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Economía Política de La Dependencia y El Subdesarrollo Por Rolando Astarita

Este documento presenta un resumen de tres capítulos de un libro sobre la corriente de la dependencia y el subdesarrollo. En el primer capítulo, introduce la corriente de la dependencia, sus características generales y sus principales exponentes. En el segundo capítulo, sintetiza la obra de Ruy Mauro Marini, uno de los teóricos más influyentes de la dependencia. En el tercer capítulo, analiza la teoría de Marini desde la teoría marxista del capital.

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Economía Política de La Dependencia y El Subdesarrollo Por Rolando Astarita

Este documento presenta un resumen de tres capítulos de un libro sobre la corriente de la dependencia y el subdesarrollo. En el primer capítulo, introduce la corriente de la dependencia, sus características generales y sus principales exponentes. En el segundo capítulo, sintetiza la obra de Ruy Mauro Marini, uno de los teóricos más influyentes de la dependencia. En el tercer capítulo, analiza la teoría de Marini desde la teoría marxista del capital.

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ECONOMÍA POLÍTICA DE LA DEPENDENCIA

Y EL SUBDESARROLLO

ROLANDO ASTARITA

Recibido: Agosto de 2010

1
Agradecimientos
Agradezco a Carlos Astarita por lectura de varios capítulos de este libro, sus críticas y
observaciones, en especial referidas a la articulación entre formaciones precapitalistas, y la
mundialización del capital.
A Carlos Bianco, quien me ayudó a profundizar en la relación entre tipo de cambio y renta agraria.
A Mauricio Turkieh, quien leyó todo el borrador, corrigió no pocos errores y contribuyó con sus
consejos a darle forma de conjunto.
También estoy en deuda con mis alumnos de las carreras de Sociología, de la Facultad de
Ciencias Sociales; de Economía, de la Facultad de Ciencias Económicas Universidad de Buenos
Aires, y de la carrera de Comercio Internacional, de la Universidad Nacional de Quilmes, quienes a
través de múltiples planteos y cuestionamientos contribuyeron a precisar problemas y me
estimularon a profundizar en temas.
Mi agradecimiento asimismo a Paola Menna Zapatiel, de la Biblioteca de la Universidad Nacional
de Quilmes, quien me ha prestado una gran ayuda al proporcionarme materiales para mis
investigaciones.

2
Presentación
Este libro constituye en muchos sentidos una continuación de Valor, mercado mundial y
globalización. En Valor… analizamos críticamente la teoría clásica del imperialismo, a la luz de la
teoría del valor trabajo de Marx, la dinámica del capital que se deriva de ella, y de la globalización
de la relación capital/trabajo. En el presente trabajo abordamos la corriente de la dependencia; la
temática del tipo de cambio y el desarrollo desigual; y cuestiones vinculadas con la renta de la
tierra, su relación con la ganancia del capital y la tasa de interés, y con el desarrollo en un país
dependiente como Argentina.
En el primer capítulo brindamos un panorama de la corriente de la dependencia, sus avances en
relación a la teoría dominante en los medios académicos, sus raíces teóricas y políticas, e
introducimos a sus exponentes más destacados. En el capítulo dos, y a fin de profundizar en las
concepciones de la dependencia, sintetizamos la obra de Ruy Mauro Marini, tal vez el teórico de la
corriente que más sistemáticamente aplicó las categorías de El Capital al estudio de la
dependencia en Latinoamérica. En el capítulo tres analizamos la teoría de Marini desde la teoría
marxiana del capital, su tesis sobre la acumulación dependiente, y su noción de subimperialismo. A
través de este examen buscamos demostrar que no es necesaria una teoría de la acumulación
específica para los países dependientes, sino estudiar cómo se particularizan las tendencias y
leyes generales del capital. En el capítulo cuatro abordamos las tesis de la dependencia desde el
punto de vista del método y abogamos por un enfoque dialéctico de totalidad concreta, a fin de
superar las polaridades rígidas hacia las que se deslizó la corriente de la dependencia. En el
siguiente capítulo intentamos responder la pregunta de qué fenómeno histórico expresó la
dependencia y cuáles fueron las razones de su crisis y desintegración. El capítulo seis cierra esta
primera parte del libro con una discusión sobre la “dependencia reformulada”, esto es, sobre las
posiciones –predominantes en la izquierda y el progresismo latinoamericano– que actualmente
defienden los autores dependentistas.
Los siguientes cinco capítulos, que componen la segunda parte del libro, están dedicados a la
relación entre tipo de cambio, precios y desarrollo en países atrasados. El capítulo siete generaliza
el modelo de tipo de cambio, y la discusión sobre intercambio desigual que habíamos realizado en
Valor…. Su conclusión central es que en los países atrasados tecnológicamente se genera menos
valor por hora de trabajo que en los países adelantados tecnológicamente, aun cuando puedan
existir tipos de cambio “de equilibrio”, en el sentido que los define la macroeconomía neoclásica.
En el capítulo ocho sintetizamos la hipótesis de Prebisch-Singer del deterioro de los términos de
intercambio, subrayamos su relevancia en el presente, y ofrecemos una explicación alternativa del
porqué del fenómeno, basada en la teoría del valor trabajo. Una primera versión de este capítulo
apareció en Astarita (2009b).
En el siguiente capítulo encaramos una crítica al modelo de tipo de cambio de Shaikh, un referente
marxista en la materia. Los capítulos 10 y 11 constituyen una unidad. En ellos procuramos mostrar
que existió una lógica en la alternancia de períodos de tipo de cambio alto y bajo que hubo en
Argentina desde mediados de la década de 1970 a la actualidad. Sostenemos también que esa
lógica estuvo en la raíz de las recurrentes crisis cambiarias y financieras que atravesó el país.
La tercera parte está conformada por tres capítulos en los que analizamos la cuestión de la renta
agraria, el desarrollo del capitalismo agrario en la zona cerealera y sojera de Argentina, y sus
consecuencias sobre los ingresos en la clase dominante. El estímulo inmediato para la elaboración
de estos trabajos ha sido el conflicto entre el Gobierno y los productores y propietarios de la tierra
en la zona cerealera y oleaginosa argentina, que se desarrolló desde marzo de 2008 y no se cerró
completamente al momento de escribir estas líneas (inicios de 2010). Sin embargo el objetivo de
estos capítulos no es en sí mismo el conflicto, sino indagar en el desarrollo agrario de un país
atrasado, pero con un sector de alta productividad; y estudiar la dinámica que se plantea entre
renta, ganancia e ingresos del capital financiero. Para esto en el capítulo 12 presentamos una
explicación sencilla de la teoría de la renta de Marx, que en general es poco conocida incluso entre
los propios marxistas. Asimismo analizamos los cambios que se han producido en las rentas
diferenciales I y II; cuestionamos la existencia hoy de la renta absoluta; y analizamos la relación
entre la renta, la ganancia y el interés. La explicación de esas categorías se amplía en Interludio I,

3
a través de la crítica a una interpretación de la teoría de la renta de Marx distinta de la que
defendemos; en este Interludio también abordamos la relación entre renta y tipo de cambio. .
En el capítulo 13 analizamos el desarrollo del capitalismo agrario argentino como parte de la
globalización y la entrada del capital en el agro a nivel mundial. En este capítulo volvemos también
sobre cuestiones planteadas por los teóricos de la dependencia sobre la articulación entre modos
de producción no capitalista y el desarrollo capitalista. En el Intermedio II explicamos cómo
funcionan los mercados de futuros, a fin de discutir la idea de que los precios de los alimentos, las
materias primas agrícolas y los productos energéticos son determinados por la actividad financiera
y especulativa. En el capítulo 14 aplicamos las categorías teóricas discutidas al análisis del
conflicto entre el Gobierno y el campo, con un pequeño “modelo” de país dependiente, basado en
lo desarrollado en los capítulos 10 y 11. El análisis refuerza la idea, que defendemos a lo largo del
libro, de que es necesario superar las visiones linealmente “estancacionistas” que han
predominado en los estudios marxistas de los países subdesarrollados.
Por último, en el capítulo 15 nos preguntamos cuál es el significado hoy de la dependencia, en el
marco de nuestra tesis sobre que no existe explotación entre países, como había planteado la tesis
de la dependencia. Esta cuestión se vincula estrechamente con los programas políticos,
tradicionalmente tributarios de la corriente de la dependencia, de la “liberación nacional”, la
“independencia económica” y la “autarquía económica”.

4
Índice
PRIMERA PARTE:
LA CORRIENTE DE LA DEPENDENCIA
1. Corriente de la dependencia, características generales
2. Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
3. Discusión sobre Marini desde la teoría del valor trabajo
4. Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la tradición hegeliana y marxista
5. La realidad histórica que expresó la CD y las razones de su crisis
6. La dependencia reformulada
SEGUNDA PARTE
SUBDESARROLLO Y TIPO DE CAMBIO
7. Tipo de cambio “de equilibrio” y desequilibrio en términos de valor en el intercambio
Apéndice: Intercambio entre el modo de producción capitalista y la producción simple de
mercancías
8. Deterioro de los términos de intercambio y teoría del valor trabajo
Apéndice: Explicación sencilla de precios de producción
9. Tipo de cambio y crisis externa crónica en Shaikh
10. Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino. Elementos estructurales
11. Tipo de cambio, dinámica del desarrollo desigual y de las crisis en el caso argentino
TERCERA PARTE
CAPITALISMO AGRARIO EN UN PAÍS SUBDESARROLLADO
12. Renta de la tierra y capital
Interludio I: Renta agraria, interés y tipo de cambio, discusiones teóricas
13. Globalización y desarrollo capitalista en el agro
Interludio II: Especulación financiera y precio de los granos
14. Renta agraria, ganancia del capital y retenciones
CONCLUSIÓN
15. ¿Qué es hoy la dependencia?
BIBLOGRAFÍA

5
PRIMERA PARTE
LA CORRIENTE DE LA DEPENDENCIA
Capítulo 1
Corriente de la dependencia, características generales
La corriente de la dependencia (en adelante CD) fue un movimiento intelectual y político que buscó
explicar las raíces del atraso y el subdesarrollo en América Latina, y analizar las relaciones
desiguales entre los países de la periferia y los países adelantados. Nació a mediados de la
década de 1960 en la central de Santiago de Chile de la CEPAL, y adquirió rápidamente influencia
en la izquierda latinoamericana y en círculos académicos e intelectuales de Europa y Estados
Unidos, hasta mediados de la década de 1980, cuando entró en un proceso de crisis y dispersión.
Sin embargo sus ideas siguen predominando en la izquierda y en el nacionalismo radical
latinoamericano.
Para comprender a la CD es conveniente entender cuáles fueron sus fuentes teóricas; el contexto
intelectual, social y político que rodeó su nacimiento; y en oposición a qué pensamientos, por
entonces prevalecientes, los autores de la dependencia desarrollaron sus principales tesis.
INFLUENCIA DE LA CEPAL
El surgimiento de la CD se vincula, en primer lugar y de manera directa, con las problemáticas que
había instalado la CEPAL en la agenda de los estudios sociales, así como con las limitaciones de
esta corriente frente a la realidad latinoamericana. En especial influyó en la CD la tesis de la
CEPAL sobre que la causa del atraso de América Latina residía en la forma en que la región se
insertaba en la economía mundial. Una cuestión que a su vez había sido determinante en la
creación de la CEPAL.
Efectivamente, la CEPAL nació en un entorno de deterioro de las relaciones de los gobiernos
latinoamericanos con Estados Unidos, en la inmediata segunda posguerra. Una serie de factores
se conjugaron para llevar a esa situación. Por aquellos años se había reforzado la dependencia de
América Latina con respecto a las importaciones de manufacturas norteamericanas; habían caído
sus reservas; y existía un temor generalizado de que los precios de las materias primas se
establecieran en un mercado controlado por un único comprador, Estados Unidos. La CEPAL fue
creada, como agencia de las Naciones Unidas, a propuesta de latinoamericanos con el objetivo de
estudiar las formas de relación económica de América Latina con los países del centro. Por eso
desde su inicio estuvo integrada por economistas mayoritariamente reformistas y keynesianos, que
alentaban el desarrollo de una burguesía nacional industrialista en Latinoamérica, la intervención
del Estado en la economía y la colaboración de clases para hacer frente a las presiones externas.
Este contexto explica la trascendencia que tuvo, a fines de la década de 1940, la hipótesis de
Prebisch-Singer, sobre el deterioro de los términos de intercambio.
Según Prebisch y Singer, los países atrasados sufrían un deterioro creciente de los precios de sus
exportaciones primarias, en relación al precio de los bienes industriales que importaban de los
países adelantados; por lo tanto, seguía el argumento, el comercio internacional entre el centro y la
periferia no llevaba automáticamente al desarrollo de la periferia, como postulaba la teoría
ortodoxa.1 De esta manera Prebisch y Singer cuestionaban la aplicabilidad de la teoría neoclásica a
los países atrasados, y afirmaban la necesidad de diferenciar cualitativamente los países del centro
capitalista de los países de la periferia. En base a este diagnóstico la CEPAL rechazó el
crecimiento basado en las exportaciones, adoptó un enfoque nacionalista y proteccionista, e
impulsó a las corrientes desarrollistas de las burguesías latinoamericanas. Pero también abogó por
una industrialización sustentada en la entrada del capital extranjero.

1
Con esto introducía la temática de los intercambios entre países adelantados y atrasados, que había estado
ausente de las preocupaciones marxistas, y de otros economistas heterodoxos, y sería retomada en la CD. En
el campo del marxismo la cuestión del intercambio desigual había sido mencionada por Bauer a comienzos
del siglo XX, en referencia a la cuestión nacional; pero no había atraído la atención de los marxistas.

6
Inicialmente el proyecto cepaliano despertó muchas esperanzas en América Latina, pero hacia
mediados de los años sesenta su desarrollismo, caracterizaba la CD, entraba en un impasse. En
América Latina continuaban la marginación y la pobreza de vastos sectores; la entrada del capital
extranjero había generado una mayor dependencia de las importaciones de máquinas y equipos, y
un continuo drenaje de divisas por la remesa de utilidades y pago de regalías; además, los países
padecían crisis recurrentes en sus balanzas de pagos. Las economías latinoamericanas se
estancaban.2 De aquí la radicalización de economistas y sociólogos cepalianos y heterodoxos, y la
formación del movimiento de la dependencia en convergencia con sectores marxistas. En 1968
Dos Santos escribía:
Los hechos históricos han generado una crisis muy seria en las ciencias sociales
latinoamericanas. La década optimista fue seguida de una década de pesimismo,
caracterizada por el estancamiento económico y el fracaso de las políticas de desarrollo
(Dos Santos, 1975, p. 163).
Citaba luego a Prebisch, quien admitía que
…en la evolución de la economía latinoamericana en 1966, se advierten nuevamente los
dos rasgos que la vienen caracterizando desde hace años: la lentitud y la irregularidad del
crecimiento económico (ibid., p. 165).
Los dependentistas pensaban que el programa de la CEPAL había expresado las aspiraciones de
la burguesía latinoamericana a un desarrollo nacional autónomo. Pero a partir de los sesenta,
cuando esa burguesía había establecido una relación de dependencia con los capitales
extranjeros, ese programa había dejado de corresponder “a los intereses propios de la clase que
buscaba orientar y pasaba a corresponder a un sueño utópico pequeñoburgués” (Bambirra, 1983,
p. 31).3 La estrategia promovida por el desarrollismo generaba descapitalización, déficits externos,
crecimiento de las deudas y más dependencia (ibid., p. 29). Los dependentistas también criticaban
que la CEPAL hubiera subvalorado las medidas distributivas, en especial la reforma agraria.
RADICALIZACIÓN DE LAS LUCHAS
A las dificultades económicas que enfrentaba el continente latinoamericano se sumó el auge de las
luchas populares y de liberación nacional, desde fines de los años cincuenta. Se asistió por
entonces al ascenso de movimientos de liberación, nacionales y antiimperialistas, en Argelia,
Congo Belga y Vietnam, entre otros lugares. Más importante aún fue el triunfo de la Revolución
Cubana, y el fortalecimiento del guevarismo, con sus críticas a las concepciones stalinistas y al
reformismo burgués. Asimismo la Revolución Cultural china contribuyó a la radicalización
latinoamericana de los sesenta. Pero también hubo respuestas reaccionarias y de la derecha.
Entre comienzos y mediados de los sesenta se producen el golpe militar en Brasil; la sangrienta
represión al movimiento obrero y popular en Indonesia; la invasión de Estados Unidos a República
Dominicana; y el golpe militar en Argentina, de 1966. Hubo en consecuencia una creciente
convicción en muchos sectores de la izquierda de que el avance social por la vía keynesiana y
democrática se cerraba para el Tercer Mundo.
Además, tuvo importancia el giro a la izquierda de un sector de la iglesia, que profundizó en la línea
del Concilio Vaticano II y dio lugar al surgimiento de la Teología de la liberación. Militantes
latinoamericanos que se habían iniciado en el nacionalismo católico radicalizaron sus posturas en
los sesenta y setenta, adoptando planteos del marxismo y de otras teorías críticas. También incidió
la radicalización de la juventud de Estados Unidos y Europa, con sus críticas a la sociedad de
consumo, a la guerra en Vietnam y su lucha por la paz.
La CD estuvo integrada por muchos intelectuales de izquierda –principalmente sociólogos y
economistas– que no pertenecían a partidos políticos. Pero también tuvieron posiciones
dependentistas autores afines al maoísmo. Samir Amin fue el más influyente; aunque tal vez no

2
En el cap. 5 veremos que sin embargo las cifras del crecimiento del producto en América Latina no avalaban
del todo esta tesis de la CD.
3
En Dos Santos (2003) se caracteriza a la CEPAL como “una organización emanada de los gobiernos
latinoamericanos y un órgano encargado de la propuesta de políticas y asesoría a gobiernos” (p. 67).

7
pueda ser incluido formalmente dentro de la CD. Asimismo los trotskistas desarrollaron análisis con
muchos puntos de contacto con la CD, siendo Ernest Mandel el más destacado. La CD, siempre
entendida en un sentido amplio, también incluyó estructuralistas que descubrieron “los límites de
un proyecto nacional autónomo” (Dos Santos, 2003, p. 25). Entre estos últimos mencionamos a
Osvaldo Sunkel, los trabajos maduros de Celso Furtado, “e inclusive la obra final de Raúl Prebisch
reunida en su libro El capitalismo periférico” (ibid.).4
SUPERACIÓN DE LA TEORÍA ORTODOXA DEL DESARROLLO
La situación que acabamos de describir se combinó con una profunda insatisfacción con la teoría
burguesa del desarrollo dominante en los sesenta. Ésta había sido establecida, en lo esencial, por
Rostow (1974). Rostow planteaba que existía una secuencia de etapas de crecimiento, que se
repetían de forma más o menos uniforme en todos los países que avanzaban hacia “la
modernización”. Esas etapas eran la sociedad tradicional; la del desarrollo de condiciones previas
para el impulso inicial; la etapa del impulso inicial, cuando se superaban los obstáculos para el
crecimiento y pasaban a dominar las fuerzas del progreso económico; la etapa de la marcha hacia
la madurez; y la era del alto consumo de masas. Lo decisivo para que hubiera desarrollo, siempre
según Rostow, era favorecer la libre empresa, la importación de capital y la inserción plena en la
economía internacional.
Rostow pensaba que desde el impulso inicial a la madurez se necesitaban aproximadamente 60
años porque, desde el punto de vista analítico, “un intervalo de esa naturaleza puede apoyarse en
la poderosa aritmética del interés compuesto aplicado al monto de capital, en combinación con las
consecuencias de mayor alcance, debidas al poder de una sociedad de absorber la tecnología
moderna de tres generaciones” (p. 22).5 Y sostenía seriamente que lo suyo constituía “una
alternativa a la teoría de la historia moderna de Karl Marx” (p. 14). Se trataba de una concepción
lineal y mecánica, que fue adoptada por los poderes políticos en los países centrales y en muchos
de los atrasados. La ideología y el programa de la Alianza para el Progreso, promovida por el
presidente Kennedy, reflejaron esta influencia.
La visión linealmente evolucionista del desarrollismo neoclásico se combinaba en la ortodoxia
dominante con una concepción dualista de las sociedades atrasadas. Según el dualismo, las
sociedades se dividían en un sector atrasado tradicional y otro moderno, el capitalista. Se pensaba
que a partir de la interacción entre esos dos sectores se produciría el ensanchamiento progresivo
del sector moderno y una reducción del tradicional, hasta que todos los habitantes estuvieran
incluidos en el desarrollo. Aún modelos semi-heterodoxos, como el de Lewis, un referente en la
teoría del desarrollo, participaban de esta visión. Lewis pensaba que en países atrasados con
excedente de mano de obra en el sector “tradicional” (precapitalista) podía haber desarrollo por la
transferencia paulatina de trabajadores hacia el sector “moderno” (capitalista). De esta forma el
segundo crecería a expensas del primero, que se iría achicando. 6 En consecuencia, las teorías del

4
En este libro encontramos posiblemente las posiciones más radicalizadas de Prebisch. Plantea que el
mercado no puede ser el regulador del desarrollo en la periferia, ya que no resuelve las grandes fallas en las
relaciones centro-periferia, ni las tendencias excluyentes y conflictivas del desarrollo periférico. Constata que
en los países periféricos existe sobreoferta de mano de obra, y por lo tanto bajos salarios. También altos
ingresos concentrados en las clases propietarias, que siguen las pautas de consumo del centro, y una dinámica
de acumulación que implica un gran desperdicio en la acumulación del capital. Todo esto está acompañado de
la quiebra del liberalismo democrático (Prebisch escribe en tiempos de dictaduras en el Cono Sur de América
Latina). Termina proponiendo un uso social del excedente a cargo del Estado y una acción reguladora de éste
mediante la planeación democrática. Las resonancias keynesianas –del capítulo final de la Teoría General–
son notables.
5
En El Capital Marx se burlaba de aquellos economistas que pensaban que si se hubiera puesto una libra
esterlina a interés compuesto hace 2000 años, hoy la humanidad dispondría de una fortuna incalculable. Pero
esta idea alocada es posible cuando se considera que el capital es “una cosa”, que crece mecánicamente, y no
una relación social. Rostow aplica esa primitiva noción a su esquema de desarrollo
6
Véase Lewis (1973); Lewis nunca revisó su postura esencial, a pesar de rectificaciones parciales; véase
Lewis (1979).

8
desarrollo centraban sus análisis en los obstáculos y resistencias que oponían las estructuras
tradicionales al avance del sector “moderno”, y al “despegue” de los países atrasados.
En oposición a esta visión auto-conformista del desarrollo la CD planteó que los países no
avanzaban mecánica ni linealmente desde el atraso a la madurez, y que había que tener una visión
histórica y de totalidad de la periferia. La perspectiva histórica era importante para entender, contra
lo que afirmaba Rostow, que todas las sociedades habían tenido historia, y que muchos países
subdesarrollados –como India o China– habían sido en su momento “desarrollados”. Por otra parte,
desde la perspectiva de totalidad se podía comprender el atraso de la periferia como producto del
sistema mundial. Esto significaba que el subdesarrollo de la periferia constituía el reflejo especular
del desarrollo de los países adelantados; el desarrollo de los países adelantados y el subdesarrollo
de la periferia no eran fenómenos independientes, sino partes de un mismo proceso, donde uno se
vinculaba orgánicamente al otro.7 Los países adelantados explotaban a los atrasados; estos
últimos transferían sus recursos al centro, y potenciaban el desarrollo desigual de ambos polos. 8
No había por lo tanto desarrollos en sucesión lineal, sino en paralelo, y el subdesarrollo de los
países atrasados alimentaba el desarrollo de los adelantados. En palabras de Dos Santos:
El tiempo histórico no es unilineal, no hay posibilidad de que una sociedad se desplace
hacia etapas anteriores de las sociedades existentes. Todas las sociedades se mueven
paralelas y juntas hacia una nueva sociedad. Las sociedades capitalistas desarrolladas
corresponden a una experiencia histórica completamente superada…. (Dos Santos, 1975,
p. 153).
Al respecto Shamsavari (1991) destaca que la escuela “introdujo una dimensión histórica e
internacional” al problema del desarrollo (p. 266), frente a las construcciones de los neoclásicos. Se
conforma así lo que posiblemente sea la tesis central de la CD, que sostiene que las economías de
los países subordinados, o dominados, están condicionadas y dependen de las economías del
centro en un grado tal que les imposibilita tener un desarrollo capitalista dinámico, con fuerza
propia. Por eso el atraso no podía superarse, como pensaba la corriente mayoritaria de la CEPAL,
mediante algunas medidas correctivas en el comercio internacional, ni incentivando la entrada de
capital extranjero; o apostando a un desarrollo capitalista autónomo, articulado por el Estado.
CRÍTICA DE LAS CONCEPCIONES STALINISTAS
La CD también criticó los análisis y las políticas de los partidos Comunistas latinoamericanos. A
principios de los años sesenta los partidos Comunistas continuaban defendiendo la estrategia de la
revolución por etapas, que había definido la Internacional Comunista a comienzos de la década de
1930 para los países atrasados. Planteaban que la falta de desarrollo en la periferia se debía a las
estructuras semi-feudales, mantenidas por las oligarquías terratenientes en alianza con los
monopolios imperialistas, y contrarias al fortalecimiento de una clase capitalista industrial y
nacional. Por eso las burguesías nacionales –eran “nacionales” porque estaban interesadas en
desarrollar capitalismos independientes– tenían intereses “objetivamente enfrentados” al
imperialismo y la oligarquía. De aquí que los partidos Comunistas plantearan la necesidad de una
revolución democrático-burguesa que abriera camino a la industrialización y, en consecuencia, al
fortalecimiento social del proletariado. La estrategia revolucionaria era “por etapas”. La primera
etapa comprendería la revolución democrática, popular y anti-imperialista. En ella la clase obrera
sería aliada de la burguesía nacional, y sólo después del triunfo de esta revolución se podría
avanzar hacia la segunda etapa, la revolución socialista.
7
Estas ideas van a ser profundizadas por los teóricos de la “economía mundo”, corriente de la que
participaron André Gunder Frank, y Samir Amin.
8
La CD puso el énfasis en el colonialismo –o neocolonialismo– “externo”, esto es, en las relaciones de
explotación, mediante la transferencia de plusvalía, desde los países atrasados a los adelantados. Sin embargo,
y como señala Chilcote (1974), hubo autores como González Casanova, Oscar Lewis y Frantz Fanon, que
pusieron la atención en el colonialismo “interno”. Según esta perspectiva, las áreas rurales de los países
periféricos son explotadas por las ciudades. La idea de transferencia de excedente desde las áreas rurales a las
ciudades de los países subdesarrollados reaparece en Frank; véase más abajo. Discutimos algunas cuestiones
de método relativas a la relación entre formaciones económicas precapitalistas –economía parcelaria
campesina– y el modo de producción capitalista más adelante en este libro.

9
La CD invirtió este razonamiento al sostener que el atraso y el subdesarrollo no eran el producto de
las estructuras atrasadas –feudales o precapitalistas–, sino el resultado de la expansión del
capitalismo mundial. Las burguesías nativas eran un derivado de ese desarrollo capitalista, y sólo
podían sobrevivir asociándose con el capital extranjero y abdicando “de sus propios proyectos de
desarrollo nacional autónomo” (Bambirra, 1983, p. 65). No se trataba de una burguesía “nacional”,
como sostenían los comunistas, ya que no podía defender los intereses de la nación
independientemente de los intereses del capital extranjero, al que estaba asociada.
Ellas [las burguesías criollas] no disponen de la propiedad privada de los medios de
producción fundamentales sino que la comparten con el imperialismo desde una posición
desventajosa, aunque eso no signifique que sus ganancias no sean sustanciales
(Bambirra, 1983, p. 65).
En consecuencia la CD planteaba que los industriales criollos no serían aliados de los trabajadores
y de los sectores populares en una futura revolución democrática. La única salida para superar el
atraso pasaba por el triunfo de la revolución socialista, dirigida por la clase obrera, enfrentada al
imperialismo, las oligarquías y las burguesías nativas.
La crítica de la CD a los partidos Comunistas coincidía con el planteo de los trotskistas –pero no
con los partidos maoístas– sobre la incapacidad de las burguesías de los países periféricos de
encabezar o participar en luchas revolucionarias contra el imperialismo. Y sobre la necesidad de
abandonar la estrategia de la revolución por etapas.
Los autores de la dependencia también cuestionaron la visión lineal y mecánica del marxismo
soviético, según la cual la humanidad debía atravesar, necesariamente, las etapas del comunismo
primitivo, el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo, antes de llegar al socialismo. En este
respecto los aportes fundamentales provinieron de antropólogos marxistas, que dieron pie, además
a la tesis de la articulación de los modos de producción (véase más abajo). Destacamos los
estudios de Maurice Godelier sobre el modo de producción asiático (por ejemplo Godelier, 1971); la
categoría de regímenes tributarios de Amin (véase Amin, 1986); la noción de “modo de producción
africano”, de Coquery-Vidrovitch (Coquery-Vidrovitch, 1998); y los trabajos sobre el rol de las
formaciones no capitalistas africanas de Claude Meillassoux (1982).
Señalemos por último que si bien en líneas generales los partidos Comunistas latinoamericanos
rechazaron a la CD, Vania Bambirra apunta que en algunos de ellos hubo una receptividad
favorable a la dependencia. Por ejemplo, en militantes del PC chileno; y en el PC brasileño habría
habido, siempre según Bambirra, “síntomas relevantes de reorientación”, en el sentido de plantear
el carácter socialista de la futura revolución (Bambirra, 1983, p. 10). De todas maneras los partidos
Comunistas de América Latina nunca modificaron sus concepciones fundamentales.
TRADICIONES DESDE LA IZQUIERDA
Las ideas de la CD entroncaron a su vez con estudios y debates de más larga data sobre el
sistema mundial y el desarrollo. En primer lugar con la extensa polémica entre el marxismo y el
populismo ruso que tuvo lugar hacia fin del siglo XIX y principios del siglo XX, sobre si Rusia
seguiría la evolución de los países capitalistas adelantados, o podría encarar vías alternativas de
desarrollo.9 Allí quedaron establecidas algunas problemáticas que luego recorrerían los trabajos
sobre la dependencia. Entre ellas, la relación entre la acumulación y la ampliación de los mercados
internos. Los populistas habían sostenido, en oposición al marxismo “ortodoxo”, que los bajos
ingresos de las masas campesinas constituían un obstáculo insuperable para el desarrollo
capitalista, ya que limitaban mortalmente a los mercados. Décadas más tarde autores de la CD –
como lo veremos en Marini– esgrimieron argumentos similares, y cuestionaron la aplicabilidad de
las leyes marxianas de la acumulación a los países subdesarrollados. .
En segundo término, la CD adoptó y profundizó las tesis clásicas sobre el imperialismo que
elaboraron marxistas y radicales de principios de siglo XX. De especial trascendencia fue el folleto
de Lenin El imperialismo fase superior del capitalismo. Siguiendo a Hilferding (1974), Lenin
sostenía que el sistema capitalista había pasado de una fase de libre competencia –típicamente las

9
Los textos del primer Lenin, con sus polémicas con los populistas, son característicos de esta literatura.

10
décadas de 1860 y 1870– a una en que prevalecían los monopolios. Según este enfoque, los
precios eran administrados, y la economía podía ser manejada, a través de la colusión y las
relaciones de fuerza, por las grandes empresas. Además, en los países más poderosos los
mercados estaban saturados –las masas carecían de poder de compra debido a la concentración
de la riqueza–, y los capitales debían salir al exterior por mercados y fuentes de aprovisionamiento
para evitar la depresión. La tendencia al estancamiento en el centro se reforzaba por la hegemonía
que había adquirido el capital financiero, que ejercía un rol parasitario y retrógrado.
Por lo tanto la empresa colonial, según Lenin, era imprescindible para que el capitalismo del centro
se reprodujera. El monopolio y la necesidad de explotar a la periferia explicaban también que en
las relaciones económicas internacionales prevaleciera la violencia para la extracción del
excedente desde la periferia. El sistema de explotación colonial imperialista, sustentado en el
saqueo y el pillaje, se convertía en un rasgo característico de la época.
Naturalmente, si había un estado de guerra permanente para mantener el dominio colonial y el
saqueo, habría poco espacio para el desarrollo capitalista en los países atrasados. Sin embargo los
marxistas pensaban también que la exportación de capitales desde los países centrales a la
periferia generaría el desarrollo de las fuerzas productivas en esta última. En su trabajo sobre el
imperialismo Lenin afirmaba que la exportación de capital repercutía en los países en que era
invertido, acelerando “extraordinariamente” el desarrollo del capitalismo.10 Este pronóstico
generaba una tensión –no reconocida teóricamente en los escritos leninistas– con la idea del
predominio del pillaje y el robo. Para zanjar la cuestión, entre finales de los años veinte y principios
de los treinta la Internacional Comunista sentenció que las inversiones de los capitales
imperialistas sólo generaban atraso. En su sexto Congreso, en 1928, se aprobaron las “Tesis sobre
el movimiento revolucionario en los países coloniales y semicoloniales”, en las que se afirmaba que
la expansión del capitalismo en los países coloniales y semicoloniales –ubicados mayoritariamente
en Asia y África– ya no era progresiva.11 En el siguiente Congreso, de 1934, esta tesis se extendió
a América Latina.
Estas ideas fueron profundizadas y sistematizadas, en la década de 1950, en un conocido libro de
Paul Baran sobre la economía política del crecimiento (véase Baran, 1969). Aquí Baran anticipó
mucho de lo que luego defenderían los autores de la CD;12 de hecho, en los años sesenta y setenta
normalmente se incluía a Baran dentro de la corriente.
Baran planteó que el atraso, la miseria y el subdesarrollo de los países de la periferia no se debían
a causas internas, sino a la explotación de las potencias. El caso más representativo era India,
cuya economía había sido devastada por el colonialismo inglés. Baran se apoyaba en datos de
estadígrafos indios, que calculaban que Gran Bretaña se apropiaba anualmente de
aproximadamente el 10% del producto bruto de la India. Planteaba así la idea del “drenaje” o
“transfusión” de recursos de la periferia al centro. El excedente económico se obtenía “de las
masas subalimentadas, semidesnudas, mal alojadas y agotadas por exceso de trabajo” (Baran,
1969, p. 172). Inevitablemente India se subdesarrollaba en tanto Gran Bretaña se desarrollaba. La
conexión de la periferia con el capitalismo frenaba el desarrollo:
… no puede haber duda de que si la cantidad de excedente económico que Gran Bretaña
extrajo de la India hubiese sido invertido en esta última, el desarrollo económico de la India
tendría en la actualidad poca similitud con este cuadro sombrío (Baran, 1969, p. 172).
10
También Hilferding, quien escribe: “la exportación de capital… ha acelerado enormemente la subversión de
todas las viejas relaciones sociales y la difusión del capitalismo por el globo” (Hilferding, 1974, pp. 362-363).
La idea de que la entrada del capital extranjero promovería el desarrollo en la periferia ya había sido
adelantada por Marx. Por ejemplo, cuando se refirió a los efectos beneficiosos, a largo plazo, para el
desarrollo del capitalismo, que tendrían los ferrocarriles británicos en la India; volvemos sobre esta posición
de Marx en el cap. 6.
11
Como ha señalado Gabriel Palma, este Congreso debe ser considerado como “el punto de transición del
enfoque marxista respecto a la progresividad del capitalismo en las regiones atrasadas” (Palma, 1987, p. 46).
12
Cardoso (1977) relativiza la influencia de Baran, diciendo que no escribió nada que ya no estuviera presente
en la perspectiva del pensamiento crítico en América Latina antes de 1960. Pero el trabajo de Baran fue
publicado en los cincuenta.

11
La contracara de la India era Japón, el único país que no había sido una colonia o una
dependencia del capitalismo avanzado; en consecuencia había gozado de un “desarrollo nacional
independiente” (ibid., p. 183).
Además del factor colonial, Baran aportó nuevos elementos a la tesis de que los países atrasados
eran explotados. Es que ya en los años cincuenta el colonialismo estaba en retroceso, y era
necesario modificar algunos planteos. Baran puso el énfasis en la inversión extranjera directa (IED)
de los países centrales en los atrasados. Planteó que la entrada de capitales en la periferia era
muy reducida, y al poco tiempo existía una salida neta de recursos debida a la remesa de
utilidades, pagos de regalías, patentes, intereses, etc., por parte de los monopolios. En
consecuencia era mucho más lo que sacaban los imperialistas, que lo que aportaban a los países
atrasados con sus inversiones; las balanzas de pagos sufrían crisis recurrentes. 13 Así la IED, lejos
de generar desarrollo, provocaba estancamiento y miseria. Existía explotación de los países
atrasados y formalmente independientes por parte de los Estados imperialistas, aunque no por
medio del dominio colonial. Los monopolios extranjeros actuaban en combinación con las
oligarquías locales, conformando una alianza que impedía el progreso social y económico. Por eso
las relaciones capitalistas no se podían extender plenamente en los países atrasados, y los
regímenes periféricos eran “mercantil-feudales”.
Estas posiciones se profundizaron luego con la explicación más general de Baran y Sweezy (1982)
sobre el capital monopolista, que intentaba actualizar las viejas tesis del imperialismo. En particular
porque Baran y Sweezy plantearon que si el monopolio había pasado a dominar la economía, las
leyes económicas establecidas por Marx de alguna manera debían ser modificadas. Además,
Baran y Sweezy adoptaron además un enfoque claramente subconsumista. Sostenían que la
concentración del capital en manos del monopolio generaba un aumento de los beneficios en grado
tal, que no podía ser gastado por los capitalistas. De ahí que hubiera un problema estructural de
realización del producto, y la salida del sistema pasaba por promover el gasto improductivo (armas,
propaganda, etc.).14 De manera que la supervivencia del capitalismo dependía del despilfarro
estructural; lo que explicaba la tendencia al estancamiento en el centro.
Esta obra de Baran y Sweezy fue considerada por muchos autores de la dependencia como una
actualización de las tesis leninistas del imperialismo y la preponderancia de los monopolios. 15 La
revista norteamericana Monthly Review, animada por Baran y Sweezy, gozó de gran predicamento
en la CD.
La influencia de Baran y Sweezy se combinó con la que ejercieron marxistas más “ortodoxos”,
como Mandel. Mandel planteó que la tesis de la preeminencia del monopolio no obligaba a generar
una teoría distinta de la marxiana. Además, y a pesar de conceder importancia al despilfarro, no
tuvo una visión “estancacionista” del capitalismo central. Mandel destacó que el capitalismo en los
países desarrollados había tenido la capacidad de ampliar los mercados después de la Segunda
Guerra, por lo menos hasta comienzos de la década de 1970.
LA TESIS DEL INTERCAMBIO DESIGUAL
En los años 1960, y en paralelo con la consolidación de la CD, apareció la tesis del intercambio
desigual, de Arghiri Emmanuel. Emmanuel (1972) sostenía que los países atrasados transferían
valor a los países adelantados por los mecanismos de mercado. A diferencia de Prebisch,
planteaba que esto no se debía a que las exportaciones de la periferia fueran materias primas, ya
que ocurría con todos los productos de exportación de los países atrasados. El origen último del
intercambio desigual, según Emmanuel, eran los salarios extremadamente bajos que se pagaban
en la periferia subdesarrollada. Esto posibilitaba altas tasas de plusvalía; dada la igualación de las
tasas de ganancia, se generaba una transferencia de valor desde los países atrasados a los
adelantados.

13
“[L]os países subdesarrollados… en conjunto, han enviado continuamente una gran parte de su excedente
económico hacia los más adelantados, bajo la forma de intereses y dividendos” (Baran, 1969, p. 211).
14
Lo esencial de este planteo ya estaba elaborado a fines de los cincuenta; véase Baran (1959).
15
Todavía en la década de 1990 Samir Amin reivindicaba todos estos análisis de Baran y Sweezy como punto
de partida para la comprensión del capitalismo contemporáneo; véase el capítulo 6.

12
Emmanuel afirmaba entonces que había explotación de los países atrasados por parte de los
países adelantados, aunque ya no se tratara de explotación colonial. Concluía además en que no
había posibilidad de establecer un programa socialista internacional, porque los trabajadores de los
países adelantados participaban de la explotación de los trabajadores de los países atrasados.
Esta conclusión despertó muchas críticas contra Emmanuel.16 A pesar de este cuestionamiento, la
tesis del intercambio desigual fue adoptada y defendida por muchos autores de la CD.17
LA CD, UNIDAD Y DIVERGENCIAS
Hasta el momento nos hemos referido a la “corriente” de la dependencia dado el tronco de ideas
claves compartidas por los dependentistas: la imposibilidad de un desarrollo capitalista con raíces
propias de la periferia; la tesis de que los países atrasados eran explotados por los monopolios y
los países centrales; el sesgo nacionalista radical de sus planteos; y la idea de que la transferencia
de excedente generaba desarrollo en los países imperialistas. A partir de estos puntos en común
hubo sin embargo importantes diferencias, razón por la cual es imposible hablar de una “escuela”.
Ya en los sesenta Cardoso constataba que los autores de la CD tenían interpretaciones
“discordantes entre sí en puntos significativos” (citado por Bambirra). En 1981 Chilcote también
apuntaba que “aquellos interesados en la dependencia han reconocido que no existe una teoría
general y unificada” (Chilcote, 1981, p. 15). Y en su reseña y balance de la corriente Palma (1987)
decía que la dependencia nunca había logrado unificar una teoría, y era conveniente hablar de una
escuela unificada. Por este motivo la mejor forma de profundizar qué fue la CD es presentando las
posiciones de sus principales exponentes, y sus diferencias.
André Gunder Frank
Frank, junto a Cardoso y Faletto, fue el iniciador de la CD con la publicación en Monthly Review, en
1966, de “The development of underdevelopment”, que fue la base de su libro Capitalismo y
subdesarrollo en América Latina, publicado al año siguiente. A pesar de que Frank nunca se
reivindicó marxista, usó categorías del marxismo, y siempre reconoció la influencia de Baran en su
elaboración teórica.
Su tesis, en principio, es muy sencilla. Dice que cuando los países se vinculan al mercado mundial
se acrecientan las diferencias de sus economías porque se produce una transferencia de
excedente de un país al otro.18 De manera que pequeñas diferencias iniciales van creciendo
exponencialmente, dando lugar a que una minoría de países se desarrolle y una mayoría se
subdesarrolle. Por eso, siempre según Frank, cuanto más se vinculan los países de la periferia al
mercado mundial, más se subdesarrollan. Por ejemplo, el norte de Brasil había experimentado un
cierto auge cuando se había vinculado tempranamente, y de manera intensa, al mercado mundial,
pero luego había caído en la decadencia, producto de esa vinculación. Algo parecido había
ocurrido con el Potosí. También había gozado de un período de esplendor cuando se había ligado
al mercado mundial, en la época de la colonia; pero finalmente se había subdesarrollado. En
cambio, cuando los países tomaban distancia del mercado mundial, crecían. Chile se había
desarrollado entre 1940 y 1948 cuando había estado aislado del mercado mundial. En cuanto a los
países adelantados, su desarrollo dependía de la transferencia de recursos desde los países
subdesarrollados.
Frank también planteaba que las sociedades campesinas eran explotadas por las burguesías
locales urbanas, y que había una cadena de transferencias de excedente entre metrópolis,
submetrópolis y regiones atrasadas, que conectaba al último campesino de la periferia con los
centros imperialistas más avanzados. Esta visión ha sido calificada de “circulacionista”, porque
parece decir que la circulación de las mercancías genera el subdesarrollo y desarrollo.
Como una consecuencia de este enfoque las contradicciones fundamentales se ubicaban en el
nivel de las relaciones entre las metrópolis y los países dominados; o de las metrópolis,
16
Este problema planteado por Emmanuel nunca fue respondido, a nuestro modo de ver, de forma acabada.
De hecho, ya en Lenin encontramos esbozada esta idea, cuando afirma que en los países centrales hay una
aristocracia obrera que vive a costa de la explotación de las colonias.
17
Pero fue rechazada por Frank.
18
Véase Frank (1973).

13
submetrópolis y regiones explotadas. Las contradicciones de clase parecían pasar a un plano
secundario.
En crítica de la tesis de los partidos Comunistas sobre las “estructuras semi-feudales y
precapitalistas” de América Latina, Frank también planteó que la región había sido capitalista
desde la colonización. Para esto definía el capitalismo como un sistema que produce para el
mercado, y no por la relación de trabajo asalariado, como sucede en Marx. Dado que la producción
de América Latina desde el origen del dominio colonial fue organizada para la exportación, Frank
concluía que no se podía hablar de feudalismo, y sí de capitalismo. Latinoamérica había sido un
satélite de las metrópolis desde el siglo XVII, dentro de la economía mundial capitalista. Esta
caracterización de América Latina como capitalista dio lugar a múltiples debates.
Al margen de esta discusión, Frank sostenía una tesis que, de alguna manera, fue compartida por
muchos de sus críticos, aunque con matices. Afirmaba que el capitalismo latinoamericano no podía
desplegar una lógica de reproducción ampliada y de acumulación como se describe en El Capital, y
que el desarrollo era mero “lumpen-desarrollo”. De aquí también que no hubiera una clase
capitalista con raíces propias, sino una “lumpen-burguesía”.19 Se trataba de un enfoque claramente
estancacionista.
Debe señalarse también que en su obra más madura Frank adoptó el enfoque de la “economía
mundo” –que compartió con Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi–, según el cual toda
economía nacional debía pensarse como parte de una totalidad de una forma aún más estrecha de
lo que lo había hecho la CD.20 Según esta visión, los dependentistas analizaban a los países
desarrollados y a los subdesarrollados de manera demasiado fragmentaria, lo que inducía a pensar
en la posibilidad de desarrollos nacionales autónomos. El análisis desde la perspectiva de la
“economía mundo” –concebida como sistema– demostraba que ningún país podía lograr un estado
de independencia económica, o de “no dependencia”, desvinculándose del mercado mundial. En
consecuencia, también era imposible construir un socialismo nacionalmente aislado; una tesis que
Frank compartió con los trotskistas.
Fernando Enrique Cardoso
Cardoso publica en 1969, junto a Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina. Ensayo de
interpretación sociológica, que todavía hoy es estudiado en facultades de Ciencias Sociales de
América Latina. Cardoso y Faletto plantean que los análisis de Frank son mecánicos y caen en un
determinismo economicista, en el sentido que “lo externo” (el imperialismo) determina rígidamente
el curso de los países periféricos, anulando “lo interno”, esto es, las estructuras sociales y las
luchas de clases. En contraposición subrayan que debía tenerse en cuenta la especificidad de las
situaciones de la dependencia. Lo externo no podía ser una entelequia, había que estudiar
concretamente cómo reaparecía en el análisis de cada economía local, en los diversos períodos
históricos. El imperialismo implicaba que lo externo se internalizaba y se traducía en formas de
dominación a través de Estados y clases sociales –o fracciones de clases–, con sus alianzas y
enfrentamientos. Por eso lo decisivo para explicar el subdesarrollo eran las relaciones de fuerza y
las alianzas de clases al interior de los países. Así el análisis de Cardoso y Faletto procura
centrarse en las luchas de las clases sociales, y en las relaciones de poder que se establecían en
cada país. A partir de sostener que el imperialismo no determinaba de forma unívoca el
estancamiento, y que el curso de los acontecimientos dependía en gran medida “de lo interno”,
quedaba abierta la posibilidad de que hubiera desarrollo, aunque condicionado y dependiente, en
la periferia.
Esta última idea se fortalecería luego en otros escritos de Cardoso. Por ejemplo, en Cardoso
(1977) aparece más claramente aún la crítica a la visión del estancamiento permanente de Frank; y
a la tesis de la superexplotación y el subconsumismo de Marini. Crítico también de la idea de que
en los países atrasados no había dinamismo a causa del imperialismo, Cardoso planteaba que la
penetración del capital industrial y financiero aceleraba la producción de plusvalía relativa e

19
Véase Frank (1987). Baran ya había utilizado el término “lumpenburgués” para referirse a la clase mercantil
de los países atrasados.
20
Véase, por ejemplo, Frank (1979a) y (1988); también Wallerstein (1979).

14
intensificaba las fuerzas productivas. Sostenía que el imperialismo moderno difería del que había
analizado Lenin, ya que ahora la inversión extranjera se volcaba a la industria, no sólo a la
producción de materias primas; y además, los capitales de los países periféricos participaban en
esas empresas. Por lo tanto el desarrollo capitalista dependiente se había convertido en una nueva
forma de expansión del capital monopólico en el Tercer Mundo.
Siendo el autor menos estancacionista de la CD, de todas maneras Cardoso mantuvo la idea de
que las burguesías nativas eran explotadas por las burguesías de los países imperialistas; y que
los países atrasados eran explotados por los adelantados. El Estado en América Latina constituía
un “instrumento de la dominación económica internacional” y las clases dominadas locales sufrían
“una doble explotación” (Cardoso, 1977, p. 13).21 El desarrollo dependiente implicaba una suerte de
explotación del país atrasado por los oligopolios multinacionales, a través de la apropiación
desigual del excedente.
Theotonio Dos Santos
El marxista brasileño Dos Santos desarrolló la idea de la “nueva dependencia”.22 Con esto intentó
explicar la forma que adoptaba la dependencia a partir de la entrada del capital extranjero en el
sector manufacturero de los países atrasados. Dos Santos pensaba que Lenin se había
equivocado al pronosticar que la inversión extranjera generaría desarrollo en la periferia, ya que el
capital monopolista se aliaba con los factores que mantenían el atraso, el subdesarrollo y la
dependencia. Esto implicaba que las economías de la periferia estaban condicionadas por el
desarrollo y expansión de los países dominantes. En tanto estos últimos podían expandirse y
autoimpulsarse, los países dependientes “sólo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión, que
puede actuar positiva o negativamente” (Dos Santos, 1975, p. 180). Los países dependientes
estaban
…en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes
disponen así de un predominio tecnológico, comercial, de capital y sociopolítico sobre los
países dependientes… que les permite imponerles condiciones de explotación y extraerle
parte de los excedentes producidos interiormente (ibid.).
La dependencia suponía entonces explotación y extracción del excedente de los países atrasados.
Esto posibilitaba el desarrollo industrial de algunos países, “y limita ese mismo desarrollo en otros,
sometiéndolos a las condiciones de crecimiento inducido por los centros de dominación mundial”
(ibid.). Dos Santos pronosticaba que la dependencia de América Latina continuaría en tanto no
pudiera transformarse “en una economía autosostenible o independiente” (ibid., p. 181). Los países
que habían roto con la dependencia eran los que –fines de la década de 1960– habían buscado
consolidar una economía “independiente”, como sucedía en “los países socialistas del Tercer
Mundo, como China, Corea, Vietnam y Cuba” (ibid., p. 182)
Dos Santos no compartió la caracterización de Frank sobre América Latina como capitalista desde
la colonización, y sostuvo que se trataba de una “economía colonial exportadora” (Dos Santos,
1975, p. 178). También, y en contraposición a Frank, intentó dar más importancia a las estructuras
económico-sociales de los países latinoamericanos.
Ruy Mauro Marini
Marini se reivindicaba marxista y aplicó las categorías del marxismo al estudio del subdesarrollo;
dedicamos luego dos capítulos al análisis de su obra.
Samir Amin

21
Es sorprendente la similitud entre esta caracterización de Cardoso de las burguesías de los países atrasados,
y la que había dado Trotsky en los años treinta. Trotsky sostuvo que la burguesía de los países semicoloniales
(también la de los coloniales) era una clase “semi-gobernante, semi-oprimida” (Trotsky, 1937). Agreguemos
que consideraba que México, por ejemplo, era un país semicolonial; en este sentido difería de la manera en
que Lenin empleaba el término (véase el capítulo 15).
22
Nos basamos en Dos Santos (1968) y (1975).

15
Amin elabora en el marco de las tesis de Baran y Sweezy sobre el monopolio. También estuvo
influenciado por los estudios africanos de antropólogos marxistas, como Coquery-Vidrovitch,
Meillassoux y Rey; este último fue uno de los principales referentes de la tesis sobre la “articulación
de los modos de producción”, junto con Amin.
Amin sostuvo (véase Amin 1986 para lo que sigue) que el modo de producción capitalista
necesitaba contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia aumentando la explotación
de la fuerza de trabajo. Sin embargo en los países adelantados no podía aumentar la explotación
sin poner en cuestión la “acumulación autocentrada”. Por “acumulación autocentrada” Amin no
entendía la autarquía económica, sino que los salarios progresaran a medida que se desarrollaban
las fuerzas productivas.
A fin de no entrar en contradicción con la acumulación autocentrada, el capitalismo monopolista
mantenía, aunque modificadas, a las formaciones sociales precapitalistas de la periferia. La función
de los modos de producción precapitalistas era suministrar mano de obra barata al centro, a través
de la emigración; y principalmente a las plantaciones y empresas monopólicas exportadoras,
establecidas en la periferia. Esta mano de obra barata era la clave para que hubiera intercambio
desigual. Por eso, a pesar de que el colonialismo socavaba los modos de producción tradicionales,
el capitalismo no se expandía en el continente. El sistema preservaba esos modos precapitalistas,
aunque en una forma modificada. África sub sahariana constituía el caso paradigmático de esta
situación.
Según Amin, también sufrían el intercambio desigual los campesinos que vendían su producción a
través de los canales de comercialización dominados por los monopolios, y a los precios
establecidos por éstos. En definitiva, el intercambio desigual era el mecanismo más importante
mediante el cual el capitalismo central explotaba a las formaciones precapitalistas, y posiblemente
la cuestión teórica decisiva de la época.23 Es que la economía mundial no podía funcionar, sostenía
Amin, sino como “articulación de modos de producción”. El modo de producción capitalista era
dominante, pero sobrevivía solo mediante la explotación de los modos de producción
precapitalistas.24 Los bajos salarios y el control de los precios por parte de los monopolios también
explicaban, según Amin, el deterioro de los términos de intercambio que había estudiado Prebisch.
Como consecuencia de esta situación en las periferias la proletarización, entendida en el sentido
de Marx, era incompleta.25 Pero la clase proletaria en el Tercer Mundo era muy amplia, ya que por
“proletarios” Amin comprendía no sólo a los trabajadores ocupados por el capital, sino también a
las amplias capas de marginados y desocupados permanentes en la periferia y, más importante, a
las “masas campesinas integradas en los intercambios mundiales, y que pagan como tales, al igual
que la clase obrera urbana, el precio del intercambio desigual”.26
Debido a los bajos salarios y la proletarización incompleta, los mercados internos de los países de
la periferia eran restringidos, lo que acentuaba el estancamiento. No había posibilidad de que se
desarrollara un consumo de bienes durables por parte de los trabajadores. La industrialización –por
sustitución de importaciones– que habían experimentado algunos países del Tercer Mundo no
anulaba las condiciones esenciales del atraso. Sus economías estaban desarticuladas porque
orientaban la producción conforme a las necesidades del centro. Eran en esencia títeres del

23
“La controversia relativa a la cuestión del intercambio desigual aborda el gran problema de nuestra época”
(Amin, 1986, p. 292).
24
La idea de que el capitalismo sólo podía reproducirse manteniendo y explotando modos de producción
precapitalistas también la encontramos en Palloix (1971) y (1975), y Laclau (1984). Por ejemplo, Laclau
consideraba que las formaciones precapitalistas eran una “condición inherente al proceso de acumulación de
los países centrales” (p. 41).
25
Como una primera aproximación podemos decir que Marx entendía por clase proletaria a los trabajadores
subsumidos a la relación capitalista –esto es, que venden su fuerza de trabajo al capital– y a los que forman el
ejército industrial de reserva.
26
Amin pensaba que esas masas campesinas estaban proletarizadas o en vías de proletarización por su
integración al mercado mundial. De ahí que, en sintonía con la estrategia maoísta, Amin considerara que los
pueblos del Tercer Mundo, como conjunto oprimido, tenían potencialidades anticapitalistas.

16
capitalismo central; “el centro modela a la periferia según sus necesidades” (p. 162; énfasis
nuestro). La periferia no podía pasar a un crecimiento autocentrado y dinámico.
Ernest Mandel
Mandel, a igual que Amin, sostuvo que el mercado mundial sólo podía concebirse como una
articulación de modos de producción, entre formas precapitalistas (subordinadas) y el modo
capitalista (dominante). Planteó también que el intercambio desigual se había convertido en la
principal forma de explotación de los países atrasados, y compartió la tesis del bloqueo del
desarrollo capitalista en la periferia. Por este motivo criticó la idea de Bujarin (1971) sobre que el
modo de producción capitalista tendía a ser planetario (véase Mandel, 1979). De todas maneras
ofreció una explicación distinta del mecanismo del intercambio desigual que la brindada por
Emmanuel y Amin. Sostuvo que los países atrasados, al emplear más mano de obra en promedio
que los países adelantados –debido al atraso tecnológico– generaban más valor que los países
adelantados. Y ese excedente se transfería al centro a través del intercambio (Mandel, 1979). Esta
tesis luego la desarrollaron, en las décadas de 1980 y 1990, Carchedi y otros marxistas.
CRÍTICAS A LA CD
Una revisión de las críticas que se dirigieron a la CD, en especial en las décadas de 1970, y 1980,
nos ayudará a tener un panorama más completo de sus posiciones.
Al estudiar las críticas a la CD es necesario distinguir, en primer lugar, las que se dirigieron desde
fuera de la CD a algunos de sus autores; en segundo término, las que surgieron del seno mismo de
la corriente y tuvieron como destinatario algún otro dependentista; y en tercer lugar, las que se
destinaron al conjunto de la CD. Naturalmente, sólo el último grupo constituye una crítica a la CD
de conjunto. Sin embargo muchas veces se asumió que las otras dos especies formaban parte, de
alguna manera, de un cuestionamiento global de la corriente. Esto ha suscitado quejas de los
dependentistas, en especial por la situación que se generó en torno a Frank, el autor de la CD más
cuestionado. A Frank se le criticó su caracterización del capitalismo como un sistema de
producción mercantil y su afirmación de que desde la colonización América Latina había sido
capitalista;27 su enfoque circulacionista; su visión demasiado rígida del estancamiento crónico de
las periferias; y la (casi) desaparición del análisis en términos de clases sociales. Pero Bambirra,
Dos Santos, Cardoso, entre otros, subrayaron repetidas veces que esas posturas no
representaban sus propias posiciones, y que ellos mismos habían criticado a Frank. Hay mucho de
válido en esta defensa. Es una realidad que no toda la CD fue rígidamente “estancacionista”, o
sostuvo que la mera conexión con el mercado mundial determinara el subdesarrollo y la ausencia
de una burguesía con raíces propias. El pensamiento de Marini, por ejemplo, es sutil y complejo.
Por lo tanto, cuando se tiene en cuenta que muchas críticas se dirigieron a algún miembro en
particular de la CD; y que además en buena medida esas críticas fueron compartidas por otros
dependentistas, la cantidad de críticas a la corriente se reduce notablemente. Fueron pocos los
autores que cuestionaron de conjunto a la CD a partir del examen de la obra de sus miembros más
referenciados. En este respecto, tal vez la crítica más conocida a la CD sea la de Cueva (1974).
Vania Bambirra (1983) la considera “el más serio esfuerzo de cuestionar las tesis de la teoría de la
dependencia” (p. 41). Dada su relevancia, presentamos sus ideas centrales con alguna extensión.
Cueva comienza diciendo que con la teoría de la dependencia se daba una situación paradójica, ya
que criticaba la teoría burguesa del desarrollo tomando ideas del marxismo, pero a su vez criticaba
al marxismo tomando ideas del desarrollismo y de las ciencias burguesas. Es que la CD reproducía
el dualismo, aunque invertido, ya que en lugar de ser el sector tradicional el responsable del atraso
–como sostenía la teoría burguesa del desarrollo–, en la visión dependentista era el sector
moderno el responsable del atraso. De esta manera, además, la dependencia se deslizaba hacia
un análisis en términos de regiones, que dificultaba el análisis de clases. Si bien Cueva admitía que
existía una contradicción entre Estados imperialistas y dependientes, la misma había que derivarla
de las clases sociales; aunque no explicaba de qué manera debería hacerse esa derivación.
27
Véase Laclau (1984) y Brenner (1979), quienes señalaron que el modo de producción se define a partir de la
forma en que se extrae el excedente. Una idea que ya antes había subrayado Maurice Dobb; véase Dobb
(1976). Brenner también hace una extensa crítica al circulacionismo de Frank.

17
También Cueva cuestiona que la CD estuviera preocupada por el desarrollo y no por la explotación
de clases. Afirma que esto impregnaba a la teoría de la dependencia de un tinte nacionalista, y que
la contradicción central era entre clases sociales, y no en términos de naciones, como sostenía la
CD. Critica por otra parte a Dos Santos, en torno al rol del imperialismo, ya que, según Cueva, la
entrada de los capitales extranjeros desarrollaba el capitalismo en la periferia. En cuanto a Cardoso
y Faletto, habrían trabajado con un doble código, porque por un lado adoptaban una perspectiva
desarrollista, y por otra parte una marxista. Sin embargo también habían dejado de lado la lucha de
clases. Por eso de conjunto los análisis de la CD se hacían en términos de “oligarquías”,
“burguesías”, “clases medias”, “sectores populares”, estando ausente la relación capital / trabajo.
Cueva también cuestiona a Marini por su división del mercado de productos, donde el consumo de
los obreros estaría estancado; y sostiene que no hay que formular leyes particulares para el país
dependiente, ya que las leyes generales del capitalismo se manifiestan en estos países
simplemente con sus rasgos particulares. No había espacio teórico, por lo tanto, para asentar una
teoría de la dependencia. Por último, Cueva objeta que la CD tratara de explicar siempre el
desarrollo de una formación social por su articulación con otras formaciones, y no por su dinámica
interna.
La segunda crítica que destacamos es la de Dore y Weeks (1979) y Weeks (1981), que están en la
línea de Brenner (1979). Básicamente estos autores sostienen que el error de la CD fue explicar el
desarrollo desigual a nivel mundial por las transferencias de plusvalía entre países, y no poner el
acento –como sucede en la teoría marxista– en la producción como causa de esa desigualdad. Es
que la explotación se da en una relación de clases, subrayan Dore y Weeks, y no en una relación
entre países; las transferencias internacionales de valor debían entenderse desde esta perspectiva.
En coincidencia con Brenner, sostienen que la desigualdad entre los países es consecuencia de la
explotación de clases en los países atrasados, y que el desarrollo de los países avanzados no se
basa en la extracción de riqueza de las periferias. El capitalismo no acumula a partir de la
explotación de países, sino de la clase obrera. La explotación es apropiación del trabajo excedente,
pero esta idea desaparecía cuando se hablaba de explotación entre países, como hacía la
dependencia. Con ello también se esfumaba la noción de modo de producción. En particular, Dore
y Weeks cuestionan que los autores de la CD hablaran de que a los países subdesarrollados se les
quitaba “su” excedente, como si éste perteneciera al país. Critican también la visión subconsumista
de Marini, como parte de una visión estancacionista. En cuanto a Cardoso, su error era poner en
un mismo plano de importancia lo externo y lo interno; no advertía que lo que impulsa a la sociedad
es la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, que da lugar a los
conflictos de clases.
Weeks (1981) repite algunos de estos argumentos, y destaca que dependencia y marxismo son
teorías alternativas. Sostiene que la evidencia empírica estaba en contra de las tesis de la
dependencia, desde el momento en que los flujos de capital no se daban principalmente desde los
países desarrollados a los atrasados, como decía la CD que sucedía, sino entre los países
adelantados. Esta falla en el diagnóstico derivaba de la visión equivocada de la dependencia sobre
la dinámica de la acumulación.
Otras críticas fueron más matizadas. Por ejemplo Edelstein (1981) reivindicaba que la CD hubiera
planteado que la estructura de clases de los países periféricos se había formado por la relación con
el imperialismo, y en interacción con el mercado mundial. De todas maneras admitía, como
aspectos negativos, que la CD definía un modo de producción a partir de un análisis circulacionista,
que minusvaloraba los procesos de trabajo y tendía a concebir la historia como un conflicto entre
las clases poseedoras.
Por último, señalemos que a partir del texto de Warren (1973), hubo cada vez más escritos que
cuestionaron la visión estancacionista de la CD, a la luz de la industrialización que estaba teniendo
lugar en muchos países de Asia y América Latina; tratamos estas cuestiones en el capítulo cinco.
RESPUESTAS A LAS CRÍTICAS
Frank fue uno de los autores más cuestionados de la CD, y también uno de los que más respondió
a las críticas. En general su defensa consistió en una matización de sus primeras posiciones más
abiertamente circulacionistas. En particular Frank admitió que había que tomar en consideración

18
los factores internos de los países, en especial la lucha de clases. 28 Sin embargo se trató, en
nuestra opinión, de concesiones de formulación más que de contenido. Es que si bien reconoció
que “sí, es más importante plantear y entender el subdesarrollo en términos de clases” (Frank,
1987, p. 9), mantuvo la idea de que esa estructura de clases era el resultado “de lo externo”. Así, la
conquista colonial habría “formado” en América Latina su estructura económica y de clases, que a
su vez habría generado “políticas de subdesarrollo en lo económico, social, cultural y político”
(ibid., p. 23). Por otra parte el imperialismo transformaba “la estructura económica y de clases” de
los países latinoamericanos; y el neoimperialismo “volvía a transformar la estructura económica y
de clase en nuestros días” (ibid., p. 27). En definitiva, el factor decisivo continuaba siendo el
“externo”. De hecho Frank nunca terminó de plantear la centralidad de las contradicciones de
clases. Tampoco modificó su idea sobre que el capitalismo debía definirse a partir de las relaciones
de producción, como sostiene el marxismo.
Por otra parte, y en un nivel más general, es de destacar la respuesta de Bambirra a Cueva (véase
Bambirra, 1983).29 Bambirra señala que muchas de las críticas de Cueva no corresponden a
posiciones de la corriente, sino a algunos de sus autores, y la mayor parte de las veces están
referidas sólo a algunas de sus obras. Afirma que Dos Santos, o ella misma, dan importancia a los
factores internos y las luchas de clases; no sostienen una tesis estancacionista y reconocen que la
entrada de capital acelera el desarrollo capitalista. Por otra parte Bambirra reivindica que se ponga
el foco en la problemática del desarrollo y el subdesarrollo, que había sido planteada por la realidad
latinoamericana, y permanecía como tema a resolver por una futura revolución socialista.
A partir de aquí Bambirra responde el cuestionamiento de Cueva acerca de la falta de centralidad
de las contradicciones de clase en la CD, señalando que existían dos contradicciones claves en la
sociedad contemporánea. En primer lugar, la contradicción entre el imperialismo y las naciones
oprimidas (siguiendo a Lenin y la Internacional Comunista). Y en segundo término, la contradicción
entre la burguesía y el proletariado. Ambas se fundían en la oposición entre el imperialismo, en
alianza con las burguesías locales, y el proletariado, junto a las naciones oprimidas. De esta forma
se podía tratar dialécticamente la tensión entre las contradicciones de clases y las contradicciones
nacionales. Esta respuesta sería extensible a las críticas de Dore y Weeks. Es
CONCLUSIÓN
A partir de la teoría sobre el imperialismo y el monopolio de los marxistas de principios de siglo XX,
y nutrida de los enfoques nacional-desarrollistas de la CEPAL, la CD planteó ideas que terminaron
conformando un verdadero paradigma dentro de la izquierda. Sostuvo que el sistema imperialista-
monopólico explotaba a los países del Tercer Mundo; que a raíz de esta explotación estos países
tenían bloqueada la vía del desarrollo capitalista en algún sentido fundamental; y que la ruptura de
esta relación de explotación, y una genuina industrialización sólo podrían lograrse mediante el
triunfo de la revolución socialista. Muchas críticas que se dirigieron a la CD en realidad aludían a
los trabajos de algunos de sus autores, particularmente a Frank. Sin embargo Cueva dirigió una
crítica integral a la corriente. Más críticas se plantearon en las décadas de 1970 y 1980, a medida
que avanzaba la industrialización en muchos países de Asia y América Latina.

28
Véase el “Mea Culpa” con que abre Frank (1987).
29
Bambirra también responde a Octavio Rodríguez y Enrique Semo. Sin embargo Rodríguez no había
criticado a la dependencia de manera explícita; y Semo sólo lo había hecho de forma somera, como reconoce
la misma Bambirra. Lo esencial del planteo de la CD está por lo tanto en la respuesta de Bambirra a Cueva.
Dos Santos (2003) considera que aquí Bambirra refutó lo esencial de los cuestionamientos de Cueva.

19
Capítulo 2
Dependencia y subimperialismo en Ruy Mauro Marini
En este capítulo profundizamos en la CD a través de la obra de Ruy Mauro Marini, teórico y
militante brasileño, nacido en 1932 y fallecido en 1997. Marini fue uno de los autores
dependentistas que aplicó de forma más sistemática la teoría de Marx. Además abordó desde la
perspectiva de la ley del valor trabajo el complejo problema que planteaba, ya claramente desde
mediados de los sesenta, la internacionalización del capital productivo. Esto significa que rechazó
las explicaciones del subdesarrollo basadas en la presión militar o diplomática –o sea, en la
coerción extraeconómica– e intentó una explicación integral, sustentada en la dialéctica del valor y
en la teoría de la plusvalía de Marx. Además fue consciente de que no podía seguir analizándose
la economía de Brasil como simple apéndice neocolonial del imperialismo; ni al Estado brasileño de
los sesenta como una “marioneta de los yanquis”. Sus análisis abrían entonces la posibilidad de
una renovación de las visiones que se anclaban en la teoría leninista del imperialismo, que él
mismo reivindicaba.
LAS RAÍCES DE LA DEPENDENCIA
Marini (1973) brinda una explicación abarcativa sobre las causas históricas y la dinámica de la
dependencia. Sostiene que en las primeras etapas del capitalismo América Latina tenía como
función proveer de alimentos baratos a los países desarrollados. Este comercio iba acompañado
del deterioro de los términos de intercambio, que era necesario explicar por la acción de la ley del
valor en el mercado mundial. Marini era consciente de que a medida que el mercado alcanzaba
formas más desarrolladas, la violencia política y militar destinada a explotar a las naciones más
débiles se volvía superflua, y que la explotación pasaba a depender de la reproducción de
relaciones económicas. Por lo tanto, al ampliarse el mercado mundial, en la visión de Marini, se
ampliaba la acción de la ley del valor. Encontramos así una idea clave, la centralidad de la ley del
valor para explicar el atraso.
Por otra parte Marini pensaba que el análisis debía centrarse en la producción, pero que esto era
aplicable sólo para los países centrales, ya que el capitalismo dependiente estaba condicionado
por la circulación de mercancías. Esto sucedía porque existía un intercambio desigual entre las
naciones adelantadas –que exportaban bienes manufacturados a las atrasadas–, y las naciones
atrasadas –que exportaban bienes primarios a las adelantadas. Los países que producían bienes
manufacturados podían fijar precios de monopolio, por encima de sus valores, obteniendo
ganancias superiores y configurando así el intercambio desigual. Se producía por lo tanto una
transferencia de valor fundada en el poder del monopolio, lo que determinaba la explotación entre
países. Ésta era la segunda idea clave de Marini.
El intercambio desigual explicaba entonces por qué en América Latina la clase dominante buscaba
compensar la pérdida de plusvalía mediante la superexplotación del trabajo. Por superexplotación
Marini entendía la intensificación de los ritmos de producción, la prolongación de los tiempos de
trabajo y la expropiación de una parte del trabajo necesario para reponer el valor de la fuerza de
trabajo. En una palabra, la fuerza de trabajo en la periferia no se pagaba por su valor. Esto era
posible por la sobreabundancia de mano de obra, fenómeno que tenía su causa en una propiedad
de la tierra altamente concentrada. Se configuraba así un modo de producción “fundado
exclusivamente en la mayor explotación y no en el desarrollo de su capacidad productiva” (1973).
La superexplotación juega, por lo tanto, el rol central en Marini y se vincula orgánicamente con las
leyes de la acumulación mundial del capital. Es que las exportaciones desde la periferia favorecen
la acumulación en los países centrales, debido al abaratamiento de los medios de subsistencia de
los obreros de estos países y el consiguiente retraso en la caída de la tasa de ganancia. 30 La
superexplotación estaba en el centro de las leyes del capital operando a escala mundial.

30
Según la ley sobre la evolución de la tasa de ganancia, formulada por Marx, a medida que progresa la
acumulación capitalista tiende a caer la rentabilidad del capital, lo que está en el origen de las crisis
capitalistas.

20
Marini sostiene que en la primera etapa de inserción de las economías periféricas en el mercado
mundial no existían problemas de realización, a pesar de que la superexplotación deprimía el
mercado interno, ya que la venta ocurría en el mercado mundial. El capital podía superexplotar sin
preocuparse por la reproducción de la fuerza de trabajo –la oferta de trabajo era abundante– ni por
la realización del producto. Paralelamente las ganancias inducían a un consumo capitalista
suntuario que se abastecía con importaciones, en base a la plusvalía que no se reinvertía
productivamente. En consecuencia se producía la estratificación del mercado interno, donde las
esferas altas se vinculaban con la producción mundial a través de las importaciones. 31 Esto
configuraba una situación de dependencia, en donde las relaciones de producción de las naciones
subordinadas eran modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la
dependencia.
Sobre esa relación de dependencia se había desarrollado la industrialización por sustitución de
importaciones. Pero la industrialización en Argentina, Brasil, México y otros países no había
llegado a conformar, por lo menos en su primera etapa, una verdadera economía industrial que
implicara un salto cualitativo en el desarrollo. La industria había continuado siendo una actividad
subordinada a la producción y exportación de productos primarios. Sólo cuando se produjo la crisis
de los treinta se había obstaculizado la acumulación basada en el mercado externo, y el eje de la
acumulación se había desplazado a la industria. A partir de entonces la demanda de bienes que
consumían los capitalistas se había recentrado hacia el interior, lo que parecía articular
nacionalmente a las economías. Es sobre esta base, sigue Marini, que se había desplegado el
desarrollismo latinoamericano en la década de 1950, encarnado por la CEPAL. Lo central sin
embargo es que permanecían los obstáculos para la industrialización, porque ésta se había
producido sobre la base de la economía exportadora, sin que se efectuaran las reformas
estructurales que generaran un marco adecuado para la industrialización. La superexplotación
representaba una traba fundamental para avanzar hacia una estructura productiva integrada; no
era sólo un resultado de la estructura económica, sino a su vez la reforzaba.
SUPEREXPLOTACIÓN Y MARGINACIÓN
Una de las cuestiones centrales del planteo de Marini fue que la superexplotación y las grandes
masas de desocupados generaban una demanda débil, y por lo tanto una industria también débil,
que sólo podía ensancharse cuando factores externos, tales como una crisis externa, o las
limitaciones de los excedentes de las balanzas comerciales, cerraban parcialmente el acceso a la
importación de las esferas de alto consumo. De manera que la industrialización en América Latina
no generaba su propia demanda; nacía para atender una demanda preexistente y se estructuraba
en función de los mercados de los países desarrollados. La demanda de los trabajadores no
jugaba un rol significativo, como había sucedido en el desarrollo capitalista clásico en los países
centrales, donde el consumo de bienes salariales había sido, y continuaba siendo, el motor de la
acumulación del capital. En los países adelantados la demanda de los trabajadores realizaba el
producto, pero en los países subdesarrollados el rol de la clase obrera era sólo de productora, ya
que el producto de su trabajo era exportado. No había necesidad de que la clase obrera fuera
consumidora para la venta del producto, porque éste se realizaba por la demanda salarial en los
países adelantados. De esta forma en Marini –como señalan Dore y Weeks (1979)– surgía una
teoría de los salarios en los países desarrollados, ya que el salario sería establecido no según el
valor de la fuerza de trabajo, sino en torno al nivel que permitiera la venta del output. Así también
en Marini la contradicción entre el capital y el trabajo en los países desarrollados sería superada en
la esfera de la circulación, dado que ambos, el capital y el trabajo, tendrían interés en que hubiera
salarios altos. La explicación de Marini tiene una clara vinculación con la idea de que los
trabajadores de los países adelantados participan en la explotación de los países atrasados, que
fue popular en las visiones “tercermundistas”.

31
La preocupación por la estratificación del mercado interno, debida a la alta concentración del ingreso en los
estratos superiores de las clases dominantes nativas, y las limitaciones que esto plantea para la demanda, y el
desarrollo, están presentes en muchos teóricos de la dependencia. Por ejemplo, el tema es central en Furtado
(1971), (1973).

