dicho esto, no es errneo p ensar que si las palabras m i
sginas de H esodo h an tenido tan buena acogida es porque
respondan a algo profundam ente arraigado en la concien
cia griega. En la elaboracin del m ito de P andora encontra
mos efectivam ente las parejas de opuestos que estructuran
el pensam iento del hom bre griego. Al hom bre le correspon
den la cultura y la civilizacin, la guerra, la poltica, la ra
zn, la luz; a la m ujer, la naturaleza, la insociabilidad, las
actividades dom sticas, la falta de m oderacin, la noche.
Volverem os sobre esto al tra ta r de los autores trgicos, pero
no hay d uda de que este tipo de oposiciones se encuentran
en todos los niveles. No podem os extraarnos por lo tanto
de que H esodo em plee p ara designar al sexo femenino el tr
m ino genos, de difcil traduccin sobre todo en el contexto de
la poca, y que im plica que las mujeres son un gnero a p a r
te, distinto del gnero hum ano (constituido por el conjun
to de los hom bres), un gnero que, al m enos en el m bito
del mito, se reprodujo en circuito cerrado, segn la expre
sin de Nicole L oraux 8.
De todos modos, encontram os de nuevo esta misoginia
en un texto clebre, el Yambo de las mujeres, de Simnides de
Amorgos, poeta de una generacin posterior a H esodo que
fue seguram ente uno de los prim eros lectores de H esodo,
segn indica tam bin Nicole L oraux 9. Simnides enum era
en este largo poem a los diez tipos de m ujeres creadas por
los dioses en el principio. O cho de estos diez tipos corres
ponden a anim ales (el cerdo, el zorro, el perro, el asno, la
com adreja, el m ono, la yegua, la abeja), y los otros dos a ele
m entos de la n atu raleza (la tierra y el m ar). Solam ente uno
se considera digno a los ojos del poeta: la m ujer-abeja. Lo
cual no es ninguna novedad, ya que la abeja aparece ya en
H esodo como un modelo... m asculino, que ste contrapona
112
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
al zngano, identificado con la m ujer. T odas las dem s tri
bus de las m ujeres estn cargadas de defectos: la m ujer-pe
rro se caracteriza po r su im pudor, la yegua es u n a herm o
sa calam idad p ara quien la posee, la m ujer-tierra es est
pida, la m ujer-m ar, m arrullera, la m ujer-cerdo es u n a p u er
ca, la m ujer-m ono, el colmo de la fealdad, etc. Pero como
seala una vez ms Nicole Loraux, m s all de estos defec
tos aparentem ente ligados a cada especie anim al, es la m u
je r total la que se recrea: En lo m s profundo, los criterios
de la buena conducta: no tra ta r de saber dem asiado, sino
pensar sobre todo en el trabajo, no com er dem asiado, no go
zar dem asiado, sino hacer hijos p a ra su m arido; en la lista
de las especies, la verdadera natu raleza de la m ujer: un ser
curioso, m aligno, perezoso, glotn, cuya sexualidad incon
trolable se m anifiesta p o r la indiferencia o el exceso 10. De
cir m ujer es decir ham bre (en francs, la femme, cest la
fain) concluye Nicole Loraux, y en esta afirm acin encon
tram os de nuevo la queja de H esodo. En cuanto a la nica
m ujer digna de veneracin, la m ujer-abeja, hay que darse
cuenta de que las cualidades que el poeta le reconoce son,
en sum a, de la m ism a n atu raleza, ya que la mlissa (abeja)
es an te todo el modelo de las virtudes dom sticas, la espo
sa virtuosa a la que todas las dem s ayudan a cincelar.
Se h a querido ver en el poem a de Sim nides u n a especie
de b u rd a farsa ru ral, incluso la expresin de los valores nue
vos de una clase m edia que tal vez se enfrentaban a los
valores aristocrticos transm itidos po r la poesa pica, en la
que la m ujer era considerada como un objeto de prestigio y
estaba po r lo tanto protegida co n tra tales ofensas. Y a hemos
visto al h ab lar de H esodo la hiptesis de u n a explicacin se
m ejante p ara su m isoginia. A hora bien, au n q u e no se puede
ignorar que los profundos cam bios acaecidos en la sociedad
LA E S T IR P E D E LA S M U JER ES
113
griega a finales del siglo VIII y d u ran te el siglo VII hayan
podido producir un im pacto sobre la condicin real de la m u
je r, es evidente que el trastorno ha sido ms lento tanto en
el m bito de las representaciones como en el de los sistem as
de valores. Y si la m isoginia de H esodo o la de Simnides
pueden considerarse como un eco de las transform aciones de
la sociedad, la perm anencia de los valores aristocrticos no
es menos evidente, como lo m uestra, sin ir ms lejos, la obra
de un poeta nacido algunos decenios despus de Simnides
en la m ism a G recia insular: la o b ra de u n a m ujer, la de la
cclcbre Safo.
U n papiro de la ciudad de O xirrinco, en Egipto, nos pro
porciona un fragm ento de una biografa de la poetisa, redac
tad a sin d u d a en el siglo IV, es decir, m s de dos siglos des
pus de su m uerte y cuando ya se h ab a forjado la leyenda
en torno a su persona y sus am ores: Safo era de M itilene,
ciudad de Lesbos. Su p ad re se llam ab a E scam andrnim o;
tuvo tres hermanos, Erigi, Lrico y Caraxo, su herm ano m a
yor, que se fue a Egipto y dilapid la m ayor p arte de su for
tu n a por una tal D rica. El m s joven, Lrico, fue su prefe
rido. T uvo una hija, Ciis, a la que puso el nom bre de su
m adre. H a sido criticada por algunos, que la han tildado de
desordenada y apasionada por las mujeres; se dice que tena
un fsico ruin y m uy feo, pues su tez era m orena y su esta
tu ra m uy pequea n . O tros testim onios indican que su fa
m ilia perteneca a la aristocracia de M itilene. E ra la poca
en que ab u n d ab a n en las islas del m ar Egeo disturbios que
conducan a la im plantacin de tiranas, y seguram ente Safo
se vio obligada a exiliarse p ara h u ir de un tirano. Se cree
que term in su vida en Sicilia. No es extrao en co n trar en
este medio aristocrtico, alim entado por la epopeya, u n a m u
je r con una gran personalidad: el poeta, inspirado por los dio
114
LA M U JE R E N LA GRECIA CLASICA
ses, gozaba de un estatuto aparte, y u n a m ujer poda por ta n
to ser una poetisa sin ser por ello m otivo de escndalo. Por
otra parte, Safo no es la nica poetisa cuyo nom bre nos ha
transm itido la tradicin, pero s la nica cuya o b ra nos ha
llegado no de form a fragm entaria. Pero el escndalo vena
provocado por el hecho de que Safo ensalzaba en sus versos
a sus com paeras las m ujeres y se pona bajo la proteccin
de Afrodita. De ah el acento apasionado de los versos que
les diriga y en los que se m anifestaba u n a ardiente sensua
lidad. Y tam bin porque, al ensalzar a la m ujer y a su cuer
po, senta que poda rech azar al m ism o tiem po, y sin rene
gar por ello de los valores aristocrticos, lo que constitua el
ncleo de los mism os, el herosm o guerrero. Es elocuente a
este respecto un poem a que com ienza con los versos siguien
tes: Dicen unos que un ecuestre tropel, la infantera otros,
y esos, que u n a flota de barcos resulta lo m s bello en la os
cura tierra, pero yo digo que es lo que uno am a 12.
T eniendo esto en cuenta, no es extrao que la tradicin
haya destacado ante todo el am or de Safo por sus am igas y
las relaciones contra natu ra que m an ten a con ellas, ya
que la naturaleza de la m ujer era, en prim er lugar, la de
asegurar la continuidad de la fam ilia y la transm isin del p a
trim onio a travs de la institucin m atrim onial. Y a hemos
visto en la prim era p arte de este estudio que ser precisa
m ente el m atrim onio uno de los pilares de la sociedad civil
que va conform ndose a lo largo del siglo VI. La im agen de
la m ujer ya n u n ca se p o d r sep arar de esta realidad. Pero
por o tra parte no podem os olvidar que si bien la posteridad
iba a convertir a Safo en el prototipo de las m ujeres m al
ditas, de las lesbianas que rechazan a los hom bres, la
poetisa de M itilene, por su parte, se cas, tuvo u n a hija y
com puso epitalam ios, es decir, cantos de boda.
LA E S T IR P E D E LA S M U JER ES
115
Pero la poca de Safo, la de la poesa lrica, anuncia el
final de lo que conocemos como poca arcaica, as como el
final de la sociedad aristocrtica. Y au n cuando los valores
aristocrticos siguen siendo fundam entales en la tica ciu
dad an a, las realidades nuevas no dejan de im ponerse con el
triunfo de ese club de hom bres que es la ciudad. Se ha vis
to anteriorm ente que es en A tenas donde estas nuevas rea
lidades se asientan con ms fuerza, y tam bin donde mejor
se m anifiesta la condicin de la m ujer, eterna m enor cuya
nica posibilidad de integracin en la vida cvica es el m a
trim onio. A hora bien, A tenas ser tam bin en el siglo V el
lugar de nacim iento de u n a invencin genial, el teatro, que
fue en sus inicios u n a m anifestacin ms, ju n to con otras,
del culto a Dionisos, pero que m uy pronto iba a desarrollar
se y a convertirse en uno de los modos de expresin ms ca
ractersticos de la ciudad ateniense. D u ran te un siglo, con
Esquilo, Sfocles y E urpides como autores trgicos, sin ol
vidar a Aristfanes como au to r cmico, se desarrolla un arte
cuya m agia sigue hoy conm ovindonos. Pues bien, este tea
tro ofrece una am plia galera de personajes femeninos cu
yos papeles, no lo olvidemos, eran desem peados por hom
bres , lo cual nos obliga a tra ta r de concretar cmo fueron
las representaciones de la m ujer en la G recia clsica.
C A P IT U L O 4
El te atro , espejo de la ciu d ad
A n te todo, q u ie ro d e ja r claro lo q u e e n tien d o p o r espejo: el
espejo enva de n u ev o su p ro p ia im ag en al q u e se c o n tem p la
en l, p ero u n a im ag en q u e no es la re a lid a d . P o r eso no he
u tiliz ad o el t rm in o reflejo, ta n m a n o sea d o . In clu so c u a n
do M e n a n d ro p o n e en escena, a finales de la p o ca clsica,
a burgueses aten ien ses e n fren tad o s a p ro b lem as de h e re n
cia, d e reco n o cim ien to o de ra p to , stas no son n u n c a sit aciones q u e reflejen p o r co m p leto la re a lid a d . Y esto es m s j
ev id en te c u a n d o nos acercam o s a la tra g e d ia , q u e ex tra e de ,
los m itos el n cleo de sus in trig as. Y sin em b arg o , este te a
tro q u e v a d irig id o al p u eb lo re u n id o con o casi n de las fies
tas d e D ionisos no p u e d e p o r m enos d e e x p resar los sen ti
m ien to s d e los aten ien ses. P o r co n sig u ien te, a u n q u e no h ay -
q u e b u sc a r en el te a tro , com o a veces se h a h ech o , in fo rm a-
LA M U J E R E N LA G RE C IA C LASIC A
ciones sobre la co n d ici n real d e la m u je r aten ien se, s est
al m enos p erm itid o b u sc a r en l im g en es de la m ujer.
A.
La tragedia
E n el siglo V, A te n a s asisti al flo recim ien to del te a tro tr
gico y vio cm o d e s ta c a b a n los tres g ra n d e s au to re s: E sq u i
lo, Sfocles y E u rp id es, cuyas o b ra s ta n b ie n conocem os.
A clarem os, sin em b arg o , q u e estam o s lejos de p o seer la to
ta lid a d de las o b ras q u e se p re s e n ta b a n con o casi n de los
concursos trgicos. S in em b arg o , y a ten in d o n o s slo a los
arg u m e n to s de las m ism as, este te a tro p arec e h a b e r co n ce
d id o a las m u jeres u n lu g a r de h o n o r. L as hijas d e D n ao
en L as suplicantes, la m a d re d e J e rje s en Los Persas, C litem n e stra en L a Orestada d e E sq u ilo , D e y a n ira en L as traquinias , A n tg o n a y E le c tra en las o b ra s de su m ism o n o m b re,
de Sfocles. E n c u a n to a E u rp id es, las p ro ta g o n ista s de su
te a tro son casi ex clu siv am en te m ujeres: A lcestis, M ed ea, A nd r m a c a , H c u b a , Ifig en ia, E lectra , as com o las fenicias, las
tro y a n a s y las b aca n tes.
N o slo estas m u jeres e st n en el cen tro d e la in trig a ,
cosa fcilm en te ex p licab le p o r la referen cia a los m ito s de la
poca h ero ica, sino q u e a trav s d e las p a la b ra s q u e les p re s
ta el p o eta se nos m u e stra n sen tim ien to s y op in io n es q u e n a
die e sp e ra ra o r en A ten as. T o m em o s el ejem plo d e las Su
plicantes de E squilo: las hijas de D n a o h u y en de E g ip to y
d el m a trim o n io con sus p rim o s y v a n a refu g iarse a G recia,
d o n d e son aco g id as p o r el rey de A rgos. L os p rim ero s v e r
sos d e la o b ra son elocuentes: O ja l q u e Z eus S u p lic an te
se d igne m ira r con b en ev o len cia a este g ru p o e rra n te cuya
n ave zarp de las b ocas de finas a re n a s del N ilo. V ag am o s
E L T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D
d e ste rra d a s, lejos d el p as d e Z eus q u e lim ita con S iria, no
p o rq u e a lg u n a c iu d a d nos h a y a co n d en a d o al d estierro p o r
a lg n delito de san g re, sino in v a d id a s p o r u n a av ersi n in
n a ta h a c ia el h o m b re, p o rq u e ab o rrecem o s la b o d a con los
hijos de E g ip to y su sacrileg a d em en cia
E s u n ejem plo d e m u c h a c h a s q u e re c h a z a n el m a trim o
nio, u n ac to d e re b e ld a im p en sab le... si el p o eta no nos a c la
rase q u e es su p a d re q u ie n las h a in c ita d o a la rebelin. Y
a lo larg o d e la o b ra este p a d re a p a re c e com o el p ro tec to r,
el kyrios in d isp e n sa b le...: N o m e dejes sola, p a d re , te lo su
plico, qu es u n a m u je r sola? A res no h a b ita en ella 2. F i
n alm en te , lo q u e el p o eta c o n d en a y lo q u e ju stific a el re
chazo del m a trim o n io es el c a r c te r inciv ilizad o de los hijos
d e E g ip to y la vio len cia q u e d e m u e stra n con resp ecto a las
h ijas d e D n a o . Se c o n tin a esta n d o , p o r lo ta n to , en la ideo
loga trad icio n a l. L a m u je r no tien e ex isten cia real fu era de
la casa de su p a d re o de la de su esposo.
Si p asam o s a L a Orestada nos h allam o s an te u n p ro b le
m a m s com plejo, p u es el p erso n aje de C h t^ m n e stra es a m
biguo: es, desde luego, u n a m u jer, p ero u n a m u je r q u e re i
v in d ica el p u esto de u n h o m b re. E lla es, tras la p a r tid a de
A g am en n , la v e rd a d e ra d u e a del p alacio . Y si b ie n al co
m ienzo de Agamenn se p re s e n ta com o la fiel g u a rd ia n a del
h o g a r conyugal, d escrib e ella m ism a el d estin o de la m u jer
q u e esp era el regreso del esposo q u e se h a m a rc h a d o lejos
con claros acen to s en los q u e se m ezclan la clera y la iro
na: Q u e u n a m u je r se q u ed e en el h o g a r sin esposo, a b a n
d o n a d a , es de p o r s u n a te rrib le d esg racia. P ero si ad em s
v a n lleg an d o u n o tra s o tro m en sajero s tra y e n d o c a d a u n o
peores n o ticias q u e el a n te rio r y todos con d o lin d o se del in
fo rtu n io d e la casa... Si m i m a rid o h u b ie ra recib id o ta n ta s
h erid a s com o ru m o res al resp ecto lleg ab an a la casa p o r di-
120
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
versos m edios, su cu erp o te n d ra a h o ra m s ag u jero s q u e
u n a red. Y si h u b ie ra m u e rto ta n ta s veces com o los ru m o res
p re g o n a b a n , p o d ra eno rg u llecerse, com o u n nu ev o G eri n ,
de h a b e r ten id o tres cu erp o s y de h a b e r a rro p a d o a los tres
con el m a n to de la tu m b a , luego de h a b e r su cu m b id o u n a
vez p o r c a d a u n a de las tres form as 3. N o p o d ra rid ic u li
zarse m ejor el id eal h ero ico , y fcilm en te se c o m p re n d e la
a m a rg a re sp u e sta de A g am en n , al re b a ja r a su esp o sa a la
c ateg o ra d e las m u jeres y de los b rb a ro s: N o m e rodees
con esa m olicie, com o h ace u n a m u jer, no m e recib as com o
u n b rb a ro , con las ro d illas en tie rra y g rita n d o 4. Lo q u e
no im p id e a C lite m n e s tra d ecir la ltim a p a la b ra en el to r
neo o ra to rio q u e m a n tie n e c o n tra su esposo, as com o lo h a r
al final de la o b ra , u n a vez llev ad o a cab o el asesin ato , c u a n
do, tra s im p e d ir q u e E g isto re s p o n d a con las a rm a s a las a c u
saciones del coro, le dice: Ju n to s t y yo, y d u e o s d e este
p alacio , serem os cap aces d e re sta b le c e r el o rd en .
P ero esta m u je r ex cep cio n al, q u e reiv in d ica las a tr ib u
ciones exclusivas del h o m b re , no es u n m odelo p a r a el p o e
ta. S u d e sm e su ra ju s tific a el castig o q u e le esp era en la se
g u n d a p a rte d e la trilo g a, la m u e rte q u e recib e d e m an o s
de su hijo. Y a p ro p sito de esta in v ersi n de p ap eles e n c a r
n ad o s p o r C lite m n e stra , m u c h a s reflexiones q u e su rg en a lo
larg o de la o b ra d a n fe d e cu l d e b e ser el lu g a r de las m uY je re s, p e rm a n e c e r en el h o g ar, esp e ra n d o q u e los h o m b res
vu elv an del co m b ate , as com o de los rasg o s q u e las c a ra c
terizan : la c re d u lid a d , los ap etito s sexuales (la u n i n q u e
ju n ta los cu erp o s es v en c id a con traici n p o r el deseo d esen
fren ad o q u e se a p o d e ra d e las h e m b ra s, ta n to e n tre los h u
m an o s com o e n tre los an im ale s ), sin o lv id ar, com o ta m b i n
vim os en H eso d o , la o cio sid ad (el tra b a jo d el m a rid o ali
m e n ta a la m u je r ociosa). Y el te m a m ism o d e la ltim a p ar-
E l. T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D
121
te de la trilo g a, el ju ic io del m a tricid io llevado a cab o p o r
O restes, p e rm ite al p o e ta d e sa rro lla r, p o r boca de A polo, y
d e A te n e a d esp u s, u n a teo ra ace rca d e la p ro creac i n q u e
seg u ram e n te e ra a d m itid a en to n ces p o r todos: N o es la m a
d re, dice A polo, la q u e e n g e n d ra al q u e llam a su hijo; no es
m s q u e la n o d riz a del g erm en se m b ra d o en ella. E l q u e en
g e n d ra es el h o m b re q u e la fecu n d a; ella p ro teg e com o u n a
e x tra a al tiern o b ro te, con ta l de q u e los dioses no lo m a
logren 5. Y en ap o y o d e su tesis se p u ed e ser p a d re sin
la a y u d a de u n a m a d re , cita el ejem plo de A ten ea , la cual
p ro c la m a a su vez: N o he ten id o m a d re q u e m e tra je ra al
m u n d o . M i co raz n est, al m enos h a s ta m i b o d a, c o n sa g ra
do p o r co m p leto a l h o m b re: soy, sin reserv as, p a r tid a r ia del
p a d re 6. O re ste s es, p o r ta n to , ab su e lto del a se sin a to de su
m a d re , d e esta m u je r q u e, al m a ta r a su esposo, al d a r aco
g id a en p alacio a su a m a n te , h a v iolado la ley del m a trim o
nio, h a in v e rtid o los pap eles respectivos del h o m b re y de la
m u je r e in c u rrid o p o r ello en u n ju s to castigo.
Se p u e d e o b je ta r, sin em b arg o , q u e C lite m n e stra , la m u
j e r a d lte ra , no p o d a re p re s e n ta r a la m u je r a n te los a te
nienses del siglo V. Y si bien E sq u ilo h a u tiliz ad o razo n es
enrgicas p a r a c o n d e n a rla , Sfocles p o r su p a rte , al h ace r de
A n tg o n a la a tre v id a a d v e rs a ria d e la ra z n de E sta d o e n
c a rn a d a p o r C re o n te , nos h a d e ja d o u n a im ag en d e la m u je r
m u y d iferen te y m u c h o m s p o sitiv a. Es la n ic a q u e se a tre
ve a e n te rra r el cu erp o de su h e rm a n o , es la n ic a q u e le
h ace fren te a su ad v ersario , y lo so rp re n d e n te es c o m p ro b a r
q u e C re o n te la a c u sa no so lam en te d e h ace r caso om iso de
las leyes estab lecid as , sino ta m b i n , al hacerlo , d e co m p o r
tarse com o un h o m b re: D e a h o ra en a d e la n te y a no ser yo
el h o m b re, sino ella, si p u e d e co n seg u ir im p u n e m e n te u n
triu n fo sem ejan te 7. N o h ay n in g u n a d u d a d e q u e el te m a
122
L A M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
de la in trig a le sirve al p o eta p a r a p ro c la m a r m u y alto los
p rin cip io s de la d em o c ra c ia de Pericles fren te al p o d e r tir
nico e n c a rn a d o p o r C reo n te. T a m b i n se s u ste n ta a q u la
id ea d e que ser c iu d a d a n o consiste a n te to d o en p o d e r ta n to
m a n d a r com o ser m a n d a d o , d esp u s en c o m p o rta rse com o
u n so ld ad o leal y v alien te , y d em s de q u e u n a c iu d a d no
d eb e ser p ro p ie d a d d e u n o solo. P ero no es A n tg o n a q u ie n
m a n tie n e estas afirm acio n es fren te a C reo n te, sino H em n .
N o se p la n te a en ab so lu to la p o sib ilid a d de co n ced er a u n a
m u je r la m n im a in terv en ci n en el sistem a poltico. P o r lo
d em s, lo q u e A n tg o n a defiende en p rim e r lu g a r son los v n
culos de san g re. M erece la p e n a c ita r u n frag m e n to p a ra d a r
nos c u e n ta de q u e Sfocles, com o E squilo, tam p o co p o n a
en tela de ju ic io la im ag en tra d ic io n a l d e la m u jer. R eco r
d a n d o a su p a d re , a su m a d re y a sus h erm a n o s, con q u ie
nes ir a reu n irse en el H a d e s, A n tg o n a se ju s tific a p o r h a
berles ren d id o h o n ra s f n eb res, p a g a n d o con su v id a las d e
d ic a d a s a P olinice: Sin em b arg o , o b r d e b id a m e n te al re n
d irte estas h o n ras f n eb res, en o p in i n de to d a s las gentes
de bien. Si h u b ie ra ten id o hijos y h u b ie se sido m i m a rid o el
q u e estuviese all, p u d ri n d o se en el suelo, no h a b ra c ie rta
m e n te to m ad o e sta decisi n c o n tra la v o lu n ta d d e m i ciu
d a d . A q u p rin cip io , p u es, m e h e so m etid o ? E sc ch alo : u n
m a rid o m u e rto p o d ra su stitu irlo p o r o tro y te n e r u n hijo de
l, si h u b ie ra p e rd id o a m i p rim e r esposo; p ero u n a vez en
la tu m b a m i p a d re y m i m a d re , n in g n o tro h e rm a n o m e h a
b ra n acid o ja m s ... 8. Y m s a d elan te : N o h a b r co noci
do ni el lecho n u p c ia l n i el can to d e b o d as; no h a b r ten id o
un m a rid o com o las d e m s, ni hijos q u e crec ieran a n te mis
ojos; m as al c o n tra rio , d escien d o m ise rab lem en te, v iv a a n ,
sin m iram ien to s, a b a n d o n a d a p o r los m os, a la m a n si n
s u b te rr n e a d e los m u e rto s 9. L a im p la c a b le h e ro n a a sp i
E L T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D
123
r a b a p o r lo ta n to al d estin o co m n d e las m u jeres, y el p o e
ta e x p re sa b a u n a vez m s, al h a c e r q u e se la m e n te d e no h a
b er conocido el m a trim o n io , el se n tim ie n to de todos en lo re
lativo al lu g a r q u e las m u jeres d e b a n o c u p a r en la ciu d ad .
