Copyright © 2014 Abby Mujica
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eBook
Primera Edición: Agosto 2014
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informático, ni su transmisión en cualquier forma o medio, sin permiso previo de la titular
del copyright. La infracción de las condiciones descritas puede constituir un delito contra la
propiedad intelectual.
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier
semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Dedicatoria: A mis queridas Lau Rojas, Andreina Díaz y Dubraska Solorzano que con sus
comentarios en Facebook me animan a que siga escribiendo. ¡Va para vosotras!
“De algo hay que morir” Dijo el gato que se enamoraba por séptima vez
Anónimo
“Amé tanto a mi amada, que lo
hice aun más allá de la muerte” Abby
Mujica
Alexandro Milán era uno de los mejores abogados de toda Venezuela.
Era guapo, inteligente e intimidante. Mitad venezolano, mitad español. ¿Quién
lo podría decir? Las chicas llovían a su alrededor, ya que era un morenazo en
todo regla. Cabello color café y ojos negros rasgados. A veces llevaba una
barba bastante sexy color castaño y otras veces iba sin ella. Pero fuera como
fuera, era totalmente sexy. Medía 1,90 y tenía unos bíceps de Dios Griego.
Llevaba más de cinco años siendo abogado, y ahora tenía su propio bufete,
Milán&Milán. Pero claro, como todo excelente abogado tenía sus momentos
de dudas, o de caídas. Esa tarde, el guapo abogado, se rascó la frente
frustrado. Cinco expedientes leídos y ninguno resolvía el maldito caso. Estaba
a punto de perder el caso, y no dejaría que todo aquello pasara. Su cliente era
la víctima de todo aquello, y su trabajo era meter a ese hijo de puta entre las
rejas, y Alexandro Milán nunca se daba por vencido. Era viernes, y lo único
que le apetecía era ir a un club a tomarse un Jack Daniel's o un Vodka. El día
en la oficina había estado insoportable; había muchos casos que aún no se
resolvían y eso lo tenía de malhumor. Por otro lado estaba la irritante y
fastidiosa, Vanesa Pérez, su ayudante, pero una muy, muy tediosa ayudante.
No hacía más que insinuársele cada vez; maldita mujer, y eso también lo
cabreaba bastante. Algunos abogados que allí trabajaban le tenían un poco de
envidia por eso, pero ninguno llegaba a entender lo fastidioso que era tener a
una perra loca por sexo justo al lado, revoloteando a su alrededor cada maldito
segundo. No podía negar que Vanesa Pérez era hermosa, lo era; pero no era su
tipo. Él prefería un poco menos altivas y sin tanto silicón en el cuerpo.
Vanesa entró a la oficina con más expedientes en la mano y una sensual
sonrisa en el rostro que casi hacía que Alexandro vomitara. Sobre todas las
cosas, ella quería tirarse a su jefe. Tenerlo en su cama jadeando y rogando
porque ella le diera más. Pero sabía que su jefe no estaba interesado en ella.
Poco la veía y sus miradas en vez de transmitir que deseo transmitían asco. Él
sin hacer contacto visual con ella, miró la hora. Las cinco y cincuenta de la
tarde. Perfecto. Hora de irse. Se pasó la mano por el pelo frustrado al ver
cómo la señorita Pérez movía su trasero de un lado al otro. ¿Acaso esa mujer
no tenía respeto por si misma? No, no lo tenía. Pero era lógico. Vanesa podía
tener a cualquier abogado en su cama, pero al único que quería era a su jefe.
Pero no lo tendría. Ella también sabía que muchas de las trabajadoras del
bufete miraban a Alex con un toque de lujuria en los ojos, pero estaba segura
de que él tampoco se fijaba en ellas, eran muy poca cosa.
Alexandro dio un largo suspiro y después dijo:
—Gracias, Vanesa; pero no los necesito. Puede irse a casa ahora mismo.
Su turno ha terminado. Que tenga una feliz tarde.