21
A partir de lo anterior, la industrialización en América Latina había dado como resultado un sector
productor de bienes de consumo masivo que, siempre según Marini, era poco dinámico, atrasado.
Y un sector productor de bienes de consumo de lujo o bienes durables –típicamente el automóvil–
que era dinámico, y estaba dirigido a los sectores altos y medios burgueses, de fuerte poder
adquisitivo. Dentro del sector productor de bienes de producción e insumos eran dinámicas las
industrias que producían insumos para las industrias de bienes de lujo. Una rápida acumulación del
capital solo era posible cuando existía un consumo masivo creciente; lo que implicaba mejoras de
los salarios a medida que aumentaba la productividad, generándose así un círculo virtuoso. Pero
en América Latina la superexplotación no solo se mantenía, sino también se acentuaba cuando
entraba el capital extranjero en la industria, el comercio y los servicios básicos, aumentando los
obstáculos para dar lugar a una acumulación dinámica.
Sin embargo Marini tomó distancia de las tesis más claramente estancacionistas, que eran
populares entre los autores heterodoxos. Admitió que con la entrada del capital extranjero en
América Latina –en especial en Brasil, Argentina, México– avanzaban la industrialización y la
productividad del trabajo. El desarrollo capitalista era deformado, porque la acumulación basada en
la superexplotación obstaculizaba el tránsito hacia la producción de plusvalía relativa, o sea,
basada en la tecnología y la productividad del trabajo. Esto ocurría porque el fundamento de la
dependencia era la superexplotación del trabajo, que ahogaba la realización de la mercancía; el
mercado estaba segmentado y la industria desarticulada.
LOS ESQUEMAS DE REPRODUCCIÓN DE MARX Y LA TESIS DE MARINI
Para profundizar en el planteo hay que tener presente la postura de Marini ante los esquemas de
reproducción de Marx. Con estos esquemas Marx demuestra que, en tanto se mantengan ciertas
proporciones, en el capitalismo no existirían problemas con la realización del producto. Si se toma
el modelo más sencillo, de acumulación simple –donde toda la plusvalía se consume– y
denominando sector I al productor de bienes de producción, y sector II al productor de bienes de
consumo, Marx prueba, teóricamente, que la realización del producto jamás puede depender
exclusiva ni principalmente de los salarios. En términos numéricos, y siendo
c = capital constante; v = capital variable; s = plusvalía:
I) 4000c + 1000v + 1000s = 6000
II) 2000c + 500v + 500s = 3000
El producto se agota, ya que del valor total de 6000 de medios de producción, 4000 son
consumidos para la renovación de medios de producción en el sector I; del valor de 3000 en
medios de consumo, 1000 son consumidos por capitalistas y trabajadores del mismo sector; y 2000
son consumidos por capitalistas y obreros del sector I, a la vez que los capitalistas del sector II
disponen entonces de 2000 para renovar los medios de producción que han consumido. En
definitiva, la condición de equilibrio es que v + s de I sea igual a c de II. Como puede observarse, y
de acuerdo a Marx, si los salarios bajan, la realización del producto no ofrece problemas en tanto
los capitalistas gasten la plusvalía. El problema no se modifica si se trata de la acumulación
ampliada, esto es, de la reinversión productiva de la plusvalía. En este caso la magnitud de los
medios de producción generada en el sector I debe superar a los medios de producción
consumidos; pero siempre que la clase capitalista gaste la plusvalía, sea en consumo o
acumulación –y descontando que la clase trabajadora gasta sus salarios en medios de consumo–
no hay dificultades con la realización del producto. Una vez más hay que destacar que los salarios
solo representan una fracción de esa realización. Nunca la venta del producto puede depender del
salario; si así fuese el sistema capitalista no podría funcionar.
Según Marx, entonces, la vitalidad de la acumulación no depende del salario obrero, sino del gasto
de los capitalistas. Marini en cambio sostiene que en los países dependientes la traba fundamental
para el desarrollo está en el estrangulamiento de la demanda, debido a los bajos salarios y la
desocupación.32 ¿Cómo encaja entonces su tesis con los esquemas de Marx? Su respuesta es que

32
Los esquemas de reproducción siempre han representado un problema para aquellos teóricos que han visto
en los bajos salarios la dificultad fundamental de la acumulación capitalista. Es la llamada teoría del

22
los esquemas de reproducción son modelos abstractos, que no tienen aplicación práctica en la
medida en que hay que incluir en los análisis los aumentos de la productividad, de la composición
orgánica del capital, o la superexplotación. Más aún, tomados de manera abstracta, los esquemas
de Marx corresponderían a la ley de Say; o sea, a la tesis que dice que toda oferta genera su
propia demanda. Frente a esto, y siguiendo a Lenin, Marini sostiene que el destino último de la
acumulación es la producción de bienes de consumo, y que el factor dinámico es el consumo de
los sectores populares. De manera que la acumulación del capital sólo sería posible si aumentara
el consumo de los sectores populares, algo que sucedía en los países desarrollados, pero no podía
ocurrir en los países dependientes.
PLUSVALÍA EXTRAORDINARIA Y ACUMULACIÓN
La superexplotación y la desigualdad de la distribución del ingreso permiten entonces explicar,
según Marini, por qué se reproduce una estructura económica desarticulada, donde la
industrialización hereda la pauta de consumo que se ha generado en la economía exportadora. Es
que el desarrollo de la industria del país dependiente se hizo fundamentalmente para sustituir
importaciones destinadas a las clases medias y altas, o sea, el 5% aproximadamente de la
población total, más el 15% del estrato siguiente (Marini, 1974). Para asegurar el dinamismo de
esta estrecha franja del mercado, se le traspasa poder de compra que correspondería a los grupos
de bajos ingresos, o sea, a las masas trabajadoras sometidas a la superexplotación.
Paralelamente, para aumentar la cuota de explotación por mayor productividad del trabajo, se
importan capitales y tecnología extranjeras. Estas últimas se relacionan con patrones de consumo
de sectores de altos ingresos, por lo cual se mantiene la tendencia a la compresión del consumo
popular. Las tecnologías modernas, a su vez, aumentan el desempleo, el subempleo y la
marginalidad, y ayudan a asegurar la superexplotación. Además la superexplotación agudiza la
concentración del capital, ya que parte del fondo de salarios va a la acumulación. A todas luces es
claro que se acentúa el divorcio entre la estructura productiva y las necesidades de consumo de las
masas.
Se generan entonces graves desequilibrios intersectoriales, debido a la tendencia al crecimiento
desproporcionado de la producción de artículos suntuarios (sería un subsector IIb, en los
esquemas de reproducción), con respecto a la producción de medios de producción (sector I) y
bienes de consumo necesario (subsector IIa). Este desequilibrio se combina con el predominio en
la producción suntuaria por parte del capital extranjero, lo que implica tecnología superior a la
media, estructuras monopólicas y manipulación de precios. Sin embargo Marini da más
importancia, para explicar el crecimiento desproporcionado, a la mecánica de generación de
plusvalía extraordinaria que a las manipulaciones monopólicas de precios (véase Marini 1979).
Sostiene que si una o algunas empresas consiguen elevar la productividad por encima del
promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre
el precio que rige en el mercado, y el costo individual del innovador. La plusvalía extraordinaria que
obtiene el capitalista innovador proviene de una transferencia de plusvalía de los otros capitalistas
de la rama.33 A su vez, cuando la nueva tecnología se generaliza, la plusvalía extraordinaria
desaparece y el producto se abarata. Si este producto forma parte de la canasta de bienes del
trabajador (producida por el sector IIa) o constituye un insumo de su producción, el valor de la
fuerza de trabajo se abarata y, –todas las condiciones permaneciendo iguales– aumenta la
plusvalía relativa. Pero si el aumento de la productividad se registra en el sector IIb, aunque se
anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la
innovación tecnológica– ese aumento de la productividad “seguirá traduciéndose en un nivel de
productividad superior al resto de la economía”. A continuación sostiene que dado que el valor de

subconsumo (véase Bleaney, 1977). No es casual que Marx haya formulado la crítica más contundente a la
teoría del subconsumo precisamente en la sección tercera del tomo II de El Capital, cuando presenta los
esquemas de reproducción.
33
Marini (1979) presenta el siguiente ejemplo teórico. Supongamos que dos empresas, A y B, fabrican
zapatos, siendo A de capital extranjero con mayor tecnología; A logra entonces una plusvalía extraordinaria y
“la mayor ganancia de A es, en consecuencia, un fenómeno normal, correspondiendo a la transferencia de
valor al interior de la rama de zapatos” (énfasis añadido).

23
la fuerza de trabajo permanece inalterado, la mayor productividad del trabajo se traducirá en un
grado de explotación superior y también en una mayor cuota de plusvalía en la rama en cuestión.
Ahora la plusvalía extraordinaria no constituye una transferencia intrasectorial sino que “se sitúa a
nivel de las transferencias de valor intersectoriales y de las relaciones de distribución en el conjunto
de la economía” (1979). Además, los productos suntuarios gozan de una mayor elasticidad de
demanda, debido a los aumentos de plusvalía en la economía y a que parte de esa plusvalía no se
acumula productivamente. Lo cual permite a los capitalistas de IIb trasladar en menor medida los
efectos del aumento de la productividad a los precios.
De manera que existiría una transferencia intersectorial de plusvalía de I y IIa a IIb. Como dice
Marini, se trataría “de una situación similar a la que alude la noción de intercambio desigual en la
economía internacional”. Esto a su vez reduce la masa de ganancia en I y IIa y presiona hacia
abajo la tasa de ganancia. Así, IIb obtiene, como sector, una plusvalía extraordinaria y presiona
hacia abajo la tasa general de ganancia; situación que se amplifica donde existe superexplotación.
En consecuencia tiende a inflarse el sector IIb –que goza de una demanda dinámica, sostenida por
el consumo de plusvalía– y el sector IIa tiene poco dinamismo. La economía está desestructurada,
con diferentes grados de desarrollo; y los capitales extranjeros que han invertido en IIb reciben una
plusvalía extra, similar a la que ocurre en el esquema del intercambio desigual a nivel del comercio
internacional. De esta manera se amplían constantemente las brechas:
a) entre las industrias dinámicas (productoras de bienes suntuarios y de bienes
intermedios y equipos destinados a éstas) y las industrias tradicionales;
b) entre las grandes empresas, en su mayoría extranjeras o ligadas al capital extranjero, y las
empresas medianas y pequeñas (Marini, 1974).
Las ramas que se benefician son las que se separan del consumo popular, y existe una
desproporción creciente entre la producción y el consumo. Esta contradicción es entonces la clave
de la dinámica del desarrollo dependiente en Marini. Los graves problemas de realización que se
presentan a su vez tratan de resolverse con:
a) la intervención del Estado, creando mercados con obras de infraestructura, vivienda,
circunstancialmente la compra de armamento, y similares;
b) la concentración del ingreso para incrementar el poder de compra de los sectores que
demandan bienes de IIb;
c) la exportación de manufacturas.
El ítem (c) apunta a la necesidad de establecer un dinamismo exportador, que es un resultado de
las leyes propias de la acumulación dependiente, sustentada en la superexplotación. De esta
manera llegamos al concepto de subimperialismo. A igual que en las tesis clásicas de Lenin, uno
de los motivos centrales de la expansión del capital hacia fuera es el agotamiento del mercado
interno debido al bajo poder de consumo de las masas trabajadoras.
SUBIMPERIALISMO
La tesis sobre el subimperialismo de Marini se deriva de lo que hemos visto y se articula con la
idea de que en las décadas de 1960 y 1970 se había producido una diversificación y extensión de
la industria manufacturera a escala mundial, lo que resultaba en el escalonamiento y jerarquización
de los países capitalistas en forma piramidal, con el surgimiento de nuevos centros medianos de
acumulación. Esto es, de potencias capitalistas medianas, lo que lleva a hablar de la emergencia
de un subimperialismo. Se trataba de un proceso al mismo tiempo de diversificación e integración,
con una superpotencia a la cabeza, Estados Unidos. De hecho Marini estaba registrando la
internacionalización del capital, y el fortalecimiento de centros de acumulación en las periferias. En
Argentina, Brasil y México en particular, se había registrado una fuerte entrada de IED desde el fin
de la Segunda Guerra. De esta manera el capital extranjero había reconquistado los mercados
internos, ya no a través del comercio, sino de la producción (Marini, 1977). Era la
internacionalización del sistema productivo nacional y su integración a la economía capitalista
mundial. Ya no se asistía a una mera integración productiva mediante enclaves, a una anexión de

24
áreas de producción –extractivas o agrícolas– a los centros industrializados, sino a la vinculación
del capital extranjero a un sector de la estructura productiva nacional.
Una consecuencia de esta entrada de inversiones extranjeras había sido una alta concentración
del capital –mayor aún que en los países desarrollados– y la formación de un estrato de grandes
empresas con una superioridad abrumadora sobre el resto. Pero dadas las limitaciones
estructurales de los mercados internos para las industrias dinámicas, era imperioso impulsar las
exportaciones manufactureras, y de ahí, la necesidad de desplegar una política imperialista. Brasil
habría sido el país donde el fenómeno se había dado de manera más acentuada, generándose un
subimperialismo. El subimperialismo era la forma que asumía la economía dependiente al llegar a
la etapa de los monopolios y el capital financiero. Implicaba dos componentes básicos: una
composición orgánica del capital media en la escala mundial de los aparatos productivos
nacionales. Y una política expansionista relativamente autónoma, que se acompañaba de una
mayor integración al sistema productivo imperialista y se mantenía bajo la hegemonía ejercida por
el imperialismo a escala mundial. En América Latina sólo Brasil expresaba auténticamente este
fenómeno; en Asia el rol subimperialista lo jugaban Irán del Sha, e Israel en Oriente Medio.
Por otra parte el subimperialismo brasileño no era solo la expresión de un fenómeno económico,
sino también el resultado de la lucha de clases y del proyecto político definido por el equipo
tecnocrático militar que había asumido el poder en 1964. Con respecto a la lucha de clases,
constituía la respuesta al ascenso de las luchas obreras y populares, iniciado en América Latina a
mediados de los cincuenta, y que había tenido su pico en el triunfo de la Revolución Cubana.
Marini también subrayó la intencionalidad ideológica del Estado militar brasileño, que había
adoptado de manera consciente el objetivo de transformarse en un centro desde el cual se radiaría
la expansión imperialista en América Latina. Este análisis se oponía así al diagnóstico simplista de
muchos que habían caracterizado al gobierno militar brasileño como una marioneta de Estados
Unidos. Marini criticó la idea de que el Estado militar brasileño fuera un títere de Washington. En su
opinión se trataba de un proyecto integrado con el imperialismo, pero relativamente autónomo, que
respondía a las contradicciones internas que enfrentaba la acumulación dependiente, en un
contexto internacional específico. En este marco, el Estado servía como mediación negociadora
con las potencias. Esto sucedía porque la burguesía de los países dependientes era débil para
negociar directamente con la burguesía imperialista. El gran capital se aglomeraba con el Estado
nacional, y éste se transformaba en lo que Bujarin había descrito como un “trust capitalista
nacional”.34 Ese Estado conservaba cierta autonomía con respecto al imperialismo, como se había
evidenciado repetidas veces en su política económica y en sus relaciones comerciales y
diplomáticas. Por ejemplo Brasil mantenía relaciones estrechas y privilegiadas con los países
africanos que se independizaban de Portugal, como Angola, a pesar de sus gobiernos izquierdistas
enfrentados a Estados Unidos y Sudáfrica. Brasil también había exportado cereales a la URSS
cuando el gobierno de Reagan había impuesto un embargo; y el Estado brasileño había
desarrollado una industria nuclear independiente. Aunque Marini marcaba también los límites de
esta autonomía, porque el gobierno brasileño debía actuar en consonancia con los intereses
generales del capitalismo y de Estados Unidos en las cuestiones decisivas. Su autonomía se
desplegaba en áreas no vitales para el imperio.
Asentado entonces en la superexplotación y el aumento de la productividad, impulsado por la
entrada de inversiones extranjeras a la industria, y enfrentando dificultades de realización, el
desarrollo brasileño demandaba una política agresiva de expansionismo comercial. La agudización
de la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, constituía uno de los rasgos decisivos
del imperialismo. Sin embargo Marini se cuidó de identificar cualquier fenómeno de exportación
manufacturera con el subimperialismo. En su opinión, no era suficiente exportar manufacturas para
ser un país imperialista. Para que existiera subimperialismo era necesario que hubiera un proceso
industrial más dinámico e independiente que el característico de una red de ensambladoras. Ese
proceso dinámico se vinculaba al desarrollo industrial, y la internacionalización del capital.
Un rasgo típico de imperialismo de Brasil lo constituía el intento del capital nativo de asegurarse el
control de las fuentes de materias primas: hierro y gas en Bolivia, petróleo en Ecuador y en las ex

34
Véase Bujarin (1971).

25
colonias portuguesas en África, el potencial hidroeléctrico en Paraguay. Brasil desplazaba a sus
rivales, Argentina y Venezuela, y se aseguraba áreas de influencia. También exportaba capital,
principalmente a través de empresas estatales; el caso representativo era Petrobrás. Como parte
integrante del proceso de internacionalización del capital, Brasil recibía capitales, pero a su vez los
reexportaba. Por último, Brasil podía caracterizarse como un caso de subimperialismo porque
poseía el rasgo fundamental que –según las tesis leninistas clásicas– definía el imperialismo, una
acelerada monopolización y crecimiento del capital financiero.
CONCLUSIÓN
La obra de Marini constituyó uno de los intentos más acabados dentro de la dependencia de aplicar
las categorías marxianas al análisis de la realidad latinoamericana, manteniendo también lo
esencial de las tesis sobre el imperialismo monopolista. Sin embargo, en cuestiones decisivas en lo
que respecta a la acumulación y reproducción ampliada del capital, Marini considera que la teoría
de El Capital no tiene aplicación. Los esquemas de reproducción de Marx eran abstractos y
conducían a la ley de Say; el bajo poder de compra de los trabajadores restringía el mercado y el
desarrollo capitalista; la generación de plusvalía relativa estaba bloqueada en los países
subdesarrollados; los salarios en el Tercer Mundo se determinaban no según el valor de la fuerza
de trabajo, sino por la necesidad de sostener la venta del producto. Por último, y en línea con el
pensamiento leninista, el subimperialismo brasileño era una consecuencia de la limitación de los
mercados y la imposibilidad de realización interna del producto. Paralelamente Marini constata que
la ley del valor trabajo tenía mayor vigencia, a medida que se extendía el mercado mundial, y que
en el capitalismo se estaban internacionalizando las fuerzas productivas.

26
Capítulo 3
Discusión sobre Marini desde la teoría del valor trabajo
Como ya hemos señalado en el capítulo anterior, uno de los rasgos que distinguió el análisis de
Marini fue su intento de aplicar sistemáticamente la teoría del valor trabajo a los fenómenos que
estudiaba. Si bien utilizaba el concepto de monopolio, no se advierte que lo hiciera para significar
que las grandes corporaciones pudieran controlar y manipular los precios a voluntad. Su posición a
veces es ambigua, pero en términos generales aplica un encuadre analítico de mercados
competitivos; por ejemplo, cuando explica la generación de plusvalía relativa como resultado de la
competencia tecnológica. Es a partir desde este marco que analizamos en algunos de problemas
que plantean las explicaciones de Marini.
LA DINÁMICA DE LA ACUMULACIÓN Y EL SUBCONSUMISMO
Una de las cuestiones centrales de Marini, que también está presente en otros teóricos de la
dependencia y en la CEPAL, es su idea de que el estrangulamiento de los mercados internos
presenta formidables obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas en la periferia. Marini
pensaba que los esquemas de reproducción “a lo Marx” no tenían aplicación en los países
dependientes, que su aceptación implicaba admitir la validez de la ley de Say, y que la
industrialización estaba estructuralmente limitada por la falta de poder adquisitivo de los sectores
populares.
Empecemos entonces por la cuestión más abstracta, la relación entre los esquemas de
reproducción de Marx y la ley de Say. Como se recordará, esta ley postula que a toda oferta le
sigue inmediatamente una demanda; de lo que se deriva que no podrían existir crisis generales de
sobreproducción. Según Marini, debido a que los esquemas de reproducción de Marx muestran
cómo puede ocurrir la venta del producto –si se cumplen ciertas proporciones–, los esquemas
avalan la ley de Say. Sin embargo es claro que la posibilidad no implica necesariedad. Esto es, a
partir de la afirmación –contenida en los esquemas de Marx– de que si los capitalistas gastan la
plusvalía, la realización del producto, considerado globalmente, es posible, no se puede sostener –
como hace la ley de Say– que la sobreproducción generalizada es imposible. Esta segunda
afirmación sólo se podría defender si se pensara que los capitalistas siempre gastan su plusvalía,
sea en inversiones o consumo. Pero precisamente la teoría de las crisis de Marx se basa en la idea
de que en determinadas coyunturas los capitalistas dejan de invertir; esto es, no se cumple la ley
de Say. Con lo cual se demuestra, contra lo que pensaba Marini, que la crítica marxiana de la ley
de Say no pasa por los esquemas de reproducción, sino por su teoría de la crisis. Los esquemas
de reproducción cumplen la función de demostrar por qué y cómo el capitalismo puede
reproducirse en escala creciente, ampliando los mercados. De ninguna manera Marx trató de
demostrar que inevitablemente, y siempre, a una compra le sigue una venta, sino que, en tanto los
capitalistas gasten la plusvalía, no debería haber problemas para la realización de las ventas. La
esencia del planteo se deriva directamente de la concepción del valor trabajo, ya que a un valor
generado en la producción le debe corresponder, en promedio, un poder de compra equivalente
por el lado de la demanda. El valor, según la teoría de Marx, se genera en la producción y se
realiza en la venta. En la medida en que los capitalistas y los trabajadores decidan ejercer su poder
de compra, no tiene por qué existir una crisis de realización. Esta circunstancia permite a Marx
criticar las explicaciones subconsumistas de las crisis; pero el rechazo de la tesis subconsumista
no es sinónimo de aceptación de la ley de Say.
En segundo término, y vinculado a lo anterior, los salarios bajos, la superexplotación y el ejército
industrial de reserva no constituyen en sí mismos obstáculos para la acumulación capitalista, como
pensaron Marini y otros teóricos de la CD, sino más bien todo lo contrario. Es que en la medida en
que los salarios son bajos, la plusvalía puede ser alta, y si los capitalistas reinvierten una parte
importante de la misma en ampliar su capital, habrá crecimiento de las fuerzas productivas, y por lo
tanto de la oferta y de la demanda correspondientes. Este fenómeno se ha dado en el capitalismo
central; véanse, por ejemplo, los niveles de explotación y miseria descritos por Marx y Engels
durante la Revolución Industrial inglesa, a la par que se desplegaba una intensa acumulación de
capital. Pero además, una vez iniciada la acumulación, la canasta de bienes de consumo salarial

27
también se modifica como resultado del mismo crecimiento de las fuerzas productivas y de la clase
obrera, incluso por el mayor poder de negociación de ésta frente al capital. Por lo cual no es cierto
que las industrias de bienes durables estuvieran condenadas en América Latina a una demanda
limitada a un cinco o diez por ciento de la población. De hecho grandes sectores de la clase obrera
en Argentina, Brasil, Chile y otros países latinoamericanos accedieron al consumo de bienes
durables como refrigeradores, televisores, lavarropas, teléfonos, equipos de música y similares. Y
algunas capas –consideramos parte de la clase obrera a todos los asalariados que están
subsumidos a la relación capitalista– alcanzaron el automóvil (aunque en la mayoría de los casos
no sea un “cero kilómetro”). Todo esto no niega la existencia de la superexplotación, la marginación
y los ejércitos industriales de reserva, pero pone las cosas en una perspectiva más ajustada a la
realidad. El problema no es menor porque muchas veces los diagnósticos de la izquierda –en línea
con la visión estancacionista– se vieron desmentidos por los desarrollos del capitalismo en la
periferia, precisamente por no entender esta dinámica de la acumulación.35
De lo anterior se deriva entonces una crítica más general del estancacionismo, y una perspectiva
distinta de la que defendió la CD sobre los efectos de la entrada del capital extranjero en los países
atrasados. Marini y otros autores de la CD pensaron que el rol de las burguesías locales no podía
ser más que de subordinación al capital extranjero que invertía en la periferia; si los mercados
estaban estructuralmente restringidos, no había espacio para una acumulación “auto” impulsada.
Sin embargo la entrada del capital extranjero en los sectores dinámicos de las economías
atrasadas, y la dependencia tecnológica y financiera con respecto a los centros imperialistas, no
anularon la posibilidad de que se desarrollaran empresas industriales en manos de fracciones de
las burguesías nativas. A veces estas fracciones se asociaron al capital extranjero; en otras
oportunidades capitalizaron renta agraria; o acumularon en base a la intensa explotación del
trabajo y crecieron desde empresas pequeñas y medianas hasta alcanzar el status de empresas
importantes, imitando avances tecnológicos o pagando por tecnología de punta. No se trata de una
burguesía que alcance el poder del capitalismo central; pero tampoco estamos ante una burguesía
lumpen y meramente satélite. La dinámica de este capital ha respondido a las leyes más generales
de la acumulación capitalista.
Una consecuencia de la visión que estamos presentando es la necesidad de volver a pensar
críticamente sobre los efectos que tiene la IED en los países atrasados. No sólo porque la IED
fomenta el desarrollo capitalista, un fenómeno que ya habían admitido Cardoso, Dos Santos o
Marini, sino porque la IED no impide que ese capitalismo dependiente adquiera dinámica propia. Lo
cual significa que la dirección y los modos de desarrollo en la periferia no están “dictados” por las
corporaciones internacionales. Se trata de formas de acumulación locales que se articulan, a través
de las leyes de la competencia capitalista, con los capitales extranjeros, y en ese carácter entran
en el mercado mundial. Y es por esta misma dialéctica que estos capitales surgidos de los países
atrasados terminan participando en la mundialización de las inversiones; una cuestión sobre la que
volvemos más adelante.
LA TESIS DEL INTERCAMBIO DESIGUAL ENTRE SECTORES
Marini sostiene que si algunas empresas consiguen elevar su productividad por encima del
promedio de su rama productiva, obtendrán plusvalías extraordinarias, debido a la diferencia entre
el precio que rige en el mercado y el costo individual de las empresas innovadoras. Ésta es, en
principio, la postura de Marx. Sin embargo Marini plantea también que esta plusvalía extraordinaria
representa una transferencia de plusvalía desde los otros capitalistas de la rama. Esta idea se ha
mantenido hasta el día de hoy en muchos autores, y constituye la base para demostrar el
intercambio desigual en Carchedi (1991), por ejemplo. La cuestión es importante porque pone en

35
Un ejemplo característico de esto fue la postura de la izquierda argentina cuando se produjo la privatización
de los teléfonos en Argentina, a comienzos de los noventa. Diagnosticó que el plan de la burguesía y el
gobierno consistía en que solo hubiera teléfonos para una minoría de privilegiados. La realidad es que en los
años que siguieron a la privatización el uso de los teléfonos se extendió a amplias franjas de la población,
incluida la clase obrera. Esto fue a la par de la superexplotación de amplias franjas, del aumento de la
marginación social y el ejército de desocupados en Argentina. El capitalismo amplía los mercados a través de
esta dialéctica contradictoria.

28
primer plano no sólo la relevancia de la teoría del valor para explicar el desarrollo en los países
atrasados, sino también porque demuestra la necesidad de realizar un análisis cuidadoso de las
relaciones implicadas. Uno de los problemas que notamos en los análisis sobre intercambio
desigual, y similares, es la relativa liviandad con que se postulan transferencias de plusvalía y valor
entre sectores o países.
Entrando ahora en la tesis de Marini, el problema es que no hay forma de explicar de qué manera
las empresas de menor tecnología generan mayor plusvalía dentro de una rama, para que esa
plusvalía pueda ser transferida (o reaparecer) como plusvalía extraordinaria en la empresa
innovadora. Las empresas que tienen una tecnología modal (o promedio) con respecto a la rama, y
venden al precio de producción (costo + tasa media de ganancia), no pueden generar plusvalía
extra que esté disponible para ser transferida a parte alguna. Con menor razón pueden generar
plusvalía extra las empresas con menor tecnología que la modal, porque cada hora de trabajo en
estas empresas genera menos valor que la hora de trabajo en las empresas con la tecnología
modal. Puesto de manera más sencilla, si una empresa emplea en promedio diez horas de trabajo
para fabricar el producto X, y las empresas modales emplean en promedio seis horas de trabajo, la
empresa atrasada no ha generado cuatro horas extras de valor. Por el contrario, solo ha generado
seis horas de valor (igual al tiempo de trabajo socialmente necesario) y cuatro horas de trabajo no
han sido validadas en el mercado como generadoras de valor. ¿De dónde puede surgir la plusvalía
extraordinaria? La respuesta la da Marx al explicar que el trabajo en la empresa que tiene una
tecnología superior actúa como trabajo potenciado y genera más valor que el trabajo que emplea
tecnologías inferiores.36 Por lo tanto no existe transferencia de plusvalor desde las empresas de
menor tecnología a las empresas de mayor tecnología.
Marini también sostiene que cuando la nueva tecnología se generaliza, la plusvalía extraordinaria
desaparece, el producto se abarata, y si este producto entra en la canasta de consumo, aparece la
plusvalía relativa. Esto efectivamente corresponde a la dinámica del desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo. Pero en seguida explica que si el aumento de la productividad se
registra en el sector IIb (productor de bienes de consumo suntuarios), y aunque se anule la
plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual –cuando se generaliza la innovación
tecnológica–, el aumento de la productividad seguirá traduciéndose en un nivel de productividad
superior al resto de la economía. De manera que ahora la plusvalía extraordinaria de la que se
apropia la rama surge de la transferencia de plusvalía desde los sectores I y IIa al IIb.
De nuevo aparece el empeño por demostrar las transferencias de plusvalía entre sectores. La
redistribución de plusvalor entre ramas es un fenómeno natural en el sistema capitalista, que da
lugar a la igualación de la tasa de ganancia, y a los precios de producción, que rigen los precios de
mercado. Sin embargo esto sucede no porque existan “diferentes productividades entre ramas”,
sino porque hay diferentes composiciones orgánicas de capital, lo que es muy distinto de lo que
afirma Marini. La diferencia es fundamental porque hablar de diferencias de productividad entre
ramas no tiene sentido económico. No se puede decir que la empresa que produce el automóvil A
sea más productiva que la empresa que produce el avión B, porque es imposible comparar
productividades cuando se trata de valores de uso distintos. La productividad se relaciona con el
tiempo de trabajo necesario para generar determinado valor de uso, y por lo tanto no es posible
decidir qué trabajo es más productivo si los bienes físicos no se pueden igualar. Pero si esto es así,
la explicación de Marini sobre la diferencia de productividad entre la rama IIb y el resto de la
economía no tiene sentido. Por lo tanto también se cae su explicación sobre la apropiación de una
plusvalía extraordinaria, en lo que respecta a la rama, a partir de la transferencia desde otras
ramas. Si en IIb se generaliza el cambio tecnológico, y no existen precios de monopolio, el precio
del producto suntuario cae, y la plusvalía extraordinaria desaparece. No hay manera de que esta
última subsista en la rama.
Por supuesto, si la demanda supera la oferta, el precio de mercado puede ser superior durante
todo un tiempo al precio de producción. Esto implicará una tasa de ganancia más alta para la rama;
lo que en condiciones de movilidad de capitales inducirá a otros capitales a entrar en la rama; lo

36
Esta cuestión también es clave para comprender la teoría de la renta de Marx, que presentamos en el
capítulo 12 y sobre la que profundizamos en el Interludio I.

29
que provocará el aumento de la oferta, hasta que se iguale con la demanda, y el precio de mercado
se acerque al precio de producción determinado por –en promedio– la tasa media de ganancia. No
hay misterio en todo esto. A pesar de las trabas para la entrada de capitales en ramas de alta
concentración de las empresas, ésta es la mecánica que se repite, en sus líneas fundamentales,
tanto en los países adelantados como en los atrasados.
Esta discusión es importante porque Marini asimila las supuestas transferencias de plusvalías
extraordinarias al intercambio desigual entre naciones. La matriz de su razonamiento coincide con
las explicaciones sobre intercambio desigual, aplicadas al caso de competencia intra industrias.
Mandel y Carchedi, entre otros, sostienen por eso que los países atrasados transfieren plusvalía a
los países adelantados. De esta manera subsiste una idea de explotación, de alguna manera, de
los capitales que operan con tecnologías de avanzada, sobre los capitales que tienen tecnología
atrasada. Marini da lugar para que el mecanismo se aplique al interior del país dependiente. Pero
lo que sucede es que los capitales que emplean tecnología de avanzada extraen más plusvalía de
sus obreros, que los capitales que emplean tecnología atrasada.
ESQUEMAS DE REPRODUCCIÓN Y ACUMULACIÓN DESIGUAL
Uno de los planteos centrales de Marini es que el desarrollo en las economías dependientes es
hasta cierto punto “deforme”, porque existe una gran desproporción entre las ramas IIb, y los
sectores de I que le proveen de insumos, y el resto de la economía. Siendo importante la tesis
sobre el sesgo de los países de la periferia hacia el desarrollo desigual, y deformado –véase más
adelante una explicación de esta problemática vinculada a variaciones en el tipo de cambio– es
necesario precisar los mecanismos por los cuales se produce. En Marini subyace la idea de que el
sector IIa (productor de bienes de consumo masivo, salariales) está condenado al estancamiento,
debido al estrangulamiento de la demanda, y que IIb (productor de bienes de lujo) es dinámico y
goza de una mayor elasticidad de demanda, de manera permanente. La esencia del problema
residiría así en la distribución extremadamente desigual del ingreso.
Pero esta idea no explica el desarrollo capitalista real de los países dependientes. Es cierto que en
los años sesenta el sector automotriz –epítome de la industria de lujo en los escritos de la
dependencia– fue uno de los más dinámicos en América Latina, y que estuvo dominado por el
capital extranjero, principalmente el americano. Pero éste fue un rasgo que en buena medida se
repitió también en los capitalismos adelantados, y tiene que ver más con el desarrollo desigual que
caracteriza históricamente al sistema capitalista. Cuando aparecen productos nuevos que ganan
aceptación y gozan de alta demanda, se registran altas tasas de crecimiento en las ramas que los
producen. Esto sucedió y sigue sucediendo, y es un fenómeno que han registrado de forma
acabada los schumpeterianos. La rama innovadora experimenta un alto dinamismo, hasta que el
producto alcanza madurez, y se estabiliza. Es lo que sucede en Argentina, por ejemplo, con la
rama informática, que crece –dato del año 2006– a tasas del 20 al 25% anual, o sea, mucho más
de lo que lo hace la economía de conjunto. Además, sucede muchas veces que el producto nuevo
en una primera instancia es consumido por los sectores de más altos ingresos, y luego
paulatinamente, a medida que aumenta la productividad, puede “derramarse” hacia los sectores de
ingresos más bajos, incluidos los trabajadores. Para brindar algunos ejemplos sencillos y recientes,
es lo que sucedió con la televisión, los teléfonos celulares o las computadoras personales; hoy
estos productos los consumen capas importantes de la clase trabajadora, aunque en sus inicios
fueran demandados sólo por la burguesía y las capas altas. Ya hemos explicado que esto se
corresponde con la dinámica “a lo Marx” del capitalismo.
Por otra parte, tampoco se ha verificado la idea de Marini de que los sectores I (que no producen
insumos para IIb) o IIa estaban condenados al estancamiento y falta de dinamismo en los países
dependientes. Por empezar porque en tanto muchos productos de consumo duradero se
incorporan a la canasta de bienes salariales, la distinción misma entre IIa y IIb se va modificando;
debe recordarse que IIb está compuesto exclusivamente por los artículos de lujo que demandan los
capitalistas. Pero además, empresas capitalistas productoras de alimentos, o de otros productos
tradicionales, han tenido desarrollos dinámicos en América Latina, así como en otras regiones
periféricas (véase capítulos 12 y 13), y han dado lugar incluso a la formación de grupos
económicos importantes, con capacidad de pelear mercados exteriores.

30
SUBIMPERIALISMO Y COMPETENCIA CAPITALISTA
La cuestión del subimperialismo en Marini remite a un problema que recorre las elaboraciones
marxistas del siglo XX, referido al significado preciso de la noción de imperialismo. Como hemos
intentado mostrar en Valor, mercado mundial y globalización, el uso del término en el campo del
marxismo siempre presentó ambigüedades, que tienen su origen en la dicotomía teórica que
subyace en las tesis clásicas del imperialismo. El problema podemos sintetizarlo a partir de
preguntarnos si el imperialismo obedece a leyes de acumulación y desarrollo distintas a las
planteadas por Marx en El Capital, y si por lo tanto el capitalismo del siglo XX se identifica con el
imperialismo. O, si por el contrario –y ésta es una formulación de Lenin– el imperialismo es solo
una “superestructura” económica, constituida por los monopolios, que no afecta en lo esencial al
capitalismo “a lo siglo XIX”, y coexiste con esta “base” económica. En el primer caso el capitalismo
se habría transformado en imperialismo –ésta también es una formulación de Lenin– y si esto es
así, la dinámica del capitalismo actual es cualitativamente distinta, tanto para los países atrasados,
como para los adelantados, que en la época de la “libre competencia”. En el segundo caso, en
cambio, habría que trabajar teóricamente a partir de reconocer la existencia de dos dinámicas, una
regida por las leyes del capitalismo “a lo Marx”, y la otra por las leyes del capitalismo monopólico;
aunque este último fuera el que –pensaba Lenin– prevalecería a largo plazo. Esta cuestión nunca
fue clarificada, y por eso subsistió la referida ambigüedad. 37 Esa ambigüedad, o más bien esa
dicotomía teórica, puede ser superada unificando el análisis sobre la base de la vigencia de la
competencia y de la ley del valor trabajo en el capitalismo contemporáneo.
El problema con la categoría de Marini es que de manera aún más acentuada que en las tesis
leninistas, no alcanza a entenderse cuál es la especificidad que caracterizaría al subimperialismo.
Después de todo la lucha por los mercados, y por exportar manufacturas, es característico de todo
capital. Además, todo Estado nacional defiende los intereses de “sus” capitales nacionales y trata
de posicionarlos de la mejor manera en el plano internacional. Esto sucedía en la época que los
teóricos del imperialismo definen de libre competencia, el siglo XIX, y siguió sucediendo en el siglo
XX y hasta la actualidad. En la medida en que esa lucha opere a través de la competencia en el
mercado mundial, estamos ante un rasgo del capitalismo “en estado puro”. Todo capitalismo es
agresivo, ya que la lucha por los mercados es propiamente una guerra económica entre los
capitales. Y en muchos países dependientes se registra, a lo largo de las últimas décadas, un
proceso industrial más dinámico e independiente que el de meras redes de ensambladoras. No se
comprende por qué esto debería ser considerado un caso de “subimperialismo”. Algo similar puede
decirse de la exportación de capitales. La exportación de capitales constituía uno de los elementos
que definían el imperialismo en las tesis de Lenin; pero lo era en tanto se integraba a lo que se
pensaba que constituía un sistema, o forma de funcionamiento, distinto del capitalismo de “libre
competencia”. Distinto porque el imperialismo en sentido leninista se caracterizaba por la primacía
de la extracción del excedente mediante métodos no económicos. En consecuencia la categoría de
subimperialismo, según las características definidas por Marini, se puede aplicar a todos los países
capitalistas dependientes, que hayan desarrollado medianamente la exportación de manufacturas,
o alguna exportación de capitales. Con la mundialización de la relación capitalista este fenómeno
se registra en toda una serie de países atrasados.
Esta circunstancia cobra especial relevancia cuando se intenta analizar algunos de los conflictos y
tensiones que recorren América Latina a mediados de la primera década del siglo XXI. Es que las
categorías de imperialismo, subimperialismo y países dependientes conllevan la idea de la
explotación de países y regiones por otros países y regiones, “a lo Frank”. De manera que, según
esta tesis, las contradicciones y conflictos se darían a través de una amplia cadena de eslabones,
desde el imperialismo “máximo”, hasta la región más pobre del planeta; cada uno de los eslabones
intermedios sería al mismo tiempo explotado y explotador. Así, por ejemplo, Finlandia sería
imperialista con respecto a Uruguay, por la instalación de la papelera Botnia en este país; pero
Finlandia a su vez sería explotada por países europeos más poderosos; y estos últimos por
Estados Unidos; a la vez que Uruguay sería explotado por los países europeos más poderosos y
Estados Unidos; y Finlandia por Estados Unidos. De la misma forma Bolivia sería explotada por
37
Esta ambigüedad fue admitida por marxistas que trabajaron el tema, como Arrighi, Barrat-Brown, Sutcliffe
y otros. Para referencias y una discusión más detallada, remitimos de nuevo a Astarita (2006).

31
Brasil, pero Brasil a su vez explotado por Estados Unidos. Por lo tanto las disputas que tuvo
durante 2007 y 2008 el gobierno boliviano con Petrobrás por el precio a que se exportaba el gas,
se interpretarían como una lucha de liberación nacional. Pero desde la óptica que defendemos se
trataba de una tensión “normal” entre burguesías nacionales por el reparto de la plusvalía. No hay
necesidad de recurrir aquí a la idea de subimperialismo o imperialismo.
CONCLUSIÓN
Si bien los escritos de Marini avanzan en el estudio de las economías dependientes a partir de las
categorías del valor y la plusvalía, el análisis termina haciéndose en términos de conflictos
nacionales. Además, cuestiones como la acumulación capitalista, la generación de plusvalía, la
formación diferenciada de valor a partir de las diferentes productividades, y la dinámica del
mercado en los países dependientes, no estuvieron del todo bien resueltas por Marini. En su marco
teórico era muy difícil explicar las evoluciones en los países dependientes del último cuarto de
siglo, la ampliación de sus mercados internos en base a la acumulación de capital y su inserción en
la globalización. Por eso no es de extrañar que la obra de Marini quedara envuelta en la crisis que
terminó afectando a toda la CD.

32
Capítulo 4
Dependencia, cuestiones metodológicas a la luz de la tradición
hegeliana y marxista
En este capítulo discutimos cuestiones referidas al método y la dialéctica implicadas en los trabajos
de la dependencia. Para esto tomaremos como punto de referencia los balances críticos de la CD
realizados por Blomström y Hettne (1990) y Palma (1987). Magnus Bomström y Björn Hettne, y
Gabriel Palma, no sólo sintetizan algunas de las críticas más frecuentes que se han dirigido a la
CD, y los problemas que afrontó, sino también tienen el mérito de abrir la discusión a las
cuestiones de método que subyacían en la escuela. Estos autores consideran que en la CD se
desarrollaron polaridades analíticas que fueron difíciles de superar, principalmente debido al
enfoque metodológico. Palma, además, plantea que la variante encabezada por Cardoso y Faletto,
que él llama “el tercer enfoque de la escuela”, habría establecido una vía correcta para superar las
dificultades, consistente en analizar las cuestiones desde el punto de vista de la interacción, y no
de las oposiciones rígidas y formales. Por eso enfatiza la importancia de la “interacción dialéctica”.
El punto de vista que defenderemos es que si bien la interacción representa un progreso con
relación a las oposiciones rígidas, el método dialéctico exige ir más allá de la interacción, para
alcanzar las totalidades concretas, que se conforman por la articulación entre lo universal –las
leyes “generales” de las que hablan Palma y Cardoso–, los particulares y los singulares. Este
enfoque dialéctico sería importante para las investigaciones sobre los países atrasados.
Empezamos entonces presentando una síntesis de los balances de Bomström y Hettne, y Palma.
LOS BALANCES
Según Blomström y Hettne, la escuela habría entrado en crisis y decadencia porque: 38
1. La CD sostuvo que el desarrollo capitalista no es viable en la periferia, y no se va hacia un
sistema plenamente capitalista. Fue un error sostener que esto debía ser así, como si se
tratara de la consecuencia de leyes naturales.
2. Planteó que el capitalismo dependiente se basaba en la plusvalía absoluta y la
superexplotación de la mano de obra. Ignoró la posibilidad de que el capitalismo
dependiente avanzara hacia la extracción de plusvalía relativa y el progreso tecnológico.
3. Sostuvo que la superexplotación de la mano de obra planteaba restricciones insalvables
para el crecimiento del mercado interno, y por lo tanto para el desarrollo del capitalismo.
Esto se ha demostrado erróneo.
4. Como derivado de la tesis anterior, la CD pensó que la burguesía nacional de los países
atrasados no tenía fuerza propia, era parasitaria, no podía lograr una acumulación del
capital normal, ni era capaz de pensar en sus propios intereses verdaderos. La experiencia
demostró que las burguesías de los países dependientes tenían mucha mayor autonomía e
iniciativa que la supuesta por la escuela.
5. La CD sostuvo que las únicas alternativas de la periferia son el socialismo o el fascismo.
Pero en muchos países dependientes se estabilizaron democracias capitalistas.
Palma coincide con muchas de estas críticas, aunque sostiene que sólo una parte de los teóricos
de la dependencia habrían fracasado, y que esto sucedió porque aplicaron un método de análisis
abstracto y formal. Son los que no llegaron a comprender, según Palma, la especificidad del
proceso histórico de la penetración capitalista en los países de la periferia, se limitaron a elaborar
una tesis sobre el inevitable estancamiento económico y una teoría formal del subdesarrollo. Estos
análisis estaban errados no sólo porque no se ajustaban a los hechos, sino también porque eran
de naturaleza “mecánico-formal”, “estáticos y ahistóricos”. En consecuencia presentaron
“esquemas incapaces de explicar la especificidad del proceso de desarrollo económico y
dominación política en los países periféricos”; no pudieron detectar los procesos sociales más
38
Hemos cambiado ligeramente la ordenación; además Blomström y Hettne agregan el fenómeno del
subimperialismo, que no hemos incluido por tratarse de un planteo específico de Marini.

33
relevantes, ni explicar los mecanismos de reproducción social y las formas de transformación de
estas sociedades; y se manejaron con conceptos vagos e imprecisos (p. 77). Sin embargo Palma
considera que lo que él llama el tercer enfoque dentro de la CD –básicamente los trabajos de
Cardoso y Faletto– muestra una metodología correcta para el análisis de las situaciones concretas
de la dependencia. Los puntos fuertes de este tercer enfoque serían:
1. Al igual que los otros autores de la dependencia, los del tercer enfoque concibieron las
economías periféricas como partes integrantes del sistema capitalista mundial, y
entendieron que los determinantes generales para la comprensión de estas sociedades se
encuentran en el sistema mundial. También fueron conscientes de que el capitalismo
mundial en los años sesenta era muy distinto del que había visto Lenin a comienzos de
siglo; y que contribuciones como las de Gramsci y Kalecki no habían sido integradas a la
teoría del imperialismo, lo que representaba una seria falencia. Además el tercer enfoque
incorporó de manera más satisfactoria las transformaciones que estaban ocurriendo en el
capitalismo mundial, tales como la exportación de capital a la periferia y su
industrialización; y se dio cuenta de que la dependencia y la industrialización no eran
necesariamente contradictorias. De esta manera pudo postular que existía un desarrollo
dependiente, por lo menos en muchos países de la periferia.
2. El tercer enfoque amplió el análisis de los determinantes internos del desarrollo de las
economías periféricas, porque dio gran importancia a cuestiones como la diversidad de
recursos naturales, ubicación geográfica, y similares.
3. Por último, la característica más importante del tercer enfoque es que habría superado la
discusión acerca de si los determinantes del subdesarrollo y el desarrollo son los factores
externos –mercado mundial, imperialismo– o internos, al sostener que lo importante es la
interacción de los determinantes generales y específicos en situaciones concretas. Esto se
habría logrado por la síntesis de ambos planos del análisis –externo e interno–, o sea, a
partir de “una unidad dialéctica de ambos determinantes” (Palma p. 73). Así se podría
explicar cómo, por ejemplo, un mismo proceso de expansión comercial había producido en
diversas sociedades latinoamericanas diferentes resultados (trabajo esclavo en algunos
lugares, explotación de la población indígena en otros, o formas incipientes de trabajo
asalariado). Lo importante es, desde el punto de vista del método que reivindica Palma, el
estudio de las especificidades de cada caso: las formas en que se realizaron las alianzas
de clases, en que se organizaron los Estados, se adoptaron ideologías. De aquí que el
objetivo sea elaborar conceptos capaces de explicar cómo las tendencias generales de la
expansión capitalista se transforman en relaciones específicas entre los individuos, las
clases y el Estado; y cómo estas relaciones a su vez reaccionan sobre las tendencias
generales del sistema capitalista.
En síntesis, lo central en Palma es la interacción entre lo general y lo particular para llegar a una
explicación rica, que no caiga en el formalismo vacío. A esto le llama “unidad dialéctica” de ambos
determinantes. El método correcto entonces sería el histórico-estructural, que postularon Cardoso y
Faletto; una alternativa al análisis esquemático y mecánico en que habrían incurrido Frank y otros
autores dependentistas. A partir de aquí se plantea también uno de los principales problemas que
enfrentó la CD, la relación entre “estructura/acción humana”. Según Palma, la “integración
dialéctica” entre ambas instancias, o sea, entre estructura y conflicto (lucha de clases) sería la vía
para superar los esquemas rígidos.
Blomström y Hettne parecen también inclinarse por esta salida; una cuestión que se vincula con la
manera de superar las muchas polaridades en que, según Blomström y Hettne, habría incurrido la
CD. Estas polaridades serían:
1. Entre lo general y lo particular;
2. Entre lo externo y lo interno;
3. Entre holismo y particularismo, esto es, entre aquellos autores que producen modelos
globales cuyas dinámicas están determinadas por el sistema en su totalidad; y otros “que
construyen una perspectiva completa a partir de las partes constituyentes” (p. 97);

34
4. Entre análisis económico y análisis sociopolítico; esto es, entre los autores que “trabajan
exclusivamente con un análisis económico” y otros que “subrayan las condiciones sociales
y políticas” (p. 99);
5. Entre “contradicciones sectoriales-regionales” y “contradicciones de clase”, dicotomía que
recorre los debates y críticas a la CD;
6. Entre subdesarrollo y desarrollo;
7. Entre voluntarismo y determinismo.
Todas estas polaridades, que no se pudieron superar ni resolver adecuadamente, habrían
contribuido entonces a la crisis de la CD. Siendo esto cierto, es necesario sin embargo indagar
cuáles fueron los criterios metodológicos que llevaron a atascarse en esas dicotomías. Nuestra
respuesta se basa, en lo esencial, en la perspectiva planteada por Hegel, en particular en sus
“lógicas” (Hegel, 1968 y 1997).
DESARROLLO HISTÓRICO Y DIALÉCTICA DEL DESARROLLO CAPITALISTA
Empecemos señalando que en los estudios y debates de la CD se han superpuesto dos tipos de
objetos de estudio y de problemáticas que deberían distinguirse. En primer lugar, el desarrollo
histórico de los modos de producción precapitalistas a partir del momento en que se vinculan al
mercado mundial capitalista, ya sea en su génesis, o cuando éste ya había madurado. En segundo
lugar, la dinámica del capitalismo en los países subdesarrollados, cuando el modo de producción
capitalista ya había arraigado en esos países. Ambos tipos de problemas están íntimamente
entrelazados, desde el momento en que en una formación social atrasada se combinan modos de
producción precapitalistas con el modo capitalista que está surgiendo. Pero desde el punto de vista
del método plantean cuestiones muy diferentes, porque la “teoría general” de la que hablan
Cardoso y Faletto, que supuestamente debería aplicarse a la intelección de la evolución de las
formas precapitalistas, no es propiamente una “teoría general” en el sentido que lo constituye El
Capital. A lo sumo se trata de las categorías del materialismo histórico –conceptos como modo de
producción, fuerzas productivas, relaciones sociales– a partir de las cuales no existe posibilidad
alguna de establecer alguna lógica, o ley interna de evolución o transición al capitalismo.
Es significativo que Marx jamás elaboró semejante cosa, y sostuvo explícitamente que no había
manera de establecerla. Sí planteó, en cambio, que el capital tiene un impulso a formar el mercado
mundial, y que tiende a abolir “la producción de valores directos” (propia de formaciones
precapitalistas) y a poner en su lugar “la producción basada sobre el capital” (Marx, 1989, t. 1 p.
360). Pero esto no significa que pudiera elaborarse alguna “ley” general de desarrollo –o
subdesarrollo– para el conjunto de las regiones y modos de producción que se vincularon con el
mercado mundial. Marx nunca pretendió establecer una ley supra histórica universal de este tipo, ni
hay manera de hacerlo. Con razón, refiriéndose a la concepción de Marx sobre esta cuestión,
Zeitlin apunta:
El surgimiento del capitalismo [según Marx] no podía deducirse de ninguna ley; no era
históricamente inevitable; no hay ninguna necesidad histórica que pueda explicar su
nacimiento. Por el contrario, el capitalismo moderno es el producto de la interacción y la
convergencia de una variedad de procesos histórico particulares (Zeitlin, 2001, p. 134).
Zeitlin recuerda a continuación la carta de Marx a Mijailovski, de fines de 1877, en la que el autor
de El Capital señalaba que el capítulo sobre la acumulación primitiva sólo pretendía mostrar el
camino por el cual había surgido el capitalismo en Europa occidental, pero que este esbozo
histórico no debía transformarse “en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el
destino le impone a todo pueblo” (Marx y Engels, 1973, p. 290). En esa carta Marx también
planteaba que
….sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes
conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas
formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de
este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante la llave maestra universal de una

35
teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica (Marx
y Engels, 1973, p. 291).
Por este motivo la idea –típica de los manuales stalinistas– de que la humanidad debería atravesar
necesariamente etapas –comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo–
tiene poco que ver con la concepción marxiana, y de hecho no se verificó históricamente. También
hemos visto esa concepción abstracta general en Rostow. En este sentido tenían razón los teóricos
de la CD cuando criticaban este esquema. Pero también es un error pretender deducir, por
oposición al planteo lineal evolucionista, otra ley general, esta vez estancacionista, como sucede
con la “ley” de Frank de que inevitablemente la vinculación con el mercado mundial generaría
atraso y subdesarrollo en la periferia. Es necesario el estudio de cada caso, poner el acento en las
dotaciones de recursos naturales, en las estructuraciones de clases y las luchas de éstas, en los
factores políticos y otros, para explicar las evoluciones particulares y singulares. La explicación de
por qué en Estados Unidos se da el reparto de tierra y una colonización intensiva de las llanuras, y
por qué eso no sucede en Argentina, necesita de algo más que el planteo “vinculación o no al
mercado mundial”. De la misma manera para explicar por qué Argentina no evoluciona como
Canadá, o como Australia, etcétera. No hay aquí tampoco un “modelo” de desarrollo agrario –
alternativamente de bloqueo– que deban seguir –alternativamente, no seguir– necesariamente los
países o modos de producción. Éste es el aspecto del asunto que resaltan correctamente Palma y
Blomström y Hettne.
Pero por otro lado, a partir de los análisis singulares, tampoco es posible establecer “leyes” de
evolución, como parecen sugerir Cardoso y Faletto, y Palma. Tal vez la única “ley” es que a largo
plazo el mercado mundial tiende a imponerse, todos los países o regiones entran en la órbita del
capital, y las relaciones precapitalistas se transforman en relaciones capitalistas. Esta tendencia se
ha verificado, y el impulso hacia la mercantilización y el establecimiento de relaciones capitalistas
es más y más fuerte a medida que el mercado mundial se despliega en tanto totalidad concreta,
regida por el capital. Las transformaciones capitalistas de las últimas décadas de las sociedades
burocráticas no capitalistas –URSS, China, Alemania Oriental y otras– se explican a partir de esta
primacía del mercado mundial. Pero esto sólo opera como tendencia, esto es, obedece al impulso
de la ley general; o de lo que en la dialéctica se llama “el universal”. Y del universal de ninguna
manera se pueden deducir los singulares, esto es, los ritmos y modos de las transformaciones, las
vías concretas, singulares, históricas. No es posible hacerlo hoy, cuando el sistema mundial
capitalista ha devenido una totalidad completamente desplegada. Mucho menos es posible
establecer alguna ley general de evolución de las sociedades precapitalistas a partir de su
vinculación a un mercado mundial todavía incipiente. De ahí la importancia de la crítica de Brenner
(1979) a los teóricos de la “economía mundo”, al señalar –siguiendo a Maurice Dobb– que la
vinculación al mercado mundial no siempre dio lugar a la disolución inmediata de las relaciones
precapitalistas. El caso típico fueron las regiones de Europa Oriental que producían alimentos para
el mercado mundial entre los siglos XVI y XVIII. Allí los señores reforzaron la servidumbre y la
presión sobre los campesinos para aumentar la extracción de excedente y comerciar más
exitosamente. La razón de por qué en Polonia se responde de esta manera, y por qué en otro lugar
se responde acelerando la descomposición de las relaciones precapitalistas, sólo puede
encontrarse en el estudio de la articulación de clases interna de cada sociedad, su desarrollo de las
fuerzas productivas, sus riquezas en recursos naturales, la demanda del mercado, las luchas
políticas, y muchos otros factores. Esto que se aplica a la periferia, también rige para la evolución
de los países avanzados. El modo de producción capitalista necesita como presupuesto la
propiedad privada de los medios de producción, por un lado; y la existencia de seres humanos
“libres”, en el sentido que no poseen medios de producción, y pueden vender su fuerza de trabajo.
A partir de este presupuesto se puede hablar de una lógica del capital, de una lógica de desarrollo.
Pero las condiciones históricas por las cuales se arriba a esos presupuestos no están encerradas
en ninguna lógica, y deben estudiarse en cada caso.
Planteada así la cuestión se puede advertir entonces que la interacción dialéctica entre “ley
general” y “casos singulares” que postularon Cardoso y Faletto, y reivindica Palma como el camino
de análisis, no tiene manera de rendir frutos si se quiere deducir alguna ley según la cual las

36
formaciones sociales de la periferia habrían evolucionado al capitalismo. La “ley general” para esto
no existe, salvo lo que ya hemos señalado, el impulso tendencial a la mercantilización.
Tampoco hay manera de establecer una teoría general de evolución de las regiones precapitalistas
a partir de casos singulares, una idea que también anima los trabajos de Cardoso y Faletto. Esto
se debe a que es imposible deducir el universal por simple comparación y extracción de elementos
comunes. Es cierto que ésta es la manera en que comúnmente se piensa que se elaboran los
conceptos, pero como explicó Hegel, por esta vía a lo sumo se tiene una representación del
universal. Es lo que Hegel llama “el universal vacío”, que se consigue mediante abstracción
(separación) de rasgos, para quedarse con lo que es común a muchos. Este universal es estéril
porque no tiene en su seno la riqueza del contenido, la diferencia, la particularización y la negación.
De aquí es imposible deducir ley alguna de evolución, establecer la dinámica interna, y por eso
cuando lo obtenemos quedamos reducidos a una simple tipología, a la clasificación. Es lo que ha
sucedido, en definitiva, con algunos intentos de establecer tipologías de desarrollo dependiente –
economías de enclave, economías precapitalistas subordinadas, etcétera– a partir de la
comparación de muchos casos singulares. La insistencia en lo “concreto”, obtenido por inducción,
conduce al universal abstracto. Pareciera que la teoría, lo universal, fuera lo vacío, mientras que la
riqueza del contenido marcha por otro carril, porque residiría sólo en lo singular, y que “teorizar” es
llenar el vacío con elementos tomados, sin método, de lo empírico. Se desemboca así en una
tipología weberiana, o “modelos”, que constituirían el eslabón intermedio entre la teoría general (a
lo Marx), y los casos singulares. A pesar de que se lleva décadas tratando de sacar algún rédito de
esto, los estudios se estancan porque ese universal abstracto –el modelo, o sea, la formación
social “tipo”– está vacío de contenido.
Observemos también que el método de Frank para elaborar su ley general del subdesarrollo tiene
similitudes de fondo, a pesar de sus diferencias formales, con el enfoque de generalización por
inducción que estamos criticando. Es que Frank arranca de una definición genérica sobre qué es
capitalismo –producción para el mercado– y se aboca luego al estudio de casos históricos
singulares, a fin de demostrar que siempre que hubo vinculación al mercado mundial, hubo
subdesarrollo en esos países, y viceversa. A partir de aquí generaliza. Así, el método es
apriorístico, al inicio, pero luego se desliza a la inducción abstractiva. A Frank se le dirigieron
muchas críticas porque siempre dejaba de lado, y convenientemente, los datos que no entraban en
su esquema. Pero este problema es inherente al método mismo de la construcción teórica por
abstracción de los rasgos generales.
Desde el punto de vista dialéctico, entonces, la pretensión de la CD de establecer alguna ley
general de la evolución –alternativamente del “bloqueo”– de las formaciones precapitalistas a partir
de su vinculación al mercado mundial lleva a un callejón sin salida, porque el objetivo mismo está
mal planteado. Es la propia dialéctica la que nos debe indicar sus límites y “los puntos en los que
debe introducirse el análisis histórico” (Marx, 1989, t. 1 p. 422). Uno de estos puntos es el de la
formación del capitalismo en las periferias, y las formas que adquirió históricamente la
transformación y/o disolución de los modos de producción precapitalistas, hasta llegar a la etapa
actual en que el modo de producción capitalista ha adquirido clara preeminencia.
LA SITUACIÓN EN LOS SESENTA Y LA “TEORÍA GENERAL”
Según Cardoso y Palma, la teoría general estaba más o menos bien establecida al momento de
desarrollarse la CD y la cuestión a resolver era entender cómo se la hacía interactuar con los casos
particulares. Una idea que también está presente en otros autores de la CD. La mayoría adoptó
como marco de referencia la revista Monthly Review, los escritos de Baran y Sweezy, parcialmente
los trabajos de Mandel, y en general la idea de la primacía del monopolio. Parecía entonces que la
teoría marxista estaba “lista” para ser aplicada al estudio de los casos concretos, si bien era posible
hacer todavía algunas mejoras (incorporar los aportes de Kalecki, Gramsci, etcétera, como sugiere
Palma).
Sin embargo, el estado teórico del marxismo en los sesenta y setenta en absoluto era como se lo
describe. La raíz del problema ya la hemos mencionado, y se relaciona, en el terreno de la
economía política, con el giro que introdujo en el pensamiento marxista la tesis del predominio del
monopolio. De hecho, no había teoría que explicara la formación de precios de monopolio; pero

37
entonces no podía haber teoría científica de la determinación de la ganancia, ni de la acumulación
del capital. Éste era el estado de la “teoría general” que se quería aplicar a los casos “concretos”.
Con esta brújula los análisis “particulares” tenían graves problemas. Así, por ejemplo, la tesis
subconsumista de las crisis, o de la tendencia al estancamiento, eran aceptadas como normales
por muchos autores. La concepción ricardiana del valor no se distinguía de la de Marx, o no había
plena conciencia de los problemas que encerraban.39 Algunos de estos temas se pusieron en
evidencia cuando Emmanuel planteó el intercambio desigual. La discusión que siguió a la
publicación de la obra de Emmanuel fue muy rica, pero las elaboraciones coexistieron con el
andamiaje teórico anterior. La formación de precios por voluntad del monopolio se combinaba
eclécticamente con referencias a la teoría de los precios de producción de Marx. Cuestiones como
los tipos de cambio, o los problemas monetarios que enfrentaban los países atrasados, casi no se
abordaron, y no porque no hubiera voluntad de aplicar “la teoría general” a los casos concretos,
sino porque simplemente esa “teoría general” tenía importantes huecos y problemas.
TEORÍA GENERAL Y CASOS PARTICULARES
Lo anterior nos permite abordar críticamente la idea de la necesidad de una “interacción dialéctica”
entre la teoría general y los casos particulares (o singulares), que postula Palma. Frecuentemente
se piensa que de alguna manera ambas esferas interactúan, a partir de que están constituidas
como totalidades más o menos terminadas. Es la imagen de la herramienta (la teoría general) que
se aplica a un objeto de estudio (el singular). Esta perspectiva es superior al enfoque mecánico y
rígido de las oposiciones abstractas y, como dice Hegel, nos pone “en el umbral” del concepto
dialéctico; pero no garantiza un tratamiento superador de las antinomias y por eso mismo, en tanto
se insista en permanecer en este plano, deviene estéril. En otras palabras, no brinda una salida
porque nunca se puede precisar la manera en que actúa la mentada interacción. Por esta razón el
“tercer enfoque” de la dependencia, a pesar de apuntar en la dirección correcta, no pudo avanzar
mucho más allá de plantear la necesidad de tener en cuenta la interacción entre “el general” y “los
particulares” (o los “singulares”).
El problema con la perspectiva de la interacción es que –y de nuevo recurrimos a Hegel– lo
general, o con más precisión, el universal, no existe si no es a través de los casos particulares y de
los singulares. Así, el capital no existe si no es a través de los muchos tipos particulares de capital
–agrario, financiero, industrial, etcétera– y éstos sólo existen a través de los capitales singulares en
competencia. De manera que no hay forma de estudiar el capital en cuanto universal si no es a
través de estos capitales singulares y particulares; e inversamente, no se pueden entender éstos si
no es a partir del universal. Si no se capta esta relación, se corre el riesgo de que el universal
discurra por un carril por completo distinto de los particulares y singulares, de manera que –y a
pesar de las protestas de dialéctica e interacción– no tengan nada que ver el uno con el otro.
Pongamos todo esto en términos de un ejemplo, la generación de plusvalías extraordinarias y de
plusvalía relativa. La generación de plusvalía extraordinaria siempre se da en casos singulares; por
ejemplo, en la rama X (un particular) la empresa A (un singular) es innovadora y logra plusvalías
extraordinarias con tal o cual costo de producción. La teoría, en cuanto universal, explica la lógica
(la ley interna) por medio de la cual se produce esa plusvalía extraordinaria, pero no permite
deducir la manera concreta en que se produce en cada caso la plusvalía extraordinaria. Lo mismo
sucede con la plusvalía relativa. La teoría solo explica cómo puede surgir; pero que esto ocurra, y
en qué grado, dependerá de muchos factores, tales como el grado de organización sindical, la fase
del ciclo capitalista, etcétera, que son singulares.40
De manera que esta relación entre el universal y los casos singulares está presente, y es
inherente, a cualquier fenómeno que estudiemos. No existe un capitalismo “puro” en los países
avanzados, en los cuales el universal actúe de manera también “pura”, porque siempre está
39
Por concepción ricardiana del valor entendemos una teoría del valor que no otorga importancia a los
problemas del mercado, donde se realiza el valor generado en la producción, y por consiguiente descuida
también las cuestiones monetarias y financieras; discutimos estas cuestiones en Astarita (2006).
40
Singulares que actúan en el marco, y a través de particulares: en el ejemplo, en tal sindicato, en tal país
capitalista, en tal rama, etcétera. Recuérdese que el particular es el mediador entre el general y el singular;
aunque a su vez cada una de las instancias media a las otras; véase nuevamente Hegel.

38
particularizado y singularizado. Esto significa que el problema no tiene por qué modificarse
cualitativamente cuando se estudian los países periféricos capitalistas, porque aquí también habrá
que tener en cuenta las diferencias de productividad particulares, las posibilidades particulares de
cambio tecnológico, o el grado de organización particular de los trabajadores. A partir de este
enfoque, las desventajas en tecnología, por ejemplo, que afectan con frecuencia a las empresas de
países dependientes, se pueden integrar de manera relativamente sencilla en los estudios, sin
necesidad de postular otra lógica, distinta de la que rige en los países avanzados. En este respecto
la crítica de Cueva a la dependencia es completamente justa.
LÓGICA DEL CAPITAL O CREACIÓN LIBRE DEL SUJETO
La perspectiva que estamos defendiendo podría también ser un camino para superar otras
dicotomías que enfrentó la dependencia. En especial la dicotomía entre estructuras sociales –leyes
objetivas– y acciones de los sujetos, que recorre buena parte de las discusiones de las ciencias
sociales, y ciertamente los debates sobre la CD. Planteada la cuestión de manera un poco
esquemática, digamos que en la perspectiva estructuralista los sujetos desaparecen; y en la visión
subjetivista las acciones de los sujetos pueden superar cualquier límite. De hecho, muchos críticos
de Frank sostuvieron que éste había caído en un determinismo absoluto, y que no dejaba espacio
para el accionar de los individuos. En particular Cardoso sostuvo, contra Frank, que las
potencialidades de las acciones humanas y de su imaginación podían reemplazar a las estructuras
vigentes “por otras no predeterminadas” (Cardoso, 1977, p. 11). También la escuela de la
regulación plantea que los regímenes de acumulación son producto de creaciones más o menos
libres de las luchas de clases, y sus relaciones de fuerza, y que nada está determinado (véase, por
ejemplo, Lipietz, 1992). Aquí no existiría lógica alguna del capital, ni tendencias objetivas del
desarrollo capitalista. Por eso, en opinión de Lipietz hay posibilidades inéditas, totalmente abiertas,
para explorar formas de desarrollo a través de concertaciones nacionales. Esta perspectiva se
opone entonces por el vértice al llamado determinismo. Es como si la tensión encerrada en la CD
entre ambos polos se desplegara, pero inclinándose hacia el voluntarismo y subjetivismo. Booth
(1985) en crítica a la CD, también sostiene que no existen leyes inherentes al capitalismo, y que
todo lo que sucede en las sociedades dependientes no tiene nada de “necesario”. Los planteos del
llamado post-marxismo se ubican en esta vena: el mundo se caracterizaría por la heterogeneidad y
la particularidad de los desarrollos, y no habría leyes tendenciales de movimiento. Pero si no hay
leyes de ningún tipo, económicas o sociales, ¿cómo es posible construir ciencia? ¿Todo dependerá
del despliegue libre de la imaginación de los seres humanos? Responder por la afirmativa supone
afirmar que los seres humanos no enfrentan restricciones sociales de ningún tipo. ¿No se llega así
al callejón del voluntarismo y el subjetivismo, de lo meramente contingente y arbitrario?
La salida del problema pasa por aceptar que las llamadas leyes objetivas son un resultado de la
cosificación de las relaciones sociales entre los seres humanos. Esto significa que los seres
humanos generan los hechos económicos, pero no los dominan, porque las relaciones sociales se
les imponen como relaciones objetivas, como sostenía Marx, que los obligan a actuar según cierta
lógica. Por ejemplo, puesto en la función de capitalista, cada empresario está obligado a ir al
máximo posible en la extracción de plusvalía al trabajador, so pena de perder en la lucha
competitiva. En la medida en que el capital se mundializa, esta constricción se hace sentir con más
y más fuerza, en tanto subsistan las relaciones de producción. Las luchas sociales se inscriben en
este cuadro –en tanto las luchas sociales no cambien de raíz las relaciones de producción– y por lo
tanto, y contra lo que dicen Cardoso, Booth, los autores de la regulación y otros, esas luchas no
pueden obtener ni plasmar creaciones sociales completamente “nuevas”. Por eso, y naturalmente,
cuando Cardoso estuvo al frente del gobierno en Brasil, siguió las “generales de la ley”, aplicando
una política económica que, dentro de ciertos márgenes, trataba de adecuarse a las necesidades
del capital. Por supuesto, se puede hablar de “traición” a los ideales de los sesenta y setenta; pero
su enfoque de “leyes generales” por un lado y “acción subjetiva por el otro”, relacionadas solo al
nivel de la “interacción”, dejaba un amplio margen para independizar las segundas de las primeras.
A pesar de los discursos y de la imaginación puesta en ello, las primeras hicieron sentir su rigor –
que no es otra cosa que la constricción objetiva que impone el mundo de la competencia
despiadada y la explotación de clases– sobre los ensueños utópicos. Los límites de la “interacción
dialéctica” se revelan aquí de manera dramática.

39
Por esto también las tendencias a la centralización y concentración de los capitales, a la expansión
del mercado mundial, a la proletarización, no son aleatorias, porque están contenidas en la
estructura fundamental de la relación capitalista. Esto significa que, si bien la evolución histórica no
estuvo determinada mecánicamente, una vez que el sistema capitalista se ha establecido sus
impulsos tendenciales están estructuralmente determinados. Por eso mismo las luchas de clases
se dan en contextos sociales y materiales que son dados, aunque sean, parcialmente, el resultado
de luchas anteriores. Estos contextos determinan las posibilidades de cambio generados por las
luchas de las masas. Así, por ejemplo, las posibilidades de aumentos salariales dentro del sistema
capitalista tienen “techo”: cuando el alza de salarios amenaza seriamente la plusvalía, la
acumulación del capital se hace más lenta, o se acelera el cambio tecnológico, de manera que se
recrea el ejército industrial de reserva, y los salarios son presionados nuevamente hacia la baja
(véase Marx (1999) t. 1, cap. 23). Algunas de las tendencias que se registran en las políticas
económicas de los Estados a nivel mundial pueden entenderse desde esta perspectiva.41 Sólo el
cuestionamiento y cambio de las relaciones de producción –o sea, de propiedad– puede eliminar
esta constricción objetiva que encuentra el voluntarismo social.
EL ABORDAJE SOCIOLÓGICO DE CARDOSO Y FALETTO
Discutimos ahora otras cuestiones de método planteadas en Dependencia y desarrollo en América
Latina, de Cardoso y Faletto. Como sostienen sus autores en el “Prefacio”, y reivindica Palma, su
objetivo es mostrar cómo se da la combinación entre economía, sociedad y política en momentos
históricos y situaciones estructurales distintas. Cardoso y Faletto tratan de demostrar que los
problemas económicos y políticos de América Latina no se pueden tomar como un todo sin
especificar las diferencias de estructura e historia que distinguen situaciones, países y momentos
(Cardoso y Faletto, 1973, pp. 1-2).
Hasta aquí la cuestión en principio no presenta objeciones desde el punto de vista del método
dialéctico, en el sentido que siempre es necesario estudiar en sus particularidades cómo
evolucionaron la economía, las alianzas políticas, las estructuras de poder, las ideologías, etcétera,
en momentos históricos y regiones o países específicos. Sostener que no se puede tomar a
América Latina como un todo, y que hay que distinguir, es plenamente acertado. Sin embargo el
trabajo de Cardoso y Faletto no se queda en esto, porque de hecho despliega una explicación de la
evolución de América Latina que gira casi por entero en las relaciones de poder y las alianzas de
clase, que terminan quedando en el aire, ya que nunca conectan con lo económico, esto es, con la
producción y el intercambio, con la generación excedente (o de valor y plusvalor), y con los
problemas de la acumulación.
Efectivamente, en aras de un análisis que se pretende “no economicista”, Cardoso y Faletto
desembarcan en las playas del subjetivismo y la sobrepolitización de las instancias. Por ejemplo,
mencionan las explicaciones sobre la desaceleración del desarrollo económico de Argentina, Brasil
y otros países en los sesenta, basadas en la tesis del deterioro de los términos de intercambio. Sin
embargo no analizan estas explicaciones desde alguna teoría económica, y saltan directamente a
la cuestión de si algunos grupos habían perdido, o no, el control del sistema de poder. A pesar de
que advierten que no hay que sustituir el análisis económico por el sociológico, y que se debe tener
un enfoque integral, en los hechos reemplazan el análisis económico por el sociológico y político.
Por ejemplo, sostienen que el desarrollo es el resultado
… de la interacción de grupos y clases sociales que tienen un modo de relación que les es
propio y por lo tanto intereses y valores distintos, cuya oposición, conciliación o superación
da vida al sistema socioeconómico. La estructura social y política se va modificando en la
medida en que distintas clases sociales y grupos sociales logran imponer sus intereses, su
fuerza y su dominación al conjunto de la sociedad (Cardoso y Faletto, 1973, p. 18; énfasis
agregado).
El desarrollo está explicado en términos de “fuerza”, “dominación”, “imposición de intereses”. ¿Qué
sucede con las fuerzas productivas? ¿Con la generación de valor? ¿Con las formas específicas en
que un espacio de valor se articula con el mercado mundial? Sobre esto Cardoso y Faletto no

41
Remitimos a Astarita (2005).

40
tienen nada que decir. Todo discurre por los carriles de las alianzas de clases, de las relaciones de
fuerza y de los “intereses y valores”. Analizando los “intereses y valores” que orientan las acciones,
el cambio se perfila “como un proceso que en las tensiones entre grupos con intereses y
orientaciones divergentes encuentra el filtro por el que han de pasar los flujos puramente
económicos” (ibid., pp. 18-19). A pesar de la oscuridad de la rebuscada metáfora (“filtro” por que
pasan “flujos puramente económicos”), lo que transmiten Cardos y Faletto es que son las
“tensiones entre grupos” las que deciden la evolución económica de América Latina. ¿Qué sucede
entonces con la dinámica de la acumulación del capital en los años de la industrialización por
sustitución de importaciones, para poner un ejemplo? ¿Con la generación de plusvalía absoluta o
relativa? ¿Con el desarrollo de los mercados internos? ¿Con la entrada de capital extranjero y su
inserción en la estructura productiva existente? Ninguna de estas cuestiones es señalada como
metodológicamente importante para el análisis, porque lo económico no es tenido en cuenta ni
siquiera en cuanto “base” (para utilizar la tradicional metáfora de “base y superestructura”).
Además, ¿por qué estos “filtros” sociales tienen tanto poder como para imponer una u otra
dirección al desarrollo económico? No hay explicación, pero Cardoso y Faletto están convencidos
de que “el problema teórico fundamental lo constituye la determinación de los modos de
dominación porque por su intermedio se comprende la dinámica de las relaciones de clase” (p. 19;
énfasis en el original).
Obsérvese que la cuestión ni siquiera se plantea en los términos de Brenner, esto es, de la
primacía de las relaciones de producción sobre las fuerzas productivas, sino en términos
puramente político-sociales, ya que son los modos de dominación los que permiten comprender la
dinámica de las relaciones de clase. Y ambas –formas de dominación y estratificación social–
“condicionan los mecanismos y los tipos de control y decisión del sistema económico en cada
situación particular” (p. 21). Aquí se está proponiendo un abordaje casi opuesto al del materialismo
histórico. La interpretación de Cardoso y Faletto no es “global”, sino unilateral, centrada en lo
político, en las relaciones de fuerza y alianzas de clases, y en la sobrepolitización del desarrollo
económico. Para entender mejor cómo opera este método propuesto por Cardoso y Faletto,
analicemos todavía un caso al que aplican este razonamiento.
Cardoso y Faletto sostienen que algunos países latinoamericanos, al proyectar la defensa de su
principal producto de exportación, propusieron una política de devaluación. El tipo de cambio alto
habría permitido, como consecuencia indirecta y hasta cierto punto no intencional, la creación de
condiciones favorables al crecimiento, dando lugar a una mayor diferenciación económica. Sin
embargo esa política de devaluación no implicaba un proyecto de autonomía creciente y un cambio
de relaciones de clase, y aquí es donde, en opinión de Cardoso y Faletto, parece faltar la esfera
política. No se puede analizar, sostienen, la cuestión del desarrollo exclusivamente desde el punto
de vista de los estímulos y reacciones del mercado: “si se parte de una interpretación global del
desarrollo, los argumentos basados en puros estímulos y reacciones de mercado resultan
insuficientes para explicar la industrialización y el progreso económico” (p. 26). De aquí se
desprende que lo único que habría faltado para que la política de tipo de cambio alto tuviera éxito
fue una “decisión política hacia la mayor autonomía”. Pero… ¿no habría que preguntarse por qué
razón en los países atrasados tienden a establecerse monedas depreciadas en términos reales –
que supuestamente crean condiciones favorables al crecimiento– y sin embargo no logran salir del
atraso? ¿Por qué “espontáneamente” sucede esto? A partir de responder a esta cuestión, ¿qué
hay que decir de la lógica económica de acumulación impulsada por el tipo de cambio alto? Se
debería investigar, por lo menos, qué sucede con la generación de valor en un país atrasado; cómo
se conecta con el mercado mundial a través del tipo de cambio alto; qué problemas se originan con
los términos de intercambio; qué sucede con la acumulación interna; cómo afectan las variaciones
del tipo de cambio el crecimiento de productividad de sectores y ramas; qué consecuencias
acarrea el tipo de cambio alto para la moneda y los precios; y cuestiones semejantes. Temas que
superan en mucho la problemática –neoclásica en el fondo– “de estímulos y reacciones de
mercado”, ya que remiten a las leyes de generación de valor y de la acumulación.
Faltos de este estudio, y siempre con el pretexto de no caer en el “determinismo economicista”,
Cardoso y Faletto hacen intervenir “desde arriba” lo político, que pudo estar, pero no estuvo:

41
Son justamente los factores políticos internos –vinculados, como es natural, a la dinámica
de los centros hegemónicos– los que pueden producir políticas que se aprovechan de las
‘nuevas condiciones’ [tipo de cambio alto] o de las nuevas oportunidades de crecimiento
económico. De igual modo, las fuerzas internas son las que definen el sentido y el alcance
político-social de la diferenciación ‘espontánea’ del sistema económico (p. 27).
Sin haber estudiado la relación económica entre los centros del capitalismo y los países
subdesarrollados, Cardoso y Faletto explican que son los factores internos, vinculados a la
dinámica de los centros hegemónicos, los que pueden producir políticas que se aprovechen de las
condiciones para el crecimiento. De manera que esos factores internos, y su relación con los
centros hegemónicos, deberían ser explicados en base a consideraciones puramente idealistas, ya
que el análisis no está asentado en la mecánica económica subyacente al tipo de cambio alto.
Todo lo que dicen sobre el crecimiento basado en la moneda depreciada es que da lugar a una
“diferenciación espontánea del sistema”, esto es, movido por su propio impulso. ¿En qué consiste
ese impulso o espontaneidad? Además, ¿acaso no hubo políticas de tipo de cambio alto
impulsadas por los gobiernos? ¿No eran expresión de ciertas necesidades de inserción en los
mercados mundiales, a partir de diferenciales en la generación de valor? Habiendo pasado por alto
estas cuestiones, insisten con el análisis “político-social”:
… es posible que los grupos tradicionales de dominación se opongan en un principio a
entregar su poder de control a los nuevos grupos sociales que surgen con el proceso de
industrialización; pero también pueden pactar con ellos, alterando así las consecuencias
renovadoras del desarrollo en el plano político y social (p. 27).
Los grupos pueden pactar o no, tal vez afectando “las consecuencias renovadoras del desarrollo”,
sin que se explique en ningún momento qué relación tienen estos cambios políticos, y sus efectos,
con leyes económicas que no se conocen ni indagan. Las alternativas políticas por lo tanto se
desenvuelven en una esfera autónoma, sin conexión con la relación económica. A lo sumo se
hacen vagas referencias a que el “tipo e intensidad de los cambios” –esto es, de la moneda
depreciada y la consiguiente industrialización– “dependen en parte” del modo de vinculación de las
economías nacionales al mercado mundial (p. 27). Pero ¿cómo dependen? ¿Por qué, además,
dependen “en parte”? Cardoso y Faletto no explican, aunque insisten con su admonición sobre los
peligros del análisis “puramente económico”:
Tal perspectiva [el método defendido por Cardoso y Faletto] implica que no se puede
discutir con precisión el proceso de desarrollo desde el ángulo puramente económico
cuando el objetivo propuesto es comprender la formación de las economías nacionales (p.
27).
Por supuesto, ningún análisis de la formación de las economías nacionales puede quedarse en lo
“puramente económico”. Pero el problema de la CD no es que sus análisis fueran “puramente”
económicos, sino que “lo económico” no estaba cabalmente indagado; o lo estaba desde una
perspectiva teórica equivocada (teoría del monopolio y similares).
Para precisar aún más su argumento, Cardoso y Faletto agregan que no es suficiente con el
análisis de variables como tasas de productividad, ahorro y renta, funciones de consumo, empleo,
y similares. Por supuesto, no es suficiente con estas variables –que están tomadas abstractamente
por Cardoso y Faletto de la literatura económica usual–, pero no porque éste sea un error
“economicista”, sino porque ninguna de estas variables explica las cuestiones del atraso y la
dependencia a no ser que se establezca su relación con alguna teoría de la acumulación. Sin
haber precisado esta relación, sostienen que se pueden construir “modelos económicos”, que
cobran significado siempre que estén referidos a situaciones “globales, sociales y económicas, que
les sirvan de base y les presten sentido” (p. 28). De nuevo hay que preguntarse ¿en qué marco
teórico se construyen estos “modelos económicos”? ¿Keynesiano, marxista, kaleckiano? Cardoso y
Faletto no aclaran la cuestión, a pesar de su importancia. Además, ¿qué quiere decir que un
modelo económico tiene que estar referido a una situación económica y social que le sirva de
base? ¿Significa que tiene que tener relación con lo que sucede en la realidad? Pero… ¿existe
algún “modelo económico” elaborado por la dependencia para explicar el subdesarrollo, que no
haya pretendido estar conectado con la realidad?

