0% encontró este documento útil (1 voto)
389 vistas43 páginas

Novela. Mañana Cuando Encuentren Mi Cadaver

El documento habla sobre la vida de una persona que sufrió un accidente y quedó inválido, dependiendo de su esposa para sus cuidados básicos. Expresa su frustración con su situación actual y la falta de comunicación con su esposa.

Cargado por

Miguel Zarza
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (1 voto)
389 vistas43 páginas

Novela. Mañana Cuando Encuentren Mi Cadaver

El documento habla sobre la vida de una persona que sufrió un accidente y quedó inválido, dependiendo de su esposa para sus cuidados básicos. Expresa su frustración con su situación actual y la falta de comunicación con su esposa.

Cargado por

Miguel Zarza
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 43

Maana, cuando encuentren mi cadver

Adolfo Antonio Ariza Navarro

Cincuenta y siete aos, una nueva cada poltica, separado de mi mujer y de mis
hijos hace seis aos, sin esperanza de reunirme a ellos, sin fortuna, sin estado, la
realidad de la miseria presente, y la perspectiva de sus inseparables compaeras,
la humillacin y la ignominia, son los motivos que me determinan a abreviar mis
das, convencido, por otra parte, de que hay ms valor en darse muerte que en
dejarse degradar
Lus Per de Lacroix, Pars, enero de 1837.

PRIMERA PARTE
1
Esta vida es realmente estpida, ridcula. Limpiarse el culo, por ejemplo. No he
querido hacerlo ms despus del accidente. Mi mujer lo hace por m. Se envuelve
papel higinico en la mano, cubierta con una bolsa plstica. Yo me acomodo de
lado sobre el borde del bacn y ella se encarga. No le parece suficiente. Acerca la
manguera del agua, me para el chorro entre las nalgas y vuelve a limpiar; esta vez
con la yema de los dedos. Se demora un poco.
Te gusta? me dice-. T ibas a ser marica, Bromea.
Finalmente me toma por los testculos. Me los exprime.
-Deberas hacerlo t mismo- me dice, levantndose.
-Cmo no!- Contesto, con una frase que no deja de ser una estupidez.
No es realmente lo que quiero decir. Dentro de m, pensamiento y palabra no
concuerdan. Lo que sale de mis labios no es lo que suelo pensar ni lo que espero
decir. Lo que pienso y deseara decir, siempre es peor. Hay alguien que lleva las
riendas dentro de m. No me deja expresar. Me mantiene frenado, como con una
rienda de caballo. Afasia motora, ha dicho el doctor que me atendi despus del
accidente. Se me han grabado las dos palabrejas. Claro que si me pidieran que las
expresara sera incapaz. Dira, por ejemplo: Adentro, o afuera. Adentro y
afuera, son las palabras que suelo repetir. An queriendo expresar otra cosa,
digo afuera, o digo adentro. Es algo que est lejos de mi dominio. Claro que
digo otras palabras. Casi todas insultos. Pero debo hacer un gran esfuerzo para
poder insultar. Tiene que salirme desde adentro. Como un grito:
-Hijueputaaaaaaaa!
-Ms hijoeputa eres t!- contesta con otro grito mi mujer. -Uno se jode
cuidndote y as es como le pagas!
Yo me pregunto: por qu no me deja tranquilo el culo y listo? Yo no le he pedido
que me limpie. Lo hace porque es su costumbre. Es la costumbre de todo el
mundo. Incluido los locos y los curas. Despus de defecar todos se limpian el culo.
2

Deberan hace lo mismo con la boca cuando terminan de hablar. La boca de la


mayora de las personas que conozco necesita mucho ms asepsia que el culo.
Luego de limpiarme, me subo con dificultad la pantaloneta. Mi mujer me mira
hacerlo. No me ayuda. Alarga de nuevo la mano y me atrapa el sexo, flojo y
descolgado. Otra vctima del accidente. Lo mira sin entusiasmo. El fuerte apretn
de su mano se confunde con una rida caricia. Ella se desploma esperando que l
se levante. l se consume, se refugia en s mismo. Parece un hombrecito dormido
con el ojo guiado.
-Chpalo!- le digo.
-Que lo chupe tu madre!- dice ella, malhumorada, y sale del bao.
2
Mi mujer es el ser humano ms estpido que conozco. Ha debido largarse desde
hace un buen tiempo; mucho antes de que todo empezara. Promete hacerlo a
diario, pero, curiosamente, con cada zancada del calendario, se aferra ms a este
sitio. Masoquismo puro, me imagino. Se engaa a s misma. Piensa que convenir
en lo contrario esto es, largarse y dejarme abandonado- sera cometer una
traicin detestable. Piensa que en su lugar probablemente yo hubiera hecho lo
mismo. No est ni tibia. La dejo que se engae. Adems no tendra forma de
decirle que se engaa. No me entendera. De las personas que me rodean, con ella
es la que tengo mayor dificultad para comunicarme. Me entiendo ms con el
vendedor de chance que pasa por la calle, que con la imbcil. Es ms fcil pedirle
fiado un pedazo de chorizo al morcillero, que lograr que ella entienda que tengo
sed. Trata de ablandarme. Dice que aunque yo no lo crea, -y de paso me recuerda
que nunca la he querido todava existe el amor. Me ro. Siempre hay algo de
demencia en el amor, sostena Nietzsche. Pero Nietzsche no todas las veces
estuvo atinado: Cmo puede amar alguien con las canillas flacas, los senos cados
y el pelo como una estopa; lleno de canas? La gente envejecida, ruin y sin
ilusiones, y para colmo de males, de baja estatura -como ella-, no ama, sucumbe,
se somete, que no es lo mismo. Llevan los intestinos a ras de piso, demasiado
pegados al suelo. Arrastran el destino y los pedos. No la recuerdo muy bien de
joven. Evoco sus senos firmes y redondos; en venta - prximos a los labios de
cualquier viandante-, fuera del escote. Su culito limpio, pulcro, estrecho: pens
que no le iba a caber. No es que pueda alardear de mis dotes de burro garan,
pero soy el propietario de un buen trozo de carne.

Diecisiete centmetros para ser exactos. Algo ms grueso que un guineo maduro.
No se dejaba por el trasero. Acusaba alguna clase de dolor. En realidad, no era
muy grato entrarle por ah. Tenamos que suspender mientras yo iba un momento
a asearme al lavamanos. Siempre mir aquello con algo de repugnancia. Pensaba
que no era normal. Deca que sus amigas, aunque lo practicaran, nunca hablaban
al respecto, y si no lo hacan era porque aceptaban que haba mucho de
censurable en ello. Maldita ignorante! No me ayudaba a penetrarla entonces y no
me ayuda ahora a levantar este muerto mortificante. Se alegra de mi situacin
actual; el abandono de mis amantes, mi actitud despreciable que sobrepasa lo
soportable. Sonri a escondidas cuando me negu a seguir asistiendo a las
dolorosas sesiones de fisioterapia. Y aplaudi cuando le hinch el ojo de una
trompada a la desalmada que pretenda mantenerme con el brazo lesionado
estirado todo el tiempo. Le convengo as: recluido, invlido; dependiente de sus
cuidados, sin poder salir a ninguna parte.
3
El accidente no tuvo la culpa. El accidente fue simplemente eso, un accidente.
Solt el timn al sentir el dolor, y el carro fue a dar contra los bancos de cemento
de un parque. No recuerdo ms, excepto la opresin en el pecho y los gritos de las
personas que llevaba conmigo en el taxi. Ah, y las ganas tremendas de fumar
Los cigarros tampoco tienen la culpa. Ellos no iban solos a mi boca. Los llevaba mi
mano. Ella era cmplice; reciba estmulos de este cerebro hoy atrofiado. Nadie
tiene la culpa. Ni siquiera el cerebro que se afecto a s mismo! O acaso el
corazn resulta inocente? Adems, no ha sucedido nada extrao. Qu tiene de
singular que un hombre se acerque a la muerte? Qu importa el tiempo en el
que lo haya hecho? Suceder siempre. A tus veinte, tus cuarenta, tus ochenta o
tus cien aos. La vida que vivirs despus, si te dieran otra oportunidad de vivir
luego de ser sentenciado, no tendra que importar si fueras ejecutado en el acto.
Qu dan diez, veinte o treinta aos de vida ms? Nunca reparamos en las
ventajas de irse temprano excepto los suicidas, quiz-. Qu gana mi mujer
viviendo diez o quince aos ms? Limpiarme el culo los trescientos sesenta y
cinco das de todos esos aos? Y an no hacindolo. Qu hara? Largarse a casa
de algn familiar? Seguir trabajando? Partindose el espinazo con su anticuado
oficio de modista? Qu vera de ms? Probablemente una nueva generacin de
celulares o los avances tecnolgicos de la medicina molecular que a ella no le
serviran de nada y an sirvindole no tendra ganas de utilizar, porque, para
qu?, el tiempo de utilizar las cosas, incluidos los adelantos cientficos, ya pas.
4

Debi gozarlos junto a m. Y gozar junto a otro idiota, lo que hacen exclusivamente
para m, es una estupidez. Por eso la felicidad es absurda. No es una eleccin
particular, es algo que hay que ejecutar junto a otros, con otros, y esos es an el
ms terrible de los absurdos. Curiosamente, nuestros ms claros egosmos son
incompletos. No es que sean malos nuestros goces ntimos y particulares, es que
son imperfectos. Comparemos: un pajazo, por ejemplo. Una comida degustada a
solas. Una cerveza bebida en solitario. Un cigarro, epa!, aqu est: Un cigarro. Me
fumaba una cajetilla y media por da. A veces regalaba alguno y el obsequiado lo
destrua. El muy imbcil alegaba que lo haca para salvarme, porque
cientficamente estaba comprobado que slo un cigarrillo le arrebataba a su
fumador dos minutos y medio de vida. Quin le haba dicho a aquel idiota que yo
necesitaba dos minutos y medio de vida ms? Hoy, si quisiera, podra regalarle
veinte, treinta, doscientos minutos de vida de la que me sobra para que se los
empacara por el culo. Suelo pensar que es muy factible que en este momento,
donde quiera que se encuentre, no quiera vivir siquiera un minuto ms de sus
terrible y estpida vida.
Creo que la mayora de los problemas de la gente empiezan por someterse a hacer
lo que menos les gusta hacer en la vida. Mi mujer, por ejemplo. No creo que le
guste limpiarme el culo todos los das. Incluso, bajar el wter. Pero tiene que
hacerlo. No tiene otra opcin. Si se queda aqu, tiene que hacerlo. Mi madre, con
lo vieja que est, no creo que pueda ni quiera intentarlo. Apenas si tiene fuerzas
para limpiarse a s misma. Este es un trabajo que corresponde a mi mujer. Es ella,
invocando razones mentirosas que le imputa al amor, la que tiene que colocarse la
capa de Supermn, levantar el puo y echarse a volar. De lo contrario nos
pudriramos todos con el olor. Esa es otra opcin. Pero ella no contempla esa
posibilidad. Es demasiado pulcra para mi gusto. Ella menos que nadie desea
pudrirse ni vivir dentro de la pudricin. Muchas veces le arrojo al piso recin
lavado las sobras de la comida que me sirve: arroz con pollo guisado y espaguetis,
casi siempre. Me insulta. Se disgusta. No entiende nada, ya lo dije, es realmente
estpida. Slo aspiro a demostrarle con este acto la sinrazn de sus afanes, de su
trabajo esclavizante; el circulo vicioso de sus neurosis. Yo limpio, t aseas. T
aseas, yo ensucio. Y el da que yo no ensucie tambin aseas. Cunto tiempo
dedicado al aseo? En esta ciudad de polvo y brisa, un ama de casa asea sus pisos a
diario. Gasta cerca de dos horas en ese trabajo. Setecientas veintiocho horas al
ao. Treinta coma tres das. Un mes. Una mujer pierde a la sazn un mes de vida
aseando todos los aos; tiempo que bien podra dedicar a otra actividad. A hacer
lo que ms le gusta, por ejemplo: Salir a bailar, ir a la playa, buscarse un amante,
5

pasarla con los hijos. En vez de eso, se dedica a limpiar. Eso, sin incluir el tiempo
que se dedica a asearse a s misma, que conociendo a la mujer de hoy, su extrema
meticulosidad en el arreglo, deben ser otras dos horas diarias; lo que implica otro
mes de vida arrojado a la caneca de la basura. La mayora de las personas que
conozco trabaja en algo distinto de lo que le gusta. Carlos, el vecino de enfrente,
adora el vallenato. Es arquitecto de profesin. Ejerce su oficio a regaadientes. Y
lo hace porque su mujer es profesora; gana bien, y no soporta que pase flojeando
todo el da tirado en el piso recin trapeado por la empleada del servicio -a la que
de paso tambin teme, sobre todo, por su tremendo cuerpazo en el que se
entretienen los ojos de su marido- escuchando en el equipo de sonido canciones
vallenatas. Tampoco ella gusta de su profesin de educadora; ni la sirvienta de su
trabajo como empleada del servicio. A sta ltima le gusta Carlos. Y a Carlos, ya lo
dije, le gusta el vallenato. Estas tres pequeas infelicidades no tienen arreglo y
slo podra ajustarlas la concesin de un buen acuerdo de trabajo. Un empleo que
satisfaga las aspiraciones de este tro dinmico, expuesto a la hecatombe por la
irracionalidad de sus respectivos oficios. En un estado social de derecho que se
respete, Carlos debera tener la dicha de escuchar vallenatos hasta reventar ser
acordeonero, por ejemplo-, La profesora obtendra la prerrogativa de trabajar en
casa y la sirvienta gozarse a Carlos. ste creo que no tendra inconvenientes en
dejarse gozar. He aqu el quid del asunto: Si Fabin, mi vecino de al lado, odia a los
chinos, como reiteradamente me ha manifestado; tanto como para querer
deshacerse de ellos; debera proversele de un cuchillo de cazador o una escopeta
para que salga a matar chinos como mayor le plazca. Se le pagara por cada chino
muerto que entregara. Y si de paso, en su trabajo, un chino lo caza a l, de malas;
porque habra que imaginar tambin que existiran chinos a los que el estado
chino les pagara por matar ciudadanos colombianos. Sera el placer y la
valoracin del trabajo.
A m nunca me gust el trabajo. Lo admito. Jams me gust ejercer ninguna clase
de labor. Es ms, creo que no era apto para ejecutar alguna. Por eso me dediqu a
taxista. En el oficio de taxista estn todos los seres que no han podido ni querido
hacer otra cosa en la vida, ni siquiera ser taxista. En este trabajo convergen todos
aquellos tipos a los que se les pas el tiempo de las aspiraciones, los sueos y las
oportunidades y terminaron dndose cuenta que en estos pases existe una cosa
ms anarquista que su mentirosa independencia y sus fastidiados egos: el
desempleo. No hay nada ms pequeo burgus, mentiroso y conformista que un
taxista. Terminan, con un falso sentido del orgullo y la ubicuidad, diciendo amar
un trabajo que detestan y a una ciudad que vigilan por necesidad. Se dan nfulas y
6

