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Habermas - El Discurso Filosófico de La Modernidad

Habermas - El discurso filosófico de la modernidad

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Jiirgen Habermas El discurso filoséfico de la modernidad (Doce lecciones) Version castellana de Manuel Jiménez Redondo :} Taurus Humanidades Titulo original: Der Philosophische Diskurs der Moderne _ © 1985, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main ISBN: 3-518-57722-0 Primera edicién: enero 1989 Reimpresiones: mayo 1989, junio 1991 y septiembre 1993 TAUTUS —_ Una editorial del grupo Santillana que edita en: ESPANA MEXICO ARGENTINA PERU COLOMBIA PORTUGAL CHILE PUERTO RICO ® FE, UU VENEZUELA Taurus Eoiciones © 1989, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. © 1993, Santillana, S. A. Elfo, 32. 28027 Madr ISBN: 84-306-1290-4 Depésito legal: M. 20.938-1993 Printed in Spain Disefio: Zimmermann Asociados, S. L. Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, cn ninguna forma ni por ningtin medio, sea mecéinico, fotoquimico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el petmiso previo por escrito de la editorial. A Rebekka, que me acercé al neoestructuralismo PREFACIO «La Modernidad: un proyecto inacabado» fue el titulo de un discurso que pronuncié en 1980 al recibir el premio Adorno’. Este tema controvertido y rico en facetas no me ha dejado desde entonces. Sus aspectos filoséficos han penetrado més profunda- mente en Ia conciencia piiblica al traducirse las obras de los neoestructuralistas franceses, y también se ha generalizado el término de batalla «postmodernidad» a raiz de una publicacién de F. Lyotard. El desaffo que representa la critica neoestructu- ralista a la raz6n constituye, por tanto, la perspectiva desde la que trato de reconstruir paso por paso el discurso filoséfico de la Modernidad. En este discurso la modernidad queda elevada a tema filosdfico desde finales del siglo XVuI. El discurso filos6- fico de la Modernidad coincide e interfiere en muchos aspectos con el estético. Sin embargo, he tenido que delimitar el tema; estas lecciones no tratan del modernismo en arte y literatura>. Tras mi retorno a la Universidad de Francfort dediqué a este ‘ Habermas, Kleine politische Schriften 11V, Francfort 1981, 444-464. 2 J. F, Lyorarp, La condition postmoderne, Paris 1979; sobre este libro cfr. A. Honneth, «Der Affekt gegen das Allgemeine», en Merkur, n. 430, diciembre 1984, 893 ss.; R. RorTY, «Habermas and Lyotard on Postmodernity», en Praxis International, t. 4, n. 1, 1984, 32 ss.; también mi respuesta, en J. HABERMAS, «Questions and Counterquestions», en Praxis International, t. 4, n. 3, 1984. > Cir. P. BURGER, Zur Kritik der idealistischen Asthetik, Francfort 1983; H. R. Jauss, «Der literarische Prozess des Modernismus von Rousseau bis Adorno», en L. von. FRIEDERURG, J. HABERMAS (eds.), Adorno-Konferenz, Francfort 1983, 95 ss.; A. WELLMER, Zur Dialektik von Moderne und Postmoderne, Franc- fort 1985. tema el semestre de verano de 1983 y el semestre de invierno de 1983-1984. Afiadidas posteriormente y en este sentido ficticias son la leccién quinta, que recoge un texto ya publicado*, y la ultima, que he redactado estos dias. Las primeras cuatro leccio- nes las pronuncié por primera vez en el Collége de France en Paris en marzo de 1983. Otras partes constituyeron el tema de las Messenger Lectures que pronuncié en septiembre de 1984 en la Cornell University, Ithaca, Nueva York. Las tesis mas impor- tantes las traté también en seminarios que di en el Boston Co- lege. En las animadas discusiones que en todas esas ocasiones sostuve con colegas y estudiantes recibi multiples sugerencias de las que retrospectivamente no es posible dejar constancia en notas a pie de pagina. En un tomo que aparece simult4neamente en edition Suhrkamp® recojo los complementos, mas bien poli- ticos, a este discurso filoséfico de la Modernidad. Francfort, diciembre 1984 JH. * Recogido en K. H. BouRER (ed.), Mythos und Moderne, Francfort 1982, 415-430. 5 J. HABERMAS, Die neue Untibersichilighkeit, Francfort 1985 10 1 LA MODERNIDAD: SU CONCIENCIA DEL TIEMPO Y SU NECESIDAD DE AUTOCERCIORAMIENTO En su famosa Vorbemerkung a la colecci6n de sus articulos de sociologia de la religién desarrolla Max Weber el «problema de historia universal», al que dedic6 su obra cientifica, a saber: la cuestién de por qué fuera de Europa «ni la evoluci6n cientifica, ni Ja artfstica; ni la estatal, ni la econémica, condujeron por aquellas vias de racionalizacién que resultaron propias de Occi- dente»!. Para Max Weber era todavia evidente de suyo la co- nexién interna, es decir, la relaci6n no contingente entre moder- nidad y lo que él Iiam6 racionalismo occidental”. Como «racio- nal» describié aquel proceso del desencantamiento que condujo en Europa a que del desmoronamiento de las imagenes religiosas del mundo resultara una cultura profana. Con las ciencias expe- rimentales modernas, con las artes convertidas en auténomas, y con las teorfas de la moral y el derecho fundadas en principios, se desarrollaron aqui esferas culturales de valor que posibilitaron procesos de aprendizaje de acuerdo en cada caso con la diferente legalidad interna de los problemas tedricos, estéticos y prac- tico-morales. Pero Max Weber describe bajo el punto de vista de la racio- nalizacién no sélo la profanizacién de la cultura occidental sino * M. Wener, Die protestantische Ethik, tomo I, Heidelberg 1973. ? Cfr. sobre este tema J, HABERMAS, Theorie des kommunikatives Handelns, Francfort 1981, tomo T, 225 ss. 1 sobre todo Ia evolucién de las sociedades modernas. Las nuevas estructuras sociales vienen determinadas por la diferenciacién de esos dos sistemas funcionalmente compenetrados entre si que cristalizaron en torno a los ntcleos organizativos que son la empresa capitalista y el aparato estatal burocraticg. Este proceso lo entiende Weber como institucionalizacién de la accién econ6- mica y de la accién administrativa racionales con arreglo a fines. A medida que la vida cotidiana se vio arrastrada por el remolino de esta racionalizacién cultural y social, se disolvieron también las formas tradicionales de vida diferenciadas a principios del mundo moderno mayormente en términos de estamentos profe- sionales. Con todo, la modernizacién del mundo de Ja vida no viene determinada solamente por las estructuras de la racionali- dad con arreglo a fines. E. Durkheim y G. H. Mead vieron mas bien los mundos de la vida determinados por un trato, conyertido en reflexivo, con tradiciones que habian perdido su cardcter cuasinatural; por la universalizacién de las normas de accién y por una generalizacién de los valores, que, en ambitos de opcién ampliados, desligan la accién comunicativa de contextos estre- chamente circunscritos; finalmente, por patrones de socializacién que tienden al desarrollo de «identidades del yo» abstractas y que obligan a los sujetos a individuarse. Esta es a grandes