42
Todo esto termina siempre en la misma conclusión: que lo político, las relaciones de fuerzas entre
las clases y las luchas por el dominio, pasan a ser lo decisivo para explicar el desarrollo. A pesar
de que en varios pasajes Cardoso y Faletto hacen referencia a la interacción entre las instancias
económica, social, política, la actuación política de los grupos es lo que decide: “la actuación de las
fuerzas, grupos e instituciones sociales pasa a ser decisiva para el análisis del desarrollo” (p. 28).
Más explícitos aún, sostienen que la política “es el medio por el cual se posibilita la determinación
económica” (p. 131).
Por lo tanto no estamos ante un análisis concreto, como sostiene Palma, sino abstracto, porque
Cardoso y Faletto aislaron una variable –las estructuras de dominación y la política– a partir de la
cual pretendieron derivar toda la problemática del desarrollo. Aquí se encuentra la raíz del análisis
idealista en que termina esta perspectiva y se expresa en la trayectoria política posterior de
Cardoso.
LO INTERNO Y LO EXTERNO
También se puede plantear en términos distintos a los de la dependencia la relación entre “lo
externo y lo interno”. El llamado “tercer enfoque” de la CD buscó hacer una síntesis entre el
enfoque que ponía énfasis en “lo interno” y el que ponía el acento en “lo externo”, por la vía de la
“interacción dialéctica” entre ambos abordajes. Pero el capital implica tanto la producción como la
circulación; y la circulación no se limita al ámbito nacional, sino abarca necesariamente el mercado
mundial. En palabras de Marx, el comercio exterior, o sea, el mercado mundial, es el que
“desarrolla la verdadera naturaleza [la del sobreproducto] como valor, al desarrollar el trabajo
encarnado en él como trabajo social”, y por eso
…sólo el comercio exterior, el desarrollo del mercado hasta convertirse en mercado
mundial, hace que el dinero se desarrolle hasta transformarse en dinero mundial, y el
trabajo abstracto en trabajo social (Marx, 1975, t. 3 p. 209).
Esto implica concebir al capitalismo como una totalidad mundial. Pero se trata de una totalidad
concreta, plena de determinaciones. Una totalidad en la que rigen las leyes del valor y la
acumulación del capital, pero siempre a través de espacios nacionales de valor que están
mediados por los tipos de cambio, y subsumidos al espacio mundial del valor. Por lo tanto no se
trata de una conformada como “suma de partes”, donde las unidades interactúan a partir de estar
constituidas nacionalmente, y según leyes de funcionamiento propias y diferentes. Desde el punto
de vista de la totalidad concreta hay que considerar que el trabajo abstracto, la riqueza, el valor, el
dinero abstracto “se desarrollan en la medida en que el trabajo concreto se convierte en una
totalidad de distintos modos de trabajo que abarcan el mercado mundial” (Marx, 1975, t. 3 p. 209).
Esto significa que los trabajos humanos, los valores, etcétera, no pueden considerarse en un plano
meramente nacional, porque siempre son partes de una totalidad, que es el mercado mundial. Por
eso no tiene sentido hablar de determinantes específicos (nacionales, “lo interno”) como si fueran
de naturaleza distinta de los determinantes generales (mercado mundial, “lo externo”). Así, por
ejemplo, los tipos de cambio –una cuestión que Marx no trató– median los espacios nacionales de
valor con el mercado mundial; y entre sí. Pero esto no sucede porque estos espacios sean
unidades en sí mismas, sometidas a leyes propias, sino porque son particularizaciones del
universal, de la totalidad que es el capital desplegado. La pregunta de si son determinados por
factores “internos” o “externos”, o cuál de ellos es el principal, en consecuencia pierde sentido.
Es desde esta perspectiva que se puede abordar la dialéctica del valor en el plano mundial, y en
los espacios nacionales. Por ejemplo, por qué aumentan las diferencias de ingresos entre los
países, por qué las diferencias en los valores generados por las unidades de trabajo desde los
diferentes espacios nacionales, por qué los desarrollos desiguales. Cada una de estas cuestiones
no puede resolverse sólo teniendo en cuenta el aspecto nacional; ni tampoco sólo el plano mundial.
La forma y cuantía en que el valor generado dentro de un país se expresa en valor en el plano
mundial, o sea, en dinero mundial, depende de la articulación compleja entre producción y
circulación, incluyendo ambas el mercado mundial. En la medida en que la producción se
internacionaliza, este fenómeno es cada vez más acentuado.

43
Todo induce a poner el énfasis en los análisis concretos, como reclama Palma, pero entendidos no
como estudios donde se interrumpe la primacía del universal, ni en los que éste funciona de
manera externa, sino tomando en cuenta la riqueza de lo particular. Esta es, por otra parte, la
verdadera naturaleza del concreto, entendido desde la dialéctica.
CONCLUSIÓN
Hemos destacado la importancia de un enfoque dialéctico, de las totalidades concretas, para
superar las polaridades rígidas en que cayó la CD. Lo cual se articula con la necesidad de estudiar
la dialéctica del valor a escala mundial. De esta manera se podría comenzar a superar, en el
sentido hegeliano, los aportes de la CD. “Superar” aquí significa no sólo la crítica, sino también el
“conservar”. Conservar la perspectiva crítica de la CD sobre las corrientes del pensamiento
económico burgués del desarrollo, al tiempo que avanzar en la comprensión de la dialéctica
mundializada del capital, y sus particularidades.

44
Capítulo 5
La realidad histórica que expresó la CD y las razones de su crisis
En este capítulo analizamos qué reflejaron, desde el punto de vista de la historia del sistema
capitalista mundial, los escritos de la CD, y cuáles fueron los problemas y dificultades que llevaron
a su crisis en los ochenta. La idea que defenderemos es que la teoría de la dependencia expresó
fenómenos reales de la expansión del sistema capitalista en la periferia, y que por eso mismo no se
puede sostener que estuvo completamente desacertada. El problema fue que su enfoque pecó por
unilateral. No advirtió que la expansión del capitalismo a la periferia era un fenómeno
contradictorio. Por eso mismo no pudo prever ni explicar la forma que adquiriría la industrialización
en el Tercer Mundo, en especial durante los últimos 30 años.
¿QUÉ EXPRESÓ LA CD?
En lo que respecta a las tesis leninistas sobre el capitalismo monopólico, que sustentaron los
análisis de la CD, reflejaron la acelerada centralización de capitales que ocurrió entre fines del siglo
XIX y principios del siglo XX, en el capitalismo avanzado. Esa centralización buscaba frenar una
competencia devastadora, provocada por la caída de los costos de transporte, y la consiguiente
baja de precios.42 Las tesis sobre el monopolio reflejaron este proceso de formación de grandes
corporaciones modernas; que no impidieron que siguiera operando la competencia.
También fueron fenómenos reales la expansión colonialista, el pillaje y el saqueo de las periferias.
La expansión del capitalismo que se produjo a lo largo del siglo XIX no se basó sólo en los
intercambios voluntarios y la libre circulación de gente, capitales e ideas entre Europa, América,
Australia y Nueva Zelandia, como pretenden los economistas neoclásicos. La otra cara de esos
intercambios fueron la esclavitud, el colonialismo, las intervenciones militares y la diplomacia de las
cañoneras. Recordemos que la esclavitud recién fue prohibida en las colonias británicas en 1833,
en EUA en 1865 y en Brasil en 1878. La guerra del opio contra China y la amenaza militar directa a
Japón obligaron a estos países a abrirse al comercio mundial. El colonialismo se prolongó durante
siglos y se generalizó a fines del siglo XIX. De 1870 a 1914 las posesiones coloniales de Gran
Bretaña pasaron de 23,7 millones de kilómetros cuadrados a 32,8 millones; las de Francia de 0,5
millones a 11,3 millones; las de Alemania de cero a 3,1 millones y las de Rusia también de cero a
2,6 millones. Además, en ese período Japón entró en Corea y Manchuria; EUA intervino en
Centroamérica, toma Filipinas y Puerto Rico; y Austria-Hungría ejercieron el mandato en los
Balcanes. Por otra parte, las grandes migraciones a América y otras regiones no fueron totalmente
libres, ya que estuvieron provocadas por la extrema miseria, violencia y despojo que sufrieron
millones de campesinos europeos (irlandeses, españoles, polacos, italianos, entre otros). 43 Los
autores neoclásicos pasan por alto estos “detalles históricos”. La CD, en cambio, los puso en el
primer plano de la atención, y éste fue un gran acierto.
Además, los autores de la dependencia, y en particular aquellos que suscribieron la tesis de la
“articulación de los modos de producción”, señalaron con acierto que la mera vinculación al
mercado mundial no generaba automáticamente la transición al modo de producción capitalista
desde las formaciones precapitalistas. En muchos casos sólo la violencia dio lugar a la
implantación del capitalismo la periferia.
También la idea del estancamiento y retroceso de las fuerzas productivas en el Tercer Mundo tiene
su base real. Es que efectivamente hubo una generalizada desindustrialización en la periferia a
partir de la entrada de las potencias y sus mercancías baratas, aupadas en las armas. Paul Bairoch
sostiene que después de 1813 hay mucha evidencia de que el volumen total de la producción
manufacturera del Tercer Mundo comenzó a caer debido al impacto de las importaciones
provenientes de los centros metropolitanos:
La industrialización del primero [el mundo desarrollado] llevó a la desindustrialización del
último [el Tercer Mundo], y la contribución proporcional de cada región al total del producto
42
Véase Duménil y Lévy (1996).
43
Entre 1820 y 1913 salieron más de 50 millones de emigrantes desde Europa hacia América, Australasia y
Sudáfrica.

45
manufacturero fue revertida casi exactamente. Si incluimos Japón entre los países del
Tercer Mundo de aquel tiempo, éste tenía todavía aproximadamente el 63% del potencial
manufacturero total del mundo en 1830, contra el 37% de Europa y Norteamérica; para
1860 las proporciones habían devenido del 39% y 61% respectivamente” (Bairoch, 1982, p.
274).
Entre 1860 y 1913 el volumen total de la producción manufacturera mundial se multiplicó por cuatro
(y por tres en términos por habitante), y la diferencia entre el centro y la periferia siguió
aumentando. En 1913 los países desarrollados tenían el 92,5% de la producción manufacturera
mundial, contra solo el 7,5% del Tercer Mundo. Esto no ocurrió solo por la expansión en los países
desarrollados, sino también porque la desindustrialización detuvo al Tercer Mundo. La producción
manufacturera del Tercer Mundo cayó hasta el comienzo del siglo XX, y la brecha con los países
adelantados siguió ampliándose, aunque a tasas menores, hasta 1953, siempre según Bairoch.
Por lo tanto ell error de la CD no estuvo en destacar estos aspectos, sino en que no tuvo en cuenta
el carácter contradictorio que tenía la expansión imperialista y colonial sobre la periferia. Es que la
entrada de los países avanzados en la periferia provocó devastación y estancamiento, pero
paralelamente generó las condiciones para el desarrollo de capitalismo. Este último aspecto es el
que la CD no pudo registrar. No advirtió que el proceso era contradictorio. Paulatinamente, sobre el
terreno arrasado por la violencia colonial e imperialista, comenzó la acumulación del capital. En
muchos países de América Latina y Asia surgieron capitalismos industriales autóctonos, y fuertes
en relación al capital comercial o agrario. De ahí las vacilaciones y matices crecientes que
introducen muchos dependentistas en las visiones más rígidamente estancacionistas, aunque sin
revisar sus planteos básicos.
En definitiva, se verificó el proceso que Marx preveía que ocurriría en India con los ferrocarriles
británicos. Inglaterra entró en India por medio de la violencia, impuso su dominio colonial y con ello
la apertura a la competencia de las telas inglesas. Para lo cual introdujo los ferrocarriles. Pero los
ferrocarriles dieron paso, con el tiempo, a capitales hindúes, e India, como otros países de la
periferia, entró en las vías del desarrollo capitalista.
Naturalmente se puede criticar a Marx porque –en sus artículos sobre la India de 1853– consideró
que la acción revolucionaria del capital inglés sería más o menos rápida y directa. Como señala
Rey (1976), años después en El Capital Marx hubo de reconocer que la resistencia “del modo de
producción asiático” a la penetración capitalista en India o China era en extremo tenaz e
importante. Pero de esto no debería deducirse, como hace Rey, que Marx hubiera escrito sus
apreciaciones de 1853 sólo “para molestar a los norteamericanos” (Rey, 1976, p. 15). El argumento
de Marx es que una vez que el capitalismo arraiga –la entrada del capital extranjero, por medio de
la violencia, es el punto de arranque– tiende a hacerse hegemónico, y a largo plazo único. El
proceso no es lineal, pero la tendencia parece clara. Por eso Marx destacaba el doble carácter de
la inversión británica, que provocaba devastación;44 pero también ponía la simiente del desarrollo
capitalista. Este diagnóstico de Marx fue cuestionado por los marxistas del dependentismo. 45 Pero
la realidad es que el capitalismo indio se desarrolló; la previsión de Marx en el largo plazo se
demostró más acertada que los diagnósticos de la CD.
Desde la perspectiva marxiana se puede comprender también el rol que cumplieron las
intervenciones imperialistas –operaciones de desestabilización, promoción de golpes militares,
etc.– en países que eran formalmente independientes, en los siglos XIX y XX. Estas intervenciones
impusieron gobiernos y dictaduras militares favorables a los capitales de los países adelantados.
Con ello posibilitaron negociados y altísimas ganancias para sus corporaciones; se justificaba
hablar de violencia neocolonial sobre muchos países, como hizo la CD. Sin embargo las
inversiones extranjeras que acompañaban esas intervenciones también contribuyeron –directa o
indirectamente– al desarrollo de fuerzas capitalistas locales, que luego fueron el sustento de
44
Decía que el progreso se realizaba “arrastrando a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la
degradación” (véase Marx y Engels, 1976, p. 109).
45
Amin explica la “equivocación” de Marx, esto es, el que hubiera pensado que “el ferrocarril dará lugar a las
industrias autocentradas”, a que no había alcanzado a ver la fuerza de los monopolios (véase Amin, 1986, pp.
159-160).

46
gobiernos con capacidad de resistencia y autonomía al dominio imperialista. Parafraseando a
Marx, podemos decir que la violencia fue la partera del capitalismo de las periferias, desbrozando
el camino para la reproducción del capital. Esto explica por qué desde el final de la Segunda
Guerra –y en muchos países atrasados por lo menos desde el período de entreguerras– se
registran casos de acumulación capitalista significativa en la periferia. Por eso mismo la violencia
directa con el tiempo dejó de ser el medio fundamental de extracción del excedente.46
DESARROLLO CAPITALISTA Y SAQUEO COLONIAL
Desde hace años también está cuestionada la tesis de la CD de que el desarrollo del capitalismo
central dependió de la explotación colonial. Así Lipietz (1990) criticó la idea de que el pillaje de la
periferia haya sido cuantitativamente de gran importancia para el crecimiento del centro. Menos
todavía se puede afirmar que después de la Segunda Guerra el crecimiento del centro se haya
debido a las transferencias de valor desde la periferia. Lo cual, agrega Lipietz, no niega la
gravedad que tuvo para la periferia la explotación colonial. Dore y Weeks (1979) también
cuestionan la idea de que el desarrollo del capitalismo en el centro estuviera determinado por las
transferencias de excedente desde las periferias no capitalistas. En el mismo sentido Duchesne
(2001-2002) –en crítica a Frank–, sostiene que la Revolución Industrial inglesa se hubiera dado de
todas maneras sin los beneficios coloniales:
… entre 1700 y 1801 sólo entre el 8,4% y el 15,7% del cambio en el ingreso nacional [de
Gran Bretaña] puede atribuirse al total del comercio exterior. … el comercio colonial,
aunque creciente en proporción, siguió representando un pequeño porcentaje del comercio
exterior de Gran Bretaña durante ese siglo. Por lo tanto, si usamos los cálculos de Bairoch,
encontramos que en el período entre 1720 y 1780-1790, el comercio exterior proveyó a
Gran Bretaña con el 4% al 8% de su demanda total, pero que el comercio con los países
no europeos representó entre el 33% y el 39% del total del comercio británico, de manera
que la contribución de los futuros países menos desarrollados podría haber absorbido, a lo
sumo, el 2% al 3% de la demanda total. (Duchesne, 2001-2001, p. 441; énfasis en el
original).
Con respecto a Europa, Duchesne cita a O’Brien, quien afirma que los beneficios derivados del
tráfico colonial no representaban más del 2% del PNB de Europa de fines del siglo XVIII. Anotemos
también que ya Hobson (1902) señalaba que la contribución del comercio colonial a la economía
británica era pequeña.
LA INDUSTRIALIZACIÓN Y LA CRISIS DE LA CD
Hacia mediados de la década de 1970 la CD llega a la cima de su evolución. En el período previo
al triunfo de los golpes militares en Chile, Uruguay y Argentina el dependentismo tenía una fuerte
presencia en las facultades de ciencias sociales latinoamericanas; sus artículos y libros circulaban
profusamente; sus ideas eran populares en la vanguardia políticamente radicalizada, y repercutían
en todo el mundo. Refiriéndose a aquel momento, Dos Santos escribe:
En aquel período, que podríamos situar entre 1964 y 1974, el pensamiento de la región
cobró una dimensión planetaria, pasando a influenciar la evolución de las ciencias sociales
a un nivel universal (Dos Santos, 2003, p. 105).
Dos Santos incluye al pensamiento de Prebisch y la CEPAL en ese movimiento intelectual que dio
origen a la dependencia y alcanza la cumbre en los setenta.

46
Cuando afirmamos que la violencia directa no juega un rol en la extracción del excedente, no estamos
sosteniendo que la violencia no desempeña un rol en el capitalismo. Lo que estamos señalando es que en los
modos de producción precapitalistas (y en la explotación colonial) la extracción del excedente se produce por
medio de la coerción extra-económica. En el modo de producción capitalista la extracción del excedente
ocurre porque el trabajador “libre” está obligado a vender su fuerza de trabajo. Es en este respecto que Marx
destaca que la forma de extracción del excedente es económica. Ésta es la diferencia específica del modo de
producción capitalista con otros modos de producción. Naturalmente, en una sociedad en que los productores
directos están desposeídos de los medios de producción, la violencia juega un rol decisivo en defensa de la
propiedad privada del capital.

47
Sin embargo en esa época asomaron nubarrones en el horizonte de la CD. Por un lado porque las
cifras no avalaban la idea del estancamiento de la economía latinoamericana. Por caso, desde
1965 a 1973 el crecimiento económico de América Latina fue del 7,4% anual promedio, una tasa
en absoluto desdeñable. El producto por trabajador creció a una tasa del 2,7% anual entre 1960 y
1980 (datos del FMI). En la década de los setenta se publicaron trabajos que demostraban que en
América Latina había posibilidades de algún grado de desarrollo tecnológico autónomo; y que sus
empresas generaban tecnología.47 En Asia también avanzaba la industrialización.
Esta situación provoca, a comienzos de los setenta, una de las críticas más amplias a la CD, la de
Bill Warren. Warren sostuvo que, contra lo que afirmaba la CD, se había producido una importante
industrialización en muchos países subdesarrollados y que el período posterior a la Segunda
Guerra era de ascenso de las relaciones capitalistas y de las fuerzas productivas en el Tercer
Mundo. Explicó también que los principales obstáculos a este desarrollo estaban en las
contradicciones internas de los países de la periferia, y no en las relaciones del imperialismo con el
Tercer Mundo. Incluso planteó que las políticas de los países imperialistas habían favorecido la
industrialización, y que los lazos de dependencia que ataban a los países atrasados con los
imperialistas habían sido aflojados considerablemente hacia la década de los setenta. Como
resultado la distribución del poder en el mundo se estaba haciendo menos desigual (véase Warren,
1973).
Warren no negaba que siguiera existiendo el imperialismo como sistema de dominación y
explotación, pero afirmaba que la dependencia había entrado en un proceso de declinación
irreversible. En los países subdesarrollados subsistían el atraso de la agricultura y la desigualdad
del desarrollo; pero no eran neocolonias, ni estaban bloqueados en su desarrollo. Además los
países subdesarrollados podrían alcanzar en el futuro los niveles de tecnología y de las fuerzas
productivas de los países imperialistas. De manera que se avanzaba hacia la igualación de los
niveles de desarrollo de los países.48
Por otra parte, hacia fines de la década de 1970 la evolución de los Nuevos Países
Industrializados, (NPI), Corea del Sur, Hong Kong, Taiwán y Singapur rompía todavía más con los
viejos esquemas de la dependencia. A mediados de los ochenta Mandel planteó que capitales con
origen en Hong Kong se invertían internacionalmente (véase Mandel, 1985). Pero no eran sólo los
NPI. En 1981 Schiffer, en crítica a Amin, demostraba que la tasa promedio de inversión de los
países subdesarrollados era mayor, en porcentaje de PBI, que la de los países adelantados; que la
producción manufacturera de los primeros estaba destinada a satisfacer principalmente el mercado
interno y el consumo masivo, y no la exportación y el consumo de la alta burguesía; que había
habido desarrollo de la industria pesada en Asia y América Latina; que al compás de ese desarrollo
habían subido los salarios industriales; y que cada vez más sectores de las economías de esos
continentes se integraban al capitalismo. A su vez Lipietz señalaba:
La idea esencial del dependentismo… es, en efecto, que los Estados-naciones de la
periferia no pueden desarrollarse en el marco del capitalismo porque los países
desarrollados tienen siempre, y cada vez más, necesidad de su subdesarrollo; a lo sumo,

47
Por ejemplo, en los setenta Jorge Katz sostuvo que países como Argentina, Brasil, México, de
industrialización relativa, eran tecnológicamente dependientes del mundo desarrollado, pero tenían una
actividad inventiva que no carecía de importancia. Esa inventiva tecnológica tenía un carácter adaptativo y
subsidiario, destinada a mejoras marginales y adaptaciones al medio local de los diseños importados, pero
importante. Katz además registraba para Argentina un significativo aumento de la productividad entre 1960 y
1968 –período que según la CD era de crisis crónica y estancamiento– en la industria, y agregaba que existía
una incidencia importante de flujos acumulados de gastos domésticos en tareas de investigación y desarrollo,
además de la compra de tecnología en el exterior; véase Katz (1976). En Ablin et al. (1985), y en la misma
línea de pensamiento que Katz, se destaca, además, la inversión de empresas argentinas en el exterior.
48
Esta tesis desembocó más tarde en lo que hemos llamado (en Astarita, 2006) “globalismo extremo”; véase
Burbach y Robinson (1999) y Robinson y Harris (2000). Los autores que adhieren a este punto de vista
sostienen que hoy el mundo está asistiendo la formación de una clase capitalista transnacional unificada, con
participación de las burguesías del otrora Tercer Mundo; y que cada vez tiene menos sentido hablar de una
divisoria entre países desarrollados y subdesarrollados.

48
pueden conceder una “acumulación dependiente”. Esta idea conoció su hora más gloriosa
a raíz del fracaso de las tentativas explícitas de escapar a la dependencia, particularmente
en América Latina, en la época del fordismo triunfante. Evidentemente hoy día, esta tesis
se critica severamente en la “nueva industrialización”… (Lipietz, 1990, p. 68).
En América Latina y Asia existía un capitalismo cuya dinámica no era un mero reflejo especular de
las economías centrales. En muchos países de Asia las tasas de inversión eran superiores al 30%,
en términos del pnb, y estaban sustentadas en altos niveles de ahorro interno. ¿Cómo se podía
afirmar que se trataba de una “burguesía lumpen”, o sin dinámica propia? Además, los mercados
internos de los países que se industrializaron en América Latina y Asia evolucionaron según las
leyes más generales de la acumulación.
Como resultado, en Asia y América Latina surgieron empresas con capacidad de expandirse
internacionalmente. La idea (de Cardoso y otros) de que la clase capitalista de los países
dependientes era “semi-explotada” perdió sustento. Hoy, por ejemplo, el capital mexicano se ha
convertido en el sexto inversor dentro de Estados Unidos; y los empresarios mexicanos toman la
delantera para explicar a sus pares estadounidenses cómo hay que aumentar la explotación de los
obreros. Capitales de Corea del Sur invierten y pagan bajos salarios en Inglaterra. Compañías del
Tercer Mundo presentan batalla competitiva a empresas de países adelantados. Jaguar y Land
Rover son compradas por Tata Motors, de India. Empresas chinas empleaban, en 2008, unos
750.000 obreros en África, en diferentes emprendimientos, desplazando en muchos casos a
capitales estadounidenses. Si bien las EMN (empresas multinacionales) de los países atrasados no
alcanzan la fuerza de las grandes corporaciones de EUA, Europa o Japón, su crecimiento es
innegable. México tiene gigantes como Cemex o Telmex; Corea del Sur empresas como Hyundai
Motors o Samsung Electronics; Malasia a Petronas o Sime Darby; Brasil a Petrobrás, Vale,
Embraer o Bradesco. Según un estudio de Ernest & Joung, las EMN de países no adelantados
tenían, en 2007, el 19% del valor bursátil acumulativo de las 1000 EMN más importantes. 49 Se
trataba de 221 empresas, de las cuales el 47% pertenecían a países atrasados distintos de Rusia,
Brasil, China e India. En términos globales, hacia 2006 la IED –incluyendo fusiones y
adquisiciones– desde los países atrasados había llegado a US$ 174.000 millones, el 14% del total
mundial; la participación de estos países en el stock total de la IED –que es de US$ 1,3 billones–
alcanzaba el 13%. En 1990 los países subdesarrollados tenían sólo el 5% del flujo de IED, y el 8%
del stock (véase The Economist 12/01/08). Esto no encaja ni siquiera en los esquemas más ricos y
complejos de la CD.
Frente a estas evoluciones, la CD se vio obligada a explicar. Bambirra (1983) ofreció una tesis del
tipo de “compensación”, diciendo que el desarrollo de los nuevos países industrializados se
conseguía a costa de enormes padecimientos y la súper-explotación de las masas. Frank (1979b)
sostuvo que en los países asiáticos no había verdadero desarrollo a causa de las deudas externas
y los déficits en sus balanzas de pagos, el desempleo y la súper-explotación. Frank también explicó
las “contadas” industrializaciones periféricas por la misma teoría de la dependencia, aunque con
adecuaciones: el crecimiento de Corea se debía a la crisis del capitalismo central en la década de
1970 (véase Frank, 1988). Era la vieja idea de que cuando había crisis en el centro se producían
huecos en el sistema mundial por donde emergía la periferia. Sin embargo el capitalismo de Corea
del Sur siguió creciendo en los años 1980 cuando las economías del centro –en particular la de
EUA– se recuperaban.
Tampoco se verificó el pronóstico del estancamiento del capitalismo y del mercado mundial.50
CRISIS DE LOS REGÍMENES “SOCIALISTAS” Y AUTÁRQUICOS
49
Contra el 5% en 2000.
50
Frank (1988) pronosticaba, a fines de la década de 1980, que “la próxima recesión” agudizaría los
problemas crónicos del intercambio internacional, llevando a una declinación del comercio mundial; los
países atrasados se volcarían hacia la sustitución de importaciones, a una agricultura orientada a la
producción/consumo con base nacional o regional, y florecerían los acuerdos internacionales tipo trueque; los
países adelantados se volcarían progresivamente “hacia adentro”. Mandel (1986) previó una crisis del
capitalismo aún más grande que la que había sacudido al capitalismo en los años treinta, y una contracción de
largo plazo del mercado mundial.

49
Los problemas para la CD se agravaron con las dificultades que afrontaban los regímenes del
“socialismo real”. A fines de la década de 1970 la dirección del partido Comunista chino iniciaba las
reformas pro mercado, que desembocarían en la marcha del país al capitalismo. En los ochenta los
campesinos comenzaron a cultivar sus parcelas y comerciar la producción, y se elevó la
productividad en el agro. Lo cual ponía bajo un serio signo de interrogación las ideas de Amin, Rey
y otros autores acerca de la naturaleza anticapitalista de los campesinos chinos.
A mediados de esa misma década el partido Comunista de la URSS revelaba que la economía
soviética estaba estancada, que sus niveles de productividad eran más bajos que en los
capitalismos avanzados, y que no había manera de continuar con el crecimiento sustentado en el
uso extensivo de recursos naturales y fuerza de trabajo. El problema también era admitido en otros
países del bloque comunista.
LA TESIS DE LA ARTICULACIÓN DE MODOS DE PRODUCCIÓN A PRUEBA
En cuanto a la tesis de la articulación de los modos de producción, no se verificó su pronóstico de
que el capitalismo intentaría preservar las formas sociales precapitalistas. Las políticas
desplegadas por la mayoría de los gobiernos del Tercer Mundo y los organismos internacionales,
en especial desde 1980, apuntaron a introducir las relaciones mercantiles, promover la propiedad
privada de la tierra y las relaciones asalariadas.
Por supuesto, se puede admitir que las economías campesinas tradicionales demostraron más
capacidad de resistencia que la que preveían los marxistas clásicos, como Lenin. Por caso, en la
actualidad más del 90% de los derechos sobre la tierra que tienen los campesinos en África
subsahariana están generados por la tenencia consuetudinaria (Mafeje, 2003). Pero sobre esta
estructura tradicional se ha expandido la producción pequeño-burguesa, con vistas al mercado; y
los pequeños campesinos responden cada vez más a los estímulos y dictados del mercado.
Además, y paradójicamente para la tesis de la “articulación”, hoy hasta el 80% de los ingresos
rurales en África subsahariana provienen de áreas urbanas, en forma de remesas de trabajadores.
Y como señala Mafeje, a menudo de manera no intencional, las áreas rurales se convirtieron en
enormes asentamientos rurales empobrecidos, que albergan a trabajadores urbanos desocupados.
En cuanto a América Latina, y amplias regiones de Asia, se han extendido los cultivos comerciales
y la producción capitalista agraria.51
Estas evoluciones llevaron a la crisis a la escuela de la dependencia. Además, con el marco teórico
de la dependencia cada vez se hacía más difícil contrarrestar la ofensiva ideológica y política de las
políticas neoliberales. Por eso se asistió a una crisis ideológica y política que afectó a todas las
corrientes que habían abogado por vías alternativas de desarrollo. En América Latina las
expresiones más radicales del estructuralismo cepaliano quedaron marginadas, y muchos autores
revisaron sus posturas, admitiendo la necesidad de “respetar a los mercados” y “mantener los
equilibrios macroeconómicos fundamentales”.52 Dentro de los autores “fundadores” de la CD, el
caso extremo fue Cardoso, quien terminó en la derecha y siendo presidente de Brasil. Pero más en
general, la CD no se mantuvo como corriente, a pesar de que muchos dependentistas mantuvieron
sus ideas. Al decir de Bomström y Hettne (1990), entró en un proceso de “crisis y desintegración”.
CONCLUSIÓN
La CD reflejó el fenómeno real de que el capitalismo se expandió en la periferia extendiendo la
violencia, el pillaje, el militarismo y las guerras coloniales. La violencia abrió paso al capital en el
Tercer Mundo. Pero al mismo tiempo este proceso generaría las condiciones para el surgimiento
de capitalismos nativos. Es éste segundo aspecto el que la CD pasó por alto, en lo fundamental.
51
Ampliamos en el capítulo 13 sobre estos desarrollos, que son cruciales para la validez de las tesis de la
dependencia.
52
El estructuralismo clásico daría lugar, en la década de 1980, al neo-estructuralismo. Una síntesis de esta
evolución y de las posiciones del neo-estructuralismo puede verse en Fontaine y Lanzarotti (2001) y Guillen
Romo (2001). Algunos estructuralistas toman los aportes de los neo-schumpeterianos, y los enlazan con las
viejas tradiciones de la CEPAL, pero admitiendo la necesidad de superar el desarrollo basado en la
industrialización “hacia adentro”; puede consultarse Cassiolato et al. (2005). Una alternativa al planteamiento
del crecimiento hacia adentro es la de Sunkel con su tesis del “desarrollo desde dentro”; véase Sunkel (1991).

50
De aquí que la industrialización y desarrollo capitalista en buena parte del Tercer Mundo,
notablemente en Asia y América Latina, le hayan presentado problemas teóricos importantes. A
ello se sumó la crisis de los llamados regímenes socialistas. Esto explicaría la dispersión de la
corriente en la década de los ochenta.

51
Capítulo 6
La dependencia reformulada
A pesar de que la CD se desintegró como corriente hacia los años ochenta, sus ideas esenciales
siguieron vigentes hasta el presente en la izquierda y el nacionalismo radical. Sus enfoques se
difunden actualmente desde revistas críticas y heterodoxas. Tal vez la de mayor renombre sea
Monthly Review, de Estados Unidos. Importantes autores adhieren a las ideas de la CD, aunque
con diversos grados de nacionalismo. El reputado sociólogo James Petras sostiene actualmente la
visión dependentista, defendida en numerosos artículos y libros.53 Dos Santos mantiene
prácticamente sin cambio las viejas posiciones y sus escritos son estudiados en círculos amplios. 54
La Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA, que agrupa a
la mayoría de los economistas de izquierda de América Latina, tiene un enfoque global afín a la
dependencia. En Argentina los Economistas de Izquierda (EDI), adherido a SEPLA, comparte esa
postura. Entre los autores argentinos más destacados que siguen esta línea podemos citar a Atilio
Boron., sociólogo y doctor en ciencias políticas, y a Claudio Katz, el economista marxista más
conocido en Argentina.55 También encontramos las posiciones de la dependencia en la prensa
política de la izquierda, por lo menos, y hasta donde conocemos, en Argentina, México, Brasil,
Uruguay, Venezuela, Bolivia y Chile.
Sin embargo el pensamiento dependentista adoptó nuevas formas, principalmente por la relevancia
que adquirieron en las décadas de 1980 y 1990 las deudas externas y el capital financiero
internacional en muchos países atrasados. Se mantuvo la tesis de que los países subdesarrollados
son explotados por los países atrasados, pero ahora no sólo a través del intercambio desigual y las
remesas de utilidades, sino también, y principalmente, por el pago de las deudas externas.
Además, a la denuncia tradicional del “capital monopólico y financiero”, se sumó la del
“neoliberalismo”. El “neoliberalismo” pasó a ser el responsable del ataque a los trabajadores y los
sectores populares, de la ofensiva privatizadora y la apertura de los mercados. De esta manera
continuó operándose, en el análisis y la política, el desplazamiento de la contradicción de clase
esencial en el modo de producción capitalista del que hablaba Cueva. Los antagonismos centrales,
según la dependencia reformulada, estarían plasmados en oposiciones como
“neoliberalismo/pueblos”; “finanzas/pueblos”; “capital financiero/países oprimidos”, y similares. La
estrategia política siguió articulándose en torno a la “liberación nacional” de los pueblos oprimidos,
enfrentados ahora al capital financiero imperialista y el neoliberalismo. Es en este marco teórico
que muchos marxistas “dependentistas” tratan de encajar la contradicción entre el capital y el
trabajo.
En la primera parte de este capítulo examinamos críticamente la versión más popularizada de la
dependencia reformulada. Para esto nos basamos en Toussaint (2004), que contiene los planteos
centrales más difundidos. Nuestra crítica recoge e intenta profundizar muchos de los
cuestionamientos que ya se hicieron a la CD, especialmente en la línea planteada por Cueva.
En una segunda parte discutimos la reformulación que da Amin, en la década de 1990, a algunas
de sus viejas tesis. Veremos que, siendo una obra más sutil y compleja que la de Toussaint,
subsisten sin embargo los problemas que presentaba su teoría en las décadas de 1960 y 1970.

53
Véase, por ejemplo, Petras (1995) y (2000).
54
A comienzos de la década de 2000, escribía: “Ellos no comprenden cómo el imperialismo bloquea el
desarrollo de las fuerzas productivas de las naciones colonizadas, mutila su poder de crecimiento económico,
de desarrollo educativo, de salud y otros. No consiguen entender el fenómeno de la sobreexplotación y la
transferencia internacional de excedentes generados en el Tercer Mundo y enviado a los países centrales”
(Dos Santos, 2003, p. 51).
55
Véase, por ejemplo, Boron (2008). Los trabajos de Katz pueden consultarse en su página web; Katz posee
una extensa producción teórica.

52
DICTADURA FINANCIERA Y TERCER MUNDO
Una idea fundamental de Toussaint es que a comienzos de la década de 1980 se impuso en el
mundo la hegemonía del capital financiero. Esta tesis está en relación directa, y es tributaria, de la
llamada “teoría de la financiarización”, que afirma que hoy el capital financiero es el principal
responsable del estancamiento y las crisis.56
Este capital financiero se ha globalizado, y la globalización se debe principalmente, sostiene
Toussaint, a decisiones políticas de los gobiernos. Esto significa que no responde a una tendencia
inherente al capital, y en consecuencia podría ser revertida sin acabar con el modo de producción
capitalista. Además, continúa la tesis dependentista de Toussaint, la mundialización no lleva al
desarrollo de las fuerzas productivas en el Tercer Mundo y el ex bloque del Este, ya que las
inversiones se dirigen principalmente hacia América del Norte, Europa Occidental y Japón. En los
países del Tercer Mundo y en el ex bloque del Este sólo hay marginación y pobreza. Puede haber
algunos crecimientos puntuales, como sucede con los NPI asiáticos, y en algunas regiones de
China, pero en el resto del Tercer Mundo predomina el estancamiento. Las posibilidades de
desarrollo autónomo de la “aplastante mayoría de los países del Sur y del viejo campo llamado
socialista se encuentran aún más reducidas que en el período histórico precedente” (Toussaint,
2004, p. 255). Imposibilidad de “desarrollo autónomo” aquí se equipara con imposibilidad de
“acumulación de capital industrial” y con “bloqueo de desarrollo”.
Como sucedía en la CD tradicional, la tesis combina el factor externo con el interno, ya que “el
bloqueo del desarrollo no proviene solamente de las relaciones de subordinación de la Periferia en
relación al Centro”, sino también
…de la estructura de clase de los países de la periferia y de la incapacidad de las
burguesías locales para lanzarse a un proceso acumulativo de crecimiento, lo que
implicaría el desarrollo del mercado interno (ibíd.).
En los países del Tercer Mundo que basan su crecimiento en los bajos salarios y las
exportaciones, sostiene Toussaint, las importaciones crecen a una tasa más rápida que las
exportaciones. En estos países no hay posibilidades de reproducción ampliada; la burguesía es
incapaz de acumular; el desarrollo está bloqueado y los déficits de la balanza comercial son
crónicos. El estancamiento, sin embargo, no se limita al Tercer Mundo, porque en los países del
centro –también llamados “del Norte”, en oposición “al Sur”– una parte creciente de la plusvalía se
desvía hacia el sector financiero, que se convierte así en un succionador de riquezas por sobre el
capital industrial. Además aumenta el poder de las multinacionales oligopólicas. Si bien Toussaint
reconoce que existe una poderosa competencia entre ellas, controlan sin embargo el mercado
mundial e imponen altos precios relativos a los productos que exportan a los países del Tercer
Mundo. A lo que se suman las decisiones políticas de los gobiernos de los países industrializados,
que agravan la caída relativa de los precios de los productos que exporta el Sur. En consecuencia
los países atrasados son explotados debido a los precios establecidos por el poder oligopólico, y
las decisiones de los Estados imperialistas.
La idea de que los grupos concentrados pueden imponer los precios se extiende a los mercados
financieros. Toussaint afirma que los grandes bancos tienen la facultad de establecer altas tasas
de interés, o primas de riesgo, prácticamente a discreción. En esto colaboran los gobiernos
imperialistas, sus bancos centrales y los organismos internacionales. Las tasas de interés están
determinadas por relaciones de fuerza, tanto por control de mercado –oligopolios financieros–,
como por poder político.
La combinación del deterioro de los términos de intercambio, el crecimiento de las importaciones a
una tasa más alta que las exportaciones, y las altas tasas de interés, lleva al endeudamiento
creciente. La deuda externa se convierte así en un arma de dominio y sumisión. Junto a los planes
de ajuste, sirve para domesticar a los países atrasados. Debido a las altas tasas de interés, las
transferencias son crecientes. El Norte succiona la riqueza del Sur, aunque Toussaint aclara que la
explotación de países se articula con las relaciones de clases. El reembolso de la deuda opera
56
Para un panorama de esta tesis, véase Chesnais (comp.) (1996) y (1997). Hemos hecho una crítica a esta
tesis en Astarita (2009a).

53
como una bomba de agua que extrae una parte del excedente generado por los trabajadores, los
pequeños productores y las empresas familiares del Sur. Las clases dominantes del Tercer Mundo,
“cobran sus comisiones” y se enriquecen, mientras las economías nacionales “se estancan o
retroceden y las poblaciones del Sur se empobrecen”.
A estos perjuicios se agregan las transferencias de riquezas debidas a las privatizaciones de
empresas públicas; la repatriación de beneficios por las sociedades transnacionales; los pagos de
royalties, derechos de propiedad y similares; y las colocaciones de los capitales pertenecientes a
las clases propietarias del Sur en las plazas financieras del Norte o en paraísos fiscales.
Eventualmente también se destinan fondos a la compra de bienes inmobiliarios en el Norte. En
consecuencia los países del Sur, incluidos los más grandes como México, Brasil o India,
retroceden hacia la “dependencia y subordinación” desde un desarrollo relativamente autónomo
que habrían iniciado con anterioridad al advenimiento de la ofensiva neoliberal.
EXPLOTACIÓN FINANCIERA DE PAÍSES
En todo lo anterior la tesis del dominio del monopolio juega un rol clave, pero esta vez aplicada a lo
financiero. Toussaint habla de la competencia, pero ésta no juega ningún papel efectivo en la
determinación de las tasas de interés, ni en los mercados financieros. Por eso Toussaint ni siquiera
discute la teoría de Marx, que sostiene que la tasa de interés se fija a partir de la oferta y demanda
del capital dinero, y por lo tanto está vinculada a los ciclos económicos. Es que adoptar la teoría de
Marx obligaría a desechar la explicación de la tasa de interés por “relaciones de fuerza”.
Naturalmente, se puede sostener que la teoría de Marx está desactualizada, y que la de Toussaint
es la correcta. Pero la realidad es que la tesis de Toussaint –y más en general, el punto de vista de
la financiarización– es la que no puede explicar el funcionamiento ni las evoluciones de los
mercados financieros. Por ejemplo, los autores de la financiarización (véase Chesnais, 1996 y
1997) han insistido en que la hegemonía del capital financiero se expresó en las altas tasas de
interés que se decidieron a partir de fines de la década de 1970 en EUA y Gran Bretaña. Esas
tasas de interés habrían permitido al capital financiero obtener altas rentabilidades, succionando
plusvalía al capital productivo. Toussaint adhiere a esta idea. Sin embargo en la década de 1990
las tasas de interés bajaron, y en la década siguiente continuaron a niveles muy bajos. ¿Cómo se
puede explicar esto si las ganancias del capital financiero dependían de las tasas de interés, y
éstas se fijaban a voluntad y conveniencia de los bancos? ¿No habría que intentar relacionar sus
variaciones con los ciclos de la acumulación, con la velocidad de rotación de los capitales, con la
oferta y demanda de fondos en los mercados de dinero y de capitales? Pero ésta es la teoría de
Marx, que se ha dejado de lado. Sin embargo en la realidad las cosas funcionan más de acuerdo
con lo que dice la teoría de Marx, que con lo que afirman Toussaint o Chesnais. Es que a los
mercados financieros mundiales concurren capitales provenientes de múltiples países y sectores –
fondos soberanos, excedentes líquidos de empresas industriales o comerciales, rentistas
acaudalados, etc.– y por eso estos movimientos, y sus efectos, no pueden ser controlados por
monopolio alguno. Como explicaba Marx, el banco se le representa al economista vulgar como
todopoderoso. Pero las posibilidades de controlar la economía están limitadas por fuerzas
económicas que los propios capitalistas no dominan.
La cuestión tiene gran relevancia para el debate sobre la dependencia y el tercermundismo. Para
verlo, veamos un momento las tasas de interés que pagan los gobiernos de los países atrasados.
A mediados de 2008 los gobiernos de Chile o Uruguay se endeudaban a una tasa muy inferior que
la que pagaba el gobierno argentino. Según la visión de Toussaint, esto se debería a una decisión,
más o menos arbitraria, de los banqueros del Norte y los organismos internacionales. Pero el
hecho es que la tasa que pagaba el gobierno argentino era la que demandaba cualquier inversor
financiero, sin esperar órdenes de nadie. Esto se debe a que cuando se licitan los bonos en los
mercados primarios, o se revenden en los mercados secundarios, se establecen los precios de los
activos a partir de las ofertas y demandas de muchos inversores y agentes de fondos. De estos
precios se derivan las sobretasas –el llamado “riesgo país”, o la prima de riesgo– que pagan los
gobiernos. La cuestión se puede ver en los intereses que el gobierno de Venezuela cobró al de
Argentina en 2008. Ese año Argentina se endeudó con Venezuela a una tasa que llegó casi al

54
15%.57 El gobierno “socialista” del presidente Hugo Chávez le cobraba a un país dependiente una
tasa muy superior de la que un banquero suizo, por ejemplo, le hacía pagar a Chile o Uruguay. De
acuerdo a la teoría de Marx, la tasa que cobraba el gobierno de Venezuela fue un producto de las
leyes del mercado capitalista. Según el enfoque de Toussaint, no hay manera de explicar el asunto
(a no ser que se recurra al argumento de la “traición” de Chávez, o similares).
Toussaint también sostiene que los prestamistas extraen directamente el excedente de los
trabajadores. Lo cual induce a pensar que la contradicción fundamental de la sociedad se da entre
el propietario del capital dinerario, que succiona excedente como un parásito, y “el pueblo”,
entendido éste como la masa de obreros asalariados y pequeños productores. Pero la realidad es
que la plusvalía es extraída no a nivel de prestamista/prestatario, sino por el capital en la relación
laboral. Por lo tanto la tasa de interés no mide el grado de explotación del prestamista sobre el
trabajador, como pretende Toussaint, y en general los partidarios de la tesis de la “explotación por
la deuda”, sino de qué manera se divide la plusvalía entre los explotadores. Más en general, las
ganancias que reciben los propietarios del capital dinerario son las que les corresponden en tanto
encarnan la propiedad privada de los medios de producción, una de las condiciones de existencia
del capital (véase Marx, 1999, t. 3, sección 5). Los prestatarios, a su vez, representan al capital en
funciones, la segunda condición de existencia del capital. La división de la plusvalía entre ambas
fracciones no está determinada, en consecuencia, por la ubicación geográfica de los prestatarios o
prestamistas. A pesar de lo que sostiene Toussaint, el “Norte” y el “Sur” en todo esto tienen poco
que ver. Por este motivo, además, los prestamistas “del Sur” no reciben sólo “comisiones” por sus
préstamos, sino también la tasa de interés en las mismas condiciones que los “del Norte”.
EL ESTANCAMIENTO ETERNO
La idea de que el capitalismo está estancado desde hace tres o cuatro décadas está muy difundida
entre los autores de la dependencia reformulada. La postración crónica del Tercer Mundo sería la
expresión más acabada de ese estancamiento generalizado. Como también lo sería la crisis de
acumulación iniciada en 2007, en EUA. Se sostiene que las economías desarrolladas ya estaban
estancadas desde hace 30 o más años. La idea del estancamiento es funcional para afirmar que
los pronósticos de la CD se han cumplido en lo esencial.
Pero no hay forma de congeniar esta tesis con lo sucedido en el último cuarto de siglo. Es cierto
que se produjeron crisis importantes y que hubo períodos prolongados de estancamiento y
retroceso en países e incluso continentes enteros. Por caso, la década de 1980 fue de retroceso
para las economías de América Latina. África subsahariana no se ha industrializado, y está
relativamente estancada. Japón, la segunda economía del mundo, no crece desde hace 15 años.
Los países del centro y este de Europa, y los que conformaban la vieja URSS, experimentaron un
fuerte retroceso después de 1989, que duró casi una década. Ha habido crisis como la asiática de
1987-1988, o la iniciada en 2007 en el capitalismo desarrollado.
Sin embargo todo esto no significa que las fuerzas productivas, a escala mundial, hayan dejado de
crecer en las últimas décadas. De 1998 hasta 2008 la economía mundial creció a una tasa
promedio del 3,8% anual.58 La economía de EUA no estuvo estancada. Entre 1982 y 2008 el pnb
estadounidense aumentó, en términos reales, un 125%. La producción industrial creció el 90%
entre 1980 y 2005; la de maquinaria industrial un 132% solo entre 1990 y 1999. La capacidad de
toda la industria aumentó el 64% entre 1990 y 2006. Tampoco estuvo detenida la economía
europea. Entre 1980 y 2008 el pnb por habitante en los 15 países de la Unión Europea creció a una
57
Entre 2005 y agosto de 2008 Venezuela prestó a Argentina US$ 7.599 millones; debido a los intereses, esto
representó un aumento de US$ 9.241 millones del monto de la deuda argentina. En 2005 los intereses fueron,
en promedio, del 8,5%; en 2006 del 8,1%; en 2007 del 9,6%; en la primera mitad de 2008 el promedio fue de
13,9%, llegando al 14,8% en agosto. Muchos bancos venezolanos realizaron buenos negocios con la deuda
argentina durante esos años. Es que el gobierno de Venezuela vendía una parte importante de los bonos
argentinos a bancos locales cobrando en bolívares al tipo de cambio oficial. Luego los bancos los vendían en
el mercado al dólar paralelo, que es mucho mayor que el oficial, y se quedaban con la diferencia. Quienes
compraban los bonos en el mercado, a su vez, lo hacían porque los utilizaban para sacar divisas de Venezuela.
58
Los datos que siguen están tomados del Bureau of Economic Analysis, de EUA; del FMI; Banco Mundial y
OMC.

55
tasa anual del 1,83%; EUA lo hizo al 1,95%. No estamos ante tasas propias de un “estancamiento”.
Paralelamente el mercado mundial se expandió. El volumen del comercio mundial creció a una
tasa anual del 6,7% entre 1990 y 1999; y del 7% entre 2000 y 2007. No hay manera de congeniar
la idea de una producción bloqueada durante décadas con este desarrollo del mercado.
Pero más importante para lo que nos ocupa es que las economías del Tercer Mundo también han
crecido. Los “países en desarrollo” crecieron a una tasa de 3,8% anual promedio entre 1989 y
1998; y al 6,5% anual entre 1999 y 2008. La acumulación de capital en los países asiáticos es
asombrosamente alta. La inversión, medida en porcentaje del pnb, fue del 31,4% promedio entre
1986 y 1993, y del 32,4% entre 1994 y 2001. A mediados de la década de 2000 también estaba
creciendo Rusia. En 2008 las economías de China, India, Rusia y Brasil gastaban US$ 1,2 billones
en caminos, ferrocarriles, electricidad, telecomunicaciones y otros proyectos; una suma equivalente
al 6% de sus PNB combinados; es el doble de la ratio de inversión promedio en infraestructura de
los países adelantados. China invirtió, entre 2003 y 2008, en términos reales, más en
infraestructura que en todo el siglo XX (The Economist 7/06/08). Se calcula que más de la mitad de
la inversión mundial en infraestructura se realizaba, en 2008, en los países subdesarrollados.
Por supuesto, se trata de un desarrollo sustentado en altísimas tasas de explotación, y nivel
tecnológico relativamente bajo. Pero estos datos dejan sin sustento a la tesis del estancamiento
por décadas.
LA CRISIS CRÓNICA DE LAS BALANZAS DE PAGOS
Tampoco se puede sostener con algún fundamento que los países atrasados estén sometidos de
forma permanente a crisis en sus balanzas de pagos, debido a que sus importaciones superan
sistemáticamente a las exportaciones. Por empezar, la afirmación carece de lógica. Es que si los
países del Sur padecieran déficits permanentes en sus cuentas corrientes no habría manera de
efectuar una transferencia en términos reales de riqueza a los países del Norte. Para que exista
esa transferencia debe haber excedentes genuinos. De lo contrario las deudas se pagan tomando
más deuda, como sucedió con Argentina en los noventa. En ese período la balanza comercial y de
cuenta corriente argentina eran deficitarias. ¿Cómo se podía entonces transferir divisas al exterior,
para el pago de los intereses de la deuda? Sólo podía hacerse tomando más deuda, o incentivando
la entrada de capitales, como sucedió cuando se privatizaron empresas del Estado. Pero este
remedio es de corto plazo y por eso mismo se terminó en una crisis de la balanza de pagos –
generada por la salida precipitada de capitales– que condujo al estallido del régimen de
convertibilidad de los noventa, y a una aguda crisis económica. A partir de la devaluación del peso
Argentina tuvo fuertes excedentes en su cuenta corriente durante varios años, lo que permitió que
efectuara una transferencia en términos reales de recursos desde 2003 en adelante. Esto significa
que se pagó deuda con reservas obtenidas por el excedente comercial, al que se sumó el
excedente fiscal.
También los países asiáticos del Pacífico acumularon superávits luego de la crisis de 1997-1998; y
después de 2000 los países productores de petróleo. Como resultado en 2008 las cuatro quintas
partes de las reservas mundiales en dólares no eran tenidas por los bancos centrales de los países
del G-7, sino por los bancos centrales de países atrasados, especialmente China y productores de
petróleo como Arabia Saudita. ¿Cómo se explica esto con la tesis de Toussaint?
La idea de que los países subdesarrollados están sometidos a una crisis crónica de sus balanzas
de pagos tampoco puede explicar que muchos se hayan convertido en acreedores netos de
gobiernos de países desarrollados. Ni puede dar cuenta del hecho de que fondos estatales y
bancos de Asia y Medio Oriente tomen participaciones en firmas occidentales afectadas por las
crisis financieras. Según Morgan Stanley, sólo los fondos soberanos invirtieron US$ 33.400
millones en activos financieros en Europa y Estados Unidos desde enero de 2006 hasta fines de
2007.59
BURGUESÍAS NATIVAS Y DEUDA EXTERNA

59
Volvemos a examinar la tesis del déficit crónico de las balanzas comerciales de los países atrasados en el
capítulo 9, donde presentamos más datos que desmienten la afirmación de Toussaint.

56
Por otra parte no es cierto que las burguesías de los países atrasados cobren meras “comisiones”
por los pagos de las deudas externas, como afirma Toussaint. Por ejemplo, muchos de los
inversores en la deuda argentina son argentinos; a ellos les corresponde una parte de la plusvalía
generada en el país, como a cualquier otro inversor. Además, la deuda externa no ha sido una
“imposición” de los banqueros del Norte y sus Estados a los países del Sur, como parece
desprenderse del dependentismo renovado. Cuando en los años 1970 los gobiernos del Sur
tomaron deuda, quedó especificado que las tasas serían variables. Si en ese momento las tasas
eran bajas, los que tomaban los créditos eran conscientes de que podían subir. Por supuesto, todo
esto dio lugar a magníficas estafas y defraudaciones, cometidas por los gobiernos, con la
colaboración de banqueros y financistas nacionales y extranjeros. Por cada préstamo los países
tomadores de créditos pagaban jugosas comisiones; los contratos establecían condiciones
leoninas y contenían cláusulas extremadamente perjudiciales –por ejemplo, se establecían
tribunales en el exterior en caso de que surgieran conflictos entre las partes– para los deudores.
Pero todo esto, insistimos en ello, obedecía a una razón de clase. Las burguesías de los países
atrasados, o las fracciones que habían accedido al poder, se regocijaban en festivales de dinero y
saqueo de los fondos públicos. Se ligaban de esta manera al capital financiero internacional, y
mediante los préstamos conseguían los fondos que les permitían girar dinero al exterior.
Pero además hubo países que se endeudaron fuertemente y que desde el punto de vista de las
categorías empleadas por Amin, Mandel, Dos Santos y otros, eran “independientes”, como fueron
los casos de Polonia y Yugoslavia. Polonia fue al default en 1981, antes que México. Yugoslavia
estuvo agobiada por las deudas hasta su disolución como país.
Se puede argumentar que en los países del Cono Sur de América Latina, en Filipinas, Corea del
Sur y en otros lugares había dictaduras militares. Pero el endeudamiento fue saludado como
positivo por los sectores más significativos de la clase dominante. Tomemos el caso de Argentina.
No solo la dictadura militar se endeudó con aprobación de la clase dominante en su conjunto, sino
también los gobiernos argentinos siguieron haciéndolo durante los 25 años posteriores a 1983,
cuando se restableció la democracia. Una y otra vez las negociaciones de las deudas dieron lugar
a renovadas estafas y al rápido enriquecimiento de los que actuaban como intermediarios. Nada de
esto era objetado por la clase dominante. Por ejemplo, cuando el gobierno de De la Rúa refinanció
la deuda, en 2001, a tasas exorbitantes y condiciones ruinosas, los políticos más representativos,
los grandes diarios y las cámaras empresarias saludaron la operación como un gran “éxito”. Se
trató de manifestaciones espontáneas; no fueron dictadas por el FMI o Washington.
La cuestión se ilumina todavía más si recordamos que el monto total de la deuda argentina
coincide, aproximadamente, con el monto de los fondos que giraron al exterior capitales argentinos
y amplios sectores de las clases medias acomodadas. Más precisamente, el monto de la deuda
externa y el stock fugado crecieron en paralelo. En 1974 la deuda externa era de US$ 7.600
millones, y el capital fugado era prácticamente la mitad, US$ 3.800 millones. En 1982 las cifras
eran US$ 44.000 y US$ 34.000 millones, respectivamente. En 1989 la deuda era de US$ 65.000
millones y los capitales fugados sumaban US$53.000 millones. A fines de 2001 la deuda era de
US$ 140.000 millones y el stock fugado de US$ 138.000 millones (Gaggero, Casparrino y Libman,
2007). La deuda externa sirvió para financiar una gigantesca transferencia de riqueza de la clase
dominante nativa hacia los mercados financieros internacionales. Este hecho demuestra que la
burguesía argentina no está “sometida”, ni es “el país” el que es “explotado” por los “banqueros y
financistas del Norte”, sino que estamos ante negocios que obedecen a la lógica de la valorización
de los capitales, y la conservación de esos valores en los lugares que se consideran más seguros.
Naturalmente, las circunstancias varían según países. Por ejemplo, con respecto a la deuda
externa brasileña, Furtado (1985) sostiene que el endeudamiento entre 1974 y 1980 tuvo que ver
con graves errores de la política económica del gobierno militar y con los desequilibrios que
arrastraba la industrialización desde la época del “milagro brasileño”, en los sesenta. Tampoco aquí
hay algo que exija una teoría especial sobre el capital financiero. Por otra parte, la salida de
capitales desde los países subdesarrollados –entre ellos Brasil, México, Tailandia, Indonesia, Chile,
Argentina– para colocarse en los mercados es muy generalizada, e indudablemente las deudas
externas han estado en el corazón de estos procesos.

57
NACIONALISMO, IED Y PRIVATIZACIONES
Más adelante en este libro examinamos con alguna atención los mecanismos del llamado
intercambio desigual y el deterioro de los términos de intercambio. Adelantamos aquí que, desde la
teoría del valor trabajo, una consecuencia que se deriva de esos análisis es que los trabajadores
de los países adelantados no disponen de mejor nivel de vida porque participen de la “explotación”
de los países atrasados, sino porque viven y trabajan en espacios nacionales con mayor desarrollo
de las fuerzas productivas. Es equivocado afirmar, como hace la dependencia reformulada, que los
países más industrializados toman cada vez más distancias en cuanto poder económico porque
explotan a los países más atrasados. Haití, Etiopía, Sudán, Bangladesh, Ecuador, para citar
algunos casos notables, generan poco valor agregado (y plusvalor) en relación a la economía
mundial porque sus capitalistas emplean poca tecnología, y atrasada; y poco trabajo complejo. Es
imposible que el crecimiento de Estados Unidos, Canadá o Alemania dependa del plusvalor
generado en estos países.
Además, en el caso de productos agrícolas puede haber apropiación, e importante, de renta
agraria por parte de las clases terratenientes de los países atrasados. De acuerdo a la naturaleza
de la renta –véase capítulo 12; también el Interludio I– es imposible sostener que represente
transferencia de valor desde los países atrasados a los adelantados. Sí existe superexplotación por
parte de los capitales de países adelantados sobre los trabajadores de los países atrasados,
cuando pagan bajos salarios. Sin embargo, los capitales de los países atrasados están en la
misma situación con respecto a los trabajadores de sus países. Así como también con respecto a
los trabajadores de otros países en los que invierten y pagan bajos salarios. Los capitales
argentinos que emplean mano de obra en Bolivia, los capitales chinos que emplean mano de obra
de África, los mexicanos que hacen lo propio en Estados Unidos, no son “imperialistas” con
respecto a estos países, aunque superexploten a esos trabajadores. Obedecen a la misma
racionalidad capitalista de cualquier otro capital.
Lo anterior se vincula con la discusión sobre si los países del Tercer Mundo son explotados por vía
de las IED. Lo cierto es que hoy las relaciones con los capitales de los países adelantados se
establecen, al menos en los países del Tercer Mundo industrializados, en términos de
negociaciones económicas propias de cualquier relación ínter-capitalista. Para ejemplificarlo con
Argentina, las condiciones de participación del capital extranjero en la explotación de la clase
obrera argentina están determinadas por el poder económico relativo, y no por algún poder político
o militar particular. Cuando los capitales locales se asocian con capitales extranjeros para llevar
adelante alguna inversión, obtienen su tajada en las ganancias según sus participaciones en el
capital comprometido, como sucede en cualquier otro país capitalista. Los capitales argentinos
salen al exterior y se colocan en inversiones de cartera, u realizan inversiones directas,
compartiendo la suerte de otros capitales. Lo mismo sucede con otros capitales de países del
Tercer Mundo.
También las privatizaciones ocurridas durante las décadas de 1980 y 1990 pueden explicarse
desde la lógica más general del capital. En el caso de Argentina, si bien existió un interés directo
del capital financiero, de los organismos de crédito internacionales y del gobierno de EUA en que
se privatizaran las empresas estatales, la clase capitalista argentina estuvo de acuerdo y consideró
que la operación era beneficiosa para sus intereses. Las privatizaciones significaron que todas las
fracciones de la producción, y por lo tanto también los “servicios públicos”, debían someterse a las
leyes del mercado. Incluso las empresas que siguieron bajo control estatal, se subordinaron a la
racionalidad de la valorización. No es cierto que esto se haya debido al triunfo de un régimen de
acumulación de “financiarización”. Es que está en la esencia de todo capital, no sólo el financiero,
el subordinarse a la exigencia implacable de la valorizarse o morir. Éste fue el contenido de las
privatizaciones, en Argentina y en otras partes del mundo. Que esto lo llevaran a cabo capitales
locales o extranjeros, o alguna combinación de ambos, no era lo más importante.
Por otra parte, que muchas empresas públicas fueran vendidas a un precio vil a inversores
extranjeros, no significa que “el país” en particular fuera explotado; los saqueadores del erario
público eran tanto locales como extranjeros. Las acciones de las empresas privatizadas fueron
adquiridas por inversores de todos los colores nacionales. Y cuando algunas de esas empresas en

58
Argentina pasaron de nuevo a manos del Estado, no hubo un cambio significativo para los
trabajadores en lo que hace a las condiciones laborales o salariales; ni para los usuarios; ni se
advirtió un desarrollo cualitativamente distinto de las fuerzas productivas.60
Por último, no parece correcto considerar que las transferencias de valor impliquen explotación
entre regiones. Cuando un capitalista “del Sur” envía fondos “al Norte”, no está participando de la
explotación “del Sur por el Norte”; de la misma manera que el Sur no explota al Norte cuando un
capitalista del Norte envía fondos al Sur. La observación se extiende a cualquier otra transferencia
de valor en el sistema mundial. El tema adquiere significado a la vista del volumen e importancia de
algunos flujos, como las remesas de divisas que realizan los trabajadores inmigrantes hacia sus
pueblos de origen; en 2007 alcanzaban los US$ 300.000 millones anuales.
LA REFORMULACIÓN DE AMIN EN LOS NOVENTA
La rica y extendida obra de Samir Amin –publicó desde fines de la década de 1950 hasta el
presente– nos permite explorar algunas de las adaptaciones teóricas a que obligaron los cambios
ocurridos en el capitalismo, en el marco sin embargo de la permanencia del enfoque
tercermundista y dependentista. En el primer capítulo nos habíamos basado en Amin (1986),
publicado en 1973; ahora tomamos como referencia Amin (1999), publicado en 1996.
En Amin (1999) el marco teórico general continúa siendo el de la teoría del monopolio de Baran y
Sweezy;61 la tendencia al subconsumo como problema permanente del capitalismo; y el
estancamiento de largo plazo del capitalismo. 62 Se inscribe también dentro de la corriente de la
“articulación de los modos de producción” (con particular influencia de Rey) y de la “economía
mundo”. Amin considera que estos dos enfoques, lejos de oponerse, son complementarios.
Precisemos sin embargo que, habiendo adoptado la tesis de la economía mundo, Amin se
diferencia de los “referentes” de la escuela (Wallerstein o Frank) en que sostiene que lo específico
del capitalismo es la producción basada en la gran industria. De manera que la economía mundial
capitalista habría existido sólo después de la Revolución Industrial inglesa. Los teóricos de la
economía mundo piensan que hay economía capitalista desde 1500, o aun antes, porque definen
al capitalismo por la circulación de mercancías.
A estas ideas, más o menos “tradicionales”, Amin suma un nuevo énfasis en el rol parasitario y
perjudicial del capital financiero, en línea con la tesis de la financiarización. Sin embargo y a
diferencia de otros autores tercermundistas, Amin sostiene que en el presente las relaciones
económicas predominan sobre las de extracción del excedente por medio de la violencia directa.
Los centros capitalistas dominantes, plantea, no buscan la conquista imperial, porque pueden
ejercer su dominación por medios económicos (p. 60). Por eso las relaciones entre el centro y la
periferia son ante todo económicas. Se trata de comprenderlas y para ello Amin apela a la ley del
valor.
Sostiene entonces que la ley del valor gobierna la vida económica y todo el sistema social del
mundo moderno. Sin embargo el sistema moderno es mundial, y esta “economía mundo” se rige
por lo que Amin llama la ley del valor mundializada. Ésta se diferencia de la ley del valor a escala
nacional porque a escala nacional circulan los productos, los capitales y la fuerza de trabajo, pero a
nivel mundial sólo circulan productos y capitales, no la fuerza de trabajo. Por esta razón, continúa
Amin, el capitalismo realmente existente no puede reducirse al modo de producción capitalista. Es

60
En agosto de 2008 la Defensoría del Pueblo de Argentina presentó un informe en el que señalaba que los
servicios que volvieron al Estado desde 2002, como Aguas Argentinas, Correo y varias líneas de trenes, no
mostraban mejoras y en muchos casos habían sufrido un mayor deterioro. Por ejemplo, en los trenes se
comprobaba que el servicio era prestado de manera deficiente, con deplorable estado de la infraestructura
ferroviaria, material rodante, vial y estaciones, lo cual lo tornaba altamente riesgoso para los pasajeros.
Consideraciones del mismo tenor correspondían a los servicios de aguas y al correo.
61
“Baran, Sweezy y Magdoff demostraron que, en el capitalismo de los monopolios, las leyes del mercado…
son cualitativamente distintas de las que regían los mercados capitalistas del siglo XIX” (p. 68). De aquí y
hasta el final del capítulo, salvo indicación en contrario, las citas se refieren a Amin (1996).
62
“El sistema económico entró desde principios de los años setenta en una larga fase de estancamiento
relativo” (p. 108).

59
que éste implica la circulación de la fuerza de trabajo; pero a nivel mundial ésta se encuentra
compartimentada. Este hecho basta, según Amin, para generar polarización a escala mundial,
debido a las diferencias en los costos de la fuerza de trabajo.
De manera que la ley del valor mundializada engendra la polarización y expresa la pauperización
que supone la acumulación a escala mundial. Esta ley también subyace a los grandes conflictos y
a “la rebelión de los pueblos de la periferia” (p. 59). Amin precisa que desde 1800 a 1945 la
polarización “aparece en su forma moderna con la división del mundo entre países industrializados
y países no industrializados” (p. 66). Sin embargo, la reciente industrialización de las periferias
–“impuesta a los centros dominantes por los movimientos de liberación nacional” (p. 229) –, obliga
a repensar la polarización. Hoy, argumenta Amin, ya no se pueden pensar los centros como las
regiones industrializadas, por oposición a las periferias como regiones no industrializadas (p. 97).
¿Por qué entonces continúa la polarización? La respuesta es que se debe a la no integración del
mercado de trabajo, pero hay que analizar cómo ocurre.
La polarización se produce, en primer lugar, por el intercambio desigual, posibilitado por la más
intensa explotación de los trabajadores de la periferia. En segundo término, por la fuga de capitales
de las periferias a los centros; y también por la migración de trabajadores en el mismo sentido. De
manera que el producto de la superexplotación se transfiere en parte a los centros por el
intercambio, y se refuerza por las migraciones de capitales y trabajo. Esta transferencia de valor
constituye una fuerza capaz, por sí sola, de reproducir y profundizar la polarización. Pero a ella se
suman las posiciones de monopolio de los centros en las finanzas, la tecnología, los medios de
comunicación, el acceso a los recursos naturales y las armas de destrucción masiva. Lo cual anula
cualquier posibilidad de éxito en la industrialización: “En este marco la industrialización periférica
puede volverse una especie de sistema moderno de putting out (encargos), controlado por los
centros financieros y tecnológicos” (p. 68). Más todavía:
… estos condicionamientos anulan el alcance de la industrialización de las periferias y
devalúan el trabajo productivo incorporado en estas producciones, mientras que
sobrevalúan, para beneficio de los centros, el supuesto valor agregado de las actividades
mediante las cuales operan los monopolios (pp. 99-100).
Esto en cuanto al Tercer Mundo que se ha industrializado, que comprende Asia y América Latina,
ya que África ha quedado sin industrializar y pasa a integrar, en el análisis de Amin, el Cuarto
Mundo, integrado por los países que se hunden.
La solución a la polarización, propone Amin, pasaría por el desarme global; por el acceso equitativo
a los recursos del planeta; por la negociación de relaciones económicas flexibles y abiertas pero
controladas, entre las regiones del mundo; por la gestión correcta del conflicto mundial/nacional en
la comunicación, la cultura y la política. Sin embargo las tendencias actuales no apuntan en este
sentido y la solución es acabar con la propiedad privada. En el presente predominan el caos, el
estancamiento y las crisis, generadas por la falta de coherencia del sistema productivo mundial.
Por este hecho
…la mundialización… tal cual es ahora, sigue siendo frágil, vulnerable y su evolución no
está controlada por el diseño de un marco social progresista, que pudiera ser capaz de
operar con eficacia y coherencia en todos los niveles, del nacional al mundial (p. 151).
De todas maneras Amin tiene una visión optimista. La universalización que inauguró el capitalismo
tuvo un aspecto positivo, y es que los pueblos ya no aceptan su suerte. Los excluidos, los
africanos, árabes y musulmanes, los latinoamericanos, van a conmover las estructuras que
soportan. Además, los norteamericanos y europeos “que no están desprovistos del sentido de
iniciativa ni de generosidad” (p. 156), tampoco aceptarán un esquema “neomedieval que podría
dejar fuera del confort incluso a sus propias clases populares” (ibid.). En otro pasaje pronostica que
los conflictos “entre los pueblos de Asia y el sistema dominante ocuparán un lugar de primer orden
en la historia venidera” (p. 105).
LA “REVISIÓN” DE AMIN

60
Amin registra algunos cambios importantes. Reconoce que la industrialización entre 1945 y 1990,
si bien desigual, fue un factor esencial en Asia y América Latina. Ya no encontramos la idea de que
en la periferia el capital industrial debe estar subordinado el capital agrario o comercial. Tampoco
afirma que los salarios reales no pueden progresar con el desarrollo de las fuerzas productivas,
como sostenía la tesis de la imposibilidad de la acumulación “autocentrada”. Hay más prudencia en
este sentido. De todas maneras estas admisiones son más de forma que de contenido. Es que la
industrialización en el Tercer Mundo apuntaría, según Amin, a un sistema de producción “por
encargo”, o sea, completa y directamente subordinado a los dictados del centro. Los
condicionamientos que sufre esa industrialización, además, anulan sus alcances. Por eso el
surgimiento desde los países subdesarrollados de capitales multinacionales, y de procesos de
acumulación importantes, no es registrado ni explicado por Amin. En consonancia con esto, Amin
tampoco puede explicar cómo encaja lo que ha sucedido en América Latina y Asia con lo que
decían sus viejas tesis. De ahí que se deslice hacia la incoherencia. Es que en los años setenta
Amin planteaba que la dinámica de la periferia estaba completamente subordinada a los centros, y
que sólo los países “liberados” (del Este de Europa, China, etc.) escapaban a ese dominio. Sin
embargo en los noventa Amin explica la industrialización en Asia y América Latina como el
producto de los movimientos de liberación nacional. ¿No es que estas economías evolucionaban
como simple reflejo de lo que sucedía en las metrópolis?
Pero además, la explicación se desentiende de lo sucedido. Es que muchos de los países del
Tercer Mundo que se industrializaron lo hicieron recibiendo IED, y con gobiernos que poco tenían
que ver con la “liberación nacional”. De manera que la secuencia que presenta Amin no solo es
incoherente, sino también irreal. En los años 1960 y 1970, según sus viejas tesis, sólo estaban
liberados los países del sistema socialista, y el resto no podía alcanzar ninguna dinámica propia
industrializadora. Cuatro décadas después, sin embargo, reconoce que muchos de esos países
que “no podían” industrializarse, se industrializaron, pero como resultado de movimientos de
liberación nacional que, en los años sesenta o setenta, en casi ningún lado estaban al frente de
países “independientes”.
LA LEY MUNDIAL DEL VALOR SEGÚN AMIN
Varias de las cuestiones que trata Amin, como el estancamiento, la financiarización o las tesis del
intercambio desigual, ya las hemos discutido, o las analizamos más adelante en este libro. Veamos
pues la explicación de Amin acerca de la ley del valor trabajo, su centralidad para explicar la
“economía mundo”, y la polarización.
Existen dos niveles de crítica posibles en este punto. El primero es, diríamos, “de base”, y se
refiere a la incoherencia lógica que existe entre la ley del valor trabajo y la tesis del predominio del
monopolio. En diferentes pasajes de este libro hemos señalado lo esencial: la ley del valor trabajo
–sea de Ricardo o Marx– no rige si no hay competencia y si los precios se determinan por
acuerdos monopólicos. Amin dice basar su teoría “monopólica” del valor en Baran y Sweezy, pero
éstos no tienen tal teoría. Podríamos entonces detener nuestra crítica aquí, ya que el planteo de
Amin está construido sobre pies de barro. Sin embargo destacamos también que su diferenciación
entre “ley del valor nacional” y “ley del valor mundial” es falsa. Veamos por qué.
Amin sostiene que sólo en el marco nacional existe circulación de la fuerza de trabajo, además de
productos y capitales, y que su falta de movilidad transnacional constituye el rasgo característico
de la ley del valor mundial, y la razón última de la polarización. Pero se trata de una división
artificial. Por empezar porque en lo que respecta a los productos, en el mercado mundial tampoco
existe la circulación plena de la que habla Amin. Muchos son bienes no transables –debido a los
altos costos de transporte–, lo cual contribuye a la conformación de los espacios de valor nacional.
Además, los tipos de cambio inciden en estas particularidades. Amin no menciona el tema, a pesar
de su relevancia para analizar la relación entre los tiempos de trabajo “nacionales”. Algo similar se
puede decir de las barreras al comercio, proteccionistas y de otro tipo. Sin embargo, más
importante aún es que, en contra de lo que afirma Amin, sí existe una circulación mundial de fuerza
de trabajo. Podemos admitir que la fuerza de trabajo no dispone del grado de movilidad
transfronteras que tienen los capitales y productos; pero su movilidad es lo suficientemente alta
como para permitir que en los países adelantados también operen las leyes del salario.

