III. - La Luna Del Dragón - Carole Wilkinson PDF
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Carole Wilkinson La Luna del Dragón
CAROLE WILKINSON
LA LUNA DEL
DRAGÓN
Nº 3 El guardián de los Dragones
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Carole Wilkinson La Luna del Dragón
ÍNDICE
Argumento.................................................................................4
Capítulo 1- Ataque....................................................................7
Capítulo 2- El juego de los Siete Elementos........................13
Capítulo 3- El Libro del Cambio...........................................23
Capítulo 4- Partida de Yan....................................................29
Capítulo 5- Curación...............................................................37
Capítulo 6- Nuevos horizontes.............................................45
Capítulo 7- Plegarias y súplicas............................................53
Capítulo 8- La muralla............................................................65
Capítulo 9- En la boca del tigre.............................................80
Capítulo 10- Tierra amarilla..................................................90
Capítulo 11- Confianza.........................................................103
Capítulo 12- El pueblo del Tintineo ..................................113
Capítulo 13- La Cola de la Serpiente..................................124
Capítulo 14- La llanura del Dragón...................................137
Capítulo 15- La cima del mundo........................................143
Capítulo 16- El refugio.........................................................150
Capítulo 17- Vida salvaje.....................................................156
Capítulo 18- Trueno Negro..................................................163
Capítulo 19- Nueve es mejor...............................................171
Capítulo 20- Escamas a la luz de la luna...........................179
Capítulo 21- Dientes, garras y cola.....................................187
Capítulo 22- Amanecer rojo.................................................194
Capítulo 23- Sola....................................................................202
Capítulo 24- Verdor..............................................................211
Glosario...................................................................................216
Pronunciación........................................................................218
Agradecimientos...................................................................219
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ARGUMENTO
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Capítulo 1- Ataque
Aunque en el cielo no había ni una sola nube, llovía intensamente sobre el palacio
Beibai. No era agua lo que caía, sino flechas que les acribillaban y rebotaban contra
las losas de piedra del suelo y los muros. En los patios interiores del palacio
normalmente reinaba la paz y la tranquilidad; sin embargo, aquel día el viento
arrastraba consigo sonidos de guerra: los gritos de batalla de los soldados, el
retumbar de los tambores, el entrechocar de las armas. La gente chillaba. Unos pasos
apresurados resonaron por las losas del patio cuando un pelotón de soldados del
duque de Yan lo atravesó corriendo, intentando abrocharse sus túnicas azules y
doradas con una mano mientras sostenían los escudos sobre sus cabezas con la
otra. Las flechas caían por doquier a su alrededor, pero sólo una consiguió llegar a su
objetivo y se clavó profundamente en el muslo de un soldado. Éste cayó de rodillas,
apretándose la pierna.
Ping observó desde el umbral de una puerta cómo una saeta con la punta envuelta
en llamas, disparada con una ballesta, se elevaba por el retazo de cielo azul que se
recortaba sobre el patio y hacía diana en una torre de vigilancia. Enseguida las llamas
prendieron en la torre de madera.
Era culpa suya, debía haber abandonado el palacio Beibai meses atrás.
Intentó salir corriendo hacia el patio, pero Tinglan la hizo retroceder.
—¡Es demasiado peligroso! —advirtió la sirvienta, al tiempo que sujetaba a Ping
por la manga.
Una flecha rebotó en el suelo de piedra justo delante de ellas y se desvió hacia
la puerta. Tinglan se estremeció. Ping se soltó de un tirón y salió corriendo al
patio. Otra flecha agujereó el dobladillo de su vestido.
—¡Por favor, señora, vuelve adentro! —suplicó Tinglan.
Ping no le hizo caso. Se pegó al muro y avanzó con cautela, bordeando el patio. Ni
siquiera echó un vistazo al soldado herido a quien sus compañeros llevaban a rastras
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al refugio del palacio. No corría para ayudarlos a ellos. Se movía lo más rápido que
podía, furtivamente, paso a paso, pegada al muro y protegiéndose de la lluvia de
flechas amparada bajo los aleros del edificio.
Las llamas se estaban propagando con rapidez. El tejado del salón comedor ya
ardía completamente. Ping sabía lo rápido que el fuego podía extenderse en un
edificio de madera. Deseaba poder contemplar cómo se desarrollaba la batalla, pero
el único lugar donde era posible ver el exterior del palacio era desde lo alto de los
muros que lo rodeaban.
Los gritos de los soldados del duque habían despertado a Ping a primera hora
de la mañana. Al principio pensó que era una pesadilla, hasta que Tinglan entró
corriendo, con el rostro bañado en lágrimas, balbuceando algo sobre unos centinelas
muertos sobre las murallas.
—¿Son los bárbaros? —preguntó Ping.
—¡No! —sollozó Tinglan—. ¡Son los soldados imperiales quienes nos están
atacando!
Ping no podía creerlo, pero el personal de la cocina y las damas de compañía
pronto se lo confirmaron. Las tropas imperiales estaban atacando el palacio Beibai. El
duque de Yan había hecho las paces con los enemigos del emperador, los Xiong Nu,
que vivían más allá de la Gran Muralla. Había establecido una relación comercial
directa con ellos, haciendo que fuese más fácil y provechoso para los bárbaros
comerciar con él que con el emperador. Sin embargo, ésta no era la razón que había
provocado el ataque. El motivo era que se habían infiltrado espías imperiales en el
palacio y habían informado al emperador de que el dragón que allí habitaba
brindaba buena fortuna al duque. Dos semanas antes había llegado un enviado, con
un mensaje que rezaba que el dragón era un dragón imperial y el emperador les
conminaba a que se lo devolviesen. El duque replicó que no le entregaría el
dragón. Ping se imaginó la furia del emperador al recibir la respuesta. Las tropas
imperiales atacaron al amanecer. El hecho de que su hermana, la princesa Yangxin,
estuviese casada con el duque y viviese en el palacio no había detenido al
emperador.
La batalla no iba demasiado bien puesto que los soldados del emperador
superaban en número de diez a uno a los del duque. Para celebrar la reciente paz con
los Xiong Nu, el duque había permitido que la mayoría de sus soldados marchasen a
pasar el invierno con sus familias, y los soldados que quedaban habían sido atacados
por sorpresa.
Era demasiado peligroso escalar por los muros de palacio para ver lo que sucedía,
pero todos habían visto a los muertos y los heridos que habían sido llevados al salón
de las Peonías. Los rumores se habían extendido, así que los habitantes de palacio
imaginaban lo peor.
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mango. Ping inclinó el espejo de manera que captase los rayos de luz matutinos que
llegaban hasta la puerta y reflejasen un haz de pálida luz dentro del pozo.
Enseguida el agua empezó a rizarse y los rizos se convirtieron en ondas. Una garra
atravesó la superficie y luego otra, cada una armada con cuatro afiladas uñas. Las
garras palparon el borde del pozo antes de que encontrasen dónde sujetarse;
seguidamente dos torpes patas empezaron a escalar. Emergió una cabeza cubierta de
escamas de color púrpura oscuro. Tenía un hocico largo, unas orejas caídas y unos
ojos pardos que parpadearon para librarse del agua. A continuación siguió un cuerpo
de color púrpura con una hilera de púas que recorría su espina dorsal a lo largo de su
lomo. La criatura se impulsó con esfuerzo fuera del pozo con la ayuda de sus
poderosas patas traseras y arrastró consigo un montón de agua, que salpicó el
vestido de Ping y empapó sus zapatillas de seda. La muchacha acarició la cabeza
púrpura del dragón y éste emitió un sonido parecido al repiqueteo de unas
campanillas.
—¿Ya es primavera? —preguntó una voz en la mente de Ping.
—Casi —repuso ella.
El dragón se sacudió el agua y, ahora sí, mojó de pies a cabeza, a Ping.
Miró alrededor del almacén.
—¿Ping ha traído pajaritos?
Ping se echó a reír y rascó la cabeza al dragón alrededor de unas protuberancias
donde algún día le crecerían los cuernos.
—No, Kai; no te he traído nada para comer.
El dragón frunció el ceño.
—Entonces, ¿por qué Ping despierta a Kai?
La sonrisa de la muchacha se desvaneció y rodeó con sus brazos, de forma
protectora, el lomo escamoso del pequeño dragón.
—El palacio está siendo atacado. Es Liu Che. Ha averiguado dónde estábamos.
—¿La segunda visión de Ping ve peligro?
Ping negó con la cabeza.
—No, pero el palacio está en llamas. Tenemos que ponernos a salvo.
Hacía más de dos semanas que Ping no había visto al dragón. Éste se desperezó
completamente estirándose cuan largo era. Había crecido. Su cabeza llegaba ya a la
cintura de Ping. La muchacha intentó alzarlo en brazos aunque sin éxito. Ahora tenía
el tamaño de una cabra, una cabra bastante gorda por cierto.
Se escucharon gritos furiosos provenientes del exterior de los muros de palacio.
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—¡Apresúrate, Kai!
Ping intentó empujar al dragón hacia la puerta.
—Los dragones no tenemos buen oído. Pero Kai sabe que esos gritos no son de los
soldados imperiales —dijo, sin querer moverse.
Ping se dirigió hacia la puerta. La lluvia de flechas había cesado. Kai tenía
razón. Los gritos que se escuchaban eran pronunciados en un idioma que Ping no
comprendía. Algunos hombres se habían subido a los tejados con cubos de agua para
sofocar el incendio y consiguieron apagar las llamas mientras ella los observaba,
hasta que lo único que quedó del fuego fueron unos pocos penachos de
humo. Resonaron otras voces desde el interior del palacio. Eran los soldados del
duque, que lanzaban vítores. Ping se atrevió a salir al patio, pero se mantuvo cerca
de los muros por si de pronto caía otra lluvia de flechas. La dama An corrió hacia
Ping, con el rostro radiante y sonriendo.
—Los Xiong Nu han venido en nuestra ayuda y las tropas imperiales se están
retirando —dijo.
—¿Podemos confiar en los bárbaros? —preguntó Ping.
—Son mejores amigos nuestros de lo que pueda llegar a ser jamás el emperador—
repuso la dama An. Ping nunca la había oído hablar con tanta franqueza.
La muchacha quiso verlo por sí misma y subió el tramo de escalera que conducía a
los muros más altos de la muralla exterior del palacio. Kai la siguió. Otras personas
también tuvieron la misma idea. Ping se abrió paso entre la multitud que vitoreaba
hasta conseguir situarse delante. Un grupo de tal vez unos cien bárbaros estaba
reunido delante del palacio junto con los soldados de a pie del duque. Los bárbaros
eran hombres de piel oscura y aspecto rudo que llevaban ropas hechas de cuero y
pieles, pero los soldados del duque estaban mezclados con ellos, alzando sus lanzas y
arcos y gritando triunfalmente. Hacia el oeste, una nube de polvo era todo lo que
podía verse del ejército imperial que se batía en retirada. Varios jinetes salieron
cabalgando por las puertas exteriores del palacio hacia los soldados. Uno de ellos era
el duque.
Kai miró a Ping con sus ojos saltones, arrugando el ceño.
—¿Ping ha presentido que Kai estaba en peligro?
—No, no he tenido ningún mal presentimiento. Sólo quería que estuvieses a salvo.
—Kai estaba a salvo. —La voz del dragón era severa—. El pozo era el lugar más
seguro.
Ping bajó la vista para no tener que encontrarse con la mirada del dragón, porque
éste tenía razón: ella se había dejado dominar por el pánico. El pozo habría
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escondido a Kai de los soldados imperiales y protegido del fuego. En caso de haberse
producido una amenaza real, ella sólo lo habría abocado al peligro.
—¿Es hora de cenar? —preguntó Kai.
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Ping pasó el resto del día ayudando a la dama An a atender a los soldados
heridos. Al día siguiente, bajo la dirección de la princesa Yangxin, ayudó a
empaquetar arcones de comida, sedas y vino que el duque enviaba a los Xiong Nu
como muestra de agradecimiento.
Dos días después del ataque, el palacio Beibai había vuelto a su ritmo tranquilo
habitual. Excepto por los golpes de los martillos y el olor de la madera quemada y
húmeda, parecía que no hubiese sucedido nada. Ping pasó el día en el salón del
Verdadero Placer, los aposentos privados de recreo de la princesa, donde ésta y sus
damas se entretenían tejiendo, bordando e hilando hebras de seda. A pesar de que la
princesa había insistido y la había animado a participar en estos pasatiempos
diariamente, Ping no tenía ningún interés en ellos. Las únicas veces que se sentaba a
coser con las otras mujeres era cuando tenía algún agujero en sus calcetines o un
descosido en su ropa interior. Prefería pasar el tiempo libre leyendo.
Todas las damas de la princesa lucían elegantes vestidos de seda con los ribetes
bordados. Puesto que Ping no quería bordarse ningún vestido, la princesa había
insistido en darle algunos que las otras damas habían descartado. Tenían mangas
anchas y largas y estaban confeccionados con seda teñida. Llevaban un largo fajín
que se ataba con un lazo a la cintura. Ping opinaba que eran muy poco prácticos,
pero no quería mostrarse maleducada.
Después del ataque, Kai no regresó al pozo. Se quedó a jugar al escondite con los
niños. Había crecido tanto durante su período de hibernación que ahora le resultaba
difícil encontrar un lugar para esconderse. La silla de la princesa y la caja de madera
ya no podían ocultarlo.
Aquel día, Ping no leyó ni tampoco cosió. Los recientes acontecimientos la habían
sobresaltado y la sacaron de su ociosidad invernal. Se sentó en una alfombra y se
dedicó a mirar el cuadrado de seda que había extendido sobre un cojín. Era un
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pequeño retal de tela de seda cruda, deshilacliado, que medía tan sólo unas pocas
pulgadas.
Ping examinó el cuadrado de seda por primera vez en varios meses. Por un lado
estaba marcado con unas serpenteantes líneas descoloridas garabateadas, escritas con
lo que Ping creía que era sangre. Se trataba de un burdo mapa del imperio que le
había enviado Danzi, el padre de Kai. Una línea gruesa representaba la Gran
Muralla, la frontera norte del imperio, construida para contener a los bárbaros. Al
este estaba el mar. Al oeste había trazados una serie de puntos irregulares, como
puntas de flechas, que representaban las montañas Kun-Lun. Una línea sinuosa
indicaba el curso del río Amarillo, que serpenteaba por todo el imperio desde su
nacimiento en las montañas occidentales, hacia el norte hasta tocar la Gran Muralla
antes de que se desviase al sur y luego serpentease hacia el este, en dirección al
mar. Danzi no debía de conocer la frontera sur del imperio porque no estaba
señalada.
En otro tiempo tal vez había otros caracteres en el mapa que marcaban ríos
y montañas, pero se habían borrado completamente. Sólo quedaban nueve
caracteres. Ping estaba segura de que era lo que Danzi había procurado. Eran los
únicos caracteres que necesitaba para llevar a cabo su viaje. Eran los nombres de tres
lugares: Long Dao Xi, Qu Long Xiang y Ye Long Gu, que significaban: el arroyo del
Lamento del Dragón, la cordillera del Dragón Tranquilo y el valle del Dragón
Resplandeciente. Sin embargo, no había marcada ninguna ruta que ella debía seguir
ni ninguna pista de lo que se suponía que habría de encontrar si fuese a alguno de
esos lugares. Ping había preguntado al duque y a sus consejeros si los conocían, pero
ninguno había oído hablar de ellos.
Al principio, Ping no se había dado cuenta de que hubiese algo más en el reverso
del cuadrado de seda, pero aquel día, al examinarlo bajo la luz brillante del sol, des-
cubrió varias líneas casi borradas que se cruzaban entre sí y unos pequeños
caracteres que parecían escritos al azar. Aquel embrollo de caracteres no tenía
sentido.
Ping llamó a Kai, que estaba intentando esconderse sin éxito detrás de una maceta.
—¿Estás seguro de que no sabes qué significa el mapa de Danzi? —preguntó al
dragón.
Ella había enseñado a leer a Kai algunos caracteres antes de que empezase su
hibernación.
—No. Kai ya lo ha dicho a Ping muchas veces.
—Ya lo sé, pero pensaba que tal vez después de dormir podrías... verlo diferente.
El cuadrado de seda se lo había entregado Hua, la rata domesticada de Ping, hacía
un año y medio. Hua había resultado muy malherida cuando Danzi fue atacado por
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Luego colocó y volvió a colocar las piezas sobre la alfombra. Las dispuso para que
formasen dibujos y formas: una jarra, un bote y un plato. Fue divertido unos mi-
nutos, pero al poco rato ya estaba aburrida y los caracteres seguían siendo un acertijo
sin sentido. Estudió el cuadrado de seda otra vez. No había ninguna pista sobre lo
que debía hacer con las piezas.
La dama An se acercó a Ping para ver lo que estaba haciendo. A ella sí le gustaba
aquel juego.
—¿Qué forma quieres hacer? —preguntó.
—No lo sé, ése es el problema. Danzi no me lo dijo.
—Un dragón —dijo Kai.
—Tienes razón, por supuesto. Ha de ser un dragón. —Ping era la única que podía
entender a Kai. Los sonidos que el dragón emitía se traducían en palabras en la
mente de la muchacha. Se había habituado a hablar en voz alta a Kai si estaban en
compañía. Le parecía más educado.
Ping volvió a colocar las piezas.
Hizo un zorro y un conejo pasables. Creó un perro, un ganso y un murciélago.
Suspiró, impaciente.
—Es imposible. No hay piezas suficientes. ¿Tú sabes cómo puedo hacer un
dragón, dama An?
—Nunca he oído que pudiera hacerse una forma de dragón, pero sí que hay una
forma de cabeza de dragón —repuso la dama An.
—Yo no sé hacerlo.
—En eso consiste el juego, Ping. —La dama An se echó a reír—. Debes averiguar
cómo hacer las formas.
—¿Puedes enseñarme? —pidió Ping.
La dama An volvió a reorganizar las piezas y con unos pocos movimientos hizo la
cabeza de un dragón.
—Ahí lo tienes —dijo.
Ahora, cuatro de los caracteres se alineaban en una hilera vertical. Ping los leyó de
arriba abajo.
—Huí dao mijia; es decir: «Regreso al hogar secreto» —leyó Ping con el ceño
fruncido—. No sé lo que significa.
—Tal vez Padre quiere decir casa familiar de Ping —sugirió Kai.
—No, no hay nada secreto allí donde vive mi familia.
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—Ya es hora de que iniciemos nuestro viaje —dijo Ping a Kai. Se sentía con
ánimos suficientes para ponerse en pie de un salto y partir de inmediato.
Los ojos de Kai centelleaban.
—Sí, ya es hora de seguir el mapa de la seda de Padre —dijo.
Ping le sonrió. Durante los meses de invierno no sólo había crecido, sino que
también había madurado. Había mejorado su lenguaje, aunque solamente ella lo
supiera. Las demás personas sólo podían escuchar los sonidos metálicos que Kai
emitía, pero en la mente de Ping aquellos sonidos se transformaban en palabras. Los
ojos del dragón ya no eran verdes como los de una cría, sino pardos, de dragón
adulto. Ya no era un bebé, también él era consciente de que tenían que abandonar la
comodidad del palacio. Sabía por experiencia que el mundo de los hombres no era
un lugar seguro donde los dragones pudiesen estar a salvo.
En principio, Ping tenía la intención de permanecer en el palacio Beibai solamente
hasta que el tiempo mejorase, pero había transcurrido algo más de un año. Después
de que Ping y Kai escapasen del emperador con la ayuda de la princesa Yangxin, el
duque no tardó más de un mes en descubrir que había un dragón escondido en su
palacio. Ping sabía que el duque podía ser un hombre brutal con aquellos que lo
ofendían y temía que castigase a la princesa por haberlos ocultado. No obstante,
aunque podía ser severo e irascible, defendía con su vida a aquellos que se hallaban
bajo su protección, y, por otra parte, enseguida comprendió lo privilegiado que era al
tener un dragón bajo su techo.
El duque no era un hombre avaricioso. No tenía intención de vender las partes del
cuerpo de Kai o aprovecharse de su sangre como otros habían pretendido. Sabía que
un dragón podía aportarle buena fortuna, de modo que se mostró agradecido con
Yangxin por llevar a Kai a su palacio y trató bien al dragón. Además, ordenó que sus
soldados portasen armas de bronce en lugar de las habituales de hierro cuando supo
que este metal hería a los dragones. Se aseguró de que ninguna mujer de palacio lle -
vase vestidos confeccionados con hebras de cinco colores, puesto que a los dragones
no les gustaba este tipo de ropa, y ordenó a los cocineros que proporcionasen a Kai
comidas especiales.
Desde que Kai entró a formar parte de su casa, el duque había experimentado una
inusual buena fortuna. La primavera había llevado lluvias abundantes a Yan, a pesar
de que en el resto del imperio no había caído ni una gota. Las cosechas del verano
crecieron bien, y en otoño se había recogido en abundancia trigo, mijo, verduras y
hortalizas. Los habitantes de Yan comían adecuadamente mientras que la mayoría de
las gentes del imperio pasaban hambre.
Las negociaciones del duque con los Xiong Nu habían sido fluidas y, en
consecuencia, cesaron los derramamientos de sangre. Pero la mejor fortuna de todas
había sucedido la primavera anterior, justo cuando Ping estaba haciendo los
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Ping también había mejorado su control sobre su energía qi. Danzi le había
enseñado cómo fortalecer la energía espiritual que había en su interior mediante la
concentración mental, controlando la respiración y realizando lentos ejercicios físicos
bajo los rayos dorados de la luz solar matutina, rica en qi. Cuando su cuerpo estaba
lleno de qi, tenía que controlarlo, concentrarlo y enviar rayos de energía qi
disparándolo a través de las yemas de los dedos. Lo había usado contra el cazador de
dragones y había acabado con él. También lo había usado para liberarse cuando que-
dó atrapada bajo una gran roca.
Durante el invierno, el duque había permitido que practicase con sus soldados y
ahora dominaba el arte. Ya podía reunir suficiente energía para defenderse contra
atacantes armados. Era capaz de apartar a un lado lanzas y saetas de ballesta antes de
que la hiriesen.
Sin embargo, aún no controlaba su segunda visión. No podía concentrarla a
voluntad. Al contrario, ésta acudía a ella, sin previo aviso, cuando su dragón estaba
en peligro. Durante todos los meses que había estado en el palacio Beibai Ping no
había experimentado ni una sola sensación de mal presentimiento, ni siquiera
cuando habían atacado el palacio. Pero su segunda visión no la había abandonado:
Kai no había estado acechado por ningún peligro.
Durante el tiempo que Ping permaneció en el palacio Beibai, las altas murallas la
habían hecho sentir protegida y a salvo. Sin embargo, ahora se sentía prisionera,
como un pájaro en una jaula. Había llegado el momento de dejar Yan.
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Ping esperó un día antes de hablar con la princesa Yangxin. La encontró jugando
con el pequeño Yong Hu, que estaba echado sobre una piel de tigre intentando coger
el pez de jade que su madre hacía oscilar sobre él.
—Pronto tendré que dejar el palacio —dijo Ping.
La sonrisa de la princesa se desvaneció.
—No entiendo por qué tienes que marcharte a ninguna parte —dijo con un tono
áspero en su voz—.Tú y Kai estáis a salvo aquí. Incluso cuando el palacio fue
atacado, Kai no resultó herido. Mi marido cuidará de vosotros dos.
—Lo sé —repuso Ping—, pero Danzi atravesó grandes dificultades para hacerme
llegar este mensaje y no puedo obviarlo por más tiempo.
Ella ya se había apartado de sus obligaciones con anterioridad, y había elegido el
camino más fácil. No podía hacerlo de nuevo. Si había algo que Ping supiese con
certeza es que un lugar seguro podía transformarse rápidamente en un lugar de
amenazas y sufrimientos. De todos modos, no compartió estos pensamientos con la
princesa.
—La emperatriz llegará pronto y ya no me necesitarás —dijo Ping.
Inmediatamente después de la batalla, el duque había enviado un escuadrón de
soldados a Chang'an para escoltar a la madre de Yangxin, la emperatriz Dowager, a
fin de que ésta fuese a visitar a su nieto. El duque no creía que el emperador pusiese
ninguna objeción, después de su derrota.
—Siempre valoraré tu amistad, no importa cuánta gente tenga a mi alrededor —
dijo la princesa.
—Podemos esperar un mes o un poco más a que el tiempo mejore, pero luego
debemos partir—dijo Ping.
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Sólo había transcurrido media mañana cuando Ping recibió una citación del
duque. Se dirigió al salón de las Peonías, donde el duque estaba esperándola, de pie
con los brazos cruzados. Había hebras plateadas en su pelo, pulcramente peinado en
un moño. Era mucho mayor que la princesa. Cuando Ping lo vio por primera vez le
había parecido un hombre severo y serio, pero durante su estancia en el palacio
Beibai había constatado que era un hombre que sonreía a menudo. También pasaba
mucho tiempo en la biblioteca. A pesar de que sus libros favoritos trataban sobre
estrategias de guerra, había enseñado a Ping libros de poesía de los que se sentía
orgulloso.
No obstante, el duque ahora no sonreía. Ping hizo una reverencia cortés. No era
preciso postrarse de rodillas y tocar con la frente el suelo, como se habría requerido
hacer en presencia del emperador, así que se inclinó hasta la cintura.
—Yangxin me ha contado que planeas dejarnos —dijo.
—Es lo que pretendo hacer, Excelencia.
—¿Acaso no me crees cuando te prometo que protegeré a Kai?
—Sé que guardaréis a Kai con vuestra vida.
—Pero crees que caeré en la tentación de venderlo.
—No, Excelencia. Tengo fe completa en vos. Me encantaría quedarme, pero no
puedo. Danzi me dio instrucciones para que me llevase lejos a Kai.
Procuró que por la entonación de su voz pareciese que Danzi le hubiese dejado
instrucciones detalladas, en lugar de un mensaje desconcertante.
—Soy la guardiana del dragón, y como tal tengo una obligación. —Ping dudó
—. Kai vivirá durante cientos de años más de lo que lleguéis a vivir vos..., de lo que
viviré yo. Debo encontrar un lugar seguro donde él pueda permanecer el resto de su
existencia.
—¿Y adonde pretendes ir? —preguntó el duque.
—A un lugar secreto.
El duque guardó silencio, con los labios apretados y la mirada severa. Ping pensó
que tal vez iba a experimentar su lado más brutal.
—¿Me detendréis, Excelencia? —preguntó Ping.
El duque no dijo nada. Ping sabía que tenía que quedarse allí, ante él.
—Vuestra fortuna desaparecerá si nos obligáis a quedarnos contra nuestra
voluntad, estoy segura —dijo sin rodeos.
Los sirvientes que iban de un lado a otro del salón dejaron lo que estaban
haciendo. Los guardias se pusieron firmes y sujetaron sus armas, esperando una
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—Ahora debemos averiguar qué día es el más auspicioso para que Ping se marche
—dijo el duque.
El adivino hizo una reverencia y abandonó la estancia.
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iba. También había otra razón para su tristeza, si bien no se mencionaba. Nadie
quería que la causa de su buena fortuna se marchara. El duque había hecho todo lo
que había podido para convencer a los habitantes de palacio de que la partida del
dragón era la única forma de que su fortuna continuase, pero no le creyeron. Todos y
cada uno de los residentes de palacio quisieron tocar al dragón una última vez para
que les diese suerte.
La princesa lloraba de nuevo.
—Sé que sigues tu verdadero camino, Ping —dijo mientras abrazaba a su amiga
—. Estoy siendo egoísta. Te echaré mucho de menos, y me habría gustado
muchísimo que Yong Hu hubiese crecido con un dragón.
Poco después, su carruaje, cargado con suficiente equipaje para una docena de
personas, atravesaba la puerta exterior occidental del palacio Beibai. Aunque Ping
estaba impaciente por iniciar el viaje, ahora que de verdad se iba se sentía triste al
tener que decir adiós a sus amigos y al palacio que había sido para ellos un hogar tan
confortable.
El duque había insistido en que viajasen con una escolta armada. Al principio
quería enviar a seis hombres, pero Ping logró convencerlo de que seis soldados
atraerían mucho la atención; dos soldados y un conductor serían más que
suficiente. Inclinó el cuerpo fuera del carruaje y observó cómo el palacio Beibai
menguaba en el horizonte a medida que aumentaba la distancia. Desde el exterior no
parecía tan imponente. Estaba construido con ladrillos de barro sin adornos, y sus
muros lisos no dejaban entrever ninguna pista de lo que guardaban en su
interior. Ping tenía la sensación de que nunca regresaría.
Kai también inclinaba el cuerpo por la ventanilla, al tiempo que emitía sonidos
como el repiquetear de una campana agrietada. Pero cuando el palacio finalmente
desapareció de la vista, volvió a meterse en el carruaje y, en silencio, se sentó con la
cabeza apoyada en el regazo de Ping.
El pesar que Ping sentía fue desapareciendo poco a poco. Sabía que era el
momento adecuado para partir. Tenía el estómago revuelto a causa de los nervios y
la expectativa. Recordó la primera línea de su lectura del Yi Jing: «Al principio, un
dragón oculto. Es inteligente permanecer inactivo.» Ping había interpretado que
mientras Kai permaneció en el pozo estuvo bien permanecer en palacio. Ahora que
no estaba oculto, lo que seguía es que no sería inteligente estar inactivo. Demorarlo
más sería una desgracia.
El carruaje se encaminó hacia el oeste, pasando a través de huertos solitarios y
monótonos, campos yermos donde los arados tirados por bueyes estaban preparando
el terreno para la siembra de primavera. Más allá, había prados con matas de hierbas
donde había tenido lugar la batalla entre los Xiong Nu y los soldados imperiales, tan
sólo unos días antes. El camino estaba sembrado de armas, cajas de comida y algún
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cadáver dejado allí por el ejército imperial para aligerar su carga y, de este modo,
poder ganar más velocidad en su retirada. Unos cuantos hombres del duque aún
estaban ocupados con la espeluznante tarea de recoger a los muertos para
enterrarlos, apilando los cuerpos mutilados y sanguinolentos de los soldados
imperiales y de los de Yan en un carromato. Cerca de ellos, un carro de guerra
destrozado permanecía de lado con una rueda al aire. Un caballo muerto yacía rígido
en el suelo, con la flecha fatal aún clavada en su vientre. Manchas de oscura sangre
seca ensuciaban la pálida hierba invernal. Ping se preguntó cuántos hombres
habrían muerto a causa de aquella última locura imperial.
Al cabo de una hora, dejaron atrás los restos de la batalla y el camino serpenteó
hacia las inhóspitas colinas de Yan. El conductor no se sentía tranquilo cuando
partieron puesto que no había ningún punto o cruz en el mapa que le indicase con
precisión dónde estaba el arroyo del Lamento del Dragón y él estaba acostumbrado a
conocer con exactitud su destino. Ping no sentía temor por ese viaje. Ella era
la guardiana del dragón y se había propuesto desempeñar su cometido
correctamente. Con el mapa de Danzi y la lectura del Yi Jing que la guiaban, estaba
segura de que encontraría su camino allí adonde fuese que debía ir. Tenía su segunda
visión para prevenirla del peligro y podía reunir su energía qi para
protegerse. Cualesquiera que fuesen las dificultades a las que hubiera de enfrentarse,
estaba segura de que sería capaz de superarlas.
Ping miró al exterior a través de la ventanilla del carruaje. Las lluvias de
primavera aún no habían llegado y las colinas seguían estando secas, cubiertas de
vegetación amarillenta. Al cabo de varios meses de no ver nada más que el interior
de patios y salones, incluso aquella sombría estampa le parecía hermosa.
Cuando Danzi dijo por primera vez a Ping que era la verdadera guardiana de los
dragones ella no le creyó. A pesar de tener todas las características —ser zurda, tener
segunda visión y la habilidad de escuchar el habla del dragón en su mente—, aún le
parecía algo imposible. Ella era una persona insignificante... ¿Cómo podía ser tan
importante?
Otros también habían dudado de que ella fuese la verdadera guardiana del
dragón. Después de todo, no era más que una niña. Además, ningún otro guardián
de los dragones en cientos de años de historia imperial había sido una mujer.
Al principio, Ping había dudado mucho y no estaba secura de querer convertirse
en guardiana del dragón; pero a medida que fue pasando el tiempo, su confianza
creció y finalmente llegó a creer que ésa era su verdadera misión.
Al principio, la responsabilidad de ser guardiana de los dragones había sido una
carga; sin embargo, ahora era lo que Ping deseaba hacer más que cualquier otra cosa
en el mundo. Había sido mucho más fácil de lo esperado dejar atrás a amigos y
comodidades. Tenía un trabajo que hacer, un propósito que cumplir, un
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tres platos servida en cuencos lacados de color rojo y negro. Había dos tipos de carne
asada, sopa y frutos secos.
—Es una buena forma de viajar —dijo Kai mientras comía su tercer faisán asado.
Ping no estaba tan segura. Habría preferido deslizarse por el paisaje sin dejarse
ver, como un leopardo.
La princesa había regalado a Ping un camisón de dormir blanco. Se sentía tonta
cambiándose de ropa y vistiéndose con aquella delicada prenda bordada en medio
del campo, pero tenía que admitir que era muy cómodo. Kai durmió en la tienda con
ella, pero mientras Ping se cubrió con una piel de oso, el dragón se limitó a
enroscarse.
A la mañana siguiente, el conductor tardó más de una hora en preparar el
desayuno y aún más en recoger la tienda. Los soldados no viajaban dentro del
carruaje. Uno se sentaba delante con el conductor y el otro permanecía de pie
detrás. A Ping no le quedó más remedio que dejar que las horas transcurriesen
mientras escuchaba el parloteo de Kai sobre cualquier cosa que se le pasaba por su
escamosa cabecita. Viajaron li tras li sin que Ping gastase energía en absoluto.
Kai ya no necesitaba que lo entretuviesen, tal como había sucedido cuando
viajaron anteriormente en carruaje. Ya no pedía que jugasen con él. Cuando no
estaba hablando, parecía contentarse con mirar por la ventanilla. Ping se alegraba de
que hubiesen progresado. Después de posponer el viaje durante tanto tiempo, estaba
impaciente por encontrar el refugio de los dragones lo más pronto posible. A aquella
velocidad, pronto alcanzarían la zona donde Long Dao Xi estaba marcado en el
mapa, tal vez en una semana o dos. Al principio no había querido viajar en carruaje,
pero ahora apreciaba la velocidad con la que el paisaje se deslizaba por su ventanilla.
Por la tarde, los rayos de sol calentaban el interior del carruaje y Ping se sentía a
gusto, mecida además por su movimiento suave. Estaba echando una cabezada
cuando Kai se puso en pie de un salto.
—¡Detén! el carruaje! —gritó.
El conductor no podía entender al dragón, pero el sonido de cuencos de cobre
chocando entre sí que Kai hizo fue tan alarmante que se detuvo de todos modos. Tiró
de las riendas de los caballos tan repentinamente que Ping resbaló de su almohadón
y fue a parar al suelo del carruaje.
—¿Qué sucede, Kai? Aún faltan muchas horas para que nos detengamos a
comer. ¿Tienes que hacer pis? —dijo ella.
Kai señaló con un dedo de su garra en la distancia y, en cuanto uno de los
soldados abrió la puerta del carruaje, el dragón saltó al exterior y corrió por la
llanura.
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—¿Qué le sucede, señora? ¿Se ha hecho daño? —preguntó uno de los soldados.
—Ha visto algo. Los dragones pueden ver mucho más allá de lo que nosotros
vemos —explicó Ping, al tiempo que escrutaba con atención el horizonte.
Danzi le había contado que los dragones podían ver una semilla de mostaza desde
unos cien li de distancia. Ella no podía ver más que las matas de hierba seca, pero
bajó del vehículo y corrió tras el pequeño dragón. Kai se detuvo ante un matorral que
estaba a medio li de distancia y que a simple vista parecía igual que los otros.
—Será mejor que tengas una buena razón para hacer que nos detengamos —dijo
Ping. Estaba sin aliento. Durante su estancia en el palacio Beibai había realizado un
montón de actividades pero ninguna de ellas implicaba correr—. Si me entero de que
se trata simplemente de una lagartija o de una piedra de colores, te...
Las palabras de Ping murieron en su boca. Había algo detrás del matorral. Era un
cadáver retorcido boca abajo entre el polvo. Una flecha sobresalía clavada en su
muslo.
Kai hacía sonidos parecidos al tañido de una campana rota.
Los soldados llegaron tras ellos.
—Hemos visto bastantes cuerpos desde que dejamos el palacio. ¿Por qué está tan
preocupado por éste? —dijo uno de ellos.
—Dadle la vuelta —pidió Ping a los soldados.
Éstos se miraron entre sí dubitativamente, pero hicieron lo que Ping les había
ordenado. La muchacha se arrodilló junto al cuerpo. El rostro estaba lleno de cortes y
magullado, cubierto de polvo. Había una antigua cicatriz que atravesaba la ceja
derecha.
Los soldados se quedaron mirando el sucio cuerpo manchado de sangre.
