Actas de La XIX Conferencia Internacional Cuidados Paliativos
Actas de La XIX Conferencia Internacional Cuidados Paliativos
conferencia
internacional
promovida y organizada por el
Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
sobre
Los cuidados paliativos
11-12-13 noviembre 2004
Nueva Sala del Snodo
Ciudad del Vaticano
DOLENTIUM HOMINUM
N. 58 ao XX N. 1, 2005
REVISTA DEL PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD
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S.EM. CARD. JAVIER LOZANO BARRAGN, Director
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Saludo de homenaje
al Santo Padre
S.Em. Card. Javier Lozano Barragn
Discurso del Santo Padre
Juan Pablo II
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
PROLUSION
El dolor, Enigma o misterio?
S.Em. Card. Javier Lozano Barragn
Los cuidados paliativos:
perspectiva de la Organizacin
Mundial de la Salud
Dra. Cecilia Seplveda
PRIMERA SECCIN
SITUACIN ACTUAL
1. El mundo catlico
y los cuidados paliativos: Encuesta
del Pontificio Consejo para la Salud
Dra. Fiorenza Deriu
2. El dolor: datos cientficos
Dra. Simona Castellano
3. Terapia del dolor
Prof. Pierluigi Zucchi, S.O.
4. Los cuidados paliativos
Dr. Maurizio Evangelista
6
7
10
16
20
24
28
35
43
46
51
54
64
68
74
79
5. Los cuidados paliativos:
Dignidad para el moribundo
Dr. Stein Brge Huseb
6. La eutanasia: lo que es y no es
Baronesa Prof. Ilora Finlay of Llandaff
7. Aspectos legales de los
cuidados paliativos del dolor
Dr. Fernando Antezana Aranibar
SEGUNDA SECCIN
ILUMINACIN
1. Los cuidados paliativos:
sus races, antecedentes e historia
desde la perspectiva cristiana
P. Jess Conde Herranz
2. Los cuidados paliativos
a la luz de la Muerte
y de la Resurreccin del Seor
S.Em. Card. Rodolfo Quezada Toruo
3. La Uncin de los Enfermos
y el Vitico
P. Eugenio Sapori, M.I.
4. Fe y secularizacin
en la ltima fase de la vida
P. Bonifacio Honings, O.C.D.
5. Tratamiento proporcionado
y desproporcionado, ensaamiento
teraputico y cuidado paliativo
S.E. Mons. Williams Jacobus Eijk
Sumario
jueves
11
noviembre
viernes
12
noviembre
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6. Dilogo interreligioso:
los cuidados paliativos
en las grandes tradiciones religiosas
6.1 Los cuidados paliativos
en la religin hebrea
Prof. Abramo Alberto Piattelli
6.2 Terapia del restablecimiento
del ritmo y de los cuidados paliativos
Prof. Yehia-El-Rakhawi
6.3 Cuidados paliativos e hinduismo
Dr. Rajeev Agarwal
6.4 El Budismo y los cuidados
paliativos en Japn
Dr. Masahiro Tanaka
6.5 Cuidados paliativos
y NewAge, post-modernidad
P. Jn acok, S.J.
TERCERA SECCIN
QU HACER?
1. Renovacin pastoral de los
sacramentos de los enfermos:
Reconciliacin, Uncin, Vitico
S.Em. Card. Carlos Amigo Vallejo
2. Pautas actuales de la investigacin
en los cuidados paliativos
Dra. Vittorina Zagonel
3. Papel de las ciencias psicolgicas
en los cuidados paliativos
Mons. Tony Anatrella
4. Nuevo acercamiento cultural
al trmino de la vida
S.Em. Card. Paul Poupard
5. Formacin del personal en el
mbito de los cuidados paliativos
P. Angelo Brusco, M.I.
6. El final de la vida humana en los
medios de comunicacin de masa
S.E. Mons. John Patrick Foley
7. Renovacin de los agentes
sanitarios en la pastoral
de los cuidados paliativos
7.1 El Sacerdote
y los cuidados paliativos
S.E. Mons. Jacinto Guerrero Torres
7.2 Actualizacin pastoral de
los agentes sanitarios en el campo de
los cuidados paliativos: los mdicos
P. Mirosaw Kalinowski
7.3 La actualizacin
de los trabajadores sanitarios
en los aspectos de la pastoral
de los cuidados paliativos
Dra. An Verlinde
7.4 Los cuidados paliativos:
Cmo cambia nuestro modo de ver?
Sor Marie-Sylvie Richard
7.5 Cuidados paliativos y familiares
Sra. Cristina Calabresi
7.6 Pastoral de los cuidados paliativos:
Psiclogos y asistentes sociales
Dr. Vito Ferri
7.7 El voluntariado:
nuevo acercamiento en la pastoral
de los cuidados paliativos
P. Raymond Zambelli
87
87
88
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94
97
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105
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131
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141
144
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sbado
13
noviembre
Las ilustraciones de este nmero
proceden del volumen:
Taranto: la Chiesa / le Chiese
a cargo de Cosimo Damiano Fonseca
Mandese Editore, Taranto, 1992
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Beatsimo Padre:
Agradecemos vivamente a Vuestra Santidad por
la importante tarea que ha confiado a nuestro Di-
casterio para la Pastoral de la Salud a fin de brin-
darle nuestra colaboracin para dar una respuesta a
las cuestiones existenciales ltimas de la vida hu-
mana. Es por esto que hemos organizado esta XIX
Conferencia Internacional en torno a Los Cuida-
dos Paliativos. No obstante vivamos en un mun-
do en cierto sentido unificado por la globalizacin,
los interrogantes extremos no callan: cul es el
sentido del dolor, del sufrimiento, de la muerte?
En esta Conferencia, despus de haber reflexio-
nado ayer y hoy sobre el sentido del dolor y del su-
frimiento, tal como Vuestra Santidad lo ilustra en
la CartaApostlica Salvifici Doloris, hemos des-
crito la situacin contempornea de los cuidados
paliativos, los datos cientficos, el tratamiento del
dolor; el significado y en qu consisten los cuida-
dos paliativos, qu es la eutanasia y sus aspectos
jurdicos, cul es la historia de estos cuidados en la
Iglesia.
Seguidamente, hemos comenzado a iluminar es-
tas realidades con la fe, a la luz de la muerte y re-
surreccin de Nuestro Seor, que se vuelve con-
temporneo a travs de los sacramentos de los En-
fermos: la Uncin y especialmente la Eucarista en
el Vitico, que exigen en nuestros tiempos una fe
muy viva; seguidamente, hemos considerado la di-
ferencia entre cuidados paliativos proporcionados
y desproporcionados.
Esta maana se han estudiado estos tres temas.
Y precisamente como pice de la iluminacin, de-
seamos pedirle, Santidad, una palabra realmente
autorizada que nos guie en estos graves problemas.
Deseo presentarle, Santo Padre, a nuestros parti-
cipantes, que han venido de 76 naciones diferen-
tes, sobre todo especialistas de muchas Naciones,
que son autoridades en su campo, que nos han ilu-
minado y nos iluminarn con su buena y reconoci-
da competencia.
Santidad, le imploramos que nos done su pala-
bra e imparta sobre nosotros su esperada bendi-
cin.
Ciudad del Vaticano,12 de noviembre de 2004.
S.Em. Cardenal JAVIER LOZANO BARRAGN
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud
Santa Sede
SALUDO DE HOMENAJE AL SANTO PADRE
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Seor Cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadsimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra acogeros con ocasin de la Confe-
rencia internacional del Consejo pontificio para la
pastoral de la salud, que se est realizando actual-
mente. Con vuestra visita habis querido reafirmar
vuestro compromiso cientfico y humano en favor
de cuantos se encuentran en un estado de sufri-
miento.
Agradezco al seor cardenal Javier Lozano Ba-
rragn las amables palabras que, en nombre de to-
dos, acaba de dirigirme. Expreso tambin mi salu-
do, mi agradecimiento y mi aprecio a todos los que
han dado su contribucin a esta conferencia, as co-
mo a los numerosos mdicos y profesionales de la
salud que, en el mundo, dedican su capacidad cien-
tfica, humana y espiritual a aliviar el dolor y sus
consecuencias.
2. La medicina se pone siempre al servicio de la
vida. Aun cuando sabe que no puede curar una en-
fermedad grave, dedica su capacidad a aliviar sus
sufrimientos. Trabajar con ahnco para ayudar al
paciente en toda situacin significa tener conciencia
de la dignidad inalienable de todo ser humano, tam-
bin en las condiciones extremas de la fase termi-
nal. En esta dedicacin al servicio de los que sufren
el cristiano reconoce una dimensin fundamental
de su vocacin, pues, al cumplir esta tarea, sabe que
est sirviendo a Cristo mismo (cf. Mt 25, 35-40).
Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del
dolor y de la muerte, que fuera de su Evangelio
nos abruma, recuerda el Concilio (Gaudium et
spes, 22). Quien en la fe se abre a esta luz, encuen-
tra consuelo en su sufrimiento y adquiere la capaci-
dad de aliviar el sufrimiento de los dems. De he-
cho, existe una relacin directamente proporcional
entre la capacidad de sufrir y la capacidad de ayu-
dar a quien sufre. La experiencia diaria ensea que
las personas ms sensibles al dolor de los dems y
ms dedicadas a aliviar su dolor, son tambin las
ms dispuestas a aceptar, con la ayuda de Dios, sus
propios sufrimientos.
3. El amor al prjimo, que Jess describi con
eficacia en la parbola del buen samaritano (cf. Lc
10, 29 ss), permite reconocer la dignidad de toda
persona, aunque la enfermedad haya alterado su
existencia. El sufrimiento, la ancianidad, el estado
de inconsciencia y la inminencia de la muerte no
disminuyen la dignidad intrnseca de la persona,
creada a imagen de Dios.
Entre los dramas causados por una tica que pre-
tende establecer quin puede vivir y quin debe
morir, se encuentra el de la eutanasia. Aunque es-
t motivada por sentimientos de una mal entendida
compasin o de una comprensin equivocada de la
dignidad que se debe salvaguardar, la eutanasia, en
lugar de rescatar a la persona del sufrimiento, la
elimina.
La compasin, cuando no se tiene la voluntad de
afrontar el sufrimiento y acompaar al que sufre,
lleva a la supresin de la vida para eliminar el do-
lor, tergiversando as el estatuto tico de la ciencia
mdica.
4. Por el contrario, la verdadera compasin pro-
mueve todo esfuerzo razonable para favorecer la
curacin del paciente. Al mismo tiempo, ayuda a
detenerse cuando ya ninguna accin resulta til pa-
ra ese fin.
El rechazo del ensaamiento teraputico no es un
rechazo del paciente y de su vida. En efecto, el ob-
jeto de la deliberacin sobre la conveniencia de ini-
ciar o continuar una prctica teraputica no es el va-
lor de la vida del paciente, sino el valor de la inter-
vencin mdica en el paciente.
La decisin de no emprender o de interrumpir
una terapia ser ticamente correcta cuando esta
resulte ineficaz o claramente desproporcionada pa-
ra sostener la vida o recuperar la salud. Por tanto,
el rechazo del ensaamiento teraputico es expre-
sin del respeto que en todo momento se debe al
paciente.
Precisamente este sentido de respeto amoroso
ayudar a acompaar al paciente hasta el final, rea-
lizando todas las acciones y cuidados posibles para
disminuir sus sufrimientos y favorecer en la ltima
fase de su existencia terrena una vida serena, en la
Evitar toda forma de eutanasia
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
medida en que sea posible, que prepare su alma pa-
ra el encuentro con el Padre celestial.
5. Sobre todo en la fase de la enfermedad en la
que ya no es posible realizar terapias proporciona-
das y eficaces, se impone la obligacin de evitar to-
da forma de obstinacin o ensaamiento teraputi-
co, se hacen necesarios los cuidados paliativos
que, como afirma la encclica Evangelium vitae, es-
tn destinados a hacer ms soportable el sufri-
miento en la fase final de la enfermedad y, al mismo
tiempo, asegurar al paciente un acompaamiento
humano adecuado (n. 65).
En efecto, los cuidados paliativos tienden a ali-
viar, especialmente en el paciente terminal, una vas-
ta gama de sntomas de sufrimiento de orden fsico,
psquico y mental; por eso, requieren la interven-
cin de un equipo de especialistas con competencia
mdica, psicolgica y religiosa, muy unidos entre s
para sostener al paciente en la fase crtica.
Especialmente en la encclica Evangelium vitae
se ha sintetizado la doctrina tradicional sobre el
uso lcito y a veces necesario de los analgsicos,
respetando la libertad de los pacientes, los cuales,
en la medida de lo posible, deben estar en condi-
ciones de poder cumplir sus obligaciones morales
y familiares y, sobre todo, deben poderse preparar
con plena conciencia al encuentro definitivo con
Dios (ib.).
Por otra parte, aunque no se debe permitir que
falte el alivio proveniente de los analgsicos a los
pacientes que los necesiten, su suministracin debe-
r ser efectivamente proporcionada a la intensidad y
al alivio del dolor, evitando toda forma de eutana-
sia, que se practicara suministrando ingentes dosis
de analgsicos precisamente con la finalidad de
provocar la muerte.
Para brindar esta ayuda coordinada es preciso es-
timular la formacin de especialistas en cuidados
paliativos, y especialmente estructuras didcticas
en las que puedan intervenir tambin psiclogos y
profesionales de la salud.
6. Sin embargo, la ciencia y la tcnica jams po-
drn dar una respuesta satisfactoria a los interrogan-
tes esenciales del corazn humano. Aestas pregun-
tas slo puede responder la fe. La Iglesia quiere se-
guir dando su contribucin especfica a travs del
acompaamiento humano y espiritual de los enfer-
mos que desean abrirse al mensaje del amor de
Dios, siempre atento a las lgrimas de quien se diri-
ge a l (cf. Sal 39, 13). Aqu se manifiesta la impor-
tancia de la pastoral de la salud, en la que desem-
pean un papel de especial importancia las capella-
nas de los hospitales, que tanto contribuyen al bien
espiritual de cuantos pasan por las instituciones sa-
nitarias.
No podemos olvidar la valiosa contribucin de
los voluntarios, los cuales con su servicio realizan
la creatividad de la caridad, que infunde esperanza
incluso en la amarga experiencia del sufrimiento.
Tambin por medio de ellos Jess puede seguir pa-
sando hoy entre los hombres, para hacerles el bien y
curarlos (cf. Hch 10, 38).
7. La Iglesia da as su contribucin a esta apasio-
nante misin en favor de las personas que sufren.
Que el Seor ilumine a cuantos estn cerca de los
enfermos, animndolos a perseverar en las distintas
funciones y en las diversas responsabilidades.
Que Mara, Madre de Cristo, acompae a todos
en los momentos difciles del dolor y de la enfer-
medad, para que se asuma el sufrimiento humano
en el misterio salvfico de la cruz de Cristo.
Acompao estos deseos con mi bendicin.
Ciudad del Vaticano,
viernes 12 de noviembre de 2004
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Los cuidados
paliativos
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Al dedicar esta XIX Conferen-
cia internacional del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Sa-
lud a los Cuidados Paliativos, lo
primero que ocurre es determinar
de qu sean paliativos. Es obvio
que son paliativos del dolor. Como
el Consejo Pastoral para la Pastoral
de la Salud es el instrumento del
Santo Padre para dicha Pastoral,
tambin es lgico que pregunte-
mos al Santo Padre cmo entiende
el dolor. Las reflexiones con las
que introducimos esta Conferencia
internacional, tratan de dar esta
respuesta y nuestros comentarios a
la misma, como base de la que se
partir para todo nuestro estudio.
No nos gustan los lmites. Nos
hemos acostumbrado en la cultura
actual en romperlos. Pero de repen-
te, de improviso, lo ilimitado apa-
rece absurdo y tambin lo limitado:
es el problema que contempla la
postmodernidad cuando habla del
paralogismo de la inestabilidad. En
una concepcin mecanicista el no
lmite exige la causa final, y el l-
mite el motivo; pero se pretende
que no se cuestione al particular ya
que no se debe rebasar la cotidia-
neidad; a lo ms se puede preten-
der una exposicin descriptiva y
nada ms. Slo se privilegiar esta
exposicin analtica en la cual se
pudiera considerar un elemento
despus del otro en una simple
concatenacin, as como del punto
sigue la lnea, sin superar una pers-
pectiva estrictamente mecanicista.
Gracias al descubrimiento del
mapa del genoma humano que en
su complejidad se parece a un pia-
no que tuviese tres millones de te-
clas a tocarse durante la vida del ser
humano, y constatando la diversi-
dad de los genes, todos distintos, se
comprende que sea imposible cap-
tar el inicio de la vida humana, o de
cualquier vida, desde una perspec-
tiva mecanicista que considerase
un elemento despus del otro en to-
da su complejidad, y no slo como
catlogo, y se impone otra clase de
conocimiento que faculte para una
visin simultnea de conjunto. En
este conocimiento nos situaramos
en una perspectiva de relacin en la
que un punto se relaciona con innu-
merables puntos distintos
1
. Al m-
todo analtico deber seguir nece-
sariamente el sinttico, pues de lo
contrario no se llega a la misma re-
alidad que se examina.
Dentro de esta visin cabe la ro-
tura de lmites, el plus ultra se
dar, pero con sus debidas reser-
vas. Estamos acostumbrados a
equivaler conocimiento por mani-
pulacin; esto es, lo cognoscible es
lo transformable. El hombre no ne-
cesariamente se acomoda al medio
sino acomoda el medio a s. Sin
embargo, en muchos terrenos del
conocimiento nos debemos situar
ms all del conocimiento experi-
mental de transformacin, del co-
nocimiento instrumental de domi-
nio y quedarnos en el conocimien-
to de observacin, que ms all de
un pretendido gozo esttico, nos
conducir de la admiracin respe-
tuosa a la adoracin humilde. Esta
es la razn de la Sabidura.
Exactamente en esta perspecti-
va nos queremos situar para pene-
trar en su profundidad el problema
del dolor para poder rebasar su
planteamiento enigmtico y entrar
en la aureola del misterio que se
adora.
Expongo el pensamiento subli-
me de Juan Pablo II acerca del do-
lor humano. Como introduccin
rpidamente esbozar algunos da-
tos cientficos sobre la fisiologa
del dolor humano, y dada la apertu-
ra del Papa a todos los valores de la
humanidad me referir sinttica-
mente a la esencia del pensamiento
de las cuatro soluciones aportadas
por las grandes religiones que sub-
sisten con el Cristianismo para es-
bozar un dilogo con ellas. Se tra-
tara del Hinduismo, del Budismo,
del Islamismo y de las religiones
tradicionales africanas, que tienen
muchos elementos con el pensa-
miento religioso tradicional de
otras partes del mundo.
INTRODUCCIN
1. Referencias mdicas
sobre el dolor
El dolor es una experiencia de-
sagradable, sensorial y emotiva,
asociada con un dao que sufre el
organismo
2
.
El dolor puede ser sntoma de
enfermedades o una enfermedad
en s mismo. En el primer caso
constituye una seal de alarma fi-
JAVIER LOZANO BARRAGN
El dolor, enigma o misterio?
EL DOLOR EN LA CARTA APOSTLICA DE JUAN PABLO II SALVIFICI DOLORIS
jueves
11
noviembre
PROLUSIN
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
siolgica til; en el segundo caso
no tiene finalidad y puede consti-
tuir punto de partida para otra pato-
loga orgnica o psicolgica. Del
lugar del organismo donde se ori-
gina se transmite al cerebro por las
fibras nerviosas y una vez llegado a
la mdula espinal sube a la corteza
cerebral donde se percibe tanto el
estmulo nociceptivo cuanto la ela-
boracin del sntoma del dolor.
El dolor se puede presentar en
forma aguda o crnica. El dolor
agudo aparece de improviso y tiene
una duracin limitada; cesa en po-
co tiempo en el contexto de la cura-
cin de la enfermedad que lo cau-
sa. El dolor crnico (enfermedad),
es de duracin prolongada (ms de
tres meses) y entraa un impacto
psico-orgnico elevado en el pa-
ciente. Contina a veces aun des-
pus de sanar de la enfermedad que
lo ha causado (dolor neuroptico,
herpes zoster), o bien acompaa a
una enfermedad incurable.
La intensidad del dolor es subje-
tiva (umbral del dolor): hay perso-
nas que soportan ms el dolor que
otras; se observa frecuentemente
una diferencia de tolerancia al do-
lor de parte de la misma persona
segn la causa del mismo y sobre
todo de acuerdo a su situacin psi-
colgica.
2. Lo esencial de las soluciones
dadas al problema del dolor
en las grandes religiones
no cristianas
En el Hinduismo, la causa del
sufrimiento es el karma, que se
origina como consecuencia de las
acciones malas que se han cometi-
do en la vida presente o en anterio-
res reencarnaciones. Se libera al-
guien del karma mediante el co-
nocimiento de la verdad y el anun-
cio de la Palabra de Dios. Dios es
el remedio. Paralelamente se men-
cionan otras causas del dolor que
son: los dioses, el mundo, la igno-
rancia y el sufrimiento.
En el Budismo, el problema del
dolor se expresa en las cuatro no-
bles verdades: 1) Todo es sufri-
miento. 2) Su causa es la
pasin/ansiedad egosta. 3) Slo el
Nirvana puede eliminar la causa.
Ya se hace en esta vida, pero ser
plena en el futuro. 4) El sendero
que conduce al Nirvana es la c-
tuple rectitud: esto es, la rectitud
de visin, de pensamiento, de pala-
bra, de accin, de vida, de esfuer-
zo, de atencin, y de meditacin.
En el Islamismo, el dolor se ori-
gina por la oposicin a la Palabra
de Dios. Dios es quien puede reme-
diar el dolor. En la corriente chii-
ta se afirma la solucin por una
compensacin, segn esta corrien-
te existi un redentor de nombre Al
Hally que muri crucificado en
Bagdad en el ao 922.
En la religin africana tradicio-
nal, el sufrimiento se provoca por
los espritus o los ancestros que se
han ofendido por los delitos come-
tidos contra la vida u otras faltas
morales como el robo, la esclavi-
tud, etc. La solucin al dolor ser
primero identificar el espritu al
que se ha ofendido y luego ofrecer-
le sacrificios.
En estos esquemas encontramos
una cierta constante: la causa del
dolor es la falta cometida: en el
Hinduismo es la mala accin o
karma; en el Budismo, es la pa-
sin/ansiedad egosta; en el Isla-
mismo es la oposicin a la Palabra
de Dios; en las religiones tradicio-
nales africanas, son los delitos co-
metidos. Bajo este aspecto no nos
encontramos lejos del Cristianismo
en el cual tambin se fija como cau-
sa del dolor una falta del todo espe-
cial como es el pecado original.
Donde se extrema la diferencia
entre estas religiones y el Cristia-
nismo es en la solucin al proble-
ma. Quien se encuentra ms lejos
de la solucin cristiana es el Budis-
mo, puesto que piensa superarlo
por una accin meramente huma-
na, la llamada ctuple rectitud;
en cambio, las dems religiones
siempre ofrecen como solucin
una ligazn con la divinidad. El
Budismo, podemos decir que es la
secularizacin plena (como siste-
ma de pensamiento es ateo, slo se
vuelve testa, por decirlo as, en su
religiosidad popular). En cambio,
en el Hinduismo aparece como so-
lucin la Palabra de Dios, en el Is-
lamismo, tambin la Palabra de
Dios, y en las religiones tradiciona-
les, el sacrificio a Dios.
Dentro de este marco delinea-
mos ahora las lneas maestras del
pensamiento de Juan Pablo II, to-
mndolo de la Carta Apostlica
Salvifici Doloris
3
.
Como ttulo de mi intervencin
he elegido: El dolor, enigma o
misterio, porque para el Papa Juan
Pablo II, el dolor es un enigma que
slo se resuelve en el misterio.
Antes de adentrarnos en el tema
prenoto una precisin terminolgi-
ca: cuando se habla de dolor se
suele ms bien entender un dolor
de incidencias fisiolgicas; la otra
expresin que se usa es sufri-
miento. Cuando se emplea esta
palabra se tiene en la mente algo
ms extenso, se refiere a toda clase
de dolor humano, fsico o psqui-
co, material o espiritual. En el de-
sarrollo del pensamiento de Juan
Pablo II usaremos ms bien la pa-
labra sufrimiento, en la que en-
globamos tanto el dolor fsico co-
mo cualquier otra clase de dolores.
El tema lo desarrollo en tres partes,
la primera es sobre el sufrimiento
como enigma, la segunda, el sufri-
miento como misterio y la tercera,
un comentario a la doctrina de
Juan Pablo II.
I. ELENIGMA
DELSUFRIMIENTO
As comienza el Papa a tratar el
problema del sufrimiento. No es-
conde que se trata de algo comple-
jo y enigmtico, intangible, y que
se debe tratar con todo respeto, con
toda compasin y aun con temor;
pero ello no excusa de tratar de
comprenderlo, pues slo as se po-
dr superar. Da a continuacin un
primer abordaje para determinar el
campo, hablando de la extensin
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12
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
del sufrimiento y de su sujeto, ano-
tando ya desde un principio que
una no comprensin del sufrimien-
to puede conducir incluso a rene-
gar de Dios.
Dice el Papa: El sufrimiento va
ms all de la enfermedad, pues
existe el sufrimiento fsico y el es-
piritual
4
. Adems del sufrimiento
individual hay el sufrimiento co-
lectivo, que se da debido a los
errores y transgresiones de los hu-
manos, en especial en las guerras.
Hay tiempos en que este sufrimien-
to colectivo aumenta. El sufrimien-
to tiene un sujeto y es el individuo
que lo sufre. Sin embargo, no per-
manece encerrado en el individuo,
sino que genera solidaridad con las
dems personas que tambin su-
fren; ya que el nico en tener una
conciencia especial de ello es el
hombre y todo hombre. El sufri-
miento entraa as solidaridad
5
. Es
difcil precisar la causa del sufri-
miento, o del mal que va junto al
sufrimiento. El hombre se la pre-
gunta a Dios y con frecuencia re-
niega de El porque piensa no en-
contrar dicha causa
6
.
Primero se necesita situar el
enigma en su justa dimensin y
empezar a buscar su causa. El Su-
frimiento, dice el Papa, consiste en
la experiencia de la privacin del
bien. La privacin del bien es el
mal. La causa del sufrimiento es
as un mal; por tanto, sufrimiento y
mal no se identifican. Respecto al
mal, ste es privacin, no tiene en
s entidad positiva y as no puede
tener causa o principio positivos;
su origen es una mera privacin.
Hay tantos males cuantas caren-
cias; genera dolor, tristeza, abati-
miento, desilusin, y hasta deses-
peracin, de acuerdo a la intensi-
dad del mal; existe en dispersin,
pero a la vez entraa solidaridad.
Siendo su principio la privacin, se
impone la pregunta, por qu hubo
esta privacin, quin la caus?
Para responder abandona el Papa
ya el terreno del enigma y se pasa al
del misterio. No trata de hacerlo
con la oscuridad nebulosa de un
mito, sino que entra de lleno en el
ncleo de la fe cristiana. Dentro de
la fe cristiana, el misterio no es os-
curidad sino claridad deslumbran-
te. Nos ayuda a comprenderlo un
poco su raz etimolgica, viene del
griego , o , que signi-
fica cerrar los ojos. No en el sentido
de proceder a ciegas, sino el cerrar
los ojos que se origina cuando vie-
ne un encandilamiento, como por
ejemplo cuando se mira directa-
mente el sol. Es slo a la luz que
encandila, es slo en el exceso de
luminosidad que no permite ver de
frente, que podemos atisbar qu sea
el misterio del sufrimiento. Ade-
ms, el misterio cristiano no es slo
algo que se contempla sino que se
experimenta. Slo en la experiencia
del misterio, se puede adentrarse en
su comprensin. Slo viviendo el
misterio del sufrimiento cristiano
se puede comprender un poco qu
signifique el sufrimiento, y como
ha dicho anteriormente el Papa,
trascenderlo y superarlo. Entramos
ahora en la descripcin del misterio
del sufrimiento.
II. ELMISTERIO
7
Destacamos tres temas que desa-
rrolla el Papa en el camino que nos
adentra en el misterio: el mal y el
sufrimiento, Cristo asume el sufri-
miento, valor del sufrimiento hu-
mano.
1. El mal y el sufrimiento
Para entrar en el misterio, lo ha-
cemos bajo la misma conduccin
de Dios, y es en la Revelacin en la
que nos adentra el Papa para proce-
der a la ascensin en el misterio.
Nos dice el Santo Padre que en el
lenguaje bblico del Antiguo Testa-
mento, inicialmente sufrimiento y
mal se identifican. Pero, gracias a
la lengua griega, especialmente en
el Nuevo Testamento se distingue
sufrimiento y mal. Sufrimiento es
una actitud pasiva o activa frente a
un mal, o mejor, frente a la ausen-
cia de un bien que se debiera tener
8
.
En efecto, en el libro de Job y en
algunos otros libros del Antiguo
Testamento, la respuesta es que la
causa del mal es la trasgresin del
orden natural creado por Dios. Su-
frimiento y desorden sera lo mis-
mo o al menos se piensa que el su-
frimiento es causado por el desor-
den. Esta es la tesis de los amigos
de Job
9
. Sin embargo, Dios refuta
esta tesis aprobando la inocencia de
Job, su sufrimiento queda como
misterio: no todo sufrimiento viene
por trasgresin, ste es una prueba
de la justicia de Job. Es un preanun-
cio de la Pasin del Seor
10
. Ms
an, se afirma que el sufrimiento es
una pena infligida para corregirse,
esto es, para que del mal se siga un
bien, para la conversin, para la re-
construccin del bien
11
.
2. Cristo asume el sufrimiento
y lo transforma
Da ahora el Papa otro paso y lle-
ga al centro del misterio de la si-
guiente forma: Cristo en su vida
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
mortal suprime con los milagros el
dolor. Asume el dolor de todos y
conscientemente los padece en su
cruz
12
. La nica respuesta podr ve-
nir slo del amor de Dios en la
cruz
13
. La solucin al problema del
sufrimiento la da Dios Padre: con-
siste en que da a su Hijo. El mal
es el pecado y el sufrimiento la
muerte. Con la cruz vence al peca-
do, y con su resurreccin la muer-
te: Jn 3,16
14
.
En el cntico del siervo de Dios,
en el profeta Isaas, se ve todava
con mayor fuerza que en los Evan-
gelios lo que significa el sufrimien-
to en la pasin de Cristo. Es un su-
frimiento redentor. Su profundidad
se mide por la profundidad del mal
histrico en el mundo y en especial
porque la persona que lo padece es
Dios
15
. Cristo da respuesta al pro-
blema del sufrimiento con la misma
materia de la pregunta: responde al
que le brinda toda su disponibilidad
y compasin; su presencia es efi-
caz: ayuda, da y se da a s mismo
16
.
3. El valor del sufrimiento
humano
El sufrimiento genera amor ha-
cia el que sufre, un amor desintere-
sado para ayudarlo alivindolo. Es-
to se hace ahora en forma organiza-
da y oficial, mediante las organiza-
ciones sanitarias y sus profesiona-
les, tambin a travs de los volun-
tarios. Se trata de una verdadera
vocacin, en especial cuando se
une en la Iglesia con una profesin
cristiana. Descuella en este campo
la ayuda que las familias prestan a
sus miembros enfermos. Y entran
en la categora del Buen Samarita-
no tambin todos aquellos que ac-
tan no solamente en favor de los
enfermos, sino para desterrar toda
clase de males, los que luchan con-
tra el odio, la violencia, la cruel-
dad, contra todo tipo de sufrimien-
to del cuerpo y del alma. Todo
hombre debe sentirse llamado en
primera persona a testimoniar su
amor en el sufrimiento y no debe
dejarlo slo a las instituciones ofi-
ciales
17
. La parbola del Buen Sa-
maritano converge con lo dicho
por Cristo en el Juicio final: Estu-
ve enfermo y me visitaste: Cristo
mismo es el que es curado y soco-
rrido en el que cay en manos de
bandidos. El sentido del sufrimien-
to es hacer el bien con el sufrimien-
to y hacer el bien al que sufre
18
.
Concluye el Papa diciendo: En
Cristo se revela el misterio del hom-
bre, y el misterio del hombre es en
especial el misterio del sufrimiento.
En Cristo se revela el enigma del
dolor y de la muerte. Slo en el
amor se puede encontrar la respues-
ta salvfica del dolor. Que el dolor
de Mara y los Santos nos ayuden a
encontrar esta respuesta. Que el su-
frimiento se convierta en fuente de
fuerza para toda la humanidad.
III. COMENTARIO
1. Estatuto epistemolgico
Para comprender mejor el pensa-
miento del Papa servir una anota-
cin epistemolgica: Habamos ya
hablado de una forma especial de
conocimiento, el conocimiento re-
verente que adora; precisamos ms
ahora: nos encontramos con un
pensamiento que slo se compren-
de desde la fe. Dentro de este nivel
no nos situamos en algo irracional,
ni siquiera dentro de una perspecti-
va heideggariana de un misterio
confuso y nebuloso ms all del
anlisis lingstico. Ciertamente no
es adecuado el concepto de conoci-
miento, analizndolo desde la pers-
pectiva lgica del lenguaje, consta-
tado por la experiencia cientfica o
bien por la formalidad lgica del
mismo lenguaje, incluso situndo-
lo en un juego especfico del mis-
mo lenguaje, el lenguaje religioso.
Y por supuesto que no nos situa-
mos en una especie de paraloga de
la inestabilidad, ni de pequeos
relatos.
Debemos partir de la objetividad
del conocimiento y de la racionali-
dad lgica del mismo entendiendo
que un conocimiento es verdadero,
siempre que se d la corresponden-
cia entre ste y la realidad circuns-
tante. Desde este punto de partida,
el conocimiento de la fe goza de la
plena racionalidad, no en el sentido
de que sus contenidos sean demos-
trables racionalmente, sino en el
sentido primero, de que es del todo
racional creer, y de que sus conte-
nidos no encuentran ninguna razn
en contra de manera que se pudiera
presentar absurdo el que se crea en
ellos, aunque no se puedan demos-
trar internamente como crebles, ya
que sobrepasan el dominio racio-
nal, aunque, repito, no lo nieguen.
Las afirmaciones de fe se fundan
en la demostracin racional del he-
cho de la Revelacin, y del hecho
histrico de Cristo como Dios en-
carnado, de su pasin, de su muer-
te, y de su resurreccin. Sin embar-
go, aunque es racional el creer, no
es obligante el hacerlo, porque por
una parte la fe permanece como un
don y regalo que Dios hace, y por
otra, incluso recibiendo el ofreci-
miento divino de creer, el hombre
permanece libre para asentir o no a
esta oferta.
Una vez asentada esta premisa
epistemolgica, podemos ahora s
adentrarnos en el pensamiento del
Papa, pues se mueve no en una ide-
ologa religiosa inventada, sino en
un exponer el contenido central his-
trico de la Revelacin sobre el
misterio del sufrimiento y del dolor.
2. Gradacin del pensamiento
de Juan Pablo II
Pienso que el desarrollo de su
pensamiento sube por seis gradas
hacia la plenitud del misterio del
sufrimiento y el dolor; las podra-
mos resumir as:
1. El sufrimiento no es en s ma-
lo, sino que es el efecto de una cau-
sa mala. El mal no es una entidad
positiva sino una privacin. La pri-
vacin no exige una causa positiva
sino investigar quin origin dicha
privacin.
2. El origen de la privacin es el
pecado. El pecado cometido por un
hombre se propaga por la solidari-
dad humana. El pecado se puede
eliminar mediante el mismo sufri-
miento en un contexto solidario del
todo especial.
3. Esta solidaridad la puede dar
slo Dios. Esta donacin de solida-
ridad es el sentido de la Encarna-
cin, es el sentido de Jesucristo.
Por esta solidaridad Cristo lleva a
cabo la eliminacin del pecado me-
diante su propio sufrimiento en su
vida, pasin, muerte y resurrec-
cin. Esta accin divina es una ac-
cin de la Santsima Trinidad en
cuanto que el Padre Eterno entrega
su Hijo a la humanidad para que as
la redima por obra del Espritu
Santo. El Espritu Santo es el Amor
del Padre y el Hijo, y slo por el
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14
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Amor del Espritu se vislumbra la
solidaridad misteriosa redentiva.
4. Mediante la solidaridad de
Cristo con toda la humanidad el
dolor humano de todos los tiem-
pos, ha sido sufrido por Cristo en
su pasin y muerte redentora. As
el dolor humano, el sufrimiento, de
ser algo malo se torna bueno, co-
mo fuente de vida, pues se torna
redentor.
5. Cada uno, en su sufrimiento se
une al sufrimiento de Cristo y de
esta manera, misteriosamente, su
sufrimiento se torna fuente de vida
y de resurreccin. El dolor y el su-
frimiento son la puerta para encon-
trarnos con Cristo y en l experi-
mentar su presencia como vida y
resurreccin por obra del Espritu
de Amor que es el Espritu Santo.
As lo ha hecho en primer lugar
nuestra Seora la Virgen Mara y
con ella todos los santos.
6. Esta destruccin definitiva del
sufrimiento por el sufrimiento nos
lleva a destruir el sufrimiento ac-
tual tambin con toda clase de me-
dios a nuestro alcance, como es el
caso del Buen Samaritano.
3. El ncleo del Misterio
Nos sita as el Papa en el ncleo
del misterio cuya luz nos encandi-
la. Pues nos encontramos en la inti-
midad de la Santsima Trinidad, en
la realidad amorosa de la unidad de
Dios en la trinidad de Personas. Y
nos situamos en la densidad de es-
te misterio, del misterio central de
toda la religin cristiana, no de una
manera abstracta o al menos ence-
rrada en una infinitud de distancia,
sino en una cercana que significa
la historia humana en la que irrum-
pe la eternidad en la temporalidad,
a travs de la historicidad de la En-
carnacin del Verbo, de su naci-
miento, vida, pasin, muerte y re-
surreccin.
4. Comprensin del Misterio
Es una solidaridad trinitaria y
cristolgica, en la que la plenitud
absoluta de la vida se realiza por la
muerte y se llama cruz y resurrec-
cin. Nos encontramos en el n-
cleo del misterio cristiano. Ncleo
que slo se hace accesible al expe-
rimentarlo: si alguien permanece
ajeno a l no puede probar su efi-
cacia y encontrar su solucin. La
solucin al misterio del mal no se
da slo por una exposicin teolgi-
ca, sino por una vivencia de algo
que al verlo fijamente se oscurece
por su exceso de luz, pero que sin
embargo es tan real, que es la rea-
lidad ms real, valga decirlo, pues
es la nica forma de alcanzar la fe-
licidad.
De esta manera estamos dentro
del ncleo de la salvacin. Este es
el ncleo del Cristianismo. Tertu-
liano haba dicho, Credo quia
ineptum. Al experimentar el alivio
del mal por el sufrimiento y por el
sufrimiento ms horrendo que es la
cruz, sntesis de todos los sufri-
mientos imaginables, este inep-
tum se vuelve aptum, lo ms
justo y racional que podamos ima-
ginar, pues es la nica forma de ex-
perimentar la felicidad.
a. Del sufrimiento a la solidaridad
Por eso el misterio del dolor se
desplaza del dolor en s al misterio
de la solidaridad. La solidaridad en
su posicin de fundamento de toda
existencia, no es slo una simpata
con todos, una especie de compro-
meterse socialmente y ser conscien-
te de que todos pertenecemos a la
misma raza, cultura, nacionalidad
etc.; sino es experimentar una liga-
zn entre todos los humanos tan in-
terna que no es un calificacin que
nos llega una vez que existimos, si-
no que es la misma existencia. Per-
tenece a la misma vida humana di-
vinizada como un regalo recibido
que participa del misterio mismo de
la misma vida de Dios. La vida de
Dios es infinitamente perfecta en
cada una de las personas divinas,
por la solidaridad interna entre el
Padre, el Hijo y el Espritu Santo.
Esta solidaridad infinita es el Amor
infinito que es el Espritu Santo que
ha sido derramado en nuestros cora-
zones, Amor infinito que es Dios
mismo. El misterio del sufrimiento
se encierra en el misterio del Amor,
en el misterio del Espritu.
b. Solidaridad constitutiva
del hombre
De esta manera el misterio del
sufrimiento-amor entra en la misma
constitucin del Dios encarnado, el
Hijo se encarna por obra del Espri-
tu Santo. Siendo Cristo el modelo
ms ntimo de cada hombre, el Es-
pritu Santo, el Amor de Dios, el su-
frimiento redentor, entra en la mis-
ma constitucin objetiva, diramos
ontolgica, de la humanidad. Pero a
diferencia de una objetividad fra,
es algo que pertenece a nuestro ser
en su objetividad s, pero con el m-
ximo de subjetividad amorosa, pues
es y depende de nuestra voluntad li-
bre de manera que podemos acep-
tarla o rechazarla. Al aceptarla nos
hacemos totalmente hombres a tra-
vs del sufrimiento-amor; al recha-
zarla, por el contrario, nos deshace-
mos como hombres a travs del su-
frimiento-odio.
c. El sufrimiento,
desde la Resurreccin
El Papa es consciente de la difi-
cultad de razonar en esta forma, y
por eso nos dice que la realidad del
sufrimiento solidario slo se en-
tiende a travs de la resurreccin.
Desde nuestra solidaridad con el
mximo de vida que es Cristo resu-
citado, es como podemos com-
prender nuestra solidaridad amoro-
sa con Cristo sufriente en la cruz.
As como Cristo resucita y en su
resurreccin est comprendida la
resurreccin de la humanidad, de
todos y cada uno de nosotros, as
tambin, en el sufrimiento de Cris-
to estn comprendidos los sufri-
mientos y dolores de todos y cada
uno de nosotros. Entre la resurrec-
cin y la cruz no existe ninguna se-
paracin sino una convergencia,
tanto en Cristo como en nosotros;
por eso dice el Papa que Cristo re-
tiene en su cuerpo glorificado las
seales de sus llagas.
d. El sentido de la cruz gloriosa
As se realiza y se comprende lo
que de otra forma fuera una para-
doja insostenible, un escndalo y
una locura: cmo la cruz es glorio-
sa, esto es, cmo la cruz, de ser el
mal ms temido como muerte total,
es el inicio glorioso de toda la se-
gunda creacin. La nada desde la
que surge este nuevo mundo de fe-
licidad que significa el Paraso de-
finitivo, surge no de una nada ino-
cente, sino de una nada culpable
que es el mximo mal que es el pe-
cado y que en definitiva desembo-
ca en la cruz. Ydesde la cruz, no en
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
virtud de la cruz, sino en virtud de
la omnipotencia del Padre y por la
solidaridad-Amor del Espritu, el
Verbo Encarnado recrea en noso-
tros el autntico Adn, el hombre
de veras, el modelo proyectado por
Dios desde toda la eternidad, para
ser autnticamente humanos.
CONCLUSIN
La nica manera para descifrar
el enigma del dolor y el sufrimien-
to es el camino del amor. Un amor
que es capaz de transformar la na-
da en plena realidad. La carencia
de sentido, la carencia de direc-
cin, la anticultura radical, la con-
tradiccin, la muerte; en plenitud
de sentido, en orientacin plena, en
cultura ascendente, en afirmacin
gozosa, en vida; la locura y la in-
sensatez en lo ms cuerdo y sabio.
Es la ntima solidaridad del amor
triunfante que resucita, dentro de la
solidaridad amorosa en el sufri-
miento ms terrible que mata. Es la
victoria sobre la muerte.
As, Juan Pablo II nos conduce a
avizorar de una manera misteriosa,
encandilante, pero que es la nica
perspectiva vlida, la significacin
del dolor humano; el enigma final-
mente se torna misterio. Un miste-
rio alegre, luminoso y pleno de fe-
licidad. Es la paradoja vuelta lgi-
ca por el Amor Omnipotente de
Dios Padre, que es su Espritu, y
tiene su eficacia en la culminacin
de la historia humana, cuando nos
concede la ntima solidaridad de
todos los hombres, dentro de la
Pascua del Verbo Encarnado.
S.Em. Card. JAVIER LOZANO
BARRAGN
Presidente del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
Santa Sede
Notas
1
Cf. V. CAPPELLETI, Il Genoma umano,
analisi storica e considerazioni etiche, en Pon-
tificia Academia para la vida, IV Asamblea
General, 23-25 de febrero 1998.
2
Dfinition de lAssociation internationale
pour ltude de la Douleur.
3
JUAN PABLO II, Carta apostlica Salvifici
Doloris, sobre el sentido cristiano del sufri-
miento humano, Ciudad del Vaticano, 11 feb-
braio 1984.
4
Salvifici Doloris n. 5
5
Salvifici Doloris n. 8
6
Salvifici Doloris n. 9
7
Los temas que trata el Papa en la Carta
apostlica Salvifici Doloris a propsito del
sufrimiento como misterio, son: Mal y Sufri-
miento: identificacin inicial, primera refe-
rencia a su causa, correccin de parte de Dios,
mal fuente del bien, destruccin del mal por
Cristo en sus milagros, destruccin de enfer-
medades y muerte, el mal fuente del bien.
Cristo asume el sufrimiento: destruccin
del mal y el sufrimiento, asuncin del sufri-
miento por el Padre, el mal no es el sufrimien-
to sino su causa, suprimiendo su causa se su-
prime el efecto, el sufrimiento suprime el su-
frimiento, sufrimiento infinito, supresin ab-
soluta y total.
Sufrimiento humano: suprimir el sufri-
miento humano mediante el sufrimiento hu-
mano, el pecado causa del sufrimiento, para-
doja amorosa, bondad del sufrimiento, suplen-
cia del sufrimiento de Cristo, participacin del
sufrimiento supresor, aliviar el sufrimiento,
sntesis del misterio.
8
Salvifici Doloris, n. 7.
9
Salvifici Doloris, n. 10.
10
Salvifici Doloris, n. 11.
11
Salvifici Doloris, n. 12.
12
Salvifici Doloris, n. 16.
13
Salvifici Doloris, n. 13.
14
Salvifici Doloris, n. 14.
15
Salvifici Doloris, n. 17.
16
Salvifici Doloris, n. 28.
17
Salvifici Doloris, n. 29.
18
Salvifici Doloris, n. 30.
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16
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Definicin de cuidados
paliativos de la OMS
Los cuidados paliativos son un
acercamiento que tiende a mejorar
la calidad de la vida de los pacientes
y de sus familias que afrontan pro-
blemas conexos con las enfermeda-
des denominadas life threatening
es decir, las que ponen en peligro
la vida del paciente mediante la
prevencin y el alivio del dolor,
gracias a la identificacin precoz y
a una impecable valoracin y trata-
miento del dolor y de otros proble-
mas fsicos, psico-sociales y espiri-
tuales. Los cuidados paliativos se
sitan del lado de la vida y conside-
ran la muerte como un aconteci-
miento normal, sin pretender ni ace-
lerarla ni retrasarla. Hoy se recono-
ce a nivel universal que los cuida-
dos paliativos deberan aplicarse lo
antes posible en el curso de toda en-
fermedad crnica y al trmino fatal
junto con otras terapias que tienden
a prolongar la vida. Estos cuidados
deberan ofrecerse cuando se mani-
fiesta la necesidad, para luego au-
mentarlos hacia la fin de la vida y
continuar incluso ms all de la
muerte durante el luto
1
. Deberan
acompaar a los tratamientos po-
tencialmente curativos
2
.
La necesidad de cuidados
paliativos en el mundo
Decenas de millones de personas
sufren debido a condiciones life
threatening ante la ausencia de
cuidados paliativos adecuados. La
mayora de estos casos se presentan
en los Pases que disponen de renta
baja o mediana, donde existe cada
vez ms un peso elevado de condi-
ciones crnicas life-threatening,
como el cncer y el VIH/SIDA. En
los pases de renta baja a menudo el
acceso a un tratamiento rpido y
eficaz para estas enfermedades es
mnimo y la mayora de los casos se
diagnostican cuando estn en la l-
tima fase. Generalmente, el sumi-
nistro de cuidados paliativos es la
alternativa principal para responder
a las necesidades urgentes de los
enfermos y de sus familias y para
mejorar la calidad de vida.
Mientras las necesidades fsicas,
emotivas y espirituales de los pa-
cientes y de sus familias se conside-
ran como preocupaciones impor-
tantes en el campo de los cuidados
paliativos, el dolor persistente es un
problema sanitario importante, que
causa sufrimientos indecibles y la
prdida de productividad en todo el
mundo.
Cuanto se evalan las necesida-
des de los enfermos de cncer y de
VIH/SIDA, la falta de tratamiento
del dolor es la ms frecuente y dra-
mtica porque se refiere a todas las
dimensiones de la vida humana pro-
duciendo sufrimiento emotivo y da-
os sociales que incluso pueden lle-
var a una invalidez total en el caso
de sufrimientos graves. A menudo,
durante una enfermedad, la mayora
de estos pacientes experimentan su-
frimientos que aumentan de grave-
dad e intensidad durante la fase ter-
minal. Se calcula que cerca del
50% de los pacientes afectados por
el VIH/SIDAy el 80% de los enfer-
mos de cncer sufren dolores que
van de moderado a grave en la fase
terminal. Aplicando este porcentaje
al nmero de muertos por cada tipo
de enfermedad en los pases indus-
trializados, la OMS calcula que en
el llamado mundo industrializado
son cerca de 4 millones de enfer-
mos de VIH/SIDA y de cncer en
fase terminal que sufren cada ao
dolores crnicos de moderados a
graves (Tabla 1).
Las iniciativas de la OMS han
desarrollado un papel muy impor-
tante en la progresiva expansin de
una red global en torno al alivio del
dolor y los cuidados paliativos, for-
mada por numerosas organizacio-
nes nacionales e internacionales.
Todava necesitamos colmar impor-
tantes vacos no obstante los esfuer-
zos reales de la OMS y de los part-
ners que han llevado a un significa-
tivo progreso en el desarrollo de di-
rectivas, material educativo y pro-
yectos individuales de pases.
Muchos pases an no consideran
los cuidados paliativos en su pro-
gramacin sanitaria. Varias iniciati-
vas se han desarrollado como islas
de excelencia no suficientemente
integradas en las polticas sanitarias
nacionales y, como consecuencia,
an no han tenido un impacto signi-
ficativo en la poblacin de pacien-
tes que necesitan cuidados paliati-
vos. En la mayora de los pases in-
dustrializados, existen impedimen-
tos serios para la disponibilidad de
opiceos. Importantes iniciativas
CECILIA SEPLVEDA
Los cuidados paliativos: perpectiva de
la Organizacin Mundial de la Salud
Tabla 1. Clculo de la gravedad del dolor en los cuidados paliativos
por cncer y VIH/SIDAen los pases industrializados
Clculo de pacientes Prevalencia de Nmero de pacientes
en fase terminal, dolores de terminales que
basado en los moderados a necesitan alivio
decesos habidos graves en la fase del dolor
en el 2001* terminal
VIH/SIDA 2866,000 50% 1433,000
Cncer 3600,000 80% 2880,000
Total 6466,000 4313,000
* Organizacin Mundial de la Salud, Informe 2002
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17
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
sanitarias regionales y globales que
se interesan de estos temas, no han
considerado de modo explcito los
cuidados paliativos entre sus priori-
dades. Adems, los cuidados palia-
tivos tienen un bajo perfil en la edu-
cacin y en la formacin de los
agentes sanitarios incluso en el de-
nominado primer mundo.
Recomendaciones de la OMS
para ampliar los
cuidados paliativos
La OMS ha redactado recomeda-
ciones sobre la poltica referente al
alivio del dolor y a los cuidados pa-
liativos y sobre la gestin del pro-
blema. Dichas recomendaciones
las encontramos en las publicacio-
nes que presentamos en la tabla n-
mero 2:
Entre los componentes clave de
un acercamiento sanitario pblico
que comprenda los cuidados palia-
tivos tenemos: desarrollo de polti-
cas adecuadas, educacin y forma-
cin, suministro de cuidados de
buena calidad, disponibilidad para
el alivio del dolor y de los dems
sntomas.
Polticas adecuadas deberan
asegurar que los cuidados paliati-
vos estn integrados corriente-
mente en los cuidados de condi-
ciones crnicas life-threatening,
en particular en la asistencia domi-
ciliaria a fin de proporcionar una
amplia cobertura. Los cuidados
paliativos no se deberan ofrecer
slo mediante equipos especiali-
zados, como servicios de cuidados
paliativos o de hospice cuando se
interrumpe todo tratamiento. En
verdad, deberan ser parte inte-
grante de los cuidados en todo am-
biente
2
.
La OMS recomienda una apro-
ximacin, relativamente simple y
econmica, subdividida en tres fa-
ses para aliviar el dolor liviano,
moderado o grave en el cncer y
en el VIH/SIDA. El mtodo inclu-
ye tratamientos con opiceos co-
mo suministro de morfina por va
oral, fcil de emplear, eficaz para
tratar el dolor grave y de bajo cos-
to si se compra directamente de los
productores
3,4
. Sin embargo, los
analgsicos opiceos no se en-
cuentran disponibles adecuada-
mente en la mayor parte del mun-
do, en particular en los pases en
vas de desarrollo y en ambientes
con recursos limitados. Esto se de-
be a una serie de factores econmi-
cos, sociales, culturales y sanita-
rios que comprenden tambin re-
glamentos nacionales demasiado
rgidos para el uso de drogas nar-
cticas, temor de abuso, depen-
dencia y desvo (INCB 1996). Por
consiguiente, se deben desarrollar
polticas nacionales de control de
las drogas de modo equilibrado
para obtener la disponibilidad de
medicinales opiceos pero asegu-
rando, al mismo tiempo, un ade-
cuado control con el fin de evitar
desvos. Las directivas Achieving
Balance in National Opioids Con-
trol Policy proporcionan lneas-
gua para analizar y mejorar los
sistemas reguladores
5
.
Anivel nacional, se comprueba
que las situaciones difieren am-
pliamente. La OMS ha desarrolla-
do recomendaciones generales
para los pases, segn el nivel de
los recursos disponibles, adapta-
bles a la situacin de cada pas. En
general, se recomienda que cada
pas acte programas completos
de cuidados paliativos en todos
los niveles y asegure el acceso a
los respectivos medicamentos.
Dichos programas deberan pro-
porcionar alivio del dolor, control
de otros sntomas y apoyo psico-
social y espiritual. Los pases de
renta elevada deberan asegurar
que se adopten las directivas na-
cionales en todo nivel de atencin
y que haya una amplia cobertura a
los pacientes en el territorio nacio-
nal, a travs de una variedad de
opciones, incluida la atencin a
domicilio.
En los ambientes de bajo y me-
diano nivel de recursos, es impor-
tante asegurar que los standard m-
nimos para el alivio del dolor y los
cuidados paliativos se adopten pro-
gresivamente en todo nivel de cui-
dados, y que se cubra de modo am-
plio a los pacientes mediante servi-
cios proporcionados sobre todo
con los cuidados a domicilio
1
.
El departamento OMS para el
VIH ha desarrollado una nueva se-
rie de material educativo para inte-
grar los cuidados paliativos en el
continuum de los cuidados a favor
de los enfermos de VIH, tanto an-
tes como durante la terapia antirre-
troviral. Este material incluye dos
libros nuevos: Palliative Care:
Tabla 2. Publicaciones de la
OMS sobre el alivio del dolor y
los cuidados paliativos y sobre
la poltica de control del dolor a
travs de los opiceos
Cancer pain relief and palliative
care: a report of a OMS expert
committee, OMS 1990.
Cancer pain relief: with a guide to
opioid availability, OMS 1996.
Symptom relief in terminal illness,
OMS 1998.
Cancer pain relief and palliative
care in children, OMS 1998.
Achieving balance in national
opioids control policy, OMS
2000.
National cancer control
programmes: policies and
managerial guidelines, 2nd ed.
OMS 2002.
Palliative care: symptom
management and end-of-life
care. Interim guidelines for first-
level facility health workers, OMS
2003.
A guide for patients, family
members and community care
givers. Caregiver booklet, OMS
2003.
Better palliative care for older
people, OMS Regional Office for
Europe 2004.
Palliative care: The solid facts,
OMS Regional office for Europe
2004
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18
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Symptom Management and End-
of-Life Care para los agentes sani-
tarios primarios, y Caregiver Boo-
klet for patients and community
and family care givers para los que
acompaan a los enfermos. Los
mdulos de cuidados paliativos in-
cluyen el control de los sntomas
durante la enfermedad aguda y
crnica, los cuidados en la fase fi-
nal de la vida, y la preparacin a
los pacientes, a las familias y a los
agentes comunitarios. El objetivo
de dicho material es ampliar el ac-
ceso a los cuidados paliativos,
dando la posibilidad a los pacien-
tes y a los agentes laicos que dis-
pensen cuidados de elevada cali-
dad en casa con la ayuda de ade-
cuado material informativo
6,7
.
Iniciativas actuales de la OMS
En la actualidad, en colabora-
cin con sus partners, la OMS ha
emprendido y est desarrollando
actividades vinculadas con los cui-
dados paliativos a travs de varios
programas. Adems, est trabajan-
do para idear una estrategia comn
que tienda a asistir a los pases en
vas de desarrollo a fin de que ela-
boren polticas adecuadas y reali-
cen programas que integren plena-
mente el alivio del dolor y los cui-
dados paliativos en el continuum
del cuidado de las enfermedades
crnicas, en particular del cncer y
del VIH/SIDA.
El Programa de la OMS contra
el Cncer considera que los cuida-
dos paliativos constituyen una de
las reas prioritarias en su estruc-
tura para los programas de control
del cncer que incluyen el desarro-
llo de intervenciones basadas en la
evidencia de la prevencin al tr-
mino de la vida, tal como lo descri-
be en sus publicaciones sobre pro-
gramas de control nacional del
cncer
1
.
En este contexto, en noviembre
del 2004 se ha tenido lugar en Gi-
nebra una Consultacin sobre las
Estrategias para mejorar los Pro-
gramas de Control del Cncer en
Europa. Han participado diecisiete
pases de Europa occidental, cen-
tral y oriental. Segn una de las
conclusiones principales del infor-
me, es necesario reforzar la pre-
vencin y los cuidados paliativos,
ambos generalmente dejados de
lado a favor de un acercamiento
orientado al tratamiento
8
.
Adems, en mayo de 2004 el
Comit Ejecutivo de la OMS ha
aprobado una resolucin sobre la
Prevencin y el control del Cncer
(EB114-R2) en el que se subraya
la necesidad de desarrollar y refor-
zar programas integrales para el
control sobre el cncer y se reco-
noce el suministro de los cuidados
paliativos como una urgente res-
ponsabilidad humanitaria. La reso-
lucin se adoptar durante la 55
Asamblea Sanitaria Mundial en
mayo de 2005, y la OMS junto con
sus partners, se ocupar de su im-
plementacin, en particular en los
pases de baja y mediana renta
9
.
El proyecto de OMS denomina-
do Aproximacin sanitaria comu-
nitaria para los cuidados paliativos
en los enfermos de cncer y
VIH/SIDA en Africa, ha sido
concebido con el fin de promover
un acercamiento sanitario pblico
a los cuidados paliativos. Se trata
de un proyecto conjunto cncer-
VIH/SIDA que comprende Bots-
wana, Etiopa, Tanzania, Uganda y
Zimbabwe. El informe de dicho
proyecto contiene el anlisis de si-
tuacin y la valoracin de las nece-
sidades de los cuidados paliativos
para los enfermos de VIH/SIDA y
de cncer en las cinco naciones.
Segn un clculo preliminar,
anualmente cerca de 1.6 millones
de individuos (equivalente a apro-
ximadamente el uno por ciento de
la poblacin) en estos cinco pases
tienen necesidad de servicios de
cuidados paliativos, mientras los
servicios sanitarios existentes ma-
nifiestan incapacidades para pro-
porcionar incluso cuidados paliati-
vos bsicos. Las mayores necesi-
dades para los enfermos termina-
les son un adecuado alivio del do-
lor, el acceso a los medicamentos
a costos razonables, y el apoyo fi-
nanciero. El problema del estigma
es uno de los problemas principa-
les para la mayora de los enfer-
mos de VIH/SIDAy para sus fami-
lias
10
.
El Departamento OMS para el
VIH/SIDA est programando la
organizacin de cuidados paliati-
vos profesionales bajo el modelo
team clnico a nivel de zona, con
equipos compuestos por pacientes,
por sus familiares y por quienes se
ocupan de ellos a nivel comunita-
rio, adems de los agentes sanita-
rios de las estructuras de primer ni-
vel, y a los enfermeros especializa-
dos en cuidados paliativos (o m-
dicos). Este modelo permitir que
la OMS extienda el acceso a los
cuidados paliativos y a la morfina
por va oral para el alivio del dolor
a domicilio en los distritos ms pe-
rifricos, obteniendo as amplio
acceso a una serie esencial de in-
tervenciones de cuidados paliati-
vos.
Retos futuros
Como se ha subrayado, existe
una serie de iniciativas que tien-
den sobre todo a satisfacer las ne-
cesidades importantes de los en-
fermos de cncer y de VIH/SIDA,
pero aplicables tambin a los que
estn afectados por otras enferme-
dades y que de cualquier modo tie-
nen necesidad de cuidados paliati-
vos. Existe la tendencia de subra-
yar los cuidados paliativos como
problema global de salud pblica,
y se enfatiza la necesidad de unir
los esfuerzos entre los programas
contra las enfermedades y otras
iniciativas conexas, dentro y fuera
de la OMS para asegurar eficacia y
eficiencia.
La OMS, en colaboracin la In-
ternational Narcotics Control Bo-
ard (INCB) y la OMS Collabora-
ting Center for Pain and Policies
Studies Group, promueve acerca-
mientos reguladores conmisura-
dos, a fin de que las medidas de
control no limiten el acceso a los
opiodes.
Para el futuro prximo los retos
incluyen la confirmacin de mode-
los para activar programas efecti-
vos y eficientes de cuidados palia-
tivos en varios ambientes. Dichos
programas, que deben ser accesi-
bles a todos los pacientes y a sus
familias, ponen particular nfasis
en los cuidados comunitarios y do-
miciliarios y a adecuados sistemas
de asesora.
La iniciativa OMS VIH/SIDA
3x5, que promueve el acceso a la
terapia antiretroviral, as como la
puesta en marcha de la Resolucin
para la Prevencin y el Control del
Cncer en los pases de baja y me-
diana renta para un acercamiento
completo al control del cncer, po-
dra proporcionar oportunidades
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19
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
nicas para pulsar modelos que in-
tegren efectivamente los cuidados
paliativos en el continuum de la
atencin a los enfermos de cncer
y de VIH/SIDA.
La OMS est realizando esfuer-
zos para intensificar la colabora-
cin con las numerosas organiza-
ciones gubernamentales y no gu-
bernamentales que obran en el
campo de los cuidados paliativos,
comparte los mismos objetivos y,
combinando los esfuerzos y la cre-
atividad, tiene gran capacidad para
contribuir al bienestar de millones
de personas que, cada ao en el
mundo, necesitan ser aliviadas del
dolor y recibir cuidados paliativos.
Conclusin
En el ltimo decenio en todo el
mundo ha habido un significativo
progreso en el desarrollo de los
cuidados paliativos, pero todava
se deben hacer pasos importantes
hacia adelante. Muchos pases no
han considerado hasta ahora los
cuidados paliativos como un pro-
blema sanitario pblico y, por tan-
to, no los incluyen en su programa
sanitario. Asimismo, la mayora
de las iniciativas sanitarias regio-
nales y globales no consideran de
modo explcito los cuidados palia-
tivos entre sus prioridades. Se han
desarrollado diversas iniciativas
como islas de excelencia que,
de cualquier modo, no se han inte-
grado bien en las polticas sanita-
rias nacionales y, por consiguien-
te, no han tenido un impacto sig-
nificativo sobre la poblacin de
pacientes que necesitan cuidados
paliativos. En muchos pases exis-
ten serios impedimentos para ac-
ceder a los opiceos, elemento
clave para el control del dolor. El
consumo de morfina es particular-
mente bajo en la mayora de los
pases industrializados. No hay
duda, pues, que es necesario sos-
tener en todo el mundo una ade-
cuada poltica de desarrollo de los
cuidados paliativos y asistir a los
pases a desarrollar modelos que
se puedan afrontar y sostener, y
que vayan a integrar los servicios
de cuidados paliativos en los sis-
temas sanitarios existentes, adap-
tados al contexto cultural especfi-
co y social.
Dra. CECILIA SEPLVEDA
Coordinadora del Programa
sobre el Control del Cncer
OMS, Ginebra
Notas
1
National cancer control programmes: po-
licies and managerial guidelines, 2nd ed.,
World Health Organization, Geneva 2002.
2
Palliative Care: The Solid Facts, OMS
Regional Office for Europe 2004.
3
Cancer Pain Relief and Palliative Care.
Report of a OMS Expert Committee, World
Health Organization, Geneva 1990 (OMS
Technical Report Series, No. 804).
4
Cancer Pain Relief with a Guide to Opioid
Availability, OMS 1996.
5
Achieving balance in national opioids con-
trol policy - guidelines for assessment. Geneva,
World Health Organization, 2000.
6
Palliative Care: symptom management
and end-of-life care. Interim guidelines for
first-level facility health workers, OMS 2003.
7
Caregiver Booklet A Guide for Patients,
Family Members and Community Care givers,
OMS 2003.
8
Strategies to Improve and Strengthen Can-
cer Control Programmes in Europe, OMS
2004.
9
Executive Board Cancer prevention and
Control Resolution (EB114-R2), at http://
www.OMS.int/gb/ebwha/pdf_files/EB114/B1
14_R2-en.pdf).
10
A Community Health Approach to Pallia-
tive Care for HIV/AIDS and Cancer Patients in
Sub-Saharan Africa, OMS 2004.
11
SEPLVEDA C, HABIYAMBERE V, AMAN-
DUA J, BOROK M, KIKULE E, MUDANGA B,
NGOMA T, SOLOMON BQuality Care at the End
of Life in Africa, BMJ. 2003;327:209-(12).
12
OLWENY C, SEPLVEDA C, MERRIMAN A,
FONN S, BOROK M, NGOMA T, DOH A, ST-
JERNSWARD J. Desirable Services and Guideli-
nes for the Treatment and Palliative Care of
HIV Disease Patients with Cancer in Africa: A
OMS Consultation, JPC , 19 :3/2003; 198-205.
13
SEPLVEDA C, MARLINA A, YOSHIDA T,
ULLRICH A. Palliative Care: The World He-
alth Organizations Global Perspective,
JPSM. 24:2/2002; 91-96.
DH 58 spa 1-86 6-06-2005 14:18 Pagina 19
A partir de enero del 2004, el
Pontificio Consejo para la Salud
proyecta y lleva a cabo una en-
cuesta sobre un centenar de centros
administrados por entidades catli-
cas en Europa y en el mundo, espe-
cializados en los cuidados paliati-
vos
1
.
La recoleccin de las informa-
ciones se realiza mediante el sumi-
nistro de un cuestionario enviado
por correo, semiestructurado, lle-
nado luego por los responsables de
algunos de los centros del mbito
catlico, bastante representativos
en la asistencia a los pacientes que
requieren cuidados paliativos.
Los centros fueron indentifica-
dos por los Obispos responsables
de la Pastoral Sanitaria. El cuestio-
nario, redactado por una comisin
de expertos en el tema de la en-
cuesta, contaba con cinco reas te-
mticas:
a) estructura y organizacin;
b) actividad pastoral;
c) actividad asistencial;
d) redes territoriales de apoyo;
e) actividad formativa.
La definicin de cuidados pa-
liativos adoptada en el presente
estudio es la que proporciona el
National Council for Hospice and
Palliative Care Services de la Or-
ganizacin Mundial de la Salud,
modificada por la Comisin minis-
terial para los cuidados paliativos
de 1999. Por tanto, se define como
paliativos los cuidados que tienen
como objetivo mejorar la calidad
de la vida del paciente, pero que no
influyen en el control del proceso
evolutivo de la enfermedad. Los
cuidados paliativos afirman la vida
y consideran el morir como un he-
cho natural, una de las posibilida-
des que son concedidas al hombre
para vivir responsablemente, co-
mo dira Giovanni Franzoni; no
aceleran, ni retrasan la muerte;
proveen a aliviar el dolor y otros
transtornos que estn ligados con
l; integran los aspectos psicolgi-
cos y espirituales de la asistencia;
ayudan para que los pacientes vi-
van activamente hasta la muerte;
sostienen a la familia durante la en-
fermedad y en la elaboracin del
luto.
La tipologa de los centros que el
grupo de estudio ha elegido obser-
var se ha circunscrito a los hospi-
ces y a las unidades operativas
hospitalarias para cuidados paliati-
vos. La eleccin est ligada al he-
cho de que estas dos realidades in-
terpretan dos acercamientos al pa-
ciente terminal tpicos de dos mo-
mentos evolutivos precisos del
concepto ocuparse de
2
. Reto-
mando de modo sinttico algunas
consideraciones del Prof. Gracia,
que ensea Biotica en la Univer-
sidad Complutense de Madrid, ve-
mos que el concepto
ocuparse/brindar cuidados ha
superado tres perodos evolutivos:
el primero, que ha resistido desde
los inicios de los aos cuarenta, se
ha caracterizado por una asistencia
al enfermo terminal de tipo intuiti-
vo y emprico, a cargo exclusivo y
total del mbito familiar tradicio-
nal, patriarcal, fundado en una se-
paracin rgida de los roles y tareas
entre quien tena que ocuparse de
la produccin (los hombres) y
quien, en cambio, tena que ocu-
parse del trabajo de cuidar a los ni-
os, a los ancianos y a los discapa-
citados en todas las fases de su ci-
clo de vida (las mujeres); el segun-
do perodo, que abarca desde los
aos sesenta y los primeros aos
setenta, se realiza contempornea-
mente con la entrada en crisis de la
capacidad de la familia de ocupar-
se de los enfermos terminales y
con la especializacin de la asis-
tencia terciara e intensiva en los
hospitales. Durante este perodo,
gracias al aporte de Saunders, se
pasa del control del dolor a la con-
cepcin de la asistencia al enfermo
terminal como forma de asistencia
global: nace el movimiento de los
hospice, un camino intermedio
entre el hospital y la casa, reali-
dad en la que una vez aliviado el
dolor, es posible ofrecer al pacien-
te y a su familia el consuelo y la
asistencia bajo el perfil psquico,
social y espiritual. El tercer y lti-
mo perodo que, de la segunda mi-
tad de los aos setenta llega hasta
nuestros das, marca el pasaje del
concepto de cuidado global al de
cuidados paliativos: nace la
medicina paliativa como especia-
Primera Seccin
Situacin actual
FIORENZA DERIU
1. El mundo catlico y los cuidados paliativos:
Encuesta del Pontificio Consejo para la Salud
20
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
DH 58 spa 1-86 6-06-2005 14:18 Pagina 20
21
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
lidad mdica practicada por mdi-
cos, y junto a ella se afirma el con-
cepto de cuidado paliativo como
asistencia ofrecida por equipos
multidisciplinarios formados por
mdicos, enfermeros, psiclogos,
terapeutas, asistentes sociales, mi-
nistros de culto y voluntarios
3
. En
1987, cuando se reconoce la medi-
cina paliativa como especializa-
cin mdica, se pone en marcha el
perodo en que los cuidados palia-
tivos comienzan a encontrar su lu-
gar en las unidades hospitalarias:
nacen las primeras unidades opera-
tivas hospitalarias para los cuida-
dos paliativos.
Considerando el poco tiempo
disponible, ilustraremos slo los
aspectos ms interesantes que han
surgido durante el estudio.
Estructura y organizacin
Las estructuras que han respon-
dido a la encuesta son en el 58,7%
hospice y en un 41,3% Unidades
operativas hospitalarias para los
cuidados paliativos. Ms del 50%
de los centros contactados se de-
sempea en pases del rea occi-
dental, de desarrollo adelantado,
entre los cuales sobresalen tam-
bin una serie de diferencias liga-
das a los sistemas de welfare adop-
tados y al diferente papel que juega
la parte familiar en el seguimiento
del enfermo en la fase terminal de
su existencia. Los cuidados paliati-
vos siguen siendo un lujo inclu-
so en los pases cuyo sistema de
asistencia sanitaria es pblico y ex-
tendido a todos los ciudadanos y
donde el cuidado paliativo debera
formar parte de las facilitaciones
sanitarias pblicas y sociales. La-
mentablemente, los cuidados pa-
liativos todava no logran ocupar el
espacio que les corresponde en las
estructuras hospitalarias. Esto sin
hablar de aquellos pases donde la
asistencia sanitaria se garantiza s-
lo en forma privada y donde los
cuidados paliativos son una co-
modidad slo de quien puede per-
mitrselo. En cambio, mucho ms
crtica es la situacin en los pases
en vas de desarrollo: la asistencia
es inadecuada o demasiado cara,
no hay figuras profesionales o vo-
luntarios preparados a nivel local,
los opiceos se suministran slo en
el hospital y los analgsicos son
demasiado costosos
4
.
En este cuadro general, tan va-
riado, se insertan las experiencias
de los centros tocados por esta en-
cuesta. De cada cuatro, tres estruc-
turas estn dotadas de un ambula-
torio y de camas; una de cada dos
ha puesto en marcha un servicio de
asistencia domiciliaria. Se trata de
un dato muy importante ya que, al
parecer, la casa del enfermo, como
lugar de curacin, responde mejor
al objetivo de mejorar la calidad de
vida del paciente terminal. El mo-
delo asistencial domiciliario prev
la obra conjunta de un equipo mul-
tidisciplinario, del que forman par-
te varias figuras profesionales: el
mdico y el enfermero, el volunta-
rio, el psiclogo y el asistente so-
cial. El enfermo y su ncleo fami-
liar, se convierten en el centro de la
atencin de los diferentes especia-
listas que trabajan juntos y coordi-
nan su intervencin.
Los centros involucrados en la
encuesta tienen diferentes dimen-
siones: de un pequeo centro, ge-
neralmente un hospice, con una
decena de camas y un promedio de
120 internamientos en un ao (el
2003), capaces de ofrecer asisten-
cia de consultorio y domiciliaria a
no ms de una decena de pacientes
por da, se pasa al centro de pro-
porciones intermedias, la unidad
operativa hospitalaria, con cerca
de treinta camas, cerca de 300 in-
ternamientos en un ao (el 2003),
de 20 a 30 visitas de consultorio y
domiciliarias por da.
En su conjunto, los tiempos de
espera para acceder a los cuidados
no son excesivamente largos: ms
reducidos para el internamiento y
para la asistencia domiciliaria (de
3 a 10 das); ms amplios para las
visitas de consultorio (de 3 a 18 d-
as). Sin embargo, para un paciente
terminal el tiempo asume una di-
mensin totalmente peculiar e in-
cluso una sola hora de espera de
ms o de menos puede ser muy
significativa.
Las figuras profesionales pre-
sentes en los centros entrevistados
son aquellas tradicionales: mdi-
cos, enfermeros y agentes tcnicos
auxiliares. Sin embargo, junto a es-
tas figuras trabajan los voluntarios
y los asistentes espirituales de con-
fesin catlica y de otras confesio-
nes. La presencia en estas estructu-
ras del asistente espiritual, repre-
senta un importante indicador de la
proximidad de estos centros a to-
das las exigencias del paciente:
exigencias fsicas garantizadas por
la presencia de equipos mdico-
cientficos especializados en los
cuidados paliativos, as como
aquellas espirituales, garantizadas
por los ministros de culto catlico
u otro. Por tanto, la espiritualidad
es entendida segn una acepcin
amplia, porque cualquier persona y
no slo quien adhiere a un credo
religioso tiene su espiritualidad,
incluso quien es ateo tiene a menu-
do su espiritualidad, y quien brinda
cuidados paliativos debe saber pre-
sentarse ante ella
5
. En lo que con-
cierne el culto catlico, casi en to-
dos los centros se asegura el minis-
terio de los Sacramentos (Eucaris-
ta y Uncin de los enfermos), as
como tambin las visitas pastora-
les (a cargo de sacerdotes y religio-
sos). El 84% de los centros partici-
pa activamente tambin en la asis-
tencia en el momento del luto: a
menudo las exequias se desarro-
llan dentro de la estructura. En un
ao, en los centros ms grandes se
brinda asistencia incluso a 3000
personas en el momento de su
muerte; y a domicilio, se llega has-
ta 1200.
Regresando a los recursos hu-
manos disponibles, es preciso po-
ner de relieve que un nmero dis-
creto de centros entrevistados la-
menta la necesidad de contar con
un mayor nmero de enfermeros y
mdicos, as como de psiclogos,
fisioterapeutas y voluntarios. La
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22
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
exigedad de los recursos huma-
nos se explica tambin con las
fuentes de financiacin en las que
se basa gran parte de estos centros:
en un 33%los fondos provienen de
donaciones; en un 23,6 de parte de
privados; slo en un 28,6% de fi-
nanciaciones pblicas. En sntesis,
ms del 55%de los recursos que fi-
nancian hospice y unidades opera-
tivas hospitalarias del mundo cat-
lico dedicadas a los cuidados palia-
tivos provienen de fondos priva-
dos.
Las actividades asistenciales
Los servicios mdicos que ofre-
cen los centros consisten en un
quinto en asistencia teraputica de
tipo farmacolgico y antlgico (te-
rapia del dolor); en un 10% en te-
rapias de nutricin; en el 15% en
fisioterapia y rehabilitacin y, en
fin, en un quinto en apoyo psicol-
gico a la familia para afrontar el
luto. En general, los pacientes pre-
sentan un cuadro clnico que se ca-
racteriza por enfermedades onco-
lgicas o patologas crnico-dege-
narativas. El nmero de los pa-
cientes se distribuye bastante
equitativamente entre adultos y
ancianos en los casos de enferme-
dades oncolgicas, mientras que
es ms elevado el nmero de per-
sonas con 66 y ms aos entre los
pacientes con patologas crnico-
degenerativas
La intervencin teraputica pre-
senta en un 40% un componente
farmacolgico y en un 30% aquel
psicoteraputico; en fin, en un
20% el aspecto rehabilitativo. La
terapia farmacolgica es prescrita
en el 40% de los casos por mdi-
cos especializados en terapia del
dolor que pertenecen a un equipo
dedicado a los cuidados paliati-
vos. El protocolo farmacolgico
se basa ante todo en el empleo de
opioides dbiles (23,3%de las res-
puestas) o a opioides fuertes
(21,9%) y a coadyuvantes genri-
cos (15% de las respuestas). Los
protocolos seguidos corresponden
al segundo y tercer nivel del acer-
camiento farmacolgico previsto
por la Organizacin Mundial de la
Salud, correspondientes a opioi-
des dbiles o fuertes asociados a
frmacos anti inflamatorios no es-
teroideos (FANS) y a otros frma-
cos coadyuvantes, respectivamen-
te. El protocolo es comunicado y
explicado al paciente en el 44,3%
de los casos; en el 36,8% al fami-
liar lder.
Sin embargo, la actividad asis-
tencial no termina en un acerca-
miento de tipo mdico-teraputico.
La dimensin psico-relacional, en
efecto, es un elemento de impor-
tancia fundamental para reducir y
aliviar el dolor y el sufrimiento
global del moribundo. Por tanto,
junto al suministro de la terapia an-
tidolorfica (45,5% de los casos),
el personal hace lo posible, segn
la especificidad de su misin, a
sostener la familia y la fe del pa-
ciente (43,6%) durante el transcur-
so de la enfermedad. Por tanto, el
beneficio para el paciente se tradu-
ce no slo en la reduccin del dolor
(54,4% de los casos), sino tambin
en la recuperacin de su vida afec-
tiva (45,6%de los casos). Para sos-
tener estas medidas, en el 71% de
los centros, se realizan recorridos
teraputicos innovativos como la
fisioterapia asociada a la musicote-
rapia (21,9%), a la lectura (23,8%),
as como a los laboratorios artsti-
cos (21%).
La actividad pastoral y
las redes territoriales de apoyo
El 76,7%de los centros entrevis-
tados lamenta la carencia de pro-
gramas pastorales especficos so-
bre los cuidados paliativos; el
69%, la ausencia de rganos de co-
ordinacin pastoral; el 64,4% se
queja de que hace falta una cate-
quesis adecuada. Sin embargo,
cuando se redacta un programa
pastoral, ste tiene como responsa-
ble un sacerdote o un religioso con
una buena participacin de colabo-
radores laicos. Los principales ob-
jetivos de los programas pastorales
existentes se ocupan del segui-
miento integral del paciente ya sea
en el hospital como en su domici-
lio, con particular atencin al cui-
dado de su dimensin espiritual
que, para los catlicos, se hace
concreto en la oracin y en la cele-
bracin de la Eucarista. La accin
pastoral se dirige, adems, a los
miembros del equipo especialista
con el fin de favorecer las relacio-
nes y la colaboracin entre sus
miembros, de sostenerlos en los
momentos ms crticos con riesgo
de burn-out.
En los casos en los que se han
experimentado formas de colabo-
racin con otras realidades del
terrtiorio, stas se han revelado
muy satisfactorias (en ms del
70% de casos), sobre todo cuando
se trata de las estructuras sanita-
rias, del voluntariado y del asocia-
cionismo laico, as como de las
ONGs catlicas. Es ms difcil la
relacin con dicesis y parroquias.
Cuando subsiste un rgano de co-
ordinacin pastoral su obra se de-
sarrolla en la direccin espiritual
de los agentes, en favorecer en-
cuentros peridicos con las dems
realidades del territorio, con los
capellanes, con los voluntarios y
los pacientes.
El anlisis del sistema de ayu-
das formales e informales que reci-
be el paciente y el nivel de satis-
faccin conexos con ellas, revela
la particular eficacia del apoyo in-
formal sobre aquel formal. La sa-
tisfaccin de los pacientes por las
ayudas recibidas por el familiar l-
der y por los dems familiares
(ms del 80%) alcanza valores de
satisfaccin mediano-altos. Menos
difundida es la ayuda y el apoyo de
vecinos y amigos: sin embargo,
cuando tienen lugar, los beneficios
para el paciente son muy elevados.
Por tanto, la satisfaccin del pa-
ciente y la utilidad que recibe del
sistema de ayudas informales es
decididamente ms elevada de
aquella producida por las ayudas
que ofrecen las realidades forma-
les de apoyo. Esto demuestra que
un contexto muy familiar o, de to-
dos modos, capaz de implicar a los
miembros del ncleo familiar de
pertenencia, constituye el mejor
vehculo de apoyo a la persona que
sufre.
La formacin
Los cursos de formacin pasto-
ral sobre el tema an estn al co-
mienzo (30% de los centros): en
general asumen la forma de semi-
nario interno y a lo ms duran de 1
a 3 das. Durante los cursos se
afrontan ante todo cuestiones liga-
das con la fin de la vida (32,1%), el
acercamiento al paciente (32,7%)
y la utilizacin de los frmacos
(27,2%).
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23
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Consideraciones conclusivas
Indudablemente, las realidades
alcanzadas con esta encuesta re-
presentan experiencias emblemti-
cas de la asistencia a personas que
necesitan de cuidados paliativos.
Sin embargo, es evidente que hay
todava mucho camino por reco-
rrer y el margen de mejora es por
cierto muy amplio.
Segn los entrevistados, ms
del 50% de las personas que nece-
sitaran cuidados paliativos siguen
muriendo en el dolor y con dolor,
a veces en soledad, sin contar con
afectos en el momento del pasaje,
sin el calor de la consolacin de
por lo menos un rostro conocido.
Por esta razn, nutro la esperanza
de que este encuentro abra no slo
un debate sobre este tema tan deli-
cado en sus significados y defini-
ciones no siempre compartidas, si-
no que pueda encender una luz,
elevar la atencin sobre la necesi-
dad de reforzar el destino de los
recursos en favor de los cuidados
paliativos, para aliviar las penas
de quien sufre por razones de en-
fermedades implacables. Y ha-
ciendo mas las instancias del Mo-
vimiento Ciudadana activa, creo
en la necesidad de: insertar los
cuidados paliativos en los niveles
esenciales de asistencia; valorar a
los agentes que muestren atencin
hacia estos cuidados; considerar
que las estructuras y los servicios
de atencin paliativa constituyen
un elemento discriminante para
acceder al goce del servicio sanita-
rio nacional; promover la forma-
cin entre los agentes y realizar
campaas de informacin para los
ciudadanos.
En una sociedad que envejece,
en la que la vida se prolonga pero a
la que a menudo se asocian patolo-
gas crnico-degenerativas invali-
dantes, o bien enfermedades onco-
lgicas devastantes; en un pas en
donde los costos sanitarios cada
vez ms se vuelven insostenibles y
el estado social est en crisis; en el
que la voz de los ms dbiles corre
el riesgo de perderse frente a la l-
gica aplastante de la economa y de
las finanzas, es necesario luchar pa-
ra asegurar la garanta del derecho
a una muerte natural digna, fuera de
las lgicas del ensaamiento tera-
putico, pero tambin contra toda
tentacin de eutanasia.
Dra. FIORENZA DERIU
Investigadora Social en el Departamento
de Ciencias Demogrficas
de la Universidad de Roma La Sapienza
Notas
1
Por la colaboracin recibida para preparar
el cuestionario, agradezco al Dr. M. Evange-
lista, conocido Investigador del Instituto de
Anestesia, Reanimacin y Terapia del dolor
de la Universidad Catlica del Sagrado Cora-
zn A. Gemelli, a la Dra. V. Zagonel, espe-
cialista en Oncologa y Hematologa, Director
U.O. Oncologa. Un sensible agradecimiento
a la Srta. Elisabetta Sezzatini, Oficial del Pon-
tificio Consejo para la Pastoral de la Salud,
por haber coordinado el iter de la encuesta.
2
D. GRACIA, El background histrico de
los cuidados paliativos en: S. PRIVITERA (a
cargo de), Vivere bene nonostante tutto. Le
cure palliative in Europa e in Italia, Conchiglie
n.5, ISB, pp.16-29.
3
Oxford Textbook of Palliative Medicine.
4
Brit. Med. Journal, 2003, 326:368-371.
5
S. PRIVITERA, Los cuidados paliativos y la
espiritualidad del moribundo en: Bioetica e
Cultura, n.24, 2003.
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24
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Para el ser humano, el dolor es
una de las experiencias sensoriales
ms importantes; para el clnico se
trata de uno de los sntomas ms
frecuentes e indicativos de la en-
fermedad, porque en casi todas las
condiciones se presentan fases que
se cracterizan por el dolor y cuan-
do en muchos casos hay ausencia
de dolor, el diagnstico resulta in-
cierto.
La International Association for
the Study of Pain define el dolor
como una experiencia sensorial y
emocional desagradable que se
asocia a un dao corporal real o po-
tencial o es descrita en trminos
que se refieren a este dao
1
. Es di-
fcil definir esta experiencia en
cuanto puramente subjetiva y, a
menudo, tambin es difcil su des-
cripcin e interpretacin debido a
la influencia de mltiples factores
de naturaleza cognitiva, tica, afec-
tiva y ambiental.
La clasificacin del dolor prev
una distincin importante entre el
dolor agudo y el dolor crnico.
El dolor agudo es un sntoma
biolgico referente a una estimula-
cin nociceptiva presente, como la
que resulta por un dao tisutal debi-
do a un trauma o a una enfermedad.
El dolor puede ser local o irradiado,
generalmente es del tipo que tras-
pasa y su perdurar est ligado estre-
chamente con la persistencia del
evento patolgico que lo desenca-
dena o con la falta de respuesta (por
varias razones), en trminos tempo-
rales considerados arbitrariamente
breves (tres meses), al tratamiento
teraputico que se ha establecido.
Por tanto, el dolor agudo se autoli-
mita, con respecto a la disminucin
o al cese del estmulo nociceptivo,
pero puede desarrolarse en cuadros
clnicos de dolor crnico y de com-
portamiento doloroso.
Por dolor crnico se entiende un
proceso patolgico complejo, mu-
cho ms duradero con respecto al
desarrollo de una patologa o de un
trauma agudo. El sntoma puede
asociarse a una enfermedad persis-
tente, o perdurar despus de la cu-
racin de la lesin que haba deter-
minado su presencia; en el caso de
que el dolor sea sostenido por una
patologa orgnica, su resolucin
depender tambin de la eficacia
del tratamiento de esta ltima. El
dolor crnico a menudo es sordo,
continuado, y su localizacin no es
bien definida; incluso pueden faltar
signos asociados de respuesta auto-
nmica (por ejemplo sudoracin y
horripilacin, frecuentemente aso-
ciados al dolor agudo); el aspecto
emocional de la percepcin y de la
experiencia del dolor crnico tiene
uno de sus principales elementos
constitutivos en la depresin.
El comportamiento doloroso
consiste en un conjunto de expre-
siones evidentes, verbales y no ver-
bales, que manifiesta una persona y
son interpretadas por quien obser-
va como signos que esa persona es-
t probando dolor o sufrimiento.
El dolor agudo y el dolor crnico
se pueden esquematizar segn dos
dimensiones: el tiempo y el dao
orgnico, que si se colocan respec-
tivamente como abcisa y ordenada
de un grfico cartesiano, permiten
trazar una diagonal, por encima de
la cual se colocan los casos de do-
lor agudo (con dao orgnico gra-
ve o aparecido recientemente); por
debajo de la lnea diagonal se sit-
an los casos de dolor crnico (con
dao orgnico de poca entidad o de
larga duracin)
2
.
Pero cmo funciona el dolor?
En este sentido debemos referirnos
a la fisiologa de la nocicepcin.
Una enfermedad, la inflamacin
o un trauma (incluso el que es pro-
ducido, por ejemplo, por una ope-
racin quirrgica) provocan un da-
o histio-lesivo que activa los re-
ceptores perifricos. Los recepto-
res tisutales implicados son los si-
guientes:
En la piel y en la dermis:
1. receptores a estmulos mec-
nicos de bajo umbral (LTM) rami-
ficados por fibras nerviosas A:
trasmiten sensaciones tctiles y
presoras;
2. receptores a estmulos mec-
nicos de elevado umbral (HTM)
ramificados por fibras nerviosas
A: para la respuesta dolorosa r-
pida;
3. nociceptores polimodales
(PMR), o neuroefectores, ramifi-
cados por fibras nerviosas C: para
la respuesta dolorosa lenta; son
sensibles tambin al calor.
En los tractos nerviosos, ms-
culos, tendones, periostio:
nociceptores y PMRramificados
por fibras A y C (que, en ese caso,
al provenir de tejidos profundos, se
denominan como grupo III y grupo
IV, respectivamente).
En las visceras:
mecanismos nociceptivos poli-
modales ramificados por fibras C.
Recientes resultados
3
permiten
considerar que las fibras Cpertene-
cen a dos tipologas diferentes:
Nociceptores polimodales, re-
gulados por el factor de crecimien-
to nervioso (NGF) e implicados en
la inflamacin tisutal;
Nociceptores especficos, mo-
dulados por el factor neurotrfico
derivada de la gla e implicados
principalmente en el dao nervioso.
La actividad de los nociceptores
especficos tiene como significado
biolgico revelar el dao histolgi-
co y suscitar el reflejo de fuga, con
el fin de preservar los tejidos y la
vida. El sistema nociceptivo poli-
modal sirve, en cambio, para el
monitoreo y la regulacin fisiol-
gica local y para modular el siste-
ma neural, promoviendo los meca-
nismos de reparacin tisutal, y en
fin de cuentas las normales condi-
ciones de salud. En la gnesis de la
inflamacin neurognica, son muy
importantes las respuestas reflejas
de los PMR a los cambios de la
SIMONA CASTELLANO
2. El dolor: datos cientficos
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
bioqumica tisutal normal y patol-
gica. La funcin de los PMR es
prevenir o detener la lesin y faci-
litar el proceso de curacin pero,
en casos particulares ellos pueden
contribuir ms bien a enfatizar y a
prolongar la condicin patolgica
y a sostener un cuadro de dolor
crnico. En el cutis humano, la ma-
yor parte de las fibras C est cons-
tituida por receptores polimodales;
la presencia de los PMR en los va-
rios tejidos indican las diferentes
exigencias homeostticas de las se-
des histolgicas de pertenencia.
Pero las alteraciones que el hecho
lesivo estimula perifricamente no
tienen la capacidad de determinar
la mutacin funcional de los PMR
locoregionales: de promotores de
las funciones tisutales de defensa a
facilitadores de una respuesta para-
djica peyorativa.
Todos los tejidos tienen tambin
un difundido aparato de nocicepto-
res silenciosos que, inactivos en los
tejidos normales, responden en ca-
so de inflamacin; de este modo, la
ramificacin informa al Sistema
Nervioso Central (SNC) slo ante
la presencia de una patologa o de
flogosis.
Las terminaciones de fibras afe-
rentes enlazan conexiones con
neuronas de segundo orden del as-
ta ventral y lateral, en el mismo
tracto espinal y en aquellos adya-
centes, estas conexiones revisten
un papel importante en lo que se
refiere a los reflejos somticos y
vegetativos.
En cambio, las neuronas de se-
gundo orden interesadas en la
transmisin ascendente de las sen-
saciones dolorosas proyectan, a su
vez, contralateralmente (pero tam-
bin hipsolateralmente) a niveles
superiores del sistema nervioso
central. Como ya hemos dicho, sus
axones originan prcticamente a
nivel de todas las lminas medula-
res, con excepcin de la lmina
ocupada por las motoneuronas.
Como es obvio, la mxima densi-
dad de proveniencia es de las lmi-
nas I, II, III, IV, V, VI y Xde la sus-
tancia gris medular. Los axones
que tienen origen en las lminas I y
V, cruzada la lnea mediana a nivel
de la comisura espinal anterior, son
los principales constituyentes del
haz (o tracto) neo-espino-talmico
lateral, que corre en el fascculo an-
tero-lateral. Este camino, directo y
de rpida conduccin, proyecta al
ncleo ventro-postero-lateral del
tlamo y de aqu a las reas preci-
sas de la corteza sensitiva: ella
constituye la base de los aspectos
sensitivo-discriminatorios del do-
lor, es decir, de los procesos que
permiten la localizacin y, proba-
blemente, el reconocimiento de la
calidad y de la intensidad del est-
mulo nocivo.