61
Tomando como referencia la década de 1990, cuando escribe Amin, los emigrantes mundiales
representaban el 2,3% de la población mundial, lo mismo que en 1965. 63 Sin embargo lo esencial
es que el fondo de emigrantes (los nacidos en el extranjero) en el mundo desarrollado había subido
desde el 3,1% en 1965 al 4,5% en 1990. En América del Norte, Europa Occidental y Australasia
había aumentado del 4,9 al 7,6% en el mismo lapso. Aunque menor que lo que habían subido las
razones comercio/pnb y capital extranjero/pnb, de todas maneras se trataba de un aumento
importante. También habían crecido las migraciones temporarias y de retorno; lo cual no se
reflejaba en los flujos netos, pero sí en los flujos brutos. Además en 1990 se calculaba que los
inmigrantes ilegales ampliaban en un 10 a 15% el fondo de nacidos en el extranjero en los países
de la OCDE. En EUA los promedios anuales de inmigrantes en la década de 1950 eran 252.000, y
en la década de 1990 eran 916.000. El fondo de emigrantes había bajado en los países atrasados,
pero había aumentado notablemente en los países adelantados. Estos flujos de inmigrantes
engrosaban los ejércitos de desocupados en los países centrales; por lo tanto también en éstos el
salario tendía a determinarse según el valor de la fuerza de trabajo.
La situación en lo esencial no ha cambiado en la década de 2000. Hoy continúan los flujos de
emigraciones desde el Tercer Mundo a los centros desarrollados, a pesar de las trabas y
limitaciones. En 2008, según la Organización Internacional para las Migraciones, había en el
mundo unos 200 millones de emigrantes internacionales. Sólo en Estados Unidos, en 2009, había
casi 12 millones de inmigrantes indocumentados, que es el 4% de la población total. Situaciones
similares se viven en Europa. La consecuencia es que en los mercados laborales de los países
adelantados existe una continua sobreoferta de mano de obra, proveniente en buena medida del
Tercer Mundo. Lo cual ayudó a la ofensiva del capital sobre el trabajo, en particular sobre los
sectores sindicalizados (tradicionalmente conocidos como la “aristrocracia obrera” del Primer
Mundo). Esto significa que opera, a nivel mundial, una tendencia a la homogenización de las
condiciones de trabajo, a la par de los impulsos a la segmentación y la diferenciación. Lo cual sería
imposible si se verificara la tesis de Amin sobre las “dos dimensiones” del mercado mundial (sólo
circularían productos y capitales).
Es a partir de este encuadre teórico general que sus conclusiones se ubican en el terreno del
tercermundismo nacionalista. El problema central, según Amin, es el “caos y el desorden”,
provocados por la falta de coherencia y control democrático en el sistema mundial. La polarización
ocurre por no circulación de la fuerza de trabajo, y no porque la genere la relación de explotación
capitalista, independientemente de que la fuerza laboral circule con más o menos libertad. Es por
eso que, según Amin, la solución del problema pasaría por la “desconexión”, que significa que un
país somete sus relaciones exteriores a la lógica de su desarrollo interno. Esta “desconexión” sería
necesaria porque los flujos migratorios están controlados. Un giro nacionalista acabaría entonces
con la polarización.
La tesis de Amin, en última instancia, intenta mantener, por una vía artificiosa, la vieja idea
tercermundista del conflicto entre los “privilegiados del Norte” (que incluiría a la clase obrera
“aristocrática”, por lo menos la sindicalizada) y los “pueblos del Sur”. No es de extrañar que ubique
los enfrentamientos sociales en el terreno de la lucha de los “excluidos” –latinoamericanos,
africanos, etc., sin olvidar a “los norteamericanos y europeos” molestos por la caída del nivel de
vida de sus trabajadores– contra los “centros”. Alternativamente, el enfrentamiento sería entre los
“pueblos de Asia” y “el sistema dominante”. La centralidad de la ley del valor trabajo “a lo Amin” ha
servido para hacer desaparecer la centralidad del conflicto entre el capital y el trabajo. La vieja
crítica de Cueva se aplica enteramente al Amin de los noventa.

CONCLUSIÓN
En la dependencia reformulada se mantienen las ideas de la vieja dependencia, enriquecidas por la
tesis de la financiarización. El enfoque estancacionista y la idea de que la economía mundial, y en
particular las finanzas, son manejadas a voluntad por los grandes poderes, y que los países
atrasados, incluidas sus clases capitalistas y gobiernos, son explotados, no pueden explicar la

63
Según datos que tomamos de Hatton y Williamson (2004); también para lo que sigue.

62
evolución real del modo de producción capitalista mundializado. En el análisis más sofisticado y
complejo de Samir Amin se mantienen los elementos esenciales de la dependencia, a pesar de
que admite que han ocurrido algunos cambios, como la industrialización.

63
SEGUNDA PARTE
SUBDESARROLLO Y TIPO DE CAMBIO
Capítulo 7
Tipo de cambio “de equilibrio” y desequilibrio en términos de
valor en el intercambio
Nuestro objetivo en este capítulo es volver sobre algunas cuestiones que hemos discutido en el
capítulo 11 de Valor, mercado mundial y globalización, referidas al tipo de cambio, creación de
valor e intercambio desigual. La idea que planteamos entonces es que las empresas atrasadas
tecnológicamente –generalmente ubicadas en países atrasados o subdesarrollados– no generan
más valor que las empresas adelantadas tecnológicamente –generalmente ubicadas en los países
adelantados–, a pesar de que emplean más horas de trabajo en la producción de los bienes que
venden en el mercado mundial (o en los mercados de los países adelantados). Desde este punto
de vista hemos afirmado que en este caso no existe intercambio desigual, en el sentido que lo han
entendido los marxistas desde que Emmanuel publicara su clásico libro, esto es, no hay
transferencia de valor desde los países atrasados a los países adelantados, por medio del
mercado. Sostenemos que las empresas de los países subdesarrollados –atrasadas
tecnológicamente– emplean más tiempo de trabajo, pero generan menos valor; y lo inverso sucede
con las empresas –adelantadas tecnológicamente– de los países adelantados. Antes de continuar
precisemos que empleamos la expresión “país subdesarrollado” no para significar que un país esté
bloqueado en su desarrollo capitalista; o que su estructura capitalista no se rija según las leyes del
valor y la valorización, sino para designar países que están en una situación de inferioridad
tecnológica e industrial (aunque no necesariamente en todas las ramas productivas) con respecto a
los países adelantados. Por eso también lo empleamos como sinónimo de “país atrasado”.
Por otra parte en ese capítulo 11 de Valor… presentamos una explicación de por qué los países
atrasados tienden a tener una moneda devaluada, en términos reales, con respecto a las monedas
de los países adelantados. Éste es un fenómeno que en su momento habían tratado Balassa y
Samuelson en sendos trabajos de 1964, con un enfoque neoclásico. Desde entonces la
depreciación sistemática de las monedas de los países de menores ingresos parece comprobada.
Así por ejemplo, Summers y Heston (1991) afirman:
Lo que es mejor conocido de los resultados empíricos del Programa de Comparación
Internacional [ICP, siglas en inglés], es la documentación de las diferencias entre el tipo de
cambio de un país y su paridad de poder de compra. La versión fuerte de la doctrina de la
paridad de poder de compra casseliana sostiene que la tasa de cambio de equilibrio a la
cual las monedas de dos países se comerciarán estará determinada por los niveles de
precios relativos de los países. La evidencia es inequívoca para cada uno de los estudios
que son puntos de referencia del ICP, acerca de que esto no se cumple. No sólo las tasas
de cambio difieren de manera significativa de sus correspondientes paridades de poder de
compra, sino que lo hacen de manera sistemática: el nivel nacional de precios de un país,
definido como la ratio de su paridad de poder de compra con sus tasas de cambio es una
función creciente de su nivel de ingreso o estadio de desarrollo (Summers y Heston, 1991,
p. 331).
Balassa y Samuelson explicaron este hecho por los diferenciales de productividad entre los
sectores productores de bienes transables y bienes no transables, utilizando la función de
producción neoclásica y una ley de formación de precios por mark up. La idea es que si los
diferenciales de productividad entre los sectores de bienes transables (en adelante, BT) y bienes
no transables (BNT) en ambos países fueran iguales, los tipos de cambio tenderían a establecerse
en torno a la paridad de poder de compra. Precisamos que no se toman en cuenta imperfecciones
de mercados, costos de transportes y otros factores, ya que se procura explicar un fenómeno que
es sistemático.

64
En Valor… procuramos mostrar el porqué de este fenómeno desde la ley del valor trabajo, esto es,
no apelando a la función de producción neoclásica. Sin embargo en ese desarrollo teórico no
explicamos con la suficiente claridad que el resultado obtenido, a saber, la depreciación
sistemática, en términos reales, del tipo de cambio, opera en la medida en que se registren
diferenciales de productividad entre la producción de BT y BNT, entre el país adelantado y
subdesarrollado, tal como lo planteó Balassa. Esto es, si los diferenciales de productividad fueran
iguales, también desde la tesis del valor trabajo el tipo de cambio competitivo (el tipo de cambio
que permite exportar BT desde el país tecnológicamente atrasado) coincidiría, teóricamente, con el
tipo de cambio a paridad de poder de compra, Eppc. Este resultado, que se presenta más abajo,
aparentemente coincide con las conclusiones de Balassa, y con los modelos neoclásicos del “tipo
de cambio real de equilibrio”, o “natural” (en adelante TCRE). Éste se define como el tipo de
cambio real que es consistente en todos los períodos con el equilibrio en el mercado de bienes y
con el balance de la cuenta corriente (a veces se utiliza como referencia el balance de la balanza
de pagos). En la literatura moderna neoclásica se sostiene que la evolución del TCRE depende de
los términos de intercambio, del crecimiento de la productividad en los sectores productores de BT
y BNT, de los cambios en las preferencias de los consumidores, la composición del gasto público,
la estructura de los impuestos aduaneros y de las entradas de capitales externos, como las
variables más importantes. En otras palabras, pareciera que si se llegara a un tipo de cambio
alrededor de Eppc, que a su vez garantizara la consistencia de la cuenta corriente, se habría llegado
a un equilibrio fundamental. Desde el punto de vista teórico esto puede suceder si los diferenciales
de productividad entre los sectores de BT y BNT en los países adelantados y subdesarrollados son
iguales. Se podría tener en este caso equilibrio (oferta = demanda) en el mercado interno, equilibrio
en la cuenta corriente (las exportaciones son competitivas) y tipo de cambio a paridad de poder de
compra.
A pesar de que éste es sólo un supuesto teórico, es interesante examinarlo desde la óptica de la
ley del valor trabajo para demostrar que aún en el caso en que se diera, no existiría equilibrio en el
sentido profundo del término. Por el contrario, seguiría existiendo lo que vamos a denominar
desequilibrio en términos de valor en el intercambio entre los espacios productivos del país
adelantado y el país atrasado.
A fin de explicar las cuestiones que acabamos de adelantar, en primer lugar resumimos la
argumentación de Balassa. En segundo término abordamos la cuestión desde la teoría del valor
trabajo, bajo el supuesto de iguales diferenciales de productividad entre sectores BT y BNT, con
precios directamente proporcionales a los valores, para poner en evidencia el “desequilibrio”
fundamental en términos de tiempos de trabajo, al que hicimos referencia. En tercer lugar
planteamos las razones para mantener sin embargo la hipótesis de que en la práctica se registran
distintos diferenciales de productividad entre los sectores, y que esto explica por qué ocurre la
depreciación en términos reales de las monedas de los países subdesarrollados.
EL MODELO DE BALASSA
El argumento de Balassa sostiene que el desarrollo tecnológico es más alto en el sector de
producción de los BT que en el sector que produce los BNT, y que esta diferencia es más
pronunciada en los países de altos ingresos. La mayor productividad en BT implica que los salarios
(= a la productividad marginal) aumentan. El aumento de los salarios a su vez se generaliza al
conjunto de la economía, lo que provoca un aumento de los precios de los BNT. Esto genera la
suba general de precios (sube el índice general de precios, IPC); pero dado que el tipo de cambio
efectivo es igual a la razón entre los precios de los BT producidos en el país, y los producidos en el
exterior, el tipo de cambio real deberá apreciarse. Para verlo en términos de ecuaciones, dado que
E = Pt / Pt* (1)
Siendo E = tipo de cambio nominal; P t = precios de BT, del país que aumenta su productividad; y
Pt*= precios de BT del país que se atrasa tecnológicamente.64 A su vez, siendo q = tipo de cambio
real,

64
El tipo de cambio está expresado en términos de la moneda del país adelantado con respecto al país
atrasado.

65
q = E P*/P
Un aumento del nivel general de precios P con relación a P*, no compensado por un aumento
proporcional de E, provoca una baja de q, esto es, una apreciación en términos reales de la
moneda. Lo cual sucede siempre que el crecimiento de la productividad en el sector de BT del país
que tomamos como referencia sea relativamente mayor que el crecimiento de la productividad en
BNT. Para verlo más claro, hacemos una pequeña formalización.
Sea ‘a’ la proporción de BNT que integran la canasta con la que se calcula el nivel de precios, P y
P*. A efectos de simplificación, suponemos que la participación de BNT y BT es igual en ambos
países. Tenemos entonces:
P = a Pnt + (1– a) Pt y P* = a Pnt*+ (1– a) Pt*; (2)
Utilizamos minúscula e itálica para señalar variación logarítmica; tenemos:
q = e + p* – p (3)
Introduciendo en (3), (1) y (2), siempre en tasas de cambio, obtenemos:
q = a(pt – pnt) – a(pt* – pnt*)
Se observa que si los precios de los BNT domésticos crecen en una mayor proporción que los
precios de los BNT en el exterior, se obtiene una caída de q; la moneda se aprecia.
LA CUESTIÓN DESDE LA TEORÍA DEL VALOR TRABAJO
Analicemos ahora el problema desde la teoría del valor trabajo. Consideremos que los precios son
proporcionales a los tiempos de trabajo empleados. Suponemos que A es el país adelantado, y B
el país atrasado. Suponemos que en cada uno de ellos se producen dos bienes; un bien de
consumo, Qc, transable; y un bien de servicio, Qs, no transable. Suponemos también que en A se
produce un bien de producción de alta tecnología, Q p, necesario para que funcione la economía de
B.65 Suponemos también que los diferenciales de productividad en la producción de ambos bienes
en los dos países son iguales. Así, en A los capitales son 4 veces más productivos en la
producción de ambos bienes que en B; en el modelo una hora de tiempo de trabajo en A se
expresa en $a 5, y que una hora de tiempo de trabajo en B se expresa en $b 10. Suponemos que:
Producción en A:
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 2 horas; precio de Qc = $a 10
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 1 hora; precio de Qs = $a 5
Tiempo de trabajo empleado en Qp = 5 horas; precio de Qp = $a 25
Producción en B:
Tiempo de trabajo empleado en Qc = 8 horas; precio de Qc = $b 80
Tiempo de trabajo empleado en Qs = 4 horas; precio de Qs = $a 40
Si calculamos ahora la Eppc obtenemos: 66
Eppc = precio de la canasta en B / precio de la canasta en A
Eppc = $b 120 / $a 15; por lo tanto = $b 8/$a
A este nivel de tipo de cambio Q c producido en B puede ser vendido en A (dejamos de lado los
costos de transporte). Esto es, el tipo de cambio “competitivo” coincide con el tipo de cambio a
paridad de poder de compra, Eppc. El resultado es lógico porque hemos supuesto que los
65
En Valor… supusimos también la producción de un bien Qr, medio de producción, que se produce en ambos
países, pero en B es de menor tecnología; esto justifica que la productividad general en B sea menor que en A.
En aras de la simplificación, ahora suponemos directamente que el espacio de valor de B es menos productivo
que A.
66
Ahora el tipo de cambio se expresa, como se hace habitualmente, en cantidad de moneda del país atrasado
por unidad monetaria del país adelantado; o sea, si se trata de Argentina y Estados Unidos, será $/US$.

66
diferenciales de tiempos de trabajo entre ambos sectores son iguales. E ppc es proporcional a la
razón de la suma de los tiempos de trabajo empleados en Q c y Qs en B y en A (recuérdese que los
precios son proporcionales a los tiempos de trabajo). Si en cambio la diferencia entre el tiempo de
trabajo empleado en la producción de Qc en B y el tiempo de trabajo empleado en su producción
en A es mayor que la diferencia entre el tiempo de trabajo empleado en la producción de Q s en B y
el empleado en A, el tipo de cambio competitivo es mayor que el tipo de cambio a paridad de poder
de compra, Eppc. Este último es el resultado que habíamos presentado en nuestro libro, y es el que
más se acerca a la realidad.
Sin embargo lo interesante es discutir que aún en el caso en que el tipo de cambio competitivo sea
igual al tipo de cambio de paridad de poder de compra, no existe equilibrio en un sentido profundo,
desde la perspectiva del valor trabajo. Es que la hora de trabajo de B genera un valor equivalente a
sólo media hora de trabajo de A. Por lo tanto si B debe importar el medio de producción Q p de A, y
para eso necesita exportar Qc a A, deberá emplear más tiempo de trabajo contra menos tiempo de
trabajo. Para verlo, supongamos que el total de tiempo disponible en A y B sea de 1200 horas de
trabajo.
Supongamos que la distribución del tiempo de trabajo en B sea:
800 horas para producir 100 unidades de Qc con un valor total de $b 8000;
400 horas para producir 100 unidades de Qs con un valor total de $b 4000.
En A la distribución social de los tiempos de trabajo es:
600 horas para producir 300 unidades de Qc con un valor total de $a 3000;
300 horas para producir 300 unidades de Qs con un valor total de $a 1500;
300 horas para producir 60 unidades de Qp con un valor total de $a 1500.
Supongamos que B necesita importar 10 unidades Qp de A; al tipo de cambio $b8/$a (= Eppc), B
debe destinar $b 2000, o sea, exportar 25 unidades de Qc, equivalentes a 200 horas de trabajo,
para comprar las 10 unidades Qp que encierran sólo 50 horas de trabajo de A. En otras palabras,
de su trabajo total de 1200 horas, B destina 200 horas a conseguir un producto cuyo valor es 50
horas de A.
Podemos tener entonces un tipo de cambio a paridad de poder de compra, y un equilibrio en la
balanza comercial, pero sin embargo no existe equilibrio en términos de valor. Por otra parte
tampoco existe transferencia de valor de B hacia A, porque el trabajo empleado en B representa
trabajo “despotenciado” en A, esto es, trabajo generador de menos valor. Existe un “desequilibrio
en términos de valor” en el intercambio entre el país desarrollado y el país atrasado; aunque no se
produzca una transferencia de valor del segundo al primero, como postula el enfoque tradicional
del intercambio desigual.
MÁS SOBRE EL DESEQUILIBRIO EN TÉRMINOS DE VALOR
Lo anterior demuestra que plantear que existe un equilibrio entre los países porque el tipo de
cambio se ubique a PPC, y porque la balanza comercial esté equilibrada, es un grave error. El país
subdesarrollado B necesariamente tendrá un valor de su fuerza de trabajo menor que el país
adelantado A, en términos reales, debido al atraso de las fuerzas productivas. Si supusiéramos una
tasa de plusvalía en ambos países del 100%, esto es, que el tiempo de trabajo se divide por igual
entre trabajo necesario para reproducir el valor de la fuerza de trabajo, y plustrabajo, y suponiendo
que la mitad del salario se gaste en cada uno de los bienes Q c y Qs, cada trabajador de B obtendrá
por jornada de trabajo ¼ de unidad de Q c y ½ de unidad de Qs. En cambio cada trabajador de A
obtendrá, lógicamente, cuatro veces más Qc y Qs, esto es, dos y cuatro unidades respectivamente.
Estos diferenciales de productividad explican las plusvalías extraordinarias que surgen de la
aplicación de tecnologías superiores a las modales en la competencia en el mercado mundial.
La cuestión también se puede ver desde el punto de vista de la teoría del equivalente de Marx.
Como se explica en El Capital (cap. 3 t. 1) el dinero no tiene precio, pero su valor se expresa en la
serie de todas las mercancías a las cuales sirve para la expresión del valor general. Recordemos

67
también que “el dinero es la forma de manifestación necesaria de la medida del valor inmanente a
las mercancías: el tiempo de trabajo” (Marx, 1999, t. 1, p. 115).
Ahora bien, cuando consideramos el tipo de cambio, se puede decir que el dinero tiene un precio,
expresado en el equivalente del país con el que se compara, o en el equivalente que funciona a
nivel de dinero mundial. Pero la paridad formal que se puede establecer en este precio, esto es, la
existencia de un tipo de cambio a PPC, no deja de esconder la desigualdad de contenido de los
tiempos de trabajo que expresan cada uno de los equivalentes.
Efectivamente, en tanto $a 5 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de A = ½ Q c o 1 Qs,
sucede que $b 10 = 1 hora de trabajo socialmente necesario de B = 1/8 Q c o 1/4 Qs. Rigiendo Eppc,
$a 5 equivalen a 4 horas de tiempo de trabajo de B. La magnitud de valor del dinero de A, medida
en horas de trabajo nacionales, por lo tanto es muy superior a la magnitud de valor del dinero de B,
a pesar de que el precio del dinero de B se ubique a PPC. Esta cuestión no se puede advertir en la
explicación neoclásica tradicional sobre las “desviaciones” con respecto al tipo de cambio que se
consideraría de equilibrio. Tampoco surge en las presentaciones habituales del tipo de cambio real.
Es que si q = 1, significa que la canasta de bienes producidos en B se intercambia por la misma
canasta de bienes producidos en A. Aparentemente estaríamos en equilibrio. Sin embargo,
medidas en tiempos de trabajo las canastas no son equivalentes. No hay equilibrio, insistimos,
aunque haya equilibrio en la balanza comercial.
La cuestión tiene entonces implicancias para el desarrollo a largo plazo de los países. En la medida
en que las producciones de valor son diferenciadas, los países desarrollados tendrán más y más
oportunidades de incrementar de manera acumulativa sus diferencias, ya que sus trabajos actúan
como trabajos potenciados. La cuestión aún se hace más aguda si hacemos entrar en el esquema
el trabajo complejo. Al aumentar el trabajo dedicado a investigación y desarrollo, aumenta el
diferencial de generación de valor entre los países que basan su producción en el trabajo simple,
con respecto a los que ponen el acento en el trabajo complejo. Los espacios de valor adelantados
tecnológicamente generan por lo tanto plusvalías extraordinarias, y además agregan más valor por
la intervención del trabajo complejo. Esto permitiría entender por qué países con empresas de alta
tecnología pueden sostener sus exportaciones aun cuando sus monedas experimenten
importantes apreciaciones. Un ejemplo lo encontramos en las exportaciones europeas. Como
señala The Economist (5/4/08) las exportaciones europeas se mostraron relativamente insensibles
a la apreciación del euro de comienzos de la década de 2000. Esto se debe a que
aproximadamente la mitad de las exportaciones a países fuera de Europa son medios de
producción o bienes de consumo durables de alta tecnología, y los compradores no encuentran
fácilmente alternativas de la misma calidad. Por eso, a pesar de la suba del euro hasta 2010, la
demanda de productos de exportación se mantuvo alta, especialmente de Alemania, donde los
productos de alta tecnología constituyen una parte importante de las ventas externas. Todas estas
cuestiones surgen entonces con claridad en cuanto se abordan los tipos de cambio desde la
perspectiva de la ley del valor trabajo, y la teoría del dinero de Marx.
DIFERENCIAS CON BALASSA - SAMUELSON
El desarrollo que hemos presentado busca llamar la atención sobre el desequilibrio en términos de
valor en el intercambio entre países desarrollados y subdesarrollados, desequilibrio que se produce
aun cuando los tipos de cambio se determinen según PPC. Sin embargo hemos visto que la
mayoría de los países subdesarrollados tienen una moneda depreciada con respecto a la PPC.
Esto sucede porque en el IPC entra el rubro “servicios” (educación, transporte, salud, recreación)
cuya productividad puede ser más baja que en un país adelantado, pero no tanto como la
diferencia que existe en la productividad de bienes manufacturados. En la medida en que se den
estos diferenciales, el Eppc será más bajo que el E que permite la venta competitiva de productos
del país subdesarrollado en el mercado mundial. La concurrencia de los capitales atrasados en el
mercado mundial también fuerza a las devaluaciones en términos reales de las monedas. Esta
determinación estructural del tipo de cambio se explica entonces a partir de uno de los elementos
contenidos en el modelo Balassa-Samuelson. Pero no supone, por supuesto, la función de
producción neoclásica; no supone tampoco que las tecnologías sean “recetas transferibles”, ni que
los “factores” capital y trabajo puedan combinarse en cualquier proporción. Tampoco supone, como

68
lo hace el marco neoclásico, que la rentabilidad de los capitales se iguale a la tasa de interés
vigente en el mercado mundial; ni que los precios se formen según una regla de mark up, que
jamás se explica teóricamente.
Obsérvese que incluso desde la teoría neoclásica se han señalado las limitaciones del modelo de
Balassa, a pesar de que se trata del más referenciado a la hora de explicar las diferencias
sistemáticas de los tipos de cambio con respecto a las PPC. Como admiten Froot y Rogoff (1996)
el modelo no puede explicar la persistencia a largo plazo la depreciación en términos reales de las
monedas de los países atrasados. Es que aunque la tecnología pueda diferir entre países, el libre
movimiento de ideas, junto al flujo de capital físico y humano, debería generar una tendencia de
largo plazo hacia la convergencia de los ingresos. Pero así no hay razón para la persistencia del
fenómeno observado.
CONCLUSIÓN
Desde la teoría del valor trabajo puede darse una explicación consistente del fenómeno Balassa-
Samuelson. En este enfoque se da lugar a plusvalías (y ganancias) extraordinarias; la competencia
es intraindustria y opera en el caso de los bienes estandarizados a través de guerras de precios (y
mejoras tecnológicas del producto); y los precios se rigen según la ley del valor trabajo, mediada
por el hecho de que las mercancías son un producto del capital, esto es, las tasas de ganancia
entre ramas tienden a igualarse. En este marco teórico se ha demostrado que, aun con tipos de
cambio a PPC, existe un “desequilibrio” en términos de valor sustancial. Por otra parte, se
evidencia también que no existe “explotación” del país subdesarrollado por el país adelantado, ya
que no hay transferencias de valor. En cuanto se incorpora al modelo el capital y la plusvalía, se
hace evidente que la explotación es sobre el trabajo, sea del país adelantado o atrasado.

69
Apéndice
Intercambio entre el modo de producción capitalista y la
producción simple de mercancías.
La discusión sobre generación y transferencias de valor al interior del modo de producción
capitalista puede ser extendida a los intercambios entre modos de producción de diferente
naturaleza. Uno de los casos más comunes son los intercambios entre el modo capitalista y el
modo de producción simple de mercancías, conformado típicamente por artesanos o campesinos
parcelarios. Éstos producen para el mercado en diferentes grados –por ejemplo, una parte de la
producción campesina puede destinarse al auto consumo–; pueden ser propietarios de sus
parcelas, pero también alquilar la tierra; y utilizar ocasionalmente trabajo asalariado.
En la literatura de la dependencia es frecuente que se considere que existe transferencia de valor
desde el productor simple de mercancías al capitalista, a través del mercado. Operaría entonces el
mecanismo del intercambio desigual. Esta tesis parece tener un fundamento sólido en que los
campesinos o artesanos con frecuencia ni siquiera reciben el equivalente al valor de su fuerza de
trabajo.
Sin embargo es necesario evitar la confusión entre generación diferenciada de valor (que ocurre a
causa de las diferencias tecnológicas) y transferencia de valor. Si, por ejemplo, el campesino o
artesano emplea 20 horas de trabajo para producir un bien que en el mercado vale 10 horas de
trabajo, ello no significa que ese campesino o artesano haya generado 20 horas de valor. En
condiciones de competencia y diferencias tecnológicas acentuadas, los productores con menor
tecnología generarán menos valor que los productores con mayor tecnología. Por eso los
artesanos o campesinos parcelarios pueden estar intercambiando más horas de trabajo por menos
horas de trabajo, sin que por ello estén transfiriendo valor.
Por supuesto, si el campesino o artesano utiliza una tecnología modal, o promedio, pero se ve
obligado –debido a falta de poder de mercado– a vender su producto por debajo del valor,
tendremos intercambio desigual, generado por algún mecanismo de monopolio. Algo similar puede
ocurrir si el artesano o campesino está obligado a comprar insumos a precios de monopolio. Se
trata entonces de estudiar de forma particularizada los diferentes escenarios.
Destaquemos por otra parte que la existencia de mercados en los que intervienen empresas
capitalistas y productores privados no implica que necesariamente exista un control monopólico de
los precios por parte de los capitalistas. En mercados abastecidos por esos productores puede
existir una competencia despiadada. Para verlo, tomemos el caso del mercado La Salada, en
Buenos Aires, que –según la Unión Europea– se ha convertido en el mayor mercado ilegal de
América Latina. La Salada moviliza US$ 9 millones por semana y tiene unos 1500 puestos de
venta. En el rubro de la ropa, constituye el mercado mayorista más grande de Argentina,
abasteciendo a unas 300 ferias minoristas. Miles de productores pequeños, que emplean su
trabajo y el de sus familias, compiten con empresas capitalistas de diferente importancia. Aquí no
existe mecanismo alguno de determinación monopólica del precio de la ropa (aunque sí hay
apropiación de renta por el alquiler de los puestos de venta, y otras formas de comercio ilegal).
En definitiva, en cada caso hay que estudiar si existen diferencias tecnológicas, y cuáles son las
condiciones de realización del producto, así como de compra de insumos. No se puede dictaminar,
sin más, que siempre que los productores no capitalistas reciben sólo el valor de su fuerza de
trabajo (o menos), hay transferencia de valor hacia los capitalistas.

70
Capítulo 8
Deterioro de los términos de intercambio y teoría del valor trabajo
La hipótesis de Raúl Prebisch y Hans Singer sobre el deterioro de los términos de intercambio ha
estado en el centro de muchos debates sobre el subdesarrollo. El objetivo de este capítulo es
examinarla desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, y presentar una explicación
alternativa, basada en la teoría de Marx. Comenzamos presentando el argumento de Prebisch y
Singer.
LA HIPÓTESIS DE PREBISCH- SINGER
La hipótesis original de Prebisch procura explicar por qué a partir de los años 1876-1880 se
produjo un deterioro progresivo de la relación entre los precios de los productos primarios y los
artículos finales de la industria. Según las estadísticas de las Naciones Unidas (véase Prebisch,
1986) esa relación había pasado de un índice 100 en 1876-1880, a 68,7 en 1946-1947, y el
problema era explicar por qué sucedía esto cuando el aumento de la productividad había sido,
durante ese período, más pronunciado en la industria de los países adelantados que en la
producción primaria de los países de la periferia. En teoría, los precios de los productos industriales
deberían haber descendido en relación a los productos primarios, pero había sucedido lo contrario.
La primera explicación del fenómeno por parte de Prebisch giró en torno a los distintos
mecanismos de formación de precios en los países adelantados y atrasados. Básicamente la tesis
dice que en los países industriales las ganancias y salarios crecen más de lo que crece la
productividad, mientras que en la periferia sucede lo inverso. Un ejemplo numérico ilustra el
argumento. Supongamos que en el país industrial la productividad aumenta de un índice 100 a
160. Por lo tanto el costo baja:
100 ÷ 1,6 = 62,5.
Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de un índice 100 a 180, el precio final
es:
62,5 × 1,8 = 112,5
Si en el país que produce productos primarios la productividad aumenta de 100 a 120, el costo
baja:
100 ÷ 1,2 = 83,3
Pero si los ingresos (ganancias y salarios) se incrementan de 100 a 120, el precio final es:
83,3 × 1,2 = 99,9
Por lo tanto la relación de precios productos industriales/ precios productos primarios ha pasado de
1:1 a 1,125:1 (véase Prebisch, 1986).
Prebisch explicaba esta diferencia por los diferentes poderes de negociación salarial en el centro y
la periferia a través de los movimientos cíclicos de las economías. Durante las fases ascendentes
del ciclo en los países centrales aumentaban los beneficios, pero a medida que seguía creciendo la
economía una parte de los beneficios se transformaba en aumentos de salarios, a causa de la
competencia entre los empresarios y el poder de los sindicatos. Luego, en la fase descendente del
ciclo económico, el beneficio se reducía, pero no los salarios, debido a la resistencia sindical. En
cambio en la periferia las masas obreras estaban desorganizadas, de manera que no podían
conseguir salarios comparables con los salarios de los países centrales, ni mantenerlos. Por lo
tanto en la periferia durante las fases descendentes del ciclo económico los salarios y beneficios
caían de manera más fácil. Por este motivo Prebisch pensaba que la industrialización en la
periferia, al aumentar la productividad e incrementar el poder de negociación sindical haría subir los
salarios y elevaría relativamente el precio de los productos primarios.
En cuanto a Singer, también señalaba que el deterioro de los términos de intercambio no se debía
a los costos reales de los productos manufacturados, ya que la productividad había crecido menos

71
rápidamente en los sectores productores de alimentos y materias primas. Pero el progreso técnico
de la industria en los países desarrollados se traducía en una mejora de los ingresos en esos
países, mientras que el progreso técnico en la producción de alimentos y materias primas
generaba la caída de los precios de estos productos. La razón radicaba en la inelasticidad ingreso
de los alimentos; a medida que aumentaba el ingreso, caía la tasa a la que aumentaba la demanda
de estos productos. Y con respecto a las materias primas, la caída de los precios se debía a que el
progreso técnico en la manufactura en buena medida consistía en una reducción del monto de
materia prima por unidad de producto. Como resultado de estos factores la caída de los precios de
las materias primas y los alimentos no sólo era cíclica, sino también estructural (véase Singer,
1950).
En definitiva, la hipótesis de Prebisch-Singer refutaba la tesis de Ricardo y otros economistas
clásicos que pensaban que en el largo plazo los términos de intercambio debían mejorar para los
países exportadores de productos primarios, debido a los rendimientos decrecientes de las tierras y
las minas.
El segundo argumento de Prebisch, presentado años más tarde, retomó la cuestión de las
elasticidades, que había planteado Singer. En 1949 Prebisch había cuestionado la idea de la
competencia perfecta, pero en su informe a la Conferencia Inaugural de la UNCTAD, en 1964,
prácticamente desaparece la referencia al poder del mercado y el razonamiento se refiere a la
disparidad con que tienden a crecer las exportaciones primarias en comparación con las
importaciones de bienes industriales en los países en desarrollo. Explica que “[m]ientras las
primeras se desenvuelven por lo general con relativa lentitud, salvo excepciones, la demanda de
importaciones industriales tiende a crecer con celeridad…” (Prebisch, 1979, p. 21). Prebisch
atribuía esto al progreso técnico, ya que se reemplazaban cada vez más productos naturales por
sintéticos, por lo cual disminuía el contenido de los productos primarios en los bienes finales. Y
también a la menor elasticidad ingreso de los bienes primarios. A estos problemas se sumaba el
aumento de la producción agrícola en los países avanzados. Los países atrasados ya no eran los
únicos que exportaban bienes agrícolas, y los excedentes presionaban a la baja los precios.
A pesar de que el proteccionismo y las subvenciones de las naciones desarrolladas profundizaban
el deterioro de los términos de intercambio, Prebisch pensaba que la tendencia no se revertiría
aunque se eliminaran las barreras aduaneras, ya que obedecía a factores más profundos. Es que
al crecer lentamente la demanda de productos primarios, la creación de empleo sólo podía
absorber una proporción decreciente del incremento de la población de los países en desarrollo
para la producción de estos bienes; esta absorción además disminuía por el progreso técnico. Por
lo tanto había una amplia población excedente –no absorbida con rapidez por la industria y los
servicios– que presionaba a la baja los salarios en los países de la periferia; los salarios no
aumentaban en relación directa al avance del progreso técnico. En cambio, en los países
desarrollados había escasez relativa de mano de obra y fuerte organización sindical, por lo cual los
salarios aumentaban conforme a los aumentos de la productividad.
Es importante señalar, para lo que vamos a discutir luego, que el argumento hoy lo extienden los
autores de la CEPAL a la relación entre las ramas innovadoras y dinámicas, y las que producen
bienes manufacturados maduros. Los países desarrollados, sostienen, concentran las ramas de
producción más dinámicas, ya que el cambio técnico se origina en el centro. Los bienes que
producen estas ramas gozan de una elasticidad ingreso superior a las ramas manufactureras en su
etapa madura; lo cual se refleja en una divergencia en los ritmos de crecimiento y/o la aparición de
problemas en las balanzas de pago de los países en desarrollo. Esto es, en una brecha creciente
de ingresos y estrangulamientos externos (véase Ocampo, 2001).
LA EVIDENCIA EMPÍRICA
Si bien desde el punto de vista teórico la hipótesis no fue cuestionada, sí lo fue desde la evidencia
empírica (véase Hadass y Williamson, 2001, para lo que sigue).
En primer lugar se observó que Prebisch se había basado en las estadísticas comerciales de Gran
Bretaña, que no representaba al conjunto de los países desarrollados. En segundo término se
objetó que había productos primarios exportados por países desarrollados. En tercer lugar, se

72
sostuvo que las estadísticas británicas valuaban los productos exportados a precios f.o.b (libre a
bordo en el puerto de carga), y los productos importados a precios c.i.f. (costo, seguro y flete en el
puerto de destino), de manera que la mejora de los términos de intercambio para Gran Bretaña
podía deberse total o parcialmente a una caída de los costos del transporte, y no a una caída de
los precios recibidos por los productores primarios. Y por último, se planteó que en la lista de
productos industriales entran permanentemente nuevos productos y además los productos
existentes tienden a mejorar su calidad, lo que no es registrado adecuadamente por los índices de
precios de las manufacturas.
De estas objeciones, tal vez la que ha tenido más importancia es la tercera. Es que Hadass y
Williamson demuestran que cuando se tienen en cuenta los precios de los productos de
importación y exportación en los mercados locales, se comprueba que hubo una mejora de los
términos de intercambio para los países exportadores durante buena parte del período en que
Prebisch y Singer dicen que hubo deterioro. En especial para los países del Tercer Mundo
abundantes en tierras, como Argentina y Uruguay, habría habido una fuerte mejora de los términos
de intercambio hasta el inicio de la Primera Guerra mundial. Además, y a la vista del aumento de
los precios de las materias primas que se ha registrado desde los inicios de los años 2000 hasta
mediados de 2008, autores neoclásicos han planteado que la hipótesis del deterioro de los
términos de intercambio no se cumple en absoluto.67 Según estos economistas, esto demostraría
también lo errado del programa de la CEPAL para América Latina; y, por supuesto, lo acertado de
los programas neoliberales recomendados por ellos mismos, los organismos internacionales y los
centros del establishment académico. La hipótesis del deterioro de los términos de intercambio
habría sido un gran cuento, sin sustento en la realidad de la economía mundial.
Sin embargo, es una realidad que el deterioro de los términos de intercambio se verifica a lo largo
del siglo XX. Ocampo y Parra (2003) resumen la evidencia empírica, y los datos parecen
contundentes. Los autores toman 24 series de precios de productos, que comprenden seis metales
(aluminio, cobre, estaño, plomo, plata y zinc); siete materias primas no alimentarias (aceite de
palma, algodón, caucho, cuero, lana, madera y yute); siete alimentos (arroz, azúcar, banano, carne
de cordero, carne de res, maíz y trigo); tres bebidas (cacao, café y té) y tabaco. Además incluyen
siete índices que fueron elaborados originariamente para el período 1900-1986, y luego
actualizados hasta 2000. También utilizan el índice de precios de productos básicos de The
Economist entre 1880 y 1999. Ocampo y Parra demuestran entonces que en el siglo XX hubo un
marcado deterioro de los términos de intercambio, con una caída de largo plazo de los índices
agregados de precios relativos cercana al 1% anual, promedio. En su conjunto, al año 2000, las
materias primas habían perdido entre el 50 y 60% del valor relativo que tenían frente a las
manufacturas hasta la década de 1920; los únicos productos que habían mejorado sus precios
relativos eran carne de res, madera y tabaco. Otros autores, citados por Ocampo y Parra,
encontraron una disminución acumulada de un 75% durante unos 140 años. Y el índice acumulado
de The Economist para productos básicos entre 1900-1904 y 1996-2000 presenta una baja del
60,1%.
Ocampo y Parra también se preguntan si el movimiento fue continuo o escalonado, esto es, con
escalones que alteraron el nivel de precios de manera permanente. Los autores se inclinan, a la
vista de los datos, por esta última tesis. Aunque no lo pueden establecer con total rigor
econométrico, los resultados y la propia historia económica les permiten concluir que los mayores
cambios se concretaron en torno a 1920 y 1980. Esto sugiere, según los autores, que fueron un
efecto rezagado de las grandes desaceleraciones experimentadas por la economía mundial a partir
de la Primera Guerra y de la crisis económica de inicios de los setenta. El índice de The Economist,
de todas maneras, muestra una tendencia más continua, ya que se registra una fuerte caída, del
20%, en la década de los veinte, y luego una tendencia negativa más o menos permanente entre
1922 y 1979 de aproximadamente el 1% anual.
En cualquiera de los casos, y para lo que nos interesa aquí, parece no haber dudas de que existió
una tendencia secular de deterioro de los términos de intercambio. Ocampo y Parra ponen el

67
De acuerdo a CEPAL (2007-2008), los términos de intercambio, en 2008, para América Latina, eran 45%
superiores a los promedios de la década de 1990; para América del Sur la mejora era del 69%.

73
énfasis en el movimiento escalonado, otros estudios afirman que el movimiento fue más suave,
pero la tendencia de largo plazo parece innegable. Y la cuestión sigue siendo relevante para el
desarrollo de la periferia; según la UNCTAD, 80 de los 147 países que se consideran “en
desarrollo” dependen en más de un 50% de las materias primas en sus exportaciones.
No hay por lo tanto razones para desechar tan rápida y alegremente el deterioro de los términos de
intercambio, como hace la ortodoxia neoclásica. En primer lugar, porque todavía es pronto para
saber si estamos, a comienzos de 2010, ante un cambio de tendencia de largo plazo en los precios
relativos. Pero en segundo término, y más importante, porque aun si estuviéramos ante un cambio
de tendencia secular, hay que preguntarse por qué hubo un deterioro de los términos de
intercambio a lo largo de, por lo menos, un siglo. ¿Qué teoría explica este movimiento de largo
plazo? También hay que explicar por qué muchos productos manufacturados están
experimentando en la actualidad un deterioro de sus términos de intercambio. Es lo que sucede
con textiles y confecciones, juguetes, industria electrónica, acero y otros productos “maduros”.
PROBLEMAS DE LA HIPÓTESIS DESDE LA TEORÍA DEL VALOR TRABAJO
Debemos por lo tanto fundamentar teóricamente el deterioro de los términos de intercambio. Pero
en este respecto la explicación tradicional de la CEPAL presenta algunos problemas.
En primer lugar, y tal vez el más serio, es que en su primer argumento Prebisch termina
recurriendo a una explicación basada en las relaciones de fuerza entre los sindicatos y el capital; y
en las relaciones de fuerza de mercado entre los capitales de los países adelantados y los
capitales de los países subdesarrollados. Es que Prebisch sostiene que los mark-up, o recargos,
sobre los costos, son diferentes en los países adelantados y atrasados. Pero, ¿cuál es el nivel de
ese recargo? ¿Cómo se establece? No hay teoría para esto, salvo decir que el nivel del mark-up
depende del nivel de fuerza para establecer el mark-up. Lo que equivale a una petición de
principio, ya que viene a decir que el nivel de fuerza de monopolio para establecer el recargo es tal
porque ése es el nivel de fuerza del monopolio. Por eso este tipo de justificaciones, carentes de
una perspectiva general, desembocan en el estudio de casos particulares. Además, la tesis de que
los precios se fijan de manera de garantizar determinados niveles de salarios supone que no se
desatan guerras de precios en las ramas en cuestión; lo cual lleva a la conocida idea de que la
competencia opera a través de la diferenciación de productos y marcas. Sin embargo en las ramas
que producen bienes manufactureros, y máxime a nivel del mercado mundial, ocurren luchas
competitivas a través de presiones bajistas sobre los precios; y esto abarca a los bienes de alta
tecnología.
Por otra parte también es difícil explicar por qué los bajos salarios de los productores de bienes
primarios deben traducirse necesariamente en una baja de relativa tendencial de los precios. Si se
supone la fijación de precios por mark-up, la baja tendencial de los precios relativos de las materias
primas implica que, o bien los salarios que se pagan en los países atrasados bajan año tras año; o
que los salarios que se pagan en los países adelantados suben tendencialmente, año tras año.
Pero la idea de que los salarios de los países subdesarrollados bajan secularmente no se
compatibiliza con que en estos países hubo procesos de industrialización, que tienden, por lo
menos, a estabilizar los salarios.
Otra posibilidad sería postular que los salarios en los países adelantados suben tendencialmente.
Pero entonces habría que demostrar que, también tendencialmente, los trabajadores de los países
adelantados tienen cada vez más poder de negociación, de manera que imponen salarios cada vez
más altos. Sin embargo los sindicatos en los países de la OCDE perdieron fuerza a partir de fines
de los años setenta y a lo largo de las décadas siguientes –aumento de la desocupación,
desafiliación sindical, derrotas de luchas reivindicativas– y los términos de intercambio se siguieron
deteriorando para los países productores de materias primas hasta, por lo menos, mediados de la
década de 1990. En Estados Unidos el salario del trabajador manufacturero promedio bajó, en
términos reales, un 15% entre fines de los setenta y fines de los noventa. En cuanto a los países
subdesarrollados, si bien también hubo ataques generalizados del capital al trabajo, es difícil
suponer que la fuerza de resistencia sindical era menor a fines que a comienzos del siglo XX. Si los
precios de los productos primarios, o de los bienes que producen los países atrasados, bajan
porque bajan los salarios, los salarios de los países atrasados deberían haber bajado más,

74
relativamente, con respecto a sus ya bajísimos niveles de los años cincuenta y sesenta. No existen
pruebas empíricas de que esto haya sucedido. ¿Por qué se produjo entonces el deterioro
tendencial de los términos de intercambio?
En lo que respecta a las diferencias en las elasticidades ingreso de los bienes primarios con
respecto a los manufacturados, tampoco pueden explicar la tendencia. Las elasticidades ingreso
explican las oscilaciones de la demanda; pero esas oscilaciones no pueden dar cuenta de las
tendencias de los precios en el largo plazo. Es que si la demanda de un bien crece a una
determinada tasa –inferior a lo que lo hace el resto de la economía– el crecimiento de la oferta
también tenderá a adaptarse a ese ritmo de la demanda, de manera que, en promedio, los precios
se adecuarán a los costos de producción, más un tasa media de ganancia. Algo de esto registraba
el informe de Prebisch a la UNCTAD, de 1964. Desde la Gran Depresión a los años sesenta la tasa
de crecimiento anual y acumulativa del comercio de los bienes manufacturados fue del 3,1%, y la
producción manufacturera del mundo creció a una tasa anual del 3,4% anual; a su vez la tasa de
crecimiento anual y acumulativa del comercio de los bienes primarios fue del 1,1% y la tasa de
crecimiento de la producción primaria fue del 1,4% (las diferencias se supone que fueron
absorbidas por los mercados internos). Como puede verse, las ofertas se adecuaron,
tendencialmente, al crecimiento de las demandas; de manera que si bien puede haber habido
excedentes de oferta en ramas y durante períodos de tiempo, no puede haberse tratado de un
fenómeno constante a través de las décadas. En tanto en el mercado domine la racionalidad del
capital –y se trata de grandes empresas exportadoras, ya sean ellas mismas productoras, o
comercializadoras de bienes que compran a pequeños productores– no pueden operar con el
supuesto de una sobreproducción permanente y sistemática. En el largo plazo debe tender a
imponerse la ley económica, esto es, los precios se ajustan a sus “precios naturales” –para utilizar
la expresión de Ricardo–, o sea, a los precios de producción “a lo Marx”.
UNA EXPLICACIÓN DESDE LA TEORÍA DEL VALOR TRABAJO
La hipótesis que proponemos como alternativa a la explicación de Prebisch-Singer es muy sencilla,
y en gran medida es similar a la que se desprende de los planteos de los neoschumpeterianos, que
subrayan la importancia de la innovación y el progreso tecnológico. Sin embargo, la diferencia con
estos planteos es que nos basamos en la teoría del valor trabajo. Desde esta perspectiva el
deterioro de los términos de intercambio se puede explicar por las diferencias crecientes entre el
trabajo complejo y el trabajo simple, a medida que avanza la investigación y el desarrollo de
nuevas tecnologías en los capitalismos avanzados.
La idea de trabajo simple y complejo se vincula con las diferencias en la preparación de la fuerza
de trabajo, y las consiguientes diferencias en la generación de valor de los trabajos. El trabajo
medio simple es el que resulta del gasto de una fuerza de trabajo que, “término medio, todo
hombre común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee en su organismo corporal” (Marx,
1999, t. 1, p. 54). Se puede considerar trabajo simple el trabajo de un operador de máquina o un
ensamblador de línea de montaje; son tareas que demandan poco tiempo de entrenamiento para
que alcanzar los estándares de productividad medios. Por ejemplo en empresas de montaje o
líneas de máquinas herramienta los operarios recién incorporados pueden demorar dos semanas,
a lo sumo, para llegar al nivel de productividad media de sus compañeros. Difiriendo según los
países y los entornos o épocas culturales, el carácter de este trabajo medio simple, como señala
Marx, está dado para una sociedad determinada. A su vez el trabajo complejo es el que exige una
mayor preparación de la fuerza de trabajo, y por lo tanto opera como trabajo simple potenciado “o
más bien multiplicado, de suerte que una pequeña cantidad de trabajo complejo equivale a una
cantidad mayor de trabajo simple” (Marx, 1999, t. 1 pp. 54-55).
Pues bien, cuando en una rama o empresa se emplean, en promedio, más unidades de fuerza de
trabajo calificado, se genera más valor por unidad de tiempo que en las ramas o empresas que
emplean, en promedio, más fuerza de trabajo simple. Es similar al caso en que en una empresa se
intensifica el trabajo con respecto al promedio reinante en el resto de la industria. Si la
intensificación del trabajo ocurre sólo en determinadas esferas, “entonces equivale a más trabajo
complejo, a trabajo simple elevado a una potencia mayor” (Marx, 1975, t. 3, p. 252). En este
respecto las diferencias salariales, en tanto reflejan las diferencias en los gastos de preparación de

75
la fuerza de trabajo, pueden brindar una aproximación a las diferentes potencialidades de los
trabajos como generadores de valor. Una cuestión que Marx rescata de Ricardo:
Ricardo mostró que este hecho no impide la medición de las mercancías por el tiempo de
trabajo, si está dada la relación entre trabajo no especializado y el especializado. Ello
corresponde a las definiciones de los salarios. Y en último análisis puede reducirse a los
distintos valores de la propia fuerza de trabajo, es decir, a sus costos de producción
variables (determinados por el tiempo de trabajo) (Marx, 1975, t. 3 p. 137).
Por lo tanto las empresas o ramas que emplean en alta proporción trabajo calificado, o sea,
dedicado a la elaboración de productos que requieren una intensa formación en habilidades –
diseñadores, matriceros, ingenieros, técnicos– y bienes de producción que a su vez son el
resultado de una alta acumulación de capital y del empleo a través de generaciones de estas
formas de trabajo complejo, pueden generar más valor, en relación a las empresas o ramas que
emplean predominantemente trabajo simple. Y esta diferencia puede ser creciente. Si las naciones
desarrolladas concentran cada vez más el tipo de producción que demanda trabajo complejo, y si
los países subdesarrollados concentran las actividades –sea en la producción de bienes primarios
o industriales– vinculadas a los trabajos simples, las diferencias de precios pueden ser también
crecientes. Esto sucede como consecuencia de la ley económica, no por relaciones de fuerza a
nivel de los sindicatos.
La hipótesis que presentamos se basa en la formación de precios de producción, a partir del
impulso a la igualación de las tasas de ganancia.
Para ver el tema, vamos a suponer una economía mundial formada por sólo dos ramas, la A
ubicada en el país adelantado, que emplea crecientes unidades de trabajo complejo, para hacer un
producto X. La rama B está ubicada en el país subdesarrollado, y emplea trabajo simple para hacer
un producto Y estandarizado. No incluimos innovación de procesos que puedan hacer variar los
tiempos de trabajo empleados en la producción de X o Y; incorporar este supuesto no alteraría las
conclusiones del planteo. Suponemos entonces que existe una tasa media de ganancia; las
empresas que producen Y en B son capitales transnacionales, que pueden invertir libremente en A
para producir X. Empezamos suponiendo que en el primer ciclo cada unidad de trabajo complejo
en A se paga US$ 10, y cada unidad genera US$ 10 dólares de plusvalía; se emplean dos
unidades de trabajo por cada producto X. En B por cada unidad de trabajo simple se paga US$ 5 y
genera US$ 5 de plusvalía; se emplean también dos unidades de trabajo por cada producto Y.
Nótese que las tasas de plusvalía son iguales en ambas ramas; y que la diferencia salarial entre
los trabajadores de A y B se debe sólo a las diferencias entre trabajo complejo y simple; cada
unidad de trabajo en A equivale a 2 unidades de trabajo en B. A partir de aquí suponemos que la
diferencia inicial se amplía; en el siguiente ciclo cada unidad de trabajo complejo que produce X
equivale a 3 unidades de trabajo simple que produce Y; y en el siguiente ciclo a cuatro unidades.
Remarcamos que la tasa de plusvalía no se modifica, y tampoco los outputs respectivos, desde el
punto de vista cuantitativo. En A se producen en los sucesivos ciclos 6 unidades de X, y en B 100
unidades de Y. Por lo tanto, obtenemos:68
Primer ciclo
Rama Generación de valor Precio producción
individual
A 90c + 20v + 20s = 130 20,95
Output = 6
B 90c + 10v + 10s = 110 1,143
Output = 100

68
En el Apéndice de este capítulo se presenta una explicación sencilla del precio de producción.

76
La relación de intercambio indica que B debe entregar 18,33 productos Y a cambio de cada bien X,
generado en A.
Segundo ciclo
Rama Generación de valor Precio producción
individual
A 90c + 30v + 30s = 150 23,64
Output = 6
B 90c + 10v + 10s = 110 1,182
Output = 100

Al aumentar el trabajo complejo en A la relación de intercambio se deteriora para B; ahora debe


entregar 20 productos Y a cambio de cada bien X.
Tercer ciclo
Rama Generación de valor Precio de producción
individual
A 90c + 40v + 40s = 170 26,38
Output = 6
B 90c + 10v + 10s = 110 1,217
Output = 100

En el tercer ciclo la relación de intercambio ha pasado a 21,67 bienes Y por cada bien X, contra
18,33 bienes en el primer ciclo. A medida que aumenta la diferencia entre trabajo complejo y
simple, se produce el deterioro de los términos de intercambio. Naturalmente, a partir de este
esquema se pueden introducir otros supuestos, que hacen el esquema más cercano a lo que
sucede en el mundo capitalista. Por ejemplo, suponer que los salarios que se pagan en el país B
son menores que los que se pagan en A. Asimismo que empresas de capitales nacionales que
producen en B deben competir también con empresas que producen Y en A con mejor tecnología,
y esto obliga a B a devaluar. Además, se pueden introducir los cambios en los procesos
productivos, de manera que se generen más unidades de productos por unidad de tiempo.
Cualquiera de estas variantes no altera la conclusión básica.
Vale aclarar también que lo anterior puede explicar los movimientos tendenciales de precios de los
bienes primarios, o de bienes manufacturados “maduros” (estandarizados), hacia la baja, pero
éstos no niegan que durante períodos haya reversiones parciales del deterioro de los términos de
intercambio. Por ejemplo, si durante un período la demanda supera de manera consistente la oferta
de determinados bienes primarios o manufacturados “maduros”, este hecho estará indicando la
necesidad de que se destinen más capitales –más trabajo social– a su producción. En tanto los
capitales se desplacen a estas ramas, y aumente la oferta, los precios de mercado se establecerán
alrededor de los precios de producción. De la misma manera, si se trata de productos primarios
extraídos de fuentes naturales no renovables, puede producirse un aumento tendencial de los
tiempos de trabajo empleados en su obtención debido a la productividad decreciente de las fuentes
naturales. En este caso no se registraría un deterioro de los términos de intercambio; esto puede
suceder porque se necesitan crecientes cantidades de trabajo simple para obtener una unidad de
producto; o porque es necesario emplear cada vez más dosis de trabajo complejo –por ejemplo en
investigaciones geológicas para localizar yacimientos petrolíferos–; o por una combinación de
ambos tipos de trabajo.

77
CONCLUSIÓN
La teoría del valor trabajo ofrece una explicación alternativa a la basada en el poder de monopolio,
del deterioro de los términos de intercambio. Por ejemplo, la caída de los precios de los textiles en
el siglo XIX –deterioro de los términos de intercambio para Inglaterra– obedecería a una caída de
los precios de los productos “maduros”, debido a la reducción tendencial de los tiempos de trabajo,
y también a la utilización de menor trabajo complejo (por ejemplo porque se simplifican las
operaciones). Luego la suba relativa de los bienes manufacturados a partir de fines del siglo XIX,
comienzos del siglo XX, podría explicarse por la creciente incorporación de trabajo complejo por
parte de las empresas de países centrales, en especial con la I&D, construcción de laboratorios,
subsunción del trabajo científico al capital –por caso, las universidades se incorporan de manera
creciente a la producción y mercantilización del conocimiento– y procesos relacionados. Es lo que
registran los teóricos de los Sistemas Nacionales de Innovación desde fines del siglo XIX, con la
“segunda revolución tecnológica”. De esta manera se responde también a la cuarta objeción que se
realiza a la hipótesis de Prebisch-Singer, a saber, que en los productos manufacturados entran
nuevos productos, o tienden a mejorar su calidad. En la medida en que estas mejoras, o
innovaciones, sean productos de la inversión de más trabajo complejo con respecto al trabajo
simple, habrá deterioro de los términos de intercambio. Pero si se consideran los bienes
industriales que se estandarizan, podremos encontrar que también sufren del deterioro de los
términos de intercambio.
Esta explicación sólo busca ser una hipótesis de trabajo para futuras elaboraciones e
investigaciones empíricas.

78
Apéndice
Explicación sencilla de precios de producción
Los precios de producción surgen de la necesidad de igualar las tasas de ganancia de las
diferentes ramas de la economía, en las que existen, naturalmente, diferentes relaciones entre
capital constante y capital variable.69 Las mercancías no se pueden vender a precios directamente
proporcionales a los tiempos de trabajo, porque en ese caso las tasas de ganancia entre las ramas
serían muy distintas. Para ver por qué, supongamos que tenemos una economía en la que existen
tres ramas, con capitales por valor de $100 en cada una, pero con composiciones de valor –esto
es, relación entre capital constante y capital variable– distintas. Supongamos que la tasa de
plusvalía es del 100% en todas las ramas. Si las mercancías se venden a precios directamente
proporcionales a los valores, tendríamos:

Rama Cap. cte Cap. var. Plusv. Precio valor Tasa de ganancia
%
A 90 10 10 110 10
B 80 20 20 120 20
C 70 30 30 130 30

Si las mercancías se vendieran a estos precios; los capitales fluirían hacia C, la rama de mayor
tasa de ganancia. Esto generaría una sobreoferta de productos C, y una carencia de productos A y
B. De manera que los precios de C bajarían y los precios de A subirían, hasta que en promedio las
tasas de ganancia se igualaran. Desde el punto de vista analítico, esa tasa de ganancia común
surge de dividir la suma de las plusvalías (en nuestro ejemplo = 60) por el conjunto del capital
invertido (en nuestro ejemplo = 300). La tasa media de ganancia es del 20%, y los precios se
establecen a partir de un recargo sobre los costos, que comprenden la suma del capital constante
más el variable. Los precios que resultan, que Marx llama de producción, garantizan una tasa de
ganancia igual en todas las ramas. En el ejemplo anterior:

Rama Cap. cte. Cap. var. Plusv. Precio Tasa media Precio de
ganancia en % Producción
Valor
A 90 10 10 110 120
B 80 20 20 120 20 120
C 70 30 30 130 120

Así los capitales que tienen una menor proporción de capital variable que la media, venden a un
precio de producción superior al precio directamente proporcional al valor. Lo inverso sucede con
los capitales que tienen una mayor proporción de capital variable que la media. La ley del valor se
cumple, dado que los valores globales producidos reaparecen en el producto final, y las ganancias
apropiadas por los capitales equivalen a las sumas de plusvalías; o sea, de valores generados por
los plustrabajos. Pero los precios individuales de las mercancías ya no se corresponden a los
tiempos de trabajo invertidos, en forma estricta, en cada rama.

69
Véase Marx, 1999, t. 3, cap. 9 para lo que sigue.

79
Capítulo 9
Tipo de cambio y crisis externa crónica en Shaikh
Los trabajos del economista marxista Anwar Shaikh sobre tipo de cambio y su crítica a la teoría de
las ventajas comparativas constituyen un punto de referencia ineludible para todo aquél que desee
abordar la cuestión desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo. Sin embargo, y con todo lo
importante que ha sido el aporte de Shaikh al avance de la economía política crítica, su explicación
encierra importantes problemas. Centralmente, porque no permite explicar el hecho cierto de que
los países atrasados tienen con frecuencia balanzas comerciales excedentes; no padecen crisis
crónicas en sus balanzas de pagos; y sus monedas tienden a estar depreciadas en términos
reales. Estas cuestiones no pueden ser explicadas con el enfoque de Shaikh. Para ver por qué,
comenzamos resumiendo la crítica de Shaikh a las ventajas comparativas, para luego analizarla, y
presentar por último una visión alternativa.
LA CRÍTICA A LAS VENTAJAS COMPARATIVAS
Tal vez el trabajo de Shaikh sobre comercio internacional que más ha trascendido fue la crítica de
la teoría de las ventajas comparativas de Ricardo. Ese escrito de Shaikh indudablemente
constituye un hito para la crítica marxista de la teoría burguesa del comercio internacional.
Acertadamente Shaikh muestra cómo la teoría de Ricardo depende crucialmente de la teoría
cuantitativa del dinero. Recordemos que en el ejemplo clásico de Ricardo, sobre el comercio entre
Inglaterra y Portugal, Portugal tiene mayor productividad tanto en la fabricación de tela y vino que
Inglaterra, pero mayor productividad relativa en el vino que en la tela, con respecto a Inglaterra.
Dada la ventaja inicial en ambas ramas, Portugal comienza exportando ambos productos a
Inglaterra. Lo cual genera superávit comercial creciente en Portugal, y déficit en Inglaterra. Pero la
entrada de oro, según la teoría cuantitativa del dinero, eleva los precios en Portugal; y la salida de
oro baja los precios en Inglaterra. Esto continúa hasta que la tela inglesa puede venderse más
barata que la tela portuguesa.70 Desde ese momento Inglaterra se especializa en la producción de
tela, en la que posee una ventaja relativa; y Portugal en la producción de vino.
Puede comprobarse que para que el mecanismo funcione de la manera descrita, es clave que se
cumpla la teoría cuantitativa del dinero. Y es en este punto, sostiene Shaikh, donde “la teoría del
dinero de Marx se hace crítica” (Shaikh, 1991, p. 197). Es que según la teoría de Marx, la entrada
del oro en Portugal no genera suba de precios, sino la acumulación de reservas, la baja de la tasa
de interés y la expansión de la producción. Por otro lado, la salida de oro de Inglaterra provoca la
caída de las reservas, la suba de la tasa de interés, la caída de la inversión y de la producción de
otras mercancías. De aquí concluye Shaikh que la desventaja absoluta de Inglaterra se manifestará
en un déficit comercial crónico, compensado por la salida del oro; y la mayor eficiencia de Portugal
en una acumulación continuada de oro.
Sin embargo, llegado a este punto Shaikh se enfrenta con una cuestión que es decisiva: ¿cómo es
posible que pueda haber comercio internacional? Es obvio que “semejante situación no puede
seguir indefinidamente” (ibid), y que si se consideran únicamente los flujos de mercancías, el
comercio entre Inglaterra y Portugal tiene que derrumbarse; el déficit comercial debe ser
financiado. Interviene entonces la tasa de interés. Dado que aumenta la tasa en Inglaterra, los
capitalistas de Portugal comienzan a prestar dinero a Inglaterra. Pero Shaikh reconoce que
tampoco así la situación estará equilibrada, porque Inglaterra tendrá que pagar los intereses y
devolver, eventualmente el principal. ¿Cómo puede hacerlo si la producción se ha trasladado a
Portugal, y si Inglaterra no puede exportar? ¿De dónde va a obtener Inglaterra el oro para pagar a
los prestamistas portugueses? Aunque Shaikh no formula explícitamente todas estas preguntas, la
conclusión es inevitable: “Con todas las circunstancias iguales, hay que pagar: al final, acosada por
los déficits comerciales crónicos y deudas acrecentadas, Inglaterra debe sucumbir” (ibid., p. 198).
Las únicas mercancías que Inglaterra –o cualquier país subdesarrollado– puede exportar son

70
Esto sucede según la teoría cuantitativa, a la que adhería Ricardo. Esta teoría dice que cuando aumenta la
cantidad de dinero, en relación a una masa de mercancías, suben los precios; y viceversa. En esencia, sigue
constituyendo la base de la teoría monetaria neoclásica.

80
aquellas que produce a menor valor; o en las que tiene alguna ventaja natural y única. Debido a
que el análisis de Shaikh se realiza en términos de precios-valores, no importa que haya salarios
más bajos en el país subdesarrollado, ya que su nivel “afecta las ganancias pero no tiene efectos
sobre los precios” (ibid., 199). El resultado tampoco se modifica sustancialmente cuando se
consideran los precios de producción, porque “el precio medio de producción es igual al precio
directo promedio” (ibid.). La conclusión es que el país atrasado está condenado a padecer déficits
comerciales crónicos, y en el largo plazo el comercio sucumbe.
TIPO DE CAMBIO “ESTRUCTURAL”
El planteo anterior fue profundizado y completado con una explicación “estructural” del tipo de
cambio, sustentada en la idea de que lo fundamental son las ventajas absolutas. En Shaikh (1999)
se supone que el capital fluye libremente entre países, y que los términos de intercambio –o sea, el
tipo de cambio real– están determinados por la igualación de las tasas de ganancia entre los
capitales que fijan precios para las mercancías que se comercian en el mercado mundial. Esto es,
los tipos de cambio reales están determinados por los precios relativos; que están gobernados por
los precios de producción y el mecanismo de igualación de las tasas de ganancia. Por caso,
suponemos que el país A es adelantado, produce un medio de producción, K; y su moneda es $a
(podemos pensar que se trata de Estados Unidos, y la moneda es el US$). Suponemos, por otra
parte, que el país subdesarrollado es B, que produce un bien de consumo C, y su moneda es $b.
Según Shaikh, el tipo de cambio real q está determinado de la siguiente manera:71
q = E PkA/PcB
Los precios relativos de los bienes internacionales, y por lo tanto los términos de intercambio entre
naciones, se regulan de la misma manera que los precios relativos dentro de los países. Esto
significa, siempre según Shaikh, que los tipos de cambio están regulados directamente por la ley
del valor trabajo. Los precios que intervienen en la determinación del tipo de cambio son los
precios de producción de los productos en los cuales los países son competitivos. Esta idea es
esencial en su planteo, ya que ha partido de la idea de que el tipo de cambio está determinado por
los costos laborales unitarios, que a su vez se equiparan con los tiempos de trabajo sociales.
Debido a que los costos laborales unitarios varían muy lentamente, los tipos de cambio tienden,
lógicamente, a ser estables.
De esta manera Shaikh refuerza su anterior crítica a la teoría neoclásica del comercio
internacional. Esencialmente porque plantea que es equivocado afirmar que los tipos de cambio
real se modifican al variar el tipo de cambio nominal, de manera que los valores de las
exportaciones y las importaciones eventualmente se igualen. Sostiene, por el contrario, que los
productores con altos costos pierden en la competencia internacional, y en consecuencia los
países atrasados están condenados a padecer déficits crónicos. Lo inverso sucede, lógicamente,
con los productores tecnológicamente avanzados, ubicados en países adelantados. Los déficits
comerciales se mantienen en el tiempo porque al haber déficit bajan la producción y el empleo. 72 O
bien porque la salida de dinero, debida al déficit comercial continuo, provoca una disminución de la
liquidez interna y suba de la tasa de interés; por lo cual entran capitales que compensan, en la
balanza de pagos, el déficit comercial. Para sostener este planteo Shaikh debe demostrar que las
variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Para lo cual presenta
básicamente dos argumentos.
En primer lugar sostiene que cualquier deterioro de los términos de intercambio disminuye la tasa
de ganancia de los capitales de los países que deprecian su moneda. En nuestro ejemplo, la tasa
de ganancia de los capitales B disminuye con la suba de E y q. Es que si los capitales B
determinan el precio a que se vende el bien de consumo C, el ingreso de los capitales B, medido
en moneda internacional $a, será PcB/E. Dado que las tasas de ganancia negativas no pueden
sostenerse en el tiempo, es muy poco lo que puede fluctuar el tipo de cambio real. Por eso, en

71
Modificamos la notación de Shaikh para adaptarla a la notación usual de los textos de macroeconomía que
se utilizan en Argentina. El tipo de cambio nominal E es $b/$a; una suba de q, o de E, implica una
depreciación de la moneda del país atrasado, $b. Esto es, un deterioro de los términos de intercambio.
72
Se trata del enfoque keynesiano de la absorción, aunque Shaikh no lo menciona así.

81
caso de que se devaluara la moneda, y se cumplieran las condiciones de elasticidad usuales, el
resultado final de la depreciación de la moneda seguiría siendo el colapso del comercio.
En segundo lugar, y dado que la tasa de ganancia no admite muchas variaciones, la otra variable
de ajuste que considera Shaikh son los salarios. Los salarios deberían bajar considerablemente
para que la depreciación de la moneda no afectara a la tasa de ganancia. Pero esto supondría una
situación irreal, en la cual los trabajadores no defienden sus salarios reales. A lo sumo, podría
existir un efecto positivo sobre la balanza comercial en un primer momento; pero en el mediano
plazo los salarios suben, y se vuelve al déficit comercial. En definitiva, el tipo de cambio real no es
flexible. Las devaluaciones son siempre ineficaces. Sólo las políticas y las instituciones
proteccionistas pueden tener una incidencia importante en la balanza comercial, como lo habrían
demostrado los países que se industrializaron y desarrollaron, tales como Estados Unidos, Japón,
Corea del Sur.
PROBLEMAS DEL PLANTEO
Partimos de señalar que coincidimos con Shaikh en la necesidad de una teoría sobre el tipo de
cambio que vincule a éste a determinantes estructurales; específicamente, con la teoría del valor
trabajo. También destacamos su crítica a la teoría de las ventajas comparativas, y su enfoque
basado en las ventajas absolutas. Sin embargo, a partir de estos puntos de coincidencia,
afirmamos que la tesis de Shaikh no logra explicar lo que sucede con el comercio de los países
dependientes, sus tipos de cambio, y las situaciones de sus balanzas de pago. Puntualizamos
cinco argumentos críticos sobre la tesis de Shaikh. Los cuatro primeros giran en torno a cuestiones
empíricas que el modelo de Shaikh no explica; el quinto explora la que, en nuestra opinión, es la
cuestión teórica subyacente a los problemas que enfrenta su modelo.
1) Sobre el colapso permanente del comercio
Una primera y principal cuestión es que no existe el colapso permanente del comercio, como se
desprende de la crítica de Shaikh a las ventajas comparativas, y de sus textos posteriores. En su
ejemplo de Inglaterra “subdesarrollada”, si el déficit comercial es crónico, sencillamente no puede
haber comercio internacional, ni tampoco desarrollo capitalista alguno. Esto se debe a que el
financiamiento de los déficits comerciales con entrada de capitales tiene un límite, determinado por
la necesidad de los prestamistas de recuperar el principal y los intereses en moneda mundial. Si se
trata de capitales que entran al país subdesarrollado atraídos por la tasa de interés, en el corto o
mediano plazo el pago de intereses se hará sentir en la cuenta corriente; y en el mediano o largo
plazo, el recupero del principal pesará en la cuenta de capitales. Si se trata de inversiones directas,
habrá remesas de utilidades. En cualquier caso, no es posible financiar indefinidamente los déficits
comerciales.
Pero por otra parte es una realidad que los países atrasados han tenido superávits comerciales
durante muchos años. El caso de Argentina también es ejemplar. De los 30 años comprendidos
entre 1945 y 1975, la balanza comercial argentina tuvo superávit en 20 años. Luego, en los finales
de la década de 1970, la balanza comercial fue deficitaria, pero desde 1980 a 1991 hubo otros diez
años de superávit; y volvió a tener fuertes superávits en la década de 2000. Si tomamos los países
subdesarrollados de conjunto, y según datos de la OMC, en los 57 años que van desde 1950 a
2006, de conjunto tuvieron 27 años con déficit en sus balanzas comerciales, y 30 años con
superávit. Paradójicamente, los países desarrollados de conjunto tuvieron más años de déficit. Es
un resultado opuesto de lo que predice la tesis de Shaikh.
2) Sobre la estabilidad del tipo de cambio real y su incidencia en la balanza comercial
La experiencia de Argentina tampoco verifica que exista un tipo de cambio real estable. Sobre un
índice base 1 (= promedio de enero de 1980 a marzo de 2004) el tipo de cambio real era de
aproximadamente 0,50 en 1981; se ubicaba a niveles superiores a 1 entre 1981 y 1991 (con picos
que llegaban a casi 3); bajaba luego a menos de 1 en la década de 1990, y saltaba de nuevo
desde menos de 0,5 en diciembre de 2001 a aproximadamente 1 en los años siguientes, según las
estadísticas del Banco Central. Subas de más del 100% y caídas del 50% o más. ¿Qué tiene de
estable? Por otra parte, es imposible negar que estas variaciones hayan incidido en la balanza
comercial; hubo déficits cuando el tipo de cambio fue bajo, y superávits cuando fue alto. Muchos

82
otros países subdesarrollados muestran fuertes variaciones del tipo de cambio real a lo largo de los
años.
3) La incidencia del tipo de cambio nominal en el tipo de cambio real
Shaikh afirma que las variaciones del tipo de cambio nominal no inciden en el tipo de cambio real.
Pero es un hecho que las variaciones del tipo de cambio nominal han incidido en el tipo de cambio
real en Argentina, y en otros países subdesarrollados. Así, cuando se ha fijado el tipo de cambio
nominal en Argentina –durante la dictadura militar y en los noventa para anclar la inflación– el tipo
de cambio real bajó, y la moneda permaneció apreciada, con respecto a sus niveles históricos y a
la productividad general, durante años. Inversamente, las devaluaciones de 1981 y 2001
modificaron al alza el tipo de cambio, y la moneda estuvo depreciada en términos reales durante
varios años.
4) Las tasas de ganancia y el tipo de cambio
Shaikh sostiene que los tipos de cambio no pueden experimentar modificaciones fuertes porque las
tasas de ganancia están estructuralmente limitadas en sus variaciones. Sin embargo, los tipos de
cambio sí se modifican de manera importante en los países subdesarrollados; y con ellos, las tasas
de ganancia. Tomando de nuevo el ejemplo de Argentina, la suba en términos reales del tipo de
cambio de 2001 aumentó los ingresos y la tasa de ganancia de los sectores exportadores, y en
general de los productores de bienes transables. Un resultado que es opuesto a lo que predice la
tesis de Shaikh. Su modelo no registra la importancia que tienen las variaciones de los tipos de
cambio en los países atrasados en las variaciones de las tasas de ganancia de sectores
productores de bienes transables y no transables.
5) La razón teórica: especificidad de los espacios nacionales y los tipos de cambio
El problema central del planteo de Shaikh es que hace abstracción de la especificidad de los
espacios nacionales de valor. No advierte diferencias entre cómo se determinan los términos de
intercambio entre países, y cómo se determinan los precios relativos al interior de un país. Pero los
espacios nacionales de valor tienen una entidad propia, y por eso no pueden ser obviados. Son
espacios donde se realizan valores a partir de sus relaciones con equivalentes nacionales; y donde
estos valores “nacionales” se vinculan entre sí a partir de las relaciones entre los equivalentes
nacionales. Relaciones que no se reducen a las razones entre los precios de producción, que
postula Shaikh. Más precisamente, los términos de intercambio no pueden ser determinados
directamente a partir de las relaciones entre tiempos de trabajos sociales, como sostiene Shaikh,
por la sencilla razón de que se trata de tiempos de trabajos que operan en condiciones de
productividad media muy distinta. Esta cuestión es teóricamente esencial; el no tenerla en cuenta
es lo que induce a Shaikh a pensar que los países subdesarrollados sólo pueden tener déficits
crónicos. Para verlo en más detalle, sigamos la secuencia de su razonamiento:
a) Los tiempos de trabajo (o los precios de producción) determinan directamente los
tipos de cambio reales;
b) las mercancías competitivas son las que intervienen en la determinación del tipo
de cambio;
c) los capitales de los países subdesarrollados fijan los precios internacionales de los
bienes que exportan;
d) se deduce que el país subdesarrollado sólo puede exportar productos en los que
posea ventajas absolutas, o que le sean específicos (considerando que la oferta y
la demanda a nivel mundial están equilibradas);
Ahora bien, si el tipo de cambio real está fijado según los precios de las mercancías en cuya
producción los capitales del país atrasado son competitivos, el tipo de cambio real estará
sobrevaluado. Para ver por qué, volvamos a nuestro país B, subdesarrollado. Suponemos que en
promedio su economía tiene una productividad tres veces inferior a la del país A, adelantado. Sin
embargo B posee una industria en la que tiene nivel de competitividad internacional, que determina
el precio en el mercado mundial, tal como se supone en el modelo de Shaikh. Sea el bien Q t. Esta

83
producción representa una parte pequeña de su PBI, digamos, el 5%. Según Shaikh, el tipo de
cambio real se establece a partir de la relación entre los precios de producción (o precios valores)
de los productos competitivos. Por lo tanto en nuestro ejemplo el tipo de cambio estará
determinado por la razón entre el precio de Qt producido en B, y el precio de Qc y de Qp,
producidos en A. Pero si esto es así, el tipo de cambio entre $b y $a se establecerá a un nivel tal
que la moneda del país B estará apreciada con respecto a los niveles determinados por la paridad
de poder de compra, tal como se calculan habitualmente (o sea, como relación entre los precios de
canastas de bienes). Esto es, E’ (tipo de cambio a lo Shaikh) < Eppc. La moneda de B está súper-
apreciada, en términos reales y nominales, con respecto a la paridad de poder de compra. Con
este nivel de tipo de cambio, el resto de las industrias de B, productoras de medios de producción o
de medios de consumo, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero dado que la producción
de Qt representa sólo una pequeña fracción de la economía de B, el déficit en cuenta corriente
debe crecer a ritmos altísimos. Esto reforzaría la visión de Shaikh de la imposibilidad de comercio
por parte del país subdesarrollado, su tendencia a déficits permanentes en la cuenta corriente,
etcétera.
Pero en la realidad sucede que el tipo de cambio de los países atrasados tiende a estar por encima
del tipo de cambio que teóricamente corresponde a la paridad del poder de compra. Esto es, no
está apreciado, sino depreciado en términos reales. Lo cual se explica por el atraso general de las
fuerzas productivas del país subdesarrollado. En Valor… hemos planteado que de ese atraso
deriva la tendencia a los tipos de cambio “competitivos”, E*, que están por encima de E ppc. Es lo
que confirman las Penn Tables, lo que registra el modelo Balassa-Samuelson, y lo que típicamente
comprobamos los ciudadanos de los países subdesarrollados cuando viajamos al exterior y
nuestras monedas tienen menos poder de compra que las monedas de los países adelantados.
Por otra parte, ¿qué sucedería si un país no posee ninguna industria que pueda intervenir como
formadora de precios en el mercado mundial? ¿Cómo se establece en este caso el tipo de cambio,
según el modelo de Shaikh? No hay respuesta a esta cuestión. Además, incluso si un país tiene
algún producto de exportación en el que pueda ser formador de precios –en Argentina puede ser el
caso de los tubos sin costura, exportados por una empresa de tecnología de punta a nivel
mundial–, ¿qué razón teórica existe para decir que ese único precio es el decisivo para establecer
el tipo de cambio real? Nuestra respuesta es que ninguna.
Destaquemos que, extrañamente, el planteo de Shaikh sobre la estabilidad de los tipos de cambio
real, y la no incidencia del tipo de cambio nominal en los términos de intercambio, tiene un punto
de contacto con los planteos neoclásicos que sostienen que los precios y salarios son
completamente flexibles y reaccionan instantáneamente a los tipos de cambio nominal, de manera
que el tipo de cambio real permanece inalterado. Con esto apuntamos a una cuestión clave, que es
que Shaikh se deslizó a un enfoque ricardiano de la cuestión. Es un planteo ricardiano y “ortodoxo”
porque ha pasado por alto la dimensión monetaria del problema del tipo de cambio. Es que en los
planteos clásicos “a lo Ricardo”, o de los ortodoxos neoclásicos, las variables monetarias no
afectan, en el mediano o largo plazo, a las variables “reales”. Aplicado al tipo de cambio, esto
significa que las variaciones del tipo de cambio nominal no afectan al tipo de cambio real. Por este
motivo en la explicación de Shaikh el tipo de cambio no tiene “espesor monetario”. El tipo de
cambio real se establece a partir de una relación entre precios de producción (o entre tiempos de
trabajo social), donde el tipo de cambio nominal es una variable completamente neutra. Por este
motivo entre las instituciones que incidieron históricamente en las balanzas comerciales de los
países, Shaikh no presta atención a las políticas cambiarias. Pero las políticas cambiarias
efectivamente incidieron en los cursos históricos de los países subdesarrollados. Es imposible
entender la historia económica argentina, por ejemplo, sin tomar en cuenta este problema.
UNA SOLUCIÓN ALTERNATIVA DESDE EL MARXISMO
La solución que hemos propuesto en nuestros trabajos intenta mantener el aspecto “fuerte” del
planteo de Shaikh, a saber, que existe una determinación estructural, “en última instancia”, del tipo
de cambio real establecida por la ley del valor trabajo (véase Astarita, 2006). Sin embargo la ley del
valor trabajo no debe entenderse en un sentido ricardiano, sino “a lo Marx”. Hay que tener en
cuenta no sólo la tecnología y la productividad –que brindan las ventajas en términos absolutos que

84
destaca Shaikh– sino también los espacios en que se realizan los valores, y los diferentes niveles
de esta realización, según las relaciones entre los equivalentes. Por eso pensamos que el modelo
que hemos presentado permite dar cuenta de lo que sucede con los tipos de cambio en los países
subdesarrollados. La idea básica es que en estos países opera un impulso a mantener la moneda
depreciada en términos reales (o sea, el tipo de cambio real por encima del determinado a PPC);
aunque esto a su vez genera presiones inflacionarias recurrentes, que muchas veces desembocan
en situaciones de alta inflación. Esto ocurre porque los tipos de cambio nominales inciden en los
tipos de cambio reales; y porque los salarios en los países atrasados difieren sustancialmente de
los salarios en los países adelantados. Por otra parte, en nuestra explicación no hace falta suponer
que inevitablemente capitales de los países atrasados determinan los precios mundiales de uno o
más productos. Simplemente suponemos que las empresas de los países atrasados son “precio-
aceptantes” en la mayoría de los rubros en que compiten, en especial en las manufacturas, debido
a su atraso tecnológico. Si el precio internacional, P*; está dado, lógicamente la empresa del país
exportador aumentará sus ingresos si la moneda se deprecia, y a condición de que los salarios no
aumenten en la misma proporción en que se devaluó la moneda. En el caso de la empresa del país
B, exportadora de C, su ingreso por unidad de producto vendido será:
PcB = E Pc*
Esto es, el precio internacional (en dólares) de C, multiplicado por el tipo de cambio. Cuando E
sube la tasa de ganancia de las empresas de B, productoras de C, aumenta si los salarios no
suben en la misma proporción que la devaluación de la moneda. Lo inverso sucede con la tasa de
ganancia de sectores que producen para el mercado interno, y utilizan insumos de importación.
CONCLUSIÓN
Si bien la crítica de Shaikh a la teoría de las ventajas comparativas ha representado un avance
importante para la teoría marxista del comercio internacional, su enfoque en última instancia
ricardiano sobre la determinación del tipo de cambio –el tipo de cambio se determina directamente
por las productividades relativas de las industrias competitivas– no permite entender la dimensión
monetaria de la cuestión, y por ende a atribuir una estabilidad a los tipos de cambio reales que no
encontramos en la realidad. Peor aún, si se verificase en la realidad el modelo de Shaikh, las
monedas de los países atrasados deberían estar permanentemente sobrevaluadas, incluso por
encima de lo que marca la paridad del poder de compra. Si ése fuera el caso, los déficits
comerciales serían permanentes, y los países atrasados no podrían competir. Ninguno de estos
hechos, sin embargo, se verifica en la realidad del capitalismo.
Estos problemas pueden superarse si se adopta un enfoque que, sin descuidar la “base” diríamos
estructural de determinación del tipo de cambio, a saber, los tiempos de trabajo socialmente
necesarios, dé lugar sin embargo a la dimensión monetaria y a la incidencia de las variaciones del
tipo de cambio nominal –junto las variaciones de los salarios y otros precios internos– en el tipo de
cambio real, y por consiguiente, también sobre las tasas de ganancias de los diferentes sectores
productivos. En este enfoque las variables macroeconómicas, e incluso financieras, juegan un rol
para explicar las variaciones de mediano plazo del tipo de cambio en los países atrasados, y sus
repercusiones sobre el desarrollo económico. En un plano más general, en lugar de derivarse una
tesis del colapso permanente del comercio –que equivale a la imposibilidad de desarrollarse como
país capitalista, esto es, integrado al mercado mundial– de nuestro planteo se desprende una
visión de un país dependiente y atrasado, con un desarrollo extremadamente desigual.