—Ya no se puede hacer nada por él. La cuadrilla de entierro acabará por
encontrarlo —dijo uno de ellos.
Aquel hombre llevaba la túnica de piel roja y los protectores para las piernas que
vestían todos los guardias imperiales. No obstante, su carro debería estar marcado
con los símbolos de un murciélago rojo y una grulla azul. Sus caballos deberían
portar plumas amarillas en sus bridas, y debería haber a su alrededor soldados a
caballo con estandartes amarillos que proclamasen su rango. Sin embargo, no había
nada de aquello por ninguna parte. No había nada que lo distinguiese de ningún
soldado corriente.
—¿Acaso no sabéis quién es? —dijo Ping.
Los soldados negaron con la cabeza.
Kai se puso en cuclillas al lado de Ping.
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Capítulo 5- Curación
Ping recordó la última vez que había visto al emperador y el odio rebulló en su
interior como serpientes retorciéndose. El había ordenado que la ejecutasen. Pero lo
peor de todo, y con diferencia, fue su crueldad con Kai.
—¡Pobre Lu-lu! —exclamó Kai.
—¿Cómo puedes sentir lástima por él? —Ping acarició el lomo de Kai—. ¿Sabías
que era el emperador cuando viste su cuerpo?
—No lo sabía. Kai vio lo que sostenía en la mano.
Ping se arrodilló junto al emperador. Su mano derecha se cerraba fuertemente
alrededor de algo. Estaba recubierto por una costra de sangre seca y polvo. Aun
acercándose, Ping no se había dado cuenta. Alargó el brazo y tocó la mano del
emperador, y luego se apartó como si se hubiese pinchado con ortigas. Al cabo de un
momento volvió a intentarlo de nuevo. Esta vez abrió los dedos de la mano del
emperador uno a uno para poder coger lo que estaba sujetando. Era algo delgado y
de tan sólo unas pulgadas. Podía haber sido la punta de una lanza o un fragmento de
una vasija de arcilla, pero cuando Ping limpió el objeto con la manga de su vestido,
éste reveló su verdadero color. Era púrpura y tan brillante como si estuviese hecho
de algún tipo de piedra preciosa. Era un fragmento de piedra de dragón, un trozo del
huevo del que Kai había nacido.
Ping miró el rostro sucio y magullado del emperador. En otro tiempo había sido
su amigo, pero había traicionado su amistad. No tenía ningún reparo en marcharse y
dejarlo allí para que lo encontrase el escuadrón de entierro. Era lo que se merecía; sin
embargo, sabía que más tarde se arrepentiría si lo hacía.
Ping sujetó con fuerza la flecha que estaba clavada en la pierna del emperador y
tiró con ambas manos. Pudo sentir cómo la carne se resistía. Los soldados la miraron
horrorizados, preguntándose qué clase de persona sacaría una flecha de un
cadáver. La punta en forma de púa de la flecha estaba diseñada para penetrar en la
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carne, no para ser extraída. Ping sacó su cuchillo de bronce de su bolsa e hizo una
incisión en la pierna del emperador. De la herida brotó sangre oscura. Cuando
arrancó la flecha, un gemido sordo escapó de la boca del emperador. Ping arrojó la
ensangrentada flecha a un lado, desató las hebillas que se abrochaban sobre los
hombros del emperador y le quitó la armadura de piel. Desgarró sus ropas y las
apartó para dejar al descubierto sus otras heridas. De todas ellas, la lanza que tenía
en su estómago era la peor; era profunda y tenía muy mal aspecto.
—¿Ping sabía que Lu-lu aún estaba vivo? —preguntó Kai.
Ping asintió.
—Lo he sabido cuando le he quitado el fragmento de huevo. Su mano estaba
cálida. —Se dio la vuelta para mirar al dragón—. ¿Tú no lo sabías?
—No.
Ping alzó la vista y miro a los solados.
—Tenemos que llevarlo hasta el carruaje.
Dio instrucciones a los hombres para que cortasen un pequeño árbol muerto e
hiciesen una camilla. Estaba bastante acostumbrada ya a dar órdenes a los soldados
que la acompañaban.
El conductor aún miraba fijamente la herida abierta del emperador. Era joven y tal
vez nunca había visto antes una herida de lanza.
—Busca milenrama, recoge toda la que puedas —lo apremió Ping.
—Yo... yo no sé cómo es —tartamudeó el conductor.
—Kai te la mostrará.
El hombre miró con expresión de duda al dragón.
—¡Date prisa! —gritó Ping.
Kai echó a correr y el soldado lo siguió. Ping se alegraba de haber aprendido los
usos de las hierbas del herborista del duque y haber enseñado a Kai a reconocer
algunas.
—Con cuidado —dijo Ping cuando levantaron al emperador para colocarlo en la
camilla, y luego tropezaron en el suelo irregular. A continuación lo dejaron al lado
del carruaje.
La muchacha se dirigió a los soldados:
—Encended una hoguera y calentad agua.
Los soldados corrieron a recoger leña.
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Ping llenó una copa de vino, sujetó la cabeza del emperador y derramó el líquido
dentro de su boca.
Los soldados hicieron una pequeña hoguera y colocaron un cazo de agua
encima. Tan pronto como el agua estuvo caliente, Ping limpió las heridas del
emperador. Fue a buscar su jarra de ungüento de nube roja y untó el pegajoso
bálsamo sobre los cortes del rostro, brazos y piernas del emperador. Cuando Kai y el
conductor regresaron con la milenrama, cubrió las heridas con algunas de las hojas y
echó el resto en el cazo de agua caliente. El té hecho con aquella hierba hacía bajar la
fiebre. Ping no había imaginado que el segundo día de viaje ya tendría que poner en
práctica sus conocimientos sobre hierbas curativas. Sacó el camisón de dormir de su
bolsa y lo desgarró en tiras a fin de usarlo como vendaje para las heridas del
emperador.
Cuando la tienda estuvo levantada, los soldados instalaron en ella con sumo
cuidado al emperador. Ping puso uno de los cojines de Kai bajo su cabeza y llevó
alfombras del carruaje para taparlo. Luego envió a los soldados a cazar algo para
comer. Pronto regresaron con un conejo y un faisán, y el conductor hizo un guiso con
la carne, que aromatizó con hierbas de cocina que Kai había encontrado. Comieron
en silencio.
Un acceso de tos despertó a Ping durante la noche. Sabía que no era ninguno de
los soldados. Aunque uno de ellos se suponía que debía permanecer de guardia
siempre, los dos estaban roncando fuera de la tienda. El conductor estaba dormido
en el carruaje. Kai también estaba dormido. Ping echó a un lado su piel de oso y fue a
ver al emperador. Éste tosió otra vez. Ella levantó su cabeza y le dio a beber un poco
de té de milenrama endulzado con miel. El joven tragó el líquido y abrió los
ojos. Ping no estaba segura de si estaba contenta o desilusionada por el hecho de
haberlo curado.
—¿Tú también estás muerta, Ping?—preguntó.
—No. Ninguno de los dos estamos muertos —repuso ella, secamente.
El intentó mover la cabeza hacia los lados para ver donde estaba, pero incluso
aquel leve movimiento le hizo gemir de dolor.
Ping observó su magullado y sangriento rostro. Le iban a quedar otras cicatrices
además del familiar corte que atravesaba su ceja derecha. Su pelo colgaba sobre sus
hombros en mechones enmarañados. Había perdido todo su porte imperial. Pudo
ver emociones que entraban en conflicto en sus oscuros ojos: dolor de sus heridas,
alivio por estar vivo, confusión por encontrarse con su cabeza apoyada en el regazo
de Ping.
—¿Me has salvado la vida, Ping?
—No he sido yo quien te ha encontrado. Ha sido Kai.
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—Kai —susurró.
Bebió más té y cayó en un profundo sueño otra vez.
Ping permaneció despierta.
La primera vez que vio al emperador en las riberas del río Amarillo, éste era un
muchacho alegre de quince años. Poco después se convirtieron en buenos amigos, y
realmente Ping lo sintió muchísimo cuando tuvo que escapar con Danzi contra los
deseos del emperador. La segunda vez que se encontraron, las circunstancias eran
distintas. Ella había sido arrestada por haber robado el dragón imperial. Había
transcurrido menos de un año, pero el emperador había cambiado. Cada vez estaba
más preocupado por el deseo de gozar de una larga vida, y ese deseo, gradualmente,
se había convertido en una obsesión por alcanzar la vida eterna, a cualquier precio,
incluso si éste fuese la vida de Kai. Había malgastado todas sus energías en trabajar
con científicos y chamanes para conseguirlo, pero todos sus planes y elixires habían
producido el efecto contrario. Bajo la suciedad de la guerra, sus mejillas y ojos
hundidos lo hacían parecer mucho mayor de los diecisiete años que tenía.
A altas horas de la noche el emperador se despertó de nuevo y relató a Ping lo que
había sucedido. Después de su derrota, los Xiong Nu le habían permitido retirarse
hasta que estuvo muy por delante, alejado de sus tropas. Luego lo habían rodeado
junto con su escuadrón de guardias personales. Eran sólo seis bárbaros contra sus
veinte soldados, pero sus hombres estaban confusos por el constante acoso al que los
sometía el enemigo. Habían sido instruidos para disparar apoyados sobre una
rodilla, y esa técnica no era muy efectiva contra un blanco en movimiento. Uno a uno
los Xiong Nu los habían abatido, de modo que el emperador se vio obligado a
escapar con los dos únicos guardias que habían sobrevivido.
—Mi conductor había muerto y yo mismo conduje el carro —explicó a Ping—. Me
dispararon en la pierna y no pude ni siquiera detenerme a quitarme la
flecha. Obligué a los caballos a galopar durante horas hasta que estuve seguro de que
había dejado atrás a los bárbaros.
El emperador hizo una pausa para tomar aliento; el simple hecho de hablar de su
terrible experiencia lo agotaba.
—Pero me siguieron. Dispararon a mis exhaustos caballos y mataron a uno de
ellos. El otro siguió corriendo. El carro se volcó, me enredé con los restos y fui
arrastrado por el suelo. Cuando el caballo finalmente se detuvo, me clavaron una
lanza para acabar conmigo.
—¿Tus hombres no vinieron en tu ayuda? —preguntó Ping.
El emperador hizo un leve movimiento con la cabeza.
—Vi cómo huían. Al principio pensé que habían ido a buscar ayuda. Pero al cabo
de un tiempo me di cuenta de que nadie vendría a buscarme. Me habían abandonado
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para que muriese. Sin embargo, encontré fuerzas suficientes para ponerme en pie y,
como pude, anduve en la dirección que esperaba que me alejase de mis
enemigos. Pero había perdido mucha sangre. No recuerdo haber perdido el
conocimiento. —Miró a Ping—. Lo último que sé es que estabas a mi lado.
Ping evitó su mirada. No quería sentir lástima por él. Escanció una taza de caldo
del guiso que aún estaba caliente sobre las brasas casi apagadas de la hoguera. El
emperador no podía sentarse todavía, así que Ping tuvo que sostener su cabeza y
acercarle la taza a la boca.
Kai se dio la vuelta mientras dormía.
—Siento lo que le hice a Kai, y lo que te hice a ti —dijo el emperador.
Ping finalmente lo miró a los ojos.
—Lo sientes ahora porque estás aquí echado en la oscuridad, lejos de tus criados,
lo suficientemente cerca de la muerte, que aún puede alcanzarte y llevarte consigo—
dijo con toda su amargura—. No estarás tan arrepentido cuando regreses a tu vida
imperial.
Esperó que un arrebato de rabia destellase en los ojos del emperador, pero no fue
así. Liu Che hizo un gesto de dolor cuando una lágrima salada recorrió una herida de
su cara.
Ping recordó de qué manera había sangrado a Kai hasta que el pequeño dragón
estuvo demasiado débil para ponerse en pie, sólo para que él pudiese usar su sangre
para el elixir de la inmortalidad. Recordó sus ojos cuando la culpaba a ella por todo
lo que él mismo había provocado.
—No creo que cambies demasiado. Tú eres el Hijo del Cielo, todos se inclinarán a
tu voluntad. Cargas con fuertes impuestos a tus súbditos para sufragar tu búsqueda
de la inmortalidad, aun cuando ya pasan por suficientes dificultades para alimentar a
sus familias a causa de la sequía. Piensas que tienes derecho a utilizar a las personas
como herramientas y luego las echas a un lado como flechas rotas.
La mayoría de la gente tenía prohibido hablar directamente con el
emperador. Hablar con él de esa forma podía desembocar en una sentencia de
muerte, si es que alguien pudiese escucharlos. Esperó a que se defendiera, pero él no
dijo nada.
—Los habitantes del imperio son tus súbditos, pero para obtener lo mejor de ellos
debes tratarlos bien. Incluso el jardinero más humilde sabe que para que sus plantas
crezcan debe regarlas y alimentarlas. Si les das menos de lo que necesitan, darán
menos frutos. Si tú quieres que tu pueblo te sirva bien, debes alimentarlo, con comida
y con agradecimiento. Con castigos y malos tratos nunca conseguirás lo mejor de
ellos.
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Kai se giró y volvió a dormirse. Ping se arrebujó bajo su piel de oso. El sueño la
arrastró hacia la inconsciencia, como el poderoso impulso de la marea.
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La vasta negrura la rodeaba. La hizo sentir tan pequeña como una hormiga y le
arrebató toda la confianza en sí misma que había tenido durante el día.
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Kai anduvo a su lado, pero a veces marchaba por su cuenta, corriendo de un lado a
otro mientras se entretenía con algún juego. Cuando se alejaba demasiado, Ping hacía
destellar el espejo y él regresaba a su lado.
—¿A qué estás jugando? —preguntó la muchacha.
—Busco piedras de dragón —explicó Kai.
Ping sintió una punzada de tristeza. Kai nunca lo había expresado en voz
alta, pero ella sospechaba que él estaría solo cuando llegase al refugio de los
dragones. Antes tenía muchos amigos humanos en el palacio, y también había perros
que perseguir y cabras que molestar. Nunca había considerado que él podía anhelar
la compañía de otros jóvenes dragones. Sacó el cuadrado de seda y lo examinó. ¿Qué
iban a encontrar allí? Otro huevo de dragón o tal vez un alijo de piedras de
dragón. Ahora que ya sabía cómo cuidar de un bebé dragón, educar a toda una prole
de ellos no le supondría ningún problema. De hecho, disfrutaría al hacerlo.
Mientras andaban, Ping pensó en Danzi y en el largo viaje que habían hecho
juntos. Habían viajado desde la frontera occidental del imperio hasta allí donde
terminaba, al este, en las costas del mar. Cuando emprendió su viaje con Danzi, el
imperio estaba cubierto de verde reluciente. Ahora, en cambio, se veía polvoriento y
reseco por la falta de lluvias.
Danzi era un dragón de pocas palabras, pero su hijo era un parlanchín. Mientras
andaban, Kai hablaba por los codos. Señalaba todo lo que le parecía interesante, ya
fuese una colina en forma de animal dormido, un lecho de río serpenteante o un nido
de pájaro grande. Puesto que su visión era excepcional, la mayoría de las cosas que
indicaba estaban demasiado lejos para que Ping pudiese verlas. También le gustaba
contar una y otra vez sus propias aventuras, la mayoría de la cuales Ping ya las sabía,
aunque ocasionalmente descubría alguna travesura que él había realizado en la
residencia Ming Yang o en el palacio Beibai cuando ella no estaba mirando. La única
vez que Kai dejó de hablar fue cuando alguien se aproximó a ellos por el camino y
tuvo que cambiar de forma. Ping se alegró de que Kai dominase ya su habilidad de
dragón. No quería que atrajese la atención de nadie.
Ping también se alegraba de que por fin Kai hubiese superado la etapa en la que
estaba constantemente haciendo preguntas. Ahora prefería demostrarle lo inteligente
que era, nombrando plantas, pájaros y animales y contándole lo valiente que sería si
se encontrasen con un tigre o un cazador de dragones. Ping dejaba escapar algún
gruñido de vez en cuando para indicarle que estaba escuchando, aunque la mayoría
del tiempo tenía la mente en otra parte.
Mientras Kai volvía a explicar la historia de cómo se había quedado atascado
dentro de un jarrón en la residencia Ming Yang, más de la mitad de la atención de
Ping estaba puesta en lo que iban a comer para cenar. Vio un ligero movimiento por
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el rabillo del ojo. Parecía como si algo se hubiese caído de la alforja. Se detuvo y miró
hacia atrás.
—¿Has dejado caer algo, Kai? —preguntó.
—No —repuso el dragón.
—¿Estás seguro?
Mientras comprobaba las tiras de la bolsa, se dio cuenta de que había algo en el
suelo del camino, detrás de ellos.
Retrocedió para recogerlo. Era una de las escamas púrpura de Kai.
—¿Te encuentras bien? —preguntó preocupada. Corrió hacia el dragón y le tocó
las puntas de las orejas—. ¿Tienes fiebre?
—Kai está bien.
Se rascó tras su hombro izquierdo. Cayó otra escama.
—¿Es la bolsa? Debe de estar frotando tus escamas y hace que se te desprendan.
—No, las escamas de Kai son duras, como la armadura de un soldado.
Ping hizo que el dragón se sentase mientras le miraba la lengua, le tomaba el pulso
en cada pata y observaba sus ojos. Parecía estar perfectamente sano. Mientras
examinaba sus escamas, cayó otra en su mano.
—¿Que te está pasando, Kai? —preguntó Ping, ahora sí verdaderamente alarmada
—. ¿Por qué se te caen las escamas?
—Muda —dijo Kai tranquilamente.
—¿Estás mudando las escamas?
—Como las cabras, que pierden su abrigo de invierno. Como una serpiente que
cambia la piel.
Ping se acercó y miró con más atención en la parte de piel allí donde había caído la
última escama. En el espacio entre las duras y ásperas escamas púrpura había otra
más suave. Era verde pálido y brillaba cuando le daba el sol. Había más trozos de
verde pálido allí donde las otras escamas habían caído.
—¡Estás cambiando de color! ¡Las escamas púrpura deben de ser tus escamas de
bebé! —exclamó Ping, sorprendida.
Kai giró el cuello y levantó las patas delanteras para intentar verse.
Perdió el equilibrio y cayó. Rodó sobre su lomo pero, aun así, no pudo ver sus
nuevas escamas.
—¿De qué color son? —preguntó.
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—Verdes. Un bonito color verde pálido como la hierba nueva de primavera —dijo
Ping.
Kai hizo sonidos tintineantes.
—Igual que Padre —dijo él.
Ella sonrió.
—Sí. Igual que Danzi.
El dragón cavó un agujero y echó las escamas en él. Luego las cubrió de arena.
—¿Qué haces?
—No quiero que gente encuentre escamas.
Ping caminaba a buen paso, pero su avance era mucho más lento que cuando
viajaban en carruaje. En el palacio se había acostumbrado a tener todo lo que deseaba
tan pronto lo expresaba en voz alta. Ahora debería aprender a tener paciencia de
nuevo.
A última hora de la tarde, estaban andando a través de una zona escasamente
arbolada. Los nuevos brotes, que ya se estaban tiñendo de marrón en las puntas por
la falta de agua, luchaban por abrirse en los altos y débiles árboles. No había hierba
primaveral que amortiguase sus pasos. La hierba amarillenta del año anterior crujía
bajo sus pies. Las flores deberían haberse abierto ya pero no había ninguna. Kai se
detuvo de pronto y olisqueó el aire. Miró entre la penumbra observando atentamente
un árbol en concreto.
—¿Qué sucede? ¿Acaso ves peligro? —preguntó Ping, preocupada—. ¿Hueles
algo?
El sonido de campanillas repiqueteó en el aire.
—¡Golondrinas! —exclamó Kai, y echó a correr.
La comida favorita del joven dragón era también la de su padre.
Kai necesitaba mejorar sus técnicas de cacería. Su torpe acercamiento puso sobre
aviso a las golondrinas. Aquella noche no tendría una apetitosa ave para cenar. Ping
se sentía desilusionada. Ella también se había acostumbrado a su sabor y empezaba a
gustarle la golondrina asada. Comieron una cena decente de queso de soja y cereales,
pero ambos se habían habituado a los banquetes de palacio. La comida no sació a
Kai. Se las apañó para cazar algunas polillas, pero ya era demasiado mayor para
quedar satisfecho con unos pocos insectos. Metió la cabeza dentro de la alforja.
—¿Hay codornices asadas? —preguntó esperanzado.
Ping negó con la cabeza.
—¿Pasteles de miel?
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—No.
Las púas que recorrían el lomo del dragón bajaron y otra escama se desprendió.
—Puedes comer una yuyuba, pero sólo una —dijo Ping.
Ella le alargó la fruta seca y cogió una para sí.
De pronto, un montón de terrones de arena volaron en su dirección, golpeándole
la cara y ensuciando su regazo. Ping nunca antes había visto a Kai hacer un lecho.
Primero cavó un agujero con sus fuertes garras delanteras, cuidando muchísimo que
fuese del tamaño correcto de su cuerpo enroscado, pero sin prestar atención alguna
adónde iba a parar toda la tierra que excavaba. Luego recogió hierba seca y hojas
para llenar el agujero y echó su piel de oso encima. Finalmente saltó encima de su
lecho y dio vueltas retorciéndose en él hasta que se sintió cómodo. Pronto se durmió.
El cielo estaba despejado. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez
que Ping había pasado la noche al aire libre. El cielo negro, tachonado por infinidad
de estrellas, era inmenso comparado con el retazo de firmamento en forma de
cuadrado que se había acostumbrado a ver sobre el patio del palacio Beibai. La vasta
negrura la rodeaba. La hizo sentir tan pequeña como una hormiga y le arrebató toda
la confianza en sí misma que había tenido durante el día. ¿Qué estaba haciendo
exactamente? Recorrían tierras desconocidas siguiendo las desconcertantes
indicaciones de un anciano dragón ausente garabateadas a toda prisa en un retal de
seda, guiándose por un acertijo que había obtenido haciendo malabares con tallos de
plantas. Era como si buscase una estrella particular entre miles de ellas. Por la noche
ya no estaba tan segura de que pudiese encontrarla.
Ping se acurrucó en su piel de oso. Que el cielo estuviese tan despejado también
significaba que la noche sería fría. Aunque no echó de menos las púas que se le
clavaban en el costado, en realidad sí echó de menos el calor del dragón. Oyó
ronquidos provenientes del lecho de Kai. Se planteó que tal vez ella también debería
cavar un hoyo para dormir dentro de él, pero estaba demasiado exhausta, de modo
que se envolvió con la piel de oso. Tendría que acostumbrarse a dormir al aire libre
otra vez.
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A Ping le gustaba estar en el campo de nuevo, sin nadie más que ella y Kai
decidiendo cuándo comer y cuándo dormir. La vida de palacio había sido cómoda
pero confinada y monótona, y a menudo se aburría. Prefería una vida que
transcurriese al ritmo de la lenta marcha del sol a través del cielo. La búsqueda
constante de la próxima comida, algún lugar donde llenar la bolsa de agua, un sitio
confortable para dormir. Disfrutaba el placer del descubrimiento cuando veía una
planta que no conocía o nuevas especies de pájaros. Tan sólo ver cómo cambiaba
gradualmente el color de la tierra ya era un placer. Cada día era un nuevo horizonte
para ella.
Durante los días siguientes, Ping calculó que habían viajado unos cien li. Era un
buen trecho, pero aún estaban a dos semanas de llegar al arroyo del Lamento del
Dragón. No habían seguido el camino principal, puesto que Ping quería evitar el
contacto con la gente lo máximo posible, y tampoco deseaba que los soldados del
duque los encontrasen de nuevo. El sendero que seguían bordeaba una pequeña
colina, y en sus oscuras laderas unas cuantas cabras buscaban los pocos matojos de
hierbas que quedaban.
Ping escuchó voces delante de ellos. El dragón, cuyo oído no era tan fino como el
de ella, no había escuchado nada.
—Rápido, Kai, cambia de forma. Alguien se acerca —susurró.
El aire alrededor del dragón empezó a brillar. Ping apartó la vista mientras se
producía la transformación, pues presenciar el cambio de forma del dragón le
producía mareos. Cuando volvió a mirar, en lugar de un dragón púrpura había un
niño de unos seis años. Era una imagen del hermano de Ping. Kai no lo conocía, pero
había copiado de ella el recuerdo que ésta guardaba de la última vez que lo había
visto y, aunque ahora sería un año y medio mayor, era la imagen favorita de Kai
cuando cambiaba de forma.
Ping puso su mano sobre el hombro del niño que había a su lado. Aunque sus
dedos parecían descansar en la suave ropa del vestido del crío, realmente sentía en
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sus dedos la áspera textura de las escamas del dragón. Aparecieron tres personas en
el sendero delante de ellos, y Ping se preparó para saludar educadamente y luego
continuar su camino lo antes posible. Sin embargo, cuando la vieron a ella y al niño
empezaron a murmurar enérgicamente entre ellos. Luego se dieron la vuelta y
marcharon corriendo por donde habían venido.
—No cambies de forma aún, Kai. Puede que regresen —dijo Ping al dragón.
Rodearon la colina y encontraron a una multitud de personas que los
esperaba. Aquellas gentes parecían muy contentas de ver a los extraños. Vestían
ropas ajadas y los unos estaban sucios. Sus campos eran sólo terrenos oscuros y
resecos. Su única cosecha eran unas pocas verduras de invierno mustias, pero
sonreían mientras acompañaban a Ping y Kai a la aldea.
Las puertas exteriores de la aldea estaban abiertas y parecía que todos sus
habitantes se hubiesen apresurado en verlos. Se alinearon a ambos lados del sendero,
vitoreándolos y agitando bufandas de seda de colores. Ping no entendía por qué
estaban armando tal alboroto.
El anciano de la aldea, un viejo arrugado con la espalda encorvada y cojo, se
adelantó. Sus pálidos y acuosos ojos miraban fijamente al niño que estaba al lado de
Ping.
La muchacha tiró de Kai hacia sí, pero el anciano alargó sus dedos huesudos y tocó
el hombro del niño. Ping sabía que tocaría una piel áspera y escamosa en lugar de la
ropa de un niño. Esperó que se desmayase y quedase inconsciente, la reacción usual
cuando alguien inesperadamente tocaba un dragón que había cambiado de
forma. Pero el anciano no se alteró. Sus finos labios se abrieron en una sonrisa,
empujando a un lado las arrugas de su rostro para dejar espacio a una hilera de
dientes manchados.
—¡Es el dragón! ¡Ha venido en respuesta a nuestras plegarias! —gritó.
—¿Cómo sabías que era un dragón? —preguntó Ping.
—Las noticias se han propagado incluso hasta nuestra humilde aldea —dijo el
anciano—. Nos llegaron noticias desde el palacio Beibai, indicando que buscásemos a
una muchacha y un dragón en forma de niño.
Ping se dio cuenta por primera vez de que, si alguien sabía que estaba tocando un
dragón con la forma cambiada, no le acontecía reacción alguna.
Las gentes vitoreaban y se empujaban hacia delante porque todos querían tocar el
dragón para que les diese suerte. Otras manos agarraron las mangas del vestido de
Ping y tiraron de ella hacia las puertas de la aldea. Aún quedaban algunas horas
hasta que se hiciese de noche. Ella había planeado seguir su marcha hasta el
anochecer.
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echando saliva en ella había provocado que la lluvia cayese. Pero Kai necesitaba dos
cosas para conseguirlo: alas y nubes. No tenía ninguna de las dos. Los dragones
podían hacer que la lluvia cayese a partir de nubes existentes, pero no conjurarla de
la nada.
Aquella noche, todos los aldeanos, tanto adultos como niños, se reunieron para
escuchar a Ping contar su historia. Puesto que les estaban dando comida y los
mejores alojamientos de la aldea, Ping pensó que no podía negarse. Todos
permanecían sentados y absortos mientras ella explicaba la historia de su viaje con
Danzi al océano. También les describió el nacimiento de Kai, y cuando les explicaba
sus peripecias con el nigromante los aldeanos dejaron escapar exclamaciones.
Ping estaba exhausta, pero nadie parecía darse cuenta. Kai se había dormido
enroscado sobre el montón de pieles de animales que le habían llevado para que se
sentase. Los niños más pequeños de vez en cuando reunían el valor necesario para
acercarse de puntillas y tocar sus escamas.
Ping les mostró la escama de Danzi y su espejo de guardiana de los dragones. Se
los pasaron de mano en mano, tocándolos reverentemente. El anciano de la aldea dio
un paso hacia delante.
—¿Podrías contarnos una historia más? ¿La historia de tu huida del palacio
Huangling tal vez? —pidió.
Una mujer devolvió el espejo a Ping. Estaba caliente de tanto ir de mano en mano,
y la muchacha pasó los dedos por encima.
—Estoy realmente cansada —dijo. «Tan cansada que casi me estoy durmiendo de
pie», pensó para sí.
Mientras balanceaba el espejo entre sus manos, éste captó un rayo de luz
anaranjada de la hoguera que se reflejó en los ojos del anciano.
—Está agotada; debemos dejarla descansar —dijo el anciano.
Ping se sorprendió de que se hubiese rendido con tanta facilidad. Se alzaron
lamentos de desilusión, pero nadie discutió con el anciano. Una mujer la acompañó a
su habitación, y Ping se dejó caer con ganas sobre el colchón de paja.
Sería el tipo de recibimiento que les dispensarían en cualquier lugar de su
viaje. Las noticias se propagarían antes de que ellos llegasen a dondequiera que
fuesen, aunque los pueblos y aldeas fuesen pocos y alejados entre sí. El anciano de
aquella aldea tenía parientes que vivían fuera de Yan. Ya les había hecho saber que el
dragón se acercaba. Los pueblos rivalizarían por el privilegio de que el dragón los
hubiese visitado, para que les trajese el don de la lluvia, y si las lluvias de primavera
no llegaban, su alegría pronto se tornaría en furia.
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Ping sacó el trozo de cuero en el que había escrito la adivinación Yi Jing y leyó la
tercera línea a la luz de lámpara: «Activa y vigilante todo el día. Por la noche alerta.
Todo irá bien.» Así pues, deberían viajar silenciosamente, procurando atraer la
menor atención posible. Nadie debía saber que Kai era un dragón. Sin embargo, su
viaje estaba siendo como un festival. Aunque los aldeanos no tuviesen intención de
hacerles daño, siempre cabía la posibilidad de que las noticias llegasen hasta alguien
no tan honesto y bienintencionado. Con que hubiese una sola persona que
pretendiera hacerse rica vendiendo un dragón a un brujo, enseguida Kai volvería a
estar en peligro. Ping intentó pensar en cómo evitar que esto sucediera, pero pronto
se durmió sin haber planeado siquiera una estrategia.
A la mañana siguiente el sol ya estaba muy alto antes de que consiguiesen alejarse
de la aldea. Todos los habitantes estaban allí para despedirse de ellos. Ping dio al
anciano una de las escamas caídas de Kai para agradecerle su hospitalidad, y el
hombre la sostuvo en sus manos como si estuviese hecha de oro.
—Rezaremos al dragón, y pronto nos traerá lluvia.
Ping dijo adiós con la mano.
En la comodidad y seguridad del palacio Beibai, había dejado atrás sus pasadas
aventuras y había pensado poco en ellas. El tiempo había suavizado sus recuerdos,
haciéndolos menos amenazadores. Pero a medida que volvía a contarlos, recordaba
los poderosos enemigos que tanto ella como Danzi habían atraído: un cazador de
dragones, un nigromante y un emperador. Todos ellos habían intentado quitar a Ping
su autoridad como guardiana de los dragones e intentado capturar primero a Danzi
y luego al bebé Kai.
Mientras andaba por las desnudas colinas en la frontera de Yan, se alegraba de no
tener ya enemigos. Era como si se hubiese liberado de un saco de cereales que
hubiese estado llevando sobre sus hombros. Creía que Liu Che mantendría su
palabra y no intentaría capturar a Kai de nuevo. El cazador de dragones hacía mucho
tiempo que había muerto. Ella y sus amigos —el muchacho Jun, un anciano, una rata
y el bebé Kai— habían arrebatado los poderes al nigromante y éste había
envenenado su cuerpo con sus propios encantamientos. Lo más seguro es que
también estuviese muerto.
Sin embargo, aún debía tener cuidado con los bandidos y los animales salvajes,
pero ninguno de ellos buscaba a Kai. Ya no tenía que estar mirando por encima del
hombro continuamente.
Todo lo que tenía que hacer era mantenerse alejada del camino de los aldeanos
ansiosos de lluvia. Mientras cruzaban las secas colinas eran visibles a varios li de dis-
tancia, puesto que no había ningún lugar donde esconderse, y los aldeanos buscaban
a una muchacha con un niño.
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—Mantén abiertos tus ojos de dragón, Kai —dijo Ping-—. Si ves a alguien debes
cambiar de forma; tenemos que viajar en secreto.
Cuando Ping miraba atentamente por el horizonte nunca veía a nadie, pero Kai
siempre divisaba a un granjero o un rebaño de cabras en la distancia. Su habilidad
para cambiar de forma había mejorado.
Ahora podía transformarse en cualquier cosa que eligiese, ya fuese una cesta, un
niño o un arbusto, y permanecer así durante horas si era necesario y sin que le supu-
siese esfuerzo físico.
Ping intentó buscar otras formas de viajar sin ser vistos. Caminaron durante la
noche y durmieron durante el día. Evitaron aldeas y granjas remotas. Pero nada
cambió. De alguna manera, la noticia de que se acercaban siempre iba por delante de
ellos. Una fiesta de bienvenida siempre los desviaba de su camino y los llevaba a otro
pueblo, otro sencillo banquete, otra narración de sus aventuras. Kai pronto se cansó
de todas aquellas atenciones, puesto que los aldeanos le suplicaban que hiciese
llover.
Ping estaba segura de que nadie perseguía a Kai, pero su mente no estaba aún
tranquila del todo. Una mañana, después de abandonar una minúscula aldea, Kai
estaba volviendo a contar por sexta vez cómo se convertiría en una pitón si alguien se
atrevía a cruzarse en su camino, pero Ping no lo estaba escuchando. Estaba buscando
alguna señal de premonición. No tenía sensación de terror en su estómago, ni
siquiera se le erizaba el vello de la nuca. Confiaba en su segunda visión, pero
también recordaba que el nigromante había sido capaz de ocultarle su presencia
vistiendo un chaleco confeccionado con piezas de jade.
—Kai será valiente —decía el dragón—. Kai puede luchar contra osos y tigres,
muchos tigres. Acabar con cinco bárbaros a la vez. Ping no tiene que estar
preocupada.
—No estoy preocupada —dijo Ping a la defensiva.
Kai volvió a practicar la nueva habilidad que había descubierto que tenía.
En lugar de cambiar de forma cada vez que alguien aparecía en el horizonte, había
aprendido a crear diferentes tipos de ilusiones. Era como una especie de
espejismo. Sus escamas adoptaban la coloración de su entorno, de forma que se
fundía en el paisaje completamente. El hecho de cambiar a esta nueva ilusión le
requería mucho menos esfuerzo y podía mantenerla toda el día.
—¿Qué es ese olor? —preguntó Ping.
Kai olisqueó el aire.
—¿Venado? —sugirió esperanzado.
—No, huele cerca.
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En aquella aldea no hubo banquete, pero sus gentes realizaron una ceremonia de
lluvia para Kai. Los niños hicieron pequeñas figurillas de dragones con el barro que
se formaba alrededor de su estanque. Las sostuvieron sobre sus cabezas y entonaron
una canción.
—Esto es lo que queremos que hagas, dragón —cantaban—, despierta de tu sueño
invernal y vuela hacia el cielo. Trae la lluvia para que no pasemos hambre nunca
más.
A la mañana siguiente, el cielo aún estaba despejado. No hubo vítores cuando
Ping y Kai partieron, sólo unos murmullos de descontento.
Kai estaba muy silencioso mientras caminaban aquel día. Ping se detuvo cuando
se dio cuenta de que no estaba junto a ella. Retrocedió y encontró al dragón agachado
a un lado del camino. Una niebla blanca surgía en volutas por los orificios de su
nariz.
—¿Qué sucede, Kai?
—Intento hacer una nube —dijo el dragón.
El aliento de los humanos sólo se convertía en vapor cuando el tiempo era muy
frío, pero Kai podía producir niebla con su respiración cuando quería. Normalmente
significaba que estaba de mal humor. Kai estaba concentrándose mucho. La blanca
niebla lo rodeó, pero se evaporó cuando se elevó. Ping puso su brazo sobre el lomo
de su amigo.
—No puedes conseguir lo imposible, Kai —dijo ella—. Tan sólo es una leyenda
que cuentan sobre los dragones. No significa que realmente puedan hacer llover
donde no hay nubes.
Ambos observaron como la niebla se elevaba y se desvanecía.
Kai dejó escapar unos sonidos suaves y tristes.
Cada día se acercaban más a la zona del mapa donde estaba marcado el arroyo del
Lamento del Dragón. Cuando finalmente parecía que habían alcanzado lugares
donde nadie había oído hablar de ellos, Ping decidió que ya era seguro viajar de
nuevo por los caminos. Cada vez que se cruzaban con algunos viajeros, Ping
preguntaba si sabían dónde estaba el arroyo del Lamento del Dragón.
