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Vida y Doctrina de Grandes Economistas, Robert L. Heilbroner, Cap. V y VI

Robert L. Heilbroner Vida y Doctrina de Grandes Economistas Cap. V y VI Historia de la formación del Socialismo Utópico y sus mayores exponentes. Historia del surgimiento de la doctrina de Carlos Marx, El Capital, y su crítica al capitalismo.

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Vida y Doctrina de Grandes Economistas, Robert L. Heilbroner, Cap. V y VI

Robert L. Heilbroner Vida y Doctrina de Grandes Economistas Cap. V y VI Historia de la formación del Socialismo Utópico y sus mayores exponentes. Historia del surgimiento de la doctrina de Carlos Marx, El Capital, y su crítica al capitalismo.

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Vv EL BELLO MUNDO DE LOS SOCIALISTAS UTOPICOS No resulta dificil comprender la razén de que Malthus y Ri- cardo llegasen @ concebir el mundo con tintes sombrios, La Tn- glaterra del decenio de 1820 era un lugar sombrio para, viviri Fabia salido triunfante de una larga guerra en Europa, solo para verse enzarzada en el interior del pais en una lucha atin peor. Era evidente para todo aquel que quisiera mirar que el lozano sistema de la industria fabril estaba creando y amontonando un Gébito social de temibles proporciones y que no era posible dife- tir indefinidamente el momento en que habria que pagar la fac- tora, La verdad es que el relato de las condiciones imperantes en del trabajo en las fabricas resulta tan horrendo, que escalofrfa al lector modemo, The Lion, periddico radical de aquel entonces, publico el aio 1828 la increfble histo- Hla de Robert Blincoe, el cual formaba parte de un grupo de Sehenta nifos pobres enviados a trabajar en una fabrica de Lowd- ham, Nifios y nifias, cuya edad oscilaba alrededor de los diez afios, eran azotados noche y dia no solo cuando come pequefia falta, sino igualmente como recurso para estimular su Tanguideciente laboriosidad. Sin embargo, la vida en Lowdham resultaba bastante humanitaria comparada con la que Hevaban en tina fabrica de Litton, a la que Blincoe fue transferido més tarde. Los nifios, en Litton, les disputaban a los cerdos las zurrapas en Ia attesa eran tratados a puntapiés y a pufetazos y ultrajados sexualmente; su patrono, un tal Ellice Needham, se daba el esca- lofriante placer de pellizcar a los muchachos en las orejas hasta aquellos primeros tiempos fan alguna 134 que la ufia de un dedo se juntaba con la de! otro a través de la carne. El capataz de la fabrica era atin peor. Colgé a Blincoe por las mufiecas sobre una méquina, de modo que tuviera que mante- ner las piernas dobladas por Ia rodilla, y Iuego fue cargéndole fuertes pesos encima de los hombros. El muchacho y los demés que con él trabajaban tenfan que permanecer casi desnudos en to més crudo del invierno, y les fueron limados Ios dientes, de- talle este que tiene todo el aspecto de un refinamiento sddico. Sin duda alguna que esa horrenda brutalidad constitufa la ex- cepcién y no la regla; en realidad sospechamos que el relato ha sido embellecido con un poco de celo por parte del reformador. Pero aun descontando la exageracién, el relato refleja con so- brada elocuencia aquel clima social en que actos de tan cruel inhumanidad eran aceptados como si formasen parte de un orden natural de cosas y—lo que tiene importancia todavia mayor— como asuntos en los que nadie tenfa por qué intervenir. No era cosa extraordinaria la jornada de dieciséis horas de trabajo, lo que obligaba a los trabajadores a salir de sus casas a las seis de Ja mafiana, a fin de dirigirse a pie a las {4bricas, para regresar @ aquellas a las diez de la noche. Para coronar tamafia indig- nidad, hab{a muchos patronos que no permitian a sus obreros el evar sus relojes a la fabrica, a fin de que no pudiesen comprobar Ia extrafia tendencia a adelantarse que mostraba el tinico reloj de la misma durante los cortos intervalos dedicados a las comi- das. Quizé los industriales mds ricos .y previsores lamentasen tales excesos; pero sus encargados de fdbrica y los competidores afanosos los vefan, segtin parece, con mirada indiferente, No eran tinicamente los horrores de las condiciones de tra- bajo la causa tnica del malestar. Existfa una verdadera fiebre de maquinismo, y este equivalfa al desplazamiento de la-mano de obra por el acero insensible. Ya el aiio 1779 una muchedumbre de ocho mil trabajadores habfa asaltado una fabrica y la habia reducido a cenizas en loca venganza de su frfa e implacable e cacia mecénica; y hacia el afio 1811 se producfa por toda Ingla- terra una oleada de protestas semejantes contra la tecnologia. Las provincias estaban punteadas de fabricas destruidas, corriendo la voz, después de cada incendio, de que «Ned Ludd habfa pasado por allfs: Y eso porque, segtin rumores, las actividades de las chusmas estaban dirigidas por cierto rey Ludd o general Ludd. 135 Esto, claro estd, era falso, Los «ludditas», cual se les llamaba, estaban animados de un odio esponténeo a las f4bricas, que se imaginaban como cérceles y lugares de trabajo asalariado que ellos despreciaban, Pero esa clase de disturbios produjeron en el pais un autén- tico sobresalto, Ricardo, y en esto se encontraba casi solo entre la gente respetable, reconocia que quizd la maquinaria no be- neficiaba siempre de manera inmediata al trabajador, y esta opinién fue considerada por sus admiradores como un resbalén de su gran talento. Los sentimientos de muchos observadores fueron menos refiexivos: todo aquello indicaba que las clases ba- jas se estaban desmandando y que habia que tratarlas con mano dura. Las clases refinadas vieron en todo ello una terrorffica e inminente Armageddon. El poeta Southey escribié: «Unicamente el Ejército nos libra, por el momento, de la més espantosa de todas las calamidades, de una insurreccién de los pobres contra los ricos; pero la pregunta de hasta dénde podemos confiar en el Ejército es la que yo apenas atrevo a plantearme.» Y Walter Scott, lamenténdose, decfa que «... el pais es una mina bajo nuestros pies. No cabe, pues, extratiarse de que Malthus y Ricardo fuesen profetas de calamidades y de luchas. Sin embargo, durante todo ese periodo tenebroso y contur- bado habia en Inglaterra un punto luminoso que resplandecta como un faro en medio de la tormenta, En las agrestes monta- jias de Escocia, a un dia de diligencia de Glasgow, en una regin tan primitiva que los portazgueros rechazaban al principio las monedas de oro (pues jamds las habfan visto), se alzaba gallardo el edificio de siete pisos de una fabrica en la aldeita llamada New Lanark, Desde Glasgow, por las carreteras que sub/an y bajaban por las colinas, circulaba una’ corriente continua de visitantes —veinte mil firmaron en el libro de honor de New Lanark entre Jos afios 1815-1825—, y entre esa legién de visitantes figuraban personajes como el gran duque Nicolas, que habia de ser mds tarde el zar Nicolds I de Rusia; los principes Juan y Maximiliano de Austria, y toda una bandada de comisiones parroquiales, de escritores, reformadores, mujeres sentimentales y escépticos hom- bres de negocios, 136 Lo que toda esa gente venfa a ver era la prueba viviente de que habfa algo més que hacer en Ia sociedad que la fealdad y depra- vacién de la vida industrial, y que estas no eran inevitables. Alli, en New Lanark, podian verse limpias hileras de casas de obreros, con dos habitaciones cada una, y calles en las que la basura es- taba recogida cuidadosamente en montones, a la espera de ser retirada, en lugar de cubrir el suelo de suciedad por todas partes. Y dentro de Jas fabricas se ofrecia a los ojos de los visitantes un espectdculo todavia menos corriente. Encima de cada obrero estaba colgado un pequefio cubo de madera, y los bloques esta- ban pintados de negro, azul, amarillo y blanco en las distintas caras. Los colores, en una gradacién que iba desde el mds oscuro al. mas claro, correspondfan a las distintas clases de comporta- miento: el blanco, a excelente; el amarillo, a bueno; el azul, a regular; el negro, a malo, De esta forma, el director de la f4- brica podfa ver con una sola ojeada de qué manera se estaba por- tando el equipo de trabajadores que tenia a sus érdenes. Los co- lores que predominaban eran el amarillo y el blanco. Otra de las sorpresas era que en aquellas fébricas no trabaja- ban nifios—al menos, nifios de menos de diez u once afios—, y los que trabajaban tenfan una jornada reducida a diez horas y tres cuartos. Ademds, no se les castigaba nunca; en realidad, no se castigaba a nadie, si se excepttian unos cuantos adultos, bo- rrachos incorregibles, a los que hubo que expulsar por embria- guez crénica y otros vicios por el estilo. La disciplina parecfa fruto de Ja benignidad més bien que del temor. El director de la fAbrica tenia siempre abierta a todos la puerta de su despacho, y todos podian—y as{ lo hacfan—presentar sus objeciones contra cualquier norma o reglamento. Todos podfan examinar el libro en que constaba su conducta para saber por qué razén su corres- pondiente bloque de madera figuraba con tal o cual color y re- clamar si se crefan injustamente clasificados. Pero lo més extraordinario eran los nifios pequefios. En lu- gar de verlos corriendo libremente por las calles, los visitantes los encontraban estudiando.o jugando en el amplio edificio de una escuela. Los mds pequefios aprendifan los nombres de los Arboles y de las piedras que habfa a su alrededor; los que ya eran un poquito mayores recibian lecciones de gramdtica expuestas en un friso, en el que el general Nombre disputaba con el coronel Ad- 137 jetivo y con el cabo Adverbio. No obstante, no todo era estudio, por distraido que este fuese. Los nifios reunfanse también a de- terminadas horas para cantar y bailar bajo Ja direccién de mu- jeres jévenes a las que se habia inculeado que nunca debian de- jar sin contestacién las preguntas de los nifios, que ningin nifio era malo cuando no existfa una raz6n para ello, que jamds habia que castigar al nifio y que este asimilaba con mucha mayor ra- pidez las lecciones del ejemplo que Jas del sermoneo. El espectéculo debfa de ser maravilloso y, desde luego, alec~ cionador. En cuanto a los caballeros escépticos, menos propicios que las mujeres de tierno corazén a dejarse convencer por la vista de los nifios felices, tenfan que enfrentarse al hecho irrefu- table de que la New Lanark era una empresa que producia bene- ficios, extraordinarios beneficios. Se trataba de una obra cuyo director no era solo un santo: era también un santo con sentido practice. El creador de New Lanark era, en efecto, no solo un santo préctico, sino también un santo inverosimil. Al igual que muchos de los primeros reformadores del siglo xvi, a los que lamamos socialistas utdpicos, Robert Owen, «el fildntropo mister Owen, de New Lanark», reunfa una extrafia mezcla de sentido practico y de ingenuidad, de éxitos y de fracasos, de buen juicio y de locura. Era un hombre que propugnaba el abandono del arado y la susti- tucién de este por la azada; un hombre que salié de 1a miseria y llegé a convertirse en gran capitalista, y siendo. gran capita- iista, se convirtié en violento adversario de la propiedad priva- da; un hombre que defendia la filantropfa con el argumento de que esta pagaba dividendos, y que Inego exigié Ta abolicién del dinero. Resulta dificil creer que la vida de un hombre pueda realizar semejantes zigzagueos. Esa vida comenzaba con un capftulo que parecia sacado de las novelas de Horatio Alger. Nacido en Gales bh 171 e hijo de padres pobres, Robert Owen salié de la escuela a los nueve afios pata entrar de aprendiz en casa de un pafiero gue tenfa el inverosimil apellido de MeGutfog. Owen hubiera podido seguir de pafiero toda su vida, hasta que el nombre de Ta tazén social se convirtiese en McGuffog y Owen; pero, al estilo de Jas novelas que hemos citado (que tienen siempre por héroe 138 aun hombre de negocios), prefiri6 marchar a Manchester; alli, a la edad de dieciocho afios y con un capital de cien libras pedidas en préstamo a un hermano suyo, se establecié con una mindscula empresa de fabricacién de maquinaria textil. Sin embargo, lo me~ jor estaba todavia por llegar. Cierto sefior Drinkwater, propieta- tio de unas grandes hilanderfas, se encontré una buena mafiana con que no disponfa de un encargado para su fébrica y publicd un anuncio en un periddico local solicitando aspirantes.a tal em- pleo. Owen no tenfa prdctica en hilaturas, pero -consiguié el pues- to de un modo que podria servir de texto para los incontables autores que escriben acerca de las virtudes del valor y de Ja suerte. Medio siglo mds tarde escribié Owen: ‘Me puse el sombrero y marché sin més a los escritorios del sefior Drinkwater. {Su edad? —Veinte cumpliré en mayo—fue mi respuesta. {Cudintas veces se emborracha por semana?... —¥o no me he emborrachado en mi vida—le contesté, poniéndome muy colorado por aquella pregunta que yo no esperaba. —1Qué salario quiere ganar? —Trescientas libras—fue mi respuesta, —iCudnto? {Trescientas libras!—exclamé el sefior Drinkwater—. Se han presentado esta mafiana yo no sé cudntos aspirantes, y creo ue sumando los salarios que han pedido todos ellos no se egaria a semejante cifra. —Yo no tengo que guiarme por lo que otros piden, y no puedo admitir menos—te contesté. Este rasgo, tan caracteristico de Owen, le valié el empleo. A los veinte afios se convirtié efi el joven prodigio del mundo textil: Era un mozo simpitico, de nariz bastante larga y recta, y de mirada franca, reveladora de ingenuidad. Antes de transcurrir seis meses, ya el sefior Drinkwater le ofrecié una participacién del veinticinco por ciento en el’ negocio. Esto no era sino el pre- Judio de su fabulosa carrera. Owen oyé hablar, pocos afios més tarde, de unas fébricas que estaban en venta en la pobre aldea de-New Lanark, y resultaba que dichas fabricas eran propiedad de un hombre de cuya hija.Owen estaba enamorado. Parecfa ha- zaiia imposible, tanto el adquirir las fébricas como el adquirir la mano de la muchacha, porque el sefior Dale, propietario de aque- 139 llas, era un fervoroso presbiteriano que nunca estarfa de acuerdo con las ideas librepensadoras de Owen; esto aparte del problema de encontrar el capital necesario para Ievar a cabo la compra. Sin arredrarse por nada, Owen marché a entrevistarse con Dale, tal y como lo habfa hecho con el sefior Drinkwater, y lo que pa- recia imposible quedé realizado. Tomé en préstamo el dinero, compré las fébricas y gané ademés en el trato la mano de la muchacha, Las cosas podian no haber pasado de ahf; pero antes de un afio Owen habfa hecho ya de New Lanark una poblacién distinta; antes de cinco, nadie habria sido capaz de reconocerla, y antes de diez era famosa en todo el mundo, Muchos hombres se habrian dado por satisfechos con semejante hazafia, porque ademés de conquistar una reputacién europea de filéntropo y hombre de larga visién, Robert Owen gan una fortuna que no bajaba de las sesenta mil libras. Sin embargo, no quedaron ahf las cosas. A pesar de esa as- censién metedrica, Owen estaba convencido de que, més atin que hombre de accién, era hombre de ideas; New Lanark no habia sido nunca para él un entretenido ejercicio de filantropfa, sino més bien una ocasién de poner a prueba determinadas teorfas que él habfa ido desarrollando acerca del progreso de la Huma- nidad como un todo. Owen estaba convencido de que al hombre lo hacfa su medio ambiente social y que si se consegufa cambiar el ambiente entonces se lograrfa crear ‘un auténtico parafso en la tierra, New Lanark le servirfa, como quien dice, de laboratorio para contrastar el resultado de sus ideas puestas en prdctica, y cuando vio que el éxito habfa sobrepasado a todo célculo, creyé que no habfa razén para no darselas a conocer al mundo. No tardé en presentérsele la ocasién. Las guerras napoleéni- cas se apagaron, dejando un reguero de perturbaciones. El pafs se vio arruinado por una serie de lo que Malthus habria denomi- nado vatascamientos generales»; desde 1816 hasta 1820—con ex- cepcién de un solo afio—, la situacién de los negocios fue mala. La miseria reinante amenazaba con hacer explosién; se produje- ron motines al grito de «pan y sangre, y todo el pais se vio aco- metido de una especie de ataque de loca excitacién. Los duques de York y de Kent, junto con un cuerpo de hombres descollan- 140 tes, formaron un comité que se encargé de investigar las causas de aquellos suftimientos, y, como simple medida formularia, in- vitaron al sefior Owen, el fildntropo, a que expusiera sus puntos de vista. El comité no se hallaba en modo alguno preparado para lo que escuch6. Esperaba, sin duda, un alegato propugnando la re- forma de las fabricas, porque a Owen se le conocia como defen- sor de una jornada de trabajo més reducida y de la abolicién del trabajo de los nifios. Pero, en lugar de eso, aquellos personajes vieron ante s{ un proyecto de reorgenizacién social en una escala arrolladora. Owen apuntaba la idea de que Ja solucién del problema de la pobreza estaba en hacer que los pobres produjesen. Para ello de- fend{a la formacién de caldeas cooperativas», en las cuales ocho- cientas o mil doscientas almas se organizarfan en una unidad agricola y manufacturera que se bastase a s{ misma. Las familias se instalarfan en casas que tendrian la forma de paralelogramos —palabra que se le quedé grabada inmediatamente al puiblico—, en las que cada familia dispondrfa de un departamento privado, ~ aunque compartiendo con las demés los cuartos de estancia, las "galas de lectura y las cocinas. Los nifios serfan separados de los padres a la edad de tres afios, para educarlos en un ambiente mejor, que moldearia sus caracteres y los harfa mas aptos para Ja vida futura. Las escuelas estarfan rodeadas de jardines, que serian cuidados por los muchachos de més edad, y en torno a los - jardines se extenderfan los campos, en los que las cosechas se cultivarfan, sobra decirlo, realizando el trabajo con azadas y no con atados. Lejos ya de la zona de viviendas, estaria el grupo de fébricas.En realidad, era el de Owen un proyecto de ciudad jardin planeada. | 1 El comité de personajes notables se qued6 de una pieza. No se hallaba preparado para recomendar la adopcién de semejantes comunidades sociales planeadas en una época como aquella, que el laissez faire imperaba sin trabas, Dio las gracias al sefior Owen e hizo caso omiiso de todo cuanto proponta este sefior. Pero no era cosa sencilla hacer renunciar a Owen de una idea, Este insistié en que volviera a estudiarse la aplicabilidad de sus pro- yectos e inundé a los parlamentarios con folletos en defensa de aquellos., También ahora salié triunfante en su portia. El afio 1819 141 se nombr6 un comité (en el que figuraba incluido David Ricardo) para que tratase de reunir las noventa y seis mil libras necesarias, a fin de fundar, con fines experimentales, una aldea cooperativa digna de ese nombre. Ricardo sentiase escéptico, aunque estaba dispuesto a pro- porcionar a tal proyecto una oportunidad de ensayo préctico; pero, en cambio, el pais no se mostré en absoluto escéptico: aquella idea le parecié abominable. Un editorialista se expresaba asi: «El caballero Robert Owen, filantropo hilandero..., cree que todos los seres humanos son otras tantas plantas que han per- manecido fuera de la tierra durante algunos miles de afios y que necesitan ser plantadas de nuevo en ella, Consecuente con ello, ha resuelto colocarlas en espacios cuadrados, siguiendo una nue- va moda... Creo que no hay nadie que no esté convencido de la filantropia del sefior Owen y de que trata de hacernos un gran bien a todos nosotros. Yo le pido que nos deje en paz, no vaya a resultar que nos cause grandes dafios.» Otro critico, William Cobbet, que se hallaba desterrado en Norteamérica por causa de sus ideas extremistas, se expresaba con mayor sarcasmo todavia. «Este caballero—escribié—pretende establecer comunidades de pobres..., y el resultado tiene que ser una paz maravillosa, la fe- licidad y la riqueza nacionales. Yo no veo con claridad de qué manera se las arreglar4 para evitar ojos amoratados, narices san- grantes y gorras tiradas por el suelo. El proyecto del sefior Owen tiene, cuando: menos, en su favor su absoluta novedad, porque yo creo que jamés entré hasta ahora en una cabeza humana idea tan descabellada como esa de una comunidad de pobres... {Vaya usted con Dios, sefior Owen de Lanark!» Claré esté que Owen no pens6 nunca en una comunidad de pobres. Al contrario, él estaba convencido de que los pobres pro- ducirfan una gran. riqueza si se les proporcionaba la oportunidad de trabajar, y que era facil transformar sus deplorables hdbitos sociales en hdbitos virtuosos, bajo la influencia de un medio am- biente decoroso. Y no serfan tnicamente los pobres los que se beneficiasen de ese modo. Las aldeas cooperativas resultarfan tan claramente superiores al torbellino de Ja vida’ industrial reinante, que no tenfa duda alguna de que otras comunidades seguirfan esponténeamente el mismo camino. Sin embargo, era evidente que nadie compartfa los puntos de 142 vista del sefior Owen. Las gentes reflexivas vieron en el proyecto de este una amenaza seria contra el orden de cosas establecido, y los extremistas lo tomaron por una farsa. Jamds se reunié el dinero necesario para la aldea de ensayo; pero el indomable fi- lantropo no reconocié ya freno ni obstdculo, Hasta entonces habla sido un hombre humanitario; ahora sé transformarfa en un pro- fesional del humanitarismo, Habla logrado reunir una fortuna; la dedicarfa a convertir en realidad sus ideas. Vendié su parte en la empresa de New Lanark, y el afio 1824 se lanz6 a construir su propia comunidad del futuro. Y de una manera natural eligié a Norteamérica como ambiente apropiado. ;Dénde mejor se podfa edificar una utopfa que en medio de un pueblo que desde hacia cincuenta afios gozaba de libertad? Le compré a una secta religiosa de alemanes denominada «Rappites» una extensién de treinta mil acres de tierra a orillas del rfo Wabash, en el condado de Posey, en Indiana. El dfa 4 de julio de. 1826 inauguré la empresa con una declaracién de inde- pendencia intelectual—independencia de la propiedad privada, de la religién irracional y del matrimonio—, y luego dejé que se desarrollase por s{ misma con el nombre encantador y de buen augurio de «New Harmony». ‘Aquello no podfa tener éxito, y no lo tuvo, Owen vefa en su mente una utopia que aparecerfa formada ya de cuerpo entero, y no estaba preparado para destetatla del ambiente imperfecto de Ia vieja sociedad en que aquella nacfa. No hubo planeamiento previo: en pocas semanas irrumpieron atropelladamente en ella ochocientos pobladores. Ni siquiera se tomaron las precauciones clementales para evitar fraudes. Owen fue estafado por uno de sus socios, el cual, agregando el escarnio al perjuicio, monté una destilerfa de whisky en la tierra de que se habfa apoderado inde- bidamente. Y al no encontrarse all{ Owen, surgieron comunidades rivales, una de ellas, «Macluriay, dirigida por un tal W. McClure, y otras bajo la direccién de otros disidentes. El impulso adqui- sitivo era-demasiado fuerte para dejarse sujetar por el azo de los ideales; mirando las cosas retrospectivamente, uno se asombra de que la comunidad fundada por Owen subsistiera tanto tiempo como subsisti6. Hacia el afio 1828 estuvo ya claro que aquella empresa cons- titufa un fracaso. Owen vendié las tietras (habla consumido cua- 143 tro quintas partes de su fortuna total en la aventura) y marché a exponer sus proyectos al presidente Jackson, y después a Santa Ana, en México, Los dos sefores le escucharon con un interés cortés, pero no pasaron de abi. Owen regresd entonces a Inglaterra, Seguia siendo para todos el filéntropo seiior Owen, y su carrera estaba a punto de dar un wiltimo giro. Una gran parte de la opinién piiblica se habfa mo- fado de sus aldeas cooperativas, pero sus doctrinas habfan calado muy hondo en un sector del pais: el de las clases trabajadoras. Eran los momentos en que nacfan los primeros sindicatos moder- nos, y Jos dirigentes de los hilanderos, de los alfareros y albaiiles juzgaron que Owen era capaz de ser el portavoz de sus intereses, es decir, su jefe, A diferencia de la clase social a que Owen perte- necfa, los obreros tomaron sus ensefianzas en serio, Mientras el