85
Capítulo 10
Tipo de cambio y desarrollo dependiente, el caso argentino.
Elementos estructurales
En los últimos 35 años en Argentina se ha asistido a una alternancia de períodos de tipo de cambio
real alto y bajo. Tomando como punto de partida enero de 1974,73 se observa que entre esa fecha
y marzo de 1976 se produce una depreciación en términos reales del peso; luego, entre marzo de
1976 y febrero de 1981 el peso se aprecia, en términos reales; entre febrero de 1981 y comienzos
de 1991 (se instala la convertibilidad), el tipo de cambio real aumenta; entre 1991 y fines de 2001
baja; a partir de 2002, y hasta fines de 2009 vuelve a ser alto, aunque con tendencia declinante
debido a la aceleración de la inflación.
Las oscilaciones se inscriben a su vez dentro de una tendencia de largo plazo a la depreciación en
términos reales del peso. Entre 1913 y 1988 la moneda argentina se habría depreciado un 80%
con respecto al dólar y la libra; esto es, a una tasa de aproximadamente el 1% anual (Froot y
Rogoff, 1986). En octubre de 2007, el peso estaba entre un 9 y 10% devaluado, en términos reales,
con respecto al promedio de 1988.74 Los tipos de cambio promedio durante los períodos de
apreciación real de la moneda –notoriamente, durante la Convertibilidad– no revirtieron la
tendencia de largo plazo.
Esta depreciación de la moneda en términos reales obedece, desde el punto de vista de la ley del
valor trabajo, a problemas estructurales de la economía, que tienen que ver, principalmente, con su
baja productividad global. La explicación más general la hemos presentado en Astarita (2006), y
volvimos a tratarla en el capítulo siete de este libro. Aquí queremos explorar el porqué de las
oscilaciones periódicas del tipo de cambio. Nuestra hipótesis es que esos movimientos no se
deben a simples cambios de humores de los elencos gobernantes, sino que obedecen a impulsos
estructurales. El tipo de cambio alto mejora la competitividad internacional de la industria; pero los
impulsos inflacionarios que derivan de ese régimen de cambio real alto generan las condiciones
para reversiones hacia el tipo de cambio bajo. De aquí también que los ciclos se combinen con una
tendencia a un desarrollo crecientemente desigual entre los sectores productores de bienes
transables y no transables. Comenzamos presentando el enfoque general.
MARCO GENERAL
El marco es el análisis a partir de la ley del valor trabajo y la teoría de la plusvalía. Establecer esta
premisa no es en absoluta obvia para los países dependientes, ya que durante mucho tiempo se
ha pensado que en estos países la teoría del valor de Marx no tenía vigencia, o sólo regía de
manera parcial, como hemos visto que sucedía en muchos autores de la dependencia. La
justificación para esta negación era que no existía la libre competencia, dado el dominio de los
monopolios, y las particularidades del atraso. De aquí se desprendía también que de alguna
manera las leyes de la acumulación capitalista no regían. Ninguno de estos supuestos se sostiene
en lo que sigue. Suponemos un país en el cual el modo de producción es capitalista; la relación de
explotación es de clase; hay competencia; y la tasa de ganancia rige la acumulación.
Además, y en oposición a planteos neoclásicos, la tasa de interés es una parte de la plusvalía; su
aumento tiende a bajar la tasa de ganancia y puede agravar una crisis de rentabilidad, pero no es
el factor decisivo para las inversiones. Rigen las leyes del valor y la acumulación capitalista,
aunque adquieren sus formas particulares. Al respecto, introducimos dos especificaciones.
En primer lugar, la economía dependiente tiene una menor productividad promedio que las
economías de los países desarrollados. Éste es un rasgo decisivo de la economía argentina. Se ha
calculado, por ejemplo, que la productividad promedio de Argentina, a fines de la década de 1990,

73
En los primeros meses de 1974 se inicia un fuerte aumento del tipo de cambio real, que va a desatar, desde
abril de ese año, una creciente aceleración inflacionaria; véase Vitelli (1986). La crisis hacia la que se desliza
Argentina a fines de ese año, y estalla en 1975, marca el fin de la industrialización por sustitución de
importaciones.
74
Tomamos los datos del BCRA, pero corrigiendo según una inflación estimada del 20% durante 2007.

86
era apenas el 32% del nivel de Estados Unidos. Por este motivo la hora de trabajo empleada en la
producción de determinada mercancía, en las empresas del país dependiente, genera, en
promedio, menos valor en el mercado mundial que la hora de trabajo empleada en la empresa de
un país tecnológicamente adelantado. Debido a que la economía no está a la vanguardia del
desarrollo tecnológico, depende crucialmente de la importación de equipos avanzados y de
tecnología.
En segundo lugar la economía es dependiente en tanto es “precio aceptante” en lo que respecta a
sus exportaciones. Esto significa que no puede desatar guerras de precios; sus empresas, como
regla general, no obtienen plusvalías extraordinarias en el mercado mundial.
En tercer término, incluimos un sector exportador importante, pero no dominante, que tiene una
productividad similar a los estándares internacionales, y puede competir con un tipo de cambio a la
paridad de poder de compra. En períodos en que el tipo de cambio es alto, este sector obtendrá
plusvalías (que pueden traducirse en rentas) superiores al resto de la economía. De esta manera
registramos la existencia de un fuerte sector agro exportador en la economía argentina.75
CONCEPCIÓN MONETARIA BASADA EN MARX
En lo que sigue también se considera que la teoría de Marx tiene relevancia para explicar los
problemas monetarios de los países subdesarrollados. Sin embargo la moneda del país
dependiente no es un equivalente pleno, ya que su función como tal está condicionada a su
relación con las divisas que actúan como dinero mundial, el dólar y el euro.
Siguiendo la teoría de Marx, las funciones del dinero se ordenan jerárquicamente; esto es antes de
actuar como medio de cambio el dinero debe tener valor. El valor del dinero nacional está dado
entonces por su relación con el dinero mundial, dólar o euro. Esto sucede al margen de que exista
un régimen de convertibilidad legal. La relación clave se establece entre la base monetaria –que
constituye el dinero propiamente dicho– y las reservas internacionales del Banco Central. Esto no
implica afirmar que exista una relación mecánica entre ambas magnitudes, o sea, que a un
aumento de la emisión monetaria, dada una cantidad de reservas, deba corresponder
necesariamente una depreciación del signo monetario nacional. La moneda doméstica es signo de
valor a partir de su relación con el dinero-divisa, pero se trata de una relación sometida a múltiples
mediaciones, incluso políticas y legales. En tanto se mantenga la convicción de que el billete
doméstico pueda convertirse, a determinada paridad, al dólar o euro, mantendrá su valor, al
margen de que exista efectivamente la cantidad de reservas que pueda garantizar la conversión
efectiva de toda la base monetaria a esa paridad. Esto habilita a que puedan darse discrepancias
entre base y respaldo en divisas. Pero también determina la existencia de límites a la emisión
basada en el crédito interno; y abre la posibilidad de que el equivalente doméstico sea sometido a
cuestionamiento en cuanto se advierta que la conversión a la paridad establecida no es posible.
Las consecuencias de que exista esta necesidad de validación son difíciles de exagerar. Es que en
la medida en que se cuestione el valor del equivalente doméstico, habrá corridas hacia el dinero-
divisa; de la misma manera que en el siglo XIX en los países capitalistas se producía la corrida
hacia el oro cuando el billete estaba cuestionado como signo de valor. De aquí también la
posibilidad de que se desencadenen procesos inflacionarios debido a la pérdida de valor del
equivalente doméstico por su relación con el billete-divisa. 76 Remarcamos el problema: no se trata
de que el dinero doméstico pierda valor porque circula en demasía con respecto a la masa de

75
El comportamiento de este sector, así como la categoría teórica de la renta, y su relación con la ganancia, se
discuten en el capítulo 12.
76
Contra lo que sostiene la tradición monetarista y neoclásica, históricamente en Argentina el principal
impulsor de la inflación no fue la emisión monetaria, sino las devaluaciones de la moneda. Vitelli (1986)
apunta que en todas las grandes rupturas de la estabilidad de precios, en junio de 1948, marzo de 1957, abril
de 1962, junio de 1970 y abril de 1974 “el tipo de cambio inició la estampida. Esta fue una mecánica
impulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre, cualquiera haya sido
su explicación… el tipo de cambio fue el precio que siempre creció previa o simultáneamente a su inicio,
anticipándose en su expansión a los restantes precios” (p. 90). Lo mismo se puede afirmar de la disparada de
la inflación en Argentina a partir de fines de 2001.

87
mercancías –como sostiene la teoría cuantitativa del dinero–, sino de que pierde valor porque se
debilita en tanto signo de valor referido a la divisa. Esto explica también por qué las economías de
los países dependientes pueden verse forzadas a acumular enormes reservas de dinero-divisa,
muy por encima de lo que dictan sus necesidades comerciales, o de transacciones corrientes. Se
trata de fortalecer un equivalente que sólo es tal en tanto esté validado por el equivalente (la divisa)
reconocido como dinero mundial.
La realización del plusvalor está condicionada al retorno a la encarnación de valor, a la moneda
mundial. Esto rige para las empresas extranjeras que invierten en el país, pero también para la
clase capitalista nativa. El grado de valorización del capital se mide en términos del dinero-divisa,
no del dinero local. De aquí surge también la necesidad para el capital que produce valor
localmente, de que haya respaldo para la validación del dinero.
Lo dicho también explica por qué, en la medida en que el dinero local entre en espirales de
depreciación acelerada –procesos de alta inflación e incluso hiperinflación– sus funciones pueden
ser reemplazadas paulatinamente por el dinero-divisa. Primero en cuanto medida de valor (por
ejemplo, los precios de viviendas y demás bienes durables se fijan en dólares o euros); segundo en
cuanto reserva de valor (normalmente se atesora en dólares; durante una crisis la preferencia por
la liquidez desata la corrida hacia el dólar, etc.); tercero, como medio de pago (los contratos se fijan
en dólares); y por último, incluso, como medio de circulación interna (en casos extremos los
consumidores compran con dólares los bienes cotidianos). Llegada esta instancia en que el dinero
doméstico no sirve para la comparación de los tiempos de trabajo, es reemplazado enteramente
por el dinero-divisa. Esta situación explica que existe una racionalidad en la estabilización de
precios por medio del anclaje del tipo de cambio. Si esto se vincula con los problemas de inserción
en el mercado mundial que tienen los capitales atrasados tecnológicamente, se comprende que
surja una dialéctica de ciclos de fuerte apreciación y depreciación de la moneda de un país
dependiente como Argentina. Estos ciclos a su vez se relacionan con cambios abruptos en los
parámetros de desarrollo, y en la situación de las balanzas de pagos. Este capítulo gira en lo
esencial en torno a estas cuestiones.
De la concepción monetaria que hemos esbozado, además, se derivan otras consecuencias, que
sintetizamos:
a) Es necesario distinguir entre la emisión exógena de dinero doméstico de su creación
endógena –esto es, a partir del crédito que otorgan los bancos– con el desarrollo de la
actividad capitalista. Como han demostrado marxistas y poskeynesianos, la generación
endógena de dinero no puede tener consecuencias inflacionarias; lo cual derrumba la
teoría cuantitativa.77
b) Es necesario distinguir, a su vez, la emisión de dinero doméstico que efectúa el Banco
Central por compra de divisas; de la emisión para monetizar los déficits fiscales. La
primera, y contra lo que afirma la teoría cuantitativa, no es inflacionaria. La idea de que es
necesario “esterilizar” masa monetaria, para evitar presiones inflacionarias, cuando
aumentan las reservas, no se sostiene. Por un lado, porque no necesariamente los bancos
utilizan las nuevas reservas para expandir la masa monetaria. Por otra parte, y más
fundamental, porque el dinero que no es necesario para la circulación permanece como
stock en moneda doméstica; o es vuelto a colocar por los inversores en activos externos
(véase Lavoie 2000). De esta manera se derrumba el mecanismo de “ajuste a lo Hume” y
el famoso “trilema”.78
c) Por otra parte la emisión monetaria a partir de adelantos del Banco Central al gobierno –
por ejemplo, debida a la financiación de déficits fiscales– tiene efectos inflacionarios. En
este respecto parece cumplirse un aspecto de lo que afirma la teoría cuantitativa, ya que

77
Estas cuestiones las tratamos en Astarita (2008).
78
Según el “trilema”, no se puede tener al mismo tiempo tipo de cambio fijo, ingreso de capitales y realizar
política monetaria. El mantenimiento del tipo de cambio fijo obliga al Banco Central a adquirir o vender todos
los dólares que se le solicitan. Esto provoca, siempre según la teoría monetaria ortodoxa, variaciones en la
masa monetaria, que se traducen en cambios en los niveles de precios.

88
este tipo de emisión genera aumento de los precios. Pero esto sucede porque aumenta la
cantidad de signos monetarios locales en relación al dinero-divisa que es respaldo. No
sucede, como postula la teoría cuantitativa, porque se esté comparando una mayor masa
de dinero con una cierta masa de mercancías (véase Marx, 1980).
Estos mecanismos son esenciales para entender cómo se relaciona lo monetario con los tipos de
cambio y la balanza de pagos; y con los ciclos de acumulación y crisis.
TIPO DE CAMBIO COMO ARTICULACIÓN DE ESPACIOS DE VALOR
En la literatura neoclásica el tipo de cambio se define como el precio de la moneda extranjera en
términos de la moneda doméstica. Esta definición no es incorrecta si se toma como una primera
aproximación a la cuestión. El problema es que el tipo de cambio queda así definido a nivel de la
mera forma sin contenido. Esto significa que, como sucede con cualquier otro precio en el universo
neoclásico, el tipo de cambio no tiene espesor teórico; es una mera relación cuantitativa
determinada por la oferta y la demanda. Pero la oferta y la demanda por sí mismas no explican
nada. La teoría neoclásica no puede brindar un fundamento teórico para el dinero, y por lo tanto
tampoco puede hacerlo para las relaciones de cambio entre las monedas.
En la teoría de Marx, por el contrario, el equivalente, esto es el dinero, es encarnación del valor, o
sea, de tiempo de trabajo social. En consecuencia el tipo de cambio vincula dos equivalentes de
tiempos de trabajos sociales, nacionalmente determinados. Los tiempos sociales de trabajo
nacionalmente determinados a su vez se asientan en diferentes niveles de productividad, según los
países. En otras palabras, existen espacios nacionales de valor sustentados en desarrollos
desiguales de las fuerzas productivas. Esto obedece a que no existe una única función de
producción; las tecnologías no circulan libremente; no están disponibles gratis; y para
implementarlas exigen inversiones en capital fijo, investigación y desarrollo, y capacitación de
fuerza de trabajo. Por eso las diferencias de productividad entre espacios nacionales de valor
pueden ser crecientes y acumulativas.
Los espacios nacionales de valor diferenciados son partes, además, de un mercado mundial en el
cual se hacen sociales múltiples trabajos nacionales y privados. Esto explica la existencia de una
relación compleja y articulada entre espacios nacionales de distintas productividades, y el mercado
mundial. Las variaciones de los tipos de cambio entonces incidirán en qué tanto de los tiempos de
trabajo empleados nacionalmente son generadores de valor en otros espacios nacionales, o en el
espacio mundial. Esto significa que hay grandes diferencias en la generación y realización de valor
en términos del valor mundial o de otro país; en las posibilidades de colocación de los productos
(afectando de manera brusca a las balanzas comerciales); en la capacidad de importación
(importante cuando se trata de importación de tecnologías o de insumos vitales para la industria);
en la capacidad de transferencias de valor realizado en el seno del espacio nacional (crucial para
los balances de la cuenta de capitales). No hay que representarse un mundo estático, ni una
economía que crece a tasas más o menos constantes, como acostumbran los modelos
mecánicamente lineales más o menos usuales, no sólo ortodoxos, sino también muchos
heterodoxos. En lo que sigue la idea central es que pueden existir procesos acumulativos, que
desembocan, pasados ciertos umbrales, en cambios cualitativos, reversiones bruscas, y da lugar a
profundas torsiones en toda la estructura económica. Tratemos de explicar cuál es la mecánica que
subyace a este comportamiento.
DESARROLLO DISTORSIONADO, RELACIONES FUNDAMENTALES
a) Inversión y crecimiento
La inversión juega el rol clave en el desarrollo económico y en el ciclo. A diferencia de los modelos
neoclásicos, que toman la tasa de ahorro como el factor decisivo del desarrollo a largo plazo, en
esta concepción –que responde a la idea de los clásicos y de Marx– lo decisivo es qué parte del
ahorro se invierte productivamente. En este respecto un aumento de la propensión a invertir, i, (i =
I/Y, donde I es inversión e Y es ingreso y/o output) mejora el crecimiento de la economía a largo
plazo.

89
La inversión se divide en inversión en capital circulante, Ic, e inversión en capital fijo, If.
Ic está determinada por la tasa de crecimiento del ingreso, gy (= Y/Y); en símbolos:
Ic = Ic(gy), siendo Ic/gy  0 (1)
A su vez If es función de la tasa de ganancia empresaria, e; de la variación de esta tasa, e’; y de
las expectativas de los empresarios sobre el crecimiento de la economía, que resumimos en la
variable .
e es la tasa de ganancia promedio –toma varios períodos– luego de pagar intereses; o sea,
e =  - r (2)
e’ es la variación de e, de período a período, (por ejemplo de trimestre a trimestre; quitando la
estacionalidad, en caso que corresponda).  depende de la evolución del ingreso (y por lo tanto de
la demanda) de largo plazo que se prevé, Y(e), que se vincula también a la existencia o no de
sobrecapacidades; y del desarrollo tecnológico general, . En símbolos entonces,
If = If (e’; e; ) (3)

 =  (Y(e); ; q(e)) (4)


La justificación económica de (1), (3) y (4) es la siguiente.79 Con respecto a (1), supone que cuando
aumenta la demanda, por ejemplo a la salida de una recesión, los empresarios tienen capacidad
ociosa y ajustan su producción a la demanda creciente, aumentando la contratación de horas de
trabajo y comprando materia prima. Recoge el principio de aceleración tradicional, aplicado al
capital circulante; pero no se hace supuesto alguno sobre retardos que puedan estar en la base de
los ciclos económicos.
(3) refleja las variables que influyen sobre la inversión en capital fijo, sean equipos y maquinaria, y
grandes instalaciones y plantas. A medida que el ciclo se afianza, y también según el principio de
aceleración, los empresarios aumentan la inversión en equipos para ajustar la capacidad a la
demanda.80 Para decidir esta inversión tienen en cuenta la evolución de la tasa de ganancia de
trimestre a trimestre. Esta evolución decide entonces las inversiones en capital fijo –refacción de
máquinas, reemplazo de algunos equipos– que implican períodos de amortización relativamente
breves. Pero por otra parte la If destinada a ampliación de plantas, obras de largo plazo e
infraestructura se decide tomando en cuenta no sólo la evolución de la tasa de ganancia, sino
también la tasa de ganancia promedio en el sector en el mediano plazo, las expectativas de largo
plazo de la demanda – por ejemplo, cuánto puede evolucionar la demanda de determinado
producto en el largo plazo teniendo en cuenta la experiencia en otros países–, la posibilidad de que
haya sobrecapacidades, y cuál será la evolución de la inversión en tecnología en general, . En
cierto sentido  recoge la idea de Keynes (1986) de los animal spirits, esto es, las olas de
entusiasmo que animan las decisiones de inversión; pero ancla en las perspectivas de largo plazo
del desarrollo ligadas a la evolución pasada de la economía. Con esta variable deseamos enfatizar
que las decisiones de invertir de los capitalistas no dependen exclusivamente de la evolución
pasada (reciente y de mediano plazo) de la tasa de ganancia.
Una consideración especial merece . En cierto sentido recoge la idea de Harrod de la tasa
“natural” de crecimiento, que pone un techo al crecimiento explosivo en el largo plazo. Pero en
tanto la tasa natural de crecimiento de Harrod es igual a la tasa de crecimiento de la población más
la tasa de desarrollo tecnológico, en nuestra economía subdesarrollada suponemos que no hay

79
(2) se trata más abajo.
80
En nuestro trabajo no suponemos, como hacen los poskeynesianos, que las empresas trabajan
sistemáticamente con capacidad ociosa; no hay por lo tanto un problema sistemático de demanda. Si se tratara
de una economía desarrollada y articulada, supondríamos –como los clásicos- que la tasa de utilización real en
el largo plazo coincide con la tasa normal, entendiendo por “normal” no la tasa de utilización que es factible
desde el punto de vista técnico, sino aquella que implica un uso de los equipos que permite su mantenimiento
y un cierto “colchón” de capacidad.

90
restricciones por el lado de la oferta de mano de obra. Sin embargo  presenta una restricción al
crecimiento que será mucho más fuerte que en los modelos harrodianos de economías
desarrolladas. Es que las decisiones de invertir en la economía subdesarrollada, en especial en
plantas y equipos de larga duración, están condicionadas de manera decisiva por las inversiones
generales en infraestructura productiva. Para ilustrar este condicionamiento: en nuestra economía
subdesarrollada la decisión de realizar inversión en plantas petroquímicas, o metalúrgicas, por
ejemplo, estará influenciada por las previsiones que hagan los capitalistas acerca de las
disponibilidades de energía y/o materia prima a costos competitivos. 81  refleja esta constricción
sobre las perspectivas de inversión. Además, dado que se trata de una economía pequeña,
siempre estará planteada la posibilidad de trasladar la decisión de invertir a otro país si no se
satisface este requerimiento. Por otra parte en la consideración de los empresarios jugará un rol el
tipo de cambio real esperado a mediano plazo, q(e); en especial su estabilidad. Los cambios
bruscos del tipo de cambio, y la consiguiente modificación de los precios relativos y de las tasas de
ganancia, es un fenómeno vinculado estructuralmente a las necesidades de inserción de una
economía atrasada tecnológicamente en los mercados mundiales.
Se supone entonces que la If en plantas industriales y equipos de larga duración otorga a los ciclos
económicos una tonalidad expansiva importante. Esto significa que en un contexto de crecimiento
de grandes inversiones, las recesiones serían suaves, y las fases alcistas sostenidas; en una
palabra, habría desarrollo “sustentable” en el largo plazo. En términos marxistas quiere decir que
los problemas para la acumulación provendrán de la propia acumulación, en particular de la caída
tendencial de la tasa de ganancia por sobreacumulación de capital.82 If aumenta , lo que a su vez
influye positivamente sobre las expectativas empresarias y realimenta la inversión, dándose así un
círculo virtuoso. Lo opuesto ocurre cuando se debilita la tasa de ganancia o aparecen
constricciones de largo plazo sobre .
b) Tasa de ganancia y tipo de cambio
Avanzamos en el estudio de la tasa de ganancia empresaria, e. Dejamos de lado por ahora la
influencia de la tasa de interés r, para examinar los factores que determinan la tasa de ganancia
“bruta”. En términos generales la tasa de ganancia depende positivamente de la participación de
los beneficios en el producto, del producto por trabajador, y negativamente de la relación
capital/trabajo. En símbolos:
 = B/K = (B/Y) (Y/L) (L/K) (5)
Siendo B: beneficios; K: capital constante; Y: output; L: trabajo. A diferencia del tratamiento
tradicional de la literatura neoclásica o keynesiana, que sólo considera el capital utilizado en la
producción, en nuestro caso K registra el conjunto del capital constante invertido por la empresa.
También, a diferencia de la literatura usual, Y/L no mide el producto físico por obrero, sino el
producto medido a moneda constante, por obrero. Esto significa que no siempre el aumento de la
productividad genera un aumento de la tasa de ganancia; es que el aumento de la productividad se
traduce en aumento del producto físico, pero da lugar a la baja de precios. Aunque en el modelo de
economía subdesarrollada este factor puede no tener importancia, desde el punto de vista teórico
es importante hacer esta distinción; que por otra parte es básica para comprender por qué, desde
el punto de vista de Marx, aumentos de la productividad pueden ir acompañados de caída de la
tasa de ganancia.
Debido a que se trata de un país subdesarrollado, donde la productividad general por obrero es
baja con relación a los niveles internacionales, este capitalismo sostiene la tasa de ganancia a
través de la intensificación de los ritmos de producción, una alta relación B/Y y bajos salarios en

81
Por ejemplo, grandes proyectos de inversión en plantas para la fabricación de productos como plásticos,
agroquímicos, solventes, fertilizantes, lubricantes, pueden estar condicionados a la provisión suficiente de gas
en los años que siguen a la puesta en funcionamiento de las nuevas plantas.
82
Este fenómeno “clásico” en términos marxistas de debilitamiento de la inversión sólo opera en la medida en
que exista una fuerte acumulación; algo que no suele suceder en los países subdesarrollados, sometidos a
ciclos cortos y convulsiones fuertes.

91
términos de la moneda mundial.83 La extrema desigualdad en la distribución de los ingresos es
entonces, hasta cierto punto, una necesidad “estructural” de la economía. 84 En nuestra economía,
la baja productividad afecta esencialmente a la industria; pero no a los productores de BT agrarios.
La productividad, y por lo tanto la rentabilidad, pueden aumentar rápidamente al comienzo de una
fase expansiva, luego de la recesión, por la simple utilización de capacidad ociosa. Esta variación
del ingreso orienta, como dijimos, la Ic. Para ver la incidencia de la capacidad ociosa en la tasa de
ganancia, podemos expresar  de una forma alternativa a (5):
 = B/K = (B/Y) (Q/K) (Y/Q) (5’)
Donde Q es capacidad, de manera que K/Q es la ratio tecnológica de capital-capacidad e Y/Q es la
ratio de utilización de la capacidad.
Pero además en nuestra economía subdesarrollada la tasa de ganancia de las diferentes ramas
estará influenciada por los precios relativos entre los bienes transables (BT) y los bienes no
transables (BNT); esto es, por el tipo de cambio real, q (q = EP*/P). La influencia del tipo de cambio
real sobre la rentabilidad es de una naturaleza cualitativamente distinta a la que ejerce sobre la
rentabilidad de los sectores en los países adelantados. Esto se debe a que el tipo de cambio
conecta un espacio nacional de productividad relativamente más baja con el espacio mundial, o los
espacios nacionales de valor de los países adelantados. Dado el atraso tecnológico relativo de los
productores de BT del país subdesarrollado, se comprende la importancia de las evoluciones de q
para la tasa de ganancia de estos sectores. El tipo de cambio influye el costo del capital y su
composición tecnológica. Llamando  a la proporción de capital fijo que se importa:85
K = K + (1 - )K, siendo 0    1 (6)
/q  0 (7)
Por lo explicado antes,  influye en la tasa de desarrollo tecnológico:
 = () (8)
La incidencia del tipo de cambio real, q, sobre las tasas de ganancia de los sectores productores
de bienes transables y no transables será por lo tanto compleja. En principio, y dada la
modificación de los precios del producto, una suba (baja) de q aumenta (baja) la tasa de ganancia
de los sectores productores de bienes transables y baja (aumenta) la tasa de ganancia de los
sectores productores de bienes no transables. Si designamos con eA la tasa de ganancia en
bienes transables, y con eB la tasa de ganancia en no transables, y desde el punto de vista del
output, tenemos:
eA /q  0; eB /q  0 (9)
Si se trata de BT del sector agrario, la suba del tipo de cambio real lleva a un aumento
extraordinario de las plusvalías del sector; este ingreso extraordinario tenderá a traducirse en un
aumento de la renta agraria (véase Interludio I).
Por otra parte, debido a que la suba del tipo de cambio real aumenta el costo de la importación de
equipos, su aumento incide negativamente en la tasa de ganancia de las empresas que dependen
de la importación de tecnología. Esto implica la posibilidad de desfases temporales importantes y
de efectos de retardo sobre la evolución de la tasa de ganancia, en la medida en que los equipos

83
La adecuación bajista de los salarios a las exigencias de la tasa de rentabilidad puede ocurrir, bien vía
procesos devaluatorios-inflacionarios, o bien vía deflacionaria-desocupación, según el régimen cambiario
flotante o fijo (se desarrolla más abajo).
84
Este aspecto de la cuestión lo expresaba Marini con su tesis de la sobreexplotación (véase caps. 2 y 3). Sin
embargo en nuestro desarrollo la desigualdad de los ingresos o los bajos salarios no implican afirmar que los
trabajadores están impedidos de acceder a bienes de consumo durable, o que no actúa el mecanismo de la
plusvalía relativa, esto es, de los aumentos de plusvalía derivados del abaratamiento de los bienes de
consumo, generado por los avances en la productividad.
85
A efectos de simplificar, suponemos que la economía no necesita importar bienes de capital circulante;
incluir este factor no altera los resultados generales que obtenemos.

92
se desgastan y hace falta reponerlos, o es necesario avanzar tecnológicamente para mantener
competitivas a las empresas. Lo cual da lugar a comportamientos también diferentes de las e y e’
en los sectores. Así, si se parte de una situación de alta productividad en el sector productor de
bienes transables –por caso, luego de un período de renovación de equipos favorecida por un tipo
de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc– la suba de q implica una alta tasa de
ganancia del sector, por vía de la suba del precio del output, por el bajo costo (en términos de la
moneda mundial) del capital circulante y el bajo costo histórico (con relación al tipo de cambio
tendencial y competitivo, E*) de K. Lógicamente eA’ es positivo y sube la inversión. Pero el costo
de reposición de K es alto en caso de que  sea alta y no pueda ser comprimida debido al atraso
tecnológico del país. En este último caso  se frena y tenemos un efecto negativo sobre la eA de
largo plazo. Esto explica que el crecimiento sustentando sobre un tipo de cambio competitivo, E*,
tenga constricciones de mediano y largo plazo en tanto no exista un fuerte proceso de inversión en
tecnología, investigación y desarrollo y grandes inversiones en infraestructura. Por otra parte,
períodos de apreciación cambiaria pueden favorecer la tecnificación del sector agrario,
aumentando todavía más su competitividad.
A medida que continúa la producción los equipos se desgastan, se sobreutiliza capacidad y la
competitividad internacional depende más y más de mantener el tipo de cambio E*. En definitiva,
la tasa de ganancia de cada uno de los sectores será función del nivel salarial, de la relación
capital/trabajo, de la productividad y del tipo de cambio real (jugando un rol importante las
expectativas empresarias acerca de la evolución de este último). Dado que la tasa de ganancia
gobierna la inversión fija en los sectores, y la inversión el crecimiento, se entiende que el
crecimiento sea extremadamente desarticulado. La participación de los sectores productores de BT
y BNT puede variar bruscamente al compás de las variaciones del tipo de cambio, y de los precios
relativos que acarrean.86 El crecimiento desarticulado repercute en el progreso tecnológico general,
lo que a su vez debilitará la tasa de ganancia y las perspectivas de inversión.
c) Sector agrario con alta productividad
En nuestro modelo existe un sector de alta productividad relativa, capaz de exportar a un Eppc. Es el
caso del sector agrario argentino que emplea tecnología de avanzada. También existe una fracción
de industria productora de bienes agroindustriales (ejemplo, aceites), con capacidad de competir
internacionalmente, aunque de poco valor agregado (bajo empleo de trabajo complejo). Es
importante desprenderse de la idea, tradicional en la izquierda, de que subdesarrollo implica atraso
uniforme de todos los sectores de la economía. Por lo menos en los países como Argentina,
México, Chile y similares, no sólo existen empresas competitivas, sino también sectores con alta
capacidad competitiva.
Se debe introducir entonces en el análisis la renta diferencial, que corresponde a los propietarios
de la tierra, su relación con la tasa de ganancia y el tipo de cambio. Estas cuestiones se discuten
más adelante en este libro, ya que demandan un debate específico sobre la renta. Lo importante
aquí es que en los períodos en que el tipo de cambio se establece a niveles “competitivos”, tanto la
renta como la tasa de ganancia del sector agrario, y del complejo agroindustrial competitivo,
tienden a subir. Lo cual mejora aún más la competitividad internacional del sector, con la
consiguiente mejora de la balanza comercial; y presiona para la apreciación de la moneda.
d) Inversión extranjera y tasa de ganancia
Las oscilaciones de la tasa de ganancia tendrán una influencia sobre las entradas de capitales,
tanto en lo que respecta a las inversiones directas, como a inversiones de cartera ligadas a
sectores productivos (acciones o bonos). A diferencia del planteo neo-estructuralista, el superávit
en la cuenta de capitales no depende única ni exclusivamente de la tasa de interés. 87 La

86
Por ejemplo, como consecuencia de la depreciación del peso en 2002, los sectores productores de BT
aumentaron su participación en el productor bruto interno del 25 al 45% (Coremberg, 2007).
87
Nos referimos a Frenkel (1981), Taylor (1992) (1998) y Frenkel y González Rozada (2000). En estos
trabajos se relaciona demasiado estrechamente la entrada y salida de capitales con las evoluciones de la tasa
de interés internacional. En estos modelos los factores endógenos de la economía subdesarrollada tienen poca
importancia. En Frenkel y González Rozada en particular se vincula nítidamente la evolución interna de la

93
justificación económica de este planteo es que la IED no está regida en lo fundamental por la tasa
de interés, sino por las perspectivas de ganancia empresaria (en la cual la tasa de interés juega un
rol subordinado).
La tasa de interés influirá en la entrada de capitales destinados a colocaciones bancarias, con
incidencia en el mercado monetario; a la compra de títulos públicos y, en menor medida, a la
compra de bonos de empresas. La inversión en bonos empresarios está determinada por su tasa
de rendimiento, ligada a la rentabilidad esperada de la empresa, y el riesgo asociado a su
desempeño. Las perspectivas de ganancias en el sector accionario también puede inducir a la
entrada de capitales, con relativa independencia del diferencial entre la tasa de interés interna y
externa.
Por lo explicado en el punto anterior, la tasa de rentabilidad de la IED estará afectada por las
perspectivas de variación de q; la IED y la inversión de cartera en empresas están condicionadas a
las expectativas de los empresarios e inversores en general sobre ganancias y estabilidad del tipo
de cambio. Las valoraciones del capital invertido pueden sufrir bruscas modificaciones por las
variaciones del tipo de cambio; con las variaciones del tipo de cambio también se pueden alterar
bruscamente las posibilidades de transformar valor generado en el espacio nacional en valor
mundial. Un tipo de cambio cercano a la paridad de poder de compra, Eppc, mejora las condiciones
en que la plusvalía se transforma en valor mundial. La remesa de utilidades, a su vez, pone presión
sobre la balanza de cuenta corriente, y sobre las reservas, si no está compensada por la entrada
de capitales. Lo que agrava la restricción externa de la economía. Por otra parte E* (esto es, un
tipo de cambio “competitivo”) empeora las condiciones de transferencia de plusvalor, pero alivia la
restricción externa, al permitir la obtención de divisas para efectuar esa transferencia. Esta
contradicción es inherente a la inserción de una economía subdesarrollada en el mercado mundial.
e) La restricción externa
Planteamos, por último, las habituales identidades macroeconómicas incorporando la hipótesis de
que existe deuda externa y se remiten utilidades al exterior
(Sf + Sp) – (I + G) = PX – EP*M – (r* + prima) EDx – EB* = Kx – Km88 (14)
Siendo Sf: ahorro fiscal; Sp: ahorro privado; I: inversión; G: gasto público; r*: tasa de interés de
referencia internacional; E: tipo de cambio; Dx: deuda externa B*: utilidades que se remesan al
exterior; Kx: salida de capitales y Km: entrada de capitales.
La ecuación (14) no debería interpretarse de la forma estática –como meras identidades
contables– con que habitualmente se la presenta en los manuales de macroeconomía. En esas
presentaciones un aumento del ahorro genera mecánicamente –si no se modifica el superávit
fiscal– una mejora en el superávit comercial; una suba de la inversión genera una caída del
superávit comercial, etc. En una versión alternativa, en cambio, las interrelaciones son más
complejas y dinámicas. En particular, y siguiendo la tesis keynesiana o marxista, debe
considerarse que la inversión es el factor activo –no el ahorro, como sostiene en enfoque
neoclásico–, de manera que un aumento de la inversión puede generar los ingresos que den lugar
al ahorro que financia la inversión. Asimismo si la inversión se vuelca al sector productor de
transables, no necesariamente presionará en sentido negativo sobre el superávit comercial.
CONCLUSIÓN

economía a la tasa de interés externa y los movimientos de capitales. Se sostiene que el nivel de ingreso
depende positivamente de la base monetaria y de la tasa de interés; y la inversión positivamente del ingreso y
negativamente de la tasa de interés. Además, dado un sistema de cambio fijo con convertibilidad, la variación
de la base monetaria es igual a la variación de las reservas. En estas condiciones, la entrada de capitales –
decidida por los diferenciales de tasas de interés y las expectativas sobre tipo de cambio futuro– genera el
crecimiento y el auge; la acumulación de los déficits en el sector externo sin embargo induce a una tendencia
desacelerante del crecimiento, y eventualmente a la crisis. Sin negar algunas de estas vinculaciones,
consideramos que la cuestión es un poco más compleja.
88
Si no varían las reservas internacionales.

94
Hemos planteado las categorías centrales que nos permiten abordar la dinámica de esta economía
dependiente, en la que las variaciones de la tasa de cambio ejercen una influencia notable sobre
las tasas de ganancia de los sectores productores de bienes transables y no transables, y por lo
tanto en el desarrollo del conjunto. Se trata ahora de esbozar las interrelaciones, en sus rasgos
fundamentales, entre estos factores.

95
Capítulo 11
Tipo de cambio, dinámica del desarrollo desigual y de las crisis
en el caso argentino
Tomando como marco de análisis lo explicado en el capítulo anterior, presentamos la dinámica del
crecimiento, que estará pautado por crisis recurrentes en el sector externo, y variaciones bruscas
del tipo de cambio.
Efectivamente, en nuestra economía subdesarrollada el desarrollo es extremadamente desigual y
se combinan e interactúan entre sí sectores con ritmos de crecimiento muy distintos. El crecimiento
distorsionado obedece a la forma en que se inserta la economía dependiente en el mercado
mundial y a las tasas de ganancia diferenciales que afectan a los sectores de bienes transables y
no transables, según se resuelva esa inserción. Por eso no tomamos en cuenta la diferencia de
Marx entre sector productor de bienes de producción y sector productor de bienes de consumo,
sino la diferencia entre producción de BT y BNT, y la incidencia de la tecnología y equipos
importados en estos sectores. A esta diferenciación agregamos la subdivisión dentro de los BT
debida a la existencia de bienes agrícolas. La economía de nuestro país subdesarrollado tiene
empresas en los dos sectores I y II planteados por Marx, pero lo importante es cómo se insertan
las empresas de ambos sectores en el espacio mundial. Tasas de ganancia diferentes entre los
sectores de producción de bienes transables y no transables dan lugar a desarrollos desarticulados
y desproporcionados de los sectores. Por eso aún en períodos en que la economía está en auge,
con crecimiento del ingreso y la inversión, ramas enteras de la economía –ligadas ora al sector de
BT, ora a BNT– pueden estar languideciendo o incluso en crisis. Así, cuando se sale de una
recesión, alguno de los sectores puede experimentar un fuerte aumento de la demanda, que
satisface subiendo la ratio de utilización, en tanto el otro sector no se recupera; o lo hace más
lentamente. A medida que avanza la recuperación y se llega a la plena utilización de la capacidad,
se impone aumentar la capacidad, esto es, invertir en equipos durables y posiblemente en nuevas
plantas. Pero dadas las incertidumbres acerca de la permanencia de los precios relativos, los
costos de importar tecnología (si predomina E*) y las perspectivas generales de la economía (que
incluyen ); o por incertidumbres derivadas de las restricciones crecientes que se advierten en la
balanza de pagos (si predomina Eppc), las inversiones de largo aliento pueden postergarse o no
realizarse. El nivel tecnológico general permanece –en relación a los países más adelantado–
atrasado, aun durante los períodos en que aumenta la relación capital/trabajo.89
Por lo tanto, y al contrario de lo que plantea el enfoque poskeynesiano de crecimiento de Thirwall
(1979), donde la tasa de crecimiento del país subdesarrollado depende exclusivamente de la
elasticidad ingreso de las exportaciones, y el tipo de cambio real es neutro en el largo plazo, en
nuestro planteo el tipo de cambio ejerce una influencia dominante, ya que expresa las condiciones
de inserción de la economía subdesarrollada en la economía mundial. En otras palabras, el
problema no es sólo ni principalmente de demanda, sino de tasas de inversión productiva –y
desarrollo tecnológico– por parte del capital del país subdesarrollado; y de un desarrollo desigual y
combinado, muy diferente del desarrollo “proporcionado” que se refleja en los esquemas de
reproducción de Marx.90 Ese desarrollo distorsionado afecta a la productividad de conjunto de la
economía. Debemos incorporar ahora otros elementos para llegar a un análisis dinámico.

89
Con categorías de análisis neoclásicas, que no compartimos, Coremberg (2007) registra este hecho en
Argentina. Comprueba que en la década de 1990 el crecimiento está sustentado en la acumulación de capital,
pero es de tipo extensivo; después de la devaluación de 2002 el crecimiento está más basado en el crecimiento
del empleo. Señalemos que desde el enfoque que adoptamos, la acumulación de capital implica
necesariamente mejora tecnológica. No existe aumento del stock de capital por obrero sin “desplazamiento”
de la función de producción, como pretende la literatura neoclásica (como señalaba hace años Kaldor). De
todas maneras la acumulación de capital puede realizarse sin adoptar la tecnología de punta a nivel mundial; o
ésta puede representar una porción pequeña del total de la incorporación tecnológica.
90
Lo cual no niega la existencia de contradicciones y crisis.

96
CONSUMO Y AHORRO
La alta participación de los beneficios en el ingreso explica por qué el segundo factor dinámico en
el ciclo económico es el consumo en bienes durables – incluida la construcción residencial– de la
clase capitalista y de los sectores medios altos. Debido a que este tipo de consumo es postergable
–no hay necesidad de cambiar el coche o de casa todos los años– y dado que el ingreso está
altamente concentrado, la decisión de consumo de estos sectores tiene una fuerte incidencia en el
ciclo.91 A diferencia de una economía desarrollada “normal”, donde se puede considerar, de
manera estilizada, al consumo una función del ingreso, y principalmente de los salarios, en nuestra
economía subdesarrollada el consumo de los sectores pudientes tiene una gran incidencia en el
mercado interno y será función de las rentas capitalista, W, consideradas en un sentido amplio; 92 y
de las variaciones del stock de ahorro, S. Si llamamos Cc el consumo de la clase capitalista,
tenemos:
Cc = Cc(R; S) siendo Cc/W  0; Cc/S  0 (10)
En cuanto a su composición, Cc se divide en bienes de consumo no transables (NT) y bienes
transables (T) nacionales y extranjeros. Si establecemos que c indica la proporción de bienes de
consumo transables extranjeros, con respecto al total de bienes de bienes transables consumidos,
tenemos:
Cc = NT + cT + (1 - c)T; siendo 0   c1 (11)
A su vez c es función inversa del tipo de cambio real, q:
c = c(q); dc/dq  0 (12)
El consumo de la clase capitalista tiene así una fuerte incidencia sobre el ciclo; y el consumo
capitalista de bienes importados depende del tipo de cambio real. En períodos de tipo de cambio a
nivel Eppc, o cercano, este consumo capitalista influye sobre la balanza comercial, y más en general
sobre la cuenta corriente; por ejemplo, salidas por turismo.
Con respecto al ahorro, es plusvalía y está en manos de los capitalistas. Además el ahorro no es
un mero “flujo” que invariablemente desemboca en la inversión –es la versión de los manuales de
macroeconomía–, sino está compuesto también de atesoramiento, sea en la forma de moneda
local, o de activos financieros extranjeros, AF* (incluyendo moneda extranjera). Si el ahorro va a la
compra de activos financieros locales, aumenta la inversión. Si el ahorro se congela en forma de
moneda local, o va a AF*, la inversión baja. Subrayamos que desde el punto de vista
macroeconómico lo que importa es la existencia de liquidez en forma de stock que no es lanzada al
circuito productivo. Ésta es una visión distinta de la que presentan los textos convencionales de
macroeconomía, donde el aumento de la demanda de dinero invariablemente se considera un
aumento de los encajes monetarios en manos del público, que lleva al aumento de la tasa de
interés (si no se modifica la oferta monetaria, que se considera exógena). En los sistemas
monetarios modernos el aumento de las tenencias monetarias por parte del público representa
aumento de los depósitos; por lo tanto implica aumento de las reservas excedentes de los bancos y
mayor capacidad prestable de éstos. En condiciones normales de ciclo económico, por lo tanto, un
aumento de los encajes monetarios puede traducirse en un incremento del crédito bancario. En
cambio si el aumento de los encajes monetarios por parte del público es acompañado por un
aumento de la preferencia por la liquidez de los bancos –ante la incertidumbre los bancos
restringen el crédito y aumentan los coeficientes de liquidez–, o el aumento de liquidez de los
bancos no es correspondido por un aumento de la demanda de créditos, tenemos un fenómeno de
atesoramiento, con repercusiones negativas sobre la demanda agregada. Este corrimiento hacia la
liquidez en los países subdesarrollados se plasma finalmente en el atesoramiento en AF* por parte
de bancos, empresas, la clase alta e incluso las capas medias de la población.
Dejamos apuntado que considerar al ahorro como stock plantea importantes problemas
relacionados con la valoración del ahorro, ya que se trata de activos financieros. Aquí
91
Este aspecto recoge la tradición de Celso Furtado y otros autores de la CEPAL acerca de los problemas
derivados de la estructura de la demanda de bienes de consumo en países atrasados.
92
Renta agraria y urbana, dividendos, rentas financieras.

97
consideramos al ahorro medido a valores de mercado, no a costo histórico (o sea, al precio de
compra del activo). La justificación económica es que el propietario del ahorro valora sus tenencias
–y toma decisiones– teniendo en cuenta el valor actual de las mismas. Esto implica, como anota
Pollin (2002), que el ahorro variará con las variaciones de los precios de los activos, y que no podrá
considerarse como un residuo del ingreso una vez efectuado el consumo. Considerar al ahorro
como stock también tiene la consecuencia de que las decisiones de desahorrar o ahorrar ejercen
una influencia en el consumo mucho mayor que la que se desprende de considerar al ahorro sólo
como flujo. Además, las decisiones de aumentar el ahorro en AF* en contextos de incertidumbre
ejercen una nueva constricción sobre la balanza de pagos; lo inverso sucede en situaciones de
optimismo y desahorro. Dada por otra parte la incidencia de los cambios de q –y de las crisis–
sobre los precios de los activos financieros, se comprenderá que las variaciones del ahorro pueden
tener efectos amplificados sobre la economía en general. Por último señalemos que el consumo
suntuario capitalista y el ahorro en activos financieros actúan en detrimento de la inversión
productiva, debilitando , aumentando las distorsiones del crecimiento y las posibilidades de
procesos acumulativos y reversiones bruscas de la coyuntura económica.
TASA DE INTERÉS Y SECTOR FINANCIERO
A diferencia de los modelos convencionales de macroeconomía, donde la tasa de interés se hace
depender de las curvas de oferta y demanda monetaria, siendo la primera exógena, aquí se
considera que la tasa de interés depende en lo esencial del ciclo capitalista, esto es, de la
plasticidad con que se estén haciendo los negocios y la facilidad que tengan los bancos para
renovar los créditos a las empresas. La política monetaria incide en esta situación, pero no puede
alterarla de fondo. Inyecciones de liquidez y/o bajas de la tasa de descuento del Banco Central
alivian la situación en la plaza monetaria, pero para las empresas lo decisivo son los spreads por
sobre la tasa de referencia que deben pagar para hacerse de fondos. Si no hay confianza en la
capacidad de repago de las empresas los spreads suben.93 Esto sucede cuando los bancos, y los
prestamistas en general, comienzan a advertir que el pago de deudas por las empresas se hace
más lento. En la base del asunto están las crecientes dificultades para que siga operando con
facilidad la metamorfosis del capital mercancía en dinero, y con ello la renovación del ciclo del
capital. Por lo tanto consideramos que r es función de la velocidad de rotación del capital  y de la
tasa de referencia del Banco Central, rBC, que tomamos como expresión de la política monetaria.
En símbolos:
r = r (; rBC) siendo r/  0; r/ rBC  0 (13)
La tasa de referencia a su vez se correlaciona positivamente con la demanda de reservas en poder
del Banco Central. Una presión sobre las reservas lleva a un aumento de la tasa de referencia, y
de r.
El crédito bancario –y en general el mercado monetario– juega un rol importante en I c así como en
Cc (bienes durables como automóvil y construcción residencial); y un rol algo menor en la I f, por la
posibilidad de las empresas de financiarse en los mercados de bonos o con flujo propio.
El crédito bancario cobra importancia creciente a medida que se avanza en un ciclo alcista; a la
salida de una depresión las empresas se financian fácilmente con su flujo de caja; el consumo
capitalista con desatesoramiento. Cuando progresa la fase alcista del ciclo, el crédito lo impulsa y
amplifica; aumentan los agregados monetarios y los sectores que crecen renuevan y amplían su
capital de trabajo apoyándose en el crédito. La rotación del capital es fluida,  es alta, rBC es baja y
r también es baja.94 Debido a la naturaleza del capital circulante, la deuda de las empresas con los
bancos es esencialmente de corto plazo. Pero llegado un punto de la expansión, los stocks de
mercancías sin vender empiezan a aumentar; crece la ratio deuda/capital propio, y en especial el
peso de la deuda de corto plazo. Si el aumento de la desconfianza lleva a aumentar el ahorro en
93
Si los bancos endurecen las condiciones para otorgar el crédito –lo que en la literatura se llama un “credit
crunch”– también suben los spreads sobre títulos de corto plazo y la tasa a la que las empresas descuentan
documentos en el mercado monetario.
94
Con relación a los promedios históricos de la economía subdesarrollada. En lo que atañe a la influencia del
tiempo de circulación del capital sobre el mercado financiero, véase Marx (1999) t. 2 cap. 15.

98
AF*, habrá alza de rBC elevando aún más r. Este aumento de r ejerce entonces una influencia
negativa sobre la tasa de ganancia empresaria, ya de por sí debilitada. Caen ’e y e –los balances
que ingresan en la Bolsa lo evidencian– y se frena la inversión en equipos. El clima de negocios
empeora, la tasa de interés sigue subiendo, el consumo en bienes durables se contrae
rápidamente; baja la inversión de largo plazo.
Al acercarse al punto más alto del ciclo la economía pasa progresivamente a una situación
especulativa, y luego a una “situación Ponzi”, para utilizar la terminología de Minsky. 95 Ante la
incertidumbre aumenta la preferencia por la liquidez en el sentido que lo planteaba Keynes; se trata
también del fenómeno de “atesoramiento” del que habla Marx, y a partir del cual desarrolla su
crítica a la ley de Say. Sube la demanda de dinero con motivos precautorios y/o especulativos; 96 en
la economía subdesarrollada esta corrida hacia la liquidez se manifiesta en el aumento de la
demanda de divisas. La preferencia por la liquidez puede estar sobredeterminada por la
incertidumbre que genera en los inversores la acumulación de déficits fiscales, en cuenta corriente,
y el crecimiento de la deuda nominada en moneda extranjera. Están dadas las condiciones para
que se desarrolle una crisis cambiaria y financiera en el sentido Minsky. En un cuadro de
endeudamiento creciente los prestamistas desconfían del apalancamiento de las empresas, los
bancos se hacen adversos al riesgo y disminuyen drásticamente sus préstamos, afectando los
ingresos y la demanda agregada; y las tasas suben. Las empresas venden activos y se hunden los
precios de los títulos financieros, aumentando el peso de las deudas.97 Sin embargo, a diferencia
de las explicaciones Minsky, en nuestro desarrollo el sector financiero no es el origen de la crisis,
sino el medio por el cual se amplifica.
Si el Banco Central no responde a la creciente demanda de divisas aumentando la tasa de interés,
o bien las reservas bajan aún más rápidamente, o bien el tipo de cambio sigue subiendo,
conduciendo de todas maneras a la crisis. Por otra parte lo financiero también amplifica y actúa
como cadena de transmisión de las crisis en el plano internacional (véase luego).
DINÁMICAS DE ACUMULACIÓN Y CRISIS
A partir de lo anterior presentamos escenarios alternativos.
a) Tipo de cambio competitivo, E*
En lo que sigue los subíndices A y B se refieren respectivamente al sector transable y no transable.
Con tipo de cambio real alto, eA y eA’ son elevadas, dado el cambio relativo de los precios del
producto, y suponiendo que no existen necesidades inmediatas de importar K. Lógicamente g YA
también es elevada; IcA aumenta rápidamente en la primera fase del ciclo alcista por (1) 98, y luego lo

95
En la situación especulativa las empresas están obligadas a renovar su deuda en cada período porque los
flujos que entran sólo cubren los costos de los intereses que pagan. El siguiente estadio es la situación Ponzi,
en la cual los flujos de ingresos de las empresas ni siquiera cubren los costos por interés, de manera que deben
tomar nueva deuda para pagar los intereses. El término “situación Ponzi” alude a la estafa que cometió en
EUA el italiano Carlo Ponzi, en la década de 1920. Ponzi pagaba altos rendimientos a los inversores
financieros con el capital de los inversores que ingresaban a su esquema. Naturalmente, Ponzi terminó en la
bancarrota.
96
Obsérvese que en la ortodoxia neoclásica la preferencia por la liquidez prácticamente ha desaparecido.
97
Este tipo de crisis fue desarrollada teóricamente por Minsky. Sobre las crisis Minsky, nos basamos en
Minsky (1982) y en la exposición de su teoría que presentan Papadimitriov y Wray (1999) y Schroeder
(2002). La explicación de las crisis de Minsky puede ser fácilmente extendida a los países atrasados, donde un
shock externo precipita el estallido de la crisis financiera y cambiaria; véase Schroeder (2002). El sistema
financiero debilitado amplía el shock. También en los modelos de los Nuevos Keynesianos el sector
financiero juega como amplificador o multiplicador de la crisis. Es lo que se llama el “acelerador financiero”,
desarrollado en Bernanke, Gertler y Gilchrist (1998). Un caso de aplicación del modelo del acelerador
financiero a las crisis cambiarias y financieras es Gertler, Gilchrist y Natalucci (2003). Sin embargo los
Nuevos Keynesianos reconocen que sus modelos no dan cuenta de las razones del golpe inicial que afecta a la
economía. El sector financiero sólo acentúa sus efectos, pero no explica por qué comienza la crisis.
98
A lo largo de este capítulo hacemos referencias a las ecuaciones presentadas en el capítulo anterior.

99
hace IfA por (3), en tanto se mantengan las perspectivas de ganancia y E*, aunque fA se mantiene
baja, repercutiendo negativamente en el desarrollo tecnológico . En el sector B, eB y gYB son bajas
y por lo tanto es débil la inversión en el sector de conjunto; fB se mantiene incluso más baja que en
el sector A. Dado que el sector de no transables comprende infraestructura en transporte, energía,
comunicaciones y similares, la situación repercute negativamente en λ, y en las perspectivas a
largo plazo de la inversión.
Por otra parte Cc no pone presión sobre la balanza comercial, por (11) y (12), y la tasa de
financiamiento se mantiene baja para las empresas del sector A, y parcialmente para el sector B.
Las diferencias entre gYA y gYB indican que el crecimiento es distorsionado. Veamos entonces dos
escenarios de crecimiento con E*.
El primero es de suba paulatina de los precios de los bienes no transables, en la medida en que
aumenta la absorción interna. Si el movimiento obrero tiene capacidad de resistencia –por ejemplo
por baja tasa de desocupación– también suben los salarios. La suba de los precios de los no
transables recompone eB en tanto la suba de los salarios reduce la  general, por (5). La moneda
en términos reales se aprecia, ejerciendo presión sobre las ganancias de los productores de bienes
transables, y la dinámica de las exportaciones. Si la situación se prolonga pueden aparecer déficits
en la balanza comercial. Una forma de aliviar la constricción externa es tomando deuda en los
mercados internacionales. El crecimiento de la deuda externa es un producto de la debilidad
relativa de la economía, no su causa. Aunque a su vez, superados ciertos niveles, reactúa sobre la
economía, debilitándola e imponiendo nuevas restricciones.
La forma de recuperar la capacidad de captación de divisas genuinas es mejorando la balanza
comercial. Debido al atraso tecnológico, la salida es intentar nuevas devaluaciones que conducen a
nuevas alzas de precios internos y salarios. Se desemboca así en una dinámica inflacionaria, que
empeora las perspectivas generales de la economía. La inestabilidad de los precios relativos afecta
las evoluciones de eA y eB, aumenta la incertidumbre del capital y se debilita la inversión de largo
plazo (ecuaciones 3 y 4). La importación de tecnología es baja, y la competitividad de las
exportaciones se logra con salarios permanentemente devaluados en términos de la moneda
mundial (ecuaciones 6 a 8). Cada salto en la depreciación de la moneda impulsa la inflación, y ésta
obliga a nuevas devaluaciones.99
Comienza entonces a crecer la demanda de divisas en tanto se prevén nuevas y cada vez más
rápidas devaluaciones. Aumenta el ahorro en AF*, debilitando más la inversión. Si el Banco Central
responde a la pérdida de reservas con la suba de rBC se incrementa la presión financiera de las
empresas y aumenta el incentivo para colocar ahorros en AF. El ahorro deja de fluir a la inversión,
ya que se divide en AF* y AF (estas últimas colocaciones a una tasa de interés en ascenso). Los
activos de los bancos se componen de forma creciente de AF estatales, que rinden altos intereses,
y no de préstamos al sector privado. Las devaluaciones elevan el peso de la deuda tomada en
moneda extranjera, poniendo más presión en el sector externo.
Por otra parte si la lucha de clases obliga a conceder repetidos aumentos salariales que recuperan
parte del terreno perdido en cada “ronda”, la espiral inflacionaria se agudiza. La misma se convierte
en el reflejo monetario de la agudización de la lucha de clases por la resistencia de los obreros a la
desvalorización de su fuerza de trabajo. El aumento de precios adquiere una velocidad inercial –los
precios aumentan en el período t + 1 porque aumentaron en el período t– y la economía se indexa.
A diferencia de los que plantean los modelos neoclásicos “de manual”, que la inflación favorece la
inversión porque la tasa de interés real se hace negativa, en un mercado financiero indexado la
inflación acelerada aumenta la tasa de interés real (véase Taylor, 1992, pp. 25-26). Esto genera
nuevas presiones negativas sobre la tasa de ganancia empresaria
La moneda nacional progresivamente deja de actuar como medida y reserva de valor. La
recaudación fiscal baja en términos nominales, y posiblemente en términos reales. El gobierno

99
Esta cuestión es destacada por explicaciones tradicionales del estructuralismo; por ejemplo por Aldo Ferrer
en la década de los setenta. La raíz de la inflación no es, en lo esencial, una cuestión monetaria, como
sostienen los monetaristas; aunque la monetización de los déficits fiscales reactúa sobre la tasa de inflación,
dándole mayor impulso.

100
tiene dos opciones: o bien monetiza el déficit, lo que lleva a más presión inflacionaria y por ende a
mayor presión sobre el mercado cambiario, acelerando las devaluaciones crónicas. O intenta
colocar deuda a tasas crecientes, que son aprovechadas por capitales especulativos, de corto
plazo. Para garantizar la entrada de estos capitales el gobierno puede intentar diversos
mecanismos financieros que actúan como seguros de cambio; por ejemplo, el Banco Central
garantiza operaciones swaps para capitales externos de corto plazo. 100 En cualquier caso, la tasa
de interés interna debe ser superior a la tasa internacional; es la única forma de que Tesorería
puede colocar bonos. Esto refuerza la necesidad de indexar la tasa de interés.
La tasa de interés cada vez más alta profundiza la caída de la inversión y del consumo. La
contracción de la demanda y la recesión afectan al sistema bancario. Para no dejar caer a los
bancos el Banco Central inyecta liquidez e interviene devolviendo depósitos a los ahorristas
cuando los bancos caen en la insolvencia –no pueden recuperar los créditos debido a la crisis
general– y deben ser liquidados. La base monetaria crece, sin que aumenten los agregados
monetarios (M2 y M3 pueden estancarse o incluso decrecer) ni los créditos; la economía se
desmonetiza porque se recurre al dólar, a la par que se inyectan enormes sumas de dinero.
Llegado un punto, además, la aceleración de la inflación hace que el tipo de cambio real ya no
mejora, a pesar de las devaluaciones nominales de la moneda.
La liquidación de bancos facilita la concentración en el sector financiero. En una situación de
pérdida constante y creciente del valor de la moneda, la ley del valor sencillamente no puede
funcionar. No hay forma de comparar los tiempos de trabajo en el mercado. La coyuntura
desemboca en la hiperinflación; la economía prácticamente se detiene. La crisis financiera se
generaliza, en tanto la crisis cambiaria se ha hecho “crónica” porque la moneda se devalúa en
forma casi constante.
Un segundo escenario posible con tipo de cambio competitivo es de contención de las presiones
inflacionarias –puede explicarse por la recesión y alta desocupación– luego de la devaluación, de
manera que se mantiene alta la rentabilidad de los sectores transables y baja la de sectores no
transables. La competitividad del sector transable es fuerte, pero a mediano plazo tenderá a
deteriorarse en la medida en que no crezca la If. Lo mismo sucederá si E* afecta la importación de
tecnología para el sector A. Vuelve a evidenciarse la importancia de un desarrollo de las fuerzas
productivas para superar las restricciones de mediano y largo plazo. En la medida en que ese
desarrollo no se produzca, la constricción a mediano plazo para el desarrollo aparece por el lado
de . La inversión en la producción de insumos esenciales se hace más lenta, o cae, y se generan
cuellos de botella que pesan más y más a medida que progresa el ciclo. Así, un cuello de botella
en la producción energética puede adquirir un peso creciente.
Por otra parte, si la falta de inversiones en sectores productores de bienes intermedios básicos no
transables lleva finalmente al aumento de los precios, se producirá una mejora de la rentabilidad de
estos sectores, a costa de una apreciación en términos reales de la moneda. El resto de los
capitales pueden responder a esta situación aumentando la precarización del trabajo y los ritmos
de producción, y modernizando parcialmente la tecnología. Las tensiones entre los sectores del
capital por mantener la rentabilidad media intentan resolverse con el aumento de la tasa de
plusvalía. El resultado es la consolidación de una alta tasa de explotación del trabajo. Es la base
para una  alta.
Se produce así, de hecho, el “ajuste basado en el crecimiento exportador” al que se han referido
los neoestructuralistas (véase Frenkel y Rozenwurcel, 1989). En lo esencial se reduce a aumentar
la tasa de ahorro interno, a fin de aumentar la razón exportaciones/ingreso. Lo cual sólo es posible
“a través del mecanismo de ahorro forzoso inducido por una sustancial redistribución regresiva del
100
Una operación swap de entrada de divisas consiste en comprar en el mercado spot la moneda local y al
mismo tiempo comprar futuro de dólar para asegurar la salida en una fecha determinada. De esta manera el
inversor puede evitar el riesgo cambiario por colocar dinero en el mercado local, y asegurarse una alta tasa de
rentabilidad, en términos de dólar. Ya en el año 1975 el Banco Central de Argentina, bajo conducción del
gobierno peronista, aseguraba este mecanismo de swap a fondos especulativos del exterior, con el fin de
obtener divisas en el corto plazo. Lógicamente este tipo de operaciones agrava todavía la situación económica
general.

101
ingreso” (Ibíd., p. 20; énfasis añadido). El ahorro aumenta porque aumenta la extracción de
plusvalía; esto exige que los salarios crezcan a un ritmo inferior al de la productividad. 101 El
crecimiento se sostiene entonces a costa de un deterioro permanente de los términos de
intercambio y salarios bajos en términos de moneda internacional. Las inversiones son parciales y
el crecimiento sigue caracterizándose por la falta de integración entre los sectores. Pero el
estrangulamiento se hace sentir a través del creciente retraso tecnológico con respecto a los
niveles internacionales. En un contexto internacional de competencia por medio del cambio
tecnológico, la competitividad sostenida exclusivamente en tipo de cambio alto encuentra techos
insalvables.
Además, en estos períodos de tipo de cambio alto, el sector productor de BT con competitividad a
nivel internacional obtiene altas rentabilidades –aumenta la renta de la tierra– y genera un flujo de
entrada de divisas importante, que obliga al Banco Central a incrementar sus reservas, en aras de
mantener el tipo de cambio alto. La política monetaria usual es la esterilización de la masa
monetaria. Esto es, el Banco Central interviene en el mercado colocando títulos, con el objetivo de
absorber la liquidez, o parte de ella, que generó su absorción de dólares; éste es claramente un
factor de endeudamiento. Puede verse en esto la incidencia de factores ideológicos; en este caso,
de la teoría monetarista, con su “trilema” y el modelo Mundell-Fleming.102
En todas las variantes del escenario del tipo de cambio alto se crean las condiciones para que se
pase a una etapa de apreciación de la moneda, aunque varían los mecanismos, y la velocidad del
pasaje. Si el régimen de tipo de cambio alto desemboca en alta inflación, o aún en hiperinflación,
llega el momento en que el anclaje de la moneda al dólar se convierte en un medio para estabilizar
los precios. Si por el contrario el aumento de la inflación es lento, el tipo de cambio real alto se
erosiona paulatinamente, y se va en los hechos a un régimen de tipo de cambio bajo. Esto se debe
al temor de las autoridades monetarias a que nuevas devaluaciones produzcan renovados
impulsos a la inflación, con el peligro de caer en alta inflación o incluso en hiperinflación.
b) Tipo de cambio bajo, o cercano a Eppc
Supongamos ahora el escenario de tipo de cambio fijo, con el que se busca anclar la inflación. Baja
el tipo de cambio esperado, E(e). eB aumenta y por lo tanto gyB también sube; lo inverso sucede en
el sector de transables donde sólo las empresas de mayor tecnología y el sector agrario, en
nuestro modelo, pueden sobrevivir. Dada la estabilización, sectores que habían ahorrado en AF*
los vuelcan al mercado interno; crece Cc con lo que se impulsa una fase alcista del ciclo. Aumenta
la construcción residencial y la producción de bienes duraderos. Es un ciclo impulsado por el
consumo, la Ic y la If principalmente en equipos de amortización a mediano plazo, y muy desigual
entre los sectores. Por eso  no se eleva significativamente.
En la medida en que la fijación de E se realiza luego de un proceso inflacionario, se produce un
aumento inercial de los precios internos que deja el tipo de cambio real apreciado; el tipo de
cambio se ubica a niveles cercanos a Eppc. Esto aumenta la presión competitiva sobre el sector de
bienes transables. Los sectores que pueden sobrevivir renuevan la tecnología recurriendo
principalmente a la importación, lo que explica que a pesar del crecimiento económico ramas
enteras –por ejemplo productores de equipos y máquinas– trabajen con capacidad ociosa, o a
pérdida y deban cerrar.

101
Frenkel y Rozenwurcel reconocen que si la resistencia salarial impide que actúe el mecanismo de ahorro
forzoso –que está implicado en la devaluación, suba de precios y retraso de los salarios– el aumento del
coeficiente de exportaciones y el correspondiente aumento de la tasa de ahorro interna exigirán la disminución
de la participación de los sectores no asalariados en el ingreso. Pero éste es el sector encargado de invertir y
exportar; por lo tanto una baja de sus beneficios redundaría en una baja de la inversión, lo que atentaría contra
la meta del crecimiento; véase pp. 23-24.
102
Como ya hemos explicado en una nota anterior, según la visión convencional, toda entrada de divisas con
tipo de cambio fijo aumenta la oferta monetaria, que a su vez impulsa el aumento de los precios. El modelo
Mundell-Fleming es la formalización tradicional de esta cuestión en la macroeconomía ortodoxa. Para una
crítica de esta concepción remitimos de nuevo a Lavoie (2000).

102
La entrada de capitales con destino a los sectores favorecidos por el tipo de cambio puede reforzar
durante todo un período la tendencia a la apreciación de la moneda. La contrapartida lógica del
superávit en la cuenta de capitales es el creciente déficit en la cuenta corriente. Dada la debilidad
de la inversión en los sectores productores de transables y las distorsiones en el crecimiento, la
inversión en plantas e infraestructura productiva, o en investigación y desarrollo de largo plazo no
es suficiente para cambiar la matriz productiva, ni para generar un avance cualitativo tecnológico.
La productividad crece, pero a costa de crecientes desequilibrios en el sector externo, que termina
actuando como una constricción fundamental.
El desequilibrio externo se agudiza por el aumento del consumo en bienes importados, por (11) y
(12). Las tasas de interés se mantienen más altas que las internacionales; es una consecuencia de
la inestabilidad histórica del país subdesarrollado y de las debilidades estructurales de su
economía. A igualdad de rendimientos ningún capital dinerario opta por el país subdesarrollado
frente a la seguridad que brindan los países desarrollados. Dadas las perspectivas de tipo de
cambio estable durante un período previsible, aumentan los flujos de capitales externos para
colocarse a tasas superiores a las internacionales. La inestabilidad estructural de la economía
también induce al sistema bancario a mantener mayor encaje que en los países adelantados, y a
establecer mayores spreads entre las tasas activas y pasivas, para protegerse frente a posibles
descalces. Todo esto puede ir acompañado de maniobras y colusiones de tipo monopólico de los
diversos sectores, incluido el financiero, para asegurar una rentabilidad alta. Pero por encima de
estas maniobras –que realiza todo capital, sea productivo o mercantil, cuando tiene oportunidad– lo
que prima es una lógica financiera propia del país subdesarrollado.
En cuanto a las empresas grandes, con acceso al crédito internacional, crece la tentación de
endeudarse en dólares si prevén un horizonte de estabilidad cambiaria a mediano plazo y de
mercado interno más o menos cautivo o protegido. En todo caso, tendrán que endeudarse si
quieren renovarse tecnológicamente. El acceso al crédito internacional les otorga una ventaja con
relación a las empresas más pequeñas.
A medida que continúa el crecimiento con Eppc la balanza de cuenta corriente es cada vez más
deficitaria. Es financiada por la entrada de capitales, sea por inversión directa –en especial en el
período posterior al arranque del ciclo alcista–, por inversiones de cartera y préstamos bancarios.
De todas maneras la debilidad estructural de la recuperación económica explica que continúe un
“goteo” de fuga de capital nativo. Paulatinamente también cobra importancia la remesa de
utilidades de las empresas que han invertido con vistas a la producción en el sector no transables.
El tipo de cambio permite realizar esa transferencia en condiciones óptimas, ya que el equivalente
valor del espacio nacional está sobrevaluado con respecto a las condiciones estructurales de la
economía.
La revalorización de la moneda implica también que los salarios suban en términos de la moneda
internacional. En estas condiciones la clase dominante intentará aumentar la tasa de ganancia
intensificando los ritmos de producción, disminuyendo los beneficios sociales, precarizando las
condiciones laborales y bajando el salario. La resultante final de esta política dependerá de la
capacidad de resistencia del movimiento obrero.
Progresivamente aumenta el déficit acumulado de la cuenta corriente y la deuda externa se hace
sentir sobre las cuentas fiscales y la balanza de pagos. El déficit de la cuenta corriente exige ser
corregido; en última instancia es un reflejo de que la inserción de la economía en el mercado
mundial no ha sido exitosa, a pesar de la renovación parcial de equipos e infraestructura que han
posibilitado la mejora de los términos de intercambio y la entrada de capitales. Un camino para
mejorar la competitividad sin tocar el tipo de cambio nominal es la deflación. Pero la deflación no
sólo es dificultosa por lo que implica con relación a la lucha de clases, 103 sino también porque se
corre el riesgo de caer en la espiral deflacionaria, que lleva a la preferencia por mantenerse líquido;
esto es, induce a postergar las inversiones y el consumo de bienes durables, a la espera que la
caída de precios toque fondo. Además la deflación aumenta el peso de las deudas.104
103
La baja en términos nominales de los salarios genera mayores resistencias sindicales que la baja en
términos reales, usualmente operada a través de las devaluaciones y la inflación.
104
Véase el capítulo 19 de Keynes (1986) sobre los efectos de la deflación.

