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Panorama de La Historia Del Pensamiento Economico (Primeras Paginas)
Primeras paginas del manual. Autores Screpanti y Zamagni. Version en español.
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Ernesto Screpanti Stefano Zamagni Panorama de historia del pensamiento economico Editorial Arid, SA. BarcelonaDiseiio cubierta: Nacho Soriano ‘Tilo original: An Ouitine ofthe History of Economic Thought Traducci6n de Francisco J. RAMOS RevisiGn técnica de SALVADOR ALMENAR, PABLO CERVERA y Vicenre LLOMBART de la Universidad de Valencia 1 edieién: febrero 1997 ‘© Ernesto Serepanti and Stefano Zamagni 1993. < “” ‘This translation of Outline of the History of Economic Thought by Emesto Screpanti and Stefano Zamagni originally published in Eaglish in 1993 is published by arrangement with Oxford University Press Derechos exclusivos de edicién en espatiol reservados para todo el mundo y propiedad de la traduccién: © 1997: Editorial Ariel, S.A. ‘Cércega, 270 - 08008 Barcelona ISBN: 84-34-2143, Depésito legal: B. 2.661 - 1997 Impreso en Espatia 1997. - Romany®vValls Verdaguer, | - Capellades (Barcelona) [Ninguna pate de esta publicacin, ineluido el diseio de a cabierta, puede ser reproducida, almacenada o trans fen manera alguna ni por ningin medio, ya sea elécrico, ‘quimico, mecénico, dpico, de grabacién ode fotocopia, sin permiso previo del editor. ue IPrélogo a la primera edi SUMARIO Introduccién 1. 10. i Nacimiento de la economfa politica La revolucién del laissez faire y la economia stnithiana De Ricardo a Mill El pensamiento econdmico socialista y Marx E] triunfo del utilitarismo y la revolucién marginalista La construccién de la ortodoxia neoclasica Los afios de la alta teoria (I) Los aiios de la alta teoria (II) La teorfa econémica contemporanea (I) La teorfa econémica contemporéinea (II) La teoria econémica contemporanea (IIT)PADAAAR AR RR DERE DTI NTE STN TPS PIS NSS STR PRIN EPS TR, FLINT SS viePROLOGO A LA PRIMERA EDICION La experiencia en la docencia de la economia politica y de su historia 20s ha ensefiado algo: que si alguna vez. se ha podido justificar que ambas materias se mantuvieran separadas, ciertamente hoy esto no es posible. ‘Ante la crisis de las ortodoxias tedricas de las décadas de 1950 y 1960, la exuberancia de innovacio- nes de los tiltimos veinte o treinta affos, los numerosos redescubrimientos moder- nos de antiguos conocimientos, el economista que pretenda ensefiar hoy las «ins- tituciones» de la economia se halla con grandes dificultades. Asi, cada vez es ma- yor la exigencia de ensefiar la teorfa econémica concediendo la debida atencién a su historia. Esta es la exigencia que queremos satisfacer con este libro, lo cual dice ya mucho acerca de la manera en que ha sido concebido: tratando de pre- sentar las antiguas teorias no como algo muerto, sino como algo actual, y, unido a lo anterior, intentando presentar las teorfas contempordneas no como verdades adquiridas, sino también como historia. En cualquier caso, hemos procurado resistirnos a la doble tentacién de re- leer el pasado sélo en funcién del preseiite y de explicar el presente sdlo por el pasado; o bien, para ser mAs precisos, de buscar en las teorias antiguas anticipa- ciones de las actuales, y de explicar estas tiltimas como simples acumulaciones de conocimientos. Por otra parte, no s6lo hemos tratado de distanciarnos de la: trivializaciones implicitas en las grandes alternativas historiograficas —como en- tre historia «externa» ¢ historia «internay, 0 entre «continuismo» y «catastrofis- mo»—, sino que también hemos intentado evitar la contraposicion que existe, atin hoy, entre los historiadores del pensamiento «puros», que se dedican sélo a la descripcién de los chechos» acaecidos, y los tedricos «purosm, los cuales se in- teresan tinicamente por la evolucién de‘la estructura légica de las teorfas. Una di- cotomia, nos parece, que impone a unos y a otros simplificaciones distorsionado- ras, Somos del parecer de que el conocimiento del «medio» en el que se ha for mado determinada teorfa es tan importante Como el de su estructura légica; y no aceptamos que el discurso sobre el «surgimiento» de las teorias deba considerar- se como una alternativa al discurso sobre su légica interna, Asi, este compendio de historia no pretende ser ni una relacién de descubrimientos, ni una galeria de retratos. Al haber optado por dar el debido relieve histérico también a las teories con- tempordneas, en seguida se nos ha planteado el problema de establecer un térmi- no final para nuestra relacién. El criterio para identificar dicho término necesa- riamente habia de ser subjetivo, y nosotros lo hemos fijado, convencionalmente, en la década de 1970. Sin embargo, nos hemos reservado el privilegio de trans-10 PROLOGO A LA PRIMERA EDICION predir esta regla cada vez que lo hemos considerado inevitable; por ejemplo, en los casos de investigaciones y debates que han producido resultados importantes en la década de 1980, pero que se habfan planteado anteriormente. La tinica pre- caucién que hemos tomado en tales casos ha sido la de evitar citar nombres y ti- tulos, aunque siempre con las debidas excepciones, y la de limitarnos a indicar inicamente las lineas esenciales de los desarrollos te6ricos mas recientes. Al lector habituado a los tradicionales libros de historia le podra sorprender el gran espacio que hemos dedicado al pensamiento contemporaneo (grosso modo, el del tiltimo medio siglo): éste ocupa casi la mitad de las paginas de un li bro, que, en conjunto, resulta mas bien conciso, Pues bien: pensamos que, si hay algin desequilibrio de este tipo, seguramente consiste en haber dedicado a las teorfas contempordneas menos espacio dé que merecen. La investigaci6n histo- riogrdfica «cuantitativas ha demostrado que, cualguicra que sea el indice que se utilice para medirla, la produccién cientifica ha crecido a un nivel exponencial en los tiltimos cuatro 0 cinco siglos, con la sorprendente consecuencia de que segu- ramente més de! 70 % de los cientificos que han vivido en todas las épocas son contemporaneos nuestros, y tal vez muchos més. Hemos seguido, pues, un crite- rio prudente al decidir reservar a las teorfas contemporéneas un espacio muy in- ferior al 70 %. Finalmente, no hemos querido sustraernos a ciertas dificultades —-o, mejor dicho, a ciertas responsabilidades—, necesariamente ligadas al propésito de tra- tar el presente como historia, Somos perfectamente. conscientes de los peligros inherentes a Ia aspiracién de ser sabios en el sentido de William James, para quien «el arte de ser sabios es ¢] arte de conocer fo que hay que omitir». ¥ sabe: mos muy bien que estos peligros se vuelven Lanto mayores cuanto mas nos acer- camos al presente, cuanto menor es el distanciamiento con el objeto tratado, cuanto més vasta es la materia en la que se debe escoger qué hay que omitir. Sin embargo, creemos que