—Señor, lo entiendo, pero Sabrina me dijo...
—No me interesa lo que la señorita Rodríguez le haya dicho. Aquí el
jefe y dueño del bufete soy yo. Retírese, por favor —le cortó Milán
malhumorado.
Vanesa rodó los ojos con frustración y con ganas de sacarle la lengua a
su pesado y sexy jefe, salió del despacho a grandes zancadas. Cuando él se
cabreaba le daba más ganas de hacerlo suyo, aunque sabía que si alguna vez lo
tenía dentro de ella, no iba hacer de esa forma. Una vez cuando estuvo fuera
del despacho de su jefe, cerró la puerta de un golpe y se juró que la próxima
vez lo seduciría. Alex al ver que estaba solo se levantó de su escritorio, tomó
sus cosas, se colocó su saco y también salió de su despacho.
Caminando por el pasillo se topó con José Domínguez, uno de sus
colegas más preciado y el segundo abogado más importante del bufete.
—¿Ya te vas? —le preguntó José.
—Sí, es viernes. Además, vendré mañana de todos modos. Voy por
unas copas, ¿te me unes?
—Eso suena tentador, Alexandro. Me uno a ti. ¿Ya le dijiste a Vanesa
que viniera mañana?
—No, y no quiero que venga. Tengo más que suficiente de su dosis
acosadora toda la semana. Es una descarada y una mal educada. Se insinúa
todo el tiempo, y ni siquiera lo mínimo que ella quiere va a pasar. Así que es
mejor liberarme de ella sólo por un día —Domínguez abrió los ojos extrañado
mientras que Alex tomó aire y prosiguió—. No puedo creer que ella me
pareció buena ayudante hace dos meses. Ahora sólo quiero deshacerme de ella
y de su culito necio. En serio, no puedo creer como ustedes aquí la pueden
soportar, yo sólo quiero deshacerme de ella.
—No puedo creer que seas tan bobo como para hacer tal cosa —le
reprochó Domínguez—. Vanesa Pérez es linda; además, tiene un cuerpazo de
portada de una revista, que no se lo quita nadie. Es muy sexy.
—Lo que digas, José. A mí simplemente me parece repugnante. Si
quieres te la doy. Digo, te la paso como tu nueva ayudante o asistente; lo que
sea. Sólo quiero desasearme de ella —replicó Alexandro.
—Bueno, si lo dices en serio, te doy a mi asistente. Y tú me das a
Vanesa. Mm, así trabajaré mejor —dijo José lamiéndose los labios.
—Eso es repugnante, amigo —dijo Milán poniendo mala cara—. Esto
no es un mercado de carne. O eso es lo que dicen las mujeres cuando ven que
desean a alguien que está fuera del alcance; algo así es. No sé por qué quieres
a la señorita Pérez, pero adelante. Es problema tuyo.
—Hombre, porque tiene un cuerpo de infarto. Eres el único que no la
aprovecha —la cara de Alex no expresaba nada de nada—. Katherine, mi
asistente aún está aquí. Podría llamarla, presentártela y que ustedes hablen de
los cambios que van hacer. Yo me encargo de avisarle a la señorita Pérez
quién es su nuevo jefe. Me gustará mucho hacerlo.
Alexandro se limitó a asentir con la cabeza. José dio media vuelta y
caminó hasta su oficina. Alex no le quitaba el ojo de encima al lugar. Bastaron
cinco minutos para que el señor Domínguez apareciera con una linda dama de
cabello color castaño, grandes ojos marrones oscuros, labios color rosa que le
daban tono a su cara y un cuerpo color café. Ella llevaba un Nescafé en su
mano derecha y con la otra jugaba con su cabello. Al estar cerca de ella, su
cuerpo esparcía el dulce aroma de un café. La linda dama, aleteó sus largas y
profundas pestañas mirando a José. Éste al ver lo bobo que estaba Alex, dijo:
—Alexandro, ésta es Katherine Soler, es muy buena asistente personal
—volviéndose a la chica continuó—. Katherine, él es tu nuevo jefe, Alexandro
Milán, dueño de éste bufete. Aunque, aquí la mayoría le llamamos Alex.
