Novela. Mañana Cuando Encuentren Mi Cadaver
Novela. Mañana Cuando Encuentren Mi Cadaver
Cincuenta y siete aos, una nueva cada poltica, separado de mi mujer y de mis
hijos hace seis aos, sin esperanza de reunirme a ellos, sin fortuna, sin estado, la
realidad de la miseria presente, y la perspectiva de sus inseparables compaeras,
la humillacin y la ignominia, son los motivos que me determinan a abreviar mis
das, convencido, por otra parte, de que hay ms valor en darse muerte que en
dejarse degradar
Lus Per de Lacroix, Pars, enero de 1837.
PRIMERA PARTE
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Esta vida es realmente estpida, ridcula. Limpiarse el culo, por ejemplo. No he
querido hacerlo ms despus del accidente. Mi mujer lo hace por m. Se envuelve
papel higinico en la mano, cubierta con una bolsa plstica. Yo me acomodo de
lado sobre el borde del bacn y ella se encarga. No le parece suficiente. Acerca la
manguera del agua, me para el chorro entre las nalgas y vuelve a limpiar; esta vez
con la yema de los dedos. Se demora un poco.
Te gusta? me dice-. T ibas a ser marica, Bromea.
Finalmente me toma por los testculos. Me los exprime.
-Deberas hacerlo t mismo- me dice, levantndose.
-Cmo no!- Contesto, con una frase que no deja de ser una estupidez.
No es realmente lo que quiero decir. Dentro de m, pensamiento y palabra no
concuerdan. Lo que sale de mis labios no es lo que suelo pensar ni lo que espero
decir. Lo que pienso y deseara decir, siempre es peor. Hay alguien que lleva las
riendas dentro de m. No me deja expresar. Me mantiene frenado, como con una
rienda de caballo. Afasia motora, ha dicho el doctor que me atendi despus del
accidente. Se me han grabado las dos palabrejas. Claro que si me pidieran que las
expresara sera incapaz. Dira, por ejemplo: Adentro, o afuera. Adentro y
afuera, son las palabras que suelo repetir. An queriendo expresar otra cosa,
digo afuera, o digo adentro. Es algo que est lejos de mi dominio. Claro que
digo otras palabras. Casi todas insultos. Pero debo hacer un gran esfuerzo para
poder insultar. Tiene que salirme desde adentro. Como un grito:
-Hijueputaaaaaaaa!
-Ms hijoeputa eres t!- contesta con otro grito mi mujer. -Uno se jode
cuidndote y as es como le pagas!
Yo me pregunto: por qu no me deja tranquilo el culo y listo? Yo no le he pedido
que me limpie. Lo hace porque es su costumbre. Es la costumbre de todo el
mundo. Incluido los locos y los curas. Despus de defecar todos se limpian el culo.
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Diecisiete centmetros para ser exactos. Algo ms grueso que un guineo maduro.
No se dejaba por el trasero. Acusaba alguna clase de dolor. En realidad, no era
muy grato entrarle por ah. Tenamos que suspender mientras yo iba un momento
a asearme al lavamanos. Siempre mir aquello con algo de repugnancia. Pensaba
que no era normal. Deca que sus amigas, aunque lo practicaran, nunca hablaban
al respecto, y si no lo hacan era porque aceptaban que haba mucho de
censurable en ello. Maldita ignorante! No me ayudaba a penetrarla entonces y no
me ayuda ahora a levantar este muerto mortificante. Se alegra de mi situacin
actual; el abandono de mis amantes, mi actitud despreciable que sobrepasa lo
soportable. Sonri a escondidas cuando me negu a seguir asistiendo a las
dolorosas sesiones de fisioterapia. Y aplaudi cuando le hinch el ojo de una
trompada a la desalmada que pretenda mantenerme con el brazo lesionado
estirado todo el tiempo. Le convengo as: recluido, invlido; dependiente de sus
cuidados, sin poder salir a ninguna parte.
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El accidente no tuvo la culpa. El accidente fue simplemente eso, un accidente.
Solt el timn al sentir el dolor, y el carro fue a dar contra los bancos de cemento
de un parque. No recuerdo ms, excepto la opresin en el pecho y los gritos de las
personas que llevaba conmigo en el taxi. Ah, y las ganas tremendas de fumar
Los cigarros tampoco tienen la culpa. Ellos no iban solos a mi boca. Los llevaba mi
mano. Ella era cmplice; reciba estmulos de este cerebro hoy atrofiado. Nadie
tiene la culpa. Ni siquiera el cerebro que se afecto a s mismo! O acaso el
corazn resulta inocente? Adems, no ha sucedido nada extrao. Qu tiene de
singular que un hombre se acerque a la muerte? Qu importa el tiempo en el
que lo haya hecho? Suceder siempre. A tus veinte, tus cuarenta, tus ochenta o
tus cien aos. La vida que vivirs despus, si te dieran otra oportunidad de vivir
luego de ser sentenciado, no tendra que importar si fueras ejecutado en el acto.
Qu dan diez, veinte o treinta aos de vida ms? Nunca reparamos en las
ventajas de irse temprano excepto los suicidas, quiz-. Qu gana mi mujer
viviendo diez o quince aos ms? Limpiarme el culo los trescientos sesenta y
cinco das de todos esos aos? Y an no hacindolo. Qu hara? Largarse a casa
de algn familiar? Seguir trabajando? Partindose el espinazo con su anticuado
oficio de modista? Qu vera de ms? Probablemente una nueva generacin de
celulares o los avances tecnolgicos de la medicina molecular que a ella no le
serviran de nada y an sirvindole no tendra ganas de utilizar, porque, para
qu?, el tiempo de utilizar las cosas, incluidos los adelantos cientficos, ya pas.
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Debi gozarlos junto a m. Y gozar junto a otro idiota, lo que hacen exclusivamente
para m, es una estupidez. Por eso la felicidad es absurda. No es una eleccin
particular, es algo que hay que ejecutar junto a otros, con otros, y esos es an el
ms terrible de los absurdos. Curiosamente, nuestros ms claros egosmos son
incompletos. No es que sean malos nuestros goces ntimos y particulares, es que
son imperfectos. Comparemos: un pajazo, por ejemplo. Una comida degustada a
solas. Una cerveza bebida en solitario. Un cigarro, epa!, aqu est: Un cigarro. Me
fumaba una cajetilla y media por da. A veces regalaba alguno y el obsequiado lo
destrua. El muy imbcil alegaba que lo haca para salvarme, porque
cientficamente estaba comprobado que slo un cigarrillo le arrebataba a su
fumador dos minutos y medio de vida. Quin le haba dicho a aquel idiota que yo
necesitaba dos minutos y medio de vida ms? Hoy, si quisiera, podra regalarle
veinte, treinta, doscientos minutos de vida de la que me sobra para que se los
empacara por el culo. Suelo pensar que es muy factible que en este momento,
donde quiera que se encuentre, no quiera vivir siquiera un minuto ms de sus
terrible y estpida vida.