Habló con mucha gente —un comerciante, un mensajero imperial, una familia que
se trasladaba al sur para encontrar mejores tierras—, pero nadie conocía aquel lugar.
Una mañana encontraron a un chamán. Era un hombre muy, muy anciano
cubierto con un vestido corto bajo el cual se veían sus piernas desnudas, fuertes y
bronceadas. Compartieron su almuerzo con él.
—¿Adónde vas? —preguntó Ping.
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—Las palabras no tienen el mismo significado que los caracteres, pero sí otras
palabras que suenan igual.
Una idea surgió de pronto en su mente.
—¡Es un acertijo! —exclamó—. No son nombres de lugares en absoluto. Son
direcciones. Danzi nos está diciendo cómo encontrar el refugio del dragón.
No se trataba de elegir entre tres lugares adonde poder ir, no había siquiera uno.
El nombre del refugio del dragón no estaba en el mapa. Tenían que encontrar el
lugar secreto siguiendo las instrucciones codificadas de Danzi.
Leyó en voz alta el siguiente lugar, Qu Long Xiang, y escribió otros caracteres con
los mismos sonidos.
—¡Es qu! —dijo de manera triunfal, señalando el carácter que significaba «ir».
Luego dibujó dos caracteres que se pronunciaban xiang. Uno significaba «caja» y el
otro «pueblo».
—Sí. Ir a tal pueblo.
Ping volvió a mirar los caracteres long que había escrito. Pueblo de la Luna
Creciente, pueblo Próspero, pueblo Empinado.
Había muchas posibilidades.
Llegó el último nombre de lugar. Ye Long Gu. Los caracteres le decían que long gu
significaba «valle del Dragón». Señaló los otros caracteres que se pronunciaban long.
También podían significar «cesta», «brumoso» y «sordo».
—Tal vez haya un valle donde hagan cestas o alguno que a menudo esté oculto
por la niebla —sugirió Kai.
Ping suspiró.
—Podrían significar tantas cosas que tendré que pensar en ello cuando no esté tan
cansada.
No podía creer que hubiese sido tan estúpida.
El refugio del dragón era un lugar secreto. Tendría que haberse dado cuenta de
que Danzi no lo escribiría en un mapa que todo el mundo pudiese ver. El cuadrado
de seda podía haber caído en manos enemigas.
—Confía en Padre. Él conducirá a Ping y Kai al lugar secreto del dragón.
—Al menos sabemos qué dirección debemos seguir: oeste.
Ya hacía tres semanas que habían dejado el palacio cuando les bloqueó el camino
otro grupo de aldeanos. Ping y Kai miraron sus rostros serios.
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Capítulo 8- La muralla
Justo antes de que los hubiesen conducido al último pueblo, Ping había
vislumbrado algo en una montaña lejana. Serpenteaba a través de las cumbres como
una de las pitones de Kai, como la cenefa bordada en el ondulado dobladillo del
vestido de una dama. Era la Gran Muralla.
Ping había leído la historia de la Gran Muralla en la biblioteca del duque. Hacía
cientos de años, varios señores de la guerra habían construido grandes murallas por
todo el país para mantener alejados a sus enemigos. Cuando el emperador Qin
conquistó todos los reinos, decidió unir las murallas para formar una única línea de
defensa por toda la frontera del norte de su nuevo imperio. La tarea se había
prolongado durante muchos años y había costado el esfuerzo de miles de millares de
obreros. Muchísimos de ellos habían muerto de cansancio; otros habían perecido
sepultados vivos bajo desprendimientos de rocas. Pero los emperadores se habían
sucedido y la tarea no se había completado; la muralla aún avanzaba hacia el este y el
oeste a medida que el imperio se expandía.
Ping y Kai tardaron cuatro días en alcanzar la muralla. Les había parecido
pequeña desde la distancia, pero cuando finalmente llegaron junto a ella y
se detuvieron a su sombra, constataron que ésta tenía al menos tres Chang de
altura. Estaba construida con piedra extraída de canteras de las montañas
circundantes que había sido tallada en grandes sillares que se dispusieron uno sobre
otro. Se habían construido torres de vigilancia a lo largo de ella, no muy distantes
entre sí, a la vista una de otra, seguramente —calculó Ping— a un par de li de
distancia, aunque, si atravesaba una cumbre alta, podía haber unos treinta li entre
una y otra.
Ping no quería atravesar el campo escondiéndose como un criminal, pero tampoco
quería que su recorrido fuese anunciado por todas partes para que todo el mundo
supiera por dónde iba. Lo que harían sería caminar junto a la Gran Muralla. ¿De qué
mejor manera podían encaminarse hacia el oeste, si no? Se cambió de ropa, se puso
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unos pantalones y una chaqueta y guardó su vestido. Se sujetó el cabello en lo alto tal
como lo llevaban los chicos y se colocó un sombrero de paja como el que usaban los
granjeros que trabajaban en los campos.
Kai no estaba convencido de que el plan de Ping funcionase.
—Los guardias no nos dejarán pasar —dijo.
—Les diré que soy un vendedor ambulante —repuso Ping—. Podemos venderles
los cereales y las yuyubas que llevamos.
Caminaron junto a los pies de la Gran Muralla hasta que llegaron a una torre. Se
alzaba encima de la muralla y estaba construida con los mismos bastos bloques de
piedra.
—Llevan armas de hierro, Kai ya puede sentirlas.
—Podrías usar tu habilidad de crear espejismos para que los guardias viesen
solamente un trozo de piedra de la muralla. Pasa por la torre lo más rápido que
puedas y me esperas al otro lado, donde no puedas sentir los efectos del hierro.
Los dos guardias estaban muy ocupados intentando matar pájaros con una honda.
No se dieron ni cuenta de que Ping se acercaba.
Ella los llamó:
—¡Buenos días!
Los guardias buscaron apresuradamente sus arcos y lanzas.
—¿Quién va?
—Sólo soy un vendedor ambulante —dijo Ping con voz grave intentando parecer
un chico—. ¿Puedo subir y enseñaros lo que vendo?
La Gran Muralla se construyó para mantener alejadas las hordas de bárbaros que
vivían en el norte. Los guardias no tenían ninguna razón para temer a nadie que
viniese del imperio.
—¡Sube! —gritaron.
Uno de ellos bajó a abrir la puerta que había en la Gran Muralla y dejó pasar a su
inesperado visitante. Ping se inclinó respetuosamente. El guardia miró tras ella como
si viera algún movimiento o una sombra, pero pronto se convenció de que el
mercachifle viajaba solo. Ping y el dragón invisible siguieron al guardia escaleras
arriba y aparecieron en lo alto de la muralla. Antes de darles la oportunidad de que
mirasen bajo su sombrero, Ping les enseñó un saco de cereales y un puñado de
yuyubas. Estaba convencida de que las raciones de los soldados en la frontera del
imperio eran escasas y sin variedad. Los dos hombres se mostraron muy interesados
en sus mercancías, y Ping dejó que regateasen hasta que pensaron que habían podido
sacarle un buen precio.
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—Hace más de medio año que se estableció una tregua entre el imperio y las
tribus de bárbaros más cercanas. De vez en cuando un puñado de ellos asalta un
granero, más para divertirse que por necesidad de comida, pero normalmente aquí
se está muy tranquilo —explicó uno de los guardias a Ping mientras mascaba una
yuyuba.
Los guardias destinados en la Gran Muralla no eran tan disciplinados como los
hombres que protegían al emperador, pues sólo los criminales o los hijos de las fami-
lias más pobres se enviaban a la Gran Muralla. Los uniformes de aquellos dos
guardias no estaban en buenas condiciones. Los protectores de piel de las piernas
estaban agrietados, no llevaban sus gorras de reglamento y las puntas de sus lanzas
estaban mal afiladas y oxidadas. Además de vigilar a los bárbaros, también debían
cuidar del buen mantenimiento de la muralla. Si dejaban que creciesen arbustos en
las grietas, éstos acabarían por romper las piedras y debilitarían la muralla. Aquellos
guardias habían pasado por alto su obligación. Había hierbajos por toda la muralla.
—Podemos estar aquí durante meses sin ver nada más que una cabra montesa o
un águila —dijo el segundo guardia.
—¿Puedo viajar por la muralla hasta la próxima torre de vigilancia y vender mis
mercancías a los guardias que están allí apostados? —preguntó Ping.
Les dio unas cuantas yuyubas gratis, sin prestar atención al débil sonido parecido
al tañido de una campana agrietada que provenía de algún lugar alejado de la
muralla. A Kai le estaba costando crear su espejismo tan cerca del hierro, por lo que
se había ocultado en una nube de niebla. El viento alejó sus lastimeras notas, de
modo que los guardias no lo oyeron. Ping esperaba que no alejase también la niebla
que rodeaba a Kai.
Uno de los guardias se encogió de hombros.
—Estamos aquí para detener a los bárbaros, para que no entren en el
imperio. Nadie nos ha dicho nada sobre no dejar que la gente la use como camino.
El otro guardia asintió:
—Sólo hasta la próxima torre.
—Gracias —dijo Ping.
Hizo una reverencia a los guardias y emprendió el camino hacia el oeste andando
por lo alto de la muralla.
—Aún quedan cientos de li de viaje. Ping pronto acabará los cereales para
vender... —dijo Kai cuando Ping lo alcanzó—. Y las yuyubas —añadió con tristeza.
—No creo que tenga que venderles nada.
—¿Por qué no?
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—No eres el único que tiene una nueva habilidad. He descubierto que el espejo de
Danzi me proporciona otro uso, además del de llamarte.
—¿Le dice a Ping que tiene que peinarse? —sugirió Kai.
Ping sonrió.
—Otro uso además de eso.
—¿Cuál?
—Si con el espejo reflejo un rayo de luz en los ojos de alguien, puedo sugerirle
cosas con mis pensamientos.
Kai arrugó el entrecejo.
—No me crees. Ya verás que tengo razón. Lo intentaré en la próxima torre.
La siguiente torre estaba sólo a unos pocos li de distancia. No estaba construida
en lo alto de la muralla como la primera, sino sobre un afloramiento de rocas que se
alzaba por la muralla con una inmensa roca inclinada sobre ella. La hierba brotaba
por encima de sus muros y un pequeño pino había echado raíces en el tejado. Los
guardias estaban jugando al ajedrez cuando Ping se acercó. Colocaron flechas en sus
ballestas y se pusieron en pie, prestos a disparar. Ping alzó una mano con la palma
hacia delante en señal de paz. El espejo estaba resguardado en su otra mano. Kai
esperaba detrás de ella haciendo que sus escamas pareciesen trozos de la muralla,
manteniéndose lo más lejos posible de las armas de hierro de los guardias.
—No pretendo haceros ningún daño. Tengo permiso para viajar por la muralla —
dijo Ping.
Sostuvo en alto su espejo como si fuese algún tipo de pase y lo inclinó para captar
la luz del sol. Al hacerlo, formó un sencillo pensamiento en su cabeza.
—Tenéis que dejarme pasar.
—No podemos... —dijo el segundo guardia, pero, cuando la muchacha hizo
destellar el espejo ante sus ojos, la frase se perdió en el aire.
—Creo que todo está en orden —dijo el primer guardia.
Sin embargo, aquellos hombres no iban a dejarla pasar hasta que les hubiese dado
noticias del este. Querían saber si la sequía era tan severa como en otros lugares, si
Wang, que estaba situado tres torres más allá, aún estaba enfermo y si había visto
alguna señal de que transportaban víveres frescos en su dirección.
Ping satisfizo sus demandas, les preguntó por sus esposas y sus hijos, y escuchó
atentamente sus opiniones. Luego hizo una reverencia y se alejó. Los guardias se
quedaron mirando un momento unas piedras que parecían cambiar un poco de
aspecto, pero pronto volvieron a su juego de ajedrez.
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de lobo, que desprendían un espeso humo negro. Una columna de humo indicaba
que había unos cincuenta atacantes. Dos columnas significaban que había unos tres
mil. Cuatro columnas significaban que se acercaba una fuerza invasora de unos diez
mil hombres. Si el ataque se producía durante la noche, entonces alumbraban
brillantes y llameantes hogueras de leña. Las noticias del ataque pasarían
rápidamente de torre en torre, de guarnición en guarnición. Este sistema era más
rápido que enviar un mensajero a caballo.
Ping estaba disfrutando del hecho de caminar por un tramo relativamente regular
de la muralla. No esperaba encontrar a nadie hasta alcanzar la siguiente torre, que al
menos estaba a unos diez li de distancia. Se sorprendió al ver a tres hombres delante
de ella. Echó un vistazo hacia atrás y vio que el dragón estaba mirando hacia abajo,
asomado por el borde de la muralla.
—Rápido, escóndete —dijo ella.
—Kai quiere cazar un oso.
—Deberías estar mirando por la muralla, no buscando osos.
Ping estaba demasiado cerca de los guardias para discutir más con el dragón.
—Hola —dijo alegremente mientras se acercaba a ellos.
Los hombres, que sin demasiado interés estaban ocupados quitando hierbajos que
crecían en las grietas de la muralla, se sobresaltaron cuando oyeron su voz. Eran los
primeros guardias que encontraba en su viaje que cumplían su tarea y cuidaban del
mantenimiento de la muralla. Cogieron sus armas. Ping estaba demasiado lejos para
hacer destellar el espejo en sus ojos, por lo que asumió su papel de vendedor otra
vez.
—Tengo algo de comida, si os interesa —dijo a voz en grito.
Ninguno de los hombres se movió. Continuaron mirando fijamente a Ping.
—Tengo cereales frescos, sin gorgojos —dijo Ping. Su forzada alegría se estaba
debilitando—. ¿Yuyubas? ¿Cuero para escribir a vuestras amadas?
Pero entonces Ping se dio cuenta de que no la estaban mirando a ella, sino que
miraban por encima de su hombro. Se dio la vuelta en redondo. Allí plantado en
mitad de la muralla había un gran jarrón de cerámica.
—O tal vez un hermoso jarrón, un presente para vuestra madre o esposa cuando
regreséis a casa —añadió.
El jarrón se convirtió en una cabra y luego en una maceta de crisantemos.
Los hombres se quedaron con la boca abierta ante el cambio de forma. Ping se
acercó a ellos.
—También tengo este bonito espejo —dijo ella.
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Alzó su espejo de guardiana de los dragones y lo inclinó para que reflejase el sol
en los ojos de cada hombre.
—No veis un jarrón ni una cabra ni una maceta —dijo.
Kai recuperó su forma.
—O un dragón, en realidad. Lo que veis es... —Ping se interrumpió cuando Kai
desapareció tras una nube de niebla—. Es un pequeño retazo de niebla matutina que
aún no se ha despejado.
Los tres hombres asintieron con la cabeza.
—Buen viaje —dijo uno de ellos.
—No ha tenido ninguna gracia, Kai —lo riñó cuando ya no podían oírlos.
El sonido de alegres campanillas indicó a Ping que el dragón no pensaba lo
mismo. Su bromita la puso de buen humor, y continuaron avanzando por la
muralla. Sin embargo, la alegría de Kai no duró mucho.
—Aburrido —dijo antes de que alcanzasen la siguiente torre de vigilancia.
—Me alegro de haber tenido la idea de caminar por la Gran Muralla —dijo Ping,
quien no quería que Kai le estropease su buen humor—. Hemos ahorrado mucho
tiempo, aunque nos hayamos desviado de nuestro camino. Otra semana, más o
menos, y ya podremos dirigirnos de nuevo hacia el sur, hacia unas tierras donde
nadie sepa quiénes somos, de dónde venimos o cuál es nuestro propósito.
Kai dejó escapar un fuerte y húmedo suspiro.
—Juguemos al veo veo —dijo Píng.
—Kai siempre gana. Ping apenas ve delante de su nariz.
—Puedo hacer una pelota y juegas a atraparla.
Kai la miró de reojo.
—Ping no sabe lanzar.
—Sólo tienes que concentrarte en nuestra búsqueda.
—Aburrido.
—¿Cómo crees que debe de ser el refugio de los dragones? —preguntó Ping,
intentando distraerlo.
El dragón pensó un momento.
—Un lugar en lo alto de la montaña donde sólo alguien con alas pueda llegar —
respondió.
Ping no quiso recordarle que ninguno de los dos tenía alas, por lo que sería muy
difícil para ellos encontrar aquel lugar. Intentó imaginar ella misma el refugio de los
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Ping levantó los brazos con sus manos completamente extendidas de manera que
viesen que no llevaba armas.
—Soy un ciudadano del imperio —dijo ella.
—¡Silencio! ¡Guárdate tus explicaciones para el comandante! —gritó el otro
guardia.
Se hacía tarde. El sol estaba ya muy bajo en el horizonte. A menos que pudiese
acercarse a alguna hoguera, su espejo sería inútil hasta que el sol saliese por la
mañana. No tenía idea de dónde estaba Kai. Buscó en su interior por si tenía alguna
sensación de mal presentimiento, pero tampoco tenía ninguna.
Cuando llegaron a la guarnición, Ping intentó explicar que tan sólo era
un vendedor ambulante y que había sido bien recibido por los otros
destacamentos. Unos treinta guardias se reunieron a su alrededor. Estaban igual de
despeinados que los vigilantes que había encontrado a lo largo de la
muralla. Algunos llevaban el pelo colgando en mechones sobre los hombros. Muchos
lucían las cabezas rapadas de los convictos. El comandante avanzó a zancadas hacia
ella. Era un hombre corpulento con un grueso bigote. Tenía un ojo morado resultado
de una pelea reciente y vestía un chaleco de piel de oso en lugar del cuero rojo del
uniforme reglamentario.
—Bienvenido a la guarnición Ji Liao —dijo el comandante de forma sarcástica.
Alguien quitó el sombrero a Ping.
—Sólo es un muchacho —exclamó uno de los guardias.
—¿Qué haremos con él? —dijo otro guardia, con una mueca maliciosa.
El resto de los guardias se reunieron a su alrededor, ávidos de aportar diversión a
su vida aburrida.
—¿Sabes bailar?
Ping negó con la cabeza.
Varias lanzas pincharon a Ping en las costillas.
—¡Vamos, baila para nosotros!
Ping no se movió.
—¿Y acrobacias ? ¡Haz la vertical, anda! —sugirió otro.
Los guardias se echaron a reír y la empujaron, pero Ping se mantuvo erguida.
—¡Haced que camine por el borde de la muralla!
Empujaron a Ping hacia el borde de la muralla y la hicieron escalar por el estrecho
muro. La muchacha miró hacia abajo. Había una caída de tres chang. Otra lanza la
empujó por la espalda, se concentró en la muralla y anduvo por ella con facilidad.
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hacia su garganta. El dragón estaría rondando solo por la oscuridad. Era joven y
demasiado confiado. Podía intentar rescatarla y los guardias lo matarían.
—Deberías mantener mejor la disciplina entre tus hombres —gritó Ping al
comandante, que había ido a buscar más vino—. Cuando esté libre, enviaré un
mensaje al emperador. Es amigo mío, y en cuanto se entere de lo que has hecho, hará
que te corten la cabeza.
El comandante se acercó a mirar. Se echó a reír.
—Por supuesto que lo harás.
—¡Eres tan estúpido como tus hombres! —gritó Ping.
El comandante fue hasta ella y la agarró por el pelo.
—¿Qué has dicho?
Los otros guardias salieron a ver qué sucedía. El guardia con la ballesta finalmente
había conseguido cargar una flecha y estaba moviendo el arma en la dirección de
Ping. Tenía que calmarse, controlar su ira. No podía enfrentarse a cincuenta
hombres.
El soldado con la ballesta se acercó más y apuntó. Sus manos temblaban, pero
estaba tan cerca que tenía todas las oportunidades de dar en el blanco. Los otros se
apartaron, incitándolo. Estaba completamente oscuro y, para que el tirador viese lo
que estaba haciendo, otro guardia alzó una lámpara. Luego se acercó e iluminó el
rostro de Ping.
—Yo sé quién es, señor —dijo el guardia—; no es un chico, es una chica y es
bruja. Por su culpa fui trasladado de un puesto tranquilo en la residencia Ming Yang
a este miserable lugar.
Ping no reconoció al guardia, pero todos los hombres la miraban ahora como si
ella fuese la responsable de que los hubiesen destinado a la frontera del imperio.
—Bien —repuso el comandante con una sonrisa maliciosa. Alzó la mano para
detener al guardia de la ballesta—. Siempre he querido tener una esclava.
La ira creció en el pecho de Ping. Estaba preparada para soportar todo tipo de
incomodidades. Dormiría en un granero, llevaría harapos, comería frutos secos y
bayas, pero nunca más sería la esclava de nadie. Su energía qi se concentró sin tener
que pensar en ella. Brotó de su brazo y despidió un fuerte rayo de qi que derribó a
diez guardias además de al comandante. Ping hizo saltar la ballesta de las manos del
hombre de la residencia Ming Yang con otro rayo qi bien dirigido. Buscó a su
alrededor una forma de escapar. Los hombres se recuperaron de su sorpresa,
recogieron sus lanzas y se enfrentaron a ella de nuevo. Su tercer rayo qi fue mucho
más débil, sólo golpeó a un guardia y le hizo tambalear. Había usado todos sus
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recursos en los dos primeros rayos. Antes de que pudiera concentrar más qi, seis
guardias sujetaron sus brazos.
—Es una bruja de verdad.
Los guardias asintieron entre murmullos.
—¡No soy una bruja! —gritó Ping.
Sabía que su demostración de poder qi había contribuido a reforzar la idea, pero
¿qué se suponía que debía hacer para protegerse ?
—Ella era amiga del emperador. Puede que tenga alguna influencia en él —dijo el
guardia de la residencia Ming Yang al comandante.
—Entonces matadla —indicó éste, con tanta indiferencia como si estuviese
ordenando la muerte de una cabra o de un bárbaro.
La llama de la furia de Ping se apagó con el miedo. Había dejado que su
temperamento se llevase lo mejor de ella y ahora su vida se encontraba realmente en
peligro. Y la de Kai. No tenía ni idea de dónde estaba el dragón.
El hombre de la residencia Ming Yang sacó su cuchillo. Su mano era firme, pues
no estaba tan borracho como los demás. La hoja destelló a la luz de las
lámparas. Tenía todo el tiempo del mundo para mantenerlo afilado.
—Kai, ¿dónde estás? ¡Ayúdame! —llamó con el pensamiento.
El hombre se acercó. Tenía un feo grano en su barbilla. Sujetó con mano firme el
cuchillo. El terror se apoderó de Ping, pues se dio cuenta, demasiado tarde, de que su
segunda visión sólo la prevenía del peligro que atenazaba a Kai, no a ella. Kai no
estaba allí, por lo tanto no estaba en peligro, pero ella sí.
El hombre del cuchillo llevó su mano hacia atrás, a punto de clavarle la hoja en el
corazón. Tenía un trozo de carne de cabra entre los dientes. Ping cerró los ojos.
De pronto se escucharon gritos que atravesaron la noche. Las manos que la
sujetaban se aflojaron. Ping abrió los ojos. Los guardias la ignoraron completamente.
Hacia el este, dos llamas amarillas brotaron como crisantemos.
—¡Dos almenaras! —exclamó alguien—. ¡Nos atacan trescientos bárbaros!
El comandante gritó órdenes, pero nadie lo escuchó. Cada hombre corrió por sus
armas, preocupados sólo por su supervivencia. Los guardias imperiales subieron en
tropel por la muralla para mirar hacia el norte, con las ballestas apuntando a la
oscuridad. Varios hombres aún estaban intentando encender las almenaras,
abandonadas desde hacía mucho tiempo, para alertar a la siguiente torre. El
comandante trataba de organizar una patrulla que saliese para atacar a los bárbaros,
pero sin demasiado éxito. Nadie quería enfrentarse a un enemigo invisible. Se
produjeron algunos enfrentamientos entre los hombres.
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—Si quieres cruzar por la muralla sin que los guardias te vean, puedo indicarte
un lugar donde las torres de vigilancia están alejadas y hay un pasadizo
oculto que transcurre bajo la muralla —dijo Hou-yi.
Ping luchó para liberarse, pero las manos que la sujetaban eran fuertes y
decididas. Fueron por ella a través de la maleza y las ramas golpearon su
rostro. Perdió pie y cayó. Alguien tiró de ella, la alzó por las axilas y la puso en pie de
nuevo, la levantó sin esfuerzo alguno y la lanzó sobre la grupa de un caballo. Unas
manos rudas la ataron tras la silla de montar mientras otra figura encapuchada
montaba a caballo. Antes de que pudiese levantar la cabeza para ver quiénes eran sus
captores, el caballo empezó a moverse y enseguida avanzó al galope. Cada vez que
los cascos de los animales golpeaban el suelo, Ping sentía que se le cortaba la
respiración. Le habría gustado saber si también habían capturado a Kai. Sabía de lo
que los bárbaros eran capaces. Había oído lo que hacían a sus cautivos: les cortaban
los dedos, los cegaban con ramas ardientes, los introducían en hoyos llenos de
serpientes venenosas. Tras ellos galopaban tres caballos más. Pero no podía ver si
alguno transportaba a Kai. Escuchó por si oía su voz; el dragón no estaba allí. No
podía hacer otra cosa que dejarse balancear de un lado a otro sobre la grupa del
caballo como un trozo de carne.
Había un refrán que Lao Ma, la anciana del palacio Huangling, no se cansaba de
repetir: «Fuera de la guarida del lobo, en la boca del tigre.» Solamente unas pocas
semanas antes, la única preocupación de Ping era que toda la población del imperio
parecía querer ser su amiga. No tenía enemigos. Sin embargo, ahora la gente a ambos
lados de la Gran Muralla quería hacerle daño.
Intentó encontrar algún sentido a todo lo que había sucedido. Sólo un puñado de
bárbaros había atacado a la guarnición. La habían capturado a ella, pero habían
ignorado a los guardias imperiales, dejándolos atemorizados en sus barracones. Tal
vez los bárbaros habían estado siguiéndola. Quizá por esta razón Ping tenía la
sensación de que alguien iba tras ellos. Había escuchado historias de cómo los Xiong
Nu sacrificaban caballos blancos y bebían su sangre. No podía soportar la idea de lo
que podrían llegar a hacer si un dragón caía en sus manos. Por otra parte, también se
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explicaban cuentos de bárbaros que ofrecían sacrificios humanos a sus dioses. Tal vez
no era a Kai a quien querían, sino a ella. Llamó al dragón con la mente, pero aún no
había respuesta. Puede que lo hubiesen dejado atrás.
Los caballos galoparon en la oscuridad durante mucho tiempo. Las cuerdas que
ataban los brazos y piernas de la muchacha rozaban su piel hasta que sintió como si
la estuviesen quemando. Ping ya no podía distinguir si estaba despierta y
balanceándose sobre la grupa de un caballo o, después de todo, lo estaba soñando.
Los animales se detuvieron cuando el cielo empezaba a teñirse de gris. Desataron
a Ping y la bajaron del caballo. Tenía las piernas dormidas y no podía tenerse en pie.
Uno de los bárbaros la llevó a cuestas y la dejó delante de una cabaña baja. El cielo
se fue iluminando poco a poco encima de ella y a su alrededor. Se extendía por el
horizonte por todos lados. Habían dejado las montañas y la Gran Muralla muy
lejos. No había ni un árbol ni una roca a la vista, sólo una llanura infinita, desnuda
excepto por algunas matas y hierba amarillenta. Ahora pudo ver que no la habían
llevado a una cabaña, sino a una tienda grande y oscura hecha de fieltro grueso. Un
grupo de unas veinte tiendas, más pequeñas, se amontonaba alrededor de la tienda
central, como animales dormidos. También había un cercado alzado con ramas que
encerraba una manada de varios cientos de caballos. El vapor brotó de los lomos de
los animales cuando la luz del sol los calentó. Eran unas bestias hermosas, altas y
esbeltas, con unas crines largas que flotaban al viento; no tenían nada que ver con los
caballos imperiales, bajos y robustos. Algunos de los caballos que estaban más cerca
la estudiaron con interés. Parecían poderosos e inteligentes.
Sólo después de admirar aquellos caballos Ping observó a sus captores. Eran
hombres de piel oscura con el pelo recogido en trenzas. Vestían chalecos
confeccionados con pieles de animales y cinturones de cuero con brillantes hebillas
doradas. Llevaban sus pantalones de montar de fieltro metidos en las altas
botas. Todos los hombres se cubrían con un sombrero forrado de piel. La miraban de
reojo y murmuraban entre sí, emitiendo ásperos sonidos que Ping no podía
comprender. Olían distinto a los habitantes del imperio. Desprendían un penetrante
olor que a Ping le recordaba el de las cabras que cuidaba cuando era una esclava.
La tienda se abrió de pronto y un hombre salió de ella. Ping siguió sentada en el
suelo porque sus piernas no la sostenían en pie. El hombre se puso delante de ella,
dominándola con su altura. Su ropa era como la de los demás hombres de la tribu,
excepto que vestía una camisa de seda bajo el chaleco. La muchacha pudo ver de
cerca su hebilla de oro. Estaba labrada con la forma de dos animales enlazados en
una lucha. Costaba creer que una gente tan sencilla hubiese podido hacer un adorno
tan elegante.
Los jinetes guardaron silencio y el hombre se dirigió a ellos en su idioma, que a
Ping le sonaba tosco. La muchacha se dio cuenta de que no tenía forma de
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montar mejor a caballo: los mayores en caballos jóvenes, los más pequeños en
ovejas. Ping no pudo evitar echarse a reír a la vista de los críos montando a toda
velocidad sobre los asustados animales.
Los Ma Ren eran generosos y corteses, pero se mantenían a distancia de Kai. No
querían tocarlo. Si tenían que pasar junto a él, desviaban la vista. Los niños lo
rehuían. Hou-yi era el único que no se sentía incómodo con la presencia del
dragón. No tenía miedo de mirar a Kai, e incluso tocó sus escamas y púas.
Pusieron una tienda a disposición de Ping. Era muy cómoda; el suelo estaba
cubierto de fieltro, y había cojines de seda y alfombras de piel. Ping disfrutó de poder
pasar el día descansando y remendando su chaqueta. Hou-yi no se sentó con ella,
sino con los demás hombres. Kai intentó jugar con los niños, pero éstos se alejaban de
él y se escondían tras las faldas de sus madres.
Al anochecer le dieron a Ping un plato de estofado de oveja y más kumiss.
—Gracias —dijo ella.
La mujer que le llevó la comida asintió con la cabeza y se fue.
—¿Podría viajar con vosotros un trecho? —preguntó a Hou-yi.
—Lo siento, pero no vamos en la misma dirección —dijo Hou-yi—. La hierba
escasea esta primavera. Tenemos que viajar al este para encontrar mejores pastos.
Tal vez tengamos que cruzar la Gran Muralla y buscar pastos en el imperio.
—¿Cuándo os vais?
—Mañana.
Ping no pudo ocultar su decepción.
—Lo siento; mi gente es lo primero.
—No les gusta Kai, ¿verdad? —preguntó Ping. Sospechaba que la búsqueda de
nuevos pastos no era la única razón de que se marchasen tan pronto.
Hou-yi hizo un gesto y señaló su hebilla de oro que brilló a la luz de la
hoguera. Ping miró de cerca atentamente a los dos animales que estaban luchando:
un oso y un dragón.
—Estas criaturas están en nuestras leyendas. Nuestros cuentos hablan de criaturas
crueles —dijo él.
El dragón de la hebilla tenía sus dientes hundidos en el cuello del oso y sus garras
le abrían terribles heridas en el vientre.
—Son fuertes, pero no son de este mundo.
Los Ma Ren desmontaron sus tiendas a primera hora de la mañana. Lo que
había parecido un poblado importante, simplemente quitando unos cuantos postes,
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no se movió. Le dio puntapiés, lo insultó, lo azotó con la tira de cuero, pero no hizo
un solo movimiento.
Sin previo aviso, Kai se puso tras el caballo e hizo un sonido como si alguien
golpease un gong. El animal emprendió el galope, y Ping soltó sin querer las riendas
y tuvo que sujetarse a su crin mientras seguía galopando. Se sujetó con ambas
piernas, pero no podía mantener el equilibrio. Finalmente, Ping cayó del caballo y fue
a dar contra la dura tierra con un fuerte ruido.
—¿Ping está bien? —preguntó Kai cuando corrió hasta donde la muchacha estaba
echada en el suelo.
Ping casi tuvo la esperanza de que el caballo hubiese escapado para siempre, pero
cuando se sentó, pudo ver que se encontraba paciendo hierba tranquilamente unos
pocos pasos más allá.
—Estoy bien —dijo Ping.
—Tal vez sería más fácil si dejásemos el caballo atrás —propuso Kai.
Ping se puso de pie.
—No, no va a poder conmigo. Necesitamos encontrar el refugio de los dragones lo
antes posible, y si cabalgamos nuestro viaje será más rápido.
Con ayuda de Kai, volvió a montar a caballo.
—Kai puede rugir otra vez.
—No, gracias, no lo hagas.
Finalmente el caballo decidió que ya era hora de moverse de nuevo y avanzó
un poco más rápido de lo que a Ping le habría gustado, pero ésta se sujetó
fuertemente. Kai caminaba junto a ellos. Ahora sus patas ya eran fuertes y mantenía
el paso tal como había dicho que haría.
Mientras Ping se balanceaba sobre el caballo, sentía como si el animal que había
bajo ella fuese de piedra. Cabalgaron hasta el anochecer. Mientras cabalgaba,
pensaba que el trasero le dolía, pero cuando bajó del caballo aún fue peor. Le dolía
tanto que se le escaparon las lágrimas.
—¿Ping triste? —preguntó Kai.
—Triste no, Kai. Dolorida... muy dolorida.
—¡Pobre Ping!
—No puedo andar. Nunca en mi vida había experimentado tanto
dolor. Nunca. Siento como si alguien me estuviese arrancando la piel a tiras de mis
piernas, la encendiese y me la pegase encima otra vez.
—A Kai también le duelen las patas. ¿Qué hay para cenar?
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No había árboles, así que tampoco había leña, pero Ping se las ingenió para
encender una pequeña hoguera humeante con los excrementos de animales que Kai
recogió. Hizo un estofado con cereales y el resto de la carne de oveja que Hou-yi les
había dado.
Cuando terminaron de comer, Kai se hizo un lecho y pronto se durmió. Ping se
envolvió en su piel de oso y se echó. Pero no podía dormir. Aquel dolor ardiente que
sentía en el trasero y los muslos era demasiado intenso.
Permanecieron fuera de los límites del imperio, en la parte norte de la Gran
Muralla, y nadie se interpuso en su camino. Los días transcurrieron en una silenciosa
tortura para Ping. Pasaba el tiempo batallando contra la voluntad del caballo,
intentando que trotase a un ritmo soportable y que no se apartase del camino. Trató
de ser amable con él, también se mostró brusca, pero no servía de nada. El animal se
ponía en marcha cuando le venía en gana y una vez había decidido detenerse no
había manera de que se moviese. Ping intentó hacerse amiga del caballo dándole
yuyubas. La bestia comió la fruta seca, pero aún intentaba tirarla al suelo según de
qué humor estaba. Ping habría sido feliz de dejarlo atrás, pero ahora ya era tarde
para eso: le dolía demasiado todo el cuerpo para poder andar.
Cada mañana Ping subía dolorida al caballo y se balanceaba incómoda mientras
éste avanzaba al trote. Sentía como si todos sus huesos fuesen a salirse crujiendo de
sus articulaciones, y sus dientes castañeaban resonando en su cabeza. Pensó que
estaría dolorida para siempre.
Incluso habría agradecido escuchar el parloteo de Kai para pensar en otra cosa que
no fuesen sus dolores, pero el dragón no hablaba mucho mientras trotaba justo tras
ella pues necesitaba toda su energía para mantenerse al mismo paso que el caballo.
—Me gusta la mayoría de los animales —explicó Ping a Kai—. Me gustaban las
cabras y los cerdos en Huang-ling, pero este caballo no tiene nada que me
guste. Detesto su hedor caballuno. Detesto sus duras pezuñas, que me pisotean los
pies cada vez que voy a montarlo. No me gustan sus grandes dientes, que me han
mordido ya en más de una ocasión. Y no soporto la forma en que retrocede cada vez
que te ve, algo que sucede a menudo.
—Si Ping le pone un nombre, quizá será más amistoso —sugirió Kai.
—No puedo pensar en algún nombre bonito para él. ¿Qué te parece Estúpido, Terco
o Narizotas —dijo Ping.
El caballo de pronto emprendió el galope sin previo aviso. Ping se sujetó aún más
fuerte, decidida a no dejarse ganar en su batalla de voluntades.
El quinto día la agonía empezó a mitigar. Ping finalmente descubrió cómo debía
moverse al ritmo de la forma de avanzar que tenía el caballo, de manera que
sus huesos no se estremeciesen. Su cuerpo aún le dolía, pero de un modo menos
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intenso. Kai también debía de estar dolorido, trotando junto al caballo todo el día,
aunque nunca se quejaba.