rasgos la imagen de la modernidad tal como se la representaron los clsicos de la teoria de la sociedad. Hoy el tema de Max Weber aparece a una luz distinta —y este cambio de perspectiva se debe, asi al trabajo de los que apelan a él, como al trabajo de sus criticos. El vocablo «moder- nizaciGn» se introduce como término técnico én los afios cincuen- ta; caracteriza un enfoque teorético que hace suyo el problema de Max Weber, pero elaborandolo con los medios del funciona- lismo socioldégico. El concepto de modernizacién se refiere a una gavilla de procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formacién de capital y a la movilizacién de recursot al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la pro- ductividad del trabajo; a la implantacién de poderes politicos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la di- fusién de los derechos de participacién politica, de las formas de vida urbana y de la educacién formal; a la secularizacién de valores y normas, etc. La teorfa de la modernizacién practica en el concepto de modernidad de Max Weber una abstraccién pre- fiada de consecuencias. Desgaja a la modernidad de sus origenes 12 moderno-europeos para estilizarla y convertirla en un patron de Procesos de evolucién social neutralizados en cuanto al espacio y al tiempo. Rompe ademas la conexién interna entre moderni- dad y el contexto histérico del racionalismo occidental, de modo que los procesos de modernizacién ya no pueden entenderse como racionalizacion, como objetivacion histérica de estructuras racionales. James Coleman ve en ello la ventaja de que tal concepto de modernizacién, generalizado en términos de teoria de la evolucién, ya no necesita quedar gravado con Ia idea de una culminacion o remate de la modernidad, es decir, de un estado final tras el que hubieran de ponerse en marcha evolucio- nes «postmodernas»*. Con todo, fue precisamente la investigacién que sobre pro- cesos de modernizacién se hizo en los afos cincuenta y sesenta la que creé las condiciones para que la expresién «postmoderni- dad» se pusiera en circulacién también entre los cientificos so- ciales.: Pues en vista de una modernizaci6n evolutivamente au- tonomizada, de una modernizacion que discurre desprendida de sus origenes, tanto mas facilmente puede e] observador cientifico decir adiés a aquel horizonte conceptual del racionalismo occi- dental, en que surgié la modernizaci6n. Y una vez rotas las conexiones internas entre el concepto de modernidad y la com- prensidn que la modernidad obtiene de si desde el horizonte de la raz6n occidental, los procesos de modernizacién, que siguen discurriendo, por asi decirlo, de forma automiatica, pueden rela- tivizarse desde la distanciada mirada de un observador postmo- derno. Arnold Gehlen redujo esta situacién a una formula facil de retener en la memoria: las premisas de la Ilustracién estan muertas, s6lo sus consecuencias contintian en marcha. Desde este punto de vista, la modernizacién social, que seguiria dis- curriendo autarquicamente, se habria desprendido de la moder- nidad cultural, al parecer ya obsoleta; esa modernidad social se limitarfa a ejecutar las leyes funcionales de la economia y del Estado, de la ciencia y de la técnica, que supuestamente se habrian aunado para constituir un sistema ya no influible. La incontenible aceleracion de los procesos sociales aparece enton- ces como el reverso de una cultura exhausta, de una cultura que habria pasado al estado cristalino. «Cristalizada» llama Gehlen 3 Articulo «Modernization», en Encycl. Soc. Science, tomo 10, 386 ss. 13 a la cultura moderna porque «las posibilidades radicadas en ella han sido ya desarrolladas en sus contenidos basicos. Se han descubierto las contraposibilidades y antitesis, y se las ha incluido en la cuenta, de modo que en adelante las mudanzas en las premisas se hacen cada vez mas improbables... Si ustedes tienen esta idea percibiran cristalizacién incluso en un ambito tan mo- vedizo y variopinto como es la pintura moderna»*. Como la «historia de las ideas esta conclusa», Gehlen puede constatar con alivio «que hemos desembocado en una posthistoria» -{ibid., 323). Y con Gottfried Benn nos da este consejo: «Haz economias con tu capital». Este adiés neoconservador a la Modernidad no se refiere, pues, a la desenfrenada dindmica de la modernizaci6n social, sino a Ja vaina de una autocomprensi6n cultural de la modernidad, a la que se supone superada®. En una forma politica completamente distinta, a saber, en una forma anarquista, la idea de postmodernidad aparece, en cambio, en aquellos tedricos que no cuentan con que se haya producido un desacoplamiento de modernidad y racionalidad. También ellos reclaman el fin de la Ilustracién, sobrepasan. el horizonte de la tradici6n de la raz6n desde el que antafio se entendiera la modernidad europea; también ellos hacen pie en la posthistoria. Pero a diferencia de la neoconservadora, la des- pedida anarquista se refiere a la modernidad en su conjunto. Al sumergirse ese continente de categorias, que sirven de soporte al racionalismo occidental de Weber, la raz6n da a conocer su verdadero rostro —queda desenmascarada como subjetividad represora a la vez que sojuzgada, como voluntad de dominacién instrumental. La fuerza subversiva de una critica a lo Heidegger 0 a lo Bataille, que arranca a la voluntad de poder el velo de raz6n con que se enmascara, tiene simultaneamente por objeto hacer perder solidez al «férreo estuche» en que socialmente se ha objetivado el espiritu de la modernidad. Desde este punto de vista la modernizaci6n social no podra sobrevivir a la declinaci6n de la modernidad cultural de la que ha surgido, no podré resistir * A, Geuten, «Uber kulturelle Kritalisation», en A, GEHLEN, Studien 2ur Anthropologie und Soziologie, Neuwied 1963, 321. * Leo en un articulo de H. E. HOTHUSEN, «Heimweb nach Geschichte», en Merkur, n. 430, diciembre 1984, 916, que Gehlen pudo tomar la expresin «Posthistoire» de Hendrik de Man, un amigo cuyo pensamiento estaba préximo. al de Gehlen. 