Travesía de Bilbao - Guía Poética
Travesía de Bilbao - Guía Poética
Ha ejercido la crtica literaria en prensa y radio y ha sido columnista de los diarios El Mundo, El Correo y El Pas en su edicin vasca. Ha dirigido la coleccin de poesa Los pliegos del norte, el suplemento literario Prgola y las revistas culturales Ipar Atea (con Mara Maizkurrena), Boletn de Ficciones y Ancia (de la Fundacin Blas de Otero). Desde 1988 pertenece al consejo de redaccin de la revista de poesa Zurgai. Como poeta, ha publicado nueve libros, entre los que destacan Te tomo la palabra (Finalista del Premio Nacional de la Crtica), Todos los santos (Premio Internacional Antonio Machado), Material de construccin (Premio Jan), Cumbre del mar (Premio Alfons el Magnnim), Aprender a irse (Premio Ciudad de Crdoba) y Vacilacin. Como narrador, es autor de una novela, Informe Goliat, y de los libros de relatos Elefantes blancos, Negrita con diamantes (Premio Internacional Max Aub), Suerte de perro (Premio Iberoamericano Cortes de Cdiz) y La biblioteca frrea (Premio Internacional Camilo Jos Cela). Es autor, asimismo, de una gua de Bilbao para ediciones Jcar y de la biografa Juan Larrea, versin terrestre. En 1998 le fue otorgado el Premio Euskadi de Literatura.
Hiria esan zuen behin Max Aub-ek oinekin irakurtzen den liburu bat da. Izan ere, hiria pausuz pausu irakurtzen da. Eta liburu hau horregatik da ibilaldi bat, pausuz pausu, bertsoz bertso hiri bat, berea, bera jaio zena, bere bizitza osokoa irakurtzen duen poeta baten eskutik Bilbon zehar, egiten den ostera bat. Poeta Abandoko Geltokian jaitsi da ibilaldi poetiko honen abiapuntuan eta konturatu da sekula ere ez duela lortu joaterik, inoiz ere ez dela irten, urte hauetan guztietan bidaiari bat izan dela bere hirian. Beraz, pasaiari bat bezala, Bilboko citya zeharkatzen zuten trolebus londrestar haietariko batera igo, haurtzaroko egunetara itzuli eta txartel berdinarekin Metro ederrean gaurko Bilboraino buelta daitekeela Bere poemen eta prosaren bidez autoreak hiria beste era batera irakurtzera gonbidatzen gaitu. Kaleak eta zinema-aretoak, ospitaleak eta merkataritza-zentroak, zubiak eta zeruak, kafetegiak eta supermerkatuak, bulegoak eta elizak. Beirate handi bat duen geltokia. Hiriaren plano bat. Oroitzapen batzuk gordetzeko oroimenaren kontsigna bat. Hilarriak Mallonan, Unamuno eta Ramn de Basterra, Aresti eta Blas de Otero, Gabriel Moral eta Eduardo Apodacarekin hitz egiteko. Eta Kafka bilbotar harrigarri bat, autore kostunbrista bihurtuta. Eta beti, itsasoaren itxaropena Abran, munduaren bihotzean. Jos Fernndez de la Sotak mugitzen etengabe ari den, bere hautsetatik behin eta mila bider birjaiotzeko gai den Bilbo baten gida-liburu berezi, ironiatsu eta dramatiko, sentimental eta bikain, mingots eta gozo bat idatzi du. Burdinazko hiria. Ur hiria. Titaniozko hiri berria. Euri eta itxaropen hiria.
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Travesa de Bilbao
Gua Potica
Imagen de la portada: Escultura de Eduardo Chillida. Paseo de Abandoibarra (Bilbao). Fotografa de Mikel Alonso. Depsito Legal: BI-1553-2010 ISBN: 978-84-8056-296-6 Imprime: GESTINGRAF C de Ibarsusi, 3 48004 Bilbao
La ciudad dijo una vez Max Aub es un libro que se lee con los pies. La ciudad, en efecto, se lee paso a paso. Y por eso este libro es una travesa, un paseo a travs de Bilbao de la mano de un poeta que lee paso a paso, verso a verso, una ciudad, la suya, la de su nacimiento, la de toda su vida. El poeta desembarca en la Estacin del Norte el punto de partida de esta travesa potica y descubre que nunca lleg a irse, que nunca se ha marchado, que todos estos aos ha sido un pasajero en su ciudad. De manera que, igual que un pasajero, puede subirse en uno de aquellos trolebuses londinenses que atravesaban la city bilbana, regresar a sus das de infancia y volver, con el mismo billete, en el flamante Metro hasta el Bilbao de hoy. A travs de sus poemas y prosas (que conforman una misma escritura potica) el autor nos invita a leer la ciudad de otra manera. Calles y cines, hospitales y centros comerciales, puentes y cielos, cafeteras y supermercados, oficinas y templos. Una estacin con una gran vidriera. Un plano de la ciudad. Una consigna en donde almacenar unos cuantos recuerdos olvidados. Lpidas en Mallona en donde conversar con Unamuno y Ramn de Basterra, Aresti y Blas de Otero, Gabriel Moral y Eduardo Apodaca. Y un asombroso Kafka bilbano que acaba convertido en autor costumbrista y, al cabo de los aos, en fantasma de una vieja mansin de Neguri. Y siempre, la esperanza del mar en el Abra, corazn del mundo.
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Jos Fernndez de la Sota ha escrito una gua singular, irnica y dramtica, sentimental y lcida, acre y dulce de la ciudad en la que ha transcurrido su vida, la ciudad que aparece como protagonista y escenario en tantos de sus versos. Un Bilbao en perpetuo movimiento, capaz de renacer una y mil veces de sus propias cenizas. Una ciudad de hierro. Una ciudad de agua. Una nueva ciudad de titanio. Una ciudad de lluvia y de esperanza.
No he de salir de esta ciudad. Aqu resonarn mis pasos como el pndulo de un reloj. Tejer y destejer las manos y los brazos. Sigo un horario fijo. Oigo mi propia voz. Alfonso Costafreda
Estacin de Abando Llueve sobre la Villa una vez ms, como en cursiva sobre gris papel. Abril mediado y como siempre cruel en los versos de Eliot y de Blas. Tras el bardal de nubes no vers ni un resquicio de luz ni un haz infiel al tul letal que envuelve con su piel la escombrera fabril en donde ests. Igual que tantos en el mismo mes y en el mismo fanal junto al Nervin decidirs salir de este antro ingls de una dichosa vez en cualquier tren. Pero llegars tarde a la estacin. Perders la ilusin en el andn.
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Arribo Ahora ests en Bilbao. No por cierto en Madrid. Ni en Pars. No en la Estacin de Francia, dentro de un tren parado, hundido en un vagn donde el difunto (feo como un dolor) Francisco Casavella te perdona la vida que te queda. Casariego se ape del coche antes de que acabase la fiesta. Era una lata. No es literatura. Es la verdad. Sucede lejos de aqu hace casi mil aos. Nada ms. Ahora ests en Bilbao y lo que ves es una gran vidriera que te aplasta y un reloj que te abruma (o al revs, da lo mismo). Otro da tendrs que hablar del tiempo, pero ahora es la vidriera de la Estacin de Abando la que te manda. El pecho del amor muy lastimado porque acabas de llegar a Bilbao, porque ests en Bilbao y, sin embargo, nunca has podido irte de Bilbao.
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Equipaje de mano Nadie sabe quin eres, es verdad, ya lo sabes, no importa, no te importa. En la Estacin de Abando, a estas horas dudosas de la noche, nadie sabe de nadie, es preferible, t siempre preferiste ser el hombre invisible, el caballero inexistente, el hombre que atravesaba las paredes, puro humo. Un equipaje de humo. Un par de manos vacas como ramas en invierno. Desnudas ramas romas, eso es: ramas sin ramas de un rbol abolido, familiar. Hoyo de niebla Es tan pequea esta ciudad murada y el amor es tan grande que no cabe en el hoyo de niebla de su nombre. Creci como un tumor, como un deseo insatisfecho y cruel. Es tan enorme esta ciudad murada que se pierde tu dolor en el hoyo de su nombre.
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rboles Tu ciudad, la ciudad que ahora mismo te saluda, te da la bienvenida, te amenaza desde la gran vidriera de la Estacin de Abando, en su da fue prdiga en rboles sagrados que acabaron en fuego de hoguera. Robles conservadores o tilos liberales, tanto da. La ciudad no soporta las races. La ciudad se sacude las races. Se las quita de encima o arranca cada ochenta o cien aos. No hay manera de echar la vista atrs y ver un rbol, un solo rbol que sepa la verdad, que te cuente tu historia mientras crecen las torres de cristal y hormign, mientras crece el olvido como crecen el pelo y las uas, por encima de todos nosotros, contra viento y marea como los marineros que pelean, en la vidriera de la Estacin del Norte, contra un mar de metal. rboles de metal en el viejo astillero Euskalduna. Un bosque de metal. Un museo de titanio. Todo se metaliza en tu ciudad. El jardn de Mercurio es de metal. Mercurio y Hermes son los dos pilares de la villa de hierro. Mercurio corona el tico del Banco de Bilbao, que era el antiguo Banco del Comercio. Con su petaso alado en la cabeza y el caduceo en la mano derecha Mercurio aguarda, Mercurio nos vigila. Minerva corona el Banco Hispano Americano y Ceres, con su cuerno de la abundancia, pasea por la Gran Va de Diego Lpez de Haro los das de labor. Hermes, hijo de Zeus, patrn de comerciantes
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y ladrones, gobierna este lugar con su cayado de oro. Hermes es invisible (puede serlo, ya que tiene ese don como otros tienen caspa o hipoteca) en la vidriera de la Estacin del Norte, llena de obreros siderometalrgicos, aldeanos, marineros, pelotaris, mineros, cada uno en su lugar y todos en tensin, saludando al maestro vidriero de la inmortalidad. Proporcin urea. Olas y chimeneas, convertidores Bessemer, minas y hornos a punto de estallar, produciendo riqueza, fabricando metal sin descanso. A uno, despus de todo, despus del fatigoso viaje inmvil que le dej baldado, le falta el aire viendo tanto esfuerzo que casi puede oler. El esfuerzo del pueblo que no quiere, no precisa races que no sean las de su propia fuerza
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germinal, las de su propio esfuerzo insuperable alzando y derribando piedras, torres, bancos, catedrales y puentes y altos hornos. Hasta el sofocamiento. Hasta que alguien solloce igual que un perro enfermo y diga estoy cansado y busque un rbol bajo el cielo vaco. Smbolos aplastantes Contempla la vidriera de la Estacin de Abando y vers lo que es bueno, lo que es noble y sagrado y, por lo tanto, inmutable y eterno. Esa vidriera que admiraron tu abuelo y tu padre cada vez que volvan a casa. Flores amontonadas aguardaban en el recibidor, ya mustias. Por un momento temes que podra desplomarse sobre ti, que podra aplastarte esa vidriera con todos sus aldeanos, remeros, marineros, mineros, pelotaris y dems figurantes del gran teatro. Ahora el reloj de la Estacin de Abando marca las ocho en punto. Mir los cromos de la patria ma. Ojos de plomo. Rostros de metal. All estaban la dicha y la desgracia. La desgracia y la gloria. La gloria y el fracaso. El fracaso y la vena. La alegra y la sangre. La Virgen y el infierno. El ro y la corriente y el miedo que se enrosca igual que un bicho alrededor de un hacha.
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Regresar es saber que nunca se regresa Regresar es saber que nunca se regresa porque, sencillamente, uno nunca se va. Lo vas a ver. Sabes que irse es quedarse. Hay ciudades que son telas de araa, cepos para ratones o fanales de los que es imposible escapar como no sea con los pies por delante. Hay ciudades para irse, estaciones de paso, y ciudades que nunca te abandonan. La vidriera est sucia, pero la limpiarn. Se lo has odo a un guarda en el andn, justo cuando acababas de bajar del vagn y otra vez te aplastaba la vidriera con sus tremendos smbolos, con sus pequeos dioses regionales, con su mitologa industrial. En la estacin de Amberes los viajeros tambin son atacados (o atracados, no s) por un ejrcito de alegoras. All tambin desfilan, en orden jerrquico, las divinidades de finales del siglo XIX y principios del XX, esto es, la Minera, la Industria, el Transporte, el Comercio, el Capital. No has estado en Amberes, pero en una novela que leste (una novela titulada Austerlitz) el personaje principal se dedica a sacar fotografas de la estacin de Amberes. La novela est llena de esas fotografas y de los comentarios del autor sobre ellas. Aunque no hayas pisado esa estacin, no hay forma de
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perderse. En torno al gran vestbulo, repartidos a media altura, pueden verse una serie de escudos de piedra con simblicos haces o gavillas de trigo, ruedas aladas y martillos cruzados y colmenas de abejas afanosas que representan, dicen, lo dice el narrador de la novela, no la Naturaleza al servicio del hombre laborioso, sino el principio de acumulacin del Capital. El personaje principal del relato, adems de fotografiar a modo los andenes, vestbulo y techos de la estacin, se dedica a vagar por Europa a travs de un laberinto de pasillos, bvedas, galeras y grutas que dibujan (o l supone que lo hacen) el mapa de su origen. No es tu caso. Sabes de dnde vienes porque no te has movido, diablos, la foto est borrosa y t no te has movido ni un milmetro. Llevas siglos parado en este andn y nadie dice nada, todos mudos. Tampoco sabe nadie a estas alturas lo que quiere decir (a dnde va a parar) la soberbia, aplastante vidriera de la estacin de Abando.
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Un hombre busca un rbol Nadie sabe quin eres ni lo que representa esa vidriera. Eso que ganan, piensas. Deberas hacer como ellos, como esos miles de hombres y mujeres que olvidan y caminan, que tienen el futuro asegurado y no se paran en medio de la calle, en medio de la nada, para hacerse preguntas que no tienen respuesta, ni echan la vista atrs buscando un rbol roble conservador o tilo liberal donde ahorcarse. Porque en el fondo es eso lo que buscas: encontrar ese rbol roble conservador o tilo liberal donde ahorcarte, pongmonos poticos, para que a tus pies crezca la mandrgora y una nia la riegue con orina o con lgrimas. Buscas una salida y no hallas otra puerta practicable que la de tu portal. El Ibaizabal pasa bajo el Pont Saint Michel. Irse es quedarse. Regresar es saber que nunca se regresa. En tu ciudad del Norte faltan rboles, nunca hay bastantes rboles, nunca hay bastante amor en ninguna ciudad, en ninguna estacin, y tambin faltan nias que rieguen la mandrgora con orina o con lgrimas. Ya no queda ni un mugriento escritorio del siglo XIX donde poder decir, igual que el escribiente de Melville: preferira no hacerlo. Ni siquiera hay lectores de Melville. Ni siquiera hay ahorcados.
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Cielos de Bilbao Bajo el cielo encendido de Bilbao. Los cielos de Bilbao. Sus cielos troquelados. Sus cielos modelados. Sus cielos incendiados por los convertidores Bessemer. Cielos esmerilados de Dionisio Blanco y cielos metalrgicos de Agustn Ibarrola. Cielos de cadmio en Cruces y cielos de basalto en Barakaldo y cielos de lindane, que no falte el lindane en la tierra, que no falte en Sestao ni en la Vega de Ansio, en todas partes. Cielos. Altos Hornos. La qumica del aire. La fsica del cielo. Cielos envenenados en Erandio. Cielos y tierras removidas, santificadas, sacrificadas en el altar sagrado de la industria, el altar del dinero. Cielos para ganar el cielo. El cielo del dinero. No hay cielo que perder. Cielos para rezar. Cielos para llover. Cielos para volar.
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Sala de espera Acabas aprendiendo que la vida es una gran, continua, sala de espera glida en invierno, asfixiante en verano. Una atestada estacin sin descanso. Un ancho andn mojado en una oscura ciudad del norte. Autobuses, aviones, trenes negros debajo de la lluvia. Enfermeras azules, sobres blancos con tu destino sin destino, penas de vida o muerte, lentas cartas que esperas. Pero no se cumplen los anuncios fatales porque llegan taxis, trenes, noticias de otra parte, mujeres, autobuses que t no sabes y que t no esperas. Y eso es lo que sucede.
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Tarde o temprano habr que hablar del tiempo. El cordobs Lucano escribi que las ruinas son los restos del tiempo o, mejor dicho, que las ruinas son lo nico que nos queda del tiempo, lo nico que nos deja el tiempo de s mismo. En mi ciudad no hay ruinas. El ro se las lleva. No hay sedimentacin ni arqueologa. En mi ciudad el tiempo se nos va, no nos llega. Agotamos el tiempo. Exprimimos minutos y segundos. Llegamos tarde, siempre nos falta tiempo. Hicimos los primeros una revolucin industrial en un pas de alpargatas y braseros y mesas camilla, pero fuimos los ltimos, los grandes rezagados de la historia, una especie de China en los albores del viejo
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siglo XX. Fuimos los chinos de finales del siglo XIX. Ahora llegamos tarde a la revolucin de las bandejas, los camareros antes apretaban tornillos y ahora sirven raciones de gambas y caas de cerveza mientras piensan en la vida del padre del perro que vigila el museo de titanio, en la vida increble de Jeff Koons y en los tiempos en que estuvo casado con la actriz Cicciolina, diva del porno artstico italiano. Hermosos cuadros plsticos los de la ex de Koons, abrazada a su oso de peluche, sonriendo a la cmara mientras el tiempo huye y el oso de peluche se deshace en sus brazos, se triza entre sus piernas como un trapo intrahistrico. Las gambas se retrasan. La cerveza se acaba. Cicciolina envejece y se apaga. Slo el padre del perro contina brillando mientras nos vende cosas globos y tulipanes llenos de aire y en la televisin la teletienda ofrece reductores de vientre y mil operaciones de ciruga esttica. No hay ciruga tica. nicamente hay aire. Todo est lleno de aire. La vida es corta, pero el arte es largo, tan largo como el aire. En mi ciudad el arte se fabrica. El arte est en el aire. Lo que se necesita se fabrica o se compra. Tambin compramos aire. Lo que sobra, se tira, como en los restaurantes y en los hipermercados. Los trogloditas mueren de tristeza. En la ciudad lluviosa, maravillosamente, algn vecino consigui fabricar versos inoxidables. Se pueden adquirir en el vestbulo de la Estacin de Abando.