Queda de él si te permite o no llamarlo así. Desde ahora trabajarás con él. No
conmigo. Espero que no te incomode los cambios tan repentinos, pero son
necesarios. Osea que ya no estarás en mi oficina sino en su despacho o donde
él te ubique.
Katherine miró a Alexandro y su mano tembló. Aunque llevara un traje
de ejecutivo, el cual por cierto le quedaba muy sexy, al señor Milán se le
notaban unos bíceps de Dios Griego. Temblando ante tanta belleza junta, trató
de mantener la mano firme para no derramar su mochaccino. Dios, por fin se
había liberado del bobo y baboso Domínguez y le había tocado un Dios del
Monte Olimpo como jefe. Y además, el dueño del bufete. No podía pedir más.
—E-Es un placer conocerlo, señor Milán —titubeó Amanda
ofreciéndole su mano para estrechársela.
—Lo mismo digo, señorita Soler —dijo él estrechándole la mano. Alex,
al pronunciar el apellido de la linda dama, se recordó a su tierra—. Disculpe la
indiscreción señorita, pero su apellido no me suena muy venezolano. ¿Su
familia es de otro país?
—S-Sí. Bueno, no toda mi familia. Mi papá es de Cádiz, España. Y mi
madre es de aquí, de Barquisimeto. Soy Amanda Soler Hernández.
—Mi familia también es de España —dijo Alex orgulloso—. Mi mamá
es de Andalucía y mi padre de Madrid.
Katherine se sonrojó y sus mejillas adquirieron un hermoso tono rosa
muy suave. Alexandro respiró hondo para no perder la razón, se acomodó el
traje y continuó:
—Bueno, mañana la necesito aquí a las ocho de la mañana. Ni un
minuto más, ni un minuto menos. Soy muy puntual con mis trabajos. Espero
que no tenga planes para el fin de semana. Tendrá su propia oficina junto a mi
despacho. Mañana mismo podrá trasladar sus pertenencias hacia ese lugar.
Espero contar con usted, señorita Soler.
—Como usted quiera, señor Milán.
Alejandro apenas era consciente de que ella iría al bufete al día
siguiente. Sólo podía mirar los hermosos labios de Amanda. Disimulando un
poco, miró el reloj que estaba en su muñeca y fingiendo estar retrasado se
despidió. No quería que ella se diera cuenta de donde estaban sus ojos.
—Ya es tarde, he de irme. ¿Vienes, José? —éste asintió—. Bueno, fue
un placer conocerla, señorita Soler. Puede irse a casa. Necesitará descansar;
mañana le espera un día movido de trabajo —mirando a la ventana y viendo
que estaba oscureciendo dijo:—. Que tenga una muy buena noche, señorita
Soler.
—Igualmente usted, señor Milán.
Katherine Soler caminaba a las afueras del bufete Milán&Milán. Para
ser viernes, Barquisimeto estaba muy tranquila, llamativa, fresca y hermosa.
Sacó su teléfono y marcó el número de su amiga Emma.
—Hola, guapa mía.
—Hola cariño, ¿cómo estás?
—Muy bien, ¿y tú? Acabo de salir del trabajo y adivina qué. Tengo un
nuevo jefe. Por fin me liberé del baboso de José.
—¿En serio? Felicidades por eso. Yo estoy bien. De copas con el poli.
—Uy, eso promete. Antes de que se me olvide, trabajo mañana. Desde
las ocho de la mañana hasta no sé qué hora.
—Eso es un abuso, mi niña. Yo que tu reclamara.
—Pero no cambia nada, igual nos vamos a ver —la animó Katherine
porque sabía que Emma se había molestado un poquillo.
—Pues claro que nos vamos a ver, sino voy hasta que tu nuevo jefe y te
saco yo mismita de allí.