Las clulas de las lminas ms
profundas del cuerno dorsal dan lu-
gar a una va de transmisin ascen-
dente ms lenta. Este grupo de fi-
bras forma un tracto paleo-espino-
talmico (dispuesto ms medial-
mente siempre en el mbito del
fascculo antero-lateral de la mdu-
la): ese toma contacto sinptico en
el bulbo con las neuronas del n-
cleo giganto-celular y, ms arriba,
con la formacin reticular del me-
sencfalo, con la sustancia gris pe-
riacueductal y con el hipotlamo y
proyecta a los ncleos mediales/in-
tralaminares del tlamo (de asocia-
cin y de activacin difundida de
tipo reticular); de estos ltimos
parten proyecciones difundidas a la
corteza y al sistema lmbico.
Dos vas ascendentes, de con-
duccin lenta, a menudo manco-
munadas, que de la mdula espinal
se dirigen a la formacin reticular
del tronco y del mesencfalo, son
el tracto espinoreticular y el tracto
espinomesenceflico. Estas dos v-
as alcanzan la sustancia reticular
del tronco y del mesencfalo y de
aqu el hipotlano posterior y los
ncleos mediales/intralaminares
del tlamo, de donde parten sus
proyecciones a la corteza sensorial.
El tracto comisural del cuerno
(fibras C gr. IV, en prevalencia), a
partir de la porcin medial de las
lminas ms profundas (X) de los
cuernos grises posteriores, consti-
tuye un sistema multisinptico as-
cendente propioespinal que trans-
mite seales de los nociceptores
ms profundos y de aquellos visce-
rales; tambin proyecta, rostral-
mente, a la formacin reticular del
tronco enceflico y, de sta, a los
ncleos mediales/intralaminares
del tlamo.
Es importante tener en conside-
racin el papel de las vas ascen-
dentes de lenta conduccin en la
transmisin del dolor crnico; a es-
tas vas se atribuye la transmisin
del dolor difundido y escasamente
localizado que tiene origen a nivel
de las estructuras profundas, como
el intestino y el periostio. Asimis-
mo, algunos autores
4
consideran,
que este sistema de fibras, con sus
proyecciones difundidas a los lo-
bos lmbico y frontal, a travs del
tronco enceflico y el tlamo,
constituya la base de los aspectos
emocionales del dolor, es decir de
las sensaciones desagradables aso-
ciadas a l, continuando a evocar la
experiencia psquica del dolor in-
cluso cuando se haya extinguido la
transmisin a lo largo de la va neo-
espino-talmica.
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26
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Para dar una visin completa, es
oportuno mencionar la va noci-
ceptiva post-sinptica de la colum-
na dorsal. Diferentemente de como
se consideraba en el pasado, cuan-
do la columna dorsal de la mdula
(cordones posteriores) era conside-
rada como formada por estmulos
tctiles y propioceptores, se ha de-
mostrado que ella posee un compo-
nente de libras no mielnicas que
responden a estmulos nocicepti-
vos de origen visceral. Estas fibras
alcanzan los ncleos grcil y cneo
del bulbo; de aqu, pasando en el
lemnisco medial, llegan al tlamo
ventro-postero-lateral (pero tam-
bin a los colculos superiores e in-
feriores y a la formacin reticular
mesenceflica).
Los datos de neuro-anatoma y
neuro-fisiologa, que hemos men-
cionado, son muy tiles para com-
prender como funciona el dolor
5
.
Pero los estudios conducidos para
aclarar dichos aspectos han permi-
tido identificar tambin algunos de
los sistemas encargados de la mo-
dulacin nociceptiva.
A nivel del cuerno dorsal de la
mdula espinal, la informacin
proveniente de los nociceptores es
modulada por input aferentes que
estn constituidos por influencias:
descendentes, facilitadoras e inhi-
bitorias; interneuronales locales;
neuronales laminares, actividades-
dependientes. Las fibras A- (mie-
lnicas) terminan en la lmina I y,
en forma menor, en la lmina Vdel
grupo del cuerno gris posterior de
la mdula; las fibras C, no mielni-
cas, terminan en la lmina II, pero
tambin la I y V; otras neuronas,
que responden a la estimulacin
cutnea dolorfica, llegan tambin
a la regin intermedia y ventral de
los cuernos grises. Los aminoci-
dos excitatorios, como el glutama-
to y el aspartato, y el ATP son los
neurotransmisores de las fibras A-
d; la sustancia P (un pptido de on-
ce aminocidos) est implicada co-
mo transmisor en la conduccin
lenta a lo largo de las fibras C. La
sustancia P excita el ganglio de las
races dorsales y las neuronas noci-
ceptivas del cuerno dorsal; por el
contrario, la destruccin de las li-
bras que contienen la sustancia P
provoca analgesia. Los opiceos
actan como importantes modula-
dores de los impulsos dolorficos
que transitan a travs de los cuer-
nos dorsales y los centros bulbares.
Los opiceos reducen la concentra-
cin de sustancia P; receptores pa-
ra los opiceos (de tres tipos) estn
presentes tanto en los axones ter-
minales aferentes (pre-sinpticos)
como en las dendritas de las neuro-
nas de segundo orden (post-sinp-
ticos) a nivel de la lmina II del
cuerno gris posterior de la mdula
espinal. Cuando son estimuladas,
las neuronas de la lmina II son ca-
paces de liberar enkefalina como
dinorfina y otras endorfinas, es de-
cir pptidos endgenos morfino-
semejantes que se unen especifica-
damente a los receptores para los
opiceos e inhiben la transmisin
del dolor a nivel de los cuernos
dorsales
6
. La colecistoquinina
(CCK) es un pptido constituido
por 8 aminocidos que, a nivel es-
pinal, se encuentra principalmente
a nivel interneuronal y con locali-
zacin semejante a la de la sustan-
cia P; la CCK disminuye el efecto
de muchos tratamientos antinoci-
ceptivos, en particular de los opi-
ceos, y su concentracin aumenta
considerablemente despus de una
lesin nerviosa.
Ahora podemos delinear el me-
canismo de modulacin espinal del
dolor. En 1990 se demostr la inhi-
bicin a nivel segmentario sus-
tancia gelatinosa de Rolando, lmi-
na II para las libras C (grupo IV) y
lminas I y V para las fibras A-
(grupo III) mediada por interneu-
ronas endorfinrgicas (varios me-
diadores endo-opioideos, en rela-
cin a diferentes tipos de recepto-
res perifricos), los cuales resultan
activados por vas reflejas descen-
dentes y por mecanismos segmen-
tarios (con inhibicin pre-sinptica
de la produccin de sustancia P) e
intersegmentarios (estos ltimos
no totalmente aclarados).
Uno de los sistemas descenden-
tes de regulacin nociceptiva tiene
su origen de la corteza frontal y del
hipotlano y proyecta a las neuro-
nas de la regin periacueductal del
mesencfalo. Por tanto, esto parte
en la porcin ventral y medial del
bulbo y desciende a lo largo de la
porcin dorsal del fascculo lateral
de la mdula hasta los cuernos gri-
ses posteriores (lminas I, II y V).
Entre los niveles de processing y
convergencia de la informacin
nociceptiva transmitida por las vas
ascendentes y que ellas tocan en su
recorrido en el SNC, el estudiado
ms detallamente (y ms interesan-
te por la respuesta reflejada espinal
que es capaz de inducir) es el nivel
mesenceflico. La estimulacin del
gris peruacueductal (PAG) produ-
cida por las aferencias nociceptivas
que se le transmiten, comporta la
activacin (enkefalino-mediata) de
los ncleos magno del rafe (seroto-
ninrgico), paragigantocelular (no-
radrenrgico) y locus coeruleus
(noradrenrgico); de estos ncleos
parten fibras descendentes que, pa-
sando en el funculo dorsolateral,
tienden a alcanzar las interneuro-
nas endorfinrgicas de las lminas
medulares I, II y V; mediante ellas,
tanto las fibras A- como las fibras
C resultan inhibidas por estas in-
fluencias descendentes
7
.
El umbral para la percepcin del
dolor, es decir la mnima intensi-
dad de estmulo a la que se atribu-
ye la cualidad dolor, es aproxi-
madamente la misma en todas las
personas, en condiciones fisiolgi-
cas idnticas. En presencia de in-
flamacin ella se reduce: este pro-
ceso se define como sensibiliza-
cin perifrica y es clnicamente
de gran relieve porque en los teji-
dos sensibilizados, estmulos in-
cuos pueden provocar dolor (alodi-
nia). De hecho, en el caso de que se
produzcan condiciones que sosten-
gan una estimulacin repetida y
continuada de los PMR, las fibras
C polimodales, de elevado umbral,
tienden a responder a umbrales de
estimulacin inferior y a prolongar
e incrementar la descarga pstuma
(que es la base de la hiperalgesia),
con un mecanismo que tiene un
significado de adaptacin en pre-
sencia de mediadores de la flogosis
de accin sensibilizadora. Del
mismo modo tiene lugar la sensi-
bilizacin central, pero como res-
puesta a una lesin tisutal o nervio-
sa activo-dependiente. En otros
trminos, la hiperalgesia y el dolor
crnico en muchos casos son soste-
nidos por una mediacin central al-
terada, que se realiza a nivel espi-
nal y que modifica, enfatizndola y
prolongndola, la aferencia noci-
ceptiva primaria. Por tanto, con
respecto al tipo de mecanismo pre-
valeciente de sensibilizacin (peri-
frico o central), es posible clasifi-
car el dolor como inflamatorio (del
cual la carcinomatosis y los proce-
sos inflamatorios crnicos y ulce-
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27
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
rativos por cuenta de estructuras
viscerales, articulares, msculoten-
dinosas y esqueltricas constituyen
ejemplos frecuentes, cuando se re-
fiere al dao tisutal. Viceversa, el
dolor neuroptico sigue a una le-
sin o a una disfuncin sobre todo
a cargo del Sistema Nervioso; se
distingue posteriormente en dolor
neurgeno perifrico, ya que per-
mite a una lesin a cargo del Siste-
ma Nervioso Perifrico (plexo, ra-
z, tronco nervioso) y en dolor
central cuando la lesin o la dis-
funcin se encuentre en el sistema
nervioso central (sufrimiento me-
dular, troncoenceflico, talmico y
cerebral). De todos modos, es
oportuno precisar que las numero-
sas interacciones entre el sistema
inmunitario, principal artfice de
los complejos mecanismos de la
inflamacin, y el sistema nervioso
deben hacer considerar esta distin-
cin como relativamente arbitraria.
La captacin consciente del do-
lor se verifica slo cuando los im-
pulsos alcanzan el nivel tlamo-
cortical, pero el papel que estas es-
tructuras revisten, con respecto al
dolor entendido como proceso
mental todava no ha sido aclara-
do; sin embargo, parece que en la
actualidad no se puede proponer la
separacin entre sensacin (es
decir apreciar el dolor, funcin tra-
dicionalmente atribuda al tlamo)
y percepcin (es decir concien-
cia de su naturaleza y de sus carac-
tersticas, que se consideraba fuese
de competencia cortical): esto es,
en favor de la estrecha conexin
entre sensacin, percepcin y otros
componentes (conscientes e in-
conscientes) de la nocicepcin en
el mbito de una respuesta al dolor,
entendido como sensacin funcio-
nal
8
.
Dra. SIMONA CASTELLANO
Fisiatra, dirigente mdico I nivel
en la U.O. Unidad Espinal
del Hospital Centro Parapljicos Ostia
de la Entidad USL Roma D
Roma, Italia.
Notas
1
MERSKEY H., BUGDUK N.: Classification
of chronic pain. Descriptions of chronic pain
syndromes and definitions of pain terms, 2
nd
ed. Seattle, WA: IASP Press, 1994.
2
TURK D. C., OKIFUJI A.: Termini e tasso-
nomie del dolore, en LOESER J. D. ed.: Boni-
cas Trattamento del dolore, III ed. Roma,
Antonio Delfino Editore: 17-25, 2003.
3
SNIDER W. D., MCMAHON S. B.: Tac-
kling pain at the source: new ideas about noci-
ceptors, Neuron vol. 20: 629-632, 1998.
4
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DH 58 spa 1-86 6-06-2005 14:19 Pagina 27
Introduccin
El dolor es una de las realidades
ms misteriosas e inquietantes para
el hombre, y suscita interrogantes e
interpela disciplinas no slo en las
ciencias mdicas sino tambin en
aquellas humanistas
De hecho, no podemos tener del
dolor una visin reductiva limitn-
dolo a un parmetro slo mdico,
sino debemos encuadrarlo necesa-
riamente tambin en el mbito de
la filosofa, de la psicologa y de la
teologa. Este planteamiento est
presente en la Escuela Algolgica
Florentina que define el dolor co-
mo una entidad psicofsica con
alcances universales, en cuya per-
cepcin contribuyen factores indi-
viduales, culturales y religiosos di-
ferentes y a cuyo marco no slo
participan los ramos de la medici-
na y de la biologa, sino tambin
aquellos de las ciencias modernas
(filosofa y psicologa) (Zucchi,
P.L., 1983).
Alcance lingstico del dolor
De esta definicin se entiende
que en la medicina, como ciencia y
como arte, el dolor tiene un alcance
lingstico particular, creando un
lenguaje comn, pero siempre nue-
vo y renovable, que une las cien-
cias de la naturaleza con las cien-
cias de la trascendencia, dando lu-
gar a un parmetro antropolgico
en estrecho dilogo con el parme-
tro metafsico.
Al dolor no hay que darle el sig-
nificado semeiolgico nicamente
de estmulo nociceptivo sobre el
individuo o aquel filogentico de
momento de evolucin comporta-
mental del sujeto sobre la naturale-
za, sino sobre todo el alcance onto-
lgico de la compenetracin del
hombre-persona con Dios, en una
participacin verdadera, real y vi-
vida con la pasin de Cristo.
En esta visin metafsica la me-
dicina se aleja de sus esquemas ins-
trumentales para crear una nueva
cultura de la salud: la fisionoma
de una medicina antropolgica
planteada de esta manera propor-
ciona al dolor un significado hu-
mano, realmente incisivo, con al-
cances trascendentes.
Para ir al encuentro de aquel que
tiene derecho a no sufrir, el mdico
no podr gozar nicamente de una
tcnica para combatir el sufrimien-
to, sino que deber plantear y
transmitir una cultura para el su-
frimiento, teniendo en cuenta tam-
bin las dimensiones histricas y
ticas en las que se ha desarrollado
la medicina del dolor (Honings, B.,
Zucchi, P.L., 2004).
Relacin mdico-paciente,
comunicacin, lenguaje
El dolor logra crear las condicio-
nes favorables para una forma de
encuentro y de acogida particular,
que llevan a una tensin profunda
en el sentido ms kierkegaardiano
del trmino entre dos personas, el
mdico y el paciente, diferentes en
su papel, pero no distantes, porque
ambas estn unidas por la esperan-
za de la ansiada mejora del resulta-
do teraputico.
La excentricidad oscilante de las
dos fisionomas en la relacin entre
mdico y paciente se coloca alter-
nativamente no slo en trminos de
comunicacin, es decir de inter-
cambio de informaciones, precio-
sas para la terapia, sino en una rea-
lidad lingstica muy particular, en
la que la tonalidad del lenguaje
evidencia la delicada sensibilidad
de quien conduce el dilogo y de-
sea dar un significado al sntoma
dolor.
Hacia una definicin de salud
y de dolor
Para poder hacer comprensibles
los trminos del delicado tema que
estamos afrontando, es oportuno
ofrecer las definiciones oficiales de
salud, de dolor y de terapia, adop-
tadas por todos los Grupos de Estu-
dio a nivel internacional.
La O.M.S. (Alma-Ata, 1978)
afirma que la salud es un estado
de completo bienestar fsico, men-
tal y social y no slo la ausencia de
afecciones y de enfermedad.
El Pontificio Consejo para la
Pastoral de la Salud define la sa-
lud como tensin hacia la armona
fsica, psquica, social y espiritual
y no slo ausencia de enfermedad:
ella hace capaz al hombre de cum-
plir la misin que Dios le ha enco-
mendado, segn el momento de la
vida en que se encuentra (Javier
Lozano Barragn, Mensaje de la
Jornada Mundial del Enfermo - 11
de febrero del Ao Jubilar 2000).
La International Association for
the Study of Pain (I.A.S.P., 1982)
define el dolor como una expe-
riencia sensorial y emotiva desa-
gradable asociada a un dao real y
potencial del tejido o descrita en
trminos referidos a dicho dao.
Por la definicin dada por la
I.A.S.P. se entiende que el dolor se
presenta con dos fisionomas: una
objetiva representada por el dao
(trauma, fractura, enfermedad) y la
otra subjetiva, identificada en el
sentido atribuido a dicho episodio
desagradable interpretado y vivido
diversamente segn el plantea-
miento cultural y religioso indivi-
dual.
La experiencia cristiana explica
el dolor en la dimensin de la re-
dencin, donde el dao como dolor
es vivido de modo diferente con
respecto a las dems religiones,
porque la experiencia del dolor en-
28
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
PIERLUIGI ZUCCHI
3. Terapia del dolor
DEL CURAR AL CUIDAR
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29
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
tra en la estrecha relacin entre da-
o y sentido.
Es por esto que, an caracteriza-
do por alcances universales, el do-
lor sigue siendo una experiencia
vivida de modo individual por ca-
da sujeto.
Concepto clnico de dolor
Sin embargo, el dolor debe ser
considerado tambin como el
grande amigo de los seres vivien-
tes, porque proporciona a nuestro
organismo una seal con la que el
hombre entiende que debe efectuar
una terapia para mejorar una con-
dicin, de lo contrario podra com-
prometer su propia incolumindad
fsica y psquica.
Al respecto, es la misma Biolo-
ga que nos muestra el valor positi-
vo del dolor en aquel sndrome
muy particular definido Analge-
sia Congnita, en el que los suje-
tos afectados mueren en edad juve-
nil, porque no tienen la capacidad
de percibir el dolor en las mismas
condiciones en que los sujetos nor-
males reaccionan al estmulo noci-
ceptivo (Sternbach, 1968).
Adems de este cuadro clnico
se puede verificar tambin la con-
dicin opuesta, en la que las perso-
nas prueban dolor intenso en au-
sencia de aparentes estmulos no-
civos; a veces, es suficiente un li-
gero contacto o, incluso, un soplo
de aire para desencadenar la crisis
lgica, que, en este caso, asume un
significado totalmente sin finali-
dad.
Estos dos ejemplos clnicos, la
Analgesia Congnita, (en la que el
individuo muestra incapacidad pa-
ra percibir el dolor, no obstante el
dao evidente) y, por el otro, la hi-
peralgesia-Hiperpata (en la que
hay una presencia de dolor espon-
tneo en ausencia de estmulo da-
ino), representan dos extremida-
des clnicas opuestas, que constitu-
yen cada vez ms un tema de estu-
dios ms profundos y atentos de
parte de varios grupos de investi-
gacin que se ocupan de fisiopato-
loga y terapia del dolor.
Sin embargo, no slo los meca-
nismos de percepcin del dolor, si-
no tambin los mecanismos de
control del dolor representan hoy
un campo de investigacin que
evoluciona progresivamente.
Sabemos que el hombre y los
animales tienen la posibilidad de
eliminar o atenuar el dolor, que
partiendo de la periferia llega al
encfalo, luego de factores com-
portamentales que modifican las
respuestas electrofisiolgicas y
neuroqumicas del organismo.
Desde el punto de vista clnico,
el tema del dolor y del sufrimiento
ha sido afrontado particularmente
por la Escuela Florentina (Teodori,
U., Neri-Serneri, G. G., Procacci,
P., Galletti, R., 1973; Zucchi, P.L.,
Duranti, R., 1979), que ha distin-
guido el dolor-sntoma del dolor-
enfermedad.
El dolor-sntoma es el sntoma
por excelencia que surge de inme-
diato, el signo clnico nico, a me-
nudo de salvaguarda, de la sinto-
matologa en acto (Apendicopata
aguda, Cluster Headache, Infarto
miocardio), que crea una reaccin
de alarma que induce a una accin
teraputica rpida; esta situacin
clnica se identifica con el dolor
agudo y con sus parmetros org-
nicos.
El dolor-enfemedad es el dolor
que se coloca como elemento pri-
mario del cuadro morboso y pierde
su caracterstica de sntoma, til al
paciente y al mdico. Su presencia
es gradual con movimiento recu-
rrente, subcontinuo. El dolor en-
fermedad se identifica con el dolor
crnico, que dura meses o aos, no
da tregua al paciente y a menudo
lo induce a sndromes ansiosos y/o
depresivos. Ejemplos de este tipo
de dolor son: el dolor reumtico, el
dolor de la neuralgia post-herpti-
ca, el dolor causlgico, el dolor en
la artrosis y en la osteoporosis, el
dolor tumoral.
Focalizar estos dos importantes
conceptos nos ayuda a entender
que el dolor puede caracterizar una
situacin clnica de patologa muy
variada bajo el perfil fsico, psqui-
co y social, que la lengua inglesa
logra expresar muy bien en su pa-
labra disease, que indica la parte
orgnica de la enfermedad (algos,
dolor agudo), en la palabra illness,
que indica el sufrimiento psquico
y moral (pathos, dolor crnico),
que vive tanto el paciente como
sus familiares, en la palabra sick-
ness, que indica la enfermedad do-
lorosa como percepcin social.
De este significado tan articula-
do que la lengua inglesa nos ofrece
de la palabra enfermedad, pode-
mos comprender que el enfermo
afectado por una patologa doloro-
sa vive su propio estado de total
pain en las tres dimensiones (fsi-
ca, psquica y social), involucran-
do en su tragedia tambin a los fa-
miliares, conocidos y personal sa-
nitario (Sndrome di Burn-Out,
Mayou, 1987).
Aspectos anatmicos del dolor
Para focalizar de forma ptima
los aspectos clnicos y teraputicos
de una determinada enfermedad
dolorosa, es justo preguntarnos
cul es el origen del dolor.
El dolor se debe a la activacin
de receptores (nociceptores) y de
vas aferentes perifricas y centra-
les que constituyen la Nocicep-
cin. La situacin lgica crea a ni-
vel del organismo una lesin ana-
tmica de los tejidos con la libera-
cin de sustancias alggenas, que
estimulan el aparato de recepcin
(nocicepcin perifrica), que
transforma el estmulo en input no-
ciceptivo que, mediante la neurona
de primer orden llega a la mdula
espinal (nocicepcin refleja); en
este nivel, la neurona de I orden
entra en sinapsis con la neurona de
II orden que informa al Tlamo
(nocicepcin inconsciente). Del
tlamo la neurona de II orden pro-
yecta el input nociceptivo a la cor-
teza somatoestsica (nocicepcin
consciente).
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30
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Concepto de terapia del dolor
Este breve parntesis antomico-
fisiolgico sirve para entender me-
jor a que nivel el terapeuta del dolor
debe realizar una determinada tera-
pia antlgica (farmacolgica, anes-
tesiolgica, quirrgica o fisitrica).
De todos modos, el significado
que deseamos dar al trmino terapia
es aquel equivalente al antiguo tr-
mino griego therapeia, con el que
se indica el ocuparse, es decir, el es-
tar a disposicin total de alguien
que se encuentra en un estado de
necesidad; este concepto de terapia
no se refiere slo a la enfermedad
fsica en sentido clnico, y por tanto
a la Biologa y a la Medicina, como
ocurre ms bien para el trmino
moderno de terapia o de therapy, si-
no que se refiere ms bien a la con-
dicin de vida general, al aspecto de
la persona en su totalidad, su bie-
nestar en sentido lato, fsico, psqui-
co y espiritual.
De este planteamiento el trata-
miento teraputico logra una nueva
interpretacin, ms articulada e in-
tegral, que considera al hombre en
el verdadero significado ontolgico
de Persona.
Se deduce que el concepto de te-
rapia del dolor se debe examinar, ya
sea como hermenutica etiolgica
de la enfermedad, que en su sentido
ms elevado, como hermenutica
de las necesidades del hombre.
La terapia del dolor como herme-
nutica o interpretacin etiolgica
de la sintomatologa lgica de la en-
fermedad se inserta en el examen
clnico de una situacin a menudo
altamente problemtica para el pa-
ciente. El momento teraptuico asu-
me sentido slo cuando el sujeto en
su ntima relacin Hombre-Ser Per-
sona vive su particular momento de
enfermedad en toda su integralidad.
Aeste punto, la interpretacin de
la noxa puede identificar un iter te-
raptuico cognoscitivo, pero no ga-
rantizado, abierto al xito, pero se-
gn las enfermedades, a veces ries-
goso, amenazado tambin por la
posible falta de xito y que no pue-
de ser actuado sino en un clima de
fracturas, de contradictoriedad e in-
cluso de angustia.
La terapia del dolor como inter-
pretacin de las necesidades del
hombre representa un pasaje funda-
mental en la vida de cada individuo
que sufre, no slo con respecto a lo
que debe hacer, sino sobre todo en
ser educado a lo que debe saber ha-
cer, como adquisicin de una nueva
cultura personal.
De estas premisas se entiende so-
bre todo que la terapia del dolor al
buscar seguir un iter personalizado
para el paciente, se convierte en ele-
mento personalizador de la relacin
mdico-paciente y adquiere signifi-
cados muy variados: de arte alta-
mente vario a mtodo teraputico
eficaz, de tcnica que trata de resol-
ver difciles interpretaciones pato-
gnicas de enfermedad a una real y
verdadera filosofa del hombre
afectado en momentos particulares
de la globalidad de su ser.
Por tanto, se deduce que no slo
el estado de enfermedad dolorosa,
sino tambin la misma experiencia
humana exigen una interpretacin
del propio sufrimiento, y esto por-
que el ser mismo del hombre exige
una respuesta sobre el plan humano
y biolgico.
La terapia del dolor debe afrontar
continuamente el problema del su-
frimiento fsico, moral y tambin
espiritual del hombre afectado por
la enfermedad, que debe ser bien
curada por el mdico, pero aceptada
tambin por el enfermo.
En estos trminos el tratamiento
del dolor asume la fisionoma de un
instrumento til que a menudo debe
medirse con patologas complica-
das, a veces de extrema gravedad.
En sus connotaciones de disciplina
incluso tcnica, la terapia antlgica
trata de resolver o, por lo menos de
suavizar problemticas a veces de
gran dificultad clnica en las que la
condicin lgica trata de distorsio-
nar el sentido de lo normal y tam-
bin el sentido del ser en su entidad
no slo fsica, sino tambin moral y
espiritual.
A este punto la terapia del dolor
comprende en la relacin mdico-
paciente una nueva forma de len-
guaje individual y unificador en su
unicidad: dicha condicin hace po-
sible la adquisicin y la interpreta-
cin de la circunstancia particular, a
menudo de extrema gravedad. En
dichas situaciones el tratamiento te-
raputico asume no slo el alcance
metodolgico inserto en el momen-
to ms importante del protocolo de
una determinada patologa, sino tra-
ta de favorecer el delicado momen-
to ontolgico de introyeccin del yo
para una mejor comprensin y
aceptacin del propio sufrimiento
fsico y moral.
Algologa y terapia del dolor
El tratamiento del dolor forma
parte de aquel ramo de la Medicina
que constituye una real y verdadera
disciplina, relativamente reciente,
que es la Algologa.
Gracias a este sector de la Cien-
cia Mdica se han atenuado los pre-
conceptos sobre el tratamiento del
dolor y ha sido posible adoptar cri-
terios teraputicos menos restricti-
vos que en el pasado.
En el mbito de la terapia del do-
lor finalizada sobre todo a los cui-
dados paliativos se ha actuado por
un lado el uso y la difusin de los
frmacos opiceos, y por el otro, se
han destinado en los pases de la
Comunidad Europea y en los Esta-
dos Unidos financiamientos para la
realizacin de adecuadas estructu-
ras hospitalarias, destinadas al trata-
miento del dolor.
Sobre el derecho a no sufrir, has-
ta hace algunos aos se ha hablado
muy poco en Italia y en otros pases
industrializados; en cambio, es pre-
cisamente en la facilidad de acceso
a las estructuras donde se efectan
tratamiento de pain-relief, que re-
presenta la condicin a fin de que
quien sufre de dolor intratable aleje
sus solicitudes referentes a la euta-
nasia o al suicidio asistido.
Por tanto, uno de los parmetros
fundamentales sobre los que se de-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
be fundar el modelo de asistencia
est constituido por el acercamiento
diversificado al control del dolor,
segn las efectivas necesidades que
plantea el paciente, poniendo frente
al Total Pain una Total Care de
modo que se afronte de modo ade-
cuado y apropiado el sufrimiento f-
sico, psquico y espiritual de la per-
sona.
No debemos olvidar que el pa-
ciente a menudo tiende a cerrarse
en s mismo, rechazando su propia
condicin, aislndose de toda co-
municacin con el exterior, no rara-
mente incluso se sustrae al contexto
familiar y se niega sistemticamen-
te a amigos y conocidos.
En la maravillosa e implicadora
relacin mdico-paciente tambin
es oportuno subrayar que el enfer-
mo que sufre de dolor insoportable
confa totalmente en el mdico de
cabecera.
En tales situaciones, el mdico
siente de manera ms incisiva su
compromiso a responder a esta con-
fianza y a estas esperanzas; con este
propsito, trata de servirse de los
medicamentos que pone a su dispo-
sicin la Farmacologa moderna,
con la intencin de alejar el espec-
tro eutansico, cada vez ms pre-
sente en una cultura, que tiende ni-
camente a rpidas soluciones efi-
cientistas, olvidndose de las verda-
deras necesidades del enfermo en
su globalidad.
Principio del doble efecto
Si examinamos el revs de los as-
pectos positivos de la medalla de la
terapia del dolor, observamos que el
punto crucial de la terapia antlgica
est constituido a veces por los
efectos letales de un tratamiento,
con el que se utilizan dosis elevadas
de frmacos opioides que tienden a
acelerar la muerte del paciente.
Con este propsito y para liberar
al mdico de escrpulos ticos so-
bre su conducta profesional, nos
apelamos al Principio del Doble
Efecto, de conformidad con el
cual las consecuencias que aparece-
ran moralmente no aceptables se
podrn considerar como lcitas (y
obtener un normal desarrollo en la
praxis) cada vez que, ms all de to-
da valoracin probabilista, figuren
que no han sido evaluadas en cuan-
to tales (Rossi, L.,1961; Di Pietro,
M.L.; Spagnolo, A.G., 1992; Ho-
nings, B., 2004).
Es obvio que el paciente resultar
informado adecuadamente acerca
de los riesgos que podran seguir y
ocurrir asimismo que en lo posible
l haya dado un vlido consenso al
respecto.
Si se consideran algunos impor-
tantes textos de la Iglesia, se nota
que en ellos se hace referencia de
modo claro al ejercicio de activida-
des teraputicas antlgicas para me-
jorar las condiciones de los enfer-
mos que sufren. Baste pensar en el
discurso fundamental del Papa Po
XII sobre el recurso a analgsicos
para calmar el dolor intolerable no
obstante la previsin de abreviar la
vida del enfermo, o la Carta Apos-
tlica Salvifici doloris (n. 5) de S.S.
Juan Pablo II, que pone de relieve
que la medicina, como ciencia y,
al mismo tiempo, como arte del cu-
rar, descubra el amplio terreno de
los sufrimientos del hombre el sec-
tor ms conocido, aquel identifica-
do con mayor precisin y, relativa-
mente ms contrabalanceado por
los mtodos del reaccionar, es decir
de la terapia.
Sabemos que cada medicamento
junto con el efecto principal auspi-
ciado y deseado comporta tambin,
efectos secundarios indeseados, cu-
ya aparicin y entidad a menudo no
es previsible; precisamente por esto
es importante un riguroso y conti-
nuo estudio y actualizacin cientfi-
ca en una disciplina como la Fisio-
patologa y Terapia del Dolor, que
en el pasado se ha enseado en po-
cas universidades.
Al respecto, me complace recor-
dar que en la Facultad Mdica de
Florencia, siempre han existido
grupos de investigacin muy aten-
tos a la Algologa, porque est de-
mostrado que en todos los ramos de
la Medicina, particularmente en la
terapia del dolor, por lo general las
nociones adquiridas se vuelven ob-
soletas en el 50% en menos de cin-
co aos y esto significa que lo
aprendido por cada mdico durante
sus estudios universitarios, diez
aos despus del doctorado perder
el 75% de su validez.
Nocicepcin y medicamentos
antlgicos
Para su aplicacin en el mbito
farmacolgico, han sido de gran in-
ters para el alglogo los descubri-
mientos que ha alcanzado la neuro-
qumica en la Nocicepcin.
Ante los descubrimientos de
Hughes y Kosterlitz (1975) se en-
tiende muy bien que el primer tera-
peuta del organismo es el mismo
organismo, ya que luego de un es-
tmulo alggeno, es capaz de libe-
rar sustancias de accin antlgica
semejantes a la morfina, las endor-
finas, que crean una analgesia en-
dgena.
Para entender no slo los meca-
nismos del dolor y de su control,
sino tambin el mecanismo de ac-
cin de los frmacos antlgicos, es
necesario retomar el estudio de la
sinapsis.
Monod define la sinapsis como
el elemento lgico fundamental
del sistema nervioso; precisamen-
te, es este elemento que permite
que las neuronas dialoguen entre s.
El dolor aparece precisamente
cuando una alteracin de la home-
ostasis sinptica crea una alteracin
de la comunicacin entre neuronas.
Es en este momento que debe in-
tervenir el aspecto teraputico para
restablecer en el organismo el equi-
librio que se encuentra alterado, y
la terapia antlgica ser mucho ms
eficaz cuanto ms sinapsis altera-
das lograr poner en sintona entre
el Sistema Nociceptivo y el Siste-
ma Antinociceptivo.
No obstante las mejoras de los
conocimientos en la Fisiopatologa
y en la Terapia del Dolor, los fr-
macos antlgicos en general y los
opiodes en particular, incluso fren-
te al dolor insoportable, son emple-
ados de modo reducido por los sa-
nitarios italianos (su suministro en
Italia es 12 veces inferior con res-
pecto a Alemania, 32 veces inferior
con respecto a Francia, 110 inferior
con respecto a Dinamarca). Los
Estados Unidos y Suecia ocupan
los primeros puestos en el empleo
de frmacos antlgicos de accin
central.
Algunos mdicos, incluso frente
al dolor que alcanza los mximos
niveles de intensidad, tienden a no
suministrar opiceos por temor de
dependencia fsica (subordinacin
fsica al efecto de la sustancia), que
en el sujeto afecto de dolor insopor-
table, se debera en parte a la pro-
gresin de la misma enfermedad, y
en parte a la aparicin del fenme-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
no de la tolerancia farmacolgica
(asuefacin a la sustancia).
En la mayora de los casos se ve-
rifica el recurso a las terapias antl-
gicas en la tentativa de suavizar el
dolor, especialmente si es muy in-
tenso y prolongado, porque esta
condicin concurre a una positiva
aceptacin de aquellos momentos
particulares de la enfermedad que
tienden a favorecer una tranquili-
dad interior y un abandono confia-
do a Dios en la oracin.
Los datos que ha logrado la lite-
ratura reciente ponen en evidencia
que una adecuada terapia del dolor
anula las solicitudes eutansicas de
los pacientes: en Italia en el 2002
de 900 casos de enfermos con dolor
severo por enfermedad cancerosa,
slo uno pidi que le ayudaran a
morir, pero abandon definitiva-
mente esta idea despus de una
adecuada terapia antlgica (Corradi
M., 2002).
Si se focaliza la atencin en el
microcosmo teraputico de nuestro
pas vemos que en estos ltimos
aos se ha verificado que la clase
mdica y aquella poltica italiana
han querido recuperar este grave
retraso, tratando de adecuar el em-
pleo de la terapia antlgica a nive-
les europeos.
Este fenmeno ciertamente debe
ser estimulado porque no existen
razones sostenibles para mantener
una actitud remisiva frente al enfer-
mo que desea que su dolor sea trata-
do de modo adecuado, tanto ms si
lamentablemente debemos introdu-
cirnos en una realidad social de tipo
eficientista, que requiere cada vez
ms medidas analgsicas (alivio del
dolor) e incluso anestsicas (elimi-
nacin de toda sensacin dolorosa).
El primer elemento que el mdi-
co alglogo debe tomar en conside-
racin en una adecuada terapia del
dolor est constituido por la dispo-
nibilidad de contar con mtodos
para medir el dolor, a travs de los
cuales evale los componentes fsi-
cos, psquicos y socio-ambientales
de la experiencia dolorosa. La me-
dida del dolor, tomada de modo
constante durante el tratamiento
antlgico, manifiesta la eficacia de
la terapia realizada e indica las
eventuales variaciones de desarro-
llo en presencia del permanecer de
indicios de intensidad (VAS) de do-
lor muy elevado (Scott-Huskis-
son,1976).
El tratamiento del dolor, en gene-
ral y en el mbito de los cuidados
paliativos en particular, debe tener
en cuenta la posibilidad de recurrir
a direcciones diversificadas: farma-
colgicas, fisioterpicas, neurolesi-
vas, y a tcnicas de bloqueo anest-
tico local.
Entre todos estos auxilios la tera-
pia farmacolgica es la ms comn
y la menos agresiva y, por tanto, la
ms indicada en los casos de dolor
plurifocal o generalizado.
Eficacia de la terapia del dolor
En la actualidad el mdico posee
instrumentos, sobre todo farmaco-
lgicos, gracias a los cuales puede
enfrentar cualquier forma de dolor,
incluso rebelde, siempre que en el
protocolo de terapia antlgica se
tengan presente algunas reglas irre-
nunciables, representadas por los
siguientes parmetros:
1. El suministro de los medica-
mentos se debe efectuar en horarios
programados y no segn la necesi-
dad, teniendo en cuenta que al or-
ganismo lo podemos comparar a
una central electroqumica, en la
que llegan y parten input nocicepti-
vos y donde se liberan sustancias
alggenas y antlgicas que siguen
ritmos circardianos que pueden in-
cidir en la percepcin lgica, de
manera positiva o negativa, segn
horarios ms adecuados del sumi-
nistro farmacolgico;
2. la dosis de un frmaco analg-
sico debe ser personalizada porque
su eficacia vara de paciente a pa-
ciente. La dosis optimal es la que
obtiene efectos clnicos que se pue-
den identificar en una zona inter-
media entre la obtencin de una
adecuada analgesia o la falta de lo-
gro de elevados niveles de toxici-
dad;
3. los efectos colaterales y los
eventuales niveles de toxicidad de-
ben ser tratados sistemtica e inme-
diatamente;
4. frente a un dolor de mximos
niveles de intensidad nunca se debe
usar placebo porque no es justo
desde un punto de vista mdico y
tico;
5. se debe emplear el modelo
ms correcto y comprobado de te-
rapia antlgica, que en mbito so-
bre todo oncolgico est represen-
tado por la Escala Analgsica de
tres peldaos, propuesta por los
protocolos teraputicos de la
O.M.S. (1986).
En el primer peldao, que co-
rresponde al dolor de leve intensi-
dad, se verifica el empleo de los
medicamentos antiinflamatorios
no esteroidales (F.A.N.S.) durante
un perodo hasta cuando dichos
frmacos son eficaces para contro-
lar el dolor.
En el segundo peldao, que co-
rresponde al dolor moderado, el al-
glogo emplea los F.A.N.S. con los
llamados narcticos dbiles (code-
na); este tratamiento prosigue hasta
que no reaparece el dolor a niveles
no aceptables.
El pasaje al tercer peldao, que
corresponde al dolor severo, est
representado por el empleo de nar-
cticos poderosos, entre los cuales
la morfina, opiceo agonista puro
que se suministra slo o asociado a
los F.A.N.S.
Frmacos antiinflamatorios
no-esteroidales y opiceos
Ahora bien, para entender mejor
el planteamiento de una correcta te-
rapia antlgica, deseo detenerme
brevemente en torno a las peculiari-
dades de estas dos categoras de
frmacos: los F.A.N.S. y los Opi-
ceos.
Los F.A.N.S. son medicamentos
de efecto analgsico prevaleciente-
mente perifrico, ligado al conoci-
do mecanismo de accin de blo-
queo de la sntesis de las prosta-
glandinas. La identidad del meca-
nismo de accin comporta que es-
tos medicamentos pueden causar
algunos efectos colaterales que se
sobreponen entre s por calidad y
entidad, como el efecto gastrolesi-
vo, el efecto antiagregante plaque-
tario, el efecto broncoconstrictor, la
posibilidad de causar diarrea, la po-
sibilidad de inducir a la sonnolen-
cia y fenmenos alrgicos.
Los opiceos, denominados tam-
bin narcticos o estupefacientes,
producen analgesia al posicionarse
en los receptores colocados a nivel
del Sistema Nervioso Central
(S.N.C.), donde se encuentran tam-
bin las sustancias opiceas end-
genas (Encefalina, Endorfina, Di-
norfina).
Algunos opiceos pueden actuar
activando la funcin (agonistas) o
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
bloquendola (antagonistas), otros
se comportan como agonistas, si
son empleados solos y como anta-
gonistas, si son asociados a otros
opiceos (agonistas-antagonistas).
Esta ltima condicin pone en evi-
dencia que es peligroso e intil aso-
ciar ms opiceos en un esquema
teraputico; los efectos colaterales
de estas sustancias estn represen-
tadas por: somnolencia, nusea, v-
mito, estipsis; en caso de sobredo-
saje se puede verificar depresin
respiratoria, disforia, retencin de
orina.
Otro aspecto que merece ser evi-
denciado en la terapia del dolor con
opiceos, es aquel representado por
el fenmeno de la dependencia y de
la tolerancia.
La dependencia de los opiceos
es un fenmeno psquico y fsico.
Lamentablemente, la guerra ac-
tual en Irak, ha puesto de relieve es-
tos dos aspectos. A algunos solda-
dos americanos, que asuman habi-
tualmente opiceos por razones de
naturaleza psicolgica (tensin, te-
mor de morir, lejana de los afectos
familiares) ha sido casi imposible
suspender el uso de estas sustan-
cias, porque se haba instaurado
una dependencia psicolgica.
Otros soldados que asuman morfi-
na u otros opiceos porque estaban
heridos o necesitaban tratamiento
antlgico, apenas fue oportuno pu-
dieron suspender el tratamiento sin
incurrir en una dependencia psqui-
ca, o a lo ms, en una leve depen-
dencia fsica.
Los enfermos con dolor muy in-
tenso, se configuran en la segunda
condicin, y el alglogo puede qui-
tarles los opiceos de modo gra-
dual, cuando se considere necesario
segn las situaciones clnicas. Esta
explicacin farmacolgica sobre
los opiceos demuestra que los en-
fermos que son tratados con dichas
sustancias muy raramente caen en
una dependencia psicolgica que,
lamentablemente, es lo normal en
la drogodependencia.
El otro punto que merece ser
puesto en evidencia en el mbito de
la terapia del dolor es el fenmeno
de la tolerancia.
El fenmeno de la tolerancia se
verifica cuando el sujeto, que asu-
me continuamente opiceos, luego
de cierto perodo de tiempo, encon-
trar una especie de asuefacin, de-
bido a la cual los mismos frmacos
en las mismas dosis ya no tienen
ms eficacia y, slo aumentando las
dosis alcanzan los resultados ini-
ciales. Los mecanismos con los que
se instaura la tolerancia an no son
totalmente claros, as como tam-
bin la velocidad con la que se de-
termina vara de un paciente a otro.
Conclusiones
En este estudio se ha tomado en
consideracin de qu modo en la
terapia de dolor est presente una
visin ab extrinseco, que se confi-
gura en el cuidado de la enferme-
dad y del dolor fsico (algos, to cu-
re), y una visin ab intrinseco que
se configura en el cuidado del en-
fermo (pathos, to care).
En este pasaje de percepcin in-
manente (algos) a reflexin tras-
cendente (pathos) cada individuo
eleva su propia fisionoma de homo
technologicus a Persona, que logra
vivir el sufrimiento en la dimensin
de la Esperanza.
En este mbito, la actitud reticen-
te en suministrar medicamentos de
parte del mdico podra justificarse
siempre que esto refleje la voluntad
del paciente.
Al respecto, es necesario dejar li-
bre al enfermo que desea vivir los
momentos de su enfermedad en
una perspectiva personal y cristiana
de renunciar a la posibilidad de ali-
viar sus sufrimientos, porque en es-
te caso el dolor asume un precioso
significado salvfico, como partici-
pacin a la cruz de Cristo y, por tan-
to, puede ser acogido libremente
(S. Congregacin para la Doctrina
de la Fe, 2001).
Para concluir, deseo subrayar
que ms all de una correcta terapia
del dolor, cada paciente vive su
propia experiencia de enfermedad
de modo totalmente personal, en el
que incide mucho la propia forma-
cin tica y espiritual en el resulta-
do de los cuidados antlgicos, pues
como dice S. Em. el Cardenal Jos
Saraiva Martins, la vida espiritual
pone al creyente en una situacin
continua de empata divina, favo-
recida por instrumentos preciosos
como la oracin (Dolentium Homi-
num, 2004).
En efecto, recientemente estu-
dios clnicos realizados rigurosa-
mente desde el punto de vista cien-
tfico (reclutar sujetos segn el cri-
terio random; examen de los suje-
tos bajo la modalidad de la confir-
macin ciega; valoracin de los da-
tos con clculo estadstico), han su-
brayado que la Fe y la Oracin lo-
gran reforzar los efectos de la tera-
pia farmacolgica elevando el um-
bral del dolor (Zucchi, P.L., Ho-
nings, B., 1996; Zucchi, P.L., Ho-
nings, B., Voegelin, M.R., 2001;
2003).
Desde el momento que el enfer-
mo-persona es una unidad consti-
tuida por soma, psique y pneuma,
la mejora del dolor se obtiene en los
tres niveles: fsico, psquico y espi-
ritual.
Nuestro grupo de investigacin,
en efecto, ha logrado poner de re-
lieve que: 1) los pacientes creyen-
tes con respecto a los agnsticos
tienen un umbral del dolor ms ele-
vado, es decir, advierten menos el
dolor (efecto fe) y tienen una mejor
respuesta al tratamiento farmacol-
gico; 2) los pacientes tratados tam-
bin con terapia tica (oracin) tie-
nen una mejor respuesta al trata-
miento farmacolgico con respecto
a los no tratados, ya sean creyentes
o agnsticos (efecto oracin).
Este estudio pone en evidencia
que la condicin de fe (creyentes) y
el instrumento de la oracin logran
modular la percepcin del estmulo
doloroso influyendo positivamente
sobre los efectos de la terapia antl-
gica.
Desde un punto de vista neurofi-
siolgico, la interpretacin fisiopa-
tolgica del fenmeno reside en la
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34
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
conocida Teora del Gate Control
de Melzack y Wall (Science, 1965).
De hecho, la condicin de fe y el
instrumento de la oracin favorece-
ran la activacin de fibras inhibi-
doras descendentes, que modulan
la condicin del estmulo nocicep-
tivo, determinando una menor per-
cepcin del dolor. Por tanto, desde
un punto de vista neurofarmacol-
gico, en un estado clnico de dolor
severo, se verificara que la condi-
cin de fe en los creyentes, y la ora-
cin, en los creyentes y en los ag-
nsticos, que libremente han acep-
tado seguir tambin la terapia tica
(Zucchi, P.L., Honings, B., 1996;
Zucchi, P.L., Honings, B., Voege-
lin, M.R., 2001; 2003), facilitan la
liberacin de endorfinas, sustan-
cias endgenas de naturaleza opi-
cea de accin analgsica, que blo-
quean los receptores alggenos tan-
to a nivel central como perifrico
(Hughes, e Coll., 1975).
Por el estudio efectuado pode-
mos decir que el enfermo que sufre
puede ser ayudado en sentido m-
dico (frmacos) y en sentido tico
(oracin) para eliminar, o por lo
menos disminuir, el sntoma del
dolor.
En una investigacin posterior
(Zucchi, P.L., Honings, B., Voege-
lin, B., por imprimirse) nuestro
grupo de estudio ha examinado si
tambin la msica puede inducir a
un reforzamiento de los efectos far-
macolgicos de la terapia antlgica
en los pacientes algolgicos. Los
resultados han sido positivos y muy
animadores (Dolentium Hominum,
in press).
Por tanto, es de este entrecruce y
compenetrarse entre inmanencia
(soma y psique) y trascendencia
(pneuma), presentes en la naturale-
za del hombre, creyentes o agnsti-
cos, que la terapia del dolor, farma-
colgica y tica, puede dar un re-
sultado optimal en cada sujeto, en
cuanto Persona, precisamente por-
que es criatura misteriosa y fasci-
nante hecha a imagen y semejanza
de Dios.
Prof. PIERLUIGI ZUCCHI, S.O.
Director del Instituto
para el Estudio y la Terapia del Dolor
Firenze, Italia
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efectos de la msica y de la oracin en la efica-
cia de la terapia farmacolgica en sujetos afec-
tos de cefalea msculo-tensiva (dolor cranio-
facial), Dolentium Hominum, en press.
DH 58 spa 1-86 6-06-2005 14:19 Pagina 34
Premisa
En sensu strictu los cuidados
paliativos constituyen un tema no
slo mdico sino ante todo una dis-
ciplina que en su desarrollo en-
cuentra al hombre en su totalidad y,
por tanto, de ste recibe su conno-
tacin filosfica, espiritual y antro-
polgica. Ms an, los cuidados
paliativos se dirigen no slo al in-
dividuo en cuanto tal sino porque
forma parte de un conjunto fami-
liar, profesional y social.
Los cuidados paliativos constitu-
yen una disciplina con caractersti-
cas intrnsecas y estructurales cuya
complejidad conduce a la multipli-
cidad de factores de todos los com-
ponentes que concurren a determi-
narla: en este sentido, la ocasin de
este aporte permite exponer, en
forma integrada con los dems
aportes presentes en este volumen
editado por el Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud, algu-
nos conceptos bsicos referentes a
los cuidados paliativos.
Si el lector lo considerar opor-
tuno, tiene la posibilidad de pro-
fundizar algunos aspectos de ma-
yor inters y merecedores de desa-
rrollo y anlisis, consultando la bi-
bliografa que se encuentra al final
de este documento.
Los cuidados paliativos son un
instrumento capaz de actuar im-
portantes sinergas a travs de las
cuales, identificando en el encuen-
tro entre humanismo hipocrtico y
humanismo cristiano un factor de-
cisivo de progreso hacia una civili-
zacin cada vez ms digna de este
nombre, se vuelva una costumbre
configurar aquella visin antropo-
lgica en la que resulte posible a
personas de culturas y religiones
diferentes encontrar un momento
de sntesis y de comparticipacin
operativa. Partiendo de esta base y
aumentado la ya rigurosa atencin
a este grave y urgente problema
que interroga la investigacin y la
ciencia mdica, puede nacer aque-
lla inspiracin y aquella motiva-
cin para expresar mejor en el pro-
pio mbito y en la propia cotidia-
neidad, el servicio a la persona en
la atencin al sufrimiento y en el
compromiso para poner de relieve
la centralidad del hombre, el respe-
to de la vida y su defensa incondi-
cional.
Sobre todo en la fase de la enfer-
medad, en la que ya no es posible
practicar terapias proporcionadas y
eficaces, pero se impone la obliga-
cin de evitar toda forma de obsti-
nacin o de ensaamiento terapu-
tico, se coloca la necesidad de los
cuidados paliativos que, como afir-
ma la Encclica Evangelium vitae,
estn destinados a hacer ms so-
portable el sufrimiento en la fase
final de la enfermedad y aseguran-
do al mismo tiempo al paciente un
seguimiento adecuado (n. 65).
Testimonios histricos hacen re-
montar el nacimiento de los cuida-
dos paliativos al 238 a.C, cuando el
emperador Asoka construye un re-
fugio para moribundos en Varanasi
cerca del ro Ganges. En la cultura
occidental, el concepto de hospice
comienza durante el Medievo gra-
cias a los hermanos de San Juan de
Dios (Fatebenefratelli) movidos
por la necesidad de ofrecer un lu-
gar en el que, conjuntamente con
los cuidados mdicos, se ofreciera
una adecuada asistencia espiritual.
En 1960, Lady Cicely Saunders,
poniendo en evidencia, interpre-
tando y elaborando estas necesida-
des, remodela dichos principios y
en 1967 inaugura el St. Christop-
hers Hospice en Londres. Dicha
ocasin constituye una situacin
adecuada y concreta para poner n-
fasis en la terapia del dolor en la fa-
se final de la vida y subrayar la ne-
cesidad, en un hospice estructura-
do modernamente pero de antigua
proveniencia, de conjugar la tec-
nologa y la ciencia mdica con la
compasin y la humanizacin de
una medicina cuyo acercamiento
se debe focalizar en el paciente. El
grande mrito que se debe atribuir
a Cicely Saunders est en haber en-
caminado investigaciones con el
fin de comprender los mecanismos
bsicos de la fisiopatologa del do-
lor y, por consiguiente, de lograr
importantes progresos en la terapia
del dolor. De este importante focus
de la comunidad cientfica ha parti-
do el conocido y difundido volu-
men titulado Cancer Pain Relief
publicado por la Organizacin
Mundial de la Salud en 1986 y se
ha estructurado la escala teraputi-
ca de la OMS, que constituye un
elemento conocido universalmente
y que hasta ahora no ha sido supe-
rado debido a su posible aplicacin
en cualquier tipo de escenario sani-
tario.
No obstante el desarrollo expo-
nencial que han conocido los cui-
dados paliativos en los ltimos
treinta aos, la discrepancia entre
lo que tenemos a nuestra disposi-
cin y lo que sera necesario, la-
35
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
MAURIZIO EVANGELISTA
4. Los cuidados paliativos
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36
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
mentablemente sigue siendo una
evidencia dramtica y actual.
Segn la definicin del National
Council for Hospice and Palliative
Care Services WHO-OMS 1990,
modificada posteriormente en
1999 por la Comisin ministerial
para los cuidados paliativos, se en-
tiende por cuidados paliativos
aquellos cuidados destinados a me-
jorar la calidad de la vida y no es-
tn orientados a controlar el proce-
so evolutivo de la enfermedad.
Adems, los cuidados paliativos
afirman la vida y consideran el
morir como un hecho natural
no aceleran ni retrasan la
muerte
proveen a aliviar el dolor y los
dems malestares
integran los aspectos psicol-
gicos y espirituales de la asistencia
ayudan a los pacientes a vivir
de modo activo hasta la muerte
sostienen a la familia durante
la enfermedad y en el momento del
luto.
Los cuidados paliativos se carac-
terizan tambin por:
la globalidad de la interven-
cin teraputica que, teniendo por
objetivo la calidad de la vida resi-
dua, no se limita al control de los
sntomas fsicos sino que se extien-
de al sostn psicolgico, relacio-
nal, social y espiritual;
la valorizacin de los recursos
del enfermo y de su familia as co-
mo del tejido social en el que estn
insertados;
la multiplicidad de las figuras
profesionales y no profesionales
que estn implicadas en el plan de
cura;
el pleno respeto de la autono-
ma y de los valores de la persona
enferma;
la fuerte integracin y la plena
insercin en la red de los servicios
sanitarios y sociales;
la intensidad de los cuidados
que deben ser capaces de dar res-
puestas rpidas y eficaces al cam-
bio de las necesidades del enfermo;
la continuidad del cuidado has-
ta el ltimo instante;
la calidad de los servicios pro-
porcionados.
Uno de los temas mayormente
debatidos en la comunidad cientfi-
ca vierte sobre la identificacin del
momento ms indicado para iniciar
los cuidados paliativos.
Segn un punto de vista estricta-
mente mdico, los cuidados debe-
ran iniciar cuando las terapias des-
tinadas a controlar la evolucin de
la enfermedad ya no son eficaces y
ya no es real el objetivo de prolon-
gar la misma vida, con la finalidad
principal de mejorar la calidad de
la vida; esto significa control del
dolor en sus diferentes aspectos,
malestares fsicos que se acompa-
an al avance de la enfermedad,
ofrecimiento de sostn psicolgico
al enfermo y a la familia con el ob-
jetivo de evitar el aislamiento y la
soledad y aliviar el sufrimiento es-
piritual.
Otro punto de vista al respecto se
puede obtener de las observaciones
y clculos de derivacin epidemio-
lgica: partiendo del presupuesto
de una hiptesis condivisible de es-
cenario que prev para el perodo
comprendido entre 1990 y 2020 un
progresivo incremento de la pobla-
cin con ms de sesenticinco aos
de edad, se puede prever un incre-
mento proporcional del nmero de
patologas crnico-degenerativas
capaces de incidir no tanto en el
quoad vitam sino en el quoad
valetudinem de una amplia parte
de la poblacin mundial. En otros
trminos, es plausible la hiptesis
de una cuota cada vez mayor de
personas afligidas por patologas
crnicas cuyos epifenmenos se-
rn capaces de comprometer la res-
pectiva calidad de vida. Si en tr-
minos de poltica sanitaria estas
consideraciones imponen por un
lado la elaboracin de nuevas es-
trategias con el fin de proporcionar
nuevas y adecuadas respuestas
frente a las exigencias emergentes;
por el otro, justifican un replantea-
miento de la original filosofa y del
motivo inspirador inicial tambin
para los cuidados paliativos que, de
hecho, inician a dirigirse no slo a
los enfermos terminales y preter-
minales de cncer, como era antes,
sino tambin a los pacientes afligi-
dos por patologas crnicas que
comportan un decaimiento actual y
futuro de la calidad de la vida resi-
dua.
Por tanto, los cuidados paliativos
se ocupan de modo activo y total
de los pacientes que estn afligidos
por una enfermedad no necesaria o
exclusivamente oncolgica, que no
responde de modo total a trata-
mientos especficos y cuya directa
y ltima consecuencia es la muerte.
El control del dolor, de otros snto-
mas y de los aspectos psicolgicos,
sociales y espirituales es conside-
rado de importancia fundamental y
la finalidad esencial de los cuida-
dos paliativos hay que buscarla en
el logro de la mejor calidad de vida
posible para los pacientes y sus fa-
milias. La calidad de la vida repre-
senta un concepto directamente de-
rivado de la definicin de salud se-
gn la cual se debe entender que
ella no es slo ausencia de enfer-
medad sino un estado completo de
bienestar fsico, psquico y social.
Integrando lo definido por la Orga-
nizacin Mundial de la Salud con
una visin holista del individuo,
podemos afirmar que a estos as-
pectos debemos aadir la dimen-
sin espiritual, concluyendo que la
calidad de la vida es la percepcin
subjetiva que un individuo tiene de
su propia posicin en la vida, en el
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37
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
contexto de una cultura y de un
conjunto de valores en los que vi-
ve, incluso con respecto a propios
objetivos, expectativas y preocupa-
ciones. La calidad de vida se refie-
re, por tanto, a un concepto home-
osttico y dinmico, de amplio es-
pectro que se puede modificar de
modo complejo por la percepcin
subjetiva y contingente de la pro-
pia salud fsica y psicolgico-emo-
tiva, por el nivel de dependencia,
de las relaciones sociales y de las
interacciones con el propio y espe-
cfico contexto ambiental, y com-
prende la capacidad del paciente de
cumplir las normales actividades
cotidianas, la gestin de los pro-
pios roles sociales, la alteracin de
las capacidades cognitivas, los sn-
tomas psicolgicos conexos con el
estadio morboso, el soporte social
y familiar y las consecuencias so-
cio-econmicas de las enfermeda-
des. Por tanto, es posible afirmar
que el concepto de calidad de vida
es un concepto altamente indivi-
dual: de hecho, si por un lado algu-
nos pacientes se preocupan sobre
todo por los sntomas fsicos, como
el dolor, otros, en cambio, concen-
tran su atencin sobre todo en el
impacto que la enfermedad deter-
mina en su vida cotidiana. Otros,
an, podran ser anciosos por la in-
certidumbre de su situacin, por
convicciones religiosas o espiritua-
les o por efectos que su enferme-
dad tiene con respecto a los fami-
liares. El punto de vista del pacien-
te, de suma importancia, puede ser
diferente de aquel del mdico y de
sus familiares que lo acuden. Nu-
merosos estudios cientficos iden-
tifican un mnimo comn denomi-
nador en pacientes oncolgicos
que necesitan comunicar con la fa-
milia y los mdicos para afrontar la
discapacidad, el dolor, el ansia y la
depresin conexas con la enferme-
dad. Confirmando lo anterior, re-
cientes investigaciones demuestran
que dichas preocupaciones y nece-
sidades aumentan en los pacientes
crnicos en un determinado esta-
dio de su enfermedad. Es tambin
por esto que actualmente se com-
parte la idea de que el inicio de al-
gunas intervenciones paliativas sea
ms precoz en el proceso de la en-
fermedad y en aadidura al trata-
miento etiolgico.
En esta ptica, la casa del enfer-
mo como lugar de cuidado, al pare-
cer responde mejor a este objetivo,
como resulta tambin de investiga-
ciones desarrolladas entre los mis-
mos enfermos. En efecto, el hospi-
tal se est orientando cada vez ms
a casos agudos para adecuar las te-
rapias que ya se practican y resti-
tuir al enfermo y a su ncleo fami-
liar posiblemente en su contexto
ms cotidiano. Al respecto, es inte-
resante notar que la Carta de los
Agentes Sanitarios describe este
concepto de modo exhaustivo y ne-
to: Al enfermo terminal se le prac-
tica el tratamiento mdico que con-
tribuye a aliviarle el sufrimiento
del morir. En esta perspectiva entra
la llamada cura paliativa o sinto-
mtica... Se sustrae as el morir hu-
mano del fenmeno de la medicali-
zacin, que ve desenvolverse la fa-
se terminal de la vida en ambientes
agolpados y agitados, bajo el con-
trol del personal mdico-sanitario
preocupado prevalecientemente
del aspecto biofsico de la enfer-
medad. Todo esto es sentido en
medida creciente como poco res-
petuoso de la compleja situacin
humana de la persona que sufre.
Una alternativa posible al inter-
namiento hospitalario lo propro-
cionan los hospice, que general-
mente son estructuras pequeas ca-
paces de acoger a una decena de
pacientes y en donde se coloca en
primer lugar la relacin humana y
el apoyo psicolgico mientras es
sustancialmente contenida la inter-
vencin sanitaria finalizada sobre
todo a adecuar los protocolos tera-
puticos. El hospice tiene caracte-
rsticas estructurales y formas or-
ganizativas especficas y diferentes
de aquellas de las unidades hospi-
talarias con algunos requisitos con-
siderados fundamentales: localiza-
cin en zona protegida, bien conec-
tada y fcilmente accesible, garan-
ta del respeto de la dignidad del
paciente a travs de espacios con-
fortables finalizados, junto con la
personalizacin de la habitacin,
de la reconstitucin de condiciones
de vida semejantes a las del domi-
cilio del paciente, bsqueda de so-
luciones que faciliten el comfort
ambiental y el bienestar psicolgi-
co con espacios comunes de socia-
lizacin, posibilidades de acoger
familiares, garanta de asistencia
espiritual cuando sea solicitada ,
de solicitud hacia la persona, de ac-
tividad de divertimiento y de com-
paa. La filosofa asistencial del
hospice ha permanecido coherente
a lo largo de los aos: el hospice
cree en la importancia de ofrecer
una asistencia individual, un con-
tacto humano y un acercamiento
inter y multidisciplinario de parte
de un grupo de agentes dedicados
ad hoc. El hospice no ha surgido
para responder a todos los pedidos
de asistencia y reconoce como su
finalidad la actuacin de un mode-
lo de acompaamiento cada vez
ms adecuado, capaz de sensibili-
zar la sociedad y las instiuciones
sanitarias a favor de las necesida-
des de estos enfermos con la inten-
cin de elaborar respuestas cada
vez ms adecuadas.
En los cuidados paliativos se ha-
bla de dolor total para subrayar el
aspecto multidimensional y para
remarcar que el dolor no puede ser
curado prescindiendo de los mlti-
ples aspectos: fsicos, sociales, psi-
colgicos y espirituales. El esque-
ma del dolor total sobreentiende la
necesidad de un equipo multidisci-
plinario provisto de requisitos de
idoneidad para satisfacer un espec-
tro de necesidades extremadamente
amplio y diferenciado; entre ellos,
se pone de relieve la necesidad de
asistencia espiritual que, segn la
respuesta de la persona, podr con-
vertirse en recorrido de fe: Se de-
be curar las heridas del espritu, se
debe acompaar al paciente en la
bsqueda del significado de lo que
est viviendo, ayudarlo a tomar de-
cisiones adecuadas, respetando su
propio modo de vivir, sus convic-
ciones religiosas y haciendo posi-
ble la expresin concreta de su fe.
De todos modos, hay que remar-
car que es preciso poner en primer
lugar el escenario domiciliario.
Dado que las necesidades son muy
diferentes, es correcto afrontarlas
utilizando competencias e instru-
mentos especficos de varias figu-
ras profesionales: un equipo multi-
disciplinario desarrolla visitas pe-
ridicas y urgentes, segn las nece-
sidades. El equipo se propone ayu-
dar a controlar los disturbios fsi-
cos mediante la obra de expertos
en medicina paliativa, integrndo-
se con quien est encargado del
apoyo psicolgico, social y espiri-
tual del enfermo y de la familia.
Ms detalladamente: el mdico es-
tablece los contactos con el mdico
de cabecera, implicndolo en la
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
asistencia, realiza la asistencia m-
dica en casa del enfermo, identifica
y mantiene la comunicacin con el
familiar lder; el enfermero, ade-
ms de desarrollar los servicios de
enfermera, controla la eficacia de
las terapias prescritas, detecta la
presencia de nuevos sntomas o las
necesidades del paciente, sostiene
a los familiares y valora la oportu-
nidad de introducir a los volunta-
rios (un papel importante revisten
los voluntarios que colaboran con
el equipo para dar al enfermo y a la
familia no slo un sostn psicol-
gico sino tambin una ayuda con-
creta). El Santo Padre Juan Pablo
II, con ocasin de la audiencia con-
cedida a los participantes en la XIX
Conferencia del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud defini
su accin como precioso aporte
que con su servicio da lugar a
aquella fantasa de la caridad que
infunde esperanza tambin a la
amarga experiencia del sufrimien-
to; el voluntario tiene la tarea de
acompaar al enfermo y sustituir
por algunas horas al familiar, est
preparado para la escucha activa
del enfermo y al empleo de tcni-
cas de diversin, se ocupa tambin
de apoyar a los familiares durante
el perodo de luto; el coordinador
de los voluntarios organiza la se-
leccin y la preparacin de los as-
pirantes y les asigna los enfermos;
el psiclogo sostiene al equipo,
prepara y supervisiona a los volun-
tarios; el asistente social identifica
e interviene en las necesidades de
naturaleza asistencial que puede
surgir en el enfermo y en su fami-
lia. Asolicitud, se prev el asesora-
miento de especialistas en el mbi-
to de la alimentacin y de la reha-
bilitacin.
Por tanto, junto con su ncleo fa-
miliar, el enfermo se convierte en
el centro de la atencin de varios
especialistas que trabajan en coor-
dinacin.
Otro de los problemas de mayor
actualidad en el campo de los cui-
dados paliativos lo encontramos en
la imposibilidad de proprocionar
adecuados cuidados paliativos no
obstante que exista la disponibili-
dad de brindarlos. La gnesis de
esta moderna paradoja la hallamos
en una serie de barreras culturales e
ideolgicas que obstaculizan, a ve-
ces de modo insuperable, el alcan-
ce del objetivo prioritario de la me-
dicina paliativa e impiden que el
paciente y sus familiares vivan con
dignidad y calidad este perodo de
su vida; ponemos como emblem-
tico el prejuicio con respecto al
empleo de frmacos opioides que
lleva a una serie de barreras y con-
vicciones que a menudo se basan
en conocimientos cientficos y ti-
cos incompletos o no actualizados.
En la vida profesional frecuente-
mente nos enfrentamos a objecio-
nes frente al empleo de la morfina
o de opiodes debido a la convic-
cin errada que algunas religiones
prohiben tratar el dolor: al respec-
to, vale recordar lo que afirma la
Carta de los Agentes Sanitarios,
publicada por el Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud, en la
parte titulada Uso de los analgsi-
cos en los enfermos terminales:
Entre los tratamientos que se han
de suministrar al enfermo terminal
se encuentran los analgsicos. Es-
tos, favoreciendo un transcurso
menos dramtico, contribuyen a la
humanizacin y a la aceptacin del
morir. No se puede imponer a to-
dos un comportamiento heroico.
Porque muchas veces el dolor dis-
minuye la fuerza moral en la per-
sona: los sufrimientos agravan el
estado de debilidad y de agota-
miento fsico, obstaculizan el as-
censo del alma y consumen las
fuerzas morales en lugar de soste-
nerlas. En cambio, la supresin del
dolor procura una distensin org-
nica y psquica, facilita la oracin y
hace posible una donacin de s
mismo ms generosa. La prudencia
humana y cristiana sugiere para la
mayora de los enfermos el uso de
medicamentos apropiados para ali-
viar o suprimir el dolor, aunque de
stos puedan derivarse entorpeci-
miento o menor lucidez mental.
Respecto a aquellos que no estn
en capacidad de expresarse, se po-
dr presumir razonablemnte que
desearan tomar tales calmantes y,
por consiguiente, suministrrselos
siguiendo las indicaciones del m-
dico. Ante todo, su empleo puede
tener como efecto, adems del ali-
vio del sufrimiento, tambin la an-
ticipacin de la muerte. Cuando
motivos proporcionados lo exi-
jan, est permitido utilizar con mo-
deracin narcticos que calmaran
el dolor, pero tambin conduciran
a una muerte ms rpida. En tal ca-
so la muerte no es querida o busca-
da en ningn modo, aunque se co-
rre este riesgo por una causa justifi-
cable: simplemente se tiene la in-
tencin de mitigar el dolor de ma-
nera eficaz, usando para tal fin
aquellos analgsicos de los cuales
dispone la medicina. El derecho a
la vida se coloca en el enfermo ter-
minal como derecho a morir en to-
da serenidad, con dignidad humana
y cristiana. Lo anterior es el pro-
nunciamiento de dos pontfices,
Po XII y Juan Pablo II, en 1957
(Po XII: al dirigirse a una Asam-
blea internacional de mdicos y ci-
rujanos, 24 de febrero 1957, en
AAS 49(1957)144-147; y a los
participantes en un Congreso de
Neuropsicofarmacologa, 9 de se-
tiembre 1958, en AAS (1958)694)
y en 1984 (Juan Pablo II, a los par-
ticipantes en el Congreso de la
Asociacin Italiana de Anestesio-
loga, 4 de octubre de 1984 en In-
segnamenti VII/2(1984)749, n.2; a
dos grupos de trabajo promovido
por la Pontificia Academia de las
Ciencias, 21 de octubre de 1985,
en Insegnamenti VIII/2 (1985)
1082-1084, n.4).
En la Encclica Evangelium Vi-
tae, en fin, se sintetiza la doctrina
tradicional sobre el empleo lcito y
a veces obligado de los analgsicos
en el respeto de la libertad de los
pacientes que en lo posible deben
prepararse con plena conciencia al
encuentro definitivo con Dios (n.
65). Por otro lado, al mismo tiem-
po que no deben faltar a los pacien-
tes necesitados el alivio mediante
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
los analgsicos, el suministro de
stos debe ser efectivamente pro-
porcionado a la intensidad y a la
cura del dolor, evitando toda forma
de eutanasia como se tendra sumi-
nistrando abundantes dosis de
analgsicos precisamente con el
objetivo de provocar la muerte.
Se podra decir que un buen m-
dico de cuidados paliativos debe
ser tambin un buen conocedor y
divulgador de conocimientos como
el que estamos tratando, a veces
tiles al igual y hasta ms que mu-
chas leyes que, an basndose en
estas convicciones, permanecen
inaplicables y no enfrentan sufri-
miento tan intil como indeseado.
Debemos recordar que el dolor no
slo empeora la calidad de la vida,
sino que provoca mayores daos
fsicos para el enfermo, debido a la
inmobilidad, a la insomnia y al an-
sia que proporciona. Por el contra-
rio, sin ser un objetivo especfico
de los cuidados paliativos, un buen
control del dolor puede prolongar
la expectativa de la vida.
Una hiptesis compartida pero
difcilmente aplicada prev que se
inicien los cuidados paliativos te-
niendo en cuenta las necesidades y
antes que el cuadro clnico se vuel-
va difcil de controlar, con la espe-
ranza que dichos cuidados encuen-
tren aplicacin ms amplia incluso
fuera de team especializados, de
servicios de cuidados paliativos y
de hospice. Qu se debe hacer?
Una poblacin que envejece pone
en primer plano nuevas necesida-
des y requiere un sistema sanitario
muy flexible en sus encuestas y en
sus respectivas respuestas. Tradi-
cionalmente los cuidados paliati-
vos eran destinados y asociados al
enfermo de cncer induciendo la
percepcin que su mbito de ac-
cin abarcase solamente las lti-
mas semanas de vida y fuese de ex-
clusiva prerrogativa de servicios
especializados y cuando los trata-
mientos etiolgicos ya no fueran
eficaces. En la realidad, los pacien-
tes y sus familias encuentran nu-
merosos problemas en el curso de
muchos aos de enfermedad y ne-
cesitan asistencia mucho antes del
perodo temporal que estamos con-
siderando. En una visin coherente
con los escenarios epidemiolgi-
cos actuales y futuros, el concepto
de la localizacin temporal de los
cuidados paliativos slo en la fase
final ya no se adhiere a lo que pro-
ponen las numerosas situaciones
en las que el enfermo necesita cui-
dados inmediatamente despus del
diagnstico; planteado de este mo-
do, es evidente que los cuidados
paliativos sostienen las terapias po-
tencialmente etiolgicas y resultan
ms adecuadas a las necesidades
de la poblacin anciana, pero tam-
bin de la joven e infantil afligidas
por patologas crnico-evolutivas.
Si es verdad, como efectivamente
lo es, que cada individuo tiene de-
recho a recibir los mejores cuida-
dos posibles durante la enfermedad
y a morir dignamente, libre del do-
lor y en armona con sus convic-
ciones religiosas y espirituales, en-
tonces es correcto hipotizar que, te-
niendo en cuenta los principios ti-
cos de justicia, igualdad y equidad,
los cuidados paliativos se deben
extender a todas las personas que,
sin ser afectadas de cncer, presen-
tan las mismas necesidades. Otros
principios ticos importantes son
los que se refieren a las formas de
oferta y de actuacin de los cuida-
dos de parte del enfermo. La perso-
na muy enferma debido a una pato-
loga crnica grave debe ser respe-
tada en sus convicciones y en sus
valores que varan ampliamente ya
sea en la disponibilidad como en la
capacidad y voluntad de hablar
abiertamente de su enfermedad y
de su pronstico, de las necesida-
des que quisieran ver satisfechas,
del nivel de control de los sntomas
considerado adecuado, de las inter-
venciones que quisieran recibir y
por quienes quisieran ser atendi-
dos. Los agentes sanitarios deber-
an tener la mxima consideracin
de estos aspectos del individuo y
de su familia implicndolos en el
proceso decisional; esto requiere
sensibilidad hacia la persona y sus
valores, empata y capacidad de
comunicar e implicar a las perso-
nas, cuando lo deseen, en la elec-
cin de los cuidados. Al respecto,
un nmero cada vez mayor de in-
vestigaciones documenta que los
enfermos preferiran compartir las
decisiones referentes a los cuida-
dos paliativos. La mayor parte de
los estudios ha demostrado que
cerca del 75% de los interrogados
preferira morir en casa, mientras
que entre los enfermos crnicos
una porcentual comprendida entre
el 50 y el 75% preferira los cuida-
dos domiciliarios; los familiares y
los amigos de dichos pacientes, de
modo ligeramente inferior a los
porcentajes indicados, preferiran
los cuidados hospitalarios
Todos conocen que la evolucin
estructural de la sociedad actual
pone en evidencia algunos grupos
de personas denominadas vulnera-
bles que, entre otras cosas, no en-
cuentran respuestas adecuadas a
sus necesidades ni el acceso al al-
cance de todos a los cuidados pa-
liativos. Al respecto, es tpica la pa-
radoja de las personas ancianas que
no tienen acceso a los hospice y a
los servicios de cuidados paliativos
tal como sera de esperar. Adems,
existe una considerable evidencia
de la subestimacin y subtrata-
miento de los sntomas como el do-
lor en los hospitales y en las resi-
dencias sanitarias asistidas que re-
presentan el principal escenario de
cuidado para los ancianos en los l-
timos aos de su vida. Los nios y
los adolescentes representan a un
grupo especial por el aspecto de-
vastador y destructor de su muerte
en las familias. En este caso el pa-
pel de los hombres que se dedican
a los cuidados paliativos es funda-
mental en la bsqueda de evitar su-
frimientos intiles, en la comuni-
cacin sensible y para evitar re-
mordimientos futuros en los pa-
rientes en lo referente a la eleccin
de los cuidados que de por s po-
dra causar sufrimiento.
Este es otro de los fines priorita-
rios de los cuidados paliativos mo-
dernos, junto con la necesidad de
conocer las diversidades culturales
de la sociedad actual que preven
amplias variables entre y dentro de
los grupos culturales: el nivel de
autonoma deseada, el deseo de sa-
ber la verdad y el modo en que se
percibe la muerte y los rituales que
la acompaan.
Conclusiones
En un comentario de la Comi-
sin jurdica del Parlamento Euro-
peo adoptado en 1992 se lee: Se
han realizado muchos progresos
decisivos en este campo. Pero an
queda mucho por hacer sobre todo
para difundir y generalizar metdi-
cas ya experimentadas con efica-
cia. La tarea es grande porque mu-
chos obstculos se sobreponen: la
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
ausencia de una poltica sanitaria
sobre el dolor, la carencia de una
educacin del personal sanitario y
de los que se ocupan de sanidad
pblica, el temor que el empleo
mdico de la morfina y de los de-
ms opioides puedan contrastar
con las leyes sobre los estupefa-
cientes, la falta de disponibilidad
de frmacos contra el dolor, la es-
casa profesionalidad de los mdi-
cos en prescribir analgsicos, la
falta de recursos econmicos para
la investigacin y el desarrollo de
los cuidados paliativos, la actitud
cultural generalizada que rechaza
como un tab la muerte y por tanto
omite los esfuerzos para afrontarla
y humanizarla.
En otros trminos, es indispensa-
ble, como forma de respeto hacia el
individuo y su dignidad, reducir o
por lo menos hacer soportable el
sufrimiento; ante todo hay que en-
tender a qu sufrimiento se hace re-
ferencia, si al del enfermo o al de
las personas cercanas o de los pa-
rientes. Un enfermo grave cambia
la vida, las carreras y el trabajo de
las personas de alguna manera re-
lacionadas con el enfermo. Ade-
ms, es necesario considerar que la
persona que siente el acercarse de
la muerte sufre un dolor no slo f-
sico: advierte la soledad de encon-
trarse solo sin compaa en un pa-
saje difcil hacia lo desconocido y
es entonces como nunca que qui-
siera sentirse estrechar la mano de
una persona amiga, que quisiera
escuchar palabras afectuosas de las
personas queridas, que quisiera la
consolacin de una promesa reli-
giosa. En cambio, a menudo se
convierte en un nmero de una ha-
bitacin de un hospital: por tanto,
el que quiere realmente su bien, no
debera dejarlo solo.
Como confirmacin de esto, de-
seo concluir con las palabras del
Santo Padre en la carta apostlica
Salvifici doloris: El sufrimiento
humano constituye en s mismo ca-
si un especfico mundo que existe
junto con el hombre, que aparece
en l y pasa, o a veces no pasa, pe-
ro se consolida y se profundiza en
l. Este mundo del sufrimiento, di-
vidido en muchos y muy numero-
sos sujetos, existe casi en la dis-
persin. Cada hombre, mediante
su sufrimiento personal, constituye
no slo una pequea parte de ese
mundo sino que a la vez aquel
mundo est en l como una enti-
dad finita e irrepetible. Unido a
ello est, sin embargo, la dimen-
sin interpersonal y social. El mun-
do del sufrimiento posee como una
cierta compactibilidad propia. Los
hombres que sufren se hacen seme-
jantes entre s a travs de la analo-
ga de la situacin, la prueba del
destino o mediante la necesidad de
comprensin y atenciones; quiz
sobre todo mediante la persistente
pregunta acerca del sentido de tal
situacin. Por ello, aunque el mun-
do del sufrimiento exista en la dis-
persin, al mismo tiempo contiene
en s un singular desafo a la comu-
nin y la solidaridad (n. 8).
Independientemente de su raza,
cultura y religin, la persona que lo
solicita, merece que nosotros com-
batamos junto con ella este reto en
nombre de la centralidad del hom-
bre, por la defensa de su vida, as
como lo ha subrayado el Santo Pa-
dre con ocasin de la Audiencia
concedida a los participantes de la
XIX Conferencia del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Sa-
lud, Ciudad del Vaticano, 12 de no-
viembre 2004: el sufrimiento, la
ancianidad, el estado de incons-
ciencia, la cercana de la muerte,
no disminuyen la dignidad intrn-
seca de la persona, creada a imagen
de Dios. La medicina se pone
siempre al servicio de la vida. In-
cluso cuando sabe que no puede
derrotar una grave patologa, dedi-
ca sus capacidades a suavizar los
sufrimientos. Trabajar con pasin
para ayudar al paciente en toda si-
tuacin significa tener conciencia
de la inalienable dignidad de cada
ser humano, incluso en las condi-
ciones extremas de la fase termi-
nal.
Dr. MAURIZIO EVANGELISTA
Profesor en la Escuela de Especialidad
en Anestesiologa, Reanimacin
y Terapia del Dolor
Universidad Catlica
del Sagrado Corazn
Roma, Italia.
Consultor del Pontificio Consejo
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
STEIN BRGE HUSEB
5. Los cuidados paliativos.
Dignidad para el moribundo
En el ltimo siglo la medicina
moderna ha permitido prevenir y
tratar muchas enfermedades. Lo
cierto es que desde el inicio de la
existencia humana las personas
nacen y mueren. Hace cien aos, la
edad promedio de los europeos lle-
gaba a 49 aos, y ms del 50% de
la poblacin mora antes de veinte
aos. Hoy, en cambio, en el mundo
denominado industrializado, ms
de la mitad de nosotros llegar a 80
aos y hasta ms, mientras la tasa
de mortalidad infantil no supera el
1% de todos los decesos.
En el siglo pasado, se institucio-
naliz tanto el nacimiento como la
muerte. En pocas anteriores, la
casa era el lugar en el que ocurra
la mayora de los nacimientos y
donde moran las personas. En el
siglo XX, en todas las naciones in-
dustrializadas estos hechos han su-
frido un traslado radical hacia las
instituciones sanitarias.
Sin embargo, dichos cambios no
han tocado la mayor parte del terri-
torio africano, asitico o de Amri-
ca Latina, en donde la situacin to-
dava se parece al de la Europa de
hace cien aos.
Estas transformaciones demo-
grficas y sociales han tenido y ca-
da vez tendrn mayor influencia
radical en todos los sectores de la
sociedad y de la vida de los seres
humanos. Cada vez ms se redu-
cen los nacimientos. Los hombres
envejecen cada vez ms. Se calcu-
la que para el 2050, en muchos pa-
ses europeos ms del 35% de la
poblacin alcanzar los 65 aos,
con respecto al 20% actual. El n-
mero de las personas de 80 y ms
aos aumentar en ms del 100%,
as como aumentar tambin el n-
mero de personas que alcancen los
90 aos. En Italia, por ejemplo, se
calcula que la poblacin enferma
ser inferior al 25% en el 2050 y al
50% en el 2100.
Considero que el traslado del
acontecimiento de la muerte del
mbito familiar a aquel institucio-
nal es el cambio social ms radical
que ha tenido lugar en los ltimos
100 aos. Por qu? Anteriormen-
te, la experiencia del nacimiento,
del proceso que lleva a la muerte y
de la muerte misma era toda la fa-
milia nios, adultos o ancianos.
De este modo, se aprenda que la
vida era transitoria y que la muerte
es una parte central de la misma vi-
da. La presencia de la muerte en
las casas y en la vida de todos los
das implicaba tambin de modo
profundo el campo religioso, arts-
tico y filosfico. Tambin hoy la
muerte est presente en la mente y
en la vida cotidiana de nuestros ni-
os, pero lo est de manera dife-
rente. Miles de veces los medios
de comunicacin y la televisin
presentan a los nios en el curso de
su infancia la muerte y el proceso
que lleva a ella, pero slo de mane-
ra dramtica: accidentes, catstro-
fes, violencias, homicidios, actos
terroristas y guerra. Por otro lado,
es difcil que alguien de nuestros
nios haya visto el pasaje sereno
de su abuelita en su casa, con los
parientes ms cercanos que se ocu-
pan de ella.
Por tanto, la medicina moderna
es una consecuencia de la sociedad
moderna. Su objetivo principal es
utilizar el conocimiento logrado a
travs de la experiencia mdica y la
investigacin para prevenir las en-
fermedades y devolver la salud.
Los progresos en este campo han
sido enormes, pero han tenido un
precio. Uno de ellos, quizs el ms
obvio, ha sido la explosin de los
balances de gasto en el mbito sani-
tario. Asimismo, son obvios los
problemas frente a situaciones en
las que la vida disminuye, o que el
tratamiento brindado a un paciente
para prolongar su vida est ligado
al aumento vertiginoso de los cos-
tos y a la prolongacin de los sufri-
mientos para el paciente. Varias pu-
blicaciones indican que en los lti-
mos meses de su vida se suspende
ms de la mitad de los costos del
servicio sanitario para una persona.
Al igual que para el nacimiento,
la muerte comporta tambin una
lucha contra el dolor, el sufrimien-
to y otros sntomas fastidiosos. La
diferencia est en la duracin y en
la motivacin. El proceso del naci-
miento dura horas y est unido a la
ms fuerte de las motivaciones po-
sitivas: dar la vida a un nio. La
madre sabe que su sufrimiento ter-
minar con el nacimiento del nio.
El proceso de muerte puede durar
horas, das, meses o aos, y a me-
nudo est unido al temor, a la sole-
dad, a la crisis existencial y espiri-
tual, a la falta de comunicacin, al
rechazo, a la afliccin y a un sufri-
miento prolongado y no asistido.
Todo esto ha dado origen al mo-
derno Movimiento Hospice para
los Cuidados Paliativos. Durante la
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
mitad del siglo pasado, Cicely
Saunders y otros pioneros en este
campo, como Balfour Mount y Eli-
sabeth Kbler-Ross, se dedicaron a
la dignidad de la persona mori-
bunda, y efectuaron varias publi-
caciones al respecto. El mensaje
central de su trabajo es la acepta-
cin de la muerte como parte de la
vida, la disponibilidad de medios
que pudiesen controlar de manera
suficiente el dolor y los sntomas
cuando el paciente lo desee, una
comunicacin abierta y calificada
con los pacientes y sus familiares
frente a la muerte inminente, y un
sostn psico-social y espiritual pa-
ra los pacientes y sus familiares.
El mensaje central que deriva de
los Cuidados Paliativos es el si-
guiente: cuando ya no hay nada
que hacer, an hay mucho que
ofrecer.
En 1968, Cicely Saunders abri
el primer Hospice moderno, el St.
Christophers Hospice de Londres,
al que sigui la primera seccin es-
pecializada en cuidados paliativos
en Montreal en 1972 (Balfour
Mount). En 1989 se funda en Mi-
ln la Asociacin Europea para los
Cuidados Paliativos (EAPC - Eu-
ropean Association for Palliative
Care). Hoy todos los pases euro-
peos cuentan con hospice y pro-
gramas para cuidados paliativos,
que se estn difundiendo tambin
en otras partes del mundo.
El mensaje de los Cuidados Pa-
liativos es que el dolor y el sufri-
miento son un desafo para el mo-
ribundo y para los que se ocupan
de l. Adems el 60% de los enfer-
mos de cncer y el 50% de los pa-
cientes con otros diagnsticos se
encuentran frente a grandes sufri-
mientos en los ltimos das, sema-
nas o meses de su vida. En la ma-
yora de las situaciones se ignora
este sufrimiento o es tratado de
manera insuficiente.
Las principales razones de esta
negligencia son cuatro:
temor y el rechazo del dolor;
falta de competencia, el temor
y los mitos referentes al empleo de
la morfina;
falta de medios;
legalizacin de la eutanasia.
Temor y rechazo de la muerte
Desde el inicio de la existencia
humana, el hombre teme la fin de
la vida. En la actualidad este temor
est muy vinculado con el rechazo
de la misma. En el mundo indus-
trializado muchas personas o qui-
zs la mayora, viven como si la
muerte no existiese. Esto se apoya
fuertemente en el hecho que se ha
institucionalizado la muerte y la
creencia, como si fuese una nueva
religin, que la medicina moderna
y la ciencia pueden dar una res-
puesta a todas las preguntas que se
plantea el hombre. Es difcil que
en las escuelas de medicina se ha-
ble de la muerte y de la persona
que est por morir. Los mdicos
aprenden a identificar las enferme-
dades y a promover la salud. La
mayora de ellos se siente impo-
tente cuando sus pacientes se acer-
can a la muerte. Cmo puede re-
cibir el moribundo los cuidados
paliativos cuando el sistema sani-
tario niega la existencia de la
muerte?
Falta de competencia
y mitos sobre la morfina
Los cuidados paliativos pueden
proporcionar un adecuado control
del dolor y de los sntomas, una
competencia en el campo de la co-
municacin y de la tica, y un
apoyo psico-social y espiritual a
la persona que se acerca a la
muerte. Sin embargo, estas com-
petencias se deben ensear, se de-
ben aprender y deben ser objeto
de exmenes para estudiantes de
medicina, de enfermera y para los
dems agentes sanitarios. En la
actualidad, slo en pocas univer-
sidades y facultades de medicina
se ensea, se hace la prctica y se
desarrollan exmenes sobre cui-
dados paliativos.
Una cuestin clave es la que se
refiere a los mitos sobre la morfi-
na. La morfina ha sido descrita
como don de Dios para la huma-
nidad. No se puede proporcionar
buenos cuidados paliativos sin
emplear de modo competente la
morfina, aliviando los dolores de
la persona que est acercndose a
la muerte, en los das que todava
le quedan por vivir. Los pacientes
que sufren por enfermedades en
su estadio terminal no corren el
riesgo de volverse dependientes
de esta sustancia. En estas situa-
ciones la morfina no abrevia la vi-
da sino, por el contrario, ofrece al
paciente la fuerza de vivir. Cuan-
do se usa con competencia, la ca-
lidad de la vida del paciente mejo-
ra, sin influir negativamente sobre
la mente.
Falta de medios
En los pases industrializados, la
mayora de los que mueren tiene
hasta ms de 80 aos. Estos pa-
cientes ancianos, se encontrarn al
final de su vida frente al rechazo
de la muerte y recibirn tratamien-
tos agresivos en los hospitales, cu-
ya nica consecuencia es prolon-
gar los sufrimientos antes de la
muerte con un elevado costo, a ni-
vel personal y sanitario. Estos an-
cianos tendran una mejor calidad
de vida o cuidados adecuados en
su propia casa, pero a menudo di-
chas posibilidades no son organi-
zadas o no se pueden poner en
prctica. El ndice se agrava por-
que los familiares eligen vivir por
cuenta propia y porque la tasa de
natalidad sigue disminuyendo.
La muerte de la piedad la
eutanasia
Uno de los principales retos de
los pases industrializados es el r-
pido desarrollo de la legalizacin
de la eutanasia. Actualmente, la
eutanasia o suicidio asistido por un
mdico, est legalizada en los Pa-
ses Bajos, en Blgica, en Suiza y
en Oregn de Estados Unidos. Se-
guramente se legalizar en otros
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
pases. Se considera que en los Pa-
ses Bajos el nmero de las perso-
nas cuya solicitud es acogida cada
ao es de alrededor de 3,000-4,000
personas. Cerca de 1,000 personas
reciben la eutanasia sin que lo ha-
yan solicitado. Si todos los pases
europeos industrializados se com-
portasen como Holanda, cerca de
250,000 personas recibiran en Eu-
ropa la eutanasia cada ao y entre
ellas cerca de 60,000 sin haberlo
pedido. Estas cifras preocupan ya
que en los prximos decenios to-
dos los pases europeos debern
afrontar un rpido envejecimiento
de la sociedad, con una explosin
de costos para las enfermedades
agudas, y con recursos limitados
para curar de manera adecuada a
las personas ancianas. La mayora
de las personas que reciben la eu-
tanasia sin haberla solicitado son
pacientes ancianos que, por la falta
de conciencia o por la demencia,
no tienen la capacidad de manifes-
tar su opinin.
Ampliar el envejecimiento del
hombre plantea interrogantes dif-
ciles para las finanzas pblicas y
para la tica social. Es inmoral
que el anciano quiera continuar a
vivir? La eutanasia, tal como es
practicada en los Pases bajos, en
Blgica, y en Suiza, es un acto de
piedad o es simplemente la res-
puesta de la sociedad ante el peso
que representa una persona total-
mente enferma, dbil o anciana?
Qu se puede decir de los en-
fermos graves, de las personas
que mueren de hambre o de los
que estn por morir en el Tercer
Mundo? En la mayora de los pa-
ses africanos, asiticos o de Am-
rica Latina, son raros los hospita-
les y las unidades para los enfer-
mos graves. Las personas grave-
mente enfermas son cuidadas en
sus casas y a menudo no pueden
recurrir a los agentes especializa-
dos, como enfermeros o mdicos,
y acceder al alimento y a los me-
dicamentos, o slo acceden de
modo muy limitado. Por otro la-
do, acontecimientos como el naci-
miento, la vida y la muerte en es-
tas culturas estn totalmente inte-
grados en el mbito familiar, don-
de se comparte lo que se tiene y se
brinda amor y cuidados a la perso-
na dbil o moribunda.