proyecto de aldeas cooperativas era discutido por comités de respetables personajes, surgfan por todo el pais, en escala més © ménos importante, auténticas sociedades cooperativas de tra- bajadores, organizadas segtin las ideas expuestas en sus folletos: cooperativas de productores, cooperativas de consumidores, y hasta se realizaron intentos de seguir a la letra las ideas de Owen y de prescindir de la moneda, pero se malograron. Las cooperativas de productores fracasaron sin excepcién, y los trueques sin dinero acabaron igualmente en quiebras, aunque sin pérdidas de dinero, Pero hubo un aspecto del movimiento cooperative que eché rafces. Veintiocho hombres abnegados, que adoptaron el nombre de «Rochdale Pioneers», iniciaron el movi- miento cooperativo de consumidores. Esto era para Owen cosa de interés accesorio, pero, andando el tiempo, Tlegé a constituir una de las grandes fuentes de energia del Partido laborista de la Gran Bretafia. Resulta curioso que el movimiento en que menos interés puso Owen haya sido el que sobrevivid a todos los de- més proyectos a los que consagré su corazén y sus energfas. Owen no disponia de tiempo para dedicarlo a las cooperati- vas, por la plausible razén de que al regresar de Norteamérica concibié el proyecto de una inmensa cruzada moral y se lanz6 a ella con su vigoroso y caracteristico desenfreno. El que antafio fuera muchacho pobre, en otro tiempo capitalista y después ar- quitecto social, reunfa ahora en torno suyo a los ditigentes del movimiento de la clase trabajadora. Bautizé su proyecto con 144 un nombre que lo rodeaba de gran respeto, llamdndolo Gran Liga Moral Nacional de las Clases Productoras y Utiles. Pronto hubo que abreviar el nombre, dejindolo reducido al de Gran Liga Na- cional de Profesiones Organizadas, y como atin asf resultaba un trabalenguas, quedé finalmente resumido en el de Gran Liga Na- cional. Los Iideres de las trade unions se concentraron bajo esa bandera, y asf fue como, el afio 1833, se puso oficialmente en mar- cha el movimiento de las clases. trabajadoras inglesas. Fue una liga de 4mbito nacional, precursora de las trade unions o sindicatos industriales de nuestros dias. El numero de afiliados ascendia a medio millén—cifra gigantesca para entonces—, y dentro de ella quedaron incluidos virtualmente todos los gremios o sindicatos ingleses de alguna importancia. A diferencia de los sindicatos modernos, sus finalidades no se limitaban a las horas de trabajo, salarios y prerrogativas de intervencién en la marcha de las fabricas. La Gran Liga Nacional no seria timicamente un instrumento de mejora social, sino también de cambio social. Y por eso su programa venfa a ser una mezcolanza de ideas ex- traidas de los escritos de Owen. Ademéds de salarios y condicio- nes de trabajo mejores, se hablaba en tal programa de aldeas cooperativas, abolicién del dinero, etc. Owen recorrié el pais en defensa de su causa decisiva, Fue un gran fracaso, Si los Estados Unidos no estaban preparados para las aldeas paradis(acas, tampoco Inglaterra lo estaba para las trade unions o sindicatos nacionales. Los sindicatos locales se velan impotentes para controlar a sus miembros, y las huel- gas locales debilitaron el gran cuerpo nacional. Surgieron diver- gencias entre Owen y sus lugartenientes; estos Je acusaron de atefsmo, y él les eché en cara que fomentaban el odio de clases. Intervino el Gobierno con violencia y espfritu de venganza, tra- tando de quebrantar aquel movimiento que iba creciendo por instantes. Las clases patronales vieron en la Gran Liga Nacional el toque funerario de las campanas doblando por la propiedad privada, y apremiaron a que se persiguicse a aquella echando mano de las leyes antisindicales. No era posible que un movi-+ miento todavfa adolescente resistiera a unos ataques tan furio- sos. La Gran Liga estaba ya muerta antes que hubieran trans- currido dos afios, y Owen, que ya tenfa sesenta y cuatro, habia representado su tiltimo papel histérico. 145 BEILBRONER—10 El abuelo de los trabajadores atin continud otros veinte afios insistiendo en sus ideas cooperativas, en su preferencia por la azada, en su ingenua desconfianza del dinero. El afio 1839 fue re~ cibido en audiencia por la reina Victoria, a pesar de las protestas de un grupo de buenfsimas personas que hablaban en nombre de una Socigaed para la Represin Pacifica de la Deslealtad. Pero estaba ya acabado. Hallé durante sus iltimos afios un refugio en el espititualismo, en sus incontables folletos, que siempre repe- tian idénticas ideas, y en su maravillosa Autobiografia. En 1858, a los ochenta y siete afios de edad, viejo, pero todavia esperan- zado, falleci {Qué historia tan roméritica y fantistica! Hoy, volviendo la vista atrés, es esa historia suya més bien que sus ideas lo que nos interesa. Owen no fue nunca un pensador verdaderamente original, y mucho menos flexible. «Robert Owen no es capaz de cambiar su opinién acerca de un libro después de haberlo lefdo», fue la frase lapidaria con que lo caracteriz6 un contemporéneo; y Macaulay, que hufa con solo ofr el sonido de su voz, lo cali- fics de «pelmazo simpéticos, Por mucho que queramos dilatar la acepcién del vocablo, no podremos decit que Owen fuese un economista, Sin embargo, era algo m4s que eso, pues fue un innovador que remodelé los datos gue manipulan los economistas, Owen, al igual que todos los socialistas utépicos, pretendia cambiar el mundo; pero en tanto que los demés escribjan con mayor o menor energia, él siguié ade Iante y traté de realizar ese cambio. Quizé, si lo pensamos mejor, nos parezca que Owen dejé en pos de sf una gran idea, a la que sitve de encantadora expresién Ia siguiente anécdota, sacada de la biograffa de su hijo, Robert Dale Owen: «Cuando el nifio lora de rabieta, mi querida Carolina—decfa su padre (Robert Owen)—, colécalo en mitad de su cuarto y aéjalo-all{ hasta que pare de Ilorar.» «Pero, querido, seguira be- rreando horas y horas.» «Ti déjalo berrear.» «Se Je irritarén os pulmones y quizd le dé un ataque.> «No lo creo. Pero, en todo caso, mas tendr4 que suftir si se convierte en un muchacho ingobernable. El hombre es producto de las circunstancias.» «El hombre es producto de las circunstancias.» ¢Y quién crea las circunstancias, sino el hombre mismo? El mundo no es ni 146 bueno ni malo de manera inevitable, sino en el grado que nos- otros hacemos que Io sea. En ese pensamiento, Owen nos legé. una filosoffa esperanzadora, de muchisima mayor eficacia que todas sus fantésticas ideas acerca de las azadas, los arados, el di- nero o las aldeas cooperativas. Robert Owen es, sin duda, el més roméntico del grupo de personajes del siglo xix que protestaba contra las injusticias del capitalismo, pero no es en modo alguno el més caracteristico, Si atribuimos este titulo a la pura terquedad de cardcter, entonces debemos otorgérselo al conde Henri Claude de Rouvroy de Saint- Simon, y si lo otorgamos a la excentricidad indiscutible de las ideas, en este caso nadie puede parangonarse con Charles Fourier. Saint-Simon, cual ya sugiere su apellido, era aristécrata; su familia afirmaba descender de Carlomagno. Nacié en 1760, y fue educado de manera que en él se mantuviera viva la conciencia de la nobleza de su linaje y de Ja importancia que tenfa el con- servar el lustre de su apellido; siendo joven, su lacayo lo des- pertaba todos Jos dfas con estas palabras: aLevantaos, seiior conde, porque hoy tenéis que hacer grandes cosas.» E] saberse vehiculo elegido por la Historia puede ejercer ex- trafias influencias en un hombre. En el caso de Saint-Simon le Proporcioné la autojustificacién para actos de una egolatria ex- travagante. Ya desde nifio solfa confundir la fidelidad a los prin- cipios con la testarudez extrema; cuéntase que en cierta ocasién fue a cruzar un carretén por donde él estaba jugando, y entonces se tendié a lo ancho del camino, negindose obstinadamente a moverse... ZY quién tenfa la osadia de apartar a un condesito, arrojandolo a la cuneta? Esta misma terquedad Io Ilevé més ade- ante a desobedecer los mandatos de su padre de que comulgase; pero el padre, quizd por estar més acostumbrado a Ja intransigen- cia de su hijo, y seguramente a darle menos importancia, se apre- suré a encerrarlo en un calabozo. Ese egofsmo suyo podrfa haberlo empujado hacia el mds egdlatra de todos Jos grupos politicos: el de la corte de Luis XVI; pero le libré de ello su amor a la mas anticortesana de las ideas la democracia. El afio 1778 el joven conde marché a Norteamé- ica y se distinguié en la guerra revolucionaria, Combatié en cin- co campafias, gané la Orden de Cincinnatus, y lo que es todavia 147 mds importante, transformése en discipulo apasionado de las nuevas ideas de libertad y de igualdad. Pero todas esas cosas no Hegaban todavfa a constituir Jas «grandes cosas», El final de la guerra de la Independencia norte- americana lo dejé en Luisiana, desde donde marché a Méjico, y all{ apremié al virrey para que construyese un canal que se habria anticipado as{ al de Panama. Esa obra podria haberlo hecho céle- bre, pero quedé en nada..., aunque, la verdad sea dicha, era en sus nueve décimas partes pura idea, y solo tenfa otra décima parte de plan concreto. Entonces el joven aristécrata revolucio- nario regresé a Francia. Llegé a su patria exactamente al estallar la Revolucién, y tomé parte en ella con gran ardor. Los ciudadanos de su pueblo natal, Falvy, en Peronne, le ofrecieron la alcaldfa, pero Saint- Simon la rechaz6, diciendo que constituia un mal precedente el elegir a un miembro de la antigua nobleza; mas como a pesar de ello lo enviaron de representante a la Asamblea Nacional, pro- puso en esta la abolicién de los titulos nobiliarios y renuncié al suyo para no ser sino un simple ciudadano. Sus predilecciones democrdticas no eran cosa falsa; Saint-Simon sentfa un afecto auténtico hacia toda la Humanidad. Ya antes de la Revolucién, yendo cierto dia en coche hacia Versalles con gran pompa, se cruzé con el carretén de un campesino que se habja atascado en un bache. Saint-Simon se apeé de su coche, arrimé su hombro elegantemente ataviado a la rueda y después entablé conversacién con el aldeano, encontrando esta tan grata, que despidié el co- che ¢ hizo el viaje hasta Orleans en el carretén de su nuevo amigo. La Reyolucién se port6 con Saint-Simon de una manera por demés extrafia. Por un Jado, le permitié especular habilmente con. jas tierras de Ia Iglesia y crearse asf una modesta fortuna; por otro lado, se lanz6 a desarrollar un proyecto educativo gigantes- co, ¥ como para ello tuvo que ponerse en contacto con persona- jes extranjeros, desperté recelos y fue detenido en. prisin pre- ventiva. Se fugé, pero, con un gesto a la vez romdntico y de auténtica nobleza, se entregé de nuevo a la justicia al enterarse de que el ptopietario del hotel en que se hallaba oculto habja sido acusado de complicidad. Esta vez fue encarcelado. En su celda’le advino de pronto 148 la revelacién que ven{a esperando durante toda su vida. Y, cual suele suceder en esa clase de comunicaciones sobrenaturales, la cosa ocurrid en suefios. He aqu{ cémo la describe el propio Saint- Simon: En el perfodo mds cruel de la Revolucién, durante una noche de mi encarcelamiento en el Luxemburg, se me aparecié Carlomagno y me dijo: “Desde el principio del mundo no ha habido una familia que haya disfrutado del honor de producir un gran filésofo, ademds de un ‘héroe. Semejante honor estaba reseryado a mi casa, Hijo mfo, tus éxitos de filésofo serdn tan grandes como los alcanzados por mf como guerrero y politico.” Saint-Simon no deseaba més. Consiguié salir de la c4rcel y dedicé todo el dinero que habfa acumulado a una fantéstica biis- queda del saber. De hecho, se lanzé a estudiar todo cuanto cabia aprender; todos los sabios de Francia, cientfficos, economistas, filésofos, politicos, fueron invitados a su casa, ayudados econé- micamente en sus tareas e interrogados continuamente, a fin de que Saint-Simon pudiera abarcar el Ambito intelectual del mundo. Fue una aspiracién por demas pintoresca. En un momento dado legé al convencimiento de que carecfa de conocimientos de pri- mera mano acerca de la vida familiar, y que estos le eran necesa- rios para completar sus estudios sociales,.., y entonces se cas6, pero mediante un contrato de matrimonio por solo tres afios. Un afio fue para 61 bastante, pues su mujer hablaba con exceso y sus invitados bebjan demasiado. Saint-Simon llegé a la conclu- sién de que el matrimonio tenfa sus inconvenientes como insti- tucién educativa. Entonces buscé la mano de la mujer mds brillante que por entonces habfa en Europa, madame de Staél, afir- mando que era la tnica con capacidad suficiente para compren- der sus proyectos. Se relacionaron, pero esto fue algo desilusio- nador; a ella Saint-Simon le parecié un hombre Ileno de ingenio, pero que distaba mucho de ser el gran filésofo del mundo. Y en esas circunstancias, el entusiasmo de Saint-Simon se desvanecié también. No obstante, si bien esa biisqueda del saber enciclopédico re- sultaba estimulante, financieramente era desastrosa. Saint-Si- mon habfa despilfarrado el dinero en forma desenfrenada, y su matrimonio le habfa salido mucho més costoso de lo que él calcu- 149 lara. Encontrése, primero, reducido a la estrechez, y luego, a una pobreza auténtica; se vio en la precisiOn de buscar un empleo de escribiente, y salié adelante gracias al carifio de un antiguo ser- vidor suyo que le proporcioné casa y pensién. Entre tanto, Saint- Simon escribia, escribfa furiosamente una serie inacabable de fo- Metos, observaciones, exhortaciones y criticas de la sociedad. En- vid sus obras a los més destacados mecenas de su tiempo, con una nota patética: Seftor: Sed el salvador mfo, porque me muero de hambre... Quince dias llevo ya a pan y agua..., después de vender todas mis ropas a fin de imprimir mi obra con su importe. Si he Megado a situacién tan cela- mitosa, ha sido debido a mi ardiente pasion por el saber y en favor del priblico bienestar, a mi anhelo de descubrir medios pactficos para salir de esta crisis espantosa por que atraviesa toda Ia sociedad europea Nadie le presté ayuda. El afio 1823, aunque ya su familia le pasaba para entonces una pequefia pensién, intent6 suicidarse, en un arrebato de desesperacién; pero el pistoletazo no tuvo otras i consecuencias que la pérdida de un ojo. Nada le salia a la me- dida de sus deseos. Vivié dos afios més, enfermo, pobre, retirado, pero altivo, Al ver llegar su fin, reunié en torno suyo a sus pocos discfpulos y les dijo: «jRecordad que aquel que aspira a hacer grandes cosas tiene que ser vehemente! » 2Qué habia hecho 61 para justificar un final tan teatral? Habfa hecho una cosa rara: fundar una religién industrial. No se habfa valido para ello de sus libros, yoluminosos, pero que nadie lefa, ni dando conferencias ni haciendo «cosas grandes». Con su influjo directo y personal habfa fundado una secta, habia reunido un pequefio grupo de discfpulos y habla suministrado a la sociedad una imagen nueva de lo que aquella podfa ser. H Era una religién extrafia, semimistica y desorganizada, Io cual no era de extrafiar, porque tenfa por base un edificio ideolégico i incompleto y desequilibrado. El fundador ni siquiera tuvo el pro- iq pisito de que eso fucse lo que se dice una religién; y, sin em- I bargo, hubo después de su muerte una Iglesia saint-simoniana, / con seis templos departamentales en Francia y con ramificacio- nes en Alemania e Inglaterra. Quizé fuese més correcto compa- | 150, rarla con una orden o hermandad religiosa; los discipulos ves- tfan trajes de tonos azules y estaban jerarquizados en epadres e hijos». Y, como simbolo simpdtico de la finalidad que habia perseguido su maestro, vestfan un chaleco especial que era im- posible colocarse o quitarse sin la ayuda de otra persona, a fin de que esto les recordara constantemente .que los unos necesi- taban de los otros. Pero aquella Iglesia degeneré muy pronto en algo que era ya apenas mas que un culto, porque los saint-simo- nianos redactaron su propio cédigo de moral, que en ciertos ca- sos constitufa poco mds que una inmoralidad respetablemente codificada. El evangelio que Saint-Simon predicé no puede sotprender desagradablemente a los ojos modernos. Proclamaba el princi- pio de que «el hombre debe trabajar», si quiere ser participe de los frutos de la sociedad. Pero, comparada con las consecuencias que puedan sacarse de esta premisa, la sociedad de los parale- logramos de Robert Owen era la claridad personificada. «Supongamos—escribe Saint-Simon—que Francia pierde, de pronto, sus cincuenta mejores fisicos, sus cincuenta mejores qui- micos, sus cincuenta mejores fisiélogos..., mateméticos,.., mecd- nicos», y as{ sucesivamente hasta un total de tres mil sabios, ar- tistas y artesanos (téngase en cuenta que Saint-Simon no se dis- tingue por Ia economia de su estilo). :Qué resultarfa de ello? Una catastrofe que despojarfa a Francia de lo que es su verdadera alma. Pero—dice Saint-Simon—supongamos ahora que en lugar de perder este ntimero reducido de individuos, Francia se viera pri- vada de sibito de toda su clase socialmente distinguida; es de- cir, que perdiese al hermano del rey, duque de Berry, a duque- sas y servidores de la Corona, a los ministros y jueces, y a diez” mil de los mas grandes terratenientes..., treinta mil personas en total. ¢Qué consecuencias tendrfa esto? Serfa lamentable, desde luego, porque se trata de personas honradas, pero la pérdida serfa puramente sentimental; el Estado apenas sufrirfa perjuicios. In- finidad de gentes del pueblo estarfan en condiciones de desempe- fiar las funciones de esos encantadores adornos sociales. La moraleja es evidente. Son los trabajadores—les industriels— de todas clases y jerarqufas quienes merecen las més elevadas re- compensas sociales, y son los ociosos quienes deberfan recibir las iL menores consideraciones. Pero jqué ocurre en la realidad? Por un sorprendente extravio de la justicia ocurre todo lo contrario: que quienes menos trabajan se levan la parte mejor. Saint-Simon propone que se rehaga debidamente la pirémide. La sociedad se halla ya organizada a manera de una fabrica gi- gantesca, y deberia llevar hasta sus iiltimas consecuencias l6gicas Ios principios por los que una fébrica se rige. El Gobierno deberla ser un érgano econémico y no politico: deberfa ocuparse de arre- lar las cosas y no de dirigir a los hombres. Las recompensas debe- rian guardar proporcién con la contribucién social de cada uno y otorgarse a los miembros activos de la fabrica y no a los vagos que se limitan a ver trabajar. Saint-Simon no predica una revolu- cién; lo suyo no es ni siquiera socialismo; tal como entendemos el vocablo, Es una especie de himno Iirico al proceso industrial y una protesta contra el hecho de que las clases ociosas se leven la parte del leén, al ser repartida la riqueza en una sociedad de tra- bajadores. Ni una sola palabra dice acerea de cémo habria que hacer lo que propone; los iiltimos saint-simonianos avanzaron en esto un paso més all que st fundador, e insistieron en la supresién de la propiedad privada; pero, aun asi, apenas si pudieron presentar un yago programa de reformas sociales. Era la suya una religion del trabajo que carecia de un catecismo apropiado; ponia de relieve las grandes injusticias que se cometian en la distribucién de la rigueza social, pero no proporcionaba a quienes aspiraban a recti- ficar aquel estado de cosas sino unas normas de accién sumamente incompletas. Fue, quizd, esta carencia de programa lo que contribuyé al éxito de un hombre que era el polo opuesto de Saint-Simon, porque mientras este ex atistécrata escribié animado por el fervor de una gran idea, Charles Fourier actu6 inspirado por su pasién de las cosas triviales. Fourier, al igual que Saint-Simon, creia que el mundo estaba lamentablemente desorganizado, pero la receta curativa que propuso abarcaba hasta los més pequefios detalles. Saint-Simon habfa Nevado una vida de aventurero; Fourier fue también un aventurero, pero solamente en su imaginacién. Su biografia tiene muchisimas paginas en blanco; nacid el afio 1772; su padre era comerciante de Besancon, y el hijo se 152 enamel dedicé largos afios a viajante de comercio, aunque sin éxito. En cierto sentido, no hizo nada; ni siquiera casarse. Tenfa dos gran- des aficiones: las flores y los gatos. Unicamente nos resulta inte- resante en los tiltimos afios de su vida, pues pasd estos sentado con puntualidad en una habitacién pequefia, a ciertas horas anun- ciadas previamente, en espera de que lo visitara algdn gran ca- pitalista dispuesto a prestar ayuda econémica a los proyectos que 41 pretend{a implantar por el mundo. Aquel insignificante agente vendedor habfa escrito, en fin de cuentas: «Yo he sido el tinico que ha puesto en Ia picota a veinte siglos de imbecilidad poli- tica; y serd tinicamente a mf a quien las generaciones presentes y futuras considerar4n el autor de su inmensa felicidad.» Como es natural, quien Ievaba sobre sus hombros una responsabilidad tan grande, tenfa por fuerza que hallarse dispuesto cuando Megara el capitalista salvador con un cortejo de talegos de dinero. Pero este nunca Ileg6. - Fourier, si hemos de expresarnos con cortesia, diremos que era un excéntrico; y si hemos de hablar con precisién, diremos que era, probablemente, un tanto desequilibrado. Su mundo era una pura fantasfa: en su opinién, la tierra habfa recibido vida para ochenta mil afios, de los cuales cuarenta mil correspondfan aun perfodo de vibraciones ascendentes, y el resto a otro perfodo de vibraciones descendentes. En ese intermedio (no nos pon- gamos a hacer ntimeros) habfa un perfodo de ocho mil afios de apogeo de la felicidad. El mundo estaba viviendo en la quinta de las ocho etapas de progreso, habiendo pasado ya por las de Ia confusién, el salvajismo, el patriarcado y la barbarie. Nos quedan por delante la etapa del garantismo (no est4 del todo mal Ia idea), seguida de la cuesta arriba de la armonfa. Pero, una vez Hegados a Ia felicidad total, el balancfn empezaré a retroceder, y as{ volveremos a pasar nuevamente por todas las etapas hasta Nlegar a la inicial de partida. Pero a medida que vayamos avanzando y penetrando cada vez mds profundamente en la de armonfa, seri cuando realmente empezarin a producirse stibitas maravillas: el polo se verd cir- cundado por una «corona nortefiay que verteré suave rocio; el mar se convertird en limonada; nuestro viejo y solitario satélite, Ja Luna, se verd sustituido por seis lunas nuevas; surgirén nue- vas especies, mejor adaptadas a la armonfa, una de las cuales 153 seré el antileén, bestia décil y muy util; otra, la antiballena, que se dejaré atalajar para tirar de las embarcaciones} y habré igual- mente un antioso, antiescarabajos y antirratones, Los hombres viviremos ciento cuarenta y cuatro afios y de ellos ciento veinte los dedicaremos a una persecucién irrefrenable del amor sexual. Todas estas cosas, sin contar con la descripcién minuciosa que Fourier nos hace de los habitantes de otros mundos, dan a los escritos de este una atmésfera de obra de un orate. Y quizd lo era efectivamente. Pero cuando enfocé su estelar visién en la tierra, descubrié en esta el caos y la infelicidad, y también el medio de reorganizar la sociedad. Para ello dio una férmula detalladisima. La sociedad debia organizarse en falanges—mejor dicho, en falansterios, phalansté- res—, que vendrian a ser una especie de grandes hoteles, que tenfan bastantes puntos de semejanza con las aldeas cooperativas de Owen. Fourier nos describe cuidadosamente ese género de hotel: un gran edificio central—cuya divisién en habitaciones y la amplitud de estas se hallan especificadas—, y, en torno a ese edificio, campos de cultivo y establecimientos industriales. Cada cual vivirfa en el hotel como mejor le pareciese, de acuerdo con su bolsa; habria tres categorfas, primera, segunda y tercera, y podrfa disfrutarse del aislamiento personal, pudiendo incluso ha- cerse servir las comidas en las habitaciones propias, aunque re~ laciondndose las gentes entre sf lo suficiente para que a todas llegase el fermento de Ja cultura, La eficiencia se alcanzar4 me- diante la centralizacin, y aqu{ Fourier, el solterén empedernido, nos pinta un delicioso cuadro de las ventajas de disponer de una cocina central. Como es natural, todos estarfan obligados a trabajar unas po- cas horas al dfa. Pero nadie hurtarfa el cuerpo al trabajo, porque este serfa conforme al gusto de cada uno. El problema de quién tendria que realizar los trabajos inferiores quedarfa resuelto con solo preguntar quién deseaba hacerlos. Desearfan hacerlos, como es natural, los nifios. Habria, pues, pequefias pandillas de mucha- chos que marcharian alegremente a trabajar en los mataderos, y a reparar las carreteras, tareas que les resultarfan divertidisimas. En cuanto a la minorfa de muchachos que no se prestasen a los trabajos sucios,-formarfan pequefias pandillas que cuidarfan de las flores y que se entretendr{an ensefiando a sus padres a co- 154 rregir la mala pronunciacién. Se establecerian competencias en- tre todos los trabajadores para ver quién trabajaba mejor; como, por ejemplo, concursos de cultivadores de peras o de espinacas. Por wiltimo, una vez que el principio falansteriano conquistase el mundo y se hubiesen establecido los 2.985.894 falansterios nece- sarios, se celebrarfan grandes competencias de jefes de cocina y de embotelladores de champajfia. Ahora bien: todo el proyecto resultarfa sumamente prove- choso y las utilidades no bajarfan del treinta por ciento. Esas utilidades pertenecerfan a la comunidad y se repartirfan de la siguiente manera: cinco doceavos a la mano de obra; cuatro doceavos al capital; tres doceavos a la amaestrias, y se apre- miarfa a todos para que fuesen al mismo tiempo trabajadores y accionistas. Las ideas de Fourier, por fantdsticas y raras que nos parez- can, prendieron, hasta cierto punto, en la gente, incluso en. esa fortaleza del sentido practico y del sentido comin que se llama los Estados Unidos. En cierto momento hubo hasta cuarenta fa- lansterios en este pafs, Y si hacemos un recuento conjunto de las aldeas cooperativas y de los distintos movimientos de tipo reli- gioso, existieron simulténeamente no menos de ciento setenta y ocho grupos auténticamente utépicos, con un ntimero de miem- bros que oscilaba entre quince y novecientos en cada grupo. Su diversidad era inmensa: haba grupos, piadosos y los*habia irreligiosos; en unos se practicaba la castidad, en otros reinaba Ja mds completa licencia; unos eran capitalistas, otros anarquis- tas. En Ohio existfa la Trumbull Phalanx, y en Long Island el grupo Modern Times; funcionaban la de Oneida, la Brook Farm, la Nueva Icaria, y otra falange bastante notable, la North Ame- rican, de Nueva Jersey, que perduré desde 1843 hasta 1855, y que fue tirando, convertida en medio hotel, medio comunidad, hasta bien entrada la década de 1930. Pero lo que menos ‘hubiera po- dido esperarse es que alli fuera a nacer, cual en efecto nacié, un hombre como el escritor Alexander Woollcott. Ninguna de esas comunidades de sofiadores eché fuertes ra{- ces. Los mundos del ensuefio suelen pasar diffciles trances cuan- do tienen que luchar con Ia realidad, y de todas las manipulacio- nes sociales utépicas que se han ideado, ninguna estaba tan lejos de lo prdctico como el falansterio. Pero, a la vez, ninguna es tan 155 atrayente. 