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Parte de todo Llueve aunque el sol no deje de brillar. Llueve sin tregua contra los pretiles. Llueve sobre los huesos y las cosas. Llueve sobre los hospitales y los cines. Llueve de todos modos, llueve a mares. Llueve en Abando sin misericordia. Llueve implacablemente. Llueve aplicadamente. Llueve a decir verdad. Llueve de veras como en aquel soneto titulado 1923 (bravo por Blas). Llueve para beber. Llueve para vivir. Llueve para llover. Llova ayer. Hoy llueve. Maana llover.
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Por ella no cruc los arenales ardientes de la tierra. Ni siquiera pis Tnger por ella en primavera en busca de Paul Bowles y sus postales. Por ella no romp mis credenciales para iniciar la vida verdadera enganchando mi suerte a una bandera como Mac Orlan por los arrabales canallas de Marsella o Barcelona. Ni un miserable gramo de aventura en el petate de mi vida, es cierto. Se enamor de m y no me abandona. Su mano blanda ofrece droga dura y por ella no estoy vivo ni muerto.
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Plano de la Ciudad
Bilbao, forever Alguien me dijo un da que el bilbano y el esquimal son los nicos tipos humanos realmente inconfundibles que quedan en el mundo. Los nicos dos tipos que hasta el ms despistado detective podra identificar en una esquina de cualquier metrpoli o en los pasillos de un gran aeropuerto. No lo s, quin lo sabe, nunca me he tropezado en ningn aeropuerto con ningn esquimal, al menos que yo sepa, aunque segn me han dicho debera saberlo, no lo s, no s nada. S que Bilbao imprime un sello propio (un sello peculiar, caracterstico) a sus asimilados y nativos. La madre metalrgica marca a sus hijos con un hierro indeleble. No es un simple tatuaje. No es un vulgar adorno. Es una cicatriz y una divisa. La ciudad tiene plaza de toros. Usando Google Earth podemos verla como un gran ojo bruno, porque la arena del redondel es negra. Antes hubo otras plazas San Antn, La Concordia que tambin barri el tiempo, tambin borr la lluvia. Negro albero mojado de Bilbao. El poeta ms grande que ha dado la ciudad, Blas de Otero Muoz, so con ser torero, fantase con vestirse de luces. Le vistieron de nio torero en la terraza de su piso bilbano, el de Hurtado de Amzaga, cuando el pas de los ricos todava
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rodeaba su cintura y el hambre y la vergenza (la vergenza del hambre) an no haban traspasado el portal de su casa. Haba un torero tuerto que tocaba el violn en el saln. Candelabros de plata. Ni una sola palmatoria de bronce. En el saln a veces aparece Gustavo de Maeztu detrs de una cortina de cretona. Viene del Gato Negro. Hay un ir y venir de mujeres que nadie puede ver, que nadie quiere ver. Hay una vieja foto de un chiquillo vestido disfrazado con montera y capote de paseo. Luego el poeta se la regalara a Fernando Quiones con la dedicatoria manuscrita: Al poema, como al toro: con valor y gracia. Eso fue mucho tiempo despus del gran dolor de estmago, cuando el nio vomit un gato azul que era el cielo, literalmente el cielo de la Villa. A Fernando Quiones, una tarde de perros en Bilbao gato azul, gato negro le coment delante de una gra: Nuestra octava real es una gra. Se lo dijo muy serio. Tambin dijo: En Bilbao, la procesin va por fuera. Era Semana Santa. Antes quem sus versos en una chimenea del Ensanche, dnde si no quemarlos? Luego enterr su fe bajo una estrella, naturalmente roja (dnde si no quemarla con la ayuda de Jorge Semprn?). Buena faena. Les doli a sus amigos de comunin diaria igual que una cornada esa faena que fue su gran faena. Slo una vez tore en la plaza de Orozko, pero viaj a La Habana, a Mosc y a Pekn para orientarse, dijo, le gustaba hacer chistes en serio: Estoy
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destartalado, me dijo Patxo Unzueta que le dijo cuando en un restaurante le anunciaron que se haba terminado la tarta. Le gustaban los dulces. Antonio Gamoneda le recordaba en Len comprando una bandeja de pasteles que tuvo que pagar Agustn Ibarrola, que haca de tesorero de aquella expedicin por campos gticos. Fro de muerte en Palencia y calor en Zamora. Claudio Rodrguez bebe con sus ojos de nio abismado las palabras de Blas, el mudo que habla, el ciego que recita a San Juan de la Cruz dentro de un cuarto oscuro, noche oscura del alma, luz de la carne. Su gran faena fue irse para nunca volver. Volva y se marchaba. Volva para irse. Se iba para volver, pero volva a irse, siempre se estaba yendo de aquel piso de la calle Alameda de Recalde. Todo menos volver para morir. Todo menos morir en esa plaza, sobre el albero negro de esa plaza llamada sombra carcajada del destino Vista Alegre. Qu pena. Blas de Otero muri. Blas de Otero cumpli su deseo y muri en Majadahonda, y cuando se muri, sus compaeros, familiares carnales y polticos (sobre todo polticos), amigos y aficin en general le tributaron un monstruoso homenaje (desde Carrillo a Rafael Alberti) en la plaza de toros de Las Ventas. Los poetas de la Villa, cuando estn aburridos, hablan de Blas de Otero. Hablan de sus mujeres y sus neuras, de sus faenas y
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sus espantadas. Hablan de lo que nadie dice y todos cuentan. Pero nadie eso no quiere hablar de por qu le dolan las manos. Dicen que un da de stos, despus de treinta aos del final, publicarn sus versos. Todo el mundo, es decir, el mundo entero (que, segn Unamuno, es un Bilbao ms grande), desde Pinar del Ro hasta Vladivostok, saba que el poeta ms fieramente humano era bilbano. Durante mucho tiempo (y quizs todava) lo mejor que un poeta poda hacer en Bilbao era irse. Juan Larrea se escap en cuanto pudo, primero hacia Madrid y ms tarde a Pars con viento fresco, favorable y potico. Unamuno refund Salamanca con una pajarita de papel y una cruz que llevaba en el bolsillo. No un crucifijo-navajita de ncar como el de Blas de Otero, sino una cruz de hierro, pesadsima, que desfondaba todos sus bolsillos. Si uno no se marchaba, le quedaba el recurso de improvisar el prefascismo ibrico desde los veladores del caf Lion DOr (o mejor Lion DOrs) junto a Pedro Mourlane Michelena y Rafael Snchez-Mazas, el hombre que fumaba y escriba. Era el tiempo romano pirenaico de Ramn de Basterra y su reloj de sol. Pero no haca sol en ese tiempo porque siempre llova en Bilbao.
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Qu hacer. Eso se han preguntado varias generaciones de bilbanos. Qu hacer. Fundir hierro. Hacer barcos. Botarlos. Horadar el terreno. Tal vez, como el beato poeta Jaime Gil, no escribir, no leer, no pagar cuentas. Habitar cuartos negros. Algunos lo han logrado sin demasiado esfuerzo, sobre todo en Neguri. El Athletic es un temblor funmbulo. La ra es una arteria iluminada, una aguja profunda de agua que persigue su norte magntico. nades tan absurdos como su nombre indica y patines acuticos en julio, para llegar a la Semana Grande sin ahogarse. Qu hacer. Las torres de Isozaki atraviesan las nubes abrumadas, seguramente asmticas del cielo de Bilbao. La belleza convulsa ha ingresado en Basurto. La Catedral se cae y se levanta. San Mams enmudece. Qu hacer. Escuchar misa. Perder otro paraguas. Guarecerse en el kiosco de msica. Volver a casa y penetrar despacio, de puntillas, para que la tarima no se ponga a llorar. Quines somos. Somos esa cuadrilla de lunticos cuerdos que atraviesa la noche clausurada. Esa cuadrilla ltima que discute de asuntos peregrinos bajo los soportales de la Plaza Nueva, mientras el mundo arde por los cuatro costados y las Torres gemelas se desploman y la Bolsa de Tokyo hace agua. Somos esa cuadrilla que divaga sobre el dudoso origen de apellidos, topnimos y timos alcohlicos que se encienden como un fuego sbito bajo el cielo apagado de Bilbao. A dnde vamos?
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Vamos a traspasar la puerta del cansancio. A limarle los dientes a la melancola. A afeitarle las orejas al lobo. A cantar si se puede. Y despus a seguir dando vueltas, navegando hasta el alba sin salir de Bilbao, siempre en Bilbao, por siempre, como en un tiovivo, como en un tiomuerto.
Das de sol Das de sol tendidos en terrazas de agosto. Toldos blancos y rojos de Bilbao. Leones mudos. Intermitentes trolebuses lentos. Almacenes cerrados, vacaciones bajo un cielo de lona y la sorpresa del primer chaparrn y el primer beso.
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Hospital de Basurto Ladrillo visto en tiempo detenido. Los tejados ingleses de la Maternidad. Amanecer de julio de un ao capica, da lo mismo (palndromo) por dnde uno te lea. Nace el da y lentamente avanza y vence al mundo tu pequeez, el hospital, la vida.
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Jardines de Albia Desembarcaba en los jardines de Albia. Siempre que paso por aqu por los jardines de Albia lo recuerdo. Luego olvido el recuerdo, su recuerdo, porque todo se olvida, ese recuerdo y todos los dems. Es lo de menos. Dentro de algunos aos tambin habr olvidado que una tarde del ao 2009 escrib estas palabras, record estos recuerdos olvidados en los jardines de Albia. Mi abuelo era un hombre alto vestido de franela. Un hombre con sombrero que empezaba a perder la cabeza. Algunos versos rotos en francs. Lpidas en latn. Viejas consignas regeneracionistas: la escuela y la despensa y siete llaves para cerrar con ellas el sepulcro del Cid, a cal y canto. Sigo: le rezaba a Costa. Le haba conocido en Zaragoza a principios del siglo pasado. No s lo que ha pasado. No ha podido pasar slo el tiempo desde que Joaqun Costa, moribundo, se encontr con mi abuelo en Zaragoza. Hace un siglo. Hace un Sida. Hace treinta canales de televisin. No me dijo si Costa fumaba. Mi abuelo no paraba de fumar picadura y caldo de gallina. Era el veterinario de su pueblo. Amaba sus caballos, amaba los caminos de herradura y deseaba acabar, de una dichosa vez, con el pas de caminos de herradura que era tambin su pas, nuestro pas, de qu estamos hablando. Quin lo sabe. Yo saba que todos los jueves, cada jueves, mi abuelo me vea en el Irua y luego entre los rboles sin dueo de los jardines de Albia. Cada jueves volva a Zaragoza, volva a Barcelona y
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volva a Pars antes de regresar a su casa encartada. Le gustaba ser dueo de sus rboles mientras soaba con la reforma agraria. Se ahogaba en el Ensanche de Bilbao y me daba en secreto una moneda antes de abandonarme, en el destierro de los jardines de Albia, con mi padre y mi madre. Aquel ao el ao que ahora mismo no consigo olvidar le obligaron a dejar el tabaco. Un jueves me solt, de ojos a boca, un poema del poeta Jos Emilio Pacheco antes de que el poeta Jos Emilio Pacheco escribiese el poema o tal vez no, tal vez al mismo tiempo, no lo s. El caso es que mi abuelo haba cometido alta traicin. No amo a mi patria, dijo. No dijo no me dijo que su fulgor abstracto es inasible, pero me dijo que era el parapeto, el abrigo de miles de canallas y la fosa comn de cientos, miles, millones de inocentes. Y me sigui diciendo que, aunque sonara mal, l dara la vida por ms de diez lugares, animales, personas, ros, cielos y tres o cuatro montes de su pas, pero que nunca, nadie, nunca ms, nadie ms, ms banderas, ms himnos, ms rebaos con yugos y con flechas, con hoces y con coces en las manos. No lo he olvidado an, tal vez porque el poeta Jos Emilio Pacheco tuvo la inteligencia de escribir el poema que mi abuelo me dijo en los jardines de Albia con distintas palabras, con palabras que ya no recuerdo porque todo se olvida. Es lo de menos. Dentro de algunos aos tambin habr olvidado que el ao 2009 escrib estas palabras, record estos recuerdos olvidados en los jardines de Albia y le a Jos Emilio Pacheco. Es lo de menos. Lo importante es el eco.
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Urbarri / Indautxu / Ingenieros Era el nmero cinco el de mi alma. En el nmero cinco regresamos mi madre y yo subidos en el rojo trolebs londinense a nuestra casa. Lo mismo que en un sueo recordado nos acompaa el hormigueo elctrico de los cables tendidos y es mi sangre, intermitente y roja, como el rojo trolebs que atraviesa la ciudad en otoo. Yo en el piso de arriba con mi madre, juventud que se aleja y yo temiendo su desaparicin, yo echando cuentas dentro del cinco, yo multiplicando, yo sumando y restando y dividiendo para saber la duracin del viaje, mientras rozan las ramas de los tilos las altas ventanillas clausuradas y extravan sus hojas en el rojo nmero cinco que recorre lenta, intermitentemente la ciudad, como un cuerpo obligado y conocido, de Urbarri a Ingenieros. Hace poco
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que s multiplicar, pero me cuesta horrores dividir, sumar me asusta cada vez ms. El tiempo pasa, el cinco sigue siguiendo y yo multiplicando, dividiendo, rezando, prometiendo contra su pecho an firme cualquier cosa que me duela muchsimo. En mis manos de siete aos cumplidos el temor recin nacido aquel otoo. Alzado por el amor al cinco, echando cuentas dentro del cinco, yo multiplicando, yo sumando y restando y dividiendo para saber la duracin del viaje que aquel otoo estaba comenzando.
Plaza de Arriquibar Antes hubo una loca en esta plaza martirizada por los estorninos. Ms de una vez gir con un hermano, sin saber detenerme, la ruleta de la plaza de piedra. Ambos perdimos.
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ltimo verano Como siempre has llegado tarde al banco del parque. Junio crece bajo las blusas jvenes. Las viejas leen el Diez Minutos bajo el sauce llorn. Los viejos leen El Correo Espaol-El Pueblo Vasco. Siento, mientras se acerca un nio de la mano de su madre al estanque de los patos, que de repente es mi ltimo verano.
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Maana en el parque de Doa Casilda Ignora que otros ojos le contemplan como un gran espectculo o milagro de movimiento y vida. Se cae y se levanta, ajeno al mundo que est fuera del crculo perfecto de su baln de plstico. Ignora que otros ojos le vigilan abiertos como platos, paternales. Un perro se le acerca y es alzado por una mano firme. El perro ladra y rueda la pelota sobre el csped y alguien corre tras ella, la recoge, se la ofrece de nuevo. La maana de domingo es esplndida, redonda como el sol, como el mundo. Ni una arruga en el aire. Pero el tiempo persiste (tres aos son tres aos). El porvenir se impone ms tarde o ms temprano sobre el perro que ladra, sobre el nio que llora, sobre el baln de plstico.
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Tarde en el parque de Doa Casilda Por qu crece la hierba debajo de tus pies? Lo quieres saber todo y yo no s, no contesto, me quedo abierto como un libro sin palabras y quieto como una paloma en el csped. El corzo de tu sombra se escapa en un instante sin sol. Calculo el peso de tus pasos sobre mi vida: uno detrs de otro hasta mi pecho y paro de contar. Yo no s casi nada de ti. Pero yo vivo con tu manera de mirar. Me ir, perfecto en el dolor, como esta tarde de domingo en el parque, con amor, sin respuestas.
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Travesas de Abando Todos los das salgo a pasear para ver gente. No por mantenerme en buena forma fsica. Tampoco para huir de mi terca soledad. Todos los das salgo a pasear y recorro los parques y las calles largas de la ciudad. Como los locos paseo sin cesar, pero lo hago tan slo para ver a todos esos miles de cuerpos que no amar jams.
Ciudad (hacia 1980) Una ciudad inhspita de cielo encapotado algo as como un Londres cruzado de Bilbao en su peor momento. Un lago de cemento en el centro de un parque silente de metal. Largas calles estrechas y oscuras avenidas que en la noche se encienden como venas de luz. Por su caz todo fluye. T alimentas al monstruo con tu vida minscula. Sedimento de muerte, todo fluye en su caz.
