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Crónicas de La Forja - Época 1, #01 - Un Mundo Sin Agua

Este documento presenta catorce relatos cortos que exploran mundos sin agua. También incluye un análisis de cómo otras obras de ciencia ficción como Dune y La sequía han abordado este tema, especulando sobre mundos sin un recurso vital como el agua.

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Crónicas de La Forja - Época 1, #01 - Un Mundo Sin Agua

Este documento presenta catorce relatos cortos que exploran mundos sin agua. También incluye un análisis de cómo otras obras de ciencia ficción como Dune y La sequía han abordado este tema, especulando sobre mundos sin un recurso vital como el agua.

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Directorio

Diseño:
Erath Juárez Hernández
Farrens Carreño
Jorge González
Siderx
Sue Giacomán

Redacción y
contenidos:
Lionel Hsu
Milan Banjanin
Paula Salmoiraghi
Susana Sussmann

Soporte web:
Alejandro Sosa Briceño
Carlos Fernández
Martin Casatti
Contenido
Artículo – Los mundos sin agua
en la ciencia ficción, por Laura Mar humano, por José Montero
Ponce PAG 6 Muñoz PAG 24
A los ocho años la curiosidad puede ser una
virtud muy interesante. Pero, en un mundo
El agua de Bacálape, por Víctor cuya supervivencia depende de tecnologías
Pintado PAG 8 desconocidas para el común de la gente, ¿no
Los cálculos pueden fallar, los planes pueden no será peligroso investigar?
salir como esperábamos. Cuando se viaja por el
espacio en un módulo desechable, cuatro meses, Otro día bajo el domo, por
cuatro días o cuatro semanas no son exactamente
lo mismo.
Farrens Carreño PAG 28
Una obra maestra de la ciencia y la
tecnología puede resolver los problemas
Último verano, por Siderx PAG 9 de supervivencia de la raza humana.
Si las condiciones de vida parecen imposibles de ¿Resolverlos o agravarlos?
superar, si conseguir cada gota de agua demanda
un esfuerzo sobrehumano, si vivir y reproducirse
es un derecho que debe ganarse luchando
El Sol traidor, por Zoraida
diariamente, es bueno estar bien segura de lo que Martínez PAG 30
se quiere. Mayor y Menor tienen como trabajo proveer
del líquido indispensable a su comunidad. No
importan sus diferencias, ni el ceño fruncido
Nueva Tierra, por José Molinero de Ma, ni lo que Mayor pueda saber sobre la
PAG 11 historia de sus antepasados, ni el hipnotismo
Perderlo todo: el agua, el aire, los proyectos, de la danza de Katerana, ni el recuerdo de la
puede transformar radicalmente a quienes se Body: lo primero es encontrar los pozos.
consideraban colonos de un lugar llamado
Esperanza. Cambiar el nombre del planeta puede
ser sólo el más inocente de esos cambios.
Un día especial, por Susana
Sussmann PAG 34
Si el agua, escasa, deseada, imprescindible,
El cazador, por Carlos Fernández se ha transformado en la medida de todas las
PAG 15 cosas, ¿qué valor tiene, por comparación,
Los sonidos anuncian el ritual y el ritual anuncia una vida humana aún cuando se trate de la
la continuidad de las costumbres que están vida de una novia en su mejor día?
escritas en la piel de la comunidad. ¿No hay lugar
aquí para los deseos personales, las decisiones
inesperadas o los fenómenos climáticos
El ladrón, por Germán Castaño
sorprendentes? PAG 36
Un callejón oscuro, una mujer hermosa y
asustada, un depredador nocturno. Quien diga
En la cima, por Roberto Giuffré que sabe qué busca y qué encuentra cada uno
PAG 17 está lejos de sospechar la clase de sed que
En mitad de una vida exitosa, el protagonista mueve esta trama.
recibe un mandato imperativo. ¿Cómo huir
de una voz que no puede ser acallada ni con
terapia, ni con dinero, ni con razonamientos?
Esperanza, por Tony Garza
¿Cómo resignarse a lo que sucede sin nuestro PAG 39
consentimiento, a lo que nos ha elegido como Abandonar el mundo conocido puede
medio para una nueva etapa? quitarnos toda esperanza, saber que nunca
volveremos a los lugares que habitamos en
nuestra infancia puede ser desalentador,
La cueva, por Erath Juárez aunque en algún punto del planeta algo
Hernández PAG 19 esconda una pequeña promesa.
Cuando se vive en una cueva porque las
ciudades y los campos son inhabitables, cuando
se ha visto “eso” que se vuelve a ver cada
La sombra, por Alejandro Sosa
noche en cada pesadilla, no es bueno olvidar el PAG 41
mantenimiento del refugio donde nos entregamos El protagonista de esta historia podría haberse
a la lectura. conformado con observar el avance de la
Sombra, podría haber reservado para sí un
lugar cómodo, de espectador indiferente. Pero
Noche de fe, por Víctor Alós ama los procesos históricos y los eventos
PAG 22 inconmensurables para la naturaleza humana,
¿Qué nos tendrá reservado la noche como aunque impliquen decisiones irreversibles.
sorpresa cuando nos promete eso que ansiamos
hace tanto tiempo? ¿Será mejor ir a su encuentro
o quedarse bajo techo? Artículo – La sed de un
planeta, por Cristóbal Pérez-
Castejón Carpena PAG 43
www.forjadores.net / 05

Editorial
Cuando nació el taller literario Los Forjadores, por allá por marzo de este año, nos encontramos de repente
con un bebé electrónico en los brazos que necesitaba ser amamantado. Si bien la actividad comenzó muy
pronto y en menos de dos días ya teníamos comentarios al primer cuento analizado, era menester plantear
algún ejercicio en común. Y al tercer día de la creación del taller literario, contando ya con setenta y tres
Forjadores, surgió la premisa del primer ejercicio.

EJERCICIO 1:
Escribir un relato de máximo 2 000 palabras, cualquier género, que se desarrolle en un mundo en el que ya
no queda una gota de agua potable disponible, un mundo donde el jabón, por ejemplo, es un objeto obsoleto
y el té una bebida del pasado. ¿Cómo sería? ¿Cómo cambiarían nuestras vidas? ¿Y nuestras costumbres o
el paisaje a nuestro alrededor?

La consigna no fue casual. Por esos días, Sandra Romo, una Forjadora, pasó a un par de listas de correo una
nota de BBC Mundo titulada “Un mundo sin agua”, que comienza así:

“Imagínese que un buen día se despierta y cuando va a abrir el grifo del baño para lavarse la cara... nada, no
sale ni una gota. Luego se dirige a la cocina para probar allí su suerte y prepararse un buen café y... obtiene
el mismo resultado.”

La nota sigue en línea actualmente y puede ser leída en toda su extensión en este enlace: http://news.bbc.
co.uk/hi/spanish/specials/newsid_4794000/4794034.stm

Así que, con el bebé en brazos y aullando hambriento, nos pusimos a pensar en qué clases de mundos sin
agua podrían imaginarse los Forjadores. Partiendo de esta premisa, hoy les ofrecemos catorce muestras,
cada una más original que la anterior, de lo que una simple idea puede disparar en la imaginación. Catorce
muestras de lo que nos espera si seguimos en la dirección que nos lleva el consumo indiscriminado de agua
potable, aderezadas por un análisis de lo que otros autores han hecho con las mismas ideas en mente, tanto
en la literatura como en el cine, y un extensivo ensayo acerca de la problemática actual del agua en nuestro
planeta y sus posibles salidas.

Queremos compartir con ustedes una reflexión final acerca de esta antología. La revista que tienen ante
ustedes no busca ser solamente una referencia de calidad literaria, cualquier cosa que eso sea. Es, ante
todo, una muestra del efecto de una misma idea extrapolada por varias mentes. Y es, también, un medio
de reflexión. “Crónicas de la Forja”, en ésta, su primera edición, quiere usar al género fantástico como una
excusa para hacerlos reflexionar acerca del futuro. Si terminan de leerla y corren a cerrar bien una llave de
agua, habremos cumplido nuestro cometido.

Bienvenidos a nuestros catorce nuevos mundos, esperamos que los disfruten.

El Cuerpo Editorial
06 / www.forjadores.net

A pesar de sus notables diferencias, todas estas historias, al


igual que las que componen nuestra antología, tiene algo en
común: usan la falta de un elemento vital para especular...

LOS MUNDOS SIN AGUA EN LA


CIENCIA FICCIÓN
Por Laura Ponce

El tratamiento que la literatura de ciencia ficción le ha dado a los mundos sin agua tiene dos paradigmas:
“Dune”, de Frank Herbert, y “La sequía”, de J. G. Ballard.
“Dune” fue publicada en 1965 y ganó los premios Nebula (1966) y Hugo (1966). Tuvo un gran éxito de
público, incluso fuera del ámbito de los lectores del género, y su autor la continuó con otras cinco novelas:
“Mesías de Dune” (1969), “Hijos de Dune” (1976), “Dios Emperador de Dune” (1981), “Herejes de Dune” (1984)
y “Casa Capitular: Dune” (1985).

Algunos pueden pensar que el principal personaje de “Dune” es Paul Atreides, el


adolescente que, arrastrado por una terrible finalidad, está destinado a convertirse en líder,
mesías y mártir. Otros pueden creer que los principales personajes son los Harkonnen, la
decadente familia rival que con sus intrigas tiende una elaborada trampa. Quizás los fremen,
los orgullosos nativos de ojos completamente azules que han hecho de ese paisaje inhóspito
su hogar. O las poderosas Bene Gesserit que, con su sistema de implantación de leyendas
y sus secretos, manipulan la corriente de los hechos. Pero yo creo que el principal personaje
de “Dune” es Arrakis, el planeta-desierto donde el agua es tan escasa y valiosa que existen
destiltrajes, y en donde los gigantescos gusanos son amos y señores, y la arena es una
presencia constante.
“Dune” es una extraordinaria novela de intrigas y aventuras, pero también un interesante
estudio de la ecología, el feudalismo y las religiones mesiánicas. Está construida sobre infinidad
de detalles y son esos detalles los que hacen creíble ese mundo y esa trama, son ellos los
que sostienen la historia como una filigrana. Herbert armó con gran cuidado ese universo y
demuestra conocer todo acerca de él. Entre los apéndices que acompañan la novela figura “La
ecología de Duna” y se lo recomiendo a los que deseen leer acerca de la transformación de mundos. No tiene
desperdicio.
“La sequía” fue publicada en 1965 y forma parte del ciclo de novelas apocalípticas
de J. G. Ballard que incluyen: “El viento de ninguna parte” (1962), “El mundo sumergido”
(1962), “El mundo de cristal” (1966) y “Crash” (1973). Según figura en la contratapa:
‘Describe un mundo en el que la desaparición del agua trastoca el tiempo, el espacio, y
el sentido propio de la identidad, despojada ahora de asociaciones y puntos de apoyo y
referencia.’
“La sequía” tiene un estilo completamente distinto al de “Dune”: es un relato
vivo y despojado, concentrado en personajes y situaciones que podemos encontrar
más próximos. Ya no se trata de nobles luchando contra intrigas en un mundo extraño; aunque hay un
elemento religioso, no es mesiánico, y la situación con la que comienza esta novela podría plantearse en
el futuro cercano. Aquí no existe un escenario tan deslumbrante ni exótico, “La sequía” no es un ‘lugar’
sino más bien un ‘efecto’ sobre la gente, algo que Ballard sabe explorar muy bien.
www.forjadores.net / 07
Además, en “Dune” se habla de un mundo con determinadas características a las que la gente se ha
adaptado y se encuentra, podríamos decir, resignada. En “La sequía” el mundo se enfrenta a la falta de agua
con desesperación, es algo que se está acabando, creando una necesidad que modifica todas las cosas.
Y “La sequía” tiene otra particularidad. Durante el relato (sobre todo al principio) se presenta una serie de
elementos que el lector podría interpretar como ‘señales’. Personajes, situaciones e imágenes muy particulares
siembran la sospecha acerca de su valor como símbolos, la idea de que reaparecerán posteriormente para
revelar su significado y ocupar un lugar de importancia en el gran tapiz de la novela,
quizás incluso participando de un gran desenlace que ate en un nudo perfecto
todas las líneas abiertas. Cuando el desenlace se presenta sin que tal importancia
haya sido probada ni todas las líneas se encuentren atadas, puede surgir una
especie de decepción.
A mí me da la sensación de que ese es un efecto buscado por el autor. Creo
que “La sequía” está enfocada, como otras obras de Ballard, en la percepción que
los personajes tienen de su entorno cambiante y la forma en que responden a las
catástrofes, tanto planetarias como cotidianas. El pensamiento religioso con sus
elementos proféticos, la búsqueda de propósito o de explicación, son respuestas
naturales ante grandes desgracias. Ballard anima al lector a participar de esa
práctica sugiriendo elementos que pueden tomarse por piezas de un rompecabezas,
para luego conducirlo hacia un final donde la premisa no se cumple, donde la
expectativa de una gran respuesta única e iluminadora no es satisfecha. Pero no
puede ser de otro modo, porque a esa misma falta de explicación, de justificación
para el desastre, debe resignarse el personaje de la novela. Y quizás allí esté el
mayor valor de “La sequía”.
Este tema ha trascendido la literatura, ha aparecido en el cine y el cómic y dos
buenos ejemplos de ello son “Dune” y “Tank Girl”.
Hay una versión de “Dune” del año 1984,
producida por Rafaella de Laurentiis y dirigida por
David Lynch, con Kyle MacLachlan (Paul Atreides),
Francesca Annis (Lady Jessica), Sean Young (Chani),
Patrick Stewart (Gurney Halleck), Jose Ferrer (Padishah Emperador Shaddam IV),
Richard Jordan (Duncan Idaho), Max Von Sydow (Dr Liet-Kynes) y Virginia Madsen
(Princesa Irulan).
Aunque los efectos especiales son los disponibles en la época, la
adaptación de la novela es impecable, cuenta con buenos actores, una
excelente fotografía y se nota la mano de un gran director disimulando las
carencias.
“Tank Girl” (1995) es un producto totalmente diferente. Está basada en el
cómic inglés del mismo nombre y que transcurre en el año 2033, después de que un
meteorito golpeara la Tierra convirtiéndola en un desierto global. Kesslee (Malcolm
McDowell) es un malo malísimo que dirige Water & Power Co. y controla las escasas
reservas de agua del planeta. La película comienza cuando sus tropas atacan la
comuna de ratas del desierto autosuficientes en la que vive la protagonista (Lori
Petty) y ella es capturada.
Empieza allí la lucha de voluntades entre ella y Kesslee que rige toda
historia.
A diferencia de “Dune”, esta película tiene una visión cínica e irreverente y
transcurre en un mundo mucho más bizarro, está hecha con mucho menos dinero y
su principal virtud es lo poco que se toma en serio a sí misma (el momento en que
Petty encuentra en tanque y se enamora a primera vista, o la parte en la que ella y una muy joven Naomi Watts
simulan una sesión de fotos para distraer a los guardias que custodian una instalación, no tienen desperdicio).
Aquí, el desierto es un catalizador para la aparición de este tipo de personalidades, que surgen de la lucha por
la supervivencia.

A pesar de sus notables diferencias, todas estas historias, al igual que las que componen nuestra
antología, tiene algo en común: usan la falta de un elemento vital para especular acerca de la forma
en que la gente puede adaptarse a condiciones extremas, qué características olvidadas afloran, qué
pierden y qué ganan las personas en esa lucha por la supervivencia. Y nos hacen preguntarnos qué
haríamos nosotros si viviéramos esas circunstancias. Pero acaso esa sea siempre la finalidad de la
ciencia ficción, ¿no les parece?
08 / www.forjadores.net

“El agua que pronto


nos hizo longevos,
la raspa la dobla, la
deja sin huevos.”
(Poeta madrileño
anónimo).

Autor: Víctor Pintado / Ilustración de sergio

El Agua de Bacálape
Eran dos que bajaron a un planeta.
—¡Caramba!— dijo el almirante Solomille—. ¡Si no hay agua! ¡Usted dijo que sus lecturas indicaban
grandes cantidades de agua en la superficie de este planeta!
Dignamente, la cadete Laura Cebamates replicó:
—Y así era, señor, hasta un minuto antes de que el módulo desechable aterrizara en la cima de este
monte.
—¡Rayos y centellas lunares, cadete! ¡Los cálculos previos nos daban un margen de supervivencia
de cuatro meses! ¡Pero si, contrariamente a nuestros pronósticos, no hay agua en Bacálape, sólo podremos
sobrevivir cuatro días! Cuando dentro de cuatro semanas vengan a recogernos, ¡nos encontrarán MUERTOS!
—No, si ya me decía mi madre que me metiese a estudiar Derecho.

“Si no contásemos los cuentos que escribí en mi preadolescencia, esos cuentos en los que gorilas
enloquecidos sitiaban el zoológico y uno se comía una serpiente mutante que se comía el gorila desde dentro,
podría perfectamente decir que nunca antes de este cuento había escrito alguno (me lo creo --dicen los
picajosos). Estaba emocionado con la premisa de un mundo sin agua. Mi primer enfrentamiento dio lugar a
una interesante historia que de hecho era más larga y excitante que el cuento que al final acabé haciendo, y
que a lo mejor alguna vez revisaré para Forjadores. A la hora de empezar, agarré un cuaderno y me lo llevé
a todos los sitios: iba escribiendo pequeñas ocurrencias interrelacionadas, hasta que cuajó algo. Creo que
si lo hubiese dejado reposar un poco más, me habría salido algo más doradito, pero no quise quedarme sin
la oportunidad de estar en la primera tanda de cuentistas, en la primera premisa. Las primeras líneas las
escribí en la sala de espera de una consulta médica y los líneas finales las terminé en el centro cultural, antes
de entrar al taller de teatro. La primera persona que lo escuchó leído por mí fue Ángela, antigua compañera
de teatro y la que fue una de mis actrices fetiche en un par de mis cortometrajes. El nombre de los dos
personajes del cuento eran de broma, casi improvisados; pero el nombre del planeta es una mezcla de
Bacalao y Ágape. Es decir, Bacálape significa ‘ven y date un buen atracón de bacalao, y si luego tienes sed te
aguantas’.”