7A quién no le gustaria vivir en un falansterio, si ello fuese posible? Fourier, que era un amable sofiador, sejialé con aterradora exactitud la terrible infelicidad del mundo en que vi- via; pero en el remedio que dio entraban demasiados ingredien- tes celestiales para las enfermedades mortales que aspiraba a curar, {Resultan ridiculos estos creadores de utopias? Cierto que todos ellos eran unos sofadores; pero, como dijo Anatole France: «Sin los sofiadores, la Humanidad viviria atin en las cavernas.» Ni uno solo de ellos dejé de tener una vena de locura: hasta el mismo Saint-Simon especulé con Ja posibilidad de que los cas- tores Ilegasen un dia a ocupar el puesto de la Humanidad nuestra, porque son los animales més inteligentes. Sin embargo, si mere- cen nuestra atencién no es por sus excentricidades, ni por la 1 queza y atractivo de sus fantasfas. Lo merecen por haber sido hombres animosos; y para calibrar esa valentia suya es preciso que tomemos el pulso y comprendamos el clima intelectual en que vivieron. Vivieron en un mundo que no solo era duro y cruel, sino que ademés racionalizaba su crueldad presenténdola como una con- seouencia de las leyes econdmicas. Necker, gran financiero y es- tadista francés, dijo al doblar el siglo: «Si fuera posible descu- brir un alimento menos sabroso que el pan, pero doblemente ali- menticio que este, el pueblo se verfa reducido a comer una vez cada dos dias.» Frase esta que, a pesar de su dureza, sonaba como una sentencia definitiva e incontrovertible. La crueldad estaba en aquel mundo, no en quienes en él vivian, Porque el mundo estaba regido por leyes econémicas, y las leyes econémicas no eran cosa con la que el hombre pudiera bromear; sencillamente estaban alli, y el denunciar las consecuencias desdichadas de six funcionamiento era lo mismo que lamentarse de Ja bajada y la subida de las mareas, Las leyes econémicas eran pocas, pero concluyentes. Hemos visto ya de qué manera Adam Smith, Malthus y Ricardo formu- Jaron las leyes de la distribucién econdmica. Y estas leyes' no parecian explicar inicamente de qué manera tendia a ser distri- buido el producto. de la sociedad, sino cémo debia serlo, Las leyes hacian ver de qué forma la competencia iba mermando los 156 seul beneficios y controléndolos, cémo los salarios sufrian de una ma- nera constante la presién de la poblacién, y de qué manera la renta del terrateniente aumentaba, a medida que se engrandecia la sociedad. Las cosas eran asf y no de otro modo, Podjamos sentir repugnancia por esas consecuencias, pero lo cierto era que estas venian a ser el resultado natural de la dindmica social; no se trataba de malquerencias ni de manejos personales. Las leyes econdmicas eran algo asi como las leyes de gravitacién, y resul- taba tan absurdo atacar a aquellas como a estas. Por esa razén decfa un libro elemental de economia de aquella época: «Hace un siglo, tinicamente log sabios eran capaces de medir su pro- fundidad (la de las leyes econémicas). Hoy se trata de t6picos que manejan los nifios, y la tnica dificultad que presentan es su excesiva sencillez.» No nos extrafiemos de que los socialistas utdpicos llegaran a tales extremos, Las leyes econémicas parecfan inviolables, pero el estado de la sociedad que estas habjan producido era intolerable. Entonces los socialistas utépicos sacaron fuerzas de flaqueza y se atrevieron a decir que era preciso cambiar todo el sistema. Si el capitalismo es esto—y sefialaban con un movimiento de cabeza a Robert Blincoe, encadenado a una méquina—, entonces que venga cualquier otra cosa: aldeas de cooperacién, cédigos morales, © la deliciosa atmésfera de lugar de descanso de un falansterio. Los socialistas utépicos—y hubo muchos més de los que hemos citado en este capitulo—eran reformadores de corazén, més bien que de razén, Actualmente, su herencia es preciso buscarla en los ideales del New Deal, o en Inglaterra y Escandinavia, y no en la cefiuda sequedad de la Rusia soviética. Obsérvese que estos hombres eran socialistas utdpicos. La cutopfa» no se proponia simplemente alcanzar fines idealistas; era también la clave para encontrar los medios adecuados para esos fines, Pues, en contradiccién con los comunistas, estos eran unos reformadores alentados por la esperanza de convencer a Jos miembros de las clases superiores de que estas mismas sal- drian, en ultimo témino, ganando con los cambios sociales que ellos proponian, Los comunistas hablaban a las masas e instaban a la violencia, si esta fuese necesaria, para alcanzar sus objetivos; Jos socialistas parecfan hacer un Ilamamiento a las gentes de su propia clase; es decir, a los intelectuales, a la pequena burguesia, 157 a los ciudadanos librepensadores de la clase media y a la aristo- cracia emancipada intelectualmente. Entre todos ellos buscaban seguidores para sus proyectos. Hasta el propio Robert Owen con- fiaba en lograr que los fabricantes de hilados y de tejidos, com- paiieros suyos, abriesen los ojos a la luz. Y en segundo lugar, obsérvese que estos eran socialistas ut6- picos, lo que quiere decir que se trataba de reformadores de {n- dole ‘econdmica. Creadores de utopfas habian existido ya desde Platén, pero hasta la Revolucién francesa no empezaron a reac- cionar en presencia de las injusticias econdmicas, lo mismo que en presencia de las injusticias politicas. Y puesto que el primitivo capitalismo era el que proporcionaba la cémara de horrores con- tra la que ellos se sublevaban, entonces volvieron la espalda tran- quilamente a la propiedad privada y a la lucha por la riqueza per- sonal. Pocos de estos socialistas utépicos pensaban en una refor- ma dentro del sistema. Recuérdese a este respecto que vivian en la edad de las primeras leyes para suavizar el régimen de las {4- bricas, y que esas reformas fueron conseguidas a regafiadientes y con dolorosos esfuerzos, y que solfan quebrantarse la mayor parte de las veces. Los socialistas ut6picos querian algo mejor que una reforma; querfan una sociedad nueva en la que la norma del camaras a tu projimo» tomase en cierto modo la prioridad sobre la ruin f6rmula de cada cual para sf mismo. La piedra de toque de! progreso humano habia que encontrarla en la comunidad de bienes, en el calor del todo para todos, Eran hombres animados de la mejor voluntad. Sin embargo, a pesar de todos sus buenos propésitos y de sus fervorosas teorias, a los socialistas ut6picos faltébales el sello de la respetabilidad; necesitaban el imprimatur de alguien que de corazin estuviese con ellos, pero que tuviera la cabeza algo mds firme sobre los hombros. Encontraron ese alguien en Ia persona que menos cabia esperarlo..., en la conversién final al socialismo del que—por con- senso comin de las mayores personalidades—era el més grande economista de su época: John Stuart Mill Los personajes de este capitulo son todos ellos fabulosos, y J. S. Mill acaso sea el més fabuloso de todos. Era hijo de James Mill, historiador, filésofo, panfietario, amigo fntimo de Ricardo y de Jeremias Bentham, y una de las inteligencias més destacadas 158 de principios del siglo xx. James Mill tenfa ideas concretas so- bre casi todos los problemas, y especialmente en Io referente a Ja educacién. Su hijo John Stuart Mill fue el increfble fruto de tales ideas. John Stuart Mill nacié el afio 1806, y en 1809 (no en 1819, ffjese bien el lector) empez a aprender el griego. A los siete afios habia lefdo ya casi todos los didlogos.de Platén, Al siguiente afio empez6 el estudio del latin, y para entonces ya habia dige- rido a Herodoto, Jenofonte, Diégenes Laertius y, en parte, a Lu- ciano. Entre Ios ocho y los doce afios Ilevé a cabo el estudio de Virgilio, Horacio, Livio, Salustio, Ovidio, Terencio, Lucrecio, Aris- t6teles, Sécrates y Aristéfanes; dominaba la geometria, el Alge- bra y el célculo diferencial; habia escrito una historia de Roma, un epftome de historia universal antigua, una historia de Ho- landa, y algunas poesfas. En su célebre Autobiografia dejé escrito: «Yo no escrib{ nada en griego, ni siquiera prosa, y muy poco en latin, y eso no porque mi padre fuese indiferente a la prictica de ambas cosas..., sino porque en realidad no era el momento para ello.» A la «madura» edad de doce afios, Mill se puso a estudiar légica y las obras de Hobbes. A los trece estudié a fondo todo lo que habfa que estudiar en el campo de la economfa politica. Fue una educacién extraordinaria, y comparada con las nor- mas que hoy rigen, horrenda. No tuvo vacaciones, «para que no se quebrantase el hébito del trabajo y no adquiriese el gusto de Ia ociosidad>; no tuvo amigos de adolescencia, y ni siquiera pudo advertir que su educacién y adiestramiento fuesen muy distin- tos a los de los muchachos normales. No constituye ningdin mi- agro el que més tarde Mill produjese grandes obras, sino el que lograra evitar Ia destruccién completa de su personalidad. A los yeintitantos afios sufrié una especie de abatimiento nervioso; aquel mundo delicado, seco e intelectual, de trabajo y de esfuerzo, en que se habia nutrido, se hizo pronto estéril e insatisfactorio, y mientras otros jévenes tenfan que descubrir que en la actividad intelectual podfa haber belleza, el pobre Mill hubo de descubrir que podfa existir belleza en la belleza. Cayé en un acceso de me- lancolfa; leyé a Goethe, después a Wordsworth, Iuego a Saint- Simon; es decir, a escritores que hablaban del corazén con Ja 159 misma seriedad que su padre habia hablado del cerebro. Y de pronto conocié a Harriet Taylor. Lo malo es que existfa cierto sefior Taylor. Pero a este se le ignoré; Harriet Taylor y John Mill se enamoraron, y por espa- cio de veinte afios mantuvieron correspondencia, viajaron jun- tos, e incluso vivieron juntos,.., todo ello (si hemos de creer lo que revela su mutua correspondencia) dentro de una perfecta pureza. Un buen dfa desaparecié la barrera constituida por el sefior Taylor, debido al fallecimiento de este, y los enamorados pudieron por fin contraer matrimonio, Fue una pareja superlativa. Harriet Taylor (y su tardia hija Helen) hizo culminar en Mill el despertar emocional que tan tardio se habia manifestado; abrié los ojos de Mill a los dere- chos de la mujer y, lo que es todavfa mas importante, a los dere- chos humanos. Después de la muerte de Harriet, meditando Mill en la historia de su propia vida, sefialé el extrafio contraste entre su esposa y el padre de 61, y de qué manera habfan convergido en 6] ambas influencias, y escribid: «Quien, ahora o mas adelante, Se ponga a pensar en mf y en la obra por mf realizada, no deber4 olvidar nunca que esta no es producto de una inteligencia y de una conciencia tinicas, sino de tres.» Hemos dicho ya que Mill aprendié cuanto habfa que apren- der de economfa politica a la edad de trece afios; pero solo treinta afios mas tarde escribié su gran obra, los dos voltimenes, extensos y magistralmente escritos, que se titulan Principios de economia politica. Era cual si hubiese acumulado treinta afios de saber justamente para este propésito. El libro es un examen completo de ese campo de la ciencia: aborda el tema de la renta, de los salarios, de los precios y de los impuestos, y desanda los caminos que habfan. sido trazados pri- meramente por Smith, Malthus y Ricardo. Pero el trabajo de Mill no se limita, ni mucho menos, a poner al dia doctrinas que ya para entonces estaban consagradas virtualmente como dogmas. Mill realiza un descubrimiento propio suyo, un descubrimiento de importancia monumental, porque saca a luz un principio que rescatard para siempre a la economfa de la categoria de ciencia Iigubre. : Como tantas otras grandes intuiciones, ese descubrimiento era muy sencillo. Consistfa en poner de relieve que la verdadera 160 _No solo puede esta quitdrselo, sino que también otros individuos _ bia producido. De modo, pues, que Ja distribucién de la riqueza © depende de las leyes y costumbres que rigen en la sociedad. Las “ son tales y como las crean la opinién y el sentimiento de la parte jurisdiccién de las leyes econémicas abarcaba la produccién, pero no la distribuciéa. Lo que Mill quiso decir estaba muy claro, a saber: que las le- yes econémicas de la produccién eran cosa que dependia de la "propia Naturaleza, No hay nada de arbitrario en afirmar que la mano de obra resulta més productiva en un empleo que en otro, ni hay nada de caprichoso y susceptible de opcién en fenémenos econdmicos tales como la fertilidad mayor o menor de las tie- rras. La escasez y la infecundidad de la Naturaleza son cosas reales, y las normas econémicas de accién que nos ensefian cémo se puede Ilegar a la fructificacién mAxima de nuestro trabajo son tan impersonales y tan absolutas, como las leyes de la expansién de los gases, o las de la accién mutua de las sustancias qu{micas. Pero—y no hay en economia otro pero mayor—Ias leyes eco- némicas nada tienen que ver con la distribucién. Una vez que ‘hemos producido riqueza en el mayor grado posible, podemos hacer con ella lo que bien nos parezca. Mill dice: «Las cosas es- tén ahi; la Humanidad, individual 0 colectivamente, puede hacer con ellas Jo que guste; puede ponerlas a disposicién de quien le plazea, y en las condiciones que quiera...; ni siquiera lo que una persona ha producido. por su esfuerzo individual y sin ayuda de nadie, puede ser guardado por ella sin permiso de la sociedad. podrian arrebatérselo, si quisiesen, o si la sociedad no empleara ys pagara-a determinadas personas para que estas evitasen que aquel productor se viese perturbado en la posesién de Io que ha- normas mediante las cuales se halla’ determinada esa distribucién ectora de Ja comunidad, y han sido muy distintas en las dife- rentes &pocas y pafses, y aun podrian serlo més si-asf lo quisiera la Humanidad...» Era este un golpe mortal para los disefpulos de Ricardo que habfan dado rigidez a sus descubrimientos objetivos, convirtién- dolos en una apretada camisa de fuerza de la sociedad. Lo que ill afirmaba era de una evidencia y transparencia totales..., una vez que él lo dijo. Nada importaba que, por efecto de la accién natural» de la sociedad, bajasen los salarios, se igualasen los 161 beneficios, subiesen las rentas, etc. Si la sociedad no aprobaba esos resultados «naturales» de sus actividades, no tenia que ha- cér mas que cambiarlos. La sociedad podia establecer impuestos, dar subsidios, e incluso expropiar y redistribuir. Podia entregar toda su riqueza a un rey, o establecer un gigantesco asilo de ca- ridad; podia cuidar de que no faltasen los estimulos, o podia prescindir de ellos, corriendo con los riesgos que eso significaba. Pero, hiciese lo que hiciese, no existia una distribucién que pu- diera Hamarse cexactay, acertada, 0, por lo menos, no existia una distribucién en que la economia tuviese titulos para interve- nit, No habfa por qué alegar leyes econémicas para justificar la manera que la sociedad tiene de disponer de sus frutos; no habia otra cosa que unos hombres que compartian la riqueza producida por ellos como mejor les parecia. Era el de Mill un descubrimiento de consecuencias profundas, pues elevaba todo el debate econdmico por encima del sofocante plano de unas eyes impersonales e inevitables, colocdndolo de nuevo en el campo de los principios éticos y morales. Después de Mill, los economistas podfan discutir si los hombres merecian tal o cual remuneracién alegando este o el otro razonamiento, pero ya nunca mds podrian pretender que una determinada fuerza aritmética abstracta tenia decretado que las cosas debfan ser de ega manera. Este descubrimiento no convirtié a Mill en socialista, en el propio sentido que sus hermanos los socialistas ut6picos entendian la palabra, por la sencilla razén de que el hecho de que la sociedad pudiera reorganizar la distribucién como mejor le pareciese no queria decir que esa sociedad tuviese que volcar el carro de las manzanas, Mill opinaba que el mundo podfa progresar dentro del marco estructural que tenfa, y no le inspiraba fe la reorganizacion total del Estado. Por eso escribia: «Confieso que no me encanta el ideal de vida que proclaman quienes piensan que la lucha por la subsistencia es el estado nor- mal de los seres humanos; que el pisotear, aplastar, dar codazos y pisarse unos a otros, cosa que constituye la presente forma de la vida social, sea lo mejor que puede acaecerle al género hu- mano, ni que constituyen otra cosa que sintomas desagradables de una de las etapas del progreso industrial.» Pero la repugnancia que le inspiraba ese mundo no le hacia 162 cerrar los ojos a otra realidad: «Es sin duda preferible que las energias del género humano se mantengan en actividad mediante el forcejeo por las riquezas, como lo estuvieron antiguamente por la guerra, hasta que unas inteligencias superiores consigan educar a los demés en cosas mejores; se evita por lo menos que se enmohezcan y estanquen. Mientras las almas sean toscas, ne- cesitarén estimulos toscos y habré que darselos.» Era la de Mill una filosoffa de resignacién y de esperanza. Mill tenfa fe Suprema en la capacidad de los hombres para con- trolar sus destinos por medio de la razén. Crefa que las clases trabajadoras acabarian por abrir los ojos y ver el espectro mal- thusiano, y que entonces se decidirfan alegres y voluntariamente a controlar la natalidad en sus familias. Si se lograba salvar esa valla, todo lo demés resultarfa sencillo, porque la afirmacién de Mill de que la distribucién no obedecfa a otras leyes que a'las de la yoluntad humana, permitia contemplar el mundo como algo capaz de progresar. E] mundo alcanzarfa finalmente un nivel esta- cionario, porque los beneficios desaparecerfan y ya no se produ- cirfa un. crecimiento mayor, pero siempre era posible realizar mejoras dentro de la escala de riquezas existente. El Estado le "impedirfa al terrateniente recoger un beneficio no ganado por él mismo, y anulatfa las herencias mediante impuestos; los hombres se apartarian entonces de sus luchas por conseguir la riqueza y se dedicarian al cultivo de las artes y de la vida misma. No serfa aquello un, socialismo a ultranza. Mill confesaba que la propiedad cometia ciertos abusos, pero también veia que el sistema de la propiedad halldbase en su infancia y que podfa ser objeto de refinamientos; quizd los abusos no eran cosa inherente a la institucién misma, Por otro lado, Mill vefa un peligro en el sistema llamado comunismo. Aunque este proclamaba su supe- rioridad en el terreno de la economia, Mill intufa en él una “amenaza que no era econémica, pero que tenfa importancia su- prema, y dio expresién a sus recelos en unos pirrafos de honda penetracién en el futuro: No se pueden calibrar las pretensiones dél comunismo compa- réndolas con el actual estado detestable de la sociedad... El problema radica en si quedard dentro de ese sistema algiin asilo reservado a la individualidad del cardcter; en si la opinién ptiblica no vendrd a ser 163 un yugo tirdnico; on si la absoluta dependencia de cada uno en todos, y Ja vigilancia de cada uno por todos, no acabard reduciendo al con- junto a una mansa uniformidad de pensamientos, sentimientos y ac- ciones... No puede existir en estado saludable ninguna sociedad en Ta que se considere lo excéntrico como digno de censura. Mill vivié hasta el afio 1873, venerado y casi convertido en un objeto de culto. Se le perdonaron sus suaves inclinaciones so- cialistas, en compensacién al gran panorama de esperanzas que habla descubierto y al haber hecho desaparecer el catafalco de la desesperacién, En fin de cuentas, lo que Mill propugnaba era cosa que casi todos podfan comprender y aceptar sin demasiado ho- rror, a saber: el impuesto sobre las rentas, los impuestos sobre las herencias y la formacién de cooperativas de trabajadores. Mill no era muy optimista en cuanto a las posibilidades de los sindicatos, y eso le hacia todavia mds aceptable, teniendo en cuenta la opinién predominante entonces entre Jas gentes respe- tables. La de Mill era una doctrina inglesa hasta el tuétano: evo- lucionista, optimista, realista y despojada de radicalismos chillones. La obta Principios de economia politica constituyé un éxito enorme. Durante la vida del autor alcanzé siete ediciones, a pe- sar de lo costoso de los dos vohithenes; ademas, y esto caracte- riza a Mill, este habfa hecho imprimir la obra por cuenta propia en un solo yolumen barato, para ponerla al alcance de la clase trabajadora. Se hicieron cinco de estas ediciones baratas y se agotaron en vida del autor. Mill quedé convertido en el maximo econémista de su época; se hablaba de él como del auténtico sucesor y heredero de Ricardo, y se afirmaba que pod{a mante- ner, sin desdoro, el parangén con el mismo Adam Smith, Dejando aparte la economfa, Mill fue personalmente tan res- petado como Adam Smith. Escribié las siguientes obras: Lédgica, Libertad, Consideraciones sobre el gobierno representativo y Uti- litarismo, todas ellas verdaderos clésicos en su género. Més atin que de ser brillante, Mill trat6 de vivir santamente. En una oca- sién en que su gran rival en el campo de la filosoffa, Herbert Spencer, se encontré en situacién tan estrecha que no podia completar la serie de obras que tenfa proyectada sobre 1a evolu- cién social, Mill se brindé a dar su ayuda econémica al proyecto, y escribid a su rival: «Le ruego que no considere esta