se trata de peligros y responsabilidades que no es posible eludir. Al final, no sabemos si hemos conseguido ser sabios precisamente en ese sentido, nien qué medida; pero de algo estamos seguros: de que, si lo omitido en este libro es mucho, la limitacion resultante se justifica, o mas bien se hace nece- saria, por Ja importancia de la materia que de esta manera hemos tratado de pre- cisar. La obra no esti dirigida a un piiblico especializado, pero tampoco tinica- mente a los estudiantes. Aspiramos a llegar también a las personas cultas, 0, me- jor, a las que desean cultivarse, Asi, no se requiere una preparacién cientifica es- pecial para leerla; sin embargo, un conocimiento basico de los fundamentos del discurso econémico, especialmente de los grandes temas de la micro y la macro- economfa, hard mas facil su comprensién, Esto es cierto, si no para toda la obra, al menos para su mayor parte. Quedan algunos pasajes, sobre todo cuando se Tle~ gaa las teorfas contempordneas, cuyas dificultades analiticas no pueden cludirse si no se quiere caer en un exceso de simplificacién que resultarfa distorsionante. En estos casos, que de todas formas hemos tratado de reducir al maximo, hemos optado por evitar la trivializacisn; y por pedirle al lector un pequefto esfuerzo su- plementario. Los conocimientos del piiblico al que se dirige la obra pueden ayudar a en- tender distintos aspectos de su estructura: por ejemplo, la decisién de no cargarPROLOGO A LA PRIMERA EDICION W el texto con el habitual aparato de notas a pie de pagina, decisi6n que a menudo nos ha supuesto una limitacién, pero que esperamos redunde en beneficio del lector; o también las bibliogratias presentadas al final de cada capitulo, confec- cionadas sin ninguna pretensién de exhaustividad, y que contienen, ademas de los textos de los que se han extraido las citas, tinicamente obras escogidas con el fin de proporcionar al lector una guia para una ulterior profundizacién, Finalmente, deseamos expresar nuestro agradecimiento, aungue sin atri- buirles ninguna responsabilidad, a los colegas y amigos que amable y generosa- mente han aceptado leer y comentar una primera redacci6n del libro o parte de Gta: Duccio Cavalieri, Marco Dardi, Franco Donzelli, Riccardo Faucci, Giorgio Gattei, Vinicio Guidi, Vera Negri Zamagni, Fausto Panunzi, Fabio Petri, Pier Lui- gi Porta, Piero Roggi, Pier Luigi Sacco, Piero Tani y Franco Volpi. ERNESTO SCREPANIT ‘STEFANO ZAMAGNIRAR AR ARR ARARARARDRARARR RADAR ODOR DID DION OOD IRIN RR NES RES I aeINTRODUCCION Epocas de teorfa econémica Una de las tesis més interesantes —aunque también de las mas controverti- das— que sostiene Schumpeter en la Historia del andlisis econdmico es que la evolucién de las ideas econdmicas no avanza de modo uniforme, sino a saltos, a través de una sucesion de épocas de revolucién y de consolidacién, de confusion de lenguas y de «situaciones clasicas». Es también una de las més ttiles para el historiador del pensamiento econémico, ya que, de ser valida, le ofrecerfa la ven- taja de poder disponer de ua criterio claro de organizacién de la materia. efecto, esta tesis conduce inmediatamente a una periodificacién casi natural de la historia del pensamiento econémico; una periodificacién basada precisamente en la sucesi6n de «situaciones clasicas» o de las épocas de revoluci6n. Aqui aprove charemos esta ventaja y, aun compartiendo con Schumpeter la idea de que cual- quier periodificacion, «aunque se base en hechos documentables», no debe to- marse «demasiado en serio» (p. 52), trataremos de elaborar una inspirada en su idea, La moderna ciencia econémica arranca de una primera gran revolucisn te6- rica verificada, grosso modo, en el perfodo de 1750-1780. Una época de grandes rupturas con la tradici6n; una época que, iniciada con Galiani, Beccaria y Hume, y pasando por Genovesi, Verri, Ortes, Steuart, Anderson, Condillac, Mirabeau Quesnay, Turgot y todo el movimiento fisiocratico, lleg6 finalmente a la Rigueza de las naciones. Un flujo cadtico de ideas audaces y geniales que, a pesar de la dit versidad y los contrastes de los diversos planteamientos, partia de algunos temas fundamentales, comunes a muchos de aeuellos autores: la rebelién contra el mer- cantilismo, la percepcién o el presentimiento de una revoluci6n ix fieri en la es- tructura econémica de la sociedad, la fe en las leyes naturales y en la posibilidad de comprenderlas cientificamente, y, sobre todo, el credo del laissez faire, el cual, aunque profesado s6lo por algunos de los economistas mencionados, pronto se convertiria en el fundamento ideoldgico de la nueva ciencia. La Riqueza de las naciones fue la suprema sintesis de toda esta labor, Des: pués de ella, durante dos décadas —como sugiere Schumpeter— hay «poco que destacar por lo que se refiere al trabajo analitico» (p. 379). En realidad, la recupe- raci6n se yerilicé con la «nueva economia», inmediatamente después del final de las guerras napoleénicas, y fue Ricardo quien la inici6. Este, lejos de ser un disct- pulo servil de Smith, se propuso «concentrar todo el talento» en los argumentos respecto a los cuales sus opiniones «diferian de las de las grandes autoridades»; y14 INTRODUCCION Ja mayor autoridad era en aquel momento la Rigueza de las naciones, el manual al que recurrian todos los estuidiosos de economia politica. Con Ricardo se inicié una larga serie de grandes innovadores. Baste citar al- gunos nombres, entre los mas significativos: Sismondi, Malthus, Torrens, Bailey, Hodgskin, Thiinen, Longfield, Rae, Senior, Cournot, Dupuit, List, Jones, Roscher. El periodo de 1815-1845 fue uno de los més ricos en la historia del pensa- miento econémico; por no hablar de la historia del pensamiento socialista (Owen, Saint-Simon, Fourier, Cabet, Blanqui, Rodbertus, Proudhon: todos ellos trabajaron en este periodo). ¥ fue una época de crisis, como testimonia la hetero- geneidad de las corrientes teéricas que se disputaban el terreno: la ricardiana; la socialista ricardiana; las socialistas continentales; la «reaccién anti-ricardiana», Ja més heterogénea de todas, que sélo ex past se puede agregar como precursora de la revolucion marginalista; y, finalmente, la de la antigna escuela histérica ale- mana, que nacié a finales de la época. Sin embargo, a pesar —0 quizés pr mente a causa de los distintos y opuestos flujos de ideas, de las agrias contra~ posiciones doctrinales, de la Babel de lenguas y de conceptos, esta época propor- cioné una insuperable riqueza de simientes que no dejaran de fructificar en épo- cas posteriores, aunque muy lejanas Quien se encargara de Hevar a la economia a los cauces de wma ciencia nor- mal, hecha de verdades establecidas duraderas, ser J. S. Mill; con él se cierra una época, Siguié después un nuevo periodo de estancamiento, si no de decadencia. El fenémeno se verificé en Inglaterra con Fawcett y Cairnes, y en Francia con Bas- tiat, mientras que la extincién del impulso