Creo que la mayora de los problemas de la gente empiezan por someterse a hacer
lo que menos les gusta hacer en la vida. Mi mujer, por ejemplo. No creo que le
guste limpiarme el culo todos los das. Incluso, bajar el wter. Pero tiene que
hacerlo. No tiene otra opcin. Si se queda aqu, tiene que hacerlo. Mi madre, con
lo vieja que est, no creo que pueda ni quiera intentarlo. Apenas si tiene fuerzas
para limpiarse a s misma. Este es un trabajo que corresponde a mi mujer. Es ella,
invocando razones mentirosas que le imputa al amor, la que tiene que colocarse la
capa de Supermn, levantar el puo y echarse a volar. De lo contrario nos
pudriramos todos con el olor. Esa es otra opcin. Pero ella no contempla esa
posibilidad. Es demasiado pulcra para mi gusto. Ella menos que nadie desea
pudrirse ni vivir dentro de la pudricin. Muchas veces le arrojo al piso recin
lavado las sobras de la comida que me sirve: arroz con pollo guisado y espaguetis,
casi siempre. Me insulta. Se disgusta. No entiende nada, ya lo dije, es realmente
estpida. Slo aspiro a demostrarle con este acto la sinrazn de sus afanes, de su
trabajo esclavizante; el circulo vicioso de sus neurosis. Yo limpio, t aseas. T
aseas, yo ensucio. Y el da que yo no ensucie tambin aseas. Cunto tiempo
dedicado al aseo? En esta ciudad de polvo y brisa, un ama de casa asea sus pisos a
diario. Gasta cerca de dos horas en ese trabajo. Setecientas veintiocho horas al
ao. Treinta coma tres das. Un mes. Una mujer pierde a la sazn un mes de vida
aseando todos los aos; tiempo que bien podra dedicar a otra actividad. A hacer
lo que ms le gusta, por ejemplo: Salir a bailar, ir a la playa, buscarse un amante,
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pasarla con los hijos. En vez de eso, se dedica a limpiar. Eso, sin incluir el tiempo
que se dedica a asearse a s misma, que conociendo a la mujer de hoy, su extrema
meticulosidad en el arreglo, deben ser otras dos horas diarias; lo que implica otro
mes de vida arrojado a la caneca de la basura. La mayora de las personas que
conozco trabaja en algo distinto de lo que le gusta. Carlos, el vecino de enfrente,
adora el vallenato. Es arquitecto de profesin. Ejerce su oficio a regaadientes. Y
lo hace porque su mujer es profesora; gana bien, y no soporta que pase flojeando
todo el da tirado en el piso recin trapeado por la empleada del servicio -a la que
de paso tambin teme, sobre todo, por su tremendo cuerpazo en el que se
entretienen los ojos de su marido- escuchando en el equipo de sonido canciones
vallenatas. Tampoco ella gusta de su profesin de educadora; ni la sirvienta de su
trabajo como empleada del servicio. A sta ltima le gusta Carlos. Y a Carlos, ya lo
dije, le gusta el vallenato. Estas tres pequeas infelicidades no tienen arreglo y
slo podra ajustarlas la concesin de un buen acuerdo de trabajo. Un empleo que
satisfaga las aspiraciones de este tro dinmico, expuesto a la hecatombe por la
irracionalidad de sus respectivos oficios. En un estado social de derecho que se
respete, Carlos debera tener la dicha de escuchar vallenatos hasta reventar ser
acordeonero, por ejemplo-, La profesora obtendra la prerrogativa de trabajar en
casa y la sirvienta gozarse a Carlos. ste creo que no tendra inconvenientes en
dejarse gozar. He aqu el quid del asunto: Si Fabin, mi vecino de al lado, odia a los
chinos, como reiteradamente me ha manifestado; tanto como para querer
deshacerse de ellos; debera proversele de un cuchillo de cazador o una escopeta
para que salga a matar chinos como mayor le plazca. Se le pagara por cada chino
muerto que entregara. Y si de paso, en su trabajo, un chino lo caza a l, de malas;
porque habra que imaginar tambin que existiran chinos a los que el estado
chino les pagara por matar ciudadanos colombianos. Sera el placer y la
valoracin del trabajo.
A m nunca me gust el trabajo. Lo admito. Jams me gust ejercer ninguna clase
de labor. Es ms, creo que no era apto para ejecutar alguna. Por eso me dediqu a
taxista. En el oficio de taxista estn todos los seres que no han podido ni querido
hacer otra cosa en la vida, ni siquiera ser taxista. En este trabajo convergen todos
aquellos tipos a los que se les pas el tiempo de las aspiraciones, los sueos y las
oportunidades y terminaron dndose cuenta que en estos pases existe una cosa
ms anarquista que su mentirosa independencia y sus fastidiados egos: el
desempleo. No hay nada ms pequeo burgus, mentiroso y conformista que un
taxista. Terminan, con un falso sentido del orgullo y la ubicuidad, diciendo amar
un trabajo que detestan y a una ciudad que vigilan por necesidad. Se dan nfulas y
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parte; que nunca reclamas, que te ignoras tanto como para protestar ni si ves que
violan a tu propia madre!
Tuve que esquivar un insulto y una que otra trompada. Pero al tipo no le
quedaron ms ganas de abrir la boca para opinar sobre cosa alguna, por el
enorme miedo
de embarrarla. Desde entonces, cada vez que alguien pensaba lanzar una
opinin, haca un barrido con la mirada, para asegurarse de que el Seor
Aeropuerto no se encontraba.
En realidad, aunque todos ellos me importaran un carajo, algo haba en m que me
impulsaba, que me obligaba y me retaba a despertarlos, a decirles que esta
ciudad a la que decan amar, aunque slo fuera por conveniencia, o por aparentar
ante el extrao; era suya, de su total incumbencia. Qu los polticos, como aquel
famoso y serio empresario, les estaba viendo la cara de tontos, que slo esperaba
llenarse los bolsillos y lo nico que le faltaba para lograrlo era que viniera y los
hiciera encuerar para metrselas por el culo.
Los pueblos quieren ms a los que ms males le hacen, les deca, recordndole
una frase de Simn Bolvar. Para ellos, un tipo del pasado, del que escasamente
haban odo hablar y cuyo nombre apenas traan a cuento tan slo para bromear o
nombrar un alejado y empobrecido barrio: De qu color era el caballo blanco de
Bolvar?, preguntaban. Del mismo color de su puta ignorancia, les contestaba.
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De la gente que conozco, el nico que medio se salva es mi primo. Una torre
desmirriada de cuatro pisos que calza cuarenta y tres y que usa los mismos yines
desteidos desde que se vino a mudar al apartamento que mi padre negocio con
su padre en cierto momento de estrechez. A pesar de su posicin cmoda
hablando polticamente-, de su gusto pequeo burgus; es el nico ser genuino
del que tengo noticia. A diferencia del comn de los mortales, hace lo que le
gusta.
Ha dicho que es escritor desde el principio. Y lo sigue diciendo a pesar de que el
hambre le muestre las garras y el mundo lo amenace constantemente con
venrsele encima. Dice que no sabe hacer otra cosa. Aunque esto no quiere decir
que lo que haga lo est haciendo bien hecho. He llegado a dudarlo. Todava, a
pesar de los premios que ha obtenido y de los oficios que le han encomendado, l
y su familia siguen amenazadas por la escasez. Claro que en esta ciudad es lo
normal. Lo uno y lo otro. Que la gente sufra problemas econmicos y que nadie
reconozca los meritos de su vecino. Aqu todos queremos pensar que somos igual
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los cabros o los burros hablaran estaramos jodidos del todo, pues no somos
mejores que ellos. An as, insisten; no le rinden culto al idioma; repiten las
mismas barrabasadas con las mismas palabras a diario; en su casa, en su cama,
en su trabajo; balan, gorgoritean, ladran, rebuznan, gravitan, deliran peor que los
rudos animales.
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La estpida de mi mujer dice que debera rezar ms a menudo. Pedirle favores a
Dios:
Ni por el putas! Acaso Dios podr reconstruir mi cerebro?