Con las perspectivas de tipo fsi-
co, psico-social, espiritual y tico,
los cuidados paliativos, deberan
estar al alcance de todos cuando
llegue el momento, por la edad,
por una enfermedad terminal, o
cuando llegue el momento de la
muerte, cuando se debe afrontar el
sufrimiento, la soledad y la falta de
cuidados, independientemente de
que se cuente o no con familiares.
La cuestin central para todas las
sociedades es cmo se pueden cu-
rar a los ms dbiles.
El nacimiento, la vida, la muer-
te, el dolor, el amor, el ms all y la
religin no slo estn en estrecha
relacin entre s, sino constituyen
las cuestiones clave de nuestra
existencia.
Dr. STEIN BRGE HUSEB
Director del Departamento de Geria-
tra y Cuidados Paliativos
Bergen-Sandviken
Noruega
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46
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
La eutanasia consiste en el su-
ministro voluntario de un medica-
mento con el fin (intencin) de
provocar la muerte de un paciente
que repetidamente lo ha solicitado.
Cuando sin ayuda alguna el pa-
ciente ingiere el medicamento letal
que le ha sido prescrito, se emplea
el trmino suicidio asistido medi-
calmente. Sin embargo, esto se
asocia de manera inseparable a la
eutanasia porque necesitar de
asistencia si por alguna razn el
paciente no puede tomar la medici-
na por cuenta propia. Adems, si
fracasa la tentativa de matarse to-
mando la dosis letal de un frma-
co, generalmente un barbitrico,
entonces el paciente es matado con
una inyeccin letal.
Los trminos como eutanasia no
voluntaria, involuntaria y passiva,
se usan para describir el proceso
de decisiones making con res-
pecto a la fin de la vida, pero el
trmino eutanasia voluntaria se
debera reservar nicamente a la
necesidad voluntaria de un ser vi-
viente en un momento particular y
preanunciado, segn la definicin
arriba indicada. Unir la palabra
eutanasia a otras situaciones como
las anteriores es un engao. Euta-
nasia involuntaria significa dar la
muerte a un paciente sin que lo ha-
ya solicitado se trata de asesina-
to u homicidio culpable segn las
circunstancias; la praticaron los
nazis al comienzo de los aos
treinta, cuando se afirmaba que los
enfermos mentales y los discapa-
citados eran liberados de una vida
que no vala la pena vivir. La eu-
tanasia no voluntaria es poner fin a
una vida por explcita solicitud de
otro generalmente un pariente
cercano pero sin que haya sido
pedida explcitamente por el pa-
ciente porque no tiene conoci-
miento al respecto; tambin en es-
te caso se trata de homicidio cul-
pable.
El trmino eutanasia pasiva es el
ms engaador de todos, ya que
implica que la revocacin o la ne-
gacin del tratamiento tiene siem-
pre la intencin de provocar la
muerte. Sin embargo, cuando el
paciente est enfermo gravemente,
el escenario es muy diferente, ya
que el proceso de su enfermedad lo
est llevando inexorablemente ha-
cia la muerte. Puede ocurrir que la
suspensin del medicamento no
conduzca a la muerte al paciente, y
que en realidad de improviso ob-
tenga como resultado una mejora
desde el punto de vista clnico. Es
necesario recordar que durante la
huelga de mdicos en Israel, se re-
dujo la tasa de mortalidad! Cada
mdico recordar haber tenido pa-
cientes que se consideraba que ha-
bran muerto dentro de breve pla-
zo, pero que sorprendentemente al
da siguiente se haban recupera-
do; as como tambin otros, que
parecan tener una expectativa de
vida de algunas semanas y en cam-
bio han muerto repentinamente.
La decisin de negar el cuidado se
toma de conformidad con los da-
os que ello puede provocar: si se
prev que la intervencin analiza-
da ser ms pesada o corren ries-
gos los beneficios preanunciados,
entonces se podra dejar de sumi-
nistrarlo. Este anlisis de los bene-
ficios, de los riesgos y de las res-
ponsabilidades requiere el examen
del principio de justicia, ya que
con recursos limitados el empleo
de una intervencin sobre cierto
paciente puede privar a otro que
tiene mayor posibilidad de obtener
un beneficio. Esta es la decisin
que los mdicos deben afrontar
cuando hay un nmero limitado de
instrumentos para la ventilacin u
otros medios altamente tecnolgi-
cos o costosos desde el punto de
vista econmico, y esto lleva al de-
bate del decision making sobre la
fin de la vida en el campo de lo ra-
cional. Aunque el xito puede ser
el mismo de la eutanasia, es decir
la muerte del paciente, la intencin
fundamental es diferente y el pro-
ceso de decision making es muy
diverso. Sin embargo, incluso
cuando se detiene la ventilacin,
se dan casos a veces de manera
sorprendente que el paciente inicia
a respirar espontaneamente.
Algunos filsofos y expertos de
tica no estn de acuerdo con este
anlisis, pero la teora y la prctica
estn separadas por sutilezas que
se refieren al proceso de decision
making clnico, no slo por el re-
sultado. Quiz es til pensar en un
paciente que est viajando a lo lar-
go de un camino que puede llevar-
lo a evitar la muerte. Si se le recha-
za el tratamiento en el punto A, al
paciente se le pronostica la muerte
pero el momento no es cierto, po-
dra acontecer en el punto B o C o
D del diagrama que presentamos
abajo. Por tanto, no se puede for-
mular con precisin un pronstico
exacto, la enfermedad progresa y
la intervencin puede (o no) alterar
ILORA FINLAY OF LLANDAFF
6. La eutanasia: lo que es y no es
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
su recorrido hacia la muerte. Pero
si se practica la eutanasia, el pa-
ciente ciertamente morir en el pe-
rodo en que se le suministra el fr-
maco en el momento A, mientras
que aquel previsible de la muerte
ser E. La nica finalidad de la eu-
tanasia es de matar al paciente si-
guiendo su suficiente e insistente
solicitud; no se d ninguna posibi-
lidad para que la vida contine.
Por tanto, la eutanasia no es el
cese o el rechazo de un tratamiento
que no tiene ninguna finalidad y
que no comporta ningn beneficio
al paciente como persona. Debido
al subyacente proceso de la enfer-
medad, el paciente puede vivir du-
rante largo o breve tiempo despus
de su decisin, sin que llegue la
muerte. La eutanasia, en cambio,
es el suministro deliberado de una
dosis letal para causar la muerte en
un determinado momento.
Con respecto a este proceso, los
defensores de la eutanasia han em-
pleado como eufemismos diferen-
tes frases. As, la frase morir con
dignidad sobreentiende que el
nico modo con el que una perso-
na puede morir con dignidad es re-
cibiendo la eutanasia, no obstante
que el movimiento por los cuida-
dos paliativos haya luchado tratan-
do de asegurar a todos una muerte
natural digna. El trmino derecho
a morir ha sido usado para descri-
bir la solicitud de un cambio en la
ley de modo que se permita la eu-
tanasia aunque inevitablemente
todos debemos morir y por tanto se
trata de un derecho universal
por tanto los defensores de la euta-
nasia piden el derecho a ser mata-
dos.
El trmino muerte asistida ha
sido empleado primero por el Par-
lamento del Reino Unido para
describir el proceso (aunque en el
proyecto de ley leemos: La muer-
te asistida del enfermo terminal).
Pero el Royal College of Nursing
(Escuela Superior de Enfermera)
ha puesto en evidencia en su ex-
posicin oral al Comit Elegido
de la Cmara de los Lords insti-
tuido para examinar este proyecto
de ley que las personas que tra-
bajan en el campo de los cuidados
paliativos son como las parteras.
Una partera brinda su asistencia
durante el proceso natural del na-
cimiento; en forma anloga, las
personas que trabajan en el campo
de los cuidados paliativos estn
llamadas a ofrecer un alivio en el
proceso natural hacia la muerte,
no a acelerar o a postergar este
momento.
Se sabe que formular un prons-
tico es algo difcil. Todos los mdi-
cos han tenido pacientes que pare-
can que estaban por morir pronto
pero, luego de una recuperacin
sensacional, a veces han logrado
vivir por meses o por aos. Otros,
en cambio, que al parecer tenan
que vivir an varios meses, han fa-
llecido dentro de pocos das o se-
manas. Todo pronstico que se ba-
sa en probabilidades es objetivo, es
una suposicin que se hace tenien-
do en cuenta los datos a disposi-
cin, pero no hay ningn modo
preciso para formular el pronstico
de un paciente, incluso en el caso
en que est sufriendo un cncer en
estado adelantado. En los pacientes
que sufren de una enfermedad neu-
rolgica o cardiaca, es incluso ms
difcil y riesgoso formular una hi-
ptesis sobre la expectativa de vi-
da. Un trabajo de Paul Glare en
Australia demuestra que la formu-
lacin de un pronstico puede ser
impreciso, incluso en casos de cn-
cer en una fase adelantada.
Cuando se hace un pedido de
eutanasia es difcil verificar que el
paciente no est bajo imposicin y
que tenga verdadera conciencia de
lo que est solicitando. Para que el
consentimiento a cualquier inter-
vencin sea vlido, debe ser vo-
luntario. El paciente debe ser in-
formado ampliamente del proceso
y de las posibles consecuencias,
incluidas las complicaciones, y de-
be ser capaz de entender las impli-
cancias de este acto para consigo
mismo y para con los dems. No
debe haber ninguna distorsin del
pensamiento debido a la depre-
sin, a la ingerencia de frmacos,
etc. y el paciente debe ser capaz de
comunicar su solicitud.
Por tanto, las nicas personas
que se pueden considerar como las
ms probables para justificar la
eutanasia frente a la sociedad son
las que no tienen los requisitos ne-
cesarios, ya que no pueden hacer
un pedido vlido y competente.
Cuntas veces escuchamos decir
no le deseo ni siquiera a un perro
que se encuentre en esta situa-
cin. Pero las personas no son
perros, y las ms dbiles son las
ms vulnerables de nuestra socie-
dad y deben ser protegidas frente a
los daos que pueden provocarse
por s solas o que otros les pueden
hacer.
El modo como un agente sanita-
rio, mdico o enfermero, comuni-
ca con un paciente proporciona un
mensaje muy fuerte sobre el futuro
de ese enfermo. Este es extrema-
Sommini strazio
ne di un
farmaco letale
per porre fine
alla vita
A E
Cessazione o
rifiuto del
farmaco
A B C momento D
Cese o
rechazo del
frmaco
A B C momento D
A E
Suministro de
un frmaco letal
para poner fin
a la vida
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48
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
damente dependiente de los sanita-
rios: son la fuente mayor de infor-
macin sobre la enfermedad, los
que, sabindolo, pueden propor-
cionar un adecuado alivio de los
sntomas y pueden tener acceso a
todos los tipos de tratamiento. Por
tanto no se debe desestimar la dife-
rente posicin del poder. Desafor-
tunadamente, muchos mdicos no
tienen la capacidad para comuni-
car en forma adecuada y no son
muy buenos como deberan ser pa-
ra dialogar con los pacientes. Mu-
chos emplean muy poco tiempo
para consolar al paciente y hablan
sin escuchar las preocupaciones
del enfermo; vale recordar la bue-
na norma que cualquiera que pro-
porciona un servicio de soporte en
el caso de una consulta debera es-
cuchar durante el 80% del tiempo
y hablar slo en el 20% - la queja
ms comn de parte de los pacien-
tes es que no se les escucha. La
cultura de una institucin, adems,
modifica la comunicacin. En los
grupos con una comunicacin
abierta, tambin aquella con los
pacientes parece ser mejor. Los
agentes sanitarios que logran ha-
blar de la propria muerte ponen a
los pacientes en la condicin de
colocarse mejor frente a la muerte
y al morir y son ms capaces de
calmar los temores y encanalar las
preocupaciones.
A menudo los pacientes que de-
sean la muerte tienen como razn
principal el temor de constituir un
peso para los dems. Un grupo de
pacientes ha explicado esta preo-
cupacin mediante un ejemplo en
un estudio en el que se discuta
cuestiones referentes a la espiritua-
lidad en las enfermedades adelan-
tadas. Los enfermos no queran ser
un peso para sus familias. Una mu-
jer ha dicho: Tienen que convivir
con la enfermedad hasta cuando te
vas y lo peor es que recordarn el
hecho que has sido un peso para
ellos.
Esta idea que la familia debe vi-
vir con los recuerdos de una perso-
na cuando estaba enferma, en vez
de recordarla cuando estaba bien
de salud, es muy fuerte y empuja a
muchas personas a resistir, sin ma-
nifestar que uno tiene an mayor
necesidad de ayuda y sostn. Otra
mujer ha dicho: Mi hijo me deca:
por qu sonres siempre? Le res-
pond: porque no quiero que ten-
gas un recuerdo triste de m. Quie-
ro que me recuerdes sonriente.
En algunos pacientes el peso de
la enfermedad es una carga excesi-
va y crea un sentido de aislamien-
to: Os dareis cuenta que no po-
deis hablar a vuestros familiares de
vuestra enfermedad porque ellos
no pueden responder. Se vuelve un
peso que a veces os aplasta mien-
tras quisirais gritar y decir como
os sents realmente. Pero no podeis
hacerlo porque ellos no quieren
afrontar la realidad y se apegan a
las cosas.
La dignidad ha sido definida por
la fundadora del movimiento mo-
derno Hospice, Cicely Saunders,
como el poseer un valor personal.
La percepcin de una prdida de
dignidad ha sido asociada al deseo
de muerte, como lo demuestra el
trabajo realizado por Harvey Cho-
chinov. Es muy probable que dese-
an la muerte los pacientes que ma-
nifiestan una moderada o grave
prdida de dignidad, tienen una
mayor sensacin de constituir un
peso y niveles de aprehensin ms
elevados. Su sentido de dignidad
depende abudantemente del tipo
de cuidados recibidos. Por tanto,
una vez ms no puede ser subesti-
mado el poder que tienen los agen-
tes sanitarios de influir en la forma
con la que el paciente ve su propia
vida. Chochinov sugiere que los
cuidados que confieren respeto, al
reconocer que cada individuo me-
rece respeto y estima ms all de
que dependa de los dems, de la
enfermedad y de la fragilidad
constituyen el punto central de
aquellos cuidados que conservan
la dignidad.
De parte de los que desean la
muerte surgen pocas caractersti-
cas clave: estos pacientes experi-
mentan un sentimiento de prdida
de asociacin con el mundo que
los rodea han experimentado la
muerte social, el papel que tenan
antes ha sido tomado por los de-
ms, y perciben que la sociedad se
comporta como si ya estuviesen
muertos. A menudo tienen temor
del futuro, ya que lo ven ms horri-
ble del presente. Perciben la in-
fluencia profunda de malas expe-
riencias del pasado, particular-
mente si han visto a una persona
querida morir mal, incluso muchos
aos antes. El dolor y otros snto-
mas no parecen ser problemas
principales, aunque sean desmora-
lizadores la profunda debilidad y
la fatiga. Amenudo dichos pacien-
tes tienen el gran temor de consti-
tuir un peso; pueden ver la necesi-
dad de cuidados como una humi-
llacin y pueden haber experimen-
tado insuficiencia en los cuidados.
Algunas entrevistas con pacien-
tes del Oregn, que han solicitado
el suicidio asistido medicalmente,
revelan el mismo escenario que se
presenta en Europa. Linda Ganzini
ha hecho notar que dichos pacien-
tes son personas que dan valor al
control, que temen depender de los
dems, y afirman que consideran
como miseria su calidad de vida en
ese momento. Amenudo estas per-
sonas han realizado mucho duran-
te su vida y consideran difciles los
cuidados paliativos, pero al mismo
tiempo deploran tener necesidad
de cuidados. Por lo general mu-
chos hablan de experiencias infan-
tiles con figuras adultas no empti-
cas y demasiado autoritarias, de
las que han aprendido que es hu-
millante recibir atenciones de par-
te de los dems.
Estos pacientes refieren que han
sufrido niveles ms elevados de
sntomas fsicos y psicolgicos
con respecto a los que no han pedi-
do morir. El temor de constituir un
peso y tener necesidad de personas
que se ocupen de ellos est asocia-
do al desaliento frente al proceso
de la enfermedad, a la depresin o
a ambos. Declaran tener menos
confianza en el control de los sn-
tomas, menos apoyo social y gene-
ralmente menor satisfaccin de las
experiencias de la vida. Los que
estn por encima de 65 aos pro-
bablemente se sienten menos apre-
ciados con respecto a los que no
expresan el deseo de morir.
Kissane y otros investigadores
han descubierto que los que desean
la muerte a menudo estn deprimi-
dos, desmoralizados o las dos co-
sas. Parece que los mdicos con
los que han entrado en contacto
tambin estuviesen desmoraliza-
dos por el proceso asistencial y
que esto los haya agotado, dejando
entender que el estado de nimo
del mdico puede tener una fuerte
influencia en la percepcin del pa-
ciente.
Las personas que defienden la
eutanasia a menudo estn motiva-
das por sus experiencias persona-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
les del pasado, cuando han visto en
el dolor y en la angustia a personas
que amaban. Aveces, el dolor y el
sufrimiento en el observador son
muy grandes y la fuerza de su
amor contribuye para que la prdi-
da se vuelva ms insoportable. Pa-
ra decir la verdad, parece que el
sufrimiento y el amor se entrecru-
zan y quizs el sufrimiento en to-
dos los campos, no slo en aquel
puramente fsico, de algn modo
forma parte de la condicin huma-
na asociada al amor.
Vale la pena considerar lo que
acontece cuando la eutanasia est
legalizada y como ello altera los
cuidados mdicos. Siendo legal, la
sociedad la considera como un
bien potencial y, por tanto se con-
vierte en una opcin teraputica. Y
como opcin existe la obligacin
tica para el mdico de considerar
como idneo el hecho de poder
ofrecerla a todo paciente. No se
negarn los antibiticos en caso de
infeccin si el medicamento fuese
disponible y el paciente estuviese
sufriendo por una infeccin para la
cual ese tratamiento puede ser til.
Por tanto, el mdico que asiste a un
paciente con sntomas intratables
puede ofrecer la eutanasia ya que
no conoce las estrategias alternati-
vas para aliviar el sufrimiento,
cuando ste resiste a toda posible
intervencin.
En 1998, en Australia (Northern
Territories) ha sido introducida la
Ley sobre el Derecho del enfer-
mo terminal, abrogada por el Par-
lamento Federal de Camberra. Du-
rante el perodo de vigencia de la
ley, siete pacientes fueron conside-
rados idneos a la intervencin pa-
ra poner fin a su vida y el Dr.
Nitschke concluy con la vida de
ellos gracias a esta ley. Uno de los
pacientes, una mujer, a la que se le
practic la eutanasia, crea estar
cercana a la muerte por un cncer
en fase terminal, pero despus de
su muerte se ha descubierto que en
realidad se haba sanado completa-
mente. Cuatro aos despus, el Dr.
Nitschke, hizo un comentario en el
diario Sun Herald de que la seora
consideraba sin importancia el he-
cho que hubiese tenido un cncer
porque... la calidad de su vida era
tal que pensaba que fuese preferi-
ble la muerte. Esto hace notar una
nueva forma de honestidad que se
est desarrollando en la sociedad,
segn la cual el hecho que los pa-
cientes desean morir se vuelve el
elemento pre-determinante de su
idoneidad para ser matados porque
la continuacin de su vida les cau-
sa graves sufrimientos. Por tanto,
parecera fuera de lgica limitar la
eutanasia a los enfermos termina-
les que de todos modos morirn
dentro de poco y negarla a los que
han tomado la decisin de un sui-
cidio racional por cualquier razn.
En la actualidad en nuestra socie-
dad existen los que desean la
muerte y tratan de quitarse la vida
pero no sufren por una enfermedad
terminal, mientras que estn suje-
tos a tratamiento psiquitrico, a ve-
ces bajo imposicin.
En Oregn la ley permite el sui-
cidio asistido medicalmente. Los
pacientes deben tener un pronsti-
co de menos de seis meses de vida,
aunque en realidad slo los 34 de
los examinados responden a este
criterio. Cerca de uno de cada seis
de los que piden el suicidio asisti-
do medicalmente recibe la pres-
cripcin de una dosis letal y un d-
cimo de elllos asume el frmaco.
Es interesante notar que es signifi-
cativo el hecho que la mayor parte
de los que reciben los cuidados pa-
liativos modifican sus intenciones
con respecto a los que no tienen
acceso a estos cuidados.
Desde el punto de vista global,
es evidente que esta solicitud de
suicidio asistido medicalmente o
eutanasia a menudo no es manteni-
da con insistencia. Es ms proba-
ble que los pacientes que piden la
eutanasia sientan haber sido exa-
minados de modo insuficiente,
tengan un escaso control de los
sntomas y/o falta de confianza en
las capacidades y en el conoci-
miento de sus mdicos.
La experiencia alemana muestra
que existen complicaciones cone-
xas con el proceso de la fin de la
vida. El suicidio asistido medical-
mente por lo general tiene lugar
mediante una overdosis masiva de
barbitricos, pero algunos pacien-
tes no son capaces de ingerir el
medicamento o lo vomitan; la lite-
ratura cientfica cuenta con algu-
nos casos en los que el medica-
mento no ha provocado el coma,
mientras que algunos pacientes se
han despertado despus del coma.
Cuando se recurre a la eutanasia
pueden surgir dificultades para que
el frmaco entre en la vena.
Tambin comporta un impacto
en los mdicos implicados en la
eutanasia. Cerca de 34 de ellos re-
fieren sensaciones de disgusto, y
describen que sienten algo que pe-
sa, que es chocante y de gran res-
ponsabilidad. Uno de cada veinte
refiere dudas o remordimientos
despus del hecho. Cuando la vida
es terminada sin un pedido explci-
to, la porcentual de dudas o de re-
mordimientos llega al 11%.
Al parecer en Holanda se est
verificando un cambio en la socie-
dad. No obstante la previsin de
que la legalizacin habra tenido
como resultado un preciso informe
sobre esos datos que llevan al final
de la vida, parece que se hagan co-
nocer slo cerca de la mitad de to-
das las eutanasias/suicidios medi-
calmente asistidos. Algunos mdi-
cos han pedido que se elimine la
obligacin de referir sobre todas
las eutanasias/suicidios asistidos
medicalmente, ya que ello es pesa-
do para el mdico desde el punto
de vista administrativo. Parece que
la tendencia de pensar que la euta-
nasia/suicidio medicalmente asis-
tido comporta la distraccin de
otras opciones en el campo de la
asistencia, pero cuando los mdi-
cos adquieren mayor conocimien-
to en el campo de los cuidados pa-
liativos, sienten menos la necesi-
dad de servirse de estas medidas
que ponen fin a la vida.
En el mundo se considera la ley
de diferentes modos. En Blgica,
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
la reciente legalizacin de la euta-
nasia ha introducido en el proceso
el concepto del filtro constituido
por los cuidados paliativos. En
Francia, el debate pblico ha reve-
lado la confusin existente entre
eutanasia y cuidados paliativos,
pero un comit instituido por el
gobierno francs deber informar
cuanto antes al respecto.
Es considerable que en el Reino
Unido, donde los cuidados paliati-
vos son quizs ms adelantados,
ms del 95% de los mdicos espe-
cialistas en este campo, no desean
un cambio en la ley para permitir
la eutanasia/suicidio medicalmen-
te asistido.
Algunos han descrito engaoso
el principio del doble efecto como
una forma escondida de la fin de la
vida. Esto es falso y los que traba-
jan en el campo de los cuidados
paliativos constituyen la prueba
que defiende la visin segn la
cual dando la morfina y otros fr-
macos poderosos en modo correc-
to, no se abrevia la vida, sino que
en realidad es posible prolongarla
ya que el paciente no se agota gra-
cias al control de los sntomas.
Con el concepto del doble efecto,
se verifica un resultado previsible,
pero no deseado, de un frmaco
que tiene como resultado la muer-
te del paciente. La quimioterapia
la podemos ver como una situa-
cin de doble efecto: se proporcio-
na para destruir un tumor maligno,
pero en algunos pacientes la dismi-
nucin de los leucocitos es tan gra-
ve que desarrolla una sepsis neuro-
pnica y mueren mucho antes de lo
que no habra sucedido sin la su-
ministracin del tratamiento. Sin
embargo, en el contexto del con-
trol de los sntomas, los frmacos
como la morfina son indicados pa-
ra encontrar la dosis mnima con el
fin de lograr el beneficio teraputi-
co, pero son lo opuesto cuando la
intencin es la eutanasia y el fr-
maco es suministrado en fuerte do-
sis o se suministra deliberadamen-
te una dosis letal.
Para concluir, la eutanasia es
una solucin llamativa y simple al
complejo problema del sufrimien-
to, de la enfermedad, de la vulne-
rabilidad y la forma como una so-
ciedad puede responder a los que
tienen necesidad de cuidados. Se
trata de un tema complejo para una
sociedad. Es fcil construir un ca-
so, pero es realmente difcil esta-
blecer el impacto sobre las perso-
nas (potencialmente) vulnerables
en la comunidad de un cambio en
la ley que permite a un mdico ma-
tar a un paciente siguiendo su in-
sistente solicitud. Quizs es nece-
sario recordar que ninguno est
aislado en su autonoma. La socie-
dad est formada por personas que
interactan de una u otra forma.
Nuestra vida y nuestra muerte
tienen un efecto en los que estn en
torno a nosotros.
Baronesa Prof. ILORA FINLAY
OF LLANDAFF
Decana del Departamento
de Medicina Paliativa
Velindre Hospital Whitchurch,
Cardiff, Reino Unido
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Los cuidados paliativos son en
general programas destinados al
tratamiento para mejorar el estado
de los pacientes en fase terminal a
travs del control integral de sus
molestias tanto fsicas como psi-
colgicas y sociales y del apoyo a
su entorno familiar.
El cuidado paliativo es un cui-
dad activo y total para pacientes
que no responden a tratamiento
curativo. El cuidado paliativo es
un cuidado inter-disciplinario que
incluye a mdicos especialistas,
enfermeras, trabajadores sociales,
farmacuticos y asociados pasto-
rale del cuidado, entre otros. Ade-
ms de tratar el dolor y los snto-
mas, el cuidado paliativo enfatiza
precisin cientfica y las ms va-
liosas tradiciones de la medicina:
bondad, respeto, fervor compren-
sin, simpata. La meta del cuida-
do paliativo es lograr la mejor ca-
lidad de vida para pacientes y fa-
milias.
El personal mdico que trabaja
en este campo intenta controlar la
sintomatologa del paciente, en
particular el control del dolor. En
definitiva el propsito es intentar
evitar o por lo menos aliviar el su-
frimiento de modo tal que estos
pacientes puedan vivir de la mejor
manera posible sus ltimos das y,
llegado el momento, una muerte
digna.
En ciertos pases a los pacientes
con sntomas graves relacionados
con el cncer avanzado no se les
puede negar el acceso a un cuida-
do de alta calidad y especializado.
Para que este procedimiento sea
viable, sin embargo, se requieren
ciertas condiciones que incluyan
informacin del tiempo de vida
restante, la certificacin del mdi-
co tratante as como la voluntad
del paciente y/o de su familia res-
pecto al estado del paciente.
Todo ello es posible solamente
si se presta atencin a todos los
detalles en su cuidado principal-
mente la aplicacin de los avances
que ofrece la tecnologa y farma-
cologa para el tratamiento del do-
lor y otros sntomas que acompa-
an la fase terminal de la vida.
En ocasiones esto requiere un
tratamiento multidisciplinario que
incluye no slo a distintos espe-
cialistas mdicos sino a personal
de enfermera, auxiliares y perso-
nal no mdico. En ltimo anlisis
es la familia, el mdico y dems
personal que puede hacer un efec-
to equiparable al de una droga be-
nfica teniendo una accin inme-
diata sobre la calidad de vida y el
alivio del sufrimiento de los en-
fermos incurables.
Los cuidados paliativos estn
constituyndose cada vez ms en
una opcin de tratamiento mdico
y en un derecho de todos los pa-
cientes que estn en situacin ter-
minal. En esta lnea de pensa-
miento la medicina se la percibe
como diseada para servir el pa-
ciente y no a la enfermedad per-
feccionando el conocimiento y las
habilidades necesarias para pro-
porcionar al paciente un cuidado
competente y compasivo hasta el
final.
La terminabilidad es un hecho
natural e inalterable y no debe ser
considerado como un fracaso de
la medicina, la terminabilidad
tambin puede ser dotada de sen-
tido y dignidad.
En general existen marcos jur-
dicos que reglamentan el manejo
clnico del dolor y de esta forma
los cuidados paliativos, sin em-
bargo, en mltiples pases en par-
ticular, en aquellos denominados
en vas de desarrollo los aspectos
legales de estos procedimientos
son inexistentes o rudimentarios.
En cualquier circunstancia, sin
embargo, los conceptos ticos y
morales son los que permiten dar-
le los aspectos de normatividad al
manejo de los cuidados paliativos,
siempre en beneficio de un mejor
vivir para los seres que se encuen-
tran en situacin de cuidados in-
tensivos o estado terminal.
Regular el comportamiento en
esta situacin ha sido siempre ma-
teria de creencia o de norma; quie-
nes creen en una divinidad o com-
parten convicciones profundas so-
bre fines y medios en la vida hu-
mana acatan las directrices de li-
bros inspirados o lderes que re-
presenten sus convicciones. Quie-
nes se apeguen a la regulacin se-
cular confan en la ley, la norma
consuetudinaria o escrita que pre-
viene, dictamina o juzga actos o
intenciones.
Entre la creencia y la norma,
entre la fe y la ley existe un espa-
cio que puede abordarse mediante
el dialogo y la consideracin cui-
dadosa de acto circunstancial e in-
tencin. Este espacio es de rela-
ciones e intereses sociales que
FERNANDO ANTEZANA ARANIBAR
7. Aspectos legales de los cuidados paliativos
del dolor
51
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52
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
existe entre las personas y sus
mundos. Es un espacio abierto en
el que da a da surgen nuevos de-
safos y se plantean dilemas, esto
es, problemas que crean otros pro-
blemas. En este espacio que no es
tridimensional como el cuerpo y
las cosas sino es multidimensional
con el espritu donde se crean y
recrean esos fenmenos sociales
que llamamos vida, enfermedad y
muerte. Cada comunidad los
construye, desconstruye y recons-
truye en un conjunto complejo de
creencias, normas, costumbres,
hbitos, expectativas, ideales y
mitos.
El mdico que atiende a enfer-
mos irrecuperables no est obliga-
do al empleo de medidas extraor-
dinarias de mantenimiento artifi-
cial de la vida. En estos casos, de
ser posible, oir la opinin de otro
u otros profesionales de la medici-
na. El reglamento desarrollar el
contenido de esta disposicin.
De igual manera es fundamen-
tal considerar que el ingreso y la
permanencia de los enfermos en
las unidades de cuidados intensi-
vos debern someterse a normas
estrictas de evaluacin destinadas
a evitar el uso injustificado, intil
y dispendioso de estos servicios
en afecciones que no las necesiten
y en la asistencia de enfermos
irrecuperables en la etapa final de
su padecimiento. Por lo tanto, el
paciente terminal debe ser atendi-
do y cuidado en el sitio ms ade-
cuado y por las personas que pue-
dan ofrecerle el mayor beneficio
durante el ltimo trance de su vi-
da, una unidad de cuidados inten-
sivos es probablemente el sitio
ms inadecuado.
Los criterios ms importantes
de prioridad para el ingreso de pa-
cientes a unidades de terapia in-
tensiva, pueden resumirse los si-
guientes:
paciente con definidas posibi-
lidades de recuperacin;
pacientes crticos que por su
condicin no pueden ser tratados
en otro servicio que no sea UTI;
necesidad urgente de medidas
de soporte vital;
adecuado nivel intelectual.
No establecen prioridad: sexo,
raza, nacionalidad, religin, ideo-
loga, posicin social y econmi-
ca.
Dentro el concepto de derechos
del paciente y su relacin con las
medidas de tratamiento se desta-
can las siguientes:
ordinarias: todos los medica-
mentos, tratamiento y operacio-
nes que ofrecen una razonable es-
peranza de beneficio para el pa-
ciente y que pueden ser obtenidos
y usados sin excesivo gasto, dolor
u otros inconvenientes;
extraordinarias: medicamen-
tos, tratamiento y operaciones que
no pueden ser obtenidos sin exce-
sivo gasto, dolor u otros inconve-
nientes, y que de usarse no ofrece-
ran una razonable esperanza de
beneficio.
La admisin en UTI implica el
control de arritmias, intubacin,
ventilacin mecnica, uso de r-
ganos artificiales, transplantes,
monitoreo invasivo, nutricin pa-
renteral, uso endovenoso de dro-
gas vaso activas.
De la misma forma hay factores
que influencian notablemente la
condicin del paciente en relacin
con el equipo profesional que to-
ma a su cargo su cuidado, entre
ellos: profesionalismo, formacin
humanstica del mdico, relacio-
nes humanas, valoracin de la
persona y su dignidad, diferencias
entre persona e individuo, capaci-
dad de decidir (responsabilidad),
juicios racional y valorativo con-
sideracin del entorno familiar,
conducta acorde a normas y prin-
cipios ticos, La Regla de Oro
tendencias privatizadoras, limita-
cin de recursos econmicos,
efectos deshumanizantes de la
tcnica.
Las siguientes consideraciones
son de alguna forma parte de los
marcos jurdicos o en algunos ca-
sos leyes que rigen el manejo del
cuidado paliativo de las personas
habida cuenta de que el derecho a
la vida y la salud son partes funda-
mentales de cualquier Constitu-
cin Poltica del Estado:
el enfermo es la razn de ser
de las instituciones y de atencin
de salud;
uno de los peores sufrimien-
tos que puede padecer un paciente
terminal es la soledad. La compa-
a de sus familiares y el equipo
mdico es invalorable;
el decir la verdad al enfermo
depender de su propia psicolo-
ga;
se considera un desvalor coar-
tar el derecho de la persona a mo-
rir en paz y con dignidad siendo
agravantes si para ello prolonga-
mos su sufrimiento y el de sus fa-
miliares e incrementamos los gas-
tos motivados por su enfermedad;
la informacin a los familia-
res de un paciente terminal debe
ser clara y oportuna.
Cuando se est llevando a cabo
la evaluacin tica y moral de los
fundamentos de los cuidados pa-
liativos con especial referencia a
sus objetivos generales, los si-
guientes aspectos deben ser cuida-
dosamente considerados:
la evaluacin mdica del pa-
ciente que incluya las bases para
mejorar con el paciente terminal,
las necesidades del enfermo as
como los cuidados generales que
se ofrecen;
el control de los sntomas tan-
to los ms corrientes como los es-
pecficos: gastrointestinales, res-
piratorios, dermatolgicos, ede-
mas y la sintomatologa neurol-
gica y psiquitrica;
referente al manejo del dolor
la determinacin del origen fun-
damental de la mayora de los
problemas de estos pacientes que
se abordar por el tratamiento far-
macolgico, el tratamiento del do-
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53
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
lor de origen neurolgico del do-
lor en los nios con cncer, en pa-
cientes con Sida as como el ma-
nejo del dolor en situaciones que
no corresponden a los tratamien-
tos habituales;
Se analizar todo lo referente
a la atencin a la familia tanto
desde el punto de vista mdico co-
mo psico-social y humano.
En consideracin a todo lo ante-
rior y habida cuenta de la condi-
cin de vulnerabilidad de los pa-
cientes con tratamiento paliativo
principalmente el dolor, pero tam-
bin otros pacientes terminales
acosados por diferentes dolencias
muestran la importancia que tiene
la presencia de un marco normati-
vo-jurdico sobre los derechos de
estos seres humanos, el acceso a
distintos procedimientos e inter-
venciones que les permitan una
vida ms llevadera y menos sufri-
miento, as como una muerte dig-
na cuando llegue el momento.
Se debe reconocer que las tec-
nologas relacionadas van avanza-
do a un paso muchsimo ms di-
nmico y avasallador que los re-
querimientos normativos y jurdi-
cos que frecuentemente estn au-
sentes en particular, en los pases
en desarrollo, es por estas razones
que los principios ticos y mora-
les se hacen cada vez relevantes y
necesarios, en todo lo relacionado
con los cuidados paliativos.
El respeto a la vida y el bienestar
de todos los individuos ms an de
los enfermos terminales, son prin-
cipios universales de convivencia
humanista y espiritual. Es en estas
circunstancias que se hace real la
definicin de salud que va ms all
solamente de la ausencia de enfer-
medad, asimismo que la vida refle-
ja claramente los conceptos de psi-
que y de soma y la disminucin es-
piritual de la misma.
Como un corolario que ofrezca
una visin humana con conside-
raciones ticas y morales que su-
peran los marcos legales que po-
dran existir en distintas socieda-
des cabe citar a Po XII cuando
manifest que La vida humana
existe en tanto las funciones vita-
les-distintas a la simple vida de
los rganos-puedan manifestarse
espontneamente, sin la ayuda de
medidas artificiales. Los mdicos
no tienen la obligacin de conti-
nuar el uso de medidas extraordi-
narias para mantener con vida al
sujeto irrecuperable.
Dr. FERNANDO ANTEZANA
ARANIBAR
Ministro de Salud y Deportes
Bolivia
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54
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
I. INTRODUCCIN
1. Prembulo
Quiero aclarar, ante todo, que no
soy historiador sino ministro en
ejercicio de la Pastoral de la Salud,
primero como capelln catlico de
un gran hospital de la sanidad pbli-
ca en Madrid, Espaa, durante vein-
tisis aos, y tambin, durante los
veinticuatro ltimos aos hasta hoy,
como delegado episcopal de la Ar-
chidicesis de Madrid, responsable
y coordinador de este mismo sector
de la Pastoral de la Iglesia. Por tan-
to, la historia como tal no es el obje-
to directo de mi vocacin ni de mi
trabajo. Sin embargo, puedo y debo
aadir a continuacin que siempre
me ha interesado mucho la historia
y, en concreto, la referente a las di-
versas parcelas temticas involu-
cradas en la Pastoral de la Salud,
pues considero que dicha historia es
una de las claves iluminadoras im-
prescindibles para comprender y
orientar bien mi responsabilidad
cristiana, eclesial, presbiteral y pas-
toral en cada uno de los mbitos en
los que la Iglesia me pide que refle-
xione y acte en su nombre.
Por lo que respecta a los Cuida-
dos Paliativos mi inters por su his-
toria obedece tanto a mi trabajo pas-
toral directo con enfermos termina-
les, as como con sus familiares y
cuidadores, durante ms de treinta
aos, y a mi contribucin personal
al nacimiento y a los primeros desa-
rrollos de la Sociedad Espaola de
Cuidados Paliativos
1
, de cuyo co-
mit directivo fundacional form
parte entre los aos 1992 y 1995.
2. La historia de
los Cuidados Paliativos:
sus luces y sombras hoy
Tal como hoy los conocemos, los
Cuidados Paliativos tienen una an-
dadura histrica muy corta, de unos
treinta y siete aos aproximada-
mente, pero en un periodo tan breve
han logrado ser reconocidos como
la respuesta ms ponderada, com-
pleta y satisfactoria que cabe dar en
los comienzos del tercer milenio a
las necesidades de asistencia que
comporta el tiempo de morir o, di-
cho de otro modo, a la etapa termi-
nal en la vida de un enfermo y de
quienes le asisten en dicho trance.
Precisamente a causa de esta mi-
nora de edad cronolgica, la histo-
ria de los Cuidados Paliativos no ha
sido an suficientemente investiga-
da ni escrita, que yo sepa, desde una
perspectiva global en lo que se re-
fiere a su nacimiento y desarrollo en
los diversos pases y zonas del
mundo donde hoy estn implanta-
dos. Tampoco se ha investigado ni
escrito an dicha historia desde un
punto de vista omnicomprensivo, es
decir, abarcando de forma integra-
dora todos los aspectos asistencia-
les implicados de hecho y de dere-
cho en dichos Cuidados
2
. Y, por l-
timo, se echa asimismo de menos
una investigacin coherente y deta-
llada sobre sus races y anteceden-
tes histricos, tan importantes, a mi
modo de ver, para entender la opor-
tunidad y necesidad de su aparicin
en la dcada de los aos sesenta del
pasado siglo, y su posterior evolu-
cin hasta hoy.
Estas son mis apreciaciones ge-
nerales despus de haber buscado y
leido toda la literatura que sobre el
tema en cuestin he logrado reunir.
Mi propsito, como persona que
mira a la historia desde la Pastoral
de la Iglesia va a ser slo llamar la
atencin sobre una de esas aprecia-
ciones la que mencionar a conti-
nuacin para que otras personas
ms expertas que yo se animen a
entrar en un trabajo de mayor cala-
do si lo encuentran de suficiente in-
ters, como as lo espero.
3. La historia de
los Cuidados Paliativos,
la Tradicin cristiana
y la Pastoral de la Salud
Me propongo mostrar el estrecho
parentesco existente entre muchas
de las peculiaridades asistenciales
Segunda Seccin
Iluminacin
JESS CONDE HERRANZ
1. Los Cuidados Paliativos:
sus races, antecedentes e historia
desde la perspectiva cristiana
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55
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
que muestra la definicin de los
Cuidados Paliativos que hoy se tie-
ne en Europa por cannica, y otros
tantos desarrollos que, desde su
mismo origen, muestra tambin ese
mbito de la Tradicin cristiana al
que hoy llamamos la Pastoral de la
Salud
3
. Como creo poder resaltar, la
historia de los Cuidados Paliativos
tiene mucho que ver con la Pastoral
de la Salud, y ste es uno de los as-
pectos que, a mi modo de ver, ape-
nas ha sido analizado y subrayado
por los historiadores, incluso en el
seno de la propia Iglesia Catlica.
Mi tesis es que precisamente la re-
ferencia a la historia de la Pastoral
de la Salud es decisiva e imprescin-
dible, aunque obviamente no es la
referencia nica, a la hora de expli-
car la gnesis y el desarrollo actual
de los Cuidados Paliativos.
Y, antes de entrar ya directamen-
te en materia, creo que conviene re-
cordar la mencionada definicin ca-
nnica de los Cuidados Paliativos.
Esta definicin la dio en 1991 el
Subcomit de Cuidados Paliativos
incluido en el programa Europa
contra el Cncer, inspirndose en
un documento de la Organizacin
Mundial de la Salud del ao ante-
rior, titulado Cancer Pain Relief
and Palliative Care
4
. La menciona-
da definicin dice as:
Son cuidados totales, activos y
continuados a los pacientes y a sus
familias, proporcionados por un
equipo multidisciplinar, cuando la
expectativa mdica no es la cura-
cin. El objetivo del tratamiento no
es prolongar la vida, sino mejorar
en lo posible las condiciones pre-
sentes del paciente y la familia, cu-
briendo sus necesidades fsicas,
psquicas, sociales y espirituales y,
si es necesario, el apoyo se extiende
al periodo del duelo.
II. RACES Y
ANTECEDENTES
HISTRICOS DE LOS
CUIDADOS PALIATIVOS
1. En el mundo
greco-romano antiguo
a. La renuncia de la medicina
hipocrtica a cualquier
tratamiento curativo
con los enfermos
considerados incurables
Un texto del libro hipocrtico
Sobre el arte ilustra elocuentemen-
te el rechazo de la primera medici-
na cientfica de Occidente a lo que
hoy llamamos obstinacin tera-
putica. ste es el texto: La medi-
cina tiene por objeto librar a los
enfermos de sus dolencias, aliviar
los accesos graves de las enferme-
dades, y abstenerse de tratar a
aquellos que ya estn dominados
por la enfermedad, puesto que en
tal caso se sabe que el arte no es
capaz de nada
5
. Tal abstencin se
basaba en la distincin tajante que
se haca entre enfermedades tiqu-
ticas
6
, o producidas al azar, y en-
fermedades ananquticas
7
, o de
mortalidad inevitable. Las prime-
ras eran susceptibles de ser trata-
das mediante el arte mdico, o
tecnh iatrikh (tekne iatrik), mien-
tras que empearse en tratar las se-
gundas, adems de resultar intil,
constitua un pecado contra la na-
turaleza
8
. El propsito de no pro-
longar la vida a toda costa que
manifiesta la definicin de los Cui-
dados Paliativos tiene aqu un cla-
ro y primer antecedente.
No hay, sin embargo, dato algu-
no que d pie para afirmar que en
la medicina hipocrtica existiera
algn tipo de asistencia propia y
especializada, destinado a los en-
fermos desahuciados y moribun-
dos. Dicha asistencia comenzar a
ser concebida y promovida en el
cristianismo primitivo.
b. El inicio de la reflexin
sobre el cuidado, a partir
del mito de Cura (Cuidado)
Este mito, cuyo relato muestra
resonancias estoicas y alberga va-
rias coincidencias con el de la cre-
acin del hombre en Gen 2, 1-7,
aparece en el Libro de Fbulas de
Higinio
9
y hoy es considerado una
de las races histricas de la antro-
pologa del cuidado y de su traduc-
cin prctica posterior en formas
de asistencia. He aqu el texto de la
mencionada fbula.
Cierto da, Cura, que paseaba
por la orilla de un ro, tom un po-
co de barro y le dio la forma del ser
humano. Entonces apareci Jpi-
ter que, a peticin de Cura, le insu-
fl espritu. Cura quiso darle un
nombre pero Jpiter se lo prohibi,
pues quera imponerle el nombre l
mismo. Y ambos empezaron a dis-
cutir. Despus apareci la Tierra,
la cual aleg que el barro era par-
te de su cuerpo y que, por lo tanto,
ella tena derecho a escoger un
nombre. Y se entabl una discusin
entre los tres que no pareca tener
solucin. Al fin, todos aceptaron
llamar a Saturno, el viejo dios an-
cestral, seor del tiempo, para que
fuera el rbitro. Saturno dio la si-
guiente sentencia, considerada jus-
ta: A ti, Jpiter, que le diste el esp-
ritu, se te devolver el espritu
cuando esta criatura muera. A ti,
Tierra, que le proporcionaste el
cuerpo, se te devolver el cuerpo
cuando esta criatura muera. Y t,
Cura, que fuiste el primero en mo-
delar a esta criatura, acompala
siempre mientras viva. Y como no
habis llegado a ningn consenso
acerca del nombre, yo decido que
se llame homo, que viene de hu-
mus, y que significa tierra frtil.
Lo importante de esta figura mi-
tolgica, por lo que respecta al te-
ma que estoy desarrollando, es que
presenta al cuidado (Cura) como
la realidad que est en el origen del
ser humano y que lo acompaa a
travs de toda su vida
10
.
2. En la visin que la
Sagrada Escritura ofrece
sobre el proceso de morir
11
a. En el libro del Qohelet
La advertencia de este sabio de
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56
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Israel de que hay un tiempo para
morir (Qo 3, 2) constituye un hito
inicial en la conciencia humana y
cristiana de que el morir no es el
mero preludio fctico de la muerte,
sino un verdadero tiempo o etapa
en la vida de los hombres, el lti-
mo: un tiempo en el que estos ne-
cesitan una asistencia destinada no
ya a la curacin corporal sino a la
ayuda integradora e integrada a
bien morir.
b. En los relatos evanglicos
sobre el morir del Seor
Tanto en el presentimiento anti-
cipado de su muerte como en la
aproximacin inmediata a la mis-
ma, los Evangelios ponen en boca
del Seor palabras que, para la
Tradicin cristiana posterior, cons-
tituirn una iluminacin teolgica
y un acicate para la accin pastoral
orientada a la promocin de la
buena muerte. Entresaco breve-
mente aquellas expresiones de Je-
ss cuyo contenido refleja de mo-
do incipiente planteamientos y de-
sarrollos que aparecen en los Cui-
dados Paliativos actuales.
De qu le sirve al hombre ga-
nar el mundo entero si echa a per-
der su vida? (Mt 16, 26). Esta ex-
presin, al formar parte de una pe-
rcopa en la que Jess anuncia por
primera vez su pasin y muerte,
apunta entre otros al sentido de
que el morir es un kairoV(kairs),
un tiempo oportuno para que la vi-
da humana alcance su acabamien-
to fausto o infausto, humanizador
o deshumanizador, plenificante o
degradante. Dos mil aos despus,
la Dra. Kbler-Ross, una de las
dos pioneras de los Cuidados Pa-
liativos, titular significativamente
uno de sus libros as: El morir, lti-
mo escenario del crecimiento hu-
mano
12
.
Mi alma est triste hasta el
punto de morir. Quedaos aqu y
velad conmigo (Mt 26, 38). La pe-
ticin de compaa y apoyo hecha
por Jess a sus discpulos en Get-
seman hubo de influir claramente
en la conciencia de las primeras
comunidades cristianas acerca de
la necesidad de asistir, es decir, de
estar junto a quienes se aproximan
a la muerte, y de atenderles me-
diante una serie de cuidados cuya
enumeracin expondr en los
apartados siguientes. Aqu slo
quiero aadir que el Evangelio de
Juan
13
, las representaciones plsti-
cas de la Piet en el arte cristiano y
composiciones musicales como el
Stabat Mater han sido y son expo-
nentes de la importante funcin de
acompaamiento que el cristianis-
mo atribuye a la familia y allega-
dos del enfermo terminal en el pro-
ceso de morir.
Padre, pase de m este cliz
(Mt 26, 39). El estado de nimo de
Jess que denota esta expresin es
el de quien est ante el umbral de
la muerte y pide a Dios paliacin
para pasar por este trance. Lucas,
en un texto (22, 43s) paralelo al de
Mateo, presenta a un ngel confor-
tando a Jess, sumido en agona y
sudando como gotas espesas de
sangre.
Todo ha quedado consumado
(Jn 19, 30). En estas palabras de
Jess se expresa, a mi modo de
ver, la finalidad ms honda de los
Cuidados Paliativos: ayudar a
quienes entran en esta etapa final
de la vida a culminar su proceso de
crecimiento espiritual.
Padre, en tus manos pongo mi
espritu (Lc 23, 46). Con estas pa-
labras finales Jess aparece como
Aquel que ensea a morir consu-
mando la propia vida mediante la
conversin del sentimiento de
abandono (cf. Mt 27, 46 y par) en
el de confianza ilimitada (Lc 23,
46), de la suma injusticia (Mt 27,
23) en el sumo amor (Cf. Lc 23,
34), de la inmensa tortura en la in-
mensa ternura (Cf. Lc 23, 43), de
la inminencia del final (Cf. Lc 22,
53) en la esperanza en la resurrec-
cin. El recuerdo de las etapas
psicolgicas descritas por la Dra.
Kbler-Ross
14
, y su culminacin
en la etapa de la aceptacin serena
del desenlace de la propia vida,
surge aqu para m espontnea-
mente.
3. En el cristianismo
de los tres primeros siglos
Es en este primer periodo de la
historia del cristianismo donde
abundan ms los rasgos del modo
de ser y de vivir cristiano que
constituyen verdaderas semillas y
races de los Cuidados Paliativos.
En somera enumeracin y comen-
tario son, a mi modo de ver, los si-
guientes:
a. La concepcin paulina del
morir con Cristo
15
, que llev a los
cristianos a concebir la muerte co-
mo el trnsito con Cristo a la Vida,
a travs de la resurreccin con l,
e impuls a las comunidades cris-
tianas a proveer los cuidados nece-
sarios para que los fieles tuvieran
garantizada esa vivencia pascual al
final de su vida. Desde entonces,
es inconcebible para un verdadero
cristiano pensar en el morir como
en una situacin de soledad forzo-
sa y forzada; bien al contrario, mo-
rir puede y debe ser siempre, segn
San Pablo, morir en compaa de
Cristo.
b. La visin del morir como un
tiempo de especial necesidad de
asistencia espiritual. Dicha nece-
sidad fue concebida desde muy
pronto en clave de oracin, de ayu-
da sacramental en forma de Viti-
co eucarstico, o alimento sacra-
mental para el ltimo tramo de la
vida en este mundo, de Reconcilia-
cin y Uncin de enfermos, y de lo
que el historiador Lan Entralgo
llamaba una suerte de psicotera-
pia verbal o psicagoga de carc-
ter moral y religioso
16
.
c. El mandato expreso de asistir
a los enfermos incurables y mori-
bundos, frente a la abstencin tc-
nica y moral de la medicina griega
en estos casos , tal como he co-
mentado previamente (cf. II.1. a).
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
4. En el cristianismo
desde el siglo IV
hasta la Baja Edad Media
Las iniciativas asistenciales y
pastorales que la Tradicin cristia-
na hizo surgir durante este largo
periodo histrico, y que estn en la
raz de los Cuidados Paliativos ac-
tuales son, al menos, las siguien-
tes:
a. La institucin de las casas de
acogida (hospices) y de los hospi-
tales. No es necesario que me de-
tenga mucho en este punto, pues se
halla ampliamente reconocido por
la mayora de los trabajos histri-
cos sobre el origen y races de los
actuales Cuidados Paliativos
18
. Los
(xenodocoi), o casas
de acogida instituidas por la Igle-
sia desde una poca muy tempra-
na
19
para la asistencia a enfermos y
pobres, y la posterior aparicin de
los hospitales ( , no-
socomioi)
20
y de las enfermeras
monsticas
21
(infirmaria) son ya un
claro referente antecesor de los
hospices que surgirn en Francia,
Inglaterra y otros pases, durante
los siglos XIX y XX, para asistir
especficamente a enfermos des-
ahuciados y moribundos, como
apuntar ms adelante (Cf. II. 5).
De momento baste aadir a este
respecto que, aunque los hospita-
les medievales no tenan una fina-
lidad directamente clnica sino
ms bien caritativa, pues atendan
a todo tipo de personas necesitadas
(hurfanos, viajeros, peregrinos,
enfermos y pobres), a todos ellos
se les proporcionaba alojamiento y
comida. Con los enfermos acogi-
dos, el primer objetivo era lgica-
mente curar a los que se pudiera
pero, como por desgracia a veces
no abundaban los recursos tera-
puticos, muchos moran inevita-
blemente pero eran cuidados hasta
su muerte poniendo un nfasis es-
pecial en su restablecimiento espi-
ritual
22
.
b. La tradicin cristiana de la
cura animarum (el cuidado de las
almas), que tom su primer gran
impulso de la Regula Pastoralis,
del Papa San Gregorio Magno
23
, la
cual miraba al cuidado espiritual
de las personas, sobre todo de
aquellas atribuladas por situacio-
nes graves, como las enfermeda-
des incurables y terminales. A lo
largo de su historia en el seno de la
Pastoral de la Iglesia, la tradicin
de la cura animarum ha promovi-
do diversos cuidados orientados a
la sanacin espiritual, tales como
el consuelo compasivo
24
, las cele-
braciones sacramentales de la Re-
conciliacin, la Uncin de los En-
fermos y el Vitico para los mori-
bundos, y la garanta de una gua
pastoral y moral personalizada.
Hoy, desde la vertiente secular del
pensamiento mdico, vuelve a va-
lorarse muy positivamente la tradi-
cin cristiana de la cura animarum
como uno de los fundamentos his-
tricos ms slidos e inspiradores
de la actual filosofa asistencial del
cuidado
25
.
De la tradicin pastoral de la
Cura animarum surgieron, a su
vez, estos otros dos rasgos del Me-
dievo, antecedentes de los actuales
Cuidados Paliativos:
c. El mandato a los mdicos me-
dievales de advertir a los enfer-
mos, y no slo a los desahuciados,
acerca de su diagnstico y prons-
tico clnicos cuando uno y otro
apuntaban a una situacin de gra-
vedad patolgica, y de invitarles a
recibir la adecuada asistencia espi-
ritual
26
. La prescripcin de sancio-
nes legales y econmicas a los m-
dicos que no cumplieran ese man-
dato es un claro indicio de la suma
importancia dada entonces a los
cuidados espirituales, que se juz-
gaban debidos y pertinentes a los
enfermos graves.
d. La aparicin y difusin del
Ars moriendi. Entre los aos 1403
y 1408, Jean de Gerson, clrigo,
catedrtico y canciller de la Sorbo-
na
27
, public su obra Opus triparti-
tum, a cuya tercera y ltima parte
dio el ttulo de De arte moriendi.
Se trata de un escrito en el que se
describe el proceso del morir des-
de la perspectiva de la espirituali-
dad cristiana. Esta obra se propag
rpidamente por Francia, luego se
tradujo a diversos idiomas y fue el
primero de los muchos tratados al
respecto publicados hasta bien en-
trado el siglo XVI
28
. Apartir de esa
poca, las instrucciones para la
preparacin cristiana a la muerte
continuaron escribindose ya co-
mo secciones de manuales teolgi-
cos y pastorales ms amplios o, en
menor medida, como tratados se-
parados
29
.
Desde la perspectiva de este tra-
bajo, la literatura pastoral del Ars
moriendi es un testimonio elo-
cuente de la honda conviccin de
la Iglesia de que morir y ayudar a
morir constituye un verdadero ar-
te, en cuya realizacin la inteligen-
cia y el sentimiento, ayudados por
la gracia de la fe y de los sacra-
mentos, y por la relacin pastoral
interpersonal constituyen los ele-
mentos integrantes fundamentales.
La influencia del Ars moriendi
se extendi en el mundo catlico a
travs de diversas variaciones lite-
rarias y prcticas hasta bien entra-
do el siglo XIX, poca en la que su
enfoque asistencial, espiritual y
pastoral cristaliz en la institucin
de los hospices.
5. La institucin de los hospices
para moribundos
en los siglos XIX y XX
Llegados a este punto, nos en-
contramos ya en el umbral mismo
de la historia propiamente dicha de
los Cuidados Paliativos, inaugura-
da por la Dra. Cicely Saunders, al
fundar en 1967 el St. Christop-
hers Hospice en el barrio londi-
nense de Sydenham.
Dicha fundacin es el final de
una etapa que se inici ms de un
siglo antes, en el ao 1842 y en la
ciudad francesa de Lyon, donde
Mme. Jeanne Garnier, con la ayu-
da de dos amigas suyas viudas,
constituy
30
la Association des Da-
mes du Calvaire cuyo objetivo era
aliviar y consolar a los enfermos
incurables. Fue aqu y entonces
donde, al parecer, se utiliz por
primera vez la palabra hospice pa-
ra designar el cuidado de los mori-
bundos
31
.
Este hecho no surgi casual-
mente, pues en Francia existan
desde la Alta Edad Media las Con-
freries de la Bonne Mort, que eran
asociaciones de voluntarios encar-
gados de ayudar a los moribundos
y, cuando estos fallecan, tambin
a sus familias en la celebracin de
los ritos funerarios y luego pres-
tndoles su apoyo a lo largo del
proceso del duelo. Por su parte, S.
Vicente de Paul y Santa Luisa de
Marillac promovieron ya en la pri-
mera mitad del siglo XVII la crea-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
cin de numerosos hospices para
pobres por toda Francia. Las Hijas
de la Caridad continuaron desarro-
llando esa labor con pobres y en-
fermos
32
.
A partir de 1843, la Association
de Mme. Garnier fue fundando en
diversas ciudades francesas Lyon,
Bordeaux, Marseille, Saint Etien-
ne, Pars, ... unos establecimien-
tos tipo hospice, que recibieron el
nombre de Maison des Dames du
Calvaire. En Pars la Maison fue
fundada en 1874, en la rue de
Lourmel
33
. En 1899, e inspirndo-
se en la obra de Jeanne Garnier,
Anne Blunt Storrs abri en New
York el Calvary Hospital. Es dig-
no de sealar el hecho de que las
Maison fueron fundadas como ins-
tituciones alternativas a la atencin
que los enfermos indigentes reci-
ban en los hospitales decimonni-
cos, cuyas lamentables condicio-
nes higinicas y hosteleras hacan
que se sintiera verdadero rechazo a
morir en ellos.
Sin conexin directa con Mme.
Garnier y sus Dames du Calvaire,
pero dentro de la tradicin iniciada
por el Ars moriendi, las Hermanas
Irlandesas de la Caridad (Irish
Sisters of Charity) fundaron en
Dubln, en 1879, el Our Ladys
Hospice y ms tarde, en 1905, el
St. Josephs Hospice de Londres,
institucin donde trabaj e investi-
g Cicely Saunders, entre 1958 y
1967, es decir, antes de fundar ella
misma el St. Cristophers Hospi-
ce. Esta ltima palabra, hospice,
tanto en lengua francesa como in-
glesa, pas entonces a designar es-
pecficamente un establecimiento
dedicado al cuidado de los mori-
bundos.
Desde la perspectiva y el prop-
sito de mi exposicin, pienso que
es oportuno subrayar el hecho de
que durante los ltimos sesenta
aos del siglo XIX y a lo largo de
la primera mitad del XX, periodo
en que la medicina cientfica inici
y afianz las bases de sus grandes
avances hasta el da de hoy, fueron
sobre todo personas e instituciones
catlicas quienes se encargaron de
promover nuevas iniciativas de
acogida, acompaamiento y cuida-
dos a los moribundos.
En 1948, y tambin en el Reino
Unido, se constituy como organi-
zacin caritativa, la Marie Curie
Memorial Foundation cuyo objeti-
vo era asistir en su casa a los enfer-
mos de tumores incurables. En
1952, tras la experiencia acumula-
da en el seguimiento a domicilio
de ms de 7000 enfermos, se dio
carcter oficial a un programa de
cuidados continuados de enferme-
ra a domicilio y en nursing homes,
llamado Marie Curie Cancer Care.
El programa parta de la constata-
cin de que la asistencia al uso dis-
pensada a pacientes de enferme-
dad avanzada no satisfaca sus ne-
cesidades de control del dolor y de
otros sntomas, as como de apoyo
psico-social, espiritual, de infor-
macin y de otros tipos de comuni-
cacin, sin olvidar la ayuda reque-
rida por la familia.
6. Otros factores influyentes
en la gnesis de los
Cuidados Paliativos,
durante este periodo
El primero tiene que ver con la
concepcin de la finalidad de la
medicina, y el segundo se refiere a
la figura del enfermo dentro de di-
cha comprensin.
a. En pleno siglo XIX, y en ple-
na euforia cientfico-positivista,
dos mdicos franceses, Berard y
Glber, formulaban la misin fun-
damental de la medicina mediante
una frase que har fortuna un siglo
ms tarde: Guerir parfois, soula-
ger souvant, consoler toujours
(curar a veces, aliviar a menudo,
consolar siempre)
34
. Esta frmula
vena a relativizar y a poner lmites
a los aspectos puramente curativos
de la asistencia mdica, y abra de-
cididamente la puerta a los cuida-
dos.
b. En la segunda dcada del si-
glo XX surgi en Alemania la lla-
mada medicina antropolgica la
cual anunciaba, en expresin de
Viktor von Weizscker, la intro-
duccin del enfermo como sujeto
en la medicina y aportaba para ello
la elaboracin de una patologa
resueltamente antropolgica, o
biogrfica. Era la obra de von
Weizscker y de sus colaboradores
y discpulos
35
. Se trata de otro pre-
cedente y ste desde el seno de la
medicina cientfica y acadmica
de la inclusin de los aspectos ps-
quicos y espirituales en la asisten-
cia al enfermo, as como de los
cuidados requeridos para tales me-
nesteres.
III. LABREVE HISTORIA
DE LOS CUIDADOS
PALIATIVOS
1. La obra de Cicely Saunders
y E. Kbler-Ross
Durante las dcadas de los aos
sesenta y setenta del siglo XX, es-
tas dos mujeres que anan en su
persona la investigacin clnica y
la condicin de cristianas, atraje-
ron la atencin del mundo sanita-
rio y de la opinin pblica general
sobre la importancia de la asisten-
cia al morir, y reclamaron la inte-
gracin de la atencin espiritual y
religiosa en dicha asistencia.
a. En Julio de 1967, Cicely
Saunders fund en Londres el St.
Christophers Hospice, que se
convirti a partir de entonces en el
centro promotor de una nueva for-
ma de comprender y asistir a los
enfermos terminales: los Cuidados
Paliativos
36
. Haba iniciado su
contacto con los enfermos termi-
nales en el periodo de 1941 a 1958,
trabajando como voluntaria en la
St Lukes Home for the Dying Po-
or, una casa para moribundos lle-
vada por religiosas en Bayswater,
Londres, y de all pas a trabajar
desde 1958 a 1967 en el St. Jo-
sephs Hospice de las Hermanas Ir-
landesas, tambin en Londres.
Cicely Saunders decidi dar esta
orientacin a su vida motivada por
su fe cristiana. Entendi que este
trabajo era una manera de agrade-
cer a Dios la conversin que en
1945 la llev a acercarse al Evan-
gelio. Adems, su encuentro y sus
conversaciones con David Tasma,
un judo polaco del gueto de Var-
sovia con un cncer inoperable, al
que ella comenz a atender profe-
sionalmente como trabajadora so-
cial en 1947, fue una de las in-
fluencias ms determinantes a la
hora de concebir lo que luego sera
el Hospice, un lugar intermedio
entre un hospital y un hogar. David
muri en 1948 y para entonces Ci-
cely Saunders ya saba a que tena
que dedicar por entero su vida en
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adelante. En la Declaracin Fun-
dacional del St. Christophers
Hospice puede leerse: El St. Chris-
tophers Hospice est basado en
la fe cristiana en Dios, a travs de
Cristo. Su objetivo es expresar el
amor de Dios a todo el que llega, y
de todas las maneras posibles: en
la destreza de la enfermera y los
cuidados mdicos, en el uso de to-
dos los conocimientos cientficos
para aliviar el sufrimiento y el ma-
lestar, en la simpata y entendi-
miento personal, con respeto a la
dignidad de cada persona como
hombre que es, apreciada por
Dios y por los hombres. Sin barre-
ras de raza, color clase, o credo
37
.
A finales de los setenta fue pu-
blicado el libro Cuidados de la en-
fermedad maligna terminal, dirigi-
do por C. Saunders
38
, que tambin
public en 1978 el artculo titulado
Hospice Care, en el American
Journal of Medicine. Por ltimo,
hay que resear la aportacin de
Cicely Saunders a la medicina pa-
tolgica y clnica del concepto de
dolor total (total pain) e, incluido
en l, el de dolor espiritual (spiri-
tual pain)
39
.
b. E. Kbler-Ross
40
public en
1969 el primero y el ms famoso
de todos sus libros: On Death and
Dying
41
. Fue el resultado de su
asistencia a los moribundos -direc-
ta y colocndose a su altura- y de
las investigaciones que realiz a
base de miles de entrevistas con
ellos en hospitales de New York,
Colorado y Chicago. E. Kbler-
Ross naci en Zurich en 1926 y
siempre estuvo interesada por el
mundo espiritual. Apartir de 1945,
su trabajo se centr en la muerte y
el morir, cuando se hizo miembro
del International Voluntary Servi-
ce for Peace, institucin que pres-
t ayuda a las comunidades destro-
zadas tras la Segunda Guerra
Mundial. Las mariposas que seran
el smbolo de la transformacin
hacia la belleza que, segn ella,
ocurra al tiempo de la muerte, las
descubri en el campo de concen-
tracin de Maidanek, grabadas en
las paredes del lugar donde los pri-
sioneros pasaban sus ltimas horas
de vida.
Despus de graduarse como m-
dico en la Universidad de Zurich,
en 1958, viaj a los Estados Uni-
dos y, al ver all los tratamientos
que se aplicaban en los hospitales
a los enfermos terminales, mani-
fest: Se les rehua y se abusaba
de ellos; nadie era sincero con
ellos. Ella, a diferencia de muchos
de sus colegas, se sentaba junto a
los enfermos terminales y les escu-
chaba. Al poco tiempo comenz a
dar charlas sobre esos enfermos y
a explicar que ellos le hablaban de
sus experiencias ms ntimas en
esa etapa terminal. Ms tarde es-
cribira: Mi objetivo era romper el
hbito profesional de negar a los
pacientes que manifestaran sus
asuntos ms ntimos.
Cuando en 1969 escribi On
Death and Dying los lectores en-
contraron que sus conclusiones
eran totalmente revolucionarias.
Su hermana Eva Bacher declar
que ella estaba muy orgullosa de
que su trabajo ayudara a implan-
tar el Hospice Movement en los
Estados Unidos. A lo largo de los
aos setenta dirigi cientos de ta-
lleres (workshops) y pronunci un
gran nmero de conferencias a
grupos reducidos de personas en
todo el mundo. Tambin tuvieron
aceptacin mundial las cinco eta-
pas psicolgicas del morir, que
describa en su libro. Y, a medida
que creca su influencia, combina-
ba la enseanza y el aprendizaje en
hospitales e instituciones mdicas.
A finales de los setenta asumi
la presidencia del Elisabeth K-
bler-Ross Center y del Shanti Ni-
laya Growth and Healing Center.
En los ochenta compr una granja
de 300 acres en Head Waters, Vir-
ginia, para convertirla en un centro
de sanacin y de talleres, y la lla-
m Healing Waters. Al mismo
tiempo dirigi su atencin a la
ayuda a los nios nacidos con SI-
DA, en un momento en que nadie
se ocupaba an de ellos.
Se jubil oficialmente en 1995,
y se retir a Arizona donde, a pesar
de que su cuerpo se iba debilitando
a causa de trastornos serios, y de
que un incendio destruy su casa y
sus enseres, sigui recibiendo a
cientos de visitantes de todo el
mundo. El 29 de Marzo de 1999
Time Magazine la nombr una de
las mentes ms grandes del siglo,
dentro de una lista de cien perso-
nalidades. Recibi ms de cien t-
tulos honoris causa de facultades y
universidades de Estados Unidos.
Con sus conferencias y escritos fue
la impulsora del cambio y el avan-
ce en asuntos tan importantes co-
mo los testamentos vitales, los cui-
dados a domicilio y, sobre todo, la
ayuda a los enfermos para que mu-
rieran con dignidad y respeto.
Al final de su vida, ella tambin
mir hacia adelante, hacia su pro-
pia muerte, sin miedo, queriendo
ser fiel a sus convicciones y di-
ciendo: Cuando mueres, la vida no
acaba sino que empieza. Muri la
tarde del martes 24 de Agosto de
2004, en Scottsdale, Arizona,
USA, rodeada de su familia y alle-
gados. Tena 78 aos.
Sus races cristianas las dej
bien patentes en su constante afn
por inculcar en los ministros pasto-
rales su visin sobre el morir y la
importancia de una buena asisten-
cia espiritual a los moribundos, as
como por su valoracin de la ora-
cin en todo ese proceso
42
.
2. Los Equipos de Asistencia
a Domicilio y las Unidades
hospitalarias de
Cuidados Paliativos
a. Desde 1970 se desarrollaron
en Inglaterra los equipos de aten-
cin a domicilio, los Home Care
Teams. Tal desarrollo se debi a dos
organizaciones caritativas (Cancer
charity): la Mac Millan Cancer Re-
lief Foundation y la Marie Curie
Cancer Care. En 1997 la primera
de ellas contaba con ms de 1.500
enfermeras y 160 mdicos, que
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
atendan a unos 16.000 enfermos
de cncer en equipos de Cuidados
Paliativos. En el mismo ao las en-
fermeras de la Marie Curie aten-
dieron a unos 20,000 enfermos de
cncer, un 40 % de todos los del
Reino Unido. Esta organizacin
dispone, adems, de 5,000 camas
en Hospices. Al poco tiempo, co-
menzaron tambin a desarrollarse
los Centros de Da y los Equipos de
Soporte Hospitalario.
En 1974 y en los Estados Unidos
se abri el Connecticut Hospice, y
en 1984 el modelo Hospice fue in-
corporado al sistema pblico de sa-
lud en los Estados Unidos (Medica-
re) el cual en 10 aos, hasta 1993,
creci hasta contar con 1290 esta-
blecimientos en todo el pas. Al ao
siguiente, en 1994, los servicios ti-
po Hospice atendieron a ms de
340,000 pacientes. Sin embargo, el
mayor desarrollo de los Cuidados
Paliativos en los Estados Unidos se
concret en los programas de aten-
cin a domicilio
43
.
b. En 1974, el Royal Victoria
Hospital de Montreal abri el pri-
mer Servicio de Cuidados Paliati-
vos, y fue all donde por primera
vez se us especficamente el tr-
mino paliativo para designar los
tratamientos no curativos, destina-
dos a los pacientes de enfermedad
avanzada, progresiva e incurable. A
partir de entonces comenzaron a
surgir en diversos pases Unidades
de Cuidados Paliativos, de las que a
continuacin menciono slo algn
ejemplo.
En 1982 inici su andadura la
primera Unidad de Cuidados Palia-
tivos de Espaa, en el hospital
Marqus de Valdecilla, de Santan-
der, promovida por el Dr. Jaime
Sanz Ortiz. La Unidad fue recono-
cida como tal por la Sanidad pbli-
ca en 1987. En ese mismo ao na-
ci la segunda Unidad de Cuidados
Paliativos en el hospital de la Santa
Creu, de Vic
44
, Barcelona. Casi al
mismo tiempo se abri otra Unidad
en el hospital El Sabinal, de Gran
Canaria, dirigida por el Dr. Marcos
Gmez, que fue tambin el primer
gran impulsor de la formacin de
los profesionales sanitarios en Cui-
dados Paliativos en la Espaa de
entonces y posterior.
Tambin en 1987 surgi en Fran-
cia la primera Unidad de Cuidados
Paliativos, en el Hopital Saint-Mi-
chel (Institute Mutualiste de Mont-
souris). Doce aos ms tarde, en
1999, una ley del 9 de Junio dio ca-
rcter oficial a los Cuidados Paliati-
vos y estableci que toute personne
malade dont ltat le requiert a le
droit daccder des soins pallia-
tifs et un accompagnement.
3. El reconocimiento y
apoyo institucional
a los Cuidados Paliativos
a. En 1973 se constituy la Inter-
national Association for the Study
of Pain (IASP) con el objetivo fun-
damental de fomentar la investiga-
cin sobre el dolor y de mejorar el
tratamiento de los pacientes con
problemas serios de dolor. La Aso-
ciacin est abierta a cientficos,
mdicos, dentistas, psiclogos, en-
fermeras, fisioterapeutas y otros
profesionales de la salud compro-
metidos en la investigacin sobre el
dolor, o sobre su diagnstico y tra-
tamiento. En la actualidad cuenta
con ms de 6.500 miembros perte-
necientes a 170 pases
45
. El control
sintomtico del dolor crnico ma-
ligno en los enfermos terminales
recibi un gran impulso desde la
creacin de la IASP.
b. En 1986 la OMS public el
documento Cancer Pain Relief,
destinado a servir de gua en los tra-
tamientos antilgicos de los enfer-
mos cancerosos, haciendo especial
hincapi en el uso de frmacos y, en
concreto, de opioides para aliviar o
eliminar el dolor
46
.
c. En 1987 la Medicina Paliativa
fue establecida como especialidad
acadmica y materia obligatoria en
el Reino Unido. Posteriormente
tambin ha sido admitida como es-
pecialidad en Canad, Australia y
Polonia.
d. En 1988 se constituy la Eu-
ropean Association for Palliative
Care (EAPC) y en 1990 celebr en
Pars su primer congreso. Impulsor
principal de la misma fue el Dr. Vit-
torio Ventafrida, que desde finales
de los setenta vena promoviendo
en Miln los tratamientos contra el
dolor, aunque en la fundacin de la
Asociacin concurrieron tambin
profesionales de toda Europa
47
. El
Consejo de Europa la reconoci co-
mo ONG en 1998. Hoy la EAPC
alberga en su seno a miembros de
40 pases de todo el mundo y a 20
Asociaciones nacionales de pases
europeos, que representan a unos
50,000 profesionales y voluntarios
comprometidos en Cuidados Palia-
tivos
48
.
e. En 1991 la OMS public el do-
cumento Cancer Pain Relief and
Palliative Care y, basndose en l,
el Subcomit de Cuidados Paliati-
vos, del programa Europa contra el
Cncer, promovido por la Comi-
sin de las Comunidades Europeas,
elabor la definicin de los Cuida-
dos Paliativos ya citada (Cf. I. 3).
f. En 1992 se constituy en Gran
Bretaa el National Council for
Hospice and Palliative Care.
g. En diciembre de 2000 el Siste-
ma Nacional de Salud de Espaa
aprob el Plan Nacional de Cuida-
dos Paliativos. Espaa es actual-
mente, despus del Reino Unido, el
pas europeo con mayor desarrollo
de los Cuidados Paliativos
49
.
4. Otros acontecimientos
influyentes en la gnesis
y desarrollo de los
Cuidados Paliativos
a. En 1976, Ivan Illich public
su libro LIMITS TO MEDICINE.
Medical Nemesis: The Expropria-
tion of Health
50
. Inclua dos captu-
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los, The Killing of the Pain y De-
ath against death, cuya lectura
contribuy enormemente a huma-
nizar la visin del dolor clnico y
del morir en los ambientes mdi-
cos.
b. En 1982 apareci el libro de
Carol Gilligan In a Different Voi-
ce: Psychological Theory and Wo-
mens Development
51
, que trataba
del cuidar y del cuidado desde la
perspectiva del desarrollo moral
de la mujer y, a lo largo de los aos
80 e incluso de los 90, surgi rpi-
damente a su sombra una tica de
cuidar y de los cuidados.
c. En 1992 sali la primera edi-
cin del Catecismo de la Iglesia
Catlica, que dice en su n 2279:
Los cuidados paliativos constitu-
yen una forma privilegiada de la
caridad desinteresada. Por esta
razn deben ser alentados.
d. En 1993 apareci tambin la
primera edicin del Oxford Text-
book of Palliative Medicine, pri-
mer manual acadmico e interdis-
ciplinar sobre esta nueva discipli-
na y rama asistencial
52
.
e. Tambin en 1993, el Dr. Sher-
win B. Nuland, profesor de ciruga
e historia de la medicina en la Uni-
versidad de Yale, public el libro
How We Die: Reflections on Lifes
Final Chapter
53
en el que el autor
describe, a travs de una serie de
relatos basados en las historias cl-
nicas de diversos enfermos, los as-
pectos biolgicos, psquicos, so-
ciales y espirituales de aquellos, a
medida que iban entrando en el
proceso del morir. Su influencia al
respecto ha sido tambin muy
grande.
5. La Iglesia Catlica
y los Cuidados Paliativos
En este apartado voy a ceirme,
a ttulo de ejemplo, a la actuacin
de la Iglesia en Espaa, pues es la
que obviamente conozco mejor.
a. En Septiembre de 1989, la
Conferencia Episcopal Espaola
aprob el Plan de accin sobre la
Eutanasia y la ayuda a Bien Morir,
presentado por el Departamento de
Pastoral de la Salud
54
. En l se ins-
ta a informar sobre la medicina
paliativa (1.2.3), al desarrollo de
programas de asistencia integral
al enfermo terminal en su domici-
lio (4.1.3), a la elaboracin de un
protocolo para la asistencia al en-
fermo terminal (4.1.5), a la recon-
versin de centros de la Iglesia pa-
ra atender a los enfermos termina-
les (4.2.1), a promover experien-
cias piloto de asistencia a enfer-
mos terminales (4.2.3) y a apoyar
y suscitar la creacin de asocia-
ciones de medicina paliativa o de
cuidados paliativos (4.3). Tambin
se insta a la difusin del Testamen-
to vital como medio de evangeliza-
cin para promover la buena
muerte entre los cristianos
55
.
b. En 1991 se cre la Comisin
Pastoral de Cuidados Paliativos
dentro del Departamento de Pasto-
ral de la Salud, de la Conferencia
Episcopal Espaola. La Comisin
ha organizado varias Jornadas Na-
cionales, dirigidas a profesionales
sanitarios y ministros pastorales,
para dar a conocer los Cuidados
Paliativos y, dentro de ellos, la n-
dole de la asistencia espiritual y re-
ligiosa que debe integrarse en
ellos.
c. En ese mismo ao surgi en
Madrid el primer programa de
asistencia a domicilio de enfermos
terminales, inspirado en la filoso-
fa y praxis de los Cuidados Palia-
tivos, por iniciativa de la Delega-
cin de Pastoral de la Salud de
Madrid, y la ayuda de los
PRO.SA.C. (Profesionales Sanita-
rios Cristianos) vinculados a ella
56
.
d. En Abril de 2002, el Hospital
San Juan de Dios de Pamplona,
Navarra, Espaa, recibi el encar-
go del gobierno autonmico de
asesorarle en los Cuidados Paliati-
vos dirigidos a todos los centros de
salud de esa Comunidad Autno-
ma. La Orden Hospitalaria de San
Juan de Dios ha creado a lo largo
de los aos noventa una red de
Unidades de Cuidados Paliativos,
entre las que figura la primera de-
dicada en Espaa a los Cuidados
Paliativos peditricos, que se en-
cuentra ubicada en el Hospital
Sant Joan de Deu de Espluges,
Barcelona. En menor medida tam-
bin han promovido dichas Unida-
des los Religiosos Camilos.
IV. AMODO DE
CONCLUSIN
Con el presente trabajo me he
propuesto mostrar que no es posi-
ble explicar la gnesis y el desarro-
llo actual de los Cuidados Paliati-
vos sin tomar como referencia de-
cisiva e imprescindible la Tradicin
histrica de la Iglesia Catlica y,
dentro de ella, la Pastoral de la Sa-
lud. He pretendido mostrar que las
races y antecedentes histricos de
los Cuidados Paliativos hay que
buscarlos sobre todo, aunque no
exclusivamente, en el seno del
Cristianismo y, ms concretamente,
del Catolicismo. Al final de mi ex-
posicin, y tras repasar todo lo que
antecede, creo haber dado razn su-
ficiente de mi tesis inicial.
Slo me queda por aadir que la
historia asistencial del Cristianismo
tiene su punto de partida en la figu-
ra del Buen Samaritano, mxima
expresin de la caridad operativa
hacia los enfermos y menesterosos.
Jess describi al Buen Samaritano
en el evangelio de Lucas (10, 29-
37) como cuidador
57
y promotor de
cuidados
58
, y en esta descripcin la
Tradicin cristiana ha ido viendo
cada vez ms claramente que la
(epimleia), el cuidado
solcito, es la traduccin prctica
del amor curativo, aliviador y con-
solador que Dios ha querido y quie-
re transmitir a todos los heridos en
el camino de la vida, y a quienes se
encuentran ante su desenlace. Re-
corriendo hacia atrs las reseas
histricas que he ido enumerando,
Jesucristo, en tanto que Buen Sa-
maritano, surge como la Piedra an-
gular en la historia de los Cuidados
sanitarios. Sobre esta piedra angu-
lar la Tradicin asistencial cristiana
ha ido construyendo a lo largo de
los siglos las diversas etapas en el
camino que ha desembocado en los
Cuidados Paliativos actuales.
Para m la conclusin es clara:
por fidelidad a Dios, revelado en
Jesucristo y manifestado por su Es-
pritu en la historia cristiana de la
asistencia a bien morir, y por fideli-
dad a la Iglesia de nuestros antece-
sores hasta hoy, la contribucin de
la Pastoral de la Salud y, desde ella,
la de todos los catlicos al desarro-
llo de un arte de bien morir y de
ayudar a bien morir, a la altura de
las exigencias que plantea tal em-
presa en los comienzos del tercer
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
milenio, es un reto de primera mag-
nitud.
Adems, en mi opinin no existe
en la actualidad una disciplina ni
una rama de la asistencia sanitaria
tan afn al pensamiento y a la sensi-
bilidad del Catolicismo, ni tan
acorde con su Credo y Tradicin vi-
va como la Medicina y los Cuida-
dos Paliativos. Seguir aportando a
sus races y a su joven tronco la sa-
via contenida en la Tradicin teol-
gica y pastoral de la Iglesia respec-
to del morir, a travs de esa forma
de comunin deliberativa y asisten-
cial que es hoy la interdisciplinarie-
dad, no es ms que seguir transmi-
tiendo y abriendo cauces operati-
vos a la conviccin de San Pablo:
Si morimos con Cristo, viviremos
con l (2 Tim 2, 11).
P. JESS CONDE HERRANZ
Director de la Pastoral sanitaria
de la dicesis de Madrid
Espaa
Notas
1
Para una mayor informacin sobre la mis-
ma, entrar en su pgina web: www.secpal.com.
2
Hay, eso s, numerosos estudios monogr-
ficos tan concretos como precisos sobre la apa-
ricin y el desarrollo consiguiente de los Cui-
dados Paliativos en un nmero creciente de pa-
ses del mundo. Basta para cerciorarse de ellos
acudir a la bibliografa escrita en las publica-
ciones especializadas, o en las numerosas pgi-
nas web correspondientes que ofrece el ciber-
espacio.
3
Un breve estudio histrico aclaratorio de
lo que es la Pastoral de la Salud a lo largo de to-
da la Tradicin cristiana, lo ofrezco en estos
trabajos: La aportacin de la Iglesia a la Sani-
dad desde el Evangelio y su propia Tradicin,
Labor Hospitalaria, 223, Enero-Marzo 1992, p.
69-77; Pastoral de la Salud, en Nuevo Diccio-
nario de Pastoral, San Pablo 2002, p. 1084-
1096; La Pastoral y la Pastoral de la Salud, en
J. Conde Herranz: Introduccin a la Pastoral
de la Salud, San Pablo 2004, p. 7-40.
4
Technical Report Series 804. World He-
alth Organization, 1990. Tomo la referencia de
D. Doyle y otros: Oxford Textbook of Palliati-
ve Medicine, Oxford University Press 1993, p.
3, donde se citan los dos prrafos del docu-
mento que inspiraron en su da esta definicin.
La OMS tiene una definicin ms detallada de
los Cuidados Paliativos, que puede encontrar-
se en la pgina web: www.who.int/ cancer/pa-
lliative/definition/en.
5
Cf. De arte, L. VI, 4-6.
6
Del sustantivo griego (tij), azar,
acaso, suerte, fortuna buena o mala, ...
7
Del sustrantivo griego (annke),
fuerza, necesidad, coaccin, violencia, ... fata-
lidad, destino ...
8
Una excelente exposicin de este punto
puede encontrarse en PEDRO LAN ENTRALGO:
La relacin mdico-enfermo en la Grecia cl-
sica, dentro del libro La relacin mdico-en-
fermo, Alianza Ed. Madrid 1983, p.
58s.70s.83. 155-158.
9
Gayo Julio Higinio fue un escritor latino,
de origen hispano, que lleg a Roma como es-
clavo. Augusto le emancip y le nombr bi-
bliotecario. Escribi, entre otras obras, un Li-
bro de Fbulas, que contiene la de Cura (n.
202). Muri el ao 17 d. C.
10
Filsofos posteriores en la historia de Oc-
cidente, como Sren Kierkegaard y Martn
Heidegger, y literatos como J. W. Goethe, han
ahondado en esta intuicin del mito de Cura y
le han dado un rango existencial y ontolgico
fundamental.
11
Las observaciones contenidas en este
apartado las he tomado de mi trabajo El proce-
so de morir en la interculturalidad: el punto de
vista catlico, Labor Hospitalaria, 268, Abril-
Junio 2003, p. 15-20.
12
Death, the final stage of growth, Ed. Pren-
tice-Hall, Englewod Cliffs, N.J 1975.
13
En concreto, la alusin a la presencia jun-
to a Jess moribundo en la cruz de la Virgen
Mara, de Mara la de Cleofs y Mara Magda-
lena, as como de Juan (19, 25-27).
14
Cf. On Death and Dying, Ed. Mac Millan,
Toronto 1969.
15
Atestiguada en numerosos textos de sus
cartas, por ejemplo, en 2 Tim 2, 11: Si hemos
muerto con l, viviremos con l (tambin Rom
6, 4s; 8, 17; Flp 3, 10; ...).
16
cf. P. LAN ENTRALGO: El cristianismo
primitivo y la relacin mdica, en o. c. p. 129.
17
LAN: l. c. p. 132.
18
Attulo de ejemplo de las numerosas refe-
rencias bibliogrficas al respecto, cabe citar las
que ofrece el Oxford Tex-tbook of Palliative
Medicine (ver el prlogo (Foreword) escrito
por C. Saunders y las references correspon-
dientes), p. v-viii, as como las contenidas en la
Historia de los Cuidados Paliativos que ofrece
la pgina web de la Sociedad Espaola de Cui-
dados Paliativos (cf. nota 2).
19
La primera de la que se tiene noticia do-
cumental fue fundada por el Papa Cleto, tercer
sucesor de San Pedro en la sede de Roma, el
ao 73. Sobre el nacimiento y desarrollo de los
xenodocoi cristianos, ver J. LVAREZ GMEZ: Y
L LOS CUR... (Mt 15, 30). Historia e iden-
tidad evanglica de la accin sanitaria de la
Iglesia, Publicaciones Claretianas, Madrid
1996, p. 27-40; D. CASERA: Chiesa e Salute.
Lazione della Chiesa in favore della salute,
Ed. Ancora, Milano 1991, p. 25-43; J. Conde ...
(los tres trabajos citados en la nota 4).
20
El primero de ellos, y el ms emblemtico
en la antigedad fue la ciudad hospitalaria
fundada hacia el ao 370 por San Basilio en
Cesarea de Capadocia. Por lo que respecta a
Roma, se considera que el primer gran hospital
fue fundado en la Urbe el ao 400 d. C. por Fa-
biola, una matrona discpula de San Jernimo.
21
En el monacato occidental a partir de San
Benito de Nursia. A ttulo de ejemplo, cabe de-
cir que se conserva el plano arquitectnico del
monasterio de San Gall, en Suiza, donde apare-
ce claramente el lugar destinado al infirma-
rium.
22
Cf. CENTENO Y P. ARNILLAS: Historia de
los Cuidados Paliativos y del Movimiento Hos-
pice, en la pgina web: www.secpal.com.
23
Su pontificado se extendi desde el ao
590 al 604. En la Regula Pastoralis ense que
el gua de las almas debe ser un prjimo com-
pasivo de todos, un observador perspicaz, aten-
to y discernidor como el mdico del cuerpo.
24
Sobre la ndole bblica, teolgica, pastoral
y teraputica del consuelo en clave cristiana,
ver las pginas dedicadas a l en mi trabajo Su-
frimiento, publicado en 10 Palabras clave en
Humanizar la Sanidad, Ed. Verbo Divino, Es-
tella 2002, p. 312-316, 330-333, 336s.
25
A ttulo de ejemplo, cito estos prrafos de
W. T. Reich: El cuidado de las almas es el tra-
tamiento sanador de las personas en aquellos
aspectos que van ms all de los requerimien-
tos de la vida fsica, hacia la consecucin de la
salud de la personalidad ... Por eso, cuando
hablamos hoy del cuidado de toda la persona,
estamos hablando de algo comparable a la
idea antigua de la cura animarum ... El primer
mensaje que transmite la cura animarum es
que hay una jerarqua invariable de valores
segn la cual los humanos eligen cuidar y, en-
tre esos valores, el cuidar el espritu ha de ser
un valor preeminente (History of the notion of
Care, en Encyclopedia of Bioethics, ed. digital,
1995.
26
LAN: Historia de la Medicina, Ed. Salvat,
Barcelona 1978, p. 239 s.
27
Sobre Jean de Gerson ver, por ejemplo, E.
VILANOVA: Historia de la Teologa Cristiana,
I, Ed. Herder, Barcelona 1987, p. 997-1004.
28
Hoy sobreviven an unos 300 manuscri-
tos sobre el Ars moriendi, junto con unos cien
incunables los cuales incluyen, a su vez, libros
escritos en grabados de madera y en ediciones
impresas con tipos de letra mviles. La prime-
ra edicin en madera apareci en 1465, y el he-
cho de que en torno a un 20 % de todos los li-
bros de esa clase traten sobre el Ars moriendi
es suficientemente ilustrativo de la importancia
extraordinaria de este subgnero literario al fi-
nal del Medievo y en los comienzos del pensa-
miento moderno. Tanto en su formato de ma-
dera como en el impreso esos ejemplares estn
escritos unos en latn y otros en siete lenguas
vernculas. Sus impactantes ilustraciones del
lecho de muerte rodeado de seres celestiales e
infernales extendieron el impacto de estas pe-
queas obras populares ms all del mbito li-
terario (Cf. MARY CATHARINE OCONNOR: The
Art of Dying Well: The Development of the Ars
Moriendi. New York: Columbia University
Press, 1942).
29
Sobre la pervivencia de las Artes morien-
di en la Espaa del siglo XVI, cf. ANNIMO:
Arte de bien morir y Breve confesionario, edi-
cin de F. Gago Jover, Ed. Medio Maraved
1999; Artes de bien morir. Ars moriendi de la
Edad Media y del Siglo de Oro, edicin de A.
Rey Hazas, Ed. Lengua de Trapo, Madrid
2003.
30
En realidad, la Association fue fundada en
1843.
31
Cf. C. CENTENO Y P. ARNILLAS: Historia de
los Cuidados Paliativos... (www.secpal.com).
32
Su ejemplo de amor a los enfermos fue
imitado por los protestantes un siglo ms tar-
de, cuando en Prusia surge la Fundacin Kai-
serwerth, que se considera como el primer
hospice protestante (C. CENTENO Y P. ARNI-
LLAS: Historia ...).
33
Desde 1971 se llama Maison Medicale Je-
anne Garnier, y hoy sigue siendo una presti-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
giosa institucin dedicada al tratamiento palia-
tivo de enfermos con cncer en fase avanzada.
Hoy se encuentra ubicada en el 106 Avenue
Emil Zola (75015-Pars). Para una mayor in-
formacin sobre la Maison Medicale y la Asso-
ciation des Dames du Calvaire, consultar la
pgina web: www.jeanne-garnier.org.
34
Cf. P. LAN: La relacin ... p. 197. Esta
sentencia suele ser atribuida al periodo hipo-
crtico, pero no hay constancia documental
clara y fija que lo corrobore. Al menos, yo no
la he encontrado.