103
En estas condiciones la economía es pasible de sufrir profundamente cualquier shock externo. Por
ejemplo, la suba de las tasas de interés en los países centrales; o la devaluación de la moneda de
un socio comercial importante puede desatar un terremoto interno. A diferencia de los modelos
neoclásicos, este shock no actúa sobre una economía en estado de “equilibrios múltiples”, sino
profundamente desequilibrada y atravesada por contradicciones sociales.105
En la medida en que la situación externa empeora se incrementa la desconfianza en la evolución
de la economía. Llega un momento en que los inversores –en especial los managers de carteras–
exigen tasas cada vez más altas para mantener sus colocaciones en activos de empresas locales,
o en títulos públicos. La suba de las tasas se acompaña de la caída de la bolsa de valores. El flujo
de entrada de capitales se detiene primero y se revierte luego. La alta y mediana burguesía
posterga el consumo, lo que repercute negativamente en el ingreso. Aumenta el ahorro de estos
sectores, y se vuelca a AF*. La caída de la demanda interna afecta al sector productor de BNT; gyB
y eB caen, bajando por lo tanto Ic e If en el sector. Dado que los BNT eran principales impulsores
de la fase alcista del ciclo económico, éste se revierte rápidamente. Los bancos restringen el
crédito y suben las tasas. Ahora las empresas contraen deudas para financiar los stocks de
mercancías sin vender, y lo hacen a tasas más altas. La suba de la tasa de interés se generaliza;
suben los spreads entre tasas activas y pasivas domésticas y los spreads entre las tasas de
referencia internacionales y las que se cobran en el mercado de dinero y de bonos. Esto agrava el
peso de la deuda pública y privada y potencia la desconfianza.
En la medida en que sube el déficit y aumenta el peso de las deudas se cierra el acceso al crédito
internacional. El mercado accionario se hunde, contribuyendo al clima de pesimismo general.
También los precios inmobiliarios retroceden, poniendo presión en el sector financiero que empieza
a advertir que no recuperará muchos créditos. Se acelera la salida de capitales, incluyendo el retiro
de depósitos. El gobierno intenta frenar el proceso aumentando la tasa de interés; en tanto la
provisión de liquidez al sistema bancario está limitada por la necesidad de mantener el tipo de
cambio fijo. Pasamos a una situación Ponzi, donde los deudores toman deuda para pagar
intereses. Los balances de los bancos se deterioran. La producción y el consumo siguen en espiral
descendente. El ataque especulativo contra la moneda puede desatarse antes de que el Banco
Central agote sus reservas. En este punto ocurre en parte la historia de Krugman (1979), pero no
hay previsión perfecta ni mercados eficientes, sino incertidumbre y comportamientos “en manada” y
salida de capitales, incluido el retiro precipitado de depósitos bancarios. 106 La devaluación

105
Así la crisis financiera internacional desatada a partir del default ruso de agosto de 1998 implicó una suba
generalizada de los spreads de las tasas de interés en promedio para los siete países más importantes de
América latina de 450 puntos básicos, previos a la crisis, a 1.600 puntos básicos en agosto de 1998. La
entrada de capitales luego de la crisis se redujo drásticamente. De US$ 100.000 millones en el año que
terminaba en el segundo cuatrimestre de 1998, pasó a US$ 37.000 millones en el siguiente año; en términos
de PNB bajó del 5,5% a 1,9%. La reversión súbita es explicada en lo esencial por la salida de inversiones de
carteras. Luego siguió cayendo, al punto que en el año que terminaba en el cuarto trimestre de 2002 la entrada
de capitales a los siete países más importantes de América latina fue de sólo US$ 10.000 millones; todos los
datos tomados de Calvo y Talvi (2005). Sin embargo es de notar que la salida de capitales no afectó a los
países desarrollados. Tampoco a todos los países atrasados; México estuvo a salvo de los retiros. Con lo cual
se pone en cuestión la explicación de Calvo y Talvi, en el sentido que la crisis se habría debido a una salida
generalizada de los capitales sin atender a “fundamentals” de ningún tipo.
106
Krugman (1979) constituyó la base para los llamados “modelos de primera generación” de explicaciones
ortodoxas de las crisis “sudden stop”, esto es, de súbito freno de la entrada de capitales, y su salida
apresurada. Este primer modelo de Krugman atribuye la crisis al excesivo gasto fiscal, financiado con emisión
monetaria, y tipo de cambio fijo. Ante la previsión de una futura devaluación, y superado un punto crítico de
pérdida de reservas por el Banco Central, los inversores desatan el ataque especulativo mucho antes de que las
reservas se agoten, y obligan a la devaluación. Además de atribuir el origen de la crisis a un factor exógeno –
los malos manejos de la política– los supuestos del modelo son extremadamente irrealistas. El país produce un
único bien compuesto comerciable, no existen problemas de productividad ni de transformación de los valores
nacionales en valor internacional; se cumple la paridad de poder de compra; los precios y salarios son
completamente flexibles, el nivel de ingreso está al nivel del pleno empleo y los agentes actúan en un mundo
de expectativas racionales. Además la crisis se explica por la simple agregación de comportamientos “micro”,

104
finalmente se hace inevitable, en medio de una profunda y violenta contracción económica y
hundimiento financiero. Se pasa así a un período de tipo de cambio alto.
CONCLUSIÓN
En este capítulo hemos analizado los escenarios de crisis cambiarias, inspirados en la crisis
argentina. Intentamos mostrar que existe una lógica en la alternancia de tipos de cambio alto y bajo
que de Argentina en los últimos años, y vinculamos esa alternancia con los ciclos de crecimiento
extremadamente desigual entre sectores; y el estallido periódico de crisis cambiarias y financieras.
Puede interpretarse que nuestra historia tiene algunos puntos de contacto con el enfoque
neoestructuralista y el planteo Minsky, pero a diferencia de éstos se ubica en el cuadro teórico de
la ley del valor trabajo, la producción de plusvalía y la importancia de las variaciones de las tasas
de ganancia entre sectores para el comportamiento del tipo de cambio.
Destacamos que la dinámica repetida de estas crisis potencia el atraso tecnológico relativo. En
primer lugar, porque los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones
a largo plazo, fundamentales para superar el atraso. Se profundizan los desequilibrios
estructurales; los diferenciales de productividad se acentúan porque ora un sector, ora el otro, sufre
períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto de baja inversión y
renovación tecnológica. En segundo término, porque los cambios en la situación competitiva de las
exportaciones afectan a largo plazo la posibilidad de inserción en la economía mundial. En tercer
lugar, porque las crisis financieras y bancarias periódicas –y los rescates a que se ve obligado el
Estado– imponen elevados costos en términos del pnb, y elevan el endeudamiento público. Esta
dinámica agudiza el desarrollo desigual que está implicado en la misma dialéctica de producción
del valor en espacios nacionales diferenciados por sus niveles de productividad. De todas maneras
la visión que presentamos aquí se diferencia de los cuadros linealmente estancacionistas que
predominan en los autores de la dependencia, o sus continuadores. No hay estancamiento crónico,
sino desarrollo desigual y deformado de las fuerzas productivas, con procesos convulsos,
retroalimentación de desequilibrios, reversiones bruscas y agudas contradicciones.
Por otra parte, una conclusión, que atañe al análisis político, es que los cambios en las tasas de
rentabilidad de los sectores no se deben, en principio, a cambios en lo que comúnmente se conoce
como “el bloque de poder dominante”. El tema es importante porque muchos analistas interpretan
ex post los cambios ocurridos en las tasas de rentabilidad entre los sectores como el resultado de
políticas articuladas ex profeso desde el Estado, con vistas a favorecer a tal o cual fracción de la
clase dominante. Sin negar la influencia que puedan tener los grupos de presión en las políticas
económicas, nuestra visión es mucho más “objetivista”, en el sentido que son las crisis las que
plantean de hecho cambios en las tasas de rentabilidad y abren, o cierran, períodos durante los
cuales algunas fracciones del capital pueden prevalecer sobre el resto. Si un determinado sector
gozara durante mucho tiempo de alta rentabilidad, los capitales fluirían masivamente al mismo.
Pero es la misma volatilidad de las tasas de rentabilidad y de la situación general la que pone
obstáculos a este movimiento. Por otra parte los programas gubernamentales reflejan muchas
veces a posteriori los cambios en la situación económica; aunque a su vez pueden acentuar una
línea de desarrollo.

de agentes enfrentados a una política incoherente. Estas características del modelo se mantienen en los
modelos de “segunda generación” y los subsiguientes elaborados por la ortodoxia.

105
TERCERA PARTE
CAPITALISMO AGRARIO EN UN PAÍS SUBDESARROLLADO
Capítulo 12
Renta de la tierra y capital
La teoría de la renta de la tierra es uno de los aspectos menos estudiados de la teoría de Marx,
pero de importancia para analizar la distribución del ingreso entre las clases sociales y el
desarrollo. A raíz del conflicto que se desarrolló a partir de marzo de 2008 entre el Gobierno
argentino y el campo, se evidenció la necesidad de precisar, entre otras cuestiones, la categoría de
renta agraria y su relación con la ganancia y el interés; el vínculo entre el capital agrario, la
propiedad de la tierra y el capital financiero; y la relación de la acumulación en el agro argentino
con el desarrollo de la globalización del capital. Empezamos abordando la cuestión de la renta en
la teoría de Marx.
GENERALIDADES Y RENTA DIFERENCIAL I
Marx define la renta como todo aquello que paga el arrendatario al terrateniente como canon por la
autorización a explotar la tierra. Básicamente se origina en dos circunstancias. En primer lugar, en
el hecho de que las tierras tienen diferentes fertilidades, y ubicaciones geográficas, y por lo tanto
varían los costos de producción. En segundo término, en que la tierra es un bien que no puede
reproducirse, y por lo tanto es monopolizable. La manera más sencilla de introducir su mecanismo
de formación es a partir de la renta diferencial I, que es la renta que se origina por las diferencias
de fertilidad natural de los suelos. Lo hacemos con un ejemplo numérico.
Supongamos que existen tres tipos de tierra cerealeras, A, B y C, de diferentes niveles de
productividad; la A es la de menor productividad, y la C es la de mayor productividad. La demanda
de cereal es tal que se necesita la producción de los tres tipos de tierra. Supongamos que en las
tierras de tipo A por cada $25 de capital invertido se obtiene un rendimiento de 1 unidad de cereal.
Suponemos que la tasa de ganancia del capital invertido en el agro –igual a la tasa media de
ganancia que prevalece en el resto de la economía– es del 20%; la ganancia cada $25 de capital
invertido es entonces $5. Esto significa que el precio de producción de 1 unidad de cereal es $30.
A su vez en la tierra B se producen, cada $25 de capital invertido, 2 unidades de cereal; la
ganancia es, lógicamente, $5. El “costo de producción” (entendido aquí como capital invertido más
ganancia) de cada unidad de cereal es $15. Por último, si en la tierra C se producen, cada $25
unidades de capital invertido, 3 unidades de cereal, el “costo de producción” de cada unidad de
cereal es de $10. En principio, si estas diferencias de productividad ocurrieran en cualquier rama
de la economía en la que hubiera libre competencia, se establecería un precio de producción que,
en condiciones de equilibrio entre la oferta y la demanda, coincidiría con el de las empresas
modales. Sin embargo esto no puede ocurrir en la agricultura, debido a que la tierra no es un bien
que se pueda reproducir a voluntad. Los propietarios de las tierras de productividad superior, C y B
poseen entonces una ventaja que no puede ser igualada por los propietarios de las tierras A. Esta
circunstancia hace que el precio de mercado esté determinado por la peor tierra, en nuestro
ejemplo, A. La unidad de cereal se vende por lo tanto a $30; en las tierras B se obtiene un
excedente de $30, y en las C de $60. Este excedente es la renta que va al terrateniente. Varias
cuestiones son importantes de puntualizar.
En primer lugar, hay que distinguir entre la tasa de ganancia y la renta. Constituye un error
frecuente hablar de la rentabilidad del campo de conjunto, sin distinguir la renta de la ganancia del
capital. La renta corresponde al dueño de la tierra en tanto es propietario de un bien no
reproducible. La ganancia agraria, en cambio, corresponde al empleo del capital, y se rige por las
mismas leyes que gobiernan las tasas de ganancia de cualquier otro sector de la economía. En
particular, está sometida a la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia que afecta a todas
las ramas del capital. Esto significa que cuando la tasa de ganancia en una rama se eleva por
encima de los niveles medios, aumenta el flujo de capitales hacia esa rama, llevando la tasa de
ganancia de ese sector nuevamente hacia el nivel medio. En el sistema capitalista

106
permanentemente hay ramas en expansión que gozan tasas de ganancia más altas que los
promedios, y atraen capitales; y ramas en retroceso en las que sucede lo opuesto. Además, dentro
de cada rama hay empresas con tecnologías o economías de escala superiores a las modales, que
gozan de plusvalías extraordinarias; empresas con escalas y tecnologías modales, que reciben la
tasa media de ganancia; y empresas con escalas y tecnologías inferiores a las modales, que no
alcanzan la tasa media de ganancia. Las plusvalías extraordinarias de los capitales avanzados
tecnológicamente tienden a desaparecer a medida que los cambios tecnológicos se generalizan
en la rama. La renta, en cambio, constituye una “súper ganancia”, de la que se apropia de forma
permanente el propietario de la tierra. Esta distinción entre ganancia y renta es clave para
comprender la especificidad histórica del modo capitalista de producción. Como señala Marx, en
tanto en las sociedades precapitalistas la renta es la forma normal que asume el plusproducto –o el
plusvalor, si se paga en dinero–, la renta moderna es el excedente que va al terrateniente, por
encima de la parte del plusvalor que se apropia el capitalista, bajo la forma de ganancia. Lo cual
demanda las condiciones modernas de producción, entre ellas el establecimiento de una tasa
media de ganancia y precios de producción; esto es, el dominio del capital. Por eso mismo también
esta separación entre ganancia y renta es el supuesto del modo de producción capitalista.
En segundo término, la renta no es el “ingreso que recibe el factor de producción tierra”, como se la
presenta en la literatura burguesa habitual, sino la plusvalía remanente sobre la ganancia media
del capital. La propiedad privada de la tierra no es su fuente, sino la que permite apropiarse de una
parte de la plusvalía bajo la forma de renta. La mayor fertilidad relativa de las tierras B y C no
genera más valor, sino posibilita que la misma cantidad de trabajo humano se exprese en más
cantidad de valores de uso; y dado que el precio del producto está determinado por la tierra A, es
lógico que surja la renta. Es como si el trabajo aplicado en B y C fuera trabajo potenciado,
generador de más valor que el aplicado en A. El valor es una categoría social; su magnitud
depende del tiempo de trabajo socialmente necesario, y éste está determinado tanto por la
productividad del trabajo que determina el precio de producción –en nuestro ejemplo, la
productividad del trabajo en A–, como por la necesidad social del producto –esto es, el tiempo de
trabajo que se está dispuesto a entregar a cambio–.
En tercer lugar, es claro que si por cualquier causa baja el precio del cereal, salen de producción
las tierras marginales, y las tierras que le siguen en la escala ascendente de la productividad pasan
a ser ahora las reguladoras. Esto es importante a tener en cuenta cuando se estudia el efecto
bajista sobre los precios que tienen las retenciones a las exportaciones sobre los precios de los
granos, carne y otros productos del agro.
En cuarto lugar, la apropiación de la renta diferencial por parte del Estado no modifica el precio del
grano (si consideramos el precio mundial). Esto porque, como se ha visto, la renta no contribuye a
la formación de los precios. En otras palabras, el cereal no es caro porque se paga una renta, sino
que se paga una renta porque el cereal es caro. Por lo cual es incorrecto afirmar que si baja la
renta se abaratan los precios de los cereales u oleaginosas. Sí modifica el precio interno una
variación de las retenciones, ya que lo desconecta, parcialmente, del precio en el mercado
mundial. Pero, naturalmente, el precio en el mercado mundial no se modifica por esto; simplemente
se trata de un procedimiento por el cual el Estado se puede apropiar de una parte de la renta, dada
la diferencia entre el precio interno y el precio mundial. Por supuesto también, si se modifica el tipo
de cambio variará la renta de la que puede apropiarse el terrateniente, ya que se modifica el precio
interno del producto agrícola (véase el Interludio I para una discusión del tema).
Por último, subrayamos que la renta depende de las productividades relativas. Esto significa, en
primer lugar, que no depende del tamaño de la tierra; una parcela pequeña puede dar una renta
relativamente más grande que una parcela mayor. Por eso en la zona pampeana extensiones de
tierra no muy grandes –dadas las escalas productivas– pueden sin embargo generar importantes
rentas. Y zonas extensas en tierras peores dan poca renta relativa. En segundo término se
desprende que Ricardo se equivocaba cuando pensaba que la renta siempre aumentaba con la
suba de los precios del grano, y viceversa. De hecho, la productividad total puede estar
aumentando, de manera que bajen los precios de los granos, en tanto aumenta la renta.

107
PRECIO DE LA TIERRA Y CAPITAL FICTICIO
Debido a que la tierra no es producto del trabajo, no puede tener valor. Sin embargo es una
mercancía –en la medida en que es apropiable– y por lo tanto tiene precio. Se plantea entonces la
cuestión de cómo se determina el precio de la tierra. La respuesta de Marx es que se hace por el
principio de la capitalización de la renta con una tasa de interés determinada. 107 Se trata del mismo
principio que se aplica actualmente en la “superficie” de la sociedad capitalista, sólo que en Marx el
“rendimiento” de la tierra se explica a partir de la explotación del trabajo. Supongamos, por
ejemplo, que la tasa de interés de referencia de un país es el 6%; supongamos que una unidad de
tierra da $200 de renta anual. Pues bien, se puede suponer que esa renta corresponde al
“rendimiento” de un capital ficticio –en este caso la tierra– cuyo precio se calcula capitalizando la
renta a una tasa de interés que, por lo general, es más baja que la tasa de referencia.108 En nuestro
ejemplo esta tasa puede ser del 5%. Por lo tanto el precio de esa unidad de tierra será $200 ÷ 0,05
= $ 4000. Es claro que a medida que suba la renta, dada una tasa de interés, el precio de la tierra
sube; y a medida que baje la tasa de interés de referencia, aumenta el precio de la tierra. El precio
de la tierra se explica por la ley del valor trabajo, y está indisolublemente ligado a la relación
capitalista.
Entender que el precio de la tierra es renta capitalizada ayuda a resolver cuestiones que se han
discutido acaloradamente durante el conflicto entre el campo y el Gobierno, y reaparecen
comúnmente en los análisis sobre la tierra. Por ejemplo, es frecuente que al hacer los cálculos de
rentabilidad de una explotación agrícola se considere el precio de la tierra como un componente del
capital invertido –sería “capital constante fijo”, en términos marxianos– por el terrateniente-
capitalista. Es lo que sucede en un cálculo realizado por la Secretaría de Agricultura de Argentina,
para campos propios y arrendados y precios de fines de 2007, donde se habla de rentabilidades
sobre “capital invertido” que resultan asombrosamente bajas. Al margen de la exactitud de las
cifras sobre costos, impuestos, etcétera, lo que llama la atención es que este cálculo no discrimina
entre lo que es el capital –máquinas, semillas, fertilizantes, pago de salarios– y lo invertido en la
tierra que no constituye capital. Para ver por qué, pensemos en la explotación capitalista típica,
esto es, donde existe un terrateniente que percibe renta y un arrendatario capitalista que contrata
obreros asalariados. En este caso el capital invertido por el terrateniente en la compra del suelo “es
para él, por cierto, una inversión de capital que devenga interés, pero que nada tiene que ver en
absoluto con el capital invertido en la propia agricultura” (Marx, 1999, t.3, p. 1028).
Es que la tierra no es capital fijo ni circulante; simplemente es un bien inmueble, una condición de
producción. El título de propiedad que posee su comprador constituye un título que le da derecho a
percibir una parte del plusvalor, bajo la forma de renta, pero nada tiene que ver con la producción
de esa renta. Por eso es similar al dinero invertido en un título del Estado; el título da derecho a
participar de los ingresos futuros del Estado, pero detrás del mismo no hay capital; se trata de un
capital ficticio. En el caso de la tierra, cuando el comprador abonó el precio de la tierra, se
desprendió de su capital, que ahora pasó a manos del vendedor. “Por consiguiente, el capital no
existe ya como capital del comprador, pues éste ha dejado de tenerlo; por lo tanto no se cuenta
entre el capital que de alguna manera puede invertir en el propio suelo” (Ibíd.). Por lo tanto esta
suma desembolsada en la compra de la tierra no entra en el valor del producto, como sí sucede
con el valor de la máquina o de la materia prima. De ahí que el comprador compare la inversión en
tierra con la inversión en cualquier otro activo financiero. Para él es un “capital” que rinde interés,
aunque como capital sólo podrá realizarlo mediante su reventa; en este sentido es que Marx lo
considera capital potencial. La lógica que rige esta inversión, como sucede con cualquier otro
activo financiero, es la de ganar tanto con la renta como con la valorización de la tierra. Esta
perspectiva, propia del capital dinerario, se ve reflejada en los balances de algunos grandes grupos
del capitalismo agrario. Por ejemplo Cresud, de Argentina, vende tierras compradas a precios bajos
cuando considera que han alcanzado una alta valorización.109

107
“El precio de la tierra no es otra cosa que la renta capitalizada, y por ende anticipada” (Marx, 1999, t. 3 p.
1028).
108
La razón de que sea más baja es que la tierra se considera una inversión más segura que la inversión
financiera.

108
La distinción entre inversión en tierra y capital resurge a cada momento en el cálculo del inversor
financiero y del propietario. Este último calcula normalmente cuánto le rinde la tierra si la arrienda,
comparando con el beneficio que obtiene de cualquier otro activo financiero; y las posibilidades de
valorización del suelo. Por otra parte calcula cuánto capital debe invertir para hacer producir el
campo, y qué ganancia obtiene. En base a esto puede decidir el curso a seguir; un cálculo que
adquiere especial significación en la dinámica del capitalismo agrario pampeano, como veremos en
seguida.
Por último señalamos que considerado desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas
productivas, y debido a que el desembolso de dinero en la compra de tierras no es inversión de
capital agrícola, la propiedad de la tierra constituye un obstáculo para la agricultura y “de hecho
contradice al modo de producción capitalista” (Marx).
LA CRÍTICA DE LA PROPIEDAD PRIVADA DE LA TIERRA Y LA RENTA
Cuando se discute acerca de los ingresos del campo generalmente se hace hincapié en la
existencia, o no, de “ganancias extraordinarias” por parte de los propietarios de la tierra. Como
hemos visto, estas “ganancias” –que son rentas– no se distinguen, la mayoría de las veces, de las
ganancias del capital, y los debates se centran en cuál sería su nivel éticamente “justo”. Con lo cual
desaparece cualquier cuestionamiento a la propiedad privada misma de la tierra. La propiedad
privada de la tierra aparece como algo natural. Sin embargo cabe preguntarse en qué se
fundamenta el derecho de propiedad privada de la tierra.
En la respuesta a esta pregunta, como señala Marx, la ideología burguesa fracasa penosamente,
incluso en sus exponentes más lúcidos. Es que la propiedad privada de la tierra supone que hay
personas que han monopolizado porciones del planeta, “sobre las cuales pueden disponer como
esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclusión de todos los demás” (Marx, 1999, t. 3, p.
793). En determinados momentos de la historia humana, algunas personas tomaron posesión de
tierras, las declararon de su propiedad, y excluyeron a todos los demás. Que luego las tierras se
comercien como cualquier otra mercancía no cambia la naturaleza del problema. La renta sigue
constituyendo un tributo que el conjunto de la sociedad paga a quienes han monopolizado
porciones del globo terráqueo. Desde este punto de vista la defensa de la renta agraria, cualquiera
sea la forma que adopte, es una bandera reaccionaria. Éste es un punto del programa del
marxismo que es incompatible con las reivindicaciones de los productores agrarios pampeanos, y
con los partidos defensores del sistema capitalista. Sin embargo, el hecho de que se naturalice la
propiedad privada del suelo, que se confunda el precio de la tierra con el capital, y que la renta se
conciba, según la apariencia del fenómeno, como un rendimiento de ese “capital”, constituye la
base material para la defensa del derecho del terrateniente a percibir ese ingreso. El
cuestionamiento a la renta que percibe el propietario de la tierra por parte del marxismo es radical.
RENTA ABSOLUTA
La renta diferencial I, que se origina en las diferencias de las productividades naturales del suelo es
la que comúnmente se tiene en cuenta cuando se analiza la cuestión de la tierra en Argentina.
Pero Marx también pensaba –a diferencia de Ricardo, que sólo concebía la renta diferencial– que
la tierra de peor calidad también generaba renta. Esta renta surgía, siempre según Marx, porque la
composición media del capital en la agricultura era más baja que en el promedio de la economía
capitalista. Recordemos que la composición del capital es la relación entre capital constante y
capital variable; esto es, la relación entre trabajo muerto y trabajo vivo, que es el que genera el
valor y la plusvalía. En condiciones de libre competencia y movilidad de los capitales, las ramas en
que existe una composición del capital menor a la media venden su producción por debajo del
precio que correspondería directamente a sus valores; y en las ramas en las que la composición
del capital es superior a la media sucede lo contrario. Sin embargo, seguía el razonamiento de
Marx, en la agricultura no podía ocurrir esa nivelación, debido a la propiedad privada de la tierra. Lo
cual daba lugar a otra ganancia “extra”, que constituía la renta absoluta, que recibe el propietario
de la tierra de peor calidad. Esto significa que Marx explica la renta en la peor tierra no a partir de

109
En su balance cerrado el 31/03/08 la empresa informaba la venta de 2470 hectáreas en Santa Fe a US$
2549 cada una. Cresud las había comprado en 1997 pagando US$ 309.

109
un precio de monopolio –esto es, por el poder de mercado o el capricho de la demanda– sino por la
ley del valor trabajo. Su supuesto crucial es que en la agricultura la composición del capital es
menor que en el resto de la economía. Por eso en este respecto no es correcta la afirmación de
Gastiazoro (1999) cuando sostiene que la renta absoluta, en el sentido de Marx, “surge de la
superexplotación de los asalariados rurales por el mayor atraso relativo del capitalismo en el
campo”. En primer lugar porque, siempre según la teoría de Marx, la renta absoluta es
independiente de si existe o no superexplotación; la existencia de superexplotación puede engrosar
la renta, absoluta o diferencial, pero no es la razón de ser de la renta absoluta. Aún cuando no
exista superexplotación, habrá renta absoluta si la composición orgánica en el campo es menor
que la composición orgánica promedio del resto de la economía capitalista. Por lo tanto, y en
segundo término, tampoco es correcto sostener, como también afirma Gastiazoro, que la renta
absoluta surge porque hay un mayor atraso relativo del capitalismo en el campo. Lo que importa es
la composición orgánica media del capital, y la composición orgánica promedio en el campo. Puede
haber ramas de la economía con baja composición orgánica, que sin embargo estén a la
vanguardia de los avances tecnológicos. Por ejemplo, sectores en biotecnología o genética poseen
una alta relación de trabajo –que es complejo– sobre capital constante, y son de avanzada. Esta
confusión conceptual acerca de qué es renta absoluta lleva a una parte de la izquierda –como el
Partido Comunista Revolucionario, al que pertenece Gastiazoro– a sostener que en Argentina este
tipo de renta juega un rol central.
Señalemos, por último, que la renta absoluta sí influye en el precio del producto agrícola; si no
existiera la renta absoluta el producto se vendería al precio de producción que, lógicamente, debe
ser más bajo que el precio-valor; siempre bajo el supuesto de que la composición orgánica del
capital en la agricultura es más baja que en el promedio social.
DESARROLLO CAPITALISTA Y RENTA DIFERENCIAL II
Lo visto hasta aquí ha constituido los pilares teóricos habituales con los que se explicaron las
cuestiones de la tierra en Argentina. Pero también está la renta diferencial II, que es la renta que
surge por las sucesivas mejoras introducidas por la inversión de capital en la tierra. En la medida
en que esas mejoras se incorporen de manera permanente a la tierra, son pasibles de ser
usufructuadas por el terrateniente en futuros contratos. Para verlo, supongamos que en nuestro
caso anterior un capitalista arrendatario introduce una mejora en el riego de la tierra C, de manera
que aumenta su productividad a 4 unidades de cereal cada $25 de capital invertido más $7 por
inversión extra. En este caso el capitalista obtendrá un ingreso de $100, de los cuales $60
constituyen la renta, $25 reponen el capital “normal” invertido, $7 el capital “extra” invertido; $5
constituyen entonces la ganancia normal, y $3 una ganancia extraordinaria, producto de las
mejoras. Pero cuando la tierra esté disponible para que el terrateniente la alquile nuevamente, esa
mejora es una cualidad de la tierra que procurará la correspondiente renta. El arrendatario se
quedará de nuevo con la ganancia media. El incremento de la renta deriva así de la inversión de
capital, y es la renta que Marx llama diferencial II. El análisis a partir de aquí se hace entonces más
complejo, porque las rentas diferenciales I y II dan lugar a muchas combinaciones, según que los
rendimientos de las sucesivas inversiones de capital en la tierra sean crecientes, constantes o
decrecientes; y según las inversiones se hagan en tierras de diferentes fertilidades naturales. De
esta forma aparecen muchos casos en que la renta sube, pero no porque se vaya siempre a tierras
peores, o porque suban los precios de los productos agrícolas, como pensaba Ricardo.
En nuestra opinión esta renta diferencial cobra un significado especial en la actualidad, ya que
depende y es inherente al desarrollo del capitalismo. Expresa la circunstancia de que el capital al
alcanzar determinado nivel se convierte en el factor decisivo de la agricultura y la fertilidad natural
deja de ser el elemento determinante de la renta. Una cuestión que ya destacaba Marx en Miseria
de la filosofía, cuando afirmaba que la fertilidad no es una cualidad tan natural como podría
pensarse, porque está estrechamente ligada a las relaciones sociales de su tiempo, y volvía a
afirmarla en El Capital:
… las propias leyes naturales del cultivo implican que, llegado a cierto nivel del cultivo y a
su correspondiente agotamiento del suelo, el capital –considerado aquí, al mismo tiempo,

110
en el sentido de medios de producción ya producidos– se convierta en el elemento decisivo
del cultivo (Marx, 1999, t. 3, p. 868).
La existencia de la renta diferencial II está indicando que la tierra se transforma en un campo de
inversión para los capitales como cualquier otro. En relación a los países subdesarrollados, la
incorporación al análisis de la renta diferencial II es importante. Ha sido tradicional en la izquierda
minusvalorar la renta diferencia II –a la par que se resaltó históricamente la renta diferencial I y la
absoluta– porque se parte de la premisa de que el desarrollo de las fuerzas productivas en el agro
es extremadamente débil, o despreciable. Pero esto hoy no tiene apoyo en la realidad, por lo
menos para extensas zonas de los países periféricos, como es el caso de la zona oleaginosa y
cerealera de Argentina.
Afirmar que la tierra se transforma en un campo de inversión para los capitales como cualquier otro
implica que a largo plazo debe aumentar la composición orgánica del capital en la agricultura, y por
lo tanto no hay razón para que su nivel medio deba ser diferente a la de cualquier otra rama de la
industria. En consecuencia desaparece la base para la existencia de la renta absoluta. El propio
Marx admitía que la renta absoluta se basaba en “una diferencia histórica que puede desaparecer”
(Marx, 1975, t. 2, p. 89) y creía que en su época ya no regía para la industria extractiva. Si la renta
absoluta se basaba en el atraso relativo de la agricultura con relación a la industria, no hay motivo
para que permanezca cuando la producción agrícola pasa a ser dominada por el capital como si
fuera una industria más. El desarrollo capitalista en las últimas décadas parece indicar que ésta es
la situación hoy. Es una realidad que tendencialmente en la producción de cereales y oleaginosas,
productos claves, disminuyó la utilización de mano de obra, y aumentó la relación capital/trabajo.
Por ejemplo, se ha calculado que en 1830 un granjero de Estados Unidos empleaba entre 200 y
300 horas de trabajo para producir 100 bushels de trigo; en 1890 entre 40 y 50 horas; en 1975
entre 3 y 4 horas.110 Y todo indica que desde entonces el tiempo de trabajo disminuyó. Lo mismo
ha sucedido en las producciones de cereales y oleaginosas en Brasil, Argentina y otros grandes
productores.
RENTA EN LAS PEORES TIERRAS
Si no existe renta absoluta, cabe preguntarse entonces si existe renta en las tierras peores. Para
responder a esta pregunta vuelve a cobrar importancia la renta diferencial II. Expliquemos el tema
con cierto detalle, porque nos permitirá abordar luego algunas de las contradicciones que se están
evidenciando en el agro en Argentina.
La tesis de Marx es que puede surgir renta en la peor tierra a partir de las inversiones sucesivas de
capital, en condiciones especiales que afectan a las tierras marginales. Para ver cómo puede
suceder, supongamos, como antes, que la tierra peor, A, produce 1 unidad de cereal a un “costo de
producción” (incluye la ganancia) de $30, y que la tierra B produce 3,5 unidades de cereal a un
costo de producción de $60. Dado que el precio de mercado está determinado por la tierra A, los
productores de B venden las 3,5 unidades de cereal a $30 cada una, obteniendo entonces $105.
Descontado el “costo de producción” queda una renta de $45.
Supongamos ahora que la demanda aumenta, y se necesita producir 1 unidad más de cereal. Se
compara entonces cuánto cuesta producir esta unidad adicional si se invierte más capital en la
tierra A, en una tierra aún peor, A -1, o en B. Supongamos que producir esta unidad adicional
cuesta $35 en B, y $38 en A, o en A -1. Lógicamente, la unidad adicional se produce en B. Entonces
tenemos que B produce ahora 4,5 unidades, de las cuales 3,5 unidades se producen a $60,
mientras que 1 unidad se produce a $35. En total en B las 4,5 unidades de cereal se producen a
$95 (siempre incluyendo la ganancia). Si se calcula el costo medio de la producción en B, es claro
que el mismo será $95 ÷ 4,5 = $21,11. En este caso el precio regulador seguiría siendo el de A, o
sea $30, y no habría renta en la peor tierra. Sin embargo Marx aquí introduce una hipótesis crucial,
ya que sostiene que el precio regulador bien puede ser el de la unidad adicional producida en B, o
sea, $35. En este caso B vende las 4,5 unidades de cereal a $157,5; descontando los $95 que
corresponden al capital, queda una renta de $62,5. Puede verse que la renta aumentó, esto es,
tenemos renta diferencial II. A su vez en A aparece una renta de $5. Es evidente que Marx está

110
Datos que tomamos del Economic Report of the President US, de 2007.

111
dando aquí un rol relevante al cálculo comparativo marginal. Esto sucedería cuando no es posible
disponer de nueva tierra de calidad A que tenga la misma situación favorable que la cultivada
anteriormente, sino hay que recurrir a una segunda inversión de capital en A, que implica una
inversión menos rentable que en B; o, alternativamente, descender a una tierra A -1, de peor
calidad.
Otra situación en que la renta diferencial II puede dar lugar a renta en la tierra de peor calidad es
cuando la inversión adicional de capital permite un fuerte aumento de la productividad en la tierra
peor. Para verlo, partamos del caso que hemos venido estudiando: en la tierra A una inversión de
$25 permite producir 1 unidad de cereal, con una ganancia de $5. Supongamos ahora que una
segunda inversión de $25 permite producir 2 unidades adicionales de cereal (la ganancia es de $5,
como siempre). De manera que se pueden producir 3 unidades de cereal a un costo de producción
de $60. El costo medio de la unidad de cereal es de $20; si A sigue sin arrojar renta, el precio
regulador pasa entonces a ser $20. En cambio –y de nuevo esta hipótesis es crucial en el
razonamiento de Marx para explicar la aparición de renta en A– si se sigue considerando como
precio regulador el precio de la unidad de cereal que resulta de la primera inversión de capital (o
sea, $30), la producción total de A que se deriva de la primera y segunda inversión reportará un
ingreso de $90; y se genera una renta de $30. Todo depende de que la primera inversión se
mantenga como la decisiva.
Por supuesto Marx admite que en condiciones normales el precio regulador debería disminuir, de
forma que no habría renta en A. Sin embargo, sigue su explicación, si la mejora afectara solamente
a una parte pequeña de A, esta parte mejor cultivada arrojará una ganancia excedente que el
terrateniente terminará fijando como renta. A medida que la tierra A fuera incorporando el nuevo
método, se iría formando renta. Marx considera también el caso en que hubiera productividad
decreciente de los capitales adicionales invertidos en A, pero para nuestro estudio es suficiente con
lo que hemos explicado. Lo central aquí es que a medida que aumenta la inversión de capital, y se
desarrolla la producción capitalista, puede formarse renta incluso en las tierras marginales.
Por otra parte se puede ver que la distinción entre las rentas diferenciales I y II es, hasta cierto
punto, relativa. Es que siempre la renta diferencial I supone que haya inversión de capital, ya que
no hay suelo que dé producto sin inversión. Por eso Marx plantea –no casualmente, cuando trata la
renta diferencial II– que incluso cuando se dice que 1 unidad del suelo peor, A, proporciona
determinada cantidad de productos, siempre se supone “que se emplea un capital determinado,
considerado normal bajo las condiciones de producción dadas” (Marx, 1999, t. 3, p. 903).
Naturalmente, a la par que se desarrolla el capitalismo se eleva el nivel del capital medio
necesario. Por ejemplo, supongamos que se realizan nuevas inversiones de capital en algunas
tierras de A, y que otras no reciban este capital suplementario. De esta manera se genera renta en
las tierras de A mejor cultivadas, y aumenta la renta de las tierras B, C, D, que también reciben
capitales adicionales. En tanto las parcelas de A que no recibieron ese capital adicional siguen
determinando el precio de producción. Pero llega un punto en que el nuevo tipo de explotación se
impone y se convierte en el tipo de explotación normal; en ese momento el precio de producción
disminuye, la renta de las mejores tierras vuelve a disminuir y “la parte del suelo de A que no posea
el capital medio de explotación deberá vender por debajo de su precio de producción individual, es
decir, por debajo de la ganancia media” (Ibíd.). El nivel medio del capital necesario para explotar la
tierra en Argentina se ha venido elevando sistemáticamente en los últimos años; asimismo la
inversión de capital en tierras está poniendo en funcionamiento más y más tierras marginales. Esto
saca de la competencia a los productores más débiles e impulsa la concentración del capital. Este
tipo de inversión la estarían realizando algunos grandes grupos en tierras marginales de Argentina.
Por ejemplo Cresud invertía, en 2008, en tierras en el sur de Salta, donde estaba transformando en
praderas sembradas unas 62.000 hectáreas de suelos marginales. Directivos de Cresud también
informaban, en 2008, que el grupo estaba comprando las tierras a US$ 10 la hectárea (esto
significa que esa tierra, de hecho, no genera renta) e invirtiendo aproximadamente US$ 700 por
hectárea. Si el precio de las oleaginosas o cereales es establecido por otras tierras marginales que
no generan renta, y Cresud consigue, a partir de mejoras que puedan considerarse permanentes,
una productividad por hectárea superior a la productividad de esas tierras marginales que siguen
determinando el precio, entonces las tierras marginales que adquirió darán renta. De esta manera

112
la inversión de capital “genera” renta agraria. Además, a mediano o largo plazo, los propietarios-
productores que no posean el capital suficiente para generar un nivel de productividad similar al
que consigue el capital más fuerte, terminarán siendo eliminados. Esto se puede acelerar si baja el
precio del grano o de la oleaginosa.
Por otra parte debe tenerse en cuenta que la renta diferencial I siempre es la base sobre la que se
asienta la renta diferencial II. Si hoy en la economía moderna no hay posibilidad de obtener renta
sin realizar fuertes inversiones de capital, debe existir una base, dada por la fertilidad natural de la
tierra, para que pueda formarse una renta diferencial II. Por caso, la inversión de capital en la
Pampa Húmeda hoy es imprescindible para que exista renta. Pero ese capital a su vez está
actuando en un terreno de fertilidad natural superior a otros suelos; por ejemplo, a los suelos de
Tucumán o Salta que se dedican a la producción de trigo o soja.
LA CATEGORÍA DE “CAMPESINO” Y EL PRODUCTOR PAMPEANO
Durante el conflicto agrario las organizaciones de izquierda que se alinearon con los productores
rurales argumentaron que defendían a los pequeños y medianos campesinos contra el avance de
los grandes capitales agrarios y financieros. Según esta visión, en la zona pampeana y productora
de cereales y oleaginosas existiría una capa de productores que no serían capitalistas, dado que
no utilizan mano de obra asalariada, o lo hacen en muy escaso volumen. Efectivamente, de
acuerdo al censo de 2002, en la zona pampeana casi la mitad de los establecimientos sólo emplea
trabajo familiar. Y de los establecimientos que tienen asalariados permanentes, el 90% tiene
menos de 4 trabajadores (véase Neiman, 2008). Debido a que una relación capitalista se define por
la utilización de mano de obra, y en una proporción tal que el dueño de los medios de producción
pueda vivir sin involucrarse directamente en el trabajo,111 muchos de los propietarios-productores
de la zona pampeana –típicamente, que poseen establecimientos de entre 50 y 300 hectáreas–, no
serían capitalistas en el sentido estricto del término. Sin embargo, cuando se analiza la rentabilidad
de estos sectores, y sus posibilidades, y se las compara con la situación típica de los campesinos
parcelarios, la cuestión aparece bajo una luz muy distinta. Para avanzar en este estudio debemos
precisar qué es la economía campesina, tal como históricamente se la entendió en la literatura
marxista y en los estudios sobre las clases sociales en el campo.
Díaz-Polanco (1988) precisa las características que, según Marx, son distintivas del régimen de
propiedad parcelaria campesina en su forma “clásica”. Es la formación social en que el campesino
es propietario de la tierra que trabaja, de las condiciones objetivas de producción, pero en la que
“una parte preponderante del producto agrario debe ser consumido, en cuanto medio directo de
subsistencia por los propios campesinos” (Marx, 1999, t. 3 p. 1023), y sólo una parte residual se
comercia. Cuando este tipo de propiedad del suelo está extendido, presupone “que la población
rural posee gran preponderancia numérica sobre la urbana” (Marx, 1999, t. 3 p. 1023) y que el
capitalismo está poco desarrollado en el agro. Se la considera “clásica” porque sobre esta base se
desarrollará el capitalismo:
El sistema capitalista se desarrollará sobre la disolución y la ruina de esta forma clásica,
destruyendo la industria campesina y separando al trabajador campesino de sus
condiciones objetivas de producción, convirtiendo a este último en obrero asalariado cuya
única propiedad es su fuerza de trabajo (Díaz-Polanco, 1988, p. 78).
Establecido este régimen en su forma “clásica”, a medida que se desarrollan las relaciones
mercantiles y el modo capitalista de producción, tenderá a producirse una diferenciación en su
seno. Los campesinos que posean la tierra más fértil, o alguna otra ventaja, podrán realizar una
renta diferencial, y también una ganancia; en el sistema capitalista desarrollado este campesino
adquiere luego la fisonomía del Granjero (farmer) americano, esto es, de alguien que recibe

111
Véase el capítulo 9 del tomo 1 de El Capital, donde Marx explica que para que una suma de dinero se
convierta en capital es necesario un mínimo determinado. Si el dueño de los medios de producción debe
intervenir directamente en el proceso de producción como un obrero más, no será más que un “pequeño
maestro artesano”, un término medio entre el capitalista y el obrero. Al llegar a un cierto nivel del desarrollo,
la producción capitalista exige que el propietario de los medios de producción invierta todo su tiempo en
actuar como capitalista, esto es, como capital personificado.

113
normalmente renta, y ganancia. Los campesinos acomodados también pueden evolucionar hacia
capitalistas arrendatarios, a través de formas de transición como la mediería o aparcería. 112 Y la
mayoría del campesinado va camino a la ruina, a medida que el capitalismo se desarrolla.
Debe subrayarse que por lo general los campesinos parcelarios no reciben ingresos equivalentes a
renta o ganancias, y tienden a conformarse con un ingreso que apenas representa un salario:
Como límite de la explotación para el campesino parcelario no aparece, por una parte, la
ganancia media del capital, en tanto es un pequeño capitalista; ni tampoco, por la otra, la
necesidad de una renta, en tanto es terrateniente. En su condición de pequeño capitalista
no aparece para él, como límite absoluto, otra cosa que el salario que se abona a sí
mismo, previa deducción de los costos propiamente dichos. Mientras el precio del producto
cubra su salario, cultivará su campo e inclusive y a menudo hasta llegar a un límite físico
del salario (Marx, 1999, t. 3 pp. 1024-1025).
Puede darse entonces una transferencia de excedente, bajo la forma de valor, desde la pequeña
producción campesina al modo de producción capitalista. Como hemos señalado en el Apéndice al
capítulo 7, esta circunstancia debe diferenciarse, de todas maneras, de los casos en que el
campesino sólo alcanza a generar un valor equivalente al valor de su fuerza de trabajo (o menor
aún), debido a la escasa tecnología y baja productividad de su trabajo.
El debilitamiento de la economía predial también puede obligar a la combinación del trabajo en la
parcela con el trabajo asalariado por fuera de ella. Cuando ocurre esto estamos en presencia de un
campesino en transición al proletario, o sea, es un “semi-campesino”, “semi-proletario”.
Al no recibir siquiera un equivalente al plustrabajo por encima del trabajo necesario para reproducir
su fuerza de trabajo y su familia, el campesino no distingue la renta de la tierra como una categoría
específica de su ingreso; ni una ganancia, que correspondería a la inversión de “capital”. Por esta
razón en las economías campesinas no encontramos la racionalidad económica típica del
empresario capitalista, que se guía por el criterio de la rentabilidad. Como sostienen Mayer y
Grave, refiriéndose a campesinos del Perú:
Los campesinos usan el dinero para importar productos que no pueden producir
localmente, tales como gasolina, ropa, licor, comida e insumos agrícolas. Cuando los
términos de intercambio son desfavorables…, en intentos desesperados por continuar
exportando productos, devalúan los elementos de la economía que están bajo su control. A
fin de continuar operando, los campesinos deben vender sus productos por debajo del
costo de producción, absorbiendo las pérdidas en casa. A largo plazo esto lleva al
empobrecimiento (Mayer y Grave, 1999, p. 346).
Son esta clase de economías las que históricamente han conformado el contenido de la llamada
“cuestión campesina” en el marxismo.113 Se habla de una “cuestión campesina” por los debates
acerca de qué programa debían levantar los socialistas y la clase obrera para ganar al
campesinado para la lucha contra el capital. Dado que en el siglo XIX la mayor parte de la
población en Europa continental era campesina, resolver este problema era de mucha
trascendencia política.114 Marx y Engels pensaban que este campesinado debía ser ganado como
aliado del proletariado, mostrándole que su única salvación frente a la ruina era adherir a un
programa anticapitalista.
112
El arrendatario adelanta parte del capital, además de su trabajo; y el terrateniente otra parte del capital.
Marx señala que esta forma está en transición hacia el arrendatario capitalista.
113
La cuestión campesina está vinculada, clásicamente, a la falta de tierra, y por lo tanto a las consignas de
reparto de la tierra y reforma agraria.
114
Por ejemplo en Francia, hacia mediados de siglo XIX, las dos terceras partes de la población vivía en el
campo; la mayoría eran campesinos parcelarios, agobiados por las deudas, y sobrevivían al borde del hambre.
De ahí que Marx y Engels formularan, durante la Revolución de 1848, un programa de regularización de las
hipotecas e indemnizaciones a estos campesinos; aclarando, de todas maneras, que su salvación estaba en un
programa anticapitalista. Para el campesinado alemán el programa incluía la anulación de las cargas semi-
feudales. Hacia fines de siglo XIX el problema campesino volvió a discutirse en la socialdemocracia francesa
y alemana.

114
Sin embargo, a medida que se desarrolló el capitalismo en Europa, “la cuestión campesina” tendió
a desaparecer. Actualmente en Francia la proporción de trabajadores empleados en el campo es
de apenas el 5% del total de la fuerza laboral del país; los porcentajes en otros países europeos y
en Japón son similares. En Estados Unidos sólo el 3% de la fuerza laboral está empleada en la
agricultura. Pero además, los granjeros de Francia, Alemania o Estados Unidos de hoy tienen poca
relación con aquellos campesinos en los que Marx y Engels ponían esperanzas revolucionarias. Se
han convertido en parte de la clase capitalista, y actúan con la racionalidad propia de esta clase.
Los granjeros, rancheros y administradores de establecimientos de Estados Unidos y de otros
países adelantados perciben una renta, se apropian de plusvalía y realizan inversiones que
deciden según criterios de rentabilidad. Este tipo de economía agraria no está subordinada a
ninguna otra forma. Y éste también es el caso de los productores de cereales y oleaginosas de
Argentina. Su situación se parece más a la de Estados Unidos, que a la del campesino parcelario
de China o de África subsahariana.
El productor de soja propietario de 100 hectáreas en Buenos Aires o Santa Fe no puede ser
incluido en la misma categoría social que el campesino parcelario. Su fuerza económica y
perspectivas son cualitativamente distintas. Produce enteramente para el mercado; invierte capital
calculando una tasa de ganancia; obtiene normalmente plusvalor; y la renta entra en sus cálculos.
Tampoco el arrendatario pampeano, que realiza inversión de capital, aunque tenga pocos o ningún
trabajador asalariado, puede asimilarse al campesino que arrienda una parcela de tierra y apenas
sobrevive. El arrendatario productor pampeano recibirá como ingreso una parte de la plusvalía
producida por el capital en general, que le corresponde en tanto propietario de medios de
producción, a igual que sucede en cualquier rama de la economía en que haya una alta
composición orgánica del capital. Al calcular, por ejemplo, cuánto cobra por cosechar, incluye no
sólo la amortización de la maquinaria empleada, sino también una ganancia –que él considera
“interés”– por el capital invertido. En caso que trabaje él mismo la maquinaria, su ingreso estará
compuesto por un “salario” y una ganancia o plusvalía, en cuanto propietario de medios de
producción. Si contrata a un asalariado para que maneje la cosechadora, su ingreso será pura
ganancia capitalista. La diferencia cuantitativa en fertilidad del suelo, tamaño del terreno, inversión
de capital, y excedente del que se apropia, da lugar a una diferencia social, con respecto a la
economía parcelaria campesina.
En consecuencia hay que distinguir la ruina de la pequeña unidad campesina familiar de la “ruina”
del propietario pequeño y medio, o del arrendatario de la Pampa Húmeda, que realizan fuertes
inversiones. La ruina de la pequeña unidad campesina tradicional significa, en el mejor de los
casos, terminar como proletario; y muchas veces en el pauperismo y el hambre. El productor
pampeano que no puede competir con el capital más concentrado, con mucha frecuencia se
convierte en rentista, e incluso en rentista acomodado. En otros casos, podrá transformarse en un
pequeño propietario rentista de ciudad.115 Su punto de partida siempre será sustancialmente
distinto al del campesino, aún cuando no emplee mano de obra asalariada. Por este motivo las
categorías sociales apropiadas para el análisis en la zona pampeana y productora de cereales y
oleaginosas son las del propietario de la tierra, arrendatario capitalista y trabajador asalariado; o
alternativamente la de propietario-capitalista, que puede emplear mano de obra asalariada en
escasa proporción, pero tiene abierta la opción de convertirse en rentista.
Con respecto a la clase trabajadora, debe subrayarse que debido a que el desarrollo capitalista en
la zona pampeana fue fuertemente ahorrador de mano de obra, no dio lugar a un proletariado
numéricamente numeroso. Del total de los 307.572 establecimientos censados en 2002, el 44%
empleaba sólo trabajo familiar; el 18,3% utilizaba trabajo familiar con trabajadores transitorios; el
32,2% tenía asalariados permanentes, y quedaba un 5,3% sin discriminar. Además, de los que
tenían asalariados permanentes, el 54,7% tenía un asalariado permanente; el 34,2% empleaba de
dos a cuatro trabajadores permanentes; el 7,9% empleaba entre cinco y nueve trabajadores; y sólo
el 3,2% empleaba 10 o más asalariados permanentes (Neiman, 2008).116

115
Aunque no poseemos estadísticas, hay mucha evidencia anecdótica –recogida en la prensa– de que parte de
la renta agraria obtenida por pequeños y medianos propietarios de la zona cerealera y oleaginosa argentina se
reinvierte en propiedad inmobiliaria en las ciudades.

115
Esto permitiría entender también una característica del conflicto agrario argentino, que es la
ausencia de participación de la clase trabajadora con un programa de reivindicaciones propias,
independientes de las demandas levantadas por la patronal. El reducido número de asalariados por
establecimiento, y el involucramiento de muchos dueños en las tareas de producción,
probablemente ha dado lugar a una fuerte influencia de la patronal sobre los trabajadores. Esto a
pesar de que existe una alta explotación del trabajo. La Secretaría de Trabajo calculaba, en 2009,
que aproximadamente el 72% de los trabajadores del campo están en negro. Según datos del
INDEC, el salario promedio en el campo era, en 2008, de $ 1100, el 57% del salario promedio que
regía en el resto de la economía.117
Obsérvese que en la medida en que con estos niveles de salarios exista una ganancia media para
el capitalista, habrá un aumento de la renta de la tierra. Esto es, una parte del salario en este caso
está ingresando en la renta agraria (un caso que contempla Marx; véase 1999, t. 3, p. 808). La
primera manera práctica y sencilla de bajar la renta agraria y comenzar a mejorar la distribución del
ingreso es aumentando los salarios de los trabajadores rurales.
CAPITAL FINANCIERO, POOL DE SIEMBRA Y CAPITAL AGRARIO
Una de las cuestiones que ha estado en el centro de muchos debates es el rol que juega el capital
financiero en la producción agraria. Muchos sostienen, en línea con las tesis de la financiarización
y de la dependencia reformulada, que existe una contradicción fundamental entre el capital
financiero –singularizado en los pool de siembra– y el capital agrario; y que el avance de los pool
de siembra representa el predominio de la especulación parasitaria sobre la producción. Los
problemas actuales en el agro derivarían entonces de la naturaleza dañina de una forma particular
de dominación, la del capital financiero, y del antagonismo entre ambas formas de capital.
Nuestra interpretación de la cuestión es opuesta a esta idea. Entre el capital financiero y el capital
productivo agrario no existe contradicción fundamental alguna. Si bien pueden existir tensiones,
ambos son sólo formas de existencia del capital en general; los dos se nutren de la plusvalía –esto
es, de la explotación del trabajo humano– y están estrechamente relacionados. Constantemente
montos de capital dinero que participan en el ciclo de rotación del capital productivo se invierten en
los circuitos financieros, a la espera de volver a entrar en el circuito productivo. Inversamente, el
capital dinerario no puede valorizarse si no es a través de su relación con el capital productivo.
Existe un trasvase constante de capitales de una forma a la otra.
Esta relación lleva incluso a la imbricación entre ambos tipos de capital. Un ejemplo lo constituye el
fondo de cobertura Ospraie Management, de Estados Unidos. En 2008 Ospraie administraba una
cartera de US$ 9.000 millones, y se lo considera el fondo más poderoso de los que actuaban en los
mercados financieros de materias primas. Ese año comenzó a invertir en la cadena de valor de los
alimentos “en un esfuerzo por conseguir una visión de primera mano de lo que está moviendo el
mercado de bienes básicos” (The Wall Street Journal Americas 3/07/08), para lo cual compró por
US$ 2.800 millones ConAgra Foods, una empresa que negocia alimentos. Ospraie se convirtió así
en uno de los mayores operadores estadounidenses de granos. Su negocio es comprar el grano a
los agricultores y venderlo a la cadena alimenticia, pero también opera barcazas y planea entrar en
ferrocarriles, o sea, en sectores generadores de plusvalor. Asimismo está invirtiendo en campos;
por ejemplo, en Uruguay, donde incrementó la producción utilizando más fertilizante y mejor
tecnología. Otros capitales siguen el mismo camino:
…los grandes inversionistas están comprando cada vez más activos físicos –desde granjas
a refinerías– a medida que instituciones inyectan capital en los commodities. Los
propietarios tienen una clara ventaja sobre otros inversionistas porque pueden comprender
mejor la cadena alimenticia. (TWSJA 3/07/08).
Por otro lado, también el capital productivo se reproduce en vinculación con el capital dinerario. Por
ejemplo, Cresud opera campos cerealeros, sojeros, ganaderos, propios y arrendados; pero

116
De todas formas, también hubo un aumento de los trabajadores empleados por capitalistas contratistas. No
hemos encontrado cifras de los trabajadores empleados de esta manera.
117
En los cultivos industriales –50.000 trabajadores– los salarios eran, a comienzos de 2008, de apenas $868.

116
también posee una división financiera que busca realizar ganancias especulando en derivados de
los commodities, y otros activos financieros.
Con la misma perspectiva teórica analizamos los pool de siembra. Éstos constituyen sociedades de
inversores –pueden adoptar la forma de fondos de inversión o fideicomisos– que tienen como
objetivo valorizarse aumentando la escala productiva. En Argentina había, en 2008, unos 2700,
que controlaban entre el siete y el 10% de la tierra cultivada y contribuían con aproximadamente el
15% de la financiación total de las inversiones agrarias. Típicamente los pool contratan ingenieros,
veterinarios y otros asesores para el alquiler de campos y su explotación; toman seguros para
cubrirse frente a contingencias climáticas; pagan los servicios de siembra y cosecha a contratistas;
y terminan la operación comercializando el producto y retornando el capital invertido, más el
rendimiento, a los inversores. Muchos se han formado con capitales en ciudades del interior del
país y manejan entre 5000 y 20.000 hectáreas. Un pool de siembra que trabaja 20.000 hectáreas
facturaba, en 2008, unos US$ 15 millones, con un rendimiento promedio del 10% al 15% anual, en
condiciones de cosechas normales. Algunos operan decenas de miles de hectáreas. El mayor es
el grupo Grobo, que operaba (en 2008) 150.000 hectáreas, de las cuales el 90%,
aproximadamente, eran arrendadas; Grobo financia rutinariamente casi toda su operatoria con
fideicomisos. En este respecto es una empresa capitalista típica, en el sentido de la división de
clases en el campo “a lo Marx”, o sea, donde predomina el capitalista arrendatario, pero que en
este caso se financia con fideicomisos. El dinero que se invierte en estos fideicomisos constituye
una forma particular del capital dinerario que se valoriza cuando es prestado a un capitalista
empresario, y rinde interés.118 No hay una diferencia conceptual entre esto y lo que sucede con
cualquier otro capital dinerario que se presta a industriales a través de los mercados de capitales –
bonos o acciones–; o que se deposita en una cuenta y se canaliza a la producción a través de los
préstamos bancarios. Por eso cuesta entender con qué lógica se critica una forma de financiación
en un rubro, y se acepta como algo normal en otra rama de la economía. El prestamista cede el
dinero para que se lo emplee como capital agrario. Por lo tanto es acreedor a una porción de la
plusvalía. El empresario recibe su porción en tanto encarna el capital en funciones. Esta división
entre capitalistas dinerarios y capitalistas en funciones genera la división de la plusvalía en
ganancia empresaria e interés. Sin embargo la plusvalía que recibe el capitalista emprendedor
aparece bajo una forma fetichizada, esto es, no como resultado del trabajo impago, sino como
“fruto de su trabajo”; por eso esta plusvalía es considerada un “salario” de director. 119 Esta
circunstancia hace que los capitalistas en funciones muchas veces se presenten como víctimas
oprimidas –a la par de sus obreros asalariados– por el “capital financiero”.120 De ahí la idea –que
registra religiosamente el pensamiento vulgar izquierdista– de que existe un antagonismo
fundamental entre el capital productivo y el capital dinero.
Por otra parte, y como sucede con cualquier otro capital de préstamo, la división de la plusvalía
entre la ganancia empresaria y el interés –la renta del fideicomiso– está gobernada por la
competencia. Si la renta financiera del inversor en el pool de siembra es muy alta, esto atrae
capitales, y la ganancia financiera tiende a bajar. Por ejemplo, los fideicomisos en construcciones
inmobiliarias urbanas en 2004 y 2005 en Argentina daban rendimientos de entre el 20% y 30%; a
partir de la entrada de más capitales en el sector, y el endurecimiento de las condiciones en el
mercado de viviendas, los rendimientos disminuyeron.
ESTRUCTURA COMPLEJA DE INGRESOS EN LA CLASE DOMINANTE
A partir de lo explicado hasta aquí puede advertirse que en el agro estamos frente a una estructura
compleja, rica en determinaciones, porque entran en juego todas las formas en que se reparte el

118
“… cualquier capital prestado, sea cual fuere su forma, y comoquiera que se halle modificado el reintegro
por la naturaleza de su valor de uso, siempre es sólo una forma particular del capital dinerario” (Marx, 1999, t.
3, p. 440).
119
“… este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral., en el cual el capitalista
actuante sólo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo
explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo” (Marx, 1999, t. 3 p. 489).
120
“Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero un trabajador como
capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno” (Marx, 1999, t. 3 p. 495).

117
valor entre las clases, y la plusvalía entre las fracciones del capital y los propietarios de la tierra. A
nivel de las clases sociales fundamentales, encontramos la división entre plusvalía y valor de la
fuerza de trabajo, que determina la tasa de explotación del trabajo asalariado por el capital.
A su vez, dada la masa de plusvalía, se debe analizar la manera en que se divide entre las
fracciones propietarias y la clase capitalista en general. Por un lado encontramos la divisoria entre
ganancia agraria y renta de la tierra; por otro, la división de la ganancia agraria entre ganancia
empresaria e interés. A esto se agregan las diferenciaciones en la generación de plusvalía, ya que
hay capitales que reciben una tasa media de ganancia, otros capitales obtienen ganancias
extraordinarias y otros ganancias por debajo de la media. Por otra parte, puede suceder que
durante períodos más o menos prolongados, la tasa de ganancia media de una rama sea más alta
que en el promedio de la economía. Ya hemos visto cómo las variaciones del tipo de cambio
pueden incidir en las tasas de ganancias entre sectores productores de bienes transables y no
transables. En particular, después de la devaluación del peso de 2001, la tasa de ganancia en el
sector agrícola argentino habría aumentado. Esto atrajo capitales, llevando a una mayor demanda
de tierras, y aumento de la renta (véase Interludio I, y capítulo 14).
Por último, tenemos los impuestos, que constituyen otra fracción de la plusvalía, y afectan de
manera muy desigual, y según las técnicas impositivas, a las divisorias de plusvalor entre las
fracciones de la clase dominante. Desde el punto de vista impositivo, y del reparto de la plusvalía, o
el desarrollo del capitalismo, por supuesto, no es lo mismo gravar la renta que la ganancia. De
todas maneras la imposición sólo afecta el reparto de la plusvalía entre las fracciones burguesas (y
los propietarios de la tierra y el capital); entre éstas y el Estado. No altera la distribución del ingreso
entre el capital y el trabajo.
Destaquemos por último que a medida que se profundizan las relaciones capitalistas, la ley del
valor rige más y más la evolución de la economía agraria. La existencia de la propiedad privada de
la tierra no niega esta ley. La propiedad de la tierra permite al terrateniente apropiarse de una parte
de la plusvalía, pero no determina el precio del producto. Además, no se puede sostener con algún
fundamento que los precios de los granos y oleaginosas estén determinados por algún poder
monopólico en la producción. La producción en el agro argentino está incluso menos concentrada
que en otras ramas de la economía. Las 65 empresas agrícolas más grandes del país tenían bajo
producción cerealera y sojera, en 2008, unos 2,5 millones de hectáreas, lo que representaba algo
menos del 10% del total de la superficie cultivada.
CONCLUSIÓN
Las categorías marxianas de la renta agraria son plenamente aplicables al estudio de la producción
de cereales y oleaginosas en Argentina. Esto se debe a que estamos en presencia de relaciones
capitalistas desplegadas, donde impera la lógica del mercado y la valorización de los capitales.
Esto se aplica tanto al capital productivo, como al capital financiero.
La economía de los productores de cereales y oleaginosas de la Pampa húmeda argentina, por
otra parte, debe distinguirse cualitativamente de las economías campesinas tradicionales. En la
zona cerealera y oleaginosa no existe una cuestión campesina, tal como se ha entendido
tradicionalmente en el pensamiento marxista o de izquierda.

118
INTERLUDIO I:
RENTA AGRARIA, INTERÉS Y TIPO DE CAMBIO, DISCUSIONES
TEÓRICAS
Desde hace años circula en círculos de la izquierda y del progresismo argentino, en particular en la
Universidad de Buenos Aires, la tesis de que la renta agraria se origina por fuera del capital
agrario. La renta sería plusvalía generada por el obrero industrial, y apropiada por el terrateniente.
Ya hace muchos años en la Facultad de Filosofía y Letras se explicaba a los alumnos de la carrera
de Historia que la renta diferencial que recibían los terratenientes argentinos a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, no era creada por el trabajo agrícola, sino constituía transferencia de
plusvalor originado en las industrias de los países centrales. Vinculada a esta tesis está la
concepción de que la renta surge por un precio de monopolio; y que la magnitud de la renta es
independiente de las variaciones del tipo de cambio.
El profesor Juan Iñigo Carrera, de la Universidad de Buenos Aires, es uno de los mayores
exponentes de la tesis de que la renta no se origina en el trabajo agrícola, sino en la industria. En
un escrito crítico de nuestras posiciones, afirma que “la fuente de esta plusvalía [la renta] no se
encuentra en la producción agraria misma” (Iñigo Carrera, 2009, p. 3). En el mismo sentido
sostiene que la sociedad paga a los terratenientes con plusvalía generada por el trabajo de los
obreros no agrícolas (ibid, p. 4). Si esto fuera así, habría que concluir que la renta de la tierra de la
que se apropiaban los terratenientes argentinos antes de que el país se industrializara, provenía
del exterior. Y en la actualidad una parte importante de la renta también debería generarse en el
exterior, dado el atraso tecnológico e industrial relativo de Argentina. En consecuencia estaríamos
ante un “intercambio desigual” a la inversa, ya que habría transferencia de plusvalía desde los
países adelantados a los atrasados. En el fondo de esta conclusión encontramos una serie de
errores teóricos que es necesario examinar. También es necesario clarificar la teoría de la renta
diferencial II que, como vimos antes, está vinculada al desarrollo del capitalismo agrario. Y volver
sobre la diferencia entre interés y renta, cuestión en la cual también se evidencian confusiones.
Como conclusión de este Interludio ofrecemos una explicación de la relación entre renta y tipo de
cambio.
EL CONCEPTO DE RENTA DIFERENCIAL
El fondo del argumento de Juan Iñigo Carrera es que, según la teoría de Marx, cuando el trabajo se
aplica en una tierra de productividad superior, ese trabajo no puede generar más valor que el
trabajo menos productivo. Por lo tanto sostiene que si el trabajo aplicado a la tierra de mayor
fertilidad no genera más valor que el trabajo aplicado a la tierra de menor fertilidad, no hay
posibilidad de que la renta sea plusvalía generada por el trabajo agrícola. Por eso también afirma
que el trabajo que en cualquier rama de la industria utiliza una tecnología superior a la media no
genera más valor que el trabajo social medio de esa rama.
Este razonamiento evidencia incomprensión de la teoría de Marx del valor, y específicamente de la
plusvalía extraordinaria. Ya hemos explicado que la plusvalía extraordinaria surge porque en las
empresas con ventajas tecnológicas el trabajo actúa como trabajo potenciado, y genera más valor
por unidad de tiempo que el trabajo promedio de la rama. La renta diferencial de la tierra se explica
por este mecanismo. En varios pasajes de su obra Marx insiste en que no hay diferencias
conceptuales de fondo entre la renta diferencial y la plusvalía extraordinaria que obtiene una
empresa que utiliza mejor tecnología; por caso:
La existencia de diferentes ganancias excedentes o distintas rentas sobre tierras de
fertilidad variable no distingue a la agricultura de la industria. Lo que la distingue es el
hecho de que dichas ganancias excedentes en la agricultura se conviertan en
características permanentes… [en cambio] en la industria… esas ganancias excedentes
sólo aparecen en forma fugaz… (Marx, 1975, t. 2, pp. 80-81).
Con lo cual está diciendo que se trata de una plusganancia “normal”, o sea, no generada por
“operaciones fortuitas de venta o por fluctuaciones en el precio de mercado” (ibid.). La renta es una
ganancia extraordinaria que se hace permanente porque la tierra es monopolizable. Pero por eso

119
también es plusganancia generada en el trabajo agrícola. Es que si la plusganancia del capital
industrial se origina en el trabajo potenciado, y si a renta no se diferencia, en cuanto a su fuente, de
cualquier otra plusganancia, hay que concluir que, en la teoría de Marx, la renta se origina en el
trabajo agrícola. La renta, escribe Marx, es
…un excedente peculiar de esta esfera de la producción –la esfera agrícola–… un
excedente por encima de la parte del plustrabajo que el capitalista reclama como
peteneciéndole de antemano y normalmente (Marx, 1999, t. 3, p. 1018; énfasis añadido).
En otro pasaje subraya que la renta no surge porque se eleve el precio de la mercancía por sobre
su plusvalía intrínseca (Marx, 1975, t. 2, p. 31). La renta surge porque el producto agrario
…no tiene que trasladar a los otros la proporción de su plusvalía intrínseca que sólo rinde
la ganancia media, sino que es capaz de realizar una porción de su propia plusvalía que
constituye un excedente por encima de la ganancia media (Marx, 1975, t. 2, p. 31; énfasis
añadido).
Las citas abundan, todas en el mismo sentido. La tesis de Marx es bastante distinta de lo que
presenta Juan Iñigo Carrera. Sin embargo con esto no hemos demostrado que la tesis de Marx sea
correcta. ¿No podría tener la renta otro origen, distinto de la producción agraria?
El problema es que si la renta no es originada en el sector agrícola, habría que postular que surge
por algún recargo monopólico sobre el precio del costo. Es la idea –de esencia mercantilista– de
que la ganancia (en este caso la renta) se origina en el mercado. Pero con esta concepción, como
señala Marx, salta por lo aires “toda la base de la economía política” (Marx, 1975, t. 2, p. 208). Es
que la idea de la formación del precio del producto agrícola por “poder de mercado”, o “monopolio”,
con la que se busca explicar la renta, no tiene sustento teórico, y por lo tanto no puede explicar un
fenómeno que es sistemático. En ese marco no hay posibilidad de entender científicamente la
renta, ni en general la plusvalía; ambas pasan a estar indeterminadas.
En todo esto subyace, además, una idea fundamental, que ya había enunciado Ricardo, y Marx
rescata: el producto agrícola no se encarece porque hay que pagar renta, sino debe pagarse renta
porque el producto agrícola es caro (véase Ricardo, 1985, p. 56). Por eso en Ricardo y Marx la
renta no es producto del monopolio, sino es el monopolio de la tierra el que permite la apropiación
de la renta.
RENTA DIFERENCIAL II
Juan Iñigo Carrera sostiene también que en la agricultura no es necesario un mínimo de capital, y
explica que la renta diferencial II surge de la aplicación de porciones adicionales de capital cada
vez menos productivo. A consecuencia de la introducción de la porción de capital que pone en
movimiento trabajo menos productivo, el precio de producción se ubica ahora por encima del
correspondiente a la aplicación intensiva del capital que anteriormente determinaba el precio, de
manera que:
Toda la producción se vende al mismo precio comercial, determinado por el mayor precio
de producción correspondiente a la porción de productividad más baja, con independencia
de la productividad correspondiente al trabajo que produjo cada porción (Iñigo Carrera,
2009, p. 5).
Por lo tanto, siempre según Juan Iñigo Carrera, el precio de venta es establecido por la última
porción aplicada de capital que siempre es de menor productividad que las anteriores. Afirma luego
que “se trata de una renta proveniente del monopolio sobre las condiciones naturales diferenciales”
(ibid, p. 5; énfasis agregado). Y sostiene que la renta diferencial II no es renta, sino el interés sobre
el capital equivalente por el período de vida útil normal del mismo (ibid, p. 8).
Pues bien, por empezar, no es cierto que en la agricultura no haga falta un mínimo de capital. La
renta diferencial II es posible porque hay inversiones de capital por encima de los mínimos montos
de capital necesarios para que, incluso en el caso de la renta diferencial I, haya renta. Esto es, en
la agricultura

120
… [e]xactamente de la misma manera que en la industria se requiere determinado mínimo
de capital para cada ramo de la actividad, a fin de poder elaborar las mercancías a su
precio de producción (Marx, 1999, t. 3, p. 903).
Es que no estamos hablando de la unidad campesina familiar, sino de empresas capitalistas que
deben rendir una cierta tasa de ganancia, y por lo tanto deben poner en producción determinadas
cantidades de tierra, que exigen mínimos de capital. Ya en El Capital Marx señalaba que después
de 1846 se exigía a los arrendatarios, por contrato, que desembolsasen 12 libras anuales por acre
en inversiones. Esto es, había un mínimo de inversión necesaria. Hoy permanece la necesidad de
este piso. Si bien pueden variar las calidades y cantidades de insumos (calidad de semilla,
cantidad y calidad de fertilizantes, etc.), no es posible bajar de ciertos mínimos de inversión por
hectárea. Tampoco, por supuesto, se puede dejar de cumplir con las fases principales de la
producción. Si se siembra y luego no hay capital para levantar la cosecha, se está en un problema.
Los que creen que la soja, por ejemplo, es un “yuyo” y que su producción admite cualquier monto
de capital, en el fondo piensan que hoy la agricultura la lleva adelante una “oligarquía parasitaria”,
que no invierte y no opera según la racionalidad capitalista. Por supuesto, el planteo de Marx se
corresponde con su comprensión profunda del desarrollo capitalista de las fuerzas productivas en
el agro.
Vayamos ahora a la segunda cuestión. Hemos visto que según Juan Iñigo Carrera, la renta
diferencial se genera por sucesivas inversiones de capital, de productividad decreciente, que hacen
que el producto agrícola se venda al precio comercial determinado por el precio de producción
correspondiente a la última porción de capital, de productividad más baja.
¿Es ésta la explicación de Marx? Categóricamente no. En la teoría de Marx la renta diferencial II
surge por las mejoras en la tierra que introduce el capitalista en procura de elevar sus ganancias.
Si tiene éxito, en tanto dure el contrato de arrendamiento, el capitalista se embolsará esas
plusganancias. Cuando venza el contrato, si las inversiones de capital mejoraron de manera
duradera la fertilidad del suelo, el terrateniente estará en condiciones de apropiarse esa
plusganancia bajo la forma de renta. Ésta es la renta diferencial II. El precio de venta es
determinado por la peor tierra (no por la última inversión de capital, como dice Juan Iñigo Carrera).
La plusganancia que constituye la renta sigue determinada por la diferencia entre el precio de
producción “individual” del producto de la tierra mejor (que ahora tiene fertilidad adquirida, además
de la natural) y el precio de producción del producto de la peor tierra. Todo esto está explicado por
Marx en El Capital, en los capítulos dedicados a la renta diferencial II. Primero, la renta surge
porque los capitalistas arrendatarios buscan plusganancias:
…la renta se fija al arrendar los terrenos, por lo cual las plusganancias que surgen de la
inversión sucesiva de capital fluyen hacia los bolsillos del arrendatario mientras dure el
contrato de arrendamiento (Marx, 1999, t. 3, p. 866).
Pero una vez terminado el contrato de arrendamiento esa fertilidad elevada por las inversiones del
capitalista coincide con la fertilidad natural, y da lugar a que la plusganancia pase a manos del
terrateniente:
En el caso de mejoras permanentes del suelo, al expirar el contrato de arrendamiento la
fertilidad diferencial artificialmente elevada del suelo coincide con la fertilidad diferencial
natural y por ello coincide la tasación de la renta con la fertilidad diferente entre tipos de
suelo, en general. (Marx, 1999, t. 3, p. 867; énfasis agregado).
Además, en la teoría de Marx la inversión adicional de capital no da como resultado necesario la
suba del precio agrícola.
Marx analiza los casos en que el precio del mercado es constante, creciente o decreciente; y
también en los que la productividad de la segunda inversión de capital es constante, creciente o
decreciente. Al “cruzar” estas posibilidades Marx obtiene nueve casos básicos (no uno, como

121
sucede en Juan Iñigo Carrera). Y, como vimos, en Marx las inversiones de productividad
decreciente sólo provocan aumento del precio de mercado cuando se hacen en peor tierra.121
Preguntémonos ahora, ¿cuál de las teorías de la renta diferencial II es correcta, la de Juan Iñigo
Carrera o la de Marx?
Nuestra respuesta: la de Marx es correcta, no sólo porque es teóricamente coherente, sino también
porque explica lo que sucede en la realidad del capitalismo agrario. Es que no es cierto que las
inversiones sucesivas de capital sean siempre de productividad decreciente. No hay nada que diga
que esto es así. Los rendimientos muchas veces son constantes o crecientes. Las revoluciones
científicas y técnicas en el agro lo atestiguan. Éste fue un punto importante destacado por Marx,
que se ha verificado.
Pero además, la idea de que el precio del producto agrícola no está determinado por la peor tierra,
sino por la última porción de capital, es lógicamente incoherente. Para entender por qué,
recordemos que Marx sostiene que la renta diferencial I y la renta diferencial II se imbrican de
manera compleja, y en la práctica son indistinguibles (aunque analíticamente es importante
diferenciarlas). Pero si esto es así, no hay forma de sostener que la renta I está determinada por el
cereal producido con el capital aplicado a la tierra menos productiva, y la renta II por el cereal
producido con la porción de capital menos productiva. Más aún, si seguimos la teoría del profesor
Juan Iñigo Carrera deberíamos concluir que hay dos precios del mismo producto agrícola, uno
determinado por la última porción de capital invertido, y el otro determinado por la peor tierra. Es un
absurdo.
Por otra parte vimos que, según Juan Iñigo Carrera, una vez incorporada la renta diferencial II, la
renta proviene “del monopolio sobre las condiciones naturales diferenciales” (Iñigo Carrera, 2009,
p. 5; énfasis añadido). Marx, en cambio, sostiene que la renta, una vez incorporada la renta
diferencial II, proviene de la fertilidad diferencial, coincidiendo en esa fertilidad diferencial la natural
y la artificial (esto es, la que se origina en las inversiones adicionales de capital). ¿Quién tiene
razón, Juan Iñigo Carrera o Marx? De nuevo tenemos que decir que, en nuestra opinión, Marx está
en lo correcto. Es que al considerar Juan Iñigo Carrera que la renta proviene del monopolio sobre
“condiciones naturales diferenciales”, termina por no distinguir la renta diferencial II de la I, ya que
la renta diferencial II no es un producto de diferencias naturales del suelo, aunque tenga por base
la renta diferencial I. La renta diferencial II es el resultado de las mejoras que introduce el capital en
el suelo, que termina usufructuando el terrateniente. En palabras de Marx:
Las así denominadas mejoras permanentes –que modifican las propiedades físicas, y en
parte las propiedades químicas del suelo, en virtud de operaciones que cuestan un
desembolso de capital y que pueden considerarse como una incorporación del capital al
suelo– desembocan casi todas en conferir al suelo de un lugar determinado y restringido,
características que otros suelos… poseen por naturaleza (Marx, 1999, t. 3, p. 948).
Por este motivo, cuando se refiere a la renta diferencial II Marx habla de las diferentes fertilidades
de la tierra, no de las diferentes fertilidades naturales.
RENTA Y TASA DE INTERÉS
Juan Iñigo Carrera también atribuye a Marx la idea de que la renta diferencial II es en realidad
interés.
Para sostener esta interpretación alude a pasajes en los que Marx parece asimilar todo ingreso
generado por las inversiones de capital en la tierra, al interés. Por ejemplo, Marx dice que las
mejoras incorporadas al suelo “caen en manos del terrateniente en cuanto accidentes inseparables
de la sustancia, del suelo”, y que al momento de celebrar el nuevo contrato de arrendamiento “el
121
Juan Iñigo Carrera dejó de lado la parte profunda de la teoría de la renta de Ricardo, a saber, que la renta es
valor generado en la producción agrícola. Sin embargo parece haber adoptado su parte más floja, ya que
Ricardo explicaba la renta diferencial por “un descenso absoluto de la productividad en la agricultura”, que
sería una especie de ley histórica del desarrollo (Marx, 1975, t. 2, p. 209). Aunque Juan Iñigo Carrera lo
aplica sólo a la renta diferencial II, a través del equivocado supuesto de que las porciones sucesivas de capital
ponen en movimiento trabajo de menor productividad.