la mediocridad les arroja cierta dosis de relativa importancia: Somos la primera


imagen de la ciudad, dicen. Por fortuna se mienten, porque si se dijeran su
pequea y cadavrica verdad, la tercera guerra mundial vendra montada sobre
cuatro ruedas, patrocinada por los taxistas. Me dediqu a este oficio por las
noches por dos razones: Tengo algo de cocodrilo, de dinosaurio: odio el calor y los
trancones. Necesitaba tiempo para pensar, jugar domin, cartas, ajedrez y billar.
Tambin necesitaba comprar cigarrillos y aportar algo para la casa: Felicidad. S,
felicidad. Cuando volva del trabajo, an con los bolsillos vacios, excepto por el
paquete de cigarros que nunca faltaba, la esclava de mi mujer se mora de
contento y felicidad. Guau!, bravo!, su hombre estaba trabajando! No era gran
cosa, pero estaba trabajando. No haba tenido que ir matar chinos con el loco de
Fabin al restaurante de la esquina. Haba hecho un servicio a las dos de la
maana al mercado pblico y otro a las tres al aeropuerto. Vaya que bueno, el
aeropuerto!, la carrera que codiciaban todos aquellos imbciles de la estacin
para redondear la faena. De modo, que para picarlos, yo haca todos los das mi
carrera al aeropuerto. Nunca me faltaba. Y ellos, aeropuerto?, ni mierda! Pero
un da, como en el cuento, donde siempre se est a la espera del desastre y el
desequilibrio, vino la envidia y se encarg de lo suyo. De tanto visitar ficticiamente
el terminal areo, mis compaeros terminaron clavndome Seor Aeropuerto.
No vala la pena liarse a trompadas con aquella partida de energmenos por eso.
No existe ganancia alguna en mezclarse en un conflicto con un imbcil que se
desquita de su falta de argumentos colocando taras y sobrenombres y cuya
conversacin ms interesante versa sobre los servicios maravillosos que realiz la
semana pasada o la noche anterior en la que tambin tuvo la suerte de tirarse a
una putica desnutrida y drogadicta de la Calle Caldas. Sola ofenderlos de una
manera elegante: pongan a funcionar ese residuo de materia gris que les cedi la
mezquina naturaleza. Qu tal que la vida no sea ms que eso? Una carrera de
taxi, un partido de ftbol o un polvo con una putica triste y desnutrida? Les
encantaba el ftbol, adoraban al equipo de su ciudad, en manos de empresarios
perversos, pero nunca gastaban un peso de sus bolsillos para ir a acompaarlo al
estadio. En su ignorancia, o en su dureza de bolsillo, sospechaban del directivo
maquinador, utilitarista. Alguna vez uno de aquellos necios incursionando en
materia poltica os decir: Hay que votar a la alcalda por fulanito de tal; un
empresario de avanzada, millonario, que no necesita robarle dinero a la ciudad,
porque ya tiene suficiente. Aprovech que me estaba alargando el hilo; dndome
papaya: Necesita robarte a ti, gran pendejo le grit, en presencia de los otros-,
a ti, que no tienes nada, que no te perteneces, que no perteneces a ninguna
7

parte; que nunca reclamas, que te ignoras tanto como para protestar ni si ves que
violan a tu propia madre!
Tuve que esquivar un insulto y una que otra trompada. Pero al tipo no le
quedaron ms ganas de abrir la boca para opinar sobre cosa alguna, por el
enorme miedo
de embarrarla. Desde entonces, cada vez que alguien pensaba lanzar una
opinin, haca un barrido con la mirada, para asegurarse de que el Seor
Aeropuerto no se encontraba.
En realidad, aunque todos ellos me importaran un carajo, algo haba en m que me
impulsaba, que me obligaba y me retaba a despertarlos, a decirles que esta
ciudad a la que decan amar, aunque slo fuera por conveniencia, o por aparentar
ante el extrao; era suya, de su total incumbencia. Qu los polticos, como aquel
famoso y serio empresario, les estaba viendo la cara de tontos, que slo esperaba
llenarse los bolsillos y lo nico que le faltaba para lograrlo era que viniera y los
hiciera encuerar para metrselas por el culo.
Los pueblos quieren ms a los que ms males le hacen, les deca, recordndole
una frase de Simn Bolvar. Para ellos, un tipo del pasado, del que escasamente
haban odo hablar y cuyo nombre apenas traan a cuento tan slo para bromear o
nombrar un alejado y empobrecido barrio: De qu color era el caballo blanco de
Bolvar?, preguntaban. Del mismo color de su puta ignorancia, les contestaba.
4
De la gente que conozco, el nico que medio se salva es mi primo. Una torre
desmirriada de cuatro pisos que calza cuarenta y tres y que usa los mismos yines
desteidos desde que se vino a mudar al apartamento que mi padre negocio con
su padre en cierto momento de estrechez. A pesar de su posicin cmoda
hablando polticamente-, de su gusto pequeo burgus; es el nico ser genuino
del que tengo noticia. A diferencia del comn de los mortales, hace lo que le
gusta.
Ha dicho que es escritor desde el principio. Y lo sigue diciendo a pesar de que el
hambre le muestre las garras y el mundo lo amenace constantemente con
venrsele encima. Dice que no sabe hacer otra cosa. Aunque esto no quiere decir
que lo que haga lo est haciendo bien hecho. He llegado a dudarlo. Todava, a
pesar de los premios que ha obtenido y de los oficios que le han encomendado, l
y su familia siguen amenazadas por la escasez. Claro que en esta ciudad es lo
normal. Lo uno y lo otro. Que la gente sufra problemas econmicos y que nadie
reconozca los meritos de su vecino. Aqu todos queremos pensar que somos igual
8

de mediocres a nuestros semejantes. Y los escritores, excepto Garca Mrquez


menos pequeo burgus que mi primo, al menos en sus orgenes- que toc en la
puerta indicada de sus continuos sacrificios, todos estn condenados a morirse de
hambre. Le algunos de sus textos en sus comienzos los de mi primo-. Pareca
una puta acosada por la urgencia de su primera vez: todos ellos llenos de temor e
ingenuidad, y aburrimiento. Se lo dije: primo, tiene que empezar a culear por
donde no est acostumbrado, por donde no ha visto culear a nadie, o la vida, que
es una culeadora del hijueputa, se lo va a terminar culeando a usted. Tal vez
entendi. Tal vez le toc hacer el curso para entenderlo. No he sabido ms. No
he vuelto a leerlo. No sera capaz. Lo que yo he llamado accidente se llev esa
capacidad. No volver a leer. Las letras que miro en los escritos, son una
verdadera pelea de perros para mi atontado cerebro.
Mi primo fue la primera persona que vino a visitarme luego del accidente. Era
lgico. Es mi vecino y mi familiar ms prximo. Slo tiene que abrir dos puertas, la
de su casa y la nuestra, para estar aqu. Creo que trat de penetrarme un poco
mentalmente. Fue intil, por entonces yo andaba en una situacin peor. Viva en
un sueo y un sobresalto continuo. Al despertar, y al sentir cierto dolor, sin saber
a ciencia cierta de dnde provena, slo crea oportuno hacer una cosa: llorar. Era
un padecimiento impreciso. Estaba a flor de piel. Era mi cuerpo o el mundo, el
viento o el aire, o alguna rara voz: todo estaba en carne viva. Nadie poda
tocarme. Si alguien se me acercaba sola soltar un alarido. Al primo, con toda su
inteligencia y su imaginacin de escritor, eso le bast. A pesar de la cercana
demor mucho tiempo para volver a visitarme. Lo entend despus: me crey
perdido para siempre. Y no estaba lejos de la realidad. Yo me jod. Me jod con j.
Me derrumb como un edificio. Pero, en honor a la verdad, para qu seguir
jodindome, con j o sin j, el edificio estaba cuarteado desde el principio.
Nunca congeni con nadie. Nunca tuve cabida en ninguna parte. Siendo un
mediocre, no soportaba a ninguna clase mediocres, excepto al que tuviera alguna
conciencia de su propia mediocridad. Y no una conciencia de clase. Hay una
maldita clase de arribistas que no los salva ni siquiera la obtencin del dinero.
Los burros cargados de plata, que dicen. Pero hay que hacer cierto tipo de
distincin. Hay verdaderos burros cargados de plata que pueden llegar a salvarse.
Pero no porque hayan llegado a ser mejores que los otros, los impertrritos, los
constructores de credos. Los ampara la inocencia, la ingenuidad con que se
sumergen en sus propios actos. Eso no los exime de pagar una condena, pero los
acerca a mi corazn de mediocre solitario.
No hay peor mediocridad que la mediocridad del lenguaje. Mucha gente no ha
cado en cuenta que la palabra es lo nico que los diferencia de los animales. Si
9

los cabros o los burros hablaran estaramos jodidos del todo, pues no somos
mejores que ellos. An as, insisten; no le rinden culto al idioma; repiten las
mismas barrabasadas con las mismas palabras a diario; en su casa, en su cama,
en su trabajo; balan, gorgoritean, ladran, rebuznan, gravitan, deliran peor que los
rudos animales.
5
La estpida de mi mujer dice que debera rezar ms a menudo. Pedirle favores a
Dios:
Ni por el putas! Acaso Dios podr reconstruir mi cerebro?
Dejmonos de maricadas; lo hecho, hecho est. Quin se va a tragar el cuento
de que Dios va a dejar de hacer lo que est haciendo que debe ser bastantepara
venir a meterse en el cerebro de un hijueputica para cuadrarle los cables
cuyo desarreglo l mismo propici?
Si ella, con sus pocas artes, no es capaz de revivirme el falo: qu puede hacer
Dios?
No ser acaso que ella quiere pedir, a travs de otro, favores para s? Qu la
muy deshonesta no se atreve a hacerlo de manera franca y directa? Qu se
siente sin fuerzas? Que por sus culpas, su malos y ocultos pensamientos, no se
siente autorizada? Qu recurre a m buenos oficios porque le conviene? Acaso
y a pesar de sus acusaciones sobre mi sospechoso atesmo, cree que soy un
canal ms expedito? Dios debera castigarla por insincera, por tramoyera, por
incapaz. Pienso que si en algn momento Dios volviera la vista y me viera, me
dejara igual; me castigara por su ruindad. Yo te iba a cuadrar las cargas me
dira-, pero con ese adefesio que tienes por compaera, mejor te dejo como
ests.
En lo que a m respecta, Dios es una rara y desprestigiada entidad. Un pervertido
estado de cosas. Una sistemtica violacin a las normas que deben regir
cualquier organizacin democrtica.
Si Dios ha existido alguna vez, debera aborrecer la naturaleza del pacto que
celebr con el ser ms ruin de todo la creacin. El hombre ha sido necio,
cicatero, calculador, eglatra. Los crmenes que comete hoy contra sus
hermanos, son los mismos que cometi desde el mismo arranque de su historia.
Su creador lo dot de entendimiento, pero tambin de un enorme rabo. De hecho
vivi mucho tiempo sobre los rboles, hasta que los rboles se debieron haber
cansado. Aprendi rpido a mentir, a sobrevivir y a sobrevivir mediante el engao.
El primer proceso intelectual que se llev a cabo en la mente del homo sapiens
tuvo mucho que ver con el engao. Supo de inmediato que el mayor imperio que
10

poda formar y con el cual poda someter a sus semejantes tena su gnesis en el
cielo. No obstante de all vino el rayo y por analoga el fuego. Prometeo nunca
tuvo que ver en esto. Desde el comienzo el hombre supo que el nico rey que se
poda erigir sobre los dems era l y que para mostrar el peso de su autoridad
tena que empezar pateando a los dioses por el trasero. El enemigo a vencer no
era el ms fuerte, el ms grande, el ms veloz o el ms fiero. Era todo aquel que
pudiera disputarle sus predios, tanto en la tierra como en el cielo.
La rozagante criatura ha sido tenaz, constante hay que abonrselo-, para lograr
la tarea de asesinar a ese dios perdonador y tolerante en el corazn de sus
hermanos. Qu queda hoy de l?
La chiquitica me dice que debera rezar. A quin?
Seres como ella, que dicen pertenecer a su iglesia apenas el tiempo que demora
el sacerdote en colocarle la carne y la sangre del hroe en los labios-, han hecho
del amor a sus semejantes un fruto muerto, una parafernalia de guerra que
convierte a este dios en un ser incrdulo, huidizo y acosado.
No es quiz la hora de preguntarle al hombre si cree en el dios creado, sino de
preguntarle a Dios si cree en ese hombre supuestamente realizado.
Existir Dios todava? Habr logrado sobrevivir a tanta persecucin y falsos
desagravios? Tendr an ojos para vernos, o se sentir completamente
avergonzado? Tanto, como para olvidar que an tiene en su poder la mquina
prodigiosa de hacer todos los milagros?
6
Tena sus piezas completas mi padre. Estaba cerrado y trancado por dentro. En
un lugar como ste, tomado por el ruido; lleno de msica estridente y gente que
conversa a gritos; mi padre prefera escuchar a Bach, a Mozart o a Beethoven.
Cuando quera competir con el bullicio, se decida por Mercedes Sosa, Chabuca
Granda; Garzn y Collazos. Alpiste para pjaro fino, me sintetiz el comprador
de discos callejeros que taz el precio de la coleccin en lo que por entonces
costaban dos pantalones Jhonson y Jhonson, con defectos de fbrica. Tambin
tengo para la venta una bicicleta con corneta para espantar perros, le dije al tipo,
que prometi enviarme otro cliente.
Con el dinero que obtuve por la venta de los discos, compr cigarros y una botella
whisky que me beb con el primo, el escritor. El Cacha era un tipazo, me
coment todo el tiempo, refirindose a mi padre, quien por all por los aos
setenta del siglo pasado le tom tantas fotografas en blanco y negro que hoy los
cuadros donde las mantiene no le caben en el aparador. Los baj en medio de los
tragos y me los estuvo mostrando. Viendo uno de ellos, incluso, solt algunas
11