innovador se manifest6 en Alemania por medio de la afirmacién de la escuela histérica. Después de Bastiat, Reybaud podia sostener que la tarea de la economia politica se habia agotado ya y no que- daba nada por descubrir. Pero también Cairnes afirmaba que la tarea de la econo- mia politica estaba ya «pretty well. fulfilled» (p. 240). ;En 1870! Todavia en 1876, re- cuerda Schumpeter, estaba difundido el sentimiento de que, «si bien a Jos econo- mistas les quedaba mucho por hacer en cuanto al desarrollo y Ia aplicacién de la doctrina existente, la mayor parte del trabajo ya se habia completado» (p. 830). Poro precisamente entonces estallaba una nueva revolucién. El periodo de 1870-1890 es la época de la revoluci6n marginalista: iniciado por Menger, Jevons y Walras, y concluido por Fisher y Marshall, conté en su seno con Edgeworth, Wieser, Bohm-Bawerk, Pantaleoni, Clark y Wicksteed. También en esta época, y como testimonio de su caracter de crisis, de transicién, se puede observar la au- sencia de hegemonfa de cualquier forma de ortodoxia, mientras se asiste a Ja lu- cha entre una notable serie de corrientes tedricas opuestas: paralelamente tuvo lugar et renacimiento del pensamiento socialista en las formas més dispares, de Ja escuela marxista a los fabianos, del «socialismo» cristiano al «agrario»; tampo- co se deben olvidar el institucionalismo y Ia joven escuela hist6rica (no sélo Ia alemana), que nacieron precisamente en aquellos aftos para desarrollarse més tarde; y, finalmente, hay que recordar que, en el seno del propio grupo de los au- tores marginalistas, la heterogeneidad de los diversos planteamientos, con la con- secuente acritud en las controversias, fue tan vasta que todavia hoy resulta dificil reconocer en aquéllos una escuela de pensamiento homogénea. En cualquier caso, st manera de ver las cosas, para muchos teGricos algo nuevo y nada fami- liar, encontré cierta resistencia, y sélo en la década de 1890 se consolidé una nue~ pO ee lSINTRODUCCION 1s va esituacién clisica», un nuevo «feeling of repose». En efecto, sdlo a finales de si- glo los historiadores del pensamiento econémico percibieron la fundamental ho- mogeneidad entre las diversas versiones de la teorfa marginalista. Los grandes economistas neoclasicos de la tercera generacién —Cassel, Pa- reto, Wicksell— tuvieron la fortuna de trabajar en el seno de la que se habia con- vertido ya en una nueva tradicién y una nueva ortodoxia, y no necesitaroa hacer revoluciones. Para encontrar otra era de revoluciones debemos llegar a los afios de la «alta teoria», en realidad las décadas de 1920 y 1930, Fue —-para decirlo con palabras de Shackle— «un gran espasmo creador, que [...] produjo seis o siete in- novaciones teéricas fundamentales, las cuales, en conjunto, han modificaco com= pletamente la orientacién y el caracter de la ciencia econdmica» (p. 5). Pero qui- zs sean més de seis o siete: una gran parte de las modernas teorfas del ciclo, del desarrollo, de la interdependencia sectorial, del equilibrio general, de la empresa, del dinero, de las expectativas, de la ocupacién, de la distribucién, de la deman- da, del bienestar, de la planificacién y del socialismo arrancan de las semillas plantadas en aquellos aiios. Volviendo ahora a la época en que vivimos, Schumpeter no tuvo tiempo de percatarse, pero no hay duda de que en las décadas de 1950 y 1960 se verificé una nueva situacién clasica. Aunque las discordancias no cesaron del tedo —y baste pensar en los ataques postkeynesianos a la teoria neoclésica de la distribu- cién y del crecimiento o en el clamor de la disputa sobre la teoria del ca>ital— no hay duda de que la «sintesis neockisica» constituyé en aquella época la verda- dera y propia via tnica de la investigacién econémica. Surgida del intento de in- jertar el brote keynesiano en el antiguo tronco de Ja teorfa marginalista, la «sinte- sis neoclasica» se redujo, en realidad, a una grandiosa obra de sistematizacién de ideas y sugerencias provenientes de los afios de la alta teorfa. Después, fortaleci- da por la elegancia formal del modelo de equilibrio general de Arrow-Debreu- McKenzie, por la versatilidad te6rica del modelo de equilibrio macroeconémico de Hicks-Modigliani, por la simplicidad analitica del modelo de crecimento y distribucion de Solow-Swan, se hallé en condiciones de orientar la investigacién tedrica y la politica econ6mica como ninguna otra ortodoxia cientifi nunca capaz de hacerlo, Y el hecho, ademas, de haber logrado transformar menos temporalmente— en debates internos incluso las potencialidades eriticas de muchas teorias disidentes constituye una demostracién de su fuerza hegemé- nica, aa En efecto, sdlo en las décadas de 1970 y 1980 dichas potencialidades criticas han empezado a producir tentativas de sfntesis teoricas realmente alternativas, Estas dos décadas constituyen, en realidad, otra época de confusién de lenguas. ‘Una notable cantidad de nuevas teorfas han tomado vida, mas © menos imperfec- tas, mas o menos fascinantes, mas 0 menos revolucionarias. Ninguna todavia completamente satisfactoria; ninguna hegemonica. De la «nueva macroeccnomia cldsica» a la teoria de los equilibrios no walrasianos, de las diversas teorias post- keynesianas a los distintos planteamientos neo-institucionalistas, de las teorias neo-austriacas al neomarxismo, también éste en distintas versiones: sraffianas, antisraffianas, regulacionistas, neoschumpeterianas, neokeynesianas, etc. la competencia en los mercados académicos contemporaneos se muestra de nuevo fuerte e incesante, y casi perfecta.16 INTRODUCCION Resulta, pues, que en los mas de doscientos afios de historia del pensamien- to econémico que van de mediados del siglo XVII a nuestros dias, se han verifica- do cuatro grandes ciclos de prosreso y estancamiento de las ideas, cuatro largas fases de revolucion seguidas de cuatro fases, igualmente largas, de consolidacién. Y nos encontramos de lleno en un quinto ciclo. Cada uno de estos ciclos se inicia con una época de innovaciones, de ruptura con la tradicién, de ideas geniales; y de debates, de agrias disputas, de confusién de lenguas; en suma, de exaltada edestruccién creadora» én el proceso de produecién de las ideas econémicas. Vie~ jas escuelas se resquebrajan, los enanos ceden el paso a Tos gigantes, y precisa- mente cuando se crefa que la ciencia econémica habia alcanzado la perfeccién, se recrea el caos primigenio. Mas tarde, de aquella labor emerge gradualmente la exigencia de uma nueva sintesis, la cual,sedogra finalmente después de dos o tres decenios y produce una situacién ckisica. Luego, durante otros veinte o treinta aitos, la economia politica vuelve a ser una profesién tranquila: se reforman las academias y regresa la preocupacién por la elegancia, por la generalidad, por la solucion de rompecabezas. La investigacién se desarrolla pot canales ya marca- dos y produce buenos manuales, perfeccionamientos, generalizaciones