Katherine rió, Emma era una mujer algo loca y muy especial, y
española hasta los tuétanos.
—Calla, calla. Además, mi nuevo jefe está de infarto. Muy sexy.
—Oh, pero ya sabía que eras una descarada total. Ahora te bucearás al
jefe cada vez que pases por su despacho.
—¿En cuál club están? —preguntó ella cambiando de tema. Sabía que
si continuaban hablando de lo rico que estaba el jefe, no llegarían a ningún
lado—. Tal vez me anime a ir de copitas con ustedes.
—Estamos en el Country Club, ¿sabes cuál es?. Soy turista. Perdóname.
Además, no sé la dirección exacta.
—Ya, lo ubico, sé cuál es. Voy a casa me cambio de ropa y te envió un
mensaje de texto si voy. Y me avisas si no se han movido de allí.
—Vale, te esperamos, guapa mía. No nos moveremos de aquí. Océano
de besos para ti.
—Sí, besos para vosotros.
Katherine Sofía colgó la llamada y tomó un taxi hasta su casa. Gracias
al cielo no había mucho tráfico y puedo llegar temprano. Al llegar a su
pequeño apartamento —que en realidad era bastante pequeño. Una pequeña
cocina, dos habitaciones, un mini baño, un cuadrado que era su sala de estar, y
un pequeño balcón en la ventana de la sala y en su cuarto—, dejó sus cosas en
la mesa del comedor y fue a su habitación. Se sacó los zapatos, se puso las
chanclas, tomó su toalla y se fue al baño. Después de bañarse, volvió a su
habitación y escogió un lindo vestido de jeans que acentuaba su linda figura,
decidió dejar su cabello rizado suelto, aplicó un poco de polvo compacto,
rímel y lápiz, un poco de rubor en sus mejillas y un lindo brillo en sus labios.
Todo eso sin exagerar el maquillaje. No quería verse como un payaso. Tomó
su cartera y salió de casa. Hacía una noche preciosa, muy hermosa y que
prometía bastante diversión. Ya los crepúsculos habían caído y la noche se
encendía.
Al salir de su casa, llamó a Emma para saber si seguían allí y ella le dijo
que sí, que la estaban esperando. Tomó un ruta hacia el club y en cuanto llegó
llamó a su amiga para avisarle que estaba allí.
—Katherine, pero sí estás guapísima. Sólo mírate. Pareces una diosa.
—Gracias, guapa. Hola, Dereck.
—Hola, Katherine. ¿Vamos por unas copas?
—Claro, querido. Para eso he venido.
Pasaron la noche disfrutando unos vodkas y bailando sin parar. Ya a las
nueve de la noche los tacones le empezaron hacer efectos los tacones a las
chicas. Y el alcohol también. Katherine sabía que debía irse ya. Iba a trabajar
al día siguiente y no podía presentarse ante su nuevo jefe con una resaca
tremenda. Katherine Sofía miró a su amiga y ésta bailando respondió:
—Ve a bailar con el tío de la barra que desde ahora te está mirando.
Después que bailes con el nos vamos. Lo prometo.
—Ésta me la pagas caro, Emma. Carísimo.
—Sí, sí, te la pago caro, ahora ve a bailar con él.
Katherine rechinó los dientes y caminó hacia la barra. Tomó aire y tocó
el hombro del hombre moreno que estaba de espalda. Éste se volteo sonriente
al ver que era la morena a la cual le estaba haciendo ojitos desde el comienzo
de la noche. Tomó la mano de la linda dama, Dios era suave muy suave.
—Hola —susurró ella ruborizada.
—Así que sí notabas mis miraditas. Me alegro que te hayas acercado.
Ella volvió a ruborizarse y él con una amplia sonrisa en sus labios, sin
soltarse de la mano de ella se levantó y le dio una vuelta al compás de la
música. La linda dama, sonrió tímidamente y se dejó llevar.
De repente, el DJ, hizo un cambio de música. Dejó de sonar los clásicos
merengues, para que apareciera una hermosa canción, un tanto tipo balada, la
cual era muy hermosa.