proposicién 164 mia como un favor personal, pues, aun en el caso de que Io fuera, yo seguirfa esperando que se me permita brindérselo. Pero no se trata de eso, ni mucho menos, sino de una sencilla oferta de co- laboracién en una obra de gran aleance ptiblico y en Ja que usted ha puesto su trabajo y ha sacrificado su salud.» Jamés se vio un gesto més caracterfstico. Solo dos cosas te- nfan interés para Mill: su esposa, hacia la que sentia una devo- cién que, segiin sus amigos, rayaba en Ia ceguera, y la biisqueda del saber, de la que nada era capaz de apartarlo, Elegido miem- bro del Parlamento, Ja defensa que hizo de los derechos humanos sobrepasé el estado de énimo dominante en aquella época; como consecuencia fue derrotado en las elecciones siguientes, pero ni una cosa ni otra le importaban realmente. Escribié y_ hablé tal y como él vefa el mundo, y por lo que respecta a aprobar o des- aprobar sus opiniones, para é1 sdlo tenfa importancia el criterio de su bienamada Harriet, Cuando ella murié, Je qued6 su hija Helen, que ahora le re- sultaba igualmente indispensable. Mill escribié en su Autobio- grafia: «Seguramente que, vista la pérdida por mf sufrida, no hubo jamés hombre tan afortunado que sacara un premio como el que yo saqué en la loterfa de la vida.» Se retiré a pasar sus ltimos dfas en Avignon, cerca de la tumba de Harriet. Fue un hombre maravilloso y grande desde todos los puntos de vista. Sefialemos una dltima coincidencia. Su gran obra sobre eco- nomfa, portadora de un mensaje de progreso y de la oportunidad de realizar un cambio y un mejoramiento pacifico, se publicé el afio 1848. Quiz no fue el suyo un libro de los que hacen época, pero fue sin duda alguna de aquellos que marcan una época, ya que, por un curioso capricho del Destino, en el mismo afio se publicé otro libro més pequefio..., un simple folleto. Y este folleto Se titulaba ET Manifiesto Comunista, el cual, en sus escasas pAgi- nas, deshizo con frases asperas toda la serena y alegre sensatez de que John Stuart Mill habfa revestido al mundo. APENDICE 1, RESUMEN No resulta diffcil comprender la razén de que Malthus y Ricardo Ilegasen a concebir el mundo con tintes sombrios. La Inglaterra de principios del siglo X1x era un Tugar sombrio para vivir, Como se ha expuesto en capitulos anteriores, la industria- lizaci6n trajo consigo la creacién de mercados de tierras, de mano de obra y de capitales. Lo que esto significd, tras las abstracciones en que est4 expresado, fue el desalojo de los campesinos de las tierras en que vivian y su hacinamiento en grandes barrios po- bres de las ciudades ifidustriales de Inglaterra, asi como Ia brutal explotacién de la clase trabajadora inglesa, a la que se hacia tra- bajar duramente en las fébricas desde el amanecer hasta el ocaso, siete dias a la semana, por un salario que les permitia justamente arrastrar una misera subsistencia, La Inglaterra de principios del siglo XIX constituia un mun do que no solo era duro y cruel, sino que ademds racionalizaba su crueldad, presenténdola como consecuencia de las «leyes eco- némicas». De acuerdo con los discipulos de Smith, Malthus y Ri- cardo, el mundo estaba regido por leyes econdmicas, y las leyes econémicas no eran nada que pudiera tomarse a broma; senci- llamente estaban alli, y el denunciar las consecuencias desdicha- dag de su funcionamiento era tan necio como lamentarse de la bajada y la subida de las mareas. Smith desarrollé las leyes del interés propio y de la competencia, y Malthus y Ricardo formu- laron las leyes de la poblacién, de los salarios y de la renta. de la tierra, Y estas leyes no parecian explicar tinicamente de qué mane- ra tendia a ser distribuido el producto de la sociedad, sino tam- bién que no podia ser distribuido de otra manera. Las leyes econémicas parectan inviolables, pero el estado de la sociedad que estas habian producido era intolerable. Por esto surgieron también muchos esquemas notables destinados a hu- manizar la sociedad, formulados por algunos individuos ex- 166 traordinarios, Eran reformadores que, alineados contra las fuer- zas de la Idgica y del método cientifico, proyectaron ideas de sociedades utdpicas, repletas de cooperativas, falanges y esquemas para la distribucién de la renta. Robert Owen, rico industrial inglés que se habia hecho a sf mismo, crefa que la humanidad no era mejor que su medio ambiente y que si se cambiara ese medio ambiente podria lograrse un auténtico parafso en la tierra. Emprendié una cruzada en favor de una legislacién de reforma del régimen de las fébricas, hizo declaraciones ante comisiones especiales y finalmente, en 1828, se trasladé a Estados Unidos, estableciendo una comunidad uto. pica en New Harmony, Estado de Indiana. Owen creéa que a los pobres podia hacérselos productivos si se les colocaba en el medio ambiente adecuado. Para ello propugnaba la formacién de aldeas cooperativas que contuvieran 800 a 1.200 almas, quienes trabajarfan juntos en-la granja y en la fabrica, de una manera no muy distinta de la idea del kibbutz del moderno Israel, Las familias se agruparfan en casas, que tendrian la forma de «para- lelogramos», en las que cada familia dispondria de un departa- mento privado, aunque compartiendo con las demés los cuartos de estancia, las salas de lectura y las cocinas, que serfan comu- nales, No es preciso decir que una sociedad que creia en el laissez faire, no estaba preparada para aceptar las ideas de Owen acerca de las comunidades sociales planificadas. Sus experimentos fracasaron, lo mismo que otras muchas comunidades utépicas fundadas en Estados Unidos. Al final de su vida, Owen consagré sus energias al movimiento cooperativista y al movimiento de la clase obrera que se hallaba en sus inicios. De su obra salié el movimiento cooperativo Rockdale, que sobrevivié al mismo Owen, quien es el abuelo de los movimientos cooperativos en el mundo occidental. Owen no era economista, sino un industrial que traté de suavizar la brutalidad y los excesos de la Revolucién industrial. Traté de demostrar que Inglaterra no necesitaba ser construida sobre unos cimientos de mano de obra barata y maltratada; en su comunidad modelo de New Lanark traté de demostrar que el trato humano a los trabajadores cra a la vez moralmente co- recto y lucrativo. Saint-Simon, aristécrata y demécrata francés, descendiente de 167 Carlomagno y combatiente en la Revolucién norteamericana, tam- bién propuso la reorganizacién de la sociedad sobre bases com- pletamente diferentes a las del capitalismo del laissez faire. Saint- Simon destacé las virtudes de la cooperacién y exalté la dignidad de los trabajadores de todas clases: les industriels. Crefa en el trabajo, del que en realidad hizo un evangelio, y propugnaba que las recompensas deberfan guardar proporcién con la contri- bucién social de cada uno. Lo que Saint-Simon predicé fue una especie de himno lirico al proceso industrial yuna protesta de que en una sociedad de trabajadores, las clases ociosas se lle- van la parte del ledn, al ser repartida la riqueza. Fourier fue un excéntrico, que detallé su visién de la utopia de la manera més minuciosa. La sociedad deberfa organizarse en falanges, que vendrian a ser una especie de grandes hoteles, con bastantes puntos de semejanza con las aldeas cooperativas de Owen. La idea central era que cada cual haria el trabajo que més le gustase; en consecuencia, los trabajos inferiores serfan realizados por aquellos a quienes mas le gustasen, es decir, por los nifios. Los grupos fourieristas iniciaron comunidades en los Estados Unidos, que variaban enormemente entre s{. En conjunto, no tuvieron més éxito que la comunidad de Owen en New Harmony. En contraste con los socialistas utépicos, que escribfan en términos «literarioss, John Stuart Mill redact6 su critica de la sociedad industrial en el lenguaje y la disciplina de la ciencia econémica. Mill se apartaba de la ortodoxia de su época al poner de relieve que las leyes de la ciencia econdmica son aplicables a la produccién, pero no a la distribucién. En oposicién a Ricardo y los demas economistas, Mill decfa que no habia una distribu: cién «exacta», 0, por lo menos, no existia una distribucién en que la economia tuviese titulos para intervenir, No habla por qué alegar «leyes» para justificar la manera que la sociedad tie- ne de disponer de sus frutos; solo habia unos hombres que com- partian la riqueza producida por ellos como mejor les parecfa. La distribucién de la renta entre los trabajadores, los terratenien- tes y los capitalistas no era el resultado de la aplicacién de unos principios econémicos inmutables, sino de una organizacién par- ticular de la sociedad humana, que podrfa ser cambiada con la misma facilidad que habia sido establecida. En su obra en 168 dos vohimenes, Principios de economia politica, socavé de una manera decisiva las racionalizaciones econémicas en favor de la distribucion de la renta que existia en la Inglaterra de su época. Aunque todos estos hombres diferfan mucho uno de otro, tenian ciertas semejanzas importantes, que los separaban de la corriente principal de economistas que hemos presentado ante- riormente y de los marxistas que vamos a exponer a continuacién. Los socialistas utépicos no crefan que vivian en el mejor de to- dos los mundos posibles; se apartaban con repugnancia de la degradacién industrial en que se estaba sumiendo Europa; y crefan que la organizacién existente de la sociedad no teflejaba leyes inmutables en las que no se podia intervenir. Obsérvense dos puntos acerca de los socialistas utdpico: 1. Eran utépicos; es decir, apelaban a las ideas y a la buena yoluntad general y la inteligencia de las clases altas. 2. Eran socialistas; es decir, rechazaban el capitalismo det laissez faire y trataban de reconstruir la sociedad sobre bases que conducian mds directamente al pleno desarrollo de los seres humanos. Il. TEMAS PARA EXPONER {Qué quiere decir la expresién socialistas utpicos? 7En qué sentido eran utépicos? ¢En qué sentido eran socialistas? Eran utdpicos en el sentido de que consagraron sus energias a elaborar y establecer comunidades ideales, en vez de cri- ticar a las comunidades existentes. Eran también utdpicos en el sentido de que esperaban que vendria una sociedad ideal mediante la conversién intelectual de tas clases altas. Eran socialistas en el sentido de que destacaban las virtudes de la cooperacién frente a las de la competencia y en el de que creian en el carécter comunal de la propiedad: 2. «EI hombre es producto de las circunstancias»; es producto de su medio ambiente, decia Robert Owen. ;Est4 usted con- forme 0 no lo est4? {Por qué? ;Por qué no? 169 oa 2Son utépicos todos los eriticos sociales? ;Son eriticos todos los socialistas utépicos sociales? Aqui hay mucho que discutir, Muchos criticos sociales se limitan a elaborar y comprender la sociedad en que viven. En cambio, algunos planificadores utdpicos se ocupan de sociedades tan distantes que evitan comentar o criticar el esta- do actual de cosas en sus propias sociedades. John Stuart Mill escribia que no habfa leyes de la distribu- cién, sino que la manera como la sociedad dividia su pro- ducto constituia una decisién social, susceptible de ser cam- biada. ¢Cémo se justifica que algunas personas tengan ren- tas elevadas mientras que otras no tienen ni una vivienda adecuada? {Qué piensa usted de estas justificaciones? Era una creencia comtin de los socialistas utépicos el que las clases gobernantes efectuarian cambios radicales en Ia socie- dad, si se les persuadfa de la justicia de los mismos. {Cree usted que esta suposicién es realista? Justifique su respuesta con ejemplos histdricos. II." TEMAS PARA TRABAJOS éDe qué manera diferfan los socialistas utépicos de los eco- nomistas que hemos tratado en fos capitulos anteriores? Los economistas clasicos crefan que habian descubierto leyes que mostraban cémo era la sociedad y cdmo tenia que ser gobernada, A diferencia de los socialistas utdpicos, crefan que la sociedad no podria ser muy diferente de como era; por deprimentes que fueran las condiciones imperantes para la mayoria de la humanidad y por lamentables que fuesen estas condiciones, los economistas cretan que las cosas no podrian Ser modificadas bdsicamente. Los socialistas utépicos, por supuesto, creiari que la sociedad podria ser totalmente dife- vente. Destacaban la cooperacién, mientras que los economis- tas destacaban la competencia. ZEn qué sentido desafiaba John Stuart Mill la principal aco- metida de los economistas anteriores? Mill afirmaba que la distribucion de la riqueza y de la renta de la sociedad no era un resultado de leyes inmutables, sino de la estructura y de las costumbres de dicha sociedad. Con frecuencia, la palabra «utépico» se emplea en sentido despreciativo. {Por qué cree usted que es as(? {Cree usted que deberfa ser asi? Muchos pensadores utépicos modernos han creado las Ila- madas utopias nagativas; asi, p. ej., el Brave New World de Aldous Huxley o el 1984 de George Orwell. ;Qué cree us- ted que explica este sentimiento negativo acerca del futuro de la sociedad? Si usted tuviese que esbozar una utopia, (a qué se pareceria? En particular, zqué especie de estructura econémica tendria su utopia, suponiendo que la «naturaleza humanay fuese més 0 menos como la de hoy dia? Es necesario este supuesto? TV. PREGUNTAS CON RESPUESTAS MULTIPLES PARA ELEGIR La actitud de muchos ingleses educados de la época res- pecto al sufrimiento de las clases trabajadoras era: A) La mayoria de ellos querfan que la sociedad cambiase. B) Que aun estando las cosas tan mal como estaban, no habia alternativa, ya que la sociedad distribuia su pro- ducto con arreglo a leyes fijas. ©) Una actitud de seguridad, ya que la clase trabajadora inglesa aceptaba su carga con mucha’ buena voluntad. D) Una actitud de tristeza, ya que vefan que las condiciones se hacfan cada yez peores. Robert Owen creta que podia lograrse una sociedad mejor, una vez que: A) Fuesen eliminados los terratenientes. 171 == B) Fuesen eliminados los capitalistas. C) Fuesen mejoradas las condiciones de la clase traba- jadora. D) Volviese el hombre a la religién. Aun cuando las aldeas utdpicas de Owen no florecieron nunca realmente, un legado de la obra de Owen es: A) Las obras utépicas de George Orwell. B) Los movimientos cooperativos de consumidores. C) El resurgimiento de la preocupacién por los problemas de la pobreza por parte de los economistas del siglo XIX. D) El rapido mejoramiento de las condiciones de vida del obrero inglés en el siglo xIx. Una idea dominante contra la que lucharon los socialistas utdpicos fue A) La de que habia muy poca democracia. B) Que la sociedad estaba organizada de la tinica manera que podta estarlo. C) La del derecho divino de los reyes. D) Todas las respuestas anteriores. John Stuart Mill, en su obra en dos voliimenes, PRINCIPIOS DE ECONOMIA POLITICA, se aparta de Adam Smith, Ricardo y Malthus en que él: A) Rechazé sus leyes de la distribucién B) Rechaz6 sus ideas sobre la competencia. ©) Rechazé sus «leyes de hierro» de la produccién. D) Rechazé la ley malthusiana de la poblacién. «Confieso que no me encanta el ideal de vida que proclaman quienes piensan que la lucha por la subsistencia es el estado normal de los seres humanos; que el pisotear, aplastar, dar codazos y pisarse unos a otros los talones, cosa que cons- tituye la presente forma de vida social, sea lo mejor que 172 puede acaecerle al género human...» Esto representa el sentimiento de: ‘A) Los economistas del Iaissez. faire de principios del si- glo xix. B) Los reformadores de principios del siglo XIX contrarios al laissez faire. C) La corriente principal de economistas ocidentales hasta nuestros dias. D) Todos los anteriores. Los socialistas utépicos creian que el agente clave para el cambio social estd en: A) Las clases trabajadoras. B) EI campesinado desplazado. ©) Los economistas de la época. D) Las clases elevadas. Fourier es recordado por su A) Propuesta de hacer que la gente trabaje mds duro para lograr su utopia B) Creencia de que en su utopia el trabajo seria realizado asignéndolo"a quienes les gustase.esa forma de trabajo. ©) Su creencia de que el capitalismo se derrumbaria por su propio peso. D) Su establecimiento de una religién del trabajo. Saint-Simon es famoso por: A) Su aversién a los técnicos. B) Su glorificacién de los elementos industriates de la so- ciedad. C) Su admiracién de la sociedad feudal. D) Sus propensiones antidemocraticas. El socialismo utépico es notable por: A) Laccreencia de que las ideas podrian cambiar la historia B) Rechar el interés propio como le base de la sociedad, C) Los frecuentes esquemas imaginativos para el mejora- miento. D)_ Todas las respuestas anteriores. V. PREGUNTAS PARA RESPONDER VERDADERO o FALSO i a 1. La principal corriente del pensamiento econémico de principios del siglo x1x no admitfa cuestiones acerca de la injusticia econémica, porque sostenia que el sistema econémico estaba organizado de la nica manera que era posible organizarlo, v | | A 2. El primer impulso para la reforma de las condiciones mi- serables de la clase trabajadora inglesa a principios del siglo x1x provino de los economistas, F | 3. Robert Owen fue un industrial que se hizo a sf mismo y que crefa que la reforma podfa ser beneficiosa para toda la sociedad. ae 4. Los socialistas utépicos fomentaban el odio de clases. ie Dada la légica aplastante que hay tras los argumentos de los economistas para justificar el statw quo, muchos reformadores se refugiaron en vuelos de la fantasia acer- ca de las comunidades utépicas. v b 6. Segtin un prominente economista del siglo xix, John Wa Stuart Mill, las clases gobernantes de la sociedad dis- tribufan la riqueza de esta de la manera que ellos ele- gian, v 7. John Stuart Mill se separé de la corriente principal del pensamiento econémico al negar a las cuestiones de la distribucién la categoria de leyes inmutables de la na- turaleza. v 174 Los socialistas utépicos crefan que sus ideas podrian ser puestas en practica mediante el cambio pacifico. v 9. En conjunto, los esquemas utdpicos de Fourier, Saint- Simon y Owen no tuvieron éxito. Vv 10. Los esquemas utdpicos nunca fueron ensayados en la vida real. VI EL MUNDO INEXORABLE DE CARLOS MARX El Manifiesto empezaba con estas ominosas palabras: «Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jaurfa todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.» El espectro existfa, sin duda alguna. El afio 1848 fue un afio de terror para el viejo orden establecido en el Continente. El aire vibraba de fervor revolucionario y el suelo se estremecta bajo los pies. Por un instante—un breve instante—se creyé po- sible que el viejo orden se derrumbase, En Francia, el mal engra- sado régimen de Luis Felipe, majestuoso rey de la burguesfa, for- cejeaba con una crisis, y al fin se vino abajo; el rey abdicd y huyé para buscar su seguridad en una quinta de Surrey; los tra- Dajadores de Parfs se alzaron en un levantamiento carente de coordinacién e izaron la bandera roja en la Casa Consistorial. En Bélgica el aterrado monarca ofrecié renunciar al trono. En Ber- Hin se levantaron barricadas y silbaron las balas; en Italia las multitudes se amotinaron, y en Praga y Viena los alzamientos populares imitaron al de Paris, haciéndose con el control de las ciudades, «Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intencioness, clamaba el Manifiesto. «Abiertamente de- claran que sus objetivos solo pueden alcanzarse derrocando por Ia violencia todo el orden social existente, Tiemblen, si quieren, Jas clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolucién co- munista, Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.» 176 EES Las clases rectoras temblaron y vieron la amenaza del comu- nismo por todas partes, No carecfan de base sus temores. Los obreros de las fundiciones francesas cantaban himnos revoluciona- rios al compés de los golpes de sus mandarrias. Enrique Heine, el roméntico poeta aleman que por aquel entonces realizaba una gira por las fabricas, informaba que «realmente las gentes de nuestra buena sociedad no pueden imaginarse la nota demoniaca que vibra en todas esas canciones». Sin embargo, a pesar de la clarinada de las palabras del Ma- nifiesto, las notas demonfacas no eran un toque de llamada a una revolucién comunista; eran un grito nacido de la frustracin y de la desesperacién, Porque toda Europa se encontraba en las garras de una reaccién que, comparada con la situacién que rei- naba en Inglaterra, hacfa aparecer’ a esta como un auténtico idilio. John Stuart Mill habfa calificado al Gobierno francés de «carente en absoluto de todo espfritu de mejoramiento y... for- jado casi exclusivamente por los impulsos més ruines y egoistas del linaje humano»; y los franceses no tenfan el monopotio de estos titulos a la fama. Por lo que respecta a Alemania, ya avan- zada la cuarta década del siglo x1x, Prusia atin no tenia Parla- mento, se carecfa de libertad de palabra y del derecho de re- unién, no existia libertad de Prensa ni juicio por jurados, ni se to- leraba idea alguna que se desviase, ni en el grueso de un cabello, del rancio concepto del derecho divino de los reyes. Italia era un pais fragmentado en anacrénicos principados, La Rusid de Nicolas I (a pesar de la visita que el zar habfa hecho a las instituciones de New Lanark, de Robert Owen) fue calificada por el historiador De Tocqueville de epiedra angular del despotismo en Europa, Si la desesperacién hubiese sido canalizada y dirigida, quizd las notas demonfacas hubieran adquirido un timbre auténtica- mente revolucionario, Pero las sublevaciones fueron espontineas, indisciplinadas y a la ventura; lograron victorias iniciales, pero luego no supieron qué hacer con ellas, y el orden viejo, después de un vaivén, volvié a su antigua posicidn, El fervor revoluciona- rio mengué y, donde no ocurrié asi, fue aplastado de manera implacable. Las muchedumbres alborotadas de Paris fueron so- metidas por la Guardia Nacional, al precio de diez mil bajas. Luis Napoledn se hizo cargo del gobierno del pais, y no tardé en cam- biar la Segunda Repiiblica por el Segundo Imperio. El pueblo de 77 EULARONER—12 Bélgica eg6 a la conclusion de que lo mejor que podia hacer era pedir al rey que siguiese en su puesto, y el rey pagd ese homenaje aboliendo el derecho de reunién. Las multitudes vienesas y htin- garas fueron desalojadas a cafionazos de sus reductos, y en Ale- mania, una asamblea constitucional que habfa estado debatiendo valerosamente la cuestién de si deberia constituirse en Repiiblica, acabé fraccionandose en grupos que entablaron disputas encona- das, y Ilegé a la ignominia de ofrecer el pats a Federico Guiller- mo IV de Prusia. Y la ignominia fue mayor atin cuando ese mo- narca declaré que no aceptaba una corona que le era ofrecida por laS manos innobles de gentes plebeyas. Asi acabé la revolucién, que habia sido feroz y sangrienta, pero que no cuajé en nada. Hubo en Europa algunas caras nuevas, pero las normas politicas siguieron siendo mds o menos iguales. Pero a un pequefio grupo de dirigentes de la clase trabajadora, que acababan de fundar la Liga Comunista, todo aquello no les produjo profunda desesperacion. Es cierto que la revolucién en que habfan puesto tan grandes esperanzas habia fracasado, y que los aislados movimientos extremistas de Europa vefanse perse- guidos més implacablemente que antes. Sin embargo, todo eso podia mirarse con cierta ecuanimidad, porque, segiin sus teorfas de la Historia, los levantamientos de 1848 no eran sino ensayos en pequefia escala de la gigantesca obra que se pondrfa en escena més adelante, y no les cabia la minima sombra de duda del éxito que alcanzarfa aquel espectéculo catastréfico, La Liga acababa de publicar su declaracién de objetivos, a la que lamé el Manifiesto Comunista. A pesar de sus gritos de combate y de sus frases cortantes, el Manifiesto no hab{a sido es- crito simplemente para aguijonear el sentimiento revolucionario, © para sumar una voz mas de protesta al clamor de voces que ya rasgaban el aire. El Manifiesto pretendfa algo mas: estaba anima- do por una filosofia de la historia, de acuerdo con la cual no solo era conveniente una revolucién comunista, sino que también po- dia demostrarse que era inevitable. A diferencia de los socialistas utépicos que aspiraban igualmente a reorganizar