lgrimas. Y lo entiendo. Mi primo ms que melanclico, es un buen actor. Esta


vez actu para m, para justificar los tragos que me estaba gorreando. El
Cacha, mi padre, no era de aqu. Vena del Tolima, huyendo de una de las tantas
violencias que han azotado al pas. La primera, segn decan, ignorando todas las
que le haban precedido en el siglo diecinueve, incluida La Guerra de los Mil Das,
a comienzos del veinte. Cachaco de tierra caliente. Eso era mi padre.
Funcionario de un banco. Termino medio. De salario mnimo, normalito. Obtuvo
una pensin que hoy disfruta mi madre si disfrutar se le puede llamar a comer y
dormir y comprar medicinas- y que pronto entrar a disfrutar yo. O disfrutar el
otro cachaco, el santandereano de la tienda de la esquina, ese s, cachaco de
verdad, cuya cuenta del fiado anda apuntada en un cartn de Sazones que
deambula por ah. Por Dios, fbrica de pigmentos sazonados, cunto te
debemos los hijos de esta ciudad! No por la calidad de tus productos que, entre
otras cosas, para nada sirven; sino por el cartn de tus empaques! Qu elemento
tan propicio para estampar nuestras deudas! Est hecho que ni pintao!
Cocinado en su punto exacto! Antes que colocarle el mar al escudo de armas de
esta ciudad debimos estamparle un empaque de la fbrica de Sazones y un
kilomtrico de Paper Mate.
Mi padre dej adems de la casa, de la que sacamos el apartamento que le
vendimos al pap de mi primo; la bicicleta con la corneta para espantar perros, los
discos, un equipo de sonido -de tubos-, fuera de servicio y un viejo cuadro del
Coronel Lus Per de Lacroix, el autorizado bigrafo de Bolvar.
Cierto da, para los tiempos en que vend la bicicleta, pas por la acera sombreada
del colegio de los curas salesianos, enfrente de la iglesia de San Roque.
Exhiban, recostados a la pared, los discos de mi padre, los mismos que un mes
antes yo haba vendido. No pude soportarlo. Habl con el vendedor ambulante.
Con el dinero obtenido por la venta de la bicicleta, compr los discos que
quedaban: dos de Garzn y Collazos y otro, grabado por ambas caras, con El
Bunde Tolimense. Los adquir por el triple del valor del que yo los haba
negociado. No obstante, me sent mejor al comprarlos. Quise escucharlos. Fui a
casa de Carlos, mi vecino. Antes compr una botella de Black and White y otra
provisin de cigarros. Terminamos escuchando vallenatos, que, como ya saben,
es la msica que le gusta escuchar al cerdo de mi vecino. Como en el futuro no
tena forma de volver a escucharlos, acab regalndoles los discos. Por lo dems,
nunca he sabido que l los haya odo. Asaltado por el temor de encontrarlos
nuevamente exhibidos recostados a la pared del colegio salesiano, he decidido
obviar por el resto de mis das ese sector de la Calle Treinta en el barrio de San
Roque.
12

7
De modo que vivimos en la casa que dej mi padre. Mi madre est muy vieja. Ya
super los ochenta aos. Le vendieron las enfermedades en un combo completo:
es hipertensa, no oye, y sufre de azcar en la sangre. Apenas si le quedan
fuerzas para ir a cobrar su pensin mensualmente. La acompaa mi mujer. Me
dejan solo en casa. Le echan la voz a algn vecino para que est pendiente de m
y cierran la puerta con llave.
Regresan por la tarde, en taxi, luego de hacer una fila de ms de tres cuadras en
la que no falta el anciano que se desmaya. Mi madre se ha desmayado un par de
veces. Con el paso de las horas; el sol, la sed, la sofocacin; su viejo cuerpo se
descompensa. Por eso la acompaa ahora la facilista de mi mujer que saca un
aporte de la pensin para comprar un puesto ms cercano a la caja en la larga fila
de ancianos.
Para hacerse or de mi madre hay que gritarle. Estamos bien jodidos los dos. Ni
yo logro hacerme entender, ni ella logra escucharme. Si por un momento,
consiguiera hacerlo, le pedira que acortara las distancias, que se muriera pronto,
antes de que yo lo haga. Al respecto mi madre no tiene planes. Ella piensa vivir
el resto de vida que le queda. Es una inconsecuente. Es, de lejos, candidata
mnimo para un coma diabtico o una embolia que la mayor de las veces no son
del todo fulminantes. No hace dieta a pesar de los consejos del mdico. Se atora
de arroz y carne. No perdona un helado, ni una tira de butifarras de las que pasan
vendiendo por la calle; ni mucho menos un chicharrn o un buen trozo de
morcilla.
El chicharrn es ella. Un da de estos la estpida de mi mujer ver multiplicado su
trabajo. Tendr que sobrellevar la carga del enfermo cuerpo de mi madre. A no
ser que se avive y ella misma decida acortarle la distancia. No es difcil. Slo
tiene que zamparle una bolsa en la cabeza y mirarla patalear un rato. Pero mi
mujer es demasiado estpida para hacerlo. Dios me libre!, dijo el da que le
mostr la bolsa plstica y el modo de hacerlo. Slo lograr con el tiempo
complicarse ms su estpida vida.
A diferencia de mi madre, yo tengo planes. Siempre he tenido planes. Desde
que el corazn empez a fibrilar y el mdico me asegur que tena que hacer dieta
y sobre todo, dejar de fumar, empec a prepararme. No iba a hacerle caso a un
diagnstico precipitado y tonto, lanzado al aire sin el rigor de unos buenos
exmenes? Qu confiables podan ser aquellos practicados en un hospital de
pobres? S cmo manejamos las cosas aqu. La salud est endeudada. Ms de
la mitad del dinero que gira el gobierno para estos dispensarios se queda a mitad
13

de camino, en otras manos. El resto se gasta en contratos; comprar mdicos


baratos, medicinas chimbas y vencidas, y equipos malos. Qu ms pueden
esperar los pobres de este pas? Acaso no son ellos los que marcan la pauta en
materia de corrupcin? No son ellos los primeros que durante las elecciones
salen vender el sufragio? Lo negocian por una botella de ron o una teja de eternit.
Los pobres en nuestro pas acaban con cualquier industria que aspire a ser
pujante. Qu pensarn los seores de tejas Ajover? Qu a los pobres en
Colombia no les pasan los aos, slo la luz, como a sus afamadas tejas?
Negociando particularmente su voto, acaban con la posibilidad de una futura
urbanizacin donde los Ajover venderan miles de tejas. Qu falta de estmulo
para la industria, por Dios!
Ni ms faltaba. Por un diagnstico con un escaso margen de credibilidad, no iba
yo a gastarme lo poco que me ganaba en el taxi comprando medicina. Con todo,
los cigarros me salan ms baratos. Whisky, cigarros y una buena hembra. La
que va a salir perjudicada es su mujer, me advirti el mdico, un guajiro de esos,
de los que a pesar de que estudian y progresan y obtiene un buen trato de la vida
un buen culo, por ejemplo-, les sigue gustando el vallenato. Tanta joda por esa
puta msica de corral! Ah est pintada la mentalidad de este subdesarrollado
pas. Limitada e incompleta como el instrumento en el que la ejecutan. Quedar
jodida si ella quiere, le respond al doc. Apenas yo vea que no pueda valerme
por m mismo, me pego un tiro, le coment al primo. A veces no nos queda
fuerza ni siquiera para eso, me respondi el maldito aguafiestas.
Mi mujer no me dej. Apenas me vio, erguido sobre la silla de ruedas, alcanzando
el cuchillo de cocina con el que estaba dispuesto a trozarme la garganta, me arroj
la plancha con la que me parti dos dientes. Ay no, mi amor, ay no!, grit
enloquecida. Se me arroj encima. La tom por el cuello con mi mano sana:
Hijueputa! Hijueputa!, le gritaba, apretndole el maldito cuello de rata.
Empez
a faltarle el aire, su cara empez a tomar un tinte violceo. Mi madre, que acudi
presurosa, recogi la plancha del suelo y me asest otro golpe, descalabrndome
cabeza.
8
El da del accidente iba estrenando zapatos. Tena una cita con Perla: un suave
tormento de diecinueve aos. Una explosin. Treinta kilos de pentonita envueltos
en papel regalo.
Era nuestra tercera semana de encuentros. Creo que llegamos a amarnos. Al
menos, nos gozamos y eso para m, que no confundo las cosas y el sexo me
14

parece mil veces ms rescatable y pleno que el amor, me haca pensar que nos
ambamos. O nos sexbamos para decir con mayor exactitud las cosas. Lo
enuncio de manera clara: pensar en Perla, era pensar en su coito nuevo y
raspado; en su entrega; en sus gritos y jadeos; su piel firme, su ano atornillado.
Sera hipcrita si no lo digo. Si por esos tiempos le hice el amor a mi mujer, fue
pensando en el sexo y la manera de hacerlo con Perla. Y que no me digan los
pdicos infieles que no les ha pasado. Me llegaba antes o despus que ella, solo
cuando la imaginacin jalonaba el encuentro deliberadamente aplazado. Mi
mujer,
al saber esto, no tendra por qu alarmarse. Para ser francos, algunos de sus
coitos ms felices los debe a que mi atencin estaba centrada en Perla.
Perla era una experta para el amor a pesar de sus pocos aos. Posea un arma
poderosa: su propio cuerpo. Elstico, gil, duro; sin nada de trucos. Dispuesto
siempre para la aventura sexual. Sin reservas. No necesitaban pedirse permiso,
autorizarse. Perla improvisaba sobre la carrera. Encima de la mesa de un bar, en
la playa dentro del agua- o en una oscura calle solitaria. Detenamos el auto, la
izaba sobre el bal y la levantaba. Tocbamos el cielo. Perla era tremenda y
deca que yo lo era; que no estaba viejo, a pesar de mis cincuenta y tres aos.
El maldito accidente me quit a Perla y me devolvi a mi mujer. Y esta chiquitica
de mierda se burla, se desquita. Algo debe saber. Alguien debi contarle sobre
Perla. O quiz fui yo mismo. Los infieles llevamos la infidelidad a casa. Cientos
de mensajes cifrados que nuestras mujeres codifican con la paciencia de un
ermitao. Adems, no haba sido slo Perla. Sospechas de amantes anteriores le
haban curtido el pellejo y aplazado los resabios. Recuerdo a Masiel, una putica
del Barrio Abajo con la que me sorprendi abrazado dentro del carro dos calles
ms debajo de donde vivamos. Arranqu a toda marcha cuando empez a
armarse el escndalo. Pens que Masiel le iba a abrir el cuerpo a cuchilladas.
Era una cachaca brava, de armas tomar y nunca olvidaba su navaja. Ocurri lo
impensado. Terminaron de amigas. Armaron frente comn para celarme hasta
que un da Masiel se fue a trabajar a Maracaibo.
9
Se llama cacho. As le decimos. Cuerno en italiano. Maldita palabreja! Ni
siquiera los interioranos, que son tan hbiles para aquello de colocar eufemismos,
han podido hacer algo con ella.
Tengo una pretensin. Se me antoja que las que ponen los cachos son las
mujeres. Los hombres no. Los hombres prestamos nuestros buenos oficios;
como quien se viste para asistir a una cena de gala. Los hombres nunca han
15

tenido problemas con eso de ser infiel, fuera de algunos disparos en el pasado,
algunos duelos y algunos machetazos. Separaciones, por esa causa, ya muy
pocas se ven. La mujer tiene alma de sparring, aguanta y aguanta, esperando
una oportunidad para devolver la cachetada. Algunas lo hacen, otras no. En
realidad, muy pocas perdonan. Es un disgusto que involucra un problema de
gnero. Las hembras, tienen mucho ms sentido de la propiedad que el macho,
La paloma ms mansa pelea por el rbol; se erige sobre su firmamento
destrozado. La fidelidad es una confesin de impotencia -deca Wilde-, La pasin
del propietario se esconde en ella.
Desde cundo pegan cacho las mujeres?
No teman, no lo dir. Seguramente muchos se sorprenderan si les dijera que
nunca ha habido cacho en realidad. Slo, simple seleccin natural; atavismo
ciego, propiedad privada y rescate. Pero buscar un acercamiento a la teora
anterior sera inmiscuirme en asuntos que competen directamente a dos de los
ms grandes propiciadores del cacho de la historia: Federico Engels y Lewis
Henry Morgan. Resolvamos la cuestin as. Como en el mundo actual somos
ms que en el pasado, es normal que se haya incrementado el cacho. Cuntos
cachones perecieron en la guerra de los mil das? Cuntos en la violencia de la
mitad del siglo pasado? Cuntos en las refriegas entre guerrilleros y
paramilitares? Muchos quiz. Pero fjense bien, el cacho no perece. Por lo dicho
antes, la matriz del cacho est en las mujeres. Desde beb nuestras machistas
madres nos han enseado que la naturaleza nos dio algo que hay que aprender a
usar. Este si va a dar con el rejo!, vociferan llenas de orgullo. Despus se
quejan -de dientes para afuera- de que sus lecciones arrojen tan buenos
resultados.
El cacho es lo bastante sabroso para el que lo pone, como tambin es lo bastante
humillante y oneroso para el que lo sufre. Pobres ignorantes de la historia!
Muchas vctimas enloquecen. He visto a sujetos perseguir a sus amantes durante
horas. Pegados a los postes del alumbrado pblico, a las esquinas; detrs de los
arbustos, los avisos, los autos. Atravesar las calles peligrosamente. Los he visto
hacerlas seguir en un taxi. Yo mismo he colaborado con algunos. Y me encantan,
los tipos son grandes clientes. Pagan sin preguntar, sin quejarse. Y es normal: el
cacho y la persecucin los mantiene enajenados. Qu barbaridad! No conoc
nunca en esta ciudad a la mujer que fuera capaz de hacerme ejecutar semejante
pendejada. Antes me corto las bolas que seguir a una mujer en un taxi!
10
Dnde Carajos le que el alma del hombre es un jardn?
16

Herman Hesse tal vez?