Estaban haciendo un buen avance, pero Ping aún no sabía adónde iban. No sabía
siquiera el nombre del lugar que estaban buscando en el oeste. ¿Era el pueblo de la
Luna Naciente o el pueblo Próspero? Esperaba que estuviese situado cerca de donde
Danzi había escrito el nombre en el mapa. Era la única pista que tenía.
La muchacha decidió continuar siguiendo la Gran Muralla hacia el oeste,
manteniéndose a una distancia prudente en la que ésta quedase siempre en el
horizonte, para no atraer la atención de ningún guardia imperial. Cuando la muralla
se desvió bruscamente hacia el sur, la siguieron.
Se cruzaron con muy poca gente. Kai estaba más silencioso de lo que jamás había
estado. Los músculos de sus patas habían doblado su tamaño, de manera que sus
muslos eran como los de un tigre. Las almohadillas en las que apoyaba sus garras
estaban encallecidas de caminar más rápido y más lejos de lo que estaba
acostumbrado.
El paisaje cambió. Estaban cruzando una estepa amarilla y polvorienta. Hacia el
oeste se alzaba una cordillera inhóspita de oscuras montañas. Hacia el este, más allá
de la línea de la Gran Muralla y escondido entre colinas bajas, fluía el río Amarillo.
En determinadas épocas del año, el viento que soplaba arrastraba la arena fina y
amarilla que había bajo sus pies hacia el gran río, lo que le daba su nombre y color.
Kai siguió mirando por las bajas colinas hacia el este.
—¿Ves algo? —preguntó Ping.
—No —respondió el dragón.
Una noche Ping se despertó y vio a Kai sentado, mirando fijamente la luna llena.
Sus verdes escamas lucían luminosas bajo la luz lunar como si estuviesen hechas de
jade.
—¿Qué estás haciendo, Kai? —preguntó.
—Nada —repuso Kai, pero continuó mirando fijamente la pálida esfera
amarillenta como si esperase encontrar algún significado en ella.
Cada mañana les brindaba otro incómodo y polvoriento día, idéntico al
anterior. El sol ya calentaba más y todos los días brillaba desde un cielo limpio de
nubes. La tierra amarilla era muy fértil, pero incluso los mejores suelos son estériles
sin lluvia. No crecía nada por ninguna parte. La boca de Ping estaba continuamente
llena del polvo que levantaban las patas del caballo en finas nubes mientras
avanzaba.
Se cruzaron con una sola persona, un comerciante que viajaba en dirección
contraria. Llevaba la cabeza envuelta en un trozo de ropa, y sólo se le veían los ojos a
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través de una rendija. Conducía dos camellos muy cargados con montones de
mercancías que sin duda iba a intercambiar con los Ma Ren. No saludó a Ping al
pasar, pero sus ojos se fijaron en el caballo.
Al cabo de dos semanas apareció una línea fina y recta en el horizonte hacia el sur
como si la hubiesen dibujado allí con una regla y un pincel. Era la Gran Muralla. Se
había detenido pegada al río Amarillo y daba la vuelta al oeste para avanzar
cruzando la llanura amarilla.
—¿Vamos a regresar al imperio? —preguntó Kai.
—Hou-yi dijo que nunca había oído hablar de Long Xiang. Estoy segura de que el
lugar que buscamos está dentro del imperio. ¿Puedes ver lo que nos describió Hou-
yi, una pequeña colina en forma de camello descansando, un lecho del río seco, un
árbol muerto con cinco ramas?
Kai oteó hacia la muralla.
—Veo la colina en forma de camello. —Señaló hacia el sureste.
—Bien. Entonces es hora de dejar el camino para dirigirnos hacia la Gran Muralla
y buscar el pasadizo oculto del que Hou-yi nos habló.
A última hora de la tarde se levantó un viento que aullaba como un perro
miserable y acribilló las manos y el rostro de Ping con los afilados granos de arena
que levantaba. Cuando no se peleaba con el caballo la muchacha estaba luchando
contra el viento, y estaba perdiendo ambas batallas. El animal no parecía hacer caso
de sus órdenes, y el viento metía arena en sus ojos. Ping sacó lo que le quedaba de su
camisón de dormir. El polvo se había colado en la bolsa y la tela era de color marrón
en lugar de blanca. Siguiendo el ejemplo del comerciante se envolvió la cabeza con la
tela. Protegía su rostro, aunque la arena y el polvo aún se metían en sus ojos. Ahora
tenía que añadir sus ojos doloridos a la lista de incomodidades. Kai mantenía la
cabeza baja. Sus brillantes escamas verdes hacían que resaltase entre el paisaje
amarillo, pero lo protegían de la arena.
Una o dos veces Ping miró por encima del hombro, casi esperando ver a alguien
escondido tras una roca.
—¿Ves si alguien nos sigue? —preguntó a Kai.
—No, pero incluso a un dragón le cuesta ver entre este polvo.
Las montañas del oeste habían desaparecido tras una cortina de arena alzada por
el viento. Ping se guió por el sol, que brillaba con una extraña luz anaranjada que se
filtraba entre el polvo. El viento sopló aún con más fuerza y muy pronto ocultó el sol;
Ping ya no pudo ver nada. El caballo no quería moverse, pero la muchacha no quería
detenerse. Temía que si permanecían quietos la arena los sepultase. Desmontó y guió
a la asustada bestia.
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ama no tuviera que tocarlos. Ping estaba intrigada. ¿Por qué aquella mujer se
mostraba tan decidida a atravesar andando el mercado, cuando podía haber subido a
la muralla con su marido, por encima del polvo y el hedor de aquella gente
mugrienta? Aunque Ping sabía que lo aconsejable y sensato era salir inmediatamente
de la ciudad lo más pronto posible, se descubrió a sí misma siguiendo a la mujer,
tirando del caballo tras ella.
La criada condujo a su ama hasta un tenderete al fondo del mercado. Varios
mercachifles se amontonaban alrededor del puesto, pero se hicieron a un lado para
dejar que la mujer mirase la mercancía con comodidad. Era un tenderete que
mostraba las joyas de jade más exquisitamente talladas que Ping había visto en su
vida. Recordó los pendientes de jade y los adornos para el pelo que la princesa lucía
la primera vez que la había visto en la residencia Ming Yang. ¿Cómo era posible que
aquella maravillosa artesanía viajase hasta esa lejana y polvorienta ciudad? El
vendedor había dispuesto sus mercancías colgando de un trozo de cordel, de manera
que su tenderete estaba engalanado con pendientes, colgantes y collares de jade. La
brisa los acariciaba y hacía que, al chocar suavemente unos con otros, emitiesen un
tintineo encantado: parecido al que Kai hacía cuando se sentía feliz. La esposa del
ministro compró tres pares de pendientes, dos collares y una pulsera. Luego volvió
apresuradamente a su carruaje.
—¿De dónde proviene esta bella artesanía? —preguntó Ping al vendedor.
Este la miró de arriba abajo, desde la ajada y mugrienta ropa que llevaba envuelta
en la cabeza hasta los desgastados y deformados zapatos de sus pies. Ping se dio
cuenta de que su aspecto aún debía de ser más pobre que el de los habitantes del
paso Shabian. El vendedor la ignoró, hasta que Ping sacó algunas monedas de cobre
de su bolsa.
—Las joyas se hacen en Long Xiang, en el pueblo del Tintineo —dijo.
A Ping se le aceleró el corazón. Sacó un puñado de monedas.
—¿Y dónde está ese pueblo? —preguntó mientras el hombre cogía varias monedas
de su mano.
—Está a los pies de las montañas —dijo, y señaló al oeste.
Puesto que ella no había protestado por la cantidad de monedas que había cogido,
el vendedor cogió otra.
—Yo nunca he estado allí, pero está cerca de Xining. Es allí donde compro mis
mercancías.
Ping le dio las gracias.
—¿Lo has oído, Kai?
Kai asintió.
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—El pueblo del Tintineo —dijo el dragón—. Allí es donde Padre quiere que
vayamos.
Ping vio por el rabillo del ojo que algo se movía y se dio la vuelta en redondo
rápidamente. Estaba del todo segura de que había visto a alguien que se agachaba
tras un tenderete del mercado cuando volvió a mirar. La sensación de que la estaban
siguiendo era más intensa que nunca. Los guardias cruzaban a grandes zancadas de
un lado ,para otro en lo alto de la muralla y la observaban. La ciudad era sofocante;
al caballo no le gustaba sentirse atrapado allí e intentó alejarse de Ping.
—¡Eh! ¡Cuidado con el caballo! ¡Si da un golpe a mi tenderete tendrás que pagar
todo lo que rompa! —gritó alterado el vendedor de jade.
Precisamente cuando Ping se alejaba del tenderete de jade vio que el ministro se
dirigía por entre la multitud a donde estaban ellos.
—Es un caballo hermoso —dijo.
Ping le habría dado feliz el caballo al hombre, pero no quería atraer más la
atención. Hizo una reverencia educadamente.
—Pertenece a mi amo, señor. Me pidió que lo recogiera en los establos, pero se me
ha escapado. Mi hermano y yo hemos tenido que atraparlo —dijo ella.
—Tal vez querrías llevarme a donde está tu amo. Así podré comprobar que tiene
permiso para importar un caballo de fuera del imperio —dijo el ministro.
—¡Oh, estoy segura de que así es, señor! Es muy especial con esas cosas.
—No es tan especial por lo que veo en la manera que viste a sus criados —observó
el vendedor.
Ping se sacudió su chaqueta. Una nube de polvo salió de ella. El ministro hizo una
señal a los guardias de la muralla, que empezaron a bajar por la escalera.
—Hora de decir adiós al caballo —exclamó Kai.
El niño que estaba junto a Ping dejó escapar un sonido que parecía como si alguien
estuviese golpeando un gong. La gente miró a su alrededor para ver de dónde
provenía aquel ruido. El caballo retrocedió y golpeó el aire con sus duras pezuñas,
que fueron a dar en un tenderete de verduras y enviaron los melones y las cebollas
que había en él rodando en todas direcciones. Ping agarró las alforjas y luego golpeó
con el látigo de cuero la grupa del caballo. La gente retrocedió para apartarse del
caballo, que reculaba, dejando un camino despejado en la calle por el que el animal se
alejó al galope. Ping y Kai corrieron en la dirección opuesta.
La muchacha no podía correr deprisa porque llevaba la pesada bolsa. Kai, que iba
delante de ella, dio la vuelta y entró en un callejón, aún más estrecho si cabe que la
calle. La gente los observaba desde sus puertas, viendo cómo Ping y Kai pasaban
corriendo delante de ellos, esquivando gente, perros y basura.
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—Deberías pedir que te devuelvan el dinero. No vale la pena gastar dinero con un
esclavo problemático —dijo uno de los guardias.
—No te preocupes, ya la calmare yo. Y vosotros no tenéis por qué pinchar con
vuestras lanzas al chico —prosiguió el hombre.
—No harás ninguna tontería, ¿verdad que no, Kai?
El niño negó con la cabeza de forma solemne.
Ping miró de nuevo al hombre con atención. ¿Cómo sabía el nombre de Kai?
—Será mejor que vayas tras tu caballo, antes de que alguien te lo robe —aconsejó
el guardia.
—Te daré una recompensa si lo atrapas por mí —dijo el hombre, sacando una
moneda de oro de su manga.
Los guardias bajaron las lanzas y dieron media vuelta para perseguir al caballo.
—¿Estás seguro de que podrás manejar a ésta? —preguntó un guardia mientras
con un gesto de la cabeza señalaba hacia Ping—. Es una salvaje. No deberías confiar
en una bárbara.
Ping prefirió no hacer caso al insulto. Ella había encontrado más salvajes en ese
lado de la muralla que en el otro. Los guardias se fueron a toda prisa por el callejón,
ansiosos por obtener la recompensa. La multitud que se había congregado alrededor
volvió a sus asuntos. Ping examinó al hombre. Era joven, no debía de tener más de
dieciséis años.
—¿Por qué les has dicho que yo era tu esclava? —preguntó.
—Quería librarme de los guardias. —El joven sonreía.
Ping escuchó un sonido como un repiqueteo de campanillas. Kai reía.
—¿No me reconoces, Ping? —Al decirlo, el muchacho bajó la vista tímidamente,
como si no quisiera realmente que ella lo mirase.
Ping se lo quedó mirando otra vez. Sostenía algo en su mano.
—Me dijiste que guardase esto como recuerdo, pero creo que te traerá mejores
recuerdos a ti que a mí.
En su mano había el sello de guardián imperial de los dragones. Él la miró de
soslayo.
—Jun?
El joven asintió.
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Ping se acercó a él y constató que no tenía nada en común con el niño que había
intentado robarle su trabajo de guardián imperial de los dragones el año anterior. Ya
no tenía ningún flequillo tras el que esconderse.
—Te ha crecido el pelo —soltó Ping.
Jun sonrió.
—Suele suceder en un año o más.
Todo su cuerpo había crecido también. Sobrepasaba a Ping en más de una
cabeza. Tenía el rostro más lleno, sus brazos eran más fuertes y su voz más grave.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Ping.
Jun la cogió por el brazo.
—Te lo explicaré después, pero ahora creo que lo mejor será que nos alejemos del
paso Shabian. Ya has llamado bastante la atención.
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Ping estaba exhausta y Kai se sentía débil por haber estado cerca del hierro, pero
ninguno de los dos discutió con Jun. Anduvieron lo más rápido posible para alejarse
de la Gran Muralla y la polvorienta ciudad. Ping estaba contenta de volver a viajar a
pie.
Aún le costaba creer que el joven que caminaba a grandes zancadas delante de ella
fuera aquel niño delgaducho que había fingido ser guardián de los dragones. Ping y
el mago imperial, Dong Fang Suo, lo habían encontrado viviendo entre la pobreza
con su familia en una granja de gusanos de seda poco productiva. Aunque el abuelo
de Jun había sido guardián de dragones, ni Jun ni su padre tenían las características
apropiadas. Pero este hecho no había detenido a sus padres, decididos a acabar con
su miseria haciendo pasar a su hijo por un guardián de los dragones.
Ninguno de ellos habló hasta que dejaron el paso Shabian lo suficientemente lejos
y estuvieron bien seguros de que nadie los seguía. Jun por fin aminoró la marcha y
Ping lo alcanzó para poder andar junto a él.
—Dime, ¿qué fue de ti desde que te vi por última vez? —dijo ella.
Jun no respondió enseguida. El tiempo que pasaron juntos no fue una época de la
que ninguno de los dos guardase gratos recuerdos. El emperador creía que Jun era
un verdadero guardián de los dragones y culpó de todos sus fracasos a Ping. La
había hecho prisionera y nombró a Jun guardián imperial de los dragones. En
aquellos momentos Ping creyó que todos sus amigos la habían abandonado, pero no
era así. Jun había decidido que no podía seguir por más tiempo la farsa de fingir que
era un guardián de dragones, por lo que ayudó a Ping y al mago imperial a derrotar
al nigromante que quería usar la sangre de Kai en sus conjuros para proporcionar al
emperador la vida eterna. Durante aquel enfrentamiento, Dong Fang Suo había
resultado muerto y Jun se había prestado voluntario para llevar el cuerpo del mago
al emperador.
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—El emperador estaba realmente furioso —dijo Jun—. No por la muerte de Dong,
sino por la derrota del nigromante.
—¿Te castigó? —preguntó Ping.
—Me encerró en las mazmorras, bajo la cubierta de la barcaza imperial, pero
pronto se obsesionó con enviar una expedición a las montañas Kun-lun para
encontrar los hongos de la inmortalidad que supuestamente crecen allí. Puso rumbo
de regreso a Chang'an, dejando atrás a todos y a cuanto guardaba relación con su
fallido plan de elaborar un elixir de la vida eterna. Quedamos el chico de la cocina
que mezclaba las pociones y yo, y el resto de los miembros del Consejo de
Longevidad. ¿Te acuerdas de ellos, Ping?
—¿Aquellos tres hombres tan extraños?
Jun asintió.
—Les conté que quería regresar a casa y que los gusanos de seda no producían
seda. Los miembros del Consejo de Longevidad sabían exactamente qué sucedía y
qué era lo que estaba mal. Los gusanos no estaban enfermos, sino que lo estaban las
hojas de morera con que los alimentábamos. Y ellos sabían cómo curar la
enfermedad.
Los miembros del consejo explicaron a Jun que tenían que quemar las hojas caídas
durante el invierno y que debían aplicar a los nuevos brotes una solución de cobre en
primavera. Elaboraron la solución a partir de cuencos de cobre fundidos que
encontraron en los restos carbonizados de la residencia Ming Yang.
—Seguidamente me dirigí a casa —prosiguió Jun—, y llegué justo a tiempo de
quemar las hojas antes de que los brotes de primavera saliesen. Luego pinté los
brotes con la solución de cobre. La cosecha de seda fue la mejor que tuvimos en
mucho tiempo, y este año la cosecha aún promete ser mejor. Mis padres siguen
convencidos de que este cambio en nuestras fortunas fue a causa de la suerte que nos
trajo el dragón.
Ping se alegró mucho de enterarse de que la familia de Jun vivía mejores tiempos,
pero había otra pregunta que quería hacer al muchacho.
—¿De modo que no ha sido sólo casualidad que nuestros caminos se cruzasen de
nuevo?
Jun negó con la cabeza.
—Durante semanas he tenido la sensación de que alguien nos seguía, siempre
fuera del alcance de nuestra vista. —Ping miró a Jun—. ¿ Eras tú ?
Jun bajó la vista y asintió.
—No lo entiendo. Siempre nos ha seguido gente que quería hacer daño a Kai. No
tenía malos presentimientos porque tú no querías hacerle ningún daño, y pensé que
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Después compartieron las bayas que Ping había recogido por la tarde y bebieron
agua caliente aromatizada con jengibre.
—Ha sido muy valiente por tu parte atreverte a cruzar por todas las tierras de los
Ma Ren solo —dijo Ping.
—Es un buen nombre para la gente de Hou-yi. —Jun sonrió—. Hou-yi no creía
que pudiese llegar a casa sano y salvo, por lo que envió a uno de sus hombres
para que me hiciese de guía. El guía estaba enterado de cuanto sucedía por todas
partes. Conocía la derrota que había sufrido el emperador y la partida del dragón de
la suerte de Yan. Pensé que, sin Danzi y Dong Fang Suo, alguien tenía que cuidar de
ti. Empecé a seguirte cuando comenzaste a viajar por la muralla.
—¿Acaso no crees que pueda cuidarme sola?
—Yo no sé por qué decidiste cruzar todo el país. Pensé que tal vez harías nuevos
enemigos que irían tras Kai. O quizás el emperador decidiría perseguirte otra vez.
—El emperador resultó muy malherido en la batalla contra los Ma Ren. Lo
encontré, por lo que no creo que tenga intención de hacerme daño de nuevo.
—Yo no lo sabía. Por otra parte, no estaba del todo seguro de que quisieras mi
ayuda, de modo que soborné a dos guardias para que me diesen sus uniformes. Mi
guía y yo nos hicimos pasar por mensajeros imperiales. Te seguimos a distancia y te
ayudamos cuando pudimos.
—¿Qué tipo de ayuda me brindasteis?
—Cuando te capturaron los guardias imperiales de la guarnición Ji Liao sabía que
había demasiados hombres para intervenir, así que envié a mi guía de regreso con
Hou-yi para que ellos nos ayudasen; mientras, encendí las almenaras de la
guarnición más cercana a fin de provocar el pánico entre los guardias.
Ping miró a Jun realmente sorprendida.
—¡Fuiste tú quien pidió a Hou-yi que nos ayudase! ¡Y luego evitaste que los
guardias del paso Shabian me arrestasen!
El joven sonrió tímidamente.
—No siempre conseguí protegerte. Te perdí durante la tormenta de arena. Pudiste
haberte desorientado y muerto allí en el desierto.
Ping se dirigió a Kai.
—¿Y cómo es que tú no lo viste, Kai? Se supone que puedes ver a muchos li de
distancia.
—Kai vio a Jun.
—¿Y por qué no me contaste que nos estaba siguiendo?
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—Ping necesitaba otro protector además de Kai. Ping puede ser tan tozuda como
un caballo. Kai pensó que Ping podía hacer que Jun se fuese —dijo el dragón, que
parecía sentirse culpable.
Puesto que cuando conoció a Jun éste era un niño tan menudo y delgado, Ping
había dado por sentado que el muchacho era menor que ella, sólo un niño. Pero
ahora que había comido bien durante más de un año, había crecido hasta alcanzar la
talla correcta de un joven de dieciséis años.
Kai comió los últimos huesos que quedaban de la perdiz, luego cavó un agujero,
hizo un lecho y se echó a dormir.
—Está muy cansado —dijo Ping.
—Ha venido caminando todo el trecho desde el campamento de los Ma Ren hasta
el paso Shabian; le sobran razones para estar cansado —afirmó Jun.
Aunque no dijo nada, Ping tuvo que admitir que se sentía más segura con Jun a su
lado.
—Ping, ¿estás segura de estar haciendo lo correcto? —Jun interrumpió los
pensamientos de la muchacha—. Tiene que haber muchos lugares donde tú y Kai
podáis vivir en paz sin tener que recorrer todo el imperio.
—Sí, desde luego, pero no soy yo sino Danzi quien lo desea. Si tú lo hubieses
conocido, no cuestionarías su sabiduría. Podía ser un dragón ya anciano, pero era
muy sabio. Al principio yo pensaba que Kai necesitaba más gente, más guardianes de
dragones que se ocupasen de él cuando yo muriese. Por esta razón fuimos a tu aldea,
pero estaba equivocada. El no necesita más gente, sino justamente lo contrario. Lo
que precisa es encontrar un hogar y que esté lo más alejado posible de la gente.
—Pero si ni siquiera sabes adónde vas. Sólo vagas de acá para allá esperando
tropezarte con ese maravilloso lugar seguro.
—Malgastas tu tiempo si crees que me harás cambiar de opinión. Sé que estoy
haciendo lo correcto.
—Entiendo que Kai necesite un lugar seguro donde vivir —insistió Jun—. Pero no
comprendo por qué tiene que ser precisamente en los confines del imperio. Tú y Kai
podríais vivir en mi aldea, tener allí tu propia casa. Lu-lin es un lugar próspero ahora
y los lugareños están tan agradecidos de que les haya devuelto la salud a sus moreras
que harán cualquier cosa que les pida. Mantendrán la presencia de Kai en secreto.
Ping suspiró.
—¿Durante cuánto tiempo? ¿Un año? ¿Diez años? ¿Cien años? —Estaba cansada
de tener que dar explicaciones a la gente—. Kai tiene que estar a salvo no sólo
mientras sea joven, sino durante toda su vida, mucho después de que tú y yo
hayamos muerto.
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—Confío en ti.
Jun sonrió.
—Bien.
—No creas que estoy vagando por el imperio sin ningún plan —dijo Ping.
Sacó el cuadrado de seda y se lo mostró a Jun.
—Veo la Gran Muralla y el río Amarillo, pero ¿adónde pretendes ir? —dijo éste
tras estudiar el mapa.
—Aquí no lo dice, al menos no apunta directamente a ningún sitio. Está escrito en
un código secreto. Mira aquí. —Ping señaló los caracteres que significaban arroyo del
Lamento del Dragón—. Esto no es un lugar real, sino indicaciones. Tienes que decirlo
en voz alta para descubrir su verdadero significado. Realmente significa: «Busca ha-
cia el oeste.»
—¿Y esto otro, Qu long xiang, qué significa? —Jun leyó las palabras en voz alta.
—Significa «ir al pueblo long», pero hasta ayer no descubrí qué era long en
realidad. Podía haber sido pueblo Brillante, pueblo Neblinoso, pueblo de los Cestos o
pueblo de la Luna Creciente. Lo único que sabía era que estaba en alguna parte hacia
el oeste, probablemente entre las montañas.
Jun aún no comprendía nada.
—Las joyas de jade estaban hechas en un lugar llamado Long Xiang —explicó
Ping—. Long también significa el sonido que hacen los pendientes de jade cuando
chocan entre sí. El pueblo del Tintineo es al lugar adonde vamos ahora.
—¿Ese «vamos» también me incluye a mí?
—Kai quiere que vengas con nosotros, y aún no he descifrado completamente el
mapa de Danzi. Creo que dos mentes piensan mejor que una.
—Tres. Tres mentes —intervino Kai.
Ping se echó a reír.
—Está bien, tres mentes.
Pronto dejaron atrás los campos de regadío que estaban junto al río Amarillo. El
paisaje se tornó otra vez árido. Parecía que poca gente habitase aquel lugar remoto
del imperio, por lo que en raras ocasiones Kai tuvo que utilizar su efecto de
espejismo o crear neblina para ocultarse. El estrecho camino se convirtió en apenas
un sendero cuando discurrió por un valle que se encontraba entre las praderas que
deberían estar alfombradas de verde hierba. Por el contrario, los prados estaban
manchados aquí y allí de un color pardusco. Hacía más de dos meses que Ping y Kai
habían abandonado Yan. Estaba claro que ya era principios de verano. De nuevo, las
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Jun explicó a la muchacha que sus siete hermanas habían recibido ofertas de
matrimonio. Mientras hablaba lanzaba de manera despreocupada la pelota al aire y
la recogía con una mano. De pronto, Kai se lanzó sobre la pelota para tratar de
cogerla mientras estaba en el aire y, en su entusiasmo, chocó contra Jun y lo tiró al
suelo.
—¡Kai! ¡Eres un bruto! —lo reprendió Ping.
—Lo siento —se disculpó el dragón.
Ping decidió que, puesto que Jun ya estaba sentado, sería un buen momento para
descansar y también se sentó en el suelo. Bebieron agua y comieron un puñado de
frutos secos.
—Debemos de estar acercándonos a Xining —dijo Ping mientras inspeccionaba los
agujeros de sus zapatos—. Creo que ya es hora de que me cambie los zapatos.
Jun se echó de espaldas bajo la luz del sol, disfrutando del descanso.
—Mira, nunca antes había visto un pájaro de ese tamaño —dijo, y señaló al cielo.
Ping se hizo sombra con la mano y alzó la vista. Un pájaro blanco volaba en
círculos sobre ellos. Tenía una envergadura enorme. Kai, que estaba en aquel
momento olisqueando la bolsa en busca de yuyubas, se incorporó de un salto. Se
quedó mirando el ave e hizo un extraño sonido como si se alegrase y asustase al
mismo tiempo.
—¿Qué sucede, Kai? El pájaro no puede hacernos daño —dijo Ping.
—No es un pájaro —explicó el dragón.
—Entonces, ¿qué sucede? —preguntó Jun.
Kai emitió el mismo ruido extraño.
—¿Qué ha dicho?
El corazón de Ping latía a toda velocidad mientras miraba atentamente el cielo y
traducía las palabras de Kai a Jun.
—Dice que no es un pájaro... Es un dragón.
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—Por supuesto que nos ha visto. Ha visto los agujeros en mis zapatos e incluso
sabe cuántos frutos secos hemos comido —repuso Ping.
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—Esperaremos hasta mañana. Debes ser paciente. No tiene sentido llegar en mitad
de la noche cuando todo el mundo esté dormido. Pasaremos la noche en esta
excelente posada.
Sin embargo, Ping estaba tan nerviosa como Kai. A pesar de que pudo acostarse
en un colchón por primera vez en varias semanas, apenas durmió.
Por la mañana, Ping se ató el pelo y se puso su vestido de viaje de manera que
pareciese alguien que pudiese permitirse el lujo de comprar joyas de jade.
Jun sonrió cuando la vio.
—Tienes buen aspecto —dijo con timidez, y luego se quedó mirando fijamente la
punta de sus zapatos mientras se sonrojaba.
—Toma esto. —Ping alargó su sello imperial a Jun—. Podemos fingir que somos
funcionarios imperiales que desean inspeccionar el jade.
El tomó el sello y se lo ató a la cintura.
Llegaron a Long Xiang justo después de mediodía. Era una aldea de no más de
una veintena de casas enclavadas en la ladera de una colina. Las puertas exteriores
del pueblo estaban abiertas de par en par, y los comerciantes provenientes de todo el
imperio y de tierras lejanas lo visitaban.
El sonido de gente tallando el jade podía escucharse desde el otro lado de sus
murallas. El pueblo del Tintineo tenía tres calles. Cada morada estaba implicada en la
talla del jade. Todos y cada uno de sus habitantes formaban parte de la industria del
pueblo. Cada calle tenía su especialidad: en una sólo se hacían los adornos para el
pelo, en la segunda únicamente los collares, y los pendientes eran la especialidad de
la tercera. Tres casas estaban especializadas en móviles para las mansiones, que
solamente los más pudientes del imperio podían permitirse. Delante de cada morada
había tenderetes con las mercancías de cada casa y éstas tintineaban acariciadas por
la brisa. Ese sonido era precisamente lo que le daba su nombre al pueblo. Incluso los
niños tenían allí su trabajo concreto. Recogían hierba seca para embalar las joyas a fin
de que llegasen intactas cuando eran enviadas a todos los rincones del imperio.
En el pueblo no había posada. Los viajeros solían llegar temprano, hacían sus
compras y regresaban a Xining el mismo día. Kai estaba tan excitado que no podía
estarse quieto, pero viajaba con la forma del hermano menor de Ping, para no
parecer fuera de lugar.
—¿Cómo sabremos quién es el gran hombre? —preguntó Jun.
—El hombre más importante es el anciano del pueblo —explicó Ping—. Cuando
corra la voz de que hay un funcionario imperial de visita, estoy segura de que
atraeremos su atención.
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Mientras paseaban por el pueblo, Jun mostraba el sello imperial a los lugareños,
diciéndoles que estaban allí para comprar joyas para las damas imperiales de
Chang'an. Los aldeanos se mostraron muy interesados por el raro jade blanco con el
que se había tallado el sello y nadie se percató de que los caracteres que había en él
decían que era el sello de un guardián imperial de los dragones, no de un comprador
imperial. Ni Ping ni Jun los corrigieron cuando dieron por supuesto que Jun era
un funcionario importante y Ping la dama de compañía principal de la
emperatriz. Pronto se difundió la noticia de que había visitantes imperiales, y no
pasó mucho tiempo antes de que el anciano del lugar apareciese y los invitase a pasar
la noche en su casa. Ping estaba segura de que era el gran hombre.
El anciano se llamaba amo Cai. No era tan mayor como los otros ancianos de los
pueblos que Ping había encontrado hasta entonces, y vestía un traje de seda tan
elegante como los que llevaba el duque de Yan. Su casa era un edificio de dos plantas
con muchas habitaciones. Había colgantes de seda y adornos de bronce más propios
de la residencia de un señor que de la de un anciano de pueblo. Aquella noche
fueron invitados a cenar con la familia del amo Cai. Era una comida espléndida de
cuatro platos. Kai, bajo la forma del hermano de Ping, fue enviado a la cama
temprano.
La muchacha insinuó que tenían intención de comprar varias joyas para la
hermana y la madre del emperador. A pesar de que la comida era excelente, la
esposa del amo Cai no dejó de quejarse de sus tres sirvientas. Después de cenar,
cuando el ama Cai fue a asegurarse de que las sirvientas limpiaban correctamente los
platos, Ping intentó desviar la conversación hacia los dragones. Pero el amo Cai sólo
quería hablar de jade. Jun incluso comentó que le habían encomendado buscar en
particular un dragón de jade. Ping miró fijamente los ojos del anciano, buscando
algún ápice de comprensión, pero no encontró ninguno.
Al día siguiente, el amo Cai organizó un circuito por Long Xiang para sus
invitados. Visitaron a muchos escultores de jade. Jun compró algunas joyas para
seguir la farsa. Dijo que en ese viaje sólo comprarían muestras, pero el anciano del
pueblo ya se estaba impacientando. Esperaba que el funcionario imperial gastase el
oro del emperador con mucha más ligereza. Finalmente Ping decidió que lo único
que le quedaba era ser directa.
—Durante nuestro viaje he oído una historia... Se dice que hay un dragón viviendo
en las montañas de los alrededores —apuntó casualmente cuando regresaban a la
casa del anciano tras finalizar el recorrido.
—¡Vaya tontería! ¡Nunca he escuchado un cuento así! —dijo el amo Cai.
Los dejó para centrar su atención en comerciantes más interesados en
desprenderse de su oro.
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—Creo que acabamos de echar a perder nuestra bienvenida al pueblo del Tintineo
—dijo Jun.
Kai estaba junto a ellos miserablemente alicaído.
—Mira otra vez el cuadrado de seda de Padre —dijo.
Ping sacó el cuadrado de seda.
—Hay otra pista que no habéis descifrado —dijo Jun—. Sólo porque le hayáis
encontrado sentido a una línea de la lectura del Yi Jing no significa que debáis dejar
de lado el mapa. Tal vez si trabajamos juntos... —Jun leyó en voz alta el nombre del
lugar final—: Valle del Dragón Resplandeciente, Ye Long Gu. ¿Qué más puede
significar?
Ping escribió otros caracteres que se pronunciában ye y que significaban
«enfermedad», «noche» y «líquido». Hizo memoria e intentó recordar todos los libros
que había leído en el palacio Beibai, todos los caracteres que había aprendido.
—También está éste. —Escribió el carácter que significaba «visitar a alguien que es
reverenciado»—. Tal vez exista otro «gran hombre» en el pueblo, además del
anciano.
Ping y Jun salieron al patio y entablaron conversación con el ama Cai. Ping le
preguntó por la historia del pueblo, cómo había llegado a especializarse en la talla
del jade. La mujer no lo sabía.
—¿Hay alguien más en el pueblo que pueda saberlo?
—No hay nadie en el pueblo que sepa más que mi marido —dijo ella con orgullo.
—Pero el amo Cai es un hombre demasiado joven para ostentar este cargo tan
importante. Tiene que haber hombres que sean más ancianos —dijo Ping.
La mujer negó con la cabeza.
—Mi marido es muy sabio para sus años, todo el mundo lo dice.
—Pero ¿quién es la persona más anciana del pueblo? —insistió Ping.
—La abuela Wang es muy anciana y también lo es el señor Chu. Aunque supongo
que la persona más anciana debe de ser Lao Longzi. Es un viejo loco que no sabe
nada sobre la talla del jade. No es de por aquí, ni siquiera es un artesano. Se instaló
en Long Xiang y se ganó la vida como comerciante. —La mujer pronunció la palabra
como si fuese un insulto—. Solía llevar nuestros bienes a las ciudades del sur para
venderlos allí, hasta que se hizo demasiado anciano para viajar. No obtendréis nada
de él, está sordo como una tapia.
Ping observó a Kai, que estaba sentado bajo la forma de niño en la otra punta del
patio.
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—No importa. No es nada importante —dijo Ping al ama Cai, y estiró los brazos
—. Hace un día precioso, creo que podríamos salir a dar una vuelta por el pueblo.
—¡Pero si tenéis una cita para visitar al tallador jefe de la calle de los collares! —
exclamó la mujer.
Ping miró a Jun, preguntándose cómo podría salir de la casa sin levantar
sospechas.
—Yo iré a ver al tallador de collares. Mientras, tú y tu hermano podéis ir a pasear
—dijo Jun.
La mujer llamó a un criado para que le llevase sus zapatos de calle y luego ella y
Jun abandonaron la casa.
—Long gu —dijo Kai alterado, después de que hubiesen salido.
Ping asintió. Escribió los dos caracteres en el suelo. Se leía «comerciante sordo». Ye
Long Gu también significaba «visita al comerciante sordo».
Sólo tuvieron que preguntar un par de veces para encontrar la casa del
comerciante sordo. Nadie parecía saber su nombre verdadero, simplemente era
conocido como Lao Longzi: «el viejo sordo». A pesar de llevar residiendo en el
pueblo más de cincuenta años, aún lo consideraban un extranjero. Vivía en la última
casa de la calle de los pendientes. La casita estaba tan destartalada que parecía
increíble que aún se tuviese en pie. La lluvia había erosionado parte de una pared de
ladrillos de adobe y algunos trozos de madera aparecían sobresaliendo por otra. El
viento o los pájaros se habían llevado buena parte de la paja que cubría el tejado.
—No tiene mucho sentido llamar a la puerta de un hombre sordo —dijo Ping a
Kai.
Empujó la combada puerta, la abrió y entraron en un patio. Algunas hierbas y
vegetales crecían en un parterre del jardín. Tres gallinas esqueléticas picoteaban la
dura tierra. Un hombre muy anciano estaba sentado en un banco tomando el sol, al
otro lado del patio, con la barbilla descansando sobre el pecho. Su vestido estaba
remendado y zurcido. Tenía el pelo completamente blanco y lo llevaba peinado hacia
atrás en una trenza suelta. No se percató de que habían entrado.
Ping se acercó a él y con mucha suavidad tocó su mano. El anciano no se
sobresaltó, sino que alzó lentamente la cabeza y le sonrió como si no se sorprendiese
en absoluto de ver a una joven de pie delante de él. Ping sacó el cuadrado de seda y
lo abrió. Extendió el mapa en el regazo del anciano, quien observó las indicaciones
durante un buen rato.
—No creo que comprenda la escritura. Su vista puede que esté tan mal como su
oído —dijo Ping a Kai.
