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El Naturalismo en La Prensa Porteña

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Espsito, Fabio; Garca Orsi, Ana.

; Schinca,
Germn; Sesnich, Laura, eds.

El naturalismo en la prensa
portea. Reseas y polmicas
sobre la formacin de la
novela nacional (1880-1892)

Este documento est disponible para su consulta y descarga en


Memoria Acadmica, el repositorio institucional de la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educacin de la Universidad
Nacional de La Plata, que procura la reunin, el registro, la difusin y
la preservacin de la produccin cientfico-acadmica dita e indita
de los miembros de su comunidad acadmica. Para ms informacin,
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que lleva adelante las tareas de gestin y coordinacin para la concre-
cin de los objetivos planteados. Para ms informacin, visite el sitio
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Cita sugerida
Espsito, F.; Garca Orsi, A.; Schinca, G.; Sesnich, L., eds. (2011) La
palabra justa : Literatura, crtica y memoria en la Argentina, 1960-2002
[En lnea]. La Plata : Universidad Nacional de La Plata. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educacin. Instituto de Investigaciones en
Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET). Centro de Estudios
de Teora y Crtica Literaria. (Biblioteca Orbis Tertius ; 4) Disponible en:
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O enve una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California
94305, USA.
Fabio Esposito, Ana Garca Orsi, Germn Schinca,
Laura Sesnich
(editores)

El naturalismo en la prensa portea.


Reseas y polmicas sobre la
formacin de la novela nacional
(1880-1892)

BIBLIOTECA ORBIS TERTIUS / 4


El naturalismo en la prensa portea: reseas y polmicas sobre la formacin de la
novela nacional: 1880-1892 / Fabio Esposito [et.al.]. 1 ed. La Plata : Universidad
Nacional de La Plata, 2011.
E-Book
ISBN 978-950-34-0766-0
1.Estudios Literarios. I. Espsito, Fabio
CDD 807

Todos los derechos reservados.


Hecho el depsito que establece la ley 11.723

Directora de coleccin: Geraldine Rogers


Comit Editorial: Miguel Dalmaroni, Enrique Foffani, Sergio Pastormerlo, Carolina
Sancholuz
Secretario: Federico Bibb
Revisin de textos: Mara Virginia Fuente

Biblioteca Orbis Tertius


Coleccin digital del Centro de Estudios de Teora y Crtica Literaria
ISSN 1853-9947
http://bibliotecaorbistertius.fahce.unlp.edu.ar
Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET)
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin
Universidad Nacional de La Plata
ndice

Introduccin......................................................................................................................4
Nota sobre la edicin.......................................................................................................13
Primera parte/debates......................................................................................................14
Nota preliminar...............................................................................................................16
Segunda parte/reseas......................................................................................................87
Silbidos de un vago.........................................................................................................90
Los folletines de Sud Amrica......................................................................................156
Novios, maridos y amantes en Buenos Aires................................................................207
Las novelas de un higienista.........................................................................................244
El ciclo de La Bolsa......................................................................................................263
Nota sobre los editores..................................................................................................280
Introduccin

Esta antologa recoge una gran variedad de reseas periodsticas sobre las
principales novelas argentinas aparecidas en el perodo considerado como el de la
emergencia de la novela nacional, que se abre con la publicacin de Pot-pourri de
Eugenio Cambaceres en 1882 y se cierra diez aos despus con Alma de nia de
Manuel T. Podest. Estas reseas constituyen una buena parte de los textos crticos que
acompaan, sostienen y dan forma al proceso de configuracin del gnero novelstico
en nuestro pas. Algunas de ellas fueron publicadas en compilaciones de ensayos
literarios, antologas crticas, apndices documentales, revistas literarias, revistas
ilustradas, anuarios bibliogrficos o diarios, mientras que otras permanecen hasta hoy
desconocidas. El propsito de este volumen es facilitar a travs de una edicin digital el
acceso a un conjunto de fuentes documentales dispersas en bibliotecas y hemerotecas
del pas. Incluimos tambin una serie de intervenciones crticas sobre el naturalismo
francs publicadas en los principales diarios de Buenos Aires, con el objeto de mostrar
los rasgos fundamentales del debate esttico y poltico que enmarc la produccin de
los textos crticos y literarios.
Como afirma Roberto Schwarz para el caso de Brasil, la novela era un gnero ya
instalado entre el pblico lector antes de que surgieran los primeros novelistas
argentinos, de modo que resulta natural que estos siguieran los modelos europeos, que
ya haban dado forma a los hbitos de lectura y a los gustos literarios imperantes.1 En
este sentido, los debates sobre el naturalismo francs y el rumbo que debe tomar la
novela nacional, como sugiere Alejandra Laera, anteceden a la produccin de novelas
locales.2 No obstante, la importacin de los formatos literarios provenientes de los
centros culturales europeos no se asimila sino a partir de los desplazamientos
producidos por el nuevo contexto cultural. Buenos Aires no es Pars, sobre todo porque
esta ltima no tiene a Pars como modelo. Por esta razn, el naturalismo francs emerge
en las costas del Ro de la Plata como una forma hbrida, anclada en algunas de las
soluciones formales del periodismo finisecular, como el cuadro de costumbres, el suelto
y la nota social, entre otras.
Un buen nmero de las novelas argentinas que comienzan a publicarse a
principios de la dcada de 1880 en Argentina, como la mayor parte de los textos
decimonnicos hispanoamericanos de carcter cientfico y literario, aparece en la prensa
antes que en las libreras, y es el resultado de esa productiva sociedad entre periodismo
y literatura. Los diarios no solo difunden las novelas en sus folletines, sino que
promueven su venta mediante avisos, reseas, rclames y sueltos escandalosos. En
algunos casos, las empresas periodsticas afrontan las ediciones en libro de los xitos
literarios que han pasado por sus pginas, incursionando de este modo en el mercado
editorial.
A semejanza de lo que ocurre en Europa en la primera mitad del siglo XIX, a
medida que la prensa se moderniza, demanda un gnero moderno como la novela, capaz
de configurar de manera imaginaria los conflictos sociales. En este proceso, el
naturalismo cobra importancia porque, a diferencia de las novelas histricas del

1
Vase Roberto Schwarz, The Importing of the Novel to Brazil and Its Contradictions in the Work of
Alencar, John Gledson (editor), Misplaced Ideas: Essays on Brazilian Culture, Londres, Verso, 1992,
pp. 41-77.
2
Vase Alejandra Laera, El tiempo vaco de la ficcin. Las novelas argentinas de Eduardo Gutirrez y
Eugenio Cambaceres, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 2003.

4
romanticismo, actualiza el gnero al privilegiar los temas del presente; pone en manos
de los sectores letrados una herramienta eficaz para dar cuenta de una actualidad
cambiante y problemtica en un medio como el peridico, que se encarga del presente
por definicin; y redefine la relacin de la literatura con el discurso cientfico, dominado
en esos aos por el pensamiento positivista. Como sugiere Graciela Salto, la literatura
nacional comienza a construirse en la interseccin de los debates cientficos, pero
tambin culturales y polticos promovidos desde la prensa, que encuentran en las
teoras cientficas de la degeneracin, de la herencia, de la influencia del medio,
etctera, una fuente de explicacin para los problemas sociales. El naturalismo se
imbricara en este debate como un instrumento explicativo de las vicisitudes sociales
que trajo consigo el proceso de modernizacin.3
Pero no todas las novelas argentinas de las ltimas dcadas del siglo XIX son
estrictamente naturalistas. Ms an, ninguna de ellas lo es en su mxima pureza. Ms
bien son textos hbridos, en donde los principios estticos de la escuela de Mdan
aparecen como un horizonte o como un depsito que surte de temas y recursos formales
a los novelistas locales, quienes muchas veces los aplican de manera discontinua, como
elementos extemporneos que desentonan en el conjunto. Por ejemplo, la escena final
de La gran aldea, aquella del incendio y la muerte de la hija del to Benito una noche de
carnaval, en lneas generales est extrada del acervo naturalista: un beb muerto en un
incendio, una descripcin del aspecto de la criatura deformada por los efectos del fuego.
No obstante, el camino recorrido hasta llegar a esa escena no tiene como orientacin las
leyes fatales de la herencia, ni se detiene a contemplar los aspectos ms abyectos de la
sociedad. Por el contrario, se trata de un paseo costumbrista que destaca lo ms
pintoresco de la sociedad portea. En otras palabras, una escena naturalista en una
sensibilidad costumbrista.
La gravitacin del costumbrismo debe vincularse con la impronta que deja la
prensa en la elaboracin de las producciones literarias de la poca. Algunos de los
nuevos novelistas argentinos, como Lucio V. Lpez, Martn Garca Mrou y Paul
Groussac, frecuentan con asiduidad las redacciones de los peridicos, y el gnero
novelstico es parte de la batera de formatos de escritura empleados por esos literatos
para sostener sus intervenciones en la prensa diaria. En este marco, la novela an no se
deshizo del lastre de un campo periodstico muy dependiente del sistema poltico. La
prensa es, de este modo, un espacio de mediacin entre los novelistas y los pblicos
lectores, y las huellas de esa mediacin aparecen inscriptas en los textos literarios. En
las columnas de los peridicos, y en particular en sus folletines, se disputan la
legitimidad del gusto los textos criollistas de La Patria Argentina y La Crnica, las
novelas extranjeras de La Nacin, las firmas ms destacadas del naturalismo francs de
El Diario y las novelas de los patricios argentinos de Sud Amrica.

Los textos compilados en este volumen provienen de publicaciones peridicas de


diferente naturaleza: diarios, revistas literarias, revistas ilustradas y anuarios
bibliogrficos. En este sentido, la segunda mitad del siglo XIX es una etapa clave en el
desarrollo de la prensa argentina. El crecimiento demogrfico y el xito de los planes
estatales de escolarizacin promueven un aumento sustancial del nmero de lectores y
una ampliacin de su base social. Para atender la nueva situacin, la prensa peridica
multiplica y diversifica sus funciones: toma partido en las contiendas polticas
promoviendo las posturas de las distintas facciones y, a la vez, informa, promociona
objetos de consumo, vende inmuebles, publicita remates de hacienda, entretiene,
3
Vase Graciela Salto, El efecto naturalista, en Alfredo Rubione, La crisis de las formas, Tomo 5,
Historia crtica de la literatura argentina, Buenos Aires, Emec, 2006.

5
instruye y moraliza. En ese marco, la ampliacin y la creciente diversificacin del
pblico abrirn la posibilidad para la difusin sistemtica de folletines.
Despus de Caseros y hasta fines de la dcada de 1860, florece en nuestro pas un
gran nmero de peridicos destinados a difundir y defender las posiciones ideolgicas y
polticas del partido, caudillo o faccin que los sostiene econmicamente. Para esa
prensa facciosa, los diarios, creados para batallar en la vida pblica, son concebidos
como portavoces de las formaciones polticas que los financian: constituyen un medio
esencial para propagar ideas, combatir al adversario y defenderse de los ataques de la
oposicin.4
A comienzos de la dcada de 1870, la fundacin de los dos grandes diarios
nacionales, La Prensa y La Nacin, consolida una progresiva y constante
modernizacin del periodismo nacional, que puede medirse tambin en trminos de
autonoma.5 Estos dos grandes matutinos, sin dejar de ejercer formas facciosas de
intervencin pblica, amplan sus servicios telegrficos internacionales y de
corresponsales, multiplican sus avisos y aumentan sus tiradas, poniendo todos los das
en la calle un producto que combina la prdica poltica con la actualidad local, nacional
e internacional. El modelo de diario-doctrina es sustituido por el de diario noticia,
cuyas tendencias involucran la primaca de la noticia sobre la opinin, la independencia
y una pretendida objetividad en el criterio editorial, junto con la necesidad de ofrecer un
medio de entretenimiento, de cara a la lucha por los lectores en un campo periodstico
que poco a poco va adoptando los rasgos fundamentales de un mercado de consumo.6
Fundado por Jos C. Paz el 18 de abril de 1869, la aparicin de La Prensa es un
punto de inflexin en el proceso de modernizacin del periodismo argentino7 debido a
que desarrolla una estrategia comercial basada en los avisos publicitarios en lugar de la
subvencin estatal. Este cambio de rgimen econmico permite dejar atrs los rasgos
fundamentales de la llamada prensa facciosa.
Por otra parte, La Nacin, creado por Bartolom Mitre, sale a la calle el 4 de
enero de 1870, en reemplazo de La Nacin Argentina, peridico dirigido por Jos Mara
Gutirrez y nacido ocho aos antes para defender la obra del entonces presidente Mitre.
Desde sus comienzos, La Nacin, a diferencia de su antecesor, aspira a ubicarse por
encima de las luchas partidistas y convertirse en orientador de la poltica nacional.8
Comienza a publicarse como matutino en formato mayor con una tirada de mil
ejemplares diarios, alcanzando los 18.000 hacia fines de la dcada del ochenta La
Prensa igualaba esa cifra. Al tiempo que incorpora nuevas tecnologas (implementacin
de rotativas, inclusin de servicios telegrficos, nuevas estrategias de venta,
inauguracin de distintos edificios), La Nacin renueva el sistema de corresponsales y
colaboradores extranjeros, ofreciendo un espacio que propicia la profesionalizacin

4
Fabio Esposito, La emergencia de la novela en Argentina. La prensa, los lectores y la ciudad (1880-
1990), La Plata, Al Margen, 2009.
5
La mayor parte de los datos ofrecidos en esta introduccin provienen de Celestino Galvn Moreno, El
periodismo argentino, Buenos Aires, Claridad, 1944..
6
Sylvia Satta, Regueros de tinta. El diario Crtica en la dcada de 1920. Buenos Aires, Sudamericana,
1998.
7
Paula Alonso, La primavera de la historia: el discurso poltico del roquismo de la dcada del ochenta a
travs de su prensa, en Boletn del Instituto Ravignani, tercera serie, n. 15, 1997.
8
Gabriela Mogillansky, Modernizacin literaria y renovacin tcnica: La Nacin (1882-1909), en
Susana Zanetti (coordinadora), Rubn Daro en La Nacin de Buenos Aires (1892-1916), Buenos Aires,
Eudeba, 2004.

6
literaria.9 A la incorporacin de notables escritores de distintos pases como
colaboradores, se suma el espacio ofrecido a la crtica y a la difusin de obras literarias.
Junto a La Nacin y La Prensa conviven diarios que se ajustan a la definicin de
prensa poltica, esto es, empresas periodsticas que por su personal, financiamiento,
perspectivas de supervivencia y estilo estn estrechamente ligadas al sistema poltico.10
El diario poltico es un hbrido a medio camino entre los papeles facciosos y la prensa
moderna, masiva y comercial de comienzos del siglo XX. Entre ellos, el ms antiguo de
los consultados para la elaboracin de esta antologa es el vespertino El Nacional (1852-
1893). Fundado por Dalmacio Vlez Srsfield, se publica por las tardes en formato
grande a ocho columnas, con el subttulo Peridico comercial, poltico y literario.
Hacia 1880 la tarea de editor es desempeada por Flix San Martn, mientras que la de
director corre a cargo de Samuel Alber. Intervienen en l figuras como Sarmiento,
Mitre, Can, Avellaneda, entre muchos otros.
Con respecto al matutino La Patria Argentina (1879-1885), es fundado por Juan
Mara Gutirrez en 1879. Eduardo Gutirrez publicar all en folletn Juan Moreira, El
jorobado y Juan Cuello, entre otras obras. En 1885 este diario es reemplazado por La
Patria, bajo la direccin de Felipe Moreira, que continuar publicndose hasta 1890.
En 1887 cuenta con una tirada de 5.000 ejemplares.
El diario matutino La Tribuna Nacional (1880-1889), por su lado, constituye un
rgano de prensa del roquismo. Publicado desde la llegada de Roca al gobierno en
1880, es creado y dirigido en una primera poca por Olegario Andrade. A su muerte, en
1882, la redaccin del peridico pasa a manos de Agustn y Mariano de Vedia. Si bien
Jurez Celman fuerza su suspensin en 1889, el diario reaparece en 1891 como Tribuna.
Hacia 1887 su tirada diaria es de 5.500 ejemplares en formato grande a siete
columnas.11
En 1881 Manuel Linez, quien participaba en La Tribuna Nacional, pasa a dirigir
El Diario (1881-1941). Aunque matutino en un comienzo, el vespertino El Diario
aparece en formato grande a seis columnas. Carlos Olivera es su secretario de
redaccin, y entre sus colaboradores se encuentran Carlos Monsalve, Belisario Arana,
Rodolfo Araujo Muoz, Adolfo Moutier y Alberto Navarro Viola. Hacia 1887 presenta
una tirada de casi 13.000 ejemplares. En sus columnas, las primeras novelas de
Cambaceres tienen una fervorosa acogida que incluye una serie de reseas elogiosas y
una amplia campaa de promocin, con noticias sobre el novelista y anticipos de sus
textos. El Diario se encarga tambin de promover las novedades de la literatura
europea: en sus folletines aparecen novelas de mile Zola, Alphonse Daudet y Benito
Prez Galds, entre otros. Cuando Manuel Linez se dispone a apoyar la candidatura de
Dardo Rocha a presidente de la Nacin, el equipo editorial decide renunciar. Entre ellos
se encuentra Juan V. Lalanne, quien asumir la tarea de director de Sud Amrica tras el
alejamiento de Paul Groussac en 1886.
Aparecido el primero de agosto de 1882 en franca oposicin a las leyes laicas del
gobierno roquista, La Unin (1882-1890) es un diario matutino publicado en formato
grande a siete columnas. Se trata de un peridico catlico entre cuyos redactores se
cuentan Jos Mara Estrada, Pedro Goyena, Achval Rodrguez, Emilio Lamarca y
Miguel Navarro Viola padre de Alberto.

9
Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en Amrica Latina. Literatura y poltica en el siglo XIX,
Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1989.
10
Tim Duncan, La prensa poltica: Sud Amrica, 1884-1892, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo
(compiladores), La Argentina del 80 al Centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, pp. 752-785.
11
Paula Alonso, op. cit.

7
En Los que pasaban, Paul Groussac afirma que desde el primer da un diario toma
posicin de combate frente a La Unin: Sud Amrica (1884-1892). Subtitulado
Peridico de la tarde. Literario y poltico, Sud Amrica es fundado por Carlos
Pellegrini y dirigido durante el primer ao por Groussac. En 1885 figuran Roque Senz
Pea como director y Jos S. Gil como secretario de redaccin. Mientras la redaccin
poltica est en manos de Pellegrini, Delfn Gallo y Senz Pea, la redaccin literaria
corre a cargo de Groussac y Lucio V. Lpez. Es esta publicacin la que impulsa con
mayor energa el desarrollo de la novela culta nacional, puesto que all se editan entre
1884 y 1887 los folletines de Sud Amrica, la nica serie de novelas nacionales de la
alta cultura de la poca.12 En 1885 Groussac, Gallo y otros, que se inclinaban por
Bernardo de Irigoyen, renuncian tras una reunin de accionistas en la que se defini la
posicin del diario respecto de las candidaturas presidenciales.13 La adhesin entusiasta
del diario al presidente Miguel Jurez Celman lo lleva a vivir un breve apogeo durante
sus aos de gobierno. Al abrigo de las suscripciones estatales, en 1887 su tirada alcanza
los 6.000 ejemplares. La cada del presidente decretar su agona. Luego de la
revolucin del noventa cambia de dueos y desaparece en 1892.
En 1867 Manuel Bilbao crea junto a Alejandro Berheim el diario La Repblica
(1867-1881), que se publica en formato grande a siete columnas. Este diario enfrenta el
problema de la tensin entre la funcin comercial y la funcin poltica de la prensa de
una manera novedosa: monta un flamante aparato publicitario al contratar nios para
vender los nmeros sueltos en las calles y evitar las limitaciones del sistema de
suscripciones. Dirigido por Wenceslao Pacheco, en 1881 cesa su publicacin.
Por su parte, el diario vespertino El Siglo (1878-1883) sale por primera vez en
1878, en formato grande a siete columnas. Su redactor es Federico de la Barra. Deja de
editarse en 1883.
En un marco general, las ltimas dcadas del siglo XIX muestran un panorama
periodstico en el que la diversificacin de la oferta constituye un rasgo dominante.
Adems de los diarios polticos y comerciales, se edita gran cantidad de prensa
partidista, obrera y gremial, al tiempo que cobran impulso las publicaciones de las
colectividades, la prensa femenina y las revistas culturales, jurdicas y cientficas. Por
ltimo, gana espacio el periodismo ilustrado, uno de los campos ms modernizadores
del periodismo finisecular porteo.
La Ilustracin Argentina es una revista literaria, cientfica y artstica aparecida en
el perodo que va desde enero de 1881 hasta diciembre de 1884. Fundada y dirigida por
Pedro Bourel, cuenta con la participacin de Martn Coronado, Estanislao Zeballos,
Martn Garca Mrou, Alberto Navarro Viola y Rafael Obligado. Sale el 10, 20 y 30 de
cada mes en cuarto mayor y cada entrega consta de 16 pginas a dos columnas.14 La
revista se distingue de entre sus contemporneas por la preocupacin en difundir el arte
plstico a travs del uso de nuevas tecnologas de reproduccin de imgenes.15
Entre las revistas culturales se destaca la Nueva Revista de Buenos Aires (1881-
1885), una publicacin dedicada a la historia, la literatura y el derecho internacional

12
Entre otras pueden mencionarse: Fruto vedado, El hogar desierto y Bajo la mscara de Paul Groussac
en 1884 y 1885; La gran aldea de L. V. Lpez (del 20 de mayo al 2 de julio de 1884); Marcos luego
titulada Ley social en la edicin en formato libro de Martn Garca Mrou (del 27 de abril al 12 de
mayo de 1885), y En la sangre de Eugenio Cambaceres (del 12 de septiembre al 10 de noviembre de
1887).
13
Tim Duncan, La prensa poltica: Sud-Amrica, 1884-1892, en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo
(compiladores), La Argentina del 80 al Centenario, Buenos Aires, Sudamericana, 1980, pp. 752-785.
14
Anuario Bibliogrfico de la Repblica Argentina, Ao VIII, 1886.
15
M. Garabedian, S. Szir, M. Lida, Prensa argentina del siglo XIX: Imgenes, textos y contextos, Buenos
Aires, Teseo, 2009.

8
americano16 que aparece mensualmente entre abril de 1881 y junio de 1885,
alcanzando un total de 51 entregas con un promedio de 180 pginas por nmero.
Dirigida por Vicente Quesada y su hijo Ernesto Quesada (quien quedar a cargo de la
publicacin durante los ltimos dos aos), la revista cuenta con una seccin destinada a
resear libros y revistas. Las crticas son inicialmente responsabilidad de ambos
Quesada, pero a partir de 1883 Norberto Piero colaborar en la seccin. Para esa poca
la direccin adopta el criterio de no firmar las reseas: La crtica literaria y
bibliogrfica ser annima a fin de garantizar la mayor independencia de los juicios.17
Entre los escritores que colaboran con la revista figuran Eduardo Wilde, Domingo
Faustino Sarmiento, Carlos Calvo, Nicols Avellaneda, Calixto Oyuela, Agustn Garca
Mrou, el boliviano Santiago Vaca Guzmn, el mexicano Manuel Gutirrez Njera, el
uruguayo Juan Zorrilla de San Martn y los propios Quesada a quienes pertenece ms
del sesenta por ciento de los artculos publicados.
A partir de 1879, Alberto Navarro Viola quien ocupa la Secretara de
Presidencia de Roca y colabora en peridicos como La Tribuna Nacional y El Diario
se da a la tarea de elaborar el Anuario Bibliogrfico de la Repblica Argentina, obra que
constituye un valiossimo registro de la cultura letrada del fin de siglo argentino.
Publicado entre 1880 y 1888, el anuario no solo cataloga sistemticamente los impresos
nacionales distinguindolos por provincias, sino que tambin se ocupa de otras
publicaciones de nuestro continente. Entre los propsitos que su director proyecta en el
primer volumen se encuentra el de llevar a conocimiento de las naciones extranjeras
las diversas fases de nuestro movimiento intelectual.18 Participan en la elaboracin del
primer tomo figuras como Pedro Goyena, Domingo Faustino Sarmiento, Santiago
Estrada, Vicente Quesada, Guillermo Udaondo y Alejandro Korn.
En este contexto, el crecimiento y la diversificacin del pblico implican una
renovacin de campos temticos de inters pblico, de estilos y de gneros. De manera
que, en una prensa que va diversificando lectores, funciones y fuentes de recursos, la
literatura y en especial, la novela se transformar en uno de los centros de inters.
En la dcada de 1880, la inclusin de narraciones ficticias en los diarios bajo el
formato del folletn se va convirtiendo en una necesidad. En consecuencia, en el espacio
del peridico se publican, comentan y promocionan tanto novelas argentinas como
extranjeras, y as por lo tanto en sus pginas se va modelando un pblico literario. La
alternancia ms o menos azarosa de autores nacionales y extranjeros se ver
interrumpida cuando, entre fines de 1879 y principios de 1880, el diario La Patria
Argentina inaugure con Antonio Larrea y Juan Moreira de Eduardo Gutirrez, el
folletn nacional, relatando casos policiales a la manera de las novelas populares de
bandidos del escritor espaol Fernndez y Gonzlez y delineando de este modo una
poltica cultural y comercial con objetivos definidos en lo que respecta al folletn.
En la vereda opuesta al modelo de incorporacin de ficciones adoptado por La
Patria Argentina, se encuentra el modelo de El Diario, que elige como plato fuerte de
su folletn las novedades europeas de primer orden. De modo que, cuando Sud Amrica
sale a la calle en 1884, el panorama de los folletines de Buenos Aires aparece dominado
por dos modelos polarizados: pueden publicarse folletines con gauchos y ladrones a la
manera de las novelas populares de bandidos como lo viene haciendo con xito La
Patria Argentina, o pueden importarse a semejanza de El Diario las novedades

16
Ernesto Maeder, ndice general de la Nueva Revista de Buenos Aires, Boletn de la Academia
Nacional de la Historia, Tomo 34, 1963.
17
Nueva Revista de Buenos Aires, Tomo 6, p. 530.
18
Alberto Navarro Viola y Jorge Navarro Viola (directores), Anuario Bibliogrfico de la Repblica
Argentina 1880-1888, Buenos Aires, Tomo 1.

9
de la novela naturalista europea. En el primer caso se corre el riesgo de enardecer la
mente de los lectores y fomentar el desorden social, como lo advierte Garca Mrou en
su resea sobre los dramas policiales de Eduardo Gutirrez; en el segundo, se pierde la
oportunidad de llevar a cabo un estudio sobre las costumbres nacionales. Frente a estos
dos modelos, Sud Amrica prueba con una tercera alternativa: inaugurar un folletn
nacional que relate la vida domstica de los habitantes de Buenos Aires con la retrica
de la novela realista.
El surgimiento de las novelas cultas de autores argentinos cuyo ncleo est
conformado por los folletines de Sud Amrica es un proceso que tiene lugar en el
marco de la prensa diaria y que cuenta entre sus actores principales no solo con el diario
de Pellegrini, sino tambin con el resto de los principales medios de Buenos Aires,
como El Diario, La Prensa o La Nacin, que no dejan de promover el desarrollo de una
novelstica nacional, o bien a travs de publicaciones en folletn, o bien mediante una
serie de reseas que articulan un debate esttico y literario que sostiene ese desarrollo.19
Dicho en otros trminos, pensar a la prensa como administradora de bienes
culturales20 implica detenerse en la articulacin de un discurso crtico que desde las
pginas de diarios y revistas de esa poca colocar a la joven novela culta nacional en
un lugar de privilegio en la red textual de la literatura argentina.

La primera parte de la presente antologa incluye dos debates sobre el naturalismo


francs. El primero de ellos es sostenido por Benigno Lugones y Luis Tamini en las
columnas de La Nacin, y es motivado por la enorme repercusin de Nana de mile
Zola en Buenos Aires. Estos dos artculos han sido compilados por Teresita Frugoni,
pero creemos conveniente reeditarlos en una versin digital. Completamos el debate con
una conferencia de Antonio Argerich, publicada como folleto en 1882. El segundo
debate es parte de una de las principales polmicas espaolas sobre el naturalismo
francs. Hemos incluido solo las notas que public La Nacin en 1884, para reconstruir
los ecos de una contienda verdaderamente transplantada al Ro de la Plata.
La segunda parte recoge una serie de reseas y notas periodsticas sobre trece
novelas nacionales publicadas entre 1882 y 1892. Algunas de ellas han sido publicadas
en libros, como es el caso de las notas periodsticas sobre la obra de Eugenio
Cambaceres editadas por Claude Cymerman o las reseas de Martn Garca Mrou
incluidas en la Biblioteca Digital Clarn. La idea de incorporar textos ya editados se
debe en primer lugar a la necesidad de ofrecer un panorama lo ms abarcador posible de
la recepcin crtica de las novelas naturalistas argentinas a travs de un soporte muy
accesible. Por otro lado, el conjunto de las reseas funciona como una verdadera red
textual, por lo que nos result poco conveniente limitarnos a la publicacin de los textos
inditos, pues se perdera una perspectiva totalizadora de la produccin crtica.

19
Fabio Espsito, op. cit.
20
Alejandra Laera, op. cit.

10
Bibliografa

Alonso, Paula, En la primavera de la historia. El discurso poltico del roquismo de la


dcada del ochenta a travs de su prensa, en Boletn del Instituto de Historia
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Work of Alencar, en Gledson, John (editor), Misplaced Ideas: Essays on
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12
Nota sobre la edicin

La presente antologa agrupa, principalmente, artculos aparecidos en


publicaciones peridicas. Los artculos pertenecientes a los diarios El Nacional, La
Patria Argentina, La Nacin, La Tribuna Nacional, Sud Amrica y El Diario fueron
transcriptos en base a las colecciones microfilmadas que posee la Biblioteca del
Congreso de la Nacin. Por su parte, los textos extrados de La Prensa, El Siglo y La
Ilustracin Argentina forman parte del fondo documental de la Biblioteca Nacional. De
la Biblioteca Pblica de la Universidad Nacional de La Plata, se consult el Anuario
Bibliogrfico de la Repblica Argentina (1880-1888) y la Nueva Revista de Buenos
Aires.
En la transcripcin de los textos solo se corrigieron las erratas y se moderniz la
ortografa.

13
Primera parte/ debates

14
ndice
Nota preliminar................................................................................................................16
Carta literaria, Benigno Lugones.................................................................................17
El naturalismo, Luis B. Tamini............................................................................ ...21
Revista europea. Parte literaria, Ernesto Quesada.......................................................45
Naturalismo, Antonio Argerich...................................................................................50
El naturalismo y el arte. Novela al uso, Luis Alfonso.................................................59
El naturalismo y el arte. Para terminar una polmica, Jos Ortega Munilla................64
El naturalismo y el arte. Reincidiendo, Emilia Pardo Bazn.......................................68
El naturalismo y el arte, Luis Alfonso.........................................................................72
El naturalismo y el arte. Cartilla, Luis Alfonso...........................................................77
La mosca azul, Annimo.............................................................................................80

15
A comienzos de la dcada de 1880, en pleno proceso de constitucin del Estado
nacional, toma forma en la prensa de Buenos Aires un acalorado debate en torno de las
novedades literarias del naturalismo francs, que trasciende el mbito puramente
esttico para discutir cuestiones vinculadas con la formacin de una identidad nacional
y con el papel de la literatura dentro de las instituciones pedaggicas del Estado. Este
debate entre los distintos sectores de la elite letrada tiene como eje la construccin de un
imaginario social que permita cohesionar los componentes sociales y culturales
heterogneos y la legitimidad de la literatura para llevar adelante esa tarea. Con el
naturalismo, la novela ha dejado de ser un gnero de entretenimiento para transformarse
en un verdadero estudio social basado en la observacin y el anlisis antes que en los
desbordes de la fantasa.
El debate encierra una paradoja: si bien se discute acerca de la eficacia del
naturalismo en cuanto a su papel modelador de imaginarios colectivos dentro de una
cultura nacional capaz de afrontar el programa modernizador, todava no existen las
novelas que tienen que asumir ese papel. Aunque la polmica haya sido activada por la
lectura de Nana en Buenos Aires, no se discute la circulacin de los textos zolianos,
sino el programa de la futura novela argentina.
El debate naturalista en la dcada de 1880 es un fenmeno internacional. Por
esos aos diversas culturas locales acusan el impacto modernizador de la escuela de
mile Zola.
Bajo el ttulo El naturalismo y el arte, La Nacin recoge algunas de las cartas
que forman parte de la enardecida polmica que provoc en Espaa la publicacin de La
cuestin palpitante (1883) de Emilia Pardo Bazn, una recopilacin de ensayos
literarios aparecidos en el diario La poca de Madrid, durante el invierno de 1882 a
1883, en donde se exponen las ideas estticas de la autora y su defensa del naturalismo.
Lejos de la indiferencia, la aparicin del libro agita las aguas del mundo literario
peninsular y se suceden una serie de fuertes embates a la doctrina de la escuela de
Mdan. Pardo Bazn, consciente de los beneficios de una disputa de ese tipo, alimenta
el fuego del debate a travs de extensas respuestas que La poca publica con
puntualidad. Algunos de los polemistas antinaturalistas son el Marqus de Premio-Real
(cuyo recriminacin a Pardo Bazn aparece en las columnas del diario La poca),
Eduardo Calcao (escritor y literato venezolano, por entonces Ministro Plenipotenciario
en Madrid, quien da a conocer una perspectiva profundamente conservadora desde las
columnas de La Ilustracin Espaola y Americana) y Luis Alfonso (cuyas respuestas
aparecen en La poca, poco despus de los artculos de Pardo Bazn). La polmica
completa incluye, entre otras, cartas de Calcao a Vctor Balaguer y viceversa, de Luis
Alfonso a Calcao y a Pardo Bazn, y de sta a Alfonso y a Balaguer. Ms tarde, las
respuestas de la Pardo Bazn sern incluidas en las posteriores ediciones de La cuestin
palpitante.
El diario La Nacin se hace eco de esta copiosa polmica y publica buena parte
del intercambio de cartas que Emilia Pardo Bazn, Jos Ortega Munilla y Luis Alfonso
sostuvieron en diarios peninsulares como si tampoco alcanzaran los crticos y hubiera
que importarlos de Espaa.

16
La Nacin, 16 de noviembre de 1879

Carta literaria

Benigno B. Lugones21

Buenos Aires, noviembre 13 de 1879

Seor D. Rodolfo Araujo Muoz.

Mi querido Rodolfo:

El naturalismo es la prostitucin del arte, es el duro calificativo que te mereci mi


humilde artculo sobre la fonda malhadada, en que tantos temas se pueden encontrar para la
escuela realista.
Te he respondido muchas veces que el naturalismo es la escuela del porvenir, que
ha de dominar a la literatura, y ahora te agrego que morir cuando haya hecho su poca y
cumplido su misin, como han muerto los poemas didcticos, agrcolas y msticos.
Y sabes por qu creo que el naturalismo triunfar a despecho de todas las
resistencias? Porque l es la ltima expresin del arte, como instrumento de progreso y
medio de adelanto.
El naturalismo se propone pintar la realidad, sin quitarle ni ponerle, tal cual es la
vida, tales como son las cosas; las producciones naturales son una fotografa y debern
retratar lo malo y lo bueno, lo sucio y lo limpio, lo atrayente y lo repugnante.
Con semejante programa, sus primeros ensayos no han podido ser sino lo que han
sido: la pintura de las clases bajas, con sus inmundicias, su promiscuidad, sus miserias, sus
vicios y sus cualidades; se ha querido pintar, como dice Zola, la cada fatal de una
familia obrera, en la atmsfera apestada de un suburbio.22 He ah la obra; ni ms ni menos.
Pero el catlogo completo de todos los males que aquejan y que pierden al pueblo; la
multitud de vicios que ocultan en su seno las clases ricas; las miserias, las ruindades, los
egosmos de la clase media, no se pintan en un solo libro, no caben en una sola obra ni
pueden ser el tema reservado a un solo hombre.
No lo ves claramente? Es el mundo entero lo que se quiere pintar, la vida en su
gestacin y desarrollo; averiguar las causas del infanticidio, inquirir las del robo, poner en
transparencia las del homicidio, y al lado de esas dolorosas pinturas y de esas desesperantes
pesquisas, el retrato fiel del ignorante y del malvado, para saber qu tienen de bueno, si algo
se les puede encontrar. He dicho al lado de esas pinturas? He dicho mal: esas pinturas
sern por s mismas el fiel retrato del alma de los personajes de las novelas naturalistas. El
naturalismo ser ms que ninguna escuela psicologa pura, porque ser psicologa
descriptiva, y sobre todo, verdadera; as como Zola ha dicho que el LAssommoir es moral
en accin, se puede decir que el naturalismo entero ser psicologa mental.
T que conoces la historia, recorre sus pginas, evoca tus recuerdos y dinos cundo
ha empezado a haber literatos.
Recuerda que los primeros poetas han sido sacerdotes e historiadores; los unos
escriban cnticos sagrados, los otros inmortalizaban los hechos de sus antepasados, de sus
contemporneos.

21
Benigno Lugones (1857-1884). Periodista argentino. Trabaj en el diario La Nacin, en donde public
en 1879 una serie de artculos sobre el mundo de la delincuencia. Eso le vali la separacin del cargo que
tena en el Departamento de Polica.
22
Alusin al Prefacio de LAsommoir.

17
Los primeros msicos han sido tambin sacerdotes, como lo han sido los primeros
escultores y los primeros arquitectos que han ideado la exornacin de los edificios.
Por eso es que la teora del arte por el arte no es admisible; el estudio de la historia
muestra que el arte (lo bello) y las ciencias (las verdades) se han creado con un objeto de
utilidad (lo bueno). Versos, prosa, estatuaria, pintura, msica, arquitectura ornamental, han
sido ideados por sacerdotes de religiones que necesitaban dar al culto externo apariencias
agradables.
Ms tarde la esfera se ensanch, y el artista, rompiendo las ligaduras que ataban su
aspiracin al ideal estrecho de una religin, cre nuevos gneros en cada rama del arte.
Han pasado los siglos y desconocindose el origen de las artes, se ha dicho que
existan por s, sin fin de utilidad; doble error; histrico, porque se olvidaba el pasado;
filosfico, porque se desconoca que slo las obras tiles conmueven y se perpetan.
Examinemos. Qu significa para un ateo, el Paraso Perdido de Milton?
Nada, puro palabras, mentiras. Pero para un cristiano y para un hebreo, es la
maestra pintura que recuerda, en versos dulcsimos, el dogma reputado verdadero. Hay,
pues, para quien cree que la obra es bella, un fin de utilidad. Me dirs que a menos de no
ser un necio, no se puede desconocer la belleza de versificacin de la obra. Te responder
que nadie lee hoy el Paraso perdido, ni aun los mismos que no son ateos, pero que no creen
en la revelacin.
La Venus de Milo es para nosotros una bella estatua y nada ms. Para los griegos era
una diosa, como era un dios el Jpiter de Fidias. Eran ambas obras objeto de veneracin
religiosa; es decir que haban sido hechas con un fin religioso o utilitario, segn el criterio de
aquellas pocas.
Lo mismo hay que decir del Apolo del Belvedere.
La Ilada y la Odisea, libros de historia escritos con un fin til.
La Eneida se halla en idnticas condiciones, y anlogo razonamiento es aplicable a la
serie de los Ramayana y a los Bagabatha23, La Jerusaln Libertada, los Niebelungen son tambin
libros de historia, como lo es la Biblia (Viejo Testamento): han unido, eso s, la religin y la
historia, y eran por ello doblemente tiles.
La Divina Comedia, libro eminentemente hertico, en su cristiansima y muy papal
teologa, tiene con toda evidencia, por fin y objeto, mostrar lo que son las penas eternas; es
un libro de moral catlica, tiene, pues, un fin til.
Todos los teatros del mundo, en todos los tiempos o por lo menos todos los
dramaturgos, aceptan el dstico latino: delectando docere. Es decir que el artista se ha
propuesto siempre un fin til.
Sospecho que me objetas: la msica no tiene fin til. Acepto la objecin, basada
en un equvoco.
Cuando la msica es religiosa tiene un fin til, cuando es militar, tiene un fin til y
cuando es puramente recreativa, tiene tambin un fin til, deleitar. Y, finalmente, cuando es
fnebre, sirve para aumentar la apariencia triste de las ceremonias, teniendo as un fin til.
Yo no sabra extenderme en mayores detalles sobre la utilidad de las obras de arte,
para probarte, con las ms grandes que ha producido el hombre, que el arte sirve porque es
bueno, es decir, til.
Yo no sabra elevar mi palabra a una nota excelsa que te convenciera, refutando de
golpe tus errores y los de tu escuela, pero creo que te har pensar y que tus reflexiones te
sern de provecho trayndote a la razn.
Cuando te hayas convencido, vers con claridad por qu el naturalismo es la escuela
del porvenir: ella responde ms que ninguna otra, a la necesidad universal de una reflexin
en la constitucin de la sociedad. Tenemos imperiosa necesidad de saber qu pasa en las

23
Sic, por Bhagavata.

18
esferas inferiores del mundo moderno, conocer sus vicios para remediarlos y sus cualidades
para aprovecharlas.
Sabemos que hay hombres desgraciados que pasan su vida entera en la miseria, sin
un sentimiento noble, sin una aspiracin generosa, brutales, groseros, sucios, estpidos e
ignorantes, y esos hombres nos amenazan cada da con la muerte: son los brbaros de la
edad moderna, que no vendrn de fuera de la civilizacin, porque estn dentro de ella
misma, como el cncer que suele permanecer estacionario en lo ms profundo de una
vscera.
Pero no sabemos cmo viven, ni cules son las causas de su barbarie, ignoramos si
son realmente malos o si se los puede transformar en verdaderos hombres; estamos a
oscuras sobre sus relaciones entre s y con nosotros mismos, porque la clase media tiende a
subir y no mira al punto de donde sali, sino a la cima a donde quiere llegar.
Hay, por otra parte, hombres que pasan su vida en la ociosidad o en la crpula; a
veces vemos resplandecer en sus balcones la luz de sus festines; los vemos a la distancia
pasar en sus carruajes que matan a los perros y estropean a los pobres; les vemos sus joyas,
sus mujeres, bellas y elegantes, sus lacayos, sus tierras; pero no sabemos lo que ocultan en
sus palacios, ni lo que piensan de nosotros a quienes no conocen mucho.
Nosotros mismos no nos conocemos bastante y necesitamos ser conocidos mucho
ms.
Toda esa tarea le incumbe al naturalismo y mientras haya en el mundo un mal que
curar, un error que reparar, habr naturalismo, cuyas pinturas mudas, secas y descarnadas
conmovern por s mismas, mucho ms que las declamaciones del filntropo, porque la
nueva escuela es de la ms alta filantropa, entendida de la mejor manera.
Cada novela naturalista ser el programa de una reforma, a ella acudir el filsofo, el
hombre de estado y el fillogo; en ella se aprender lo que hoy no se puede averiguar sino
viviendo con esos hombres, cuya suerte es preciso mejorar.
Quiz es demasiado dura, demasiado verdadera la forma en que se presentan los
caracteres, las acciones y los personajes; pero quin se atrever a reprochar al naturalismo
ese defecto? Si tal puede reputarse la cualidad esencial que constituye su fuerza.
Queremos concluir de una vez con la literatura mentirosa, que oculta sin provecho
los vicios y desfigura los defectos; ha ya muchos siglos que las letras son una palanca de
progreso, pero nunca han llenado su misin con la amplitud debida, porque han mentido.
Hoy diremos la verdad, nada ms que la verdad, a fin de que la literatura responda mejor
que en ninguna otra poca a su fin de utilidad.
Hasta el presente hemos tenido en los libros tipos ideales que era necesario imitar u
odiar; ahora tendremos los hombres de la realidad, tipos existentes, que se encuentran a
cada paso; ya no diremos, como el Divino Maestro: Debis ser buenos; diremos: Sois
as. Bastar el conocimiento exacto de un vicio o de un defecto. El criterio moral est hoy
definitivamente formulado, cada hombre instruido tiene una nocin clara de lo que es
bueno y lo que es malo y cada hombre sabr, en los casos ocurrentes, ajustar su conducta a
ese criterio.
En otro orden de ideas, puede asegurarse que ninguna escuela ser de tanta utilidad
al obrero como el naturalismo: verse retratado al natural, con todo el cortejo de sus vicios y
de sus defectos; ver palpablemente cmo es arrastrado al alcoholismo y a la muerte,
revolcndose en un cieno inmundo; asistir al drama de su propia vida, copiado en la de un
personaje intangible a quien se puede dirigir todo gnero de reproches y leer todo esto, no
en el lenguaje para l semienigmtico, oscuro y casi incomprensible de la literatura, sino en
la lengua que l mismo habla a cada momento, con sus giros y modalidades propias,
entendiendo el libro entero, sin tener que preguntar a nadie lo que quiere decir tal punto,
sa es la manera de que el pueblo lea con provecho y de que cada libro le sirva de
enseanza.

19
Esa ser, sobre todo, la tarea que ejecutar el naturalismo, llevando a los ms
oscuros rincones la luz de la moral, el amor a la familia, el pundonor, la delicadeza, la
generosidad, la temperancia, la limpieza, todas las virtudes sin las cuales no hay buena vida
posible.
El naturalismo ser as el complemento de la Revolucin Francesa, porque
preparar la verdadera y fecunda revolucin socialista, elevando el nivel moral de las clases
bajas, fustigando a los holgazanes que se gastan en las orgas, marcando en la frente a la
clase media egosta.
Es posible que se diga que el olor a pueblo de las novelas naturalistas es demasiado
nauseabundo. Tanto mejor: seremos como el cirujano que revuelve su mano en la
inmundicia de la carne putrefacta y se inclina sobre la lcera pestfera para estudiarla
profundamente. El naturalismo ser la anatoma normal y patolgica de la vida social: habr
olor a cadver, efluvios asquerosos, emanaciones repugnantes, veremos caminar el gusano y
derramarse las colecciones purulentas; pero estas repelentes pesquisas, hechas al travs del
cieno y de la podredumbre, entre los olores cadavricos de las fermentaciones de la muerte,
nos darn el secreto de las enfermedades, indicndonos sus remedios, al sealarnos las
causas que las producen, porque repetiremos con la teraputica: Sublate causa, tollitur efectos.
Te quiere siempre tu amigo

20
La Nacin, 9 de mayo de 1880

El naturalismo

Luis B. Tamini24

I
Pocas voces y muchos ecos, como deca Goethe, se escuchaban en nuestra
sociedad. Quin no ataca hoy al naturalismo, esa escuela literaria destinada, cuando se
conozca bien y practique entre nosotros, a darnos a todos la justa medida y el valor exacto
de los hombres y las cosas! Mas, algunos romnticos en delirio, tocan a fuego en Pars, y
nosotros, con toda la ayuda de nuestros pulmones, hinchamos los carrillos para gritar
desaforados: fuego!, fuego!, que el romanticismo se derrumba con todos sus andamios!,
el vicio, la corrupcin de ideas y sentimientos en hombres de las ltimas capas sociales,
muestran su faz desnuda y mugrienta! Muere el ideal!, un gusano levanta la cabeza!
Perfectamente.
Somos uno de los pueblos ms nerviosos de la tierra y, por consiguiente, ricamente
dotados por la inventiva. Pero os dais cuenta de lo que decs? Seguro estis de que sois
vosotros los que hablis (no nos dirigimos en este prrafo a los que se ocupan seriamente
de cuestiones literarias o disertan sobre ellas) y no el prlogo o la conclusin de un libro
flamante comprado en lo de Yoly, las Variedades de alguno de los diarios que leis, o bien
algunas lneas de esas revistas de Pars, artculos de modas que entreabrs, como destapis
un bote de jockey-club para aromatizar vuestro espritu con algunas gotas de su esencia?
Qu horror! Querer pintar a la naturaleza sin mscara ni disfraz! Arrancarle la
venda al enfermo y cortar en su gangrena, hincar el escalpelo en el pus letal y en la carne
muerta! Estampar en yeso el rostro del cadver y presentar despus a la multitud que
alla y vocifera, la horrible copia del lvido y crdeno original!
Oh, idealistas! Vosotros, que por intuicin percibs y abarcis la cudruple raz del
principio de la razn suficiente, y elevis vuestra alma constelada de todas las categoras de
Kant, cmo no contraeris espasmdicamente vuestras pupilas y daris diente con diente
ante aquella croupe gonfle de vices de Zola, frase grfica y valiente que escandaliz a los
actuales 38 miembros de la Academia Francesa, o cuando la corteza de los labios de Muffat
se posa sobre la serpiente de vello negro que sube por la espina dorsal de Nana!; beso
caliente y febril de fauno lascivo!25
Estomagados, y pujando por contener la arcada que de vuestras entraas en
convulsin arranca la infamia del naturalismo, arrojis lejos el libro y pasis a reposar, a
purificaros en las aguas de rosa del ideal celebrando en silvas y epitalamios, en odas y
elegas fantasmas y seres metafsicos, entes de razn y espritus puros, como aquella Mara
que el poeta Mrmol cant hasta los veintisiete aos de su vida y a la que, segn confiesa en
papeles inditos publicados el otro da, nunca conoci.
Mas reflexionemos y circunscribindonos tan solo a los romances de Zola,
estudiemos la causa de vuestro disgusto, que comprendo y tambin participo. Al libro o a
su objeto, a cul de los dos cobris horror? No veis que confunds en el mismo vituperio
al estilo, al mtodo y a la cabeza que diserta con el fenmeno estudiado?, es decir, ese ser
humano que con razn os inspira asco, esas escenas en que desarrolla su protervia ese
cuerpo o agrupamiento social que las pregona y exhibe a flor de piel como las pstulas del
virulento. Confesad que la exposicin tiene que estar admirablemente desenvuelta para que

24
Luis B. Tamini (1814-1897). Mdico de origen italiano. Lleg a la Argentina siendo un nio. Luego de
diplomarse se radic en Crdoba.
25
Alusin a una escena de la novela Nana de mile Zola.

21
en tal manera os domine y ciegue, para que tan profunda aversin os infunda contra el
vicio, para que tan seguros os sintis de vosotros mismos y digis: conozco el peligro, me
guardar de l!
As moraliza el naturalismo, as os educa Zola. Os toma de la mano y conduce a la
taberna, a la casa de mal vivir; aparta de vuestros ojos todo prisma romntico, de vuestra
imaginacin la ofuscacin de un lirismo que deforma y descompone lo que toca, y llegando
al teatro donde trepidan los cuerpos y espritus alcoholizados, no provoca y aguija vuestros
deseos dicindoos: veneno!, sino que los satisface y corta de raz exclamando: bebed!.
Y a fe que nada corrige y ensea como la vista misma del vicio! Llega a Buenos Aires
Nana, compris y devoris este libro como no pas nunca con ningn otro y contis
despus en los diarios vuestras nuseas con horripilantes colores. Espectculo edificante!
Qu ms se propone Zola! No podis hacer ms bello a su triunfo.
Hecha esta salvedad, demostrado que no tiene peso este denuesto o acusacin
arrojada al naturalismo de vicio, corrupcin, disgusto, hasto, mojigatera de sermn digna
tan solo de la falta de mundo y experiencia del sagrado sermonero, paso a exponer la
doctrina de esa escuela como la concibo despus de haber ledo y meditado La historia
natural y social de una familia bajo el segundo imperio, por Emilio Zola.26

II
No puedo creer, porque soy un ignorante, y no tengo otra razn, que, como dice
Bchner27, se halle en el nervio de la rana toda la vida; tanto la vida fsica como la
intelectual y moral, la razn, el ideal, la poesa y el arte; la abnegacin de s mismo, la
consagracin a un principio y a la patria llevada hasta el sacrificio. Me inclino a los
positivistas que levantan sin destruir, que destierran la hiptesis, las inducciones aventura-
das, falsos mirajes no solo de aquel ridculo eclecticismo que todos aprendimos en la
escuela, sino tambin de la ciencia que tiene toda la enajenacin del incendio, el frenes de
las minas, y que irrumpe como un vndalo talando y yermando lo que encuentra edificado.
Tampoco creo en los que con el cielo se abocan al primer batido de sus alas y
toman all la raz y ltima razn de todas nuestras miserias; en los poetas que como Vctor
Hugo mortifican a nuestros pobres semejantes que demasiado sufren sin motivo,
llamndolos castigados por el cielo; o en los sabios espiritualistas que ven, por ejemplo,
toda la filosofa del derecho penal en ese principio que es un insomnio, la expiacin!
No s por qu me parece ver en estas cosas ms bien restos de paganismo que
virtud cristiana, al recordar aquel temible anatema del fatalismo antiguo: Dii te perdant,
fugitivi.
No neguemos al ideal porque es malo partir de una negacin, y puesto que no se lo
puede analizar a la luz del criterio de la evidencia sensible, prescindamos de l y dejmoslo
a los que padecen sed y divisan espejismos, los hombres de numen que toman por aureola
el arrebol de la fiebre, a los que se gastan y queman en la llama sin dejar al mundo una sola
conquista, y solo, tan solo, una lluvia de cenizas: sus versos!
De aqu arranca el naturalismo!
Si malo es partir de una negacin, no es bueno tampoco comenzar con rigores
inhumanos y complacerse en las heridas infligidas.
Un sabio llega y me dice: Aquel Jess en quien encarnabas t todo el ideal cuando
eras creyente, padeca de congestin cerebral, era un neuroptico; si no expirara en la cruz
hubiera muerto loco!. Y yo alzando las espaldas, le respondo: Dejmonos de aventuras.

26
Les Rougon-Macquart. Histoire naturelle et sociale dune famille sous le Second Empire es el ciclo
novelstico de mile Zola que busca retratar la sociedad francesa entre los aos 1851 y 1870 en sus
mltiples y ms variados aspectos. Est formado por veinte novelas escritas entre 1871 y 1893.
27
Georg Bchner (1813-1837). Dramaturgo alemn.

22
Ese hombre vino hace diecinueve siglos!, apenas dej rastros! Cmo levantarle un
proceso patolgico!.
Y despus aado: Vale ms un dogma, la fe y la esperanza, el consuelo y el deleite
de muchos hombres, que tu disertacin. Si ella fuera verdadera yo te la quemara. Deja que
la humanidad crea y espere, y no vengas a acrecer sus dolores con tus atroces silogismos.
Recuerda que todos hemos sentido estas profundas palabras del filsofo Jacobi y que
perdimos nuestra segunda inocencia el da aquel maldito que dejamos de pronunciarlas:
Necesitamos un Cristo a cuyas rodillas nos podamos abrazar. Y te llamas sabio! No conoces el
mundo? No recuerdas aquella frase de Pascual: Verdad de un lado de la montaa, mentira
del otro?
Titnica empresa, tan brbara como sobrehumana, y no por esto indigna de
bufones, si te empearas en rebatir las creencias de todos los pueblos y en persuadirlos que
las arranquen de su corazn por orte a ti!
Eres sabio, tienes talento, posees dotes de experimentador y analista, pues edifica,
haz civilizacin, empuja al progreso, descubre un mtodo, una idea, un elemento, un terrn
de tierra desconocido, que el mundo marcha y el error cae y se entierra por su propio peso!
Trabaja, y t que eres sabio y dejaste de creer tendrs tambin tu fe y tu lote de felicidad en
este mundo: ese progreso que ser la inmortalidad de tu obra! Algn da remotos
descendientes tuyos y de tus contemporneos e hijos de tus ideas, habindose infiltrado la
ciencia lentamente y sin dolor, habindolo cubierto todo como una gran inundacin se
regocijarn al ver que sin ruido y sin escndalo, como se hunde y desaparece el edificio
anegado ahogranse todas las mentiras, idolatras y preocupaciones, sin que el llanto de la
humanidad venga a engrosar la avenida demoledora.
Deja de sacar de la ciencia conclusiones que al da siguiente otro sabio te desmiente,
y ven como Scrates y Descartes a iniciar tus tareas, estudiando el primer objeto de la
Creacin, el hombre. No es estudio metafsico el que te propongo; se trata de estudiar al ser
social en todas sus categoras y manifestaciones, desde la urna hasta el sepulcro, y por
misericordia no vayas a creer que se quiere inventar para el uso y abuso de las almas
timoratas un nuevo cdigo de moral! El problema quiz no te parezca nuevo; pero lo es
como ningn otro en este siglo. Y si no dime: quin visit todos los fondos sociales?,
quin la verdad dijo de lo que se ve y oye all? Fija la vista y reparars que esta sociedad,
esa otra y la de ms all viven, como una persona que ignorara su fisonoma por no haberse
mirado nunca al espejo, y que baja los ojos y se ruboriza en frente de una mirada
profundamente encantadora.
Y no te alarmes, que segn tus conclusiones y las que yo guardo para m, todo es
materia; no hay chozas ni palacios, emperadores ni sbditos en el gran reino de la
naturaleza humana!
El fsico descubre leyes inmutables en el desorden del universo; t, naturalista,
valindote de los mismos medios de aqul, abrirs un pecho humano y leers all las
convulsiones de la materia.
Ten entendido que el naturalista es un psiclogo que estudia al hombre en la
accin.
As procede el naturalismo. Su lema es el de aquellos dos filsofos que citbamos:
Concete a ti mismo.

III
Prueba la ciencia hoy que la herencia es fatal, que el hijo no es ms que un vstago
de los msculos y sangre de sus padres, que el atavismo lo comprende todo: sentimiento,
inteligencia, voluntad. Gastis vuestro cerebro, ablandis sus tejidos, l se atrofiar en uno
de vuestros descendientes, significando una marcha progresiva e inevitable.

23
Los Dumas y Racine dieron lugar a la preocupacin vulgar de que el talento
engendra el talento, haciendo obrar a la evolucin natural en sentido inverso. La verdad es
que, si habis gastado vuestra vista, seris culpables de la miopa de vuestros hijos, que si
sois estpidos les veris el labio belfo, que si sois epilpticos acusarn a la enfermedad
sagrada en todo el semblante de sus ojos.
Con tipos rebajados por la herencia, idiotas o cretinos, empleada la seleccin sexual,
bajaramos hasta la especie simiana, hasta ese hermano prdigo del hombre, el mono
antropoide, verdadero homo flens de Horacio.
La fatalidad de la herencia! Esta es sentencia incrustada en todas las pginas de los
romances de Zola!
Nana es el efluvio, el vaho, que exhalado por Cafarnaum pasa a los grandes
baluartes y apesta, descompone y mata, como una fiebre ptrida de hospital, todo lo que
toca: el rico burgus y el aristcrata simple, el nio pegado al vicio, su segunda mamadera, y
el hombre gastado por l.
Es tambin la grandeza, y hasta la majestad dira, de ese pueblo que no pudiendo
ser grande para el bien, lo es en el mal!
Del primer beso que dio Gervasia a Lantier, del primer vaso de aguardiente que
Coupeau bebi en LAssommoir, pour tuer son ver, naci el miasma que infest a Nana y
contagi a todos los que se le acercaron. Ella destrua por instinto, sin tener conciencia de
su obra ni ms ni menos que esas plantas insectvoras que posado un insecto en sus ptalos
cierran la corola y lo ahogan.
Examinad su mano! Debe tener el pulgar desproporcionado y muy separado del
ndice, como la mano del que ha nacido para estrangular a alguien.
He vivido en Londres algn tiempo y tena gusto en recorrer sus calles, cuando las
nieblas, foggs, se expandan y las vestan con un sudario flotante de trapos sucios. Me
complaca en ver a la inmensa capital, con su cielo arremolinado de polvo de carbn que
escupa materias viscosas, y un sol funesto, rojo, una verdadera mancha de sangre. Tan de
acuerdo me pareca el panorama con el destino del hombre!
Cuando doblaba una calle y encontraba en el trmino de la otra, siempre por todo
horizonte la misma entraa negra, secretamente me regocijaba y me senta empujado a ir a
buscar esa otra niebla y viscosidad de nuestras sociedades: el pueblo muerto de hambre y
transido de fro. No se coma all, no haba carbn que quemar; pero se beba. Fue ebrio
consuetudinario el abuelo, el padre, y lo ser tambin el hijo, ese nio a quien ya le tiembla
el pulso, eco del delirio trmulo de su padre, y que se detiene exttico ante una taberna,
cuando todava sus labios inocentes no tocaron el borde de una copa.
Vedle raqutico, manifestando sntomas de muerte prematura. Su abuelo vivi
cincuenta aos, su padre cuarenta, l vivir treinta; su abuelo tena seis pies de altura, su
padre cinco, l tendr cuatro, siempre guardando la misma proporcin: hasta que
desaparezca la raza en la raquitis y muerte!
Ms all una familia, una larga descendencia de ladrones. Todas las angustias de los
ergstulos, todas las libras de la reina Victoria no vencern la monomana que los posee.
Y siempre la fatalidad de la herencia!
Si supierais cmo vive el pueblo en Europa, cunto trabaja y sufre porque el
hambre no lo rinda, para que el vrtigo de la muerte no lo abisme, y sean las aguas fangosas
de un Tmesis o Sena las que se encarguen de hacer rodar su cadver hasta las puertas de
una morgue! La tirana de las necesidades por una parte, el peso de las clases superiores,
que todas gravitan sobre l y de l se nutren, por otra, y en tercer lugar la obstinacin de los
gobiernos y dureza de las leyes que tambin sobre l se echan como si fueran menos que
bueyes uncidos al yugo, origen dan a un engendro descarnado, desesperado, andrajoso,
aplazando tan solo la hora de la revancha.

24
Y qu deciros de la aristocracia, atea y pesimista de conciencia, aunque devota y
santurrona en el mundo y en la iglesia, y tan carcomida y desacreditada por sus vicios que
necesita abrazarse a las columnas del templo para no desplomarse?
Hasta su cerebro ha sufrido y se ha desgastado. Sabios lo han pesado y medido y
han encontrado a los de vil canalla de ms volumen y ms peso: blasn sin duda ms
ilustre otorgado por la naturaleza en su falta de respeto por los pergaminos!
Luis Blanc28 es un filntropo, que cuando ha menester de emociones confortantes
visita al monstruo en su cueva, en sus bulevares, en sus calles tortuosas.
Cree que es bueno, y ms manso y ms paciente que lo que quiz merecen los
domadores de fieras que lo manejan. Cree tambin que su energa, su rica organizacin
cerebral, est llamada a reparar la sangre clortica y anmica de las clases ms elevadas.
Y anuncia para un da no muy lejano su despertar y su triunfo!
Zola desde ya le abre de par en par las puertas de la literatura, lo cree digno del
romance y lo llama al teatro que nunca pis ms que para recibir pualadas y palos o
producir farsas, como Sganarelle o Scapin.
As sirve a su causa y tratando un tema literario, hace obra sociolgica de
humanidad y civilizacin.
Dickens en Londres y Zola en Pars! Ellos han levantado al pueblo en sus manos
goteando an el fango de su vida, y sin raspar la costra nauseabunda, han exclamado:
Mirad, es el oro en la ganga!.
Y continuad, pues, acusndolos de degradacin e impudencia!

IV
Dos maestros de las mismas espaldas, dos genios tan opuestos uno y otro como la
luz y la sombra, se miran hoy frente a frente en Pars y se miden de abajo arriba como dos
luchadores que se aprestan al combate. Vctor Hugo, el poeta Sol, que lo llam su mujer,
quien lo compara a Luis XIV, le roi soleil, que en verdad ha deslumbrado a su generacin,
ngel de la luz como Ariel; y Emilio Zola, desdeoso y grande como Luzbel, Hrcules que
apoyado en su clava mira sin pestaar al limbo fascinador que los idlatras pusieron en la
cabeza del padre de los romnticos.
Zola se levanta del polvo y en su melena basta y revuelta y ojos de mirar fiero y
nublado muestra algo del testuz y cerviz del rey de la fbula y de las fieras, de aquel len del
gran poeta, nacido de la tierra y que al rajar su corteza bramaba y se estremeca, mitad
bestia y mitad barco. Vctor Hugo cae de las alturas, hijo de un general, rico y casado en la
nobleza, soberbio, tronando ya en su pedestal desde los 15 aos de edad, exhibindose,
ofrecindose a la admiracin del mundo con la majestad y arrogancia de un Apolo, y como
este asestando sus flechas envenenadas a los que niegan el brillo sin par de su imaginacin y
la belleza de sus hijos.
Mimado por los republicanos que lo adulan y rinden verdadero culto, no es ya un
hombre, es un dolo bdico, un Moloch, un santo catlico, un verdadero Csar romano.
Cree que su nombre llena el siglo XIX y que es tan inseparable de l como Homero de los
tiempos heroicos, y modestamente se mira como el representante de la Francia
contempornea en el extranjero.
Tanta vanidad, tanto amor de s mismo y de su gloria, tanta soberbia y orgullo no
han cabido en un dbil crneo y lo han hecho estallar. Pues ha tenido rasgos reales de
locura!
Un da, en 1878, la comisin nombrada para organizar las fiestas que deban
conmemorar el centenario de la muerte de Juan Jacobo Rousseau lo ve en su casa y ofrece
la presidencia honoraria. Recuerda que Juan Jacobo haba sido lacayo de Madama de
28
Luis Blanc (1811-1882). Poltico e historiador francs. Fue un fervoroso defensor de las clases
populares y de los principios democrticos.

25
Verceil, y a travs de un siglo de distancia no ve en el escritor ms elocuente de la lengua
francesa y obrero principal de la gran emancipacin social y poltica del 89, ms que al
lacayo que sirve la mesa de su amo y pone en tortura su espritu para hacerlo rer
negligentemente; y prorrumpe: Un centenario para ese lacayo, jams!. Hasta los diarios
clericales del da siguiente exclamaron: Monsieur Vctor Hugo est loco!.
Hubo otro hombre que en la primera mitad del presente siglo ejerci el mismo
ascendiente que Vctor Hugo y que padeci de la misma demencia, ese orgullo desmedido
del que aparecen contagiados los grandes hombres modernos: el vizconde Chateaubriand.
Cuando la reverberacin de su estilo dej de ofuscar y comenzaron todos a sentir sus
nervios fatigados de descripciones e imgenes, de demostraciones que no apoyaba en la
razn sino que deduca del sentimiento puro y de una historia mal digerida, dejaron de
leerlo, y el dios, sintindose solo y que sus incensarios lo abandonaban poco a poco, hubo
de humillarse y escribi a Branger29 que mentara en sus canciones alguna vez su nombre,
pues ms que a la muerte tema al olvido.
Sin embargo todava al morir tuvo magnficos funerales; mas hace doce aos al
erigrsele una estatua en Saint Malo, lugar de su nacimiento, poco o nada se conmovi la
Francia: echaban llave a su memoria; queran dejarla descansar.
Pienso que en esta ltima mitad del siglo XIX Vctor Hugo, que ha hecho la misma
carrera, llegar a tener el mismo fin. Dejemos a un lado su obra literaria. Mi crtica no
dejara de ocasionar el paragn aquel con que se eleva la necedad humana: el gusano que se
arrastra y el guila que se cierne.
Vengamos a la vida pblica de Vctor Hugo y en cuatro renglones digamos lo que
ha sido, preguntando: un hombre que presenta tal evolucin, calificada por Montalembert30
de desercin, podr tener sujeta a su magia la generacin que llega, como tiene esclava a la
actual?
Miembro de la Constituyente despus de la revolucin de febrero y republicano
entonces, aunque conservador y reaccionario, as como poco tiempo antes fue realista y
cortesano. Apoya con su palabra y pluma la candidatura de Luis Napolen, el hombre del 2
de diciembre, para pasar despus y ya en su tercera metamorfosis, a hacerle oposicin co-
mo jefe de la izquierda de la cmara, y guerra de versos, orculos sibilinos y proclamas. Y
hoy, qu es? Republicano radical; pero senador. Sus partidarios arrastran un grillete all
por los extremos del mundo, en Nueva Caledonia.
Los radicales y socialistas que lo conocen bien alzan las espaldas cuando los
favorece con una alocucin papal, lo llaman burgus y prescinden de l. De par a radical!
No fue ms profunda la cada del Satn de Milton. Pues bien, ya relajaba el romanticismo,
as como su autor ms responsable: ya llen su misin. Que se vaya!
Est tsico y asmtico y se muere de aire azul y de lirismo. Por haber amado mucho
o haber cantado mucho si queris: ver de terre amoureux dune toile!
El clasicismo no vio ms que las actitudes del hombre, la pose, y solo puso en juego
al sentimiento heroico.
El romanticismo rasg su epidermis y pas a estudiar sus pasiones humanas; pero
arte aristocrtico no baj de las cumbres sociales y cuando el pueblo habl hizo teologa y
metafsica.
El naturalismo lo comprende todo: alta sociedad, clase media, pueblo bajo, y con
unos y otros opera como el escultor ante modelos desnudos.
Que se abra el corazn humano y manifieste su historia no escrita todava!
Este es el propsito que anhela y este es el fin de la cruzada.

29
Pierre-Jean de Branger (1780-1857). Poeta y compositor de canciones francs.
30
Charles Forbes Ren de Montalembert (1810-1870). Periodista, historiador y poltico francs.

26
V
El naturalismo es un progreso: es la forma nueva que comienza a revestir la
literatura contempornea en su difcil y lento desenvolvimiento de cuatro siglos. Como
todos los ramos de los conocimientos humanos evoluciona, y hoy ms que nunca enlazada
con la ciencia se baa y reverdece en la naturaleza. Lucha en estos momentos por su
existencia, y para conquistar su arena, desmonta una selva virgen poblada de vestigios.
Vctor Hugo, como el gigante Adamastor31, yergue su talla imponente y le sale al paso.
Sus descompasados gritos que ya comienzan a escucharse de este lado del
Atlntico, asustarn a Zola? Los feroces ademanes de su pluma, formidable a no dudarlo,
sern ms cruentos que las fantsticas cuchilladas de las aspas de un molino?
Si vive algunos lustros ms le veris caer aplastando a toda su escuela, ante el
empuje de Zola, quien, instrumento ciego, hiere como el filo de una mquina oculta e
incontrastable, la fuerza de la historia, la evolucin del mundo.
La lucha es dramtica, y si con ms paz en Europa millares de voluntades dispersas
pudieran acudir a ella, registrara este segundo transcurso del siglo XIX su torneo ms bri-
llante y ms cuajado de ricas inteligencias y eminentes esfuerzos. Estn los nimos
envenenados ya. Los romnticos sin lectores acusan su debilidad y principio de impotencia,
defendindose con ms denuestos que razones.
Que Zola est en decadencia dicen unos; que plagia a Casanova y a Shakespeare
otros; y todos a porfa se proponen considerar su obra como un estercolar donde se
acumulan todas las inmundicias sociales.
Distinguidlos de aquellos que se llamaron sus discpulos y no tienen ms que sed de
escndalo, y de esos otros falsos apstoles con ms perversidad que estilo, verdaderos
espas de la opuesta causa que botan su baba para hacer ms resbaladizo el terreno que pisa
el maestro.
Hoy mismo el pblico francs, cuando se ocupa de un romntico, pronuncia con
extraeza y misterio la palabra lrico; es decir, un utopista, un enfermo, un sectario del
mesmerismo clarividente y taumaturgo, algo que trastorna la armona de estas cosas y de
estos hombres, que nos lleva a soar con paisajes lunares y cuya silueta se busca entre las
sombras que dibujan las montaas de la luna.
Vive el lrico como el astrlogo en una torre, entre un gato negro de pupila
inyectada y un perro desollado que conserva un gran bocal de aguardiente, y all deleitado
con los astros como Sancho jugaba con los siete cabrillos, traza signos cabalsticos sobre un
mapamundi donde se ven tambin los misteriosos smbolos de las constelaciones. Si baja
de su torre, si deja el trpode, si se pasea como un mortal positivo que mira con esas bolas
negras y azules que todos llevamos en los nichos de nuestras calaveras, usa binculos de un
cristal irisado que arranca de raz a cuantos objetos encuentra a su paso y flotar los hace
como plumas: hombres, cosas, rboles, los templos con sus torres, las aves asustadas
vuelan en desorden para volver a su prstino estado, anegadas en una luz lnguida, inerte,
que no disipa la tenue niebla que extingue los contornos.
Se ha escrito un libro para probar la evolucin del sentido de los colores. Comenz
el hombre por percibir la luz, pero no el color. El rgano se modific, evolucion y
adquiri la sensacin del rojo y del negro. Los griegos contemporneos de Homero no
disfrutaron ni del azul del cielo ni del verde de las plantas! Esta fue adquisicin posterior.
Hoy perfeccionado el ojo, construido con la belleza y el lujo de un palacete, recibe por sus
ventanales la reverberacin de los colores del prisma.
Son siete ahora. Quin no dice que de aqu a unos siglos la retina no imprimir una
docena!

31
Adamastor es un personaje mitolgico hecho popular por Luis de Cames.

27
Ningn romntico creer esto. Para ellos el romanticismo ha sido todo y encierra
todo: la antigedad, Edad Media, tiempos modernos y contemporneos; si ms se detuvo
en la Edad Media hzolo, sin olvidar aquel lema suyo, aquel voto de Andrs Chenier32:
pensamiento antiguo bajo formas nuevas.
Faltole una sola cosa: estudiar al hombre, leer en las pginas de su vida como la
ciencia lee en las de la naturaleza toda, hojear ese manuscrito de Dios como lo llam
Campanella33.
Es este el rayo de luz que le falta a su prisma, y con el cual la escuela natural
remedia su daltonismo.
Escuela histrica, el romanticismo pretendi conocer al hombre con la historia en
la mano y se enga porque esta ciencia tan poco exacta no ofrece ms que una sntesis,
obra pura y caprichosa del historiador, cuando no es completamente falsa. De all esos
tipos como Ruy Blas que rompen todas las ligaduras del juicio y del buen sentido; como
Hernani, de cuyo cuerno y honor castellano, romnticos hasta la temperatura en que el
calrico es llama, Larra tanto goz.
Viva la libertad! Muera la mentira! Muera el lirismo y el verso en la escena!, esta
es la voz de las escuelas donde se educa la nueva generacin francesa.
Y en efecto, la cruzada del naturalismo es la de la verdad contra la mentira, y de este
vicio ya revienta el mundo. Bien est en los nios y tambin en los pueblos primitivos; mas
no le cuadra a la humanidad actual, tan viril y adelantada, ni al hombre serio, ni al hombre
viejo de este siglo.
Otro de los prepotentes que se levantan contra el naturalismo es Alejandro Dumas,
hijo, celebrado moralista y heraldo lrico del demi-monde, cuyas pginas llenas de conclusio-
nes austeras encubren apenas las puntas agudas de las orejas del stiro. Haba levantado un
trono a una Margarita Gautier, herona de balada o leyenda al par que Magdalena de los as-
faltos de Pars. Buscan los parisienses a esta virgen sin igual mientras leen su libro o dura su
influencia, y como por todas partes, en los bulevares, en el barrio latino, en el cuartel Breda,
resuena la carcajada de Nana y se pavonea su descaro insolente, confiesan burlados que
Dumas los ha blagu y lo olvidan.
Inde ira. Nana destrona a la Dama de las Camelias. He aqu el secreto.
Y as tiene que suceder. Todas las novelas antiguas que se leen an y que han
pasado a la categora de libros clsicos, salvo dos o tres que viven tan solo por el poder de
su estilo como La Nueva Elosa de Rousseau y Pablo y Virginia de Saint Pierre, lo deben a la
exuberancia de realismo que sus pginas atesoran, desde Dafnis y Cloe de Longus, romance
realista para su tiempo, hasta Tom Jones de Fielding, El vicario de Wakefield de Goldsmith y
Manon Lescaut por Prvost.
Cada uno de ellos representa un golpe de sonda en el corazn humano, y se
conservan y coleccionan como esos muestrarios mineralgicos que sirven para indicar la
naturaleza de la capa a que se ha llegado.
El lirismo, como el vapor de las aguas, se evapora en la tierra, se condensa en el
cielo, cae en forma de lluvia para exhalarse, y en esta estril metamorfosis permanecer
hasta la consumacin de los siglos.
(Continuar)

32
Andr Marie Chnier (1762-1794). Poeta francs considerado como uno de los precursores del
romanticismo.
33
Tommaso Campanella (1568-1639). Monje dominico y filsofo italiano.

28
La Nacin, 12 de mayo de 1880

El naturalismo. Segunda parte

Luis B. Tamini

VI
Cmo podr creerse que en este siglo XIX, en el ao 80, y a 6.000 de distancia de
aquella creacin bblica en la que por primera vez, segn los telogos, apareci una mujer
voluptuosa, sea esta an el problema y la esfinge de los que estudian la naturaleza humana?
Yo no pienso que merezca tal honor, por ms que sea ferviente admirador de su belleza
plstica, y la crea il capo dopera, como dicen los italianos, del mundo conocido.
La verdad no se ha proclamado todava, porque el hombre, el detestable tirano, al
juzgarla, se deja extraviar por ilusiones generosas; cierra los ojos y pone los odos tan solo
en lo que le cuentan la imaginacin y el culto de su corazn.
Carne!, dice de la mujer el naturalismo, carne con instintos maravillosos, pero
carne!
Su vida paralela, su gemela es la serpiente; y que no la conmueva este smil que la
hermana con el ms magnfico y lascivo de los animales paradisacos. Qu otra especie del
reino zoolgico en tan alto grado dotada est de la astucia, el golpe de vista y la resolucin,
cualidades prominentes en el sexo femenino? Cul otra se muestra ms frentica en la
pasin, ms enardecida o ms insaciable? De ah que los mitlogos que meditaron el
gnesis, buenos observadores del mundo animado, hubieran escogido a este hermoso
reptil, para que derramara sobre ella el filtro de la sensualidad.
Que forman la mitad del gnero humano, lo dijo Aristteles; pero no dijo si
llegaban a la mitad de la talla de la otra media. Un filsofo ms moderno, casi
contemporneo, Schopenhauer, despus de serias y largas disertaciones, arriba a esta
conclusin, por su forma original ms verdadera como pocas: la mujer es un ser de cabellos
largos e ideas cortas.
Afirma su inferioridad hasta en materia de bellas artes; cosa por otra parte
demostrada por estudios simultneos hechos por hombres y mujeres, en los que
sobresalieron siempre aquellos. El mismo filsofo la declara incapaz de comprender la
poesa, la msica, y todas las dems artes de adorno, que los poetas, buenos y prdigos, le
conceden casi como atributos; y termina con esta sentencia profunda que podrn
comprobar todos los que sepan distinguir en el juego de la mujer la verdad de la ficcin:
La mujer es el ser inesttico.
No lo seguiremos cuando dice que la historia no cuenta a grandes mujeres, por no
aventurarnos con rasgos tan osados, fuera de los dominios del naturalismo; pero s har
notar que aquella nacin en la cual la mujer toma ms intervencin y tiene ms imperio,
Francia, est hoy anarquizada, enervada y en derrota.
No hay que negar sus grandes y nobles instintos; pero su influencia ms all del
hogar es mala.
Puede consolarse con el orgullo de ser, en todo el sexo femenino de la naturaleza, la
compaera ms acabada y soberbia.
Siempre hablamos de la mujer bella e inteligente, porque la que no es una u otra
cosa no tiene sexo. En su ser domina ms que la lgica el capricho: es amiga de las caricias,
golosa, ansiosa y egosta como una gata; ms sagaz, observa mejor y graba ms que su
seor, y sobre todo tiene el don inapreciable de eso que los franceses llaman nuances,
matices, medias tintas, gradaciones.

29
Para el hombre se hizo el justo medio; para ella los extremos. O bien es la
humillacin de aquel por su bondad y mansedumbre, o mil veces ms fiera y perversa que
l, y merece entonces aquellas siniestras palabras de Baudelaire: Flores del mal. Es
humilde, tmida y tierna como una paloma o muere como Carlota Corday34, o se arroja
sobre un tirano con un revlver en la mano, como Vera Zassoulitch, la herona del
nihilismo.35
Y todo esto es obra de un sistema nervioso delicadsimo que se irrita a la menor
excitacin y que es causa de que padezca de una fiebre lenta y perenne. Tomadle el pulso y
veris que late con ms aceleraciones que el vuestro.
No arranca de muy lejos la exaltacin romntica que sublima, diviniza a la mujer; y
bueno es combatirla porque por ella unos y otras, no conocindose, no comprendindose
bien, labran su mutua infelicidad. La Historia moral de las mujeres de Legouv36, es responsable
en gran parte de este lamentable error.
El naturalismo mira a la mujer sin encandilamiento; como un sabueso sigue sus
huellas guiado por su odore femenino, y no se remonta como el halcn a buscarla en el
empreo, ideal, potica, mstica, entre el tornasol y los ntidos celajes. Si la sorprende en el
mal lo dice, si en el bien lo dice ms alto, y no calla cuando descubre hiel o espuma en sus
labios. Imparcial, ni la rebaja ni la dignifica: espera que deje la escena y tire el disfraz para
estudiarla entre bastidores reducida su ndole propia y genuina.
Procede con atencin y cortesa siempre: no conoce, por ms que lo afirme la
calumnia, aquella grosera de que dio muestra Napolen I, al responder a Madame de Stel
que para l la mejor o ms grande de las mujeres era la que tena ms hijos: frases que
debieran meditar las mujeres de nuestra tierra, que tanta necesidad siente de poblacin.
Si hay que reaccionar con la mujer, hay que arrancarle la mscara al hombre. Hasta
ahora no se lo ha estudiado ms que como actor, en su papel; por primera vez sobre la
mesa de diseccin de un romance naturalista comienza a ser auscultado, despojado de su
piel y despostado.
Se cuenta que Augusto en su lecho de muerte pregunt a sus amigos: Represento
bien la farsa de la vida?. Y como la respuesta fuera afirmativa, aadi: Aplaudid, pues!.
Tambin aplaude el naturalismo, pero distingue y dice: Mirad, este es el personaje
y aquel el autor! El primero es falso, es de oropel, escupidlo! El otro est vivo, es de carne,
condoleos de l!.
Dejaos, oh, nios!, de invocar vuestra razn majestuosa y su origen divino, dejaos
de rebeliones y protestas de ngel Cado, y od a Montaigne cuando exclama dirigindose al
hombre: Bourbe et cendre, quas tu te glorifier!.
La frase de Royer Collard, inaceptable hasta en poltica, que la vida privada debe ser
murada, la desconoce el naturalismo aplicada a la sociedad, y queriendo saber
positivamente cmo piensan, sienten y obran el hombre y la mujer, emplea con ellos los
mismos mtodos que la Historia Natural aplica a todos los seres irracionales.

VII
A quin acusar de ser el fautor del naturalismo? Al movimiento cientfico que todo
lo compenetra y domina hoy, y se manifiesta como el fin ms alto y la expresin ms bella
de la actividad del hombre.

34
Charlotte Corday (1768-1793). Conocido personaje de la Revolucin Francesa. Se hizo clebre por
asesinar de una pualada al jacobino Jean Paul Marat. Por ese crimen fue condenada a morir en la
guillotina.
35
Vera Zassoulitch (1849-1919). Militante revolucionaria de origen ruso. En 1878 atent contra la vida
del jefe de polica de San Petersburgo. En 1882 tradujo al ruso el Manifiesto del Partido Comunista.
36
Ernest Legouv (1807-1903). Escritor y dramaturgo francs. En 1847 dict un curso sobre la historia
moral de las mujeres en el Collge de France, editado en volumen un ao ms tarde.

30
l ha hecho de la historia, ese estudio tan libre y que todos los vientos han agitado,
una ciencia exacta.
Los historiadores romnticos que han puesto sobre la frente de sus hroes una
estrella fatalista, la estrella del paganismo que copia por afectacin el romanticismo que les
ha dado sus pasiones y no las de las pocas en que esos hroes vivieron, que los han
deformado para aproximarlos a su ideal del bien o del mal, han perdido el tiempo. Sus
libros no sern consultados sino como romances histricos.
La misma exactitud, la misma precisin y el mismo clculo matemtico, se propone
verificar el romance naturalista.
Es vasto, muy vasto el campo en que se mueve el hombre extrnseco; mltiples son
sus pasiones, y varan, se metamorfosean, se aplacan o se encienden de una manera
vertiginosa; imposible casi es seguir sus ideas, clasificarlas: y generalizar sobre ellas,
consideradas desde afuera; mas el naturalismo, as como el mecnico que oculto tras la
decoracin con pocos hilos hace evolucionar una compaa de autmatas, se posesiona pri-
mero de los grandes fundamentos que encierran los mviles todos de la actividad humana,
la descendencia, el instinto, el placer, el bien por el bien, y, despus, cuando el hombre pasa
a ser actor, para descubrir los hilos secundarios de sus dramas o comedias tiene lo que la
escuela llama documentos humanos.
Todo romance calcado sobre la vida misma, fragmento por as decir desprendido
del cuerpo social es un documento humano.
No quiero mirajes, no quiero hiptesis, lo bello no puede mentir, y si miente, lo
sacrifico seguro de no perjudicar al arte porque no ataco a la verdad, dice el naturalista;
quiero hechos, nada ms que hechos, en los que pueda experimentar, como el bilogo y el
psiclogo. Dividir a la sociedad en trozos, y pesado, medido y analizado uno, pasar a
otro, procediendo siempre cientficamente para llegar a ser uno de los colaboradores ms
legtimos de la ciencia. Analizo como el qumico, persigo las races y las etimologas como
el fillogo, hago estudios microscpicos para descubrir el vibrin que oculto roe ese
corazn, sin apartarme del principio que para el observador la naturaleza humana es oro o
barro, y no una y otra cosa.
As podr ofrecer al hombre del siglo XX una fotografa de su homnimo del siglo
XIX, y concluirn por esto muchas conjeturas en la historia, consiguindose desde ya que el
error y la fantasa no sean nuestro pan cotidiano.
Con este objeto un romance naturalista presenta en su composicin abundosas
descripciones as de naturaleza viva como de muerta, segn dicen los pintores, y anlisis
muy seguros de caracteres. Se sirve del episodio aunque a menudo interrumpe la accin,
para explorar todos los terrenos y todos los corazones, y con el mismo fin obsrvanse en el
segundo plan gran nmero de personajes secundarios.
El argumento de trabazn ceida, las palabras medidas, los personajes
indispensables, as como grandes escenas dramticas, no los exige el romance as como los
impone en teatro.
No debe ser el romance naturalista ms que social o de costumbres, el cual, por
otra parte, es el ltimo que, practicado por los romnticos, da seales de vida. Los
didcticos o cientficos, adulteracin de dos cosas buenas, vense suplantados por libros de
ciencia popular, tan amenos y ms tiles; y en cuanto a los histricos, llmese su autor
Walter Scott o Dumas, corren la misma suerte que los de caballera y los de capa y espada
que siguieron despus. Dumas y Julio Verne al mezclar la imaginacin a la ciencia e
historia, no se valieron de aquella para dar relieve, luz y claroscuro a los objetos, sino para
alterarlos. Comprendo que sin desfiguracin no hubieran nacido esos romances. Pero qu
nos obliga a leerlos para adquirir nociones falsas sobre ciencia e historia, cuando podemos
recurrir a fuentes ms vivas y puras!

31
El ensayo ms serio que se haya escrito para reconstruir al hombre del pasado, de
poca muy remota, es la novela de costumbres cartaginesas por Gustavo Flaubert titulada
Salamb. Por ms que el autor al escribir su libro adelantar paso a paso y para cada pgina
consultar un documento, no inspira mucha confianza.
Y con razn, porque el escritor ms perspicaz slo puede conocer bien a su
contemporneo. Al pintar cuadros tan alejados de nosotros corre el riesgo de que todos los
personajes de su tela, bien que trajes exticos los desfiguren, sean aquellos a quienes saluda
y aprieta la mano diariamente.
Al visitar algunos museos de Europa pude hacer la siguiente observacin. Las
vrgenes de los museos italianos tenan la fisonoma de la mujer italiana, en los museos
franceses la de la francesa, y lo mismo en los ingleses. Era que los autores, italianos,
franceses, ingleses, por ms que quisieran desprenderse de s mismos y desandar el ideal a
sus cuadros, se estrellaban en la realidad y en la impotencia de poder vencerse; es decir, salir
del crculo estrecho que sus sentidos les trazaban.
Tiene que suceder lo mismo con un romancero o un historiador. Estudiad, pues, si
no queris padecer alucinaciones y crear obras impotentes, al hombre de vuestro tiempo y
de vuestro pas.

VIII
Algn da el naturalismo har escuela entre nosotros, cuando el romanticismo en
Pars arroje su sauve qui peut presentido y temido ya.
Hasta entonces se protestar con indignacin, y ver y oir aquel pblico que se
ocupa de cosas literarias a cada escritor de los nuestros convertido en predicador de
Cuaresma, invocando por salvar a la moral y todos los santos principios comprometidos a
Dios. Vctor Hugo y el alma humana; la moral individual y social; Tefilo Gautier y Alfredo
de Musset; la ley inescrutable de la Providencia y la belleza moral, espiritual y celestial de la
mujer.
No solo Pars nos viste, calza, afeita, corta el pelo, ata la corbata y con una varita en
la mano nos ensea a marchar majestuosamente, sino que no salimos de su regazo y damos
vagidos y balbuceamos cuando aquel tirano domstico nos ordena que pensemos. El
esclavo no es ms obediente al ceo de su seor, que nosotros sumisos con los que en
aquella capital dirigen el pensamiento moderno; as que pronunciada la derrota en las filas
de los romnticos, hoy firmes y erizadas de picas contra ese pigmeo Emilio Zola, seremos
naturalistas y trataremos a los dispersos cual procedimos con los clsicos cuando el caudillo
Echeverra nos llev a la revolucin romntica.
Entonces y puesto que el naturalismo lo ostenta a Balzac en Francia, por seguir el
ejemplo, tambin buscaremos nosotros a un precursor en nuestra historia literaria, y se nos
levantar la sombra del mismo Esteban Echeverra, el hombre de todos los
presentimientos, aquel que mejor comprendi y explic a nuestro genio patrio, padre del
dogma social y poltico que triunfa hoy en este pas, y para que ningn mrito le faltara y
ningn honor a su memoria, realista antes que aquel clebre romancero.
No vayis a pensar que lo sorprenderis tal, en la vida que Juan Mara Gutirrez
escribi para sus obras completas. Este distinguido escritor, acadmico, culterano y por
infantil alarde ribeteado de clsico, poda ser el crtico e historiador de Juan Cruz Varela;
pero nunca abarcar el vasto y libre talento de Echeverra: no cabra este sin deformarse en
el molde uniforme en que el viejo y clebre crtico meda a todas las reputaciones.
No vayis a buscarlo tampoco en sus opsculos doctrinales. En sus estudios
Clasicismo y Romanticismo y Reflexiones sobre el arte profesa un romanticismo fervoroso, lo que
era ya sin duda un gran paso escribiendo en Buenos Aires de 1830 a 1840, perodo de las
grandes luchas entre los clsicos y romnticos.

32
Al considerar a Echeverra en su obra y fuera de ella, se me presenta como un
hombre que no tiene conciencia de su genio, y parceme que o bien se recoga porque
estaba solo y tena miedo, o crea que no caba entonces un maestro en el Plata. Por otra
parte los dos peridicos importantes de aquella poca, la Gaceta mercantil y El lucero lo
maltrataron cuando alguna vez hicieron caso de sus primeras producciones, y, quin puede
conjeturar hasta qu punto la indiferencia del pblico y las heridas injustas infligidas por
crticos azuzados, pueden encerrar y abatir un alma taciturna!
Se retir a la sombra, y en la soledad y el silencio afil la pluma que con tanto
ahnco clav en los flancos de las preocupaciones y errores que con tanto ahnco combati
toda su vida. Antes de l ningn escritor argentino dio golpes tan rudos a esta sociedad
para despertarla y hacerla andar, y ninguno despus de irritarla la conmovi y satisfizo ms
con su canto melanclico.
Para conocerlo hay que estudiarlo en las obras de su numen: en ellas es maestro. En
las obras, en aquellos opsculos de que hablbamos, es discpulo y muy sujeto. Si se lo
quiere ver con pluma realista llenar algunas pginas magistrales, acusando su innata
vocacin, lase su Apologa del matambre, y ese cuadro lleno de colorido local que no morir:
El matadero.
Con el mismo criterio, la misma verdad y la misma franqueza, asesta los anteojos en
un teatro. brase el segundo tomo de sus obras completas en la pgina 181 y se hallarn
cosas no escritas todava, palabras evanglicas, palabras de oro, sobre nuestro modo de ser
y feos defectos. En ese mismo episodio de El ngel Cado figuran aquellas conocidas
estancias sobre la mujer, que ponen tan de relieve su desparpajo en manifestar las ideas
realistas que abrigaba:

Bien dicho. Yo, a la mujer


No divinizo ni doy
Extraordinario poder,
Pues, romntico no soy
Ni tampoco quiero ser.

Por eso la considero


Tal cual es, frvola y vana
De carcter novelero,
Y oyendo la voz primero
De su inclinacin liviana.

Por eso el oro sobre ella


Tiene tanto podero,
Porque con oro una bella
Sobre las otras descuella
Por su lujo y atavo.

Nuestros jvenes escritores deban conducirse como el gran maestro, y sin nfasis
ni amplitud, pintar fotogrficamente naturaleza, hbitos, usos, costumbres, carcter y
lenguaje.
Dnde hallar un poeta que canta a nuestra lavandera, a nuestros pasteleros, a
nuestro naranjero, por ms que sea este ltimo un tipo extico, pues no debemos
limitarnos simplemente a lo indgena, sino tambin comprender a toda importacin
extranjera modificada por nuestro medio?
Tenemos poesas de este gnero en las que solo el ttulo es realista; preciso es que
ellos sean, en verso espiritual y diestro, sin grandes batidos de alas o pruritos de

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imaginacin, un retrato fiel, minucioso y vivo. Vivos, llenos de vida: que resuciten y no
exhumen ante todo!
En esta gran empresa de emancipacin y verdad, dara sombra a nuestra juventud la
figura augusta de Echeverra. Ella los defendera y haralos respetar!

(Continuar)

La Nacin, 13 de mayo de 1880

El naturalismo. Tercera parte

Luis B. Tamini

IX
Balzac es uno de los escritores ms extraos que haya producido ese suelo francs,
tan estril en caracteres originales y tan lleno de embarazos para el hombre libre e inde-
pendiente que quiere romper el molde de su pas y las vallas de su siglo.
Manejando una pluma en tiempos de proselitismo ardiente en los que todos eran
sectarios, clsicos y romnticos, l no se afili a ninguno de los partidos en lucha y
combati contra el aislamiento y la miseria arrojndose sobre esa presa que zamarre como
ninguno; el corazn humano.
Vae soli! Ay del hombre solo!, ha dicho el Eclesistico para espantar a los
audaces que se niegan a formar en el rebao de Panurgo37. Cara pag su rebelda. Una taza
de caf hasta las cuatro de la tarde y ms deudas que cerdas negras contaba su cabellera de
len, constituyeron su pena.
No importa. Llenando pginas que desechaba en seguida porque no lo satisfacan,
hasta componer 30 40 volmenes que no vieron nunca la luz pblica, mataba su apetito;
y de los malos ratos que le daban sus acreedores se consolaba con estas palabras: Haz
deudas si quieres tener genio.
Pint al noble y al burgus sin hacerles merced de un vicio solo, de una necedad, de
una arrogancia. Pero no pas aqu y olvid llamar a la vivienda del pueblo. Fund el
realismo, mientras que otro genio no menos personal ni menos desdeoso, Stendhal, hunda
sus uas con encono en los corazones corrompidos que hipcritamente se le presentaban
velados por todos los xtasis del misticismo clsico y romntico.
Ms desgraciado que Balzac, fuele imposible soportar la vanidad y las pequeeces
de los escritores de su poca, atacolos de frente y pag su osada muriendo en el extranjero,
acusado por Luis Ulbach38, un mastn, de renegado de su patria y familia.
Ensea la historia que los reformadores no cosechan ni la gloria, ni los frutos de su
propaganda. Tienen que pelear, sacrificarse y morir: sus cenizas son las que fecundan!
Por algunos aos flotaron sin timn La Comedia Humana de Balzac y Le Rouge et le
Noir de Stendhal, hasta que fueron a despertar a Zola en la oficina de un librero donde
acumulaba guarismos. Cerr entonces el libro diario de su patrn, llam al pueblo a su
alrededor para pedirle su inspiracin y la historia de sus dolores, y se propuso continuar en
su Historia natural y social la Comedia Humana de Balzac.

37
Personaje de Pantagruel de Rabelais. Se alude al episodio de los carneros de Panurgo para sealar a los
que se apresuran a hacer alguna cosa por espritu de imitacin.
38
Luis Ulbach (1822-1899). Literato francs. Detractor de la escuela naturalista, a la cual le dedic en
1868 un feroz ensayo titulado La littrature putride.