14 al anarquismo «irrebasable por el pensamiento», en cuyo signo se pone en marcha la postmodernidad. Cualesquiera sean las diferencias entre estos tipos de teoria de la modernidad, ambos se distancian del horizonte categorial en que se desarrollé la autocomprensién de la modernidad eu- ropea. Ambas teorias de la postmodernidad pretenden haberse sustraido a ese horizonte, haberlo dejado tras de si como hori- zonte de una época pasada. Pues bien, fue Hegel el primer filésofo que desarrollé un concepto claro de modernidad; a He- gel sera menester recurrir, por tanto, si queremos entender qué significé la interna relacién entre modernidad y racionalidad, que hasta Max Weber se supuso evidente de suyo y que hoy parece puesta en cuestién. Tendremos que cerciorarnos del concepto hegeliano de modernidad para poder valorar si la pretensién de aquellos que ponen su andlisis bajo premisas distintas es 0 no es de recibo; pues a priori no puede rechazarse la sospecha de que el pensamiento postmoderno se limite a autoatribuirse una po- sicién transcendente cuando en realidad permanece prisionero de las premisas de la autocomprensién moderna hechas valer por Hegel. No podemos excluir de antemano que el neoconservadu- rismo, o el anarquismo de inspiracién estética, en nombre de una despedida de la modernidad no estén probando sino una nueva rebelién contra ella. Pudiera ser que bajo ese manto de postilus- tracién no se ocultara sino la complicidad con una ya venerable tradicién de contrailustraci6n. Il Hegel empieza utilizando el concepto de modernidad en con- textos histéricos como concepto de época: la «neue Zeit». es la «época moderna»®. Lo cual se corresponde con el modo de hablar de ingleses y franceses: modern times o temps modernes designan en torno a 1800 los tres ultimos siglos transcurridos hasta entonces. El descubrimiento del «Nuevo Mundo», asi como el Renacimiento y la Reforma —acontecimientos que se produ- cen todos tres en torno a 1500— constituyen la divisoria entre la © Para lo que sigue, cfr. KOSELLECK, Vergangene Zukunft, Francfort 1979. 15 Edad Moderna y la Edad Media. Con estas expresiones deslinda también Hegel, en sus lecciones de filosofia de la historia, el mundo cristiano-germanico, que surgi6, por su parte, de la an- tigitedad romana y griega. La clasificacién hoy todavia usual (por ejemplo para la provision de catedras de historia) en Edad Mo- derna, Edad Media, y Antigiiedad (historia moderna, antigua y media) s6lo pudo formarse una vez que las expresiones edad «nueva» © «moderna» (mundo «nuevo» o «moderno») hubieron perdido su cardcter puramente cronolégico pasando a designar el caracter distintivo de una época enfaticamente «nueva». Mien- tras que en el occidente cristiano la «nova aetas» habia signifi- cado la edad todavia por venir, la aetas venidera que despuntara el dltimo dia —como ocurre todavia en la «filosofia de las edades del mundo» de Schelling—, el concepto profano de época mo- derna expresa la conviccién de que el futuro ha empezado ya: significa la época que vive orientada hacia el futuro, que se ha abierto a Jo nuevo futuro. Con lo cual la cesura que representa el nuevo eomienzo queda trasladada del futuro al pasado, es decir, a los inicios del mundo moderno. Solo en el curso del siglo XVIII queda retrospectivamente entendida como tal comien- zo la mudanza de época que se produce en torno a 1500. Como test utiliza R. Koselleck la pregunta de cuéndo «nostrum ae- vum», nuestro tiempo, empieza a recibir la denominacién de «nova aetas» —la denominacién de Edad moderna’. Koselleck muestra c6mo la conciencia hist6rica que se expre- sa en el concepto de «nova aetas» 0 «Edad Moderna» constituye una mirada transida de filosofia de la historia: un hacerse reflexi- vamente cargo de la propia posicién desde el horizonte de la historia en su conjunto. También el colectivo singular «historia», que Hegel utiliza ya como evidente de suyo, es una acufiacién del siglo xvii: «La “Edad Moderna” presta a la totalidad del pasado la cualidad de una historia universal... El diagnéstico de la Edad Moderna y el anilisis de las épocas pasadas guardan una reciproca y cabal correspondencia»®. A esto responden la nueva experiencia del progreso y de la aceleracién de los acontecimien- tos histéricos, y la idea de la simultaneidad cronolégica de evo- luciones histéricamente asimulténeas’. Es entonces cuando se 7 R. KoseLLeck, «Neuzeit», en KOSELLECK (1979), 314. * KosELLECK (1979), 327. ° KosELLECK (1979), 321 ss. 16 constituye la idea de historia como un proceso unitario generador de problemas, a la vez que el tiempo es vivido como recurso escaso para la solucién de problemas que apremian, es decir, como presién del tiempo. El «espiritu de la época», una de las expresiones nuevas que inspiran a Hegel, caracteriza a la actua- lidad como un momento de transito que se consume en la con- ciencia de la aceleracién del presente y en la expectativa de la heterogeneidad del futuro: «No es dificil ver», dice Hegel en el prefacio a la Fenomenologia del Espiritu, «que nuestro tiempo es un tiempo de nacimiento y de trénsito a un nuevo periodo. El espiritu ha roto con el mundo de su existencia y mundo de ideas vigentes hasta aqui y est4 en trance de hundirlo en el pasado y anda entregado al trabajo de su transformacién... La frivolidad y aburrimiento que desgarran lo existente, la afioranza indeterminada de algo desconocido, son tos mensajeros de que algo nuevo se aproxima. Este gradual desmoronamiento... queda interrumpido por un orto que cual relampago pinta de un golpe la imagen de un nuevo mundo». Como el mundo nuevo, el mundo moderno, se distingue del antiguo por estar abierto al futuro, el inicio que es la nueva época se repite y perpettia con cada momento de la actualidad que produce de si algo nuevo. A la conciencia hist6rica de la moder- nidad pertenece, por tanto, el deslinde entre «lo novisimo» y lo moderno: la actualidad como historia del presente dentro del horizonte de la Edad Moderna, pasa a ocupar un lugar promi- nente. También Hegel entiende «nuestro tiempo» como «tiempo novisimo». Pone el comienzo de la actualidad en la cesura que la Ilustracién y la Revolucién francesa representaron para sus contemporaneos mis reflexivos de fines del siglo Xvi y princi- pios del siglo xIx: Con este «glorioso amanecer» henos aqui, piensa todavia el anciano Hegel, «en el tiltimo estadio de la historia, en nuestro mundo, en nuestros dias...»"! Una actualidad que desde el horizonte de la Edad Moderna se entiende a si misma como la actualidad del tiempo novisimo no tiene mas remedio que vivir y reproducir como renovacién continua la tuptura que la Edad Moderna significé con el pasado. A esto responden los conceptos de movimiento que en el © G. W. HEGEL, Suhrkamp-Werkausgabe, tomo 3, 18 s.; en lo que sigue, citada como H. 4 HL, tomo 12, 524 7 siglo XVIII, 0 surgen junto con la expresién «época moderna», 0 reciben su nuevo significado que sigue en pie hasta nuestros dias: revolucién, progreso, emancipacién, desarrollo, crisis, espiritu de la época, etc.!? Estas expresiones se convirtieron también en términos claves de la filosofia de Hegel. Arrojan luz sobre el problema que con la conciencia histérica que se entiende a si misma con la ayuda del concepto distintivo y enfatico de «Edad Moderna» se plantea a la cultura occidental: La modernidad ya no puede ni quiere tomar sus criterios de orientacién de modelos de otras épocas, tiene que extraer su normatividad de si misma. La modernidad no tiene otra salida, no tiene mas remedio que echar mano de sf misma. Esto explica la irritabilidad de su autocomprensi6n, la dindmica de los intentos proseguidos sin descanso hasta nuestros dias de «fijarse», de «constatarse» a si misma H. Blumenberg se vio en la necesidad, no hace todavia muchos afios, de defender con gran aparato histérico la egitim dad 0 el derecho propio de la Edad Moderna contra las construc- ciones que hacen valer una radical deuda de la Edad Moderna con los testadores que son el cristianismo y la antigiiedad: «No es evidente de suyo que para una época se plantee e] problema de su legitimidad hist6rica, asi como tampoco es de suyo evidente que en general se entienda como época. Para la €poca moderna este problema late en la pretension de representar y poder re- presentar una ruptura radical con la tradicién, y en el malenten- dido que esa pretensién significa en relacién con la realidad historica, que nunca puede iniciar nada nuevo de raiz»'. Blu- menberg alega como prueba una manifestacién del joven Hegel: «Fuera de algunas tempranas tentativas qued6 reservado prefe- rentemente a nuestros dias el reivindicar como propiedad del hombre, al menos en la teoria, los tesoros que habian sido desperdiciados en el cielo. {Pero qué época tendra la fuerza de hacer valer ese derecho, y tomar posesién de ellos?»"