En todo caso, las mas, mis almas, mis flores, han de haber sido podadas. Las de
esta mujer jams surgieron. Claro que si le preguntan, ella dir que yo tengo alma
de tijera. Que corte a ras de suelo todas las suyas y las arroj a las alimaas.
Ella entiende, pero no es consciente de la razn por la que me fui por ah detrs
de otros jardines y otras flores. No ignora que esas flores me buscaron. Que
fueron ellas las que hurtaron el agua que debi regar su marchita raz. Esta
ciudad exporta coos, es decir, flores. Ella misma es una flor vida, abierta. Uno
sale a trabajar en un taxi y termina entrepernado en una pieza de motel. Ni
siquiera hay que ser bien parecido o ligero en el hablar. Las cientos de flores que
desandan las calles son ms ligeras de lengua que nosotros. Expanden el polen a
discrecin. En la guantera del carro cargaba un arrume de condones.
-Es una lstima cubrir con ltex tan buena pieza- me dijo una de estas bestias
cazadoras alguna vez.
Mi mujer se queja de su suerte. Ella que se la trag cruda desde la primera vez.
Quiz todo esto que pasa ahora, no digamos que es un castigo, pero si una
retaliacin por hablar ms de la cuenta. Antes de pedir deberamos saber cunto
estamos dispuestos a ofrecer. No es un castigo, pero debe doler en el alma
quererla, verla ah, muerta, como un ebrio que no se logra sostener.
Hablando de almas, habr quien me pueda entender. Antes de enamorarse, las
almas centran su atencin en el cuerpo. Un cuerpo que al final pueden llegar a
aborrecer. Convengamos en algo, el cuerpo que aman y despus aborrecen las
almas, es inocente. Es simple carne chupada; residuo, bagazo. Recipientes
donde viven, parasitan y se beben las almas.
El cuerpo de mi mujer, es un recipiente usado, ajado, vencido. El mo, trajo este
defecto de fbrica. Yo soy el alma, que por razones obvias, odia el envase en que
fue incluida. Me acusan de negligente, que no he hecho lo suficiente para tratar
de recuperarlo. Someterlo a ejercicios, terapias fsicas y toda esa vaina. Lo
reconozco. He sido renuente. Desagradecido. Me serv de l durante mucho
tiempo. No le di el mejor de los tratos. Lo envenen con whisky, malas comidas,
mujeres y tabaco. Me pregunto: A partir de qu nmero las fascinantes mujeres
son para el cuerpo un mal trato? No guardo en mi caso las estadsticas, pero lo
incluyo aqu arbitrariamente como un dulce pecado. Goc del cuerpo que me
dieron. Disfrut como el putas penetrando con l otras almas y otros cuerpos. Lo
pervert, no lo niego. Ahora sufro porque sufre l. Si dependiera de l creo que no
querra estar as. A m tampoco me hace gracia su actual situacin. Pero me
emputa tener que obligarlo; tratar de hacer que responda. No depende de m que
se conecten todos sus cables. Entiendo algo de biologa. Si un nervio se atrofia,
17

el miembro que depende de l no responde. La cuerda se rompe siempre por la


parte ms dbil. Si un departamento de esta empresa llamada cuerpo incumple
las rdenes del gerente, el negocio se jode. Si no hay corriente en el distribuidor,
el motor no enciende. En mi caso particular, tengo reventadas dos de mis cuatro
llantas. El brazo y la pierna derecha. Slo que para mis brazos y mis piernas no
se consiguen repuestos. Eso me hace permanecer anclado, varado en medio de
la nada. Y el chofer, el auriga del que hablaba Aristocles, est puto, cabreado. No
piensa en sus responsabilidades. Lo que hizo o dej de hacer, ya no viene al
caso. Slo est puto y es normal que est puto. Cualquiera, en su pellejo, sacara
combustible del tanque y le echara candela al maldito auto.
SEGUNDA PARTE
_________________________________________________
1
El cuadro de Per de Lacroix estaba colocado sobre la pared que divida la sala de
los dos cuartos. Mi madre, que nunca supo de quin se trataba aquel personaje,
lo relacion siempre con un familiar lejano de mi padre o el alto funcionario del
banco para el que trabajaba. Mi padre trat de informarle: Fue el bigrafo de
Bolvar, le dijo en una ocasin. A mi madre no pareci interesarle la informacin.
Para ella, el hombre que apareca en el retrato, con la mirada perdida y el
semblante adusto, era La cra, un antiguo marido de mi padre.
Recuerdo el cuadro como tema de discusin por alguna contrariedad ajena a
Lacroix, pero de la que resultaba como primer damnificado.
-Voy a quitar ese monicongo de mierda de ah!- exclamaba furiosa mi madre.
-Qutelo, vieja ignorante!- la atacaba mi padre, contrariado, sabiendo que aquella
brutal aceptacin era suficiente para que mi madre abortara su proyecto de quitar
el cuadro.
Cuando mi estpida mujer se vino a vivir con nosotros y no saba dnde colocar la
mquina de coser, por miedo a contrariar la disposicin de espacios en la casa de
mis padres, trat de congraciarse diciendo:
-Era muy apuesto su padre, seor Gabriel.
Mi padre fue al cuarto y regres con el ejemplar deteriorado e incompleto de El
Diario de Bucaramanga, el reportaje de Lus Per de Lacroix, cuya ltima edicin
estaba adornada con la foto que apareca en el cuadro.
-Despeje su ignorancia, seorita- le dijo l, entregndole el libro. No vaya caer
en el error de considerarme hijo de Francia por segunda vez.
2
18

La mujer apareci un martes por la maana. Se detuvo, recostada a la reja, y me


mostr su sonrisa y sus grandes tetas redondas.
-Hola, lindo!- me salud.
-Hola!- mascull.
-Por qu tan solito?
Porque mi madre y la estpida de mi mujer fueron a cobrar la pensin de cada
mes, quise decirle. En vez de eso dije: Adentro y luego, afuera
-Quieres que entre?
No creo que con esos cipotes de tacones y esa falda apretada puedas volarte la
reja, pens. Era tronco de hembra! Alta, blanca, zancona; de nalgas
aplanchadas. Cipotuda, como un caballo.
Sac del bolso de mano la llave de la cerradura y abri.
No entend. La llave de la reja deba estar en manos de mi primo, o en su defecto,
de su mujer, que en un clculo aproximado de media hora estara entrando a la
casa para echarme una ojeada; revisar como andaban las cosas. Desde el intento
de suicidio, el primo era el depositario de la llave cuando las mujeres se vean
obligadas a salir por algn tipo de circunstancia; cobrar la pensin o asistir a
alguna cita mdica.
La mujer se inclin y me bes en los labios: Eres muy hermoso, dijo, y mirando a
ambos lados de la calle, tom la silla de ruedas y me condujo dentro de la casa.
Atravesamos la sala de estar y, ante la mirada atnita e inquisitiva del cuadro de
Per de Lacroix, me introdujo en el cuarto.
-Quin es?-, me pregunt mirando el ceo fruncido de Lus Per de Lacroix.
-Lacru- le dije, con un sonido seco y enftico, que se me antoj bastante claro.
-Lacru?- pregunt la mujer, ayudndome a recostar sobre la cama. El edecn
del Libertador? El suicida?
-Aja- dije, sin perder de vista sus amplios movimientos.
-Estuvo casado con la nieta de Jos Celestino Mutis- dijo, encendiendo el
ventilador de techo. Luego coloc el bolso sobre la mesa de noche y se despoj
de la blusa. No llevaba sostenes. Sus pechos eran an ms blancos que el resto
de la piel de su cuerpo. Sus pezones eran prietos como el pico de un calabazo.
Lucan algo hmedos y chupados, como una ciruela pasa.
Se aproxim, me levant un poco por las caderas y me quit la pantaloneta.
Qued petrificada ante aquel milagro dormido de la naturaleza.
-Dios mo dijo-, qu cosa ms hermosa!
Se apropio de mi hombra con una exaltacin feliz y no le import que me
empecinara en lamerle sus gruesos pezones. Eran dulces sus maneras de rbol.
spero y empalagoso su cuerpo duro de reptil. Le estorbaban sus grandes
19

huesos para voltearse y aventuraba pequeos estremecimientos con sus torpes


manos de gigante.
-Lindo, no se para- dijo al rato, con toda la carga de desolacin y tristeza que se le
puede imprimir a estas cuatro palabras.
Se apart y se sent con las piernas separadas sobre la cama. Trat de retenerla.
No!, grit, ahogndome. Me dej rodar hacia atrs, apoyndome en el brazo
izquierdo y qued recostado sobre el espaldar. Ella no se movi. Me mir con la
cndida reserva de los animales grandes. Se fij en mi brazo derecho, delgado,
plido y raqutico; mi pierna hinchada, amoratada y lustrosa; y mis caderas fofas.
Tengo que decirlo: me eche a llorar como un nio.
-Chpamela!- le rogu, enternecido.
-Hueles a chivo!- dijo ella y sali del cuarto. Sent que atraves la sala a grandes
zancadas y penetr en el bao. Regres con agua y jabn, una palangana
amarilla -con la que me aseo a diario-, una toalla y un estropajo. Me lav sin
importarle que se empaparan el colchn y las sabanas. Me sec con la toalla,
poniendo mucha atencin debajo de los testculos y el glande.
-Ests criando cucayo en los huevos dijo, con una voz imparcial, libre de
cualquier asomo de reclamo.
Termin. Revis en los cajones del escaparate y trajo a algo de aceite. Me frot
los testculos y el pene. Sent algo de calor en el bajo vientre.
-Oye men, eres un burro- dijo, mirndome a los ojos. Viendo como me secaba las
lgrimas con el dorso de la mano y empezaba a sonrer.
-Deja de llorar, lindo- me dijo, escupiendo algo que le estorbaba entre los dientes.
Si me ayudas un poco, concentrndote, te aseguro que entre los dos vamos a
parar este muerto.
No lo par.
Lo que vi despus fue una perrita enorme llena de ternura, pegada a mi vientre,
tratando de devorar con cortas arremetidas la ineficacia de su propio arte. Alargu
el brazo y la tom por la cabellera negra y frondosa.
-Para- le dije.
Le alargu la blusa y se la cal contorsionando la espalda. Sali de la habitacin y
estuvo arreglndose un poco en el espejo de la sala. Regres por el bolso y al
salir se detuvo un momento en la puerta:
-Me envi tu primo explic-, dijo que era el da de tu cumpleaos.
Hasta entonces repar en la fecha. Trat de recordar. Era mi cumpleaos
nmero cincuenta y siete. Vaya, pens, soltando una risa nerviosa, con algo de
esfuerzo mi primo podra llegar a convertirse en el peor de los hombres. Mir de
reojo el cuadro de Lacroix. l haba tomado la decisin de dispararse a los
20

cincuenta y siete aos. Una decisin por lo dems comprensible, teniendo en


cuenta las duras condiciones en las que se encontraba. Creo que, a diferencia de
mi padre, que lo admiraba por el legado que haba dejado a las generaciones
futuras con su fiel reportaje sobre Bolvar, yo llegu a admirarle ms por su
disposicin de suicida.
Lacruaaa Maldito Lacruaaa..! grit.
El muy pendejo tambin sonrea.
3
Luego del intento de suicidio, mi madre le inculc a mi mujer el miedo de
cuidarse.
Te has ganado un enemigo le dijo-, vas a tener que adelantrtele.
La muy imbcil no supo qu hacer. Grit, reclam, patale; tratando de
justificarse. Eso que hiciste Dios no lo perdona, gritaba, tratando de hacerse
perdonar, ms que culparme. Andaba nerviosa, aterrorizada por las palabras que
le haba dicho mi madre. No volvi a dormir en la cama. Ni siquiera en el cuarto.
Consigui una vieja colchoneta prestada con una vecina y la colocaba de travs
en el hueco de la puerta. A media noche despertaba sobresaltada ante cualquiera
de mis movimientos.
Su rol de perro guardin le sentaba a la perfeccin. No le era ajeno. Lo haba
estado desempeando durante todo el tiempo. Haba sido la ms hostigante y
celosa de todas las novias; la ms desconfiada de las mujeres, y la ms
conformista y ciega de las infieles. Aprendi a los golpes, llenndose de rabietas;
maldiciendo, amenazando que se iba a ir; prometiendo lo que era incapaz de
cumplir. Termin por pedirme que la disculpara que estaba loca, que no saba lo
que haca, que me amaba demasiado-, mendigando los restos de un amor que
disfrutaban otras, atragantndose con la amargura y el resabio de sus propias
lgrimas.
Mi madre estuvo en la tienda y consigui el veneno para ratas. Vi como lo
sostena en su mano temblorosa al entregrselo. Bravo! pens-, el plan sigue
su marcha; slo que no crea que la muy estpida fuera capaz de ejecutarlo.
Tendra que colaborarle.
Con el raticida sucedi lo mismo que con los cuchillos de cocina, los trinches; el
alcohol, el isodine; los desinfectantes. Desaparecieron el sobre. Estuve
hacindoles inteligencia por un tiempo, pero no pude descubrir el lugar donde
pudieron haberlo ocultado. Malditas arpas! Par de viejas cobardes!
Pretendan asesinarme a punta de tedio y desespero? Cmo lograran hacerlo,
si con su contradictoria estrategia slo estaban salvndome?
21