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Ciudad Jardn Construimos la casa con amor y era tan blanca como los deseos que an no se saben. No haba sombra en ella acumulada. Una ciudad ajena a la ciudad, un pjaro volando dentro de s mismo, eso era nuestra casa. La muerte no la haba pisado todava. Pero de pronto ha transcurrido el tiempo sin darnos cuenta: un buen da sucede que ha pasado: unas tardes entierran a otras tardes, los armarios se llenan de tristeza, las alacenas de desesperanza entre fracasos de cristal y loza, y los dulces recuerdos se abarquillan dentro de lbumes negros que nadie abre. Cuatro perros ladraron en la casa ms un gato atigrado y un canario
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amarillo que canta en una cinta que se borra, se aburre, se ha perdido seguramente en la gambara y nadie va a subir a buscarla porque nadie es quien era en la casa. Dnde ests, dnde estoy, dnde estamos? Nadie es lo que pudo haber sido porque nadie fue lo que pudo ser cuando la casa era el tamao de nuestra esperanza. Es lo que pasa. Entonces, digo, ahora es el momento de vender la casa en la Ciudad Jardn. Enterraremos en el rincn del fiemo los recuerdos que ya no quiere nadie, ni nosotros mismos que somos mscaras de aquellos otros que merecieron nuestra casa. Muelle de Ripa Una tarde sin penas ni alegras que se iba consumiendo, tan sola como t y como yo sobre las blancas barandillas dudosas de septiembre.
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Salida de ciudad La ciudad est llena de caminos, dice Jos Mara Fonollosa: todos son buenos para escapar de ella. Buscas esos caminos en la noche y por el da sigues las pisadas de los que se marcharon an no sabes a qu hora, de qu modo cuando nadie poda verles, aunque a veces dudas de que lograran irse en realidad. Hay letreros que anuncian SALIDA DE CIUDAD y t los sigues. Quieres creer que dicen la verdad, que alguien pudo realmente salir de aqu, pero jams consigues atravesar el tnel, alcanzar la autopista, salvar esa rotonda inexplicable. Los caminos llegan a la ciudad, pero alguien que no sabes cambia seales y confunde rumbos para tu dao, para que no salgas.
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Plaza del gas El hombre extrao que ahora escribe, que ahora vers detrs de la ventana, ests vindolo ya, lo ves, lo acabas de ver: est escribiendo solo, est en su oficina craquelada: el viento del otoo sacude su cabeza de caballo y el Norte es una herida lenta que nadie entiende, una oficina sofocante, un hondo horno apagado, un hombre raro que escribe, un hombre alto que busca aliento.
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Aurora Polar, seguros A la cuesta de enero te aseguran la vida, cunto es todo?, sin saber si el torrente volver al manantial. A la cuesta de enero qu te queda: talentos echados a perder igual que agua echada al ancho mar. A la cuesta de enero qu te sobra: otro ao perdido en la gambara polvorienta que nadie orear. As ha pasado siempre. Es lo seguro. No sabes qu ha pasado. No sabes lo que pasa mientras miras pasar pesadamente nubes, das contra el cristal tintado de la Aurora Polar.
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Albada en marzo Abren los bancos como cada da cada maana. Tiemblan los portales. Treman los trenes. Como manantiales amargos suenan los ordenadores. En los andenes de las estaciones los pasajeros suben con sus carteras y desnudos bajan. Hacia ninguna parte desde todas las partes. Rosa rota de los Vientos, volada. Hojas ardidas. Resaca del invierno.
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Marqus del Puerto (Notara) Todo estaba expresado despus de tanto tiempo. Todo justipreciado despus de tanta muerte. La casa al fin cerrada. Los relojes tasados. Cada parte partida cabalmente. El dinero contante y sonante en sus cuentas, trabajando en silencio. Y unas tierras perdidas en el valle encartado de tu infancia acabada que hace agua, hace dao, hace fro pensarlo. Fuera de la escritura nada queda. Ni una maana ni una tarde intacta, ni una palabra tuya que te dieran para siempre, ni un nombre propio e intransferible, ni una letra slo bordada para ti. Nada tuyo fuera de la escritura.
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Cervecera de Basurto Me llevaba mi padre, haba vuelto. Atravesaba el cielo de septiembre el anuncio flamante de la felicidad. Me llevaba mi padre. A nuestra espalda la tarde acariciando los pinares con la ltima luz. Palor y sombra. Azulejos azules y amarillos, cerveza y gaseosa y en la piel verano todava: la avioneta en el aire anunciando yo qu s, qu ms daba, volando y desapareciendo rumbo al mar. Viajes Ecuador No existe el Sur, lo sabes. Llueve a manta de Dios sobre esta isla rodeada de gras y gaviotas. Da lo mismo que embarques para nunca volver. Irse es quedarse.
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Pabelln Jado El tacto fro del fonendoscopio, la montura de plata, el cielo azul detrs de la ventana, las palmeras brillantes, el dolor, ese dolor, la letra indescifrable en el papel, la amable explicacin que ya no escuchas, lates y nada ms, no hay ms, por hoy no has muerto.
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Pabelln Areilza Haber vivido un da entre mil noches, entre mil muertes dulces, fiebres, largas enfermedades infantiles, ganglios, lentos aos de destruccin indestructibles, tuyos. Entre mil pasajeros pasajero deshabitado, inmvil contra el tiempo invencible, intratable, minucioso asesino de arena. Haber vivido un da entre mil noches, te lo dices, sera suficiente as las cosas.
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Hotel Abando Eres uno que llega con lo puesto. Tu nombre en el registro. Eres otro husped fumando contra el techo, volando con el mando a distancia de la televisin, pero no quieres dejar esta ciudad que no conoces. No deseas que deje de llover. No deseas que deje de doler. No deseas que deje de llorar. Como los estorninos vuelas de noche, sigues rdenes ciegas, miras sin ver. Como Claude Roy deca de los pjaros (pensando en realidad en Malcolm Lowry) t no vuelas para ir a otro lugar, sino para no estar en donde ests esta noche lluviosa, este invierno de agosto.
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Montaas de humo De una galleta china de la suerte sali Bilbao. Puedes creerlo. Puedes escribirlo con finos caracteres en tinta negra en un papel de arroz y despus enrrollarlo y despus engullirlo. Hay patraas hermosas de veras, bromas tristes, gloriosas tardes de ftbol, monosabios lelos, corridas prodigiosas, temblorosos poetas perseguidos por la CIA, negras gabarras, corazones rojos y blancos, autobuses Westinghouse, arte y desarte, tulipanes, perros llenos de aire, fabulosas tablas de Flandes, policas y ladrones de nubes, pescadores de almas, comedores de angulas, vendedores de anillos de humo y planchas de metal, empresarios que invierten en el cielo, rascacielos que no creen en Dios, zapatos de alzas para la ciudad, zapatos de alzas para el corazn, zapatos de alzas para levantar el marazulmahn todo seguido del poeta perseguido, secuestrado por su sombra, caramba, por su sueo. Montaas de humo que la lluvia borra.
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Escalera de noche Cada noche alguien golpea a su mujer abajo, arriba, arriba. Abajo un camin riega las aceras, rueda por la Avenida arriba, abajo, riega de arriba abajo. Cada noche arriba alguien baja y arroja la basura rpidamente abajo, ms abajo. All arriba alguien duerme a su hija cada noche, alguien llega con su dolor al hombro desde abajo, con su dolor al hombro boca arriba. Con su dolor de pecho cada noche alguien prende la luz de la escalera.
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Arena de Ereaga Un reloj y un desierto, una ciudad al sur de cualquier mapa que deshace cualquier viento y rehace de la nada, en un libro que no lees, la mano desnuda de un maestro de obras ciego. Un castillo en la orilla, una ciudad al sur de cualquier mapa que deshace cualquier golpe y rehacen de la ruina, con cubo y pala y nada, slo arena y dos brazos, las manos de tu padre en otra playa.
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Senderos de Artxanda Contra nosotros se levantan altos muros espesos de razones, letras pesadas como plomo, duras leyes de hierro y, sin embargo, insistes en la equivocacin, te abrazas a la dulzura del desconocimiento: gozas del placer del error, aspiras hondo el aire del fracaso tan fragante como aliso silvestre, vas y vienes, frecuentas los senderos intiles: helechos, aves, nubes.
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Perro perdido (Amzola) Yo ser pronto (antes de que ni t ni yo nos demos cuenta) l. Me veo entre la niebla y no me veo, me ves y no me ves. Lejos avisto su alta silueta lenta. Mrale: yo soy l, t eres t, ninguno sabe nada del otro an. No temas, dame tu mano blanca, Esther, estamos juntos, buscaremos juntos entre los puestos y los anaqueles inalcalzables de los hipermercados, entre las cuatro paredes de esta casa que nadie ha levantado, entre los rboles cuya semilla nadie ha plantado an, entre los aligustres del jardn que no has visto, dentro del laberinto, entre la lluvia, a travs de la bruma con tus manos venceremos al miedo, con tus ojos encontraremos juntos al perro extraviado de nuestras esperanzas.
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Lindane Las grandes superficies tapizan el pequeo pas. Mi pequeo pas, de repente, se ha cubierto de grandes superficies. Las grandes superficies a menudo florecen en campos de lindane. Los campos de lindane son la herencia que algunos creadores de riqueza dejaron en la tierra sobre la que asentaron sus prsperos negocios, prspera industria qumica de la margen izquierda del Nervin. La riqueza tambin tiene su precio, sobre todo la ajena. Alguien debe pagarlo. Alguien lo paga. Alguien lo est pagando. Nada es gratis. Alguien lo pagar. Donde antes hubo fbricas ahora crecen las grandes superficies. Donde nunca hubo nada, ni lindane, crecen las grandes superficies ahora. A finales de los aos 40 del viejo siglo XX nadie poda imaginar que del ultramarinos, por un lado, y del economato, por el otro, se pudiera llegar a la gran superficie del tercer milenio. A finales de los aos 50 se comenzaron a utilizar como pesticidas los productos organoclorados, entre ellos el lindane o el lindano, da igual, nadie se va a morir por un letra, lo normal es morirse de cncer, de un infarto o de un susto de la vida, que no deja de darlos. Era un buen pesticida el lindane. El DDT era un buen insecticida. La Manga del Mar Menor se limpi de mosquitos empleando insecticida venenoso fabricado tal vez en Barakaldo o en Erandio, de manera que gracias al lindane pudo desarrollarse all el turismo en los
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aos 50 y 60 y gracias al lindane, de rebote, Lzaro Carreter pudo escribir los guiones de las pelculas que Paco Martnez Soria protagoniz rodeado de suecas y haciendo de paleto con la boina calada hasta las cejas. Nos haca mucha gracia aquel cmico. El DDT mataba, pero no lo sabamos. La editorial Bruguera editaba tambin la revista de humor DDT, donde colaboraba Vzquez, el padre del inmortal Anacleto, agente secreto. En el fondo, todo es una gran broma urdida por los servicios de inteligencia de no se sabe dnde, de s se sabe quin. Una especie de chiste concebido para que los turistas no se aburran, porque el aburrimiento mata lentamente, a lo peor lo mismo que el lindane de los aos 50 que no vemos, pero que nos vigila desde los cimientos del centro comercial. Los hijos y los nietos de las suecas que enloquecieron a Martnez Soria vienen ahora a Bilbao a visitar el sufl de titanio de Frank Gehry sin saber que muy cerca, en la vega de Ansio, por ejemplo, crecen las amapolas en campos de lindane. Nacen con la semilla de la muerte y florecen, sin embargo florecen, florecemos. Los verdes campos del Edn florecen y t decides hoy darte una vuelta por el paraso y comprarte una cosa, cualquier cosa, una play o un iPod o un kilo de garbanzos que no vas a comer, vas a comprar, vas a empujar el carro hasta el final, hasta que la cajera de los ojos azules te mire y no te vea y si te ve te diga: Qu hace un muerto como t en un centro comercial como ste?
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La noche es grande como tus manos vacas. No es menuda como una moneda gastada. Tu hija es menuda como limosna de pobre. No es grande como el ojo del amo del mall (no se pronuncia mal, pero debiera). El amo del mall conoce el precio de cada cosa. Tu hija ignora que todo se vende y se paga. Tu mujer compra libros de autoayuda y benzodiacepina. Y t no sabes si antes de la muerte habr vida.
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Comida rpida Como comida rpida. Manejo un coche viejo. Leo libros que ya no se venden. S que maana es hoy. S que no soy el nico en saberlo. S que todo est dicho y s que sin embargo. Tengo dolor de espalda. Tengo cada vez menos cosas. Lo que valgo es lo que soy. Mentira. Lo que tengo es lo que valgo. Hay que decirlo. Vengo de no s dnde. Tengo que olvidarme rpidamente. Si me lo propongo s que voy a lograrlo. Perder las llaves de mi coche. Dejar de leer, de escribir, de alimentarme para la muerte con comida rpida.
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Elejabarri, albergue Un hombre hecho pedazos necesita, quiere, busca encontrarse, recorre la ciudad como un ojo sin sueo, un hombre sin cartera, un hombre sin sus lentes, un hombre sin camisa, sin trabajo, un hombre sin remedio necesita un cobijo, una llama, un metro de esperanza, una ordenanza de misericordia, quiere ver una rosa en el centro del mundo, quiere abrir una puerta de cristal en el muro, quiere contenedores que abran paso a huertos subterrneos, pudrideros donde renazca el aire clausurado y se restaen todas las heridas. Un hombre sin abrigo cae redondo como una piedra al pozo del invierno, quiere salir a flote, est pidiendo una mano, una cuerda, un clavo que no arda, un perro que no muerda.
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Horario de oficina
Este que vive de su sueldo, ese que suelda de su vive. Julio Cortzar
Horario de oficina donde yace. Es hermoso matarlo y es feliz. Plaza de Venezuela humedecida, hace tiempo que el tiempo acaba aqu. Vivir es un oficio inmerecido como esta plaza hmeda, redonda y vitalicia hasta el final sabido del infeliz que suelda de su vive. Hace como que hace y nada crece en la oficina donde reza y pace el ltimo en salir. Hay que apagar la luz antes de entrar, que a nadie ciegue la luminosidad: aire parado y agua mineral. Para ataraxia esta: a medioda un tentenpi y la fiesta de ayer en el diario provincial. Porque todo est bien y porque todo, es tan irreparable como el pelo
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que se pierde, se cae, no se puede parar, se va marchando, yendo, imponiendo su ausencia lentamente lo mismo que la gente. De la vida uno se olvida a la hora de la siesta.
Cerillas Medio vaca o medio llena est mi vida a estas alturas. Voy bebiendo lentamente mi copa. Voy viviendo como voy escribiendo. Ms all late el papel en blanco. Ms ac crece el recuerdo como hierba. Enciendo otro cigarro que se quema y prendo otra cerilla que se apagar. Medio vaca o medio llena est mi vida a estas alturas. Trastabilla mi mano tras el humo: voy fumando mis das lentamente. Alumbrar un instante mi rostro la cerilla que suavemente el viento ir apagando.
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Mi madre me lea So esa noche con la casa vieja de mis padres. Mi madre me lea el libro de mi vida hoja por hoja junto a la placa de calor y el da se esfumaba a travs de la ventana de la cocina como humo. Estaba Francisco Franco hablando, interrumpiendo el curso de mi vida. Fue preciso que mi padre apagase aquella radio. Luego sigui mi madre, se hizo vieja muy pronto, se hizo tarde, se hizo el muerto mi padre aquella noche: estaba muerto en el centro del cuarto, en una caja, mientras mi madre haca que dorma.
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Sonetos Me pasaba las tardes destripando sonetos, sacndoles los ojos, retorciendo sus cuellos de cisne, fumndome catorce cigarrillos delante de sus caras a veces de ceniza, a veces sonrosadas y sonrientes, hacindoles llorar, claro est, por el humo, ahora que est prohibido, ahora que nada. Quizs porque no haba otra cosa que hacer ni que rascar, qu rascar. Rasca y gana un soneto. Otros se entretenan levantando castillos de naipes, haciendo crucifijos con pinzas de la ropa o maquetas del Puente Colgante con palillos de dientes. Unamuno, adems de sonetos, haca pajaritas de papel. Otros se dedicaban a escribir en un grano de arroz una vida de santo, por ejemplo la de San Ceferino, Papa y mrtir. Y algn otro escribi sin perder una coma el Quijote y de premio le dieron una calle (la que nunca tendr Pierre Menard) en un barrio en la falda de un monte. Estas curiosas ocupaciones (como enyesar la pata de una araa) no son del todo raras en Bilbao. Escribir un soneto no es algo natural, pero es algo, no es nada. Escribir cien sonetos indica que algo pasa. En Bilbao algo raro les pasa a los poetas. Por qu escriben sonetos los poetas como no los escriben en Donostia? El soneto es el rey de los decires, deca el miglior fabbro de la Villa, al que se le cayeron de las manos, junto al anillo de la Comunin, unos cuantos sonetos (ciento veinte,
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no vamos a mentir, ms alguno que no entra en la cuenta) y en cada uno de ellos, con uas y con dientes, luch para que el mordisqueado endecaslabo recuperase lozana y apresto y para que el poema se extendiera, para que sus catorce versos respirasen como un mar sin riberas y hablasen de la tierra, de la ra y los montes violetas y de las chimeneas que echan humo, para que echen o echaran sonetos que nos intoxicasen de pureza. Otro de los poetas ms altos del lugar levant un Pagasarri de sonetos desde el que se contaban las olas del Cantbrico, las pginas abiertas del Larousse y las figuras del Museo del Parque. Se durmi en los pinares azules y se muri de viejo en brazos de una condesa joven que pint Zuloaga. Algo pasa en Bilbao. Algo nos pasa.
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Fondo de armario Buscas en los armarios esta tarde de este noviembre entre esos viejos shetlands y esas americanas desfasadas que no son de tu padre, que no han sido de nadie al parecer, buscas, no sabes en realidad qu buscas, no te atreves a decir lo que buscas: esos aos que han desaparecido en los armarios del tiempo, que han volado, se han deshecho como alcanfor en los bolsillos. Das sin rastro, amaneceres, noches sin direccin, resguardos de otras tardes que no recuerdas, trastos, tristes perchas, tristes trajes ajados, tristes huellas.