la sociedad de una manera mas acomodada a sus deseos, los comunistas no hacfan Hlamamientos a las simpatfas de la gente, ni a su partidismo, para levantar castillos en el aire. Por el contrario, ofrecfan a los hom- bres la ocasién de acoplar sus destinos a una estrella y ver cémo 178 Te esa estrella se movia inexorablemente a través del zodfaco his- torico. No se trataba ya de una lucha en la que uno u otro de los dos bandos tuviese que ganar por razones morales o senti- mentales, 0 porque creyese que el orden existente era. afren- toso. Al contrario, se habfa hecho un anilisis frfo del bando que tenia que ganar, y los dirigentes del proletariado no tenfan otra cosa que hacer sino esperar, ya que el triunfo habria de ser para el proletariado. Tan cierto como dos y dos son cuatro, el des- enlace final tenfa que. producirse a su favor. El Manifiesto era un programa escrito para el futuro. Una cosa, sin embargo, habria sorprendido a sus autores. Ellos esta- ban dispuestos a esperar, pero no setenta afios, puesto que ya entonces escudrifiaban toda Europa en busca del pais en que més probablementé se incubarfa 1a revolucién, Y ni siquiera una vez se les ocurrié volver por un instante la vista hacia Rusia. El Manifiesto, como todo el mundo sabe, fue hijo del cerebro de un genio colérico: Carlos Marx. Para ser més exactos, fue obra de Ia colaboracién de Marx y de su extraordinario compa- fiero, compatriota, partidario y colega, Federico Engels. Ambos son hombres interesantes, y, desde Iuego, de impor- tancia enorme. La dificultad estriba en que tanto uno como otro se han convertido ya en algo mas que hombres; Marx, como ser humano, se halla oscurecido por Marx, figura representa- tiva; y Engels aparece enyuelto en Ja sombra de Marx. Si hemos de guiarnos en nuestro juicio por el recuento del ntimero de frén- tes inclinadas en reverente adoracién, Marx debe ser considera- do como una figura religiosa parangonable a Ia dé Cristo 0 a Ja de Mahoma, y Engels viene a cohvertirse en una especie de San Pedro o de San Juan. En el Instituto Marx-Engels, de Mosci. hombres doctos se han enfrascado en el estudio de sus obras con idolatria igual a la que ellos ridiculizan en los museos anti- rreligiosos abiertos en la misma calle; pero mientras Marx y En- gels son canonizados en Rusia, en una gran parte del resto del mundo siguen crucificéndolos. No merecen ni lo uno ni lo otro, porque no fueron ni santos ni demonios. Tampoco su obra es un libro santo, ni objeto de execraci6n. Se halla situada en la gran Ifnea de puntos de vista econémicos que han venido sucesivamente clarificando, ilumi- 179 nando e interpretando nuestro mundo; y, al igual que las de- més grandes obras de esa clase, no carece de fallos, ni est4 des- provista de méritos. El mundo est4 preocupado con la figura de Marx, el revolucionario. Pero si Marx no hubiese existido, no habrian dejado de surgir otros profetas de una sociedad nueva y otros socialistas. La influencia real y permanente de Marx y de Engels no estriba en su actividad revolucionaria, que fue poco eficaz en vida de ambos. Con quien el capitalismo, en fin de cuentas, tiene que Megara batirse es con Marx, el economista. Porque la huella imborrable que él dejé en la Historia fue su prediccién de que el capitalismo esté condenado de una manera fatal e inevitable al colapso. Y sobre esa prediccién, sobre ese pronéstico «cientifico, ha levantado su edificio el comunismo. Pero empecemos por trabar relacién con los hombres. Marx y Engels parecfan personajes de tipo opuesto. Marx te- nia aspecto de revolucionario. Sus hijos le Hamaban el Moro porque era de piel morena y ojos hundidos y relampagueantes. Fisicamente era rechoncho y de sélida contextura, y con su for- midable barba tenfa una expresién algo cefiuda. No era hombre ordenado; en su casa yefanse por todas partes grandes montones de’ documentos polvorientos y desarreglados, y entre toda esa papeleria, Marx iba y venfa con paso suave, desalifiadamente vestido, entre espesas nubes de humo de tabaco. Por el con- trario, Engels podia pasar por un miembro de aquella misma burguesia que él despreciaba; era alto, rubio y bastante elegante, y producia la impresién de un caballero aficionado a la esgrima y a la caza con jaurfas; en cierta ocasién cruzé a nado, cuatro veces consecutivas, el rio Weser. Y no se diferenciaban unicamente en su aspecto fisico y ex- terno. También sus personalidades venfan a ser como dos polos opuestos. Engels era alegre y observador, y posefa una inteli- gencia répida y facil; decfase de él que podfa tartamudear en veinte idiomas. Era aficionado a los placeres burgueses de la vida, siendo incluso un buen catador de vinos, y constituye una nota divertida el que, si bien buscaba sus amores entre proleta- rias, pas6 una gran parte de su vida tratando de demostrar ro- ménticamente—aunque sin éxito—que su amante Mary Burns 180, (y, a la muerte de esta, su hermana Lizzie), eran descendi del poeta escocés de ese apellido. Marx era mucho més macizo; en él encontramos al tipo auténtico del alemén docto, lento, meticuloso, que aspira a hacer obra perfecta con esfuerzo y casi de una manera enfermiza. En- gels era capaz de escribir en un santiamén una obra cientifica; Marx pas6 fatigas mortales para escribirla. Con lo tinico que En- gels no pudo fue con el idioma arabe y sus cuatro mil rafces ver- bales; Marx, al cabo de veinte afios de practicar el inglés, hablaba una horrenda mezcolanza angloteuténica. Cuando escribe a Engels que los acontecimientos ocurridos le han producido un gran chock (en lugar de shock), casi estamos oyéndole hablar. Pero, con todo y su pesadez, Marx era quien, de los dos, posefa una inteligencia superior; alli donde Engels aportaba amplitud de mi- ras e impetu, Marx ponfa profundidad. Se encontraron por segunda vez en Parts, el afio 1844, y de esa época data su mutua colaboracién. Engels fue a casa de Marx con el simple objeto de hacerle una visita; pero era tanto lo que tenfan que’ decirse, que su conversacién durd diez dfas, De alli en adelante, apenas si hay cosa escrita ‘por el uno que no haya sido editada, rehecha, o por lo menos discutida, con el otro, y su correspondencia Iena varios tomos. Los caminos por los que en Parfs legaron a ese punto comin de coincidencia fueron muy divergentes, Engels era hijo de un padre pietista, calvinista, de criterio estrecho, que tenfa una fé- brica en Renania, Federico, siendo joven, hab{a demostrado in- comprensibles aficiones a la poesfa, y entonces su padre le hizo la maleta y lo expidié a Bremen, para que aprendiese el negocio de exportacién y viviese en casa ‘de un clérigo. Por lo visto, el padre, Gaspar Engels, opinaba que Ia ieligién y el ganar dinero eran un buen tratamiento curativo para un alma roméntica. En- gels obedecié y se consagrd a los negocios; pero lo vefa todo a través de los colores de su propia personalidad rebelde, una per- sonalidad despreocupada y por ello mismo incompatible con las rigidas normas de su padre, En el curso de sus actividades mer- cantiles tuvo que ir a los muelles; pero su mirada observadora no se fij6 tinicamente en los camarotes de primera clase de los barcos de pasajeros, arevestidos de caoba y con dorados», sino que vio también la parte destinada a los pasajeros de tercera, tes 181 capretujados como los adoquines en la calle». Empez6 a leer la literatura extremista de la época, y & ja edad de veintidés afios era ya un converso a los ideales del comunismo, palabra que en- fonces no tenia una definicién muy clara, a no ser por Jo que respecta a su rechazo de la propiedad privada como medio de organizar el esfuerzo” econémico de la sociedad. Fue enviado luego a Manchester y entré en los negocios tex- tiles que alli tenfa su padre, Lo mismo que le ‘ocurrié en Bremen con los barcos de pasajeros, también Manchester parecidle a Engels solo una fachada. La ciudad tenfa agradables calles con tiendas a uno y otro lado, y barrios residenciales que rodeaban a aquella de hermosos chalets. Pero existia un segundo Manchester también, oculto detrés del primero y distribuido de manera que os propietarios de fébricas no tuviesen que yerlo en su ir y venir de casa a la oficina. En ese Manchester se cobijaba una poblacién atrofiada que vivia entre la suciedad y la desesperacién, se refu- giaba en la ginebra y el evangelismo, y se drogaba con laudano e fin de escapar, ellos y sus hijos, de una vida desesperanzada y brutal. Engels habfa visto ‘similares condiciones de vida en las ciudades manufactureras de su Renania, pero ahora exploré Man- chester hasta familiatizarse con el {iltimo cuchitril y con todas aquellas chozas que parecfan agujeros de ratas. Sus hallazgos fueron publicados en el yeredicto més terrible jamas escrito con- tra los barrios bajos de las zonas industriales: La situacién de la clase trabajadora en Inglaterra el afio 1844, En cierta ocasion que hablaba con un caballero amigo suyo sobre la miseria de aquella ciudad, Engels dijo que jamés habla visto otra peor cons- fraida, Su amigo Io escuché con tranquilidad y iuego replic aY, a pesar de todo eso, aqui se hacen grandes fortunas; buenos dias, seftor.» Tingels se puso entonces a escribir, y en estas obras trataba de demostrar que los grandes economistas ingleses no eran sino apologistas del orden existente. Uno de sus escritos impresioné profundamente aun joven que, por aquel entonces, publicaba en Paris un periddico extremista filoséfico. ‘Aquel joven era Carlos Marx. A diferencia de Engels, pro- cedia de un ambiente familiar liberal, y hasta un tanto extr mista. Habfa nacido el afio 1818 en ‘Tréveris, Alemania, y era el hijo se~ gundo de una familia judfa de posicién desahogada, la cual, muy 182 2 poco después, se convirtié al cristianismo para que Enrique Marx, que era abogado, pudiese ejercer su profesién con menos dificultades. Enrique Marx gozaba del respeto general, e incluso Je fue otorgado el titulo honorario de Justizrat, reservado a los abogados eminentes; pero nuestro hombre habfa concurrido en su’juventud a banquetes clandestinos, donde se brindaba por la Alemania republicana, y crié a su hijo sometido a un régimen de alimentacién intelectual a base de Voltaire, Locke y Diderot. Enrique Marx proyectaba que su hijo estudiase leyes. Pero en las Universidades de Bonn y de Berlin, el joven Marx se vio arrastrado y envuelto en las grandes disputas filoséficas de la época. El filésofo Hegel habia expuesto y defendido un esquema filos6fico revolucionario, y las universidades conservadoras ale- manas se habjan dividido en bandos respecto al mismo. Para He- gel, la mutacién era la norma de la vida. Toda idea daba irrepri- miblemente vida a su contraria, y ambas sé fundfan en una sin- tesis que, a su vez, producfa su propia contradiccién. La Historia —afirmaba Hegel—no era otra cosa que la expresién de ese fluir de ideas en pugna que se fundfan y dividfan, animando de vida ya a una nacién, ya a otra. La mutacién—el cambio dialéctico— era inmanente a los asuntos humanos. Esto, con una sola excep- cién: el Gobierno de Prusia, que era como «la marcha de Dios sobre la tierray; porque, segtin Hegel, al legar al Estado pru- siano el proceso se detenia. Esa teorfa resultaba profundamente estimulante para un jo- ven estudioso, Marx se unié al grupo de intelectuales conocidos con el nombre de Jévenes Hegelianos, que planteaba cuestiones tan audaces como el atefsmo y el comunismo teérico puro en términos de dialéctica hegeliana. Marx decidié entonces consa- grarse a la filosoffa. Y asf lo habrfa hecho, de no haber interve- nido aquel Estado divinizado. El profesor preferido de Marx, Bruno Bauer, que estaba gestionando para aquel un puesto en Bonn, fue dado de baja en el cargo por sus ideas democraticas y antirreligiosas (cosas que, evidentemente, resultaban malas por igual), y desde ese momento ya Je fue imposible a Carlos Marx seguir una carrera académica, Entonces se entregé al periodismo. Un pequefio periddico liberal de la burguesfa, el Rheinische Zeitung, en el que habia colaborado con frecuencia, lo invité a que se hiciese cargo de su 183 direccién. Acepté. Duré exactamente cinco meses en el cargo. Marx era entonces radical, pero de un radicalismo més bien filo- séfico que politico, Cuando Federico Engels fue respetuosamente a visitar a Carlos Marx, a este no le parecié bien que el impetuo- so joven rebosase de ideas comunistas, y cuando al propio Marx se le acus6 de ser comunista, su contestacién fue equivoca: «No conozco el comunismo, pero una filosofia social que se propone Ja defensa de los oprimidos no puede ser condenada con lige- reza.» Sin embargo, y a pesar de estos desmentidos suyos, los articulos editoriales que escribfa resultaron intolerables para las autoridades. En uno de ellos censuraba enconadamente una ley que probibia a los campesinos el ejercicio de su derecho inme- morial a recoger en los bosques lefia muerta; las autoridades censuraron el articulo. Escribié varios editoriales lamentdéndose de la situacién del problema de Ja vivienda, y las autoridades le enviaron una advertencia. Y cuando se sobrepasé hasta escribir algunas cosas poco favorables al zar de Rusia, el Rheinische Zeitung fue suprimido, Marx se dirigié entonces a Paris para allf hacerse cargo de otro periédico extremista, el cual tuvo una vida tan corta como el que habja dejado. Pero entonces Marx concentré su interés en la politica y en Ja economia. El descarado egofsmo del Gobierno prusiano, Ja resistencia implacable de la burguesfa alemana a toda medida que pudiera aliviar la condicién de las clases traba- jadoras de Alemania, las actitudes, rayanas en lo caricaturesco, de una reaccién en las que se distinguieron las clases ricas y gober- nantes de Europa..., todo esto cuajé en su mente hasta formar parte de una nueva filosofia de la Historia, Cuando Engels acu- dié a visitarlo y ambos iniciaron sus firmes relaciones, esa filoso- fla empez6 a adquirir forma. Tal filosoffa recibirfa el nombre de materialismo dialéctico: dialéctico, porque aceptaba la idea hegeliana de la mutacién; y materialism, porque no se basaba en el mundo de las ideas, sino en el campo del medio ambiente social y fisico. Muchos afios después, en un folleto titulado Anti-Diihring (por estar dirigido contra cierto profesor alemdn lamado Eugen Diihring), Engels escribié: «Ei concepto materialista de la Historia arranca del principio 184 de que la produccién, y con esta el intercambio de productos, constituye la base de todo orden social; que en toda sociedad, entre cuantas han aparecido en la Historia, la distribucién de los productos, y con esta la divisién de la sociedad en clases o estamentos, se encuentra determinada por aquello que se pro- duce y el cémo se produce, y por la forma en que se intercambia la produccién. De acuerdo con este concepto, las causas definiti- vas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones po- Iiticas hay que buscarlas, no en Jas mentes de los hombres, en su penetracién cada vez mayor de la verdad y de la justicia eter- nas, sino en las mutaciones experimentadas por los métodos de produccién y de intercambio; esas causas no deben buscarse en la filosofia, sino en la economia de la época a que se refieran.» No resulta dificil seguir el razonamiento. Toda sociedad—dice Marx—se levanta sobre una base econémica, se fundamenta, en ultima instancia, sobre la dura realidad de unos seres humanos que han organizado sus actividades para vestirse, alimentarse y disponer de albergue. Esa organizacién. puede diferenciarse enor- memente entre una sociedad y otra, y entre una época y otra. Puede ser pastoril, o estructurarse en torno a la caza, 0 agruparse en unidades artesanas, o edificarse hasta formar un complicado conjunto industrial. Pero, sea cual fuere la forma en que se orga- nicen los hombres para resolver su problema econémico funda- mental, la sociedad precisa de toda una superestructura de acti- vidad y de pensamiento ajenos a la economia, y necesitard man- tenerse unida por medio de leyes, controlada por un gobierno, inspirada por la religién y la filosofia. Ahora bien: esa superestructura de pensamiento no puede elegirse a capricho, sino que tendré que reflejar la base sobre la cual se levanta. Una comunidad de cazadores no se desenvolverd ni podr4 servirse del marco legal de una sociedad industrial; y, de la misma manera, es evidente que una comunidad industrial necesita una concepcidn de la ley, del orden y del gobierno com- pletamente distinta de las que rijan en una aldea primitiva. Ob- sérvese que la doctrina del materialismo no rechaza la funcién catalftica y la capacidad creadora de las ideas. Sostiene tnica- mente que Ios pensamientos y las ideas son un producto del me- dio, incluso cuando aspiran a transformar ese medio. En si mismo, el materialismo reduciria las ideas a simples 185 acompaiiantes pasivos de la actividad econémica. Pero no era eso lo que Marx sostenia, La nueva teorfa tenfa tanto de dialéc- tica como de materialista: reconocfa el cambio, la mutacién constante e inherente; y en ese fluir sin fin, las ideas que emanaban de una época contribuirfan a dar forma a la siguiente. Comentando el golpe de Estado de Luis Napoledn, el afio 1852, escribia Marx: «Los hombres hacen su propia historia, pero no precisamente como a ellos les agrada; ni la hacen bajo circuns- tancias elegidas por ellos, sino bajo circunstancias que ellos en- cuentran directamente y que les son transmitidas por el pasado.» Pero el aspecto dialéctico, la mutabilidad, de esta teorfa de la Historia, no dependfa simplemente del juego mutuo de las ideas y de las estructuras sociales. Otro agente muchisimo més pode- roso operaba también. El propio mundo econémico iba cambian- do; Ja realidad fundamental sobre la que se levantaba la estruc- tura de las ideas se hallaba en un fluir constante. Por ejemplo, los mercados aislados de la Edad Media empe- zaron a morir bajo el impetu de los descubrimientos y de la unificacién politica, y asf naci6 un nuevo mundo comercial. El antiguo taller manual fue sustituido por el taller a vapor, bajo la presién de los inventos, y surgié una nueva forma de organiza- cién social que se llamé fabrica. En ambos casos fue la realidad fundamental de la vida econémica la que mudé de forma, y con su mudanza obligé a que se realizase una nueva adaptacién so- cial en Ia comunidad dentro de Ia cual ella misma estaba in- crustada. Y una vez que se llevé a cabo esa mutacién, trajo consigo todo un cortejo de consecuencias. El mercado y Ia fabrica eran incompatibles con el sistema feudal de vida, no obstante haber nacido en medio de este. Requerfan el ir acompafiados de una nueva contextura cultural y social, y colaboraron a ese dificil proceso de nacimiento creando sus propias y nuevas clases so- ciales: el mercado cred su propia clase de mercaderes profesio- nales, y la fabrica creé el proletariado. Pero el- proceso de la mutacidn social no era simplemente cuestién de unos inventos nuevos que ejercian presién sobre las instituciones viejas: era también cuestién de unas nuevas clases sociales desplazando a las antiguas. Porque cada sociedad se or- ganiza en una estructura clasista, en grupos de hombres que 186 mantienen entre sf cierta relacién comtin—favorable 0 no—con la forma existente de produccién. Y el cambio, la mutacién social, amenaza todo esto. A medida que las condiciones técnicas de la produccién cambian—por ejemplo, a medida que las fébricas destruyen la industria artesana—, las Viejas clases se encuentran con que también la situacién que ocupaban va cambiando; las que se hallan situadas en lo alto pueden encontrarse con que les han minado el terreno, en tanto que las que se encontraban abajo pueden ser empujadas hacia arriba. Hemos visto ya ese cambio en la posici6n relativa de las clases sociales en Inglaterra, durante. la vida de Ricardo, cuando los capitalistas, cabalgando sobre la ola de la Revolucién industrial, amenazaban con desplazar de sus prerrogativas inmemoriales a la nobleza terrateniente, De ahi provienen los conflictos. Las clases cuya posicién se ve amenazada combaten a aquellas otras que ven realzada la suya; por ejemplo, el sefior feudal combate al mercader que se enriquece, y el maestro artesano desprecia al capitalista inci- piente. Sin embargo, el proceso de la Historia no presta atencién ni a simpatias ni a antipatias. Las condiciones cambian gradualmente, y también gradualmente se reorganizan las clases sociales, si bien Jo hacen con seguridad absoluta. La divisién de la riqueza cambia entre torbellinos y agonias, La Historia es, pues, un gran cortejo de luchas incesantes entre las clases sociales para dividirse la riqueza social; porque mientras cambien las técnicas de la so- ciedad, ningiin género de distribucién de la riqueza se encontrard a salvo de un ataque. LQué' era lo que esta teorfa presagiaba para el presente? Pre- sagiaba una revolucién, una revolucién inevitable. En efecto, el capitalismo, segtin ese andlisis, est4 formado también de una base tecnolégica de naturaleza econémica y de una superestructura institucional de clase. Y si su base tecnolégica se hallaba en constante mutacién, entonces la superestructura capitalista tenia, por fuerza, que hallarse sometida a una tensién cada vez mayor. Eso era exactamente lo que Marx y Engels vefan en el afio 1848. La base tecnolégica del capitalismo—su anclaje en la realidad—era la produccién industrial. La superestructura del ca- pitalismo era el sistema de propiedad privada, bajo el cual una porcién del producto de la sociedad iba a parar a los duefios de 187 ese gran aparato técnico. El conflicto nacfa del hecho de que am- bas cosas eran incompatibles. UPor qué? Porque la produccién industrial, es decir, la fabri- cacién efectiva de artfculos, era un proceso altamente organizado, integrado, interdependiente, en tanto que Ja propiedad privada era el mds individualista de los sistemas sociales. De ahf que la superestructura y la base chocaran entre sf; las fabricas exigian un plan social, cosa que la propiedad particular aborrecfa; el ca- pitalismo se habfa convertido en una cosa tan compleja que re- querfa una direccién, pero los capitalistas se empefiaban en exigir una libertad ruinosa. La consecuencia de todo ello era doble. En primer lugar, el capitalismo acabarfa destruyéndose a sf mismo. El carecer la produccién de un plan tenfa por fuerza que conducir a crisis y hundimientos y al caos social de la depresién. Era, simplemente, que el sistema resultaba demasiado complicado; se desajustaba constantemente, perdfa el paso y producfa con exceso ciertas mer- canefas, en tanto que su produccién era insuficiente en otras. En segundo lugar, el capitalismo, sin darse cuenta, crearfa a su propio sucesor. No solamente crearfa dentro de sus grandes fabricas Ja base tecnoldgica para el socialismo, es decir, la produc- cién en masa, sino que crearfa también una clase social adiestra- da y disciplinada, cuyos miembros serfan los agentes del socialis- mo: el proletariado rencoroso. Por su propia dindmica interior el capitalismo darfa origen a su propia ruina, y durante ese proceso alimentarfa a su propio enemigo. Era esta una vision profundamente revolucionaria de la His- toria, no solo: por lo que prometia para el futuro, sino también por la nueva perspectiva general que abria sobre el pasado, He- mos legado ya a familiarizarnos con la «interpretacién econémi- cap de la Historia, y podemos aceptar con ecuanimidad una reva- Joracién del pasado, cual, por ejemplo, en lo referente a Ja lucha entre las incipientes clases comerciales del siglo xv y el mundo aristocrético de la tierra y de la sangre. No obstante, esto no constitufa para Marx y Engels un simple ejercicio académico de reinterpretacién histérica. La dialéctica Nevaba hacia el futuro, y este, tal como se expresaba en el Manifiesto Comunista, apuntaba hacia una revolucién comunista inevitable, que serfa producida por esa misma dialéctica. El Manifiesto proclamaba con palabras 188 ominosas: «Y asi, al desarrollarse la gran industria, la burguesia ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia Io producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y crla a sus propios enterradores, Su muerte y el triunfo del pro- Ietariado son igualmente inevitables.» El Manifiesto, con su interpretacién retumbante e inexorable de la Historia, no fue escrito