Dejmonos de maricadas; lo hecho, hecho est. Quin se va a tragar el cuento
de que Dios va a dejar de hacer lo que est haciendo que debe ser bastantepara
venir a meterse en el cerebro de un hijueputica para cuadrarle los cables
cuyo desarreglo l mismo propici?
Si ella, con sus pocas artes, no es capaz de revivirme el falo: qu puede hacer
Dios?
No ser acaso que ella quiere pedir, a travs de otro, favores para s? Qu la
muy deshonesta no se atreve a hacerlo de manera franca y directa? Qu se
siente sin fuerzas? Que por sus culpas, su malos y ocultos pensamientos, no se
siente autorizada? Qu recurre a m buenos oficios porque le conviene? Acaso
y a pesar de sus acusaciones sobre mi sospechoso atesmo, cree que soy un
canal ms expedito? Dios debera castigarla por insincera, por tramoyera, por
incapaz. Pienso que si en algn momento Dios volviera la vista y me viera, me
dejara igual; me castigara por su ruindad. Yo te iba a cuadrar las cargas me
dira-, pero con ese adefesio que tienes por compaera, mejor te dejo como
ests.
En lo que a m respecta, Dios es una rara y desprestigiada entidad. Un pervertido
estado de cosas. Una sistemtica violacin a las normas que deben regir
cualquier organizacin democrtica.
Si Dios ha existido alguna vez, debera aborrecer la naturaleza del pacto que
celebr con el ser ms ruin de todo la creacin. El hombre ha sido necio,
cicatero, calculador, eglatra. Los crmenes que comete hoy contra sus
hermanos, son los mismos que cometi desde el mismo arranque de su historia.
Su creador lo dot de entendimiento, pero tambin de un enorme rabo. De hecho
vivi mucho tiempo sobre los rboles, hasta que los rboles se debieron haber
cansado. Aprendi rpido a mentir, a sobrevivir y a sobrevivir mediante el engao.
El primer proceso intelectual que se llev a cabo en la mente del homo sapiens
tuvo mucho que ver con el engao. Supo de inmediato que el mayor imperio que
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poda formar y con el cual poda someter a sus semejantes tena su gnesis en el
cielo. No obstante de all vino el rayo y por analoga el fuego. Prometeo nunca
tuvo que ver en esto. Desde el comienzo el hombre supo que el nico rey que se
poda erigir sobre los dems era l y que para mostrar el peso de su autoridad
tena que empezar pateando a los dioses por el trasero. El enemigo a vencer no
era el ms fuerte, el ms grande, el ms veloz o el ms fiero. Era todo aquel que
pudiera disputarle sus predios, tanto en la tierra como en el cielo.
La rozagante criatura ha sido tenaz, constante hay que abonrselo-, para lograr
la tarea de asesinar a ese dios perdonador y tolerante en el corazn de sus
hermanos. Qu queda hoy de l?
La chiquitica me dice que debera rezar. A quin?
Seres como ella, que dicen pertenecer a su iglesia apenas el tiempo que demora
el sacerdote en colocarle la carne y la sangre del hroe en los labios-, han hecho
del amor a sus semejantes un fruto muerto, una parafernalia de guerra que
convierte a este dios en un ser incrdulo, huidizo y acosado.
No es quiz la hora de preguntarle al hombre si cree en el dios creado, sino de
preguntarle a Dios si cree en ese hombre supuestamente realizado.
Existir Dios todava? Habr logrado sobrevivir a tanta persecucin y falsos
desagravios? Tendr an ojos para vernos, o se sentir completamente
avergonzado? Tanto, como para olvidar que an tiene en su poder la mquina
prodigiosa de hacer todos los milagros?
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Tena sus piezas completas mi padre. Estaba cerrado y trancado por dentro. En
un lugar como ste, tomado por el ruido; lleno de msica estridente y gente que
conversa a gritos; mi padre prefera escuchar a Bach, a Mozart o a Beethoven.
Cuando quera competir con el bullicio, se decida por Mercedes Sosa, Chabuca
Granda; Garzn y Collazos. Alpiste para pjaro fino, me sintetiz el comprador
de discos callejeros que taz el precio de la coleccin en lo que por entonces
costaban dos pantalones Jhonson y Jhonson, con defectos de fbrica. Tambin
tengo para la venta una bicicleta con corneta para espantar perros, le dije al tipo,
que prometi enviarme otro cliente.
Con el dinero que obtuve por la venta de los discos, compr cigarros y una botella
whisky que me beb con el primo, el escritor. El Cacha era un tipazo, me
coment todo el tiempo, refirindose a mi padre, quien por all por los aos
setenta del siglo pasado le tom tantas fotografas en blanco y negro que hoy los
cuadros donde las mantiene no le caben en el aparador. Los baj en medio de los
tragos y me los estuvo mostrando. Viendo uno de ellos, incluso, solt algunas
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De modo que vivimos en la casa que dej mi padre. Mi madre est muy vieja. Ya
super los ochenta aos. Le vendieron las enfermedades en un combo completo:
es hipertensa, no oye, y sufre de azcar en la sangre. Apenas si le quedan
fuerzas para ir a cobrar su pensin mensualmente. La acompaa mi mujer. Me
dejan solo en casa. Le echan la voz a algn vecino para que est pendiente de m
y cierran la puerta con llave.
Regresan por la tarde, en taxi, luego de hacer una fila de ms de tres cuadras en
la que no falta el anciano que se desmaya. Mi madre se ha desmayado un par de
veces. Con el paso de las horas; el sol, la sed, la sofocacin; su viejo cuerpo se
descompensa. Por eso la acompaa ahora la facilista de mi mujer que saca un
aporte de la pensin para comprar un puesto ms cercano a la caja en la larga fila
de ancianos.
Para hacerse or de mi madre hay que gritarle. Estamos bien jodidos los dos. Ni
yo logro hacerme entender, ni ella logra escucharme. Si por un momento,
consiguiera hacerlo, le pedira que acortara las distancias, que se muriera pronto,
antes de que yo lo haga. Al respecto mi madre no tiene planes. Ella piensa vivir
el resto de vida que le queda. Es una inconsecuente. Es, de lejos, candidata
mnimo para un coma diabtico o una embolia que la mayor de las veces no son
del todo fulminantes. No hace dieta a pesar de los consejos del mdico. Se atora
de arroz y carne. No perdona un helado, ni una tira de butifarras de las que pasan
vendiendo por la calle; ni mucho menos un chicharrn o un buen trozo de
morcilla.
El chicharrn es ella. Un da de estos la estpida de mi mujer ver multiplicado su
trabajo. Tendr que sobrellevar la carga del enfermo cuerpo de mi madre. A no
ser que se avive y ella misma decida acortarle la distancia. No es difcil. Slo
tiene que zamparle una bolsa en la cabeza y mirarla patalear un rato. Pero mi
mujer es demasiado estpida para hacerlo. Dios me libre!, dijo el da que le
mostr la bolsa plstica y el modo de hacerlo. Slo lograr con el tiempo
complicarse ms su estpida vida.
A diferencia de mi madre, yo tengo planes. Siempre he tenido planes. Desde
que el corazn empez a fibrilar y el mdico me asegur que tena que hacer dieta
y sobre todo, dejar de fumar, empec a prepararme. No iba a hacerle caso a un
diagnstico precipitado y tonto, lanzado al aire sin el rigor de unos buenos
exmenes? Qu confiables podan ser aquellos practicados en un hospital de
pobres? S cmo manejamos las cosas aqu. La salud est endeudada. Ms de
la mitad del dinero que gira el gobierno para estos dispensarios se queda a mitad
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parece mil veces ms rescatable y pleno que el amor, me haca pensar que nos
ambamos. O nos sexbamos para decir con mayor exactitud las cosas. Lo
enuncio de manera clara: pensar en Perla, era pensar en su coito nuevo y
raspado; en su entrega; en sus gritos y jadeos; su piel firme, su ano atornillado.