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Inventario Una casa con libros contra el tiempo en la calle del aire (es un decir que se puede ajustar a la verdad). Una vida pasada en el alambre de la palabra. Una experiencia al pie de la letra imborrable. Poesa de balde en las paredes de la tarde amarilla que arde. Mala sangre y buenas intenciones a porfa. Una cuenta vaca. Un cenicero (como el de Blas de Otero) repleto de colillas. Menos ganas cada vez de escribir. Una mujer un perro y un trabajo. Otra maana.
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Biblioteconoma Cuarenta inviernos con algunos tantos aos perdidos entre los papeles. Cuarenta libros menos unos cuantos que an no has escrito pero que te hueles. Cuarenta estampas de cuarenta santos que no te crees y cuarenta crueles historias tristes y cuarenta cantos nada pisanos en los anaqueles. Cuarenta letras de cuarenta tangos de Mastronardi y en la mente cunto Jorge Luis Borges minucioso y tanto Cortzar en un da gravitando. Y qu enorme el eterno dinosaurio de Monterroso y cunto cuento hermoso.
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Zubi-Zuri Perderlo todo, hasta la sombra. Estorba tanto lastre en el suelo. Alivia el alma ganar altura renunciando al vuelo. No saber ya quin eres ni quin fuiste, ni quin podras ser una maana que no amanecer. Perderlo todo en la ruleta al alba: tu silueta alta y lenta, tu espalda hecha buhardilla y tanta ganga en el fondo, cunta morralla pura. Es bello perderlo todo en un instante, es cierto. Cerrar los ojos bajo el puente: amarte viendo pasar lo que siento.
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Puente de la Salve Las maanas sin ojos lo contemplan. Ascienden las escaleras de hormign desiertas. Palpan la piel del agua, el mar de asfalto, el viento desde lo alto del puente que despierta. Los camiones del alba lo atraviesan. Alumbran su cemento pintado de suicidas sin ojos. De los mil oficios que lo han hecho sobre el turbio ro de hierro hace memoria el puente para olvidarlos luego oscura, lentamente. Los pies de paseante sobre el puente. Los pies con los que borra el caminante el breve fulgor del tiempo. El nido de serpientes de hierro bajo el ojo ciego del puente. El mundo en un pauelo de titanio. El mundo, lo mismo que una barca pasadera que la corriente de este ro lleva.
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Nubes en Elorrieta Lo mismo que las nubes que se van y que nunca se quedan. Siempre van las nubes. Se estn yendo, como t, pero estn. Las nubes son. No se recuerdan. Ni fueron ni sern. Van existiendo y desapareciendo frente al mar, frente al mundo. Nacen, crecen, se van. Blancas nubes de paz que heridas pasan.
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Este mundo, repblica de viento (Gabriel Bocngel en Alameda de Rekalde) Antes quiero doblar aquella esquina y decirle a su dueo que mi casa tambin es suya y ma su miseria y su costra escarlata y su derrota. Y quiero que me crea y quiero verlo con su falsa cicatriz cenicienta temblando en mi ventana. Despedirme con un pauelo blanco del mendigo que llevo dentro, el otro, el habitante de este mundo, repblica de viento.
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Cuando ahincabas el paso (Paseo del Campo Volantn) Cuando ahincabas el paso no saba yo que el final de aquel paseo era esta casa vaca, nuestra casa sin ti, conmigo dentro. No saba que los padres se pierden como anillos en un estanque, igual que perros ciegos entre los rboles. Entonces, cuando ahincabas el paso yo pensaba que mi madre era joven y tu pecho (invencible como el de los guerreros, necesario y eterno como las oraciones) no dejara nunca de batirse en la costa como el mar que no acaba. No saba que al apretar la marcha por seguirte y no perderte estbamos, estaba convirtindome en cauce de tus pasos, embajador secreto de tu Estado, cnsul de tu repblica exiliada, apoderado de tu corazn.
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Cuando t eras silencio Cuando t eras silencio, antes del primer plpito, yo no so contigo. Estaba caminando, desandando mis pasos sobre el mundo (que era Abando), leyendo las vidas de Machado (Antonio), Juan Ramn (Jimnez), Villamediana (el conde), viendo el desencanto obsceno de los hijos de Leopoldo Panero (no recuerdo quin desbarr primero). Estaba trabajando, levemente escribiendo, esperando la carta que el cartero me entregaba cada maana y nunca, nunca llevaba una paloma dentro (a veces, digo a veces,
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traa un muerto). Estaba, en fin, viviendo, andando, divagando y paseando (sobre todo) al perro. Eso es lo cierto. Es fcil montarse una pelcula al respecto (una pelcula de serie cielo). Pero yo soy un pjaro terrestre. Digo que andaba solo sin tu abrigo pero no me acordaba de quererte, no lograba inventarte, no soaba tenerte como me tienes. No soaba contigo. Refractaba luz negra un cristal ciego. Estaba mudo. Y no so contigo (pido que me perdones) aquella noche cuando t no estabas.
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Tampoco soy de aqu Olvido dnde estoy, y qu remedio. En el centro de qu, en lo alto de dnde, en el fondo de cundo. Olvido dnde voy, no s mi adnde. Prisionero me soy. Huye mi nombre. Dao me hace pensarlo y ms decirlo. Olvido esta ciudad que me contiene. Prfugo me declaro en rebelda de su cloaca navegable ra. Me fugo en el furgn de la palabra. Me voy para quedarme y me detienen.
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Bilbao-La Robla Lleg por largos tneles de nieve, largos aos de espera sin esperanza. Das como noches. Lleg con l, sin ms, con todo el fro dentro. Tierra dura a la espalda. Dicen que lleg con su fro para echar lea al fuego, mintieron. Le faltaba calor. Lleg desnudo. Andaba deshogarado como el humo. Andaba transparente. Las manos como bocas abiertas. Los dientes apretados. Era uno con las alas heladas a la espalda y llegaron detrs de l otros cien, mil volando con sus alas de hielo, alas de holln, dijeron, digo que aquel invierno lo encendieron ellos volando. Alas de fuego les brotaron y el cielo, quiero decir el hierro, arda con dulzura inexplicable.
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Abando y barra Vas a tener en cuanto te descuides que marcharte del bar. Recuerda que esto no es un after-hours. Ni un hospital de sangre. Ni un juzgado de guardia. El establecimiento tiene un horario de cierre. Se barren las colillas. Se baja la persiana. Se apagan los letreros luminosos. Queda todo vaco como un prostbulo abandonado. As es. Ser mejor, por tanto, que te apures. No bebas ms sin sed. Olvdate del mal servicio. Olvdalo. Disculpa estos vinos acedos, la mirada de vitriolo del barman. Algn da tendrs que perdonar. Alguna vez tendr que suceder. No es saludable beber as, vivir (digo vivir) sin una gota de misericordia. Est lloviendo. Escucha. Date cuenta: tu alma es un paraguas que desbarata el viento. Habr que perdonar alguna vez. Vas a tener que irte. Vas a irte. Tendrs que perdonarte alguna vez.
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Toda ciudad Toda ciudad es un recuerdo que alguien olvida en algn taxi. Todo retrato es el reflejo de uno que pasa y se deshace. Vivo desde hace muchos aos, ms de la cuenta en este teatro. Todo teatro es un espejo donde la vida se debate. Toda mi vida he caminado por un Ensanche reducido. Todo horizonte es resultado de un laberinto sin salida. Juego desde hace mucho tiempo sin importarme el resultado. Toda ciudad es un tablero ligeramente alabeado. Todo pas es un pasado imprevisible y fementido. Toda ciudad es una herida y un hospital abandonado.
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Consigna de la Memoria
Unos cuantos recuerdos Recuerdo a mi to Paco en la Estacin del Norte, bajndose del tren con una gran maleta Sansonite. Una maleta roja para saber que era l, que estaba all, que acababa de llegar a Bibao y tena que volver a Madrid y volar a Argentina al cabo de diez das, con su maleta roja, su maleta rodante (ahora todas las maletas lo son, pero entonces era la Sansonite la que rodaba). Mi to Paco haba rodado mucho. Trabajaba en el circo. Era el hombre del hielo. Para eso se haba hecho ingeniero (me lo cont mi padre), daba pena contarlo, daba apuro decirlo, daba fro pensarlo aquel invierno del 78 en la Estacin del Norte. Por el camino me cont cmo se haca el hielo, cmo se levantaba y sostena un palacio de hielo, cmo se converta todo, finalmente, en cubitos de hielo y polvo helado. Cuando no trabajaba en el circo, venda y reparaba frigorficos en Palermo, aunque a veces viajaba a otras ciudades donde le requeran. Para eso se haba hecho ingeniero? preguntaba mi madre. Qu diablos guardaba nuestro to en la maleta? nos preguntbamos mi hermana y yo. Cuando al fin coloc su gran maleta roja en el portaequipajes del tren de vuelta, mi padre recuper la calma y dej de temblar.
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Recuerdo la mirada de Ernst Jnger azul y fra y casi centenaria mientras era investido doctor honoris causa por la Universidad del Pas Vasco. Recuerdo el ruido de los manifestantes y alguna de las cosas que gritaban. Y recuerdo tambin que Jos Luis Merino quiso fotografiarse con el hombre de mrmol, para su coleccin de monstruos. ~ Recuerdo que Gimnez Caballero nos recordaba en una sala del hotel Ercilla su amistad con Curzio Malaparte. Nos contaba que un da, estando en Roma, Malaparte le haba presentado a Sofa Loren y l se haba acordado del bilbano Ramn de Basterra y de aquel libro suyo: Las ubres luminosas. ~ Recuerdo que mi madre me compr una raqueta en la tienda de deportes de Zarra para que conociera a Zarra, porque yo estaba loco por conocer a Zarra, aunque apenas quera jugar al tenis. Y recuerdo que Zarra alto, fuerte y formal, como un John Wayne vizcano y futbolista no estaba aquella tarde de febrero en la tienda. ~ Recuerdo que en Bilbao, sin darnos cuenta, pasamos un buen da de Zarra a Zara. ~
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Recuerdo mis primeras escaleras mecnicas, cuando se inaugur en Bilbao El Corte Ingls. All sigo, unas veces subiendo, otras bajando. ~ Recuerdo que Pablo Bilbao Arstegui recordaba la ltima vez que vio a Esteban Urkiaga, Lauaxeta, antes de que lo fusilaran: sala de una librera de la Gran Va con las poesas de Antonio Machado bajo el brazo. Y recuerdo que Pablo Bilbao no paraba de decirme que el Grupo Alea (al que tambin haba pertenecido Lauaxeta) no haba sido nada. Pablo y Jaime Delclaux, fundadores del grupo, fueron a ver a Juan Ramn Jimnez a Madrid a principios de julio de 1936. Adoraban al poeta de Moguer. Pocos das ms tarde el pas estall con todos dentro. ~ Recuerdo que el poeta Jos Mara Basalda anunci su suicidio y, afortunadamente, nos minti. ~ Recuerdo que mi amigo Eduardo Apodaca defenda que Unamuno, pese a todo, era un poeta estimable y no un lechuzo con odo de pedernal como opinaba Blas de Otero. ~ Recuerdo que Sabina de la Cuz deca que, en el fondo, Blas de Otero hubiera preferido conducir un camin de cinco ejes a escribir poesa social.
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Recuerdo las ofertas de Almacenes El guila y los zapatos de Calzados Muro. ~ Recuerdo que Regina Soltura contaba que su to, Jos Mara Soltura, gran viajero, mecenas de Unamuno y maestro del gran Ramn Carande, era amigo de Kafka, un escritor de Praga con mala estrella. ~ Recuerdo que Jos Mara de Areilza me desaconsej escribir sobre Rafael Snchez Mazas: buen poeta, pero espesa retrica. Personalmente, prefera el Madoz y los mapas de Coello, bastante ms fiables y menos peligrosos. ~ Recuerdo que James Baldwin no quiso hablar de Jaime Gil de Biedma cuando estuvo en Bilbao. ~ Recuerdo que Gregorio San Juan no olvidaba aquel viaje en tren en el que Blas de Otero no le dijo una sola palabra. ~ Recuerdo la tos estereofnica (no s cmo lo haca) de Gregorio San Juan, su enorme y selecta biblioteca y su ancha y generosa erudicin. ~
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Recuerdo que de nio tampoco me gustaba el palacio de Chvarri. Aunque yo no saba que all estaba el Gobierno Civil de Vizcaya, me pareca la casa del horror. Luego vi largas colas de vecinos para entrar al palacio el 20 de noviembre de 1975. ~ Recuerdo que Ramn Irigoyen arruin con sus chistes una presentacin de la revista de poesa Zurgai, y que no nos dejaba de recomendar a Juan Manuel de Prada, no s bien para qu. ~ Recuerdo que Jorge Edwards cenaba en el Ducale con Beatriz de Moura y no paraba de poner a parir a Neruda. ~ Recuerdo que Ramiro Pinilla me aconsej: Procura tener cosas que no te puedan quitar. Y que luego perd mi columna y eso me consol. ~ Recuerdo que Javier de Bengoechea fue discreto hasta para morirse suavemente cuando todos estbamos fuera. ~ Recuerdo, por si acaso, que no deseo que Flix Maraa firme mi necrolgica. ~ Recuerdo que Enrique Mochales escriba unos cuentos fantsticos.
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Recuerdo que ngel Ortiz Alfau perdi un libro muy raro (slo veinte ejemplares en el mundo) de Estanislao Mara de Aguirre sobre el pintor Gustavo de Maeztu, y que encontr otro igual, lo cual le pareci, ms que un golpe de suerte o una casualidad, un milagro del dios de los libros. ~ Recuerdo que los premios literarios, como dice Felipe Bentez, no son medallas, sino heridas de guerra. ~ Recuerdo que el 27 de diciembre de 1995 recib una postal desde Valencia de mi amigo Vicente Ferrer, el editor de Media Vaca, con la siguiente cita de Baldomero Fernndez Moreno: Necesito prepararme para todo. Para m, prepararme, significa dejar correr el tiempo indefinidamente. Preparmonos, aada Vicente, para 1996, otro ao que viene a tocarnos las narices. De repente un da, sin saber por qu, hagamos planes para vernos. ~ Recuerdo que Pere Gimferrer, cuando se decidi por fin a venir a Bilbao, intentaba dedicarme su novela Fortuny sin decidirse a hacerlo en la pgina de respeto, en la primera pgina o en una de las guardas. ~ Recuerdo que el director del peridico me dijo: Llevar el suplemento literario es como repartir sardinas a las focas.
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Recuerdo que una tarde de 1985, a la salida del dentista, me encontr con el poeta Javier Aguirre Gandarias y que, por nuestra timidez, no pudimos dejar de dar vueltas a la plaza de Indautxu hasta la media noche. ~ Recuerdo las pintadas obscenas en las ruinas del Cinturn de Hierro de Bilbao. ~ Recuerdo el apetito desmedido de Antonio Gamoneda. Recuerdo que le dije que mi libro preferido suyo era el Blues Castellano y que l no dijo nada, porque lo que quera era que me gustara su Libro del fro. ~ Recuerdo que en 1973, gracias a mi estatura, pude entrar en el cine Abando y ver Cuerno de cabra. Y recuerdo que, a pesar de todo, no aprend la leccin y segu frecuentando aquella cartelera barbitrica. ~ Recuerdo un posavasos del Gato Negro. ~ Recuerdo el chirrido de las suelas de goma en los pasillos del Museo del parque. ~ Recuerdo a Marcos Ana a los 87 aos, diciendo que, en realidad, tena solamente 64.
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Recuerdo que, durante once aos, fui de Bilbao a Santurce (y tambin de Santurce a Bilbao) en autobs. ~ Recuerdo que mi abuelo estudi en Zaragoza. ~ Recuerdo que Silverio Caada me dej a deber una gua de Bilbao (coleccin El viajero Independiente. Ediciones Jcar) que todava anda por ah. ~ Recuerdo que Jos Agustn Goytisolo, entre bromas, le deca a Paco Ibez que era ms vasco que l. ~ Recuerdo que Bitoriano Gandiaga me pidi que le fuera a visitar a Aranzatzu, y que lo fui dejando para luego y que luego fue tarde. Recuerdo el colofn franciscano de sus cartas: paz y bien. ~ Recuerdo que Eusebio Absolo se saba de memoria muchos cuentos jasdicos. ~ Recuerdo que Camilo Jos Cela me pareci un enorme mueco inflado. Recuerdo que llevaba un traje negro, como de empleado de pompas fnebres, y una especie de zapatos ortopdicos cuando habl sobre Po Baroja en Bidebarrieta, antes de separarse de Rosario Conde. ~
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Recuerdo estos tres versos de Jos Corredor-Matheos: Que despus de la muerte / hay la nada / o la misericordia. ~ Recuerdo (gracias a la memoria de Gregorio San Juan) algunos epigramas de Santiago Amn dignos de ser llevados al papel o de brillar en el cibersespacio. ~ Recuerdo el genio de Carlos Edmundo de Ory, y tambin su idiotez. ~ Recuerdo la inteligencia sosegada de Chantal Mallard. ~ Recuerdo los colores de las piedras de Mauritania que ya no se ven, dnde estn? ~ Recuerdo que mi perra me agradeci en silencio (porque saba hablar) que la ayudase a terminar la vida con aquella inyeccin. Movi la cola y me mir a los ojos y llor. ~ Recuerdo que el preboste, en la presentacin de un libro de poemas que no haba ledo, dijo solemnemente que si no hubiera poetas, habra que inventarlos, y se qued tan ancho y nadie dijo nada, por si las moscas. ~ Recuerdo que el gestor cultural nos dijo (ramos tres poetas, cuatro o cinco pintores, un director de teatro, varios actores y actrices, una diseadora, una cantante pop y un mimo): Os digo, amigos, que no sois necesarios; sois imprescindibles. Y recuerdo que todos nos remos un poco, incluso el mimo.