35
En 1928, Ludwig von Krehl, en una con-
ferencia titulada Forma de la enfermedad y
personalidad, propugn la necesidad de ir ha-
cia una medicina basada simultneamente en
las ciencias de la naturaleza (Naturwissen-
chaften) y en las ciencias del espritu (Geist-
wissenchaften). Krehl fue el fundador de la lla-
mada Escuela de Heidelberg a la que pertene-
cieron tambin Rudolf Siebeck y el mismo von
Weizscker. Para todas estas referencias, cf. P.
Lan: Historia ... p. 636.658s; La relacin ... p.
231.
36
Aunque entonces no se conocan an con
este nombre. Hablando con precisin, lo que se
inicia con la fundacin del S. Christophers es
el Hospice Movement. El nombre de Cuidados
Paliativos surgi, como se ver ms adelante,
en el Royal Victoria Hospital de Montreal, Ca-
nad, siete aos despus (Cf. III, 2, b).
37
Texto citado de C. CENTENO Y P. ARNI-
LLAS: Historia de los Cuidados ... (l. c.). Cicely
Saunders tambin ha manifestado sus convic-
ciones cristianas en otros muchos lugares y
ocasiones, por ejemplo, en una entrevista pu-
blicada en Diario Mdico, el 18 de Noviembre
de 2002.
38
Cf. C.M. SAUNDERS (ed.): Cuidados de la
enfermedad terminal maligna, Ed. Salvat, Bar-
celona 1980. Este libro contiene un artculo de
la propia C. Saunders titulado La filosofa del
cuidado terminal (p. 259-272).
39
Cf. C. SAUNDERS: The Hospice Move-
ment. Providing compasionate and competent
care for the dying, en CONTACT, n 122, Oc-
tubre de 1991.
40
Los datos sobre E. Kbler-Ross estn to-
mados de la pgina web www.elisabethkuble-
rross.com, as como de las dos entrevistas que
le hizo la revista Labor Hospitalaria (N. 212,
Abril-Junio 1989, p. 106-111; n 225-26, Julio-
Diciembre 1992, p. 258-261.
41
Cf. referencia bibliogrfica en la nota 12.
La traduccin a la lengua espaola lleva por t-
tulo Sobre la muerte y los moribundos, y va por
la octava edicin. Ed. Martnez Roca, 1976. El
libro ha sido traducido a 28 lenguas. E. Kbler-
Ross es autora de otros veinte libros, todos
ellos en torno a la muerte y el morir.
42
Como muestra basta ver la Prayer for He-
alers, versin acomodada de la oracin de San
Francisco de Ass por la paz, que E. Kbler-
Ross incluy al principio de su libro ya citado
antes: Death, the final stage ...
43
En la actualidad hay unos 2.400 de estos
programas en USA.
44
Dentro del programa Vida als anys, pro-
movido por el Dr. X. Gmez i Batiste y sus co-
laboradores.
45
Para ms informacin, consultar su pgina
web: www.iasppain.org.
46
En 1996 sali una segunda edicin, a la
que iba incorporada una gua para la obten-
cin de opioides (a guide to opioid availabi-
lity).
47
Otra figura de destacado relieve en el de-
sarrollo de los Cuidados Paliativos en Italia es
el Dr. Franco de Conno, tambin ponente en
esta Conferencia Internacional.
48
Para ms informacin sobre la EAPC, cf.
su pgina web: www.eapcnet.org.
49
Por entonces estaban censados en Espaa
208 programas especficos de Cuidados Palia-
tivos. En el ao 2004 ms de 17,000 enfermos
en fase terminal son atendidos en sus casas por
equipos de Cuidados Paliativos en sus ltimas
semanas de vida, y ms de otros 20,000 pa-
cientes pasan al ao por una Unidad hospitala-
ria.
50
Cito la edicin en libro de bolsillo (paper-
back) de Penguin Books / Pelican Books 1976.
51
Harvard University Press, Cambridge,
Massachusset.
52
Prologado por Cicely Saunders, es una
obra que contiene los trabajos de 103 especia-
listas, coeditada por D. Doyle, G. W. C. Hanks
y N. MacDonald (Oxford Medical Publica-
tions, 2 ed.1995).
53
La edicin en lengua espaola lleva por t-
tulo Cmo morimos. Reflexiones sobre el lti-
mo captulo de la vida (Alianza ed. Madrid
1995).
54
Cf. Departamento de Pastoral de la Salud:
25 aos de Pastoral de la Salud en Espaa. Me-
moria de un largo camino, Edice 1999, p. 75-
80.
55
El Testamento Vital fue publicado por la
Conferencia Episcopal en Marzo de 1990 y,
desde entonces, se ha distribuido casi un milln
de ejemplares del mismo.
56
Su modus operandi qued reflejado en un
libro publicado por los promotores del progra-
ma con el ttulo ASISTENCIAADOMICILIO
DE ENFERMOS TERMINALES. Manual pa-
ra el voluntariado y los familiares, Ed. PPC,
1992.
57
Cf. v. 34: ... y le cuid (curam eius egit;
).
58
Cf. v. 35.37: Cuida de l (Curam illius ha-
be, Epimelhqhti autou) ... Anda y haz t lo mis-
mo (Vade, et tu fac similiter;
).
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64
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
La temtica que me propongo
abordar a continuacin se refiere a
los cuidados paliativos a la luz de
la Muerte y Resurreccin del Seor,
la cual me ofrece la oportunidad pa-
ra mostrar que nicamente a la luz
del sentido cristiano del dolor, del
sufrimiento y de la muerte, es posi-
ble comprender y acoger una reali-
dad humana que, para muchos de
nuestros contemporneos, constitu-
ye no slo una experiencia sin sen-
tido, sino un enigma o un laberinto
en la plena acepcin de esos trmi-
nos.
Desde el punto de vista de la re-
velacin cristiana, la Iglesia tiene la
responsabilidad de aportar su pro-
pia contribucin para la adecuada
comprensin de todas las realidades
humanas, especialmente de aque-
llas que, por ser situaciones lmites,
desafan la nocin que las antropo-
logas emergentes del nuevo mile-
nio sostienen, basadas nicamente
en conceptos de eficiencia y pro-
ductividad. La cultura de la muerte,
que el Papa Juan Pablo ha descrito
de tantas formas en esta ltima d-
cada, ve en los enfermos, especial-
mente en los que no tienen esperan-
za de sanar de una determinada en-
fermedad que les aqueja, un estorbo
y una carga innecesaria a la socie-
dad. Los cristianos, en cambio, de-
bemos proclamar el Evangelio de la
vida, especialmente en aquellas si-
tuaciones en las que los ms dbiles
son incapaces de defender por s
mismos sus derechos y pueden con-
vertirse en autnticas vctimas de
otros seres humanos. Espero poder
mostrar, con las reflexiones que
comparto con ustedes a continua-
cin, que la luz que surge del Miste-
rio Pascual de Cristo nuestro Seor,
puede iluminar apropiadamente la
situacin existencial de tantos her-
manos y hermanas que, puestos de-
lante de la enfermedad, esperan
aquellos gestos que les permitan vi-
vir los ltimos das de su vida con la
dignidad que poseen como perso-
nas e hijos de Dios.
La luz que irradia
el Misterio Pascual del Seor
Los que poseemos el don inmere-
cido de la fe cristiana sabemos con
certeza que el culmen de la Revela-
cin de Dios y de su infinito amor
por los hombres se sita en el
Misterio Pascual de Jesucristo
nuestro Seor. Cristo ofreci su Vi-
da y su Muerte paradjicamente
en un patbulo, el patbulo de la
Cruz por la salvacin de la huma-
nidad entera. Su sacrificio es un sa-
crificio eterno. Desde ese momen-
to, Cristo muerto en la Cruz ser,
con la fuerte expresin de San Pa-
blo, escndalo y locura para quien
no cree, pero fuerza y sabidura de
Dios para el creyente
1
.
Como los discpulos de Emas,
hemos de abrirnos a la Palabra de
Dios para comprender el sentido de
la muerte del Seor. En su dilogo
con Nicodemo Jess le dir esas
palabras, en la que seguramente
ese Maestro de Israel profundizar
ms adelante: Porque tanto am
Dios al mundo, que dio a su Hijo
Unignito, para que todo el que
cree en l no perezca, sino que ten-
ga vida eterna
2
. El mismo Seor,
una vez resucitado, explica a los
discpulos de Emas: No era ne-
cesario oportuit! que el Cristo
padeciera eso para entrar as en su
Gloria?
3
Y de cara a nosotros los
hombres y mujeres de todos los
tiempos, el sentido de la oblacin
de Cristo al Padre, nos lo grabar a
fuego el Apstol: Cristo muri por
nuestros pecados, conforme a las
Escrituras
4
y, como dir el discpu-
lo amado el nico de los Doce
presente al pie de la Cruz en esto
hemos conocido lo que es amor: en
que l dio su vida por nosotros, ya
que nadie escribir en su Evange-
lio, transcribiendo las palabras del
Seor tiene amor ms grande que
el que da la vida por sus amigos
5
.
Los textos anteriores nos ponen
delante de la realidad de que el
amor a todos nosotros pecadores
fue la causa verdadera de la Pasin
y la Muerte de Cristo. Por eso, en la
catequesis cristiana especialmen-
te ante el misterio del sufrimiento
fsico y espiritual y de la muerte ,
hemos de proclamar a Cristo cruci-
ficado
6
y con palabras del profeta
Isaas ensear a volver la mirada
hacia Cristo traspasado por nues-
tras iniquidades y molido por nues-
tros pecados
7
. Esa verdad es el n-
cleo de lo que podramos llamar el
acercamiento dialogante y el acom-
paamiento verdadero a los enfer-
mos y a todos lo que sufren, de ma-
nera especial a los moribundos,
conscientes que slo en la Pasin y
en la Muerte de Cristo y en su glo-
riosa Resurreccin, como veremos
ms adelante se puede encontrar
un por qu a esos compaeros dra-
mticos e inseparables de la condi-
cin humana.
Por Cristo y en Cristo, dirn los
padres conciliares en la Gaudium et
Spes, se ilumina el enigma del dolor
y de la muerte, que fuera del Evan-
gelio nos envuelve en absoluta os-
curidad. No slo oscuridad, sino
desesperacin, como aade el texto
conciliar: cuando falta ese funda-
mento divino y esa esperanza de la
vida eterna, la dignidad humana
sufre lesiones gravsimas y los enig-
mas de la vida y de la muerte, de la
culpa y del dolor, quedan sin solu-
cionar, llevando no raramente al
hombre a la desesperacin
8
.
En otras palabras, el sentido ple-
no y ltimo del dolor y de la muer-
te slo se puede encontrar a la luz
de la fe, ya que como testimonia
San Pedro, antes de ser confirmado
RODOLFO QUEZADA TORUO
2. Los cuidados paliativos a luz de la muerte
y la resurreccin del Seor
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en la fe la razn humana se es-
candaliza ante la posibilidad, en los
planes de Dios, del sufrimiento y
de la muerte, por lo que l mereci
esa seria reprimenda del Seor, qui-
zs la ms fuerte que encontramos
en el Evangelio: aprtate de mi
Satans! (...) porque tus pensa-
mientos no son los de Dios, sino de
los de los hombres
9
.
Su Santidad Juan Pablo II ha re-
cogido la sabidura cristiana de si-
glos la Sabidura de la Cruz!
en la Encclica Fides et ratio. Dice
el Papa: En el Nuevo Testamento,
especialmente en las cartas de San
Pablo, hay un dato que sobresale
con mucha claridad: la contraposi-
cin entre la sabidura de este
mundo y la de Dios, revelada por
Jesucristo (...) El Hijo de Dios cru-
cificado es el acontecimiento hist-
rico contra el cual se estrella todo
intento de la mente de construir, so-
bre argumentaciones solamente
humanas, una justificacin sufi-
ciente del sentido de la existencia.
El punto central que desafa toda
filosofa, es la muerte de Jesucristo
en la cruz. En este punto todo in-
tento de reducir el plan salvador
del Padre a pura lgica humana
est destinado al fracaso. Donde
est el sabio? Donde el docto?
Donde el sofista de este mundo?
(1 Co 1,20) se pregunta con nfasis
el Apstol (...) El hombre no logra
comprender cmo la muerte pueda
ser fuente de vida y de amor, pero
Dios ha elegido para revelar el
misterio de su designio de salva-
cin precisamente lo que la razn
considera locura y escndalo
(...) La sabidura de la Cruz, pues,
supera todo lmite cultural que se
la quiera imponer y obliga a abrir-
se a la universalidad de la verdad,
de la que es portadora
10
.
En el cuidado de los enfermos y
de los que sufren, as como en
cualquier otra realidad humana,
no podemos olvidar que el fin de
nuestra vida de cristianos es iden-
tificarnos con Cristo y que todos
de una manera u otra somos o
seremos partcipes de su Pasin y
de su Muerte y tambin! de su
Resurreccin. Del costado abierto
de Cristo crucificado, repetan los
antiguos maestros, manan la Igle-
sia y los Sacramentos y, como
consecuencia, caudales de gracia
para hacer frente con serenidad
a cualquier circunstancia de nues-
tra vida, por difcil y dolorosa que
sea. Por eso, de una u otra manera,
el cristiano sabiendo que los ca-
minos de Dios son inescrutables
termina haciendo suyas las pala-
bras de San Pablo: Con Cristo es-
toy crucificado, y ya no vivo yo, si-
no que Cristo vive en m
11
.
Nos encontramos as con esa otra
dimensin trascendente del dolor y
de la muerte. Cristo al asumir la na-
turaleza humana menos en el pe-
cado quiso experimentar dolores
en su cuerpo y en su alma el can-
sancio, la fatiga, el llanto, el dolor y
los ha transformado en un precioso
medio para manifestar la obedien-
cia y el amor a la voluntad del Pa-
dre. El Seor no quiso suprimir del
horizonte de la vida humana el do-
lor, pero le ha suprimido el veneno,
sumamente letal y corrosivo, que lo
haca realmente temible y lo ha
convertido en increble instrumento
que nos permite padecer con l y
decir con san Pablo: ahora me ale-
gro por los padecimientos que so-
porto por vosotros, y completo lo
que falta a la Pasin de Cristo en
mi carne, a favor de su cuerpo, que
es la Iglesia
12
.
Estamos as ante el Salvifici Do-
loris, del que nos ha hablado larga-
mente con su Magisterio y con su
vida Juan Pablo II: Para percibir
la verdadera respuesta al por qu
del sufrimiento nos dice tene-
mos que volver nuestra mirada a la
revelacin del amor divino, fuente
ltima de todo lo existente. El amor
es tambin la fuente ms rica sobre
el sentido del sufrimiento que siem-
pre es un misterio
13
.
Pero no tenemos que olvidar nun-
ca que nuestra fe no cree nicamen-
te en la Pasin y Muerte del Seor,
como si all terminara todo. Cristo
resucit de entre los muertos. Desde
ese momento, Jesucristo es el vi-
viente; es el mismo ayer, hoy y
siempre. La verdad de que Cristo
vive es lo que transforma la existen-
cia humana. Sin esa verdad cual-
quier proyecto humano de servicio
a los dems, por noble que parezca,
termina naufragando. Ya no diga-
mos el cuidado a los enfermos, que
exige tanto cario y abnegacin.
La Resurreccin del Seor es la
verdad culminante de nuestra fe en
Cristo como la llama el Catecis-
mo de la Iglesia Catlica creda y
vivida por la primera comunidad
cristiana como verdad central,
transmitida como fundamental por
la Tradicin, establecida en los do-
cumentos del Nuevo Testamento,
predicada como parte esencial del
Misterio Pascual al mismo tiempo
que la Cruz
14
. Si no resucit Cristo,
vana es nuestra predicacin, vana
tambin la fe de ustedes, dir San
Pablo
15
. Yen el tema que nos ocupa,
vanos seran tambin nuestros in-
tentos de dar sentido a la enferme-
dad y a la muerte y a todo tipo de
sufrimiento.
Para un hombre que sufre, esta
verdad si se acepta y se vive con
profunda conviccin es ms ra-
diante que la luz del sol. La Resu-
rreccin de Cristo es fundamento de
nuestra Fe y de nuestra Esperanza,
que an en las situaciones ms dif-
ciles irradia nuestra existencia, con
luz y calor siempre nuevos.
Al considerar lo que ms necesi-
tan los enfermos, la respuesta no es
difcil: es la esperanza. Saber con
certeza que su vida por disminui-
da que parezca merece ser vivida,
que no hay clasificacin de los seres
humanos por mayor o menor cali-
dad de vida, que todos tienen un va-
lor sagrado y que vale la pena todo
su sufrimiento. No es una solucin
fatalista a lo inevitable, como tam-
bin ha dicho Juan Pablo II: La au-
tntica esperanza cristiana nada
tiene que ver con el fatalismo ni con
la fuga de la historia. Al contrario,
es estmulo para el empeo concre-
to, mirando a Cristo, Dios hecho
hombre, que nos abre el camino al
Cielo
16
.
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66
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Los cristianos sabemos con certe-
za que no tenemos aqu ciudad per-
manente, sino que vamos en busca
de la venidera
17
, pues estamos he-
chos para el Cielo
18
. Si se vive de
fe, todo tiene sentido. Naturalmen-
te, el estar hechos para el Cielo no
puede constituir para el cristiano
una excusa para desistir de las no-
bles tareas terrenas y del esfuerzo
por mejorarlas. Al contrario. Una
expresin muy concreta de ello pre-
cisamente son los cuidados paliati-
vos que nos ocupan en esta Confe-
rencia Internacional.
Si vivimos y transmitimos estas
verdades lograremos que la enfer-
medad y en concreto la enferme-
dad terminal constituya no slo
un desafo sino, en cierto modo, un
encuentro con Dios y una aventura
divina para quien la padece y para
quienes se encargan de ayudarle en
ese difcil trance.
La atencin espiritual:
componente esencial
de los cuidados paliativos
El enfermo, an en su fase termi-
nal, mantiene de forma absoluta la
sagrada dignidad que le correspon-
de en cuanto que es persona huma-
na y, por consiguiente, requiere una
atencin esmerada en todos los ni-
veles: mdico, social, psicolgico,
etc. Esta atencin se espera, de mo-
do especial, de su familia. No me
detengo en este aspecto que ser
tratado en otro momento dentro de
la temtica de esta Conferencia In-
ternacional.
En cambio, quisiera referirme, al
menos brevemente, a los cuidados
paliativos de orden espiritual. Los
cuidados espirituales que se le pue-
dan ofrecer al enfermo constituyen
no slo una necesidad sentida, sino
un derecho fundamental de todo en-
fermo, con la consiguiente respon-
sabilidad de quienes le atienden,
particularmente de quienes conoce-
mos como agentes de la pastoral de
la salud. Vale la pena insistir que no
se trata nicamente de ayudar en las
tareas que realizan los capellanes de
un hospital o centro asistencial, o de
otros sacerdotes catlicos que cola-
boren con ellos y de los ministros
de otras religiones, sino que deben
cooperar activamente con ellos, for-
mando un verdadero equipo de cui-
dados paliativos, en el cual la aten-
cin espiritual constituya una prio-
ridad.
Como ha escrito una autoridad
mundial en el campo de la Enfer-
mera, El respeto a las necesida-
des espirituales del paciente y la
ayuda para que pueda satisfacerlas
forman parte de los cuidados bsi-
cos de enfermera, en todas las cir-
cunstancias. Si las prcticas reli-
giosas son esenciales para el bie-
nestar del hombre en estado de sa-
lud, son todava ms indispensa-
bles en caso de enfermedad. Este
concepto de hacer todo lo posible
para que el paciente pueda practi-
car su religin supone una serie de
actividades especficas que no po-
dran enumerarse en esta ocasin.
Sin embargo citaremos algunas de
las ms manifiestas: ayudar al pa-
ciente a ir al oratorio o capilla, ha-
cer que el sacerdote de su religin
lo visite, darle facilidades para que
pueda hablar con el sacerdote y
permitirle que reciba los Sacra-
mentos que forman parte de su vida
religiosa
19
.
Estas recomendaciones dirigidas
al personal de enfermera han de su-
gerirse a todo el personal de los di-
versos equipos mdicos que reali-
zan los cuidados paliativos. Tam-
bin deben ser un objetivo concreto
para los miembros de la familia y
los dems acompaantes de los en-
fermos. Podra presentarse la obje-
cin comn segn la cual, para un
paciente en estado terminal, la me-
dicina ya no puede ofrecer nada pa-
ra curarlo y ya que la muerte est
muy prxima, no requiere mayor
atencin. Precisamente por eso es
deber de todos acompaarle qui-
zs mejor sera decir arroparle
hasta el final, prestndole compa-
a, ayudndole a rezar y, sobre to-
do, utilizando todos los medios dis-
ponibles para que capte el sentido
sobrenatural de sus dolores y sufri-
mientos. Este apoyo, de modo espe-
cial para los creyentes, con la pre-
sencia del sacerdote o ministro de
su religin es, sin duda alguna, prio-
ritario y fundamental, no nicamen-
te por la eficacia de los Sacramen-
tos que reciba, en el caso de los ca-
tlicos, como veremos un poco ms
adelante, sino en principio por el in-
valuable apoyo humano que supone
no slo para el enfermo sino para su
familia. No puedo dejar de mencio-
nar la importantsima dimensin
mariana, en la atencin espiritual de
los enfermos catlicos. Una ora-
cin, tan sencilla, corta y bella, co-
mo el Avemara, conforta mucho y,
si el enfermo puede hacerlo sin ma-
yor incomodidad, conviene ayudar-
lo al rezo del Santo Rosario o, por
lo menos, a que lo siga con la men-
te. No es el propsito de esta ponen-
cia analizar la dimensin mariana
en la pastoral de los enfermos, ni de
la importancia de cada una de las
partes del Rosario que es una ora-
cin de siglos, tan recomendada por
los Romanos Pontfices y en espe-
cial por Su Santidad Juan Pablo II
20
.
Para el tema que nos ocupa basta
decir que desde tiempo inmemorial
pedimos a Mara que ruegue por
nosotros ahora, y en la hora de
nuestra muerte.
Puede ser tambin de mucha uti-
lidad, entre los aspectos de aten-
cin espiritual, y como parte inte-
grante y esencial de los cuidados
paliativos, proponerse a nivel na-
cional, en todos los pases unos
objetivos y tareas concretas, como
lo han dispuesto algunas Conferen-
cias Episcopales. En primer lugar,
una profunda y, dentro de lo que ca-
be, atrayente, catequesis sobre la
muerte, el dolor, el sufrimiento, etc.
Luego, recuperar la Uncin como
el Sacramento de los Enfermos, y
el Vitico como la Eucarista del
trnsito de esta vida. Finalmente,
promover la creacin de centros
que presten una ayuda integral a los
pacientes terminales
21
.
Por ltimo, quiero retomar la
perspectiva que nos ofrece el Mis-
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67
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
terio Pascual de nuestro Seor Je-
sucristo, hablando del puesto de los
Sacramentos en el cuidado de los
enfermos en fase terminal. Sabe-
mos muy bien que los Siete Sacra-
mentos pueden agruparse en Sa-
cramentos de la iniciacin cristia-
na, de la curacin y al servicio de la
comunin y misin de los fieles
22
y
que cada uno de ellos nos hace par-
tcipes de la Muerte y la Resurrec-
cin del Seor y, como consecuen-
cia, de la vida ntima de la Trini-
dad. Todos ellos han de formar par-
te de una adecuada pastoral de los
enfermos. Pero quisiera referirme,
por su especial importancia en los
Cuidados Paliativos, a los sacra-
mentos de la Reconciliacin, de la
Sagrada Eucarista y de la Uncin
de los Enfermos.
El Sacramento de la Reconcilia-
cin fue instituido por Cristo en fa-
vor de todos los miembros pecado-
res de su Iglesia, ante todo para los
que despus del Bautismo, hayan
cado en el pecado grave y as ha-
yan perdido la gracia bautismal y
lesionado la comunin eclesial
23
.
Entre sus efectos, el ms importan-
te es la reconciliacin con Dios y, al
recibirlo con el corazn contrito y
con las condiciones debidas, como
resultado de ese efecto, tiene como
consecuencia tambin, la paz y la
tranquilidad de la conciencia a las
que acompaa un profundo con-
suelo espiritual
24
. El creyente re-
cibe como suya la Pasin y la
Muerte del Seor y es como una
verdadera resurreccin espiri-
tual, que lo identifica con Cristo
Resucitado. Aunque no podemos
decir que todos los enfermos termi-
nales estn apartados de Dios, si
fuera el caso no podramos decir
que precisamente lo ms importan-
te en un enfermo al que la medi-
cina no le puede ofrecer ninguna
curacin reciba, a travs de los
ministros de la Iglesia, un sacra-
mento que lo traslada espiritual-
mente de la muerte a la Vida?
Tambin hay que valorar, en este
sentido, la importancia de la recep-
cin frecuente de este Sacramento
a lo largo de la enfermedad.
En cuanto a la Sagrada Eucaris-
ta, adems de su recepcin fre-
cuente, a lo largo de las diversas fa-
ses de la enfermedad, la Iglesia
tambin ha establecido, por lo me-
nos desde el Concilio de Nicea, que
nadie que vaya a salir de este mun-
do se vea privado del ltimo y nece-
sario Vitico. Esa Comunin per
modum viatici, est prescrita por el
Cdigo de Derecho Cannico
25
, y
tambin se recoge esa indicacin
precisa el Ritual de la Uncin y de
la Pastoral de enfermos. Con oca-
sin del Ao de la Eucarista, el
Santo Padre Juan Pablo II ha reco-
mendado que las parroquias se pre-
ocupen por llevar regular y digna-
mente la Sagrada Comunin a los
enfermos y que todos los agentes de
pastoral se preocupen por hacer co-
nocer la doctrina sobre el Vitico.
En cuanto a la necesidad, que ya
mencionaba, de recuperar la Un-
cin como el Sacramento de los En-
fermos, conviene recordar que la
Uncin es el Sacramento especfico
de la enfermedad y no slo de los
ltimos momentos de la vida, para
ayudar al paciente cristiano a vivir
esa situacin conforme al sentido
de su fe
26
. Es evidente que al enfer-
mar, el hombre o la mujer cristia-
nos, requieren una especial ayuda
de Dios que le llega, precisamente,
a travs de este Sacramento, cuyos
efectos no pueden ser ms consola-
dores. Como parte de los Cuidados
paliativos, otorga al enfermo la
gracia del Espritu Santo, con lo
cual el hombre entero es ayudado
en su salud, confortado por la con-
fianza en Dios y robustecido contra
las tentaciones del enemigo y la an-
gustia de la muerte, de tal modo
que pueda, no slo soportar sus
males con fortaleza, sino tambin
luchar contra ellos e, incluso, con-
seguir la salud si conviene para su
salvacin espiritual
27
.
Me permito citar de nuevo el Ca-
tecismo de la Iglesia Catlica, por-
que es parte de esa luz que, a partir
de la muerte y Resurreccin del Se-
or, nos llena con su resplandor: A
los que van a dejar esta vida, la
Iglesia ofrece, adems de la Uncin
de los Enfermos, la Eucarista co-
mo Vitico. Recibida en ese mo-
mento del paso hacia el Padre, la
Comunin del Cuerpo y la Sangre
de Cristo tiene una significacin y
una importancia particulares. Es
semilla de vida eterna y poder de
resurreccin, segn las palabras
del Seor: El que come mi Carne
y bebe mi Sangre tiene vida eterna y
yo lo resucitar en el ltimo da.
Puesto que es sacramento de Cristo
muerto y resucitado, la Eucarista
es aqu sacramento del paso de la
muerte a la vida de este mundo al
Padre (Jn 13,1)
28
.
Se puede decir que la Penitencia,
la Uncin y la Eucarista, en cuan-
to vitico, constituyen cuando la vi-
da cristiana toca a su fin los sa-
cramentos que preparan para en-
trar a la Patria o los sacramentos
que cierran la peregrinacin
29
. Y
no es, precisamente, cerrar lumino-
samente la peregrinacin de nues-
tros queridos enfermos en fase ter-
minal, el objetivo central que debe-
mos alcanzar en todos nuestros es-
fuerzos en los Cuidados Paliativos?
Pienso, a la luz del Amor que se nos
manifiesta en la Muerte y Resurrec-
cin del Seor, que eso es precisa-
mente lo que debemos hacer y lo-
grar que muchos hagan.
S.E. Card. RODOLFO QUEZADA
TORUO
Arzobispo Metropolitano de Guatemala
Guatemala
Notas
1
1Co 1, 23.
2
Jn 3, 16.
3
Lc 24, 26.
4
1Co 15, 3.
5
1Jn 3,16 y Jn 15, 13.
6
1Co 1, 23.
7
Is 53,5.
8
CONCILIO VATICANO II, Const. Gaudium et
Spes, n. 21.
9
Mt 16, 23.
10
JUAN PABLO II, Encclica Fides et ratio, n.
23.
11
Ga 2, 19-20.
12
Col 1, 24 (cfr. 2 Co 1, 5).
13
JUAN PABLO II, Carta Apostlica Salvifici
doloris, 11-II-1984, n. 13.
14
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 638.
15
1Co 15,14.
16
JUAN PABLO II, Discurso 1-XI-2000.
17
Hb, 13,14.
18
JUAN PABLO II, Discurso 1-XI-2000.
19
SANDERS VICTORIA, Principios Bsicos de
los cuidados de Enfermera, Consejo Interna-
cional de Enfermeras, Ginebra 1971, p. 53.
20
JUAN PABLO II, C. Apost. Rosarium Virgi-
nis Mari, 16-X-2002.
21
Conferencia Episcopal Espaola, Sobre la
Eutanasia y la asistencia al bien morir, Eccle-
sia, 2444 (1989), 1438.1440. Tambin especial
ayuda la Declaracin del Consejo Permanente
de la Conferencia Episcopal de Francia, del 23
de septiembre de 1991, con el ttulo de Respeto
al hombre prximo a la muerte. Ecclesia, 2567
(1992) 246-250.
22
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1210.
23
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1446.
24
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1468.
25
CIC, c. 921. Se debe administrar la Co-
munin a los fieles que, por cualquier razn, se
hallen en peligro de muerte. Aunque hubieren
recibido la Comunin el mismo da, es muy
aconsejable que vuelvan a comulgar quienes
lleguen a encontrarse en peligro de muerte.
26
Cf. Ritual de la Uncin de Enfermos, nn.
47, 65, 68.
27
Ibid. n. 6.
28
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1524.
29
Catecismo de la Iglesia Catlica, n. 1525.
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Introduccin
Ante las respuestas referentes al
nmero de los sacramentos, no es-
tamos fuera de lugar si afirmamos
que para muchos fieles dicho n-
mero cambia segn las propias in-
formaciones y convicciones; si
preguntamos adems qu signifi-
cado tiene la uncin de los enfer-
mos y el Vitico, nos daremos
cuenta que a menudo muchos no
saben dar una respuesta o sus ideas
estn confundidas, incluso erradas,
en lo que se refiere al significado y
a la importancia de estos medios de
gracia.
El sacramento de la uncin
de los enfermos
Un testimonio fundamental de
como lo ensearon los Padres des-
de los inicios de la Iglesia, lo en-
contramos en la carta de Santiago
(5, 14-16)
1
; y sobre todo tiene un
profundo significado la historia de
la caridad practicada a favor de los
enfermos, aunque debemos notar
un modo diferente de celebracin a
lo largo de los siglos. De hecho, la
Iglesia celebraba este sacramento
bajo dos formas, ya sea para los en-
fermos que para los moribundos:
en este segundo caso podemos afir-
mar que se trat de una concepcin
no totalmente correcta de las varias
rbricas; de aqu la tradicin que se
desarroll sobre todo entre el Con-
cilio de Trento y el Vaticano II de
dar el sacramento slo a quien esta-
ba por morir, creando as la menta-
lidad que cuando llegaba el sacer-
dote... ya no haba nada que hacer.
El Concilio de Trento aclar los
puntos importantes de la doctrina
referente a este scramento, sin em-
bargo el Ritual de Pablo V, promul-
gado en el 1614, no fue valorado a
pesar de su riqueza teolgico-pas-
toral y caritativa hacia los enfer-
mos y los moribundos para quienes
estableca ritos diversificados, es
decir: la visita al enfermo, el sacra-
mento de la uncin y la encomen-
dacin a los moribundos, as como
el vitico y la oracin por el enfer-
mo apenas fallecido
2
.
Si leemos con atencin todo el
patrimonio litrgico de las oracio-
nes presentes en los antiguos sacra-
mentarios, nos damos cuenta que
en dichas oraciones se invoca el
restablecimiento fsico de los en-
fermos y, por tanto la salud, expre-
sando tambin gozo y agradeci-
miento a Dios por la curacin obte-
nida gracias a su bondad y a la ple-
nitud de su misericordia.
El movimiento litrgico que sur-
gi en los primeros aos del Nove-
cientos, hizo descubrir la impor-
tancia y la distincin del sacramen-
to de la uncin con respecto al Vi-
tico; sern pues los debates de los
Obispos en el Concilio Vaticano II
que promovern una reforma litr-
gica adecuada a fin de que los fie-
les capten mejor el significado de
los sacramentos. Ser fundamen-
tal el problema del nombre: extre-
ma uncin (para el final de la vi-
da) o uncin de los enfermos (in-
dicando el caso de la enfermedad)?
Al pronunciarse sobre este argu-
mento, varios Padres tuvieron que
defender con fuerza sus posicio-
nes, recordando motivos de orden
dogmtico o pastoral, haciendo re-
ferencia a la teologa escolstica o
a la experiencia junto a los enfer-
mos, recordando el derecho can-
nico o las fuentes litrgicas
3
. En la
constitucin litrgica Sacrosanc-
tum Concilium (=SC) encontramos
tres prrafos que tratan sobre va-
rios temas como, por ejemplo, el
nombre del sacramento que indica
preferencia por uncin de los en-
fermos, porque manifiesta mejor
la peculiaridad. Como sujetos del
sacramento se indica a los que es-
tn gravemente enfermos y por
tanto no slo a los moribundos (SC
73). En cuanto al orden de los sa-
cramentos, se recupera aquel tradi-
cional de Penitencia-Uncin-Viti-
co (SC 74), que en cierto sentido
reproduce el de los sacramentos de
la iniciacin cristiana: Bautismo-
Confirmacin-Eucarista, como lo
recordar ms adelante el Catecis-
mo de la Iglesia Catlica (CIC
1212). Se propone adems que se
revise el rito de la celebracin, ya
sea en lo referente al nmero de las
unciones como a los textos de las
oraciones, de modo que se exprese
mejor su significado (SC 75).
En la Lumen Gentium
4
, en cam-
bio, se pone de relieve la dimen-
sin eclesiolgica, as como la cris-
tolgica y antropolgica; mientras
que en la Orientalium Ecclesia-
rum
5
, se acepta tambin la interco-
munin sacramental para la un-
cin. Asimismo, es preciso poner
en evidencia que en los documen-
tos conciliares promulgados des-
pus de la Sacrosanctum Conci-
lium, se indicar siempre el sacra-
mento como uncin de los enfer-
mos y lo mismo har el nuevo ri-
tual de 1972 cuyo ttulo ser Ordo
unctionis infirmorum eorumque
pastoralis curae
6
, (es decir El Sa-
cramento de la uncin de los enfer-
mos y su solicitud pastoral) indica-
do por la sigla OUI
7
. Mientras la
edicin tpica del Ritual latino es
pues de 1972, las diferentes traduc-
ciones en lengua corriente se re-
montan a los aos inmediatamente
posteriores.
Detengmonos entonces sobre
este ritual y, sobre todo, en lo refe-
rente a las premisas teolgicas, li-
trgicas y pastorales, ya que los
Praenotanda se colocan en conti-
nuidad con la tradicin y, al mismo
tiempo, presentan posteriores no-
vedades teolgico-pastorales con
respecto a la Sacrosanctum Conci-
lium.
La Constitucin apostlica Sa-
cram unctionem infirmorum de Pa-
blo VI colocada antes del Ritual
concede su aprobacin a los cam-
68
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
EUGENIO SAPORI
3. La Uncin de los Enfermos y el Vitico
viernes
12
noviembre
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69
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
bios introducidos en el rito, parti-
cularmente a las palabras de la nue-
va frmula sacramental, as como
al nmero de las unciones y al em-
pleo de otro leo, siempre que sea
de origen vegetal. En fin, la Cons-
titucin apostlica proporciona no-
vedades en el mbito de la discipli-
na de la reiteracin, es decir: se po-
dr administrar el sacramento de la
uncin a un enfermo que ya lo ha-
ya recibido, no slo si se enferma
nuevamente, como ya lo contem-
pla el Cdigo de Derecho Canni-
co, sino incluso en el curso de la
misma enfermedad ante el peligro
en que se encuentra, al empeorar
sus condiciones
8
.
En lo que se refiere a la Uncin
de los Enfermos, sta es presentada
como momento de la actividad te-
raputica de Cristo y constituye el
signo principal de su solicitud, en
efecto instituido por El y procla-
mado en la carta de Santiago, fue
celebrado luego por la Iglesia a fa-
vor de sus miembros con la uncin
y la oracin de los presbteros, en-
comendando a los enfermos al Se-
or doliente para que los alivie y
los salve (cfr. St 5, 14-16) exhor-
tndolos tambin para que asocin-
dose libremente a la pasin y
muerte de Cristo (cfr. Rm8, 17) co-
laboren al bien del pueblo de Dios
(OUI, n. 5); de hecho, es necesario
tener en cuenta que el hombre, al
enfermar gravemente, necesita de
una especial gracia de Dios, para
que, dominado por la angustia, no
desfallezca, y sometido a la prue-
ba, no se delibite su fe. Por eso
Cristo robustece a sus fieles enfer-
mos con el sacramento de la Un-
cin, fortalecindolos con una fir-
msima proteccin (OUI, n. 5).
Si tenemos en cuenta la estructu-
ra de la celebracin del sacramento,
vemos que consiste primordial-
mente en lo siguiente: previa la im-
posicin de manos por los presbte-
ros de la Iglesia, se proclama la ora-
cin de la fe y se unge a los enfer-
mos con el leo santificado por la
bendicin de Dios (cf. OUI, n. 5).
Se afirma que por la gracia todo
hombre recibe ayuda para lograr su
salvacin, se siente reforzado por la
confianza en Dios y logra nuevas
fuerzas contra las tentaciones del
maligno y contra el ansia que pro-
voca la muerte (cf. OUI n. 6). Se
subraya tambin la importancia de
la oracin hecha con fe tanto por la
Iglesia (mediante el ministro), que
sobre todo por el enfermo que reci-
be el sacramento (cf. OUI, n. 7).
Los sujetos del sacramento que
necesitan alivio y salvacin son
los fieles que, por enfermedad o
avanzada edad, vean en grave peli-
gro su vida (OUI n. 8); se especi-
fica, sin embargo, que para juzgar
la gravedad de la nefermedad, bas-
ta un dictamen prudente y probable
de la misma, sin ninguna clase de
angustia (OUI, n. 8). Adems de
la posibilidad de repetir el sacra-
mento, se recuerda que se puede
conferir en caso de intervencin
con tal que una enfermedad grave
sea la causa de la intervencin qui-
rrgica (OUI, n. 10).
Adems, puede darse la santa
Uncin a los ancianos, cuyas fuer-
zas se debilitan seriamente, aun
cuando no padezcan una enferme-
dad grave (OUI, n. 11); mientras
que a los nios se les puede dar la
uncin a condicin de que com-
prendan el significado de este sa-
cramento (OUI, n. 12).
Como lo recordaron muchas ve-
ces los Padres conciliares, tambin
el Ritual se refiere a la catequesis
cuando afirma que tanto en la ca-
tequesis comunitaria como en la
familiar los fieles deben ser instrui-
dos de modo que sean ellos mis-
mos los que soliciten la Uncin y,
llegado el tiempo oportuno de reci-
birla, puedan aceptarla con plena fe
y devocin de espritu, de modo
que no cedan al riesgo de retrasar
indebidamente el sacramento. Ex-
plquese la naturaleza de este sa-
cramento a todos cuantos asisten a
los enfermos (OUI, n. 13).
Se pone de relieve que el minis-
tro del sacramento es el sacerdote
(cf. OUI, 16)
9
, mientras que la un-
cin se hace pasando el leo en la
frente y en las manos del enfermo,
pero nada prohibe que habida
cuenta de las tradiciones se au-
mente el nmero de las unciones o
se cambie el lugar. Sin embargo, en
caso de necesidad se puede realizar
una uncin nica, con la frmula
integral: Por esta Santa Uncin y
por su bondadosa misericordia, te
ayude el Seor con la gracia del
Espritu Santo para que, libre de
tus pecados, te conceda salvacin
y te conforte en tu enfermedad.
R/Amn (OUI, n. 25).
Si verificamos como se ha hecho
cada vez ms concreta la aplica-
cin de las normas establecidas por
el Ritual (sancionadas luego por
las normas del Cdigo de Derecho
Cannico de 1983) podemos valo-
rar algunos documentos emitidos
por las conferencias episcopales,
por los snodos diocesanos o por
los obispos en forma individual,
especialmente en lo que se refiere a
Europa
10
.
De inmediato podemos notar,
por ejemplo, que el Ritual francs
Sacramentos para los enfermos.
Pastoral y celebracin de 1977 se
presenta incluso exteriormente con
una formulacin diferente en lo
que se refiere a la editio typica. Se
divide en dos partes que correspon-
den a los siguientes criterios: 1)
asistencia pastoral a los enfermos
(visita, eucarista, uncin de los en-
fermos); 2) asistencia a los mori-
bundos (vitico, rito continuado,
confirmacin, encomendacin a
los moribundos). El Ritual propone
tambin cuatro esquemas de cele-
bracin, que tengan en cuenta las
condiciones fsicas y espirituales
tanto del enfermo como de las per-
sonas que lo asisten
11
.
En cambio, en lo que se refiere al
ritual emanado por la Conferencia
episcopal espaola
12
, es necesario
poner de relieve las premisas que
los obispos hacen suyas y que re-
cuerdan que la pastoral de los en-
fermos tiene su momento ms im-
portante en la celebracin de los
sacramentos, por esta razn afir-
man que conviene subrayar que
una buena celebracin en la que
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70
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
participen activamente el presbte-
ro, el enfermo, la familia y la co-
munidad cristiana, ser siempre la
mejor catequesis para el pueblo de
Dios y superar en eficacia toda
otra actividad en este campo
13
.
Sobre la uncin de los enfermos
afirman que la Uncin de los en-
fermos es el sacramento especfico
de la enfermedad y no de la muer-
te. De acuerdo con la doctrina del
Concilio Vaticano II, el Rito de la
Uncin est concebido y dispuesto
para tal situacin, como lo de-
muestra el cambio de la frmula
sacramental y el resto de las ora-
ciones, orientadas, conforme a la
ms genuina Tradicin, hacia la
salud y restablecimiento del enfer-
mo. La neta distincin establecida
con el Vitico, como sacramento
del trnsito de esta vida, ayuda a
situar la santa Uncin en su justo
momento
14
.
La uncin - contina es sa-
cramento de enfermos y sacramen-
to de Vida, expresin ritual de la
accin liberadora de Cristo que in-
vita y al mismo tiempo ayuda al
enfermo a participar en ella. La ca-
tequesis en todos los niveles ha de
insistir en esto. Pero ser poco efi-
caz o intil la catequesis, si la prc-
tica sacramenlal viniese a desmen-
tirla dejando su celebracin para
ltima hora. Es muy aconsejable,
al menos alguna vez durante el
ao, y siempre que sea posible, la
celebracin comunitaria y colecti-
va, si hay varios enfermos capaces
de trasladarse a un mismo lugar.
Tales celebraciones, bien organiza-
das, valdran por muchos sermones
para el cambio de mentalidad que
se desea
15
.
Como sacramento de vida, la un-
cin de los enfermos debe ayudar a
vivir la enfermedad con sentido de
fe y esto es muy diferente que ayu-
dar a bien morir, el enfermo debe
ver en la uncin no la garanta de
un milagro, sino la fuente de una
esperanza
16
.
Como sacramento del restable-
cimiento, la pastoral debe preparar
al enfermo a su reinsercin en la
vida ordinaria para que retorne a
su actividad normal despus de ha-
ber vivido un encuentro peculiar
con Cristo. Una pastoral para des-
pus del sacramento le har des-
cubrir la urgencia de vivir ms
evanglicamente su relacin con
Dios y los hermanos, mientras es-
tar vinculado de manera ms pro-
funda a aquella comunidad cristia-
na a la que proporcionar un testi-
monio ms de la propia fe, despus
de haber recibido de ella el don de
la consolacin durante la enferme-
dad
17
.
Se recuerda adems que son
muy aconsejables las celebracio-
nes en las que, a ser posible, bajo la
direccin del Obispo, enfermos
provenientes de distintos centros
hospitalarios o de diversas parro-
quias se congreguen en un determi-
nado lugar, para recibir el sacra-
mento de la Uncin. Si ha precedi-
do una buena catequesis, este tipo
de celebracin puede ayudar en
gran manera a descubrir la plena
significacin del sacramento, a si-
tuar su recepcin en su debido mo-
mento y a subrayar el papel que co-
rresponde a todos y cada uno de los
miembros de la comunidad cristia-
na en la pastoral de la enferme-
dad
18
.
En 1975, el episcopado austriaco
eman el documento sobre la pas-
toral de los enfermos y el sacra-
mento de la uncin recordando an-
te todo el ejemplo de Jess y, por
consiguiente, la obra de la Iglesia
que siempre se ha ocupado de los
hermanos enfermos, antes bien
se afirma que el fin al que tien-
de la renovacin de la pastoral para
los enfermos es ofrecer una ayuda
vlida a fin de que el enfermo
acepte su estado de enfermedad
que a menudo involucra su alma y
su religiosidad. Este sacramento
est constituido sobre todo por la
uncin, que en el nuevo rito ha per-
dido la funcin de sacramento de la
muerte
19
.
Una vez ms se pone en eviden-
cia que el sacramento es para los
vivos y no para los muertos: La
uncin de los enfermos, por tanto,
se puede administrar slo a los vi-
vos. No existe un sacramento para
los muertos, por lo que un muerto
no puede recibir el sacramento de
la uncin El sacramento se pue-
de administrar, por tanto, a las per-
sonas que han perdido conciencia
slo si se presupone que el enfer-
mo, si hubiese estado en plena con-
ciencia, habra deseado recibirlo.
Por tanto, para evitar cualquier
equivocacin, en estos casos el sa-
cerdote se dirija a los parientes pa-
ra una aclaracin
20
.
De esto deriva que el sacramen-
to de la uncin de los enfermos se
puede recibir en todo caso de en-
fermedad grave, cuando est en pe-
ligro la existencia. Como se ha di-
cho muchas veces, es necesario
abandonar una vez para siempre la
praxis acostumbrada de atender los
signos de muerte inminente, antes
de impartir este sacramento
21
.
La atencin normal a los enfer-
mos requerir no slo la adminis-
tracin de un sacramento sino ayu-
dar al enfermo, visitarlo, hacer que
se sienta sereno y feliz; asimismo,
se haga todo lo posible para que,
con la entrada en vigor del nuevo
rito, la uncin se convierta en una
fiesta de la esperanza y no, como
ha sido hasta ahora, una aterradora
extrema uncin. Para los enfer-
mos ella se debe convertir en un sa-
cramento bien aceptado y en las
comunidades, en los hospitales y
hospice, se vuelva un hecho de
normal administracin. En lo posi-
ble hay que tratar de que no se mar-
gine al enfermo alejndolo de la vi-
da normal
22
.
Para Italia, nos remontamos a
1990 cuando un documento del s-
nodo de Brescia publica el Vade-
mecum para la celebracin de los
sacramentos donde, entre otros, se
establece que despus de una opor-
tuna catequesis es bueno proponer
una o ms celebraciones comuni-
tarias del sacramento de la uncin
en el curso del ao litrgico, dando
precedencia al tiempo de Adviento
(para que se capte el aspecto de la
vigilancia y de la espera del Seor
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71
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Jess como una actitud del creyen-
te) y de Pascua (cuando mayor-
mente se pone en evidencia la ver-
dad de la resurreccin a la luz de la
Cruz). En junio de 1997, el Arzo-
bispo de Bruselas, el cardenal
Danneels, despus de haber abor-
dado el tema en otros escritos pas-
torales, retorna a hablar de modo
especfico sobre la uncin de los
enfermos. Indica como sacramen-
tos de sanacin la Reconciliacin,
la Uncin de los enfermos y la Eu-
carista que son como un concen-
trado de la solicitud que la Iglesia
tiene por la higiene de su pueblo.
Estos sacramentos constituyen el
ministerio de la salud de la Iglesia:
salud moral, salud fsica y psicol-
gica, pero tambin salud espiri-
tual
23
. Afirma que existe hoy una
separacin entre tecnologa mdi-
ca y retorno de los curanderos, en
efecto, por una parte la tecnologa
mdica reduce la enfermedad a sus
aspectos cuantificables (tempera-
tura, nmero de glbulos...) y a las
definiciones enciclopdicas, mien-
tras que la terapia de los curande-
ros reduce la enfermedad a sus as-
pectos mticos y mgicos (influen-
cia de los espritus, sortilegios).
Pero l especifica que la uncin de
los enfermos no es ni una tcnica
de curacin ni una magia: es un sa-
cramento. La enfermedad como
fenmeno humano, afecta a la per-
sona en su totalidad y va ms all
de los aspectos cuantitativos. A
una enfermedad global, debe co-
rresponder una curacin global
que comprenda tanto el cuerpo que
la psique, as como tambin las re-
laciones sociales y la dimensin
espiritual
24
.
Tambin los obispos ingleses
Wheeler y Moverly subrayan la di-
ficultad de explicar la existencia
del dolor
25
, pero recuerdan el aspec-
to comunitario de la uncin de los
enfermos: La solicitud de la Igle-
sia se debe manifestar no slo en el
ministerio del sacerdote que admi-
nistra la uncin, sino tambin en la
asistencia orante de todos los pre-
sentes y de los que pueden llevar
ayuda espiritual y consolacin a los
enfermos
26
. Y concluyen con un
llamado: Cada acto de ntima cari-
dad hacia ellos es una participacin
en la obra sanante de Cristo
27
.
Tambin Mons. Grasar y Mons.
Brewer, al exponer el punto de vis-
ta sobre la uncin de los enfer-
mos
28
, recuerdan que en el nuevo
ritual existe una bellsima revisin
que consuela y estimula; en efecto:
Las celebraciones comunitarias,
en las que se lleva a los enfermos a
la iglesia para ungirlos en presen-
cia de los fieles, nos ayudan a en-
tender tambin que el sacramento
de los enfermos no es un asunto
privado. Interesa a toda la comuni-
dad que les encomienda al Seor
doliente y glorificado, para que ali-
vie sus sufrimientos y los salve
29
.
Este vnculo con la comunidad
hace que mediante el sacerdote
que unge, toda la comunidad ecle-
sial se reuna con su oracin y su
amorosa solicitud pero, al mismo
tiempo, mediante la imposicin
de las manos y la uncin con el
leo, se da la facultad a los enfer-
mos de que sirvan al Seor de mo-
do diferente y la Iglesia se dirige a
ellos para que tengan asistencia y
apoyo espiritual
30
.
Para concluir, podemos descu-
brir que este sacramento puede y
debe tener una colocacin propia
dentro de la asistencia global en ca-
so de los cuidados paliativos, visto
que incluso en esa ocasin es
importante la presencia sacramen-
tal de Cristo y de la Iglesia para
consolar y aliviar a todo paciente
que desee vivir su experiencia a la
luz de la fe.
El Vitico
Tomando en consideracin el
panorama histrico del Vitico
31
podemos notar que es antigua la
praxis de proporcionar a los mori-
bundos la Eucarista como alimen-
to para el viaje a la eternidad. La
Eucarista, por tanto, nos asocia
plenamente al xodo pascual del
Seor y acta toda su eficacia co-
mo medicina de inmortalidad
(IGNATIUS, Ad Smirn. 3).
El primer testimonio que nos ha-
ce ver el Vitico a los moribundos
en tiempos de San Dionisio de Ale-
jandra (+ 264 ap.) se refiere a un
anciano, Serapin, que se vuelve
lapsus en la persecucin y al ser
afectado por una grave enfermedad
ordena a su nieto que pida al sacer-
dote que lo reconcilie. Este, al no
poder ir porque era de noche y tam-
bin se encontraba enfermo, quiso
cumplir igualmente las disposicio-
nes del obispo sobre la reconcilia-
cin a los moribundos y envi al
enfermo un pedacito de la Eucaris-
ta por medio del nio con la reco-
mendacin de humedecerlo antes
de colocarlo en la boca del mori-
bundo. El nio cumpli con la or-
den y el anciano expir luego de
haber deglutido la Eucarista.
Los testimonios sobre la comu-
nin a los que por cualquier razn
estn por morir encuentra confir-
macin en el can. 13 del Concilio
ecumnico de Nicea (ao 325), se-
gn el cual a los penitentes que en
proximidad de la muerte piden la
reconciliacin se les debe conceder
el ltimo y necesario Vitico. Es-
to no por una innovacin sino por
una ley antigua y regular. En la
disposicin de comulgar en proxi-
midad de la muerte estaban inclui-
dos tambin los nios.
Sabemos que a partir del siglo
IVse acostumbra poner en boca de
los moribundos la Eucarista en el
momento supremo, como resulta
de la narracin de la muerte de san
Ambrosio (+ 396), cuyo bigrafo
Paulino narra que despus de haber
recibido el Cuerpo del Seor, ha-
bindolo deglutido expir llevan-
do consigo un excelente vitico.
En el siglo VI los Statuta Ecclesiae
antiquae prevn que cuando un pe-
nitente est por morir, un sacerdote
lo reconcilie y le ponga la Eu-
carista en la boca.
Con el objetivo descrito, se haca
que el moribundo comulgase in-
cluso varias veces durante el da.
Numerosos testimonios hablan de
la ltima comunin bajo las dos es-
pecies. El Vitico sub utraque era
facilitado en los monasterios por la
costumbre existente de llevar el
moribundo al templo para que co-
mulgue durante la Misa celebrada
de modo especial en su presencia.
Esto se narra sobre san Benito
(+542) quien, acercndose a la
muerte, hizo que lo llevaran al ora-
torio del monasterio y all fortale-
ci su partida recibiendo el Cuerpo
y la Sangre del Seor (GREGORIUS,
Dialog. II 37). En otros casos, al no
poder recurrir a esta costumbre, se
supla celebrando la Misa junto al
lecho del enfermo con el formula-
rio Missa pro infirmo in domo.
Apartir del siglo VI-VII, a veces
la Comunin bajo las dos especies
se hace bajo la forma de intencin:
esta costumbre se mantiene para
los enfermos incluso hasta los si-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
glos XIV y XV cuando ya haba
cesado para los sanos.
El ministro del Vitico hasta el
siglo Vy algo ms poda ser un lai-
co, en el contexto de la prctica de
la conservacin de la Eucarista y
de la Comunin a domicilio de los
fieles. Apartir del siglo VIII el mi-
nisterio del Vitico se vuelve una
prerrogativa del sacerdote o, en su
ausencia, del dicono, aunque pa-
rece que los laicos continuaron ha-
cindolo como resulta de las pres-
cripciones, prohibiciones y conde-
nas desde el siglo VIII al siglo X.
Apartir del siglo IX los ceremo-
niales romanos de la muerte men-
cionan el Vitico in extremis: el ri-
to se encuentra conexo con el de la
Uncin de los enfermos y, lenta-
mente, pierde el proprio carcter
de sacramento preparatorio a la
muerte.
En la actualidad an no se cono-
cen estudios especficos que hayan
investigado sobre el Vitico en las
propuestas preconciliares y en los
debates en el aula durante el Vati-
cano II; algunos Padres considera-
ron sobre todo la posibilidad de
una renovacin del rito, lo que ms
adelante se realizar en el Ordo
Unctionis infirmorum... (1972). En
la editio typica vaticana, bajo cier-
tos aspectos rituales el vitico es
tratado despus del sacramento de
la uncin, pero tambin se recuerda
en las premisas los nmeros 26-29
y 30 (para el rito continuado: peni-
tencia-uncin-vitico).
Ante todo se recuerda que en el
trnsito de esta vida, el fiel, robus-
tecido con el Vitico del Cuerpo y
Sangre de Cristo, se ve protegido
por la garanta de la resurreccin,
segn las palabras del Seor: El
que come mi carne y bebe mi san-
gre tiene vida eterna y yo lo resuci-
tar en el ltimo da (Jn 6, 54)
(OUI, 26). Se sugiere que el Viti-
co se reciba en lo posible durante la
Misa, con la comunin bajo las dos
especies, ya que la comunin en
forma de vitico ha de considerarse
como signo peculiar de la partici-
pacin en el misterio que se celebra
en el sacrificio de la misa, a saber
la muerte del Seor y su trnsito al
Padre (OUI, 26).
Se deduce que, precisamente de-
bido a esa importancia de la Euca-
rista se establece que estn obli-
gados a recibir el Vitico todos los
bautizados que pueden comulgar.
En efecto: los fieles que se hallan en
peligro de muerte, sea por la causa
que fuere, estn sometidos al pre-
cepto de la comunin; los pastores
vigilarn para que no se difiera la
administracin de este sacramento
y as puedan los fieles robustecerse
con su fuerza en plena lucidez
(OUI, 27). Pero, adems del signifi-
cado pascual de este sacramento, se
subraya su dimensin de relacin
con el bautismo, en efecto, convie-
ne adems, que el fiel durante la ce-
lebracin del Vitico renueve la fe
de su Bautismo; con el que recibi
su condicin de hijo de Dios y se hi-
zo coheredero de la promesa de la
vida eterna (OUI, 28).
Se indican a los ministros ordina-
rios en los casos normales o de ne-
cesidad, con las exclusivas compe-
tencias en lo que concierne el rito
32
.
Con respecto al rito continuado
33
,
para conferir a un enfermo los sa-
cramentos de la penitencia, de la
Uncin y de la Eucarista bajo for-
ma de Vitico se entiende que se ha
predispuesto cuando o frente a
una enfermedad repentina o por
otros motivos, el fiel se encuentra
como de improviso en peligro de
muerte pero, si no hubiese tiempo
para otorgar todos los sacramentos
como est establecido, entonces
en primer lugar, se d al enfermo
la oportunidad de la confesin sa-
cramental que, en caso necesario,
podr hacerse de forma genrica; a
continuacin se le dar el Vitico,
cuya recepcin es obligatoria para
todo fiel en peligro de muerte. Fi-
nalmente, si hay tiempo, se admi-
nistrar la santa Uncin (OUI, 30).
An subrayando algunas instan-
cias de tipo rubrical, el nuevo rito
pone de relieve la oportunidad del
compromiso pastoral para tener en
consideracin las circunstancias y
las personas, con particular aten-
cin para el enfermo, su familia y
para los que lo asisten (cf. OUI,
128).
Oportunamente se recuerda el
significado bautismal del agua
bendita
34
, as como la proclama-
cin de la fe (Credo), la oracin del
Padre nuestro antes de recibir el
Vitico (cf. OUI, 157. 159).
Conclusin
Cuando una situacin de enfer-
medad es particularmente grave,
capaz de prever la muerte del en-
fermo, es praxis muy antigua de la
Iglesia unir a la celebracin de la
uncin el don de la eucarista bajo
forma de vitico. Acoger el viti-
co es dar testimonio fuerte y muy
significativo de esa fe en la vida
eterna de la que el cristiano es he-
redero desde el da en que fue bau-
tizado (dimensin bautismal).
Siendo alimento para el viaje, el
vitico eucarstico sostiene al mo-
ribundo en el pasaje de esta vida al
Padre y le da la garanta de la resu-
rreccin frente a la extrema sole-
dad de la muerte (dimensin esca-
tolgica). Por tanto, el Vitico es
un acto de verdadera fe de los mo-
ribundos y de amor de la comuni-
dad que se acerca a sus propios se-
res queridos y los consuela en el
momento ms difcil de su existen-
cia (dimensin eclesiolgica).
P. EUGENIO SAPORI, M.I.
Profesor de Liturgia en el
Instituto Internacional de Teologa
Pastoral Sanitaria Camillianum,
Roma, Italia
Notas
1
G. MARCONI, St 5,14-15 y la uncin de los
enfermos: el estado de la investigacin, en Ce-
lebrar el sacramento de la uncin de los enfer-
mos. Actas de la XXXI Semana de estudio de la
Asociacin Profesores de Liturgia (Valdrago-
ne-San Marino, 24-29 agosto 2003), por A.
GRILLO E. SAPORI, CLV-Edizioni Liturgiche
(= BEL, Collana di studi liturgici n.s., 45), Ro-
ma 2004, pp. 29-40.
2
Cf. sobre este argumento especfico E. SA-
PORI, La cura pastorale del malato nel Rituale
di Paolo V (1614) e in alcuni Ordini religiosi
del XVII secolo. Studio storico-liturgico,
CLV-Edizioni liturgiche (= BEL, Collana di
studi liturgici n.s., 43), Roma 2002, pp. 92-
110. 137-139.
3
Cf. E. SAPORI, Sacramento de la uncin y
cuidado pastoral de los enfermos. Las premi-
sas litrgicas, teolgicas y pastorales, en La
malattia e lunzione degli infermi. I Praeno-
tanda dei libri liturgici, por C.A.L., C.L.V-
Edizioni liturgiche, Roma 2002 (= BEL, Sub-
sidios litrgico-pastorales 11, Iniciacin a la li-
turgia, 6), pp. 26-49.
4
... Con la uncin de los enfermos y la ora-
cin de los presbteros, toda la Iglesia enco-
mienda los enfermos al Seor paciente y glori-
ficado, para que los alivie y los salve (cf. St
5,14-16), e incluso les exhorta a que, asocin-
dose voluntariamente a la pasin y muerte de
Cristo (cf. Rm8,17; Col 1,24; 2Tm3,11-12; 1P
4,13), contribuyan as al bien del Pueblo de
Dios: LG, 11.
5
... A los orientales que de buena fe viven
separados de la Iglesia catlica, con tal que los
pidan espontneamente y tengan buena dispo-
sicin. Ms an: tambin los catlicos pueden
solicitar esos mismos sacramentos a ministros
acatlicos de iglesias que tienen sacramentos
vlidos, siempre que lo aconseje la necesidad
o un verdadero provecho espiritual y sea fsica
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73
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
o moralmente imposible acudir a un sacerdote
catlico: OE, 27.
6
Ordo unctionis infirmorum eorumque
pastoralis curae. Rituale romanum ex decreto
sacrosancti concilii oecumenici Vaticani II
instauratum auctoritate Pauli VI promulga-
tum, Editio typica, Typis Poliglottis Vaticanis,
1972, 82 pp.
7
A veces, los varios rituales en lengua co-
rriente ofrecen la oportunidad de otro ttulo,
como por ejemplo Sacrements pour les mala-
des. Pastorale et clbrations, Ritual de la un-
cin y de la pastoral de enfermos, Die Feier
der Krankensakramente, Uno e pastoral dos
doentes, Pastoral Care of the Sick: Rites of
Anointing and Viaticum...
8
Cf. Constitucin Apostlica SacramUnc-
tionem infirmorum de Pablo VI, en OUI, pp.
14-17.
9
Cf. tambin Cdigo de Derecho cannico,
1003; Catecismo de la Iglesia Catlica, 1516;
Carta de los Agentes Sanitarios (1994
3
), 112.
10
Para mayores detalles cf. E. SAPORI, La
receptio del rito de la uncin de los enfer-
mos en algunas iglesias europeas: entre espe-
ranzas, realidades y retos, en Celebrare il sa-
cramento dellunzione..., op. cit., pp. 77-166.
11
Sacrements pour les malades. Pastorale
et clbrations, Chalet-Tardy, 1980 (=
A.E.L.F., Pars 1977).
12
EPISCOPADO ESPAOL, Ritual de la uncin
y de la pastoral de enfermos, reformado segn
los decretos del Concilio Vaticano II, aproba-
do por el Episcopado Espaol y confirmado
por la Sagrada Congregacin para el culto di-
vino, editorial Alfredo Ortells et alii - Comi-
sin episcopal espaola de liturgia, 1974. En
adelante indicado con la sigla RUPE. En la
cuarta edicin de 1987 se introdujeron las mo-
dificaciones propuestas de conformidad con el
Cdigo de Derecho cannico de 1983: cf. No-
titiae n. 207, setiembre 1983, 551-552; Pasto-
ral litrgica nn. 135-136, marzo 1984, 17-19.
13
Cf. RUPE, n. 59.
14
Cf. RUPE, n. 65.
15
Cf. RUPE, n. 66.
16
Cf. RUPE, n. 68.
17
Cf. RUPE, n. 69.
18
Cf. RUPE, n. 76.
19
EPISCOPADO AUSTRIACO, Pastoral de los
enfermos y rito de la uncin (6 noviembre
1975), en Lettere Pastorali 1974-1975, Magis-
terio Episcopal, Verona 1977, col. 1617.
20
EPISCOPADO AUSTRIACO, o.c., col. 1618.
21
EPISCOPADO AUSTRIACO, o.c., col. 1618-
1619.
22
EPISCOPADO AUSTRIACO, o.c., col. 1620.
23
Cf. G. DANNEELS, Lonction des malades,
in La documentation catholique, 2170 (16 no-
viembre 1997) pp. 982-985.
24
DANNEELS, o.c., p. 982.
25
Cf. W. G. WHEELER G. MOVERLEY, El
sacramento de los enfermos, en Lettere Pasto-
rali 1974-1975, o.c., col. 1585-1588.
26
WHEELER MOVERLEY, o.c., col. 1586.
27
WHEELER MOVERLEY, o.c., col. 1588.
28
Cf. W. E. GRASAR - J. BREWER, Lunzione
degli infermi, in LP 1974-75, o.c., col. 1605-
1608.
29
GRASAR - BREWER, o.c. col. 1606.
30
Cf. CONFERENCIAS EPISCOPALES DE IN-
GLATERRA Y GALES, DE IRLANDA Y DE ESCOCIA,
Un solo pan, un solo cuerpo, en Il Regno. Do-
cumenti, 1999,3, p. 130.
31
Cf. MAZZARELLO S., Liturgia de los mori-
bundos, en Liturgia cristiana, mensaje de es-
peranza. Los nuevos ritos de la Uncin de los
enfermos, del Vitico y de la encomendacin
del alma, Actas de la XXIII Semana Litrgica
Nacional, Bergamo 1972, a cargo del Centro
de Accin Litrgica, Messaggero S. Antonio,
Padova 1973 (= Collana liturgica nuova serie,
13), pp. 92-103; R. DALLA MUTTA, El Vitico a
los moribundos: panormica histrica, en Ri-
vista di pastorale liturgica 33 (1995/3) 23-30.
32
Los ministros ordinarios del Vitico son
el prroco y los vicarios parroquiales, los ca-
pellanes y el superior de la comunidad en los
institutos religiosos clericales y en las socieda-
des de vida apostlica para todos los que viven
en la casa. En caso de necesidad o con el per-
miso al menos presunto del ministro compe-
tente, cualquier sacerdote o dicono adminis-
tre el Vitico; ante la falta de un ministro sa-
grado, cualquier fiel autorizado regularmente.
El dicono emplee el mismo rito indicado en el
Ritual para el sacerdote; los dems sigan el ri-
to descrito para el ministro extraordinario en el
ritual Rito de la comunin fuera la Misa y
culto eucarstico: OUI, 29.
33
Para profundizar el tema cf. G. CAVAGNO-
LI, El Vitico y el Rito continuado de la Pe-
nitencia y de la Uncin de los enfermos, en
GRILLO A.-SAPORI E. (a cargo de), Celebrare il
sacramento dellunzione degli infermi..., o.c.,
pp. 201-235; se consideren las respectivas
conclusiones en las pp. 230-235.
34
Reaviva en nosotros, Seor, en el signo
de esta agua bendita el recuerdo del Bautismo
y de nuestra adhesin a Cristo Seor, crucifi-
cado y muerto para salvarnos, OUI, 151.
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74
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Asimple vista, parece paradjico
hacer una reflexin sobre fe y secu-
larizacin en la ltima fase de la vi-
da de una persona enferma, pues se
trata de dos realidades temticas
con caractersticas muy diferentes.
De hecho, la fe es una de las tres
virtudes teologales y, por tanto, per-
tenece a la esfera de lo sagrado, de
lo religioso, de lo trascedente; la se-
cularizacin, en vez, es uno de los
numerosos cambios culturales y,
por consiguiente, pertenece a la es-
fera de lo profano, de lo secular, de
lo inmanente. La fe y la seculariza-
cin aparecen como dos realidades
existenciales no compatibles ni si-
quiera para una reflexin paralela.
A lo ms, parecera que slo se po-
dra hacer una reflexin alternativa,
es decir, o fe y fase terminal de la vi-
da o secularizacin y fase terminal
de la vida; de todos modos, parece
imposible una reflexin en la que fe
y secularizacin sean convergentes.
Sin embargo, esta et-et reflexin de
fe y secularizacin en la ltima fase
de la vida de una persona enferma
es un tema paliativo bastante viable.
Tratndose de dos realidades que
no slo no se oponen, sino incluso
se entrecruzan y se relacionan rec-
procamente, ellas forman una duali-
dad complementaria. De todos mo-
dos, para evitar cualquier equivoca-
cin es preciso tener en cuenta que
entre las dos realidades existe una
distincin especfica: la fe no es se-
cularizacin y sta no es fe, por lo
que una no conduce a la otra; antes
bien, el fenmeno de la seculariza-
cin en el que vive el cristiano de
hoy, hace que su fe entre en crisis y
melle tambin su esperanza teolo-
gal en lo que concierne su vida pre-
sente y aquella futura
1
. Tambin hay
que tener en cuenta que en la vida
humana en general y en su fase ter-
minal en particular, tienen absoluta-
mente un lugar preferencial tanto la
fe como la esperanza. Por tanto, sin
excluir, y antes bien bajo ciertas
condiciones, la utilidad de cuidados
pertenencientes a la secularizacin
en la ltima fase de la vida, la fe si-
gue siendo una necesidad paliativa
absoluta. De aqu parte la articula-
cin de la presente reflexin: en pri-
mer lugar indico algunas razones de
la relacin entre fe y secularizacin;
seguidamente, pongo de relieve al-
gunas caractersticas del mbito se-
cularista en la fase terminal de la vi-
da, y en el tercer momento presento
el cuidado de primaca de la fe co-
mo nica realidad trascendente de
alivio paliativo holista o integral.
1. Razones de la relacin
entre fe y secularizacin
La humanidad vive un perodo
nuevo de su historia; cambios pro-
fundos y rpidos se extienden pro-
gresivamente en el universo. Provo-
cados por la inteligencia y por la
obra creativa del hombre, estas mu-
taciones se repercuten sobre l, so-
bre sus juicios y deseos individua-
les y colectivos, sobre su modo de
pensar y de actuar tanto en lo que
respecta a las cosas como a los
hombres. Los padres del Vaticano II
hablan de una verdadera transfor-
macin social y cultural con refle-
jos tambin en la vida religiosa y
moral
2
. Hoy, en una sociedad in-
dustrializada y secularizada, mu-
chas cosas han cambiado tanto en el
plano del comportamiento como de
la mentalidad
3
. Es preciso notar
que la transformacin social y cul-
tural y los cambios religiosos y ti-
cos acarreaban y siguen provocan-
do, mucho ms que antes, dificulta-
des bastante significativas sobre to-
do en lo que se refiere a los contras-
tes. De hecho, mientras por un lado
el hombre extiende cada vez con
mayor amplitud sus conocimientos
cientficos y sus capacidades tcni-
cas, por el otro no siempre logra so-
meterlos a su servicio. El gnero
humano nunca ha tenido tantas ri-
quezas a su disposicin, incluso a
nivel econmico, sin embargo cada
vez ms gran parte de la humanidad
sufre todava el hambre y vive en si-
tuaciones deshumanas. Nunca co-
mo hoy los hombres han tenido un
sentido tan agudo de su libertad, y
sin embargo estn tomando pie nue-
vas formas de esclavitud; es sufi-
ciente pensar en el creciente fen-
meno social de la txicodependen-
cia juvenil y en el preocupante au-
mento del alcoholismo y tabaquis-
mo en las mujeres. Sumergidos en
estas condiciones de contraste mu-
chos contemporneos ya no logran
identificar los verdaderos valores
perennes y armonizarlos, como se
debe, con el proceso de la seculari-
zacin que tiende cada vez ms al
secularismo
4
.
Es por esto que el Papa Montini
advirti la necesidad de que se pro-
fundizara de modo explcito la rela-
cin ntima que existe entre la evan-
gelizacin y la cultura de la secula-
rizacin. En su exhortacin apost-
lica Evangelii nuntiandi, despus
de haber explorado el dinamismo
del Vaticano II en todas las direc-
ciones y en todas las dimensiones, y
de haberse dado cuenta de las dife-
rentes mutaciones, lleg a la con-
clusin de que evangelizar es asu-
mir y transfigurar las culturas tal
como ellas constituyen la vida de
los pueblos y de los hombres. La
cultura es la sntesis de la vida de
cada pueblo, su memoria, su modo
de ser, de vivir, de valorar; la cultu-
ra abraza el comportamiento de los
hombres con los dems hombres,
con la naturaleza y con Dios. La
Iglesia no puede permanecer indife-
rente frente a los pueblos y a sus
culturas. En cuanto pueblo de Dios
debe generar en el seno de cada
pueblo y de todos los pueblos una
cultura cristiana. La Iglesia, pueblo
de Dios, cuando anuncia el Evange-
lio y los pueblos acogen la fe, se en-
carna en ellos y asume sus culturas,
instaurando as no una identifica-
cin, sino ms bien un estrecho vn-
BONIFACIO HONINGS
4. Fe y secularizacin en la ltima fase de la vida
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
culo con ellas. Para esto, concen-
trando su atencin sobre la nica ra-
zn de ser de la Iglesia que es la
evangelizacin de la cultura de
nuestro tiempo, Pablo VI precisa
ante todo que se debe evangelizar la
cultura y las culturas del hombre no
de modo decorativo, semejante al
barniz superficial, sino de modo vi-
tal, profundo y hasta sus races
5
. Es-
ta evangelizacin profunda se refie-
re tambin a las races de los aspec-
tos econmico-sociales, porque ba-
jo cierto aspecto son las dimensio-
nes fundamentales de todo proceso
cultural. Fe y secularizacin no son,
pues, esferas independientes, todo
lo contrario. En efecto, por un lado
la fe transmitida por la Iglesia es vi-
vida partiendo de una cultura pree-
xistente, es decir por creyentes pro-
fundamente vinculados con una
cultura y, por otro, la construccin
del Reino no puede dejar de servir-
se de los elementos de la cultura y
de las culturas humanas
6
. Las cultu-
ras no son un espacio vaco, que ca-
rece de valores autnticos, ni la
evangelizacin de la Iglesia es un
proceso de destruccin, sino de
consolidacin y reforzamiento de
dichos valores. La evangelizacin
es un aporte al crecimiento de los
grmenes del Verbo presentes en
las culturas
7
. Esta relacin positiva
entre fe y cultura hace que la Iglesia
se comprometa en una adaptacin,
en una actualizacin, esforzndose
en una traduccin del mensaje
evanglico en el lenguaje antropo-
lgico y en los smbolos de la cultu-
ra en la que se inserta
8
. En otros tr-
minos, esto significa que la evange-
lizacin de la cultura y por tanto la
fe son retadas por un cambio cultu-
ral y por un mundo entero muy
marcados por un proceso de secula-
rizacin que, a su vez, est ntima-
mente unido al progreso de la cien-
cia, de la tcnica y al cambio de la
urbanizacin. La cultura sufre el
impacto de la llegada de la civiliza-
cin urbana industrial y la postmo-
derna que estn dominadas, a su
vez, por dos caractersticas: el co-
nocimiento fsico-matemtico y la
mentalidad eficientista. La llegada
de este tipo de civilizacin amenaza
las mismas races de la cultura cris-
tiana, ya que en su proceso histri-
co, en el plano ideolgico todava
conlleva los problemas del libera-
lismo y del materialismo. Digo pro-
blemas porque en ambas se anida
no slo la tendencia a una legtima
y auspiciable secularizacin, sino
tambin la desviacin al secularis-
mo. De todos modos, la cultura mo-
derna pretende ser universal, al es-
tar inspirada por la mentalidad
cientfica y tcnica, promovida por
las grandes potencias y contramar-
cada por las ideologas menciona-
das. Los pueblos, las culturas parti-
culares, los varios grupos humanos,
han sido invitados y, ms bien, obli-
gados a integrarse a ellas
9
. Todo es-
to subraya, a su vez, los retos que la
Iglesia debe afrontar. Por un lado,
en ellos se manifiestan los signos de
los tiempos, las indicaciones de
aquel futuro hacia el cual se enca-
mina cada vez ms la cultura secu-
larista y, por el otro, se impone cada
vez con mayor urgencia la tarea
evangelizadora de la Iglesia de dis-
cernir cuales son para reforzar los
valores humano-cristianos y derro-
car los dolos liberalizadores y ma-
terializadores del proceso de la cul-
tura moderna secularizante hacia el
secularismo ateo
10
. Los Padres del
Vaticano II advirtieron este proceso
en trminos inequivocables: Mu-
chos de nuestros contemporneos
parecen temer que, por una excesi-
vamente estrecha vinculacin entre
la actividad humana y la religin,
sufra trabas la autonoma de los
hombres, de las sociedades, de las
ciencias
11
. Sin embargo este temor
es infundado siempre que se haga
una distincin entre autonoma rela-
tiva y autonoma absoluta. Si por
autonoma de la realidad terrena se
quiere decir que las cosas creadas y
la sociedad misma gozan de propias
leyes y valores, que el hombre ha de
descubrir, emplear y ordenar poco a
poco, es absolutamente legtima es-
ta exigencia de autonoma. No es
que la reclamen imperiosamente
slo los hombres de nuestro tiempo.
Es que adems responde a la volun-
tad del Creador. Por ello, la investi-
gacin metdica en todos los cam-
pos del saber, si est realizada de
una forma autnticamente cientfica
y conforme a las normas morales,
nunca ser en realidad contraria a la
fe, porque las realidades profanas y
las de la fe tienen su origen en un
mismo Dios
12
. Los mismos Padres
deploran ciertas actitudes mentales,
incluso entre los cristianos, de no
haber percibido suficientemente la
autonoma legtima de la ciencia, y
suscitan contiendas y controversias
sosteniendo que ciencia y fe se opo-
nen entre s
13
. De todos modos, si
con la expresin autonoma de las
realidades terrenas se entiende que
las cosas creadas no dependen de
Dios, y que el hombre puede adop-
tarlas de modo tal que no tengan re-
ferencia con el Creador, entonces
ninguno que crea en Dios deja de
advertir cuan falsas son dichas opi-
niones. De hecho, la criatura desa-
parece sin el Creador. Antes bien, el
olvido de Dios deja sin luz a la mis-
ma criatura
14
. De lo dicho arriba so-
bre la relacin existente entre fe y
secularizacin se deduce que la
Iglesia debe proceder con mucha
prudencia en su funcin evangeli-
zadora y no debe ser menor su pru-
dente discernimiento. Llamada no
para destruir sino para ayudar a las
culturas a consolidarse en su ser y
en su identidad, la Iglesia invita a
los hombres de toda raza y pueblo a
reunirse, mediante la fe en Cristo,
en un nico y universal pueblo de
Dios. Ella ve con satisfaccin, ya
que es conforme a sus principios
evanglicos, las aspiraciones de la
humanidad hacia la integracin y la
comunin universal. No slo esto,
sino que adems de aprobar esta
unidad catlica, la Iglesia promue-
ve y anima tambin formas de co-
munin entre culturas y de justa in-
tegracin en los niveles econmico,
social y poltico
15
. Todo esto no sig-
nifica que la conciencia religiosa
est ligada a las formas del proceso
de secularizacin en cuanto cone-
xas con el progreso de la ciencia, de
la tcnica y a la creciente urbaniza-
a
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
cin. El pasaje a la civilizacin se-
cular no lleva a la abolicin de la re-
ligin, en general, y de la fe cristia-
na, en especial.
Para concluir este primer mo-
mento podemos decir que cierta-
mente el proceso de secularizacin
constituye un reto para la fe, ya que
condiciona con nuevas formas y es-
tructuras de vida la conciencia reli-
giosa y la existencia cristiana. La
vida secularizada pone en evidencia
problemas hasta ahora ignorados.
Las formas de vida y las acostum-
bradas estructuras de la existencia
se desequilibran as como tambin
las condiciones de vida del hombre
religioso, de los fieles y de la comu-
nidad cristiana
16
. Es as que la Igle-
sia se encuentra desafiada a renovar
su evangelizacin de modo que per-
mita que sus fieles y sus comunida-
des vivan en forma actualizada su
cristianismo y su fe cristiana. Por
tanto, en lo que se refiere a la ltima
fase de la vida del hombre, es nece-
sario ver de qu modo la Iglesia ar-
moniza la fe y la secularizacin en-
tre ellos.
2. Caractersticas de la situacin
de crisis secularista
en la fase terminal
La enfermedad, el dolor y la
muerte siempre han sido uno de los
problemas ms angustiosos no slo
para la conciencia humana sino
tambin para aquella cristiana. Co-
mo es obvio, los cristianos conocen
su alcance y advierten su compleji-
dad. De hecho, en la crisis de los va-
lores estn implicadas las convic-
ciones de los familiares, del perso-
nal sanitario y hospitalario que, sin
comprender el aspecto religioso y,
por tanto, el enriquecimiento espiri-
tual de la enfermedad y de la muer-
te, mantienen lo ms posible aleja-
dos aquellos signos y ayudas de la
fe, a los que el creyente enfermo
tendra derecho. Hoy se presentan
dificultades prcticas en el cuidado
pastoral de los enfermos sobre todo
en la ltima fase de su vida. Los
ambientes secularizados de la fami-
lia, de los hospitales, de las clnicas,
no siempre estn adecuadamente
abiertos al anuncio evanglico y,
por tanto, a acoger la fe y esperanza
teologales de las que la Iglesia es
portavoz y portadora. Por tanto, el
enfermo y el moribundo a menudo
no tienen una directa evangeliza-
cin y se les priva del derecho de
conocer, de modo adecuado y pro-
porcionado, la verdad acerca de su
real condicin
17
. Esto se vuelve
muy injusto si pensamos que, ilu-
minados y sostenidos por la fe, los
cristianos tienen a su alcance la for-
ma como profundizar mejor el mis-
terio de la enfermedad, del dolor, de
la muerte, y los medios para afron-
tarlos con fuerza viril. De las pala-
bras de Cristo conocen, con absolu-
ta certeza cual es el significado y el
valor de ese misterio no slo para la
propia salvacin sino tambin para
la salvacin de los dems y de todo
el mundo. Cristo mismo, an siendo
sin pecado, sufri en su Pasin pe-
nas y tormentos de todo tipo, e hizo
suyos los dolores de todos los hom-
bres. Al presentarse como el Hijo
del Hombre que realiza la misin
del siervo de Jahvh, hizo que se
cumpliera lo que de El escribi el
profesa Isaas
18
. El es el Hijo amado
que con su obediencia acept la
muerte para sus hermanos, los hom-
bres
19
. Es por esto que San Pablo
ensea que cuando estamos afligi-
dos y oprimidos por los dolores y
por las pruebas, es El, Cristo, que
sufre en nosotros, sus miembros; no
slo, sino que estas pruebas y estos
dolores son de breve duracin y de
poca entidad, si lo comparamos con
la eterna gloria que nos brindan
20
.
Como consecuencia, la Iglesia ve
en el sufrimiento y en la muerte de
uno, Jess, que se ofreci por to-
dos
21
, el momento supremo en el
que se acumulan sobre el Hijo, que
a su vez los presenta al Padre, no
slo todas las rupturas y los pecados
de la humanidad, sino tambin los
siglos de su dolorosa historia. Bajo
esta luz de su fe, la Iglesia cree con-
templar y acoger en el rostro de ca-
da hombre que sufre y est por mo-
rir, sobre todo en su fase terminal, el
rostro de Cristo sufriente y mori-
bundo en la cruz. Iluminados y sos-
tenidos por la fe, creen contemplar
de este modo, captar y acoger en el
rostro de un moribundo, el rostro de
Cristo, el rostro del Hijo de Dios
que asume sus sufrimientos y su
muerte
22
.
Sin embargo, no hay que olvidar
que en el plan de Dios y de su pro-
videncia el hombre debe luchar con
todas sus fuerzas contra la enferme-
dad bajo todas sus formas, y hacer
todo lo posible para conservar el
gran bien de su salud, para servir a
la sociedad y a la Iglesia. Estamos
as en el mbito de la seculariza-
cin, porque no slo el enfermo de-
be luchar contra la enfermedad, si-
no tambin los mdicos y todos los
que se dedican al servicio de los en-
fermos. Nadie debe dejar de hacer
todo lo que es preciso hacer, inten-
tar y experimentar para aliviar el
cuerpo y el espritu del que sufre. El
mayor conocimiento de la ciencia
mdica y la ms eficiente aplica-
cin del poder tcnico deben poner
en prctica las palabras del Evange-
lio cuando Cristo recomienda curar
al hombre en la integralidad de su
ser humano
23
. Tambin en la fase
terminal no deben faltar los alivios,
proprios de la secularizacin, so-
bre todo porque con sus instrumen-
tos tcnicos la ciencia mdica hoy
ms que ayer est en la capacidad
de ofrecer cuidados paliativos. No
entro en detalles concretos porque
es tarea de otros relatores mucho
ms competentes; slo indico que
todo alivio no puede prescindir de
una visin del hombre que entrev
en la dimensin corporal del indi-
viduo la expresin de un bien espi-
ritual ms grande. Los hombres de
ciencia deben entender el cuerpo
humano como la dimensin palpa-
ble de una realidad personal unita-
ria, al mismo tiempo corporal y es-
piritual. El alma espiritual del hom-
bre, aunque no es palpable en s
misma, constituye siempre la raz
de su realidad existencial de su rela-
cin con el resto del mundo y, como
consecuencia, de su peculiar e ina-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
lienable valor
24
. Ahora bien, este
valor resulta muy fundamental y
primario en la ltima fase de la vi-
da, cuando la ciencia y la tcnica se
deben rendir ante el misterio de la
muerte y ceder el primado a la fe.
3. La Fe, cuidado paliativo
de primaca
En el mundo actual, la ltima fa-
se de la vida obliga cada vez a ms
a los hombres a plantearse las inte-
rrogantes capitales sobre el signifi-
cado del dolor y de la muerte, que
subsisten no obstante todo progreso
y, por tanto, sobre lo que ser des-
pus de esta vida
25
. A estas interro-
gantes slo puede responder Cristo
que sufri y muri en la cruz, ya
que all revela su anhelo de redimir
al hombre, a todo el hombre y a to-
dos los hombres. El Padre y Cristo,
a travs de su sufrimiento y su
muerte, ofrecen su perdn a toda la
humanidad y manifiestan el miste-
rio de su gracia, de su misericor-
dia
26
. De este modo, a la luz de la fe
cristiana la ltima fase de la vida te-
rrenal del hombre revela que la re-
conciliacin con Dios, el Absoluto,
se realiza paradjicamente no con
el poder sino con la debilidad hu-
mana, no con la sabidura de este
mundo, sino con la necedad de la
cruz que es sabidura de Dios. Atra-
vs de su mensaje, de su muerte y
su resurreccin, Jess nos ha dado
su vida divina: dimensin inefable
y eterna de nuestra existencia terre-
na
27
. La luz de la fe nos revela que
existe una relacin estrecha entre la
enfermedad, el dolor, la muerte y la
condicin de pecado original come-
tido por los primeros padres
28
. Por
tanto, vemos que Jess, que vino a
quitar el pecado del mundo, tuvo
una solicitud muy particular hacia
los enfermos y manifest hacia
ellos su infinita misericordia, libe-
rando de las enfermedades a los que
recurran a El con confianza. La cu-
racin milagrosa de los males fsi-
cos es, pues, signo y preludio en el
Evangelio de la liberacin del peca-
do
29
. Por tanto, en el Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia, si un miem-
bro sufre, con l sufren todos los de-
ms miembros
30
. De aqu, la necesi-
dad de que todos los bautizados
participen en los cuidados paliati-
vos, destinados a aliviar toda nece-
sidad humana, especialmente en la
fase terminal de la vida. Todos los
cristianos deben hacer suya la soli-
citud y la caridad de Cristo y de la
Iglesia hacia los enfermos, en gene-
ral, y hacia las personas que se en-
cuentran en la ltima fase de su vi-
da, en particular. Cada uno debe
ocuparse con solicitud de los enfer-
mos, segn las posibilidades de su
estado y de su especfica competen-
cia. En este servicio de caridad tie-
nen, adems, una tarea particular
los familiares y los adeptos al cui-
dado de los que sufren y de los mo-
ribundos. Les debemos confortar
con palabras de fe y con la oracin
comn, encomendarlos al Seor do-
liente y glorificado, exhortarlos
ms bien a unirse espontneamente
a la pasin y muerte de Cristo, y
contribuyan al bien del pueblo de
Dios
31
. Es por esto que, en la fase
terminal, el tratamiento paliativo
ms adecuado es la luz de la fe. Es
el momento para sugerir palabras
que ayuden a los enfermos a darse
cuenta del significado de su situa-
cin terminal; de exhortarlos a de-
jarse guiar por la luz de la fe que los
lleva a unirse al Cristo que sufre,
santificando con la oracin aquel
tiempo que todava les falta para el
encuentro cara a cara con El. Ha lle-
gado el momento de la invitacin
divina de dar al restante cronos in-
manente de la vida terrena su valor
de kairos trascendente de la vida ce-
lestial. Ha llegado, en fin, el mo-
mento histrico en que la seculari-
zacin debe abrirse al momento me-
tastrico de la fe, la persona huma-
na ha llegado ms que nunca a la
hora de acoger con fe y confianza
teologales, el gesto sacramental del
amor misericordioso de Jess, es
decir, el cuidado paliativo ms efi-
ciente. Me refiero a aquel don espe-
cial de gracia que es el sacramento
de la Uncin de los enfermos. Insti-
tuido por Cristo, mdico del cuer-
po y del espritu, el sacramento de
la Uncin fue anunciado por el
apstol Santiago con las siguientes
expresiones: Est enfermo algu-
no entre vosotros? Llame a los pres-
bteros de la Iglesia, que oren sobre
l y le unjan con leo en el nombre
del Seor. Y la oracin de la fe sal-
var al enfermo, y el Seor har que
se levante, y si hubiera cometido
pecados, le sern perdonados
32
. La
frmula que acompaa la uncin re-
cita: Por esta santa Uncin y su
santsima misericordia te ayude el
Seor con la gracia del Espritu
Santo y liberndote de los pecados
te salve y con su bondad te consue-
le
33
. Notemos bien el acento sobre
el primado de la fe en el cuidado pa-
liativo ms integral que Jess mis-
mo celebra. Es una ayuda para todo
el hombre, viviente no dividido, pa-
ra su salvacin integral. El sacra-
mento quiere ser remedio del cuer-
po y del espritu para cada cristiano,
cuyo estado de salud est seriamen-
te comprometido por la enfermedad
o por la vejez. Para comprender el
signo y la gracia sacramental de la
Uncin de los enfermos hay que te-
ner presente ambos elementos
corporal y espiritual que por su
naturaleza estn siempre conexos.
De hecho, la enfermedad fsica
agrava la fragilidad espiritual, pro-
pia de cada cristiano, y sin una es-
pecial gracia del Seor, podra con-
ducirlo a cerrarse egostamente en
s mismo, a rebelarse contra la Pro-
videncia y a desesperarse
34
. Todo
esto pone en claro que el cuidado
paliativo por excelencia, fundado
en la fe, consiste en la presencia
personal de Cristo en el enfermo.
Como ningn otro hombre, El co-
noce el sufrir y el morir, est cerca
de l para darle fuerza y ayudarlo a
conservar la confianza en Dios Pa-
dre y a tener paciencia con su frgil
cuerpo destinado a la resurreccin.
Reconfortado por la confianza en
Dios, el enfermo terminal obtiene la
fuerza de vencer las tentaciones del
maligno y la ansiedad de la muer-
te
35
. Los Padres del Vaticano II aa-
den que junto a Cristo est presente
y solidaria con el enfermo toda la
Iglesia. Con la sagrada Uncin y la
oracin de los sacerdotes, toda la
Iglesia encomienda los enfermos al
Seor paciente y glorificado, para
que alivie sus penas y los salve
36
.
Por medio de su sacramental cuida-
do paliativo, Jess comunica la gra-
cia del Espritu Santo, cuyos efectos
son aliviar y reconfortar al enfermo,
reunificar su ser herido por la enfer-
medad, comprender su significado
y ayudarle para que la viva saluda-
blemente
37
. Todo esto se verfica es-
pecialmente en la fase terminal. De
hecho, cuando por designio de
Dios la enfermedad est destinada a
terminar en la muerte, entonces el
sacramento har que aumente en el
enfermo la fe y la esperanza que le
darn fuerza para afrontar la ltima
prueba. Por la presencia dinmica
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
del Seor resucitado y de su Espri-
tu vivificante, la Uncin ser el sig-
no activo de la ltima y definitiva
insercin en la Pascua del Seor. De
ese modo el sacramento ser la pre-
paracin a aquella victoria definiti-
va sobre el mal y sobre la muerte,
que completar la asimilacin a
Cristo que inici con el Bautis-
mo
38
. Dos cosas son ya luce cla-
rius: la primera se refiere al lmite
inmanente de la secularizacin; la
segunda, al primado trascendente
de la fe. En lo que respecta a la fe es
evidente que ella es necesaria por
sus efectos paliativos, sobre todo a
travs del sacramento de los enfer-
mos. La fe es necesaria no slo para
contar con una eficiente coopera-
cin de parte del sujeto terminal, si-
no tambin para que la oracin del
sacerdote y de la comunidad tenga
la esperada eficacia. Por tanto, los
que participan en la celebracin del
sacramento estn invitados a parti-
cipar con fe humilde y profunda, de
modo que sea al mismo tiempo un
abandonarse lleno de confianza y
una entrega al amor misericordioso
del Padre
39
. La secularizacin no
puede dejar de admitir su lmite tan-
to cientfico como tcnico. Frente a
enfermedades terminales y, por tan-
to, a la muerte, slo el cuidado pa-
liativo de primaca de la fe es capaz
de dar el verdadero sentido al sufri-
miento y a la muerte: el pasaje a la
vida eterna. El lmite teraputico de
la secularizacin debera remitirnos
al ilimitado horizonte salvfico de la
vida teologal. La secularizacin re-
conocera as su autonoma relativa
porque se demostrara abierta a la
plenitud de la vida futura, haciendo
actual el ardiente deseo paulino de
salir de este mundo terrenal para
permanecer siempre con Cristo
40
.