Sera hipcrita si no lo digo. Si por esos tiempos le hice el amor a mi mujer, fue
pensando en el sexo y la manera de hacerlo con Perla. Y que no me digan los
pdicos infieles que no les ha pasado. Me llegaba antes o despus que ella, solo
cuando la imaginacin jalonaba el encuentro deliberadamente aplazado. Mi
mujer,
al saber esto, no tendra por qu alarmarse. Para ser francos, algunos de sus
coitos ms felices los debe a que mi atencin estaba centrada en Perla.
Perla era una experta para el amor a pesar de sus pocos aos. Posea un arma
poderosa: su propio cuerpo. Elstico, gil, duro; sin nada de trucos. Dispuesto
siempre para la aventura sexual. Sin reservas. No necesitaban pedirse permiso,
autorizarse. Perla improvisaba sobre la carrera. Encima de la mesa de un bar, en
la playa dentro del agua- o en una oscura calle solitaria. Detenamos el auto, la
izaba sobre el bal y la levantaba. Tocbamos el cielo. Perla era tremenda y
deca que yo lo era; que no estaba viejo, a pesar de mis cincuenta y tres aos.
El maldito accidente me quit a Perla y me devolvi a mi mujer. Y esta chiquitica
de mierda se burla, se desquita. Algo debe saber. Alguien debi contarle sobre
Perla. O quiz fui yo mismo. Los infieles llevamos la infidelidad a casa. Cientos
de mensajes cifrados que nuestras mujeres codifican con la paciencia de un
ermitao. Adems, no haba sido slo Perla. Sospechas de amantes anteriores le
haban curtido el pellejo y aplazado los resabios. Recuerdo a Masiel, una putica
del Barrio Abajo con la que me sorprendi abrazado dentro del carro dos calles
ms debajo de donde vivamos. Arranqu a toda marcha cuando empez a
armarse el escndalo. Pens que Masiel le iba a abrir el cuerpo a cuchilladas.
Era una cachaca brava, de armas tomar y nunca olvidaba su navaja. Ocurri lo
impensado. Terminaron de amigas. Armaron frente comn para celarme hasta
que un da Masiel se fue a trabajar a Maracaibo.
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Se llama cacho. As le decimos. Cuerno en italiano. Maldita palabreja! Ni
siquiera los interioranos, que son tan hbiles para aquello de colocar eufemismos,
han podido hacer algo con ella.
Tengo una pretensin. Se me antoja que las que ponen los cachos son las
mujeres. Los hombres no. Los hombres prestamos nuestros buenos oficios;
como quien se viste para asistir a una cena de gala. Los hombres nunca han
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tenido problemas con eso de ser infiel, fuera de algunos disparos en el pasado,
algunos duelos y algunos machetazos. Separaciones, por esa causa, ya muy
pocas se ven. La mujer tiene alma de sparring, aguanta y aguanta, esperando
una oportunidad para devolver la cachetada. Algunas lo hacen, otras no. En
realidad, muy pocas perdonan. Es un disgusto que involucra un problema de
gnero. Las hembras, tienen mucho ms sentido de la propiedad que el macho,
La paloma ms mansa pelea por el rbol; se erige sobre su firmamento
destrozado. La fidelidad es una confesin de impotencia -deca Wilde-, La pasin
del propietario se esconde en ella.
Desde cundo pegan cacho las mujeres?
No teman, no lo dir. Seguramente muchos se sorprenderan si les dijera que
nunca ha habido cacho en realidad. Slo, simple seleccin natural; atavismo
ciego, propiedad privada y rescate. Pero buscar un acercamiento a la teora
anterior sera inmiscuirme en asuntos que competen directamente a dos de los
ms grandes propiciadores del cacho de la historia: Federico Engels y Lewis
Henry Morgan. Resolvamos la cuestin as. Como en el mundo actual somos
ms que en el pasado, es normal que se haya incrementado el cacho. Cuntos
cachones perecieron en la guerra de los mil das? Cuntos en la violencia de la
mitad del siglo pasado? Cuntos en las refriegas entre guerrilleros y
paramilitares? Muchos quiz. Pero fjense bien, el cacho no perece. Por lo dicho
antes, la matriz del cacho est en las mujeres. Desde beb nuestras machistas
madres nos han enseado que la naturaleza nos dio algo que hay que aprender a
usar. Este si va a dar con el rejo!, vociferan llenas de orgullo. Despus se
quejan -de dientes para afuera- de que sus lecciones arrojen tan buenos
resultados.
El cacho es lo bastante sabroso para el que lo pone, como tambin es lo bastante
humillante y oneroso para el que lo sufre. Pobres ignorantes de la historia!
Muchas vctimas enloquecen. He visto a sujetos perseguir a sus amantes durante
horas. Pegados a los postes del alumbrado pblico, a las esquinas; detrs de los
arbustos, los avisos, los autos. Atravesar las calles peligrosamente. Los he visto
hacerlas seguir en un taxi. Yo mismo he colaborado con algunos. Y me encantan,
los tipos son grandes clientes. Pagan sin preguntar, sin quejarse. Y es normal: el
cacho y la persecucin los mantiene enajenados. Qu barbaridad! No conoc
nunca en esta ciudad a la mujer que fuera capaz de hacerme ejecutar semejante
pendejada. Antes me corto las bolas que seguir a una mujer en un taxi!
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Dnde Carajos le que el alma del hombre es un jardn?
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ms sinuosos que ahora derrochan la herencia ganada con tanto dolor y tanta
sangre los astutos polticos con alma de peluquero y trucos de notario que
saben matar y seguir sonriendo y adulando.
Si en este, mi momento, aceptara mi gnesis santandereana la gran verdad que
anida en el corazn de todos mis contemporneos-, estas no seran las grotescas
consideraciones de un simio desalmado, sino las memorias ocultas de un
colombiano del siglo XXI, tal como Casandro as llamaba Bolvar a
Santanderbautiz
annimamente las suyas en 1.829, para tratar de evitar que el mundo
conociera que semejante sarta de inequidades y ataques prfidos provenan de
sus manos. Definitivamente, amo a ese tipo. Casandro encarna lo precario de
nuestra condicin humana. Nuestra vileza, nuestra ambicin, nuestra hipocresa,
nuestra ruindad; lo que hay de engaoso y falaz en una relacin entre hermanos.
Esa es nuestra menuda y cruel realidad: los colombianos actuales somos los
modernos hijos de Casandro, dueos de un estado ptrido y corrupto en el que
hemos perfeccionado las artes de la humillacin y el despojo.
Mi padre era un cirujano del futuro. Coloc en la sala y para siempre el cuadro de
un infortunio: Lus Per de Lacroix.
No entiendo como todava los detractores de Bolvar no le han tendido una
calumnia al suicida francs. Como mnimo, deberan tildarlo de marica. Miremos
nada ms como describe a su biografiado: El libertador es enrgico. Sus
resoluciones frreas. Sus ideas poco comunes, siempre grandes y elevadas. Sus
modales afablespractica la sencillez y modestias republicanas, pero tiene el
orgullo de un alma noble y elevada
Por mucho menos que esto, Batman ha sido tildado de homosexual y el Llanero
Solitario y su compaero Toro acusados de zoofilia. Quiz lo subestiman. Con
todo el maremgnum de tinta y estilografa que ha corrido a lo largo de dos siglos
pensarn que el pobre pendejo qued sepultado. Pero no, con revolucionarios
del recuerdo como mi padre, el plan ha tenido sus fisuras y los clculos han
fallado.