Víctor Pintado
www.forjadores.net / 09

Autor: Siderx / Ilustración de Kala

Último Verano
Berner revisó por tercera vez los condensadores, tratando de localizar alguna falla, pero todo parecía
funcionar perfectamente. Algo preocupado, tomó los contenedores y vació su contenido en una botella
de plástico que llevaba colgada a la cintura; no se llenó ni a la mitad. Luego, cuidadosamente, limpió de
arena y polvo las superficies de cristal de ese condensador, era imprescindible hacerlo todos los días,
pues garantizaba una mayor pureza en la recolección. Y, sin demorarse demasiado, se dirigió a otro de los
aparatos.
El calor ya comenzaba a molestarle. Observó su reloj, faltaban cinco minutos para las seis. Un poco
desanimado, terminó de limpiar el condensador en el que trabajaba para poder regresar pronto al pequeño
refugio. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte y en menos de una hora el calor sería insoportable y el
interior del refugio con forma de domo era el único lugar seguro.
—¿Cómo estuvo la recolección de hoy, querido? —le preguntó Lina, su compañera, quien trabajaba con
algunas muestras de minerales sobre un gran mesón, en el que descansaban varios instrumentos de análisis
entre otros aparatos electrónicos.
—¡Horrible! No llega ni siquiera a los cuatro litros. De seguir así tendremos que regresar a Torean
—contestó Berner, mientras pasaba el contenido de la botella de plástico a una especie de cisterna de mayor
capacidad.
—¿Y abortar todo por lo que hemos trabajado tantos meses? ¿Estás loco?
—Pero tienes que comprender que, de seguir así, no podremos mantenernos por mucho tiempo.
Además, ¿qué sentido tiene arriesgar nuestras vidas por esto?
—¡No es por esto! Es por nosotros, por trascender. Sabes que si no demostramos que somos capaces,
no tendremos nunca un permiso de colonización y el derecho a procrear.
—Lo sé, lo sé, pero podemos intentarlo en otra oportunidad, tal vez tengamos más suerte en la próxima
asignación de planeta.
—No intentes engañarme, sabes muy bien que para el próximo sorteo yo ya tendré más de treinta y
cinco años y ya no seré elegible para el sistema de procreación.
—Entonces, estás segura de que esto es lo que prefieres.
—Estoy segura, y dispuesta a arriesgar todo, y no voy a derramar ni una lágrima para no desperdiciar ni
la más mínima gota de la bendita agua y poder sobrevivir este último y caluroso verano.
10 / www.forjadores.net

“Como a muchos (me imagino) lo primero que me vino a la mente fue Dune (el libro de Herbert) y la
importancia del agua para la vida. Luego pensé en escribir algo que no reflejara a Dune por ningún lado (algo
difícil) y de ahí salió mi cuento. Quería explotar la importancia del agua y lo inútil de cualquier tecnología, sin
la presencia del agua. No importa qué avanzados estemos, sin agua no llegaremos a ningún lugar.”

Siderx
www.forjadores.net / 11

Autor: José Molinero / Ilustración de sergio

Nueva Tierra
Sus párpados se abrieron de repente. De inmediato, la sensación de asfixia llevó el pánico a su mente.
Abrió la boca todo lo que pudo para aspirar una bocanada de aire, sus pulmones se llenaron, pero no sació
su necesidad de respirar.
—¡Por fin has despertado! —escuchó que decía una voz.
Volvió a abrir la boca exageradamente e hinchó de aire sus pulmones, pero éstos lo rechazaron por
completo. Los ojos se le desorbitaron, queriendo huir de las cuencas que los contenían.
—Tranquilo, así sólo vas a conseguir perder el conocimiento de nuevo —Aquella voz parecía cercana,
pero no era capaz de localizar a la persona que la emitía.
Un estertor logró escapar de sus resecas cuerdas vocales, pero en nada se pareció al grito de socorro
que su mente había querido trasmitir.
—Escucha, amigo —el hombre se situó por encima de él para que pudiese verle—, es inútil que
pretendas respirar como lo hacías antes. Te han colocado un oxigenador, como el que llevamos todos —dijo,
mientras se golpeaba con los nudillos en el pecho provocando un eco metálico—. Sólo tienes que apretar
12 / www.forjadores.net
el estómago, eso hará que el diafragma comprima el sistema respiratorio. Luego, lo sueltas de golpe y verás
como tus pulmones absorben aire a través del oxigenador.
Grez siguió aquellas instrucciones con bastante dificultad. Cada vez que trataba de respirar tenía
un ataque de tos, la ansiedad hacía que todo su cuerpo se pusiera rígido y, entonces, volvía la sensación
de ahogo. Al cabo de un buen rato consiguió realizar los complicados movimientos respiratorios con más
normalidad, pero la desagradable sensación de no poder calmar su imperiosa necesidad de respirar no
desaparecía. Era como estar asfixiándose continuamente.
—Será mejor que te incorpores; siéntate o ponte en pie. Notarás que cuesta menos.
El hombre le tendió las manos y le ayudó a sentarse.
Había una tenue luminosidad fosforescente que alumbraba la estancia, pero no fue capaz de adivinar de
dónde procedía. Grez trató de centrar su mirada en aquel hombre. Se fijó en el extraño bulto que, oculto bajo
la gruesa tela del mono que vestía, parecía surgir del centro de su pecho. Lo señaló y quiso preguntar algo,
pero sólo consiguió dibujar una mueca en su cara con la boca abierta.
—Tendrás que ir más despacio. Tus cuerdas vocales deberán acostumbrarse a tu nueva respiración;
pero, sobre todo, lo más importante es que aprendas a sincronizar los movimientos del abdomen con la
garganta cuando quieras hablar.
Grez bajó la mirada y descubrió que sólo estaba vestido con algo parecido a un pantalón corto. De su
pecho también surgía una protuberancia metálica. Bastos puntos de sutura sujetaban aquel aparato a su
todavía enrojecida carne. No sentía ninguna clase de dolor, pero su instinto hacía que quisiera arrancarse
aquel extraño artefacto de su cuerpo. El pánico seguía dueño de él, pero apenas podía prestarle atención,
pues hacía terribles esfuerzos por recordar que tenía que hundir sus tripas para que los pulmones aspirasen
aire a través del oxigenador.
Siguiendo los consejos del hombre, logró articular algunos sonidos. El esfuerzo era tal que
constantemente perdía el ritmo del movimiento abdominal, y en cada ocasión era como si tuviese que
comenzar de nuevo.
—¿Qué me habéis hecho? —preguntó, no sin dificultad. El hombre le miró con tristeza, pues también se
veía reflejado en él—. ¿Y quién eres tú? —Esta vez, la torpe voz de Grez irrumpió en sus pensamientos.
—Me llamo Zacarías, y creo que también puedo contestar a la pregunta anterior —El hombre dudó
por un instante, pero la agonía y la desolación dibujada en el rostro de Grez le impulsó a hablar—. Te han
implantado un oxigenador. Pero tienes suerte, aunque es de segunda mano, es un modelo bastante moderno,
mucho más que el mío —terminó, con una triste sonrisa.
Zacarías ordenó todo lo rápido que pudo sus pensamientos, y luego, ante la mirada inquisitoria de Grez,
continuó:
—Nadie podría vivir sin uno. Es necesario, pues no hay oxígeno en el aire —Por primera vez apareció
un rasgo de perplejidad en el rostro de Grez—. Vaya, habría apostado conocías ese dato —continuó
Zacarías—, pero debes padecer amnesia o algo por el estilo.
Grez no captó la ironía.
—Gracias a los recursos industriales que trajeron las naves colonizadoras, hemos logrado sobrevivir y
mantener una comunidad controlada. No nos podemos permitir muchos lujos, pero nos hemos acostumbrado.
—¿No hay oxígeno? —Hizo otro esfuerzo y volvió a preguntar—: ¿Éste no es el planeta Esperanza?
—Era el planeta Esperanza —puntualizó Zacarías—. Pero decidimos cambiarle el nombre por uno más
apropiado: Aral. El oxigenador es uno de nuestros mejores logros, como estás comprobando tú mismo. Este
planeta es rico en minerales y la carga química que contiene el oxigenador sintetiza las moléculas de oxígeno
del aire, que pasan directamente a los pulmones. Por eso resulta inútil y peligroso respirar por las fosas
nasales o la boca.
—Pero Esperanza era un paraíso repleto de recursos —Grez hizo una pausa para sincronizar sus
movimientos y luego prosiguió—, tan similar a la Tierra que por eso se enviaron aquí las naves colonizadoras.
—Sí, claro, había grandes planes para Esperanza. Se hablaba de la Nueva Tierra; los planes de
expansión ya eran una realidad —Zacarías comenzaba a mostrarse irritado—. Sólo hubo lo que llamaron
errores de cálculo. Cuantos más colonos venían a este planeta para crear las futuras ciudades menos
importancia se daba a los propios recursos. Algún grupo de científicos iluminados debió decidir que este
planeta, pese a sus incomparables condiciones, estaba demasiado lejos de la Tierra para que resultase
rentable. Y, ¿cómo no?, la otra opción siempre había sido Marte. ¿Qué otro planeta podría ser el más
deseado? El que siempre se había asemejado a la Tierra.
»Sin darnos explicaciones, se fueron llevando grandes cantidades de agua en los gigantescos
cargueros. Vaciaron lagos y mares. Llevaron toda nuestra agua a Marte. Tenían la teoría de que si inundaban
su superficie de agua, en no mucho tiempo podrían saber qué había ocurrido con el agua que supuestamente
existiera allí hace algunos millones de años. Si llegaban a comprender aquel misterio, podrían poblar Marte
para el futuro como se hizo aquí, a semejanza de la Tierra. Pero no atendieron a las voces de alarma de los
www.forjadores.net / 13
que ya nos considerábamos pobladores. Siguieron secando el planeta, hasta que no quedó ni una gota.
Grez no podía creer lo que estaba escuchando, y los recuerdos de su memoria parecían agolparse para
salir a flote, pero no era capaz de obtener nada coherente de su cabeza.
—A partir de aquel momento —continuó Zacarías—, todas las expectativas de cientos de miles de
familias se convirtieron en una agonía, la misma que acompañaba a la del propio planeta. Cuando las
plantas se secaron y finalmente murieron, desapareció la humedad, y con ella las lluvias. El oxígeno de
nuestra atmósfera era finito y, sin la acción de la fotosíntesis en la superficie ni corales en los fondos marinos,
era cuestión de tiempo que la atmósfera se volviese irrespirable. Los recursos minerales fueron nuestra
esperanza.
—¿Minerales? —preguntó Grez.
—Sí, todas las prospecciones llevadas a cabo indicaban que este planeta era mucho más rico de lo
que se había pensado en un principio. Hay minerales que son desconocidos en la Tierra, gigantescas bolsas
subterráneas de petróleo, inmensas oquedades llenas de gases nobles. Pero la falta de agua lo echó todo a
perder.
»Descubrimos un mineral al que bautizamos como oximita. Tiene la maravillosa propiedad de convertir
una pequeña parte de los gases libres en oxígeno. Y es el componente principal del filtro que llevan nuestros
oxigenadores. Pero hay un problema que aún no hemos podido solucionar, el oxígeno liberado por la oximita
se volatiliza en cuestión de segundos. No hemos conseguido almacenarlo.
Zacarías dejó pasar un corto lapso de tiempo para que Grez asimilase lo que estaba escuchando.
—El petróleo al menos sirve para extraer una parte de él, que conseguimos depurar a base de
complejos filtros en un líquido potable. No sacia nuestra sed, pero cubre la necesidad de nuestros
organismos.
—Pero el petróleo es una fuente de energía de un valor incalculable —apuntó Grez incrédulo—, y el
gas, y los minerales atómicos.
Zacarías alzó una mano, haciéndole callar.
—No, sin oxígeno en el aire no es posible la combustión del petróleo ni del gas. Y, por supuesto, sin
agua sería una locura crear plantas nucleares. Cuando se llevaron el agua arruinaron la vida del planeta
mismo. Cuántas veces me he preguntado si no fue una idea descabellada quedarnos aquí.
—Esta luz —intervino Grez, sin localizar todavía la fuente de la que provenía— es artificial. Supongo
que está generada con algún tipo de combustible.
—Sí, cuando finalmente la atmósfera se corrompió por completo, ésta se tornó oscura; tanto, que
apenas dejaba pasar los rayos luminosos de las estrellas —Zacarías endureció aún más su mirada—.
Estábamos a oscuras, ni siquiera las placas solares servían ya. Y en esta ocasión, no hubo ningún mineral
que cumpliese la función de iluminar nuestras ciudades.
»Sí, encontramos un combustible. Un combustible muy valioso, pero a muy alto precio —prosiguió,
dejando notar en su voz la tristeza que le provocaba hablar de este tema—. Una parte de los gases que
produce la sometemos a presión, y así, podemos mover la maquinaria readaptada. El resto, mezclado
apropiadamente con azufre y carbón, asciende hasta el techo, donde se vuelve fosforescente. Pero no hemos
conseguido conducirlo, por lo que sólo sirve para interiores aislados.
La puerta de la celda se abrió cuando Grez trataba de hacer otra pregunta. Entró un hombre que vestía
el mismo tipo de mono que Zacarías y, de su pecho, también sobresalía una exagerada protuberancia.
Sin apenas dedicar una corta mirada a Grez, y sin mediar ni una sola palabra, el hombre entregó una
serie de documentos a Zacarías. Éste los leyó inmediatamente. Su rostro se iba ensombreciendo según
avanzaba su lectura. Cuando terminó, se giró hacia su compañero y de una manera especialmente fría,
pronunció una sola palabra:
—Conforme.
Luego le devolvió el mazo de papeles.
El hombre se colocó frente a Grez y le habló con voz firme:
—Comandante Grez Robinson, ha sido usted acusado y encontrado culpable de los cargos de traición y
espionaje contra el planeta Aral y sus habitantes. La sentencia, que se hará efectiva de inmediato, es la pena
de muerte.
Grez, mostrando una cara totalmente desencajada, miró a Zacarías, pero éste se limitó a sostener su
mirada. Entraron dos hombres más arrastrando una camilla. Obligaron al comandante a subirse en ella y le
ataron de manos y pies con correas. Luego condujeron la camilla por un largo corredor.
—¿Por qué? —preguntó desolado a Zacarías, que caminaba a su lado. Él se limitó a mirarle de soslayo
sin mostrar ninguna emoción.
Llegaron a una pared, donde una enorme puerta hermética, asegurada con cierres metálicos, estaba
custodiada por varios hombres. Uno de ellos se acercó a Grez y, sin ningún miramiento, realizó cuatro cortes
rápidos en su pecho con un bisturí, arrancándole el oxigenador de su cuerpo. A Grez le sobrevino un ataque
de tos, que le impidió escuchar lo que dijo a continuación:
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—Sentencia del acusado a ser transformado en energía orgánica. ¡Que se cumpla la ley!
Descorrieron los grandes cierres y arrojaron el convulso cuerpo de Grez al interior. Cuando cerraron la
puerta, la oscuridad lo absorbió todo, pero por un pequeño lapso pudo ver que había caído sobre cientos de
cuerpos en plena descomposición y sentir cómo el hediondo gas que generaban ascendía colándose por los
conductos que había fijados en el techo.

Semanas después, cuando analizaron los restos de la nave de Grez, encontraron el registro digital de
órdenes. Se lo entregaron a Zacarías, que lo leyó en voz alta delante del Gran Consejo de Aral:
—Misión prioritaria: comprobar estado de vida en el planeta Esperanza. Estimar posible ayuda y
evacuación.

“Como experiencia al escribir el relato, puedo destacar la novedad, ya que fue el primer relato que escribí
de ci-fi. Fue divertido, pues la idea me vino por pura inspiración, sin más. Todavía tengo en un esquema
la versión larga del mismo, ya que se quedaron muchas cosas en el tintero (o mejor dicho, teclado), pero
tendrá que esperar un poco a ver la luz. Para mi fue divertido, ilusionante y, por qué no, un poco triste, pero el
resultado me gustó, eso sí, en la medida de lo que representa.”
José Molinero
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Autor: Carlos Fernández / Ilustración de Yu

El Cazador
El sonido era apenas perceptible pero, con el transcurrir de las horas, se hizo más fuerte. Era un tono
grave y rítmico, que se asemejaba a fuertes golpes sobre un bongó lejano. Fue subiendo en volumen poco a
poco y con firme constancia, como si se acercase a medida que transcurría el tiempo.
La oscuridad se alzaba, tapizando las paredes de barro de la choza y el sonido del bongó llegó a ser
estrepitoso. Seguramente, pensé, los ancianos deben haber decidido ya el destino del rey; pero claro, han de
obrar según el ritual, después de todo, ellos son los sacerdotes y si no hicieran rituales, ¿quiénes los harían?
En este ciclo murieron diez buenos cazadores en las sabanas. La mayoría terminó su ración de agua y
prefirió no volver. La siembra tan sólo ha ofrecido unos cuantos granos desperdigados, y todos coinciden en
que el rey nos trajo mala suerte, así que su destino está sellado, como el mío.
A estas horas de la luna de mañana, el cacique será rey y yo deberé ser cacique: es el curso natural
de la vida. El más fuerte ha de proteger al débil, el joven dará de comer al viejo. El mejor de los cazadores
se convierte en cacique para después convertirse en rey. Una vez iniciado el camino, ya no puede volverse
atrás, pues el fuerte no sólo ha de proteger al débil sino también a sí mismo, y no es fácil proteger a nadie
cuando hay sequía y las bestias están alteradas por la sangre. Si lo fuera, el rey no necesitaría un cacique.
Ahora los bongós son un frenesí de ruido, estoy seguro de que ya ha ocurrido. Según el ritual, todos
podemos salir de nuestras chozas para ayudar a llevar al rey hasta el altar y allí... Yo prefiero quedarme en mi
choza. Desde que me hicieron cazador, mi destino está echado. Sólo hay un camino que seguir y, ahora que
seré cacique, sólo anhelo que esta terrible sequía termine antes de que pasen otros dos ciclos; de lo contrario
escucharé los bongós de nuevo y ya no tendré nada de que preocuparme, pues mi destino ya lo habrán
decidido los ancianos y mi cuerpo y mi alma serán otro sacrificio más para mitigar la sequía.
De todas formas, ¿cuánto más puede durar? Las sequías no son eternas y tampoco lo son las lluvias.
Algún día lloverá, como siempre ha sucedido y no creo que los reyes tengan mucho que ver con ello. ¿O tal
vez será simplemente que no deseo creerlo?

“Este cuento fue escrito antes, mucho antes, de que me involucrara con Forjadores. Lo escribí por allá por el
año de 1998. Por aquél entonces estudiaba ingeniería en la U.C.V. y solía frecuentar mucho la Facultad de
Humanidades. Formaba parte de un grupo de lectura que se reunía un par de veces a la semana para leer lo
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que escribíamos y para proponernos relatos. Una de esas propuestas fue la de un cuento breve, muy interno,
basado en una introspección del personaje y que reflejara con fuerza una situación límite. Por aquel entonces
yo había escrito algo de poesía, pero poca prosa y había acabado de leer ‘El Mesías de Dune’ y decidí centrar
el cuento en un grupo de personas viviendo en condiciones límites a causa de la falta de agua. Cuando
surgió la premisa del ‘Mundo sin agua’ en el taller, decidí que ya era hora de desempolvar al viejo cazador
que dormía en el fondo de una de las cajas de la última mudanza y, luego de unos ajustes que me sugirieron,
finalmente se transformó en la historia que tienen ustedes en esta antología.”

Carlos Fernández
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Autor: Roberto Giuffré / Ilustración de Kala

En la Cima
La lluvia caía a cántaros, golpeteaba en las hojas de las plantas, explotaba en miles de pequeñas gotas
y se estrellaba contra el piso, formando arroyitos y charcos sobre la tierra mojada.
El pie desnudo se hundió en el barro, que lo cubrió al instante hasta el tobillo. Eno caminó recibiendo
cada gota con alegría, el agua humectaba cada parte de su piel arrugada por el paso de los años. Entonces
el gran ventanal empañado por la humedad marcó el fin de la selva y Eno pasó su mano por el vidrio para
poder ver hacia afuera.
Desde lo alto de la montaña donde se situaba su morada pudo apreciar el paisaje desolador que se
extendía cientos de metros más abajo. Kilómetros de tierra seca, árida, sin vida. Hacía muchos años que
todos los habitantes de la Tierra habían muerto, que nadie vagaba por el exterior.
Un zumbido y un chasquido marcaron el final del ciclo de lluvia, las bocas de agua se cerraron y un aire
cálido sopló a través de los canales de ventilación; a pesar del tiempo transcurrido, el sistema automático de
manutención del jardín funcionaba a la perfección.
Eno fijó su mirada en los edificios vacíos de la ciudad muerta que se derrumbaba a poca distancia de
la base de la montaña. Una lágrima rodó por su mejilla, y sus pensamientos lo llevaron a su juventud, cuando
vivía en esa ciudad, cuando aún creía en el futuro, cuando la Voz no se había presentado en su cabeza.