La secularizacin converge con la
fe de la Iglesia que con Pedro da ra-
zn de la esperanza presente en no-
sotros
41
. Al igual que Pablo la Igle-
sia repite en particular el evangelio
de la resurreccin a los que sufren y
estn por morir, para que no se
aflijan como los dems que no tie-
nen esperanza
42
. Los enfermos ter-
minales no se sentirn ni solos ni
separados ni intiles, sino que cada
vez ms tendrn conciencia de estar
llamados por Cristo a ser su imagen
viva y transparente y a colaborar
con El en la salvacin universal.
Precisamente esto hace que procla-
memos: cuando la secularizacin
no puede ofrecer otra cosa sino cu-
re inmanente de la desesperacin
del secularismo, la muerte eutan-
sica; la fe puede ofrecer la care
trascendente de la esperanza del
cristianismo, el pasaje a la vida
eterna. Cuando la ciencia mdica
cierra la ventana a toda esperanza
teraputica, la fe abre la puerta al
cuidado paliativo del mensaje salv-
fico de Cristo.
Concluyo: Dios Padre clement-
simo, que conoces el corazn de los
hombres y acojes a los hijos que re-
gresan a t, ten piedad de ellos en la
ltima fase de su vida, haz que la
santa Uncin con la oracin de
nuestra fe los sostenga y los consue-
le, para que en el gozo de tu perdn
se abandonen confiados en los bra-
zos de tu misericordia. Por Cristo
Jess, tu Hijo y Seor nuestro, que
venci la muerte y nos abri el pa-
saje a la vida eterna, y vive y reina
contigo por los siglos de los siglos.
Amn
43
.
P. BONIFACIO HONINGS, O.C.D.
Profesor emrito de Teologa moral
en la Pontificia Universidad Lateranense,
Roma, Italia,
Consultor del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud,
Santa Sede
Notas
1
Cfr. Documento pastoral del Episcopado
italiano, Evangelizacin y sacramentos de la
Penitencia y de la Uncin de los enfermos, Elle
Di Ci, Torino 1974, n. 118.
2
Cfr. Constitucin Pastoral sobre La Igle-
sia en el mundo contemporneo Gaudium et
Spes (GS), n. 4.
3
Episcopado italiano, Evangelizacin..., n.
121.
4
Cfr. GS, n. 4.
5
Cfr. Pablo VI, Evangelii nuntiandi (EN),
20.
6
Ibidem.
7
Cfr. GS, n. 57.
8
Cfr. EN, 53 en 62; GS, n. 58.
9
Cfr. PUEBLA, Comunin y participacin
(CP), por el P. Vanzan, traduccin de A. Ma-
rranzini. Editrice Ave, Roma 1979, n. 2970.
10
En su esencia, el secularismo separa y
opone el hombre a Dios y concibe la construc-
cin de la historia como exclusiva responsabili-
dad del hombre, considerado en su inmanencia.
Se trata de una concepcin del mundo, en la
que ste se explica por s mismo sin que haya
necesidad de recurrir a Dios que, de este modo,
se ha vuelto suprfluo y pesado. Dicho secula-
rismo para reconocer el poder del hombre, ter-
mina dejando de lado a Dios y negndolo. Al
parecer, se derivan de aqu nuevas formas de
atesmo antropocntrico, ya no abstracto y me-
tafsico sino pragmtico, programtico y mili-
tante. En unin con este secularismo ateo, todos
los das se nos propone, bajo diferentes formas,
la civilizacin de los consumos, el hedonismo
puesto como valor supremo, la voluntad de po-
der y de dominio, discriminaciones de todo ti-
po: inclinaciones igualmente inhumanas de es-
te humanismo (Cfr. Pablo VI, EN, n. 55; Cfr.
PUEBLA, CP, n. 2984).
11
GS, n, 36.
12
Ibidem. Cfr. Conc. Vat. I, Const. dogm. De
fide cath., cap. III: Denz. 1785-1786.
13
Cfr. GS, n. 36.
14
Ibidem.
15
Cfr. PUEBLA, CP, nn. 2974 2975.
16
Cfr. PAbLO VI, Octogesima adveniens, n.
10.
17
Cfr. Documento pastoral del Episcopado
Italiano, Evangelizacin y sacramentos de la
Penitencia y de la Uncin de los enfermos, n.
120.
18
Cfr. Is 42 e 53, 4 -5.
19
Cfr. Mc 12, 6-8.
20
Cfr. 2Co 4, 17.
21
Cfr. Rm 15, 18-19.
22
Cfr. Mc 15, 34; Mt 25, 34-40; 27, 46.
23
Cfr. CEI, Sacramento de la Uncin y cui-
dado pastoral de los enfermos, n. 3-4.
24
Pontificia Academia para la Vida, Etica e
investigacin biomdica. Il Regno-documenti,
9. 2003, p. 274.
25
Cfr. GS, n. 10.
26
Cfr. Rm 3, 21-26.
27
Cfr. 1Co 15, 48-49.
28
Cfr. CCC, 379. Sin embargo sera un error
considerar la enfermedad en cuanto tal, al me-
nos en lnea general, como un castigo por los
pecados personales.
29
Documento pastoral del Episcopado italia-
no, Evangelizacin y sacramentos de la Peni-
tencia y de la Uncin de los Enfermos, n. 133.
30
Cfr. 1Co 12, 26.
31
Cfr. CEI, Sacramento de la Uncin ..., n.
33-34.
32
St 5, 14-15.
33
Episcopado italiano, Evangelizacin y sa-
cramentos...., n.139.
34
Ibidem n.140.
35
Cfr. CEI, Sacramento de la Uncin ..., n.
6; Cfr. tambin Episcopado italiano, Evangeli-
zacin y sacramentos n. 142-143.
36
Lumen gentium, n. 11.
37
Cfr. Episcopado italiano, Evangelizacin
y sacramentos, n. 144.
38
Episcopado italiano, Evangelizacin y sa-
cramentos..., n. 146.
39
Ibidem, n. 148.
40
Cfr. Flp 1, 19 - 23.
41
Cfr. 1P 3, 14.
42
1Tes 4, 13.
43
CEI, Sacramento de la Uncin ..., p. 57-
58.
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79
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
El que lee la historia de la huma-
nidad queda impactado por su am-
bigedad. Lo que al parecer no s-
lo tiene la apariencia de un progre-
so, sino que lo es realmente, y da la
posibilidad de resolver problemas
hasta ahora considerados sin solu-
cin, no es raro que haga surgir
otros nuevos. La introduccin de
la anestesia, en torno al 1840, hizo
posible la ciruga. La aplicacin de
la radioterapia en los aos veinte y
de la quimioterapia en los aos
cincuenta del siglo pasado, provo-
c un terremoto en el tratamiento
de los tumores malignos. El descu-
brimiento de los sulfamidas y de
los antibiticos, a partir de los aos
treinta y cuarenta, que abrieron la
brecha en la lucha contra las infec-
ciones bactricas, y el desarrollo
de los sistemas de ventilacin pul-
monar poco despus que terminara
la Segunda Guerra Mundial, pro-
porcionarn al mdico la posibili-
dad de salvar la vida a muchos pa-
cientes cuya condicin anterior-
mente habra sido vista como de-
sesperada.
Sin embargo, la posibilidad de
prolongar la vida ha suscitado nue-
vas interrogantes ticas, hasta aho-
ra desconocidas: por cierto, se pue-
de prolongar la vida, pero esta em-
presa no siempre ha sido motivo de
gran alegra. Me recuerdo que por
los aos setenta, durante mis estu-
dios de medicina en la Universidad
de Amsterdam, en la seccin de
neurologa del hospital universita-
rio, a algunos pacientes se les apli-
c la respiracin artificial por ms
de cinco aos. Poco a poco se pre-
sent una duda profunda: Real-
mente debemos continuar con la
respiracin artificial? Cul es la fi-
nalidad? Qu posibilidad hay de
que recuperar el estado de concien-
cia? Por otro lado surga tambin la
pregunta si fuese lcito desconec-
tar los aparatos. Muchos se recor-
darn el encendido debate en torno
al caso de Karen Ann Quinlan en
los aos setenta: interrumpir la res-
piracin artificial a un paciente que
no logra respirar por cuenta propia,
lo cual tiene como consecuencia la
muerte, desde el punto de vista ti-
co equivale a provocarla?
Resistencia contra
el ensaamiento teraputico
y sus consecuencias en la
discusin sobre la eutanasia
En los Pases Bajos, un profesor
de psiquiatra de la Universidad de
Leida, Van den Berg, en 1969 pu-
blic un libro cuyo interesante ttu-
lo es Medische macht en medische
ethiek, es decir, Poder mdico y
tica mdica, en el que critic du-
ramente el ensaamiento teraputi-
co de ese entonces. Para justificar
sus crticas present el caso-lmite
de un hombre que desde su infan-
cia tena una parlisis a las pier-
nas
1
. Con el pasar del tiempo, la pa-
rlisis se extendi progresivamente
a la parte inferior del cuerpo. Sur-
gi una lcera por decbito y en la
herida que no lograba sanar se for-
maron tumores malignos. El nico
medio para conservarlo en vida era
una hemicorporectomia, es decir la
amputacin de la parte inferior del
cuerpo, de las piernas, de la pelvis
y de una parte del abdomen. La
operacin se realiz conservando
los riones y el hgado. Adems, el
cirujano construy orificios para
las heces y la orina. Una fotografa
del libro muestra al hombre cuyo
cuerpo est formado por una cabe-
za, dos brazos y un pequeo tronco
que termina apenas debajo del t-
rax. Es un ejemplo tpico del pero-
do del ensaamiento teraputico de
los aos 50 y 60 cuando, no dispo-
niendo de una experiencia de la
aplicacin de nuevas tcnicas, los
mdicos tenan que descubrir an
los lmites del nuevo poder mdi-
co. En un debate pblico, Van den
Berg no slo se pregunt hasta qu
punto haba sido un deber hacer di-
cha intervencin quirrgica para
salvar esa vida, sino que fue ms
adelante preguntndose en torno a
si ms bien hubiera debido renun-
ciar a dicha intervencin.
Un aspecto an ms importante
que surgi de este debate, teniendo
como base este caso y otros, fue
que Van den Berg propuso admitir
la posibilidad de provocar la muer-
te de enfermos incurables, median-
te una intervencin activa, si se hu-
biesen encontrado en una condi-
cin de sufrimiento insoportable.
Si se poda suspender el tratamien-
to mdico con la consiguiente
muerte del paciente, haba que
WILLIAMS JACOBUS EIJK
5. Tratamiento proporcionado
y desproporcionado, ensaamiento teraputico
y cuidado paliativo
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80
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
considerar igualmente lcito inter-
venir activamente para concluir la
vida de un paciente. Segn Van
den Berg: Es lcito que el mdico
ponga fin a la vida humana en dos
formas: interrumpiendo un acto
mdico o realizando un acto mdi-
co. En el primer caso el mdico es
pasivo... En el segundo, el mdico
es activo, mata al paciente. Se pre-
senta como un acto muy cruel el
del mdico que mata al paciente.
Es algo anormal, no conveniente.
Sin embargo, es ms desconve-
niente hacer vegetar por largo
tiempo a personas inertes, derrota-
das desde hace mucho, moribun-
das o ya muertas. Esto debera
considerarse inusual. De todos
modos, es cruel
2
.
Por tanto, sera ms humano pro-
vocar la muerte mediante el sumi-
nistro de una inyeccin letal, para
evitar sufrimientos atroces al enfer-
mo. De aqu que su libro despert
el famoso debate pblico en los Pa-
ses Bajos sobre la eutanasia, que se
arrastraba por ms de un tercio de
siglo, y que ha terminado con la le-
galizacin de la eutanasia y del sui-
cidio asistido de conformidad con
la ley que ha entrado en vigor a par-
tir del 1 de abril del 2001
3
.
Recientemente, la discusin ha
tenido un nuevo impulso, a raz de
la problemtica referente a la pro-
vocacin activa de la muerte de re-
cin nacidos portadores de enfer-
medades o de minusvalidez cong-
nita o gentica, que se ha dado a
conocer a la opinin pblica de los
Pases Bajos en agosto del presen-
te ao
4
. En el 2001, algunos mdi-
cos suministraron frmacos con la
intencin explcita de acelerar la
muerte de cerca de 100 casos de un
total de 1.088 nios muertos, con
una edad de cero a un ao; lo ma-
nifiesta una encuesta referente a la
praxis de la eutanasia en los Pases
Bajos en el perodo 2001/2002. El
problema surgi por el hecho que,
entre 1996 y 2001, se notificaron a
la magistratura un promedio slo
de tres casos por ao de conclusin
activa de la vida de recin nacidos,
porque los pediatras implicados te-
man consecuencias de carcter ju-
rdico
5
. En este clima sensacional
suscitado por los mass media, una
pediatra plante pblicamente la
pregunta si el problema del sufri-
miento insoportable fuese causado
ms bien por las varias tentativas
de salvar a todo costo la vida de los
recin nacidos que de todos modos
habran muerto, pero que han sido
mantenidos en vida con la ayuda
artificial no obstante la preocupan-
te calidad de vida: Ahora pode-
mos mantenerlos en vida desde las
veinticuatro semanas, pero a veces
slo nos queda llorar... A menudo
se debe a la tcnica que los nios
sufren por mucho tiempo... Visto
que aumentamos el sufrimiento
mediante nuestros instrumentos
tcnicos, debemos preguntarmos
seriamente si estamos obrando
bien
6
.
Es obvio que aqu se trata de un
problema que tiene repercusiones
de amplio alcance y que debemos
tomar seriamente. La primera pre-
gunta a la que debemos responder
es en el plano tico: la suspensin
del tratamiento mdico, con la con-
siguiente muerte del paciente, equi-
vale a provocarla activamente?
Dejar morir equivale a matar?
Incluso el mdico que considera
la vida humana como un bien fun-
damental y, por tanto, rechaza la
eutanasia, a veces se encontrar en
situaciones en las que debe decidir
si interrumpir una terapia que po-
dra prolongar la vida. Este mdico
se preguntar por qu no se le per-
mite efectuar una inyeccin mortal
que tiene el mismo efecto que la in-
terrupcin de un cuidado, cuya
consecuencia es tambin la muerte
del paciente. En su declaracin so-
bre la eutanasia de 1980, la Con-
gregacin para la Doctrina de la Fe
incluye en la definicin de eutana-
sia tanto la intervencin activa para
concluir la vida, como la suspen-
sin de una terapia que tiene el
mismo objetivo: ...Una accin o
una omisin que por su naturaleza,
o en sus intenciones, procura la
muerte con el fin de eliminar todo
dolor. La eutanasia se coloca, por
tanto, a nivel de las intenciones y
de los mtodos empleados
7
.
En su famoso artculo de 1975,
Rachels escribi que dejar morir
equivale siempre a provocar la
muerte: Si por razones humanas,
un mdico deja morir a un pacien-
te, tiene la misma responsabilidad
moral, como si hubiese realizado
una inyeccin mortal por razones
humanas
8
.
Si tomamos el ejemplo propor-
cionado por Rachels, esto resulta
verdad. Un to cuyo sobrino resba-
la en la baera, se golpea la cabeza
sobre el borde de la misma y desa-
parece en un estado de inconscien-
cia bajo el agua. Pensando que de-
ber obtener su herencia, no inter-
viene, y lo deja ahogar. Si el juez
descubriese la verdad de las cosas,
lo considerara culpable de homici-
dio. En este caso, desde el punto de
vista tico, dejar morir equivale a
matar.
Sin embargo, tambin podra-
mos imaginar una situacin dife-
rente, por ejemplo, aquella en que
el sobrinito cae de un barco en un
ro de remolinos impetuosos, lleno
de cocodrilos hambrientos. En este
caso ninguno acusara al to si no
emprendiera cualquier tetantiva
para salvarlo. De todos modos, es
claro que no siempre dejar morir es
igual a matar.
Mutatis mutandis, podemos
transponer este razonamiento en el
mbito mdico. El caso que hemos
citado lo podemos comparar con la
situacin descrita por Van den
Berg, del paciente que ha sufrido
una hemicorporectomia para sanar
definitivamente de un tumor ma-
ligno. Si este hombre hubiese
muerto luego de haber rechazado
una intervencin quirrgica con ta-
les mutilaciones, ninguno habra
osado afirmar que quera provocar
su muerte.
Sin embargo, es menos clara la
distincin entre matar y dejar mo-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
rir, por ejemplo, cuando se suspen-
de el suministro de antibiticos, in-
sulina, alimento y lquidos. Se trata
de medios con los que generalmen-
te se puede mantener en vida a un
hombre sin complicaciones. Por
tanto, es necesario tener un criterio
para distinguir los casos en que la
suspensin de las tentativas para
prolongar la vida es igual a procu-
rar activamente la muerte, de aque-
llos en que dicha equivalencia no
es tan evidente.
Distincin entre medios
ordinarios/proporcionados
y medios extraordinarios
desproporcionados
Apartir del siglo XVI en adelan-
te, los telogos moralistas han dis-
tinguido entre medios ordinarios y
extraordinarios
9
. El empleo de
medios ordinarios para mantener
en vida era considerado obligato-
rio, mientras que se poda renun-
ciar el empleo de medios extraordi-
narios, como por ejemplo la ampu-
tacin de una pierna, sobre todo en
el perodo precedente al empleo de
la anestesia.
En el cuadro de la medicina rela-
tivamente esttica de los siglos pa-
sados, generalmente no era un gran
problema calificar un cuidado m-
dico como ordinario o extraordina-
rio. Ahora, la cuestin es mucho
ms complicada en vista de los ve-
loces desarrollos de la ciencia. Or-
dinario y extraordinario nos ha-
cen pensar que se trata de una tera-
pia usual o no usual, respectiva-
mente. Sin duda, a fines de los aos
cuarenta la respiracin artificial era
considerada como extraordinaria
en el sentido de no usual, rara o
particular, mientras que hoy perte-
nece a la praxis diaria en todo hos-
pital. Si se habla de extraordinaria
en el sentido tico de la palabra,
depende de una serie de factores.
Aqu se trata por un lado de valorar
la posibilidad de curacin, la con-
servacin de la vida y la condicin
del paciente que se espera con la
terapia, y por el otro, los efectos
colaterales y las complicaciones
del mismo cuidado, adems de la
inversin en energas y gastos del
cuidado.
En efecto, tratndose de la rela-
cin que existe entre los varios
conjuntos de factores menciona-
dos, a partir de los aos 70 el bino-
mio ordinario y extraordinario es
sustituido con el de proporcionado
y desproporcionado. Lo afirma la
Congregacin para la doctrina de
la Fe en su Declaracin sobre la eu-
tanasia: Hasta ahora los moralis-
tas respondan que no se est obli-
gado nunca al uso de los medios
extraordinarios. Hoy en cambio,
tal respuesta, siempre vlida en
principio, puede parecer tal vez
menos clara tanto por la impreci-
sin del trmino como por los rpi-
dos progresos de la terapia. Debido
a esto, algunos prefieren hablar de
medios proporcionados y des-
proporcionados. En cada caso, se
podrn valorar bien los medios po-
niendo en comparacin el tipo de
terapia, el grado de dificultad y de
riesgo que comporta, los gastos ne-
cesarios y las posibilidades de apli-
cacin con el resultado que se pue-
de esperar de todo ello, teniendo en
cuenta las condiciones del enfermo
y sus fuerzas fsicas y morales
10
.
En el caso del ejemplo presenta-
do por Rachels del to y del sobri-
nito, dejar morir equivale a matar,
porque existe una relacin de pro-
porcin entre los riesgos y las des-
ventajas de la tentativa de salvata-
je, por un lado, y de la posibilidad
de xito, por el otro. Sin duda ste
es el caso, ya que el to no tiene na-
da ms que hacer que sacar al nio
de la baera. La relacin mencio-
nada es evidentemente despropor-
cionada si la tentativa de salvataje
comporta tambin para el to lan-
zarse al ro revuelto lleno de coco-
drilos para salvar a su sobrinito.
La aplicacin de este criterio en
medicina comporta el siguiente
cuadro: interrumpir un cuidado
que puede prolongar la vida, te-
niendo como consecuencia la
muerte del paciente, desde el punto
de vista tico equivale a la eutana-
sia, si la relacin entre las ventajas
y las desventajas es proporcionada.
Si una persona, an pudiendo man-
tenerse en vida sin muchos riesgos,
con un medio proporcionado como
un derivado de la penicilina por
ejemplo en el caso de una pulmo-
na decidiese con lucidez no ha-
cer uso de l, no puede suponerse
otra cosa sino que est utilizando
su muerte como medio para evitar
problemas. En este caso, en efecto,
se debera hablar de una forma de
eutanasia o suicidio. Si alguien re-
nuncia a emplear medios despro-
porcionados para mantenerse en
vida, entonces su intencin es re-
nunciar a una finalidad, es decir, a
la curacin. Podra ser muy bien
que al mismo tiempo espere morir.
En el fondo no es lcito de suyo,
pero no se le puede imputar la in-
tencin de usar su muerte como
medio para poner trmino a sus su-
frimientos: en otras palabras, no se
trata de eutanasia directa.
En el caso de que un paciente
muriese porque se ha suspendido
una terapia desproporcionada, no
se habla de eutanasia, como afirma
Juan Pablo II en su encclica Evan-
gelium Vitae: La renuncia a me-
dios extraordinarios o despropor-
cionados no equivale al suicidio o a
la eutanasia; expresa ms bien la
aceptacin de la condicin humana
frente a la muerte (n. 65).
Es necesario considerar el hecho
de que la tarea de salvaguardar la
vida entra en una forma general,
pero no es una norma absoluta que
no admite excepciones. La norma
de que no se debe poner trmino
activamente a la vida de un ser hu-
mano inocente, mediante, por
ejemplo, la eutanasia o el suicidio
asistido, es absoluta. La razn es
que la vida humana es un bien fun-
damental, una dimensin intrnse-
ca de la persona humana. La vida
fsica del ser humano en cuanto
ser humano no debe ser instru-
mentalizada y, por tanto, ni siquie-
ra sacrificada para eliminar el su-
frimiento. La obligacin de salvar
la vida fsica es una norma general
que es vlida en la mayora de los
casos, pero existen excepciones.
Esta obligacin decae si salvar una
vida exige un empeo despropor-
cionado.
En algunos casos la despropor-
cin entre los efectos positivos y
negativos de la asistencia mdica
se puede volver extrema. Conti-
nuar las tentativas para prolongar
la vida se denomina ensaamiento
teraputico. Ejemplos extremos en
este campo han sido las tentativas
de mantener en vida al mariscal Ti-
to y al presidente de Espaa Franco
por razones polticas, sin esperanza
de salvar su vida o restablecer su
salud. Si la asistencia mdica se
vuelve extremadamente despro-
porcionada, es necesario renunciar
a ella. En fin de cuentas, es preciso
tener presente que el ensaamiento
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
teraputico revela la misma menta-
lidad de la que est impregnada la
eutanasia, es decir querer tener en
mano el disponer de la vida y de la
muerte. En ltimo anlisis esto im-
plica consciente o inconsciente-
mente el rechazo de confiar en la
misericordia amorosa de Dios.
Aunque la distincin entre me-
dios proporcionados y despropor-
cionados es clara, sin embargo ella
no nos da una respuesta concreta a
todas las preguntas. Los pacientes,
los mdicos y las dems personas
implicadas pueden tener opiniones
que no concuerdan con la valora-
cin de las proporciones. Uno ver
cierta terapia como proporcionada,
mientras el otro la considerar de
modo diferente. Para ponderar las
proporciones importantes, es nece-
sario contar con criterios suple-
mentarios ms concretos.
Criterios suplementarios
concretos
Algunos criterios ms concretos,
considerados no en s mismos, sino
en su mutua coherencia, podran
facilitar la distincin entre medios
proporcionados y desproporciona-
dos
11
.
Algunos factores importantes de
valoracin se refieren al carcter
de la terapia en cuanto tal:
su duracin (terapia aguda o
crnica);
efecto teraputico (para una
curacin total o parcial, o slo una
terapia de apoyo, como en el caso
de la respiracin artificial);
las eventuales complicaciones,
los efectos colaterales y las mutila-
ciones que pueden resultar;
su carcter experimental, el pa-
ciente puede decidir si sustraerse a
una terapia experimental, siempre
que los riesgos sean proporciona-
dos a los riesgos de la enfermedad
de quien sufre, pero no est obliga-
do a hacerlo: A falta de otros re-
medios, es lcito recurrir, con el
consentimiento del efermo, a los
medios puestos a disposicin por la
medicina ms avanzada, aunque
estn todava en fase experimental
y no estn libres de todo riesgo.
Aceptndolos, el enfermo podr
dar as ejemplo de generosidad pa-
ra el bien de la humanidad
12
;
un aspecto de la terapia que es
preciso considerar se refiere a los
gastos financieros y a las inversio-
nes necesarias para el personal y
para los instrumentos requeridos,
vistos en el cuadro de las posibili-
dades y de los medios globales a
disposicin del cuidado sanitario.
Otros factores se refieren a la
condicin del paciente:
la condicin fsica del paciente
antes de la aplicacin de la terapia
es capaz de soportar una interven-
cin mdica? De todos modos, es
claro que no se debe prolongar la
vida ante la inminencia de una
muerte inevitable.
la condicin fsica del paciente
prevista despus del tratamiento:
cmo ser su calidad de vida una
vez que la terapia ha tenido el efec-
to deseado?
adems de la condicin fsica,
es necesario considerar las fuerzas
psquicas, psico-sociales y espiri-
tuales del paciente.
En este contexto se puede em-
plear la expresin calidad de vi-
da, pero bajo la condicin de que
una calidad considerada como ne-
gativa no sea una razn a favor de
la eutanasia. La calidad esencial de
la vida del ser humano, creado a
imagen de Dios, no depende de sus
cualidades accidentales, como la
condicin fsica, como afirma Juan
Pablo II en la encclica Evangelium
Vitae: La vida es siempre un
bien... La vida que Dios da al hom-
bre es original y diversa de la de las
dems criaturas vivientes, ya que el
hombre, aunque proveniente del
polvo de la tierra (cf. Gn 2, 7; 3, 19;
Jb 34, 15; Sal 103/102, 14;
104/103, 29), es manifestacin de
Dios en el mundo, signo de su pre-
sencia, resplandor de su gloria (cf.
Gn 1, 26-27; Sal 8, 6) ... Al hombre
se le ha dado una altsima digni-
dad, que tiene sus races en el vn-
culo ntimo que lo une a su Crea-
dor: en el hombre se refleja la rea-
lidad misma de Dios (n. 34).
Quizs en este contexto, causa
asombro que se tomen en conside-
racin, para una valoracin global,
factores como los gastos y las in-
versiones de personal y de instru-
mentos. La citada Declaracin so-
bre la eutanasia, de la Congrega-
cin para la Doctrina de la Fe, los
coloca entre los factores sobresa-
lientes para distinguir si una terapia
es proporcionada o no. En Europa
Occidental donde la mayora de las
personas goza de un seguro para
las enfermedades o puede acogerse
a los servicios nacionales de salud,
en general uno no se detiene mu-
cho sobre el factor costos. Sin em-
bargo, incluso en la Europa occi-
dental, los responsables de la salud
y las compaas de seguro para en-
fermedades dudan para financiar la
introduccin de medios puestos a
disposicin por la medicina ms
adelantada o a reembolsar los cos-
tos para nuevas tcnicas mdicas,
considerado el enorme crecimiento
de los gastos generales para las en-
fermedades.
En Estados Unidos de Amrica
encontramos una situacin diversa.
Hardwig considera que en ciertas
circunstancias existe una obliga-
cin de morir incluso de (hacer)
terminar activamente la vida y
menciona el siguiente caso: una
mujer de 87 aos adolece de una
grave enfermedad cardiaca; aun-
que todo indica que tiene una posi-
bilidad inferior al 50% de vivir an
un ao, desea ser curada a cual-
quier costo. Logra vivir dos aos
ms y la asistencia mdica y el tra-
tamiento cuestan a la hija de 55
aos, nica pariente, sus ahorros,
su casa, su puesto de trabajo y su
carrera
13
. En este caso es preciso
preguntarnos si el tratamiento pue-
de considerarse desproporcionado.
No quisiera hablar como Hardwig
de una obligacin a morir, sino a
lo ms de la obligacin de renun-
ciar a conservar la vida y de acep-
tar la fin inevitable de la vida. En-
tre estas dos enunciaciones existe
mucha diferencia. Hemos visto
que, segun Hardwig, la obligacin
de morir no slo comporta renun-
ciar a una terapia para prolongar la
vida, sino tambin la obligacin de
procurar activamente la muerte.
Particulares problemas
en la aplicacin de la distincin
entre medios proporcionados
y desproporcionados
El magisterio de la Iglesia slo
puede indicar la distincin entre te-
rapia proporcionada, despropor-
cionada y exagerada como princi-
pio general. Slo el mdico puede
determinar lo que es proporciona-
do o no en casos concretos, de
acuerdo con su profesionalidad,
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
experiencia y prudencia. El enfer-
mo recibir de l las eventuales
ventajas y desventajas de la tera-
pia. Al final, ser el mismo pacien-
te quien decidir si someterse o no
a la terapia. Si l no estuviese en la
capacidad de hacerlo, el mdico to-
mar la decisin de comn acuerdo
con los parientes.
La distincin entre medios pro-
porcionados, desproporcionados y
exagerados es clara en muchos ca-
sos. No obstante subsisten los cri-
terios suplementarios concretos
arriba enunciados, sin embargo
hay casos en los que la aplicacin
de dicha distincin es tan difcil
que las personas implicadas pue-
den tener opiniones diferentes, en
buena conciencia. Cmo decidir,
por ejemplo, en el caso de una mu-
jer de 50 aos con un tumor cere-
bral? Si no se extirpar el tumor,
ella puede tener disfunciones neu-
rolgicas y quizs morir sufriendo
mucho, mientras que tendr la po-
sibilidad de sanarse al 100% luego
de una operacin quirrgica. Por
otro lado, se puede prever que, por
razones de esta intervencin, el
centro motor del lenguaje podr
quedar comprometido, con la con-
secuencia de que ya no podr ha-
blar ni expresarse. Estas evaluacio-
nes pueden ser muy difciles en la
praxis, sobre todo cuando existe la
posibilidad de discutirlas con el
mismo paciente.
Esta problemtica se presenta
sobre todo en el caso de pacientes
que se encuentran en estado vege-
tativo persistente, a los que se debe
suministrar alimento y lquidos
mediante una sonda gstrica. Ave-
ces se puede mantener en vida a los
pacientes por dcadas. En 1990 en
los Pases Bajos se encendi una
violenta discusin sobre este pro-
blema, en torno al caso de una mu-
jer que, luego de un error de anes-
tesia para un corte de cesrea, se
encontr postrada en un estado ve-
getativo permanente y fue mante-
nida en vida durante 16 aos, con
el suministro de alimento y lqui-
dos a travs de una sonda gstrica.
Algunos consideraban que se deba
continuar a hacerlo porque se trata-
ba de un procedimiento de asisten-
cia normal y no mdico
14
. Los ad-
versarios, en cambio, consideraron
el modo de suministro del alimento
como no-natural y artificial
15
.
Este tema no se puede considerar
convincente. En efecto, algunos
pacientes en coma por largo tiem-
po, pueden ingerir alimentos sin
muchas dificultades por reflejo de
degluticin, si el alimento se le co-
loca detrs de la lengua. Tambin
este no es estrictamente un mtodo
natural de recibir alimento y l-
quidos. Otros vieron este modo de
prolongar la vida como una terapia
absurda
16
. Sin embargo, la distin-
cin entre humanamente adecuado
y humanamente absurdo encierra
en s el riesgo que fcilmente se pa-
se a la pregunta sobre el sentido de
la vida de la persona humana y se
pierda de vista que este es un bien
fundamental y no puramente fun-
cional.
En todo caso, es necesario tener
en debida cuenta que la expresin
estado vegetativo permanente es
desviador. El trmino vegetativo
sugiere la idea que el paciente, re-
ducido a un ser vegetativo, ya no es
ms un ser humano viviente. De to-
dos modos, mientras no haya una
prdida irreversible de la funcin
del tronco cerebral, el paciente es
una persona humana viviente con
derecho a una asistencia mdica
proporcionada. Adems, es necesa-
rio considerar que cierto nmero
de estos pacientes puede recuperar
el estado de conciencia incluso
despus de muchos aos, aunque
sea difcil hacer un pronstico en lo
inmediato sobre un paciente en es-
tado vegetativo permanente.
Cmo aplicar en este caso la
distincin entre medios proporcio-
nados y desproporcionados? El
alimento y los lquidos general-
mente responden a las necesidades
fundamentales de la vida y de suyo
no entran en el campo de la asis-
tencia mdica. El Pontfice Juan
Pablo II lo ha subrayado en el mes
de marzo del 2004: Como su-
ministrar agua y alimento, incluso
cuando se hiciese por vas artifi-
ciales, representa siempre un me-
dio natural de conservacin de la
vida, no un acto mdico. Por con-
siguiente su uso habr que consi-
derarlo, en lnea de principio, ordi-
nario y proporcionado, y como tal
moralmente obligatorio, en la me-
dida en que y hasta cuando de-
muestra alcanzar su finalidad pro-
pia, que aqu consiste en procurar
nutricin al paciente y alivio de los
sufrimientos
17
.
Slo el modo de suministrar el
alimento y los lquidos puede refe-
rirse a la asistencia mdica y como
tal ser o no un medio proporciona-
do. Pero como explica el Pontfice,
el suministro artificial de agua y
alimento de suyo no es despropor-
cionado; antes bien, en lnea de
principio es proporcionado. Tam-
bin el hecho de que haya una es-
casa posibilidad de recuperacin,
cuando el estado vegetativo se pro-
longa por ms de un ao, tica-
mente no justifica la interrupcin
del suministro de los mismos
18
. Pe-
ro podemos afirmar que el sumi-
nistro de agua y alimento a travs
de una fleboclisis en la vena sub-
clavia ser desproporcioanda, en
general, en el estado vegetativo
permanente, dado que dicha flebo-
clisis se puede emplear slo duran-
te un perodo limitado. El suminis-
tro de alimento y lquidos median-
te una sonda gstrica habr que
considerarlo, en general, propor-
cionado, siempre que se aplique
sin complicaciones, como la pul-
mona ab ingestis o el vmito re-
petido. La Carta de los agentes sa-
nitarios, publicada por el Pontifi-
cio Consejo para los Agentes Sani-
tarios
19
contiene la siguiente direc-
tiva: La alimentacin y la hidrata-
cin, an artificialmente adminis-
tradas, son parte de los tratamien-
tos normales que siempre se les ha
de proporcionar al enfermo cuan-
do no resultan gravosos para l: su
indebida suspensin puede tener el
significado de una verdadera y
propia eutanasia (n. 120)
20
.
DH 58 spa 1-86 6-06-2005 14:19 Pagina 83
84
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Uso de una correcta
terminologa
Cuando un paciente muere debi-
do a la interrupcin de una terapia,
fcilmente se habla de eutanasia
pasiva
21
.
En una editorial del Boston Me-
dical and Surgical Journal del
1884, titulado Permissive eutha-
nasia, que sepamos por primera
vez se hizo la distincin entre euta-
nasia activa y eutanasia pasiva:
...Aunque nunca quisiramos ser
destructores de la vida, sospecha-
mos que pocos mdicos hayan evi-
tado la sugestin, siguiendo la pol-
tica de laisser aller, en un caso de-
sesperado de un sufrimiento pro-
longado, de permanecer al margen
pasivamente y renunciar a toda
tentativa posterior de prolongar la
vida que se ha convertido en tor-
mento para su propietario
22
.
Aun si en el ttulo se habla de eu-
tanasia pasiva, en el mismo art-
culo se oponen tambin los trmi-
nos activa y pasiva que se em-
pleaban generalmente en los aos
sesenta y setenta del siglo XX. Por
eutanasia activa se entiende poner
trmino o abreviar la vida como
efecto de un acto mortal efectuado,
adems, por un mdico. Si se abre-
via la vida porque el mdico no
efectua el tratamiento que puede
prolongar la vida o interrumpirla,
se habla de eutanasia pasiva.
Debido a la confusin que a me-
nudo reina en el empleo de los tr-
minos de la discusin sobre la euta-
nasia , encontramos una fuerte ten-
dencia a no emplear ms la distin-
cin entre eutanasia activa y pasi-
va. Algunos no desean utilizar ex-
presamente esta distincin, porque,
desde el punto de vista lgico el
hecho de aceptar el empleo del tr-
mino eutanasia implica aceptar el
empleo de la eutanasia activa.
Otros, en cambio, ven en el aceptar
el trmino de eutanasia pasiva una
tentativa para enmascarar el hecho
que interrumpir un tratamiento im-
plica, como efecto entendido, abre-
viar la vida del mismo modo que
con la eutanasia activa directa
23
.
El que desea continuar utilizan-
do el concepto de eutanasia pasiva
deber definirla de acuerdo con la
distincin entre medios proporcio-
nados y desproporcionados, como
hemos visto. Si se interrumpe un
tratamiento mdico desproporcio-
nado o se renuncia a l, ciertamen-
te no se puede afirmar que se ha te-
nido intencin de acelerar la
muerte o que no se ha querido con-
servar la vida. Por el contrario, si se
omite el cuidado mdico propor-
cionado, debemos presuponer que
la intencin subyacente es acelerar
la muerte o causarla. En este caso
eventualmente se podra hablar de
eutanasia pasiva.
Adems, es importante definir
con claridad las distinciones y los
conceptos desde el punto de vista
tico, incluida la distincin entre
eutanasia activa y pasiva, para efec-
tuar el anlisis de una praxis clnica
con relacin a la eutanasia, como
resulta de los datos de la investiga-
cin referente a la eutanasia en los
Pases Bajos en el perodo 2001-
2002. La porcentual de los decesos
en el 2001 (140.377) en la que un
tratamiento, que habra prolongado
la vida, fue suspendido o no efec-
tuado, era del 20%. En el 7% de es-
tos casos (cerca de 10.000) el mdi-
co se dio cuenta de la aceleracin de
la fin de la vida y en el 13% de los
casos (cerca de 18.200) esta era su
intencin explcita
24
.
En el informe conclusivo de la
investigacin no es claro si se ha
tratado de casos de interrupcin de
una terapia proporcionada o des-
proporcionada. Pero podramos
preguntarnos si estos casos se debe-
ran aadir al nmero total de aque-
llos referentes a una conclusin ac-
tiva de la vida, es decir 4.800
25
. A
nivel de poblacin total, las deci-
siones de no efectuar una terapia
han incidido sobre el nmero de los
decesos de modo notablemente su-
perior con respecto a los causados
por la eutanasia, por la asistencia al
suicidio y por la conclusin de la
vida sin haber sido solicitada
26
.
De todo esto resulta claro que
para un buen anlisis de la praxis
clnica de la eutanasia es necesario
un cuadro de conceptos claros b-
sicos, como se indica en la siguien-
te tabla:
Ayuda para continuar a vivir
En la situacin en que decae la
obligacin de aplicar una terapia
para curar la enfermedad o para
salvar la vida, no termina el trabajo
del mdico y de sus colaboradores,
como los enfermos, sino que co-
mienza otro, bajo muchos aspectos
ms serio de aquel curativo. El pa-
ciente, aun en la fase terminal de su
vida, sigue viviendo. Si salvar la
vida ya no es una opcin, no se re-
quiere una resignacin pasiva, sino
un compromiso activo, el empleo
de ayudar al paciente a continuar la
vida que le queda.
Este compromiso tiene la forma
del cuidado paliativo, descrito por
la Unin Mundial de la Salud co-
mo: Un acercamiento que me-
jore la calidad de la vida de los pa-
cientes y su familia confrontados
con problemas conexos con enfer-
medades que amenazan la vida,
mediante la prevencin o el relieve
de sufrimientos por medio de la
identificacin en primer lugar y la
valoracin impecable y el cuidado
del dolor y de otros problemas,
psquicos, psico-sociales y espiri-
tuales. El cuidado paliativo... no
desea ni acelerar ni posticipar la
muerte
27
.
El cuidado paliativo tiende a la
asistencia de la persona enferma
afectada incurablemente, en conti-
nuar la vida, sin abreviarla o pro-
longarla.
Una frase que a menudo escu-
chamos en este contexto es que el
cuidado paliativo no aade das a la
vida, sino vida a los das
28
.
Este cuidado no slo tiene un ca-
rcter mdico-tcnico, sino con-
cierne a todos los aspectos de la vi-
da humana, psquicos, sociales y
espirituales. Se trata de un cuidado
integral.
En el mbito mdico, desde
siempre se ha entendido por palia-
tivo un frmaco empleado para re-
ducir los sntomas, pero no adecua-
do a curar la enfermedad subya-
Nmero de casos en los que los mdicos han provocado intencionalmente
la muerte de pacientes en los Pases Bajos en el ao 2001
Eutanasia y suicidio asistido 3.800
Casos de conclusin de la vida sin solicitud 1.000
Casos de tratamiento, que habran podido prolongar la vida,
suspendidos o no iniciados con la intencin explcita
de acelerar la muerte 18.200
Nmero total 23.000
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85
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
cente. El trmino latino palliare
significa enmascarar o cubrir
con un manto. Adems, la expre-
sin cuidado paliativo podra de-
rivar del trmino latino pallium,
es decir capa. San Martn cort
con su espada su capa en dos pie-
zas para darle la mitad a un mendi-
go desnudo que estaba en la puerta
de la ciudad de Amiens. De este
modo no resolvi el problema de la
pobreza, pero le don un poco de
calor a un hombre. Analogamente,
el cuidado paliativo no sirve para
curar la enfermedad que amenaza
la vida, sino a aliviar el sufrimien-
to, la tristeza, el temor y la soledad
del enfermo durante la vida que to-
dava le queda. En la visin de la
Iglesia catlica, la asistencia pasto-
ral y espiritual es un elemento inte-
gral del cuidado paliativo. Es evi-
dente que el cuidado paliativo, en
todos sus varios aspectos, no es s-
lo la tarea del mdico.
Luego del debate sobre la euta-
nasia en los Pases Bajos, la Confe-
rencia Episcopal Holandesa ha pe-
dido varias veces, que el cuidado
paliativo sea ofrecido estructural-
mente como asistencia a los mori-
bundos
29
. El objetivo primario del
cuidado paliativo es hacer soporta-
ble la fase terminal de la vida. Un
efecto indirecto, pero auspiciable,
es evitar que el enfermo se halle en
una condicin tal que pierda la es-
peranza y requiera el acto eutansi-
co. En el otoo del 2001, algunos
mdicos que trabajan en Amster-
dam como consultores en los casos
de eutanasia y, por fuerza de cosas,
no la rechazan, han comunicado
que el nmero de pedidos de euta-
nasia haba disminuido drstica-
mente luego de la introduccin del
cuidado paliativo
30
.
Desde el punto de vista mdico,
de suyo el cuidado paliativo no re-
quiere la aplicacin de una terapia
a travs de la cual prolongar la vi-
da. Sin embargo, puede ocurrir que
el cuidado paliativo requiera una
terapia que, an prolongando la vi-
da no persigue este fin, sino que
sirve para aliviar sntomas insopor-
tables y que no se pueden tratar de
otro modo. Tumores que penetran
el cutis pueden causar una necrosis
superficial y un hedor terrible de
carne que se pudre. Un tumor que
presiona sobre nervios sensoriales
puede causar dolores tremendos.
En estos casos incluso una inter-
vencin quirrgica, una radiotera-
pia o una quimioterapia pueden ser
parte del cuidado paliativo. El cui-
dado paliativo, en general poco in-
vasivo y tcnico, a veces puede re-
querir intervenciones drsticas, si
son necesarias para suprimir snto-
mas para las que no existe un re-
medio alternativo.
Conclusin
Con respecto a los problemas
ticos concernientes la fin de la vi-
da humana, generalmente se pone
mucha atencin en la cuestin de la
eutanasia. Sin embargo, en la pra-
xis se encuentran prevaleciente-
mente problemas referentes a deci-
siones de continuar o interrumpir
un cuidado mdico, mediante el
cual se prolonga la vida. Dichas
decisiones son frecuentes y a me-
nudo difciles, vistas las conse-
cuencias no raramente graves.
Despus de haber interrumpido las
terapias que tienden a conservar o
prolongar la vida, el mdico y sus
colaboradores tienen an una tarea
por desarrollar que, en general, es
an ms exigente de aquella de cu-
rar las enfermedades, es decir el
cuidado paliativo. Al desarrollar
esta tarea, el mdico podr descu-
brir quizs el reto ms comprome-
tedor que es vivir su vocacin para
seguir al Christus Medicus.
S.E. Mons. WILLIAMS
JACOBUS EIJK
Obispo de Groningen, Holanda
Notas
1
J.H. VAN DEN BERG, Medische macht en
medische ethiek, Nijkerk: G.F. Callenbach,
1969, pp. 31-34.
2
Ibid., p. 53.
3
Ley de Control Cese de la Vida a Solici-
tud y Asistencia al suicidio, Staatsblad van
het Koninkrijk der Nederlanden (2001), nr.
194.
4
Kinderartsen dringen aan op toetsing,
Trouw (2004), 26 augustus, p. 1.
5
G. VAN DER WAL, A. VAN DER HEIDE, B.D.
ONWUTEAKA-PHILIPSEN, P.J. VAN DER MAAS,
Medische besluitvorming aan het einde van
het leven. De praktijk en de toetsingsprocedu-
re euthanasie, Utrecht: De Tijdstroom, 2003,
p. 121.
6
J. VAN KLINKEN, Ik denk vaak: Hoe kun-
nen jullie leven?, 4 september 2002, zie:
http://refdag.nl/website/artprint.php?id=319
29.
7
Congregacin para la Doctrina de la Fe,
Declaratio de euthanasia AAS 72 (1980), p.
546, traduccin italiana retomada de:
http://www.vatican.va/roman_curia/congrega
tions/cfaith/documents/r\&IMAGE.Y=1;
La expresin que por su naturaleza, o en las
intenciones procura la muerte se refiere a la
distincin clsica entre causar la muerte direc-
ta e indirecta, que es tambin sobresaliente pa-
ra analizar el terreno de la eutanasia. Si la ter-
minacin de vida es un efecto intencional o un
medio para poner trmino al sufrimiento de un
paciente, se habla de una muerte provocada di-
rectamente. En ciertos casos, el terminar la vi-
da puede ser un efecto colateral o indirecto de
datos y decisiones mdicas. En este sentido al-
gunos han hecho una distincin entre eutana-
sia directa e indirecta, no siempre con un
contenido claro y preciso (cf. Encyclopedia of
bioethics, ed. W.T. Reich, New York/London:
The Free Fress/Collier Macmillan Publishers,
1982, vol. I, pp. 272-274).
8
J. RACHELS, Active and Passive Euthana-
sia, The New England Journal of Medicine
292 (1975), p. 79; cf D.W. BROCK, Voluntary
Active Euthanasia, Hastings Center Report
22 (1992), nr. 2, pp. 10-22.
9
W.J. EIJK, De zelfgekozen dood naar aan-
leiding van een dodelijke en ongeneeslijke
ziekte, Brugge: Tabor, 1987, pp. 159-161.
10
Congregacin para la Doctrina de la Fe,
Declaratio de euthanasia op. cit., pp. 549-
550.
11
Cf. Congregacin para la Doctrina de la
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86
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Fe, Declaratio de euthanasia op. cit, pp. 550-
551; K.W. WILDES, Ordinary and extraordi-
nary means and the quality of life, Theologi-
cal Studies 57 (1996), pp. 500-512; W.J. EIJK,
De zelfgekozen dood naar aanleiding van een
dodelijke en ongeneeslijke ziekte, op. cit., pp.
333-343.
12
Congregacin para la Doctrina de la Fe,
Dichiarazione sulleutanasia op. cit., p. 550.
13
J. HARDWIG, Is there a duty to die?,
Hastings Center Report 27 (1997), nr. 2, pp.
34-42.
14
H. VAN DER KOLK, Verhouding medis-
che taak en verpleegkundige taak, Vita Hu-
mana 18 (1991), pp. 11-13; cf. al respecto la
discusin de tres sentencias judiciales en Esta-
dos Unidos (Californian Court of Appeal
[1983], New Jersey Superior Court [1983] y
Massachusetts Appeal Court [1984]) por
H.J.J. LEENEN, Het beindigen van voedsel-
en vochttoediening aan patinten, Nederlands
Tijdschrift voor Geneeskunde 41 (1985), pp.
1980-1982.
15
R.T.W.M. THOMEER, Abstineren bij
irreversibel coma, Vita Humana 17 (1990), p.
119; M.M. PLOMP-VAN HARMELEN, Verhou-
ding medische taak en verpleegkundige taak,
Vita Humana 18 (1991), pp. 14-15.
16
W.C.M. KLIJN, W. NIEBOER, Euthanasie
en hulp bij zelfdoding. Ethische analyse en
waardering. Wet en recht, Utrecht: Katholieke
Vereniging van Ziekeninrichtingen, 1984, pp.
17-18.
17
JUAN PABLO II, A los participantes en el
congreso internacional sobre Los tratamien-
tos de apoyo vital y el estado vegetativo. Pro-
gresos cientficos y dilemas ticos (20 de
marzo de 2004), n. 4, http://www.vatican.va/
holy_father/john_/hf_jp-ii_spe-20040320_
congress-fiamc_it.htm.
18
Ibid.
19
Pontificio Consejo de la Pastoral para los
Agentes Sanitarios, Carta de los Agentes Sani-
tarios, Ciudad del Vaticano, 1995 (4a ed.).
20
Shannon y Walter ven en el mencionado
discurso de Juan Pablo II un cambio referente
a la doctrina tradicional de la distincin entre
medios proporcionados y desproporcionados,
captando en el discurso una ruptura entre un
acercamiento teolgico y un acercamiento de-
ontolgico (Th. A. SHANNON, J.J. WALTER,
Implication of the papal allocution on feeding
tubes, Hastings Center Report 34 (2004), n. 4,
pp. 18-20). Pero este no es el caso. La nica
cosa que hace el Pontfice es caracterizar el su-
ministro de alimento y la hidratacin como un
cuidado normal que debe efectuarse incluso en
el caso de un paciente en un estado vegetativo.
El mtodo del suministro alimento e hidrata-
cin, por ejemplo a travs de la fleboclisis en
la vena subclavia no sin riesgos o a travs
de la sonda gstrica si resulta que sta causa
complicaciones, puede ser o volverse despro-
porcionado y, por tanto, se debe interrumpir.
El suministro de alimento y lquidos a travs
de la sonda gstrica, en el caso de un paciente
en un estado vegetativo permanente ser por lo
general desproporcionada. Por tanto, la distin-
cin entre medios proporcionados y despro-
porcionados no ha sido abandonada por el
Pontfice.
21
Cf. W.J. EIJK, Eutanasia: terminologa y
praxis clnica Rivista Teologica di Lugano 2
(1997), pp. 221-243.
22
Permissive euthanasia Boston Medical
and Surgical Journal 110 (1884), pp. 19-20; ci-
tazione da p. 20.
23
D. TETTAMANZI, Eutanasia. Lillusione
della buona morte, Casale Monferrato: Piem-
me, 1985, p. 24.
24
G. VAN DER WAL, A. VAN DER HEIDE, B.D.
ONWUTEAKA-PHILIPSEN, P.J. VAN DER MAAS,
Medische besluitvorming aan het einde van
het leven. De praktijk en de toetsingsprocedu-
re euthanasie, op. cit., p. 64.
25
Es decir 3.800 casos de eutanasia y de
suicidio asistido (ibid., p. 52) y 1.000 casos de
conclusin de vida sin solicitud de parte del
paciente (0,7% di 140.377, ibid., p. 56).
26
Ibid., p. 71.
27
El cuidado paliativo es un modelo asis-
tencial que mejora la calidad de vida de pa-
cientes con enfermedades de pronstico letal,
y de sus familias, por medio de la prevencin y
el control del sufrimiento con la identificacin
precoz y la evaluacin y tratamiento adecua-
dos del dolor y otros problemas fsicos, psico-
sociales y existenciales. El cuidado paliativo
proporciona el control del dolor y otros snto-
mas; afirma la vida y considera la muerte co-
mo un proceso normal; no intenta adelantar ni
retrasar la muerte; integra los aspectos psicol-
gicos y existenciales de la asistencia del pa-
ciente; ofrece un sistema de apoyo para ayudar
a los pacientes a vivir tan activamente como
posible hasta la muerte; ofrece un sistema de
apoyo para ayudar a la familia en su adapta-
cin durante la enfermedad del paciente y el
perodo de duelo; utiliza el trabajo en equipo
para satisfacer las necesidades de los pacientes
y sus familias, incluso durante el duelo; au-
menta la calidad de la vida, y tambin puede
influir positivamente el curso de la enferme-
dad; es aplicable precozmente en el curso de la
enfermedad, combinado con otros tratamien-
tos que intentan prolongar la vida, como qui-
mio o radioterapia, e incluye las investigacio-
nes necesarias para entender mejor y manejar
mejor las complicaciones clnicas molestas.
Ver http://www.who.int/cancer/palliative/de-
finition/en/.
28
R. BRUNTINK, Een goede plek om te ster-
ven. Palliatieve zorg in Nederland. Een weg-
wijzer, Zutphen/Apeldoorn: Plataan, 2002, p.
12.
29
Care during suffering and dying, en:
Euthanasia and human dignity. A collection of
contributions by the Dutch Catholic Bishops
Conference to the legislative procedure 1983-
2001, Utrecht/Leuven, Peeters, 2002, pp. 144-
152.
30
M. OOSTVEEN, Spijt. Voorvechters van
de euthanasiepraktijk bezinnen zich,
NRC/Handelsblad (2001), 10 noviembre, su-
plemento del sbado, p. 25.
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87
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
El tema del presente congreso
sobre los Cuidados Paliativos
nos conduce a un problema bastan-
te penoso y profundamente dram-
tico como es el del dolor y del su-
frimiento que afectan al individuo.
Tambin para la cultura hebrea
el problema del sufrimiento en ge-
neral y de aquel fsico en particu-
lar, ha constituido siempre un argu-
mento central tanto de la teologa
como de la praxis cotidiana de ca-
da fiel.
Si observamos la realidad, es de-
cir donde se hace presente conti-
nuamente la obra de la Providen-
cia, resuenan las palabras segn
las cuales Dios renueva cada da
con su misericordia la obra de la
creacin. Es como afirmar que
existe la conciencia de que la vo-
luntad divina establece el destino
de cada hombre, as como la cali-
dad de su vida y si sta debe conti-
nuar o terminar. Para el creyente la
existencia del hombre es incom-
prensible si es separada de la vo-
luntad divina.
Pero como podemos justificar a
los ojos del fiel, es decir de aquel
que cree en la misericordia y en la
justicia divina, la existencia del su-
frimiento y del mal? La pregunta
se vuelve mucho ms fuerte si la
confrontamos con la idea de la
continua pasin y preocupacin
que Dios tiene por el hombre.
Porque t escondes tu cara y me
tratas como a un enemigo im-
plora Job resumiendo as la implo-
racin de muchos infelices que su-
fren.
Est por dems repetir que el su-
frimiento y su inexplicabilidad
constituye un elemento que puede
tener xitos negativos para la pra-
xis y la fe religiosa, incluso para
los que asisten y que estn en torno
al que sufre. Por lo general el sufri-
miento es visto como la ruina y el
fracaso de la propia existencia, la
ruptura de un equilibrio tanto fsico
como espiritual y la disminucin
de la integridad necesaria para el
servicio religioso y para absolver
las propias responsabilidades.
Es conocida la posicin de la Bi-
blia al respecto; para ella el sufri-
miento puede ser el instrumento
para recuperar la relacin con
Dios: Dichoso el hombre a quien
Dios le enva el sufrimiento (Sal
94, 12), o Cuando me encuentro
en la desesperacin y en la aflic-
cin entonces invoco al Eterno
(Sal 116, 3-4). Sin embargo el su-
frimiento sigue siendo algo muy
negativo si es que consideramos lo
que se afirma en el Talmud: Cual-
quiera cuyo cuerpo est sometido
a sufrimiento, su vida no es digna
de este nombre (Bez, 32b). Y
Rabb Jochanan, deca a los que
trataban de explicarle el elevado
significado y el premio previsto
para los grandes sufrimientos que
soportaba: No acepto ni el sufri-
miento ni la recompensa prevista
para l.
Ya en la antigedad los maestros
hebreos plantearon el problema de
suavizar el sufrimiento y el dolor.
En la literatura rabnica se preven
pociones y medicamentos que se
remontan a su mentalidad y a su
cultura tico-religiosa. Por ejem-
plo, el estudio de la Thor, esto es
de la ley moral, es considerado co-
mo un antdoto importante para
suavizar el dolor. En cierto sentido,
se trata de entrar en contacto con la
Palabra divina y captar los signifi-
cados y las sugerencias. As tam-
bin la lectura de los salmos y el re-
zo de oraciones, sobre todo si son
adecuadas a la ocasin como: Si
he pecado, borra oh Dios mi culpa,
gracias a tu gran misericordia, y
no a travs del sufrimiento y las
enfermedades graves. Adems, se
sugieren acciones que debemos re-
alizar como la caridad, las obras de
beneficencia, visitar a los enfer-
6. Dilogo interreligioso: los cuidados paliativos
en las grandes tradiciones religiosas
ABRAMO ALBERTO PIATTELLI
6.1 Los cuidados paliativos en la religin hebrea
DH 58 spa 87-152 6-06-2005 14:15 Pagina 87
88
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
mos, consolar a las personas afec-
tadas por el luto, gozar por las bo-
das de los jvenes, etc.
En la concepcin hebrea se con-
sidera el dolor y el sufrimiento co-
mo una verdadera enfermedad y
por lo tanto deben ser tratados co-
mo cualquier otra dificultad, te-
niendo tambin presente todos los
riesgos y peligros que comprende
el tratamiento. La funcin del m-
dico es sanar as como tambin ali-
viar el dolor, incluso si no obstante
sus esfuerzos no logra la curacin
total. Antes bien, esta intervencin
es bastante recomendable porque
puede suceder que, una vez alivia-
do de la pena del sufrimiento, el
paciente retome los ritmos funda-
mentales de su existencia sobre to-
do en lo que se refiere a la alimen-
tacin y a las relaciones con el am-
biente circunstante. Frente al mdi-
co se presenta hoy un gran espectro
de posibilidades de intervencin
para aliviar el dolor; por consi-
guiente, es importante que conozca
las tcnicas referentes al justo su-
ministro de los medicamentos ade-
cuados. Esto debe ocurrir con la
asistencia y la ayuda de otros pro-
fesionales y agentes competentes
para sostener la condicin del en-
fermo y el suministro de los cuida-
dos paliativos.
El creyente hebreo acepta el mal
con fe pero no lo ama, lo teme ya
que nunca se siente seguro de su-
perar las pruebas y mantener nte-
gra su fe. El sufrimiento y el dolor
empujan al hombre a mirar dentro
de s y lo acompaan tambin a
buscar la cercana con Dios. A tra-
vs de la oracin espera influir so-
bre los imperscrutables caminos
divinos y sobre la eterna decisin
de la Providencia.
En la visin hebrea la vida tiene
un valor infinito, una experiencia
no destinada a repetirse en el arco
de la eternidad. El alivio de la en-
fermedad y del sufrimiento exalta
el valor de la vida y la sacralidad de
sta: Dios me ha infligido tormen-
tos pero no me ha entregado a la
muerte (Sal 118, 18) exclama el
individuo curado y sanado.
De esta experiencia nace enton-
ces la enseanza que en la vida na-
da es nuestro y lo que poseemos,
en particular la vida, es una prenda
que puede ser retirada, de improvi-
so, cuando menos lo esperamos.
Pero, mientras una prenda como la
vida est en nuestras manos, somos
responsables del sentimiento de
misin que debemos tener y por el
uso del bien que debemos hacer,
segn las palabras: El que vive,
el que vive, ese te alaba, como yo
ahora! (Is 38:39).
Prof. ABRAMO ALBERTO
PIATTELLI
Rabino Jefe de la
Comunidad hebrea de Roma,
Profesor de Hebrasmo post-bblico
en la Pontificia Universidad Lateranense,
Roma
No obstante el progreso obtenido
por la ciencia mdica, el restableci-
miento del ritmo todava se practica
como arte emprico basado en la
experiencia. La medicina es el arte
de aplicar la informacin lograda
(cientfica, experimental o en otra
forma) con el fin de obtener lo que
llamamos salud. Esta no es simple-
mente la ausencia de ciertas enfer-
medades o sntomas. El proceso de
la salud humana debera basarse en
una orientacin de mtodo.
El concepto de Salud:
aproximacin de un mtodo
La salud es ms bien un mtodo
y no un estado satisfactorio estable
del cuerpo y de la mente. La salud
que se obtiene a travs de una ar-
mona activa entre los niveles je-
rrquicos de organizacin comen-
zando por los niveles interpersona-
les hasta innumerables niveles
csmicos. Obtener la salud no es
simplemente una secuencia lineal
predeterminada. Esencialmente es
la activa pulsacin biortmica de la
sustancia de la vida a travs de la
manifestacin de un progreso que
permite la asimilacin alternada a
lo largo de algn ritmo expansible.
Por lo general estos procesos se
asocian a acompaamientos opti-
males, incluidos los sufrimientos
del crecimiento y otros grados de
esfuerzos
Por otro lado, la enfermedad no
es simplemente lo opuesto de la
salud en un modo lineal polariza-
do. Es algo as como un handicap
y/o desarmona angustiosa de los
procesos naturales de la salud. El
objetivo principal de tratar los pe-
ligros de la enfermedad no es sim-
plemente eliminar el agente noci-
vo sino promover esencialmente el
progreso de la salud en un grado
superior.
A menudo nos enfrentamos a
enfermedades que seguramente
son incurables para la medicina ac-
tual. Se trata de enfermedades ter-
minales y refractarias a todo trata-
miento curativo. El objetivo prc-
tico en dichos casos es aliviar el
dolor, mantener alguna esperanza
real y buscar la mejor posibilidad
disponible para vivir o morir en
paz y dignamente. Esto es lo que
generalmente se entiende cuando
se habla de cuidados paliativos.
La muerte forma parte del guin
de la vida. As como, la enferme-
YEHIA-EL-RAKHAWI
6.2 Terapia del restablecimiento del ritmo
y de los cuidados paliativos
DH 58 spa 87-152 6-06-2005 14:15 Pagina 88
dad no es simplemente lo contrario
de la salud, tambin la muerte no
es simplemente lo contrario de la
vida. Descubrir el profundo signi-
ficado de dichos conceptos va ms
alla de la simple y comn connota-
cin de las palabras. Sin embargo,
nosotros lo vivimos bajo todas sus
formas.
Atenuacin del dolor y armona
Tradicionalmente se concibe
que el dolor es la percepcin de al-
gn estmulo nocivo intolerable.
El dolor puede ser alarmante, an-
gustioso o un handicap. Se traduce
en infierno cuando conlleva una
desarmona disgregadora y se ex-
tiende a toda la existencia (inclui-
da el alma con sus varias conno-
taciones) perpetuadas a travs de
la intolerancia, la desesperacin y
la dependencia infantil. El dolor
psquico o fsico puede ser tolera-
do hasta cierto grado si se limita a
la percepcin de una determinada
desarmona. Si su efecto se extien-
de a toda la existencia nos encon-
tramos ante un infierno de la an-
gustia y de la desesperacin.
Esto es lo que estas lneas sugie-
ren que denominemos Infierno
desarmnico.
La religin como calmante
La religin es uno de los funda-
mentos constituyentes de toda cul-
tura al margen de la actitud de ca-
da individuo en dicha cultura.
Cuando se invita a la religin para
que participe en los cuidados pa-
liativos, la podemos reducir a algo
as como un calmante espiritual o
un simple modo para animar al en-
fermo. De todos modos, es preci-
so tomar en debida consideracin
el papel de la religin como cal-
mante. La religin empleada como
calmante debera alcanzar muchas
direcciones, algunas de las cuales
podran ser las siguientes:
1. Aumento de la paciencia y
abandono al propio destino (que
muchas veces llamamos voluntad
de Dios).
2. Enfasis en el futuro bienestar
de otra vida.
3. Nutrir esperanza en un mila-
gro que vaya ms all de las consi-
deraciones mdicas.
4. Vivir el dolor como oportuni-
dad para salvarse de alguna culpa
conocida o desconocida.
5. Invitar ciertos mecanismos
mentales como negacin o desa-
sociacin para olvidar el dolor ac-
tual dirigiendo ms bien la concen-
tracin de la conciencia sobre al-
guna idea central (por ej. la fe o
Dios).
Todos estos procedimientos
pueden ayudar a alcanzar cierto ni-
vel de bienestar. Sin embargo la
restriccin del apoyo religioso a
este nivel de ayuda puede dismi-
nuir el papel de la religin como
medio para alcanzar una armona
profunda y amplia.
La esencia de la religin
como programa biolgico
armonizador
En definitiva, los actos de la re-
ligin ayudan a mantener, acrecen-
tar y reforzar la armona natural en
s msmos. La armona considera-
da incluso ms all de la vida po-
dra concebirse como una secuen-
cia natural de armona continua.
La muerte podra formar parte de
esta meloda ampliada. La hipte-
sis planteada por el autor conside-
ra dicha tendencia radicada tanto
biolgica como existencialmente.
Las siguientes lneas evidencian
dicho acercamiento.
Hipotesis de base
1. Los mundos globales (vida &
no vida) se mantienen en una espe-
cie de armona.
2. La armona viviente del mun-
do es esencialmente biortmica.
3. El concepto de salud se refie-
re al mantenimiento de la armona
nativa a lo largo de una escala ex-
pandible.
4. La enfemerdad es una especie
de desarmona.
5. La hiptesis planteada por el
autor sostiene la existencia de una
energa (programa, instinto) a la
que denomina programacin (o
instinto) biortmica armonizado-
ra...
6. Si se considera la naturaleza
de dicho programa se podra per-
mitir tratar la salud y la enferme-
dad como algunos procesos positi-
vos o negativos que necesitan una
adecuada gestin (promocin y
mantenimiento) o reparacin (re-
armonizacin o restablecimiento
del ritmo).
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Lneas claras sobre
La hiptesis
1. Hay una tendencia innata so-
bre la estructura de la vida a reorga-
nizarse con el fin de sincronizar su
armona con la de ms amplios cr-
culos de organizaciones hacia los
ignotos macro-cosmos expandibles.
2. Las plantas y casi todos los
subhumanos no son conscientes de
dicho programa (o instinto).
3. El hombre podra ser parcial-
mente consciente de este descubri-
miento. Estn unidas una amplia
gama de diferencias individuales.
4. Algunos creativos son ms
conscientes de dicho programa.
5. Los profetas son ms cons-
cientes.
6. Las presentaciones y las conse-
cuencias de dicha conciencia difie-
ren segn muchas variaciones co-
mo la lengua, la cultura, la poca
histrica y los instrumentos dispo-
nibles.
7. Traducir en la prctica dicho
programa en el modo ms til y ob-
jetivo ha sido representado en la fe
y en la religin a travs de toda la
historia humana.
La religin en el
restablecimiento del ritmo
en los cuidados paliativos
Es muy probable que el infiermo
desarmnico tenga lugar en aque-
llas personas que tienen su ego per-
sonales tan inflacionados que susti-
tuyen a todo el mundo incluso a
Dios. Un ego inflacionado exclusi-
vo concentrado en s mismo es ms
vulnerable a la deflacin y a la de-
sarmona. Una fe adecuada y la
prctica religiosa enfatizan algunos
continuos programas expandibles
entre los teros individuales y cs-
micos quizs anlogos a aquel que
hipotizan los tericos de relaciones
objetivas a lo largo del crecimiento
individual y entre lo individual y el
seno materno.
La relacin de esta funcin armo-
nizadora de la religin como base
profunda de la vida humana, no s-
lo espiritual sino tambin biolgica,
tiene la capacidad de dar alivio ante
el infierno de la desarmona (no
simplemente de la angustia del do-
lor) an en presencia de la posibili-
dad del cuidado. Esto sucedera me-
diante la dilucin de cualquier des-
cordancia limitada a travs de la in-
tegracin con la meloda amplia.
Considerando la muerte como parte
integrante de la macro-meloda la
podemos colocar en el adecuado lu-
gar de la armona holista.
La denominada Terapia del res-
tablecimiento del Ritmo se inspira
para sus hiptesis en la funcin teo-
lgica de la religin y de la evolu-
cin. El Restablecimiento del Rit-
mo es sobre todo natural. Cada de-
sarmona posee un mecanismo de
reparacin salvo que no est blo-
queado o disminuido. Sin embargo
en las enfermedades terminales y
refractarias esta posibilidad natural
est total o parcialmente obstaculi-
zada. La terapia del Restableci-
miento del ritmo es una prueba para
reactivar dichos procesos naturales
en todo nivel. Para esto se necesita
un terapeuta preparado que cultive
su misma armona a travs de sus
pacientes hacia la total armona
csmica.
La llamada Terapia del Restable-
cimiento del Ritmo no es un acerca-
miento religioso exclusivo. Funda-
mentalmente, se refiere a muchas
disciplinas tericas y prcticas entre
las cuales tenemos:
1. El acercamiento biortmico
2. La sincronicidad de Jung
3. El diagnstico estructural (Eric
Berne)
4. El programa expandible (teri-
cos de relaciones objetivas)
5. La teora rtmica evolutiva
(Rakhawy)
6. El terapeuta como organismo
en sintona.
7. La armona que se extiende a
travs de la fe y la creacin.
Algunos mritos del Islam
Como ejemplo del papel
armonizador no exclusivo
de la religin y de la fe
El logro de dicha armona a tra-
vs de Islam se hace gracias a su
sencillez fundamental y sus suposi-
ciones esenciales, que el autor resu-
me como sigue:
Percepcin cognitiva de Dios
(Shahada) (es decir, conviccin no
simplemente intelectual de un razo-
nado credo en Dios).
Relacin directa con Dios (no
una autoridad intermedia).
Relacin directa con la natura-
leza (casi todas las funciones ritua-
les estn en la direccin de la con-
ciencia sensorial y estn reguladas
por la relacin humana con el bio-
ritmo csmico especialmente aquel
circardiano).
Como resultado: las relaciones
objetivas (especialmente humanas)
se logran esencialmente con y bajo
el amparo de Dios, como partici-
pante activo.
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
El hinduismo,
visin de conjunto
Qu es el Hinduismo? Muchas
son las preguntas que nos pode-
mos hacer al respecto:
Es un conjunto de credo?
Es una micelnea de ritos?
Es slo una expresin geo-
grfica?
Por qu su contenido se ha
ido alterando en la forma y puede
variar de una comunidad a otra?
Para el Occidente, el Hinduismo
puede aparecer como una rica pero
desconcertante mezcla de mitos
con infinitas divinidades y diosas,
adoradas bajo formas innumera-
bles y diferentes.
La civilizacin hind es llamada
as por el hecho que sus fundado-
res originales y sus secuaces ocu-
paron la zona atravesaba por el sis-
tema fluvial del Sindhu (hindus)
(Rig Veda). El trmino Hindu es
una palabra persa que significa
simplemente India. El hinduismo
es la doctrina del pueblo de India.
Se trata de una de las religiones
ms antiguas del mundo, que
cuenta con cerca de 900 millones
de secuaces. Se remonta a hace
ms de 5000 aos, aunque los ele-
mentos de fe son mucho ms anti-
guos. No tiene un nico fundador,
maestro o profeta. El hind cree
que existe una realidad suprema
por encima del universo, llamada
Brahman, que se manifiesta en las
divinidades. La misma realidad su-
prema existe tambin en todos los
seres humanos bajo forma de alma
interior.
El que es nico verdadero sabio
se llama en modos diferentes (Rig
Veda I 164.46).
Para el alma no hay ni naci-
miento ni muerte. Existe y nunca
deja de existir. No nace, no muere,
es eterna, original, nunca tuvo ini-
cio y no tendr fin. No muere
cuando muere el cuerpo (Bhaga-
vad-Gita II-20).
El Hinduismo reconoce tres ca-
minos para la salvacin:
El camino del conocimiento
(Janana).
El camino de la devocin
(Bhakti).
RAJEEV AGARWAL
6.3 Cuidados paliativos e hinduismo
El hombre es el ltimo juez de
su hacer aqu y ahora y despus.
La mayor parte de la oracin y
de los rituales islmicos podran
percibirse en trminos de:
- Enfatizar la relacin directa
con la naturaleza viva especial-
mente a lo largo de sus pulsaciones
biortmicas.
- La libertad personal se logra
de modo profundo mediante el
monotesmo genuino y la continua
relacin directa con los macro-
cosmos, como un hecho concreto
biolgico ms que como un con-
cepto abstracto.
- Aumentar la convergencia ha-
cia una idea central comn y una
idea objetivo que puede ser repre-
sentada por cualquier situacin
central por ms simblica que sea.
La oracin islmica se mueve y
converge hacia un objetivo central
a lo largo de ciertas seales del rit-
mo circardiano mientras la tierra
en su conjunto no es sino mi mez-
quita. Ayunar (durante el Rama-
dan) es proclamado incluso por la
visin directa de la luna creciente
ms que por la disciplina o por los
clculos astronmicos. El ritual de
la peregrinacin islmica ilustra
tambin la circulacin biortmica
continuada (en torno a la Kaaba) el
programa expandible entre AL-
Safa y Al-Marwa y la fase de des-
plazamiento a travs del jogging
(Harwala) en alguna rea durante
este viaje. Estar sobre la montaa
Arafa durante la peregrinacin
puede ser otra referencia al nfasis
de la directa relacin del hombre
con la simple naturaleza.
Todas estas observaciones no
son sino la tentativa mnima de in-
terpretar ciertos rituales en alguna
jerga cientfica. Es simplemente
un ritual para mostrar que el Islam
es simple, directamente ligado a la
naturaleza en cuanto tal y se ex-
tiende a lo largo de algunas activi-
dades que se armonizan para obte-
ner un progreso de crecimiento
biortmico expandible.
Conclusiones
Emplear el acercamiento reli-
gioso para aliviar el dolor (paliati-
vo) no debera reducir la religin
a algn posible calmante que ac-
te a travs de la simple anima-
cin.
La Terapia del Restableci-
miento del Ritmo es una discipli-
na multi-dimensional e incluye el
acercamiento religioso en trmi-
nos biolgicos existenciales. Em-
plea casi todos los mtodos de te-
rapia donde el paliativo es consi-
derado como subproducto de un
adecuado tratamiento.
Siempre se deberan conside-
rar las diferencias culturales, sub-
culturales e individuales.
No obstante la posibilidad de
que los pacientes terminales ten-
gan el derecho de morir en paz y
en dignidad, la eutanasia, parece
ser una solucin menuda que tien-
de ms bien a conceptualizar al in-
dividuo separadamente de su ex-
tensin en el universo ya sea
transversal que longitudinalmen-
te. El acercamiento que restablece
el Ritmo hace que la eutanasia sea
menos racional.
Prof. YEHIA-EL-RAKHAWI
Profesor de Psiquiatra
Universidad de El Cairo, Egipto
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92
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
El camino del trabajo y de las
prcticas religiosas (Karma-ac-
cin).
El Karma (accin) es el punto
central de la fe hind. Se cosecha
lo que se ha sembrado.
Si una persona sincera trata de
controlar los sentidos a travs de
la mente y se compromete sin ape-
garse [] es superior en todo
(Bhagavad-Gita III-7).
Por tanto, se debe actuar por
deber y despegarse de los frutos de
las acciones porque, si se acta sin
apegarse se alcanza lo supremo
(Bhagavad-Gita III-19).
Un hind comn quizs no ha
leido la mayor parte de las escritu-
ras religiosas, y su vida recibe la
influencia de tradiciones, historias
y prcticas populares.
Para resumir, el Hinduismo es
un acercamiento al universo, un
modo de vivir, ms que un sistema
intelectual de filosofa. Por esto, es
difcil separar los elementos reli-
giosos del hinduismo de aquellos
sociales, de raza e incluso polticos
que constituyen la cultura hind.
La aceptacin
de las enfermedades incurables
y de la muerte como
proceso natural
En los cuidados paliativos, los
pacientes y las familias aceptan
que una enfermedad sea incurable,
lo cual lleva a comprender que la
muerte es inevitable y que no es un
desastre. De hecho, mientras el pa-
ciente es acompaado hacia la fin
de su existencia, para la familia y
la sociedad se trata de una prepara-
cin a lo inevitable.
El Hinduismo cree en el renaci-
miento y en la reencarnacin del
alma; por tanto la muerte nunca es
considerada como una calamidad,
sino ms bien como parte del ciclo
csmico. La etapas de la vida son
cuatro:
Brahmcharya Ashram (la vida
de aprendizaje).
Grahasth Ashram (la vida fa-
miliar).
Vanprasth Ashram (la vida de
salida del trabajo).
Sanyas Ashram (desapego &
renuncia).
La muerte es segura para quien
nace, y es seguro el nacimiento pa-
ra quien muere. Porque debes
cumplir tu deber, no deberas la-
mentarte as (Bhagavad-Gita II-
27).
La eutanasia
Al referirse a los cuidados palia-
tivos, la OMS afirma que la muer-
te es un proceso normal, y ninguno
puede acelerar o posticipar la
muerte.
Tu eres importante porque eres
tu. Eres importante hasta el ltimo
instante de tu vida y nosotros hare-
mos todo lo posible para ayudarte
a fin de que mueras en paz, pero
tambin para que vivas hasta
cuando no morirs (Dame Cicely
Saunders).
La eutanasia es un tema contro-
vertido que comporta cuestiones
de tipo moral, tico y legal.
La mayora de los pases, inclui-
da India, no han legalizado la euta-
nasia.
La eutanasia atena el respeto
de la sociedad por la santidad de la
vida.
El punto de vista del Hinduismo
sobre la eutanasia
Slo existe alguna referencia ex-
plcita a la eutanasia. Como hemos
dicho antes, un hind comn pasa
su vida basndose en tradiciones e
historias populares. Examinemos
el punto de vista hind sobre la eu-
tanasia.
Camino de la Ahinsa (no vio-
lencia).
Dharma (religin) para un
hind comn es un deber moral &
tico ocuparse de los miembros
ms ancianos de la familia y de la
comunidad.
El homicidio obstaculiza el
proceso de liberacin natural de la
muerte de las almas debido a la
muerte prematura.
Karma (acciones) constituye
el punto central de la fe hind. Ma-
tar, bajo cualquier forma, acarrea
un mal karma al homicida, por el
principio de la no violencia.
La no violencia, la ecuanimi-
dad, la satisfaccin, la austeridad,
la generosidad, la gloria y la infa-
mia, todas estas cualidades tienen
origen slo en m (Bhagavad-Gita
X-5).
No debemos confundir la auta-
nasia o el suicidio con el Prayopa-
vesa, el ayuno para morir en el
Hinduismo. Se acepta en determi-
nadas circunstancias y nicamente
para personas que estn apagadas,
que no tienen deseos o ambiciones
en su vida.
La espiritualidad
Qu es la espiritualidad? Esca-
pa a una definicin nica y no est
restringida a los que pertenecen a
una confesin religiosa. De hecho,
la espiritualidad puede existir tam-
bin sin religin y no al contrario.
Amenudo es considerada con res-
pecto a Dios, pero tambin se pue-
de poner en relacin con la natura-
leza, con la msica, con la familia
y con la comunidad o con cual-
quier credo y valor que de a una
persona significado y finalidad en
la vida.
La espiritualidad es en verdad
una parte innata de la vida humana
y por esta razn no se pueden ig-
norar las necesidades espirituales
de los pacientes en el campo de los
cuidados paliativos. Aunque la
muerte a menudo es tomada como
un hecho biolgico, se trata de un
hecho fsico, social y espiritual.
Las prcticas espirituales
en el Hinduismo
Segn la tradicin hinduista, el
cuidado espiritual comienza desde
la concepcin y contina durante
toda la vida e incluso en aquella
futura.
Nosotros creemos que la cali-
dad de la muerte depende de la ca-
lidad de la vida, de aqu que las
prcticas espirituales son impor-
tantes para la vida, la muerte y la
transmigracin hacia un nuevo
cuerpo.
La muerte no debera encon-
trar a las personas en modo incons-
ciente; por el contrario, debera-
mos morir en paz, sencillamente y
con agrado.
Se acepta que el alma debera
abandonar el cuerpo material con
el nombre del Dios en los labios y
la mente en la muerte.
Si la persona moribunda no es
capaz de hacerlo, sus parientes,
amigos y maestros espirituales tie-
DH 58 spa 87-152 6-06-2005 14:15 Pagina 92
93
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
nen la responsabilidad de leer las
escrituras.
Colocndose as y pronuncian-
do la slaba sagrada om, suprema
unin de letras, aquel que en el
instante de dejar el cuerpo piensa
en M, Dios, la Persona Suprema,
sin duda alguna alcanzar los pla-
netas espirituales (Bhagavad-Gita
VIII-13).
Hay otro modo de mirar el as-
pecto espiritual de los cuidados pa-
liativos. En los cuidados paliativos
nosotros tratamos de encontrar una
solucin a un problema. Si no lo-
gramos resolverlo, el nico cami-
no es aprender a convivir con este
problema, sin ser turbados. Esto es
posible si la mente de las personas
ha ido ms all del problema, aun-
que siga existiendo. La capacidad
de la mente de ir ms all del pro-
blema trascendencia ayuda a la
persona a encontrar la paz.
En las escrituras indias encon-
tramos muchos mtodos para al-
canzar la trascendencia:
Karma Yoga (Accin).
Bhakti Yoga (Devocin).
Raj Yoga (Meditacin).
Janana Yoga (Conocimiento).
En el Hinduismo no existe una
sola solucin para enfrentar las ne-
cesidades espirituales de la perso-
na moribunda. Las personas pro-
vienen de tradiciones culturales di-
ferentes y por lo mismo cada una
alcanza esta trascendencia me-
diante un mtodo propio.
Superar el luto
El luto puede ser considerado
como un estado del pensamiento,
de los sentimientos y de la activi-
dad que es la consecuencia de la
prdida de un objeto amado o pre-
cioso (Peretz, 1970).
El luto es un hecho que provoca
un elevado nivel de stress, y que
frecuentemente suscita una fuerte
reaccin emotiva, fsica y/o inte-
lectual. A menudo los estados de
luto estn circunscritos y no re-
quieren un tratamiento especfico.
La finalidad de todo programa
de apoyo ante las situaciones de
luto es proporcionar sostn e infor-
maciones para los parientes y los
amigos de la persona desaparecida
y aliviar el dolor por su prdida.
El Hinduismo y el luto
En la tradicin hinduista el sos-
tn en caso de luto es un proceso
espontneo. Tradicionalmente, las
familias hindes tienen un sistema
familiar que las une, por lo que el
apoyo familiar y de tipo econmico
es algo garantizado y automtico.
Hay normas y tradiciones con-
solidadas que un hind sigue des-
pus de la muerte de una persona
cercana y amada por l. General-
mente el hijo mayor del difunto se
ocupa de los ltimos rituales. Por
tradicin, se rasura la cabeza y pa-
ra participar a su dolor, tambin los
dems hombres de la familia si-
guen su ejemplo.
No se cocina alimento durante
diez das, es ofrecido a los parien-
tes y a la comunidad.
El tercer da despus de la muer-
te, los miembros de la comunidad
se reunen con la familia para parti-
cipar en su dolor.
El dcimo da, la familia y los
miembros de la comunidad se reu-
nen, distribuyen alimento y vesti-
dos a los pobres y al hijo mayor se
le declara jefe de la familia.
El 13 da, nuevamente se ofre-
cen alimento y otras cosas a los di-
ferentes sacerdotes de la comuni-
dad.
Seguidamente, tiene lugar una
oracin por la paz del alma del di-
funto.
Cada mes, el da de la conme-
moracin de la muerte y durante
un ao, se ofrecen alimento y otras
cosas al sacerdote.
Por un ao no se pueden cele-
brar matrimonios y otros aconteci-
mientos celebrativos. Despus de
un ao exacto de la muerte, la fa-
milia, los parientes y los miembros
de la comunidad se reunen para
orar por la paz y se ofrecen ali-
mento y otras cosas a los sacerdo-
tes.
Conclusin
Aunque el movimiento de los
cuidados paliativos haya iniciado
en el Reino Unido en el ltimo si-
glo, varios elementos de los cuida-
dos paliativos, como el acerca-
miento a la muerte, el apoyo espi-
ritual y de tipo psico-social en caso
de luto, forman parte de la cultura
india y son practicados desde hace
miles de aos, por esto el camino
hind es el ms adecuado para sos-
tener los numerosos elementos de
los cuidados paliativos.
Dr. RAJEEV AGARWAL
Consultor y Responsable del
Departamento de Ciruga Oncolgica
del Hospital Sir Ganga Ram
Nuova Delhi, India
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Quisiera iniciar esta interven-
cin hablando de la relacin entre
Budismo y los cuidados paliativos,
para proseguir luego con una dis-
cusin sobre los cuidados paliati-
vos en Japn. El budismo comenz
gracias a un hombre que supo en-
contrar la respuesta al problema
del sufrimiento y dicha respuesta
deriva de la constatacin que no
podemos escapar a la muerte. El
budismo, por tanto, desde sus or-
genes est ligado a los cuidados pa-
liativos, especialmente desde el
punto de vista espiritual. Buda des-
cenda de la noble familia de Shak-
ya que formaba parte del gobierno
del pequeo estado de Kapilavastu,
que actualmente se encuentra a lo
largo de la frontera entre India y
Nepal. Su vida fue totalmente dife-
rente de aquella de Jesucristo. No
fue ni detenido ni crucificado. Cre-
ci como un aristocrtico rico, se
cas y tuvo un hijo. Su felicidad
termin cuando tuvo conciencia de
los puntos bsicos de la existencia:
la vejez, la enfermedad y la muerte.
Su preocupacin comienza al ver
que se volva viejo y tena temor de
enfermarse y de morir. Entonces
decidi dejar su casa y eligi una
vida errante, buscando la salvacin
del sufrimiento - vejez, enferme-
dad y muerte - a travs de la prc-
tica Yoga. Tena veintinueve aos.
Despus de seis aos de prtica, re-
solvi el problema, reconcilindo-
se con el hecho de que no podemos
escapar a la muerte, lo cual lo lle-
v a un modo de vida en el que una
persona sigue teniendo el dominio
completo de su egosmo. El sufri-
miento espiritual de la vejez, de la
enfermedad y de la muerte desapa-
recieron en Buda cuando logr la
libertad completa del apego a s
mismo, que implicaba apego a su
vida. Al mismo tiempo, aparece en
su corazn la compasin, es decir
la no discriminacin de los dems.
Buda practicaba un tipo de Yoga
que eliminaba el sufrimiento espi-
ritual referido a la muerte. El pens
que su conocimiento fuese extrao
al mundo. Cmo habra podido
comprenderlo el mundo? Tena du-
das de hablar a la gente acerca de
esta salvacin. Decir la verdad a
menudo hace dao a las personas,
si esta verdad es que su vida termi-
nar. Pero si uno no la dice, se pier-
de la ocasin de que otros realicen
su salvacin, se perderan. Es inte-
resante notar la semejanza que
existe entre la duda de Buda para
decir la verdad sobre su salvacin y
el decir a un paciente enfermo de
cncer la verdad sobre su situacin.
Decir a los pacientes que su enfer-
medad no puede ser curada podra
causarles sufrimiento espiritual.
Despus de una profunda lucha
con lo paradjico, precisamente
porque tena compasin por la hu-
manidad, Buda decidi ensear a
los dems su salvacin.
Sus primeros estudiantes fueron
sus cinco compaeros ascetas. Les
explic las Cuatro Verdades Exce-
lentes, es decir: el sufrimiento, el
origen del sufrimiento, la supre-
sin del sufrimiento, conocida
tambin como Nirvana, y el cami-
no que conduce al Nirvana. El su-
frimiento fue la principal preocu-
pacin de Buda. Aqu sufrimien-
to es la traduccin de la palabra
snscrita dukka que literalmente
quiere decir negar lo que se de-
sea. Buda dijo que existen ocho
sufrimientos: los primeros cuatro
son el nacimiento, la vejez, la en-
fermedad y la muerte. El ltimo es
la suma de todos los dems. Es el
apego a s mismo. El apego a s
mismos es el sufrimiento funda-
mental. El origen del sufrimiento
es la pasin, como la pasin por el
sexo, la pasin de vivir y la pasin
de morir. Estas tres pasiones co-
rresponden a tres elementos de la
vida en biologa, es decir: repro-
duccin, equilibrio dinmico y
muerte. La supresin del sufri-
miento es la condicin del Nirva-
na en el que se suprimen las pasio-
nes e incluso el dolor, como por
ejemplo el apego a s mismo. El
camino que lleva al Nirvana es
donde se controlan totalmente las
pasiones. Cuando se controla el
apego a s mismo, se manifiesta la
compasin por los dems. La doc-
trina de Buda no tiene ningn fin
en s, no es otra cosa sino un instru-
mento para llevar la felicidad a la
gente. Como ha mostrado Buda,
empleando la metfora de una bal-
sa, la sustancia de la doctrina era la
de dejar los apegos. Imagnense a
una persona que camina a lo largo
de un camino y llega a un gran ro.
La rivera de su lado es peligrosa,
pero aquella opuesta es tranquila.
Entonces la persona construye una
balsa, atraviesa el ro y llega a la
otra rivera. Despus de haber llega-
do a la otra orilla, abandona la bal-
sa y prosigue su viaje. En este caso,
la balsa es una metfora para la
misma doctrina de Buda! Literal-
mente, metfora significa trans-
portar. Tambin el Budismo es
una metfora que transporta a las
personas a la otra rivera de la feli-
cidad. La balsa debera ser abando-
nada una vez que se llega al otro la-
do. Un budista no se apega al Bu-
dismo en s y este no apego al Bu-
dismo, a su vez, no se apega al no
apego. Buda ha dicho que lo que
puedo controlar libremente segn
mis deseos, es mo. Pero lo que no
puedo controlar libremente segn
mi deseo no es mo. No tenemos el
control de nuestro cuerpo en lo que
se refiere al nacimiento, la vejez, la
enfermedad y la muerte. De modo
que para controlarnos a nosotros
mismos debemos reconocer que
nuestros cuerpos no nos pertene-
cen. No hay nada de lo que pode-
MASAHIRO TANAKA
6.4 El Budismo y los cuidados paliativos
en Japn
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
mos decir que es nuestro porque ni
siquiera nos pertenece nuestro
cuerpo. Si una persona considera a
s misma de este modo, entonces
no discrimina a los dems. Esta es
la sabidura de la igualdad en el
Budismo. Tener compasin por ca-
da persona sin apego a s mismos
es tpico del budista que considera
a todas las religiones de los dems
del mismo modo. Como conse-
cuencia, gradualmente muchas
personalidades fueron incluidas en
el Budismo, y se desarroll el con-
cepto de Mandala, que encierra to-
dos los tipos de vida humana.
El Budismo como tal se difun-
di en toda Asia gracias a su aso-
ciacin con la medicina. En el ter-
cer siglo antes de Cristro, Ashoka,
rey de India, hizo construir un jar-
dn de hierbas medicinales que es
el ms antiguo del mundo. Envi a
muchos sacerdotes budistas por
varios pases extranjeros para que
trataran a las personas con la medi-
cina de su jardn. De este modo,
con la enseanza de Buda y la me-
dicina sanaron a mucha gente de
enfermedades fsicas y de sufri-
mientos espirituales. Es interesante
notar que en Japn el primer hospi-
tal nacional fue construido en un
templo budista. Adems, en Japn
se desarrollaron especiales modos
y rituales budistas para las perso-
nas en fin de vida. Una de las ideas
la encontramos en un texto llama-
do El misterio ms importante en
esta vida (The most important
mystery in this life), que compren-
de nueve captulos. En el primero
se afirma que, mientras una enfer-
medad puede ser controlada por la
medicina, nunca debemos rendir-
nos a la muerte o aceptarla. Segun-
do, se dice que si una enfermedad
no puede ser controlada, y no hay
la posibilidad de curarla, no debe-
mos permanecer apegados a la vi-
da. Tercero, si es oportuno, hay que
dirigirse a una unidad para los cui-
dados paliativos, porque permane-
ciendo en casa, se podra permane-
cer apegados a la vida y al momen-
to presente. Si no existe la disponi-
bilidad de alguna unidad para los
cuidados paliativos, habra que
imaginar que uno es trasladado a
un lugar de ese tipo. Del cuarto al
octavo captulo se instruye a las
personas para que vayan y recen al
principal objeto de culto que puede
ser uno de los varios Buda, Bodhi-
sattvas, o cualquier Dios o Diosa,
proclamar toda la vida a ese objeto
de culto, buscar la salvacin, ima-
ginar la otra orilla de la propia per-
sonalidad ideal de culto y preparar-
se a la muerte concentrando la pro-
pia mente en la personalidad ideal
de culto que es la esencia Yoga.