Le a medias El Diario de Bucaramanga. Admiro la arcilla con la que el hroe fue
trabajado. Es el primer reportaje serio de la historia del periodismo colombiano
que conozco. El nuevo periodismo del que hablan actualmente y cuya paternidad
atribuyen a periodistas norteamericanos como Truman Capote y Guy Talese.
Debo refutarlos. Antes de Talese y Oriana Fallaci, estuvo Lacroix. Es un hecho
innegable.
Me abruma la forma en que Bolvar habla en el reportaje de algunos de los hroes
granadinos. No dudo que muchos de nuestros generales le fallaron. De hecho
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fueron varios de ellos los que prepararon el atentado contra su vida del 25 de
septiembre de l.928 que inicialmente estuvo programado para el mes de octubre
de ese mismo ao. Pero hay nombres que vale la pena rescatar para la historia.
Como el joven Atanasio Girardot que lo acompa de corazn y estuvo siempre a
la vanguardia, ponindole el pecho a las balas, en la retoma de su pas y que la
historiadores dieron en llamar como la famosa Campaa Admirable.
No fue justo en sus comentarios con l ni con su familia cuyos miembros
ofrendaron la vida por la gesta revolucionaria. Incluido su padre, don Lus, un
hombre de sesenta aos que a falta de hijos a quien ofrendar a la guerra todos
ellos muertos en las campaas libertadoras-, fue a caer en las manos criminales y
traidoras del peor de los generales venezolanos, Jos Antonio Pez, el da que
hizo asesinar al general Serviez.
Confieso que mi lectura lleg hasta all, a pesar de la buena prosa y lo genuino del
relato. Hoy me pregunto por el resto de la familia Girardot. Estarn recibiendo la
eterna indemnizacin que prometi Bolvar a los futuros familiares del hroe
cado
en combate en Brbula y que decret en Valencia el 5 de octubre de l.813?
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Mi mujer me vuelve a reir. Dice que debo colocarme la pantaloneta. Que no
debo andar desnudo por ah, exhibiendo mi cosa muerta.
Trato de entenderla. No le gusta ver que otros observen el plato donde comi, las
enormes sobras del trozo de carne que devor. No le hago caso. En algn
descuido, me deshago de la pantaloneta y me pongo de pie, desnudo, agarrado a
los barrotes de la verja que protege la terraza. La gente que me ve, casi siempre
mujeres, vecinas del sector que van a comprar a la tienda, cambian
inmediatamente de acera. Desde all echan un vistazo. Las que me conocen, le
lanzan un grito a mi mujer, que permanece siempre sentada a la mquina de
coser, al lado de la ventana abierta. Vecina!, gritan. Con la mano buena me
agarro y les muestro la verga y los testculos.
Con Lila sucede diferente. No se inmuta. Me ve agarrado a la verja: Qu
desperdicio!, dice, con irna, mordindose el labio inferior.
Lila fue ma antes de casarse. Tuvimos una corta aventura. Un affair. La nica
palabra gringa que me gusta. Quiz con ella podramos denominar al ordinario
Cacho. Suena bien. Pareciera dulce el affair que en realidad lo es- y no tan
matrero y detestable como el popularizado cacho. Lila era ardiente. Saba
chuparlo como no he visto hacerlo a ninguna otra. De vez en cuando, al verme
desnudo, Lila introduce la mano por entre los barrotes de la reja, me atrapa el
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siempre habr lesiones personales y una mujer infiel. Y si el cerdo cede terreno,
entonces encontraremos un esclavo.
Claro que no es lo mismo ser inteligente que practicar el cruel santanderismo que
nos agobia por estos lares. Quin no va a ser de una u otra manera si hay un
sistema que lo permite? Soy de la opinin que, de abolirse todas aquellas leyes
proteccionistas falsamente feministas-, sera como legalizar la cocana en el pas.
Habra menos mujeres preadas. De paso, contribuiramos a controlar la
explosin demogrfica. Creo que un hombre consciente y libre y una mujer libre y
consciente, sin cortapisas, ni artimaas, llevaran ms calma a sus bien pensados
hogares. Si todava existen algunas que no lo entienden, mostrmosles que
pueden ser dueas y seoras, no de sus hogares llenos de hijos de padres
distintos, sino de sus propios cuerpos.
8
La chiquitica siempre quiso tener un hijo. Insisti en ello durante bastante tiempo.
Cuando agot todas sus esperas y vio que el proyecto se estaba tornando
imposible de ejecutar, propuso que me practicara unos exmenes. Le dije que en
ese caso, tendramos que practicrnoslos ambos. Se excus. Dijo que vena de
una familia prolfica. Sus padres haban procreado nueve hijos. Le dije que
apreciaba su caso, pues yo era hijo nico, pero el hecho de estar ah, inmiscuido
en el conflicto, era la prueba fehaciente de que mi padre poda tanto como su
padre. No dio su brazo a torcer. Dijo que mi semen no era el de un hombre
comn y corriente. Que era demasiado traslcido, vtreo, como clara de huevo.
Asegur que el semen de un hombre normal era mucho ms espeso, tanto o ms
que el engrudo de almidn. Le pregunt cmo carajos poda saber tanto si
siempre me haba asegurado que en su vida no haba existido otro hombre. Dijo
que haba estado viendo cine porno en casa de Lila. El marido compraba
pelculas de ese talante para ir entrando en calor hasta el momento de estar con
Lila. Dijo que tal vez yo debera hacer lo mismo porque haca algunos das que no
la tocaba. La golpe. Le dije que yo no era tan imbcil como para tragarme ese
cuento. Dijo que poda preguntarle a la misma Lila o a su marido si quera. Que
ella nunca me haba dado motivos, que sexualmente era lo que nuestros cuerpos
nos haban enseado a ser y que si exista una queja de mi parte tena que revisar
muy bien en nuestros comportamientos a la hora de amarnos antes que sealar
un culpable; que en cambio ella si tena razones para desconfiar porque en cierto
momento de una de las tales pelculas, cuando una de las artistas dej resbalar
por sus labios el semen del protagonista, Lila haba exclamado sospechosamente:
-Tu marido no tiene la leche as!
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Y aunque Lila trat de disfrazar aquel desafortunado desliz, lo dicho, dicho estaba
y tampoco ella era tan pendeja como para tragarse semejante cuento tan mal
arreglado.. Me exigi que le dijera la verdad. Intent golpearla de nuevo. Le dije
que no me cambiara el tema de discusin y le prohib de ah en adelante visitar la
casa de Lila.
Como no pudo tener hijos, la chiquitica tuvo gatos. Y como los gatos tienen por
casa los techos de nuestras casas para poder gozar plenamente de su libertad
con otros gatos, o gatas cosa que mi mujer nunca pareci entender-, en casa
hubo muchas lgrimas y muchos gatos. La desaparicin de uno de estos hijos
sustitutos siempre se convirti en una calamidad domstica. Todo el amor
maternal de que la chiquitica era capaz, a falta de nios, lo volcaba en este tipo de
felinos, por el que personalmente haba desarrollado cierta fobia desde que le
Un
cruzamiento, el cuento de Kafka. Aborrezco de su alma de cordero, su
comportamiento de perro y su ambicin hombruna. Pero todo infiel tiene que
considerar de vez en cuando los gustos de su mujer. Y en cierto modo aquella
enfermiza inclinacin me concerna. La chiquitica los baaba, los alimentaba;
exactamente como se baa y se alimenta a un beb. De hecho, les deca beb.