-o-

La familia de Eno era dueña de una de las mayores entidades financieras del mundo; el muchacho
había asumido la presidencia luego de la muerte de su padre y era uno de los multimillonarios más jóvenes
del planeta. La Voz le habló por primera vez durante una importante reunión de negocios. No le prestó
atención, incluso le divirtió, atribuyó todo al cansancio y al estrés. Se tomó unas vacaciones para descansar
y distenderse. Fue inútil, la Voz continuó hablando hasta que se hizo insoportable ignorarla; siempre con
el mismo mensaje, construir una fortaleza en lo alto de la montaña. A su regreso comenzó con terapia,
muchos ejecutivos de su empresa se psicoanalizaban, era normal dadas las presiones a las que se veían
sometidos. No funcionó. Entonces decidió hacer caso a la Voz, se fundió en Su mensaje y las palabras
cobraron sentido. Recibió instrucciones precisas sobre cómo construir lo que sería su nueva vivienda, en
la cima de la montaña. Utilizó todos sus recursos para contratar ingenieros y técnicos que construyeran el
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edificio, conseguir los materiales necesarios y desarrollar un complejo sistema de recolección de humedad del
aire y almacenamiento del agua, que alimentaría un jardín inmenso con gran variedad de plantas. Fue noticia
en todo el mundo; primero lo tildaron de excéntrico y luego de loco. Al finalizar el proyecto, la Voz cambió
el mensaje y le pidió que se encerrara dentro del edificio y sellara las entradas. Eno obedeció. La televisión
transmitió a nivel mundial el momento preciso en el que el multimillonario loco se convertía en ermitaño. La
Voz lo dejó dormir en paz por primera vez en mucho tiempo.
Al otro día, el Sol aumentó su calor en forma desproporcionada; la mayoría de los seres vivientes
fallecieron al instante. Con el paso de los días el agua desapareció por completo y, junto con ella, la poca vida
que quedaba.

-o-

Eno enjugó su lágrima. La Voz le había dicho que su fin estaba próximo, que disfrutara sus últimos
momentos, y él había decidido hacerlo recordando a toda la humanidad. Cuando su corazón dejó de latir, Eno
cayó con lentitud sobre un lecho de hojas, que parecía preparado especialmente para él.
Los vidrios y las paredes de la fortaleza se resquebrajaron y se abrieron grietas por donde asomaron
pequeños brotes de las plantas del jardín interno.
Con infinita paciencia, desde la cima de la montaña, el milagro de la Creación había recomenzado.

“A través de un foro del que soy miembro, recibí una invitación para participar de los Forjadores. Al inscribirme
estaba en vigencia el ejercicio número uno, cuya premisa era escribir una historia acerca de un mundo sin
agua. Siempre me atrajo el estudio de las religiones y la mitología, por lo que muchas de las cosas que
escribo tratan sobre la relación de los seres humanos con los entes superiores; por ese motivo supe que tenía
que escribir un cuento sobre un nuevo arca de Noé, pero con un enfoque diametralmente opuesto, es decir,
en lugar del Diluvio Universal, la Sequía Universal. Con respecto al punto de ataque, siempre trato de encarar
mis historias empezando por algún detalle de imagen, para que el lector no tenga un panorama general
desde el comienzo, sino que vaya descubriendo de a poco de qué se trata. Esto seguramente se debe a mi
educación audiovisual que, si bien encarada siempre desde la escritura, influye sobre mis trabajos ya que
debo pensar en imágenes y además es lo que enseño. El efecto que intenté lograr con el cuento fue el de dar
incertidumbre al lector hasta casi llegar al final, donde se descubre el todo y el por qué.”

Roberto Giuffré
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Autor: Erath Juárez Hernández / primera Ilustración


de Kala / segunda Ilustración de sergio

La Cueva
Como cientos de habitantes de aquel pueblo, Mikael salió de su cueva casi al amanecer. Un ritual
que todos debían ejecutar si querían sobrevivir en ese mundo hostil y despiadado. Vestía el holgado traje de
plástico metálico que tanto odiaba, pero que era imprescindible para subsistir. La temperatura ambiente a esa
hora era cercana a los cero grados centígrados.
En cuanto salió a la superficie arenosa, sintió cómo su traje se congelaba. Tenía pocos minutos para
estar afuera, pues debía entrar a su cueva antes de que sufriera una hipotermia o la luz del sol lo quemara
vivo en cuanto apareciera detrás de las montañas.
Afuera, sólo silencio y un viento gélido que formaba remolinos de arena alrededor de sus piernas.
Volteó a ver a los que emergían como autómatas de sus cuevas. Le recordaron a las vacas, cuando eran
llevadas al matadero.
No vio salir a su vecino por segunda día consecutivo. “Creo que ya nadie lo volverá a ver”, se dijo así
mismo. Observó a lo lejos y su mirada se perdió por un instante, allá en el horizonte. La aurora esplendía,
casi súbita, anaranjada y roja, tras el filo negro de las montañas. Todavía quedaban vestigios de lo que
alguna vez había sido Zel. Sus enormes rascacielos abandonados se alcanzaban a ver a la distancia, y
le recordaban que un día habían estado habitados por miles de personas. “Si pudiera algún día regresar”,
pensó. Pero sabía que eso era imposible, esos edificios estaban ahí como una especie de tortura, como
símbolo de la estupidez humana, para que no olvidaran que por su culpa el mundo era así.
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Su destino, como el de los demás, era vivir apretujado en esa cueva. “Se nace, se vive y se muere en la
cueva” era un dicho popular. La alarma de su reloj lo regresó a su triste realidad, le quedaba un minuto para
volver a ingresar. Suspiró y dio un último vistazo a la ciudad abandonada.
Tan pronto ingresó a su cubículo, gruesas gotas de agua se condensaron en su traje y empezaron a
resbalar para caer en el recipiente colocado en una de las piernas. Apenas pudo juntar medio litro de agua,
pero suficiente para sus necesidades del día. Bebió un pequeño sorbo que le supo a gloria. Lo demás lo vació
en una jarra.
Su hogar, un agujero en la tierra, tenía una temperatura cálida, cercana a los treinta grados y contaba
con dos cuartos: uno para dormir y hacer sus necesidades y otro donde se sentaba a leer, que era cocina y
comedor a la vez.
Mojó una esponja y con ella procedió a darse un baño. La deslizó por su cráneo rapado. Disfrutaba la
caricia del agua cuando le resbalaba hacia la nuca; era la única rutina de su vida que no odiaba: el contacto
del líquido con su piel lo transportaba a otros tiempos y a otros lugares. Cómo extrañaba un jabón. Bueno,
extrañaba tantas cosas. Su rostro arrugado cambió por un momento, como si hubiera querido sonreír, pero
regresó a la misma expresión de pesadumbre y hastío.
La destrucción de la capa de ozono había acabado casi con todo. Muy pocas formas de vida habían
podido sobrevivir. Estaban expuestos a los inmisericordes rayos ultravioleta. Los insectos habían pasado a ser
la especie dominante del planeta. Por las noches, millones salían a buscar alimento. Recordó a Sylvia. Sintió
un escalofrío.
Se miró en el pequeño espejo que colgaba de la pared. Tenía tan sólo veinticinco años pero parecía
de cuarenta. Su piel estaba arrugada como una pasa por la deshidratación. Por lo menos sus riñones no le
habían molestado los últimos días. La mayoría de los habitantes desarrollaban cálculos renales.
Un pequeño haz de luz se coló por uno de los domos de la cueva e iluminó un poco el roído sillón
donde se pasaba la mayor parte del día. El motor del pequeño generador de energía solar empezó a trabajar,
el zumbido que hacía cada vez era peor. El purificador de aire y el ventilador estaban muy viejos, pero
funcionaban y eso lo mantenía con vida. Los consiguió unos años atrás, cuando se casó. El precio había sido
toda una ganga, tan sólo ocho galones de agua. Los había ahorrado para poder casarse. En aquél entonces
trabajaba en una de las tantas plantas desalinizadoras que tuvieron que cerrar tiempo después al irse a la
quiebra. El pago, por supuesto, se hacía con agua potable. En esos tiempos aún se podía transitar por las
calles sin achicharrarse.
Cuando les avisaron que tenían que irse a habitar las cuevas afuera de la ciudad, al pie de las
montañas, no lo pudo creer, pero no tuvo más remedio que hacerlo. Era eso o la muerte. Por lo menos estaría
más tiempo con su amada. Otros se resistieron a irse y no sobrevivieron a las condiciones extremas del clima.
Millones alrededor del planeta habían fallecido.
Todos recibían una ración de alimentos sintéticos cada mes con los nutrientes suficientes para no morir;
además, electrolitos para evitar la deshidratación. Pero no siempre les llegaban, o no eran suficientes. Un
transporte especial, resistente al calor, pasaba casi al caer la tarde a repartírselos.
Se rumoraba que los gobernantes no vivían en cuevas y que comían alimentos naturales. Mikael
no creía que eso fuera posible. El oxígeno estaba tan enrarecido por la falta de árboles que dudaba de
que hubiera plantas que resistieran así. Sabía que la vida en la Tierra nunca más sería posible porque la
destrucción era irreversible.
No habían pasado dos horas después del mediodía cuando el cielo se nubló por completo. Maldijo
su suerte. Ahora tendría menos oxígeno. La pila de su generador no recargaba lo suficiente por lo que su
purificador de aire trabajaría a la mitad de su capacidad. Sabía que no llovería mucho, por lo que no se
preocupó demasiado. La lluvia ácida no solía demorar tanto. Por si acaso, unas gruesas capas de una
aleación especial de metal hacían a las cuevas resistentes a la corrosión. Hacía bastante tiempo que la suya
no recibía mantenimiento, pero no quería preocuparse tan temprano.
Se acercó a un estante y tomó su libro preferido. Se pasaba todas las tardes mirándolo hasta que lo
vencía el sueño. Estaba lleno de fotografías de la Tierra, de cuando la gente se daba el lujo de desperdiciar el
agua. Cayó dormido mientras veía la imagen de unos niños chapoteando en un estanque. Empezó a soñar.
Siempre era la misma pesadilla. La noche en que su esposa murió. Cuando se la comieron viva. No
pudo evitar que Sylvia se asomara para investigar qué era el golpeteo insistente en el techo de la cueva.
Tan pronto se asomó, miles de cucarachas se le subieron encima. No eran del tamaño normal que conocían
nuestros ancestros. La contaminación y la radiación las habían hecho mutar, hasta alcanzar la medida de un
ratón. Él intentó quitárselas de encima, fue una lucha desesperada e inútil. Mató a decenas con sus pesadas
botas, pero no fue suficiente. Para su desgracia, ella corrió hacia afuera de la cueva. Ahí miles de bichos la
cubrieron por completo. Los gritos de Sylvia retumbaban dentro de su cabeza desde entonces. La imagen de
los asquerosos insectos metiéndose en la nariz, boca y oídos de su amada, mientras él sellaba la escotilla, lo
había acompañado en sus pesadillas todas las noches.
Despertó agitado, su corazón latía a mil por hora. El sol se había metido por completo. Lo único que
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se escuchaba era el sonido monótono del ventilador. Se levantó a tomar su ración de agua. Estaba dando el
último trago cuando un ruido lo hizo estremecer. Un lúgubre horror tenebroso le heló la sangre.
Primero pensó que seguía soñando, luego que era el ruido que producía su purificador de aire. Estaba
equivocado. Era como si miles de diminutas patas se arrastraran en el techo de su cueva. Luego escuchó un
extraño rechinido, como cuando alguien raya la superficie de algo con una navaja. Se asomó por una de las
ventanillas de los domos.
Su rostro arrugado se puso pálido. Se le pobló de pesadillas rojas el cerebro anémico. No daba crédito
a lo que estaba viendo, se le hizo un nudo en el estómago. Enormes cucarachas rodeaban su cueva, se
apretujaban entre ellas, como si quisieran penetrar el metal. Se sorprendió al ver que cada vez eran de mayor
tamaño. Respiró profundo para tranquilizarse, podía escuchar cada pulsación de su corazón. Sabía que era
imposible que penetraran las paredes. A no ser que…
El ácido de la lluvia había hecho un pequeño orificio en un costado del domo. “¡Maldición!”, gritó. Los
insectos se peleaban por entrar por la rendija, como si olfatearan la carne fresca. El tamaño del hueco no era
tan grande, pero lo suficiente como para que pudieran ingresar uno a uno. Mikael abrazó el libro que tanto
le gustaba. No tuvo más remedio que utilizarlo como arma para defenderse. Conforme iban cayendo, las
aplastaba. Una tras otra. Con cada golpe, un chorro de líquido amarillo le salpicaba el rostro. Pronto el libro
se humedeció y empezó a despedazarse. Por último, cuando sintió que las fuerzas lo abandonaban, utilizó
los pies y las manos. Los jugos de las cucarachas formaron un gran charco amarillo y pegajoso. Ya no podía
más. Resignado, decidió descansar.
Pronto la habitación fue llenándose de cucarachas y otros insectos que no reconoció. De reojo
miró hacia la mesa donde se encontraba la jarra de agua. Se abalanzó sobre ella y empezó a beberla
desesperado. Cerró los ojos y se imaginó que estaba en medio de un oasis, chapoteando en un estanque
rodeado de cascadas de agua junto a Sylvia. Disfrutó cada gota. Le habían dicho que el agua no tenía ningún
sabor, a él le sabía a gloria.
Sintió pequeñas punzadas de dolor en los pies, luego en la entrepierna, en el estómago, en el cuello.
Resistió hasta que bebió todo el contenido de la jarra. Luchó un poco más, pero era una batalla sin sentido.
Quiso gritar, pero los insectos dentro de su boca ahogaron su voz.

“La creación de la historia fue difícil, sobre todo cuando la ciencia ficción no es mi fuerte. Un mundo sin agua
no podía generar más que un relato distópico. Un poco de investigación y un reportaje en el Animal Planet
dispararon la idea y, una vez que estuve frente la pantalla de la PC, las palabras surgieron del teclado sin
parar. Pero la historia no podía quedar sin un toque de horror, por lo que lo incluí en el final. Fue una gran
experiencia poder compartir la historia en el taller y con los comentarios de mis compañeros, el relato mejoró
mucho a comparación de la versión original.”
Erath Juárez Hernández
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Autor: Víctor Alós / Ilustración de Sue Giacoman

Noche de Fe
El ruido del riachuelo le despertó de repente.
Se sentó en la cama, perpleja. No escuchaba ese sonido desde hacía... Agitó la cabeza. No importaba
cuánto tiempo hacía. Lo importante era que el sonido provenía de fuera.
Y fuera estaba el lecho del riachuelo.
Se calzó y se puso una camiseta y un grueso pantalón. No olvidó coger la chaqueta.
“Si enfermo, no va a importar si el río lleva agua o no”, se dijo.
De todas maneras, estaba nerviosa.
Si realmente eso que sonaba era agua...
Desestimó la idea de despertar a Toni, que estaba durmiendo plácidamente en la cama que compartían
desde hacía tres semanas. Probablemente se trataba de una pequeña fuga en los depósitos de la cabaña.
Si notaba que ésta era preocupante, lo despertaría. Si no era muy grande, ella misma podría taponarlo sin su
ayuda.
Pero el sonido persistía...
La boca se le resecó de repente, recordando el frío gusto del agua de manantial recorriendo su garganta
e hidratando sus mucosas.
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Se obligó a rechazar la sensación y se apresuró a coger el rifle.
Ella misma se sorprendió por tener siquiera la intención de armarse, pero la escasez de líquido atraía a
muchos desesperados a las zonas montañosas, con la vana esperanza de encontrar algún manantial del que
fluyera agua sin contaminar.
No estaba de más tomar alguna precaución. Su reserva se basaba en un proceso de condensación del
agua en suspensión en la atmósfera, muy rudimentario. Cualquiera podría pensar que tenían reservas de
sobra, y la sed tornaba a las personas violentas e irracionales.
Comprobó el arma. Estaba cargada con tres cartuchos, pero cogió dos más. “Por precaución”, se dijo.
Se acercó a la puerta de la cabaña, temblando.
No estaba segura si era por el frío o por la emoción. “Quizás sea el miedo”, pensó.
Estaba segura de que escuchaba el sonido de agua manando por el breve cauce, y eso la asustaba
mucho más que la posibilidad de encontrarse con algún desesperado en mitad de la noche. Su entrenamiento
como marine le bastaba para controlar eso, pero no para enfrentarse a la otra cuestión.
Si había agua en el riachuelo, debía despertar inmediatamente a Toni. Tenían que construir una
pequeña presa para mantenerla controlada y someterla a análisis. Con sólo un cinco por ciento del agua
dulce de la que antiguamente se consideraba potable en condiciones de ser utilizada sin riesgo, no era
cuestión de mantenerla a la intemperie y sin protección.
Deberían canalizarla y almacenarla, llamar a Charles y organizar una manera de transportarla hasta el
valle, donde ya estaban sufriendo los rigores de la escasez.
Mucho trabajo para tan poco tiempo. Si los buscadores de agua descubrían el lugar antes de que
pudieran establecer un sistema efectivo de vigilancia, podrían perder todo el trabajo realizado, y lo que era
peor, el agua acumulada.
“Agua limpia, del interior de la montaña...” Su mente volvía a recrear el frío sabor del insípido elemento
bajando hasta su estómago.
Volvió a obligarse a regresar al ahora, y tecleó el código de apertura.
El clack de la cerradura acompañó al escalofrío que recorrió su columna, y asió el pomo de la puerta.
Inspiró con decisión y salió al bosque.
A su derecha, tras tres círculos de vallas electrificadas, se alzaban los dos depósitos, conectados al
aparato que condensaba la humedad del aire. Lento, pero que proveía de agua limpia a la pareja.
Más allá de las redes de camuflaje, se tendía, en teoría seco, el lecho de un pequeño río. En realidad,
un simple desagüe para las épocas en que la nieve se derretía. Cuando todavía había nieve, claro... Ahora,
rara era la lluvia, y la nieve se encontraba en los picos más altos y fríos del planeta, en poder de cualquiera
de las tres grandes corporaciones.
Ahora tenía que estar completamente seco, con la tierra quebradiza y las piedras resecas.
Pero sonaba el agua.
En algún lugar corría agua en libertad.
Se acercó sin prisa, sintiendo que el corazón pugnaba por salirle del pecho, mientras el sonido
continuaba creciendo en sus oídos.
No era el sonido de una gran cantidad de agua, sino el continuo discurrir de un fino hilo de oro
transparente sobre los cantos rodados. Agua en libertad. Pura y cristalina.
Sólo le separaban veinte escasos metros del origen del sonido, y agudizó el oído. Encendió la linterna,
ya que los focos destinados a controlar el perímetro no llegaban hasta el río.
Dirigió la mirada hacia él y, sollozando, cayó de rodillas, sin creer lo que veía.