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Recuerdo el autobs Bilbao-Madrid y, sobre todo, el rea de servicio de Lerma un trece de diciembre con siete bajo cero y doscientas pesetas en el bolsillo. ~ Recuerdo, como Juan Carlos Mestre en uno de sus libros, la cita de John Keats: Poeta es aquella persona que en presencia de otro se considera siempre su igual, sea ste el rey o el ms pobre del clan de los mendigos. ~ Recuerdo que mi primer coche, un Seat 127 de cuatro puertas, proceda de las inundaciones de 1983. Ms que un coche, me vendieron un pecio. ~ Recuerdo que hace poco le en una bitcora canalla la siguiente opinin: Lo ms triste de Me acuerdo es que lo nico que merece la pena del libro, esto es, la idea, ni siquiera es de Perec, sino de un yanqui que escribi, ocho aos antes, I remember. ~ Recuerdo que las seoras fumaban Piper y los hombres Ducados, Coronas, Jean y Celtas cortos. A los catorce aos, yo fumaba de todo. ~ Recuerdo una cancin de John Cale cuyo estribillo dice: Podra dormir mil aos. Me sucede a menudo esa cancin.
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Recuerdo una Bultaco que me hizo feliz y una Montesa que jams arrancaba. ~ Recuerdo que Jean Paul Sartre dijo, refirindose al Gulag sovitico: Si estos campos existieran realmente, no habra que hablar de ellos. ~ Recuerdo que el novelista alemn Fritz Rudolf Fries, autor de El dirigible, naci en Bilbao en 1935. Uno de sus abuelos tena una oficina en la calle Doctor Areilza (o era en Mximo Aguirre). Todo en la vida es un inmenso embrollo. Nacer es un embrollo. Bilbao era un embrollo desde sus siete primitivas calles. La Alemania del Este era un embrollo y la que vino luego un embrollo mayor: Yo votara, aseguraba Fries, por ser mejicano o pastor en el Pagasarri. Las naciones son un maldito embrollo: Slo en la fantasa de la ficcin se llega a la armona del universo, deca el novelista el ao 2001. ~ Recuerdo que tambin yo, durante varios aos, tuve una novia de toda la vida. ~ Recuerdo que en 1980 el Circo Ruso sobre hielo de ngel Cristo y Brbara Rey despidi a mi to Paco despus de un accidente sufrido por dos osos patinadores. ~
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Recuerdo que Elas Amzaga no paraba de trajinar papeles en su torre de Getxo, embutido en un chndal azul y rojo que le daba un aire al ltimo Elvis Presley, con sus kilos de ms y sus grandes patillas, enlazando sin dificultades al Canciller de Ayala, Maro ngel Marrodn, Jorge Oteiza, Michel de Ghelderode, Luis Mariano, el lehendakari Aguirre, la oreja de Van Gogh (no el grupo musical, que entonces no exista, sino la verdadera oreja mutilada del pintor holands, sobre el que haba escrito una novela), Sor Juana Ins de la Cruz (hija de un vergars), Aviraneta y Jos Mara Murga, tambin llamado el Moro Vizcano. Era un gran tipo Elas. No gan una peseta con los libros. Se arruin con los libros. Fue feliz en los libros. ~ Recuerdo que Ray Loriga gan un premio de novela en Bilbao. Y despus su cuado gan ese mismo premio. Y despus no hubo premios de novela en Bilbao. ~ Recuerdo que el bilbaino Manuel Bueno, que era hijo de una monja, fue el hombre que dej manco a Valle Incln. ~ Recuerdo el ttulo de un cuadro de Manolo Millares que vi en el Museo del parque de Bilbao: Humbolt en el Orinoco. ~
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Recuerdo que Jos Mara Millares, hermano del gran pintor canario, tena pocos dientes y mucha poesa. Recuerdo que escribi en Liverpool: Porque adems de un hombre como vosotros, soy un poeta, / y un poeta es un corazn ms sobre la niebla del mundo. ~ Recuerdo que empec a beber tarde y que ahora es tarde para recuperar el tiempo no bebido. ~ Recuerdo que mi abuela era hincha del Arenas y que me hablaba mucho del defensa Careaga y el delantero centro Yermo, que al parecer era tambin ciclista y motorista, adems de hombre guapo. ~ Recuerdo el Tiburn que no tuvo mi padre y el Seat 1500 que nos dur veinte aos. Aquellos eran coches. ~ Recuerdo aquellas vrgenes de fsforo que vendan en Begoa y, dentro de la cama, servan para leer de noche. Yo le a Henry Miller a la luz de la amatxu de Begoa. ~ Recuerdo que Jos Luis Merino le pregunt a Jaime Gil de Biedma: Un buen poema es un beso interminable? Y que el poeta cataln contest: Lo interminable es lo ms opuesto al arte. Y un buen poema lo mismo puede ser un beso que una patada.
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Recuerdo que a principios de 1990 vi Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, en el teatro Arriaga, mientras la plaza Elptica era desmantelada y se iniciaban las perforaciones del Metro de Bilbao y otra serie de obras que nos convertiran, segn los polticos municipales, en una ciudad amable. ~ Recuerdo que Miguel Quiroga, hijo de Jos Mara Quiroga Pla y de Salom Unamuno, es decir, nieto de Miguel de Unamuno, le contaba a Francisco Yndurain que una tarde, al volver del colegio, le coment a su abuelo: Nos hablan de Dios, Dios, Dios, pero nadie nos dice qu apellido tiene. ~ Recuerdo al Cojo Manteca dando una conferencia en Iturribide, al pie de una farola y con una muleta en el aire. ~ Recuerdo que Claude Simon dijo en Bilbao que era amigo de Tapis y que no haba ledo una sola novela de Cela. Quin era Cela? ~ Recuerdo que el cantante Pepe Extremadura tena una furgoneta de color naranja. Recuerdo que viva en Otxarkoaga y que hizo un disco dedicado a Gabriel y Galn y cantado en dialecto extremeo. Rock casto, se llamaba la cosa. ~
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Recuerdo la Librera Bilbana de la Plaza Nueva. Y recuerdo a su dueo, que era Pepe Gorriti y haba hecho circular bajo su mostrador, en el franquismo, muchos libros prohibidos que cuando yo le conoc daban algo de risa y mucha pena. ~ Recuerdo que Jos Agustn Goytisolo tiene un poema dedicado a Bilbao Bilbao song que siempre me ha gustado mucho ms que la cancin de Brecht. Yo conoc Bilbao, escribe Goytisolo, yendo a comprar cristales / para una empresa en la que trabaj / y aunque despus la he visto muchas veces / pienso que como entonces / no la ver jams / con su caf de gatos y mujeres / en aquel barrio hermoso / como la muerte y luego / anatemas, murales, nios blancos / llevados por nieras increbles / luz de plomo y carbn / en los paseos / y monjas, monjas, monjas. El poema termina en La Palanca, que es nuestro memorable barrio chino: Tanto placer y slo por diez duros. ~ Recuerdo que a m tambin me trag el Garganta. ~ Recuerdo los aos griegos (los aos del crepsculo) de Federico Krutwig. Le recuerdo entregando su artculo mensual en el peridico del Ayuntamiento, varado en la oficina municipal como una ballena enferma. Una persona que sabe hablar
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el griego clsico, deca, tiene una visin mucho ms rica, completa y justa del mundo exterior, y en consecuencia podr actuar con mayor certeza que una persona que slo hablase en latn, ingls o alemn. Hablaba el griego clsico igual que el castellano, el alemn y el vasco. Recuerdo que denostaba el euskera batua, al que llamaba esperanto vasco. Amaba el labortano. Viva solo. Merecera haberse llamado Asklepios, como el griego de Miguel Espinosa. ~ Recuerdo que a mi padre no le gustaba Flix Rodrguez de la Fuente, quizs porque el invierno de 1938, cuando haca la guerra a la fuerza, estuvieron a punto de comerle los lobos. El que s le gustaba era Alfredo Amestoy, y tambin Kiko Ledgard. ~ Recuerdo que Juan Larrea se refera a Bilbao como ciudadpecera de cielo esmerilado. ~ Recuerdo que en la ciudad haba an, cuando yo era pequeo, afiladores, mieleros y carboneras. Tambin haba carros de gitanos que circulaban tranquilamente por la prolongacin de la Gran Va. ~
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Recuerdo las estaciones de Desierto-Erandio y Desierto-Barakaldo, y las llamas de las chimeneas de Altos Hornos brillando en la noche como en una visin de William Blake. ~ Recuerdo el viento de Saltacaballos que me descabalg de una Benelli. ~ Recuerdo mi despacho de la plaza de Ernesto Erkoreka, decorado con retratos de Luis Martn Santos, Juan Rulfo y Dylan Thomas dibujados por Paco Aliseda. Y me acuerdo de Paco Aliseda fumando y regalndome el ltimo Veneno, con un poema de Daniel Samoilovich titulado Rusia es el tema: Rusia es el tema: de dnde saca tantos libros? Hace calor. / Afuera, el sol ablanda el asfalto y estoy cansado. / Para mi asombro, mi abuelo habla mal de toda la familia: / es un personaje de historieta / rodeado de araitas cirlicas encerradas en un globo blanco / como esos insultos tan atroces / que el guionista no acertaba a expresar sino por vboras, / espirales, pequeos hongos atmicos de mal humor. ~ Recuerdo que lo bueno es olvidar, pero cmo olvidar ese despacho y los primeros sntomas de un infarto agudo de miocardio que en cuarenta minutos llevaran al hombre invisible a la cumbre del mar del dolor?
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Recuerdo que los primeros versos de Cumbre del mar los escrib, dentro de mi cabeza, en una cama de la Unidad de Cuidados Intensivos del Pabelln de Cardiologa del Hospital de Basurto. ~ Recuerdo que a mi ta Carolina la llambamos Nessi, como el monstruo del lago. El problema es que no haba lago. ~ Recuerdo que Joseba Sarrionandia me llamaba tocayo en una carta, despus de traducir al euskera mi poema Ojal, el mismo poema con el que pienso terminar este libro que empez en los andenes de la Estacin del Norte. ~ Recuerdo estos tres versos de Rosario Castellanos: El que se va se lleva su memoria, / su modo de ser ro, de ser aire, / de ser adis y nunca. Pero a veces nos vamos antes de irnos. Un dios quizs clemente nos apaga la luz, nos vaca la maleta Sansonite (qu tena esa maleta, de quin era?), nos libra de nosotros. ~ Recuerdo que, en Bilbao, los helados venan de Alaska y el pan era de Viena. ~ Recuerdo que la maleta roja de mi to tena cerradura, y que intent forzarla, y que no pude. Era inviolable aquella Sansonite.
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Recuerdo que el amor siempre es ms fuerte. ~ Recuerdo que a mi hija se le ocurri nacer el da de San Ignacio en la misma ciudad que su padre. ~ Recuerdo que Francisco Casavella, con su cara de nio agigantado, me repeta en la Estacin de Francia lo que dijo otras veces: La vida es terrible, pero no es seria. ~ Recuerdo que cada vez que me piden limosna y no la doy, me siento mal durante unos minutos, no ms de cinco. ~ Recuerdo los controles policiales en el Alto de Enekuri, cuando me diriga al Campus de Leioa, y el miedo peligroso, incontrolable, de unos y otros, de todos, de los controladores y de los controlados. ~ Recuerdo que La broma infinita, adems de una novela pantagrulica de David Foster Wallace, es la vida. ~ Recuerdo (no recuerdo, tengo que consultar mi biblioteca) que Daro Jaramillo escribi en Historia de una pasin: S que hubo un da en que supe que era la poesa lo que ms me importaba, lo que ms me importaba en la vida. La poesa en su sentido ms amplio y desaforado.
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Recuerdo que un cogote de merluza puede ser poesa, y tambin unas buenas lentejas. Y tambin, por supuesto, un buen vino y un buen cigarro puro. ~ Recuerdo que el infierno es el plat de una televisin local en las fiestas de agosto. ~ Recuerdo que el chirenismo no se cura. Felices los chirenes. ~ Recuerdo que Itsas Burni es un paraso que riega Julia Otxoa con la ayuda del escultor Ricardo Ugarte. ~ Recuerdo que escrib una biografa del poeta Juan Larrea, y que los editores me obligaron a reducir sus cuatrocientas pginas a la mitad. Y que tuve que hacerlo en un fin de semana que no deseo a nadie, cuarenta y ocho horas que prefiero olvidar. Saturno devorando a su criatura. Y el viejo Juan Larrea dando gritos (vboras, espirales, hongos atmicos de Daniel Samoilovich) desde la Va Lactea. ~ Recuerdo que el to Aquiles, el chiripitiflutico del traje tirols, se apellidaba Armario. Y que muri en Madrid en el ao 2000 y me dio mucha pena. ~
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Recuerdo que me he tragado todos los anuncios del mundo en verso y prosa, y que por culpa de ello mi memoria se debe parecer a un Carrefour, slo que con productos caducados. ~ Recuerdo que vi a los prncipes de Espaa en Santurce, desde el patio del colegio, y que meses despus los volv a ver, desde el Seat 1500 de mi padre, en las escalinatas del Pazo de Meirs, al lado de un anciano diminuto vestido de blanco. Aquella temporada nos veamos mucho. ~ Recuerdo que me hicieron una fotografa con el museo Guggenheim a medio hacer como fondo, es decir, con medio Guggenheim a mis espaldas como media pirmide de Egipto o media torre Eiffel. ~ Recuerdo que en 1972 quise aprender euskera (aunque no lo logr) con un mtodo llamado Nora Zoaz. ~ Recuerdo que cada vez que no me nombran, me suenan los odos. Eso nos pasa a todos, aunque algunos no quieran admitirlo. ~ Recuerdo que a Luis Antonio de Villena le llaman el Seor de los Anillos.
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Recuerdo los graffitis que unos cuantos gamberros (G.K. Chesterton entre ellos) hicieron en las ventanas de la casa de Shakespeare. ~ Recuerdo que cada vez que me preguntan: Qu haces?, yo respondo: Caminar en la nieve. ~ Recuerdo que he cometido nueve libros de versos y que, a pesar de todo, no logro arrepentirme. ~ Recuerdo que en 1989 nos reunamos en La Concordia, cada jueves, Mara Maizkurrena, Jos Antonio Blanco, Matilde de la Iglesia, Eduardo Apodaca, Antonio Pinto, Eduardo de la Puente, Juanjo Lanz, Rafa Salcedo y otras personas, supuestamente humanas, que aparecan y desaparecan mediante algn sistema de teletransporte. ~ Recuerdo que una tarde Matilde de la Iglesia nos cont entusiasmada que su hermano pequeo haba escrito el guin de Accin mutante, una historia que nunca podra llevarse al cine, pero s al cmic, claro. ~ Recuerdo que colabor en una revista que diriga en Burdeos mi amiga Ana Romn. Una revista que se deca A punto y se escriba A.
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Recuerdo que mi padre nos contaba que vio rodar El tigre de Chamber en Madrid, mientras preparaba unas oposiciones que suspendi, quizs por culpa de Tony Leblanc. ~ Recuerdo que, al final, todo acaba convirtindose en una coleccin incompleta, igual que estos recuerdos. ~ Recuerdo los limones de Juan Antonio Canta como frutas extraas, rodando por las aguas enfangadas del Mississippi. ~ Recuerdo que a estas horas Ezra Pound seguir caminando por Venecia en alguna ventana de YouTube. ~ Recuerdo las tempestades de cemento de las ltimas dcadas. Todava salpican parados. ~ Recuerdo que el deber de todo poeta es estar siempre atento, pero a qu. Digamos que a las nubes. El poeta es el hombre del tiempo, de su tiempo, del nuestro. ~ Recuerdo que uno de los lemas de Jorge Riechmann es: Hacer lo justo y esperar lo inesperado. ~
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Recuerdo que Josep Pla deca que, a partir de los treinta aos, la gente inteligente no lee novelas. ~ Recuerdo que el poeta Juan Antonio Gonzlez Iglesias me recordaba en el muelle de Ripa que en la Iglesia de Oriente, en el momento de la comunin, se dice: Lo bueno, para los buenos. ~ Recuerdo que, de momento, voy amando. ~ Recuerdo que los grafmanos siempre me han parecido gramfonos. ~ Recuerdo nuestro tiempo de silencio, que fue otro que el de Luis Martn Santos, pero igualmente srdido. Nuestros aos de plomo. ~ Recuerdo el ltimo naufragio del Consulado de Bilbao por culpa, como siempre, de la lluvia. ~ Recuerdo que Bilbao, como dice Juan Carlos Eguillor, es una ciudad que se parece a Kafka. Como Kafka, menos adusta de lo que parece y con un soterrado sentido del humor. Como Kafka, ms alta que en las fotos.