122
terrateniente añade a la renta propiamente dicha de la tierra el interés por el capital incorporado a
la tierra” (Marx, 1999, t. 3, p. 798). También afirma que “el interés de las edificaciones, así como el
del capital incorporado al suelo por el arrendamiento en la agricultura”, que va al capitalista
industrial, al especulador inmobiliario o al arrendatario durante la vigencia del contrato, termina a la
postre en manos del terrateniente y engrosa su renta (ibid. p. 800). Estos pasajes (que son previos
al tratamiento específico de la renta diferencial II), parecen entonces apoyar la idea de Juan Iñigo
Carrera de que la renta diferencial II es interés, y constituye una categoría distinta de la renta
diferencial I.
Sin embargo cuando Marx trata la renta diferencial II, sostiene que es renta en el mismo sentido
que la renta diferencial I: “…la renta diferencial II sólo es una expresión diferente de la renta
diferencial I, pero que intrínsecamente coincide con ella” (ibid. p. 870; énfasis añadido). Y precisa:
El que esa desigualdad se produzca para capitales diferentes, sucesivamente invertidos en
la misma porción de terreno, o en el caso de capitales empleados para varias porciones de
diferentes tipos de suelo, no puede crear distingos en cuanto a la diferencia de fertilidad o
de su producto, y por ende en cuanto a la formación de la renta diferencial para las partes
del capital más productivamente invertidas. Sigue siendo el suelo el que, con igual
inversión de capital, presenta una fertilidad diferente, sólo que en este caso [el de la renta
diferencial II] el mismo suelo cumple, para un capital sucesivamente invertido en diferentes
porciones, la misma tarea que desempeñan en I diferentes tipos de suelo para diferentes
partes del capital social, de igual magnitud, invertidas en ellos (Marx, 1999, t. 3, p. 870;
énfasis añadido).
Si Marx hubiera considerado que la renta diferencial II es en realidad interés, lo hubiera planteado
en estos capítulos que tratan de la renta diferencial II, y de los que extraemos estos pasajes. En
ese caso hubiera tenido que explicar de qué manera se combinan la renta diferencial I y ese
“interés” en un único monto que en realidad sería –según la interpretación Juan Iñigo Carrera– la
unión de dos categorías distintas. Pero en lugar de hacer esa distinción, Marx remarca que la renta
II es sólo una expresión diferente de la renta I, y que intrínsecamente coincide con ella. Más aún,
se burla de quienes pretenden hablar de renta cuando estamos ante diferencias de fertilidad
natural, y de interés cuando se trata de diferencias de fertilidad producidas por las inversiones de
capital:
Resulta entonces una teoría verdaderamente regocijante la que sostiene que aquí, en el
caso del suelo cuyas ventajas comparativas han sido adquiridas, la renta es interés,
mientras que en el otro, que posee dichas ventajas por naturaleza, no lo es (Marx, 1999, t.
3, p. 948).
También en Teorías… advierte contra el error que comete Juan Iñigo Carrera. Refiriéndose a
quienes piensan que la parte de la renta de la tierra no es más que interés sobre el capital fijo que
se invirtió en la tierra, Marx dice “este razonamiento es erróneo”, y recuerda que, como lo había
observado Ricardo, “la fertilidad así creada se fusionó en parte con la calidad natural del suelo”, por
lo que pasa a integrar la renta, sin más (véase Marx, 1975, t. 2, p. 118). Cuando estudia el interés,
en la sección V del tomo 3, Marx tampoco cree necesario aclarar que en realidad la renta
diferencial II es interés. Y en Teorías… advierte que no hay que confundir la renta con el interés, ya
que para el comprador de tierra
…la renta del suelo aparece así, nada más que como interés de su capital usado para
comprarla; y de esta manera la renta de la tierra se ha vuelto desde todo punto de vista
irreconocible y aparece como un interés sobre el capital (Marx, 1975, t. 1, p. 300).
¿Cómo se interpretan todos esos pasajes en los que Marx insiste en que la renta diferencial II es
renta y no interés? ¿Y cómo se explica que Marx diga en otras partes de su texto que las
inversiones incorporadas a la tierra generan interés?
Nuestra respuesta es que para comprender estas diferencias hay que poner a los textos en sus
contextos. Es que Marx está tratando dos tipos diferentes de inversiones. Por un lado, las
inversiones de capital fijo que se concretan en edificios, canales, solares, instalaciones varias, y en
las mejoras del suelo relacionadas con este tipo de construcciones. Por otra parte las inversiones

123
que mejoran la fertilidad del suelo, y desde ese punto de vista generan una fertilidad artificial que
confluye a conformar, con la fertilidad natural, una única fertilidad.
El primer tipo de inversión no ha sido tratado sistemáticamente por Marx. Hasta donde alcanza
nuestro conocimiento, sólo existen anotaciones y referencias, en el capítulo 37 del tomo 3 de El
Capital, que sirve de introducción al análisis de la renta de la tierra, y todavía más superficialmente
en algunos pasajes del tomo 2, cuando se refiere a construcción de las condiciones generales del
trabajo. Marx explica que cuando existen construcciones, por ejemplo viviendas edificadas por
arrendatarios que las alquilan, las mismas rinden un interés que en principio va a los constructores,
y luego se lo quedan los terratenientes (en Inglaterra había contratos de alquiler de tierras por 99
años). Lo mismo sucede con inversiones en la agricultura como solares, edificaciones varias, etc.,
y con las mejoras del suelo que las acompañan:
El interés de las edificaciones, así como el del capital incorporado al suelo por el
arrendatario en la agricultura, recae en el capitalista industrial, el especulador en
construcciones o el arrendatario durante la vigencia del contrato de alquiler, y en sí nada
tiene que ver con la renta de la tierra, que debe abonarse anualmente en fechas
determinadas, por la utilización del suelo (Marx, 1999, t. 3, p. 800).
El interés devengado por lo invertido en capital fijo que no modifica la productividad agrícola del
suelo, engrosa la renta del terrateniente cuando vence el contrato de arrendamiento. Aquí sí
estamos ante dos categorías, el interés y la renta. Anotemos sin embargo que el rendimiento de
este tipo de inversiones, y el precio de estas construcciones, hubiera exigido un tratamiento más
específico por parte de Marx. Por ejemplo, el precio de viejas construcciones que se alquilan puede
no estar determinado por su costo de construcción más una ganancia media, sino por la
capitalización, a la tasa de interés, de su rendimiento. En varios pasajes Marx parece insinuar que
esto es lo que sucede a menudo.
En cualquier caso, la clasificación de Marx es coherente con su teoría del interés y la renta. El
interés es la parte de la plusvalía que le corresponde a todo capitalista en tanto encarna la
propiedad privada del capital, no de la tierra. Cuando hay construcciones se trata de capital fijo
que, como todo capital, da a su poseedor un interés. La renta, por el contrario, es la parte de la
plusvalía que va al terrateniente en tanto éste es dueño de la tierra (que no es capital). 122 En la
medida en que las inversiones de capital mejoran la fertilidad del suelo (y una vez incorporadas
esas inversiones la fertilidad adquirida no se distingue de la natural), puede haber más renta para
el terrateniente. Por eso Marx se refiere, cuando habla de renta diferencial II, a las mejoras de la
fertilidad del suelo, no a los edificios u otro tipo de construcciones que pudiera hacer el
arrendatario. Por supuesto, puede haber casos ambiguos y mixtos, pero ambas categorías básicas
deben distinguirse. Por este motivo Marx jamás dice, cuando trata la renta diferencial II, que ésta
sea interés; por el contrario, insiste en que debe considerarse renta.
Expliquemos todavía esto con un ejemplo. Supongamos que un arrendatario agricultor construye
una casa para vivir, y al expirar su contrato la casa queda para el terrateniente, quien a su vez la
alquila. Supongamos también que el arrendatario agricultor mejoró la fertilidad del suelo. Pues
bien, aquí se producen para el terrateniente dos tipos distintos de ingresos: por el alquiler de la
casa recibe interés (más la amortización por la casa); por la fertilidad diferencial del suelo recibe

122
Por supuesto, el dinero invertido por el terrateniente en la compra del terreno es para él un capital que
devenga interés, “pero no tiene que ver en absoluto con el capital invertido en la propia agricultura” (Marx,
1999, t. 3, p. 1028). Por este motivo la suma desembolsada en la compra de la tierra no entra en el valor del
producto, como sí sucede con el valor de la máquina o de la materia prima. El título de propiedad que posee el
terrateniente le da derecho a percibir una parte de la plusvalía bajo la forma de renta, pero no tiene nada que
ver con la producción de esa renta. Por eso es similar al dinero invertido en un título del Estado, que da
derecho a percibir los ingresos futuros del Estado, aunque detrás de ese título no haya capital. Desde el punto
de vista teórico más general, si el capital es valor que se valoriza, debe concluirse también que la tierra no
puede ser capital, desde el momento en que no tiene valor (aunque sí tiene precio).

124
renta, en la cual coinciden la renta diferencial I y II. Por este motivo Marx distingue el interés y la
amortización del capital invertido en el edificio, de la “renta del mero suelo”.
APLICACIÓN DE LAS CATEGORÍAS DISCUTIDAS Y TIPO DE CAMBIO
Si se comprende que la renta agraria se origina en el trabajo agrícola, y además si se comprende
que existe renta porque el precio del bien agrícola es alto (y no al revés), se comprenderá también
la incidencia del tipo de cambio sobre las variaciones de la renta. Según la tesis de Juan Iñigo
Carrera, cuando la moneda está sobrevaluada el capital agrario se queda con una parte de la
renta.123 Pero siguiendo la teoría de la renta de Marx, según la cual la renta existe porque el precio
del bien agrícola es alto (y no al revés), no hay manera de que exista algo similar a lo que postula
Juan Iñigo Carrera.
Para verlo, supongamos que la tierra peor A, en el país A, es la que fija el precio del bien agrícola
T. El país A tiene el dólar como moneda (este supuesto puede quitarse con toda facilidad). En la
tierra de A se obtiene una unidad de T con un capital invertido de US$25. La ganancia del capital
agrario es del 20%, de manera que la ganancia es US$5. El precio de la unidad de T en el mercado
mundial es US$30. En A no hay renta diferencial.
Suponemos ahora el país B con tierras fértiles B; la moneda es $. La tierra B produce en promedio
2 unidades de T por cada $25 de capital invertido. La tasa de rentabilidad es también del 20%, la
ganancia es $5. Suponemos en principio que el tipo de cambio, E, es $1/US$. De manera que el
capital de B vende en el mercado mundial 2 unidades de T, por las que recibe US$60 (= $60). La
renta es lógicamente $30. Analizamos casos posibles.
Caso 1
Se produce una devaluación en B y los salarios y el costo general del capital suben en la misma
proporción. La devaluación es del 20%, de manera que E = $1,2/US$. Ahora el capital invertido es
$30; la ganancia es $6. El ingreso recibido por la venta de 2 unidades de T sigue siendo de US$60,
que se traducen en $72. La renta ha subido a $36.
Conclusión, no ha habido alteración de la tasa de ganancia del capital; éste no ha transferido valor
a nadie; la renta en términos nominales aumenta con la devaluación, a igual que los salarios y la
ganancia; aunque en términos de la moneda mundial la renta, como el resto de las variables, sigue
igual que antes.
Caso 2.
Se produce una devaluación del 20% en B, pero lo salarios no suben. De manera que aumentan
los costos del capital, pero en menor medida que la devaluación; suponemos que aumentan un
10%. Como en el caso 1, la competencia mundial de los capitales lleva a la igualación de la tasa de
ganancia. Ahora el capital invertido es $27,5. La ganancia es $5,5. La renta en consecuencia es
$39 (= US$32,5).
Conclusión: ahora sí la renta ha subido en términos reales, pero no porque haya habido
transferencia de plusvalía desde el capital al propietario de la tierra, sino porque aumentó la tasa
de explotación de los obrero, aumentando la plusvalía.
Caso 3
La moneda se revalúa un 20%, esto es, el tipo de cambio E = $0,8/US$. Supongamos que los
salarios no bajan, y que el capital invertido se mantiene igual. Las 2 unidades de T vendidas en el
mercado mundial a US$60 se traducen ahora en $48. Dado que la inversión del capital es $25, y la
ganancia sigue siendo del 20%, la renta ha bajado a $18. ¿Qué sucedería si la moneda se sigue
revaluando y hay capitales que no dan la tasa de ganancia media? Pues sencillamente en ese
caso los capitales se retiran, y las tierras menos fértiles salen de producción hasta que aumente el
promedio del rendimiento en la tierra del país B.

123
Véase, por ejemplo, Iñigo Carrera (2008).

125
Conclusión: si se revaluó la moneda bajó la renta, dado que suponemos que los salarios y el costo
del capital constante suben en términos de dólares. El capital invertido obtiene la misma ganancia
porque tiene una productividad media que le permite mantenerse competitivo.
A partir de estos casos pueden estudiarse otros. Por ejemplo, puede analizarse la siguiente
situación.124 Supongamos que el capital constante es $20 y el variable $5, y que el tipo de cambio
es E $1/1US$. Se produce una devaluación del 20% en B, pero los salarios no suben y los costos
del capital constante aumentan solo el 5%. Relajamos el supuesto de la igualación de la tasa de
ganancia a nivel mundial. Durante todo un período este capital goza una tasa de ganancia superior
al promedio. El precio del producto es $36, y la ganancia del capital $10; aumentó de US$ 5 a US$
8,33. La renta es $36 (US$ 30). La suba de la ganancia del capital proviene exclusivamente del
aumento de la explotación. Es la situación descrita en los capítulos 10 y 11. Los capitales
vinculados a los bienes transables aumentaron sus ganancias; los capitales vinculados a bienes no
transables disminuyeron sus ganancias (lo que se evidencia en la suba de sólo el 5% del costo del
capital constante).
Ahora entran capitales al agro, atraídos por la mayor ganancia, y aumenta la presión por las tierras.
Se produce aquí un fenómeno similar al que analiza Marx cuando trata las plusvalías
extraordinarias. Los capitales que reciben estas plusvalías tienen un margen como para ceder una
parte de esa plusvalía al propietario de la tierra. Es lo que sucedió en Argentina en el período 2002-
2008 (véase cap. 14). Los capitales agrarios pujan por la tierra y elevan las rentas –los capitales
más concentrados desplazan a los capitales medianos o pequeños–, cediendo de esta forma una
parte (que puede ser importante) de la plusvalía extraordinaria que posibilitó la devaluación del
peso.
Así queda aún más claro que en los tres casos analizados antes que no hubo transferencia de
plusvalía desde el capitalista agrario al propietario rural, ya que ambos se benefician con la
devaluación. La apropiación de un nivel de pluvalía adicional encuentra como fuente última la
explotación de los trabajadores. La situación puede mantenerse en tanto se contengan los factores
que llevan a la suba del tipo de cambio real, discutidos en los capítulos 10 y 11.

124
A partir de un caso elaborado por Carlos Bianco, quien me lo transmitió en una comunicación personal.

126
Capítulo 13
Globalización y desarrollo capitalista en el agro
En este capítulo discutimos cuestiones referidas a la mundialización del capital y su penetración en
el agro; la situación de la producción campesina familiar frente a la globalización, y los impulsos a
la proletarización y polarización de las sociedades agrarias tradicionales. La expansión de la
producción capitalista de cereales y oleaginosas en Argentina la analizamos como parte de este
proceso de profundización de las relaciones capitalistas a nivel planetario.
LA EXPANSIÓN CAPITALISTA Y DE LA CLASE OBRERA ASALARIADA
Algunos han explicado el conflicto entre el Gobierno y el campo como el producto de una ofensiva
recolonizadora sobre los países atrasados, liderada por los gobiernos imperialistas, los organismos
internacionales (FMI, Banco Mundial) y los monopolios transnacionales, especialmente financieros,
con el propósito último de establecer un monopolio sobre la producción mundial de alimentos.
Contarían para ello con la colaboración de los terratenientes y productores agrarios argentinos,
continuadores de la tradicional política “entreguista y cipaya de la oligarquía”.
Nuestra visión del problema es opuesta a este enfoque, ya que caracterizamos el tema agrario en
el contexto de las leyes de la acumulación del capital y la naturaleza del desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo. El marco de análisis no es el fortalecimiento de la oligarquía, ni el
restablecimiento de una dominación colonial, sino la expansión de las relaciones capitalistas a nivel
mundial. Esta es manifestación el impulso del capital, entendido como totalidad concreta, a formar
el mercado mundial. La expresión más clara de este proceso lo constituye el aumento, en las
últimas décadas, del flujo transnacional de los capitales. El stock acumulado de IED casi se triplicó
en los años ochenta, y en la década siguiente más que se triplicó. Los flujos de IED en 2007
alcanzaron US$ 1,5 billones, de los cuales US$ 535.000 millones correspondieron a los países
atrasados. Las corrientes de IED provenientes de los países atrasados pasaron de US$ 12.000
millones en 1991 a US$ 99.000 millones en 2000, y US$ 210.000 millones en 2007. Los flujos
totales de capitales a los países subdesarrollados en 2007 llegaron a los US$ 1,03 billones, un
monto equivalente al 7,5% de sus productos brutos internos (Economist Intelligence Unit).
Paralelamente la interdependencia comercial entre los países también creció exponencialmente, y
se profundizó la industrialización y la acumulación del capital en Asia y América Latina.
Fue esta expansión la que dio fuerza a un movimiento de largo plazo de urbanización y
proletarización de la fuerza laboral, y disminución relativa de la población rural. En 1996 el 46% de
los trabajadores a nivel mundial estaban empleados en tareas agrícolas, mientras que en 2007 la
proporción había bajado al 32%. Se calcula que unos 100 millones de personas abandonan el
campo y se incorporan anualmente a la fuerza laboral urbana en el mundo. China posiblemente
sea el caso más avanzado de este proceso. Desde que comenzaron las reformas precapitalistas
en ese país unos 100 millones de trabajadores provenientes del campo se incorporaron al sector
urbano; y entre 10 y 15 millones se agregan anualmente a las ciudades. En 1980 los trabajadores
agrícolas representaban el 74% de la fuerza laboral de China, y el 64% en 2000.
La expansión mundial del capital, y de la clase obrera asalariada, va de la mano de la ampliación
de los mercados y de la creciente mercantilización de la producción. Al proletarizarse los
campesinos y artesanos aldeanos se convierten en compradores de las mercancías necesarias
para su subsistencia; las materias primas agrícolas también son mercantilizadas.125
125
“Con la parte liberada de la población rural se liberan también, pues, sus medios alimentarios anteriores.
Éstos ahora se transforman en elemento material del capital variable. El campesino arrojado a los caminos
debe adquirir de su nuevo amo, el capitalista industrial, y bajo la forma del salario, el valor de esos medios
alimentarios. Lo que sucede con los medios de subsistencia, sucede también con las materias primas
agrícolas, destinadas a la industria. Se convierten en elemento del capital constante” (Marx, 1999, t. 1 p. 933).
Una parte significativa de los desplazados del campo se radica en los suburbios empobrecidos de las grandes
urbes, donde realiza trabajos mal pagos, o cae en la marginación y el pauperismo. Se ha calculado que unas
mil millones de personas viven en las “villas miserias” de Argentina, en las "favelas” de Brasil, y similares
en otros países. También en China la situación de los campesinos que dejan sus tierras para ir a las ciudades

127
Todo confluye para provocar el aumento de la demanda mundial de alimentos. En la medida en
que se desarrolla la relación capital/ trabajo en China, Indonesia, India y otras regiones, es
necesario reproducir la nueva fuerza de trabajo urbana, a los menores costos posibles. Pero no
sólo aumenta el número de asalariados que compra alimentos, sino también ocurren cambios en
su canasta alimentaria; y se modifican las pautas de consumo de los nuevos sectores medios. En
China, y de acuerdo a datos de la FAO, entre 1990 y 2002 el consumo de cereales disminuyó un
20%, en tanto se triplicaron los consumos de frutas y huevos, y más que se duplicaron los de
carnes, lácteos y hortalizas. La ingesta de proteínas pasó de 66 g/persona/día en 1990-1992 a 82
g/persona/día en 2001-2003. Procesos similares se registran en India, otros países asiáticos y en
Rusia. A nivel mundial se pasó de una media de 2280 kcal/persona/día en 1960 a 2800
kcal/persona/día en 2001-2003; la mayor parte del aumento se produjo en Asia. Este crecimiento
de la demanda mundial de materias primas, alimentos y energéticos constituiría la base material
para la creciente penetración del capital vastas zonas agrarias del Tercer Mundo.
LOS FLUJOS DE CAPITAL HACIA EL AGRO
Si bien en la segunda posguerra las corrientes de inversiones transnacionales a la agricultura no
siguieron el ritmo de crecimiento de las inversiones en industria, comercio o finanzas, en los
últimos años se ha producido un aumento importante de las mismas. Todavía entre 1989 y 1991
los flujos mundiales de IED en agricultura permanecían por debajo de los US$ 1000 millones
anuales; pero en 2005-2007 superaron los US$ 3000 millones. Aunque todavía es menos del 1%
del total mundial, puede estar marcando un cambio de tendencia.126 También se registra un
aumento de las fusiones y adquisiciones transnacionales de empresas agrícolas; su monto alcanzó
US$ 1800 millones en 2007 y US$ 2100 millones en 2008 (UNCTAD, 2009 a).
Algunos casos significativos sirven para ilustrar el proceso. BlackRock, un fondo de inversión con
sede en Nueva York y operaciones en 19 países, que maneja activos por US$ 1,35 billones,
volcaba a mediados de la década de 2000 cientos de millones de dólares para la compra de tierras
en África subsahariana, y Europa. Morgan Stanley, de Estados Unidos, compró en 2008 40.000
hectáreas en Ucrania; Calix Agro, una división de Dreyfus, adquirió miles de hectáreas en Brasil;
Emergent Asset Managent, con sede en Londres, reunía, en 2008, entre US$ 450 y US$ 750
millones para invertir en la compra de tierras y desarrollos agrícolas en África Subsahariana.
Hyundai Heavy Industries invirtió en el agro en Liberia. Alpcot Agro, de Suecia, compró unas
128.000 hectáreas en Rusia. Landkom, una empresa con sede en Londres, y Black Herat Farming,
con sede en Estocolmo, han hecho fuertes inversiones en granjas en Ucrania. En marzo de 2009
Terra Firma, una firma de inversión privada con sede en Londres anunció que compraba el 90% de
Consolidated Pastoral Company, que posee unas 5 millones de hectáreas en Australia dedicadas a
la cría de ganado. Al Qudra, un fondo de los Emiratos Árabes Unidos, compró grandes extensiones
en Marruecos y Argelia, y a comienzos de 2009 cerraba acuerdos de compra de tierras en
Pakistán, Siria, Vietnam, Sudan e India.
es difícil; comúnmente, son tratados como ciudadanos de segunda. En África, la escasa industrialización hace
más dramática la llegada de campesinos arruinados a las ciudades; muchos permanecen desocupados en las
villas rurales.
126
Después de 1945 las actividades de las empresas multinacionales (EMN) relacionadas con la agricultura se
concentraron en las industrias proveedoras (insumos como semillas, maquinaria, fertilizantes, etc.) y en las
industrias downstream (comercialización, transporte, procesamiento de alimentos). Siguiendo este patrón, las
EMN hoy participan en los segmentos más rentables de las cadenas de valor. Son propietarias de marcas,
poseen conocimiento en logística, y se benefician de la propiedad intelectual, por ejemplo en semillas,
fertilizantes y otros bienes. Son los casos de ADM, Bunge, Cargill y Dreyfus en la comercialización de granos
en Brasil; de Monsanto en la provisión de semillas de soja genéticamente modificadas; de grandes
productoras de alimentos como Pepsico en India; o de diversas EMN en la compra de granos de café a
pequeños productores en Brasil, Colombia y Vietnam. Además, muchas EMN ejercen su influencia sobre las
economías campesinas a través de contratos, y otras formas de relación más o menos estables. En cuanto a la
propiedad directa de explotaciones agrícolas, las EMN se mantuvieron en algunos países como Costa Rica,
Honduras, Guatemala y Panamá. Por ejemplo la mitad de las bananas vendidas por Chiquita, Dole y Del
Monte se originan en sus propias plantaciones (UNCTAD, 2009a).

128
Otros fondos están aumentando la inversión en la cadena del agro-negocio mundial. Un ejemplo es
DWS Global Equity Agribusiness Fund, con sede en Australia, manejado por el Deutsche Bank.
DWS posee acciones en Archer Daniels Midland, una compañía integrada verticalmente que
controla los procesos de elaboración y comercialización de alimentos, comida para animales y
derivados químicos; en Sygenta, empresa suiza especializada en semillas; en la alemana K & S,
productora de fertilizantes; en Monsanto, Bunge y otras. En 2008 COFCO, un conglomerado chino
controlado por el Estado, compró el 5% de Smithfield, el mayor productor mundial de cerdos;
también se asoció con Filmar, el mayor comerciante mundial de aceite de palma. En febrero de
2009 Nufarm, fabricante australiano de agroquímicos logró la aprobación para comprar AH Marks,
una de las empresas químicas más antiguas de Gran Bretaña, con una amplia cartera de
herbicidas.
Dice el presidente de la consultora de finanzas Cole Partners, de Chicago, que maneja un
fideicomiso: “Hay un enorme interés en ‘poseer estructura’, tierras en Estados Unidos, en la
Argentina o en Inglaterra, allí donde las perspectivas de ganancias son mejores” (La Nación,
7/07/08).
La forma en que operan estos capitales puede verse a través de un memorando, de 2008, para
inversores, de un fondo con sede en Estados Unidos. La propuesta consistía en invertir en Chile,
Brasil, México y Uruguay, países que el fondo consideraba de bajo riesgo político. Proponía aportar
capital para establecer joint ventures con capitalistas de esos países; buscar tierras degradadas
con potencial de apreciación y empresarios agrícolas que estuvieran en problemas para devolver
préstamos bancarios. Al considerar las perspectivas de la inversión, el fondo tomaba en cuenta las
tendencias de largo plazo de los precios de los alimentos; y que la tierra en América Latina
estuviera más barata que en Estados Unidos. Entre los diversos planes presentados, proponía
comprar 15.000 hectáreas para cultivar soja y caña de azúcar en Brasil, a un precio de US$ 500 la
hectárea. Se trataba de tierra marginal, que el fondo pensaba mejorar mediante una inversión
promedio de otros US$ 400 por hectárea. La previsión era que el precio de la tierra aumentara a un
promedio del 10% anual en los siguientes años, y que los precios de la producción subieran un
2,5% anualmente. De esta manera aumentaría la renta diferencial; la intención era vender la tierra
al cabo de algunos años, concretando ganancias. Propuestas de este tipo hoy son comunes en los
mercados de inversión. Estamos ante una lógica de valorización mundializada del capital,
fuertemente condicionado por lo financiero.
También ha cobrado importancia la inversión de países que buscan asegurar su provisión
alimentaria; particularmente los gobiernos del Golfo, China y Corea del Sur. Corea del Sur firmó
acuerdos con Sudán para cultivar 690.000 hectáreas, y los Emiratos Árabes Unidos por 400.00
hectáreas. La mayor parte de lo producido se destinará a la exportación hacia los países
inversores. Según The Economist (23/05/09) el gobierno de Sudán planea dejar un quinto de la
tierra cultivable para gobiernos del Golfo. China se aseguró 2,8 millones de hectáreas en Congo
para cultivar aceite de palma; sería la plantación de aceite de palma más grande del mundo.
También negociaba, en 2009, con Zambia para cultivar en unas 2 millones de hectáreas; en este
país las granjas chinas ya producen un cuarto de los huevos que se venden en Lusaka.
De acuerdo a International Food Research Institute, de Washington, entre 15 y 20 millones de
hectáreas de tierra de países pobres han estado sujetas a transacciones, o han entrado en
conversaciones en las que participan extranjeros, desde 2006 hasta 2009. Equivale al tamaño de
toda la tierra agrícola de Francia. Calcula, conservadoramente, que el valor involucrado en estos
montos oscilaría entre los US$20.000 y US$30.000 millones. Puesta en producción, esa tierra
generaría entre 30 y 40 millones de toneladas de cereales anuales; una cifra significativa si se tiene
en cuenta que el comercio mundial de cereales es de aproximadamente (en 2009) 220 millones de
toneladas.
Paralelamente muchos capitales agrarios con raíces en la periferia se internacionalizan. Por
ejemplo, capitales agrarios argentinos han invertido fuertemente en Uruguay, Brasil, Bolivia y
Paraguay. Otro tanto hacen capitales brasileños en otros países latinoamericanos. El grupo
argentino Cresud poseía, en 2008, el 11% de las acciones de Brasil Agro, empresa brasileña con
144.000 hectáreas en ese país; y está buscando invertir en Uruguay, Paraguay y Bolivia; Grobo

129
está en alianza con capitales brasileños, y también realiza inversiones en Venezuela. A su vez en
el agro argentino entran capitales internacionales; podemos citar los casos de Benetton (con
900.000 hectáreas); la australiana Liag; Adecoagro, de Soros (250.000 hectáreas); Calix Agro, de
Dreyfus. En el grupo agrario El Tejar participan socios norteamericanos y británicos; en Cresud
inversionistas como Sam Zell, uno de los cinco mayores propietarios de inmuebles de Estados
Unidos, o Michael Steinhardt, dueño de un gran fondo de inversión norteamericano.
Además, en términos relativos, la importancia de las EMN agrícolas surgidas en los países
atrsados es mayor que en otras actividades. En 2009, de las 25 EMN más importantes del mundo
que se basaban en la agricultura, 12 pertenecían a países atrasados (Malasia, Tailandia, Sri Lanka,
Indonesia, Papua Nueva Guinea, India y Sudáfrica). Sime Darby Berhad, de Malasia, principal
productor de aceite de palma del mundo, ocupaba el primer lugar, por encima de Dole y Del Monte,
de EUA (UNCTADa 2009).
Esta mundialización del capital agrario no obedece a alguna ofensiva circunstancial del
“neoliberalismo”, sino al impulso del capital, sin distinciones de nacionalidades, a someter a su
imperio la producción agrícola.
DESARROLLO DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS Y CAÍDA DE PRECIOS
A medida que se amplía la reproducción global del capital, la producción de alimentos adopta cada
vez más la forma social de la mercancía, y se hace más estandarizada. En la actualidad, el 90% de
los alimentos del mundo se deriva de sólo 15 cultivos y 8 especies animales. De manera que no se
verificó la tesis, bastante difundida en los años 1990, sobre el pasaje de un régimen de producción
masiva para un mercado masivo –fordismo, según la terminología de la escuela de la regulación–,
a un régimen posfordista, que se caracterizaría por la producción especializada para sectores de
alto poder de compra.127 La presión por abaratar los costos de reproducción de la fuerza de trabajo
urbana –a lo que se suma la expansión de los biocombustibles–, explica que la producción en
masa de alimentos siga siendo central en el capitalismo globalizado.
La mundialización del capital ha estado acompañada del desarrollo de las fuerzas productivas en el
agro. A partir de los años 1950 y 1960 se produce la revolución verde, y con ella una progresiva
expansión de la producción.128 Le siguió la revolución en la genética, la introducción de las
máquinas computarizadas, y la utilización de satélites para mejorar el manejo de suelos,
fertilizantes y control de los cultivos. Como resultado, entre 1961 y 2005 la producción de cereales
en el mundo creció a una tasa anual del 2,2%, y en los países subdesarrollados al 2,8%. Para el
mismo período la tasa anual de crecimiento de la producción de oleaginosas en el mundo fue del
4%, y en los países subdesarrollados del 4,4%. La de carne fue del 3% a nivel mundial y 4,8% para
los países subdesarrollados; y la de leche del 1,4 y 3,2%, respectivamente. La productividad
también se incrementó. Desde 1970 a 2000 el producto agrícola mundial –medido en dólares
estadounidenses de 1990– se duplicó, subiendo de US$ 645.900 millones a US$ 1,3 billones, en
tanto el trabajo agrícola creció el 40%, pasando de 898 millones a 1.300 millones de personas.129
Este incremento de la productividad explica que en el largo plazo se haya registrado una baja
tendencial de los precios agrícolas. Hacia 2006 el costo real de la cesta de alimentos mundial
había caído casi a la mitad a lo largo de los 30 años previos; los precios de numerosos productos
alimenticios habían bajado un 2-3% anual en términos reales (FAO, 2009). El índice real de precios
de los alimentos que elabora la FAO (precios de los alimentos deflactado por el índice del valor

127
Según esta visión, la producción artesanal y campesina, focalizada en productos particulares, gozaría de un
amplio campo para su desarrollo. Este pronóstico sólo se ha cumplido para una pequeña franja de granjeros,
en su mayoría ubicados en países adelantados. Por ejemplo, los que producen productos orgánicos.
128
La revolución verde consistió en la introducción de nuevas variedades de cultivos de alto rendimiento,
sustentadas en la genética; en la utilización masiva de fertilizantes, herbicidas y pesticidas, y del riego.
129
Cabe decir que a largo plazo la tesis maltusiana no se ha verificado. En 1946 la producción agregada
mundial de trigo, soja, maíz, arroz y cebada era de 375 millones de toneladas para una población mundial de
2300 millones de personas; en la actualidad hay una producción de granos de 2170 millones de toneladas,
para una población mundial de 6600 millones. A nivel mundial la producción de carne en los países
subdesarrollados más que se quintuplicó entre 1970 y 2005.

130
unitario de las manufacturas del Banco Mundial) disminuyó, desde inicios de la década de 1960
hasta 1998-2000 más del 50% (ídem).
El uso de tecnologías avanzadas también permitió poner en producción tierras marginales. A nivel
mundial la tierra cultivada se incrementó en más del 25% entre 1960 y 2005, y el uso de tierra con
riego se duplicó en los países subdesarrollados, alcanzando 197 millones de hectáreas en 2000. 130
En Argentina, Paraguay y Brasil se expandió notablemente el área cultivada; en Brasil, por
ejemplo, la tierra dedicada a la agricultura pasó de 52 millones de hectáreas en 1992 a 59 millones
en 2005. China también aumentó, en el mismo lapso, las tierras cultivadas de 124 a 140 millones;
pero en los últimos años se están reduciendo, a causa principalmente de la urbanización. En
Rusia, Ucrania y Kazajstán disminuyeron como producto de la crisis y la desarticulación del antiguo
sistema soviético, de 200 a 177 millones de hectáreas.
¿REVERSIÓN DE LA TENDENCIA DE PRECIOS?
A partir de 2000 comenzó una suba de los precios de los alimentos, que se aceleró entre 2005, y
mediados de 2008. En este últimó período los precios de las materias primas alimenticias se
duplicaron; el aceite de palma subió 140%, el arroz 110%, el maíz 102%, el trigo 101% y la soja
86%. Con posterioridad a julio de 2008 los precios cayeron, pero aún así a comienzos de 2010
estaban más altos que antes del comienzo de la suba, a pesar de la recesión mundial, y de que la
agricultura estaba utilizando a pleno su capacidad productiva. Se plantea entonces el interrogante
sobre si estamos en presencia de un cambio de tendencia de los precios, esta vez hacia el alza.
Para dar una respuesta hay que articular el análisis entre los movimientos tendenciales y la lógica
de la ganancia que rige la inversión en el modo de producción capitalista.
Empecemos señalando que la oferta de los alimentos no puede reaccionar rápidamente a cambios
en la demanda. La puesta en producción de nuevas tierras exige fuertes inversiones, e inmovilizar
capital por mucho tiempo. La decisión de invertir se rige por la rentabilidad, y los movimientos de
precios indican hasta qué punto es necesario aplicar más o menos tiempo de trabajo social a una
producción determinada. Cuando en una rama la oferta supera a la demanda, bajan los precios, las
ganancias y la inversión; con el tiempo la oferta se adapta a la demanda. Lo inverso sucede
cuando la demanda supera a la oferta. Esto se aplica a lo que sucedió en las últimas décadas.
Debido a la baja de los precios, desde mediados de los ochenta bajó la inversión en la agricultura,
y en investigaciones, en especial en los países subdesarrollados. La inversión de las economías
campesinas parcelarias fue extremadamente baja en la mayor parte del Tercer Mundo. Los países
subdesarrollados de conjunto invertían (en 2000) sólo el 0,56% del valor agregado en agricultura
en investigación y desarrollo, contra el 5,16% de los países adelantados (UNCTADa 2009).
También incidieron los programas neoliberales de reducción del gasto público y del involucramiento
del Estado en los países atrasados, con sus consecuencias sobre obras de infraestructura. En
2004, según la FAO, los países cuyas economías se basan en la agricultura invertían en promedio
sólo el 4% de su gasto público en la agricultura.
La consecuencia es que si bien los rendimientos siguieron creciendo, lo hicieron a una tasa cada
vez menor. En los países atrasados, los rendimientos de las tierras cerealeras que crecían a tasas
del 3 al 6% anual entre 1960 y 1980, en los 2000 lo hacían al 1 o 2%, por debajo del crecimiento de
la demanda (The Economist 19/04/08). De manera que cuando a comienzos de la década de 2000
comenzó a aumentar la demanda de productos alimenticios, la oferta era insuficiente. A esto se
sumó la producción de etanol, que genera mayor demanda de cereales, oleaginosas y azúcar.
También influyeron algunos grandes desastres naturales, que muchos vinculan al cambio climático
global; y la suba de los precios del petróleo, un insumo clave en el agro. Además incidió la caída
del dólar, ya que los alimentos cotizan en esa moneda. La FAO también señala la caída de las
existencias, que se produjo en los últimos años, a medida que mejoraron las redes de
comercialización, la gestión de los stocks y los países exportadores adoptaron medidas para
reducir los costos por almacenamiento. A estos factores se sumaría una cierta influencia
coyuntural, para formar la burbuja de precios, de la especulación financiera con las materias
primas, energéticos y alimentos (véase Interludio II).
130
Sin embargo, el mal manejo de la irrigación produce la salinización de los suelos. Según la FAO, el 10%
de las tierras irrigadas sufren de salinización.

131
El problema de fondo, de todas maneras, es la inversión. La FAO estima que para satisfacer las
necesidades de la demanda mundial de alimentos en los próximos años, la inversión neta en la
agricultura debería elevarse a US$ 83.000 millones anuales, lo que es aproximadamente un 50%
más que el nivel actual. Si la baja inversión no se revierte, podríamos asistir a un período más o
menos largo de suba tendencial de los precios de los alimentos y las materias primas. Sin embargo
es prematuro afirmar que se ha producido una “ruptura estructural” de la tendencia de largo plazo
(véase FAO, 2009). Si bien las economías campesinas parcelarias, en especial las que producen
escasamente para el mercado, no responden con el aumento de la producción a la suba de los
precios, las empresas capitalistas pueden reaccionar más elásticamente al aumento de los precios
y los beneficios. Por eso la posibilidad de que retome la tendencia bajista de los precios es
contemplada en FAO (2009). Debe recordarse, por otra parte, que también a comienzos de la
década de 1970 hubo un pico alcista de los precios, y otro de menor importancia a fines de esa
década, pero ninguno modificó la tendencia que, como vimos, fue descendente.
DESARROLLO CAPITALISTA Y ECONOMIAS CAMPESINAS
A nivel mundial se calcula que hay unos 1300 millones de pequeños campesinos y trabajadores
rurales sin tierra. Más precisamente, en 2006 la fuerza laboral empleada en la agricultura
comprendía 1378 millones de personas (sobre una fuerza laboral mundial de 3085 millones), de las
cuales 1338 millones correspondían a los países en desarrollo (datos UNCTAD, 2008). Cientos de
millones de campesinos en el Tercer Mundo son propietarios de lotes de, a lo sumo, una o dos
hectáreas; y otros muchos millones ni siquiera son propietarios de sus parcelas y deben pagar
rentas a los terratenientes. ¿Cuál es la perspectiva para estos campesinos?
En principio, desde el punto de vista teórico, podemos distinguir tres posiciones principales. Por un
lado, la visión del marxismo tradicional –véase por ejemplo Lenin (1969)– sostiene que a medida
que el capitalismo se desarrolla, y los mercados penetran en el agro, aumenta la diferenciación del
campesino; algunos se enriquecen, y la inmensa mayoría se proletariza. Esta tendencia debería
imponerse de manera más o menos rápida.
Una segunda posición, cuyo origen podemos ubicarlo en los escritos de Alexandr Chayanov y la
escuela de la economía campesina, afirma que al no guiarse por los criterios de la rentabilidad
capitalista, las economías campesinas tienen una gran capacidad para resistir a la competencia de
las empresas capitalistas. Lo cual explicaría la supervivencia de las economías parcelarias.131
Una tercera postura está constituida por la tesis de la “articulación de los modos de producción”,
que como hemos visto, afirma que los modos de producción no capitalistas son mantenidos por el
propio capital. Esta tesis tiene algún punto de contacto con la segunda, porque afirma también que
los modos de producción campesina tienen capacidad de resistencia al capital.
Por lo tanto la persistencia en la actualidad de los cientos de millones de economías campesinas
en Asia, América Latina y África parece dar sustento a la segunda tesis, y parcialmente a la tercera
(parcialmente porque no se ha verificado que el capitalismo tienda a conservar los modos
precapitalistas). La pequeña propiedad campesina está muy extendida en Asia; aunque en muchos
países se combina con la gran plantación; y con la propiedad terrateniente que alquila la tierra.
También en América Latina perviven las economías campesinas, incluso en países en los que el
capitalismo agrario ha tenido un desarrrollo importante.132 Más significativo aún es que en África

131
Chayanov sostiene que son las necesidades de la familia las que constituyen el motor de la actividad
campesina; las categorías de renta, ganancia o salario no gobiernan sus criterios de producción. Esto
explicaría, según Chayanov, que la economía campesina pudiera vencer la explotación capitalista en cultivos
intensivos en períodos de bajas de precios. En esos períodos, en los que el mercado es desfavorable, el
capitalista reduce la producción, pero el campesino intensifica el trabajo. Chayanov pensaba también que
ningún poder político estaba en condiciones de modificar la naturaleza de la explotación campesina; véase
Chayanov et al. (1981).
132
Barril García (2007) sostiene que en América Latina hay dos tipos de unidades, las empresas agropecuarias
(agricultura empresaria en todas sus reglas) y los pequeños productores familiares (que podrían incluir los
casos en que haya empleo de algún trabajo asalariado ocasional). Entre fines de la década de 1990 y
principios de la siguiente se calculaba que en los cinco países del Cono Sur la agricultura campesina

132
subsahariana las economías campesinas no han evolucionado siquiera hacia las formas de
propiedad individual de la tierra, que es la base para el desarrollo de una economía agraria
capitalista. La pertenencia a determinados linajes o clanes todavía hoy constituye el principal
criterio para la asignación de la tierra en amplias regiones. La tierra se trata como una parte
permanente de la existencia humana, y por lo general se la considera garantizada; es un activo
social, en principio inalienable. La organización social se basa en el principio de linajes, y
legalmente la propiedad es tenida y transmitida por ellos. Además, por fuera de la tierra arable que
está en manos de unidades de producción individuales, hay tierras y elementos de uso común
(tierras para pastoreo, árboles para leña y construcción, etc.).133
De manera que las economías campesinas se han demostrado mucho más resistentes frente al
capitalismo de lo que predecía la tesis marxista-leninista tradicional. Sin embargo todo indica que
el proceso de diferenciación y desintegración de las economías campesinas es el que hoy tiene
mayor vigencia. Esto es lo que constata Tapella (2002) cuando estudia la situación de la pequeña
producción yerbatera de Argentina, y lo mismo puede afirmarse sobre la tendencia mundial. Se
trata de un proceso no lineal, mediado y lleno de contradicciones, pero la dirección parece no dejar
lugar a dudas.
En primer lugar, debe precisarse que si bien muchas unidades campesinas son de “subsistencia”,
esto no significa que no produzcan para el mercado. Como ya señalaba Coquery-Vidrovitch,
subsistencia no es sinónimo de autarquía. Si bien el objetivo del campesino es la subsistencia, ello
no implica la ausencia de intercambios elementales en los mercados locales. Los mercados
locales, a su vez, hoy están cada vez más vinculados, a través de múltiples canales, con el
mercado mundial. Y desde hace tres décadas las economías campesinas sufren en forma
incrementada la competencia de los mercados en expansión, del cambio tecnológico y el aumento
tendencial de la productividad. Esta competencia demanda inversiones de capital imposibles de
realizar para las economías campesinas parcelarias. La agricultura en pequeña escala, que debe
enfrentar a las empresas agrarias capitalistas, por lo general realiza poca inversión; es de baja
productividad; posee tecnologías rudimentarias; utiliza escasos insumos; tiene problemas de
comercialización; sufre altas pérdidas de los cultivos; y tiene bajo acceso al crédito (FAO, 2009).
Paralelamente la presión del mercado se hace sentir en zonas cada vez más amplias:
Los mercados neoliberales tienen ahora mayor y mayor penetración en los hinterlands
rurales. Mientras esto puede brindar oportunidades a los productores rurales (como sucede
en África Occidental), simultáneamente incrementa la competencia para captar una parte
de la demanda local, con productores más distantes (como sucede con las importaciones
de ropa de algodón en África Occidental) (Battebury, 2007, p. 11).
La presión competitiva se incrementa por el proteccionismo y las subvenciones de los países
adelantados a sus propios campesinos. Sólo en 2003 el gobierno de Estados Unidos
subvencionaba por US$ 4000 millones a 25.000 productores de algodón, provocando la crisis de
más de 11 millones de campesinos africanos. Ese año las subvenciones del orden de los US$
10.000 millones a los productores de maíz permitían a Estados Unidos exportar el producto a
México, perjudicando a los campesinos mexicanos. Las subvenciones al azúcar arruinaban a
campesinos de Malawi, Mozambique y Zambia, y las de la carne a los productores de Sudáfrica.
Las EMN también atan a los campesinos a los mercados y a sus dictados. Las grandes
corporaciones imponen estándares, especificaciones de calidad y tiempos de entrega. Asimismo
establecen relaciones de subordinación de los campesinos gracias al acceso a las redes mundiales
de comercialización, a su capacidad logística y control de marcas. Algunas EMN mantienen estas
relaciones con cientos de miles de campesinos. Por ejemplo, en 2008 Nestlé (Suiza) tenía más de
600.000 contratos con granjeros, que actuaban como proveedores directos, en unos 80 países
atrasados y economías de los ex países de regimenes soviéticos. Olam, una EMN de Singapur, se
proveía de 17 productos agrícolas con 200.000 proveedores de unos 60 países. Unilever (Gran
Bretaña y Países Bajos) tenía unos 100.000 proveedores, pequeños y grandes campesinos, en

comprendía 4.975.000 explotaciones (lo que representaba el 84% del total de las explotaciones campesinas).
133
Véase Mafeje (2003); para una discusión sobre el modo de producción africano, véase Coquery-Vidrovitch
(1998).

133
países atrasados. En Mozambique el 100% de la producción de algodón se compraba, en 2008, a
los campesinos con contratos (UNCTAD 2009).
También los llamados “ajustes estructurales”, operados por los gobiernos de países
subdesarrollados, con el consejo de los organismos internacionales, aceleran la subordinación a la
ley del valor. Por todos lados favorecen las economías de escala y las producciones destinadas a
la exportación; reducen los créditos subsidiados a los campesinos; liberalizan los precios de los
insumos; impulsan la utilización de insumos provistos por el gran capital transnacional, así como la
comercialización a través de las cadenas del agro-negocio. Durante las décadas pasadas las
deudas externas sirvieron como argumento extra para las aperturas de las economías agrarias –
vender en el mercado mundial para lograr superávit comercial con el cual pagar la deuda– y
eliminar las producciones volcadas al mercado interno. Países dependientes de unas pocas
exportaciones en materias primas se vieron sometidos de la manera más cruda a los vaivenes de
los precios mundiales. Fue el caso de la sobreproducción de cacao a fines de la década de 1980,
que repercutió en una fuerte crisis en Ghana. Asimismo es ilustrativa la crisis de sobreproducción
mundial y hundimiento de los precios del café en 2000-2001. En este caso, desde los años noventa
el gobierno de Vietnam impulsó nuevas variedades de cultivo –con perjuicios ecológicos– mediante
subvenciones a pequeños productores y ayudando a las “economías de finca”, que implicaban la
acumulación privada de tierras y el empleo de mano de obra asalariada. El resultado fue un exceso
mundial de oferta, con serios perjuicios a otros países productores como Honduras, Guatemala,
Nicaragua, Etiopía, Indonesia.
Un caso trágicamente ejemplar es lo sucedido en Malawi a comienzos de la década de 2000. 134 En
este país el Banco Mundial, el FMI y organismos de ayuda promovieron, junto al gobierno, medidas
pro mercado desde 1980. Se quitaron subsidios para la compra de insumos a los campesinos, se
privatizaron organismos públicos, se intentó orientar la producción hacia cultivos comerciales y la
exportación.135 Como resultado hubo un proceso de diferenciación acentuado en el agro. En la
década de 1990 la producción agrícola creció a una tasa del 7% anual, pero la pequeña producción
estaba estancada. Sólo prosperó una minoría de pequeños productores y empresas agrícolas,
dedicados a cultivos comerciales. Paralelamente se mantenían, o se extendían, la pobreza, el
SIDA, la discriminación de las mujeres (que constituyen el 87% de la fuerza laboral agrícola).
Además, al inicio de la década de 2000, habían disminuido las oportunidades de migración –fuente
de ingresos para las familias campesinas–; aumentaba la presión demográfica; y las economías
campesinas estaban extremadamente debilitadas. En esas condiciones hubo inundaciones y se
produjo una hambruna. Se calcula que unas 500.000 personas murieron de hambre durante la
crisis de 2001-2002. A partir de este suceso el gobierno restituyó los subsidios de fertlizantes a los
campesinos y la producción medianamente se restableció.
Sin embargo, y a pesar de estas experiencias trágicas, la receta usual permanece invariable. Las
rebajas de aranceles, las subvenciones agrícolas y el proteccionismo ejercido por los países
centrales, la liberalización del comercio, la entrada de capitales, siguen incrementando la coerción
del mercado sobre los campesinos pobres, y empujando a estas economías a la crisis. En 2007 la
FAO debía admitir que en muchos sistemas agrícolas tradicionales de países subdesarrollados se
registraba un considerable aumento de la pobreza.
Por eso cada vez más los campesinos tratan de sobrevivir, diversificando actividades. “Bricolage, o
mezclar y combinar actividades, es una respuesta casi universal [de los campesinos] a las
presiones por el modo de vida, a los azares y la caída general del ingreso” (Battebury, 2007, p. 7).
En América Latina, Asia y África las poblaciones campesinas están obligadas a diversificar sus
actividades con empleos por fuera de las granjas, realizar artesanías, o dedicarse al comercio; o
dependen de la remesa de miembros de la familia que emigraron a países desarrollados (Roberts,
1990). La feminización del trabajo predial, que registran la OIT y otros organismos internacionales,
se debe a que en muchas regiones los campesinos salen a buscar empleo fuera de su economía, y
las mujeres, con ayuda de los hijos, se dedican a la parcela. Numerosos organismos, tanto oficiales

134
El caso de Malawi dio lugar a muchas discusiones. Nos basamos en Owusu y NG’ambi (2002) y Dorward
y Kydd (2003).
135
Según la teoría neoclásica del comercio internacional de las “ventajas comparativas”.

134
como no gubernamentales, señalan que el aumento de la pobreza está provocando el aumento de
la explotación del trabajo infantil en el agro en India, China, África subsahariana y otras regiones
del Tercer Mundo.
Los campesinos pierden tierras y se proletarizan, o caen en la marginalidad. En India cientos de
miles de campesinos están siendo desplazados hacia tierras marginales; poseen lotes que no
alcanzan para proveerles los alimentos básicos, no tienen la productividad mínima para competir
con el capital agrario, o pierden completamente la posesión de los mismos. Según diferentes
cálculos, habría entre 13 y 18 millones de hogares campesinos que carecen de tierras; lo que
implica de 70 a 100 millones de personas, que en su mayoría sobreviven como trabajadores
temporarios.136
También en China existen contradicciones crecientes en las economías campesinas, producto del
avance del capitalismo.137 De acuerdo a denuncias de organismos de ayuda internacionales, unos
40 millones de campesinos pobres perdieron sus lotes por tomas compulsivas del gobierno para
satisfacer demandas de desarrollo urbano. Las presiones capitalistas se intensifican y la
desigualdad social se extiende.138 Los funcionarios locales se transforman en propietarios medios;
o venden tierras fiscales a empresas agrícolas privadas, que están creciendo.139 A medida que
avanzan las relaciones mercantiles y capitalistas, aumentan las tensiones sociales.
Las tendencias emergentes de polarización espacial, y particularmente de clases, fueron el
resultado de la mercantilización del trabajo, la tierra y el capital, enraizada y permitida por
una alianza emergente entre el capital doméstico e internacional, y la elite burocrática local
(Kwan Lee y Selden, 2007).
Aunque oficialmente no hay campesinos sin tierras, habría unos 70 millones en esa condición, y la
cifra está aumentando en unos tres millones anuales. Hoy existe una generalizada conflictividad;
sólo en 2005 se reportaron oficialmente unos 87.000 incidentes de diferente grado de violencia.140
También en África se está desarrollando una creciente diferenciación. Refiriéndose a África
subsahariana, Belélières et al. (2002) dicen que una minoría de productores tiene capital y tierra,
se rige con criterios empresarios y produce enteramente para el mercado; mientras la mayoría de
pequeños campesinos está cada vez más pobre de recursos. Agregan:
136
Sobre la entrada del capital en el agro en India véase Mehta (2004).
137
En China hay unos 900 millones de campesinos. Según un estudio del Ministerio de Agricultura, de 1986,
realizado en 29 provincias, cada hogar campesino poseía, en promedio, 0,466 hectáreas, fragmentada en 5,85
parcelas, en promedio (véase Fu Chen, 1999). Según Hu Jing (2008), actualmente el promedio de tierra
cultivada por hogar es de 0,333 hectáreas.
138
“…medida por la distribución del ingreso China ha evolucionado desde ser una de las sociedades más
igualitarias del mundo en vísperas de la reforma, a ser, hacia 1995, una de las más desiguales de Asia, y hacia
comienzos de los 2000, del mundo. Aquí también la tendencia de la distribución del ingreso imita la tendencia
de EUA, Japón y muchos otros países. El coeficiente Gini para el país de conjunto ha empeorado a la
asombrosa tasa de 0,31 en 1978, a 0,38 en 1988, a 0,43 en 1997 y 0,47 en 2004” (Kwan Lee y Selden, 2007).
Según la Comisión para la Reforma y Desarrollo Nacional de China, en 2005 el 10% más rico de la población
urbana del país poseía el 45% de los activos urbanos, en tanto el 10% más pobre sólo tenía el 1,4%; citado por
Hu Jing (2008).
139
The Wall Street Journal Americas del 29/07/08 publica un artículo que tiene como título “Las megagranjas
chinas cultivan la consolidación”. La nota describe el caso de Longda Foodstuff Group Co, una de las
mayores empresas agrícolas de China, con 23.000 empleados. Longda posee 1600 ha, procesa 150.000
toneladas de alimentos y cuenta con alrededor de 30 subsidiarias. “Longda es un líder entre una nueva ola de
gigantes agrícolas chinos que están revolucionando la agricultura en un país que es de los mayores
consumidores y exportadores de alimentos. Compañías como Longda –‘cabezas de dragón’, como se conocen
aquí– están, en cierto sentido, recolectivizando las fragmentadas tierras agrícolas de China. Sin embargo, en
vez de unirlas en comunidades agrícolas ineficientes, las están industrializando con tecnología y economías de
escala”.
140
Los problemas que atraviesan los campesinos chinos, y las tensiones sociales que se derivan, son
registradas por periodistas y autores de derecha y de izquierda. Además del ya citado Kwan Lee y Selden
(2007, véase también Loussouarm (2001); Thu-Trang Tran (2006); Hu Ping (2008); Bajoria (2008).

135
El proceso de liberalización que comenzó en África subsahariana a fines de la década de
1980 ha dado por resultado un profundo cambio estructural en la conformación de los
sistemas agrícolas. Estos cambios están aumentando las desigualdades entre los
diferentes tipos de granjeros, como entre los mismos granjeros (Belélières et al., 2002).
Los autores señalan también que hoy todos los campesinos están ligados al mercado, directa o
indirectamente, y que existe una creciente fractura en la agricultura, como la que ocurrió en
América Latina, entre las granjas modernas y orientadas al mercado, y la gran masa de pobladores
rurales que están marginados económicamente. Esta tendencia es reforzada por las agencias de
ayuda internacional y los nuevos principios de ayuda al desarrollo, que favorecen a las empresas
privadas.141 El proceso es acompañado por la reducción de las parcelas. En Etiopía y Malawi, por
ejemplo, el tamaño de la unidad de producción típica campesina cayó de 1,2 hectáreas en la
década de 1960, a 0,8 hectáreas en la década de 1990 (The Economist 19/04/08).
Las políticas favorables al capital agrario y su concentración también suceden en países donde el
latifundio tiene tradición. Por caso, en Brasil:
La política agraria seguida por la dictadura militar en 1984 - 1985 favoreció la aceleración
del desarrollo capitalista en el campo a través de la adopción de medidas para estimular el
gran capital en la agricultura y concentrar la propiedad. (…) la modernización capitalista de
la agricultura fue acompañada por la inversión de capital en la tierra rural y la promoción de
un vínculo entre los intereses financieros, industriales y agrarios con fuertes conexiones
locales y regionales. Los complejos agroindustriales que se crearon con esto, vinculando
industrias que producen insumos para la agricultura, la agricultura moderna, y las industrias
que procesan productos agrícolas, fueron ayudados con generosos subsidios
gubernamentales. (De Almeida, Ruiz Sánchez y Hallewell, 2000, pp. 18-19).
Sólo en la zona de Río Grande do Sul se desplazaron unas 300.000 personas en los últimos años,
y otras 2,5 millones en Paraná. El MST (Movimiento Sin Tierra) brasileño calcula que 20 millones
de personas no tienen tierra y 7 millones apenas sobreviven en tierras ocupadas precariamente,
como medieros o trabajadores inmigrantes. La concentración de la propiedad de la tierra es una de
las más altas del mundo; el 40% de los granjeros tienen el 1% de la tierra, el 20% de los
propietarios poseen el 88%.
Miles de campesinos también son despojados de sus tierras por medio de la violencia directa, o las
pierden debido a los desplazamientos provocados por guerras y conflictos.142
HAMBRE Y DEGRADACIÓN AMBIENTAL
Como resultado de los procesos que hemos descrito, millones de personas sufren hambre crónica
y desnutrición, a pesar de que el nivel de desarrollo de la tecnología permitiría alimentar con creces
a la población mundial. Significativamente, tres de cada cuatro personas que pasan hambre en el
mundo viven en el campo. La devastación que genera la entrada del capitalismo en la tierra, está
en la raíz de este gigantesco drama humano. Es cierto, como argumentan la FAO, el Banco
Mundial y otros organismos internacionales, que la proporción de personas subalimentadas
descendió en las últimas décadas. En 1969-1971 había 960 millones, lo que representaba el 37%
de la población mundial, y en 2002-2004 había 830 millones, equivalente al 17% de la población.
Pero con las posibilidades tecnológicas de la actualidad, la única razón de que persistan estas
elevadas cifras de hambre se encuentra en las relaciones sociales capitalistas. El hambre no es
“natural”, sino tiene su explicación última en las relaciones sociales de producción. En países como
141
Los programas de desarrollo promovidos por los economistas neoclásicos asumen las tesis de Adam Smith,
a saber, que la vinculación con el mercado aumenta la especialización, y ésta genera el desarrollo de las
fuerzas productivas. Por eso bastaría promover el mercado y los derechos de propiedad para que haya
desarrollo. Una crítica marxista a esta tesis smithiana puede verse en Brenner (1977).
142
Refiriéndose a América Latina, Kay (2003) dice que unas 15.000 personas murieron a causa de la violencia
agraria en Guatemala entre 1968 y 1996; más de 75.000 en El Salvador entre 1979 y 1995; 44.000 en
Colombia entre 1963 y 1998; 30.000 en Nicaragua entre 1982 y 1988; y 30.000 en Perú, entre 1981 y 1995.
Hay que agregar la violencia sistemática, incluidos asesinatos, ejercida por terratenientes y bandas de derecha
contra líderes y activistas del movimiento campesino de Brasil.

136
Brasil, Argentina o Paraguay, que son grandes exportadores de alimentos, hay millones de
personas que están sufriendo de la malnutrición crónica. Además, ya desde 1995, o sea, antes del
aumento de los precios de la década del 2000, estaba aumentando la proporción y el número de
personas desnutridas en el Cercano Oriente, en Asia Oriental (a excepción de China), zonas de
América Latina y en África Central. Pero desde 2005 las cifras empeoraron rápidamente. A inicios
de 2006, con el alza de precios, la FAO debió admitir que el número de personas con mala
nutrición crecía a razón de 4 millones por año. En 2007 la situación se agravó, y se alcanzaron los
862 millones de hambrientos en el mundo. En octubre de 2008 había subido a 923 millones de
personas. A esto hay que sumar más de 2000 millones que sufren lo que se llama “hambre oculta”,
o sea, carencias nutricionales severas por falta de minerales, vitaminas y otros nutrientes. La
mortalidad infantil es grave; en 2007 murieron 9,2 millones de personas antes de cumplir 5 años. A
comienzos de 2008 unos 37 países enfrentaban crisis alimentarias; entre ellos, Bangladesh,
Zimbabwe, República Democrática del Congo, Irak, Afganistán, Haití. Hubo levantamientos de
poblaciones y manifestaciones en ciudades de África, Asia y América Latina. Los límites y trabas a
las exportaciones de alimentos que impusieron muchos países productores agravaron la situación,
al disminuir aún más la oferta.143 Si bien desde mediados de 2008 los precios de los alimentos
bajaron, esto fue producto de la crisis mundial. Un informe de la FAO de junio de 2009 había
elevado a 1020 millones el número de personas subnutridas en el mundo, lo cual representaba el
15% de la población total.
La otra cara de la expansión agrícola capitalista es el desprecio por el medio ambiente, y la
destrucción de suelos. Sólo la ampliación de las plantaciones capitalistas de soja produjo la
destrucción de 21 millones de hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones en Argentina y 2
millones en Paraguay. La sobreexplotación de la tierra lleva a la degradación, la pérdida de materia
orgánica, la desertización y salinización de los suelos. Se calcula que anualmente en el mundo se
pierden 6 millones de hectáreas de tierra productiva por erosión, salinización y desertificación. En
Brasil la erosión alcanza los 100 millones de hectáreas. Los suelos de Punjab y Haryana, donde se
produce el 40% del trigo de la India, están sufriendo marcados descensos de fertilidad. En algunos
países, la pérdida de producción potencial que se puede atribuir al agotamiento del suelo equivale,
según la FAO, al 1,5% del PNB. A nivel mundial el 40% de la tierra agrícola estaría seriamente
degradada. En resumen, la expansión de las fuerzas productivas bajo su forma capitalista es
profundamente contradictoria; por un lado aumenta la generación de riqueza material y se
despliegan las posibilidades que ofrecen la tecnología y la ciencia. Por otra parte aumentan las
desigualdades sociales, cientos de millones caen en la más absoluta pobreza, y se produce un
colosal despilfarro y destrucción de recursos naturales.
DESARROLLO AGRARIO PAMPEANO, PARTE DE LA MUNDIALIZACIÓN
En la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas de Argentina hubo un importante
desarrollo de las fuerzas productivas y del modo capitalista en las últimas décadas. Esto constituye
una expresión particularizada del proceso de expansión mundial del modo de producción
capitalista.144 El capital agrario de Argentina ha acumulado al calor del capitalismo mundial; y su
fracción más poderosa está imbricada con el capital mundializado, en tanto las fracciones más
débiles pelean por garantizar su participación en los mercados mundiales en crecimiento.
La aceleración del desarrollo capitalista agrario en la zona pampeana comenzó a insinuarse hacia
fines de la década de los setenta, aunque se interrumpió a mediados de los años 1980. A la
incertidumbre generada por el contexto macroeconómico de esa década, se sumó una fuerte caída
de los precios internacionales, y mayor presión tributaria, lo que generó una crisis de rentabilidad.
Pero en la década siguiente la supresión de impuestos y las facilidades para importar tecnología y
maquinaria con tipo de cambio bajo, generaron un aumento de rentabilidad en el agro pampeano
que fue determinante para el crecimiento de la inversión, del área cultivada y la productividad. 145 Se

143
En marzo de 2008 Camboya, Indonesia, Kazajstán, Argentina, Rusia, Ucrania, Vietnam y Tailandia habían
restringido las exportaciones de alimentos.
144
El carácter capitalista avanzado del desarrollo agrario argentino es subrayado en Bisang y Gutman (2005);
Bisang y Kosacof (2006) y Bisang (2008).
145
Véase López (2007); Barsky (1993) para la crisis de rentabilidad de los ochenta, también citado por López.

137
producen entonces algunas transformaciones trascendentes. La más importante “fue la
incorporación de variedades transgénicas en soja y maíz, que permitieron un mejor control de las
malezas y de menor costo” (Barsky, 2008 p. 283). Además, se difundió la siembra directa, que
“abarató costos y favoreció la conservación del suelo al mantener la capa vegetal” (ibid). Estas
mejoras a su vez fueron posibles, y estuvieron acompañadas, de un avance en la mecanización:
En materia de mecanización se observa que la potencia de la maquinaria se incrementa
[durante los noventa] lo que se vincula con el trabajo en mayor escala de productores y
contratistas de maquinaria, y se producen múltiples mejoras que incrementan la rapidez de
los procesos y la calidad de las labores, con dispositivos de precisión, sensores y
comandos electrónicos y sistemas de posicionamiento geográfico y satelital. Comienza a
introducirse en forma significativa el riego complementario en la agricultura extensiva,
sobre todo para el cultivo del maíz, lo que potencia notablemente sus rendimientos al
maximizar el uso de los fertilizantes (Barsky, 2008, p. 283).
Se avanzó en el control de plagas, en la variación y mejoramiento de semillas, y en el uso de
nutrientes y fertilizantes. La inversión de capital por hectárea se incrementó. A mediados de 2008
el cultivo del maíz exigía, en promedio, unos US$ 500 de inversión por hectárea en fertilizantes,
semillas, plaguicidas, etcétera; el cultivo de la soja unos US$ 260.
El desplazamiento de mano de obra a raíz de la mecanización en el agro, y el aumento de la
inversión por obrero, da como resultado el aumento de la composición orgánica del capital. Lo cual
implica que la renta absoluta tiende a desaparecer y la renta diferencial II adquiere importancia.
Estos cambios constituyen expresiones del desarrollo capitalista. Esta idea se opone a la tesis –
véase Gastiazoro (1999)– de que la renta absoluta tiene un gran peso en la actualidad en
Argentina.146
Merced al empleo de las nuevas tecnologías, se produjo una expansión de la frontera agraria, que
pasó de 20 a 31 millones de hectáreas desde 1996 a 2007. Extensas zonas de Salta, Tucumán,
Santiago del Estero, Entre Ríos, entre otras provincias, se incorporaron a la producción de soja,
principalmente. También aumentó la productividad. A mediados de la década de 1980 la hectárea
de tierra rendía entre 15 a 20 quintales de soja como máximo; en 1995 estaba, en promedio, en 23
quintales, y en 2007 el rendimiento promedio fue de 30 quintales. En el caso del maíz, el
rendimiento por hectárea pasó de 20 quintales en 1970 a 80 quintales en 2006. Dado el aumento
de la productividad y la expansión de la frontera agrícola, es lógico que la producción haya crecido
considerablemente. La producción sumada de cereales y oleaginosa a principios de la década de
1980 rondaba los 30 millones de toneladas. En 1996 era de 45 millones, de las cuales 15
correspondían a la soja y 30 a los cereales. En 2007 fue de 95 millones, correspondiendo a la soja
48 millones (o sea, triplicando la producción con respecto a 1996) y 47 millones de toneladas a los
cereales (un aumento del 60% con respecto a 1996).
A pesar de que mucha tierra ganadera pasó a ser tierra agrícola –las pasturas tradicionales de
alfalfa, que se utilizaban para la invernada pasaron a tener agricultura– y a pesar también de que la
ganadería pasó a tierras de peor calidad, el stock ganadero se mantuvo, e incluso aumentó en la
primera parte de la presente década. Según técnicos de AACREA, la producción nacional
ganadera habría aumentado un 27% de 2001 a 2005. Esto fue posible gracias a la incorporación
de fertilizantes, variedades forrajeras, mejor uso del pasto y el empleo del grano de maíz como
complemento. Aunque a partir de 2005 este crecimiento comenzó a revertirse.
Este desarrollo trajo aparejado cambios en el tamaño de las propiedades, en especial en la zona
Pampeana. Según el Censo Agropecuario de 2002, el tamaño promedio de las empresas
agropecuarias en todo el país pasó de 469 hectáreas en 1988 a 588 en 2002; una suba del 25%. El
mayor crecimiento se dio en la zona pampeana, donde se pasó de 400 hectáreas a 533; esto es,
hubo un aumento del 35%. El número de las explotaciones más pequeñas, de hasta 500

146
Una renta absoluta que tendría por base, siempre según este enfoque, además de la súper explotación de la
clase obrera rural “el latifundio de origen feudal” y “las relaciones precapitalistas”. Este análisis es funcional
al Partido Comunista Revolucionario para plantear que el desarrollo del capitalismo estaría bloqueado por la
propiedad latifundista.

138
hectáreas, disminuyó un 18%; entre 1988 y 2002 desaparecieron cerca de 90.000 productores. Lo
cual está en la línea tendencial de la concentración que ocurre en otros países. El estrato de
establecimientos de entre 500 a 2500 hectáreas, en cambio, aumentó un 5%; y no aumentó el
número de las explotaciones con más de 2500 hectáreas. Esto último se explicaría por las
necesidades de crecientes inversiones de capital por hectárea. En el largo plazo tendió a
desaparecer la estancia que practicaba un cultivo extensivo y se beneficiaba de la renta absoluta y
la renta diferencial I.147 Además, se redujo relativamente la población rural de la zona pampeana.
En 2001 representaba el 6,9% del total de la población, contra el 16% en 1970.
Señalemos también que la tendencia al desarrollo capitalista no ha eliminado completamente la
pequeña producción, en particular en el Noroeste y Noreste argentino, donde entre el 22% y 25 %
de la población es rural. En la provincia de Misiones el 85% de los 21.300 productores yerbateros
poseen entre 1 y 10 ha, representando el 51% de la superficie implantada; las unidades más
pequeñas en particular están prácticamente al nivel de subsistencia.148 Según Obschatko (2007), y
en base al Censo Agropecuario de 2002, había en Argentina 218.868 pequeños productores.
Dentro de esta categoría Obschatko incluye desde el pequeño productor familiar que, a pesar de
sus escasos recursos, puede evolucionar con una reproducción ampliada, hasta el estrato de los
pequeños productores cuya dotación de recursos no le permite vivir exclusivamente de su
explotación. Estos campesinos deben realizar trabajos asalariados ocasionales, viven en
condiciones de acentuada pobreza y el mantenimiento de su campo se explica, en la mayoría de
los casos, por el aporte que reciben de programas públicos de asistencia social e ingresos
eventuales.
De todas maneras la permanencia de la pequeña producción rural se combina con el desarrollo
capitalista. La producción en la zona pampeana y productora de cereales y oleaginosas, en
particular, obedece plenamente a la racionalidad del capital. Cada vez más se imponen los
capitales más desarrollados, con mayor capacidad tecnológica y financiera, por sobre los más
débiles. Algunos poseen varios cientos de miles de hectáreas, y arriendan también decenas de
miles. Debido a su tamaño pueden beneficiarse con economías de escala, y obtener una
rentabilidad mayor de la que tiene el productor mediano o pequeño. Según los datos preliminares
(a mediados de 2009) del Censo 2008, en el lustro transcurrido desde 2002 se acentuó la
concentración. En 2002 existían 333.533 establecimientos agropecuarios, y en 2008 había
273.590; esto es, se había producido una reducción del 18%.
Además hay una creciente integración de cadenas de valor. Las economías de escala se extienden
a las fases de la circulación del capital. Los grandes productores pueden comprar los insumos con
descuentos; o tienen la posibilidad de vender su producción directamente a los exportadores,
evitando intermediarios. Este conjunto de factores explica el crecimiento que tuvieron algunos
grupos capitalistas, como Grobo, Adecoagro, Cresud, El Tejar, MSU, Cazenave, Olmedo
Agropecuaria, United Agro. También entraron en el negocio agrario argentino transnacionales
proveedoras de insumos. Entre ellas, Monsanto, que es dueña de la patente de soja RR; empresas
proveedoras de semillas, como Nidera; las que proveen pesticidas, como Bayer o Sygenta; y las
que se dedican al procesamiento y/o comercialización, como Cargill, Bunge, Dreyfus o ADM. Cada
vez más se borran los límites entre lo agrario, industrial, financiero y comercial, como enfatizan
Bisang y Kosacoff (2006). Un caso ilustrativo lo constituye la participación de Cresud en el negocio
de la carne. Además de poseer, en 2008, 130.000 hectáreas dedicadas a la ganadería y 99.000
cabezas de ganado, se asoció con Tyson Food, el principal productor de carne de Estados Unidos,
para montar un corral de feed-lot y una planta frigorífica. Este tipo de vinculaciones en cadena es
frecuente en la estrategia de los grandes capitales. Otro ejemplo significativo es el grupo Chemo,
propiedad de la familia Sigman, que se inició en Barcelona, pero opera en Argentina. Chemo tiene
participación en Biogénesis Bagó (el primer laboratorio en tener autorización para hacer la vacuna
147
Comentando el desarrollo del capitalismo norteamericano, Lenin señala que la eliminación de la pequeña
producción por la grande consiste en la eliminación de las explotaciones más grandes en superficie, pero
menos intensivas en capital, por explotaciones de tamaño más pequeño, más intensivas en capital y más
productivas; véase Lenin, 1915.
148
Relevamiento yerbatero, de 2002, Gobierno de la provincia de Misiones.

139
antiaftosa en Argentina); en el laboratorio Elea; posee inversiones en ganadería, en plantaciones y
explotación forestal; en la cría de yacarés; desarrolla un proyecto de aprovechamiento del guanaco
en Santa Cruz; participa en una productora cinematográfica; en los medios, a través de Capital
Intelectual (Tres Puntos, TXT, y la edición del Cono Sur de Le Monde Diplomatique), y tiene una
fuerte participación accionaria (casi el 20%) en Gas Natural Ban.149
También es importante destacar que ese desarrollo agrícola ocurre en un país cuya economía
sigue teniendo una productividad global inferior a la productividad de los países desarrollados. La
economía argentina sigue siendo una economía atrasada. El capitalismo agrario pampeano
continúa dependiendo de los avances tecnológicos que ocurren en los países más desarrollados, y
de la importación de maquinaria y tecnología. Una consecuencia es que mientras el agro
pampeano puede competir con un tipo de cambio real bajo –y cuando los precios mundiales de los
alimentos son altos, también pueden hacerlo las zonas marginales– las industrias que producen
bienes transables “demandan” permanentemente un tipo de cambio real alto para salvar la brecha
de productividad que existe en el mercado mundial.
SOJIZACIÓN Y DETERIORO DE LOS SUELOS
Como contrapartida del crecimiento de la productividad y la extensión de la frontera agrícola, y de
la mano de la sojización, se ha producido un deterioro de los suelos. Sin embargo, y de acuerdo a
los técnicos del INTA y de organizaciones conservacionistas, no es la soja en sí la causante de los
males, ni tampoco la siembra directa.150 Un correcto manejo de la siembra directa, con rotación de
los cultivos, inclusión de cultivos de cobertura, manejo integrado de malezas, insectos y
enfermedades, reposición de nutrientes y con el uso científico de insumos, no sólo preservan el
suelo, sino pueden mejorarlo a largo plazo. En muchas zonas, como señala Barsky, con la
extensión de la siembra directa se comenzó a revertir un proceso histórico de degradación del
suelo.
Sin embargo la presión por las ganancias, combinada con la inversión inadecuada, está generando
crecientes problemas. Es que, como señala Roberto Casas, director del Centro de Investigaciones
de Recursos Naturales del INTA, “en los últimos años nuestra agricultura se encamina hacia una
simplificación extrema de los sistemas productivos, lo cual nos hace potencialmente vulnerables”
(Campo La Nación, 5/07/08). En muchas zonas y establecimientos no hay suficiente rotación de
cultivos, ni se aplican otros cuidados. No existe un adecuado manejo de la siembra directa y
fertilización balanceada. Esto favorece la continuidad de plagas, agentes patógenos y malezas, y la
acidificación de los suelos. Como resultado sólo en la región Pampeana habría, en 2008, unos 16
millones de hectáreas afectadas por la acidificación. Esto es un indicador del desequilibrio que
genera el monocultivo por pérdida de nutrientes debido a los fertilizantes químicos de alto índice de
acidez. En zonas marginales productoras de soja, donde las tierras han sido desmontadas
recientemente, la desaparición de materia orgánica es aún más veloz. La continua siembra directa
provoca que los suelos sean más densos, lo que afecta su permeabilidad y los hace menos
capaces de resistir los procesos de degradación. La soja también consume altas cantidades de
minerales que no se reponen con los fertilizantes. A esto se suma la eliminación de bosques.
Según la Secretaría de Medio Ambiente, entre 1998 y 2002, con la introducción de la soja
transgénica el área forestal se redujo en más de 900.000 hectáreas.
En términos más generales, el INTA estima que los procesos de erosión hídrica y eólica en
Argentina afectan a unos 20 millones de hectáreas, lo que equivale al 20% del territorio nacional.

149
La realidad de la diversificación de los capitales debería inducir a la reflexión a quienes acostumbran
interpretar los conflictos siempre en términos de luchas entre “fracciones del capital” (agrario, industrial,
comercial, etcétera), concibiéndolos como compartimentos estancos y fijos. Se trata de una tradición
intelectual que en los sesenta y setenta instaló Poulantzas, que hoy debería ser revisada. Si bien existen
tensiones entre diferentes sectores, éstas se dan en el marco también de una unidad, que está dada por las
diferentes formas que adopta el capital. Por otra parte, los conflictos y tensiones muchas veces se registran en
el seno de un mismo tipo de capital; por ejemplo, entre productores de aceros y fabricantes de automóviles;
entre criadores de ganado y productores dedicados al engorde, etcétera.
150
Además del INTA, pueden consultarse AACREA.

140
Las regiones áridas y semiáridas presentan un 60% de desertificación de moderada a severa, y un
10% de desertificación grave.
Por otra parte, nada parece confirmar la tesis –defendida por la Federación Agraria– de que un
cierto tamaño medio de la explotación agraria garantiza una mejor conservación de los suelos.
Cuando se trata de la propiedad arrendada, el tratamiento “racional y consciente” del suelo es
obstaculizado porque el arrendatario restringe la inversión productiva de largo alcance que
beneficiaría al terrateniente. En la pequeña propiedad, muchas veces se evidencian falta de
recursos y conocimientos científicos.151 El problema se agrava cuando a los gobiernos sólo les
interesa aumentar la recaudación del presente, con desatención de las consecuencias para las
generaciones futuras.
CONCLUSIÓN
Con la globalización del capital se profundiza la penetración del mercado y se extienden las
relaciones salariales en el agro del Tercer Mundo. Cualquier análisis nacional del tema agrario en
los países subdesarrollados debe partir de las tendencias a nivel mundial. Las tesis de la CD sobre
el bloqueo de las formaciones precapitalistas en la periferia no se verifican. En la zona pampeana y
productora de cereales y oleaginosas se ha desarrollado una clase capitalista que es parte de este
proceso de mundialización del capital. Se observa que la propiedad de la tierra no impidió el
desarrollo capitalista en el agro, como quiere creer la tesis que sostiene que la “renta absoluta” y la
“gran propiedad terrateniente de origen feudal”, o la “oligarquía” impedirían el surgimiento de una
clase de “granjeros”, al estilo americano.
Además, ninguna fracción significativa de la clase dominante en Argentina, ni ningún gobierno en el
último cuarto de siglo se ha opuesto, o ha cuestionado, el proceso de desarrollo capitalista agrario
que acabamos de reseñar. Ni siquiera la sojización fue seriamente cuestionada. Tampoco hubo
críticas a las condiciones salariales y laborales de los trabajadores rurales. La clase capitalista no
puso reparos a esta evolución capitalista. Los intereses del complejo que industrializa productos
agrarios están ligados a los intereses agrarios. En muchos casos se trata de los mismos capitales,
que invierten en una u otra actividad. Aunque puedan existir tensiones, nada indica que alguna
fracción significativa de la burguesía argentina esté apostando por una industrialización “a
expensas” del agro.

151
“…el lugar del tratamiento consciente y racional del suelo en cuanto propiedad colectiva eterna, condición
inalienable de existencia y reproducción de la serie de generaciones humanas que se relevan unas a otras es
ocupado por la explotación y el despilfarro de las fuerzas del suelo…. En el caso de la pequeña propiedad,
ello ocurre por falta de medios y conocimientos científicos para la aplicación de la fuerza productiva social
del trabajo. En el caso de la gran propiedad, sucede ello porque se explotan esos medios con el objetivo de
que arrendatarios y propietarios se enriquezcan con la mayor rapidez posible. En uno y otro caso, por la
dependencia con respecto al precio de mercado” (Marx, 1999, t. 3, p. 1033).