Durante todo el tiempo que hubo gatos en la casa, todos los gatos que conoc y
soport, se llamarn beb. Comieron la misma comida que yo com por aos y
durmieron en la misma cama donde yo dorm. Tampoco es cierto que los malditos
tengan siete vidas. Vi a varios de ellos morir sin haber agotado la primera. De
todas aquellas muertes, la que ms me impresion fue la del beb 3. Un gato
enorme de rayas salmones y amarillas que penetr una tarde en el motor de mi
taxi un Racer modelo 94 que manejaba por entonces- y dej su sangre regada
entre las aspas de la hlice del ventilador. La chiquitica me culp por ello y como
sigui ocurriendo en el transcurso de los aos, a pesar de mi fobia por los gatos,
fue a m a quien me toc buscarle un reemplazo con el beb 4, un ejemplar de
pelo grisceo que dorma con los ojos abiertos encima del armario.
Poco a poco, la mujercita gil y briosa que conoc, sin proponrselo, fue copiando
la paciencia, la malsana melosera y el andar encorvado de los gatos.
9
Siempre guard la esperanza de que algn da Perla acudiera con su cuerpo
blanco y robusto a rescatarme. La imaginaba subiendo la pendiente de la calle
con sus muslos briosos y potentes, el pelo suelto y la mirada de halcn en el perfil
indgena, desafiante. Al comienzo no lograra reconocerme. Y no la juzgara mal.
Era lgico. Tengo el pelo lleno de canas, he bajado de peso y he perdido tres o
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Antes de hacer lo que tengo que hacer, decid visitar la tumba de mi padre. Fue
un verdadero milagro hacerle entender a la torpe de mi mujer la naturaleza de mi
deseo. Tuve que rebuscar durante toda la maana en el cuarto de mi madre hasta
dar con el lbum de fotografas. Saqu una foto en blanco y negro de mi padre,
durante sus aos mozos, y se la mostr:
-Adentro- le dije.
Ella, como si estuviera disponiendo las cosas para darme la peor de las noticias,
con un asomo de ternura, me pas la mano por la frente:
-l est muerto mi amor, no lo recuerdas?
Estuvimos por algo ms de media hora buscando la tumba. El piso de cemento
herva bajo los pies. Mi mujer deca: yo digo que fue por aqu y regresbamos
siempre al mismo sitio: un largo mosaico de nombres empotrados a una pared
recin encalada de la altura de dos hombres. Yo s que lo enterramos en la
segunda fila, recitaba. Averiguamos con un viejito, vestido con una bermuda y
una camisa sin mangas, que pintaba varias bvedas del otro lado, montado en
una escalera.
-Cunto tiempo hace que no vienen a visitarlo?- nos pregunt.
-Tres o cuatro aos- le contest mi mujer.
-Es mucho tiempo dijo l-, ha habido varias remodelaciones desde entonces.
El viejo bajo de la escalera y nos ayud a buscar. Mi mujer empujaba la silla de
ruedas y no dejaba de hablar. Yo digo que es por aqu, repeta.
Ola a rastrojo cortado y a flores secas. Se vean ramos marchitos colgados de las
paredes de las bvedas. El sol encegueca, caa de lleno sobre la cara y los
hombros. Varios gallinazos sobrevolaban el cielo plateado. El viejo, que iba
adelante, rengueaba un poco al caminar, se inclinaba sobre su lado derecho. Me
recordaba a Toms Prez, el personaje de Camus. El que dice en el juicio que no
ha visto llorar al seor Meursault durante el entierro de su madre.
Volvimos a la misma hilera de tumbas, de la que sospechaba mi mujer.
-Yo digo que es esta-le explic al viejo.
-Pero aqu aparece otro nombre- dijo l. Como le digo, es posible que lo hayan
trasladado para un osario- explic luego evadiendo cualquier tipo de
responsabilidad por el comentario emitido antes.
-No hacen eso si un familiar no autoriza el traslado, no es as?
-Es el conducto regular. Pero con la violencia que se ha desatado en los ltimos
aos es posible que las tumbas hayan escaseado y Bueno, no los estoy
culpando, pero ustedes han tardado bastante tiempo en venir.
-Cree que pueda averiguar algo en la administracin?
-De hecho, el nuevo administrador lleva dos aos en el cargo, pero existen unos
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registros
-Qu dices t?- me pregunt, a la espera de una decisin.
-Aqu est bien- dije, observando la tumba en la que, si nos atenamos a sus
orientaciones, deberan estar los restos de mi padre.
El viejo propuso que siguiramos buscando. No, gracias, dejemos las cosas as,
le dijo mi mujer.
Estuve cerca de una hora frente a la tumba del desconocido sin saber qu hacer.
Mi mujer dijo: Quieres rezar? Me negu con la cabeza. Slo quera estar all,
sentado en la silla de ruedas, soportando los cuchillos del sol, abrumado por tan
cruel evidencia: el olvido ms grande. Los huesos extraviados de mi padre.
Al llegar a la casa, mi madre pregunt algo como:
-Cmo les fue?
-Slo fuimos a perder la plata de la carrera del taxi- respondi la muy estpida de
mi mujer.
Con el primo sucede igual, pero distinto. l y su mujer escogen una fecha
memorable para visitar la tumba de su difunto padre. Aniversario de muerte,
cumpleaos de nacido; da de difuntos o da de los padres. O la espordica
publicacin de alguno de sus libros.
Toman un taxi y van con los nios. Elaboran un picnic sobre el verde prado de su
tumba. Alquilan una manguera a los encargados del cementerio y limpian y pulen
con aceite de comer una placa de mrmol en la que colocan la palma de la mano
al llegar, a modo de saludo, y que besan despus al despedirse.
Le llevan noticias de esta vida. Que el libro anterior fue un xito en las libreras,
que el nio va a terminar con honores la escuela primaria y que la beb ya
aprendi a caminar, pero que todava no sabe pedir el agua. Pero, no te
preocupes, viejo, estamos trabajando en eso.
Tiene el primo una manera particular de librar su lucha contra el olvido. Aplaudo
la
angustia de sus mtodos, pero no los comparto. A veces, no puedo creer que se
llame a s mismo escritor. No con esa candidez y esa posicin de minusvlido
ante lo inevitable.
Los actos definen a las personas, incluso, mucho ms que sus obras, en las que
por lo general se acogen a la mentira. Y an mentidas, las obras son superiores a
sus autores. Yo nunca sera capaz de besar el reposo de un cadver, ni siquiera
tratndose de la tumba de mi padre. Besar un mrmol yo? Probablemente
orinara sobre l. Fue lo que estuve pensando durante la hora en que permanec
sentado al frente de aquella tumba. De qu manera pararme de la silla, sin ayuda
de nadie ni siquiera de la imbcil de mi mujer, que sin duda desaprobara el
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carcter revolucionario de aquel acto-, sacar mi verga muerta y mearme con ella
la
mediocre pulcritud de las tumbas de aquel cruel y viejo cementerio. En vez de
eso, contraje la caja torcica, rasgu la garganta y lance un escupitajo a la
inscripcin con el nombre del desconocido que echaba races en el lugar donde
deberan reposar los huesos de mi padre.