Noveno, se afirma que durante el
servicio de conmemoracin, la fa-
milia debera realizar buenas ac-
ciones en lugar del difunto para
que ste descanse en paz. Esto des-
cribe el acercamiento del budismo
a la enfermedad y a la muerte.
Ahora quisiera hablar de qu
modo se relaciona al acercamiento
corriente con la enfermedad y la
muerte en la medicina japonesa. El
trmino religin fue traducido en
japons con dos caracteres, shuu
y kyou, que, literalmente signifi-
can misterio y doctrina. La
doctrina corresponde a la parte ra-
cional de la religin que puede
transmitirse fcilmente a travs de
las palabras. El misterio corres-
ponde a la parte de la religin que
est fuera de la racionalidad y que
no puede ser transmitida por las pa-
labras y requiere una transmisin
de tipo maestro-discpulo. Casi to-
da la cultura japonesa se desarroll
bajo la influencia del budismo exo-
trico y sigui la formalidad de
misterio y doctrina incluyendo
un tipo de transmisin maestro-dis-
cpulo. Los cambios de la cultura
japonesa nacidos de esta influencia
exotrica incluyen el arte japons
de la disposicin de las flores, la
poesa, la caligrafa, la pintura y las
representaciones teatrales. Gra-
dualmente, un estilo de comunica-
cin no verbal se vuelve ms im-
portante de aquel de la comunica-
cin verbal abierta. Para compren-
der algo difcil que no se puede ex-
presar fcilmente con las palabras,
es necesario revivirlo o bien pro-
barlo en sustitucin. Pero una ex-
periencia sustitutiva requiere que,
por alguna razn, ya se haya hecho
experiencia real. En caso contrario,
se usaron con frecuencia metforas
o smbolos para ayudar a las perso-
nas a comprender estas experien-
cias sustitutivas. Las cosas ms di-
fciles de comprender, como el
misterio de la percepcin de Buda,
se llaman secretos. En Japn la
palabra secreto no quera decir
esconder la verdad sino que descri-
ba algo que era difcil de entender
con la comunicacin verbal.
Para ayudarles a entender el es-
tado actual de los cuidados paliati-
vos en Japn, les ruego considerar
algunas cosas aparecidas en los
diarios de medicina. El nmero de
mayo de 1988 de una revista sema-
nal titulada Medical Tribune ha-
blaba de una conferencia sobre el
cncer que emple la comunica-
cin satelital. El presidente de la
Soviet Union Cancer Society deca
que l no revelaba a los pacientes
de cncer el verdadero diagnstico
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
porque ste proporciona a los pa-
cientes una presin mental que, a
su vez, influye negativamente so-
bre su condicin. Un mdico ame-
ricano, en cambio, afirm que re-
velaba a los enfermos de cncer el
verdadero diagnstico de su enfer-
medad, porque es algo lgico. Yo
pienso que es porque en los hospi-
tales americanos, contrariamente a
los de la ex Unin Sovitica, hay
agentes espirituales de apoyo que
los mdicos pueden decir a sus pa-
cientes la verdad. Visto que prolon-
gar la vida depende de cuestiones
opinables, la ciencia y los mdicos
pueden tratar la cosa en el modo
adecuado. Pero el modo de vivir
una vida limitada no pertenece a la
ciencia. Por tanto, los agentes pas-
torales deben tenerlo muy en cuen-
ta. En un diario titulado irnica-
mente Curable cancers and fatal
ulcers: attitudes toward cancer in
Japan (Tumores curables y lce-
ras mortales: actitudes frente al
cncer en Japn), publicado en
1982, se deca que a los japoneses
enfermos de cncer en fase termi-
nal generalmente no se le revela el
verdadero diagnstico. Los mdi-
cos japoneses no se acercan a los
pacientes con una comunicacin
oral abierta. El artculo subraya
que lo vago es una parte importan-
te de la cultura japonesa y que en
esta cultura hay un principio de se-
creto. Esta cultura del secreto y de
la vaguedad nace del budismo. La-
mentablemente el budismo fue ex-
cluido de la sociedad japonesa en
1868, por obra del gobierno revo-
lucionario del perodo del Empera-
dor Meiji. Cuando para modernizar
el pas se adopt la cultura occi-
dental, el gobierno trat de excluir
el cristianismo de la cultura occi-
dental que se haba adoptado. En
su lugar, el gobierno trat de reem-
plazar el cristianismo con el shin-
toismo, la religin del Emperador.
De todos modos, esta tentativa no
tuvo xito y los que revestan un
papel en el campo espiritual desa-
parecieron de los hospitales japo-
neses. Despus de esta revolucin,
la vaguedad formal se qued sin
ningn nexo con su importante es-
piritualidad budista. Esto ha tenido
como resultado la ausencia de espi-
ritualidad y, por tanto, la falta en
los hospitales japoneses de perso-
nas que obren en este campo, lo
cual hace difcil revelar a los enfer-
mos de cncer la verdad sobre su
enfermedad. En Japn, an no se
ha perfecccionado mantener el
principio del consentimiento infor-
mado, aunque se haya vuelto el
principio ms importante de la ti-
ca mdica a travs de las declara-
ciones de Helsinki y de Lisboa. Ac-
tualmente, en Japn los sacerdotes
budistas no hacen su trabajo bsi-
co, usando la balsa para trasladar a
los pacientes hacia la otra orilla, su
tarea no es el alivio del dolor espi-
ritual, sino slo del dolor fsico. La
formacin de los agentes que tra-
bajan en mbito espiritual es nece-
saria ya que actualmente estas fi-
guras no estn presentes en la ma-
yora de las instituciones sanitarias
japonesas. Esperamos aprender
mucho de la Santa Sede, acerca del
modo como educar a nuestros
agentes que trabajan en el campo
espiritual.
Dr. MASAHIRO TANAKA,
Sacerdote bonzo responsable del
Buddhist Temple Saimyouji,
Mdico en la Clnica Fumon-in,
Mashiko, Japn
Bibliografa
Curable cancers and fatal ulcers: Attitudes
toward cancer in Japan. LONG, S.O., LONG,
B.D.: Sociedad Cientfica Mdica, 16: 2101-
2108, 1982
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Introduccin
Examinar los cuidados paliati-
vos desde el punto de vista de la
New Age y de la post-modernidad
ciertamente representa un pensa-
miento original. Pero tambin es
obvio que no es fcil ofrecer una
respuesta satisfactoria. Con esta
ponencia se quiere presentar en
sntesis el movimiento de la New
Age y el complejo fenmeno de la
post-modernidad. Presentaremos
ambos conceptos desde el punto de
vista filosfico-socio-cultural y ti-
co-moral. Los cuidados paliativos
se examinan en este contexto.
NewAge
El movimiento de la New Age
contiene las caractersticas princi-
pales de la post-modernidad. Di-
cho movimiento, llamado tambin
la edad o la Era del Acuario o
la nueva era,
1
representa una
subjetividad religiosa que se ha di-
fundido ante todo en el Occidente
industrializado. Ms que hacer una
definicin de ella
2
, a lo ms se pue-
de ofrecer una descripcin. El re-
ciente Documento Interdicasterial
de la Santa Sede lo hace del si-
guiente modo:
La Nueva Era no es una religin
propiamente dicha, pero se interesa
por lo que se denomina divino.
La esencia de la Nueva Era es la li-
bre asociacin de diversas activi-
dades, ideas y personas, a las que
se podra aplicar esta denomina-
cin. No existe, en efecto, una sola
articulacin de doctrinas parecida a
la de las grandes religiones. A pe-
sar de ello, y a pesar de la enorme
variedad que hay en la Nueva Era,
existen ciertos puntos comunes: el
cosmos se ve como un todo orgni-
co; est animado por una Energa,
que tambin se identifica con el Al-
ma divina o Espritu; se cree en la
mediacin de varias entidades es-
pirituales. Los seres humanos son
capaces de ascender a esferas supe-
riores invisibles y de controlar sus
propias vidas ms all de la muer-
te; se defiende la existencia de un
conocimiento perenne que es
previo y superior a todas las reli-
giones y culturas; las personas si-
guen a maestros iluminados...
3
.
Jean Vernette, estudioso francs
de la New Age, expresa en forma
interesante su credo, bajo la for-
ma de los Diez mandamientos:
1. Esperars impacientemente la
Era del Acuario. 2. Creers firme-
mente en la Grande Mutacin. 3.
Tu conciencia se despertar de mo-
do atento. 4. Te ocupars de tu
cuerpo de manera activa. 5. Segui-
rs a los maestros con respeto. 6.
Creers en lo irracional, de modo
integral. 7. Venerars con fidelidad
a la diosa Gaia [la Tierra]. 8. Re-
chazars rigurosamente las religio-
nes existentes. 9. Hablars con los
espritus con naturaleza. 10. Te
despreocupars de la muerte
4
con
serenidad.
El movimiento del Acuario ofre-
ce a la humanidad la posibilidad de
realizar una religin que sea total-
mente a la medida del hombre. Pre-
fiere que el hombre se vuelva Dios
y niegue que Dios se haya hecho
hombre. Este movimiento nutre la
esperanza de que precisamente l
ocupar el lugar del cristianismo.
Para l, Dios no es una persona, ni
el Dios de Abraham, de Isaac, de
Jacob, ni el Dios de Jesucristo, sino
la vibracin ms elevada del cos-
mos o la expresin ms elevada de
la conciencia trascendental. Todo
esto se manifiesta en uno de los
principales lemas de la Nueva Era:
Es verdad si tu crees
5
. El hombre
de la Nueva Edad ya no tiene ne-
cesidad de la Revelacin y, por lo
tanto, ni siquiera de la fe, de la gra-
cia y de la salvacin a travs de la
cruz de Cristo. Ellas son sustituidas
por la iluminacin interior. Como
el mal no existe, ninguno puede ser
responsable por el mal hecho a
otros
6
. Por tanto, es intil temer
frente a la muerte, porque el hom-
bre nuevo no morir, sino que se
reencarnar.
En sntesis, la religin del Acua-
rio y el cristianismo son dos cosas
diferentes, dos realidades que no se
pueden conciliar. No es posible
creer en la resurreccin y al mismo
tiempo en la reencarnacin. La
nueva pseudo-religin rechaza ex-
plcitamente el concepto cristiano
de Dios, de la persona y de la obra
de Jesucristo.
La postmodernidad
De las diferentes tentativas de
ofrecer una definicin de la post-
modernidad, presentaremos aqu
slo dos: la primera proviene del
JN D
AC
OK
6.5 Cuidados paliativos y New-Age,
post-modernidad
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
telogo italiano Ignazio Sanna el
cual afirma que la post-moderni-
dad indica la disolucin de la
sntesis cultural moderna y la lle-
gada del pensamiento dbil y de la
crisis de la razn
7
. La segunda
tentativa es la descripcin del con-
cepto de post-modernidad de
Juan Pablo II en la encclica Fides
et Ratio:
Nuestra poca ha sido califica-
da por ciertos pensadores como la
poca de la post-modernidad.
Este trmino, utilizado frecuente-
mente en contextos muy diferentes
unos de otros, designa la aparicin
de un conjunto de factores nuevos,
que por su difusin y eficacia han
sido capaces de determinar cam-
bios significativos y duraderos.
As, el trmino se ha empleado pri-
mero a propsito de fenmenos de
orden esttico, social y tecnolgi-
co. Sucesivamente ha pasado al
mbito filosfico, pero quedando
caracterizado por una cierta ambi-
gedad, tanto porque el juicio so-
bre lo que se llama post-moder-
no es unas veces positivo y otras
negativo, como porque falta con-
senso sobre el delicado problema
de la delimitacin de las diferentes
pocas histricas (FR, n. 91).
Por tanto, cundo inicia la
post-modernidad desde el punto
de vista histrico? Existen varias
opiniones. Ante todo, se nota un
grupo de estudiosos que conside-
ran el ao 1968 como la ltima
epxlosin de la modernidad y el
primer nacimiento de la Epoca del
Despus: despus de la revolu-
cin, despus de la razn, despus
de la historia, despus de la van-
guardia, despus de la religin
8
.
Michael Paul Gallagher, telogo
irlands, indica algunas caracters-
ticas que representan cinco de los
principales pilares de la post-mo-
dernidad: 1. desconfianza hacia el
hombre y su pensamiento; 2. do-
minio de la racionalidad esttica;
3. el concepto de una libertad nar-
cisista a nivel social y poltico; 4.
desconfianza hacia el futuro; 5. re-
torno del misterio y la pseudo-reli-
giosidad
9
. A las caractersticas-pi-
lares de la post-modernidad se
aaden tambin otras, en particu-
lar: a) el nihilismo; b) el principio
diferencia; c) la tolerancia; d) el
ecologismo.
Segn Gianni Vattimo, lo post-
moderno abandona las categoras
fuertes de la metafsica tradicio-
nal y, al inspirarse en F. Nietzsche
y en M. Heidegger, ofrece una vi-
sin dbil del ser. La filosofa,
entendida como pensamiento d-
bil, ha perdido su papel fundacio-
nal y, como consecuencia, la ver-
dad se coloca como una incesante
interpretacin y ya no como la ade-
cuacin del pensamiento a la reali-
dad. En esta ptica, se considera
como debilitada la antropologa de
la post-modernidad. Para hacer una
comparacin esquematizada entre
la modernidad y la post-moderni-
dad se podran tomar tres concep-
tos o sujetos tpicos para cada
forma de cultura: Dios, mundo,
hombre. Desde el punto de vista te-
olgico, para la modernidad estos
trminos son fuertes y en una
perspectiva de fe son considerados
como el Creador, el creado y la
criatura. Para la post-modernidad,
en cambio, los mismos sujetos se
han vuelto dbiles
10
. En este sen-
tido podemos hablar de tres carac-
tersticas antropolgicas de la post-
modernidad: 1. debilitamiento de
la concepcin de Dios, 2. debilita-
miento de la concepcin del mun-
do y 3. debilitamiento de la con-
cepcin del hombre.
La post-modernidad es un con-
cepto amplio que se caracteriza por
la heterogeneidad, la indiferencia
hacia los valores, la incertidumbre,
lo provisorio, lo fragmentario, la
diferencia, el nihilismo, el pragma-
tismo, la indeterminacin, la fin de
la historia, el influjo fuerte de los
mass media, la desconfianza en el
hombre, en su dignidad, en los len-
guajes y en las sntesis universales.
El concepto nietzcheano de la
muerte de Dios deja un espacio
vaco. En ese espacio se desarrolla
el superhombre que se convierte
en la medida de s mismo. La vida
humana ha perdido su valor intrn-
seco, el sentido religioso y sagra-
do, por lo que est expuesta a todo
tipo de instrumentalizacin.
En sntesis, la post-modernidad
se muestra como una compleja rea-
lidad de tipo filosfico-socio-cul-
tural y de sello antimetafsico, rela-
tivo, parcial, nihilista, esttico, se-
cularizado, distrado, irnico y c-
nico. Ella lleva al oscuramiento o
al debilitamiento del ser, a la diso-
lucin de la estabilidad del ser y al
desempeo moral. La post-moder-
nidad prefiere un juego espontneo
e infinito de interpretaciones; pre-
fiere una experiencia retrica y es-
ttica ms que una experiencia de
verdad. En cambio, ella rechaza la
metafsica y el conocimiento de la
verdad. En otros trminos, trata de
convencer que no se puede tomar
seriamente ni Dios ni el ser, ni la
vida, ni el lenguaje humano, ni la
ciencia. Por consiguiente, la post-
modernidad tiene un carcter des-
viador, antihumano y anticristiano.
Cuidados paliativos
En la New Age no hay distincin
entre el mal y el bien, el pecado no
existe. Se reconoce slo un conoci-
miento imperfecto. El actuar hu-
mano es el fruto tanto de la igno-
rancia como de la iluminacin. Co-
mo consecuencia, ninguno tiene
necesidad de perdn y ninguno
puede ser condenado. El que cree
en el mal slo puede llegar a la ne-
gatividad y al temor. Estas ltimas
pueden ser vencidas slo a travs
del amor. En la Nueva Era, el ac-
tuar contra la naturaleza conduce al
sufrimiento y a la enfermedad. En
cambio, el actuar en sintona con la
naturaleza, lleva a una vida ms sa-
na e incluso a la prosperidad mate-
rial. El sufrimiento es visto tam-
bin como la incapacidad de explo-
tar todos los recursos humanos. La
fuente de la curacin se encuentra
en el hombre mismo y se puede al-
canzar entrando en contacto con la
energa interior del hombre o con
la energa csmica. Segn algunas
corrientes de la New Age, el hom-
bre ni siquiera debera morir: a tra-
vs del desarrollo de la capacidad
humana se pone en contacto con la
divinidad interior humana y con
aquellas partes del hombre que han
sido suprimidas o alienadas. La
Nueva Era subestima la ciencia y
la medicina tradicionales perci-
bindolas como inferiores y como
obstculos a la venida de la Edad
del Acuario. En cambio, la New
Age prefiere los acercamientos ho-
listas y requiere que las personas
rompan las tradiciones en las que
han crecido. Un elemento tpico de
la New Age es la reencarnacin en-
tendida como un paso necesario
para el crecimiento espiritual, una
progresiva evolucin espiritual que
comienza con el nacimiento y pro-
seguir despus de la muerte. Esta
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
no es otra cosa sino un pasaje del
alma de un cuerpo a otro
11
.
Para Peter Singer y Hugo Tris-
tram Engelhardt considerados
como los representantes principa-
les de la biotica postmoderna la
vida como tal no tiene sentido al-
guno. El valor de la vida humana
es relativo, ofuscado, sin reconoci-
miento de la gradualidad y de las
diferencias ontolgicas. El estatuto
de la persona humana es dado a co-
nocer slo a los individuos auto-
conscientes y que pueden expresar
su voluntad, la biotica de ambos
autores no atribuye ningn sentido
al sufrimiento, que es parte de la
vida humana normal, a la fase ter-
minal de la vida y a la muerte: ante
estas realidades, ella se rehuye en
el suicidio, en el suicidio asistido y
en la eutanasia.
Cmo se colocan los cuidados
paliativos en este contexto? Cuan-
do la vida humana no tiene sentido,
como afirma el nihilismo, o si se
acepta la reencarnacin, como lo
afirma New Age, los cuidados pa-
liativos podran slo detener el pa-
saje a la reencarnacin. Desde el
punto de vista de la post-moderni-
dad, dichos cuidados equivaldran
a desperdiciar los recursos tanto
materiales (medicinas, ocupacin
de lechos, etc.) como personales.
Conclusin
La Nueva Era pertenence a las
caractersticas especficas de la
post-modernidad. El aporte de los
cuidados paliativos en este contex-
to es negado ya sea por el nihilismo
que domina la post-modernidad
europea que por el pragmatismo
que domina la post-modernidad de
tipo americano. Para la New Age y
para la post-modernidad los cuida-
dos paliativos no tienen significado
y por lo mismo deben buscar su
justificacin en otros sistemas de
pensamiento, especialmente en la
visin cristiana de la vida.
P. JN D
AC
OKSJ
Profesor de Etica y Teologa Moral
Facultad Teolgica
de la Universidad de Trnava,
Eslovaquia
Notas
1
Cf. C. SINISCALCHI, Il dio della California.
La New Age cinematografica, Roma 1998, pp.
33-34; ver tambin, G. FILORAMO, Il risveglio
della gnosi ovvero diventare dio, Roma Ba-
ri, 1990; ID., Figure del sacro. Saggi di storia
religiosa, Brescia 1993; A.N. TERRIN, New
Age. La religiosit del postmoderno, Bologna
1993.
2
Desde el punto de vista gramatical, el tr-
mino New Age se usa tanto en gnero femeni-
no (entendido como la religin, la religiosi-
dad, la nueva edad, la nueva era, la espi-
ritualidad alternativa, la corriente cultural),
como en aquel masculino (entendido como
movimiento, el fenmeno complejo). El
documento interdicasterial: Jesucristo porta-
dor de agua viva. Una reflexin cristiana so-
bre la Nueva Era, emplea este trmino en
italiano con gnero masculino. Aqu respeta-
mos ambas formas gramaticales.
3
PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA
PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DILOGO INTER-
RELIGIOSO, Jesucristo Portador de agua viva,
Ciudad del Vaticano 2003, pp. 30-31.
4
J. VERNETTE, La nuova era, en C. SINIS-
CALCHI, o.c., pp. 112-116.
5
J. VERNETTE, La nuova era, pp. 115-
123; ver tambin, I. DES DEL RIO, Post-mo-
dernidad y nueva religiosidad, Religin y
Cultura XXXIX (1983), pp. 72-91.
6
Al contraste entre la espiritualidad y la fe
cristiana por un lado, y la New Age y el anli-
sis de este fenmeno pseudo-religioso, por el
otro, se dedican los captulos 3, 4, 5 y 6 del
Documento Interdicasterial sobre la New Age.
Cf. PONTIFICIO CONSEJO DE LA CULTURA
PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DILOGO INTER-
RELIGIOSO, o.c., pp. 43-70.
7
I. SANNA, Lantropologia cristiana tra
modernit e postmodernit, Brescia 2001, p.
20.
8
I. SANNA, o.c., p. 253. Entre aquellos estu-
diosos sobresalen particularmente: Agnes He-
ller, sociloga australiana y Ferenc Fehr, fil-
sofo americano. Ver tambin, A. HELLER & F.
FEHR, The Postmodern Political Condition,
Cambridge Oxford 1988, pp. 133-145. M.
NACCI, Postmoderno, en La Filosofia. Stili e
modelli teorici del Novecento, IV, ed. P. Ros-
si, Torino 1995, pp. 370-372; R. CESERANI,
Raccontare il postmoderno, Torino 1997, pp.
34-42.
9
Cf. M.P. GALLAGHER, Hablar de Dios en
la cultura actual, en Parlare di Dio alluomo
postmoderno. Linee di discussione, ed. P. Pou-
pard, Roma 1994, pp. 5-22.
10
Cf. G. VATTIMO P.A. ROVATTI, ed., Il
pensiero debole
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Qu hacer? Despus de haber
visto, en las conferencias anterio-
res, la situacin del enfermo, en
circunstancias ciertamente espe-
ciales, y de haberse dejado ilumi-
nar por la luz de la revelacin, de
la teologa y de las tradiciones reli-
giosas, queda en el aire de las in-
certidumbres una pregunta: Qu
hacer? Fue la misma cuestin que
le presentaron a Juan Bautista y la
respuesta no sera otra que la de la
fidelidad a Aquel que haba de
bautizar en Espritu Santo y fuego
(Lc 3,16). La renovacin pastoral
de los sacramentos siempre ha de
llegar por el camino de un nuevo
encuentro con Cristo y de la fideli-
dad a l. Esto tambin es un punto
muy importante dentro de lo que
debe ser una nueva evangeliza-
cin.
1. Sacramentos para la vida
Y as como el cuerpo humano
se ve dotado de sus propios recur-
sos con los que atiende a la vida, a
la salud y al desarrollo de s y de
sus miembros, del mismo modo el
Salvador del gnero humano, por
su infinita bondad, provey mara-
villosamente a su Cuerpo mstico,
enriquecindolo con los sacramen-
tos, por los que los miembros, co-
mo gradualmente y sin interrup-
cin, fueran sustentados desde la
cuna hasta el ltimo suspiro, y
asimismo se atendiera abundant-
simamente a las necesidades so-
ciales de todo el Cuerpo (Mystici
Corporis Christi, 9).
Creo que este desde la cuna,
que dice expresamente la Mystici
Corporis Christi, debiera tenerse
en cuenta a la hora de hablar de la
pastoral de los sacramentos de los
enfermos, porque no tendra que
desligarse la pastoral de ese prcti-
camente ltimo momento de la
pastoral de toda la vida. Cuando se
est trabajando a lo largo de la vi-
da en la unin con Cristo y en su
acrecentamiento, se est trabajan-
do tambin para cuando llegue la
enfermedad y la ltima enferme-
dad. Habra que decir mejor que
todo debe contribuir a la unin o a
la conformidad con Cristo.
Las palabras de la encclica de
Po XII nos ponen en el mejor ca-
mino para acercarnos a la praxis de
los sacramentos, pues la fe en Cris-
to es una forma de vivir, y los sa-
cramentos son fuentes del manan-
tial del Vivificador, que llena de
vida a la persona, en toda su reali-
dad individual, en cuerpo y al-
ma. Las acciones exteriores y
sensibles lo expresan, pero slo la
gracia es la que da la vida, la que
santifica. Tiene pues el hombre, en
cualquiera que sea la situacin en
la que se encuentre, el deber y el
derecho de acercarse a los sacra-
mentos recibindolos.
La Penitencia restaura, cura y
fortalece la alianza con el Miseri-
cordioso. La Uncin es signo de
fortaleza y de esperanza de ser re-
conocido entre aquellos que perte-
necen al cuerpo del Ungido. El
Vitico es pignus futurae gloriae y
comunin perfecta con el Seor
que da la vida.
La renovacin pastoral de estos
sacramentos ha de llegar por ese
camino de la vida, de meterlos
muy dentro de la existencia del
creyente y encontrar all la misma
experiencia de Dios. Por eso, es
imprescindible, en cualquier inten-
to de renovacin pastoral de los sa-
cramentos, la unidad entre fe, sa-
cramento, caridad y misin. Sin fe,
el sacramento quedara reducido a
mero ritualismo. Sin caridad, se
caera en la evasin de la responsa-
bilidad frente a las exigencias del
mandato nuevo del Seor. Sin el
testimonio evangelizador, una mi-
sin fallida, una luz puesta debajo
del celemn.
2. La enfermedad, momento
especial de gracia para
celebrar la Reconciliacin,
la Uncin y el Vitico
Entre la enfermedad y el deseo
de vivir hay un espacio importante
para el gran encuentro con Dios.
Un extraordinario kairs en el que
se puede hacer ms deseables la
comunicacin y la experiencia de
Tercera Seccin
Qu hacer?
CARLOS AMIGO VALLEJO
1. Renovacin pastoral de los Sacramentos
de los Enfermos: Reconciliacin, Uncin, Vitico
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
lo trascendente y, al mismo tiem-
po, de comunin con Cristo y con
la Iglesia.
En momento tan especial, como
el de la enfermedad, es muy im-
portante que los agentes de pasto-
ral sean conscientes de la situa-
cin, posiblemente crtica, en la
que se encuentran tanto el enfer-
mo como su familia. Y no sola-
mente en lo que respecta a la en-
fermedad, sino a su vida cristiana,
a su formacin y vivencia de la fe,
porque cada circunstancia nueva
de la vida es un momento especial
para que se realice en el creyente
un acrecentamiento en la unin
con Cristo. El que ha contemplado
a lo largo de su vida la Pasin de
Cristo y ha trabajado por unir a
ella la propia pasin, en este mo-
mento de la enfermedad, tiene que
vivir esta experiencia espiritual
con una intensidad suprema. Co-
mo es natural, entre los remedios
pastorales a aportar, y no en lugar
secundario, estn los sacramentos,
que tienen la finalidad de unirnos
con Cristo.
Es siempre importante, en esos
momentos, saber distinguir entre
lo que la enfermedad representa en
s misma y en unas circunstancias
lmite. Distinguir no quiere decir
tratar de soslayar el delicado mo-
mento en el que enfermo y familia
se encuentran, sino tratar de hacer
ver, con la mayor serenidad posi-
ble, la situacin y llevar el remedio
pastoral que procede.
Uno de los puntos que conviene
siempre subrayar con palabras,
gestos y ritos es que se trata de
unas acciones religiosas, de unos
sacramentos para ayudar al enfer-
mo. No como tratamiento, casi
mgico, del moribundo, del que ha
llegado al final de sus das...
Cuestin delicada es la de la pe-
ticin o el rechazo de los sacra-
mentos, por parte del enfermo o de
la familia. Esto suele suceder
cuando el enfermo no es un cre-
yente fervoroso, aunque es peor el
comportamiento de la familia, que
es la que suele temer que el enfer-
mo se asuste. El camino pastoral
debe ir siempre por el de ofrecer en
tal manera la ayuda religiosa, que
haga surgir el deseo, del enfermo y
de la familia, de recibir el remedio
espiritual.
La familia suele navegar entre el
conformismo social (cada vez me-
nos atendible) y el miedo (ms co-
mo subterfugio a su responsabili-
dad que como situacin real) al
impacto emocional que el rito sa-
cramental puede causar en el en-
fermo.
Habr que insistir, de la forma
catequtica y pastoral ms adecua-
da, en una pedagoga religiosa que
cree, en el cristiano, unas adecua-
das actitudes de fe ante la vida y
ante la muerte. Aqu tenemos un
problema importante: no habla-
mos de la esperanza, que es una de
las tres virtudes teologales, que ha-
ce referencia al cielo, pero no esta-
mos hablando del cielo... Ese de-
seo de quedarnos en esta tierra
cuanto ms tiempo mejor, puede
estar indicando que no tenemos fe
en que nuestro destino es el cielo;
con lo cual no tenemos ni siquiera
la preparacin remota para enfren-
tarnos con la disposicin espiritual
imprescindible un momento tan
decisivo.
Reiterar que se trata de un en-
cuentro con Cristo, que no es el
que abre la puerta de la muerte, si-
no el Dios de la esperanza y de la
vida. Cuando se presenta Cristo,
con sus heridas abiertas, se abren
los ojos a la fe. Como le ocurri al
discpulo Toms.
La vida se pone en manos de
Dios y el cristiano se siente unido
y participa en el misterio pascual
de Cristo. El encuentro con el Se-
or le ha puesto en el camino de la
salud. Cristo es el Salvador, no
tanto porque ha desaparecido la
enfermedad del cuerpo, sino por-
que ha curado las heridas interio-
res con el blsamo de la misericor-
dia. El enfermo, sin dejar de serlo,
es, ahora, una persona nueva, pues
ha encontrado una paz que no te-
na. El amor de Dios se ha inclina-
do sobre la debilidad humana pa-
ra acogerla en el abrazo de su mi-
sericordia (Incarnationis myste-
rium, 9). Todo ello ocurre tambin
en la familia cuando participa en la
oracin y en la celebracin de los
sacramentos juntamente con el en-
fermo.
El momento de la enfermedad
puede ser esa ocasin propicia, ese
tiempo de gracia para el encuentro
con Dios, para el acercamiento in-
terior a Cristo y reconciliarse tam-
bin consigo mismo y con los de-
ms. El hombre reconciliado pue-
de sentir cierta armona y tranqui-
lidad interior. Una especie de libe-
racin psicolgica, lo cual es leg-
timo y natural (Reconciliatio et po-
enitentia, 30), pero sobre todo, se
siente abrazado por Cristo Salva-
dor.
En esta situacin especial, en un
momento tan crtico, podra ser
una gran ayuda la celebracin co-
munitaria del sacramento de la pe-
nitencia con el enfermo y el redu-
cido nmero de familiares cerca-
nos. Dentro de las normas estable-
cidas, este tipo de celebracin ayu-
dara notablemente a la recupera-
cin pastoral del sacramento de la
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Reconciliacin en el momento de
la enfermedad.
Y, por ltimo, por lo que hace a
los enfermos en trance de muerte,
viene en su ayuda la piadosa Ma-
dre Iglesia, la cual por medio de la
Sagrada Uncin de los enfermos,
si, por disposicin divina, no siem-
pre les concede la salud de este
cuerpo mortal, da a lo menos a las
almas enfermas la medicina celes-
tial, para trasladar al Cielo nuevos
ciudadanos nuevos protectores
para aqulla que gocen de la bon-
dad divina por todos los siglos
(Mystici Corporis Christi, 9).
La Uncin del enfermo, en con-
tinuidad con la Reconciliacin, se-
ra la seal de una aceptacin ple-
na por parte del Padre a su hijo en-
fermo. No es tanto el enfermo
quien se entrega, sino el Seor el
que recibe y hace suyo al hombre
herido por el pecado y pone sobre
l el aceite de la misericordia. Es
toda la Iglesia la que encomienda
el enfermo al Seor, para que lo
alivie y salve, pero tambin para
que ese cristiano doliente se asocie
voluntariamente a la pasin y
muerte de Cristo y sea ejemplo pa-
ra la misma comunidad cristiana
(Cf. Sacram Unctionem infirmo-
rum).
Con el perdn y la misericordia
est el mismo encuentro personal
con Cristo, que se hace Vitico,
Eucarista, pan de gracia que ali-
menta y robustece para seguir el
camino unido ntimamente con el
Seor.
3. Propuestas generales
para la renovacin de
la pastoral sacramental
La primera de las propuestas no
puede ser otra que la de la invita-
cin kerigmtica a la Reconcilia-
cin y llamada a la esperanza
(Pastores gregis, 39). Habr que
tener buen cuidado de saber unir y
distinguir la evangelizacin, que
es hacer presente en todo el miste-
rio de Cristo, con la pastoral, que
son las acciones con las que se re-
aliza, aqu y ahora, la tarea evange-
lizadora. Y los distintos ministe-
rios de profeca, celebracin sacra-
mental, caridad y misin, siempre
teniendo en cuenta las circunstan-
cias particulares en las que todo
ello ha de realizarse.
Ala hora de la renovacin pasto-
ral, no se puede pensar nicamente
en una nueva organizacin, casi
tcnica, sino en profundizar en la
reflexin teolgica y eclesial.
Reconciliacin, Uncin y Viti-
co forman esa unidad que hace
memoria y significa la celebracin
del misterio pascual, aunque cada
sacramento tenga su propia identi-
dad y desarrollo pastoral.
La renovacin de la pastoral sa-
cramental de los enfermos est
exigiendo:
Convertir todo cuanto se rela-
ciona con la enfermedad en espa-
cio de oracin y no reducir la vida
de fe a una simple prctica ocasio-
nal de los sacramentos.
Huir de cualquier vinculacin
y relacin mgica entre el signo y
los efectos que produce. Una prc-
tica formalista podra conducir a
ello.
Incluir la pastoral de los sacra-
mentos para los enfermos dentro
de una catequesis especfica para
los tiempos ms fuertes de la
misma vida. Un catecumenado de
adultos, con unos adecuados y
bien preparados catequistas, ser
la mejor garanta de esa catequesis
para los enfermos.
Si no se hace ver la cercana de
Cristo, se considerar el sacramen-
to como un simple servicio religio-
so y no como una celebracin en la
que participa, no slo el enfermo,
sino su familia y la misma comuni-
dad cristiana.
Por parte del enfermo, habr que
buscar las mejores condiciones de
libertad, aceptacin, conciencia y
preparacin.
Superar cualquier tipo de rutina
y formalismo, creando un ambien-
te de oracin, cuidando gestos,
lenguaje y significacin.
La prctica y celebracin habi-
tual de los sacramentos es la mejor
preparacin para vivir con autnti-
co espritu cristiano la Reconcilia-
cin, la Uncin y el Vitico.
Figura imprescindible y funda-
mental es la del capelln, la del p-
rroco, la del sacerdote que asiste al
enfermo. No son especialistas en
psicologa del dolor y la armona
personal, sino ministros de Cristo
y servidores de los enfermos. Su
presencia debe ser continuada, fre-
cuente, ordinaria, pastoral. As no
se le considerar como un extrao
y su presencia como la seal de
una situacin de peligro y trmino.
Junto a los capellanes y prrocos,
los agentes, servidores y ministros
de la pastoral de la salud, que ayu-
dan a llevar una existencia cristiana
al enfermo. No es suficiente la pie-
dad y la buena voluntad. Se necesi-
ta una formacin especfica y ade-
cuada para este tipo de pastoral
Los sacramentos de los enfer-
mos tienen que salir del hospital.
Es decir, que su celebracin no
puede dejarse para unos momentos
difciles y quiz ltimos. La parro-
quia ha de considerar al enfermo
como un miembro ms. Yel enfer-
mo debe sentirse miembro activo
de la comunidad en la que vive y
celebra los sacramentos.
Pero para que el enfermo acepte
la ayuda que se le quiere prestar
para poder vivir y morir con la dig-
nidad que como cristiano le corres-
ponde, hay que estar impartiendo
con regularidad a la comunidad
cristiana una catequesis adecuada
del misterio de la Cruz; educacin
en la esperanza, para evitar miedos
y soluciones mgicas; sentido de
caridad y de entrega, ofreciendo su
dolor y sacrificio en unin con el
de Cristo, al mismo tiempo que se
le presenten los sacramentos de los
enfermos como un remedio al pe-
cado y una ayuda de la gracia, no
como anuncio de una situacin l-
tima, antesala de la muerte. De es-
ta manera se suscitara una entrega
confiada y unas actitudes de deseo
y de encuentro con Cristo.
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
4. Propuestas especficas
para una renovacin
pastoral de los sacramentos
de los enfermos
Habr que considerar tres mo-
mentos: antes de la enfermedad,
celebracin en la enfermedad y
reintegracin a la comunidad cris-
tiana. Es decir, procurar que exista
una relacin entre la existencia
cristiana ordinaria y la celebracin
especial en unos momentos deter-
minados ciertamente importantes
y distintos.
Reconciliacin
Ante un evidente abandono de la
prctica de la Reconciliacin sa-
cramental, de la confesin una re-
novada valenta pastoral para que
la pedagoga cotidiana de la comu-
nidad cristiana sepa proponer de
manera convincente y eficaz la
prctica del Sacramento de la Re-
conciliacin (Novo millennio
ineunte, 37).
Que los sacerdotes dediquen el
tiempo debido a la celebracin del
sacramento de la Penitencia, y que
inviten insistente y vigorosamente
a los fieles para que lo reciban, sin
que los pastores descuiden su pro-
pia confesin frecuente (Ecclesia
in America, 32). La disponibilidad
y exhortacin de los sacerdotes a
la prctica de la confesin es im-
prescindible.
Proponer el sacramento de la pe-
nitencia como la mejor medicina y
la ms eficaz terapia para la enfer-
medad espiritual. No una forma de
evadirse de la situacin difcil, si-
no para afrontarla con fortaleza
cristiana.
Para orientar el corazn a Dios y
sentir un verdadero arrepentimien-
to, es imprescindible una buena
preparacin para recibir el sacra-
mento.
La asidua y frecuente prctica
personal del sacramento de la pe-
nitencia ayudar a enfermo a re-
descubrir la alegra de la Reconci-
liacin con Dios ( Cf. Pastores da-
bo vobis, 26, 48).
Una gran ayuda puede ser la ce-
lebracin habitual del sacramento
de la penitencia con los habitual-
mente enfermos, con confesin y
absolucin individual. Todo ello
hace resaltar ms la dimensin
eclesial.
Hacer sentir la maldad del peca-
do y el deseo del perdn. Cristo
tiene derecho al retorno de su hijo
pecador. Y el penitente consciente
de un derecho gratuito a las ri-
quezas de la casa de su Padre. Pues
Dios es rico en misericordia.
El perdn de Dios ha de llevar a
la Reconciliacin consigo mismo,
con el propio cuerpo, herido y en-
fermo. No es resignacin fatalista
ante lo inevitable, sino vivir el
misterio de la encarnacin del Ver-
bo, que asumi nuestra debilidad y
se entreg para nuestra salvacin.
Uncin
Asumir para la propia enferme-
dad el sentido que Cristo da a la
cruz: escndalo para unos, nece-
dad para otros. Para nosotros, fuer-
za de Dios y sabidura de Dios (Cf.
1Cor 1, 24).
Insistir en la necesidad de tener
confianza en la promesa de Cristo
de curar todos los males. Cristo es
el que pas por este mundo hacien-
do el bien y curando a los enfer-
mos. En hombre enfermo necesi-
ta de una especial gracia de Dios,
para que, dominado por la angus-
tia, no desfallezca su nimo, y so-
metido a la prueba, no se debilita
su fe (Praenotanda del Ritual, 5).
Resaltar la seal de esperanza,
que cura el orgullo de cierto secu-
larismo que no reconoce ms efi-
cacia que la que puede llegar por el
camino de los medios humanos.
(Tus heridas nos han curado! (1Pe
2, 24).
Hacer ver el significado del leo
santo. La cruz es como un toque
de amor eterno sobre las heridas
ms dolorosas de la existencia te-
rrena del hombre (Dives in mise-
ricordia, 8). Ese toque de amor
es el que se significa en la Uncin
de los enfermos. As lo expresa la
oracin de bendicin del leo de
los enfermos: Que cuando sean
ungidos con l sientan en su cuer-
po y alma tu divina proteccin y
experimenten alivio en sus enfer-
medades y dolores
La Uncin revela el sentido del
sufrimiento, verdaderamente so-
brenatural y a la vez humano. Es
sobrenatural, porque se arraiga en
el misterio divino de la redencin
del mundo, y es tambin profunda-
mente humano, porque en l el
hombre se encuentra a s mismo,
su propia humanidad, su propia
dignidad y su propia misin (Sal-
vifici doloris, 31).
Dios hace morir todos los males
para que se manifieste plenamente
la vida. La Uncin es una presen-
cia del Consolador, una expresin
de la alianza con el amor de Dios.
El sacramento es un signo de la
consolacin de Cristo, que se acer-
ca a los enfermos como lo haca
durante su vida mortal. El enfermo
no es un simple paciente, sino un
hijo de Dios y hermano de Cristo.
Dios no se resigna a la muerte
de sus hijos. La Uncin seala el
encuentro de Cristo resucitado
con el enfermo y del enfermo con
Cristo. El que cree en Cristo ten-
dr la vida.
Hay que hacer ver en la uncin
con el leo un signo del cuidado y
solicitud de la Iglesia por el enfer-
mo. Pone el blsamo de la caridad
y de la misericordia.
Con la Uncin del enfermo se
vive la confianza de la reintegra-
cin del enfermo a la comunidad.
Dios, que lo ha sealado con el
leo santo o enva a sus hermanos
para que sea verdadero testigo de
Cristo, el Ungido.
Celebrar peridicamente en la
parroquia y en los hospitales el sa-
cramento de la Uncin de los en-
fermos. Esta prctica pastoral ir
haciendo ver la necesidad y el sen-
tido del sacramento.
Vitico
La Eucarista es aval para la vida
eterna (pignus futurae gloriae) y
fuente de inmortalidad. El que co-
me de este pan no conocer la
muerte (Jn 6, 50).
El Vitico para los enfermos es
un evidente signo de querer asumir
la muerte con total dignidad y rati-
ficacin del mejor testamento: el
dejar la herencia de la ejemplari-
dad de la fe.
Cristo resucitado visita al enfer-
mo y le ofrece, para su trnsito y
camino, la mejor garanta de vivir
para siempre: la Eucarista. Es la
gran prueba de credibilidad: dar la
vida por aquellos a los que se ama
(Jn 15,13).
La presencia real de Cristo crea
una vida completamente nueva.
Los que comieron otro pan, murie-
ron. El que se alimenta de la Euca-
rista no morir (Jn 6, 50).
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104
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
La debilidad del hombre se en-
cuentra con el Pan de vida y le ha-
ce recordar las palabras de la ora-
cin de la Iglesia: Su carne, inmo-
lada por nosotros, es alimento que
nos fortalece; su sangre, derrama-
da por nosotros, es bebida que nos
purifica (Prefacio de la Eucaris-
ta, I).
En el trnsito de esta vida, el
fiel, robustecido con el Vitico del
Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve
protegido por la garanta de la re-
surreccin, segn las palabras de
Seor: el que come mi carne y be-
be mi sangre tiene vida eterna y yo
lo resucitar en el ltimo da (Jn
6, 56) (Praenotanda del Ritual,
26).
El Vitico tiene que tener un lu-
gar en la lnea pastoral de la cele-
bracin frecuente de la Eucarista
para los enfermos y en la prctica
de la comunin sacramental.
Acercar espiritualmente al en-
fermo al Sagrario, invitndole a la
adoracin y a la comunin espiri-
tual. La reserva de las Especies
sagradas, motivada sobre todo por
la necesidad de poder disponer de
las mismas en cualquier momento,
para administrar el Vitico a los
enfermos, hizo nacer en los fieles
la loable costumbre de recogerse
en oracin ante el sagrario, para
adorar a Cristo presente en el Sa-
cramento (Directorio de piedad
popular, 164).
La renovacin de los sacramen-
tos de los enfermos no puede lle-
gar sino por el camino de una invi-
tacin a la santidad. La que nos ha-
ce Juan Pablo II en la Novo millen-
nio ineunte: La perspectiva en la
que debe situarse el camino pasto-
ral es el de la santidad (n. 30). Es-
ta es nuestra ms urgente tarea
evangelizadora y la ms eficaz y
fecunda renovacin que podemos
esperar de los sacramentos de los
enfermos.
S.E.Card. CARLOS AMIGO
VALLEJO
Arzobispo de Sevilla, Espaa,
Miembro del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Salud
Santa Sede
Diag
Tera
radiot
inm
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
El cncer y la necesidad
de cuidados paliativos
Actualmente existen en el mun-
do ms de 22 millones de enfermos
de cncer. En el ao 2000, 10 mi-
llones de personas se han enferma-
do de cncer: 5,3 millones de hom-
bres y 4,7 de mujeres. En ese mis-
mo ao, 6,2 millones de personas
han muerto de cncer. Se trata de
una enfermedad que aumenta con-
tinuamente. De hecho, entre 1990 y
2000, la incidencia ha aumentado
del 19% y la mortalidad del 18%.
Una persona de cada ocho muere
hoy de cncer: las muertes por cn-
cer en el mundo son ms elevadas
que por SIDA, tuberculosis y mala-
ria juntas. Si este trend de inciden-
cia que se ha encontrado en el lti-
mo decenio continuar, para el
2020 tendramos que esperar un in-
cremento de tumores del 50%. Las
proyecciones actuales preven para
el 2020 15 millones de nuevos ca-
sos de cncer/ao y 10 millones de
muertes/ao.
La figura 1 resume las etapas del
desarrollo y de la progresin del tu-
mor.
Las terapias antitumorales espe-
cficas de las que se dispone hoy,
permiten que se sane el 50% de los
enfermos. Amenudo retoman a una
vida normal despus de un pero-
do variable de cuidados y se reinte-
gran en su papel social y familiar.
En la otra mitad de los enfermos,
no obstante los tratamientos el tu-
mor hace extragos en tiempos ms
o menos largos, hasta llegar a la fa-
se terminal y la muerte. Estos en-
fermos son los que necesitan de
cuidados paliativos, cuando por
cuidados paliativos entendemos
pasar del curar al ocuparse del
enfermo, asistirlo y acompaarlo
en la fase final de su vida, con el
objetivo de garantizarle una mejor
calidad de vida y de muerte, sin tra-
tar de prolongarla o de cortarla
1, 2
.
Cuando existen estructuras dedica-
das a los cuidados paliativos, la fa-
se de progresin de la enfermedad
tumoral es vivida entre el hospital,
los servicios territoriales y la casa
propia, a menudo de modo no coor-
dinado entre las estructuras y algu-
nas veces hasta en forma contras-
tante.
Como sabemos, el cncer cam-
bia la vida de una persona y de su
familia. No slo altera el mbito f-
sico del enfermo, sino tambin
aquel funcional, psicolgico, social
y espiritual. Por tanto, el cuidado al
enfermo de cncer tanto en la fase
aguda inicial, como en la fase ade-
lantada de progresin, no puede
terminar en un simple servicio
mdico, sino que requiere consi-
derar al enfermo en su globalidad,
para responder a todas sus necesi-
dades manifestadas o no manifesta-
das y tambin para sostener a su fa-
milia
1
.
Por tanto, existen puntos crticos
esenciales en la asistencia al enfer-
mo de cncer:
a) mayores necesidades de parte
del enfermo, ms profesionales que
deben intervenir en forma coordi-
nada para dar una solucin a todos
sus problemas;
b) ms estructuras dedicadas a la
asistencia en las diferentes fases de
la enfermedad, particularmente el
hospital para la fase aguda, y terri-
torio y domicilio en la fase ms
adelantada.
Esto obstaculiza la continuidad
del cuidado y de la comparticipa-
cin de un recorrido asistencial, y a
menudo causa el abandono del en-
fermo en el pasaje de las terapias
antitumorales al control de los sn-
tomas: la fase ms crtica de la en-
fermedad. Si se emplean oportuna-
mente, los cuidados paliativos pue-
den constituir un buen elemento de
unin y dar continuidad al recorri-
do clnico-asistencial del enfermo,
evitando el sentido de abandono y
de soledad.
Barreras que impiden
el empleo optimal de
los cuidados paliativos
Los cuidados paliativos colocan
en el centro de la atencin al enfer-
mo en fase de enfermedad adelan-
tada, para aliviarlo desde el punto
de vista fsico, funcional, psicolgi-
co, espiritual y social, con la finali-
dad de optimizar la calidad de la vi-
da del enfermo y de sus familia-
res
1,2
. Aunque se recomiendan los
cuidados paliativos para muchas
enfermedades, (en particular para
el SIDA, enfermos neurolgicos,
pacientes cardiopticos, bronco-
pneumnicos, ancianos con varias
enfermedades crnicas), hasta aho-
ra el 80-90% de los enfermos que
reciben los beneficios de los cuida-
dos paliativos son enfermos de cn-
cer
3
.
La difusin de los cuidados pa-
liativos es realmente reciente y so-
bre todo en la actualidad no est
distribuida de manera homognea
en las naciones
4,5
. Algunos datos de
la literatura indican que ms del
50% de los enfermos de cncer si-
gue muriendo en hospitales para
agudos y que slo el 50%de los en-
fermos de cncer reciben cuidados
VITTORINA ZAGONEL
2. Pautas actuales de la investigacin
en los cuidados paliativos
Figura 1. Etapas del cncer.
Screening
Diagnstico precoz
Terapias antitumorales
Ciruga, quimioterapia,
radioterapia, terapias hormonales,
inmunolgica, terapia target
Progresin
50%
Curacin
50%
Cuidados paliativos
Casa - hospice
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
paliativos
5,6
. Este dato es muy desa-
lentador porque morir en el hospital
a menudo significa correr el riesgo
de un ensaamiento teraputico, o
no recibir la terapia adecuada (pue-
de ser recibida bajo forma excesiva
o insuficiente), por los principales
sntomas de la fase adelantada (do-
lor, insomnia, cansancio, nutricin,
etc.). De hecho, los hospitales para
agudos tienen como fin intervenir
para salvar la vida, y no para ayu-
dar a un enfermo a morir en el me-
jor modo posible, sin pretender
aadir o quitar nada a su expectati-
va de vida.
En la actualidad, para el 90% de
los enfermos es posible morir bien
sin dolor fsico y con menor sufri-
miento si en el ambiente donde el
enfermo est internado o, mejor
an, en su casa, se instaura un clima
de serenidad, de escucha, de empa-
ta, de comparticipacin, de acom-
paamiento
7-11
.
An son muchas las causas que
obstaculizan la posibilidad que to-
dos los enfermos reciban una ade-
cuada asistencia al final de su vida.
Esto no slo en los pases pobres,
sino tambin en los pases conside-
rados ricos.
Los datos a disposicin indican
que hoy existen varias barreras que
no permiten una asistencia optimal
al trmino de la vida (Tabla 1)
5,6
.
1. Heterogeneidad de la distribu-
cin en el territorio y de la calidad
de las atenciones brindadas. An
con las diversidades referentes a los
varios pases, no existe en todo el
mundo una distribucin homog-
nea de dichos servicios, que cubran
adecuadamente las exigencias de
todos los enfermos y no hay ningu-
na nacin que garantice una asis-
tencia con cuidados paliativos para
todos los enfermos que tienen ne-
cesidad.
2. Escaso conocimiento de parte
de la clase mdica sobre los servi-
cios que brindan, de la forma y de
los criterios para acceder a ellos.
Esto sucede quizs porque se trata
de un nuevo ramo de la medicina,
pero sobre todo porque requiere
una nueva aproximacin al enfer-
mo y la aceptacin de la muerte co-
mo parte de la vida.
3. Resistencia de algunos mdi-
cos que consideran estos servicios
como suprfluos. En efecto, no
obstante se haya demostrado su va-
lidez cientficamente, no todos cre-
en en la utilidad y en la ventaja de
los cuidados paliativos y, por lo
mismo, no dirigen a sus enfermos a
los centros especializados.
4. Renuencia de parte de enfer-
mos y familiares debido a un escaso
conocimiento de los servicios, al
temor de encontrarse solos fuera
del hospital, a la conviccin de que
se muere mejor en el hospital.
5. Conviccin que se trate de es-
tructuras exclusivamente dedica-
das a los enfermos de cncer. Por el
contrario, un nmero cada vez ma-
yor de enfermos podra gozar de es-
tas estructuras y competencias: en-
fermos de SIDA, broncopneumo-
pticos crnicos, enfermos neuro-
lgicos, cardiopticos, ancianos
con pluripatologa crnica, etc.
6. Escasa disponibilidad econ-
mico-financiera. Recuerdo que en
EE.UU. la mayora de los hospice
son privados, por lo que existe el
riesgo de garantizar estos cuidados
solamente a las personas con ma-
yores disponibilidades econmicas.
Pautas para un
adecuado desarrollo de
los cuidados paliativos
No obstante las diversidades
existentes en las varias Naciones, la
literatura internacional pone de re-
lieve en forma unnime 4 aspectos
de prioridad absoluta: aspecto for-
mativo y educacional, aspecto cul-
tural y social, investigacin, aspec-
to econmico-financiero (Tabla 2).
De hecho, los cuidados paliati-
vos no son simples nociones por
conocer y aplicar, se trata ms bien
de una diferente filosofa de acerca-
miento al enfermo, que presenta as-
pectos culturales, filosficos, eco-
nmicos, sociales, ticos y morales.
1. Aspecto educacional
En el mbito educacional hay
dos prioridades:
a. Desarrollar programas forma-
tivos para el personal destinado a
Tabla 1: Barreras en el empleo optimal de los cuidados paliativos.
1. Heterogeneidad de la distribucin de los servicios en el territorio
2. Heterogeneidad de la calidad de los servicios proporcionados
3. Escaso conocimiento de los servicios de parte de los mdicos
4. Poco entendimiento de la utilidad de los servicios de parte de los mdicos
5. Renuencia de enfermos y familiares
6. Conviccin de que se trate de servicios slo para enfermos de cncer
7. Escasa disponibilidad econmico-financiera
Tabla 2: Lneas actuales de desarrollo de los cuidados paliativos.
1. FORMACIN
a. Reconocimiento de la escuela de especialidad en cuidados paliativos
b. Programas formativos especficos para las diferentes figuras
2. ASPECTOS CULTURALES Y SOCIALES
a. Difundir los conocimientos sobre los cuidados paliativos y sobre las
estructuras dedicadas a los mismos
b. Difundir la cultura de los cuidados paliativos en la poblacin general
c. Difusin de redes de asistencia y de disponibilidad de servicios territoriales
3. INVESTIGACIN
a. Acercamiento metodolgico
b. Indicadores de expectativa de vida, de calidad de la vida y de la muerte
c. Investigacin clnica sobre nuevos frmacos
d. Definicin de criterios homogneos de acceso al servicio
e. Investigacin de nuevos modelos asistenciales
f. Verificacin y control de la calidad de la asistencia brindada
g. Confrontacin de experiencias
4. ASPECTOS ECONMICO-FINANCIEROS
a. Proporcionar recursos para aumentar la disponibilidad de los servicios
en el territorio
b. Sostn de los servicios brindados por el voluntariado
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los cuidados paliativos
6,7,9,10
. Los
programas formativos se dirigen a
varias figuras profesionales: mdi-
cos, psiclogos, fisioterapeutas,
nutricionistas, asistentes espiritua-
les y sociales, voluntarios que se
dedican especficamente a la asis-
tencia de estos enfermos.
Dichas personas deben recibir
una formacin tambin en la aten-
cin a la persona humana, para re-
conocer sus necesidades, respetar
sus elecciones, ocuparse de la
muerte del enfermo y apoyar a la
familia en la elaboracin del luto
por la muerte del pariente
11
.
Adems, las personas deben ser
formadas para trabajar en grupo,
para confrontarse recprocamente,
ser disponibles a la escucha del en-
fermo y de sus familiares, a verifi-
car los resultados para mejorar en
forma continuada y recproca.
b. Reconocer la medicina paliati-
va como especialidad de la medici-
na general. Por el momento slo es
reconocida en algunas naciones. En
efecto, se trata de una rama todava
en pleno desarrollo.
Las sociedades internacionales
de cuidados paliativos y las socie-
dades americana y europea de on-
cologa, estn comprometidas des-
de hace aos en este sector, para
mejorar el estndar actual de los
conocimientos de los mdicos en
el campo de los cuidados paliati-
vos, y promover debates interna-
cionales de confrontacin e inter-
cambio de experiencias entre ex-
pertos, procurando amplio espacio
a testimonios de enfermos y de sus
familiares
9, 12-16
.
2. Aspecto cultural y social
La cultura de los cuidados palia-
tivos y de las estructuras que los
brindan no es difundida y conocida
en todos los pases occidentales. El
conocimiento de dichas estructuras
permitira que el enfermo y su fami-
lia no vivan el pasaje del hospital al
territorio como un abandono, sino
como dedicacin de parte de quien
est ms preparado para asistirlo al
final de la vida. Por tanto, la pobla-
cin debe ser informada acerca de
las precisas indicaciones y oportu-
nidades que ofrecen las estructuras
dedicadas a los cuidados paliativos,
cmo estn distribuidas en el terri-
torio y como se accede a ellas.
Aun antes de tener necesidad, los
cuidadanos deberan conocer sus
derechos a las varias opciones tera-
puticas y asistenciales (asistencia
domiciliaria o residencia hospice).
Un papel importante correspon-
de a los mass media que deberan
difundir el conocimiento y la cultu-
ra de los cuidados paliativos, para
disminuir la desconfianza de los
enfermos y de los familiares hacia
estructuras no conocidas.
Adems, es necesario estandari-
zar y uniformar los criterios de ac-
ceso a las estructuras que brindan
cuidados paliativos, de modo que
se confronten los resultados obteni-
dos y se garantice un nivel homo-
gneo de erogacin de asistencia
incluso a las clases no ricas.
En la actualidad existen varios
sitios internet que difunden las in-
formaciones sobre las estructuras
que ofrecen cuidados paliativos y
conexiones internacionales que
promueven la difusin y el inter-
cambio de informaciones de las es-
tructuras existentes.
3. Investigacin
La investigacin es el tercer ele-
mento gracias al cual se estn lo-
grando progresos en el campo de
los cuidados paliativos.
La investigacin dirigida sobre
todo a:
a. Desarrollar una adecuada me-
todologa para los cuidados paliati-
vos pues an no est definida. De
hecho, es precisamente debido al
diferente acercamiento al enfermo
que requieren los cuidados paliati-
vos que no es posible trasladar tout-
cur el mtodo de investigacin de-
sarrollado para las fases iniciales de
la enfermedad tumoral;
b. Investigacin sobre nuevos
frmacos: analgsicos, sedantes,
relajantes, antiinsomnia, antican-
sancio, etc.;
c. Es indispensable establecer
criterios homogneos que establez-
can cuando suspender las terapias
antitumorales (y proseguir con las
nicas terapias de soporte), la in-
vestigacin de nuevos modelos
asistenciales, de criterios nuevos y
ms correctos de evaluacin de la
expectativa de vida de los enfer-
mos
17
;
d. La comparacin entre diferen-
tes experiencias constituye un ele-
mento fundamental
3
;
e. Verificacin y control de cali-
dad de la asistencia brindada, veri-
ficacin de la calidad percibida, in-
cluida la asistencia a los familiares
en la elaboracin del luto
9-11
;
f. Estimular y difundir experien-
cias de enfermos y familiares. Esto
ayuda a entender mejor las necesi-
dades del enfermo, a confrontarse
sobre los conceptos de calidad de la
vida residua y calidad de la muerte,
que son muy subjetivos.
Cada vez est surgiendo en la li-
teratura internacional una serie ms
considerable de datos sobre las ex-
periencias paliativas, lo cual es de
gran ayuda para orientar mejor el
desarrollo de programas futuros
18-20
.
4. Aspecto econmico-financiero
Existe una marcada heterogenei-
dad en la distribucin de las estruc-
turas que se dedican a los cuidados
paliativos. Es verdad que el mundo
rico tiene el privilegio de contar
con disponibilidades econmicas
en el mbito de los cuidados palia-
tivos. Pero considero que stos se
pueden erogar tambin en los pa-
ses pobres: la Madre Teresa de Cal-
cuta ha sido un ejemplo para todos
y justamente la colocamos entre las
mujeres que han escrito la historia
de los cuidados paliativos, junto
con C. Saunders y Kbler-Ross. De
hecho, los cuidados paliativos re-
quieren una escasa intervencin
tecnolgica y farmacolgica, y mu-
cho compromiso humano (compar-
ticipacin, empata), y profesional.
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Adems, el acceso a dichas es-
tructuras y terapias no siempre es
gratuito. Las actuales estructuras
son insuficientes incluso para los
enfermos de cncer. Muchas es-
tructuras que brindan cuidados pa-
liativos son sostenidas por el volun-
tariado.
Por consiguiente, es necesario
sensibilizar la clase dirigente para
que constituyan fondos destinados
a la asistencia a los enfermos en fa-
se adelantada, y garantizar que to-
dos los ciudadanos reciban el bene-
ficio de los progresos en el mbito
de los cuidados paliativos.
Modelo de asistencia integral
en el Departamento de Oncologa
del Hospital Fatebenefratelli,
Isola Tiberina, Roma
Presentamos ahora la experien-
cia del Departamento de Oncolo-
ga, del Hospital Fatebenefratelli,
Isola Tiberina, de Roma, donde he-
mos realizado un modelo que se
ocupa globalmente del enfermo de
cncer, segn la Misin de Hospi-
talidad propuesta por S. Juan de
Dios, fundador de los Hijos de San
Juan de Dios (conocidos en Italia
como Fatebenefratelli n.t.). En la
historia vemos que San Juan de
Dios fue uno de los primeros que
ya en el 1500 sostuvo la importan-
cia de curar al mismo tiempo el
cuerpo y el alma de los enfermos, y
de algn modo anticip el concepto
de ocuparse globalmente del enfer-
mo y, por tanto, tambin de los cui-
dados paliativos.
Por asistencia integral entende-
mos justamente poner al enfermo
como centro de la atencin de los
varios agentes sanitarios, para tra-
tar de dar solucin a las diferentes
necesidades que manifiesta el en-
fermo de cncer en las varias fases
de su enfermedad.
El momento ms crtico del en-
fermo de cncer es sin duda la fase
de progresin del tumor que coinci-
de con la toma de conciencia que
ya no existen terapias capaces de
bloquear el tumor, y que de aqu en
adelante slo existir la posibilidad
de intervenir nicamente contro-
lando los sntomas. Todava se da el
caso que muchos enfermos viven
esto como un pasaje de cmaras ce-
rradas, es decir, cuando termina la
fase teraputica contra el tumor,
inicia aquella de los cuidados palia-
tivos, con el riesgo de que el enfer-
mo sea abandonado por el onclo-
go que lo atenda hasta ese enton-
ces, y tenga que buscar a alguien
que absuelva sus nuevos problemas
(dolor, nutricin, problemas socia-
les, necesidad de servicios a domi-
cilio, etc.).
Para evitar todo ello, hemos ide-
ado y tratamos de realizar un modo
de atencin al enfermo que prev
entrar de modo precoz en los cui-
dados paliativos, desde el inicio de
las terapias antitumorales. En efec-
to, el modelo prev una integracin
entre las terapias antitumorales es-
pecficas y los cuidados paliativos,
donde las diferentes figuras profe-
sionales intervienen segn las ne-
cesidades, en cierta forma antici-
pndolas (figura 2). Este modelo de
ocuparse del enfermo, desde el
diagnstico del tumor hasta la ela-
boracin del luto de la familia, es el
que se recomienda hoy como el
ms adecuado para asistir al enfer-
mo de cncer
1
.
De hecho, contribuye a estable-
cer una relacin de confianza del
enfermo y de la familia con la es-
tructura que se ocupa de l, se ha
visto que mejora la compliance y
los resultados de las terapias antitu-
morales, y garantiza una calidad de
vida optimal desde el punto de vis-
ta fsico, psicolgico, social y espi-
ritual.
Adems, es evidente que ocupar-
se globalmente del enfermo sin
producir una separacin entre las
terapias orientadas al tumor y aque-
llas orientadas a aliviar sus snto-
mas, evita y anticipa esas situacio-
nes humanas crticas del ensaa-
miento teraputico y o de solicitud
de la eutanasia
11
.
Para brindar este tipo de asisten-
cia es necesario un cambio cultural
y organizativo del trabajo, incluso
en la fase inicial de la atencin al
enfermo, propuesto ya no como re-
lacin exclusiva mdico-paciente,
sino como una comparticipacin de
un proyecto teraputico-asistencial
de parte de un equipo integrado que
cuenta entre sus miembros a mdi-
cos, enfermeros, psiclogos, asis-
tentes sociales, asistente espiritual,
nutricionista, fisioterapeuta, etc.
que comparten momentos de con-
frontacin para definir un progra-
ma asistencial nico, realizado se-
gn las necesidades del enfermo y
de su familia.
En este contexto el psiclogo y el
asistente espiritual asumen un pa-
pel doble dirigido no slo a asistir
al enfermo y a la familia, sino tam-
bin a sostener al equipo en los mo-
mentos de burn out (psiclogo), y
en reafirmar el gran valor humano,
comunitario y cristiano de la ayuda
a los enfermos moribundos (sacer-
dote)
11
.
Cuando el enfermo ya no es sus-
ceptible de terapias antitumorales
especficas, es internado para deli-
near la terapia de sostn teniendo
en cuenta la necesidad y para plani-
ficar con l y con su familia el tipo
de asistencia sucesiva (domiciliaria
o en una estructura residencial-hos-
pice). Dado que por el momento no
Fig. 2: Modelo de asistencia integral al enfermo de cncer.
Terapias contra el cncer
Ciruga, quimioterapia, radioterapia, terapias
hormonales, inmunolgica, terapia target, etc.
Cuidados Paliativos
Rehabilitacin, Nutricional, Antlgico, Accin social, Capellana
S
c
r
e
e
n
i
n
g
L
u
t
o
Curativas Prolongacin
de la vida
Terminal
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brindamos directamente asistencia
domiciliaria o en hospice, hemos
establecido protocolos de entendi-
miento con algunos equipos territo-
riales que desarrollan estos servi-
cios para los enfermos en fase ade-
lantada. Por tanto, contactamos al
equipo que obra en el territorio, y a
travs de una valoracin conjunta
en el hospital compartimos un pro-
grama teraputico-asistencial. Jun-
to con la familia, se programa el
traslado del enfermo al Hospice o
su retorno a casa para la asistencia
domiciliaria.
Desde marzo del 2000 cuando se
abri la Unidad Operativa de onco-
loga en el hospital Isola Tiberina,
hasta setiembre del 2004, hemos
asistido y encaminado a los cuida-
dos paliativos a ms de 500 enfer-
mos de cncer.
Nuestro modelo de asistencia en-
cuentra hoy una confirmacin tam-
bin gracias a una reciente puntua-
lizacin sobre la distincin entre
dos tipos diferentes de cuidados pa-
liativos, propuesta por una comi-
sin oncolgica europea para los
cuidados paliativos
13
. En efecto,
Ahmedzai especfica que existen
dos niveles de cuidados paliativos:
Basic Palliative Care, es decir un
nivel bsico de cuidados paliativos
que se debe brindar en el hospital
junto con las terapias antitumora-
les, es decir que todos los que se
ocupan de los enfermos de cncer
deben saber hacerlo y garantizarlo.
Specialised Palliative Care, un
nivel ms elevado de terapias palia-
tivas, para la fase terminal de la vi-
da, que requiere mayores compe-
tencias y especialistas que se dedi-
can exclusivamente a esa tarea.
Ahmedzai indica que ambos ni-
veles de cuidados son indispensa-
bles para el enfermo de cncer y
son precisamente los cuidados pa-
liativos los que permiten que el en-
fermo tenga la continuidad de asis-
tencia que evita el sentido de aban-
dono en la fase ms crtica de la en-
fermedad
13
.
El modelo de cuidado integral
propuesto por los Hermanos de San
Juan de Dios para los enfermos de
cncer, tiene como objetivo ser pa-
ra el enfermo y para su familia un
punto de referencia seguro y conti-
nuado, en el que el dilogo, la dis-
ponibilidad a la escucha y la infor-
macin juegan un papel decisi-
vo
11,20
.
Como deca el Padre Turoldo,
que tambin falleci de cncer:
No pido que tu me sanes: sera una
ofensa pedirte lo que no puedes dar.
Pido que tu me salves y no dejes
que yo me someta a esta muerte co-
tidiana
21
. Es sobre todo el sentido
de abandono que debemos evitar a
nuestros enfermos y que a menudo
es causa de una mala muerte.
Poner en marcha precozmente
los cuidados paliativos en un pro-
grama de asistencia a los enfermos
de cncer mejora la calidad de la vi-
da de los enfermos y de sus familia-
res, y es garanta para una mejor ca-
lidad de la muerte.
Mencin particular merece tam-
bin la predisposicin de nimo del
equipo que se prepara a asistir a los
enfermos en la fase final de su vida.
El Santo Padre nos ha hecho refle-
xionar sobre el sentido del sufri-
miento y en torno al modo como
podemos ayudar a quien sufre slo
si somos capaces de aceptar nues-
tro sufrimiento
22
. En efecto, debe-
mos considerar que en realidad to-
dos somos enfermos terminales,
todos somos enfermos que asisten a
otros enfermos
11
.
Mas es particularmente a la cer-
teza de la otra Vida a la que se diri-
ge nuestra atencin y para nosotros
los agentes sanitarios es siempre un
gran privilegio acompaar al hom-
bre a su encuentro con Dios.
Dra. VITTORINA ZAGONEL
Especialista en Oncologa y Hematologa,
Director de la Unidad Operativa
de Oncologa
Hospital S. Juan Calibita,
Fatebenefratelli, Isola Tiberina
Roma, Italia
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110
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Introduccin
El desarrollo cientfico de la me-
dicina ha permitido que los mdi-
cos recurran a nuevas medidas tc-
nicas para evitar el sufrimiento, en
particular por medio de analgsi-
cos, y anlogamente para retrasar
el fatal trnsito. Pero al mismo
tiempo esta mayor tcnica a veces
los ha alejado de la relacin con el
enfermo. Como respuesta a esta re-
lativa prdida de calidad relacio-
nal, se ha afirmado el sentido de los
cuidados paliativos con el fin de
estar atentos a las necesidades es-
pecficas del enfermo en fin de vi-
da, y de sus familiares. En los lti-
mos aos, por tanto, se ha ido afir-
mando una nueva apertura a esta
situacin tan particular de la exis-
tencia, gracias, entre otros, al apor-
te de las ciencias psicolgicas. Pro-
pongo examinar ahora algunos de
estos aportes que se refieren a con-
ceptos operativos en psicologa,
esto es:
1 La finitud humana y la vida
psquica
2 El conflicto entre deseo de
vida y deseo de muerte
3 La palabra que expresa pedi-
dos sintomticos
4 Los efectos de la escucha de
los enfermos
1. Finitud humana
y vida psquica
Frente a las dificultades y a los
sufrimientos, pero tambin frente a
los lmites intrnsecos de la vida
humana, contra los cuales debemos
luchar, la persona a veces tiende a
evitarlos y a actuar como si no tu-
viesen que entrar en el propio dis-
curso subjetivo. Huir de ellos, ig-
norarlos o distraerse, como afir-
maba el filsofo francs Pascal, no
contribuye ni a afrontarlos, ni a hu-
manizarlos. El sujeto corre el ries-
go de aferrarse del lado de las pul-
siones de muerte que conduce a la
pasividad, sin haber reflexionado
nunca sobre su propia condicin
mortal. Dichas pulsiones de muerte
tienden a reducir las tensiones pro-
vocadas por diferentes interrogan-
tes existenciales, reconduciendo el
ser viviente al estado inorgnico.
Sera necesario regresar a una es-
pecie de estado de tranquilidad sin
lmites ni constricciones, en la rela-
cin fusional con los seres y con
las cosas como acontece en la vida
fetal, es decir, aquella antes del na-
cimiento. Un movimiento de pen-
samiento que invite a mantenerse
en la quietud y en la negacin de
las necesidades y de las frustracio-
nes psquicas, en vez de tratar de
superarlas con el fin de obtener sa-
tisfacciones en el placer de vivir.
Se trata de la reactualizacin de
una visin pagana de la existencia,
que busca separarse de la condi-
cin humana desencarnndose. En
vez de abrirse a la vida, el sujeto se
refugia en pensamientos y actitu-
des de muerte con la idea, ms o
menos confesada, de eliminar
aquellas interrogantes que se po-
nen frente a la vida. De este modo
la muerte niega la vida y, en el mis-
mo movimiento, la muerte es disi-
mulada como trmino de la vida te-
rrestre.
Amenudo la enfermedad plantea
el problema de la limitacin huma-
na. El pensamiento contemporneo
elimina la muerte de su reflexin y
todas las manifestaciones de su re-
alidad son minimizadas y borradas
de la vida cotidiana. La muerte ha
sido desritualizada en una sociedad
individualista y subjetiva en la que
la cultura ya no desarrolla su papel
teraputico para sostener social-
mente el respeto al difunto y acom-
paar el luto de la familia. Simple-
mente, cada uno es dejado a su pro-
pia experiencia psicolgica del luto
por un difunto. Si una persona no
logra elaborar su propio sufrimien-
to afectivo y la crisis existencial
provocada por la prdida del ser
amado, se le prescribe una psicote-
rapia. A veces esta indicacin ayu-
da a la persona, pero sobre todo
marca el fracaso de una cultura que
no quiere dar un significado a la
muerte y a ritualizarla. Luego, nos
maravillamos si algunos cemente-
rios son profanados por personali-
dades asociales y caracteriales. A
travs de sus estructuras patge-
nas, ellas experimentan todas las
disfunciones simblicas de una so-
ciedad que por falta de significado
se ha vuelto transgresiva, sdica y
masoquista. La cultura ya no desa-
rrolla el papel de recipiente, de in-
volucro psquico gracias a su siste-
ma de valores que permite que el
sujeto diferencie los valores de la
vida de las inclinaciones a la nega-
cin y a la muerte. Hoy vivimos
como si la muerte no existiese.
Cada vez ms la muerte es pre-
sentada como un accidente de la
vida o como el resultado de la in-
competencia mdica, y no como
una dimensin ligada a la existen-
cia. El aporte de la psicologa con-
tempornea, que coloca a la perso-
na en su historia psicolgica desde
su concepcin hasta el trmino de
la vida, nos impulsa a tener en
cuenta la interrogante fundamental
de la muerte del cuadro mismo de
la economa de las pulsiones y de
la educacin, a fin de que cada uno
aprenda a colocarse con respeto a
la finalidad de la existencia y a
ocuparse de la vida en cada uno de
sus aspectos.
En otros trminos, para evitar ser
prisioneros de la pareja infernal
formada por el masoquismo y sa-
dismo, es indispensable encontrar
la forma para eliminar el sufri-
miento, el propio y el del otro, en
TONY ANATRELLA
3. Papel de las ciencias psicolgicas
en los cuidados paliativos
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vez de suprimir a s mismo o matar
al otro, como por ejemplo con el
aborto, el suicidio y la eutanasia.
De lo contrario, al privilegiar la
pulsin de la muerte, nos coloca-
mos en una situacin de no probar
nada, de no sentir nada, de no hacer
nada, actitud que puede llegar in-
cluso a desear la muerte destruyn-
dose, en la ilusin de continuar a
vivir despus de ella, pero de ma-
nera diferente. Un deseo de inmor-
talidad que no coincide con el sig-
nificado de la resurreccin. La vo-
luntad de poner fin al sufrimiento
dejando de vivir es una expresin
masoquista, cuando la auto-des-
truccin es erotizada. Paradjica-
mente, en la psicologa humana,
que ya no se regula por los valores
de la vida, habra una especie de
fascinacin hacia la muerte acom-
paada por el placer de desapare-
cer, con la conviccin de sobrevi-
vir. De este modo el hombre se
considera dueo de la muerte en
una visin pantesta de s mismo.
Se confunde con la naturaleza que
se renueva, alcanza el deseo de in-
mortalidad, inherente a la psicolo-
ga humana, en la que el hombre
imagina tener el poder de revivir en
otro mundo. Ahora, vindose de
este modo, el hombre no se da
cuenta que est buscando cada vez
ms dejarse morir mientras el sen-
tido de la concepcin, del naci-
miento y de la muerte est en la re-
surreccin de Jesucristo. La vida es
donada por Dios y el hombre es el
mediador. Adems, el desarrollo de
la prctica de la cremacin puede
colocarse en esta perspectiva y
confirma una visin higienista de
la visin de la muerte. Se trata no
slo de hacer desaparecer un cuer-
po que podra contaminar a los vi-
vos y a la naturaleza, sino tambin
de afrontar a la misma muerte, de-
jndole solo poca visibilidad o li-
berndose del rastro de su presen-
cia en los cementerios. Las cenizas
del difunto son esparcidas, de l ya
no queda nada. Se cree haber de-
rrotado la muerte evitando todas
las representaciones simblicas
que pueden ayudar a los vivos a re-
cordarse de sus antepasados y a ha-
cer propia la idea de que tambin
ellos son mortales. En vez de colo-
carse frente a la muerte, una vez
ms las personas son empujadas a
matar la vida de muchos modos.
2. Entre deseo de vida
y deseo de muerte
La doctrina de los Padres de la
Iglesia ha puesto en evidencia la
ambivalencia de la psicologa hu-
mana, dividida entre pulsiones de
vida y pulsiones de muerte, como
subraya Freud en sus obras. Pulsio-
nes de muerte que toman forma
tanto en el masoquismo, en el que
el sujeto busca el placer hacindo-
se dao, como en el sadismo cuan-
do prueba placer y satisfaccin en
hacer el mal a otros.
La experiencia cotidiana nos
confirma la ambigedad del deseo
humano que se expresa a travs de
la necesidad de construir y desarro-
llar las relaciones y de favorecer la
vida, pero que tambin puede ma-
nifestarse en el comportamento
contrario que consiste en destruir y
hacer morir. Freud quiso aclarar el
conflicto que opone eros, las pul-
siones de vida, a thanatos, las pul-
siones de muerte. Es necesario re-
cordar que en sus Confesiones san
Agustn se interes mucho antes
que l sobre esta dualidad.
Si las pulsiones de muerte no son
sublimadas y transformadas en el
deseo de vivir, se tornarn contra el
sujeto o se proyectarn hacia el ex-
terno contra los dems.
2.1 Las pulsiones contra
consigo mismo
Dado que los impulsos de muer-
te se dirigen en primer lugar hacia
s mismo, es necesario que el suje-
to se libere de este conflicto interno
mediante las pulsiones de vida. Es-
tas necesitan que el sujeto asuma
su propia autonoma o acepte ser
ayudado y que haya prueba de di-
namismo para actuar, encontrando
en sus recursos piscolgicos, mo-
rales y religiosos, la solucin a sus
tormentos. Pero, cuando estos son
provocados por las enfermedades,
l encontrar los recursos para re-
ducirlos y asumirlos gracias, entre
otros, a la medicina. Lamentable-
mente, el sujeto emplea las pulsio-
nes de muerte cuando recurre a la
autodestruccin con el fin de no
probar ms el fastidio de lo que
siente. Apegndose a la propia
existencia a travs del pensamiento
del suicidio y de la voluntad de
morir con la intencin enmascara-
da de morir con dignidad, l no
hace otra cosa sino poner en mar-
cha la pulsin de la muerte. Esta es
enmascarada mediante bellas in-
tenciones y la manipulacin del
lenguaje afirmando que es por
ayudar al otro para que parta, evi-
dentemente por amor mientras
acepta entrar en su solicitud de
darle la muerte, de practicar la
eutanasia. Se trata de un homicidio
que debera ser cometido con la co-
bertura de la medicina y que va
contra uno de los tabs que fundan
la civilizacin: la prohibicin del
homicidio en el rechazo de la euta-
nasia. Pero cuando se toca uno de
estos tabs, como el respeto de la
diferencia sexual, de la diferencia
entre generaciones y de la prohibi-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
cin del incesto, se destabilizan to-
das las dems leyes civiles y mora-
les. Los ciudadanos corren el ries-
go de tener una visin alterada de
lo que hace la ley y de valorar todas
las leyes.
2.2 Las pulsiones contra los dems
Del mismo modo, el sujeto pue-
de dirigir sus pulsiones destructo-
ras fuera de s mismo, desvindolas
sobre otros objetos o sobre otras
personas con el fin de evitar ape-
garse a s mismo o a la propia vida.
El prefiere poner en juego y golpe-
ar lo que est fuera de s mismo
manifestndose a travs de una
pulsin de agresin contra el otro o
contra los dems. En este caso, la
pulsin de muerte se vuelve una
pulsin de dominio y una voluntad
de poder sobre los dems. De esta
forma, la pulsin de muerte se
vuelve sdica, y es sadismo gracias
al cual el sujeto espera sacar placer
haciendo dao al otro o atacndolo
en varios modos. Practicar una in-
yeccin letal es un acto sdico, rea-
lizado en un sentimiento incons-
ciente de omnipotencia que ningu-
na civilizacin debera permitirlo.
2.3 Las pulsiones sdicas y
masoquistas deben ser
sublimadas para transformar
el deseo de dominio
sobre el otro y de la
omnipotencia mortal
A inicios de la vida humana, las
pulsiones masoquistas y sdicas
son activas, como se observa en la
psicologa de los nios, en particu-
lar cuando ellos prueban nuevas
percepciones fsicas vinculadas
con el dominio de las funciones de
excrecin corporal. Se trata de un
perodo sensible en que se desarro-
llan emociones y pensamientos do-
bles o paralelos: aquel limpio y
aquel sucio, aquel amable y aquel
daino, aquel agradable y aquel de-
sagradable, el bien y el mal, el na-
cimiento y la muerte, etc. Hay una
interaccin entre la potencia corpo-
ral con la que el nio juega y apren-
de a controlar, y la fuerza de los
sentimientos positivos y negativos
que puede tener hacia o contra s
mismo, o bien hacia o contra los
dems. El nio prueba el miedo y
el temor de sufrir o de hacer sufrir,
y esto a menudo est impregnado
de crueldad infantil. El nio se en-
cuentra en la interaccin entre las
pulsiones masoquistas y sdicas en
particular cuando traduce en expe-
riencias subjetivas y afectivas to-
das sus percepciones corporales. A
veces se comportar de modo ma-
lo, querr imponerse a todo costo y
resistir a las exigencias educativas,
ser vulgar, romper los objetos
que le son dados, atacar a los de-
ms, torturar a los animales, ten-
dr ideas homicidas, etc.
Las pulsiones sadomasoquistas,
que son las pulsiones del poder, tie-
nen vocacin a ser sublimadas, es
decir a ser transformadas en fun-
ciones superiores, como por ejem-
plo en el hecho de buscar domar las
experiencias desagradables evitan-
do sufrir y hacer sufrir. Pero cuan-
do la sublimacin no es autntica,
o la sociedad ya no defiende los va-
lores de la civilizacin que permite
transformar las pulsiones de muer-
te en pulsiones de vida, asistimos a
su peligrosa regresin. Ellas corren
el riesgo de convertirse en una
fuerza irresistible, independiente y
en oposicin a las pulsiones de vi-
da. Cuestionar valores que no cam-
bian, la ruptura, la destruccin y la
muerte aparecen como soluciones
frente a las dificultades de vida que
no se logra tratar de otro modo. En
casos como el aborto o la eutana-
sia, la adaptacin de la legislacin
corre el riesgo de trucar el homici-
dio por muerte programada aun
permaneciendo en el mbito de las
leyes civiles que calculan las con-
diciones en que se puede dar. No
es quizs un modo de poner en paz
la conciencia cuando, en nombre
de leyes denominadas democrti-
cas se transgreden los tabs fun-
dantes, las leyes que no dependen
de la discusin democrtica?
Es en una perspectiva sdica, es
decir, de voluntad de poder y de
dominio sobre la vida de los de-
ms, que se quiere la muerte de una
persona anciana o de un enfermo
cuyo pronstico vital es incierto, a
ms o menos largo plazo. Ponin-
dose en una lgica de muerte para
aliviar, por decir as, al enfermo de
una vida penosa, los que estn en
buena salud se confieren un poder
pernicioso con el fin de suprimir la
vida. No se trata aqu de sostener
un encarnizamiento teraputico
irracional, sino de subrayar el sa-
dismo en el pensamiento de la po-
ca actual que pone en acto solucio-
nes de muerte en nombre los bue-
nos sentimientos.
2.4 Experiencia clnica
del deseo de muerte
Llama la atencin que nadie ha-
ya pensado analizar el comporta-
miento de una madre francesa que
ha tratado de hacer morir a su hijo
de 22 aos de edad, afecto de la
locked-in syndrom (SLA), es decir,
de una supervivencia mecanizada
mediante ventilacin artificial.
Despus de una inyeccin que ha-
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bra tenido que ser mortal, el enfer-
mo entra en coma y es colocado en
reanimacin, donde el mdico de-
cide poner fin a su vida. Este haba
expresado el deseo de morir el da
en que supo que tena que dejar el
hospital para ser trasladado a otra
parte. La ausencia de estructuras de
acogida para este tipo de personas
pone en graves problemas a los pa-
cientes y a sus familias. De todos
modos, hasta entonces ese paciente
no haba tenido problemas en la es-
tructura en la que estaba hospitali-
zado y donde haban otras personas
en la misma condicin. Como lo ha
revelado un dossier publicado en
Francia por el peridico Quoti-
dien du Mdecin (7 octubre
2003), es interesante ver que cuan-
do los enfermos de la estructura
han sabido el gesto moral del m-
dico reanimador, han entrado en el
pnico ante la idea de sufrir la mis-
ma suerte de parte del personal m-
dico y ante el hecho de que una ley
pudiese dar esta posibilidad a los
mdicos. Tambin ha chocado al
personal de enfermera, muy ape-
gado a este caso, y que no com-
prenda la implicacin de la madre
en este deseo de muerte para su hi-
jo. Algunos han dicho abiertamen-
te: Estamos destruidos. La gente
acepta la informacin de los media
sin comprender nuestros proble-
mas y nuestro trabajo...es el reino
del pensamiento nico. La madre
que ha puesto en marcha el gesto
mortal lo hizo, digamos, para res-
ponder al deseo expresado por el
hijo que quera dejar de morir, jus-
tificndolo como un acto de amor.
Cmo es posible matar al propio
hijo por amor? Se trata ms bien de
un gesto incestuoso de una madre
que tiene deseos confundidos hacia
el hijo. Luego de este episodio dra-
mtico, los media la han presenta-
do como una madre valiente que
inspira respeto. Una valoracin
meditica que la ha llevado a ser
recibida en las escenas de televi-
sin con una reverencia poco sana,
y en los palacios de la Repblica
por los altos representantes del Es-
tado como una experta en la mate-
ria.
Junto con su hijo esa madre se ha
cerrado a los dems, al contrario de
lo que han hecho otros pacientes y
sus familias que han hecho proyec-
tos de vida, y en este recorrido re-
ciben la ayuda del personal mdico
del hospital y de los psiclogos. Se
habra debido analizar dicho cierre
morboso del hijo con la madre en
una relacin fusional en nombre de
la cual el hijo rechazaba las salidas,
las actividades y los cuidados. El
no reciba las visitas de otras perso-
nas. Como ya hemos dicho, esta re-
lacin entre madre e hijo era seme-
jante a una relacin incestuosa que
en cierto sentido explica la actitud
homicida de la madre. Al matar a
su hijo, ella ha cometido su gesto
como para liberarse de un deseo
transgresivo. Seguidamente ha ma-
nifestado un sentimiento de libera-
cin y de alivio de parte de l,
cuando al parecer haya tratado de
liberarse de una relacin fusional
que la sofocaba. Lo que no ha lo-
grado hacer psicolgicamente, re-
nunciando a una relacin incestuo-
sa con el hijo, lo ha hecho pasando
a su supresin, a su muerte, que re-
presenta una veradera hemorragia
psquica. Yocasta mata a Edipo y
no tiene problemas con la justicia
que se muestra compasiva. Esto le
permite dirigirse a descansar en
una isla, al sol, por varias semanas
y luego regresa manifestando un
sentimiento de renacimiento.
Los media se han adueado de
este acontecimiento siniestro de-
fendiendo totalmente el lamento
del joven, como si fuesen claros el
pedido del hijo, la actitud de la ma-
dre y la iniciativa de un mdico re-
animador, que ha actuado sin inte-
rrogar al responsable de la unidad
mdica. Los media han exaltado el
poder de una madre de dar la
muerte en nombre de la perversa
nocin denominada situacin de
gran dificultad que permite elimi-
nar prohibiciones bsicas. Empu-
jando cada vez ms los lmites, se
tiene la impresin de emanciparse
cada vez ms, cuando en verdad se
crean las condiciones objetivas de
la depresin existencial y de la vio-
lencia entre los ciudadanos. La po-
ltica se ha dejado atemorizar por la
amplitud de la transgresin y la
justicia ha inhibido su funciona-
miento invocando un problema do-
loroso. Esta falta de distancia sig-
nifica no conocer la psicologa hu-
mana y el sistema de representa-
ciones morbosas, es decir sadoma-
soquistas, en las que algunos se
cierran. Hace pensar que hoy sean
los perversos los que deben hacer
la ley mediante el ataque contra la
prohibicin del homicidio o del
suicidio. Las exigencias subjetivas
y ms irracionales se adelantan a
las normas objetivas y universales.
Progresivamente, pasamos de un
derecho constitutivo a un derecho
evolutivo segn los sentimientos y
los afectos de las personas, ampli-
ficados por el instrumento mediti-
co. Cmo no perder, en estas con-
diciones, el sentido de la ley? Lue-
go de este homicidio edipeo y bajo
la gua de esta madre presentada
como vctima, preocupa ver la for-
macin de un movimiento que rei-
vindica al legislador una ley favo-
rable a la eutanasia. La respuesta a
esta militancia, es una ley sobre la
fin de la vida que se propondr a
la Asamblea Nacional. Ella no
comporta ninguna innovacin ya
que retoma la reglamentacin en
vigor: la ley repite la ley. Se trata
de un acto simblico que deja
suponer que prximamente se po-
dr abrir el debate sobre la eutana-
sia. Cmo se puede pensar que el
homicidio legal y con la ayuda de
la medicina haga honor a una civi-
lizacin? La democracia de opi-
nin que se establece, y que no re-
presenta ni a los ciudadanos ni al
sentido del bien comn, al multi-
plicar las leyes ante el mnimo epi-
sodio individual o para responder a
exigencias subjetivas, no hace sino
desvalorar el sentido de la ley que
ya no descansa sobre principios
universales.
De un caso particular, que no co-
rresponde al camino de todos los
que se encuentran en el mismo es-
tado, se ha querido hacer una causa
nacional para impulsar la idea de la
eutanasia o del suicidio asistido.
Una voluntad claramente expresa-
da en nombre de la libertad indivi-
dual, de la autonoma y de la igual-
dad para disponer legalmente de la
eleccin de morir cuando lo decide
el sujeto; a esto se llama derecho a
morir en la dignidad, como si hu-
bieran muertes indignas.
Dicha reivindicacin es mucho
ms inaceptable ya que hoy dispo-
nemos de analgsicos que evitan
sufrimientos a los enfermos y he-
mos comprendido que el ensaa-
miento teraputico es intil, cuan-
do est en duda el pronstico vital.
Existe una diferencia de naturaleza
entre dejar morir, dar la muer-
te o poner fin a la propia vida.
Socialmente estamos en un am-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
biente deletreo que va ms all de
la reivindicacin liberal de dar la
muerte o de suicidarse. Nos encon-
tramos ante una regresin en el co-
razn de la civilizacin cuando se
destabiliza a sta en sus fundamen-
tos. El lenguaje trata de enmascarar
la transgresin ms importante
afirmando que se trata de ayudar a
alguien a partir, en vez de decir
que se le hace morir. En vez de
hablar de inyeccin mortal, se
preferir emplear el trmino seda-
cin o, ms an, en un lenguaje
pseudo-cientfico, se dir que se
hace para facilitar un adormeci-
miento de modo ms prolongado
que el sueo simple.
Morir cuando uno lo desea no
es una seal de salud de las perso-
nas y de la sociedad. No se trata
aqu de elegir entre dos modos de
morir, uno como completamiento
de la vida luego de una enfermedad
o de la vejez, y el otro de decisin
de abandonar la vida considerada
como no digna. Nos encontramos
ms bien en una dinmica suicidia-
ria sostenida por una sociedad de
gestin cuyas concepciones son
puramente ejecutivas y materialis-
tas y se sujetan slo a los rescursos
de las pulsiones sadomasoquistas
para afirmarse en la vida matando
o queriendo morir. Es negar la rea-
lidad de la psicologa humana en la
que ya no se tiene en cuenta la inte-
gridad psquica y espiritual de la
persona con respecto a las interro-
gantes que plantea la muerte.
En otros trminos, nos detene-
mos a preguntas sintomticas, sin
tener la curiosidad y la voluntad de
entender lo que se quiere decir ms
all del lamento. Si permanecemos
en un entendimiento slo de he-
chos y operativo, no seremos capa-
ces de imaginar que, detrs de las
palabras, hay otra expectativa. El
estudio de la psicologa contempo-
rnea ha puesto el acento sobre la
escucha y la comprensin de la pa-
labra humana que a menudo se ex-
presa de modo enmascarado e indi-
recto. Es por esto que una de las
exigencias principales en materia
de cuidados paliativos es la de sa-
ber escuchar, sentir y comprender
al paciente y a los miembros de su
familia, ms all de las primeras
evidencias de lo que se plantea de-
trs de los lamentos y de las inte-
rrogantes. La psicologa contem-
pornea explora estos retos.