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Recuerdo que el artculo primero de las ordenanzas del Kurding Club bilbano era el siguiente: Artculo Primero: No hay artculos. ~ Recuerdo que Eduardo Arroyo quiso ejercer de deshollinador en una chimenea del Parque de Etxebarria. ~ Recuerdo que Rafael Azqueta, aquel bilbano amigo de Paul Bowles, Gore Vidal, Truman Capote y Emilio Vaz de Soto, naci en Neguri, frecuent Tnger y acab en Comisiones Obreras y comprndose un piso en Otxarkoaga. Entrar en las chabolas de Bilbao fue para l, segn cuentan, como entrar en El Grito de Munch. ~ Recuerdo la lucha libre en La Casilla, y tambin la gaseosa con cerveza en Basurto. Hay un poema sobre ello en este libro. ~ Recuerdo que el poeta Alfonso Irigoien era noruego. ~ Recuerdo aquello que me dijo un ilustre abogado de izquierdas: En casa, hasta el servicio era comunista. ~ Recuerdo que la revista de poesa Zurgai antes se llam Yambo, aunque nadie saba qu diablos era un yambo.
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Recuerdo que conoc al poeta Pablo Gonzlez de Langarika en 1979, y que era tan tozudo como ahora, aunque con menos kilos y ms pelo, y que siempre me ha echado una mano, sobre todo en los tiempos de procela. ~ Recuerdo la revista Euskadi Sioux. ~ Recuerdo que no escribo porque recuerdo, sino que escribo para recordar. ~ Recuerdo que, como casi siempre, Borges tiene razn al sostener que no hay verdad que no sea conjetural. ~ Recuerdo que, segn Justo Navarro, escribir es hacerse pasar por otro. ~ Recuerdo que Witold Gombrowicz pronunci en 1947 en Buenos Aires una conferencia titulada Contra la poesa, y que estaba cargado de razn. ~ Recuerdo cuando todo el mundo hablaba del Eje Atlntico. ~ Recuerdo una fotografa de Antonio Ordoez en la enfermera de la plaza de toros de Bilbao, tendido en una camilla, y a su lado Ernest Hemingway.
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Recuerdo que mis mejores poemas son los que nunca he escrito. Nadie los estropear. ~ Recuerdo que un chovinista (de pas o de ciudad) es lo ms parecido a un amante baboso e insincero. ~ Recuerdo que en la tmbola de la Cruz Roja de la plaza de Indautxu, en 1968, gan un jamn serrano. Fue el suceso del ao. ~ Recuerdo que, a menudo, las pretensiones poticas acaban con el poema. ~ Recuerdo que el mes pasado recib el ltimo libro de Jorge Gonzlez Aranguren, Qu perezosos pies, y que el libro es magnfico como su ttulo, tomado de unos versos de Quevedo. ~ Recuerdo, cada vez que oigo el tema de Gabinete Caligari, que la suerte, en efecto, es como un pez. ~ Recuerdo que el director de mi peridico dijo: Ests desperdiciando tu talento en esta empresa, y que me ech a temblar. ~ Recuerdo lo que afirmaba Ludwig Wittgenstein: Slo hay algo peor que ser filsofo: ser periodista.
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Recuerdo que el poeta Gotfried Benn pidi que sus cenizas fuesen guardadas en una caja de Nescaf y despus aventadas. ~ Recuerdo que gran parte de los mejores libros de mi biblioteca fueron libros de saldo y de lance. ~ Recuerdo que Ramn Eder, en uno de sus precisos aforismos (qu redundancia), escribe: El pedante es aquel que con tal de ensearnos todo lo que sabe, es capaz de ensearnos todo lo que ignora. ~ Recuerdo que Chillida realizaba sus dibujos de manos con la mano izquierda, y que tal vez por eso son magnficamente imperfectas, hermosas y reales sus manos dibujadas. ~ Recuerdo los tejados de uralita (verdes, azules, blancos) en todas partes. La infancia de uralita. La adolescencia de plstico. La juventud de metacrilato. La madurez de qu. ~ Recuerdo que en mi ltimo cumpleaos, durante unos segundos, dese que en lugar de un mini ordenador me hubieran regalado una mini Uzi. ~
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Recuerdo que Juan Rulfo es uno de los grandes poetas de la lengua. ~ Recuerdo que los autores jvenes fingen en sus poemas una melancola que no tienen, y los viejos tratan de hacernos creer que sus libros son himnos a la vida. Estamos rodeados, por lo tanto, de falsas elegas y de himnos falsos como euros de plomo. Nadie est tan contento ni tan insatisfecho como pretende. ~ Recuerdo el mapa de Bonanza ardiendo, el gorro de castor de Daniel Boone, los disparos del rifle del Hombre del rifle y el caballo sin nombre de El Virginiano. Nuestra poca tuvo tambin su pica. ~ Recuerdo que Rafael Snchez Mazas afirmaba que los buenos poetas son los que hacen llorar a las mecangrafas. ~ Recuerdo que el anticuario Antonio Otao contaba que en los aos 50 del siglo XX compr un Goya por quinientas pesetas. Ms tarde lo vendi, pero ya no nos dijo por cunto. En sus ltimos tiempos repeta: La gente pasa, pero las cosas quedan. Dnde habr ido a parar la deslumbrante cacharrera de Otao?
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Recuerdo que Unamuno escribi que una vez le pregunt a su amigo Jos Mara Soltura: Y usted, qu produce?. Yo? Yo no produzco, consumo, le contest Soltura. Alguien tena, en efecto, que pagar y leer y admirar los libros de Unamuno. ~ Recuerdo que en los aos 70 el mdico dentista me empastaba las muelas fumndose un pitillo y dejando caer la ceniza encima de mi pecho. Fumaba Chesterfield. ~ Recuerdo que a Win Wenders le gustaba Bilbao. Recuerdo que pens rodar una pelcula en la ciudad. Y recuerdo que cuando la ciudad empez a mejorar, la ra a estar ms limpia y los bilbanos menos envenenados, a Wenders le dej de interesar el proyecto. ~ Recuerdo que, en el fondo, escribo por si hay suerte y digo lo que ignoro. ~ Recuerdo que Joan Brossa (le recuerdo comprando artculos de magia en El Ingenio, un establecimiento barcelons de la calle Rauric, muy cerca de Las Ramblas) deca: Yo siempre me he ganado la vida, pero nunca he podido pagrmela. ~
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Recuerdo que a finales de los aos 70 vi a Man en Camelle, la aldea de la Costa de la Muerte en la que decidi instalarse como un nufrago. Man pintaba las rocas. Decan que vena de Alemania. Viva como un pez o como un ave, una mezcla de ave y de pez. Era un hombre. Man se llamaba Manfred pero era un hombre, el loco de Camelle. Man viva desnudo y callado. Muri de pena. Fue la primera vctima de la marea negra del Prestige. ~ Recuerdo que Jos Antonio Blanco me deca que escribir es cribar. Escribamos. Cribemos. ~ Recuerdo que una maana de 1992 recib un telegrama comunicndome que mi to Paco haba muerto en Crdoba (Argentina) dentro de un frigorfico industrial. No pude ir a su entierro pero rec por su alma. Record su maleta Sansonite. ~
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Kafka Etxea
Mariposas negras Quin ha dicho que Kafka era raro? Un bicho raro, dicen. Aqu cualquiera es raro. Cualquiera puede ser un bicho raro, convertirse en ortptero o metamorfosearse en lepidptero. La desgracia de Kafka fue nacer en Bilbao, se lo dijo a Regina Soltura su to (o sera su padre) Jos Mara Soltura, el maestro del gran Ramn Carande: Esa fue la desgracia de Franz. No hubo otra. Dnde est su rareza? Franz era un buen muchacho. Un muchacho normal y corriente. Unamuno deca que el moderno Bilbao era raro, ms raro que Franz Kafka. Una especie de Alien que le sali a la Villa seminal, con tranvas y coches a motor, un averno. Y Neguri, donde viva Soltura (que adems tena casa en Madrid), era un lugar bien raro. Una rareza. Un escenario de opereta encima de una playa destemplada frente a un mar desabrido. Unas casas de atrezzo en un parque temtico ingls. En Dubai hacen cosas parecidas. Hay casas parecidas en Dubai, solo que de verdad, es decir, no tan raras: casas desmesuradas de todos los estilos (tambin de estilo ingls o vasco-ingls) pero con habitantes (rabes gordos) dentro, no mansiones vacas habitadas por fantasmas traslcidos. El dinero es tambin fantasmal llegado a cierto
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punto: no se ve, se presiente, lo mismo que se presienten los espritus. El dinero es Espritu. Igual que la presencia de Soltura en su casa vaca de Neguri en Atxekolandeta. La bella casa roja que mereci ser pintada por Hopper y no por uno de esos pintores vascos que beban chacol y se esparcan en el Kurding Club hasta desparramarse. Una tarde de 1990 yo estuve en esa casa (la primera levantada en Neguri, la que pint Berroeta, ahora me acuerdo) y el fantasma de Kafka apareci en el comedor de abajo, el de los ventanales que dominan la playa de Ereaga. Qu poda hacer Kafka en esa casa? Porque l haba nacido en una de las primitivas siete calles del Casco Viejo de Bilbao, en el nmero 13 de la calle Somera, en un piso que arruin la riada de 1983. Su padre, Hermann Kafka Murueta, era dueo de una tienda de telas llamada Casa Cuervo. Una tienda de telas que, segn dicen, lleg a tener hasta quince empleados y cuyo emblema, naturalmente, era un cuervo. Por eso el joven Kafka iba tan elegante, un poco parecido al joven Juan Larrea de unos aos despus, con sombrero a la inglesa y todo bien planchado, siempre vistiendo paos excelentes. Un cuervo bien vestido. Como ven, todo en orden. El problema de Franz era que se llevaba malamente con su rgido padre tendero, es decir,
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algo que le sucede a todo el mundo, incluso con un padre que no sea tendero. Dnde est, pues, la supuesta rareza de Kafka? Cuando Franz concluy sus estudios de Derecho en la Universidad jesutica de Deusto, Hermann Kafka Murueta se traslad con su familia a un piso mesocrtico en la Gran Va. Un piso en una casa propiedad del naviero Ramn de la Sota, a quien poco despus los ingleses convertiran en Sir como agradecimiento a los servicios prestados a su flota durante la Gran Guerra.
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Un gran piso con vistas al parque de doa Casilda y balcones de piedra. Dicen que Hermann Kafka se daba cabezazos contra aquellos balcones berroqueos, contra aquellas columnas de piedra, cada vez que discuta con Franz. Discutan por asuntos banales. El hijo golpeaba a su padre con un silencio ptreo. El padre castigaba a su hijo recordndole que, le gustase o no, perteneca al clan de los Kafka Murueta. Nada, como se ve, del otro mundo. Kafka estaba muy flaco. Era bastante alto (le llevaba la cabeza a Unamuno, que tampoco era bajo), casi podra decirse que Franz era un buen mozo (aunque flaco),
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con el pelo muy negro y los ojos oscuros y brillantes como dos azabaches, o mejor: como dos antracitas (porque a veces sus ojos parecan carbones encendidos). Tena un paraguas negro que se haba comprado en una paragera de la calle Correo. Tena un moderno reloj de pulsera marca Patek Phillip que le haba trado de Suiza un to de su madre, Julie Lwy Sagarmnaga. Tena la carrera de Derecho acabada. Tena unos terribles dolores de cabeza. Unas migraas sobrenaturales que le hacan odiar su cabeza y maldecir su empleo. Trabaj en una empresa de seguros hasta que consigui ingresar en la Diputacin Foral. Era un joven de complexin delgada, pero el esfuerzo de las oposiciones le haba enflaquecido de modo preocupante. Cuando le vi en la casa de Atxekolandeta tambin estaba flaco y vesta de negro, pero era transparente como una mariposa. Una especie de negra mariposa traslcida. Me fij en que tena el pelo blanco. Haba encanecido. Eran las ocho y media de la
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tarde cuando se apareci sin decir hola, cogi un atizador y empez a hurgar en las cenizas de la chimenea. La duea de la casa, la estupenda Regina Soltura, me explic que eso era lo que haca cada tarde el fantasma de Kafka en todas las chimeneas de la mansin. Cuando las chimeneas estaban encendidas, lo que haca era desaparecer en las llamas de una y aparecer en otra que estuviera apagada para seguir hurgando en las cenizas con el atizador. La casa de Soltura tena seis chimeneas. Franz tena tres hermanas. Con el marido de una de ellas, siendo ya funcionario foral, mont una fbrica de insecticida en la margen izquierda del Nervin. No quera meterse en aquel negocio, pero lo hizo para no discutir con su padre. Un hijo funcionario le pareca poco a Hermann Kafka. Deseaba hacer de l un capitn de empresa, una especie de Ramn de la Sota. La fbrica quebr no por culpa de Franz. An no haba llegado el buen tiempo de los insecticidas. Los organoclorados an no haban nacido. Lo que quera Franz era escribir. Lo que necesitaba era tiempo y salud. Una cabeza que no le estallara y horas para escribir. Miraba el Patek-Phillip y era siempre la hora de entrar en la oficina de la Diputacin. Siempre llegaba tarde. No demasiado tarde, pero s un poco tarde, lo bastante. No lograba escribir lo que quera. Siempre quera ms. No lograba llegar puntualmente al trabajo. Continuaba escribiendo contra viento y marea. No consegua llevar126
se medianamente bien con su padre tendero. Hermann Kafka Murueta era socio de la elegante Sociedad Bilbaina, el mejor club ingls de toda Europa. Jos Mara Soltura era el bibliotecario de la Sociedad y era amigo del padre de Kafka, adems de mecenas de Unamuno. Gracias a l Unamuno public su novela Paz en la guerra. Gracias a l Franz se puso en contacto con Miguel de Unamuno, un hombre verdaderamente raro, pero un gran hombre, un sabio. Un sabio inapelable. Todo el mundo deca que Unamuno era un sabio. Jos Mara Soltura le recomendaba que leyese las obras de Kierkegaard (el pensador dans que prefigura el existencialismo), un individuo ciertamente raro que naci en Copenhage, hijo de un vendedor de sombreros cuyo apellido significa cementerio, y bien, todos decan en Bilbao al cabo de unos meses que Unamuno era un sabio que haba aprendido a leer el dans para leer al pensador dans cuyo apellido quiere decir cementerio. Unamuno era un sabio y Kiergegaard, como acabamos de decir, un individuo ms raro que Kafka (quin ha dicho que Kafka era raro? El raro era Unamuno). Tenan algunas cosas en comn los dos K. Ambos tenan un padre tendero (el cuervo Kafka y el cementerio Kierkegaard) con el que se llevaban malamente. Ambos dejaron a unas cuantas novias casi al pie del altar. Realizar es destruir, deca Soren, por eso no se quiso casar nunca, aunque en voz baja todos
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hablaban de impotencia (hoy hablaran de disfuncin erectil, que suena ms cientfico y menos angustioso, menos existencial en suma las pastillas azules acabaron con los residuos ltimos del existencialismo). La ltima prometida del dans se llamaba Regina, Regina Olsen, y tena una casa en Dinamarca que era casi una rplica de la casa de Regina Soltura en Atxekolandeta. Mi tarea es detener la expansin del cristianismo, deca Soren Kierkegaard poco antes de morir a mediados del siglo XIX. Unamuno, en el fondo, era un hombre del siglo XIX, igual que Hermann Kafka, igual que Soren Kierkegaard. Cuando Unamuno se entrevist con Franz llevaba en el bolsillo un crucifijo grande, una gran cruz de hierro. Podan haberse visto en otra parte, pero se vieron en el Boulevard, un caf ms o menos literario situado en el Arenal bilbano. Unamuno deba orientar el joven Kafka, que perda las noches escribiendo cosas bastante raras. Unamuno era casi veinte aos mayor que el joven Kafka, pero la edad de su sabidura era insondable. Al joven Kafka lo que le impresion del sabio, adems de saber que haba ledo a Kierkegaard, fueron sus grandes gafas y lo rpido que se tom el caf que pareca hervir, un caf que pag el joven Kafka, aunque a decir verdad, cuando Franz fue a sacar su billetera Unamuno se puso de pie y dijo en voz alta: De ninguna manera! Cada uno que pague lo suyo! El sabio no sacaba la
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mano del bolsillo. El sabio no dejaba de apretar con su mano el crucifijo que le haba regalado en Madrid Manuel Azaa, haca cuatro aos, en la cacharrera del Ateneo. La historia del crucifijo que Unamuno llevaba en el bolsillo s que era interesante, se deca Unamuno, y no los cuentos que le estaba contando el joven Kafka, que eran disparatados y siniestros a partes iguales. Aunque a Unamuno lo que le interesaba sobre todo era la increble vida de Unamuno, la previda y posvida de Unamuno y sus yo exfuturos, se vio en la obligacin de preguntarle al hijo de su amigo algo que ya saba: Escribes o trabajas? El joven Franz ya lo saba Unamuno escriba y adems trabajaba en la Diputacin foral. Era lgico que estuviera tan flaco. Aquel chaval lo que necesitaba era ejercicio, subir al Pagasarri los domingos, encontrar una buena muchacha del pas y casarse, fundar una familia y dejarse de historias extraas que, de no remediarlo, acabaran daando su salud y su espritu. Franz era un tanto gtico, se deca Unamuno. A l tambin no poda negarlo se le ocurran a veces disparates. Pero sus disparates eran disparates con enjundia moral y filosfica, igual que sus novelas (que l llamaba nivolas), no preguntas absurdas preguntas sin repuesta lanzadas al vaco o a la hoguera. Unamuno era ms bien romnico (no gtico). Un hombre de una pieza. Unamuno no sacaba la mano del bolsillo mientras Franz le contaba sus