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—Sí —respondió.
—Eso está bien —dijo.
Lao Longzi alzó un pie una pulgada del suelo y lo avanzó tres pulgadas
más. Luego alzó su otro pie. Iba a ser un viaje largo y lento.
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-Si rodeamos el lago por la orilla iremos más rápido —sugirió Kai. Lao Longzi negó con la
cabeza. -Demasiado abierto. Debemos permanecer en las colinas —dijo.
Ping estaba convencida de que Lao Longzi, de tan extenuado como estaba, se
desmayaría antes de que llegasen a los pies de la primera colina, y no digamos
si coronaban la cima. Pero al anciano le quedaba más fuerza de la que nadie
pensaba. Avanzaba a un ritmo lento pero constante, como una vieja tortuga.
Mientras subía con mucho trabajo por la colina no hablaba. Kai corría hacia
delante y hacia atrás, incansable. Ping pensó que estallaría de impaciencia.
Jun tocó su brazo con suavidad.
—Ya no queda mucho camino. Aunque el viaje llevará su tiempo —dijo.
Ping había perdido el interés por la marcha. Todas las colinas le parecían
iguales. Ni el hecho de que estuviesen cubiertas de hierba y musgo, salpicadas de
flores y bañadas por riachuelos parecía complacerla. Alcanzar su destino era lo único
que importaba en aquel momento. Lao Longzi permaneció en silencio durante todo
el día, puesto que necesitaba la totalidad de su energía para andar, pero al anochecer
habló un poquito.
Al día siguiente hicieron lo mismo, y también al siguiente. Cada tarde recogían un
poco más de información del anciano, una palabra susurrada tras otra. Lao Longzi
prefería hablar en voz alta como cortesía hacia Jun, aunque ello le costase más
energía. Sus palabras eran como raras piedras preciosas. Ping pensaba en ellas
una y otra vez para asegurarse de que no se había perdido ningún matiz de su
significado. Nunca había esperado tener el privilegio de hablar con otra persona que,
como ella, hubiese sido guardián del dragón Danzi.
—En aquellos días había muchos cazadores de dragones que recorrían todo el
imperio en su busca. Por esta razón algunos de estos seres buscaron refugio en un
lugar remoto situado en las montañas —explicó el anciano.
Hizo una pausa durante varios minutos mientras reflexionaba y tomaba aire para
poder seguir hablando.
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—Si rodeamos el lago por la orilla iremos más rápido —sugirió Kai.
Lao Longzi negó con la cabeza.
—Demasiado abierto. Debemos permanecer en las colinas —dijo.
Kai siguió formulando interminables preguntas a Lao Longzi sobre Danzi y los
otros dragones en Long Gao Yuan. Cada una de las respuestas del anciano era lenta y
larga.
Jun no podía escuchar ni una palabra de las conversaciones que mantenían el
pequeño dragón y Lao Longzi.
—Ahora ya sé lo que es estar sordo —dijo Jun.
Ping intentaba recordar que debía hablar en voz alta, de manera que el joven
supiera lo que el anciano estaba diciendo a Kai, pero a veces se olvidaba de hacerlo.
Cuando Kai interrogaba a Lao Longzi, Ping hablaba con Jun. Disfrutaba del
hecho de poder mantener una conversación con otra persona sin ser constantemente
interrumpida por los sonidos del dragón. Jun le habló de su infancia, y sus historias
de cómo se las había apañado con siete hermanas hicieron reír a Ping.
La muchacha estaba igual de impaciente que Kai por llegar a su destino. Ya habían
invertido dos semanas en recorrer una distancia que ellos habrían atravesado en
unos pocos días sin Lao Longzi. Arrastrarse por las colinas con él les llevaría al
menos otra semana.
—¿Tu segunda visión no te dice nada sobre la llanura del Dragón? ¿Sabes cuántos
dragones viven allí ahora? —insistió Ping.
El anciano dejó escapar un largo y entrecortado suspiro.
—La segunda visión sólo suele desarrollarse en un guardián de dragones mientras
tiene un dragón a su cuidado. Cuando Danzi y yo nos separamos, mi segunda visión
desapareció. —Dirigió sus acuosos ojos a Ping—. ¿Tu segunda visión no te dice
nada?
Ping negó con la cabeza.
—Has elegido una vida muy extraña —dijo Lao Longzi.
—Yo no la elegí. Ella me eligió a mí—repuso Ping.
El anciano estudió el sombrío paisaje.
—¿Te arrepientes de algo?
—No.
Ping deseaba hacerle otra pregunta a Lao Longzi, aunque dudó antes de
formularla.
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—¿Previste que vivirías una vida solitaria después de que Danzi te dejase?
El anciano asintió lentamente.
—Sí, pero no cambiaría los años que pasé con Danzi por una vejez menos solitaria.
Miró hacia donde Jun estaba jugando con Kai.
—Nunca había conocido a un guardián de los dragones que tuviera un compañero
—dijo.
Al principio Ping no comprendió qué quería decir con aquellas palabras.
—¿Te refieres a Jun?
El anciano asintió.
—No es mi compañero —dijo Ping, sintiéndose de repente acalorada—. Él insistió
en venir. Su familia cree que tiene que pagar una deuda y lo enviaron para que me
ayudase. No fue idea mía.
—A Kai le gusta. No hay ninguna razón por la que un guardián de dragones deba
estar solo —comentó el anciano.
—No he estado sola. He tenido a Danzi y a Kai, que me han hecho compañía —
protestó Ping.
Lao Longzi no hizo ningún otro comentario.
Los días eran largos, y cada vez había más horas de luz solar hasta el atardecer. El
anciano sabía que estaban todos impacientes por llegar al refugio del dragón y,
aunque no podía ir más rápido, estaba deseoso por andar desde el amanecer hasta la
puesta de sol.
Finalmente llegaron a los pies de las montañas del lado oeste del lago. Una vez
más, sus ojos siguieron el tembloroso dedo de Lao Longzi mientras señalaba una
grieta en la cordillera.
—Tenemos que pasar entre aquellos dos picos —les explicó.
Kai y Jun consiguieron cazar dos liebres durante el día y pudieron comer hasta
hartarse... incluso Kai.
—¿Cómo es la llanura del Dragón? —preguntó Kai.
Había hecho la misma pregunta en muchísimas ocasiones, pero Lao Longzi no
parecía cansarse de responder. Y cada vez le daba un poco más de información.
—Soy uno de los pocos humanos que la ha visto —dijo con orgullo—. Es una
llanura alfombrada de hierba, oculta en lo alto de las cimas de las montañas y
protegida de los vientos helados. Además, un arroyo de montaña la atraviesa.
Sonaba tal como Ping había imaginado Long Gao Yuan.
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de su dragón. Había conocido a Kai y ahora sabía que Danzi viviría en él, por lo
tanto, finalmente, podía morir en paz.
Ping había tenido la esperanza de poder pasar muchas largas tardes junto a Lao
Longzi, conociendo su vida como guardián de los dragones. Pero el anciano nunca
les habló de lo que haría cuando llegasen a Long Gao Yuan. La muchacha pensó que
tal vez sabía que nunca llegaría hasta allí.
—Ojalá hubiese llegado hasta la llanura del Dragón, podríamos haberlo enterrado
allí—dijo Jun.
—Al menos está a la vista de Long Gao Yuan —dijo Ping.
Colocó al anciano sus huesudas manos sobre el pecho y alisó su blanco pelo. Kai
sacó una de sus escamas y Ping la puso dentro de las ropas de Lao Longzi. Cubrieron
gentilmente su cuerpo con piedras que había por los alrededores, allí mismo donde
estaba, y permanecieron unos momentos en silencio.
—Vamos. Aún tenemos un largo camino por recorrer —dijo Jun, y cogió a Ping
por el brazo.
Ahora su avance era más rápido y alcanzaron la grieta al día siguiente. No era más
que una estrecha hendidura entre las montañas. Si Lao Longzi no se la hubiera
indicado, nunca la habrían descubierto.
—Espero que podamos encontrar la Cola de la Serpiente —comentó Ping.
—Los dragones estarán observando —dijo Kai con voz temblorosa.
Otearon por el cielo y los picos de las montañas, buscando dragones en pleno
vuelo o en lo alto de las rocas.
—¿Ves alguno? —preguntó Jun.
—No.
Jun no necesitó que Ping se lo tradujese. Sabía la respuesta de Kai por el triste
sonido que hizo.
—¿Crees que tu segunda visión te avisará si hay dragones cerca? —preguntó Jun a
Ping.
—No lo sé. No sentí nada cuando vimos a aquel blanco.
Ping contuvo el aliento y se concentró en su cuerpo. Buscó la menor sensación: un
temblor, un picor, un pellizco, algo que pudiese indicarle que su segunda visión
había detectado la presencia de un dragón. No había nada.
Treparon por la hendidura de la montaña. Ping sintió frío inmediatamente. El
agujero era tan estrecho que apenas podían deslizarse a través de él, tan profundo
que el cielo que se alzaba encima de ellos se convirtió en una estrecha cinta azul. El
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terreno seguía empinándose. Piedras desprendidas bajo sus pies hacían difícil la
escalada sin que resbalasen. Tras ellos, la vista del lago se hacía cada vez más difusa,
hasta que desapareció del todo. La grieta se hizo tan estrecha que tuvieron que
avanzar de lado, y justo cuando parecía que iba a cerrarse del todo empezó a
ensancharse de nuevo y a abrirse en una estrecha franja de tierra cubierta de hierba a
los pies de un alto precipicio, desde lo alto del cual una delgada cascada caía en
vertical.
—Esto debe de ser la Cola de la Serpiente —dijo Ping.
—Sí —convino Kai.
Aún no había ni rastro de dragones.
—¿Y cómo vamos a escalar esto? Por lo menos debe de tener treinta chang de
altura y es liso como una pared —comentó Jun, mientras observaba la escarpada
pared vertical.
Ping sonrió y señaló algo que pendía de lo alto del precipicio. Era una cuerda.
—Usaremos esto.
Jun se acercó a la cuerda y tiró de ella, pero se rompió por la mitad y cayó sobre su
cabeza.
—Sea como sea que la gente sube y baja, seguro que no es usando esto.
La desgastada cuerda se deshizo en sus manos.
Se sentaron a descansar mientras consideraban su último obstáculo y comieron
algo, aunque ninguno de ellos tenía apetito. El precipicio se curvaba alejándose por
la izquierda y la derecha, tan vertical y alto como siempre. Kai buscó huellas, pero
sus agudos ojos no vieron ninguna.
—Si recorremos el precipicio, tal vez encontremos algún sitio más fácil por donde
subir.
—No —dijo Ping—. Sería una pérdida de tiempo. La única forma de subir a Long
Gao Yuan es volando hasta allí. Por esta razón los dragones eligieron este lugar. Lao
Longzi dijo que teníamos que escalar la Cola de la Serpiente. Si hubiese alguna forma
más fácil nos lo habría contado.
—¿Y por qué los dragones no bajan y nos llevan volando hasta allí? —preguntó
Kai.
—Es una prueba, nuestra última prueba. Debemos averiguar cómo escalar el
precipicio —dijo Ping.
Jun observó de nuevo la cascada. Dio un puntapié a la cuerda podrida que estaba
a sus pies.
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Ella lo siguió, aplastando su cuerpo contra la pared del precipicio. Había espacio
suficiente para mantenerse alejado del chorro de agua. Kai ya había empezado a
escalar, y los dedos de sus cuatro garras se clavaban en las estrechas grietas. Ping
pudo distinguir los puntos de apoyo que el dragón había usado. Estaban tallados por
la mano del hombre. Esperaba encontrar agujeros profundamente cavados con
puntos de apoyo sobresaliendo a los que pudiera sujetarse firmemente, pero éstos no
eran más que bastas grietas, escarbadas en un lado del precipicio. Sólo pudo
distinguir dos o tres directamente por encima de su cabeza. Lentamente, Kai empezó
con cuidado su ascenso, como un lagarto. Ping lo observó con el corazón en un
puño. Luego se sujetó a dos de las estrechas hendiduras que había sobre su cabeza y
colocó un pie en otra. Empezó su ascenso.
—¿Ping está bien? —preguntó Kai.
Ping estaba contenta de no tener que buscar energía para hablar en voz alta.
—Sí.
Ping pronto descubrió que, si dejaba que alguna parte de su cuerpo sobresaliese
hacia la cascada, el agua helada la empaparía y quizá la arrastraría, dada su precaria
sujeción. La cascada parecía impaciente por despeñarla por el precipicio contra las
rocas del fondo. Era difícil mover un pie tras otro hasta el siguiente punto de apoyo
mientras intentaba pegarse contra la pared del precipicio.
A medida que subía, los puntos de apoyo cada vez estaban más separados, y al
cabo de un rato los brazos y las piernas empezaron a dolerle. Tenía las yemas de los
dedos en carne viva y las rodillas arañadas. Estaba temblando. El rugido
ensordecedor del agua hacía difícil concentrarse. Cada vez que se sujetaba a una
grieta, sus dedos estaban más rígidos que en la anterior. Sentía como si los músculos
de sus piernas ardiesen. Sus movimientos se hicieron más lentos, y también su
mente.
La siguiente grieta estaba casi fuera de su alcance. Se balanceó de puntillas sobre
su pie izquierdo y alargó la mano para sujetarse. Los dedos de su mano derecha se
cerraron lentamente a su alrededor. Levantó el pie derecho y buscó a tientas el
siguiente punto de apoyo. No pudo llegar hasta él. No tenía las piernas lo
suficientemente largas. Todo su cuerpo temblaba extenuado por el esfuerzo de
soportar la totalidad de su peso sobre los dedos de un solo pie. Tenía los dedos
congelados y los sentía como rígidas garras. Las ropas le pesaban como si llevara
piedras cosidas en ellas.
—¡No puedo moverme! ¡Voy a caer! —dijo ella.
Incluso la voz de su mente sonaba temblorosa y asustada.
—Kai regresa a ayudar a Ping.
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Al cabo de un momento Ping sintió que algo frotaba su mano. Era una de las patas
traseras de Kai.
—Sujétate —dijo Kai.
—¿Estás seguro de que podrás conmigo?
—Kai puede levantar a Ping hasta el siguiente punto de apoyo —repuso el dragón
—. Después de tanto caminar, las patas de Kai son muy fuertes.
Ping soltó de la pared su mano izquierda y la alargó para cerrarla lentamente
alrededor del tobillo de Kai. Si éste había sobreestimado su fuerza, caerían los
dos. Sacó despacio su mano derecha. Contuvo el aliento mientras lo hacía, confiando
todo su peso a Kai. Su cuerpo empezó a subir y sus pies se apoyaron en los
salientes. Buscó alrededor tanteando con el pie alzado hasta que encontró el siguiente
apoyo. Encontró una grieta para su mano derecha y un lugar para su pie izquierdo.
—Está bien —dijo ella.
Soltó el tobillo de Kai. Sus pies y sus manos soportaron el peso de su cuerpo de
nuevo. Lo sentía como si estuviese hecho de bronce y pudiera despeñarse hasta el
fondo del precipicio.
—Kai está arriba —dijo el dragón.
Ping alzó los ojos. Quedaba menos de medio chang hasta lo alto, pero no podía
moverse.
—¡Ping! ¿Ping está bien? —dijo Kai, preocupado.
La muchacha no pudo formar ninguna palabra en su mente para responderle. Sus
fuerzas la estaban abandonando. No podía mover los dedos, curvados como garras
alrededor del borde del precipicio. Miró hacia arriba para ver si había algún saliente
donde poder descansar aunque sólo fuera unos minutos. Pero no lo había. Cerró los
ojos. Había algo cálido donde sí podía ir. El sueño la llevaría hasta allí. Sus dedos
empezaron a deslizarse por la grieta y no le importó. Se soltó, preparada para caer en
el olvido.
Pero entonces sintió que los dedos de la garra de Kai la sujetaban por la espalda de
su chaqueta, la arrastraban por el agua y la levantaban hasta dejarla en una
pendiente cubierta de hierba. No se atrevió a mirar abajo. Su cuerpo aún temblaba de
forma incontrolada. Se obligó a mover los brazos y las piernas de nuevo,
arrastrándose pulgada a pulgada para alejarse del borde del precipicio. Descansó
agradecida la mejilla y los dedos, que sangraban en carne viva, sobre la hierba. Sintió
las almohadillas de las garras de Kai acariciándole el rostro.
—Ping está a salvo.
La muchacha alargó la mano y tocó su piel escamosa.
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—Sí.
Habían superado la prueba. Su viaje había terminado. Estaban en lo alto de
Long Gao Yuan: la llanura del Dragón. El sol estaba a punto de ocultarse tras las
montañas. Ping se sentó con esfuerzo, y los últimos rayos de sol la acariciaron con su
calor.
Estaba colgada en el borde de una ancha llanura circular que descendía por el
centro, donde había tres lagos de aguas prístinas. Todo estaba bañado de luz
anaranjada. La brisa mecía suavemente la hierba. Había arbustos cubiertos de flores
amarillas, y la hierba estaba tachonada con campanillas de color púrpura y espigas
de flores azules. Un arroyo atravesaba la llanura antes de precipitarse por el borde y
convertirse en la Cola de la Serpiente. Long Gao Yuan era tal como Ping lo había
imaginado.
Un sonido triste rompió el silencio. Era Kai. El lamento era tan intenso que hizo
que a Ping le doliese el corazón.
—¿Dónde están los dragones?
El último rayo de sol desapareció. Kai corrió por toda la llanura en busca de
lugares donde podían estar ocultos los dragones. Encontró una cueva, pero estaba
vacía. Se sumergió en los estanques. Ping esperó mientras buscaba dragones
dormidos en sus profundidades. Cada vez que salía a la superficie, su grito era aún
más lastimero si cabe.
—No hay dragones. No hay dragones —se lamentaba entre lloros.
La luz se estaba desvaneciendo, pero si hubiera habido algún signo de vida, los
agudos ojos de Kai la habrían descubierto. La llanura estaba vacía. Allí no vivía
ningún dragón.
Sin embargo había algo. Ping lo vio en el centro de la llanura. Parecía un montón
de ramas, como una hoguera a punto de ser encendida. Kai se detuvo de pronto,
mirando el montón. A Ping se le llenaron los ojos de lágrimas. Aunque la luz ya casi
había desaparecido, sabía qué era aquello. Era algo que había visto antes y que había
esperado y rezado para no tener que verlo nunca más. No era un montón de ramas,
sino un montón de huesos. Huesos de dragón.
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Kai se puso a aullar. Ping había escuchado antes el lamento de un dragón. Había
sido cuando la madre de Kai había muerto. Danzi había emitido aquel mismo sonido
melancólico, y su lamento había resonado por toda la montaña Huangling. Era un
sonido parecido a dos cazos de cobre chocando entre sí. Aquellos momentos habían
helado el corazón de Ping. El sonido de la pena de un dragón era mil veces peor que
el sonido de la tristeza humana.
La aflicción de Kai era muy intensa y se reflejaba en aquel sonido agudo. Era el
más triste que la muchacha había escuchado jamás. Quería ponerse en cuclillas,
cubrirse la cabeza y aislarse de todo. Las lágrimas recorrían sus mejillas; sin embargo,
en el rostro de Kai no había lágrimas. Los dragones no lloraban.
No podía hacer nada para consolarlo. Lo abrazó fuertemente, le susurró palabras
de ánimo que le parecieron huecas, puesto que ella misma no podía ocultar su propia
pena. Durante semanas, Kai no había hecho más que hablar de reunirse con otro
dragón. Ping pensaba que tal vez debería haberle prevenido que no debía tener
tantas esperanzas, pero ella misma se había permitido creer que encontrarían
dragones en Long Gao Yuan.
Mientras abrazaba a Kai, miró el montón de huesos. Los dragones no habían
muerto gradualmente. Lao Longzi le había explicado que aquellas criaturas
enterraban a sus muertos en lo más profundo de la tierra. Así pues, esos dragones no
habían muerto de viejos, sino que habían sido masacrados salvajemente, habían sido
despedazados para desposeerlos de sus preciados miembros. Ojalá su segunda
visión le hubiese permitido leer el futuro; por lo menos habría estado prevenida ante
lo que se encontrarían.
A Ping no se le había ocurrido que tendría que pasar por ese trance. Había
cumplido los deseos de Danzi. Había llevado a Kai hasta el refugio de los dragones y
esperaba encontrar dragones en Long Gao Yuan, más de uno. Por el contrario, se
encontraban solos en una fría montaña con la noche cerniéndose sobre ellos como un
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negro manto. No tenían mantas ni comida. Ping había imaginado que los dragones
los recibirían con una feliz bienvenida y que alguno de ellos bajaría a buscar sus
pertenencias.
Ping regresó al borde del precipicio. Sabía que no podía descender por la misma
vía por la que habían escalado hasta allí. Al menos no ahora. Ni nunca. Estaba
demasiado oscuro para ver el fondo, donde rompía la cascada. Llamó a Jun a gritos,
pero el ruido del agua se tragó su voz. Esperaba que al menos el joven no intentase
seguirlos.
La noche cayó sobre la llanura, negra y fría. Se refugiaron en la cueva, estaba
demasiado oscuro para ver nada, pero Ping pudo sentir que había hierba seca en el
suelo que crujía bajo sus pies y hedía a algo. Era el hedor rancio de la orina de
dragón. Tampoco es que la cueva fuese mucho más cálida que el exterior, pero al
menos no había humedad. Se acurrucaron en la oscuridad el uno junto al otro,
mientras los minutos transcurrían lentamente, como si se arrastrasen hasta el
amanecer.
Cuando el sol asomó, Ping estaba entumecida de frío. Kai había cesado de
lloriquear, pero no quería hablar. Finalmente, el sol extendió sus rayos por el borde
de la llanura. Por una parte los calentó, pero por la otra les reveló de nuevo el
montón de huesos. Ping miró alrededor de la cueva. Había hierba seca apilada y algo
de carne seca. Era la guarida de animales salvajes. Kai estaba enroscado sobre sí
mismo y no quería salir de la cueva.
Una vez fuera, la luz del sol le permitió ver que los huesos de dragón ya estaban
blanqueados, como si los dragones hubiesen muerto muchos años atrás. Había un
arma oxidada entre los huesos. Ping no necesitaba ninguna prueba de que los
humanos habían sido responsables de la matanza; sin embargo, allí estaba. Se alegró
de que Lao Longzi no estuviese con ella para presenciar aquello. Había muerto
creyendo que estaba llevando al hijo de Danzi a un lugar seguro.
Ping inspeccionó la llanura palmo a palmo. Se asomó a los estanques de aguas
cristalinas y no necesitó vista de dragón para ver que estaban vacíos. Recordó que
Danzi había vivido en Long Gao Yuan durante muchos años y se alegró de que su
espíritu inquieto lo hubiese alejado de la matanza. Su propia vida habría sido muy
distinta si el viejo dragón hubiera permanecido en la llanura.
En el transcurso de la mañana, Ping casi esperó que Jun trepase por el borde de
la cascada. Se acercó cuanto pudo y se atrevió a asomarse para mirar hacia abajo,
aunque aquella vista la mareó. Lanzó rocas para atraer la atención de Jun, pero no
había señales de él.
—Debe de estar buscando otra manera de subir —dijo Ping a Kai.
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Hacía más de un día que Ping no había comido nada. Encontró unas pocas setas
pequeñas y algunas bayas. La carne seca de cabra que había en la cueva estaba
correosa, pero aún era comestible. Encendió una fogata y calentó un poco de agua en
un recipiente hecho con la corteza de una calabaza. Kai no quiso comer.
—No es el final de nuestro viaje, Kai. Al menos un dragón sobrevivió a lo que
fuese que sucedió aquí, ambos lo vimos. Seguro que ha encontrado algún otro sitio
donde vivir. Lo que sucede es que recela de la gente, lo cual es perfectamente
comprensible. Tenemos que encontrar al dragón blanco, convencerlo de que soy una
amiga. Hemos de idear un plan nuevo. —Ping procuró animar a Kai, pues le
preocupaba que éste no se recuperase del disgusto—. Podemos quedarnos aquí, si es
donde Danzi quería que vivieses. Quienquiera que fuera que matase a los dragones
ya hace mucho tiempo que se marchó y nunca regresará. Puedes cazar, y debe de
haber peces en los estanques —sugirió Ping.
—No. Este lugar es triste y desagradable. —La respuesta de Kai fue rápida y
firme.
Ping no discutió.
Pasaron toda la mañana buscando un lugar por donde bajar. Ping ni se atrevió
a sugerir a Kai que podían descender por donde habían subido puesto que, en su
desánimo, quizá resbalase y cayese. Algo sí era cierto, ella no podía bajar por allí.
Kai seguía sin querer comer, pero Ping se obligó a mascar un poco de carne de
cabra. Se sentó a la luz del sol, con la esperanza de que con algo de calor y comida se
le ocurriese algo. Había dormido muy poco durante la fría noche y el sol la
adormecía. Cerró los ojos, sólo unos instantes.
Un extraño ruido la despertó; le pareció como si alguien sacudiera pesadas
mantas. Abrió los ojos y el resplandor del sol la cegó. Era el aleteo de un ave, una
gran ave. Kai la llamó. Era un extraño grito, como el tintineo de campanillas en una
tormenta, pero con un débil sonido de cuchillos afilándose. Una mezcla de alegría y
temor. Ping se hizo sombra con la mano para poder ver. Una criatura inmensa y
alada se mantenía inmóvil sobre ellos, mayor que cualquier pájaro.
Cuando la vista de Ping se acostumbró a la luz vio garras y cuernos, alas y
escamas. Era un dragón. En lo alto, en el cielo, parecía blanco, pero de cerca vio que
su color era amarillento. La criatura alargó sus patas delanteras y agarró a Kai,
clavándole las garras en el costado. La muchacha vio que había sangre púrpura
rodeando cada garra.
—¡Ping! ¡Ping!
El alegre sonido del tintineo de campanillas desapareció del grito de Kai y fue
reemplazado por el entrechocar de cuencos de cobre.
-¡Ping!
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El dragón alzó a Kai por los aires. Ping alargó las manos sin éxito. Volando en
círculos por encima de ella, el dragón amarillo la miró como si fuese una araña o una
serpiente. Luego agitó sus alas y se alejó volando con Kai sujeto entre las garras. Ping
gritó inútilmente amenazas y frenéticas súplicas. Pero el dragón se fue, y Kai con él.
Ping se sentó y estuvo contemplando fijamente el cielo durante un buen rato. Su
cerebro se negaba a reaccionar. Pensó que el dragón tal vez regresaría por ella, pero
luego recordó la mirada de sus fríos ojos.
Pasó el resto del día buscando desesperadamente una forma de bajar de la llanura,
pero mirase por donde mirase por el borde, el precipicio caía en vertical. De nuevo
anocheció, y Ping se arrastró hacia la cueva de los dragones y se echó en la hierba
seca.
Recordó lo que el adivino le había dicho en el palacio Beibai sobre la lectura de la
última adivinación del Yi Jing: «Léela solamente cuando te encuentres ante la mayor
dificultad.» Ese momento había llegado. Había perdido a Kai, nada podía ser
peor. Sacó el cuero de su bolsa y lo desplegó. En un lado había seis líneas gruesas,
cada una con su propia lectura. «Una lectura auspiciosa —había dicho el adivino—,
la más auspiciosa.» Dio la vuelta al trozo de cuero. En el otro lado había una única
línea de caracteres. La leyó por primera vez: «Un grupo de dragones sin
cabeza. Magnífica fortuna.» Ping leyó la columna de caracteres de nuevo. Debía de
haber cometido algún error. Había visto dragones sin cabeza, sin corazón, sin
escamas. No había nada más que un montón de huesos blanqueados. ¿Cómo era
posible que aquello significase buena fortuna? Lágrimas de rabia recorrieron su
rostro mientras retorcía el cuero y lo lanzaba, lo más lejos posible.
A la mañana siguiente, cuando Ping se despertó, pensó que estaba en el Tai
Shan. Luego recordó que Kai ya no estaba con ella. Desde que había abandonado la
montaña Huangling, había cuidado de dos dragones, había hecho muchos amigos, y
amables gentes extrañas la habían ayudado. Pero tan rápido como habían entrado en
su vida, la habían dejado de nuevo. Nadie se había quedado con ella el tiempo
suficiente. Estaba sola. Totalmente sola. Había experimentado la soledad y el
sentimiento de pérdida muchas veces. Recordó que se le había roto el corazón
cuando se enteró de que Danzi la había abandonado sin decirle una palabra de
despedida, reemplazándola por Wang Cao. Sin embargo, por aquel entonces tuvo un
amigo con quien consolarse. Lie Che la había ayudado a recuperarse, y ella había
encontrado de nuevo su camino. Se acordó del terrible sentimiento que la asoló
cuando perdió la piedra del dragón, pero entonces Danzi estaba a su lado. Incluso en
los años más solitarios pasados en Huangling, tuvo el consuelo de la compañía de la
peluda Hua.
Ella y Kai habían recorrido todo el imperio, habían desvelado el misterio del
rompecabezas de Danzi. Contra todo pronóstico, habían encontrado el único lugar
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del imperio que Danzi quería que encontrasen. Ping había llegado al final de su viaje,
pero había resultado que allí no había nada.
Salió a que le diese el aire frío y vigorizante de la montaña. Esta vez no había
nadie que la consolase. Nadie que la ayudase. No se había sentido tan sola en toda su
vida. Y tenía una herida abierta en su corazón, en el lugar donde Kai había sido
arrancado de ella. Sabía que nunca cicatrizaría. Regresó a la cueva y no salió más
aquel día. Se hizo un lecho con la hierba seca, tal como Kai lo habría hecho. Era
cómodo. Se acurrucó allí, hecha un ovillo y pasó toda la noche.
Al día siguiente permaneció en el mismo lugar, y sólo se movió para ir a orinar en
un rincón. Sus ojos se habituaron a la tenue luz de la cueva y entonces vio marcas
hechas en sus paredes. Se acercó. Había dos caracteres garabateados con mano
temblorosa. Los dos caracteres significaban «traición». Ping regresó a su lecho de
hierba seca. No comió, y pasó otra noche. Perdió la esperanza de que Jun subiera a
rescatarla. Podía haber intentado escalar la Cola de la Serpiente y haber
caído. Esperaría simplemente a que el mundo desapareciese.
Ping sintió una fría brisa sobre su mejilla que la hizo temblar. Esto la molestó,
puesto que había estropeado lo único que le quedaba, la relativa calidez y
comodidad de la cueva del dragón. Procuró alejarse de aquella incómoda ráfaga de
aire, pero luego se dio cuenta de que no provenía de la boca de la cueva, sino de las
profundidades de ésta. Se levantó y siguió la corriente de aire frío. El fondo de la
cueva era de sólida roca; no había ninguna salida. Ya no podía sentir la brisa en su
rostro; ahora ésta le revolvía el cabello sobre la cabeza. Tocó el techo de la cueva y
dio con un agujero.
Había buscado una ruta de escape que la condujese hacia abajo y, en lugar de eso,
había encontrado un túnel que la llevaba hacia arriba. No estaba construida por
dragones, sino que era de la medida de una persona. Recogió la comida que había
quedado en la cueva del dragón y la metió en su bolsa. Arrastró una piedra grande y
la llevó dentro de la cueva para subirse a ella y acceder al túnel. En él alguien había
tallado hendiduras. Se sujetó a ellas y, a pesar de no haber comido nada en dos días,
encontró las fuerzas suficientes para darse impulso y ascender.
El túnel avanzaba, hacia arriba casi en vertical, pero en un lado podía palpar
estrechos escalones que habían sido tallados en la roca. Se sujetó a ellos y empezó a
subir, avanzando a tientas en la oscuridad. El túnel subía por un corto tramo,
después giraba a la derecha en ángulo recto y se volvía horizontal. Se arrastró por él
varios minutos y luego, aunque era difícil poder afirmarlo en la oscuridad, Ping
pensó que empezaba a descender. A pesar de que el aire estaba enrarecido, encontró
la oscuridad extrañamente reconfortante. Se arrastró cabeza abajo durante un buen
trecho y se arañó las manos al intentar no deslizarse demasiado deprisa. La
pendiente, definitivamente, se hacía más pronunciada. Sentía que algunas de las
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paredes por donde pasaba se ensanchaban lo suficiente para poder dar la vuelta,
pero en general el túnel era estrecho por dondequiera que lo tocase. Pensó que, de
todas maneras, no se veía capaz de avanzar lentamente de regreso, así que siguió
avanzando. Luego perdió su punto de apoyo con las manos sobre el suelo del túnel y
resbaló. No podía hacer nada para detenerse. Se deslizó de cabeza, arañándose los
brazos y las rodillas, golpeándose la cabeza mientras intentaba frenar su caída. De
pronto el túnel finalizó y Ping chocó contra el suelo. Estaba echada sobre un montón
de hierba colocada en aquel lugar probablemente para amortiguar la caída, pero ésta
se había secado tanto y era tan frágil que apenas sirvió de colchón.
Al principio no se levantó, simplemente porque no podía. Le dolía todo el
cuerpo. Sintió que le corría sangre por la frente. Delante de ella, algo de luz se filtraba
entre las ramas. Un arbusto había crecido ante la entrada del túnel. Tenía los brazos
llenos de cortes y arañazos, sus pantalones se habían desgarrado y las rodillas con la
piel ensangrentada eran visibles a través de los agujeros. Se quedó allí echada
durante un buen rato y consideró si quería levantarse o quedarse allí hasta que se
convirtiese en alimento para las plantas y los roedores.
Pero no podía morir sin saber qué le había sucedido a Kai. El dragón amarillo
podía ser una hembra amable que quisiera cuidar de él. Kai podría ser feliz
disfrutando del cuidado de otro dragón por primera vez en su corta vida. O tal vez
podría ser un macho territorial furioso que no querría a otro macho joven en su
zona. Cualquiera que fuese su destino, ella tenía que averiguarlo. Rompió las ramas
que cubrían la entrada del túnel y se arrastró hacia la luz.
Por el ángulo del sol, Ping supo que era media tarde. Aún le quedaban horas de
luz diurna. Se puso de pie y caminó alrededor de la base de Long Gao Yuan hacia la
Cola de la Serpiente.
—¡Jun! ¡Jun! —gritó con todas sus fuerzas.
No había ni rastro de Jun ni de la alforja que contenía sus pertenencias. Ping siguió
andando y dando voces. Se detuvo sólo para beber de una fuente y comer algunas
bayas, hasta que completó todo el circuito de la base de Long Gao Yuan. El sol casi se
había puesto en el horizonte y aún no había encontrado a Jun.
Ping se sentó y descansó un rato. Estaba segura de que Jun iba a esperarla; habría
apostado su vida en ello. Lo llamó otra vez, pero su voz resonó en la pared del
precipicio. El muchacho sólo había sido otra persona que había entrado en su vida y,
poco después, la había abandonado. Había regresado a su mundo seguro y confiado
de los gusanos de seda y las moreras. El también se había marchado.
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El tiempo cada vez era más caluroso. No llevaba agua en su bolsa, por lo que sólo
podía beber cuando por casualidad tropezaba con algún riachuelo o una charca en la
que el agua ya se iba secando. Al final se le terminó la carne seca. Tampoco crecían
ya setas, puesto que la tierra era demasiado árida. Y los pájaros habían acabado con
la escasa cosecha de bayas de los arbustos. Su rostro estaba quemado por el sol; sus
labios, agrietados. No tenía sombrero, ni siquiera contaba con los restos de su
camisón para protegerse del sol el rostro y la cabeza. Tampoco había árboles que
pudiesen ofrecerle sombra. Le daba la impresión de que el sol acabaría por horadarle
la cabeza.
Pasó muchos días en blanco y al final ya no se molestó ni en contarlos. El calor le
hacía difícil pensar en nada. Sentía como si se le fuera a derretir el cerebro. Cada vez
que se concentraba en un pensamiento, éste desaparecía de su mente, como una
pesada cuerda deslizándose entre sus dedos, como un sueño desvaneciéndose al
despertar.
Los días transcurrían y Ping no pensaba en nada. Si dejaba que su mente divagase,
sólo la devolvía a su propio sufrimiento. Además, de todos modos, pensar consumía
energía. Se movía de forma inconsciente y tan pronto la noche caía se derrumbaba en
un sueño exhausto allí donde se encontrase, sólo para despertarse en la oscuridad,
temblando de frío e incapaz de dormirse otra vez. Después empezaba a caminar de
nuevo antes del amanecer, tropezando con las piedras y rodando por las laderas en
la oscuridad.
En otros tiempos ya había pasado hambre, pero nunca como entonces. Recordó las
comidas frugales en Huangling, con gachas aguadas y las sobras que quedaban en el
plato del amo Lan. Ahora se le hacía la boca agua al pensar en tales festines. Hurgó
en su bolsa por si quedaba dentro alguna migaja de comida: un fruto seco, alguna
baya mustia, algún trozo de seta mohosa. Lo único que encontró fue un espejo, un
fragmento púrpura y una descolorida escama de dragón.