y aplica- ciones diversas. Pluralidad de interpretaciones La naturaleza subjetiva de los criterios con los que decidir qué se debe con: siderar innovador u ortodoxo ¢s inevitable, como lo es el cardcter ecualitativor de la periodificaciéin que se deriva de clio, Somos también conscientes de que resul- ta insuficiente apelar a Ja autoridad de Schumpeter. Por otra parte, la idea de una evolucién a saltos, y no progresiva, no deberfa suscitar perplejidad. Antes bien, el problema es: geomo explicar este fendmeno? Una primera posicién la representa el Hamado planteamiento «incrementa- lista» de la historia del pensamiento econémico, planteamiento desde el que se ha comparado «el progreso de la ciencia» —por ejemplo, por Pantaleoni— «al au- mento de tamafio de una bola de nieve que rodara por la pendiente de una mon- taf, recogiendo més nieve, y cuya superficie representaria lo ignoto» (p. 4). ste punto de vista presupone, segtin Pantaleonii, la posibilidad de separar la Jencia econdmica de los fundamentos metafisicos, o bien, segtin Schumpeter, el analisis de las visiones. Delimitada después Ia historia del pensamiento al anélisis (ola «ciencian), se llega a concebirla como la narracién del Jento y continuo au- mento de tamaiio del conocimiento: volviendo la vista atrés y epartiendo de lo que es actualmente la ciencia econémicay, dicha historia seré la «historia de las verdades econémicas» (Pantaleoni, p. 484). Los partidarios mas convencidos de esta visién, hoy, son algunos economistas neoclésicos; bastaré citar algunos nom- bres significativos: Knight, Stigler, Blaug y Gordon, Pero no es una visién nacida con la teoria neoclésica: ya Say y Ferrara, por ejemplo, la profesaban. Es obvio que, desde este punto de vista, ni siquiera puede admitirse la idea de que la historia del pensamiento econdmico proceda a saltos y avance por revo- luciones. Crisis, estancamientos y lentificaciones son ciertamente admitidos, pero sélo como efectos perversos de los «fundaméntos metafisicos» y de los condicio-INTRODUCCION 17 namientos psicolégicos de las elaboraciones tedricas de cada autor; factores que, sin embargo, no haran mella en la esencia del elemento cientifico, de modo que su historia seria, en todo caso, una historia de los errores. Un punto de vista distinto, que ha sido definido como «catastrofistas 0 «dis- continuista», evoca las tesis kuhnianas sobre la estructura de las revoluciones cientficas. Un planteamiento como este, que observa la evolucién de los conoci- mientos como transcurriendo a través de una serie de revoluciones, y explica es- tas iltimas atribuyéndolas a la acumulacién de anomalias en el seno de los para: digmas en cada momento dominantes, pareceria muy titil para afrontar el proble- ma aqui planteado. Sin embargo, la aplicacién de las tesis de Kuhia Ia historia del pensamiento econémico ha tropezado con algunas graves dificultades; difi- cultades atribuibles tanto a la imprecision de la definicién kuhniana de varadig- ma como a su origen en el estudio de la historia de las ciencias naturales. Hasta el punto de que las caracterfsticas de una revolucién de tipo propiamente kuhnia- no en la historia del pensamiento econémico sélo se han reconocido, y no sin ia, en el caso de la revolucién keynesiana, En efecto, dicha revolucion podria interpretarse no como una respuesta teorica al estimulo derivado del sur- gimiento, en un Ambito socio-institucional historicamente bien delimitado, de al- giin nuevo hecho econémico (crisis, depresi6n, rigidez de los precios, desempleo masivo), sino como la toma de conciencia de la relevancia de alguna anomalia que siempre ha existido y que, no obstante, siempre ha quedado relegada por el paradigma dominante a las notas a pie de pagina. Pero ¢cémo encajarlo con el hecho de que la revolucién keynesiana es s6lo una parte del proceso de profunda mutacién que ha impregnado los afios de Ia alta teoria? En cambio, muchos economistas neoclésicos niegan que se puedan hallar controvei aquellas caracteristicas en la revolucion marginalista, no reconociéndole en reali- ‘sta, en efecto, consistiria sustancialmen- dad ni siquiera el cardcter de revoluci6 te en la depuracién, enucleacién y generalizacién de los elementos propamente cientificos presentes ya en la economia clésica Por lo que respecta a la revoluicién del laissez faire y a la «ricardianay, final- mente, no se ajustarfan al esquema de Kuhn porque resultarfan vinculadas al sur- gimiento de un hecho histérico de gran alcance, como es el nacimiento del capi- talismo industrial, y no determinadas por una logica rigurosamente interna en la evolucién de un paradigma Recientemente, se han realizado itfténtos de aplicar también a la historia del pensamiento econdmico la «metodologfa de los programas de investigacién cien- tifica» de Lakatos. Los ejemplos més conocidos son los de Roy Weintraab y de Latsis. Seguin este planteamiento, un determinado programa de investigacién ten- dra éxito si demuestra ser progressive teoricamente (si es capaz de predecir he- chos nuevos) y empiricamente (si tales previsiones se confirman). Este se aban- donard cuando se convierta en degenerating (cuando necesite ser modificado para dar cuenta de hechos ya conocidos, sin que logre predecir otros nuevos), y si se dispone de un programa «mejor», dotado de mayor contenido empirico. Los in- tentos de aplicacién del planteamiento de Lakatos a la economia han producido inieresantes resultados en el plano de la metodologia de la investigacién, sobre todo en el sentido de un debilitamiento de las creencias empiristas y positivistas en epistemologia y en el de una mayor apertura hacia el pluralismo metcdolégi18 INTRODUCCION co. Por el contrario, en la vertiente de la historia del pensamiento econdmico el planteamiento de Lakatos no ha producido resultados de importancia decisiva, y més bien ha representado un paso atrés respecto a Kubn, el cual, por lo menos, admitia la importancia, si no la centralidad, de las revoluciones cientificas. EL planteamiento de Lakatos, en cambio, sobre todo en virtud del énfasis en ta «pro- gresividad» de los programas de investigaci6n triunfantes y en su mayor conteni- do empfrico respecto a los ya superados, parece inducir una recuperacién de las viejas tesis «incrementalistas» Una critica radical de ambos planteamientos, incrementalista y catastrofis. ta, deberfa incidir en el nivel de las raices epistemolégicas comunes. Ambos han sido unidos bajo un punto de vista que Blaug, en Teorfa econdmica en retrospec- cién, ha definido como «absolutista» (pp/ 20-21). Absolutista en el sentido de que el interés del historiador esta rigurosamente limitado sélo al desarrollo inte- lectual de las teorfas, a la légica interna de su evolucién, sin ocuparse de sus re- laciones con las condiciones socioeconémicas en las que han surgido. El punto de vista absolutista esta claramente presente en el planteamiento incrementalis- ta, para el cual