“Al conocer el ejercicio, decidí apostar por una historia abierta, tal y como me gusta escribirlas. Pensé en qué
podría aportar a una situación tan dramática y se me ocurrió que el líquido sería algo tan valioso y perseguido
como hoy lo es el petróleo, así que se me ocurrió jugar con un viejo sueño que todos hemos tenido: que
la riqueza, en este caso el agua, aparezca justo frente a tu casa. Y que la esperanza se convierta en una
obsesión, creando una confrontación interior que puede degenerar en desilusión o en otros sentimientos.
Finalmente, dejo que sea el lector quien decida lo que ocurra, que cada uno saque sus propias conclusiones
y que el fin sea el que cada uno prefiera. Yo sé cual es mi historia... Me gustaría saber cual es la tuya.”

Víctor Alós
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Autor: José Montero Muñoz / Ilustración de Juan Raffo

Mar Humano
La voz de la profesora nos llamó al orden:
—Niños, niños, por favor, nada de escándalos.
Aquella orden me hizo sonreír. ¿Cómo íbamos a estar tranquilos si era nuestra primera salida de la
colonia subterránea? Ninguno de nosotros podía contener la emoción; nadie nos había hablado de cómo era
la vida en el exterior después de la desertización y de que el agua valiera su peso en oro.
Aunque deseaba ser como todos, no podía. Un mecanismo invisible me obligaba a preguntarme sobre
lo más aparente. Estaba claro, yo había nacido bajo el signo de la rebeldía; mi madre me lo recordaba
constantemente:
—Samuel, no eres normal, debes seguir a la masa y no cuestionarte absolutamente todo: eso ya lo
hicieron los ancianos. El preguntarse algo no significa obtener una respuesta.
—Sí, mamá, lo sé, pero es que no puedo evitarlo —le respondía con aire sumiso, añadiendo después—.
En otra vida fui aventurero.
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Al menos en sueños, ya que había leído algunas viejas novelas holográficas de la biblioteca y soñaba
con poder adentrarme en el desierto y ser un gran descubridor de paraísos.
—Como ya os he comentado muchas veces, niños, el agua desapareció de la superficie, pero no en las
profundidades. Así que debemos extraerla de ellas para que todos podamos sobrevivir con dignidad. Por eso
hoy vamos a ir de excursión a una de las muchas fábricas recolectoras de agua que existen en el planeta.
Aquellas explicaciones se adentraban en nuestras mentes como pequeños gusanos, sobre todo en la
mía, dejando una prole de larvas teñidas de fantasía. Palabras como fábricas, agua, desierto, unidas a Tierra
era tanto como decir: Sol, estrellas, espacio profundo. Conceptos inalcanzables y utópicos. Lugares plagados
de maravillosas ensoñaciones donde los seres humanos, personas como yo, habían conquistado un medio
hostil para las nuevas generaciones. Una sensación de poder y orgullo me recorrió el cuerpo. “Somos una
gran raza”, pensé.
Una mirada rápida y estaba claro que estábamos preparados para salir a la superficie; el desierto
nos esperaba con su aliento de muerte y su canícula asfixiante. Nuestras pisadas invadieron el pasillo que
nos condujo hasta alcanzar las gigantescas puertas del ascensor.
Un zumbido de avispa acompañado de una sensación de ingravidez y ya estábamos en la superficie; no
nos dio tiempo ni a contener la respiración. Las puertas se abrieron y una brisa cálida nos golpeó en la cara.
—Vamos, niños, hay que darse prisa. Por favor, no se detengan —gritó la profesora, moviendo sus
manos como diminutas alas de mariposa.
Y sin mediar palabra subimos en una perfecta línea al vehículo escolar que nos llevaría a la fábrica. En
el interior, la profesora hizo el recuento con la exactitud de un carcelero. Estábamos todos.
El conductor puso su huella dactilar en el arranque y el motor rugió en toda su potencia. Conducir
aquella máquina, sentir sus caballos de fuerza en mis miembros, sería una sensación universal, una
experiencia titánica. Me convertiría de niño de ocho años en un Coloso. Estaba centrado en estos
pensamientos cuando mi compañera de asiento me interrumpió con una pregunta tonta:
—¿Sabes algo sobre el proceso del agua? —dijo con su vocecilla de niña sabihonda.
La observé.
—¿Cómo has dicho? —le pregunté, sin desear una respuesta.
—Te preguntaba si conoces algo sobre el proceso…
—No mucho, la verdad —quise zanjar nuestra conversación allí. Pero ella no se dio por vencida y volvió
a la carga con su voz monocorde.
—Es muy interesante. Mi padre, que es ingeniero técnico en la fábrica, me ha explicado el
procedimiento…
Mientras sus palabras se estrellaban contra mis oídos, mi mente hacía rato que se había alejado de
aquel lugar. Ahora vagaba libremente por un océano de aguas cristalinas, donde una gota como la que
aparecía en mi sueño, creaba ondas silenciosas que me iban adentrando, poco a poco, en los mecanismos
necesarios para que mi agua corporal entrase en un diálogo directo con aquel mar.
Al distinguir cómo sus labios paraban en su aleteo, le dije:
—Debes estar muy orgullosa de tu padre.
Ella me miró con aire desconfiado y asintió. Estaba claro que se había dado cuenta de que no la había
escuchado ni una sola palabra. Así que, giró la cabeza sin pestañear y se puso a hablar con una de las
compañeras que tenía más cerca, alguien que se sentía más dispuesta que yo a parlotear de tonterías.
Respiré profundo y saboreé la tranquilidad del aire y la calma de mis pensamientos. Sólo quería pisar
la fábrica y dejarme llevar por sus mecanismos hidráulicos. Aquellos salvajes, mis iguales, me daban cierta
pena; no parecían comprender la importancia del camino que estábamos recorriendo. Para ellos sólo era una
excursión más, para mí, entrar en un mundo conocido sólo por mis ensueños.
Me arrebujé en el sillón y me dejé adormecer por el ronroneo del motor. Cuando desperté ya estábamos
delante de la fábrica. Aquí comienza mi verdadera odisea, me dije mentalmente, un pequeño paso para el
hombre, pero un gran paso para la humanidad.
La voz áspera del conductor dijo a través de la megafonía interna del autocar:
—Ya hemos llegado; pueden bajar.
Nos levantamos en orden y bajamos en fila india. Como al principio, la profesora abría la comitiva y
yo la cerraba. Nuestros pasos casi marciales nos precedían cuando la gran compuerta se abrió y salió de
la semioscuridad un hombre con una altura desproporcionada para ser un humano convencional. Saludó a
la profesora con un ademán cortés y nos indicó el camino que debíamos seguir. Nos dijo con una voz algo
aflautada que contrastaba con su apariencia:
—Por favor, no se salgan de la línea azul. Gracias.
—Ya habéis oído, niños. Seguid la línea azul —remarcó la profesora.
Seguimos la línea por un pasillo que parecía no tener fin hasta que, sin previo aviso, se abrió a una
amplia sala repleta de máquinas. Un enjambre de tubos hormigueaba por el suelo, el techo y las paredes.
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Más que una fábrica, el lugar me recordaba un cuerpo humano con sus huesos, músculos y nervios
diseminados por doquier sin un orden aparente. Un escalofrío me recorrió la espalda. Aquella maldita gota fría
otra vez.
Mis ojos bebían con avidez cada uno de los detalles de aquel monumental ser. No podía ni quería
perderme nada. Aquél era un lugar mágico y misterioso, donde las pesadillas tomaban cuerpo y las fantasías
infantiles se perdían para siempre tragadas por su inmensa voracidad.
La visita se desarrolló con normalidad hasta que descubrí algo por casualidad. Me hice el despistado
y en un descuido me salí de la línea azul y vagué por largos pasillos y vastas cámaras repletas de tubos,
contemplando los enormes monstruos de metal, sumergido en los pitidos, ronroneos y silbidos de las
máquinas procesadoras del agua hasta que, de pronto, topé con una puerta diferente. Algo la hacía distinta,
pero no sabría decir qué, sólo estaba seguro de una cosa: debía franquearla.
El pánico se había apoderado de mí completamente. No había nadie. Deseaba pedir ayuda, gritar, pero
refrené el impulso a tiempo. “¿Qué eres, un gallina o un explorador?”, pensé. Además, ¿qué podía pasarme?
Éste era un lugar seguro, los únicos monstruos estaban en mi imaginación.
Me giré y dándole la espalda a la puerta me decidí a emprender el camino de regreso. Ya había dado mi
primer paso cuando escuché un sonido amortiguado que provenía del interior de la puerta. Presté atención:
el sonido había muerto, pero no mis ganas de saber qué había detrás de aquella enigmática puerta. Di un
segundo paso y ésta se abrió con un quejido de vapor.
Mis pasos dubitativos me llevaron hasta una especie de plataforma que se elevaba sobre el suelo a
unos seis o siete metros y entonces los vi. Una colección de ancianos se arremolinaba alrededor de un joven
con bata blanca que los guiaba, como corderos, en dirección a una gran sala. Aquello me pareció extraño. No
recordaba haber visto en mi vida a gente tan mayor en nuestra comunidad. En los libros holográficos de la
biblioteca sí, pero en las calles jamás.
Los seguí, la curiosidad era más fuerte que el miedo a ser sorprendido. Al acercarme un poco más
descubrí entre la muchedumbre a un hombre que yo conocía. Su nombre era Ismael. Un individuo silencioso
que vivía a pocos pasos de mi casa y que, hacía poco, había desaparecido.
Era normal que los hombres desapareciesen, mamá siempre me lo repetía cuando le preguntaba por
mi padre. Nadie le daba mucha importancia. Por un instante, estuve a punto de gritarle, pero en ese momento
unas enormes compuertas se abrieron con un ruido infernal.
Quedé paralizado no tanto por la visión de la cámara como por las expresiones de terror de los
ancianos. Un terror mudo que me produjo escalofríos. Quería escapar de allí sin volver la mirada atrás, pero
no pude. Mis pies no me respondían, era como si los hubiesen soldado al piso y yo fuera una pieza más de
esa enorme estructura empotrada en la pared a escasos metros de donde ellos se hallaban.
Gemí de terror, algo húmedo y caliente recorrió mi entrepierna. La cabeza comenzó a darme vueltas y la
vista se me nubló. Los hombres subieron por una escalinata arrastrando los pies. Al llegar al pie de lo que me
parecieron unas gigantescas vainas de cristal y acero se detuvieron como un solo ser.
El bata blanca les dijo algo antes de entrar en el interior de las vainas. No sé cuanto tiempo permanecí
negándome a creer que lo que veía estaba ocurriendo en la realidad, forzándome a pensar que aquella era
una de las pesadillas que con tanta frecuencia me asaltaban en el medio de la noche. Pero allí no estaba mi
madre para abrazarme y decirme que sólo era un mal sueño. Estaba solo, un niño de ocho años, enclenque y
tembloroso, enfrentándose a una realidad insoportable.
La puerta se cerró con pereza llenando de vapor la entrada. Amortigüé un grito mordiéndome la mano.
Desanduve el camino y regresé, no sé como lo hice, pero lo logré. Mis piernas reaccionaban solas, habían
memorizado el camino. Al ver a mis compañeros y a la profesora no pude aguantar más y me eché a llorar.
—Samuel, ¿qué te pasa?
—¡Nada, profesora! —dije entre sollozos.
Creo que, si no hubiese llorado, el dolor habría roto mi corazón en pedazos. Los otros niños
comenzaron a burlarse y a hacerme muecas a espaldas de la profesora.
—¿No vas a decirme qué te pasa?
Negué con la cabeza. Algo dentro de mí me decía que lo mejor, para todos, era el silencio. De todas
formas ninguno me iba a creer. Se burlarían de mí. Me gritarían loco y quien sabe qué.
El guía habló para romper la tensión:
—¿Quién quiere probar el agua más pura?
—¡Yoooo! —gritaron varios al unísono.
Lo vi pulsar un botón y el agua manó cristalina, llenando de frescor la estancia.
Yo permanecí ajeno, distante. Una calma que vino de no sé dónde descendió sobre mí. Al menos
ellos están en nosotros, pensé con frialdad. Y ese pensamiento me hizo sentirme algo mejor. Nos habían
engañado, pero eso parecía no importarle a nadie.
Avancé con lentitud y me uní a la algarabía. Junto a la fuente uní las palmas de mi mano y las hundí en
el líquido vital. Allí terminaríamos todos. Pequeñas gotas en un mar de humanidad.
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“La idea del cuento surgió por la premisa planteada en el taller y por la influencia de Dune. Con esos
elementos, junté un poco visión catastrofista y un niño rebelde, lo que me dio una historia donde lo real y
lo imaginado se confundían a partes iguales, ya que, como sucede a menudo en la CF, las cosas suelen
ser espejismos en un mar de soledades. Al menos, eso es lo que yo pretendía con mi cuento: llegar a las
personas y que se cuestionen por qué la gran mayoría de las veces nos negamos a nosotros mismos los
momentos de libertad y pensamientos. Por eso, este personaje puede parecer mayor de lo que es, porque
aunque esté dentro del cuerpo de un niño, su mente es una mente común, universal. En este relato barajo la
idea jungiana de una mente común donde el pasado y el futuro están conectados por los finísimos hilos de la
herencia paterna, y los recuerdos y los conocimientos se pasan de unos individuos a otros a través del agua.
En resumen, el cuento sólo pretende explorar las posibilidades a las que nos podemos enfrentar, lo que, de
hecho, hacemos diariamente. Porque cada uno de nosotros debe elegir y lo hace cada día... En una palabra:
elección. Ésa sería la idea más importante del relato, ya que nosotros somos lo que nuestras elecciones y
circunstancias hacen que seamos.”
José Montero Muñoz
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Autor: Farrens Carreño / Ilustración de Sue Giacoman

Otro día bajo el Domo


En ocasiones pienso que los antiguos tenían razón en afirmar que algunas veces el remedio es peor
que la enfermedad.
Quién lo diría, hemos pasado ya cien años viviendo bajo el Domo. Cuando lo crearon, todos pensaron
que era una genial idea. Los medios de comunicación lo proclamaron como “la obra maestra de la ciencia y la
tecnología”. Hoy, cada vez, que busco en los archivos y me encuentro con los videos y recortes de esos días,
me doy cuenta de lo ilusos y arrogantes que fuimos.
El deterioro de la capa de ozono era nuestra preocupación en aquellos días; el “hueco” cada vez se
hacía más grande y, cuando los científicos se percataron de que el tamaño de orificio era proporcional a
Europa y que comenzaban a crearse nuevas fisuras en diferentes partes de la capa, el pánico se apoderó de
casi todo el mundo, en especial de los “verdes”, los ecologistas.
Hasta que ese “gran” científico, cuyo nombre hoy ha sido olvidado por todos a fuerza de llamarlo
simplemente El Maldito, vino con su gran idea.
La única forma de salvarnos es crear una nueva capa de ozono. Nuestros estudios demuestran que esto
es posible. Sólo tendremos que saturar la atmósfera con nanorobots esparcidos con un revolucionario agente
bioquímico de nuestra creación. Los “nanitos” tomarán los átomos del gas y lo mezclarán con los elementos
presentes en la capa, creando un Domo que bloqueará cualquier tipo de radiación dañina para cualquier
forma de vida en la Tierra.
Pues bien, todos le creímos y el esfuerzo mundial se volcó a la producción de todo el gas que fuese
necesario. La forma de esparcirlo era lo más sencillo: simplemente utilizaríamos nuestros temidos cohetes
nucleares como vehículos de trasporte, sólo que sus cabezas de guerra, en vez de llevar megatones de
destrucción, llevarían “megatoneladas” de gas y “nanitos” que salvarían a la humanidad.
Así llegó el día “D”, el día del Domo. Por toda la Tierra pudo verse el despegue de miles de cohetes
intercontinentales disparados al unísono desde silos terrestres, submarinos, aviones e incluso (y recién lo
averiguamos ese día) desde satélites en órbita.
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Todo marchó bien, o por lo menos eso creímos. Los “nanitos” y el gas hicieron su trabajo. El Domo
se formó y, con él, nuestra condena. Al principio no caímos en cuenta, hasta que los polos comenzaron a
derretirse, cada vez más rápido...
Cuando literalmente nos vimos con el agua al cuello, comenzamos a preocuparnos.
¿Qué pasaba?, ¿qué ocurría? Pocos sabían la respuesta, pero bastaba con levantar la vista y ahí la
encontrarías: el domo era el responsable. Era verdad. Nuestra obra no permitía que las radiaciones entraran,
pero tampoco que el calor saliera; el resultado fue que nuestro hábitat se sobrecalentaba. Primero fueron las
inundaciones por los deshielos, después comenzaron las sequías. El agua se evaporaba, y no había forma de
impedirlo.
Los mares retrocedieron y los otrora océanos se convirtieron primero en valles y, años después, en
desiertos.
El dinero perdió su valor. La verdadera riqueza era poseer grandes cantidades de agua, usualmente
congelada en los ahora populares “Banquarium” o Bancos de Agua, lugares especialmente acondicionados
para poder refrigerar y congelar grandes cantidades de agua a fin de evitar que se desperdiciara
evaporándose en el aire.
Ahora el concepto de liquidez realmente tenía significado.
Pero eso no fue lo único que cambió, algunos recordaron algo importante, algo a lo que nunca le
prestamos mayor atención, un detalle, una estadística, algo sin importancia para el público en general, por
lo menos hasta esa fecha. El cuerpo humano está conformado en un 60% de agua —uuups, un pequeño
detalle.
Por esos días apareció un dispositivo que permitía extraer porcentajes del vital líquido del cuerpo de
cualquier ser vivo o muerto. Los crímenes cometidos con este aparatito fueron demasiado graves, hasta que
se tomaron fuertes medidas para evitarlos.
Se cambió todo el sistema penal en base a la nueva herramienta: a todo aquel que es atrapado con
dicho artilugio sin la debida permisología, se le aplica la nueva pena capital por deshidratación. El agua
obtenida por esta pena es destinada a las reservas comunes de la sociedad y, si el portador ha cometido
algún crimen, el agua se entrega al agraviado o a los familiares de éste. Ahora, si alguien infringe la ley, debe
pagar sus delitos con porcentajes del agua de su cuerpo.
Incluso, si alguien muere, por la causa que sea, no es enterrado; eso sería un desperdicio y una
muestra de egoísmo. Ahora, al morir, se extrae todo el agua de su cuerpo, se refrigera y se entrega a sus
familiares más cercanos.
Desde entonces y hasta nuestros días hemos sido una fuente renovable para la obtención de agua.
Ocurrieron muchos otros cambios y mutaciones a raíz del domo. Vampiros y bestias de arena, por solo
nombrar algunos.
Pero bueno, sobre eso escribiré otro día, ahora debo ajustarme mi destiltraje 1, tomar mi arma y mi
sucker 2 y salir al mar de arena que alguna vez fue el Caribe. Tengo que hacer mi ronda y cumplir mi servicio,
si es que quiero asegurarme mi pensión y suministro de agua.
Total, no será más que otro día bajo el domo.
1
2