* EI problema de una justificaci6n de la modernidad desde si misma adviene por primera vez a la conciencia en el ambito de la critica estética. Esto queda patente si se considera la historia R. Koseiteck, «Erfahrungsraum und Erwartungshorizont», en Kose. LLECK (1979), 349 ss. 3-H. BLUMENBERG. Legitimitdt der Neuzeit, Francfort 1966, 72. “H., tomo I, 209. 18 conceptual de la expresién «moderno»'*. El proceso de distan- ciamiento respecto al modelo del arte antiguo se inicia a princi- pios del siglo Xvi con la famosa querelle des anciens et des moderns’, E] partido de los modernos reacciona contra la auto- comprensi6n del clasicismo francés asimilando el concepto aris- totélico de perfeccién al de progreso, tal como éste venia sugi- tiendo por la ciencia moderna de la naturaleza. Los «modernos» ponen en cuestién el sentido de Ia imitacién de los modelos antiguos con argumentos histérico-criticos, elaboran frente a las normas de una belleza en apariencia sustraida al tiempo, de una belleza absoluta, los criterios de una belleza sujeta al tiempo o relativa y articulan con ello la autocomprensi6n de la Ilustracion francesa como comienzo de una nueva época. Aunque el sustan- tivo «modernitas» (junto con el par de adjetivos contrapuestos «antiqui/moderni») venfa utilizindose ya desde la antigiiedad tardia en un sentido cronolégico, en Jas lenguas europeas de la Edad Moderna el adjetivo «moderno» s6lo se sustantiva bastante tarde, a mediados del siglo XIX, y ello empieza ocurriendo en el terreno de las bellas artes. Esto explica por qué la expresion «modernidad», «modernité» ha mantenido hasta hoy un ntcleo semantico de tipo estético que viene acufiado por la autocom- prensidn del arte vanguardista!”. Para Baudelaire se confundian en ese momento la experien- cia estética con la experiencia histérica de la modernidad. En la experiencia fundamental de la modernidad estética se agudiza el problema de Ja autofundamentacién porque aqui el horizonte de la experiencia del tiempo se contrae a una subjetividad decen- trada, liberada de las convenciones perceptivas de la vida coti- diana. Para Baudelaire la obra de arte moderno ocupa por ello un lugar singular en el punto de interseccidn de los ejes actuali- dad y eternidad: «La modernidad es lo transitorio, lo fugaz, lo contingente, es la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y 15H. U. GUMBRECHT. artiGulo «Modern», en O. BRUNNER. W. CoNzE, R. KosELiec (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe, tomo 4, 93 ss. ‘© H.R. Jauss, «Ursprung urd Bedetitung der Fortschrittsidee ind der “Querelle des Anciens et Modernes”» en H. KUHN, F. WIEDMANN (eds.), Die Philosophie und die Frage nach dem Fortschritt, Munich 1964, 51 ss. 17 Para lo que sigue me.baso en H. R. Jauss, «Literarische Tradition und gegenwartiges Bewusstsein der Modernitat», en H. R. Jauss, Literaturgeschichte als Provokation, Francfort 1970. 11 ss. Cfr. también H.R. JAUSS en FRIEDEBURG, HABERMAS (1983). 95 ss. 19 lo inmutable»'®. En punto de referencia de la modernidad se convierte ahora la actualidad que se consume a si misma, que ocupa la extensién de un tiempo de trénsito, de un «tiempo novisimo» —de unos decenios de duracién— constituido en el centro de la nova aetas o Edad Moderna. La actualidad ni si- quiera puede obtener ya su autoconciencia de la oposicién a una época rechazada o superada, de su oposicién a una figura del pasado. La actualidad sdlo puede constituirse como punto de interseccién de la actualidad y la eternidad. Con este contacto inmediato de actualidad y eternidad, la modernidad no escapa a su caducidad, pero si a la trivialidad: en la comprensién de Baudelaire la modernidad tiene como norte el que e] momento transitorio encuentre confirmacién como pasado auténtico de una actualidad futura’’. La modernidad se acredita como aquello que en algtin momento ser clasico; «clasico» s6lo puede ser en adelante el «relémpago» del orto de un nuevo mundo, que cier- tamente no puede tener consistencia sino que con su primera aparicin sella también ya su propio hundimiento. Esta compren- si6n del tiempo radicalizada una vez mas en el surrealismo funda la afinidad de la modernidad con la moda. Baudelaire parte del resultado de la famosa disputa entre antiguos y modernos, pero desplaza de forma caracteristica los acentos entre lo bello absoluto y lo bello relativo: «Lo bello esta hecho de un elemento eterno, invariable... y de un elemento relativo, circunstancial..., que viene representado por la época, la moda, la moral, la pasién. Sin este segundo elemento que es, por asi decirlo, la envoltura jocunda, reluciente, que abre el apetito para el pastel divino, el primer elemento seria... indige- rible para la naturaleza humana». El critico de arte Baudelaire subraya en la pintura moderna el aspecto «de la belleza fugaz, pasajera de la vida actual», «el caracter de aquello que con permiso del lector hemos llamado la “Modernidad”»*!. Baude- laire entrecomilla el término «modernidad»; es consciente del 18 Ch, BAUDELAIRE, «Le peintre de la vie moderne», en Oeuvres completes, 2, Paris 1976, 695, 2 «En una palabra, para que toda modernidad sea digna de convertirse en antigiiedad es menester se le haya extraido la belleza misteriosa que la vida humana pone involuntariamente en ella» (BAUDELAIRE, Oeuvres completes, 2, Paris 1976, 695). 2° BAUDELAIRE, Oeuvres completes, 2, 685 >. Oeuvres completes, 2, 724. 