34
Ms preparado que su maestro, con medios ms certeros de anlisis que la ciencia
naciente le brindaba, abraz los tres reinos de la humanidad: la aristocracia, la burguesa y la
plebe, fiado en sus solas fuerzas y fund el naturalismo.
Hoy no recorre aislado esta senda, Daudet, Flaubert y Goncourt lo acompaan;
solo que temiendo mucho estos la grita de sus colegas, oscilan entre un realismo subido y
un naturalismo atemperado. Tampoco le faltan discpulos ardientes que se arrojan en la
pelea con todo el fervor de los primeros sectarios: Huysmans y Vas Riconard pertenecen a
este nmero con todos los colaboradores de la revista naturalista que les sirve de rgano en
Pars. A ms de una publicacin importantsima que circula en todo el continente europeo,
El mensajero de Europa, y de la cual es corresponsal Zola, sirve de heraldo a sus doctrinas.
Veamos cules han sido sus progresos. La Alemania, nacin la ms sabia sin
contradiccin del viejo mundo, las ha acogido con todo el entusiasmo de que es capaz un
alemn. Considera a Zola como el primer romancero francs, y alaba y exalta su rica
imaginacin, el vigor de su estilo y sus poderosas facultades de analista. Como
ostensiblemente es excomulgado y maldito por los escritores franceses, por ms que
secretamente consagren a sus romances una lectura famlica, no ha faltado quien diga que
si los alemanes hacen acogida tan entusiasta al autor de LAssommoir es porque desean,
consecuentes con su saa patritica, ver emponzoado al pueblo francs por las ideas
naturalistas. Y as por recurrir a prfida calumnia, prescinden a sabiendas de la tendencia a
la cual obedece actualmente la literatura alemana, de echarse en el cauce que abren poco a
poco sus sabios innumerables.
No son los alemanes los nicos: ah estn los italianos que traducen las novelas de
Zola, Daudet y Flaubert inmediatamente despus de publicadas. De Sanctis, su actual
ministro de instruccin pblica, se ha proclamado naturalista y ha dado conferencias en
Npoles en defensa del nuevo credo literario. Italia, directa heredera del ideal griego al cual
conserv y dio alimento, erigida en su vestal; Italia, la que con Dante y Petrarca dotara por
siglos al mundo del amor platnico como sentimiento soberano, hoy es columna del
positivismo. Bien para ella! Es el hada bienhechora que preside el nacimiento de todas las
grandes causas.
En cuanto a la mojigatera inglesa ha sido en Europa la que ha lanzado siempre la
primera piedra. De Foe, Fielding, Swift, Sterne y Dickens gravitan sobre ella con un buen
lastre de realismo, y no est muy lejano el da en que el naturalismo salve la Mancha y se
entronice con la misma rapidez que la conquista normanda.
Si volvemos a Francia notaremos un rarsimo fenmeno; su aristocracia es la que
acapara las primeras ediciones de los romances naturalistas a pesar del odio mortal que les
profesa y que lleva hasta el punto de no mentar el ttulo de uno de ellos en un saln sobre
todo si pertenecen a la bestia apocalptica. Mas no hagamos mucho caso de su criterio. Est
minada por el pesimismo de Schopenhauer y Hartmann, y toma al naturalismo como al
sport: emociones de refinados.
Quin en Pars lee hoy los romnticos? Las ediciones de sus novelas abarrotan las
libreras y pasan despus al mercado de la Amrica del Sud, donde nosotros las recibimos
en medio de vtores y otras manifestaciones de entusiasmo. Uno de los enemigos ms
enconados que tiene Zola es Luis Ulbach y todo por haberle dicho en una revista que su
pblico estaba compuesto de americanos del Sud.
Emilio Zola, Gustavo Flaubert, Alfonso Daudet y Edmundo de Goncourt, he aqu
los autores que se leen en Pars! Los peridicos hablan de sus obras en preparacin, como
se ocupa la crnica de las peras que escriben los grandes maestros.
Las ediciones anunciadas se agotan antes de ser publicadas. En febrero se
representaba ya una adaptacin de Nana en Npoles, y desde enero se venda la cuarta
edicin de este romance en Estados Unidos.
Nunca una idea salv con ms rapidez las fronteras!

35
X
No deis mucho crdito al francs cuando leis sus arranques catonianos contra el
naturalismo. Est lleno de cualidades brillantes, es el portaestandarte hoy de la raza
neolatina; pero es verstil y vano como ningn otro europeo. Quin os dice que batallones
enteros de romnticos, no se pasarn maana a las filas naturalistas?
Procede en literatura como en poltica: cada etapa de su historia ha sido una
veleidad y una sorpresa. Stendhal, disgustado de su presuncin, de su orgullo y arrogancia,
fuese a morir a Miln y pidi que se grabara en la lpida de su tumba: Aqu yace H. Beyle
(milans).
Habituado a ver lucir en los escenarios de sus teatros la cinta roja de la legin de
honor, va-t-en le dice con altivez al pueblo porque es pueblo, con el nio elegante, que
envuelto en una cachemira y tendido en un land, sigue a escape la avenida de los Campos
Elseos.
El naturalismo ha triunfado en las conciencias; las resistencias que encuentra hoy
son preocupaciones de clase. Siendo este sistema una revolucin de plebeyos, los patriotas
se obstinan, en primer lugar, en no ceder a estos la escena en que hasta ahora ellos solos se
exhibieron, y en segundo lugar injurian a la mano audaz que los despoja de su toga blanca,
para que caigan sobre sus lacras con la hez de la rampa las miradas curiosas de los
espectadores.
Naturalismo y romanticismo! Pueblo flaco y pueblo gordo!, como deca
Macchiavelli. Y as como pas con las vacas del sueo del Faran, el flaco masticar al
gordo.
Por qu atacaron tanto a LAssommoir? No solo porque sacaba a la vista la
naturaleza y tendencias de la escuela, y tremol como su estandarte, sino y con prelacin a
todo porque destap la boca de un infierno y pdose or y contemplar dentro ms
horrores, blasfemias y agonas que las que encierran los clebres treinta y cuatro cantos del
poema de Dante.
Hoy que aparece Nana, dicen:
Tras la vil canalla la ramera.
No quieren comprender que el fin del naturalismo es estudiar a la sociedad entera y
que, llegando a esa meta, pestfera, el demi-monde, hay que salvarla, porque de otra manera
esta faz corrupta quedara sin observarse.
Maana llegar su turno al grand-monde, y veris entonces las pretensiones de esa
gente, volverse rabiosamente contra Zola, y hasta el garrote pedir para el novelista que tiene
una mancha de tinta para cada mancha de sangre o de fango que encuentra.
Los escolares aprenden a vivir entre hombres y luchar con ellos, viviendo y
formndose en medio de otros escolares. Al vicio lo sentimos siempre a nuestro lado,
como si fuera hermano de nuestra sombra y lo encontraris a menudo en la mano que os
saluda, en esa boca que os sonre, en esa mirada que os examina. Si hay que vivir con l y
ha de detener a cada rato nuestro paso, encubierto y a mansalva, cmo luchar y
defenderse? Con libros como Nana, que destrozan la economa, pero que advierten, acusan
y ensean.
Experiencia de escolar, si queris, del carcter de aquella que nombramos ms
arriba: mas lecciones tambin que limpian y despejan cierta atmsfera que todos
atravesaremos algn da.
De cuntas nociones falsas sobre la sociedad nos libra el naturalismo! Cuntas
cosas aprendemos a llamar por sus nombres! Cuntas llagas, gracias a l, por primera vez
pueden sondarse!
Qu dirais si el cirujano envolviera en gasas el miembro enfermo y en seguida
operara? Lo creerais loco. Pues bien, no de otro modo maniobra su antagnico, el lirismo,
y ha escrito millares de volmenes que no son ms que millones de palabras, bibliotecas

36
enormes con las cuales, puestas en escala, se podra ascender hasta la luna, ese astro que
influencia tanto a los romnticos.
El buen sentido, el sentido prctico con que la naturaleza nos dot al nacer, a partir
de los quince aos o antes, con sus apasionadas lecturas, lo extirpa el romanticismo, y
desde entonces cruzamos el mundo como aves que el huracn se lleva, ciegos, sordos para
todo lo que nos rodea, excepto para nuestro vrtigo.
Recuerdo que Molinari39 atribua el desarrollo prodigioso de los Estados Unidos al
sentido prctico de los norteamericanos, sentido del que carecen los pueblos de raza latina.
A nosotros nos hace una falta inmensa. Casi me atrevera a decir que nuestra historia de
nacin independiente es el desenvolvimiento del sentido abstracto, o del sentido esttico o,
lo que es lo mismo, del sentido oscuro en lucha con la realidad, con la crudeza de las cosas.
Hijos de un pueblo escolstico que se quem las cejas en las hogueras de la
Inquisicin, nos paseamos con el Contrato Social y los Derechos del hombre por las
cumbres ms sublimes y ridculas de la filosofa poltica, para derrumbarnos despus sin
contrato y sin derechos a los precipicios ms hondos de la barbarie y de la demagogia
revolucionarias; y habiendo consultado todas las constituciones del mundo para redactar la
nuestra, hemos hecho una cosa tan perfecta, que nadie quiere or hablar de ella. Si ms
defectuosa fuera, admitindose que no hay nada tan fastidioso como un hombre perfecto,
quiz la estimaramos ms, aplicndole con ternura las palabras de Talleyrand40 dedicadas a
uno de sus amigos: Lo quiero mucho porque es muy vicioso.
Creemos que todo est dispuesto aqu para que se implante el naturalismo sin
esfuerzo.
Como toda democracia turbulenta, nuestra sociedad es muy realista. El hombre se
muestra desnudo, el respeto y el misterio nada tapan, y todos sabemos si miente cuando
habla de su hogar o grita en la plaza pblica.
Echad una mirada sobre nuestra juventud. Ninguna capital del mundo, Pars
mismo, tiene otra tan precoz en todos los terrenos, ni ms inteligente, ni ms amante de la
iniciativa y del progreso, al par que, cosa que por desgracia tiene que marchar aparejada,
corrida y hastiada del mundo desde muy temprano. Ella es la que ha devorado a Nana. En
estos momentos andan febrilmente por sus manos 1.500 ejemplares.
No fue advertida a tiempo: ese recibimiento y ovaciones, debi conceder a
LAssommoir. Nana es el ms inferior de los romances de Zola. En ms de una de sus
pginas se ve que la implacable pluma del maestro desfallece, que su estilo habituado a
esculpir con frases cortas y rotundas como los golpes del cincel, cesa de herir y se
desvanece quiz en momentos en que el mismo estilista acuda a un frasco de sales,
descompuesto por la terrible prueba, esa Nana que a todo trance deba historiar.
Esta boga de un libro en Buenos Aires inslita, que ni Los Consuelos de Echeverra
conocieron, responde tambin al magnetismo que ejerce Pars sobre nosotros, a ese
lastimoso afrancesamiento que nos sorprende indefensos, pues ni los espaoles producen
cosa que rivalice con el libro francs, ni manejamos nosotros ms lengua extranjera que la
francesa.
Trmulos y extticos ante la gloria de Pars, vivimos con los ojos puestos en nuestra
rada, esperando el prximo paquete. Qu libro leeremos? Aplaudiremos a Gladstone41?
Renegaremos a Gambetta42? Esto lo sabe el capitn antes de que ancle el paquete.
Moda e imitacin!, estas dos cosas constituyen, la mitad de nuestra esencia. Los
elementos de la otra media, no se han distinguido todava.

39
Gustave de Molinari (1819-1912). Economista belga asociado a la escuela francesa del laissez-faire.
40
Charles-Maurice de Talleyrand-Prigord (1754-1838). Religioso y poltico francs.
41
William Gladstone (1809-1898). Poltico ingls, jefe del Partido Liberal.
42
Len Gambetta (1838-1882). Poltico francs. Fue elegido Presidente de la Cmara de Diputados en
1879 y Presidente del Consejo de Ministros en 1881.

37
Baja la fiebre del cerebro; es decir, de la gente que piensa y escribe, y circula
abrasando las venas de nuestra alta sociedad, cuyo carcter distintivo y que la apellida tal, es
vestirse a la parisiense con ms rigor que las otras facciones del pueblo.
En efecto, y no solo en su vestir imita hasta la calcomana a la burguesa acaudalada
de Pars. Gran chasco se lleva cuando se cree figurar a la cola de ese brillante ncleo, la
aristocracia del Faubourg Saint Germain o Faubourg Saint Honor, de las que podrn
contar algo muy pocos compatriotas, tres o cuatro a lo ms.
El viajero argentino ha conocido la sociedad francesa a pie, a caballo o en carruaje,
en los hoteles o en excursiones; mas nunca penetr a esos sagrados recintos. Y vale la
pena de imitar a la burguesa, ridcula, tacaa, inflada de viento, saco repleto de cuanto hace
insoportable la vida al hombre inteligente cuando nuestra mujer, es la que da todo su tono
a nuestro grand-monde, por su tipo fsico y gracia natural tan superiores a la francesa?
En Madrid la reaccin comenz por la peineta que las damas usaron para protestar
contra la exaltacin del rey Amadeo. Si hay en Buenos Aires una mujer bastante
encumbrada que envidie los lauros del clebre autor de la escarapela bicolor, que descubra
y enarbole cuanto antes el emblema de esta otra independencia que nos falta,
emanciparnos de la tirana de Pars!

XI
Hasta los genios son ingenuos cuando no ponen atencin en lo que dicen. Pascal
delante de un paisaje, obra de un pintor de su tiempo, exclama: A qu un paisaje en una
tela, si la naturaleza me lo presenta ms colorido, ms vivo y ms bello?. Si en seguida
hubiera tomado un lpiz y hubiera ensayado esbozar la perspectiva de un cuadro, notado
habra con asombro la profunda diferencia entre la escena, retazo del panorama que
descubre la naturaleza, y el facsmile que de aquella compone el artista.
A tal punto es esto cierto que la primera educacin que se da al dibujante es para
hacerle adquirir la capacidad de llevar, como deca de Vinci, el comps en el ojo; es decir,
amaestrar la vista, saber mirar, aprender a ver.
El cuadro tiene su punto de vista porque lo tiene el espritu y su horizonte limitado
porque es circunscripto el dominio de nuestra percepcin. Con una mirada abarcamos
todos los planos de una tela, mientras que colocados en un punto culminante con delicadas
extensiones a los pies, padece nuestro sentido esttico el mismo vrtigo que si nos coloc-
ramos y mirramos a la sima de un abismo.
Y no solo estas restricciones sufre el pintor, el punto de vista y la reduccin del
campo, tambin se le imponen otras que son obra inconsciente del mecanismo del espritu
y que nada tienen que ver con su gusto particular, sus principios o su escuela. Al retratar los
objetos el juicio opera instantneamente; creemos trasladar fielmente una escena y
realmente la inventamos; creemos escrupulosamente seguir un orden natural y lo alteramos,
a punto que puede decirse que copiar exactamente es imposible.
Estamos condenados a crear, a inventar toda la vida, a estampar en todas las cosas
el sello de nuestro espritu para levantarlas a nuestro alcance y hacerlas comprensibles, a
disponer a la naturaleza con arreglo a nuestras facultades para poder dominar con un golpe
de vista y raciocinar, comparad una copia fotogrfica con el retrato de un pincel realista. La
primera es la miniatura de vuestra sombra proyectada en una tarjeta, imagen fra, silueta
muda que nada os dice. El segundo es elocuente, se trasluce al hombre al revs de la pasta,
brota la vida all porque el pintor imprimi, si se me permite la expresin, su humanidad en
l. Vase, pues, cun falso es el argumento de Pascal.
En resumen, romnticos y naturalistas no pueden ms que imitar: la diferencia que
hago entre unos y otros es que estos consiguen acercarse ms a la verdad.
Sin embargo, al atacar al naturalismo le reprochis que practique el servilismo del
plagio, profesando con los romnticos que el arte es la interpretacin de la naturaleza.

38
Mistificacin, deberais decir, porque el arte que interpreta del modo que imaginis
engendra un mundo de idealidades que nada tienen que ver con las cosas de aqu abajo,
rasgos de mil y una noches, viajes al pas de cucaa, son sus obras.
Como el romanticismo es la negacin cientfica, por excelencia, especie de sectario
de Swedenborg43, hablis de las cosas como si las conocierais profundamente.
Deca que sois la negacin cientfica y aado que os negis a vosotros mismos. Mas
renegis de la imitacin por correr tras de la interpretacin. Cmo contradecir aquel gusto
tan activo que manifiesta el hombre por la imitacin? Los escaparates del comercio estn
cargados de pequeos artefactos simulando los objetos ms usuales, una cajita que imita a
una concha, una cigarrera a un bal, un tintero a una mesa puesta. Cuntas veces esas
reproducciones insignificantes nos han llamado la atencin sobre un detalle, una
particularidad que ignorbamos!
Acontece lo mismo con una escena de Madame Bovary, por ejemplo. Vemos a la
herona de Flaubert sentada con su labor, notamos que baja y sube su pecho acusando una
obsesin, que se cierran sus prpados con languidez, mientras las moscas zumban a su
alrededor, y alguna se pasea en su mejilla calentando voluptuosamente sus patas al calor de
su rubor.
Millares de personas recorren diariamente nuestras calles, y todas miran con
curiosidad a uno y otro lado como si con esta sola preocupacin hubieran salido. Cuntas
toman el rasgo caracterstico, el significado de las cosas de importancia o que no
encuentran? Poqusimas.
Muchas veces sorprendidos reparamos por primera vez en un incidente de nuestro
teatro diario de observacin, ante el cual hemos vivido aos enteros. Regla absoluta: son
muy pocos los que pueden observar por s mismos y en observar cosas nuevas hay suma
dificultad.
Resulta entonces la utilidad, de que un romancero tome la pluma y nos represente
las cosas tales como son.
Nosotros los argentinos, embebidos de estudios abstractos, que no conocimos las
lecciones-objetos de la escuela, insignes lectores de versos, rebosantes de espuma y lirismo,
somos de lo ms impropios para la observacin, pues no descubrimos lo que otros ven,
vemos mal y lo poco que observamos no lo sabemos grabar. No creo ser el primero en
decirlo entre nosotros, los nios, las mujeres y los hombres incultos son los mejores
observadores, por ser los que menos tiempo perdieron con los libros y por consiguiente los
que menos ter conservan en sus meollos.
El hombre culto rumiando siempre su educacin sublime, su alimentacin
abstracta, es un sonmbulo en el hogar, en la calle, en el teatro y en todos los observatorios
posibles.
Y anttesis cmica: romnticos cuando toman la pluma, romnticos cuando se
desmayan en alas de su fantaseo, son naturalistas cuando dejan retozar libremente su
carcter. Hasta propasarse quiz, solo que entonces, as como hay autores de baja latinidad
ellos lo son de baja naturalidad y merecen la exclamacin aquella proferida por Napolen
delante de sus cortesanos en un da de franqueza: Cuando muera haris puf!.
Habra paradoja en proponer a los hombres el naturalismo encantador de los
nios? Es en estos la expresin de su inocencia, de su falta de preocupaciones y de lo que
en este siglo se llama educacin: en aquellos tendra que ser obra de su conviccin.
En este sentido trabaja la escuela naturalista. La tartufera poltica, dice un
diccionario, es un vicio moderno; ms lo que es aquello que yo llamar tartufera
gramatical; es decir la antfrasis y el eufemismo es un vicio antiguo. Qu no han hecho los

43
Emanuel Swedenborg (1688-1772). Cientfico, filsofo y telogo sueco con una carrera especialmente
prolfica en las ciencias.

39
tartufos de la lengua francesa contra eso que sarcsticamente llaman la lengua verde de
Zola?
Para Swift y Defoe, santos del clasicismo ingls, grandes autores de obras maestras
y tambin de muchas palabras groseras e imgenes vulgares, incienso y admiracin: estn
muertos y hablan ingls sobre todo. Mas para Zola, fango, fango, hasta ahogarlo en l.
El crimen de este hombre de bien es conversar con sus lectores, con gravedad y
compostura si el asunto lo requiere, deslizar alguna frase osada si con ella ha de animar al
dilogo dndole ms verdad o ha de desarrollar mejor su tema, no mostrarse ni ms
atrevido ni menos correcto que lo que son sus personajes en la sociedad a que pertenecen,
y nunca concluir con un eplogo en que se destaque un aforismo pretencioso que el lector y
no el autor debe extraer.
Algo ms persigue su prosa, tan robusta, tan nutrida, como que sale del puo de un
atleta. Procura y ningn otro escritor lo alcanza en ese acorde perfecto que en Francia
llaman al estilo de las cosas y en el cual la armona imitativa apenas figura como un ligero
accidente. De ah que sea tan notable en las descripciones, y que solo Dickens, entre los
contemporneos, pueda presentar pginas tan acabadas.

(Continuar)

La Nacin, 14 de mayo de 1880

El naturalismo. Cuarta parte

Luis B. Tamini

XII
Pasa en literatura lo que en poltica: son malas las causas que no triunfan. Mucho
tiempo hace que el xito destron a la razn y a la justicia. Beati possidentes! es el lema de sus
doctrinarios de todos los campos.
El naturalismo aparece recin, apenas traz ayer su camino y cuenta con reducido
nmero de literatos adeptos; mientras que el romanticismo domina casi en todas las
literaturas del mundo o influye sobre ellas no poco. Dadas estas condiciones, hasta la
posibilidad de la lucha se negara, si no se hubieran acometido ya los capitanes de ambos
bandos.
Despus de la ruidosa disputa entre clsicos y romnticos, este siglo XIX
contemplar por segunda vez en pugna a dos escuelas literarias radicalmente diversas,
irreconciliables, renovarase el combate de David y Goliath, Zola contra Vctor Hugo, en
esa liza consagrada de la Europa que tres civilizaciones han batido, y hemos de ver tendido
al gigante para que ms de una ridcula imitacin ponga entre nosotros fuera de la ley al
naturalismo. Es este como esas semillas que germinan sobre la piedra, si se les riega la tierra
vegetal.
Seguros de su derrota lo atacis sin ton ni son, pues nada os parece ms fcil que
consumar el desconcierto de un enemigo vencido. Vuestra crtica es vaga, apunta a todas
las partes vulnerables y no da en ninguna, y procura ante todo aturdirse con el estruendo de
las descargas, otro de los saludos del lirismo.
Si discutierais al menos un programa como este que he intentado yo?
No tiene el naturalismo todava, como el antiguo romanticismo, ni su prlogo de
Cromwell, ni su peridico manifiesto como La muse franaise. Juzgad mi obra, dice Zola.

40
Y bien, si no la leis, si no la estudiis, si os dejis marcar por los juicios crticos que
nos llegan del extranjero, o no habis asistido en su mismo teatro a una parte de la lucha
como asisti el que escribe estos renglones, tendris que calumniarla.
Pensad que deben los naturalistas sostener un credo muy poderoso para ser
combatidos con acrimonia tanta; y temed, porque ah est la historia narrando el gnesis de
todas las grandes causas, la ligereza y petulancia de un Len X ante movimientos como La
Reforma. Es una querella de monjes, exclamaba este infalible.
Mirad que los romnticos combaten al naturalismo ante todo por salvar su propia
obra, que sus contradictores ms escuchados son Cuvillier-Fleury44, Saint-Victor,
Pontmartin45, retrgrados y taciturnos que no viven en este siglo y quisieran no tener
contemporneos. Qu les hace el naturalismo? Los anula. He aqu la razn primordial de
su prdica violenta.
Acsanlo unos de socialismo porque en sus romances presenta al pueblo con la
cara limpia y el corazn noble, y otros de su antpoda, el cesarismo, porque, notable
desacuerdo!, no acepta ms que el laconismo de los hechos, cosa que para esos crticos
profundos tiene que llevarlo a glorificar aquel hecho consumado un 2 de diciembre.
Otros menos trascendentales se limitan a decir que sus libros no pueden confiarse a
todas las manos. Verdad innegable! Cada libro de Zola tiene su pblico y lo que es por
ahora parceme que los romances naturalistas al explorar un suelo virgen, mejor que en
otras manos estn en manos de los escritores y moralistas.
Si otros se apoderan de ellos y por falta de mundo, o exceso de animalidad
inquieren tan solo lo que puede irritar sus apetitos, tambin pasa lo mismo con las obras de
higiene, anatoma, fisiologa, sin que a nadie se le haya puesto todava acusar de inmoralidad
a estas ciencias. Si es til hasta la lectura del libro ms humilde, hay que confesar tambin
que todos ellos sin excepcin, propinan grandes o pequeas dosis de veneno.
Ningn libro hace de un hombre malo otro bueno, como ninguno corrompe a
quien no est corrompido ya.
Y a la inexperiencia, diris, cmo preservarla de ciertas asechanzas? La
inexperiencia, respondo, no debera conocer otro camino que el de la escuela al hogar. En
Europa, ese continente que os pintan devastado por el vicio, est muy bien defendido.
Si en Buenos Aires puede caer el romance de Zola en manos de un joven de 15
aos, culpad a nuestro estado social y no al romancero. Un escritor, como dice Larra, no ha
escrito nunca para los que no saben leer.
Por ltimo, no hagis caso de nuestros poetas cuando pretenden erigirse en
pensadores: os aturden y confunden con frases que nada ensean, les entregis vuestro
juicio en cambio de unos mustios balbuceos del estilo de Vctor Hugo. Romped alguna vez
con la magia del nombre y preferid antes que ver a vuestro pensamiento esclavo, privaros
de l!
Taine, el primero y el ms fuerte, arremeti contra la escuela oficial de Cousin, y
cuenta al perfilar con irona el espritu y dotes del jefe de la escuela espiritualista, que oy
decir para caracterizar el dominio que este hombre ilustre ejerca entre todos los que se le
acercaban: Ah!, si os encontris bajo la influencia de la varita del mgico!.
Pues bien, esto es humillante. Respetad y haced mucho caso del profesor en su
ctedra, mas no admitis luego sino lo que vuestro buen criterio os ensea.

44
Alfred-Auguste Cuvillier-Fleury (1802-1887). Periodista y crtico literario francs.
45
Armand Augustin Ferrard, Conde de Pontmartin (1811-1890). Periodista y crtico literario francs.

41
XIII
Asist a la primera representacin del Botn de rosa en 1878, en el teatro llamado del
Palacio Real. Vi cmo se organiz y triunf la cbala. Divis a Sarah Bernhardt46, los
Coquelin47, Daudet, Goncourt, en sus puestos: iban a saludar y honrar al maestro y a resistir
aunque con la muerte en el alma al aquiln que deba reventar esa noche.
Vea a los crticos dramticos ensartados en largas hileras de corbatas blancas y fracs
negros, simulando perfectamente un cortejo de sacamuertos. Aguardaban en sus butacas a
que la vctima acabara de expirar, como los cuervos que forman cerco a la bestia
moribunda hambrientos de su cadver.
La claque triunf: al da siguiente se proclamaba que el naturalismo nunca escalara
el teatro y que contaba con una derrota ms y recordaban el descalabro no menos
inmerecido de Teresa Raquin.
Muy bien. Mas asist tambin al ao siguiente en el Ambig, a una de las
representaciones del muchas veces centenario LAssommoir. Platea, orquesta, palcos,
galeras, todo desapareca tras de una masa humana tan compacta como no vi otra nunca en
un teatro.
Las terribles emociones que partan de la escena la gobernaban y sacudan, y
tenanla tan sojuzgada como una veleta a merced del viento. Qu hermoso despique para
Zola! Tena esclavos all a los que hasta ayer no ms lo befaban y que hoy pagaban tributo a
su inspiracin y a su escuela.
Concluy el poderoso drama, adaptacin de la novela del mismo nombre, trayendo
a la memoria de los viejos parisinos por el tumulto y la algazara de la salida, los grandes das
de Hernani, Marion de Lorme y Le roi samuse. Calenturiento, creyendo que yo tambin tena
parte en el esplndido triunfo, tan ardientes haban sido las simpatas con que acompa al
juego de los actores, busqu aire fresco, proximidad, roce con el pueblo cuyo advenimiento
acababa de aplaudir.
Llegu a Batignolles, barrio y uno de los baluartes exteriores de Pars. Tarde era ya y
no paseaba nadie por el baluarte. El obrero haba cerrado su puerta, pero el lupanar las
tena abiertas de par en par y por ellas sala el hambre vestido de negro y vagaba
atormentado entre los rboles fantsticos que orlaban las aceras!
Arpas, sombras negras como la noche que nos envolva, se movan y se escurran
por todas partes.
Y todos tenan la silueta de Gervasia!
Coupeau roncaba aqu y acull, con los pies en el arroyo y la cabeza en el charco
que acababa de vomitar de sus fauces. Y LAssommoir trotaba en mi cabeza desarrollando
con irona sus lgubres cuadros, a cuya punzante verdad recin tomaba todo su acre sabor.
Me imaginaba que todo me miraba con un sarcstico rictus de muerte; record a
Larra, el gran crtico, y aquella espantosa figura de Bilbao. Yo tambin herido por el
siniestro espectculo, tuve mi presentimiento. Remarcaba el paso cauteloso, nervioso y
como felino de las sombras, saba que millares de ellas a esa misma hora, poblaban todos
los baluartes excntricos, formndole una verdadera cintura a Pars. No era aquello la
miseria que se agazapaba, se esconda, para preparar la tea y afilar el pual?
Si diriga la vista hacia el centro de la ciudad, se me presentaba de golpe la
iluminacin de sus millares de picos de gas como el reflejo crudo e insolente de la gran
bacanal, reflejo de incendio tambin, el incendio que fermentaba a mi lado. Y la comparaba

46
Sarah Bernhardt (1844-1923). Clebre actriz francesa. Visit Buenos Aires por primera vez en 1886, en
donde debut con La dama de las camelias en el teatro Politeama. Regres a la Argentina en 1893 y
1905.
47
Benot Constant Coquelin (1841-1909). Renombrado actor francs. Visit Buenos Aires en 1888, 1890
y 1907.

42
a ms con esos relmpagos que fulguran aqu en Buenos Aires en pleno cielo estrellado, y
que parten de nubarrones negros encubiertos por los horizontes.
En el teatro haba aclamado el advenimiento del pueblo, y en el bulevar se me
pona delante, sangrienta e iracunda, la reivindicacin!
Qu har el naturalismo? Nada temis. No es, ni puede ser ms que una doctrina
literaria, y gastar su energa en arraigarla bien hondo para que crezca lozana y no la
conmueva ya. No echar combustible a la hoguera.
Nunca arrojar aquel grito de los nihilistas, de profunda decepcin, de amarga
desesperacin, de soberbia y exterminio: Viva la muerte!.

XIV
Y ahora, terminados estos folletines, y dirigindonos a la juventud que piensa y
escribe en Buenos Aires, le decimos: Definid vuestro credo! Qu sois: romnticos o
naturalistas?.
Si hacis caso del Apocalipsis, recordad que no acepta los medios trminos: Puesto
que eres tibio dijo el profeta y que no eres fro ni caliente, te apartar de mi boca.
Por ltimo, leed estas lneas que vierto del francs y que escribi Zola en 1877:

Los Rougon-Macquart deben contar una veintena de romances. Su plan est


trazado de 1869 y lo sigo con un extremo rigor. LAssommoir ha llegado a su
hora y lo he escrito como escribir los dems sin apartarme un pice de la
lnea recta. Esto es lo que constituye mi fuerza. Tengo un fin, hacia el cual
me dirijo.
Cuando LAssommoir apareci en un diario fue atacado con una brutalidad
sin ejemplo, denunciado, cargado de todos los crmenes. Ser necesario
explicar aqu, en algunas lneas, mis propsitos de escritor? He querido
pintar la decadencia de una familia obrera en el apartado medio de nuestros
arrabales. Al fin de la crpula y de la holgazanera llega la relajacin de los
lazos de familia, las torpezas de la promiscuidad, el olvido de los
sentimientos honestos y despus, como desenlace, la vergenza y la muerte.
Seguramente LAssommoir es el ms casto de mis libros. Otras llagas ms
horribles he debido palpar a menudo. La forma solamente ha asustado. Se
han enfadado con las palabras. Mi crimen es haber tenido la curiosidad
literaria de pintar y fundir en un modelo muy trabajado el lenguaje del
pueblo.
Oh!, la forma; aqu est el gran crimen! Existen sin embargo diccionarios
de este lenguaje, letrados lo estudian y gozan de su vigor, de sus imgenes
imprevistas y llenas de fuerza. Ella es un regalo para los gramticos
escudriadores. No importa, nadie ha entrevisto que era mi voluntad hacer
un trabajo puramente filolgico que creo de vivo inters histrico y social.
Por lo dems, no me defiendo. Me defender mi obra. Es una obra de
verdad, el primer romance sobre el pueblo que no mienta y tenga el olor
del pueblo. No se debe concluir que el pueblo entero sea malo; no son ms
que ignorantes y estragados por el crculo de duro trabajo y miseria en que
viven.
Solamente ser necesario leer mis romances, comprenderlos, divisar
claramente su conjunto, antes de dar los juicios rotundos, grotescos y
odiosos que corren sobre mi persona y mis obras.
Ah! Si se supiera cmo se ren mis amigos de la leyenda pasmosa con que
se recrea a la multitud!, si se supiera hasta qu punto el bebedor de sangre,
el romancero feroz, es un digno burgus, hombre de estudio y de arte, que

43
vive modestamente en su rincn y cuya nica ambicin es dejar una obra
vasta y viva como pueda! No desmiento ningn cuento, trabajo, me
entrego al tiempo y a la buena fe pblica para que me descubran al fin bajo
la mole de tonteras que acumulan.48

48
Trascripcin del prlogo a la primera edicin de LAssommoir.

44
Nueva Revista de Buenos Aires, mayo de 1881

Revista europea. Parte literaria49

Ernesto Quesada

Der wahre Kunstrichter folgert keine


Regeln aus seinem Geschmacke, sondern hat
seinen Geschmack nach den Regeln gebildet,
welche die Natur der Sache erfordert.
Lessing (Dramaturgie)

Es tan inmenso y variado el movimiento intelectual de la Europa, que si bien es


dificilsimo abarcarlo en un cuadro general, no lo es menos apreciarlo con exactitud, a causa
del distinto criterio que se hace necesario emplear en el estudio de sus diferentes literaturas.
Lessing, el gran crtico alemn, ha dicho por ello con gran verdad: El verdadero crtico no
sigue reglas que nacen de su gusto, pero forma a este segn las reglas que en cada caso
exige la naturaleza de las cosas.
Por esta razn, era lgico trazar a grandes rasgos el fondo del cuadro en que figuran
los modernos escritores, para que estos puedan mejor destacarse del conjunto y presentar al
primer golpe de vista su personalidad acentuada. Es necesario comprender bien la vida
intelectual con su peculiar desarrollo en cada pas, para as juzgar con mayor acierto las
producciones de sus diversos escritores. De ah que en las pginas que siguen,
aprovechando los ms recientes estudios, bosquejo las condiciones de la vida literaria
francesa.
A pesar de que cada literatura nacional gira alrededor de una rbita dada, hay sin
embargo cuestiones que agitan la opinin de distintos pases, provocando libros y artculos
de revistas. De este gnero es el movimiento naturalista a que ha unido su nombre Emilio
Zola, y con el que ha metido tanto ruido. He tratado de analizarlo a grandes rasgos,
comparndolo a la crtica alemana; pero el asunto es tan vasto, que ha sido imposible
agotarlo. Y apenas haba escrito esas pginas, llega a esta ciudad un nuevo libro de combate
de Zola, que requiere nuevo estudio y nueva crtica.
He tratado de condensar lo ms posible tan rica materia, en que lo que abruma es la
dificultad de la eleccin. Habame propuesto pasar en revista el estado de las principales
literaturas europeas, pero la falta de espacio me obliga a retirar a ltima hora multitud de
materiales. Con todo he podido ocuparme del movimiento literario en Francia, Inglaterra,
Alemania, Rusia y Grecia.
Una vez que haya podido dar a conocer el estado general de cada literatura, me
quedar solo por analizar las producciones ms sobresalientes del momento. Y estas, sin
embargo, son tantas, que habr forzosamente que dar a veces la preferencia a unas sobre
otras, para restablecer ms tarde la violada equidad.

El movimiento literario en Europa se desenvuelve en estos momentos alrededor de


la nueva escuela francesa, que bajo el nombre de naturalismo dirige Emilio Zola.

49
En la presente antologa transcribimos nicamente el apartado del artculo original en el cual se hace
referencia al naturalismo, ya que en los dems se abordan temas diversos e inconexos como, por ejemplo,
el parisienismo, las bibliotecas circulantes inglesas, la vida y obras de Dostoievski y los concursos
universitarios griegos, entre muchos otros.

45
El evangelio de esta nueva secta ha sido ya dado a los cuatro vientos, y su pontfice,
sentado en su trpode de Delfos, ha vaticinado al mundo que La literatura del siglo XIX
ser naturalista o no ser nada. Me refiero a su libro Le roman exprimental50 y confieso de
plano que ha llamado la atencin de la Europa entera. Y es fcil explicarse la razn de este
hecho.
Emilio Zola ha visto hacer de su ltima obra, Nana, cien ediciones numerosas en
menos de un ao; el xito lo ha subido al pinculo de la gloria del momento: atrae las
miradas de todos, l lo sabe, y lanza a la curiosidad sin lmites de amigos y enemigos, un
libro escrito con singular calor, irresistible empuje, arraigadas convicciones, y envuelto todo
l por un soplo de proftico vaticino. He aqu el secreto de mi xito asombroso: he ah la
bandera de mi escuela: he ah el credo del porvenir. Es indudable: el nuevo evangelio ha
sido devorado con avidez, y es difcil apreciar todava su verdadera influencia, envuelto
como se halla en el incienso de las alabanzas, o cubierto con el lodo de sus detractores.
En una serie de estudios sueltos, pero que a pesar de su descosida apariencia, estn
ntimamente ligados entre s, discute Zola todas las cuestiones ardientes de la
contempornea literatura, para deducir como supremo resultado que el naturalismo debe
forzosamente imperar. Espritu atrevido pero eminentemente lgico, no retrocede ante las
consecuencias de sus doctrinas, y se desliza de paradoja en paradoja, sostenindolas con el
mismsimo calor que si fueran verdades inconcusas.
Pero su libro es una produccin especialmente parisiense, es decir, muy interesante
para los que estn al corriente de la vida de Pars, que conocen los ataques a que contesta
Zola, y que cogen, por decirlo as, las alusiones al vuelo. Los dems admirarn, es cierto, las
cualidades caractersticas de Zola, su sentido comn, su valor, su franqueza, su audacia;
pero dejarn pasar, sin apreciarlas, multitud de finsimas y satricas ironas.
No me detendr, pues, a examinar el declogo de la nueva escuela a travs de la
crtica parisiense: basta para ello leer la [] stira de Charles Bigot sobre la esttica
naturalista.
Pero es curioso observar cmo ha sido recibido este evangelio en Alemania. Uno
de los primeros literatos contemporneos de aquella gran nacin, cuyo temperamento sin
embargo es radicalmente diferente del de Zola, ha juzgado al naturalismo de manera
decisiva. Me refiero a Rudolf von Gottschall.51
Zola es, ante todo, romancista,52 su fuerte, su baluarte es la novela, con sus
descripciones exactas, sus vivsimos cuadros, sus caracteres tan naturales, sus pinturas
excitantes, su frase ardiente, rpida, incisiva. Gottschall no descoll jams como novelista:
recin en 1875 escribi su primera novela histrica.
En cambio Zola no es poeta: al contrario, sus doctrinas literarias tienden a
concentrar en la novela toda poesa, y a suprimir esta si fuere necesario. Zola no tiene
fantasa: la imaginacin no desempea en sus obras papel importante alguno: es un
conjunto de deduccin, anlisis y crtica. l mismo lo dice en su ensayo sobre el sentido de lo
real. Pues bien, Gottschall es todo lo contrario: es poeta, y posee una ardentsima fantasa.
Profundamente versado en el estudio de los grandes maestros antiguos y modernos,
esttico eximio l mismo, Gottschall ha producido obras maestras en que la belleza de la
forma est en armona con la poesa del contenido.
50
Le roman exprimental - Lettre la jeunesse - Le naturalisme au thtre - L'argent dans la littrature - Du roman - De la
critique - La rpublique et la littrature - Pars, Charpentier, 1880-1 v. en 8 416 pp. (Nota al pie del original).
51
Der poetische Naturalismus in Frankreich. (Unsere Zeit, Januar 1881). (Nota al pie del original).
52
Me encuentro verdaderamente perplejo al usar esta palabra. El idioma espaol no tiene trmino equivalente
a la palabra roman. Romance solo tiene dos acepciones: o la de cierto gnero potico o la de equivalente a la
lengua castellana. Novela sera la traduccin ms exacta, pero cmo hacer entonces la finsima diferencia de
las literaturas alemana, francesa e inglesa, entre roman y nouvelle? Dificultad es esta que an no he podido
resolver. Seguir, entre tanto, empleando el trmino novela como equivalente de roman, aunque lo encuentre
altamente impropio. (Nota al pie del original).

46
Zola ha sido un psimo dramaturgo: sus ensayos de este gnero han dado un
completo fiasco: le falta el quid divinum del teatro. Y sin embargo, l sostiene que el teatro
debe ser naturalista, y cree que es all donde debe tener lugar el combate decisivo de las
escuelas literarias. Gottschall, por el contrario, es un dramaturgo de primer orden: sus obras
han merecido ser representadas en casi todos los teatros de Alemania: su Mazeppa es
considerado en la literatura alemana como una verdadera obra maestra, como la
produccin de un genio.
Y por ltimo, si Zola ha defendido su esttica literaria en su nuevo libro, ya
Gottschall lo haba hecho respecto a la suya, en su clsica Poetik.
Voy a poner al uno frente al otro: dos escuelas literarias encontradas. Cul vencer
en la lucha actual? No es fcil preverlo.
Ante todo, cul es la significacin de la nueva escuela literaria? Zola ha dedicado
todo un fogoso artculo a definir el naturalismo. La escuela naturalista, segn la confesin
de los mismos que la atacan y denigran, se asienta sobre bases indestructibles. No es el
capricho de un hombre, el loco arranque de un grupo: ha nacido del fondo de las cosas, de
la necesidad en que se encuentra cada escritor de tomar por base a la naturaleza. Y
despus de trazar un magnfico cuadro de la revolucin filosfica del siglo XVIII,
ensalzando la gran figura de Diderot, y los trabajos de la nueva escuela que toma a la
naturaleza por base y al mtodo por instrumento, exclama: Y bien!, es esa evolucin la
que yo he llamado naturalismo, y no podra encontrarse trmino ms adecuado. El
naturalismo es la vuelta a la naturaleza, es esa operacin que han hecho los sabios el da en
que resolvieron partir del estudio de los fenmenos y de los cuerpos, basarse en la
experiencia y proceder con el anlisis. El naturalismo en literatura es igualmente la vuelta a
la naturaleza y al hombre, la observacin directa, la anatoma exacta, la aceptacin y la
pintura de lo que es. La tarea ha sido la misma para el escritor y para el sabio. Uno y otro
han debido reemplazar las abstracciones por realidades, las frmulas empricas por anlisis
rigurosos. Es as como ya no hay ms personajes abstractos en sus obras, ni invenciones,
mentidas, ni cosas absolutas, sino personajes reales, la historia verdadera de cada uno, el
relativo de la vida diaria. Se trataba de comenzar todo de nuevo, de conocer al hombre en
las fuentes mismas de su ser, antes de concluir como los idealistas, que solo inventan tipos;
y los escritores no tienen en adelante sino rehacer el edificio por su base, recogiendo la
mayor cantidad de documentos humanos, presentados en su orden lgico.
Como se ve, pues, el naturalismo de Zola no puede derivarse del clsico realismo.
En las literaturas antiguas, el realismo se contenta con observar la naturaleza tal cual es, con
pintarla ingenuamente. La nueva escuela quiere ms: analiza, no toma las cosas tal cual son,
indaga, desmenuza, separa, trata de investigar el porqu de cada cosa: es, como dice
Gottschall, el juez de instruccin de la justicia medieval.
Goethe, para quien el estudio de la naturaleza formaba, junto con su musa, la
inclinacin de su vida, lo ha dicho ya: La naturaleza no se deja arrancar su pdico velo a la
luz irrespetuosa del pleno medioda; y lo que voluntariamente no revela a tu espritu, no
trates de forzrselo con escoplo y martillo. Y bien!, los instrumentos que emplea el
naturalismo no son otros que el escoplo y el martillo.
Toda poesa ha dicho Gottschall se basa en la naturaleza y en la verdad: pero
estos no son en manera alguna sus objetos finales, sino el hacer de all resaltar lo bello, es
decir, que la obra de arte sea un organismo independiente.
El naturalismo desconoce esta verdad: Zola no tiene de ella ni siquiera una mnima
sospecha. Para l entre la ciencia, que se funda en el estudio de lo verdadero, y la poesa,
que, segn l, no tiene otro objeto, no existe diferencia alguna. La obra de arte en s es para
l una fbula de la esttica, y el culto de lo feo parece ser el objetivo capital de la nueva
escuela. En la magnfica caracterstica que hace del romanticismo, Zola afirma esa opinin:
Exigen el color local, creen resucitar las edades muertas. Todo el romanticismo est ah.

47
Rompen los vidrios, se embriagan con sus gritos, se precipitan en la exageracin, por
necesidad de protestar.
El clasicismo haba mantenido en alto la frmula de lo bello, como el alma de su
esttica: el romanticismo le opuso como anttesis, la concepcin de lo feo, y llev hasta las
ltimas consecuencias su doctrina. Y sin embargo, Cuasimodo y Triboulet,
personificaciones de lo feo, no han impedido a Vctor Hugo rodearlos de una luz
semifantstica, envolviendo sus figuras en una aureola de gloria ideal.
Pues bien!, el naturalismo, ante el cual se desmorona el romanticismo, pues el
siglo no pertenece a esos soldados de la hora primera, cegados por el sol que se levanta; el
naturalismo, digo, ha llevado ms all todava los errores de la escuela del ao 30. Parece
que no hubiera ya un gusto puro, ni sano criterio literario: lo ms repugnante y comn ha
encontrado un asilo en la literatura! LAssommoir y Nana no tienen piedad de sus lectores:
no les perdonan un solo detalle repelente, todo tiene que sentirse, todo, aun aquello que ni
la decencia admite. Verdad es que Zola mismo lo afirma con una ingenuidad que asombra:
Los verdaderos artistas, los escritores de raza no se preguntan un minuto si las mujeres se
ruborizarn o no al leer sus obras. Tienen el amor del idioma y la pasin de la verdad.
Cuando trabajan, lo hacen con un fin humano, superior a las modas y a las disputas de los
fabricantes. No escriben para una clase social: ambicionan escribir para la posteridad. Las
conveniencias, los sentimientos producidos por la educacin, la salud de los jvenes y de
las mujeres delicadas, los reglamentos de polica y la moral patentada de la gente decente,
desaparecen y no se toman en cuenta. Van a la verdad, a la obra maestra, a pesar de todo,
por sobre todo, sin inquietarse del escndalo de sus audacias. Y cuando han puesto de pie
su monumento, la muchedumbre atnita los acepta en su desnudez completa,
comprendiendo al fin. Es decir, abreviando, el naturalismo es el reinado de lo obsceno en
la literatura, y esto evidentemente es una paradoja.
Hay por cierto descripciones que sin pintar con crudeza lo feo y lo obsceno, lo
dejan sin embargo entrever y aaden a su efecto el natural encanto de lo que se adivina a
travs de un velo ms o menos denso. No puede decirse esto del naturalismo. En las obras
de esta escuela, en Nana, por ejemplo, la fidelidad en los cuadros de la corrupcin fsica y
moral, su penosa pero exacta anatoma de lo inmundo, no permite, deca, que se deduzca
por alusiones semitransparentes; pero justamente porque ni esta excusa les queda, son
semejantes producciones tanto ms repugnantes.
Y cuando Zola trata de defenderse del reproche de representar la obscenidad en la
literatura, y con este fin, echa en cara a los diarios sus noticias escandalosas, sus crnicas
inmundas, cuando como dice Gottschall

pone a la literatura noble y libre en la misma lnea que la crnica escandalosa


del da, cuando olvida que hay para aquella un criterio esttico que falta a esta,
muestra slo de nuevo, que para l no existe el criterio esttico, y que el
naturalismo en sus avances brutales a los dominios de la inteligencia creadora,
ha sido abandonado por las Musas y las Gracias todas!

Las nuevas y audaces doctrinas literarias han dado ya sus frutos, y para vergenza
eterna, Pars cuenta diarios especiales53 destinados a defender descaradamente lo obsceno
en la literatura, titulndose rganos de la pornografa de la gran ciudad. Y se han
encontrado escritores dispuestos a dar conferencias pblicas en Folies-Bergre54,
defendiendo la misma osada pretensin. Y hay teatros, como el Athne-Comique, cuyo
repertorio es nicamente de ese gnero de obras. Oh!, Monsieur Zola triunfa en toda la
lnea.
53
Lvnement parisien illustr y otros. (Nota al pie del original).
54
Famoso cabaret parisino.

48
A semejantes extremos conducen las paradojas de una escuela de combate. Esos
excesos son injustificables y muy grande el mal que ocasionan. No es posible defender
honradamente semejantes extravagancias, ni menos en presencia de tales
monstruosidades asentir a esta aseveracin: el naturalismo toma hoy da posesin de la
escena y comienza a transformar el teatro, que es fatalmente la ltima fortaleza de la
convencin. Cuando haya triunfado, su evolucin ser completa; la frmula clsica habr
sido definitiva y slidamente reemplazada por la frmula naturalista, que debe ser la
frmula de la nueva era social.
Dios nos libre de semejante reinado! Transformar el teatro!; los que han vivido
ltimamente en Pars saben lo que significa Cabinet Piperlin, Lequel, Monsieur y toda la
novsima literatura pornogrfica. Verdad es que tiene la sancin del xito del momento,
porque el escndalo siempre encuentra pblico indulgente.
La sana opinin pblica en Europa se ha levantado indignada contra semejantes
exageraciones, y las grandes figuras literarias han bajado a la arena a combatir doctrinas tan
perniciosas. El ardor de la lucha es extremado: Zola, indudablemente, es un campen
esforzadsimo, pero demasiado audazmente paradojal. Hay en su escuela literaria mucho de
verdad, y no deja de tener razn al insistir en la introduccin del mtodo cientfico en la
literatura: hasta aqu todo est bien. Pero se equivoca, y grandemente, al dejarse arrastrar de
sofisma en sofisma hasta las deducciones ms deplorables. Es por eso que el mundo
literario europeo ha sido profundamente conmovido por el grito de combate que le lanzara,
y de ah que se haya multiplicado la literatura de la polmica de una manera tan
considerable.
Hay en ello un hecho que es indispensable comprobar. Pero no quiere eso decir que
absorba, ni oscurezca siquiera el movimiento literario sano, del que habr menester
ocuparme luego. Me era imprescindible hablar de la escuela que por el momento hace ms
ruido, ya que en las diversas naciones se ha encendido la lucha alrededor de sus doctrinas.
Y me felicito de haberlo hecho de una vez, para protestar con energa contra tan increbles
paradojas. Ahora mi tarea, si bien ms difcil, ser en realidad ms grata.

49
Buenos Aires, Imprenta Ostwald, 1882

Naturalismo
Disertacin leda en el Politeama con motivo de la velada literaria a beneficio de
Gervasio Mendez

Antonio Argerich

Seoras y seores:

La comisin formada con el laudable propsito de preparar esta fiesta, a beneficio


del poeta Gervasio Mndez, me honr nombrndome como uno de los disertantes en la
parte literaria.
Para m no se trataba solo del poeta, sino tambin del amigo, y del antiguo
compaero de tareas.
Acept la distincin con agrado, pero no s si, al elegir tema para cumplir mi tarea,
habr respondido al gusto del pblico que me escucha.
Voy a hablar, seores, del naturalismo, y como soldado raso de la idea, a quemar en
su defensa hasta el ltimo cartucho!
Pero antes de pasar a fundarme, same permitido hacer una declaracin.
Observando hasta donde es posible ese mundo especial del cerebro, velado tantas
veces por aberraciones sin nombre, tendremos que convenir en que, si se desea el imperio
de la dulce paz, entre los reyes de la creacin, hay necesariamente que ser tolerante: yo lo
soy, creo serlo en alto grado, pero tolerante con las modalidades del cerebro que no pueden
cambiarse, porque responden a causas fisiolgicas, tolerante con las convicciones buenas o
malas, siempre que sean sinceras, ya que nadie ira a enfadarse porque una luna mal forjada
reflejara deformes las imgenes que recibe.
Creo, tambin, que la tolerancia termina donde empiezan a peligrar las ideas propias
y la firmeza del carcter.
Pero para que una conviccin tenga derecho a ser respetada, debe reposar adems,
en la base discreta del estudio: son estos ttulos los que presento para que se escuche con
tolerancia lo que voy a leer: he meditado el tema, y las conclusiones a que arribo responden
a los sentimientos ms ntimos de mi conciencia.
Por lo dems, no abriguis temores: mi pobre trabajo tiene el mrito de ser corto,
no obstante de que la materia se presta para escribir infinidad de tomos.

***

Seoras y seores, vosotros lo sabis: el naturalismo ha sido atacado en estos


ltimos tiempos de una manera intemperante, pero los dardos que se le han dirigido no han
dado felizmente en el blanco. Se lo ha atacado de una manera trivial, sin tomarse los
pretensos crticos que de l se han ocupado, la tarea de estudiarlo en sus verdaderas fuentes
y desconociendo la influencia decisiva que le est reservada en el perfeccionamiento de las
sociedades humanas.
La literatura o ms propiamente dicho el arte en general, no es ms que la
expresin del momento histrico y la imagen de los anhelos humanos. As como una
petrificacin guarda el remedo de su forma pasada, un hacha de slex o un mito de piedra
revelan la cultura o la religin de toda una poca. No es ms la forma literaria, porque el
pensamiento tambin es hacha de slex para abrir nuevos rumbos al progreso, y en cada
frase, en cada tropo de diccin, van dejando los autores, sin sospecharlo, manifiesta huella

50
de las dudas y de las ntimas creencias que avasallaron el espritu de la generacin en que
vivieron.
Dentro de los lmites naturales a que alcanza la ciencia contempornea, puede
asegurarse que no hay efecto sin causa.
Pero desgraciadamente el observador no es siempre tan afortunado como Teseo,
para encontrar una Ariadna que le facilite el hilo que ha de orientarlo en el Ddalo de sus
investigaciones.
Una parte de la luz que se difunde en nuestro ambiente ha viajado siglos vibrando
por los espacios y a veces el foco vvido de donde parti est apagado, tal vez en el
momento que ayuda a llevar una impresin de los sentidos al cerebro de un animal
terrestre.
Todo se ramifica en la naturaleza y todo se eslabona. Si apareciera un Darwin en la
literatura nos explicara cmo todas las bibliotecas tienen su origen en el primer jaln, en la
primera seal convencional que puso el hombre primitivo en su trnsito de fatigas para
facilitar su recuerdo y sus necesidades, porque aun en los abismos se dan la mano los
extremos.
Esto ha sucedido con el naturalismo.
La solidaridad que hay en las especies animales existe tambin, y no poda ser de
otra manera, en el mundo del espritu.
Las ciencias, las industrias y las artes son expresiones del anhelo humano, y
encuentran su origen en las necesidades del hombre: el menor impulso que reciba una,
comunica por accin refleja nueva actividad a las dems.
Cmo es posible entonces, y cmo podra explicarse que, habiendo progresado
tanto las ciencias, la literatura quedase rezagada en este camino de victorias en que triunfa
por todas partes la potente accin del cerebro humano?
Es una mala observacin y nada ms.
La literatura adelanta y su ltimo y ms grande progreso es el naturalismo, que
empieza por compenetrarla y acabar por inocularle nueva vida, abriendo a su actividad
vastos y desconocidos horizontes.
Deseo ahora explicar la lgica con que ha aparecido el naturalismo, su derecho a la
existencia, su razn de ser, en una palabra.
Dije hace un momento que las ciencias se correlacionan, y que el adelanto de una,
beneficia y concurre al progreso de todas las otras.
Ahora bien, cul es el objeto fundamental de las ciencias y la literatura?
Verdaderamente, no puede ser otro que crear medios para la mayor felicidad del
hombre.
En estas nobles y legtimas tentativas del espritu, le est encomendada buena parte
a la literatura. Debido a ella, la fugaz memoria del hombre ha conquistado la eternidad,
refugiada y salvada para siempre en las pginas del libro.
Tratemos, pues, de encontrar la filiacin del actual naturalismo a travs de las
brumas acumuladas por la edad.
La alegra de la tribu da nacimiento espontneo a la danza. Esto es tan cierto que
hasta los animales inferiores se expanden en saltos cuando estn contentos. Al lado de la
fiera cada al golpe certero de la flecha o alrededor del fuego prosiguen las tumultuarias
vueltas acompaadas de alaridos de jbilo; los movimientos empiezan a regularizarse con el
hbito de repetirse, y poco a poco alcanzan un relativo comps; estos son los albores de la
mmica y el drama, de la poesa y la msica.
El estado pastoril crea la flauta y el cayado, y empieza a generar la etapa agrcola
con la mayor suma de tranquilidad, y la manufactura de la lana, que ha reemplazado a la piel
con que se resguardaba el hombre primitivo de las inclemencias naturales.

51
Comienza el feto de la humanidad a dibujarse tenuemente y, con insegura y
vacilante planta, aparece en los dinteles de la civilizacin.
Los primeros literatos hablan en verso el idioma en formacin se presta a ello,
y adems pueblos con historia de ayer que todos conocan, era menester halagar el
odo para ser escuchado; la propia ignorancia les vedaba tratar los asuntos cuestionables a
que da nacimiento el espritu humano en su sed eterna de verdades; una sencilla y
candorosa imaginacin supla la falta de ciencia. El trueno era el enojo de Jpiter, y el Nilo
desbordado, la ira de Neptuno.
Sin embargo, ellos imprimieron el movimiento inicial, y ms tarde nos dieron el
punto de partida en las palabras ms profundas que han repercutido hasta ahora en el
mundo. Aludo, seores, a la inscripcin del templo de Delfos: Concete a ti mismo!.
Dilatndose el campo de las investigaciones humanas, aparecieron los prosistas: en
mi opinin, aqu acaba la misin histrica de los poetas. Creo que soy el primero en decirlo,
y si es as, desde ya asumo la responsabilidad de semejantes palabras y espero, con la
tranquilidad de la barra metlica, inventada por Franklin para burlar el rayo, los dictados de
imbcil que se me lancen.
No es, sin embargo, la poesa la que ataco: es a la corriente viciosa que sigue y a su
probada inutilidad en el presente.
La poesa metrificada hizo su evolucin completa en el pasado: tan es as que nadie
ha superado a Homero, el inspirado vate de Chios.
Hay ms todava. Creo que sera bien difcil encontrar un solo pensamiento en los
poetas modernos que no lo hubiese consignado alguno de los antiguos. La imaginacin
viaja y repite sus imgenes, pero no cambia fcilmente. El gran fillogo Max Mller55 ha
encontrado la conocida fbula de La lechera en la India, en Persia, en Arabia, y luego en
todos los pueblos de Europa.
La poesa, como nos la permite comprender la lectura de las obras maestras, es el
reinado discrecional de la fantasa. Responde, por consiguiente, al estado de infancia de un
pueblo. La imaginacin suple todo, en cambio que la prosa es el estado pensador y
filosfico, cuando las sociedades llegan a su grado mayor de desarrollo, cuando dejan de
sentir espasmos ftiles de entusiasmo y empiezan a razonar, a tener conciencia de lo que
hacen y de lo que buscan, a organizarse, a abrir caminos, a construir naves y a reglar los
intereses comunes con cdigos y leyes. La historia misma constata esta verdad: desde
Homero hasta la aparicin de los primeros prosistas se cuentan algunos siglos.
Y adems, seores, el cerebro no es una caja de msica sino un laboratorio de ideas.
Es lgico que en el pasado no haya habido verdaderos escritores naturalistas:
carecan de materiales para la obra. Sin embargo, nos han legado producciones inmortales:
los retricos estudiaron el modo como estaban compuestas y confeccionaron las reglas que
dieron nacimiento a la escuela llamada clsica.
Esto era poner grillos al pensamiento: estrechado en frmulas no poda remontar
su vuelo original y se vea condenado a seguir por caminos pequeos y trillados.
Entre otras famosas reglas del clasicismo, est la que se aplicaba al drama de
unidad de tiempo, de lugar y de accin, como si el teatro, que no es ms que la copia de
la vida real, pudiese obligar los sucesos a que se desarrollaran en un mismo sitio y en
intervalo preciso.
Esta tirantez hizo surgir al romanticismo, que rompiendo con tales prcticas, podra
haber fundado algo digno de las necesidades sentidas, pero en vez de eso, confundi las
inmunidades inajenables del pensamiento con el desorden orgistico de la fantasa: vol por
los espacios, se ba en los efluvios de la luna, petrific a las lgrimas convirtindolas en

55
Max Mller (1823-1900). Fillogo y orientalista alemn. Fundador de la mitologa comparada. Tradujo
del snscrito al ingls el Rig-Veda.

52
perlas y habl de todo sin profundizar nada. Cre un hombre y una sociedad artificiales
para pasear en ellas sus delirios.
Todo este periodo de la literatura y las obras que han producido sus afiliados
servirn en lo porvenir solamente para estudiar la mitologa de la imaginacin.
Volva, pues, la literatura a detener su marcha. Pero este orden de cosas no poda
ser duradero. Las otras ciencias se adelantaban, y estas conquistas tenan necesariamente
que vivificarla con su saludable influencia.
De siglo en siglo se iban acumulando nuevas verdades que pasaban al patrimonio
comn dando una conciencia a la humanidad.
La astrologa judiciaria se transforma en la maravillosa qumica moderna; el sistema
fabuloso de que la tierra estaba suspendida en una tortuga se reemplaza con los
descubrimientos inmortales de Coprnico, Galileo y Newton.
Ya el hombre puede concebirse de distinta manera: el orgullo estpido de que
estaba posedo, fruto de su ignorancia, desaparece. La tierra no es el centro de la naturaleza,
es un tomo en el espacio, y sera preciso que fuese muy imbcil para creer que el universo
se haba formado con el objeto nico de que l lo habitara. Aqu empieza a descifrarse en
parte el difcil enigma de Delfos y a incubarse el naturalismo.
Empieza el siglo XVI con portentosos adelantos. Harvey56 descubre la circulacin
de la sangre, y este sublime secreto, arrancado al mecanismo del cuerpo humano, cambia la
concepcin fisiolgica que se tena del hombre. Sigue este adelantando en el conocimiento
de s mismo y la vislumbre de que depende de sus sentidos, de sus glndulas, de sus nervios
y de la atmsfera fsica y moral que lo rodea, ser pronto una verdad indiscutible.
En la misma fecha aparece el gran genio de Francisco Bacon, que funda el mtodo
experimental, y restaura las ciencias, sustituyendo son sus palabras a las vanas
hiptesis y a las sutilezas de las argumentaciones escolsticas, la observacin, los
experimentos que ponen en claro los hechos y una induccin legtima que descubre las
leyes de la naturaleza fundndose en el mayor nmero de comparaciones y exclusiones.
Aqu, seores, como veis, est ya arrojada la buena semilla.
A mediados del siglo siguiente, funda Daubenton57 la anatoma comparada. Malthus
sorprende las leyes de la poblacin, y todo viene preparando el advenimiento de la gran
teora de Darwin, que explica los orgenes de las especies y las leyes a que est sujeta la vida
en la lucha por la existencia.
Todos estos descubrimientos han tenido necesariamente que repercutir en la
literatura, pero por desgracia sus representantes la han mantenido en el error, salvando
honrosas excepciones.
La evolucin, no obstante, estaba prefijada. El hecho era inminente y haba tenido
sus precursores, hasta que al fin la mina explot y Emilio Zola dio valientemente el grito
revolucionario en la capital del mundo civilizado.
De entonces ac, cunta injuria grosera contra el naturalismo porque quiere
desterrar la ignorancia, el estilo campanudo y la mentira de los dominios de la literatura!
No sabiendo ya qu decir sus enemigos, afirman cnicamente que el naturalismo es
la literatura de las cloacas y los albaales. Soberbio argumento de la ignorancia y la mala fe!
El naturalismo, como expresin de la ciencia, tiende a estudiar al hombre tal como
es y no como se lo disfraza. Por esto tiene que contar su historia, tanto en sus cadas como
en sus triunfos, ya siga la senda de la virtud o bien emprenda el camino oscuro del vicio.

56
William Harvey (1578-1657). Mdico ingls. Descubri que la sangre era bombeada por el corazn y
distribuida por los vasos sanguneos, formando un sistema de circulacin.
57
Louis DAubenton (1716-1800). Mdico y naturalista francs. Padre de la anatoma comparada.

53
Licurgo58, en Esparta, recoga los beodos de las calles y los enseaba para ejemplo a
la juventud, la que retroceda espantada al observar los asquerosos efectos del vicio.
Esto mismo es lo que hace con su pluma el escritor naturalista.
Los mdicos, tambin, usan el arsnico para curar el cuerpo: por qu, entonces, el
escritor no ha de poder valerse del veneno del vicio para sanar el alma?
Y para abundar en ms pruebas, quiero citar aqu unas palabras del profundo crtico
italiano Edmundo de Amicis, consignadas en sus Recuerdos de Pars.
Dicen as:

Emilio Zola es uno de los novelistas ms morales de Francia, y parece mentira


que haya quien lo ponga en duda: sus novelas son verdaderamente la moral en
accin. Hace sentir la hediondez del vicio, no su perfume; sus desnudeces son
desnudeces de mesa anatmica, que no inspiran el ms leve pensamiento
sensual; no hay ningn libro suyo, aun el ms libre, que no deje en el alma
ntegros, firmes e inmutables la aversin y el desprecio de las bajas pasiones all
descritas.

Derrotados con esta lgica de fierro, allan todava los romnticos y dicen: Pero
hablar del vicio es corromper a la juventud, es abrir los ojos a los inocentes.
Dejando a un lado a los inocentes, ya que en la poca el que no corre, vuela,
veamos si es cierto que la juventud pueda prostituirse leyendo obras naturalistas.
Qu se propone un romance de este gnero en que se describan estados morbosos
de la sociedad? No otra cosa que estudiar las causas que los producen, los males que
acarrea al cuerpo, al espritu y a la descendencia.
Supongamos, entonces, dos jvenes: uno que lee estas obras y otro que no las lee.
Cul de ambos estar ms predispuesto a caer en las celadas del vicio? El que tiene
experiencia, resultado de la lectura, y va prevenido, o el que camina por el mundo sin
conocer los abismos de la corrupcin, simulados con flores artificiales y atrayentes?
La respuesta fluye espontnea y no hay necesidad de consignarla. Con esta nueva
lgica romntica, llegaramos a llamar cobarde al viajero que, sabiendo que hay ladrones en
el camino, se previniera con un par de buenas pistolas.
Pero no es esta la razn, a mi modo de ver, que produce la oposicin al
naturalismo. Es que un trabajo de este gnero es muy difcil: yo mismo, si me la pagan
regularmente, me comprometo a confeccionar una novela romntica en treinta das, y me
creera muy dichoso si en toda una vida de labor llegase a componer una sola novela que
mereciese dignamente el ttulo de naturalista.
En mi opinin, no cuenta an la literatura con un romance de esta clase que pueda
presentarse como tipo del gnero.
Los elementos del romance naturalista estn en la estadstica, cuyas revelaciones en
cada materia dan la verdad del estado social, en la observacin profunda del hombre y de la
sociedad, en las leyes y las costumbres, no avanzando un paso sin la conviccin de que se
pisa en terreno cierto, y luego, no retroceder ante ninguna preocupacin contempornea
cuando la verdad descubierta perjudique susceptibilidades puntillosas o hiera de muerte una
institucin o un dogma!
Por esto es que reputo del todo merecida la critica que hace Franck59, en su Filosofa
del Derecho penal, a una novela de Vctor Hugo, ese demagogo de la frase.
Le prueba que Los miserables reposan en una base efmera y que Hugo no conoca, al
escribirlos, las leyes de su misma patria.

58
Licurgo (700 a.C.-630 a.C.). Legendario legislador de Esparta. Se le atribuye la reforma que organiz a
esa ciudad segn los principios que rigen la vida militar.
59
Adolphe Franck (1809-1893). Filsofo francs.

54
Con razn se pregunta Franck en qu pas tienen lugar tales acontecimientos, y
enseguida agrega:

Seguramente no es Francia, donde no sera un hombre condenado a cinco


aos de trabajos forzados por robar un pan! Jams contina la
magistratura francesa, jams un jurado francs o ingls pronunciara una
sentencia tan odiosa, jams el cdigo penal ha sido interpretado de un modo
tan brutal y poco inteligente. Tampoco es posible en Francia, a pesar de la
severidad de los tribunales criminales, ni tal vez en ningn pas civilizado, que
conviertan cinco aos de trabajos forzados, por medida de disciplina, en una
condena de diecinueve aos de igual pena.

Termina luego, este distinguido profesor, con estas palabras concluyentes: retamos a
Vctor Hugo a que nos presente un solo ejemplo de semejante rigor en los anales de la
Justicia francesa, pas donde se desarrolla la novela Los miserables.
Como se ve, si es fcil atacar al naturalismo, no lo es tanto practicarlo.
La falta de preparacin en los autores hace que busquen los temas en sus
preocupaciones, y es preciso convencerse, aunque cause escozor a los haraganes, la
inspiracin no vale absolutamente nada si no es secundada por la instruccin.
Miguel ngel ha pasado a la posteridad como un gran artista, pero debis recordar,
seores, que tuvo la constancia de estudiar anatoma diez aos consecutivos. Poda, pues,
pintar el cuerpo humano con verdad.
Zola mismo presenta en sus obras puntos vulnerables a la crtica. Le da a la
herencia fisiolgica y patolgica un alcance que no tiene. Nuestro compatriota, el estimable
escritor don Luis Tamini, incurre en igual error.60
En un trabajo que public la vez pasada defendiendo las ideas de Zola, refiere las
impresiones que le sugiri un paseo efectuado por ciertos barrios de Londres y, despus de
algunas apreciaciones generales, exclama:

Fue ebrio consuetudinario el abuelo, el padre y lo ser tambin el hijo


Vedle raqutico, manifestando sntomas de muerte prematura. Su abuelo vivi
cincuenta aos, su padre cuarenta, l vivir treinta; su abuelo tena seis pies de
altura, su padre cinco, l tendr cuatro, siempre guardando la misma
proporcin, hasta que desaparezca la raza en la raquitis y muerte.
Ms all una familia, una larga descendencia de ladrones. Todas las angustias de
los ergstulos, todas las libras de la reina Victoria, no venceran la monomana
que los posee, y siempre la fatalidad de la herencia!

Esta es una mala observacin, por no decir un error grosero. Para consuelo de la
humanidad esa no es la herencia, ni esos, sus resultados.
Por herencia dice Michel Lvy61 conviene entender, no la misma enfermedad
que los padres han presentado, sino la disposicin a contraerla. Esta verdad la comprueba
la ciencia moderna y todos los medios de observacin a su alcance.
Se heredan las predisposiciones, como tambin sin herencia pueden contraerse
viviendo en una atmsfera infecta, fsica o moralmente.

60
Antonio Argerich polemiza aqu con Luis Tamini, quien dos aos antes haba publicado un extenso
ensayo sobre Zola y el naturalismo francs. Discrepa con las oscuras ideas zolianas sobre el papel de la
herencia en la conducta de los individuos que Tamini haba suscrito en su artculo del diario La Nacin
dos aos antes. Vase en esta misma seccin de la antologa.
61
Auguste Michel Lvy (1844-1911). Gelogo francs.

55
Si fuera cierto lo que dice Tamini de la fatalidad de la herencia, la estadstica
consignara un aumento inmenso de robos y delitos cada ao, lo que felizmente no sucede.
Si se dijese la fatalidad del medio, se habra puesto el dedo en la llaga. El hijo del ladrn
tiene el ejemplo del padre, se acostumbra a no tener escrpulos, no se lo educa en el trabajo
ni en el deber, no puede llenar legtimamente sus necesidades, y en su primer debut en el
vicio se exclama: la herencia!. Esto es insostenible y absurdo: dad educacin al hijo del
beodo, sacadle en una palabra de la atmsfera fsica y moral en que vivi su padre y
veris que con herencia y todo se incorpora a la sociedad un nuevo miembro, til, laborioso
y temperado en sus costumbres.
Con higiene se consiguen estas victorias y el adelanto de las industrias y las ciencias,
que va ensanchando en todas las capas sociales la esfera de las comodidades, prueba
ampliamente esta verdad: hoy la humanidad presenta una mayora como ninguna otra
poca de la historia ha podido ostentarla, que viste, que come y satisface sus necesidades
mltiples de una manera equilibrada: esto se llama progreso y se puede llamar higiene
natural. Por esto las estadsticas ms fieles nos prueban que la edad media del hombre
crece ms cada dcada: con mayores elementos de subsistencia la lucha por la vida se hace
menos rigurosa, y son ms, por consiguiente, los supervivientes.
No hay, pues, tal fatalidad de la herencia: el hombre vive ms cada da y es hoy ms
sano, ms inteligente y mejor constituido que en el pasado.
Si fuera cierto lo que dice Tamini, que en las generaciones de borrachos la talla
tiende a decrecer un palmo en cada generacin, la mitad de la Inglaterra sera una nueva
Lilipucia formada por enanos.
Si fuera cierta la fatalidad de la herencia, el cerebro humano no habra progresado y
se mantendra en el error del fanatismo, simplemente porque en un remoto pasado todos
los hombres vagaban en el limbo de la supersticin y la ignorancia.
El argumento que acabo de presentar es decisivo: recordad el cerebro rudimentario
de Neandertal y comparadlo con el cerebro de nuestros das: nueva constelacin en la
conciencia de la humanidad, el pensamiento moderno se eleva en la majestad de sus
atrevidas concepciones: corrige con Lesseps62 la hidrografa terrestre, con Darwin obliga a
la naturaleza a que cuente la historia de su evolucin, con Franklin destroza el poder del
rayo, con Fulton63 encamina rpidamente hombres y productos por ros y mares sin
mojarlos, y unida a su exquisita esencia, funda la gloriosa civilizacin actual, tan rudamente
atacada por algunos filsofos romnticos.
Solamente por una mala observacin, se la puede atacar. La civilizacin no produce
ms que bienes.
Con razn dice el sabio italiano Gioga que atribuir a la civilizacin los desrdenes
sociales es lo mismo que atribuir las inundaciones a los diques.
Si hay desrdenes, es precisamente por la causa contraria, es decir, por falta de
civilizacin, porque no est completamente difundida o porque no ha llegado a su
completo desarrollo. Es la imaginacin la que complica los problemas sociales. La loca de
la casa la llamaba Shakespeare, y como tal, todo lo embarulla.
Como he dicho, los inventos y las aplicaciones de los progresos cientficos a las
diversas industrias han mejorado las condiciones sociales de los pueblos. Pero la
imaginacin que no descansa ha desconcertado los cerebros con aspiraciones insensatas. La
atmsfera est poblada de ecos neuropticos y la accin deletrea del romanticismo se
difunde por todas partes involucrando las aptitudes y el destino humano.

62
Ferdinand de Lesseps (1805-1894). Diplomtico y empresario francs. Dirigi la compaa francesa
encargada de construir el canal de Suez.
63
Robert Fulton (1765-1815). Inventor estadounidense. Es conocido por desarrollar el primer barco de
vapor que explot una ruta comercial en 1806.

56
Se vive en un mundo de fantasmas, no hay espritu de asociacin y cuando las
necesidades obligan a los individuos a desenvolverse en la vida real, se fastidian y acaban
por desesperarse.
Aspiraciones insaciables, ideas de lujo, sed de celebridad, estpidos anhelos de
andar volando por los espacios, proyectos imposibles, delirio de las grandezas en germen,
para decirlo todo de una vez, desequilibran muchos cerebros en la vorgine de la vida
actual.
Es este el resultado de la educacin moderna, esencialmente romntica: muchas
paradojas abstractas, pocas o ninguna idea natural.
Al naturalismo, seores, le est reservada la tarea de demoler todo este castillo de
naipes, que se sustenta en el espejismo de la imaginacin.
El sistema experimental aplicado definitivamente a la literatura, la har
comprensible, el idioma mejorar notablemente y el hombre y la sociedad sern analizados
a la luz de la ciencia moderna, porque entre esta y la literatura no existen antagonismos.
Diciendo siempre la verdad el estmulo empezar a despertar las inteligencias
adormidas y la opinin pblica reaccionar, desconcertada hoy, por la exageracin y el
aplauso inmotivado.
No lo dudis, el naturalismo dir la verdad, examinando los hechos y consultando
las pruebas que le ofrezca la observacin, la dir cueste lo que cueste y servir a los
intereses generales, en vez de lucrar adulando a los poderosos o las pasiones fanticas de las
muchedumbres.
La corriente naturalista no tardar en establecerse, ensanchando paulatinamente sus
dominios para depurar la poltica, la educacin, el arte y la legislacin.
Los proyectos delirantes emigrarn y el hombre volver por completo a la vida real,
esfera propia de su accin.
El naturalismo arrasar todo esto, desterrando las locas fantasas, y aniquilando el
dogma, incrustado como un parsito, en el arte, la literatura y la sociedad. En vez de una
literatura de engao, convencional, falsa, de relumbrn y tan ignorante como pretenciosa,
fundar una literatura hija de las verdades autorizadas y probadas por la ciencia, de
observacin paciente y anlisis desapasionado, que pueda dar experiencia a las masas y que
nos presente para vivo ejemplo de la juventud y la familia, las llagas sociales y no las blancas
hilas que hipcritamente las velan.
Las cosas volvern entonces a su lugar, la ciencia refrenar la imaginacin, y la
imaginacin volver al puesto que le corresponde en las manifestaciones del cerebro,
tributaria de la razn pero jams su mentora y su tirana.
La frmula est encontrada; Bacon nos la ha dado; falta ahora realizarla: es la gran
obra de los detalles, pero los escritores naturalistas la emprendern con fe, y el triunfo
coronar sus esfuerzos, porque el sistema experimental es la nica clave capaz de descifrar
el enigma de Delfos: entonces el hombre, con piadosa gratitud, podr volver la vista al
pasado, reconstruir el templo histrico, y donde estaba la legendaria inscripcin, grabar
estas elocuentes y sencillas palabras: Me conozco!.
La libertad y el lenguaje, que destacan al hombre como un eslabn de oro en la
cadena solidaria e indestructible de las especies animales, servirn de antorcha para
alumbrar el camino.
Sobre todo la libertad, seores, porque sin sta no hay literatura: las adulaciones y la
abyeccin del pensamiento no tienen nombre conocido en el vocabulario de la dignidad
humana.
No hace dos meses an, Bismark declaraba en el parlamento alemn que toda su fe
en el porvenir descansaba en la alianza de las monarquas: qu sarcasmo! La esperanza
del futuro refugiada en el despotismo.

57
Pero esto es lgico, seores. En Alemania, por orden oficial, estn prohibidas las
obras de Zola!
El naturalismo tiene esta gloria: todo el pasado resucita sus errores para obstruirle el
camino; pero dejad que se forme la montaa, y entonces la dinamita de la idea la har volar
dejando franco el paso a la humanidad!

58
La Nacin, 15 de abril de 1884

El naturalismo y el arte. Novela al uso

Luis Alfonso 64

A Jos Ortega Munilla

Sabido es que en los grandes saraos la duea de la casa se presenta sin galas ni joyas,
con el galante propsito de que [] sus convidados las que luzcan. As usted, amigo mo,
en esta ocasin ha llevado su galantera hacia m, convidado a los Lunes de El Imparcial,65
hasta el extremo de privarse de las joyas y galas de la argumentacin, para que puedan
mostrarse mis razones sin nada que me oscurezca.
Porque solo a generosidad de usted puedo atribuir, amigo mo (ya que no lo
achaque a la flaqueza de la causa que usted defiende), el haberme presentado, uno tras otro,
varios de los muchos puntos vulnerables de ese aparatoso Goliath del naturalismo, de tal
suerte que no he de esforzar el brazo para descargar la honda, ni he menester de los nimos
de David para atacarlo: el gigante se me ofrece l mismo desarmado y sin defensa.
Vea usted cmo:
Empieza usted por decir que su estmago nunca interviene en sus juicios. Esto no
demuestra que la borrachera del amante de Gervasia y el alumbramiento de la criada de los
Josserand no sean nauseabundos y asquerosos; demuestra que tiene usted el estmago muy
fuerte.
Habr que poner a la puerta de la casa de las Musas (contina usted) un carteln,
que diga: Cuidado con pasarse antes por la perfumera!. No; hay que poner un cartel
donde se lea, como en algunas esquinas de Pars: Il est dfendu de dposer ici des ordures.
Y la esfinge sigue usted diciendo ante la cual discutimos, abrira sus fauces
medrosas, para decir ante alaridos al pueblo Mucha agua y jabn Windsor!!.
Efectivamente, eso necesitan, y sin tardanza, varias pginas naturalistas: jabn y
agua; mucha agua y mucho jabn. La limpieza, amigo mo, es lo primero, lo mismo en
libros que en personas; antes aun que la hermosura, estimo yo el asco. As, que no crea
usted que el grito de la esfinge me turba; al contrario: colcome a su lado, para vocear con
todas mis fuerzas: Mucha agua y jabn Windsor!.
Que ms infestan los perfumes de La Dama de las Camelias que las hediondeces de
LAssommoir. En primer lugar, la observacin es ociosa, porque yo no he opuesto, por va
de recurso dialctico, la novela de Dumas a la novela de Zola; pero si usted se empea
y como estoy dispuesto a estampar declaraciones que escandalicen a usted y a los de su
bando, cual si fuesen horrendas herejas replicar: no hay tal: la historia de Nana es
mucho ms inmoral que la de Margarita Gautier, en el supuesto de que sean entrambas
inmorales.
Y la razn es obvia: la grosera y vulgarsima meretriz del pontfice naturalista no
inspira simpata ni un instante, no realiza un hecho que tenga asomos ni barruntos de
digno. Y, sin embargo, alcanza gran predicamento y fortuna, arruina, degrada y pierde a

64
Luis Alfonso y Casanovas (1845-1892). Periodista, crtico y escritor espaol. Editor de La poca, se
encarg tambin de la seccin literaria de La Revista de Espaa, desde donde atac con saa al
naturalismo.
65
Los Lunes de El Imparcial era el suplemento literario del diario El Imparcial (1867-1933), considerado
como uno de los primeros diarios modernos de Espaa. Dirigido durante largo tiempo por Jos Ortega
Munilla, este suplemento se convirti a fines del siglo XIX en un verdadero rbitro del gusto literario en
Espaa.

59
tiernos adolescentes, personajes de edad madura y rectos y entendidos varones, y perece al
cabo de su triunfal carrera, durante la cual ha baado sus labios en todos los arroyos del
vicio que surcan el valle de Pentpolis, perece, digo, por accidente casual, por una dolencia
que pudiera haber atacado lo mismo a la mujer ms honrada de la tierra, a aquella, verbi
gratia, a quien le hubiese dado su mala estrella un esposo corrompido.
No as Margarita: se arrepiente de sus liviandades, intenta borrar las faltas del
pasado con las virtudes del porvenir, ama y quiere redimirse por amor. Quiere, mas no
puede; su condicin deshonrosa hace infranqueable el abismo, y se ve rechazada por el
padre de su amante y vilipendiada por el amante mismo. Y al morir, ms que de tisis, muere
de pena, de desesperacin, al reconocer que no hay Jordn que lave el cieno de la deshonra.
Ya ve usted, amigo Ortega Munilla, cmo Dumas pasa de moralista a pesimista, de
puro riguroso. El recuerdo de su Margarita puede aterrar a la cortesana que suee con
adquirir consideracin social; el ejemplo de Nana har encogerse de hombros a todas las
horizontales a la moda. Ya sabemos dirn que si no nos cuidamos o si sufrimos un
tropiezo, nos exponemos a morir de mala enfermedad, y que si no ahorramos de jvenes,
iremos a acabar de viejos en un hospital, lo que es algo peor que en un cuarto del Grand
Hotel.
Epimezion, como decan los fabulistas griegos, o moralidad de la fbula, como
decimos nosotros.
Las obscenidades e indecencias de Nana conducen a esta conclusin: divertos
mujerzuelas: pecad, pecad sin descanso y sin medida: tendris trajes, hotelito, coche, criados
y lujo cuanto apetezcis; y si mors jvenes, ser acompaadas de amigos y en buena cama.
Los romanticismos e idealismos de La dama de las camelias proclaman con voz
terrible: Ay de ti, mujer, si delinques! Ni el cario de un hombre honrado, ni tu propio y
firme arrepentimiento podrn regenerarte.
Y ahora, amigo mo, dgame en Dios y en su conciencia: infestan ms los perfumes
de La Dama de las Camelias que las hediondeces de LAssommoir?
Todava lleva usted ms all su largueza en darme ya fabricados (y por las
primorosas manos del ingenio de usted) los razonamientos, al escribir: El naturalismo se
funda en copiar la vida tal y como es, y una de dos, o la vida es inmoral, y sus ejemplos
pervierten, o en el cdigo de las artes hay que grabar este letrero: Queda proclamado el
imperio de la mentira.
Empecemos por lo ltimo. Desafortunado est en sus carteles el genio del
naturalismo que a usted impulsa: producen efecto contrario al que se proponen. Ya lo creo
que debe proclamarse el imperio de la mentira en el cdigo de las artes! Como que sin esa
mentira (que es lo que en otros trminos se llama ficcin potica) ni hay tal arte ni hay tal
cdigo. La Venus de Medicia, de que el otro da habl, mentira! Los gticos palacios de
Venecia, cuya pesadumbre parece sostenerse sobre columnillas que flotan en el agua,
mentira! Los ngeles del Beato Anglico, las Concepciones de Murillo y las Ledas del
Correggio, mentira! El sueo de una noche de verano, de Shakespeare; El mayor encanto, amor, de
Caldern; el Orlando, de Ariosto; el Fausto, de Goethe, mentira! Todos los versos de todos
los poetas del mundo, mentira, mentira y mentira! Cmo que jams se ve ni pasa en la vida
nada de lo que en esas rimas, en esos poemas, en esos dramas, en esos cuadros, en esos
edificios y en esas esculturas pasa y se ve! Cmo que es todo ello falso y sin realidad
humana!
Me admira, amigo, que el espritu de secta haya desviado de tal modo el claro
entendimiento de usted, porque, efectivamente, crear obra de arte es crear vistosa
mentira, como usted dice, queriendo argumentar ad absurdum.
La definicin ms concisa, ms clara y ms profunda que he ledo jams del arte es
la de Bacon: ars est homo additus naturae; o lo que es igual, la naturaleza ms la imaginacin;
de cuyo maridaje resulta el bellsimo embuste que se llama obra artstica.

60
Ejemplo de ello: nadie ha visto ngeles, nadie sabe cmo son; pero al artista que
trat de dar humana forma a espritus celestiales, hubo de ocurrrsele que el menos material
de los seres materiales es el ave, por cuanto sus alas lo elevan donde otro ser no llega, y
porque su ligereza supera a la de todos; entonces, tomando del ave lo que es su atributo
caracterstico, lo aplic a la forma humana ms gentil que hall, y al mancebo de bellsimo
continente o al nio de cndida y pursima hermosura, les puso alas e hizo el ngel; es decir,
hizo la mentira. Porque nios los hay, alas tambin; pero nios alados, no.
Pues he aqu cmo ha de ser y es siempre el arte verdadero: compuesto de
elementos reales que producen ideal belleza.
Juzgo ocioso detenerme en refutar lo de que no ve usted la moralidad de mentir.
Aun en la vida social, en los actos que rige la conciencia, es a menudo moral la mentira; y
no crea usted que uso de sutilezas escolsticas ni de distingos jesuticos; lo afirmo con tanta
mayor tranquilidad, cuanto que no he hallado todava quien me aventaje en lo sincero.
Cuanto a la mentira literaria o artstica, bien trazada, es siempre bella, como queda
demostrado, y moral lo es tambin infinitas veces
Pero qu digo! Es siempre moral y nunca es mentira. Se extraa usted? No hay
por qu extraarse; el hombre inventa en las formas plsticas, como el ejemplo citado lo
declara; pero en sentimientos o pasiones nunca inventa, porque el ms sublime herosmo o
la ms negra infamia han ocurrido y no cabe en esto invencin, es decir, no cabe mentira.
Acaso el Vicario de Wakefield, creado por Goldsmith, o Monseor Bienvenido,
ideado por Vctor Hugo, no han existido en la vida real? La mitologa india imagin que
Buda se entreg un da como presa a una tigresa y su cachorro para que no pereciesen de
hambre, y ms tarde, all en Judea, por dar sustento de caridad y amor a los hombres (ms
feroces a menudo que los tigres) sufri Jess muerte afrentosa en un madero. Cuanto a
monstruos, en la historia y no en la ficcin, hallaron Shakespeare a Ricardo III, y Dumas
(padre) a Calgula.
Continuemos, si a usted le place, querido Ortega Munilla, departiendo sobre la
novela naturalista. Si la pintura de ciertas escenas despierta impurezas en el nimo del
lector (copio las palabras de usted), a nadie hay que culpar sino a la humanidad, que tan
inflamables entraas tiene.
Fuego de Dios con la doctrina, compaero! Veo que tiene usted la moralidad an
ms recia y ms a prueba que el estmago. Con arreglo a tan estupenda teora, en la primera
exposicin de curiosidades artsticas, verbi gratia, podran colocarse en una vitrine las diecisis
actitudes de Julio Romano, grabadas por Marco Antonio de Bolonia, sin el menor
inconveniente. Si despertaban impureza en los espectadores, peor para ellos; no tener tan
inflamables las entraas.
Las ampliaciones y comentarios con que exorna usted su teora, vienen como de
molde para mejor determinar su error. Dice usted, en tono irnico, que deben borrarse las
desnudeces de los museos para que no se alboroten los nervios de los colegiales. Usted, sin
duda, no recuerda lo que debi de sucederle al ver la Venus de Milo, desnuda hasta la
cintura, en la rotonda que en el Museo del Louvre se le ha dedicado, y apostara doble
contra sencillo a que ni a usted ni tampoco a ningn66 joven de mediano sentimiento
artstico hubo de despertarle apetito alguno. Pues lo que con las Venus griegas, sucede con
las italianas, pintadas o esculpidas. En cambio, no me atrever a decir lo propio de las Evas
y las Ninfas de Rubens. Y sabe usted por qu? Pues sencillamente porque griegos e
italianos eran idealistas, y flamencos y holandeses realistas, y la desnudez, como muestra de
beldad plstica, como ejemplo de armona y correccin de formas, no cautiva ms que el
espritu, mientras que la copia de la carne tal como el modelo la presenta, como se hace
nada ms con los sentidos a los sentidos perturba.
66
En este pasaje del texto original se inserta, por error, lo que parece ser un fragmento de otro artculo de
La Nacin, de temtica agrcola.

61
De las artes se pasa usted a las letras, y dice usted, en son de pulla, que se han
dictado rdenes para que en Romeo y Julieta no haya besos. Vlgame Dios, y cun
distrado anda usted al caminar por los vericuetos del naturalismo, que as se mete usted sin
notarlo en la boca del lobo! No recuerda usted que el drama de los amantes de Verona
es idealista, romntico y espiritual por excelencia, y que son all las caricias ni ms ni menos
que es el perfume en las azucenas, que no por ser l penetrante y embriagador, dejan ellas
de ser smbolo de la pureza inmaculada?
En la proporcin y en la forma estriba la diferencia entre lo lcito y lo ilcito en arte.
Esos besos de la garrida doncella y del bizarro mancebo del drama shakespeariano, son, no
ms, uno de los pormenores del amoroso idilio; revolotean como mariposas en los versos
del poeta, y alguna que otra vez, al detener su vuelo, se posan en los labios de los amantes.
Mas quin osar comparar estos mpetus juveniles con el pecado de torpeza que
Zola se complace en analizar y desmenuzar cnicamente en la Cure o en Thrse Raquin?
Usted pide que se pinte la vida tal cual es; pues bien, en la vida hay amor y hay vicio, hay
rosas y hay llagas, por qu pintar solamente llagas y vicios? O mejor dicho, si para el arte y
la moral conviene en ocasiones apelar a lo feo, material o moralmente, por qu describirlo
hasta en sus ms repulsivas menudencias?
Dems, que aqu no se trata de lo que se dice, sino de lo que decirse debe. De esas
escenas escabrosas a que usted alude, llenos estaban los libros antes de que Zola y sus
adeptos tratasen de darles carta de naturaleza y pasaporte legal en los dominios del arte.
Si tiene usted lejos de la memoria las obras no de un Apuleyo, que en
deshonestidad y desvergenza ray ms alto que todos juntos los as dos contertulios de
las soires de Mdan, no de Boccaccio, cuya desenvoltura da quince y raya a las mayores
audacias de Quevedo, sino de un gran poeta, de Ovidio, si no recuerda usted, deca, los
versos de Ovidio en su Ars Amandi, abra usted el libro II, en el pasaje que empieza:
Conscius ecce duos accepit lectus amantes, y dgame si escena ms escabrosa la ha escrito nunca
Zola alguno67.
Y note usted que Ovidio templaba el inaudito descaro de sus descripciones con la
gallarda de la imagen y los joyeles de la poesa, sin que por ello haya venido a nadie en
mientes, hasta hoy, que este libro del vate de Solmona debe andar de mano en mano, como
andan Nana y Pot-Bouille trocadas en novelas ejemplares, muy de otra suerte que las
cervantescas.
Tambin en el museo de Npoles existe una primorosa coleccin de estatuillas,
camafeos, pinturas y otros objetos artsticos hallados en Pompeya, originales, graciosos y de
admirable ejecucin en la mayor parte, pero que de ningn modo estn expuestos al
pblico, sino guardados en coleccin secreta, o como se llama en el museo, en la Raccolta
pornografica.
Semejantes observaciones pueden aducirse, amigo mo, apropsito de lo que usted
me habla de la limpieza en la novela, para lo cual me recuerda usted algunos casos literarios,
a que sucintamente respondo: que habra que borrar de I Promessi Sposi una porcin de
pginas en que se habla de la peste. Esas pginas son dramticas de terrible y artstica
verdad, no otra cosa. Y aun as, al entrar en l Lazareto Manzoni le dice al lector: No nos
proponemos ciertamente el describir con minuciosidad dicho espectculo, ni tampoco
creemos que el lector lo desee.
Que habra que borrar de Los Miserables el estudio sobre las alcantarillas. Y nada
perdera, nada, la novedad de Vctor Hugo con suprimir este captulo.
Que habra que borrar la escena que cit yo del Quijote y otras muchas semejantes
de nuestros novelistas y autores satricos.

67
Sic.

62
No tal; son detalles perdidos en la masa general del libro, y si no esenciales,
tampoco repulsivos; y sabe usted por qu? Porque se presentan con la mscara cmica, la
cual autoriza y ha autorizado siempre lo que en serio y en fro desagrada y repugna.
Pero no es esto lo que importa; importa y mucho consignar y con esto doy
remate a esta deshilvanada epstola que Zola empieza donde los otros acaban.
Manzoni, de un rasgo, pinta los cadveres de los apestados en el carromato que los
lleva al cementerio Zola describe en todo su asco y horror el cuerpo del cadver (vase
Teresa Raquin).
Vctor Hugo examina las alcantarillas; Zola analiza el lquido que corre por ellas
(vase el patio interior de Pot-Bouille, y lo que hace en lance extremo extorchon dAdele);
Cervantes, de una sola frase, una sola, cuenta cmo D. Fernando se apoder de Dorotea;
Zola detalla el cundo, el cmo y de qu manera (vase el mismo Pot-Bouille y Teresa Raquin).
Lo repito: all donde han dicho basta! porque no era menester ms, los grandes
escritores ayer, all comienza la descripcin y el anlisis del naturalismo de hoy. En La Joie
de Vivre, la novsima obra del mismo Zola, dice el autor de su herona que un da sinti la
oleada de la pubertad que la invada. La frase es bastante feliz y lo suficiente clara, pues no
le basta, y emplea una pgina entera en parafrasear esta clusula con gran copia de
sociedades.
En resolucin, mi querido y mal aconsejado Ortega, quiere usted saber, de una vez
para siempre, la diferencia que existe entre el arte y el naturalismo, que son dos cosas muy
diversas? Pues hela aqu:
En un museo (y vuelvo a mi tema) hay una Venus de mrmol, obra maravillosa del
cincel; no es verdad, porque Venus, de existir no sera de color blanco, como el mrmol, de
cabellos blancos tambin, y falta de pupilas. Sin embargo, la estatua se admira, se ama y no
repugna.
En un gabinete de figuras de cera hay otra Venus (pero en un aposento reservado);
tiene cabellera de cabellos naturales, colores propios, ojos que parecen vivos; cuantas
perfecciones, en suma, la identifican con la realidad Pues no inspira amor ni admiracin,
sino curiosidad o lascivia.
La figura de cera es el naturalismo; la estatua, el arte.