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cuentos como quien le relata a su psiquiatra las pesadillas de la ltima semana. Un tal Gregorio Samsa despertaba en su cuarto y comprobaba que se haba convertido en un insecto. Unamuno remova la mano dentro de su bolsillo, acariciando el crucifijo que le haba regalado Manuel Azaa en la cacharrera del Ateneo. Nunca le cay bien Manuel Azaa, y ahora se daba cuenta, gracias al joven Kafka, de que Azaa era Samsa, qu horror. Kafka termin el cuento, pero Unamuno no consigui enterarse de la clase de insecto en que se haba metamorfoseado el pobre Samsa. Un insecto asombrosamente parecido a Manuel Azaa. A Unamuno le costaba prestar atencin. El cuento del insecto le haba impresionado, pero no lo bastante. Porque nada importaba lo bastante como el propio Unamuno en su jugo. Unamuno apreciaba a aquel muchacho y quera ayudarle, alumbrar su camino desnortado, quedar bien con su padre y con Jos Mara Soltura, que le haba costeado la edicin de una obra inmortal como Paz en la guerra. Unamuno caa en la cuenta de que no se le haba ocurrido incluir a un insecto entre los personajes de Paz en la guerra, y a lo mejor no hubiera estado mal. Los insectos gobiernan las ciudades sitiadas, no se le haba ocurrido, daba igual. El joven Kafka le sitiaba a l ahora, le relataba ahora, tartamudeando por el nerviosismo, el argumento de otra de sus obras. Se trataba de un pobre desgraciado, llamado Josef K., al que un buen
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da arrestan sin que nadie le d una razn. Alguien le ha calumniado, pero quin. Alguien le acusa de algo, pero de qu. Josef K. ingresa en una pesadilla. No sabe de qu debe defenderse. No puede defenderse. No sabe quin le acusa. No sabe ante qu instancia debe recurrir. Un siniestro callejn sin salida. Un argumento sin pies ni cabeza. Donde hay un juicio debe haber un juez, un Dios, un lehendakari, un rey. A Unamuno le obsesionaba el Rey Alfonso XIII y se puso a pensar en el Borbn y se olvid de Kafka y Kafka sigui hablando (y tartamudeando) hasta que don Miguel le dijo basta. Llevaba una hora larga sin hablar. Le pidi al camarero un vaso de agua. Un vaso de agua gratis. Un vaso de agua limpia que man de una jarra vaca. Lo que deba hacer el joven Kafka era entregar sus obras a don Jos Mara Soltura para que l las quemase en cualquiera de las seis chimeneas de su casa. Era lo ms prudente, lo ms inteligente, lo ms intransigente con la propia rareza imperdonable. Escribe sobre aquello que conozcas, le dijo don Miguel al joven Kafka, pero miente si fuera necesario. Tena que escribir sobre Bilbao porque Kafka y Bilbao eran lo mismo. Eran la misma cosa, estaban hechos de la misma sustancia. El aire estaba lleno de pjaros de paso que Franz Kafka deba cazar al vuelo. Franz deba convertirse en un chimbero, reivindicar al chimbo que viva en su nombre, porque el cuervo de Kafka
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era un chimbo y Kafka deba ser, poda ser, un inmenso escritor costumbrista, una especie de Trueba redivivo, es decir, un poeta del pueblo. La madre metalrgica mereca un cantor como Kafka. El padre de Franz Kafka, Hermann Kafka Murueta, mereca perdonar a su hijo, mereca poder perdonarlo, mereca tener un buen hijo que no escribiera cartas infamantes al padre, Honrars a tu padre y a tu madre, sera la divisa de Franz Kafka a partir de ese da: amars a Bilbao sobre todas las cosas. Porque Bilbao sostiene tu mirada, da sentido a tus pasos sobre el mundo y Todo el mundo esto dijo Miguel de Unamuno levantando la voz por encima del gran vaso de agua es un Bilbao ms grande. Se hizo un silencio hondo y luego se escucharon los pulmones de Franz. Los pulmones de Kafka empezaron a silbar como nunca, comenzaron a silbar como pjaros, a silbar como chimbos. Entonaban un himno muy hermoso que hizo felices a los camareros del caf Boulevard, hizo feliz a Franz y tambin a Unamuno, que de pronto se olvid de s mismo. Todos fueron felices mientras dur aquel himno. Todo el mundo sinti que celebraba algo. La angustia se convirti en felicidad. Franz se puso el sombrero, agarr su paraguas y se fue a casa, al magnfico piso de la Gran Va de Diego Lpez de Haro donde viva con sus queridos padres y una de sus hermanas. Sinti una paz inmensa y unas ganas atroces de escribir una oda,
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un epinicio, quizs una oracin, no saba bien qu, pero algo. Senta que deba dar las gracias por estar donde estaba, vivir donde viva, haber nacido en la ciudad que amaba. Porque amaba a Bilbao. Poda haber nacido en Orihuela, en Ceuta, en Calahorra, en Murcia, en Albacete, en Praga o en Varsovia. Y poda haber sido un desgraciado igual que Soren Kierkegaard, que naci en Dinamarca. Y poda haber sido judo, diablos, un judio en Varsovia o en Praga. Era feliz. No saba por qu. Era bilbano. S saba por qu. Junt sus manuscritos y se los dio a Soltura para que en su momento los quemase en una de las seis chimeneas de Atxekolandeta. Y Soltura dud. Pero Franz fue muy claro: Cuando muera, quiero que todo arda. Luego escribi sus obras ms famosas: Vuelos cortos de un cuervo, Revoladas, Aleteos de un cuervo. Y dej de dolerle la cabeza. Comprendi que la vida no iba en serio. Se cas con Begoa Lizarraga en 1913. Se instalaron en un piso contiguo al de sus padres en la casa de Sota y no tuvieron hijos. Engord varios kilos. Olvid el argumento de la obra. Encaneci. Cumpli treinta y cinco aos. Solicit excedencia en la Diputacin y se la concedieron. Cumpli cuarenta aos. Consigui adelgazar varios kilos. Se compr un automvil Ford T. Recibi un homenaje en La Bilbana. Proyect hacer un viaje a Granada. Quera ver la Alhambra. Su mujer falleci de apendicitis. Quera ver la Alhambra. Vio
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la Alhambra. Viaj a Granada en el verano de 1924 en su Ford T. Fue una aventura. Tard ocho das en llegar a las puertas de Granada en su pequeo automvil negro: 4 cilindros, 20 caballos, 71 kilmetros por hora. Un coche es una casa. Era feliz. Se senta en su casa en el Ford T. Ms en su casa que en su propio piso. Ms feliz que en su casa de Bilbao. El Ford T fue su casa durante aquellos das bajo el cielo de Espaa. Su morada del ser. Haba atravesado un pas de braseros, alpargatas y mesas camilla. Un pas de tabernas, plazas de toros, moscas, flamencos y hambre. Un pas sin apenas carreteras. El Ford T se detuvo en Logroo para que le arreglasen una rueda, pas por Salamanca (la segunda ciudad de Unamuno), atraves Madrid (la segunda ciudad de Soltura), entr en Toledo (la segunda ciudad del doctor Maran), alcanz Ciudad Real echando humo, afront Puertollano, lleg a Jan a punto de incendiarse, bebi agua, tom aliento y conquist Granada por la Puerta de Elvira. No haba muchos coches en Granada en 1924. El Ford T de Franz Kafka, negro como una viuda de Garca Lorca, circul lentamente, casi majestuosamente por Granada. Franz vesta de negro tambin. Tena el pelo blanco debajo del sombrero de ala corta. Se aloj en un hotel de la ciudad. No hizo amigos. Tena poca gracia, es la verdad. Sus obras tenan gracia. Sus cuadros costumbristas tenan mucha gracia, la que a l
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le faltaba. Pero l era feliz revoloteando con su negro y ruidoso automvil por aquella ciudad del sur de Espaa. Era un pjaro libre en su Ford T. Libre de su mujer. Libre de su ciudad. Libre de sus sainetes costumbristas. Era libre como una mariposa. Haba mariposas en el aire de Espaa aquel verano de 1924. Las mariposas macho copulaban en el aire con las mariposas hembra. Las orugas salan de los huevos y se metamorfoseaban en crislidas. Comenzaba el proceso. Era el milagro oscuro de la metamorfosis. La crislida, entonces,
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se colgaba del flexible pednculo sedoso que produca la oruga. Se esconda entre el follaje y, encerrada en su cpsula, permaneca inmvil, no coma, mutaba oscuramente, desarrollaba sus extremidades y crecan sus alas, creca su cabeza, aumentaba su trax y engordaba su abdomen. En un par de semanas tendra dos pares de alas membranosas y una larga y sutil espiritrompa. Esto estaba pasando en Espaa aquel verano de 1924. El aire se llenaba de mariposas rojas, amarillas, moradas. De vez en cuando, mariposas negras. Cuando Kafka pas por Linares rumbo a Granada dos mariposas negras copularon encima de una higuera al borde del camino comarcal. Veinte das ms tarde Kafka carg en su coche una maleta de cuero marrn oscuro comprada en la calle Ascao, la misma que haba usado en su viaje de novios a Biarritz. Era el momento de irse de Granada. Se mont en el Fort T. Empezaba a llover suavemente. Se puso su sombrero dentro del automvil. Pegada al parabrisas una gran mariposa de alas negras, posada en el cristal, premonicin de llanto. Haba odo decir que cuando una mariposa negra aparece significa que alguien va a morir. Se baj del Fort T. Tom la manivela. Mir a la mariposa. Arranc su Fort T sin quitarse el sombrero. Circulaba despacio y ella segua all, a pesar de la lluvia y el viento, pegada al parabrisas, espesa y fnebre. Kafka no se atreva a acelerar. Kafka vea crecer aquella mariposa adherida
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al cristal de su coche. Vea su cabeza y vea sus ojos mirndole a travs del cristal. Porque aquella mariposa de luto le miraba a los ojos y creca. Aquella mariposa, si segua creciendo, se deca Franz Kafka, acabara convertida en un mirlo, convertida en un cuervo, convertida en Franz Kafka. No era un chimbo. Aquella mariposa le deca que llevaba veinte aos mintiendo, siendo otro, hacindose pasar por alguien que no era. Y Kafka se acord de su ciudad. Se acord de su padre tendero. De la Villa muy noble y muy leal. Del puente y de los lobos. De los cuervos. De la palabra armada. De la palabra desarmada. De la sangre. De los cuentos, novelas e historias que haba escrito con sangre. De la casa de las seis chimeneas en Atxekolandeta. De sus viejos dolores de cabeza. De las gafas de Miguel de Unamuno. De las miradas. De la risa. De la verdad. Franz Kafka aceler para que aquella mariposa negra dejara de mirarle de una vez. Continuaba lloviendo. El cielo estaba cada vez ms bajo. El Ford T de Franz Kafka, poco antes de entrar en Linares, se estrell contra un poste de telgrafos. Enrique Jardiel Poncela, el humorista, escribi que el humor era como intentar pinchar una mariposa con un poste de telgrafos. All estaban el poste de telgrafos, la mariposa y el cuerpo de Franz Kafka con los ojos abiertos, un caballero de Bilbao que al da siguiente saldra en los pe137
ridicos. Tena 41 aos, era autor de sainetes costumbristas y funcionario de la Diputacin foral en excedencia. Tena una excelente mala salud de hierro. Estaba muerto. En los peridicos no sali su retrato. Los restos del Ford T eran muy fotognicos. Natulareza muerta. Puede ser un Ford T naturaleza muerta? Los restos del Ford T parecan un cuadro de Juan Gris. Los gitanos de Linares se hicieron cargo del coche destrozado. Naturaleza muerta. Una buena chatarra. Los restos de Franz Kafka fueron trasladados en tren hasta Bilbao en un viaje con varios trasbordos que dur varios das. Antes de que llegaran a la Estacin de Atxuri, Jos Mara Soltura, tras varias noches de insomnio y de vacilacin, quem los manuscritos que Franz Kafka le haba entregado por indicacin de Miguel de Unamuno. Us tres chimeneas. No poda incumplir su palabra. Un buen bilbaino cumple su palabra, es todo lo que tiene, aunque tenga ms cosas. Aunque cueste, aunque duela, aunque sangre. Un buen bilbaino debe tener fuste. El funeral en San Antn fue multitudinario. Un funeral con fuste. Hubo muchas palabras y tambin hubo msica y baile. Jos Arre llor. Alejandro de la Sota llor. Unamuno llor. Gustavo de Maeztu llor y despus se march con su cuadrilla al txakol de Artxanda a brindar por el muerto. Haca un da esplndido segn el Noticiero Bilbano. Pero al final llovi. Siempre acaba lloviendo en Bilbao.
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El querido escritor costumbrista fue enterrado en el panten familiar de Sopuerta, el pueblo vizcano (situado a treinta kilmetros de Bilbao) de donde proceda la familia materna. All acab su viaje. Pero no, nada puede acabar. Nada termina. La historia no se puede terminar. El cuento nunca acaba. Todo est inacabado. Todo es inacabable. Kafka no se acab. Kafka no se ha acabado. Sigue ah. Sigue buscando algo en Atxekolandeta. Su lugar en el fuego. Se sigue apareciendo y sigue vacilando, aleteando como una mariposa a punto de nacer o de morir. Sigue aqu. Esta es su casa. Entren o vyanse.
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Lpidas en Mallona
Dos poetas Fallecieron un ao tormentoso. Fallecer, qu palabra. Me gusta ms morirse. Se murieron los dos el mismo ao triunfal. El mismo ao fatal. En plena guerra de los espaoles. Juan y Jaime, dos chicos. Uno de Astorga y otro de Bilbao. Juan Panero y Jaime Delclaux. Eternamente jvenes en las antologas que se acuerdan de ellos, aunque en la mayora no aparecen sus versos truncados. Jvenes anacrnicos. Muertos que no envejecen como los de un poema de Kavafis que ahora mismo no puedo recordar. Jvenes poetas muertos. El uno en accidente de automvil y el otro con los pulmones hechos fosfatina por la tuberculosis en el Hospital provincial de Albacete. En medio de una guerra que no entendan y que, seguramente, no queran. Tenan muchas cosas en comn y a lo mejor por eso decidieron morirse el mismo ao y terminar la guerra que no haban empezado. Podan haber hecho muchas cosas, adems de morirse al mismo tiempo en el mismo pas ineficiente y cruel. Se podan haber conocido una tarde en el Madrid anterior a la guerra, ambos huyendo de sus ciudades. Ambos venan de provincias hmedas y militaban en el mismo bando. Ninguno prob nunca la Coca-Cola. Ninguno tuvo tiempo de probar casi nada. Eran un poco cursis. Podan haber sido grandes poetas,
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es decir, grandes raros en un pas de mujeres silenciadas y de hombres pequeos y brutales, quin sabe. Quizs de todos modos la provincia les hubiera tragado. Quizs hicieron bien en acabarse en 1937. Quizs tuvieron suerte y evitaron darnos un espectculo como el de Rafael Alberti, volviendo del exilio con mil aos y un traje de primera comunin, o el de Gerardo Diego, ganando sin pudor una flor natural detrs de otra para dar de comer a su prole bajo la pax franquista, o el de Dmaso Alonso, convertido en ortptero con frac. Juan Ramn escribi que Delclaux era arquitecto de vientos. Tal vez quiso decir que escriba en el aire de la misma manera que otros poetas escriben en el agua y otros lo hacen en lpidas de mrmol. Juan y Jaime murieron en 1937 en Espaa. Escribieron un poco en el aire. Volaron algo. Soaron ms. Se les echa de menos. Es mentira. Nadie se acuerda de ellos.
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Ciudades fras (Jaime Delclaux y Juan Panero. /Bilbao/Astorga/Espaa, 1937) Sin telfonos mviles y sin ordenadores, jvenes arrastrados por la guerra, adolescentes en ciudades fras. Consumidores de xtasis. Adictos a la divina mtrica del viento. Amantes de la msica celeste. Compinches del gorrin, colegas del jilguero. Ruborosos, formales, algo cursis, lampios y morenos. Embriagados por Fray Luis de Len. Aficionados a los guateques msticos. Expertos en el dudoso sexo de los ngeles. Romnticos. Ambos adoradores de Juan Ramn. Leales. Caballeros de la Orden pura de la poesa. Forofos de Petrarca. Devotos del soneto. Esnifadores de melancola. Amigos en sustancia acumulada.
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Apagados de pronto, juntamente. Poetas de provincias. Prematuros. Espuma de la vida. Escorzo de la muerte.
Gustavo de Maeztu Amaba los alfoces de la villa levtica, tena una cuadrilla. Las malas compaas arruinan a cualquiera, te van llevando al margen dijeron unas voces. Sigui en el merendero. Se fue haciendo de noche. Llevaba buen camino. Se perdi en el sendero.
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Blas de Otero Am la vida mucho. Bien sabes t que la am mucho. Y tanto. Y tanto ms que tanto. Las muchachas, el mar ancho, los pinos, las maanas y noches, cada cosa y su caligrafa. Hasta el infierno que est aqu, tan amargo ancho el amor y el dolor largo y largo. Am la vida mucho, sin embargo. Y sin embargo dijo no fue huir la muerte amar la vida. Participar del hombre y de sus luchas con la pasin debida, intensamente, hasta partir el alma.