20 uso nuevo, terminolégicamente arbitrario de ese vocablo. Con- forme a ese uso la obra auténtica de arte permanece radicalmente ligada al instante de su aparicién; al consumirse en actualidad, puede detener el flujo regular de las trivialidades, romper la” normalidad y colmar el imperecedero deseo de belleza durante el instante en que se establece esa fugaz conexién entre lo eterno y lo actual. S6lo bajo el disfraz que es el vestido del tiempo se nos muestra la belleza eterna; este caracter lo confirma mas tarde Benjamin con su concepto de imagen dialéctica. La obra de arte moderna esta bajo el signo de la unién de lo auténtico con lo efimero. Este caracter de actualidad funda también la afinidad del arte con la moda, con lo nuevo, con la 6ptica del ocioso, tanto del genio, como del nifio, a quienes falta la pantalla pro- tectora que son las formas de percepcién convencionales y que por tanto se sienten expuestos sin proteccién alguna a los ataques de la belleza, a los ataques de los estimulos transcendentes ocul- tos en Jo més cotidiano. El papel del dandy consiste entonces en tornar ofensivo este tipo de extracotidianidad sufrida y hacer demostracién de la extracotidianidad con medios provocativos””. E} dandy une el ocio y la moda con el placer de impresionar sin dejarse nunca impresionar. Es un experto en el fugaz placer del instante del que brota lo nuevo: «Busca ese algo que con permiso del lector he lamado “modernidad”, pues no se me ofrece mejor vocablo para expresar la idea de que estoy hablando. Se trata para él de arrancar de la moda lo que lo histérico tiene de poético, lo que lo fugaz tiene de eterno»? - Walter Benjamin hace suyo este motivo en un intento de hallar, todavia solucién a la paraddjica tarea de cémo de la contingencia de una modernidad devenida absolutamente tran- sitoria cabria obtener criterios propios. Mientras que Baudelaire se habia contentado con la idea de que Ia constelacién del tiempo y eternidad acontece en la obra de arte auténtica, Benjamin quiere retraducir esta experiencia estética fundamental en una * Todos participan del mismo cardcter de oposigi6n y revuelta: todos son representantes de lo mejor que hay en el orgullo humano, de esa necesidad tan fara hoy en dia de combatir y destruir la trivialidad.» Baudelaire, Oeuvres completes, 2. 711. = BAUDELAIRE, Oeuvres completes, 2, 694. 21 relaci6n hist6rica. Forma el concepto de «ahora» (Jetztzeit), un ahora que lleva incrustradas astillas del tiempo mesidnico 0 de Ja consumacién del tiempo, y lo hace valiéndose del motivo de la imitaci6n que, aunque sutilizado hasta el extremo, cabe ras- trear en los fendmenos de la moda: «La Revolucién Francesa se entendia como una Roma rediviva. Citaba a la vieja Roma exac- tamente como la moda cita un traje del pasado. La moda tiene un fino olfato para lo actual por mas que lo actual se esconda en la maleza del pasado. La moda es el salto de tigre hacia el pasado... Ese mismo salto que bajo el cielo libre de la historia es el salto dialéctico, que fue como Marx entendié la Revolu- cién»*, Benjamin no solamente se rebela contra la normatividad prestada de que hace gala una comprensién de la historia extraida de la imitacién de modelos, sino que lucha también contra las dos concepciones que, ya sobre el suelo de la comprensién mo- derna de la historia, tratan de neutralizar y detener la provoca- cién de lo nuevo y de lo absolutamente inesperado. Se vuelve por un lado contra la idea de un tiempo homogéneo y vacio que queda Ileno por la «obtusa fe en el progreso», que caracteriza al evolucionismo y a la filosofia de la historia, y por otro contra aquella neutralizacién de todos los criterios que el historicismo impulsa cuando encierra la historia en un museo «dejando dis- currir entre sus dedos la secuencia de los hechos histéricos como si de un rosario se tratara»**. E] modelo es Robespierre, quien conjura y Ilama a actualidad al pasado cargado de «ahora» que representa la antigua Roma, un pasado que se corresponde con la actualidad, para romper el inerte continuo de la historia. Asi como Robespierre trata de mover el inerte discurrir de la historia como con un shock engendrado en términos surrealistas, para obligarlo a detenerse, asi también una modernidad volatilizada en actualidad, en cuanto alcanza la autenticidad de un «ahora», tiene que extraer su normatividad de las imagenes de los pasados aducidos que en esa actualidad especularmente se reflejan. Estos ya no son percibidos como pasados que fueran ejemplares de por si. El modelo de Baudelaire del creador de moda ilumina mas bien la creatividad que establece una contraposicin entre el acto 2 W. BEnIAMIN, «Uber den Begriff der Geschichte», Gesammelte Schriften, tomo I, 2, 701 Ibid., 704. 22 de clarividente rastreo de tales correspondencias y el ideal esté- tico de la imitacién de los modelos clasicos. Excurso sobre las tesis de Filosofia de la Historia de Benjamin La conciencia del tiempo que se expresa en las tesis de filo- sofia de la historia de Benjamin”® no es facil de clasificar. Es evidente que el concepto de «ahora» establece una peculiar co- nexién entre experiencias surrealistas y motivos de la mistica judia. La idea de que el instante auténtico de una actualidad innovadora interrumpe el continuo de la historia y se sustrae al homogéneo discurrir de ésta, se nutre de ambas fuentes. La iluminacién profana del shock, al igual que Ja unién mistica con la aparicin del Mesias, impone una detencién, una cristalizacion del acontecer que el instante transe. A Benjamin le importa no s6lo la renovacién enfatica de una conciencia para la que «cada segundo es una pequefia puerta por la que podria aparecer el Mesias» (tesis 18), sino que mas bien, en torno al eje del «ahora», Benjamin invierte el signo de la orientacién radical hacia el futuro que caracteriza en general a la modernidad, hasta el punto de trocarla en una orientacién atin mas radical hacia el pasado. La esperanza de lo nuevo futuro sdlo se cumple mediante la memoria del pasado oprimido. El signo de una detencién mesia- nica del acontecer lo entiende Benjamin como «oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido» (tesis 17). R. Koselleck, en el marco de sus investigaciones sobre la historia de los conceptos en que se autointerpreta la modernidad, ha caracterizado la conciencia moderna del tiempo, entre otras cosas, por la creciente diferencia entre el «espacio de experien- cia» y el «horizonte de expectativas»: «Mi tesis es que en la época moderna la diferencia entre experiencia y expectativa se agranda cada vez mas, o dicho con mas exactitud, que la Edad Moderna s6lo pudo entenderse como una nova aetas desde que las expec tativas comenzaron a alejarse cada vez més de las experiencias hechas hasta entonces»?’. La orientacién especifica hacia el fu- 2 En Gesammelte Schriften, tomo 1, 2. 27 R. KoseL.eck. «Erfahrungsraum und Erwartungshorizont», en Kose- LLECK (1979). 359. 