63
La Nacin, 21 de mayo de 1884

El naturalismo y al arte. Para terminar una polmica

Jos Ortega Munilla

Seor Luis Alfonso, crtico de La poca

Querido amigo:

Aun cuando usted desde las columnas de La poca ha dado por concluida esta
polmica, en lo que a m se refiere permtame que, por ltima vez (en esta ocasin, se
entiende; que en lo porvenir han de ofrecrsenos otras muchas), permtame que, para
concluir, le dirija esta carta. Es de advertir que yo no trato de convencerlo a usted de la
bondad, verdad y belleza de mis ideales artsticos, porque bien comprendo que dirigir
argumentos y observaciones, triviales por ser mos, a un literato tan ilustrado como usted,
cuando antes de que a m se me ocurran han brotado en su cerebro y los tiene juzgados de
antemano, y dirigrselos con la intencin de cambiar sus opiniones, tiene mucho de
vanaglorioso y petulante. Bien sabe Dios que la vanidad no es mi pecado, y que mi sola
vanidad es la de no ser vanidoso; pero por humilde que sea, no quiero que las gentes digan
que he dejado sin respuesta una carta de usted, que esto ya sera olvido de la urbanidad.
El debate que nosotros hemos iniciado se ha generalizado. Han intervenido en l el
discreto Palacio Valds, aduciendo argumentos y observaciones, hijos de su claro ingenio,
que noblemente le envidio; la insigne Pardo Bazn; Calcao, escritor americano; Lpez
Bago; quin para robustecer mis afirmaciones, quin buscando un trmino medio, un
convenio de Vergara entre los gelfos idealistas y los gibelinos del naturalismo, una
componenda de ambas doctrinas, que por sabiamente que se condimente ha de resultar tan
poco agradable como una mezcla de acbar y miel. No, ha pasado el tiempo del
eclecticismo y ha empezado el de los campos bien deslindados, y el de los combatientes a
cara descubierta. No porque yo crea que es conveniente clasificar en dos bandos a los
escritores, poner ac a los naturalistas, poner all a los idealistas, derramar sobre aquellos
flores y elogios, y sobre estos, ortigas y censuras. Si usted me hace el obsequio y la
distincin de recordar el origen de esta polmica, tendr presente que la comenc yo
diciendo que soy enemigo de camarillas literarias. As me parecen dignas de censura las que
la Academia cobija bajo su real manto, como las que la juventud crea en torno a la mesa de
un caf.
Pienso que es necesario admitirlo todo, con tal de que sea bueno, y que una de las
pocas cosas censurables que yo encuentro en la campaa de Zola es la estrechez de espritu
con que ha negado el agua y el fuego a cuantos no pensaban como l. Vengan ac las obras
de los idealistas, que si son buenas, hemos de coronarlas de laureles; vengan ac todas las
obras del espritu humano, que para ser dignas de la posteridad han de haberse inspirado
fuera de todo pensamiento de escuela, siguiendo los propios y personales impulsos. Aspiro
a que usted tome en cuenta esta manera de ser de la generacin literaria de que soy el
ltimo y menos medrado vstago. Pero advierto en los que no piensan como nosotros, y
hasta en usted mismo, con ser usted tan imparcial y tan ajeno a las pasiones artsticas, que
hay una idea preconcebida contra el naturalismo, y que esta amplitud de ideas de los que en
el lado de ac estamos, es contestada y correspondida con una dura y cruel injusticia.
Contra el naturalismo se levantan hoy en Espaa tres enemigos: el espritu de
cuerpo de la academia; el espritu de rutina, que hace a los hombres seguir por largo tiempo
las corrientes de un impulso recibido aos atrs, y el espritu de la moda, que ha hecho en

64
Francia mil chistes, fciles de traducir al castellano. Ya sabe usted que el odio patrio hacia
los invasores hizo, all en los aos mozos del siglo, afirmar a los heroicos coetneos de la
invasin francesa, que el rey Jos era tuerto y borracho. En vano las costumbres cultas del
corso y sus dos pupilas relucientes y sanas pugnaban contra esta afirmacin. Ni el rey Pepe
Botella era borracho ni tuerto, lo cual no impidi que siguiera llamndoselo con aquel
injusto apodo, falta de verdad disculpable en la exacerbacin de las santas pasiones
populares. Pues lo mismo sucede con el dictado de sucio e inmoral que se atribuye al
naturalismo.
Se habla siempre de Zola, como si Zola fuese el nico escritor naturalista del
siglo XIX. Y, sin embargo, tiene mulos y rivales como Daudet y los hermanos Goncourt,
de cuyas obras apenas se hace mencin. Dentro de la obra de Zola slo se citan aquellos
episodios y aquellas escenas en que tal vez exagerando el autor sus procedimientos, ha
descrito cosas repugnantes; y en vano se reclama la atencin de los crticos hacia lo que en
esas obras hay de limpio y honrado, y hacia lo que aun es ms importante y trascendental,
hacia la tendencia moralizadora, EVANGLICA de su campaa. Yo mismo he citado a
usted para que comparezca ante estas partes de las novelas de Zola, y usted no ha
contestado a mis indicaciones. Lo cual me indica que si maana Zola escogiese por asunto
una novela a Santa Teresa de Jess y analizara con el superior talento de observacin que
tiene la vida gloriosa, casi celeste, de la doctora avilesa, y encontrara en sus xtasis msticos
pginas admirables, dignas del asunto, seguiran siempre los enemigos del novelista citando
las inmundicias que encuentran en la historia social y natural que Zola escribe, sin curarse
de lo que forma la parte esencial y caracterstica de ella. Los que tan enamorados viven del
Agua de Colonia y de las virtudes parecen tener un empeo en toparse con lo hediondo e
inmoral, y lo buscan sin descanso, y para llegar pronto a la cloaca, pasan sin repararlo ante
palacios tan admirables como los de Venecia, cuya pesadumbre parece sostenerse sobre
columnillas que flotan sobre el agua, segn usted dice elegantsimamente.
Pero como no hemos de dilatar eternamente este debate y para los efectos que al
pblico interesa, basta con que usted haya expuesto, y yo acabe aqu de exponer, lo esencial
de nuestras opiniones, quiero dejar a un lado todo lo que en su ltima carta que la
falta de tiempo me ha impedido contestar antes se refiere a mi poca hbil manera de
discutir. Esto slo importa a mi amor propio, y no quiero por tan ftil inters entretener ni
un instante a los lectores. Condnsase en breve espacio lo que tengo que contestar a usted,
imaginando un dilogo en que usted dice lo que dice sustancialmente, o al pie de la letra, en
su carta, y yo, lo que se me ocurre aducir entre sus afirmaciones.
Usted.La historia de Nan es mucho ms inmoral que la de Margarita Gautier, en
el supuesto de que sean entrambas inmorales Margarita se arrepiente de sus liviandades,
intenta borrar las faltas del pasado con las virtudes del porvenir, ama y quiere redimirse por
amor. Quiere, mas no puede; su condicin deshonrosa hace infranqueable el abismo, y se
ve rechazada por el padre de su amante y vilipendiada por el amante mismo. Y al morir,
ms que de tisis, muere de pena, de desesperacin, al reconocer que no hay Jordn que lave
el cieno de la deshonra.
Yo.Enmienda mi amigo Alfonso, en estas lneas, la obra de Dumas: tan idealista
es Alfonso, y tan despreciador de la realidad, que ni siquiera se atiene a lo que Dumas
escribi. Nan muere siendo objeto de asco y lstima, como mueren esas desgraciadas
mujeres. La que despus de ver su triste historia y su funesto fin no desee volver a la vida
honrada, es que no tiene en su corazn ni una fibra de mujer; no es ms que una hembra.
A Margarita la acompaan las simpatas del pblico, a Nan, el desprecio. Margarita ensea
a sus compaeras este axioma: si entre vuestros amantes paganos encontris uno que os
guste y aspiris a casaros con l, estis salvadas. Es decir, despus de una historia de
vergenzas, un buen negocio en la tierra, y despus, el cielo.

65
Usted. Los romanticismos e idealismos de La dama de las camelias proclaman con
voz terrible: Ay de ti, mujer, si delinques! Ni el cario de un hombre honrado ni tu propio
y firme arrepentimiento podrn regenerarte.
Yo. Esto ya es demasiado, porque es anticristiano. Jess perdon a Magdalena: el
seor Duval no quiso perdonar a Margarita; luego, segn usted, la moral de Duval es
superior a la de Jess.
Usted. Dice usted en tono irnico que deben borrar las desnudeces de los
museos para que no se alboroten los nervios de los colegiales. Usted, sin duda, no recuerda
lo que debi de sucederle al ver la Venus de Milo, desnuda hasta la cintura, en la rotonda que
en el Museo del Louvre se le ha dedicado, y apostara doble contra sencillo a que ni a usted
ni tampoco a ningn joven de mediano sentimiento artstico hubo de despertarle apetito
alguno. Pues lo que con las Venus griegas, sucede con las italianas, pintadas o esculpidas.
En cambio, no me atrever a decir lo propio de las Evas y las Ninfas de Rubens.
Yo. La desnudez es pura o impura, segn la miren la castidad o la lascivia. Uno
de los stiros de frac y gardenia en el ojal que pueblan los salones mirar con codicia carnal
toda desnudez, la misma de la Venus de Milo que usted cita. Quien tenga sentimiento del
arte asistir a las escenas ms escabrosas de Zola, al idilio de Nan y Jorge o a las luchas
exticas de Paulina y Lzaro en La Joie de vivre, sin que intervenga la carne en el juicio.
Se trata de pinturas hechas con arte por un artista: no de las groseras del Decamern, ni de
las aventuras de la Reina de Navarra y de los Contes grivoises, ni de Taublas, ni del marqus
de Sade. No hay que asustarse de que el novelista describa lo que todo el mundo est harto
de saber. Vida de barro, crnica de oro. As deca el satrico italiano del gran seor
mantuano. La sociedad quiere, sin duda, lo mismo. En vez de enviar a un crtico contra el
naturalismo, deba enviar a un predicador contra las liviandades. Adems, cuando se habla
de moralidad por ustedes, solo se toca a los pecados del amor, como si no fuese inmoral
todo crimen: el atentado a la propiedad, la injuria y la calumnia, y, en fin, mil acciones, de
que se habla en libros antiguos y modernos, sin que haya habido un crtico que le diga a
Tcito: Por qu ha pintado usted con tanto relieve a los impuros Csares de la casa de
Augusto?. Ni a Shakespeare: Por qu ha creado usted a Yago, cuya deslealtad puede dar
ganas de seguir sus viles huellas, que han dejado en el jardn del arte el rastro brillante y
corrosivo del limaco? Por qu ha inventado la ambicin de Macbeth, y ha dado usted el
mal ejemplo de aquel triunfo por el asesinato?. Ni se ha dicho a Balzac: Cmo ha tenido
usted tan en olvido la moral, que ha dado vida a Vautrin, el diablo de los presidios, ante
cuya perversin la sociedad se siente pequea, tanto que al fin tiene que pactar con l y
nombrarlo jefe de polica? No equivale esto a decir que la debilidad honrada es objeto de
burla y martirio, y la fuerza criminal es invencible y laureada?. Pero no: para los
enemigos del naturalismo toda la inmoralidad de un libro radica en que describe una escena
de amor Por lo dems, conste que usted nos enva para ac a Rubens y dems gente
flamenca. Bienvenidos. Aleluya!
Usted. (Irnicamente y conduciendo hacia el despeadero del absurdo mis
argumentos, con la sana intencin de precipitarlos). Los ngeles del Beato Anglico, las
Concepciones de Murillo y las Ledas de Correggio, mentira! El Sueo de una noche de verano,
de Shakespeare; El mayor encanto, amor, de Caldern; el Orlando, de Ariosto; el Fausto, de
Goethe, mentira! Todos los versos de todos los poetas del mundo, mentira, mentira y
mentira! Cmo que jams se ve ni pasa en la vida nada de lo que en esas rimas, en esos
poemas, en esos dramas, en esos cuadros, en esos edificios y en esas esculturas pasa y se ve!
Cmo que es todo ello falso y sin realidad humana!
Yo. No; verdad y mucha verdad, porque eso ha pasado por el alma de un artista
eximio, porque todo ha sucedido y ha tenido realidad humana, como las visiones de Santa
Teresa y las alucinaciones de todos los msticos que han visto a Jess y lo han odo hablar, y
han advertido que la sangre divina goteaba de sus llagas. No crea usted que los naturalistas

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niegan ese mundo ideal, mstico, fantstico. Lo admite y lo proclama real, como hijo que es
de la organizacin humana. Dnde ha ledo usted que el naturalismo slo se ocupa de
pintar los zapatos podridos de Lantier? Si tiene usted a la mano el Gil Blas, de Pars, pase la
vista por la novela que Goncourt publica all, con el ttulo de Chrie, y despus hablaremos
un poco ms de esto. Sin duda alguna que usted conoce las admirables pginas que
Flaubert, el pontfice de la nueva escuela, ha escrito con el nombre de La tentacin de San
Antonio: pues bien, aquellas pginas esencial, genuinamente naturalistas, describen un sueo
de San Antonio, los subterfugios que la carne (lase diablo) emplea para derrocar su pureza.
Suea que viene a buscarlo una hermosa nia, de quien en su infancia estuvo castamente
prendado Ammonasia; suea que la misma reina de Saba le ofrece sus caricias y sus
tesoros; viaja a travs de las religiones, y pasa revista a los dioses; oye las discusiones de la
Lujuria y la Muerte, de la Esfinge y la Quimera. Nada de esto sucede, y todo, sin embargo,
puede suceder dentro de un espritu mstico, anheloso de la perfeccin suma. Y ese
prodigioso terno de erudicin, de alta crtica, de adivinacin histrica de estilo, no solo es
naturalista, sino materialista. No hay en l nada de ideal, y, sin embargo, todo es ideal en l.
Por no prolongar desmesuradamente esta carta no copio los ltimos prrafos de La tentacin
de San Antonio, que confirman la verdad de estas afirmaciones mas.
Usted. No recuerda usted que el drama de los amantes de Verona es idealista,
romntico y espiritual por excelencia, y que son all las caricias ni ms ni menos que es el
perfume de las azucenas, que no por ser l penetrante y embriagador, dejan ellas de ser
smbolo de la pareja inmaculada?
Yo. Todo esto que usted dice, y otra porcin de cosas que por ah he odo a sus
correligionarios, me prueba que ustedes dividen con una lnea el campo literario. En donde
crecen las flores se colocan ustedes, y llaman para que los acompaen a todos cuantos han
honrado las letras y las artes, desde Homero hasta Vctor Hugo, desde Praxteles hasta
Miguel ngel. Eso prueba el buen gusto de ustedes y que saben buscar amistades gloriosas.
Pero lo triste del caso es que en el otro campo dejan ustedes solo a Zola con media docena
de mal aconsejados jvenes. Naturalistas dicen son esos desdichados; Idealistas,
todos los buenos escritores, y nosotros con ellos. Pues no; por Jpiter, no: eso ni es, ni
debe ser, ni ser Shakespeare, por observador maravilloso y gran creador de caracteres, y
Cervantes, por pintor de la verdad, sin que le dolieran prendas; ms bien corresponden a
los que adoran el culto de la verdad artstica, que no a los que hacen del hombre un
maniqu, le ponen bajo las costillas de caa un corazn de serrn, le rellenan el crneo de
acadmicas ideas, le lavan las manos, lo enguantan y le ponen un nombre humano; y con
esas glorias de la humanidad, que bastan a justificar la obra de la creacin, cuntos han
conseguido pintar lo que han visto, dentro o fuera de su alma, lo material y lo moral.
No puedo dedicar mayor espacio a esta carta, y esto me impide seguir departiendo
con usted sobre tan amenos asuntos. Voy a concluir dicindole que si se empea en que el
arte idealista (yo lo llamara el arte acadmico) sea la Venus de mrmol de que habla en su
ingenioso artculo, por mi parte accedo. Sea. Fro como la Venus de mrmol, y como ella
ciego y sordo, pues se obstina en no ver ni or lo que dicen y hacen sus enemigos, y los
juzga, no por sus actos, por las propias aprensiones.
Hace muchos aos, cuando ni usted ni yo habamos nacido, la crtica francesa,
ocupndose de Nuestra seora de Pars, dijo que tal arte era la retrica de lo feo. No es
extrao que a los peinados hroes de las tragedias clsicas les pareciera el culto de lo
monstruoso aquel arte nuevo que buscaba la poesa fuera de las estrechas formas del
clasicismo. Como no es extrao que los neoclsicos se hayan asustado al ver entrar en su
perfumado saln a la verdad, desnuda y dolorida.

Madrid, abril, 14 de 1884

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La Nacin, 23 mayo de 1884

El naturalismo y el arte. Reincidiendo

Emilia Pardo Bazn

Seor Luis Alfonso


Redaccin de La poca, Libertad, 18, Madrid

Seor y distinguido amigo:

Doy gracias a Dios; al fin se ha servido disponer que alguien aclare e interprete las
cabalsticas disertaciones del seor Calcao; y una vez que tales resultados produce, juzgo
oportuna la reforma postal introducida por los escritores de que conteste uno las cartas
dirigidas a otro, siempre que estas cartas a otro anden en letras de molde.
Ve usted, ve usted si acert al vaticinar que se enfadara conmigo el seor Calcao?
Segursima estaba de concitar sus iras; lo que no presum es que usted, por saa
antinaturalista, tomase a su cargo la defensa de tan mala causa. Como soy que me alegro de
que acuda usted a deshacer ajenos agravios, y a disparar de nuevo la honda contra el
descomunal gigante Goliath del realismo.
Cuando batallaba usted con Ortega Munilla, estuve a punto de intervenir en la
discusin; me pararon la pluma razones de diversa ndole; hoy, situado en distinto terreno
el debate, puedo entrar en l y cumplir mi antiguo deseo.
Amigo Alfonso, usted debe, a la fuerza, hallarse sobrexcitado por los desafueros del
gigante consabido, ya que al lanzarle peladillas de arroyo con la honda crtica, pierde su
habitual mesura y equilibrio, y hace ademanes de espanto y terror ni ms ni menos que el
seor Calcao. Permtame usted que responda a lo esencial de su carta, dejando a un lado
lo de menor entidad, por no dar a mi respuesta proporciones de mamotreto.
Se asusta usted de mi desenfado y ligereza (sobrentindase, desacatamiento y osada), al
encararme con el seor Calcao, ministro, diplomtico y acadmico, periodista
renombrado, msico de lozana inspiracin, poeta galano y docto varn en suma. Lo de
ministro, diplomtico y msico no me impone ni pizca; bien poda el seor Calcao ser
todo eso, y aun presidente de la repblica de Venezuela, y un inconsciente (encontr el
vocablo parlamentario) en achaque de literatura; lo de periodista, acadmico y poeta, ya
supone algo para el asunto; mas si yo, segn afirma usted a rengln seguido, soy tambin
nada menos que toda una hablista, ingenio vivo y punzante, maestra en estudios
histricos, entendida en filosofa y ciencias, novelista de bros, escritora crtica de alcance y
poetisa de dulce canto; si tantos ttulos me otorga benvolamente la misma pluma que
extiende la hoja de servicios del seor Calcao, dnde est, cielos, mi irreverencia? O ser
inviolable el seor Calcao por su condicin de diplomtico y ministro? Ms caridad con
las pobres seoras: mire usted que estas varas de tela que las modistas combinan y pliegan
artsticamente desde la cintura al pie, nos incapacitan para aspirar a las glorias diplomticas
y ministeriales, y es crueldad refinada taparnos la boca alegando dignidades y preeminencias
que jams obtendremos.
Da usted muestra de ejemplar humildad ofrecindose a bajar en vez del seor
Calcao al terreno de los escarceos, vedado a tan conspicuo personaje por aquello de que
aquila non capit muscas. Cada uno es cada uno, y las comparaciones, odiosas, y usted posee su
ejecutoria fundada en mucha y discreta crtica, y yo de m s decir que rompo con usted
una lanza de tan buen grado como con el ms pernclito caballero andante del idealismo, o
lo que fuere ese remilgado eclecticismo esttico que usted profesa. Y ya que en tales

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aventuras nos metemos, djese usted de correctivos, que huelen desde mil leguas a frula y
dmine, y no proscriba el estilo desenfadado y jocoso, que es de tan limpio abolengo como
el que ms, siempre que no traspase los lmites del decoro literario, ni se resbale a
personalidades injuriosas. Quera usted verme muy grave, rebatiendo con slidas razones
la especie de que, por culpa del naturalismo, ya los hijos no lloran a sus madres cuando
Dios se las lleva? A pesar mo me retozaba la risa en el cuerpo, y hubo de salir un tanto
risuea mi carta.
Pienso, no obstante, que en todas mis chanzonetas no hay cosa que personalmente
lastime al seor Calcao, quien, aparte de sus peregrinas declamaciones, ser un caballero
muy digno de aprecio, del cual no tengo informes de ninguna clase. Y vea usted cmo lleva
razn su carta en un punto: aqu, en la costa cantbrica, no estamos al corriente de lo que el
seor Calcao vale y es. Yo confieso mi ignorancia supina. Aun por eso es bueno que usted
me entere y lo entere a l de las condiciones de la escritora trasconejada que desde el
Noroeste perpetra delitos de lesa majestad ministerial.
Dos argumentos nada ms dice usted que opuse a la carta del seor Calcao.
Parcenle pocos? Pues sobraba el primero, porque la carta del seor Calcao no aduca
argumento alguno, limitndose a lamentos, tristezas y anuncios de catstrofes e invasiones
de piratas. Cmo encerrar en la apretada red de la lgica y del raciocinio un artculo fluido,
inexpugnable por su misma inconsistencia y que, tocante a hechos, razones y fundados
juicios, puede compararse a nada entre dos platos? Para discutir formalmente se requiere
algo preciso y concreto, base de la discusin, no vaguedades y anfibologas que hacen a
todo y en resumen no contienen doctrina. Tanto es as, que la carta del seor Calcao,
mudndole el ttulo y media docena de palabras, podra referirse indistintamente al
descreimiento e impiedad en materias religiosas, o a las conspiraciones militares de Ruiz
Zorrilla68, o al lujo que crece de un modo alarmante, o al materialismo filosfico, o a
cualquier cosa. Si yo olfate que del naturalismo se trataba, no fue porque el seor Calcao
lo nombrase.
Con el buen fin de consolarlo, asegura usted al dolorido caballero cuya defensa
toma, que mi carta ha sido juzgada severamente hasta por el mismo elemento joven y
maleante del Ateneo. Aunque mis motivos tena yo para creer lo contrario, lbreme Dios de
afirmar cosa alguna en este punto. Sobre que no es lcito usar en batallas pblicas armas del
arsenal secreto y privado, como vivo tan lejos de Madrid, acaso no acierte a tomar el pulso
a la opinin. Y sin desconocer el mucho valer de la ajena, escribo siempre conforme a la
propia.
Si mi conciencia no estuviese tranquila, me alarmara la acusacin que usted me
dirige, afirmando que me burlo de los que muestran celo exquisito en pro de la fe y de la
virtud. La fe y la virtud! Por lo mismo que soy catlica apostlica romana; por lo mismo
que en materia de dogma y costumbres me atengo a las enseanzas de la iglesia, me niego
y ahora s que tocan a hablar seriamente me niego, repito, a admitir como apologa de
la fe cuatro generalidades huecas donde se llama a defender la fe susodicha al seor
Pi Margall69 (famoso cruzado). No alienta en m ese espritu exageradamente religioso que
usted me atribuye, si por espritu exageradamente religioso se ha de entender la ceguera del
fanatismo o la vociferacin del energmeno; pero me basta la dulce ley recibida en el
bautismo para no admitir en mi aduana una fe de contrabando, ni una moral privada que
sustituye al Declogo claro y sencillo las nebulosidades difusas del ideal.
Cristianos viejos eran nuestros inimitables escritores de los siglos de oro, y escriban
con franqueza, crudeza y realismo neto, y salpicaban sus escritos de palabras de baja estofa
ni ms ni menos que la insignificante autora de La Tribuna, porque nuestro idioma no
es oro todo l, amigo Alfonso, sino que se parece a esas sortijas de siete aros de siete
68
Manuel Ruiz Zorrilla (1833-1895). Poltico espaol. Conspir para derrocar a Isabel II.
69
Francisco Pi y Margall (1824-1901). Poltico y filsofo espaol.

69
metales, en que entran desde los ms nobles, como el oro y la plata, hasta los ms nfimos,
como el plomo y el estao, y si algn aro se le quita, pierde la sortija su gracia, hechura e
integridad; y ganas me dan de aadir que an son ms gruesos los aros de estao, plomo y
cobre, y ms rica nuestra generosa habla en voces bajas, familiares, plebeyas y humildes, y la
literatura debe recogerlas, estimarlas y darles curso. As estuviese yo tan segura de imitar a
los grandes clsicos en el talento como lo estoy de quedarme muy atrs de ellos en la
libertad de pincel, aunque apunte usted en la cuenta de mis licencias los detalles de
obstetricia de La Tribuna, harto ms sucintos y velados que los que a cada instante se oyen
en conversaciones y dilogos de gente bien educada, de seoras que se refieren
mutuamente sus andanzas en tan apurado trance. Si usted me ha ledo despacio y as
debe ser, pues ha juzgado usted muchas obras mas, sin hablar de la correccin de pruebas,
que agradezco cual se merece reconocer que, a falta de otras excelencias que
bondadosamente me supone y yo no poseo, tengo la cualidad o defecto de ser muy duea
de mi pluma, de escribir lo que me propongo y ni una lnea ms, pecando, antes que de
apasionamiento, de cierta frialdad ya observada por el malogrado Revilla en mi primera
novela, Pascual Lpez.
Para narrar ese episodio tremendo de la vida femenina, que debe caber en el arte,
esa suprema crisis de la maternidad, donde no hay nada de licencioso o provocativo, e
impera la austeridad profunda del dolor, he rehuido la descripcin clnica de Zola en
Pot-Bouille, haciendo que la tragedia se represente entre bastidores, y que el odo supla a la
vista. No s lo que inspirar a las mujeres arrebatadas e indoctas el naturalismo: por la parte
que le toca a La Tribuna, no ser de fijo el amor libre, dogma de la iglesia romntica
jorgesandiana, nunca de la naturalista, como usted sabe perfectamente. Cuando la famosa
Guillermina Rojas predicaba sus anchas teoras, dijo agudamente un sujeto a quien conoce
todo Madrid: Para qu me han de dar el amor libre, si yo me lo tomo siempre que
quiero?. Crame usted: sin Guillermina Rojas, sin romanticismo ni naturalismo, origina las
mayores picardas, desde los tiempos de Adn, la humana condicin flaca y decada, y el
diablo que lo aasca todo.
A cuntos kilmetros estaremos del seor de Calcao? No lo s, ni hallo medio de
regresar hasta l, ni de ponerme otra vez seria para concluir de un modo correcto. Y es que,
lejos de enojarme, de querer lanzar a usted rociada alguna, de increparlo duramente, o de
tratarlo como a un Siffler de mis ejrcitos,70 estoy que no quepo en m de vanidad y gozo desde
que usted me ha revelado que no hay piratas. De una plumada, o, mejor dicho, de algunas
plumadas, suprime usted a siete de estos: Galds, Pereda, Palacio Valds, Ortega Munilla,
Sells, Cano y Palencia. Sobre el realismo de los tres ltimos, ya dije en mi carta al seor
Balaguer que habra mucho que discutir, y si los citaba era porque el seor Calcao los
omita; huelga, pues, la mayor parte de lo que afirma usted de ellos, y la sorpresa del seor
Palencia tambin. En resolucin: suprimidos por usted estos y los otros, resulta que solo
quedamos, como piratas indiscutibles, el crtico Clarn y yo. Digo, digo! Pues apenas nos
pondremos huecos el catedrtico de Oviedo y la dama coruesa!
De modo que todos los augurios del seor Calcao (paternidad del mono
inclusive), todos los artculos, gacetillas y sueltos que diariamente salen en peridicos y
revistas, todas las discusiones del Ateneo, todas las polmicas acaloradas cuyo estrpito
aturde los casinos y los cafs, todos los libros que tratan la debatidsima cuestin palpitante y
toda su indignacin de usted, no reconocen otro origen ni se refieren a nadie ms que a la
pareja cntabra, de la cual se compone el andrgino gigantazo, el tremendo Goliath!
Pasmada estoy de mi propio dinamismo, y maravillada de obrar tales milagros y
causar trastornos semejantes. S, amigo mo: voy a exclamar, cual las lagartijas de la fbula:
Valemos mucho, por ms que digan.
70
Siffler fue el seudnimo de Miguel Prez, un oficial del ejrcito espaol que intent sublevarse en las
filas de Ruiz Zorrilla contra la monarqua en 1883.

70
Cmo no he de agradecer a Siffler que me deje sola o casi sola! Muy buena era la
compaa en que cre encontrarme, y preferira (en cuanto a gusto y diversin) seguir
acompaada; pero con la soledad gana mucho mi orgullo, y si creyese firmemente que no
pasaba un alma por la calle del realismo, de veras me creceran tres dedos, que siempre es
glorioso ser, en algo, el nico.
Ya puesto a ello, amigo mo, qu trabajo le costaba haber concluido la obra,
suprimindonos tambin a Leopoldo Alas y a m?
No falta quien le d el ejemplo: mi muy reverenciado amigo el novelista Alarcn,
declara que va a morir definitivamente el naturalismo, en otra carta que endereza desde
El Imparcial al seor Ortega Munilla. As se resuelve el problema: muerto el perro, se acab
la rabia. Para los que quedamos, no merece la pena de existir.
En suma, si Clarn y yo somos los nicos ejemplares de la especie piratesca, all l se
las compondr como guste, que por m estoy dispuesta a piratear recio, y en el terreno
corts aunque en festivo tono las ms veces me tendr usted siempre pronta a
enarbolar la bandera negra, as me quede como arrez sin bogavantes.
Desde mi galeota, me despido agradeciendo los inmerecidos elogios que me tributa
usted y asegurndole que no soy irritable, ni estoy irritada, antes estas luchas me esparcen y
agradan muchsimo, especialmente cuando tropiezo con tan dignos adversarios.
De usted afectsima amiga Q.B.S.M.

EMILIA PARDO BAZN


La Corua, a 2 de abril de 1884

71
La Nacin, 6 de junio de 1884

El naturalismo y el arte

Luis Alfonso

Seora Emilia Pardo Bazn


Calle de Tabernas, 11
Corua.

Mi muy distinguida amiga:

Ms recia defensa del naturalismo esperaba yo del mucho despejo y sazonado


estudio de usted. He de confesarle, por tanto, que le sorprendido su carta (con la que
hemos entrado de lleno en la legalidad postal, escribindonos directamente y no por tercera
mano) sin encontrar al punto razonamiento a que asirme para proseguir mi campaa
antinaturalista.
Estocadas personales en la primera parte de su epstola; quites personales tambin
en la segunda, y nada ms. Apenas dejaba usted al seor de Calcao, la tomaba usted
consigo misma; y como yo haba expresado ya en abono del primero mi parecer, y no tena
para qu arremeter con usted, que por ser dama est y debe estar al abrigo de todo ataque,
quedeme perplejo y desconcertado.
Porque ha de saber usted, seora ma, que la controversia que haba emprendido
gozoso en El Imparcial, por tratarse de peridico muy popular y ledo y por contender con
tan noble paladn como Ortega Munilla; esa controversia acab, no s si a mano airada o
por inanicin. Y digo esto porque, por una parte, Ortega Munilla hubo de dejar que pasara
un mes sin escribirme, y por otra, en el mismo Imparcial me han significado que tales
polmicas son enfadosas, y que, despus del segundo artculo, ya ni los mismos que lo
escriben se enteran de ellos.
Imagine usted cul quedara yo al or esto! Y es el caso que tan oronda y
envanecida o ms que usted se muestra por haber quedado sola con Clarn para defender el
naturalismo, me hallaba yo de leer las cartas que de todas partes (Pars, Barcelona, Sevilla,
Zaragoza, Crdoba, Gibraltar, Valencia) aplaudan la doctrina que sustento y de or las
palabras de estmulo que a cada punto me dirigan toda clase de personas.
Al propio tiempo me constaba que los partidarios de Ortega Munilla aguardaban
ansiosos sus rplicas y lo felicitaban por su apologa del naturalismo.
Crea, por ltimo, como creo, que no hay en Espaa hoy da tema literario de ms
inters que este, por lo que es en s y por el rastro que deja. Imagine usted, pues, vuelvo a
decir, cul quedara yo privado all de continuar y sin pretexto aqu para seguir.
Por fortuna es usted de los escritores que aun dejando que su pluma vuele por
regiones estriles, no dejan de verter aqu y all alguna semilla que por su propio valer, y a
poco que se la cuide, fructifica y crece. Repasando, pues, con detenimiento la carta que me
hizo usted la merced de dirigirme, he descubierto al fin alguna de esas semillas, dejada caer
como al desgaire en el surco del campo naturalista y cuyos brotes pretendo arrancar antes
de que se desarrollen para dao de las letras.
Demos ya de mano, si le parece a usted, a mi respetable amigo el seor Calcao, a
quien zahiere usted y maltrata en columna y media de las tres que su carta llena, por el
delito no de haber maltratado o zaherido a nadie, sino de haber omitido deliberada o
indeliberadamente en la suya algunos nombres; prescindamos de que a usted no le plugo
entender que al enumerar los merecimientos de usted junto a los suyos, lo hice para que se

72
notara el contraste entre el proceder circunspecto del ministro venezolano, que ni antes ni
despus de la acometida de usted ha esgrimido la pluma en el ataque, y la impetuosa
agresin de usted armada de punta en blanco con burlas, cuchufletas y donaires; arns
naturalista que, se lo confieso a usted claramente, si no me agradara en Rugiero, menos me
gustara en Bradamanta.
Y vengamos al asunto. No piense usted que yo he de tomar a mal ni he de
conceptuarme ridiculizado porque usted me acuse de asustadizo y medroso ante el lenguaje
y tendencias de usted, ni tampoco porque apode usted eclecticismo remilgado a mi
criterio.
Miedo y susto me produce ciertamente, el que no ya tan solo los varones, mas
tambin las hembras o si usted quiere, las ricas hembras se aficionen ciegamente a las
teoras y prcticas literarias de Zola y su bando, porque entiendo que si mucha falta hace
ideal, la mayor suma posible de ideal, en los corazones serenos y los entendimientos claros,
para soportar las materialidades harto desapacibles de la existencia, ms necesita an de ese
hbito refrescante la mujer, que ha sido siempre en la tierra el ideal del hombre y la
inspiradora perenne de ese idealismo engalanado por la imaginacin que se nombra poesa.
Cmo se reir usted para sus adentros al leer estas puerilidades tan manoseadas
como aejas? Pero debo advertir a usted, simplemente como un hecho, que quiz por lo
mismo que no es nueva ni original mi opinin, la confirman en el caso presente todas,
absolutamente todas cuantas seoras me han hablado de la Cuestin palpitante que ahora
sacamos otra vez a plaza y que palpita ms que nunca.
Repito que solo como hecho lo aduzco, porque ms de una vez se ha visto que uno
tenga razn contra todos, y pudiera usted tenerla, mal que pesara a todas las de su sexo;
pero crame usted, amiga ma, hay mucho adelantado, en letras como en cualquier asunto,
con tener de la parte al pblico femenino.
Me apresuro a declarar antes de proseguir, que segn barrunto, ha de ser opuesta a
mi parecer, mi seora y amiga doa Rosario Acua de la Iglesia, que anoche nos ley en el
Ateneo un poema con asomos de cientfico, conatos de irreligioso y vislumbres e indicios
de sarcstico.
Tambin me declaro reo en lo de los remilgos. Los tengo y muchos, ms que una
damisela nerviosa y evaporada, cuando se trata de obras de arte. Si no hay belleza y
armona, si no hay pulcritud y buen gusto en ella, le hago ascos, y tales, que de seguro hara
rer a carcajadas a la autora de La Tribuna, en cuyo libro hay nias mocosas, muchachas
que llevan la cesta a su hermana y mozas que gritan: repelo!.
Digo hoy a usted, mi seora doa Emilia, lo propio que a Ortega Munilla dije ayer.
l escriba en tono irnico que la esfinge ante la cual discutimos haba de exclamar:
mucha agua y jabn Windsor!, y yo repliqu que s, que mucho jabn y mucha agua han
menester varias pginas naturalistas, y que yo voceaba tambin con todas mis fuerzas:
mucha agua y jabn Windsor!. Ahora, del mismo modo convengo con usted en que soy
muy remilgado y concepto que deben usarse muchos remilgos al tratarse de admitir o no
las producciones del ingenio.
Yo por m las acepto todas (por eso soy eclctico) vengan de donde vinieren, con
tal que vengan limpias y artsticas y hermosas. Y si quiere usted, para que le sirva de
gobierno, que le declare cul es la frmula de mi remilgado eclecticismo, le dir de aqu
para en adelante, que as como los musulmanes concentran su fe religiosa en la frase No
hay ms Dios que Dios y Mahoma es su profeta, yo reduzco mi fe literaria a esta: No hay
ms Dios que lo bello, y el arte es su profeta.
Continuemos. Para que usted se persuada de cun resbaladizo es en noble y
distinguida dama, como usted, sobre todo el apadrinar ciertos procedimientos literarios,
y el escarnecer determinadas creencias (llmelas, si usted quiere, cavilaciones), le advertir que
al chancearse usted una vez ms con la carta del seor Calcao, diciendo que mudndole

73
el ttulo y media docena de palabras podra referirse indistintamente al descreimiento en
materias religiosas, o a las conspiraciones de Ruiz Zorrilla, o al lujo que crece de un modo
alarmante, o al materialismo filosfico; al decir usted esto, repito, viene usted a decir que
en la respuesta de usted a la citada misiva, mudando el ttulo y media docena de palabras,
se burlara usted despiadadamente de quien combatiese el materialismo, el lujo, las
conspiraciones y el descreimiento.
Otro punto que concierne al tema trascendental que debatimos, toca usted cuando
se defiende del ltimo captulo de La Tribuna (el alumbramiento de la protagonista). Bien s
yo que ni remotamente ha seguido usted a Zola, quien dedica todo un largo captulo de su
flamante novela La joie de vivre, a describir con todas, absolutamente todas las menudencias
ms asquerosas y nauseabundas, el episodio tremendo como usted lo llama de la vida
femenina; mas, por Dios y los santos, no arguya usted para defenderse que los detalles de
obstetricia de La Tribuna son harto ms sucintos y velados que los que a cada instante se
oyen en conversaciones y dilogos de gente bien educada.
Medrados estaramos si no fuera as! Habramos tambin, por rendir culto a la
realidad, de transcribir las preguntas del mdico a un paciente de dolencia gstrica, o los
dilogos de gente bien educada acerca, verbi gratia, de los efectos del mareo?
Con estas intiles licencias retricas se relacionan estrechamente otras libertades no
menos abusivas de vocablos. Y digo licencias intiles porque Pereda, sin ir ms lejos, que
aunque no se anda en naturalismos, es un escritor real y verdadero, sabe, como saben los
artistas, decir tanto o ms que los partidarios de esas claridades, sin ofender el odo ms
remilgado; y no insisto ms porque en este mismo sitio hice notar la astuta delicadeza, que
as se puede llamar, del autor de Pedro Snchez.
De las voces villanescas que Zola primero, Prez Galds despus y usted ms tarde,
se han complacido en traer al vocabulario de la literatura, dice usted que nuestros escritores
de los siglos de oro escriban con franqueza, crudeza y realismo neto, y salpicaban sus
escritos de palabras de baja estofa.
Hulgome, lo que no es decible, de que haya usted apelado a ese argumento que he
odo usar repetidas veces y para el cual hay siempre aparejada muy sencilla respuesta. En
qu clase de escritos empleaban semejante lenguaje los escritores aludidos? En los escritos
de gorja, como dira Quevedo, o de guasa, como se dice hoy; nunca en los serios. Para el
verso, solo en jcaras y stiras ligeras; para la prosa, en Rinconete y Cortadillo, El Pcaro
Guzmn de Alfarache, El Buscn Don Pablos o El Lazarillo de Tormes; esto es al tratar de
mendigos, pcaros, hampones, rufianes, busconas, celestinas y otros ejemplares de la hez y
escoria humanas.
Es esto lo que a ustedes los naturalistas les place remover? Aqu es donde les
agrada buscar tipos, costumbres, sentimientos y lenguaje? Pues con su pan se lo coman,
que yo ayuno y con mis remilgos me quedo.
Y si al cabo condujese a algo de provecho ese escarbar con la pluma cual con
gancho de trapero, entre la basura, o como el gallo de la fbula, que hall la perla y la
desde. Pero cul es, en suma, la moral que ustedes defienden, y que segn usted se
apresura a declarar, no es el amor libre, dogma de la iglesia romntica george sandiana y nunca
de la naturalista?
El preceptista de la escuela, el Aristteles, Quintiliano, Horacio y Boileau de ella,
que es Zola, lo ha manifestado harto explcitamente en sus teoras y en sus prcticas, o sea
en sus novelas. La doctrina del naturalismo se funda en la experimentacin, prescinde en
absoluto de la Providencia y lo divino, y atribuyendo solamente al temperamento todos los
actos de la vida, negando el libre albedro virtualmente, rueda necesariamente al fatalismo.
Es ms: en plena sesin del Ateneo se ha proclamado que el naturalismo haba de ser, por
fuerza, atesta, y ningn naturalista ha protestado, ni en realidad poda protestar, de ello.

74
Y si dejndonos de principios venimos a los ejemplos, dnde hallaremos esa moral
y dogma tan opuestos a los desvaros george sandianos? Ser en Le Nabab, Numa Roumestan y
Fromont jeune y Risler an, de A. Daudet, en cuyas novelas todos los bribones o anchos de
conciencia prosperan y la gente de bien se muere o se mata desesperada y escarnecida?
Ser en Madame Bovary, de G. Flaubert, donde el poderoso talento analtico del autor se
emplea en escribir el poema de una mujercilla sin cualidad moral ni intelectual que valga un
ardite y que entretiene los ocios de la aldea en minotaurizar, como Balzac dira, al mentecato
de su marido con cuantos galancetes halla a mano? Ser en La fille Elisa, de E. de
Goncourt, epopeya de una vulgarsima y asquerosa ramera que acaba por asesinar a un
soldado (digno Marte de tal Venus) y volverse idiota en la casa de correccin; odisea en
que cada uno de los cantos ocurre en un distinto burdel? O ser, en fin, LAssommoir,
Nana, Pot-Bouille o La Joie de vivre, de Zola, en cuyos libros, aparte de las obscenidades y
porqueras, resulta el pesimismo ms desconsolador, y si por acaso cruza un alma pura y un
corazn sano, es para quedar humillado, maltratado y deshecho por los machos y hembras
de la peor ralea, que all tanto abundan?
No comprendo, amiga ma, que usted, la autora tierna y dulce de los versos a su
hijo Jaime, usted, la piadosa narradora de la vida ejemplarsima de Francisco de Ass, usted,
que por ser mujer y mujer de privilegiada inteligencia tanto ha de comprender y estimar las
delicadezas del sentimiento, crea usted que ese linaje de literatura no ha de ejercer daina
influencia en esta nerviosa existencia que lleva el mundo.
Pluguiera a Dios que no fuera as; pero rase usted cuanto quiera de ello y saque
usted de su aljaba cuantas flechas aguzadas por la burla picante guste, es lo cierto, que, si
bien con alguna hiprbole en la forma, no andaba descaminado el seor Calcao al
arredrarse y entristecerse por los efectos de la invasin materialista.
Y si no, dgame mi seora doa Emilia, dgame en conciencia, si esa aficin, hoy en
auge entre los seoritos cortesanos, de imitar los usos y vicios, como las palabras y modales
de los chisperos del da; si esa villana costumbre de reemplazar la antigua espada del
hidalgo con la navaja del matn de oficio, no es, en suma, una traduccin (libre si usted
quiere, pero traduccin al cabo) de esa literatura donde se saca a primera lnea y se trueca
en personajes y hroes de poema, cuanto camina entre el lodo y rueda en el cieno de la
sociedad. Opina usted que es buen modo de suavizar las costumbres y aumentar la cultura
y fomentar el instinto de lo bello, delicado y puro, no hablar (y cuanto con ms talento,
peor) ms que de miseria y de vicios y no presentar ms que gentuza, ya moral, ya
socialmente considerada?
Rase usted, rase usted de nuevo, y ms de m que de nadie si le agrada, amiga ma,
que todas las risas y chanzonetas y pullas de usted no han de causarme mortificacin
alguna; en estos casos pienso como Petronio: Satius est rideri, quam derideri prefiero que
se me ran, a rerme.
Pero me duele, cralo usted, me duele (lo afirmo con la lealtad y buena fe que
cuantos me conocen, me reconocen) que amigos que tanto quiero y escritores que en tanto
estimo como Prez Galds y Sells, desciendan de Gloria al Doctor Centeno, y de El nudo
gordiano a Las vengadoras. (Ya sabe usted que aquel es el libro que menos se ha vendido y esta
la comedia que menos ha gustado, de uno y otro autor respectivamente).
Me duele mucho, s, que esto suceda, y no menos me duele que a la insigne
narradora de Un viaje de novios, puedan increparle, como no ignora usted que lo hace en El
Gibraltar Guardin, quien se firma Una espaola calpense, de que la herona de La Tribuna,
dura para sus padres, orgullosa y altiva con sus iguales y cruel y desalmada con el nico
personaje interesante del drama viene a la postre sin nobles luchas, sin pasin ardiente, a
entregarse en brazos de un mentecato libertino, sin corazn y sin carcter.

75
El autor o autora de esta filpica no muestra sobrada competencia en discernir
autores; mas en cuanto a sentido moral y aun sentido comn, dgole a usted que no es
lerdo.
Para terminar una carta que es ya cartapacio, asegurar a usted que si me preocupa y
amohna que escritores, como los nombrados, rindan sus fueros al menguado naturalismo,
y que escritores y damas como usted, bastardeen su propia y genial naturaleza,
sometindose al mal gusto naturalista, el naturalismo, en s, de modo alguno me arredra.
No me arredra por muchas razones, y la ms lisa y vulgar es la ms fuerte, a saber:
porque el juicio pblico lo ha condenado con fallo inapelable e incontrovertible, y por el
mismo camino que usted y Leopoldo Alas pretenden seguir para realizarlo: por el de las
burlas.
El romanticismo cay desde el punto en que apareci una caricatura en que se
figuraba un mancebo desgreado y ojeroso, con un pual en una mano y un pomo de
veneno en la otra, con un letrero al pie que deca: Me lo clavo?, me lo bebo?.
El naturalismo ha cado tambin desde el punto en que la gente, al or o ver un
lance desvergonzado, una frase cruda o un cuadro sucio en cualquier sentido, exclama:
gnero naturalista!.
Que es injusto, que es exagerado! Tambin lo era al tratarse del romanticismo, y no
por eso dej de matar con el ridculo la secta: Dura lex, sed lex.
No dude usted que con todo lo expuesto, la estima como el que ms, y la admira
como pocos, su afectsimo amigo y seguro servidor.

Q.S.P.B.
LUIS ALFONSO
En Madrid, a 20 de Abril de 1884

76
La Nacin, 22 de junio de 1884

El naturalismo y el arte. Cartilla

Luis Alfonso

Seora Doa Emilia Pardo Bazn


Calle de Tabernas, 11,
Corua.

Ni a negligencia, ni mucho menos a olvido, debe usted achacar el retraso de mi


respuesta. Debasela a usted, debala asimismo a la espaola calpense que desde El
Gibraltar Guardin me dirige sendas epstolas, y debala tambin en rigor a un seor Llobet y
Bargue, que desde Cervera me escribe una discreta carta.
Los trabajos para la resea de la Exposicin de Bellas Artes, que ya usted habr
visto, me han privado de cumplir, como era mi propsito, con usted y con las citadas
personas.
Mi contestacin ser breve y de despedida. Hay otros materiales que reclaman lugar
en la Hoja literaria, y no quiero usurpar su puesto, ni menos fatigar a los lectores con la
prolongacin, en lo que a m toca, de este debate. Pero si usted lleva su bondad hasta el
extremo de seguir con alguna atencin lo que yo vaya escribiendo en peridicos o libros, no
tardar en hallarme aqu y all escaramuceando o riendo singular combate contra el
llamado naturalismo.
Figurmonos ahora que estamos en visita y deme usted licencia para que platique
primero (por ser para m personas de cumplido) con esa calpense y ese cataln que se han
servido dirigirme tan cortsmente la palabra. A usted, mientras tanto, le dar conversacin,
si no le desplace, mi mujer, pesarosa de que no escriba usted otro Viaje de novios, en que
tanto se deleit, y un poquillo aburrida de que los novelistas de ahora hayan dado en la flor,
segn ella dice, de hablar mucho y contar poco, haciendo las novelas, sigue diciendo mi
mujer, tan a propsito para los lectores sabios como secas y cansadas para las simples
lectoras que simplemente buscan inters y sentimiento.
Ahora bien, contando con la venia de usted, me vuelvo hacia la espaola calpense
y le digo:
Muchsimo agradezco a usted, seora ma, la benevolencia infinita con que lee y
juzga mis escritos; no menos le agradezco el apoyo que presta a la buena causa, dando
muestras de manejar con tanta soltura como acierto la pluma, por medio de artculos
epistolares en los que abunda el raciocinio y no escasean los varapalos. Usted, al fin y al
cabo, puede, como mujer, tratar de igual a igual a la autora de La Tribuna y combatirla, en
trminos que nunca me permitira yo, tanto por ser hombre y amigo respetuoso de la
seora Emilia, como porque la concepto menos culpable que usted, y s nicamente un
poquillo desvanecida por el amor propio de figurar, no ya como la mejor por sus dotes
literarias, sino como nica en sus doctrinas y procedimientos.
Se engaa usted, seora espaola calpense, al pensar que la he tratado con
desdn, a pesar del afecto que usted me consagra, que en verdad me demuestra
gentilmente. La controversia con la seora Pardo Bazn me obligaba a escribir cuartilla tras
cuartilla, y para no ser interminable, cercenaba de lo meramente episdico y cit a usted
como de paso. Ahora me apresuro a pedirle mil perdones y a confesar que los bros con
que usted ataca al naturalismo, y La Tribuna como representacin suya, bien merecen
atencin sealada y a usted lugar preeminente.

77
Es ms, creo que en algn aprieto haba de ponerse el sutil ingenio de nuestra
ilustre adversaria al buscar rodela con que parar las estocadas que a nombre de la moral, la
religin y las costumbres y gustos femeninos, le asesta usted por sus pecados naturalistas.
Y ahora, con el permiso de usted, me vuelvo hacia el seor Llobet para decirle:
El entrar a definir la belleza y sus caracteres, como usted me pide, sera punto
menos que trocar esta cartilla en Cartapacio y Carta magna juntos, y aun en Carteln y
Cartulario; mas para que vea usted que deseo complacerlo, no solamente callo el concepto
y firmas de las cartas en pro que he recibido (son muchas, se lo aseguro a usted), y cito la
nica que me presenta reparos, sino que para no andar en divagaciones filosficas sobre el
tal concepto de la belleza, apelar a San Agustn, que es doble autoridad, y dir con l que la
tengo por el esplendor de la verdad. Con esto queda bien explicada mi opinin, cual es que la
belleza ha de dimanar de la verdad, a la que ilumina y hermosea, como que es su esplendor,
sin que de aqu se siga que toda verdad sea bella, ni mucho menos que esplenda o fulgure
toda verdad; quod erat demonstrandum, como dira un escolstico.
Cuanto a que algunos cuadros de la vida humana descritos por Zola en la Nana,
verbi gratia, a pesar de su crudeza, producen en nosotros los mismos resultados que el
concepto bello ms puro dimanado del orden moral, borre usted en nosotros y ponga usted
en m, porque usted es quien experimentar, sin duda, ese extrao fenmeno psicolgico,
que nosotros (y en este nosotros cabemos muchos), seguramente no hemos sentido jams
Mil perdones, amiga ma, soy con usted desde luego; noto que no ha acabado de
entenderse usted con mi mujer, y lo deploro, aunque la ha contentado usted a medias con
la esperanza de leer esa prometida Vilamorta, que usted prepara, y que tengo para m que ha
de ser no morta, sino viva y muy viva aunque no demasiado viva, es cierto?
Y ahora, muy en compendio, replicar a la ltima epstola que me hizo usted la
merced de enderezarme (poca de 6 del corriente mayo).
Dentro del terreno literario decame usted, entrando en sustancia no hay
varones ni hembras, hay escritores, y me conjuraba usted a que como tal la juzgue sin
pararme en su estilo y tendencias; en suma, que no desea usted que se reconozca su sexo en
sus escritos. Pues convenido, y usted con su pan se lo coma, y no toco ms este punto, no
sea que, sin yo quererlo, se me quiebre de puro sutil.
Observa usted que con mis remilgos tendr por fruto vedado en literatura a Dante,
Shakespeare, Cervantes, casi todos los clsicos grecolatinos y hasta la Biblia.
Vlgame Dios y cun ciego es el que no ve por ojo de cedazo, que deca el mismo
Cervantes que usted cita! Cmo usted tan perspicaz se empea en mostrarse tarda en
entender!
En primer lugar, ninguno de esos autores lo es insigne y preclaro por sus
desvergenzas, sino a pesar de ellas; adems, los tiempos y las costumbres han variado, de
modo que ni el mismo Zola se ha atrevido a hablar de la bte deux dos, ni del plumn de
ave como torchecul de Rabelais, ni Galds ha llegado en su Desheredada al hi de y otros
vocablos de Sancho, ni el ms resuelto de los libretistas de opereta bufa har cantar a los
coros lo que dice el de La asamblea de mujeres, de Aristfanes, ni mucho menos dar a una
pregunta la respuesta que da un filsofo en Las Nubes del propio autor; ni tampoco osara
ningn poeta satrico contar al pblico cmo tocaba la trompeta aquel demonio del
infierno de Dante; ni permite, en fin, la Iglesia catlica, leer algunos versculos de la Biblia,
sino a fuerza de interpretaciones y de notas.
Y para que vea usted que en estos mis remilgos meramente literarios, no hay ni
sombra de mojigatera, aadir (contestando con esto a lo de que el objeto del arte no es
defender ni ofender la moral, sino realzar la belleza); aadir, s, que puestos a leer
licencias sean al menos licencias poticas, y que por tanto prefiero mil veces las
pornografas de Rolla, Mardoche y los hroes de algunos proverbios de Musset, y las del

78
Fortunio o la Mademoiselle de Maupin, de Gautier, a las plebeyas y sucias lubricidades de
Goncourt o Zola.
Si al escribir ha de importrsenos un ardite de la moralidad y hemos de atender solo
a lo bello, por qu no pintar Frins o Lais, en vez de Elisas o Nanas?
A otro punto; dije que nuestros clsicos solo empleaban palabras de baja estofa en
escritos festivos, y usted me habla de los dramas de Tirso, los autos de Caldern, etc. Pero
note usted que puse deliberadamente escritos, no libros ni obras; lo cual significa que dichos
autores empleaban las voces villanescas en las escenas en que intervena gente villana y en
boca de estas, sin contar con que ya queda explicada la diferencia de usos sociales y los
respetos que hoy al lenguaje se imponen.
Conforme estoy, en que los seoritos cortesanos de 1784 seran como los de 1884
son; pero dgame usted, por su vida, y esto es lo que importa: ha de ser la literatura
naturalista lo que ataje y corte sus hbitos chulescos y sus tendencias rufianescas? Pues qu,
slo en ciertas clases y en ciertos hechos de la vida se puede hallar motivo de novela?
Hemos de estar condenados perpetuamente a historias de burgueses o plebeyos, de gente
cursi o miserable, que son las nicas que los naturalistas de Francia y Espaa eligen para
figurar en sus libros, haciendo maliciar que es la nica sociedad que conocen? Pues qu, el
lujo, la elegancia, el arte, la nobleza, a par que la virtud, la ternura, la felicidad y la alegra,
son sujetos indignos de novelarse?
Dejo a un lado argumentos tan peregrinos como impropios del ingenio de usted,
segn los cuales, El doctor Centeno no se ha vendido por constar de dos tomos, como si
Gloria no constara de otros dos y La familia de Len Roch de tres y los Episodios nacionales de
veinte (y se venden todas ellas mucho) y de este canto y de su historia, salgo,
reiterndole mi deseo de hallar pronta ocasin de aplaudir en las obras de usted gentes tan
bien nacidas y educadas como usted, si quiere, puede pintarlas, y suplicarle que guarde,
como oro en pao, una sentencia que considero en literatura como consider Constantino
el lbaro que le deca: in hoc signo vincis.
La sentencia es de Cervantes y dice as: El arte no se aventaja a la naturaleza, sino
perficinala.
De usted siempre afectsimo amigo y seguro servidor,

Q.S.P.B
LUIS ALFONSO

79
Sud Amrica, 18 de noviembre de 1887

La mosca azul

I
Desde que se presentaron Emilio Zola, Alfonso Daudet, Arsenio Houssaye y Paul
de Kock en la escena literaria, exhibiendo sus obras naturalistas, que tanto ruido han
causado en el mundo de las letras, los crticos se han dividido en dos bandos, disputndose
el triunfo de sus doctrinas en la controversia entablada ante el jurado de la opinin, para
establecer el mrito o el poco valor de los sistemas literarios que defienden.
El debate que se ha provocado con las novelas de los autores aludidos, ha venido a
servir de palenque de discusin y de estudio a los literatos eruditos y a los biblifilos
ilustrados en la historia de las letras de los pueblos civilizados, para lucir y hacer brillar su
ingenio y los abolengos de sus autores favoritos.
La discusin ha sido por dems instructiva. Unos han sostenido la primaca del
gnero romntico, ensalzando las producciones de los maestros; otros han preferido el
festivo y han desencuadernado el Quijote para reproducir sus captulos en sus artculos de
polmica.
Vctor Hugo ha sido colocado al frente de Cervantes; parangonando sus libros y
enalteciendo a ambos genios, los han elevado por sobre Walter Scott y Carlos Dickens, tan
celebrados en los anales literarios del orbe.
Cules de los contendientes han estado en la razn?
No sabramos definirlo.
Solo podramos exponer, en apoyo de la verdad, que cada sistema literario ha
tenido su poca, y que los libros y los autores que han desempeado el apostolado de los
gneros de literaturas cuestionadas, han merecido igual fortuna y fama para sus
merecimientos.
El gnero trgico tuvo su apogeo, as como lo han tenido el socialista y el histrico,
este ltimo tan hbilmente explotado por Alejandro Dumas en Francia y Benito Prez
Galds en Espaa.
Una vez, en el siglo actual, el realismo ha venido a ser el gnero literario ms en
armona con el progreso que alcanzamos.

II
Las obras de Paul de Kock han merecido inmensa circulacin, pero estn escritas
dentro de los lmites marcados por el naturalismo literario de los tiempos que corren.
De igual modo han sido recibidas las novelas que han producido las plumas del
ingenio inimitable de Emilio Zola, el padre del realismo literario del siglo, en cuyas obras se
ha inspirado la egregia literata peninsular contempornea, Emilia Pardo Bazn, la autora del
notable libro titulado Francisco de Ass.
Este renombrado escritor francs ha fotografiado, por decirlo as, con tan hbil
maestra las costumbres y los cuadros sociales del mundo parisiense, cuya corrupcin no se
nota porque cual el ocano est en perpetuo movimiento; sus obras son la reproduccin
fiel de los sucesos de la vida de aquel pueblo de novedades y dramas continuos.
Su novela tan maldecida como ensalzada Una pgina de amor, es sin disputa la
ms acabada descripcin de las escenas de la vida campestre de las familias que habitan los
alrededores de Pars.
Emilio Zola ha pintado en las pginas de ese libro, con la naturalidad de un
dibujante que copia los panoramas que la naturaleza le ofrece, las acciones, las frases y las

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inclinaciones, en fin, de los sencillos pobladores de los campos, cuya cultura no excede a su
inteligencia.
Figura en esa obra una niita de precocidad asombrosa, cuya existencia no es
imposible.
Rene en esa pequea nia, las cualidades de una mujer, con ideas profundas, hijas
de la experiencia, y la ternura que inspiran seres queridos largos aos acariciados, y que no
se alejan nunca, caracterizando la debilidad propia de esas criaturas que se desarrollan
demasiado temprano para su edad y su robustez.
Pues bien, niitas extraordinarias como esa, hemos conocido muchas ms de una
vez en hogares patrios y otras en extranjeras playas, haciendo las delicias de sus padres un
da para obligarlos a derramar abundantes lgrimas el siguiente con su prdida.
Son astros errantes que viven lo que la fugaz estrella que cruza el espacio un
instante y va a perderse en el vaco del horizonte infinito.
Muchos han dicho que Emilio Zola es inmoral.
De seguro que esos autores no han ledo el Cantar de los cantares, del libro sacro de la
Iglesia Catlica, la Biblia, poema inmortal de los siglos!
All hay ms palpitante realismo que en las obras del revolucionario literato francs.
Lanse con detenimiento sus libros y se ver que en sus pginas solo brilla la verdad
de la vida.
Nosotros mismos hemos incurrido en tan craso error; pero nos hemos visto
condenados a rectificar nuestros juicios tan luego como hemos hecho el estudio de las
obras que momentos antes habamos censurado.
Se califica de inmoral a Emilio Zola porque traza los perfiles desnudos de sus
protagonistas, porque delinea los cuadros de la vida social, tal cual se presentan a su mirada
escrutadora; porque llega por su verdadero nombre a los seres y a los casos que estudia, y
porque relata con fidelidad desesperante y estoica los sucesos que tienen lugar en el mundo
donde vive.
Siguiendo esta lgica de pura gazmoera, tambin debera calificarse de inmoral al
mdico porque desnuda al paciente para curar las heridas que lo atormentan.
El escritor es el mdico del alma: con sus enseanzas consoladoras, mitiga las
dolencias morales.
Este es Emilio Zola, en su augusto magisterio.
Esa es la importancia de sus libros.
Toca a la crtica justiciera e ilustrada, dejar establecida su benfica influencia en la
sociedad.
Su obra ms controvertida ha sido Nana, porque en ella retrata a una mujer extraa,
de vida aventurera, que se hace odiosa por sus vicios a las gentes timoratas, pero que ofrece
un mundo de reflexiones al lector que medite con espritu tranquilo su argumento
fascinador.
Nana es una obra revolucionaria de trascendencia filosfica y social, destinada a
corregir las calamidades que describe y las costumbres que en sus pginas se relatan.
Estdiese detenidamente cada uno de sus captulos y los personajes que en ellos
figuran, y se ver que no es posible simpatizar con los vicios y los placeres que los
dominan; por el contrario, se adquiere aversin y desprecio por ellos.
Y mucho ms cuando al finalizar la novela se observa el castigo que la naturaleza
aplica a la mujer perdida por su extravo.
Nana demuestra hasta la evidencia que no es posible ser liviana en la sociedad, sin
merecer la condenacin de la humanidad, de la sancin moral de la opinin pblica.
La exposicin del argumento justificar nuestra afirmacin.

81
III
En el teatro de Variedades de Pars, se pona en escena una noche el vaudeville
titulado La rubia Venus, estrepitosamente anunciado por Le Figaro como el acontecimiento
artstico de la temporada.
La concurrencia era numerosa, pues los prospectos entusiasmaban al pblico con el
anuncio de la exhibicin de una artista desconocida que por primera vez se presentaba en la
escena.
Quin era la nueva actriz que tanto preocupaba a todo Pars aquella noche?
Se llamaba Nana.
Maravillosas leyendas se narraban de su vida.
Esas versiones extraas, sorprendentes como las consejas de Las noches rabes,
contribuan a despertar ms vivamente la curiosidad de los espectadores.
Bordenave, que era el empresario del teatro, responda con significativas relaciones
a las preguntas que le hacan sus amigos y los periodistas que anhelaban tener datos de la
actriz.
Lleg por fin el momento de conocer a la tan deseada Nana.
Aquella mujer sedujo a los concurrentes con su belleza y las formas admirables de
su cuerpo casi desnudo, cubierto con una nube de encajes y de gasa.
La pieza requera un traje transparente que descubra, como un prisma, los ocultos
encantos de la artista.
Nana caus una impresin indescriptible en los hombres y en las mujeres que la
vieron exhibirse de tan impdica manera.
Desde esa noche, aquella mujer fue la herona de la epopeya diaria de los salones y
los clubs.
Al da siguiente de su estreno, su casa se hizo el punto de reunin y confraternidad
de todos los libertinos acaudalados y con abolengos de raza.
La mujer empez con fortuna a desempear en la sociedad su rol de cortesana, as
como haba iniciado con suerte su carrera de artista de vaudeville, merced a su maravillosa
hermosura y a las facilidades de su carcter.
La artista venci al pblico y la mujer dominaba a los hombres de la
aristocracia reinante.
Pero esta extraa creacin de un genio sin segundo, descubri en ese da de
triunfos para ella y de humillaciones para la sociedad, una virtud, un sentimiento de
ternura que revela cun poderoso es el deber: el amor maternal.
Nana tena un hijo pequeo, fruto de su primer extravo.
Estaba en el campo al cuidado de una nodriza.
Su primer impulso al verse duea de algn dinero, adquirido en el ejercicio de su
profesin mundana, fue el de llevar con l a su hijo a su hogar.
Este rasgo prueba que hasta las alimaas sienten amor por sus hijos!
Se comprende por qu esas pequeas e inocentes criaturas ejercen tan poderosa
influencia en sus padres, haciendo de ellos suaves guardianes, sumisos compaeros de
su vida.
Esta cualidad sobresaliente hace aparecer a Nana como un enigma en el primer
instante de conocerla.
Una mujer bellsima que se abandona en brazos de todos y que no cuida de sus
encantos ms que para explotar las malas inclinaciones, amando entraablemente a su hijo,
es algo que inspira serias reflexiones, cuando es de suponer que en esas almas no debe
residir otro ideal que el del placer sensual o del oro.
El amor de madre es el supremo cario de la tierra.
El amor de madre es una virtud excelsa que solo practican las mujeres virtuosas con
homrica ternura.

82
Pero esa mujer saba amar tambin como las madres de corazn y de austera virtud.
Generalmente, se cree que no cabe el cario verdadero en el corazn de esas
aventureras.
La historia de Mara de Magdala, Marion Lescot, Margarita Gautier o Mara
Duplessis, Iso, Genoveva y otras clebres heronas de ese poema de amor que coronan
Abelardo y Eloisa, Petrarca y Laura, Lamartine y Graziella, Camilo Desmoulins y Lucila,
Tasso y Leonor, Dante y Beatriz, Malleca y Reinoso, en fin, prueba lo contrario con
verdicos ejemplos.
Las margaritas crecen en el lodo, las mariposas bellas salen de inmundas larvas y los
diamantes esas gotas de roco cristalizado, granos de luz condensados por el calor de la
tierra nacen del carbn ese oro negro de los mercados del siglo!

(Continuar)

Sud Amrica, 19 de noviembre de 1887

La mosca azul. Segunda parte

Nana posea ese don de amor.


Estimulada por su cario de madre, realiz en breve su propsito.
Trae a su hogar a su hijo y lo entrega al celo y atenciones de una ta suya.
Al siguiente da, y en los sucesivos, continu su vida de aventuras y de amores.
Su belleza parece aumentar con sus locuras.
Cada vez que se exhibe, conquista nuevos adoradores.
Hoy es un banquero a quien arrebata sus millones para derrocharlos en ftiles
placeres; maana ser un artista empobrecido en el vicio y del que solo recibir
humillaciones.
Un mes vive en palacios, y viste sedas y carga riqusimas joyas; otro, arrastra
andrajos, habita en una bohardilla y solo lleva por adorno de su hermosura, su miseria y
sus culpas!
Sus amantes se suceden como las estaciones del ao, unos en pos de otros
Su existencia es una serie continuada de aventuras e historias que sorprenden.
Su hermosura, sin embargo, es cada da ms esplendorosa, ms fascinadora.
Semeja una estatua que el artista modula con su cincel inmortal a cada instante de
inspiracin sublime, para perfeccionarla y conquistar nuevas glorias.
Nana es la belleza que renace.
Aquella mujer es una flor que se hermosea con el roco de la aurora de cada
maana; fresca y perfumada siempre, sus colores y sus ptalos son cada hora ms
seductores.
Es un ngel cuyas alas de luz no se oscurecen con el polvo y el lodo de las calles
donde se arrastra.
Con qu amor se mira sus formas sorprendentes, en el espejo que le sirve de
confidente silencioso!
Cun infinito deleite experimenta al admirarse en toda su maravillosa hermosura!
Est enamorada de s misma.
Y cuando uno de esos arrebatos de seduccin solitarios la absorben, goza con las
delicias ms intensas palpndose sus propios encantos.
Es el delirio del placer el que la domina?
O acaso padece los horrores de la ninfomana?

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Oh, es la ms extraa de las creaciones humanas esta mujer feroz en el placer y
divina en la belleza!
El lector paciente supone enamorado de su misma creacin al autor de este libro
inmortal!
Emilio Zola ha vertido de su genio, gota a gota las ideas que se ha forjado al trazar
esas pginas llenas de bellezas y de ideales malditos!
Cansada Nana de llevar una existencia mezquina, sirviendo con la fidelidad de un
perro a su amado Fontan, resuelve buscar al conde de Muffat, a quien ha despreciado en
otra ocasin porque se dejaba engaar por su mujer, la condesa Sabina.
Esta es otra nueva faz de Nana.
La cortesana aparece amando con pasin al artista Fontan, el que le da de bofetadas
y no le ofrece ni un cntimo para la cena.
Y despus de soportar toda clase de vejmenes, se determina a presentarse al conde
Muffat para ofrecerle sus caricias en cambio de lujo, palacios, dinero y joyas.
Y es a ese conde Muffat a quien ella misma ha despreciado porque permite que su
mujer mantenga relaciones ntimas con el periodista Fouchere71, folletinista del Fgaro, al
que va ahora a hacer el favorito de sus caprichosas inclinaciones.
Nana se presenta en este caso como la encarnacin del vicio en una mujer inculta,
perdida por las debilidades propias de su sexo, pero a la que se habra podido elevar a una
jerarqua noble por sus delicados sentimientos si le hubieran dado una educacin seria y
religiosa.
Muffat la toma a su cargo y le compra un hotel lujossimo.
Nana fue entonces la mujer ms elegante de los Campos Elseos.
La mujer rica no tiene defectos!
Sus carruajes, sus caballos, sus trajes, sus joyas, su servidumbre, en fin, maravillaban
el mundo elegante y disipador de la metrpoli europea.
Ha prometido al conde Muffat ser nicamente suya, a trueque de que satisfaga
todos sus caprichos.
Muffat desempea el puesto de chambeln de las Tulleras.
Por su familia, su posicin social y su fortuna, era uno de los hombres ms
distinguidos de la aristocracia parisiense.
Por Nana abandona todos sus deberes.
Vive slo para ella, olvidado de su familia y de su crculo.
Su inteligencia embotada por el vicio, no le permite ver lo que pasa a su alrededor.
La condesa Sabina, su mujer, se entrega, en tanto, en brazos del periodista
Fouchese72.
La corte entonces lo desprecia y le quita su ttulo.
Sus amigos lo hacen el blanco de sus stiras.
Todo el mundo, hasta ese pequeo Pars de los bulevares, juzga como a ese ser
estragado por el vicio, al conde Muffat.
Y efectivamente, Muffat es un hombre despreciable, indigno de su estado
aristocrtico.
Emilio Zola ha querido presentar al lector dos manifestaciones genuinas del vicio
que domina a la sociedad.
Nana, cortesana, hija de la miseria, es decir, del pueblo; Muffat, libertino nacido de
la nobleza.
Ella, mujer sin pudor, aunque de sentimientos elevados a veces, pero oriunda de
una clase que no tiene ms blasones que su destino infortunado; l, descendiente de una

71
Sic, probablemente por Fauchery.
72
Sic, probablemente por Fauchery.

84
raza ilustre, sin delicadeza, sin el decoro del marido ofendido, ni la dignidad del amante que
paga los favores de la mujer que lo engaa.
Muffat es un tipo perverso.
Nana, dependiendo de Muffat, lo engaa con Jorge y Felipe Hugon, dos
hermanos!
Muffat la sorprende y la perdona
Hay algo ms inicuo y ms cobarde que eso?
Muffat, sin embargo, contina haciendo el gasto de la divina infiel!
Nana, tiene todava un deseo, un capricho extrao, como su naturaleza, rebelde al
cumplimiento de la fe jurada, despus de satisfacer hasta sus ms locos anhelos, quiere
pertenecer al marqus de Chouard, un viejo decrpito, un cadver ambulante, en tanto que
Felipe Hugon se encuentra en la crcel por haber robado para ella; Jorge, abandonado en
su lecho de dolor, herido con sus tijeras por el despecho de verse desdeado; Steiner, el
banquero que le dio millones, en la pobreza ms penosa
Pide dinero a Muffat a fin de alejarlo y tener lugar para satisfacer su deseo.
Muffat no tiene dinero y va a buscarlo, enajenando una propiedad campestre.
Nana llama al marqus y lo recibe en su alcoba.
Vuelve Muffat y lo sorprende.
Aqu terminan sus relaciones.
Nana se siente desfallecer por primera vez en su vida, porque recuerda su pasado y
medita en el porvenir.
La historia de sus amores pasa como un cuadro fatdico por su memoria y retrocede
espantada de s misma.
Aquella conciencia dormida tanto tiempo, parece que despierta agitada por el
remordimiento.
Llora y se arrepiente de sus faltas.
Empieza para ella la expiacin.

IV
Ella, tan linda, la soberana de la belleza, tan llena de vida, de encantos y de
ilusiones, se considera una reina destronada y olvidada de sus vasallos, al verse sola en su
palacio.
Zo, su confidente, la deja; Muffat la desprecia; Chouard agoniza en su lecho; Jorge
se ha suicidado por sus desdenes; Felipe est deshonrado por su culpa y Steiner mendiga
porque ella le arrebat sus capitales y su crdito
Emilio Zola lo dice: Como uno de esos monstruos, cuyos dominios poderosos
estaban cubiertos de osamentas, Nana pona los pies sobre crneos y la rodeaban
catstrofes.
Qu hacer?
Huir!, para olvidar.
Vende cuanto posee y se prepara a partir para El Cairo.
Pero antes de alejarse, quiere hacerse aplaudir una vez ms de ese Pars que tanto la
ha admirado en su traje de Venus.
Desempea otra vez el rol de Mesalina en la Gat, bajo la direccin de Bordenave.
Se presenta al pblico envuelta en una nube de gasa de seda reluciente, recostada en
el seno de una gruta de cristal, baada de luz, recibiendo un torrente de diamantes y de
perlas, con la cabeza ufana y cual nunca bella, coronada por su cabellera rubia, que caa
sobre sus hombros redondos y alabastrinos cual una lluvia de polvos de luz y de oro
desprendida de las estalactitas de la bveda, mientras sus pies los besa la linfa pura y
transparente de un arroyuelo cristalino que surca, murmurando amores, el suelo cubierto de
verde csped y esmaltado de flores

85
Al da siguiente parti de Pars.
Fue a Italia, a El Cairo y a Rusia.
La leyenda de sus conquistas y aventuras en ese viaje de recreo, es una larga
epopeya, de amores con reyes y prncipes, siendo el ltimo canto de ella, el capricho de
querer a un negro nacido bajo el ardiente clima del frica!

V
Fatigada de tanto recorrer el mundo, quiso volver a su patria a descansar y con el
propsito de ver a su hijo, a su amado Luis.
Lleg a casa de su ta y encontr al hijo de sus entraas atacado de viruelas.
El nio pareca esperar las ltimas caricias de su madre para volver al cielo.
Le dio su ltimo beso y abandon la vida.

VI
Nana se atac tambin del mismo mal.
Padeci algunos das y sucumbi, terminando su azarosa existencia sola,
abandonada y en la mayor miseria.
As concluy aquella diosa de la hermosura y del placer: convertida en una masa
inerte, repugnante con los estragos de la fatal epidemia.

VII
No es verdad, que hay enseanza profunda y ejemplos provechosos en esa novela
que relata una historia de vicios?
Las consecuencias funestas de las pasiones, ensean a corregirse a los que van por
el sendero del mal por el mundo.

IX73
Ahora toca resolver el problema siguiente: ha existido Nana?
S, respondemos sin vacilar.
En nuestra misma sociedad tenemos tipos semejantes.
Nana es la doble creacin del arte y banalidad prosaica de la vida, que un genio
poderoso ha encarnado en una mujer de belleza y de carcter indomables, en una palabra,
salvajes.
Pero hay en el comercio diario de los seres, muchas criaturas con formas divinas y
cualidades infernales, que copian las inclinaciones y las costumbres de Nana.
Si no fuera audaz nuestro proceder, sealaramos un tipo igual, que posee los
encantos de una griega y las riquezas de una sultana.

X
Al finalizar este rpido bosquejo de la novela que tanto ha preocupado al mundo de
la prensa universal, y que ha inmortalizado a Emilio Zola, porque es su obra maestra,
vamos a establecer la comparacin que de la vida de Nana se desprende con el insecto cuyo
nombre nos sirve de epgrafe.
Nana, como la mosca de doradas y relucientes alas, surgi del fondo de un muladar.
Un montn de basuras en fermentacin con el lodo de la calle, sirvi de cuna a esa
mosca de alas tornasoladas; all recogi todos los miasmas corruptores reunidos en la
inmundicia y con su aguijn los inocul en cada uno de los seres que la dejaron posarse en
su cuerpo, envenenndolos y hacindolos mrtires de sus fatales picaduras.
La mosca azul se convirti as en una inmunda larva de donde deban salir otras
moscas tan bellas, y tan malditas!
73
La omisin del apartado VIII respeta la fuente consultada.

86
Segunda parte/ reseas

87
ndice

Silbidos de un vago
Nota preliminar. Silbidos de un vago. Pot-pourri, Msica sentimental y Sin rumbo
de Eugenio Cambaceres...............................................................................................................90
El libro del da, Mathos..................................................................................................92
Silbidos de un vago. En el club del progreso..................................................................96
Silbidos de un vago.........................................................................................................97
Silbidos de un vago, Marius...........................................................................................99
Garabatos literarios.......................................................................................................101
Silbidos de un vago, Juan M. de la Mendiola...............................................................103
Silbidos de un vago, A. Bel..........................................................................................107
Pot-pourri, Ernesto Quesada........................................................................................110
Pot-pourri - Silbidos de un vago, Pedro Goyena..........................................................113
Silbidos de un vago, Redaccin....................................................................................117
Silbidos de un vago. El autor a Pedro Goyena, Eugenio Cambaceres..........................121
Silbidos de un vago. Pedro Goyena al autor de Pot-pourri, Pedro Goyena.................122
El autor de los Silbidos de un vago a Pedro Goyena, Eugenio Cambaceres................123
Potpourri. Silbidos de un vago, Alberto Navarro Viola.............................................125
Msica sentimental, Sam Weller..................................................................................127
Msica sentimental, Miguel Can................................................................................131
Msica sentimental, Sansn Carrasco..........................................................................133
Msica sentimental - Silbidos de un vago....................................................................135
Msica sentimental. Silbidos de un vago, Alberto Navarro Viola...............................138
Sin rumbo por Eugenio Cambaceres............................................................................139
Un acontecimiento literario, Sachem............................................................................140
Sin rumbo......................................................................................................................142
Los libros de Eugenio Cambaceres. A propsito de Sin rumbo, Miguel Can............143
La novela en el Plata: Potpourri, Msica sentimental, Sin rumbo (estudio),
Martn Garca Mrou........................................................................................................150
Sin rumbo, Alberto Navarro Viola...............................................................................155

Los folletines de Sud Amrica


Nota preliminar. La gran aldea de Lucio V. Lpez; Fruto vedado de Paul Groussac; Ley social
de Martn Graca Mrou; En la sangre de Eugenio Cambaceres...............................................156
La gran aldea.............................................................................................................158
La gran aldea, L. W...................................................................................................162
La gran aldea, Sam Weller........................................................................................164
Sam Weller (Crtica burda)........................................................................................169
La gran aldea, Juan Santos........................................................................................172
La gran aldea Alberto Navarro Viola........................................................................176
Fruto vedado..............................................................................................................177
Fruto vedado, Sam Weller.........................................................................................178
Fruto vedado, Tito.....................................................................................................182
Fruto vedado. La obra de Groussac, H. S..................................................................184
Fruto vedado..............................................................................................................185
Fruto vedado. Novela de Paul Groussac....................................................................187
La novela en el Plata: Fruto vedado, Juan Santos.....................................................190
Fruto vedado - Costumbres argentinas, Alberto Navarro Viola...............................195
Garca Mrou, Eugenio Cambaceres.........................................................................196
Ley social, Alberto Navarro Viola.............................................................................198

88
El nuevo libro de Cambaceres...................................................................................199
El ltimo libro de Cambaceres...................................................................................199
La novela de Eugenio Cambaceres............................................................................199
En la sangre, por Eugenio Cambaceres.....................................................................200
En la sangre, por Eugenio Cambaceres.....................................................................200
En la sangre...............................................................................................................201
La novela de Cambaceres..........................................................................................201
Partida de Eugenio Cambaceres.................................................................................202
Tres mil patacones por una novela.............................................................................202
El primer folletn de En la sangre..............................................................................203
En la sangre...............................................................................................................203
La hija de Cambaceres...............................................................................................204
En la sangre, Alberto Navarro Viola.........................................................................204

Novios, maridos y amantes en Buenos Aires.


Nota preliminar. Inocentes o culpables? de Antonio Argerich; Amar al vuelo de Enrique E.
Rivarola; Len Zaldvar de Carlos Mara Ocantos.....................................................................207
Inocentes o culpables? Una novela naturalista........................................................209
Inocentes o culpables? El libro de Argerich............................................................212
El naturalismo, Julio Llanos.......................................................................................213
La novela en el Plata: Inocentes o culpables?, Juan Santos....................................215
Inocentes o culpables?, Alberto Navarro Viola.......................................................219
Amar al vuelo, Juan A. Piaggio..................................................................................220
Len Zaldvar, J. A. A................................................................................................222
Len Zaldvar, Jos Ortega Munilla..........................................................................225
Una novela argentina, Ernesto Quesada....................................................................228

Las novelas de un higienista


Nota preliminar. Irresponsable y Alma de nia de Manuel T. Podest.....................................244
Impresiones literarias Irresponsable, Carlos Palma...............................................245
Irresponsable, Eduardo Senz...................................................................................247
Irresponsable. Literatura Americana. Dos libros nuevos..........................................250
Irresponsable. Literatura nacional, Tirabeque...........................................................254
Literatura nacional. Segunda parte (Conclusin), Tirabeque............................257
Alma de nia, Julin Martel.......................................................................................260

El ciclo de La Bolsa
Nota preliminar...........................................................................................................................263
La obra de Martel, Juan Cancio.................................................................................264
Un bello libro, Alberto del Solar................................................................................269
La Bolsa, estudio social por Julin Martel, Rafael Obligado.....................................279
S/T, L. V. Mansilla........................................................................................................279

89
Silbidos de un vago
Pot-pourri, Msica sentimental y Sin rumbo de
Eugenio Cambaceres

Los primeros das de octubre de 1882 sale a la venta, bajo el sello del impresor
Martn de Biedma, Pot-pourri. Silbidos de un vago de Eugenio Cambaceres, en una
edicin costeada por el autor. Ese mismo ao se registra una segunda edicin, tambin
en De Biedma, y una tercera, que incluye las Dos palabras del autor, en Pars, a cargo
de la Librera Espaola y Americana. La obra, que no revela el nombre del autor en
estas primeras ediciones, genera un verdadero revuelo en la prensa portea de la poca.
Se han registrado entre octubre y noviembre de ese ao ms de treinta notas
periodsticas, entre las que se incluyen catorce reseas. Ese xito sin ejemplos en
nuestra vida intelectual, en palabras de Martn Garca Mrou, debe buena parte de sus
logros a las indiscreciones y a los agravios que la novela despliega en sus pginas para
el deleite de sus primeros lectores y la indignacin de algunos de sus crticos ms
acerbos. Sergio Pastormerlo no vacila en afirmar que fue notoriamente Cambaceres
con su primera novela, Pot-pourri. Silbidos de un vago, el inventor del escndalo
literario en Argentina.74
La obra pone en escena la voz de un narrador chismoso y elegante que pasea su
lengua de vbora por los salones de la llamada high-life de Buenos Aires. El hilo
narrativo que articula los diversos cuadros de costumbres lo constituye la historia del
matrimonio de su joven amigo Juan: el entusiasmo inicial, el hasto y, finalmente, la
infidelidad conyugal.
Su segunda novela, Msica sentimental. Silbidos de un vago, es editada en Pars
por Librera Espaola y Americana en 1884. Al igual que Pot-pourri aparece sin
nombre de autor, aunque para entonces todo el mundo saba quin era el autor de esos
silbidos que tanto revuelo armaron en Buenos Aires.
Narra el viaje a Pars de Pablo, un joven rastaquoure argentino, quien de la
mano del clebre narrador chismoso de su novela anterior se introduce en la vida
mundana de la gran capital. Casi de inmediato se enamora de Loulou, una prostituta que
le haba sido presentada por su cicerone, pero al poco tiempo se cansa de ella. Recupera
el entusiasmo en brazos de una mujer casada y mata en un duelo al infortunado marido
de su amante. Pero la leve herida que recibe en el lance de honor se complica con una
sfilis adquirida en Buenos Aires y en los postreros momentos de su vida, conmovido
por la fidelidad de la prostituta que lo cuida en su lecho de enfermo, reconoce el amor
que los une cuando ya es demasiado tarde.
A finales de octubre de 1885 aparece en Buenos Aires Sin Rumbo, su tercera
novela, que tiene una gran repercusin entre el pblico porteo, y en poco tiempo agota
tres ediciones. Es recibida por parte de la crtica periodstica con una dura nota de Can,
mientras que Garca Mrou recoge el guante de la polmica y sale en defensa del
novelista a los pocos das.
Esta novela narra la historia de Andrs, un estanciero decadente que pasea su
spleen entre la ciudad y el campo. Embaraza a la hija de un pen seducindola por la
fuerza y huye a Buenos Aires. Hastiado de los vicios mundanos regresa a la estancia, en

74
Sergio Pastormerlo, Novela, mercado y succs de scandale en Argentina, 1880-1890, en Graciela
Batticuore y Alejandra Laera (coordinadoras) Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y
Culturales. Circuitos de la novela en Amrica Latina: prensa, colecciones y lectores entre 1870 y 1910,
Caracas, Departamento de Lengua y Literatura, Universidad Simn Bolvar, n. 29, 2008.

90
donde descubre los placeres de la paternidad. Sin embargo la dicha es breve porque su
hija muere de crup. Desconsolado, se suicida arrancndose las vsceras de una pualada.
Ninguna de estas tres novelas aparece en los folletines de los diarios porteos,
excepto algn captulo suelto a manera de adelanto promocional. No obstante, tuvieron
una fuerte presencia en las columnas periodsticas a travs de un buen nmero de
reseas y noticias, unas veces elogiosas y otras severamente crticas.

91
El Diario, 10 de octubre de 1882

El libro del da

Mathos

Uno de mis amigos me deca un da, a propsito de no recuerdo qu: Quin no


sabe odiar, no sabe amar.
Aplaud la frase, por encontrarla llena de verdad.
Yo, que s amar, s tambin odiar. Tengo pues, mis odios y eso que no soy, ni
puedo, ni quiero ser Zola.
Pero mis odios los divido en dos clases: los grandes y los chicos. Los primeros, los
que merecen el honor de una vendetta, que puede esperarse pacientemente largos aos, los
reservo, y no soy tan tonto para proclamarlos al son de clarn, hasta que no llega el
momento deseado, la encrucijada apetecida, en que es dado saborear ese manjar de los
dioses y de los corsos.
En cuanto a los odios chicos, engendrados por los hombres o las cosas que me
fastidian o me cargan en grado superlativo, esos, me importa poco el decirlos: es un
desahogo que me agrada de cuando en cuando, pues de esa manera me voy desvalijando de
trastes intiles que no hacen ms que ocupar lugar en mi maleta de viaje por este valle de
lgrimas.
Esto es introito, no tiene ms objeto que el poder decir ahora llanamente que una de
las cosas que me dan ms grima y me causan ms cosquillas en los nervios, son los refranes.
No los paso sino en boca de Sancho, y eso porque los escribi Cervantes, que si no
quin sabe! Me parecen el vocabulario exclusivo de los bobos, que siendo incapaces de
engendrar un pensamiento propio, no les queda ms recurso que echar mano de esos
bienaventurados dichos o dicharachos, sancionados a priori por todos los balinos75 de la
tierra.
Sin embargo, a pesar de estas ideas, anoche me he reconciliado con uno de los
dichosos refranes, compuesto sin duda por algn aficionado a historia juda, recordando el
acto de piedad filial de los hijos de No.
Debajo de una mala capa se esconde un buen bebedor alguien lo dijo, y
muchos lo han repetido; cosa no extraa, si se recuerda que los hombres y los carneros,
las mujeres y las ovejas, tienen ms de un punto de contacto.
Dicho el refrn, y sentado que por esta vez lo tolero, se me antoja que bien puedo
cambiarlo, y exclamar, a mi vez, parodiando a su annimo autor, algn escudero de
caballero andante: Debajo de una mala tapa se esconde un buen libro.
La verdad es que, sin duda alguna, este refrn de mi cosecha, sera ms exacto
puesto al revs. Ejemplo: la casi unanimidad de los libros franceses pour lexportation que nos
llegan semanalmente por cada paquete, para mayor gloria y provecho de las entradas de
aduana.76 Bellsima cartula, a dos y tres tintas, con figuritas, firma del autor en forma de
garabato, magnfica impresin, ttulo encantador. Se lo contempla en el escaparate, en

75
Sic.
76
Desde el siglo XIX las editoriales francesas, favorecidas por el prestigio de la lengua y la cultura de ese
pas entre las elites del llamado Nuevo Continente, haban afianzado su posicin en las repblicas
hispanoamericanas y consolidado una amplia red comercial, incluso con un gran surtido de ediciones en
castellano. En 1861, por ejemplo, el catlogo de la editorial Garnier alcanzaba los 540 ttulos en espaol,
mientras que la casa Rosa y Bouret ofreca en 1863 aproximadamente unos mil ttulos en ese idioma.
Vase Pura Fernndez (1998), El monopolio del mercado internacional de impresos en castellano en el
siglo XIX: Francia, Espaa y la ruta de Hispanoamrica, en Bulletin Hispanique, Tomo 100, n. 1,
enero-junio, pp. 165-190.

92
donde dragonea de imn, entra uno a la librera, pela el dinero, lo compra sin siquiera
regatear, y vuela a su casa creyendo llevar un antdoto contra el fastidio; se cortan las
pginas, principia la lectura y al llegar a la tercera, se quisiera tener a tiro al autor para
fusilarlo, o por lo menos para hacer de l un mantenedor de los Juegos Florales.
La funcin se repite diariamente, y el gato escaldado vuelve en busca de las
castaas.
Los literatos parisienses hablo de la turbamulta, parece que para sus artculos y
sus libros, no tienen ms que una preocupacin: el ttulo.
Encontrado uno bueno, lo dems importa poco: el pabelln cubre la carga y el
infeliz lector la aguanta. Cuestin de sociabilidad: el pueblo francs, padre e hijo del rclame,
no puede hacer nada sin una etiqueta irreprochable, desde el frac del diplomtico, que
necesita como aditamento necesario la cintita roja, hasta las cajas de lata de conservas
falsificadas, cubiertas de papel dorado y con medallas de todas las exposiciones del mundo.
Que el diplomtico sea capaz de traerle un nuevo embrollo con Prusia, o que las conservas
produzcan clicos miserere, eso poco importa. En uno y otro caso la forma es inmejorable:
la apariencia exterior frapp.
Con un ttulo engatusador, las ediciones se agotan, y se redondea un buen negocio,
aunque la obra sea detestable: es una forma de bombo como otra cualquiera.
Entre nosotros en donde no existe la competencia, en que la aparicin de un libro
es cosa rara, y que el que lo imprime sabe de antemano que paga la edicin, el ttulo es lo
que menos se mira y se pone el que primero viene a pelo, con o sin razn, bueno o malo:
se hace la cosa como llenando una necesidad indispensable.
Miguel Can pone con modestia Ensayos al frente de la coleccin de sus fantasas;
Wilde llama con sorna Tiempo perdido a sus dos volmenes, y Alberto Navarro titula
burguesamente Versos a sus cantos. Pas de rclame.
Ahora se presenta otro ms: Silbidos de un vago. Vaya un ttulo que promete...
aburrimiento!
Los vagos silban, pero silban mal; cuando lo hacen bien, rara vez, pierden su calidad
de tales, pasando a la categora de msicos primitivos.
El libro est ah, sobre la mesa de redaccin: es necesario por lo menos hojearlo,
por deber de la profesin. Despus de muchas vacilaciones, se abre el volumen y se
principia con mala gana. Pero oh, encanto! La primera lnea es ya un programa encantador:
Vivo de mis rentas y nada tengo que hacer.
Nos topamos con un hombre feliz, lo que sin duda es un hallazgo que vale la pena.
Ser feliz y escribir mal, no es posible excepcin honrosa hecha de los ramollis.
Y en este caso, el autor est a mil leguas de un ramolli.
He dicho, parodiando el refrn, un buen libro. Sin embargo, no es este el
calificativo que merecen los Silbidos de un vago. El adjetivo bueno, no le pega, y mejor
quedara: un bello libro.
S, un libro precioso, que se principia a leer y cuyas pginas se devoran unas tras
otras, hasta llegar a la ltima, en una tirada de cinco o seis horas, sin ms interrupciones que
los segundos que se pierden en prender los cigarros.
Pero, qu es la obra? Quin es el autor que se encubre con tanto misterio?
Contestar a la segunda pregunta, es hacerlo con la primera. Principiaremos, pues, por el
ltimo, siguiendo el mtodo ms humano, si no el ms lgico. Verdad es que la lgica es
tambin uno de mis odios chicos, no aceptando de sus tratados, principiando por el de
Port-Royal, sino la utilidad de servir como la mejor morfina que me es dado conocer.
El oculto autor de los Silbidos de un vago, no puede ser, como l mismo lo dice, ms
que un hombre de mundo, un hombre de nuestra sociedad, que ha viajado mucho y ha
impregnado su intelecto criollo del esprit gaulois.

93
Una naturaleza artstica de hijo del pas pura, refinada y clarificada por el medium
europeo, y en cuyo dormitorio deben encontrarse terra-cottas italianas y libros con
encuadernacin de amateur.
Ama el teatro con delirio y lamenta no ser cmico, soando con encarnar los
personajes de Shakespeare, porque ha aplaudido el Hamlet en Londres y se ha repantingado
muchas veces en las butacas de la Comedia Francesa.
Y l no lo dice todo; podra agregar ms: que cuando est aqu, no pierde una noche
de Coln, aunque sea en palco cerrado, porque la msica es tan necesaria a su organizacin
como las trufas a su estmago.
Naturaleza sensible hasta llegar a asemejarse a una mujer nerviosa de esas de lite,
se entiende, es fcilmente impresionable y ligero, y al escribir por pasar el tiempo, como
hace todo en su vida, tiene fatalmente que producir cosas ligeras, nacidas de su roce con el
mundo, hijas de sus impresiones, que pasadas por el tamiz de su buen gusto, se
transforman en plumadas brillantes, en tiradas literarias, que no exigen, para saborearlas, el
menor esfuerzo intelectual, y que se deslizan con la misma facilidad que una copa del suave
Madera por la garganta de un adolescente.
Los Silbidos de un vago estn escritos en argentino, en hijo del pas; pero un hijo del
pas fino y elegante, con giros completamente franceses y lleno de vocablos dem, como
tiene que suceder a todos los que se alimentan sino con las obras salidas de las imprentas
del Sena. Es una conversacin de confianza, de hombres solos, que no por estarlo as se
creen autorizados para decir inmundicias, y que si las dicen, por lo menos salvan las formas,
porque la educacin se ha hecho ya en ellos un hbito.
Ese es el secreto de la bondad del libro, escrito como hablamos nosotros, los que
nos llamamos gentes decentes o de buenas familias, cuando hemos perdido un poco de
nuestra guaranguera nativa, sin caer en el purismo tonto de los que creen que todava la
Academia sirve para otra cosa que para hacer diccionarios, muebles tiles para la ortografa,
como lo son las chinelas al tirarse uno de la cama. Y esto de tirarse de la cama no es ms
que una figura: hasta ahora no he visto a nadie dar semejante salto sino cuando tiene miedo
de los ladrones o lo pican mucho las chinches.
Creo que los Silbidos de un vago es la tentativa ms atrevida de una literatura
particular, argentina, con lenguaje, personajes y lugares del pas literatura que ha de llegar
da en que florezca en esta tierra, cuando Pero, sin caer en el aburrido americanismo del
ceibo, el rancho y el pampero americano, tan malo como las odas de los imitadores de
Moratn.
En fin, lanse los Silbidos de un vago, que darn un momento de placer. No hay
mucho plan que digamos, porque el autor no pretende ser un novelista; pero es hasta moral
sin querer sentar plaza de monje, y da sobre todo siempre en el clavo, jams en la
herradura. Ora hable de los tipos sociales, de la educacin general de nuestras mujeres y de
los jvenes que van a perfeccionarse a Europa, ora critique la cosa pblica.
Despus de un prefacio, sin el ttulo de tal, se desarrolla el drama: un amigo se casa,
a pesar de los consejos de su ntimo, soltero escamado, el autor luna de miel en la
estancia Los tres mdanos, descripcin de enamorado, y al ao y medio la mujer le pone
al marido, suplantado por su protegido o dependiente, y hacindole las robadas en bailes
del Club del Progreso. Terminacin: el ntimo hace ir a Europa al afortunado mozalbete.
Esto ltimo tiene reflexiones de primo cartello, y su manera jurdica de mirar el matrimonio
es deliciosa.
El mundano, aburrido de la sociedad, que ha escollado como abogado y poltico,
porque es ms inteligente para ser lo primero, y carece de temperamento para lo segundo,
tiene, como todo hombre de talento, un fondo de escepticismo, pero como conoce su
poca y sabe bien que hoy pas ya la moda de eso, tiene tambin el buen tino de no
proclamarlo ramplonamente: no lo dice, lo hace ver.