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1923-1960-2010 Escribo estas palabras delante de un poema de Blas de Otero. Siempre escribo delante de l. Enmarcado en un marco de madera hecho en China. Falsa madera china. El poema est escrito de verdad. Manuscrito. Lo firm Blas de Otero de verdad antes de abandonar Bilbao en 1960 para irse a la China. De verdad se fue a China aquel ao de 1960 para orientarse, dijo, creo que ya lo he dicho en otra parte, pero el chiste no es mo. Se fue para orientarse y antes firm ese poema frente al que escribo ahora, frente al que siempre escribo. Yo nac justamente ese ao en Bilbao, en la plaza de Indautxu. Pero el poema se titula 1923. No se titula 1960. Ni se titula Indautxu, aunque en Indautxu, en los pupitres de los jesutas, el poeta se trag todo el miedo del mundo. Todo el miedo que haba en Indautxu en 1923. En el poema titulado 1923 llueve mucho, est lloviendo siempre. Lo leo nuevamente en voz muy baja. Y dejo de escribir. Y me asomo a la calle y no llueve. Las doce y media de la noche y no llueve. Han pasado 50 aos de aquello. Cincuenta aos desde que Blas de Otero, una buena maana o una mala tarde, sali de su ciudad y se embarc hacia el mundo en busca de otros cielos despus de haber escrito un poema titulado 1923. Escribo frente a l. Est lloviendo en 1923.
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Siempre llueve en los versos de ese poema. Lo acabo de escribir. Lo acabo de notar. Me acabo de mojar. Pero el poema, milagrosamente, maravillosamente, brilla como la plata recin bruida. No son versos de plata. Se trata de un poema de acero inoxidable. Es un poema a prueba de la lluvia del mundo, la lluvia de la historia, la lluvia minuciosa de Bilbao. Sigo leyendo y miro el calendario: 15 de marzo de 2010. Blas de Otero tendra, cumplira 94 aos. Le felicitaramos. Seguira fumando. Seguira escribiendo. Porque en el mundo, aunque llueva, hay sequa. Porque en Bilbao, aunque no llueva, llueve. Sigo leyendo a Blas: Llueve en Bilbao y llueve, llueve, llueve
Max Brod Pudo ser el sobrino de Wittgenstein. Fue el amigo de Kafka, el hombre que soaba con viajar a otras tierras, un vecino de Praga. Fue el amigo perfecto en su infidelidad. Le gusta mirar dentro dijo Gregorio Samsa.
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Juan Larrea, el hombre al que perseguan las palomas Antes de que el profeta anglocatlico recitara el Sermn del Fuego vio que el ro bajaba, igual que el dulce Tmesis, dispuesto a llevarse por delante su vida, su amor y su cancin, porque era un ro cruel, una letal cloaca navegable, de manera que le crecieron alas en los pies como a Hermes y en un abrir y cerrar de ojos de pastor se plant en Francia, vol al Cuzco, aterriz en Atienza coronado de nieve y espinas y se abraz a la soledad en Crdoba cuando la soledad cay del cielo, cuando la soledad lleg volando, ardiendo, No me dejes, le dijo cuando la soledad quiso dejarle despus del gran incendio. Se dej una frondosa barba blanca y esper a que llegase la ltima paloma, la que zurea encima de esta pgina.
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Ramn de Basterra, inquilino de Bilbao Basterra, cuerdo de atar. Poeta de nacimiento. Romano de armas tomar, le dio estocadas al viento. No miento. Basterra, loco cabal, peda motocicletas como piloto mortal del circo de los poetas.
Nota: Enloqueci Basterra, que era un buen diplomtico, por culpa de la poesa? Termin corriendo desnudo y espada en mano (una espada robada a una armadura) por los pasillos del Ministerio de Asuntos Exteriores y pidiendo a voz en cuello ms motocicletas desde la ventana de un hotel por culpa de los versos que, por cierto, admiraban Jos Mara Soltura, Larrea y Gerardo Diego, quien le incluy en su clebre Antologa? Los psiquiatras bilbainos lectores de Unamuno y Blas de Otero no saben, no contestan. La Escuela Romana del Pirineo (aquel peplum potico-poltico) cerr sus puertas hace casi un siglo. Pero ah est la Oda que Basterra le dedic a Bilbao y que Bilbao an no le ha pagado. El inquilino de Bilbao es el ttulo que el poeta le puso a su oda, en la que, entre otras cosas, deca: Si ayer es del Azar, hecho de error y fuerza, / hoy y maana son del verbo / hecho de voluntad e inteligencia. Malogrado y genial, segn Eugenio DOrs. Para Pedro Salinas, la poesa de Basterra est llena de atisbos, de impulsos, de bellezas y de errores. Es Juan Ramn Jimnez, sin embargo, el que mejor retrata al bilbaino: pico y lrico, es como un triste ruiseor Sansn a quien una terrible musa Dalila, rosa y negra, Baudelaire, hubiese trasquilado. Hay, en efecto, algo de ruiseor mecnico con los resortes rotos en Ramn de Basterra, nuestro bravo piloto de la muerte, nuestro loco cabal.
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Gabriel Moral Zabala en el cruce 1. Tiempos calamitosos. Ni una gota de luz en la Gran Va. Andaba Gabriel Moral buscando, pedaleando en medio de la noche (sin linterna por las calles de Abando), persiguiendo la voz de la verdad inconmovible. La vida se pas yendo y viniendo, pensando donde nunca. Sufriendo desengao. Volviendo cuando nadie. Andaba en bicicleta y no vio el cruce aquella noche oscura como Espaa. 2. Viste lo que nadie vea todava y te sobrecogiste. Fuiste el primero en saber lo que vena.
Nota: No s sabe a qu hora de la noche atropellaron a Gabriel Moral Zabala una de las cabezas ms brillantes y lcidas de su generacin en el Pas Vasco mientras circulaba con su bicicleta por las calles de Bilbao. Le gustaba salir en bicicleta por la noche. El atropello se produjo en el cruce entre las calles Gregorio de la Revilla y Gran Va. Qu falta de respeto, qu atropello a la razn, dijo Santos Discpolo en el tango inmortal. Habra que decir que aquella noche se produjo en Bilbao la muerte de un ciclista y, adems, un trgico atropello a la razn.
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Post card Triste cuadrilla la de Estanislao Mara de Aguirre. Intelectuales fules. Como una cabra en un campo de gules Fernando de la Quadra por Bilbao. Triste cuadrilla y fosca capital de millonarios y confiteras. A la romana da los buenos das Rafael Snchez por el Arenal. Uno que escribe, tal vez Aranaz Castellanos se ahoga en un silln del Boulevard. La Villa reza en paz y Europa arde. Quebrar la Unin Minera en Carnaval. Turbia y tenaz la lluvia arrasar toda ilusin.
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Naci y vivi en Bilbao, vive en Bilbao ahora, todava, en la memoria nuestra y en sus libros de versos llenos de escaparates, de solares y pjaros urbanos. No fue Eduardo un poeta de Bilbao, sino un poeta en Bilbao, que es cosa bien distinta, aunque no lo parezca. Eduardo, que era bueno, adems de poeta de los buenos, era de todas partes. Pjaro de todas partes. Era como una antena que captaba, desde el asfalto oscuro de la Villa, bajo su cielo de hule, las seales lejanas y secretas del universo potico, de todos sus planetas y satlites y de todas sus naves galcticas. No hubo nadie como l en la ciudad. El mejor receptor de poesa que Bilbao nunca tuvo, eso era Eduardo, antena. Sostena partidas infinitas de ajedrez a distancia. Andaba en bicicleta (como Moral Zabala) y segua la Vuelta Ciclista a Espaa (sobre todo la etapa de los Lagos) mientras citaba versos de John Keats, Luis Cernuda o San Juan de la Cruz. Daba largos paseos de nufrago. El poeta en la ciudad es un nufrago y un navegante, un Robinsn urbano que encuentra en la poesa un Viernes necesario y promisorio. A veces el amigo, el navegante, el poeta que paseaba por Bilbao, nos invitaba a su isla, nos permita naufragar con l.
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Naufragar con Eduardo, habitar en su isla unas horas, era salir a flote de la tormenta diaria. Largos paseos y conversaciones al borde de la ra. Poesa contra el mal de vivir, versos como especfico contra el dolor, como antdoto contra el ruido del mundo. Gracias a los naufragios en la isla de Eduardo algunos conseguimos no perecer ahogados, como yo aquella vez en el muelle de Ripa. Gracias al pasajero de Bilbao pudimos tomar aire. El poeta en Bilbao es siempre un pasajero. La ciudad para l es un lugar de paso y no una residencia permanente. Siempre es un inquilino en su ciudad. Por eso nuestro amigo, nuestro hermano, camina por las calles como quien sube a un barco o entra en un trolebs guiado por catenarias invisibles. Eduardo, pasajero de Bilbao, poeta en Bilbao, ave de todas partes, transeunte invisible. Los poetas no estn, nicamente son, por eso no son vistos. Se van, pero se quedan. Es lo que pasa con los inquilinos, que terminan quedndose en la casa donde los acogieron de grado o a la fuerza. Inquilinos de Bilbao, sin casa en propiedad: nufragos, paseantes, peatones, pasajeros de la lluvia y el aire. Eduardo, muerto hace cuatro aos, estoico y epicreo, poeta verdadero, amigo inolvidable y permanente.
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Frente al espejo con Gabriel Aresti I Todava me afeito sin embargo cada maana. Cada da haca Gabriel Aresti como yo y poda como yo puedo sostenido solo por un sueo pequeo. Cada da me afeito sin embargo por la maana. Cada da salgo en busca de algo hacia algn dueo aprisa, uno entre tantos, animado solo por un sueo pequeo. II Cada da salir de casa con la cara limpia y arrastrar la cartera en los andenes y pensar que, a pesar de todo, el mundo, los aviones, los trenes, las carteras pesadas y las leyes de los hombres no podrn con el sueo diminuto
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que sostiene tus pasos aunque sepas que llover maana, que chocarn los trenes, que en la tierra no habr paz ni de broma. Te enjabonas la cara lentamente y lentamente recorre la navaja tus mejillas y se desliza por tu cuello suavemente mientras recitas a Gabriel Aresti esta maana sostenida por un sueo pequeo.
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Salida al Mar
Abra, corazn del mundo Aqu el Nervin se encuentra con el mar, ese destino azul donde palpita, segn dijo el poeta delante de un copa de ginebra, el corazn del mundo. Porque la Villa tiene una salida al mar. De modo que Bilbao tiene salida. De manera que hay una escapatoria. Un horizonte de agua. El laberinto tiene solucin. De manera que el mar es posible. La travesa de Bilbao llega al mar. Hay catorce kilmetros de agua desde la isla de San Cristbal hasta la baha del Abra. Un laberinto de agua en el que embarrancar es fcil, naufragar es posible, ahogarse alegremente no es difcil. Tambin las Siete calles (que son ms) forman un laberinto, invitan al naufragio en las plazas y barras (ahora menos bizarras, quizs ms donostiarras) de sus bares. Pero el mar, el mar que no se ve, el mar que no se oye, el mar que no se cree est en el Abra, con los brazos abiertos y un petrolero azul (bandera libanesa) en cada mano. El mar que nos espera y que nos sabe. Que nos lleva llamando medio siglo, una vida, un milln de olas largas, desde que amanecimos en la Clnica Indautxu un da de noviembre, una maana negra de galerna con mi madre riendo y mi padre llorando de alegra (haca fro aquel invierno de 1960, eso cuentan, pero l no lo senta, l segua llorando en mangas de camisa y no haca otra cosa que
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llover, llover, llover con diligencia y sin descanso detrs de la ventana). Y sin saberlo, yo ya senta el mar, quera verlo, deseaba doblar la ltima esquina y abrazarme con l en el Abra, darle un abrazo al mar y conquistar su corazn de espuma bajo el cielo de plomo, el cielo palpitante y metalrgico, el cielo modelado por los convertidores Bessemer, ese cielo que orienta a los marinos para que no naufraguen en el mar del vivir. Porque morir es no hallar la salida a una ra de hierro, morir es enterrar el corazn en una sucia playa de lindane, morir es no querer, no amar, no respirar. Vivir es navegar. Amar a mares. Saber que hay aire nuevo al otro lado. Anhelar la derrota y la gloria. Vivir es naufragar a vuelta de hoja y morir y salvarse. Alejarse y volver como las olas que nacen y que mueren, que se hacen y se rompen para siempre, para nunca volver a ser las mismas. No eres un ro lento hacia la muerte. No eres un ro lento. El corazn del mundo est en el mar. Donde acaba la tierra empieza el mundo. La salida hacia el mar est en el Abra. El noroeste aguarda frente a los contramuelles. El mundo est contigo porque ests en el mundo. Es tuyo. Es nuestro. El mar te est llamando. No eres un ro muerto. Ests naciendo.
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Voz del mar Como un hombre que no dejase nunca de nadar. Y perdiera sus piernas y sus brazos y olvidara sus pulmones azules en el mar. Y quedara de l, permaneciera su inspiracin tan slo, su transparencia de ginebra ail, su alma al trasluz, el pez de cobre de su voz embarrancado en el fondo del bar.
Naufragio Una vida de nufrago. Navegaciones slitas, hundimiento sabido. De puerto en puerto asido a los restos flotantes de una lengua perdida.
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Islas inexistentes, recuerdos olvidados, salvamento imposible. Mar ajada despus de la galerna, olas a solas, nada.
El mar El mar lo traga todo y todo lo devuelve. Escribe el mar. Lo nombra, dicta el mar. Toca el mar con su mano perdida. Escribe el mar con su mano ganada: el mar es grande, es hondo como un pozo. Incesante como la sangre. Movimiento infinito, parecido a la vida. Profundo, interno, eterno, parecido a la muerte.
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Puente de metal Cruzamos este puente de metal cada da t y yo, mano con mano. (T de la mano ma todava.) Pasamos de una orilla a la otra, como amantes cada tarde de la ra. (T con tu uniforme limpio, yo con mi melancola.) Se enreda el tiempo en el hierro del puente. Secretamente se va la tarde. Nos lleva y deslleva (Todo pasa, nada queda tu mano aprieta la ma.) Vemos un barco mercante perderse en la lejana cuando llegamos al margen, nuestra margen de la ra. T con tu uniforme limpio, yo con mi melancola.
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Eplogo
EA BA...*
Ea denborak zeozer hobe uzten duen, ea datozen urteek oinaze egunon oroimena garbitzen duten, ea haizeak promesak eraman zituen bezala batak bestea odoleztatu arte jotzeko erabiltzen ditugun hitzak eta azpikeriak eiamaten dituen. Ea bihotzak atseden hartu ahal duen, ea ba, euriak azken batailako azken haztarnak ezabatzen dituen.
* Itzulpena: Joseba Sarrionandia.
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Ojal*
Ojal con el tiempo slo quede lo bueno. Que los aos arrasen la memoria de los das de miseria y que el viento, igual que se llev nuestras promesas, se lleve las palabras alevosas con que nos golpeamos hasta hacernos sangrar. Que el corazn descanse y que la lluvia borre la ltima huella de la ltima batalla.
* En la pgina contigua se publica este poema en euskera, traducido por Joseba Sarrionandia.
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ADDENDA
OS TEXTOS INCLUIDOS EN
T R AV E S A
DE
BILBAO,
ocasin, forman un libro nuevo y autnomo. Aunque al autor tambin le haya animado cierta voluntad antolgica, el sentido que ha pretendido darles a estas pginas es otro. Son rigurosamente inditos los poemas titulados Arribo, Equipaje de mano, rboles, Smbolos aplastantes, Regresar es saber que nunca se regresa, Un hombre busca un rbol, Ciudad sin ruinas, Parte de todo, Hoyo de niebla, Jardines de Albia, Urbarri/Indautxu/Ingenieros, Plaza de Arriquibar, Ciudad Jardn, Salida de ciudad, Cervecera de Basurto, Hotel Abando, Montaas de humo, Lindane, Elejabarri, albergue, Horario de oficina, Sonetos, Bilbao-La Robla y Toda ciudad. Los recuerdos reunidos en Consigna de la memoria tampoco han sido nunca publicados. Son asimismo
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inditas y escritas especialmente para este libro las lpidas de Juan Panero y Jaime Delclaux, las de Ramn de Basterra y Gabriel Moral Zabala y las de Eduardo Apodaca y Juan Larrea, el hombre al que perseguan las palomas. El texto titulado 1923/1960/2010 tambin es indito, lo mismo que la micronovela (o micronivola) titulada Kafka Etxea y el poema en prosa Abra, corazn del mundo. En un nmero de la revista Ipar Atea dedicado a las ciudades apareci, con otro ttulo y distinta forma, el texto de Bilbao, forever. Cielos de Bilbao es un fragmento de una conferencia leda en la Biblioteca de Bidebarrieta el da dedicado a Blas de Otero en marzo de 2010. Cmida rpida fue publicado en la revista donostiarra Bitarte. El resto de los poemas de Travesa de Bilbao pertenecen a los libros Esto no es un soneto (Rafael Inglada Editor. Mlaga, 1992), La gracia del enano (Renacimiento. Sevilla, 1994), Todos los santos (Hiperin. Madrid, 1997), Material de construccin (Hiperin. Madrid, 2004), Cumbre del mar (Hiperin. Madrid, 2006) y Aprender a irse (Hiperin. Madrid, 2008). Muchos de estos poemas han cambiado de ttulo y visto modificada su estructura, de forma que dicen cosas que en su da no dijeron o quisieron decir. El resultado de todo ello es Travesa de Bilbao.
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NDICE
Estacin del Norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Plano de ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consigna de la memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 27 85
Kafka Etxea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 Lpidas en Mallona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 Salida al mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 Eplogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167 Addenda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Nota: Todas las fotografas a doble pgina de este libro, as como la imagen de la cubierta son obra del fotgrafo bilbano Mikel Alonso.
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