D e y an ira , la p ro ta g o n ista de L as traquinias, q u e m a ta a
p e s a r suyo a su esposo h acin d o le q u e se p o n g a la t n ic a im
p re g n a d a con la san g re del c e n ta u ro N eso, g racias a la cual
e s p e ra b a re c o n q u ista r su am o r, sirve ta m b i n d e ejem plo
a c e rc a d e la fu n ci n esencial del m a trim o n io en la ciu d ad .
Al com ienzo de la o b ra , c u a n d o ella desconoce a n si H e ra
cles h a salido v en ce d o r en su ltim a p ru e b a , h ace u n a o b
servacin m u y in te re s a n te ace rca de la in stitu ci n m a trim o
nial: L a ltim a vez q u e el d u e o de e sta casa, H eracles, se
fue de ella, dej u n a a n tig u a ta b lilla con in stru c cio n es in s
critas, cosa q u e n u n c a a n te s se h a b a p re o c u p a d o de h ace r
c u a n d o nos a b a n d o n a b a p a r a irse a o tro s co m b ates. Y es
q u e entonces s a b a q u e ib a cam in o d el triu n fo , y no a la
m u e rte. P o r el c o n tra rio , e sta vez, com o si y a no existiera,
h a d ejad o in d ic a d o q u bienes d e b a yo h e re d a r a ttu lo de
esposa, as com o ta m b i n la p a rte de su p a trim o n io q u e asig
n a b a a sus hijos 10. S in em b arg o , H eracles h a salid o v en
c ed o r y vuelve. P ero tra e consigo a u n a c a u tiv a d e la q u e se
h a e n a m o ra d o . D e y a n ira , a n te este hecho, finge al p rin cip io
e sta r d isp u e sta a a c e p ta r la situ a ci n , y las p a la b ra s q u e dice
p o d ra n ser las d e c u a lq u ie r m u je r aten ien se: El a m o r go
b ie rn a a los dioses segn su cap rich o , com o lo h ace co n m i
go: por q u no p u ed e h ace r lo m ism o con o tra s q u e son
com o yo? P o r lo ta n to , sera a b s u rd o p o r m i p a rte c u lp a r a
m i esposo c u a n d o p ad ec e el m ism o m al; o in clu so a esa m u
c h ac h a, con el p rete x to de q u e es la c a u sa n te de lo q u e, d es
p u s d e todo, no es ni u n d e sh o n o r ni u n d esastre u . Y m s
a d e la n te : H eracles h a p o sed o a m u c h a s o tra s: alg u n a de
124
LA M U J E R E N LA G R E C IA C LA SIC A
ellas oy de m a lg u n a vez u n re p ro ch e, u n a ofensa? 12. N o
p o d ra ju stific a rse m ejo r lo q u e era la re a lid a d c o tid ia n a de
A ten as, la p resen cia, ju n to a la m u je r leg tim a, de la pallak,
de la co n cu b in a. N o o b sta n te , D e y a n ira d esea re c o n q u ista r
a su esposo d e nuevo: A h o ra som os dos las q u e estam o s es
p e ra n d o bajo la m ism a m a n ta q u e u n h o m b re nos to m e en
sus b razo s... Y ste es el salario q u e a c a b a d e p a g a rm e el
q u e e ra p a r a m el no b le, el leal H eracles, a cam b io de h a
b e r cu id a d o su casa d u ra n te ta n to tiem p o . Y o no p u e d o cier
ta m e n te e sta r re s e n tid a c o n tra l p o r el h ech o de q u e reca i
ga con ta n ta frecu en cia en este m al. P ero p o r o tra p a rte ,
qu m u jer p u ed e te n er el v alo r d e v iv ir con esa m u c h ach a?
Q u m u je r a c e p ta ra c o m p a rtir el m ism o esposo? C o n te m
plo p o r u n lad o u n a ju v e n tu d en p len o vigor, m ie n tra s q u e
p o r o tro se m a rc h ita , y cm o la v ista se co m p lace en recoger
la flor de u n a en ta n to q u e se a p a r ta d e la o tra . T en g o m u
chas razones, p u es, p a r a te m e r q u e a u n q u e H ercales sigue
siendo m i esposo de n o m b re, sea el a m a n te de la jo v e n ...
Pero, lo rep ito u n a vez m s, in d ig n a rse no es lo q u e convie
ne a u n a m u jer razo n a b le 13. P o r eso in te n ta r c o n q u ista r
de nu ev o el a m o r de su esposo h acien d o q u e se p o n g a la t
n ica q u e ella cree q u e e st re c u b ie rta con u n filtro d e am o r,
y q u e se r m o rtal.
M e p arec e excesivo v er en el p erso n aje d e D e y a n ira el
sm bolo de las m u jeres en g a a d a s. Lo q u e nos in te re sa en
este caso es q u e el p o eta, al tra s p o n e r el m ito a la re a lid a d
c o tid ia n a d e los esp ectad o res, p re s ta a la p ro ta g o n is ta p a la
b ras q u e p o n en de m an ifiesto la fo rm a en q u e los h o m b res
y las mujeres de A ten as co n ce b an sus resp ectiv as o b lig acio
nes. L a re a lid a d q u e h em o s in te n ta d o p o n e r d e relieve en la
p rim e ra p a rte de este tra b a jo se m o s tra b a ta m b i n , y se
a c e n tu a b a , en el te rre n o d e lo im ag in ario . Y si b ien es cierto
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
125
q u e ta n to el lu g a r co n ced id o a la m u je r en la c iu d a d com o
la fid elid ad al m ito im p e d a n re tro c e d e r a los sarcasm o s de
Sim nides o a la m iso g in ia d e H eso d o de fo rm a ta n b ru ta l,
la im ag en d e la m u je r c o n tin u a b a siendo, sin e m b arg o , la
de u n ser inferior, p elig ro sa h a s ta el m x im o e in c a p a z de
do m in arse.
E sta hybris fem en in a, esta d e sm e su ra , la e n c o n tra m o s de
nuevo am p lificad a en el te a tro d e E u rp id es. N o n os q u e d a
m s rem edio q u e a b o r d a r a q u la fam o sa cu esti n d e la co
rrie n te fem in ista q u e al p a re c e r se d esarro ll en A te n a s a fi
n ales del siglo V . Los ltim o s a o s de este siglo re p re se n ta n
u n m o m en to fu n d a m e n ta l en la h isto ria del m u n d o griego
en g en eral y de A ten as en p a rtic u la r. L a g u e rra del P eloponeso en fren ta, del 431 al 404, a las p rin cip ale s ciu d ad es g rie
gas, u n a s a lia d a s a los e sp a rta n o s y o tra s a los aten ien ses.
A b u n d a n los saq u eo s, las razias y las rev oluciones in te rn a s.
E stos d es rd en es se v en inten sificad o s p o r u n a crisis q u e
vuelve a p o n e r en d u d a el sistem a de valo res de la ciu d ad ,
p rim e ro d e los valores religiosos, p ero ta m b i n de los v alo
res cvicos. Se llega in clu so a p la n te a r la ex isten cia de los d io
ses, a p o n er en tela de ju ic io los m ito s trad icio n a les. Se d is
c u te n los fu n d a m e n to s de los reg m en es polticos y de la o r
g an izaci n social 14. E n este co n tex to g en eral, q u e ta n b ien
te stim o n ia n los aco n tecim ien to s de la g u e rra del P eloponeso
re la ta d o s p o r T u c d id e s, los p an fleto s p o lticos su rg id o s de
los m edios hostiles a la d em o c ra c ia y las co m ed ias de A ris
tfanes, o c u p a u n lu g a r esp ecialm en te im p o rta n te el te atro
de E u rp id es. A u n q u e , sig u ien d o el m odelo d e sus p re d e c e
sores, el p o e ta to m a d e los g ra n d e s m ito s los te m as de sus
o b ras, los tr a ta con frecu en cia con u n a g ra n lib e rta d . Y si
b ien los dioses a p a re c e n al final de la o b ra, a p a re n te m e n te
p a r a reso lv er la co n tra d icci n q u e existe en el n cleo del con-
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LA M U J E R E N L A G RE C IA C LA SIC A
flicto trg ico 15, no p o r ello d eja d e d iscu tirse c o n sta n te m e n
te su p o d er, com o si las p asio n es h u m a n a s p rev alecie ran en
d efin itiv a so b re la v o lu n ta d de los dioses. P ues b ien, com o
las m ujeres son las p rin cip ale s p ro ta g o n ista s del te a tro de
E u rp id es, segn h em o s visto, alg u n o s h a n q u erid o v er ta m
b in al p o e ta com o u n o d e los defensores de u n a co rrie n te
fem in ista q u e al p a re c e r se d esarro ll en A ten as en el m arco
L _de e sta crtica de los valo res tra d ic io n a le s d e la ciu d ad .
C ie rta m e n te se p o d ra h a c e r u n florilegio d e citas e x tra
d as d e las d iv ersas tra g e d ia s de E u rp id es, y en to d as ellas
a p a re c e a firm a d a la m ise ria d e las m u jeres. E scoger so la
m e n te dos frag m en to s. E l p rim e ro lo p ro n u n c ia C litem n estra en Elecra. L a esp o sa de A g am en n , al ev o car las razo
nes d e su crim en , re c u e rd a las circ u n sta n c ia s del m ism o: H e
a q u q u e m e lleg a con u n a loca e n d e m o n ia d a , u n a m n a d e
(C a s a n d ra ), y la in tro d u c e en m i lecho: ram o s dos esposas
viviendo bajo el m ism o techo. L a m u je r es sen su al, no lo nie
go. P ero u n a vez sen ta d o esto, c u a n d o el esposo es c u lp ab le
y d esp recia el lecho co n y u g al, la m u je r q u ie re im ita r al h o m
b re y to m a u n a m a n te . Y en to n ces es c o n tra n o so tras c o n tra
q u ien es e stallan los rep ro ch es, y el v e rd a d e ro cu lp ab le, el
h o m b re , no recib e n in g u n a re p ro b a c i n 16. A d iferen cia de
la D e y a n ira de Sfocles q u e a c e p ta b a su su e rte y so a b a so
la m e n te con p o d e r c o n q u ista r d e nu ev o a su esposo, la C lite m n e s tra de E u rp id e s ju stific a su v e n g a n z a y se q u e ja de
ser ju z g a d a p o r no h a b e r h ech o m s q u e p a g a r a su esposo
con la m ism a m o n e d a. T a m b i n en M edea es u n a m u je r en
g a a d a la q u e la n z a su la m e n to , u n la m e n to q u e v a m u ch o
m s a ll d e su p ro p io d ra m a : D e to d o lo q u e tien e v id a y
p en sam ien to no h ay n a d a m s d ig n o d e co m p asi n q u e n o
so tras, las m u jeres. E n p rim e r lu g a r, ten em o s q u e p u ja r p a ra
co m p ra rn o s u n m a rid o q u e ser el am o de n u e stro cu erp o ,
E L T E A T R O , E SP E JO D E L A C IU D A D
127
d esg racia m a y o r q u e el p recio p a g a d o p o r ella. P ues a h re
side el m a y o r riesgo, en a d q u irir a u n o b u en o o a u n o m alo.
P a ra las m ujeres es u n a d e s h o n ra se p a ra rse del m a rid o , y
les e st p ro h ib id o re p u d ia rlo s. A l e n tra r en u n m u n d o d es
conocido regido p o r leyes n u ev as q u e no h a p o d id o a p re n
d e r en su casa, u n a jo v e n d eb e ser a d iv in a en el a rte de sa
b e r co m p o rta rse con su c o m p a e ro d e lecho. Si ella llega a
conseguirlo, si su esposo a c e p ta la v id a en co m n c o m p a r
tien d o de b u en g ra d o el yug o con ella, su v id a ser en v id ia
ble, p ero si no es p referib le m o rir. P ues u n h o m b re, cu an d o
su h o g a r le re su lta a b u rrid o , no tien e m s q u e irse fu era y
c a lm a r su d isg u sto v isitan d o a u n am igo o alg u ien d e su
ed ad . N o so tras, en cam b io , slo p o d em o s m ira r a u n solo
ser. D icen q u e llevam os en n u e s tra s casas u n a v id a ex en ta
d e peligros. Q u estupidez! P referira tres veces e s ta r a pie
firm e q u e d a r a luz u n solo hijo 17.
E s ta tira d a d e versos, co m p u e sta en A ten as en el a o 431
an tes d e J .C ., s o rp re n d e p o r sus reso n an cias m o d e rn a s. Y
no se e lim in a r n los p ro b lem as q u e p la n te a p o r re c o rd a r q u e
M ed ea, com o C lite m n e stra , es u n a crim in al, e x tra n je ra p o r
a a d id u ra . Es p ro b a b le q u e al p o n e r en b o ca d e sus h e ro
n as sem ejan tes p a la b ra s , E u rp id e s se e n fre n ta b a a las ideas
trad icio n a les, q u e su co m p asi n p o r las m u jeres e ra real.
P ero eso no im p lic a b a en ab so lu to q u e su con d ici n se so
m e tie ra a ju ic io , de la m ism a m a n e ra q u e alg u n o s p a rla m e n
tos p ro n u n c ia d o s p o r esclavos en ese m ism o te a tro de E u r
pides no su p o n a n u n a d iscu si n del sistem a esclavista. Po-_
d ram o s m u ltip lic a r las citas q u e p o n e n de m an ifiesto q u e la
m u je r segua sien d o p a r a el p o e ta p rim e ro y a n te to d o la
g u a rd ia n a del h o g ar, u n ser m e n o r d e e d a d d e p en d ien te
co m p le ta m e n te d e los h o m b res q u e la ro d ean , el p a d re , el
h e rm a n o , el esposo. A s p o r ejem plo, Ifig en ia, ex iliad a en
128
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LA SIC A
T u rid e p o r A rtem is tra s h a b e rla lib ra d o d e la m u e rte, se
la m e n ta d e v iv ir sin h e rm a n o , sin p a d re ..., a b ru m a d a p o r
las d esg racias , ... en lu g a r de c a n ta r a H e ra la A rg iv a (p ro
te c to ra del m a trim o n io ), en lu g a r de b o rd a r con m i la n z a
d e ra sobre la tela, con colores to rn aso lad o s, la im ag en d e P a
las A ten ea y de los T ita n e s ... 18. T a m b i n es el caso d e Electra , q u e se ex p resa as al d irig irse a su esposo el cam pesino:
T tienes su ficien te con el tra b a jo d e fu era, p ero yo d ebo
o c u p a rm e de las ta re a s d e la casa; al tra b a ja d o r le g u sta,
c u a n d o vuelve al h o g ar, e n c o n tra r to d o en o rd e n en su
casa
lo q u e se ve m s c la ra m e n te en la o rd e n te rm in a n
te q u e C lite m n e stra le d a a A g am en n en Ifigenia en Aulide:
V ete a d a r rd en es fu era; soy yo q u ie n d irig e la casa y se
o c u p a del m a trim o n io de m is h ijas 20.
^
P ero las h ero n a s d e E u rp id e s no son slo fieles a su co n
dici n d e g u a rd ia n a s d el h o g ar. In c lu so las q u e se m u e stra n
m s in d e p e n d ie n te s a su m e n la re sp o n sa b ilid a d d e la im ag en
tra d ic io n a l de la fem in id ad . L a m u je r re c u rre fcilm en te a
las l g rim as y a las la m en ta cio n es. P ero so b re to d o es h b il
con to d a clase d e a rtim a a s. In c lu so la in o c en te Ifig en ia es
ca p a z d e e n g a a r, y el m e n sajero q u e llega a a n u n c ia r al rey
de T u rid e la h u id a d e su p risio n e ra exclam a: Y a veis q u
p rfid a es la ra z a d e las m u jeres 21. H elen a , cu rio sam en te
re h a b ilita d a p o r el p o eta, q u e la co n v ierte en m odelo de las
m ujeres fieles y a q u e, segn l, slo fue u n a so m b ra d e s m is
m a la q u e sigui a P aris h a s ta T ro y a , re c u rre ta m b i n a la
a stu c ia p a ra h u ir de E g ip to , y M e d e a ex clam a a su vez: L a
n a tu ra le z a no nos h a c a p a c ita d o a las m u jeres p a r a h ace r el
bien; en cam b io , som os las m s sab ias artfices d el m al 22.
E l p re te n d id o fem inism o d e E u rp id e s d e ja de te n e r v alo r
c u a n d o hace d e c ir a J a s n : Ay, si todos los m o rtales p u
diesen p ro c re a r sin a y u d a d e las m ujeres!; nos ev itaram o s
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
129
as todos los m ales 23, y al h ro e positivo q u e es H ip li-1
to: O h, Zeus! P o r q u h as p u esto e n tre n o so tro s a esos se
res falsos, las m u jeres, m al q u e d e s h o n ra a la m ism a luz? Si
q u era s p e rp e tu a r la ra z a h u m a n a , no e ra n ecesario h a c e rla
n a c e r d e ellas. Slo te n am o s q u e d e p o s ita r en los tem p lo s
ofrendas de oro, p la ta o b ro n ce p esad o p a r a c o m p ra r la si
m ien te de los hijos, c a d a u n o en p ro p o rci n al d o n ofrecido
y v iv ir as, en las casas, libres de m u jeres. P o r el co n tra rio ,
em pezam os p o r arru in arn o s p a ra llevar a nuestros hogares ta
m a a d esg racia. H e a q u la p ru e b a de q u e la m u jer es u n
g ra n m al. E l p a d re q u e la h a e n g e n d ra d o y criad o le d a u n a
d o te p a r a e stab lecerla en o tra casa y lib ra rse de ella. El es
poso q u e recib e en su casa ta l p a r s ito se recrea a d o rn a n d o
el funesto dolo y se a rru in a con h erm o so s v estidos, d esd i
c h ad o d e l, co n su m ien d o poco a poco los bien es de la fa
m ilia. Slo tien e dos p o sib ilid ad es: o c a rg a r con u n a m u jer
d e s a g ra d a b le p o r la v e n ta ja q u e le a p o r ta el e m p a re n ta r con
u n a b u e n a fam ilia, o te n er u n a b u e n a esp o sa p ero cuyos p a
rien tes son p erso n as an o d in a s. E n am b o s casos se c o n tra
rre s ta el p ro v ech o con el in c o n v en ien te. L o m ejo r de to d o es
in s ta la r en su casa a u n a m u je r q u e es u n a n u lid a d , p ero
q u e es inofensiva p o r su sim pleza. O d io a la m u je r in teli
g ente. Q u e n u n c a e n tre en m i casa u n a m u je r con ideas d e
m a siad o elevadas p a ra su sexo. P u es es en las d o ta d a s de sa
b id u ra d o n d e C ip ris in fu n d e la m a y o r p erv ersid a d 24.^
El recu e rd o de H eso d o est p re se n te en estas p a la b ra s
llenas d e odio, p ero ta m b i n h allam o s en ellas co n sid eracio
nes m s a ras de suelo, m s ev o cad o ras de las re alid ad es de
la poca, q u e el te a tro cm ico v a a re c re a r de u n a fo rm a m u
cho m s co n creta. Slo q u e d a p o r d ecir q u e el p re te n d id o
fem inism o d e E u rp id e s q u e d a m u y m a lp a ra d o tra s la lec
tu r a d e este texto.
LA M U J E R E N L A G RE C IA C LA SIC A
130
Y
no p o d a ser d e o tro m odo. P ues a u n q u e los au to re s
trgicos se h a n visto o b lig ad o s a llev ar a la escena a m u jeres
excepcionales y a q u e to m a b a n los tem as de sus o b ras d e los
g ra n d e s m itos del p a sa d o , re a lm e n te estas m u jeres n u n c a
h a n d ejad o de c u m p lir im p u n e m e n te con su fu n ci n tra d i
cional. Y c u a n d o h a n q u e rid o h acerlo , h a n p u esto en u n g ra n
co m p ro m iso el o rd e n d el un iv erso . E sto es al m en o s lo q u e
c a n ta el coro en la M edea de E u rp id es: L os ros sag rad o s
v u elven a sus orgenes; el o rd e n d el u n iv erso q u e d a tra s to
cad o , as com o la ju s tic ia . L a p e rfid ia re in a en tre los h u m a
nos y se ven in v a lid ad o s los ju ra m e n to s hechos en n o m b re
de los dioses. L a fam a m e so n reir y a lu m b ra r m i destin o .
El h o n o r re to rn a a la estirp e de las m u jeres. Y a no se las des* /
/
25
p re c ia ra m as .
B.
La com ed ia
L a tra g e d ia , com o hem os visto, se in sp ira en los m itos p a ra
e x p resar los conflictos de la c iu d a d triu n fa n te ; la co m ed ia,
p o r su p a rte , se m a n tie n e m u ch o m s cerca de la re a lid a d co
tid ia n a de A ten as, h a s ta el p u n to d e q u e h a p o d id o ser u ti
liz a d a p a r a h a c e r u n a sociologa d e la c iu d a d 26. Lo q u e el
p o eta p o n e en escen a son h o m b res y m u jeres d e A ten as, in
cluso p ro c u ra s itu a r la in trig a en u n m u n d o im ag in ario (Las
aves, de A rist fan es), y c o n sta n te m e n te se in tu y e n en u n se
g u n d o p la n o los aco n tecim ien to s co n tem p o rn eo s, sobre
todo la g u e rra del P elo p o n eso q u e ta n m a ltre c h a dej a A te
n as. A ristfan es no es el n ico a u to r de co m ed ias del ltim o
tercio d el siglo V. P ero fue el q u e m s g a la rd o n e s recibi, y
p o r ello sus p rin c ip a le s o b ra s h a n lleg ad o n te g ra s h a s ta n o s
otros. P ues b ien , de las once q u e conocem os, tres p o n en en
E L T E A T R O , ESP EJO D E LA C IU D A D
131
escena a m u jeres q u e d e se m p e a n en la in trig a u n p ap el
esencial: Lisstrata , Las tesmoforias y la Asamblea de las m u jeres 27 .
E s bien conocido el te m a de Lisstrata, co m ed ia re p re s e n
ta d a en el a o 411, c u a n d o a c a b a b a de re a n u d a rs e , tras u n a
c o rta in te rru p c i n , la g u e rra e n tre A te n a s y E s p a rta . L a a te
n ien se L isstra ta p ro p o n e a las m u jeres de G recia q u e h a
g a n la h u elg a del a m o r m ie n tra s los h o m b res n o p o n g a n fin
a la g u e rra . S itu aci n b u rle sc a q u e d a pie a b ro m a s a tre v i
das m u y frecuen tes en la co m ed ia, p ero q u e en n in g n caso
d eb e en te n d e rse com o u n a d em o straci n del p o d er fem en i
no. Y de hecho , si b ien la o b ra te rm in a con u n a tre g u a g ra
cias a la accin de las m u jeres, tra s d ic h a tre g u a se im p o n e
la re sta u ra c i n clel o rd e n no slo en la c iu d a d , sino en c ad a
casa. A s lo dice L isstra ta d irig in d o se al a ten ien se y al es
p a rta n o : In te rc a m b ia d v u estro s ju ra m e n to s y v u e stra fe.