94
Pinta, y casi siempre con mano maestra: no inventa, copia de los originales, y no se
necesita ser muy perspicaz para dar con el modelo, sea un habitu del Progreso, o cualquier
otro.
Juan y Mara son tipos comunes que se ven a cada paso, lo mismo que el pillete de
don Pepito. Hay muchos que pueden darse por aludidos, como ms de uno podr
reconocerse en el magnfico retrato de su hombre de pueblo de campo enriquecido, ex Juez
de Paz, persona de importancia y vecino de los barrios del sud.
En cuanto a Taniete, el gallego sirviente, es claro que todos los porteros de Buenos
Aires podrn exclamar: Ese soy yo!.
Taniete hace feliz: no hay que pedir ms, es completo; el solo cuento de la prendida
del pico de gas lo pinta. Oh!, buen Taniete, cuntos hermanos tienes!
Concluyo: el buen gusto del autor se ve hasta en la forma material del libro: bien
impreso, con elegancia, y sobre todo, con un formato aceptable!
El autor termina as: La suite au prochain numro. S, la cosa merece continuacin, y l tiene
suficientes fuerzas para hacer diez volmenes de historia social, y bienvenidos sean,
siempre que se parezcan al presente.

95
El Diario, 10 de octubre de 1882

Silbidos de un vago. En el club del progreso

De un libro que acaba de aparecer sin tambor ni trompeta, modestamente, como


conviene a una persona persuadida de su propio mrito, tomamos las pginas que van a
leerse.
Silbidos de un vago los titula el autor, pero aun en el caso de ser un vago lo cual no
se desprende del caudal de observaciones que exhibe, no ha perdido en recorrer el
mundo solamente silbando, como los muchachos raboneros en sus excursiones por los
cercos de pita, la playa de la Boca y dems sitios frecuentados entonces, cuando haba
muchachos y raboneros.
Bajo el modesto annimo, que se sustrae a los aplausos, se oculta indudablemente
un hombre de mundo, que ha vivido su vida entre los hombres que pinta con perfiles tan
acusados como espirituales.
No seremos nosotros, que hemos descubierto el autor al travs del libro sin ms
datos que sus agudezas de observacin, su caudal de humour ribeteado de esprit, rebosando
en delicadezas, los que lo lancemos primero a la masa del pblico. Nuestra tarea se
reduce a plantear su personalidad como un problema que el lector resolver ayudndose de
algunas lneas que pintan el estilo del escritor, detrs de las cuales est el hombre, con sus
condiciones y sus defectos. Cuando el estreno de una pera clebre, ese vago se desliz en
el folletn de un diario, y entonces como hoy, lo descubrimos bajo el disfraz. No est el
asunto en cubrirse el rostro; es necesario deformar el cuerpo, disimular el garbo originario
de su andar, y es justamente de lo que el vago se ha olvidado.
Este estilo que mousse como una copa de champagne en que se ahogan frases
sonrosadas, ligero, incisivo, rpido, es un fermento de esprit gaulois que hierve y se revela en
una vasija criolla, que codea por salir a la luz, por abrirse camino, que canta y se descubre.
Eso no se adquiere sino lejos de aqu, es el compaero de regreso que se trae de las
excursiones realizadas con la imaginacin a una vida que no es ni puede ser la nuestra, es la
manera de manifestarse de una nostalgia que aspira otro mundo.
Ese bendito desdn por lo vulgar, el olvido bienhechor de las reglas inflexibles de
nuestro duro espaol, los santos galicismos, que denuncian un gusto zambullido en ese
idioma francs tan fcil y tan corriente, tan maleable, no poda ser sino el signo, la
manifestacin tangible de una manera de sentir adquirida en un comercio continuo con los
prosistas modernos.
Decididamente, no podemos perdonarnos la trepidacin de un solo momento y no
decimos ms porque respetando el incgnito, sera poner su nombre a la cabeza de estas
lneas, si no quisiramos detallar las cualidades del autor de los Silbidos de un vago.
Un dato ms: cuando estas lneas aparezcan, el autor de los Silbidos de un vago ir de
viaje hacia el viejo continente, habindonos dejado para saborear en su ausencia las pginas
espirituales y vividas de su libro.
He aqu entretanto algunas semblanzas poltico-sociales, en las cuales se
reconocern los protagonistas retratados de mano maestra.
No ser esta la ltima transcripcin que hagamos; tal vez el libro entero pasar por
nuestras columnas, como un husped distinguido para quien se abren las puertas de los
salones, se encienden las araas, se saca la mejor vajilla y se lo recibe a son de orquesta.
Ahora oigmoslo silbar!77

77
A continuacin, en el artculo original, se transcribe un primer pasaje del captulo XIV de la novela.

96
La Repblica, 11 de octubre de 1882

Silbidos de un vago

Contra nuestra habitual costumbre de conocer por la prensa diaria la aparicin de


un libro o la produccin de un suceso cualquiera, de improviso se ha visto en los lujosos
escaparates de nuestras libreras un tomo elegantemente impreso, con el ttulo con que
encabezamos este artculo.
A todos los que directamente interesan estas novedades literarias ha sorprendido, y
no ha sucedido con este libro, lo que con otros, que el transente curioso lo mira, y menea
la cabeza en seal de indiferencia; no, lo ha examinado y ha ledo sus dos primeros
renglones: Vivo de mis rentas y nada tengo que hacer. Echo los ojos por matar el tiempo y
escribo. Suficiente, motivo para llevarse consigo un ejemplar y leer lo que escribe un
hombre que vive de sus rentas y que nada tiene que hacer.
Leyendo su cartula poco indicio obtenemos de su contenido, a pesar de su bella
forma; y necesitamos para saciar nuestra natural curiosidad, hojear y revisar esos silbidos
vagos, que han sido legados al pblico en cuatrocientas nueve pginas que se devoran sin
sentir y con placer. Tal es su inters.
No est firmado, o ms bien, su autor es annimo. Por qu? No lo sabemos, ni lo
comprendemos siquiera. Est correcta y espiritualmente escrito, su estilo es elegante y
suelto, aunque a veces se resiente de algunos galicismos y formas que podemos llamar
familiares, si se nos permite, que redundan en beneficio de la ingenuidad del autor sin
justificar su excesiva modestia.
A travs del annimo, el autor est claramente descubierto: es un hombre rico,
como l lo dice, de cuarenta aos, conocido en nuestra sociedad y por nuestra sociedad,
conocedor profundo de sus vicios, de sus pocas virtudes y de sus coloniales costumbres.
Su contenido es un encadenamiento de lamentables decepciones, es la historia
ntima de la sociedad que ha frecuentado, o una relacin modesta de breves historietas que
personalmente ha presenciado; se han incrustado en su alma, abatida en lo mejor de la edad
por esos golpes prfidos del pesimismo, que se suele llamar experiencia por nuestros viejos
pensadores. Positiva y estpida experiencia!
He aqu una prueba de ella sin contradiccin:

Ah! Ustedes, los de arriba, los que se mantienen puros en medio de la


escandalosa perversin moral que nos invade, reflexionen un momento,
piensen en la tremenda responsabilidad que los est hundiendo con su peso.
El pas les va a exigir estrecha cuenta del uso que hacen del poder que con
tanto ardor han conseguido.
La calumnia va a manchar de negro el nombre que llevan y, confundidos con
los rprobos en el cuadro de la historia, llegarn a ser justamente maldecidos
por los que vengan despus!
An es tiempo, armen su brazo de energa, hagan un gobierno de mano de
fierro con guante blanco, pero hganlo de una vez.
Tirios o Troyanos, que caigan los que deban caer y que eso que anda escrito
por ah de la igualdad de la ley y ante los jueces, deje de ser por fin insolente
mentira!

Amarga verdad!

97
Hay en l reflexiones y caracteres sobre nuestros hombres pblicos, sobre varios de
ellos que han encumbrado posiciones; sobre poltica general; sobre posiciones sociales, y
tremendos y desconsoladores anatemas sobre los mismos.
En todos sus captulos hay verdad y sanos y elocuentes principios de moral que
sirven de paliativo, que ilustran, y donde su autor luce su talento de artista.
Bajo este concepto general, su libro realista en la generalidad de sus pasajes, ensea,
interesa y brinda al espritu una meditada observacin.
Hablando de la amistad, dice:

Soy de gustos difciles en materia de amistad, el nico sentimiento en que creo


con la fuerza ciega del fanatismo; el nico que, siempre, a mi paso por la vida,
he encontrado arriba de todas las miserias que el torbellino humano levanta del
egosmo corrompiendo el corazn, como corrompe las aguas de un lago
cristalino el torrente que las agita y revuelve el lodo que reposaba en su fondo.

Este libro es el primero en su gnero y en su originalidad; en sus pginas hay, una


base viva para un estudio de filosofa de la historia contempornea.
Sus retratos no son bocetos, como los llama con modestia su autor, son copias
exactas del natural, fotografas a la simple lectura; las situaciones son precisas y escritas con
clara concepcin.
No queremos ser indiscretos, ni avanzar ms all de donde debemos, sin respetar
las razones que se habrn tenido para cubrir tan excelentes pginas con el velo del
annimo; por este motivo callamos, dejando que otros den su nombre.
Si cumple con la promesa de: La suite au prochain numro, tendremos ocasin de
admirar un segundo tomo, que ofrecer el mismo inters y la misma utilidad que este
Pot-pourri. Silbidos de un vago.

98
El Diario, 12 de octubre de 1882

Silbidos de un vago
Marius 78

Entre las gentes que escriben, hace mucho tiempo que omos generalmente esta
queja: En Buenos Aires no se pueden hacer libros, no hay quien lea, los editores se
arruinan. Es claro, quin va a perder lastimosamente su tiempo leyendo sandeces como
son la mayor parte de los libros literarios que se imprimen entre nosotros? Quin carga
con la Descripcin amena de Zeballos, La historia de Rozas, o los dramas de Fernndez? En la
lectura se busca un momento de solaz, lo que ciertamente no se encuentra en esos cmulos
de banalidades.
Los libros cientficos que rompen esa monotona y que son de un indisputable
mrito, como Las neurosis de Ramos Meja, los Viajes de Moreno y los Estudios econmicos de
Alcorta, tienen un escaso pblico: el lector debe estar preparado, hay necesidad de una
mediana ilustracin y cierta tendencia al estudio y la meditacin para aceptarlos. Son
lecturas que necesitan mordiente.
Quebrando la tradicin de apolillarse los libros en los estantes de las libreras, y
como un signo de progreso intelectual entre nosotros, hace tres das que ha aparecido los
Silbidos de un vago y la edicin est por agotarse. Este libro no ha sido anunciado, los diarios
no lo han precedido con las fastidiosas recomendaciones de prctica, y del sbado hasta
hoy, los libreros estn atnitos con el nmero crecido de ejemplares que el respetable
pblico se ha tragado.
El xito ha sido completo; el libro tiene 400 pginas y hay muchas personas que se
lo han ledo de un tirn, trasnochando: la seduccin de las hojas del libro venca al sueo.
Se trata de un libro esencialmente naturalista. Un realismo criollo de primera fuerza.
Ha encontrado la ms favorable acogida, precisamente entre las gentes que hacen asco a
Zola, sin darse cuenta de su escuela, a la manera de los que se chupan los dedos en el Caf
de Pars (encontrndolo delicioso) con un plato de muslos de rana: el mozo se lo ha trado
sin decir lo que es porque de lo contrario hubiera sido rechazado.
Es un libro que se nutre de nuestra vida, de nuestras preocupaciones, de la
maledicencia sabrosa, del chisme negligentemente lanzado y donde las malas lenguas tienen
donde solazarse comentndolo, pegando con ellas.
El autor no nombra a nadie, ha hecho perfiles de personas que ha conocido y que l
estudi como documentos humanos, entregndolos al pblico para que l los descubra a su
vez si tiene la retina intelectual que guarda las imgenes como esos juegos de paciencia,
donde hay un bosque enmaraado y abajo estas cuatro palabras: Dnde est el gato?.
Esta tarde tal vez, en la sobremesa de la familia acomodada, donde se toma jerez
despus de la sopa y oporto con el ltimo postre, en presencia de algunos invitados, se
hablar forzosamente del libro, y cada uno buscar un nombre a quien inmolar. Aquella
mesa ser, durante la discusin, la piedra de mrmol de un anfiteatro donde se har la
autopsia moral a la reputacin de mujeres probablemente inocentes y de hombres
desgraciados. El escalpelo de la calumnia tantear todos los nombres posibles por
encontrar una solucin al enigma que el autor les pone por delante, y la nia pudorosa y la
fina y delicada dama, contribuirn, con palabras decorosas tal vez, pero con pensamientos
indecentes, a esa gimnasia de la calumnia y la difamacin.
Deseamos que este libro estimule a los pocos hombres de talento que tenemos,
capaces de escribir para el pblico; pero al mismo tiempo nos felicitaramos de que las ideas
78
Seudnimo del periodista Daniel Muoz (1849-1930).

99
del autor no sirvieran de aperitivo al apetito de escndalos siempre latente en toda
aglomeracin humana.
Un hombre de talento puede defenderse con su pluma y vengarse de ofensas
recibidas, levantando el velo de seda que cubre el cuerpo ulceroso de la sociedad, atacar al
hombre criminal, desenmascararlo, pero respetar a la dbil mujer y tener compasin de la
criatura inocente79. No se pueden curar los vicios sociales fomentndolos, ejercitando a los
lectores de un libro a cometer malas acciones a despecho de ellos mismos.

79
Pero negamos el derecho al pblico de poner un nombre, una etiqueta conocida, a las venenosas que l
exhibe en las vasijas humanas, sin querer, tal vez, matar con un rtulo, que sera un padrn de ignominias
(Nota al pie del original).

100
El Siglo, 16 de octubre de 1882

Garabatos literarios

Gran bombo para un libro estpido.


Los reclamos suben de punto: las ediciones se doblan
Y son los diarios maestros, los encargados de hacer bulla a una majadera, que no
merece robar el tiempo que hace falta para las lecturas de buen gusto.
Se necesita gran tup para elogiar una tontera con la misma pluma con que alientan
el genio literario.
Los crticos outrance tienen las mismas frases cariosas para el Tiempo perdido que
para los Silbidos de un vago!!
Vaya esa comparacin en obsequio de la ingenuidad.
Se comprar el libro desde que se abona su mrito.
Se pegarn buen chasco los que compren la mercanca y carguen con el clavo.
Haba un individuo que expona una caja que contena un fenmeno!!!!
Haba dentro de ella una indecencia; y los curiosos chasqueados, que fueron
muchos, se guardaban de contarles su chasco a los que iban llegando.
Se agotaron las ediciones...
El libro empieza con un boceto del autor hecho de propia mano.
Es la historia de un gandul.
De esos tipos como hay muchos, que no han servido ni a Dios ni al Diablo, sin
inteligencia, queriendo ostentarla; sin gracia, sin chispa, sin ingenio.
Del retrato personal se pasa a la crtica.
El crtico no ha hecho ms que zurcir las crnicas de los diarios sobre
murmuraciones sociales, todas ellas presentadas con ms ingenio por los cronistas y con
ms propsito por supuesto.
Hay un viaje de su caudal, que nos lo cuentan a cada rato todos los paisanos que
transitan el camino del Sud.
Ni observaciones, ni ancdotas, ni nada de originalidad que ocupe la atencin.
Es un libro que no tiene ningn propsito. Pginas medio vacas de contenido
inspiradas probablemente por la mala voluntad.
Evocacin de chismes sin el menor alcance para lo til o para lo ameno.
Las memorias de Casanova, tan cnicas como son, tienen un gran inters.
Se ha tocado con los ms notables acontecimientos de la poca, ha estado en
contacto con las celebridades; y puede decirse que es una vida anecdtica llena de lances,
que tienen una moral en medio de sus rosadas, verdes y atornasoladas referencias.
As se pueden escribir biografas de s mismo, porque hay derecho, porque hay tela,
porque hay fecundidad.
Sarmiento puede hacerse biografas a su gusto porque tiene audacia.
Pero el mundo no sabe todava si ha de perdonarle al mismo Juan Jacobo Rousseau
las Confidencias en que nos ha contado tantas necedades, prevalido de la boga filosfica con
que hizo escuela.
Aun en esos mismos devaneos del naturalismo descarnado hay un designio de
reformas.
Son medios transitorios, depravaciones de la forma que tienen un fondo social; y
aun cuando no fuese ms que la ilacin y la novedad del romance, se dara pasto a los
espritus cansados, que necesitan de estos condimentos fuertes del aj y de la cebolla con
que se entonan las declinaciones deplorables de la aberracin literaria.

101
Pero en fin, hay en todo ello una intencin; entretener o ensear.
La novela moderna no tiene ms que el primer objeto: no es poco.
Porque debe suponerse que el que va a lanzar un libro, aun valga lo que una
pandorga, debe saber l mismo lo que quiere y lo que se propone.
El libro que nos ocupa no lo sabe; ni lo saben tampoco los que lo recomiendan.

102
El Diario, 21 de octubre de 1882

Silbidos de un vago

Juan M. de la Mendiola

Que el libro ha tenido xito y que lo merece es indiscutible: el utile dulci clsico es un
principio candoroso, bueno para las aulas; vale tanto como la recomendacin de las madres
cuando envan a pasear a sus vstagos dicindoles: Sean juiciosos e inodoros. Hoy se
analiza, se diseca, se hacen autopsias sin ms objeto que mostrar talento, habilidad o
ingenio. Cuando hay algo de esto en un libro, el pblico aplaude, lo compra y hace bien.
Hallamos en l estilo y hombre: ligero, brillante, fcil y desembarazado son
aise debe pasearse el autor en los dorados salones; me parece verlo hollar la alfombra con
pisada irreprochable, exhalando de su parte una outrecuidance de buen tono, la mirada curiosa
e insolente de un hombre seguro de s mismo, sabiendo que, malogrado el reparto y
cambio de personal, siempre ser el interesante protagonista. Le style, cest lhomme dijo
Buffon.
Y lo repito, hay estilo, y el asunto es entretenido. Los tipos y figuras se mueven bajo
una tenue gasa, de manera que el annimo que cohonesta la publicidad as para sus
vctimas como para el autor es el secreto de Polichinela.
Agregad esta circunstancia y fcilmente os explicaris el succs fou.
Cmpralo nuestra high-life, y es justo, desde que hace el gasto dando la tela, que
tambin pague las hechuras.
Imtala nuestra burguesa, que no tiene como en otras partes el honrado orgullo de
su clase. Es verdad que todos son candidatos para la high-life, en cuanto se aumente el rodeo
o la valorizacin de las tierras lo permita.
As suelen caer en los salones verdaderos aerolitos, rodando por entre las piernas de
las gentes, como taba jugada por un debutante napolitano, nefito del arte de echar suerte
o azar.
Sus mujeres, sus hijos lo leen, y aspiran con fruicin la atmsfera saturada de
escndalo. Y como todava no pertenecen a ese mundo despreciable y envidiado qu placer,
qu dicha se les proporciona! Calzar las elegantes botas del autor y pisotear entre el fango a
la orgullosa high-life! Y as se va formando con estos datos la opinin que de nuestra alta
sociedad se tiene en las otras clases como que para ello se pintan, se ajustan y se combinan
la rabia de no ser y de no poder la malevolencia, hija de la envidia, bailando la danza
macabra de las malas pasiones, que revuelven y conmueven los bajos fondos del alma.
Exceptuamos al comerciante que lee y al pueblo que no lee. El primero, si lo
compra, es para hallarlo en la mesa de noche, junto con los Almanachs pour rire,80 la prosa de
Paul de Kock81 o de Pierre Vron82. Este u otro, poco importa, todos son buenos para

80
Surgidos en Europa a finales del siglo XV, los almanaques populares constituyen lo que Roger Chartier
ha denominado un gnero editorial. Consisten en un compendio de informacin, proveniente de los ms
diversos saberes, reunida a lo largo de un ao. Estas publicaciones podan presentar desde consejos para
la salud hasta mximas morales, incluyendo noticias, fbulas, previsiones meteorolgicas, etc. Vase
Genevive Bollme, Les almanachs populaires aux XVII et XVIII sicles. Essai dhistoire sociale, Paris,
Mouton, 1969.
81
Paul de Kock (1793-1871) escritor francs. Entre sus obras se destacan Georgette ou la nice du
tabellion (1820), Gustave le mauvais sujet (1821) y Le Cocu (1832). Esta ltima aparece mencionada en
Potpourri.
82
Pierre Veron (1831-1900) escritor y periodista francs. Sus novelas abordan los aspectos licenciosos de
la vida parisina. Form parte tambin del staff de la revista satrica Charivari.

103
distraer la preocupacin del negocio entre manos, y su objeto es que baje hasta los
prpados la plcida quietud del sueo y se recobren las fuerzas gastadas en la lucha que trae
la malicia de cada da.
Los que han sentido el golpe son los contemporneos y amigos del autor que
entre nosotros forman la clase intelectual. Y de esta, la juventud, naturalmente generosa,
que abri crdito ilimitado sobre la palabra de los que forman a la cabeza de la fila. Han
tenido un desengao y llevndose un chasco, por no decirlo quiz, ni atreverse a decir bien,
han callado. Que de otra manera se hubieran ocupado del libro Garca Mrou, Navarro
Viola, Monsalve y tantos otros.
Esto me deca un contemporneo y amigo del autor, no hace siquiera cuatro
noches. Me sorprendi su impresin verdaderamente dolorosa.
Es todo un hombre. Honrado, inteligente, estudioso, de corazn noble y abnegado,
un arpa eolia dentro del pecho.
As se conserva, a pesar de que los tristes aos de su mocedad discurrieron por
entre sombras, luchando por la vida, acompaado de la triste y mal aconsejada pobreza,
con su cortejo de cuidados roedores. Y, cosa rara!, an le perfuman, como al caballero del
lieder de Heine, los afectos ms tiernos y los sentimientos ms fieles.
Hablbamos sobre el efecto que haba causado el libro, refirindonos las
impresiones de tal o cual amigo y las opiniones de nuestros hombres de letras. Yo no lo
haba ledo an, ocupado seriamente en ganar el pan de cada da.
Pues vivo de pintar papel sellado de cincuenta centavos la foja, con lugares
comunes que hacen la dicha o la desesperacin de las partes.
Resolvme a leerlo, y en verdad que una vez abierto, no pude quitar los ojos de l
hasta concluirlo. Extinguida la luz no pude conciliar el sueo, que su lectura me produjo
ese malestar que sobreviene al fin de una orga, de esas que se conciertan en un baile
pblico entre copas y cafs negros, despus de valses furiosos y se consuman en el estrecho
gabinete particular de un restaurant de las orillas. El vino, el tabaco, los perfumes, el olor de
comida, los alientos clidos y febricentes cruzan la atmsfera. Los nervios excitados se
relajan, comprometido el estmago en una digestin penosa. En ese estado, a la luz cruda y
sucia del kerosene con los mamarrachos del empapelado, las mujeres forman un todo que
da nuseas y arrepentimiento. Quisiera uno irse en el momento, y lo ms lejos posible.
Me he querido dar cuenta del mvil y de las causas que impulsaron al autor
buscando en sus antecedentes la filiacin de ciertas doctrinas e ideas que dominan e
inspiran el libro. Y hablo de l porque autoriza su ejemplo, y sin esto, porque una buena
parte del libro la ocupa su autobiografa.
Fortuna, ingenio, hermosura varonil, todo lo que facilita la vida agradable le toc en
lote. La sociedad le recibi en palmas como que lleg triunfador sin lucha y sin
esfuerzo, siendo mimado por la alta sociedad, que a pesar de ciertas ridiculeces no puede
desprenderse de esa benevolente bonhoma peculiar a nuestra raza y carcter.
De que ha tenido buenos amigos es prueba concluyente este hecho: a pesar del
libro an los tiene. Una vez que habla de ellos los regala con el calificativo de famlicos. Y si
bien hay un sentido prrafo en elogio de la amistad, mal se aviene con este que transcribo:

El que llega, sea quien fuere, se cansa de golpear una, dos, tres y cuatro veces, y
yo, como s que no ha de venir a dar sino a pedir, de exclamar otras tantas,
bandome en agua de rosas y pasendome en mi escritorio:
Sacdele hasta maana si te empeas: jorbate y pierde tu tiempo y tu
paciencia!

Y agrega ms abajo: A m me da por divertirme que el prjimo se rompa los


hocicos contra el llamador de mi casa.

104
Y si el que llama es un amigo afligido que necesita su inmediato amparo?
Y si se le procura en nombre de un ser querido?
Bah!, qu importa? El seor est con los pjaros!
Es esto siquiera humano?
Esa es la parte de los amigos.
Y la de la sociedad?
Emplea con ella el ms prfido de los procedimientos.
Desde adentro, l, que tantos favores le debe, levanta la punta de la cortina que da
sobre la alcoba y embosca al pblico que desde ese punto no puede abarcar con la vista
sino lo que quiere que vea: la ropa sucia y las debilidades ntimas. Reminiscencia probable
de una farsa que se ve en las ferias francesas.
Hay unos industriales que se ocupan de mostrar la luna a las doce del da por
la mdica suma de cinco cntimos.
Un inmenso telescopio, con doble fondo de vidrio en la extremidad superior es el
instrumento de la superchera.
En el fondo del segundo est pintada la luna, y una lamparilla, coloreada la luz por
procedimientos qumicos, remeda un crepsculo parecido al de la tarde.
All van a depositar las cocineras y nieras una parte de la sisa, por ver la luna... de
da claro. Y se agregan los paisanos bobos y los reclutas oliendo al heno del hogar paterno
por encima del uniforme. La clientela no es despreciable y da buenos resultados al
industrial.
Hay tambin en esta tierra quienes han explotado el crut. La tierra de Guasayan
(Provincia de Santiago), entre dos pisos, muestra una piedra enorme, que mirada desde un
punto del valle, semeja una mujer arrebozada, en contemplacin de los arreboles con que la
aurora colorea sus crestas. Veinte pasos a derecha o izquierda no se ve sino la piedra
informe.
En los buenos tiempos achacse a milagro, y no falt serfico padre que iniciara el
proceso de su canonizacin, colgndoselo. Como que todava madrugan algunos para ver la
Virgen Mara.
Procedimientos idnticos emplea el autor. El extranjero, a quien le presentan la alta
sociedad bonaerense levantando la cortina de la alcoba, se formar un juicio severo y justo.
Y lo peor que es costumbre extranjera leer los libros de un pas para conocer sus usos y
costumbres, y este libro lo leern y le prestarn fe, porque desgraciadamente es muy bien
escrito.
Es al grupo social que entre changas de cronistas y veras de necios se llama
high-life a quien ms lastima.
El mundo poltico no lo conoce a l, porque nada ha hecho, ni l a este mundo
porque no ha podido asimilrselo. No ha podido, digo, porque no es bastante ser buen
amigo y rico para hacer camino como Sarmiento, Avellaneda, Roca, etc.
Habla de l, llevado de su aficin al teatro, hasta presentar sus evoluciones como
una comedia no sabe nada de lo que pasa. Estilo, pero estilo, nada ms que estilo.
Entre renglones se pasea monsieur de la Palisse, mucho muy a menudo, un poco ms
que a su turno.
A la sociedad ahora como antes le pasan estos chascos. Tito Petronio rbitro
de la elegancia romana fue llamado por la high-life de su siglo. En agradecimiento escribi el
Satyricon. Vale este libro mucho ms que el del Vago, como que vive, monumento de
escndalo, opuesto a los siglos y al olvido. Hay sin embargo en Petronio una placidez, una
bonhoma, una falta de acritud, que quisiramos ver en su mulo moderno. Pero ni el uno
ni el otro libro es bueno para conocer la sociedad de su siglo.
Lo digo porque, quitndole las elegantes crudezas que el idioma latino y el siglo
toleraban, el uno y el otro son la obra de un ingrato.

105
No quiero ser acerbo; y a mi modo me explico el libro: la doy como hiptesis
porque favorece al autor.
l lo confiesa: es un personaje nacido para el teatro. Como ms tarde su fortuna le
ha permitido doblarse de la literatura, il pose, y a falta de carcter propio, en uno fundido en
los caracteres de Hamlet, Childe Harold y Olivier del Demi-Monde, para vestirse a la
moderna, en proporciones ms o menos arbitrarias segn el viento que sopla.
Seguramente que todo esto hace honor a su ingenio. Pero a su corazn?

106
La Repblica, 31 de octubre de 1882

Silbidos de un vago

A. Bel

Va extinguindose ya el bullicio y escndalo removidos por un vago, y uno que no es


vago puede permitirse ahora filosofar un poco sobre aquellos estridentes silbidos que en los
primeros momentos nos desgarraban los tmpanos.
Filosofar es nuestra palabra, porque la cosa no da lugar para admirar, ni aun para
indignarse mucho. El nihil admirari es el lema de actualidad para el hombre sensato y
tragarse todo entusiasmo y toda noble indignacin, una necesidad para quien no quiere
arrojar margaritas ante porcos.
Si el ttulo de vago no bastara para reclamar una indulgencia relativa, porque qu
puede esperarse de un vago? no es la ociosidad la madre de todos los vicios?, bastara
para reprimir toda indignacin intempestiva observar que el ms provechoso empleo que
pueda hacerse de la inteligencia es aplicarla a indagar con calma y mediante una sola causa
natural, o mediante una serie lgica de causas naturales, todo aquello que asombra, irrita,
escandaliza, enfada, impacienta o entristece a los espritus irreflexivos.
Todo hecho en este mundo sublunar tiene su causa, y todo escrito es un hecho de
que basta buscar, sin enceguecimiento, el origen en las costumbres, en las ideas y en los
gustos de la sociedad que lo ha producido, y tambin en el temperamento, vida y milagros
del autor que le ha impreso su sello peculiar, para dar con su alcance verdadero y
desprender tiles reflexiones.
Para juzgar el mrito intrnseco del libro en cuestin sera fuera de propsito, sin
duda, invocar teoras literarias, ni siquiera las que profesan hombres discretos desprendidos
de todo dogmatismo de escuela, y para cuyos sentimientos son lindas todas las lindas flores
y hermosas todas las hermosas mujeres, cada una en su distinto gnero. No, las categoras
estticas se hallaran muy desorientadas si por la fuerza se las arrastrara en tales
berenjenales.
Somos casi de la opinin de Boileau, cuando dice que todos los gneros son
buenos, menos el gnero fastidioso, y sin mucho temor de pasar por adoradores del xito,
creemos que la mejor piedra de toque para ensayar el verdadero quilate de las damas ligeras
y de los libros ligeros es averiguar si son interesantes y si verdaderamente interesan.
Uno ms de nuestra opinin! Exclamar alguno de los mil lectores de los Silbidos.
Qu prueba ms concluyente: el inters que ha despertado un libro ledo y comentado por
toda la sociedad.
Es verdad; pero vamos por partes. Qu categora de lectores obtienen esas obras?
Y aun sin averiguarlo, es permitido preguntar si tales lectores vuelven a leer, y por cunto
tiempo les dura el sabor de su lectura.
Irritar la curiosidad es una cosa y otra, excitar el inters por un libro. Formarse un
pblico numeroso de lectores es una cosa y otra contentar al verdadero lector, aquel cuya
opinin vale algo y cuyos juicios permanecen.
S, pues; el xito ms ruidoso y la curiosidad excitada de todo un pblico Combien
de sots faut-il pour former un public? no bastan, si no se consigue la aprobacin de aquellas
personas discretas que no leen solamente por ociosidad, por curiosidad y por amor al
escndalo, pero que leen como artistas y hombres de un gusto ejercitado en el comercio
habitual con las obras culminantes del espritu humano.
Obtendrn tan valiosa aprobacin los Silbidos de un vago? Sanos permitido ponerlo
en duda. Con silbidos tan estridentes y desentonados como los del estrambtico rgano a

107
vapor de la Compaa Cooper y Bayley,83 cuyo solo recuerdo produce todava calambres en
los que habitaron los alrededores del Jardn Florida, ser difcil satisfacer odos
acostumbrados a los apasionados acentos de Ral y Valentina, a la solemne y profunda
armona de la Sinfona heroica o a la luminosa y sonriente meloda de Guillermo Tell.
No cabe duda de que debe hacerse una concesin a todo escritor, y es la de tenerle
en cuenta el temperamento que le es propio, y si hubiera alguno tan enviciado como para
satisfacer los instintos groseros y los malsanos apetitos de la bestia humana desatada, y
complacerse sin asco en verla revolcarse, estar tal vez en su derecho; y slo al moralista le
pertenecera juzgarlo y al sentimiento ntimo de honradez de cada uno condenarlo; pero
tendramos el derecho nosotros de apartarnos del repugnante espectculo y decir: ese no es
de los nuestros!
No es este el caso precisamente del libro que nos ocupa; pero sus no disimuladas
pretensiones a la crtica moral de la sociedad, la amargura de sus ataques, las delicadezas de
sentimientos superiores continuamente invocadas, y con mayor frecuencia violadas, lo
ponen en el caso de ser mirado bajo el punto de vista que fatalmente se impone al examinar
toda obra humana: el de considerar detrs de toda palabra al que la pronuncia, y detrs de
un escritor, al hombre.
De nada nos valdran las indiscreciones de los diarios, ponindole un nombre
propio a nuestro vago, y sera de muy poco provecho el saber que tenga casa con techo de
vidrio y que se ha escabullido de la escena, tomando en callandito el primer vapor que lo
conduzca a mundos mejores, dejando al pblico y tambin a sus amigos famlicos, lo que ha
llamado un Pot-pourri, sin mucha necesidad de decirlo en francs, puesto que una olla podrida
puede ser tan olla y tan podrida en castellano como en cualquiera otra lengua. El hombre
que el libro mismo revela, es el nico, pues, que pertenezca al lector.
Una balata de Schiller nos presenta al poeta que llega demasiado tarde al reparto de
los bienes de la tierra; mientras los variados lotes son distribuidos entre tantos agraciados,
el meditabundo soador est ocupado en contemplar la faz augusta de Jpiter y ese ceo
que hace temblar al universo. Si los bienes de este mundo le faltaran, qudale el cielo para
su consuelo.
Nuestro vago est en su puesto a la hora del reparto, y no es olvidado. Cbele en
lote la posicin social y los halagos de la vida de mundo; nace con una inteligencia viva y un
corazn abierto a las nobles aspiraciones; no le escasea la instruccin que se recibe de los
maestros ni la que desarrollan los viajes; posee, por fin, sin haber descendido a la lucha para
conquistarla, una fortuna que le permite realizar lo que otros suean.
Aparece en la escena, hermoso, simptico, rico, rebosante de talento l mismo lo
dice, y no se ha calumniado, y sus primeros pasos son verdaderos triunfos.
En esa aurora, cuntas esperanzas! Cunta gloria en ese porvenir!

L'amour en l'approchant jure d'tre ternel;


Le hasard pense lui, la sainte posie
Retourne en souriant sa coupe d'ambroisie
Sur ses cheveux plus doux et plus blonds que le miel.84

Qu porvenir pudo pronosticarse a este favorito de las hadas?


Ah lo tenis. Es el presente ahora y se reduce a los silbidos de un vago.
La crnica escandalosa era, en los tiempos coloniales, la nica gacetilla y diario para
las ciudades, y los locutorios de los monasterios, la oficina de difusin de chismes y

83
Cooper and Bayley fue una compaa de circo norteamericana, muy popular en la segunda mitad el
siglo XIX. Visit Buenos Aires en 1878.
84
Estos versos pertenecen al canto XXIX del cuento oriental en verso Namouna de Alfred de Musset.

108
cuentos; a las diez de la maana se saba all cunta ocurrencia escandalosa haba tenido
lugar en la noche y ms que de los santos, la vida y milagros del prjimo.
La prensa que sucedi al locutorio no ha desempeado todas sus funciones, sino
cuando ha encontrado rganos acreditados para el intercambio y difusin de difamaciones.
Resulta ahora que la prensa no basta y son libros lo que se escribe, para satisfacer la
curiosidad malsana y llenar los vacos de una vida sin emociones, con la murmuracin, la
mentira o la triste verdad aunque maligna y aderezada y condimentada por manos hbiles.
Dice La Bruyre que cuando una lectura os eleva el espritu y os inspira
sentimientos nobles y abnegados no busquis otra regla para juzgar la obra: es buena y de
mano maestra.
Pero si una lectura nos deja un sabor amargo y la impresin de acritud de un
injustificable despecho, que aja y marchita las delicadezas que hacen soportable la vida, si el
autor se muestra brillante, festivo y superficial, pero bilioso y escptico y no despierta una
sola idea nueva, ni un sentimiento profundo, qu juicio debe formarse de ese libro?

109
Nueva Revista Buenos Aires, noviembre de 1882

Pot-pourri

Ernesto Quesada

Este volumen tiene el aspecto de un libro impreso en Pars. Se ha identificado de tal


manera con su autor la fotografa que publica de s mismo es tan semejante que
equivale quizs a poner al pie su nombre de bautismo. El libro aparece annimo, pero se
dira que su autor no pretende ocultarse, puesto que hace un retrato daprs nature,
colocndose en el medium en que ha vivido con tal franqueza que leyndolo se puede saber
cul es su nombre. Resptese empero el incgnito, como se respeta el pudor de una mujer:
cada uno sabe dnde le aprieta el zapato y es indiscreto revelar cul es la parte que le causa
el dolor.
Este libro es de aquellos que los franceses llaman clef, es decir, necesita una clave
para reconocer la galera de fotografas que presenta, todas las cuales han sido esbozadas
con sujecin a la escuela realista. A veces el colorido es recargado, y el verde y el rojo
dominan de tal manera que... pobres fotografiados! Sobre todo pobres mujeres! Qu
retratos! Algunas hay que quemaran el libro, si los incautos revelasen la clave para descifrar
el enigma, transparente de tal manera que difcil es no reconocer los personajes.
Este libro es propiamente las Memorias ntimas, las impresiones descarnadas que rara
vez se dan a la publicidad en vida del autor, si este ha de vivir y morir en el seno de la
sociedad que pinta, y cuyas lacras seala, marcando con frecuencia las personas de tal
manera, que se siente una impresin medrosa y fra recorriendo sus pginas. Estn escritas
con desenvoltura, con el desencanto y misantropa del que fsicamente nada espera, y
moralmente no cree en nada. Esas Memorias ntimas revelan que su autor equivoc
desgraciadamente su camino, se perdi en las espinas del zarzal y hoy tal vez es tarde para
rehacer su pasado, que es su misma vida. Y es una lstima!
El libro est ntidamente impreso, en excelente papel, su aspecto es coqueto, como
el de un boulevardier o un amainci. En sus pginas hay el amargo del ajenjo, el picante del aj,
la crueldad del que se va y no espera volver. Es casi un libro de ultratumba!
Hay pginas con carbn y perfiles copiados en el infierno y alumbrados con una luz
siniestra. Se nota un profundo desencanto, un dolor atroz: es una lmpara que se extingue y
que da su luz por intervalos. Falta la alegra que refleja la salud y la vida, cuando la riqueza
ha abierto tantos caminos condenando a una holganza peligrosa.
No podra decirse como cierto crtico que es un bello libro, sino que es un libro que
se lee con pena, porque se deplora que el autor haya malgastado su fsico y su tiempo.
Haba tela para algo ms de lo que ha hecho, pero l he preferido decir, por ltima vez
quizs, que no crey en s mismo y se ha consumido en el placer que mata y enerva. Si se
dice que es un bello libro por su aspecto exterior, es una verdad de Pero Grullo, pero es un
libro de espritu enfermo, y sus pginas estn saturadas de hiel. Es un libro que se lee, pero
con la impresin del que siente una sensacin penosa. Pobre sociedad si esa literatura
tuviera imitadores! Este libro que puede engendrar lgrimas en muchsimos hogares, carece
en general de alcance filosfico y fin moral, en el estudio de costumbres que hace. Se
cuenta lo que se ha visto detrs de bastidores, y hay verdades que hacen mal y causan
miedo.
Y sin embargo, en medio de la pintura ms descarnada de escenas sociales en las
cuales se mueven personas de ambos sexos, cuyos perfiles cuidan de destacar del fondo
negro y los alumbra con la luz rojiza, en medio de este ruido semejante a las voces
destempladas de una ria, hay pginas dedicadas a pintar la vida poltica: estas son cuadros

110
del infierno de Dante! Acaso el autor ha calculado que el escndalo producido por sus
cuadros y retratos hara que se leyese la pintura de la democracia argentina tal cual l la
entiende?
En estas pginas dedicadas exclusivamente a la poltica su pluma parece empapada
en acbar y acenta de tal manera sus perfiles y graba con tal fuerza sus lineamientos que se
siente la mano del artista burilando sus cuadros con nerviosa agitacin y mirada de fuego.
Por el contrario, la chispa zumbona, la agudeza y el color local brillan en las escenas
del Carnaval, que describe con verdad y pone de relieve las pobres necedades de este pobre
mundo, que conviene en parecer que se divierte haciendo conjuntamente necedades. Esas
escenas son muy bien dibujadas, revelan un talento observador, un don singular para la
crtica y extraordinaria espontaneidad para poner en relieve el ridculo.
Qu lstima que no cultive ese gnero! Hay en estas pginas, exentas de retratos,
escenas sociales escritas maestramente. En ellas no se revela el acbar con que ha escrito las
anteriores, y con el que escribe tantas otras. Es un contraste!
Pero predomina en este libro el realismo tomado por el lado ms infecto, muestra
las llagas y se empea en revolver el pus. La pintura de Mara es atroz, hasta en los colores
del cuadro! Los vocablos usados son totalmente de la escuela de Nana.
El talento no excusa la crudeza en los trminos.
Ese libro no puede decirse que sea la tentativa ms atrevida de una literatura
particular argentina, en lenguaje, personajes y lugares del pas; no, ese libro es la deforme
imitacin de la literatura francesa de que Zola es el iniciador, escuela realista que vive del
retrato al natural, de la reproduccin de la vida real con todas sus sombras, diciendo
verdades que el arte pudoroso cubre siempre con un velo. Es un libro escrito por un
espritu enfermo, a impulso de la luz febril de la imaginacin calenturienta, que se extingue
todo en torno suyo, cuando el fsico ha cado postrado en la batalla de la vida. No hay en
este libro una rfaga de luz, no hay vislumbre de esperanza en estas pginas, bellas
tipogrficamente, pero descarnadas como los esqueletos de un museo de anatoma.
El autor tiene talento; copia con aterradora verdad la vida, pero ha malgastado su
chispa y su ingenio y arroja ahora estas pginas para que sepan que lleva el corazn
muerto!
Un diario ha dicho hablando de este libro: Pinta, y casi siempre con mano maestra:
no inventa, copia de los originales, y no se necesita ser muy perspicaz para dar con el modelo.
Otro ha agregado: Son livre engendrera des centaines de volumes et fera cole. Il deviendra le Coran
des libre-penseurs de la politique et des moeurs.
Ese es precisamente el mal, si este libro fuera engendrador de la escuela
ultrarrealista, podra llegarse a la literatura pornogrfica, que ensuci un tiempo la prensa de
Pars!
El autor de este libro tiene talento, no puede ponerse en duda pero ay! sus
imitadores emprenden como negocio hacer reaparecer el teln corrido. l ha escrito
amargado por el dolor: otros querran imitarlo como especulacin. Preciso es que el pudor
tenga su culto y que las miserias humanas no se exhiban en su pestilente repugnancia.
Hay verdadero peligro en fotografiar a las personas y vender estas fotografas
cuando se va a buscar a los personajes en el retiro misterioso y muy privado de una alcoba
y se les quita el traje delante de la multitud, vida siempre de ver lo que a veces es el honor
de una mujer, la quietud de un hogar! Cuando la letra de molde ha puesto en evidencia con
ese realismo que no encubre nada, que pinta tal cual es la vida con sus deformidades y sus
errores, ciertamente que debe temerse por la paz de todos. La vida privada no puede servir
al novelista para sus cuadros ni al rentista para divertir su ociosidad; porque hay peligro en
revelar los misterios de la vida ntima. Hay un pudor convencional que no permite que ni
los criados penetren cuando los patrones se lavan no es verdad?. Pues el pblico no
puede entrar en el gabinete de la mujer ni en la alcoba de un hombre, cuando de esa mujer

111
y de ese hombre se hace una fotografa al desnudo y se lanza luego al mercado para
venderla!
No, felizmente, no: esta literatura no es argentina, es una importacin malsana de la
literatura realista pornogrfica que slo tiene cierto pblico del medio mundo o del mundo
galante como consumidores, compradores y admiradores. Es una imitacin que ojal no
tenga consecuencias porque podra ser el comienzo de un escndalo sin fin, en una
sociedad en que todos y todas se conocen. No basta que la cultura de la forma modere la
crudeza del fondo. Ese realismo es pernicioso porque est pintado con colorido y el autor
tiene talento y sal tica.

112
La Unin, 11 de noviembre de 1882

Pot-pourri - Silbidos de un vago

Pedro Goyena

Bajo este doble ttulo se ha publicado, como es sabido, una especie de larga
conversacin o cuento con digresiones, cuyo autor, si no ha puesto en la cartula del libro
su retrato y grabado al agua fuerte, lo ha dibujado a la pluma con tal ingenuidad y franqueza
que no es necesario escribir debajo el nombre, como suceda con los cuadros de aquel
portugus que habiendo pintado algo con intencin de representar un gallo, psole por las
dudas el sabido letrero: isto e gallo.
El Pot-pourri del que hablamos ha sido escrito, segn se dice en las primeras pginas,
para matar el tiempo, por un hombre que afirma garbosamente vivir de rentas y no tener en
qu ocuparse. Sainte-Beuve, en un caso anlogo y movido por el celo y respeto que le
inspiraba la carrera literaria, aconsejaba a un joven mundano emplear el tiempo en los
viajes, dndose el placer de contemplar tantos hermosos espectculos que la naturaleza
ofrece en los pases amados del sol, y curioseando las formas variadas de la sociabilidad
humana. Parecale al crtico francs una injuria a las letras el hecho de escribir por la misma
razn que se echan guijarros a un estanque o se enciende el ltimo cigarro de la petaca.
Pensaba que no se debe hacer un libro sino cuando se tiene una idea nueva o una manera
preferible de expresar la idea ajena.
Pero, en fin, el volumen ha circulado ya, se anuncia una segunda edicin, y sea cual
fuere el mvil a que responde, representa un acto de presencia en el mundo literario, que ha
tenido su notoriedad y que debe ser apreciado.
Ha sido ledo; no es poco; hacerse leer es lo que naturalmente anhela todo el que
manda imprimir su borrador; ser ledo y merecerlo, ser ledo y obtener la gratitud, la
adhesin o el respeto de los que leen es el timbre a que inspiran los hombres de letras.
El Pot-pourri ha roto el muro de la indiferencia. Pero es un xito literario? Ha
hecho crecer al autor en el concepto pblico?
Vivir en la memoria de lectores sucesivos, como uno de esos recuerdos que
forman la perpetuidad de un triunfo en la literatura? Pensamos que no. Ha sido sorpresa, y
muchos al leerlo se han dicho: Cmo! Este dilettante, este joven fatigado antes de la lucha,
hastiado del placer que ha bebido a largos sorbos, ha tenido la paciencia de llenar
cuatrocientas pginas, siquiera sean de un formato pequeo y falaz?. Y as es la verdad.
Este hombre que poda repetir la frase del Doctor Vern: Carezco de
privaciones, ha ennegrecido muchos cuadernillos de papel, ha corregido pruebas, se ha
tomado todas las molestias que lleva consigo el oficio de literato, generalmente desdeado
por los sibaritas. El hasto ha debido, pues, ser muy exigente. Para escapar a l ha sido
necesario entregarse a una ruda tarea y pasar por los trmites prosaicos y enfadosos de la
tipografa. No lo olvidemos y veamos en ello una leccin. Se puede vivir de rentas y
corregir pruebas para no morirse de tedio.
Pero el autor de Pot-pourri, apenas impreso el libro, ha emprendido un viaje a
Europa; de manera que si hubiera habido aqu algn Sainte-Beuve empeado en darle
consejos, le habra contestado: Bueno, seor, no siga, cllese; me voy lejos, muy lejos; no
me diga que viaje porque me embarco en este momento. Y despus de darse el gusto a s
mismo, habra complacido aunque tardamente al literato regan. Sainte-Beuve,
naturalmente, habra preferido el viaje sin el libro.
Decamos que el Pot-pourri ha sido una sorpresa, por la labor material que supone y
de la que no se creera capaz al autor; lo ha sido igualmente para los que conocan sus

113
producciones orales en la Universidad y en las Asambleas Legislativas, por el gnero
literario a que pertenece y las peculiaridades de su forma. Quin habra esperado unos
cuantos folletines hilvanados para formar un volumen de un estudiante distinguido por el
mtodo expositivo de sus exmenes y de un orador parlamentario notable por la trabazn
del discurso y la construccin simtrica de la frase?
En caso de que hubiera reaccionado sobre sus hbitos de dolce far niente, habramos
credo que se hubiera ido a la otra alforja y hubiera publicado algn estudio constitucional
fro, acompasado, analtico como un buen alegato forense.
En vez de eso, tenemos un libro escrito con la mayor despreocupacin de todo lo
que sea plan, enlace o estructura: una larga boutade, como dira el autor en su gusto de
intercalar palabras francesas en medio de su prosa decididamente criolla.
Ms de una vez hemos lamentado que el autor del Pot-pourri no tuviera la fuerza de
voluntad necesaria para tomar un rumbo en la vida y dar objeto preciso de aplicacin a sus
facultades intelectuales. l ha sido muy severo al juzgarse intelectualmente; no es cierto que
su talento sea un talento de reflejo; fuera del genio, de la suprema facultad de la invencin,
hay aptitudes para la produccin que saben procurarse la materia prima y modelarla en
formas propias. Pero si ha sido severo para apreciar su talento, ha sido complaciente
consigo mismo para hacer su retrato fsico. En medio del hasto hay todava alguna
pretensin a ser agradable: qu quieren ustedes? Todos tenemos un poco de vanidad;
sonriamos y pasemos.
El Pot-pourri que hemos llamado libro lo es como producto de tipografa, pero no
merece el nombre de tal, si hemos de considerar las exigencias de la crtica literaria. El autor
lo ha comprendido as, y el ttulo que ha dado a sus pginas lo prueba claramente. Se sabe
lo que es el Pot-pourri; los espaoles, inventores de la cosa, le llaman olla podrida; es un plato
pesado, una enciclopedia culinaria, digno alimento de varones dedicados a rudas tareas y
arduas empresas; hoy es un anacronismo, pero la palabra francesa, ms ligera siempre, es
una envoltura que disfraza la mercanca. El ttulo de Pot-pourri no envuelve, en esta ocasin,
un plato literario pesado y laborioso; esas pginas se hacen leer merced a algunas
digresiones, que son para nuestro gusto lo mejor de ellas: la salsa vale ms que el pescado.
Pero qu es el Pot-pourri?, qu son los Silbidos de un vago? Porque tambin tiene la
obra un segundo ttulo, y es el que ha hecho carrera. El Pot-pourri es el qu s yo cuntos de
los libros contra el matrimonio: la historia de un adulterio, y en este caso, una historia poco
ingeniosa. Desde las primeras pginas se prev el desenlace fatal y, para mayor claridad, el
escritor mismo se encarga de anunciarlo. Asiste al casamiento de un amigo suyo y despus
de la boda, pronostica un fin deplorable a aquella unin de dos seres vulgares, sin fondo
serio de moralidad, sin religin, sin elevacin de carcter, sin contrapeso para una
sensualidad que chilla a cada momento. La carta que el recin casado escribe al autor del
libro, para persuadirlo al matrimonio, es sencillamente grosera. Cuando as se comienza la
vida del hogar y se escriben tales confidencias, un hombre se desestima y tiene en la
brutalidad de sus gustos el primero de sus enemigos: empieza por prostituir, con tales
hbitos, a la futura madre de sus hijos; si ella encuentra inconvenientes estas formas de la
vida, en una luna de miel pasada en la estancia y que escandalizara a las bestias si fueran
susceptibles de reflexin, vale mucho menos que su esposo, el cual es, sin duda, un triste
personaje! Bien, pues, la esposa de Juan, tal es el nombre del protagonista, es un
temperamento, no es una mujer. Sin un cambio radical en las costumbres y en las
tendencias de estos dos seres humanos tan poco preparados para la vida decente, su unin
debe terminar deplorablemente y as sucede en efecto. Un dependiente de Juan seduce a la
esposa y el autor del libro le hace dar un consulado en Europa, despus de echarle una
reprimenda. Esto es lo que se dira el asunto propio y principal del libro.
No se toma con precisin el tono dominante en la sensibilidad del autor. Parece a
veces hacer gala de un escepticismo que hiela, se exhibe como un egosta, habla de la

114
humanidad con sarcasmo y amargura pero se le escapa luego una de esas palabras que
seran inexplicables si no creyera en el rasgo fundamental de la criatura humana, el carcter
moral, el libre albedro, que la hace responsable de su conducta. Un predicador no tratara a
la esposa adltera con ms dureza, con ms acerbidad que el autor de los Silbidos. Cmo
explicar estos reproches, estas conminaciones, si se pertenece a la escuela del naturalismo
que rebaja el hombre al nivel del bruto?
Es un libro escrito en una deplorable situacin de espritu: no viene de un alma
equilibrada, ni movida por un gran sentimiento; quien lo escribe se llama en alguna parte
soltero cuarentn; no es viejo por los aos, pero ha vivido mucho; y a pesar de la
experiencia que tanto invoca, no est jams en los lmites de la moderacin. Citamos a la
aventura, hallamos un apstrofe a la triste esposa de Juan que ha cado tan miserablemente;
merece una palabra severa que la entregue al remordimiento, es preciso pronunciarla. Pero
en qu tono la profiere el autor del libro? Le habla de este modo:

Cree usted, por ventura, que el hecho de que su marido anduviera por las
patas de los caballos le dara a usted derecho para arrastrarse tambin por la
inmundicia? Que porque l fuera un degradado, jugador, borracho y libertino,
estara usted facultada a declararse pitadora de paraguayos, mujer de cuarto a la
calle y cuchillo en la liga?
Usted es, digamos, la oveja descarriada, su marido el ovejero, su hijo el cordero
y yo el perro del puesto que la endereza a las casas para que no se aguache la
cra y para que no se alcen con usted, pegndole de paso algn tarascn al
cuatrero que se la iba llevando.
Y si cree que pasa de castao oscuro, eso de compararla con un ejemplar de la
raza ovina, y que la referida literatura cabe, cuando ms, en la seccin amena de
un diarujo rural, hablando de alguna guasa de la comarca, no me opongo, le
digo que me dispense y entro de lleno con usted en los dominios de la ciencia.

Semejante estilo, en un libro escrito por un hombre de mundo, es verdaderamente


raro, inverosmil. Nadie sospechara que se hablara de ese modo en un saln. Qu
diferencia entre la pgina trascrita y las que saba escribir un Hamilton, por ejemplo, ligeras,
sobriamente coloridas, elegantes, con las formas flexibles de la frase pulida por un espritu
fino y habituado a conversar con mujeres distinguidas!
Pero dejemos esto de lado y observemos la inseguridad de los juicios, la
arbitrariedad de las apreciaciones sobre la gran cuestin del matrimonio, que sirve de
materia principal a esta coleccin de folletines. El autor expresa opiniones inconciliables.
Acabamos de or su enrgica reprobacin contra la esposa infiel. El hogar debe ser puro; la
prole debe ser escrupulosamente educada en la moralidad. Esto es, indudablemente, lo que
predicara un moralista bien intencionado. Pues bien, el mismo autor de los Silbidos no tiene
del amor sino una tristsima idea; el amor, para l, es la sensacin; y cuando se da esta base
a la unin conyugal, es ilgico mostrarse luego severo con la esposa si pone en prctica la
definicin que se le ensea.
Pero hay ms. El autor del libro hace una escena terrible al seductor. La merece,
pero la recibe por reunir al carcter de seductor el de estipendiado del marido: si fuera un
simple prjimo, un quidam, un Juan de afuera de la casa, ni amigo, ni pariente, ni obligado,
su proceder sera perfectamente correcto. El comentario es intil. Una afirmacin como
esa basta para saber a qu atenerse respecto de las ideas morales de Pot-pourri.
A dnde van esas pginas?, qu se propone el autor? Lo dice desde el principio:
escribe por matar el tiempo, escribe a la ventura, segn el humor del da y de la hora en que
arroja las letras sobre el papel. Los Silbidos revelan un estado del alma, un estado patolgico,
son un triste libro que refleja una vida triste, son la obra de un espritu descontento y

115
saciado, que se ha ensayado en diversas direcciones y no ha perseverado en ninguna
empresa. Su chiste es enfermizo; hay exceso de burla sobre personajes de poca importancia:
un juez de paz de campaa y un gallego sirviente son los tipos tratados con detalle y
complacencia. Otra inverosimilitud del libro. Una rpida silueta habra bastado; pareca
natural que no se hubiera detenido mucho en ellos un refinado, un hombre de ciertos
gustos de distincin social. Pintar esos tipos con tanta aficin es realmente inesperado en
un escritor que se creera reido con la vulgaridad.
La impresin que dejan los Silbidos es desagradable. Cmo! Es esto lo que se saca
para el arte, para la poesa, para la esttica, de una vida casi por entero consagrada al mundo
en lo que tiene de selecto segn el comn sentir? La historia de un adulterio, la historia de
una triste pareja cuya unin bastardea un insignificante estipendiado, y por cuadro, por
fondo de esa historia, unos cuantos personajes vulgares, sin moralidad, sin esbeltez? La
malicia se ha complacido en hallar alusiones en algunas pginas de este libro y una
curiosidad malsana debe haberle procurado el mayor nmero de sus lectores. Tales
alusiones seran jams un recurso literario de buena ley. La indiscrecin, la mala voluntad
reemplazaran, de otro modo, el talento en las letras; y el arte habra sido sustituido por la
chismografa expuesta a la calumnia, y estril cuando no perversa. La sociedad es mejor de
lo que se la juzgara tomando a lo serio este libro enfermizo. Ha sido ledo, pero ha
suscitado un movimiento de repulsin que nos parece merecido.
Se habla tambin de poltica en los Silbidos. No nos detendremos en este asunto, es
la materia de todos los das, pero observaremos de paso que encontramos exagerado hasta
lo increble, por su acritud, el juicio sobre el doctor Tejedor. No es un personaje que ocupe
actualmente la escena pblica: ha cado; el buen gusto aconsejaba un poco de sobriedad,
especialmente cuando las exigencias de la justicia no han imperado de tal modo que el autor
de los Silbidos dijera tambin algunas verdades a los polticos victoriosos.
El libro del que hemos hablado tiene una palabra profunda y sentida, vamos a
copiarla; debe ser meditada porque encierra una leccin provechosa. Sera bueno recordarla
antes de escribir, es la siguiente:

El recuerdo del placer que empalaga y del dolor que harta trae aparejado un
desencanto profundo, y, como consecuencia de l, se despiertan sentimientos
de perversidad que espantan y producen el horror de uno mismo, luego que la
ofuscacin pasa.

116
El Nacional, 17 de noviembre de 1882

Redaccin - Silbidos de un vago

Llamamos la atencin del lector sobre el artculo que publicamos hoy como primer
editorial.
Hasta ahora faltaba la palabra de una crtica autorizada, que pusiese de relieve sus
cualidades o sus defectos, como lo mereca un libro entregado con esa profusin a la
publicidad y ledo en pocos das por un pblico vido de impresiones del gnero que
ofrecen los Silbidos de un vago.

Sera un fenmeno muy raro que el primer escrito de costumbres de la poca y la


primera produccin literaria de nuestra juventud y el primer libro que obtiene dos ediciones
en un mes no diese materia a la crtica literaria tambin, poniendo de relieve sus cualidades,
sus mritos o sus defectos. Habr libros que pongan miedo, ya por el asunto de que tratan,
ya por el autor que los lanza a la publicidad?
Ya habamos tenido otra produccin del gnero, llamada Tiempo perdido, que es en el
fondo la misma idea de los Silbidos de un vago, slo que el primer ttulo supone un hombre
que trabaja y a ratos perdidos escribe, y el otro es el fruto de la observacin de un bedau85,
un flneur que pasa su tiempo en vivir, y dice lo que va viendo, oyendo y llamndole la
atencin.
Este ltimo, sin embargo, ha sido tan ledo que se lo han arrebatado de las manos,
tan saboreado, que la primera pregunta que se hacan por tres das al menos los que se
encontraban era: has o habis o ha ledo usted los Silbidos de un vago?. Es un libro que en
Montevideo ya no sera muy claro y en Ro Janeiro sera griego su contenido. En las
provincias argentinas pocos lo entendern; y si hubiera de leerlo en alta voz alguno que
hubiese residido largos aos en Buenos Aires, tendra que cerrar el libro a cada pgina para
explicar el enigma de tal tipo o de tal historieta. Es un libro de la ciudad de Buenos Aires
adentro de la sociedad que forman cien familias, como ha dado en llamarse la high-life, es la
crnica escandalosa de otros tiempos; es, perdnenos el autor, la chismografa impresa, en
lugar de la que corre de boca en boca por esta parte de la poblacin, pues la otra, y es la
mayor parte, no sabe sino ocho das despus, y eso incompleto, lo que ya es historia antigua
para los actores y protagonistas.
El mrito de los Silbidos de un vago est en ser genuina expresin del pas, el libro y el
autor, los silbos y el vago. En Europa o Estados Unidos no se comprendera la posibilidad
siquiera de que un escritor tomase por asunto de sus observaciones las personas vivas,
vivientes, actuales en la sociedad, y que de tal manera las describa, pinte, desnude o desuelle
que el lector est diciendo: Este es Urioste, aquel, J. C. Carlos, ese otro Juan Carranza.
Pues bien, este gnero de literatura sobre la carne viva contiene toda una manera de
ser social, cuenta con una tradicin secular y no nos sorprendi en manera alguna el inters
que suscit la primera lectura de los Silbos de un vago, pues era como si viramos a un
antiguo conocido, amigo y aun pariente nuestro, ausente largos aos, quin sabe si
desterrado por causas polticas y que vuelve ahora, y se nos presenta, fresco, alegre, cuando
lo creamos corregido de sus defectos de carcter o de sus malas costumbres, el chisme, la
murmuracin, el cuento!
Ahora un siglo la vida de las ciudades era o deba ser, porque no hemos alcanzado
esos tiempos, desprovista de excitaciones y de novedades. Llegaba un buque de vela de la
Espaa lo que no era la Europa entonces por muerte de un obispo; como solo clrigos o
85
Sic, probablemente por badaud.

117
monjes saban leer, y a stos ni a nadie les interesaba saber lo que se pasaba en otros
mundos, haba que vivir de su propia sustancia, sin ms novelas que la novena de un santo,
sin ms orquesta que la de misa de gracias, con gloria, sin ms reuniones y fiestas que las de
los santos patrones de ciudades y conventos, el Corpus y las advocaciones del Rosario,
Mercedes, del Carmen, a ms de las milagrosas, etc.
En los entreactos que duraban semanas, salvo en el octavario o la semana santa, el
locutorio de las monjas serva de plaza de abasto para la chismografa, entrando las beatas
desde muy temprano, cargadas de la cosecha de la noche, en materia de incendios, de
raptos, de querellas, pualadas, serenatas, sorpresas de alcoba y otros items de la vida
domstica, sin contar los detalles de las fiestas, el men como diramos ahora de la
boda de San Pedro o Santo Domingo y lo que le dijo el Virrey o el primer Alcalde a una
dama, y lo que esta le replic, excitando la risa de los oyentes.
Un convento sobre todos lograba al fin de muchos aos de constancia y, mediante
un personal bien adiestrado y numeroso, la fama de bien informado, ni ms ni menos que
hoy un diario, por sus correspondencias de afuera y sus cronistas de adentro, lanza cada
tarde cuanta novedad pueda interesar al lector. En Lima estaban en todo su esplendor estas
costumbres hasta 1860; en Santiago de Chile, donde la peste del diario no se introdujo
hasta 1840, el locutorio del Carmel Alto gozaba del monopolio de la chismografa matutina.
Era como ahora se dice de la reputacin de bien informada de La Nacin o El Nacional:
nombrar el convento haca caer vencida o avergonzada la objecin.
Todava en 1860 estaban vivos algunos de los reporters ms nombrados de la poca y
si no los nombramos nosotros, es por no conocer el gnero de los Silbos de un vago.
Vino la imprenta y durante muchos aos no dio entradas en sus ilustradas columnas
al chisme, al cuento del reporter o del cronista, las muertes ocurridas, los raptos de
muchachas de cierta esfera, y otras ocurrencias mal disimuladas. La chismografa y las
murmuraciones seguan su ruta tradicional, aunque cerrados los conventos en unas partes,
entrometida la poltica en todas las cosas, fue perdiendo su posicin respetable, confesada y
admitida socialmente en la buena sociedad, debiendo limitarse al saln privado, cuando las
vestales que conservaban el fuego sagrado lo soplaban en cachete entre un sorbo del mate o
un azucarillo o panal que se sopa en el agua, para que de sopada en sopada se disuelva,
como se hace humo la reputacin que estn discutiendo.
En Europa debi existir aun ms picante el chisme y el cancn, pues ha dejado
adherido a las lenguas del oeil de beuf de las Tulleras la gacetilla del escndalo de la corte.
Eugenio Sue, en Los Misterios de Pars, hizo una literatura especial del chisme, tratndolo en
grande, como puede suministrar modelos la ciudad y sociedad ms dramtica, ms novelera
y ms llena de aventuras y contrastes. Quiso Villergas en Espaa hacer unos Misterios de
Madrid, y como la sociedad y el paisaje son o estrechos o pocos accidentados, en aquella
pepinera de motivos, para cuadros, caracteres y escenas que suministra la Gaceta de los
Tribunales, Villergas escribi los primeros Silbidos de un vago, de manera que se sealaban con
el dedo los tipos de los pretendidos misterios que no eran un misterio para nadie; y ms
tarde y en legtima represalia de la vida de Madrid se hizo imposible para el autor, que fue
desde entonces el Judo Errante por la Habana y estas Amricas, hasta acabar en un
hospital su vida literaria.
Tiene, pues, padres abonados el libro que tanta sensacin ha causado: primero
porque el lector se reconoci en el libro, que haba sido escrito para l y a su paladar; y en
seguida porque nunca haba este gnero tomado la forma del libro, ni sabdose que fuese
un gnero de literatura sacarle el cuero al prjimo, entregarlo a la burla, sin pasin personal,
como si ese hombre, con sus defectos y sus pequeeces, fuese propiedad del autor, quin
se sorprender sin duda, si un mdico disecado, vivo, hallase que no es tan caritativo, ni el
propsito, ni el medio. Pase por chismografa; pero si no fuese un hijo contrahecho de la
maledicencia siquiera el que adopta y acaricia el autor, sino que hay motivo de creerlo, que

118
son de su propia cosecha los repulgos y alios de que lo reviste, tan nueva es la sospecha
odiosa insinuada, pues nadie antes de ahora la haba sugerido, an entre las comadres de
tijera ms cortante y de lengua ms afilada, tan ocioso y poco conducente jicarazo.
Y al descender a este detalle, de que ocurren dos o tres casos, de una odiosidad que
traspasa el lmite de lo feo o de lo repugnante en el gnero naturalista, nos ocurre
preguntar: esto es literatura tambin? Las reputaciones de las personas, aun en el caso de
no ser serficas, entran tambin en el gnero de la pintura de las costumbres modernas o
actuales?
Seramos muy severos con el autor si no visemos que l se trata peor de lo que
trata a los dems. Cuando se describe a s mismo como un blarez, como un impertinente,
un mal criado insoportable, un egosta odioso, nada de verdad dice de s mismo, por cuanto
son imposibles, y absurdos los defectos que se imputa. Complacerse en que llamen en vano
a la puerta sus amigos porque al fin los que lo buscan no vienen a traer sino a pedir: y
dejarlos que golpeen y golpeen, y subirse al balcn para verlos darse tan pesado chasco, son
invenciones de una imaginacin pobrsima en el arte de inventar. Ni ha tenido amigos que
le pidan nada; ni hay en Buenos Aires puerta de calle cerrada donde golpean para que
abran, ni balcn desde donde contemplar estpidamente el chasco harto grosero de negar a
tout venant la entrada.
Eso se hace en Francia con el sastre o el acreedor que cobra al calavera, pero ni aun
as vala la pena decirlo y menos escribirlo.
Precisamente esos defectos del libro le dan su carcter. Es un documento histrico.
No hemos podido escribir dramas; la novela ha hecho ensayos, y casi siempre sobre hechos
histricos: la Amelia, la Miranda, La novia del hereje, La loca de la guardia. La biografa es el
primer ensayo histrico, el Facundo, el General Belgrano, Bernardino Rivadavia.
Los recuerdos literarios podran suministrar materia para mucho papel escrito; pero
son escasos los autores, casi siempre sin aventuras, sin bohemia, como llaman en Francia,
como se ve por accidente en las Horas perdidas.
Los Silbidos de un vago seran la primera inspiracin literaria de un pueblo recin
nacido, sin antecedentes histricos. La comedia de Aristfanes principi por ah. Scrates
presente, viendo en las tablas a Scrates haciendo muecas. La vida le cost al pobre. El
otro da ya intentaron hacerlo en Buenos Aires con un pobre diablo que estorbaba en
poltica y que sin duda no haba cometido las faltas de Scrates. El autor no es, a lo que se
cree, persona que cultivase las letras, que haya escrito sobre nada, ni cometido o
atormentado versos. Supongamos una sociedad en ese estado ateniense de cultura, que
puede conversar con gracia, describir con animacin, murmurar con malicia, imitar o
remedar con talento cmico, o nimio, y en un crculo limitado, pues es pequea la que vive
de esta vida social y se propusiese escribir un libro, sin asunto, sin propsito til, un libro
para hacerse leer, y gustar del lector que conoce, escribira los Silbos de un vago que todos
entienden, porque cada cuento, cada rasgo caracterstico de personas, cada calumnia o
maledicencia o murmuracin se haba repetido hasta el cansancio antes. Por qu
exclamamos al leer cuatro renglones seguidos: ste es Pedro o Juan, sin equivocarnos
de una pulgada? Porque somos nosotros mismos los que hemos escrito cada pgina de los
Silbos de un vago, cuyo autor ha tenido el incomparable talento de ponerlo en limpio y
publicarlo, cargando con la responsabilidad slo de la mentira o de la imputacin odiosa.
Devnanse los sesos los curiosos por adivinar cul ha sido el mvil del autor al
escribir este libro. Pretenden unos que sea esperanza de lucro, lo que nos parece fuera de
propsito, porque no era escritor, ni avezado en escribir, el autor. A despecho contra la
sociedad le atribuyen otros, y si es venganza lo que se propuso, la avidez con que ha sido
ledo es el mayor castigo que ha podido darse ella misma, pues eso prueba que el otro tena
razn en tenerla en tan poco chismosa. Para nosotros si no fuera una persona que ha
viajado y recibido una cierta educacin, creeramos que es un novicio que no sabiendo lo

119
que es literatura crea una especial, basada en el chisme antiguo de su propio pas, a no ser
que el gnero de Zola haya trado esta variante, mucho mejor por cierto, salvo que los
favorecidos con lo que ser una mencin honorable o una lotera, lo que les haya cado, no
lo reciban en gracia.
Lo peor es que ni la rectificacin ni la revancha es posible cuando el nombre est
suprimido, y si usted se da por aludido, probar cuando ms que se declara gusano.

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El Diario, 31 enero de 1883

Silbidos de un vago. El autor a Pedro Goyena

Eugenio Cambaceres

Seor doctor Pedro Goyena

Gracias, mi querido Pedro, muchas y muy repetidas, por el juicio que de mi especie
de larga conversacin o cuento con digresiones ha publicado su Unin.
El cario que ms de una vez le ha hecho lamentar que no tenga yo la fuerza de
voluntad necesaria para tomar un rumbo en la vida y dar objeto preciso de aplicacin a mis
facultades intelectuales, cario del que acaba de ofrecerme una bien elocuente prueba, le ha
nublado esta vez los ojos, Pedrito; cumple a mi sinceridad decrselo sin pecar de falsa
modestia y le aseguro que, a pesar de habrseme ya pasado el tiempo de esas cosas, me ha
hecho usted poner colorado de vergenza hasta las orejas, al leer la serie de alabanzas que tan
inmerecidamente ha tenido la bondad de prodigarme.
Dos palabras ahora sobre su trabajito.
Como todo lo que sale de su pluma, es un pequeo prodigio, de galanura y
correccin.

Cent fois sur le mtier remettez votre ouvrage,


Polissez-le sans cesse et le repolissez,

Piensa usted con Boileau y hace perfectamente; el prchage, he ah el medio ms


seguro de no comprometer uno su reputacin y, por mi parte, le confieso que es ese
completo finished lo que ms he admirado siempre en todas sus producciones.
Puede decirse de usted con plena y entera justicia que es, en literatura, el Ftis de su
generacin.
Hay, sin embargo, en su preciosa crtica, sencillamente porque la perfeccin nest pas
de ce bas monde (disimleme el gusto de intercalar palabras francesas en medio de mi prosa
decididamente criolla), dos puntos oscuros por pequeas falsedades que voy a enmendarle,
con su permiso, nada ms que por amor a la verdad.
Primera. Los prrafos que han tenido la desgracia de lastimar su buen gusto, y que
usted transcribe como dirigidos por el Vago a la mujer de Juan, no son prrafos de una carta
escrita a una mujer por un hombre de mundo en semejante estilo verdaderamente raro,
inverosmil estilo que no se gasta en los salones, usted comprende que hace mucho
tiempo que lo s sino ocurrencias del Vago para su capote, en un rincn de su cuarto,
mano a mano con l mismo, circunstancia en que bien podemos dispensarlo de que se calce
los guantes para abrir la boca, no le parece?
Dse la molestia de hojear de nuevo el libro y el convencimiento no tardar en
penetrar en su espritu.
Segunda. Cuando he dicho Pot-pourri he entendido que se leyera msica y no olla.
Sufro una dispepsia crnica que me tiene, desde hace tiempo, reido a muerte con
esas comidas indigestas y rancias; no son ni de mi paladar ni de mi estmago.
A usted probablemente no le sucede otro tanto, porque, gracias a Dios, goza una
salud de fierro.
Que la conserve muy lejana hasta la hora del ltimo traspi son los deseos de su
afectsimo amigo y seguro servidor.

El autor de Pot-pourri
Pars, 23 de diciembre de 1882

121
El Diario, 1. de febrero de1883

Silbidos de un vago. Pedro Goyena al autor de Pot-pourri

Pedro Goyena

He ledo en El Diario de ayer la carta que desde Pars me dirige el autor de aquel
libro, con motivo de un artculo crtico, publicado hace tiempo en La Unin.
Ese artculo no estaba firmado: el autor de los Silbidos ha pensado que era mo y as
es la verdad.
Guindome por inducciones que no se encontrarn aventuradas, creo que debo
dirigir mi contestacin al doctor D. Eugenio Cambaceres.
Dos rectificaciones hace Eugenio al artculo mencionado.
La primera tiende a desvirtuar la apreciacin desfavorable del estilo, por dems
realista, en que estn expresadas ciertas admoniciones del autor de los Silbidos a la mujer de
un personaje del libro. Consiste la rectificacin en observar que los prrafos criticados son
una especie de monlogo del escritor y no figuran en una carta.
No he dicho en el artculo de La Unin que tales prrafos formen parte de una
epstola enviada a alguna persona. He dicho que se refieren a la mujer de Juan, y se hallan
indudablemente en el libro: son para el pblico y sin pretender que en esa ocasin se
calzara el doctor Cambaceres los guantes para abrir la boca me pareca y me parece, como a l
mismo, que no son un modelo de cultura.
La segunda rectificacin se reduce a observar que, si el autor de los Silbidos ha
dicho pot-pourri, ha entendido que se leyera msica y no olla.
Despus de esta advertencia (y no rectificacin), quedo instruido de la intencin del
doctor Cambaceres sobre el desgraciado ttulo; pero convendr conmigo en que mi
interpretacin no deja de tener buenas razones a su favor.
Dice el autor de los Silbidos que son la materia de sus rectificaciones dos puntos
oscuros por pequeas falsedades que va a enmendarme, nada ms que por amor a la
verdad.
No s si el doctor Cambaceres ha querido decir msica, al hablar de pequeas
falsedades, porque nada es imposible, dada su manera antojadiza de emplear los vocablos;
pero conviene hacerle notar que ha cometido por lo menos una falta de lenguaje, usando la
palabra falsedades en este caso.
La falsedad supone la afirmacin como verdadero de lo que se sabe no serlo; y el
doctor Cambaceres ha debido pensar que, si bien soy susceptible de errar a cada momento,
no puedo ser sospechado de faltar a la verdad.
Si ha escrito conscientemente la frase, me ha calumniado.

122
El Diario, 2 de mayo de 1883

El autor de los Silbidos de un vago a Pedro Goyena

Eugenio Cambaceres

El ltimo correo nos ha trado la siguiente carta que el autor del libro
eminentemente popular dirige al doctor Pedro Goyena, uno de sus crticos, tal vez el ms
acerbo.
El autor, cuyo nombre no es un misterio para nadie, vuelve a la carga demostrando
claramente que no tiene el deseo de dejarse operar sin resistencia.
Dice as:

Seor doctor D. Pedro Goyena

Como as, mi queridsimo Pedro, con la ms santa intencin de este mundo le


escrib una amistosa cartita dndole pblicamente las gracias y usted monta el picazo y se
sale de la vaina y apela a los grandes medios y va hasta decirme, en condicional, es cierto,
pero en fin, hasta decirme bonitamente calumniador, como quien no dice nada!
Vous mavez epal, mon cher; cscaras con el geniecito!
Atemprese, Pedro, amigo; mire que es muy feo ser necio. (No vaya, por Dios, a
dar a este vocablo otro sentido que el que se da en criollo; no sea el diablo que de esta
hecha me arrastre ante el Jurado y me haga condenar al maximum de la pena).
Sobre todo, tenga en cuenta usted, tan prctico en doctrina cristiana, que la rabia
figura entre los pecados capitales y que de rabiosos est el infierno lleno.
Procedamos con calma; vamos a ver por qu se enoja! Porque le he llamado
piocheur, o porque he dicho que faltaba a la verdad?
Si lo primero, para qu pioche?
Si lo segundo, para qu afirma lo que no es?
Y yo me lavo las manos...
No necesito jurarlo, por otra parte, que ni remotamente se me ha ocurrido atribuirle
una intencin torcida, y esto usted lo sabe bien como yo, porque ni es torpe ni es zonzo.
El trmino falsedad tiene dos significados diferentes segn lo reza el primer
diccionario que cae a mano, an el de la Academia, y al decir yo dos puntos oscuros, dos
pequeas falsedades y no dos puntos oscuros por pequeas falsedades (error de
imprenta) claro est que tomaba la palabra en su acepcin general: calidad de lo que es
contrario a la verdad, sin mnimo propsito de herirlo, como cuadraba a nuestras viejas
relaciones amistosas y al gnero de documento en que la empleaba.
Usted por el contrario, ha visto en ella una ofensa, agarrando o afectando agarrar el
rbano por las hojas, probablemente porque el contenido de mi carta lo tena un poquito
fastidiado y no quiso dejar pasar la ocasin de tirarme un puazo.
Mal tirado, Pedrito: puazo de gallo criollo, ni siquiera me ha rozado la epidermis.
Pero observo que esto se va haciendo aburrido y como, en definitiva, el negocio no
vale un pito pongo por mi parte punto final, enmendando de paso otro pequeo error, ya
que no falsedad, que sufre usted.
En su aficin por la Santsima Trinidad ha credo ver reproducido el misterio una
vez ms y as, asegura que el vago es el doctor D. Eugenio Cambaceres y que el doctor D.
Eugenio Cambaceres soy yo.
Tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

123
En cuanto al vago que pueden ser muchos y que puede ser ninguno, rechazo la
personera; djelo donde est que est bien, por ms que algunos pretendan lo contrario.
Ahora, en cuanto a que el infrascrito sepa responder al nombre de Cambaceres
(Eugenio), ya que usted lo quiere, ser y hgase, Seor, tu voluntad, etc.
Dentro de unos cuantos meses, cuando se le haya pasado el enojo, cuento tener el
gusto de darle un fuerte y carioso abrazo; mientras tanto, me repito siempre de usted
afectsimo amigo y seguro servidor.

El autor de Pot-pourri

124
Anuario Bibliogrfico 1883

Potpourri. Silbidos de un vago86

Alberto Navarro Viola

Ningn libro ha alcanzado en Buenos Aires el xito ruidoso de los Silbidos de un vago,
de que se hizo en breve tiempo una segunda edicin; ni ha originado mayor contradiccin
de opiniones, al extremo de llegar la prensa a enconarse personalmente con su autor, el
doctor Eugenio Cambaceres, descubierto a poco andar, y hasta a declarar alguno la obra,
con errado alarde de suficiencia, producto meftico de la literatura pornogrfica.
Qudome entre los muy pocos que defienden su bondad, y me creo inhibido de
discutir apreciaciones puramente personales; pero me explico a la vez muchos de los
acerbos cargos contra el autor y la obra dirigidos, por el hecho de ser muchas tambin las
personas a quienes la terrible stira del vago ha desnudado en pblico.
Los Silbidos no constituyen una novela, propiamente tal; y sera difcil hallarles
colocacin en las clasificaciones literarias comnmente adoptadas.
Son una charla, una causerie, como diran los franceses, sobre asuntos sociales,
recordando actos ms o menos olvidados y pintando personalidades ms o menos
disfrazadas. Escrito en estilo ligero, suelto, en estilo familiar de persona inteligente e
ilustrada, nada ms, tiene todo el atractivo de una conversacin de saln salpicada de
chistes y ancdotas autnticas, de chismes y reminiscencias constantemente interesantes.
Sainte-Beuve ha dicho, hablando del Arthur de Guttinguer:87 Lauteur, qui est auteur
aussi peu que possible, crit en prose comme on ferait dans des lettres charmantes un ami y no
encuentro expresin ms aplicable, ni ms apropiada para dar perfecta idea de esa amena
conversacin de cuatrocientas pginas que todo lector desea continuar, sintiendo, al
terminar el ltimo captulo, que lo abandone tan pronto una visita de tal modo empapada
en los variados accidentes de nuestra actividad social.
Puede bien que yo peque de exagerado; mas no tengo por qu negar que siempre he
considerado la chismografa de saln como uno de los solaces ms agradables y fecundos
de la inteligencia dedicada.
Hay en los captulos descocidos del vago, caracteres admirablemente descriptos,
retratos que parecen fotograbados de inapreciable valor, y que aproximan la obra a la
moderna escuela realista. La carta que describe la vida en la estancia, ser siempre una joya
literaria, y cabe ofrecer de modelo de fina stira la farsa poltica en cuatro actos. La escena
del baile, especie de revista de tipos, trae a la memoria la encantadora narracin Les soupers
de Daphn, de Meusnier de Querlon,88 le seul des littrateurs du XVIIIme sicle dice
Nodier pour lequel je puisse avouer sans orgueil quelque sympathie dtude et de destine. Como la
analoga es notable, cmpleme declarar que no existe en Amrica ejemplar alguno de las
primitivas ediciones de esa obra, y la reciente, de la casa Kistemaeckers,89 apareci

86
Resea dedicada a las primeras dos ediciones de Potpourri. Datos bibliogrficos de la primera:
Buenos Aires, Biedma, 1882, en 8., 410 pginas. Datos bibliogrficos de la segunda: Buenos Aires,
Imprenta de Biedma, Librera de Jacobsen y Co., 1882, en 8., 414 pginas.
87
Ulric Guttinguer (1785-1866), poeta romntico francs. Su relato Arthur, Religion et Solitude es de
1836.
88
Les soupers de Daphn et les dortoirs de Lacdmone. Novela francesa libertina de Gabriel Meusnier
de Querlon publicada en 1740.
89
Henry Kistermaekers (1851-1934). Editor belga que se dedic a lanzar a partir de 1878 las obras
prohibidas de los escritores naturalistas franceses. Public tambin, con notable xito novelas libertinas

125
simultneamente con los Silbidos. Acaso en esa parte fuera fundado afirmar que estos
pertenecen a la categora de libros llamados de llave, porque requieren, para los extraos al
pas o a la poca, explicacin o indicacin de los personajes.
Del detalle de la frase mucho bueno podra hacer resaltar de comparaciones
felicsimas y llenas de novedad. En la traslacin fotogrfica de un conocido poltico, del
cual pinta el carcter acre, spero, agrio, y presenta su forma oratoria cuando despus de
dolorosos pujos de alumbramiento las palabras salen a empujones, en grupos informes de
ocho o diez, mirndose las caras o dndose la espalda, de pie, de costillas o de cabeza me
hace acordar agrega a los chorros del limn, cuando caen sobre una ostra viva.
Pienso para m que esas dos lneas valen un libro.
En cambio de estas bellezas de detalle, hay exceso de incorreccin y abuso de
expresiones extranjeras, que el autor debiera limitar.
Bienvenido sea el segundo volumen anunciado de una obra genuinamente
argentina, que hace poca en nuestra literatura embrionaria, y los que no ven objeto en la
difusin de tan agradables pginas, esencialmente custicas, tengan presente con L. de
Balzac que il doit y avoir des livres pour occuper et pour instruire; il doit y en avoir pour dlasser et pour
plaire: lesprit a besoin des uns et des autres. Cultivons les oliviers et les vignes, mais narrachons pas les
myrthes et les rosiers.

francesas del siglo XVIII. Sus ediciones entraban a Francia de manera clandestina para alarma de los
vigilantes de la moral y los editores de Pars.

126
El Diario, 29 de septiembre de 1884

Msica sentimental
Sam Weller 90

Cuando un libro se deja leer de la primer hasta la ltima lnea sin hasto, sin fastidio
y por el contrario, con inters siempre creciente, despertando un semillero de ideas en cada
pgina, un cmulo de recuerdos en cada captulo, una dosis de sentimientos y afectos poco
comn en cada dilogo, puede decirse con verdad que est escrito con arte, que est
saturado de esprit, que obedece a una inspiracin que la naturaleza suele conceder a las
inteligencias destinadas a sus producciones giles, frescas, vaporosas, joviales, que se leen y
se gravan en la memoria como sello de tinta indeleble.
Tal es el libro cuyo ttulo encabeza estas lneas.
Escrito en ese lenguaje familiar, confidencial, juguetn, salpicado de palabras y
frases francesas, del argot unas, puras y clsicas otras, sembrado de expresiones que se
comprenden nicamente por porteos y que haran la desesperacin de un madrileo,
vaciado en ese estilo sui generis, incisivo, corto, punzante como un alfiler, sonoro como
chasquido de ltigo, compuesto en el teatro, en el hotel, paleta en mano, para retratar,
dibujar, imitar el colorido verdadero de las figuras, la sombra, los contornos; corregido en
las plazas, en los clubs, en las reuniones familiares en presencia del cuadro vivo, animado,
palpitante, forma lo que puede llamarse una obra rara, nica, inimitable, una verdadera obra
de arte portea.
Acostumbrados a la literatura liviana del peridico, variada, de poca profundidad,
casi nglige, sentimos cierta repugnancia instintiva por esos perodos ciceronianos,
envueltos en frases campanudas, retumbantes, retricas. Nos gusta la forma llana,
confidencial, sencilla con que nos saludamos y conversamos, con que nos lanzamos bromas
y chistes; esa firma sin pretensiones, inspirada por el afecto y el cario ms que por una
erudicin que huele a candil, y una ciencia verdadera o supuesta que a cada sacudida arroja
a los aires millones y millones de polillas. Meridionales y extremadamente sensibles,
deseamos beber en la copa de las ilusiones, empaparnos en esa gasa vaporosa del placer,
exprimir hasta la ltima gota de la vida al arrullo de criaturas largo tiempo soadas y
acariciadas por una imaginacin de veinte aos, aturdirnos, en fin, al sonido de esa msica
sentimental, que buscamos en la sociedad, en la familia, en el libro.
Por eso los Silbidos de un vago se buscan, se leen, se asimilan, porque se adaptan a
nuestra verdadera naturaleza; son el eco fiel de nuestras costumbres en el fondo, en el
lenguaje, en el estilo; forman la verdadera literatura de carcter y aspecto nacional y ms
que nacional, porteo.
Qu es Msica sentimental?
Difcil es incluirlo en un gnero literario definido.
Es un vade-mecum del joven argentino que se dirige a Pars, a ese ogro enorme que
devora vidas y haciendas, a ese mundo de pasiones disputndose al hombre; pasiones bajas,
apetitos glotones, excitado por el etalaje de todos los deleites, por el alarde cnico de todas
las torpezas; a Pars donde, de tarde en tarde, como extraado en la regin del vicio, un
arranque generoso, una accin noble, un grito honrado suena apenas un instante y va a
perderse ahogado en el chirrido infernal de aquel hervidero de corrupcin. Cuento,
narracin, descripcin, conato de novela, consejos de hombre prctico en los azares de la
vida, moral, filosofa, dilogos, retratos, todo esto se mezcla, se confunde en una msica
suave, continua, armoniosa, llana y variada, hermanada con el llanto de la mujer que sufre,
90
Seudnimo de Manuel Linez.

127
ama y se desespera; con la risa cnica de la mujer perdida, con el sollozo ahogado del
marido ofendido, con las expansiones locas de una juventud rica y codiciosa de carnes, de
apetitos, de placer sensual; con la sonrisa de la naturaleza que nada en una lluvia de oro,
derramada por los rayos del sol, y con el exterior de la agona provocada por la profusin
incauta del vigor de la vida.
El autor acompaa paso a paso a la juventud inconsciente, la gua por calles y
plazas, teatros, reuniones, hoteles por cuanto de bueno y de malo encierra una ciudad
como Pars; explica, aconseja, corrige, reprende, hiere con su stira, alienta con su ejemplo,
incita con su palabra, instruye; se complace siguiendo todas las peripecias de la vida, los
trances desgraciados, la buena y la mala suerte, el bien y el mal como en nuestro tiempo se
concibe y se practica.
Cunta verdad en sus reflexiones, cunta vida en sus descripciones, cunto vigor en
los dramas ntimos, cunta sencillez en su palabra, en su ejemplo, en sus obras!
Los hroes principales de su libro son un joven porteo, Pablo, y una mujer de un
mundo intrlope, la parisiense Loulou, ambos unidos, guiados, aconsejados por el autor, que
es su gua, su mentor, su consolador en las aflicciones, su salvador en los peligros, su
compaero en las horas de solaz y placer.
En el concepto del autor, Pablo ha heredado de sus padres veinte mil duros de
renta, y de la suerte, un alma adocenada y un fsico atrayente. En buenas manos habra
tenido acaso nociones de generosidad y de nobleza, talentos posibles a veinticinco aos,
sobre todo cuando se nace de pie, se va viviendo sin la lucha por la vida y se aprende
honradez y dignidad como un adorno, como se aprende equitacin o esgrima, sin que
cueste.
Segn Loulou, Pablo no tiene ni talento, ni distincin, ni espritu. Es un hombre
vulgar que puede encender un deseo, pero que no tiene dotes suficientes para inspirar una
pasin.
Loulou es una mujer mundana, capaz de todas las gradaciones por las que baja y
sube el carcter, la ndole, la naturaleza femenina. Reconcentra sus caricias en Pablo y brota
en ella el afecto de mujer, el amor con todo su poder, que arrastra al sufrimiento, a la pena,
al sacrificio de su tranquilidad, de su vida, que la transforma, la purifica, la diviniza. En
aquella frente, manchada antes por el beso impuro de una turba que exprime las gotas de
placer hasta del dolor del prjimo, se disea una aureola de candidez femenina, que ofusca
con su luz todo lo pasado turbulento, desarreglado, deshonesto, sensual. Prxima a ser
madre, la naturaleza toda se transforma en ella, y asoma una esperanza de felicidad, si la
ndole de Pablo y su naturaleza bestial no le quitase toda ilusin para el porvenir. En la
mujer hay todo un drama, una evolucin de pasiones que se chocan, se desenvuelven,
contraste de sentimientos que predominan, de ideas que se afirman, se aplican, se niegan;
un mundo, en fin, transformacin continua con sus vaivenes, sus sinsabores, sus
momentos felices, sus excesos, sus penas, sus placeres. Pablo no cambia. Es siempre el
hombre sensual, que ha ido a Pars buscando placer y no amor, donde no quiere que lo
quieran, sino que lo diviertan, que lo engaen, que lo exploten, que se ran de l, que lo
hagan gozar, que le den pour son argent. No busca la vida insulsa del hogar. Su cabeza suea
con otros horizontes. No quiere amor sino placer, gozo, satisfaccin del apetito, del
sentimiento, de la carne.
En la vida encontrada de estos dos seres antagnicos, la mujer paga su largo tributo
de afecto y el hombre bebe a grandes tragos el placer, buscndolo donde lo encuentra, sin
reflexin, sin respeto, sin meditacin en los efectos ni en los medios. Su aturdimiento lo
lleva al juego, a la orga, al duelo, a una larga enfermedad, y como consecuencia inevitable,
al ltimo y penoso trance, a la muerte escoltado, sin provocarlo, por un sentimiento que
subsiste en la mujer: la amistad. Un plato mismo del amor, que raya en lo insensual.

128
Bajo apariencias de una candorosa sencillez, ese libro es el fruto de largas
meditaciones sobre los ms ntimos secretos de la vida parisiense, sobre la experiencia larga
de la propia vida del autor en su pas y en Europa. Conocedor de hombres y cosas, el autor
sorprende intenciones, juzga con acierto los actos ms impenetrables, los accidentes menos
visibles, los pensamientos, las pasiones, los deseos, los afectos ajenos. Dotado de un
espritu de artista, de una inspiracin poco comn, transforma bajo su pincel todo lo que
pasara como vulgar o insignificante bajo la vista de un pintor de brocha gorda, y adquiere
vida, conocimientos, colorido potico. Todo se mueve en su imaginacin y adquiere cierta
expresin particular que no todos conciben, ni todos expresan con el mismo colorido.
Campea en toda la obra una amarga filosofa, cuyos conceptos pesimistas y
misantrpicos, parecen brotar de una inteligencia madurada, al calor de tristes y penosas
impresiones. Nos recuerdan esos frutos extrados de la tierra fatigada en la rotacin de las
cosechas, cuando rajada violentamente por el arado labrndola hasta sus profundas
entraas echa a la superficie del surco la tierra que en otro tiempo desde las capas inferiores
ayud las florescencias primaverales pero que ahora no cuajan sino frutos demasiado
concentrados, abonada como est, por una dura experiencia de la vida.
Hay en el libro descripciones admirables que ponen de relieve con pinceladas
artsticas los diferentes parajes que el autor atraviesa.
Lase la siguiente:
El lomo de los Alpes se corta a pique.
Parece que una pala inmensa movida por algn brazo de cclope, ha sacado una
tajada a la montaa y la ha tirado lejos al mar.
En aquel rincn dejado de Dios el hombre ha creado un edn.
Desde la tierra donde echan races y crecen confundidos el cedro, la magnolia, el
naranjo y la araucaria, hasta las flechas que rematan la construccin soberbia del casino,
todo le pertenece, todo ha sido puesto por arte de hombre y de trabajo.
Era un hueco de piedra solitaria y rida. Hoy es un nido de verdura, un lugar
encantador; el pedazo de pas ms lindo, el cuadro ms adorable que me haya sido dado
mirar jams.
Arriba, sobre la cresta colosal de roca, perdida en el remoto, la regin blanca, a la
que el sol, aburrido de brillar, harto de luz, arroja las sobras de sus rayos.
Bajando, una mansa primavera, las curvas fantsticas de un parque, un laberinto de
jardines, un mosaico caprichoso de villas y de hoteles: Monte-Carlo.
Abajo, el tren que pasa serpenteando y entra al tnel como una anguila enorme
ganando la cueva en los socavones del arroyo.
Y all, ms abajo todava, al fin, la pampa azul. Fue en aquel puerto de sol y de
brisas tibias donde busqu abrigo y di fondo a mis viejos huesos batidos por las recias
trinquetadas del pasado.
Vase cul es en toda su desnudez el Casino di Monte-Carlo:
Todos los caminos conducen all, a esas cuatro paredes, refugio de vagos, guarida
de pillos y de tontos, donde jams se entra sin una impresin compleja.
Los altos de oro y plata que se apilan y desparraman a una seal de la suerte, la voz
hueca de los empleados, el ruido montono del marfil saltando entre las casillas, los
montones de hombres y mujeres que van, que vienen, se empujan y se aprietan en voz baja
alrededor de las mesas, todo aquel incesante brouhaha me hace el efecto de una colmena
humana trabajando en deshacer, en derramar la miel que ha recogido para que se la beban
los znganos de la Banca y el prncipe de Mnaco, otro zngano.
Luego el olor a metal sucio que se toma el mismo olor de las piezas de cinco
francos el tinte lvido de los objetos baados por el verde-gris de las cortinas, el aspecto
terroso, el color de muerto que afecta los semblantes, las facciones descompuestas, los ojos
hoscos clavados sobre el azar por la avidez del juego, la vista toda de aquel cuadro nico en

129
el mundo, su sello original, sus sombras negras, despiertan en m una idea vaga de
desconfianza y de miedo, un no s qu melanclico y triste, algo como una alarma lejana,
como una visin de ruina.
Vase este cuadro:
Una barrera de prpura, como el muro encantado de un palacio de hadas,
bruscamente cortaba el horizonte sobre el espejo lquido del mar, mientras los picos de los
Alpes, gigantes envueltos en sudarios, se tean de rojo ellos tambin, semejantes a un
reflejo del incendio en que Dios iba a abrasar al mundo.
Por el monte verde tendido sobre el suelo, los pjaros gorjeaban el eterno estribillo
de sus canciones con la franca alegra de la inocencia.
Las flores abran su seno estremecido en acceso amoroso con la luz.
El soplo de la brisa, como los aleteos del agua en la arena de la playa, rizaba de
ondas fugitivas el tripe de los cspedes.
La naturaleza toda, aburrida de sueo y de tinieblas, se despertaba dando un grito
de contento al ver el sol.
El hombre, el hombre, nicamente, haragn y vicioso, dorma an pegado a su
blandura en el aire encerrado de su guarida.
Vase este otro:
Afuera, haba estallado una tormenta, una de esas tormentas bruscas, repentinas,
cargadas de electricidad, ilusiones de verano en los inviernos calientes del medioda.
Sobre las olas embravecidas del mar, semejante a un hervidero de plomo, las nubes,
castigadas por el ltigo del viento, asomaban a lo lejos en tumulto, en negros pelotones,
como soldados envueltos entre el polvo de una derrota.
Remontaban, despus se alzaban al acercarse.
Habrase dicho que, viendo a la distancia las montaas, estorbo atravesado en el
camino, tomaban a tiempo arranque para pasarlas de un salto.
De pronto, se partan en desgarros luminosos. Las sombras vencedoras del sol
agonizante entre los ltimos asomos del crepsculo, cedan, a su vez, vencidas un instante
por la claridad cruda y fugaz de los relmpagos, enormes fuegos fatuos.
A su brusco resplandor, los rboles azotados parecan agazaparse de intento, dando
la espalda al viento y hacindose chiquitos para aguantar el chubasco, mientras el trueno,
saltando de hueco en hueco, rebotando entre las rocas, ms remoto cada vez, iba a perderse
al fin en el silencio del espacio, como el eco destemplado de las tormentas humanas se
pierde en el silencio de los tiempos.
Sera necesario transcribir buena parte del libro para dar una idea acabada de las
bellezas que encierra. El lector hallar en el original lo que las columnas de El Diario no
podrn contener.
A ms de bellezas literarias, la juventud argentina, que considera hoy obligatorio un
paseo al viejo mundo, hallar en esa obra la meloda de una msica sentimental, que oda de
lejos excita y embriaga y, tomando parte en ella con el arranque impetuoso de la primera
edad, lleva al embrutecimiento, a la miseria, a la muerte.