—¿Bailas? —le preguntó el moreno a Amanda.
—Sí, encantada.
Café para olvidar, azúcar para mis heridas
un tiempo para curar las penas del alma mía
esencia del placer, corriendo vas entre mis venas
mi mente borrándote, el corazón que me condena.
Sorbo a sorbo me desconozco,
me pierdo en el aroma de un café...
Café tus ojos, café tu piel, café el deseo que no se fue
café tu pelo, tu caminar, café tu cuerpo que ya no está. Café tus ojos, café tu
piel, café el deseo que no se fue
café tu pelo, tu caminar, café tu cuerpo que ya no está.
En ese momento, sólo se sentían el cuerpo de aquellos morenos,
bailando al compás de la música. La mano del moreno rodeaba la cintura de
Katherine Sofía, estrechándola junto a su cuerpo.
Se derramó el café, presagio de dolor y pena
la mancha se quedará así como la tristeza,
y sorbo a sorbo me desconozco,
me pierdo en el aroma de un café.
Siguieron bailando, tanto que se olvidaron donde estaban y quienes
eran. Era todo tan mágico, tan único.
Café tus ojos, café tu piel, café el deseo que no se fue
café tu pelo, tu caminar, café tu cuerpo que ya no está. Café tus ojos, café tu
piel, café el deseo que no se fue
café tu pelo, tu caminar, café tu cuerpo que ya no está
Café tus ojos, café tu piel.....
En el mismo café, en la misma ciudad
yo quiero otro café para olvidar.
Cuando terminó la canción Katherine se separó de él, y rápidamente vio
a su amiga quien le hacía más seña que un faro en medio de la noche. Era hora
de irse, y ni siquiera sabía el nombre del morenazo.
—Tengo que irme, lo siento. Mañana trabajo y estoy aquí con unos
amigos, y tenemos que irnos. Lo siento.
—¿En serio? Qué lástima. Al menos dime tu nombre.
—Katherine Sofía —gritó por encima de la música y además, ya estaba
lo bastante lejos de él.
—Alexandro Milán —le gritó de vuelta.
Mierda, mierda y más mierda. Alexandro Milán, ¡su jefe! Había bailado
y coqueteado con su jefe. ¿Cómo lo miraría de ahora en adelante? ¿Él la
habría reconocido? ¿O habría pensado que era otra chica? No podía ser, no
quería perder su único trabajo, y lo único que le faltaba es que su jefe la
hubiera conocido y al día siguiente estuviera temprano en casa porque se
encontrara despedida. Eso era peor que estar con él baboso de José.
—Hey, Kate, ¿por qué estás tan callada? —le preguntó Emma.
Katherine Sofía la fulminó con la mirada. ¿Por una vez en su vida
Emma no podía dejar de hacer tantas preguntas?
—Es mi jefe —susurró ella de vuelta a regañadientes.
—¿Quién es tu jefe?
—El moreno con el que bailé. Él es mi jefe. Mi sexy y actual jefe, con
quien iré a trabajar mañana. ¿Me habrá reconocido?
—Estás de broma.
—Desearía estarlo, pero no.
—Bueno, haz como si nada haya pasado. Lo que pasó en el club, se
queda en el club. Tú actúa normal.
Y eso hizo Katherine Sofía, con una enorme resaca y con varios Atamel
en su cuerpo, fue valiente a la oficina. Llegó a las ocho en punto de la mañana
y su sorpresa fue que Alex ya estaba en la oficina. Ignoró todas las indirectas
que le hacía Alexandro, concentrándose al mil por mil, en su trabajo. Al
llegar el momento de trasladar sus pertenencias hacia su nueva oficina, se
sintió un poco más cómoda, ya que no tenía a su jefe revoloteando a su
alrededor. Rápidamente se hicieron las doce del medio día y el tiempo pasó
volando para la suerte de la linda dama. No pasó mucho rato para que Alex
tocara la puerta de la oficina de Katherine y ella nerviosa la abriera.