Durante las comidas, mi madre adquiri la costumbre de vigilarme. Esperaba ser


la primera en observar dentro de mi cuerpo los estragos del veneno. Asista al
final de mis comidas con un profundo desasosiego, con la frustracin y el sinsabor
de que hoy tampoco la muy pendeja de su mujer haba sido capaz de asesinarle.
Recoga los platos y se diriga a la cocina a recordarle con gestos, ms que con
palabras lo que poda hacer que yo me diera cuenta- que era una imbcil, un no
sirve para nada, un cero a la izquierda.
-Entonces por qu no lo hace usted?- cre escucharle alguna vez defenderse a la
infeliz de mi mujer.
Un domingo por la tarde decid hacerle creer que su plan haba dado resultado.
Durante la cena, me llev las manos a la garganta, abr los ojos y la boca
desproporcionadamente y me dej caer de la silla dando gritos de ahogo, rodando
con platos y todo. Mi madre no se movi de su sitio. Me observ unos instantes,
mientras yo haca enormes esfuerzos por fingir que de verdad me estaba
asfixiando. Cuando mi mujer acudi desde la cocina, ya ella se haba levantado
de la silla y me haba asestado ms de un puntapi en las costillas:
-Levanta a este payaso de ah y vuelve a ponerlo en su cadalso- dijo, dirigindose,
indignada, a su cuarto.
4
Le sealo con el dedo el cuadro a mi mujer. Como me sucede a menudo, olvido
por unos instantes el nombre para decirlo. Este man, digo. Cul man?,
pregunta ella, ensartando la aguja en la mquina de coser. Este man...-digo-,
chasqueando el dedo del corazn contra el pulgar, tratando de recordar. Pero,
mira, mira!, le grito. Ella deja de ensartar la aguja y se vuelve para mirar, sin
quitarse las gafas que utiliza para coser.
-Cul man?- vuelve a preguntar.
-Ese!- le grito. -Adentro!
-Cul adentro?
-Lacru- dice mi madre, saliendo del bao, con esa forma de caminar
caracterstica suya, a punto de caer.
-Eso!- digo, acordndome. Lacru-a.
-La cra, no dice la imbcil sabelotodo. Lacru- corrige.
-Lacru digo-, eeese, ese
-Aja, qu te pasa con Lacru?
-l l -digo.
-l qu?
Por esos das estaba empezando a desarrollar el complejo de Dorian Gray. As di
22

en llamar a la rara obsesin de pensar que el retrato de Per de Lacroix se


burlaba de m. Esto suceda desde la maana de aquel martes, luego del
encuentro desafortunado con la mujer que me envi de regalo mi primo, el
escritor. No vi otra forma de explicrselo a la estpida de mi mujer que
echndome
a rer, a carcajada limpia. Para mi sorpresa, entendi:
-Lacru se re de ti?
-Eeeso!- exclam agradecido.
-Mierda!, Vieja!- grit ella, llamando la atencin de mi madre. -Hay que fusilar a
Lacru, se est burlando del Pechi.
El Pechi. Ese era el ms odioso apelativo que se hubiera podido inventar mi
mujer para nombrarme. El Pechi, ya lo sabemos los que vivimos en el Caribe
colombiano, viene del trmino pechiche, que quiere decir mimo, arrumaco para
beb, y del cual se desprende pechichn, cuyo apcope cruel es pechi, nio
consentido de la casa, hijo de papi y mami; casi maricn.
Odiaba a la gran puta cuando me deca Pechi y como se daba cuenta que el odio
era lo suficientemente claro, como para brotarme por los ojos, ms se empeaba
en llamarme de esa manera. Pechi ser la puta de tu madre, pensaba yo,
cabreado por no poder pronunciar la frase.
Empezaron a tomarme en serio cuando vieron el cuadro de Lacroix y parte de la
pared cubierta con la crema que dejaba la explosin de los tomates. Decidieron
entonces esconderme tambin los tomates. Nunca quitaron el cuadro.
5
Hay un momento en la vida de Bolvar en que el hroe se da cuenta que su obra
se ha derrumbado. Sucede en Cartagena de indias, el primero de julio de 1.830.
Esto, por supuesto, no lo cuenta Lus Per de Lacroix, quien para esa poca ha
dejado de trabajar en su diario, sino el joven coronel Polaco Miecislaw Napierski
quien ese ao viaja desde Jamaica, luego de escapar del fuerte de Santiago de
cuba, donde ha sufrido prisin, para unirse al ejrcito de la Gran Colombia. Es el
mismo da que recibe el golpe tremendo que significa la noticia de la muerte del
Mariscal Antonio Jos de Sucre, su amigo del alma. Bolvar tiene la certeza de
que el odio, la ambicin, el inters individual, las pasiones miserables, de las que
hablaba Rousseau, y que movan al partido de los demagogos encabezados por
Santander haban sentados sus bases en la Repblica. As se lo hace saber al
coronel Napierski quien los transcribe en sus papeles de viaje:
La muerte se llev a los mejores. Todo queda en manos de los ms listos, los
23

ms sinuosos que ahora derrochan la herencia ganada con tanto dolor y tanta
sangre los astutos polticos con alma de peluquero y trucos de notario que
saben matar y seguir sonriendo y adulando.
Si en este, mi momento, aceptara mi gnesis santandereana la gran verdad que
anida en el corazn de todos mis contemporneos-, estas no seran las grotescas
consideraciones de un simio desalmado, sino las memorias ocultas de un
colombiano del siglo XXI, tal como Casandro as llamaba Bolvar a
Santanderbautiz
annimamente las suyas en 1.829, para tratar de evitar que el mundo
conociera que semejante sarta de inequidades y ataques prfidos provenan de
sus manos. Definitivamente, amo a ese tipo. Casandro encarna lo precario de
nuestra condicin humana. Nuestra vileza, nuestra ambicin, nuestra hipocresa,
nuestra ruindad; lo que hay de engaoso y falaz en una relacin entre hermanos.
Esa es nuestra menuda y cruel realidad: los colombianos actuales somos los
modernos hijos de Casandro, dueos de un estado ptrido y corrupto en el que
hemos perfeccionado las artes de la humillacin y el despojo.
Mi padre era un cirujano del futuro. Coloc en la sala y para siempre el cuadro de
un infortunio: Lus Per de Lacroix.
No entiendo como todava los detractores de Bolvar no le han tendido una
calumnia al suicida francs. Como mnimo, deberan tildarlo de marica. Miremos
nada ms como describe a su biografiado: El libertador es enrgico. Sus
resoluciones frreas. Sus ideas poco comunes, siempre grandes y elevadas. Sus
modales afablespractica la sencillez y modestias republicanas, pero tiene el
orgullo de un alma noble y elevada
Por mucho menos que esto, Batman ha sido tildado de homosexual y el Llanero
Solitario y su compaero Toro acusados de zoofilia. Quiz lo subestiman. Con
todo el maremgnum de tinta y estilografa que ha corrido a lo largo de dos siglos
pensarn que el pobre pendejo qued sepultado. Pero no, con revolucionarios
del recuerdo como mi padre, el plan ha tenido sus fisuras y los clculos han
fallado.
Le a medias El Diario de Bucaramanga. Admiro la arcilla con la que el hroe fue
trabajado. Es el primer reportaje serio de la historia del periodismo colombiano
que conozco. El nuevo periodismo del que hablan actualmente y cuya paternidad
atribuyen a periodistas norteamericanos como Truman Capote y Guy Talese.
Debo refutarlos. Antes de Talese y Oriana Fallaci, estuvo Lacroix. Es un hecho
innegable.
Me abruma la forma en que Bolvar habla en el reportaje de algunos de los hroes
granadinos. No dudo que muchos de nuestros generales le fallaron. De hecho
24

fueron varios de ellos los que prepararon el atentado contra su vida del 25 de
septiembre de l.928 que inicialmente estuvo programado para el mes de octubre
de ese mismo ao. Pero hay nombres que vale la pena rescatar para la historia.
Como el joven Atanasio Girardot que lo acompa de corazn y estuvo siempre a
la vanguardia, ponindole el pecho a las balas, en la retoma de su pas y que la
historiadores dieron en llamar como la famosa Campaa Admirable.
No fue justo en sus comentarios con l ni con su familia cuyos miembros
ofrendaron la vida por la gesta revolucionaria. Incluido su padre, don Lus, un
hombre de sesenta aos que a falta de hijos a quien ofrendar a la guerra todos
ellos muertos en las campaas libertadoras-, fue a caer en las manos criminales y
traidoras del peor de los generales venezolanos, Jos Antonio Pez, el da que
hizo asesinar al general Serviez.
Confieso que mi lectura lleg hasta all, a pesar de la buena prosa y lo genuino del
relato. Hoy me pregunto por el resto de la familia Girardot. Estarn recibiendo la
eterna indemnizacin que prometi Bolvar a los futuros familiares del hroe
cado
en combate en Brbula y que decret en Valencia el 5 de octubre de l.813?
6
Mi mujer me vuelve a reir. Dice que debo colocarme la pantaloneta. Que no
debo andar desnudo por ah, exhibiendo mi cosa muerta.
Trato de entenderla. No le gusta ver que otros observen el plato donde comi, las
enormes sobras del trozo de carne que devor. No le hago caso. En algn
descuido, me deshago de la pantaloneta y me pongo de pie, desnudo, agarrado a
los barrotes de la verja que protege la terraza. La gente que me ve, casi siempre
mujeres, vecinas del sector que van a comprar a la tienda, cambian
inmediatamente de acera. Desde all echan un vistazo. Las que me conocen, le
lanzan un grito a mi mujer, que permanece siempre sentada a la mquina de
coser, al lado de la ventana abierta. Vecina!, gritan. Con la mano buena me
agarro y les muestro la verga y los testculos.
Con Lila sucede diferente. No se inmuta. Me ve agarrado a la verja: Qu
desperdicio!, dice, con irna, mordindose el labio inferior.
Lila fue ma antes de casarse. Tuvimos una corta aventura. Un affair. La nica
palabra gringa que me gusta. Quiz con ella podramos denominar al ordinario
Cacho. Suena bien. Pareciera dulce el affair que en realidad lo es- y no tan
matrero y detestable como el popularizado cacho. Lila era ardiente. Saba
chuparlo como no he visto hacerlo a ninguna otra. De vez en cuando, al verme
desnudo, Lila introduce la mano por entre los barrotes de la reja, me atrapa el
25

sexo y trata de levantarlo. Papito!, exclama, burlona.


-Eso te pasa por andar hecho el culen- me dice, en voz baja, pellizcndome la
nalga.
Cuando no est con la depre, como dice ella, viene desde su casa, que queda
enfrente, y se chanta en el alto pretil de la terraza vecina, a lado de la verja, a
fumar. Lo hace a escondidas de su familia. El loquero, como llama ella a su
psiquiatra de cabecera, se lo prohibi. Le altera los nervios o algo as.
-Sabroso comer y culear- dice, amontonndose el vuelo de la falda y
colocndoselo dentro del hueco que dejan sus piernas abiertas. T qu vas a
saber reacciona-, si a ti ya no se te para!
Me gustaba Lila de joven. Y me gusta ahora. Casi loca, con su manera natural y
desabrochada de sentir y decir las cosas. Ha vivido la vida as, pasndosela por
la faja y expulsndola por la boca. No se guarda nada. Ni siquiera cuando alguien
se quiere hacer el pendejo y se tira un pedo por debajo de cuerda. Lo dice todo.
Conmigo se pasa de franca. Juega con cierta ventaja. Sabe que aunque quisiera
delatar algunas de las cosas que me dice, se me hace imposible.
-En realidad dice, ahuecando los labios y lanzando al aire una estela de humo-,
hace rato que yo no hago nada.
-Cmo no!- exclamo, incrdulo.
-La madre! se expresa ella, sorprendida, lanzando una carcajada que resuena
en la calle solitaria, baada con el sol de la maana. -No me crees?
Yo si era arrecha ah?, dice despus de dar otra chupada al cigarro, mostrando
incredulidad, con el humo amontonado en la comisura de los labios. La
pasbamos bien, dice, sonriendo, recordando: Te acuerdas de los dos;
encaramados en aquella mesa?
-Uhmmm!- digo, evocando sus muslos gruesos, su sexo bravo.
-Nosotros debimos habernos casado- dice. -Nombe exclama despus,
rompiendo el ensueo, reaccionando-, t eras muy putero!
-Qu va!-digo, defendindome.
-Qu va..? Vas a echarme cuento a m? En esta ciudad todos los taxistas son
puteros Y cabrones El que no es cabrn es marica. S o no?
-Nombe- digo, rindome.
Lila deja de hablar para darle la ltima chupada al cigarro. Quieres?, me
pregunta, antes de tirar la colilla a la calle.
-Entonces, t no me crees? T piensas que es mentira cuando te digo que ya
no hago nada?
-Nol- digo, levantando el tono de la voz.
-La madre! dice ella. Mi marido lo tiene demasiado grande. Mucho ms
26

grande que t. Cuando me va a penetrar, me maltrata.