la evolucién del pensamiento no es otra cosa que una serie de in- crementos marginales de conocimiento sobre un stock de verdades adquiridas. Pero lo esid también en el planteamiento catastrofista, para el que las revolucio- nes cientfficas estén provocadas por la acumulacién de anomalias a partir de un umbral en el seno de cada paradigma. En ambos casos, no hay manera de ligar os cambios del pensamiento con los de la vida econémica y social. El planteamiento que estudia la historia de las ideas econémicas en relacién con los contextos socioeconémicos en los que éstas han surgido se ha definido por Blaug como «relativistay (pp. 20-21). Con algo mas de verve y atin mas de vis polemica, Pantaleoni lo llamaba «mesolégico» (p. 491). Es un punto de vista que mantienen gran ntimero de estudiosos de formacién institucionalista, 0 histori- cista, © marxista, y en general no positivista. Mitchell, Stark, Roll, Rogin 0 Das- gupta, por citar algunos ejemplos, son otros tantos autores en Ios que el plantea- miento mesolégico es explicitamente teorizado y conscientemente utilizado. El fundamento epistemolégico de este planteamiento es —segiin Roll— la «convic- cién de que la estructura econémica de cada época y los cambios que ésta sufre son los determinantes tiltimos del pensamiento econmico» (p. 14). Un primer punto de vista generado por el planteamiento mesol6gico es el que aspira a identificar las correspondencias entre teorfa econémica y estructura socioeconémica de la realidad. Y el tipo més sencillo de correspondencia parece ser el que existe entre tuna realidad historicamente determinada y un pensamien- to especilico que la «refleja». En esta Iinea de pensamiento, Stark ha propuesto tuna interpretaci6n de las tesis schumpeterianas sobre las situaciones clisicas que leva a una explicacion sencilla y aparentemente obvia del fenomeno en cuestién. Comparando las situaciones clisicas representadas por las teorias de Smith y de Walras, Stark observa que ciertamente se trata de dos doctrinas distintas; pero, al fin y al cabo, de dos teorias del equilibrio. Y sugiere que éstas reflejarian dos 6r- denes econémicos distintos, predominantes en dos épocas historicas diferentes. Asi, la doctrina de Smith reflejarfa la primera situacién hist6rica real en la que el orden capitalista se encontraba en condiciones de equilibrio; un equilibrio ado en la pequefia industria no mecanizada y en una economia de intercam-INTRODUCCION 19 bio completamente desarrollada en un mercado nacional en el que la mano invi- sible estaba en condiciones de integrar la produccién agricola con la industrial. El sistema de Walras, en cambio, reflejaria un orden econémico internacional en el que la competencia era casi perfecta, tanto en los mercados de productos como en el de trabajo, el menos en las economias ms desarrolladas Stark no dice nada respecto a las otras situaciones clisicas, ni aclara qué es lo que debe reflejarse en las elaboraciones tedricas que se verifican en las épocas de revolucién intelectual. Pero sus tesis parecen perfectamente compatibles con la siguiente indicacién de Shackle en relacién con el estado de la teoria econémi- ca en la-déeada de 1920:-en aquellos afios se pondria fin ala-«confianza-enuns tema econémico autorregulado, implicita y naturalmente auto-optimizado, esta- ble y coherente» (p. 5). Cuando los economistas se dieron cuenta de que con los viejos instrumentos intelectuales ya no eran capaces de «restablecer el entiguo orden», empezaron a buscar nuevas teorias; asf, a finales de la década de 1930, la ciencia econémica «se habfa adaptado a la anarquia y al desorden sin tregua del mundo real» (p. 6). Este punto de vista contiene una premisa desagradable: que Ja realidad social sea sélo el objeto, y el pensamiento sea sélo el sujeto de la acti- vidad cientifica, de manera que el segundo se sustraiga a las leyes que gotienan ala primera y, por ello, sea capaz de reflejarlas objetivamente. Por no hablar, en fin, de las igualmente desagradables consecuencias: que la evolucién de la teoria econémica esté univocamente determinada por Ja de la realidad objetiva; y que, de nuevo, exista —aunque con oscilaciones— algiin tipo de progreso por acumu- lacién de verdades. Un segundo punto de vista mesolégico es el que ve en el elemento politico el canal privilegiado de la conexién entre teorfa y realidad. Se trata de la conocida tesis de la «demanda politica» de ideas econémicas, segtin la cual el surgimiento de determinados problemas econémicos reales estimularia la producci6n de solu ciones politicas y, en consecuencia, de teorias capaces de fundamentar cientifica- mente dichas soluciones. Las teorias que proporcionan las soluciones jt unirfan después y se perfeccionarian lentamente hasta formar un sistema te6rico ortodoxo. Myrdal desarrolla una concepeién similar, pero afiade algunas observaciones interesantes respecto al papel desempeiiado por el relevo generacional en el seno de la comunidad cientifica: la investigacién de los nuevos hechos que emergen en el transcurso de la evolucién econémied y, sobre todo, en las fases de dificultad del desarrollo, cambiarfa las actitudes politicas, especialmente entre los jévenes investigadores. Estos, mejor que los ancianos cultivadores de la ortodoxiz, esta- rfan en condiciones de cambiar el sentido de los planteamientos de la investiga- cién «bajo Ja presién de lo que se esta convirtiendo en politicamente importante» (Crises and Cycles, p. 20). Es asi como se alimentarian las revoluciones teéricas recurrentes. Esta posicién, a pesar de que tiene el mérito de dar la justa impor- tancia al elemento politico, adolece del defecto de reducir el problema a la tnica dimensién de la adaptacién de las teorias respecto a los problemas: existe todavia la idea de que el economista observa la realidad como en un laboratorio y sin tar influido por ella Dificultad en Ja que, por el contrario, no incurre Neumark, quien sugiere que normalmente sdlo la elecci6n entre dos grandes alternativas conduce a la solucin de s-20 INTRODUCCION Jos problemas econémicos fundamentales, y que esto explicarfa no sélo la perpetua oscilacién de las actitudes dominantes en politica econémica, entre ditigismo y laissez faire, proteccionismo y librecambio, equilibrio presupuestario y deficit spen- ding, sino también la de las actitudes te6ricas fundamentales entre la preferencia por concepciones de los valores «naturales» y concepciones de los valores «justos», entre filosofias idealistas y materialistas, entre industrialismo y ecologismo. Nuestro punto de vista Este panorama de historia del pensamiento econémico no pretende ser ni tuna historia de los personajes ilustres, de su vida, de su obra, de su contribucion personal al descubrimiento de la verdad, ni una historia sistematica de los erro- res a través de los que se ha desarrollado el aumento del conocimiento cientifico. Nuestra idea es que la economia no es una disciplina «darwiniana», que el tiltimo eslabén de la evolucién no contiene en sf todos los desarrollos precedentes y que éstos no pueden ser olvidados como irrelevantes o superados. Ciertamente, no negamos la existencia de alguna forma de evolucién en el proceso de cambio his- torico de las ideas econémicas, Negamos, sin embargo, que se trate de un desa- rrollo unidireccional, homogéneo y, mejor dicho, tinico; sobre todo, negamos que Ja clave de lectura de aquel proceso la deban proporcionar necesariamente las teorias que hoy estén en boga. El planteamiento que seguimos tiene mucho en comiin con la actitud relati vista. Sin embargo, queremos evitar caer en algunas ingenuidades y simplificacio- nes «mesolégicas», que a menudo contribuyen a producir historias del pensamien- to econdmico a base de «retratos», 0 a tratar la evolucién de las ideas econémicas como apéndice de Ja de los hechos econémicos. Reconocemos que la realidad es- tudiada por el economista no es inmutable como la de las ciencias naturales. Los hechos econémicos cambian en el tiempo y en el espacio, de manera que proble- mas que parecfan cruciales en un determinado perfodo pueden resultar del todo irrelevantes en otro, y aquellos que se consideran importantes en un cierto pats pueden ser totalmente ignorados en otro. Esta peculiaridad del objeto de investi gacién puede contribuir a explicar parte de la historia del pensamiento econémi- co: por ejemplo, la existencia de ciertas particularidades nacionales 0 el surgi- miento de ciertas teorias especificas en determinados momentos historicos. Pero no lo explica todo; v quizas no explica precisamente lo que merece ser estudiado. Mas importantes que las peculiaridades del objeto de investigacién son las del sujeto. No hay duda de que la formacién cultural y la visi6n del mundo de los cienti- ficos incide de modo sustancial en su actividad de investigaci6n; y atin més determi- nantes son las ideas y Jos valores comunes aceptados por las comunidades cientifi- cas, dado que son precisamente éstas las que seleccionan y gufan a los individuos. Pero —de modo mas general-— no hay duda de que, en tiltima instancia, son las so- ciedades en su conjunto Jas que determinan el clima cultural en el que se dan y se li- mitan las opciones de cada cientifico en particular y de las comunidades cientificas. Son las sociedades en su conjunto las que dictaminan la importancia de los proble- mas a estudiar, las que establecen las direcciones en las que se deben buscar las solu- ciones y, por tiltimo, las que deciden cuales son las teorfas correctas.INTRODUCCION 24 Todo esto, en cualquier caso, no mereceria nuestra atencién si la scciedad fuera un sujeto homogéneo. Pero no lo es. En el campo de las ciencias sociales, una teorfa es una forma de autocomprensién y autorrepresentacién de un sujeto social. Los sujetos, no obstante, son heterogéneos; existen diferencias de clase, de cultura, de nacionalidad. Y las relaciones en las que se encuentran dichos sujetos pueden ser conflictivas. Asi, la sociedad, aunque sea un juez exigente de la produc- cién cientifica, no siempre es un juez imparcial; ni siempre tiene las ideas claras sobre lo que quiere; y, si es cierto que es ella, y s6lo ella, la que decide la importan- cia de los problemas, también lo es que sus decisiones son a menudo ambiguas 0 contradictorias. Por ejemplo, algunas personas pueden considerar preocupante una tasa de desempleo del 5 %, y otras considerar normal, © mejor dicho «natu- rab, una del 10 %; y es inevitable que estas dos actitudes se correspondan con dos teorfas econémicas muy distintas, Pero atin mas efimeros y parciales son los criterios con los que las socieda- des dictaminan cudles son las teorfas correctas; porque al final, puesto que «la verdad es tna, tiene que suceder que la pluralidad de visiones, de soluciones, de direcciones de investigacién que la sociedad ha generado deban ser, de alguna manera, suprimidas en favor de una sola teorfa El trabajo de los cientificos cumple obviamente una funcién esencial a la hora de establecer cual debe ser la teorfa triunfante, puesto que existen requisitos de coherencia logica, de generalidad, de capacidad explicativa, a los que necesa- riamente deben atenerse. Pero no son ellos los amos del cotarro, y no puecen ha- cer lo que les parezca Sucede que, sobre algunos temas y problemas fundamentales, se forman orientaciones de base que encarnan puntos de vista distintos y a menudo contra- puestos. Dichas orientaciones dan origen a filones de investigacién que permane- cen, aun a través de importantes cambios formales, a lo largo de toda la historia del pensamiento econémico. Como rfos en un terreno cérstico, a veces desapare- cen bajo tierra, dando la impresién de que estén muertos. Pero pueden Hevar du- rante largo tiempo una vida subterrénea, desechados por las academias y priva- dos de dignidad cientifica. Luego regresan a la luz cuando nadie se lo espera, y crecen en potencia y en fragor hasta reducir al silencio a sus adversatios, Piénse- se, por ejemplo, en la orientacién que se halla en la base de las eriticas a la ley de Say y a su utilizaci6n para demostrar la jmposibilidad de «sobreproducciones ge- nerales». Quién hubiera pensado, meditando sobre la derrota de Malthus a ma- nos de Ricardo, o bien sobre el triste destino «académico» de Marx, o de Hobson, que con Keynes la historia haria justicia? En torno a este problema, precisamen- te, se han enfrentado siempre dos orientaciones de base, una favorable a las leyes de los mercados autorregulados y otra favorable a la demanda efectiva. Y ningu na de las dos ha vencido nunca definitivamente. Otro ejemplo proviene de la teo- ria del valor, donde se han enfrentado siempre una orientacién objetivista y otra bjetivista. Y parecfa que Jevons habia hecho definitivamente justicia a Ricardo. Pero luego, un siglo mais tarde, he aqui que Sraffa vuelve a ponerlo todo en cues- tidn, Se podria continuar, mostrando los destinos alternos de la orientacién cuan- titativista y de la endogenista respecto a la oferta de dinero; o bien, de la orienta- cién macroeconémica y de la microeconémica en relacién con la distribucién de Ja renta; ete22 INTRODUCCION Para complicar las cosas, se afiade la existencia de las tradiciones, es decir, de ciertas formas de identificacién cultural que vinculan entre sf a economistas de distintas generaciones. Las tradiciones pueden depender de la existencia de determinados entornos culturales nacionales, o bien de la forma: de pensamiento académicas, o de la fuerza de ciertas formaciones polftica: otras cosas. Asi, por ejemplo, se puede hablar de una tradici6n inglesa en el cam- po de la construccién de grand theories omnicomprensivas; una tradicién que en- laza —aunque con diferencias tedricas sustanciales— el magnifico sincretismo de Smith con los de Stuart Mill y de Marshall. 