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Esta es la poca del desprestigio. La sociedad en estado de quiebra. Y no es
slo porque haya cado Wall Street y los hampones de cuello blanco hayan
demostrado su ineptitud y su ineficacia en este falaz juego de nios? El rey dinero
es un fastidio y el hombre que ha visto caer durante dos mil aos gran parte de
sus dolos, ha entrado en pnico. A la gente del comn, como yo, ni siquiera le
sirve tener diecisiete centmetros. Incluso, el pene, se ha declarado en
emergencia, tiene encendida todas sus alarmas. El gran jefe Seattle tena razn:
La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
Desvirtuado el amor, como valor, y el dinero como fruto del poder y los grandes
magnicidios, nos queda el abismo y el miedo que pronosticaron pesimistas como
Wilde o Ciorn. El hombre no avanza. Se obstina. Persiste en la solucin de
facto que ambicionaba Nietzsche: La vieja teora del homicida. No olvida que
guarda en el armario sus instintos y el viejo garrote que lo alej del simio y lo
acerc al hombre. No es ni mucho menos el ser poderoso que se sostiene sobre
el puente, sino el equilibrista acobardado que se protege con suficientes redes. La
mejor defensa es un buen ataque, esgrime. Niega mil siglos de historia. Qu ha
hecho durante todo este tiempo? Viaj dentro de s y naveg por los espacios
siderales. Invent la rueda, descubri el mapa del genoma humano y ha estado a
punto de dar al traste con los preceptos de sus ms antiguas escrituras. Ha
intentado llenar el vaco y cada vez que inyecta ms combustible y energa en la
consecucin de este proyecto, descubre que el abismo se hace ms grande e
insuperable. Mientras sigue buscando, las bases del mundo que ha cimentado se
le caen a pedazos. Apenas si tiene tiempo para mirar a ese viejo Atlas puesto de
rodillas al que el mundo de pobres y falsas ideologas que sostiene sobre sus
hombros terminar aplastando. De nada servirn los miles y miles de millones de
dlares que le insuflan a sus rodillas para sostener una economa de desastre.
Podrida, fracasada. Cmo se explica la muerte como poltica social, como
sustento de un programa econmico? Es preciso insistir en doscientos siglos
ms de guerras y asesinatos? Ser infeliz el hombre nacido de mujer, de vida
corta, que insista en la ideologa del hambre y del cadver.
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Silvia Stcherazi, la diseadora de moda ms reputada del pas, expone con xito
sus confecciones en la pasarela de Miln. Maraca y Friso, dos taxistas de la
estacin, no se cambian por nadie porque un pelotero de la ciudad bate su
primer
jonrn en las Grandes Ligas.
Hay que hacerle un hijo a esta mujer moderna. Eso es. Esta mujer que ha
demostrado ser inteligente, que va para adelante, que no se deja. Esta mujer de
avanzada que ha dominado todo el tiempo la historia del hombre y que acaba de
darse cuenta que tiene un arma ms poderosa que un pobre y aletargado pene.
Compartiremos la casa, la mesa, el auto, los muebles. No le importar. El da que
se fastidie, comprar su propia casa, su propio auto, sus propios muebles. Los
tiempos del desencanto la encontrarn vieja y cansada y el reporte de los daos
tomar los alcances de una tragedia.
En cuanto a m, ya lo saben, creo ms en el destino corto. Prefiero la Sibyl Vane
de Wilde a la Fermina Daza de Garca Mrquez, o a la Madre Teresa de Calcuta.
La mujer que hoy pasa de los diecisis tratando de huir, copia los vicios del
hombre. Duea de una impostada jerarqua, se hace duea, se impone. El
hombre, luego de un oscuro matrimonio, espera salvarse. Escapa o comete
homicidio.
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La mujer del primo entra de improviso y me encuentra llorando en la sala.
-Qu le pasa, primo?- me dice, acuclillndose a mi lado, postrado en la silla.
Slo a una imbcil como a sta se le ocurre hacer semejante cuestionamiento.
Me gustara contestarle con la misma pregunta. Estoy seguro que se vera
sorprendida. Qu le pasa a ella y a miles de mujeres como ella? Cunto
tiempo desperdiciado al lado de un perdedor como mi primo? Qu espera de l?
Cmo es que ha decidido que se conforma, que le parece suficiente con lo que
tiene ahora? Una vida tan simple, tan exenta de todo; donde el mayor y ms
cercano apasionamiento se confunde con el compromiso de preparar la comida
todos los das, arreglar el apartamento, cuidar que los nios asistan al colegio y
abrir su cuerpo una que otra noche cediendo a las urgencias de un miserable
patn que no se percata que no slo su cuerpo, sino que tambin su almita de
esclava sudaca se encuentra cansada. Y piensa, o debera pensar, que el infierno
es aqu donde las desdichas se confunden y enmascaran su faz bajo la forma de
una rutina siniestra que apenas muestra sus garras. Antes estuvo mejor, ms
buena quiero decir; fresca y robusta, como una mojarra. Hoy es un oscuro
recuerdo, una triste y desmirriada flor tirada a los cerdos, pesimamente mordida,
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mal pisoteada.
-Qu le pasa, primo?- dice de nuevo, cuidando de poner emocin alguna en sus
frgiles palabras.
Habra que pasarles cuenta de cobro a perdedores como el primo o como yo, o
como a cualquier otro miserable inconsecuente. Es increble lo que podemos
hacer con uno de estos seres en veinte aos de convivencia. Las mujeres no
parecen entender. Estn en la obligacin de ser cada da ms inteligentes.
Equivocan el fin y a menudo, la naturaleza de sus enemigos. No se trata de una
carrera de relevos ni mucho menos una competencia de mercados. Sufren la
misma contrariedad de escritores fracasados como el primo que buscan los
molinos de viento en algn lugar de la mancha, cuando estn dentro de s mismos.
Me recuerdan la vieja historia de los esclavos de los tiempos del caucho en el
Brasil. Cortaban los rboles a los que estaban encadenados. Se desquitaban.
Pensaban que el enemigo era el rbol y no el hombre que sostena el ltigo con el
que eran castigados.
Esta mujer, por ejemplo, piensa que lo terrible de mi tragedia es el llanto. Me dan
unas ganas inmensas de asesinarla. No lo lamentara. Ni siquiera por el
mercader de mi primo, que a falta de mujer, tendra una mejor ocupacin -que
escribir pendejadas-, encargndose de los nios. Pero.., para qu? Ya esta
mujer ha sido asesinada por el infortunio al que la consign su marido. En vez de
eso, decido hacerle un gran favor: introduzco mi mano buena entre sus piernas,
en
cuclillas, y le agarro su animal triste y enflaquecido.
Ella me responde con las armas de su ignorancia programada. Cinco minutos
despus, todava me arde la piel donde me dio la bofetada.
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Quin iba a pensarlo de mi primo?
Ha venido, me ha mirado directamente a los ojos y me ha colocado el paquete en
el regazo, envuelto en papel de estraza, dentro de una bolsa plstica.
Me ha guiado los ojos antes de irse. Lo llamo a gritos. l regresa. Quiero
decirle: gracias!. No encuentro la palabra. En vez de eso le digo:
-Bacano.
l hace un mohn de satisfaccin, levantando el pulgar empuando su mano
derecha.
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Con el revlver y las balas, vena incluida una cajetilla de cigarros. He fumado
todo el da, debajo del palo de guayabo que est en el patio.
La actitud de mi mujer me sorprende. No ha intervenido. En vez de eso, se ha
baado temprano, se ha puesto el vestido de flores rojas y azules que hace un
mes viene confeccionando, se ha colocado rubor en las mejillas, carmn en los
torcidos labios y ha trado su maleta.
-Me voy- ha dicho.
No s si me entendern cuando digo que me parece un bello esperpento, una
especie de guacamaya desahuciada.