130
Sud Amrica, 30 de setiembre de 1884

Msica sentimental

Miguel Can

En carta particular, Miguel Can hace un juicio sobre el ltimo libro de Cambaceres
y aunque no fue escrito para ser publicado, nos tomamos la libertad de dar a la prensa
algunos prrafos. Entre los tantos y variados ataques y defensas que han provocado las
obras de Cambaceres, creemos de oportunidad or un juicio, que haciendo toda justicia al
talento del autor, juzga severamente lo que considera un extravo, con toda la franqueza y
sinceridad del que habla en privado con un amigo.

Un progreso inmenso sobre el primer libro. Del Pot-pourri podr decirse que era la
obra ligera de un hombre de mundo, escptico, indiferente a las reglas del arte literario
hasta el exceso, incorrecto, deshilvanado, pero lleno de talento. La Msica sentimental es de
un escritor hecho y formado. Jams he visto un progreso semejante de un volumen a otro.
Parece que en el primero buscara su va y en el segundo la hubiera encontrado.
Buena va? Detestable, deplorable, odiosa. Eso no es literatura, eso no es arte, eso
es simplemente un parti pris inexorable, un despilfarro de talento, un capricho de patricio
que hace tapizar sus letrinas con telas de Persia. La naturaleza no nos ha dado la facultad de
reproducir el color y la forma de las cosas para que las empleemos en pintar amorosamente
las lceras de un perro o esculpir la cabeza deforme de un enano. Que Tissot91 haga un
libro sobre un vicio infame, convenido; pero que Meissonier92 lo pinte o Carpeaux93 (cito
un naturalista) lo esculpa, no. Toda la escuela a que Msica Sentimental pertenece, exagerada,
violenta, torpe a veces, es un atentado no tanto contra la moral sino contra el buen gusto, la
educacin intelectual de la sociedad, tosca por naturaleza y que necesita el espectculo
constante de las cosas bellas para no caer en una degradacin de forma y fondo que hara
imposible la vida para el autor mismo como para todo hombre delicado. Qu hay de
belleza, de brutal, de salvaje en la descripcin de la bajeza humana, en la sonda que sale
cuajada de humores? Los que sabemos lo que cuesta escribir y pintar podremos tal vez
apreciarla; el pblico (cuando se publica un libro es para l si no el manuscrito bastara) no
ve sino que ya es permitido emplear una enfermedad repugnante, prolijamente detallada,
como tema de romance. Cambaceres, tipo del gentleman, habla de esas cosas en un libro, y
cualquiera se creer justificado por tan culto modelo, para hablar de ellas en un saln.
Piensa el autor evitar que los jvenes argentinos vayan a lugares de perdicin? Bah! Es
simplemente un prurito y eso me irrita.
El campo de observacin es tan vasto y tan inexplorado entre nosotros, que me da
una pena profunda ver un hombre tan bien dotado, que es hoy un escritor completo, con
todos sus defectos de estilo, desviarse con deliberado propsito, pintar llagas inmundas
ante una sociedad como la nuestra, la que ms necesita la prdica incansable del ideal.
Ahora cierro el sentimiento y apelo al criterio puro. Pablo es una pintura
maravillosa de un carcter fundamental de nuestra tierra. Sin un tomo de altura moral, con
el honor corriente que se limita a no robar y hacer pata ancha donde quiera, que se ha
entregado a corrompidas o al juego cuando se ofrece; residuo de los que iban de talero a la
Pandora a cruzarle el rostro de un rebencazo o cortarle la trenza a una querida infiel; sin

91
James Jacques Joseph Tissot (1836-1902). Pintor francs.
92
Jean-Louis Ernest Meissonier (1815-1891). Pintor francs de la Academia, ilustrador de las obras de
Balzac.
93
Jean-Baptiste Carpeaux (1827-1875). Pintor y escultor francs.

131
educacin; confiado en su viveza; buen mozo, es decir, melena negra, ojos dulces, cutis
mate; enamorado; el tipo que nos revienta, pero que entre las cocottes de boulevard, se
entiende, hace prima.
La enfermedad de que muere es lgica en l (no he dicho que el libro no sea lgico,
al contrario, hlas!) como el bofetn a Loulou, como el emperramiento en la mesa de juego,
como el arranque bestial que pone en peligro la vida de una infeliz. El duelo muy bien
hecho, muy cierto, sobre todo el gnero de valor de Pablo y el sentimiento de profunda
simpata que levanta en el corazn del escptico que lo contempla, mezcla de respeto ante
ese rasgo humano que es la verdadera belleza moral de la especie y la vibracin de la cuerda
patritica. Qu diablo! al fin Pablo es un criollo... Qu no har un hombre que tiene esas
trouvailles!
Como estilo a mil codos arriba de Pot-pourri, Cambaceres ha escrito con mejor salud
fsica y moral. Toda la descripcin de las costas del Mediterrneo es pura y elegante.
Eugenio debe escribir, escribir siempre, aunque sea en ese psimo terreno; el
instrumento se perfecciona, y el da no lejano en que la calma de su espritu le haga ver
mundos ms claros y luminosos tendr el buril listo para trazar las lneas armoniosas de la
vida.

Viena, Agosto de 1884

132
El Nacional, 8 de octubre de 1884

Msica sentimental
Sansn Carrasco94

Se ha vendido el libro en menos de una quincena, sacndoselo de las manos al feliz


editor que lo compr. Horror!, dicen unos. Qu escndalo!, exclaman otros, y los que
tienen el arte de saber contemporizar con todo, transigen diciendo: tiene algo bueno,
indudablemente bueno, pero hay algunas crudezas
Y no s por qu se ha de exigir que un libro se escriba para todos. Convengo en
que Msica sentimental no es lectura conveniente para seoras, pero hay que tener en cuenta
que no ha sido escrito para ellas, sino para ellos, para los Pablos que se vinculan a las
Loulous, sometindose al doble yugo del matrimonio y de la manceba, sin los halagos del
uno, ni los deleites de la otra, para quedar anclados en ese limbo de que no salen jams los
tontos.
Msica sentimental no es un libro escrito para entretener, sino para ensear, para
abrirles los ojos a los incautos transportados desde la Pampa a Pars con los bolsillos
repletos de buena plata que ellos dejan all en cambio de malos hbitos adquiridos; para
esos buenos mozos imbciles y ricos que no visitan ni un museo, ni una biblioteca, ni un
monumento, y se pasan la vida entregados al horizontalismo, creyndose los hroes del da
porque llevan colgada al brazo a la Loulou que mete ms ruido.
Como obra tendenciosa, Msica sentimental va ms all que Sapho,95 es ms verdadera,
ms de todos los das, y sobre todo, ms aplicable al pas para que fue escrita. En medio de
escenas de una realidad palpitante en que todo vive y se agita al calor de aquel gran centro
humano, se destaca la nota aguda de un escepticismo sin afectacin, fruto de la observacin
de lo que todos los das ocurre.
El autor no ha mellado los puntos de la pluma para suavizar la crudeza de algunas
escenas, ni aprisionado el pensamiento para ajustarlo a una forma pulida y amanerada, que
no tendra en este caso armona con la ndole del libro. Msica sentimental est saturado de
Pars, se ve en sus pginas que ha sido escrito all, al lado del fango dragado por la
observacin del bajo fondo de la degradacin estpida en que viven los Pablos criollos y las
Loulous boulevardieres.
Que no tiene estilo, dicen unos; que est plagado de francesismos agregan otros; y
todo eso es verdad, sin que ello importe decir que merezca una censura, porque el libro no
ha sido escrito para ensear el idioma, sino para corregir a los fatuos y abrir los ojos a los
tontos. Pero con todo, hay en Msica sentimental pginas bellsimas, paisajes pintados con
envidiable entonacin de colorido, que muestran que hay en el autor algo ms que un vago
que silba para distraerse de los fastidios de la vida.
Msica sentimental va por ese nuevo sendero abierto en el campo de las letras, el
sendero de lo prctico, de lo vcu, que es en el que ms se aprende y es el que ms ensea.
Para escribirlo hay que bajar mucho en las capas del fango social, hay que vivir
durante algn tiempo dentro de esa atmsfera insana en que se agitan las miserias de la
crpula dorada, como es necesario vivir entre las tinieblas de la mina para arrancar de las
entraas de la tierra esa hulla que produce el gas que nos alumbra.
Yo no conozco al autor de Msica sentimental, ni siquiera de vista; no me ata a l
vnculo de ninguna clase, sino es el de ser individuos ambos de una misma raza, as es que
escribo desligado de toda afeccin, con el nimo libre para emitir juicio sincero.
94
Otro de los seudnimos elegidos por Daniel Muoz para firmar sus artculos.
95
Se refiere a la novela de Alphonse Daudet, publicada el mismo ao.

133
He ledo el libro, y no dir que me ha deleitado, porque su lectura no es de las que
entretienen, ni para ese objeto fue escrito, pero hay en l enseanza, y el ejemplar que
conservo lo guardo, no como un dechado de moralidad o un manual de bien decir, sino
como un objeto til que pondr en el ncessaire de un amigo, de un hermano o de un hijo
que vaya a Pars, para que en las largas y montonas horas del Ocano vaya aprendiendo lo
que ensea esa utilsima gua de criollos incautos que se dejan chupar la sangre por las
Loulous y el bolsillo por las condesas de pacotilla que pululan en las ruletas de Monte-Carlo.
A los que slo conocen Msica sentimental por los aspavientos mojigatos de los que
han sido fervientes lectores de Faublas96 y de Pigault-Lebrun97, les aconsejo que lo lean, y
vern que no es tan fiero el len como lo pintan. Tiene garras, eso s, pero es sabido que es
de los leones el tenerlas, y por consiguiente, no hay que espantarse tanto.

96
Les Amours du Chavalier de Faublas (1787) es una novela libertina francesa que narra las aventuras
amorosas de un joven de provincias que ha llegado a la capital. Su autor es Jean-Baptiste Louvet de
Couvray (1760-1797).
97
Charles Pigault-Lebrun (1753-1835). Novelista y dramaturgo francs. Sus obras, de gusto popular, son
ricas en episodios atrevidos, muchas veces al borde del decoro.

134
La Tribuna Nacional, 19 de octubre de 1884

Msica sentimental - Silbidos de un vago

Acaba de salir a luz la segunda edicin del libro de Cambaceres, y acabamos


nosotros de leerlo aprovechando para ello los breves descansos de la tarea diaria; as vamos
a ocuparnos de l, oportunamente aunque tarde.
Eugenio Cambaceres es de la rara condicin de Schopenhauer; realiza la felicidad
prctica dentro del pesimismo terico. Talento, fortuna y reputacin, tiene lo que el
individuo es, y lo que el individuo representa: el bien que reside en uno mismo y el bien que
reside en la consideracin de los otros. Hasta el xito y el aplauso, esas flores exquisitas,
brotan a su paso y embalsaman su atmsfera.
Entretanto, este sagaz y profundo observador, este pintor realista, ve el mundo y la
vida por un agujero, donde tiene metida la cabeza para mirar el mal, y de donde no la saca
sino para ser feliz. Naturalmente su punto de vista es deficiente, y Cambaceres, un eximio
realista por el pincel y por la audacia, resulta un romntico por la concepcin fundamental.
Hemos dicho romntico con perdn de los de la escuela. Los extremos se tocan.
Bernardino de Saint-Pierre98 es tan romntico como Zola, porque las mujeres no son
Virginias ni Nanas. La humanidad no es sublime ni abyecta, mala ni buena en absoluto. Es
sublime y abyecta, mala y buena, compleja, y ese ser realista y naturalista, que nos d la
verdad con todos sus elementos, que monte con todos sus resortes la complicada mquina
humana.
Para Cambaceres, fuera del reducido crculo de ntimos que son los nicos justos,
como los doce apstoles para el Cristo en la sociedad hebrea, el resto, machos y hembras,
no son sino bestias humanas, con instintos animales y formas sociales.
Pero amigo, saque la cabeza y mire por este otro agujero!
Mire bien, usted que tiene los ojos despabilados y el alma generosa.
Segn tenemos de usted lejana noticia, no lo han engaado sus amigos, no ha
perdido la salud ni la fortuna, no lo ha bolseado su novia, ni se lo ha fumado su querida.
Ha ido a Europa donde no ha hecho el papel del pavo. Y ha vuelto sano y salvo, con ganas
de volverse a ir. En su propia familia tiene el modelo de la sociedad portea real y
verdadera, con todas sus virtudes.
Los Silbidos de un vago son el estudio de un aspecto social, el reflejo de una parte de
nuestra sociedad, no de nuestra sociedad.
La Msica sentimental no es la vida de nuestros compatriotas que van a Europa, es la
vida de alguno, del ms aturdido, es la excepcin, no es la regla. Y ser tal vez en un da no
lejano la mejor refutacin de los Silbidos de un vago, el mismo Cambaceres en carne y hueso,
casndose, teniendo muchos hijos, y entrando por un caminito y saliendo por otro, como la
generalidad de las personas que cuentan cuentos terribles al amor de la lumbre y del hogar.
Por ah vamos, y lo hemos de ver si vivimos.
Pero qu cuentos! Hemos ledo das pasados la Vieille Garde de Vast-Ricouard,
autor ligero actualmente de sensacin en Pars, y que no tendra, al menos con esa obra por
ttulo, derecho para firmar la Msica sentimental. En cuanto al estilo, excusamos repetir a
nuestros lectores lo que ya habrn ledo en La Tribuna Nacional del 1. de Setiembre y que
despus ha dicho El Diario con el prestigio de su forma y con la autoridad de su criterio
literario.

98
Jacques-Henri Bernardino de Saint Pierre (1737-1814). Escritor francs, autor de Paul et Virginie
(1787).

135
Es excusado exponer el argumento, que ha sido explicado ya por algunos diarios
con las palabras mismas del autor del libro, lo que garante la autenticidad y con la
transcripcin de cuadros bien elegidos, lo cual no es pequea dificultad habindolos
numerosos y bellos; adems el libro est en manos de todos los que leen. Esto releva de la
grata tarea de glosar y transcribir bellezas, perjudicndolas tal vez con el desmembramiento,
y con el engarce labrado del elogio en que el articulista las presenta; y queda la tarea de la
apreciacin, que en libros como el de Cambaceres es la del sibarita que se abandona al
opimo banquete, con la preocupacin sensual de los manjares y de los vinos capitosos, y
que se siente, ante la mesa prodigiosa, con la pasin suprema de la gula y las facultades
necesarias de digestin.
Loulou es el personaje ms acabado del libro, ms que el hroe mismo; Loulou es una
Margarita Gautier real y lgica. Se modifica y se regenera por una pasin, lo que no es
imposible y aun es frecuente en estas mujeres. Muerto el amante, qu hacer? Morir tsica,
vivir casta, entrar monja? Respondan todas las Magdalenas contemporneas. Volver a ser
Loulou! ser el voto unnime, reservndose el derecho de llevar flores a su tumba querida en
el da de difuntos, coquetamente vestida de negro. Esto es lo que hace Loulou, ms humana,
y ms real, y ms Traviata que Traviata. Cambaceres ha sido ms feliz y ms original que
Dumas en esta creacin, y es que la ha copiado en el mundo real. La verdadera originalidad
literaria est as siempre en la pintura fiel de la verdad.
Pablo es un porteo obtenido por seleccin de Pancho Piero, que ha formado su
corteza en el Club del Progreso y su organismo en el nido de la Estancia. Es ante todo un
egosta. Con su pan se lo coma. Su destino es el de los egostas, y Cambaceres en esto hace
moral. Pero no hace moral por medio de sermn o de mxima, sino por medio de llagas y
de escalpelo, in anima vili, sobre el ser humano que bajo los golpes de su pluma-pincel vive,
anda, se apasiona, se enferma y muere, con una enfermedad y una muerte que no
describira mejor Pirovano,99 que le hace a uno levantar los dedos de las pginas porque le
parece que toca las lceras, y admirar la abnegacin y el martirio de esa mujer que purifica
las llagas de su alma al lavar las llagas de ese cuerpo. Pablo no ser nunca una enseanza
para los que se van a Europa. Sera ingenuo y superficial creerlo. Los que van a Europa han
tenido ocasin de conocer en su pas las mujeres, el juego y el mundo. No vivimos
desgraciadamente en el paraso terrenal. Si no han sabido experimentar, es porque sern
zonzos, y los libros no tienen en tal caso nada que ensearles. La enseanza es para los que
se quedan, y casi diramos para el autor mismo.
Dice Pablo:
No es la vida insulsa del hogar la que busco, la que me pide el cuerpo no es la miel
del himeneo, el plato desabrido de la familia. Para eso me quedo en mi tierra y hago lo que
mis paisanos: casarme imberbe con una polla de calzones, tener un hijo cada ao, y llegar a
viejo rodeado de un enjambre de criaturas, sin haber visto ms, ni saber otra cosa de la
vida, que mi mujer, mis hijos, el club, la calle de Florida, Coln, Palermo, y si acaso, los
baos de los Pocitos.
De modo que sus paisanos que se quedan en su tierra, y se casan imberbes,
con lo cual se ahorran, ya que no los percances de la guerra, que tambin la hacen en su
pas, sino al menos el sacrificio de la actividad, de las ilusiones y de la vida misma, en busca
de placeres que siempre son negativos y no compensan el sacrificio de la positiva
tranquilidad, son los hombres experimentados, y los verdaderos hombres de mundo; y que
los hombres de mundo slo encuentran al fin de la jornada, como leccin de la experiencia,
lo que saben de memoria a los veinte aos los mozos juiciosos de su aldea.
La vida de Pablo, como enseanza moral, es la doctrina del pot au feu puesta de
relieve tal vez instintivamente por uno de sus enemigos recalcitrantes y estas son vistas
alarmantes en los solterones.
99
Se refiere al destacado mdico cirujano argentino Ignacio Pirovano (1844-1895).

136
Entendemos que el libro es fundamentalmente moral, aunque no entendemos exigir
a la obra de arte moralidad sino belleza. Pero es lcito y oportuno marcar los resultados, y si
tenemos una obra bella no est de ms un pan con un pedazo, ya que tanto se teme en este
sentido a la escuela a que este escritor se inclina. No damos influencia a algunas profesiones
de fe morales que el libro insina, y que acusan la religin del honor de Mr. de Camors, el
simptico gentil hombre. Pero en los romances lo que hace propaganda es el drama mismo
y no las mximas, y bajo ese aspecto este libro tiene un sentido moral, ya que no pueda
servir de texto en las escuelas, ni de vademcum para las seoritas, porque en estas materias
el fin no justifica los medios.
Nos permitimos apreciarlo como el mejor romance que se ha publicado entre
nosotros en estos tiempos, sin negar el mrito que realmente tienen algunas obras de
nuestros jvenes literatos, y nos permitimos encontrar a esta superioridad una razn exacta
aunque parezca paradoja. Es que Cambaceres no es literato. Es dilettanti, o aficionado.
Nuestros literatos lo son generalmente de ocasin, y de profesin comerciantes, polticos,
periodistas, o cualquier otra cosa activa y lucrativa en nuestra vida aguijoneada. No tienen
por lo tanto el tiempo ni la aptitud para vivir la vida de las pasiones, y para reunir
elementos de observacin que son los elementos del romance. Y cuando ocasional y
precipitadamente producen obras de este gnero, vacan en ellas la provisin de un bagaje
extico y retrico, y nos dan observacin de segunda mano y a fro. Hago una vez ms las
excepciones, pero aplico la regla.
Esta buena pieza de Cambaceres no tiene otra cosa que hacer sino vivir y ver, y
como le ha tocado en lote la sensibilidad que graba las imgenes, el espritu que les da vida,
y el pincel que las colora, vive, siente y escribe cuando tiene algo que pintar, sin
preocupacin de la forma; y como el cazador perezoso y experimentado, no busca la caza
ni se fatiga en caminatas, sino que se tiende a la bartola a la orilla del agua y elige en la
bandada pasajera las piezas que ms le cuadran.
Todos sus personajes viven, a punto de hacer ilusin, hasta el matre dhtel que se
presenta un segundo en la mesa de la cena para pedir rdenes. Se va al instante, pero lleva
la marca, y nosotros guardamos su retrato, hecho en cuatro lneas magistrales como las de
Grevin.100
La obra de Cambaceres es el paisaje de un da de otoo, bajo un cielo opaco, y
reinando en una atmsfera gris el cierzo destemplado que abate las hojas secas. Pero la
naturaleza no es un da, ni la vida humana es un paisaje. Falta el rayo de sol que brilla para
todos los humanos, que calienta hasta los hielos del polo, y que no pueden negar los felices
de la tierra so pena de romanticismo pesimista.
Y el da en que este temperamento de artista ponga un poco de Dickens y de Balzac
en s, l ser nuestro Daudet.
Entretanto, salud al primer escritor que inicia el romance argentino con los defectos
pero con la vida, el espritu y el prestigio del romance francs.

100
Alfred Grvin (1827-1892). Dibujante y caricaturista francs.

137
Anuario Bibliogrfico 1885

Msica sentimental. Silbidos de un vago

Alberto Navarro Viola

El primer libro de Eugenio Cambaceres, de que me ocup en el Anuario anterior, es


el tipo del gnero a que se ha dedicado con xito tan merecido; y bien puede el nuevo libro
repetir el ttulo de Silbidos de un vago, pues l expresa la nonchalance que predomina en el estilo
de estas interesantes charlas de costumbres contemporneas.
Imposible analizar la Msica sentimental, como era imposible hacerlo con Pot-pourri;
aun sin dejar de observar que aquella responde ms sujetamente que ste al desarrollo de
un plan meditado y bien concebido, que el lector acostumbrado desprende sin esfuerzo de
las pginas aparentemente descocidas, de locuacidad amena y espontnea.
Ms fcil que todo anlisis sera la reproduccin de frases de crtica punzante, de
observacin profunda, de perfecto conocimiento de la vida humana, que abundan en cada
pgina del nuevo libro, superior todava bajo este aspecto al merecidamente discutido
Pot-pourri.
Eugenio Cambaceres prepara otros Silbidos de un vago, que para honra de las letras
argentinas debe desearse d pronto a la voracidad de la crtica y al aprecio mayor de
cuantos lo leen.

138
El Nacional, 20 de octubre de 1885

Sin rumbo por Eugenio Cambaceres

Acabamos de leer en pruebas de pgina el anunciado libro de Eugenio Cambaceres


y podemos asegurar que ser una produccin que har sensacin en nuestro mundo social.
Es una novela naturalista sucesin de cuadros locales, recuerdos de hechos
pasados entre nosotros, trasmitidos al papel con ese estilo que no se olvida una vez ledos
los Silbidos de un vago, y razonados con las agrias observaciones de un hombre que ha vivido
mucho, y que se entretiene con la indiferencia de un filsofo estoico, en poner de relieve lo
que ms le ha llamado la atencin durante su existencia mundana.
Sin rumbo har desfilar ante los ojos del lector infinidad de personas conocidas. El
empresario Ferrari, disfrazado bajo el seudnimo de Solari; Tamagno, bajo el nombre de
Guadagno; la clebre prima donna Emma Wizjiak, con el nombre de la Morini,101 y muchos
otros artistas de ambos sexos, muy populares, actan en la obra, vigorosamente diseados.
El personaje principal se llama Andrs. Carcter caballeresco, generoso, joven, rico,
y buen mozo, obtiene grandes triunfos en los salones. Son numerosas sus aventuras y muy
especialmente sus amores con la Morini, revelados al marido de esta por la contralto de la
Compaa. El descubrimiento de dichas relaciones provoca un incidente que amenaza
terminar mal, pero que concluye con un carcter cmico de la mejor ley, gracias a la
intervencin de un amigo.
Andrs, despus de una serie de percances admirablemente contrados acaba
trgicamente su existencia, desgarrndose el vientre, en momentos en que arde su estancia y
ve sucumbir, vctima del crup, a una hijita suya.
Algunos de los captulos dedicados a este ser tan desgraciado y tan profundamente
simptico, en los que simultneamente se hace la pintura de los entretelones, son trozos
descollantes por el colorido y la verdad de las descripciones.
Varios captulos pasan en una gran estancia muy conocida, donde suceden algunos
hechos ruidosos, que son manjar fuerte sin discusin posible. No sern stos los menos
sonados.
Si aadimos que todo el libro se encuentra salpicado de ancdotas picantes y que en
l hay infinidad de siluetas de individuos de todos conocidos, creemos intil repetir que
este libro, cuya aparicin tendr lugar en los primeros das del entrante mes, ser el gran
acontecimiento literario de la primavera y provocar seguramente ardientes comentarios,
despertando a la par una profunda curiosidad en todos los que se afanen por descubrir las
personalidades veladas por los seudnimos que les ha prestado el autor.
Hemos odo que el doctor Can escribir un juicio crtico de esta obra en los
primeros das de su aparicin.102

101
El autor del artculo se refiere al personaje que conocemos como Marietta Amorini.
102
La nota de Miguel Can, incluida en esta antologa, habra de publicarse en el folletn de Sud Amrica
el 30 de octubre de 1885.

139
El Diario, 29 de octubre de 1885

Un acontecimiento literario

Sachem103

Los libros del seor Cambaceres gozan del raro privilegio de ser verdaderos
acontecimientos en este pas, al cual las tendencias de su educacin, parecen vedarle estas
fruiciones intelectuales.
Desde las ms encumbradas eminencias sociales hasta el vulgo trashumante y
callejero, se siente emocionado y como posedo, cada vez que la prensa, por las cien malas
lenguas de su chismografa, ofrece a la curiosidad del lector ese plato apetitoso, criollo y
bien servido, de historias y aventuras, cuyos protagonistas se traslucen a travs del tenue
velo de un annimo estimulante.
Hasta nosotros mismos hombres de prensa, escpticos en materia de libros, con el
paladar curtido a fuerza de absorber tanta especie literaria, sentimos cierta impaciencia
estudiantil, cuando recibimos envueltos en la forma extica de esos volmenes donde
todo es nuevo desde las cartulas hasta el contenido, el romance con que Cambaceres, en
la avaricia imperdonable de su inteligencia millonaria, ha credo llegada la ocasin de saldar
con su lector habitual la deuda que desde los Silbidos de un vago paga con largos plazos a la
exigente curiosidad pblica.
Ayer tarde, abramos uno de los primeros ejemplares de su nuevo libro Sin rumbo;
un estudio, como l lo titula, que ms que eso es un cuadro tan completamente acabado de
la vida en su tramitacin final, de vuelta de una excursin peligrosa al mundo del placer y
de las desilusiones de un hombre joven que, sin verdaderas condiciones de carcter, ni
haber sufrido los contrastes que lo crean, ha seguido atentamente sus instintos a falta de
sus sentidos adormecidos en el egosmo somnoliento de una existencia sin preocupaciones.
Vida sin rumbo como l la llama. Oscilante y hamacada, desde las alturas vertiginosas de
las olas encrespadas a los valles profundos que abre entre sus paredes lquidas eso que
llamamos el mar de la existencia. Navegando sin rumbo, se extrava; confunde los reflejos
pasajeros con las claridades inmutables, toma las exhalaciones del placer por sus alegres y
dulces permanencias, y concluye por abrir sus ojos a la luz, justamente en el momento
mismo en que la densa nube de una tempestad la apaga para siempre hundindolo en las
tinieblas de una desesperacin cuya nica puerta de escape es el suicidio brbaro. Aquel
cuadro final, ms que el de la muerte, es el del asesinato con la saa cruel de una lucha
cuerpo a cuerpo ante el temor de sobrevivirse al primer dolor que caldea sus mejillas con
las lgrimas ardientes de una desgracia tanto ms insoportable cuanto que es la primera.
Despus de una lectura rpida con la devorante actividad de quien engulle un
plato apetitoso, largo tiempo deseado el libro de Cambaceres nos ha dejado una
impresin que podemos sintetizar en muy pocas palabras: es la ms sostenida de sus obras;
la que tiene en ms alto grado las buenas y malas condiciones de su ingenio, pero con la
ventaja, sobre las anteriores, de un estilo que se ha condensado en molde de contornos ms
puros y acentuados; en ese estilo que todo l es una obra de paciente inteligencia y de un
buen gusto exquisito; plagado de criollismos pintorescos y adorables de una facilidad tan
bien trabajada que parece haber salido de un solo tiro sin el pulido complementario de la
lima. Nada en l denuncia la tarea; tiene toda la soltura de una carta escrita con el
desenfado y la seguridad de no ser comunicada al pblico, y sin los cascabeles, zarandajas y
abalorios con que todo tutor presenta al pblico los frutos de su paternidad literaria.

103
Seudnimo usado por Manuel Linez.

140
Contiene pedazos copiados del natural con la conciencia escrupulosa del paisajista;
traducciones a la prosa de asuntos que no se comprenden ni se explican a los dems sin la
ayuda de las lneas y los colores. Encontramos fajas de pampas verdes reflejos del cielo
azul trasladados al cuadro para servirles de teln de fondo, que conservan el perfume del
roco sobre la tierra seca y el pasto polvoroso, ciertas siluetas como la vieja curandera y
o Regino, calcados sobre el modelo humano, as como Contreras, el gaucho torvo, que
abre el romance con una ria y lo cierra con un incendio.
Se nota en el libro de Cambaceres, un amoroso empeo del autor por su creacin;
el placer con que se atarda en borrar las lneas demasiado acusadas del retrato de Andrs,
para conservarles la artstica sfumattzza, denuncian el pintor a quien domina el sujeto, y
distribuye, en el conjunto del cuadro, la luz que le da todo el modelado del primer plan, sin
hacerlo saltar fuera del lienzo chocando bruscamente la mirada del espectador y quebrando
la perspectiva general.
Es la primera vez que Cambaceres, sobreponindose a las intermitencias de su
simpata, que le hacan abandonar y volver a tomar los personajes, que caan y se
levantaban, aparecan y desaparecan, en sus dos obras anteriores, se ha dejado dominar sin
restriccin por su hroe entregndose completamente al placer de mantenerle en escena
durante todo el desarrollo de la novela, desde el albor de su misantropa huraa, y por
decirlo as, estudiadamente escptica, hasta derribarlo fulminado por la desgracia
justamente cuando la nica raz que lo mantena de pie acababa de ser tronchada por el
destino.
No hacemos un juicio, ni el espacio de algunas horas nos lo permitira, pero hemos
querido darnos el placer de devolver, a medida que las recibamos, las primeras impresiones
de este libro, con que el autor entra en la edad madura, despus de los otros dos vstagos
robustos de una adolescencia rica en promesas bien cumplidas.
Dejamos a otros la tarea de filosofar sobre la tendencia del autor: para nosotros es
bueno todo lo que se dice bien y bellamente, as como lo mal dicho, por ms meritorio que
sea, nos deja perfectamente indiferentes. Felicitamos al artista; el filsofo, segn creemos
no busca felicitaciones, ni lo preocupan sobremanera las crticas.
Quin en su lugar no hara otro tanto?

141
La Patria Argentina, 30 de octubre de 1885

Sin rumbo

Eugenio Cambaceres, el autor de Silbidos de un vago, acaba de entregar al pblico


aficionado a las obras sensacionales su nuevo libro, Sin rumbo, cuya aparicin vena
anunciando desde hace das, bajo las mltiples formas de la publicidad, el editor Lajouane,
el Mecenas de los literatos argentinos, aunque el seor Cambaceres no pertenece al nmero
de los que necesitan Mecenas.
El autor de Sin rumbo es el mismo que escribi Msica sentimental. Milita francamente
bajo las banderas de la escuela realista, de la que es el nico representante entre nosotros, y
a tal punto ha aprovechado las lecciones de los grandes maestros, que sus novelas parecen
traducidas del francs, previa una adaptacin de sus personajes y sus escenas a nuestro pas
y a nuestro modo de ser.
Pero si se prescinde de la forma y de ciertos giros que si no presentan a Cambaceres
como un purista, en cambio imprimen a su estilo un sello de propia y atrayente
originalidad, se ve luego al escritor dueo de s mismo, seguro de sus fuerzas, vigoroso,
sobrio y acertado en sus figuras.
Cambaceres, fiel a los principios de su escuela, pinta siempre daprs nature, y
conocedor a fondo del medio en que desarrolla su plan y hace mover a sus personajes que
para l son tipos familiares, con quien se ha codeado en su larga vida de mundano, llega
hasta obtener efectos incomparables de verdad.
No hemos tenido tiempo todava de leer su ltima produccin pero, a juzgar por las
pginas que hemos recorrido rpidamente, vemos que ella pertenece a la categora de esas
novelas que tienen cerradas las puertas del hogar, tal es la crudeza con que estn tratados
algunos episodios. Pero no es posible satisfacer todos los gustos ni contentar a todo el
mundo, y el seor Cambaceres, podra decir como Sarmiento: yo escribo para los
ciudadanos.
Todos aquellos que conocen el interior de un teatro y para quienes la vida de
entretelones no encierra secretos, podrn juzgar de la verdad que palpita en el siguiente
captulo de Sin rumbo.104

104
A continuacin el diario transcribe el captulo XVI de la novela.

142
Sud Amrica, 30 de octubre de 1885

Los libros de Eugenio Cambaceres. A propsito de Sin rumbo

Miguel Can

Llamamos la atencin de nuestros lectores hacia el folletn que publica hoy Sud
Amrica. Es un bello trabajo de Miguel Can a propsito del libro de Cambaceres que
aparecer el primero del corriente bajo el ttulo de Sin rumbo.

Eugenio Cambaceres es hoy una personalidad intelectual que preocupa justamente


a la juventud de nuestra tierra, de la que, como a todos nosotros, los aos empiezan a
alejarlo. Hace mucho tiempo que Cambaceres vive separado de nuestro movimiento
poltico y literario, sin dar, como elementos de juicio a los que no lo conocen, ms que sus
libros y lo que los jvenes de veinte y cinco aos oyen hoy de nuestros labios a su respecto.
Cambaceres es uno de los hombres ms... cmo dir?... ms impregnados de
inteligencia que he conocido.
En aquel libro curioso y enfermo que llam Silbidos de un vago, en una rpida ojeada
sobre s mismo, Eugenio confes que su vocacin natural habra sido el teatro. Esa
peregrina ocurrencia que hizo asombrar a los que no lo conocen y sonrer a sus amigos, me
intrig y me hizo pensar. Nada ms lgico; el artista, llamado a interpretar, lo que implica
comprender, requiere, como condicin esencial, la inteligencia, esto es, la percepcin rpida
de las cosas, los hombres y las ideas. La interpretacin es un fenmeno de sustitucin
moral. Todo hombre organizado para llevarlo a cabo ha de sentirse atrado
irresistiblemente hacia el teatro, por esa necesidad lgica de accin que hay en todos
nosotros, que lleva a unos a ambicionar el poder, porque se sienten nacidos para l, a otros
a comprar trapos y vender cueros y a no escasos a husmear en la Bolsa las oscilaciones de la
cotizacin. Cambaceres, instintivamente, casi sin conciencia, ha visto en l todas las
condiciones que responden a su ideal del artista dramtico y de ah su decantada vocacin
teatral. La inteligencia en primera lnea, una locucin clara y colorida, el aspecto fsico, la
educacin, la tintura general de todo lo que al espritu se refiere en nuestro tiempo, todo lo
tiene y en una escala que muy pocos de los hombres de su generacin han alcanzado. Pero
una falta absoluta de ambicin, que, en definitiva, es lo nico que mueve al hombre, una
tendencia disolvente por su mismo exclusivismo, a la vida fcil y sin obstculos, han alejado
a Cambaceres de una concepcin seria y elevada del deber moral que tiene todo hombre de
usar de sus facultades, no en el servicio de sus gustos, por delicados que stos sean, sino en
la realizacin de cosas permanentes y tiles a la colectividad. Es se el error de Cambaceres:
no, no es slo al teatro donde lo llaman sus facultades excepcionales, es a la vida pblica, es
a las dignidades del parlamento, es a la accin misma en el gobierno, sin contar con los
xitos del foro, de los que confieso justifico su alejamiento, porque hay sacrificios de
desnaturalizacin que no se pueden imponer a los hombres. l mismo lo ha dicho, pero no
poda decirlo con la fuerza que empleo al repetirlo: le ha faltado lo que todos nosotros
hemos probado poco ms o menos, si bien no muy dura, la vache enrage. Le han faltado las
dificultades primeras de la vida, que hacen pensar a los espritus ms triviales e indolentes,
le ha faltado el empleo, que se mira con horror, al que se va de mala gana, que pone el libro
en la mano, que aguza la aspiracin, sostiene en el trabajo y lo muestra como el nico
medio de alcanzar la independencia y salir del infierno moral de la sujecin.
Adorado en la familia, con un nombre respetable, con todo el dinero necesario para
realizar sus caprichos, bastndole abrir la boca para ir a dejar diez mil duros en un ao de

143
vida en Pars, joven, brillante, acogido en todas partes con los brazos abiertos, cmo exigir
de l el tesn en el trabajo, la persistente preparacin del porvenir de un Del Valle, por
ejemplo, que en la misma poca, viva, casado ya, en una casucha perdida en los suburbios,
haciendo prodigios para meter su presupuesto en los seiscientos pesos moneda corriente
que ganaba en la Comisara de Guerra?
Y bien, s, sigui la vida cmoda, fcil, brillante, cuyo nico beneficio lquido es
poblar de recuerdos los ridos aos del descanso. De tiempo en tiempo, una rpida
aparicin en el mundo poltico, un discurso que le abra con estrpito las puertas por las
que se habra precipitado un hombre movido por la ambicin. Bah! diletantismo
intelectual, el vivo y fugitivo placer, al pasar, del anch'io, satisfaccin de mostrar la fuerza
dormida en accin, capricho aristocrtico que no responde a una necesidad moral, ni
importa un plan. Luego al arte, a los gustos fundamentales, en los centros donde lo que
aqu es excepcin, all es atmsfera normal.
Esa vida gasta el cuerpo y el alma; se suele llegar a los treinta y cinco aos habiendo
usado de todo y con una admirable predisposicin al fastidio. Enfermo, hastiado,
Cambaceres, para distraerse, tom un da la pluma y al correr, sin pretensin literaria, como
si hablara con un amigo, en el mismo lenguaje familiar y criollo, escribi veinte pginas.
Cuando mir el reloj, vio que haba pasado bien un buen pedazo de tiempo. Quin no
vuelve a un remedio que alivia? Al da siguiente escribi otras veinte y al cabo de un mes
tena un volumen que titul Silbidos de un vago.

II
Silbidos de un vago es no slo un libro enfermo, sino un libro de enfermo.
No se puede mirar el mundo ms que al travs del propio espritu, y los diferentes
aspectos que nos ofrece, segn el estado del prisma ntimo que lo refleja, son un poderoso
argumento en favor de la curiosa doctrina de Fichte. Todo lo que puede inspirar la vida
cuando se mira con horror el porvenir, cuando el presente es un sufrimiento lento y tenaz,
cuando la suerte, amiga siempre, ha dado la espalda con indiferencia, viene revestido de una
amargura infinita.
No justifico ese libro, no, no puedo justificarlo, porque la experiencia me ha
enseado que no nos es permitido erigirnos en jueces absolutos, en tanto que nos
pongamos en armona con el ideal de perfeccin, en cuyo nombre se toma el ltigo. Cul
de nosotros no tiene su debilidad, su explosin de amor propio, su ridculo o su neurosis?
No lo justifico, lo repito; pero slo veo en l un estado transitorio, que encuentra su
explicacin en el hacinamiento de agresiones silenciosas, de maldades impunibles, cuyos
golpes, partiendo de la sombra, se reciben en el alma. Entonces, se toma la pluma, se da
salida a todos los ascos morales, la pasin impera, las antipatas dominan solas y dictan y se
escribe, se escribe hasta que el cansancio detiene el brazo. Luego... luego se publica, y ah
est el mal. El silencioso cajn del escritorio es y debe ser el confidente tolerante de todas
nuestras intransigencias. Pero un libro escrito se va a la prensa como las golondrinas al sol,
nada lo detiene.
Lo que determin el xito bullicioso de los Silbidos de un vago, no fue por cierto la
crudeza de ciertas siluetas, que algo como una convencin revisti de una violencia que en
realidad no tienen, sino el indisputable talento que se revel de improviso. Pongo aparte el
estilo y la tendencia del libro, sobre la que hago reservas ms expresas an, para referirme
slo a la observacin, a la verdad admirable de ciertos cuadros. El equilibrio raro de las
facultades de Cambaceres proviene quiz de que en su espritu la imaginacin ocupa un
lugar normal. No tiene, como casi ninguno de los escritores de nuestro pas, la
protuberancia del zu fabulieren, como llamaba Goethe la facultad de crear, combinar tramas,
forjar dramas. Cambaceres no har nunca un libro de imaginacin, en el sentido preciso de
la palabra. Cuanto publique, ser sacado del caudal inconsciente de observacin que hay en

144
cada uno de nosotros y que nos ofrece, bajo la excitacin del trabajo intelectual, tipos y
caracteres completos que no sospechbamos conocer tan a fondo.
Ese es el rasgo caracterstico de Msica sentimental, libro que habra quedado en
nuestro cuadro literario, si su autor hubiera empleado en escribirlo los elementos de buen
gusto, de arte bien concebido, de armona, que hay en su espritu. Como observacin,
como verdad, hay pginas en ese libro dignas de los mejores escritores del gnero. Lo relea
ltimamente en viaje y no poda conformarme de ver a Cambaceres hacer artculos de
diario largos en forma de libro, descuidados e incorrectos, cuando tengo la conciencia de
que un poco de trabajo y un cambio de rumbo intelectual, le permitiran producir obras que
seran orgullo para nuestras letras y gloria para l. No, en el fondo, a un hombre de su
valor, no puede satisfacerle el xito de mala ley de sus libros, esa reputacin de sadismo que
empieza a rodear su nombre y contra la que quisiera protestar con toda mi energa. Ese
espritu claro y luminoso, ese corazn bien plantado y robusto, no va buscando lo que el
pblico le acuerda como para alentarlo: la algazara del escndalo. Busca otra cosa, mezcla
de una conviccin artstica y de un estado moral que no es ajeno a sus simpatas de escuela,
busca pintar la vida tal como la ve tal como la sufre, tal como la sufre, tal como quiz la
abomina. La ve mal, amigo, porque no la mira sino de un solo lado, porque sus asperezas,
sus groseras, sus bajos fondos atraen demasiado sus ojos, sin permitirle levantar la mirada
hacia regiones que existen, en las que hay cosas bellas que consuelan, ideas generosas que
levantan ilusiones, si usted quiere, pero que son una necesidad moral para los hombres
organizados como usted y que, en su inconsistencia, en su intangibilidad misma, prefiero a
las realidades que usted nos muestra.

III
Sin rumbo, s, ese organismo desequilibrado que Cambaceres pinta en su nuevo libro.
La expectativa apetitosa de escndalo, la esperanza de revelaciones picantes, de siluetas
mordientes, va a sufrir felizmente una decepcin completa. El hombre que nos dibuja a
grandes rasgos Cambaceres no es un tipo, un ser determinado, un amigo muerto ya como
se murmuraba, que le hubiera servido para modelo de su tela.
Puede haber tomado de l algo, la nobleza fundamental del carcter, la valenta de
su resolucin final. Pero el corte general, el pesimismo sin base, la ttrica concepcin de la
vida, o mejor dicho la ausencia de toda concepcin, la falta de ideal, el sensualismo sin
freno, la sujecin servil ante el hasto, que no encuentra barrera moral que lo detenga, son
simplemente caracteres de una legin, que Andrs personifica. Ser la falta de tradicin, la
inconsistencia de nuestra vida pblica, la estrechez irritante de nuestros antagonismos de
aldea, nuestros detestables hbitos de educacin, el nio hombre antes de llegar a la
pubertad, la calle a toda hora, la falta de un rgimen severo de estudios, nuestros liceos de
disciplina blanda y perdonadora, el teatro, el ms crudo, el ms desnudo de los
espectculos, las comedias a medio vestir de Dumas o Sardou, permitido a nios cuya
curiosidad intelectual adivina lo que no comprende, ser la generosidad de los padres, la
absurda ternura que los lleva a dar a sus hijos dinero en tal abundancia que slo el vicio
puede consumirlo Ser, a ms de esas causas inmediatas, la precocidad de nuestra raza, el
ardor de nuestra sangre lo que determina la pasmosa cantidad de hombres sin rumbo que
hay en nuestra sociedad?
El hecho es que existen y Cambaceres acaba de pintarlos con mano firme. Como
sus dos obras anteriores, Sin rumbo es un libro de observacin. Una vez ms, Eugenio ha
acudido al caudal acumulado y una a una ha ido retirando de l todas las escenas que pinta,
la vida de teatro, entretelones, el excelente retrato del empresario Solari, que es ms que
una fotografa, porque tiene expresin, las pinceladas del Club, al pasar, la estancia, la
esquila, etc. Muchas de esas descripciones dejan que desear, por su sobriedad excesiva, (no
me refiero por cierto a una o dos, la pintura del hombre en funciones de bestia, cuya

145
supresin habra doblado el valor del libro). Parece que Cambaceres tuviera prisa de llegar
al fin, o sintindose en da de mala vena, persistiera en trabajar. l, tan minucioso, tan
prolijamente exacto en ciertos cuadros, pasa indiferente ante la esquila, la hierra u otra
escena de campo rebosante de colorido. Las cosas pintorescas parecen no atraerlo; como
Ruysdael,105 no ama los paisajes tranquilos, encuentra inspida la serenidad de la naturaleza,
necesita el viento azotando los rboles, los torrentes, el agua atormentada, las gruesas nubes
negras rodando en el espacio. Sobre todo las tormentas morales. Ah est en su elemento;
toda la segunda parte del libro hace estremecer, despertando en nosotros una profunda
simpata de dolor. Las angustias de Andrs; la agona de su hija bajo el crup, la operacin, el
cadver rgido de la criatura, el padre, sombro, reconcentrado, enloquecido por el dolor,
abrindose las entraas acabando con la vida en una blasfemia, y en el fondo de la tela, las
llamas del incendio, el cielo negro y soberbio que da Munckassy106 a su escena del Glgota,
todo eso es de primer orden, y, o mucho me equivoco, lo mejor que ha escrito hasta hoy
Cambaceres.
La distancia entre Sin rumbo y Msica sentimental no es tan grande como la que hay
entre el ltimo y Silbidos de un vago; pero hay progreso, ms dominio de s mismo, ms
posesin de la pluma y en algunos momentos (hlas, fugitivos!) ms cuidado del estilo. Pero
reservo ste punto para mi querella final.

IV
Lo que parece acentuarse cada vez ms, es la crudeza de ciertas escenas y la
desnudez inexplicable de ciertas palabras vulgares y soeces. Lo que ms me irrita al
encontrarlas bajo mis ojos en la lectura, es que su superfluidad resalta de bulto. Una de ellas
es slo empleada una vez; por qu? Un hombre del carcter de Andrs deba repetirla a
cada instante, y si el naturalismo de escuela exige la reproduccin exacta de la vida, esa
palabra debera encontrarse casi sin excepcin en cada una de las pginas de Sin rumbo.
Ponerla una vez sola, parece un acquit de consciente hacia Zola y nada ms.
Shakespeare empleaba esa palabra, como su coetneo Cervantes, como antes que
ambos Rabelais, y en Italia toda la escuela del Aretino. Hace poco tiempo, traduciendo un
pasaje del Henry IV del poeta ingls, me la encontr en labios de Falstaff; la traduje por una
perfrasis. Era acaso horror de la palabra misma? No, sino la conciencia de las exigencias
sociales de nuestra poca, menos ingenua, sino menos viciosa, que la Inglaterra de
Elizabeth o la Espaa de Felipe III. Me pregunto, me tomo la cabeza indagando en qu
puede aumentar la belleza literaria de un cuadro o acentuar la verdad de una descripcin, el
empleo de un vocablo soez que nos choca, odo, al pasar, en boca de un carrero, que
proscribimos de los labios de nuestros hijos y de los nuestros delante de ellos. No me lo
puedo explicar, como tampoco que Eugenio no haya comprendido que esa palabrota, sucia,
y compadre, es un pegote amarillo en el cuadro de tintas severas, solemnes que refleja la
muerte de Andrs. Un hombre como su hroe de espritu cultivado y de cierta naturaleza
de alma, que ha quedado inclume ante los azares de la vida, puede, delante del cadver de
su hija, morir profiriendo una blasfemia, pero no una compadrada
Y djeme, amigo, sonrer un poquito. Cmo se le escapa a usted, naturalista,
hombre de verdad, la pintura de la mgica mansin de la calle Caseros, donde Andrs daba
sus citas de amor?

Era una sala cuadrada, grande, de un lujo fantstico, opulento, un lujo a la vez
de mundano refinado y de artista caprichoso. El pie se hunda en una alfombra
de Esmirna. Alrededor, contra las paredes, cubiertas de arriba abajo por viejas

105
Salomn van Ruysdael (1600-1670). Pintor holands. Buena parte de sus pinturas representan paisajes
holandeses. Su obra, de carcter realista, fue considerada precursora del impresionismo holands.
106
Mihly Munkcsy (1844-1900). Pintor hngaro, medalla de oro en el Saln de Pars de 1870.

146
tapiceras de seda de la China, varios divanes se vean de un antiguo tejido
turco. Hacia el medio de la pieza, en mrmol de Carrara, un grupo de Jpiter y
Leda de tamao natural. Ac y all, sobre pies de nix, otros mrmoles,
reproducciones de bronces obscenos de Pompeya, almohadones orientales
arrojados el azar, sin orden, por el suelo, mientras en una alcoba contigua, bajo
los pesados pliegues de un cortinado de lamps vieil or, la cama se perda, una
cama colchada de raso negro, ancha, baja, blanda. Al lado, el cuarto de bao, al
que una puerta secreta practicada junto a la alcoba conduca, era tapizado de
negro todo, como para que resaltara ms la blancura de la piel.

Qu estoy leyendo? Es la descripcin del boudoir del Fortunio de Gautier, es el


nido de la Fanny de Feydeau? No es la descripcin naturalista de un rendez-vous criollo.
Dnde est, donde se ha visto, en Buenos Aires, ese lujo, ese gusto, ese refinamiento? No
son todas iguales las casas alquiladas de prisa, amuebladas a la carrera, por un tapicero de
quinto orden, por prudencia, con sus muebles cubiertos de una espesa capa de polvo,
proveniente del poco uso, con sus paredes desnudas y otros detalles naturalistas? Es cierto,
a los veinte aos, todos hemos soado con un petit nid semejante, perdido all en una
oscura calle, Caseros u otra, con paredn en frente, silenciosa, discreta, modesta en
apariencia, sardanapalesca en el interior, con mrmoles, bronces, fuentes, tapices de
opulento vellocino, raso negro y tuttiquanti. Pero esos son sueos, y para pintarlos estn los
romnticos. Qu nos va a quedar si los naturalistas invaden nuestro dominio?

V
Hay dos puntos en los libros de Cambaceres que son el tema de una desinteligencia
constante entre nosotros y que, segn temo, persistir siempre, porque ella es la expresin
de la diversidad de nuestra manera de concebir el arte literario: la tendencia y el estilo.
Cambaceres es naturalista de secta y lo llamo as, porque en cuanto a naturalista a
secas, aspiro como el que ms a merecer ese nombre.
El naturalista o, mejor dicho, la naturalidad en arte literario ha sido, en todos los
tiempos y lo ser mientras las condiciones del espritu humano no cambien
fundamentalmente, el esfuerzo por interpretar, no reflejar la naturaleza, en toda su verdad,
dentro de las exigencias del arte mismo. Para los naturalistas de secta, todo lo que en el
mundo moral o material no viene revestido de un carcter tpico de impureza, todo lo que
toca, de lejos o de cerca, las manifestaciones humanas ms en armona con nuestro ideal de
dignidad, no merece la atencin de la escuela. El naturalismo de Zola, en una palabra, exige
el retorno constante al vocablo soez, a la pintura que da asco. Los ejes de esa mquina se
aceitan con pus. Que Zola es un hombre de talento? Su ltima obra, Germinal, que es lo
mejor que ha escrito, es simplemente una obra maestra que quedar como su mejor ttulo
literario. A los ojos de su autor y de sus fanticos, sin duda, es la expresin ms acabada del
arte moderno, de la escuela naturalista contempornea. Bah! Sur des penses antiques on fait
des vers nouveaux y todo est dicho.
Hay por ah en un viejo libro que empieza a ser poco ledo, una familia de Atridas,
cuyos miembros marchan en el mundo bajo el peso de la fatalidad. Hacedlos prncipes,
poned su accin en el cuadro de la Grecia heroica: tendris la Odisea. Dejad pasar tres mil
aos, convertid los hroes en mineros y tendris los Maheu de Germinal. Las dos familias
vienen de una misma idea fundamental, con la que el naturalismo, a mis ojos, tiene poca
conexin: la fatalidad. No lo veo tampoco, por cierto, en la descripcin de la agona de
Eugenio, en el fondo de la mina inundada y que me recuerda la parodia romntica en los
Quatre petits romans de Richepin, o las extravagancias de Chavette en Reveillez Sophie.
Lo que engrandece la obra de Zola, es la vida real, intensa y profunda, que respiran
sus cuadros, es la huelga, es la sumersin del Vorex, es el aspecto de los hogares en la

147
miseria. Lo que la empequeece, la adultera y la mancha indeleblemente es precisamente el
prurito naturalista, aquella intil asquerosidad del trofeo triunfal de la huelga, es la
ostentacin de las carnes flacas y repelentes sobre los montones de carbn, es la palabra
infecta, que detiene la admiracin y la disuelve.
Cambaceres adora a Zola y nada es ms peligroso, en arte, que la adoracin. En
Msica sentimental, ese libro tan observado, tan cierto, tan vivido, hay descripciones, detalles,
sondajes, que no son sino reverencias obligadas al maestro de eleccin y que, en definitiva,
disminuyen el mrito de la obra de una manera considerable... En este terreno ira muy
lejos, porque partimos de polos opuestos. Para m, las artes todas responden a la necesidad
del espritu de educarse, de pulirse, de prepararse, por una especie de training constante, a la
percepcin de todas las delicadezas, de todas las armonas de que es susceptible. Se pinta,
se canta, se esculpe, se escribe o se rima precisamente para crearse refugios contra las
necesidades brutales de nuestra organizacin semi-animal. El da que la tendencia humana
se aparte de la idealizacin, el da que el color, la forma o el libro, sirvan slo para
interpretar las manifestaciones groseras o se complazcan en la reproduccin de cuanto hay
de bajo en nosotros, entonces la especie, como el hroe de Cambaceres, ir tambin sin
rumbo a concluir en el suicidio moral de la barbarie.

VI
Si el estilo es, como dicen las viejas retricas, la manera particular con que cada
hombre emplea una lengua para expresar sus ideas, es necesario confesar que la manera
elegida por Cambaceres se aparta en absoluto no slo de toda vieja tradicin literaria, sino
de los preceptos mismos del naturalismo intransigente. Todos los que manejan una pluma,
saben que no hay nada ms difcil que hacerse un estilo, an en los casos en que la
naturaleza ha puesto en nosotros esa facultad caracterstica. He pasado un ao en apagar
el estilo de la Vida de Jess dice Renan. Es decir, doce meses en podar, en abatir con mano
firme la exuberancia de adjetivos, la sonoridad de la frase, la violencia del colorido, para
alcanzar lo que alcanz el maestro sin igual, una maravilla de flexibilidad, de sencillez y
elegancia. El apstol, el profeta, el Moiss del naturalismo, Flaubert, muri simplemente del
estilo, en las angustias tremendas de la impotencia luchando por armonizar su ideal con los
medios de realizarlo. No haba en l el instrumento nativo, quiso formarlo y rompi su
naturaleza. Ese exceso, como el de la escuela ultra-naturalista que en el da empieza a tratar
en Francia de ganache a Zola mismo, y que pretende que cada palabra tiene su color propio,
como en otro tiempo se me ocurri dar sonido a los colores, prueba por lo menos que no
entra en los principios de la escuela el desalio, la vulgaridad de la diccin, la incorreccin
de la forma. Os hablarn de horrores, de las pstulas de Nana, de los quejidos jadeantes de
una mujer en parto, de las emanaciones pintorescas de un refugio medianero entre
convento y cuartel, pero lo harn buscando la armona del periodo y la ponderacin de los
miembros de la frase. Es lo ms perdonable que tiene el naturalismo, y en ese sentido su
accin ha sido benfica, obligando a sus adversarios mismos a cuidar la forma.
De dnde, pues, puede haber venido a Cambaceres la idea de cambiar, de la noche
a la maana, toda tradicin literaria y abolir, de un golpe, las reglas establecidas del buen
gusto? Si escribiera en el nico estilo de que es capaz, lo habra condenado, al pasar, sin
insistir en l. Pero no, es un prurito, es un propsito fijo. Cambaceres habra podido, con
ms facilidad que la mayor parte de los dilettantis que escribimos en esta tierra, mejorar,
pacificar, simplificar su estilo, como hemos tratado de hacerlo todos nosotros. Se le ha
puesto por desgracia, explotar esta jerga grotesca que hablamos todos en la vida ordinaria,
que no es espaol ni francs, ni lengua alguna, sino un argot compadre, absolutamente
desprovisto de pintoresco, vulgar e incapaz de suministrar elemento augurio al arte literario.
Indudablemente, un autor no slo tiene derecho, sino est a veces en el deber de hacer
hablar a un personaje caracterstico en su lengua propia, como Dickens a los marineros,

148
como Pereda al pae Polimar en Sotileza (un libro admirable). Pero emplear l mismo esa
lengua, idntica para todo, es la negacin absoluta de todo arte. Hay cosas incomprensibles:
cuando hablo con Cambaceres de un libro de primer orden, cuando recordamos la manera
de Renan, el brillo de Macaulay o ciertas descripciones del mismo Flaubert, lo veo sentir,
comprender y admirar toda la belleza del estilo. Por qu se empea, pues, en matar en l al
artista y cuidar slo de la salud del fisilogo? Por qu no armonizar con la audacia de
incisin, la elegancia del movimiento y la cultura de la forma?
El estilo no lo salva todo, pero un libro sin estilo no vivir jams. Qu ms lejos de
nuestro mundo intelectual que los clsicos del siglo XVII? En qu pueden interesar
nuestro espritu las oraciones de Bossuet o nuestro corazn las tragedias de Racine? No
obstante, abrid al azar uno de esos libros y veris que el periodo, un tanto solemne pero
admirablemente armonioso del primero o el verso flexible, difano, del segundo, hablan
an con dulzura a nuestro odo. No todo es fondo, amigo: por los ojos nos entra el mundo,
todo lo que es, desde el infinito, en la nica expresin visible que tiene, hasta el ms
delicioso finito que existe, las lneas de un cuerpo de mujer.
Todo eso es forma. Esa exigencia, es una debilidad de la especie? Como se
quiera; pero en tanto no lleguemos a una purificacin de la humanidad anloga a la que
alcanzan los faquires de la India, para quienes los vocablos inefables no tienen forma ni
sonido, ser necesario responder, cuando se habla a los hombres, a las necesidades de
su naturaleza. Y enhorabuena, porque no conozco en el mundo del espritu un placer
igual al que deja la lectura del Lago de Tiberiades de Renan, o de las descripciones de las
campaas rusas de Tolstoi.
Termino estas lneas escritas bajo la impresin del ltimo libro de Cambaceres, con
toda la independencia que el respeto y el cario recprocos nos impone, constatando una
vez ms que hay un progreso sensible, un talento real y enrgico, marcado con el sello de
una fecundidad que veremos largo tiempo en accin. Con la pluma en la mano,
Cambaceres ha visto un mundo nuevo abierto ante l. Por el momento, marcha en las vas
sombras y tristes; pronto, lo espero, entrar a las grandes avenidas, llenas de luz y de vida,
porque va creciendo el gua que se las sealar con su manecita blanca y pura. All lo
espero, para aplaudirlo sin reserva.

149
Sud Amrica, 7 de diciembre de 1885

La novela en el Plata: Potpourri, Msica sentimental, Sin rumbo (estudio)

Martn Garca Mrou

El autor de los Silbidos de un vago, de Msica sentimental y de Sin rumbo ha obtenido


desde la aparicin de su primera obra un xito sin ejemplos en nuestra vida intelectual.
Discutido acerbamente, atacado con saa por la mayora pocos son los que han tomado
su defensa con entusiasmo, desafiando las preocupaciones sociales y afrontando la ira del
rebao comn que se subleva contra toda manifestacin de talento e independencia. As,
Cambaceres ha tenido que luchar secretamente con el pequeo gremio literario, herido por
el auge de sus novelas. Se necesitaba demostrarle que l era un advenedizo en nuestro
mundo literario, que no haba pasado por la iniciacin sagrada, recibiendo el humo de
incienso de los gacetilleros amigos, ni se haba sometido al fallo de las camarillas que
reparten la popularidad y se reservan el derecho de dar patentes de genio a sus nefitos ms
queridos.
La venta de su primera novela, los ejemplares corriendo de mano en mano, el estilo
sin escuela de aquellas pginas acres e interesantes, produjeron, ante todo, un movimiento
de asombro. Se buscaron pretextos para explicar aquel hecho. Se insisti sobre el carcter
de libro con clave de los Silbidos de un vago; se quiso equipararlo con esas obras pornogrficas
que devoran en el misterio de los dormitorios comunes los adolescentes encerrados entre
las cuatro paredes de un colegio. Se pens, por ltimo, que aquella tentativa audaz, aquel
capricho pasajero de los ocios de un mundano, no se reproducira, y entonces hubo voces
imparciales que comenzaron a ensayar algunas frases de tmidos elogios.
Pero cuando a los Silbidos de un vago sucedi Msica sentimental, la indignacin se hizo
general. No era posible bordar sobre esta novela, la misma leyenda escandalosa que sobre la
primera. No importa!, se insinu que el autor buscaba en la diatriba una veta inagotable, se
le exhibi como un cortesano de las bajas pasiones de la humanidad, y no falt un amigo
espiritual que definiera en una frase incisiva el efecto que le haba causado la obra: Es
deca un water closet tapizado con telas de Persia.107 Sin rumbo, finalmente, acaba de
poner sobre el tapete la antigua querella. La fuerza de voluntad se impone, a despecho de
todas las resistencias contrarias, y el autor de estos trabajos ha conquistado, por sus propios
mritos, un puesto eminente en la literatura nacional. Voces elocuentes, pero escasas, se
han levantado en su defensa; pero, en el saln y en el club, en las reuniones familiares como
en el seno de la amistad, se le eleva o se le deprime, se falsifican sus intenciones, se
desconoce su mtodo, se achica deliberadamente su accin intelectual, presentndolo como
un fabricante de escritos afrodisacos, como un rebelado de la vida, un outlaw que combate
a todas las creencias e insulta a todas las virtudes. Creemos llegado el momento de
desentraar la verdad en medio de estos extremos igualmente falsos.
Se reprocha, ante todo, al autor de Sin rumbo el haber levantado velos que cubran
detalles de la vida privada que es ilcito sacar a luz.
Hemos contestado a los que nos han hecho esta reflexin que al recibir, a varios
miles de leguas de distancia de la patria, el Pot-pourri, al recorrerlo ignorando esa pretendida
crnica de que se hace tantas menciones, no es seguramente lo picante de revelaciones, de
que ni siquiera tenamos noticia, lo que ha provocado nuestro juicio y producido nuestra
simpata literaria.

107
Garca Mrou alude al severo juicio crtico que Can le haba propinado a la segunda novela de
Cambaceres en su resea del 30 de octubre de 1884, aparecida en Sud Amrica.

150
Hay una personalidad que se impone por su propia naturaleza, hay un estilo
especial, un vocabulario nuevo, un plan fantstico si se quiere, pero de ninguna manera
vulgar, en esas pginas, menos pimentadas de lo que se cree por la generalidad, que retratan
con valor y sin condescendencias hipcritas muchas de las fases de nuestra existencia.
Encerrar al autor de Sin rumbo en el crculo infame en que reinan el barn de Faublas, y en
que el marqus de Sade se revuelca en el lodo sangriento de la prostitucin refinada,
hacerlo un mulo moderno del autor del Satiricn y del de Los dilogos de las cortesanas;
pretender que su nica aspiracin consiste en seguir las huellas de cualquiera de esos
Casanova que rebajan su conciencia por el atractivo de una popularidad enfermiza y
abyecta, es un medio fcil de lapidacin injusta, pero l no debe ser empleado sino por los
espritus estrechos que esgrimen el odio y la mentira, como armas de buena ley en las
luchas literarias.
Por lo dems, haramos el ms sangriento de los insultos, a todos los que leen entre
nosotros, si creyramos que es solamente el atractivo del escndalo, lo que los lleva a
arrancarse de las manos, las obras del autor de Msica sentimental. Hay que desengaarse de
una vez por todas. Los libros de medio pelaje, que revelan los misterios de la alcoba y el
tocador, esas glorificaciones infectas del sexo omnipotente o esos cuadros de crudo
colorido en que se despedaza la honra y se prostituye el hogar, no traspasan jams las
manos de los curiosos o las imaginaciones enfermas que los recorren a hurtadillas, como el
ebrio que se encierra en su habitacin para entregarse al vicio que lo domina. El nabab de
Daudet y el libelo sangriento, Sarah Barnum, de Mara Colombier, tienen por bases hechos
reales y personajes copiados del natural; pero mientras el primero es considerado como una
de las obras maestras de la novela contempornea, el segundo es arrojado con repugnancia
por toda organizacin en que el espritu predomina sobre la bestia humana.
No basta, pues, el escndalo para justificar un xito y popularizar un autor. El
Decamern tiene pginas licenciosas y detalles de una escabrosidad manifiesta; pero l no
habra conseguido inmortalizar el nombre de su autor si Boccaccio no hubiera formado
parte de esa trinidad de autores en que unido a Dante y Petrarca fund la lengua y la
literatura italiana. Y no es solamente el cuento libertino lo que debe admirarse en l; es el
estilo, la erudicin, aquella pintura conmovedora y terrible de la peste de Florencia con que
se abre el volumen, prtico bien tenebroso por cierto para un jardn lleno de flores tan
lozanas.
Y Rabelais? Ah!, no es ciertamente el cura alegre, que pasa de la taberna al
convento, sigue al cardenal de Bellay y muere en Meudon sin haber flaqueado jams su
aficin al culto de la Dive Bouteille; no es el escritor bufn que crea una epopeya fantstica y
la llena de inmundas bajezas y de detalles obscenos, el que merece el respeto de la
posteridad. Las almas elevadas no ahondan esas debilidades y aprecian sobre todo al
erudito, al lingista, al que public el Ars Parva de Galiano y los Aforismos de Hipcrates. Y
l mismo nos advierte desde el principio que el objeto de su obra no es la simple diversin
de sus lectores, sino otro ms noble y elevado, siendo necesario por curiosa leccin y
meditacin frecuente romper el hueso y chupar la sustantfica mdula, es decir lo que
entiendo por esos smbolos pitagricos.
Los que se han detenido inmoderadamente sobre los cuatro o cinco trminos
crudos de las obras de Cambaceres; se dan por satisfechos y fallan sin apelacin. Sus
dientes se mellan sobre el hueso que no alcanzan a romper; son jueces que dictan su
sentencia sin escuchar el proceso. Porque para juzgar a un autor, en efecto, no basta tachar
en el conjunto de su obra alguna escena de realismo implacable, alguna palabra que
escandaliza a odos pudibundos, como no basta para juzgar a un hombre examinar la
conformacin de los dedos de su mano o de la forma de su pie. Los productos intelectuales
son organismos completos cuyas partes estn estrechamente vinculadas las unas con las
otras. Y, estudiados en conjunto, estos libros de que nos ocupamos revelan cualidades

151
extraordinarias, estn dotados de un valor propio y resisten a todas las pruebas, porque an
despojados de los atavos del artificio, o contrariando algunas disposiciones del arte, queda
materia suficiente en ellos para despertar el inters o el aprecio. Escribir cuando se siente
con viveza, cuando el espritu palpita sacudido por todas las rfagas de la inspiracin,
trasladar al papel el fruto de los pensamientos que se han ido acumulando en la soledad,
cuando la vida ha presentado panoramas sombros, cuando el hombre ha tenido que perder
sus mejores aos en esa lucha por la existencia que la suerte reserva a sus hijos escogidos,
es hablar a la humanidad el lenguaje de sus penas y sus alegras, de sus vacilaciones y sus
esperanzas, es presentar sus ttulos a la simpata de todos los que combaten y a la
confraternidad de todos los que piensan.
No es posible examinar las novelas de Cambaceres sin rozar de paso la eterna
cuestin del naturalismo. Apresurmonos a decir que, segn nosotros, no debe ser
considerado discpulo de Zola. Pero antes permtasenos una digresin.
Hace algunos aos, cuando apareci Nana, sublevados por el horror de todos esos
cuadros que no poda conocer el alma de un adolescente, nuestra pluma indignada protest
contra las tendencias de la nueva escuela. La reflexin y la vida, tanto como la experiencia
propia, nos han mostrado ms tarde la profunda y desoladora verdad de aquellas pinturas.
El naturalismo, empero, no se limita a retratar la vida tal cual es, sin afeites ni disfraces.
Sintetizando la teora del maestro, l consiste simplemente en la aplicacin de un mtodo
cientfico al arte literario. As, la serie de los Rougon-Macquart est basada en el principio
fisiolgico de la herencia. No somos naturalistas en el sentido estricto de la palabra. Y, sin
embargo, amamos la realidad y leemos con deleite las pginas que la retratan desnuda.
En la literatura griega, en el nacimiento de la comedia, que brota de las
embriagueces y licencias de las fiestas bquicas, mitad ceremonia religiosa y mitad orga, el
genio de Aristfanes nos atrae con un poder irresistible. En medio de la descomposicin de
una sociedad que entraba en un perodo de decadencia, de la justicia venal, las exacciones
rigurosas, el libertinaje desenfrenado, y la retrica ampulosa de los sofistas sin alma, l es la
voz que protesta, el ltigo que hiere, la pluma que escarba y ensangrienta la carne muerta de
las llagas de aquella sociedad que desfila a nuestra vista con sus enrgicas pasiones y su
priapismo custico, en una especie de linterna mgica donde se suceden las figuras ms
abigarradas, la hetaira al lado del filsofo, el Dios al lado del stiro. Y en la Roma de las
grandes tradiciones, no es en el sereno Virgilio donde buscamos datos sobre la vida ntima.
Plauto los da, al hacernos confidentes de las intrigas que se agitan en aquel mundo original,
raptos, argucias de esclavos, disputas en el foro, tiendas de bribones, espectculo siempre
nuevo y variado en que representan un papel importante los criados, las cortesanas, los
mercaderes, los jvenes libertinos y los ancianos engaados. Bajo el derroche de sus
sarcasmos acerados, en medio de aquel fuego artificial de epigramas crueles y flagelaciones
implacables, admiramos la mano del artista ameno y del filsofo amargo que ha sintetizado
en una palabra breve las miserias humanas y la pequeez de las afecciones terrestres: Lupus
est homo homini, el hombre es un lobo para el hombre.
La observacin sutil, la copia exacta de la realidad bastan para mostrar el talento de
un autor y ste es el caso de Cambaceres. Ante todo, su mrito consiste en la pintura exacta
de la realidad; los colores se funden en su paleta y recorren toda una escala brillante, desde
los tonos ms clidos hasta los matices ms tenues. Cunta originalidad, la de ese libro tan
profundamente humano, tan vvido, escrito con un derroche tan continuo de paradojas
humorsticas y reflexiones bizarras! Cmo se ve desfilar la sociedad, la poltica, la prensa, la
vida que palpita a nuestro alrededor y que l reproduce como un daguerrotipo implacable!
Se dir que es cruel, algunas veces; que ante los ojos de su imaginacin todos los objetos se
deforman y afean. No lo culpemos demasiado; no olvidemos que todo verdadero
observador carece de piedad. La Rochefoucauld nos lo ha dicho, a fines del siglo pasado, y
sus palabras podran ser reivindicadas por Flaubert, Zola y cualquiera de los novelistas

152
actuales: Soy poco sensible a la compasin, y deseara no serlo absolutamente nada. Ella
no tiene objeto en una alma elevada; no sirve sino para debilitar el corazn, y debemos
dejrsela al pueblo que, como no razona, necesita pasiones que lo impulsen a obrar.
La cualidad culminante en los escritos de Cambaceres, es la fuerza, el vigor
mancomunado del pensamiento y de la palabra! Su estilo carece de las inflexiones artsticas
que slo se adquieren despus de haber labrado mucho tiempo con ardor incesante el
informe bloque de la lengua madre, en que debe tallarse la estatua tersa y pulida. Sus
prrafos incisivos, cortantes, speros y de aristas agudas, tienen, sin embargo, el temple del
acero. Se dira que, en lugar de pluma, maneja el buril. Le falta la delicadeza sencilla, el
perodo cadencioso cuyo ritmo se pone al unsono de esas vagas tristezas que dormitan en
las almas soadoras. Pero, estudiadlo en esos grabados al aguafuerte, en que el lquido
corrosivo muerde y socava el metal; en esos esbozos de una stira terrible, de un odio casi
ditirmbico, como cuando venga a dos mil muertos inmolados por la ambicin, flagelando
la espalda vil del que los llev al sacrificio; seguidlo en esos profundos anlisis morales, en
que su pensamiento penetra al fondo de la conciencia ms oscura, y all va sacando a luz,
una por una, con crueldad horrible, todas las ideas adormecidas, todas las malas pasiones,
las escorias y los detritus de una naturaleza enlodada, como el cirujano revuelve con las
pinzas la herida recin abierta, hasta extraer el plomo y las esquirlas incrustadas en la carne
viva...
Msica sentimental y Sin rumbo sealan en su autor un progreso evidente y una
concepcin, cada vez ms lcida y perfecta, del gnero literario a que se ha consagrado.
Nada ms terrible que el cuadro desolador que se presenta en la primera: la historia de ese
collage sin altura moral, y la vida francamente licenciosa de Pablo, terminada de una manera
tan trgica. Ciertamente, el horror de esa agona dolorosa y repugnante oprime el corazn
ms endurecido. Pero todo est narrado con estricta verdad, y la leccin moral resalta ms
del seno de aquellos males que nos aterran, que de las insulsas moralejas de los novelistas al
uso de las hijas de familia, Msica sentimental nos parece una obra notable, hondamente
estudiada y poderosamente escrita, a la cual no se ha hecho an la justicia que mereca!...
Para examinar con alguna detencin el ltimo libro de Cambaceres, ocuparamos un
espacio inconciliable con el tono de estas apreciaciones. Sin rumbo es el estudio franco,
profundo y desgarrador de una existencia perdida para el bien y la felicidad. Un mundano
fatigado de la vida, retirado en una estancia donde fortalece su cuerpo marchito, prostituye
a una humilde campesina y despus del estragamiento de la posesin, la abandona con el
fruto de su falta en las entraas, por los encantos y atractivos de la capital. All se siente
atrado por un nuevo capricho, se liga con una prima donna a la moda y trata de hacer revivir
en sus brazos las sensaciones que crea aletargadas para siempre. Pero el hasto se encarniza
en su existencia. Misntropo y desencantado, interrumpe, por fin, aquella dolorosa
embriaguez, y regresa al campo impulsado por un sentimiento cuya existencia no
sospechaba en el fondo de su ser. La paternidad lo ennoblece y purifica; su nica felicidad,
su nico porvenir, el norte de su vida, la esperanza de su redencin, todo se encierra para l
en la pequea cuna en que reposa el cuerpo de su hija. Una primavera inesperada cubre de
flores las grietas de aquel corazn en ruinas. Pero un da se levanta iracunda la expiacin.
Aquel ngel inocente muere ahogado por el crup y su padre se abre el vientre delante de su
cadver an tibio. Una mano criminal incendia sus bienes, y en el fondo de aquel cuadro
sombro la negra espiral de humo, llevada por la brisa, se despliega en el cielo como un
inmenso crespn!.
En Sin rumbo, como en Msica sentimental y Pot-pourri, Cambaceres se ha complacido
en pintar escenas de nuestra vida. Es siempre la misma buscada perfeccin de detalles, los
mismos cuadros realistas que definen y destacan su vigorosa originalidad literaria. El viaje a
caballo, bajo el sol del medioda, hasta el rancho de la campesina que le entrega el cuerpo y
el alma; las sensaciones de la noche de verano pasada en el lecho comn; la descripcin de

153
la esquila con que se abre el volumen; los entretelones de nuestro primer coliseo; el furor
imponente de la tormenta que cambia los arroyos en torrentes y pone en peligro la vida de
Andrs; la admirable escena de la llegada de ste a la estancia y su conversacin con la
curandera campestre en que, a nuestro juicio, el autor toca a la perfeccin; la agona de
Andrea, su muerte y el suicidio de su padre; todos los cuadros, todas las notas de este vasto
conjunto son dignos de un novelista de raza y un escritor de talento luminoso.
Exceptuamos, sin embargo, la ltima pincelada de la novela, no por el empleo de una
palabra que en aquel sitio nos parece real y ennoblecida, sino por el intil lujo de barbarie,
que juzgamos antinatural, del suicidio de Andrs.
Para terminar, notemos en las obras que nos ocupan dos rasgos distintivos. Ante
todo, el medio. El autor de los Silbidos de un vago ha fundado entre nosotros la novela
nacional contempornea. As como Dumas hijo, fue el descubridor del demi monde
parisiense, Cambaceres nos ha demostrado con el ejemplo que nuestra vida es susceptible
de estudio interesante en cualquiera de sus mltiples fases; y esto solo revela el poder y
alcance de su visin intelectual. En segundo lugar, el idioma. Es el verdadero slang porteo,
como lo ha hecho notar un joven crtico de espritu sagaz. Las locuciones ms familiares,
los trminos corrientes de nuestra conversacin, la jerga de los paisanos como el argot
semi-francs, semi-indgena de la clase elevada, son los retazos que forman la trama de ese
lenguaje pintoresco, hbilmente manejado, genuinamente nacional, en que estn escritos los
libros de que nos ocupamos. He aqu la segunda prueba de superioridad que hemos
admirado en el autor de Sin rumbo.
Cambaceres, en suma, es una personalidad literaria original y dotada de mrito
propio. En nuestra escasa vida intelectual est llamado a ocupar un puesto importante y
abrir el sendero en que se espaciar en el porvenir la novela argentina. Sus progresos son
evidentes y palpables; ellos revelan claramente que, en breve, adquirir esa perfeccin de la
forma que es en lo nico en que sus libros se prestan a la censura. Los que pretenden
hundirlo con el gastado reproche de inmoralidad, deban meditar estas palabras elocuentes
y sensatas de Zola:

Para m, la cuestin del talento decide de todo en literatura. No s lo que se


entiende por un escritor moral y un escritor inmoral; pero s bien lo que es un
escritor que tiene talento y uno que carece de l. Y desde el momento en que
un autor tiene talento, creo que todo le est permitido... Para m son
nicamente obscenas las obras mal pensadas y mal ejecutadas...

Estas palabras sinceras y generosas son una noble glorificacin de los espritus
superiores, que rompen las redes de la falsa moral convencional. Por lo dems, ellas
encierran una gran verdad. El porvenir pertenece a los fuertes y a los audaces. Qu
importa que el odio y el error se comploten contra ellos? Los golpes de la envidia se mellan
en su coraza frrea. Se parecen a aquel gigante de las Eddas, en uno de cuyos guantes pas
la noche oculto el dios Thor, y que, cuando ste pretendi matarlo, asestndole un golpe de
maza en la cabeza, se pas la mano por la frente, y dijo: Creo que me ha cado una hoja
sobre los cabellos!.

154
Anuario Bibliogrfico 1886

Sin rumbo

Alberto Navarro Viola

El argumento de esta novela es sencillo y verosmil. Andrs, criollo de buena raza,


estanciero rico a la par que hombre de mundo, reparte entre las ocupaciones del campo y
los placeres de la sociedad su hasto escptico y tenaz. Un buen da tpase en su estancia
con Donata, preciosa paisanita hija de su capataz Regino. Sus pasiones se despiertan
delante de joven tan fresca y voluptuosa, y sin mayor dificultad hace de ella su querida. Al
regresar a la ciudad para disfrutar la temporada del Coln, sorprndele Donata con la nueva
de hallarse embarazada. Abrrese l en Buenos Aires, como casi todos los de su condicin,
en el juego del Club del Progreso o tras los bastidores del teatro Coln. Una prima donna,
despus del prlogo de siempre, elgelo por amante y olvida por algn tiempo la costumbre
de aburrirse. El tedio pronto le invade de nuevo, y el recuerdo de su pasado perdido y de su
presente vaco, oblgale a huir al campo, fuera de la atmsfera viciada de la ciudad.
Habiendo concluido con todos los vnculos que atraen a la vida y la vida y a falta de otro
sentimiento, el recuerdo del hijo que le anunciara Donata se fija en su mente como la
ltima salvacin. El amor filial crece entonces solo, vigoroso, haciendo que todas las
fuerzas que le quedaban se concentraran en l, como las del nufrago en la ltima tabla. La
niita se desarrolla contenta bajo el cuidado de una vieja ta que reemplaza a la madre
muerta, hasta que un da el crup la lleva a la tumba. En presencia del cadver de su hija
iluminado por el incendio de su estancia que la mano vengativa de Regino, el padre de
Donata, acababa de producir, Andrs se quita la vida abrindose en vientre con
desesperacin. No le era menester a Cambaceres recurrir a fin tan trgico para dar inters a
su obra. Su temperamento artstico transparentndose en su estilo criollo y animado
bastaban para explicar fcilmente las tres ediciones de su novela que en breve tiempo el
pblico lleva agotadas.

155
Los folletines de Sud Amrica
La gran aldea de Lucio V. Lpez
Fruto vedado de Paul Groussac
Ley social de Martn Graca Mrou
En la sangre de Eugenio Cambaceres

Publicada como folletn desde el 20 de mayo hasta el 2 de julio de 1884, La gran


aldea (costumbres bonaerenses) de Lucio V. Lpez inaugura la serie de novelas cultas
argentinas en el diario Sud Amrica. Cada una de las entregas est dedicada a Miguel
Can, quien poco tiempo antes haba publicado su Juvenilia, una versin acerca de la
sociedad portea bajo el gobierno de Mitre sin duda ms indulgente que la de Lpez.
Una vez finalizadas las entregas, se publica en forma de libro, con el sello editorial de la
Imprenta de Martn de Biedma.
La gran aldea ocupa un lugar destacado en el conjunto de las representaciones
de la ciudad de Buenos Aires que proliferaron durante los ltimos veinte aos del siglo
XIX en la prensa portea. Su ttulo resume aquella imagen de la ciudad patricia,
hispnica y tradicional que la nostalgia de la lite evoca en oposicin a las grandes
transformaciones sociales y culturales del presente. Narra la historia de Julio, un joven
que no se halla del todo a gusto en la sociedad portea. Hijo de un antiguo urquicista,
con la muerte de su padre es recogido en casa de su to, un hogar dominado por doa
Medea, mujer autoritaria, vulgar y poco agraciada que militaba en las filas del mitrismo.
La infortunada vida del nio hurfano propicia una serie de cuadros de costumbres
sobre la sociedad portea de la poca de la batalla de Pavn. Cuando Julio ya es un
hombre, enviuda su to y se casa con una joven mundana y ambiciosa. Este matrimonio
desigual que no traer ms que desgracias, justifica la inclusin de estampas del Buenos
Aires mundano y elegante de la dcada de 1880.
Del 4 de agosto al 4 de octubre de 1884 aparece, en los folletines del diario Sud
Amrica, Fruto vedado de Paul Groussac. En octubre de ese ao sale a la calle en forma
de libro con el ttulo Fruto vedado. Costumbres argentinas, bajo el sello de la Imprenta
de Biedma. Hasta el momento es la nica edicin de la novela, la cual se ha convertido
en un objeto casi secreto para biblifilos e investigadores.
Es la historia de un joven ingeniero francs, Marcel Renault, quien, a raz de sus
ideas liberales, se ve obligado en 1869 a abandonar su pas, vctima de las persecuciones
del II Imperio. Sin respaldo econmico familiar, contando tan solo con su talento y su
juventud, Marcel Renault es el prototipo del indiano, del joven europeo que debe probar
suerte en los territorios de ultramar. Gracias a las gestiones de su amigo y candidato a
Presidente, el doctor Nogales, obtiene la direccin tcnica de las obras del Ferrocarril
del Norte.
Durante el viaje en galera al norte del pas se enamora de una joven criolla, hija
de un hacendado tucumano, dueo del mayor ingenio de la provincia. El idilio, sin
embargo, tiene un antagonista: un sobrino del hacendado, quien sostiene
econmicamente las temerarias empresas de su to. La revolucin de 1874 enfrenta a
Renault con los dueos del ingenio tucumano. De vuelta en Buenos Aires, se entera al
poco tiempo de que la linda criolla se ha casado con su primo, y decide olvidarla. Sin
embargo, ocho aos despus, Renault encuentra en Pars a la familia tucumana viviendo
a todo lujo. A pesar de los aos, la antigua pasin no se ha extinguido y el amor, ahora
adltero, desencadena la tragedia.
Entre el 27 de abril y el 12 de mayo de 1885 fueron publicados en el folletn de
Sud Amrica algunos captulos de Marcos, novela escrita por Martn Garca Mrou. A

156
fin de ao aparece el libro en una elegante edicin de Lajouane, ahora bajo el ttulo de
Ley social. La obra, que no cont con una acogida entusiasta entre el pblico
contemporneo, hasta el presente no ha sido reeditada.
La historia transcurre en Europa, como si al autor le costara imaginar la vida
mundana en Buenos Aires. Marcos, un joven invadido por el spleen finisecular regresa a
Madrid despus de un largo viaje y Zea, un antiguo compaero de su infancia, le abre
las puertas de su hogar. Adela, la bella esposa de Zea, sucumbe a los encantos de
Marcos y cae en sus brazos arrastrada por una pasin adltera. La dicha es breve porque
l se siente irresistiblemente atrado por Rosa, una cocotte de moda. Al averiguar la
historia de su vida ligera, descubre que fue seducida por primera vez por Zea, el esposo
de su querida. Los gastos de Rosa y las prdidas en el juego llevan a Marcos al borde de
la ruina. Adela, enceguecida por su pasin criminal, roba a su marido unos ttulos para
salvar a su amante. Rosa descubre este episodio y encuentra la ocasin para vengarse de
Zea envindole las pruebas de la infidelidad de su esposa. En el duelo, Marcos se deja
matar para redimirse de la traicin a su amigo.
En la sangre de Eugenio Cambaceres, es la ltima novela argentina de la serie
de folletines del diario Sud Amrica. Fue publicada entre el 12 de septiembre y el 10 de
noviembre de 1887, luego de una amplia campaa de promocin que tuvo comienzo en
1886 y que incluy avisos y una serie de noticias que daban cuenta de los avances de la
escritura de la obra y las diversas negociaciones del autor con los editores. Una vez
finalizadas las entregas, sale el libro con el sello de la imprenta de ese diario. De
acuerdo con Alejandra Laera, que la novela haya sido publicada en el folletn del diario
Sud Amrica es un factor diferencial y decisivo respecto del tipo de circulacin de las
anteriores novelas de Cambaceres.108
La novela cuenta la historia del hijo de un inmigrante napolitano que, gracias al
dinero atesorado por su padre, engaos, simulaciones y traiciones, logra introducirse en
la alta sociedad precipitando un casamiento forzoso con la hija de una encumbrada
familia portea. La llegada de este ambicioso arribista corrompe y destruye a esta
familia criolla tradicional.
En las prximas pginas el lector podr verificar la costumbre del diario Sud
Amrica de reproducir las reseas que sobre sus folletines aparecen en otros medios de
prensa, con el objetivo de amplificar su promocin.

108
Para un anlisis de los recursos publicitarios de Sud Amrica como lectura de la novela, vase
Alejandra Laera, El tiempo vaco de la ficcin, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 2003,
pp. 188-197.

157
La Prensa, 20 de julio de 1884

La gran aldea109

Apenas concluida la publicacin de esta novela en el folletn del Sud Amrica, ha


sido objeto de crticas diversas en algunos diarios de Buenos Aires. No hemos sentido, en
ninguno de los artculos publicados, ese acento de simpata que deba esperarse ante una
tentativa sin duda tan interesante para nuestra naciente literatura de imaginacin. Los
menos injustos han tratado a La gran aldea de lo alto del andamio clsico: Una novela
portea? Muy bien, veamos lo que dice Aristteles en su captulo De americana actione...
Otros Aristarcos se han velado pblicamente la faz. Un diario que se proclam hace poco
el heraldo de Los silbidos de un vago, celebrando en tono mayor la calaverada literaria, ha
aprovechado la ocasin para estrellar contra la novela de Lpez su flamante ortodoxia.
Por otra parte, La gran aldea ha sido sometida a una prueba dursima; dgase lo que
se quiera, la publicacin en folletn de una obra literaria es una mutilacin artstica. Zola y
Daudet protestan contra esa viviseccin del pensamiento servido cotidianamente por
rebanadas geomtricas.
La sufren por consideraciones pecuniarias, como Lpez y otros la sufrirn aunque
por mviles distintos. Los folletines han sido inventados para publicar novelas-folletines,
escritas por medidas y con artificios vulgares destinados para fomentar la curiosidad del
suscriptor.
La publicacin de una obra literaria en folletn, es una desfloracin. Casi nadie
conoce el conjunto de la obra, y sin embargo ha perdido para todos su flor de novedad:
juzgarla entonces con espritu equitativo, es casi tan difcil como apreciar el mrito de un
bajo-relieve hecho a pedazos.
Hemos podido leer en pginas La gran aldea, que se publicar en volumen dentro de
pocos das, y de nuestra propia impresin podemos asegurar un xito mejor para la obra en
su forma definitiva.
Este xito no ser completo, lo anunciamos desde ya: los lectores ms simpticos
por el real talento del autor harn sus reservas ante las deficiencias y extravos de su obra.
Los ms favorables tendrn que confesar las desproporciones del conjunto; pero tambin
los ms severos, si son imparciales, proclamarn el mrito nada comn, la vida y el inters
de muchos fragmentos. Y en resumen, el pblico que pesa y vale en estas cuestiones que
no son de sufragio universal fallar diciendo que si la obra es inferior al autor, ste tiene
sobrado talento para que se revele en una obra an malograda y conserve esta un valor
literario que la coloca muy arriba de la mediocridad.
Juzguemos, pues, sine ira et studio esta novela portea. En lugar de triunfar ante sus
defectos, procuremos descubrir en ella una intencin y una promesa halagea para las
letras.
Ante una produccin cualquiera, confesemos que no es poco mrito el tener la
potencia viril de lanzar a la luz un ser viviente, siquiera sea imperfecto y defectuoso.
Al diablo los envidiosos y los impotentes!
Hechas estas salvedades, nos encontramos ms libres para formular nuestra opinin
sobre el fondo y la forma de La gran aldea.
Desgraciadamente, la obra peca por la base. Una novela no es una simple coleccin
de pginas, ni siquiera de captulos. Es un organismo, y organismo superior cuyas partes
tienen estrecha correlacin y solidaridad. El autor no es dueo de su asunto despus de
presentarlo: tiene que seguir y concluir lgicamente. Desde que un personaje entra en
109
Esta resea fue recogida por el diario Sud Amrica y publicada en su edicin del 21 de julio de 1884.

158
escena, el lector lo clasifica en sus grandes rasgos, y no permite que sufra metamorfosis
incompatibles con su naturaleza.
El vicio orgnico de La gran aldea est as indicado. No hay columna vertebral que
ligue y sostenga las partes.
La forma empleada es el relato en primera persona: la autobiografa. Y tenemos a
un hroe que cuenta su vida en este orden: algunas semanas de su niez, a los diez aos;
bruscamente algunos meses de su edad varonil, veinte aos despus. Y en el intervalo, el
vaco, el silencio apenas interrumpido por unos recuerdos de colegio rpidamente
bosquejados.
No puede, lo repetimos, variar el autor a su antojo las proporciones de su obra
empezada. La deformidad del conjunto le advertira de su falta de verdad. Si el pintor da
ciertas dimensiones a una figura, est obligado a seguir las reglas estrictas de la perspectiva
para todas las dems.
En el caso actual, se ha pretendido abarcar veinte aos de nuestra vida social, desde
Pavn hasta nuestros das, y esto poniendo el relato en boca de un testigo de esa
transformacin. Pero ha sucedido que la obra ha vencido a su autor.
Despus de consagrar casi la mitad de su libro a una pintura social que abraza
pocos meses y corresponde a la infancia del narrador; si quera pintar la evolucin actual en
las mismas proporciones, tena que dejar vaco el intermedio; si llenaba el intermedio, tena
que suponerlo. Y as acosado el autor, ha tenido que suponer que su hroe entra en el
colegio aquel a los diez o doce aos para salir veinte aos despus. Vaya educacin!
Y ste es el nene de treinta y dos aos que se estrena, tmido y ruboroso en el Club
del Progreso.
De esa falta de verdad en la base fluyen todas las dems, Julio no ha podido
conmoverse ante Fernanda, en el teatro, ni siquiera ofrecerle su brazo de criatura, el que se
trepaba por la maana en los hombros del mulato cochero. No ha podido ser un partido
para Valentina cuatro o cinco aos despus, ni tampoco pensar en ella, que es su mayor, a
los quince aos de concluida la infantil aventura. No necesitamos insistir en esta faz de la
novela.
Es visible que Lpez no ha tenido plan de antemano arreglado. Su novela no tiene
unidad de accin. Qu quiere pintarnos? Si los amores de Blanca, la primera mitad del
libro est de ms, y falta al fin lo que sobra al principio; si los de Julio, sobran las cuatro
quintas partes; empiezan y concluyen en un captulo, si eso puede llamarse conclusin. La
vida social de antao y ogao? Pero eso no es una accin, es el marco del cuadro. Y adems
no basta planear situaciones violentas para que sean interesantes. Un hecho local no nos
conmueve por falta de antecedentes y desarrollo.
Esta carencia de fondo consistente en el escenario, se transmite a los personajes.
Los nicos que tienen vida real son los comparsas, los copiados del natural, con el rasgo
caricatural ms o menos visible. Los inventados ostentan la silueta tiesa y violenta de una
figura de los cuadros primitivos, o de los maniques articulados. Qu mujer eternamente
enfurecida y sin entraas como misia Medea? Qu muchacha tan corrompida de
nacimiento, como esa Blanca, que habla con un cinismo brutal desconocido de las ltimas
rameras? Ningn carcter noble y humano: el to Ramn es un ttere, Benito es el calavera
vulgar, Julio es un molusco que no sabe si quiere, si odia, ni cmo vive y frecuenta los
Clubs, sin fortuna ni ocupacin conocida...
Tocamos aqu a un escollo inevitable de esa novela. En el arte, se puede violar la
verdad de dos modos distintos. Ya sea como Zola y su escuela, presentndonos como tipos
generales los de mera excepcin, aunque puedan estar estudiados y descriptos con
escrupulosa exactitud; ya sea pintando con rasgos inconexos o exagerados, caracteres bien
elegidos y de verdad fundamental. Lo primero suele depender de la concepcin sistemtica,
lo segundo de la ejecucin deficiente.