“Escribir sobre un mundo sin agua resultó una actividad muy interesante, sobre todo a nivel creativo, debido
a que era necesario crear una historia y un ambiente que fuera distinto al que conocemos, y en especial que
fuese distinto a la referencia obligada de un mundo si agua: DUNE. Mi idea particular fue crear un mundo
en el cual pudiese ambientar una serie de relatos, por ello decidí crear una situación en la cual nuestra raza
tuviese que adaptarse cultural, social y hasta físicamente a un cambio climático repentino. De todo eso y
muchas otras divagaciones nacieron ideas como las del ‘domo’ o los ‘Banquarium’ y el resto del relato en
sí. Bueno creo que esto es la punta del iceberg, ya tendré que ponerme a trabajar para terminar de crear
‘el mundo bajo el domo’. Por otro lado, les puedo asegurar que la experiencia de crear una historia es
súper emocionante y satisfactoria. No importa si es larga o corta, si la lees tú solo o si se transforma en un
bestseller, lo realmente importante es disfrutar el proceso creativo y que cada autor esté satisfecho con su
trabajo.”
Farrens Carreño
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“... Mientras quema mi cabeza


y se abrasan mis ideas, voy sin
rumbo entre la arena,
conversando con la muerte,
apostando con el Sol traidor...”
— Diario del Misionero Jamás
Encontrado

Autor: Zoraida Martínez / Ilustración de Sue Giacoman

Sol Traidor
Ya eran varios los días desde que Mayor había comenzado, junto a su hermano, la tarea de encontrar
un nuevo pozo. Hacía tiempo que las reservas del pueblo habían mermado considerablemente y ellos,
continuando con la tradición de trabajo que habían aprendido de su madre, salieron una mañana a buscar
una nueva fuente de líquidos. Era una tarea ardua, sólo para sujetos hábiles, pacientes, con experiencia en el
desierto y, además, con buena puntería. Ellos habían estado en la profesión desde niños, cuando salían con
Ma, y él, el mayor de ambos, empuñaba la escopeta mientras su hermano menor le pasaba la munición. En
aquel entonces Ma conducía tal como le tocaba hacerlo a él hoy.
El jeep se desplazaba fácilmente sobre dunas rojizas, de cálidas curvas y suave arena contaminada. El
vehículo las devoraba con prisa, impregnado, tal vez, con la misma ansiedad que sus ocupantes. Mientras,
éstos usaban sus sentidos más agudos para encontrar pistas del dichoso pozo.
Como buenos profesionales estaban acostumbrados a soportar las condiciones incómodas que les
imponía el oficio: los ajustables (infrarrojos en la oscuridad, opacos frente al resplandor del Sol) les pesaban
sobre las narices aguileñas, mientras las gruesas chaquetas térmicas que portaban moderaban la inclemente
temperatura que era dueña absoluta de aquellos rumbos. Además, numerosos diales, conexiones, tubos y
circuitos conformaban una amalgama que zumbaba sin parar bajo la tela especial, con una cadencia capaz de
enloquecer a cualquiera.
Para colmo, arriba, en las alturas, un astro obeso y poco dado a la piedad les incomodaba robándoles
minuto a minuto el escaso líquido con que contaban. Por causa de los rayos de aquel Sol, el equipo de
procesamiento de líquidos que llevaban en la parte posterior del jeep, lanzaba destellos burlones. Éstos
parecían repetirles monótonamente: “Estoy vacío, estoy seco, estoy vacío”
En medio de la marcha, a diferencia de su hermano menor, Mayor podía estar alerta mientras sus
pensamientos iban de un punto a otro. Era la mejor medicina para combatir la ansiedad provocada por las
insinuaciones que les hacía la muerte en cada tramo del camino.
Sin necesidad de volver el rostro, sabía que a su izquierda, en el parabrisas, pendían de una elaborada
cadena un par de objetos para la buena suerte: la foto desteñida de su cejijunta progenitora, acompañada
de la nueva foto de la Body, la mujerzuela favorita de Menor. En la primera, la severa doña había quedado
plasmada en uno de sus gestos más torvos; uno tal, que sólo para su par de críos tenía algo de maternal. Era
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el gesto típico de después de haber abatido a una “pista”. La segunda era una foto bastante representativa de
una chica, algo guapa y rubia, que se contorsionaba sonriente con gatuna habilidad para mostrar su generoso
y desnudo trasero.
La foto de Ma le permitió evocarla con nitidez, tal y como la habían dejado la noche en que partieron
a su misión. La vieja estaba bastante tullida, por lo cual se había retirado del trabajo o, para ser sinceros,
sus hijos la habían tenido que retirar y a ella le había agradado muy poco. Aquella noche tomaba el fresco al
frente de la casa y se embriagaba con la visión de las estrellas (y, por supuesto, también con el garrafón de
licor en polvo que asía codiciosamente entre sus piernas). Como buenos niños, los hermanos habían ido a
despedirse. Mayor le depositó un sonoro beso en el parche del ojo, algo que había contentado bastante a la
vieja que rara vez sonreía, mientras que Menor le demostraba solícito lo hábil que era: con una finta había
esquivado el bastón de Ma, salvando el cráneo por poco, mientras que con manos ágiles le arrebataba la
manivela del jeep, pieza muy necesaria para encenderlo, y que Ma siempre se encargaba de hurtar.
—¡Canalla! ¡Mugroso! ¡Ladrón! —gritó y pataleó la venerable anciana sin lograr levantarse de la silla,
mientras los hermanos corrían hacia la parte posterior de la casa, donde se guardaba el jeep—. Algún día te
voy a atrapar ¡Mal nacido! —Mayor no sabía por qué, pero algo le hacía sospechar que él era el hijo favorito
de Ma.
La escena le hizo sonreír, pero debió volver al presente cuando se dispuso a acometer el peligroso
descenso por una duna muy alta; un solo error podría hacer que el jeep se volcara, y aquella zona era famosa
por las colonias de insectos carnívoros que vivían enterrados bajo las arenas. Minutos después, cuando el
peligro pasó, el recuerdo de lo que hicieron antes de dejar el pueblo aquella noche lejana, se apoderó de
él con sigilo: Menor estaba empeñado en conseguir un segundo amuleto de la buena suerte, así que se
dirigieron inmediatamente a “La Hiena Sedienta”, donde vivía y trabajaba la Body.
¡Cosa rara la afición de su hermano por una chica en particular! Allí, cuando iba de visita al local, nunca
terminaba la ronda sin al menos dedicar unos minutos a la buena (aunque rematadamente estúpida) Body; el
menú siempre podía variar, pero ese postre, no. En cuanto a él mismo, se podía decir que sus gustos por lo
femenino eran casi nulos. Solía esperar a que Menor acabara, sentado en una mecedora frente a la puerta
de turno, silbando, sombrío, sus canciones favoritas, con la escopeta “evita interrupciones” posada sobre las
rodillas.
Al pensar en el tema, lanzó un sonoro suspiro mientras daba vuelta al volante para cambiar de rumbo.
Había comprobado que, en esta vida, nunca faltaba la excepción que confirmaba la regla, y para él era la
piadosa Katerana. La dama en cuestión pertenecía al grupo de los feligreses que asistían a su ministerio;
ella jamás faltaba a los servicios religiosos. Para evocarla no necesitaba de ningún tipo de amuleto. En su
cabeza, en sus recuerdos, tal como ahora que navegaba entre las dunas, siempre se colaba ella. Desde la
primera vez que la vio le habían atraído su manifiesta devoción al Dios Serpiente y su habilidad como Gran
Danzante de las Cascabeles: sus contorsiones en el suelo, cubierta de éstas criaturas, rayaban en la pureza
de la epilepsia. Sus ojos desorbitados la bañaban de una dulce locura irresistible (al menos para él). Poco
del mobiliario a su alrededor sobrevivía cuando ella caía en aquel exquisito y pleno éxtasis, durante el cual
su cuerpo luchaba desenfrenadamente contra el veneno que desde niña se sabía acostumbrada a soportar.
Era tan adorable en esos instantes, que resultaba tonto el temor que infundía en el resto de la congregación.
Cosa rara, todos solían cambiar de acera cuando se la encontraban en la calle. Sus cabellos caoba, jamás
mancillados por un peine, eran una mata alegre donde deseaba enredar (seguro se enredarían) sus dedos...
Cosa mala: el marido de ella era una mala bestia, y era mejor para él no meterse, pues algo en la mirada
de ese toro ciclópeo y desquiciado le hacía suponer que no le agradaría encontrarlo a la medianoche del
domingo, tras volver de las minas, administrándole “veneno bendecido” a su mujer.
Pronto, la cercanía a la Tierra de los Malditos, hizo que Mayor se deshiciera de todo pensamiento
vagamente ligado a las mujeres. Ahora no podía permitirse ningún tipo de distracción. Su mente ejercitada
desechó todo asunto superfluo para hacerse cargo de problemas más inmediatos. Necesitaba de toda la
información de la que disponía sobre aquel territorio, e inmediatamente comenzó a rescatar de la memoria
escenas de tiempos pasados que, la intuición le decía, serían de mucho provecho.
En su infancia, Ma contaba en ocasiones divertidísimas historias del Tío Sabio. Menor, que solía
distraerse, constantemente acababa con un par de cariñosos bofetones reclamando su atención; pero Mayor
siempre estaba atento, tratando de imaginar cómo eran las cosas en la famosa Edad de los Dictadores
del-Agdwa, cuando el gran desierto que cruzaban había sido verde (asqueroso color) y lo líquido pululaba
derramándose libremente, rodando por cientos de kilómetros como una nauseabunda cinta plateada o
cubriéndolo todo con un ancho descomunal y enfermizo olor salobre. Lo poblaban ridículos animalejos que
habían desaparecido hacía mucho, mucho tiempo, hacía más años que piojos tenía el marido de Katerana.
Quienes se habían desecho de cosas tan estúpidas hicieron un buen trabajo, aunque, según tenía entendido,
poco les reconocieron el mérito en su época. (¿Fue la horca, la guillotina o el rebana-almas? No recordaba.)
Ahora casi todo tenía ese familiar color marrón grisáceo, tan bueno para mantener en calma el espíritu. Sólo
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las criaturas del Dios Serpiente (entre ellas cascabeles, hienas, buitres y hombres) habían sobrevivido, ágiles,
rápidas y atrevidas, saciada su sed por el maná que fluía de los pozos. Por supuesto, no se trataba de un dios
bondadoso y los pozos se secaban ante los ojos glotones de sus servidores y, luego, era muy difícil encontrar
los nuevos.
Según el Tío, en los tiempos de su juventud, los Abuelos solían lamentarse de las pérdidas del pasado,
lloriqueando obscenamente por el mundo que cambió, maldiciendo con ira a los culpables; y por tanto, no era
raro ver a aquellos ancianos martirizados por las pústulas que atacaban a los malditos. ¿Acaso no habían
sido sus propios actos los que colaboraron con el cambio, bendito fuera? Los Abuelos lloriqueaban por su
abandono, de manos de los poderosos que controlaron, derrocharon y al fin gastaron, de todos los recursos
del orbe, el que tenían por más preciado. ¿No era así como lo referían las palabras antiguas del Sagrado Libro
de las Infamias? “Y Heoratá contaminó las fuentes de Wildom quien a su vez envenenó los cielos” (Hipócritas
10, 2-13), “Y Mexxelina dio a luz hijos diferentes hechos con ese oscuro arte llamado Ciencia, para engañar
y abandonar a todos, para ir a vivir en un Oasis oculto lejos de La Gran Necesidad” (Huída 5, 18-9). Sí, los
Dictadores, al perder el “objeto” con que controlaban a las masas, decidieron abandonarlas, para salvarse a sí
mismos de forma singular. ¡Por la Sagrada Sombra que enmaraña las mentes, Señora de todas las Máculas,
Consorte de su Dios! Ése había sido el mejor de los engaños, el peor de los abandonos, un envidiable acto de
sagacidad.

En medio de los recuerdos, sus ojos del presente sintieron una pulsación luminosa, su mente se
concentró nuevamente en el ahora y, por un momento, todos sus pensamientos se disiparon como en una
débil polvareda. Un reflejo lejano había llamado su atención y se concentró en la señal que podía estar
advirtiéndoles de la existencia de un nuevo pozo. Se trataba de una pista. A veces las pistas eran muy
escurridizas, pero allá arriba siempre brillaba inclemente aquel Sol traidor que desnudaba de sombras el
terreno y evitaba que las pistas, que por su naturaleza algo reflejaban de luz, encontraran un buen escondite.
Ese mismo Sol que los calcinaría a ellos si no se avenían a seguir bien sus señales.
Ahora venía lo bueno, lo sabía. Su hermano ya estaba como loco, la escopeta chillaba de contento entre
sus manos, mientras manejaba los diales de las miras. El primer estampido se escuchó mucho antes de que
girara el jeep con violencia para darle un mejor ángulo de tiro a Menor. Cuando la nube de polvo producida por
el jeep se asentó pudo ver que, de la pista, sólo quedaba la parte inferior del torso.
¡Ese estúpido Menor! Siempre se olvidaba del tercer mandamiento: “No derramarás”. Y allí estaba esa
extensa mancha roja que la arena chuparía en segundos con su sed desaforada. Pero al imbécil poco le
importaba. “Si pillas una, ya tienes el pozo”, decía. Odiaba ese optimismo que podía acarrear el desastre: “A
ver, ¿y si la pista viaja sola o no está simplemente asomada nutriéndose?” Las demás estarían advertidas y,
pese a su necesidad de Sol, no saldrían a delatar la posición del pozo.
La enorme sonrisa bobalicona que tenía su hermano mientras rodaban los últimos metros le dio la
respuesta. (Menor creía mucho en el “No malgastarás saliva”.) Al llegar a un punto conveniente, el jeep
no hacía falta. Aunque “ellas” tenían un miedo absoluto a las máquinas alimentadas por el Sol, prefirió
desconectar el sistema de arranque del jeep y dejar encendido el sistema de defensa. Se guardó la manivela
dentro de uno de los bolsillos ocultos de la chaqueta (al lado de los puñales del oficio religioso) y marchó tras
su hermano, que ya corría en pos de la recompensa.
Estaban frente a un grupo de cuevas bien disfrazadas entre la roca desnuda; obviamente eran nuevas,
quizá las habían desenterrado las últimas tormentas de polvo, o quizá su origen fuera menos circunstancial.
Dejó que su hermano fuera de un sitio a otro, husmeando; sabía que tenía un perfecto olfato para la humedad
(y otros hedores parecidos). Nadie mejor que él para encontrar, entre cien cuevas, la verdadera abertura que
llevaba al pozo.
El momento fue oportuno para que su memoria recobrara algo de protagonismo. Entre sus ideas se
coló otra historia, de cuando vino el cambio, de los poderosos que lo habían producido y de cómo corrieron
a esconderse en el último edén secreto, el oasis subterráneo, dejando atrás al resto de la humanidad. Mayor
nunca había fijado una teoría convincente del por qué la tierra de ese edén había perdido su calor por lo
que “ellas”, las pistas, tenían que salir a buscarlo, a pedirlo al Sol. Tenían todo el líquido que desearan,
ellas se habían trasformado a sí mismas para producirlo y no morir con los que dejaron arriba. Pero aún
así necesitaban del calor para seguir viviendo. ¡Ah, pero algo había pasado con el bonito calor! ¿Una
descompostura?, ¿un fallo en los cálculos?... ¿una broma pesada del dios Serpiente?
La historia murió en su mente en el momento en que desenfundó las pistolas, ahora que se apoderaba
de él un instinto brutal, parecido al que calzaba Menor a toda hora. Le gustaban más estas damas de
estilizados gatillos y cañones anticuados, sus balas redondas derramaban menos al penetrar en su objetivo
y le permitían una mejor puntería. Rodeado de los estampidos producidos por la escopeta de Menor y el
silente chillido de sus damas se internó en la cueva, dándole a todo lo que se movía. Esa noche tendrían
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suficiente líquido, rojo y tibio líquido para seguir funcionando, una vez que fuera procesado por el aparato que
aguardaba en el jeep. Tendrían provisión suficiente para regresar al pueblo a través del calor del Sol y dar
la buena noticia. Inmediatamente los zapadores saldrían como una vistosa bandada de buitres a cosechar
líquido del pozo, de aquel pozo, una de las tantas entradas al mítico oasis subterráneo.

“Tomando en cuenta la premisa de Forjadores ‘un mundo sin agua’, abogué por lo más fácil: el desierto.
Curiosamente la historia surge a partir de una canción de Depeche Mode, ‘John the revelator’; está de
más decir que no entiendo nada de inglés hablado y que no sé qué dice la letra. Sólo la música me dio las
imágenes. No es la primera vez que me pasa algo así, y suelo durar varias semanas con una canción en
la mente que produce muchas imágenes. Al principio estaba el jeep, los hermanos armados capitaneados
por Ma, llevando orgullosa su parche, pero en algún momento Ma no figuró en la búsqueda, me parecía
una imagen muy trillada la mamá mandona y los hijos zoquetes obedeciendo a sus mandatos, así que
quedó relegada a una simple cita. De las imágenes provocadas por esta canción y una vaga referencia a un
grupo religioso de los Estados Unidos que usa serpientes en sus servicios, me llegó la idea de una religión
basada en las serpientes de cascabel. Otro ‘personaje’ que deseché fue Fidia, la eterna compañera de
Mayor, una vieja cascabel, para la cual no quedó espacio entre todas las cosas que había que contar y por
lo mucho que estaba tardando en darle forma a la historia. Katerana surgió de una imagen ‘provocada’ por
una canción de Tori Amos y uno de sus videos, ‘Professional widow’, donde, si no me equivoco, aparece
una serpiente. Luego la ‘piadosa’ se fue transformando en una mujer despeinada con un toque de locura
que danzaba desenfrenada entre serpientes; por supuesto, no había nada entre Katerana y Mayor en esa
etapa germinal de ella, sólo se imponía como imagen principal y no me quedó más remedio que hacerla
entrar en el hilo de la historia. Ya había surgido la imagen de Mayor como la antítesis de Menor y, si a uno le
gustaban las prostitutas y de a varias, el otro debía ser célibe y tenían que desagradarle las mujeres, hasta
que se enamora de la más fea y extraña de todas, y allí calzó Katerana. La relación, por supuesto, debía ser
imposible, así que Katerana quedó casada con un ejemplar horrendo y amenazador. Body también nació
de la misma manera, mientras estaba escribiendo sobre la foto de Ma, llegó esta criatura abusiva y puso su
trasero en mi teclado; no hubo forma de sacarla, así que se convirtió en la favorita de Menor. Me tardé varios
meses en delinear cuál era la búsqueda exacta de los dos hermanos (sí, se supone que debía ser líquido,
pero aun no sabía bajo qué forma). Se puede decir que ésta es la parte pensada del cuento, la que debí
estructurar y construir pieza por pieza a ver cómo calzaba. Desde el principio sabía que ellos debían agredir
a otros por el agua y eso no era mucho. En este punto ya había leído varios relatos donde sus protagonistas
se quejaban de su vida desafortunada, y me pareció que alguien en esa situación tal vez estaría envuelto en
un velo de falsa felicidad (como tal vez vivimos actualmente), desdeñando al mundo antiguo y burlándose de
sus antecesores, pensando en que su época y circunstancias estaban bien y que todo el que se quejara de
la situación era un débil que solo se merecía castigos y burlas. Al principio quería hacer una canción (la que
supuestamente tararea Mayor), pero mi poco talento para eso llegó solo al par de frases iniciales, que luego,
por recomendación de Paula Salmoraghi (del taller Forjadores), se volvió una cita. Pero al menos, en ese
proceso, se me ocurrió el título. Este fue otro problema, porque ahora tenía que explicar a quién traicionaba
el Sol, y me gustaba demasiado el título para desecharlo. Afortunadamente me di cuenta de que el Sol debía
traicionar a todo el mundo, aunque algo a favor de los protagonistas.”
Zoraida Martínez
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Autor: Susana Sussman / Ilustración de sergio