D espus, c a d a u n o d e vosotros to m a r d e nu ev o a su m u jer
y se ir 28. Es m s, A rist fan es se co m p lace p o n ie n d o en
boca de las m u jeres p a la b ra s rev elad o ras de su n a tu ra le
za: ellas son a s tu ta s , sen su ales, c o q u etas, y es esta m ism a
c o q u etera la q u e v a n a u tiliz ar: E sto es p re c isa m e n te lo
q u e nos sa lv a r , d ice L isstra ta , las p e q u e a s t n ic a s color
a z a fr n , los p erfu m es, las p e rib rid e s, la o rc a n e ta , los vesti
dos tra n s p a re n te s 29. Les g u sta el vino y los ju e g o s a m o ro
sos. P ero lo q u e d a a la o b ra sen tid o es q u e la acci n de las
m u jeres no es en ab so lu to u n a accin po ltica a p e sa r de
las ap a rie n c ia s 30. P u es las m u jeres p ie n sa n a c a b a r con la
g u e rra ap lic a n d o a la ciu d ad e n te ra u n a s a b id u ra dom s
tica , su stitu y e n d o las a rm a s p o r el h u so y la ru eca . C m o
p o d ris conseg u ir, p re g u n ta a L isstra ta el je fe d e la Boul\
a p la c a r ta n to s d es rd en es com o h a y en el p as y a c a b a r con
ellos?. A lo q u e re sp o n d e L isstra ta : D e la m ism a m a n e ra
132
L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
q u e hilam o s: c u a n d o u n hilo se nos h a en re d a d o , lo coge
m os a s y lo le v an tam o s con n u estro s husos h acia a q u y h a
cia all. D e la m ism a m a n e ra p o n d rem o s fin a esta g u e rra ,
si nos d ejan , d e s e n re d a n d o la m a d e ja p o r m ed io d e e m b a
ja d a s en v iad as ac y all 31. L a m u jer, in clu so c u a n d o as
p ira a g o b e rn a r, sigue siendo a n te to d o u n a se o ra d e la
casa, y si b ie n las m u jeres se a p o d e ra n de la A crpolis, es
en p rim e r lu g a r p a r a p o n e r a salvo el tesoro d ila p id a d o p o r
los h o m b res. P ero el e sp e c ta d o r a ten ien se d el siglo V sa b a
m u y bien q u e al final to d o vo lv era a la n o rm a lid a d , q u e el
m u n d o q u e e s ta b a p a ta s a rrib a sera e n d ere zad o de n u e
vo, y q u e las m u jeres e n c o n tra ra n o tra vez el cam in o de la
casa.
L a seg u n d a o b ra fem enina d e A rist fn es, L a s tesmoforias, nos lleva d e n u ev o a E u rp id e s. L as tesm o fo rian tes e ra n
u n a s fiestas en h o n o r d e D em ter y de su h ija P ersfone, en
las q u e p a rtic ip a b a n so lam en te las m u jeres c a sa d a s y a te
n ienses. D u ra n te los tres d as q u e d u r a b a la fiesta, n in g n
h o m b re te n a d erec h o a te n er relaciones con las m u jeres, q u e
c e le b ra b a n el cu lto de las dos d io sas con p ro cesio n es, d a n
zas, m isterio s, etc. A rist fan es im a g in a qu e, con o casi n de
e sta fiesta, las m u jeres aten ien ses h a n ju r a d o v en g arse de E u
rp id es y de los a ta q u e s pro ferid o s p o r l c o n tra las m u jeres
(cuya a m b ig e d a d hem os se a la d o ). E l p o e ta convence a
u no d e sus p a rie n te s p a r a q u e se d isfrace d e m u jer y p u e d a
de esta m a n e ra e n tra r en el s a n tu a rio de las tesm oforias. E ste
es el p u n to de p a r tid a de u n a in trig a q u e A rist fan es a p ro
vecha p a r a p a ro d ia r a E u rp id e s y b u rla rse d e l. A h o ra bien,
acaso A rist fan es, p re se n t n d o se a s m ism o com o d efen so r
de las m ujeres, to m a com o b la n co de sus b u rla s los a ta q u e s
del p o e ta trg ico c o n tra las m u jeres, su m isoginia? P e rm ta
senos d u d a rlo y d ecir q u e lim ita rse a alg u n a s f rm u las ais
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
133
la d as es q u e d a rs e slo en lo su perficial. P o rq u e in clu so tales
f rm u las tien en u n d o b le sen tid o c u a n d o se tr a ta de A rist
fanes. A s p o r ejem plo, c u a n d o la p rim e ra m u je r m an ifiesta
su in d ig n aci n al v e r a las m u jeres a rra s tra d a s p o r el b a rro
p o r E u rp id es, el hijo d e la v erd u le ra , y ex p u estas p o r su cu l
p a a to d a clase d e in ju rias , lo h ace so b re to d o p o rq u e , al
c a lu m n ia r a las m u jeres, h a d e sp e rta d o las so sp ech as d e los
m a rid o s y de esta m a n e ra ya no p o d em o s h a c e r n a d a d e lo
q u e h acam o s an tes 32, es d ecir, b eb er a esco n d id as o a b rir
la p u e rta a u n a m a n te . Y c u a n d o el p a rie n te de E u rp id es
to m a la p a la b ra p a r a d efen d erlo es p a r a d ecir q u e el p o eta
no h a d ich o to d a la v erd ad : Por q u ten em o s q u e acu sarlo
de esta fo rm a e in d ig n a rn o s p o rq u e h a rev elad o dos o tres
de n u e s tra s fechoras, c u a n d o l sab e b ien q u e son in n u m e
rab le s las m a la s acciones q u e com etem os? 33. Y e n u m e ra a
c o n tin u aci n esos in n u m e ra b le s vicios a los q u e se en tre g an
las aten ien ses, tras lo q u e concluye d icien d o q u e si E u rp i
des no h a llevado a la escen a a P en lo p e, el m odelo d e la
m u jer v irtu o sa , es p o rq u e es im p o sib le e n c o n tra r u n a sola
P enlope e n tre las m u jeres de hoy: to d as, a b so lu ta m e n te to
d as, son F ed ras 34. In c lu so la la rg a tira d a del coro q u e in
te n ta re b a tir el q u e las m u jeres sean u n azo te p a r a los h o m
b res se hace carg o a su vez p resen t n d o lo s, p o r su p u e s
to, con u n m atiz positivo de todos los rasgos q u e tra d ic io
n a lm e n te c a ra c te riz a n la im ag en de la m ujer: golosa, co q u e
ta, sen su al, la d ro n a . Y el p o e ta re d u ce esta su p e rio rid a d q u e
las m ujeres se a rro g a n a u n a sim p le cu esti n de g ra d o en su
c o m p o rta m ie n to d esh o n esto : N o se v e r a u n a m u jer, d es
p us de h a b e r ro b a d o c in c u e n ta ta le n to s al tesoro p b lico ,
lleg ar en u n c a rro a la A crpolis; el m a y o r h u rto q u e h a y a
p o d id o h ace r, u n a m e d id a d e trig o ro b a d a al m a rid o , la d e
vuelve el m ism o d a 35.
134
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASICA
El p ro b le m a se co m p lica u n poco m s en la te rc era co
m e d ia fem enina de A ristfanes. E n Lisstrata, en efecto, las
m ujeres se a p o d e ra b a n d e la A crpolis so lam en te p a r a o b li
g a r a sus m arid o s a a c a b a r con la g u e rra , y no p e n s a b a n en
n in g n m o m en to c o n tin u a r all u n a vez co n seg u id o su p ro
psito; p ero en la Asamblea de las mujeres nos h allam o s c la ra
m e n te a n te u n a rev o lu ci n p oltica: las m u jeres aten ien ses,
d isfra z a d a s de h o m b res, se h a c e n d u e a s del p o d e r e in s ta u
ra n en la c iu d a d u n rg im en co m u n ista. P ero si m iram o s con
m s aten ci n , nos d arem o s c u e n ta de q u e lo q u e ju stific a el
p o d e r fem enino se in scrib e en el m a rc o de la im ag en tr a d i
cional de la m u jer. O ig am o s a P ra x g o ra , la cabecilla q u e
p ro m u ev e la o p eraci n : Y o creo q u e d eb em o s d e ja r la ciu
d a d en m a n o s de las m u jeres, de la m ism a m a n e ra q u e en
n u e stra s casas les en co m en d am o s las funciones de a d m in is
tra d o ra s y d e sp e n se ra s... Q u e sus co stu m b res son m ejores,
es lo q u e os voy a d e m o stra r. E n p rim e r lu g a r, to d a s sin ex
cepcin m o jan sus lan as en a g u a calie n te a la a n tig u a u s a n
za, y no las veris in te n ta r c a m b ia r. A h o ra b ien, la c iu d a d
de los aten ien ses, a u n q u e se en c o n tra se b ien en la p r c tic a
de a lg u n a co stu m b re, no se c o n sid e ra ra salv a d a si no se las
ingeniase p a r a h a c e r a lg u n a in n o v aci n . E llas h ace n los a sa
dos se n ta d a s com o a n tes; llev an la c a rg a so b re la cab e za
com o an tes; c eleb ran las T esm o fo rias com o an tes; h a c e n los
pasteles com o an tes; fastid ian a sus m a rid o s com o an tes; tie
nen a m a n te s d e n tro de casa com o an tes; se b u sc a n golosi
nas com o an tes; les g u s ta el v in o p u ro , com o an tes. A ellas,
pues, oh ciu d a d a n o s, confim osles el E sta d o sin d iscu tir, y
no nos p reg u n te m o s lo q u e v a n a h ace r, sino d ejm oslas sim
p le m en te g o b e rn a r. C o n sid erem o s so lam en te esto: en p rim e r
lu g a r, q u e al ser m a d re s, p o n d r n to d o su em p e o en salv ar
a los soldados. D esp u s, en c u a n to a los vveres, q uin m e
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
135
jo r q u e u n a m a d re se los e n v ia r con m s rap id ez? P a ra co n
seg u ir d in e ro no h a y n a d a m s ingenioso q u e u n a m u jer; go
b e rn a n d o n u n c a se d e ja r e m b a u c a r, p o rq u e ellas m ism as
est n a c o s tu m b ra d a s a e n g a a r 36, T o d o s los elem entos es
t n presentes: la fu n ci n d o m stica tra d ic io n a l de la m ujer,
g u a rd ia n a del h o g a r, y sus no m en o s trad icio n a les defectos:
la astu c ia , la m e n tira , la aficin al vino y a las golosinas, la
sen su alid ad .
Q u e d a a n p o r in s ta u ra r u n sistem a co m u n ista , y P rax g o ra d e c re ta lo siguiente: D isp o n g o q u e h a y a u n a n ic a
fo rm a de vivir, com n a todos, p a r a todos la m ism a . L a tie
rra , el dinero, las p ro p ie d a d e s de to d o tip o ... to d o ser de
todos 37. M u c h a s cu estio n es se h a n p la n te a d o en to rn o a
este com unism o de la Asamblea de las mujeres. Se h a q u e ri
do v er en l u n a s tira de las teo ras q u e al p a re c e r se p ro
p a g a ro n en to n ces en A ten as, y m s c o n c re ta m e n te u n a ta
q u e c o n tra la c iu d a d id eal d e sc rita p o r P lat n en la Repbli
ca, en especial c o n tra la c o m u n id a d de m u jeres p ro y e c ta d a
p o r el filsofo 38. E n la A ten as de P ra x g o ra , en efecto, to
d as las m u jeres sern p ro p ie d a d de todos los h o m b res, con
u n a sola condicin : q u e p a r a co n seg u ir u n a m u je r bella, h ay
a n tes q u e ac o sta rse con u n a fea. P ero to d os los h o m b res se
r n com unes ta m b i n a to d as las m u jeres, en las m ism as co n
diciones. Es ev id en te q u e, al h a c e r esto, A rist fan es se b u r
la b a de todos los cread o res de u to p as. P ero no est claro a
p rio ri la relaci n en tre las m u jeres en el p o d e r y el e stab le
cim ien to de este co m u n ism o in teg ral. S ap are ce, sin e m b a r
go, c u a n d o a la p re g u n ta de su esposo: Q u clase d e v id a
d isp o n d rs? . P ra x g o ra resp o n d e: Ig u a l p a ra todos. P re
te n d o h a c e r d e la c iu d a d u n a sola casa ro m p ien d o h a s ta la
ltim a to d a s las c e rra d u ra s, de m a n e ra q u e to d o s p u e d a n ir
a casa de todos 39. P o r ello, los lu g ares d o n d e e sta b a n los
136
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
trib u n a le s, los p rtico s b ajo los q u e se d e b a ta n e n tre h o m
bres las cu estio n es im p o rta n te s, se rv ir n com o com edores.
Se co lo carn los c n ta ro s en la trib u n a d esd e d o n d e los o ra
dores a re n g a b a n al p u eb lo . D e esta m a n e ra to d a la c iu d ad
se c o n v ertir en u n in m en so oikos, cu y a g u a rd ia n a ser, p o r
su p u esto , P ra x g o ra , a la q u e a y u d a r n las d em s m u jeres.
L a o b ra a p a re n te m e n te m s rev o lu c io n aria de A rist
fanes no p u e d e in clu irse en ab so lu to , com o se ve, en el dossier d e n in g n m o v im ien to fem in ista. A n tes al co n tra rio , el
p o eta cm ico re c u p e ra to d a s las im g en es trad icio n a les de
la m u je r y las u tiliz a com o veh cu lo de su c rtic a de la d e
m o c ra cia co n te m p o r n e a . P a rtid a rio de u n slido co n serv a
d u rism o , b u sca en la fu n ci n d o m stica de las m u jeres a r
g u m e n to s fav o rab les p a r a u n re to rn o al p a sa d o con el q u e
su e a u n a p a rte d e la intelligentsia a ten ien se a l fin aliza r la
g u e rra del P eloponeso. Y com o lo q u e im p o rta a n te to d o es
h ace r rer, e n c o n tra r en las m u jeres a s tu ta s, c h a rla ta n a s,
aficionadas al v in o y al a m o r la m ejo r excusa.
A ristfanes nos ofrece, com o an tes lo h a n h ech o los p o e
tas trgicos, u n a im a g e n de la m u je r q u e no se d iferen cia
a p en a s de la e la b o ra d a p o r la tra d ic i n d esd e H o m ero y
H esodo.
L as ltim a s co m ed ias d e A rist fan es se re p re s e n ta ro n en
los p rim ero s decenios d el siglo IV, c u a n d o la p o te n cia a te
n iense ib a la n g u id ecien d o le n ta m e n te . Y a hem os v isto en la
p rim e ra p a rte de este lib ro q u e, en este p ero d o de crisis,
la condici n de la m u je r c iu d a d a n a p re s e n ta b a alg u n o s
rasgos nuevos q u e se co n so lid a r n en la p o ca h elen stica,
a u n q u e su situ a c i n no h a b a ev o lu cio n ad o d e fo rm a clara;
u n o d e ellos es u n a m a y o r in d e p e n d e n c ia econm ica, ta n
to en la m u je r p o b re , o b lig a d a a g a n a rse la v id a y e m p u ja d a
p o r ello a sa lir d e su casa, com o en la m u je r rica, q u e d is
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
137
p o n e m s lib re m e n te de su d o te, en la m e d id a en q u e el d i
n ero se co n v irti en u n criterio de in d e p e n d e n c ia social. D es
de luego no se d eb e d a r m a y o r im p o rta n c ia a estas c irc u n s
ta n c ia s ap en a s d ig n a s de d e sta c a r, q u e son sn to m a m s de
u n a crisis de lo q u e se c o n sid e ra b a tra d ic io n a lm e n te com o
c iu d a d a n a q u e d e u n a evolucin de la co n d ici n d e la m u
je r. Slo en la m e d id a en q u e este clu b d e h o m b res q u e
es la c iu d ad asiste al re s q u e b ra ja m ie n to d e sus e s tru c tu ra s ,
la posicin m a rg in a l de las m u jeres tien d e a h acerse m s re
lativ a. Se h a q u e rid o v e r u n a co n firm aci n de esta situ aci n
en lo q u e se conoce com o co m ed ia n u ev a, es d ecir, el te a tro
cm ico de los ltim o s decenios del siglo IV. P ocas o b ras de
este te a tro h a n lleg ad o h a s ta n o so tro s, si ex cep tu am o s a lg u
n as d e M e n a n d ro , el m s fam oso d e los au to re s d e la co m e
d ia nueva.
M e n a n d ro naci en A ten as h a c ia el a o 340. E s decir,
su e n tra d a en la e d a d a d u lta coincide con el m o m en to en
q u e A ten as p ie rd e d efin itiv am en te la esp e ra n z a de e m a n c i
p a rse de la tu te la de M a c e d o n ia , y ta m b i n con el m o m en to
en q u e la ciu d ad , a tr a p a d a en las lu ch as q u e e n fre n ta n a los
sucesores de A lejan d ro e n tre s, ve cm o su rg im en c a m b ia
v a ria s veces en pocos a o s. U n rg im en ce n sa ta rio im p u esto
p o r los m aced o n io s y a en el a o 322 h a b a a p a rta d o d e c u a l
q u ie r a c tiv id a d p o ltic a a m s de la m ita d de los c iu d a d a
nos. D espus se restab leci la d em o cracia , q u e fue de nuevo
re e m p la z a d a p o r u n rg im en c e n sa ta rio m enos riguroso q u e
el p rece d en te, a u n q u e C a s a n d ro , el m aced o n io , se o r e n to n
ces del P ireo y de u n a p a rte de G recia, im p u so q u e al fren te
de la c iu d ad e stu v ie ra u n d iscp u lo de A rist teles, D em etrio
de F alero , am ig o d e M e n a n d ro 40.
N o es d e e x tra a r, d a d a s las c irc u n stan cias, q u e los a c o n
tecim ientos polticos p resen te s siem p re en el te a tro de A ris
138
LA M U J E R E N L A G R E C IA CLASICA
tfanes p r c tic a m e n te no a p a re z c a n en el de M e n a n d ro , u n
te a tro q u e lleva a escen a a aten ien ses de co n d ici n aco m o
d a d a , com o lo m u e stra esp ecialm en te el im p o rte de las d o
tes co n ced id as a sus hijas, y cuyas in trig a s co n ced en u n lu
g a r im p o rta n tsim o a los sen tim ien to s am o ro so s. Los p r o ta
g o n ista s de la o b ra son la m a y o ra de las veces dos j v en es,
h o m b re y m u jer, a los q u e todo, a p a re n te m e n te , se p a ra (for
tu n a , n acim ie n to , co n d ici n ju rd ic a ), p ero q u e a c a b a r n c a
sn d o se tras u n a serie d e lances afo rtu n a d o s. E sta im p o rta n
cia co n ce d id a a los sen tim ien to s es y a re v e la d o ra p o r s m is
m a. L a m u je r y a no es slo la g u a rd ia n a d el h o g ar, la p ro
v eed o ra de hijos legtim os. Se co n v ierte a h o ra en d e s tin a ta ria de u n tiern o cari o , y los o b stcu lo s q u e se in te rp o n e n
en tre el e n a m o ra d o y la a m a d a p ro v o can d esesp eraci n o
clera.
V eam o s alg u n o s ejem plos. E n Dscolo o E l misntropo> la
o b ra m ejor co n se rv a d a de to d as las d e M e n a n d ro , el jo v e n
S strato se e n a m o ra de u n a jo v e n q u e ve ju n to a u n a g ru ta
c o n sa g ra d a al dios P an . E s ta jo v e n vive con su p a d re , u n m i
s n tro p o , av a ro p o r a a d id u ra , q u e se n ieg a a rela cio n arse
con n ad ie. El jo v e n , hijo de u n rico la b ra d o r, explica de la
sig u ien te m a n e ra sus in ten cio n es: V i a u n a jo v e n a q u y m e
e n am o r de ella. Si llam as a esto u n crim en , soy sin d u d a
u n crim in al. Q u o tra cosa p u ed o decir? Si vengo a q u no
es p a ra e n c o n tra rm e con ella, sino p a ra v er a su p a d re . P ues,
lib re com o soy p o r n acim ie n to y te n ien d o suficientes p ro p ie
d ad es p a ra vivir, estoy d isp u esto a to m a rla sin d o te, com
p ro m etin d o m e ad em s a q u e re rla s ie m p r e 41. I n te n ta r ,
con a y u d a del h e rm a n a s tro de la jo v e n , d o b le g a r al a n c ia
no, p a ra lo cu al se p o n e ro p a s d e cam p esin o y se h ace p a s a r
p o r u n m o d esto tra b a ja d o r. L a c a su a lid a d ser su alia d a ,
p ues gracias a ella a y u d a r al b u e n h o m b re a salir de un
E L T E A T R O , E SP E JO D E LA C IU D A D
139
pozo en el q u e h a b a cado, co n sig u ien d o com o re su lta d o la
m a n o de la jo v en .
T a m b i n en E l escudo el ncleo de la o b ra lo co n stitu y e
u n a in trig a am o ro sa. E l jo v e n Q u re a s est e n a m o ra d o de
u n a jo v e n q u e es ta m b i n la s o b rin a del seg u n d o m a rid o de
su m ad re. U n h e rm a n o de la jo v e n p a rti a g u e rre a r a A sia
al servicio de u n o d e ta n to s m aced o n io s q u e se d is p u ta b a n
la h e ren c ia de A lejan d ro . H e a q u u n rasg o c ara cterstico de
la poca: j v e n es am b icio so s y deseosos de h a c e r fo rtu n a se
a lis ta b a n com o m ercen ario s al servicio de u n o d e estos ge
nerales con la esp e ra n z a de vo lv er con u n a b u n d a n te bo tn .
P ero el jo v e n , C le stra to , d esap arec i d u ra n te u n a b a ta lla y
se p ens q u e h a b a m u erto . S in em b arg o , su esclavo p u d o
e sc a p a r y llev ar a A ten as el precio so b o tn qu e, l g icam en
te, fue a p a r a r a su h e rm a n a ; sta se co n v ierte, p o r consi
g u ien te, en u n a ric a h e re d e ra . A h o ra b ien , la ley aten ien se
no p e rm ite q u e la m u c h a c h a , epclera lib re, se case con
q u ie n q u ie ra . D eb e h acerlo g e n e ra lm e n te con su p a rie n te
m s cercano. E n el caso q u e nos o c u p a , el p a rie n te m s p r
xim o es u n viejo to av aro , a b so lu ta m e n te d ecid id o a h a c e r
v aler sus derech o s. T o d a la in trig a g ira r , pues, en to rn o a
la b s q u e d a d e los m edios posibles g racias a los cuales Q u
reas, su p a d ra s tro Q u e r s tra to y su esclavo D aos p u e d a n h a
cer d esistir al viejo av a ro d e su p ro p sito , h a s ta q u e la v u el
ta de aq u e l q u e crean m u e rto p e rm ita q u e los dos e n am o
ra d o s se casen. Lo q u e llam a la a ten ci n en esta h isto ria es
q u e u n h o m b re se n sa to com o Q u e r s tra to , el p a d ra s tro de
Q u re a s, h o m b re rico y re sp e ta d o , se reb ele c o n tra u n a ley
q u e c o n d en a a u n a m u c h a c h a jo v e n a casarse con u n viejo
av aro . D irig in d o se a ste, q u e es ta m b i n su h e rm a n o , le
re p ro c h a qu e q u ie ra casarse a su ed ad con u n a jo v en : S a
bes p e rfe c ta m e n te q u e la p e q u e a vive en n u e s tra casa con
140
L A M U J E R E N L A G R E C IA C LA SIC A
Q u re a s, q u e v a a to m a rla p o r esposa. M e p erm ites u n co n
sejo? T e ofrezco u n a so lucin q u e te p e rm ita no q u e d a r en
u n a situ a ci n d e sa ira d a : p u ed es q u e d a rte con to d a la h e re n
cia de la m u c h a c h a , te la cedem os; h az con ella lo q u e m e
jo r te p arezca. P ero, p o r favor, no te o p o n g as a q u e la p e
q u e a te n g a u n p ro m e tid o a d e c u a d o a su ed ad 42.