159
En La gran aldea aparecen ambos defectos aunque en grado muy desigual. No es
cierto que esos monstruos o esos grotescos de la novela formen el grupo caracterstico y
dominante de la sociedad portea. Esta se parece fundamentalmente a todas las sociedades:
es una mezcla de sinceridad y de hipocresa, de pureza y corrupcin, de generosidad y
egosmo. El pesimismo es tan falso como el optimismo, y no es el primero tolerable en
quien no tena que salir de su casa para hallar muestras cabales de honradez, talento y
virtud.
El segundo defecto apuntado es menos pronunciado en La gran aldea. Existe, sin
embargo; las acciones de los personajes no son siempre la deduccin lgica de sus
antecedentes; no son constantes consigo mismos, como dice el maestro latino. Un hombre
como Julio, que abandona un empleo lucrativo para no ser cmplice de las maniobras
dudosas de su jefe, no hubiera aceptado la opulenta hospitalidad de su to, despus de
casado con Blanca, y se hubiera creado a los treinta aos cualquier modo de vivir ms
digno. Tampoco es admisible que en el momento de la muerte de misia Medea, el viudo y
su amigo se junten con un mulato para esa odiosa danza sobre el cadver, sea cual fuera la
conducta de la muerta. En fin, nadie creer que una muchacha nacida y criada en poblado,
se exprese y se comporte como esa triste herona, desde la primera entrevista. Un caso
semejante sera del dominio patolgico.
Es la inferioridad flagrante de esa novela: la falta de conviccin del autor; no ha
recordado bastante que la imaginacin no es sino la combinacin de los materiales
suministrados por la experiencia o la observacin.
Hemos sido francos y hasta severos para sealar los defectos de la obra. El pblico
y el mismo autor confiamos en su sano juicio deben considerar esa franqueza como
un homenaje. No se dice la verdad brutal sino al enfermo de segura curacin. Pero es
equitativo tambin que la obra criticada saque el beneficio de esa misma severidad, pero
que los elogios, que bajo otro aspecto merece, sean tenidos como la expresin
escrupulosamente sincera de nuestra conviccin.
El talento literario se revela en La gran aldea evidente e indiscutible, como
testimonio de la vida normal.
El autor tiene el don de revivir y pintar los cuadros ms vastos y tumultuosos, lo
mismo que las escenas ms ntimas. Toda la primera parte de la novela la nica
seriamente meditada, digmoslo de paso est llena de cuadros a la pluma, de un relieve y
una forma satrica admirables. La narracin sencilla y conmovida del nio hurfano,
recuerda al gran maestro de los relatos enternecedores: la misma exageracin sentimental
que hace entrar los objetos familiares en consorcio con nuestras impresiones, es aqu un
rasgo de verdad profunda para no citar sino un ejemplo, recuerden la cruzada de Ruth
por la Fountain Court en Martin Chuzalewit.
Por ejemplo hay cien hallazgos de observacin psicolgica como el siguiente:
cuando el nio se desliza furtivamente en el cuarto mortuorio, el olor acre de los cirios
queda para l siempre ligado a la fnebre escena. El rasgo tiene verdad profunda: el olfato
es por excelencia el sentido mnemnico y asociador de ideas, si me vale la expresin.
El estilo de Lpez, gil e incisivo, de una claridad y precisin francesas, labrado
curiosamente como una empuadura de daga veneciana, es de una eficacia admirable para
las escenas de stira alegre. Los perfiles algo caricaturizados de ciertas personalidades
entrevistas no ultrapasan el derecho de la crtica social; no hay notas odiosas. Los devotos
pueden encontrar que el libre pensador no maneja con debida reverencia los objetos de
culto: pero no debe verse una profanacin donde no hay una realidad sino un acto de
curiosidad artstica.
Repetimos que toda esa primera parte de la novela, en que se funden sin esfuerzo
las maneras tan distintas del novelista poltico a la Dickens, constituyen un espcimen
admirable de lo que podr ser la novela argentina cuando se la trate con la debida

160
consideracin. Una novela es una creacin. Necesita antes de redactarse, una gestacin
larga y profunda.
Daudet emplea tres meses en elaborar su plan; despus vienen los ensayos de
composicin con los cuadernos de notas y observaciones a la vista; por fin, la redaccin
definitiva.
Lpez no es un puro artista, como no lo es nadie en Amrica: su espritu tiene que
repartirse entre ocupaciones varias del foro y de la ctedra. Adems, nos consta que las
exigencias de la publicidad inmediata en Sud Amrica, han apresurado forzosamente la
conclusin de La gran aldea. Todas estas son causas que pueden explicar muchas
deficiencias y negligencias. Pero la nueva manifestacin del valer literario de Lucio Lpez,
engrandece, dgase lo que se quiera, su reputacin pasada. Aunque la novela sea un
conjunto imperfecto, quedarn de ella esas aguafuertes, vigorosas y finas, del Buenos Aires
de antao, los perfiles graciosos y vivos de comparsas polticas y sociales, y la delicada
reminiscencia infantil del hurfano dolorido.
La gran aldea nos hace el efecto de una rota estatua, cuyos pedazos han sido
recogidos y vueltos a pegar con prisa por mano inexperta: el pblico distrado o superficial
no repara sino en el conjunto reprochable, pero el conocedor distingue de cerca y proclama
la belleza de los argumentos.

161
Sud Amrica, 2 de agosto de 1884

La gran aldea110

L. W.

He aqu mi receta, dijo el Doctor. El da est magnfico. Subir usted a su


carruaje, saldr de la zona meftica en que vive, en compaa de trescientos mil mrtires de
la aglomeracin. Tomar tres horas de aire puro y no se ocupar usted de diarios, ni de
finanzas, ni siquiera de asuntos de familia. Esta noche volver usted, si no sano, por lo
menos aliviado.
Y puedo llevar alguien conmigo?...
Ciertamente... puede usted llevar un libro.
Tengo justamente sobre la mesa un volumen que me guia hace dos das. Tiene una
firma simptica y estimable; su ttulo es atrayente: se llama La gran aldea.
Evidentemente debe tratar de Buenos Aires y tengo curiosidad de saber qu dice su
autor sobre su pas.
Generalmente no se es justo con su ciudad natal. Se la ve con colores sombros,
como Ovidio, como Byron, o bien se sostiene a despecho de los naturalistas, que la brisa es
en ella ms dulce y el vuelo de los pjaros ms rpido que en otra parte.
Yo conozco particularmente al seor Lpez interrumpi el doctor. Es un espritu fino,
observador, nutrido de slidos estudios. Tiene el sarcasmo dulce. Su pensamiento es
espontneo, correcto y ricamente engalanado. Vaya, pues, con l, que va en buena
compaa.
Un cuarto de hora ms tarde, mi carruaje rodaba por el camino de Belgrano y yo
lea La gran aldea.
Hay dos maneras de leer: la del gastrnomo que saborea y la del glotn que devora.
Prefiero la primera, pero a menudo me veo obligado a recurrir a la segunda por
falta de tiempo.
Por otra parte, tiene esta sus ventajas. Permite coger ms fcilmente la intencin del
autor, escondida casi siempre bajo las bellezas del estilo. El lector gana sobre el conjunto lo
que pierde sobre los detalles. Se siente menos seducido y por consecuencia ms imparcial.
Los viejos porteos recuerdan la ciudad de Rosas, la ciudad sin empedrados y sin
pisos altos, en que la locomocin exiga al caballo y exclua a la calesa.
As que Rosas sali de ella, los porteos se pusieron a reconstruir la ciudad, y
mientras estaban en ello, reconstruan tambin la sociedad.
En aquel tiempo el pueblo argentino, tena la admiracin tan fcil que la llevaba a
menudo hasta la adoracin.

Su libro es una coleccin de retratos. Gracias a la habilidad del pincel, a la vivacidad


de los colores y a la semejanza de los personajes, los tipos de La gran aldea quedarn, y
cuando se quiera designar a uno de los protagonistas de la poca, bastar con nombrar a la
ta Medea, al general Buenaventura o al doctor Trevexo para ser comprendido.
La poltica no siempre ocupa a nuestro autor. El tipo del tendero sirena
(boutiquier-sirene) mereca ser conservado. En vano se le buscara hoy; no podra
encontrrsele ni en los suburbios. Los tranways lo han arruinado, puesto que no han tenido
el suficiente poder para hacerle transformar su almacn y poblarle de amables vendedores
vestidos a la ltima moda.

110
Artculo recogido de Le Courrier de la Plata.

162
En cuanto al to Ramn, el cordero enamorado, es de todos los pases y de todos
los tiempos. Lo hemos conocido aqu y en otras partes. Es la eterna vctima de la mujer sin
corazn. Balzac le llama Hulot, Molire lo haba bautizado con el nombre de Geronte.
Un estilo lleno de imgenes, muy francs, pone de relieve observaciones llenas de
delicadeza.
El seor Lpez ha estampado su retrato sobre un canvas, quizs sin sospechar que
trazaba el plan de un drama interesante, que tendra gran xito en el teatro.
El martirologio del to Ramn hara el triunfo de La gran aldea durante todo un
invierno. El plan est hecho, los personajes sacados del natural. Con un poco de ciencia
escnica podra hacerse de ese libro una obra maestra dramtica.
Aconsejo pues a Lucio V. Lpez que ponga sus tipos en accin sobre la escena.
Desde ya le predigo un xito sin precedente y quizs pueda enorgullecerse de haber
ejercido sobre su poca una influencia decisiva.

163
El Diario, 5 de agosto de 1884

La gran aldea

Sam Weller

Una obra literaria es un organismo viviente por el cual circula un soplo animador que
lo mueve, lo agita y le comunica ese aspecto especial a que llaman bello, que se convierte
pronto en atractivo que seduce nuestros sentimientos y nuestra imaginacin y nos obliga a
querer la obra, a leerla y releerla con un entusiasmo creciente que concluye por imponerse
como modelo de nuestros sentimientos, de nuestro modo de pensar y de apreciar las cosas.
Diramos que modifica nuestro carcter y nuestras costumbres. El escritor que puede
comunicar esa vida a sus obras, es hombre de talento, es artista, es literato y su nombre est
destinado a vivir en la vida de sus libros.
Se entiende perfectamente que estas son prendas de las obras perfectas o
relativamente tales, y que son ms o menos buenas las que se acercan ms o menos a este
ideal. Desde lo malo y lo mediocre hasta lo perfecto o relativamente tal, existe una
gradacin indefinida que solamente los crticos experimentados pueden apreciar.
De los crticos de La gran aldea no hemos podido sacar nada positivo. Todos dicen
la misma cosa: que el libro de Lpez tiene chispa, que carece de unidad, que contiene
cuadros admirables, que deba ser publicado en libro y no en folletines para sorprender el
gusto de sus lectores; que se admira en l el talento de su autor, que contiene descripciones
en estilo ameno, variado, sencillo, etc. En fin, todo el repertorio de vulgaridades trilladas
por Hermosilla y sus compinches. Generalidades vacas y a veces indiscretas.
Nuestra crtica no ha adelantado mucho. Si se apunta un defecto en un libro, el
autor se exalta, se enoja: es ya un enemigo declarado. O callar o elogiar: no hay trmino
medio. Y el redactor de diario se halla en la condicin terrible o de llamar sabio a un pelele
o de hacerse de un enemigo que a veces puede ser temible.
Qu va seguiremos nosotros en el anlisis del libro de Lpez? No lo diremos para
no prevenir el nimo de los lectores. Ellos dirn despus de haber ledo.
La novela es drama narrado, como el drama es novela representada. Pueden en la
novela entrar gran nmero de episodios y pormenores que en el drama no tienen cabida;
pero el esqueleto de una produccin sirve de base al esqueleto de otra, indiferentemente. La
diferencia consiste en la que hay entre narrar y representar, entre la accin misma que es el
hecho resucitado y la narracin del hecho.
Echadas las bases de la novela, todos los episodios deben converger al fin que el
escritor se propone. Los que no tienen atingencia alguna con el fin, con el sujeto, con lo
fundamental, son parntesis que pueden contribuir al desarrollo de la idea principal o
pueden ahogarla de manera que lo accesorio se convierta en fundamental, segn la
habilidad artstica del escritor.
Y cmo se puede saber si un accesorio es o no indispensable para el
desenvolvimiento del sujeto principal?
Muy fcilmente; determinando el fin que el escritor se propone y cotejndolo con
los episodios. Si tienen atingencia, bien, si no, no.
El seor Lpez se propone poner de manifiesto: que una nia joven y bella que se
casa con un viejo rico, es impulsada a ello por codicia, por amor al lujo o por satisfacer sus
caprichos variados o libertinos, sacrificando el honor del marido y hasta la vida de sus hijos;
que un viejo rico que se une en matrimonio con una joven, no puede esperar ms que la
deshonra y todas las calamidades que destruyen la paz y la santidad del hogar.

164
Este es el que podramos llamar el sujeto de la novela, el fin que el autor se
propone, lo que suelen llamar fondo los preceptistas.
Es verdadero? Es falso este principio?
Esto no hace al caso. Verdadero o falso, real o imaginario, poco importa. Lo que
debe preocuparnos es saber si el autor ha dado en el clavo, es decir, si la novela ha llenado
este fin con todas las dotes literarias que esta clase de produccin exige; si es una obra bella,
completa, una en su variedad, que despierta el sentimiento, que seduce la imaginacin, que
nos invita a meditar, a compadecer, a amar, a odiar; si es una obra que vive, se mueve, se
agita; si la vemos nacer y desarrollarse con gradacin, naturalmente, sin esfuerzo alguno; si
la vemos llegar al desenlace, a su trmino, previendo el fin, mantenindonos suspensos o
admirados, agitados o complacidos; si nos obliga a seguir ansiosos los episodios, la trama, la
narracin; si nos conmueve, si nos deleita; en fin, si la obra nos domina desde la altura de lo
bello y del arte.
Empieza la novela:

Dos aos haca que mi to viva con mi compaa cuando de pronto una
maana al sentarnos a almorzar me dijo:
Sobrino: me caso (pg. 7).
Pero to le dije, esa es una unin imposible, absurda. Blanca es una mujer
joven, usted casi le triplica la edad.
Julio me dijo, toda reflexin es intil: Blanca me ama (pg. 236).

El lector habr visto que la novela empieza en la pgina 7 y sigue en la 236.


Y las 229 que median entre el principio y la continuacin? Estn llenas, pero de
episodios, descripciones, cuentos, narraciones, retratos... que con el sujeto de la novela no
tienen ninguna relacin.
Toda la novela se reduce a las 78 pginas restantes, aunque uno que otro parntesis,
ms o menos pertinente, tenga tambin sus ribetes de intil y exuberante.
Completamente destacadas de la novela estn las pginas en que se narra o describe
la niez de Julio, las escenas conyugales de Medea y Ramn con las notas salientes del
carcter de cada uno, la muerte del padre de Julio y su entierro, el cambio de domicilio de
Julio en la casa de su to Ramn, la sesin poltica en la misma casa, el entusiasmo
producido en Buenos Aires por la victoria de Pavn, el carcter y naturaleza de tiendas y
tenderos de la poca, el desembarque del ejrcito vencedor, la representacin de Flor de un
da en el teatro de la Victoria con los gustos de entonces, la vida de colegio, el empleo de
Julio en la casa de Eleazar de la Cueva, el carcter y vida ntima de ste y su quiebra, la vida
comn de Julio con Benito y el carcter de ste, el Club del Progreso con sus
particularidades ntimas, la muerte de Medea y su entierro, y si se quiere el encuentro
de don Benito y Julio con Fernanda y Blanca en las avenidas de Palermo.
El que quiera suprimirlas no deja trunca la novela, y el desarrollo y desenlace de esta
llegan, aunque un poquito cojos, a su fin y remate.
Todos los incidentes, episodios, particularidades y detalles narrados en las 229
pginas intiles, no estn mal trabados en s, y separadamente podran servir para llenar
unas cuantas columnas de la seccin literaria de un diario, pero en la novela estn
completamente de ms, y no vienen al caso, o como dice Horacio: sed nunc non erat his locus.
La novela nos parece una de esas estatuas cuyas manos y cabeza son obra de
escultor, y el resto del cuerpo obra de carpintero tapada con cuidado por un vestido de
lujo. El pensamiento y los personajes principales nadan en ese mar de incidentes
insignificantes, ripio menudo que sirve solamente para llenar los cuatro quintos del libro, so
pretexto de describir las costumbres de La gran aldea. Y qu costumbres, Dios le perdone!

165
Si el extranjero va a abrir juicio sobre las costumbres porteas bajo la gua del libro
de Lpez, estaremos perdidos.
No hay un personaje, ni uno solo, que atraiga simpatas. Exhalan todos ese olor a
podredumbre que va gradualmente despidiendo la materia que se descompone. Quin ms
y quin menos, todos ellos estn en el camino de la perdicin y del vicio, oprimidos algunos
por una capa de ignorancia o de maldad, otros por el peso de su insolente cinismo, vanidad
o hipocresa. Las mujeres o son Mesalinas o Furias infernales; las nias son o
desvergonzadas o cnicas o vendidas a viejos acaudalados. Los viejos tienen el vicio de la
carne, con la aadidura de un cretinismo que da lstima.
Los jvenes estn dotados de un instinto feroz de sensualismo, rara vez contenido
por un rayo luminoso de la razn.
Los efectos de la educacin, de la moral, de la civilizacin, del trato social fino y
distinguido envuelto en una rfaga de moralidad, se mantienen a discreta distancia de los
personajes de La gran aldea. Materia, sensualismo, oro, ira, imbecilidad, son las nicas
cuerdas que dan sonido.
Es toda una sociedad en descomposicin. Hombres y mujeres, viejos y jvenes,
polticos y comerciantes, ricos y pobres, ignorantes y sabios, se presentan por su lado flaco,
por su aspecto vicioso, por su debilidad humana que la mano piadosa del escritor debiera
tapar con tinta, siquiera por respeto a su naturaleza y a sus elevados destinos. No, no son
sas las costumbres bonaerenses. El vicio como la virtud son herencia humana. Ningn
pas, ninguna ciudad civilizada son habitados nicamente por pervertidos. Las costumbres
bonaerenses desarrolladas por Lpez aparecen en toda sociedad humana. Toda planta
proyecta su sombra, pero no toda planta produce frutos dainos. El inters de sacar de las
agrupaciones sociales solamente la parte cancerosa y presentarla al mundo como muestra
de toda una agrupacin social, es obra demoledora y poco o nada patritica cuando se
refiere a su propio pas.
En medio de tantos incidentes desencajados y fuera de quicio, asoman tres figuras
desgraciadas: la de un viejo idiota y paraltico, la de una nia quemada viva en la cuna y la
de una joven esposa que abandona a ambos para correr la vida fcil con su amante. Son el
nervio de la novela, el centro de todos los episodios narrados, pero no forman la sustancia
de las costumbres bonaerenses. Estas se cifran en las tiendas y en los tenderos, en Trevexo
y Buenaventura, y en el color local que representan los caracteres depravados de viejos
calaveras.
Luego es evidente que el ttulo de la novela est completamente equivocado. Si lo
general es accesorio y lo particular es la parte fundamental, muy claro est que el nombre
del libro debe indicar lo particular, lo fundamental, el sujeto que lo distingue. As, pues, el
ttulo deba ser Blanca Montifiori y no La gran aldea. Alrededor de Blanca podan agruparse
todos o casi todos los episodios del libro, pero no como una incrustacin o superposicin
en la superficie, sino como algo que sale del argumento principal, que brota de l como de
su ntima sustancia y germina al calor de la imaginacin verdaderamente artstica. Podan
tratarse todos los incidentes relatados en el libro, pero no como algo movible a piacere y
capaz de ser colocado delante o detrs, antes o despus, al frente, en el medio o al fin, sin
daar ni la unidad ni el organismo interno de la obra, como sucede con el libro de Lpez.
Esos Eleazares y Trevexos, esos Buenaventuras y Benitos podan perfectamente entrar en
la novela, pero a condicin de perder lo superfluo y lo exuberante, esas germinaciones que
salen de sus cuerpos como excrecencias, abscesos o tumores que los afean, cortando a la
novela cien pginas redondas y relacionndolas con las familias de Montifiori y Berrotarn.
La unidad se habra conservado merveille, y esas figuritas secundarias habran dado realce y
tono a las figuras principales del cuadro. En una palabra, y para servirnos de una
comparacin agronmica, el seor Lpez deba podar todos los accesorios narrados en las
229 pginas superfluas, deshacerse de los inservibles, reducir los ms robustos a estado de

166
pas e injertarlos en el tronco principal y en sus ramas diferentes, de canutillo unos, de
coronilla otros, de corteza estos, de escudete aquellos, de mesa algunos y de pie de cabra
los restantes. As todos habran formado una planta sola, robusta, exuberante, hermosa y
habran contribuido a su fecundidad, esterilizada hoy por tanto abrojo que impide la luz y el
aire y desva la savia que deba alimentarla.
Si hubiramos ledo el manuscrito, habramos aconsejado la poda y el injerto:
operaciones admirables en estos desgraciados accidentes.
Todo autor acaricia sus ideales, ama sus criaturas nacidas al calor de su imaginacin,
vive con ellas, las contempla con afecto. Al colocarlas en la escena de la vida literaria trata
de evitar los golpes de luz muy vivos y deslumbrantes al mismo tiempo que evita el exceso
de sombra que los desluce. Imita la naturaleza que no vaca todas las criaturas en el mismo
molde, ni acaricia siempre forma ni los mismos caracteres. Su aspecto es siempre diferente,
pero corresponde al alma que los vivifica. Para dar realce a algunas criaturas deprime la
fisonoma de otras, pero no son todas igualmente odiosas. Se ama una y se odia otra en
distintas ocasiones, segn la impresin que producen en nosotros. Ninguna de las criaturas
de La gran aldea nos inspira amor, afecto, ternura, ninguna nos seduce, nos atrae, nos
complace. Estn todas entretenidas en disfrutar del mundo y de la carne. Y hay entre ellas
algunas que son verdaderamente la piel del diablo, como a menudo nos lo recuerda el seor
Lpez. Muchas veces el autor intenta colocarlas en situaciones cmicas, para hacernos rer
indudablemente. Pero lo cmico de las criaturas de Lpez es externo y no interno. No nace
de la situacin, sino de la palabra y del artificio retrico. Lo cual produce muchas veces lo
epigramtico, lo satrico o lo grotesco, pero no lo cmico.
En estos casos, en vez de excitar nuestra hilaridad, nos deja fros y malhumorados
como cuando se nos cuenta algo sin gracia ni chiste.
Recorramos un momento esa galera de retratos y detengmonos delante de los
principales.
La ta Medea es un tipo brbaro y salvaje, incapaz de bajar a la realidad e introuvable
en la sociedad portea. Es tipo completamente exagerado, carcter excitadsimo, vida
continuamente exaltada, figura abultadsima. Muere como vive: congestionada. Cuando uno
lee tantas pginas consagradas a persona tan vulgar y guaranga...
No se sabe para qu tanto lujo de palabras y tantas pginas de libro para una mujer
que de nada sirve en el desarrollo del asunto principal.
El to Ramn representa la sombra de esa furiosa figura mujeril. Es el ms bellaco y
cobarde de los hombres, y seguramente el ms degradado bajo el peso de las injurias de
su querida mitad. No es tampoco un carcter genuinamente porteo. No hay en Buenos
Aires esposos encenagados en tanta bajeza. Ms bien en el segundo estadio, siendo viudo,
aparece cual tipo verdadero, natural, copiado del vivo. En segundas nupcias es tipo
indiferente, pues no inspira ni lstima ni cario. Es regularmente pasable.
Y Trevexo? Es la caricatura del abogado y del hombre poltico. Sumamente
exagerado, se escapa del mundo de los vivos. Quiz modificando su retrato, sera el ms
interesante de la galera y el ms porteo de todos. Pero as como est, tiene perfiles que no
corresponden a tipos vivientes. Montifiori, don Benito, Buenaventura, son tipos comunes
en altas capas sociales, con sus ridiculeces y sus defectos de la especie. No son importantes
ni juegan papel simptico en la novela.
Pueden hallarse a cada instante en reuniones de tono.
Valentina y Martn son personas apenas esbozadas.
Don Po es exagerado, don Josef pasable.
Blanca y Fernanda son tipos crueles, pero vivos.
Julio es el menos exagerado y quizs el ms fiel representante de nuestra juventud,
previas sin embargo algunas modificaciones, de su fisonoma, y destacando una buena parte
de su imbecilidad juvenil. Eleazar, aunque exagerado, es buen representante del hombre de

167
negocio fcil que vive de tramoyas y engaos y que se desvela por enriquecerse a pesar de
todos y de todo.
Tanto cmulo de retratos ahoga las figuras principales. Esbozados algunos,
exagerados otros y de caracteres comunes los ms, forman un conjunto feo y desagradable
y dan a la obra un aspecto pobre y confuso.
El autor de La gran aldea es un pasable fotgrafo cuando copia mecnicamente la
figura colocada ante su objetivo, y un psimo pintor, si traslada al lienzo los personajes
creados por su imaginacin.
Rota la novela, quedan sus fragmentos, y disipado el novelista queda el escritor.
Estilo fcil, sin pretensiones, chispeante casi siempre, propenso a la stira, afrancesado,
minucioso en los detalles, es un folletinista de mrito. No escasea en alusiones personales y
pica ms de lo comn. Se esfuerza en pintar hasta las menudencias y no pocas veces salen
borrones de su pincel. Se ahoga continuamente en las miguardices. Espritu excesivamente
preocupado. Se pierde a menudo. Lean este retrato:

Se acerc al lecho un fraile obeso, vestido de colores llamativos, impasible


como una foca, gordo como un cerdo: el rostro achatado por el estigma de la
gula y de los apetitos carnales, la boca gruesa como la de un stiro, el ojo
estpido, la oreja de murcilago, los pmulos colorados como los de un clown.
Abri entre sus manos grasas y carnudas un libro cuyas pginas alumbraba un
monigote de cirio, y erut sobre el cadver en latn brbaro y gangoso algunos
rezos con la pasmosa inconsciencia de un loro (pg. 214).

Se siente al olor a grasa y a tocino y el ruido cavernoso de los erutos. Cest beaucoup!
Es pintar con la escoba, seor Lpez.
Corre a menudo tras el artificio retrico. Despus de una declaracin o de una
conquista amorosa se desahoga pintando paisajes a la luz de la luna. Despus de enamorar
a Valentina: La noche era esplndida; sobre un cielo sereno se extenda el vapor
majestuoso de la va lctea, semejante a una gran veta de palo sobre una bveda de zafiro.
La luna, ya en sus ltimos das, atravesaba el espacio como una galera antigua, etc.
(pg. 127).
Despus de enamorar a Blanca: Eran las tres de la maana, la luna en menguante
ya, iluminaba los techos de la ciudad dormida, la calle estaba solitaria, etc. (pg. 196).
Pero parece que alguien nos reprocha este anlisis hecho a punta de escalpelo. Las
obras literarias, segn algunos, deben ser sentidas y gustadas, pero no deben ser disecadas
como cadveres. Sin duda. Pero esto reza con las obras maestras, adornadas de todas las
prendas del genio. Puede hacerse igual cosa con obras como las de Lpez? No, por cierto.
Careciendo de unidad, se reduce a una reunin de bocetos descosidos y como tales deben
ser analizados separadamente. Es el mtodo ms breve y ms eficaz. La obra de Lpez no
es una novela: es una reunin de bocetos empapados en cierta stira mordaz, que realza y
da vigor al todo. Separadamente son pasables; en conjunto forman un libro extravagante
que rie con la lgica y los preceptos del arte.

168
Sud Amrica, 7 de agosto de 1884

Sam Weller (Crtica burda)111

Pobre Sam Weller!


No da, no acierta con la nota grave y sonora que ha de llenar el anfiteatro.
Quiere festejar su convalecencia y empua el trombn con sus dos manos grandes
y nerviosas: toma el acomodamiento circunspecto de un msico de orquesta y sopla con
tanta fuerza... que concluye por dislocarse las mandbulas; pero la nota no sale, el
instrumento no responde a los esfuerzos del artista mrtir y el aire escapa estrilmente por
la gran campana acstica, en resoplidos intermitentes que parecen producidos por un
acorden agujereado.
Compadecemos a Sam Weller.
Ha querido remontarse como el cndor, pero su vuelo es bajo como el de la pata
clueca y pasa dejando los rastros de su pluma incolora en los juncos y pajas de la llanura
que sienten el roce de sus alas inarticuladas.
Sam Weller tiene su cuerda y es necesario reconocrsela; pero hace mal, muy mal en
salir de ella; las alturas de la crtica seria y razonada rechazan su concurso profano; toda vez
que Sam Weller quiere afectar serenidad de juicio el ataque se convierte en rclame, el
adversario crece por la inepcia del crtico y es fuera de toda duda, que no han sido tan
benvolos los propsitos de Sam Weller, en el conato de alocucin que haba venido
preparando contra La gran aldea.
Sam Weller tiene ya designada su jerarqua literaria, y toda vez que pretenda
excederla, ha de sentir las decepciones rabiosas del esfuerzo impotente: sus producciones
no deben trasponer las fronteras del suelto callejero, ni exceder el espacio de una galera,
con folletn alto, muy alto; el procedimiento o lo que puede llamarse su mecnica, es fcil y
conocido por dems; se elige ante todo el adversario, por ejemplo, un ministro, cualquiera
de los cinco; son indistintos para el experimento; luego se prepara un tarro de velatina, otro
de albayalde, un tercero de negro, de humo, el cuarto de ail, en fin, los preparativos
estarn terminados cuando se hayan reunido todos los colores del iris; enseguida viene el
modus operandi: se toma una escoba gruesa, bien gruesa y, si es posible, endurecida por el
uso, se empapa en la materia colorante y luego pasa a estamparse en los rostros vivos de las
cinco carteras; una de ellas saca un mono pintado con negro de humo, el de guerra luce un
cao con su curea en el momento de disparar el metrallazo, al otro le han pintado un loro,
el de ms all un arlequn, en fin las cinco soportan la preparacin diablica con rostros
plcidos y desdeosos y son exhibidos al pblico como otros tantos obeliscos; el
caricaturista espera ansioso el estallido de la hilaridad.
Claro, el pblico toreador se re como todo pblico de circo y se viene riendo hace
ya tiempo, pero al fin ha comenzado a impacientarse y pide cambio de espectculo, porque
tiene razn; los chistes no son como las peras, que pueden verse y repetirse al infinito.
Sam Weller lo comprende as, acuerda la razn al pblico fatigado ya de tanto rer
con las mismas necedades, y dando un puntapi a los tarros de ail y velatina, se presenta
como crtico serio, desapasionado, incorruptible. La gran aldea viene a brindarle el momento
de su evolucin literaria y el crtico transformado lo aprovecha: han corrido ya dos meses
desde que el libro y sus crticas circulan en Buenos Aires, pero no importa, la
transformacin de Sam Weller es necesaria, indispensable y los lectores del Diario, tienen
que gustar su crtica, como plato del da. La incubacin ha sido laboriosa, convengamos,

111
Esta nota es una respuesta a las objeciones crticas que Manuel Linez hizo a la novela de Lucio V.
Lpez el da anterior en su resea de El Diario.

169
dos meses... seguramente est pasado de cuenta; pero en fin, la inoportunidad sera excusable,
si el fruto fuera fecundo; pero es que el huevo est clueco y es muy curioso que Sam Weller
no se haya apercibido esta vez, como en el caso del fraile regordetn que le ha repugnado
tanto en el romance.
Qu olfato inconsecuente!
Sam Weller entra mal en la nueva senda literaria, trae el paso cambiado y hace un
lujo de arrogante pedantera que sienta mal a los nefitos y ofende a los iniciados; segn
Sam Weller; todos los que le han precedido en la crtica de La gran aldea son escritores
ignorantes, adocenados y ramplones: aprendieron en Hermosilla las reglas del romance y
no saben ms que Hermosilla; se le ha objetado y se le ha dicho que ha habido crticas bien
acabadas justas y tanto severas, pero Sam Weller contesta: eso se cree porque no se ha ledo
la ma, ya vern las revelaciones que brotan de mi pluma, ya conocern lo que es crtica,
todos son ignorantes, hay que ejecutar a los crticos como yo voy a ejecutar al romancista.
Abajo Hermosilla! Que venga Gil y Zrate, que es autor, felizmente nadie lo conoce sino
yo; sus reglas son ignoradas en todo el mundo de las letras qu gran precepto! Pero fjense
los ignorantes cunta novedad! Solo yo lo s, porque he sorprendido el secreto a
Gil y Zrate, ah va: El romance debe tener unidad.
A que no saban esto los otros crticos! Imbciles! Si yo no hablo, la humanidad se
queda a oscuras y muy convencida de que La gran aldea es novela.
Y por qu no tiene unidad? Por una razn muy sencilla: porque hay una porcin
de pginas en las que no figuran ni Ramn ni Medea, protagonistas que el autor no puede
eliminar en ningn prrafo sin incurrir en una solucin de continuidad; dnde se ha visto
un eclipse como el de Medea? El pblico paga el libro para vivir con ella, para estar a su
lado, pasar la noche entre ella y Ramn, nada de cuadros, venga Medea y que no se quede
Ramn.
Pues s seor, agrega Sam Weller, se ha concluido por adquirir una pasin senil por
doa Medea, sepan que La gran aldea no es porque tampoco puede ser drama, que el drama es
la novela representada, como la novela es el drama narrado a que esto no est en Hermosilla? El
mismo Gil y Zrate me ha impuesto un trabajo mprobo para llegar al descubrimiento. De
todos modos, sea o no sea novela, La gran aldea no sirve, porque yo he descubierto otro
principio, nuevo, tan nuevo como los que acabo de citar.
Desde lo malo y lo mediocre hasta lo perfecto o relativamente tal, existe una gradacin indefinida
que solamente los crticos experimentados pueden apreciar. Ese soy yo, aqu no hay otro crtico
experimentado, soy innovador en las letras y en la filosofa: ya saben; hay diferencia entre lo
que es bueno y lo que es malo, lo bueno no es lo mismo que lo malo, lo perfecto y lo
mediocre no son trminos equivalentes.
Cmo sabe Sam Weller!
Recin nos explicamos por qu ha titulado su artculo Novedades literarias,
vimos en el ttulo un rasgo de inmodestia pero ahora lo justificamos.
Se aprende tanto con Sam Weller!
Recin sabemos lo que constituye un romance y podemos distinguir el drama de la
novela. Gracias a Sam Weller que nos sugiere de paso la nocin de lo bueno y de lo malo,
hacindonos comprender que no es lo mismo lo perfecto y lo mediocre.
El artculo de Sam Weller no podr figurar nunca entre las cosas perfectas, las
mediocres y las absurdas lo reclaman con una tenacidad que el crtico no podr resistir,
afortunadamente el sueltista no vivir nunca de sus artculos crticos, y hace bien porque
vivira muy mal y en la indigencia.
No le da para la crtica y en sus Novedades literarias no ofrece otra que la de
introducir un sistema de foliatura que parece se tratar de un expediente en va de prueba o
de una sentencia que folia y registra la constancia de los autos; hasta ahora habamos visto
criticar los cuadros de un romance, los caracteres, las situaciones de tal o cual personaje, etc.,

170
pero no habamos odo decir a ningn crtico desde foja 1 a f.17 vuelta el procedimiento
marcha bien, pero de f.17 vuelta hasta la f.127 el libro va muy mal; otra novedad que nos
brinda Sam Weller; pero no creemos que los crticos procedan como Sam Weller, ni como
los curiales, que estiman los escritos por los folios y los expedientes por el volumen; los
romances no se reciben al peso, la foliatura no cabe sino en la crtica gruesa, mayorista, y al
emprenderla pacientemente Sam Weller nos hace el mismo efecto de un individuo que
mandara aquilatar un brillante con el almacenero de la esquina, en las grandes balanzas que
sirven para pesar la harina y la pimienta. La gran aldea no ha cado felizmente en el platillo
del picante, y debe estar contenta porque es preferible al contacto inofensivo de la harina.

171
La Prensa, 9 de mayo de 1885

La gran aldea112

Juan Santos

Hace algunos meses, al aparecer La gran aldea, manifest privadamente a su autor la


impresin que me haba producido su lectura. Lo felicit, desde luego, por esa narracin en
que hay tantas pginas impregnadas de verdad, al lado de cuadros dignos de la pluma de
Dickens o del pincel de Hogarth.113 Evocaba sus escenas conmovedoras o humorsticas; la
niez de Julio, la muerte de su padre, la honda tristeza de la casa abandonada, el amor
inocente y puro de la adolescencia, la esposa culpable huyendo del hogar profanado,
mientras el cadver de su pobre hija se levanta como un eterno reproche en su conciencia
criminal; y, en otro gnero, aquellas reuniones polticas, tan llenas de animacin y de un
carcter cmico tan perfecto, el genio militar de la ta Medea, la sonrisa estereotipada del
doctor Montifiori y el excelente don Benito, un poco volteriano, pero ms rabelesiano todava,
que mira al mundo y los hombres con una plcida filosofa de epicuresmo personal.
Hoy que he vuelto a leer la obra de Lpez con verdadero placer, declaro
sinceramente que encuentro en La gran aldea las mltiples facetas de un espritu nacido para
cultivar la novela. Es esto decir que su accin se desenvuelve, lenta y rigurosamente, con
toda la frialdad de la lgica experimental, siguiendo los procedimientos matemticos
puestos en moda por la escuela de Flaubert y de Zola? No, pero qu importa? La gran aldea
no es una novela que entra en la clasificacin corriente, y a la que sea fcil definir en una
frase, marcar con un nmero como a un enfermo de hospital o a un presidiario. Pero,
haced lo que yo. Leedla sin prevenciones, sin fanatismo de bandera, ni chocheces de
partidario, y veris que todos los gneros estn indicados en sus pginas, que los cuadros
ms diversos se alternan en ellas, que su autor ha pasado, con una flexibilidad maravillosa,
de la emocin a la risa, de la stira a la filosofa, que ha reunido en un teatro reducido los
tipos ms culminantes, los cuadros ms caractersticos, las modalidades ms genuinas de
nuestra sociedad, y todo con valerosa franqueza y con esa habilidad que es patrimonio
exclusivo del talento.
Conozco varias crticas de La gran aldea. A mi juicio, todas sealan en la obra de
Lpez errores imaginarios, y pasan sin pestaear al lado del nico defecto que puede
reprochrsele y que me propongo definir con mayor detencin. Desde luego, este defecto
no es sino el exceso de una cualidad. La gran aldea peca de abundancia, de prodigalidad.
Bajo aquel ttulo admirable, el autor ha abarcado en un relmpago toda nuestra sociedad
contempornea, y, al tomar la pluma, se ha propuesto retratarla. Pero una sociedad entera,
bajo su aspecto poltico, intelectual, moral, artstico y mundano, es difcilmente pintada en
trescientas pginas, no del todo compactas. Si Lpez, con sus envidiables dotes, hubiera
contemplado un solo aspecto de ella, seguido una sola veta, su obra no merecera un
reproche. La materia era tan vasta, herva de tal manera dentro de su crneo, que al escribir
le ha sido imposible sustraerse a la obsesin de todos aquellos tipos y escenas que
solicitaban su pluma; y, en espacio tan reducido, ha podido solamente indicarlos,
consagrarles algunas pginas y pasar. As, su obra parece, al primer aspecto, deshilvanada y
confusa. Se ven en ella demasiadas ideas madres, demasiados temas que cada uno de por s,
concienzudamente explotado, dara pie para una obra distinta. No s si me explico con
claridad, pero tal es el modo como concibo La gran aldea.

112
Seudnimo de Martn Garca Mrou.
113
William Hogarth (1697-1764). Pintor, ilustrador y grabador ingls. Maestro de la stira social, buena
parte de su obra desarrolla verdaderos cuadros de costumbres modernas.

172
Los salones de la ta Medea existen; aquellas reuniones polticas estn sacadas de la
realidad ms fiel; no hace todava cinco aos, todos hemos podido ver igual entusiasmo y la
misma ofuscacin. La cabeza del doctor Trevexo, rellena de artculos de diario y de lugares
comunes, no es un ejemplar nico en nuestra patria. Los tenderos sociales, tan
primorosamente diseados, han desaparecido casi del todo, pero transportando la
imaginacin a algunas ciudades americanas, tales como Caracas y Bogot, se encuentran
curiosamente specimens del gnero. Apartndonos de la vida poltica, quin no reconoce en
don Eleazar de la Cueva, un personaje grabado al aguafuerte, por decirlo as, con golpes de
buril hondos y enrgicos? Y Fernanda? Y Blanca?... Ah! todos viven en este libro, porque
nada es falso en l, nada fantstico o atrabiliario. El doctor Montifiori, aquel grupo de
graves caballeros del baile en el Club, el to Ramn, don Benito... qu s yo! En ese desfile
numeroso, en esa galera de personalidades diversas, se encuentra resumida a grandes
rasgos nuestra vida. En cuanto a Julio, debemos hacer una salvedad. En las primeras
pginas, nada ms interesante que el hurfano acogido por caridad, que purga el delito de
su pobreza, inexpiable a los ojos de la ta Medea. Despus, se dira que el autor se ha
olvidado de rellenar de carne el esqueleto de este joven. Se nota con harta claridad que l es
un pretexto, un cicerone encargado de conducirnos en aquel mundo abierto a nuestros ojos,
o mejor an, el artista que maneja los hilos de todos aquellos fantoches que se agitan en la
feria de las vanidades. Julio carece de relieve, flota en la vaguedad, nos habla de todos sus
asuntos sin decir jams nada grfico y definido. Es la nica creacin dbil de la novela, y
debemos deplorarlo, pues en l hubiera tenido tema el autor para un palpitante estudio del
natural.
En cambio, Fernanda y Blanca me parecen admirables. Lpez hubiera podido
consagrar a la segunda ms trabajo, mostrar su carcter bajo todas sus fases, excavar ese
alma femenina con mayor detencin; pero, as y todo, ella tiene rasgos enrgicos y
decididos, movimientos propios y originales, Blanca es un producto lgico de esos medios
mercantiles y utilitaristas, en que la mujer, cegada por el oro, vende su cuerpo por el inters
y prostituye su alma por el aliciente del lujo. No nos escandalicemos, no hagamos tiradas de
moral fcil sobre una organizacin de esta especie. El amor moderno, el amor de nuestros
das, est tan lejos de la pasin que ha inmortalizado a Elosa y Abelardo, a Julieta y
Romeo, como la frrea armadura del Gran Capitn, del frac correcto de los frvolos
pisaverdes, anmicos y entablillados por un sastre cruel, que viven en los saraos. El
materialismo que subleva en Blanca, es el que late en el fondo de la mayor parte de esas
almas con rostro de ngel, que escuchan ruborizadas una palabra de amor. Blanca no es un
ser monstruoso, el engendro fantstico de un misntropo enemigo de la humanidad.
Dejemos esta ilusin a los adolescentes que miran el mundo como una comedia escrita en
un idioma que no conocen, y ven agitarse sus actores sin penetrar el mvil de sus acciones.
No caigamos tampoco en el patrioterismo infantil de creer que nuestra sociedad es la nica
excepcin que hay en el mundo, a la regla general. Blanca no hace sino hablar con
franqueza cuando expresa a Julio su horror a la pobreza, su juicio sobre el dinero. La nica
diferencia que existe entre ella y la mayora de las mujeres, es que las otras hacen lo mismo
sin atreverse a confesarlo. Con los elementos de ese carcter, la catstrofe tiene que estallar.
Un marido de ciertas condiciones no puede, razonablemente, exigir fidelidad en su esposa.
Blanca necesita secar, en los labios de un amante, la huella de los besos seniles de Ramn; y
ah tenis el origen de aquella horrible escena nocturna que forma el desenlace de la novela.
No ignoro que ms de un espritu estrecho, quizs sin leer este libro, se habr
sublevado por su verdad. Me parece que no hay motivo para tanto. Nuestra sociedad peca
de gazmoa; no rechaza las trufas literarias de Branthme, de Casanova y de otros del
gnero para emplear las palabras de Lpez, pero con ella es necesario guardar
estrictamente las formas. Aparece Nana y todos los lectores pudibundos despachan en tres
das algunos miles de ejemplares; naturalmente, nadie confiesa que lo ha ledo, todos se

173
hacen cruces al or el nombre de Zola. Ms tarde, un escritor argentino lanza a la
circulacin una obra cruda y violenta, y, aunque las primeras ediciones desaparecen en un
relmpago, el clamor en contra de ella es universal. No me extraa, pues, que algn crtico
de brocha gorda haya protestado contra La gran aldea. Por otra parte, el libro de Lpez ha
herido, sin ningn gnero de duda, muchas epidermis quisquillosas que habrn visto algo
como el propio retrato en alguno de los personajes de la novela. Y es que hay en ella
sinceridad y valenta; es que su autor maneja la stira, fiado en la altura de su misin, sin
condescendencias mezquinas ni medias tintas contemporizadoras. Dotado de admirables
condiciones de observador, se complace en los cuadros de costumbres y derrama en ellos el
caudal de su verbosidad humorstica y burlona. En cuatro rasgos definidos y rpidos, traza
un tipo con la pluma, como Grvin con el lpiz; y podis estar ciertos que ser difcil que lo
olvidis, pues el analista sagaz ha cazado al vuelo su rasgo prominente, su neurosis especial,
esos detalles nimios en apariencia, que definen y destacan una personalidad. Esto se
advierte, sobre todo, en las escenas cmicas. Recordad a la ta Medea, el Club poltico que
reuna bajo su amparo, las manifestaciones pblicas producidas por la victoria de Pavn, el
mulato Alejandro, la invocacin a La flor de un da de Po Amado y Josef Garat, el uno con
su genio endiablado y el otro con sus lecciones prcticas de astronoma; recordad, por fin,
el baile de mscaras y las conquistas de los Tenorios del Plata, y en todos estos admirables
esbozos, descubriris la misma pluma que nos ha encantado con las tribulaciones de
Don Polidoro, en aquel soberbio cuadro de costumbres, escrito con una gracia chispeante
que brilla y se derrama como la espuma del champagne en una copa demasiado llena.
No es por el simple deseo de hacer frases, por lo que he trado a colacin a Dickens
al comenzar estas lneas, con motivo de La gran aldea. Ms de una vez, en efecto, los
procedimientos de estilo de Lpez, el corte de su frase, ese arte de infundir vida a los
objetos exteriores y de asociarlos a los sentimientos ntimos de los personajes de carne y
hueso, han trado a mi memoria el recuerdo del gran humorista ingls. Desde los primeros
captulos del libro, me ha encantado este poder imaginativo del autor. Odlo hablando de la
ta Medea y pintando uno de los arrebatos colricos:

El espanto dominaba toda la casa: los antiguos retratos al leo de sus


antepasados y hasta el del feroz mayor de caballera, tiritaban entre los marcos
dorados, y perdan la tiesura lineal y angulosa del pincel primitivo que haba
inmortalizado aquellos absurdos artsticos: los muebles tomaban un aspecto
solemne, y parecan por su alineacin, la serie de los bancos de los acusados:
los relojes se paraban, los sirvientes huan a los confines de la casa; mi to, que
comenzaba por esbozar una splica en su rostro de marido hostigado durante
veinticinco aos, conclua por doblar el cuello y hundir su barba en el pecho, ni
ms ni menos que una perdiz a la que un cazador brutal descarga a boca de
jarro los dos caones de la escopeta.

Como se ve, Lpez, en esta y otras pginas de su novela, prueba que no slo
Dickens, como l mismo dice, es capaz de levantar el poema que surge de la observacin
sentimental de los objetos. Y fcilmente podra citar mil frases originales o graciosas, mil
observaciones custicas, mil prodigalidades de ingenio o de ternura; desde aquel hombre
flaco, cuyas orejas parecan dos conchas de ostras hasta aquellos diarios vacos y
estriles como sbanas de monja, pasando por la pintura, crudamente realista, del fraile
obeso que vela a la cabecera del lecho de muerte de la ta Medea, por la fisiologa de la
Cazuela y el animado baile del Club; y detenindome con especialidad en las pginas
dedicadas a la infancia de Julio, que son de las ms bellas que encierra este volumen. Pero
no quiero detenerme en los detalles de la narracin, y menos defender a Lpez de esa
eterna debilidad que tanto se nos reprocha de amar el galicismo con demasiado entusiasmo.

174
Pese a los escasos puristas que existen entre nosotros, este mal es irreparable y asmbrense
ustedes! no est limitado a nuestra patria, pues que trasciende a la clsica Espaa, a la
mismsima cuna de Cervantes y Caldern. De esto dan fe las siguientes palabras de
Leopoldo Alas, crtico eminente y batallador, que parecen escritas para servir de escudo y
disculpa a la mayor parte de los literatos argentinos:

...Ahora los muchachos espaoles somos como la Isla de Santo Domingo en


tiempo de Iriarte: mitad franceses, mitad espaoles; nos educamos mitad en
francs, mitad en espaol y nos instruimos completamente en francs. La
cultura moderna, que es la que con muy buen acuerdo procuramos adquirir,
an no est traducida al castellano; y mientras los seores puristas sigan
escribiendo en estilo clsico ideas arcaicas, la juventud seguir siendo
afrancesada en literatura. Traducid al lenguaje del siglo XVI las ideas del siglo
XIX y seremos puristas. En tanto, pues hay que escoger entre el espritu y la
letra, nos quedamos con el espritu.

Hara interminable este artculo si examinara una por una las bellezas de La gran
aldea. Basta con haberme referido a sus rasgos principales, para que sus lectores tengan una
idea clara de su alcance y de su mrito. Con este libro, Lpez ha probado una vez ms que
es uno de los escritores de que podemos con justicia enorgullecernos; que su espritu
fecundo y luminoso se amolda a los gneros ms diversos y descuella, sobre todo, en las
vivas y brillantes pinturas de la realidad; que su inspiracin sarcstica y amena, su
inteligencia cultivada, su exquisito buen gusto literario, ennoblecen y hacen resplandecer los
temas que toca, como aquel espaol, cautivo de los moros, que convirti un tosco pedazo
de lea en imagen de la Virgen. Todo el que, como yo, lea su ltima obra con espritu
desprevenido, encontrar estas cualidades inapreciables y no podr menos de agradecer a
su autor las horas deliciosas de la lectura. En cuanto a m, al terminar estas ligeras
observaciones, slo deseo que Lpez contine cultivando la novela, seguro de que sus
obras sucesivas nos darn el cuadro completo, real y palpitante, de las costumbres
bonaerenses, tan hbilmente esbozado en La gran aldea.

175
Anuario Bibliogrfico 1885

La gran aldea

Alberto Navarro Viola

La gran aldea dista mucho de ser una novela; publicados separadamente sus captulos,
en forma de artculos diversos, constituiran una serie de cuadros ms o menos completos,
siempre vivaces chispeantes, con detalles del ms puro realismo que revelan la observacin
perspicaz del autor. Lucio V. Lpez ha querido aproximar esos cuadros formando un
conjunto; pero el lazo de unin del expositor da a la narracin la unidad refleja que no salva
las soluciones de continuidad ms visibles. En tal sentido, la obra perder mucho de su
mrito para quien la examine con ojo crtico; pero no le har perder un pice de su
atractivo seductor al que la lea con intencin literaria.
Las escenas se suceden con naturalidad; los caracteres, casi todos, estn
diestramente dibujados y sostenidos con lgica; las soluciones son picantes, entrando la
poltica a condimentar muchas referencias sociales, a sazonar pasajes que pudieran tomarse
por invenciones inocentes. El captulo que pinta las tiendas y los tipos del tendero de veinte
aos atrs, el que describe un baile de negros y mulatos en el teatro de la Alegra durante
una noche de Carnaval, y en general casi todos los captulos del libro, aisladamente
considerados, son artculos de costumbres dignos del talento del autor y que vivirn mucho
ms que el libro mismo.

176
La Patria Argentina, 8 de octubre de 1884

Fruto vedado

Sud Amrica naci a la vida pblica no ha mucho y ya ha enriquecido la literatura


nacional con dos novelas de mrito.
Sobre la primera, La gran aldea, de Lpez, ya toda la prensa ha emitido su juicio, as
como la opinin popular, que la ha acogido como se merece; sobre la segunda, Fruto vedado,
de Paul Groussac, empezarn ahora las crticas.
Hemos seguido su lectura en el folletn con toda la atencin que puede consagrarse
a una publicacin hecha por pedazos, y declaramos francamente que a pesar de haberla ido
gustando de a bocaditos separados entre s, por espacio de tiempo ms o menos largo, la
hemos encontrado apetitosa y exquisita.
Es Groussac algo ms que los novelistas de nuestro pas y de toda la Amrica
Latina; es un escritor europeo, un hombre de gusto literario y que sabe decir bien lo que
siente en un idioma que no es el suyo, pero al cual lo ha dominado como Daudet domina el
francs.
Su libro es algo que est por encima de lo que su gnero suele ser por aqu la luz
pblica ensea, deleita y cautiva.
En cuanto a nosotros, declaramos que leamos un nmero del folletn, e
impacientes esperbamos la aparicin del segundo.
Los tipos que figuran los conocemos, nos hemos codeado con ellos, hemos sido
sus compaeros y ansiosos esperbamos noticias suyas: ver lo que les suceda en el camino
de la vida.
Ese francs Capdeboscq lo hemos conocido muchsimo: a vuelta de cada esquina
hay uno como l; aqu en Amrica tiene muchsimos amigos.
Y de Correa, y de Andrea, y de Rosa, y de misia Rosario y de las elecciones, qu
me dicen ustedes?, qu me cuentan? Pinturas admirables; trozos de la vida real, personas
con quienes uno ha hablado.
Eso es lo que se encuentra!
Groussac es un novelista moderno, acabado.
Observador profundo, escritor castizo y galano, gracia y sentimiento en el decir. He
ah su bagaje.
El libro que acaba de producir es una joya de nuestro pas y no debe faltar en
ninguna biblioteca.
Es libro acabado y completo en la forma y en el fondo.
Nosotros, periodistas a quienes no nos ciega nunca el inters pecuniario y que
hemos sido de los primeros que hemos hecho esfuerzos por despertar el sentimiento
literario nacional, no podemos menos que felicitar al seor Groussac y saludar su libro,
Fruto vedado, desde las columnas de La Patria Argentina, como uno de los primeros rayos del
sol que ha de resplandecer un da sobre el Plata y ha de irradiar sobre el mundo entero,
como irradia hoy el de la patria de Daudet y de Flaubert.

177
El Diario, 10 de octubre de 1884

Fruto vedado114

Sam Weller

Toda poca tiene su faz literaria determinada.


En las naciones europeas predomina hoy la novela que se manifiesta bajo todos sus
aspectos y se desarrolla al lado de varias otras producciones fciles, livianas, de poco fondo,
especialmente en las de sangre latina, ms inclinadas que las naciones del norte a la
expansin del sentimiento y a la alegre manifestacin de la vida.
Nosotros tambin nos hemos inclinado a esta pendiente; y en menos de un ao
hemos podido saborear los Silbidos de un vago, los Viajes de Can y ltimamente la novela
que encabeza estas lneas. Fieles a nuestra lnea de conducta en materia de crtica literaria,
trataremos de dar una idea de Fruto vedado lo ms imparcial posible, sometiendo la obra a un
anlisis tan minucioso como se puede conseguir en una publicacin diaria como la nuestra.
El fondo de la obra de Groussac es sumamente sencillo. Un amor
apasionadamente correspondido viene a ser interrumpido por la fuerza de circunstancias
apremiantes. La joven se casa con otro, obligada por el padre, prximo a caer en la miseria.
Los dos amantes se encuentran en Pars, se despierta la primera pasin y el joven usa y
abusa del fruto vedado, representado por su amante, ya esposa de un ciego infeliz, y madre de
una criatura adorable. La joven es argentina, hija de una familia distinguida de San Jos. El
joven es francs, que despus de muchas peripecias, va a parar a la direccin de un
ferrocarril de San Luis. Ambos jvenes se conocen en Buenos Aires y viajan juntos hasta
San Jos, donde empieza el idilio que luego degenera en la tragedia del Hotel Continental
de Pars.
Varias circunstancias, agradables unas, desagradables otras, y muchos personajes
ms o menos importantes concurren al desenvolvimiento de la novela.
Compnese esta de dos partes; en la primera se narra la vida americana de Marcel
Renault, que es el personaje principal de la obra; en la segunda se narra el viaje de Marcel a
Pars y el desenlace fatal del idilio.
Siendo novela de costumbres argentinas, nuestro pas ofrece en ella un espectculo
poco simptico. Ese Fruto vedado argentino, esa madre y esposa americana, va arrastrando
por las calles de Pars y por las piezas de los hoteles pblicos, el honor de la matrona, el
pudor de la mujer, los afectos de esposa y madre, entregada a un francs que ya tiene varias
prendas estimables, sin duda, pero que no deja de imprimir en su frente el sello de la
cobarda y de la infamia. No creemos que sa sea una costumbre argentina. Ni mucho
menos podemos creer ni pensar siquiera, que el autor considere como costumbre de
nuestras mujeres la baja degradacin carnal en el extranjero. Pero el libro est all con su
rgido y elocuente mutismo. No lo dice, pero lo lleva escrito en su frente: costumbres
argentinas.
La novela procede con facilidad y simetra. Hay claridad en la narracin, anlisis
minucioso de las circunstancias que contribuyen al desarrollo del todo, larga dosis de
afecto; explosiones y arrebatos de amor, propios de la edad en que se ama por necesidad,
por pagar tributo a la naturaleza, por beber en la primera copa de placer que se ofrece a la
vida, descripciones artsticas de la tierra americana, siempre bella en su natural sencillez,
profusin de frases, figuras e imgenes poticas, caracteres simpticos y vivos, situaciones
dramticas de muchsimo afecto, lenguaje literario, estilo estudiado, cadencioso, breve,
poco flexible. En su conjunto es una obra de literato que se esmera, cuida la frase, medita el
114
Sud Amrica reproduce este artculo el 11 de octubre de 1884.

178
organismo interior de su obra y evita defectos en que incurren fcilmente los autores
diestros en la composicin de obras literarias.
No faltan sin embargo las incorrecciones y las metforas impropias. Se encuentran
frecuentemente en el libro diminutivos contrarios a la gramtica, como vientito, pueblito,
cuerpito, etc., construcciones equivocadas como agradecer de la indiferencia por agradecer la
indiferencia a Miranda (p. 163), eran que vadear en vez de haba que vadear arroyos (p. 231),
atrs de su mostrador (p. 174), en vez de tras de, detrs de, etc. Hay metforas que no
siempre expresan ideas propias, como la lnea luminosa se apag como un adis (p. 26).
Entre el adis y la luz que se apaga no vemos ninguna semejanza de imgenes cual
conviene a las metforas propiamente dichas. Hemos bajado a estas nimiedades para que el
autor vea que hemos ledo el libro pgina a pgina y escribimos estas lneas bajo la
impresin fresca que nos ha producido.
Las descripciones y los cuadros pecan por exceso. Bella, sentimental y afectuosa es
la escena de aquella madre desgraciada, obligada a dejar en Buenos Aires a su propio hijo
para seguir a sus amor al viejo mundo y amamantar a un nio ajeno (p. 23). Muy bella es
tambin la descripcin de la plaza de San Jos, animada por el paseo de nias y jvenes de
varias edades y condicin (p. 99). Admirables son los cuadros de la naturaleza, descritos en
las pginas 159 y 160 a propsito de los montes de San Jos; en las pginas 234 y 235,
sobre las selvas del Brasil y en las pginas 241 y 242, sobre la poderosa cascada de Tijuca.
No los reproducimos para que el lector perezoso se decida a leerlos en la novela.
Lo que encontramos es que todas esas descripciones y esos cuadros tienen una
fisonoma comn. Todas son ms o menos parecidas y muchas veces no estn trabajadas
en el argumento mismo. No parecen adornos cincelados en el manto mismo de la estatua,
sino que parecen trabajados separadamente y colocados despus como incrustaciones en la
superficie, como esos adornos de yeso y de tierra romana que embuten en la fachada de los
edificios siguiendo el gusto del arquitecto, y no como esos bajorrelieves que salen de la
misma sustancia de las paredes. Hay tambin profusin de descripciones. Todo el viaje
desde Crdoba a San Jos est detallado, descrito, cincelado con todas las peripecias,
nimiedades, ocurrencias, chistes, y a veces banalidades de las cabezas duras y gruesas de los
peones, que ms son para odas que para narradas y descritas en una novela.
Este defecto es general en toda la obra. Hay mucho anlisis, infinidad de detalles
que interrumpen la continuidad de la narracin, un inmenso cmulo de nimiedades que, a
nuestro modo de ver, podan dejarse de parte para hacer menos pesada la lectura de ms de
cuatrocientas pginas compactas. Pero en medio de tantos incidentes insignificantes, se nos
ofrecen continuamente sorpresas agradables, ideas nuevas, sentimientos generosos y
nobles, actos de nobleza y caballerosidad, afectos puros, humanos, sinceros, bellezas
literarias y rasgos acentuados de almas superiores. Todas estas prendas estimables de
escritor de novelas atenan y casi ahogan aquella exuberancia de incidentes, que nos
ofrecen la imagen de una selva espesa en que de trecho en trecho elevan su copa
majestuosa, rboles de aspecto agradable y robusto.
Debemos agregar la poca flexibilidad del estilo, que parece casi tallado en bronce.
Desde el principio hasta el fin de la novela es continuamente lo mismo. No hay cambio en
las diferentes situaciones del espritu del autor y de los personajes que actan en ella. Esa
ductilidad, propia del estilo familiar, esa fluidez en el lenguaje de quien vaca sus ideas en l
con la misma espontaneidad con que las concibe, esa expresin bonachona de personas
sencillas, esa pltica familiar tan interesante en la novela, no se destaca en el estilo de
Groussac; como cuadra al estilo de novelista. Est vaciado en un mismo molde. Pero en
cambio, salvo algunas incorrecciones que notamos arriba, el estilo de Groussac es muy
terso y florido.
Los personajes de Fruto vedado son varios y sus caracteres perfectamente
deslindados, notndose un esmero especial en la delineacin de ciertas cualidades

179
necesarias para el desenvolvimiento lgico de la narracin. Los hroes de la novela son
Marcel y Andrea, vinculados estrechamente con Rosita y Correa. Sigue de cerca misia
Elena, Don Tiburcio, el doctor Nogales, Capdebosq, Romero, doa Rosario, y don
Ventura, y de lejos Sara, Marstrand y otros de poca importancia. Recorramos esa galera
para darnos cuenta exacta de las varias concepciones del autor y de la manera como cada
una de ellas desempea su papel en la novela.
Marcel es de carcter altivo y valiente, pero excesivamente apasionado, voluble y
capaz de todo exceso, en bien o en mal. Su papel en la novela raya a veces en herosmo y a
veces en bajeza. Es heroica su conducta en la defensa de la palabra empeada con el doctor
Nogales, sabiendo que sacrificaba su porvenir y el de Andrea en el idilio de San Jos. Lucha
por su honor y vence. Es baja su conducta en el sacrificio del amor irresistible de Rosita, en
ajar la honra de una madre, el porvenir de una inocente criatura, la reputacin de un ciego
infeliz cuya existencia haba sido reducida a una desesperacin continua por su misma
mano; todo el nombre de una familia respetada, la vida misma de su segunda amante. Todo
cuanto se diga para disculpar esa infamia ser siempre impotente y plida defensa. Es uno
de esos caracteres aturdidos que se dejan arrastrar por la pasin, que no dominan las
situaciones varias de la vida, que no piensan, que no prevn los males, y se arrojan al
abismo antes de meditar. Si fuera joven de veinte aos sera disculpable; pero al pasar los
treinta no cabe tanto aturdimiento en el nimo humano. Simptico hasta llegar al trmino
de su viaje, se torna odioso bajo el peso de la culpa. Cunto baja al ser repudiado por
Rosita despus de haberle manifestado la razn de su brusca despedida! Cunto se achica
delante de la fiera actitud del ciego deshonrado! Su muerte no purga el delito. Una noche
infamante sella su sepulcro.
Andrea es el tipo de mujer sensual, defraudada en sus esperanzas, vida de
voluptuosidad, del placer en todas sus manifestaciones.
Barniza su pudor con una capa de religin, y fuera de la vista del mundo se siente
mujer joven con todos los arranques de la juventud desenfrenados. Encubre la culpa con la
hipocresa y el cinismo. Bella, seductora, atrayente en su estado de novia, se vuelve
repugnante en el amor culpable.
No siente el amor de madre, ni el afecto de esposa.
Se ha casado contra su voluntad, tiene a su lado al primer amante: vaca en l todo
el afecto comprimido durante cinco aos de separacin. Es la mujer con sus debilidades,
con su sensualidad irresistible, con su vanidad, su belleza, su seduccin. Baja a los ltimos
peldaos de la escala social y lleva siempre en su frente el sello de la culpa y de la infamia,
como madre y como viuda de un ciego que se arranca la existencia para no vivir en la
deshonra. Qu importa que el mundo ignore su conducta?
Rosita es un ngel. Pura, inocente, afectuosa, sensible, crdula cuando el mundo le sonre a
su alrededor, se convierte en carcter firme, generoso, valiente, resignado en los das de
prueba. Es un tipo acabado de nia y mujer. La esperanza, ltima diosa que halaga los
deseos humanos, le sirve de refugio en los momentos de sufrimiento. Cree en Dios y espera...
Es Ofelia, ese tipo eternamente simptico y hermoso!
Correa es todo un hombre. De temple viril y de alma generosa, sufre no solamente
el estado lastimoso en que se halla, sino que perdona al culpable de su enfermedad
admitindolo en la familia sin recelo y confiado en la virtud y la amistad, que si no siempre,
muchas veces al menos son palabras vanas. En el momento supremo de su deshonra,
cuando a dos pasos de l, anonadado, apenas contiene la respiracin el culpable de la
mancha infamante que caa en su nombre, Correa se manifiesta en toda la plenitud de su
carcter. Lstima que muere a escondidas y leemos su muerte en el diario. Hubiramos
deseado seguir al ciego hacia el Sena. Hubiramos deseado or las ltimas palabras que
rugan en su interior. Hubiramos querido verlo al lado de su hija antes de suicidarse. Nos
ha ocultado lo mejor que poda darnos de s.

180
Misia Elena es un tipo acabado de madre y esposa. Don Tiburcio es un paisano
politiquero, industrial de cortos alcances, codicioso de dinero y de gloria, violento y terco,
indigno de ser esposo de Misia Elena. Su conducta mina la fortuna de la familia, el porvenir
de sus hijos. El doctor Nogales es el tipo de los hombres polticos del da. Ramiro tiene
carcter caballeresco y hasta distinguido. Doa Rosario es la provinciana devota,
supersticiosa, envuelta en cierta capa de ridiculez y vanidad, fcilmente explicable por la
falta de educacin y trato. Don Ventura es un ttere. Sara, una mujer distinguida, pero
vanidosa. Marstrard, un Hrcules a sueldo. Queda Capdebosq, el tipo ms acabado de
hombre bonachn, caviloso, astuto, negociante astuto, amigo fiel y algo ridculo por sus
extravagancias, que dependen de la falta de talento y de estudio. En Amrica es un francs
furioso que echa de menos su pas natal y halla malo todo lo que lo rodea, a pesar de haber
hecho aqu su fortuna envidiable. En Francia echa de menos la Amrica, donde se codea
con ministros y gobernadores, domina y es respetado por sus caudales. Tipo alegre y
franco, expansin, amistad, afecto, todo contribuye a hacer de l un carcter simptico de la
novela.
A pesar del orden y simetra con que procede el libro de Groussac, y de las bellezas
indisputables de que est profusamente salpicado, falta en l, sin embargo, ese soplo de
vida, ese espritu que anima la narracin y la vuelve atrayente, obligndonos a devorar la
lectura con ansiedad, con gusto, con deseo y con deleite creciente. Falta ese inters en las
situaciones de los caracteres, esa agilidad en el movimiento, esa celeridad en el desarrollo
que contribuyen poderosamente al desenlace. No vemos tampoco esa lucha y choque de
pasiones en que nacen y se radican afectos irresistibles que llevan a la gloria o al abismo.
No vemos esa energa viril, propia de personajes de novela, que nace de una lucha con
elementos naturales o con pasiones encontradas en que el hombre triunfa por dotes de su
carcter. Y, sin embargo, el personaje principal de Fruto vedado se halla en esas felices
condiciones, especialmente en la segunda parte del libro.
Vemos, s, profusin de sensibilidad, amor, afecto, como nica cuerda que da
sonido continuo y siempre creciente en toda la obra. Franca tendencia lrica e idlica del
autor capaz de convertir al novelista en escultor de los afectos ms profundos del alma
humana. Esa obra es un ensayo nacido de la lectura de novelistas franceses y de largos aos
de estudio sobre las sencillas costumbres de las provincias argentinas. Si el autor se
reconcentra en s mismo y deja evaporar esas ideas adquiridas en diferentes pocas y poco
asimiladas, hallar el espritu, la vida, el soplo indefinible, que mueve y agita las
producciones literarias y que hoy echamos de menos en el extenso organismo de Fruto
vedado.

181
Sud Amrica, 10 de octubre 1884

Fruto vedado115

Tito

Con este ttulo ha estado publicndose en el Sud Amrica una novela del seor
Paul Groussac, la que acaba de editarse en un libro elegantemente impreso.
Conocamos al seor Groussac como escritor por las varias publicaciones que
lleva hechas de crtica literaria en estos ltimos tiempos.
En todos sus escritos se haba revelado como prosista delicado y fino
observador. Recin ahora se ha lanzado al campo de la novela. Inteligencia
disciplinada y nutrida de vastos conocimientos, ha podido penetrar con cierta
desenvoltura y confianza en s mismo en ese terreno peligroso, donde la mayor parte
de nuestros escritores han escollado por falta de preparacin.
No basta tener una inteligencia brillante para poder abordar con xito la
novela, se necesita adems un estudio de observacin y anlisis que no se adquiere
fcilmente.
Si furamos a juzgar al seor Groussac por el xito alcanzado por su reciente
libro, nuestro juicio no podra ser ms favorable.
La accin se desenvuelve con naturalidad y los personajes y teatro donde stos
actan estn presentados con un relieve marcadsimo.
Hay sobriedad en el colorido y unidad en el tono.
Se conoce que el autor se ha penetrado bien de los lugares que describe y los
refleja con una exactitud escrupulosa, dndoles el sabor del terruo.
Los valles del Tucumn y las eminencias de la Tijuca se cubren de vegetacin
debajo de su vigorosa pluma, notndose los rasgos que los diferencian y las
afinidades que las acentan.
Hay paisajes y escenas descriptos de una manera magistral y con una avaricia
tal de palabras que se dira que el autor, conociendo la riqueza de su pluma, temiere
derrocharla haciendo un uso abusivo.
Hace bien. En ese solo rasgo se revela como escritor y pensador de raza.
Comprende que la humanidad est de prisa y que no tiene tiempo que perder
buscando el fruto contra la hojarasca de las frases.
Su estilo es fluido, artstico y correcto, su frase lmpida y sobria encerrando un
pensamiento como nctar delicado en un transparente cristal de Baccarat, terso y
brillante y sin elementos que distraigan la mirada.
Las creaciones no son vulgares y llevan cierto sello de originalidad.
Groussac como Daudet, cuyas huellas parece seguir como estilo y como
escuela, busca la verdad por el naturalismo, pero sin caer en esas exageraciones que
desvirtan hoy las tendencias de una escuela llamada a predominar, por estar ms en
armona con el espritu literario de nuestra poca.
Groussac tiene un mrito ms a nuestro juicio, y es que a pesar de su origen
francs es ms nacional por su lenguaje que muchos de nuestros literatos nativos.
Como el agua transparente que se filtra por entre las grietas de las piedras y corre
luego como filete de plata labrado por sobre el csped, surge as de su pluma,
espontnea, sin esfuerzo, la frase galana, el concepto corriente vaciado en nuestra
forma genial, y con que a cada instante salpicamos nuestra conversacin.

115
Publicado originalmente en La Prensa.

182
No hay nada rebuscado ni factura de relumbrn, todo es del ms exquisito
buen gusto.
Por ahora no queremos hacer intimidad con el drama que nos relata. Ser una
materia de un estudio ms detenido.

183
Sud Amrica, 13 de octubre de 1884

Fruto vedado. La obra de Groussac116

H. S.

Acabo de leer Fruto vedado. Lo he ledo de un tirn, y confieso que me ha hecho


experimentar sentimientos muy diversos. Pero lo que me queda de esta lectura es una
profunda admiracin para su autor.
Este libro no es el primero de Groussac.
Me acuerdo de haber recibido, y tengo guardado en mi biblioteca, un grueso
volumen titulado Memoria histrica y descriptiva de la provincia de Tucumn.117 He hojeado dicho
libro sin atreverme a cortar las pginas; saba que era una obra notable que mereci de toda
la prensa y de los hombres inteligentes, no esos bombos prodigados hipcritamente en
nombre del compaerismo, pero s elogios sinceros, felicitaciones francas.
Confieso que su tamao me hizo retroceder ante su lectura, las hojas que cortar
eran demasiado.
Este libro haba sido encomendado por el distinguido senador doctor Miguel
Nougus, entonces gobernador de Tucumn, a una comisin presidida por Groussac, que
ha escrito slo su primera parte modestamente titulada Ensayo histrico y que ha hecho la
segunda parte, la memoria descriptiva, probablemente con la colaboracin de los miembros
de la comisin nombrada al efecto.
A ms de esto, todos hemos saboreado los artculos de Groussac publicados en el
Fgaro de Pars, en El Diario, en el Sud Amrica, en el Courrier de La Plata, etc., artculos que
ya nos daban una idea del valor incontestable del distinguido literato francs.
Pero la obra que consagrar definitivamente la fama de Groussac es su ltimo libro,
Fruto vedado. Es digno del juicio de los prncipes de la crtica, desgraciadamente en nuestra
democrtica tierra no se hallan estos prncipes.
Groussac en su libro recuerda a A. Daudet. Como el del clebre literato francs, su
estilo es claro, continuo y cristalino como el chorro de una fuente natural. El tema, sin ser
enteramente nuevo, es sin embargo interesantsimo. La accin se inicia con claridad y se
desarrolla con naturalidad sin ser forzada.
Escrito con un sentimiento exquisito, Fruto vedado presenta pginas admirables de
pasin y de estudio humano. Sin llegar a la exageracin de Zola, los cuadros, caracteres y
escenas, son dibujados con maestra, todo vive, el lector ve, toca a los personajes, los ha
conocido a todos, no se acuerda de sus nombres, pero jurara que son copiados del natural.
Auguramos a Groussac un gran xito. Aunque Fruto vedado fue publicado en folletn
en el Sud-Amrica, podemos asegurar que ha sido poco ledo y que todos esperbamos
publicacin en tomo para conocer la nueva obra del distinguido inspector general de
colegios nacionales y escuelas normales de la Repblica.
S, pronto van a ser populares la potica Rosita, la apasionada Andrea, el noble
Marcel, el desgraciado Correa, la crdula mundana beata misia Rosario y el excelente tipo
Capdeboscq. Para los que saben leer entre lneas hay algunas indirectas de una stira de
muy buen gusto. En fin y como ltimo dato el libro es muy elegantemente impreso, en un
tomo edicin Elzevir y con un tipo fino, pero muy claro, que se lee con la mayor facilidad y
sin cansancio.

116
Publicado originalmente en El mosquito.
117
Memoria histrica y descriptiva de la provincia de Tucumn, Imprenta de Biedma, 1882, redactada
por una comisin que integraron Paul Groussac, Juan M. Tern, Alfredo Bousquet, Javier F. Fras e
Inocencio Liberani, por encargo del gobierno de la provincia.

184
Sud Amrica, 14 de octubre de 1884

Fruto vedado118

Transcribimos a continuacin el artculo dedicado a Fruto vedado por La Nacin.


Fieles a nuestro propsito, nos abstenemos de toda rectificacin ni comentario. Pero los
lectores de La Nacin que no conozcan la novela se equivocaran al creer que La Nacin
ejerce justas represalias en defensa de su Gran lama calumniado o deprimido en dicha
novela. Nada hay en el libro que pueda tomarse siquiera por una apreciacin severa de la
poltica y menos de la persona del propietario de La Nacin. No se habla all de sus derrotas
ni de sus atentados literarios. Pero algn porta-cola ha pensado serle agradable con un
reintement sin matices ni excepciones y probablemente lo ha conseguido.
Nosotros publicamos gustosos la crtica. Creemos que si los elogios excesivos
pudieron causar mala impresin en algunos lectores difciles, la lectura del artculo actual
quiz atraiga alguna simpata hacia el libro tan duramente tratado.
La crtica siempre es buena, aun cuando es mala.

En un elegante volumen de 405 pginas, se ha impreso la novela que lleva este


picante ttulo, la cual simultneamente se ha estado publicando en dos diarios de ambas
mrgenes del Ro de la Plata.
Este libro es hasta cierto punto un contingente a la literatura argentina, por cuanto
su autor es un escritor francs, literariamente aclimatado en nuestro pas. Su segundo ttulo
Costumbres argentinas le imprime un sello nacional.
Ms que a una crtica genrica, este trabajo se presta a una exposicin analtica, por
cuanto la espectabilidad literaria de su autor lo hace digno de ser juzgado severamente en
cuanto a su fondo y forma, y por otra parte hay circunstancias atenuantes que obligan a que
sea mirado con benevolencia y simpata.
La narracin se inicia con la descripcin un tanto naturalista de la partida de un
vapor ultramarino del puerto de Buenos Aires. Con motivo de la aparicin de un viajero
francs que regresa a la patria nativa y de una compaera de viaje nativa de una provincia
argentina, viene una historia retrospectiva de las aventuras del primero en la tierra
hospitalaria que abandona. Estas aventuras giran alrededor de un amor correspondido por
una bella provinciana de la regin perfumada de los azahares, el cual se rompe
dramticamente, casndose ella con un criollo, por deber y contra su voluntad y quedando
l mortalmente herido de dolor.
En esa primera parte, que forma la introduccin, es donde se hace la pintura de
algunas costumbres argentinas, alternadas con descripciones del pas, en medio de
episodios grotescos. El fondo de este cuadro es anodinamente poltico y corresponde a la
lucha de la eleccin presidencial de 1874.119 Las sombras de algunos personajes polticos
recortados con tijera como siluetas de papel, se ven atravesar el escenario, con un
transparente pseudnimo a su pie, como en la cortina iluminada de un teatro de tteres y
titiriteros pasan los fugaces perfiles.
En la segunda parte, los mismos personajes con excepcin de los tteres
polticos trasladados al gran escenario de Pars, comienzan una nueva vida en que se

118
Publicado originalmente en La Nacin.
119
Hace referencia a la Revolucin de 1874, cuando tropas encabezadas por el General Mitre se alzaron
contra el gobierno de Sarmiento, disconformes con la flamante eleccin de Nicols Avellaneda como
nuevo presidente de la Repblica.

185
desarrolla un nuevo drama de amor algo ms complicado que el primero. El amante
desesperado se consuela transitoriamente con la segunda edicin de su amor, representada
por el ejemplar de la bellsima y candorosa hermana menor de la primera querida, en la cual
encuentra las mismas gracias con ms frescura. La presencia del primer objeto querido
vuelve a encender la antigua pasin en una llama impura, en que intervienen ms los
sentidos que el corazn. El amargo escozor de los goces del fruto vedado vuelve a hacer
florecer en l el segundo amor pero tarde, cuando ambas hermanas son vctimas del
egosmo, del aturdimiento y de la sensualidad del hroe, personaje indefinido, que resulta
poco simptico. El marido de su primera amante ciego por su causa se suicida
desesperado; la hermana mayor queda presa del remordimiento con una hija en los brazos;
l muere en la expedicin del coronel Flatters, mientras la hermana menor, su ltima
vctima, lo perdona en el fondo de su alma y queda esperndolo.
La accin es algo lnguida, sus situaciones poco motivadas, la narracin carece de
mordiente, sus cuadros son descoloridos, sus caracteres sin fisonoma acentuada, sus
descripciones algo opacas, sus dilogos sin chispa ni naturalidad, sus personajes no se
mueven con el ritmo vital de las pasiones que marca letra, pero con todas estas deficiencias,
es un libro de mrito literario, que realza un bello estilo y un sentimiento artstico que se
reconoce en el autor, aun cuando no palpite en sus pginas bastante plidas.
Puede decirse en elogio del Fruto vedado del seor Groussac que, como novela, es
mejor que esos romances franceses que se publican en Pars con excepciones de los
maestros Daudet, Feuillet, Cherbuliez y Zola en su gnero, y que por docenas nos trae
cada vapor con novedades literarias, aplaudidas en aquel gran centro intelectual.
Es posible, pues, que el libro del seor Groussac tuviese en Pars un xito de
segundo orden, y que importado a Buenos Aires entrase en la circulacin bajo mejores
auspicios. Como producto extico aclimatado, no puede aspirar entre nosotros ni al
segundo trmino, siendo muy capaz de alcanzar tal vez el primero, aunque haya merecido
en la prensa un xito de benevolencia, en honor de las dotes intelectuales de su autor, que
sin duda es capaz de hacer algo mucho mejor.

186
Sud Amrica, 20 de octubre de 1884

Fruto vedado. Novela de Paul Groussac120

Nuestro distinguido colega de La Nazione Italiana publica el artculo que traducimos


a continuacin, sobre la novela Fruto vedado de nuestro director, cuyos conceptos elogiosos
agradecemos altamente.
Un periodista lee raras veces, y cuando dice haber ledo, generalmente hablando, no
ha hecho ms que hojear, detenindose en uno que otro perodo que le parece deber
llamarle ms la atencin; en medio de una infinidad de diarios, de revistas, de opsculos, de
publicaciones oficiales, es raro que pueda detenerse sobre un libro, que tenga el tiempo
suficiente para hablar de l con conocimiento de causa, para formarse una idea bastante
exacta y poder juzgarlo.
A pesar de esto, y a pesar de la costumbre adquirida, podemos decir por fuerza de
no leer romances y novelas, que hemos ledo atentamente el Fruto vedado.
El nombre ilustre del autor, el sujeto que versaba sobre costumbres argentinas,
de que hasta ahora, aparte de Aimard y Mantegazza muy pocos se ocuparon, y aun estos
con muchas inexactitudes, bastaban para que hiciramos una excepcin con la obra de
Groussac.
No sabemos sin embargo si, decididos a leer su libro con atencin, seremos jueces
competentes para sentenciar sobre una obra cuya aparicin, esperada desde mucho tiempo
atrs, ha sido saludada como un acontecimiento literario en Buenos Aires.
Para juzgar esta obra hay una doble dificultad: la dificultad que se halla en la novela,
el inters que despierta en el lector su trama, la forma en que est concebida y la
conveniencia y eficacia de sus episodios; y la dificultad de la especialidad de esta novela,
sobre las costumbres argentinas que el autor ha querido hacer conocer, sobre el modo de
describirlas, con variedad, con inters, de manera de hacer creer al lector que las ve con sus
propios ojos. Y en esto es donde Groussac ha tenido un verdadero xito, desde la escena
en que nos presenta en su estudio al doctor Nogales, candidato a la presidencia, circundado
de un nmero variado e infinito de partidarios, hasta aquella en que encontramos al infeliz
Fermn Correa en el Hotel Continental de Pars, tomando el mate que le serva la cholita
Concepcin.
La lucha electoral, el cambio de partido, un gobierno de provincia que apoya la
revolucin a pesar de que los opositores esperaban su ayuda, todo eso, est bien descrito,
con vivacidad de colorido, con frescura de imgenes, de tal manera que se lee con el mismo
placer con que se leen los idilios de que est engalanado el romance.
Aquel manifiesto de Los Cardones de pie es extrao, es ridculo, pero es verdadero. La
familia de Miranda y Marcel haba sabido conquistarse a la causa de Nogales los magnates
de los Cardones; estos envan un manifiesto y he aqu que dos das despus los diarios
hablan de la actitud solemne de aquel distrito poblado slo de paisanos rsticos e
ignorantes.
El viaje en galera desde Crdoba a San Jos, con sus fastidios, con sus peripecias,
con sus contratiempos, ocupa algunos captulos del libro, pero para los que saben lo que es
viajar en aquello que a buen ttulo llaman galera, lo leen de buena gana, porque encuentran
all una descripcin exacta mientras que, los que no lo han probado, por fortuna suya,
pueden imaginarse lo que sera el suelo de la Repblica cuando no era cruzado en todas sus
direcciones por los ferrocarriles.

120
Publicado originalmente en La Nazione Italiana.

187
La vida de las provincias en aquellos tiempos y an hoy en algunos lugares en
que no llega an la locomotora est magistralmente copiada, con los acontecimientos
culminantes de la semana, la llegada de la diligencia, la banda de msica en la plaza, dos
veces por semana, la misa de diez el domingo y un poco de maledicencia todos los das.
No se crea que ste es el solo mrito del libro de Groussac: los caracteres de los
personajes estn all bastante bien descritos, sobre todo los del doctor Nogales y de
Capdebosq. Al primero lo conocemos en las primeras pginas del romance para no verlo
reaparecer en escena, pero lo vemos lo suficiente para conocerlo perfectamente: es un
hombre de dotes de nimo elevadas, pero que ha perdido en los hechos de la vida poltica
un poco de confianza en sus semejantes; es de ingenio fecundo, pero lo emplea entonces
solamente en triunfar en la lucha.
En cuanto a Capdebosq, est pintado de tal manera que muchos novelistas
envidiaran a Groussac este personaje. Trabajador incansable, amigo leal, crdulo algunas
veces pero no hasta la tontera, un poco fatuo, un poco pagado de s mismo, pero que se
entrega en todo y por todo a las personas que cree superiores a l.
Los dems, los personajes principales de la obra, son un poco ideales; son raros,
pero no imposibles.
Capdebosq es un personaje del que se sirve Groussac para infundir en su obra aquel
bro que es necesario en trabajos de este gnero; su duelo en Ro de Janeiro, sus aventuras
en Pars con dos caballeros de industria, son episodios divertidsimos.
En cuanto a la trama de la novela nos parece que el autor ha obtenido mayor xito
an; el amor de Marcel y Andrea, en la primera parte de la novela, el de Rosita en la
segunda y por fin la pasin desenfrenada que se despierta en Andrea y Marcel al volverse a
ver en Pars estn perfectamente descritas.
En este libro encontramos dos declaraciones de amor, dos escollos que muchos
tratan de evitar en las novelas modernas, ya por temor de caer en la vulgaridad, ya en lo
inverosmil, y sin embargo en Fruto vedado, ambas estn tan lejos tanto de uno como del
otro extremo.
Hay algunos pequeos defectillos, diseminados aqu y all, pero son insignificantes:
describe a menudo los hbitos, los trajes, los adornos, pero un libro no es un diario y el de
Groussac debe durar todava cuando las modas actuales hayan pasado.
Los novelistas franceses tienen la mana de introducir en sus libros un traidor, y casi
siempre hacen este regalo a la Italia; en el libro de Groussac encontramos solamente un
italiano, el propietario del Almacn de la civilizacin en el campamento de los trabajos de
ferrocarril, pero no es un traidor, es un hombre que tiende a sus negocios, sin preocuparse
de las luchas polticas; es como el fondero de Manzoni, que no se ocupa de nadie ni de
nada, y slo piensa en ser fondero.
Por el contrario, Groussac esquiva poner en escena personajes odiosos; no necesita
de este recurso mezquino de los novelistas adocenados.
Hay all una inmensa felicidad de imgenes y expresiones que pintan un hombre, un
lugar, una situacin.
El Gobernador de San Jos dice a Marcel: En cuanto se mueva le mando remachar
una barra de grillos en su campamento, frase que dicha por broma no se oira en Europa,
en boca de un funcionario pblico, pero que en San Jos es una expresin bonachona y
amigable.
Un mdico dice en casa de Nogales que cree en la virtud de las frmulas slo por
los dems, esto es, aplicada como uso externo.
Un solo incidente de la vida de Marstrand en el campamento, basta casi para
conocer el hombre.

188
Cuando Marcel se aleja del establecimiento de Miranda, y cuando sabe que Andrea
corresponde a su amor, dice que puede marcharse el da siguiente: llevaba provisin de
felicidad.
Cuando en la fiesta del 14 de julio se apercibe de que Andrea lo ama an, de
repente, en el mpetu de su orgullo y de su victoria, que hinchaba su corazn hasta hacerlo
estallar: a l, desconocido y annimo, delante de los presidentes, ministros y generales
deslumbrantes y poderosos, le vino un insuperable desdn por todos esos ilustres y
triunfadores que no merecan el amor de Andrea!.
El desenlace de la novela es muy teatral y creemos no equivocarnos al suponer que
Groussac haya escrito con mucha mayor precipitacin la segunda parte, aunque esta sea
verdaderamente interesante y bella.
De todos modos, con el libro de Groussac se puede formar una idea de las
costumbres de la Repblica ms fcilmente que leyendo largas y cansadoras obras
descriptivas.
Es cierto que en San Jos Correa dice algunas palabras duras respecto del comercio
extranjero, pero no tarda en rectificarse; y Capdebosq, francs repatriado, joven y provisto
de bienes de fortuna halla en Pars muchos humos y tirantez, y se acuerda en cada
instante de aquel pas en que se poda en todas partes tutear gobernadores y pedirle fuego
al Presidente de la Repblica.
Y vuelve a Amrica, como hacen las dos terceras partes de los extranjeros que,
despus de haber acumulado una fortuna, piensan en establecerse en Europa para siempre!

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La Prensa, 3 de marzo de 1885

La novela en el Plata: Fruto vedado

Juan Santos

Hace ya algunos aos, cuando el amor a las letras se despertaba en nosotros en los
bancos del colegio, en medio de un caudal de lectura bebido apresuradamente, sin orden ni
concierto, en los intervalos de una clase a otra, o en los das felices en que rompamos
nuestros hierros para subir, de tres en tres tramos, la escalera de la Biblioteca Nacional,
alguien nos recomend un artculo sobre Espronceda, publicado en la Revista Argentina.
Aquel artculo estaba firmado por Paul Groussac. Desde luego, y a despecho de nuestra
infantil inexperiencia literaria, vimos a travs de sus pginas elocuentes y vivas un espritu
original y luminoso. Han pasado muchos das despus de aquel en que trabamos relacin
con el talento del Seor Groussac; y an recordamos con gusto la primera impresin de
aquella lectura en nuestra alma adolescente, tanto ms cuanto que sus juicios coincidan de
una manera maravillosa con nuestras propias ideas sobre el Byron espaol.
Las alternativas diversas de la vida nos han hecho seguir de lejos y deficientemente
el desarrollo de este galano escritor. Apenas hemos cambiado con l cuatro palabras
banales, en esa edad en que falta el aplomo de la propia opinin, y en que preferimos
escuchar a los dems, a hacernos intrpretes de nuestros pensamientos. Sus obras de largo
aliento, tales como el Ensayo histrico sobre el Tucumn, no han llegado a nuestras manos. De
tarde en tarde, sin embargo, ya en sus correspondencias desde Europa, ya en sus artculos
siempre giles y vigorosos, hemos tenido oportunidad de trabar una especie de intimidad
intelectual, con el autor de Fruto vedado, y esta ltima produccin suya nos pone la pluma en
la mano, para hacer sobre ella algunas reflexiones que, si bien desautorizadas, no sern por
eso menos francas y sinceras.
Ante todo, consideramos a Groussac como uno de los nuestros. l nos pertenece,
no por el nacimiento, sino porque en nuestra tierra ha vivido largos aos, alcanzando en
ella el pleno desenvolvimiento de sus facultades. Est ligado a nosotros por los vnculos de
un cario que le retribuimos: no es acaso un eco de sus ms ocultas convicciones nos
hemos preguntado leyendo Fruto vedado, aquel Capdebosq que truena y rabia contra la
tierra argentina, y al llegar a su Francia querida, a su Bayona idealizada le falta aire para sus
pulmones acostumbrados a la libertad y maldice con toda su alma los saludos
proporcionados a la categora social, los ttulos de nobleza y la tiesura de los funcionarios,
desde el Prefecto hasta el ujier?
Creemos que s, y debemos agradecerle este detalle lleno de delicadeza que se
destaca de las pginas de su libro. Por lo dems, Groussac es justo en esta parte y no hace
sino corresponder a la acogida hospitalaria que ha tenido l, como todos los hombres de su
talento, que llegan a nuestro suelo. Bien entendido, hacemos caso omiso de una que otra
amarga agresin de que ha sido objeto hace poco, y que es tanto ms deplorable, cuanto
que se manifiesta, no por defender alguna gloria patria vilipendiada, sino por incensar una
de las peores obras de un dramaturgo discutible, absurda produccin, que uno de los ms
notables crticos espaoles contemporneos, el malogrado Revilla, flagel con implacable
encarnizamiento.
Se ha dicho en algunos artculos sobre Fruto vedado, publicados en la prensa
argentina, que la novela del seor Groussac pertenece a la escuela de Daudet.
Entendmonos y precisemos los trminos. El seor Groussac representa ante el
naturalismo de Zola, que con el de Maupassant, Richepin, etc. es el nico legtimo y lgico
con sus principios, un papel semejante al de Alfonso Daudet. Basta haber comparado la

190
serie de los Rougon-Macquart del pontfice naturalista, con las deliciosas novelas del autor del
Nabab, para que esa diferencia salte a la vista. Daudet es un disidente, digan lo que quieran
los que pretenden que sigue humildemente la bandera de Flaubert y de su vigoroso
continuador. Es acaso realista? Ciertamente; pero realista a la manera de Dickens, a quien
ha imitado maravillosamente en la historia de ese pobre Jack que tanto nos conmueve, y en
el Petit-Chose, en que su fantasa ha bordado de flores la trama de su propia vida, como el
gran humorista ingls David Copperfield. En Daudet hay con frecuencia derroche de
imaginacin, de lirismo y de poesa. Cuando lo vemos pretendiendo uncirse por su propia
voluntad en el yugo de la escuela naturalista, y seguir, paso a paso, los procedimientos
cientficos del arte experimental, nos figuramos a Euphorion, el hijo de Fausto y Helena,
convertido en disector, con su mandil blanco y sus manos ensangrentadas. Pero Daudet ha
escrito muchas pginas que desmienten sus afinidades con la escuela del autor de Pot-Bouille
y para no citar sino una, aquella deliciosa fantasa sobre el tema de la Caperucita Encarnada,
que lo aleja de Zola y lo hace gemelo del espritu encantador y genuinamente francs de
Alfredo de Musset.
En Groussac hay tambin un escritor de raza y un alma de poeta. Solamente uno de
estos mgicos iniciados en la gaya ciencia es capaz de comprender la naturaleza y de
pintarla como Groussac, en aquel cuadro de belleza tropical que tiene por fondo el salto
maravilloso de Tijuca y en que se reflejan los variados aspectos de la esplndida baha de
Ro de Janeiro. Es por esto menos verdadero, menos real, menos franco? No, y mil veces
no. Groussac no afemina el pensamiento, no pone colorete ni polvos de arroz sobre las
llagas que nos muestra, no se finge un mundo de convencin, en que los hombres son
dioses, en que las mujeres son ngeles, especie de Jauja ideal sin pequeeces ni miserias.
Marcel es bien dbil y hasta bien bajo, en el final de la novela. Sufrimos asistiendo a su
decadencia moral, como ante las faltas de un amigo desgraciado. El amor y la complicidad
de Andrea y de este ladrn de la honra de hombre ciego, indefenso, doblemente sagrado
por su debilidad y por su infortunio; el martirio de esa dulce e inocente Rosita, vctima
incauta y expiatoria del vrtigo de sensualidad que arrastra a su hermana y a su prometido
esas realidades horribles de la existencia, estn encaradas frente a frente, pintadas sin
temblores de pulso ni condescendencias hipcritas en Fruto vedado, pero con ese algo
indefinible y delicioso que es lo que constituye el arte y que se admira, como lo hemos
dicho antes, en los libros de Daudet.
Queris un ejemplo palpable de lo que deseamos expresar? Leed las poesas de
madame Ackermann, esa discpula de Schopenhauer, amarga y pesimista, como la filosofa
de su maestro, y comparadlas despus con Les Blasphmes de Richepin. No se puede llegar
ms lejos en la negacin y en la rebelin que madame Ackermann; Richepin, a pesar de sus
ridculas pretensiones, no ha podido ir ms all. Pero mientras la primera es austera en la
expresin de sus pensamientos disolventes y nihilistas, el segundo se arrastra
miserablemente en todas las abyecciones del lenguaje pornogrfico, prostituye su talento y
muestra intilmente, por gala de originalidad, por prurito de hacer ruido, todas las
desnudeces de una naturaleza que l mismo se complace en calumniar. El talento! Esa es la
gran palabra con que se pretende disculpar estas depravaciones intelectuales. Talento, sea;
pero talento repugnante, de formas bellas rodas por un cncer, talento semejante al del
falsificador, que inventa un medio ingenioso para fabricar billetes de Banco. Juzgados por
su genio, muchos grandes criminales, que han muerto en el cadalso, mereceran una estatua.
Sin apartarnos tanto del seor Groussac, l ha dado con su novela una fuerte y
ojal lo fuera! provechosa leccin, a los jvenes escritores que, deslumbrados por las
cien ediciones de Nana, atrados por un vrtigo irresistible a la imitacin de un sistema
literario tan discutido, tan atacado, que tanto ruido hace en el mundo, desean salir a la
superficie y rodear su nombre de aclamaciones o silbidos, con tal de hacerlo sonar bien alto
por medio del escndalo, que para ellos est representado en el naturalismo. La lectura de

191
Fruto vedado ser provechosa, por ejemplo, al estimable autor de Inocentes o culpables? y no
decimos al de Msica sentimental, porque ste tiene un puesto especial que ya le sealaremos
y adems est lejos de llegar a los extremos del primero. Por otra parte, la vida y los
estudios del seor Groussac son otro ejemplo que debe tener en cuenta nuestra juventud.
Las obras serias y propias, no nacen Pousss en une nuit comme des champignons, para emplear
el verso de Musset, y aunque no todos tengan el talento del seor Groussac, es justo que el
que se lance a escribir ostente, por lo menos, su preparacin literaria. Adems, el xito es
caprichoso y basta que se lo busque por medios artificiales, para que huya con ahnco de
nosotros. Quin le hubiera dicho al abate Prvost que del revuelto mar de sus escritos no
subsistiran sino las doscientas pginas de Manon Lescaut, perdidas y como ahogadas entre
un mundo de obras de todo gnero? Y Perrault? Sus sabias disertaciones, sus eruditas
batallas sobre antiguos y modernos, son pasto de ratas de biblioteca. La ms humilde de sus
obras, las ms sencillas de sus creaciones Cenicienta, Pulgarcito, El Marqus de Carabs,
Barba Azul, tienen una vida inmortal y se transmiten a travs de los siglos en una especie
de primavera eterna. No queremos insistir demasiado, ni menos hacer una apologa del
seor Groussac o convertirlo en una especie de hroe del padre Astete, pero aplaudimos en
l la labor y el trabajo intelectual de que dan muestra sus estudios y desearamos poder
decir lo mismo de todos los que aparecen en nuestra reducida escena literaria.
Fruto vedado contiene caracteres bien sentidos, sobre todo variados. Un tipo con
quien nos codeamos constantemente es Capdeboscq, el Bearns de alma clida y sangre
viva, que da la nota cmica en la novela. Bullicioso, activo, emprendedor, todo lo llena con
sus movimientos exagerados y los estallidos de su voz poderosa. Es el tipo meridional tan
admirablemente descrito en todos sus matices en Numa Roumestan. Hombre de impresiones
puramente de superficie, es bondadoso en el fondo y se nos hace simptico cuando la
ocasin se presenta de defender con valor sus opiniones, como en la escena del duelo con
Romero. La pintura de estos caracteres hechos de una pieza, tranchs como diran los
franceses, no ofrece en realidad tantas dificultades como la de esos tipos ondulantes,
labernticos, formados con muchas pastas y sometidos a muchas influencias, de que
tenemos un ejemplo inmortal en Hamlet.
Marcel es ya otra cosa. Desde el principio, el autor nos hace descubrir en l algo
propio, algo que le da un puesto aparte en el rebao humano, en la montona sucesin de
la mediocridad. Apenas llegado a Buenos Aires, una desgracia comercial de su padre le
obliga a trabajar con ahnco, y l se entrega a la lucha sin vacilaciones ni aspavientos. Hay
un fondo de orgullo vanidoso en su carcter y eso lo hace superior a los que lo rodean. No
es un hroe elegaco de palidez romntica, de sangre anmica: varonil y fuerte, su cuerpo
vigoroso ofrece un pbulo propicio al intercambio de la pasin. Ha visto ya bastantes
miserias de la vida, ha dejado atrs los sueos afeminados de la adolescencia, cuando
conoce a Andrea y se enamora de ella. Aquella nia hermosa y delicada debe, en efecto, ser
amada por un hombre como Marcel, que encuentra en su primitiva candidez, en su
poderoso encanto de mujer natural, en sus sentimientos que no estn disfrazados ni
deformados todava por la sociedad, por la primera pasin contrariada o por el espectculo
de los vicios mundanos, un atractivo irresistible y fascinador. Y se aman, l con toda la
vehemencia de su temperamento ardoroso, ella con toda la sencillez y el abandono de su
ignorancia infantil. Un da la catstrofe llega. Una serie de circunstancias fatales separa a los
amantes. Marcel apela a la inflexible tenacidad de su orgullo, a la frrea contextura de su
carcter, y Andrea se somete con esa especie de inconsciencia fatalista de las mujeres
dbiles. Los dos estn en su papel: ella entregando su cuerpo al hombre a quien se destina;
l herido en el fondo del alma, lleno de amargura y de rabia, ocultas bajo una frente
nublada y una mirada sombra.
El seor Groussac encuentra entonces una bella comparacin para pintar el estado
de Marcel:

192
As dice el leador de nuestras selvas, a veces deja rota su hacha de acero
en el tronco que no puede derribar: pasan los aos; la corteza y la albura
cubren lentamente la herida y el acero heridor y nada revelara que el rbol
aejo tiene partido el corazn, a no ser la palidez de su copa enfermiza y su
incurable esterilidad.