Un día especial
Despierto por la mañana, con la estridente alarma del reloj despertador como fondo. Recuerdo que hoy
es un día especial. Por la tarde, después del trabajo, voy a casarme. Una sonrisa se adueña de mi rostro y
cambia la habitual mueca de disgusto que tengo siempre al levantarme. Salto rápidamente de la cama y de un
golpe silencio el altavoz colocado bajo la almohada.
Mientras me aseo y froto con una fina arenilla impregnada de una suave fragancia a agua de mar, todo
lo mejor en un día especial, repaso los cálculos que me han permitido aceptar la propuesta de matrimonio
de Miguel. Con los noventa litros de agua que me pagan al mes en el Ministerio más los ciento treinta y
cinco que percibe él, podremos darnos el lujo de criar un par de hijos. Todo está listo para hacer nuestra vida
juntos. Hasta nos han alcanzado los ahorros para incluir el bautismo ritual de medio litro de agua al salir de
la Jefatura Civil. Tengo suerte. Mi pobre hermana, cuando se casó hace tres años, tuvo que conformarse con
unas pocas gotas.
Decido caminar hacia el trabajo porque no deseo compartir mi costoso perfume con las decenas de
desconocidos que abarrotan el pequeño tranvía. Además, los del sector Ambiente nos han regalado una
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danza de luces violetas y anaranjadas en la cúpula, acompañadas de una suave brisa. Es un paisaje acorde
con mi estado de ánimo, tan hermoso que sería imperdonable no disfrutarlo. Y aún es temprano, tengo tiempo
de darme el placer de pasear.
Al llegar a la oficina, me prepararé un delicioso desayuno de huevos deshidratados con un poquito
de agua. Tal como me dije, hoy me daré todo lo mejor, para animarme a pasar el largo día hasta la hora de
salida. Luego a la Jefatura y a mi nuevo hogar.
Tan concentrada estoy en mi felicidad, que no me percato del vehículo personal que se lanza sobre mí.
Un chirriar de ruedas contra el pavimento es todo el aviso que recibo. Volteo en la dirección del sonido y la
mirada demencial y homicida del conductor que se acerca velozmente me hace entender, en una fracción de
segundo, que no va a tratar de esquivarme. Viene por mí.
Un instante después todo es negro y rojo, ardiente y lleno a la vez con el frío helado de la insensibilidad,
el dolor y el vacío. Escucho las voces y los gritos de la gente que me rodea. Lucho contra la inconsciencia
durante un tiempo interminable, hasta que percibo que me levantan y me acuestan en algo que se siente
como una camilla. Junto todas mis fuerzas para abrir los ojos. No es sólo una camilla, sino un saco-camilla
para el retiro de cadáveres. La cremallera empieza a cerrarse. Un rostro de hombre cubierto con una
mascarilla me mira mientras su mano corre la cremallera del saco que me envuelve. Nuestras miradas se
encuentran. Quiero gritarle que no estoy muerta, que no me lleven a la planta de reciclaje, que tengo medio
litro de agua esperándome esta tarde en mi boda, que es un día especial, ¡que deben darme atención
médica! Las palabras no llegan a salir de mi boca. No tengo fuerzas suficientes. Mis labios se mueven en
silencio.
Unas lágrimas escapan de mis ojos y resbalan por mis mejillas hasta reunirse con la sangre que he
perdido. Él me mira. Yo lo miro. Sabe que estoy viva. Sabe que necesito atención médica. Sabe que es mi
derecho como ser humano. Pero la cremallera termina por cerrar el saco-camilla. En la oscuridad que me
rodea alcanzo a oír sus palabras, ¡asesino hipócrita!
—Pobre mujer, ¡era tan joven! Todavía tenía mucha agua por delante.

“Iba yo pensando en aquella casi leyenda urbana (¿y es que realmente es leyenda o será cierto?) que mi
madre me contaba, repitiéndome que nunca firmara para ser donante voluntario de órganos. Ella decía que si
tenías un accidente en la calle y te encontraban en la cartera la tarjetita de donante voluntario, era más que
probable que te dejaran morir para poder usar tus órganos. Así que yo nunca me hice donante (me tranquiliza
la conciencia tener la palabra de mi familia de aceptar la donación en mi nombre, si me llega a pasar algo) y
me quedó la idea en la mente. Así que, como decía, iba yo pensando en eso mientras estaba de copiloto en el
carro, mirando cómo un vehículo casi atropellaba a una persona que estaba caminando por la calle en vez de
usar la acera (culpa del exceso de gente en la acera, todo hay que decirlo). La escena me hizo recordarle el
tema de la donación de órganos y se lo comenté a mi esposo, quien me dio la idea perfecta para la premisa:
en vez de donación de órganos, reciclaje de agua en un mundo seco. Lo demás nació solo.”

Susana Sussmann
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Autor: Germán Castaño / Ilustración de Kala

El Ladrón
La caída de la noche era el inicio de su temporada de caza. Él era un depredador noctámbulo como
muchos, pero con un objetivo que pocos buscaban. Era especial.
Al morir el día, él se envolvía en una gabardina negra y se escondía en las sombras para esperar con
paciencia a la presa que le daría ese algo extraordinario que tanto anhelaba.
Las horas transcurrían y allí estaba él, envuelto en la oscuridad que era la dueña de la noche desde
que el agua desapareció de la Tierra. Sólo aquellos con los recursos suficientes podían tener en sus casas
pequeñas plantas eléctricas, las cuales almacenaban la energía de la luz solar del día para iluminar, al menos
tenuemente, las tinieblas. Las pocas fuentes de iluminación que se veían en la ciudad, sumadas al etéreo
resplandor de las estrellas, teñían el paisaje urbano de un lúgubre tono azul oscuro.
Como buen depredador, sus sentidos de la vista y del oído eran sus mejores herramientas. Debido a la
escasa luz, había aprendido a diferenciar todos los sonidos perdidos en la oscuridad para extraer así aquél
que revelaba la cercanía de una presa: pasos de mujer.
La noche avanzaba y él seguía en su paciente acecho. Únicamente necesitaba una presa indefensa
para poder continuar su vida en paz, por lo menos hasta que la obsesión atacara de nuevo. Súbitamente, el
eco que con tanta ambición aguardaba cruzó el frío aire nocturno para incrustarse en sus tímpanos; escuchó
pasos. Ese sonido lo seducía y al escucharlo, tenía la costumbre de jugar igualando el ritmo del caminar de
su víctima con su respiración. Esto además de fascinarle, ayudaba a su cuerpo a prepararse para la labor de
cacería que iba a realizar.
La oscuridad dejó entrever una esbelta silueta de mujer en una corta falda. Ella, con inocencia, pasó a
escasos metros del depredador que la acechaba; seguramente se dirigía a su hogar llevando líquido potable
recién sacado de “La Central”.
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Desde que el agua se agotó, todos los habitantes de la Tierra debían llevar sus fluidos corporales a una
planta de procesamiento llamada “La Central”. Los acuosos desechos humanos eran tomados y reprocesados
para que pudieran ser de nuevo utilizados para el consumo. Cada persona sólo podía tomar de las fuentes de
la planta la cantidad de líquido necesaria para su supervivencia diaria.
Él sólo aguardaba el momento adecuado, ese instante en el cual ella se descuidaría, lo dejaría atacar y
le permitiría obtener así su tan anhelado trofeo. Esperaba impaciente, acechándola, siguiéndola, tratando de
suponer cuál sería su próximo movimiento. Sus pensamientos se revolvían en torno a aquel objeto de deseo,
esa brillante gema que, a pesar de estar en posesión de todos, nadie apreciaba. Pero para él era mucho
más, era todo. No tenía en su memoria recuerdos del momento en que la obsesión comenzó a dominar su
voluntad; no sabía si su necesidad era biológica o si sólo era su mente que, en un arranque de adicción
fetichista, le exigía una dosis de eso que cada noche buscaba de manera desesperada. Los fluidos de “La
Central” evitaban que muriera, pero aquello lo hacía vivir.
La inocente tranquilidad de la víctima se convertía poco a poco en temor, mientras él jugaba con su
respiración fantaseando con lo que estaba a punto de obtener. Ella se detuvo un momento a escuchar a su
alrededor; quizás era su imaginación creando peligros en las sombras, pero algo le decía que no estaba
sola. Él percibía como la paranoia la invadía constantemente; podía sentir su miedo. Ella miraba hacia atrás
a cada instante aguzando la vista para tratar de encontrar en la oscuridad aquello que la acosaba sin cesar
desde hacía unos momentos. Él se mimetizaba con las sombras. Se habían escuchado historias de bandidos
dementes que hurtaban las raciones de líquido. Las joyas y el dinero ya no eran tan importantes para los
criminales como lo era esa sustancia vital que ella llevaba consigo. Pero él no era un ladrón común.
La joven mujer corrió un poco para entrar a un estrecho callejón. Con respiración agitada y ansiosa él
la siguió, siempre abrigándose con la complicidad de las penumbras. La chica dejó de correr y comenzó a
caminar rápidamente. Un sonido fuerte, como si alguien arrastrara algo, rasgó el silencio nocturno. Ella miró
lenta y temerosamente sobre su hombro rogando para que sus temores no se hicieran realidad; cuando el
sonido se repitió giró por completo su cuerpo sin dejar de avanzar. La diminuta figura de una rata se movía
por el callejón pasando entre múltiples láminas de latón. Ella suspiró con alivio y mientras recuperaba el
aliento, giró de nuevo su cuerpo para comenzar a correr. Una gran sombra la abrazó y la lanzó al piso
mientras un ahogado grito de espanto salía de su garganta. El pánico se apoderó de cada uno de sus
músculos impidiéndole moverse; sus ojos sólo se fijaban en la oscura figura que se acercaba lentamente
hacia ella. La presa estaba ahora a merced del depredador.
—¡Toma lo que quieras, pero no me hagas daño! —imploró—. ¿Es el fluido? ¿Lo quieres? ¡Tómalo!
—Su voz era un chillido desesperado y sus brazos un remolino de impotencia.
Él se le acercó mirándola fijamente a los ojos. No era eso lo que quería, él deseaba algo más especial.
De uno de los bolsillos de su gabardina sacó un cuchillo, el cual a pesar de la tenue luz, resplandeció dejando
ver su destello en la cara de la pobre mujer. Ese brillo macabro aumentó su angustia y su miedo; la confusión
y la incertidumbre sobre su destino la torturaban.
—¿Me vas a matar? ¿A violar? —preguntaba ella mientras en sus ojos aparecía una pequeña lágrima—
. ¿Qué demonios quieres de mí? —gritó en medio de sollozos.
Él se acercó más a ella; se inclinó y poniendo el cuchillo en su cuello le susurró al oído:
—Quiero que llores más fuerte.
Ella, inmóvil como si su cuerpo se hubiera petrificado, sólo lloraba. De otro de los bolsillos de su
vestidura, él sacó un pequeño frasco, el cual acercó a uno de los ojos de la víctima.
—Llora —le repetía al oído, como en una plegaria—, llora por tu vida.
Mientras sostenía el frasco cerca de la cara de la mujer, él jugueteaba con el cuchillo acariciando con
la hoja su cuerpo paralizado. Gota a gota, las lágrimas caían en el pequeño recipiente llenándolo lentamente.
Eran escasos centímetros cúbicos los que podía recolectar, pero se le hacían suficientes para satisfacer su
deseo.
—Tenemos mucho tiempo, ¿sabes? —le dijo, mientras miraba impaciente el frasco y posaba la fría hoja
del cuchillo sobre una de las piernas de la chica.
El gélido artefacto la hizo estremecerse un poco, pero el pánico la obligó a recuperar su estática
posición, recostada sobre su brazo derecho, con la mirada fija en la pared.
Él había obtenido lo que quería, ansiaba beber aquellas lágrimas. El solo imaginar su salado sabor
humedeciéndole los labios e invadiendo sus papilas gustativas hacía que en su rostro se dibujara una tétrica
sonrisa. Ese sabor era el que le devolvía la vida. El tradicional líquido potable de “La Central” era puro, sin
sabor y sin olor y ningún elemento de la Tierra le daba ese gusto especial que él tanto quería. La sádica
felicidad que lo invadía era sólo comparable, en intensidad, con el pánico desmedido con el que su víctima le
estaba ofreciendo su llanto. Por fin, él recobraría la calma luego de recolectar su botín, por lo menos hasta la
siguiente noche cuando su extraña sed lo invadiera de nuevo.
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“Cuando comienzo a idear una historia, trato de buscar situaciones diferentes derivadas de la idea o premisa
principal. Para el caso de “un mundo sin agua”, la primera idea que se me vino a la mente fue la forma cómo
las personas sobrevivirían en un ambiente tan adverso, pero narrar algo así sería quizá documentar teorías
científicas inventadas y en lo posible lógicas sobre la forma de vivir en una situación tan extrema como la
planteada. Entonces comencé a pensar en los efectos derivados que tendría una situación tan extrema como
la falta del agua en las personas y consideré que esto podría generar determinados desequilibrios mentales
en algunas personas, haciéndolas obsesivas con cosas que en un ambiente normal quizá no llamarían la
atención. Luego de tener esto, busqué algo que no dejaría de existir aunque no hubiera agua en la Tierra y
armé la historia desde el punto de vista del atacante, tratando de que el lector sintiera un poco del impulso y
la obsesión que tenía por ese objeto específico y sólo hasta el final dejo ver qué es eso que lo lleva a atacar
cada noche. La premisa fue una semilla para establecer el ambiente de la historia, pero trato de que no sea
parte primordial del nudo del cuento. Las dificultades encontradas fueron las de todo cuento: definir un buen
inicio, un buen nudo y un buen final. Las primeras líneas de un cuento son para mí muy importantes, ya que
son las que hacen que el lector se enganche a la historia; el nudo y los eventos le dan ritmo y el final debe ser
lo suficientemente bueno como para que el lector no se sienta decepcionado. Recibí muchos aportes sobre el
nudo y el final de la historia en el taller y traté de aplicarlas lo mejor posible para obtener un buen cuento, el
cual espero que sea del agrado de los lectores.”
Germán Castaño
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Autor: Tony Garza / Ilustración de Kala

Esperanza
—Atención, pasajeros del vuelo HOPE-021, el conteo para el despegue está por comenzar.
1
Hope . Qué absurda sonaba esa palabra, cuando eso era precisamente lo que ya no había. La
esperanza se había agotado, junto con el agua del planeta. La Tierra. Ahora sí que le quedaba el nombre,
puesto que donde antes habían inmensos océanos, no quedaban sino vastos desiertos cubiertos de huesos
descarnados de animales conocidos y de otros que ni siquiera habían llegado a ser descubiertos.
Dentro de la nave, las pantallas mostraban el conteo: 7, 6, 5… Pero Claudia no prestaba atención a
los números. Su mirada se hallaba afuera, lejos de la plataforma de lanzamiento donde la última nave, llena
hasta el tope con los últimos habitantes de la Tierra, estaba por abandonar para siempre el planeta que había
dado vida a la humanidad durante tantos milenios.
El conteo terminó y con un rugido, la nave levantó el vuelo. Por un momento, una nube de polvo impidió
a Claudia ver más allá del perímetro de la plataforma. Luego, el horizonte se distinguió con claridad. A lo lejos,
se veían las ruinas de una ciudad. Su nombre no importaba en lo absoluto, pues estaba tan muerta como
cualquier otra. Y rodeando esas ruinas, nada. No había nada más que polvo caliente y tierra ennegrecida,
calcinada.
A pesar del dolor que le causaba, Claudia no desvió la mirada mientras la nave se elevaba hacia
el espacio. En su mente, veía a la Tierra no como era ahora, sino como la recordaba en su niñez: con los
campos verdes, las ciudades llenas de vida y los mares repletos de agua. Así era como quería recordarla. Su
amada Tierra.
Al fin, la nave salió de la atmósfera y lo que Claudia observó le partió el alma. ¡Qué diferente se veía el
planeta de aquellas hermosas fotografías que tantas veces había reproducido en la computadora! En lugar

1 Hope, en inglés, significa esperanza (Nota del Editor)


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del blanco y azul recortados nítidamente contra el negro del espacio, ahora sólo había una inmensa esfera
color café, con manchas de tonalidades más claras o más oscuras del mismo color, que indicaban las furiosas
tormentas de arena candente que barrían diversas zonas del planeta.
Hope. No, no había esperanza para ella, ni para los cientos de miles de personas que iban en esa nave,
ni para los millones de personas que habían partido en las naves anteriores a ésa. No volverían a pisar la
Tierra, no volverían a ver sus brillantes lagos, sus frágiles flores, sus suaves pastos y sus bellos animales.
Pero, pensándolo bien, era posible que el nombre fuera acertado después de todo; porque en el polo
norte de la Tierra, a salvo de las tormentas de arena, un punto luminoso y azul se destacaba entre el café y
el pardo. Era la Cúpula, el lugar construido por cientos de científicos que preservaría la vida del planeta en
su forma más básica. Una pequeña biosfera, totalmente aislada del resto del mundo y del calor abrasador del
sol, destinada a crecer y a expandirse lentamente. Y tal vez, sólo tal vez dentro de algunos miles de años, la
humanidad, si es que aún existía, podría regresar y habitar de nuevo su antiguo hogar.
Al fin, con un hondo suspiro, Claudia se restregó los ojos para quitarse las lágrimas que no la dejaban
ver con claridad el planeta que ya casi era imperceptible a la distancia. Luego, silenciosamente, apenas
moviendo los labios, dijo por última vez:
—Adiós.

“Por lo general, cuando se trata de escribir, lo que más se me dificulta es generar la idea principal de la
historia. En este caso, ‘Esperanza’ surgió de un ejercicio bajo premisa, y por ello lo único que tuve que hacer
fue crear el escenario alrededor de esa idea. Resultó más fácil de lo que esperaba, más que nada por que,
para mí, la idea de la Tierra sin agua es algo triste, y yo me hallaba en un estado de ánimo melancólico,
propicio para sacar ese cuento cuando finalmente me decidí a sentarme frente a la computadora. Lo primero
que me vino a la mente fue la imagen de una chica que lloraba mientras veía algo a través de un panel de
cristal; así que sólo tuve que explicar por qué ella estaba así, y qué era lo que estaba observando; y tan
profundamente escarbé en los sentimientos de la protagonista, que la que acabó llorando al final de la historia,
fui yo. Puedo decir que ese fue un ejercicio bastante estimulante y me agradó mucho escribir esa pequeña
historia. Me gustaría extenderla, sin embargo no soy tan fanática de la ciencia ficción como para escribir sobre
naves y viajes interestelares. Pero quien sabe, tal vez algún día me decida a contar sobre la ‘Nueva Tierra’.”