P ero ta l vez el n u ev o len g u aje u tiliz ad o p o r M e n a n d ro
con relaci n a las m u jeres se m u e stra con m s c la rid a d a n
en o tra s dos co m ed ias q u e se c u e n ta n e n tre las m ejo r co n
serv ad as: L a doncella de Santos y E l arbitraje . L a in trig a d e la
p rim e ra es y a de p o r s so rp re n d e n te , p u es el am o r, m o to r
de la m ism a, no co n ciern e slo a dos j v e n es, sino ta m b i n
a>dos ad u lto s. C risis, la d o n cella de S am os q u e d a n o m b re
a la o b ra , es la co n c u b in a d e D m eas, u n rico aten ien se. E ste
tien e u n hijo a d o p tiv o , M o sq u i n , al q u e a m a con te rn u ra .
M o sq u i n p o r su p a rte est e n a m o ra d o d e la jo v e n P lan gn, a la q u e h a co n v ertid o en su a m a n te , p ero con q u ien
p ie n sa casarse. D u ra n te la au sen cia de D m eas, q u e se h a
ido de viaje al P o n to E u x in o con el p a d re de P lan g n , las
dos m ujeres d a n a luz. P ero el hijo de C risis no sobrevive.
P lan g n , q u e tem e la c lera d e su p a d re c u a n d o ste se en
tere d e q u e h a ten id o u n hijo ilegtim o, confa su b eb a C ri
sis, q u e lo h a c e p a s a r p o r hijo suyo. D m eas est d isp u esto
a reconocerlo, p ero s o rp re n d e u n a co n v ersaci n en tre las sir
v ie n tas p o r la q u e se e n te ra de q u e M o sq u i n es el p a d re
del nio. D e a h a rra n c a el equvoco: l cree q u e su a m a n te
y su hijo ad o p tiv o se h a n b u rla d o d e l. F in a lm e n te , to d o v ol
v er a su cauce: M o sq u i n se c a sa r con P lan g n y D m eas
p e rm itir q u e C risis, a la q u e h a b a a rro ja d o de su casa,
v u elv a a ella. L o in te re s a n te d e esta o b ra es q u e los v e rd a
d ero s p ro ta g o n ista s son D m eas y C risis, es d ecir, u n a p a
reja ileg tim a, y a q u e C risis no p u e d e ser le g alm e n te la es
E L T E A T R O , ESP E JO D E LA C IU D A D
141
p o sa de D m eas p o r ser e x tra n je ra . Sin em b arg o , esp era co n
seguir q u e ste reco n o zca al n i o c o n ta n d o con q u e est e n a
m o rad o de ella, lo cam en te en a m o ra d o com o u n jo v e n . D e
hecho, c u a n d o l d e sc u b re lo q u e cree su d e sd ic h a se la m e n
ta d e la d esg racia q u e le aflige. E s cierto q u e d irig e p a la b ra s
m u y d u ra s a la m u je r q u e c o m p a rte su v id a. P ero d esd e el
m o m en to en q u e se d e sc u b re la v e rd a d , sta vuelve a ser la
v e rd a d e ra d u e a de la casa. E n c u a n to a la jo v e n , q u e tiene
un p ap el p asiv o en la o b ra , h a y q u e d e s ta c a r q u e p u e d e te
n e r lib rem en te u n a m a n te sin q u e su p a d re lo sepa. Es, d es
de luego, u n a jo v e n p o b re. P ero q u e d a claro d esd e el co
m ienzo de la o b ra q u e M o sq u i n p ie n sa c o n v e rtirla en su es
posa, y si re n u n c ia a v en g arse de las so sp ech as d e su p a d re
a d o p tiv o a list n d o se com o so ld ad o , es p o rq u e a p re c ia d e m a
siad o a su q u e rid a P lan g n .
L a tra m a de E l arbitraje es a n m s c o m p lica d a q u e la
de L a doncella de Samos. T a m b i n a q u g ira en to rn o a u n hijo
ilegtim o, pero co n ceb id o en circ u n sta n c ia s m u c h o m s d r a
m ticas, y a q u e se tr a ta de u n a violacin. C arisio y P n fila
llevan casados cinco m eses. C arisio , a la v u e lta d e u n a c o rta
au sen cia, d e sc u b re q u e P n fila h a d a d o a luz u n hijo al q u e
h a a b a n d o n a d o en seg u id a. D eja furioso su casa y se re
fugia en casa d e u n am ig o en c o m p a a d e u n a jo v e n c o rte
s a n a esclava, H a b r to n o n , cuyos servicios h a req u erid o . Sin
em b arg o , esta esclav a de C arisio reconoce e n tre los objetos
en co n trad o s ju n to a u n recin n acid o a b a n d o n a d o y recogi
do p o r u n ca rb o n e ro y su m u je r u n an illo q u e h a b a p e rte n e
cido a su am o y q u e ste h a b a p e rd id o u n a n o ch e en q u e
se c e le b ra b a la fiesta d e las T a u ro p o lia s c u an d o , estan d o
ebrio, h a b a violado a u n a jo v e n . A l final d e la o b ra se d es
cu b re, g racias a H a b r to n o n , q u e P n fila es la jo v e n q u e C a
risio viol a q u e lla noche, y q u e el n i o es hijo de am bos.
142
L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
U n a vez m s nos en c o n tra m o s a n te p erso n ajes fem eninos v a
lo rad o s p o sitiv am en te. L a c o rte sa n a H a b r to n o n es u n ejem
plo de g en ero sid ad , y g racias a ella se resuelve felizm ente el
d ra m a . P n fila p o r su p a rte se nos m u e stra , en la n ic a es
cena en q u e ap are ce, com o u n m odelo d e n o b leza y de m a g
n a n im id a d , y c u a n d o su m a rid o la a b a n d o n a al d e sc u b rir
q u e es m a d re de u n hijo q u e l cree q u e es d e o tro , ella se
n ie g a a a b a n d o n a rle a l, c o n tra v in ie n d o las rd en es p a te r
nas, c u a n d o d escu b re, sin s a b e r q u e se tr a ta del m ism o nio,
q u e l es cu lp ab le d el m ism o delito.
El te a tro de M e n a n d ro nos ofrece, pues, u n a im ag en de
la m u j ^ a l g o d iferen te d e la q u e e n c o n tra m o s en el co n ju n
to de la /literatu ra griega: co n cu b in as y co rte sa n as g en ero
sas, j y n es nobles y d e sin te re sa d a s q u e d is fru ta n a p a re n te
m e n te de u n a c ie rta lib e rta d . Es difcil d e te rm in a r si esto es
se al de u n a evolucin o resp o n d e a u n a a c titu d p e rso n al de
M e n a n d ro . Es po sib le q u e esta rev alo rizac i n de la im ag en
de la m u je r cu y a situ a ci n oficial no m u e stra , p o r o tra
p a rte , cam b io alguno: sigue siendo el p a d re o el h e rm a n o el
en c a rg a d o de su casam ien to , sus hijos son legtim os slo en
el caso de q u e ella sea aten ien se resp o n d e a u n a evolucin
d e la socied ad de la q u e slo p o d em o s a d iv in a r d e sg ra c ia
d a m e n te alg u n o s asp ecto s ya se alad o s. Es poco p ro b a b le
q u e la cond ici n de la m u je r a ten ien se h a y a ex p erim en tad o
cam bios p ro fu n d o s, ta n to en el m b ito real com o en el im a
gin ario , com o lo m u e stra el lu g a r q u e le re serv an los filso
fos y los p en sad o res polticos en sus co n stru ccio n es ideales.
C A P IT U L O 5
L a m u jer en la ciu d ad u t p ica
N o creem os q u e sea este el m o m en to de ev o car todos los p ro
blem as q u e p la n te a la u to p a g riega, esp ecialm en te sus re
laciones con los m ito s de la e d a d de oro. N os lim itarem o s a
in te n ta r ex p licar el lu g a r q u e los p en sad o res co n ced en a las
m u jeres pues de ellas tra ta m o s en n u e stro estu d io en
sus co n stru ccio n es ideales *.
H a y que co n fesar q u e desconocem os la m a y o r p a rte de
stas. T a n to de l a politeia im a g in a d a p o r u n ta l F aleas de C a l
ced o n ia com o d e la p ro p u e s ta p o r el a rq u ite c to H ip d a m o
d e M ileto, co n te m p o r n e o de P ericles, slo sab em o s lo q u e
nos dice A rist teles en el lib ro I I d e la Poltica, c u a n d o se p ro
p o n e c ritic a r los m odelos de co n stitu cio n es co nocidas, ta n
to las q u e existen re a lm e n te (E sp a rta , las ciu d ad es cre te n
ses) com o las ofrecidas p o r los tericos. E n n in g u n o de los
144
L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
dos se h a b la ni d e las m u jeres ni d e la in stitu c i n m a trim o
nial, pues el d e b a te su sc ita d o p o r A rist teles se c e n tra en el
p ro b le m a de la p ro p ie d a d y del re p a rto de la m ism a en tre
los m iem b ro s de u n a c o m u n id a d cvica 2. E n cam b io , A ris
tteles reconoce q u e la con d ici n de las m u jeres o cu p un
lu g a r im p o rta n te en el p e n sa m ie n to p la t n ico . P ero slo se
d etien e en aq u ello q u e le p arec e in a d m isib le y lleno d e p e
ligros, la c o m u n id a d d e las m u jeres en la c iu d a d d e la R e
pblica y h ace caso om iso de to d o lo q u e d e o rig in al a p o rta
el fu n d a d o r de la A ca d e m ia en este asp ecto 3.
^ " S a b e m o s q u e P la t n , d iscp u lo d e S crates y cu y a o b ra
se co m p o n e en la p rim e ra m ita d del siglo I V , co n stru y dos
m odelos de c iu d ad id eal. El p rim e ro , ex p u esto en la Rep
blica ., co n sid era cm o d e b e ra ser la c iu d a d perfecta. L a co
m u n id a d cvica e st d iv id id a d esd e u n p rin c ip io en dos g ru
pos: los tra b a ja d o re s y los g u errero s. El filsofo d eja d e in
te re sa rse m u y p ro n to p o r los p rim ero s. P o r el c o n tra rio los
g u errero s, u n a vez d e te rm in a d a su fu n ci n , c o n stitu y en el
cen tro de la p re o c u p a c i n de P la t n , y a qu e, p o r el hecho
de te n e r a su cargo la s a lv a g u a rd ia de la ciu d a d , es n ece sa
rio q u e re c ib a n u n a ed u caci n a p ro p ia d a y h ay q u e ev itar,
p o r o tr a p a rte , q u e s u rja n d esav en e n cias en tre ellos. P o r esta
ra z n , n in g u n o d e ellos te n d r n a d a q u e le p e rte n e z c a com o
p ro p io , excepto los o b jeto s de p rim e ra n ecesid ad 4. D e la
c o m u n id a d d e los bienes se p a s a con to d a n a tu ra lid a d a la
c o m u n id a d de las m u jeres. C o n tra esto se re b e la A ristteles,
no ta n to p o rq u e se relegue a la m u je r a la co n d ici n de o b
je to de p ro p ie d a d , sin o p o rq u e re c h a z a el p rin c ip io m ism o
de u n a p ro p ie d a d co m n . A h o ra b ien , a u n q u e en P la t n v an
u n id a s co m u n id a d d e bien es y c o m u n id a d d e m u jeres, sin
em b arg o las cosas no son ta n sim ples. P o rq u e el filsofo p a r
te en p rim e r lu g a r d e la fu n ci n de la m u je r en la ciu d ad
L A M U J E R E N L A C IU D A D U TO P IC A
145
ideal. Si h a y h o m b res, d ice P la t n , q u e re n e n las c u a lid a
des re q u e rid a s p a r a ser g u errero s, p o r q u no p u ed e h a b e r
ta m b i n m u jeres d o ta d a s con las m ism as cu alid ad es? D e la
m ism a m a n e ra q u e no se e n c ie rra a las h e m b ra s de los p e
rros g u a rd ia n e s en la casa com o in c ap aces de o tra cosa q u e
de p a rir y c ria r a los cach o rro s , no h ay raz n ta m p o co p a ra
o b lig ar a las m u jeres g u erreras a lim itarse slo a las a c ti
v id a d es d o m sticas 5. Es cierto q u e el h o m b re y la m u je r son
de n a tu ra le z a d iferen te. P ero si b ien esta diferen cia de c a
r c te r fisiolgico im p lica u n a cie rta in ferio rid ad de la m u jer
con relaci n al h o m b re , si el sexo m ascu lin o p rev alece a m e
n u d o so b re el sexo fem enino en to d o s los terren o s y en to d as
las especies, no es m en o s cierto q u e al e sta r las facu ltad es
re p a rtid a s p o r ig u al en los d os sexos, la m u je r e st c a p a c i
ta d a com o el h o m b re p a r a d e se m p e a r to d a s las funcio
nes 6. H a y m u jeres d o ta d a s p a r a la m ed icin a, o tra s p a ra la
m sica, o tra s p a r a la g im n asia y p a ra la g u erra; h ay incluso
m u jeres filsofas. P o r q u no p u ed e h a b e r en to n ces m u je
res a p ta s p a r a p ro te g e r la ciu d ad q u e c o m p a rtie ra n la e d u
cacin y los privilegios d e los h o m b res g u errero s?
P la t n no d u d a , p u es, de la in ferio rid ad d e las m ujeres
con relaci n a los h o m b res. P ero al a firm a r q u e e sta in ferio
rid a d no es c u a lita tiv a , sino slo c u a n tita tiv a , a d m ite la p o
sib ilid ad d e q u e las m u jeres a cc ed an en su c iu d ad id eal a
los dos m b ito s q u e en la c iu d a d real son p riv ativ o s de los
hom bres: la g u e rra y la p o ltica. E sta s co m p a e ra s de los
g u errero s, m u jeres p riv ileg iad as, e s ta r n exim id as, com o los
m ism os g u errero s, d e c u a lq u ie r a c tiv id a d q u e no sea la g u e
rra y to d as las ta re a s re la c io n a d a s con la p ro tecci n d e la ciu
d a d 7. H a r n su v id a fu era d el h o g a r, com o ellos; com o
ellos, se e n tre n a r n d e sn u d a s, ya q u e la v irtu d les serv ir
de vestidos. L a im ag en de la m u je r q u e P la t n nos ofrece
146
L A M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
en la Repblica, es, p u es, c o m p le ta m e n te d iferen te d e la de
la m u je r trad icio n a l; es, desde luego, u n a im ag en ap licab le
slo a las m u jeres del g ru p o d o m in a n te en la c iu d a d de
las o tra s, de las m u jeres de los tra b a ja d o re s , n i siq u ie ra se
h a b la , p ero q u e no p o r ello d eja de rev elarse com o co m
p le ta m e n te n u ev a. P o rq u e si b ien es ev id en te q u e P la t n se
h a servido del m o d elo e s p a rta n o p a r a d e sc rib ir a las g u e rre
ra s q u e se e n tre n a n d e sn u d a s en el g im n asio , en cam b io n u n
ca se h a h a b la d o d e m u jeres e s p a rta n a s com o g u e rre ra s y
m enos a n , excepto alg u n as rein as, com o polticas.
D e igual fo rm a, a u n q u e es vero sm il q u e el m ilag ro es
p a rta n o est p resen te , b ien q u e en seg u n d o trm in o , en la
seg u n d a p ro p u e s ta re la tiv a a las m u jeres las m u jeres de
n u estro s g u errero s se r n p ro p ie d a d to d a s d e todos , ta m
b in P la t n v a m u c h o m s all de lo q u e tal vez se to le ra b a ,
en ciertas circ u n sta n c ia s, en la c iu d a d la ced em o n ia 8. P o r
q u e e sta c o m u n id a d de las m u jeres, q u e d is g u s ta r a sus
oyentes el filsofo es co n scien te de ello , est al m ism o
tiem p o m u y v in c u la d a al hecho de q u e est p ro h ib id a a los
g u errero s c u a lq u ie r tip o d e p ro p ie d a d as com o a las p r c
ticas d e eug en esia d e stin a d a s a p e rp e tu a r la su p e rio rid a d del
g ru p o d o m in a n te . Q u e d a en esto p a te n te lo q u e la d iferen
cia d e las b ro m as d e A rist fan es en la Asamblea de las mujeres,
d o n d e la c o m u n id a d d e las m u jeres e ra sin n im o d e lib e r
ta d ab so lu ta . P ero ta m b i n est claro q u e P la t n , al h ace r
esto, in v e rta u n a vez m s las reglas b sicas de la so cied ad
aten ien se, a s e n ta d a en el m a trim o n io y la p ro p ie d a d p riv a
da. L a in stitu ci n m a trim o n ia l y a no te n a com o fin alid ad
la p ro creac i n de hijos legtim os a los q u e leg arles el p a tr i
m onio, y a q u e p a r a los g u a rd ia n e s no ex ista y a la p ro p ie
d a d p riv a d a . S in em b arg o , las relacio n es sexuales no se d e
ja b a n al aza r, y slo p o d a n n a c e r hijos legtim os de las uni-
LA M U J E R E N L A C IU D A D U TO PIC A
147
nes co n tro la d a s p o r la c iu d a d , hijos q u e seran ta m b i n p ro
p ie d a d de todos, g u errero s y g u e rre ra s 9. Slo u n a vez so
b re p a s a d a la e d a d de co n ceb ir (c u a re n ta aos p a r a la m u
je r, c in c u e n ta y cinco p a r a el h o m b re) se les d e ja r lib e rta d
p a r a la u n i n sexual: C u a n d o las m u jeres y los h o m b res h a
y an so b re p a sa d o la e d a d d e d a r hijos al E sta d o , d ejarem o s
a los h o m b res la lib e rta d d e u n irse a q u ie n q u ie ra n , excepto
a sus h ijas, sus m a d re s, las h ijas d e sus hijas y las ascen
d ien tes de sus m a d re s; d arem o s a las mujeres la misma libertad ,
e x c e p tu a n d o a sus hijos, a sus p a d re s y a sus p a rie n te s en
la ln ea d escen d e n te y ascen d e n te. P ero al m ism o tiem p o q u e
les d ejam o s esta lib e rta d , les reco m en d arem o s a n te to d o q u e
to m en to d a clase de p reca u cio n es p a r a no d a r a luz a un
solo nio, a u n q u e h u b ie se sido co n ceb id o ... 10.
V em o s as d e q u m a n e ra in tro d u c a P la t n d e nu ev o la
nocin d e leg itim id ad . Lo q u e ya no est ta n claro es cm o
en u n a c iu d a d sem ejan te, d o n d e n a d ie p o d a sa b e r de q u i n
era hijo o p a d re , se p o d ra n ev ita r las u n iones in cestu o sas.
P o r o tra p a rte , P la t n era co n scien te de tal objecin y p e n
s a b a en la p o sib ilid ad de e stab lecer m e d id as d ra c o n ia n a s
p a ra im p e d ir la u n i n d e u n p a d re con su o sus hijas, de
u n a m a d re con su o sus hijos, p e ro tales m e d id as difcilm en
te h u b ie ra n p o d id o im p e d ir el in cesto e n tre h e rm a n o s y h e r
m a n a s. Sea lo q u e fuere, lo n ico q u e re a lm e n te le im p o rta
b a e ra co n seg u ir el fin: g racias a la ex isten cia d e la p ro p ie
d a d en co m n d e b ienes, m u jeres y n i o s en tre los g u e rre
ros, la ciu d ad se v era lib re p a r a siem p re de procesos, de la
d esig u ald ad de las riq u ez as y d e los perju icio s de la p o b re
za. S era d efin itiv am en te u n a, en lu g a r d e e s ta r d iv id id a en
dos c iu d ad es en em ig as, la de los ricos y la de los p o b res.
P ero, p a r a lle g a r a este fin, P la t n lle g a b a al ex trem o de co n
ceder, si no a to d as las m u jeres al m enos a sus g u e rre ra s, un
148
LA M U J E R E N LA G R E C IA C LA SIC A
lu g a r c o m p leta m en te d iferen te al q u e les co rre sp o n d a en la
sociedad griega.
A h o ra b ien, no d eja de ser in te re sa n te c o m p ro b a r q u e
c u a n d o P lat n , al escrib ir las Leyes, se aleja del m odelo ideal
p a ra in te n ta r co n ceb ir u n a c iu d a d realizab le y re n u n c ia ex
p lc ita m e n te al co m u n ism o d e la Repblica, n o d e ja p o r ello
de m a n te n e r u n p a rtic u la r p u n to de v ista en lo rela tiv o al
lu g a r o c u p a d o p o r las m u jeres en e sta c iu d a d posible. Se d e
clara, en efecto, firm em en te en c o n tra de las p r c tic a s vig en
tes en su poca, se in d ig n a c o n tra los tracios y otros p u eb lo s
q u e'o b ^ ig an a las m u jeres a re a liz a r las m ism as ta re a s ser
viles q u e h a c e n los esclavos. E n c u a n to a n o so tro s, dice,
a m o n to n am o s to d a s n u e s tra s riq u e z a s e n tre c u a tro p a re d e s
y en ca rg am o s a las m u jeres q u e las a d m in is tre n , y q u e se
o cu p en ad e m s d e la d irecci n d e los telares y de to d o el tr a
b ajo d e la la n a n . In c lu so los e sp a rta n o s c o n d e n a n a las j
venes a la v id a d o m stica d esp u s d el m a trim o n io , a p e sa r
d e h a b e r c o m p a rtid o con los j v e n es la m ism a ed u caci n .
P ero no h ay q u e o lv id ar q u e las m u jeres co n stitu y en la m ita d
de la p o b laci n u rb a n a , c irc u n sta n c ia q u e el leg islad o r no
p u e d e p a s a r p o r alto , y m enos a n d e s c u id a r su ed u caci n .
V olvem os a e n c o n tra r, p u es, las ideas y a ex p resad as en la
Repblica rela tiv a s a la n e ce sa ria ed u ca ci n co m n d e los j
venes. P ero e sta vez se refiere a to d o s los ciu d ad an o s de
la c iu d a d cuyas leyes se e st n re d a c ta n d o , a todos los ciu
d ad a n o s, h o m b res y m u jeres. Y P la t n no u tiliz a este t rm i
no de form a casu al, y a q u e in te g ra a las m u jeres en la co
m u n id a d cvica 12. P o r co n sig u ien te, stas re c ib ir n e n tre n a
m ien to fsico y ed u ca ci n m u sic al ig u al q u e los h o m b res,
a u n q u e en la p r c tic a h a y a q u e in tro d u c ir alg u n as m odifi
caciones. N o d ejarem o s de e x ig ir co ncluye P lat n , o m s
b ien el aten ien se q u e es su p o rtav o z en el d ilogo que, en
LA M U J E R E N L A C IU D A D U TO P IC A
149
la m e d id a de lo posible, la m u je r c o m p a rta las ta re a s del
h o m b re ta n to en lo referen te a la ed u ca ci n com o en todo
lo dem s 13.
E n tre estas tareas se incluye, p o r su p u esto , la activ i
d a d g u errera. Y a hem os v isto q u e P la t n co n sid e ra b a a las
m ujeres a p ta s p a r a la m ism a. Y no es q u e stas te n g a n q u e
ir a la g u e rra ; p ero al m enos tien en q u e ser cap aces de d e
fen d er la c iu d a d en caso de a ta q u e . P ero lo q u e h ace q u e el
lu g a r de la m u je r en la c iu d a d d e las Leyes sea a n m s o ri
g in a l es q u e se le reconoce el d erec h o a u n a activ id a d p
blica, q u e existen m a g is tra tu ra s fem en in as (p rin c ip a l dife
ren cia sta con la c iu d a d de la Repblica) 14. L as m u jeres p u e
d en acc ed er d e e sta fo rm a com o in sp ecto ras d e los m a tr i
m onios, su p erv iso ras d e la ed u ca ci n d e los n i o s a los archa, a los p u esto s oficiales, p u esto s especficam en te fem en i
nos, es cierto, p ero q u e les facilitan u n a p a rc e la d e p o d e r en
la ciu d a d , q u e les p e rm ite n p a rtic ip a r con el m ism o d erech o
q u e los h o m b res en los h o n o res , e n tre los q u e d e sta c a
com o m s s o rp re n d e n te la asiste n cia a co m id as en co m n ,
sem ejan tes a los syssitia de los h o m b res, y con u n a fin alid ad
d e co n fratern iza ci n a risto c r tic a sem ejan te a la de stos. F i
n alm en te , y a u n q u e el re sta b le c im ie n to d e la m o n o g a m ia las
s it a b ajo la kyria d e sus esposos, las m u jeres tien en la p o
sib ilid ad , c u m p lien d o cierto s req u isito s, d e in ic ia r acciones
ju d ic ia le s.