No podía recordar el nombre de la hermana del emperador. Había olvidado
cuánto tiempo hacía que había dejado el palacio Beibai. Sólo era cuestión de tiempo
que olvidase también quién era y qué estaba haciendo allí. Se detuvo a pensar
un momento. ¿Adónde iba? No se acordaba. Sin embargo, aún recordaba su
nombre. Sujetó la cinta de seda que llevaba alrededor del cuello. Nunca olvidaría su
nombre. Miró su cuadrado de bambú; estaba en blanco. El sol había borrado el único
carácter que debía estar escrito en él. Demasiado cansada para tenerse en pie, Ping se
sentó en el suelo y cerró los ojos. Ninguno de sus sentidos respondía, se había
convertido en una concha vacía.
Sus dedos se cerraron alrededor del fragmento púrpura. Lo sentía frío entre sus
manos. Acarició su lisa superficie y admiró su bello color. Sentía un doloroso
sentimiento en su pecho. Su mente, vacía de cualquier otro pensamiento, se
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Día tras día siguió andando. Cada vez se encontraba más fuerte y notaba su mente
más despejada. Sentía que la hebra invisible se hacía también más fuerte y era
improbable que se rompiese, más parecida a una cuerda ahora que a una hebra. Se
estaba acercando, pero sabía que Kai aún estaba a cientos de li de distancia.
Cada día debía enfrentarse a una nueva cima, igual que la anterior, sólo que más
alta aún. Era como si estuviese escalando una y otra vez la misma montaña, luchando
por alcanzar la cima y bajando con cuidado de no caer por el otro lado, únicamente
para descubrir que se encontraba a los pies de nuevo. Cuando se detenía para
recuperar el aliento, miraba a su alrededor y lo único que había eran cumbres
montañosas en todas direcciones. Se sentía como si estuviese escalando la cima del
mundo. Aunque era verano, se fijó en que había algo de nieve sucia aún oculta en los
rincones más umbríos de la roca.
Las montañas estaban cubiertas de plantas pequeñas y musgosas que tenían un
ligero matiz rojizo. A distancia, parecían de color marrón oxidado. Divisó un águila
blanca que planeaba muy alto en el cielo encima de ella buscando comida y deseó
tener alas. Si pudiese volar no tardaría nada en viajar de pico en pico. Tanto si elegía
rodear andando una cima como escalarla, siempre tardaría mucho más que el águila.
Algunas mañanas, después de algún ascenso particularmente pronunciado el día
anterior, se le hacía difícil despertarse. Cuando se levantaba, le parecía que las
montañas bailaban a su alrededor y tenía que sentarse de nuevo. La cabeza le latía y
no tenía apetito. Cada paso que daba le suponía un gran esfuerzo. Lo único que
quería era dormir, pero cuando se echaba el sueño se negaba a aparecer. Descubrió
que si descansaba un día se sentía mejor. No quería detenerse, pero avanzaría más si
esperaba a que el malestar pasase que si caminaba a trompicones mientras se sentía
enferma.
Un día llegó con penas y trabajo a lo alto de una ladera y descubrió una planicie
montañosa que se extendía perfectamente llana delante de ella. Hacía tanto tiempo
que no había atravesado una superficie llana que incluso le pareció extraño. No le
costó ningún esfuerzo cruzarla después de tanto escalar; era como deslizarse algunas
pulgadas sobre la tierra. Pero al otro lado de la planicie había otra cordillera que se
elevaba incluso más alto y se veía coronada por cimas nevadas. La impaciencia se
apoderó de ella. Quería encontrar a Kai ya.
Y luego estaba el clima. ¿Cómo conseguiría sobrevivir en las montañas cuando
hubiese pasado el verano y se acercase el invierno? ¿Cómo evitaría congelarse? ¿Qué
comería? Inspeccionó sus provisiones, que consistían en unas pocas raíces y algunos
caracoles grandes que sabían bastante bien cuando los asaba en las brasas. Tenía sólo
lo suficiente para una comida. Miró hacia lo alto, al sol que brillaba en el cielo, e
intentó averiguar cuánto faltaba para que llegase el invierno. Pero en las montañas
debía de llegar antes de lo que ella estaba acostumbrada. Recordó los gélidos
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eran palabras ni sonidos, sino una emoción: justo como la que había tenido antes de
que Kai naciese, cuando él aún estaba dentro de la piedra del dragón. Lo que oía era
una mezcla de placer y temor. El dragón la estaba llevando junto a Kai.
Volaron durante horas. El aire cada vez era más frío, por lo que supo que
volaban más y más alto. Al final, el batir de las alas disminuyó y las ráfagas de viento
cesaron. Estaban planeando y luego descendieron.
El aire de pronto se hizo más cálido y más húmedo. Y había un nuevo olor, un
hedor similar a huevos podridos. Con un ruido sordo se posaron de nuevo en la
tierra. Ping pudo escuchar cómo las garras arañaban la piedra. Sus ataduras fueron
aflojadas y cayó rodando por el suelo, aterrizando en la dura piedra. Escuchó un
sonido maravilloso en su cabeza. El tintineo de campanillas al viento.
—¡Ping, Ping, Ping!
La muchacha alargó los brazos en la dirección del sonido, pero Kai no fue hasta
ella.
—¿Estás bien? —No pronunció las palabras en voz alta.
—Sí, sí. Kai está bien.
—No veo —dijo Ping—. El dragón me ha rociado la cara con algo. No sé lo que
era.
—Saliva —dijo Kai—. La saliva de dragón ciega los ojos humanos.
—¿El dragón ha escupido en mis ojos? —exclamó Ping.
—No dura. Muy pronto Ping verá de nuevo.
Poco a poco estaba recuperando la vista, ahora ya podía ver tenues formas.
—¿Dónde estás?
Intentó distinguir algo entre las sombras borrosas. Enpezaban a tomar una forma
más sólida. Pensó que estaba de pie en el centro de un círculo de rocas grandes e
irregulares, de diferentes colores.
—Ellos me están sujetando —dijo Kai.
—¿Ellos?
¿Acaso había sido capturada por una tribu de gente que había esclavizado a un
dragón? ¿Serían aquellas formas borrosas hombres vestidos con capas?
Algo corrió hacia ella. Era Kai. Se había soltado de quienquiera o cualquier cosa
que lo estuviese reteniendo. Casi tira al suelo a Ping. Ella lo abrazó con fuerza y
sintió sus familiares escamas y pinchos bajo los dedos. Tocó su nariz, acarició sus
orejas.
—Pensé que te había perdido.
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—Kai no se ha perdido.
Las lágrimas que empezaron a brotar calmaron sus ojos doloridos. Escuchó el
sonido de Kai, alegre y feliz como las campanillas de un móvil mecido por la
brisa. Ahora sí podía verlo, aunque borroso. El dragón estaba a salvo.
Finalmente Ping pudo distinguir las formas irregulares que había a su
alrededor. Dio la vuelta lentamente en círculo. No estaba rodeada de rocas u
hombres. Estaba rodeada de dragones.
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Había siete dragones: dos rojos, tres blancos y dos amarillos. Los blancos eran los
más pequeños, no mucho más grandes que Kai, pero dos de ellos ya tenían las alas
completamente desarrolladas. Los tres blancos eran hembras; Ping lo supo por sus
narices onduladas y sus colas más finas. Los dragones amarillos, un macho y una
hembra, eran de un tamaño mediano y tenían alas.
Danzi había contado a Ping que a un dragón no le crecían los cuernos hasta que
llegaba a los quinientos años, lo que significaba que incluso el dragón blanco más
joven, cuyos cuernos no habían terminado de crecer, tenía que ser mayor de esa
edad. Los dos dragones rojos eran los más grandes, más que Danzi incluso, y ambos
eran hembras. La más joven tenía los cuernos completamente desarrollados, pero
carecía de alas. Las alas de un dragón no se formaban hasta que éste alcanzaba los
mil años. El otro dragón rojo era inmenso y anciano. Tenía los ojos apagados y una
de sus alas colgaba de su costado abierta, hecha jirones y cruzada con viejas
cicatrices.
Ping miró fijamente a las siete criaturas que tenía a su alrededor, y éstas le
devolvieron la mirada, como si ella fuera la criatura extraña. Sus colores no eran
brillantes como el de las frutas o las flores. Los dragones amarillos eran del mismo
color de la arena que daba nombre al río Amarillo. Los dragones blancos no eran de
un blanco intenso como la nieve, sino de un gris muy pálido. Los rojos eran de un
anaranjado como oxidado, un color similar al de los zorros. Las escamas del más
anciano se habían descolorido y se aproximaban más al marrón. Seguramente debía
de tener dos o tres mil años. Kai era el único dragón verde. Era jovencísimo
comparado con aquellos dragones, puesto que no tenía ni dos años. Sus escamas de
bebé habían desaparecido en su totalidad, y las que las reemplazaban eran de un
verde jade. Parecía una reluciente joya bruñida entre los otros de su especie.
Ping, finalmente, consiguió apartar la mirada de los dragones y recorrió con ella el
entorno. Estaban en una llanura elevada y rodeada por el azul intenso del cielo por
todos lados. Aquella llanura era muy diferente de la que había sido capturada. La
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tierra era tan clara que al principio pensó que era nieve, pero era de arcilla blanca
horadada por agujeros y cráteres, salpicada de montículos, como si alguien hubiese
cavado agujeros por todo el terreno. De los agujeros brotaba vapor. Algunos de los
cráteres estaban llenos de agua; sin embargo, no eran charcas ordinarias. Todas
desprendían vapor y el agua que contenían era de colores intensos. La laguna más
grande era de color naranja. Había dos más de un verde muy vivo y una tercera de
un rosado luminoso, mientras otras eran blancas, amarillas y púrpuras. Por todas
partes había charcas, no de agua, sino de barro, que hervía burbujeante como espeso
caldo hirviente.
Había cavernas cuyas oscuras bocas estaban forradas de pequeños cristales
amarillos y que conducían a las profundidades de la tierra. El olor sulfuroso lo
impregnaba todo. Ping deseaba taparse la nariz, pero pensó que sería de mala
educación. El agua manaba de la tierra en algunos lugares, sólo para desaparecer de
nuevo por otros agujeros. Había poca vegetación y ni un solo árbol. Ping nunca había
visto un paisaje igual.
Ninguno de los dragones intentó comunicarse con ella. No tenía ni idea de lo que
pensaban por tener a un humano en su medio.
Ping habló mentalmente con ellos.
—Hola, soy la guardiana de Kai, me llamo Ping—dijo la muchacha.
Ninguno de los dragones respondió.
—¿No me entienden, Kai? ¿Sólo puedo hablar contigo? —dijo Ping.
—No lo sé.
—¿Ellos hablan contigo?
—Sí, pero no como Ping. Sólo con sonidos de dragón.
La vieja dragona roja acercó su enorme cabeza a Ping, como si quisiera verla
mejor, y la muchacha pudo sentir su cálido aliento en el rostro. Era una bestia
formidable. Sus cuernos se ramificaban varias veces y al menos medían tres pies de
largo. Tenía una larga barba enmarañada bajo su barbilla, y los bigotes que colgaban
a cada lado de su boca eran de color azul. Sus ojos eran turbios, y Ping sospechó que
ya le fallaba la vista.
La vieja dragona emitió un sonido metálico que recordó a Ping el ruido que hacían
las monedas al entrechocar si las agitaba en el cuenco de las manos. No era parecido
a ningún sonido que hubiera escuchado a Kai o Danzi Ping esperó que se formasen
palabras en su cabeza, pero no fue así.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Ping a Kai.
—Quiere saber cuánto tiempo has vivido con dragones.
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Ping sabía que la laguna de agua blanquecina contenía arsénico y era venenosa
para los seres humanos, a pesar de que a los dragones les encantase bañarse e incluso
bebiesen de ella.
Kai habló con los otros dragones y enseguida mostró a Ping una pequeña charca
en la que le dijeron que la muchacha podía beber con segundad, aunque Ping no
estaba tan segura de ello. La charca más bien parecía un pequeño charco y, además,
el agua era turbia y oscura. Juntó las manos en forma do cuenco y bebió un poco. Su
sabor sulfuroso era desagradable, pero Ping había bebido agua que aún sabía peor de
pozos descuidados. Un baño caliente habría sido muy relajante. Anhelaba quitarse
todo el sudor y limpiar la mugre que cubría su cuerpo.
—Kai, pregúntale si algunas de estas charcas de colores son seguras para que
pueda bañarme en ellas.
Kai habló con la dragona roja usando aquel lenguaje tintineante que Ping no podía
comprender.
—Gu Hong dice que en las lagunas sólo pueden bañarse los dragones.
—¿Es su nombre, Anciana Roja?
—Sí —respondió Kai.
—¿Tú les pediste que fueran a buscarme, Kai?
—Sí, aunque al principio se negaron; pero los dragones blancos vieron a Ping
cuando salieron a explorar. Cada día Ping se acercaba más. Pensaron que Ping
finalmente acabaría por encontrar el refugio de los dragones y no querían que otros
humanos la siguiesen hasta aquí.
—Así que no están exactamente complacidos de verme.
Kai asintió con la cabeza.
Los dragones no habían ido a buscarla porque estuviesen preocupados por su
bienestar, y ni siquiera porque Kai sufriese por ella. Simplemente temían que ella
pudiese revelar el lugar donde se ocultaban.
Ya casi había oscurecido. Ping no estaba segura de si estaba prisionera o no. El
estómago le rugía de hambre, pero no quería pedir comida a los dragones.
Sin previo aviso, un chorro de vapor brotó del suelo junto a ella hacia lo alto. Ping
se sobresaltó, pero los dragones no parecieron sorprenderse en absoluto. Todos se
dirigieron a la laguna anaranjada. El único macho, el dragón amarillo que había
transportado a Ping, se puso de cuclillas en las rocas que rodeaban la charca mientras
las hembras se metían en el agua. La laguna era ancha y poco profunda. Cuando las
dragonas se sentaron en ella, el agua los cubrió hasta las ancas. Emitían suaves y
tintineantes sonidos comunicándose entre sí.
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quería mostrarse hostil y vivir demasiado lejos de ellos. Encontró una pequeña
caverna que horadaba la roca horizontalmente a medio camino de la roca escarpada.
Estaba seca y no había cristales en las paredes. Aunque estaba lejos de las lagunas,
la ligera elevación del terreno permitía ver aún a los dragones. La cueva estaba
caliente a causa del respiradero de un arroyo cercano a la entrada, además había
helechos y musgo que crecían a su alrededor. Era pequeña, pero suficientemente
amplia para ellos dos.
—¿Qué opinas, Kai? ¿Estaremos cómodos aquí?
—Es una buena cueva para Ping. Pero Kai dormirá con el resto del grupo —dijo el
dragón.
Grupo. Era un buen nombre para una manada de dragones. Ping intentó no
parecer decepcionada. Precisamente por esta razón había llevado a Kai al refugio de
los dragones, para que pudiese vivir con los de su propia especie.
Los dragones fueron emergiendo gradualmente de sus cavernas, bostezando y
rascándose. Tenían hábitos muy distintos a los de Danzi, puesto que él nunca había
dormido demasiado. Ni se fijaron en Ping. La muchacha fue a buscar sus pocas
pertenencias y las trasladó a su nuevo hogar. Luego, ya que los dragones aún no le
habían ofrecido nada para comer, salió a investigar la parte norte de la llanura por si
podía encontrar algo con que alimentarse. Había madrigueras que parecían de
conejos. Tal vez las serpientes y los lagartos se sentirían atraídos por el calor de las
rocas. Sorprendió a un faisán mientras atravesaba un retazo de hierba, pero
necesitaría hacer alguna trampa o un cepo para cazar conejos y aves. Tenía la
esperanza de poder encontrar algún estanque de agua clara con peces, pero no halló
ninguno. Sólo encontró un par de setas, pero estaban secas y mustias por el aire
caliente.
La joven dragona roja fue hasta Kai y le dijo algo.
—Los dragones dicen que Ping puede bañarse bajo la cascada caliente —tradujo
Kai.
La cascada de agua rosada caía unos pocos pies antes de que el agua se recogiese
en un pequeño estanque, luego recoma un cráter y desaparecía dentro de la tierra de
nuevo. Ping habría preferido aguas tranquilas, pero no se quejó.
Se sorprendió al constatar que la mayoría de las dragonas se reunían a su
alrededor para ver cómo se bañaba. Sólo Gu Hong se mantuvo alejada. Ping estaba
un poco azorada por tener que bañarse con espectadores, pero ni podía recordar
la última vez que se había dado un buen baño. Su último baño caliente quedaba
muy lejano en su memoria, así que se desvistió y se deslizó dentro de la charca
humeante. El vapor que se elevaba del agua tenía el mismo olor sulfuroso
desagradable de algunas de las otras charcas. Era tan pequeña que apenas cabía en
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ella y no había ningún otro lugar donde colocarse que no fuese bajo la cascada. Pero
pronto descubrió que era realmente agradable tener agua caliente cayendo en
cascada sobre ella.
Las dragonas pronto se cansaron de mirarla y se alejaron. Ping sintió que sus
preocupaciones y problemas empezaban a desaparecer junto con la suciedad. El
refugio de los dragones no era tan confortable como había imaginado, los dragones
tampoco eran tan amistosos como esperaba, pero Kai estaba a salvo y era feliz. Por
fin podía dejar que tanto su cuerpo como su mente se relajasen.
La muchacha lavó también sus ropas y permaneció en la charca mientras se
secaban sobre las rocas. Alrededor de mediodía, los dragones amarillos sacaron de
otra cueva los restos de un ciervo muerto. Lo cortaron a trozos usando sus garras y
una piedra afilada, y repartieron un pedazo para cada dragón. La dragona miró
tímidamente a Ping y puso sobre una roca un trozo de carne cruda para ella. Al
cogerlo, Ping hizo una reverencia para darle las gracias.
—Diles que no puedo comer carne cruda, Kai. Tengo que encender una hoguera y
cocinarla.
Kai hizo aquellos sonidos que Ping no podía traducir mentalmente. La vieja
dragona roja emitió un agudo sonido como respuesta.
—Fuego no. Gu Hong dice que el fuego muestra al mundo dónde está el refugio
de los dragones —explicó Kai.
Ping no sabía hasta dónde había volado a lomos del dragón, pero estaba segura
de que no había nadie en cientos de li a la redonda que pudiera ver el humo; sin
embargo, no discutió con la dragona.
Si iba a quedarse en el refugio de los dragones, debería encontrar alguna manera
de cocinar su comida. Por el olor de la carne, Ping sospechó que el animal debería de
llevar muerto varios días. Mientras los dragones estaban ocupados royendo los
huesos del ciervo, miró a su alrededor. Las charcas humeantes de la llanura le
recordaron las cocinas del palacio Beibai. Inspeccionó algunos de los cráteres más
pequeños. Algunos eran agujeros oscuros que descendían hacia las profundidades de
la tierra. Otros eran simples depresiones en la tierra cuarteada. Uno o dos eran
piletas de agua tan caliente que estaba hirviendo. Ping seleccionó una de estas piletas
y dejó caer su trozo de carne en el agua burbujeante. Kai fue hasta ella para ver qué
estaba haciendo.
—Dame tu carne, Kai, y la cocinaré para ti. No deberías comer esta carne cruda
pasada.
El miró de reojo a los otros dragones mientras daba la comida a Ping. Ella le rascó
bajo la barbilla mientras esperaban a que se cocinase la carne. Kai había pasado la
mitad de su corta vida disfrutando de elegantes banquetes, comiendo sabrosos
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guisos, carne asada y pescado con deliciosas salsas. Tenía que hacer un montón de
adaptaciones en su vida si iba a vivir como un dragón salvaje. La carne tardó menos
de media hora en cocinarse. No era tan sabrosa como la carne asada, pero al menos
no estaba cruda.
Por la tarde, la mayoría de los dragones echaron una siesta al sol. Ping observaba
cómo Kai jugaba con el dragón macho amarillo. Kai le había contado que su nombre
era Tun, que significaba Luz Solar Matutina. El juego con el que se entretenían era
una especie de escondite, pero en lugar de ocultarse en un lugar, seguían en
movimiento hasta que podían acercarse sigilosamente y saltar sobre el otro. El
propósito era conseguir derribar al otro dragón. Kai llamaba al juego cazaescondite.
Mientras los miraba, Ping reparó en que no era un juego en absoluto, sino una
forma de entrenar a los jóvenes dragones para cazar y defenderse. Al cabo de un
rato, la joven dragona roja se despertó de su siesta y se unió a ellos. Puesto que era
pequeño, Kai estaba en completa desventaja. Nunca ganaba. Lo hacía bien cuando se
escondía, pero nunca podía saltar y derribar a los otros dragones. No obstante, esto
no lo detenía, y seguía saltando sobre sus lomos o intentaba hacerles la zancadilla.
Ping no estaba segura de que le acabase de gustar que Kai jugase de un modo tan
agresivo. Al final del juego tenía varias pequeñas heridas. Ping nunca había
considerado realmente el daño que los dragones podían hacer con los dientes, las
garras o un latigazo de la cola si así lo deseaban. Pero no importaba cuántas veces
Kai fuera derribado o azotado, siempre regresaba por más.
Ping ingenió una rutina para llenar sus días. Barrió la cueva con una escoba hecha
de ramas. Exploró el extremo norte de la meseta en busca de hierbas y bayas que
pudiese añadir a sus comidas o secar si tenían propiedades curativas. Talló una aguja
a partir de un trozo de hueso para así poder remendar sus ropas. También talló un
juego de los Siete Elementos con el hueso de la cadera de un ciervo, a fin de
entretenerse por las tardes.
Puesto que no tenía colgantes de seda para decorar las feas paredes de su nuevo
hogar, decidió crear sus propios adornos. De los alrededores de los bordes de las
charcas recogió algo de tierra que había adoptado los distintos colores del agua y la
utilizó para hacer dibujos en las paredes de la cueva. No era una artista, pero cuando
dibujó a Danzi, Kai y Hua estuvo satisfecha con su trabajo. Dibujó árboles y flores
que tal vez no volvería a ver más. Intentó dibujar a su madre y a su hermano, pero
parecían más unos muñecos de madera que personas reales.
Los dragones llevaban una vida reposada y tranquila. Pasaban mucho tiempo
disfrutando del calor del sol o deleitándose en las lagunas. Ping se sentaba en la boca
de su cueva para observar a sus nuevos vecinos y adaptarse a conocer sus
costumbres.
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Las tres dragonas blancas eran hermanas. Sus nombres eran Bai Xue, Shuang y
Lian, que significaban Nieve Blanca, Helada y Loto. Su madre había puesto las tres
piedras de dragón a la vez, por lo que Kai le había explicado, pero cada una había
nacido con cientos de años de diferencia. Cuando había más dragones, podían tener
más de un bebé dragón a la vez, pero cuando sus vidas se vieron expuestas al
peligro, fue más seguro tener crías de una en una. Una madre dragón podía elegir
posponer la eclosión de sus piedras de dragón. Kai no sabía cómo.
Las dragonas blancas eran las menos corpulentas, pero sus alas eran más grandes
en proporción a su cuerpo que las alas de los otros dragones. Gracias a ellas sus
vuelos eran más rápidos y resistentes. Su función era de exploradoras. Había
sido Shuang quien había visto a Ping mientras avanzaba lentamente por las
montañas. Ella y Bai Xue también salían a cazar, aunque Ping nunca había visto que
volviesen con nada más grande que un pájaro. Lian era la más joven de las dragonas
salvajes y aún no le habían salido las alas.
Los dos dragones amarillos, Tun y Sha, eran pareja.
Tun tenía la nariz fuerte y recta de un macho adulto. Sha, cuyo nombre significaba
Arena, era una criatura tímida que nunca se acercaba a Ping.
Gu Hong se pasaba todas las mañanas sentada tomando el sol. Cada tarde se
arrastraba pesadamente hacia la laguna blanca y permanecía dentro de ella durante
horas. Cada noche, después de la reunión lunar, arrastraba su inmenso y viejo
cuerpo a la caverna donde dormían. La dragona roja más joven era Jiang, que
significaba Jengibre. Era la hija de Gu Hong y cuidaba de las necesidades de su
madre, llevándole comida y agua en un recipiente.
Los dragones apenas prestaban atención a Ping, aunque a veces ella los pillaba
observándola cuando pensaban que no miraba. Sin embargo, siempre hablaban con
Kai, instruyéndolo o jugando con él. Ping estaba satisfecha al ver que se ocupaban de
él. Le habría gustado saber qué era lo que explicaban, pero cuando se lo preguntaba a
Kai, éste le decía que no era nada importante. Pensó en Jun y lo frustrado que se
sentía porque no podía comprender a Kai. Ahora sabía lo exasperante que era, y, si
bien intentó comunicarse con ellos haciendo signos con las manos, no parecían
entenderla.
Los dragones encontraron muy divertida la capacidad de Kai para cambiar de
forma, y a él nada le gustaba más que ser el centro de atención. Cuando se
transformaba en una gallina o un cerdo, los dragones hacían el mismo sonido de
alegres campanillas que Kai emitía cuando encontraba algo divertido. Lanzaban
exclamaciones cuando se convertía en un bonito jarrón. A veces Kai se transformaba
en una inofensiva roca y esperaba hasta que otro dragón pasase junto a él. Entonces
cambiaba de repente a su forma normal con un rugido que hacía que el otro sal tase
del susto.
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—Nunca he visto que los otros dragones cambien de forma—dijo Ping después de
que Kai hubiese sorprendido a Lian de esa forma.
—No se les da muy bien cambiar de forma. No tanto como a Kai —dijo él—. Las
dragonas blancas sólo pueden convertirse en una cosa: un águila blanca.
—Creo que vi una mientras caminaba —dijo Ping.
—Los dragones amarillos pueden cambiar de tamaño, pero no de forma. Pueden
parecer más grandes o más pequeños. Los dragones rojos sólo tienen la habilidad
para los espejismos.
—Tú puedes hacer todas esas cosas —dijo Ping.
—Sí —convino Kai, orgulloso de sí mismo.
—¿De qué hablan los dragones en las reuniones? —preguntó Ping a Kai más tarde
aquel mismo día mientras paseaban por la parte norte de la llanura en busca de
hierbas.
—Los dragones recuerdan. Recuerdan lo que les ha sucedido en sus vidas y en la
historia de todos los dragones en esta tierra que ahora es conocida como el imperio.
Ping nunca había considerado que hubo una época antes del imperio y que los
dragones ya existían entonces.
—¿Alguna vez hablan de lo que sucedió en Long Gao Yuan?
—Recuerdan a los muertos en las reuniones lunares, pero no hablan de lo que
sucedió.
Todos aquellos dragones debían de haber sobrevivido a aquella masacre. Ping no
los culpó por no querer recordar lo que fuera que sucedió allí.
—También toman decisiones, como por ejemplo a quién le toca estar de
guardia. Hablan de si deberían hacer llover de nuevo o si dejan que la naturaleza siga
su curso sin la ayuda de los dragones.
—Pero los dragones no pueden hacer llover de verdad.
—Los dragones pueden traer lluvia. Gu Hong lo ha dicho —insistió Kai.
—Tan sólo es una historia, una leyenda. Danzi únicamente podía hacer llover si ya
había nubes.
—Padre estaba viejo y agotado, y había perdido la habilidad.
—Y bien, si pueden hacer llover, entonces, ¿por qué no lo hacen?
—No quieren ayudar a los humanos. No han traído lluvia desde la matanza de
Long Gao Yuan.
Ping tenía muchas preguntas más, pero Tun llamó a Kai.
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—Ping debe permanecer alejada del borde de la meseta —dijo Kai antes de
marchar corriendo a jugar al cazaescondite.
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Los días de Ping transcurrían según el lento y perezoso ritmo de la vida de los
dragones. Por las tardes no había nada que hacer excepto dar cabezadas bajo el
cálido sol estival. Una tarde, cuando acababa de cerrar los ojos, sintió que algo le
rozaba el costado. Era Gu Hong. La vieja dragona roja estaba empujándola con un
palo. Ping sonrió y asintió, aunque no estaba segura de lo que Gu Hong que ría. La
vieja dragona arañó el suelo delante de ella con el palo y luego pinchó a Ping con éste
de nuevo, más fuerte. Ping miró el suelo blanquecino. Para su sorpresa vio que las
marcas que Gu Hong había hecho en el suelo no eran garabatos aleatorios, sino que
formaban caracteres. Muy temblorosos y mal escritos, pero tres caracteres al fin y al
cabo. «Madre de Kai.»
Ping se dio cuenta de que aquello era una pregunta ¿Quién era la madre de Kai?
Ping escribió una respuesta en el suelo: «Lu Yu.»
Gu Hong escribió más caracteres: «Color. Ancestros Causa de la muerte.»
Ping sintió que su rostro ardía de vergüenza. No sabía de qué color era Lu
Yu. Nunca había visto a la madre de Kai a la luz del día. En la memoria de Ping era
simplemente gris. No sabía nada acerca de dónde provenía la madre de Kai. Y lo que
era aún peor, había muerto de dejadez y tristeza. En Huangling, Ping no tenía
ningún poder para cambiar las condiciones en que vivían los dragones y ni siquiera
era su trabajo cuidar de ellos, pero podía haber hecho más.
«No lo sé», esbozó en la tierra.
Ping quería hacer muchas preguntas: ¿Cómo habían muerto los dragones en Long
Gao Yuan? ¿Por qué Danzi los había dejado? ¿Podía hacer algo más útil ella en el
refugio? Pero todas eran preguntas difíciles y no pensó que fuese el momento
adecuado para formularlas. En lugar de ello hizo una pregunta sencilla: ¿Los
dragones cavan agujeros? Indicó los cráteres que había a su alrededor. «No —fue la
respuesta—. Causados por el dragón de fuego al darse la vuelta cuando duerme.» Gu
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Hong esbozó más caracteres en el suelo. Era un método de comunicación lento, pero,
gradualmente, Ping se enteró de que había un inmenso dragón de fuego que los
dragones creían que vivía en las profundidades de la tierra. Con su aliento fundía las
rocas, y las aguas de los ríos subterráneos estaban calientes por esa razón. En unos
pocos lugares del mundo, esa agua se abría paso hacia la superficie y brotaban
manantiales calientes del suelo. En esos lugares especiales, el dragón de fuego
protegía a los dragones terrenales. De todos modos, Ping no pensaba que tuviesen
demasiada fe en sus poderes de protección, puesto que siempre había un dragón de
guardia, día y noche.
Los bellos colores del agua eran causados por los diferentes estados de humor del
dragón de fuego cuando respiraba sobre las rocas. Kai explicó a Ping que las lagunas
tenían distintas propiedades dependiendo de su color. La amarilla era una laguna
curativa, la púrpura era para limpiarse, y la blanca para recuperar fuerzas y
rejuvenecerse.
Jiang llegó para ayudar a su madre a entrar en su charca preferida. Ping estaba
aliviada al ver que había una forma de comunicación directa con los dragones,
aunque ésta fuese lenta y laboriosa. Se preguntó cómo Gu Hong habría aprendido a
escribir.
La muchacha dejó que los dragones hiciesen su siesta de la tarde y continuó
explorando la llanura. Estaba preocupada por el frío que llegaría con el mal tiempo al
cabo de un mes o dos. Los dragones dormirían casi todo el invierno. Ping no estaba
segura de si se despertarían para salir a cazar algo de vez en cuando. En cualquier
caso, la mayoría de sus presas también estaría invernando. El invierno siguiente sería
largo y solitario para ella. Tampoco quería pasar hambre, o sea que, como una
ardilla, tendría que reunir provisiones. Había empezado a recoger bayas y setas y las
dejaba secar, pero aquello no sería suficiente. Se sentó bajo el sol de la tarde e hizo
una trampa con tallos de hierba seca para poder cazar conejos y faisanes. Luego
practicó lanzándola alrededor de las rocas.
Ping estaba buscando madrigueras de conejos en el extremo de la parte norte de la
llanura cuando localizó una parecida a una cueva en una pequeña colina cubierta de
hierba. Los arbustos casi habían ocultado su entrada, pero agachó la cabeza y se
dispuso a entrar. La luz diurna se filtraba por pequeños agujeros por el techo. No era
tan lúgubre como las cuevas del otro extremo de la llanura, y Ping empezaba a
preguntarse si sería un hogar mejor para ella cuando reparó en algo que estaba al
fondo. Una gran roca plana estaba situada en el centro y sobre ella había colocados
varios objetos. Se acercó. A medida que sus ojos se acostumbraron a la penumbra
pudo distinguir qué eran algunos de ellos. Había tres trozos de jade sin tallar y sin
ninguna forma concreta que parecían extraídos directamente de la roca. Había una
gran piedra que se había dividido por la mitad dejando al descubierto un bosque de
cristales de amatista en su interior. Había una concha de madreperla y varias sartas
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Ping observó el negro firmamento. Había millares de estrellas, pero no luna. Las
noches sin luna los dragones iban a sus cuevas tan pronto como oscurecía. Allí sola
en la negrura, Ping pensó de nuevo en la llegada del invierno.
No tenía ninguna lámpara de aceite para iluminar las largas horas de
oscuridad. Le habría gustado saber si le permitirían encender un fuego cuando se
ocultase el sol, pero no estaba segura de que los dragones la dejasen hacerlo.
Ping fue a la cascada y se tomó un baño caliente bajo la mirada de las estrellas. Al
menos no pasaría frío durante el invierno.
La noche siguiente sólo había una fina tira plateada de luna flotando en el
firmamento tachonado de estrellas, pero los dragones se reunieron de nuevo. Kai
había contado a Ping que las dragonas actuaban como un consejo. En él se tomaban
las decisiones, se resolvían las disputas y se decidía el castigo si algún dragón hacía
algo mal.
El dragón de fuego calentaba el agua de la laguna naranja cuando estaba
pensativo. Los dragones creían que aquello los ayudaba a tomar las decisiones justas
y correctas.
—Ping no debe beber de la laguna naranja —le había dicho Kai.
—¿Acaso es venenosa?
—No. Los dragones creen que si los humanos la tocan, las propiedades de la
laguna se alterarán.
El brillo de las escamas de los dragones apenas se percibía bajo la luz de la
delgada luna. Hei Leí estaba en cuclillas sobre las rocas con Tun. Kai parecía reacio a
unirse a ellos mientras el dragón negro estuviera allí. Hei Leí habló con su profunda
voz de dragón, usando sonidos que Ping no pudo entender.
Mientras hablaba, las hembras, una a una, se volvieron para mirar a Ping.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Ping.
—Hei Leí quiere que Ping deje el refugio. Están escuchando sus motivos antes de
que tomen una decisión —dijo Kai tranquilamente.
El corazón de Ping se aceleró.
—¿Qué motivos? ¿Qué he hecho yo mal?
—Hei Lei piensa que, puesto que Ping es una hembra, Ping no puede ser una
buena guardiana del dragón. El cree que las hembras humanas son aún menos de fiar
que los varones.
—Pero Lao Longzi dijo que los guardianes de los dragones eran bienvenidos en el
refugio de los dragones.
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Ping vio que Sha estaba interesada en lo que estaba haciendo, pero era demasiado
tímida para acercarse.
—Ven y echa una ojeada, Sha. —Ping la llamó en voz alta, a sabiendas de que la
dragona amarilla no podía entenderla. Sonrió e hizo señas para que se acercase.
Lenta y tímidamente la dragona amarilla se aproximó a Ping.
—Dile que usé este ungüento para curar el ala rota de Danzi y su herida de flecha.
Kai se lo explicó a Sha. La dragona amarilla se acercó más y olisqueó el ungüento.
—Dile que también la use en tu piedra de dragón antes de que nacieses.
Kai dudó.
—Vamos, díselo. —Ping quería que los dragones supiesen que había sido una
buena guardiana.
Kai empezó a decírselo a Sha, pero antes de que terminase, la dragona amarilla
echó a correr a toda prisa y desapareció en la caverna donde dormían.
—¿ Qué sucede ? ¿ Qué la ha asustado ? —preguntó Ping, extrañada.
—Sha y su pareja, Tun, quisieran tener familia —dijo Kai.
Ping podía sentir su tristeza.
—Ella puso tres piedras de dragón.
—¿Las que están en la cueva del tesoro? —preguntó Ping.
—Sí.
—Entonces ha sido bendecida. Tendrán familia cuando los huevos eclosionen.
Kai negó con la cabeza.
—Las piedras de los dragones eran grises cuando las puso.
Ping pensó que era la tenue luz de la cueva lo que hacía que las piedras pareciesen
grises, pero en realidad era su auténtico color. Los huevos de dragón estaban
muertos.
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La noticia de que Ping había entristecido a Sha no tardó en difundirse entre los
demás dragones. Gu Hong envió a buscarla y le dibujó más preguntas en la
arena. Quería saber quién había cuidado de Kai y por qué su piedra de dragón había
tenido que ser curada. Las preguntas que Gu Hong formulaba siempre parecían
demostrar lo pésima guardiana del dragón que Ping había sido.
—¿No dijiste a los dragones que yo te he criado? —preguntó a Kai cuando Gu
Hong terminó de interrogarla.
—No.
—¿Por qué no?
—Ellos creen que está mal que un bebé dragón sea criado por un humano,
especialmente una hembra. Creen que Kai podría estar... —Buscó la palabra
adecuada.