23 turo que caracteriza a la Edad Moderna s6lo se forma a medida que la modernizaci6n social deshace con violencia el espacio de experiencia viejo-europeo caracteristico de los mundos de la vida campesino y artesano, lo moviliza, y lo devaltia en lo que a directrices para la formacién de expectativas se refiere. El lugar de aquellas experiencias tradicionales de las generaciones pasa- das lo ocupa ahora una experiencia de progreso, que presta al horizonte de expectativas anclado hasta entonces en el pasado una «cualidad histéricamente nueva, una permanente cualidad global de tono utépico»*. Verdad es que Koselleck no tiene en cuenta la circunstancia de que el concepto de progreso no sdlo sirvié para mundanizar las esperanzas escatoldgicas y para abrir un horizonte utépico de expectativas, sino también para, con ayuda de construcciones teleolégicas de la historia, volver a obturar el futuro como fuente de desasosiego. La polémica de Benjamin contra el achatamiento que en términos de teoria de la evoluci6n social puede experi- mentar la concepcién que el materialismo hist6rico tiene de la historia, se dirige contra tal degeneracién de la conciencia del tiempo abierta al futuro, propia de la modernidad. Cuando el progreso se coagula en norma histrica, queda climinada de la referencia al futuro, propia de Ja actualidad, la cualidad de lo nuevo, el énfasis en la impredecibilidad de todo comienzo. En este aspecto el historicismo es simplemente para Benjamin un equivalente funcional de la filosofia de la historia. El historiador que se pone en el lugar de todas las épocas y que todo lo entiende retine la masa de los hechos, esto es. el decurso objetivo de la historia, en una simultaneidad ideal, para llenar con ella «el tiempo homogéneo y vacio». Con ello priva a la referencia al futuro, que caracteriza a la actualidad, de toda relevancia para la comprensi6n del pasado: «El materialista histrico no puede renunciar al concepto de una actualidad que no es transito, sino que, transiendo el tiempo, es detencién del acontecer. Pues este concepto es precisamente el que define la actualidad en que él esta escribiendo historia para su persona. El historicismo presen- ta la imagen “eterna” del pasado, el materialista hist6rico hace una experiencia con ese pasado que es tinica»”® (tesis 16). 28 KosELLECk (1979), 363 2° «No es nunca un documento de la cultura sin ser al propio tiempo un documento de la barbarie. Y al igual que no esta libre de barbarie, tampoco lo + 24 Veremos que la conciencia moderna del tiempo, en la medida en que se articula en testimonios literarios, ha tendido a relajarse una y otra vez, y que una y otra vez hubo que renovar su vitalidad mediante un pensamiento histérico radical: desde los jévenes hegelianos, pasando por Nietzsche y Yorck de Warthenburg, hasta Heidegger. Ese mismo impulso determina la tesis de Ben- jamin; sirven a la renovaci6n de la conciencia moderna del tiem- po. Pero Benjamin incluso se siente insatisfecho con Ja variante de pensamiento histérico que hasta ese momento pudo conside- rarse radical. El pensamiento hist6rico radical puede caracteri- zarse por la idea de historia entendida como una trama de in- fluencias y efectos (Wirkungsgeschichte). Nietzsche le dio ef nom- bre de consideracién critica de la historia. El Marx de «el 18 Brumario» practicé este tipo de pensamiento histdrico, y el Hei- degger de Ser y Tiempo lo ontologiz6. Sin embargo, incluso en la estructura que Heidegger coagula en existenciario de la histo- ricidad cabe atin percibir con claridad una cosa: el horizonte de expectativas determinadas por la actualidad, abierto hacia el futuro, dirige hacia el pasado nuestra intervencion y acometida. Al apropiarnos orientandonos hacia el futuro experiencias del pasado, la actualidad auténtica se acredita como el lugar de prosecucién de la tradicién a la vez que de innovacién —la primera es imposible sin la segunda, y ambas se funden en la objetividad del plexo que representa la historia como trama de influencias y efectos. Ahora bien, existen distintas lecturas de esta idea de la his- toria como trama de efectos, segiin el grado de continuidad y discontinuidad que haya que asegurar o establecer: una lectura conservadora (Gadamer), una lectura conservadora-revoluciona- ria (Freyer) y una lectura revolucionaria (Korsch). Pero siempre la mirada orientada al futuro desde la actualidad, se dirige a un pasado al que, como prehistoria suya, va ligado en cada caso lo que es nuestra actualidad por medio de la cadena de un destino general. Dos momentos son determinantes en esta conciencia del tiempo: por un lado el lazo que representa la trama de influjos histéricos que determinan la continuidad del acontecer de una tradicidn, trama en la que incluso queda inserta la accién revo- esté el proceso de tradicién, por el que ha ido pasando de una mano a otra» (tesis 7). lucionaria; y por otro, la predominancia del horizonte de expec- tativas sobre el potencial de experiencias histéricas objeto de apropiacién. Benjamin no discute explicitamente con esta conciencia que ve en la historia una trama de influjos. Pero de lo que escribe se infiere que desconfia, tanto del tesoro de bienes culturales transmitidos que han de pasar a posesién de la actualidad, cuanto de la asimetria de la relacién entre las actividades apropiadoras que ha de emprender una actualidad orientada hacia el futuro y los objetos del pasado que son término de la apropiacién. Por ello Benjamin practica una drdstica inversion entre el horizonte de expectativas y el espacio de experiencia. Atribuye a todas las épocas pasadas un horizonte de expectativas no satisfechas y a la actualidad orientada hacia el futuro la tarea de revivir de tal suerte en el recuerdo un pasado que en cada caso se corresponda con ella, que podamos satisfacer las expectativas de ese pasado con nuestra fuerza mesidnica débil. Practicada esta inversién, pueden compenetrarse dos ideas: la conviccién de que la conti- nuidad del plexo que representa la tradicién viene fundada tanto por la barbarie como por la cultura; y la idea de que cada generacién actual no sélo es responsable del destino de las ge- neraciones futuras, sino también del destino que sin merecerlo sufrieron generaciones pasadas. Esta necesidad de redencién de épocas pasadas que mantienen sus esperanzas dirigidas en cada caso a nosotros, nos trae a la memoria aquella idea familiar tanto a la mistica judia como a la mistica protestante, de la responsa- bilidad del hombre por el destino de un Dios que en el acto de creacién se despoj6 de su omnipotencia para dejar espacio a la igual de noble libertad del hombre. Pero tales referencias a las raices misticas de estos temas no aclaran mucho. Lo que Benjamin tiene en mientes es la idea bien profana de que el universalismo ético ha de tomar también en serio la injusticia ya sucedida y a todas luces irreversible; de que se da una solidaridad entre los nacidos después y los que les han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre han sido heridos alguna vez en su integridad corporal 0 personal; y que esa solidaridad s6lo puede testimoniarse y gene- rarse por la memoria. Aqui la fuerza liberadora del recuerdo no se refiere, como desde Hegel hasta Freud, a la disolucién del poder del pasado sobre el presente sino al pago de una deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado: «Pues es una 26 imagen irrecuperable del pasado la que amenaza con desaparecer con toda actualidad que no se vea aludida por ella» (tesis 5). En el contexto de esta primera leccin este excurso tiene por objeto mostrar como Benjamin