Tony Garza
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Autor: Alejandro Sosa / Ilustración de Siria Useche

La Sombra
Se llamaba Jarod y, al igual que otros varios millones de humanos, veía sin pestañear como la Sombra cubría
la superficie roja de la Tierra.
Hacía una generación que los hombres no la poblaban. Durante los últimos dos eones la humanidad había
sobrevivido las eras como una pulga sobrevive al perro que se rasca. Ni los cataclismos, ni los vicios humanos, ni
aún las olas de plagas espaciales como ésta que Jarod ahora presenciaba, erradicaron en el hombre el apego a su
planeta. La naturaleza de Gaia, le decían. Pero, durante los primeros cien años del lento e irremediable crecimiento
del Sol, se había desarrollado de mala gana la completa emigración de la humanidad, que para entonces ya estaba
esparcida por otros sistemas solares.
Lo que los seres humanos observaban no guardaba relación con eventos cosmológicos. Era una mancha en
el pasado de los hombres, que les crispaba los sentidos y los mantenía expectantes. Un temor antiguo e irracional
despertaba, un temor que se había sujetado con uñas y dientes al hipotálamo desde la alborada de la civilización:
el miedo a lo desconocido.

—Todo se acaba —dijo Mac, sin dejar de mirar el evento.


—Nada se acaba, sólo cambia —le respondió Jarod, al que le gustaba jugar al filósofo con el organizador
personal agregado a su exoesqueleto—. Además, ya no queda nadie, ha perdido el viaje.
—No, bien sabes que no es un simple devorador de unidades de carbono. Va por el ADN y allá queda
mucho.
—Un lustro —pensó Jarod con ironía y preguntó a Mac—: ¿Sabes lo que significa la palabra “lustro”?
—Significa “purificación”. ¿Crees acaso que es una purificación lo que hace la Sombra?
—Quiero decir que hace cinco años que sabemos que venía, que sabemos que nos seguirá a donde
vayamos. Sólo necesita quedarse un rato paseando alrededor del Sol para alcanzarnos y entonces, como a unos
buenos soldados en el campo de batalla, pasarnos revista aquí en Marte.
—Tus analogías con el Imperio Romano tal vez tendrían sentido en otra época, cuando el hombre destruía a
sus semejantes en la Tierra, cuando aquello era un gran campo de batalla; pero hace millones de años de eso y ya
ni a Marte se le recuerda como a un antiguo dios de la guerra. La cultura no te hace poeta, Jarod.

Jarod era ya un ser maduro cuando el hombre fue desplazado de la Tierra. Le gustaba la historia, no esa
que se enseñaba a los patriarcas colonizadores, ni las mitologías de los tecnomantes. Él era un entusiasta de “La
Tierra”, en especial de los capítulos más oscuros de la humanidad terrestre, cuando estaban todos amontonados
en pequeños continentes y las disputas se daban a muerte por agregar más espacio a los territorios que entonces
estaban determinados por megamercados.
El hombre ya había logrado salvarse de sí mismo, superando su tecnología con evolución, para cuando
apareció la Sombra por primera vez. Venía de lugares insospechados a velocidades desconocidas, y arrasó con
toda la vida que tocó. Fue necesaria una terraformación subsiguiente de más de un millón de años para estabilizar
una simbiosis adecuada. Aunque se sabía que la Tierra sólo albergaría esa vida por otros cien millones de años, el
hombre cumplía con Gaia, como el hijo pródigo que siempre regresa y enmienda sus errores.
Ver el planeta madre tan cerca de un nuevo “lustre” por ese ente inexplicable, como contaba la historia que
había sucedido hacía algunos millones de años, era para Jarod un capítulo fascinante que se agregaba a los
anales de la historia de la humanidad. Junto a él, billones de ojos humanos veían a la distancia cómo la Tierra
estaba a punto de ser inexorablemente cubierta por una nube devastadora que arrasaba con todo vestigio de vida.
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Mac nunca había experimentado la preocupación, aunque a veces la simulaba por cuestiones prácticas.
—¿En qué piensas, Jarod? —dijo con tono preocupado.
—Dicen que tiene conciencia y memoria —respondió él mentalmente.
—También dicen que lo que percibimos es apenas un reflejo de su verdadera estructura, que se
proyecta en este puñado de dimensiones como un eco —siguió Mac, imitando la dramática cadencia que
empleaba Jarod. Mac se burlaba abiertamente, en un intento por desviar las dudas de Jarod hacia terrenos
más seguros para él.
—Llega en el momento preciso, con conciencia de que más tarde la Tierra no será otra cosa que un
esqueleto a punto de ser cremado. Celebra la vida, haciéndola un huésped en las habitaciones de su propia
existencia —Jarod hablaba y gesticulaba para los ojos de nadie, como un loco, mientras Mac registraba cada
cambio de temperatura, cada variación en su presión sanguínea.
Mac no contestó de inmediato, estaba muy ocupado con su propio diálogo.
—No le interesa la Tierra, no le interesa el hombre, no creo siquiera que tenga algún interés más allá
de una orden básica de mantenimiento en un ciclo incomprensible de vida. No es un ente que se comunique,
no deja nada, sólo es, y eso no es medible —Mac era una máquina, pero humanizada hasta tal punto que
no hacía falta programarle una necesidad de supervivencia: le era innata. Y a sabiendas de lo inútil, finalizó
su monólogo de forma desesperada—. ¡Aunque la Tierra también fuese un ente, morir nunca podrá ser una
opción para entrar en contacto con ella!
Para Jarod, la Tierra de todos modos moriría para convertirse en otra cosa, pero Gaia sobreviviría al ser
una con la Sombra. Jarod habría vivido mil años más y el tiempo nunca hubiera importado tanto, los tiempos
del hombre cada vez se acercaban más a los del universo (al menos eso quería creer) pero ahora, tanto Jarod
como Mac, miraban un pequeño reloj binario y para ambos cada segundo contaba.
—No lo hagas —dijo desesperanzado Mac, para quien la vida podría ser mucho más larga que la de
Jarod, si éste le dejaba.
Jarod no respondió. En cambio, dio órdenes a la estación para preparar una cápsula de escape con
destino a la Tierra y, como quien reflexiona, dijo:
—Creo que te he dado demasiadas libertades; viene siendo tiempo de trabajar como un equipo.
Jarod quitó a Mac todo vestigio de libre albedrío y se dedicó, con su ayuda, a dejar preparada la
evacuación de la estación en unos pocos cientos de años. Quería dejar su trabajo hecho para evitar molestias
futuras.
—Tenemos seis minutos, la cápsula nos espera —comunicó fríamente Mac.

—Hacía muchos siglos que nadie veía la Tierra desde tan cerca —pensaba Jarod, mientras rozaba la
inestable gravedad de su planeta—. Sólo robots quedan en la superficie, analizando, midiendo, informando.
Hacía siglos que los mares se habían evaporado y con ellos se había extinto toda forma de vida
dependiente de agua, sólo quedaban esporas y cristales a la espera de tiempos mejores que nunca habrían
de llegar. Jarod conservó siempre la irracional necesidad de monitorear de cerca la Tierra, a costa de soportar
las severas condiciones ambientales que imponía un sistema solar en proceso de colapso.

—Un minuto, y contando —dijo la voz desde el exoesqueleto.


—Mi buen amigo Mac, adiós.

Millones de ojos humanos veían con asombro y curiosidad cómo una diminuta cápsula desaparecía
tras la Sombra. Jarod ya no existía. Sólo Mac quedó vagando en el universo, a la espera de un rescate y un
escáner de memoria. Mac sería importante, la caja negra de la Sombra, con un último recuerdo por compartir,
a Jarod diciéndole:
—¿Los oyes?

“Acostumbro leer, pero no acostumbraba escribir. Fue una cadena de situaciones las que me llevaron hasta
el frente del taller literario y aunque por poco tiempo, fue una gran experiencia. Inicialmente comprendí la
consigna como una situación que afectaba a organismos (personas) que requerían del agua para vivir, luego
pensé directamente en un evento a nivel cosmológico, que pudiera llevársela toda. Pero esto hizo que mi
cuento se alejara de ese planeta yermo y sólo regresara en forma de la Sombra. La premisa del agua casi no
se encuentra en este cuento, al abordarla comencé a imaginarme cómo sería la Tierra sin agua y por qué, lo
que me llevó a la idea del crecimiento del Sol, pero entonces mi imaginación tomó otro camino. La premisa
fue sólo la primera chispa, el cuento tomó su propio camino. Espero al menos que el cuento les entretenga un
rato, mientras piensan qué carrizo tiene que ver con el tema del agua.”
Alejandro Sosa
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Es responsabilidad de todos nosotros la conciencia de que el agua es un recurso escaso.


Y que en un mundo progresivamente más árido el despilfarro o la irresponsabilidad
pueden ser una sentencia de muerte para toda nuestra especie.

La Sed de un Planeta
Por: Cristóbal Pérez-Castejón Carpena

Visto a cierta distancia desde el espacio, nuestro planeta parece una


deslumbrante esfera blanquiazul. Azul por el color de los mares que la cubren,
blanco por los casquetes polares de hielo y las nubes de vapor de agua que
surcan su atmósfera. La humanidad conoce a este “pálido punto azul” (frase
acuñada por Carl Sagan) como “Tierra”, pero en realidad habría sido mucho mas
adecuado llamarlo “Océano”. Más de las dos terceras partes de su superficie
están cubiertas de agua. Y el agua ha jugado un papel fundamental en la historia
y la evolución de este planeta, especialmente en relación a ese fenómeno que
denominamos “vida”.

La vida en la Tierra está presente desde la cima de las más altas montañas
a las más profundas simas oceánicas. Puede sobrevivir a temperaturas extremas,
alimentarse de ácidos y azufre, medrar en la misma boca de un volcán. Pero ninguna
forma de vida conocida en nuestro planeta puede sobrevivir o podría haber evolucionado
sin agua.
El hombre lógicamente no es una excepción a esta regla. Más del 60% de nuestro peso corporal es
agua. Y si bien podemos permanecer más de cuarenta días sin comer, tras apenas cinco días sin beber
morimos.
Pero el agua destinada a satisfacer nuestras necesidades fisiológicas es tan solo un ínfimo porcentaje
del que se destina a usos agrícolas e industriales. La agricultura consume casi dos tercios del agua dulce que
se utiliza en el mundo. Ingentes cantidades de agua se destinan a producción
de energía, y, por ejemplo, para la fabricación de una tonelada de acero hace
falta gastar de seis a diez toneladas de agua en el proceso.
El aprovechamiento de los recursos hídricos esta íntimamente
relacionado con la historia de la civilización humana. El advenimiento
de la agricultura durante la revolución neolítica generó una dependencia
anteriormente inexistente respecto del régimen de precipitaciones. Los
asentamientos humanos tendieron a situarse en aquella zona con unas
lluvias regulares o en las orillas de ríos y lagos, donde el suministro de
agua estuviera garantizado y permitiera los cultivos. Más tarde, en torno
al cuarto milenio antes de Cristo, la aparición de canales de regadío en
Asiria y el valle del Indo produjo un crecimiento explosivo en el tamaño
de la superficie cultivada. El agua pronto empezó a utilizarse no sólo para
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el regadío sino también como fuerza hidráulica para mover molinos y batanes y para la construcción de
sistemas de alcantarillado. Debido al crecimiento del consumo que esto supuso, cada vez hubo que traer
el agua de más lejos y abordar obras progresivamente más y más complejas para su encauzamiento y
almacenamiento. Sirva como ejemplo que en la época de máximo esplendor del imperio romano, la ciudad de
Roma estaba abastecida por un conjunto de acueductos y otras obras civiles (incluyendo uno de los sistemas
de alcantarillado más eficaces de la antigüedad) que garantizaba un suministro de agua por habitante
comparable al de muchas ciudades europeas de hoy en día.
Más tarde, durante la revolución demográfica e industrial de los siglos XIX y XX, se abordó la
construcción de una ingente cantidad de obras destinadas a regular, explotar y redistribuir los recursos
hidráulicos destinados a satisfacer una demanda siempre creciente. El resultado es que, al menos en las
ciudades de los países desarrollados, los avanzados sistemas de alcantarillado han desterrado la presencia
de enfermedades tradicionalmente asociadas al agua, como el tifus o el cólera. Casi el 40% de la producción
total de alimentos del planeta procede de campos de regadío, donde la utilización de técnicas de cultivo
intensivo permite obtener varias cosechas al año. Y la quinta parte de la energía
eléctrica que se consume en el planeta es generada por turbinas hidroeléctricas.

El problema es que, aunque parezca paradójico, en un mundo cuya superficie


esta mayoritariamente cubierta por mares y en el que existe un complejo y eficaz
ciclo natural para el reciclado y mantenimiento de este recurso, el agua es un bien
cada día mas escaso. Y más frente a las necesidades industriales, de alimentación e
higiene de una población humana en constante crecimiento.
Son muchos los factores que confluyen en este fenómeno. De entrada, casi
el 97% del agua del planeta tiene un índice de salinidad demasiado alto para el
consumo agrícola o humano. Del 3% restante, casi las dos terceras partes están
almacenadas en el hielo de las zonas polares mientras el resto se encuentra atrapado en el subsuelo. Tan
solo el 0,3% corre libremente por ríos y lagos.
Además, buena parte del planeta está sometida a un proceso de cambio climático a gran escala.
Durante los últimos años se han detectado evidencias cada vez más sólidas de que el clima del planeta
se está calentando, entre otros factores, debido a la liberación de dióxido de carbono por la actividad
humana. Este calentamiento está provocando cambios radicales en el régimen de distribución de lluvias y la
desertificación de amplias zonas del planeta. De hecho, en un informe recientemente publicado por expertos
británicos, se estima que para el 2100 un tercio del planeta se habrá convertido en un desierto.
Por si esto fuera poco, el agua existente está mal distribuida. Actualmente hay más de 1000
millones de personas que no cuentan con agua potable limpia y 2 500 millones que no tienen
saneamientos adecuados. Y la situación no hace más que empeorar. Para el 2050 más de 66 países se
verán afectados por una escasez crónica del líquido elemento.

En estas condiciones, nuestra dependencia del agua entraña gravísimos riesgos incluso para nuestra
propia supervivencia como especie. La producción futura de alimentos está seriamente amenazada en un
contexto de población siempre creciente y las ciudades y la industria compiten cada vez más agresivamente
con los recursos hídricos destinados al campo. Es necesario por tanto tomar medidas radicales para
garantizar a las próximas generaciones el uso de este preciado recurso.
Las fuentes tradicionales de captación y almacenamiento de agua dulce se encuentran prácticamente
al borde de sus posibilidades de explotación. En estos momentos, en muchos lugares del mundo, se está
abusando tanto de las mismas que los acuíferos se están vaciando más deprisa de lo que pueden rellenarse
y los ríos durante buena parte del año no llegan al mar. Un ejemplo terrible de esto lo tenemos en el mar de
Aral, que está desapareciendo al haberse desviado el agua de los ríos que le alimentaban para consumo
agrícola, provocando la extinción de numerosas especies en el proceso.
En este contexto, la construcción de nuevas infraestructuras de este tipo no es una buena solución.
Es cierto que, mientras la población del mundo siga creciendo, no podrán dejar de construirse presas y
acueductos, especialmente en países en vías de desarrollo. Actualmente
ya existen tantos canales, presas y embalses que la redistribución del agua
embalsada genera un efecto perceptible sobre el bamboleo de la Tierra en torno
a su eje. El problema es que cuando se construyeron todas estas presas no
se tuvo en cuenta el impacto ecológico que las mismas tenían sobre el cauce
de los ríos donde se situaban. Lamentablemente, como consecuencia de ello,
muchas especies han visto peligrar seriamente su ciclo de vida y la acumulación
de sedimentos en las presas no sólo está restando capacidad a las mismas
sino que también está disminuyendo la fertilidad de los campos situados aguas
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abajo al eliminar la llegada a los mismos del limo transportado por el río. Por tanto, en la construcción de
nuevas presas habrá que llegar a un cuidadoso equilibrio entre las necesidades de las poblaciones urbanas
y rurales siempre crecientes y el impacto de esas construcciones en el entorno. Pero buscar la solución a los
problemas del agua exclusivamente en estas construcciones puede resultar un tanto utópico.

Más fácil resulta intentar conseguir un uso más productivo y eficaz del agua, optimizando el
consumo y mejorando las estrategias de utilización. Por ejemplo, en muchos países las pérdidas que
se producen en las redes de distribución pueden llegar a alcanzar el 30% del agua transportada. Con
toda el agua que se pierde en el abastecimiento de una ciudad como México DF se puede alimentar
a su vez a una ciudad del tamaño de Roma. Actuar sobre este factor, desarrollando equipos de
detección de fugas más eficaces y mejorando el mantenimiento de las tuberías y los sistemas de
distribución puede aportar un ahorro considerable.

Otro elemento a tener en cuenta es el factor humano. En los países desarrollados, existe una fuerte
tendencia a derrochar agua indiscriminadamente. En esas condiciones, la implantación de una serie de
medidas educativas sencillas (cerrar los grifos, usar la ducha en vez del baño, optimizar el uso de las
cisternas) puede ahorrar muchísima agua. Por ejemplo una campaña de renovación de instalaciones
sanitarias en la ciudad de Nueva York ha permitido ahorrar de 250 a 300 millones de litros diarios. Y este
verano una campaña de ahorro consistente simplemente en llenar las lavadoras a tope para cada lavado ha
permitido ahorrar mas de cuatro millones de litros en España.
También tiene mucha importancia el desarrollo de técnicas eficaces de reciclado. En consumo urbano,
la mayor parte del agua utilizada es de un solo uso: viene directamente del manantial al grifo y de ahí al
desagüe, donde tras sufrir un costoso proceso de depuración vuelve a devolverse a la naturaleza. Sin
embargo, ¿por qué utilizar agua de primera calidad en actividades como el regado de jardines o determinados
usos industriales donde no es necesario que los requisitos de calidad sean tan estrictos? Reciclando el
agua y destinándola a múltiples usos antes de deshacerse de ella se simplifica el proceso de depuración (al
generar diferentes calidades para diferentes actividades) y produce un ahorro del consumo externo más que
considerable. En Israel, por ejemplo, más del 70% de las aguas residuales municipales se tratan y se utilizan
para el regadío de cultivos no alimenticios. Incluso con un procesamiento adecuado el agua puede volver a
utilizarse para el consumo humano, con una calidad semejante a la de origen. En la capital de Namibia, por
ejemplo, situada lejos de cualquier fuente de agua aprovechable, durante época de sequía hasta el 30% del
agua enviada a los hogares procede de aguas fecales.
Pero el factor que sin duda puede llegar a ser crítico en el desarrollo de una estrategia viable de
aprovechamiento integral del agua es la gestión de los recursos hídricos destinados a las actividades
agrícolas, principal fuente del consumo de agua sobre el planeta. Por ejemplo más del 50% del agua
destinada a regadío se pierde en su camino a los campos. Además, a nivel mundial la mayoría de los
agricultores continúan regando sus campos por inundación, como en la antigua Asiria. Del volumen de agua
utilizada por este método tan solo una pequeña fracción se absorbe por las plantas. El resto se pierde. En
muchos lugares esta manera de proceder no solamente derrocha y contamina el agua, arrastrando a los
acuíferos fertilizantes y pesticidas de difícil eliminación, sino que además degrada el suelo porque lo erosiona
y lo saliniza.
El riego gota a gota supone una alternativa mucho más aceptable. Con este sistema apenas se
derrocha. A diferencia del anegamiento, el agua llega directamente a las plantas en la cantidad requerida
y se absorbe prácticamente en su totalidad. Este procedimiento, basado en una red de tuberías de baja
presión instaladas justo a nivel del suelo donde el agua aflora a través de una serie de agujeros despacio y
con regularidad, proporciona un nivel de humedad óptimo para los cultivos lo que a su vez se traduce en un
incremento de las cosechas. Y, lo que es más importante, reduce el consumo de agua de un 30 a un 70%.
Otra técnica que también produce un rendimiento óptimo es el uso de aspersores. Minimizando el
tamaño del chorro para reducir la evaporación de la rociada y repartiendo el agua en dosis pequeñas a ras de
suelo las plantas pueden absorber hasta el 95% del agua utilizada.
Además de actuar sobre la reducción de la demanda hídrica para usos agrícolas, también contamos
con cierto margen de maniobra en el desarrollo, mediante ingeniería genética o hibridación, de plantas con
menos necesidad de agua o capaces de utilizar suelos salinos o degradados en su crecimiento. Cualquier
técnica destinada a aumentar de rendimiento de los cultivos mejora el aprovechamiento del agua al producir
más alimentos por la misma cantidad de líquido elemento. Las variedades híbridas de arroz y trigo que se
usan actualmente en muchos países fueron seleccionadas genéticamente para concentrar la mayor energía
de la planta en los granos comestibles, lo que a su vez supone un uso más racional del agua consumida.
El problema es que, aun reciclando la mayor cantidad de agua posible y optimizando los sistemas de
riego y el consumo agrícola, la reducción del régimen de precipitaciones, el caudal de los ríos y los acuíferos
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subterráneos se traduce en muchas zonas del planeta en una escasez crónica. En estos lugares sólo el
recurso a fuentes alternativas de suministro puede ofrecer alguna posibilidad de aliviar la situación.