Pero mientras el rbol herido se marchita lentamente y acaba por sentirse agotado,
las heridas mortales destilan una hiel interior que corroe los mejores sentimientos y mata la
semilla fecunda de la virtud. La injusticia, por otra parte, es uno de los mayores corruptores
que existen. En el hombre que se siente herido a traicin, hay la tela de un vengador
implacable. Muchas veces no nos damos cuenta de la transformacin que se opera en
nuestra alma, pero el observador curioso halla su revelacin en mil detalles indiferentes a la
mirada vulgar.
Los aos suceden, entre tanto. Un da, al encontrar a Rosita, nada parece revelar en
Marcel que el antiguo amor subsiste. Se engaa a s mismo con la mejor buena fe, y se
abandona a una nueva pasin que considera una regeneracin moral. Su desgracia procede
de este error. La raz de los sentimientos puros est muerta en su alma. El pedazo de acero,
enclavado en el tronco de su vida, no permite la circulacin de la savia. Aquella es una
primavera efmera y artificial; es el ltimo florecimiento de sus retoos quemados,
precursor de la eterna desnudez y de la muerte total... Pero qu sabe la inocente Rosita de
pasiones y de angustias? Nada ms interesante y doloroso, al mismo tiempo, que el
desengao y la traicin de que ella es vctima. Los amantes se encuentran frente a frente y,
cuando el antiguo lazo se reanuda, falta ya aquella primera ilusin que cubra de brocados el
esqueleto de la realidad. Marcel y Andrea, pretendiendo resucitar emociones muertas, se
parecen a esos espritus gastados, que, en la pendiente del desencanto, vuelven a releer los
libros de su infancia, buscando en ellos la primitiva sensacin. Intil empeo! El amor de
Pablo y Virginia nos hace llorar a los doce aos; ms tarde, despus de haber presenciado
tantas desnudeces fsicas y morales, encontramos ridcula la obstinacin de la desgraciada
nia al no querer despojarse de su vestido en el peligro del naufragio.
As, nada ms natural que ese hasto disfrazado, ese sublevamiento de todos los
pudores humanos que siente Marcel despus de la posesin, como nada ms cierto que la
torpe y spera obstinacin de Andrea en paladear hasta la ltima gota el veneno de la
sensacin. Pero entre las luchas ntimas y las vergenzas de estos dos insensatos, la
imaginacin se siente atribulada por los que sufren sus desvaros, por ese ciego a quien
engaan. Un da todo se aclara; y el seor Groussac pinta una escena de horrible violencia
que eriza los cabellos, cuando el desgraciado ciego oye voces en la habitacin en que estn
Andrea y Marcel, penetra a tientas en ella, y sorprende el crimen que en vano trata de
disfrazar la noble Rosita. Esa situacin, digna de un dramaturgo notable, eleva la obra del
seor Groussac a la altura de las ms conmovedoras novelas de nuestro tiempo. Por
ltimo, despus de uno de esos exmenes de conciencia en que el criminal se convierte al
mismo tiempo en juez y en verdugo, la fibra de Marcel se retempla, siente como nunca las
nuseas de su falta, y va a morir heroicamente en los desiertos del frica, en tanto que,
Rosita, que crea en Dios, esperaba todava.
Esta narracin, tan humana y al par tan dramtica, est escrita en un estilo corriente,
fcil y elegante. Esto es tanto ms meritorio cuanto que para el seor Groussac el espaol
no es la lengua madre, y llega, sin embargo, a una perfeccin relativa en este idioma. Ms
an, si pueden sealarse algunos defectos en su frase, ellos dependen ms bien que del
seor Groussac, del medio que lo rodea, de este prurito argentino de escribir en una jerga
fantstica y caprichosa, como si no fuera posible armonizar, en un estilo gracioso y rpido,

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la grandilocuencia de la lengua de Cervantes y la facilidad y elegancia del idioma de
Montaigne y de Pascal.
En Fruto vedado el estilo es siempre natural, flexible, de formas redondeadas y
carnosas. Sus descripciones son poticas y grandiosas. Sus anlisis psicolgicos, sagaces y
delicados. Toda la parte que se refiere al viaje de Marcel al interior, los espirituales
episodios de la vida poltica en las aldeas de tierra adentro, la magnfica relacin del paseo a
la Tiyuca, la vida de a bordo, la revista del 14 de julio en Pars, son cuadros trazados con
energa y concisin, en que se revelan las admirables cualidades del espritu francs de que
el seor Groussac es un feliz representante.
Fruto vedado, en suma, es una obra original, digna de calurosos elogios. Pero
guardmonos bien de enrolarla en una escuela, de someterla a un sistema. Limitmonos a
sealar una vez ms que todo cabe en las fronteras del arte, lo dulce y lo terrible, lo malo y
lo bueno, el lodo y el armio, y que, sin excluir las escuelas poderosas que dominan la
literatura contempornea, con talento e inspiracin se puede escribir un libro humano y
conmovedor, sin pintar el delirium tremens de Coupeau, ni la monomana ertica o el
histerismo de Madame Bovary. Novela argentina, pues est inspirada por nuestra
naturaleza, nuestras costumbres, nuestra vida poltica y social, novela sana en el fondo,
Fruto vedado parece anunciar con los ltimos libros de Can y La gran aldea de Lpez una
poca fecunda para nuestra naciente literatura.
Por lo menos, abriguemos esa grata ilusin. No lo ha de ser en nuestro pas
estrpito de yunques y martillos. Tiempo es de que el pionner d descanso al hacha de
desmonte y encante las veladas del hogar con el libro ameno y apetitoso. En este sentido, el
del seor Groussac ser siempre acogido con entusiasmo, por la vida y realidad de sus
personajes, la belleza de su forma, y esa personalidad vigorosa que ha impreso su sello en
todas sus pginas y que es la revelacin ms indiscutible del talento del escritor.

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Anuario Bibliogrfico 1885

Fruto vedado - Costumbres argentinas

Alberto Navarro Viola

Encabeza el libro esta bella dedicatoria:

A Cornelia

Como esculpe el marino en la alta proa


del esquife novel, efigie santa,
antes de abandonarlo al mar incierto:
as grabo tu nombre en esta pgina.

Hase empezado por reprochar al autor que haya llamado de costumbres argentinas su
novela Fruto vedado, porque algunas de sus escenas tienen lugar en tierra argentina. Varios
de sus personajes han nacido o vivido aqu, y, aunque el desenlace de la obra se efecte en
el extranjero, no por eso se olvida el comienzo de sus pasiones con escenas hbilmente
encuadradas en marco de costumbres nacionales. Son ms justificadas las crticas que se
han dirigido al autor por cierta languidez en el desarrollo de la accin y la vacilacin que se
nota en algunos caracteres. Pero la obra de Paul Groussac merece bien el ttulo de novela
con que se han engalanado pomposamente y sin razn tantas producciones argentinas
descosidas y enmaraadas, indignas de vivir cuatro das y cuya fama se encargan de
pregonar inocentemente los que no las leen. Fruto vedado presenta las condiciones tpicas de
la moderna novela de costumbres, con sus rasgos de descripcin naturalista, y las
pinceladas maestras que traducen el talento de un autor hasta en el ms efmero de sus
ensayos. Puede decirse que viene a enriquecer las letras argentinas, porque Groussac, que
ha vivido y amado en nuestra tierra, ofrece a ella los frutos de su inteligencia francesa.

195
Sud Amrica, 28 de diciembre de 1885

Garca Mrou

Eugenio Cambaceres

Publicamos en seguida un juicio crtico de Eugenio Cambaceres, el aplaudido


novelista nacional, sobre la reciente produccin de nuestro colaborador y amigo, el seor
Martn Garca Mrou. La palabra de Cambaceres da la opinin definitiva sobre Ley social,
novela que segn su expresin ha de quebrar la escarcha de la indiferencia pblica
levantando merecidamente el nombre del autor.

Nada ms sencillo que la materia del libro.


Marcos seduce a la mujer de su amigo Zea. Sin amarla y dominado adems por otra
pasin la que ha llegado a inspirarle una cortesana, Rosa del Monte, trata de romper
con la primera.
Ella, entretanto, para salvar a su querido de la ruina inminente que lo amenaza, va
hasta el robo, despoja a su propio marido en obsequio de su amante. Rosa lo sabe, y
arrastrada por un sentimiento de venganza, descubre todo. Un duelo se sigue en el que
Marcos se deja matar sin defenderse.
Como se ve, cabe el asunto en cuatro lneas. Nada de intriga, nada de aventuras
extraordinarias; estamos lejos con Garca Mrou de las habilidades del faiseur; la
encarnacin de un bello ideal de un absoluto, el hroe, el prototipo del valor, de la bondad
y la nobleza, esa sempiterna mentira de la antigua escuela, ha sido aqu arrancado de raz. El
inters de la obra reposa exclusivamente en la observacin, en el estudio psicolgico de las
pasiones, en la vida misma de los personajes presentados dentro del medio exacto en que
se mueven.
Y si el autor hubiese hecho por ocultarse un poco ms, si ac y all no asomara su
perfil interviniendo, condenando o aplaudiendo, Ley social entrara de lleno en el cuadro de
la novela naturalista contempornea.
He dicho que los hroes, los entes de creacin puramente imaginaria, haban sido
suprimidos en Ley social.
Marcos, en efecto, es una figura real: ni bueno, en el fondo, ni muy malo; un
descredo, un escptico que saca su escepticismo, antes que de l mismo, de los otros, ms
de la influencia que sobre su corazn y su espritu ha ejercido el comercio de los hombres
que de las tendencias ingnitas de su propia naturaleza; una figura hecha de carne, de todo
punto humana, en fin, reflexivamente concebida y trazada con mano firme y audaz.
Seguidle en las ltimas etapas de la ruta, antes del duelo, cuando impulsado por la
fatalidad implacable y ciega se ve rodar al fondo de un abismo. Atenuad el efecto de las
sombras negras con que su imaginacin de enfermo, exaltada, calenturienta, se complace en
recargar el cuadro. Descartad ese exceso, ese lujo de pesimismo por lo dems,
perfectamente ajustado en el terrible lance y decid si no veis, si no os, si no sents
palpitar la vida, una vida intensa en esas pginas.
S, es eso, tal cual, ni ms ni menos, por ms que griten y protesten. Un cargo, uno
solo, tengo que hacer a Marcos: su actitud cuando, entre l y su querida, se alza de pronto
la figura vengadora del marido.
Como la infeliz, la desgraciada, a trueque slo de un poco de cario, le entrega
todo, su corazn, su cuerpo, su honra, desciende hasta cometer por l la accin ms
repugnante en la mujer, va hasta hacerse, en bien suyo, una ladrona, y l brutal,
infamemente, como un sangriento latigazo, le arroja en pago el nombre de una prostituta al

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rostro, y no contento con verla caer por tierra fulminada, concluye por declarar, lleno de
satisfaccin y de alegra, que hace suyas las torpezas, los tripotajes de la otra!
Pero, seor, si esa mujer ha merecido que le erigiera usted un altar y se arrastrara de
rodillas a sus pies! Pero si eso que a los ojos de la justicia humana bastaba para hacer
podrir a Rosa en una crcel, tena que ser mirado por usted, por usted solo, como un acto
sublime de abnegacin y de herosmo, y usted vigorosamente constituido, hecho todo de
una pieza, no ha podido olvidarlo un solo instante!
Que no la amaba? No importa. Que se encontraba en una de esas horas de
extravo profundo en que el choque de mil pasiones contrarias ofusca y enceguece? Ni aun
as. Nada ni nadie, no hay poder humano, no hay Dios que justifique, que excuse ciertos
arranques en hombres de cierta altura.
No lo oculto: una pasajera relacin de antipata me aleja aqu de Marcos, y confieso
que, como unidad de desarrollo, ejerce sobre m un poder ms grande de atraccin el
carcter de Adela, lgico siempre, consecuente desde el principio al fin en la vehemencia
cada vez mayor de su pasin. Me seduce ese exquisito tipo de mujer, nacida para el amor y
el sacrificio, enaltecindose en el crimen mismo, tal es el prestigio irresistible que la
envuelve, subiendo ms y ms a medida que ms desciende.
Como verdad de observacin, como intensidad de anlisis, sobre la silueta de Rosa,
amorosamente trabajada, sin embargo, sobre Zea, sobre el mismo Marcos la piedra
angular del edificio est Adela. Es, en mi entender, el estudio ms completo, la parte ms
acabada del libro de Garca Mrou.
No pretendo entrar en un estudio prolijo y detallado de la obra; quiero
sencillamente notar a la ligera las impresiones que su reciente lectura me ha causado. Me
limito, pues, a dejar simples constancias, a sealar de paso, entre otros trozos, la
descripcin del baile, muy bien hecha, en un estilo correcto, como el de todo el libro, de
frase fcil y sonora, algo larga; la entrevista siguiente de Adela con su amante; los toques
magistrales que la contemplacin del mar ha sabido inspirar al pincel de Garca Mrou y,
sobre todo, esa pgina notable, esa hora de abstraccin, ese repliegue de Marcos sobre l
mismo, la escena recordada ya en que antes de ir al duelo afronta su situacin mano a mano
con su conciencia.
Me resumo: Ley social tiene su puesto designado un puesto de honor en nuestra
literatura embrionaria. Su autor, talento incuestionable, luminoso, slido, es uno de los
escritores argentinos llamados a quebrar la escarcha de la indiferencia pblica en esta
bendita tierra donde tan poco se lee y donde tantas otras cosas peores se hacen.

197
Anuario Bibliogrfico 1886

Ley social

Alberto Navarro Viola

Algunos captulos de esta novela fueron anteriormente publicados en folletn por el


diario Sud Amrica con el ttulo de Marcos. Poco tiempo despus su autor, de vuelta de
Europa, imprimila por separado en un elegante volumen, teniendo la mala idea de ponerle
el nuevo ttulo de Ley social, que unido a la tendencia de su argumento, dio a la obra cierto
tinte de fatalismo inmoral, severamente reprochado por la crtica. Marcos, interesante
joven, despus de un largo viaje, reanuda su amistad con Zea, antiguo compaero de su
infancia. La bella esposa de ste, Adela, no tarda en caer, arrastrada por una pasin
vehemente, en brazos de Marcos. Este amor, como toda pasin criminal en las novelas, es
fuente de dicha muy pasajera. Marcos, impresionado de tiempo atrs por la belleza de Rosa,
cocotte entonces de moda, se siente irresistiblemente atrado hacia ella y al averiguar la
historia de su vida airada, sabe que fue por primera vez seducida por Zea, el esposo de su
querida. Marcos siente entonces celos retrospectivos del amigo que se mostr cruel con la
mujer que amaba, y en ello encuentra cierta disculpa que disminuye el remordimiento de
haberle traicionado. Los gastos de Rosa y las prdidas del juego llvanle rpidamente a la
ruina: sabido esto por Adela, trata de salvarlo robando a su marido diversos ttulos. Rosa,
que descubre este secreto por casualidad, aprovecha la ocasin para vengarse de Zea, su
corruptor, y le manda las pruebas evidentes de la infidelidad de su esposa y de la traicin de
su amigo. Como consecuencia de todo esto, concrtase un duelo, en el que Zea da muerte a
Marcos.
Esta novelita con que Martn Garca Mrou ha enriquecido su caudal literario, si
bien presenta muchos puntos vulnerables en su argumento, encierra en sus formas bellezas
de mrito. Los personajes, ms que fotografiados, se hallan esbozados y no guardan
siempre la unidad deseable, pero algunas de sus cualidades se expresan de vez en cuando
con habilidad y colorido. La pintura algo realista de diversas escenas de pasin descuella
por su exactitud y ms que todo por el talento artstico del autor que mezcla con facilidad la
fisonoma del conjunto con el detalle caracterstico. A pesar, pues, de los defectos que la
crtica le ha reprochado, bastara para asegurarle a su joven autor la promesa de una
envidiable reputacin en las letras.

198
Sud Amrica, 11 de marzo de 1886

El nuevo libro de Cambaceres

Anteayer lleg a la capital, procedente de su establecimiento de campo El


Quemado, el doctor Eugenio Cambaceres, aplaudido autor de Sin rumbo. Un amigo que ha
conversado con l nos asegura que tiene ya casi terminado su nuevo romance.
El libro no tardar en ver la luz pblica y se nos dice que causar sensacin por su
originalidad y la belleza del asunto.
El doctor Cambaceres ha recibido ventajosas propuestas de nuestros editores que
se disputan la propiedad del nuevo libro.

***
Sud Amrica, 10 de mayo de 1886

El ltimo libro de Cambaceres

El seor Eugenio Cambaceres escribe en estos momentos las ltimas pginas del
libro que en breve lanzar a la publicidad.
Ese libro, tan ruidoso como los anteriores, har de su aparicin un verdadero
acontecimiento literario y social.
Forma un asunto de episodio de la alta vida portea cuyo recuerdo se mantiene
todava fresco para muchos.
El libro de Cambaceres ser editado por Lajouane.

***
Sud Amrica, 19 de octubre de 1886

La novela de Eugenio Cambaceres

Sabemos que dentro de varios das quedar definitivamente terminada la nueva


obra de Eugenio Cambaceres, a quien ste da el toque final en su estancia.
Se titula En la sangre y es un interesante trabajo cuya accin se desarrolla entre
inmigrantes, escrito con el talento y la observacin peculiares al distinguido escritor.
En opinin de personas que conocen algunos captulos del libro, se trata sin duda
alguna del ms vigoroso de sus trabajos, tanto por el pulimento de la forma, un tanto
descuidada en sus anteriores volmenes, como por el estudio prolijo del curioso problema
que desarrolla y comenta.

199
Sud Amrica, 1. de agosto de 1887

En la sangre, por Eugenio Cambaceres

Sud Amrica, deseoso de satisfacer a sus numerosos lectores y de propender al


desarrollo de la literatura nacional, acaba de adquirir la nueva produccin de Eugenio
Cambaceres, que prximamente empezaremos a publicar.
En la sangre continuar esa serie de estudios sagaces, reales y hondamente
observados, que nos han dado ya tres libros originales arrebatados con un xito de librera
sin igual entre nosotros, por un pblico que encuentra en el autor de Sin rumbo el
temperamento ms vigoroso de novelista de la vida y las costumbres argentinas, que
poseemos en la actualidad.
Se ha observado con razn que cada nueva obra de Cambaceres seala un nuevo
paso en sus progresos de escritor. Despus de los tanteos de Silbidos de un vago, todos hemos
admirado la precisin y la firmeza de la mano que ha trazado Msica sentimental, precisin
que se afirma cada vez en Sin rumbo y que nos dar la obra definitiva en este nuevo
volumen nacido al calor de una idea poderosa y vibrante bajo la pasin de un estilo
nervioso, fuertemente colorido, en que a la modernidad de los maestros franceses se une el
ardor de una imaginacin de vidente, y de una observacin de psiclogo mundano.
Este nuevo trabajo est llamado a despertar hondamente la atencin pblica y a
provocar polmicas apasionadas en torno suyo. Es el privilegio de los fuertes ser
combatidos con encarnizamiento, y el sello del verdadero talento el provocar la rplica
apasionada. No importa! La inteligencia se une quand mme y en medio del humo de la
polvera, sobre la ruina de las escuelas rivales, todos vemos como se levanta hoy en da la
personalidad literaria de Zola.
No necesitamos manifestar a nuestros lectores si Sud Amrica se honra con poder
ofrecerles esta verdadera novedad, a costa de grandes sacrificios que compensan por
primera vez los arduos trabajos de escritores como Eugenio Cambaceres, iniciando en el
periodismo argentino la prctica tan generalizada en el viejo mundo de adquirir las obras de
los hombres de talento, destinados a consolidar nuestra literatura naciente y a dar una
muestra de lo que es capaz de producir el ingenio nacional.
A las novelas inditas que ya han sido escritas expresamente para Sud Amrica por
Paul Groussac, Lucio V. Lpez y Martn Garca Mrou, aadimos esta de Eugenio
Cambaceres, que insistimos en recomendar y que sealar un acontecimiento en nuestra
vida intelectual.

***
Sud Amrica, 2 de agosto de 1887

En la sangre, por Eugenio Cambaceres

Este ttulo, En la sangre, ha dado tema a mil comentarios. Se trata de un drama


sombro, lleno de crmenes; rumoroso y tremendo, escrito por esa pluma acerba que da
tanto relieve y tanto colorido a los cuadros que traza? Se trata por acaso de un nuevo
estudio en que salga triunfante la ley de herencia, indicando que el hroe o la herona del
libro tiene en la masa de la sangre segn una expresin vulgar una marca inexorable,
una predestinacin para las luchas de la vida?

200
No podemos descorrer el velo, ni descubrir el enigma. Los lectores de Sud Amrica
sabrn pronto cul es el alcance del ttulo que lleva este drama de pasin, escrito con ese
estilo suelto y despreocupado que caracteriza a toda la obra de Cambaceres.

***
Sud Amrica, 5 de agosto de 1887

En la sangre121

Eugenio Cambaceres, cuyas obras convulsionaron la sociedad portea no solo por


la pasmosa crudeza de sus captulos naturalistas, sino tambin por la propiedad y elegancia
de ese estilo y de ese nervio, aplicado a resolver cosas sucias pero ciertas de los bajos
fondos de nuestra aristocracia del dinero.
Eugenio Cambaceres da los ltimos toques a una novela titulada En la sangre,
cuadro naturalista con maestras pinceladas de un color subido que no es seguramente el
realismo de Zola, sino un realismo criollo, que le ha dado sello y carcter al autor y esa
fisonoma propia que lo seala como iniciador de un gnero literario, del cual es entre
nosotros el ms bizarro porta estandarte.
La obra mencionada, que trataron de disputarse los editores, sabiendo que una
novela de Cambaceres es gran fuente de recursos pecuniarios, fue adquirida en propiedad
por la empresa de Sud Amrica, creemos que en la suma de 5.000 Ps m/n. Este diario, que
no trepida en hacer erogaciones de todo gnero, con tal de servir convenientemente a sus
numerosos abonados, la publicar primero en folletn y enseguida har por su cuenta una
gran edicin que circular especialmente en la capital y provincias de la Repblica
Argentina, sin perjuicio de que se ponga tambin en venta en los otros pases del
continente y trasponga las fronteras del viejo mundo.
En la sangre es una novela que tiene como punto de partida la ciencia, esa base casi
matemtica de los organismos animados, cuya incgnita se encuentra ms o menos tarde en
la existencia como sntesis y resolucin del problema final.
Est armnicamente enlazada a los fenmenos que se producen en los que algunos
califican de mundo psicolgico y afectan la sensibilidad por medio de esas manifestaciones
ntimas que desbordan ms tarde en oleadas de pasin, como los volcanes comprimidos, en
oleadas de fuego y lava.

***
Sud Amrica, 11 de agosto de 1887

La novela de Cambaceres122

Es segn nuestra opinin el seor Cambaceres el ms slido de los novelistas


argentinos, el escritor que mejor ha sabido asimilarse los principios de la escuela naturalista
sostenida por Emilio Zola.

121
Extracto de un artculo del corresponsal en Buenos Aires de La poca de Montevideo. Sin indicacin
de fecha.
122
Publicado originalmente en La Patria Italiana.

201
La nueva novela se titula En la sangre, y, a estar a lo que se asegura, desarrollar
algunos casos patolgicos de transmisin hereditaria, como en vasta escala ha venido
haciendo Zola en su historia de una familia bajo el segundo imperio.

***
Sud Amrica, 18 de agosto de 1887

Partida de Eugenio Cambaceres

Parte hoy en el Provence para Europa, el distinguido novelista argentino. Va al


viejo continente en busca de otras brisas y de otras comarcas a matar su hasto profundo
por la existencia y acaso a confeccionar nuevos libros, que cimentarn su reputacin
indiscutida de escritor. Deja una novela que ser leda con inters, pues no desmerece ante
ninguna de sus otras producciones, y desde el viejo mundo nos remitir correspondencias
peridicas que, como hemos anunciado, tendrn al corriente a los lectores del Sud Amrica
de la vida de los argentinos en Europa y recogern las impresiones del viajero en su nueva
expedicin trasatlntica.
Le enviamos nuestra cordial y sincera despedida, deplorando solamente que no
permanezca un mes ms en esta tierra para poder palpar el xito de su romance, que ser
uno de los triunfos ms hermosos de las letras argentinas, pues es un trabajo destinado, por
su estilo personal y por su argumento, a ser ledo y aplaudido con entusiasmo.
Ignoramos el tiempo que durar la ausencia de nuestro compatriota. Hombre
independiente y de fortuna, hace lo que se le antoja y viaja hasta que en un buen da de
aburrimiento, arregle sus bales y se meta en un vapor con rumbo a las playas argentinas. Si
el egosmo fuese disculpable en el presente caso, haramos votos porque la permanencia de
Cambaceres en Europa durase el mayor tiempo posible, pues as tendran mayores
ocasiones de saborear sus cartas sueltas e incisivas los numerosos lectores de este diario.

***
Sud Amrica, 19 de agosto de 1887

Tres mil patacones por una novela

Un importante peridico de Montevideo, La Repblica, acaba de adquirir de la


empresa de Sud Amrica el derecho de publicar en folletn, simultneamente con nuestra
hoja, la ltima novela de Eugenio Cambaceres. Es una demostracin del profundo inters
que, an en el extranjero, ha despertado esta produccin. El diario de la referencia, a cuyo
frente se encuentra el distinguido doctor Alberto Palomeque, no ha vacilado en hacer una
fuerte erogacin 3000 nacionales oro para poder realizar simultneamente con nuestro
diario la publicacin del ruidoso libro En la sangre, destinado a ser gustado por el pblico
selecto en virtud de su alto valor artstico, y por el pblico grueso, ajeno a los primores
de una alta produccin literaria, en virtud de la crudeza de los cuadros y de muchas
producciones.
En la sangre aparecer simultneamente en ambos diarios.

202
La Repblica, que con este golpe de hbil periodista aumenta considerablemente su
importancia en la prensa del Ro de la Plata, anuncia su adquisicin con palabras justicieras
para el autor de tantos libros sensacionales.
Como queda dicho, En la sangre aparecer simultneamente en Buenos Aires y en
Montevideo, habindose arreglado satisfactoriamente con nuestro colega uruguayo todas
las condiciones de la publicacin.

***
Sud Amrica, 6 de setiembre de 1887

El primer folletn de En la sangre

El prximo lunes empezaremos a publicar en nuestras columnas la novela de


Eugenio Cambaceres, que ser el acontecimiento literario del ao en nuestro pas. Hay
verdadera ansiedad por conocer esta produccin del viril novelista, a quien debemos tantos
libros penetrantes y llenos del ms profundo inters.
Combinaciones periodsticas, llevadas a buen trmino, nos han impedido comenzar
antes la publicacin. Pero hoy han desaparecido todas esas razones y desde el da sealado
los lectores del Sud Amrica tendrn las pginas brillantes del autor de los Silbidos de un vago.
La publicacin de En la sangre, novela selecta llena de observacin, producto de la
plena madurez de una inteligencia brillante, durar unos dos meses ms o menos.

***
Sud Amrica, 9 de setiembre de 1887

En la sangre

El prximo lunes empezaremos a publicar en estas columnas la ltima novela de


Eugenio Cambaceres. Hay verdadera curiosidad por conocer esta produccin del reputado
novelista, y una demostracin de ello es el aumento de la suscripcin que ha tenido nuestra
hoja al solo anuncio de la publicacin.
Como el trabajo ser editado enseguida en forma de libro, ya hemos percibido
pedidos considerables de todas las libreras de la Repblica y bueno sera que se apuren los
que faltan, pues la primera edicin se agotar pronto.
El lunes, pues, habiendo desaparecido las causas que haban provocado el retraso,
podr el pblico empezar a paladear estas pginas, que sern el principal acontecimiento
literario del ao en la Repblica Argentina.

203
Sud Amrica, 11 de setiembre de 1887

La hija de Cambaceres

El seor Eugenio Cambaceres ha tenido un mal susto con la enfermedad de su


hijita, una preciosa criatura de cuatro aos, rubia y rosada como un ngel.
La nia sufra un ligero catarro bronquial, por lo que sus padres la haban hecho
retener en camita, constituyndose en enfermeros, sin abandonarla un solo instante.
Anoche a las 2 a.m. un sirviente del seor Cambaceres lleg muy apurado al
Hospital Militar, preguntando por el mdico de servicio o el practicante de guardia. Como
se sabe, la quinta de Cambaceres est ocupada por el Hospital, quedando independiente la
preciosa casa en que vive el dueo, y la parte de la barranca que da entrada al chalet. Como
no haba mdico en aquel momento, acudi el practicante seor Lima, que fue recibido por
el seor Cambaceres con la amabilidad exquisita del autor de Sin rumbo.
Una vez al lado de la enfermita, el practicante no puso sustraerse a la impresin
causada por el ansia retratada en el rostro de los padres, sindole necesario un gran
esfuerzo de voluntad para hacer un examen sereno de la paciente. Felizmente todo no
pasaba de una simple bronquitis, que haba manifestado uno de sus fenmenos
caractersticos, la tos, en un acceso bastante violento, hasta el extremo de hacer creer a su
padre que se trataba de un caso de tos convulsa.
Despus del examen, el practicante aclar la situacin de la nia, asegurando que no
haba motivo alguno para intranquilizarse. Entonces se produjo una de esas escenas tan
comunes, en las que un padre ve volver a la vida el nico aliciente que lo retiene a ella: su
hija.
Eugenio Cambaceres no tiene ms hijos que su preciosa nia. Con razn le dedica
todo su amor, y su vida, porque la criatura entretiene sus ratos de ocio; aquellos que no
dedica a la confeccin de sus libros, en una gran parte del da.
Despus de dejar completamente calmada a la enferma, el practicante quiso
retirarse, recibiendo del dueo de casa todas las atenciones que sabe prodigar un hombre
de mundo como el seor Cambaceres.
Deseamos que la pequea paciente vuelva muy pronto a su floreciente salud, para
que nuestro amigo conserve la alegra y el caudal de calma necesario a sus robustas
producciones.

***
Anuario Bibliogrfico 1888

En la sangre

Alberto Navarro Viola

El autor ha querido desarrollar una tesis interesante y que tiene para nosotros por
las continuadas corrientes de inmigracin una importancia capital, y es muy digna por lo
tanto de preocupar la atencin y de ser estudiada bajo sus diversos aspectos: de acuerdo
con el moderno criterio cientfico, en parte al menos, el escritor pinta la influencia fatal de
la herencia, lo que se lleva en la sangre, en el protagonista de su obra.
Genaro Piazza, hijo de un tachero italiano y de una pobre mujer de la misma
nacionalidad, que nacido en un conventillo de los barrios del Sud, principia desde los cinco

204
aos a llevar la vida aventurera y perdida de los pilluelos porteos, se corrompe en alma y
cuerpo de una manera repugnante. Muere el padre dejando a la viuda una pequea fortuna
y Genaro, impulsado por los cariosos anhelos de la madre que lo quiere hacer gente, entra
en la Universidad despus de haber seguido a escondidas del tachero sus primeros estudios
en una escuela del barrio. Pasan varios aos de vida haragana sin que el estudiante se
preocupe un pice por aprender algo que no sean truhaneras de mozalbete; hasta que un
da sus compaeros descubren el oficio de su difunto padre y los gritos de gringo y de
tachero hacen despertar en su espritu una implacable envidia hacia los ms felices en
esta casualidad de la vida, y un ardiente deseo de venganza, de tomar la revancha de los que
le burlan sin piedad. Se entrega al estudio para llegar a ser alguien y se entrega con pasin
desenfrenada, robando sus horas al descanso y al sueo, porque le cuesta aprender, porque
slo es sagaz y astuto, pero carece de inteligencia, porque el nico talento que tena l era
el de engaar a los otros haciendo creer que lo tena. Pasa bien sus exmenes y adelanta no
sin grandes momentos de desaliento, pues se da cuenta clara que nunca ser gran cosa, que
no podr formar sino en esa falange de intiles doctorados, que Cambaceres pinta con
bellas palabras.
Cansado de la vida de estudiante, ya en plena juventud, sediento de entrar en la gran
vida, temeroso de que la vieja madre pueda serle un obstculo para sus mezquinas
ambiciones, so pretexto de enfermedad la hace volver a Italia, sin importarle un comino las
dolencias que aquejan a la infeliz. Dueo entonces de una pequea renta, principia nueva
existencia: paseos, comidas, teatros, etc. El capital disminuye pronto, hace economas e
inicia su gran campaa, el desideratum de sus anhelos. Una seorita, Mxima, de la
aristocracia bonaerense por su familia y su fortuna, es su objetivo. La nia contesta sus
miradas amorosas, y Genaro establece el sitio en regla, consiguiendo por medio de artes y
maas penetrar, pero sin descubrir el mvil que lo impulsa, en la casa de su fingida amada y
gana la confianza de los padres de esta. La infeliz cae, cae hasta donde puede caer una
mujer, y llega, por fin, el momento espiado por el seductor, la nica esperanza que tiene de
conseguir la mano de la rica heredera: la joven antes de ser madre, pero ya conociendo la
bajeza del carcter de Genaro, se casa con l.
La muerte de su suegro pone a nuestro hroe en posesin de una cuantiosa fortuna
y sin importarle nada de su mujer que vive soterrada, ni de su hijo que no ama, busca
distracciones, algo con que llenar el vaco de su vida. Un momento tiene el pensamiento de
convertirse en gran seor, de vengarse as, trayendo a rendirle homenaje en su vivienda, a
todos los que antes le han despreciado; pero es avaro, las fiestas cuestan caro, y su
ambicin es otra, ser ms rico y nada ms. La poltica, los honores, qu le importan? Algo
ms positivo y eficaz que toda esa vana hojarasca de las humanas grandezas, haba sido
siempre el slo anhelo de su vida, algo mejor y ms sustancioso que la gloria: los pesos, el
dinero
Grandes especulaciones en tierra le hacen triplicar su capital, pero de pronto,
cuando va a redondear sus negocios, una crisis general lo abate. Principian los apuros, las
ventas de propiedades de la fortuna de Mxima que da al principio su venia sin chistar,
deseosa de que la deje tranquila, y concluye engandola, hasta que un da, advertida de que
su hijo se va a quedar en la calle, se niega a firmar un nuevo compromiso: Genaro quiere
convertir en trgica la escena y Mxima, que lo conoce bien, re del cobarde que est segura
no se matar. A la noche, nueva negativa de la mujer, y l entonces la arranca del lecho, la
injuria torpemente, la azota, agregando a la brutal accin un cnico dicharacho; termina la
novela con esta desagradable escena, contada por el autor con un naturalismo zolaico de una
crudeza de expresiones de bastante mal gusto.
En la sangre, que apareci primitivamente como folletn del Sud Amrica, fue recibida
con avidez por nuestro pblico, en el que haban despertado marcada atencin las
anteriores producciones del autor, quien por su ltima novela Sin Rumbo mereci

205
entusiastas aplausos. No es slo por esta razn que nos hemos detenido un tanto a contar
su argumento, sino tambin porque Cambaceres ha iniciado con sus libros un gnero
genuinamente argentino, como con razn lo clasific el fundador de este Anuario, y que
est destinado a hacer escuela, siendo l adems, hasta ahora, el nico de nuestros
novelistas que, sin pretensiones literarias, contina en la tarea emprendida, siguiendo una
ruta fija y agregando cada da una nueva piedra al edificio que levanta.
En la sangre, si no es un fracaso, es al menos un paso atrs, es algo que est por
debajo de lo que en derecho se podra y se debe esperar del autor de los Silbidos de un vago.
Se notan en ella los mismos defectos que la crtica ha sealado en los tres libros anteriores
de Cambaceres, y si bien hay aqu un plan ms ordenado y mejor desarrollado, un asunto
ms serio y una tendencia mejor encaminada, en cambio otras manchas lo afean. Sin tomar
en cuenta el penoso y bajo pesimismo del autor, que mira todo con cristal de malos colores,
se le puede reprochar que su libro es un eterno monlogo, que no hay ms estudio de
caracteres que el de Genaro, quien siempre est en escena, no sabindose a punto fijo
cundo habla o reflexiona l, o cundo lo hace el novelista, con la extraa particularidad
que el hijo del tachero piensa desde criatura como un viejo marino de la vida o se conoce
como si fuera un profundo psiclogo, a pesar de no estar dotado de mayor inteligencia.
Mxima es un accidente, y su figura, poco dibujada, ofrece contrastes incomprensibles. Se
explica su pasin por Genaro, pero su cada, dada su educacin, su familia, su espritu
distinguido pues as nos la presenta el autor, es absurda, inverosmil y poco atrayente.
Mxima se pierde sin quererlo, sin resistencias, al arrullo de palabras amorosas que solo
podra consentir una guaranga refinada.
Hay en la novela un abuso inmoderado de expresiones vulgares, de lenguaje
familiar, no slo al estar en accin los personajes, sino tambin cuando el escritor bosqueja
una situacin o hace comentarios. El mismo estilo ligero, chispeante de Cambaceres ha
sufrido: por exceso de nerviosidad, por demasiado castigada, la frase se vuelve dura y
abigarrada; y la construccin es tan extraa, tan apartada algunas veces de la ndole de
nuestro idioma, que merece reproches an del crtico menos amante de la gramtica.
No por eso en la obra todo no es bueno: hay mucho digno de elogio adems del
tema y de su regular desarrollo, como por ejemplo los cuadros pintorescos de la muerte del
tachero y la entrada de Genaro a la Universidad, lo mismo que la pintura del estado de
nimo del protagonista el da en que debe decidir su suerte el padre de Mxima, y cuando
busca el testamento de su suegro, falseando un escritorio y robndose una cantidad de
billetes de banco. Son estas pinceladas, de buena mano, y algunas otras, las que hacen
olvidar, en parte, escenas de dudoso gusto artstico y hasta de grosera confeccin.
Los caballos de raza caen y se levantan, ha dicho un reputado literato espaol,
defendindose de un mal libro. Estamos seguros que En la sangre pronto ser olvidada por
un nueva novela que cimente firmemente la reputacin del distinguido escritor que nos
ocupa y que haga conocer bien su pluma fcil y colorida y la fina y espiritual observacin
que lo caracteriza.

206
Novios, maridos y amantes en Buenos Aires
Inocentes o culpables? de Antonio Argerich
Amar al vuelo de Enrique E. Rivarola
Len Zaldvar de Carlos Mara Ocantos

Inocentes o culpables? Novela naturalista fue editada por la Imprenta de Le


Courrier de la Plata en 1884. Es la nica novela de Antonio Argerich joven que
haba probado entrar al mundo de las letras poco tiempo antes con dos pequeos libros
de ensayos literarios. La novela no fue publicada en ninguno de los folletines de los
diarios de Buenos Aires. Narra el ascenso social de Jos Dagiore, un inmigrante italiano
que se inicia como pen de albail y alcanza a convertirse en propietario de una fonda;
de Dorotea, su mujer, la hija de un tendero que alimenta con lecturas los sueos de una
imaginacin descontrolada que la llevan al adulterio; y de su hijo, Jos, un joven
nervioso y enfermizo, sobre quien parecen recaer las debilidades y los vicios de sus
progenitores, conducindolo a su propia destruccin.
La novela fue juzgada por sus contemporneos con una severidad que, aunque
justa, no deja de ser discordante con el espritu condescendiente con que eran recibidas
las producciones literarias nacionales. Una posible explicacin ante semejante reaccin
puede ser el carcter escandaloso del tratamiento de temas como el alcoholismo, el
adulterio, la prostitucin y el suicidio.
Amar al vuelo (costumbres estudiantiles) de Enrique E. Rivarola aparece por
primera vez en el folletn del diario La Patria Argentina del 29 de junio al 27 de julio de
1884, bajo el ttulo de El arma de Werther. Poco despus, es publicada en forma de
libro y con el ttulo definitivo en la editorial de Emilio de Mrsico. Se registra una
segunda edicin en 1886. En 1905 es reeditada en la coleccin de La Biblioteca de La
Nacin.
Relata las andanzas de Primitivo Salvadores, el hijo de un estanciero que ha
venido a Buenos Aires a estudiar. Luego de una serie de romances fugaces y
superficiales se enamora de la joven Rosa Villamar, cuya madre pretende casarla con
Bernardo Ortiguero, propietario rural de Entre Ros, hombre maduro y de gran fortuna,
quien se encuentra de visita en la ciudad en procura de una joven bonita con quien
contraer enlace. A pesar de que Rosa siente simpatas por Primitivo y don Bernardo le
produce poco menos que repulsin, ante las insistentes amenazas maternas declina de su
obstinado rechazo y con el solo objeto de obedecer a su madre concluye por aceptar la
proposicin matrimonial. Enterado de la boda por el suelto de un diario, Primitivo se
presenta en casa de Rosa y justo cuando se encuentra de rodillas besando la mano de
Rosa, aparece don Bernardo, quien se marcha sin explicaciones tras sorprenderlos en tal
situacin. Enseguida los diarios difunden el final vergonzoso del breve y desigual
romance, por lo que Rosa y su madre huyen de Buenos Aires escapando del escndalo y
se refugian en Espaa, en casas de parientes. Primitivo, agobiado por la ausencia de su
amada, resuelve quitarse la vida. Sin embargo, tiene la fortuna de que falle el
mecanismo del revlver comprado en el montepo para la ocasin y salva su vida. Poco
despus, ya repuesto del desengao amoroso, celebra la poca confiabilidad del arma.
Len Zaldvar es la segunda novela de Carlos Mara Ocantos. Se public
primero en el folletn de La Patria Argentina del 6 de marzo al 20 de abril de 1888.
Poco despus apareci en formato libro en Madrid, donde el autor se desempeaba
como secretario de la Legacin diplomtica, bajo el ttulo de Len Saldvar. La novela
pone la mirada en la alta sociedad portea, ofrece descripciones de sus costumbres y de
sus puntos de encuentro: los bailes de Carnaval, el Club del Progreso, la temporada del

207
Teatro Coln, los paseos por Palermo, los veranos en el Tigre, articuladas con una
intriga amorosa convencional. Si bien se construye una perspectiva crtica de la
sociedad portea, en ningn momento se apela al sarcasmo, la stira y el escepticismo
de las obras de Cambaceres ni a los acordes trgicos del fatalismo naturalista. Si de
opciones estticas se trata, Ocantos elige mirarse en el realismo espaol y su bagaje
costumbrista. Es por esto que Ernesto Quesada celebra con esta novela el surgimiento
del genuino novelista nacional, capaz de pintar cuadros costumbristas sin caer en la
vulgaridad de un naturalismo de convencin.
La novela refiere la historia de un amor no correspondido entre un joven, Len
Zaldvar, heredero de una estancia y perteneciente a una familia portea tradicional, y la
atractiva y coqueta hija de un estanciero, Luca Guerra, quien, a pesar de algunas
insinuaciones, prefiere casarse con lo que aparenta ser un mejor partido: un elegante y
distinguido barn francs. A la postre este matrimonio deriva en desastre: el codiciado
barn resulta ser en realidad un cazafortunas, borracho, que ve con espanto cmo su
farsa se viene abajo luego de la llegada imprevista de su verdadera mujer a Buenos
Aires, quien lo desenmascara. Este ltimo, frente a la gravedad de los acontecimientos,
huye de inmediato y la familia Guerra trata infructuosamente de ocultar el episodio con
un repentino viaje a Europa. Finalmente, Len descubre a quien lo haba amado durante
todo ese tiempo: una joven llena de virtudes domsticas con quien realiza un
matrimonio feliz y conveniente.

208
La Patria Argentina, 22 de junio de 1884

Inocentes o culpables? Una novela naturalista

Es este el ttulo de una novela que desde hoy se encuentra en venta en todas las
libreras de Buenos Aires.
Su autor es el joven Antonio Argerich.
No es este un nombre desconocido en nuestro reducido mundo literario. Har dos
aos, ms o menos, que Antonio Argerich dio a luz una coleccin de artculos, que, bajo el
modesto ttulo de Un poco de prosa, encerraban pginas llenas de colorido, escritas en estilo
fcil, desenvuelto, fresco como la vida del joven escritor. Ms tarde, en una conferencia
literaria dada en el Politeama a beneficio del poeta Gervasio Mndez ley un discurso sobre
el naturalismo que, aunque demasiado extenso para aquel acto, era una pieza acabada, que
mereci los elogios de la prensa, y una palabra de aliento de Emilio Zola, el campen del
naturalismo.123
La novela que hoy presenta es fruto de estudio y de afanes. Un ao entero ha
ocupado en su preparacin y elaboracin, observando de cerca sus personajes, organizando
el plan de la obra, dando a sus cuadros pinceladas vivas y seguras, y le llega por ltimo, el
momento de lanzarla a la luz pblica, esperando el fallo de la opinin.
La novela de Argerich no puede ante todo, pasar desapercibida. Es esencialmente,
una obra de combate y ya sea para sostenerla, ya para atacarla, la prensa y los hombres que
se ocupan de las letras tienen que hacer de esa novela el tema del da.
Inocentes o culpables? presenta al lector dos fases diversas.
La una, en la idea que preside el libro, y que su autor explica en un prlogo. La otra
en la obra misma, considerada como gnero literario, debiendo tenerse entonces en cuenta
el plan general, su desarrollo, sus caracteres, su estilo.
Antonio Argerich combate en su novela esa inmigracin inferior que invade los
territorios americanos, trayendo, es cierto, un concurso benfico de brazos, pero
esparciendo en nuestro suelo las simientes de una generacin desprovista de ideas de moral
y de patriotismo, una generacin enfermiza, no de cuerpo, sino de alma, que recoge la
herencia de las bajas clases sociales, de donde ha nacido para hacerla el patrimonio de su
vida.
A este respecto hace una observacin muy real. Nuestros hombres, dice, se
preocupan de la cruza de nuestros caballos para mejorar la raza, y dejan que nuestra raza se
someta a la influencia de otra que le es muy inferior, y no solo se limitan a dejar que esa
influencia se opere de por s, sino que tratan de activarla, dando pasaje gratis al inmigrante,
llamndole a nuestras playas por necesidades del momento, sin pensar en las graves
consecuencias a que ese hecho dara origen.
Esta cuestin no es mera teora ni la trae Argerich a colacin en su novela a falta de
otra cualquiera; no, es una cuestin de actualidad, una cuestin de trascendencia. Es la
cuestin que se est debatiendo en el Congreso argentino y en la prensa.
Mientras que el economista lleva el debate al contingente de los nmeros, y el
hombre poltico busca la resolucin del problema estudindolo en el enmaraado campo

123
Antonio Argerich, antes de Inocentes o culpables? public Un poco de prosa (Ostwald y Martnez,
1881, 169 pginas), coleccin de artculos literarios con prlogo de E. Holmberg, y Naturalismo
(Ostwald, 1882), disertacin leda en el Politeama con motivo de la velada literaria a beneficio de
Gervasio Mndez. En esta conferencia Argerich defenda a Zola, basndose en De Amicis, y atacaba a
Vctor Hugo. La mencionada disertacin se incluye en la seccin Debates de esta antologa.

209
de la ciencia del gobierno, el novelista se reconcentra en la observacin y presenta hechos
que hacen luz, como los ejemplos lo hacen en las definiciones.
As pues, el libro tiene su fin. Llega, aparece en momento oportuno. Si esa
cooperacin del observador no se esperaba, se la acoge, porque est basada en estudios de
hechos reales, dolorosos, pero innegables, que deben tener presentes el legislador y el
periodista para no perderse en platnicas abstracciones.
La otra faz de la obra es su faz literaria.
Ante todo, es necesario hacer presente al lector que el hecho de que la novela tenga
por fin la resolucin de un problema social, no obsta a que se encuentre desprovista de la
pesadez que dara al libro un estudio puramente cientfico.
Las deducciones y las consecuencias las hace el prlogo y las piensa el lector,
cuando cierra por ltima vez el libro.
An en la parte literaria, la novela de Argerich se presta a grandes e interminables
discusiones.
Es la primera produccin que se presenta entre nosotros siguiendo las huellas de
una escuela que ha revolucionado la literatura francesa.
Antonio Argerich se manifiesta en su obra discpulo demasiado ferviente del
naturalismo. Se deja llevar por sus pasiones literarias, y hace tanto o ms de lo que se han
atrevido hacer los ms osados.
La crudeza de algunas escenas est llevada a lmites que no es posible sostener en
nombre de tendencias literarias, porque antes que esas tendencias est la moral que las
reprueba.
Y para mostrarse ms osado ha cargado los colores de su pincel en los dos primeros
cuadros de su narracin: una noche de boda y un parto.
Esas dos descripciones, obra de buen discpulo, se resienten de demasiado
reales hay en ellas demasiada verdad, pero para su autor, ese no es un defecto; es, por
el contrario, una buena cualidad de su escuela, que lleva la observacin hasta ms all de lo
que las convenciones aconsejan.
El plan de la novela se desarrolla sin tropiezos, y no es ste poco mrito, pues en
esa fcil corriente de los sucesos estriba una de las mayores dificultades para el escritor.
Otro de los mritos, y que ms que un mrito es la esencia capital de ese gnero literario, es
el inters. En la novela de Argerich ese inters se encuentra, no buscndolo en la pintura de
sus cuadros realistas, sino siguiendo a sus personajes, bien caracterizados, al travs de los
mil incidentes que, desde la cuna en que nace el hroe de la novela hasta el lecho en que
muere casi como Rolla, preparan el desenlace fatal.
Dagiore con su frente deprimida, sus instintos brutales dominados por la belleza
fsica de Dorotea, con sus sueos de fortuna, tacao, miserable, casndose por clculo para
hacer de su mujer una sierva y no una compaera, vctima de sus propios extravos, pasando
de la desgracia a la embriaguez y de la embriaguez al manicomio, es un tipo que se ve vagar
entre las pginas de la novela, inspirando unas veces compasin y otras desprecio.
Dorotea, la mujer de humilde cuna extraviada por el lujo y por la influencia de las
novelas romnticas hasta caer en el adulterio; el mayor Paz, ciendo la espada al cinto para
emprender campaas amorosas y arrastrndose como una vbora para verter su veneno en
el alma de Dorotea; el doctor Ferreol, hablador insignificante y hueco, ascendido a Ministro
de Gobierno Nacional y candidato a la Presidencia de la Repblica, repartiendo entre todo
el mundo saludos y promesas; Misia Francisca, hablando del talento y de los carruajes de su
hijo el doctor Ferreol como si gustase un caramelo; don Isidro el boticario, chismoso como
una comadre de barrio, y el doctor Catay copiando en el libro de la botica las recetas de
otros mdicos para aplicarlas por analoga a sus enfermos; Jos, el hijo de Dagiore y
Dorotea, heredero de la pobreza espiritual de uno y de las ambiciones desmedidas de la
otra, perdiendo en los lupanares la salud y la moralidad, en compaa de una juventud

210
frvola y sin vigor, quitndose la vida un mes antes de su proyectada boda, porque su sangre
corrompida la impeda; todos esos son personajes bien caracterizados, y se destacan en el
gran cuadro de la novela.
Cuando el narrador llega al fin de su relato, y deja a Jos en el cementerio, como
una vctima ms de la corrupcin moral, se pregunta si son inocentes o si son culpables.
La juventud los considera inocentes, encontrando el mal en la sociedad misma; la
iglesia los considera culpables, individualizando en el suicida todas las responsabilidades.
Decir quin tiene razn sera difcil. Toca a cada lector juzgarlo para l.
En su prlogo Argerich promete otra obra, debiendo hacer en ella el estudio de una
familia argentina.
Desearamos ver en ella, no precisamente un cambio en sus doctrinas literarias, sino
la moderacin necesaria para que su libro tuviese entrada en el hogar de la familia argentina
y pudiese ser ledo al amor de la lumbre que se pueden decir verdades sin decirlas
amargas, llegar al mismo fin y obtener los mismos resultados yendo por buenos caminos y
no por sendas pedregosas y entre espinosos matorrales.
La moral no es un fin del arte, pero el artista, antes que artista debe ser hombre.

211
La Ilustracin Argentina, 10 de julio de 1884

Inocentes o culpables? El libro de Argerich

El nombre de Antonio Argerich apenas ha sonado en las crnicas y gacetillas,


donde se fabrican reputaciones del gnero del doctor Ferrol, pero reputaciones, al fin, que
el vulgo, como buen creyente, consagra y celebra.
No ha rodado por ese ruidoso escenario de las celebridades de baratillo, y es por
esto que, los que no lo han visto exhibirse all, se preguntan con cierta sorpresa Cmo!
Ese mozo es capaz de escribir un libro?
Estas frases han salido de muchas bocas en estos ltimos das.
Las reproducimos porque honran al autor de Inocentes o culpables?
Prueba, en efecto, que ese libro, prescindiendo de su mrito, es un valiente esfuerzo
y un esfuerzo que se realiza por amor al estudio y al legtimo crdito, sin la obligacin a que
subordina la fama solicitada por otros, como anticipo, sin temor de quedar en dbito.
Los que conocamos las dotes literarias y el espritu de observacin de Antonio
Argerich no nos hemos sorprendido de la aparicin de su libro.
Dudbamos, s, y no debemos excusar esta franca declaracin, dudbamos de que
su obra pudiera pasar sin riesgo bajo el filo de la crtica.
Y esta duda naca de la aversin con que se mira su escuela, y de su decidida
oposicin con nuestra vida literaria y con nuestras costumbres sociales; naca tambin de la
desconfianza de que un pensamiento tan positivo y trascendental como el que pretenda
desarrollar, pudiera daar el carcter artstico de la produccin o viceversa, que el inters de
esta, bajo tal aspecto, no se salvar sino a expensas de la unidad y de la verdad de aquel.
Sin embargo, si respecto de lo primero, no ha dejado de levantar protestas
violentsimas entre las gentes escrupulosas, lo cual nada prueba en contra del libro, respecto
de lo segundo, que afectaba directamente la responsabilidad del autor, nos es grato
reconocer que nos habamos engaado: Argerich ha sabido mantener en su novela la ms
perfecta armona entre la idea y la forma, entre la filosofa y el arte, mostrndose al mismo
nivel como literato y como socilogo.
La crtica seria no ha tenido objeciones fundamentales que hacer.
Bajo el punto de vista de la forma, ha condenado algunas escenas por ms o menos
crudas.
En cuanto al fondo, ha pretendido negar algunos de los hechos en que apoya su
tesis el novelista.
Aquel cargo lo aceptan solidariamente todos los partidarios del naturalismo como
un timbre de su escuela.
Respecto de los hechos que se impugnan, como quiera que no es nuestra mente
entrar en este debate, observaremos simplemente que ellos, aunque se admitieran, no
desvirtuaran la idea fundamental del libro ni su trascendental objetivo.
Al lado de estas censuras, se ha hecho la debida justicia al autor de Inocentes o
culpables?, reconociendo sus distinguidas cualidades de novelista brillantemente reveladas en
este libro que figura desde hoy con honor en nuestra biblioteca literaria nacional.
Y si se tiene en cuenta que Argerich es un joven de 26 aos, cunto no debemos
esperar de su inteligencia fortalecida por el estudio y por la experiencia!

212
La Prensa, 11 de julio de 1884

El naturalismo

Julio Llanos

Aparto por un momento, al final del segundo captulo, la novela de Argerich que
empec a leer con avidez.
No necesitaba el autor haber puesto en la cartula que su obra era del gnero
naturalista. Bastan las primeras lneas para decir al lector que Argerich no ha pasado largas
horas levantando su pensamiento vigoroso en busca de verdades y bellezas ideales, lo ha
hundido en la miseria, para arrancar sus imgenes nauseabundas, y complacindose en
ponerlas de relieve las mira por uno y otro lado, y se cree feliz con el tino que le permite
ofrecer las ms repugnantes.
Era su empeo y lo ha realizado con talento sin detenerse ante la consideracin de
que una obra a que no se fijan lectores determinados, debe ser una narracin culta,
deliciosa; y que lo que no podra decirse en una sala no debe exponerse en un libro que se
destina a todos los sexos y condiciones sociales.
Lejos de m esas tendencias exclusivamente romnticas que vagan ajenas a la vida,
extraviadas frecuentemente y que ocultan el vaco de la observacin con una frase hueca,
pomposa si se quiere, pero que nada muestra y sobre todo nada ensea.
El conocimiento del mundo y del corazn humano debe adornar al novelista
indispensablemente, pero de ah no se signe que el mundo ofrezca slo miserias y que el
corazn no tenga ms que mpetus groseros con traducciones repugnantes.
Es admisible, es lgico si se quiere, que se pretenda llevar el horror al vicio, a lo
repugnante mostrndolo con verdad, pero siempre se puede decir se es, ah est, sin que
sea menester describirlo por completo y deleitarse retocndolo, apretndolo como hara un
mdico con una llaga que quisiera limpiar.
El naturalismo ha dado con la manera de encontrar la verdad sin la belleza.
A la novela actual se traslada la vida tal como es, sus pginas deben reflejarla, s;
pero la vida no tiene solo una faz ante la observacin. Verdad que es aeja la costumbre de
pretender corregir un efecto dando en el opuesto.
Si los romnticos exageran, los naturalistas no hacen menos.
La literatura contempornea acelera su transicin hacia el nuevo rumbo a que la
siguen las dems manifestaciones en la inteligencia y actividad humanas, y acaso es porque
los primeros sin lanzarse denodadamente en la nueva ciencia, extravan, sino el rumbo la
manera de marchar, que tenemos esos frutos prematuros, madurados artificialmente al
calor de un entusiasmo generoso pero irreflexivo.
Lo que se va entendiendo por naturalismo es la exageracin de lo que debe ser.
El mismo Zola ha tenido que excederse para marcar definitivamente su tendencia; y
sus ltimas producciones, y sobre todo algunos de sus artculos, lo manifiestan.
Zola es un jaln puesto donde no se debe llegar sino con la vista.
Hay que colocarse donde l, para medir el impulso a que una crtica, ms bien una
guerra sangrienta, lo llevaban.
l debi responder como lo hizo, triunfar con su audacia ms que con su talento,
pero eso mismo debe contener a sus imitadores que no tienen que luchar como l para
abrirse paso, la ruta est descubierta, sin asperezas; no hay, pues, que penetrar en ella con
aparatos de desmonte.

213
No sabemos tampoco hasta qu punto es bueno eso de implantar decididamente
una imitacin exacta y fiel donde no existe el mismo ambiente social: Pars no es Buenos
Aires.
Venimos siempre a que Zola, sobre todo para los que no son franceses, apenas
puede ser un rumbo, una tendencia, no un maestro que se debe seguir como impecable.
La forma no constituye la base de su escuela, y es la forma la que ms se le toma,
sobre todo por los que se ensayan, aunque sea felizmente, tras sus huellas.
Zola es muy aceptable en espritu. Ms que eso, es fatalmente aceptable.
Vctor Hugo es acaso el ltimo gran representante de lo que fue en el mundo del
pensamiento.
A su muerte, la flagelacin contenida por un justo respeto a su genio, concluir con
los amadores de la escuela que ensalza tan poderosamente.
La farsa que se hizo no ha mucho, diciendo que Zola ocupaba en la Academia
francesa el puesto dejado por l, tiene ms alcance y verdad de la que le dio el travieso
seguramente.
Argerich no tendr aqu imitadores, porque no debe tenerlos, a pesar de que el
espritu de la juventud le es propicio, y su ensayo es de mrito.
El naturalismo flota en la atmsfera, est en todas las inteligencias, pero incubando
sus grmenes para nacer con otras galas.

214
La Prensa, 1 de marzo 1885

La novela en el Plata: Inocentes o culpables?

Juan Santos

El ltimo tercio del ao que acaba de terminar, se ha sealado en Buenos Aires por
la aparicin de varias obras originales, a las que sera injusto no consagrar algunas lneas de
examen imparcial. No es este el momento de deplorar, una vez ms, la cruel indiferencia en
que generalmente caen entre nosotros las producciones nacionales. El hecho existe y es
demasiado conocido para que insistamos sobre l. Hace varios aos un hombre de talento
sagaz y delicado, un discpulo espiritual de Sainte-Beuve, inauguraba en la Revista
Argentina124 una serie de crticas meditadas y concienzudas, que merecen leerse con
detencin. Su interesante tentativa no se ha renovado despus. Y aquellos mismos artculos,
llenos de bellezas de expresin, de finura y fuerza de pensamiento, contienen muchos
juicios que su autor no recorrer en el da sin una leve sonrisa. Las obras y las
personalidades estn vistas en ellos a travs de un cristal de aumento. A fuerza de rellenar
sus frases con algodn, su autor ha llegado a convertir todos sus golpes en caricias. Pero,
nos preguntamos con empeo, son ellas del todo justas?, son siempre sinceras?
Los tiempos han cambiado desde entonces y actualmente una nueva generacin se
siente enardecida por el amor de las letras y el anhelo de la gloria. Un joven de excelentes
cualidades publicaba hace poco La Cruz de la falta, obra infantil que en medio de sus
promesas anuncia el germen de un espritu penetrante.125 Recientemente, otro autor novel,
Antonio Argerich, ha dado a luz una novela con el ttulo de Inocentes o Culpables?, que nos
proponemos examinar en estas lneas.
La obra del seor Argerich promete demasiado desde el principio para no dejarnos
descontentos al terminar. Ante todo, su autor se enrola voluntariamente en el ejrcito del
naturalismo, y pretende aplicar el mtodo de la escuela de Zola al desarrollo de la narracin.
No hemos ledo sin un sentimiento de asombro, el largo prlogo en que comienza por
plantear multitud de graves problemas que espera resolver en el curso de su libro. Segn l,
ideas muy altas han presidido a la confeccin de ste. Ha notado que entre nosotros la
poblacin permanece estacionaria, y estudiando una familia de inmigrantes italianos llega a
resultados que asegura no son casos excepcionales sino generales. Por ltimo, se opone
enrgicamente a la inmigracin inferior europea. He aqu el contenido del prlogo,
aligerado de consideraciones ms o menos oportunas sobre estadstica nacional. Es esto
realmente serio?... Parece que s!
Despus de esa portada, era justo esperar, si no un estudio detenido y completo de
costumbres de la baja clase, un ensayo de resolucin de tan arduas cuestiones. Y qu
encuentra el lector en las trescientas compactas pginas de Inocentes o Culpables?? Su

124
La Revista Argentina, dirigida por Jos Manuel Estrada, apareci entre 1868 y 1872 (primera poca) y
entre 1880 y 1882. En su primera poca, la revista, de orientacin claramente sarmientina, tiene cierto
aire de boletn oficial: en sus pginas abundan las noticias, informes y estadsticas sobre educacin
(especialmente), inmigracin, ingresos y gastos pblicos, aunque tambin incluye, en este orden de
importancia, notas sobre historia, derecho, ciencias y literatura. La orientacin de la revista es progresista:
intenta, al menos, estar a tono con la modernizacin. La segunda poca comienza a principios de octubre
de 1880, con el inicio del gobierno de Roca. Al menos en las primeras entregas, la posicin de la revista
es favorable al nuevo gobierno casi sin reservas. Sin embargo, muy rpidamente se advierte el lugar
disonante que esta revista definida como cristiana viene a ocupar en el marco de la modernizacin y el
positivismo roquista.
125
La cruz de la falta (Coni, 1883) es la primera novela de Carlos Mara de Ocantos.

215
argumento va a decrnoslo. Un inmigrante italiano (Jos Dagiore) se dedica al oficio de
limpiabotas, deja ste por los de albail, vendedor ambulante, se asocia con un compaero
y juntos compran una fonda. Muerto su socio, Dagiore se casa con la hija de un almacenero
(Dorotea). De esta unin nacen tres hijos, Jos, Victoria y Mara. Poco a poco, Dorotea,
impulsada por la vanidad, va separndose de su esfera, vive lejos del establecimiento de su
marido y despus de una reyerta con ste, conoce a un Mayor que se convierte en amante
suyo. Entretanto, sus hijos crecen, Jos es admitido en un Registro, se liga con amigos de
malas costumbres, y se entrega con ellos a una vida de disipacin. En este tiempo conoce a
una nia pura y pobre y se enamora de ella. Aceptado por la madre de su novia, una especie
de regeneracin se opera en el alma de Jos. Su desgraciado padre, entretanto, cae de
degradacin en degradacin, se separa por completo de su familia y termina en el
manicomio. Jos, despus de varias alternativas, se siente atacado por un mal terrible y
vergonzoso y no encuentra otro remedio a su situacin que la muerte del suicida.
Tal es, trazado a grandes rasgos, el plan de este libro. Nos hemos visto obligados a
pasar como sobre ascuas a travs de muchas de sus escenas principales, y las crudezas de su
lenguaje nos impiden citar fragmentos de su texto. Desde luego, se advierte en todo el
curso de la narracin la inflexibilidad de un parti pris inexorable. El autor se ha sentado a su
mesa decidido a escribir una obra naturalista, y es posible que, al terminar, haya sonredo
satisfecho. Saqumoslo de su error! El naturalismo no tiene nada que ver con el libro del
seor Argerich. No es naturalismo esa decisin nica y calculada de amontonar horrores o
bajezas, vengan o no a colacin, recolectndolas de todas partes, amasndolas minuciosa y
framente en un estilo lento, uniforme, banal y simtrico. No es que cubramos de flores las
llagas del vicio y la corrupcin; no es que ignoremos que en la sociedad actual abundan los
criminales y las enfermedades morales de toda especie. Pero cuando un autor pinta esos
males, lo menos que tenemos derecho de exigir es que sus retratos sean exactos, que sus
tipos sean verdaderos. Lo contrario es buscar un xito vituperable en la curiosidad y en el
cinismo de cuadros pornogrficos de un gnero falso y violento.
Nada ms imaginario que esa familia italiana, cuyo jefe natural vive en su fonda,
mientras la mujer alquila una casa para vivir separada, compra piano, muebles, traba
relacin con familias de alta categora social, asiste a los recibos de un Ministro de Estado,
se entrega al primer advenedizo y concluye por ver indiferente a su marido en un hospicio.
Y qu decir del doctor Ferreol, el hombre poltico, el Ministro levantado de un da para
otro a las alturas del poder? Este personaje es simplemente absurdo. Jams imaginacin
romntica desenfrenada ha producido un tipo que est ms alejado de la realidad. Especie
de saltimbanqui fracasado, su fisonoma moral no tiene un solo rasgo firme y simptico.
Nunca habr visto el autor de Inocentes o Culpables?, en su patria, un hombre de estas
condiciones elevado a Ministro no se sabe de qu ramo ni por cul motivo. Poco ms o
menos, lo mismo podra decirse de los dems personajes. Desengese el seor
Argerich: una mujer del origen y de la educacin de Dorotea, casada a los diez y siete aos
con una especie de fauno grasiento, despus de las abominaciones que nos describe en el
primer captulo, no llega a indignarse por los avances atrevidos del doctor Ferreol ni hace
tan hondas reflexiones despus de la seduccin del Mayor. Los amigos de Jos tambin
estn recargados de color. Este mismo desgraciado, a quien el autor desea hacer disculpable
con una solicitud digna de mejor causa, es un producto artificial, imposible. Y, por ltimo,
despus de recorrer el libro, qu resultado prctico saca el seor Argerich de todas las
miserias que revuelve con su pluma? Qu tiene que ver este argumento con las reflexiones
estadsticas del prlogo y con la inmigracin inferior europea? Francamente, hemos
buscado con ahnco un lazo que uniera ambas proposiciones, y nuestros afanes han sido
infructuosos.
En la realidad y en la vida, todo pasa de muy distinto modo. El hombre activo y
trabajador que gana una pequea fortuna, no est representado por ese Dagiore, brutal y

216
repelente, ser completamente fantstico si hemos de seguir la inflexible lgica de los
caracteres, si hemos de atenernos al documento humano que sin duda alguna ha pretendido
tener en cuenta el novelista. Un hombre avaro, ignorante, que principia limpiando botas y,
cntimo sobre cntimo, amontona una miserable cantidad, no se resigna tan fcilmente a
los caprichos de una mujer a quien no quiere, hasta el punto de permitirle gastos e
instalaciones superiores a su esfera. Del mismo modo, una mujer de la clase y de la cuna de
Dorotea, no asiste a los recibos semanales de un Ministro de Estado con tanta facilidad. No
es porque la echemos de aristcratas, aunque en realidad lo seamos, ni porque entre
nosotros las clases estn divididas por abismos infranqueables; pero, as y todo, hay
diferencias que nada salva, y estas son las de la educacin. No ver el seor Argerich una
sola mujer como Dorotea en los salones de la alta sociedad de Buenos Aires. En cuanto a
los hijos, ya es otra cosa. La humildad de sus padres no impide que se eleven por la fuerza
de su talento y de su instruccin; pero, en ese caso, para franquear las puertas del gran
mundo es necesario que no pasen sus noches jugando y bebiendo en el Caf Tortoni, ni se
unan con pilluelos de baja estofa para emprender correras nocturnas. Por lo dems, esto
pasa no solamente entre nosotros, sino tambin en Europa. Desde Molire, que era hijo de
un tapicero, hasta Edmond About126, que acaba de morir en Pars y cuyo padre fue
vendedor de comestibles, o Cnovas del Castillo127, hijo de un humilde maestro de escuela,
en todas partes del mundo el talento y la instruccin nivelan todas las cunas y todas las
posiciones. Es cruel insistir sobre esto; en tal sentido, nada es ms falso que Inocentes o
culpables?, nada ms desfigurado que las creaciones de la novela.
La razn es bien natural. Es mil veces ms difcil trasladar al lienzo matices tenues y
delicados que tintas violentas y definidas. El actor que descuella en la expresin de los
arranques del furor, suele fracasar en la nota irnica o sencilla. As, el seor Argerich no se
ha detenido en el anlisis de los personajes que pretende hacer vivir. Ellos estn fabricados
en el mismo molde, cortados por la misma tijera. Son maniques en que su autor ha colgado
toda clase de vicios y miserias pero que carecen de articulaciones humanas. Es necesario
que insista algunas veces sobre el buen fondo de Jos, sobre los sentimientos nobles que
an quedan en su alma para que lo creamos. Y aun en tal caso, l mismo se encarga de
desmentirlo a cada momento.
Este error se aumenta ms con la circunstancia agravante del estilo de la novela que
examinamos. Un autor puede decir todo, pero es necesario saber decirlo. El seor Argerich
conocer seguramente una obra de Belot128 titulada La boca de la seora X... Si no la conoce
le aconsejamos que la lea. Esta obra speramente naturalista, que casi toca a la pornografa,
tiene una descripcin cruda y descarnada de uno de esos lugares a donde el seor Argerich
conduce frecuentemente a sus personajes. Con todo, Belot que, por otra parte, es un
novelista mediocre, no ha necesitado echar mano para su cuadro de trminos soeces,
repugnantes o bajos. Aquella escena atroz no llega a la calculada abyeccin y al intil
cinismo de muchos trminos de Inocentes o culpables? porque tal es el solo carcter de esta
narracin, que hemos dejado de examinar: la falta absoluta de gracia y de viveza en sus
conversaciones. A este respecto el seor Argerich es de una rara generosidad con sus
personajes. Ejemplo al caso. Un abogado, hablando de Schopenhauer, cita su obra La raz
cuadrada de la proposicin de la razn suficiente. Y contina el seor Argerich: Cmo? dijo

126
Edmont About (1828-1885). Escritor, periodista y dramaturgo francs. Sus obras contaron con una
enorme popularidad durante el siglo XIX.
127
Antonio Cnovas del Castillo (1828-1897). Historiador y poltico espaol. Es considerado el personaje
ms influyente de las fuerzas conservadoras durante la Restauracin. Fue presidente del consejo de
ministros durante buena parte de la regencia de Mara Cristina y del reinado de Alfonso XIII.
128
Adolphe Belot (1829-1890). Dramaturgo y novelista francs, nombrado Caballero de la Legin de
Honor en 1867. La novela a la que alude Garca Mrou en este artculo fue publicada en 1882 con el
nombre de La Bouche de Madame X***.

217
Juan Diego, que haba odo algo. El doctor volvi a repetir el ttulo. Hijito, se me erizan
los cabellos; mozo, que me traigan una copa de la proposicin de la raz cuadrada....
Despus de esta ocurrencia tan espiritual como ustedes ven, termina el autor: Jos mismo
tuvo que rer. Convengamos en que no haba motivo para tanto.
No queremos insistir en otros detalles ms cndidos, si es posible, de Inocentes o
culpables? Ni siquiera podemos levantar con motivo de este libro una discusin de escuelas,
pues ms que al naturalismo, la novela del seor Argerich pertenece al romanticismo del
mal. Es una obra fracasada y artificial; un error del que el seor Argerich tomar la
revancha en el porvenir. La base de este error radica en su deseo de sujetarse a un sistema,
de hacerse cirujano de enfermedades sociales. Pero ni ha conocido el mal, ni ha sabido
aplicarle el cauterio. Lo cual no obsta para que reconozcamos en uno que otro chispazo
aislado, bien raro por desgracia, la huella del talento y el sello del escritor. Era un deber de
buen gusto, y hasta un deber moral, levantar este libro del silencio vil en que ha cado para
mostrar a su autor sus graves deficiencias y sus frecuentes errores. En este sentido creemos
que el seor Argerich nos debe agradecimiento y que hemos cumplido nuestro objeto con
altura e independencia. Chamfort deca que los que publican una coleccin de versos son
como los que comen cerezas; eligen primero las mejores y acaban por comrselas todas.
Parodiando al ingenioso autor, podramos terminar deplorando que el seor Argerich, al
idear el plan de su novela, haya empezado por escribir aquello que no puede publicarse, y
haya concluido por publicar lo que ni puede ni debe escribirse.

218
Anuario Bibliogrfico 1885

Inocentes o culpables?

Alberto Navarro Viola

En mi obra dice el autor me opongo franca y decididamente a la inmigracin


inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legtimamente puede y debe
aspirar la Repblica Argentina. El fondo de la novela de Argerich, segn propia confesin,
la convierte en un trabajo didctico, porque no ha sabido velar convenientemente en la
forma elegida la tendencia y la propaganda que se haba impuesto. Agrguese a esta
circunstancia la de empearse en hacer escuela, en forzar naturalismo, y se explicar el
silencio y la indiferencia con que el pblico ha recibido una produccin que no carece de
importancia por sus descripciones, por su dilogo y por observaciones de detalle bien
recogidas.

219
La Nacin, 5 de noviembre de 1886

Amar al vuelo

Juan A. Piaggio

A propsito de un pequeo folleto de 94 pginas editado por Emilio de Mrsico en


tipo grande y buen papel y titulado Ojeadas literarias, escrito por Joaqun Castellanos, hemos
recordado vivamente la lectura de la novela cuyo ttulo encabeza estas lneas.
El libro del seor Castellanos comprende una pequea galera de algunos de
nuestros ms jvenes literatos, entre los que se encuentran Alberto Navarro Viola, Rafael
Obligado, Martn Garca Mrou, Enrique Rivarola, Calixto Oyuela y Antonio Argerich.
Son brevsimas noticias que se dan de cada uno de esos jvenes, mezcladas con
recuerdos de los primeros pasos en las letras, envueltas en ligeros esbozos y a veces
concluidas con juicios cortos y atinados.
No deja de ser muy hermoso ese cuadro de figuras frescas que, aunque incompleto,
une para siempre en un grupo parte de los buenos compaeros que se sentaron juntos en
las bancas del colegio, publicaron su primer estrofa en el mismo peridico y se contaron
acaso en intimidad los desalientos de la lucha, confortndose, principiando por llorar y
acabando por rer, para salir de bracero pisando recio las aceras de esta voluble y bella
Buenos Aires que no se dejaba conquistar.
Esos tiempos van pasando: los nios son hombres; algunos son cadveres
No entristecerse: trabajemos. Los frutos son relativamente numerosos ya, con gran
contentamiento de la humilde seora que se llama Literatura patria.
Mientras nos hacemos el tiempo necesario para examinar poco a poco las
producciones dadas a luz ltimamente, nos contentaremos por ahora con extraer de entre
todas una novelita, que marca acaso el rumbo nuevo en las letras argentinas.
Y volvemos al principio.

Amar al vuelo es un pequeo volumen muy bien acondicionado por su editor Emilio
de Mrsico: una novela de costumbres estudiantiles en la capital argentina. Su autor es un
joven poeta de delicada versificacin, Enrique Rivarola.
A medida que se va leyendo se afirma y robustece la atencin. Fcilmente, llevados
por la corriente de una narracin sencilla, unos tras otros van pasando sus variados y cortos
captulos y en cada uno de ellos se encuentra, aqu ms, all menos, descripciones ciertas y
coloridas de costumbres, tipos y expectativas porteas. Su autor hace con mucha justicia
gala de concisin, tiene amplias pinceladas: pocas palabras; que es lo principal, si no el todo
de un buen escritor.
No es una novela profunda, estudiada, que interese seriamente, que apasione; no es
un trabajo hecho con gran meditacin y esmero de pormenores: en una palabra, se conoce
que el escritor no ha echado el alma para escribirla, y ha dejado correr la pluma galana en
vueltas retozonas, borrando mucho, despus, sin agregar nada, simplemente para ms
claridad.
Bien, pues; lo que hemos dicho abona en pro del gnero: un gnero nuevo aqu, y
que siempre ha tenido grandes y simpticos resultados en todas partes. La novela-cuento,
ligera, divertida. Por lo dems, no se crea: es muy moral en la expresin, y este es uno de
los muchos mritos que la hacen digna de aprecio.
El cuadro principal es ste: Primitivo Salvadores, de 22 aos, despus de haber
enamorado a cien muchachas, a pesar de que es feo, cae por fin en la red y se enamora de
Rosa Villamar, nia hermosa de 16 abriles: de paso que arrastrado por la pasin trata de

220
conquistar a su dolo. Primitivo deja escapar un poco de su electricidad sobre Felicia, la
sirvienta de la nia. Doa Ramona, que es la madre de Rosa y tiene canas sacadas por un
pleito, no est absolutamente con la sangre en la misma temperatura que la de los
personajes anteriores, y una buena tarde recibe con agasajo y gran jbilo a Bernardo
Ortiguera, hombre de 50 aos y de bolsa repleta; ambos sin hablar se entienden.
En voz baja la madre dice a la hija: este es tu novio, debe serlo, es.
Rosa llora y protesta. Y el cuadro aparece con otras tintas que no son de rosa: la ira
muerde a Primitivo, el dolor a Rosa, los celos a Felicia, el despecho a Ramona. Todo eso
sucede sin gran estrpito, como debe ser.
Desarrollndose los sucesos, tenemos que Rosa, a instancias de la madre, acepta a
Bernardo (la donna mobile!) pero que, debido a una casualidad combinada, Primitivo es
sorprendido por el futuro esposo a los pies de la novia. El estanciero, como picado por una
vbora, parte para jams volver, y la casa de doa Petrona queda sombra, pues vnse sus
habitantes a Europa, mientras que Primitivo ni siquiera salva el honor, pues lo reprueban
en el examen.
Queda solo nuestro joven. Entonces sopla en los odos de un amigo los nicos
prrafos enrgicos y reprobables de esta novela: la plata es todo, dice, si no la tienes,
rbala. Pero esto se podra pasar por alto teniendo en cuenta que el espritu de Primitivo
en esos momentos estaba algo turbado por el vino de una aventura estudiantil, aunque l lo
niegue redondamente.
Sin embargo, despus de tratar de saltarse la tapa de los sesos, con las maletas
hechas a sus pies, pronto a irse a su provincia a pasar las vacaciones, Primitivo bebe la
ltima copa de vino y exclama: Esta, seores, esta debe ser el arma de los que sufren por
amor! Hoy embriaguez y maana olvido!.
Y aqu hemos pensado que la copa puede ser arma de dos filos, o como
vulgarmente se dice: un clavo sacar otro clavo, o si no quedan los dos.
Por lo dems, algunas figuras carecern de bastante relieve, tendr quiz esta novela
otros defectos que no alcanzamos a ver, pero el hecho es que su gnero es nuevo entre
nosotros y que ese gnero merece explotarse.

221
Sud Amrica, 6 de marzo de 1888

Len Zaldvar

J. A. A.

El seor Carlos Mara Ocantos, autor de un libro, La cruz de la falta, de esos que slo
encuentran lectores entre el vulgo de las seoras desocupadas y entusiastas de los folletines
ricos de crmenes y escasos de arte, acaba de publicar en Madrid un libro que merece no
pasar desapercibido, porque a vuelta de errores y defectos considerables, contiene
cualidades y demuestra aptitudes que la obra anterior no dejaba siquiera adivinar. Es una
novela, sueltamente escrita, impregnada de un realismo pintoresco y seductor, con
acentuado sabor de irona, en la que si poco vale la intriga melodramtica y adocenada, se
imponen a la memoria, con el poder de lo observado y de lo artsticamente reproducido,
muchos cuadros de nuestra alta sociedad aristocrtica, que tanto tiene de parvenue y de
oropeles deslumbradores para los tontos y para los fatuos, que al fin y al cabo no son sino
la mismsima cosa.
Desearamos que la obra, como estmulo para su joven autor, tuviese entre nosotros
simptica resonancia. Bajo muchos aspectos lo merece. La forma es castiza, primera
cualidad en nuestra Babel portea, sin que esto importe darle del todo patente limpia, pues
aqu y all saltan algunos galicismos desagradables e intiles que chocan con el lmpido
concierto de una forma perfectamente castellana, sin dejar por eso de ser eminentemente
argentina. Hay cuadros, a veces acuarelas de pequeas dimensiones como la pintura de
las travesas por el Tigre y sobre todo la de los preparativos del da y de la noche de la
ceremonia nupcial en casa de Misia Ventura, que una vez recorridos no se pueden olvidar.
Hay en ellos frescura, hay delicadeza y sobre todo esa nota irnica, a veces humorstica y
siempre atinada, que descubren en Ocantos una faz intelectual que deber ser cultivada con
tesn y con la que puede dar obras descollantes, de primera lnea, a la literatura nacional.
Lo que no se justifica es el ttulo, lo que no se realiza es el deseo de presentar
personajes de carne y hueso. Len Zaldvar es un partiquino, por ms hermosa que sea su
gira desesperada la noche del matrimonio de Luca con el barn europeo, que resulta ser un
bgamo, un borracho y un ladrn cosa muy fcil, dicho sea de paso, de suceder en esta
sociedad donde se abren siempre incautamente todas las puertas a las rumbosidades
importadas. Es cierto que crear caracteres es una de las ms arduas tareas del arte, pero,
cuando uno tiene acostumbrado el paladar a los grandes maestros, se tiene que ser exigente,
por ms que las cosas de los autores noveles se quieran pasar como humildes ensayos.
Esta es un pretensin inaceptable: el libro es o no es, y por esta misma razn deploramos
que la trama dramtica, la realidad de las escenas capitales, el diseo del alma de los
personajes no responda a la confianza que este libro inspira desde las primeras pginas por
su soltura, por su observacin y la risa espontnea que en la mayor parte de ellas retoza.
No entra en mis propsitos presentar a los lectores el argumento del libro. Len,
muchacho medio escptico, se enamorica de una muchacha coqueta que se llama Luca.
Bebe los vientos detrs de ella. Pero en vano! Sale a la palestra un barn extranjero, a la
familia le gusta ms el ttulo nobiliario que el estudiante soador, y un buen da el hroe
(nominal) del libro, tiene el sentimiento de decirse a s mismo: Al que nace barrign es al
udo que lo fajen. Luca se casa con el seor barn. Gran fiesta, grandes noticias en los
diarios, grandes regalos, chicos regalos tambin, porque la duea de casa cuando llega uno
que parece valer treinta pesos nacionales y otro que consiste en un camisoln, cosa que ya
nadie regala, se pone con una cara de perra bulldog de no te muevas. Despus de unos
cuantos latines, barn y baronesa se meten en un cup y se van al domicilio conyugal,

222
donde no hay un criado, ni una criada, ni cosa que se le asemeje, porque as son los
barones, segn parece, pues como aqu no hay barones no conocemos sus cbalas y modos
de tener palacios sin servicio. El barn, que en casa del suegro no ha podido probar ni un
bocado, empieza a descuartizar un pavo o lechn y le ofrece una presa a la seora burguesa
que todava no se ha sacado los guantes ni piensa hacerlo. El seor barn se emborracha de
un modo lamentable.
Pobre de Luca...! Qu noche de bodas...! El marido quiere besarla Huye ella en
direccin al balcn, quiere tirarse, mas hace mucho fro y vuelve a entrar dejando bien
clausurado el balcn. Busca enseguida como impedir que Cantillac se cuele.

Sin prdida de tiempo, fue a la puerta que conduca al comedor y cogi las
dos hojas; pero su mano enguantada le impeda mover los dedos para echar la llave;
rabiosamente, con los dientes arranc la cabritilla y se dispuso a cerrar pronto
porque ahora el rer se oa de ms cerca La llave no ceda, su mano forcejeaba sin
resultado, el sudor brotaba de su frente. Todo, todo menos el horror de caer en las
manos del monstruo. Y el rer se oa cada vez ms cerca De pronto, un tirn
violento le hizo soltar la hoja de la puerta, y la repugnante figura del borracho
apareci en el hueco; Luca dio un grito y se repleg al otro lado del saln, juntando
sus manos en ademn de splica. Apoyndose en el muro, sobre los muebles,
dando traspis, Cantillac se dirigi a ella, acorralndola en un ngulo muda de terror
porque no poda gritar. Y se lanz sobre ella como una fiera, estrechndola entre
sus brazos, besoteando su rostro y su cuello con su hocico mojado por las babas.
Empez entonces una lucha horrible entre los dos, sorda, en aquel saln
profusamente iluminado en medio de la atmsfera capitosa de las flores. La mano
lasciva del ebrio desgarr el corpio de Luca, poniendo en descubierto su seno y su
garganta; el velo qued en jirones sobre la alfombra, y su blanco traje de desposada
manchado por el vmito vinoso del desgraciado.

Textual. Ni un sirviente! Y esos guantes y ese velo y ese hombre que se casa para
hacerse una posicin! Mientras estos barros se producan, el pobre Len, a estar a todas las
presunciones, andaba por la vereda de enfrente meditando cosas bien tristes para un
enamorado; y cuando asom el alba, Luca en vez de escaparse como cualquiera en su caso
lo habra hecho, Luca, dice el autor, apelotonada en el suelo, delante del sof, mantena la
cabeza oculta entre sus manos, y su marido, tendido boca arriba no lejos de ella, dorma
profundamente.
El matrimonio es desgraciado; aparece un buen da la mujer del barn, hay un
cataclismo formidable, y entra ya de pleno la faz melodramtica de la urdimbre, digna de
una novela de Javier de Montepin129. El noble seor deja a su primer mujer tendida en la
casa de Luca, y la segunda, es decir sta, se hace contar por la francesa toda la historia de
sus cuitas, mientras el caballero, con su socio de aventuras y riesgos se va a Chile
probablemente con la intencin de casarse en terceras nupcias. Aqu cae el teln, pero para
un entreacto nada ms. Cuando vuelve a subir la tela, observamos la mejora psquica de
Len, quien da fin beatficamente a la novela casndose con una muchacha criada por su
seora madre.
Hemos insistido en presentar la faz risuea y la falta de estudio de los caracteres de
Len Zaldvar para que los lectores crean en la sinceridad del elogio que tributamos al
sencillo estilo, a la forma castiza, a los dictados custicos con que Ocantos ha hecho y
salpicado su libro lleno de frescura que es la promesa de todo un escritor, inexperto

129
Xavier de Montepin (1823-1902). Novelista francs. Autor de folletines muy ledos en su tiempo. Sus
obras, de escaso gusto literario, recurran a los procedimientos ms transitados del melodrama: intrigas
ricas en peripecias, doncellas ultrajadas, sociedades secretas, conspiraciones, venganzas, etc.

223
todava, poco hbil en la disposicin dramtica pero lleno de intensidad y de vigor. Le
enviamos gustosos nuestra entusiasta palabra de aliento y nos prometemos poder aplaudir
sin restricciones sus obras futuras con las que enriquecer la literatura argentina, en la que,
si quiere ser de los primeros por la lozana, el cuo nacional de las pginas y la
frescura de las ideas y de los sentimientos a que presta el elegante ropaje de su manera de
expresin.

224
La Nacin, 11 de mayo de 1888

Len Zaldvar

Jos Ortega Munilla

Seor director de La Nacin:

Con viva satisfaccin hemos recibido entre los libros que acaban de publicarse en
Madrid, uno que se titula Len Zaldvar. El nombre de su autor, Carlos Mara Ocantos, ya
era conocido por los aficionados a seguir cuidadosamente el movimiento novelesco, por
algn otro ensayo que revelaba condiciones muy singulares, bastantes a detener la atencin
del pblico inteligente y a servir de base a una reputacin que naca. Doblemente nos
interes desde luego Len Zaldvar, porque vimos que en l se trazaban animados cuadros
de la vida argentina, costumbres y detalles, escenas y caracteres que por un momento,
mientras dur la lectura del precioso volumen, nos dieron la ilusin de andar metidos en el
brillante y animado movimiento de esa regin que adoramos sin conocerla. Los elogios que
la mayor parte de los peridicos madrileos han dedicado a Len Zaldvar y a su autor seor
Ocantos, parecironnos justos y pensamos desde luego dedicarle algunas pginas en
nuestros escritos para La Nacin, imaginando que habra de tener cierto inters lo que
escribiramos por tratarse de un literato bonaerense.
La novela ha experimentado en los ltimos aos una transformacin completa. Los
ensayos naturalistas de Flaubert, Goncourt, Zola y Daudet encontraron en Espaa grandes
ingenios dispuestos a seguir esa obra de reforma. Mucho antes de que Valera, Prez Galds
y Pereda apareciesen como novelistas en nuestra historia literaria, hallbase el pblico ya
fatigado de la novela de emociones fuertes, del tosco drama romntico que trazaron con
burda mano escritores a quienes, o faltaba el talento, o adulaban servilmente el gusto de las
muchedumbres. La novela de larga extensin en que se relataban aventuras inverosmiles,
no ocupndose en poco ni mucho del diseo de caracteres, de la logia del corazn humano,
de los anlisis minuciosos de las situaciones de la vida, de la descripcin de escenas y
lugares solo poda entretener a un pblico ignorante.
En nuestras contiendas civiles y polticas, en nuestras luchas y en nuestros
trastornos, el pueblo no haba tenido tiempo de ilustrarse. Excepcin hecha de un corto
nmero de aficionados a las letras, que conocan los buenos modelos extranjeros y seguan
con aplauso las obras maestras de algunos de nuestros dramaturgos, la inmensa mayora
solo conceba la novela como un centn de crmenes, como un museo de barbarie en que a
par lucan sus habilidades bandidos llenos de valor y policacos duchos en las artes de la
pesquisa.
Imposible parece que llegase a interesar en Espaa un libro en que se relatase
sencillamente la vida de cualquier hombre, sus afanes y sus desvelos, los vulgares pero
amensimos episodios de una existencia que jams ha tenido que ver nada con la justicia, ni
ha sostenido luchas a mano armada con cuadrillas de malhechores, ni ha robado doncellas
ni ha realizado fortunas colosales para verse en un dos por tres arruinado y reducido a
msera condicin, ni en suma ha abandonado un punto la nota tranquila y ordinaria de la
vida humana.
Valera con Pepita Gimnez, Prez Galds con Doa Perfecta, Pereda con sus Escenas
montaesas, advirtieron al pblico de la muerte del antiguo gnero novelesco, y desde
entonces, el pblico ha seguido con singular encanto, que creci de da en da, estas
producciones pertenecientes a una nueva estirpe literaria en que hoy se ejercitan numerosos
ingenios espaoles.