0 bien, observando el hilo —delgado, pero firme— que une a Davanzati, Montanari, Galiani, Ferrara y Pareto, se po- dria hablar de una tradici6n italiana respecto a Ja teoria subjetiva del valor. Por otra parte, se podria hablar de una tradi¢ién socialista acerca del valor y de la distribuci6n; o, incluso, de una tradici6n keynesiana sobre la dinémica econém ca. Las tradiciones desempefian un papel importante en la direccién de la activi- dad cientifica de los individuos y de los grupos de investigacién. Junto con el de- sarrollo de las orientaciones de base, ia evolucién de las tradiciones contribuye de modo determinante a la del pensamiento econémico. En determinados periodos histéricos, las orientaciones de base en torno a algunas cuestiones tedricas fundamentales, a veces combinadas con alguna tradi- cidn especitica, alcanzan a formar un sistema re6rico; es decir, en una teorfa gene- ral que aspira, al menos como tendencia, a dar una respuesta coherente y com- pleta a cualquier problema gue haya surgido o que pueda surgir en un ambito de investigacién definido. E] primer requisito de un sistema terico es la definicin del ambito de investigacién. Después, se deben fijar: los principios fundamentales en torno a les que organizar todo el saber, tanto el actual como el potencial; las reglas metodol6gicas que establezcan c6mo dirigir la investigacién y c6mo evaluar los resultados; los ednones lingitisticos que permitan la clasificacién, la transmi- sién y la comunicacién del saber. La definicion del dmbito de investigacién resulta fundamental, Esta contiene in nuce todo el desarrollo del sistema; determina los problemas a estudiar; estable- ce qué magnitudes econémicas deben asumir el cardcter de pardmetros y cules el de variables; selecciona las direcciones de investigacién que hay que perseguir j aquellas de las que hay que huir; dice a los cientificos lo que esta prohibido hacer. En cuanto @ los principios fundamentales, sirven para mantener juntas las partes del sistema tedrico, para formar con ellas un conjunto coherente y orginico de doctrina, algo mas que una simple suma sincretista de teorias distintas. Las reglas metodoldgicas, en cambio, indican cémo moverse en la terra incognita de los pro- blemas por resolver y de las verdades todavia no comprobadas. Quizs en mayor grado que las restantes dimensiones de un sistema tedrico, dichas reglas —de las que, a menudo, no todos los investigadores son perfectamente conscientes— ha- cen homogéneas las opciones de los cientificos y coherentes los resultados de las investigaciones, permitiendo la divisi6n del trabajo independientemente de los po- sibles ordenamientos programados de la actividad de investigacién. Finalmente, la recomposicién de los resultados de tal divisién del trabajo es posible gracias a la existencia de cdnones lingitisticos bien determinados; los cuales constituyen, tal vez, la menos explicitamente codificada de las caracteristicas de un sistema tedri- co, pero no la menos importante. No s6lo petmiten la comunicaci6n de los conocINTRODUCCION 23 mientos y la formaci6n de las jévenes generaciones de investigadores, es decir, la produccién y reproduccién de las comunidades cientificas; también, y sobre todo, sitven para delimitar el émbito de lo decible. Quien no domina los cénones lingifs- ticos de la comunidad cientifica que cultiva un determinado sistema te6rico, es de- cir, quien no sabe respetar sus reglas de comunicacién, mas o menos tacitas, senci llamente no tiene derecho a hablar, especialmente si el sistema en cuestién accede a los honores de a ortodoxia y de la hegemonja cultural. ¥ Ia historia del pensa- miento econdmico esta llena de geniales y desatendidos autodidactas, habitantes de los esubmundos» de los groseros herejes. Para que quede més claro qué se entiende por «sistema tedrico», puede resul- tar de utilidad poner un ejemplo: tomemos el sistema neoclasico. Este em3ez6 a formarse hacia mediados del siglo xix, y, a través de crisis y de éxitos, y sulriendo también el peso y la fuerza centripeta de tres o cuatro grandes tradiciones nacio- nales, aleanz6 wn primer esbozo de organizacién sistemdtica hacia finales de siglo. Finalmente, en parte gracias al impulso cosmopolita de los neoclasicos norteame- ricanos, logra a mediados del siglo xx su sintesis suprema. Algunas orientaciones de base tipicas de dicho sistema se han manifestado en una teoria subjetivista del valor, en una teorfa microeconémica de la distribucién, y en una teorfa armonicis- ta del equilibrio. Estas y otras ozientaciones de base se han organizado en terno al principio de la maximizaci6n bajo el vinculo de ciestos objetivos planteados para sujetos econmicos individuales; mientras que el ambito de investigacién de la dis- ciplina lo constituye el problema de la distribucién éptima de recursos escasos. E] problema fundamental del historiador del pensamiento es: ge6mo se for- man estos sistemas? Ligados a éste, existen otros problemas colaterales igual- mente importantes: ¢qué determina el éxito de un sistema? ;Qué su desintegra- cidn? ¢Por qué en ciertas épocas se afirma la «dictadura» de un determinado sis- tema y en otras se tiene la impresién de estar viviendo una anarquia teérica? En el presente volumen trataremos, dentro de los limites que permite an simple compendio de historia del pensamiento, de bosquejar al menos una respuesta a estos problemas. A continuacién, nos limitaremos a exponer sintéticamente algu- nas lineas de interpretacién en Jas que se basa nuestra tentativa. Primero. Los problemas econémicos estén todos estrechamente vinculados entre si, por lo cual una nueva teoria que se concentre en un solo problema o en. un grupo restringido de ellos es, en cierto sentido, inestable. O hace referencia a un sistema tedrico ya existente, respecto al cual se plantea como integracién, y que al final puede contribuir a generalizar, o bien se plantea como base para la organizacién de un sistema te6rico nuevo. Un ejemplo tipico lo proporciona la revolucién keynesiana, que, surgida con la pretensién de ser una teoria general, ha sido después generalizada por el sistema que querfa impugnar. La operacién ha pasado por la eliminacién de algunas orientaciones de base que estaban pre- sentes en Keynes, pero que resultaron incompatibles con la teoria neoclésica. En cambio, precisamente sobre la base de estas orientaciones se han realizado :nten- tos —por otra parte, atin en curso— de construir a partir de la Teoria general un sistema te6rico postkeynesiano alternativo al neoclisico. Segundo. EI éxito de un sistema tedrico presupone la realizacién de dos condiciones, una interna y otra externa, La primera se refiere a la coherencia 16- gica, tanto en términos de rigor analitico de las teorias espectficas que forman un24 INTRODUCCION sistema como en términos de las relaciones que las vinculan entre sf. La segunda atafie a la capacidad del sistema teérico de responder a una determinada exigen- cia social. Bn ciertas épocas peculiares de su