—¿Contaminado? —sugirió Ping—. ¿Como la comida cocinada con aceite rancio?
Kai asintió lentamente.
—No sabía que pensasen de esa manera —susurró la muchacha.
Ping no pudo dormir aquella noche de lo furiosa que estaba con los dragones.
Había educado bien a Kai considerando que nadie le había enseñado cómo
hacerlo. Todo lo que tenía como guía era la poca información que Danzi le había
dado antes de alejarse volando. Los dragones no sabían que Ping había pasado meses
en Tai Shan cuidando del bebé Kai sin ninguna ayuda. Además, le dolía saber que
éste estaba avergonzado de cómo había sido educado. Era un joven dragón fuerte e
inteligente. Estaba impaciente por aprender, y sus habilidades para cambiar de forma
eran mejores que las de los demás dragones. Ping habría podido permanecer en la
comodidad que le brindaba el palacio Beibai, pero no lo había hecho. Había
arriesgado su vida y les había llevado a Kai. ¿Qué más querían los dragones? ¿No se
daban cuenta acaso de lo duro que había sido para ella intentar reemplazar a Lu Yu,
su madre muerta? Ping también se sentía culpable. Había entristecido a Sha,
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Concentró su mente e intentó intuir qué le deparaba el futuro. Había algo allí, pero
tan desdibujado como la niebla. Cada vez que pensaba que estaba a punto de
interpretar el sentimiento, éste se desvanecía. No había nada sustancial, entonces,
¿seguramente significaba que no había nada que temer? No obstante, no podía
olvidar la intensidad del terror que sintió cuando se encontró por primera vez con
Hei Lei.
Fue a ver a Gu Hong. «¿Kai está a salvo aquí?», escribió en el suelo.
La vieja dragona garabateó unos caracteres al lado de los de Ping: «Por supuesto.»
Ping intentó pensar en una forma de expresar sus preocupaciones.
«Hei Lei quiere hacer daño a Kai.»
Gu Hong negó con la cabeza.
—Hei Lei no es un mal dragón.
Ping escuchó las palabras claramente en su cabeza. Miró a su alrededor. Las
palabras no provenían de Gu Hong. Kai estaba alejado jugando con Tun, y Hei Lei se
había marchado a cazar. Jiang era la única dragona que estaba cerca.
—¡Puedes hablarme! —dijo Ping a Jiang.
—Sí. No todos los dragones pueden hacer que sus pensamientos sean
comprendidos por los humanos, sólo los que han vivido con un guardián de los
dragones.
—¿Así que has tenido un guardián de dragones, Jiang?
—Sí.
—¿Y Hei Lei?
—También.
—Entonces, ¿por qué me odia tanto?
—Tendrías que preguntárselo a Hei Lei.
Ping sabía que sería una pérdida de tiempo.
—Estoy segura de que pretende hacer daño a Kai.
—Mi madre dice que no lo hará. Él odia a los humanos, no a los dragones.
Ping sospechaba que Hei Lei odiaba tanto a los humanos por culpa de la matanza
de Long Gao Yuan, pero todos los dragones habían sufrido igual que él allí. Ha bían
escapado de quienquiera que hubiese aniquilado a los que yacían allí muertos,
aunque solamente Hei Lei estaba tan lleno de odio. Quería preguntar a Jiang qué
había sucedido, pero sabía que no serviría de nada, pues obtener una respuesta
directa de un dragón nunca era fácil.
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Ping escuchó el alegre sonido de la risa de Kai. Había vencido a Tun en el juego de
cazaescondite por primera vez, aunque Ping sospechaba que el dragón amarillo le
había dejado ganar.
Gu Hong habló y Jiang se lo tradujo a Ping.
—Puedes abandonar el refugio si lo deseas, pero no dejaremos que Kai se vaya.
A pesar de que Ping no tenía intención de llevarse a Kai, ahora sabía que
seguramente aquello no era en absoluto posible. Observó las montañas que se
extendían en el distante horizonte en todas direcciones. Si intentaban escapar, los
dragones alados con su aguda vista enseguida les seguirían la pista. En cualquier
caso, Kai nunca estaría dispuesto a marcharse de allí.
Fuera lo que fuese lo que les deparaba el futuro, la vida de Kai ya no estaba en sus
manos.
Gu Hong dibujó más caracteres en el suelo. «Nueve es mejor.»
Incluyendo a Kai había nueve dragones. Nueve era un número auspicioso.
Simbolizaba larga vida, felicidad para siempre. Para las especies amenazadas de
extinción era el mejor número.
—Ahora somos nueve, todo irá bien. Hei Lei se enfurece enseguida, tiene mal
humor y es antipático, pero nos es leal. Necesitamos su masculinidad. Tiene mucho
yang. En el grupo hay muchas hembras, y Hei Lei equilibra nuestro exceso de yin.
Pero a medida que el tiempo transcurría Ping vio que los dragones recelaban del
dragón negro. Ella no era la única que estaba más contenta cuando Hei Lei no estaba;
de hecho, la meseta era un lugar más alegre en su ausencia. Tan pronto regresaba, los
dragones tenían los nervios un poco a flor de piel, como si estuviesen preocupados
por no decepcionarlo. Ping recordó la lectura del Yi Jing. Aún quedaba una línea de
adivinación. Era la sexta y última, y la única que no traía buenos presagios. «Cuando
un dragón sea arrogante, habrá motivos para lamentarse.» No tenía ninguna duda de
a qué dragón se refería: Hei Lei. Debería vigilar más atentamente a Kai. Miró a su
alrededor para ver dónde estaba y lo descubrió nadando en la charca amarilla.
Kai era mejor nadador que cualquiera de los dragones. Los amarillos y los rojos
eran competentes, pero los blancos apenas chapoteaban por las charcas como perros
y nunca introducían la cabeza en el agua.
A Kai le encantaba hacer alarde de sus habilidades natatorias. Se sumergía, hacía
volteretas, salía del agua impulsándose hacia el aire como un pez volador y de nuevo
se zambullía. Las tres dragonas blancas y Sha miraban sus exhibiciones y lo
animaban emitiendo un sonido similar a un agudo parloteo.
—¿Tiene nombre esta llanura? —preguntó Ping a Jiang, aliviada por el hecho de
que al menos podía conversar fácilmente con uno de los dragones.
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—No. Los nombres son peligrosos —explicó Jiang—. Si pones nombre a un lugar,
tarde o temprano llega a conocerse. Si un lugar nunca se nombra, nadie puede hablar
de él.
Lao Longzi le había dicho que el nombre de la llanura del Dragón nunca debía
escribirse ni pronunciarse en voz alta. Pero aquello no había sido suficiente para
salvar a los dragones de lo que fuese que había sucedido allí. Su nuevo hogar jamás
había tenido nombre.
La charca amarilla era la favorita de Kai. Él había contado a Ping que en una parte
era más profunda que lo que medía de altura la Cola de la Serpiente. Los otros
dragones sólo vadeaban la charca amarilla con precaución por la parte menos
profunda, y únicamente cuando necesitaban sus propiedades curativas.
Lian lanzó una piedra al extremo más profundo y Kai se sumergió para
recuperarla. Permaneció bajo el agua durante un buen rato, pero finalmente salió a la
superficie con la piedra entre sus dientes. Todas las dragonas jóvenes lo rodearon
para felicitarlo. Ping sintió una oleada de orgullo en su pecho por su pequeño
dragón.
—Si no se encuentran a gusto bajo el agua, ¿qué sucede cuando invernan en las
lagunas durante el invierno? —preguntó Ping a Kai cuando hubo terminado de
exhibirse.
—No duermen en lagunas en invierno —aclaró Kai.
—¿No invernan?
—Ya no.
Ping pensó que tal vez no necesitasen invernar porque se mantenían calientes en
las lagunas, pero los machos no pasaban demasiado tiempo en el agua caliente. De
hecho, Ping nunca había visto a Hei Lei entrar en ninguna de las charcas. El no se
bañaba. Se limpiaba rociándose, echándose agua de la charca púrpura de la limpieza
por encima. Ping pensaba que cabía la posibilidad de que no supiera nadar.
Al día siguiente, por la tarde, Hei Lei regresó con un animal muerto colgando de
sus garras. Era un buey salvaje, tan grande que alimentaría al grupo durante varios
días. Los dragones amarillos se llevaron el buey que les había traído el dragón negro
y cortaron algunos trozos. Ping ya no experimentaba aquel sentimiento de terror,
pero tenía el estómago revuelto. Tal vez Jiang tenía razón y el odio del dragón negro
no iba dirigido a Kai, sino a ella directamente. Quizás había interpretado mal el
mensaje que su segunda visión le había dado. En el pasado sus enemigos siempre
habían perseguido a sus dragones, no a ella.
El dragón negro clavó sus dientes en la carne cruda y desgarró un buen
pedazo. La sangre resbalaba babeando por su barbilla. Hei Lei era agresivo y
desagradable, pero aprovisionaba bien a su grupo. Sin él los dragones pasarían
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hambre. No había ninguna razón para esperar que todos los dragones fuesen
agradables. Había personas que gustaban a Ping y otras que la desagradaban. ¿Por
qué tenía que ser diferente con los dragones?
Fue a recoger su parte de carne. Podría afirmar que Hei Lei disfrutaba del hecho
de que ella dependiese de él por lo que se refería a la comida. Le habría gustado
decirle que no lo necesitaba, pero estaba hambrienta.
Recogió la comida. Hei Leí gruñó cuando lo hizo.
—Deberíais hacerla trabajar para ganarse su comida —dijo él, dirigiéndose a los
dragones—. Podría usarla como esclava para que me recortase las uñas y me
limpiase la cueva.
Ping procuró no hacerle caso. Se dio la vuelta y fue a cocinar su carne.
—Aunque, pensándolo bien, no la quiero en mi cueva. Todo lo que toca se echa a
perder —prosiguió Hei Lei—. Dejó que el cachorro se contaminase por el contacto
con humanos, comiendo carne cocinada y pasteles. Él no es un dragón, es una
mascota domesticada. Ningún buen guardián de dragones permitiría tales cosas.
Ping sintió que le hervía la sangre de rabia, pero aún no dijo nada.
—Supongo que ni siquiera es culpa suya. Fue Danzi quien la eligió. Una
guardiana de los dragones, una hembra. Ningún otro dragón ha sido tan estúpido
como él. No me extraña que el cachorro haya salido mal —se mofó.
Ping le dio la vuelta a la carne que estaba cocinando en una charca, pero no
respondió. No daría tal satisfacción a Hei Lei.
Cuando la carne estuvo lista, intentó que su almuerzo fuese lo más civilizado
posible. Cortó la carne con su cuchillo de bronce y le añadió hierbas y hojas de una
planta verde de sabor amargo. Luego comió con sus palillos.
Hei Lei continuó provocándola, mientras los demás dragones permanecían
sentados en un incómodo silencio. Ninguno de ellos se atrevió a levantarse y plantar
cara a Hei Lei.
—Los humanos sólo nos quieren por lo que podemos hacer por ellos —dijo él.
—El pueblo del imperio sabe que los dragones son criaturas especiales, distintas
de los otros animales salvajes —repuso Ping, intentando elaborar un argumento
razonable—. Ellos creen que sus vidas están en vuestras... garras. Cada primavera,
toda la gente a lo largo y ancho del imperio hace ofrendas a los dragones con la
esperanza de que les traigan la lluvia.
—Lo que yo decía. Sólo nos honran porque les somos útiles.
—Cuelgan imágenes vuestras en las paredes. —Ping intentó que su voz no dejase
entrever la rabia que sentía—. Y el emperador lleva ropas con bordados de dragones.
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Lian, Bai Xue y Sha intentaban seguir la discusión, pero no podían, por lo que
Jiang les tradujo sus palabras.
Bai Xue habló.
—Dice que los humanos están furiosos con nosotros porque no hay lluvia —
tradujo Jiang—. Ella ha visto que lanzaban hierro y hojas de cinamomo a los lagos y
los ríos.
—Si sus cosechas no crecen, sus hijos morirán. Hacen lo que pueden para evitarlo
—explicó Ping.
Sha habló a Jiang.
—¿Qué dice? —preguntó Ping.
—Quiere saber si la sequía es muy severa.
—Incluso antes del verano los pozos ya se estaban secando y los estanques cada
vez menguaban más. Las cosechas ya se habrán echado a perder. Será un largo
invierno de hambruna. Lo más seguro es que muchos no sobrevivan, y siempre son
los niños y los ancianos los que mueren primero.
Aquel atardecer en la reunión lunar, Lian y Sha hablaron mucho más de lo que
solían. A juzgar por el tono de sus voces, Ping sabía que estaban discutiendo algún
tipo de propuesta. Parecía que había un desacuerdo. Nunca antes había visto a las
tranquilas dragonas tan enardecidas. La reunión duró varias horas.
—¿Qué están debatiendo? —preguntó Ping a Kai después de que las dragonas
abandonasen la laguna.
—Lian y Sha querían llevar lluvia al imperio —dijo él.
—Pero los dragones no pueden hacerlo.
—Los dragones pueden hacer llover —afirmó Kai.
Ping pensó que los dragones al final habían llegado a creer las historias que la
gente contaba de ellos. Hacía tanto tiempo que se habían apartado de los seres
humanos que habían perdido el contacto con el mundo. Ahora Kai estaba
empezando a creer esas leyendas, igual que creía que había un dragón de fuego bajo
tierra.
—No pueden —insistió Ping—. Danzi hacía llover, pero necesitaba que hubiera
nubes. Las sobrevolaba y escupía en ellas, y su saliva hacía que la lluvia cayese.
—Los dragones pueden —repitió Kai.
—¿Cómo?
—Hacen nubes con niebla fabricada con su aliento. Varios dragones se unen para
espirar niebla en una montaña alta. El viento transporta la nube sobre la tierra y el
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vapor del aire es arrastrado hacia la nube del dragón. Cada vez se hace más grande y
se divide en otras nubes. Cuando las nubes están cargadas de agua, la lluvia cae.
Ping no sabía si creer la historia de Kai o no.
—¿Y cuándo te has enterado tú de eso?
—En las reuniones lunares.
—¿Por qué no me lo contaste?
—Ping no preguntó.
La muchacha suspiró frustrada. Algunas veces Kai era igual que su padre.
—¿Qué han decidido en la reunión de este atardecer?
—No traerán la lluvia.
Ping se sentó a la luz de la luna después de que Kai se hubiese acostado. Pensó en
todas las personas desesperadas que se había encontrado en su viaje al oeste, los
campos de tierras cuarteadas, las cosechas malogradas, los niños hambrientos. Ahora
aún sería peor. La gente moriría. ¿Sería cierto que los dragones tenían el poder de
terminar con su sufrimiento?
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—Tropezaste con una de las cuerdas trampa —explicó Jiang—. Están puestas allí
por si alguien consigue traspasar los pozos puntiagudos que rodean la meseta.
—¿Así que mataríais a cualquier persona que, por accidente, tropezase con
vuestro hogar?
—Si un humano encuentra el refugio de los dragones no será por accidente.
—Pero no toda la gente quiere haceros daño.
—Todos los humanos quieren domesticarnos, desean convertirnos en mascotas,
igual que tú hiciste con el cachorro —dijo Hei Lei.
Los otros dragones se movieron intranquilos, pero Hei Lei se alejó. Era mediodía,
así que Tun y Sha trajeron la ración de carne del día. Hei Lei se unió a los demás y
comieron en silencio.
Ping no pudo comer, aún estaba temblando. Pensó en lo que Hei Lei había
dicho. El creía que los dragones estaban mejor viviendo asilvestrados, pero Ping no
estaba tan segura. En realidad, no hacían nada en el refugio. Dormían,
holgazaneaban por las lagunas, comían y luego dormían un poco más.
Cuando los dragones terminaron de comer, se dirigieron a sus cuevas uno a uno a
dormir. Incluso Kai se había acostumbrado a echar la siesta. Eran criaturas sabias y
poderosas, pero no tenían ningún motivo para usar su gran sabiduría.
—Entonces, ¿eso es todo lo que vais a hacer? —preguntó Ping, irritada.
Jiang era el único dragón que aún estaba despierto.
—Coméis, dormís, os bañáis... ¿Acaso los dragones no necesitáis algún propósito
en vuestra vida?
—¿Los pájaros o las panteras de las nieves necesitan un propósito?
—No, pero los dragones son más que bestias. Son más inteligentes, pueden
comunicarse con la gente y debe de haber alguna razón para ello.
Jiang no repuso, pero Ping no iba a dejarla descansar.
—Hei Lei dice que los guardianes de los dragones convierten los dragones en
animales domesticados. Pero observa, os lo hacéis vosotros mismos, sois igual que
bueyes enormes y escamosos.
Ping finalmente hizo enfadar a Jiang.
—Cómo vivimos no es asunto de los humanos. —La joven dragona le dio la
espalda y se alejó hacia la cueva.
—¡Tal vez no, pero ello no significa que no pueda tener mi opinión al respecto! —
le gritó Ping, y fue tras ella sin darse cuenta de que Hei Lei estaba cerca, escuchando.
—¿Y entonces qué sugieres que hagamos? —preguntó el dragón negro.
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Era la primera vez que hablaba directamente con Ping. Parecía contento de que
Ping hubiese enfurecido a la plácida dragona roja.
—Tú dices que puedes hacer llover, y si es cierto, ¿por qué no lo haces? —le espetó
la muchacha.
—No ayudamos a los humanos.
—No sólo la gente muere de sed y de hambre cuando hay sequía. Todas las
criaturas del mundo necesitan agua para vivir,
—Nosotros tenemos toda el agua que necesitamos.
—¿Por qué el cielo da a los dragones el poder de traer la lluvia si no usáis ese
poder? Los dragones son uno de los cuatro seres espirituales. El fénix y el qilin ya han
desaparecido de la Tierra. Cualesquiera que fueran sus poderes ya los hemos
perdido. Sólo quedan dragones y tortugas. El cielo os ha colocado en la Tierra y os ha
conferido poderes únicos por alguna razón.
—Tú eres simplemente una muchacha y no estás cualificada para hablar de estos
grandes temas —gruñó Hei Lei.
—Tengo lengua y sé hablar.
—¿ Qué han hecho los humanos para merecer nuestra protección?
—Nada. Se les dio a los humanos el honor de estar vinculados a los dragones y
abusaron de ese privilegio. Yo no os culpo por elegir vivir alejados de la gente, pero
aun así tenéis un trabajo que hacer en el mundo y si no lo hacéis cambiaréis. Os
convertiréis en criaturas tan salvajes como las águilas o las panteras, que son
criaturas magníficas, ciertamente, pero perderéis vuestra sabiduría.
Hei Lei gruñó y se alejó pisando fuerte. Ping se quedó sola; la sangre le hervía de
frustración. Las amargas palabras dichas al dragón negro resonaban en sus oídos
como si aún estuvieran en el aire a su alrededor, intentando encontrar a alguien que
quisiera escucharlas. Movió la cabeza; era como si sólo hubiera hablado para sí
misma.
Ping aún sentía una profunda rabia cuando los dragones se despertaron de su
siesta. Kai pasaba muchas tardes con las dragonas. Le explicaban qué plantas e
insectos debían recogerse para comer y para curar. Le enseñaban cómo los dragones
conservaban las plantas y los insectos, de manera que nunca cogían demasiados y así
no ponían en peligro de extinción una fuente de alimentación. De cualquier animal
que matasen se guardaba una porción para ser cortada a tiras y empapada en una de
las lagunas sulfurosas, y luego secada al sol para consumirla en invierno.
A Ping le permitían unirse a las dragonas cuando enseñaban a Kai. Aunque no
podía comprender lo que decían, disfrutaba sentándose con ellas. Sin embargo, había
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provocado tanto revuelo aquel día, tropezando con la alarma para intrusos y
disgustando a Jiang, que pensó que sería mejor quedarse sola.
El papel que las dragonas desempeñaban en el grupo era crucial. Ping ya sabía
que su función era tomar decisiones; también cuidaban de la cueva del tesoro y
memorizaban las tradiciones y la sabiduría de los dragones de manera que pudiesen
transmitirse. A Kai le encantaba pasar tiempo en la cueva del tesoro, tocando los
objetos preciosos y aprendiendo sus historias. Uno de los trabajos más importantes
de las dragonas tenía que haber sido cuidar de los huevos sin eclosionar y de los
bebés dragones. Pero no había ninguno.
Ping esperó hasta que pudo hablar con Jiang a solas.
—Siento haberte hablado tan duramente —dijo ella.
—Tú no conoces nuestra historia. No sabes lo que los humanos nos hicieron en
Long Gao Yuan —repuso la dragona roja.
—Explícamelo y entonces lo sabré —pidió Ping.
Jiang no dijo nada, pero tampoco se alejó. Finalmente habló:
—No había un solo cazador de dragones, sino varios.
Por alguna razón dejaron a un lado sus rivalidades y se unieron en una banda. No
sé cómo descubrieron nuestro refugio. Esperaron a que empezase el invierno y,
cuando sólo hacía unos días que estábamos dormidos en nuestras lagunas, treparon
hasta Long Gao Yuan. Nos habíamos vuelto descuidados y dejamos de mantener la
vigilancia. Los cazadores de dragones tenían a un hechicero como aliado que les
preparó una potente poción para dormir que debían echar en los pozos. Los
cazadores de dragones no querían envenenarnos, puesto que entonces nuestros
órganos no tendrían ningún valor; sólo querían paralizarnos para que fuésemos
una presa fácil, incapaces de defendernos. Aquellos tiempos, todos pasábamos el
invierno en los pozos. Todos excepto Hei Lei, porque los dragones negros nunca
duermen en el agua. Él estaba durmiendo en la cueva cuando ellos llegaron. Atacó a
los cazadores de dragones, pero había muchos. La poción nos paralizó durante unas
cuantas horas. Los cazadores de dragones prepararon muchas armas de hierro:
espadas, lanzas, ganchos... Algunas eran afiladas y brillantes, otras las habían dejado
oxidar. Los cazadores nos atacaron mientras dormíamos, cortándonos en trozos uno
a uno. Las armas afiladas mataban al instante, las oxidadas causaban dolorosas
heridas que no sanaban.
Ping lloraba mientras Jiang proseguía la historia.
—Sólo siete pudieron resistir a la poción lo suficiente para escapar. Hei Lei resultó
muy malherido y también mi madre. Fue su último vuelo. Sólo voló un breve tramo
y luego se precipitó contra el suelo. Sin embargo, el invierno se recrudecía y los
cazadores no quisieron arriesgarse a quedarse y seguir el rastro de los que habían
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escapado. Se contentaron con su matanza. Ya era bastante difícil para ellos llevarse
su horrible rapiña. Dejaron los huesos.
Ping no podía hablar. Intentó buscar las palabras mientras la imagen del montón
de huesos que había visto en Long Gao Yuan bailaba ante sus ojos. No podía pensar
en nada que decir.
—Dejamos de invernar, tenemos que permanecer alerta y los humanos no pueden
entrar en nuestro refugio. Así ha sido hasta que tú has venido.
El chorro de vapor de agua del dragón de fuego salió disparado hacia el aire. Jiang
se dio la vuelta y se dirigió a la laguna naranja.
Ping se sentó a pensar en la historia que Jiang le había contado. Se sentía exhausta
y miserable. Estaba oscureciendo, y tembló de frío. Hacía casi un mes que se hallaba
en el refugio de los dragones. El verano casi había terminado. Los días aún eran
cálidos y despejados, pero se estaban acortando, y después de la puesta de sol, la
brisa ya refrescaba. La luna llena se alzó lentamente por encima de los recortados
picos negros de las lejanas montañas.
Kai también tenía la mirada puesta en el cielo nocturno.
—Es la luna del dragón —dijo—. Esta noche todos los dragones tomarán parte en
la reunión. Durará hasta que la luna del dragón se desvanezca en el amanecer. Cada
dragón tendrá su turno para hablar.
La luna pendía sobre ellos pálida y amarillenta, como una especie de fruta
luminosa. Parecía estar tan cerca que Ping sentía que podía alargar la mano y
arrancarla del cielo.
—Kai hablará en la reunión lunar por primera vez —le confesó el pequeño dragón.
—¿Y de qué hablarás? —preguntó Ping. Podía intuir por el tono de la voz del
dragón que era una ocasión importante para él.
—Kai les contará la historia del dragón que volvió a trazar las riberas del Da Yu
después de la gran inundación y el cuento de Ying Long, el dragón que luchó junto al
primer emperador en la batalla contra el rebelde Chi You.
—¿Ellos no conocen estas historias? —preguntó la muchacha.
—Saben parte de ellas pero no enteras.
Ping sintió una oleada de orgullo. Ella había enseñado todas aquellas historias a
Kai.
—También les explicaré que Padre y Kai eran dragones del imperio —añadió.
Ping casi habría preferido que Kai guardase silencio sobre aquella época. El
pequeño dragón había experimentado la comodidad imperial, pero también había
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sufrido dolor y desgracia en manos del emperador, al igual que Danzi. Sin embargo,
era la historia de Kai y tenía derecho a contarla como desease.
El riachuelo que manaba de la laguna de las reuniones tenía una tonalidad
anaranjada. Cruzaba impaciente por la meseta iluminado por la luz de la luna. Todos
los dragones se dirigieron lentamente entre la bruma hacia la laguna. Kai los
siguió. Por primera vez los machos se introdujeron respetuosamente en las
anaranjadas aguas.
Ping los imaginó contando las historias de sus largas vidas y anheló poder
escucharlos. Hablaron durante mucho más tiempo que otras noches. Ping se envolvió
en su piel de oso, dispuesta a quedarse allí sentada toda la noche con ellos.
Los dragones brillaban aún más bajo la luna del dragón. Sentados juntos bajo la
luz de la luna parecían un montón de rocas de extrañas formas, brillando como
minerales. Las escamas de los dragones rojos desprendían destellos rosados. Los
dragones amarillos se veían jaspeados de oro cuando la luz de la luna se reflejaba en
sus lomos. Las escamas de las dragonas blancas brillaban plateadas y las de Hei Lei
lucían como vetas de gris metálico, como los destellos de una espada bruñida. Kai
brillaba de la cabeza a la cola. Sus escamas eran de un verde luminoso, como un
jarrón de jade iluminado desde el interior. Ping deseaba entrar en la laguna y que las
aguas anaranjadas le confiriesen mágicamente el poder de comprender lo que los
dragones estaban diciendo. Sin embargo, se quedó atrás como hacía siempre,
sentada en la entrada de su cueva, observando a las magníficas criaturas desde la
distancia. Debía contentarse con saber que era la única persona en el mundo que
había visto tal espectáculo.
Cuando llegó su turno, la voz de dragón de Kai que no le era tan familiar sonaba
clara y segura de sí misma. Los otros dragones escucharon atentamente lo que tenía
que decir. Cuando hubo terminado le formularon preguntas tranquilamente, que Kai
respondió con seguridad.
Cuando le llegó el turno a Sha, para sorpresa de Ping, la dragona amarilla se
levantó y emitió un sonido como nunca antes le había escuchado. Era un sonido
melódico, como si Sha estuviese cantando, si bien mucho más parecido a un
zumbido, como un murmullo. Era dolorosamente triste. Ping pensó que debía de
estar cantando a sus bebés dragón, que murieron antes de nacer. Aquel lamento le
erizó el cabello de la nuca.
La voz de Hei Lei era más grave que la de los otros dragones. Aunque habló
firmemente y sin pausa, su discurso no fue tan largo como el de los demás. Cuando
calló, se produjo un silencio, como si el resto de los dragones estuviesen ponderando
sus palabras.
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Kai Hei Lei estaban frente afrente en la laguna anaranjada. Ambos brillaban bajo
la luz de la luna: Kai, verde intenso, y Hei Lei ,gris resplandeciente.
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—¡Kai desafiará a Hei Lei! ¡ Kai luchará para defender el nombre de Padre!
Kai era tan pequeño, incluso alzado sobre sus patas traseras, que no le llegaba a
Hei Lei ni al hombro. Ping habría sonreído si la situación no hubiese sido tan
seria. Esperaba que Gu Hong acabase con la discusión, pero la vieja dragona
permaneció en silencio.
Ping se volvió a Jiang.
—Gu Hong es la líder. ¿Por qué no...?
—Ella no es nuestra líder —la interrumpió Jiang—. Es nuestra anciana. La
respetamos, pero ella no nos guía. Hemos estado sin un dragón jefe desde que Danzi
se fue. Hei Lei desea tomar el liderazgo, pero las dragonas no lo queremos como
líder.
—Pero ¿permitiréis que Kai desafíe a Hei Lei...?
—Nadie puede detenerlo —dijo Jiang.
Ping sintió como si sus entrañas se desintegrasen.
—¡Debes hacerlo, no es justo! ¡Míralo, es sólo una cría aún!
—No tenemos el poder de detener un desafío cuando el reto ya se ha lanzado.
Ping estaba aterrada.
—Pero si no tiene cuernos ni alas... Hei Lei lo matará.
Jiang habló con las otras dragonas, y éstas negaron firmemente con la cabeza.
—Hei Lei tiene que aceptar el desafío o marcharse. Sólo tiene estas dos opciones —
dijo Jiang a Ping. Luego se dio la vuelta y se dirigió al dragón negro.
—¿Aceptas?
Hei Lei asintió con su gran cabeza, y Ping intentó correr hacia Kai, pero Tun la
detuvo.
—¿Es que no puedo ni decirle algo? —Quería desesperadamente rodear con sus
brazos al pequeño dragón.
Tun hizo caso omiso de sus súplicas.
—¡Kai! ¡Diles que no querías hacerlo! ¡Retira tu desafío! —gritó Ping.
—¡Kai debe defender a Padre y derrotar a Hei Leí!
Ping ya no sabía si su reacción era a causa de las reglas de los dragones o por su
terco orgullo.
Las dragonas estaban hablando entre sí.
—Hei Leí, por favor, no le hagas daño —suplicó Ping.
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Hei Lei estaba preparado para lanzar el pequeño cuerpo de Kai contra las rocas
que había a su alrededor. Entonces Ping gritó con todas sus fuerzas y el sonido
distrajo al dragón negro, quien dudó un instante. En aquel momento, Kai se retorció
y fustigó a Hei Lei en el rostro con la cola. Sorprendido, Hei Lei soltó a Kai, que
desapareció bajo el agua de nuevo. No fue un hecho accidental que la contienda se
hubiese llevado a cabo en la laguna amarilla. Era el entorno favorito de Kai y un
lugar en el que Hei Lei se sentía completamente incómodo. Kai había atraído al
dragón negro hasta allí.
La ira de Hei Lei finalmente estalló. Había controlado su furia hasta aquel
momento, pero ya no era un dragón que razonase. Era un animal salvaje.
Barrió el agua con sus garras delanteras intentando capturar a Kai, luego saltó y
rugió con todas sus fuerzas. Kai le había mordido otra vez. Las enormes garras de
Hei Lei encontraron a Kai y lo arrastraron fuera del agua. Esta vez lo lanzó contra las
rocas, pero su furia hizo que se apresurase. Kai quedó hecho un ovillo, sin aliento y
contusionado, pero no resultó seriamente herido. Hei Lei se tiró sobre Kai, le clavó
los dientes en el costado y le desgarró un trozo de carne. Sangre púrpura, brillante
bajo la luz de la luna, salpicó las rocas.
Ping intentó correr hacia Kai, pero Tun y Jiang la hicieron retroceder.
—¡Tenéis que detenerlo! —gritó.
Hei Lei clavó sus garras en la herida de Kai, y el pequeño dragón aulló de
dolor. Entonces Hei Lei lo lanzó por los aires otra vez. En esa ocasión apuntó mejor y
Kai chilló cuando su cuerpecito chocó contra la roca. El dolor debilitó el escudo que
rodeaba la mente de Kai. Sujetando con fuerza el fragmento de piedra del dragón,
Ping fue capaz de entrar en zonas de su mente en las que nunca antes había
accedido. Pudo leer sus pensamientos más recónditos que aún no se habían formado
en palabras y supo que se había roto un hueso de su pata delantera. El pequeño
dragón desapareció bajo la superficie del agua con un lastimoso quejido.
Hei Lei caminó alrededor de la laguna. Cuanto más se evadía Kai de él, más
furioso se ponía Hei Lei. Ping se dio cuenta de que Kai había elegido luchar en la
laguna amarilla por otra razón. Era la laguna sanadora. Sabía que Hei Lei lo heriría y
estaba ganando tiempo dejando que las aguas curativas lo aliviasen. Pero las aguas
amarillas no podían soldar huesos y menos en unos pocos minutos.
La superficie del extremo opuesto de la laguna empezó a ondularse. Hei Lei entró
en el agua y cayó revolcándose. Kai lo había atraído a la parte más profunda de la
laguna. Hei Lei intentó hacer pie, pero el agua se cerraba sobre su cabeza. Agitó las
patas como un molino, chapoteando. No sabía nadar. Kai se sumergió de nuevo.
Ping sabía que los dragones no podían ahogarse, pero Hei Lei odiaba el agua y
estaba intentando no hundirse. Aunque Ping no lograba ver a Kai, sabía que nadaba
como un pez, y que estaba mordiendo y arañando al dragón negro mientras éste
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luchaba por mantenerse a flote. Hei Lei finalmente hizo pie y consiguió arrastrarse
de nuevo hacia la zona de aguas poco profundas.
Esta vez usó su inmensa cola para barrer la laguna. Ping contuvo el aliento. La
atención de los dragones estaba concentrada en Hei Lei, quien intentaba dar con el
pequeño dragón. Kai podría haberse escondido en la parte más profunda de la
laguna donde Hei Lei no pudiese alcanzarlo, pero ése no era su plan.
Ping también había penetrado en el escudo que rodeaba los pensamientos más
íntimos de Hei Lei. Intuyó a un joven y a un dragón negro más joven en Long Gao
Yuan. Sujetó el fragmento de piedra del dragón con ambas manos y su segunda
visión se hizo aún más potente. Vio las profundidades de la mente de Hei Lei. Supo
por qué odiaba tanto a los humanos: Lao Longzi le había contado algo de un joven
guardián de dragones. Había sido el guardián de Hei Lei. El dragón negro había
querido y confiado en el joven. Juntos habían volado y corrido aventuras que los
otros dragones no habían aprobado.
La confianza de Hei Lei había sido traicionada cuando su guardián de dragones lo
había abandonado para seguir a una hermosa mujer que había conocido en una
posada en una de sus escapadas. Hei Lei había aprendido que los humanos no eran
seres de fiar y la traición lo había llenado de amargura. Su furia se había acrecentado,
agudizado y alojado en su corazón como una astilla de acero. Había decidido que los
dragones estaban mejor sin los humanos. No podía confiar en que su guardián de los
dragones guardase el secreto de su escondite y decidió que sólo tenía una
opción. Siguió la pista a su guardián y lo mató.
Ping fue arrancada de su memoria recóndita cuando el dragón negro habló de
repente.
—¡La contienda ha terminado! ¡Proclamo mi victoria! —anunció.
Los otros dragones permanecieron en silencio, sorprendidos.
Sin embargo, Ping podía leer los pensamientos de Kai. No estaba derrotado, no
aún. Bajo la superficie del agua, estaba intentando calmar su rabia para poder
cambiar de forma. Se transformó en una roca y luego, lentamente, emergió del
agua. Sus movimientos eran tan lentos que ni siquiera la magnífica vista de los
dragones los percibieron. Cuando Hei Lei volvió la espalda, Kai adoptó otra vez su
verdadera forma y se impulsó hacia las rocas de la parte opuesta de la laguna. Hizo
un brusco sonido, casi como un eructo. Luego meneó la cabeza y sacó su lengua
como un niño descarado. Hei Lei estaba indignado. El dragón negro tenía muchas
habilidades, pero transformarse en otra cosa no era una de ellas. De pronto, el
inmenso dragón se impulsó hacia Kai atravesando la laguna. Estaba demasiado lejos
para saltar sobre él y no quiso caer en el agua de nuevo. Desplegó sus alas y las
movió una vez. Los otros dragones, que habían permanecido en perfecto silencio
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hasta aquel momento, gritaron al unísono. Hei Leí había quebrantado las reglas del
desafío.
El dragón negro cayó sobre Kai y le clavó las garras en el cuello. Ping se soltó de
los dragones que la retenían y corrió por el borde de la laguna. Esta vez nadie la
detuvo. Se abalanzó sobre Hei Lei, pero éste la derribó con su cola y la hizo a un lado
como si no fuese más que una mosca irritante. Hei Lei aún tenía a Kai entre sus
garras. Pero el ataque de Ping había dado tiempo a Kai para pensar. De pronto se
transformó en un jarrón. Hei Lei no se lo esperaba. El impacto de tocar
inesperadamente a un dragón transformado en otra cosa hacía perder el
conocimiento a los hombres, y aunque esto no era suficiente para dejar sin sentido a
Hei Lei, sí lo hizo tambalear de modo que aflojó la presión que ejercía sobre Kai.