—¿Todo bien, señorita Soler? —le preguntó él acercándose más a ella.
—Muy bien, señor. ¿Desea algo?
—En realidad sí, necesito hablar un par de cosas con usted.
Katherine se puso pálida de golpe. Mi madre, ¿qué le iba a decir? ¿Tal
vez le iba hablar sobre lo que había sucedido la noche anterior o le iba hablar
sobre un tema de trabajo? Uy, uy. Eso no pintaba nada bien.
—Siéntese por favor, no la voy a despedir —Katherine se sentó en unos
de los muebles que había en la oficina y Alexandro prosiguió—. Sé que usted
bailó conmigo anoche. Y también sé que no sabía que era yo.
—Lo siento yo...
—No tiene nada de que disculparse. Al contrario, le iba a decir que me
gustó bailar con usted. Esa canción es hermosa, y la describe perfectamente a
usted —Katherine soltó un suspiro que denotaba un gran alivio. No lo iban a
despedir, ¿pero qué bobadas estaba diciendo su jefe?—. Fuera de eso, le tengo
una propuesta. No es nada de trabajo.
—¿C-cómo qué? —preguntó ella alarmada.
—Es usted una mujer muy linda. No lo dude. Y yo necesito quitarme a
una asquerosa garrapata de encima. Lo que le quiero proponer es que finja ser
mi novia. Yo a cambio le pagaré por eso. Lo que usted quiera.
—¿Usted cree que soy una prostituta?
—No dije eso. En ningún momento he pensado eso. Jamás.
—¿Y a qué viene su propuesta? Con todo el respeto señor Milán, ¿cree
que me puede comprar con su dinero? No, yo valgo más que eso__ Katherine
tomó aire porque ya se le iba a poner la cara verde de la furia. Y ella que
pensaba que al no tener a José Domínguez como jefe todo le iba a ir mejor—.
Además —añadió—, el dinero no lo compra todo.
—Mil disculpas, señorita Soler. No quería que lo interpretara de esa
forma. Pero de verdad necesito ese insignificante favor.
—Señor Milán, usted me propone esto y no tiene ni idea si tengo pareja
o no. Creo que ha debido pensar eso antes.
—¿La tiene? ¿Tiene pareja?
—No, no la tengo. Pero ese no es el punto —lo miró a los ojos y se
perdió en su hermosura. Maldito hombre.
—En serio le pagaré lo que sea. Sólo por un mes. Se lo prometo.
—¿Tan desesperado está? —él no respondió—. Bueno, está bien.
Principalmente quiero aclarar que no hago este tipo de cosas. No soy una puta,
y no me vendo así de fácil, pero algo me dice que si no lo hago perderé mi
trabajo y con la crisis que hay no lo quiero perder. Necesito que el dinero entre
a mi bolsillo para pagar las cuentas. Lo hago por mi trabajo, yo por usted,
señor Milán. Al final de todo acordaremos la paga. Pero nada de manoseos.
Besos cuando sea necesario y nada de acordar “citas”. Lo toma o lo deja.
—Lo tomo. Gracias por aceptarlo. Y reitero, no es usted una puta.
—Claro que sé que no lo soy. Pero le advierto, esto no será tan fácil,
guapo. La chica se va a poner hecha una furia. Y no me gustan los líos.
***
Y así pasaron las semanas. Aunque Amanda no le quisiera admitir, la
había pasado de maravilla. Darle celos a la señorita Vanesa Pérez, era lo mejor
que había hecho en su vida. Todo había pasado tan rápido, y ya su acuerdo iba
a expirar. Katherine Sofía había besado a Alexandro un par de veces, y cada
vez que lo hacía, era con una gran pasión. Habían salido una sola vez, para
que su relación pareciera real. Al final, ella había rechazado la paga de todo
aquel teatro. Dijo que era un favor de amigos, porque al final se habían
llevado muy bien, y admitió que se había divertido un poco ayudándolo.