evolucién, Ia sociedad necesita de una ‘eoria general para autorrepresentarse: son las épocas en las que predomina el orden y Ia estabilidad social. Las teorfas que se elegiran deberan ser en cual- quier caso teorias del orden, del equilibrio, de la armonia. Por ello, no todos los sistemas teéricos son candidatos a lograr la hegemonfa, aunque sean interna- mente coherentes, Algunos, aun siendo refinados y rigurosos, estan destinados de jodos modos a permanecer al margen del ambito académico, Pero también en otro sentido la segunda razén es mas importante que la primera: ésta es siempre necesaria, mientras que la primera no. Cuando la sociedad necesita de una teorfa general, orgénica y ortodoxa, la encuentia. Si se hallan disponibles distintos sis- temas tedricos que satisfacen la misma exigencia, triunfaré, presumiblemente aquel en el que mejor se realice también la condicién de coherencia interna. Y cuando el mercado no ofrece gran cosa, se toma lo que hay, incluso al precio del sincretismo o de la debilidad analitica. Este es el caso, por ejemplo, de las teorfas de la carmonfa social» de Bastiat, que se consolidaron en todo el mundo capita- lista en las décadas de 1850 y 1860. Tercero. Cuando una sociedad entra en crisis, el prestigio del sistema te6ui- co en ella dominante se ve perjudicado. En una sociedad en crisis, se debilitan las exigencias de representar a la economia como un cuerpo organico y ordenado, precisamente mientras emergen problemas reales que las teorfas generales del orden no estan preparadas para afrontar. En estas épocas se debilita también la presién de las comunidades cientificas sobre los investigadores, mientras se aflo- jan los vinculos metodolégicos y doctrinales de la investigacion cientifica; de este modo, se liberan energfas creativas. Al mismo tiempo, la atencién de los cientifi- cos se centra més en los problemas que emergen de la realidad que en los plan- teados por la teoria. Estas son las épocas en las que se verifican las revoluciones te6ricas. En ellas domina la confusién de lenguas, mientras se plantean las condi- ciones para construir nuevos sistemas tedricos. Sin embargo, también puede dar- se la revitalizacion de viejos sistemas. Un sistema tedrico que entra en crisis no necesariamente desaparece de la escena; puede suceder, por el contrario, que la propia crisis contribuya a regenerarlo. Un ejemplo tipico lo constituye el caso del sistema neoclasico tras la crisis de las décadas de 1920 y 1930. Cuarto. Aunque la historia del pensamiento econémico no puede interpre- tarse simplemente en términos de aumento del conocimiento, se dan, no obstan- te, ciertas formas de progreso. Un primer tipo de evolucién es el que se verifica en el seno de tna determinada orientacién de base. Dado que Ia orientacié refiere a un problema especifico, la evolucién consiste en el perfeccionamiento progresivo de Ia teorfa con la que se pretende dar cuenta del fenémeno. Ast, la teorfa objetivista del valor ha evolucionado al pasar de Ricardo a Marx y a Sraffa. Por otra parte, dos orientaciones distintas sobre un mismo problema no son comparables, en cuanto se derivan de distintas premisas preanaliticas. Respecto al problema de la distribucion de la renta, por ejemplo, existe una orientacién, basada en el presupuesto de que una economia es un conjunto de relaciones de intercambio entre individuos, que tiende a reducir el problema al de la determi nacién de los precios de los servicios productivos de los que los individuos estanINTRODUCCION 25 dotados. Y existe también otra orientacién que, partiendo de la premisa de que tuna economia es un sistema de relaciones funcionales y/o conilictivas entre clases sociales, plantea el problema distributivo como el del reparto del producte nacio- nal entre las clases. Ahora bien, que una de estas dos orientaciones explique una realidad historico-social mejor que la otra no es algo que pueda resolverse en el plano analitico: la aceptacién de uno u otro de los dos presupuestos sobre los que se fundan dichas orientaciones implica, en cualquier caso, una opcién de aatura- leza preanalitica. Por esta raz6n, el paso de la hegemonia de una teoria que pre- supone una orientacién a Ja de otra teorfa que presupone otra distinta nc puede valorarse en términos de progreso. Bxiste un-segundo tipo de evolucién que afec: ta. los sistemas tedricos. Aqui, al progreso que implica a cada uno de los compo- nentes del sistema se aftade el concerniente a la organizacién general de los componentes. De este mode, la sustitucién de una teoria especifica por otra cons- tituye un progreso si esta tiltima se integra mejor con el resto de las teorias componen el sistema. Otro tipo de progreso de un sistema es el relativo a la s tucién, en el seno de éste, de teorias parciales por teorias generales. Otro consiste en la integracién en el sistema de teorfas que afectan a problemas nuevos. Esto puede suceder tanto porque la investigacién empirica activada por el propio sis tema lleve a descubrir fenémenos nuevos, como porgue el sistema consiga englo- bar y solucionar problemas surgidos de manera aut6noma. De este modo, el pro- greso de un sistema, incluso si pasa por las revoluciones tedricas, se resuelve finalmente siempre en un proceso de perfeccionamiento analitico y/o de generali- zacién tedrica. Se trata, en cualquier caso, tinicamente de un progreso del ma, Tampoco en este caso resulta posible comparar, en términos de progreso, sis- temas te6ricos diferentes. Y ello, tanto a causa de la inconmensurabilidad de las orientaciones de base en las que los distintos sistemas se inspiran, como por el hecho de que sistemas diferentes definen en términos distintos el mismo ambito de investigacién y los problemas a los que se aplican, Cuanto precede contribuye a hacer comprensible el planteamiento metodo- J6gico que hemos adoptado en esta obra, Nuestro panorama de historia del pen- samiento econémico, puesto que no es ni una historia de los personajes ilustres ni una historia clasificada por temas econdmicos, sigue el enfoque de une histo: ia de las ideas; un enfoque cuyos objetivos centrales son, por un lado, la com- prensién del contexto en el que nacen las ideas, y, por otro, la explicacién de cémo las ideas fundamentales dan forma a determinados sistemas tedricos. Referencias bibliogréficas* Sobre el planteamiento «absolutista»: M. Blaug, Economic Theory in Retrospect, Lon- dres, 1962 (trad. cast.: Roria econdmica en retrospeccién, México, 1985); fd., ¢Whas there a Marginal Revolution?», en R. D. G. Black y C. D. W. Goodwin (eds.), The Marginal Revolu- tion in Economics, Durham, 1973; J. E. Caines, Essays on Political Economy, Londtes, * Si no se indica otra cosa, las remisiones a determinadas paginas de Tas obras que apareven a Jo largo del texto corresponden a la primera edicién que de dichas obras se menciona en la bibliograia WW. del)
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