3. La palabra es el lugar
de las preguntas sintomticas
Las solicitudes que hace un en-
fermo deben ser analizadas e inter-
pretadas. Por tanto es necesario sa-
ber analizar la militancia de hoy
que promueve el suicidio asistido o
la voluntad de dar la muerte a los
enfermos en fin de vida, y analizar
tambin las solicitudes de muertes
que hacen algunos enfermos. La
militancia a favor de la muerte pue-
de revelar una voluntad de poten-
cia sobre los seres, sobre las cosas
y sobre los acontecimientos, mien-
tras que en el segundo caso, desear
la propia muerte puede manifestar
la necesidad de sentirse considera-
do y de vivir de modo diferente. Se
trata, pues, de comprender con pru-
dencia y sagacidad.
Algunas personas que queran
suicidarse y por suerte no lograron
cumplir su gesto, han manifestado
que su voluntad principal era poner
fin a una situacin insoportable.
Confundan la liberacin de una si-
tuacin difcil con el cese de su vi-
da. Al despertar, cuando han regre-
sado a la realidad, han dicho: No
quera morir, slo quera cambiar
de vida.
La militancia de algunas perso-
nas, comprometidas en el recono-
cimiento legal del derecho de ha-
cer morir al enfermo o del dere-
cho al suicidio asistido, confunde
la inteligencia para comprender lo
que ocurre sutilmente dentro de la
personalidad. Cuando una persona
piensa en el suicidio, su idea es ms
un sntoma que conduce a la difi-
cultad de abrirse a la vida y de vivir
en relacin con los dems, y no la
manifestacin evidente de poner
fin a la propia existencia. Ella tiene
necesidad de verse aliviada del pro-
pio sufrimiento fsico y moral. Tie-
ne necesidad ms bien de ser acom-
paada, reconocida y respetada en
su persona, que de estar abandona-
da a la soledad o a una asistencia
mdica annima. Si el acompaa-
miento responde a esta necesidad
de presencia y de intercambio de
persona a persona, en el mejor de
los casos se descartar el pedido de
muerte formulado en su momento
por el enfermo. Por el contrario,
an si este pedido se repite cuando
se acerca el trmino de la vida, des-
pus de una madura reflexin dicen
algunos, no es un motivo para res-
ponder positivamente. La experien-
cia nos indica que a menudo no son
los enfermos sino las personas sa-
nas que se ponen en esta perspecti-
va. Son una porcentual muy reduci-
da los que en la fase terminal de
una enfermedad solicitan terminar
con su vida. Nosotros nos dejamos
desviar por casos rarsimos que no
corresponden a la pregunta y a la
prctica dominante. Pedir que se
interrumpan cuidados intiles, an
conservando la asistencia de alivio
del dolor es humana y moralmente
legtimo. Los cuidados paliativos
disponen de medios para aliviar el
dolor y ofrecer un acompaamiento
a las personas y a su familia. Pero
consentir y organizar un protocolo
de muerte en fin de vida, en vez de
acompaar a la persona, es psicol-
gicamente inaceptable.
La ley debe preservar siempre el
inters que se manifiesta por el res-
peto de la vida. Quitar la prohibi-
cin de dar la muerte en esta cir-
cunstancia tendr consecuencias
sobre las representaciones sociales
y psicolgicas que invocan el res-
peto de la vida. Los efectos directos
o colaterales se manifestarn rpi-
damente como ya ocurre cuando
por razones econmicas se ataca a
los ms dbiles, a los enfermos en
fin de vida, a los discapacitados y a
los ancianos. Despus de habernos
orientado por una mentalidad abor-
tiva, nos preparamos ahora a la eu-
tanasia disimulada con un lenguaje
y protocolos enmarcados por la ley
civil, que evitan las interrogantes
ms importantes. El papel de la ci-
vilizacin es contener las pulsiones
sociales cuando stas no han sido
sublimadas en funciones superio-
res. Si se banalizan en la ley estos
pedidos excepcionales de muerte,
damos la razn a la pulsin de
muerte que a veces es ms fuerte de
la pulsin de vida, sobre todo cuan-
do ella no es sostenida por los valo-
res sociales, morales y espirituales.
La persona est estructurada psi-
colgicamente en torno a varias re-
presentaciones que elabora en el
curso de su propia historia subjeti-
va. Tales representaciones dan una
figura a la imagen de s misma, de
la relacin los dems y de la exis-
tencia. Cuando una persona expre-
sa un temor, una duda, un deseo de
muerte, lo hace siempre refirindo-
se al propio universo interno del
que, la mayora de las veces, igno-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
ra las motivaciones. Su discurso es
sin duda autntico, ya que la perso-
na verbaliza lo que piensa y lo que
prueba, pero sin esperar siempre
aquello que solicita, por ejemplo,
que se ponga fin a su vida. Por esto
un pedido que toca realidades
esenciales e ntimas como el naci-
miento y la muerte, debe ser siem-
pre aclarado y no slo entendido en
su primera formulacin.
4. Escuchar el pedido
del enfermo
No obstante el peso de los handi-
caps que los enfermos viven, los
pedidos de muerte son bastante ra-
ros. Los pacientes afligidos por el
locked-in syndrom, que a veces
disponen slo de sus ojos y de un
dedo para vivir y usan una compu-
tadora para hacerse comprender,
estn bien lejos de querer morir.
Sufren por no poder comunicar de
manera ms rpida y completa con
quienes estn en torno a ellos, por
estar expuestos en su estado a la fa-
milia, y en particular a sus hijos y,
en lo que concierne a los ms jve-
nes, por no poder ni hablar ni cami-
nar. Para la mayora de ellos, un
mnimo de recuperacin les permi-
te utilizar un computer y desarro-
llar cualquier actividad. El simple
hecho de escuchar la msica les
procura cierto gozo de vivir.
As, Jean-Dominique Bauby, pe-
riodista francs, Redactor Jefe de
la revista Elle, afecto por el loc-
ked-in syndrom a la edad de 45
aos, ha escrito un libro titulado
La escafandra y la mariposa (Ro-
bert Laffont) en el que describe,
con humor y delicadeza, la expe-
riencia de la libertad interior vivida
en su cuarto de hospital.
En Francia se ha publicado re-
cientemente otro libro de Paul
Melki, un adolescente pluri-minus-
vlido (tetrapljico y con transtor-
nos a la vista), titulado Journal de
bord dun dtraqu moteur (Cal-
mann-Lvy). Este muchacho de-
muestra un entusiasmo, una ener-
ga y una capacidad imaginativa
que revelan su deseo de vivir. Se
trata de una bella invitacin a no
desanimarnos.
Tanto uno como el otro estn cir-
cundados por la familia y por los
amigos y estn colocados de la par-
te de la vida sin tener necesidad de
alcanzar la muerte. Los media ha-
blan raramente de estos enfermos
y, antes bien, instrumentalizan a los
que dramatizan su deseo de muerte
y su propia exaltacin a transgredir
un tab.
De qu modo nos puede ayudar
la psicologa contempornea en la
atencin a los enfermos en el cam-
po de los cuidados paliativos? Las
ciencias psicolgicas que se inspi-
ran en los descubrimientos del in-
consciente tienen una triple preo-
cupacin en la ayuda a dichas per-
sonas.
1. En todos los pedidos formula-
dos por el enfermo y por su familia,
es oportuno identificar las estruc-
turas que los organizan. Hemos
subrayado la importancia del con-
flicto que opone las pulsiones de
vida a las pulsiones de muerte en la
voluntad de aquella madre de dar
la muerte a su hijo por amor. La
justificacin de un acto homicida,
mediante una motivacin que es lo
contrario, revela una actitud per-
versa, es decir, en sentido psiqui-
trico, una conducta que trata de fal-
sificar la verdad del acto bajo las
apariencias de la virtud.
2. Un pedido es siempre la con-
secuencia de la representacin
que se hace de s mismos y de la re-
alidad. Una representacin por
analizar y calificar empleando un
savoir faire pedaggico para vi-
vir este trabajo. La actitud puede
ser marcada por un sentimiento de
impotencia para hacer frente a las
dificultades de la vida y a resignar-
se ante los lmites y los fracasos pi-
diendo la muerte. Por el contrario,
una situacin difcil puede ser la
ocasin para volverse a levantar
buscando afrontarla sin abandonar-
se ni someterse a los hechos. Cada
uno dispone de la propia libertad
interior para reaccionar y encontrar
soluciones con el fin de descubrir
nuevas perspectivas en la realidad.
3. El pedido revela tambin a la
persona que lo recibe y en el que
puede proyectar sus propias ex-
pectativas, como en el caso de las
neurosis interpretativas, o bien de-
jarse inducir por el otro a la imagen
de la personalidad histrica que
arrastra al otro en el propio deseo.
Aquel que recibe el mensaje de la
persona que lo emite puede creer
que responde objetivamente a un
pedido, mientras en realidad est
bajo el dominio del otro que lo em-
puja a actuar segn sus intereses.
La falta de distancia relacional, de
discernimiento sobre el contenido
del pedido y de los retos para la
persona, es decir sobre el sistema
simblico de la sociedad, son las
connotaciones que caracterizan a
una sociedad individualista y per-
dida en el subjetivismo de las rei-
vindicaciones de cada uno.
Las estructuras psquicas, la re-
presentacin de s mismo y de la
realidad, pero tambin las actitudes
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
protectivas y fusionales, son con-
ceptos clave para descifrar los la-
mentos y los pedidos de las perso-
nas enfermas o en gran dificultad.
Conclusin
La comunicacin humana a me-
nudo est marcada por el malenten-
dido y por la incomprensin. La
persona quizs no sabe lo que ex-
presa realmente en algunos de los
pedidos que hace. Por esto es nece-
sario tener una buena comprensin
de la psicologa. La militancia sani-
taria en favor de la eutanasia, que
comienza con ciertos acomoda-
mientos de la fin de la vida para al-
canzar sus objetivos, mantiene un
clima morboso e ideolgico que im-
pide considerar una atencin psico-
lgica muy particular a los enfer-
mos. Ellos tienen la necesidad de
que se les reconozca y se les respe-
te y estn unidos a su familia y a sus
amigos o, de lo contrario, encuen-
tren en el personal sanitario, visi-
tantes benvolos y miembros de
una capellana, una relacin que los
ayude a continuar y a apropiarse de
su vida para no quedar abandona-
dos a la soledad. La formacin psi-
colgica del personal sanitario y de
las personas que intervienen en for-
ma activa es igualmente necesaria
para mejorar su prctica y su capa-
cidad de comprender las interro-
gantes que los enfermos se plantean
sobre su muerte. Nuestras socieda-
des se preocupan de curar a los en-
fermos y proporcionarles el alivio
que requiere su estado hasta el mo-
mento antes de su muerte: pero es-
tn relativamente desprovistas para
preparar a este momento ltimo de
la existencia. Es necesario lamentar
un defecto de acompaamiento y de
ritualizacin de la relacin para es-
tar presentes activamente con res-
pecto a los que estn por morir. Pre-
parar la muerte y prepararse a morir
es un reto decisivo para ennoblecer
el conjunto de la existencia huma-
na. La accin pastoral de los sacer-
dotes debe jugar su propio papel y
hacerse cargo de seguir espiritual-
mente a los enfermos y a la familia
durante y despus de la muerte de
una persona querida. El discurso ca-
tequtico y las homilas que afron-
tan el problema de los fines ltimos
tienen igualmente un papel que de-
sarrollar, tanto desde un punto de
vista espiritual como tambin psi-
colgico. Ellos sern de gran ayuda
para la reflexin. Debemos redes-
cubrir la importancia y el sentido
del momento privilegiado que re-
presenta la muerte. No la podemos
abandonar nicamente al cuerpo
mdico o a los mercantes que co-
mercian con la muerte. A menudo
es el evitar sus interrogantes perso-
nales lo que hace sufrir al enfermo
as como tambin es necesario sa-
ber discernir y respetar lo indecibile
que l proteje.
Freud tena razn cuando afir-
maba que es difcil dar un sentido a
la propia muerte cuando no se ha
dado un sentido a la propia vida.
Mons. TONY ANATRELLA
Psicoanalista, Especialista
en Psiquiatra Social,
Pars, Francia,
Consultor del Pontificio Consejo
para la Salud y
del Pontificio Consejo para la Familia,
Santa Sede.
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Premisa
Si pasamos rpidamente en rese-
a los temores del hombre actual,
notamos uno en particular: el temor
a la muerte. Se trata de una reaccin
instintiva frente a una realidad que
nunca se podr limitar a un puro he-
cho biolgico y neutral. As como la
vida no podemos identificarla con
el conjunto de las condiciones fisio-
lgicas que nos mantienen fir-
mes, tampoco podemos considerar
la muerte slo como cese de las fun-
ciones orgnicas. Ambas, vida y
muerte, nos conducen a la esfera del
significado que, adems de ser una
categora reservada a los especialis-
tas filsofos y telogos en particu-
lar es capaz de modificar sensible-
mente el modo de experimentarlas.
En la antigedad precristiana, la
muerte era percibida como la entra-
da en el reino indiferenciado de las
sombras, el pasar a una existencia
larval, y era vivida como condena
ineluctable. Los sarcfagos paga-
nos estn llenos de pensamientos
nostlgicos de la existencia, mien-
tras que las tumbas cristianas atesti-
guan la fe serena en la vida eterna
de la cual es preludio responsable la
existencia terrena. Despus de si-
glos de fe, la iconografa y la sim-
bologa retornan a evocar lo maca-
bro cuyo paroxismo barroco explo-
siona en lo trgico impregnado de
desesperacin.
Se trata de dos descripciones de
la muerte que nacen de dos culturas
yuxtapuestas, dos concepciones de
la vida: unas expresan los gozos pa-
cficos de la existencia, las otras
exaltan los gestos admirables de los
hroes.
Con el acontecimiento de la Re-
surreccin de Cristo, es el cristia-
nismo que rompe esta percepcin y
abre espacios de esperanza hasta
entonces impensables: La muerte
de Cristo ha puesto otro sello a la
muerte, le ha restituido el sentido
que ella habra debido tener desde
el primer hombre: el pasar a una
nueva vida
1
. En este nuevo hori-
zonte podemos afirmar que la
muerte no es la muerte. Es una lm-
para que se apaga cuando surge el
Alba. Adems, inicialmente la
muerte del cristiano no era percibi-
da como un hecho invididual sino
como una etapa de un camino ms
amplio en el que no se estaba com-
pletamente solos. A partir del siglo
IV, sin embargo, se comienza a con-
siderar tambin la angustia y el te-
mor que de todos modos la muerte
suscita en el cristiano, sobre todo
frente al hecho de su improvisa apa-
ricin, que no permite que el fiel se
prepare. Se trata de una preocupa-
cin que tambin est presente a lo
largo de toda la modernidad, en la
que aparecen obras sobre el Ars mo-
riendi, escritos de espiritualidad de-
dicados a la bsqueda de la buena
muerte
2
.
1. Atentos a la cultura
contempornea
En la actualidad, la muerte es
percibida como una derrota de la te-
rapia, como la frontera en la que la
medicina combate su batalla para
prolongar la vida terrena. De este
modo el nacimiento y la muerte ya
no se perciben como manifestacio-
nes de la historia de la persona, sino
como si fueran captulos de una en-
ciclopedia cientfica, quizs con el
nombre de procretica y tanato-
loga. Como consecuencia de esto,
las razones del temor que suscita la
muerte no se refieren tanto a la
suerte ultraterrena o al juicio divi-
no, sino ms bien al momento ter-
minal con los sufrimientos que con-
lleva. Tambin tiene bastante inci-
dencia el sentido de soledad y de
desconcierto suscitado por la inmi-
nente separacin, por el sentido de
lo ignoto y del vaco
3
.
Asimismo, la muerte es vivida
cada vez ms en forma privada e
institucionalizada: slo una peque-
a parte de personas concluyen su
existencia terrena en familia, cir-
cundadas por sus seres queridos,
pues la mayora muere en estructu-
ras adecuadas. Como signo de los
profundos cambios en marcha, sea
suficiente pensar que en la mentali-
dad corriente se considera bella
precisamente la muerte que por
ms de mil quinientos aos haba
sido temida, es decir la muerte re-
pentina. Hoy, casi nadie estara dis-
puesto a repetir la invocacin de las
letanas de los santos: A subitanea
et improvvisa morte, libera nos Do-
mine.
De cualquier modo, la muerte si-
gue siendo un hecho y de nada va-
len las tentativas para removerla del
horizonte personal y colectivo. En
este cuadro es fundamental propo-
ner un nuevo acercamiento cultural
al trmino de la vida, teniendo en
cuenta que nuestra cultura no quie-
re ver la muerte y no quiere hablar
del temor que suscita, porque al fi-
nal la muerte es la prueba objeti-
va de la derrota de aquel mesianis-
mo terreno que la sociedad consu-
mista desea realizar.
Las sociedades, organizadas con
el criterio de la bsqueda del bie-
nestar material, advierten la muerte
como la falta de sentido y, en la in-
tencin de borrar la interrogante, a
veces proponen su anticipacin no
dolorosa. La muerte que sigue sien-
do el dato ms cierto del futuro de
cada uno y que tantas veces es exhi-
bida y banalizada en los espectcu-
los y en la comunicacin social, ha
sido ampliamente ocultada y margi-
nada por nuestra experiencia con-
creta.
Amenudo la llamada cultura del
bienestar lleva consigo la incapa-
PAUL POUPARD
4. Nuevo acercamiento cultural
al trmino de la vida
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
cidad de captar el sentido de la vida
en las situaciones de sufrimiento y
de limitacin, que acompaan el
acercamiento del hombre a la muer-
te. Semejante incapacidad se vuelve
afinada cuando se manifiesta dentro
de un humanismo cerrado a lo tras-
cendente y se traduce no raramente
en la prdida de la confianza en el
valor del hombre y de la vida.
Desde el punto de vista cultural,
frente a la muerte el hombre de la
cultura occidental secularizada se
encuentra particularmente indefen-
so y sin respuestas: por tanto trata
de huir, excluyndola de sus pensa-
mientos, as como la organizacin
social la coloca ya al margen de sus
experiencias. Censurar la muerte es
un modo de defenderse, de poster-
gar el problema y distanciarse de l,
como si se refiriese solamente a al-
gunos y de cualquier manera fuese
un momento particular del vivir. En
cambio, ella sigue siendo la cons-
tante, pesantsima hipoteca sobre
toda la vivencia del hombre, y sobre
la cual es una ilusin imaginar que
se puede dar respuestas de consola-
cin o tendientes a remover cons-
tantemente las interrogantes pro-
fundas. Entre las tareas irrenuncia-
bles del ser hombre, hay tambin
aquella de prepararse a afrontar o
mejor a vivir el propio morir, ya
que tambin forma parte integrante
de la propia vivencia. Se trata de
una tarea que exige no estar cerra-
dos a un prepararse a afrontar un
acontecimiento futuro, ya que, co-
mo nos recuerda eficazmente Ro-
mano Guardini, los momentos
esenciales de la vida, el nacer y el
morir, misteriosamente estn a cada
paso siempre presentes, siempre ac-
tuales
4
. En otros trminos, al morir
hay que prepararse cada da, en to-
das las elecciones del propio vivir.
Hay tambin una dimensin filo-
sfica e ideolgica, por la cual se
invoca la autonoma absoluta del
hombre, como si l fuese el autor de
su vida. En esta ptica se hace pa-
lanca en el principio de la autode-
terminacin, y se llega incluso a
exaltar el suicidio y la eutanasia co-
mo formas paradjicas de afirma-
cin del propio yo. Al respecto, no
hay que quitarle valor a la triste rea-
lidad de personas hospitalizadas
que a menudo se encuentran fuera
del contacto de la familia y estn
expuestas a una especie de invaden-
cia tecnolgica que humilla su dig-
nidad. Tampoco podemos dejar en
silencio el impulso oculto de la lla-
mada cultura de lo til, que regu-
la muchas sociedades adelantadas
teniendo en cuenta criterios de pro-
ductividad y de eficiencia: en esta
ptica, a la luz de la relacin costos-
beneficios el enfermo grave y el
moribundo que necesita cuidados
prolongados y seleccionados, son
considerados como peso y pasivi-
dad. Esta mentalidad estimula,
pues, a disminuir el apoyo a la fase
declinante de la vida.
2. La contracultura de la muerte
Somos testigos de la avanzada de
una verdadera contracultura de la
muerte, que surge tambin en otros
fenmenos que, de un modo u otro,
llevan a una escasa valoracin de la
dignidad del hombre: ellos son, por
ejemplo, las muertes por hambre,
por violencia, por la guerra, por el
terrorismo, por la falta de control en
el trfico, por una escasa atencin a
las normas de seguridad sobre el
trabajo.
Frente a las nuevas manifestacio-
nes de esta contracultura de la
muerte la Iglesia no deja de mante-
ner fe a su amor por el hombre, co-
mo primer camino que debe reco-
rrer
5
. Tiene la tarea de iluminar el
rostro del hombre, en especial del
moribundo, con toda la luz de su
doctrina, con la luz de la fe y de la
razn. La Iglesia es consciente que
el momento de la muerte est siem-
pre acompaado de una particular
densidad de sentimientos humanos:
hay una vida terrena que se realiza,
la ruptura de los vnculos afectivos,
generacionales y sociales, que for-
man parte de lo ntimo de la perso-
na. Hay en la conciencia del sujeto
que muere y de quien lo asiste el
conflicto entre la esperanza en la in-
mortalidad y lo ignoto que turba in-
cluso a los espritus ms ilumina-
dos. La Iglesia eleva su voz para
que no se ofenda al moribundo, sino
para que se le dedique con amor to-
do cuidado y sea acompaado
mientras se prepara, siguiendo a
Cristo muerto y resucitado primi-
cia de los que han muerto (1Co
15, 20), a pasar el umbral del tiem-
po para entrar en la eternidad
6
.
3. Cuidar, no slo curar
Cuidar es ms que decidir de sa-
nar al otro
7
. Aqu surge una caracte-
rstica ciertamente provocatoria pa-
ra la actividad teraputica, al menos
entendida ordinariamente. Cuidar
es ocuparse del otro y es por esto
que es indispensable colocarlo en el
centro, partir de l, de la escucha de
su situacin, resistiendo a toda ten-
tacin de considerar a la persona
partiendo de su especfica condi-
cin clnica. Curar, incluso en senti-
do mdico, se vuelve entonces ocu-
parse del otro, entendido en forma
integral
8
. Nunca como en la accin
teraputica la vida humana est co-
locada objetivamente en las manos
de otro, y depende tambin, en ma-
yor o menor medida, de las decisio-
nes de otro. Estamos llamados a
responder a las preguntas que plan-
tea la vida del otro, puesta a nues-
tros cuidados: quin es la persona
que ha llegado al final de su vida, en
una perspectiva ms amplia, no s-
lo clnica? Cmo ayudarla a des-
cubrir, a leer y a vivir sus expectati-
vas ms profundas, a menudo no
manifestadas, aunque muy reales?
Cmo acompaarla de modo res-
petuoso y responsable, sin asisten-
cialismo o formalidad de procedi-
mientos? La respuesta no puede
evitar enfrentarse a este particular
estadio del acontecimiento terreno
de la persona obligada a vivir una
plena transformacin de la relacin
consigo misma por tanto con la
propia vivencia global, con el pro-
pio cuerpo, con la propia libertad ,
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
con los dems, en el marco socio-
institucional en el que se encuentra,
con el tiempo y en el tiempo.
4. Un cambio cultural radical
Se trata de una tarea rdua y, al
mismo tiempo, irrenunciable: pre-
pararse a vivir el propio morir. Por
definicin, paciente es aquel que
padece, que sufre, el paciente que
llega al trmino de su vida es, por
decir as, paciente a la segunda po-
tencia. Sufre no slo por la enfer-
medad en curso y por sus efectos
ms o menos devastantes, sino so-
bre todo porque es consciente de
que su condicin es irreversible y
tiene la consecuente percepcin de
una progresiva ineficacia de los tra-
tamientos teraputicos a que es so-
metido y que de ningn modo lo
volvern a la vida de antes. Se en-
cuentra frente al sndrome del tnel
oscuro: no ve el final, slo sabe que
terminar
9
. Lo experimentamos to-
dos cuando acompaamos a nues-
tros seres queridos en este pasaje
oscuro en el que no es fcil entrever
la salida a la luz de la fe en Cristo.
La enfermedad y el dolor, en par-
ticular en los casos extremos, susci-
tan en todo paciente no slo un pe-
dido de curacin y ayuda, sino tam-
bin una solicitud de sentido. En
efecto, el hombre no slo sufre, lo
cual confiere a su ser enfermo una
singular nota de dramaticidad como
sentenciaba de modo tan claro
Nietzsche: La absurdidad del su-
frimiento, no el sufrimiento, ha sido
la maldicin que hasta hoy ha dila-
gado en toda la humanidad
10
.
Un pronstico infausto, como y
ms que toda otra enfermedad, aflo-
ra ante todo a la conciencia como
insensata e injusta. La interrogante
ms profunda e inalcanzable de un
paciente es aquella sobre el sentido
de su condicin. Un significado que
de por s cada uno est llamado a
encontrar en toda condicin del vi-
vir, en el tiempo de la enfermedad
emerge prepotentemente y se revela
muy agudo. A hacer incluso ms
crucial la interrogante, es el hecho
que el paciente advierte que puede
hacer algo, que puede tener un pa-
pel activo frente a la misma enfer-
medad sin dejar que que ella se apo-
dere de l. En efecto, la enfermedad
es una amenaza al vivir en su com-
plejo, no se puede considerar como
un mal slo porque impide hacer
muchas cosas que antes se podan
hacer. En efecto, ella tiene el rostro
ms radical de la incapacidad de
querer. Ahora, esa incapacidad slo
puede ser resuelta a condicin de
que se encuentre nuevamente una
esperanza para el que sufre. En ese
sentido la enfermedad es precisa-
mente un reto a la libertad. Es posi-
ble resistir a su mensaje descorazo-
nador slo tomando en cuenta re-
cursos morales, es decir, recursos
que todava permitan el querer
11
.
Nuestro compromiso tiende a
abrir horizontes que permitan vivir,
continuar a vivir, ser hombres y mu-
jeres incluso en el tiempo y en la
condicin de la enfermedad. Porque
no se logra el sentido de las cosas y
de la vida haciendo referencia a ca-
tegoras intelectuales, aunque per-
suasivas y e iluminadoras, sino a la
decisiva voluntad de querer conti-
nuar a vivir. Acompaar a un enfer-
mo es conducirlo a experimentar
que, no obstante todo, l sigue sien-
do ms grande que su enfermedad y
que su vida es ms grande de lo que
la amenaza. Por esto la medicina,
entendida en sentido amplio, no se
puede eximir de la dura y altsima
tarea de servir al hombre en la ple-
nitud de su misterio. Nuestro es-
fuerzo tiende a poner al paciente en
la capacidad de conseguir los recur-
sos que a l, tomado singularmente,
pueden dar esperanza, aquellas ra-
zones de vida que no se pueden me-
dir del mismo modo para todos y
que de ninguna manera son previsi-
bles a priori, a lo largo de todo el re-
corrido de la enfermedad.
Una eperanza que no quiere ser
vana o puramente consolatoria lle-
va a mirar de frente el problema de
la muerte, no slo a eludirlo o inclu-
so a censurarlo sistemticamente
12
.
Por tanto, infundir una cultura de
la esperanza en questa ptica signi-
fica ofrecer al paciente no slo ex-
plicaciones cuidadosas de lo que le
est sucediendo o de las terapias de
las que es protagonista. Tampoco
consiste nicamente en proporcio-
narle razones intelectuales capaces
de proporcionar luz sobre su mo-
mento, porque la vida y el morir,
siempre tan compenetrados, no ne-
cesitan slo que alguien demuestre,
mediante argumentaciones raciona-
les ms o menos eficaces, la lgica
de lo que se vive. Como todas las
razones grandes del vivir, la espe-
ranza ms que demostrada, debe ser
mostrada, con el seguimiento, la
comparticipacin, el apoyo.
5. Un reto paradjico:
vivir el morir
Nuestra tarea es acompaar al en-
fermo, hasta donde sea posible, a
fin de que sea l mismo quien bus-
que el sentido ltimo de la vivencia,
para afrontar con verdad y concien-
cia el propio morir, nico e irrepe-
tible, tal como lo es el propio vivir.
Tambin el morir, presente en el
DNAde cada uno, puede ser vivido,
no slo como momento terminal,
como ltimo instante de una par-
bola irreversiblemente descenden-
te, sino como momento muy perso-
nal y culminante del proprio vivir.
Una obra de arte, un texto clsi-
co, una pelcula de autor, hay que
verlos hasta el final para gustarlos y
apreciarlos. Del mismo modo, la
obra maestra, por nada obvia y pre-
visible, que es la vida de cada uno
de nosotros, no puede revelar plena-
mente su sentido sin su escena final,
ltima. Si toda la vida de una perso-
na es reveladora de su identidad
una persona manifiesta realmente
a s misma sobre todo segn como
sabe afrontar la prueba precisa-
mente frente al morir, la prueba su-
prema, la persona est llamada a de-
cir, a dar testimonio de quien es re-
almente hasta el fondo. Frente al
morir, estamos dramticamente co-
locados en una condicin de extre-
ma y de radical igualdad. Aqu ya
no est presente toda distincin y
diferenciacin, y se revela de modo
ltimo, hacia s y hacia los dems,
la identidad profunda de cada uno,
una vez que lo no esencial es dra-
mticamente puesto de lado por la
enfermedad mortal.
En este contexto se manifiesta a
todos nosotros un reto indito: vivir
el tiempo de la enfermedad no slo
en el aspecto de resistir, de perdurar
conscientemente en l, sino tam-
bin como que se ofrece a nuestra
libertad para decidir como cumpli-
miento elegir para nuestra existen-
cia. Por tanto, cuando en los labios
del paciente, al final de su vida,
aflora la interrogante Cunto
tiempo me queda por vivir?, l no
est planteando nicamente una
pregunta de carcter cronolgico.
Est pidiendo, quizs, que adems
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
de ser ayudado a comprender y a
sostener el peso de lo que est suce-
diendo, se le ayude vivir en el mejor
modo posible ese tiempo que es su-
yo, para prepararse a la confronta-
cin con su juez, que es su Salvador
misericordioso, Jesucristo.
6. Un nuevo acercamiento
cultural
a) El primer paso lo podemos in-
dividuar dando el primado absoluto
a la persona
13
, que exige el mximo
respeto y nunca debe ser instrumen-
talizada a otras finalidades que no
sean su bien integral. Particular im-
portancia asume en esta fase el re-
curso a una adecuada terapia del
dolor, forma privilegiada de respeto
a la dignidad de la persona en el
tiempo de su sufrir y de su morir, y
de superacin de la visin de la me-
dicina finalizada nicamente a la
recuperacin de la salud de parte
del sujeto. Incluso dicha terapia,
proporcionada a las condiciones del
sujeto y a su capacidad de tolerar el
tratamiento
14
, se decidir dentro de
una especie de pacto con el pa-
ciente.
Se trata de un caso en el que sur-
ge con particular claridad, junto con
los dems, la importancia del crite-
rio de la calidad de la vida del pa-
ciente. El Nuevo Cdigo de Deon-
tologa Mdica (1998), dedica am-
plio espacio a los deberes del mdi-
co para con los enfermos termina-
les, recordando que precisamente el
alivio del sufrimiento est com-
prendido en las tareas especficas
del mdico (art. 3). En particular,
los art. 20 e 37 condenan el abando-
no teraputico y subrayan la necesi-
dad de obrar, en casos de pronstico
ciertamente infausto y llegados a la
fase terminal, slo con la finalidad
de aliviar los sufrimientos del en-
fermo manteniendo la mejor cali-
dad de vida posible.
El modo de actuar hacia el enfer-
mo grave y el moribundo se inspira,
pues, en el respeto de la vida y de la
dignidad de la persona, con la fina-
lidad de hacer disponibles las tera-
pias proporcionadas. An sin aban-
donarse a cualquier forma de ensa-
amiento teraputico, es bueno te-
ner cuidado para recoger la volun-
tad del paciente cuando se trata de
terapias extraordinarias o riesgosas,
dando prioridad siempre al dilogo
y a la informacin del mismo pa-
ciente. Es deber de todos asegurar
siempre los cuidados ordinarios
incluidos nutricin e hidratacin,
aunque artificiales y comprome-
terse en los cuidados paliativos. En
la inminencia de una muerte inevi-
table, afirma la Congregacin para
la Doctrina de la Fe, es lcito en
conciencia tomar la decisin de re-
nunciar a tratamientos que procu-
raran slo la prolongacin preca-
ria y penosa de la vida, pero sin in-
terrumpir los cuidados normales
que se deben brindar al enfermo en
semejantes casos
15
. Mi querido y
venerado padre me deca: Mi vida
ha seguido su curso normal, gozos y
penas bajo la mirada de Dios. De-
jadme morir en paz, es decir en ca-
sa, en familia, familia de Dios.
b) El segundo paso va en la direc-
cin de una seria preparacin al en-
fermo, sin dejarle desprovisto de
aquellos instrumentos que, sobre
todo en una fase previa pero tam-
bin en el estado terminal de la en-
fermedad, le garanticen realmente
un grado de informacin y de pre-
paracin que necesita y, general-
mente, l mismo requiere. De este
modo se evitan los riesgos y los l-
mites de una autoformacin lo-
grada de modo espordico y ocasio-
nal, quizs recurriendo a textos no
fcilmente comprensibles o incluso
a internet.
Un verdadero compromiso for-
mativo se hace cargo de predispo-
ner no slo instrumentos cognosci-
tivos, sino sobre todo de ofrecer de
manera accesible la posibilidad de
encuentros personales y de colo-
quios de confianza, en tiempos y se-
gn las modalidades ms adecua-
das, realizando una cultura del di-
logo incluso en la fase terminal de
la enfermedad. De este modo el se-
guimiento y la cercana al enfermo
se convierten en un espacio y un
tiempo en los cuales se forma a la
dignidad del morir, en oposicin a
la tentacin de acelerar el cese de
las actividades vitales. Esto nos pre-
para tambin a nosotros al morir;
hacemos una experiencia vital.
c) El tercer paso de nuestro reco-
rrido es la toma de conciencia de
que entre el enfermo y la enferme-
dad est de por medio el otro. La
enfermedad es un hecho personal,
pero la persona no es una isla, antes
bien, es relacin, comunicacin,
apertura. Nuestra vida es siempre
relacin con otros, que siguen pre-
sentes y actan en nuestra vivencia
ms profunda. La forma de afrontar
la enfermedad deriva abundante-
mente de como los otros padres,
familiares nos han educado a vi-
virla, o como al respecto otros
dentro de la sociedad y la cultura
en que vivimos nos han dado un
testimonio, positivo o negativo,
ayudndonos o no en nuestra rela-
cin con el Otro, del cual venimos y
hacia el cual vamos a travs de la
muerte.
Es decir, somos personas, sujetos
dotados de caractersticas peculia-
res e irrepetibles, constituidos y que
interactuamos dentro y a travs de
un determinado complejo de rela-
ciones, algunas naturales y otras
instituidas
16
. La enfermedad, por
tanto, se vuelve tambin ocasin
para que el paciente siga siendo
protagonista de su comunicar. Si
gran parte de los aspectos del sufrir
humano permanecen incomunica-
bles, una proximidad atenta y parti-
cipada, que no se esconde detrs de
actitudes de defensa, pone en la
condicin de recibir del mismo en-
fermo autnticas e inolvidables
elecciones de vida. Si el sufrimien-
to no puede ser compartido en s
mismo, la soledad, que representa
un elemento no insignificante sino,
antes bien, altamente dramtico,
puede ser derrotado mediante el
ejercicio de la alteridad. De hecho,
el enfermo que llega al trmino de
su vida no es un residuo biolgico,
cuya vida debe ser en lo posible
abreviada, sino es una persona ca-
paz hasta el ltimo de instaurar una
relacin, incluso en la pasividad
dolorosa y agnica y llegar a un
cumplimiento preciso en la fase ex-
trema del morir.
d) El cuarto paso nos lleva a con-
siderar que la enfermedad es una
realidad que se puede aferrar en el
tiempo. El lenguaje inmediato de la
experiencia ensea que el tiempo
es fundamental, tanto desde el pun-
to de vista de la percepcin efecti-
va de la propia condicin, como
posteriormente, en el mbito de
sostener el perdurar de la enferme-
dad. Es decir, se aferra poco a poco
lo que significa estar enfermos, y
se entiende esto pasando a travs
de jornadas de dolor, de temor, de
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
soledad. Una vez afrontada la si-
tuacin, emerge la posibilidad-ne-
cesidad de continuar a elegir, para
poder vivir
17
. Se trata de una exi-
gencia percibida con extrema luci-
dez por la persona enferma, como
urgencia de poder-deber-querer
continuar en lo que constitua el
ncleo central de su vivir, que nun-
ca ha disminuido aunque cierta-
mente es transfigurado debido a su
condicin. La nueva situacin po-
ne el problema de la duracin, del
imponer no una o algunas eleccio-
nes, sino de exigir un permanecer,
un morar dinmico en ella, coloca-
do entre dos extremos que se pue-
den describir en los trminos de re-
sistir, en la bsqueda constante del
bien que todava se manifiesta co-
mo realizable, o rendirse al mal y a
su lgica de muerte. En Ambos ca-
sos, est en juego la libertad
18
, esto
es, la bsqueda de un sentido que
slo puede liberar y activar la auto-
noma de la que estamos constitui-
dos, de sostener y relanzar siempre
una experiencia autnticamente
humana en toda condicin, inclui-
do el trmino de la vida.
7. Testigos de esperanza
Frente a esta situacin, muchas
veces descrita por Juan Pablo II de
modo claro, profundo y comprome-
tedor, est el grande Evangelio de la
vida como fundamento y alimento
de una autntica cultura de la vida.
El hombre est llamado a una pleni-
tud de vida que va mucho ms all
de las dimensiones de su existencia
terrena, porque consiste en la parti-
cipacin a la vida misma de Dios.
La altura de esta vocacin sobrena-
tural revela la grandiosidad y la pre-
ciosidad de la vida humana aunque
en su fase temporal. De hecho, la
vida en el tiempo, es la condicin
bsica, el momento inicial y parte
integrante de todo el proceso unita-
rio de la existencia humana. Al mis-
mo tiempo, precisamente este lla-
mado sobrenatural subraya la relati-
vidad de la vida terrena del hombre
y de la mujer.
Todos sabemos que este Evange-
lio de la vida tiene un eco profundo
en el corazn de cada persona, cre-
yente y tambin no creyente, por-
que aun superando infinitamente
las expectativas, ofrece una res-
puesta de modo sorprendente. No
obstante las dificultades e incerti-
dumbres, cada hombre sinceramen-
te abierto a la verdad y al bien, con
la luz de la razn y con el secreto in-
flujo de la gracia, puede llegar a re-
conocer en la ley natural escrita en
el corazn (cf. Ro 2, 14-15) el valor
sagrado de la vida humana desde su
inicio hasta su trmino, a afirmar el
derecho de todo ser humano a ver
sumamente respetado este bien pri-
mario
19
.
Proclamar el Evangelio de Jesu-
cristo es proclamar coherente y
consecuentemente el Evangelio de
la vida. La vida de la persona es sa-
grada porque la persona pertenece
integralmente al misterio de Cristo,
en el cual y por el cual la persona
humana est siempre. La vida fsica
es la condicin inevitable para que
la persona humana viva en la tierra
y, por tanto, viva su camino de res-
ponsabilidad hacia Dios Creador en
las varias circunstancias de su exis-
tencia. De aqu que la vida del hom-
bre no est a disposicin de ningu-
no, ni del sujeto nico ni del Estado,
ni de la ciencia ni de la tcnica, por-
que es don de Dios, concedido mis-
teriosamente a la libertad a fin de
que pueda vivir su aventura terrena
como camino para ir a su encuentro.
Debido a la muerte fsica, la fin
de la vida no anula a la persona co-
mo acontecimiento de perennidad
en Dios, slo cambia las condicio-
nes. El valor intrnseco y la perso-
nal dignidad de cada ser humano no
cambian, cualesquiera que sean las
circunstancias concretas de su vida.
Un hombre, aunque gravemente en-
fermo o impedido en el ejercicio de
sus funciones ms elevadas, es y se-
r siempre un hombre.
El testimonio de tantos hombres
y mujeres que hacen del amor a la
vida, incluso en sus aspectos ms
graves, ms dbiles y de sus condi-
cionamientos ms penosos, un ca-
mino privilegiado para proclamar la
cultura de la vida se vuelve para to-
dos un estmulo a un compromiso
cotidiano frente al mundo. Esta es
la gran misin para cada uno de no-
sotros: abrir cada da, con la palabra
y con las obras, aquel camino nuevo
que va del corazn de Dios al mun-
do, y transforma la cultura en lugar
de acogida, el lugar en que Dios ha-
bita en medio de los hombres, crea-
dos a su imagen (cf. Gn 1, 27) y, a
travs de la resurreccin de los
muertos, es llamado, como profesa-
mos en nuestro Credo, a la vida del
mundo futuro.
Nuestra fe cristiana es el nuevo
acercamiento cultural decisivo al
trmino de la vida. Frente a la cul-
tura moderna influenciada por el
axioma heideggeriano: El hombre
es un ser para la muerte, la fe cris-
tiana al afirmar que el hombre es
un ser para la vida
20
, transforma el
trmino de la vida terrena, y la de-
sesperacin de la cultura moderna
en esperanza de vida, de gozo, de
paz y luz, donde no habr ms
muerte ni luto, ni lamento, ni afn
(Ap 21, 3-4).
S. Em. Card. PAUL POUPARD
Presidente del Pontificio Consejo
de la Cultura,
Santa Sede
Notas
1
GUARDINI R., Le fins dernires, Paris 1999,
p. 30.
2
Citamos las ms clebres, por el influjo que
han ejercido en los siglos posteriores: De arte
bene moriendi (1618) de SAN ROBERTO BELAR-
MINO y LApparecchio alla morte (1758) de
SAN ALFONSO MARIA DE LIGUORI.
3
Reaccionando a esta tendencia, en febrero
de 1994 los Obispos de Blgica reafirmaron en
el documento El acompaamiento de los enfer-
mos al acercarse a la muerte, que tambin hoy
es posible prepararse a una muerte vivida cons-
cientemente, como momento de reconciliacin
y de testimonio.
4
Ver GUARDINI R., Le et della vita, (= Ses-
tante 2), Milano 1993
2
, pp. 73-74.
5
Cf. JUAN PABLO II, Carta encclica Re-
demptor hominis n. 14, en Enchiridion Vatica-
num VI, p. 821.
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122
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
6
Cf. JUAN PABLO II, Discurso a los miem-
bros de la Pontificia Academia para la Vida
27/02/1999, en Juan Pablo II, Insegnamenti
XXII/1 (1999), pp. 436-437.
7
Una reflexin clara y animadora desde el
punto de vista pastoral y til para los sujetos
implicados en varios niveles, ver MONTI E.,
Sentido y dimensiones de la asistencia al enfer-
mo terminal, en La Scuola Cattolica 1/2004,
pp. 3-30.
8
Sobre el ocuparse como caracterstica
esencial del hombre, en cuanto ser ah, ver la
fundamental reflexin de HEIDEGGER M., Esse-
re e tempo, Milano Roma 1953 (orig. alemn
1927), pp. 204-213.
9
Entre las numerossimas referencias posi-
bles, citamos un texto sinttico y de gran efica-
cia al enunciar las interrogantes ticas y las res-
pectivas coordenadas interpretativas con respe-
to al seguimiento de la fase terminal del vivir:
DEMMER K., La defensa de la vida: los proble-
mas del morir, en Studi sociali 26/4-5 (1986),
pp. 45-66.
10
Genealoga de la moral, en COLLI G.
MONTANARI M. (por), Opere di F. Nietzsche,
VI, Milano 1968, p. 366.
11
Cf. ANGELINI G., La malattia, un tempo
per volere. Saggio di filosofia morale (= Filo-
sofia Morale 9), Milano 2000, p. 57.
12
CHIODI M., La muerte ocultada. Ms all
de la alternativa entre eutanasia y encarniza-
miento teraputico, en ANGELINI G. CHIODI
M. LATTUADA A. MORDACI R. VIAFORA
C.- VIGNA C., La bioetica. Questione civile e
problemi teorici sottesi (= Disputatio 10), Mi-
lano 1998, pp. 101-149.
13
Para profundizar, ver: CATTORINI P., Bioe-
tica. Metodo ed elementi base per affrontare
problemi clinici (=Biblioteca Medica), Milano
2000
2
, pp. 12-14.
14
Cf. La declaracin de la CONGREGACIN
PARA LA DOCTRINA DE LA FE, La eutanasia, en
Enchiridion Vaticanum 7, pp. 332-351. Ver
tambin PONTIFICIO CONSEJO COR UNUM,
Documento sobre: Algunas cuestiones ticas
referentes a los enfermos graves y a los mori-
bundos, en Enchiridion Vaticanum 7, pp.
1132-1173; PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VI-
DA, El respeto de la digndad del moribundo.
Consideraciones ticas sobre la eutanasia, en
Enchiridion Vaticanum 19, pp. 1012-1017.
15
CONGREGACIN PARA LA DOCTRINA DE LA
FE, Op. cit., p. 349. Cf. Catecismo de la Igle-
sia Catlica n. 2279, Ciudad del Vaticano
1992, p. 561.
16
Sobre la interpretacin del hombre y de su
origen, en cuanto cruce dinmico de s mismo,
de otros e instituciones: RICOEUR P. S come un
altro, Milano 1993, pp. 263-300; ID., La tica
ternaria de la persona, en ID., Persona, comu-
nit e istituzioni, Fiesole 1994, pp. 77-94.
17
Sobre este aspecto es particularmente
conmovedor el testimonio de BIGNARDI PAOLA,
actual Presidente Nacional de Accin Catlica,
en Avvenire, 10 de febrero de 2004, p. 2 titula-
do S lo que significa estar enfermo.
18
Cf. FUMAGALLI A., Azione e tempo. Il di-
namismo dellagire morale alla luce di Tom-
maso dAquino, Assisi 2002.
19
Cf. JUAN PABLO II, Carta encclica Evan-
gelium vitae n. 2, en Enchiridion Vaticanum
14, pp. 1209-1211.
20
Cf. POUPARD P., Espero la resurreccin
de los muertos y la vida del mundo futuro, en
ID., La fede cattolica, Torino 1985
3
, pp. 123-
130.
Bibliografa
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del Vaticano 1992.
Enchiridion Vaticanum 6, Bologna 1986
13
.
Enchiridion Vaticanum 7, Bologna 1985
13
.
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Enchiridion Vaticanum 19, Bologna 2000.
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CHIODI M., La muerte ocultada. Ms all de
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LATTUADA A. MORDACI R. VIAFORA C.
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CATTORINI P., Bioetica. Metodo ed elementi
base per affrontare problemi clinici, Milano
2002
2
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1993
2
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RICOEUR P., S come altro, Milano 1993.
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123
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Mientras me preparaba a desa-
rrollar la presente ponencia, le pe-
d a un colega mo que me propor-
cionase alguna sugerencia sobre
cmo presentar el tema que me
fuera asignado: la formacin del
personal de cuidados paliativos. Se
trataba de un truco para vencer mi
pereza y ha dado sus frutos.
Algunas experiencias
En efecto, mi compaero me su-
giri iniciar la intervencin con un
episodio que H. Nouwen narra en
su libro Ministerio creativo. Me
dijo que arrancar de esa experien-
cia habra facilitado el desarrollo
de mi ponencia.
El texto de Nouwen dice:
Un da, un sacerdote pidi a un
grupo de cohermanos que le ayu-
daran a analizar el encuentro que
haba tenido con una joven parro-
quiana afligida por un tumor ma-
ligno, destinada a vivir en el hos-
pital con perspectivas de tener a
su disposicin un breve perodo de
supervivencia. Describi a la en-
ferma como a una mujer feliz, lle-
na de vida y de humor. Reconstru-
y la conversacin que haba teni-
do con ella y concluy diciendo
que, durante la visita, se haba
sentido nervioso, embarazado e
insatisfecho de lo que estaba ha-
ciendo.
El anlisis de la conversacin
entre el sacerdote y la parroquiana
daba la impresin de que se trata-
ba de una larga y dolorosa tentati-
va para evitar la realidad: y la re-
alidad era que una bella y joven
mujer se estaba acercando a la
muerte. Hablaron de las enferme-
ras, del alimento, de la dificultad
de dormir, de los programas, de
cuando habra regresado a casa.
Era evidente que el pastor no se
daba cuenta que estaba evitando
el sujeto verdadero. La discusin
con sus colegas le hizo entender
que l habra podido ayudar mejor
a esa mujer si hubiese tenido una
mayor preparacin en el acerca-
miento a los moribundos.
Pero, uno del grupo se dirigi
entonces al pastor dicindole: Yo
me pregunto si te das cuenta que
tambin t morirs, quizs no este
ao, como tu parroquiana, pero s
en un futuro no muy lejano. De
improviso todas las discusiones
sobre la actividad pastoral se blo-
quearon, y sigui un largo silen-
cio. Al final el sacerdote respon-
di: Quizs yo tengo ms temor
que mi paciente para hablar de la
muerte y probablemente, no quiero
que ella me recuerde mi destino
mortal
1
.
Cuando le hice notar que el ca-
pelln es una figura menor en el
mbito de los cuidados paliativos,
me record una experiencia ocu-
rrida en un hospital de New York.
Un psiclogo que se haba pro-
puesto cronmetro en mano
medir el tiempo de respuesta a las
llamadas de los enfermos, not
que las enfermeras acudan pronta-
mente a las llamadas de los enfer-
mos que ya estaban en un proceso
de recuperacin, y no mostraban
apuro para responder las llamadas
provenientes de las habitaciones
de los moribundos. Cuando el psi-
clogo comunic a las enfermeras
los resultados de su encuesta, se
quedaron tan sorprendidas que no
quisieron aceptarlos. Era evidente
que su comportamiento expresaba
un reflejo inconsciente de defensa
frente a la muerte.
Ylos mdicos? Le pregunt yo.
Sobre esta categora de profesio-
nales de la salud, mi amigo me hi-
zo leer el siguiente dilogo ocurri-
do en un hospital entre un mdico
y un enfermo de setenta aos afec-
to de carinoma del coln con me-
tstasis hepticas:
Paciente: Doctor tengo un h-
gado malogrado! Pero la mala
hierba nunca muere
Tambin esta vez lograr salir
bien, tambin esta vez.
Mdico: Claro que s, se necesi-
tar un fuerte tratamiento para de-
sintoxicar su hgado un poco tra-
vieso y luego una dieta ms ade-
cuada.
Paciente: Escuche, tiene que de-
cirme la verdad, confo en usted:
tengo un cncer al hgado, ver-
dad?
Mdico: Qu dice, slo est
cansado. Hasta ahora no ha comi-
do en forma regular: demasiada
pimienta, un vaso de vino de ms.
Ver que con un buen tratamiento
todo se resolver.
Paciente: Lo entiendo. Pero no
me importa por m! Me apena de-
jar a mis hijos y a mis nietos. De-
seaba ver a mi nietecita que reciba
el diploma y que llegase a ser doc-
tora. Ya los otros dos. No importa.
He logrado gozar de ellos hasta
ANGELO BRUSCO
5. Formacin del personal en el mbito
de los cuidados paliativos
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124
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
los siglos, ha sido pronunciada so-
bre todo por las mujeres, pero que
no pertenece slo a las mujeres,
aunque nuestra tradicin lo haya
dejado en sus manos.
Segn varios autores, la emo-
cin ntima es el inicio de toda res-
ponsabilidad moral verdadera y
por tanto de la responsabilidad
moral en el campo de la salud. La
identificacin profunda con los
que sufren o estn desapercibidos,
sacude de hecho nuestro egosmo
y hace que examinemos nuestras
conciencias, nuestro comfort,
nuestras prioridades.
La psicoanalista francesa
Franoise Dolto afirma acertada-
mente que esta emocin de com-
pasin es la que realiza la comuni-
cacin interpsquica entre los
hombres. Est la asistencia al cuer-
po que requiere competencia y que
es pagada, y est la emocin que
nos hace humanos. Cuando sta
falta es porque el servicio se ha
vuelto institucin, o porque el en-
cuentro no es nico, sino se ha
convertido en un trabajo alimenti-
cio o un oficio que apasiona. En-
tonces el asistido no es otra cosa
sino un objeto. Ya no hay ms rela-
cin humana.
Si se pratica con este espritu, la
asistencia al enfermo hace posible
la epifana, la manifestacin de la
alteridad, de la que habla el filso-
fo Levinas, que define la esencia
de la experiencia moral como ex-
periencia del encuentro con el
otro, con el rostro del otro
5
.
Por eso, Seor, me apego tanto
a los ojos,
al rostro, al cuerpo que me has
dado y al corazn
que en l late; y por eso temo la
muerte.
El miedo que atenaza al enfermo
en lo ms ntimo de l el apego a
la vida contagia fcilmente a las
personas que lo asisten y despierta
en ellas, no slo el pensamiento de
la propia muerte, sino tambin ex-
periencias pasadas de separacin y
de luto an no removidas.
Un autor describe los efectos
producidos por el temor de la
muerte no concientizada en el
comportamiento de los agentes, y
habla de mscaras y rituales
particulares que, para protegerse,
el personal adopta mantenindose
a cierta distancia del enfermo. De
este modo, el mdico y el enferme-
ro pueden refugiarse en la tcnica,
el capelln en la oracin y en la ce-
lebracin de los sacramentos, sin
permitir que el enfermo comuni-
que sus sentimientos, aislado co-
mo est en una difcil soledad
afectiva,
Entrar en contacto en forma po-
sitiva con la propia vivencia con
respecto a la muerte y al morir es
condicin para permitir que el pa-
saje del curar al tener cuidado no
sea un flatus vocis.
La expresin ocuparse
3
mani-
fiesta la implicacin personal del
agente sanitario con la persona que
sufre, implicacin que se hace rea-
lidad a travs de la compasin, de
la atencin, de la animacin y del
apoyo emocional.
Se trata de un acto sinttico, en
el que la inteligencia no menos que
el corazn, tiene una parte y un lu-
gar que le corresponde.
En un libro muy interesante, es-
crito a inicios de los aos 80, In a
different voice, la americana Ca-
rol Gilligan
4
expresa de modo muy
significativo la exigencia de dicha
sntesis. La voz diversa de la que
habla la autora, en el mundo de la
salud consiste en la aproximacin
a las personas con una actitud de
participacin ms que de aleja-
miento, de sintona y de compa-
sin ms bien que de racionalidad
abstracta. Una voz que pone en
primer lugar a la persona, su singu-
laridad, pues pide ser considerada
como tal. Una voz que a lo largo de
que he podido y con mucha ale-
gra. Ms que eso ya no es posible.
Mdico: No debe decir estas
cosas
2
Saber ser
Con estos ejemplos, mi amigo
quera poner de relieve una de las
dimensiones de la formacin del
personal que se dedica a los cuida-
dos paliativos: el saber ser. Es evi-
dente, dijo, que la formacin de los
que obran en el mbito de los cui-
dados paliativos contempla tam-
bin las dimensiones del saber y
del saber hacer. Es lo que reco-
mienda un Comit europeo para
los cuidados paliativos que dedica
nada menos que 10 artculos al te-
ma de la formacin, poniendo
standard muy elevados. Sin em-
bargo, si debemos hacer una elec-
cin, teniendo en cuenta los lmi-
tes de tiempo, ella debe recaer pre-
cisamente en la dimensin forma-
tiva del saber ser.
Los testimonios que hemos
ofrecido ilustran muy bien el he-
cho que la muerte de un enfermo
suscita profundas emociones en
las personas que los asisten. Ella
quiebra la seguridad del mdico
que se enfrenta a la inutilidad de
los cuidados mdicos que slo
tienden a la curacin, hace que el
agente de pastoral se enfrente con
los duros problemas del por qu
del sufrimiento y del trmino de la
vida, a veces sin sentido; descom-
pone las relaciones familiares.
Adems de ser un llamado cons-
tante frente a la inadecuacin, el
enfermo que muere hace surgir
mltiples temores en las personas
que lo acompaan. Ante todo, es
herido el deseo inconsciente de in-
vulnerabilidad y de inmortalidad.
Acaso no es innato en el espri-
tu humano el deseo de gozar para
siempre la experiencia humana en
esta tierra, de la belleza que la ha-
ce preciosa, del amor que la abri-
ga? Este deseo lo manifiestan cla-
ramente los versos del poeta cata-
ln Joan Naragall. Se dirige a Dios
dicindole:
Si el mundo es tan hermoso, si se
refleja
tu paz en nuestros ojos,
podrs ofrecernos ms en otra
vida?
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Si el paso apenas descrito no tie-
ne el lugar que le corresponde,
existe el riesgo que no se conside-
re al enfermo como persona, para
usar la terminologa de Martin Bu-
ber, como un tu (sujeto), sino co-
mo eso (objeto) dejndolo caer as
en la insignificancia.
Frutos del saber ser
Como ves, me dice entonces mi
colega, la formacin a nivel de sa-
ber ser es comprometedora; tiende
a un cambio no slo cognitivo sino
tambin de actitudes, de modos de
ponerse delante de quien ha llega-
do al trmino de su viaje en este
mundo. Cuando ella es finalizada
adecuadamente, produce mltiples
efectos positivos.
El primero consiste en el esta-
blecimiento de una relacin im-
portante con el paciente no obstan-
te el deterioro fsico y psquico de-
bido al mal que adelanta, porque se
siente mirado con respeto y esti-
ma; hace posible la captacin de
los sentimientos y las necesidades
del enfermo (fsicas, emotivas, so-
ciales y espirituales), facilitando
una respuesta adecuada a los mis-
mos; facilita la comunicacin de la
verdad al enfermo, contribuyendo
a romper la muralla que echa al pa-
ciente en la soledad. Conocer la
verdad sobre el proprio estado de
salud es un derecho del enfermo,
pero la comunicacin del diagns-
tico debe tener en cuenta varios
factores, y en primer lugar la cali-
dad de la relacin .
Muy unido al primero, existe un
segundo efecto, es decir la capaci-
dad de self-involving y de self-dis-
closing que permite que la comu-
nicacin florezca en una relacin
importante, como aparece en el si-
guiente dilogo acaecido en un
hospice entre una enfermera y una
paciente afectada de cncer:
Enferma: Enfermera, deseara
ver a un especialista el da de ma-
ana, le debo pedir algo impor-
tante.
Enfermera: Pienso que se pue-
de lograr, Luca. Mientras tanto,
puedo ser til en algo?
Enferma: S, s... yo s que estoy
muriendo y que no hay ninguna es-
peranza real. S que podr ser den-
tro de un mes o dentro de un ao y
no quiero estar aqu sentada espe-
rando la muerte. Deseo que me de
algo, t lo sabes, de modo que me
duerma y no me despierte ms
he escuchado que algunos docto-
res que hacen esto.
Enfermera: No creo que encon-
trar nuestro doctor disponible pa-
ra esto. Tu deberas pensar tam-
bin en los dems.
Enferma: En quin, por ejem-
plo? No tengo parientes, ni hijos
que lloren por m. Ya podra estar
bien muerta.
Enfermera: Oh, de veras! Yen
lo que respecta a m y a mi colega?
No contamos como personas que
llorarn cuando morirs?
Enferma: Oh, tu, s slo tu tra-
bajo! No es as, es slo un traba-
jo?
Enfermera: Este es mi trabajo,
Luca, pero no es slo un trabajo.
Trabajo aqu porque yo lo quiero.
Deseo formar parte de la vida de
alguien, especialmente de los que
como t no tienen a nadie a quien
atender o de quien preocuparse.
Quiero asegurar que en este puesto
cualquiera sepa que alguien le dar
tiempo y corazn. Y yo llorar
cuando t te irs, Luca, precisa-
mente como he llorado ayer cuan-
do ha muerto Teresa. Yo no soy tu
hija, Luca, lo s, pero lo tengo a
pecho. No descartes esto al consi-
derar slo mi trabajo.
Enferma: No seas sentimental;
por qu deberas preocuparte de
una vieja pedante que se ir a la
vuelta de pocas semanas?
Enfermera: Hay muchas razo-
nes, Luca. Te dir una. Una es que
yo fcilmente podra estar en el
puesto donde ests t; el cncer
afecta a un gran nmero de perso-
nas y podra tocarme tambin a m.
La otra razn, Luca, es que varias
veces me he sentido desesperada y
quera terminar con mi vida, y al-
guien me ha tendido la mano en el
momento justo.
Enferma: (despus de una pau-
sa) Te importa realmente de m,
no es slo por el trabajo?
Enfermera: (teniendo la mano
de Luca) S, Luca, me importa
de t.
Esta enfermera, coment mi co-
lega, ha descifrado correctamente
la solicitud de ser ayudada a morir
que le hace la paciente, teniendo
en cuenta la vulnerabilidad en la
que se encontraba. Dicha decodifi-
cacin permite elaborar una res-
puesta a interrogantes como estas:
Quin es el sujeto que solicita ser
ayudado a morir? Es el paciente o
el ambiente que lo rodea? Cul es
el objeto del pedido? Es el dere-
cho a decidir autnomamente de la
propia muerte o el derecho a ser
asistidos y acudidos hasta la muer-
te sin sentirse de peso y sin aver-
gonzarse? Por qu el sufrimiento
se vuelve insoportable?
Otro efecto, sigui mi colega, se
refiere al modo de colocarse ante
la sedacin del dolor. Es importan-
te plantear la ilusin segn la cual
hay una nica forma de afrontar el
dolor y el sufrimiento: es decir eli-
minarlos por medio de interven-
ciones tcnicas o farmacolgicas.
Es necesario recordar, en efecto,
que el dolor del moribundo es un
dolor total (angustia de la muerte,
la inquietud por la separacin, el
aislamiento, las interrogantes exis-
tenciales, la percepcin de ser un
peso para los dems), por lo que
no podemos tratarlo slo a nivel
mdico. De aqu deriva que la efi-
cacia antlgica est vinculada con
la posibilidad de incluir el trata-
miento mdico farmacolgico
dentro de una relacin importante.
Saber ser y seguimiento
espiritual
Finalmente, existe otro efecto
que merece particular considera-
cin. Se refiere a la capacidad de
responder a las necesidades espiri-
tuales del moribundo.
Los cuidados paliativos, supe-
rando la orientacin organicista de
la medicina que llevaba a una vi-
sin reductiva del paciente, han
hecho que en los programas tera-
puticos a favor de los moribundos
la atencin a las necesidades espi-
rituales del enfermo sea tenida en
gran consideracin ms que otras
ramas de la medicina y de la asis-
tencia sanitaria.
Este mrito hay que atribuirlo
sobre todo a algunas mujeres de
gran valor como Elisabeth Kbler-
Ross, Virginia Henderson y Cicely
Saunders. En sus escritos han ela-
borado conceptos que se demos-
trarn determinantes para la prcti-
ca de los cuidados paliativos. La
primera, E. Kbler-Ross, ha pues-
to en evidencia el recorrido psico-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
afectivo-espiritual del enfermo en
fase terminal. De las obras de Hen-
derson se pone de relieve la afir-
macin que para ofrecer una asis-
tencia de enfermera que respete a
la persona, es necesario reconocer
las necesidades del enfermo, in-
cluidas aquellas espirituales. De su
parte, Saunders ha hecho sobresa-
lir la parte espiritual del dolor de
los pacientes en fin de vida.
La consideracin de la espiritua-
lidad en el cuidado y en el segui-
miento del enfermo es una seal
positiva, que refleja una tendencia
muy viva en la cultura contempo-
rnea. Pero, yo pregunt, el per-
sonal est capacitado para captar
las necesidades espirituales del
moribundo y para responder a ellas
directamente o acudiendo a perso-
nas adecuadas?
Ms que dar una respuesta posi-
tiva o negativa a esta interrogante
intervino mi colega es necesa-
rio subrayar la urgencia de una
preparacin en esta rea de la asis-
tencia, para evitar el riesgo de con-
finar la palabra espiritual en los
textos o en los discursos sobre los
cuidados paliativos.
Tanto en este sector como en los
dems, prosigui, la formacin co-
mienza por el contacto con la pro-
pia espiritualidad. Se trata de una
condicin indispensable que per-
mite acercarse a las problemticas
de otra persona con esa libertad in-
terior, que es necesaria si se desea
evitar proyecciones indebidas y
condicionamientos injustos.
Son significativas las afirmacio-
nes de un psiclogo y de un mora-
lista. El primero escribe: Es claro
que un agente de salud que no est
en contacto con la propia espiritua-
lidad, no puede permitir que otro
individuo se abra a la suya, y, por
proyeccin, incluso puede llegar a
negar la presencia de esta vida in-
terior ante el otro. El segundo
afirma que la expresin de las ne-
cesidades espirituales de parte de
los enfermos no puede alcanzar el
espacio espiritual personal de cada
acompaador: por esto dicha ex-
presin ser ms o menos favore-
cida o impedida.
El proyecto de acompaar al
proprio semejante hasta el final de
su vida coloca a cada uno en la
verdad de su condicin. De hecho,
en el seguimiento espiritual el
hombre es alejado de su divertis-
sement y es llevado hacia la au-
tenticidad de su propia existencia,
confrontndolo as con su destino:
quin es en verdad l?
Son muy adecuadas las observa-
ciones de Cosette Odier, pastor
protestante suiza: ...Para poder
acompaar en un nivel espiritual a
pacientes graves, debemos estar
atentos a nuestras necesidades. Se-
gn nuestro alcance, todos debe-
mos tratar de comprender mejor lo
que hay en lo profundo de nosotros
mismos, all donde recibimos la
fuerza de vivir, la fuerza de acom-
paar a los que estn por morir. To-
dos debemos buscar estar enrai-
zados para aceptar las diferentes
formas de espiritualidad que apa-
recen en nuestra vida actual y ayu-
dar al paciente a recorrer su cami-
no (sin por esto excluir cambios)
radicado en lo que l es. No esta-
mos para imponer un sistema, sino
para descubrir juntos la raz de
nuestro ser, de aquel soplo de vi-
da infundido en cada uno de noso-
tros, cualquiera sea el nombre que
le atribuimos. Para m, se trata del
Espritu Santo, manantial de vi-
da....
De aqu deriva la necesidad, de
parte de los agentes sanitarios, de
interrogarse sobre la propia espiri-
tualidad, sobre el sistema de valo-
res que gua su existencia, sobre
las respuestas que nacen de su co-
razn ante las interrogantes refe-
rentes al significado del sufrimien-
to y de la muerte. Slo bajo esta
condicin aquel que parte y los
que lo acompaan, darn juntos un
paso en humanidad.
La actualidad
del equipo teraputico
Ya estaba por despedirme de mi
colega. Pero antes de dejarlo le
pregunt si lo que me haba ex-
puesto poda valer tambin para el
funcionamiento del equipo tera-
putico de cuidados paliativos. No
hay duda, respondi. En efecto, un
equipo sanitario est constituido
por varias figuras cada una de las
cuales tiene un papel proprio en la
programacin de los cuidados ad-
ministrados al enfermo. El ideal es
que sus miembros alcancen la uni-
dad y la armona que, sin ignorar
las diversidades de las tareas, per-
miten ofrecer un servicio vlido a
los enfermos, utilizar en todo lo
posible la capacidad de los indivi-
duos, favoreciendo as su creci-
miento personal. Para que un equi-
po marche con buen paso es nece-
sario poner debida atencin en los
principios de la dinmica de gru-
po, en la adquisicin de habilida-
des de comunicacin y sobre todo
de aquella competencia relacional,
que constituye uno de los ncleos
principales del saber ser. Es lo que
ha expresado de modo ferviente
una enfermera:
A cada uno de nosotros le gus-
tara trabajar en el puesto que
siempre ha deseado y soado: un
lugar familiar, donde todos se co-
nocen y se respetan, al servicio de
los dems, en la colaboracin y
profesionalidad, siguiendo el pro-
pio corazn y no slo por la ganan-
cia.
Pero a menudo la realidad es di-
ferente.
Nos toca trabajar con muchas
personas, diferentes entre s por
edad, por intereses, por motiva-
cin, por sensibilidad y experien-
cias de vida.
Fcilmente, el objetivo comn
no ya no es el bien de la persona
con la que entramos en contacto,
en mi caso los huspedes ancianos,
sino la salvaguarda de los propios
intereses y espero el proprio y ego-
sta provecho.
Uno de los problemas ms gran-
des con el que cada da me choco
es precisamente el egosmo, el cie-
rre en s mismo y la prdida de al-
gunos valores-perno, como la dis-
ponibilidad, la humildad, el espri-
tu de sacrificio: en una palabra, ya
no se sabe realmente que cosa
amar.
Nuestro trabajo no es simple-
mente un trabajo, al menos yo
pienso as, sino una llamada, un
compromiso de vida en el que uno
debe renovar siempre su s, con
sinceridad y toma de conciencia.
Estar al servicio de los dems,
de los enfermos, de los ms necesi-
tados, requiere una riqueza interior
muy fuerte, que no siempre se lo-
gra sostener.
Es por esto que entre colegas de-
beramos sentirnos ms unidos, ser
una fuerza, una unin y no slo
personas obligadas a estar muchas
horas juntas porque as debe ser.
Sera bello si en nuestros am-
bientes de trabajo encontrramos a
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
personas OK como punto de refe-
rencia, a las cuales acercanos para
reforzar tanto la tcnica como la
experiencia de humanidad.
Bastara poco para ayudarnos
entre nosotros enfermeros a sentir-
nos mucho ms valorados y ms
animados, pero incluso ese poco es
difcil de encontrar, en particular
de parte del que ha sido colocado
como nuestro superior.
No me siento pesimista, pero los
problemas ticos, psicolgicos y
organizativos realmente son mu-
chos, pero quisiera resolverlos o al
amenos afrontarlos, sintindome
menos sola y ms cerca a personas
responsables y contentas
6
.
Algunas observaciones
para concluir
Al irse, mi colega me deja la ta-
rea de sacar algunas conclusiones,
que las he resumido as:
Es importante distinguir entre
informacin y formacin. La in-
formacin tiene como finalidad re-
ducir la ignorancia cognitiva,
mientras que la formacin tiene
como finalidad hacer madurar ac-
titudes y comportamientos. Ha-
blando metafricamente, forma-
cin e informacin, son como dos
ruedas del coche. Lamentablemen-
te en el rea sanitaria se viaja de-
masiado sobre la rueda de la infor-
macin, con el coche desbalancea-
do. Asimismo, en el rea sanita-
ria, en lo que concierne al saber
hacer, se viaja demasiado sobre la
rueda de la informacin, con el co-
che muy desbalanceado y estriden-
te.
Como ya se ha mencionado an-
tes, la formacin es vlida cuando
lo que aprendemos nos ayuda a
cambiar y el cambio hace crecer
nuestro saber e incide en el am-
biente en el que trabajamos. Si
nuestra formacin no llega a trans-
formarnos a nosotros y al mismo
tiempo al ambiente donde trabaja-
mos, nuestros cambios corren el
riesgo de tener la duracin de una
maana: el primer sol los secar
ante las primeras dificultades que
surjan.
La formacin debe contextuali-
zarse continuamente y encontrar
un apoyo en la estructura. De lo
contrario la formacin es como en-
sear a una persona a correr los
cien metros en 10 segundos y lue-
go decirle que los corra en una ha-
bitacin de 4 por 4!
Nosotros expresamos en nuestro
hacer lo que aprendemos, pero po-
demos aprender de nuestro hacer.
Para que esto ocurra es indispensa-
ble una supervisin tanto indivi-
dual como de grupo.
P. ANGELO BRUSCO, M.I.
Profesor de psicologa pastoral
en el Instituto Internacional
de Teologa Pastoral Camillianum,
Roma
Notas
1
NOUWEN H., Ministero creativo, Queri-
niana, 1981, pp. 7-8.
2
Sacado de TOMAMICHEL M., Guarir dot-
tore? Cattive notizie o cattive risposte, en Pin-
kus L., Filiberti A., La qualit della morte,
Angeli, Milano, 2002, p. 161.
3
Cfr. TORALDO DI FRANCIA M., Il tema del-
la cura e del prendersi cura: da sponda a
sponda, en Larco di Giano, 38(2003), pp.
81-90.
4
GILLIGAN C., In a different voice: Psycho-
logical theory of womens development, Har-
vard Un. Press, Cambridge, Mass., 1982.
5
Cfr. LEVINAS E., Totalit e infinito, Jaca
Book, Milano, 1980, p. 73.
6
Texto presente en: DE TONI A., Salute
scienza coscienza: orientamenti di etica e bio-
etica per i responsabili della salute, Rosini
Editrice, Firenze, 1995, p. 191.
7
SPINELLI A., El aporte de las ciencias hu-
manas en la obra de humanizacin del perso-
nal sanitario, en AA.VV., Per un ospedale
pi umano, Paoline, Cinisello Balsamo (MI),
1985.
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Esta noche, en el canal de televi-
sin RAISAT PREMIUM, se trans-
mitir el ltimo episodio de la serie
para la televisin Brideshead Re-
visited, basada en la novela del
mismo nombre, escrita por el ingls
Evelyn Waugh.
En una de las escenas finales,
Lord Marchmain, el patrn de Bri-
deshead, una bella casa de campo
inglesa, est moribundo en su cama,
en el palacio que perteneca a sus
antepasados y rechaza los ministe-
rios de la Iglesia. Era catlico, y ha-
ba vivido una relacin adltera con
una mujer en un palacio de Venecia.
El prroco no muy sofisticado
de la parroquia local, que no era
muy estimado por los miembros de
esta noble familia, visita a Lord
Marchmain personaje interpreta-
do por el gran actor ingls Sir Lau-
rence Olivier para exhortarlo al
arrepentimiento antes de su muerte.
Al final, sin hablar, el aristocrtico
moribundo se esfuerza y logra ha-
cer el signo de la cruz y recibe la ab-
solucin del pastor.
Obviamente mi narracin no es
igual a la emocin que uno experi-
menta cuando ve la pelcula, pero
esta escena es una de las representa-
ciones ms emotivas y conmovedo-
ras del final de la vida humana que
yo haya visto.
La aristocrtica familia ha pro-
porcionado cuidados fsicos y cierta
presencia amorosa, aunque reluc-
tante, a una persona que por va-
rios motivos haba abandonado a
sus familiares durante su vida. Pero
algunos de ellos se preocupaban so-
bre todo de su bienestar espiritual y
no tanto de aquel fsico, y sus es-
fuerzos sern recompensados por
una de las memorables escenas de
conversin que recuerden los ana-
les de la literatura inglesa.
Si la fin de la vida fuese descrita
siempre con esa perspicacia y com-
pasin por los mass media!
Amenudo los medios de comuni-
cacin de masa hablan de la fin de
la vida, ya sea en recientes artculos
sobre los combates de guerra, o re-
firindose a la muerte de personajes
famosos, o a travs de pelculas dra-
mticas o programas de televisin,
se concentran ante todo en el hecho
de la muerte en cuanto tal ms que
sobre el objetivo de la vida.
Las recientes noticias referentes a
la enfermedad terminal de Yassir
Arafat atestiguan la aprehensin
cuando llega el momento de la
muerte, el ansia de prolongar la vi-
da y los preparativos para la sepul-
tura, y menos por la preparacin
que la persona ha hecho ante la in-
minencia de afrontar la muerte y la
vida eterna.
Muchas son las preguntas que
podremos plantearnos con respecto
a la fin de la vida humana y los me-
dios de comunicacin de masa. Una
de ellas es: qu se puede mostrar
sobre la fin de la vida humana?
Se ha criticado la pelcula Sal-
vad el Soldado Ryan porque en
largas secuencias mostraba la inva-
sin de Normanda de parte de los
Aliados durante la Segunda Guerra
Mundial. Las muertes horribles y
las heridas procuradas por la fuerza
invasora son mostradas de modo
horripilante, con detalles aterrado-
res que, al final de la secuencia,
provocan una verdadera y real an-
gustia. Estoy seguro que vivir ese
terrible da, morir o ser heridos, no
se puede comparar con nada, pero
es muy espantoso para un especta-
dor pasivo.
Para m, esa escena del film con-
tiene al menos dos mensajes: el te-
rrible horror de la guerra y el heo-
rsmo desesperado de los que, en
esa situacin afrontaban el peligro y
la muerte por una causa noble.
Sin embargo, como debera ser
viva la descripcin de una muerte
violenta en las presentaciones dra-
mticas o en los noticieros? En s-
tos, a menudo existe el temor de
que la descripcin de la muerte o
del morir pueda impactar a los es-
pectadores, especialmente si son fa-
miliares de soldados o de personas
implicadas en accidentes.
Mientras es comprensible que los
nombres de las personas muertas o
heridas deberan ser dados a cono-
cer a los familiares antes de que se-
an divulgados por los noticieros,
existe el temor de que a veces las
autoridades pblicas no desean una
crnica exacta de los efectos de las
batallas, porque temen que la opi-
nin pblica se vuelva contraria a la
guerra. Asimismo, a veces los fun-
cionarios pblicos o las compaas
privadas no quieren que se haga co-
nocer los efectos de ciertos acciden-
tes, porque esto podra comportar
un resentimiento contra ellos, por
no haberlos prevenido adecuada-
mente.
Adems, en casos de este tipo, es
decir los relacionados con la guerra
o con accidentes, existe el temor de
que los nios permanezcan trauma-
dos al ver dichas escenas.
Como ex redactor, personalmen-
te estoy a favor de la mayor libertad
posible cuando se describen los
efectos trgicos de accidentes o de
la guerra. Segn mi opinin, las no-
ticias se deberan referir de modo
cuidadoso incluso geogrficamente
y las conclusiones debera escribir-
las el mismo redactor.
Con respecto a los cuidados espi-
rituales brindados a los que mueren
o permanecen heridos en la guerra,
a menudo los media han colaborado
tal como lo han hecho las autorida-
des militares y civiles. Para las fa-
milias es una consolacin ver que
heroicos capellanes estn presentes
y celebran la Misa para quienes es-
tn por afrontar una batalla, o que
estn listos para proporcionar la Ex-
trema Uncin a los soldados que
JOHN PATRICK FOLEY
6. El final de la vida humana en los medios
de comunicacin de masa
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
van a la batalla o a los que han cai-
do en el combate. Es trgico que
disminuya el nmero de los capella-
nes disponibles para desempear el
ministerio pastoral junto a los sol-
dados, pero si muchos de ellos pu-
dieran les diran que en ningn otro
lugar como entre los militares su
ministerio es tan apreciado y nece-
sario.
Ciertamente la narracin de los
sacerdotes que desarrollaban su mi-
nisterio en favor de las vctimas y
de los suprstites del desastre del 11
de setiembre 2001 a las Torres Ge-
melas de New York, ha inspirado y
consolado a muchas personas. Tra-
gedias como esta han hecho nacer
la pregunta del por qu? no slo
con respecto a las mismas tragedias
y el significado de sufrimientos co-
mo ste, sino tambin sobre la ver-
dadera finalidad de la vida, sobre
nuestro destino y sobre el de las
personas que amamos.
Pero el tema de nuestra conferen-
cia se refiere a los cuidados paliati-
vos.
Considerado que hay una tenden-
cia general a negar la muerte, los
media a menudo evitan tratar sobre
estas cuestiones mientras no apa-
rezcan casos crticos que a menudo
tienen que ver con la justicia, y les
obliga a tratar el problema.
Existe el famoso caso de Terry
Schiavo, la mujer que vive una es-
pecie de coma y su esposo desea
que se se interrumpan las mquinas
que la nutren y aquellas para la res-
piracin artificial, mientras que sus
padres se oponen.
Al comienzo, sobre todo debido a
la posicin asumida por los media,
la opinin pblica estaba con el es-
poso, hasta que alguien afirm que
l lo haca slo porque no quera
que todo el dinero de su mujer fue-
se utilizado para mantenerla viva.
El Gobernador de Florida, Jeb
Bush, hermano del Presidente de
Estados Unidos, ha ordenado que
las mquinas sigan funcionando.
Este caso ha sido tratado amplia-
mente por los medios de comunica-
cin, pero los de tendencia catlica
lograron explicar a sus propios lec-
tores las diferencias entre cuidados
mdicos de tipo ordinario y extraor-
dinario y los cuidados paliativos.
Cuando hablo de lectores, quisie-
ra subrayar que es ms fcil hacer
explicaciones detalladas sobre
cuestiones morales en la prensa ca-
tlica ms que en una crnica radio-
fnica o televisiva.
Como se puede imaginar, ha sido
bastante difcil explicar la diferen-
cia entre cuidados ordinarios y cui-
dados extraordinarios: lo que en un
joven de 20 aos se puede conside-
rar como una intervencin quirrgi-
ca ordinaria, en un hombre de 90
aos se podra considerar como ex-
traordinaria.
Sin embargo, muchas personas,
quizs bajo la influencia de los me-
dia, habiendo visto programas co-
mo ER, Law and Order o The
Practice que de vez en cuando tra-
tan temas de carcter mdico/moral
con consecuencias legales, podran
pensar que la nutricin y la respira-
cin artificiales se pueden conside-
rar como cuidados extraordinarios,
lo cual en realidad es contradicho
por el Santo Padre.
Otra cuestin bastante corriente y
que podramos denominar el caso
de Christopher Reeve, se refiere al
uso aparentemente instrumental de
la vida humana, en este caso de las
clulas estaminales fetales, como
tratamiento de una condicin crni-
ca. No obstante que Christopher
Reeve haya fallecido, la propagan-
da que l haba hecho a lo que con-
sideraba como beneficios que deri-
van gracias al empleo de las clulas
estaminales fetales y el reciente re-
ferendum realizado en California
para solicitar fondos pblicos para
la investigacin en este campo, han
permitido que la cuestin fuese
muy pertinente. Pero, como he he-
cho notar, se trata de un punto de
vista instrumental, una voluntad de
emplear lo que equivale a un ser hu-
mano, en este caso un feto, en bene-
ficio de otro ser humano. Pero la
cuestin va ms all del debate en
torno a los cuidados paliativos,
pero no ms all de la cuestin del
impacto de los media sobre decisio-
nes de carcter moral.
Tanto en los programas de carc-
ter dramtico como en los noticie-
ros, se da mucho espacio a las cues-
tiones referentes al derecho de mo-
rir. El individuo tiene el derecho
de intervenir directamente sobre la
propia vida o debe pedir a otro que
se haga cargo de ella, en el caso de
una enfermedad aparentemente ter-
minal? Dado que ni las agencias de
informacin ni los studios han re-
flexionado suficientemente sobre el
valor redentor del sufrimiento, o so-
bre el valor intrnseco de la vida hu-
mana, sobre la cual slo Dios tiene
el poder final, la prohibicin del
suicidio en esos casos a menudo se
describe popularmente como una
cruel imposicin sobre las personas
en el momento de su agona final.
La consiguiente relativizacin del
valor de la vida tiene por tanto cier-
to efecto sobre cuestiones como el
aborto de los nios minusvlidos o
retrasados y sobre los cuidados con-
tinuados a personas gravemente mi-
nusvlidas, o a enfermos de Alzhei-
mer en estado avanzado o, en gene-
ral, a los ancianos, a los dbiles y a
los enfermos. La adversin del
mundo entero a las propuestas de
Hitler con respecto a la eutanasia de
los discapacitados, aparentemente
se est disolviendo con el tiempo y
con una difundida racionalizacin.
Que se puede hacer para sensi-
bilizar los media frente a las necesi-
dades de los que se encuentran al fi-
nal de su vida?
Por cierto, la palabra inglesa
end y aquella italiana fine tienen
un significado doble; el primero,
aparentemente empleado en esta
conferencia, se refiere al punto ter-
minal, mientras la otra definicin
se refiere a la finalidad.
Los cuidados brindados a las per-
sonas que se encuentran al final de
su vida se determinarn por el con-
cepto que tengamos con respecto a
la finalidad de la vida humana.
Si creemos que el objetivo de la
vida de todo ser humano es la vida
eterna con Dios, si creemos que los
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130
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
individuos tienen una oportunidad
ms de gracia en cada momento de
su vida natural y que tambin los
dems pueden crecer en la gracia
mediante el ejercicio de la caridad
cristiana y, obviamente, de la soli-
daridad, entonces ya no habr es-
pacio para el concepto segn el
cual nosotros/la sociedad debemos
deshacernos del denominado peso
de una vida que aparentemente se
ha vuelto incmoda para la persona
que sufre y/o para los que se ocu-
pan de ella.
El problema que es afrontado, no
slo por los media sino por la mis-
ma sociedad, no es de tipo mdico o
sociolgico, sino antropolgico y
teolgico.
Es evidente que los media tocan
un punto sensible cuando describen
a los capellanes que desarrollan su
ministerio a favor de las vctimas
de la guerra o a los religiosos que se
ocupan de los enfermos, de los mo-
ribundos y de todas las personas
que aman. Asimismo, es evidente
que los media tocaban una cuerda
sensible cuando hablaban de la Be-
ata Madre Teresa que se ocupaba
de los enfermos y de los moribun-
dos ms pobres entre los pobres.
Haba una admisin tcita del pre-
cioso valor de cada persona de la
que la Madre Teresa y sus herma-
nas se ocupaban. Haba tambin
una eleccin deliberada de parte de
ellas, especialmente despus de la
biografa de Malcom Muggeridge,
Something Beautiful for God
(Algo bello para Dios), de defender
el trabajo de una mujer que se ocu-
paba de modo tan heroico de los
miembros ms olvidados de la so-
ciedad.
La Madre Teresa nos ha ensea-
do el valor de toda vida humana y la
importancia de cuidados amorosos
para toda persona, que es una cria-
tura preciosa de Dios.
De este modo, para presentar las
enseanzas de la Iglesia sobre la
importancia de los cuidados brinda-
dos a toda persona al final de su vi-
da, y obviamente sobre el fin de la
vida humana, no tenemos necesidad
slo de expertos en teologa o de
portavoces de la Iglesia, sino del
testimonio vivo de cada uno de los
individuos que se ocupan de los en-
fermos y de los moribundos.
Por esta razn, recomiendo a las
instituciones sanitarias catlicas
que emprendan actividades de rela-
ciones pblicas, no slo para hacer
conocer sus necesidades financieras
o los servicios que ofrecen al pbli-
co, sino para hacer conocer el traba-
jo desarrollado por los que en su
ambiente se dedican a favor de los
ms pobres entre los pobres, natu-
ralmente sin servirse de ellos para
seguir adelante en su carrera.
A todas las personas, pero sobre
todo a los catlicos, se les debe re-
cordar la importancia de la pastoral
dedicada a los moribundos.
Dado que creemos que nada ter-
mina con la muerte, sino que nues-
tra verdadera casa est en el Para-
so, debemos poner mucho nfasis
en la necesidad de tener la presencia
de un sacerdote cuando se acerca la
muerte. De este modo, quien est
por morir podr confesar sus peca-
dos y recibir la absolucin. Y todos
los catlicos pueden ser consolados
por el Vitico, la ltima Comunin
antes de entrar en el banquete eter-
no del cielo, y recibir la Bendicin
Apostlica, aquella final del Papa
que lleva consigo la remisin plena
de los pecados, es decir, la indul-
gencia plenaria.
Se me permita retornar ahora a la
escena final de la vida de Lord
Marchmain en Brideshead Revisi-
ted, que considero se trate de la
mejor serie televisiva de todos los
tiempos.
En los ltimos momentos de vida
de Lord Marchmain, que hasta ese
entonces haba rechazado toda ten-
tativa de acercamiento religioso,
una vez ms un simple y perseve-
rante prroco se acerc a l y su re-
compensa fue el dar testimonio de
la lucha de un hombre que estaba
por morir al hacer el signo de la
cruz de Jesucristo.
Los cuidados fsicos son impor-
tantes para el enfermo terminal y
esta importancia debera subrayarse
por los medios de comunicacin.
Pero es an ms importante que,
durante toda su enfermedad y espe-
cialmente en el momento de la
muerte, se aseguren los cuidados
espirituales cuyos efectos son eter-
nos en la vida de la persona, bende-
cida y reforzada por el Vitico, pero
tambin en aquella de quienes, en
las crnicas o en los programas de
tipo dramtico, han visto la diferen-
cia que pueden tener los cuidados
espirituales al trmino de la vida
humana y para su finalidad (u obje-
tivo).
En los recuerdos de mis padres
difuntos, he hecho imprimir la pri-
mera traduccin del Prefacio de la
Misa por los Difuntos: En Cristo
Seor nuestro, resplandezca la es-
peranza de la resurreccin, de mo-
do que los que ahora estn tristes
por su partida sean consolados por
la promesa de la inmortalidad. La
vida ha sido cambiada, no ha sido
quitada a tus siervos fieles, Seor,
por eso cuando la casa de nuestro
exilio terreno se arruinar, estare-
mos prontos para la otra casa, en el
Paraso.
S.E. Mons. JOHN PATRICK FOLEY
Presidente del Pontificio Consejo
para las Comunicaciones Sociales
Santa Sede
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131
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Los cuidados paliativos
y los sacerdotes
Ante este selecto grupo de espe-
cialistas en los cuidados paliativos,
quiero ante todo exponer cual de-
bera ser el papel de los sacerdotes
ante los pacientes en etapa termi-
nal, ya sea en los hospitales o en
las comunidades en las que el Sa-
cerdote realiza sus actividades
pastorales, de anunciar, celebrar y
promover la comunin y fraterni-
dad en todo el pueblo de Dios y en
sus diferentes circunstancias y
ahora hablamos de una accin Pas-
toral en el mundo de la salud y
muy en concreto el servicio sacer-
dotal en beneficio de aquellos en-
fermos que estn en etapa terminal
para quienes se han establecido
centros que se llaman de Cuida-
dos Paliativos, o clnicas del do-
lor y que la Organizacin mundial
de la Salud define Como los cui-
dados apropiados para el paciente
con una enfermedad avanzada y
progresiva que ya no responde a
un tratamiento curativo y donde el
control del dolor y de otros snto-
mas, as como los aspectos psico-
sociales y espirituales cobran ma-
yor importancia.
Para el sacerdote se trata de dar
una atencin espiritual y religiosa
al enfermo y aunque vemos que
cada vez habr ms enfermos ter-
minales, y dada su condicin de
personas y sobre todo porque tam-
bin son hijos de Dios que deben
ser atendidos convenientemente,
como en algunas ocasiones lo ha
afirmado categricamente este
Consejo Pontificio (cf. Derechos
de la persona en situacin terminal
y en labor hospitalaria y el papel
de la medicina paleativa, aunque
no se pueda curar hay que estar y
este es el papel fundamental del
Sacerdote Estar).
Hay que atender al enfermo in-
tegralmente, individualizndolo y
estar continuamente para atender a
las necesidades fsicas, emociona-
les, sociales y espirituales de los
enfermos.
Como sacerdote es necesario
volver a la historia que nos cuenta
que desde hace siglos el cuidado
de los enfermos ha estado a cargo
de instituciones religiosas.
Es una tarea difcil, pero que de-
be ir entregada a los planes de Pas-
toral de cada Dicesis, porque en
la actualidad hay vacos en el cui-
dado de los enfermos.
Permtanme un recuerdo perso-
nal de mi experiencia Sacerdotal
que marc mi vida, en cuanto a la
atencin a los enfermos. Me nom-
braron Capelln de un hospital al
que iba todos los das a celebrar la
Santa Misa y a dar la comunin a
los enfermos. El primer da, des-
pus de la Misa, la primera habita-
cin a donde me dijeron que hab-
an solicitado la Eucarista me en-
contr, prcticamente una persona
esqueltica con la piel pegada al
hueso, me dio pavor, porque no de-
cirlo, repulsin y trat de hacerlo
rpidamente y salir de all lo ms
pronto posible, era impresionante
aquel cuadro, pero medit profun-
damente aquel encuentro y poco a
poco fui cambiando de actitud, es-
tando ms tiempo con ella plati-
cando, preguntando por su familia,
JACINTO GUERRERO TORRES
7.1 El Sacerdote y los Cuidados Paliativos
7. Renovacin de
los agentes sanitarios en la pastoral
de los cuidados paliativos
sbado
13
noviembre
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132
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
por su enfermedad. Un mes des-
pus muri y la acompa hasta el
cementerio, a su ltima morada y
all establec una muy buena rela-
cin con sus familiares. Fue una
mujer ejemplar que sus ltimos d-
as se animaba con la visita del sa-
cerdote.
Estar con ellos es fundamental,
ser su amigo, su confidente y servi-
dor. Es decir hay que establecer
como sacerdotes un contacto hu-
mano, permanente, disponible y
gratificante.
Ahora bien Qu fue lo que me
hizo cambiar de actitudes ante el
dolor de los enfermos? Mi expe-
riencia en hospitales fue de ocho
aos, pero despus tuve la expe-
riencia de la parroquia donde se
visitaba a los enfermos cada ocho
das y todo este ejercicio de mi
ministerio sacerdotal me humani-
z ms, pero esto tuvo lugar gra-
cias a la reflexin personal que to-
do Sacerdote es administrador de
los Sacramentos y del Evangelio
para dar vida y luz a todos los que
han sido encomendados a sus cui-
dados.
Podemos repetir las mismas pa-
labras de Cristo El Espritu del
Seor esta sobre m (Lc 4,18). Es
el mismo Espritu recibido en el
Sacramento del Orden, es fuente
de santidad y llamada a la santifi-
cacin no slo porque configura al
Sacerdote con Cristo Cabeza y
Pastor de la Iglesia y le confa la
misin proftica, sacerdotal y real
para que la lleve a cabo personifi-
cando a Cristo, sino porque anima
y vivifica su existencia de cada
da, enriquecindola con dones y
exigencias, con virtudes y fuerzas
que se compendian en la caridad
pastoral. Esta caridad es sntesis
unificante de los valores y de las
virtudes evanglicas y a la vez
fuerza que sostiene su desarrollo
hasta la perfeccin cristiana
(P.D.V. 27).