El pequeño dragón se libró de las garras de Hei Lei arañando su piel y cayó al
suelo sobre sus cuatro patas. Tan pronto pisó firme corrió por detrás de Hei Lei. De
sus heridas recientes manaba sangre, pero eso no lo hizo tambalearse. El dragón
negro sacudió la cabeza, para despejar su sensación de mareo.
Kai subió por la enorme cola de Hei Lei y alcanzó su lomo. La luz lunar se reflejó
en sus escamas de una forma que Ping nunca antes había visto. Las puntas de éstas
brillaban con una nueva iridiscencia, como las plumas de un pavo real. Destellaban
con colores verde, rojo, blanco, negro y amarillo. Todos los colores resplandecían,
incluso el negro, que brillaba como ébano bruñido. Los dragones lanzaron
exclamaciones, maravillados. Ping no podía creer que aquella criatura magnífica
fuese su pequeño dragón. Se acercó un poco más a él.
Hei Lei se alzó sobre las patas traseras y movió desesperadamente las
delanteras. Pero no pudo alcanzarlo. Kai clavó las uñas de sus garras delanteras
alrededor del cuello de Hei Lei. No importaba cuánto sacudiese su cabeza o se alzase
sobre sus patas traseras, Hei Lei no podía librarse de Kai. Sus patas delanteras
podían golpearlo y sus uñas podían clavarse en el costado de Kai, pero no lograba
otra cosa que arañarlo.
—¿Qué le ha sucedido a las escamas de Kai? —preguntó Ping a Jiang.
—Es un dragón de cinco colores. Nunca había visto uno. —Su voz estaba llena de
asombro.
Hei Lei intentó alcanzar a Kai con una pata trasera, igual que un perro rascándose
la oreja. Kai se balanceó de un lado a otro con todo su peso para desequilibrarlo, de
manera que Hei Lei se vio obligado a bajar la pata para mantener el equilibrio.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Ping.
—Kai ha nacido para ser líder. Si un dragón de cinco colores reclama el liderazgo
de un grupo nadie puede desafiarlo —respondió Jiang.
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Las afiladas uñas de las garras del pequeño dragón brillaban a la lux de la luna y sus
escamas iridiscentes destellaban. Ping soltó una exclamación de horror.
Kai se estaba regodeando de estar acabando con lo mejor de Hei Lei, a pesar de la
sangre que manaba de sus heridas. Ping estaba horrorizada por el brillo sangriento
que vio en sus ojos. Lo que el adivino había dicho cuando le había escrito la línea
final de la adivinación le vino como un destello a la mente. «Léelo sólo cuando te
enfrentes a tu mayor dificultad, cuando experimentes tu peor momento.» Ella había
pensado que su peor momento era cuando Tun se llevó de su lado a Kai en Long Gao
Yuan, pero no era así. El peor momento de todos era aquél. Las cosas ya no podían ir
peor, sólo si Kai moría. Y aquello podía suceder en cualquier momento. Ping corrió
hacia su cueva y sacó todo lo que guardaba en las alforjas. Encontró el pedazo de
cuero arrugado en el fondo y lo desplegó con dedos temblorosos. Las seis lecturas
estaban a un lado. Dio la vuelta al retazo de cuero y leyó la única tira de caracteres
otra vez. Los trazos de tinta se habían desdibujado con el paso de los meses y apenas
podía leerlos a la luz de la luna. «Un grupo de dragones sin cabeza. Magnífica
fortuna.» Ping movió el cuero del derecho y del revés, pero las palabras aún carecían
de sentido alguno para ella.
Kai podía herir a Hei Lei, pero no podía matarlo. No obstante, el dragón negro, en
un arrebato de furia, podía matar a Kai y a los demás dragones. Era muy capaz de
cortarles la cabeza llevado por la rabia. Pero ¿cómo podía esto significar buena
fortuna? Ping recordó el terrible montón de huesos en Long Gao Yuan. Si Hei Lei los
mataba a todos ya no habría dragones en el mundo. Seguramente eso no traería
buena fortuna. No tenía tiempo de valorar los detalles. No importaba lo que dijese el
Yi Jing, Ping no podría soportar un mundo sin dragones.
Los otros dragones permanecían como estatuas en las rocas, observando el
combate, pero sin atreverse a intentar detenerlo. Ping corrió hacia los combatientes.
Hei Lei estaba sacudiendo su enorme cabeza de un lado a otro, rugiendo y
bramando, dándose golpes contra las rocas en un intento de sacarse de encima a Kai.
Kai alargó sus patas delanteras para rodear el rostro de Hei Lei por delante. Las
afiladas uñas de las garras del pequeño dragón brillaban a la luz de la luna y sus
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guardián de los dragones había llevado a la mujer hasta lo alto de Long Gao
Yuan. Le había mostrado el camino oculto que conducía a la meseta, detrás de las
cascadas de la Cola de la Serpiente. Ella mantuvo el secreto durante muchos años,
pero ya en su vejez había contado a un cazador de dragones dónde podía encontrar
muchos de ellos, a cambio de tres monedas de oro.
El cazador, sin embargo, no se había apresurado a ir a Long Gao Yuan, sino que
trazó un plan cuidadosamente. Envió mensajes a otros cazadores de dragones que
conocía. Eran rivales, pero con la perspectiva de la recompensa de conseguir varios
dragones, acordaron unirse en una sola banda.
Ping miró a Hei Leí a los ojos. El brillo rojo había desaparecido y su furia había
sido reemplazada por tristeza. En otros tiempos se había sentido tan orgulloso de su
travieso joven guardián... Los únicos guardianes de los dragones que había conocido
hasta entonces eran viejos y aburridos. Él había amado su alegría y sus bromas. La
matanza sucedida en Long Gao Yuan era culpa de su guardián de los dragones y él
había elegido a aquel hombre.
Los ojos de Ping se llenaron de lágrimas y esta vez no eran por Kai, pues sabía que
era lo suficientemente fuerte para sobrevivir a sus heridas. Esta vez lloraba por Hei
Lei.
Ping intentó rescatar del agua a Kai, pero no pudo. Los otros dragones se
reunieron a su alrededor. Tun se adelantó y sacó a Kai.
—Kai puede caminar —dijo el pequeño dragón.
Ping lo ayudó a ponerse en pie. La luna del dragón había desaparecido del
firmamento. El día estaba amaneciendo con una mancha de color rojo sangre en el
horizonte. Lentamente Kai avanzó cojeando, arrastrando su pata rota tras él. Parecía
pequeño, débil y malherido. Ahora sus escamas ya no relucían con los cinco colores,
sino que estaban apagadas. No parecía en absoluto un líder de un grupo de
dragones. En lugar de regresar a su lecho en la caverna de dragones principal, cojeó
hacia la cueva de Ping.
Los otros dragones no quisieron entrar, aunque de todos modos apenas había
espacio para uno de ellos. En silencio, llevaron varias cosas hasta la boca de la cueva
para Kai: paja para hacer un lecho, pieles de animales, comida. Sha se presentó con
dos de las piedras curativas de jade de la cueva del tesoro, y Ping colocó a Kai una en
la cabeza y otra en la cola, tal como la dragona amarilla le indicó.
—Tengo que encender una hoguera; necesito preparar un remedio con hierbas
para él —dijo Ping.
Ninguno de los dragones puso objeciones. Ping encendió una pequeña fogata y
preparó té de milenrama para detener la hemorragia. Luego limpió las heridas de Kai
con agua de la laguna curativa. No eran tan graves como había esperado. El agua
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dragones, algo que ningún otro guardián había conseguido. Le gustaba la idea de
tener a ocho dragones a su cuidado. Por lo que sabía, ningún verdadero guardián de
dragones se había ocupado de más de uno. Ella completaría el nueve.
El cuarto día, Kai se levantó y salió al exterior renqueando. Las dragonas
parlotearon como estorninos cuando emergió de la cueva y todas se acercaron para
tocarlo. Kai se dirigió a la laguna púrpura para lavarse. Luego pasó el resto del día
trasladándose de la laguna amarilla curativa a la laguna blanca de rejuvenecimiento.
Tun y Shuang tuvieron que ocupar el lugar de Hei Lei y salir a cazar. Ninguno de
los dos era tan grande y tan fuerte como Hei Lei, pero esperaban que juntos podrían
proveer al grupo. Los largos vuelos dejaban a Tun exhausto, y las presas que traían
eran más pequeñas, de modo que había suficiente para comer, pero pocas veces
quedaba algo que pudieran poner a secar para el invierno.
Aunque Ping pasaba largas horas en la meseta buscando setas y raíces
comestibles, sus contribuciones a la provisión para el invierno eran escasas. Le habría
gustado que uno de los dragones alados la llevase a lugares distantes para buscar
frutas, frutos secos y vegetales que podría secar para almacenarlos, pero ningún
dragón quiso llevarla, puesto que no deseaban arriesgarse a ser vistos por otros
humanos.
Cuando Kai se encontró suficientemente bien, se unió a los dragones para celebrar
una reunión lunar. La reunión no duró mucho, pero Jiang explicó a Ping que el
consejo había acordado que Kai sería su líder. No hubo debate. Era el primer dragón
de cinco colores nacido en tres generaciones. Sin embargo, a causa de su juventud se
decidió que el consejo de dragonas seguiría tomando las decisiones del grupo hasta
que a Kai le creciesen los cuernos.
—¿Crees que Danzi sabía que Kai era un dragón de cinco colores? —preguntó
Ping a Jiang después de la reunión.
—No podía saberlo puesto que es la sangre de la primera batalla que fluye a través
de las escamas de Kai lo que hace que se revelen sus verdaderos colores por primera
vez. Sin embargo, el padre de Danzi era un dragón de cinco colores. Aunque él no
heredó esta característica, tal vez sabía que había alguna probabilidad de que Kai la
heredase.
—Kai debería adoptar un nuevo nombre ahora que es líder—dijo Gu Hong.
—Kai no quiere un nuevo nombre. Kai quiere conservar el nombre que le puso
Padre —dijo el joven dragón al oír hablar de él.
—Todos los dragones líderes toman un nuevo nombre—dijo Jiang.
—Tengo una idea, Kai. —Ping cogió de nuevo el palo que había usado para
escribir mensajes a Gu Hong en la arcilla—. Puedes llamarte igual, pero puedes
escribirlo de forma diferente.
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Ping suspiró. ¿Por qué siempre era tan difícil obtener una respuesta directa de un
dragón?
Cada noche la imagen del futuro de los dragones se hacía más clara. Podía ver
cómo Kai crecía con los otros dragones. Trató de descubrirse en aquellas visiones,
pero ella nunca estaba allí. De todos modos, no sabía cuánto tiempo habría de pasar
para que la imagen se hiciese realidad. Podrían pasar cientos de años. Quizás ella no
se veía en esa imagen porque, después de haber pasado una larga vida en el refugio
de los dragones, ya estaba enterrada en alguna parte. Intentó convencerse de ello,
pero no podía engañarse. Sabía qué era lo que le estaba diciendo aquella visión.
Ping dejó de bañarse en la laguna rosada.
—¿Por qué ya no te bañas allí? —le preguntó Jiang.
—Por nada —repuso Ping.
Sin embargo, dejar de bañarse allí no supuso diferencia alguna. No podía quitarse
de la cabeza la imagen que se había formado en su mente. Los dragones vivirían un
futuro de paz y armonía. Y ella no estaría allí.
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A partir de entonces, Kai pasaba la mayor parte del tiempo con los demás
dragones. Todos ellos tenían algo en particular que enseñarle. Ping intentaba
mantenerse ocupada, pero se pasaba largas horas sentada junto a Gu Hong. Aunque
ahora Ping ya podía escuchar la voz de la vieja dragona en su mente, Gu Hong aún
prefería escribir en el suelo lo que quería decirle. La conversación con la vieja
dragona era lenta, pero a Ping lo que precisamente le sobraba era tiempo. Habían
elegido un lugar soleado donde la tierra era oscura y era más fácil escribir en ella que
en la dura arcilla que rodeaba las lagunas.
«Los bebés de dragón nacidos en cautividad suelen morir. Has criado bien a
Kai. Nadie más podría haberlo hecho mejor», escribió Gu Hong.
Era un gran halago, proviniendo de la anciana dragona. Sin embargo, Ping ahora
podía leer lo que Gu Hong pensaba pero no decía. Ella no quería humanos en el
refugio de los dragones; ni siquiera a Ping. Los mismos pensamientos habitaban en la
mente de todos los dragones.
—¿Por qué Danzi no trajo la piedra del dragón de Kai aquí él mismo? —preguntó
Gu Hong.
Danzi se había dirigido exactamente en la dirección opuesta. Se había marchado al
mar y luego hacia la isla de la Bendición. De todos modos, tampoco podía haber
llegado demasiado lejos.
—Decía que quería abandonar el mundo de los hombres y vivir en la isla de la
Bendición. Iba a llevarse a Kai consigo, pero en el último instante cambió de opinión
y lo dejó conmigo —escribió Ping.
—Pasó mucho tiempo en cautividad, tal vez su mente no era tan clara como solía
ser—escribió Gu Hong.
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Ping recordó al viejo dragón tal como lo había visto por última vez. Sus escamas
ya no reflejaban el sol, sino que estaban descoloridas y apagadas. Sus ojos tenían un
matiz amarillento. Pero aunque Danzi tenía un cuerpo desgastado, su mente siempre
había permanecido clara y aguda. Ping pensaba que había sido su orgullo lo que le
había frenado a llevarse consigo a Kai. Había perdido el liderazgo del grupo, y no
quería regresar y enfrentarse de nuevo a Hei Leí.
Aquella noche, mientras Ping se bañaba en la laguna rosada, tuvo una visión de sí
misma. Era en el futuro y estaba en un lugar que no reconoció. Se encontraba en
una casa escribiendo en un trozo de cuero. Algo que olía muy bien hervía en una
lumbre. Había un perro junto a ella meneando la cola. También había alguien más
allí. Intentó ver quién era, pero la imagen era borrosa. Desconocía si aquél era su
verdadero futuro o simplemente una posibilidad.
Ping ahora sabía por qué la sexta línea de la lectura del Yi Jing decía que habría
motivos para lamentarse. Hei Lei tenía toda la razón: los humanos no tenían cabida
en el refugio de los dragones. Ella debía dejar a Kai.
Aquella noche, durante la reunión lunar, Sha y Lian hablaron de nuevo sobre
provocar lluvia, pero los demás los superaban en número. Tun y el resto de las
dragonas no estuvieron de acuerdo.
—Kai debería decidir —dijo Lian.
Kai negó con la cabeza. Había estado preparado para luchar por su posición de
líder, pero aún no lo estaba para tomar unas decisiones tan importantes.
—Es demasiado duro —comentó Kai a Ping más tarde—. Kai lo siente por los
humanos que mueren de hambre, pero también comprende que los dragones no
puedan olvidar lo que los humanos hicieron al grupo. Los cazadores de dragones
mataron a los padres de las dragonas blancas, a la hermana de Tun, a la pareja de
Shuang, a sus compañeros.
—No los culpo por no querer ayudar a los humanos —dijo Ping.
—Sha y Lian desean ayudar. Jiang piensa que somos muy pocos. Sólo podemos
hacer una pequeña nube, y no sería lo suficientemente grande para llevar lluvia a
todo el imperio.
Ping decidió que aquél era un buen momento para contar a Kai sus planes.
—Los dragones no me quieren aquí, Kai —dijo.
—Kai toma las decisiones. Ping puede quedarse.
—Ahora soy capaz de escuchar sus voces. Sé lo que piensan y dicen. No quieren
humanos en el refugio.
—Ellos no se refieren a Ping.
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—Cuidad a Kai por mí. Aunque sea un dragón de cinco colores, aún es muy
pequeño —dijo Ping, sin poder evitar que se le escapasen las lágrimas.
Sha y Lian flanqueaban al pequeño dragón.
—Nosotras cuidaremos de él —dijo Sha.
—No dejéis que holgazanee. Sólo porque sea vuestro futuro líder no significa que
no deba cumplir con sus tareas —dijo Ping.
La muchacha acarició a Kai por última vez, sintió la aspereza de sus escamas, que
le era tan familiar, las afiladas puntas de sus espinas dorsales. Rodeó con sus brazos
el cuello de Kai y sus lágrimas rodaron por las escamas del pequeño dragón. Él
emitió un sonido como el tañido de una campana rota.
Ping alzó su alforja, se la colgó al hombro y se dirigió a Tun.
—Estoy lista —dijo.
—¡Espera!
Ping sintió que las garras de Kai la sujetaban por su ajada chaqueta.
—Ping debería esperar hasta primavera.
Ella se volvió.
—No, Kai. Nunca va a ser fácil para mí dejarte. Ahora es un buen momento.
—Toma esto. —Kai hizo una mueca de dolor cuando se arrancó una de sus
escamas—. Bajo la luna del dragón, Ping soñará con Kai.
Ping la cogió. Era más pequeña que la escama de Danzi y más brillante. En la
palma de su mano parecía un trozo de jade. Con la luz solar, los otros colores en su
punta no eran visibles. Sólo podría verlos a la luz de la luna.
—Yo no tengo nada que darte.
—Ping ya ha dado mucho a Kai.
Ella rebuscó en su bolsa.
—Guarda esto. —Entregó al joven dragón él cuadrado de seda—. Si no dejas que
le dé la luz del sol, los caracteres no se borrarán más.
Kai cogió el trozo de seda. Lo sostuvo en lo alto de forma que voló como un
estandarte.
Ping subió a lomos de Tun, sobre una silla de hierba tejida que Jiang le había
preparado. La dragona ató una cuerda alrededor del cuello de Tun y luego la pasó
por la cintura de Ping de manera que no pudiera caerse. La muchacha se sujetó a los
cuernos del dragón.
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—Sólo una cosa más —dijo Jiang. La dragona roja escupió en los ojos de Ping—. Si
no sabes dónde está nuestro refugio nunca nadie podrá obligarte a revelar el secreto
de su ubicación.
Ping se frotó los ojos, pero con ello sólo consiguió que le doliesen más. Los abrió
de nuevo. No podía ver nada. Sintió que Tun alzaba el vuelo. Había esperado ver a
Kai diciéndole adiós y agitando el trozo de seda hasta hacerse pequeño como un
puntito, pero no podía ver nada. Escuchó cómo lloraba, emitiendo aquel triste sonido
de cuencos de cobre chocando entre sí. Las lágrimas aliviaron sus ojos, pero no le
devolvieron la vista. Sintió el viento en su rostro. Sabía a ciencia cierta que jamás
volvería a ver a Kai.
El aire era más frío que cuando Tun la había llevado al refugio de los dragones.
Las lágrimas de su rostro se convirtieron en pequeños cristales de hielo y tembló. Al
cabo de un mes o dos haría mucho frío en las montañas. No sabía adónde iría cuando
Tun la dejase. Tampoco sabía dónde pasaría el invierno o el resto de su vida. La
soledad la inundó como una ola del océano. Gritó para que Tun la llevase de vuelta,
pero las palabras eran arrancadas de su boca por el viento y esparcidas por el cielo.
Tun parecía saber con exactitud lo que duraría el efecto de la saliva de dragón en
los ojos de Ping. Justo cuando empezó a distinguir la borrosa silueta de las montañas
que había debajo, empezaron a descender, y cuando las patas del dragón tocaron el
suelo, ella ya podía ver.
Tun no se entretuvo. Tan pronto como Ping se soltó y bajó de lomos del dragón
éste estuvo listo para despegar de nuevo. El dragón la acarició con la almohadilla de
su garra e hizo un sonido tintineante que sonó como una despedida amistosa. Ping
ya no podía leer sus pensamientos. Luego Tun agitó sus alas y pronto no fue más que
una manchita en el cielo.
Ping miró a su alrededor. El dragón amarillo la había dejado en el lugar exacto
donde la había encontrado. Estaba a cientos de tortuosos li de distancia de la aldea
más cercana. Si tenía un poco de suerte podría encontrarse por casualidad con alguna
tribu nómada de pastores de yaks; y si tenía mucha suerte podrían dejar que pasase
con ellos el invierno.
Su vida estaba en manos del cielo.
Ping no había sentido frío en vanos meses. Apenas era otoño, pero el aire ya
refrescaba bastante, y ella no tenía ropas de abrigo. Alzó la vista, miró el sol y
empezó a andar. Estaba haciendo lo que menos deseaba en el mundo, pero sabía que
hacía lo correcto. Era un sentimiento extraño.
Ping llevaba los zapatos de escamas de dragón y suficiente comida para pasar algo
más de una semana. Tenía un cuchillo afilado, una trampa para cazar conejos que
había tejido con ramitas de hierbas y un par de palillos para encender fuego, además
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de la piel de oso con la que protegerse del frío durante la noche. El corazón le dolía
por la pérdida de Kai, pero sabía que su amigo estaba en el lugar más seguro donde
posiblemente podría estar. Tal vez algún día ella también averiguaría qué era lo que
debía hacer con su vida. El dolor de su corazón pasaría; mientras tanto, había de
concentrarse en su viaje. Debía encontrar algún camino hacia una aldea o un pueblo
donde pasar el invierno. Tenía oro suficiente para pagar el alojamiento. También
podría ganar algo más como narradora o escribana. Aquélla era una posibilidad para
su vida, aunque tal vez habría otras. Intentó crear una hebra que la condujese hasta el
próximo pueblo, pero también había perdido su segunda visión.
Transcurrió una semana. Ping atravesó andando las montañas sin ver a otro ser
humano. El viento ya era glacial. Necesitaba imperiosamente ropa de abrigo. Justo
cuando acababa de pensarlo, vio por el rabillo del ojo que algo se movía: era un
conejo. Había caminado todo el día y estaba hambrienta. Aún guardaba carne seca y
frutos secos en su bolsa, pero tras semanas de comer carne hervida, el pensamiento
de un conejo a la brasa le hizo la boca agua. Podía guardar la carne seca para tiempos
de escasez. Y, además, la piel podría serle útil. Con la piel de uno o dos conejos más
podría hacerse un chaleco para abrigarse.
El conejo estaba a un par de cbang de distancia, mordisqueando un matorral de
hierba amarillenta. El viento soplaba a su favor y el animal no la había oído ni
olido. Ping sacó el lazo, se puso a cuatro patas y se acercó arrastrándose hacia él. El
conejo estaba concentrado comiendo las suculentas hierbas. Ping se acercó, pulgada a
pulgada, lentamente. Quería saltar sobre la criatura por si se alejaba de un brinco,
pero se obligó a no hacerlo.
Ping confeccionó una trampa con el lazo, lo sujetó con la mano izquierda y luego
lo lanzó. Las semanas de práctica obtuvieron su recompensa y además tenía buena
puntería. El lazo cayó sobre la cabeza del asustado conejo, y ella tensó la cuerda. El
animalillo saltó al menos dos pies de altura y se dio la vuelta en el aire, aterrizó y
salió disparado. Su fuerza había cogido por sorpresa a Ping; antes de que tuviese
tiempo para reaccionar, el lazo se escapó de sus dedos.
Ping se puso en pie de un salto y corrió tras el conejo. Quería la carne, pero aún
quería más el lazo por ser una parte importante de su equipo de supervivencia para
el invierno. Corrió tras el conejo, tropezó con una roca y se torció un tobillo. Cayó
rodando por una ladera. Su cuerpo fue chocando contra las rocas hasta que aterrizó
en el fondo de un barranco. Se dio un golpe en la cabeza.
En el fondo del barranco reinaba la paz. Ping se alegró de dejar de rodar. Se estaba
bastante bien allí echada, pues había ido a parar sobre un buen manto de hierba. El
viento soplaba en lo alto, pero no allí en el fondo. El aire estaba quieto y no era tan
frío. Al menos no se había roto el tobillo, sólo se lo había torcido. Se encontraría bien
una vez se hubiese echado una siesta.
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Carole Wilkinson La Luna del Dragón
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El cielo se oscureció y Ping pensó que había otra nube. Los dragones habían
estado ocupados. Alzó la vista al cielo. Era una nube muy negra y se estaba
moviendo de forma muy extraña. Se dio cuenta de que no era una nube en absoluto,
sino un pájaro negro. Un gran pájaro negro que se acercaba bajando en picado. Pero
tampoco era un ave. Era un dragón: Hei Leí.
Sería una forma distinta de terminar su vida, muerta por un dragón.
Ping sintió que las garras del dragón se clavaban en sus hombros y la alzaban por
la pendiente del barranco. Su tobillo golpeó contra una roca y soltó un grito.
—¿Puedes subirte a mi espalda? —dijo Hei Leí.
Aunque había perdido su segunda visión, aún podía comprender al dragón. Sus
ojos rojos ya no eran fieros, sino que parecían heridas abiertas.
—¿Para qué? —Ping se preguntó si planeaba llevarla volando hasta una gran
altura y luego dejarla caer.
—Para llevarte a un lugar donde vivan humanos.
—¿No vas a matarme?
—No.
Ping se impulsó para subir a lomos del dragón. No tenía cuerda para atarse y no
caer, por lo que pasó la tira de su bolsa alrededor de los cuernos del dragón, y luego
sobre su propia cabeza y alrededor de su cintura. Aquél iba a ser definitivamente su
último vuelo con un dragón.
—Estoy...
Antes de que pudiera completar la frase, el dragón ya había alzado el
vuelo. Estaba contenta de poder contemplar el paisaje que discurría bajo ellos. No
sabía adónde la estaba llevando Hei Lei y tampoco le importaba. Debajo de ellos, las
montañas se extendían en todas direcciones como un inmenso manto de ropa
arrugada. Luego subieron aún más arriba por encima de las nubes y bajo la luz del
sol.
—¿Te gusta volar? —preguntó Hei Lei.
—Me encanta.
Las enormes alas de Hei Lei se movían arriba y abajo a cada lado de Ping. El
dragón volaba contra el viento, pero eso no le hacía tambalearse. La muchacha se
sintió más animada; tal vez aún no había llegado su hora después de todo.
Tras volar durante varias horas, las nubes desaparecieron y las montañas se
convirtieron poco a poco en suaves colinas. Ping atisbo una aldea. Hei Lei voló más
bajo.
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Ping miró a su alrededor. No vio ningún signo de vida ni de la aldea que había
atisbado desde el aire. No tenía comida, ni agua, ni ropa adecuada. La tierra estaba
tan reseca que las grietas que había en ella eran tan anchas que Ping podría haber
introducido una mano en ellas. Hacía fresco, sin embargo. No pensó que Hei Lei la
hubiera decepcionado; aun así, la idea que tenía un dragón de la palabra «cerca» de
una aldea debía de ser muy distinta a la que tenía un humano. Encontró una rama
que usó como muleta.
Al cabo de un buen rato empezaron a aparecer señales de que por allí habitaban
humanos. Había campos vacíos, un buey muerto. Ping sintió que le daba un vuelco el
corazón cuando vio una casa, pero al acercarse se dio cuenta de que estaba
abandonada.
Ping empezó a andar... otra vez. Le daba la impresión de que había pasado la
mayor parte de su vida caminando sin saber adónde iba. Le dolía el tobillo y sabía
que no llegaría muy lejos de aquella forma. Sintió que en su interior crecía un
sentimiento de frustración. Ya estaba harta de vivir al antojo de los demás: amos,
emperadores, dragones... ¡Ya estaba harta! Quería recuperar el control de su vida de
una vez por todas.
Vio que había algo en la colina más cercana. Una columna de humo. No sabía si
provenía de una chimenea o de una fogata en el campo. De todas formas, al menos
había un lugar hacia dónde dirigirse.
Al acercarse, Ping vio que había una aldea en la colina. Si había humo significaba
que al menos una persona aún vivía allí.
Era una aldea de unas veinte casas. Cuando atravesó las puertas exteriores, que
estaban abiertas, varios rostros delgados se volvieron hacia ella. No expresaban
ningún gesto de bienvenida. Ping pudo adivinar lo que estaban pensando: otra boca
que alimentar. De un granero provenían voces airadas. En el exterior había dos asnos
atados. Un granjero salió del granero.
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—Me da igual el oro que puedas tener —decía—. El heno vale más que su peso en
oro y no te lo puedo vender.
Otro hombre salió del granero. Parecía como si fuese a discutir, pero en
aquel instante vio a Ping. El corazón de la muchacha empezó a latir con fuerza: era
Jun. Una sonrisa iluminó su rostro. Vestía una gruesa vestimenta de invierno y
parecía más delgado que la última vez que lo había visto. Ping, de repente, deseó no
llevar aquella chaqueta raída y los pantalones con las rodillas rotas de lo desgastados
que estaban. El joven corrió hacia ella y la abrazó.
—¡Gracias al cielo, estás viva! ¡Casi había perdido la esperanza!
Ping se apoyó en él y no pudo expresar ni una palabra de la emoción.
—¿Estás herida? Tienes un aspecto horrible. ¿Y de dónde vienes? —preguntó Jun.
—Pues... caída del cielo —dijo Ping sonriendo entre lágrimas. Hei Lei sabía
exactamente dónde la dejaba.
Jun buscó a su alrededor.
—¿Dónde está Kai? —preguntó.
—Tuve que dejarlo —dijo ella.
—Entonces es que encontraste el refugio de los dragones —adivinó Jun.
Ping asintió.
—No estaba en Long Gao Yuan.
—¿Dónde estaba?
—En un lugar lejano. No sé su nombre ni dónde está. Podría pasarme toda la vida
buscándolo y nunca volvería a encontrar a Kai.
Ping no se había permitido pensar en su pequeño amigo desde que dejó el refugio
de los dragones, pero ahora su tristeza afloró a la superficie. Pegó su rostro al pecho
de Jun y lloró. Sollozó hasta que no le quedaron fuerzas para llorar más. Estuvo
mucho rato de esa manera, y los aldeanos se cansaron de mirar y regresaron a sus
asuntos. Jun se quedó a su lado abrazándola y dándole golpecitos en la espalda hasta
que Ping vació toda la pena que guardaba en su corazón.
El granero era el único lugar disponible de la aldea donde acomodarse. Jun tenía
provisiones de comida y una chaqueta gruesa. A Ping le quedaba algo de jengibre.
Una aldeana les dio una tetera con agua hirviendo para preparar algo de té.
Ping sorbió la bebida caliente.
—¿Y a ti qué te sucedió después de que Kai y yo escalásemos la Cola de la
Serpiente?
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—Intenté escalarla yo también, pero no pude. Aunque tenía fuerzas para hacerlo,
no cabía por el estrecho espacio que había entre el precipicio y las cascadas, como tú
y Kai. Conseguí subir un par de chang, y luego el agua me arrancó de la pared y caí.
—Pero no nos esperaste —dijo ella.
—No pude. Un gran dragón amarillo me atrapó con sus garras, me llevó volando
varios li y me dejó caer en medio de ninguna parte.
Ping sonrió.
—Era Tun.
Ping y Jun se turnaron para contarse sus aventuras. Jun había comprado dos asnos
para ir en busca de Ping, pero le costaba comprar suficiente comida para mantenerse
con vida y alimentar los dos animales.
—Todo el mundo tiene hambre. Nadie tiene comida de reserva; no sé cómo vamos
a sobrevivir.
Ping le contó cómo era el refugio de los dragones: los distintos dragones, las
lagunas de colores, el barro hirviendo, la charla sobre hacer llover. Explicado de
aquella manera parecía una historia que se hubiera inventado.
Hablaron hasta bien pasada la medianoche.
El sonido de voces excitadas despertó a Ping a la mañana siguiente.
Salió del granero. Los aldeanos miraban en la distancia, cubriéndose la vista con la
mano del sol matutino. Señalaban hacia el horizonte, donde se estaban agrupando
varias nubes grises. Jun se acercó y se quedó junto a ella.
—Son nubes grandes. Hei Lei debe de haber regresado al refugio de los dragones
y ayudado a los demás a crear niebla —dijo Ping.
—¿De veras lo crees?
—Sí—afirmó Ping.
El sol brillaba en la parte inferior de las nubes coloreándolas del gris al púrpura
oscuro. Los aldeanos observaban, preocupados porque el sol disipase las
nubes. Sobre una colina lejana apareció un arco iris, con sus colores tan pálidos y
translúcidos como las alas de una libélula.
—Por allí debe de estar lloviendo —dijo Jun.
La franja de nubes se acercaba cada vez más, cerniéndose sobre ellos. Los
colores del arco iris se intensificaron hasta que brillaron como los de un vestido
bordado. Ahora lo podían ver con claridad: una columna de lluvia persistente caía
sobre la colina cercana, aunque el sol brillaba tercamente sobre el pueblo.
—¡El dragón! —gritó uno de los aldeanos.
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Ping miró al cielo, pero no había dragones en él. Los aldeanos corrieron al granero
y salieron de nuevo con un armatoste de bambú polvoriento, cubierto de seda
descolorida. Cuatro hombres sostuvieron aquel artilugio sobre sus cabezas y bailaron
alrededor del pueblo. La seda que cubría el bambú estaba andrajosa y ajada, pero
aún se reconocía en ella la forma de un dragón.
Las nubes siguieron moviéndose constantemente hacia ellos, oscuras y
pesadas, hasta que al fin ocultaron el sol y el arco iris desapareció. Los aldeanos
vitorearon. Los relámpagos zigzaguearon cruzando el cielo y se escuchó el estruendo
del trueno. Grandes gotas de lluvia cayeron sobre los rostros vueltos hacia arriba de
los aldeanos. Hacía muchísimo tiempo que no llovía, y nadie buscó refugio. Todos
bailaron bajo la lluvia.
Ping montaba en uno de los asnos. Ya no tenía por qué ocultarse más. Podían
viajar por buenas carreteras. Con la ayuda de los animales, alcanzarían Xining antes
de que llegase el invierno. Seguía lloviendo tal como lo había hecho los dos últimos
días, y las colinas ya se estaban tiñendo de verde. Ping llevaba un sombrero de
bambú que mantenía seca su cabeza, pero el resto de su cuerpo estaba
completamente empapado, calado hasta los huesos. Aun así, ni siquiera pensó en
quejarse. Jun conducía el otro asno que transportaba su equipaje. Tenía el pelo
empapado, y el agua le goteaba por la punta de la nariz.
—¿Crees que tus amigos dragones no irán demasiado lejos y al final habrá
inundaciones?
—No. Ellos sabrán cuándo parar: cuando los lagos estén llenos y los ríos fluyan
otra vez.
Ya era demasiado tarde para sembrar cereales, pero al menos los animales podrían
comer hierba y la gente podría plantar vegetales de invierno. Aun así, sería un
invierno duro. Por fortuna la gente podría sobrevivir. Ping estaba segura de que la
primavera siguiente traería buenas lluvias.
—¿Y adonde quieres ir?
—No lo sé.
—Kai está en el lugar correcto: en el mundo de los dragones. Ya es hora de que
ocupes tu lugar en el mundo de los humanos —dijo Jun.
El mundo de los hombres asustaba a Ping.
—Nunca encontré un lugar en él. He estado cuidando dragones desde que tenía
cuatro años.
—No te preocupes, seguro que descubrirás cómo pasar tu vida —dijo Jun.
La lluvia fue amainando poco a poco y al final dejó de llover. Ping bajó del asno y
secó la cara de Jun con el reverso de su manga.
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Fin
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Glosario
CHANG
Medida de longitud que equivale a 2,3 metros.
DINASTÍA HAN
Período de la historia china de la época en que todos los emperadores pertenecían
a una familia en concreto. Duró de 202 a.C. a 220 d.C.
FÉNIX ROJO
Ave mitológica china que se parece mucho a un pavo real.
JADE
Piedra semipreciosa también conocida como piedra nefrítica. Su color varía del
verde al blanco.
JIN
La medida de peso para el oro.
Ll
Medida de longitud igual a 500 metros.
PIES HAN
Medida de longitud equivalente a 23 centímetros.
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QI
Según la tradición china, el qi es la energía vital que fluye a través de nosotros y
controla el funcionamiento del cuerpo.
QlLIN
Animal mítico chino provisto de un cuerno con el cuerpo de un ciervo y la cola de
un buey.
SHU
Medida de peso equivalente a casi medio gramo.
YUYUBA
Nombre de una fruta, conocida también como el dátil chino.
Yl JlNG
Antiguo libro chino que se usa para la adivinación. También se conoce como el
I Ching. Este libro tiene tres o cuatro mil años de antigüedad.
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Pronunciación
Las palabras chinas de este libro están escritas enpin-yin, que es la forma oficial de
transcripción fonética de los caracteres chinos al alfabeto latino.
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Agradecimientos
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También me gustaría dar las gracias a Blue Boat Design, especialmente a Rob
Davies por su magnífica portada, a Julián Bruére por sus meticulosos mapas y a
William Lai por su bella caligrafía. Había unos plazos de entrega muy ajustados para
este libro, por lo que estoy particularmente agradecida a mi marido, John, y a mi hija,
Lili, por aguantarme mientras lo escribía.
Finalmente me gustaría agradecer a todos los lectores de los dos libros anteriores
de la colección El guardián de los Dragones que se han tomado la molestia de
escribirme. Su entusiasmo y ánimos han sido una fuente de inspiración.
La cabeza de dragón terminada que la dama An hace con el juego de los Siete
Elementos. Si queréis hacer la forma o ver cómo se resolvió el rompecabezas, visitad:
www.dragonkeeper.com.au (página en inglés).
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