La escucho incrdulo. Recuerdo el sexo de Lila. Amplio y abultado. Generoso,
copioso y lubricado. Med su amplitud alguna vez. Poco menos de una cuarta.
-Debe ser la menopausia- dice. Yo recuerdo que a m no me importaba el
tamao. Yo me los tiraba.
-Me consta- digo.
-Mralo! Mralo! -dice ella, sonriendo, levantndose con dificultad. Lo digo nada
ms para verlo- agrega y atraviesa la calle, rumbo a su casa.
7
Lo primero que debe aprender un taxista para ganarse unos buenos pesos en esta
ciudad, es que, la nuestra -como muchas fincas ganaderas-, es una urbe radial.
Tan femenina y voluptuosa como el cuerpo de una mujer. Todos nos dirigimos a
su centro a calmar la sed. El xito consiste en saciarse, salir cargado, vaciarse en
los extremos y luego recoger a alguien que tenga deseos de beber. Hay puntos
claves, equidistantes, que hay que vigilar, rodear, regresar constantemente a
ellos;
como los puntos ergenos en el cuerpo de una mujer. Los terminales de
transporte las manos-, los sitios tursticos las pantorrillas y los pies-, El Centro
Financiero los senos-, los moteles y grandes supermercados los glteos, donde
hay que comer.
Me gustaba trabajar en los glteos, muy prximo al centro, en una estacin de
taxis que quedaba contigua a un concurrido motel. All estaba inscrito y era el
secretario de la junta directiva desde haca ms de doce aos.
Estara mal hablar de otras ciudades, pero aqu, en la que me toc vivir, en la que
me he desenvuelto, culear es el deporte regional. Le sigue en su orden la
demanda por inasistencia alimentaria que; en una ciudad de cuernos y gran
peregrinaje sexual, donde las mujeres le apuntan a lo primero que se mueve,
mientras haya dinero y garantas de seguridad social asunto en el que siempre
se engaa la mujer y miente el hombre-; hacen de la violencia en el hogar el tema
que ocupa el honroso tercer lugar.
Es la nica ciudad en el pas, de las que he visitado, donde me ha tocado hacer
fila de espera en un motel. An es posible encontrar en el vestbulo y los pasillos
de muchos de estos lugares grandes divanes adosados a la pared. Los fines de
semanas, a determinadas horas de la noche o la madrugada, se puede observar
un buen nmero de parejas fumando tranquilamente, esperando que les
desocupen una pieza de alquiler. Y no es por falta de infraestructura para estos
menesteres. En la ciudad abundan los moteles. De unos aos para ac el sector
27

de la construccin se ha disparado y no ha sido precisamente construyendo


grandes escuelas, barrios de pobres o accesibles hipermercados. En esto ha
tenido mucho que ver los tentculos del trfico de drogas, ligado a comerciantes
interioranos, y uno que otro cantante de xito que ha visto en el antiguo ejercicio
de la carne el negocio soado.
En realidad, no logro entender muy bien cmo una mujer puede demandar
despus a un hombre al que coloc en semejante situacin. Yo, que hice cola
alguna vez, mientras una mucama retiraba las sbanas llena de esperma y de
sudor del cliente anterior, puedo dar fe de eso. Cmo se puede tratar con tan
poca delicadeza a un sujeto -u objeto?- al que disfrutaron con tanta delectacin?
En mi concepto, es un golpe bajo, a mansalva, matrero.
Pero el nuestro, es un estado alcahueta, permisivo. Con su modo de actuar lleva
cada vez ms engaos y falsos sueos a las casas de citas y moteles. Odio las
leyes mentirosas y superfluas que gobiernan esta nacin, fruto del plagio y la
moda que se impone en otros pueblos. Es un enorme despropsito, un
descalabro histrico. Ha sido as desde la proclamacin de los derechos del
hombre. No elaboramos leyes porque las necesitemos, si no porque han dado
excelentes resultados en otros lados. Un desodo Bolvar tena razn cuando
citaba a Montesquieu: Es una gran casualidad que las leyes de una nacin
puedan convenir a otra. Y luego acotaba: las leyes deben ser relativas a lo fsico
del pas, al clima, a la calidad del terreno, a su situacin, a su extensin, al gnero
de vida.
No es posible que nos pongamos de parte de una infame a la que le hace dao el
trozo de carne sazonada que con tanto entusiasmo devor. Eso es cubrir con
alcahuetera a la ms feliz de las irresponsables. Yo las he visto entrar a un motel
y las he visto salir de l. Saqu a muchas de ellas en mi taxi. Puedo asegurar
que no tenan la misma cara de odio y animadversin que esgrimieron luego ante
un juez con cuatro meses de preez. Yo las he visto siendo acariciadas, por el
espejo retrovisor, entregando su poder, y la he visto despus recuperarlo ante la
presencia de una juez.
Soy un enamorado de la prehistoria. Seguidor insobornable del garrote en el
hombro, la hoja de parra en el sexo, las tetas al aire y la mujer fiel. Pero fiel a su
raigambre, a s misma. Inteligente por lo menos. Infiel al hombre, si es preciso.
En nuestro medio no puede ser de otra manera. No es un secreto para nadie:
Odiamos a nuestras mujeres inteligentes. Y tiene sentido. En este lugar, de
ancestrales equivocaciones, donde siempre se crey que el pensamiento era una
exclusividad en el hombre y apenas un entusiasmo en la mujer, no hay fmina
inteligente que pueda ser fiel. No lo dudemos: donde haya un cerdo que gobierne
28

siempre habr lesiones personales y una mujer infiel. Y si el cerdo cede terreno,
entonces encontraremos un esclavo.
Claro que no es lo mismo ser inteligente que practicar el cruel santanderismo que
nos agobia por estos lares. Quin no va a ser de una u otra manera si hay un
sistema que lo permite? Soy de la opinin que, de abolirse todas aquellas leyes
proteccionistas falsamente feministas-, sera como legalizar la cocana en el pas.
Habra menos mujeres preadas. De paso, contribuiramos a controlar la
explosin demogrfica. Creo que un hombre consciente y libre y una mujer libre y
consciente, sin cortapisas, ni artimaas, llevaran ms calma a sus bien pensados
hogares. Si todava existen algunas que no lo entienden, mostrmosles que
pueden ser dueas y seoras, no de sus hogares llenos de hijos de padres
distintos, sino de sus propios cuerpos.
8
La chiquitica siempre quiso tener un hijo. Insisti en ello durante bastante tiempo.
Cuando agot todas sus esperas y vio que el proyecto se estaba tornando
imposible de ejecutar, propuso que me practicara unos exmenes. Le dije que en
ese caso, tendramos que practicrnoslos ambos. Se excus. Dijo que vena de
una familia prolfica. Sus padres haban procreado nueve hijos. Le dije que
apreciaba su caso, pues yo era hijo nico, pero el hecho de estar ah, inmiscuido
en el conflicto, era la prueba fehaciente de que mi padre poda tanto como su
padre. No dio su brazo a torcer. Dijo que mi semen no era el de un hombre
comn y corriente. Que era demasiado traslcido, vtreo, como clara de huevo.
Asegur que el semen de un hombre normal era mucho ms espeso, tanto o ms
que el engrudo de almidn. Le pregunt cmo carajos poda saber tanto si
siempre me haba asegurado que en su vida no haba existido otro hombre. Dijo
que haba estado viendo cine porno en casa de Lila. El marido compraba
pelculas de ese talante para ir entrando en calor hasta el momento de estar con
Lila. Dijo que tal vez yo debera hacer lo mismo porque haca algunos das que no
la tocaba. La golpe. Le dije que yo no era tan imbcil como para tragarme ese
cuento. Dijo que poda preguntarle a la misma Lila o a su marido si quera. Que
ella nunca me haba dado motivos, que sexualmente era lo que nuestros cuerpos
nos haban enseado a ser y que si exista una queja de mi parte tena que revisar
muy bien en nuestros comportamientos a la hora de amarnos antes que sealar
un culpable; que en cambio ella si tena razones para desconfiar porque en cierto
momento de una de las tales pelculas, cuando una de las artistas dej resbalar
por sus labios el semen del protagonista, Lila haba exclamado sospechosamente:
-Tu marido no tiene la leche as!
29

Y aunque Lila trat de disfrazar aquel desafortunado desliz, lo dicho, dicho estaba
y tampoco ella era tan pendeja como para tragarse semejante cuento tan mal
arreglado.. Me exigi que le dijera la verdad. Intent golpearla de nuevo. Le dije
que no me cambiara el tema de discusin y le prohib de ah en adelante visitar la
casa de Lila.
Como no pudo tener hijos, la chiquitica tuvo gatos. Y como los gatos tienen por
casa los techos de nuestras casas para poder gozar plenamente de su libertad
con otros gatos, o gatas cosa que mi mujer nunca pareci entender-, en casa
hubo muchas lgrimas y muchos gatos. La desaparicin de uno de estos hijos
sustitutos siempre se convirti en una calamidad domstica. Todo el amor
maternal de que la chiquitica era capaz, a falta de nios, lo volcaba en este tipo de
felinos, por el que personalmente haba desarrollado cierta fobia desde que le
Un
cruzamiento, el cuento de Kafka. Aborrezco de su alma de cordero, su
comportamiento de perro y su ambicin hombruna. Pero todo infiel tiene que
considerar de vez en cuando los gustos de su mujer. Y en cierto modo aquella
enfermiza inclinacin me concerna. La chiquitica los baaba, los alimentaba;
exactamente como se baa y se alimenta a un beb. De hecho, les deca beb.
Durante todo el tiempo que hubo gatos en la casa, todos los gatos que conoc y
soport, se llamarn beb. Comieron la misma comida que yo com por aos y
durmieron en la misma cama donde yo dorm. Tampoco es cierto que los malditos
tengan siete vidas. Vi a varios de ellos morir sin haber agotado la primera. De
todas aquellas muertes, la que ms me impresion fue la del beb 3. Un gato
enorme de rayas salmones y amarillas que penetr una tarde en el motor de mi
taxi un Racer modelo 94 que manejaba por entonces- y dej su sangre regada
entre las aspas de la hlice del ventilador. La chiquitica me culp por ello y como
sigui ocurriendo en el transcurso de los aos, a pesar de mi fobia por los gatos,
fue a m a quien me toc buscarle un reemplazo con el beb 4, un ejemplar de
pelo grisceo que dorma con los ojos abiertos encima del armario.
Poco a poco, la mujercita gil y briosa que conoc, sin proponrselo, fue copiando
la paciencia, la malsana melosera y el andar encorvado de los gatos.
9
Siempre guard la esperanza de que algn da Perla acudiera con su cuerpo
blanco y robusto a rescatarme. La imaginaba subiendo la pendiente de la calle
con sus muslos briosos y potentes, el pelo suelto y la mirada de halcn en el perfil
indgena, desafiante. Al comienzo no lograra reconocerme. Y no la juzgara mal.
Era lgico. Tengo el pelo lleno de canas, he bajado de peso y he perdido tres o
30

cuatro dientes. En realidad, le costara un gran trabajo rescatarme de sus


recuerdos. Pero al final lo conseguira y yo recuperara otra vez su rostro
sonriente.
Era una constante. Luego del bao diario, me colocaba la pantaloneta, una
camisilla de esqueleto y sala, empujando la silla, a la terraza. Sentado o de pie;
aferrado a la verja; vestido o desnudo, esperaba por Perla. Vendra pasadas las
diez. No poda explicarlo, pero tena el convencimiento de que as sucedera. No
ocurrira de otra manera. Ella era un animal nocturno pero todas las pistas de su
cuerpo y de su alma la conduciran a m en una fresca maana de verano. El
mes no lo tena claro. Slo la hora. Pero sucedera...
10
Me gustara volver a usar el telfono, pero no recuerdo un solo nmero telefnico
con el que pudiera comunicarme. He pensado otra vez en Perla. Quiz tenga su
nmero anotado por ah, en alguna parte. He revisado en mis cosas. La pequea
agenda, la billetera, las paredes del cuarto. Es intil. Creo que no hubiera sido
tan estpido como para anotarlo en lugares tan obvios, a la vista de La Chiquitica.
De haberlo hecho, es claro que ella lo habra interceptado. De modo que
aprovecho cuando me encuentro slo en la casa para marcar nmeros al azar, a
la topa tolondra. Quiero escuchar otras voces. Voces que no vengan marcadas
por el reclamo. Marc un nmero y me quedo escuchando hasta que cuelgan del
otro lado. Una que otra vez se dejan or algunos insultos. Yo les digo: Adentro.
Si vuelven a preguntar o a insultar les digo: Afuera. Se enojan y me mandan al
carajo. Vaya y busque oficio!, me dicen.
Ninguna voz es Perla. No recuerdo muy bien el tono de su voz, pero estoy seguro
que de escucharla de nuevo, puedo saber que se trata de Perla. Recuerdo sus
gritos, sus largos quejidos, cuando hacamos el amor. Me enterraba las uas en
la espalda. Deca: Dale, dale... No puedo asignarle fisonoma a ese sonido
ahora, esto es, representrmela en toda su dimensin, con su carne y con sus
huesos. Tal vez las mujeres pronuncian de la misma forma las palabras cuando
hacen el amor. De la chiquitica no puedo hablar. Ella nunca dijo nada. Slo se
quejaba. Hubo por ah una excepcin. Una madrugada dijo Me voy... Pero este
no es un recuerdo confiable. La frase bien pudo haber sido pronunciada por otra
de mis amantes, no lo s, no podra asegurarlo.
En muchas ocasiones contestan voces de mujeres: Perla?, les pregunto,
expectante. Cmo?, preguntan. Perla!, repito. Perra ser t madre!, me
dicen. No les culpo. Al momento de decir el nombre, arrastro la letra R y
desaparezco la L. Se forma el sonido que entienden del otro lado.
31

Mi madre y la chiquitica han puesto el grito en el cielo al recibir la cuenta de las


llamadas telefnicas efectuadas en los dos ltimos meses. Me han mirado con
suspicacia:
-Has sido t?- me han preguntado.
-Cundo, cundo!- me niego.
Estas dos fieras no se andan con vueltas. Una de ellas va a la ferretera. Regresa
con un largo candado que le colocan al telfono.
11
Sucedi: Vino Perla.
No haban acabado de afeitarme cuando apareci. Vi su silueta a travs del vidrio
de la ventana. Atraves como un blido la sala y sal a la terraza. Daban las diez
en el reloj de la sala. Alcanc a verla de espaldas, a slo unos cuantos metros de
distancia. Vi sus brazos blancos y macizos y su culo de avispa, duro y apretado.
Iba montada sobre unos suecos de madera, altos y bastos. Y marchaba con ese
modo peculiar de la mujer que obedece a sus sones ms secretos. Se volvi al
escuchar mi grito de angustia. No me vio. Yo tuve apenas el tiempo suficiente
para ocultarme tras los setos de la terraza.
Sent miedo, lo confieso. Tem que descubriera en los rasgos de aquella aparicin
al hombre de sus noches montado en una silla de ruedas.
Unos metros ms abajo la vi interceptar a mi mujer que vena de la tienda, de
hacer sus mandados. Le pregunt algo. Mi mujer neg con la cabeza. Luego le
ense un papel, probablemente con algunas anotaciones. Mi mujer volvi a
negar con la cabeza. Ella hizo un mohn de pesar y disgusto, le dio las gracias y
sigui caminando calle abajo.
Estuve por ms de veinte minutos, atravesado en la puerta que daba a la sala,
viendo a mi mujer hacer sus cosas en la cocina. Qu, tengo micos en la cara?,
se defendi ella de mi vigilancia descarada. Di media vuelta y regres a la terraza.
Estuve esperando hasta el anochecer. Empez a caer una lluvia menuda, sucia,
apocada. Dej que me mojara. Promet no volver a levantarme de la silla. Para
qu? Perla ya no estaba.
Vino mi mujer y me arrastr dentro de la casa. Me quit los zapatos y me recost
sobre la cama. Me sec con una toalla la cara, el cuello y debajo de las axilas.
No vio ninguna de mis lgrimas. Me record una frase que haba ledo en un libro
cuyo autor era mi primo: La vida est hecha de largas esperas, me dijo y apag
la luz en el cuarto.
12
32