Una tarde Alexandro invitó a almorzar a Kate. Ella aceptó gustosa y
fueron a un restaurante. Allí hablaron de algunos casos que tenían esa semana,
mientras comían unos ricos vegetales salteados y cuando el camarero les puso
el champán en la mesa, Alex alzó la copa y dijo:
—Por nuestra amistad. Y por tu ayuda.
—No es nada, Alexandro. Ya te lo he dicho miles de veces. Brindemos
por nuestra amistad. Eres un buen hombre.
—Hasta que la muerte nos separe.
Ella se atragantó. ¿Qué era todo aquello?
—Esas son las palabras que dicen los novios cuando se van a casar.
—Punto para usted, señorita Soler. Pero, no necesariamente tiene que
ser por eso. Una amistad dura eternamente y los amigos pueden decir eso. Por
eso brindo por nuestra amistad —alzando la copa la miró—. Hasta que la
muerte nos separe.
—Hasta que la muerte nos separe —y chocaron las copas.
Alexandro empezaba a sentirse atraído por Katherine, pero nunca lo
había dicho. Llevaban tan poco tiempo conociéndose que si se lo decía ella
saldría corriendo espantada. Pero lo que él no sabía, es que Kate sentía lo
mismo por él. Pero ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso. Tal vez,
por eso su amor nunca iba a tener un comienzo o sí...
Todo había pasado tan rápido, después de toda aquella actuación. Ya
Vanesa andaba con otro hombre, gracias a Dios. Y Alexandro y Katherine se
veían bastante a menudo. Salían a comer o a jugar bolos. Claro, todo como
amigos, pero ambos sabían que había algo más allá de aquella amistad.
La vida es corta, y hay que disfrutarla tanto como sea posible. Nunca se
sabe el día en que vayas a morir, y desgraciadamente la muerte puede estar a
la vuelta de la esquina. O simplemente cruzando una calle.
Era viernes; ese día Katherine iba saliendo de la oficina con una cara
feliz. Se estaba llevando muy bien con Alexandro. Eran como unos amigos
inseparables. Muy buenos amigos. Aunque Emma le había dicho que no se
encariñara con él y tal, pero Katherine Sofía sólo decía que eran muy buenos
amigos y era un pequeño favor. Emma le insistía por el bien de ella, pero hizo
caso omiso. Como siempre, Kate —como sus amigos le decían por cariño—,
era un poco terca. Bueno, era muy terca.
Ese mismo día Alexandro pensaba comentarle sus sentimientos hacia
ella, pero había desechado ese pensamiento tan pronto como pudo. Lo dejaría
para una ocasión mejor. Cuando fueran a comer o algo así. No se lo podía
decir al frente de su bufete, no era lo bastante romántico, así que la dejo ir.
La linda dama miró para ambos lados. Estaba a las afueras de
Milán&Milán. No había muchos carros en la avenida y hacía una tarde un
poco sola. Amanda miró para ambos lados y no vio ningún carro que se
aproximara, aunque si estaba uno un poco lejos.
—¡Kate! —le gritó Alex desde lo lejos.
Ella volteó y lo saludó con la mano. En ese momento un camión tocó
corneta y Katherine volvió a voltear. Tenía en el camión justo al frente de ella.
El camionero no la vio y se la llevó por delante.
—¡Katherine Soler! —volvió a gritar Alexandro. El camión ya había
pasado por encima de ella. Las lágrimas de Alexandro empezaron a correr por
sus mejillas. ¡No, no, no. Eso no podía ser!
Vio como su chica estaba tirada en el suelo, llena de sangre y toda
desfigurada. ¡Era culpa de él! ¡Era un estúpido por haberla dejado ir! Debió
haberle confesado su amor en esa misma ocasión, no haberla dejado morir allí
mismo, tirada como Dios sabe quién. No podía creer que había perdido la
oportunidad de estar con ella, de demostrarle su amor y lo mucho que le
importaba. Pero anteriormente había tenido bastantes oportunidades, y no
había aprovechado ninguno. La vida era tan injusta, le había arrebatado a su
amor, a la única chica que le pareció lo bastante hermosa para tener una vida
con ella. Eso no era posible.