Esto, afirma el mismo documen-
to, el radicalismo evanglico es
una exigencia fundamental e irre-
nunciable que brota de la llamada
de Cristo a seguirlo e imitarlo, por
la comunin de vida con El. Luego
esta exigencia es mayor para los
sacerdotes, porque estn al frente
de la Iglesia, porque estn configu-
rados con Cristo y deben estar ca-
pacitados y comprometidos en la
aventura de la salvacin y bien es-
tar de los hermanos, porque esta-
mos configurados con Cristo (cf.
P.D.V. 27).
De todo esto creo que es muy
gratificante y sobre todo prove-
choso para que el sacerdote, en su
ministerio entre en un mbito de
conocer la persona, la obra de
Cristo y sus enseanzas para que
realmente en el mundo de la salud
y ms en concreto en los cuidados
paliativos sea como Cristo un
hombre cercano, muy cercano a
los enfermos terminales y mostrar-
les que la Iglesia tambin es madre
para ellos con su presencia y sus
cuidados propios que fomenten la
esperanza y no vivan en la soledad
de los hospitales o de sus casas.
El Sacerdote debe saber
mirar a Cristo
El Sacerdote debe limpiar su mi-
rada para contemplar a Jess en el
trato con los enfermos y descubrir
lo que El hara en las circunstan-
cias de abandono, de desesperanza
de los enfermos que solamente es-
peran terminar sus das.
All donde se encuentra un en-
fermo, como deca Pablo VI, ha de
ser el lugar humano por excelencia
donde cada persona es tratada con
dignidad; donde experimente, a
pesar del sufrimiento, la proximi-
dad de hermanos, de amigos (Pa-
blo VI, alocucin 24-5-1974).
Los Evangelios en muchas oca-
siones nos hacen presente el amor
y la misericordia de Jess con los
dolientes y al mismo tiempo cons-
tatan las constantes curaciones de
enfermos.
Es curioso ver como San Pablo
compendia el paso de Cristo por
Palestina cuando estaba en la casa
de Cornelio: Jess el de Nazaret...
pas haciendo el bien y SANAN-
DO (Hech. 10,38).
Curaba a los enfermos, conso-
laba a los afligidos, alimentaba a
los hambrientos, liberaba a los
hombres de la sordera, de la ce-
guera, de la lepra, del demonio,
tres veces devolvi la vida a los
muertos, ERA SENSIBLE a todo
sufrimiento humano, tanto del
cuerpo como del alma (Juan Pa-
blo II, Carta Salvifici doloris 16).
Se haca encontradizo con el do-
lor. Cuando ve al paraltico de la
piscina que llevaba ya treinta y
ocho aos con su dolencia, le pre-
gunt espontneamente: Quieres
curar? (Jn. 5,6). En otra ocasin se
ofrece ir a la casa donde estaba en-
fermo el siervo del centurin (cf.
Mt. 8,7), no huye de las enferme-
dades tenidas por contagiosas y
ms desagradables: el leproso de
Cafarnam, a quien poda haber
curado a distancia, se le acerc, y
tocndole le cur (Mt. 8,3).
Cuando enva por primera vez a
los apstoles para anunciar la lle-
gada del Reino, les dio a la vez po-
testad para curar enfermedades.
(cf. Lc. 9,1-6).
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Otra gran motivacin para el sa-
cerdote es saber que la Santa Ma-
dre la Iglesia ensea a visitar a
Cristo (cf. Mt 25,36-44), porque
servir al que sufre es servir al mis-
mo Cristo en los miembros dolien-
tes de su cuerpo mstico, para po-
der tener la gran alegra como sa-
cerdotes de or de labios del Seor:
Ven bendito de mi Padre, porque
estuve enfermo y me visitaste....
En la persona de Cristo Cabeza,
el Sacerdote debe procurar obrar
como Cristo lo hara, puesto que
en su nombre prestamos esas pe-
queas ayudas y nos comportamos
a la vez como si acudiramos a
Cristo enfermo que tiene necesi-
dad del ministerio Sacerdotal que
acompaa, se preocupa por aquel
enfermo que muchas veces est
abandonado y desahuciado. As se
hace ms creble el Evangelio.
El sacerdote debe ser el ms
consciente no slo de meditar las
palabras y los hechos de Cristo co-
mo lo hemos visto anteriormente
sino que tambin debe tener muy
en cuenta la dimensin Espiritual
de los cuidados paliativos. Hablar
un poco sobre la dimensin espiri-
tual:
En la relacin de ayuda con los
enfermos terminales es importan-
te que el sacerdote descubra algu-
nos elementos de su dimensin es-
piritual, porque estos determinan
su visin de la vida, de las realida-
des importantes y de las metas per-
seguidas.
Acompaamiento en las nece-
sidades espirituales. Aunque la de-
teccin de las necesidades espiri-
tuales es tarea de todos los profe-
sionistas, no slo del sacerdote pa-
ra que hagan frente a este tipo de
necesidades, pero lamentablemen-
te parece estar poco avanzada la
construccin de las herramientas
para la deteccin de las necesida-
des espirituales.
Acompaamiento en el mo-
mento de la angustia y de las pre-
guntas difciles.
Aqu el sacerdote debe estar
abierto al dilogo y facilitar el de-
sahogo o drenaje emocional.
Aceptar e integrar las reaccio-
nes ante la muerte. Esta es la tarea
ms difcil, porque la muerte de
un enfermo terminal suscita pro-
fundas emociones en quienes los
asisten. Quiebra la seguridad de
quien asiste y muestra la inutili-
dad de los cuidados que buscan
slo la sanacin; confronta dura-
mente con los rduos problemas
del porque del sufrimiento y de la
muerte. Hay que tener en cuenta la
depresin que es otro momento del
camino emotivo del moribundo.
Reconciliacin con la propia
vida: manejo de la culpa y de la
memoria. Es el momento de curar
las llagas, mirando hacia atrs para
tomar conciencia de su propio pa-
sado; es como si al final pasara por
delante de la pantalla de la perso-
na la pelcula de la propia vida,
donde aparece el sentimiento de
culpa. El enfermo se convierte en
juez y acusado de su propio pasa-
do, es el sentimiento de angustia o
de autocondena. En estos momen-
tos de pacificacin es necesario
que el Sacerdote ayude al enfermo
para que ponga orden en las expe-
riencias acumuladas en la vida pa-
ra que pueda perdonar a quien lo
ha herido y pedir perdn abierta o
simblicamente a quien l ha ofen-
dido, en este momento puede ser
muy til el Sacramento de la Re-
conciliacin que puede traer tanto
bien al enfermo terminal, ayudn-
dolo a descubrir detrs del senti-
miento de culpa una presencia
amorosa que lo trasciende.
Esperanza. No confundirla
con el optimismo. El Sacerdote de-
be ser hombre de esperanza en una
encrucijada de sufrimiento y oscu-
ridad, una esperanza que permite
mirar ms all de la satisfaccin de
los deseos inmediatos e incluso
ms all del dolor y de la muerte
cuando su visin antropolgica no
se queda en el final definido con la
muerte y cuando el paciente mani-
fiesta una visin trascendente.
La esperanza no se adapta a las
medias verdades y no se queda sa-
tisfecha frente a las expresiones
del todo se arreglar.
Facilitar el servicio religioso.
Esto es algo propio del Sacerdote,
pero siempre y cuando un enfermo
lo quiera. Siempre hay que ser res-
petuosos de las libres elecciones
del sujeto. Hay que descubrir que
la enfermedad se convierte en un
lugar, en una ocasin para ex-
perimentar la propia fe en Cristo y
realizar as la propia vocacin bau-
tismal: ser entregados al Seor en
cada actividad y situacin de vida.
En este sentido el sufrimiento no
slo se convierte en una ocasin de
crecimiento espiritual por el mis-
mo enfermo, sino que se convierte
en salvacin para los que rodean al
enfermo: la bondad del gesto se
irradia alrededor.
El enfermo difunde un sentido
de paz, de fe, hace brotar la solida-
ridad, se abre a la esperanza; es to-
do el ambiente que cambia.
En esta situacin adquiere nueva
luz y significado el Sacramento de
la Uncin de los Enfermos, que
deja de ser el sacramento de los
moribundos inconscientes o un
pasaporte para el ms all, hay
que limpiarla de toda interpreta-
cin mgica o supersticiosa puede
expresar su verdadero sentido; sig-
no de la presencia orante de la co-
munidad para exhortar al enfermo
a la fe y ofrecerle la gracia de san-
tificacin para que vivan sus sufri-
mientos como Cristo. Sabemos
que este sacramento otorga al en-
fermo la gracia del Espritu Santo
con lo cual el hombre entero es
ayudado en su salud, confortado
con la confianza en Dios y reforza-
do con las tentaciones del enemigo
y la angustia de la muerte, de tal
modo que pueda no slo soportar
sus males con fortaleza, sino tam-
bin luchar contra ellas.
La celebracin de la Uncin por
parte de la Iglesia se sita en la
continuidad de los gestos de Jess
a favor de los enfermos. Sabemos
que la enfermedad afecta a todo el
hombre, su cuerpo y su espritu:
sin una especial gracia del Seor,
el enfermo podra sufrir la tenta-
cin de encerrarse en s, de aban-
donarse a la soledad o a la deses-
peracin, hasta rebelarse contra
Dios y su providencia. En cambio
la virtud del sacramento confiere
al enfermo las gracias necesarias
para confiar en el Dios de la Salva-
cin y dominar en la fe su situa-
cin. Es un consuelo, una ayuda.
El sacerdote debe darle estilo a
sta celebracin: utilizar una litur-
gia bien preparada con una previa
catequesis. Una participacin co-
ral no slo ayuda al enfermo, sino
que desarrolla otras iniciativas de
asistencia y cercana por la muerte.
La fe cristiana ilumina tambin
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
el evento de la muerte como pasa-
je Pascual con Cristo a la Casa del
Padre. La Iglesia afirma que el
hombre ha sido creado por Dios
para un destino de felicidad ms
all de las fronteras de las miserias
terrestres, para estar en comunin
perpetua con la incorruptible vida
divina (Cf. Gaudium et Spes. 18).
Hay que buscar que el cristiano
muera como cristiano. Ya que el
bautizado no repara en lo que deja,
sino que se lanza hacia el futuro:
morir es participar en la victoria de
Cristo sobre la muerte.
Los sacramentos de la Reconci-
liacin y de la Eucarista en forma
de vitico, con esto se expresa la
Reconciliacin con el pasado y es-
te alimento para el gran viaje
ms all de la muerte. El Vitico
da un nuevo sentido a la muerte
del cristiano, asume entonces el
significado de una ofrenda unida a
la de Cristo el cual la acoge para
presentarla al Padre.
Finalmente, sobre todas las pa-
rroquias y en cuanto se pueda en
los hospitales, el acompaamiento
no termina. Estn los parientes que
tienen otras necesidades: elaborar
su duelo, hacerlos que comiencen
a vivir.
Es aqu donde tambin la di-
mensin espiritual y religiosa pue-
de tener una importancia determi-
nante para ofrecer alivio, valor,
gusto y ganas de seguir caminando
en la vida.
Conclusin
En esta intervencin que he te-
nido la oportunidad de exponer,
ante un pblico tan distinguido y
profesional, el tema tan importan-
te del papel del Sacerdote ante los
cuidados paliativos no dejamos
de ver la funcin fundamental de
ese personaje que tiene por mi-
sin hacer presente a Cristo tam-
bin en el mundo del dolor y
del sufrimiento, que es la ocasin
que se presenta da a da en el
ministerio sacerdotal, ya sea en
el hospital haciendo equipo con
el personal hospitalario, pero
tambin en su ministerio ordina-
rio en el mbito parroquial, don-
de cada vez encontramos una
multitud de gentes que estn en
el lecho de dolor en una situa-
cin terminal, porque los centros
paliativos y las medicinas son
cada vez ms prohibitivos.
Aqu es donde el sacerdote de-
be ser la voz de los que no tie-
nen voz para atender y hacer
obras de misericordia, para poder
ser benditos de nuestro Padre
Dios y manifestar la misericordia
que nos pide el Jess: Venid
benditos de mi Padre, a tomar
posesin del Reino Celestial, que
os est preparado desde el princi-
pio del mundo: porque yo tuve
hambre y me disteis de comer;
tuve sed y me disteis de beber;
era peregrino y me hospedasteis;
estando desnudo me cubristeis,
enfermo y me visitasteis, encarce-
lado y vinisteis a verme y conso-
larme (Mt 25, 34-36).
S.E. Mons. JACINTO
GUERRERO TORRES
Obispo de Tlaxcala, Mxico,
Miembro del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud,
Santa Sede
DH 58 spa 87-152 6-06-2005 14:15 Pagina 134
El concepto de cuidados paliati-
vos y de hospice que ha ido desa-
rrollndose en muchos pases, lla-
ma nuestra atencin sobre la evi-
dente necesidad de aumentar la
participacin de los mdicos en to-
dos los aspectos de los cuidados
ofrecidos a los enfermos termina-
les. En el mbito de los programas
de hospice y de cuidados paliativos
surgen cuatro nuevos papeles del
mdico: el mdico de cabecera,
consultor, director y el que trabaja
en team en el hospice.
Es esencial que el director mdi-
co as como el que trabaja en grupo
en el hospice sean especialistas en
medicina paliativa. Mi interven-
cin se referir ante todo a los peli-
gros y a los beneficios del ministe-
rio pastoral, especialmente para es-
tos dos tipos de mdico, aunque no
se limitar slo a ellos.
Los mdicos paliativos son una
parte muy limitada de esta especia-
lizacin. Su campo de accin, que
se manifiesta en el nmero de habi-
tantes de un determinado pas, va-
ra de una docena a varios miles de
personas. Sin embargo, son mu-
chos los pases en los que esta espe-
cialidad mdica an no existe. Di-
cha situacin global produce mu-
chos retos para poner en marcha
una pastoral permanente, dirigida
sobre todo a los mdicos y al staff
que trabajan en el mbito de los
cuidados paliativos. La compleji-
dad del ministerio del hospice, con
su acercamiento holista a los pa-
cientes, hace ms difcil formular y
crear programas y sugerencias pas-
torales, particularmente en lo que
concierne a los mdicos y al staff
mdico.
Trasformaciones sociales. Son nu-
merosas las manifestaciones del
cambio del contexto social en el
que el hombre contemporneo
obra. Los procesos ms importan-
tes son los siguientes: especializa-
cin y segmentacin de la vida so-
cial, transformaciones en la estruc-
tura socio-ocupacional, pluralismo
socio-cultural, y especializacin
con respecto a las funciones desa-
rrolladas por varias estructuras so-
ciales.
Todo ello lleva a una desintegra-
cin de las comunidades locales y,
por tanto, a una atomizacin del
ambiente parroquial. Esto hace sur-
gir un vaco social entre los pa-
rroquianos y su prroco, y no hay
interaccin entre los fieles a nivel
religioso.
El punto fundamental es crear
una conciencia dentro de la comu-
nidad eclesial sobre lo que se debe-
ra hacer y sobre qu presupuestos
se deberan considerar a fin de que
la Iglesia est presente entre los
que desarrollan su ministerio a fa-
vor de los moribundos. Dicha con-
ciencia radica en las funciones fun-
damentales de la Iglesia evangeli-
zadora y en la determinacin de los
aspectos pastorales del ministerio a
favor de los mdicos especializa-
dos en cuidados paliativos.
Paradigma de la medicina y con-
sideraciones:
Concepto reductivo del hom-
bre: bo-mecnico enfermedad
como defecto;
medicina reparadora: enferme-
dad-defecto falta de xito de la
medicina reparadora;
limitaciones de la medicina re-
paradora y teraputica;
la medicina paliativa punto
culminante comporta cambios en
las expectativas de los mdicos en
los cuidados paliativos.
Las funciones bsicas de la Igle-
sia (proftica, litrgica y caritativa)
no cambian. Sin embargo, se pue-
den buscar nuevas formas o reno-
var aquellas ya existentes. En la
funcin proftica existen varios
modos de predicar el mensaje de la
salvacin. En la actualidad te-
niendo en cuenta la descristianiza-
cin, la religiosidad selectiva y el
racionalismo parece que las tare-
as pastorales son semejantes a
aquellas de los primeros cristianos.
La predicacin debera ser ms
esencial y tender a crear una comu-
nin eclesial; mayor resalte debera
tener la catequesis de los adultos y
un compromiso ms intenso de par-
te de los laicos, y se debera educar
tambin a las personas a la eleccin
en el panorama mundial. Podra-
mos pedir que en la predicacin
eclesial se discuta de la cuestin de
la vocacin y de la misin en el mi-
nisterio para los hermanos y las
hermanas que sufren. Son estos ele-
mentos carismticos necesarios pa-
ra un mdico especializado en cui-
135
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
MIROSAWKALINOWSKI
7.2 Actualizacin pastoral de
los agentes sanitarios en el campo de los
cuidados paliativos: los mdicos
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136
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
dados paliativos. Es de extrema im-
portancia formar el carisma de un
mdico de este tipo. En la renova-
cin de la funcin litrgica se debe-
ra subrayar la necesidad de educar
a participar en las prcticas religio-
sas. Lo que es importante no es s-
lo una participacin sistemtica, si-
no tambin la calidad y la intensi-
dad. En su funcin de crear comu-
nin, la liturgia debera acentuar
su papel de escuela de fe y de cami-
no para la evangelizacin parro-
quial. Es importante comprender
mejor los smbolos, los signos y los
gestos religiosos. Esto ayudar a
mostrar al fiel que la liturgia impli-
ca, que es autntica y une. La reno-
vacin de la funcin del amor nos
lleva a perspectivas ms amplias de
la actividad caritativa tradicional,
que se debera ampliar de su fun-
cin sobreentendida (ayuda a los
pobres) a la satisfaccin de todas
las necesidades reales existentes en
el ambiente parroquial
Nuevas funciones de la pastoral
y de las parroquias: desarrollar
asociaciones cristianas; pastoral no
parroquial; pastoral extraordinaria;
pastoral especial, especializada e
individual.
La funcin de las asociaciones
religiosas. Por lo general, los cre-
dos, las opiniones, las actitudes y
los comportamientos se forman de-
bido al ambiente. Por esta razn, si
las personas deben vivir una vida
cristiana es necesario que la vivan
en un ambiente cristiano. Ms que
aquellos institucionales, los facto-
res circunstanciales son los que
ms influyen en este desarrollo, por
lo que la preocupacin fundamen-
tal de las parroquias modernas de-
bera ser la creacin de semejantes
entourage. Es tarea de la parroquia
apoyar y estimular iniciativas, y co-
ordinar pequeos grupos religiosos
con el fin de crear, para los creyen-
tes, lugares de vida en los que ma-
nifiesten su propia fe y encuentren
un sostn a sus necesidades. Dado
que cada miembro de la parroquia
tiene contactos con varios ambien-
tes, al menos uno de ellos debera
ser catlico.
En las sociedades modernas, la
pastoral para las personas que se
han convertido, las que toman
parte ms o menos activamente a la
vida y a la fe de la Iglesia, se debe
integrar mediante la pastoral de
la conversin. Este ltimo tipo de
pastoral est destinado a los que en
parte se han alejado de la fe y de la
Iglesia. La necesidad de una pas-
toral de la conversin es el motivo
por el se ha separado la funcin que
se discute.
Desde el punto de vista pastoral,
se debera aceptar a todos los cris-
tianos por lo que son, incluso si son
selectivos. Se trata de ayudarlos a
caminar hacia una cristiandad ms
completa. Esto significa que debe-
ramos interesarnos en las cuestio-
nes y en los problemas de los que
estn alejados de la Iglesia. El
mundo actual pide que los cristia-
nos sean tales cada vez ms no en el
modo de una religiosidad conven-
cional, sino por decisiones persona-
les fundamentales. La Iglesia se
convierte as en una especie de pa-
tria espiritual: en esta patria he na-
cido y en esta patria quiero morir.
En realidad, todas estas personas, y
hoy hay muchas, no cuentan con
una experiencia sustancial como lo
es la iniciacin cristiana. La solu-
cin podra ser la funcin reevan-
gelizadora de la parroquia. Dicha
reevangelizacin tiene lugar en tres
niveles o elementos importantes de
la comunin cristiana. Estos tres ni-
veles son: fe, culto y testimonio.
Las personas que he mencionado
antes deben ser reintroducidas a la
fe, a la liturgia y a la prctica de la
vida cristiana.
Un valor importante est ligado a
los valores como la participacin,
la responsabilidad individual y la
comunin. Una pastoral que bus-
que satisfacer las necesidades con-
temporneas, incluidas aquellas de
los mdicos especializados en cui-
dados paliativos, debe tener en
cuenta estos valores puramente
evanglicos. Para llevar adelante
esta tarea, tal como se presenta, de-
bemos hacer ms importantes las
funciones tradicionales de las pa-
rroquias y poner en acto aquellas
nuevas. De este modo contribuire-
mos en el desarrollo de las parro-
quias y ampliaremos la influencia
pastoral.
Entre las funciones que ya he
mencionado, podemos subrayar al-
gn elemento importante de la ac-
tualizacin de los mdicos con res-
pecto al mbito pastoral de los cui-
dados paliativos.
Las tareas pastorales se parecen
a las que vivieron las primeras co-
munidades cristianas.
Mtodo: reforzar los fundamen-
tos de la fe y preparar la acepta-
cin personal de Cristo como Sal-
vador, y no slo como verdad de
fe. Proclamar no slo lo que cre-
emos, sino tambin por qu cree-
mos.
Materias principales:
Background catlico y antro-
polgico
Antiguo Testamento, Nuevo
Testamento Jesucristo
Etica en las ciencias mdicas
Materias complementarias:
Dignidad humana, trascen-
dente y natural
Preocupacin por el alma
Informar segn conciencia
Santidad de la Vida
Aplicaciones:
seminarios workshop, grupos
de estudio de la Biblia, presenta-
ciones en los hospitales, en las ca-
sas de sanacin y de asistencia de
enefermera, escuelas de medici-
na, material impreso, opsculos,
volantes, artculos en los diarios
locales y diocesanos.
Obstculos y dificultades:
concrecin poltica, valores
cristianos en ambientes liberales y
seculares, hostilidad de los media,
cultura de la muerte, pasividad y
negligencia del ambiente mdico.
Aspectos positivos:
animar el staff mdico catli-
co;
promover la cultura de la vida;
llegar a los indecisos en los
valores ticos;
apoyar los grupos pro-vida a
nivel parroquial y regional;
educar a los fieles en la ges-
tin del dolor y en las opciones so-
bre los cuidados paliativos;
ententendimiento de la prcti-
ca mdica como una vocacin ca-
rismtica.
Presupuestos:
necesidad de que el ministerio
pastoral llegue a los mdicos po-
niendo nfasis en los aspectos ca-
rismticos en sus cuidados paliati-
vos y en los enfermos terminales.
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
Cualidades profesionales y re-
quisitos:
Referentes a la personalidad:
empata, compasin, sensibilidad,
paciencia, valores espirituales;
Referentes a los valores: credo
personal radicado en la cultura de
la vida, aceptacin de la dignidad
de la persona moribunda, rechazo
de todas las formas de trato deshu-
manizador y de la eutanasia, pro-
mocin de un modo catlico de cui-
dados mdicos al final de la vida
Conclusin
Los cuidados paliativos estn
cambiando el paradigma de la me-
dicina. Cualquiera que tenga con-
tactos con un teamque trabaja en un
hospice se da cuenta de las dificul-
tades de la asistenica social, psico-
lgica y espiritual que deben afron-
tar los agentes sanitarios, especial-
mente los mdicos. Una pastoral
global dirigida a todos los mdicos
los puede proteger de cierto sentido
de clera hacia los enfermos termi-
nales y de la depresin o burn-out
que se pueden instaurar debido a las
incapacidades personales, y poner
en evidencia la necesidad que tie-
nen de un cuidado pastoral. Las di-
mensiones culturales y el reforza-
miento del movimiento pro-eutana-
sia hacen inevitable que los mdi-
cos acepten el hospice y los cuida-
dos paliativos como una respuesta
personal cristiana al misterio del su-
frimiento. Para combatir con xito
la concepcin equivocada de la dig-
nidad humana y del significado de
la vida en un ambiente liberal, los
mdicos y los que trabajan sobre to-
do en los hospice, deben ser acom-
paados por la comunidad eclesial
y apoyados por la jerarqua.
P. MIROSAWKALINOWSKI
Profesor de Teologa Pastoral
Ctedra de Cuidados Sociales,
Paliativos y Hospice
Universidad Catlica de Lublin,
Polonia
Bibliografa
ALBRECHT E., ORTH CH., SCHMIDT H. Hos-
pizpraxis. Ein Leitfaden fr Menschen die Ster-
benden helfen wollen. Freiburg 1995.
FURMAN J., MCNABB D. The Dying Time:
Practical Wisdom for the Dying and Their Ca-
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B. M. KINZBRUNNER. Ethics in Hospice Ca-
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ging Health Care Environment. Ed. B. Jen-
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The role of the physician in Hospice. The
Hospice Journal. Vol. 12, No. 2 1997 pp. 49-
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J. L. BARRAGN. Proposal for the Identity of
the Catholic Hospital. Dominum Hominum
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M. KALINOWSKI. Towarzyszenie w cierpie-
niu. Posuga hospicyjna. Lublin 2002.
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138
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Introduccin
En muchas sociedades, los cuida-
dos paliativos son practicados e in-
cluso incrementados.
En el campo de la asistencia de
enfermera, los cuidados paliativos
constituyen un tema bien desarrolla-
do y junto con los mdicos y los
agentes sanitarios son un campo es-
pecfico reciente para la prctica de
la asistencia de enfermera.
Despus del debate global en tor-
no a la eutanasia, en muchas socie-
dades occidentales ha aumentado
bastante la atencin hacia los cuida-
dos paliativos; tambin en otras
partes del mundo como en Asia,
donde se registra un aumento de las
personas ancianas y en Africa, en lo
que concierne a los pacientes afec-
tos de SIDA, los cuidados paliati-
vos son materia de asistencia sani-
taria y especialmente en aquella de
enfermera.
Segn los informes de las asocia-
ciones CICIAM, la puesta en mar-
cha del trabajo inici en muchas so-
ciedades occidentales como
EE.UU., Europa, Australia, Nueva
Zelandia, Japn, Taiwn, Costa de
Marfil, Nigeria, Sudfrica e India,
siguiendo los modelos en EE.UU.
(Albany) y de los hospicios en In-
glaterra.
A partir de la mitad de 1980 las
enfermeras son capacitadas en los
cuidados paliativos, primero en las
unidades de los hospitales, luego en
los hospicios y en las casas de sana-
cin y, posteriormente, en la asisten-
cia domiciliaria.
Cuidados paliativos y
la asistencia de enfermera
En muchos pases, algunas enfer-
meras calificadas y expertas han si-
do capacitadas en los cuidados pa-
liativos siguiendo programas de es-
tudio de las Escuelas Superiores de
Enfermera y a nivel universitario.
Es preciso notar que muchas en-
fermeras, sobre todo personas reli-
giosas, practicaban los cuidados pa-
liativos mucho antes de que apare-
ciese la nocin de los mismos.
En contradiccin con la disminu-
cin de enfermeras en las sociedades
occidentales y con la falta de enfer-
meras calificadas, por ejemplo en
Africa, muchas enfermeras volunta-
rias se convirtieron en expertas en
los cuidados paliativos.
Una breve investigacin entre las
enfermeras CICIAM revel que las
enfermeras en los cuidados paliati-
vos tienen una edad promedio entre
45-55aos, que abandonan una ca-
rrera de enfermeras expertas en el
cuidado intensivo, en las institucio-
nes psiquitricas y en la asistencia
domiciliaria.
Para convertirse en una enfermera
calificada se necesita esencialmente
una capacitacin de 2 3 aos a ni-
vel de Escuela Superior de Enferme-
ra o a nivel universitario.
Cuidados paliativos
y espiritualidad
El cuarenta por ciento (o quizs
ms) de las enfermeras de cuidados
paliativos son religiosas y ayudan a
los pacientes en sus necesidades es-
pirituales.
La mayora de las enfermeras de
los Cuidados paliativos son capaci-
tadas a los acercamientos espiritua-
les y confirman que esto es esencial
en su trabajo como enfermeras de
Cuidados Paliativos.
En el verano del 2004 la NACN-
USA (Asociacin Nacional de En-
fermeras Catlicas) ha realizado una
conferencia sobre Acercamiento
espiritual a los aspectos bsicos de
los cuidados paliativos. Los orado-
res han afrontado el acercamiento
espiritual entre los pacientes termi-
nales y los cuidados paliativos.
De los momentos de aprendizaje
de la conferencia tenemos el efecto
de la espiritualidad en el ejercicio de
la asistencia sanitaria a varias pobla-
ciones empleando los principios de
la teora de la asistencia de aquellas
culturas. Se han proporcionado
ejemplos prcticos sobre el modo
como las enfermeras capacitadas en
los cuidados paliativos y espirituales
acompaan a los pacientes respetan-
do totalmente la cultura de los pa-
cientes. Por ejemplo, los indgenas
americanos creen en la Madre Tie-
rra y en el Padre Hijo, esto tiene
implicaciones en las prcticas de la
asistencia de enfermera. Por ejem-
plo, cmo preparar la cama en la ha-
bitacin segn la luz del alba y del
atardecer a travs de la ventana.
Cuidados paliativos y tica
Las enfermeras de los cuidados
paliativos realizan investigaciones
prcticas en su campo de trabajo. En
los ltimos 5 aos se ha producido
abundante cantidad de literatura so-
bre la tica y los cuidados paliativos.
En la literatura sobre la tica y en
una precedente literatura sobre los
cuidados paliativos, la muerte es
ante todo un acto sacral muy eleva-
do. Las enfermeras hacen notar que
la persona moribunda se interesa
contradictoriamente sobre todo de
las cosas cotidianas, por ejemplo,
manifiesta preocupaciones hacia los
parientes que deja. Segn una inves-
tigacin holandesa sobre los cuida-
dos paliativos, la persona moribunda
no muestra mucho inters por el sig-
AN VERLINDE
7.3 La actualizacin de los trabajadores
sanitarios en los aspectos de la pastoral
de los cuidados paliativos
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nificado de la vida a la luz de la eter-
nidad, y ms bien se interesa de los
problemas cotidianos, afronta los
problemas de los parientes.
En los cuidados paliativos las en-
fermeras deben ser conscientes de su
percepcin personal de la nocin de
la buena muerte. En efecto, la per-
cepcin personal e individualista de
la buena muerte puede estar en
conflicto con la percepcin de la
buena muerte que tiene el pacien-
te. Atravs del dilogo, las enferme-
ras pueden aprender las percepcio-
nes de los pacientes y de sus parien-
tes sobre la buena muerte. Las en-
fermeras aprenden que junto a la ob-
jetiva definicin de la buena muer-
te, son importantes las consecuen-
cias y es necesaria la aceptacin de
la diversidad sobre las opiniones al
respecto.
Las comisiones ticas instruyen a
las enfermeras y dialogan sobre la
orientacin de las lneas directrices
ticas en los hospitales, en los hospi-
cios, en las casas de sanacin y en la
asistencia a domicilio.
Estar implicadas en las problem-
ticas ticas, para los trabajadores de
la asistencia sanitaria y especial-
mente para la prctica de enferme-
ra, es el tema ms importante de los
ltimos 20 aos.
No obstante se admita que mu-
chos resultados en la prctica coti-
diana de enfermera no son ticos,
las enfemeras a veces formulan pro-
blemas cotidianos e intereses en tr-
minos de cuestiones ticas como,
por ejemplo, la comunicacin entre
el grupo de trabajo multidisciplina-
rio, los conflictos territoriales, las di-
ficultades con la enorme demanda
de la familia. La asistencia de enfer-
mera sobre los cuidados paliativos
tiene necesidad urgente de orienta-
ciones ticas en la prctica diaria de
los cuidados paliativos para los hos-
pitales, las clnicas, los hospicios y
la asistencia domiciliaria.
Competencias de
la asistencia de enfermera
y mano de obra calificada
en los cuidados paliativos
Hablar de cuidados paliativos en
el mbito de las enfermeras significa
que stas se ocupan de las personas
que estn muriendo y que afrontan
las necesidades determinadas por el
dolor y por la tensin de los miem-
bros de la familia.
Por tanto, las enfermeras deben
estar capacitadas tambin en el m-
bito de la comunicacin. En efecto,
puede ayudar a focalizar algn tema
o situacin importante en la prctica
de la asistencia de enfermera de los
cuidados paliativos.
1. Comfort del paciente
Los cuidados paliativos indican el
comfort ms amplio posible a favor
del bienestar del paciente. Qu sig-
nifica esto?
En la prctica cotidiana: comfort
en la cama, sbanas y frazadas c-
modas, almohadas suaves. Ayudar a
los pacientes a voltearse en sus ca-
mas es una habilidad de enfermera.
Mantener a los pacientes sin dolor es
una prctica de enfermera. Acom-
paar a los pacientes en sus ltimos
momentos de vida es una cuestin
de tiempo donado, experiencia, cer-
cana atenta a los detalles del am-
biente de los pacientes y apoyo a sus
parientes.
Una encuesta y una investigacin
sobre la calidad en los cuidados pa-
liativos realizados en Blgica (2004)
en las casas de sanacin y en la asis-
tencia domiciliaria, hacen apreciar
las siguientes prcticas y habilidades
de las enfermeras:
dimensin extra: en los cuida-
dos paliativos los pacientes pueden
efectuar elecciones en la ltima fase
de su vida. Las enfermeras ayudan a
limar las reglas, los reglamentos
hospitalarios, etc. en un ambiente
que proporciona seguridad y con-
fianza;
las enfermeras ayudan a los pa-
rientes a dejar morir al amado pa-
ciente;
las enfermeras sostienen a los
parientes en su asistencia cotidiana
al paciente. En la asistencia domici-
liaria los parientes pueden estar so-
brecargados; el peso de ocuparse de
un paciente que est en cuidados pa-
liativos puede ser extremadamente
pesado;
las enfermeras infunden con-
fianza al paciente y a la familia, las
enfermeras estn disponibles 24 ho-
ras. Los pacientes y los parientes
confan en la cercana de las enfe-
meras;
a travs de sus competencias y
habilidades, las enfermeras pueden
crear un ambiente que da seguridad,
serenidad y confianza;
las enfermeras son expertas y
prcticas en el control del dolor. La
mayora de las enfermeras se trans-
forma en abogado del paciente y
ayudan al mdico en el tratamiento
del dolor;
las enfermeras son mucho ms
expertas en los cuidados espiritua-
les. Gracias a sus contactos fsicos
cotidianos son mucho ms cerca-
nas al paciente.
Son conscientes que los interro-
gantes sobre la muerte, sobre el mo-
rir y sobre el significado de la vida
son dirigidas en el 80% a las enfer-
meras (informe del NACN-USA).
Las enfermeras son capacitadas
en el mbito de la espiritualidad,
pueden brindar confianza al pacien-
te, ellas tramitan las preguntas a los
trabajadores de la asistencia sanita-
ria as como a los agentes de la pas-
toral sanitaria y a los parientes.
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donde ellas pueden dar un significa-
do a su trabajo.
Los informes de Ciciam indican
que las enfermeras de los cuidados
paliativos en las sociedades occiden-
tales ciertamente estn bien capaci-
tadas mediante un programa de estu-
dios superiores para aumentar sus
competencias y habilidades. En
otros pases se han instituido mode-
los culturalmente adecuados para
los cuidados paliativos (Sudfrica
para los pacientes de SIDA).
Las enfermeras son esenciales en
los cuidados paliativos. Enfemeras
bien capacitadas y muy expertas,
con una larga carrera detrs de las
espaldas eligen ser enfemeras de
cuidados paliativos como realiza-
cin de su vocacin de enfermeras.
Las enfermeras Ciciam desean y
tienen la capacidad para discutir los
problemas. En nombre de las enfe-
meras catlicas de todo el mundo,
que tengo el honor de representar,
declaro que las enfermeras estn re-
presentadas en las Comisiones Eti-
cas y, por cierto, en el mbito de los
cuidados paliativos.
Agradezco al Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud por su
continua atencin hacia las enferme-
ras que se sienten protegidas por l.
Humildemente pido el apoyo nece-
sario.
Dra. AN VERLINDE
Presidente del C.I.C.I.A.M.S.,
Comisin Catlica Internacional de
Enfemeras y Asistentes Mdico-Sociales,
Blgica
Bibliografa
CNIG -Nigeria, Catholic Women Nurses
faced with challenger of health in Africa.
Congresso del CICIAM, Nigeria, Setiembre
2004.
FIELD, D., e MC. GAUGHELY, J., An evalua-
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GASTMANS, C., Ouderenzorg: een ode aan
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VERKERK, M., en HARTOUNGH, R., Ethiek
en Palliatieve Zorg, Assen, 2003.
VERLINDE, A., Op weg naar excellentie:
zingeving als sleutel tot resultaatgericht ve-
randeren, Tilburg, 2002.
ciada, otros pases estn siguiendo
con confianza el modelo belga.
4. Problemas de nutricin
en los cuidados paliativos
Los problemas de nutricin han
sido ampliamente debatidos en la
conferencia FIAMC, realizada en la
primavera del 2004 en Roma.
El alimento y la hidratacin se re-
fieren a la asistencia de enfermera
en los cuidados paliativos. Las en-
fermeras de los cuidados paliativos
estn capacitadas para afrontar los
problemas de nutricin y de hidrata-
cin de los pacientes en los cuidados
paliativos. Los pacientes deben ser
tratados como seres humanos hasta
el ltimo instante de su vida. Progra-
mas adelantados de aprendizaje para
la asistencia de enfermera en los
cuidados paliativos siguen la prcti-
ca de la nutricin y de la hidratacin.
Es esencial la dignidad para el ser
humano.
Es necesaria la cooperacin entre
los agentes sanitarios y las familias
en las cuestiones de la nutricin y de
la hidratacin. Ver la Conferencia
FIAMC, 2004.
5. Control del dolor
Las enfermeras de los cuidados
paliativos estn altamente capacita-
das para controlar el dolor. En los
programas de los cursos superiores,
las enfermeras de los cuidados palia-
tivos aprenden a reconocer los snto-
mas, las diferenciaciones en los sn-
tomas y el ciclo del dolor. Las enfer-
meras de los cuidados paliativos
aplican el ciclo del control del dolor
WHO. Observan constantemente a
los pacientes y estn muy cercanas
al enfermo. El control del dolor ayu-
da para que los pacientes vivan com-
pletamente su vida hasta la muerte.
Conclusin
Los informes sobre los cuidados
paliativos son muy amplios. Los in-
formes completos se encuentran dis-
ponibles en la direccin general del
Ciciam de Bruselas.
Para las enfermeras, los cuidados
paliativos representan un campo es-
pecfico en la prctica de enferme-
ra.
Para algunas enfermeras, los cui-
dados paliativos son el campo en el
que pueden realizar su vocacin y
Conclusiones sobre la investiga-
cin arriba mencionada: las enfer-
meras son esenciales en los cuidados
paliativos porque su atencin parti-
cular a favor del paciente y de la fa-
milia dar el tiempo y ser siempre
disponible , las constituyen el pri-
mer abastecedor y el ms cercano
al paciente.
2. Conflictos entre profesionales
sobre el oxgeno
Los pacientes con dificultades
respiratorias se encuentran en el su-
frimiento y en la agona. La pres-
cripcin sobre la concesin del ox-
geno no siempre se hace en el mo-
mento oportuno y preciso. Se trata
de un campo de conflictos; conflic-
tos entre los profesionales de la asis-
tencia sanitaria y entre stos y la fa-
milia y conflictos interpersonales
tambin entre las enfermeras.
Las comisiones ticas pueden
trabajar sobre orientaciones preci-
sas en esta materia. Las enfermeras
reconocen que las comisiones ti-
cas deben ser implicadas en la prc-
tica cotidiana de los cuidados palia-
tivos.
3. Sujecin de los pacientes
Algunos pacientes deben ser ase-
gurados en su camas y en los dormi-
torios. Los pacientes de los cuida-
dos paliativos pueden estar en ago-
na y tratan de abandonar la cama
jalando agujas y tubos. General-
mente, la respuesta de las enferme-
ras es la sujecin a la cama y la res-
puesta del mdico es un medica-
mento sedativo.
La autoridad mxima sanitaria en
Blgica (VVI) ha proporcionado
orientaciones sobre la fijacin en los
cuidados paliativos. Se pueden em-
plear nuevos mtodos y nuevos ma-
teriales para sujetar al paciente. La
sujecin se puede hacer slo en si-
tuaciones muy particulares y emple-
ando materiales adecuados. Diaria-
mente se debe someter un informe al
Comit para los Cuidados Paliativos
y a la comisin tica del hospital, a
la unidad de las clnicas y de la asis-
tencia domiciliaria.
Las enfermeras estn implicadas
en esta dramtica pero a veces esen-
cial prctica para asegurar a los pa-
cientes. Se requieren orientaciones,
protocolos y prcticas de la asisten-
cia de enfermera conforme a las
normas. La recomendacin es apre-
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
140
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solo para soportar esta prueba.
Adems, cuando la enfermedad se
presenta, los amigos se alejan, por-
que no saben qu decir o qu hacer.
Pero es entonces que las familias
aprecian ms la acogida y el apoyo
que les ofrecen el personal curante,
los voluntarios y los miembros de
la capellana. Nuestra comunica-
cin con las familias no se reduce a
la informacin sobre la condicin
del enfermo, sino que debe ser una
ocasin para descubrir el sufri-
miento particular de los parientes y
atenuar sus temores.
b. La enfermedad y la cercana
de la muerte infunden el temor de
la laceracin del cuerpo y de la fin.
Por el contrario, teniendo en cuenta
las diversas dimensiones de la per-
sona y respetando su individuali-
dad, la relacin refuerza la unidad y
la serenidad. La medicina, cada vez
ms especializada, da la impresin
al enfermo que cada vez es menos
considerado en la globalidad de su
ser. Las bsquedas complementa-
rias y los tratamientos son efectua-
dos por diferentes equipos, cada
uno competente en su campo espe-
cfico. A nivel de conocimientos y
de capacidades tcnicas, los pro-
gresos mdicos se obtienen a costo
de una objetivacin del cuerpo hu-
mano, exigida por el rigor cientti-
co. Si el investigador debe abstraer
el individuo para estudiar al ser hu-
mano, el clnico debe pasar de esta
abstraccin al individuo. En los
cuidados paliativos, es fundamen-
tal considerar al enfermo como su-
jeto, teniendo en cuenta la globali-
dad de su persona y la complejidad
de su sufrimiento.
c. No es raro que el enfermo du-
de del sentido de la vida. Tambin
las familias se interrogan sobre el
valor de esta vida de dependencia y
sufrimiento a veces interminables.
En situaciones particularmente di-
antes bien afirman que el valor y la
calidad de los cuidados no depen-
den nicamente de la eficacia o de
los progresos de la tcnica, sino que
la relacin con el enfermo y con sus
familiares, cuyo sufrimiento a me-
nudo no es considerado en forma
adecuada, son parte integrante de
ella. En el mbito de los cuidados
paliativos, una de las prioridades es
crear un clima de confianza y de
dilogo entre todas las partes impli-
cadas. Esto se traduce en una cons-
tante negociacin con todos y con
el personal curante, tanto para los
asuntos pequeos como para las
grandes decisiones. Por esto es in-
dispensable una informacin since-
ra, amable, de respeto hacia el en-
fermo y su familia. Una informa-
cin insuficiente no le permitir
participar en las decisiones que se
tomen sobre su persona.
Subrayamos tres aspectos de la
relacin que nos revelan toda su
importancia:
a. Si una enfermedad grave aisla
cada vez ms al enfermo y a sus fa-
miliares, la relacin en cambio les
permite encontrar las palabras para
expresar su sufrimiento y, al mismo
tiempo, a alguien que es capaz de
escucharlo. Si se comparte con
otros, el sufrimiento se vuelve me-
nos opresor. Las dificultades de co-
municacin entre el enfermo, sus
familiares y el mdico acentan la
soledad del enfermo, lo aislan y
tambin pueden provocar transtor-
nos en el comportamiento. Cuando
la prueba es demasiado pesada, el
enfermo ya no tiene la fuerza nece-
saria para levantarse y a veces ma-
nifiesta su propio malestar a travs
de una agresividad hacia el perso-
nal sanitario o de sus mismos fami-
liares. Aveces tambin las familias
advierten que estn aisladas. Cada
uno de sus miembros no quiere ha-
cer pesar sobre el otro su angustia y
sus inquietudes y, al final, se siente
Mi Congregacin, Xavire, no
es hospitalaria. Sin embargo, la lla-
maron para sustituir a una Pa Unin
de viudas, las Damas del Calvario,
que fue fundada en el siglo XIX,
con el fin de que continuara la obra
de acompaamiento de los mori-
bundos en el instituto Jeanne Gar-
nier en Pars. Constituimos una aso-
ciacin de fieles y algunos laicos se
unieron a nosotros. Dentro del insti-
tuto se ha fundado una comunidad
que participa con la capellana en la
animacin espiritual y religiosa. En
ella trabajan otras Xavires pero que
no viven all: dos mdicos como yo,
la responsable de los voluntarios y
numerosos voluntarios. Dos de no-
sotras son miembros del comit de
direccin del Instituto. En 20 aos,
la prctica de los cuidados paliati-
vos como religiosa y mdico que
ejerce su propia profesin en un ins-
tituto catlico dedicado a los cuida-
dos paliativos y en otros hospitales
pblicos, me ha llevado a ampliar
mi concepcin sobre el cuidado. La
medicina actual exige una interro-
gacin tica continuada, para dis-
cernir la actitud mdica ponderada,
sta es nuestra tarea en el campo de
los cuidados paliativos, cuya tica
se apoya en un humanismo judo-
cristiano. He descubierto tambin
cual debera ser la batalla poltica
que todos nosotros, laicos y religio-
sos, debemos emprender para con-
tribuir en el desarrollo de los cuida-
dos paliativos. En efecto, si su esta-
do lo requiere, cada persona debera
recibir los beneficios de estos cuida-
dos y debera ser respetada y acom-
paada hasta el final de su vida.
1. El lugar preponderante de la
tcnica exige mayor atencin a
la calidad de la relacin
De ningn modo los profesiona-
les de la salud desprecian los pro-
gresos tcnicos de la medicina, y
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141
MARIE-SYLVIE RICHARD
7.4 Los cuidados paliativos:
Cmo cambia nuestro modo de ver?
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142
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
fciles, el personal sanitario corre el
riesgo de perder el sentido de su
trabajo. La relacin que se crea en-
tre estos varios partners contribuye
a elaborar un sentido. Slo el que
pasa a travs de la prueba de la en-
fermedad o se acerca a la muerte
puede dar un sentido a lo que est
viviendo. El entourage se reduce al
silencio, incluso somos tentados de
imitar a los amigos de Job, propor-
cionando al enfermo consejos o ex-
plicaciones racionales. Muy a me-
nudo, los familiares entran en esta
bsqueda de sentido para s mis-
mos y ni siquiera los miembros del
equipo son exentes de esta interro-
gante existencial o espiritual que
puede insertarse en una tradicin
religiosa.
Es difcil permanecer al lado de
quien ya no logra dar sentido a su
vida: es un reto. Familias agotadas
o personal sanitario in burn out
lamentablemente confirman al en-
fermo en su prdida de autoestima.
Por el contrario, la relacin abre un
camino en esta situacin aparente-
mente sin salida. El filsofo Cathe-
rine Chalier lo manifiesta en forma
estupenda
1
: Escuchar sin tener res-
puestas, sin saber nada sobre el sen-
tido que uno se espera, significa
que es necesario encontrar en s
mismo la suficiente disponibilidad
para acoger las palabras y los silen-
cios del otro sin cubrirlo de inme-
diato con la propia volubilidad y
con la propia inquietud. Quiere de-
cir encontrar en s mismo los recur-
sos necesarios para hacer entender
al que sufre que su vida nica de
persona insustituible no es vana,
que ella tiene valor para otros, no
por sus mritos, no por sus sufri-
mientos, sino porque en ella y a tra-
vs de ella, el Infinito ha tomado
nombre y rostro. La atmsfera de
confianza y de dilogo entre todos
favorece esta elaboracin de senti-
do que no dispensa del sufrimiento
ni de la tristeza.
2. La eleccin de la
interdisciplinaridad modifica
y ampla la concepcin
de cuidado
Tener en cuenta el sufrimiento
del enfermo y de sus familiares, en
sus varios componentes, implica la
intervencin de varias personas.
Mientras la pluridisciplinaridad es
poner en comn informaciones re-
ferentes a varias ciencias o discipli-
nas, la interdisciplinaridad es una
interaccin entre estas diferentes
disciplinas. Depende de una aper-
tura de espritu, de una curiosidad
intelectual, que impulsa a salir del
propio mbito y del propio lengua-
je. La interdisciplinaridad es difcil.
La prctica intedisciplinaria corre
el riesgo de ser invalidada por lo
que es su fundamento, es decir, por
la diversdidad, la diferencia y la
multiplicacin de los lenguajes, de
los puntos de vista y de los mto-
dos. Otra dificultad est en el cam-
bio de mentalidad que ella exige.
En fin, los agentes sanitarios a me-
nudo trabajan de manera individua-
lista y entonces el equipo no puede
funcionar de manera sana. Al fun-
dar el Saint Christophers Hospice,
Cicely Saunders dio vida a una
concepcin ms amplia de los cui-
dados. En efecto, ella invit a sus
colaboradores para que modifica-
ran su prctica, trabajando en equi-
pos formados por diferentes profe-
sionales y voluntarios.
La ampliacin de los cuidados
debido a la interdisciplinaridad ha
dado lugar a agentes no profesiona-
les, los voluntarios, que lejos de
sustituir al personal sanitario, son
ms bien un complemento y un
apoyo. Siendo ciudadanos, los vo-
luntarios hacen la difcil eleccin de
ocuparse de los enfermos y de sus
familiares. Son partcipes de la re-
novacin del tejido social: Se asu-
men los riesgos de la presencia ante
el otro que est cerca a la muerte, en
un vnculo fundamental de humani-
dad
2
. Los voluntarios, el personal
sanitario, los familiares, partners
cada uno por su cuenta en lo que
respecta al enfermo que se avecina
a la muerte, no constituyen acaso
la sociedad, all donde sta ya no
existe?Asimismo, en el mbito del
voluntariado, pero con una funcin
diferente, los miembros del equipo
de la capellana, pertenecientes a re-
ligiones diferentes, tienen un papel
propio en el mbito del equipo in-
terdisciplinario.
3. El dilogo en el centro
de los cuidados:
una experiencia creadora
Las dificultades de relacin entre
los agentes sanitarios y algunas fa-
milias a menudo se resuelven des-
pus de haber instaurado un dilo-
go. Aveces se necesita la interven-
cin de una tercera persona para
restablecer un mnimo de dilogo
entre unos y otros.
En qu consiste el dilogo?
Deseo referirme a Martn Buber.
- El dilogo es el elemento fun-
dante de la realidad de las personas
que se dirigen una a otra. Los inter-
locutores tienen el beneficio de una
igualdad inicial a nivel de status,
son recprocamente responsables
uno del otro, su relacin es simtri-
ca. A menudo nuestra relacin con
los dems es cosificante. Buber
propone un acto radical de muta-
cin que compromete a toda la
persona, verdadera conversin del
ser.
- El dilogo es una experiencia
de encuentro y no del saber. Est en
el corazn de la palabra, pero tam-
bin de los gestos y de las actitudes.
Es movimiento hacia el otro. Su fi-
nalidad es instaurar un mundo nue-
vo, en el que los protagonistas cre-
en recprocamente en el otro, lo
cual no es otra cosa sino una expre-
sin de amor.
- El dilogo no se reduce a un
medio ni a un instrumento de co-
municacin. Su finalidad es la ela-
boracin comn del sentido.
Cules son las condiciones
necesarias para el verdadero di-
logo?
La responsabilidad de cada uno
se compromete en la bsqueda co-
mn de una verdad. Para ser pro-
fundo y autntico, el dilogo exige
al mismo tiempo transparencia y
secreto, intercambio y reserva. In-
cluso cuando generalmente tiene
lugar entre dos personas, tambin
puede implicar a otras. El dilogo
es creador de sentido, fruto del en-
cuentro entre los interlocutores; no
se trata de no hablar ms a alguno
sino de hablar con alguien.
Dilogo y tica
Dilogo y tica estn unidos nti-
mamente: la tica es necesaria al
dilogo y el dilogo a la tica. El
entendimiento y la comparticipa-
cin de las mismas convicciones no
son condiciones preliminares al
dilogo, que se elabora ms bien
partiendo de la diferencia que exis-
te entre los interlocutores. El traba-
jo en el campo de los cuidados pa-
liativos exige una reflexin tica
personal y en equipo. Es una bs-
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
queda constante de una medicina
adecuada, que respete al ser huma-
no en su dignidad inalienable hasta
el final de su vida, independiente-
mente de su estado fsico o psqui-
co. Esto presupone una formacin
que cada uno puede elegir y, de
igual modo, una poltica de forma-
cin dentro del instituto. En nuestro
Instituto todo el personal, los vo-
luntarios y los miembros del equi-
po de la capellana gozan de un pe-
rodo de formacin semanal, en el
que se forja nuestro espritu comn
y en el que se recuerdan, se discu-
ten y profundizan los valores en los
que se apoyan nuestra presencia y
nuestra accin hacia el enfermo y
sus familiares.
Dilogo interreligioso e inter-
filosfico
Nuestro Instituto es catlico, pe-
ro formando parte del servicio sani-
tario pblico acoge tambin a en-
fermos de toda conviccin. Entre
los miembros del personal conta-
mos con cristianos, creyentes de
otras religiones, no creyentes y ate-
os. Pero cada uno de ellos ha adhe-
rido a la Carta del Instituto y se
compromete a respetarla. Lo mis-
mo vale para los voluntarios y para
el equipo de la capellana. Gran
atencin dirigen todos a la interro-
gacin y al camino espiritual del
enfermo y de sus familiares. El di-
logo interreligioso, a veces interfi-
losfico, y la experiencia ecum-
nica enriquecen mucho aunque a
veces nos interpelan incluso a nivel
personal.
4. La preocupacin del aspecto
poltico se inscribe en
el compromiso en el campo
de los cuidados paliativos
y da testimonio de una amplia
concepcin del cuidado
Cmo curar a un enfermo en
particular sin tener en lo profundo
la preocupacin que todos pueden
acceder a estos cuidados? Los en-
fermos que nosotros no podemos
acoger reciben acogida de otras
partes? El nmero de las estructu-
ras paliativas y el desarrollo de s-
tas a domicilio es insuficiente en
nuestro pas y ms an a escala
mundial. Cmo podemos contri-
buir para mejorar esta situacin? Si
se impone una accin a nivel ms
amplio, ella puede ser desarrollada
solamente por algunos (laicos y re-
ligiosos), cuando en realidad la
sensibilizacin del conjunto de la
sociedad corresponde a todos y a
cada uno de nosotros. Se trata de
una preocupacin y/o de un com-
promiso poltico en el sentido ms
amplio del trmino. En efecto, los
interrogantes planteados por el cui-
dado y por el seguimiento de las
personas en fin de vida, enfermos o
no, no estn reservados ni a los
agentes sanitarios ni a las asocia-
ciones de voluntariado, sino que
corresponden a toda la sociedad.
Para concluir: los cuidados que
se basan en la relacin y en el di-
logo, ante todo son una respuesta al
llamado del enfermo o de sus seres
queridos. Ocuparse de l quiere de-
cir aceptar la responsabilidad que
tenemos hacia l, quiere decir con-
firmar la dignidad de su persona no
obstante su aspecto, porque l sigue
siendo una persona. Dicha concep-
cin de los cuidados respeta tam-
bin nuestra dignidad como custo-
dios de nuestros hermanos, como
prjimo solidario y creativo. Ella
ampla nuestros horizontes. Cmo
articular la preocupacin del indi-
viduo y de lo universal? Nuestro
compromiso en los cuidados palia-
tivos se apoya en fundamentos y
valores slidos, que los reconoce-
mos como evanglicos y humanis-
tas. Como cristianos laicos, reli-
giosos y sacerdotes deseamos ha-
cer traslucir a travs de nosotros el
amor infinito y preferencial de Dios
hacia toda persona, reconociendo
al mismo tiempo la extrema liber-
tad del Espritu en su obra en el otro
que nos interpela, nos transforma y
nos enriquece
3
.
Sor MARIE-SYLVIE RICHARD
Mdico, Directora del Instituto
para los Cuidados Paliativos
Jeanne Garnier,
Pars, Francia
Notas
1
CHALIER C, La persvrance du mal, Pars,
Cerf, 1987, p140.
2
MATRAY B, La prsence et le respect, thi-
que du soin et de laccompagnement, Pars,
DDB, 2004, p 246
3
RICHARD M-S, Soigner la relation en fin de
vie, malades familles soignants, Paris, Dunod,
2003
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144
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Soy Cristina Calabresi, presi-
dente de la Fundacin Federico
Calabresi, llamada as en honor a
mi recordado esposo Prof. Federi-
co Calabresi, que fue Primario de
Oncologa Mdica en el Instituto
Regina Elena de Roma.
La Fundacin se constituy en
1995. Entre las actividades desa-
rrolladas, la primera ha sido la rea-
lizacin de una coleccin editorial
de folletos informativos para el pa-
ciente y sus familiares sobre las di-
ferentes formas de tumor.
Hasta ahora hemos producido 17
opsculos cuyos textos, impresos
en miles de ejemplares, se distribu-
yen gratuitamente en las secciones
de Oncologa del territorio nacio-
nal; los opsculos tienen como fi-
nalidad proporcionar una explica-
cin y descripcin sencilla de la
enfermedad tumoral y de los posi-
bles cuidados para afrontarla, sos-
teniendo al paciente y a sus fami-
liares arrollados por un mal a me-
nudo desconocido, y acompan-
doles en el recorrido de conviven-
cia con la enfermedad.
En el momento en que el mdi-
co comunica el diagnstico, da ex-
plicaciones sobre la enfermedad,
sobre las terapias que se deben su-
ministrar e informa sobre los posi-
bles efectos colaterales, el pacien-
te y los familiares pueden quedar-
se turbados emocionalmente ante
el impacto de la noticia de haber
contraido un tumor que, por una
conviccin general, de inmediato
es errneamente considerado in-
curable.
Desde siempre, lo que no se co-
noce genera temores; a menudo el
cncer es asociado a la muerte, es
una expresin que asusta, pero de-
bemos distinguir entre tumores cu-
rables e incurables.
Poseer este librito, que se puede
consultar en todo momento, cierta-
mente facilita el contacto con la en-
fermedad; las informaciones, da-
das antes de que se verifiquen
eventuales efectos colaterales, ayu-
dan a disminuir el ansia cuando se
presentan problemas como los re-
lacionados con quimioterapias y
radioterapias.
Gracias al opsculo, los pacien-
tes y los familiares aprecian la
competente atencin de parte de
mdicos y de las asociaciones; el
hecho de encontrarse en una situa-
cin comn hace disminuir el cli-
ma de alarma y los ayuda a aceptar
la nueva realidad.
Las informaciones son propor-
cionadas con un lenguaje sencillo e
inmediato, accesible a todos; asi-
mismo, el texto es ilustrado y se
busca desdramatizar por medio de
dibujos.
En el 2002-2003 nuestros folle-
tos informativos han sido objeto de
un protocolo de de investigacin
denominado Experimentacin so-
bre la Informacin a los Pacientes
y a sus Familiares (R. Passalacqua
et al. Cremona) que se ha desarro-
llado en 38 estructuras oncolgicas
italianas. La finalidad era verificar
si proporcionar informaciones re-
almente constituyese una ayuda
para los pacientes oncolgicos y
para sus familiares. Los resultados
han sido muy positivos: el 20% de
los pacientes informados reducen
el nivel de ansia, la depresin y hay
de su parte una mejor aceptacin
de la enfermedad.
Cuando la enfermedad alcanza
un estadio en el que paciente ya no
reacciona a los cuidados conven-
cionales, se puede y se debe recu-
rrir a los cuidados paliativos, nun-
ca se debe pronunciar la frase ya
no hay nada que hacer, se puede
proseguir suministrando frmacos
para sostener el fsico, practicar la
terapia del dolor y brindar una
fuerte ayuda afectiva, psicolgica
y espiritual. El objetivo es alcanzar
una calidad de vida sostenible
para los pacientes y para sus fami-
liares.
Ya sea durante el normal trans-
curso de la enfermedad, pero sobre
todo cuando el empeoramiento se
vuelve irreversible, el enfermo de-
be ser considerado en su entorno
familiar; todas las componentes es-
tn implicadas activamente en el
proceso de la enfermedad.
En el pasado se buscaba aislar al
enfermo y se perciba a la familia
como un peso, mientras actual-
mente, sobre todo en las estructu-
ras ms evolucionadas, se implica
cada ms a la familia cuya partici-
pacin constituye una ayuda fun-
damental.
Durante el perodo incluso muy
largo cuando se encuentra en el es-
tadio terminal de la enfermedad, el
paciente tiene necesidad de la cer-
cana de los familiares para poder
vivir su condicin lo ms serena-
mente posible, circundado por los
afectos ms queridos.
Frente al sufrimiento del parien-
te enfermo, los familiares pueden
aumentar el estado de ansia, tanto
por el temor de la prdida de la per-
CRISTINA CALABRESI
7.5 Cuidados paliativos y familiares
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
sona querida que por el surgimien-
to de muchas dificultades de carc-
ter prctico o a veces econmico.
Adems, en el empeoramiento
de la patologa, puede suceder que
por su reticencia o incapacidad de
relacionarse, los amigos se alejen
determinando el aislamiento de la
familia que corre el riesgo de ce-
rrarse en el microcosmos de la en-
fermedad.
Por esta razn, es importante es-
cuchar a los parientes, compartir
con ellos el dolor y aliviarlos en
parte de las ansias con un apoyo
participado y competente, de modo
que se instaure una atmsfera de
aceptacin, colaboracin y relativa
serenidad.
Es necesario estimular la colabo-
racin entre el personal sanitario,
adecuadamente preparado, y la fa-
milia; es oportuno humanizar al
mximo dicha relacin: el apoyo y
la consolacin a la familia son in-
dispensables; si el ncleo familiar
es liberado de las numerosas difi-
cultades prcticas y psicolgicas
con las que debe compartir cotidia-
namente, ser capaz de estar junto
al enfermo en el mejor de los mo-
dos, evitando as que se sienta
abandonado.
En la actualidad se puede evi-
denciar progresos en algunos de
los ms adelantados sectores hos-
pitalarios, donde el papel funda-
mental de la familia es reconocido
como elemento constante de ayu-
da, consuelo material y afectivo,
insustituible para el pariente afligi-
do de tumor.
Para concluir, es nuestro deseo
que la actitud de escucha y de aten-
cin hacia el paciente y su entorno
familiar se desarrolle y se vuelva
fundamental en el cuidado de los
enfermos oncolgicos y termina-
les, que la humanizacin se difun-
da cada vez ms de parte de los
mdicos, de enfermeros especiali-
zados, de psiclogos y de asocia-
ciones de voluntariado; y en parti-
cular estas ltimas con mucha pa-
sin logren llenar los vacos insti-
tucionales, ayudando a infundir va-
lor y esperanza incluso en las situa-
ciones ms difciles.
Sra. CRISTINA CALABRESI
Presidente de la Fundacin
Federico Calabresi,
Roma
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146
LOS CUIDADOS PALIATIVOS
Premisa
El ttulo que se ha asignado a mi
ponencia me ha hecho reflexionar.
Lo considero un pequeo test: se ha
unido a psiclogos y asistentes so-
ciales y se les ha colocado dentro de
un tratado nico, quizs como signo
que dichos roles profesionales son
percibidos como poco diferencia-
dos y poco definidos. El test reve-
la que en Italia, en el mbito de los
cuidados paliativos estos dos pape-
les toda va estn buscando Una co-
locacin ms precisa.
Psiclogos y asistentes sociales
corren el riesgo de ser considerados
como optional cuando la Unidad
de Cuidados Paliativos sufre la in-
fluencia y est presionada por exi-
gencias de budget econmico y por
la tendencia de reducir los cuida-
dos paliativos a una medicina pa-
liativa. La tendencia a considerar-
los como un optional queda confir-
mada por la investigacin realizada
en Italia por la Agencia para los
Servicios Sanitarios regionales y
por la Fundacin Nacional Gigi
Ghirotti entre el 2001 y el 2003 re-
ferente a las necesidades en los
cuidados paliativos (www.assr.it).
En una muestra de 461 agentes de
cuidados paliativos, provenientes
de 31 Centros (hospice, asistencia
domiciliaria, asistencia a nivel de
consultorio, day-hospital), han res-
pondido 14 psiclogos y 9 asisten-
tes sociales: un nmero muy limita-
do. Si excluimos de esta muestra a
los voluntarios, obtenemos un por-
centaje de psiclogos equivalente al
3,9%. Este dato es confirmado por
los resultados de un censo reciente
(noviembre 2004) divulgado a la
prensa por la Sociedad Italiana para
los Cuidados Paliativos (SICP): de
5000 agentes de cuidados paliativos
en Italia, 200 son psiclogos (4%).
En esta ponencia me limito a mi
experiencia profesional como psi-
clogo. No tengo ni competencia ni
ttulo profesional para hablar sobre
el papel que desempea el asistente
social. De todos modos, manifiesto
mi estima a los asistentes sociales,
a su precioso trabajo de mediacin
entre la persona con enfermedad en
la fase terminal, la familia y las ins-
tituciones. Su intervencin es im-
portante en el proceso de activacin
de los recursos presentes en la red
de cuidados paliativos que final-
mente comienza a difundirse en
Italia.
Mi discurso sobre la renovacin
del psiclogo en los cuidados palia-
tivos se divide en dos partes.
En la primera parte resumo las
funciones tcnicas que generalmen-
te el psiclogo desarrolla o debera
desempear.
En la segunda, me detengo sobre
algunas funciones poco estudiadas,
que es preciso valorar en vista de
una innovacin del papel del psic-
logo.
Funciones tcnicas del psiclogo
en los cuidados paliativos
Debo hacer una premisa en lo
que se refiere a las funciones tc-
nicas.
En Italia, los psiclogos que tra-
bajan en el mbito de los cuidados
paliativos se pueden encontrar en
contextos y situaciones muy dife-
rentes entre s. En efecto, pueden
obrar tanto en hospice como a do-
micilio, en centros de escucha co-
mo en hospital, en consultorio o en
day hospital. Pueden formar parte
del equipo o ser especialistas exter-
nos consultados de vez en cuando, y
cuyo papel corre el riesgo de ser
por as decir medicalizado si
se les pide que intervengan exclusi-
vamente en momentos de crisis o de
emergencia. Pueden ser exclusiva-
mente habilitados a ejercer la profe-
sin de psiclogo o tambin espe-
cializados en psicoterapia. Entre los
expertos de ciencias psicolgicas
que podemos encontrar en el mbi-
to de los cuidados paliativos conta-
mos tambin con mdicos que tie-
nen una formacin en psicologa y
con los psiquiatras. Considerando
estas diferentes contingencias, po-
demos identificar 7 funciones prin-
cipales: supervisin de grupo; ase-
soras individuales a los agentes,
participacin en las reuniones de
equipo, coloquios con los familia-
res del paciente, coloquios con los
pacientes, formacin permanente,
investigacin.
1. Supervisin de grupo: el psic-
logo puede efectuar encuentros de
grupo de los miembros del equipo
de cuidados paliativos y de los vo-
luntarios, para facilitar la expresin
de emociones y la participacin de
experiencias. De este modo contri-
buye a prevenir el sndrome del
burn out.
2. Asesora individual a los agen-
tes: el psiclogo puede ofrecer apo-
yo o supervisin individual a agen-
tes del equipo sometidos a stress
particulares o en crisis.
3. Participacin en las reuniones
de equipo: durante las reuniones del
equipo puede manifestar su parecer
para mejorar la asistencia o afrontar
una situacin problemtica en el
plano comunicativo o emocional.
4. Coloquios con los familiares
del paciente: el psiclogo puede
mantener coloquios con la familia
reunida o en forma individual con
un familiar en varias fases de la
asistencia: durante la visita de eva-
luacin inicial (generalmente junto
con el mdico, el enfermero o el
VITO FERRI
7.6 Pastoral de los cuidados paliativos:
Psiclogos y asistentes sociales
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DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
asistente social), o peridicamente
durante la etapa de asistencia o en el
luto.
5. Coloquios con los pacientes:
esta funcin se encuentra en debate
en Italia. Algunos modelos de asis-
tencia consideran fundamental la
intervencin directa del psiclogo
en el proceso de cuidados al pacien-
te; otros modelos lo excluyen. En
general, el psiclogo interviene s-
lo ante la solicitud hecha por el pa-
ciente, pero esto no ocurre fcil-
mente en contextos culturales en los
que el psiclogo es considerado co-
mo el doctor de los locos o cuan-
do el paciente no cuenta con una in-
formacin adecuada sobre las fun-
ciones y el papel del psiclogo.
6. Formacin permanente: el psi-
clogo puede comprometerse en la
formacin permanente de los agen-
tes profesionales y de los volunta-
rios de cuidados paliativos. El obje-
tivo general es afirmar las compe-
tencias bsicas relacionales y de co-
municacin.
7. Investigacin. La investiga-
cin cientfica se ha convertido en
una actividad fundamental en los
cuidados paliativos desde cuando
estos han superado el estadio de
vanguardia. El pisclogo est lla-
mado a dar su aporte de investiga-
dor, tanto en una ptica de integra-
cin de las competencias para me-
jorar el proceso y de los xitos del
tratamiento, como en la investiga-
cin especfica de las dinmicas
psicolgicas, afectivas y relaciona-
les que caracterizan la fase final de
la vida.
Una nueva perspectiva:
el psiclogo como garante
Tratemos de ampliar la perspec-
tiva.
Consideremos lo que denomino
el alma de las funciones tcnicas
apenas mencionadas, aquel valor
aadido que hace que cada una de
las funciones mencionadas sean
una peculiar y exclusiva competen-
cia del experto de la psique, que se
ha formado a lo largo de aos de es-
tudio de disciplinas psicolgicas, de
trabajo sobre s mismo y de trabajo
supervisado, adems de un incesan-
te aprendizaje junto al hombre que
muere (Ferri, 2001a).
La misma presencia integrada y
activa del psiclogo en el equipo de
cuidados paliativos desarrolla una
funcin silenciosa, pero cargada de
eficacia simblica. La obra del
psiclogo asume tambin el valor
de smbolo, de vector dinmico de
significado.
Iniciemos considerando al psic-
logo como garante de la integrali-
dad. Sobre este concepto, en el ao
2003 pude confrontarme con la psi-
cloga Marie De Hennezel durante
su visita a la Fundacin Nacional
Gigi Ghirotti. Por primera vez le es-
cuch definir al psiclogo de cuida-
dos paliativos como garante de la
totalidad. Totalidad ya que nada
puede ser banal frente al sufrimien-
to y a la muerte. No se puede redu-
cir y simplificar la experiencia de la
enfermedad y del sufrimiento. El
psiclogo tiene la tarea de mantener
en alto el valor de la integralidad.
Debe ser capaz de identificar las di-
nmicas que animan varias situa-
ciones y diferentes contextos. Ga-
rantizar la totalidad quiere decir
ser sentinela y defensor de la glo-
balidad contra las tendencias reduc-
cionistas y banalizantes; contra las
tendencias a detenerse en la superfi-
cie de los pedidos de la persona mo-
ribunda; significa poner la propia
profesionalidad como puntal contra
los empujes a una excesiva simpli-
ficacin; contra todo lo que obliga a
la riqueza de lo cualitativo a en-
trar en el embudo de lo cuantitati-
vo; contra la tentacin, presente en
la formacin en cuidados paliati-
vos, a minimizar, volvindolo se-
cundario, el severo tamiz del saber
ser, cediendo demasiado a la se-
ductora reproducibilidad estandari-
zada del saber y del saber ha-
cer.
Marie De Hennezel habla tam-
bin del psiclogo como garante
de afectividad dentro del equipo de
cuidados paliativos. Cuenta con los
instrumentos para poder compren-
der cuando en el equipo hay algo
que no funciona, cuando las emo-
ciones agradables que siguen a la
satisfaccin de las necesidades se
ven aplastadas por emociones y
sentimientos desagradables, que in-
dican necesidades insatisfechas y
frustradas. Las emociones y las ne-
cesidades pertenecen a dimensiones
y procesos a menudo subterrneos,
enmascarados, que escapan a la
conciencia de los agentes. El psic-
logo que recibe del grupo el manda-
to de garante de la afectividad pue-
de jugar un papel importante para
prevenir el sndrome de burn out,
para prevenir conflictos internos
dentro del grupo y para promover la
expresin de emociones agrada-
bles.
De Marie Bernard Chicaud
(1998) tomo la idea de que el psic-
logo es el garante de la identidad
de la persona que sufre y de su au-
tonoma de eleccin. Garantizando
la identidad de la persona, el psic-
logo reconoce y respeta la unicidad
de las elecciones, de los deseos, de
la historia personal. Colocndose
como garante de la identidad, el psi-
colgo favorecer en la persona la
expresin de la autenticidad de su
estar; la ayudar a protegerse de
etiquetas e identidades construidas
e impuestas por el contexto cultural
que quiere verla estigmatizada co-
mo un enfermo terminal o un
Karnofsky 40. Por consiguiente,
garantizar la identidad es funda-
mentalmente una prctica del res-
peto de la persona, una adaptacin a
su unicidad: Al entrar en contacto
con la persona que sufre escribe
la psicloga S. Geraci al referirse a
su experiencia en los cuidados pa-
liativos en esta tentativa de ha-
cerme todo para todos, como afir-
ma S. Pablo, me doy cuenta que a
menudo hago como el agua, que to-
ma la forma del recipiente que la
contiene mientras transmite sus
propiedades vitales con respeto y
discrecin (Geraci, 2000, p.13).
El psiclogo tiene tambin la ex-
traordinaria oportunidad de encon-
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
trar la realidad del alivio y de ac-
tuar como garante del alivio vivi-
do (Ferri, 2003; 2004). Los cuida-
dos paliativos no tienen la capaci-
dad de cancelar totalmente el sufri-
miento: de hecho lo pueden sus-
pender, calmarlo, evitando el
dolor denominado intil; por tan-
to, los cuidados paliativos deben
garantizar el alivio. Cada uno de
nosotros varias veces ha vivido la
experiencia del alivio en el curso de
su existencia; pero durante los cui-
dados al final de la vida, la expe-
riencia del alivio alcanza un valor
ms sobresaliente que en otras cir-
cunstancias y se verifica con mayor
frecuencia de lo que puede aparecer
a simple vista. Existen alivios gran-
des y evidentes pero son raros; son
mltiples aquellos pequeos, dis-
cretos, ntimos. Ms que lograr el
alivio (por el ejemplo el efecto cal-
mante de un frmaco analgsico), el
psiclogo puede garantizar el ali-
vio vivido, favoreciendo en el en-
fermo y en su familiar la conviccin
de encontrarse en un estado de ali-
vio cuando lo experimenta. El psi-
clogo ofrece a la persona la oca-
sin para reconocer y habitar ple-
namente el alivio, con el fin de gus-
tarlo mientras lo experimenta en ese
preciso momento; el alivio plena-
mente gustado y vivido se vuelve
terreno frtil para acoger semillas
de esperanza: Si he probado alivio
ahora, podr probarlo ms adelan-
te. El alivio allana el camino a la
esperanza y al psiclogo le corres-
ponde estar alerta para captarla en
su estado inicial y compartirla: La
esperanza, en efecto, no puede ser
dada, slo se comparte (Brusco,
1995, p.127). En mi experiencia cl-
nica he constatado que cuando ms
la persona es consciente y partcipe
del proprio alivio, tanto ms es ca-
paz de probar esperanza y manifes-
tar una actitud de apertura mental
y un estado de nimo confiado.
Finalmente, inspirndome en el
pensamiento de Viktor Frankl
(1977) considero que el psiclogo
que trabaja en el mbito de los cui-
dados paliativos se puede caracteri-
zar tambin como garante del sig-
nificado. El psiclogo que sabe
ser garante del significado, pone
en marcha en s una competencia o
mejor una dote que debera ser
transversal, comn a todos los que
ofrecen cuidados paliativos: la sen-
sibilidad a la dimensin espiritual
del homo patiens (Ferri, 2001b).
Ser garante del significado no quie-
re decir el que sugiere significa-
do, sino acogerlo sin prejuicios o
filtros racionalizantes cuando la
persona asistida lo descubre o trata
de captarlo.
Recuerdo la historia de Mara, 68
aos, una mujer sencilla, fsicamen-
te frgil, sola, que muy joven haba
dejado su aldea de origen en Cerde-
a para venir a Roma y dedicarse a
trabajos humildes. Mara se enfer-
m de cncer. Durante seis aos vi-
vi afligida por sufrimientos debi-
dos a la enfermedad, a diecinueve
intervenciones quirrgicas, a quizs
cuantos ciclos de quimioterapia.
Como don de mi vida profesional y
humana tuve la oportunidad de
acompaarla en sus ltimos tres
aos hasta la muerte. Muchas veces
me preguntaba qu significado tu-
viese la vida para esta mujer, me
preguntaba en silencio, despus de
cada visita a domicilio y despus de
cada llamada telefnica. En los pri-
meros cinco minutos del encuentro
Mara se lamentaba de sus dolores,
pero luego afrontaba otros temas,
tena siempre preguntas precisas so-
bre la salud de quien la asista. De-
claraba que amaba a todos sus n-
geles, a los profesionales y a los
voluntarios que la circundaban. El
dolor, difcilmente controlable por
los frmacos, la atormentaba da y
noche, pero sus gemidos modera-
dos pedan un amoroso calor huma-
no, que ella compensaba con una
serie infinita de les quiero mucho,
sois ngeles, mis ngeles. Por pri-
mera vez en su vida Mara se senta
rodeada de personas que se ocupa-
ban de ella. Se trataba de una expe-
riencia totalmente nueva para ella.
Precisamente de la grave condicin
de su enfermedad Mara sacaba su
sentirse importante. Al ser toma-
da en consideracin en cuanto en-
ferma de cncer le di un significa-
do para su vida. Yo estaba con ella
para custodiar con sagrado respeto
este significado, nuevo, de valor,
para legitimarlo, tenerlo vivo y ga-
rantizarlo.
Dr. VITO FERRI
Psiclogo, psicoterapeuta, socilogo
Fundacin Nacional Gigi Ghirotti
Miln, Italia
Bibliografa
BRUSCO A. (1995), Esperanza y acompaa-
miento pastoral, en Varios Autores, Speranza
dove sei? Le immagini della speranza nel mon-
do della salute, Camilliane, Torino, pp.119-
132.
CHICAUD M.B. (1998), trad.it. La crisi della
malattia grave, Borla, Roma, 2000.
FERRI V. (2001a), Centralidad de las nece-
sidades en la relacin de cuidado. Las necesida-
des de los psiclogos, en Livia Crozzoli Aite,
Sar cos lasciare la vita, Paoline, Milano,
pp.64-68.
FERRI V. (2001b), El acompaamiento es-
piritual del enfermo en su fase terminal, en Li-
via Crozzoli Aite (por), Sar cos lasciare la vi-
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FERRI V. (2003), La vivencia del alivio, en
Centro de escucha psico-social Ghirotti
(por), Il sollievo. La cura del dolore in tutte le
sue dimensioni, Angeli, Milano, pp.19-37.
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farmaco, en Janus, n.13, pp.128-132.
FRANKL V.E. (1977), trad.it. La sofferenza
di una vita senza senso, Elle Di Ci, Torino,
1992.
GERACI S. (2000), El psiclogo en los cui-
dados paliativos. Descubrimiento de la humani-
dad escondida en una profesin, Gigi Ghi-
rotti Notizie, ao XVI, n.4, pp.12-13.
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149
DOLENTIUM HOMINUM N. 58-2005
A menudo se dice: Lourdes,
son los enfermos!. Y se aade:
Ocuparse de los enfermos es tarea
de los enfermeros y de las enfer-
meras. Es verdad que el Santuario
Notre Dame de Lourdes constituye
quizs el nico lugar de peregrina-
cin en el mundo que cada ao
acoge a 80,000 peregrinos enfer-
mos o minusvlidos y a ms de
200,000 enfermeras o enfermeros
para acompaarlos, acogerlos, ser-
virlos. De modo que este elevado
lugar de peregrinacin como es
Lourdes, es tambin un lugar faro
de voluntariado al servicio de los
que sufren.
Tampoco hay que dejar de poner
de relieve que cuando un hombre o
una mujer estn afligidos por una
enfermedad y se van en peregrina-
cin a Lourdes, se trata de una ten-
tativa que no est ligada directa-
mente a la de los cuidados paliati-
vos. Esto es verdad. Por tanto no
debemos olvidar que, al final del
siglo XIX, la tentativa de los pri-
meros peregrinos enfermos que se
dirigan a Lourdes era una prctica
extraordinaria. Entonces cesaban
todos los cuidados, a quien sufra
se le proporcionaba solamente los
cuidados necesarios para que estu-
viera cmodo, y era entregado en
manos de los voluntarios cuyas
atenciones hacan posible la expe-
riencia de la peregrinacin a la
Gruta de Massabielle. Estudiando
este aspecto a menudo desconoci-
do de Lourdes, podemos ver una
prctica que prefiguraba los cuida-
dos paliativos que conocemos
hoy? Afrontar este aspecto ahora
nos alejara del tema que debemos
desarrollar.
A la luz de lo que se vive en
Lourdes, deseo delinear el perfil
que podra ser el de un voluntario
en una unidad de cuidados paliati-
vos que responden a la pregunta:
Quin es? Luego, tratar de de-
finir la accin de este mismo vo-
luntario en una unidad de cuidados
paliativos: qu hace?. En fin,
apoyndome en mi experiencia y
testimonio de lo vivido en Lour-
des, propondr alguna pauta que
permita a cada voluntario ocupado
en una unidad de cuidados paliati-
vos realizar mejor su servicio.
Quin es el voluntario?
Las sabias comunicaciones que
vosotros habis compartido en es-
tos tres das me permiten decir an-
te todo lo que no es el voluntario
presente en una unidad de cuida-
dos paliativos.
Este voluntario no es ni un m-
dico, ni un miembro del personal
sanitario. Ysi tiene una competen-
cia en el mbito de la medicina, no
es bajo este ttulo que l est pre-
sente en la unidad de los cuidados
paliativos. Por tanto, no forma par-
te del personal sanitario ni bajo
uno u otro ttulo sin embargo es-
t involucrado por la salud corpo-
ral de la persona enferma que est
cerca de l. No es un psiclogo, sin
embargo la salud del que acompa-
a es importante para l. No es un
asistente mdico-social y sin em-
bargo estas intervenciones particu-
lares a favor de la persona son muy
importantes para l.
Asimismo, el voluntario no es
un sacerdote. Sin embargo se preo-
cupa de la salud espiritual de la
persona enferma y de su fin lti-
mo. No es un religioso o religiosa,
pero interviene poniendo en mar-
cha un acercamiento cristiano del
trmino de la vida.
El voluntario presente en una
unidad de cuidados paliativos no es
necesariamente un miembro de la
familia o un amigo o un vecino del
enfermo. Sin embargo, tiene a pe-
cho la salud afectiva de la persona
enferma hasta el punto de esforzar-
se para hacer todo lo que est en su
poder con el fin de favorecer en to-
do lo posible un clima relacional.
Por tanto, el voluntario no es un
especialista de una de las partes
que forman la persona enferma.
Por el contrario, es alguien que se
interesa de la persona enferma en
su globalidad.
De hecho, el voluntario est pre-
sente en una unidad de cuidados
paliativos porque all un hombre
sufre y sus das estn en peligro.
En el momento en que la muerte
hace inexorablemente su obra en el
cuerpo de la persona enferma, el
voluntario se coloca de la parte de
la vida. Es un apstol de la vida,
con su presencia recuerda el miste-
rio de la vida, su belleza, su precio.
Como indica su nombre en fran-
cs (Bnvole, literalmente: aquel
que desea el bien), el voluntario es
el que desea el bien del otro. Desea
lo mejor para los dems. Esto
acontece en una gratuidad total.
No recibe ni salario ni recompensa
ni compensacin. Est all para do-
nar su tiempo, su persona, para en-
tregarse acompaando a la persona
enferma.
Para definir en trminos positi-
vos al voluntario presente en una
unidad de cuidados paliativos, po-
demos decir que l es un hombre
de la relacin que se funda en la
eleccin de la vida, anclada en la
defensa del hombre y en la vo-
luntad de ayudar al hombre a vivir
hasta su ltimo respiro. La rela-
cin de acompaamiento de la per-
sona que sufre se vuelve as rela-
cin con las dems personas que
rodean a la persona enferma.
Hombre de la relacin de acom-
paamiento, el voluntario sin em-
bargo no est slo en el servicio
que realiza. En efecto, el volunta-
rio forma parte primero de un
equipo de acompaadores volun-
RAYMOND ZAMBELLI
7.7 El voluntariado: nuevo acercamiento
en la pastoral de los cuidados paliativos
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LOS CUIDADOS PALIATIVOS
tarios, que puede ser sustituido en
una asociacin o en el servicio de
la Iglesia.
Por lo dems, a menudo inter-
viene bajo este ttulo. Por tanto,
tiene una vida unida a su actividad
del voluntario. Est impulsado por
la fe, guiado por una tica, est al
servicio de una conviccin. La
oracin, la reflexin, la formacin,
la comparticipacin contribuyen a
hacer de l lo que es. Luego, en su
calidad de voluntario, est integra-
do de modo ms o menos explcito
en el equipo que circunda a la per-
sona enferma que se beneficia de
los cuidados paliativos. Junto a los
mdicos, al personal sanitario, a
las dems intervenciones, l tiene
su lugar especfico.
Que hace el voluntario?
En una unidad de cuidados pa-
liativos, el voluntario es el encar-
gado de acompaar a la persona
enferma que ha llegado al trmino
de su vida: se vuelve compaero
del que sufre. El mora en su com-
paa. Le hace compaa. En cier-
ta forma, comparte el pan de aquel
que es su compaero. Pan del su-
frimiento. Pan de las preguntas, a
menudo pan de la angustia.
Para lograr caminar con la per-
sona que acompaa, el voluntario
se pone al ritmo, al paso, a la altu-
ra de la persona enferma. Est
atento para alcanzar al otro en su
realidad, en su capacidad, en su es-
pera. No impone nada, acompaa.
No se impone, es una presencia.
No dispone del otro, le deja el pri-
mer puesto.
Este acompaamiento es hecho
de respeto, de discrecin y de es-
cucha y es este a priori que hace
que el voluntario considere que la
persona enferma es incluso ms
importante de s mismo.
Para una actitud de este tipo, el
voluntario permite una calidad de
relacin de la que cada instante es
precioso porque la vida no tiene
precio. De modo que el acompaa-
miento no slo tiene una asistencia
que conducira a una relacin uni-
lateral. No se trata pues, de una re-
lacin donde uno sera activo y el
otro pasivo, sino ms bien de una
relacin que es un encuentro entre
las dos personas. Pero ciertamente
esta relacin no se inicia fcilmen-
te por la evidente desimetra. En
efecto, uno de los dos se caracteri-
za por la fuerza del otro, al contra-
rio de la debilidad. De modo que el
seguimiento de una persona que
vive el ltimo perodo de su vida
en una unidad de cuidados paliati-
vos puede semejarse a la relacin
entre un padre y su nio de pocos
aos, a la de un maestro con un jo-
ven alumno. Es una relacin que
hay que considerar en el tiempo,
con la preocupacin por aquel que
est en una posicin dominante de
aplicar a su situacin presente, pe-
ro transitoria, las palabras de Juan
Bautista: Es necesario que l
crezca y no que disminuya.
Este encuentro entre el volunta-
rio y la persona enferma se inscri-
be en una historia. El tiempo recu-
pera su importancia, porque cada
visita conserva una referencia con
la precedente y determina la visita
que seguir. La duracin permite
la instauracin de la confianza.
Entonces, cada uno puede iniciar a
ser lo que es ms all de su debili-
dad, de su fragilidad, de su preca-
riedad, y ms all de su necesaria
reserva, de su indispensable pudor,
de su inmenso respeto por el otro.
De modo que, entrando lenta pe-
ro realmente en la realidad de su
humanidad herida a muerte, la per-
sona enferma podr vivir mejor el
instante presente a la luz del lti-
mo instante. En efecto, en esta fase
de la relacin, la perspectiva de la
muerte no es ms lo que frena, que
neutraliza, que paraliza, en una pa-
labra que impide vivir. Por el con-
trario, este ineluctable vencimien-
to de la muerte, en cierto sentido es
lo que hace vivir, apreciando en su
justo e infinito valor el instante
presente. De su parte, el voluntario
entra entonces en la fase donde,
tambin l puede donar lo mejor
de s mismo.
En esta fase, la relacin de
acompaamiento de una persona a
la fin de su vida en una unidad de
cuidados paliativos puede tener
una nueva dimensin. En efecto, el
encuentro que vive el voluntario y
la persona enferma abre a uno y a
otro la capacidad de vivir otros en-
cuentros.
Para el voluntario es su puesto
en el equipo de acompaamiento
que se encontrar reforzado y ten-
dr todo su peso. Por tanto, l es
ahora miembro para todos los
efectos de este quipo. El mismo
voluntario ser reconocido por el
entourage familiar de la persona
enferma, no slo por su disponibi-
lidad, su entrega, su amabilidad,
sino tambin por lo que es. Forma
parte de su historia y an despus
que la muerte habr hecho su obra,
la familia seguir recordndolo y
demostrndole reconocimiento y
simpata.
Para la persona enferma, esta fa-
se de la relacin, que abre al en-
cuentro con los dems, le permitir
mirar de modo diferente a las per-
sonas que lo rodean y a todas que
han tenido importancia en su vida.
An hay espacio para otro tipo de
relacin. Es el momento de perdo-
nar y es el momento en que puede
ser posible pedir perdn. Es el mo-
mento en que la persona enferma
que llega a las cercanas de la muer-
te puede hacer verdad en su vida.
Por otro lado esto se puede hacer
concreto simplemente, a travs de
algn gesto particular, basta una
palabra precisa para vivir una ver-
dadera liberacin que se convierte
en alivio para la conciencia y paci-
ficacin en lo profundo de corazn.
Poco a poco que la relacin del
voluntario y de la persona enferma
se profundiza, la persona enferma
se unifica. Su pasado, su presente
y su futuro pueden ser asumidos en
Dios, porque son asumidos por la
presencia de Cristo en esta rela-
cin.
Gracias a su relacin con el vo-
luntario, para la persona enferma
ser menos difcil considerar el fu-
turo, es decir hablar de su muerte
como encuentro con Dios. De mo-
do que, por la calidad de la rela-
cin que l entabla con la persona
enferma, el voluntario puede pre-
pararla a encontrar a Dios. Visto
que para el voluntario la persona
enferma es apertura a Cristo, ser
Cristo mismo que prepara al gran-
de paso a quien a travs de su
muerte vivir el encuentro para el
que Dios lo cre.
Este es el lugar particular que
puede corresponderle a un volun-
tario en una unidad de cuidados
paliativos, seguro de que l nunca
est solo. En efecto, cada uno cir-
cunda a su modo a la persona que
sufre, segn los propios medios y
en funcin de su competencia y de
sus implicaciones.
Pero el voluntario es en cierto
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sentido el que recapitula todas las
buenas intenciones que las dems
personas interesadas tienen hacia
la persona enferma.
En esto su papel es nico y nece-
sario.
Cmo mejorar el servicio
del voluntario?
Es la dimensin comunitaria de
su servicio que permitir que el
voluntario progrese. De la Iglesia
l recibir siempre la necesaria
formacin. De su grupo, l recibir
continuamente un particular tacto
que podr ser siempre redefinido.
De la unidad de los cuidados palia-
tivos en la que ofrece su servicio,
aprender cada vez ms la verdad
y la humildad de su accin.
Pero esto no es posible sino a
travs de la vida personal del vo-
luntario. Su relacin con Cristo y
la autenticidad de su vida cristiana
condicionan toda su accin. Su re-
lacin con la vida, hecha de asom-
bro y de accin de gracia, le permi-
tir ser cada vez ms un servidor
amante y celoso de la vida. En fin,
ms crecer su deseo de santidad,
ms podr hacer presente a Aquel
que es Santo. El voluntario permi-
tir tambin que el enfermo que se
prepara a morir, entre cuando lo
querr Dios, en la experiencia de la
curacin y de la santificacin ver-
dadera que Cristo ha venido a tra-
ernos: la Resurreccin.
Conclusin
Estoy muy agradecido con uno
de mis cohermanos de Lourdes, el
Padre Rgis Marie de la Teysson-
nire, capelln general de la Hos-
pitalidad de Notre-Dame de Lour-
des, por haberme proporcionado
datos sobre el tema que he tratado
ante vosotros.
Hablando tambin de la rela-
cin del voluntariado y de la per-
sona enferma en una unidad de
cuidados paliativos, yo pienso en
todos los enfermeros y enfermeras
de Lourdes que acompaan con
tanta generosidad, entrega y abne-
gacin a peregrinos incluso en fin
de vida. Ya sea que se trate de las
peregrinaciones francesas, o de
Lourdes Cancro Speranza de las
peregrinaciones italianas, o de las
de Unitalsi, los voluntarios de
Lourdes viven estas palabras de
Bernadette Soubirous: Es tal el
honor de ocuparse de una persona
enferma, que no se espera otras re-
compensas. Son estas las pala-
bras que pueden ayudar a cada vo-
luntario en una unidad de cuida-
dos paliativos.
P. RAYMOND ZAMBELLI
Rector del Santuario
Notre-Dame de Lourdes
Francia
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www.healthpastoral.org - e-mail: [email protected]
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