D icho re stab lecim ien to del m a trim o n io com o b ase de
la c o m u n id a d cvica no significa u n re to rn o a la re a lid a d a te
niense. E l m a trim o n io , as com o to d as las d em s ac tiv id a
des llev ad as a cab o en la c iu d a d de las Leyes, est so m etid o
a u n a e stre c h a v ig ilan cia. P ero, p a ra d jic a m e n te , d ic h a vi
g ilan cia o to rg a a la m u je r u n tip o d e v id a q u e no te n a en
la re a lid a d aten ien se c o n te m p o r n e a . A s p o r ejem plo, P a-
150
LA M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
ton p rev q u e los fu tu ro s esposos p u e d a n elegirse u n o al o tro
p a ra q u e las u n io n es sean m s co n v en ien tes, y q u e se co
nozcan an tes del m a trim o n io . El am o r, en efecto, d eb e u n ir
a am b o s esposos, y slo las relaciones conyugales son con
form es a la n a tu ra le z a . F in a lm e n te , y sta es u n a a firm a
cin q u e v a en c o n tra de to d as las p r c tic a s aten ien ses, el
a d u lte rio m ascu lin o es ta n c o n d en a b le com o el de la m u jer,
y ni siq u ie ra est p e rm itid o el d isfru te tra d ic io n a l de las pallakay de las co n cu b in as. N ad ie se a tre v e r a to c a r a n in
g u n a o tra p e rso n a n a c id a lib re q u e no sea su p ro p ia esposa,
ni a se m b ra r u n a sim ien te ileg tim a en las co n cu b in as o infrtil en los v aro n es c o n tra n a tu ra le z a I5. U n a vez m s nos
^ e n c o n tra m o s al n i o en el cen tro del p ro b le m a , com o en las
leys q u e c astig an el a d u lte rio en A ten as. S in em g arg o , es
tas /disposiciones rela tiv a s ta n to a la p r c tic a d el co n c u b in a
to com o a la de la h o m o sex u alid ad v a n en c o n tra d e todas
las p r c tic a s h a b itu a le s en to n ces en la so cied ad aten ien se.
Y
su rg e la p re g u n ta in ev itab le: debem os c o n sid e ra r a
P la t n u n fem inista? S era arrie sg a rn o s d em asiad o , y p o d ra
m os e n tre sa c a r, a veces a d iv in a n d o e n tre ln eas, m u ch o s co n
ceptos que m u e stra n h a s ta q u p u n to la im ag en tra d ic io n a l
seg u a estan d o p re se n te incluso en u n p e n sa d o r ta n poco
conform ista. L as m u jeres, a p e sa r d e ser u n a m ita d de la
ciu d ad , son, sin em b arg o , seres inferiores. A u n q u e p a rtic i
p a n en la ed u ca ci n y en la v id a de la ciu d a d , ni recib en la
m ism a ed u caci n n i acced en a los m ism os pu esto s. T ie n e n
u n com etid o en la g u e rra , p ero pasiv o , y las aten cio n es q u e
la esposa recib e del esposo e st n d irig id a s so b re to d o a ase
g u ra r en las m ejores con d icio n es la p ro creac i n de hijos le
gtim os. F in a lm e n te , si bien en la c iu d a d id eal d e la Repbli
ca la m u je r g u e rre ra e s ta b a lib e ra d a d e to d a a c tiv id a d d o
m stica, en la c iu d a d seg u n d a de las Leyes la m u je r sigue
L A M U J E R E N L A C IU D A D U TO PIC A
151
siendo esen cialm en te la dspoina en oika, la se o ra de la casa.
N o es m enos cierto, sin em b arg o , q u e la m u je r o cu p a un
lu g a r a p a rte , in h a b itu a l, en la u to p a de P lat n , y q u e no es
fcil sa b e r si ello se d eb e a la o rig in a lid a d del p en sam ien to
del filsofo o ex p resa u n a re a lid a d n u e v a q u e el filsofo su p o
c a p ta r.
L a o rig in alid ad es ev id en te. B asta, p a r a co n v en cerse de
ello, con re c o rd a r a su d iscp u lo m s fam oso y ta m b i n u n o
de los ta len to s m s slidos d e todos los tiem p o s, A ristteles.
E ste no d u d a en h a c e r u n a c rtica en la Poltica de los m o
delos p ro p u esto s p o r su m aestro . H a y u n h ech o sig n ificati
vo: p r c tic a m e n te no se d etien e en las disposiciones re la ti
vas a las m u jeres, ex cep to p a r a c ritic a r la c o m u n id a d in s
ta u ra d a en la Repblica . Y c u a n d o l m ism o ela b o ra u n p ro
yecto de c iu d a d id eal, las m u jeres no a p a re c e n p a r a n a d a ,
a u n q u e h a y a d ich o p rev ia m en te, re to m a n d o la f rm u la de
su m a estro , q u e c o n stitu a n la m ita d de la ciu d ad . L a fu n
cin q u e tien e la m u je r es,-segn l, fu n d a m e n ta lm e n te d o
m stica: tiene a su carg o la co n serv aci n de los bienes a d
q u irid o s p o r su m a rid o , es tra d ic io n a lm e n te la se o ra del oikos , y su v irtu d , d iferen te d e la del h o m b re , no le p e rm ite
bajo n in g n co n cep to d e s a rro lla r a c tiv id a d a lg u n a en la ciu
d ad . Y el ejem plo de E s p a rta , cu y a d e ca d en cia se im p u ta a
la riq u e z a y a la in flu en cia de las m u jeres, viene a co n firm ar
este p la n te a m ie n to 16.
H a lla m o s de nu ev o estos tem as en u n tex to a trib u id o al
m ism o A ristteles, el Econmico, a p e sa r d e h a b e rse co m p ro
b a d o q u e no es suyo. E ste texto, fech ad o p o r los c o m e n ta
rista s en los ltim o s decenios del siglo IV, recoge en el libro
I las id eas m s im p o rta n te s d e s a rro lla d a s p o r Je n o fo n te en
su Econmico . E n l se p re s e n ta al h o m b re y a la m u je r com o
co m p lem e n tario s en el seno d e la fam ilia: L a n a tu ra le z a h a
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L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
c rea d o u n sexo fu erte y u n sexo d b il, d e fo rm a q u e u n o sea
m s d a d o a e s ta r so b re aviso p o r c a u sa de su te n d e n c ia al
te m o r y el o tro sea m s cap az, en ra z n de su v irilid a d , de
rep eler al ag reso r; q u e u n o p u e d a tra e r los bienes de fuera,
qu e el o tro cu id e de lo q u e h ay en casa; y en c u a n to al re
p a rto del tra b a jo , u n o es m s a p to p a r a llev ar u n a v id a se
d e n ta ria y carece d e la fu erza suficiente p a ra o c u p a rse de las
ta re a s d e fu era, m ie n tra s q u e el o tro , m enos d a d o a la tr a n
q u ilid a d , consigue a lc a n z a r la p le n itu d v ital en los tra b a jo s
activos. F in alm en te, p o r lo q u e co n ciern e a los hijos, los dos
sexos p a rtic ip a n en su co n cep ci n , p ero el b ien d e los m is
m os req u ie re d e c a d a u n o d e los dos p a d re s u n co m etid o p a r
ticu lar: u n o se c u id a r de criarlo s, el o tro d e ed u carlo s 17.
E n el lib ro I I I d el m ism o tra ta d o , u n a co m p ilaci n d e p o
ca ta rd a , ap a re c e la tra d ic io n a l oposicin e n tre la m u jer
co n sa g ra d a a las ta re a s d e la casa y el h o m b re , cu y a activ i
d a d est v o lc ad a p o r co m p leto fu era de la m ism a. Y se ex
h o rta im p e ra tiv a m e n te a la m u je r a o b ed ecer a su m a rid o
sin o c u p a rse p a ra n a d a d e los asu n to s d la ciu d ad 18. Se
h ace referen cia a los g ra n d e s hroes del m ito y de la ep o p e
ya, y es p o r su p u esto P enlope la q u e se p o n e com o ejem plo
de m odelo de las v irtu d e s fem en in as, m ie n tra s q u e U lises,
p o r su p a rte , se p re s e n ta com o el esposo m odelo, cap a z de
resistir a los en can to s d e C alip so p a r a vo lv er ju n to a su q u e
rid a esposa.
N o se p u ed e n eg ar, p u es, la o rig in a lid a d de P la t n con
resp ecto al p e n sa m ie n to co n tem p o rn eo . A l co n ced erle a la
m u je r u n lu g a r en la ciu d ad , ro m p a a cien cia cie rta con los
valores trad icio n a les. A caso h ay q u e ir m s lejos y su p o n e r
q u e e s ta r u p tu r a no e ra sino la ex p resi n d e u n a re a lid a d
n u e v a , p resag io d e la p o ca h elen stica, q u e P la t n su p o c a p
ta r m ejo r q u e los d em s? E s difcil decirlo. C ie rta m e n te h e
L A M U J E R E N L A C IU D A D U TO PIC A
153
m os p o d id o d e sc u b rir, al e s tu d ia r la con d ici n real de la m u
je r en la A ten as del siglo IV, alg u n o s signos de u n a m a y o r
a u to n o m a con relaci n a su fu ncin d o m stica secu lar. P ero
esta a u to n o m a se s itu a b a al m a rg e n d e la so cied ad cvica
trad icio n a l: la m u je r p o b re o b lig a d a a tr a b a ja r fu era p a ra g a
n a rse la v id a, la c o rte sa n a e x tra n je ra , alg u n a s ricas ciu d a
d a n a s . E sta s desv iacio n es con resp ecto al m odelo de la m u
je r se o ra d el oikos reflejan la ex isten cia d e tran sfo rm acio n es
en el seno de la so cied ad , d esd e luego, p ero no p o n e n en a b
soluto en tela de ju ic io la con d ici n de la m u je r en la ciu d ad .
N o so rp re n d e , p u es, q u e en estas co n d icio n es las re p re
sen tacio n es de la m u je r se h a y a n q u e d a d o a n q u ilo sa d a s en
la tra d ic i n q u e se elab o r en los inicios de la h isto ria de la
c iu d a d griega. D e d ic a d a ex clu siv am en te a las ta re a s d o m s
ticas, ex clu id a d e las decisiones p o lticas, in ferio r al h o m b re
ta n to en el te rre n o m o ral com o en el in telec tu al, llen a d e vi
cios especficam en te fem eninos com o la astu cia, la m e n tira ,
la em b riag u ez, u n a sen su a lid a d ex ac erb ad a: as se nos m u e s
tra la m u je r g rieg a a trav s de la po esa, el te a tro , el d isc u r
so poltico o ju rd ic o . Slo a veces se d ejan o r alg u n as voces
aislad as, no p a r a d efen d e rla, sino p a ra reco n o cerle alg u n as
cu alid ad e s q u e p o d ra n ser tiles a la c o m u n id ad , p a r a re
c o rd a r q u e, d esp u s d e to d o , las m u jeres c o n stitu y en la m i
ta d d e la c iu d a d y q u e sera p elig ro so h a c e r caso om iso de
esta re a lid a d . P ero es ev id en te ta m b i n lo q u e im p lica d ic h a
p reo cu p a ci n : q u e en las elab o racio n es de alg u n o s tericos
la c iu d a d h a g a n a d o la p a r tid a d efin itiv am en te a la a n tig u a
e s tru c tu ra fa m ilia r del oikos, en la q u e la m u je r o c u p a b a u n
lu g a r m u y preciso. N o es u n a c a su a lid a d el h ech o d e q u e P la
tn, c re a d o r d e u n a c iu d a d to ta lita ria , sea ta m b i n el p r i
m ero en o to rg a r a las m u jeres u n lu g a r en la ciu d ad . Y as
com o las reflexiones so b re la c iu d a d y el c iu d a d a n o a p a re
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L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
cen en el m o m en to en q u e la c iu d a d a n a g rieg a se v aca de
su co n ten id o real, as ta m b i n es a h o ra c u a n d o la m u je r d eja
de ser co m p eten c ia exclu siv a del m b ito p riv ad o p a r a co n
v ertirse, p a r a alg u n o s tericos, en p a rte in te g ra n te de la ciu
d a d , y c u a n d o a p a re c e sim u lt n e a m e n te en el len g u aje j u r
dico y en el d iscu rso filosfico, com o signo co n creto de d i
ch a in teg raci n , el t rm in o politis, fem en in o d e polites, q u e
h ace d e la m u je r g rieg a, v e rb a lm e n te a l m en o s, u n a ciu
dadana.
C O N C L U S IO N
U n a vez fin alizad o este reco rrid o a trav s de la lite ra tu ra
griega, qu con clu sio n es p o d em o s sa c a r en lo relativ o a la
condicin de la m u je r g rieg a y a la fo rm a en q u e los m ism os
griegos p e rc ib a n d ic h a condicin? L a p rim e ra es d e u n a evi
d en cia irrefu tab le: el m u n d o g riego a n tig u o es a n te todo un
m u n d o de h o m b res, y la v id a p b lic a del h o m b re griego se
m ueve en tre dos polos, la g u e rra y la p o ltica. D esd e la po
ca de los hroes h a s ta la de A lejan d ro son los h o m b res q u ie
nes h ace n la g u e rra , y es sta la q u e tien e en sus m an o s el
d estin o de las ciu d ad es, la evolucin de las so cied ad es,, las
heg em o n as y las d eca d en cia s. C o n ta r la h isto ria del m u n d o
griego es c o n ta r u n a h isto ria q u e tien e com o nicos p ro ta
g onistas a los h o m b res, u n a h isto ria re la ta d a p o r h o m b res
p a ra h o m b res.
156
LA M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
D esde luego la m u je r no es algo in til en este m u n d o de
h o m b res. El h o m b re no p u e d e rep ro d u c irse sin su a y u d a ni
a s e g u ra r la tra n sm isi n de su p a trim o n io y la c o n tin u id a d
de la ciu d ad . Y a u n q u e es p osible im a g in a r u n a re p ro d u c
cin a s e x u a d a en el m u n d o del m ito o la ley en d a, en el m u n
do real h ay q u e c o n ta r con lo q u e hay : es en el v ie n tre de
la m u je r d o n d e se d e sa rro lla la sim ien te m a scu lin a. P ero este
m al necesario e s ta r m a rc a d o p a r a siem p re de u n estig
m a negativ o . E n la c iu d a d de los h o m b res se sit a a la m u
je r al la d o de to d o aq u ello q u e p o n e en peligro el o rd e n es
tablecido: lo salvaje, lo in m a d u ro , lo h m e d o , lo b rb a ro , lo
som etido, lo tira n iz a d o r.
A h o ra b ien, al p a s a r del m u n d o de las rep resen tacio n es
al m u n d o real, no se p u e d e o b v ia r el h ech o d e q u e las m u
je re s co n stitu y en la m ita d d e la ciu d ad . E s n ecesario , p o r
consiguien te, con ced erles u n lu g a r d e n tro d e la so cied ad , y
es as com o el m a trim o n io se co n v ierte en u n o de los fu n d a
m en to s de la le g itim id ad cvica. S in em b arg o , y a hem os vis
to q u e la in stitu ci n m a trim o n ia l no recib i n u n c a la san cirj ju rd ic a q u e s le h a n o to rg ad o o tra s sociedades. El m a
trim o n io sigue sien d o u n a c to p riv a d o q u e u n e dos casas,
a u n q u e so b re l se fu n d a m e n te la leg itim id ad . D eb em o s, no
o b sta n te , h a c e r dos o bservaciones: p o r u n lad o , el m u n d o
griego de la p o ca clsica no lleg n u n c a a e la b o ra r u n d e
rech o c o m p a ra b le a lo q u e ser el d e re c h o ro m a n o d e la p o
ca im p erial. D e a h las d ificu ltad es con las q u e se en fren ta
el h isto ria d o r q u e tr a ta d e re c o n s tru ir ra c io n a lm e n te u n d e
rech o griego e in clu so un d erec h o aten ien se. P ero p o r o tro
lado, n o es m en o s cierto q u e, al m en o s en A ten as y a p a r tir
d el siglo IV, se elab o r u n a legislacin a la q u e re m itirse a n te
los trib u n ales, legislacin q u e re g la m e n ta b a la tran sm isi n
de bienes en el seno de la fam ilia y d e n tro del m a rc o de las
C O N C L U SIO N
157
co stu m b res m a trim o n ia le s a n tig u a s, el d estin o d e la m u jer
v iu d a , d iv o rc ia d a o jo v e n h ered e ra . A los aten ien ses les com
p laca, sin d u d a alg u n a , h a c e r re m o n ta r e sta legislacin a So
ln e incluso a D ra c n , y no se excluye la p o sib ilid ad de q u e
alg u n as disposiciones se h a y a n ela b o ra d o d esd e los co m ien
zos de la ciu d ad . P ero , p o r lo q u e se d ed u ce, p o r ejem plo,
d e los aleg ato s de los o rad o res d e finales del siglo V y del
IV, p arec e claro q u e el d erech o es el re su lta d o de p r c tic a s
m s o m enos h a b itu a le s q u e se h a n ido co n v irtien d o poco a
poco en ley.
G racias a todo lo a n te rio r se h a p o d id o d e sc rib ir cu l era
la condicin de la m u je r aten ien se, a u n q u e siguen ex istien
do n u m e ro sas lag u n as. P ero , qu su ced e con las d em s? A
p e sa r de c o n ta r con alg u n o s d a to s e x tra d o s d e a q u y d e
all, la m a y o ra d e las veces h em o s d e co n fesar n u e s tra ig
n o ra n c ia al respecto. D ejem os d e lado, com o u n a excepcin
q u e es, el caso de E s p a rta , y ta l vez el d e c iu d ad es cretenses
com o G o rtin a , cuyas in scrip cio n es a p o rta n a lg u n a luz sobre
la o rg an iz aci n fam iliar, y so b re to d o so b re la tran sm isi n
y le g itim id ad de los bienes. P o r lo q u e resp ecta al resto del
m u n d o griego, slo se p u e d e n ofrecer h ip tesis.
P ero nos q u e d a n las im g en es, las q u e a d o rn a n las p a
redes d e los vasos, las q u e ev o can las fig u ras d e las diosas
v e n e ra d a s p o r d o q u ie r, las m s m o d e stas de los relieves fu
n e ra rio s o d e las tu m b a s . El m u n d o griego e ra u n conglo
m e ra d o de p u eb lo s y de ciu d ad es y c a d a u n o de ellos te n a
sus p ro p ia s leyes y sus p ro p ia s co stu m b res. P ero to d as ellas
te n a n en co m n u n a c ie rta concepcin del h o m b re y de lo
divino. B a sta leer a H e ro d o to p a r a co n v en cerse d e q u e, fren
te al m u n d o b rb a ro , los griegos fo rm a b a n u n c o n ju n to de
pueblos q u e se reco n o ca en u n m ism o sistem a de valores,
valores q u e los aedos h a b a n ido e la b o ra n d o d esd e los o r
158
LA M U J E R E N L A G RE C IA C LASIC A
genes de la c iu d a d g rieg a. Es cierto q u e la c iu d a d h a b a in
tro d u c id o elem en to s p e rtu rb a d o re s en el seno de los valores
aristo crtico s. P ero am b o s tipos de v alo res, los nuevos y los
an tig u o s, se fu n d a n en u n o p a r a h a c e r de la fam ilia en el
seno d el oikos el fu n d a m e n to de la so cied ad . U n a fam ilia a
la vez d iferen te y c e rc a n a a la q u e n o so tro s conocem os. D i
ferente p o rq u e , a u n q u e la m o n o g a m ia era la n o rm a casi ge
n eral, no p o r ello q u e d a b a ex clu id a la ex isten cia de co n cu
bin as y de hijos ilegtim os en el seno del oikos. P ero c erc an a
en el sen tid o de q u e los vnculos q u e u n a n a m a rid o y m u
je r, a p a d re s e hijos, no e ra n slo ju rd ic o s, y a q u e e sta b a n
p resen tes sen tim ien to s com o el afecto, los celos o el re sen ti
m iento. N o es u n a co in cid en cia el h ech o d e q u e los m itos
griegos se h a y a n u tiliz ad o d esd e este p u n to d e v ista p o r
aquellos q u e e s c ru ta n los m isterio s d el alm a, psiclogos y
psico an alistas.
Q u e d a u n ltim o p ro b le m a q u e hem os a b o rd a d o slo su/pgffi^ialm ente, el de la sex u alid ad . C reo q u e h a y q u e d es
p re n d e rse de la a b s u rd a conviccin de q u e a los griegos no
les g s ta b a n las m u jeres . P o rq u e a u n q u e existe, y a lo h e
m os visto, u n a tra d ic i n m is g in a en el p e n sa m ie n to griego,
a u n q u e ad em s to d o lo q u e se h a d ic h o y escrito so b re la p e
d e ra s ta o la h o m o sex u alid ad g rieg a se b a s a en ev idencias,
no es m enos cierto q u e los griegos de la A n tig e d a d eran
h o m b res com o los d em s, y q u e las m u jeres no e ra n slo
p a ra ellos m eras re p ro d u c to ra s n ecesarias p a r a la su p e rv i
vencia d e la especie, sino ta m b i n seres a tra c tiv o s, sed u cto
res, am ab les, objetos de p la c e r p ero ta m b i n d e p asi n a m o
rosa. T a l vez A fro d ita no era g rieg a d e n acim ien to . N o p o r
ello se le n e g a b a u n lu g a r im p o rta n te en el p a n te n de los
griegos, y las co rte sa n as no e ra n las n icas en re n d irle cul
to. E sto no q u ita n a d a a la o rig in a lid a d d e la con d ici n fe
C O N C L U SIO N
159
m e n in a en el m u n d o griego; so lam en te in v ita a ser p ru d e n
tes c u a n d o se a b o rd a u n te m a com o ste.
Y
llegam os al final. L a m u jer, d e sp ro v ista d e e s ta tu to p o
ltico p erso n al, est c o n sid e ra d a com o u n a m e n o r en el m u n
do de las ciu d ad es griegas. Y seg u ir siendo u n a m e n o r h a s
ta el final d e la p o ca clsica. P ero com o g a ra n tiz a la re p ro
d u cci n d e la c iu d a d al d a r a su esposo hijos legtim os, la
m u je r c iu d a d a n a o c u p a en la so cied ad cvica u n lu g a r es
pecial q u e p a ra d jic a m e n te se h a r m s firm e a m e d id a q u e
los valores polticos v a y a n d e b ilit n d o se en la ciu d ad . E n
c u a n to a las d em s m u jeres, aq u ellas q u e p o r n acim ie n to o
p o r o tra raz n e s ta b a n m a rg in a d a s de la ciu d ad , no e sta b a n
ni m ejor ni p e o r c o n sid e ra d a s q u e las o tra s categ o ras de
m a rg in a d o s. E n re su m id a s c u en tas, es in te re sa n te reco n o cer,
al t rm in o d e u n e stu d io so b re la m u je r grieg a, lo q u e sigue
siendo lo esencial d e la civilizacin griega: la C iu d a d .
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IV
A P E N D IC E I
H edna, phern, p ro ix: el p ro b lem a de la dote en la
G recia a n tig u a
La dote aparece en la poca clsica como uno de los elementos
del matrimonio griego: es la proix que el padre de la joven entrega
a su futuro yerno. Pero ste slo goza el usufructo. Si por alguna
razn llega a repudiar a su mujer, sta recupera normalmente su
dote. Para ello, el kyrios de la mujer impone sobre los bienes del
marido una hipoteca. Si la mujer muere antes que su esposo y si
deja hijos varones, la dote pasa a formar parte del patrimonio fa
miliar y revierte en los hijos. Si por el contrario muere sin haber
tenido descendencia, la dote vuelve normalmente a su oikos de ori
gen. N o es difcil imaginar que dichas prcticas provocaron segu
ramente numerosas protestas. Gracias a ellas y a los procesos a
que dieron lugar conocemos nosotros el sistema de dote atenien
se
Pero hay una evidencia indiscutible: la mujer no era propie
taria de su dote y no poda disponer libremente de ella, cosa que
segn el testimonio de Aristteles no suceda en Esparta. En
164
LA M U J E R E N L A G RE C IA CLASICA
Gortina, la dote representaba la parte de la herencia que recaa
sobre la joven, por lo que sta tena la propiedad absoluta de la
misma. N o sabemos gran cosa de las dems ciudades, pero pode
mos suponer que, en general, el sistema funcionaba como en
Atenas.