Se acerca. Me pide que abra la mano y me coloca en la palma abierta el sobre
que contiene el veneno para ratas.
-Se que lo has estado buscando- dice.
Veo los ojos llenos de odio de la estpida. Es capaz de echarse a llorar a ltima
hora. Me enerva tener que observar el recorrido de sus lgrimas en sus flacos
cachetes empolvados. Piensa seguramente que esta es la peor decisin que ha
tomado. Morir creyendo que se ha equivocado. No tendr paz hasta el final de
sus das. Un buen dios le hara un gran favor fulminndola con un rayo
enseguida. La imbcil no tiene tanta suerte. Da media vuelta, esperando siempre
que la detenga, que le diga algo y se dirige a la puerta que da a la calle.
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Esta es la segunda vez que mi madre sale al patio a preguntar por mi mujer. La
busca mirando a los rincones, con la misma actitud con que se busca un trapero,
una escoba. Y es normal que lo haga as, entre la vieja y yo, hemos barrido y
trapeado el piso de la casa con ella. De pronto, levanta la vista y se detiene en mi
rostro. Le muestro el raticida. Alarga la mano derecha y lo deposito en su palma
abierta, temblorosa.
-Tendr que hacer la comida- dice y se dirige a la cocina.
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Cenamos mirndonos a los ojos. Masticando despacio, sin hablar. La comida no
est mal. Mi madre siempre ha sido buena para la cocina. Slo que en su
carcter no est cocinar lo que le piden, sino lo que le viene en gana. Lo que le
gusta. Odia la sopa. Nunca ha cocinado un maldito plato de sopa. Siempre
imponiendo su terca aficin por el odioso arroz, incluso a la hora del desayuno. A
mis treinta aos ya haba consumido todo el arroz que se necesita comer en el
transcurso de una vida. Sin embargo, hoy, el ltimo de sus das, se contrara. Ha
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cocinado sopa. Se pasa de estrafalaria mi madre. Una cena cuyo plato fuerte es
la sopa. Sopa con chicha de tamarindo. Vaya!, pienso: Si no nos mata el
raticida, lo har sin duda esta increble combinacin de lquidos.
Me hago una pregunta: En cul de los dos empezarn a manifestarse primero
los sntomas de envenenamiento? Mientras espero, enciendo otro cigarro, el
ltimo de la cajetilla. Aspiro y arroj luego una bocanada de humo, ahuecando los
labios. Mi madre me pregunta si no pienso tomarme el jugo. No le contesto.
Empiezo a tomarlo en el momento en que ella empieza a tomar el suyo. Ella dice:
-Yo te di la vida. Tengo derecho a quitrtela.
No hago caso. No me importan sus palabras, ni lo que tenga que decir a ltima
hora. No me preocupo. Mi madre no se quebrar. Es fuerte. Vivir hasta la edad
que tiene hoy, para ella, ha sido una decisin, no un milagro. Pienso que ha vivido
hasta que le ha dado la gana. Probablemente ha podido acortar el ciclo, pero no
le ha interesado suspender las distancias.
-Esta casa -dice-... Tu padre tena muchas ilusiones cuando la adquiri... l no
saba... Las casas son solo eso, casas. No son ms nada... Maana alguien
sentir el hedor y destruir la cerradura de bronce que el mismo coloc... Cierra
como una nevera, dijo al instalarla.
No creo que vaya a ver lgrimas en el rostro blanco y grasoso de esta mujer. No
se lo he dicho nunca y supongo que nunca se lo dir, pero me gusta como es. Su
rostro quieto, fro, desprovisto de sonrisa; libre de cualquier gesto afable. Su
carcter frreo, drstico, inalterable. Si sta mujer algn da ha sido feliz no lo
sabr. Si ha sido triste o desgraciada, mucho menos.
-A tu primo no le gustar el hedor- dice, con un tono imparcial y se levanta de la
silla para dirigirse al bao. No cierra la puerta. Desde aqu la escucho orinar y
luego toser de manera astrosa. En el apartamento de mi primo alguien coloca
msica de vallenatos. Suena la letra de una cancin que me parece muy
apropiada para el momento:
En la revelacin de un sueo, yo presenciaba mi cadver, blasfema el
energmeno de Diomedes Daz. Alguien a quien habra que suministrarle un
veneno ms potente del que tomamos hoy con mi madre.
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Mi madre ha decidido esperar la muerte dormida, o por lo menos, acostada en su
cama. Entro a la habitacin empujando la silla de ruedas. Est tendida, tranquila,
en la misma posicin en que suele tomar su siesta, con el cubre lecho extendido
hasta la parte baja del vientre. Miro su rostro blanco, lleno de pequeas verrugas,
sin rastro de sangre indgena. Ni siquiera el cabello que en ella es una especie de
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estropajo reseco y desmenuzado, ganado por las canas. Ha cerrado los ojos y
espera. Me siento en una situacin sui generis. Soy un hombre que va a morir
viendo morir a su madre. Estoy completamente seguro. No morir antes de que
ella lo haga. Tomo su mano blanca. Mido su pulso, sin asomo de ternura. Vive.
Hay un calor que por momentos se apaga bajo su piel acartonada. Est decidida.
No abrir los ojos. No levantar la cabeza para pedir un ltimo deseo. En todo
caso, a quin se lo iba a pedir? Ha cumplido. Se va en paz con el mundo,
incluso, librndolo de m.
-Hay demasiada luz- dice.
Empujo la silla hasta la ventana y corro la cortina. Me siento algo amarillista
porque creo que el cuarto en su totalidad, no es un mal sitio para la agona. No
habr ni siquiera necesidad de apaciguar el calor encendiendo el abanico. Echo
una ligera ojeada a las cosas: La cama bien arreglada, el viejo tocador de madera
de roble y el escaparate. Abro uno de sus compartimentos. Hay dos trajes
colgados. Uno de mi madre, el que mensualmente se colocaba para ir a cobrar su
pensin, y el viejo termo de mi padre, el mismo que usara el da de su
matrimonio.
Pienso que debera colocarme este ltimo, que luce pulcro, aunque un poco
deteriorado. Mi padre y yo ramos de la misma talla, incluido en el calzado.
Debajo del vestido estn sus zapatos, negros y largos y puntiagudos, como dos
trasatlnticos. Desecho la idea. Es una reverenda tontera. Hay que darle qu
hacer a los sin oficios que encuentren los cuerpos.
Mi madre vuelve a toser.
-Qu hora es?- dice, sin abrir los ojos.
Me asomo a la puerta que da a la sala. Las tres, le digo. Ella no dice nada.
Acomoda un poco el reguero de su pelo sobre la almohada.
Pienso en la vida de esta mujer. Hubiera podido elegir otra vida y sera igual. En
ella no ha trabajado el destino. Se ha mantenido al margen. Si dependiera de l,
seguramente la dejara seguir su camino hasta que ella otra vez decidiera. Es lo
que el comn de la gente no ha comprendido. El hombre mueve las fichas, pero
resulta ms cmodo y mucho ms facilista pensar que todo est decidido y dejar
nuestra suerte a una supuesta fuerza mayor. No hay tal. Yo puedo ahora mismo
decidir por m. Burlar el designio de tonto al que me relega la decisin de mi
madre. Puedo empezar a gritarle al primo o a su mujer, que me rescaten, que
vengan por m. O puedo dirigirme a mi cuarto y tomar el revlver y acortar un
poco
ms el camino. El veneno que nos suministr mi madre, todava no ha decidido
nada. Ni siquiera mi mujer al momento de entregrmelo. Todo ha podido y puede
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