en Paris. Las actividades de Marx en esta ciudad habian sido breves. Dirigié una revista radical y agresiva; con ello volvié a irritar la sensibilidad del Gobierno prusiano, y, a peticién de este, fue expulsado de la capital fran- cesa. Ya estaba casado en esa época...; el afio 1843 habfa contrafdo matrimonio con Jenny von Westphalen, la cual, siendo ambos nifios, vivia en la casa contigua a la de Marx. Jenny era hija de un arist6crata prusiano, miembro del Consejo Privado; pero el barén von Westphalen era, sin embargo, un humanista y pensa- dor liberal. Habia conversado con el joven Marx sobre Homero y Shakespeare y le hablé incluso acerca de las ideas saint-simonia- nas, a pesar de que estas habfan sido declaradas heréticas por el obispo de Ja ciudad. A Jenny, por su parte, se le consideraba como la mayor belleza entre las jévenes de la ciudad. Su hermo- sura era grande y tenfa pretendientes a granel; asf, pues, fécil- mente hubiera podido realizar un matrimonio de conveniencia; pero se decidié por el joven moreno de la casa de al lado. La verdad es que estaba enamorada de él y que ambas familias die- ron gustosas el consentimiento. Para la familia Marx, ese matri- monio suponia una victoria social no pequefia, y pata el barén suponia, quiz4, una feliz vindicacién de sus ideas humanitarias. Sin embatgo, cabe preguntarse si habria otorgado su consenti- miento, de haber previsto lo que iba a ocurrirle a su hija, pues Jenny se vio obligada a compartir el camastro de una vulgar prostituta en la cArcel, y a pedir dinero prestado a una vecina, a fin de comprar el atatid para enterrar a uno de sus hijos. En jugar de las dulces comodidades y del prestigio social de Tré- veris, tendrfa que pasar los afios de su vida en dos Nigubres habitaciones de una casucha de Londres, sobrellevando con su esposo las calumnias de un mundo hostil Y, sin embargo, fue Ja suya una vida matrimonial de dedica- 189 cién profunda. Marx, que era 4spero, receloso ¢ iracundo en su trato con los extrafios, fue siempre un esposo y un padre abne- gado. Mas tarde, mucho més tarde, cuando Jenny. se hallaba mo- ribunda y Marx enfermo, su hija fue testigo de esta encantadora escena: Mamé se hallaba en cama en Ja amplia habitacién principal y ef Moro en otra cama en la pequefia habitacién contigua...; jamés olvi- daré aquella mafiana en que éf se sintié lo bastante fuerte para levan- tarse y entrar en Ja habitacién de mamé. Era cual si nuevamente fuesen una pareja de jévenes que bubieran vuelto a reunirse..., ella una muchacha y él un mozo ardoroso que se lanzaban juntos por el camino de Ja vida..., y no un anciano de salud quebrantada y una dama moribunda que se daban el tiltimo adiés. La familia Marx se habfa trasladado a Londres el afio 1849. Al ser expulsados de Parfs, cuatro afios antes, fueron a parar a Bruselas, donde permanecieron (y donde fue compuesto el Ma- nifiesto) hasta los estallidos revolucionarios de 1848. Luego, una vez que el rey de Bélgica se sintié suficientemente afianzado en su trono tambaleante, hizo una redada entre los dirigentes extre- mistas de su capital, y Marx tuvo que marchar por breve tiempo a Alemania. Todo ocurrié de la misma manera que otras veces. Marx se hacfa cargo de la direccién de un periddico y era solo cuestién de tiempo el que este fuese suspendido por el Gobierno. Marx imprimié el iltimo ntimero en tinta roja... y buscé refugio en Londres. La situaci6n econémica de Carlos Marx se hizo entonces desesperada. Engels vivia en Manchester su sorprendente doble vida (pues era un personaje respetado en la Bolsa de Manchester), y ayudé a la familia Marx con una provisién inacabable de che- ques y de dinero, a pesar de lo cual aquella tuvo que enfrentarse con la mas dura pobreza. Componfanla cinco miembros, ademés de Lenchen, doncella de la familia de los Westphalen, que perma- necié toda su vida con los Marx sin cobrar sueldo, Marx carecia de ocupacién..., si se excepttia su interminable tarea en el Bri- tish Museum, donde se pasaba estudiando todos los dias desde jas diez de la mafiana hasta las siete de la noche. Traté de ganar algtin dinero escribiendo articulos sobre Ia situacién politica para 190 rie f el diario Tribune, de Nueva York, cuyo director, Charles A. Dana, era fourierista, y al que no le desagradaba que aplicasen algunas bofetadas a los politicos europeos. Eso le sitvié de ayuda a Marx durante algiin tiempo, aunque fue Engels quien le sacé del compromiso muchas veces escribiendo los articulos. Marx, entre tanto, le daba a Engels consejos como este: «Tienes que dar un poco més de colorido a los articulos de guerra.» Cuando acab6 aquella colaboracién, Carlos Marx traté de obtener un em- pleo de oficinista en una compafifa de ferrocarriles, pero no fue admitido por su letra tan mala. Entonces empefié todo lo que le quedaba a su nombre, porque la plata y objetos de valor de Ja familia habian sido vendidos hacia ya mucho tiempo. Las estre- checes Iegaron en alguna ocasién al extremo de que Marx no pudiera salir de casa porque su chaqueta y sus zapatos habfan sido Hevados a la casa de empefios; en otras ocasiones carecfa incluso del dinero necesario para comprar sellos de correo a fin de enviar sus obras al editor. Para complicar atin mds sus difi- cultades, Marx padecia. dolorosfsimos fortinculos. Al volver una noche a su casa, después de‘haberse pasado el dfa leno de su- frimientos y escribiendo en el museo, hizo este comentario: «Es- pero que Ja burguesfa tendré motivos, mientras exista, para acordarse de mis fordinculos.» Acababa de escribir el terrible capitulo de El Capital, en que hace Ja descripcién de un dia de trabajo. Engels era la tinica persona a la que podfan recurrir. Marx le es- cribfa constantemente tratando de economfa, politica, matemé- ticas, téctica militar y de todo cuanto puede escribirse, pero es; pecialmente acerca de su propia situacién. He aqu{ una acotacién caracteristica: ‘Mi esposa esté enferma. La pequefia Jenny est4 enferma. Lenchen padece una especie de fiebre nerviosa y no puedo llamar al médico Porque no dispongo de dinero para pagarle, Llevamos ocho 0 diez dfas viviendo exclusivamente de pan y patatas, y mucho me temo que ni siquiera esto vamos a poder seguir comiendo.., No he escrito nada para Dana porque no he dispuesto de dinero para comprar periddicos... iCémo voy a salir de esta condenada situacién? En el transcurso de Ja semana pasada he pedido prestado algunos chelines, e incluso pen!- ques, a los trabajadores, Fue algo terrible, pero absolutamente ne- cesario, porque, de lo contrario, habrfamos pasado hambre. 191 Unicamente en sus ultimos aiios disfruté Carlos Marx de un poco de desahogo. Un viejo amigo le hizo al filésofo un pequefio legado, gracias al cual ya no volvié a caer en las mayores pro- fundidades de la pobreza. También Engels entrd, por fin, en po- sesién de una herencia y se retiré de su negocio; el afio 1869 fue a su despacho por iltima vez, y luego se dirigié al encuentro de la hija de Marx, «jugueteando con su bastén y con el rostro en- yuelto en una expresién de risa cantarinay. Jenny fallecié el afio 1881; habfa enterrado a dos de sus cinco hijos, uno de los cuales era el tinico varén; estaba vieja y can- sada, Marx se encontraba demasiado enfermo para poder asistir a su funeral; cuando Engels lo vio, él le dijo: «También el Moro est4 muerto.» No lo estaba del todo y todavia tird por espacio de dos afios; no fueron de su gusto los maridos que sus dos hi- jas casadas habfan elegido; Jas pendencias dentro del movimiento de la clase obrera acabaron por fatigarlo, y cierto dfa lanzé una afirmacién que no ha dejado nunca de inquietar a sus fieles, cuan- do dijo: «Yo no soy marxista»; por ultimo, desaparecié del mun- do tranquilamente una tarde del mes de mayo. {Qué es lo que Marx habfa hecho en aquellos largos afios de privaciones? Por una parte, habfa dado vida a un movimiento internacional de la clase trabajadora. Marx habfa escrito siendo joven: «Los filésofos se han limitado hasta ahora a interpretar el mundo de varias maneras; sin embargo, lo que importa es cambiarlo.» Marx y Engels habfan dado el espaldarazo al proletariado con su inter- pretacién de la Historia; luego se pusieron a la tarea de timo- near y guiar a ese proletariado, de forma que Megara a hacer fuer- za sobre la Historia, como una palanca maestra. No fue, el suyo, intento coronado por un gran éxito, Coinci- diendo con Ia publicacién del Manifiesto, se habia formado la Liga Comunista, pero en realidad nunca salié verdaderamente del papel como organizacién; el Manifiesto, que era su plataforma, no se puso siquiera a la venta, y al sucumbir la revolucién de 1848 muri6 también Ia Liga. Esta organizacion fue seguida el afio 1864 por otra mucho més ambiciosa: la Asociacién Internacional de Trabajadores. La In- ternacional se jactaba de contar con siete millones de miembros, 192 y, €n efecto, tenia, por lo menos, los suficientes para intervenir en una oleada de huclgas que batrié el continente europeo y para ganarse una fama temible. Pero también estaba condenada a vivir poco tiempo. La Internacional no se hallaba integrada por un ejército duro y disciplinado de comunistas; era una muchedum- bre abigarrada de owenistas, proudhonistas, fourieristas, socialis- tas tibios, nacionalistas rabiosos y tradeunionistas que miraban con recelo cualquier clase de teorfa revolucionaria, fuese la que fuese. Marx, a fuerza de habilidad, mantuvo articulada a esa mu- chedumbre por espacio de cinco aiios, y después la Internacional se escindié; hubo algunos que siguieron a Bakunin, hombre de estatura gigantesca y de auténtica historia revolucionaria, en Si- beria y en el destierro, en tanto que otros volvieron a dedicar su atencién a los problemas nacionalistas. (A propésito de Bakunin, asegurabase que su oratoria era tan arrebatadora que sus oyentes se habrfan cortado el cuello si él se lo hubiese ordenado.) La iiltima reunién de la Internacional tuvo lugar en Nueva York el aio 1874, y fue un ligubre fracaso. Muchfsimo mds importante que la creacién de la Primera In- ternacional fue el tono caracterfstico que Marx inyecté en los problemas de la clase trabajadora. Marx era el més pendenciero e intolerante de los hombres, y fue incapaz, desde un principio, de admitir que nadie que se apartase de su Ifnea de razonamiento pudiera estar en Io cierto. Como economista, su lenguaje era preciso; como filésofo-historiador, era elocuente; como revolu- cionario, era insolente. Llamaba a sus adversarios «patanes», «truhanes» e incluso achinches». Al principio de su carrera, ha- Uandose todavfa en Bruselas, fue a visitarle un sastre alemdn lamado Weitling. Era éste miembro harto probado del movi- miento de los trabajadores, al extremo que conservaba en sus piernas cicatrices producidas por las cadenas de las cérceles pru- sianas, y contaba, ademés, con un largo historial de esfuerzos desinteresados y valerosos en fayor de los trabajadores alemanes. Le hablé a Marx de ideas tales como las de justicia, hermandad y solidaridad, y se encontré sometido a un examen implacable acerca de los «principios cientificos del socialismo». El pobre Weitling se sintié confundido, y sus respuestas no fueron acepta- das como satisfactorias. Marx, que era el principal examinador de aquel tribunal, comenzé a pasearse irritado por la habitacién, 193 MaMLBRONER.—13 y grité: «La ignorancia no ha ayudado hasta ahora a nadie.» Asi terminé el juic Willich fue otro de los excomulgados. Era ex-teniente del ejército prusiano; habia combatido en la revolucién alemana, y, andando el tiempo, por una circunstancia bastante curiosa, Hegé a ser, durante la guerra civil norteamericana, general en el bando nortefio. Pero Willich vivfa aferrado a la idea no marxista de que era posible encontrar en la pura yoluntad un arma suficiente para la revolucién, en lugar de «las auténticas condiciones sociales»; debido a esta idea fue apartado también del movimiento...; sin embargo, tiempo después, Lenin demostraria que esa idea, al fin y al cabo, no era tan absurda, Y esta lista de excomulgados podria extenderse inacabable- mente. Quiz4 no se haya producido un incidente més irritante, ni de mayor fuerza profética sobre la marcha de un movimiento que con el transcurso del tiempo degenerarfa en persecucién a muerte de desviacionistas y de contrarrevolucionarios, como el de la enemistad entre Carlos Marx y Pedro Proudhon. Proudhon era hijo de un tonelero francés; socialista brillante y autodi- dacto, habia estremecido a la intelectualidad francesa con un libro titulado ¢Qué es la propiedad? La contestacién de Proudhon era que Ia propiedad es un robo, y su libro reclamaba que se acabase con las grandes riquezas privadas, si bien no exigia la supresién de toda la propiedad privada. Marx y el escritor fran- cés se habfan tratado, habfan mantenido entre ambos conversa- ciones y correspondencia, y por tiltimo Marx le pidié que uniera sus fuerzas a las suyas y las de Engels. La respuesta de Proud- hon fue tan profundamente emocionante y tan aterradoramente reveladora del futuro, que merece ser acotada con cierta exten- sién. He aquf lo que escribié: Colaboremos, en todo caso, en un esfuerzo por descubrir las leyes de la sociedad, Ia forma en que esas leyes funcionan, el método mejor para dedicarnos a su investigacién; pero, por amor de Dios, cugndo hayamos derribado todos los dogmatismos aprioristicos, no vayamos, por nuestra parte, a inyectarle al pueblo otra nueva doctrina dogmé- tica... Aplaudo de todo corazén vuestra idea de sacar a luz toda clase de opiniones; entablemos polémicas honradas y sinceras; demos al mundo el ejemplo de una tolerancia sabia y previsora, pero, por €l hecho de estar nosotros a la cabeza de un movimiento nuevo, no 194 nos situemos como dirigentes de una nueva intolerancia; no adop- temos la postura de apéstoles de una nueva religién, aunque esta sea la religin de la légica, la religién de la razén misma, Demos Ia bien- venida a todas las protestas y estimulémoslas; condenemos todas las exclusiones, todos los misticismos; no demos por terminada jamds una cuestién, ¢ incluso después de haber agotado nuestro dltimo argumento empecemos de nuevo, si es necesario, con elocuencia y con ironia. En estas condiciones, yo tendré muchfsimo gusto en parti- cipar en vuestra asociacién; de lo contrario, no. La respuesta de Marx fue la siguiente: Proudhon habia es- crito un libro titulado Filosofia de la miseria; Marx lo aniquilé ahora con una réplica titulada Miseria de la filosofia. Este rasgo de intolerancia ya no desaparecerfa nunca. La Primera Internacional fue seguida por la moderada y bien in- tencionada Segunda Internacional, en la que participaron socia- listas del ‘calibre de Bernard Shaw, Ramsay MacDonal y Pilsud- ski (as{ como también Lenin, Mussolini y Laval), y' después vino la infamante Tercera Internacional, organizada bajo la égida de Moscti. Sin embargo, quizd la influencia de estos grandes movi- mientos haya sido inferior a la persistencia de la estrechez de criterio, a la incapacidad rabiosa y absoluta de permitir una opi- nién disidente, a ese aire autocrdtico y a esa antipatfa hacia la democracia que el comunismo ha heredado de su tinico y mé- ximo fundador. Si Carlos Marx, durante sus largos afios en el destierro, no hubiese producido otra cosa que un movimiento obrero revolu- cionatio, no se nos apareceria hoy en el mundo como figura tan imponente. Marx fue solamente uno entre una docena de revo- Tucionarios, y no el de mayor éxito; fue uno entre otros tantos profetas del socialismo y, en realidad, apenas si escribié algo res- pecto a la forma que adoptarfa la nueva sociedad. Su aportacién definitiva radica més allé de todo eso: en su teorfa de la dialéc- tica materialista de la Historia, y mds atin que en eso, en su and- lisis pesimista del porvenir de la economfa capitalista. Stalin esctibié: «La historia del capitalismo ha confirmado por completo las teorfas de Marx y Engels, relativas a las leyes del desarrollo de la sociedad capitalista... Leyes que Mevardn, de manera inevitable, al derrumbe de todo el sistema capitalista.» 195 iCudles eran esas leyes? zCudl fue el diagnéstico hecho por Marx del sistema que él conocis? La contestacién a esas preguntas esta en esa enorme obra que se titula Das Kapital, es decir, El Capital, Sorprende que, dada la angustiosa meticulosidad de Carlos Marx, este Megara a dar fin a la obra..., y en cierto sentido puede decirse que no la ter- mind, Su redaccién le lev6 dieciocho afios; en 1851 iba a ser terminada «en cinco semanas»; en 1859, en seis semanas»; en 1865 estaba ya «terminada», es decir, era un enorme montén de manuscritos prdcticamente ilegibles, para ordenar los cuales fue- ron precisos dos afios, a fin de editarlos en un yolumen (el I). ‘A la muerte de Marx, el afio 1883, quedaban por publicar dos volimenes; Engels publicé el I el afio 1885, y el tercero, en 1894, El yolumen final (el IV) no aparecié hasta el aiio 1910. {Abi tiene el intrépido lector que se anime a realizar seme- jante esfuerzo dos mil quinientas piginas de lectura! ;Y qué pa- ginas! Algunas de ellas tratan de problemas técnicos mintiscu- jos, manipulados hasta llegar al agotamiento matemético; otras hierven de pasién y de célera. Nos encontramos ante un econo- mista que ha lefdo a todos los demés economistas; ante un pe- dante aleman apasionado por las notas de pie de pagina, y ante un critico emotivo, capaz de escribir que «el capital es trabajo muerto que, a manera de vampiro, solo vive chupando el trabajo vivo, y que nos dice que «el capital vino al mundo chorreando sangre y suciedad de la cabeza a los pies, por todos los poros». Sin embargo, no vayamos por ello a Janzarnos a la conclusion de que nos encontramos simplemente ante un texto leno de pre- juicios e irritaciones, que se encarniza contra los crimenes de los malvados reyes del dinero. El libro esta saturado, por todas par- tes, de observaciones que delatan que su autor se encuentra to- talmente metido dentro de su adversario teérico; pero, hecho curioso, el gran mérito de este libro estriba en su completo des- pego de toda clase de consideraciones de indole moral. Describe con furia, pero analiza con fria légica. La finalidad que Marx se ha propuesto es descubrir las tendencias intrinsecas del sistema capitalista, sus intimas Jeyes de movimiento; y al hacerlo, ha soslayado el recurso fécil, pero menos convincente, de explayarse simplemente sobre sus manifiestas imperfecciones. En lugar de 196 elld, moldea el capitalismo més puro y riguroso que quepa ima- ginar, y, dentro de este sistema abstracto rarificado, dentro de un capitalismo imaginario al que ha despojado de todos los de- fectos evidentes de la vida real, Marx busca su presa. Porque si Joga demostrar que el mejor de todos los capitalismos posibles esté, a pesar de todo, condenado a un desastre seguro, entonces ya le serg facil demostrar que el capitalismo de la realidad ten- dra que seguir el mismo camino, pero con una rapidez todavia mayor. Ese es el escenario que Marx prepara. Entramos eh un mun- do en el que reina el capitalismo perfecto: sin monopolios, sin sindicatos, sin yentajas para nadie. Es un mundo en el que todos los artfculos se venden exactamente a su debido precio. Y su debido precio es su valor..., vocablo este muy intrincado. El valor de un artfculo—dice Marx, y antes ya lo habfan dicho Smith y Ricardo—es la suma de trabajo incorporado. Si el fabri- car sombreros requiere el doble de trabajo que el fabricar zapa- tos, los sombreros valdrén el doble de aquellos. Naturalmente que no es indispensable que el trabajo consista en una labor manual directa; puede tratarse de trabajo que viene de atris Y que se va distribuyendo en muchos artfculos, o bien puede tra- tarse de trabajo que se empled de una vez en construir una mé- quina y que esta va trasladando, poco a poco, a los articulos que esa maquina fabrica. Pero, cualquiera que sea su forma, todo puede, en tiltimo término, reducirse a trabajo, y todos los articu- los, dentro de este sistema perfecto, tendrén su precio conforme a la suma de trabajo, directo o indirecto, que encierran en sf. En esta clase de mundo se alzan los dos m4ximos protago- nistas del drama del capitalismo: el obrero y el capitalista..., porque en Ia sociedad el terrateniente ha quedado ya relegado a una situacién subalterna, Estos protagonistas no son por com- pleto idénticos a aquellos otros que ya hemos encontrado en cuadros econédmicos parecidos. El obrero no es ya esclavo de su apetito reproductor, sino un actor libre que entra en el mercado para vender lo mejor que pueda el tinico articulo que posee—su capacidad de trabajo—, y si consigue un alza en los salarios, no sera tan esttipido que la malbarate en la proliferacién de miem- bros de su propia clase. El capitalista se enfrenta con ese obrero en la palestra. Allé, 197 en su fuero interno, no es una mala persona, aunque su avaricia y su afén de riqueza se hallan céusticamente descritos en los ca- pitulos en que el autor abandona el mundo abstracto, para echar una ojeada a la Inglaterra del afio 1860. Sin embargo, vale la pena observar que e] capitalista no siente esa apetencia de dinero, Me- vado unicamente por méviles de rapacidad; el capitalista es un propietario-empresario comprometido en una carrera sin fin con- tra otros propietarios-empresarios; por fuerza tiene, pues, que luchar por ia acumulacién de riqueza, ya que en el ambiente de competencia en que opera no hay otra opcién que absorber 0 ser absorbido por otros. escenario esta montado y los personajes ocupan sus res- pectivos puestos. Pero ahora surge la primera dificultad, y Marx pregunta: ;Cémo es posible que existan beneficios en una situa- cién semejante? Si todo articulo se vende por su valor exacto, _quién es el que se Teva un aumento no ganado? Nadie se atreve a elevar'su precio por encima del de los competidores, ¢ incluso si un vendedor se las arreglase para conseguir comprador que se lo pagara, este comprador dispondrfa de menos dinero que gastar en otro renglén de la economia; es decir, que el beneficio de uno seria pérdida para otro, ;Cémo es posible, entonces, que pueda existir beneficio en la totatidad del sistema, si todo se intercam- bia por lo que honradamente vale? Eso parece una paradoja, Es facil explicar la existencia de beneficios si partimos del supuesto de que, dentro del sistem: existen monopolios que no necesitan obedecer a las influencias niveladoras de ia competencia, o si admitimos que los capitalis- tas pueden pager el trabajo menos de lo que vale. Pero Marx no admite semejante cosa, Sera el capitalismo puro el que cavard su propia fosa. Carlos Marx halla la explicacién del dilema en una mercan- cfa que es distinta de todas las demés: la mano de obra. Porque al obrero, al igual que el capitalista, vende su mercancfa por lo que vale exactamente..., por su valor, Y su valor, al igual que al de todas las dems cosas que se venden, es la suma del tra- bajo que entra en el mismo, o sea, en este caso, la suma de tra- bajo que se necesita para crear la mano de obra o potencial de trabajo. En otras palabras, las energias vendibles de un trabaj dor valen Ja totalidad del trabajo social necesario para mante- 198 nerlo vivo. Smith y Ricardo habrian estado por completo de acuerdo con Marx: el verdadero valor de un trabajador es el salatio que él necesita para mantenerse. Es su salario de sub- sistencia. Hasta aquf todo va bien; pero ahora entra-en juego la clave del beneficio. El trabajador que se contrata para trabajar, solo puede pedir el salario que le corresponde. Cul habré de ser ese salario depende, como ya hemos visto, de la suma de trabajo- tiempo que se necesita para mantener a un hombre con vida. Si se necesitan seis horas de trabajo social para mantener a un tra- bajador, entonces (si se justiprecia el trabajo en un délar por hora) vale seis délares diarios. Nada més. No obstante, el obrero que acepta una colocacién no se con- trata para trabajar tinicamente seis horas al dfa. Eso serfa tra- bajar solo Io necesario para mantenerse. Por el contrario, acepta trabajar una jornada de ocho horas, que en los tiempos de Marx era de diez o de once horas. De modo que el obrero producir4 Ja suma de valor equivalente a diez u once horas, y el patrono le pagard tnicamente la de seis, Su salario vendré a cubrir su subsistencia, es