Antes de hacer lo que tengo que hacer, decid visitar la tumba de mi padre. Fue
un verdadero milagro hacerle entender a la torpe de mi mujer la naturaleza de mi
deseo. Tuve que rebuscar durante toda la maana en el cuarto de mi madre hasta
dar con el lbum de fotografas. Saqu una foto en blanco y negro de mi padre,
durante sus aos mozos, y se la mostr:
-Adentro- le dije.
Ella, como si estuviera disponiendo las cosas para darme la peor de las noticias,
con un asomo de ternura, me pas la mano por la frente:
-l est muerto mi amor, no lo recuerdas?
Estuvimos por algo ms de media hora buscando la tumba. El piso de cemento
herva bajo los pies. Mi mujer deca: yo digo que fue por aqu y regresbamos
siempre al mismo sitio: un largo mosaico de nombres empotrados a una pared
recin encalada de la altura de dos hombres. Yo s que lo enterramos en la
segunda fila, recitaba. Averiguamos con un viejito, vestido con una bermuda y
una camisa sin mangas, que pintaba varias bvedas del otro lado, montado en
una escalera.
-Cunto tiempo hace que no vienen a visitarlo?- nos pregunt.
-Tres o cuatro aos- le contest mi mujer.
-Es mucho tiempo dijo l-, ha habido varias remodelaciones desde entonces.
El viejo bajo de la escalera y nos ayud a buscar. Mi mujer empujaba la silla de
ruedas y no dejaba de hablar. Yo digo que es por aqu, repeta.
Ola a rastrojo cortado y a flores secas. Se vean ramos marchitos colgados de las
paredes de las bvedas. El sol encegueca, caa de lleno sobre la cara y los
hombros. Varios gallinazos sobrevolaban el cielo plateado. El viejo, que iba
adelante, rengueaba un poco al caminar, se inclinaba sobre su lado derecho. Me
recordaba a Toms Prez, el personaje de Camus. El que dice en el juicio que no
ha visto llorar al seor Meursault durante el entierro de su madre.
Volvimos a la misma hilera de tumbas, de la que sospechaba mi mujer.
-Yo digo que es esta-le explic al viejo.
-Pero aqu aparece otro nombre- dijo l. Como le digo, es posible que lo hayan
trasladado para un osario- explic luego evadiendo cualquier tipo de
responsabilidad por el comentario emitido antes.
-No hacen eso si un familiar no autoriza el traslado, no es as?
-Es el conducto regular. Pero con la violencia que se ha desatado en los ltimos
aos es posible que las tumbas hayan escaseado y Bueno, no los estoy
culpando, pero ustedes han tardado bastante tiempo en venir.
-Cree que pueda averiguar algo en la administracin?
-De hecho, el nuevo administrador lleva dos aos en el cargo, pero existen unos
33

registros
-Qu dices t?- me pregunt, a la espera de una decisin.
-Aqu est bien- dije, observando la tumba en la que, si nos atenamos a sus
orientaciones, deberan estar los restos de mi padre.
El viejo propuso que siguiramos buscando. No, gracias, dejemos las cosas as,
le dijo mi mujer.
Estuve cerca de una hora frente a la tumba del desconocido sin saber qu hacer.
Mi mujer dijo: Quieres rezar? Me negu con la cabeza. Slo quera estar all,
sentado en la silla de ruedas, soportando los cuchillos del sol, abrumado por tan
cruel evidencia: el olvido ms grande. Los huesos extraviados de mi padre.
Al llegar a la casa, mi madre pregunt algo como:
-Cmo les fue?
-Slo fuimos a perder la plata de la carrera del taxi- respondi la muy estpida de
mi mujer.
Con el primo sucede igual, pero distinto. l y su mujer escogen una fecha
memorable para visitar la tumba de su difunto padre. Aniversario de muerte,
cumpleaos de nacido; da de difuntos o da de los padres. O la espordica
publicacin de alguno de sus libros.
Toman un taxi y van con los nios. Elaboran un picnic sobre el verde prado de su
tumba. Alquilan una manguera a los encargados del cementerio y limpian y pulen
con aceite de comer una placa de mrmol en la que colocan la palma de la mano
al llegar, a modo de saludo, y que besan despus al despedirse.
Le llevan noticias de esta vida. Que el libro anterior fue un xito en las libreras,
que el nio va a terminar con honores la escuela primaria y que la beb ya
aprendi a caminar, pero que todava no sabe pedir el agua. Pero, no te
preocupes, viejo, estamos trabajando en eso.
Tiene el primo una manera particular de librar su lucha contra el olvido. Aplaudo
la
angustia de sus mtodos, pero no los comparto. A veces, no puedo creer que se
llame a s mismo escritor. No con esa candidez y esa posicin de minusvlido
ante lo inevitable.
Los actos definen a las personas, incluso, mucho ms que sus obras, en las que
por lo general se acogen a la mentira. Y an mentidas, las obras son superiores a
sus autores. Yo nunca sera capaz de besar el reposo de un cadver, ni siquiera
tratndose de la tumba de mi padre. Besar un mrmol yo? Probablemente
orinara sobre l. Fue lo que estuve pensando durante la hora en que permanec
sentado al frente de aquella tumba. De qu manera pararme de la silla, sin ayuda
de nadie ni siquiera de la imbcil de mi mujer, que sin duda desaprobara el
34

carcter revolucionario de aquel acto-, sacar mi verga muerta y mearme con ella
la
mediocre pulcritud de las tumbas de aquel cruel y viejo cementerio. En vez de
eso, contraje la caja torcica, rasgu la garganta y lance un escupitajo a la
inscripcin con el nombre del desconocido que echaba races en el lugar donde
deberan reposar los huesos de mi padre.
13
Esta es la poca del desprestigio. La sociedad en estado de quiebra. Y no es
slo porque haya cado Wall Street y los hampones de cuello blanco hayan
demostrado su ineptitud y su ineficacia en este falaz juego de nios? El rey dinero
es un fastidio y el hombre que ha visto caer durante dos mil aos gran parte de
sus dolos, ha entrado en pnico. A la gente del comn, como yo, ni siquiera le
sirve tener diecisiete centmetros. Incluso, el pene, se ha declarado en
emergencia, tiene encendida todas sus alarmas. El gran jefe Seattle tena razn:
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
Desvirtuado el amor, como valor, y el dinero como fruto del poder y los grandes
magnicidios, nos queda el abismo y el miedo que pronosticaron pesimistas como
Wilde o Ciorn. El hombre no avanza. Se obstina. Persiste en la solucin de
facto que ambicionaba Nietzsche: La vieja teora del homicida. No olvida que
guarda en el armario sus instintos y el viejo garrote que lo alej del simio y lo
acerc al hombre. No es ni mucho menos el ser poderoso que se sostiene sobre
el puente, sino el equilibrista acobardado que se protege con suficientes redes. La
mejor defensa es un buen ataque, esgrime. Niega mil siglos de historia. Qu ha
hecho durante todo este tiempo? Viaj dentro de s y naveg por los espacios
siderales. Invent la rueda, descubri el mapa del genoma humano y ha estado a
punto de dar al traste con los preceptos de sus ms antiguas escrituras. Ha
intentado llenar el vaco y cada vez que inyecta ms combustible y energa en la
consecucin de este proyecto, descubre que el abismo se hace ms grande e
insuperable. Mientras sigue buscando, las bases del mundo que ha cimentado se
le caen a pedazos. Apenas si tiene tiempo para mirar a ese viejo Atlas puesto de
rodillas al que el mundo de pobres y falsas ideologas que sostiene sobre sus
hombros terminar aplastando. De nada servirn los miles y miles de millones de
dlares que le insuflan a sus rodillas para sostener una economa de desastre.
Podrida, fracasada. Cmo se explica la muerte como poltica social, como
sustento de un programa econmico? Es preciso insistir en doscientos siglos
ms de guerras y asesinatos? Ser infeliz el hombre nacido de mujer, de vida
corta, que insista en la ideologa del hambre y del cadver.
35

Y la gente del comn?


Los hombres que van todos los das a su trabajo y las mujeres a las que les
muestro mi naturaleza de gorila cuando pasan por la calle a comprar a la tienda
del cachaco sus productos caros. Seguirn sonriendo o llamarn a la imbcil de
mi mujer para que los libere de la catstrofe? Qu puede hacer esta estpida?
Esta chiquitica desalmada que ignora que con mis maneras y mi don de lisiado la
elevo a la envidiable y codiciada categora de los estultos? Ay de los hombres
cuando dejan en manos de los cuerdos la solucin de sus asuntos! Tarde o
temprano se vern abocados a llamar en la puerta de los dioses y los milagros. El
hlito malvolo que durante siglos le ha dado aire a infames e inauditas religiones.
Mi religin es acabar pronto. No voy a esperar que los norcoreanos arrojen la
bomba atmica. Esa calamidad se la dejo a los gringos que han sentado las
bases de su alma en la energa y les duele como el putas que sus inventados
dioses apaguen el interruptor y les dejen el mundo a oscuras.
Les tengo una noticia: Usen la tecnologa. Hganse alargar el pene. Encuentro el
mo con facilidad. En el fro o en la penumbra. Lo caliento con mis manos que es
el mejor de los fuegos. Borges, el menos argentino de todos los argentinos que
pude conocer, asegur una vez ante la proximidad irreversible de su ceguera: la
oscuridad no es de color negro como todo el mundo cree. La oscuridad tiene
matices. Azul intenso, plateado, gris
La muerte no es tal como nos la venden. No es cierto que semeje un estofado de
la mejor carne, ni el eufemismo al que le han invertido tanto tiempo los ascetas, ni
el producto desechable en el que han confiado su dinero los productores
holliwolenses. Tampoco lleva guadaa, como piensan algunos los menos
optimistas- de lo contrario todos moriramos degollados. La muerte viene, y no
precisamente a caballo como dice la cancin popular mejicana, la muerte viene
porque se aburre, mamada de tanta desesperanza.
Hay algo rescatable en este hombre moderno, indiferente, impreciso, cobarde,
fracasado? Que deja su destino en manos de otros fracasados?
Sin duda, tiene una herencia que defiende. La vida es corta. Se apasiona y
desapasiona con facilidad. Le gusta viajar, hacer el amor, ir al ftbol y gozar de
los avances tecnolgicos. Finge ser osado y se arriesga. Luchando por su patria
individual. Hace negocios. Se vuelve traficante, mercenario, sicario, truhn. Se
esmera por su propio fracaso. En qu puede creer este hombre usufructuado?
Cules son sus valores, sus credos, sus metas? Alguien de tan prricos triunfos
hace de los triunfos ajenos sus escasas acreencias. En un barrio de una ciudad
costera ecuatoriana un hombre celebra con tragos porque El Barcelona FBC gan
la Champion Leage. Mi mujer, la pobre modista de la calle doce, festeja porque
36

Silvia Stcherazi, la diseadora de moda ms reputada del pas, expone con xito
sus confecciones en la pasarela de Miln. Maraca y Friso, dos taxistas de la
estacin, no se cambian por nadie porque un pelotero de la ciudad bate su
primer
jonrn en las Grandes Ligas.
Hay que hacerle un hijo a esta mujer moderna. Eso es. Esta mujer que ha
demostrado ser inteligente, que va para adelante, que no se deja. Esta mujer de
avanzada que ha dominado todo el tiempo la historia del hombre y que acaba de
darse cuenta que tiene un arma ms poderosa que un pobre y aletargado pene.
Compartiremos la casa, la mesa, el auto, los muebles. No le importar. El da que
se fastidie, comprar su propia casa, su propio auto, sus propios muebles. Los
tiempos del desencanto la encontrarn vieja y cansada y el reporte de los daos
tomar los alcances de una tragedia.
En cuanto a m, ya lo saben, creo ms en el destino corto. Prefiero la Sibyl Vane
de Wilde a la Fermina Daza de Garca Mrquez, o a la Madre Teresa de Calcuta.
La mujer que hoy pasa de los diecisis tratando de huir, copia los vicios del
hombre. Duea de una impostada jerarqua, se hace duea, se impone. El
hombre, luego de un oscuro matrimonio, espera salvarse. Escapa o comete
homicidio.
14
La mujer del primo entra de improviso y me encuentra llorando en la sala.
-Qu le pasa, primo?- me dice, acuclillndose a mi lado, postrado en la silla.
Slo a una imbcil como a sta se le ocurre hacer semejante cuestionamiento.
Me gustara contestarle con la misma pregunta. Estoy seguro que se vera
sorprendida. Qu le pasa a ella y a miles de mujeres como ella? Cunto
tiempo desperdiciado al lado de un perdedor como mi primo? Qu espera de l?
Cmo es que ha decidido que se conforma, que le parece suficiente con lo que
tiene ahora? Una vida tan simple, tan exenta de todo; donde el mayor y ms
cercano apasionamiento se confunde con el compromiso de preparar la comida
todos los das, arreglar el apartamento, cuidar que los nios asistan al colegio y
abrir su cuerpo una que otra noche cediendo a las urgencias de un miserable
patn que no se percata que no slo su cuerpo, sino que tambin su almita de
esclava sudaca se encuentra cansada. Y piensa, o debera pensar, que el infierno
es aqu donde las desdichas se confunden y enmascaran su faz bajo la forma de
una rutina siniestra que apenas muestra sus garras. Antes estuvo mejor, ms
buena quiero decir; fresca y robusta, como una mojarra. Hoy es un oscuro
recuerdo, una triste y desmirriada flor tirada a los cerdos, pesimamente mordida,
37

mal pisoteada.
-Qu le pasa, primo?- dice de nuevo, cuidando de poner emocin alguna en sus
frgiles palabras.
Habra que pasarles cuenta de cobro a perdedores como el primo o como yo, o
como a cualquier otro miserable inconsecuente. Es increble lo que podemos
hacer con uno de estos seres en veinte aos de convivencia. Las mujeres no
parecen entender. Estn en la obligacin de ser cada da ms inteligentes.
Equivocan el fin y a menudo, la naturaleza de sus enemigos. No se trata de una
carrera de relevos ni mucho menos una competencia de mercados. Sufren la
misma contrariedad de escritores fracasados como el primo que buscan los
molinos de viento en algn lugar de la mancha, cuando estn dentro de s mismos.
Me recuerdan la vieja historia de los esclavos de los tiempos del caucho en el
Brasil. Cortaban los rboles a los que estaban encadenados. Se desquitaban.
Pensaban que el enemigo era el rbol y no el hombre que sostena el ltigo con el
que eran castigados.
Esta mujer, por ejemplo, piensa que lo terrible de mi tragedia es el llanto. Me dan
unas ganas inmensas de asesinarla. No lo lamentara. Ni siquiera por el
mercader de mi primo, que a falta de mujer, tendra una mejor ocupacin -que
escribir pendejadas-, encargndose de los nios. Pero.., para qu? Ya esta
mujer ha sido asesinada por el infortunio al que la consign su marido. En vez de
eso, decido hacerle un gran favor: introduzco mi mano buena entre sus piernas,
en
cuclillas, y le agarro su animal triste y enflaquecido.
Ella me responde con las armas de su ignorancia programada. Cinco minutos
despus, todava me arde la piel donde me dio la bofetada.
15
Quin iba a pensarlo de mi primo?
Ha venido, me ha mirado directamente a los ojos y me ha colocado el paquete en
el regazo, envuelto en papel de estraza, dentro de una bolsa plstica.
Me ha guiado los ojos antes de irse. Lo llamo a gritos. l regresa. Quiero
decirle: gracias!. No encuentro la palabra. En vez de eso le digo:
-Bacano.
l hace un mohn de satisfaccin, levantando el pulgar empuando su mano
derecha.