teje motivos de origen totalmen- te distinto para radicalizar una vez mds la conciencia histérica, la conciencia que ve en la historia una trama de influjos. El desacoplamiento del horizonte de expectativas respecto al poten- cial de experiencia transmitido posibilita en primer lugar, como muestra Koselleck, la contraposicién entre una nova aetas que vive por derecho propio y aquellas épocas pasadas de las que la Edad Moderna se desliga. Con ese desacoplamiento habia sufri- do una mudanza especifica la constelacién que forma la actuali- dad con el pasado y el futuro. Bajo la presién de los problemas que apremian desde el futuro, una actualidad llamada a una actividad histéricamente responsable cobra, por un lado, un pre- dominio sobre un pasado que por su propio interés tiene, empe- TO, que apropiarse. Por otro lado, una actualidad devenida ab- solutamente transitoria se siente obligada a dar cuenta de sus intervenciones y omisiones. Al hacer Benjamin extensiva a épo- cas pasadas esa responsabilidad orientada hacia el futuro, la constelacién se muda una vez mas: la relacion cargada de tension. con las expectativas que basicamente nos abre el futuro se da ahora la mano de forma inmediata con la relacién con un pasado movilizado a su vez por expectativas. La presién que ejercen los problemas del futuro se multiplica con la presién que ejerce el futuro pasado (y atin no cumplido). Pero a la vez este giro de ejes permite corregir el secreto narcisismo de Ia conciencia his- térica. Pues no son sdlo las generaciones futuras sino también las generaciones pasadas las que importunan con sus pretensio- nes a la fuerza mesianica débil de las presentes. La reparacion anamnética de una injusticia que ciertamente no se puede des- hacer pero que a lo menos puede reconciliarse virtualmente mediante el recuerdo, liga la actualidad a Ja trama comunicativa de una solidaridad hist6rica universal. Esta anamnesis constituye el contrapeso decentrado contra la peligrosa concentracién de la responsabilidad, con que la conciencia moderna del tiempo, orientada exclusivamente hacia el futuro, ha cargado a una ac- tualidad problematica, convertida, por asi decirlo, en nudo*®. ®° Cfr. el estudio de H. PEUKERT sobre la «Aporia de la solidaridad anam- nética» en H. PEUKERT. Wisseschafistheorie, Handlungstheorie, fundamentale 27 Ul Hegel es el primero que eleva a problema filosdfico el pro- ceso de desgajamiento de la modernidad respecto de las suges- tiones normativas del pasado que quedan extramuros de ella. Ciertamente que en el curso de una critica a la tradicién, que hace suyas experiencias de la Reforma y el Renacimiento y que reacciona a los inicios de la ciencia moderna de la naturaleza. la filosofia moderna, desde la escoldstica tardia hasta Kant, es ya también una expresi6n de la autocomprensién de la modernidad. Pero sdlo a fines del siglo Xvill se agudiza el problema del autocercioramiento de la modernidad hasta el punto de que He- gel puede percibir esta cuestién como problema filos6fico y, por cierto, como el problema fundamental de su filosofia. El desaso- siego ante el hecho de que una modernidad carente de modelos tenga que lograr estabilizarse a si misma dejando atras las des- garraduras que ella misma genera lo concibe Hegel como «fuente de la necesidad de la filosofia»*!, Cuando la modernidad deviene consciente de si misma surge una necesidad de autocercioramien- to que Hegel entiende como necesidad de filosofia. Ve la filosofia puesta ante la tarea de aprehender su tiempo (y para Hegel ese tiempo es la Edad Moderna) en conceptos. Hegel esta conven- cido de que no es posible obtener el concepto que la filosofia se hace de si misma, con independencia del concepto filosdfico de modernidad. ® Hegel descubre en primer lugar como principio de la Edad Moderna la subjetividad. A partir de ese principio explica simul- taneamente la superioridad del mundo moderno y su propensién a las crisis; ese mundo hace experiencia de si mismo como mundo del progreso y a la vez del espiritu extrafiado. De ahi que la primera tentativa, la tentativa de Hegel, de traer la moderni- dad a concepto vaya de la mano de una critica de la moder- nidad. En términos generales Hegel ve caracterizada la Edad Mo- derna por un modo de relacién del sujeto consigo mismo, que él denomina subjetividad: «El principio del mundo reciente es Theologie, Diisseldort 1976, 273 ss.; también mi réplica a H. Ottmann en J HABerMas, Vorstudien und Erganzungen zur Theorie des kommunikativen Han- delns, Francfort 1984, 514 ss. >) HL, tomo 2, 20. 28 en general la libertad de la subjetividad, el que puedan desarro- llarse, el que se reconozca su derecho a todos los aspectos esen- ciales que estan presentes en la totalidad espiritual»*?. Cuando Hegel caracteriza la fisonomfa de la Edad Moderna (0 del mundo moderno), explica la «subjetividad» por la «libertad» y la «re- flexién»: «La grandeza de nuestro tiempo consiste en que se reconoce la libertad, la propiedad del espiritu de estar en si cabe siv°3, En este contexto la expresiOn subjetividad comporta sobre todo cuatro connotaciones: a) individualismo: en el mundo mo- derno la peculiaridad infinitamente particular puede hacer valer sus pretensiones**; b) derecho de critica: el principio del mundo moderno exige que aquello que cada cual ha de reconocer se le muestre como justificado*®; c) autonomia de la accidn: pertenece al mundo moderno el que queramos salir fiadores de aquello que hacemos; d) finalmente la propia filosofia idealista: Hegel con- sidera como obra de la Edad Moderna el que la filosofia apre- henda la idea que se sabe a si misma*”. Los acontecimientos historicos claves para la implantacién del principio de la subjetividad son Ja Reforma, la Ilustracién y la Revolucién francesa. Con Lutero la fe religiosa se torna reflexiva; en la soledad de la subjetividad el mundo divino se ha transfor- mado en algo puesto mediante nosotros**. Contra la fe en la autoridad de la predicacion y de la tradicin el protestantismo afirma la dominacién de un sujeto que reclama insistentemente la capacidad de atenerse a sus propias intelecciones: la hostia s6lo puede considerarse ya como masa de harina y las reliquias sélo como huesos*®. Aparte de eso, frente al derecho histérica- mente existente, la proclamacién de los derechos del hombre y el cédigo de Napoledn han hecho valer el principio de la libertad de la voluntad como fundamento sustancial del Estado: «Se considera el derecho y la eticidad como algo fundado sobre el suelo presente de la voluntad del hombre, pues antes sdlo se 3? H., tomo 7, 439; para afirmaciones similares, cfr. la entrada «Moderne Welt», Werkausgabe, Registerband, 417 s. °° H., tomo 20, 329. * H., tomo 7, 311. 35 HL, tomo 7, 485, 2° H., tomo 18, 493. 7 HL, tomo 20, 458 28 H., tomo 16, 349. H., tomo 12. 522. 