En cuanto al siglo IV, perodo para el cual contamos con da
tos numricos, la dote poda estar formada tanto por bienes races
como por dinero en metlico, objetos preciosos, joyas, vestidos. Al
gunos autores piensan que el ajuar con el que la joven entraba
en la casa de su esposo no se contabilizaba como parte de la dote 2.
Las pruebas aportadas no son del todo convincentes. Pero es di
fcil pronunciarse sobre este punto. Es evidente que un ajuar rico
aumentaba de hecho, si no de derecho, el valor de la dote, lo que
explica que algunos pleiteantes tengan inters en valorarlo y otros,
por el contrario, en silenciarlo. En todo caso, no parece que haya
llegado a constituir un elemento distintivo que, como algunos han
supuesto, habra sido denom inado con l trmino de phem 3. Ms
bien parece, en efecto, que phem es sobre todo un trmino poti
co, que a menudo encontramos en las obras de los trgicos. No
obstante, fuera de Atenas y a partir de la poca helenstica, llega
r a ser de uso comn para designar la dote, lo que explica que
ambos trminos hayan podido confundirse en una misma de
finicin.
Ya hemos dicho que la dote era uno de los elementos consti
tutivos del matrimonio. Quiere esto decir que era necesaria para
asegurar la validez del mismo? Los importes de las dotes que co
nocemos se escalonan entre quinientas dracmas y tres talentos
(dieciocho mil dracmas), lo que representa un amplio a b an ico4.
Pero las investigaciones que han podido realizarse sobre el por
centaje que representaba la dote con relacin al patrimonio fami
liar, bien es verdad que basadas en datos fragmentarios, prueban
que dicho porcentaje era enormemente variable: veinte por ciento
e incluso tal vez ms en algunos casos, menos de cinco por ciento
en otros, ya que la cuanta de la dote no dependa necesariamente
de la fortuna. Sea lo que fuere, un hombre que poda entregar a
A P E N D IC E I
165
su hija una dote de quinientas dracmas tena que poseer l mismo
un patrimonio de al menos dos mil dracmas. Si tenemos en cuen
ta que, en el ao 322, doce mil de los veintin mil atenienses con
los que entonces contaba la ciudad tenan un patrimonio cuyo va
lor era inferior a dicha suma, estamos tentados de pensar que la
dote no era obligatoria, y que especialmente los ms pobres casa
ban a su hija proikos, sin dote. Sabemos no obstante que, en al
gunos casos, se ocupaba de dotar a las hurfanas de guerra. Tam
bin se poda contar con la generosidad de parientes o amigos
para dotar a una joven pobre. Finalmente, la ley prevea que la
muchacha heredera de una fortuna pequea recibira de su pa
riente ms prximo, si ste se negaba a casarse con ella, una dote
proporcional a la fortuna de dicho pariente 5. Por consiguiente, la
dote estaba bastante generalizada, y por ello constitua una prue
ba evidente de la legitimidad de una unin.
Pero se plantea entonces el problema del origen de esta cos
tumbre, y, como consecuencia de ello, el problema de su signifi
cacin real. En los poemas homricos, en efecto, slo en dos oca
siones se hace referencia a los proix (Odisea X II I , 15; X V II, 413),
y el significado del trmino es el de regalos, sin relacin alguna
con el matrimonio, y este trmino designa tanto los regalos que el
futuro esposo entrega al padre de la joven, como los bienes con
cedidos por el padre de sta a su futuro yerno. Gomo ha sealado
J. P. Vernant 6, este doble significado del trmino hedna es una
prueba de que el matrimonio no se ha institucionalizado todava
como prctica social. A s por ejemplo, asistimos en la Ilada al ofre
cimiento que hace Agam enn a Aquiles, para conseguir que vuel
va al campo de batalla de los aqueos, de una de sus hijas junto
con abundantes regalos (Ilada, IX , 132 ss.) que pueden conside
rarse como el equivalente de una dote, a pesar de que l mismo
no exija de su futuro yerno los hedna tradicionales, es decir, los pre
sentes que el pretendiente debe ofrecer normalmente al padre de
la joven. De igual forma, el hroe troyano Otrinoeo que combate
junto a Pramo le pide a su hija anednos, sin hedna, pero con la pro
mesa de realizar una gran hazaa (X III, 365 ss.). Pero precisa
166
L A M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
mente el hecho de que se insista en la ausencia de los hedna prue
ba que estamos ante casos excepcionales que se justifican por el
valor del hroe (Aquiles) o por los servicios que puede ofrecer
(Otrinoeo). La prctica habitual para quien quiere unirse en ma
trimonio con la hija de un hroe es el ofrecimiento de los hedna3
regalos que consisten en objetos preciosos (trbedes, joyas), cabe
zas de ganado o esclavos. Pero acaso se puede hablar, como a ve
ces se ha hecho, de matrimonio por compra? La frmula ha sido
muy criticada por M. I. Finley 7: la nocin misma de compra
que supone un equivalente es desconocida en el mundo ho
mrico. Los intercambios se hacen sobre la base de entrega y re
cepcin de regalos, y dependen no del valor de los productos in
tercambiados sino de aquellos que practican el intercambio. El de
las mujeres responde a los mismos principios, y la presencia o la
ausencia de hedna est en funcin del valor respectivo de las fami
lias que participan en l. Si Agamenn ofrece a su'hija sin hedna
es porque en el intercambio establecido con Aquiles el valor de
ste es superior al suyo. Pero la mayora de las veces es la situa
cin inversa la que prevalece: el joven que quiere conseguir la
mano de la hija de un hroe, o de la supuesta viuda de un hroe
en el caso de Penlope, debe ofrecer regalos a aquel cuyo valor es
superior al suyo. Esto viene tambin a justificar el empleo del mis
mo trmino para designar tanto los dones que ofrece el preten
diente a su futuro suegro como los bienes entregados por el padre
de la joven a su futuro yerno. Este ltimo empleo es desde luego
ms raro. Pero no es necesario para justificarlo imaginar interpo
laciones tardas, as como tampoco suponer que la coexistencia de
las dos prcticas en apariencia opuestas refleja una evolucin tar
da. En realidad ambas prcticas son una muestra, como ya se ha
visto, de un sistema de valores, el de la sociedad aristocrtica de
los poemas, y no existe entre ellas y la proix de la poca clsica
una relacin directa.
Esta ltima se inscribe, en efecto, en el marco del sistema c
vico. N os gustara poder precisar el momento en que se imponen
los valores cvicos, pues es entonces cuando la proix sustituy en
A P E N D IC E i
167
cierta forma a los hedna. Desgraciadamente poseemos slo pocos
indicadores. Nos ocuparemos de dos de ellos. El primero hace re
ferencia al matrimonio de la hija del tirano Clstenes de Sicin,
matrimonio que podemos localizar con toda verosimilitud en la
primera mitad del siglo VI. Ya se ha dicho que este matrimonio
remita a las prcticas de la poca heroica: Agarista fue consegui
da por el ateniense M egacles al trmino de un agn, de una lucha
entre los pretendientes, que dur un ao entero. Cuenta Herodoto que a la corte del tirano acudieron todos los jvenes nobles que
haba en Grecia, quienes rivalizaron entre s tanto por sus haza
as como por los presentes ofrecidos 8. El segundo es una indica
cin de Plutarco en la Vida de Soln. Segn sta, parece ser que el
legislador ateniense prohibi las dotes y decidi que la desposa
da slo llevara consigo tres vestidos, objetos de poco valor y nada
ms. N o quera que el matrimonio se convirtiese en un negocio lu
crativo y un comercio 9. Es de todos conocido que Plutarco ha
novelado en bastante medida las Vidas de sus hombres ilustres.
Sin embargo, lo que hace es recoger tradiciones que no pueden re
chazarse pura y simplemente. Y la medida que l atribuye a So
ln se inscribe en un conjunto de medidas suntuarias destinadas
a hacer ms real la igualdad entre los miembros de la comunidad
cvica, sin perjudicar por ello la propiedad. Sealemos tambin
que Plutarco emplea el trmino de phem en lugar de proix .
Tal vez nos sea ms fcil, con estos datos, intentar alguna ex
plicacin. El matrimonio de Agarista no nos remite solamente a
la poca heroica. Es tambin el reflejo de una realidad: que en el
siglo VI la institucin matrimonial no estaba an consolidada ni
se rega por las reglas que adoptar en la poca clsica. El hijo
de Agarista no es otro que Clstenes, el legislador ateniense, el fun
dador de la democracia. Y tenemos otros ejemplos de uniones pa
recidas entre miembros de la aristocracia ateniense y extranjeras
nobles. En realidad, slo a partir del 451, ao de la famosa ley de
Pericles, las nicas uniones legtimas sern las que se lleven a cabo
entre un ateniense y la hija de un ateniense. No obstante, la me
dida atribuida por la tradicin a Soln nos permite pensar que de
168
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LA SIC A
hecho, y exceptuando a algunos miembros de las viejas familias
aristocrticas, la mayora de los atenienses se casaban sometin
dose a las normas de la comunidad. Ahora bien, esta comunidad
es, tericamente al menos, una comunidad isonmica, una com u
nidad de iguales. Por consiguiente, el intercambio de regalos ya
no tiene razn de ser en las relaciones entre miembros de dicha
comunidad. Por otro lado, la costumbre del reparto de los patri
monios, que al parecer funcionaba desde comienzos del siglo VI,
hasta el punto de habrsele atribuido a veces el origen de la crisis
agraria que afecta a Atenas en vsperas del arcontado de Soln,
tal vez desempe un papel importante, ya que la dote constitua
una especie de compensacin que permita mantener el equilibrio
en el rgimen de la propiedad. Lo que explicara a la vez las me
didas tomadas para evitar que dotes dem asiado considerables lle
guen a romper dicho equilibrio, pero tambin el cometido que los
autores antiguos atribuan a las dotes, a las que consideraban un
elemento determinante en la evolucin de los bienes races. Final
mente, no hay ninguna duda de que la dote se inscribe en un sis
tema de evaluacin de los bienes que nos remite una vez ms, al
menos por lo que Atenas se refiere, al siglo VI.
A P E N D IC E I I
L a m u jer griega y el am o r
Qu lugar ocupaban el amor y la sexualidad en la vida de la mu
jer griega? Es una pregunta de difcil respuesta. Por un lado, los
griegos eran menos discretos que nosotros en todo lo referente a
la sexualidad. La representacin de los rganos sexuales masculi
nos y femeninos era algo corriente, como lo atestiguan pinturas
de vasos y esculturas. Algunas fiestas religiosas en honor de Dionisos se acompaaban de una procesin flica, y las mujeres ha
can pasteles en forma de rganos sexuales masculinos y femeni
nos para drselos en ofrenda al dios. El carcter licencioso de al
gunas bromas en el teatro de Aristfanes y en la comedia en ge
neral es un ejemplo elocuente de que no haba ninguna prohibi
cin que impidiera las alusiones a las diferentes manifestaciones
de la sexualidad.
Pero si bien los griegos hablaban del amor fsico con una total
franqueza, eran menos locuaces en lo relativo al sentimiento amo
roso. M s an, si alguna vez accedan a hablar de ello, era casi
170
LA M U J E R E N LA G RE C IA C LASIC A
siempre para evocar los vnculos que unan a parejas del mismo
sexo. Y esto no slo por lo que se refiere a los hombres, sino tam
bin a las mujeres. N o olvidemos que la nica expresin de un sen
timiento amoroso procedente de una mujer que ha llegado hasta
nosotros se la debemos a Safo, la famosa poetisa de Lesbos, que
dedicaba versos encendidos de pasin y de deseo a sus jvenes
compaeras I0.
Antes de determinar el lugar que tena el amor en la vida de
las mujeres griegas, es necesario interrogarse sobre la importancia
que pudieron tener en el mundo griego las relaciones homosexua
les. Partiremos de un texto muy conocido, el Banquete de Platn,
cuyo tema es precisamente el amor. U no de los participantes en
el dilogo es el poeta cmico Aristfanes, que interviene en el de
bate de forma burlona recordando que en una poca pasada exis
tan tres epecies de humanos: el varn, la hembra y el andrgino.
Estos humanos tenan una forma extraa, redonda, con la espal
da y los costados redondeados, cuatro manos, cuatro piernas, dos
caras completamente parecidas sostenidas sobre un cuello redon
do, y sobre estas dos caras opuestas entre s una sola cabeza, cua
tro orejas, dos rganos genitales y todo lo dems en la misma pro
porcin H. Estos singulares seres humanos quisieron atentar con
tra los dioses, y Zeus, para castigarlos, los cort en dos. Pasemos
por alto los detalles de esta operacin quirrgica, pero deteng
monos en las consecuencias: desde ese momento, cada cual suea
con encontrar de nuevo su mitad; dicho de otra manera, todas
las mujeres que son una mitad de una hembra primitiva no pres
tan ninguna atencin a los hombres y prefieren interesarse por las
mujeres... Los que son una mitad de varn se interesan igual
mente por los varones, y cuando llegan a la edad viril aman a
los muchachos, y si se casan y tienen hijos, no es por seguir una
inclinacin de la naturaleza, sino porque estn constreidos por
la ley. Solamente los hombres que son una mitad de aquellos
seres compuestos de dos sexos que se llamaban andrginos aman
a las mujeres, as como tambin todas las mujeres que aman a
los hombres 12.
A P E N D IC E I I
171
Es evidente que para el poeta cmico, al menos tal como se
expresa en el dilogo de Platn, slo la relacin homosexual es
una relacin normal; la otra, la que une al hombre y a la mu
jer, deriva de esos seres hbridos que son los andrginos. Poco im
porta saber si Aristfanes dijo alguna vez tales palabras. Pero el
hecho de que estn presentes en el dilogo atestigua que los grie
gos no consideraban la homosexualidad como una desviacin con
respecto a una sexualidad normal.
El problema de la homosexualidad griega ha sido objeto de es
tudios recientes, todos los cuales ponen de relieve el carcter so
cial de un comportamiento sexual 13. La parte fundamental de di
chos trabajos se centra, por supuesto, en la homosexualidad mas
culina. Los testimonios sobre la homosexualidad femenina son, en
efecto, escasos, y si exceptuamos los poemas de Safo y algunas pin
turas de vasos, estamos muy mal informados sobre un fenmeno
a cuyo desarrollo deban seguramente contribuir la existencia del
gineceo y una cierta reclusin de las mujeres. Por el contrario, el
conocimiento de la homosexualidad masculina, especialmente en
la modalidad pederstica, nos llega a la vez a travs de nume
rosos testimonios literarios y de no menos numerosos testimonios
iconogrficos. Es necesario, en efecto, distinguir la pederastia de
la homosexualidad propiamente dicha. Slo la primera disfrutaba
de una situacin social bien considerada y tena una funcin pe
daggica. El hombre mayor que se ataba afectivamente a un ado
lescente, a un pais, se converta en cierto modo en su mentor, aquel
que le ayudaba a pasar de la adolescencia a la edad viril. No fal
taban las referencias mticas o picas que justificaban tales am o
res Zeus y Ganimedes, Aquiles y Patroclo , y slo algunos pen
sadores ingenuos o conformistas como Jenofonte podan imaginar
que ese tipo de relaciones no tenan un carcter sexual 14. El ob
jetivo fundamental de Platn en el Banquete consiste en distinguir
el amor profano, el amor de los cuerpos, del amor divino, el diri
gido al espritu. Y esto es precisamente as porque el amor de los
cuerpos exista tambin en las relaciones entre hombres. Dicho
esto, la relacin entre hombre mayor y adolescente, entre erasts y
172
L A M U J E R E N LA G RE C IA C LASIC A
eromene, fuese o no de naturaleza sexual, se integraba en un marco
social muy determinado, el de la ciudad aristocrtica. Siguiendo
con el Banquete, Platn hace decir a Pausanias, uno de los interlo
cutores de Scrates, que considerar al amor entre muchachos como
algo vergonzoso es algo propio de brbaros o de tiranos: Los ti
ranos, desde luego, no pueden permitir que entre sus sbditos sur
jan personas de gran valor, ni amistades ni uniones slidas que el
amor es especialista en formar* Los tiranos de Atenas lo aprendie
ron por experiencia. El amor de Aristogitn y la amistad de Harmodio, slidamente cim entados, destruyeron su podero l5. La re
lacin de pederastia estaba teida, pues, para los griegos, de un
cracter formador. Ligada al gimnasio y es evidente que la des
nudez de los cuerpos favoreca all los acoplamientos , tambin
lo estaba a todo un sistema de valores aristocrticos. Pero no por
ello exclua otras relaciones de naturaleza heterosexual. U n mis
mo hombre poda haber estado unido en su juventud a un aman
te mayor que l, haber servido despus, ya convertido en hombre
adulto, de mentor a un adolescente, y no solamente poda casar
se, por supuesto, sino tambin buscar placer en la relacin amo
rosa con una o varias mujeres. Por lo dems, es significativo que
sea precisamente este amor, el amor heterosexual, el que con ms
frecuencia es llevado al teatro, sea ste trgico o cmico. Y hemos
visto que en la epopeya la mujer era ya tambin un objeto erti
co, fuese esposa o cautiva. Es m s,j la desconfianza hacia las mu
jeres, cuya intensidad hemos podido comprobar en Hesodo, Aris
tfanes y otros, es la contrapartida de su atractivo sexual, y pre
cisamente por esta razn, porque los hombres no podan luchar
contra esta atraccin, consideraban a la mujer como un ser temi
ble, llena al mismo tiempo de astucia, de metis, y de hechizo.
El objeto de este amor, de este deseo, era en primer lugar la
esposa, la que haba sido elegida para tener herederos legtimos.
Ya hemos visto, desde luego, que el matrimonio se presentaba pri
mero como una alianza entre dos familias, entre dos oikos3 y que
la futura esposa se contentaba la mayora de las veces con ver por
primera vez el da de su matrimonio a aquel con quien iba a unir
A P E N D IC E I I
173
se. Pero aunque la eleccin de una esposa vena dictada casi siem
pre por consideraciones de orden material en las que no interve
na la atraccin fsica, no hay que excluir sin embargo que dicha
atraccin fsica haya podido tambin ser determinante. Hacer hi
jos no era solamente un deber social y poltico, y no podemos de
jar de recordar a este respecto el clebre pasaje del Banquete de Pla
tn, en el cual Diotim a, la extranjera de M antinea, define para S
crates lo que es el amor y de qu forma est ligado a la reproduc
cin, pero tambin cmo slo es posible esta reproduccin si va
precedida del deseo: Cuando llegamos a cierta edad, dijo Dioti
ma, nuestra naturaleza siente el deseo de engendrar, pero slo pue
de engendrar en la belleza, no en la fealdad; y en efecto, la unin
del hombre y de la mujer es concepcin. Esta concepcin es obra
divina, y el ser mortal participa de la inmortalidad por la fecun
dacin y la generacin; pero esta mortalidad es imposible de al
canzar en lo que es discordante; ahora bien: lo feo no armoniza
con lo divino, en tanto que lo bello s lo hace. La belleza es, pues,
para la generacin una Moira y una Ilitiya. Por ello, cuando el
ser impaciente por dar a luz se aproxima a lo bello se vuelve go
zoso, y, en su jbilo, se dilata y da a luz y produce; en cambio,
cuando triste y ceudo se aproxima a lo feo, se da la vuelta y no
engendra; retiene su germen y sufre. Ah se origina el xtasis que
siente el ser fecundo y lleno de vigor en presencia de la belleza,
porque sta le libera del profundo sufrimiento del deseo... I6. D io
tima habla aqu como un hombre y lo que describe es el deseo mas
culino, pero un deseo que va dirigido a la mujer, y pues de lo que
se trata es de concepcin, a la mujer de la cual se espera una des
cendencia legtima.
Este deseo de la esposa legtima es tambin el motivo funda
mental de la comedia de Aristfanes, Lisstrata . Son innumerables
las citas que muestran de manera cruda la situacin en la que se
encuentran, en la obra, los pobres atenienses, incapaces de conte
ner su deseo e incluso de disimularlo delante de los espectadores.
Es muy elocuente a este respecto el dilogo que mantienen Mirrina, una de las compaeras de Lisstrata, y su esposo:
174
LA M U J E R E N LA G RE C IA C LASIC A
CINESIAS: Ya no encuentro ningn aliciente en la vida desde
que se fue de casa. Siento m ucha pena cuando entro en ella; todo
me parece desierto; y los manjares que como no tienen para m
ningn sabor. Porque estoy en ereccin.
M IR R IN A (al foro): Yo le amo, s, le amo. Pero a l no le im
porta mi amor. N o me obligues a ir a su lado.
CINESIAS: Mi dulcsima Mirrinita, por qu haces eso? Baja has
ta aqu.
M IRRINA: No, por Zeus, no ir.
CINESIAS: No vas a bajar si te estoy llamando, Mirrina?
M IRRINA: M e llamas sin ninguna necesidad.
CINESIAS: Yo, sin necesidad? Di ms bien que no puedo
ms 17.
En un registro diferente, muestra Jenofonte en el Econmico el
mismo entendimiento fsico entre marido y mujer, con ese tono
moderado de hombre de bien que le es habitual. Iscmaco, el ate
niense modelo del dilogo, tras contemplar a su mujer llena de
afeites de albayalde para aclarar la tez ms de lo natural, muy m a
quillada con orcaneta para aparentar un color ms rosado del que
en realidad tena, con zapatos de altos tacones para parecer ms
alta de lo que naturalmente era, se propone demostrarle la su
perioridad de la belleza en estado natural sobre una belleza arti
ficial a base de afeites. Para lo cual, empieza preguntndole:
Acaso no nos hemos casado para que nuestros cuerpos formen
tambin una comunidad? Y al recibir una respuesta afirmativa
de su esposa, contina diciendo: En esta comunidad de nuestros
cuerpos, cmo crees que merezco ms tu amor: tratando de ofre
certe un cuerpo sano y vigoroso gracias a mis cuidados y que veas
que el color de mi piel es por eso natural, o embadurnndome de
bermelln o m aquillndome con rosicler debajo de los ojos para
aparecer ante ti y tomarte en mis brazos, y engaarte as, ofre
ciendo a tus ojos y a tus caricias bermelln en lugar de mi piel
con su color natural? 8.
Pero no todos los hombres pensaban como Iscmaco, y gra
cias a numerosos testimonios sabemos que las cortesanas no eran
A P E N D IC E / /
175
las nicas mujeres que se servan de artimaas para seducir a los
hombres. En la comedia antes aludida, Lisstrata> se mencionan to
dos los medios utilizados por la esposa de un ateniense para des
pertar el deseo de su marido... o de su amante. A su amiga Clenice, que se pregunta qu pueden hacer las mujeres por la salva
cin de la ciudad ... si nos pasamos la vida inactivas con nuestro
colorete, ataviadas con tnicas de color azafrn, muy emperifolla
das con mantos cimbricos talares y con peribrides, le responde
Lisstrata: Esto es precisamente lo que nos salvar, las pequeas
tnicas color azafrn, los perfumes, las peribrides, la orcaneta,
los vestidos transparentes 19. De esta manera, despertando el de
seo de sus esposos, pero negndose a satisfacerlo, les obligarn a
firmar la paz.