16
38

Con el revlver y las balas, vena incluida una cajetilla de cigarros. He fumado
todo el da, debajo del palo de guayabo que est en el patio.
La actitud de mi mujer me sorprende. No ha intervenido. En vez de eso, se ha
baado temprano, se ha puesto el vestido de flores rojas y azules que hace un
mes viene confeccionando, se ha colocado rubor en las mejillas, carmn en los
torcidos labios y ha trado su maleta.
-Me voy- ha dicho.
No s si me entendern cuando digo que me parece un bello esperpento, una
especie de guacamaya desahuciada.
Se acerca. Me pide que abra la mano y me coloca en la palma abierta el sobre
que contiene el veneno para ratas.
-Se que lo has estado buscando- dice.
Veo los ojos llenos de odio de la estpida. Es capaz de echarse a llorar a ltima
hora. Me enerva tener que observar el recorrido de sus lgrimas en sus flacos
cachetes empolvados. Piensa seguramente que esta es la peor decisin que ha
tomado. Morir creyendo que se ha equivocado. No tendr paz hasta el final de
sus das. Un buen dios le hara un gran favor fulminndola con un rayo
enseguida. La imbcil no tiene tanta suerte. Da media vuelta, esperando siempre
que la detenga, que le diga algo y se dirige a la puerta que da a la calle.
17
Esta es la segunda vez que mi madre sale al patio a preguntar por mi mujer. La
busca mirando a los rincones, con la misma actitud con que se busca un trapero,
una escoba. Y es normal que lo haga as, entre la vieja y yo, hemos barrido y
trapeado el piso de la casa con ella. De pronto, levanta la vista y se detiene en mi
rostro. Le muestro el raticida. Alarga la mano derecha y lo deposito en su palma
abierta, temblorosa.
-Tendr que hacer la comida- dice y se dirige a la cocina.
18
Cenamos mirndonos a los ojos. Masticando despacio, sin hablar. La comida no
est mal. Mi madre siempre ha sido buena para la cocina. Slo que en su
carcter no est cocinar lo que le piden, sino lo que le viene en gana. Lo que le
gusta. Odia la sopa. Nunca ha cocinado un maldito plato de sopa. Siempre
imponiendo su terca aficin por el odioso arroz, incluso a la hora del desayuno. A
mis treinta aos ya haba consumido todo el arroz que se necesita comer en el
transcurso de una vida. Sin embargo, hoy, el ltimo de sus das, se contrara. Ha
39

cocinado sopa. Se pasa de estrafalaria mi madre. Una cena cuyo plato fuerte es
la sopa. Sopa con chicha de tamarindo. Vaya!, pienso: Si no nos mata el
raticida, lo har sin duda esta increble combinacin de lquidos.
Me hago una pregunta: En cul de los dos empezarn a manifestarse primero
los sntomas de envenenamiento? Mientras espero, enciendo otro cigarro, el
ltimo de la cajetilla. Aspiro y arroj luego una bocanada de humo, ahuecando los
labios. Mi madre me pregunta si no pienso tomarme el jugo. No le contesto.
Empiezo a tomarlo en el momento en que ella empieza a tomar el suyo. Ella dice:
-Yo te di la vida. Tengo derecho a quitrtela.
No hago caso. No me importan sus palabras, ni lo que tenga que decir a ltima
hora. No me preocupo. Mi madre no se quebrar. Es fuerte. Vivir hasta la edad
que tiene hoy, para ella, ha sido una decisin, no un milagro. Pienso que ha vivido
hasta que le ha dado la gana. Probablemente ha podido acortar el ciclo, pero no
le ha interesado suspender las distancias.
-Esta casa -dice-... Tu padre tena muchas ilusiones cuando la adquiri... l no
saba... Las casas son solo eso, casas. No son ms nada... Maana alguien
sentir el hedor y destruir la cerradura de bronce que el mismo coloc... Cierra
como una nevera, dijo al instalarla.
No creo que vaya a ver lgrimas en el rostro blanco y grasoso de esta mujer. No
se lo he dicho nunca y supongo que nunca se lo dir, pero me gusta como es. Su
rostro quieto, fro, desprovisto de sonrisa; libre de cualquier gesto afable. Su
carcter frreo, drstico, inalterable. Si sta mujer algn da ha sido feliz no lo
sabr. Si ha sido triste o desgraciada, mucho menos.
-A tu primo no le gustar el hedor- dice, con un tono imparcial y se levanta de la
silla para dirigirse al bao. No cierra la puerta. Desde aqu la escucho orinar y
luego toser de manera astrosa. En el apartamento de mi primo alguien coloca
msica de vallenatos. Suena la letra de una cancin que me parece muy
apropiada para el momento:
En la revelacin de un sueo, yo presenciaba mi cadver, blasfema el
energmeno de Diomedes Daz. Alguien a quien habra que suministrarle un
veneno ms potente del que tomamos hoy con mi madre.
19
Mi madre ha decidido esperar la muerte dormida, o por lo menos, acostada en su
cama. Entro a la habitacin empujando la silla de ruedas. Est tendida, tranquila,
en la misma posicin en que suele tomar su siesta, con el cubre lecho extendido
hasta la parte baja del vientre. Miro su rostro blanco, lleno de pequeas verrugas,
sin rastro de sangre indgena. Ni siquiera el cabello que en ella es una especie de
40

estropajo reseco y desmenuzado, ganado por las canas. Ha cerrado los ojos y
espera. Me siento en una situacin sui generis. Soy un hombre que va a morir
viendo morir a su madre. Estoy completamente seguro. No morir antes de que
ella lo haga. Tomo su mano blanca. Mido su pulso, sin asomo de ternura. Vive.
Hay un calor que por momentos se apaga bajo su piel acartonada. Est decidida.
No abrir los ojos. No levantar la cabeza para pedir un ltimo deseo. En todo
caso, a quin se lo iba a pedir? Ha cumplido. Se va en paz con el mundo,
incluso, librndolo de m.
-Hay demasiada luz- dice.
Empujo la silla hasta la ventana y corro la cortina. Me siento algo amarillista
porque creo que el cuarto en su totalidad, no es un mal sitio para la agona. No
habr ni siquiera necesidad de apaciguar el calor encendiendo el abanico. Echo
una ligera ojeada a las cosas: La cama bien arreglada, el viejo tocador de madera
de roble y el escaparate. Abro uno de sus compartimentos. Hay dos trajes
colgados. Uno de mi madre, el que mensualmente se colocaba para ir a cobrar su
pensin, y el viejo termo de mi padre, el mismo que usara el da de su
matrimonio.
Pienso que debera colocarme este ltimo, que luce pulcro, aunque un poco
deteriorado. Mi padre y yo ramos de la misma talla, incluido en el calzado.
Debajo del vestido estn sus zapatos, negros y largos y puntiagudos, como dos
trasatlnticos. Desecho la idea. Es una reverenda tontera. Hay que darle qu
hacer a los sin oficios que encuentren los cuerpos.
Mi madre vuelve a toser.
-Qu hora es?- dice, sin abrir los ojos.
Me asomo a la puerta que da a la sala. Las tres, le digo. Ella no dice nada.
Acomoda un poco el reguero de su pelo sobre la almohada.
Pienso en la vida de esta mujer. Hubiera podido elegir otra vida y sera igual. En
ella no ha trabajado el destino. Se ha mantenido al margen. Si dependiera de l,
seguramente la dejara seguir su camino hasta que ella otra vez decidiera. Es lo
que el comn de la gente no ha comprendido. El hombre mueve las fichas, pero
resulta ms cmodo y mucho ms facilista pensar que todo est decidido y dejar
nuestra suerte a una supuesta fuerza mayor. No hay tal. Yo puedo ahora mismo
decidir por m. Burlar el designio de tonto al que me relega la decisin de mi
madre. Puedo empezar a gritarle al primo o a su mujer, que me rescaten, que
vengan por m. O puedo dirigirme a mi cuarto y tomar el revlver y acortar un
poco
ms el camino. El veneno que nos suministr mi madre, todava no ha decidido
nada. Ni siquiera mi mujer al momento de entregrmelo. Todo ha podido y puede
41

ser objeto de cambio. Qu tal si arriesgamos una ltima conjetura? Qu tal


que la muy imbcil de mi mujer a la que tanto he subestimado, lo haya planeado
todo? Un da se cansa de la vida miserable que lleva, del marido canalla e
inservible, de la suegra a la que desprecia, y que la desprecia, y decide cambiarlo
todo, armar su propio desquite. De modo que lee a Sidartha y aplica aquello de
que solo triunfa el que piensa, ayuna y espera. Ya ella ayun lo suficiente. Ahora
slo piensa y espera. De pronto, se encuentra con un corazn que fibrila, un
cerdo que prefiere gastar lo que se gana en fumar que en comprar medicina y
paff!: el accidente. La oportunidad que ha estado esperando. Lo dems resulta
pura obra de carpintera: fingir que ayuda mientras celebra, mientras sonre. Para
su fortuna, el imbcil colabora. No busca recuperarse. Discute con los mdicos,
despide a golpes y a madrazos a la fisioterapeuta; blasfema contra Dios y contra
todo aquel que quiera venir ayudarlo a recobrarse. Se alimenta mal. No acepta
baarse. Pensar que puede intentar volver a caminar es poco menos que un
disparate. La dependencia es total. Todo lo que concierne al hombre depende de
ella. Ahora, casi sin proponrselo, tiene su plato servido. Incluida la actitud de la
madre, una anciana enferma, dspota, con tendencia criminal.
Me asalta un presentimiento, una forma fatal de la certidumbre. Si las cosas
resultan as, como yo las pienso, mi madre no es la nica imbcil aqu que cree
que va a morirse. Me pregunto: revis el contenido del matarratas? Prob ella
un poco antes de verterlo en la comida o en el jugo de tamarindo? Mierda!, salgo
disparado en la silla de ruedas rumbo a mi cuarto. En el trayecto miro el rostro
sonriente y burln de Lus Per de Lacroix. Mal indicio, me digo. Ya en el cuarto,
busco en el escondite debajo de la cama- donde guardo el envoltorio con el
revlver. Desenvuelvo. Escucho el sonido de las balas al caer al piso, como un
reguero de frijoles. Sigo desenvolviendo. Lo que tema: El revlver no est. En su
lugar encuentro un viejo vibrador del tamao de mi propio falo, erecto. Una nota
en el papel que lo envuelve: Quiz yo muera primero que ustedes, par de
pendejos!.
Diccionario de palabras y frases de uso Coloquial
Cipotudo: grande, enorme, gigantesco.
Chimbo(a): Falsificado, adulterado.
Cucayo: Residuo, algo quemado y grasoso, que queda adherido a las paredes del
caldero luego de cocinadoel arroz. Pegado.
Pajazo: masturbacin
42

Tramoyero: tramoyista, persona que usa ficciones o engaos.


A la topa tolondra: al garete, sin reparo o reflexin.
La madre!: expresin de juramento en la que se inmiscuye o se pone por prenda
de garanta a la progenitora.
Dar papaya: oportunidad nica, fcil, que el afortunado no puede desaprovechar.
Debajo de cuerda: subrepticio, disimulado.
Tronco de hembra!: mujer, adems de hermosa, alta, de buena talla.
Datos del autor
Adolfo Antonio Ariza Navarro
Nacido en la extinta poblacin de La Avianca
Magdalena-, Colombia, el 16 de febrero de 1962, la vida de este escritor ha sido
marcada por dos grandes conspiraciones:
La primera de ellas ocurre en el invierno de 1998 cuando un grupo de hombres
armados irrumpe en el que fuera su pueblo y no slo lo destruye, sino que
siembra en su piel una literatura de reaccin y dolor. La segunda conspiracin
sucede en el ao afortunado de 2006, cuando tres de algunos de los ms
importantes premios nacionales de literatura llegan a sus manos.
Son ellos:
Premio Nacional de Poesa Julio Flrez, Premio
Nacional Metropolitano de poesa y X Bienal
Nacional de Novela Jos Eustasio Rivera, que obtuvo con su pera prima Afuera
estaba la Noche.
Otros datos:
Direccin: Calle 45 No. 19-126
Barranquilla-Atlntico- Colombia.
Telfono: 3627068
Celulares: 3116816880 - 3126213453
Cedula de ciudadana: 19.583.963 de Fundacin-Magdalena- Colombia.
E-mail: [email protected].

43

También podría gustarte