decir, el auténtico valor suyo, pero él venderd al patrono el valor que produce en un dfa completo de trabajo. Ast es como el beneficio penetra en el sistema. Marx llama a esta capa de trabajo no pagado, plusvalia, Pero en todo ello no interviene para nada la indignacién moral. Al tra- bajador se le debe el valor de su fuerza de trabajo, y ese valor Jo cobra totalmente. Pero el capitalista, por su parte, cobra ple- namente el valor de la jornada entera de sus obreros, que es de mayor duracién que las horas por las que él ha pagado. Por esa razén el capitalista, al vender sus productos puede permitirse venderlos al valor auténtico de estos, y conseguir todavia una ga- nancia. Porque tales productos evan en s{ una cantidad de tra- bajo-tiempo superior a la que él tuvo que pagar. uCémo puede existir semejante estado de cosas? Existe, por- que los capitalistas monopolizan el acceso a los medios de pro- duccion. Si el obrero no quiere trabajar toda la jornada labora- ble, entonces no consigue empleo. El obrero, como todos los demés agentes que entran en el sistema, no tiene derecho—ni tam- poco fuerza—para pedir més de lo que él vale como mercancia. Bl sistema funciona con equidad perfecta, y, sin embargo, todos 199 los obreros sufren una estafa, porque se ven forzados a trabajar més tiempo del requerido por la necesidad de su propio mante- nimiento. Esto suena en forma extrafia, yverdad? Pero téngase presente que Marx describe una época en que el dfa laborable era largo —a veces intolerablemente largo—y los salarios, casi en su tota- lidad, representaban poco més que lo indispensable para no mo- rirse de hambre. Esa idea del valor sobrante—plusvalfa—quizd resulte extrafia en un mundo del que ha desaparecido en gran parte el Hamado «taller negrero», pero en los tiempos en que Marx escribia no era una simple suposicién teérica, Bastaré un ejemplo para demostrarlo: el promedio de horas de trabajo se- manales en una fabrica de Manchester, el afio 1862, en el trans- curso de un perfodo de mes y medio, fue de ochenta y cuatro horas. En los dieciocho meses anteriores habfa sido de setenta y ocho horas y media. Pero todo lo anterior sigue siendo nada més que el montaje del drama. Tenemos ya a los protagonistas, con sus méviles, y tenemos la clave del conflicto en el descubrimiento de la uplus- valiay. Y empieza a representarse el drama. Todos los capitalistas obtienen beneficios. Pero todos ellos compiten entre sf. Por esa razén tratan de acumular, a fin de ensanchar las escalas de su produccién a expensas de sus com- petidores. Pero esa expansién no es cosa facil. Exige un ntimero de trabajadores mayor, y los capitalistas que quieren conseguirlos tienen que competir entre ellos para Ilevarselos. Los salarios tien- den a subir. Y, por el contrario, la plusvalfa tiende a bajar. Di- rfase que los capitalistas de Marx han de encontrarse pronto frente al dilema con que se enfrentaron los de Adam Smith y de David Ricardo: que el alza de los salarios se iré comiendo sus beneficios. Smith y Ricardo vieron la solucién del dilema en la tendencia de Ia clase trabajadora a multiplicarse en los perfodos de franca prosperidad. Pero Marx ha cortado esta via de escape. Ni si- quiera la toma en consideracién, y se limita a calificar la doctrina malthusiana de «libelo contra la raza humanas...; después de todo, el proletariado, que ha de ser Ia clase rectora del porvenir, no puede ser tan miope que malbarate sus ventajas, dejandose Mevar de un apetito fisico irrefrenado. Pero Marx saca, sin em- 200 bargo, de su conflicto a los capitalistas. Y asegura que estos ha- ran frente a la amenaza de salarios més altos, introduciendo en sus fabricas méquinas que ahorren mano de obra. Con eso, una parte de la fuerza trabajadora serd lanzada a la calle, y alli, en calidad de ejército industrial de reserva, desempefiard la misma funcién que la que Malthus habia sefialado al hormigueo de la poblacién; es decir, con su competencia obligaré a que los sala- rios vuelvan a tener su valor precedente: el del nivel de subsis- tencia, Aqui entramos en el recodo decisive. Dirfase que el capita- lista ha salvado la situacién, porque ha impedido el alza de los salarios, creando el paro obrero, merced a la maquinaria, No va- yamos tan de prisa. El procedimiento mismo mediante el cual hha querido librarse de uno de los cuernos del dilema, hace que se clave en el otro. Conforme sustituye hombres por mdquinas, sustituye simul- tdneamente unos medios de produccién beneficiosos por otros que no lo son. Recuérdese que en este mundo abstracto de Marx nadie obtiene beneficios por una simple operacién de compra- venta y regateo. Podemos estar seguros de que por mucho que una maquina represente para su capitalista, este ha pagado por ella su valor total. Si una mAquina rinde en todo el transcurso de su vida un valor de diez mil délares, nuestro capitalista ha tenido, en primer lugar, que cargar con una factura de diez mil délares. El capitalista solamente puede realizar su beneficio sa- cdndolo de la mano de obra viva, y ese beneficio lo constituyen Yinicamente las horas no pagadas de exceso de tiempo de trabajo. Por esa razén, al reducir el ntimero o la proporcién de sus tra- bajadores, etd matando la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, nuestro pobre hombre no puede hacer otra cosa. No hay nada mefistofélico en su manera de proceder. No hace més que obedecer a su impulso de acumulacién y tratar de mantenerse a la par de sus competidores. A medida que los sala- rios que paga suben, se ve en la obligacidn de introducir maqui- naria que ahorre mano de obra, para, de ese modo, reducir sus costes y rescatar su margen de beneficio; y si él no lo hace, lo haré su vecino. Ahora bien: al verse obligado a sustituir la mano de obra por maquinaria, reduce, por fuerza, la base de la que obtiene sus beneficios, Nos hallamos ante una especie de drama 201 griego en el que los hombres cumplen, quiéranlo o no, su des- tino, y en el que todos ellos cooperan de una manera involuntaria para producir su propia destruccién, La carta estd jugada. Cada capitalista, a medida que sus beneficios se reducen, redoblaré los esfuerzos para meter en su fébrica nueva maquinaria que ahorre mano de obra y reduzca los costes, Si quiere obtener un beneficio, tendré que ir siempre un paso por delante en el desfile. Pero como todos los capitalis- tas hacen exactamente lo mismo; la proporcién de Ja mano de obra (y por consiguiente Ja plusvalfa) en la produccién total se empequefiece mds y m4s, De manera constante baja el tanto por ciento de beneficio, y la catdstrofe esté a la vista, Los beneficios han quedado reducidos a un punto en el que, la produccién no resulta ya en modo alguno beneficiosa. A medida que los hom bres son sustituidos por m4quinas, se reduce el consumo, y si multéneamente el ntimero de gente que trabaja deja de mante- nerse a la par de la produccién. Vienen las quicbras. Se produce un foreejeo para lanzar al mercado los articulos a cualquier pre- cio, y en ese proceso sucumben las firmas mas pequefias. Nos en- contramos en una de las crisis del capitalismo. Pero esa crisis no sera eterna. A medida que los obreros son lanzados al paro forzoso, se ven en la necesidad de aceptar sa- larios inferiores al valor efectivo. Cuando la maquinaria inunda el mercado, con valor depreciado, los capitalistas mds fuertes tienen ocasién de adquirir m4quinas por menos de su valor autén- tico. De esa manera, al cabo de un tiempo, reaparece la plusvalia y se reanuda la marcha adelante. Pero esa marcha lleva a la mis- ma conclusién catastréfica: competencia para adquirir trabajado- res, salarios més altos, maquinaria que desplaza la mano de obra, estrechamiento de la base de la plusvalfa, competencia atin mds trenética, colapso. Y cada nuevo colapso es ms grave que el que lo ha precedido. En los periodos de crisis las firmas grandes ab- sorben a las pequefias, y si se da el caso de que esos monstruos industriales se vengan abajo, el grado de destruccién es todavia mucho mayor que cuando solo sucumben las empresas pequeiias. ‘Un buen dfa, el drama tiene su desenlace. El cuadro que Marx nos presenta de ese epflogo tiene toda la elocuencia de una des- cripcién del Juicio final: «Paralelamente a esa disminucién cons- tante de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan 202 todas las ventajas de este proceso de transformacién, crece la suma de miseria, optesin, esclavitud, degradacién y explota- cién; pero también crece, al mismo tiempo, la rebeldia de la clase trabajadora, cuyo mimero va aumentando constantemente y que va siendo disciplinada, unida y organizada por el propio meca- nismo del proceso de la produccién capitalista... La centraliza- cién de los medios de produccién y la socializacién del trabajo aleanzan, por tiltimo, un punto en el que se hacen incompatibles con el tegumento capitalista que los envuelve y que, finalmente, estalla. Ha sonado el toque de difuntos del capitalismo privado. Los expropiadores se ven expropiados.» Asi es como termina el drama con el inevitable derrumbe, conforme a la concepcién dialéctica de Marx. El sistema—el sistema puro—se viene abajo, porque él mismo se socava para exprimir su propia fuente de energia, la plusvalia. Y apresura ese derrumbe Ia inestabilidad constante que surge de la natura- leza, esencialmente carente de plan, propia de la economia, y aun- que existen fuerzas que trabajan por un lado para prolongar y por otro para precipitar el desenlace, no hay manera de soslayar Ja ltima lucha mortal. Entonces, si el sistema puro acaba de ese modo, zqué esperanza puede existir para el sistema en Ia reali- dad, con todas sus imperfecciones, monopolios, tacticas implaca~ bles y persecucién desalentada de la ganancia? Para Adam Smith, la escalera del capitalismo se movia en forma ascensional constante, cuando menos hasta donde esto era razonablemente previsible. Para Ricardo, ese movimiento ascensional vefase, al fin, contrarrestado por la presién de las bocas humanas en una tierra que no produciria viveres suficientes para alimentarlas, terminando la partida en tablas para el pro- greso y en una inmerecida prosperidad para el afortunado terra- teniente, Para Mill, el panorama resultaba més. tranquilizador, merced a su descubrimiento de que la sociedad podfa distribuir sus productos como mejor lo estimara, independientemente de las leyes econémicas que parecfan regirla. En cambio, para Marx, hasta esa tiltima posibilidad salvadora resultaba indefendible. La dialéctica le decta que el Estado era tinicamente el 6rgano polf- tico rector en poder de los rectores econémicos, y el pensa- miento de que ese 6rgano pudiera actuar como un cuerpo neutral, 203 como una tercera fuerza imparcial que equilibrase las aspiracio- nes de sus miembros en pugna le habrfa parecido poco més que una absoluta ilusién a ultranza. No, no habfa escape a la I6gica fntima, al desarrollo inexorable de un sistema que no solo se destruiria a sf propio, sino que, al hacerlo, darfa también na- cimiento a su propio sucesor. Acerca de cémo seria ese sucesor del capitalismo, Marx dijo muy poco. Seria, desde luego, un sistema asin clases», frase esta con la que Marx querfa significar que el dia que la sociedad fuese propietaria de todos los medios de produccién de bienes desapareceria la base sobre la que se asienta la divisién econé- mica de la sociedad fundamentada en la propiedad. Ahora bien, de cémo Ja sociedad seria duefia de sus fabricas, de qué entendfa é1 por sociedad, de si existirfan o podrian existir pugnas encona- das entre los administradores y los administrados, entre los jefes politicos y los soldados rasos..., de todo eso nada dijo Marx en concreto. Habria una dictadura del proletariado durante un pe- rfodo transitorio; y después de esa dictadura vendria el comu- nismo puro. ‘Téngase muy presente que Marx no fue el arquitecto del co- munismo. Esta tarea correspondié a su sucesor, Lenin. El Capital es el libro del Juicio final del capitalismo, y en todo Marx no hay casi nada que trascienda més alld de ese Dia del Juicio, y que nos muestre Ios contornos que podria presentar el paraiso que vendria después. LQué podemos hacer con semejante argumento apocalfptico? Hay un recurso facil para quitarse de encima por completo el problema. Recuérdese que todo el sistema esta edificado sobre el valor—valor del trabajo—, y que la clave de la transmisién de dominio de este radica en un fenémeno especial llamado plusva- Ma. Sin embargo, el mundo real no esté compuesto de valores, sino de precios auténticos y tangibles. Marx precisa demostrar que el niundo de délares y centavos refleja, en cierta forma apro- ximativa, el mundo abstracto que él ha creado. Pero, al levar a cabo Ia transicién desde un mundo de valores hasta un mundo de precios, Marx viene a caer en la mds terrible maraiia de ma- temiticas. De hecho, cae en un error. Mas no se trata de un error irreparable; recurriendo a otra 204 marafia todavia més complicada de cdlculos matematicos, es po- sible conseguir que las ecuaciones marxistas-cuadren; es decir, puede hallarse una correspondencia entre los. precios que real- mente rigen en la vida y los valores que hay por debajo de ellos en términos de tiempo-trabajo, Pero a los crfticos que pusieron de relieve el error no les interesaba, ni mucho menos, enderezar el esquema de Marx, y la sentencia que emitieron de que este padecfa un error fue tomada como concluyente. Cuando més tarde se vio que las ecuaciones de Marx eran verdaderas, nadie presté mucha atencién al hecho. Porque, independientemente de su pureza matemdtica, el galimatfas marxista es, en el mejor de Jos casos, una armazén diffcil y embarazosa, ademds de consti- tuir un método innecesariamente trabajoso para Jlegar a Ia com- prensién de cémo funciona el capitalismo. Pero si por resultarnos el sistema enmarafiado e inflexible sentimos la tentacién de arrojar a un lado la totalidad de su and- lisis, esa accién nos haria pasar por alto los valores que encierra. Después de todo, Marx no desenmascaré al capitalismo, dején- dolo reducido a sus més simples esencias, solo por dejarse Mevar de su inclinacién a los razonamientos abstractos. Lo hizo porque crefa que la mecénica del mundo real quedarfa claramente al des- cubierto en la simplicidad de un mundo tedrico, y porque con- fiaba en que la misma rigidez de su mundo modelo harfa resaltar las tendencias ocultas en la vida real. Asf ocurrié, en efecto. A pesar de toda su tosquedad, el mo- delo que Marx ofrece del mundo capitalista producta la impre- sién de funcionar, parecfa mostrar una especie de vida propia. Aceptados sus supuestos bdsicos—la puesta en escena de sus personajes, sus méviles y su medio ambiente—, la situacién que nos ofrecia iba cambiando, y ese cambio se realizaba de una manera previsible, precisa ¢ inevitable, Hemos visto ya qué cam- bios eran esos: cémo los beneficios bajaban, e6mo los capitalis- tas buscaban maquinaria nueva, cémo cada perfodo de prospe- ridad desembocaba en un detrumbe y cémo, en cada una de esas catdstrofes, Jas empresas pequefias eran absorbidas por las fir- mas grandes. Pero todo eso segufa ocurriendo dentro del marco de un mundo abstracto. Marx procedié a aplicar los descubri- mientos que habfa hecho, sobre el papel, al mundo real que lo 205 rodeaba..., y dijo que también el mundo real del capitalismo tenfa, por fuerza, que presentar aquellas tendencias. A esas tendencias las Hamé cleyes del movimiento» de un sistema capitalista; es decir, el camino que el capitalismo reco- rrerfa en el futuro, ;¥ lo asombroso del caso es que casi todas aquellas predicciones de Marx han resultado ciertas! En efecto, en una economia de empresa los beneficios tienden a descender, Esa previsién no es original de Marx, y los benefi- cios no bajan por las razones que él dio; podemos, pues, prescin- dir de la idea de explotacién contenida en la teoria de la plus- valia. Pero, cual Adam Smith, o Ricardo, o Mill sefialaban—y conforme reconoceré cualquier hombre de negocios—, las presio- nes de la competencia y la elevacién de los salarios bastarin para explicarlo, Dejando de lado los monopolios inexpugnables (que son escasos), Ios beneficios son a un tiempo la piedra de toque del capitalismo y su tal6n de Aquiles, porque no hay negocio que pueda mantener sus precios, de manera permanente, muy por en- cima de sus costes. Solo hay una forma de perpetuar los bene- ficios: un negocio—y lo mismo cabe decir de toda una econo- mfa—necesita, para ello, crecer. No obstante, el crecimiento trae como consecuencia la se- gunda de las predicciones del modelo marxista, a saber: la biis- queda incesante de técnicas nuevas. No fue por puro accidente el que el capitalismo industrial arrancara de Ia revolucién indus- trial; el progreso tecnoldgico, segtin Marx puso en claro, no es sencillamente un compafiero del capitalismo, sino que constituye un ingredienté vital de aquel. La industria necesita innovar, in- ventar y realizar experimentos si quiere sobrevivir; la empresa que permanece satisfecha con sus conquistas pasadas no sub- sistird mucho tiempo en este nuestro mundo emprendedor. Como nota interesante citaremos el caso de una gran compajifa de pro- ductos quimicos que, no hace mucho, anuncié que el 60 por 100 de sus beneficios procede ahora de productos que eran descono- cidos hace diez afios; y aunque se trata de una industria de ca- pacidad inventora excepcional, en general es valida esta relacién entre Ja inventiva industrial y la posibilidad de mantener los be- neficios. El modelo marxista sefialaba otras dos tendencias del capi- talismo que también adquirieron realidad. Apenas si precisamos 206 ae de presentar pruebas de la existencia de ciclos econdmicos en los Ultimos cien afios, ni de que han surgido empresas industria- les gigantescas. Pero s{ queremos hacer resaltar lo atrevido de la prediccién de Carlos Marx. Cuando se publicé E! Capital, la grandiosidad de las empresas constitufa la excepcién més bien que la regla, y era la pequefia empresa la que predominaba. Afir~ mar en el aio 1867 que las firmas importantes acabarfan domi- nando el campo de negocios, constitufa una predicciéa sorpren- dente, tal y como lo seria el hacer hoy la afirmacién de que den- tro de cincuenta aiios los Estados Unidos sera un pais en el que las pequeiias propiedades habrén desplazado a las gigantescas so- ciedades andnimas. Si bien se mira, se trata de un extraordinario golpe protético. Y fijémonos en esto: todos esos cambios, que han tenido un al- cance inmenso y de la mayor trascendencia, no podian descubrir- se con solo un sencillo examen del mundo que Marx tenia ante sus ojos, pues se trata de cambios histdricos, lentos en su des- envolvimiento y que se extienden a lo largo del tiempo; son cambios reales, pero tan imposibles de distinguir a simple vista como el crecimiento de un Arbol. Unicamente reduciendo el mundo a_un microcosmo y observando luego este microcosmo en el ritmo de su vida mds acelerada resultaba posible -apresar esta corriente del porveni Eso no era, desde luego, completamente exacto. Marx creyé que los beneficios no bajarfan solamente dentro del ciclo econémi- co, como en efecto bajan, sino que mostrarfan una tendencia descendente, larga y secular; y no parece haber ocurrido asi. Marx no se detuvo a pensar en que las particulas econémicas que 41 manipulaba se hallan dotadas de sentimientos, voliciones y conciencias susceptibles también de cambiar, y que, por tanto, no se comportarian con la misma seguridad imperturbable y prede- cible de las particulas sometidas al microscopio de un quimico. Sin embargo, a pesar de todos sus fallos—y ya veremos que est muy lejos de ser infalible—, el modelo marxista de cémo fun- cionarfa el capitalismo resulté extraordinariamente profético. Sin embargo, todo cuanto predijo Marx result6, en fin de cuentas, inocuo, Quedaba alin la profecia final del modelo, por- que, como recordard el lector, el «capitalismo puro» de Carlos Marx Hegaba a un punto en el que se derrumbaba. 207 Digamos desde un principio que esa profecia tampoco puede desdefiarse a la ligera. El capitalismo ha desaparecido en Rusia y en la Europa oriental; en los paises escandinavos y en Inglaterra ha sido abandonado parcialmente; en Alemania y en Italia se desvis hacia el fascismo, saliendo después de ese bao de fuego con la salud muy quebrantada, Es decir, que casi en todas par- tes, salvo en los Estados Unidos, el capitalismo se encuentra a la defensiva; y si bien es cierto que a ese resultado han conttibui- do parcialmente las guerras, as{ como los poderes politicos bru- tales, determinados acontecimientos histdricos y los esfuerzos de- nonados de los revolucionarios, la amarga verdad es que su desapa- ricién, total o parcial, ha obedecido en primer lugar a la precisa raz6n prevista por Carlos Marx: el capitalismo se derrumbé. LY por qué se derrumbé? En parte porque desarrollé en su interior Ja inestabilidad, tal como asegurS Marx que ocurrirfa, Una serie de crisis econémicas sucesivas, combinadas con una serie de guerras, destruyeron la fe de las clases baja y media en el sistema, Pero esto no es dar una respuesta completa, por- que también en los Estados Unidos hemos sufrido guerras y depresiones y el capitalismo contintia aquf Ileno de vida. Tiene que haber, pues, otra causa que explique esa diferencia entre sobrevivir 0 sucumbir, La hay, en efecto, y es esta: el capitalis- mo europeo sucumbié mds bien por razones sociales que por ra- zones econémicas. ;Y también eso lo predijo Marx! Carlos Marx reconocié que las dificultades econémicas del sistema no resultaban insuperables. La legislacién antimonopo- lista y las medidas para evitar lds ciclos econdmicos eran des- conocidas en tiempos de Marx, pero no eran inconcebibles: en a vision profética de Marx no habia nada de inevitable, en el sentido fisico. La prediccién marxista del derrumbe se basa en un concepto del capitalismo dentro del cual resulta socialmente imposible que el Gobierno ponga remedio a los dafios; imposible intelectual, ideolégica e incluso emotivamente. Para curar los fa~ Hos del capitalismo harfa falta un gobierno capaz de clevarse por encima de los intereses de una sola clase social, y—segiin lo po- nia de manifiesto la doctrina marxista del materialismo histé- rico—esto equivalfa a suponer que los hombres podian desemba- razarse a sf mismos de los grilletes de su propio interés econémi- co inmediato. 208 Ser a an ere Fue precisamente esta falta de flexibilidad social, este escla- vizamiento al propio interés econémico inmediato lo que debilité al capitalismo europeo, Para quien haya leido las obras de Marx, resulta aterrador volver la vista atrés y observar Ia inflexible re- solucién con que tantas naciones siguieron adelante decidida- mente por el camino exacto que Marx afirmé las levaria a la des- truccién. Dirfase que sus gobiernos se hubiesen empefiado, de manera inconsciente, en dar realidad a la profecia de, Marx, ha- ciendo exactamente lo que él pronosticé que harian, Cuando en Rusia, bajo el gobierno de los zares, fue aplastado. implacable- mente todo el sindicalismo democratico, igual que cuando los monopolios y los carfeles se-vieron oficialmente alentados en Inglaterra y en Alemania, la dialéctica marxista se mostré omi- nosamente presciente, Hoy mismo, cuando se piensa que los go- biernos capitalistas de Francia, Italia o Grecia se ven imposibi- litados de cobrar los impuestos que les corresponden pagar a sus Propias sociedades anénimas y empresas;.cuando se examina la sima enorme que separa a los ricos de los pobres y se descu- bren pruebas palpables de la indiferencia que sienten aquellos por estos, nos invade-la sensacién de desasosiego de que quizd los tipos psicolégicos que Marx hizo intervenir en su drama hist6rico hayan sido sacados.de Ja vida con un realismo dema- siado exacto. Son precisamente esas mismas realidades que sefialamos en Europa las que nos suministran la clave de por qué el capita- lismo ha salido adelante en los Estados Unidos. También nos- otros hemos tenido un tanto por ciento de reaccionarios y de revolucionarios. La historia econémica de los Estados Unidos contiene explotacién y maldad en cantidades més que suficientes. Pero aquf el capitalismo se ha desenyuelto en un pais en el que no ha actuado Ia mano muerta de las actitudes de la aristocracia hereditaria y de las viejas ‘clases sociales. Hasta cierto punto, esto ha dado por resultado que haya en América un clima social més riguroso que en Europa,”porgue nosotros nos hemos adhe- rido al credo .del «rudo individualismo» mucho después que el individuo habfa resultado irremediablemente abrumado por el medio ambiente de un industrialismo masivo, mientras que en Europa existfa, junto a sus manifiestas divisiones de clases, una actitud tradicional de noblesse oblige. No obstante, del medio 209 EILDRONER.