El amor, el deseo, incluso la pasin, desempeaban un papel
no desdeable en las relaciones entre hombres y mujeres, incluso
en el marco de la vida conyugal. Adem s, es significativo que a
finales del siglo IV, y en relacin con la decadencia de la vida po
tic a , cuando se incrementa la importancia de la esfera privada,
el amor se convierte en uno de los motivos principales de las in
trigas teatrales, un amor cuyo desenlace normal y deseado es el
matrimonio. As es el amor que siente Sstrato por la hija de Cnemn el misntropo, en la obra del mismo ttulo de Menandro, E l
misntropo, amor que nace desde el mismo m omento en que ve a
la joven y que l experimenta como un mal que slo podr ser mi
tigado cuando su padre se la entregue y pueda quererla siempre 20.
Tam bin lo es el que une a Dm eas con su concubina Crisis en
La doncella de Sumos del mismo Menandro, y el que provoca la de
sesperacin de Qureas en el Escudo, cuando se entera de que la
hermana de su amigo Ceos trato, de quien est locamente enam o
rado, tiene que casarse, por su condicin de muchacha heredera,
C con su viejo to. Puede objetarse que aqu nos movemos en el te
rreno de la ficcin, y que las cosas no eran lo mismo en la reali
dad. Pero entre los discursos que han llegado hasta nosotros atri
buidos a Dem stenes, hay un texto que demuestra que el amor
apasionado tambin se daba en la buena sociedad ateniense del
176
L A M U J E R E N L A G RE C IA C LA SIC A
siglo IV. Se trata del alegato pronunciado por un tal Mantteos
contra su hermanastro Boeto. El primero era el hijo legtimo del
ateniense Mandas; el segundo, un hijo natural que M antias haba
tenido con una tal Plangn, amante suya a la que mantena. D i
cha Planglon era tambin ateniense, hija de ciudadano, y no una
pallak\ una concubina, ya que tena su propia casa. El orador dice
que las relaciones que m antena con M antias eran apasionadas,
siendo esta pasin culpable de que M antias hubiera desatendido
a su familia legtim a21. Poco importa ahora la buena o mala fe
del orador. Pero el hecho de mencionar una situacin semejante
muestra de por s la existencia del amor-pasin entre un ateniense
y una ateniense de pleno derecho y que sta no era su esposa. Con
mayor motivo poda sentirse un amor as por una cortesana, por
una de esas mujeres profesionales del amor. Ya hemos recordado
el caso de Pericles y el amor que senta por Aspasia. Es evidente
que la atraccin fsica era aqu fundamental, ms an que en la
relacin conyugal. Hem os sealado en captulos precedentes el lu
gar especial que estas mujeres ocupaban en la sociedad griega, y
muy especialmente en ciudades como Atenas o Corinto. La razn
misma de su importancia era el deseo que despertaban en sus
amantes. Eran, por lo general, hermosas, y era su belleza lo que
primero utilizaban para atraer a los hombres. U n fragmento de
la obra de un poeta cmico nos sirve de muestra del conocimiento
que tenan de todas las estratagemas que podan hacerlas ms y
ms atractivas, estratagemas que las viejas cortesanas enseaban
a las ms jvenes: U na vez que comienzan a ganar dinero, se in
teresan por las jvenes que estn empezando a dar los primeros
pasos en el oficio. Las moldean a su manera y cambian su aspecto
exterior. Que sta es bajita? Le ponen corcho en los zapatos.
Aqulla es dem asiado alta? Se calza unas delgadas zapatillas y
camina con la cabeza inclinada entre los hombros, lo que reduce
su tamao. Aquella otra no tiene caderas? Se pone un miriaque
y los espectadores se extasan ante su hermoso trasero. Tienen se
nos postizos como los actores. Se los colocan muy erguidos, y cuel
gan sus vestidos de ellos como si fueran perchas. Las cejas son
A P E N D IC E I I
177
demasiado ralas? Se las rien con holln de lmpara. Son dem a
siado oscuras? Las untan con albayalde. S la cortesana tiene la
piel demasiado blanca, se pone colorete. Si hay alguna parte de
su cuerpo especialmente atractiva, la deja al descubierto. Tiene
dientes bonitos? Se pasa el tiempo provocando la risa para que el
acompaante pueda admirar la boca de la que tan orgullosa est.
Si no tiene ganas de rer... sostiene una fina rama de mirto entre
los labios, de manera que no le quede ms remedio que sonrer
aunque no quiera 22.
Pero los reproches dirigidos por Jenofonte a su joven esposa de
muestran que las mujeres de la buena sociedad tambin recurran
a estratagemas semejantes para retener a sus esposos. Los afeites,
los vestidos provocativos, las tnicas transparentes a las que alu
de Lisstrata, tantas armas utilizadas por las mujeres para atraer
a los hombres, maridos o amantes, a los que queran seducir o re
tener. Y una vez ms comprobamos que tambin en este terreno
haba una cierta distancia entre la condicin social de la mujer
eterna menor que pasa de la tutela de su padre a la de su ma
rido y su condicin real 23. El discurso de Lisias Defensa de la
muerte de Eratstenes, una de las fuentes que nos proporciona infor
macin sobre la legislacin relativa al adulterio en Atenas, es asi
mismo un testimonio elocuente de las tretas a las que una mujer
poda recurrir para satisfacer su deseo y engaar al marido. Sin
duda alguna, la iniciativa en este enredo parti de Eratstenes,
quien, tras haber visto a la joven mujer con ocasin de los fune
rales de su suegra, soborn a la joven esclava que iba al mercado
para entrar en contacto con la mujer codiciada 24. Pero sta, una
vez que se convirti en la amante de Eratstenes, slo pensaba en
facilitar las visitas nocturnas de su amante, y con el pretexto de
que tena que ocuparse de su hijo recin nacido, instal en la plan
ta baja de la casa el cuarto de las mujeres y releg a su marido
al piso alto. Pues bien, si Eufileto, el marido engaado, no hubie
se sido alertado solcitamente por una antigua amante de Eratstenes, celosa por verse desdeada, nunca se habra enterado de
su infortunio. Primero hizo confesar a la joven sirvienta que ser-
178
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
va de intermediaria entre los dos amantes. Despus, tras conocer
por medio de la sirvienta que Eratstenes iba a venir a su casa
una noche, reuni a varios amigos y consigui sorprender a su mu
jer en flagrante delito: Al empujar la puerta de la habitacin, los
primeros que entraron conmigo, y yo mismo, tuvimos tiempo de
ver al hombre acostado junto a mi mujer; los que venan detrs
lo
vieron completamente desnudo en la cama 25. Esta escena de
vodevil acabara trgicamente con el asesinato del culpable, pues
Eufileto utiliz como pretexto la ley que permita al marido que
sorprenda a su mujer en flagrante delito de adulterio matar a su
cmplice sin mediar proceso alguno. De todas maneras, el proce
so se llev a cabo, pero contra Eufileto, y gracias a la defensa que
. l mismo pronunci en su defensa conocemos esta historia. A tra?
vs de la misma podemos adivinar tambin una realidad cotidiana diferente de la imagen bastante desdibujada que un simple an
lisis de la vida de las mujeres a partir de su condicin social y ju( rdica nos permite contemplar.
\
Las mujeres griegas no eran por lo tanto simples reproducto^
ras destinadas a dar hijos legtimos a sus esposos y ciudadanos a
la ciudad. Y la distincin que hace el orador del discurso Contra
Neera entre las cortesanas dedicadas al placer y las esposas legti
mas consagradas a la procreacin era bastante simpliicadora, y
destinada ms a apoyar su demostracin que a reflejar la reali
dad. Es cierto que el comportamiento de las mujeres frente a la
pasin amorosa y al deseo nos ha llegado a travs de las palabras
^ de hombres. Pero lo que Safo, nica mujer que ha descrito la paV sin amorosa, senta por sus jvenes compaeras, podan otras ex
perimentarlo por el hombre que amaban. No podemos dejar de ci
tar algunos encendidos versos de la poetisa. Esto le deca a una
tal Agalis: Apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua y de pronto un sutil fuego me co
rre bajo la piel, por mis ojos nada veo, los odos me zumban, me
invade un fro sudor y toda entera me estremezco, ms que la hier
ba plida estoy y apenas distante de la muerte me siento,
infeliz 26.
A P E N D IC E 11
179
Y
a otra: Viniste, hiciste bien, te anhelaba a mi lado, a ti,
que enfriaste mi corazn ardiente de deseo 27. Pero Safo no slo
aluda a Eros turbador de los sentidos cuando hablaba del de
seo que senta hacia sus compaeras. En boca de una joven pone
las siguientes palabras: Dulce madre ma, no puedo ya tejer mi
tela, consumida de amor por un joven, vencida por la suave Afro
dita 28. Por consiguiente, no est de ms reconocer algn valor
a las palabras que un poeta como Eurpides pone en boca de sus
protagonistas, que haga hablar a M edea llorando el amor de Jasn, o a Fedra muriendo de amor por Hiplito. Y poco importa
que para el poeta sea Cipria, es decir, Afrodita, la nica respon
sable del fuego que las consume; la realidad de esta pasin per
manece, de este Eros que vierte gota a gota el deseo en los ojos,
el deleite en el alma.
Terminemos con la descripcin de una mujer que se dispone
a reunirse con su esposo en el lecho: Lava su adorable cuerpo
con ambrosa y a continuacin lo unta con un aceite graso, divino
y suave, de perfume inimitable; al agitarlo en el palacio de Zeus,
de puertas de bronce, el cielo y la tierra se colman de su fragan
cia. U na vez ungido el hermoso cuerpo, se peina los cabellos con
sus propias manos y forma unas lustrosas trenzas, bellas y divi
nas, que cuelgan de la cabeza inmortal. Se cubre despus con un
manto divino labrado para ella por Atenea, engalanado con nu
merosos adornos, y lo sujeta al cuello con broches de oro. Se pone
un ceidor ornado con cien flecos, y en los lbulos perforados de
ambas orejas cuelga unos pendientes de tres piedras preciosas, de
aspecto granuloso, en los que resplandece un encanto infinito. Fi
nalmente, la divina por excelencia se cubre la cabeza con un velo
hermossimo, nuevo, tan blanco como el sol, y calza sus tersos pies
con bellas sandalias 29.
Esta mujer que se prepara para el amor es Hera, y el esposo
con quien va a reunirse es Zeus, el seor de los dioses y de los
hombres.
NOTAS
CAPITULO 1
3 J. P. Vernant, Le Mariage, Mythe et Socit en Grce ancienne, Paris,
1974, p. 62; cf. igualmente E. Scheid, II Matrimonio omerico, Dialoghi
di Archeologia, I, 1980, 60-73.
2 litada, IX, 146; 288-290.
3 Sobre el carcter particular del reino de Alcnoo, lugar de paso en
tre el mundo real y el mundo mtico de los relatos, cf. C. P. Segal, The
Phaeacians and the Symbolism of Odysseus Return, Arion, 1 (4), 1962,
pp. 17-63, y P. Vidal-Naquet, Valeurs religieuses et mythiques de la te
rre et du sacrifice dans L Odysse, Problmes de la terre en Grce ancienne (M.
I. Finley d.), Paris, 1973, pp. 285 ss. En cuanto al caso de Nauscaa, J.
P. Vernant cree que manifiesta una crisis del sistema normal, que pue
de resolverse mediante la prctica de la endogamia; lo mismo sucede en
el caso de Esqueria, ya que el mismo Alcnoo tiene como esposa a su so
182
L A M U J E R E N L A G RE C IA C LASIC A
brina Aret. Vernant (op. cit., p. 74) da otros ejemplos tomados del mito
y de la leyenda, en los que ve reflejado el modelo mtico de lo que ser
en la poca clsica el epiclerato.
4 Cf. litada, XVI, 325 ss. Vernant, op. cit., p. 70; cf. igualmente M.
I. Finley, Marriage, Sale and Gift in the Homeric World, Revue Inter
nationale des Droits de l Antiquit , 3.a serie, II, 1955, pp. 167-194.
5 Sobre el derecho matrimonial de la poca clsica, cf. Vernant, op.
cit., pp. 55 ss., y A. R. W. Harrison, The Law o f Athens. The Family and
Property, Oxford, 1968, pp. 1-60.
6 Odisea, IV, 12-15.
7 //XIV, 203.
8 litada, II, 296-297.
9 I b i d IX, 338 ss.
10 Ibid., VI, 450-455.
11 Odisea, V, 153-154.
12 Ibid., V, 209-210.
13 lbid., XIII, 42-45.
14 Para este problema, conviene releer el libro de M. L Finley, The
World of Odysseus, 2.aed., Nueva York, 1977, y ms especialmente pp. 100 ss.
15 Ilu d a , VI, 85-91.
16 Odisea, XXIII, 353-360.
17 Riada, III, 125 ss.
18 Ibid., VI, 490 ss.
19 Odisea, IV, 297 ss.
20 Ibid., III; 465 ss.
21 Ibid., XXI, 5 ss.
22 Ibid., XV, 376 ss.
23 Ibid., IV, 50 ss.
24 Volveremos sobre el tema ms adelante, en el captulo dedicado a
la mujer ateniense.
25 Sobre el concepto del buen jefe tal como se desarrolla en el siglo IV,
y especialmente en la obra de Jenofonte, cf. Gl. Moss, La Fin de la dmocratie athnienne, Pars, 1962, pp. 375 ss.
CAPITULO 2
1 Sobre las transformaciones del mundo griego en la poca arcaica,
consltese principalmente M. I. Finley, Les Premiers Temps de la Grece, Pa-
NO TAS
1 83
ris, Maspero, 1973; A. Snodgrass, Archaic Greece, Londres, 1980; O. Murray, Early Greece, Glasgow, 1980.
2 Sobre la Jonia, cf. G. L. Huxley, The Early Ionians, 1966; sobre el
nacimiento del pensamiento griego y las primeras especulaciones filos
ficas, existe una importante bibliografa. La obra ms sugestiva sigue
siendo la de J. P. Vernant, Les Origines de la pense grecque, Pars, PUF,
1962.
3 Sobre la colonizacin griega, remito a mi libro La Colonisation dans
F Antiquit, Paris, Nathan, 1970, donde puede encontrarse una bibliogra
fa ms detallada.
4 Es interesante citar a este respecto una afirmacin de Aristteles,
Poltica, III, 2-3: La definicin del ciudadano como alguien nacido de
un ciudadano y una ciudadana no puede aplicarse a los primeros habi
tantes o fundadores de una ciudad.
5 Sobre las tradiciones relativas a los orgenes de Locros Epizefirios
y su relacin con la ginecocracia, cf. el artculo de P. Vidal-Naquet,
Esclavage et gyncocratie dans la tradition, le mythe, Putopie, en Le
chasseur noir, Paris, Maspero, 1981, pp. 276 ss.
6 Sobre esta crisis agraria y sus implicaciones, cf. Ed. Will, La
Grce archaque, Deuxime Confrence internationale d histoire conomique3 vol.
I, Commerce et politique dans VAntiquit, Paris, Mouton, 1965; M. Detienne,
Crise agraire et Attitude religieuse chez Hsiode, Latomus, vol. LXVIII, Bruse
las, 1963.
7 Cf. mi libro La tyrannie dans la Grce antique, Paris, PUF, 1970.
8 L. Gernet, Mariages de tyrans, en Anthropologie de la Grce antique,
Paris, Maspero, 1968, pp. 345 ss.
9 Herodoto, VI, 126-130.
10 Id ., 1,61; V, 94; Aristteles, Constitucin de Atenas, 17, 3.
11 Herodoto, III, 50-53.
12 Dionisio de Halicarnaso, Antigedades romanas, VII, 8.
13 Justino, Historias filpicas, XVI, 4, 2 ss.
14 Polibio, XVI, 3; Tito Livio, XXXIV, 31.
15 Sobre la historia de Atenas en la poca clsica, ver Ed. Will, Le
Monde grec et l'Orient, t. I, Le V Sicle, Paris, PUF, 1972; Ed. Will, Cl. Moss, P. Goukowsky, id., t. II, Le IVeSicle et l poque hellnistique, Paris, PUF,
1975.
16 Se puede sacar esta conclusion gracias a una indicacin hecha por
Plutarco en la Vida de Pocin: cuando, en el ao 322, se priv de la ciu
184
LA M U J E R E N L A G RE C IA C LASIC A
dadana activa a todos aquellos cuyos bienes no alcanzasen el valor de
dos mil dracmas, doce mil de los veintin mil atenienses que constituan
entonces la ciudad fueron seguramente afectados por esta medida.
17 Sobre el lugar y la importancia de los esclavos en Atenas, se han
formulado opiniones contradictorias. Cf. para estos problemas el libro de
M. I. Finley, Esclavitud antigua e ideologa moderna. Barcelona, Crtica 1982
y el de Y. Garlan, Les Esclaves en Grece ancienne, Pars, Mspero, 1982.
18 Sobre la importancia de este empleo nuevo, cf. infra, donde volve
mos a tratar el tema.
19 Contra Afobo, I, 4-5.
20 Sobre este punto, remitimos a A. R. W. Harrison, The Law o f Atkens, I, The Family and Property, Oxford, 1968, as como al reciente artcu
lo de J. Modrzejewski, La Structure juridique du mariage grec, Scritti
in .onore di Orsolina Montevecchi, Bolonia, 1981, pp. 231 ss.
21 Demstenes, Contra Macrtato, 54.
22 Sobre el problema de la dote y de las garantas hipotecarias que
la acompaaban, remitimos al libro de M. I. Finley, Studies in Land and
Credit in Ancient Atkens} New Brunswick, 1952, pp. 44 ss. Cf. igualmente
H. J. Wolff, Real Encyclopdie, XXIII A, 1957, pp. 133-170; D. M. Schaps,
Economic Rights o f Women in Ancient Greece, 1979, y ms adelante, Apn
dice I.
23 En el discurso Contra Neera, del que volveremos a hablar, se men
ciona a un tal Estfano que emprende una demanda contra su yerno.
Este, en efecto, ha repudiado a su esposa, pero se ha negado a restituir
la dote con el pretexto de que su mujer no era la hija legtima de Estfano.
24 En el artculo citado supra n. 20, J. Modrzejewski seala (pp.
244-246) que para la pallak, la concubina, no existe transferencia de la
kyria, que sigue estando en posesin del padre, del hermano o del tutor
legal. Se dara en este caso una disparidad absoluta con el caso de la es
posa legtima. Me pregunto si la posibilidad que tiene la mujer de inten
tar una demanda de divorcio por mediacin de su kyrios primitivo no im
plica que incluso en el caso de la esposa legtima hubiera transferencia
total de la kyria.
25 La ley, atribuida a Dracn y citada por Demstenes en el discurso
Contra Aristcrates, 53, estableca que aquel que matase a un hombre sor
prendido en flagrante delito con su esposa, su madre, su hermana, su
hija o su concubina no sera perseguido. Se colocaba de esta manera a
la concubina a la misma altura que las dems mujeres del oikos, pero por
NO TAS
185
el hecho de haber sido escogida para tener hijos libres. As pues, lo
ms importante era la legitimidad del hijo con relacin al padre. Gf. asimismo Lisias, Defensa de la muerte de Eratstenes, 31.
26 Eso fue precisamente lo que hizo el pleiteante del discurso de Li
sias. Pero el hecho de que se haya interpuesto una demanda contra l es
un indicio de que, en la poca clsica, era cada vez ms difcil admitir
que un individuo pudiera hacerse justicia por su mano sin recurrir a las
instancias jurdicas de la ciudad.
27 El discurso Contra Neera aporta la prueba de ello: cuando Estfano
sorprende en flagrante delito a un tal Epainetos con la que l hace pasar
por hija suya, le reclama tambin dinero (Contra Neera, 65).
28 Demstenes, Contra Eublides, 35; 45.
29 Lisias, Contra Filn, 21.
30 Demstenes, En defensa de Formin 14.
31 Demstenes, Contra Espudias, 3-4; 9; cf. las observaciones de Louis
Gernet, Notice, pp. 53-54.
32 Sobre los metecos atenienses y su situacin, consltese en esta oca
sin Ph. Gauthier, Symbola. Les Etrangers et la Justice dans les cites grecques,
Pars-Nancy, 1972, y D. Whitehead, The Ideology o f the Athenian Metic,
Cambridge, 1977.
33 El discurso Contra Neera nos aporta una prueba esclarecedora. El
pleiteante cuenta que Lisias, tras hacer venir a Atenas a su amante, la
cortesana Metanira, con ocasin de las fiestas de Eleusis, no quiso reci
birla en su casa, porque le habra dado vergenza presentrsela a su ma
dre que viva con l (Contra Neera, 22).
34 Plutarco, Vida de Pericles, 5 ss., 9-10; Platn, Menxeno, 235 ss.
35 Plutarco, Vida de Focin, 22, 1-3.
36 Entre los numerosos estudios dedicados a la comedia nueva, des
tacaremos dos artculos: el de Claire Praux, Mnandre et la socit athnienne, Chroniques dEgypte, XXXII, 1957, y el de L. A. Post, Womens Place in Menanders Athens, TAPA, 1940, as como el libro de
A. W. Gomme y H. Sandbach, Menander, A Commentary, Oxford, 1973.
37 Jenofonte, Memorables, II, 7, 6.
38 Es el caso de Neera, que fue comprada por Nicarete junto con
otras seis muchachas para dedicarla a la prostitucin (Demstenes, Con
tra Neera, 18).
39 Demstenes, Contra Evergoy Mnesbulo, 55-56.
40 Existe una bibliografa considerable sobre Esparta. Se puede con-
186
L A M U J E R E N LA G R E C IA C LASIC A
sultar, en ltimo trmino, P. Oliva, Sparta and her Social Problem, Praga,
1971, y el artculo de M. I. Finley, Sparta and Spartan Society, en Economy and Society in Ancient Greece, Londres, 1981; sobre el milagro espar
tano, sigue siendo muy interesante el libro de P. Ollier, Le Mirage Spar
tiate, Pars, 1933.
41 De hecho Plutarco recoge aqu las disposiciones imaginadas por
Platn en la Repblica y en las Leyes, y las aplica a las mujeres esparta
nas. Cf. Infra p. 144 ss.
42 Sobre los rasgos particulares de los ritos de iniciacin en Esparta,
cf. H. Jeanmaire, Couroi et Cornetes, Pars, 1939, pp. 463 ss.; cf. igualmen
te las observaciones de P. Vidal-Naquet, Le Cru, lEnfant grec et le
Cuit, Le Chasseur noir, pp. 200 ss.
43 Sobre la degradacin de la vida espartana y la necesidad de recu
rrir a los ilotas, es de gran inters la lectura del libro de Plutarco, Vida
de Agis y Clemenes. Sobre Nabis, rey de Esparta a finales del siglo III, cf.
CL Moss, La Tyrannie dans la Grce antique, pp. 179 ss.
CAPITULO 3
1 Teogonia, v. 569 ss. Ed. espaola de A. Prez y A. Martnez. Ed. Gredos, Madrid, 1983.
2 Los trabajos y los das, v. 57 ss. Ibid.
3 Ibid., v. 65 ss.; 90 ss.
4 Teogonia, v. 603 ss.
5 Sobre el papel del poeta maestro de verdad, cf. M. Detienne, Les
Matres de vrit dans la Grce archaque, Paris, Maspero, 1967.
6 Cf. Linda S. Sussmann, Labor, Idleness and Gender Dfinition in
Hesiod Beehive, Arethusa, XI, 1978. Sobre la importancia de las eda
des oscuras para el desarrollo de la agricultura, cf. A. Snodgrass, The
Dark Age o f Greece, Edimburgo, 1971, pp. 379-380.
7 Los trabajos..., v. 376.
8 Sobre la estirpe de las mujeres y algunas de sus tribus, Arethusa,
XI, 1978, pp. 43-87, reproducido en Les Enfants d3Athna, Paris, Maspe
ro, 1981, pp. 75 ss.
9 Les Enfants d Athna, p. 97.
10 Ibid., p. 106.
11 Cf. Safo, Alce, Pars, CUF, 1937, Notice, p. 163.
NO TAS
12
Safo,
187
(Ed. de G. Garca Gual, Antologa de la poesa lrica grie
Alianza Ed., Madrid, 1983).