141
INTERLUDIO II:
Especulación financiera y precios de los granos
Una idea muy extendida es que el alza de los precios de las materias primas desde 2005 hasta
mediados de 2008 se debió a los capitales financieros especulativos que se volcaron a los
mercados de futuros. No habría entonces determinación objetiva de los precios; sus variaciones
estarían sometidas a los cambios de humores de los especuladores financieros.
Esta tesis ha sido criticada no sólo por economistas neoliberales que defienden la hipótesis de los
“mercados eficientes” –según la cual los precios de los activos financieros siempre reflejan los
fundamentos–, sino también por algunos “nuevos keynesianismos”. El caso más notable es Paul
Krugman. En un artículo publicado en The New York Times, y refiriéndose al petróleo, Krugman
sostuvo que la actividad especulativa sólo hace subir los precios si hay aumento de inventarios. Sin
embargo, continuaba Krugman, en 2007-2008 los inventarios de petróleo no habían aumentado, y
por lo tanto no podía atribuirse la suba del crudo a la especulación en los mercados de futuros
(véase Krugman, 2008). Algo semejante podría decirse entonces del alza de los granos.
Sin coincidir con los fundamentos del razonamiento de Krugman, 152 acordamos sin embargo en que
para que exista aumento de precios por la actividad especulativa debe ocurrir un aumento de los
stocks. Es que la especulación en los mercados de futuros por sí misma sólo puede tener un efecto
de corto plazo sobre los precios de las mercancías subyacentes. La ley económica que determina
el movimiento de los precios –esto es, la ley del valor trabajo– no se ve suplantada por la actividad
especulativa, aunque ésta pueda contribuir a las oscilaciones de los precios, y también a la
formación de burbujas.153
Para aclarar por qué esto es así, en lo que sigue explicamos brevemente cómo funcionan los
mercados de futuros. Para ello nos basamos en el informe del Senado de EUA de 2009 sobre el
mercado estadounidense de futuros de trigo y su relación con el alza de precios (US Senate,
2009). Empecemos introduciendo los instrumentos básicos.
Por un lado tenemos los contratos forward, que establecen la entrega en un tiempo futuro de una
cantidad de cierta mercancía, cuya calidad y el lugar de entrega están especificados en el contrato,
a un precio convenido. Los forward son instrumentos particulares, esto es, sus características
están acordadas entre las partes. Por ejemplo, un granjero establece un forward con un acopiador,
para entregar cierta cantidad de trigo, de x calidad, en determinado tiempo y lugar. Los contratos
forward son difíciles de negociar.
Los contratos de futuros, por su parte, son esencialmente contratos forward pero estandarizados.
Esto significa que la cantidad y calidad son estándar, así como los lugares y momentos de entrega.
Lo único que varía es el precio. Los mercados de futuros se organizan para comercializar estos
contratos y son altamente líquidos. Dado que las transacciones están supervisadas por las
autoridades del mercado, quienes operan en futuros están obligados a depositar garantías –que
aumentan en la medida en que los precios se mueven en contra del inversor– y las casas que
pueden entregar o recibir las mercancías están debidamente autorizadas. Las garantías
depositadas se recuperan en el momento de expiración del contrato.154
152
A pesar de sus críticas a la ortodoxia neoliberal, Krugman defiende la teoría neoclásica, según la cual los
precios se determinan por el simple juego de la oferta y la demanda.
153
A veces se piensa que la ley del valor trabajo de Marx no toma en cuenta a la oferta y la demanda. Se trata
de un error. La ley del valor trabajo sólo rige a través de las permanentes oscilaciones de la oferta y la
demanda. Además, en la determinación de los precios no solo interviene el tiempo de trabajo socialmente –
esto es, según la tecnología e intensidad de trabajo promedios en la rama– necesario para producirlos, sino
también el tiempo de trabajo que la sociedad está dispuesta a entregar por el producto. Este último aspecto
alude al lado de la demanda. La formación de stocks por motivos especulativos en consecuencia puede afectar
a los precios durante todo un período.
154
También se opera con opciones, pero las operaciones con futuros son más importantes en los mercados
financieros ligados a las materias primas agrícolas, a la energía o los metales. Las opciones dan derecho a la
compra del activo subyacente en el momento del ejercicio; se pueden ejercer o no, según convenga al

142
Entre quienes actúan en los mercados de futuros debemos distinguir dos tipos de operadores. Los
que tienen relación directa con los bienes físicos –productores, comerciantes, acopiadores,
industriales que utilizan la materia prima, etc.– y los especuladores, quienes no tienen interés
directo en el bien. En una primera aproximación se puede decir que los primeros operan en el
mercado con el fin de protegerse frente a posibles cambios de los precios, mientras los segundos
buscan hacer diferencias comprando y vendiendo los contratos.
Destaquemos que, contra lo que generalmente se piensa, los contratos de futuros –de ahora en
adelante nos referimos al mercado de granos, y específicamente al trigo– raramente se utilizan
para proveer la mercancía al comprador. En EUA sólo entre el 1 y 2% del total de los contratos
terminan en la entrega de la mercancía. Sin embargo, juegan un rol importante en la
comercialización del producto.
Para ver por qué, supongamos que un granjero en EUA firma un contrato forward con un
acopiador, por el cual se compromete a entregarle en determinada fecha y a cierto precio, un
determinada cantidad de trigo. El acopiador compra el grano al terminar la cosecha y lo almacena
para venderlo más tarde. Pero si baja el precio del grano, sufrirá pérdidas. Para protegerse puede
vender un contrato de futuro, para lo cual elige un contrato que establece la fecha de entrega lo
más cerca de la fecha en que piensa que efectivamente va a vender el grano. En esta
circunstancia se dice que el acopiador está “largo” en el mercado cash (o de contado) y tiene una
posición “corta” en el mercado de futuro. Podemos suponer que el acopiador compra trigo a US$ 4
por unidad en julio, y vendió futuro a US$ 6 para diciembre (la diferencia cubre sus costos de
almacenamiento, seguro y genera su ganancia).
Pues bien, el contrato de futuro requiere que el acopiador entregue el grano a una determinada
empresa autorizada por el mercado, y en un lugar especificado. Pero por lo general los
acopiadores, y otros comerciantes, entregan en otros lugares y tiempos, y a otros compradores. Si
éste es el caso del acopiador de nuestro ejemplo, deberá deshacer (unwind) la protección al llegar
diciembre. Para esto en diciembre compra un contrato de futuro, por el cual está obligado a recibir
la misma cantidad de trigo que su anterior contrato de futuro le obligaba a entregar en diciembre.
Supongamos que el precio del contrato de futuro para diciembre es ahora US$ 3; el acopiador
compra futuro a US$ 3, con lo cual ganó US$ 3 en el mercado de futuro (había vendido a US$ 6).
Al mismo tiempo venderá la unidad de trigo a US$ 3, suponiendo que el precio del futuro, al
momento de su expiración, coincide con el precio spot del mercado. En esta operación pierde US$
1 (había pagado US$ 4 al granjero), con lo cual la diferencia, según lo previsto al protegerse, es de
US$ 2.
Este ejemplo demuestra que para el éxito de la operación es fundamental la convergencia entre los
precios de futuro y spot. Si en diciembre el precio del futuro es mayor que el precio de contado, el
acopiador tendrá pérdidas (y viceversa). En teoría los precios deben converger, y las diferencias
son pequeñas. Sin embargo la entrada de capitales especulativos puede distorsionar este
funcionamiento. Y esto es lo que sucedió, en especial a partir de 2005 en los mercados de
materias primas.
Los inversores especulativos en los mercados de futuros son de dos tipos, en lo esencial. Por un
lado están los que compran y venden directamente futuros, apostando a hacer diferencias con la
evolución de sus precios. Y por otra parte encontramos a los que compran instrumentos financieros
cuyo valor depende de los índices de precios de las materias primas. El más común de estos
instrumentos es el commodity index swap (CIS); se trata de un instrumento que paga un retorno
basado en el valor de un índice especificado. Por ejemplo, un CIS puede tener un valor vinculado a
un índice que consiste en un 50% de petróleo y un 50% de trigo. Quienes los emiten (swaps
dealers) son grandes instituciones financieras; en EUA como Bank of America, Citibank, Goldman
Sachs, HSBC Bank y J. P. Morgan Chase. Los inversores que compran los CIS son fondos de
pensión, de inversión, fondos de cobertura (hedge funds, altamente especulativos) o inversores
ricos. Se trata de un mercado descentralizado, no regulado.

comprador de la opción. El contrato de futuro, en cambio, obliga a entregar (si se ha comprado futuro) o a
recibir (si se ha vendido futuro) la mercancía subyacente.

143
¿Cómo afectan estas inversiones los mercados de futuros? Pues sucede que los swaps dealers
por lo general protegen su exposición comprando contratos de futuros por un monto equivalente a
lo que han vendido en el mercado swap. Por ejemplo, si han vendido un swap basado en el índice
del trigo, y el precio del trigo sube, el emisor del swap tendrá una pérdida. Para protegerse
comprará entonces futuro de trigo por el monto equivalente. De esta manera está “corto” en el
mercado swap de trigo, y “largo” en el mercado de futuro de trigo. Su posición neta es cero, y su
ganancia se origina en las comisiones que recibe por la operación. Las ganancias (o pérdidas) del
inversor en el swap provienen, en primer lugar, de los cambios de precios en el mercado de las
mercancías incluidas en el índice. Por ejemplo, si el índice contiene trigo, el tenedor del swap
ganará si sube el precio del trigo. En segundo término habrá una ganancia por la renovación de la
operación, que está ligada a la renovación de los futuros. Al acercarse la fecha en que expira el
contrato de futuro se venden estos contratos y simultáneamente se compran otros con fechas más
lejanas de expiración. Cuando el precio del contrato de futuro que se vende es superior al precio
del contrato que se compra, habrá ganancias, y viceversa. Este componente de las ganancias (hay
un tercero, pero no lo tratamos aquí) es más importante que el derivado de las variaciones directas
de precios. Por eso en los últimos años se comprobó que las ganancias de este tipo de
instrumentos no fueron particularmente altas; es que en un mercado alcista de futuros, habrá una
pérdida importante por las renovaciones.
Con lo explicado tenemos los elementos para comprender lo sucedido en los 2000. Desde 2003
hubo una creciente ola de inversiones en estos instrumentos. Los expertos “vendieron” la idea de
que estos activos cuyo valor se basa en índices de materias primas, petróleo o metales, constituían
una protección efectiva contra la inflación; sostuvieron que permitían diversificar las carteras; y que
estaban correlacionados negativamente con los movimientos de bonos y acciones. Dado que el
mercado bursátil estaba “de capa caída” (después de la crisis del 2000-2001), y los precios de las
materias primas subían, se consideró que las ganancias eran “seguras”.
De esta forma el valor total de los instrumentos indexados pasó de un estimado de US$ 15.000
millones en 2003 a por lo menos US$ 200.000 millones a mediados de 2008. En este último año
los dealers en estos índices poseían entre el 40 y 45% de los contratos de compra en el mercado
de futuros de trigo de Chicago; y proporciones también muy altas en otros mercados de futuros.
Esto llevó a que hubiera una creciente demanda de compra de futuros que debían renovarse;
dado, además, que los precios de los futuros subían (con las consiguientes pérdidas, por lo que se
explicó antes), también hubo una tendencia a invertir en futuros a plazos cada vez más alejados.
Lo importante es que los precios del trigo (y de otros bienes) del mercado al contado divergían
fuertemente del precio de los futuros. Y además ambos precios no convergían al momento de la
expiración de los contratos. Esto tuvo consecuencias en varios sentidos.
En primer lugar, desapareció una referencia orientadora de los precios para productores,
acopiadores, comerciantes y grandes compradores. En segundo término, en la medida en que
subían los precios de los futuros, se les exigía reposición de garantías (margin call). Los que no
podían cumplir, veían cerradas sus posiciones. Se calcula que el acopiador promedio en EUA
enfrentaba, en 2008, un costo de protección un 300% superior al de 2006. Pero además, al no
haber convergencia entre los precios de contado y del futuro en el momento de expiración, los
acopiadores sufrían pérdidas; ante esto los bancos limitaron el crédito. Y los acopiadores
encontraron beneficioso acumular stocks. Como sostiene el subcomité del Senado de EUA que
estudió esta situación:
Muchos traders y analistas explicaron que los altos precios de futuros hacían más rentable
para los acopiadores (elevators) de grano comprar grano en el mercado cash, almacenarlo
y entonces proteger estas compras de grano con la venta de contratos de futuro de altos
precios relativos, que embarcarse en una operación de arbitraje (comprar trigo en el
mercado cash, vender el contrato de futuro y luego entregar el trigo) al expirar el contrato.
Cuando los spreads [diferencias entre los precios spot y de futuros; aclaración nuestra]… el
acopiador puede recuperar más que el costo de almacenamiento del grano” (US Senate,
2009, p. 138).

144
Es en este sentido que la especulación afectó los precios, al aumentar el almacenamiento. Sin
embargo no está claro en qué medida aumentaron los almacenamientos. Según FAO (2009) al
cierre de las temporadas agrícolas que finalizaron en 2008 las existencias mundiales de cereales
habían aumentado únicamente 1,5% desde su ya reducido nivel al comienzo de las temporadas, y
alcanzaban su nivel más bajo en 25 años. UNCTAD (2009b), que atribuye más importancia a la
actividad especulativa, señala que de todas maneras los registros de las existencias no son
fiables.155
En cualquier caso parece verificarse que la incidencia sobre los precios no puede ser de largo
plazo, porque el almacenamiento tiene costos crecientes a medida que progresa. Sí parece
indudable que la especulación aumentó la volatilidad de los precios, e incidió en el alza, aunque no
hay evidencia sólida de cuánto. Gilbert (2008) anota también que la especulación generó mayor
correlación entre los mercados, debido a que se compraron indiscriminadamente índices, y afirma
que ayudó a generar la burbuja. Pero no encuentra pruebas de que los inversores financieros
generaran el alza de precios en lo fundamental; más bien los inversores siguieron una tendencia, y
la profundizaron, en especial en el período de febrero a mayo de 2008. Mayer (2009) en cambio da
mayor crédito a la idea de que los inversores financieros pueden haber dado lugar a una onda
alcista. Sostiene que los dealers de índices afectaron en mayor medida los precios desde el 2006,
porque a diferencia de los especuladores tradicionales, que toman posiciones cortas y largas en los
mercados de futuros, quienes especulan con índices sólo tienen posiciones largas, esto es, sólo
compran contratos. Sin embargo Mayer constata que hay poca correlación entre posiciones
financieras y cambios de precios para períodos extensos en oro, gas natural, crudo, cobre, soja,
aceite de soja, maíz y trigo. Mientras hay períodos y bienes primarios en los que posiciones
financieras y precios se mueven juntos, especialmente en la caída de precios posterior a 2008, y
ocasionalmente durante la subida, hay otros períodos y bienes en los que el incremento de las
posiciones financieras en determinados bienes no aumenta, aunque estén subiendo los precios.
En el mismo sentido, The Economist (31/05/08) señala que en 2008, por ejemplo, subió
fuertemente la inversión especulativa en los mercados de futuro de níquel, y el precio del metal
cayó. Inversamente el precio del cadmio, un metal raro, aumentó desde 2001 a 2008 más del doble
de lo que lo hizo el petróleo, a pesar de que no se negocia en los mercados de futuros (ídem).
Además de la falta de correlación, tampoco se ha encontrado una relación causal significativa de
un impacto sistemático de las posiciones financieras sobre los precios.
En síntesis, los precios se pueden desvincular en el corto plazo de los “fundamentos” de la oferta y
la demanda, debido a las operaciones financieras. En este respecto la hipótesis neoclásica de los
mercados eficientes no se verifica. Pero no hay elementos científicos para sostener que la ley del
valor trabajo no rige los precios de los productos primarios debido a la inversión financiera
especulativa. Los especuladores financieros se montan sobre tendencias que están gobernadas,
en su sentido profundo, por la ley de formación de precios. La incidencia de los fondos financieros
puede ser importante para la formación de la burbuja, pero no pueden gobernar las tendencias de
base.

155
El informe de la UNCTAD sostiene que la actividad especulativa en 2007-2008 no favorecía el arbitraje
entre los precios spot y futuros, y que esto impulsó al alza a los precios. Pero no explica cómo actuaba este
mecanismo de arbitraje. Además reconoce que no hay pruebas claras de que haya habido una relación causal
entre incremento de la actividad financiera y el alza de precios.

145
Capítulo 14
Renta agraria, ganancia del capital y retenciones
En este capítulo aplicamos las categorías discutidas en el capítulo 12 al análisis de un caso
concreto, la evolución de la renta agraria y los precios de la tierra en la zona cerealera y sojera
argentina, su relación con la tasa de ganancia, y el conflicto entre el campo y el Gobierno, a raíz de
la suba de las retenciones a las exportaciones. Utilizamos un pequeño modelo de economía
dependiente, en la línea de investigación que presentamos en los capítulos 10 y 11. Nuestra
intención es proponer una vía de análisis, y mostrar las relaciones que afectan a los ingresos de las
clases sociales y sus fracciones, en sus trazos gruesos. Una de las conclusiones que surgirán es
que las consecuencias de las retenciones sobre la economía de conjunto no son lineales sino
complejas, y sujetas a múltiples determinaciones.
RENTABILIDAD AGRARIA
Nuestro punto de partida es precisar la rentabilidad de una explotación representativa de los
llamados “pequeños productores” de la zona pampeana, que han sido uno de los pilares del
conflicto con el Gobierno. Nuestro establecimiento es un campo de soja, de 100 hectáreas, con un
rendimiento de 3 toneladas por hectárea. Tomamos un precio de noviembre de 2007; un precio
internacional de la soja US$ 400. Con retenciones del 35%, y tipo de cambio a $3/US$, el precio
que recibe el productor es de $800 por tonelada.156
Para calcular la rentabilidad de este campo nos hemos basado en variadas fuentes. 157
Encontramos coincidencias entre ellas en lo que atañe a costos directos e indirectos, pero no en
los impuestos que se incluyen en los cálculos. Esto resulta en importantes diferencias en las
rentabilidades. En términos estrictos, de la rentabilidad bruta habría que restar todos los impuestos
–ganancias, inmobiliario, ingresos brutos, bienes personales– para obtener la rentabilidad neta.
Esto se hace en alguna de las fuentes consultadas. Sin embargo, dado que nos interesa encontrar
la rentabilidad real promedio, y dado además que existe una importante evasión, hemos calculado
una deducción a la rentabilidad bruta por impuestos de sólo el 22%.
Con el rinde de 3 toneladas por hectárea, y el precio de noviembre de 2007, el valor de la
producción de soja del campo que analizamos es de $240.000. La suma de costos directos
(semilla, agroquímicos, fertilizantes, labranza, fumigaciones y cosecha) es $650 por hectárea. La
suma de los costos indirectos (transporte de 200 kilómetros, acondicionamiento del grano y
comercialización) es $350, también por hectárea. Esto da un costo total de $1000 pesos por
hectárea; o sea, para 100 ha el costo es $100.000. El margen bruto para el propietario-capitalista
entonces es $140.000.158 Deduciendo el 22% de impuestos, el margen neto es $110.000. Esto es,
un capital de $100.000 obtiene un rendimiento de $110.000. Sin embargo aquí está incluida la
renta de la tierra. Para obtener la ganancia del capital, suponemos que la renta equivale a 10
quintales de soja por hectárea. Esto porque en promedios históricos de los últimos 20 años la renta
equivalió a la tercera parte de la producción. De manera que si el propietario-productor alquila su
campo de 100 ha, obtiene una renta de $80.000 anuales. La tasa de ganancia “pura” es 30%,
aproximadamente, para un capital que casi en su totalidad rota en un año (suponemos que el
productor alquila los servicios de siembra y cosecha a otros capitalistas). Si hace doble siembra –
156
Dado que nos interesa averiguar el orden del nivel de ganancia y renta, hemos “redondeado” los números,
a fin de facilitar el seguimiento de los cálculos.
157
Comparamos estudios de la Secretaría de Agricultura; Bolsa de Comercio de Rosario; revista Márgenes
Agropecuarios; Movimiento CREA; datos de fuente privada, de un campo sojero en la zona de Rosario, Santa
Fe. En líneas generales estos datos no son desmentidos por las fuentes oficiales. Las mayores divergencias las
encontramos en los impuestos; casi invariablemente las entidades vinculadas al agro incluyen en los costos
todos los impuestos. El Gobierno sostiene que la evasión fiscal en el agro es superior al 50%.
158
Este margen bruto, $1400 por hectárea, resultó coincidente con la rentabilidad declarada por un productor
con 60 ha, zona de Colon, Santa Fe, para un precio de la soja de $1060 por tonelada (retenciones del 35%) y
un rendimiento por hectárea de 2,8 toneladas, que tomamos de Campo La Nación del 28/06/08. En este caso,
sin embargo, tanto el precio como los costos eran 20% superiores a los que hemos tomado de octubre de
2007.

146
soja de segunda y trigo– la rentabilidad sube entre un 20% y 25%. Aunque no todas las tierras
admiten la doble siembra, ni tampoco se puede realizar todos los años.
Sin embargo la inversión en al agro está sujeta a mayores riesgos que en otras ramas de la
economía. Por eso un cálculo de la rentabilidad debe hacerse en base a promedios de entre 5 y 10
años. Desde el sector rural se asegura que 2 de cada 5 cosechas dan pérdidas, o no dan
ganancias. Es muy posible que este dato esté “inflado”; pero no hemos encontrado registros
estadísticos sobre la cuestión, que por otra parte debería hacerse según regiones. Si una de cada
cuatro cosechas no diera ganancia (lo ingresado cubriera sólo los costos) la ganancia media para
nuestro campo de referencia sería del 22,5%.
Por otra parte las rentabilidades están muy condicionadas por las distancias, y lógicamente, por las
diferencias de rindes de los campos. Por ejemplo, en Tucumán el rinde promedio es de 2,4
toneladas por hectárea, y el costo de transporte es, naturalmente, mucho más alto que el que
hemos calculado en nuestro ejemplo hipotético. En el extremo opuesto, hay campos que tienen
rindes normales de 3,5 y hasta 4 toneladas por hectárea, y están en zonas cercanas a los puertos.
En la campaña 2006-2007 la producción promedio máxima fue de 3290 kilogramos, en Santa Fe, y
la mínima fue de 1768 kilogramos, en Corrientes. El promedio nacional fue de 2971 kilogramos,
coincidente con el que hemos supuesto en nuestro caso representativo. Las rentas por lo tanto
varían fuertemente según las regiones. Por otra parte hay que tener en cuenta los tiempos de
rotación del capital. Por ejemplo, para algunos capitales que arriendan campos, la mayor parte de
la inversión está compuesta de capital circulante: inversión en semillas, fertilizantes y otros
insumos, gastos de comercialización y salarios. Pero si este capital contrata los servicios de
siembra y cosecha a otros capitalistas, recupera casi enteramente el capital invertido al cabo de 10
o 12 meses. Otras fracciones del capital (por ejemplo, contratistas que poseen cosechadoras)
invierten sumas muy importantes en capital fijo, que amortizan en el largo plazo; la tasa de
ganancia anual debe ser más alta, suponiéndose que se cumpla la tendencia a la igualación de las
tasas entre ramas.
AUMENTO DE LA RENTA AGRARIA
A partir de la determinación de la ganancia y renta introducimos la dinámica de aumento de las
rentas a partir de la competencia entre los capitales. Debido a que la tierra es un bien limitado, los
capitales deben pujar por entrar en la tierra y arrendarla. En un marco de expansión de la demanda
y aumento de los precios, se explica que la tendencia haya sido a que cada vez entraran en juego
capitales más grandes, que ofrecieron, y ofrecen, pagar rentas más altas. Esto fue posible porque
estos capitales pueden hacer grandes diferencias en productividad, por escalas; disminuir riesgos,
ya que diversifican y/o contratan seguros; y abaratar costos en la compra de insumos y en la
comercialización del producto.159 En consecuencia se incrementa la presión competitiva en la
producción, a la par que aumenta la renta. Lo cual explica que los propietarios-productores
pequeños y medios crecientemente dejen la producción y pasen a ser propietarios que viven del
alquiler de sus tierras.
En el ejemplo de la tierra de 100 ha que hemos tomado como punto de referencia, si el arriendo
sube de 10 a 12 quintales por hectárea, la renta pasa de $80.000 a $96.000; la ganancia pura baja
en consecuencia de $30.000 a $14.000. Es lógico que crezca la tentación de arrendar el campo.
Esto es precisamente lo que ha estado sucediendo en las tierras dedicadas al cultivo de
oleaginosas y cereales. Los grandes grupos y los pool han estado en condiciones de ofrecer rentas
cada vez más altas. Campos por los que en 2005 o 2006 se pagaban rentas de 10 quintales de
soja la hectárea, en Santa Fe o Buenos Aires, en 2007 y 2008 se alquilaron a 14, 15 o hasta 18
quintales. Según un estudio de AACREA, para soja de primera, a precios de noviembre de 2007,
en campos con rendimientos de 35 quintales por hectárea, los arrendamientos representaban entre
el 45,7% y el 57% del valor del producto; la ganancia bruta sobre capital invertido del arrendatario,
pagando un arrendamiento del 51% del valor del producto, era en ese caso del 19%. Suponiendo
una tasa impositiva promedio del 30% (los grandes grupos tienen menos posibilidad de evadir que
los pequeños productores) la tasa de ganancia neta sería del 13%. Tomando ahora un campo de
159
Por ejemplo, comprar insumos a gran escala, con descuentos del 15% o 20%; o vender directamente en los
puertos, en tanto el productor más pequeño está obligado a vender al acopiador.

147
trigo con un rendimiento de 22 quintales por hectárea, precios de enero de 2008, el costo del
arrendamiento oscilaba entre el 29% y el 43,7% del valor del producto; y la ganancia bruta era del
18% sobre capital invertido. Obsérvese que para pagar un arrendamiento que equivale a más del
50% del valor del producto, debe de haber una alta productividad relativa por parte del capital
arrendador.
Presentamos otros varios cálculos sobre esta cuestión, para diferentes zonas, tomados esta vez
del suplemento rural de Clarín (22/05/07), y reproducido en la página de Internet de AACREA. Para
el centro de la provincia de Buenos Aires, un campo de soja con un rendimiento de 28 quintales se
alquilaba, para la campaña 2007-2008 en 13 quintales, equivalentes a US$ 240. Dado que el
margen bruto de la explotación era de US$ 283, el rendimiento para el arrendatario daba US$ 43.
Esto es, el propietario conseguía un ingreso casi 6 veces superior al del arrendatario. Otro caso,
presentado por el especialista Eduardo Manciana, para la zona agrícola de Santa Fe, consistía en
un campo que se alquilaba a 20 quintales de soja la hectárea; siendo el costo de producción de 8
quintales, y el de comercialización de 5 quintales, el arrendatario debía obtener un rendimiento
superior a los 33 quintales para obtener ganancia. Según la consultora Agritend, un propietario de
100 ha podía alquilarlas en 2007 a US$ 350, esto es, ganar US$ 35.000 anuales. La tendencia
continúa en 2008. De acuerdo a un informe preparado por Guillermo Aiello, de la firma 3-EL
Semillas, que reproduce parcialmente Campo La Nación del 26/07/08, por un campo sojero con un
rinde de 35 quintales se pagaba, en 2008, un alquiler de US$ 626, equivalente a 18 quintales.
Entre los factores que influyeron para el aumento de las rentas, hasta mediados de 2008, también
pueden intervenir las ventajas que derivan de integrar una cadena de valores. El siguiente caso lo
tomamos de un sitio de discusión en Internet entre productores. El lugar es Henderson, provincia
de Buenos Aires, y un productor dice que los alquileres de los campos se estaban pagando, en
2007, entre $1200 y $1400 la hectárea; sin embargo la empresa Molinos Río irrumpió en la zona
ofreciendo pagar, en 2008, de $1500 a $2000 la hectárea. El productor calculaba que pagando esa
renta, dados los costos y las distancias de los puertos, la empresa debía obtener rendimientos
superiores a las 3 toneladas por hectárea para obtener ganancias. Molinos podía hacerlo porque,
además de las economías de escala, la harina de trigo paga menos retenciones.160
En la medida en que el capital puja por hacerse de tierras para explotar, suben entonces las rentas
y muchos propietarios-capitalistas pequeños o medios se convierten en propietarios-rentistas. En la
pampa húmeda, se calcula que en 2008 el 50% del área sembrada correspondía a tierras
alquiladas, y el fenómeno seguiría creciendo:
Lo que está ocurriendo en Argentina es sintomático: según diversas estimaciones que
circulan en el sector, todos los años unos 1500 productores pasan a ser rentistas con parte
o toda su explotación alquilando a otros productores más grandes o pools (Campo La
Nación 26/07/08).
Esto explicaría también el aumento sostenido de los precios de la tierra a través de los años.
Desde 1977 a 2001 el precio promedio de la tierra en Argentina subió a una tasa anual del 2,4%;
desde 2001 a 2007, lo hizo a una tasa del 17% anual; y en el último año hubo una nueva
aceleración. De febrero de 2007 a febrero de 2008 el precio de la hectárea en la zona maicera
subió el 23% (en febrero de 2008 valía US$ 10.700); en el mismo período el precio de la hectárea
triguera subió 45,5% (US$ 4.800 en febrero 2008); y el de la invernada aumentó el 41% (US$
5.500 en febrero 2008).161
Aquí aparece entonces un conflicto, porque muchos propietarios-productores no pueden competir
con las grandes empresas y pools. Pero la opción para la mayoría no es morirse de hambre, sino
transformarse en rentistas. Lo que en 2008 se considera un “pequeño productor” –trabaja el campo
con su familia y algún asalariado– con 100 ha sojeras, puede retirarse de la producción y seguir

160
En 2008 el trigo paga 28% de retenciones, y su harina el 10%. Esto ha generado tensiones con los molinos
de Brasil, que acusan a Argentina de fomentar comercio desleal.
161
Son datos de la Bolsa de Cereales. Se han cuestionado estos valores, porque los agentes inmobiliarios dicen
que se está comerciando poca tierra, y los precios son más bien teóricos. De todas maneras son indicativos del
aumento de las rentas.

148
recibiendo un ingreso equivalente, por lo menos, al doble de lo que recibe un obrero argentino
especializado de primer nivel. Un propietario de 300 ha que alquilara la tierra a 15 quintales de soja
la hectárea, recibiría un ingreso anual bruto de aproximadamente US$ 130.000 (con un precio de
$900 la tonelada en el puerto de Rosario). Por eso la capacidad de resistencia y movilización de los
chacareros durante el conflicto con el Gobierno refleja a una burguesía que se ha fortalecido luego
de un proceso de intensa acumulación, mejora de los precios de la tierra y de la renta.
Por supuesto, los que tienen menor cantidad de tierras pueden adoptar formas sociales híbridas.
Por ejemplo, un propietario de 50 ha puede alquilarlas, asegurándose un piso de ingresos de US$
18.000 o US$ 20.000 anuales, y tener otro empleo complementario. Los que ya están trabajando
en tierras arrendadas, con equipos propios, pueden a su vez trabajar como subcontratistas para
empresas más grandes. Las variantes son muchas, debido a las diferencias de rentabilidades,
propiedades y capitales. Algunos sectores de propietarios-capitalistas resisten la tendencia, en
tanto quieren mantenerse como productores. Globalmente parece asistirse a un proceso de
concentración a nivel de la producción, más que de la propiedad.
Ésta fue entonces una de las vertientes del conflicto con el gobierno. Por su naturaleza es, por
supuesto, un conflicto estrictamente interno a fracciones capitalistas. La dirección de la Federación
Agraria precisó correctamente la cuestión cuando sostuvo que su lucha se articulaba a partir de
definir un “sujeto social” al que aspiraba, a saber, un propietario-capitalista medio (y próspero, hay
que añadir), que pudiera resistir la presión competitiva de los capitales más poderosos. De ahí su
exigencia de que bajaran las retenciones a los que producen hasta 3000 toneladas. Nótese que
esto implica proteger a propietarios-capitalistas de campos de unas 1000 ha, valuados en por lo
menos US$ 5 millones, generadores de rentas potenciales de US$ 300.000 o US$ 400.000 anuales
(con los precios de mediados de 2008). Precisemos también que desde el punto de vista histórico
el proceso es inverso al que ocurría a principios del siglo veinte, cuando la Federación Agraria
Argentina surgió en lucha contra los altos precios de los arrendamientos. En ese entonces eran los
terratenientes los que exigían un elevado alquiler a los arrendatarios. En la actualidad, el capital
agrario es más fuerte y ofrece una alta renta al propietario, y desplaza al capital más débil. Hoy el
capital ha pasado a ser el eje del proceso. En 1912 la demanda de rebaja en el pago de los
arrendamientos expresaba el interés de un pequeño agricultor que no quería ver comido todo el
excedente (o una gran parte) por la renta. Un siglo después el reclamo de poner un límite a los
alquileres de la tierra expresa el interés económico de un sector capitalista que no puede competir
contra otro sector del capital agrario.
SUBA DE LAS RETENCIONES Y SUS EFECTOS
Abordamos en lo que sigue una de las cuestiones que más se han debatido a lo largo del conflicto,
el efecto de la suba de las retenciones. La discusión giró no sólo sobre cuánto se afectaba a la
rentabilidad de las explotaciones agrícolas, sino también sobre sus consecuencias en los salarios,
y para el “modelo” de desarrollo del país –“modelo agro-exportador” versus “modelo
industrialista”–. Si bien un examen acabado de todas las cuestiones implicadas en estos debates
excede los límites de este trabajo, intentaremos presentar algunos elementos que sirvan para
avanzar en futuras investigaciones. Para eso vamos a partir de un pequeño y sencillo “modelo” de
economía dependiente, que produce y exporta trigo y soja.
UN PEQUEÑO MODELO DE ECONOMÍA DEPENDIENTE
Dado que nos interesa mostrar algunas relaciones básicas, trabajamos con una economía muy
simple.162 Tenemos un producto agrícola, S, que se exporta en su totalidad. Otro producto agrícola
T, que es materia prima para la fabricación del bien de consumo J; la producción de T se exporta
en sus dos terceras partes, y el resto es consumido en el país para elaborar J, que integra la
canasta de bienes de los asalariados. El nivel de productividad en S y T está entre los más altos
del mundo. Se puede pasar fácilmente de la producción de S a la de T, y viceversa.

162
En lo que sigue introducimos una serie de ecuaciones. Esto lo hacemos a fin de facilitar el seguimiento de
los argumentos. Pero en sí mismas las ecuaciones no prueban nada. El lector que lo desee, puede hacer el
mismo razonamiento “en palabras”. Lo importante es establecer las relaciones entre las variables.

149
A su vez hay un sector industrial que produce X, que se utiliza como insumo productivo en la
industria y el campo, y se exporta; el bien J, que puede importarse, y constituye, como dijimos, la
canasta salarial; un bien F, que es no transable, que consumen productivamente el agro y la
industria, y también integra la canasta salarial. La industria es atrasada con respecto a los
estándares mundiales de productividad. Tanto el agro como la industria utilizan además el insumo
F* que se importa; representa medios de producción de alta tecnología; una expresión de la
dependencia y atraso tecnológico del país. La exportación de X es vital para el país, puesto que le
permite tener un balance comercial con superávit. El bien J no se exporta, pero las empresas que
lo producen pueden padecer la competencia externa si la moneda se aprecia por encima de
determinado nivel.
Designamos con Q el monto producido; por ejemplo, Qs es la cantidad producida de S; designamos
con E el tipo de cambio nominal; q el tipo de cambio real; p el nivel de precios interno; p* el nivel
ponderado de precios de los principales socios comerciales del país; ρ es la tasa de retenciones a
las exportaciones (ρs las retenciones a las exportaciones de S, etcétera); Н es el flujo de impuestos
que va al Gobierno. El precio ps que reciben los productores de S es entonces:
ps = Eps* (1 – ρs) (1)
De la misma manera, el precio interno de T es pt = Ep*t (1 – ρt) (1’)
Existen 3 tipos de tierra, A, B y C; A es la tierra de menor fertilidad, que no genera renta y C la de
mayor fertilidad. Sea Ms el vector de insumos utilizados por el capital agrario productor de S (Mt el
vector para la producción de T); π la tasa media de ganancia; w el nivel de salarios; Ls la cantidad
de unidades de trabajo que se emplea por unidad de producto S (L t el insumo de trabajo para T);
sea П la renta de la tierra. El costo de producción Msp estará influenciado por el tipo de cambio, ya
que en Ms están incluido el insumo F* (su precio en moneda nacional es Ep*F*).
Suponemos que la misma cantidad de capital (Msp y Lsw por unidad de producto) se aplica en
todas las tierras. Por lo tanto el precio de S estará determinado por esa cantidad de capital (por
unidad de producto) que se aplica a la peor tierra, A, más la ganancia determinada por la tasa
media de ganancia:
ps = (1 + π) (Msp + Lsw) (2)
El precio de producción pt se calcula de la misma manera, con los cambios correspondientes.
En general, la formación de precios de producción –o sea, de los precios tendenciales que tienden
a imponerse, a través de las oscilaciones de los precios de mercado– será:
p = (1 + π) (Mp + Lw) (3)
Donde M ahora es una matriz de insumos, y L un vector trabajo.
El salario cubre la canasta Jw de bien salarial; por lo tanto es:
w = pjJw (4)
A su vez, la renta П que produce la tierra B productora de S, será:
ПB = QBps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5)
De forma similar se obtiene la renta de C, ПC:
ПC = QCps – [(1 + π) (Msp + Lsw)] (5’)
Con sus correspondientes variaciones se definen las rentas de las tierras que producen T. El flujo
de impuestos que recibe el Gobierno a causa de las retenciones es:
Н = [Eps* Qs + (Ept* × 2/3Qt)] – [psQs + (pt × 2/3Qt)] (6)
El tipo de cambio real es:
q = Ep*/p (7)

150
Debido a que la industria es tecnológicamente atrasada, el tipo de cambio alto actúa de hecho
como barrera proteccionista; permite a las empresas productoras de X competir en el mercado
mundial; a las empresas productoras de J hacer frente a las importaciones. La contrapartida es un
salario bajo en términos de la moneda mundial.
El tipo de cambio real para los productores de S es
qs = Eps* (1 – ρs) / p (8);
De la misma forma se calcula el tipo de cambio real para los productores de T.
qt = Ept* (1 – ρt) / p (8’)
Por último, agregamos una ecuación que expresa la manera en que en la teoría económica usual,
no marxista, se explica la formación de precios. Éstos se determinan por un recargo, o mark-up,
sobre los costos salariales, divididos por la productividad, λ. Este recargo se distingue
conceptualmente del “recargo” conformado por la tasa de ganancia, π, de la teoría marxista. La
justificación del mark-up de la economía ortodoxa remite a “imperfecciones de mercado” que nunca
se explicitan teóricamente. La tasa de ganancia marxista ancla en la teoría de la plusvalía, y por lo
tanto en la teoría del valor trabajo. Entonces la ecuación de precios de la teoría ortodoxa es:
p = (1 + μ) w/λ (9)
Subrayamos que μ es conceptualmente distinto de π. Por eso la ecuación (2) admite variaciones
de π que pueden deberse, por ejemplo, a la lucha de clases. En (8), por el contrario, μ aparece
fijada, y se supone que no cambia, por lo menos en el corto y mediano plazo.
1. La política del Gobierno
a) Los argumentos inmediatos
Es claro que por (1), el aumento de r baja los precios internos de S y T, y viceversa; de esta
manera los precios internos pueden desconectarse, por lo menos parcialmente, de la suba de los
precios internacionales. La primera justificación del Gobierno para introducir las retenciones
móviles es mantener estable el precio interno de T, a medida que sube p t*. Sostuvo que así
defendía “la mesa de los argentinos” y una distribución progresista del ingreso, ya que en principio,
por (4), el aumento de pt influye en el precio de la canasta de bienes salariales. Si w no aumenta,
disminuye Jw, esto es, la cantidad de bien J que consume el obrero. Sin embargo, debido a que la
producción puede pasar fácilmente a S, se corre el peligro de que el aumento relativo de los
precios de S (y de las rentas y ganancias ligadas a S) haga desaparecer la producción de T. Por lo
tanto deben aumentarse las retenciones de S. Por eso el Gobierno planteó que con el aumento de
ρs buscaba impedir la “sojización”.
Por otra parte (por 1, 1’ y 6), a medida que aumentan los precios internacionales y las retenciones,
y permaneciendo constante los volúmenes producidos, aumenta el flujo de impuestos que recibe el
Estado. El Gobierno explicó que transfería ganancias extraordinarias del campo al Estado, que las
utilizaría para construir hospitales, escuelas, etcétera.
b) Razones de segundo nivel
Otra razón, que estuvo detrás de la decisión de aumentar las retenciones, tiene que ver con
mantener un tipo de cambio real alto, a fin de favorecer al sector industrial, productor de bienes
transables internacionalmente. Por (7), si aumenta el nivel de precios interno, p, baja el tipo de
cambio real; esto significa que la moneda se aprecia en términos reales. Según la tesis
comúnmente aceptada en la economía ortodoxa, si aumentan los precios de los bienes salariales,
aumentan los salarios nominales, y este aumento se traslada (por 9) a todos los precios. En
consecuencia, un aumento de pt habría provocado una baja de q. Lo que quitaría competitividad a
la industria. También por este lado las retenciones habrían ayudado a los trabajadores. Al
sostenerse la competitividad de la industria, se mantiene el nivel de ocupación; lo cual favorece el
poder de negociación de la clase trabajadora.
c) Otra razón, y poderosa

151
El argumento anterior se combina con otra razón que estuvo en el fondo de la política del
Gobierno, y que también atañe a la necesidad de mantener q alto. Como hemos explicado, para
que la devaluación de la moneda aumente la competitividad de los sectores exportadores, es
imprescindible que los salarios y los precios internos no aumenten en la misma proporción en que
lo hace el valor del dólar (o el euro). Si al producirse la devaluación hay alta desocupación y
recesión los asalariados no piden aumentos, y los capitalistas productores de F y J no aumentan
los precios. Pero a medida que se recupera la economía, los salarios y los precios de los bienes no
transables, o que se comercian internamente, empiezan a subir; el valor de la moneda se
incrementa en términos reales. Para mantener q alto, el Gobierno opta por poner precios máximos
a J y F, y subvencionar a los capitalistas que los producen, como compensación.
Las subvenciones frenan entonces la apreciación de la moneda. Sin embargo, si la tasa de
ganancia en los sectores productores de J y F no llega a la tasa media de ganancia, la inversión no
aumenta; en ese caso la productividad se estanca, en tanto los costos siguen presionando la
rentabilidad. Lo cual exige más subvenciones para mantener el tipo de cambio alto. De esta
manera las subvenciones pasan a estar estructuralmente vinculadas al “modelo”. El argumento de
los partidarios del Gobierno que decía que con las retenciones móviles se estaba defendiendo un
“modelo de país” industrial contra el “modelo agro-exportador”, tenía esta base. El hecho de que
las subvenciones sean endógenas, y se deban otorgar en escala creciente, condiciona fuertemente
las posibilidades de que el Gobierno destine fondos a obras de salud, educación, etcétera.163 En
nuestra pequeña economía esto quiere decir que la mayor parte del flujo de impuestos va a
subvencionar la producción de J y F.
Es claro que en el largo plazo el desarrollo industrial basado simplemente en el tipo de cambio alto
para la industria, sin atender a la inversión en ramas vitales, erosiona la productividad. En
particular, además, los precios de los insumos J y F afectan la rentabilidad del sector agrario. 164 Por
otra parte, si a pesar de las subvenciones, los precios y salarios aumentan –los capitalistas que
producen J y F buscan una rentabilidad comparable con los que producen X; los trabajadores
presionan a medida que baja la desocupación– el tipo de cambio real de todas maneras baja y la
moneda se aprecia. La industria pierde competitividad; el intento de recuperarla por medio de
nuevas devaluaciones impulsa más la inflación.
2. Efecto de la suba sobre los ingresos en el agro
Si la suba de las retenciones compensa exactamente el aumento de los precios internacionales de
S y T, y no suben los costos en la producción agrícola, los precios internos se mantienen
constantes. En este caso los tipos de cambios reales, q s y qt, no se modifican; tampoco lo hacen
los ingresos y las rentas. El efecto es neutro. Si en cambio las subas de ρt y ρs son superiores a los
aumentos de pt* y ps*, salen de la producción tierras marginales. En nuestro pequeño modelo el
precio regulador pasa a ser el de la tierra B. La renta agraria de C se reduce. En suma, baja la
renta agraria. Si en nuestro modelo hubiéramos introducido algunas tierras A en las que se
hubieran efectuado inversiones de capital, en tanto otras tierras A siguieran sin recibir inversiones,
y por lo tanto estuvieran determinando el precio de producción, la suba de las retenciones podría
haber sacado de producción a las tierras A “atrasadas”; y estaría por verse cuál de las tierras, la A
con inversión, o la B, determinaría el precio de producción de S y T. En cualquier caso, la renta
también disminuye, pero esta vez afectando directamente la formación de renta diferencial II.
De esta manera la suba de las retenciones disminuye la renta agraria global. Aunque si el contrato
de arrendamiento está firmado al momento de producirse la suba de ρ, se afectaría negativamente
 durante el tiempo que dure el mismo. Sin embargo, si suponemos que  tiende a establecerse a
su nivel promedio, en línea con el resto de la economía, los alquileres de las tierras bajarían en el
mediano plazo. Es lo que habría empezado a suceder durante el conflicto agrario; la prensa
163
A lo cual habría que sumar el pago de intereses y devolución del principal de la deuda externa. Aunque no
hemos incluido el factor deuda en nuestra economía, tiene indudable peso en la economía argentina.
164
La productividad “tranqueras adentro” del campo en Argentina se ve disminuida por la productividad
“tranqueras afuera”. Por ejemplo, el transporte del grano se realiza en camiones –una flota de unas 150.000
unidades– y no por tren, que sería más económico. Además, la mayoría de los caminos está en malas
condiciones. Los ejemplos pueden multiplicarse.

152
especializada informaba que se estaban renegociando muchos contratos de alquileres de tierras, a
la baja. De la misma manera el capital puede presionar para renegociar hacia la baja los contratos
si aumenta el costo de los insumos y si pt y ps permanecen constantes, a causa del aumento de ρt y
ρs en la misma proporción que pt* y ps*; todas estas alternativas se examinan con (5) y (5’),
“moviendo” las variables.
También puede suceder que algunos capitalistas de las tierras A acepten seguir produciendo con
una π inferior a la tasa media de ganancia. Por supuesto, ambos efectos –baja de las rentas y baja
de la tasa de ganancia de capitales en tierras marginales– pueden darse de manera combinada.
Esto explica la resistencia de propietarios-rentistas y de arrendatarios, en especial de tierras
marginales, a la suba de las retenciones.
La renta también puede bajar en el caso que el aumento de las ρ compense exactamente el
aumento de pt* y ps*, pero aumenten los precios de los insumos (por ejemplo, por aumento del
precio pf*). En esta circunstancia también saldrán de producción tierras marginales, a no ser que
los capitales acepten producir con una  inferior a la media. De hecho este último puede haber sido
el caso en el conflicto reciente, dado el aumento de insumos importados como fertilizantes
(además del aumento del gasto en transportes, etcétera). En cualquier caso, aumenta la presión
competitiva sobre los capitales más débiles. La suba de las retenciones pone presión sobre los
arrendatarios medianos y pequeños; e impulsa la tendencia, que señalamos antes, de propietarios-
capitalistas medianos y pequeños a convertirse en rentistas. El efecto sobre los grandes grupos
tendería a ser neutro. Afecta a los grupos que poseen tierras, en tanto baja la renta. Pero en lo que
hace a la ganancia como arrendatarios capitalistas en las tierras intra-marginales, la misma se
mantiene;  debería tender a restablecerse en el agro, en detrimento de la renta.
En síntesis, el aumento de ρ a una tasa por encima de la tasa de la que aumentan los precios
internacionales de S y T; o el aumento de r a la misma tasa en que aumentan los precios
internacionales de S y T, pero con aumento de los costos de Ms y Mt, lleva a la baja de la renta.
3. Otros efectos
Debido a que, con la suba de las retenciones y la baja de precios, salen de producción tierras
marginales, Qs y Qt disminuyen; lo cual tiene un efecto negativo (por 6) sobre Н. El resultado final
sobre el monto de Н dependerá entonces de qué pesa más, el aumento de ρ, o la baja de Q.
Al bajar el gasto de la renta que se capitaliza en construcciones urbanas, compra de bienes de
consumo duradero y gasto en consumo, hay un efecto depresivo sobre las economías urbanas
(especialmente en el interior). En nuestra economía, disminuye la producción de J y F; la inversión
agraria disminuye, porque baja la inversión en tierras marginales. En caso de que los arrendatarios
acepten trabajar con una tasa de ganancia menor del promedio, disminuye su gasto de inversión
en insumos. Pero en un esquema ideal esto podría ser compensado por los gastos estatales del
Gobierno; por ejemplo, si derivara lo recaudado con las retenciones a gastos en infraestructura,
etcétera.
4. Incidencia en el costo salarial
A corto plazo la suba de ρt, en paralelo a la suba de p t*, frena el aumento del costo de la fuerza de
trabajo que ocurriría si pt aumentara a la par de pt*. Lo hace en la proporción en que el precio de T
participa en el precio final de J, el bien salarial.165 Subrayamos que el incremento de ρt afecta
directamente al costo de la fuerza de trabajo y no al salario real. Esto es, no siempre que aumente
el costo de la fuerza de trabajo deberá bajar el salario real. En la historia reciente del capitalismo se
han dado períodos de intensa baja de los precios de los alimentos –como ocurrió en la década de
1980– con caída de los salarios reales, por lo menos en Argentina y en otros países
latinoamericanos. Esto prueba que no existe una relación directa entre precios de los alimentos y
niveles salariales reales. Máxime en los países que son productores mundiales de alimentos,
165
Una suba de, por ejemplo, el 100% del precio del trigo no se refleja en un aumento del 100% en el precio
del pan, como a veces se ha sostenido. El trigo representa sólo un 15% del precio final del pan. El precio del
pan está influenciado por los costos en una larga cadena de valor. Y luego hay que ponderar la participación
del pan –y otros alimentos– en la canasta final de bienes.

153
donde un deterioro de los términos de intercambio tiene efectos profundamente depresivos sobre la
economía; y lo inverso sucede cuando mejoran los términos de intercambio.
Más en general, el problema más importante es tener en cuenta que el valor de la fuerza de trabajo
se determina por el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, el ciclo económico y el
desarrollo e intensidad de la lucha de clases. En este respecto es ilustrativo el método con que
Marx analiza una situación que podríamos calificar de similar a la que plantea el caso que
analizamos. Cuando en Inglaterra se discutía la eliminación del impuesto a las importaciones de los
cereales, los librecambistas sostenían que dado que se trataba de un impuesto sobre los salarios,
su eliminación permitiría elevar los salarios reales. Frente a esto Marx demuestra que la
eliminación del impuesto no modificaba sustancialmente los salarios, ya que si se reducía el precio
del pan por el cambio del impuesto, bajarían los salarios. Esto debido a que los salarios, en el
mediano plazo, se establecen de acuerdo con el valor implicado en la reproducción de la fuerza de
trabajo, determinada por las condiciones sociales más generales (véase Marx, 1848).
Es necesario por lo tanto analizar concretamente cuál es el efecto de la variación del costo de la
canasta de bienes (Jw, en nuestro caso) sobre la tasa de plusvalía, esto es, sobre la división entre
el tiempo de trabajo necesario y el plustrabajo. De la misma manera que no siempre que se
abarata el costo de la fuerza de trabajo aumentan los salarios reales –más bien la regla es la
opuesta–, no siempre que se encarece la fuerza de trabajo bajan los salarios reales. Todo depende
del estadio del ciclo económico –nivel de desocupación, que condiciona el poder del trabajo frente
al capital–, del nivel de organización sindical y política del movimiento obrero, y de la coyuntura
internacional, en especial la evolución de los precios mundiales de los productos que exporta el
país. Si ante el aumento de los precios de los bienes salariales (de J en nuestra pequeña
economía) la clase trabajadora logra imponer al capital un aumento del salario en la misma
proporción, la suba de pt se habrá traducido en una baja de , no de w. Por supuesto, esto no
puede ocurrir en (9), donde se supone que el mark-up μ es inmodificable, y que por lo tanto todo
aumento de los costos salariales se debe traducir en un aumento de los precios.
En términos más generales, y con la perspectiva que da la experiencia, tampoco se puede afirmar
que la política de retenciones haya mejorado la distribución del ingreso a favor de las clases
populares. Después de años de aplicación sistemática de retenciones, la distribución del ingreso a
fines de 2008 era peor que a comienzos de la década de los noventa. Las retenciones no
impidieron que la inflación erosionara los salarios reales, entre 2005 y 2008, en un porcentaje
superior a lo que subieron los precios internos del trigo, la carne o la leche.
5. Efecto sobre los precios agrícolas en el largo plazo
Las retenciones permiten “desconectar” por un tiempo las variaciones de los precios
internacionales de los bienes transables, de las variaciones de los precios internos. En este sentido
generan un tipo de cambio particular, como se ve en (8), (8’); esto es, median entre los espacios
nacionales de valor y el espacio mundial. Sin embargo la desconexión no puede ser absoluta, ni
prolongarse indefinidamente. A largo plazo termina imponiéndose la ley del valor trabajo, que opera
a escala mundial, en la medida en que el capital opera a nivel mundial. Es una ilusión pensar que
los precios los puede fijar algún poder político a voluntad. Ni siquiera el aparato stalinista, en un
régimen como el soviético en el que había una economía totalmente estatizada, y donde
funcionaban poderosos organismos de planificación, fue capaz de “dominar” a la ley del valor. En
tanto no existan las condiciones sociales para la desaparición del mercado, éste no puede ser
borrado a fuerza de decretos desde arriba. Si esto era válido para la URSS, tiene mucha más
aplicación en una economía en la que domina la propiedad privada, en la que los capitales deciden
cuándo y dónde invertir, a nivel del planeta, según las tasas de rentabilidad, y las seguridades para
sus inversiones. Las subas de precios en ciertas ramas están indicando que en esas ramas hace
falta aumentar la oferta. Por eso las tasas de ganancia en ellas tienden a elevarse por encima de la
tasa media de ganancia; los capitales emigran a esas ramas. Esto significa que se incrementa la
asignación de tiempo de trabajo social y de medios de producción a las mismas, aumentando por
lo tanto la oferta, hasta que los precios se estabilizan y comienzan a revertir a la baja. A través de
esta regulación –que implica un gran despilfarro de recursos– se distribuyen los tiempos de trabajo
social y se validan los trabajos privados a escala mundial.

154
Veamos entonces qué sucede si pt* y ps* suben. Supongamos que aumentan porque la demanda
mundial está superando a la oferta. Supongamos también que mientras sucede esto, p t y ps se
mantienen estables, debido a que ρt y ρs aumentan en la misma proporción que lo hacen los
precios internacionales. En este caso los precios internos no están dando ninguna señal de que es
necesario aumentar la oferta; por lo tanto la oferta interna se mantiene. Recordemos que si al
mismo tiempo está aumentando el precio de F*, o cualquier otro costo, la oferta interna baja, como
hemos explicado antes. Supongamos sin embargo que se mantiene la oferta interna. Los capitales
agrarios se reproducen a la misma escala. Sin embargo, a nivel internacional, debido a que
aumentan los precios y los beneficios en el agro, sube la inversión. Los capitales entran en el agro;
hay capitales que salen de Argentina, ya que en este país se sigue produciendo a la misma escala.
A nivel mundial aumenta la productividad agraria –aumenta la intensidad del capital– y se expande
la frontera agrícola. Por ejemplo, en Brasil, en los territorios de la ex URSS. Aumenta la producción
mundial y bajan los precios.
Por otra parte, supongamos ahora que la suba de pt* y ps* se deba enteramente al aumento del
precio de un insumo básico, F*; o sea, los pt* y ps* suben en la proporción exacta que compensa la
suba del costo de F* (podemos suponer que F* es fertilizante derivado del petróleo, gasoil,
etcétera). En este caso, si ρt y ρs aumentan, se produce una baja de  en el sector agrario, y una
contracción de la producción. Baja la productividad; los costos ahora aumentan a causa de esta
caída de la productividad. Disminuye el neto comercial; bajan los impuestos captados por las
retenciones debido a que también disminuye la producción.
INTERVENCIÓN DEL ESTADO Y LEY DEL VALOR
La política de subsidios, que juega un rol central en el esquema económico que procura el
desarrollo industrial con tipo de cambio alto, durante el conflicto agrario se vistió con el discurso
ideológico, de larga tradición, de “la lucha contra el mercado”. Efectivamente, desde muchos
sectores se sostuvo que la suba de las retenciones, junto a los precios máximos y los cupos a las
exportaciones de alimentos, conformaba una ofensiva del Estado para imponerse a los mercados.
Los dirigentes de la izquierda nacionalista –en la senda de la corriente de la dependencia–
precisaron aún más la cuestión, afirmando que estaba en juego quién decidía los precios, el Estado
o el mercado. También muchos intelectuales establecieron las coordenadas del enfrentamiento en
términos del Estado (el polo progresista) contra el agro y el mercado (el polo de la derecha). La
idea económica que subyace aquí es que los precios se fijan a partir de relaciones de fuerzas, y
que su determinación es una cuestión política. De ahí la creencia de que con una suficiente dosis
de aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciados, precios máximos y similares, se puede
desarrollar un vigoroso capitalismo nacional. “La” batalla contra la derecha pasaría entonces por
imponer este control. Muchos marxistas comparten, en alguna medida, esta idea; o no la
cuestionan.
Nuestro enfoque es crítico de esta tesis. Sostenemos que en su estrategia no hay nada de
progresivo. Al afirmar esto somos conscientes de que estamos tocando un tema sensible para la
izquierda, donde está arraigada la idea de que “la crítica práctica” al neoliberalismo pasa por
defender la intervención del Estado en el mercado, a fin de desarrollar un capitalismo “progresista,
nacional y popular”. Pero lo que debe pesar en el discurso crítico es el análisis científico, y no las
ganas de defender contra viento y marea algunos mitos establecidos y populares, pero
mistificadores.
Para exponer nuestro argumento, vamos a centrarnos en la política de subsidios que se
implementaba a mediados de 2008. Los defensores más lúcidos de esta estrategia dicen que la
misma es posible si existe un “manejo muy fino” del Ministerio de Economía. Por eso la cuestión
pasaría, al menos en los papeles, por determinar un nivel de retenciones que no desaliente la
producción agrícola; aunque lo suficientemente alto como para que el Estado recaude y pueda
otorgar subsidios a industrias de energía, alimentos y otras, a fin de que no aumenten los precios, y
se mantenga el tipo de cambio “competitivo”. Paralelamente se deberían generar mecanismos para
impulsar la inversión en los sectores subsidiados, para que a mediano o largo plazo aumenten la
productividad y la producción.

155
Aclaremos que en principio no se puede negar que un cierto nivel de intervención del Estado con
retenciones y subsidios, puede contribuir a la formación de una clase capitalista. Históricamente las
medidas proteccionistas e intervensionistas han tenido este efecto. Es en este sentido que Marx y
Engels plantearon que el proteccionismo era útil en la fase de surgimiento de una burguesía
industrial. Sin embargo no puede ser una política permanente, porque termina impidiendo que
actúe la regulación del valor, y obstaculizando el desarrollo de las fuerzas productivas. Por eso
Marx criticó el proteccionismo, y Engels hizo lo propio cuando analizó las consecuencias de los
subsidios y protecciones. Esta crítica de Engels, en particular, adquiere renovada relevancia
cuando se discute la coyuntura económica de Argentina. Lo que sigue está fuertemente inspirado
en ella (véase Engels, 1888).
En primer lugar hay que notar que el proteccionismo tiende a generar, inevitablemente, una espiral
de subsidios y más protecciones. Es que si se protege a una industria, argumenta Engels, se
perjudica a otra, y por lo tanto hay que protegerla. Pero al hacerlo, ahora se perjudica a la industria
a la que primero se quería proteger, y entonces hay que compensarla. Y esta compensación
reacciona, como antes, sobre todas las demás industrias, y así de seguido. De esta manera se va
estableciendo una red cada vez más intrincada de subsidios cruzados. Esto es lo que sucedió en
Argentina. Por ejemplo, cuando se aumentaron, en 2007, las retenciones de la soja al 27,5%, el
Gobierno explicó que tomaba esa medida para compensar a los productores de trigo, ya que los
precios del cereal estaban reprimidos, debido a las limitaciones que tenía la exportación; también
dijo que con las retenciones se subsidiaría a los feedlots y a los criadores de pollos, que habían
sido castigados por el aumento de los precios del maíz. Y ya entonces los molinos recibían
subsidios por el trigo que pagaban por encima de determinado máximo, establecido para el
mercado interno, con la condición de mantener la harina destinada al mercado interno a precios de
noviembre de 2006. A su vez, debido a que los criadores de ganado, pequeños y medianos, se
quejaban porque los feedlots les “pisaban” los precios –debido a los precios máximos–, el Gobierno
también les dedicó subsidios especiales. De esta manera un granjero que tenía soja en una parte
de su explotación, trigo en otra, y ganado en otra, pagaba al Estado un impuesto con la parte
sembrada con soja, para que el Estado le devolviese ese mismo dinero por las partes del campo
que tenía sembradas con trigo y dedicadas al ganado; aunque también pagaba retenciones por el
trigo. A su vez debía recibir subsidios por el gasoil, con lo que se le devolvía otra parte de los
impuestos que había pagado con la soja y el trigo. Y así podría seguirse con cada una de las
industrias, explotaciones agrarias, medios de transporte, etcétera, cada uno con sus respectivos
precios máximos, cuotas para vender, subsidios a cobrar. Si a esto se suma que se pretende
diferenciar por tamaños de explotación, el resultado es que cada vez se hace más difícil calcular
cuáles son los costos, las rentabilidades reales, y decidir a qué sectores subsidiar, y en qué
medida. Año tras año crece la red de subsidios, y con ella los montos comprometidos. Esto sin
contar los múltiples vericuetos de la burocracia del Estado capitalista por las que se cuelan
innumerables oportunidades para realizar estafas y enriquecerse con todo tipo de maniobras
fraudulentas.
Pero además existe otro problema, que es posiblemente más grave, y que también señala Engels.
El tema es que en las economías capitalistas hay constantes cambios de la productividad, y en
ramas enteras de la economía. Estos cambios son tan rápidos que lo que hasta ayer pudo haber
sido una estructura de subsidios balanceada, hoy ya no lo es. Además, la mayoría de estas
transformaciones suceden al interior de las empresas, y se manifiestan ex post en los mercados.
Esto es inherente a una producción que se basa en la propiedad privada y la competencia
despiadada. En consecuencia no existe aparato estatal capitalista que pueda determinar si se han
producido cambios en los tiempos de trabajo socialmente necesarios; qué incidencia tienen las
transformaciones tecnológicas; cómo influyen las variaciones de la demanda y de las necesidades
sociales sobre los precios; o en qué medida precisa las variaciones de los precios internacionales
afectan los costos y rentabilidades relativas de sectores. Por este motivo inevitablemente aparecen
desequilibrios en los sistemas de subsidios y precios administrados desde el Estado; estos
desequilibrios se reproducen a escala ampliada a medida que avanza la acumulación del capital.
Así se llega a un punto en que surgen cuellos de botella. Esto ocurre porque los capitalistas que
sobreviven con subsidios invierten poco y no amplían su base productiva. Los costos son
crecientes; la baja rentabilidad acentúa la carencia de inversiones, y la estructura productiva

156
atrasada demanda más y más subsidios. Por último, si ya es muy difícil tener un sistema de
protecciones y subsidios equilibrado, más difícil aún es librarse de él una vez que se ha instalado y
consolidado.
En definitiva, fracasa lo que se buscaba, un desarrollo armónico de las fuerzas productivas, con
distribución progresista de los ingresos. Es común entonces que finalmente los precios suban, las
empresas atrasadas terminen yendo a la quiebra, los salarios caigan y de a poco el capital reanude
la acumulación en los sectores en que estaba “trabado”. En la óptica de la izquierda esto se lee
como “un giro a la derecha”.
Tal vez lo más grave de todo esto es que desde el punto de vista ideológico el saldo es muy
negativo para las ideas de izquierda, porque se identifica la política fracasada con alguna especie
de socialismo. Es una ilusión pensar que la intervención del Estado puede acabar con la anarquía
de la producción capitalista, dejando intactas las relaciones sociales de producción que constituyen
la base de esa anarquía capitalista. Por esta vía no hay manera de ganarle al neoliberalismo
reaccionario la batalla ideológica. Es que la ley del valor trabajo determina qué parte del trabajo
social total puede gastar la sociedad en la producción de cada tipo particular de mercancía. En este
sentido actúa como reguladora. Pero esta regulación actúa a través de los precios, solo a
posteriori, cuando los productos han llegado al mercado y los tiempos de trabajo privados deben
atravesar la prueba de su validación social (que consiste en la venta de la mercancía). Este “salto
mortal” de la mercancía, como lo llamaba Marx, no puede eludirse con la intervención del Estado.
De aquí que esa regulación actúe por medio de permanentes desequilibrios y movimientos
anárquicos (véase Marx, 1999, t. 1, cap. 12).
Señalemos también que, en un sentido más general, la intervención del Estado en los mercados no
define de por sí a una política económica progresista. Ha habido regímenes extremadamente
reaccionarios que fueron intervencionistas. Un ejemplo paradigmático lo constituye la dictadura de
Francisco Franco, en España; en las décadas de 1940 y 1950 el Estado intervenía imponiendo
precios máximos, y su política era claramente de derechas.
Por último, la crítica a la pretensión de que el Estado capitalista pueda “dominar” la ley del valor
trabajo no significa renegar de regulaciones estatales para la protección del medio ambiente, de la
salud de la población; o que impidan el trabajo infantil, precarizado, etc. Demandas de este tipo
deberían figurar en el primer plano de cualquier programa de izquierdas, o que simplemente se
considere progresista.
CONCLUSIONES
La expansión de la producción capitalista en el agro argentino, que acompaña a la expansión
mundial del sector, lleva a un aumento de la renta agraria, más que de la tasa de ganancia agraria;
e impulsa una creciente concentración de la producción. El aumento de las retenciones a las
exportaciones afecta a la renta agraria, y también las producciones marginales. Los llamados
pequeños y medianos campesinos pampeanos son, en su mayoría, propietarios-capitalistas que
disponen de “pequeñas fortunas”. Si bien está en marcha un proceso de concentración de la
producción, sus rentas han subido y se convierten crecientemente en terratenientes rentistas.
Muchos se movilizaron porque no quieren perder su condición de productores; no porque
estuvieran amenazados por la ruina. Por otra parte los capitalistas-arrendatarios medios se
movilizaron porque la suba de las retenciones aumentaba la presión que sobre ellos ejercen los
grandes grupos. Y los propietarios-capitalistas de tierras marginales lo hicieron porque la medida
del Gobierno podía sacarlos de la producción. Sigue tratándose de fracciones de capitalistas, o
propietarios de la tierra, que defienden su porción de plusvalía, y la propiedad de la tierra. Todo
indica que se trata de reivindicaciones en las que la clase trabajadora no tiene nada que ganar.
Los efectos de las retenciones sobre los precios internos, y el crecimiento, son complejos y
ambiguos. Los salarios reales no dependen del nivel de retenciones, sino de toda una serie de
factores relacionados –principalmente los que se establecen al nivel de las relaciones entre el
capital y el trabajo– que hay que analizar en cada caso en particular. A corto plazo las retenciones
permiten desconectar, parcialmente, los precios internos de los internacionales. A largo plazo, sin
embargo, no es posible evitar la ley del valor trabajo, que tiende a imponerse. Por esta razón es

157
que las políticas de subsidios, precios administrados, y similares, tienen efectos limitados. Pueden
ser funcionales, en determinado período inicial, a la acumulación de un capital nativo; sin embargo
no pueden sustituir, de manera permanente, las leyes del mercado y la ganancia que gobiernan la
acumulación del capital. Máxime cuando éste está crecientemente mundializado.

158
Capítulo 15
¿Qué es hoy la dependencia?
A modo de conclusión, dedicamos este capítulo de cierre a intentar definir qué es hoy la
dependencia. Un concepto que está en el centro de las caracterizaciones sobre los países
subdesarrollados. Dos Santos (1975) planteó que la dependencia implica una relación de
explotación entre países, lo que explicaba, en su visión, por qué los países explotados no podían
“autoimpulsarse”, y sólo crecían como reflejo de la expansión de los países dominantes. Esto
justificaba también que se pudiera caracterizar su situación como “neocolonial”, o “semicolonial”.
Este significado del término es compartido por el dependentismo renovado, con los lógicos matices
que pueda haber.
Empecemos señalando que las expresiones “semicolonial” y “dependiente” fueron utilizadas por
Lenin en sus escritos sobre la cuestión nacional, a mediados de la segunda década del siglo XX. El
término semicolonial lo aplicaba a países que tenían independencia política limitada, debido a que
existía jurisdicción extranjera sobre sus actos del gobierno, impuesta por la presencia militar de la
potencia dominante (o de varias potencias). Los casos típicos eran China, Turquía y Persia. 166 Los
países “dependientes”, en cambio, eran aquellos que, siempre según Lenin, eran políticamente
independientes, pero dependientes económicamente de los países más ricos. Entraban dentro de
esta categoría naciones como Argentina, Serbia, Bulgaria, Rumania, Grecia, Portugal y hasta
Rusia. “No solo los pequeños Estados, sino aún Rusia, por ejemplo, es enteramente dependiente,
económicamente, del poder del capital financiero de los países burgueses ‘ricos`” (Lenin, 1914).
Remontándose al siglo XIX, Lenin también consideraba que Estados Unidos había sido,
económicamente, una colonia de Europa. A pesar de lo escueto de las referencias, y de las
situaciones tan diversas que abarcaba el término, pareciera que Lenin pensaba que los países
dependientes eran explotados, de alguna manera, por los países más ricos. En algunos pasajes se
refiere a las naciones dependientes como “colonias económicas” de los países imperialistas.
Argentina era una “colonia comercial” de Inglaterra, y Portugal un “vasallo” de Inglaterra, aunque
conservara su independencia (Lenin, 1916).
Aunque Lenin no profundiza en la cuestión, los países dependientes no serían sin embargo
explotados en el sentido que sí lo eran las colonias y semicolonias, donde la extracción del
excedente estaba bien definida y se operaba mediante la coerción extra-económica. El sistema
colonial permitía la transferencia de recursos –como materias primas– desde las periferias al
centro, así como la apertura de mercados para la sobreproducción crónica que, siempre según la
tesis leninista, existía en los países adelantados. Por eso implicaba la imposición de una minoría
extranjera sobre una población nativa, a partir de una relación de fuerza y violencia directa. Como
señala Hobson (1902) la ocupación la hacía una minoría de funcionarios, comerciantes,
organizadores industriales, asentada en el poder militar, que ejercía un poder económico y político
sobre grandes masas de población, a la que se consideraba inferior e incapaz de autogobernarse
política o económicamente. La explotación adoptaba diversas formas: producción y transporte con
uso compulsivo de mano de obra –trabajadores de plantaciones, portadores de cargas en África,
etc–; economía de trata, que consistía en el monopolio comercial del país dominante sobre

166
En 1842 Gran Bretaña obligó a China a firmar el tratado de Nankin, por el cual debía liberar sus puertos,
fijar un tope a los derechos aduaneros de importación y permitir que los extranjeros tuvieran áreas
residenciales y comerciales fuera de la justicia local. Posteriormente China fue obligada a conceder nuevos
derechos de navegación fluvial, privilegios comerciales, y a permitir la fundación de más factorías extranjeras
a Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Japón; las potencias tenían estacionadas tropas y barcos, y sus
zonas estaban bajo administraciones propias. Persia y Turquía también estuvieron ocupadas parcialmente por
tropas de las potencias. Persia había sido dividida en 1907 entre Gran Bretaña y Rusia en áreas de influencia,
y más tarde, en 1919, Gran Bretaña le impuso oficiales británicos para organizar el ejército, ingenieros para la
construcción de un ferrocarril respaldado por crédito británico y la obligación de aceptar sus “consejos”. En
cuanto a Turquía, Gran Bretaña directamente dominaba su Estado; en 1920 las tropas inglesas llegaron a
ocupar Constantinopla.

159
monocultivos; impuestos de todo tipo sobre los campesinos y artesanos; y acaparamiento de la
tierra por parte de los colonos. A las clases burguesas o pequeño burguesas nativas –
comerciantes y artesanos– no se les permitía comerciar con otras potencias o países en mejores
términos; ni podían tomar decisiones políticas, económicas, diplomáticas con un mínimo de
autonomía. La sociedad nativa era dominada por un aparato militar, político y administrativo
importado y mantenido con una violencia que podía llegar al etnocidio.
Es a partir de esa relación de explotación colonial –o semicolonial– que Lenin planteaba la
demanda de liberación nacional, que significaba la conquista de la autodeterminación política y la
constitución de un Estado soberano. En su visión la autodeterminación nacional no podía
interpretarse como otra cosa “que el derecho a la existencia de un Estado separado” (Lenin, 1914).
La autodeterminación que había logrado Noruega al independizarse de Suecia a principios de siglo
XX no afectaba a su dependencia económica, porque ésta derivaba del sistema financiero
imperialista en su totalidad, y no podía desaparecer en tanto hubiera capitalismo (véase Lenin
1916). En consecuencia la demanda de autodeterminación, o liberación nacional, desde el punto
de vista económico, no tenía sentido. Aunque no por esto la liberación nacional dejaba de tener
implicancias económicas, ya que permitía la formación de un Estado nacional con independencia
estatal, y terminaba con el pillaje y el robo vía coerción extraeconómica. Por este motivo la
autodeterminación generaba mejores condiciones para el desarrollo del capitalismo (véase Lenin,
1916).
Como hemos visto, los autores de la CD, en cambio, consideraron que la dependencia encerraba,
decididamente, una relación de explotación entre países establecida en los mismos términos, en
esencia, que la relación colonial. De ahí que también emplearan indistintamente los términos
“semicolonial” y/o “neocolonial” para designar a los países dependientes. De esta manera, y como
señalaba Warren (1973), se quería decir que con la independencia política no se habían
modificado las condiciones para el desarrollo de los países periféricos. Así, la conquista de la
independencia era rebajada en lo que hacía a su significación histórica. Las luchas de liberación
nacional triunfantes, desde la independencia de América Latina, no habrían logrado ningún avance
real. Por este motivo se reivindicó una “segunda independencia” y la “liberación nacional”, ya no
entendida, como sucedía en Lenin, como una conquista política, sino como una liberación
económica de los países oprimidos. La liberación pasaba por conquistar la autonomía y el
autodesarrollo. Por este motivo la liberación nacional, entendida en el sentido de acabar con la
explotación imperialista, fue el común denominador de todos los matices dependentistas, hasta el
día de hoy. La secuencia “dependencia = explotación y liberación nacional = independencia
económica = fin de la explotación imperialista”, fue aceptada casi como de sentido común.
El problema en esta concepción es que no está definido por qué y cómo se produce la explotación
de un país adelantado sobre el país dependiente. Y la explotación colonial, tal como ocurría hasta
bien entrado el siglo XX, hoy es un fenómeno residual. Por eso el término dependencia no debería
ser utilizado en el sentido de denotar una relación de explotación entre países. A lo largo de este
libro nos hemos referido a esta cuestión en repetidas oportunidades. Una de las consecuencias
que se derivan de todo esto es que es necesario superar la interpretación linealmente
estancacionista sobre el subdesarrollo que predominó y aún está presente en los autores de la
dependencia y la dependencia reformulada. Hemos procurado mostrar cómo los procesos han
estado, y están, plenos de contradicciones. La IED no provocó sólo devastación en la periferia
dominada, sino también generó las condiciones para el surgimiento de capitales locales. El
colonialismo y el neocolonialismo no anularon la posibilidad de que se generara acumulación de
capital local.
Hoy este carácter contradictorio del desarrollo se evidencia de manera más nítida aún. La
dependencia no impide que los mercados se amplíen siguiendo las leyes de la acumulación del
capital. El atraso tecnológico no implica que necesariamente la productividad en todas las ramas y
sectores del país atrasado sea menor que la en los países adelantados; o que los países atrasados
estén condenados a tener déficits comerciales crónicos. La tendencia al tipo de cambio alto no
significa mecánicamente que no pueda haber períodos en que la moneda se aprecie, y se generen
dinámicas y crisis particulares por este motivo. De la devastación que provoca la entrada del capital
en las zonas campesinas no debe deducirse que en esas zonas no se desarrollarán fuerzas

160
productivas capitalistas. El hecho de que las burguesías de los países subdesarrollados sean más
débiles que la de sus pares de los países altamente industrializados no significa que no haya
capitales que sean capaces de invertir globalmente. Lo importante entonces es abordar los
fenómenos de la dependencia y el subdesarrollo desde el punto de vista dialéctico. Estamos ante
procesos altamente contradictorios, donde ocurren causaciones acumulativas, se generan
desarrollos desiguales, y situaciones nuevas que brindan oportunidades a las clases dominantes
de los países periféricos de insertarse en la globalización.
Naturalmente, en la medida en que existan diferencias de poder económico entre los capitales, y
entre los Estados que defienden a esos capitales, habrá presiones políticas, diplomáticas, y de
todo tipo, para hacer prevalecer los intereses de determinado capital nacional. Pero esto no
significa que se está ante una situación de neocolonialismo. Lo que prevalecen son diferentes
grados de desarrollo capitalista, que se vinculan de maneras complejas, dando lugar a dinámicas
también complejas, que exigen estudios particulares. El fenómeno del agro argentino (zona de
cereales y oleaginosas), su inserción en la economía mundial, y su combinación con el desarrollo
del capitalismo atrasado nativo, es un ejemplo de estas articulaciones complejas.
¿Significa lo anterior que la noción de dependencia haya perdido todo significado? No en nuestra
opinión, ya que el término es apropiado para designar una situación de predominio tecnológico,
comercial y financiero de los capitales de los países más desarrollados, y de sus Estados. Las
líneas directrices del avance tecnológico, los cambios fundamentales de la economía mundial, la
dinámica financiera, ocurren en los países centrales. Países como Argentina, Malasia o Colombia
siguen estas corrientes. Las cuestiones que hemos discutido sobre el deterioro en términos de
valor, el deterioro de los términos de intercambio, el desarrollo deformado con variaciones bruscas
en el tipo de cambio, y similares, son expresiones de esa dependencia. Sin embargo la
dependencia no podrá ser superada mediante el aislamiento y la autarquía económica. La
autarquía de Birmania y Corea del Norte, para mencionar las dos naciones en que este programa
se aplicó de la manera más consecuente y a largo plazo, no las ha liberado de los
condicionamientos objetivos que impone el sistema mundial capitalista. La miseria y el atraso de
las fuerzas productivas no liberan a nadie. Sólo conforman el clima social y político propicio para la
imposición de dictaduras militares. Desde el punto de vista político, éste fue posiblemente el “punto
ciego” de la CD, que más influyó en su pérdida de credibilidad y en su crisis teórica y política. Por
este motivo la reconstitución de un programa de liberación y socialista deberá tomar como eje, en
las condiciones actuales del desarrollo capitalista, la centralidad de la relación entre el capital y el
trabajo.

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