—No, nena, por Dios. Este no puede ser tu final. ¡No!
La noche caía a las afueras del bufete Milán&Milán, las sirenas del
carro de policías sonaba más cercas y una ambulancia también. Alexandro
lloraba a chorros. No podía creer que había fallecido su amor, su vida.
Nunca lo había admitido, la amaba; se había enamorado de ella. Y ahora
Katherine está muerta justo al frente de él.
Siempre hay algo más allá de la muerte, ¿pero el amor pude continuar
en el paraíso o en el infierno?
Regalo para el lector
Me desperté vestida de blanco. Ya no sentía dolor alguno y el único
recuerdo que tenía en la cabeza era la cara de Alexandro. Mi Alexandro. Lo
amaba con toda mi alma. No le había dicho lo que sentía por él, así que
esperaba estar en un hospital para poder hacerlo. Yo... no puedo recordar gran
cosa, sólo que iba cruzando la calle y un camión estaba cerca de mí. Sólo eso
puedo recordar. ¿Una persona puede morir instantáneamente? Quizá sí, quizá
no. Demonios, debí tomar ese curso de medicina forense para ver si eso es
probable. Cerré los ojos un momento y después los volví abrir. Traté de mover
mis extremidades y éstas respondieron a lo que mi cerebro pedía. Pude verme
y no tenía ni una sola gota de sangre, y el dolor que sentía horas antes había
desaparecido. Decidí mirar a mí alrededor. Sí, quizá estaba en el hospital. Pero
no... Aquel lugar era pulcro y sagrado. Habían árboles por todos lados y flores.
Pajarillos que volaban de un lado al otro y se escuchaba el murmullo del
arrollo. No, no estaba en ningún hospital. ¿Pero dónde estaba?
Decidí levantarme y vi que de mi cuerpo salía un resplandor con cada
paso que daba. Cada vez entendía menos. Todo era tan complicado. Observé
cómo caminaba, y era como si con cada paso que daba mis pies no tocaran el
suelo, sino que parecía que yo estuviera caminando por el aire. ¿Acaso este
era un sueño del cual iba a despertar muy pronto?
Caminé hacia adelante, sin ningún rumbo hasta que me topé con
alguien. Era más alto que yo, llevaba como un vestido ceñido a su cuerpo,
pero a su vez no era un vestido. También llevaba un cinturón dorado y tenía
unas enormes alas blancas que salían detrás de sus brazos. Sí, debo estar
soñando, pensé cada vez más confundida.
—Bienvenida al paraíso. Soy el Ángel Gabriel.
¿Qué? Esto debe ser una broma de muy mal gusto, ¿estoy muerta? ¿Es
posible que este yo muerta? No, no. Necesito otra oportunidad de vivir.
—¿De verdad estoy muerta? —le pregunté en voz baja. No podía ser.
No ahora. No podía dejar a Alexandro.
—Desde hace un par de horas. Estás entre la vida y la muerte.
¿Qué? ¿Entre la vida y la muerte? No podía ser.
—¿Hay alguna forma de que vuelva a la Tierra? Yo... No puedo dejar a
Alexandro. Se supone que tengo cosas que decirle.
—Y él tiene cosas que decirte a ti, lo sé. Pero yo no puedo hacer nada,
ni siquiera Dios puede; esto sólo depende de ti.
—¿De mí? Pero, ¿qué debo hacer?
—No lo sé. No puedo contestar tu pregunta. Pero ahora lo sabrás.
El ángel se apartó y se abrió una gran puerta. De pronto sentí un dolor
en el pecho que me hizo caer de rodillas. Era la hora de escoger, aunque no
sabía muy bien cómo hacerlo. ¿La vida o la muerte?
¿CONTINUARÁ...?