Poesas
ga. Siglos VI1-IV a.C,,
CAPITULO 4
1 Suplicantesi v. 1-11.
2 Ibid., v. 748-749.
3 Agamenn, v. 861-873.
4 Ibid., v. 918-920.
5 Eumnides, v. 658-661.
6 Ibid., v. 736-738.
7 Antgona, v. 484-485.
8 Ibid., v. 904-912.
9 Ibid., v. 916-918.
10 Traquinias, v. 155-163.
11 Ibid., v. 443-448.
12 Ibid., v. 459-463.
13 Ibid., v. 539-553.
14 Sobre el clima poltico en Atenas a finales del siglo V, cf. Ed. Will,
Le Monde grec et l Orient, t. I, Le V sicle, pp. 359 ss., 470 ss.
15 Sobre el conflicto trgico y su alcance, cf. J. P. Vernant, Tensions
et ambiguts dans la tragdie grecque, en J. P. Vernant y P. Vidal-Naquet, Mythe et Tragdie en Grce ancienne, Paris, Maspero, 1972, pp. 19 ss.;
cf. igualmente S. Said, La Faute tragique, Paris, Maspero, 1978.
16 Electra, v. 1032-1040.
17 Medea} v. 230-251; sobre este paralelo entre la guerra y el parto,
cf. N. Loraux, Le Lit, la Guerre, L Homme, XXI, I, enero-marzo 1981,
pp. 37-67, y ms especialmente pp. 43 ss.
18 Ifigenia en Turide, v. 220-225.
19 Electra, v. 74-76.
20 Ifigenia en Aulide.
21 Ifigenia en Turide, v. 1298.
22 Medea, v. 407-409.
23 Ibid., v. 573-575.
24 Hiplito, v. 616-642.
25 Medea, v. 410-420.
188
LA M U J E R E N LA G RE C IA C LASIC A
26 Es el ttulo mismo del libro de W. Gomme, The People o f Aristop.
2.a ed., Oxford, 1951.
27 Cf. Sobre este aspecto de la obra de Aristfanes, Aristophane, les
femmes et la cit, Cahiers de Fontenay, n. 17, Pars, 1979.
28 Lisstrata, v. 1185-1186.
29 Ibid., v. 46-48.
30 Cf. el artculo de N. Loraux, LAcropole comique, en Les En
fants d Athena, pp. 157-196.
31 Lisstrata, v. 567-570.
32 Tesmoforiantes, v. 385 ss.
j
33 Ibid., v. 473 ss.
34 Ibid., v. 549 ss.
35 Ibid ., v. 780 ss.
36 Asamblea de las mujeres, v. 210-238.
37 Ibid., v. 597-598; 605.
38 Cf. infra p. 144 ss. Se admite generalmente que la Asamblea de las
mujeres se represent en las leneas del ao 392, es decir, seis aos antes
de que Platon compusiera el dilogo de la Repblica. No hay por lo tanto
una crtica directa de las ideas del filsofo. Pero es posible que el asunto
de la comunidad de las mujeres haya sido un tema debatido en los me
dios intelectuales de Atenas a finales del siglo V y a comienzos del siglo IV
39 Asamblea de las mujeres, v. 673-675.
40 Sobre los acontecimientos de este perodo, consltese W. Ferguson, Hellenistic Athens, Londres, 1911, pp. 1-94; Cl. Moss, Athens in De
cline, Londres, 1973, pp. 102-119.
41 Misntropos v. 302-309.
42 Escudo, v. 262-267.
hanes A Sociology o f Od Attic Comedy,
CAPITULO 5
1 Sobre la utopa griega, cf. el artculo de M. I. Finley, Utopianism
ancient and modern, en Tke Use and Abuse o f History, Londres, 1975, pp.
178-192 (trad, espaola. Barcelona, 1977).
2 Poltica, II, 1260 b 27 ss.; sobre Faleas de Calcedonia, 1266 a 30
ss.; sobre Hipodamo de Mileto, 1267 b 22 ss.
3 Poltica, II, 2, 1261 a 9 ss.
4 Repblica, III, 22, 416 d.
NO TAS
189
5 I b i d V, 3, 451 d.
6 Ibid., V, 5, 455 d-e.
7 Ibid., V, 6, 457 a.
8 Cf. supra, p. 91 ss.
9 Repblica, V, 7, 457 c-d.
10 Ibid., V, 9, 461 b-c.
11 Leyes, VII, 805 e.
12 Ibid., VII, 813 c, donde se habla de losciudadanos, hombres y
mujeres. Sobre el empleo del trminopoltispara designar a lamujer
ciudadana, cf. Cl. Moss, R. Di Donato, Status e/o Funzione, Aspetti
della condizione della donna-cittadina nelle orazioni civili di Demoste
ne, Quaderni di Storia 17, 1983, p. 151 ss.
13 Leyes, VII, 805 d.
14 Sobre las supervisoras de los matrimonios, cf. VI, 784 a. Para el
trmino arch aplicado a las funciones especficamente femeninas, cf. VI,
785 b y VII, 794 b.
15 Leyes, VIII, 841 d.
16 Poltica, II, 9, 1269 b, 121270 a, 29. Para Aristteles, el desen
freno de las mujeres espartanas es la causa de la decadencia de la ciu
dad lacedemonia, a pesar de que en lo relativo al manejo de las dotes y
de las herencias, es en sus manos donde se concentran los bienes races.
17 Psudo-Aristteles, Econmico, I, 4.
18 Ibid., Ili, I.
APENDICES
1 Cf. H. J. Wolff, Marriage, Law and Family Organization in Ancient Athens, Traditio, 2, 1944, pp. 43-95; Harrison, The Law o f Athens,
I, The Family and Property, pp. 45-60; D. M. Schaps, Economie Rights ofW omen in Ancient Greece, pp. 74-88; 99-107.
2 Cf. la discusin en Schaps, op. cit., pp. 101-105.
3 Ibid., p. 100.
4 De hecho, los importes de las dotes conocidos gracias a los orado
res o a las inscripciones, especialmente las limitaciones hipotecarias ate
nienses, raramente sobrepasan un talento. Solamente en la comedia nue
va aparecen mencionadas dotes superiores a un talento, lo que ha lleva
do a algunos crticos a suponer que eran una muestra de la exageracin
190
L A M U J E R E N L A G RE C IA C LASIC A
propia del gnero cmico. Pero tambin se ha podido demostrar que los
personajes representados en el teatro de Menandro pertenecan a las ca
pas ms ricas de la sociedad: cf. L. Casson, The Athenian Upper Class
and New Comedy, TAPA, 106, 1976, pp. 29-59.
5 Cf. Lisias, XIX, 59, donde el pleiteante recuerda las sumas gasta
das por su padre para dotar a las hijas o a las hermanas de ciudadanos
pobres; la ley sobre las epcleras pobres es citada por Demstenes, Contra
Macrtato, 54.
6 Le Mariage, en Mythe et Socit en Grce ancienne, Pars, 1974, pp.
65 ss.
7 Marriage, Sale and Gift in the Homeric World, R ID A , 3.a serie,
2, 1955, pp. 167-194 (Economy and Society in Ancient Greece, Londres, 1981,
pp. 233-248).
8 Herodoto, VI, 126 ss. Como los hroes de la leyenda o de la epo
peya, Clstenes haba organizado entre los pretendientes a la mano de su
hija concursos gimnsticos y musicales que duraron un ao entero.
9 Plutarco, Vida de Soln, 20, 6.
10 Ver S. Pomeroy, Goddesses, Whores, Vives and Slaves. Women in Classical Antiquiiy, Nueva York, 1975 (trad. espaola, Madrid, 1987); puede
consultarse tambin R. Flacelire, UAmour en Grece, Pars, 1950. Sobre
Safo, adems de la edicin francesa de sus poesas en la coleccin de las
Universidades de Francia (ed. de Th. Reinach), consltese el libro de D.
Page, Sapho and Alcaeus, Oxford, 1955.
11 Platn, Banquete, 189 c190 a.
12 I b i d 191 d.
13 Sobre la homosexualidad griega, ver el libro de K. J. Dover, L Homosexualit grecque, Ginebra, 1982 y el de F. Buffire, Eros adolescent. La pdrastie dans la Grce antique, Pars, Belles-Lettres, 1980.
14 Eso es al menos lo que dice a propsito de los espartanos en la Re
pblica de los lacedemonios3 II, 12-13: Creo que debo hablar tambin del
amor entre muchachos, pues es algo que concierne a la educacin. Aho
ra bien, entre los otros griegos, por ejemplo entre los beocios, los hom
bres adultos y los nios forman parejas y viven juntos; entre los elatas,
por medio de regalos se compran los favores de muchachos en la flor de
la edad; y en otras partes, est absolutamente prohibido a los pretendien
tes dirigir la palabra a los nios. Licurgo incluso mantena principios
opuestos a este respecto. Si un hombre honesto por naturaleza, enamo
rado espiritualmente de un adolescente, aspiraba a convertirse en su ami
NO TAS
191
go incondicional y a vivir con l, le elogiaba y vea en esta amistad el
modo ms hermoso de formar a un joven. Pero si alguno daba muestras
de estar solamente prendado de su cuerpo, Licurgo lo declaraba indigno.
De esta manera consigui que en Lacedemonia los amantes fuesen tan
moderados en su amor hacia los nios como los padres lo eran con sus
hijos o los hermanos con sus hermanos.
15 Banquete, 182 b-c. Harmodio y Aristogitn haban preparado real
mente el asesinato de Hiparco, el hijo de Pisstrato, quien tras la muerte
de este ltimo haba heredado el poder junto con su hermano Hipias. En
el origen del complot existi una rivalidad amorosa, ya que Hiparco ha
ba intentado en vano conseguir el amor de Harmodio, que estaba unido
a Aristogitn. El asesinato de Hiparco no acab con la tirana de Hipias,
que dur an cuatro aos. Pero tras la cada de los tiranos, los dos hom
bres, que haban sido torturados y muertos por orden de Hipias, fueron
objeto de un verdadero culto; en su honor se erigi una estatua que los
representaba como los tiranicidas,y todava en el siglo IV sus descen
dientes gozaban de privilegios especiales.
16 Platn, Banquete, 206, c-d.
17 Aristfanes, Lisstrata, v. 865 ss.
18 Jenofonte, Econmico, X, 2; 5.
19 Lisstrata, v. 41 ss. Las cimbricas eran vestidos largos, sin cei
dor; las peribrides, sandalias elegantes.
20 Menandro, Misntropo, v. 54; 302 ss.
21 Demstenes, Contra Boeto, I, 27; Pseudo-Demstenes, Contra Boeto,
II, 51.
22 Alexis, fragmento 18.
23 Cf. supra, p. 54 ss.
24 Lisias. Defensa de la muerte de Eratstenes, 8-9.
25 I b i d 24.
26 Safo, Poesas (Ed. de C. Garca Gual, op. cit., p. 66-67).
27 Ibid., p. 69.
Ibid., p. 71.
29 Homero, litada, XIV, 170 ss.
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IN D IC E A N A L IT IC O
adltera, 21 ss., 60 ss., 88, 92-93,
120 s., 150, 177 ss.
Afrodita, 109, 114, 158, 179.
Agamenn, 19, 21, 27,28, 32, 119,
120, 126, 128, 165, 166.
Agarista, 50, 167.
Agis, 96.
Agrigento, 50,
Alcandra, 26.
Alcestis, 118.
Alcibiades, 58, 59, 70, 71.
Alcinoo, 16, 19, 21, 26, 31.
Alejandro, 80, 137, 139, 155.
Andcides, 58.
Andromaca, 10, 17, 20, 23, 28, 30,
Antifanes, 64.
Antigona, 118, 121, 122.
Antipatros, 82.
Apolo, 121.
Apolodoro, 71, 77.
Aquiles, 19, 23, 24, 33, 165, 166,
171.
Ares, 119.
Aret, 16, 25-30.
Argos, 118.
Aristodemo de Cumas, 51.
Aristfanes, 10, 64, 80, 87, 115,
125, 130, 137, 169, 173.
Aristogitn, 172.
Aristteles, 46, 54, 66, 89, 94, 95,
96, 101, 137, 143, 144, 151, 163.
Arqudamo, 88.
198
LA M U J E R E N L A G RE C IA C LASIC A
Artemis, 128.
Ascra, 107.
Aspasia, 68, 69, 70, 78, 99, 176.
Atenas, 10, 16, 34, 36, 42 s., 49 ss.,
61, 67 ss., 80 ss., 115, 118,
124-127, 130 ss., 150, 153, 156,
164, 172, 176, 177.
Atenea, 26, 108, 121, 128, 179.
banquete, 26, 33, 37 s., 68, 71 ss.,
78, 83, 86.
Baquis, 83.
Beoda, 107.
Boeto, 65, 176.
Calipso, 24, 152.
Caraso, 113.
Carisio, 141.
Casandra, 126.
Casandro, 137.
cautiva, 17 ss., 23, 32, 123.
Cfalo, 67.
Cinesias, 174.
Cipris, 129.
Cpselo, 49.
Circe, 131.
Cirebo, 85.
ciudadana, 53 ss., 66, 87, 136 s.,
148, 152 ss., 159.
Ciis, 113.
Clenice, 175.
Clestrato, 139, 175.
Clstenes, 49, 50, 167.
Clitemnestra, 10, 17, 19, 22, 27, 30,
118, 119, 121, 126-128.
Cnemn, 175.
comedia antigua, 64, 69, 74, 80 s.,
125, 130 ss., 169.
comedia nueva, 55, 74 s., 80 ss.,
136 ss., 175.
concubina (pallak)j 22 ss., 60 ss.,
65 ss., 124, 140, 142, 150, 158,
176.
Corinto, 49, 50, 71, 72, 176.
cortesana, 37, 58 ss., 65 ss., 87,
141, 142, 152 s., 158 s., 176.
Creonte, 121, 122.
Crisis, 82, 140, 175.
Dnao, 118, 119.
Daos, 139.
Dmeas, 85, 140, 141, 175.
Demter, 132.
Demetrio de Falero, 137.
Demlo, 82.
Demstenes, 54, 57, 59, 64, 71, 78,
79, 175.
despensera, 31 ss., 37 ss., 99, 100,
134.
Deyanira, 122-124, 126, 128.
Dionisos, 7, 115, 117, 169.
Diotima, 173.
divorcio, 59 s., 156.
dones, regalos, 18, 19, 26 s., 32, 35,
36, 50, 165 ss.
Drica, 113.
dote, 53 ss., 75, 77, 88, 95, 129,
137 s., 163-168.
Dracn, 61, 157.
Egipto, 26, 113, 118, 119, 128.
Egisto, 120.
Electra, 118, 128.
Eleusis, 72, 80.
engye, 55 ss., 61 s.
Epainetos, 76.
epkleros, 56, 62, 66, 95, 139.
Epitadeo, 95.
Eratstenes, 177, 178.
Eros, 179.
IN D IC E A N A L IT IC O
Erigi, 113.
Escamandrnimo, 113.
esclava, 30, 33, 35 s., 42, 46 s., 51,
54, 60 s., 73, 80, 84 ss., 90, 100,
127, 139, 148, 156, 166.
Espudias, 66.
Esparta, 10, 42, 49, 51, 52, 63, 73,
87-96, 100, 131, 143, 157, 163.
Esqueria, 16, 28.
Esquilo, 10, 115, 118, 121, 122.
Estfano, 71, 73-78.
Eubulo, 76.
Eufileto, 177, 178.
Eumeo, 30, 33.
Eupolis, 69.
Euriclea, 31, 32, 33.
Eurinome, 32.
Eurpides, 63, 115, 118, 125-130,
132, 133, 179.
extranjero (-a), 54, 56, 67 ss., 74,
79, 87, 140.
Paleas de Calcedonia, 143.
Fano, 74-77.
Fedra, 179.
Fila, 80.
Filipo de Macedonia, 79.
Filipo de Queronea, 80.
Finley, M. I., 20, 25, 166.
Fitarco, 96.
Focin, 80.
Frstor, 75, 76.
Frin, 79, 99.
Frinin, 72-74.
Ganimedes, 171.
Gerin, 120.
Gernet, L., 19, 50, 51, 66.
Gortina, 157, 164.
Habrtonon, 141, 142.
199
Harmodio, 172.
Harpalo, 80.
Hctor, 20, 21, 23-25, 33.
Hcuba, 17, 23-26, 118.
hedna, 19 ss., 163-168.
Hefestos, 108.
Helena, 10, 16, 17, 21, 22, 26-30,
99, 128.
Heleno, 25.
Hemn, 122.
Hera, 24, 128, 179.
Heraclea Pntica, 51.
Heracles, 123, 124.
Hermes, 109.
Hermione, 22.
Hermipo, 70.
Herodoto, 49, 50, 157, 167.
Hesiodo, 44, 106-113, 120, 125,
129, 136, 172.
hijos legtimos, 21 ss., 55, 60 ss.,
78, 99, 138, 142, 159, 172 s.
hijos ilegtimos, 22, 61 s., 65 ss.,
94, 140 ss.
Hipareta, 58-60.
Hiprides, 79-80.
Hipias, 71.
Hipdamo de Mileto, 143.
Hiplito, 129, 179.
Homero, 18, 38, 39, 136.
Ifigenia, 118, 127, 128.
Ilitiya, 173.
Iscmaco, 16, 34-36, 38, 87, 99,
100, 174.
Itaca, 16, 22, 27, 31, 100.
Italia, 46, 47, 51.
Jasn, 128, 179.
Jenofonte, 11, 34, 36, 70, 84, 85,
89-92, 94, 152, 171, 174, 177.
200
LA M U J E R E N L A G R E C IA C LASIC A
Jerjes, 118.
Jonia, 78.
kyrios, 55, 58 ss., 75, 82, 100, 119,
163.
Lacedemonia, 27, 28, 31.
Laconia, 89.
Laertes, 31, 33.
Lampit, 87, 94.
lana, trabajo de la, 26 ss., 32, 33,
35 ss., 67, 84, 90 s., 100, 131 ss.,
148.
Larico, 113.
Lenidas, 96.
Lesbos, 10, 33, 44, 113, 170.
Licurgo, 92-95.
Lisias, 64, 67, 177.
Liseles, 70.
Lisstrata, 64, 87, 131, 173, 175,
177.
Locros, 47, 51.
Locros Epizefirios, 46.
Loraux, N., 111, 112.
Mantias, 65, 176.
Mantinea, 173.
Mantteos, 65, 176.
Marsella, 46.
matrimonio, 18 ss., 23, 35, 49 ss.,
55, 61 ss., 90s., 94, 100, 114ss.,
119 s., 123, 128, 139, 146 ss.,
164 ss.
Medea, 118, 127, 128, 179.
Megacles, 50, 51, 167.
Megapentes, 22.
Mgara, 73, 74.
Melanio, 32.
Melisa, 50.
Menandro, 82, 83, 117, 137, 138,
140, 142, 175.
Menelao, 21, 22, 26, 31.
Menn, 85.
Micenas, 27.
Mileto, 49, 68, 143.
Mirrina, 80, 173, 174.
Mitilene, 44, 113, 114.
Moira, 173.
Mosquin, 140.
Nabis, 51.
Nauscaa, 16-19, 21, 27.
Neera, 71-79, 82, 85.
Neoptlemo, 22.
Neso, 123.
Nstor, 29.
Nicarete, 68, 71, 72.
Nilo, 118.
nodriza, 31 ss., 64, 68, 84 ss.
oikos, 15 ss., 25, 27 ss., 44, 47, 62 s.,
86, 99 s., 110, 136, 151,158, 163,
172.
Orestes, 121.
Ortgoras, 49.
Otrinoeo, 165, 166.
Oxirrinco, 113.
Pan, 138.
Pandora, 108, 111.
Pnfila, 141, 142.
Pnfilo, 82.
Pars, 21, 128.
Pasin, 65.
Patroclo, 171.
Pausanias, 49, 172.
pederastia (homosexualidad), 158,
171 ss.
Peleo, 19, 20.
Peloponeso, 52, 78, 84, 88, 125,
130, 136.
Penlope, 10, 16, 17, 20, 24, 25,
IN D IC E A N A L IT IC O
27-30, 32, 34, 35, 38, 51, 99, 100,
133, 152, 166.
Periandro, 40, 50.
Pericles, 52, 53, 68-70, 78, 122,
143, 167, 176.
Persfone, 132.
phem, 163-168.
Pireo, el, 53, 80, 85, 137.
Pisistrato, 50, 51.
Pitonica, 80.
Platn, 69, 93, 135, 144-153,
170-173.
Piangoli, 65, 140, 141, 176.
Plauto, 81, 82.
Plutarco, 58, 69, 89-96, 167.
Polibio, 46.
Plibo, 26.
Policas, 29.
Policrates, 49.
Polieucto, 66.
Polinice, 122.
Ponto Euxino, 140.
Poseidn, 16.
Praxgora, 64, 134, 136.
Praxiteles, 79.
Priamo, 20, 21, 23-25, 165.
proixy 163-168.
Prometeo, 108.
prostituta, 68 ss., 86.
Qureas, 139, 140, 175.
Querstrato, 139.
reina, 17 ss., 25 ss., 33, 38, 51, 77,
99 s.
religin, 70, 72, 77, 79, 132.
sacerdotisa, 77.
Safo, 10, 44, 113-115, 170, 171,
178, 179.
Samos, 49, 140, 141.
Sicilia, 50, 113.
Sicin, 49, 50, 167.
Simnides de Amorgos, 111-113,125.
Siracusa, 50.
Siria, 119.
Scrates, 11, 34, 35, 69, 70, 143,
172, 173.
Sfocles, 115, 118, 121, 122, 126.
Soln, 49, 53, 157, 167, 168.
Sostrato, 138, 175.
Tais, 82.
Turide, 128.
Tebas, 26.
tejer, 28 ss., 33 ss., 67, 84 s., 108,
128.
Telmaco, 20, 26-29, 31, 33.
Teodota, 70, 71.
Tegono, 77.
Terencio, 81-83.
Tersites, 18.
Tesalia, 78.
Timeo, 47.
tragedia, 111 s., 117 ss.
Trasbulo, 49.
Troya, 10, 23, 26, 28, 128.
Tucdides, 52, 88, 125.
Vernant, J. P., 18, 20, 165.
violacin, 141 s.
Vidal-Naquet, P., 47.
Ulises, 21-24, 26-32, 34, 152.
Zeus, 24, 108, 109, 118, 119, 129,
170, 171, 179.
Fue en Grecia donde se pusieron los cimientos de nuestra civilizacin
occidental, donde comenz a configurarse una concepcin de la
mujer que ha llegado con mayor o menor fuerza a nuestro siglo, y que
seguramente seguir existiendo en el prximo. Con un extraordinario
conocimiento de la historia y la literatura griegas, la autora profe
sora de historia en la Universidad de Pars VIII va ofrecindonos
la situacin de la mujer en Grecia desde los tiempos homricos hasta
l poca helenstica, reconociendo el papel secundario de la mujer en
la vida antigua, limitado a la procreacin y el gobierno de la casa.
Las grandes figuras femeninas como Helena, Andrmaca, Penlpe,
Clitemnestra, Hcuba, Aret y muchas otras, por no citar a las
diosas, tienen tanta cabida en esta obra como las cortesanas Neera,
Aspasia, Teodota las sirvientas y esclavas y las guerreras esparta
nas, resultando de todo ello una visin rigurosa de la mujer en la
Antigedad.
_______________ Otros libros de Historia en Editorial Nerea:_______________
Joseph Prez:
Isabel y Fernando. Los Reyes Catlicos.
W. J. Callahan:
Iglesia, poder y sociedad en Espaa, 1750-1874.
Carlos Gmez-Centurin: La Invencible y la empresa de Inglaterra.
Georges Minois:
Historia de la vejez. De la Antigedad al Renacimiento.
Margaret Wade Labarge: La mujer en la Edad M edia.
Vito Fumagalli:
Cuando el cielo se oscurece. La vida en la Edad Media.
D. Bushnell y N. Macaulay:E/ nacimiento de los pases latinoamericanos.
Geoffrey Parker:
Espaa y la rebelin de Flandes.
R. Fletcher:
E l Cid.
B. y L. Bennassar:
Los cristianos de Al.
R. Harrison:
Espaa en los albores de
la historia.