—14 ambiente norteamericano ha brotado un cierto pragmatismo en el trato con el poder, tanto puiblico como privado; un aliento sin restricciones al espiritu emprendedor, cualesquiera que sean los origenes sociales del protagonista, y un apoyo general a los ideales democraticos que han marcado el rumbo al cuerpo poli- tico, conduciéndolo con seguridad entre los escollos en los que ha encallado en tantas otras naciones extranjeras. La respuesta al andlisis marxista se encierra en estas actitu- des. El error de Carlos Marx no estriba tanto en su visién eco- némica como en dar por seguro que los presupuestos psicoldgi- cos y sociolégicos eran fijos e inalterables. Las leyes econémicas del movimiento que puso de manifiesto en su modelo de capi- talismo son visibles todavia en el norteamericano—si, lo son, sin duda alguna—, pero se les hace frente con una serie de remedios, producto de actitudes sociales que estaban més alla de su capa- cidad imaginativa. Algunos de estos remedios surgen de nuevas actitudes y nue- vos valores por parte de la empresa misma. La rigida postura anti- obrera de la gran empresa del siglo xix y principios del xx ha sido sustituida por una aceptacién de los sindicatos, por parte de las grandes sociedades anénimas de nuestros dfas, realizada de modo tipicamente pragmético. La oposicién casi religiosa a toda politica de bienestar social, que se encuentra entre los viejos ex- ponentes de la filosoffa del rudo individualismo, ha cambiado im- perceptiblemente hasta convertirse en el reconocimiento (aunque sea a regafiadientes) de que los programas de asistencia social son ineludibles en el ambiente social de la vida urbana del si- glo xx. En resumen, las actitudes empresariales han demostrado ser tan capaces de asimilar las luces de la educacién como las de otra clase cualquiera, incluyendo (como el mismo Marx sostuvo en el caso de! «neomalthusianismo») a la clase trabajadora. Para la refutacién del argumento marxista, resultan igual- mente importantes los cambios experimentados en el papel des- empefiado por el gobierno. Como hemos visto, para Marx, el go- bierno era inevitablemente un instrumento de la clase dominante, y mientras esa clase fuera manifiestamente hostil a la clase tra- bajadora, dificilmente podria esperarse que el gobierno fuese otra cosa, Pero en el Nuevo Mundo han surgido actitudes, tanto poli- ticas como econémicas, que se apartan por completo de las que 210 imperaban en Europa a mediados del siglo xx, Por una parte, aunque los capitalistas combatian a sus trabajadores en América, nunca les temieron como los capitalistas de Europa. Y, por otra Parte, aunque en Norteamérica el gobierno estaba con frecuencia matizado por intereses clasistas, sus rafces democréticas le impe- dian entregarse a ellos de tal manera que ya no fuese capaz de emprender ninguna accién contra los deseos de la comunidad empresarial, Asi, pues, en Norteamérica el capitalismo se ha des- arrollado en un medio de connivencia social que ha producido resultados radicalmente diferentes a los contemplados por Marx. Si miramos ahora las cosas retrospectivamente’ podemos ver que el capitalismo ha sido capaz de desarrollarse en muchas di- ecciones, lo mismo que le ocurre hoy dia al comunismo, El mis- mo Marx nunca sostuvo que la estructura subyacente del sistema econémico impusiese una, y solo una, especie de superestructura juridica, politica y social, sino més bien que la infraestructura econémica imponia limites a la especie de superestructura que podria ser compatible con ella. Asf, pues, el capitalismo ha podi- do dar origen a sociedades tan diferentes—aun cuando sean si- milares «estructuralmentes—como la Francia de Marcel Proust y la Alemania de Thomas Mann, por no mencionar a los Estados Unidos de Sinclair Lewis y de J. P. Marquand, La tragedia es que gran parte del mundo, y especialmente una parte tan grande del mundo comunista, siga aceptando en todas partes los estereotipos del capitalismo inglés del decenio de-1850, con sus propietarios de fébricas de mentalidad estrecha y sus clases obreras repodri- das y amargadas, como la verdadera apariencia del capitalismo Sin embargo, una vez podado de sus exageraciones de ruina mevitable, el andlisis marxista no puede ser pasado por alto. Si- gue siendo el examen més serio y més penetrante que se ha he- cho hasta ahora del sistema capitalista, No se trata de un exa men Hevado a cabo siguiendo unas directrices morales, subrayan- do con reffexivos movimientos de cabeza y chasquidos de lengua las iniquidades del movil del beneficio..., es quédase para el re- volucionario marxista, pero no es cosa del economista marxista. A pesar de su patetismo, se trata de una valoracién desapasiona- da, y sus sombrios hallazgos deben ser, por ello mismo, medita- dos serenamente. 211 Repitamos la afirmacién que hicimos al principio del capitu- lo: el mundo: se ha venido preocupando hasta ahora de Marx, el revolucionario, y del marxismo como fuerza expansiva e inte- lectualmente intolerable. Esta es, sin duda, la batalla inmediata. Y, sin embargo, no seré con Carlos Marx, el revolucionario, con quien el capitalismo tenga finalmente que batallar. Cuando Jru- chov se jacté de que el comunismo «enterrariay al capitalismo, Jo que le daba la certidumbre de esto eran las proezas econémi- cas, no las militares. Serd con Carlos Marx, el economista; con Carlos Marx, el meticuloso hombre de estudio que se esforz6 por demostrar laboriasamente, a través del oleaje de las confusiones superficiales, que !a esencia del capitalismo es su propia destruc- cién. La respuesta a Carlos Marx no est, precisamente, en poner de relieve las injusticias del comunismo, sino en demostrar que el capitalismo puede continuar evolucionando y ‘adaptando sus instituciones a las demandas nunca satisfechas de la justicia social. APENDICE 1. Resumen Ya hemos visto cémo las condiciones brutales y sombifas que imperaban en la Europa del siglo xX produjeron un grupo de pensadores que intentaron persuadir a los gobernantes de Europa de que instituyesen cambios en Ia sociedad, al fin de hacer de ella un lugar mejor donde vivir. Con vistas a este fin, los so- cialistas ut6picos desarrollaron grandes esquemas en los que des- cribian el funcionamiento de Ja sociedad perfecta. Marx fue més allé, siguiendo un camino diferente que los socialistas utépicos, a quienes despreciaba. Marx afirmaba que el cambio era no solamente deseable, sino también inevitable, e intenté demostrar que quienes trabajaban en favor de una revolucién comunista no solamente estaban del lado «justo», sino también del lado de los vencedores. La base de la teoria de Marx Ja constituia su andlisis de Ja historia, que él fundaba en el materialismo dialéctico. Engels ex- 212 plicaba el materialismo dialéctico de la siguiente manera: la con- cepcién materialista de la historia arranca del principio de que la produccién y el intercambio de productos constituyen la base de todo orden social; que en toda sociedad, entre cuantas han apa- recido en Ia historia; la division de la sociedad en clases esti determinada por aquello que se produce y cémo se produce y por Ja forma en que-se intercambia la produccién. Segin esta con- cepcién, escribfa, «las causas tiltimas de todos los cambios so- ciales y de todas las revoluciones politicas hay que buscarlas, no en las mentes de los hombres, sino en las mutaciones experimen- tadas por los métodos de produccién y de intercambio; esas causas no deben buscarse en la filosofia, sino en la economia de la época a que se refierany. En otras palabras, la fuerza bdsica en la historia es para Marx la estructura econédmica de la sociedad. Esto no excluye el im- pacto de las ideas, sino que sostiene que las ideas son un reflejo de la sociedad que las alienta. E implica también que las ideas tienen que ser juzgadas de acuerdo con su relevancia para la sociedad existente. El interés principal de Marx consistia en demostrar que el capitalismo estaba cavando su propia fosa. Su tesis era que, @ medida que el capitalismo se iba desarrollando, se hacta cada vez mds interdependiente tecnoldgicamente. Sin embargo, este hecho tecnolégico estaba en contradiccién’ con la organizacién compe- titiva y carente de planes dela sociedad capitalista. Como con- secuencia de esto, las economias capitalistas sufririan crisis y hundimientos. Ademés, el capitalismo estaba creando el germen desu propia destruccién, pues a:medida que se desarrollaba lan- zaba cada vez mas gentes al proletariado, que se empobrecia pro- gresivamente. De ahi que Marx viera en la evolucién de la so- ciedad capitalista ‘su condena inevitable. Su andlisis’ se centraba en las razones de la inevitabilidad de esta condena y no, como el de los socialistas utdpicos, en un plan bésico para la sociedad del futuro. El objetivo del gran libro de Marx, Et. Carita, era descubrir las aleyes-del movimiento» de la sociedad capitalista. La palabra movimiento es importante. aqui, porque, ‘al cargar el acento so- bre la mutacién y-eF-movimiento, Marx se distinguié de la co! rrienté principal de la ciencia econémica ortodoxa que habia de 213 sucederle en el mundo anglonorteamericano, del mismo modo que se distinguid de los socialistas utépicos por la importancia que atribufa a las «leyes» que segin él harian inevitable el cambio. Marx construyé su modelo econémico para demostrar cémo el capitalismo explotaba necesariamente a su clase trabajadora y cémo esta explotacién conduciria inevitablemente a su des- truccién. La teorfa de Marx comenzaba con la teoria del valor basada en el trabajo, tal como la habia recibido de los econo- mistas clésicos Smith y Ricardo. Segin esta teorfa, el valor de una mercancfa se media por cantidad de trabajo que entraba en su creacién, (Después de Marx, la corriente principal de la ciencia econémica ortodoxa se aparté de esta opinién para sostener que el valor de una cosa era el precio que alcanzaria en el mercado.) En el mundo tedrico de Marx, todo se vendia por su valor; y el valor de la mano de obra es la cantidad de trabajo que se hecesita para «crear» la mano de obra, es decir, un salario de subsistencia, En otras palabras, las energfas vendibles de un tra- bajador valen la cantidad de trabajo socialmente necesario para mantener vivo a ese trabajador. La clave de la explotacién, en este sistema, estd en el hecho de que existe una diferencia entre el salario que un trabajador recibe y el valor del producto que ese trabajador produce. A esta diferencia la llama Marx plusvalia. Al trabajador se le paga Jo que se le debe y con su trabajo produce valor suficiente para que se le pague. Sin embargo, un trabajador no es contratado Gnicamente por la duracién de la jornada necesaria para pagarle su salario de subsistencia. Por el contrario, el trabajador con viene en trabajar durante toda la jornada que el capitalista le sefiale, que en los tiempos de Marx era de diez a once horas diarias. Esto sucede porque el capitalista monopoliza una cosa: el acceso a los medios de produccién mismos. Si un trabajador no estd dispuesto a trabajar esa jornada completa de trabajo, no encontraré empleo. Hasta aqui, Marx solamente ha demostrado ja existencia de la explotacidn. Falta por demostrar por qué este sistema es in- sostenible y tiene que derrumbarse, Todos los capitalistas ob- tienen ahora beneficios, constituidos por la diferencia entre lo n que pagan a sus obreros y el valor del producto creado por esos obreros. Pero los capitalistas compiten todos entre si. Por esa raz6n tratan de acumular, a fin de ensanchar las escalas de su produccién a expensas de sus competidores. Ahora empieza la dificultad. La expansién requiere més tra- bajadores, y para obtenerlos los capitalistas tienen que competir entre ellos. Los salarios tienden, pues, a subir, y los beneficios a bajar, Smith y Ricardo: habfan sostenido que los trabajadores socavarian su propia posicién engendrando més hijos. Para Marx, la doctrina malthusiana era un dlibelo contra la raza humana», pues el proletariado no es tdn miope como para eso. En lugar de ello, la disminucién de los beneficios es contrarrestada temporal- mente sustituyendo obreros por maquinas, lo cual incrementa el cejército de reserva» de los desempleados, que con su compe- tencia hardin que los salarios bajen nuevamente. Pero como los beneficios estén constituidos solamente por la diferencia entre los costes del trabajo y lo que se percibe de la venta de las mer- cancias, el capitalista sigue cogido en’ la trampa. Si «automatiza» la produccién, su margen de benificio se reduce con ello. porque tiene menos trabajadores de quienes extraer «plusvalfa. Si con- tina contratando trabajadores, el nivel de los salarios se eleva y sus beneficios descienden. Por cualquier camino que elija, la tendencia a largo plazo le leva hacia una tasa descendente de los beneficios y hacia una serie’ de crisis cada vez mds graves. La revolucién no tuvo lugar, como Marx habia previsto, en las naciones capitalistas més adelantadas. Los Estados Unidos y gran parte de Europa occidental siguen siendo capitalistas. No obstante, el capitalismo esté a la defensiva en gran parte del mundo. Europa oriental, Rusia, China y algunas naciones menores subdesarrolladas en todo el mundo han abandonado por com- pleto.el capitalismo, Europa occidental, sometida a la presién de fuertes partidos socialistas y comunistas, ha erigido Estados capitalistas orientados hacia el bienestar social. Estados Unidos es uno de los poquisimos. paises en que no existe un partido so- cialista grande. Irénicamente puede decirse que el mismo Marx dio al sis- tema capitalista un plazo de vida més largo con’su estimulo al socialismo, al aguijonear con ello al capitalismo a efectuar las reformas que le salvaron la vida. 215 ~ 10. TEoR{A DEL MOVIMIENTO CAPITALISTA DE MARX El trabajo es la fuente de todo valor. El trabajador recibe por su trabajo un pago inferior al valor del producto que él crea. Esta diferencia, que es el beneficio, recibe el nombre de plusvalia. Marx supone que todos los capitalistas buscan aumentar sus beneficios mediante la expansién de sus empresas. Como consecuencia de ello, compiten en- tre sf por la mano de obra y los salarios se elevan. Por esta raz6n bajan la plusvalia y los bene- ficios. Entonces fos capitalistas introducen maqui- naria para desplazar trabajadores. Como consecuencia de este desplazamiento, los salarios bajan de nuevo. Sin embargo, la sustitucién de trabajadores por maquinaria ha estrechado la base s0- bre la que puede obtener plusvalia y bene- ficios. Por consiguiente, la tasa de beneficio tien- de a descender a largo plazo. Al final esto da lugar a «crisis» (depre- siones). 216 i Il. TEMAS PARA EXPONER cCudles son las diferencias esenciales entre el socialismo marxista y el socialismo ut6pico? 1. Marx subraya la inevitabilidad del cambio. I. Marx hace una critica del capitalismo y formula unas aleyes de movimiento», pero no construye un plan bé: sico para el futuro; mientras que en los socialistas uté- picos sucede exactamente lo’ contrario. Il. Marx subraya el antagonismo entre los trabajadores y los capitalistas, at cual considera como la dindmica que conduce al cambio, en tanto que los socialistas utdpicos ven la sociedad como una gran familia y entienden que su papel consiste en convencer-al cabeza de esa familia —las clases gobernantes—a cambiar la manera en que estd organizada. IV. Marx, como tedrico, trata de demostrar no solo por qué debe sobrevenir el cambio, sino por qué y cémo sobrevendrd. {Cual es el papel del Estado en el andlisis de Marx? (Qué puede hacer el Estado? ¢Qué es lo que no puede hacer? {Por qué es esto importante para la totalidad del andlisis? Cree usted que es verdad? Marx lama al Estado sel comité ejecutivo de la clase gober- nante». Actiia de conformidad con los intereses de la clase gobernante y por esa razén son de imposible realizacién las ideas acerca de la reforma, tales como las sugerencias que hace J. $. Mill sobre la redistribucién de la renta. La logica del sistema es tal que el Estado no hard nada que redunde en merma de los beneficios de los capitalistas. Los socialistas utépicos crefan que las ideas’ podrfan cambiar la historia. {Qué crefa Marx a este respecto? Marx sostenia que las ideas eran importantes, pero reflejaban 217 las sociedades que les daban vida. Con esto queria decir que en el amplio torbellino de ta historia, la gente desen- voluia ideas que satisfactan las diferentes necesidades de sus sociedades. Asi, p. ej. el papel de las mujeres cambia cuando se pasa de una sociedad guerrera, en la que se esti- man las virtudes marciales, a una sociedad agricola o indus. trial, en las que se necesitan otras cualidades. A medida que tienen lugar estos cambios estructurales, cambian de acuerdo con ellos las ideas acerca del alugar que corresponde a las nutjeres». Algo similar sucede con las ideas acerca de los comerciantes o de los trabajadores. cEn qué medida resulta cierta la prediceién de Marx del de- rrumbamiento del capitalismo? Marx estuvo muy cerea de acertar hasta la época de la Gran Depresion. En Europa (no en Norteamérica), el capitalismo estaba entonces muy a la defensiva. Desde esa época y a pe- sar del ascenso del socialismo en gran parte del mundo, en Occidente (incluyendo los Estados Unidos) el capitalismo ha sido fuertemente afianzado por los programas estatales de bienestar social y de inversiones. cEn qué se diferencia la concepcién del capitalismo que tiene Marx de la mantenida por Smith y Ricardo? ;Y de la de Mill? Para Smith, la escalera del capitalismo se movia en forma ascensional constante. Para Ricardo, ese movimiento ascen- sional velase al fin contrarrestado por la presién de las bocas humanas en una tierra que no produciria viveres suficientes para alimentarlas, terminando la partida en tablas para el Progreso y en una inmerecida prosperidad para el-afortunado terratenienie. Para Mill, el panorama resultaba mds tranqui- lizador, merced a su descubrimiento de que la sociedad podta distribuir sus productos como mejor lo estimara. En cambio, para Marx, hasta esa tiltima posibilidad salvadora resultaba indefendible, pues concebla al Estado como el érgano poli- tico rector de los rectores econdmicos, Ademds, las leyes del movimiento de la sociedad capitalista presagiaban la cre- 218 ciente miseria de los trabajadores y una decreciente tasa de beneficio para los capitalistas. TIL, TEMAS PARA TRABAJOS {Qué es el ejército de reserva de mano de obra? ¢Qué papel desempeiia? El ejército de reserva estd constituido por aquellos traba- jadores que resultan desplazados por la maquinaria. Tiene im- portancia en la teoria marzista, porque compite con los tra- bajadores empleados y fuerza a una baja de los salarios. {Qué es la «plusvaliay? Es la diferencia entre el salario que un trabajador percibe y el valor del producto que produce. La plusvalia surge porque @l trabajador solamente recibe, en concepto de salario, el valor de su propio trabajo; es decir, el costo de su subsis- tencia. Sin embargo, a cambio de ese salario. da un wtimero de horas de trabajo mayor que el requerido para su propia subsistencia. {Qué es lo que hard derrumbarse al capitalismo, segiin Marx? Dos cosas. Una es la tendencia a largo plazo que muestran los beneficios a la baja. La otra es la carencia de plan del capitalismo, !a cual trae consigo las crisis. Entre tanto, el ca- pitalismo crea también un agente revolucionario, constituido por el proletariado amargado y disciplinado de sus propias IAbricas. «La aportacién de Marx a la ciencia econémica no radica en su relacién con el comunismo, sino en su relacién con el capitalismoy. Exponga usted esto. No olvide que Marx estaba interesado primordialmente por discernir las leyes del movimiento del capitalismo, no por predecir el futuro, de lo que solo se ocupé de una manera muy general. 219 5. {Cul es el proceso bisico que explica el cambio, segtin Marx, bajo el capitalismo? Marx ve la fuerza motriz basica en las «leyes del movimienton del capitalismo. Destaca también el papel que desempena el proletariado como puntal del futuro. IV, PREGUNTAS CON RESPUESTAS MULTIPLES PARA ELEGIR 1. Marx creta que el capitalismo estaba condenado a derrum- barse porque: A) La’ clase gobernante se veria obligada a instituir refor- mas con el fin de mantenerse en el poder. B) El Estado perderfa su vigor. C) La dindmica interna del sistema conduce inevitablemente a la crisis. D) Las organizaciones de Ia clase obrera se apoderarian del poder. 2. Para Marx, Smith y Ricardo el valor de una mercancia era: A) EI precio que alcanzara en el mercado. B) La cantidad de trabajo que entraba en su produccién. C) El precio que el capitalista le sefiala. D) El resultado de la oferta y la demanda. 3. El Estado, segiin Marx: A) Es el instrumento de la clase gobernante. B) Es el drbitro neutral entre las clases en pugna. C) Es el instrumento mediante el cual los pobres pueden ganar el poder. D) Se desvanecera en la sociedad capitalista. 4. Los capitalistas se comportan tal como lo hacen, porque: A) Son malos. B) Son insaciables. ©) No tienen més remedio, debido a la competencia. D) No han aprendido a comportarse mejor. EL capitalismo crea su propia fuerza destructora en la for- ma de: A) El mercado. B) El proletariado. ©) Un Estado central. vigoroso. D) Las ideas que genera. Segiin la ley de la tasa decreciente de beneficio: A) La plusvalia disminuye a medida que las maquinas van ocupando el lugar de obreros. B) Los beneficios disminuyen porque hay demasiado poca competencia. ©) La plusvalia aumenta y obliga a bajar a los beneficios. D) Los sindicatos obreros hacen subir los salarios Segin la teoria del materialismo dialéctico de Marx, las ideas: A) No desempefian ningtin papel en la historia. B) Son creadas solamente por la clase gobernante. ©). Solo desempefian un papel en las circunstancias en que as{ lo quiere la clase gobernante. D) Son producto de su medio ambiente. El paro, en-el esquema de Marx, es creado por: A) El exceso de poblacién B) Los’ trabajadores perezosos. ©) La introduccién de la maquinaria. D) El designio de los capitalistas de hacer morir de hambre a sus enemigos, los trabajadores. El ejército de reserva de la mano de obra, en la teoria de Marx: A) Estaba formado por el proletariado amargado. 221 10. B) Era la vanguardia revolucionaria del proletariado. C) Eran los desempleados. D) Eran los trabajadores incorporados a las fuerzas ar- madas. La prediccién de Marx acerca del derrumbamiento del capi- talismo: A) Fue desmentida por la historia. B) Se cumplid parcialmente. ©) Resulté confirmada por la historia, D) Estaba de acuerdo con la tradicién cldsica de la ciencia econémica V. PREGUNTAS PARA RESPONDER VERDADERO o FALSO Marx basaba su argumentacién en la inevitabilidad del derrumbamiento del capitalismo. v Marx aceptaba las ideas de Smith y Ricardo sobre la teo- ria del valor basada en el trabajo. Vv Marx creia que el capitalismo continuarfa creciendo hasta asfixiarse bajo sus propias riquezas. F De ser cierta la doctrina de Malthus acerca de la pobla- cin, socavaria la de la tasa decreciente de beneficio de Marx. v EI ejército de reserva de los parados es la versidn de Marx del problema malthusiano del exceso de pobla- cién. v Segtin Marx, el Estado acta de acuerdo con el interés de todos los ciudadanos. fe Marx temfa que a medida que se desarrollara el capi- 222 talismo irfa ganando trabajadores para su causa, con- trarrestando asf la amenaza de la revolucién. F 8. El socialismo utépico era iniitil porque apelaba, se- gin Marx, a la clase que no debfa apelar. v 9. En el andlisis de Marx, el beneficio se deriva del hecho de que los capitalistas se engafian unos a otros. eee 10. Marx dedicé la mayor parte de su obra a delinear la futura sociedad comunista. E

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