En nuestro planeta, el agua coincide en sus tres estados fundamentales: sólido, líquido y gaseoso. El
agua se encuentra en la atmósfera en forma de vapor. La lluvia, principal fuente de recursos hídricos en buena
parte de la Tierra, procede de la condensación de ese vapor cuando se concentra en nubes.
Sin embargo, también existen otros procedimientos capaces de condensar la humedad del aire. En
la naturaleza, el fenómeno que conocemos como rocío tiene lugar cuando las gotas de agua se condensan
sobre el suelo y las plantas en noches con tiempo tranquilo y claro, al transmitirse el frío del suelo al aire que
esta en contacto con él y provocar la condensación.
Existen varios procedimientos destinados a provocar artificialmente la aparición de rocío. Por ejemplo,
en la isla de Lanzarote, los cultivos de vid están situados en el fondo de hoyos poco profundos recubiertos
de “picón”, una especie de gravilla volcánica. Debido a esto, por las noches se alcanza la temperatura de
condensación y el agua se escurre hasta las raíces de las plantas. La gravilla volcánica puede ser sustituida
por pequeñas bolas de plástico que cumplen la misma función.
Así mismo, en determinados lugares como la costa de Chile o Perú donde se dan unas particulares
condiciones climáticas que favorecen la aparición de nieblas, la vegetación ha evolucionado para nutrirse de
agua a partir de la condensación de las mismas. Usando trampas de viento especialmente preparadas para
soportar los vientos de la zona, consiguen recuperarse de la atmósfera cantidades apreciables de agua.
Los sistemas de condensación de rocío suelen tener un rendimiento más bien bajo. Mas éxito está
teniendo la modificación artificial del tiempo a través de la siembra de nubes. Esta tecnología se remonta a
finales del decenio de 1940, cuando se descubrió que las gotas de nubes sobreenfriadas podían convertirse
en cristales de hielo al introducir en las mismas un agente enfriador como el hielo seco o el yoduro de plata.
Desde entonces se ha llevado a cabo un gran esfuerzo investigador para entender plenamente y optimizar
los mecanismos que intervienen en el proceso. Por ejemplo, en zonas áridas de Israel el sistema lleva
utilizándose durante treinta años, habiéndose obtenido incrementos en las precipitaciones de hasta un 19%
El yoduro de plata es una sustancia que, esparcida en una nube, actúa creando
núcleos de condensación en torno a las cuales se condensa el vapor de agua. La
pulverización tiene lugar en la base de la nube mediante un líquido muy caliente y
concentrado. Conforme va ascendiendo, se va produciendo la condensación, las
gotas son cada vez mayores y de más peso y termina produciéndose una reacción en
cadena que se traduce en un incremento de las precipitaciones.
Este método también se usa con mucho éxito en la prevención del granizo,
puesto que al aumentar la condensación también aumenta el número de bolas de
granizo, lo que redunda en que el diámetro medio de las mismas sea sensiblemente
más reducido.
La siembra de nubes es un procedimiento de reconocida eficacia, pero que sin
embargo depende de unas condiciones climatológicas especiales para poder ser utilizado. Simplemente,
si no hay nubes que sembrar, no puede haber lluvia. En ese sentido pueden resultar muy interesantes los
estudios que se están llevando a cabo para la creación de nubes artificiales. La idea parte del concepto de
“isla de calor”, que consiste básicamente en crear una zona en la que la temperatura es muy superior a la de
su entorno. Las islas de calor se detectaron primeramente asociadas a las grandes ciudades, sobre las cuales
la temperatura puede ser de 5 a 10 grados mayor que en las zonas adyacentes. La ventaja de estas islas es
que, al aumentar la temperatura, el aire se calienta, se dilata y arrastra al vapor de agua a mayor altura, donde
se condensa y provoca la formación de nubes. Esta técnica, en principio, sería eficaz en zonas desérticas
cercanas al mar, donde ya se están llevando a cabo varios experimentos prácticos que ofrecen buenas
esperanzas al respecto.
Otra fuente de agua dulce apenas explotada se encuentra en los hielos polares. El agua del hielo polar
es de una enorme pureza. El problema, lógicamente, está en que ese hielo se encuentra situado a gran
distancia de las zonas de población donde resulta más necesario.
Se ha propuesto la posibilidad de transportar agua desde las regiones polares a zonas necesitadas
mediante el uso de icebergs. Técnicamente no existe ningún problema en ello: convenientemente remolcado
y eligiendo el tamaño adecuadamente, el iceberg puede sobrevivir perfectamente a una travesía de estas
características. La única limitación sería de carácter económico, pero la siempre creciente carestía de agua en
determinadas regiones hace que este factor sea cada vez menos importante y que este método de transporte
empiece a resultar competitivo frente al transporte por carretera o la utilización de barcos-cuba. De hecho,
recientemente se ha anunciado que la ciudad de Londres va a estudiar la posibilidad de complementar su
abastecimiento mediante icebergs debido a la situación de carestía que se vive y que podría desembocar a
corto plazo en graves restricciones en el consumo.
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Sin embargo, la principal esperanza para resolver los problemas de escasez de agua se encuentra, sin
dudas, en la desalinización del agua marina o de las aguas salobres continentales. El hombre ha obtenido
agua de los océanos durante siglos, con técnicas centradas en la evaporación para deshacerse de la sal y
la destilación del agua evaporada. El proceso puede acelerarse mediante el empleo de calor. Ya en el siglo
IV antes de Cristo existen noticias de un primitivo evaporador construido por Aristóteles. El agua obtenida
por este proceso es de buena calidad, pero precisa de enormes cantidades de energía calorífica, lo que ha
hecho tradicionalmente inviable este sistema desde un punto de vista económico salvo en situaciones muy
particulares.
En la actualidad se han introducido nuevas tecnologías que permiten la producción de agua apta para el
consumo a partir de agua salada con un coste que si bien todavía es alto, empieza a resultar paulatinamente
cada vez mas competitivo. Tres son, fundamentalmente, las técnicas utilizadas: destilación, congelación y
membranas.
La destilación es el procedimiento más antiguo y el que más energía precisa. Además, la utilización
de combustibles fósiles en el proceso puede tener un impacto ambiental indeseable. En ese sentido se
tiende progresivamente al empleo de energías renovables en las instalaciones de destilación, bien mediante
colectores solares o bien mediante el uso de energía eólica o paneles de energía solar. El problema de estas
instalaciones es que son caras, suelen exhibir un rendimiento más bien bajo y tienen un mantenimiento un
tanto delicado, pero, por el contrario, son muy buenas para el abastecimiento de pequeñas comunidades.
Los métodos de congelación se basan en un mecanismo semejante al que propicia la formación de los
hielos polares. Se trata de refrigerar el agua para posteriormente someterla a un proceso de evaporación a
baja presión en un cristalizador al vacío. Se obtienen de este modo cristales de hielo y salmuera que pueden
ser separados mediante un procedimiento mecánico
La técnica de desalinización por membrana es la más moderna y la más económica. Se basa en la
ósmosis inversa, un proceso por el cual una fina membrana semipermeable se coloca entre un depósito de
agua salada y otro de agua dulce. El agua del recipiente salado se somete a presión a fin de forzar a las
moléculas de agua a atravesar la membrana, pero no a la sal o a otros contaminantes. La electrodiálisis
es otra técnica de desalación por membrana que se basa en separación iónica a través de una serie de
membranas situadas sucesivamente y separadas entre sí milímetros. La aplicación de campos eléctricos
genera la migración de iones que pasan por estas membranas que actúan como tamices.
Las técnicas de desalación ofrecen un suministro de agua prácticamente ilimitado. Sin embargo,
son caras y muchos países todavía no pueden costearse la construcción de estas instalaciones.
Además, continúan consumiendo mucha energía. Como ya vimos, este problema puede paliarse,
al menos en parte, mediante la utilización de energías renovables. Pero también hay que tener en
cuenta que estas instalaciones ejercen un profundo efecto ambiental sobre su entorno, pues el flujo
de salmuera que producen como subproducto final puede generar graves daños a los ecosistemas
marinos si no se utilizan las técnicas adecuadas de dispersión del mismo.

La ampliación y el desarrollo de estas técnicas jugará en el futuro un papel fundamental en uno de


los grandes retos que tiene por delante la humanidad: la conquista del espacio. Con una población siempre
creciente y en un mundo con unos recursos limitados, las únicas alternativas del género humano son o
alcanzar un crecimiento estable que garantice el aprovechamiento sostenible de los recursos de nuestro
mundo o abandonar la cuna de nuestro planeta natal y esparcirnos por el cosmos.
El viaje espacial plantea sus propias limitaciones en lo que al tema del agua se refiere. Fuera de la
Tierra, el agua no sólo es precisa para nuestras necesidades fisiológicas o para la producción de nuestros
alimentos. El aire que respiramos también debe ser fabricado y, puesto que uno de los componentes
fundamentales del agua es el oxígeno que necesitamos para respirar, los sistemas de soporte vital muy
posiblemente utilizarán agua para mantener la atmósfera necesaria para sobrevivir a estos viajes. Hidrógeno
y oxígeno por separado también forman un potente combustible que se ha utilizado desde el inicio de la
exploración espacial para el lanzamiento de cohetes. Y, en el tránsito interplanetario,
una gruesa capa de agua congelada puede proporcionar un buen aislante térmico a la
nave y, sobre todo, puede proteger a sus ocupantes de los peligrosos rayos cósmicos y
de la radiación solar.
El problema es que utilizar agua de la Tierra para estos menesteres resulta
extraordinariamente caro. Llevar un litro de agua de la Tierra a la Luna cuesta
literalmente su peso en oro. En estas condiciones, la tecnología de reciclado y
recuperación del agua utilizada tiene unos requisitos extremos. Las futuras naves
destinadas al tránsito interplanetario deberán contar con sistemas de reciclado de
ciclo cerrado, en el que hasta la última gota de líquido deberá ser aprovechada y
reutilizada una y otra vez. En viajes de larga duración, la producción de alimentos
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recaerá sobre cultivos hidropónicos optimizados genéticamente tanto para generar la máxima cantidad de
comida con un mínimo consumo de agua como para ayudar a la purificación de la atmósfera fijando el dióxido de
carbono producido por la respiración. Incluso se especula con la utilización de técnicas de hibernación que ya son
empleadas por diferentes especies en la Tierra para enfrentarse a sequías prolongadas. En efecto, las semillas
de ciertas plantas pueden sobrevivir en estado latente durante siglos hasta que se producen las condiciones
de humedad necesarias para su florecimiento. Y en zonas desérticas algunos peces y ranas son capaces de
enterrarse en el fango formando un capullo protector a su alrededor y sobrevivir dentro del mismo en condiciones
de animación suspendida hasta la llegada de las siguientes lluvias.
Afortunadamente para la exploración espacial, el agua es un compuesto relativamente fácil de encontrar en
el cosmos. No tiene nada de particular: el hidrógeno es el compuesto más abundante del universo, seguido del
oxígeno y el helio. Encontrar fuentes de agua fuera de nuestro planeta no debería ser una tarea imposible.
Uno de los primeros sitios en los que se ha llevado a cabo esta búsqueda es la Luna, el satélite de
nuestro planeta. Desde tiempos inmemoriales se pensaba que en el mismo existían grandes cantidades de
agua. De hecho, por esta razón se denominaron “mares” las grandes superficies planas que se percibían desde
la Tierra. Las misiones Apolo, llevadas a cabo en los años 70, nos mostraron en cambio el panorama de un
satélite seco y sin vida. Sin embargo, en 1996 se produjo la sorpresa cuando la sonda espacial Clementine
detectó accidentalmente la presencia de hielo en algunos cráteres, mezclado con material de la superficie. Estos
resultados aparentemente fueron corroborados más tarde por las mediciones del Lunar Prospector, que infirió la
presencia de hielo a partir de los datos de absorción de los neutrones producidos por la radiación cósmica.
¿Cómo podría existir hielo en un cuerpo como la Luna, que carece de atmósfera? La explicación se
encuentra en que el supuesto hielo se encuentra situado en cráteres en torno a los polos norte y sur del satélite,
en cuyo interior nunca llega a dar la luz del Sol. Esto habría generado las condiciones adecuadas para la
conservación de al menos pequeñas cantidades de este material en los mismos.
Sin embargo, cuando al final de su vida útil, se decidió estrellar al Lunar Prospector en una de estas
zonas, a fin de poder analizar mediante espectroscopía la presencia de grupos OH (lo que habría sido una
prueba inequívoca de la presencia de hielo), los resultados fueron negativos. Más tarde, la sonda SMART-1 de
la ESA también descubrió trazas de hidrógeno bajo la superficie lunar, pero de nuevo los resultados no fueron
concluyentes, por lo que actualmente está programada una misión en la que una sonda aterrizara y buscara
sobre el terreno este hielo.
La presencia de agua en la Luna es muy importante porque, por su posición y sus características,
nuestro satélite es el trampolín ideal para la exploración tripulada del Sistema Solar. El coste de una base lunar
permanente se vería sensiblemente rebajado si la misma resultara ser autosuficiente en lo que a sus recursos de
agua se refiere. E incluso aunque la cantidad de hielo detectado no es particularmente importante, la posibilidad
de fabricar combustible en la Luna para naves con destinos a otros planetas será de una importancia capital.
En Marte, sin embargo, la situación es bastante diferente. Tradicionalmente, siempre se ha considerado a
este planeta como uno de los primeros candidatos para contener vida extraterrestre, especialmente después de
que las observaciones telescópicas de Percival Lowell lanzaran la teoría sobre la presencia de canales sobre su
superficie. Conforme se fue profundizando en el estudio del planeta rojo, se vio que estos canales no existían y
que el planeta era demasiado frío para mantener agua líquida. Pero sin embargo, en su tenue atmósfera si existía
una pequeña componente de vapor de agua y su superficie mostraba unas estructuras geológicas que parecían
claramente modeladas por procesos de erosión. Y, lo que es más importante, se confirmó que el planeta contaba
con dos casquetes polares formados por grandes cantidades de hielo de anhídrido carbónico y agua.
Más tarde, la misión de la NASA Mars Odyssey descubrió la existencia de indicios de enormes cantidades
de hielo situados bajo el regolito marciano a partir de la detección del hidrógeno relacionado con las moléculas de
agua. Y los robots Spirit y Opportunity confirmaron que en la superficie de Marte había existido en el pasado agua
libre, al encontrar minerales que sólo podrían haberse formado estando sumergidos.
La presencia de estos recursos hídricos en el planeta rojo facilitaría también la exploración y colonización
del mismo. Por ejemplo, uno de los planes diseñados por la NASA para enviar una misión tripulada a Marte
pasaría por el envío previo de un aterrizador automático cuya misión consistiría en la fabricación del combustible
necesario para el viaje de vuelta. Si el agua estuviera presente en cantidades apreciables bajo la superficie
marciana, la fabricación de este combustible sería mucho más sencilla y permitiría mejorar mucho las
posibilidades de éxito de la misión tripulada.
El agua se encuentra presente en otros muchos puntos del Sistema Solar. Europa, luna de Júpiter, está
cubierta por una capa de hielo bajo cuya superficie se especula con la existencia de un océano de agua líquida
mantenido en ese estado por el calor asociado a las fuerzas de marea del cercano Júpiter. Calixto, también
satélite de Júpiter, se encuentra en la misma situación. Incluso entre los planetas exteriores es posible encontrar
agua: el hielo es el principal componente de los famosos anillos de Saturno y la misión de la sonda Huyghens
desveló que sobre la superficie de Titán había cantos rodados de hielo de agua.
Más allá, muchos de los cuerpos presentes en el cinturón de Kuiper y la nube de Oort son cometas
y asteroides formados básicamente por hielo y rocas. En un futuro lejano, estos cuerpos podrían jugar un
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importante papel en la terraformación de otros planetas, como Marte. En efecto, el traslado de estos cometas
al Sistema Solar interior podría llevarse a cabo mediante velas solares u otros procedimientos que no
supusieran un excesivo consumo energético y, bombardeando la superficie del planeta rojo con los mismos,
se obtendría un doble efecto: el espesamiento de su atmósfera con el incremento de la cantidad de agua
presente en la misma y el calentamiento del planeta para hacerlo más habitable.
Incluso fuera del Sistema Solar existen indicios sobre la presencia de grandes cantidades de agua.
El agua en estado gaseoso emite ondas de radio en una longitud de onda característica de 1,35 cm que
puede ser detectada y estudiada por los telescopios terrestres. Además, esta emisión está asociada a un
efecto máser, que determina que las señales puedan ser bastante intensas. Utilizando este procedimiento
se ha detectado vapor de agua en muchos sistemas de los alrededores. El método no es tan fino como para
determinar si un determinado planeta está dotado de unas condiciones similares a las terrestres, pero el agua
está indudablemente presente en los mismos.

Sea como fuere, la exploración y colonización de estos planetas y sistemas se encuentra muy
lejos en el futuro. La existencia de grandes recursos de agua en el universo no puede hacernos
olvidar que en este momento la humanidad se enfrenta a una encrucijada trascendental en lo que a
la gestión de sus recursos hídricos se refiere. A lo largo del próximo cuarto de siglo el número de
personas que vivirán con un suministro insuficiente de agua saltará de 500 millones a las de 3 000
millones. La tecnología ciertamente puede contribuir a disminuir el impacto de esta situación. Pero, si
la búsqueda de nuevas fuentes hidrológicas no viene acompañada por profundos cambios sociales,
todos estos desarrollos terminarán por no servir de nada. Es responsabilidad de todos nosotros la
conciencia de que el agua es un recurso escaso. Y que en un mundo progresivamente más árido el
despilfarro o la irresponsabilidad pueden ser una sentencia de muerte para toda nuestra especie.

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