29 imponian externamente como mandato de Dios, o sdlo estaban escritos en el Antiguo y Nuevo Testamento, 0 en forma de derechos especiales en viejos pergaminos, es decir, como privi- legios, o sdlo estaban presentes en los tratados»“°. El principio de la subjetividad determina ademas las mani- festaciones de la cultura moderna. Asi ocurre ante todo en el caso de la ciencia objetivante, que desencanta la naturaleza al tiempo que libera al sujeto cognoscente: «Asi. se contradijeron todos los milagros; pues la naturaleza es ahora un sistema de leyes familiares y conocidas; el hombre se siente en su casa en ellas, y s6lo considera valido aquello en que se siente en su casa, el hombre se libera mediante el conocimiento de la naturale- za»“!, Los conceptos morales de la Edad Moderna estan cortados al talle del reconocimiento de la libertad subjetiva de los indivi- duos. Se fundan, por una parte, en el derecho del individuo a inteligir la validez de aquello que debe hacer; por otra, en la exigencia de que cada uno sdlo puede perseguir los objetivos de su bienestar particular en consonancia con el bienestar de todos los otros. La voluntad subjetiva cobra autonomia bajo leyes generales. Pero «sdlo en la voluntad, como subjetiva, puede la libertad o la voluntad que es en si ser real»“?. El arte moderno manifiesta su esencia en el Romanticismo; forma y contenido del arte romantico vienen determinados por la interioridad absoluta. La ironia divina llevada por Friedrich Schlegel a concepto refleja la autoexperiencia de un yo decentrado, «para el que se han quebrado todos los vinculos y que slo puede vivir en la felicidad del autogozo»*’, La autorreflexion expresiva se convierte en principio de un arte que se presenta como forma de vida: «Pero como artista s6lo vivo, segtin este principio, cuando toda mi accion y todas mis exteriorizaciones... s6lo son para mi una apariencia y adoptan una forma que queda totalmente bajo mi poder», La realidad s6lo alcanza expresi6n artistica al refrac- tarse en la subjetividad del alma sensible —la realidad sdlo es entonces una mera apariencia a través del yo. En la modernidad la vida religiosa, el Estado y la sociedad, © Ibid. “H,, tomo 12, 522. HL, tomo 7, 204. HL, tomo 13, 95 “ HL, tomo 13, 94. 30 asi como la ciencia, la moral y el arte, se tornan en otras tantas encarnaciones del principio de la subjetividad*’. La estructura de ésta es aprehendida como tal en la filosofia, a saber: como subjetividad abstracta en el «cogito ergo sum» de Descartes, y en forma de autoconciencia absoluta en Kant. Se trata de la estructura de la autorrelacién del sujeto cognoscente que se vuelve sobre sf mismo como objeto para aprehenderse a si mismo como en la imagen de un espejo —«especulativamente». Kant pone a la base de sus tres «Criticas» este planteamiento articu- lado en términos de filosofia de Ja reflexién. Instaura la razon como tribunal supremo ante el que ha de justificarse todo lo que en general se presente con la pretensién de ser valido. La critica de la raz6n pura asume, junto con el andlisis de los fundamentos del conocimiento, la tarea de una critica de los abusos de nuestra facultad de conocer cortada al talle de los fenémenos. Kant sustituye el concepto sustancial de razén de la tradicién metafisica por el concepto de una raz6n escindida en sus mo- mentos, cuya unidad s6lo puede tener en adelante un cardcter formal. A las facultades de la raz6n practica y del juicio las separa de la facultad del conocimiento teorético y asigna a cada una de esas facultades su propio fundamento. Por via de critica, la razon fundamenta la posibilidad de conocimiento objetivo, de inteleccién moral y de evaluaci6n estética, cerciorandose no sélo de sus propias facultades subjetivas —no se limita s6lo a hacer transparente la arquitecténica de la razon— sino adoptando tam- bién el papel de un juez supremo frente a la cultura en su conjunto. La filosofia deslinda entre si las esferas culturales de valor, como mis tarde diria Emil Lask, que son la ciencia y la técnica, el derecho y la moral, el arte y la critica de arte bajo “5 Cfr. el resumen que hace HEGEL en el pardgrafo 124 de su Filosofia del Derecho: «El derecho de la libertad subjetiva constituye el punto de inflexi6n y el punto central en la diferencia entre la Antigiiedad y la época moderna. Este derecho qued6 expresado en su infinitud en el Cristianismo y se ha convertido en principio real y general de una nueva forma del mundo. Entre sus configura- ciones mas prOximas figuran el amor, lo roméntico, la meta de'la felicidad eterna del individuo, etc. —también la moralidad y la conciencia y también tas demas formas que en parte destacan como principios de la sociedad civil y como mo- mentos de la constitucién politica y que en parte se presentan en general en la historia, sobre todo en la historia del arte, de la ciencia y de la filosofia» (H., tomo 7, 233). 31 puntos de vista exclusivamente formales —y las legitima dentro de los limites que les son propios*®. Hasta fines del siglo Xvi la ciencia, la moral y el arte se habian diferenciado institucionalmente también como dmbitos distintos de actividad en que se discutian y elaboraban auténo- mamente, es decir, bajo un aspecto de validez distinto en cada una de ellas las cuestiones de verdad, las cuestiones de justicia y las cuestiones de gusto. Y esta esfera del saber habia quedado separada en conjunto de la esfera de Ia fe, por un lado, y del comercio social juridicamente organizado y de la convivencia cotidiana, por otro. En esos tres ambitos reconocemos precisa- mente aquellas esferas que mas tarde Hegel entenderia como acufaciones del principio de la subjetividad. Como la reflexion transcendental, en que el principio de la subjetividad se presenta, por asi decirlo, sin tapujos, reclama a la vez frente a esas esferas competencias de juez, Hegel ve concentrada en la filosofia kan- tiana la esencia del mundo moderno como en un punto focal. Iv Kant expresa el mundo moderno en un edificio de ideas. Pero esto sdlo significa que en la filosofia kantiana se reflejan como en un espejo los rasgos esenciales de la época sin que Kant alcanzara a entender la modernidad como tal. Sélo mirando retrospectivamente puede Hegel entender Ia filosofia de Kant como la autoexplicitacién decisiva de la modernidad; Hegel cree conocer Io que incluso en esta expresion mas reflexiva de la época sigue sin entenderse: en las diferenciaciones que se pro- ducen dentro de la razon, en las trabazones formales dentro de la cultura, y en general en la separacién de esas esferas, Kant no ve desgarrén alguno, Kant ignora, por tanto, la necesidad que se plantea con las separaciones impuestas por el principio de la subjetividad. Esta necesidad apremia a la filosofia en cuanto la modernidad se entiende a si misma como una época histérica, en cuanto ésta toma conciencia, como un problema histérico, de su ruptura con el caracter ejemplar del pasado y de la necesidad de extraer todo lo normativo de si misma. Pues entonces se 4 1. Kant, Kritik der reinen Vernunft, B 779. 32

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