225
En esta situacin, cuando crece por momentos el nmero de aficionados a la
moderna novela, ha aparecido Len Zaldvar, y el pblico ha ledo esta obra con doble
inters; primero, el que ofrece un ingenio despierto y el lozano, que maneja con hbil arte
un pincel de colorista y una pluma de satrico, y adems, el que produce el relato de escenas
propias de la vida argentina, de un pas al que estamos ligados por tantos vnculos de raza,
idioma y comercio.
Len Zaldvar, revela en su autor una exquisita cultura literaria, un perfecto
conocimiento de los buenos modelos franceses y espaoles, rasgos de la escuela que hoy
capitanean Zola en Francia, y en Espaa Prez Galds. Hay en la frase atrevimientos, hay
en el estilo alardes, hay detalles en la observacin que solo se explican en quien, enamorado
de estos grandes maestros, ha descubierto en sus procedimientos literarios el modo de
concretar caracteres y describir escenas. Aqu y all saltan frases que los acadmicos
rechazaran como anti-gramaticales; pero respondiendo a modismos argentinos, ms bien
dan carcter local y ambiente de raza a los dilogos y a las descripciones. En lo primero en
que advertimos nosotros que el seor Ocantos desciende de esta buena estirpe de
novelistas modernos, es en el desprecio del asunto, en el olvido de aquellas antiguas reglas
que ponan en prctica los anacrnicos noveladores para dar inters a sus relatos. Ha
buscado escenas sencillas, un hogar tranquilo y pacfico; ha huido de los lances quimricos
y de los personajes fantsticos; ha asentado los reales de su obra en plena realidad.
No puede leerse sin sentir verdadera emocin todo cuanto el seor Ocantos dice
con muy singular ingenio de la casa de Zaldvar. Len, la anciana seora a quien agobian
desdichas y dolencias, y la interesante Crucita, constituyen siluetas y perfiles que no pueden
borrarse de la memoria despus de haber ledo el libro. Un idilio triste palpita en la
atmsfera de aquella santa morada; la virtud y el amor son los dos lazos morales de que se
alimenta aquella atmsfera. El amor del hijo a su madre, los tiernos sentimientos que al
mismo tiempo unen y separan a Len y Crucita, y el loco amor del mancebo por la seorita
de Guerra, dan desde luego la idea del drama y demuestran en el autor el propsito
decidido y firme de abandonar los antiguos senderos de la novela de emociones.
Es ms fcil trazar un cuadro poblado de numerosos personajes que luchan y
combaten por esta o la otra bandera, tal y como haca Dumas en sus mejores obras, que
reducir el escenario a una modesta morada y divertir al pblico en 300 pginas de
observacin y anlisis de aquellos caracteres y de aquellos sentimientos. Este es el principal
mrito que encontramos nosotros en la obra del seor Ocantos.
La corriente idlica nace en las primeras pginas del libro, entre las revueltas de
aquel bullicioso carnaval bonaerense, entre los alaridos de los monos y pierrots, y el estridente
son del tan tan de los que van disfrazados de negros; y no se interrumpe ya hasta que
llegado el final del libro Len casa con Crucita, estampando Ocantos esta bella frase de una
profundidad eterna: el corazn es como un rbol que cambia ao a ao de corteza, y los
ceimientos se modifican, renuevan o transforman como las flores y las hojas. Y cuando,
como a la conclusin del libro, aade el novelista: tu error es el de todos: para marchar
con paso firme es menester saber donde se va. Qu puede exigirse al hombre? Qu no d
traspis, ni se pierda, si no sabe su fin, ni su destino?.
Todas las escenas que pasan en la casa del opulento Guerra tienen un sello
caracterstico y epigramtico, de extraordinaria energa. Don Javier Guerra, sus tres amigos
Don Pantalen, Don Calixto y Don Ambrosio, senador el primero, hacendado el segundo
y bolsista el ltimo, quien de ellos enamorado de las costumbres de Europa y recordando
siempre sus viajes de hombre rico a Pars; quien enemigo de todo lo que fuera abandonar
las costumbres nacionales, y declarando siempre que no haba mejor cosa que estarse en su
casita sin que le faltara su amargo, su carbonada, y su puchero; y la opulenta mujer de Don
Ambrosio que usaba colorete y se tea el pelo, que haba danzado el minu con el
Restaurador y trataba de t a Manolita; Pepe Gmez, ridculo imitador de las costumbres

226
parisienses; Manolo Guerra y los otros mentecatos que formaban su crculo, son siluetas
cmicas que pintan un lado de la sociedad con tal color de verdad y tales detalles de
observacin, que no hace falta conocer los modelos para saber que estn bien copiados; al
modo como en los retratos de Van-Dyck y Velzquez, sin conocer a los potentados,
generales y prncipes que representan sus lienzos, queda el espectador convencido de que
fueron tal y como los diestros pinceles los trazaron.
La figura de Cantillac es todo lo odiosa y repugnante que puede imaginarse. La
avaricia, el ansia de dinero, la embriaguez, los vicios ms odiosos se encierran en aquella
alma, ocultndolos cuidadosamente el artstico corte de un frac, y el plastron blanco de una
camisa bien planchada. La nia de Guerra y Cantillac han nacido para encontrarse frente a
frente, y ser el uno vctima del otro. La vanidad y la codicia enlzanse un da, bendice el
sacerdote la unin y quedan atados para siempre en eterno lazo de desesperacin y
martirio.
Todas las escenas que anteceden, acompaan y siguen al matrimonio de la seorita
de Guerra; estn trazadas con verdadero bro dramtico y con una entonacin que recuerda
las mejores obras del genio.
No es posible referir el argumento de una novela como esta. Los hechos son
sencillos. Lo importante son los caracteres, los detalles, las observaciones, las frases, algo,
en fin, que se escapa del que pretenda sintetizarlo porque anda desparramado por todo el
libro; y slo el lector cuidadoso de no perder ni una pgina, ni una lnea de l, puede llegar
al trmino, habiendo obtenido el triunfo de poseer completamente la obra.
Sea bienvenido a la literatura espaola el seor Don Carlos Mara Ocantos, y srvale
su novela Len Zaldvar de grata presentacin entre los que nos honramos cultivando el
habla de Cervantes.

227
Nueva Revista de Buenos Aires, 1888

Una novela argentina

Ernesto Quesada

Carlos Mara Ocantos, Len Zaldvar. Madrid, 1888, in 8 de 321 pginas.

Acaba de llegar de Madrid este nuevo libro del secretario de la Legacin Argentina
en aquella Corte, y su lectura ha sido una verdadera y gratsima sorpresa para muchos de
sus compatriotas. No hace an un lustro que en esta Capital public el joven autor su
primera obra, La cruz de la falta, que fue acogida con aplausos aunque con reservas por la
crtica sincera; con aplausos, porque siendo la primera vez que ante el pblico se presentaba
el autor, miembro de la novsima generacin, era justo estimular un esfuerzo que denotaba
cualidades poco comunes; con reservas, porque era natural que en un ensayo de esa
naturaleza hubiesen muchos vacos y no pocos defectos, no conviniendo engaar al autor
impulsndolo as en una va errada. De esa manera se haca al joven escritor un doble
servicio: se le reconoca fuego sacro, pero se le arrojaba a la faz el viril grito que oan los
triunfadores en la antigua Roma: cave ne cadas.
Fortuna es, y no pequea, para un escritor cuando en sus comienzos encuentra
alguna voz independiente que le hable la verdad, si bien muchos, mareados quiz por el
aplauso banal e hiperblico de los que creen as practicar una falsa indulgencia, se
consideran de buenas a primeras ungidos ya por el leo santo, y rechazan como envidia o
injuria la ms mnima amonestacin subsiguiente. Es la eterna historia de tanto talento
lleno de promesas y que, debido a ese atronador y peligroso aplauso, se esteriliza al poco
andar y se entrega en brazos de un desaliento terrible, porque seca por completo las fuentes
de la inspiracin. Slo los pocos que sienten en su alma la legtima ambicin de llegar algn
da a la meta, se sobreponen a la impresin del momento, y, escuchando las advertencias de
amigos y ms an si vienen de enemigos, tratan de corregir los defectos sealados y de
perfeccionar las cualidades que se les reconocen. Estos son los que a la postre triunfan,
porque nada resiste en este mundo a la perseverancia y a la voluntad, cuando se posee la
inteligencia necesaria.
Y bien, he ah la razn por qu la sorpresa que ha producido Len Zaldvar ha sido
verdadera y gratsima; verdadera, porque el progreso visible entre ste y el primer libro es
inmenso; gratsima, porque se nota el esfuerzo inteligente del escritor por aprovechar, en la
medida que juzga oportuna, de las indicaciones que la crtica le hiciera entonces. Esto slo
justificara hoy la aseveracin de que el autor llegar a ser un novelista de primera fuerza, y
de que puede saludrselo ya como a un escritor nacional, que ilustrar las letras de su patria.
Y si esto constituye en nuestro leal entender un alto honor, no es menos cierto que,
considerndolo entre los fuertes, la crtica se encuentre obligada a usar de menos
miramientos, y a sealar dnde se encuentran los defectos, segura de que el autor es de la
raza de aquellos que consideran que en la milicia de esta vida, el hombre es un soldado
obligado a retemplar continuamente sus armas, so pena de ser vencido en la primera
oportunidad, si se permite el ms leve descuido.

I
El argumento de este libro puede resumirse en pocas palabras.
El protagonista, Len Zaldvar, es un joven de familia acomodada, hurfano de
padre, y que vive modestamente en una casita en el barrio del sud, junto con su madre, una
seora ya de aos y de ideas a la antigua, y una joven recogida por caridad y educada como

228
hija de la casa. El servicio de sta, detalle caracterstico, es hecho por un mulatillo. Por lo
dems, Len es estudioso, serio, independiente y con bellas prendas de carcter y de
inteligencia. Como es rico, pues su padre le dej la estancia, tiene faetn y va a Palermo los
domingos, y al Club del Progreso con frecuencia, haciendo parte de la jeunesse dore, si bien
no de la haute ni de la petite gomme.
En Coln como se ve, estamos en plena elegancia bonaerense: Palermo,
Progreso, Coln, vio en el invierno anterior al comienzo de esta historia, a Luca Guerra,
preciosa hija de don Javier y doa Ventura. Don Javier es el tipo del antiguo estanciero
criollo, semi-gaucho, que pasa seis meses en el campo, y a quien los botines hacen mal,
porque extraa la bota de potro; doa Ventura es el tipo de esas matronas archi-criollas, un
tntico guarangas, exuberante de formas, metementodo, chismosa, una de esas suegras de las
que Dios nos libre. Servicio de la familia: la negra a Pancha, el mulatillo Juan y la china
Dolores. Por supuesto, casa en la calle Florida y quinta en el Tigre.
El carcter de Luca es algo complicado, como veremos ms adelante. A veces
parece ser el tipo de la joven frvola, hermosa pero sin seso, elegante pero sin corazn,
vanidosa pero slo con prendas artificiales. Por lo menos tal se nos presenta en los
primeros episodios de esta novela.
El festejo de Len con Luca haba sido, segn se colige, eminentemente criollo: de
ojito, de paseos por la calle, estando ella en el balcn, dejando caer l alguna vez con
estrpito el bastn en la vereda para atraer su atencin y cambiar una sonrisa al levantarlo:
de seguimiento en los paseos, escoltando con su faetn el land de don Javier en el camino
de Palermo, y de anteojo permanente en el indispensable Coln.
Cierto es que en tertulias y bailes haban conversado y cruzado galanteos y
coqueteras. Pero en definitiva, si Len estaba prendadsimo de la esquiva Luca, esta no
pareca dar mayor importancia a nuestro festejante.
Casi son estos los personajes principales de la novela, girando a su derredor muchos
otros asaz bien analizados, entre ellos la amiga de Luca, la juguetona Amalia Ramrez, el
crculo de su hermano Manolo, sobre todo el de Pepe Gmez, personaje pintado sur le vif.
Se presenta despus un francs, Louis-Hector de Cantillac, barn con b, aventurero,
elegantn, de maneras refinadas, y que a las cansadas resulta ser el ms redomado de los
pillos. Dicho seor se deja convertir en festejante de Luca, gracias a la pueril e
intemperante vanidad de la buena de doa Venturita.
Tales son los personajes. La historia ya se adivina. Busca Len en el primer
baile en un baile de carnaval una explicacin definitiva de parte de Luca, que sta, por
supuesto, elude; se confirma el festejo del francs, y en la temporada del Tigre las cosas van
tomando cuerpo. A Luca tanto le importa Len o Cantillac como el gran turco, pero doa
Venturita la obliga casi a aceptar al Louis-Hector, lo que trae por consecuencia una violenta
explicacin con Len y consiguiente rompimiento. Vuelta a la ciudad, e inmediata
celebracin de la boda; lo que produce en Len un efecto desastroso, tenindolo entre la
vida y la muerte durante largo tiempo. Entre tanto la noche de boda se consuma entre
una borrachera del francs y una transformacin radical del carcter de Luca. Principia
para esta una vida dura: casada con un ebrio consuetudinario, su vanidad da a su voluntad
una energa singular, y aguza su ingenio, gracias a su orgullo, para ocultar a los ojos del
mundo su desastre. Sigue la vida social con elegancia redoblada, y pretexta los negocios del
marido para explicar su continuada ausencia.
Vive con lujo europeo y rodeada del confort moderno: su casa es elegantsima, su
servicio, a la ltima moda, y, para colmo de pschutt, recibe un da de la semana. Como se ve,
es el contraste ms completo con el criollismo de la casa paterna.
Por supuesto, tal situacin se termina por un fracaso singular, quiz melodramtico.
Candillac era un presidario escapado de Toln, ya casado en Marsella, y cuya mujer a la
manera de la inolvidable Vanda, de las Memorias de Rocambole sigue y persigue a su ingrato

229
consorte, lo descubre; y, ayudada por la polica, cae como bomba una noche en casa del
barn, y mientras lo apostrofa y aparece Luca, que por sospechas estaba escuchando tras
de la cortina, se escapa nuestro Louis-Hector en compaa de un cmplice
Mientras tanto Len ha ido mejorando, pero est en vsperas de hacer un viaje a
Europa para olvidar, por consejo de mdico. Su madre, doa Mara, est desesperada, y la
hurfana, Crucita, llora siempre, aunque en silencio. Len va a despedirse de la tumba de su
padre en la Recoleta, y al salir se detiene en el paseo cercano viendo regresar la
concurrencia elegante de Palermo. De un cup baja Luca, a quien no reconoce aunque
adivina, y la casualidad los pone frente a frente al doblar una calle. Sguese una
singularsima conversacin: Luca, coma si nada hubiera acaecido, lo saluda como a un
amigo a quien no se ha visto hace tiempo, y le dice que igualmente va a Europa a juntarse
con su marido, que haba debido ausentarse precipitadamente, pues su vieja madre estaba a
la muerte. Aquello convence a Len de que Luca no fue jams sino una coqueta frvola y
vaca, y se cura de su antiguo amor.
De vuelta a su casa, en presencia del dolor de su madre por su anunciado viaje, y
del llanto de Crucita, abre los ojos, ve que sta es la que lo quiere y se casa con ella; y
fue feliz dice el autor, que el corazn es como el rbol que cambia ao por ao de
corteza, y los sentimientos se modifican, renuevan o transforman, como las hojas y las
flores.

II
Abramos aqu un parntesis y detengmonos un momento en lo que hemos
llamado el fondo del cuadro. Len Zaldvar traza de Buenos Aires, y del Buenos Aires
nocturno, pinturas verdaderamente inolvidables. Se va perdiendo ya la memoria de lo que
es esta ciudad en tal o cual poca, porque sus transformaciones son tan radicales y tan
rpidas, que sorprenden al ms prevenido.
Cul era, pues, el Buenos Aires en que se desarrolla esta novela?
Que Buenos Aires es una ciudad grande, fuera de duda est, pero tampoco niega
nadie que no es, por cierto, una gran ciudad. Contemplada desde el ro, sobre todo cuando
se aproxima el observador viniendo de balizas exteriores, presenta Buenos Aires un
aspecto, no ya hermoso, sino verdaderamente esplndido. Situada la ciudad en una
extensin increble de la costa, tanto que para el observador sus confines se pierden en las
brumas del horizonte, se extiende tan desmesuradamente tierra adentro, que no es dable
abarcar con la simple vista la ltima lnea divisoria de sus suburbios.
Las torres de sus numerosas iglesias, las del Cabildo y Aduana, sus muelles, el
viaducto magnfico del Ferrocarril del Sud; todo esto influye mucho en el esplndido golpe
de vista que desde el agua presenta.
Pero, si se exceptan los barrios centrales, las casas altas slo por romper la especial
monotona del casero de azotea parece que existieran, pues en la inmensa extensin de la
ciudad dominan de una manera desconsoladora las casas bajas, permitiendo esa original
combinacin de azoteas corridas, que duplica el suelo transitable, dejando al superior
interrumpido tan slo por esos enormes patios embaldosados que, cuando carecen de
plantas, parecen pequeas plazoletas de cuartel. El carcter hispanoamericano es, pues,
dominante en la construccin de la ciudad, y a pesar del nmero inmenso de extranjeros
que han afluido, afluyen y siguen afluyendo continuamente a ella, el sistema de
construccin de casas contina invariablemente lo mismo: slo los favorecidos de la
fortuna rompen el fastidio de una monotona, an ms insoportable a causa de las horribles
calles que a guisa de canutos dividen a cordel esta ciudad, con la misma regularidad que si
se tratara de un tablero de ajedrez.
El extranjero habituado a la vida ardientemente sobrexcitada en las grandes
ciudades de Europa y Estados Unidos, en las cuales el movimiento jams cesa, siendo tan

230
activo de noche como de da, si bien ofrece caracteres diversos, se queda asombrado
cuando, a la una de la noche, la casualidad o alguna ocupacin le hacen atravesar las calles
de Buenos Aires. Ni un alma se ve por ellas a esas horas: slo el imperturbable vigilante
parado en la bocacalle escudria las puertas en una u otra direccin.
Los porteos se retiran demasiado temprano a sus casas: no hay, propiamente, vida
nocturna en Buenos Aires. Que los mismos que durante el da se afanan y trabajan, no
malgasten de noche su tiempo, claro est que a ms de sensato es necesario, pero que
Buenos Aires carezca de todo ese mundo social curioso que hace de la noche da, es
tambin cosa que no es fcil explicarse. Salvo uno que otro rezagado, y algn par de esos
que creen imitar la vida ultramarina, cenando a deshoras de la noche en el nico caf
abierto entonces la popular Rtisserie; no se notan ni esas caractersticas parejas que se
retiran unas furtivamente, encubriendo en el misterio de la hora amores ms o menos
puros, otras bulliciosamente, celebrando con alegres carcajadas bromas de carcter ms o
menos picante.
Todo el mundo, entre nosotros, parece vivir continuamente preocupado: el pas
entero querit opes, como dira el viejo Horacio; busca la fortuna!, no re, pues, ni canta.
Entra en la edad madura, en la edad de los negocios, sin haber pasado por la alocada
juventud, por la edad de los placeres; viejo despus de ser nio, sin haber sido joven,
nuestro pas carece de vida alegre. Todo en la vida diaria del porteo est previsto y
conocido de antemano: no hay ni tiempo ni gusto para correr tras esos deliciosos placeres,
que deben slo rozarse ligeramente para conservar la ilusin, sin la cual no existe la alegra.
La vida se ha hecho para nosotros demasiado positiva; el mercantilismo nos ahoga.
El dios Dinero tiene cada da ms adoradores, y su templo la Bolsa se llena
continuamente de sacerdotes, ms o menos ardorosos. En la atmsfera de las finanzas y
quin no est en algo complicado en ella hoy da? no hay placer, ni alegra: la risa misma
es estridente, seca, lgubre. La comedia de nuestro tiempo, para usar una frase clebre, es
alegre como una autopsia.
Las gentes se retiran al anochecer a sus casas con la cabeza ardiendo de los asuntos
del da. Qu vida alegre puede haber?
Pero, ni coches hay siquiera!
Porque lo curioso del caso es que en esta Santsima Trinidad del Puerto de Buenos
Aires, los cocheros son seres que se acuestan con los gallos, por manera que no se los pesca
exactamente en el momento en que son ms necesarios. Si un acontecimiento
imprescindible cualquiera lo obliga a uno a ir al otro extremo de la ciudad pasada media
noche, no hay, por ms dinero que se gaste, ms coche disponible que el de San Francisco:
pase si la noche es buena, pero si es lluviosa, maldita la gracia que tan original habitud
causa!
Aqu se cree que los tranvas han hecho intiles a los coches, llamados
curiosamente de plaza, tanto que se sostiene y con alguna razn prctica que stos slo
viven gracias a los entierros y bautismos. Pero aparte de que esto es perfectamente
inexacto, parece que por lo menos es insostenible en lo que a las horas en que no andan los
tranvas se refiere.
Claro es, por otra parte, que es imposible la coexistencia de coches de plaza y
tranvas, desde que aqullos, por lo general, calesas de construccin ante-diluviana,
ostentan como cocheros a esos jvenes flemticos de pantaln obscuro, chaqueta clara,
corbata celeste, sombrero chambergo, y melena aceitada.
Ser conducido por semejante automedonte en tal vehculo es ya un martirio que no
se hace, por cierto, ms soportable por el pago de la exorbitante suma de 25 pesos por
viaje 5 francos, lo que en cualquier ciudadeja europea vale 1 franco 50 cntimos!
Concdase, por lo menos, que el abuso es incalificable. Omito hablar acerca del caso de los

231
rocines, que para ello parecen transformados en pacficos bueyes. Pero a la noche ni eso:
hay que ir a pie, sin remedio, por ms enormes que sean las distancias.
Si no fuera indudable que eso que en otros pases se llama el medio mundo no existe
propiamente aqu, los que de noche se encuentran envueltos en alguna galante aventura
lo que puede suceder a cualquier hijo de vecino hacen el papel ms ridculo de este
mundo, si la cosa se les presenta tan de sbito que no han podido retener con tiempo
alguno de los descalabrados volantones de plaza.
Nada ms curioso que las grandes fiestas mundanas que se dan en Buenos Aires,
cuando se observa la concurrencia en el instante de retirarse. Salvo algunas familias
acomodadas que tienen carruaje propio, los dems, fatigados, deshechos por una noche de
baile continuado, se retiran, sin embargo, tranquilamente a pie. Verdad es que algunos
observan con melanclica resignacin que el malsimo empedrado de Buenos Aires hace
que el andar en coche por sus calles sea un martirio insoportable; lo cual explicara por qu
todos prefieren o ir en tranva o simplemente a pie.
An en las pocas ms animadas del ao en la season de Buenos Aires, solo hay
movimiento hasta media noche. Los teatros, por regla general, concluyen cuando ms tarde
a esa hora, y a la salida de ellos es que se puede notar recin algo como un reflejo de esa
vida animadsima y en extremo interesante de las noches madrileas. Los porteos son
apasionados por el teatro; las capas superiores, la high-life y la gomme ya que se ha dado la
mana de usar nombres extranjeros se dan cita en Coln; la gente tranquila, en la pera;
la decente, en la Alegra; la bulliciosa y los pocos miembros del medio mundo, en Variedades y
en el Politeama.
Coln es el teatro clsico de la alta sociedad portea, y al cual estn vinculadas las
tradiciones ms caras. All se ha formado el gusto por la pera italiana, y durante la poca
de las temporadas, no hay nadie que de elegante se precie que all no acuda, cueste lo que
cueste. Los menos van por la msica o el canto; los ms, por mirarse recprocamente.
Cuntos noviazgos no han comenzado all! Mucho podra revelar al respecto la histrica
cazuela.
La pera, a pesar de ser ms elegante y ms cmodo como teatro, no puede
competir con Coln, porque no hay nmero suficiente de familias para ello. Se ha hecho el
asiento del drama y de la comedia italiana, puesto que ahora ha dado a los porteos el furor
de ensalzar todo lo italiano.
La Alegra es el teatro clsico de esas venerables compaas de la legua, que dan
zarzuelas con esa sal gruesa, esas risotadas francas y esos chistes como balas de a ochenta,
que tanto divierten a la gente criolla que all asiste.
Variedades ha cado en completo descrdito, porque jams ha tenido un empresario
hbil, ni buenas compaas. El pblico aqu es loco por la ligera opereta o el picante
vaudeville francs, y lo demuestra protegiendo a ese teatro, an cuando representen unos
cuantos actores venidos de los cuatro vientos y unidos por casualidad, hasta que el cajero se
fugue con la actriz ms bonita y los deje con un palmo de narices.
El Politeama tiene su poca de esplendor en el verano, cuando sus compaas de
circo atraen concurrencia masculina. Los jvenes que se precian de ser bien, han dado en la
costumbre de entrar a las caballerizas y hacerse notables por aplausos y regalos a alguna de
las amazonas.
En cuanto al Teatro Nacional, an nada puede decirse sobre l, puesto que no se ha
inaugurado. El Coliseum slo se abre para fiestas o conciertos.
Antes de entrada completamente la noche, hay su pblico especial en los diversos
locales conocidos. El Gimnasio tiene los antiguos jugadores de domin y tresillo que van a
hacer su consabida partida, mecidos por las armonas del piano que ora baila alegremente
con Celestino, ora gime romnticamente con Costa. El Skating-Rink, con su concurrencia
infaltable de patinadores, rene los jueves y domingos cantidad de bellezas suburbanas: all

232
van los que a la caza del medio-pelo se dedican. El Jardn Florida, lugar delicioso, en los
mismos das rene una concurrencia bastante distinguida, pero demasiado grave para
semejante lugar, pues se pasean contemplndose como si estuvieran en la avenida de las
palmeras de Palermo.
Los suburbios ostentan sus curiosos y caractersticos Pasatiempos, y multitud de
teatros de segundo orden, que, junto con las canchas, renen a los habitantes de la
parroquia que no son atrados por peringundines o algo peor.
Pero, qu hace el paseante que ha asistido al ridculo desfile de todo el porteismo,
por esa tabla angosta que se llama la acera de la izquierda de la calle Florida? Le quedan
las confiteras o cafs. En las primeras slo pueden mencionarse aqullas, como las del Gas
y del guila, que ofrecen a sus clientes las apetecibles comodidades, pues afortunadamente
poco a poco los suburbios van atrayendo a s las tradicionales de simple mostrador y con
despacho de bebidas.
En cuanto a los cafs, recin ltimamente hemos dado un paso adelante; el de los
billares de la calle Piedad es un caf verdaderamente europeo, por el movimiento que en l
se nota, el ruido, la actividad, la vida misma que all reina; el parisiense que extrae su caf
de la Magdalena podr, saboreando el tpico mazagran, pensar por un momento que se
encuentra en el Garren o Vachette.
Pero todo esto concluye; qu queda? Los altares de Venus Citerea pero hay que
detenerse: se pisa la arena candente, segn una expresin clsica.
Sabido es que la vida social tiene lugar principalmente de noche, pero, existe entre
nosotros realmente esa vida especialsima? Aqu se necesitara la pluma de algn high-lifeur,
para poder resolver tan gravsimo punto: algo en ese sentido puede colegirse atenindose a
lo que por los diarios suele entreverse.
Nuestra alta sociedad no tiene salones, en el sentido europeo de la palabra, es decir,
familias que reciban con regularidad la flor y nata en la gente distinguida, para pasar un par
de horas de agradable e instructiva conversacin. Lo nico que hay es que las familias se
quedan en sus casas determinados das de la semana, durante los meses de invierno. Pero los
porteos viejos y jvenes no tienen la habitud de visitar, y es curioso recoger los
rumores de esos das de la high-life bonaerense: seis seoras, cuatro nias, dos, a veces tres
jvenes; nada ms. Los seores? Jugando al bezigue o al tresillo. Son stos hbitos
sociales?
Las seis o nueve familias pudientes que entre nosotros forman ese ncleo especial
de la alta sociedad que da fiestas, slo abren sus salones cinco o seis veces en el ao.
Cuntos grandes bailes se dan aqu anualmente? Cinco o seis, nada ms. Verdad es que en
ellos se despliega gran lujo, que se hace todo como los porteos saben hacerlo, con
rumboso despilfarro. Pero eso no constituye una alta sociedad con vida propia. No se
venga, pues, a hablar de high-life en el sentido europeo de la palabra en una sociedad
que no tiene salones verdaderos, ni vida social activa.
Y sin embargo, el grupo social que asume ese carcter debera justificarlo,
implantando las habitudes que fueran convenientes. Apenas si de tiempo en tiempo se dan
comidas, como son tan frecuentes en otras partes. Durante la temporada lrica en Coln,
slo excepcionalmente se visitan en los palcos, no recibiendo tampoco en sus casas. No
conocen entre nosotros ni el distinguido t de las 5 de la tarde, ni la elegante tertulia
despus del teatro.
Nuestras nias, sin haber tomado esa adorable libertad de la seorita inglesa de alto
tono, tienen los inconvenientes de la joven francesa de educacin conventual, conservando
un recato y una frialdad extraordinarios, hasta pasado cierto tiempo. Hay en esto demasiada
convencin.
En otras partes de la ciudad, los que frecuentan las amables tertulias del barrio de la
Concepcin, pueden notar el abandono, la alegra, la felicidad que en semejantes reuniones

233
reinan. Y no quiere esto decir que considere a unas mejor que a otras, sino que sta es
observacin oda a ms de un extranjero, de esos privilegiados a quienes es permitido
visitar cuantas veces quieran en una casa, sin que le atribuyan novia por el hecho de tocar
al llamador!
En resumen, Buenos Aires no es una ciudad de diversiones, ni una gran ciudad. Es
una ciudad de mucha extensin, pero con todos los defectos de las pequeas agrupaciones.
Aqu todo el mundo se conoce, se espa y se critica recprocamente. Las visitas,
abandonadas por los hombres que no por eso frecuentan los clubs, pues en stos apenas
se ven dos o tres mesas de juego, son mantenidas nicamente por las mujeres, gracias a
la chismografa social, especie de Bolsa terrible donde se cotizan hasta las reputaciones ms
seguras.
Tiene Buenos Aires hasta los defectos materiales de las ciudades pequeas; no tiene
esa vida flotante y alegre de las grandes ciudades, y carece de sus comodidades ms
indispensables, como ser medios de transporte en ciertas horas.
Bajo este punto de vista, Buenos Aires, para llegar a ser el Pars del Plata, tiene an
mucho que andar: siendo ciudad grande, tiene que dejar de ser aldea para ser gran ciudad.
Tal es el Buenos Aires donde se desarrolla la historia que nos refiere el autor de
Len Zaldvar.

III
Ciertamente podrn variar las opiniones acerca del argumento de Len Zaldvar y
encontrarle tal o cual faz ms o menos tachable, o que revele una pluma ms o menos
experta. Igual cosa sucede con todos los argumentos posibles, y no es quiz, en nuestro
entender, la intriga la parte ms completa de este libro.
Pero el fondo del cuadro est admirablemente esbozado, y el colorido de las
pinceladas revela en el acto una mano maestra, un observador sagaz, un analista fino y un
criterio seguro. Hay vida en esta novela, sus cuadros son un espejo de la realidad, y al travs
de sus pginas se ve agitarse un mundo social, algunos de cuyos lados dbiles han sido
ligera pero certeramente puestos en relieve, con una irona que raya en legtimo humour.
Abre el libro en pleno carnaval, en el carnaval porteo de 1873, de inolvidable
recuerdo, en una de cuyas noches cabizbajo, las manos a la espalda, el sombrero sobre los
ojos, con un gesto de contrariedad que alteraba la simptica expresin de su fisonoma, iba
Len Zaldvar camino de su casa. Era esa hora vespertina en que las campanas de Santo
Domingo, como viejas soolentas que, entre bostezo y bostezo, salmodian una oracin, se
echaban a tocar nimas, como nota de duelo en medio de la orga a que estaba entregada
la ciudad. Iba Len preocupado con la ausencia de Luca, que permaneca en el Tigre sin
lucir en el corso su fino perfil de camafeo antiguo, cuando de repente sin decir oste ni
moste recibe encima un balde de agua, que haban olvidado de perfumar dice el
autor, lo que damos por muy cierto, pues a esas horas y por la calle Defensa, slo a
alguna morruda china se le pudo ocurrir una broma tan pesada aunque tan genuinamente
portea.
Quisiera poder transcribir todo lo que el autor dice al describir en el captulo
segundo la noche del lunes de carnaval. Ni una lnea hay all que suprimir o que agregar, y
comparando esas pginas con las que a igual tema dedic el Vago de aquellos Silbidos que
hicieron tanto ruido, no s cul de las dos es preferible, aunque la observacin es hecha de
diverso punto de vista. El corso clsico de nuestros carnavales est all majestuosamente
representado. La tertulia en casa de don Javier, con las mscaras que entran y salen, y las
intrigas consiguientes, son escenas tan reales, tan llenas de vida, que el ms exigente crtico
nada podra tacharles. Palpita all el carnaval porteo, como igualmente en el baile del club
del Progreso, que refiere el captulo tercero. La ms estricta justicia obliga a reconocer que

234
el que ha escrito esas pginas es un novelista de temperamento, y que sabe caracterizar
perfectamente las cosas de aspecto ms difciles de analizar.
En general, en todo el libro sobresalen las descripciones, pues los captulos
referentes al Tigre, a sus paseos en bote, y a la vida de las familias que all veranean, corren
parejas con las pginas que dedica al carnaval.
No se trata empero de esas descripciones minuciosas, pero formalistas a estilo de
inventario judicial de escribano, sino que domina la nota del humour y un sano realismo, sin
caer jams en la vulgaridad de un naturalismo de convencin. Las costumbres criollas no
pasan desapercibidas para el analista escritor, y ya sea que se refiera a las temporadas en los
bailes, o algn infeliz encamotado, o que pinte como en la soberbia escena que sirve de
postdata al baile del Club alguna borrachera del crculo de la trufa, y deje adivinar a uno de
sus miembros caloteando una que otra botella, se ve que el autor ha cortado en carne viva, y que
ha sabido fustigar las ridiculeces a su paso con cierta chispa que no excluye el gracejo.

IV
No podra pasar por alto esta faz del libro, pues tendr pronto un sabor
arqueolgico. La vida social de Buenos Aires durante el verano es, efectivamente, tpica, y
pronto quiz no quedar ni recuerdo de lo que hoy nos parece tan encantador.
Cierto es que hablar de ello en este momento es como llevar agua al mar, en el
sentido de que todo el mundo est tan al corriente de las costumbres de ayer, que parece
banalidad el describirlas.
Pero pasa tan pronto la vida en esta parte del mundo! Ha hecho bien el autor de
Len Zaldvar en describirnos esa faz de nuestra vida social, y de seguro ms adelante ms de
uno ha de releer esas pginas con la curiosidad de recordar los tiempos felices de la primera
juventud.
Cedamos, pues, a la tentacin de contemplar un momento lo que es el verano
porteo.
Ha existido en todo tiempo una inexplicable conjuracin de poetas conjuracin
en la cual, como en la de Madame Angot130, entran pecadores y pecadoras para ensalzar las
ventajas, los goces y la infinita felicidad que a los mseros mortales procura la cancula.
Todos a una declaman contra el invierno fro, lluvioso, sucio, desagradable, incmodo: el
verano es vivfico, alegre, hermoso y florido.
An, en la hiprbole del entusiasmo, ha llegado a decirse:

Cunto siempre te am, sol refulgente!


Al rayo vencedor que los deslumbra,
Los anhelantes ojos alzara,
Y en tu semblante flgido, atrevido,
Mirando sin cesar los fijara.

Pase como licencia potica, pero el que esos versos escribiera sin duda en un
acceso heliomnico se habra quedado de seguro ciego, si intentara su descabellado
propsito.
El sol! Nada ms vivificante que el dulce calor que esparce, verdad? Oh! Buenos
Aires parece hermossimo un da de verano qu agradables emanaciones hace el calor
que de nuestro higinico y mal empedrado suelo se desprendan!.
Aun los adoradores ms fanticos del sol no se extasan sino ante la aurora y el
crepsculo vespertino, es decir, en los momentos mismos en que todava no brilla o
cuando ya desaparece. Y creo que tienen en ello perfecta razn. Ver a las gentes por las
130
Personaje arquetpico que protagoniza numerosas obras dramticas; representa la advenediza, la
poissarde, mujer vulgar que logra acceder a una posicin social acomodada.

235
calles en esos tiempos de verano, es lamentabilsimo espectculo: ocupados los ms,
caminan con paso rpido, con el sombrero en la mano, enjugndose la sudorosa frente,
jadeantes, mal humorados y con unas fachas!
Qu pocas para negocios! Por la maana temprano, en nuestras plazas de frutos,
en el Once o Constitucin, los barraqueros, corredores, comisionistas y todos los que de
lanas, cueros y cosas semejantes se ocupan, discuten, vociferan, se enojan, se arreglan, y se
retiran a sus casas en el mismsimo estado que esas figuras de cera, a las cuales el calor ha
hecho correr los colores, produciendo combinaciones realmente maravillosas.
Durante el da, los bolsistas gritan y disputan ms que los de por la maana, y sin
disimular las contracciones sbitas de sus rostros lvidos, emocionados, en los cuales brillan
unos ojos que parecen desconfiar de todo el mundo, y mirar con angustia alguna
desastrosa liquidacin! Slo stos son insensibles al calor. El juego, en efecto, es quiz la
nica pasin capaz de hacer completa abstraccin de la personalidad humana.
Los dems seres vivientes cruzan las calles slo cuando a ello estn inevitablemente
compelidos, y lo hacen de una manera que traiciona a la legua el poqusimo placer que
aquello les procura.
A la tarde, las caras, si bien ms reposadas, no por eso aparecen menos disgustadas.
Han cesado los negocios, es verdad, pero viene la noche y aquellos a quienes el da ha
fatigado hasta lo imposible, quisieran divertirse algo antes de descansar.
Vano propsito! Bien saben que el calor impide diversiones como descanso, y
miran con angustia avanzar las horas que les anuncian tormentos de nueva especie, no
menos horribles que los otros.
Ni el dandismo es posible como que la elegancia y el calor son cosas que andan
reidas. Quin puede aspirar a la correccin del dandy o la frescura de la toilette, cuando el
calor, obligndolo a sudar a mares, para emplear la expresin consagrada, deshace los
pliegues ms artsticos, y le hace maldecir mil veces a Febo?
Cuando ms, cada la tarde, se ven en los cafs o en los jardines pblicos, paseantes
desembarazados, con la corbata apenas anudada, la mirada un tanto voluptuosa, los labios
embriagados por el perfume del sempiterno cigarro, y que, echados cmodamente en
alguna silla, afectan dilatarse como si aspiraran las brisas eternamente suaves del pas de los
poetas.
Las familias un tanto acomodadas abandonan la ciudad para inundar los
pueblecillos de campo, llenar las quintas o fastidiarse en las estancias. Van de la ciudad
huyendo del calor, de la tierra, de la falta de aire y de la etiqueta citadina; y en los pueblitos
de campo edificados al estilo de la ciudad, con calles tiradas a cordel y casas sobre la calle
misma, pegadas unas al lado de otras, se ven continuamente envueltos en nubes de
polvo, peor todava que el de Buenos Aires, se visten con arreglo a la misma etiqueta que
aqu y hacen la mismsima vida, teniendo todos los inconvenientes del campo sin ninguna
de sus ventajas.
Cuando se va de paseo a San Fernando, centro de los pueblos de campo donde
reside la parte ms aristocrtica de esta democrtica sociedad, se compadece el visitante del
martirio de las familias que llegan por la tarde al tonto, pero tradicional paseo de la plaza;
han debido venir por caminos cubiertos por una espesa capa de tierra fina, que durante una
hora los ha envuelto, cambiando el color de sus trajes, haciendo dudosa la blancura de su
tez, e infiltrndose en los pulmones. Vaya una diversin!
Si se prefiere el Oeste, y se va a Flores o Almagro, de las lindas quintas que a uno y
otro lado del camino se hallan, se ven salir familias ahogadas por el calor y la tierra,
sempiternos durante el da como durante la noche, y sin que haya esperanza de la ms ligera
brisa. Verdad es que es un campo, donde todo hay excepto campo: casas, casas y ms casas,
como si aquello fuera un suburbio de la ciudad grande.

236
Por el Sud, Barracas se enorgullece de su ancha avenida, la cual fuera de la poca
de las tradicionales fiestas de la patrona se extiende melanclica, en un abandono y una
soledad encantadoras.
Las estancias en el verano son el refugio ms curioso de los bonaerenses incautos.
Los pobres creen ir a respirar aire puro. Qu aire ni qu berenjenas! El que no se levanta
temprano est condenado a una reclusin completa durante el da, si no quiere asarse vivo;
y, si no lo encierran en esas caractersticas jaulas que simula el enrejado de muchsimas
casas de estancia, las moscas lo aturden, lo fastidian, y son capaces de acabar con la
paciencia del mismsimo Job.
Por qu se apresuran las familias a salir al campo? No es tan slo por el calor; es
tambin por temor a las epidemias, que, cuando nos han visitado lo han hecho en verano.
Nadie se explica esto, que, sin embargo, es sencillo. La ciudad est edificada sobre
un suelo compuesto de basuras, sobre las cuales hay pro-forma una capa de piedras,
malsimamente colocadas, y que parecen destinadas a convertir a los porteos en
equilibristas japoneses. Las casas son casi todas bajas, edificadas a flor de tierra, y las
cloacas an no funcionan. Se levanta una grita general contra la idea de elevar la altura de
los edificios, porque se quitar el sol a las angostas calles, olvidando que las calles en
ninguna parte del mundo estn destinadas para vivir en ellas, sino simplemente para por
ellas transitar. Y justamente la elevacin de la altura de los edificios permitir que las
familias vivan en altos, y abandonen el malsano parterre. En Europa, el rez-de-chauss est
destinado a casas de negocio, y cuando est elevado sobre el nivel del suelo, reposando
sobre stanos, slo as es habitado por familias.
Aqu, sobre un suelo de basuras, se duerme y se vive a flor de tierra. Y se quejan de
que haya epidemias! Lo extrao es que, en semejantes condiciones, los veranos no sean
continuamente epidmicos.
El verano es el tiempo de los perezosos, y hay alguien que ha sostenido que la
holgazanera es un beneficio, el resumen de todos los goces solemnes. Triste consuelo!
Pues ni sos gozan en el verano. En estos das del Seor, en que slo se concibe la vida en el
agua, ni el ms resignado perezoso aguanta el ms fresco cuarto, si es que prefiere no morir
de asfixia.
Lo que es el verano es simplemente el desorganizador de la vida social, el
desanimador constante del ms laborioso trabajador.
En esta poca del ao todos se vuelven huraos, antisociales, esquivan las visitas,
evitan ser amables, se vuelven egostas: en una palabra, el hombre cesa de ser hombre, para
convertirse en lo que Zola califica enrgicamente de bestia humana.
Qu diversiones trae consigo el verano? Ninguna. Pone trmino a la vida
verdadera, a la vida agradable y distinguida del invierno, para reemplazar el todo por un par
de docenas de funciones de circo, en que noche a noche se repiten las mismas piruetas a
caballo, las mismas gracias estereotipadas de los payasos, las mismas pruebas de los
gimnastas o de los equilibristas. A la tercera noche, el pblico toma aquello como pretexto,
y se re, se fuma y se charla durante la funcin con la misma libertad que si se estuviera en
la plaza pblica. Y la gente pretende que se divierte as!
El Jardn Florida, bellsimo local, con una orquesta de primer orden, parece ser uno
de esos lugares poticamente misteriosos donde los soadores pudieran refugiarse a
meditar en alta voz. Nadie los interrumpe: hay un par de alemanes que escuchan
embebidos algn aire de Fidelio131, o una sonata de Mozart, pero pblico abundante

131
Fidelio (Op. 72) es una pera en dos actos, con msica de Ludwig van Beethoven, libreto de Joseph F.
Sonnleithner, Stephan van Breuning y Georg Friedrich Treitschke, basado en la obra francesa de
Jean-Nicolas Bouilly. Es la nica pera que compuso Beethoven. La pera cuenta cmo Leonora,
disfrazada como un guardia de la prisin llamado Fidelio, rescata a su marido Florestn de la condena a
muerte por razones polticas.

237
damas, nias, seores, jvenes: qui! Esos son domingueros; slo los das de fiesta van
all. Y el resto de la semana prefieren aburrirse mseramente en sus casas, o en algn caf, a
ir a gozar de la msica y del fresco del Jardn Florida. Panurgo reina entre nosotros con
demasiada omnipotencia.
Verdad es que a la misma hora nuestras plazas pblicas ofrecen un raro espectculo.
Por entre las tupidas calles de la plaza del Parque, o del Retiro, vse dibujar de trecho en
trecho la silueta de alguna que otra pareja misteriosa, que viene a sepultar sus amores, ms
o menos poticos, en la sombra espesa y el silencio imponente de aquellas plazas
semi-solitarias. Las maritornes reivindican con orgullo la vanidad de ser reinas de la
noche magas complacientes, cuyo misterioso poder facilita la conquista de las modernas
belles aux bois dormantes!
Queda el muelle.
El muelle, cuyos clsicos agujeros ya por fortuna no existen, sirve cosa rara!
de refugio tambin a los amantes, que no son, por cierto, siempre como los de Teruel. La
majestad de la noche, el silencio imponente que reina, el calor relativamente menor que all
se siente, todo habla a las almas romnticas o despierta simplemente a los adormecidos
sentidos. El hecho es que aqul es un refugium peccatorum.
Adanse los jardinillos con restaurante y gabinetes particulares, situados en los
suburbios para el servicio del centro, y se habr terminado este catlogo.
Qu ms queda? He ah todo, todo! Esos son los encantos que ofrece el verano
bonaerense. Y cntense despus tiernas endechas al verano y dirjanse ardientes madrigales
a ese gordo astro con ojos de carbunclo, y cuya fisonoma, para usar una expresin que no
es potica, parece estar encuadrada en una aureola de cerillas fosfricas en combustin!
Pero la noche! He ah el terror. La noche de verano es absolutamente insuprimible.
El da sofocante puede evitarse durmiendo, pero la noche, quin duerme en las noches de
verano? No me refiero, por cierto, al tranquilo mortal que vive de ilusiones y contempla
embebido la luz de la luna, a que ha dado en llamarse plida. Y no existiendo vida fsica, la
intelectual se encuentra aniquilada. Quin puede pensar cuando reina el calor? Ni se tienen
ideas ni se tiene apetito. El cuerpo, como el espritu, se siente anonadado.
Ni el dulce refugio de los desencantados es posible. El verano suprime la
gastronoma. Los verdaderos entendidos y ste es un consejo de Roqueplan, el mulo de
Brillat Savarin132 es a luz de las bujas que celebran sus festines: nada es efectivamente
ms feo que una salsa vista al sol. Pero, quin se solaza al derredor de una mesa cargada de
manjares suculentos, en un saln profusamente iluminado, cuando la naturaleza entera
parece aplastada por esa capa de plomo que se llama calor?
Alguien que haba observado detenidamente la naturaleza humana, dice con razn:
en medio de los calores de enero, cuando cada uno de vuestros poros filtra lentamente y
restituye a una devorante atmsfera las limonadas heladas que habis bebido de un solo
trago, habis sentido jams ese foco de coraje, ese vigor del pensamiento, esa energa
completa que hacan vuestra existencia tan fcil y tan dulce algunos meses antes? El
argumento no admite rplica: la influencia que el medio atmosfrico ejerce sobre el hombre
mejor templado es indiscutible, y el verano es realmente enervante.
Oh! El invierno es la nica poca en que vive el hombre; es recin entonces que su
fsico adquiere ese vigor y esa virilidad que lo caracterizan, y slo entonces tambin su
espritu se desenvuelve satisfecho, y brilla y produce, por lo menos, con el grand amore, que
tanto ha proclamado el poeta.
Y bien! Ocantos ha descrito con notas justsimas el encanto sui generis del verano
bonaerense, y esas pginas de Len Zaldvar son de las ms interesantes del libro.

132
Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826), jurista francs que ocup importantes cargos polticos
despus de la Revolucin, es el autor del primer tratado de gastronoma (Fisiologa del Gusto, 1825).

238
V
Al leer el captulo cuarto parece, efectivamente, que se vive en pleno Tigre. El
jardn ante-diluviano, con sus rosadas santa ritas, su flor de la pasin y su infaltable campanilla;
la antigua casa con sus habitaciones blanqueadas y encuadradas, sus muebles de caoba
lustrada, su mesa de mrmol como centro de sala, con coloreados floreros que encierran
flores de pluma, conchitas y escamas; los ensayos de dibujo de la nia, las planas caligrficas
del nio, y aquellos retratos de las tas abuelas peinadas de banana y castaa, escotadas, con
la mano en el estmago bien abierta, y cado el brazo izquierdo, teniendo el abanico o el
pauelo; todo eso es simplemente irreprochable y demuestra en el autor condiciones
sobresalientes en el gnero, a tal punto que es difcil llegar a esa altura recin en la segunda
produccin. Porque todo ello est dicho con tal sencillez y elegancia, en un estilo de buena
compaa, fcil, distinguido, sin insistir demasiado, contentndose con dejar entrever al
lector las cosas, de manera que ste se vuelve su casi-colaborador en la lectura, lo que
aumenta el inters de ella y redunda por cierto en beneficio de uno y otro.
Es verdad que el autor ha querido pintarnos una faz archi-criolla de nuestra
sociedad, y que quiz a ojos extraos pase por lo que la representa, pero tomando en su
valor relativo la faz estudiada, nada hay que observar en cuanto a la exactitud de los
detalles. Y tiempo era de daguerreotipar esa sociedad que va ya relegndose a los barrios
extremos de esta Santsima Trinidad de Buenos Aires, cuyo mundo elegante de memoria
de hombre por lo menos tiene otro carcter, que si bien es ms cosmopolita, tambin es
ms distinguido, de educacin, gustos y costumbres ms refinadas que las de don Javier y
doa Venturita. Pero sta, cmo est descrita! El servicio domstico de negros, chinos y
mulatillos, coscorroneados continuamente por la duea de casa; sta, sin cors, en bata, con el
pelo enredado o suelto, chanclos y media calada; tomando amargos con yerba paraguaya,
pero sin cscaras de naranja; habituada a la carbonada, al puchero, a la humita, y an a la carne
con cuero; todo ello existe, vive, palpita. Lo encontramos al doblar cada esquina de ciertos
barrios, donde a la noche las ventanas quedan abiertas, cadas las persianas, sin luz la sala a
pesar de las visitas; y en la larga fila de cuartos, dormitorios, ed altri, todos con las puertas
abiertas de par en par, slo all en el fondo un pico de gas permite al curioso viandante
observar los blancos cortinados y el caracterstico mueblaje de la casa. Doa Venturita es
genuina habitante de esos barrios donde, a las horas antes aludidas, tras de las siempre
cadas persianas, se entretiene en tijeretear a sus relaciones, si bien no garantira que siempre
se encuentre vestida con un vestido muy hueco a ramos verdes, las mangas abucheadas y
un sgueme pollo del mejor efecto, como perjura el autor haberla visto hace 20 aos!.
Insensiblemente nos arrastra el autor a referir su libro pgina por pgina:
quisiramos no hacerlo, y en la necesidad de abreviar, cmo dejar en el tintero la
descripcin de los soi-disants domingos aristocrticos de San Fernando con los coches
abiertos y blanqueados de polvo caras y toilettes, la misa de nueve en Las Conchas, el
infaltable paseo a las Islas, las casillas de bao sobre el ro, en el cual los tristes sauces
mojan sus largas guedejas y, desmayados, agobiado el tronco, parecen llorar la ausencia de
alguien que llev la corriente, o buscar en el fondo su ignorada tumba! y tantas, tantas
otras escenas! Y las visitas obligadas y oficiales del festejante convertido en novio, en los
meses antes de la boda, en las salas solitarias, sentados en una extremidad novio y novia,
cuchicheando, dicindose mutuamente esas mil y mil cosas tan dulces de decir como de
repetir, mientras que en algn sof la respetable mam, profundamente aburrida, tiene que
pasar las horas en el mayor mutismo o parapetarse tras la lectura de algn libro ilustrado,
para sostener con el sueo que la invade una descomunal cuanto desigual batalla!
Framente considerado, tal como el autor nos deja entrever su pensamiento, hay una cierta
dosis de ridculo en todo esto pero qu encantador parece, cuando se pasa recin por
ello!

239
Nos lleva el autor a la casa que ser de la novia despus, y si bien la coloca en la
calle Piedras (por qu la calle Piedras, tratndose de una mansin del ltimo buen gusto?),
nos pasea por el saln Luis XVI, el comedor Enrique II, el fumoir chinesco, pisando
alfombras de Bruselas y tropezando con jarrones de Svres. Quiz el seor barn no dio en
ello muestras de muy distinguido buen gusto, y un elegante de genuina nobleza puede que
hubiera evitado mezclar en una misma casa estilos tan distintos, pocas tan diversas y
pases tan diferentes, pero ya se ve, Cantillac no era en el fondo sino una pseudoimitacin
del viveur del Bois y del boulevard des Italiens.
Las bodas de Luca danle margen al autor para una animada pintura. Sin duda doa
Venturita pudo en tan solemne ocasin haber prescindido de sus fatales mulatillos, chinos,
etc., y ya que empleaba a la Confitera del Gas, haberle pedido un servicio a la altura de las
circunstancias. En cambio, mucho le sali frangollado, pues las amigas que desde temprano
llegaban para ayudar, en realidad era slo para comadrear, y doa Venturita, en bata y
zapatillas, su trenza de color de ratn suelta a la espalda, andaba de cuarto en cuarto dando
plumerazos a los muebles y coscorrones a los mulatos. Pero toda esa escena merece leerse
ntegra.
La primera noche de bodas tema escabroso si los hubo, da margen al autor
para efectuar un cambio radical en el escenario, como ya se insinu antes. Toda esa escena
primorosamente tratada, perdera si fuera analizada. Verdad es que la idea de hacer
emborracharse al marido en tan psicolgico momento es, a fuer de arriesgada, un
tantuelo singular, pero el autor ha querido con ello demostrar el imperio del feo vicio
sobre aquel hombre, y ha aprovechado la oportunidad para analizar el efecto moral que
todo eso produce en la recin casada.
Casi puede asegurarse que all termina la primera parte de la novela y que sigue la
segunda; quiz podra agregarse que hasta aqu el autor ha escrito con amore y con cierta
burlona sonrisa. En adelante puede decirse que abandona bruscamente su vena descriptiva
y se engolfa de lleno en la parte psicolgica de su libro, en pleno dominio de las
pasiones, y de qu pasiones!

VI
Hagamos, pues, prrafo aparte. Pisamos aqu la arena candente: entramos a la parte
ms difcil de esta novela, pues se trata del anlisis de caracteres, del estudio de las pasiones
y de la observacin del corazn humano. Pero justamente en esto es que ms necesaria es
la experiencia, y sta slo se adquiere en propia carne, cuando la vida nos ha hecho sufrir
esas pasiones tremendas que desgarran las tnicas del alma, y que la dejan expuesta a los
dolores ms terribles sin defensa alguna.
Hay ciertas pginas que slo pueden escribirse con la sangre propia, y es un
tristsimo privilegio del dolor el ser la nica puerta que d acceso al escritor a los dominios
de las pasiones que suelen agostar el corazn del hombre. Es preciso haber sufrido mucho
para poder escribir sobre ciertos temas, y quiz es necesario haber sufrido tambin para
juzgar y comprender ciertas pginas que pasan desapercibidas a los ojos de la generalidad.
Los aos traen consigo esa ventaja dolorosa, pero a veces el sufrimiento se antepone a la
edad.
Fortuna grande es no adelantarse al tiempo en estas materias, y gozar de la juventud
antes que venga la edad madura, con su cortejo de pasiones y de dolores.
El autor de este libro se encuentra ahora en plena primavera de la vida y goza de los
mil privilegios de la edad florida, que desaparece demasiado pronto. Que prolongue su
feliz juventud largos aos todava!, que su corazn lata generoso al calor de los ms nobles
sentimientos, y que su alma no se marchite al soplo de las pasiones malsanas y al contacto
abrasador de los dolores y pesares de este mundo!

240
De ah que en esta novela se nota con cunta fruicin nos inicia en el estado de
espritu de Len, desde que se hizo hombre, asumiendo la responsabilidad de sus deberes
como hijo de viuda, que envejece mucho antes que los otros, entregndose de lleno al
estudio severo: era sin embargo un corazn sencillo, con sus visos de indiferente y sus
ribetes de romntico, una amalgama curiosa de bondad y de fiereza, de cndida credulidad
y de obcecada duda. Sin duda, pronto comenz la dura tarea de cortejar hermosas, que
en unos es un mvil, en otros una distraccin y en muchos un oficio; ese diario espionaje,
condimentado con posturas sentimentales, miradas de travs, suspiros de pesadumbre,
saludos de inteligencia y sonrisas de esperanza, duelo galante de dos almas que las
conveniencias alejan y la simpata aproxima y estrecha; trot calles y plazas, qued de
faccin en las esquinas y pas bajo sus balcones, mirando estpidamente a las estrellas. En
semejante estado de espritu no es extrao que perdiera un poco su ponderado buen
criterio pues de ste no parece quedarle nada, ni de bueno ni de malo, y se empea en
adorar y perseguir a Luca, exigiendo de ella explicaciones en la ciudad y en el campo, por
doquier la encuentra, hasta donde la ms caprichosa de las casualidades los lleva, como en
la isla!
El autor mismo se asombra un poco de este su hroe que procede tan
singularmente, l, tan serio, tan meticuloso, envuelto en una atmsfera de gravedad, de
hablar reposado, de genio sombro. De ah que, a rengln seguido, ante semejante
conducta, exclame el novelista: es, pues, necesario, indispensable en la vida, pagar tributo
al amor?. Pardiez!, y no a tontas y locas pint la antigua poesa al amor bajo la forma
atrayente y juguetona del caprichoso Cupido. Y para cuntos es un verdadero dios?
Pero el hecho es que nuestro Len cambi completamente desde que se vio
desahuciado. Hubo das que no quiso comer, pasando de la maana a la noche y de la
noche a la maana tendido en la cama, de cara a la pared, sin hablar; otros, paseando a lo
largo de su cuarto, en un taconeo que no cesaba. Se adivina, por supuesto, el efecto que
debi causarle el casamiento de Luca.
El autor describe aquella escena y analiza aquel corazn en ese momento, con una
maestra y una mano tan segura, que admira en sus pocos aos. Casi, casi se dira que el que
tal ha escrito, ha sabido arrancar virilmente parte de sus propias entraas en anlogas
circunstancias pero qu!, tantos misterios encierra la existencia!. Cmo es que ha
podido el autor, cuya pluma al analizar las pasiones es generalmente rpida, hacer un
anlisis tan profundo, tan completo, tan emocionado, del alma de Len en aquel trance?
Sea de ello lo que fuere, el hecho es que esas pginas viven con vida propia, y
merecen sincero y caluroso aplauso.
La enfermedad de Len, sus alternativas de mejora y de recadas, su convalecencia,
todo ello que ocupa una tercera parte de este libro est notablemente estudiado y
perfectamente expresado. All se revela el autor novelista verdadero: no slo sabe observar
y describir lo que sus ojos ven, sino que su espritu sagaz sabe analizar y expresar los
fenmenos psquicos, slo visibles a los ojos del alma.
Quien tal ha hecho es un novelista, cualesquiera que sean las debilidades de su libro.
Cuando se tienen esas cualidades y que se da de ello innegable prueba, no es
disculpable cierta pereza de espritu que justifica el uso de las ficelles, para ahorrar mayor
trabajo. Del que puede, la crtica debe exigir. Por cierto que se adivina a lo que nos
referimos. El episodio de Cantillac, la intervencin de su mujer Aline y su cmplice Martn,
habra quiz requerido mayor estudio, y es por cierto parte dbil en el libro.
El carcter de Luca, por el contrario, ha sido bien observado, an cuando parezca
que el autor ha tenido en vista dos tipos distintos segn se refiera a antes o despus del
casamiento. Nos la pinta al principio demasiado alta quiz, algo delgada tambin, defecto
que roba la gracia del andar y el encanto del busto, pero hermosa sin contradiccin, por sus
ojos, su boca y las lneas armoniosas de su rostro. Es cierto que nos dice que lea a

241
tropezones, escriba a saltos, embadurnaba lienzos, golpeaba el piano, rascaba el violn y
araaba el arpa: saba decir gui en francs, yes en ingls, ya en alemn. En cuanto a su
coquetera, baste saber que, examinada su conciencia al ser festejada por el barn, slo lo
coloc en el nmero de sus adoradores, sin darle preferencia, porque su corazoncito de
avellana se estaba tan callado a este respecto como un muerto. Su casamiento se
aproximaba, haba dicho s, viendo venir indiferente los acontecimientos, sin precipitar su
desenlace.
As cas. Pero, apenas su marido le dio el primer abrazo el tufillo a vino que le
tomara un da, suba hasta su olfato. Y el tal tufillo obliga al marido apenas llegados a la
casa nueva, despus de la inspeccin de ordenanza, a invitar a su mujer a cenar con l
hasta que tambalendose, una copa llena en la diestra, que temblaba haciendo correr el
lquido, se dirigi a Luca incitndola a que bebiera; ella, espantada, lo rechaz, cayendo la
copa sobre el mantel, donde se hizo trizas. Y a poco andar, despus de horrible lucha,
el velo qued en girones sobre la alfombra, y su blanco traje de desposada manchado por
el vmito vinoso del desgraciado!.
Pero tena Luca demasiado orgullo para confesar que era desgraciada en su nuevo
estado, de ah que su actitud de lnguida indiferencia no se alter, y cuando se la vio por
primera vez en el pblico, todos notaron su aire tranquilo de felicidad satisfecha. Cada cual
se repleg en s mismo, abandonndose a sus gustos, preocupados de guardar las
apariencias.
Y he ah cmo Luca se transforma radicalmente: en tte--tte permanente con un
ebrio, lo oculta a todo el mundo, simula felicidad, viste elegantemente y corre tras el
renombre mundanal de ser la belle of the season. Qu voluntad, qu perseverancia, qu
energa, tan difcilmente sospechables en la joven del corazoncito de avellana!
Huye el marido perseguido por Aline, y Luca refugiada en casa de sus padres, sigue
como tal cosa, siempre con su lnguida indiferencia.
Hemos visto ya, por otra parte, cmo cur Len de su pasin.

VII
Tal es el cuadro principal de la novela. Como episodios secundarios hay
muchsimos notables y de perfecta ley.
La pintura del crculo de Manolo es completa, pudiendo decir que el comienzo del
captulo tercero caracteriza una especialidad de la vida portea que merece analizarse. Ese
cuadro est tomado tan del natural, que se ve moverse a los personajes y se adivina cmo
piensan y cmo deben expresarse. Es aqulla una pequea pintura hecha al lente, con la
perfeccin de detalles de esos cuadros preciosos de la escuela holandesa, uno de esos
interiores de casa pintados por Teniers.
El retrato de Pepe Gmez es soberbio. Cuando el autor nos refiere la declaracin
de Gmez a Amalia; l, de elegante ulster la dernire, y usando el idioma francs para tan
delicado trance, nos hace sonrer involuntariamente la respuesta de Amalia, despus de
dejarle pronunciar su largo y estudiado discurso. No musi, le dice la bromista nia, y lo
deja all plantado boquiabierto!
Pero son muchos los incidentes que mereceran especial mencin.
El nico consejo es de leerlo ntegro y se reconocer que este libro es una novela
llena de agradable sabor local, con interesantes pinturas de costumbres porteas, y con
algunas picantes crticas de ciertos resabios criollos.
Es, en una palabra, una verdadera novela argentina, y en este concepto merece ser
saludada con aplauso, y pedir al autor d pronto una nueva muestra de su ingenio, pues si la
distancia entre Len Zaldvar y La cruz de la falta es inmensa, lgico es suponer que este
progreso constante se ir acentuando, y que la literatura argentina tendr esa rara avis de que
por tanto tiempo ha carecido: un genuino novelista nacional.

242
En este concepto y sin incurrir en la exageracin, podran tenderse al novelista con
ambas manos los lirios de que hablaba el poeta antiguo. Echeverra, en alguno de sus
escritos, ha dicho con profunda verdad: La poesa entre nosotros an no ha llegado a
adquirir el influjo y prepotencia moral que tuvo en la antigedad y que hoy goza entre las
cultas naciones europeas; preciso es, si quiere conquistarla, que aparezca revestida de un
carcter propio y original, y que reflejando los colores de la naturaleza fsica que nos rodea,
sea a la vez el cuadro vivo de nuestras costumbres, y la expresin ms elevada de las ideas
dominantes, de los sentimientos y pasiones que nacen del choque inmediato de nuestros
intereses sociales, y en cuya esfera se mueve nuestra cultura intelectual. Slo as, campeando
libre de los lazos de toda extraa influencia, nuestra poesa llegar a ostentarse sublime
como los Andes; peregrina, hermosa y varia en sus ornamentos, como la fecunda tierra que
la produzca. Tal podra decirse hoy de la novela. Realizar ese ideal: hic est labor, hoc est opus.

Marzo de 1888

243
Las novelas de un higienista
Irresponsable y Alma de nia de Manuel T. Podest

Hijo de inmigrantes genoveses, nacido en el seno de la lite de la colectividad


italiana, Manuel T. Podest (1853-1920) fue el primer mdico argentino del Hospital
Italiano de Buenos Aires. Destacado higienista, en 1886 public dos artculos en el
diario La Nacin en donde describe con crudeza las condiciones de vida de los
habitantes de La Boca y de los conventillos desde la perspectiva del higienismo.
Irresponsable es su primera novela. Algunos captulos sueltos aparecieron, con
el ttulo de El hombre de los imanes, los das 10, 12, 17, 19 y 24 de marzo de 1889 en el
folletn del diario La Tribuna Nacional, peridico rival del juarista Sud Amrica. De
acuerdo con Graciela Salto, esta novela puede leerse como una respuesta polmica
que confronta con los ncleos ideolgicos vinculados con la herencia y la degeneracin
ficcionalizados por las novelas del entorno de Sud Amrica. A finales de ese ao sali
en forma de libro, con el pie de imprenta del mismo diario. Narra la paulatina
decadencia y la alienacin del hombre de los imanes, un joven perteneciente a una
familia tradicional, quien lentamente va perdiendo el juicio. Su protagonista es la
contrafigura del advenedizo, pues va desandando el camino del ascenso social para
concluir en el manicomio.
Alma de nia, su segunda novela, apareci primero en el folletn del diario La
Tribuna y luego como libro bajo el sello de Emilio Coni en 1892. En 1903, La
Biblioteca de La Nacin publica Irresponsable y Alma de nia en el volumen n 100.
Cuenta la historia de Adela, una joven sin recursos que trabaja como costurera para
mantenerse. La muchacha es abandonada por su novio, un humilde estudiante de
Medicina, quien, luego de recibirse, y ante la promisoria perspectiva de una carrera
profesional exitosa, se compromete en matrimonio con una joven de la alta sociedad,
dejando de lado su compromiso anterior. Cuando Adela toma conocimiento de los
nuevos planes de su novio, se deja arrastrar por la locura y se quita la vida.

244
La Patria, 27 de enero de 1890

Impresiones literarias -Irresponsable

Carlos Palma

En medio de esta lucha llena de afn por la existencia, que hace converger todas las
actividades al solo propsito de formar columnas de barro y oro, bastantes a satisfacer las
necesidades materiales; como un parntesis abierto en el enorme ejrcito de guarismos que
hoy forma el comercio; o cual pequea agrupacin de abejas que sintiera, pensase y creara,
al lado de todo un enjambre que slo produce miel en cumplimiento de la ley del trabajo;
de igual manera existe en nuestro pas un reducido nmero de hombres jvenes y de
espritu superior, que no se satisfacen con slo la vida material y que, vidos de respirar la
pura atmsfera del arte y la belleza, se dedican tambin a las especulaciones literarias y
obtienen opimos rendimientos en buenos libros, los cuales si no consiguen fcil salida en el
actual mercado no por eso dejan de ser menos apreciables. Productos que la literatura
nacional va guardando para el futuro, en que valdrn mucho; aunque hoy sus autores saben
contentarse con la satisfaccin que produce toda obra literaria, nunca pagada en buena
moneda cuando es ofrecida a un pueblo cosmopolita en la poca plena de su desarrollo
comercial.
Aquel que en los actuales tiempos cuenta con el valor suficiente para ser autor, debe
tener, sin duda alguna, verdadera vocacin para ello; porque dado el estado actual de la
atmsfera, slo propicia para las subas y bajas del rubio metal, las obras literarias no pueden
producir eco ni propagarse en ondas sonoras de fama, que son las utilidades que ms buscan
los autores. Y aquellos pocos con que contamos actualmente y los que vayan apareciendo
hasta tiempos mejores, sern los nobles propagandistas de nuestra literatura, ya anunciada
al mundo por Echeverra como la bandera gloriosa que nos ha de dar pensamiento y
carcter nacional, salvndonos de la perversin y el caos que nos traen las distintas
nacionalidades, productoras de nuestra riqueza material, pero que han empobrecido
nuestras costumbres, hbitos y tradiciones absorbindolas en las propias suyas.
El genio de Sarmiento nos ha dado hermosas profecas sobre los destinos de la
Amrica y los de nuestra patria; antes, el inmortal autor de La cautiva, presintiendo el
porvenir como todos los grandes poetas, traz nuevos rumbos al pensamiento argentino y
rompi las cadenas que San Martn no haba podido tronchar con su espada; y hace poco
tiempo, una de las inteligencias ms bellas que ha producido el interior, en un libro
genuinamente americano, volcaba todos los ideales y aspiraciones de los espritus
superiores que alientan en la patria y nos daba as como un evangelio, del cumplimiento de
cuyos preceptos resultar la grandeza de la nacin y nuestro carcter de argentinos.
Nuestra literatura est llamada, pues, a conservar la nacionalidad, y los pocos que
hoy se dedican a cultivarla son bien dignos del aprecio de todos.
Sin embargo, el pas ha continuado y continuar pagano.
La poca positivista porque atraviesa el mundo y nuestro desarrollo material,
que an no ha terminado, as lo quieren doblemente. Pero los hombres de pensamiento a
quienes no acobardan las murallas chinas de la indiferencia general, no vacilan en ir
levantando piedra sobre piedra el monumento de nuestra literatura, que ser imagen de la
fisonoma patria.
Por esto, la publicacin de toda obra, producto de alguna de las jvenes
inteligencias argentinas, con tendencias nacionales, nos satisface doblemente; porque nos
prueba que podemos contar con cerebros escogidos en cuyas circunvoluciones el fsforo
no slo forma guarismos, con espritus que tienen otros horizontes que los ofrecidos por

245
los jalones en las reas de tierra subdivididas para las ventas provechosas. Y esos autores
son los nicos que conservarn el espritu propio, trasmitindolo a las pginas del libro,
mientras las multitudes, moviendo el martillo y acumulando la fortuna que darn a otras
generaciones, hagan posible que stas puedan dedicarse a la vida del espritu siguiendo las
huellas de Echeverra, Andrade y los que vengan despus.
Un libro que muestra a su autor como a una inteligencia distinguida, acaba de
aparecer viniendo a aumentar el nmero de las obras nacionales.
No es precisamente una obra que sirva directamente a los ideales de que nos hemos
ocupado; pero est dentro de ellos, por cuanto es producto de la inteligencia argentina y
puede servir como uno de los primeros estudios psicolgicos sociales de las letras del pas.
Irresponsable es una sucesin de escenas y observaciones, hechas alrededor de un tipo
el hombre de los imanes de la poca, la sangre y de la tierra, al cual el autor presenta en un
profundo e interesante estudio.
El carcter del protagonista ha sido bien analizado por el hombre de ciencia, que no
ha perdido el menor de los detalles en su paciente observacin, tomndolo en la
universidad con un programa aprendido y sus timideces de nio; siguindolo hasta el
anfiteatro donde contempla el cadver de la mujer que ha sido como la roca en que se
estrell su nave; vindolo sufrir con la pobreza moral de algunos seres, al leer a Zola y
maldecir al Lantier de LAssommoir, y envidiar el talento, desear alzarse sobre el nivel
comn, luchar por lo grande, servir a la sociedad que desprecia y despus envidiar tambin
al gringo inmigrante que en marcha triunfal viene a esta tierra para dominarla con el arado y
la semilla.
El proceso moral, por decir as, que ha hecho del hombre de los imanes ha sido
perfecto: en todas las pginas del libro se conoce al pobre muchacho vctima de sus
pasiones encontradas, de sus sentimientos e ideales, al infeliz irresponsable de su desgracia,
que precipita el alcoholismo.
En riqueza de observacin abunda Irresponsable y tambin ha sabido hacer buenas
descripciones su autor. Los recuerdos del aula, la descripcin del anfiteatro, del comit, y
otros, estn muy llenos de colorido y expresin; pero todo es como secundario ante el
estudio psicolgico que encierra la obra; el inters que ste despierta basta para satisfacer al
lector, y por eso el doctor Podest no ha tenido que llevar a su libro rebuscados personajes
ni escenas dramticas llevadas por los cabellos.
Ha estudiado bien a su hombre, y lo ha presentado de manera perfecta. De ah la
bondad de su trabajo.
Las dudas, las vacilaciones, los engaos, las torpezas y, sobre todo, aquella fatalidad
de la herencia que pesa sobre el hombre de los imanes como una mole de granito, han sido
observados y recogidos por el mdico; y luego, ha aparecido el literato, que en forma
agradable y con las galas del arte, las ha sabido presentar a los lectores.
El doctor Podest debe continuar escribiendo. Con sus aptitudes para la novela
contempornea que ha probado poseer en demasa, haciendo un libro interesantsimo con
el estudio de un solo individuo y su poder de observacin sobre las cosas de la vida, no hay
derecho a abandonar la pluma que puede producir tanto bueno en obsequio de las letras
nacionales.

246
La Prensa, 1 de febrero de 1890

Irresponsable

Eduardo Senz 133

Seor don Manuel T. Podest:

Mi querido Podest: Haba ya pasado dos das desde su aparicin en el mundo de


las letras argentinas y el ingrato de su padre no daba seales de ordenarle una visita por la
casa de su impaciente y carioso amigo.
Cuarenta y ocho horas perdidas era demasiado. Me resolv pues a enviar en su
busca y la de otro compatriota suyo, que acaba de abrir tambin sus pginas a la luz de la
publicidad.
Por fin llegaron juntos como dos buenos camaradas. Con qu placer los recib!
Uno era ms pequeo, aunque algo ms rollizo que el otro, pero a pesar de su mayor
volumen, su esttica exterior no dejaba nada que desear. Sobre su tapa azul turqu (como si
dijramos sus paales), se lea el nombre del autor de sus das, y algo ms abajo en letras
claras y sencillas, el ttulo que haba recibido en la pila bautismal.
Si el estilo es el hombre, el libro, en su confeccin externa, es al buen gusto del que
lo escribe lo que la fisonoma es al rostro humano. Irresponsable me sugiri esta reflexin. La
modesta elegancia de sus tapas, su correccin sin tacha, la blancura, la ntida pureza de sus
hojas y, ms que todo, el tipo de imprenta usado para su composicin, me daban la
sensacin y el aspecto de la presencia afable y caballeresca de su padre.
Esa noche no hubo ejercicio despus de comer. Suprimiendo trmites que la
curiosidad no permita, describ con mi cuerpo una cmoda horizontal y me entregu a la
lectura.
Seis horas consecutivas transcurrieron en tan deliciosa tarea, y el inters creciente
que se despertaba en mi espritu alejaba cada vez ms el rebelde sueo de mis ojos.
Al otro da, cuando despert, tena la cabeza pesada, deprimida, con todos los
efectos deplorables de una mala noche. Y una opresin al corazn.
Las cosas reales de la vida que me rodeaban, lo que vea y palpaba, haban perdido
para m la virtud de sus efectos inmediatos. Todo me pareca, vago, indiferente, distante,
como si mi horizonte fsico y moral, se hubiera retirado de pronto hacia una lejana y
confusa lontananza. Pero, en cambio de mis impresiones ordinarias, senta vivas y
palpitantes en mi alma las escenas y cuadros de Irresponsable.
Ahora que las cosas han vuelto a su primitivo quicio y el examen de este miraje
mental se ofrece a mi inteligencia ya duea de s misma, he comprendido que no podra
hacer un elogio ms exacto y cumplido de su trabajo que la relacin de sus efectos.
Pero, antes de pasar adelante, permtame una pequea digresin.
No hay situacin de nimo ms estril y desagradable que la que resulta de la
desproporcin entre nuestras aptitudes literarias y la nocin que tenemos formada de ese
arte. Cuando dejamos de escribir por mucho tiempo, la aptitud se deprime; pero, como
nunca renunciamos por completo a las buenas lecturas, la nocin contina
perfeccionndose. Llega as un momento en que nuestro criterio artstico, siendo casi
perfecto y superior a nuestras fuerzas de produccin, la voluntad del escritor desfallece y
llegamos a mirar la pluma con verdadero horror.

133
Eduardo Senz: Poeta, periodista y poltico. Naci en Buenos Aires el 11 de septiembre de 1858. Junto
con Manuel Linez y Rodolfo Araujo Muoz form parte del grupo fundador de El Diario y fue asiduo
colaborador de La Tribuna.

247
Esto nos debe haber pasado a muchos durante los ltimos tiempos. Es un
accidente de un fenmeno general, que se opera en nuestro pas, cuya rpida evolucin
histrica se impone y arrastra a los espritus con violencia irresistible. La voluntad de los
acontecimientos es ms fuerte que la voluntad de los hombres ha dicho alguien y nada
ms cierto. Hasta el gnero sufre la influencia de su poca, cuando no se debe a ella misma.
Y vea si no lo que ha pasado entre nosotros: a excepcin de las obras de historia,
cuyos autores, por circunstancias del todo especiales, han podido sustraerse al medio actual,
la produccin literaria ha mermado considerablemente entre nosotros con relacin a otros
tiempos en que llevbamos una existencia menos activa en el sentido de los progresos
materiales.
Una generacin casi entera de jvenes literatos, que eran justamente considerados
como esperanzas de la patria, ha desaparecido del mundo de las letras. Si suprimimos de la
lista a Garca Mrou (Martn) a Luis Mara Drago, y a uno que otro ms dnde est el
resto de aquella plyade brillante? Todos han muerto! Unos para el mundo de los vivos y
los otros bah! Los otros no merecen tanta compasin se han mercantilizado, questo
dura ma certo.
Y aqu concluyo mi digresin. Estoy ms atrasado que una carreta tucumana en
materia de literatura. Apenas si logro reunir los enmohecidos puntos de mi pluma, pesada y
chillona, para zurcir cuatro palabras de mal gusto, oliendo a diario de sesiones, como
testimonio de cario hacia usted que tanto aprecio y de elogio a su libro que me ha llenado
de gusto a la vez que de recuerdos y tristezas.
He ledo varios juicios de Irresponsable; ninguno se ajusta a mis impresiones.
El hombre de los imanes es un estudio de un proceso moral degenerativo,
transmitido por herencia. Al menos, as lo entiendo. Si fuera posible la clasificacin, dira
que es una novela unipersonal.
Su ttulo Irresponsable est plenamente justificado por la ley de atavismo de la
cual es vctima inocente, cuyo germen constituye la esencia de su ser y suministra el
principal resorte dramtico de la accin en que se desenvuelve el primero.
Fisiolgicamente llamado a recorrer una pendiente fatal de la que nada ni nadie es
capaz de librarlo, el hombre de los imanes va de tumbo en tumbo, como guijarro, hasta
llegar al precipicio final, donde la locura hace las veces de la apoteosis de aquel mal
incurable.
Todo esfuerzo en el sentido del bien es intil, infructuoso, y hasta
contraproducente. Aquel germen primitivo, inoculado en su sangre, aquella semilla maldita,
arrojada en su ser, tiene necesariamente que abrirse camino a travs de su existencia.
Cuando vuelve de su estado es nuevamente objeto de burlas y malos tratos por
parte de los guardianes del orden pblico. Es un ebrio, un bribn, un quin va a tener
compasin de semejante ente?
Despus de un segundo ataque provocado por la conciencia de su situacin
oprobiosa y de los vejmenes y brutalidades de que es objeto, lo echan como a un perro al
depsito de la comisara, un cuarto sucio, hmedo, sombro para que duerma la tranca!
Y de all, a la ltima etapa! De all al manicomio, a esa horrible morada de los
muertos que todava no han dejado de respirar.
El manicomio Desdichado! El mismo cementerio y tumbas que pueblan sus
fras soledades y hasta los mortales restos que all se encierran no son tan desgraciados y
espantosos como esos largos corredores y esas siniestras celdas por donde vagan sus locos!
El cadver que yace bajo su muda lpida al fin descansa en su reposo eterno. Una
mano cariosa traz su nombre sobre la dura piedra que le cubre impidiendo que el viento
disperse sus cenizas y las flores, que sus ojos no vern, crecen al menos a su lado, regadas
por las lgrimas de otros ojos que todava no se han cerrado!

248
Pero t que has muerto sin haber vivido y que vives sin embargo sin poder morir
ah!, t eres mil veces ms infeliz y digno de lstima que los que no existen.
Oh! T, a quien nunca he visto y no s cmo te llamas, por ms que tus desgracias
me hayan hondamente conmovido, ser intil y sin objeto que la ola de la vida arroja y
levanta del seno de las sociedades como el mar vomita y lanza a sus playas la escoria
inservible, tu dolor ya no est solo! Un alma grande y querida se ha compadecido de ti, y
aquellos que se rieron al verte pasar por las calles con tu traje andrajoso y tu larga y
esculida figura sentirn en adelante sus prpados humedecidos de piedad, al recorrer las
pginas de tu vida escritas por la filantropa del talento.
Ah tiene usted, mi querido amigo, el resumen de mi lectura y las impresiones
generadas.
Algo quisiera decirle sobre el mrito artstico de su trabajo, segn mi manera de
apreciarlo. Desde luego noto en Irresponsable la falta de los caracteres comunes a la novela
contempornea. No hay intriga porque no puede formarla un mismo personaje y un solo
resorte dramtico puesto en juego.
Sin carecer de plan en cuanto al fondo, en la forma deja a menudo de tenerlo y
hasta se aparta de esa regla para disertar sobre puntos y cosas que no estn lgicamente
vinculados a las necesidades de la accin y al fin propio que ella persigue. La accin misma
se interrumpe a veces, burlando la expectativa del lector y llevando la atencin a escenas
que por ms interesantes que sean y mejor escritas que estn lo alejan de su deseo y
defraudan su curiosidad interesada en la suerte del personaje.
Es un libro para pocos por su carcter subjetivo. El inters no se sostiene en la
generalidad de los lectores sino dando relieve y colorido intenso a la accin. Lo abstracto
debe suprimirse en lo posible, prodigando en cambio lo que es concreto y puede en cierto
modo hacerse sensible a la percepcin del lector que es de ordinario ms inclinada a los
hechos que a las ideas.
Es preciso que los personajes hablen su lenguaje peculiar, que se muevan y
gesticulen como si estuvieran presentes en cuerpo y en accin.
Pero usted me dir en su descargo que no se ha propuesto hacer una novela en su
acepcin ms rigurosa.
Estamos de acuerdo. Y en adelante podr decir lo mismo?
No. La buena acogida que ha dado el pblico a su trabajo lo ha hecho contraer una
deuda con l.
Se ha dicho a usted que posee verdadero talento de escritor, que es observador
profundo, que describe admirablemente, que tiene estilo propio y toques originales.
Y bien, todo eso es verdad, pero obliga a su pluma a producir obras nuevas, donde
aparezcan llenados los vacos de Irresponsable. No hay salida por donde escapar. A pesar de
todo, quisiera verme aprisionado en sus mismas redes.
Los pasajes que ms me han llamado la atencin en su libro son muchos para entrar
a mencionarlos a esta altura de mi carta. Los principales que recuerdo son: los estudiantes
filsofos de Balmes, el anfiteatro, la muerta tendida sobre la mesa de operaciones, el
guardin, la escena de LAssommoir toda entera, la de la plaza del Retiro, la descripcin de la
casa y la entrevista con el amigo, el comit y el cebador de mate, la pintura de la comisara y
sus agentes, el depsito y, en particular, todos los pasajes en que hace usted el anlisis
psicolgico de su protagonista.
Si ha llegado hasta aqu, alabada sea su paciencia y lbrelo Dios de escribir buenos
libros.
Le estrecha la mano y felicita de veras su amigo afectsimo,

Eduardo Senz
La Prensa, 6 de febrero de 1890

249
Irresponsable. Literatura Americana. Dos libros nuevos

No habamos an concluido la lectura de Su Excelencia y su Ilustrsima, novela clsica


del celebrado literato boliviano don Santiago Vaca Guzmn134, aparecida hace pocos das,
ni habamos podido desprendernos de nuestras mltiples ocupaciones de pan llevar, para
entregarnos de lleno a la grata labor de decir algo por La Prensa de aquel libro original y
gallardo, cuando fuimos gratamente sorprendidos por una obra de ms aliento, de ms
nervio y de ms vida, una novela fuertemente pensada y bellamente escrita, como dice
nuestro plcido poeta Guido y Spano, novela que es un estudio psicolgico con
profundidades de examen que revelan a un disector estudioso del espritu humano. La
recibimos anhelosos de leerla, porque conocemos al autor y fundamos en su bien cortada
pluma legtimas esperanzas y tuvimos que dar de mano a la primera para hacer la lectura de
la segunda, robando al sueo algunas horas de descanso.
La comparacin de dos obras que se lee muchas veces se impone al espritu,
especialmente cuando por la ndole de ellas, su objeto, el centro en que han aparecido, el
elemento social que las ha engendrado, pueden tener puntos de contacto; quisimos hacerla
entre Su Excelencia y su Ilustrsima e Irresponsable y quedarnos convencidos de que no la haba
posible en el fondo, en la tendencia filosfica de los dos libros. El primero es una historieta
divertida, buena para reparar los cansancios del alma, y el segundo es un tratado de filosofa
moderna y de antropologa criminal llevado a cabo, amn de ciertas deficiencias y
abandonos que haremos notar, con singular habilidad y firmeza.
El primero es una alegre acuarela, un risueo paisaje antiguo, el segundo es el
sombro y formidable esbozo de la vida prctica, de la vida actual y palpitante, diseado
con fuertes rasgos y con mano nerviosa sobre un lienzo preparado despus de la
contemplacin subjetiva, paciente de los personajes del cuadro y del medio ambiente en
que viven.
El primero es un libro casi clsico, el segundo es un libro romntico-naturalista.
Y decimos casi clsico porque creemos que el doctor Vaca Guzmn no ha
conseguido imitar, especialmente en el estilo, a los maestros de esa escuela; y decimos
romntico-naturalista, refirindonos a Irresponsable, por mucho que estos vocablos y las
ideas que representan no parezcan avenirse, porque el doctor Podest al dibujar la figura
moral del Hombre de los Imanes, especialmente en los primeros momentos en que aparece
en el escenario, ha incurrido en las exageraciones de esa escuela, y es naturalista, porque
prescindiendo de aquello, el libro es el reflejo vivo y animado de lo que acontece en
nuestras sociedades quiz con lamentable frecuencia.
En cuanto al estilo, la comparacin es tambin imposible.
El doctor Vaca Guzmn ha querido regir su trabajo por las leyes de la escuela
clsica castellana y para ello ha pretendido imitar el estilo con que se expresaron los
maestros de las letras espaolas del siglo XV; ha querido destruir la maleza de escuelas
extranjeras y novedosas que la invaden y cortar la mala yerba del relajamiento de la
lengua, que se halla si no del todo cerrada por el abandono en que yace, al menos
bastante obstruida, difcil paso al que por ella caminar intenta.
Pero ha conseguido el seor Vaca Guzmn su objeto?
El libro que ha publicado est libre de las malezas de las escuelas extranjeras y
de la mala yerba del relajamiento del lenguaje?

134
Santiago Vaca Guzmn (1847-1896). Poltico, escritor y diplomtico boliviano. Es autor de las novelas
Das Amargos (1886) y Su Excelencia y su Ilustrsima (1889). Como Ministro Plenipotenciario de
Bolivia, firm en 1889 el tratado Quirno Costa-Vaca Guzmn, que fij los lmites con el pas vecino.

250
Si nos propusiramos analizar la obra desde ese punto de vista, seguramente
encontraramos que el idioma francs ha invadido sus pginas dejando ocultas entre yerbas
malolientes las ms bellas flores del estilo.
Y como no pensamos que ha de creerse lo que decimos sobre nuestra sola palabra,
vamos a indicar algunas frases galicanas, anfibolgicas, fuera de los vocablos inexactos que
en la rpida lectura que del libro hicimos, sorprendimos no s si con placer o con tristeza.
He aqu esas frases:
Si es que en ella se encontrara, frase galicana, debe decir si en ella encontrara.
Ajena como soy a la ceguedad del amor propio, libre como vivo a toda interesada
retribucin. Ajena a la ceguedad por extraa a ella, muy bien; pero libre a toda retribucin,
muy mal. Debi decir libre de toda retribucin. Se dice estoy libre del voto, estoy libre de
penas, de cuidados pero nunca estoy libre al voto, a cuidados, a penas.
De hacer el viaje al romance a travs de la senda por la cual los clsicos de nuestro
idioma llevaron sus acertados pasos, tanto ilustre a las espaolas letras dando. En
castellano, dice el seor Baralt135, no conocemos el modo adverbial a travs sino al travs,
esto es por entre, y llama galicanas las frases: a travs de las nubes, a travs de las celosas.
Pudiera la mucha doctrina del Juez ser tan puntillosa puntillosa quiere decir
nimiamente pundorosa, y no sabemos que una doctrina pueda ser nimiamente pundorosa.
Pobre y desvalido es quien tan atrevida obra acomete, pero vlgale la pureza de la
intencin, si las fuerzas le escasean y sus anhelos a poner en buen punto no alcanza. Frase
anfibolgica construida as para posponer el verbo a la manera de nuestros antiguos
escritores, posposicin de que abusa el seor Vaca Guzmn en todo el libro, produciendo
un verdadero martilleo final de verbos que hace de la lengua castellana tan gil y tan
cadenciosa, una lengua pesada como una maza que cae a determinados intervalos de
tiempo sobre un cuerpo duro, produciendo un ruido fastidioso y montono.
Cierto es que para los vientos que en nuestros tiempos soplan, en arriesgado mar
tan poco entendido viajero se embarca, pues lejos de dejarse llevar de la corriente por
donde los expertos y los inexpertos viajan, la proa de su nave, por cuasi desiertos mares,
hacia olvidadas comarcas se encamina. Igualmente defectuosa que la anterior. Quiso decir:
Verdades que en arriesgado mar, se aventura el inexperto viajero y dirige la proa de su nave,
por cuasi desiertos mares; pero no lo dice y nos anuncia que, en arriesgado mar se embarca,
cosa nueva para nosotros que slo sabamos que se embarca en una nave, en un barco o en
algo que se halle sobre el mar o sobre el ro, mas nunca en el ro mismo ni en el mar.
Por otra parte, no es el mar el arriesgado, como dice el seor Vaca Guzmn (en
arriesgado mar reembarca) es decir, que no es el mar el imprudente, el temerario, que eso
significa arriesgado, es el viajero que se pone a riesgo de naufragar abandonado y de auxilios
falto, y tan evidente es esto que el mismo escritor dice en otra parte: cremos ejercitar la
caridad con l ponindole presente lo riesgoso de la aventura, valindose para expresar la
idea de lo temerario de una aventura de la palabra neolgica riesgoso.
Si en vez de buscar en las fuentes de la historia de lejanos tiempos motivo para su
fbula, si en vez de procurar el deleite y regocijo del espritu engranando curiosos incidentes,
etc.. Baralt no acepta y nuestros clsicos han usado jams este verbo, y aconseja el primero
que se diga engarganta, dentaje, encaje. Para nosotros el vocablo es bueno, mas como el
autor hace lujo de pursimo parece justo decirlo, que engranaje no se ha usado en el espaol
original, an cuando la Academia espaola haya aceptado ltimamente ese trmino de
mecnica.

135
Rafael Mara Baralt (1810-1860). Escritor, periodista, historiador, fillogo, crtico y poeta venezolano.
Estudi latn y filosofa en la Universidad de Bogot, donde se gradu de bachiller en 1830. En 1840
viaja a Pars para editar su Resumen de la Historia de Venezuela y Diccionario de Galicismos. Fue
elegido individuo de Nmero de la Real Academia Espaola de la Lengua, siendo el primer
hispanoamericano en recibir ese honor.

251
Al inconmovible y severo altar de las buenas letras rinden respetuoso culto. No
se rinde culto al altar, sino en el altar y a las letras.
Para prueba basta.
Hemos tomado de las primeras pginas del libro las faltas anotadas, prescindiendo
de otras muchas, tales como una amartelada inclinacin, que no sabemos lo que significa, para
demostrar que ha sido intil e inoficioso el esfuerzo del literato boliviano, cuando ha credo
posible imitar un libro inimitable de la literatura castellana.
El seor Podest ha sido mucho ms feliz.
Antes que escribir una aeja historia en desusado estilo, ha querido contribuir con
su labor fecunda al estudio del hombre y de las tendencias de su organismo, segn sean los
elementos que lo han constituido y el medio en que se ha desarrollado.
Pero El Hombre de los Imanes no es slo un hombre, es una sociedad, es uno de
los componentes de nuestra sociabilidad actual, es la raza que degenera en el vicio, que
recibe como lote de herencia maldecida, sin beneficio de inventario, la inclinacin criminal
de la que se ha engendrado: es el hombre que lleva, en su cerebro y en sus entraas y en su
sangre, el germen del mal sin que haya podido sustraerse de esa inclinacin morbosa al
vicio, por fuerte que haya podido ser.
El hombre nace con algo dentro de s que instintivamente lo lleva al mal o al bien,
eso es innegable, pero es innegable tambin que la educacin, esa segunda naturaleza tan
poderosa o ms poderosa que la primera, modifica los caracteres, afina las brusquedades
del nimo, lima y pule y abrillanta lo que se llama el genio personal, o el yo fisiolgico y
psicolgico del hombre.
El seor Podest ha comprendido esto, y sin darnos noticias de los antecedentes de
su protagonista nos lo hace sospechar y nos lo muestra a l, solo, en un medio ambiente
deletreo, respirando soberbia, aborreciendo a la sociedad no por lo que ella tiene de malo,
sino porque l, ser egosta y peligroso, no estaba dentro de ella rodeado de la aureola de la
popularidad y con los prestigios de la riqueza.
Ese hombre, que saba discernir el bien del mal, que tena la nocin de lo que es
justo y de lo que es bueno, pudo, en otra atmsfera, llegar a ser til a la sociedad; pero no
fue educado; vivi, creci y muri abandonado: solo y sin consejo, ciego moral, no pudo
encontrar el lazarillo que, tomndole de la mano, le dirigiese por el complicado laberinto de
la vida.
No conocemos, salvo pequeas lecturas que no pueden formar opinin acentuada,
no conocemos, decamos, lo que tiene de cientfica, es decir de exacta, la ciencia
antropolgica que preside Lombroso, pero en el estudio del seor Podest encontramos
algo que nos muestra claramente, o por lo menos sin muchas sombras, que el hombre tiene
un destino escrito en su organismo, con indelebles caracteres, y que slo puede sustraerse a
aquel por medio de la educacin.
Y esto que decimos no es nuevo; no es de este siglo; no lo ha inventado la escuela
antropologista actual, es de todos los siglos y cuando leemos los antiguos refranes
castellanos, esa filosofa condensada por el tiempo y la sabidura, vemos que como
pensamos hoy, pensaron las generaciones de ayer.
No nos hemos de detener en el anlisis del libro del seor Podest, plumas mejor
cortadas que la nuestra han hecho con ventaja esa labor y han concluido como nosotros
que es un buen libro, pero parcenos necesario, en medio de este coro de alabanzas, hacer
algunas observaciones, sin entrar en detalles.
No es un libro homogneo en el vigor de su desenvolvimiento.
El primer captulo, cuando el autor nos hace la presentacin de su protagonista,
est bellamente escrito. Al recorrer estas pginas se recuerda los das sombros del examen
con la placidez con que se recuerdan pequeas tristezas que no volvern.

252
La diseccin de la manceba de El Hombre de los Imanes es un cuadro triste,
sombro, lgubre, con tintes de horror, pero es un cuadro exacto y por ende hermoso, con
la hermosura enrgica de la verdad. Pero no nos parece igualmente bello ni tan bien
pensado, ni tan gallardamente escrito, el captulo sobre poltica, por mucho que sea fiel la
copia del meeting electoral.
All El Hombre de los Imanes cae porque lo empujan, no porque debiera caer. El
populacho reunido se cansa de que le hable de patriotismo y de libertad y le muele a palos
producindole un ataque nervioso que determina, ms tarde, su entrada al manicomio.
Los ltimos captulos son tambin menos buenos que Era su destino. Parece que el
seor Podest hubiera desfallecido, haciendo en un slo hombre y con pocos elementos
dramticos la diseccin moral de una gran parte de la sociedad moderna.
Y qu diremos de la forma?
Cuando viene a nuestras manos un libro nuevo, lo primero que nos interesa es el
estilo.
Hemos ledo muchos libros no mal pensados, pero muy mal escritos. El libro del
doctor Podest, a quien no tenemos el honor de conocer, nos ha sorprendido gratamente
por la galanura con la que est escrito, por la limpidez de la frase, por el nervio del lenguaje.
Las clusulas flexibles y resistentes a la vez, se doblan y adecuan la frase a la idea sin
romper el perodo ni debilitarlo siquiera; son frases de acero, incrustadas en una plancha de
oro pulimentado.
Lstima grande que algunos neologismos insurrectos y licenciosos vengan a
deslustrar algunos pasajes de esa bellsima obra de arte.

253
La Prensa, 6 de abril de 1890

Irresponsable. Literatura nacional

Tirabeque

Pienso que hacen obra buena, digna del mayor encomio y alabanza, todos aquellos
que saludan con palabra amiga y cariosa la aparicin de un libro entre nosotros; mxime
cuando el autor revela ingenio y su produccin acusa un trabajo intelectual tanto ms
plausible cuanto menos pretencioso y alardeado.
Son tan contados los que hoy condensan y dan forma a su pensamiento en las
pginas de un libro! Y es tan reducida por el momento nuestra biblioteca literaria nacional!
Talento sobra, preparacin no falta, predisposiciones se derrochan, que, bien dirigidas,
produciran resultados admirables, pero el hecho es ste, que con talentos de primer
orden, con preparacin y medios tan eficaces como los que ms, con disposiciones y
facultades tan felices, como nos complacemos tantas veces en reconocer da a da, se
publica muy poco fuera de las elucubraciones improvisadas de los diarios y los folletos de
ocasin repartidos, en su hora y que no tienen ms vida que la del momento y la intencin
con que fueron concebidos y editados.
Por esto, un libro ms y nuestro es algo como un hallazgo, como una joya anhelada,
como una piedra rara y preciosa que todos tenemos el ms vivo inters en engarzar y lucir
en la corona naciente de nuestra literatura nacional. Propsito honrado, deseo legtimo y
aspiracin justsima que explica hasta el derroche de aplausos con que se festeja siempre a
los autores escasos de la poca, y generalmente ms por lo que prometen que por lo que
hacen, ms como un estmulo que los aliente en la arena casi desierta a que se lanzan, libro
en mano, que como un premio que signifique la recompensa del mrito y la justicia de la
ovacin en muchos casos recibida.
Yo he dicho todo esto y mucho ms al escuchar complacido (le repito) el coro de
alabanzas con que ha sido recibida la obra del aventajado y distinguido mdico que ha
querido bautizarla con el nombre un tanto enigmtico y misterioso de Irresponsable. Ese
ttulo, despus de ledo el libro, prueba que el autor se ha propuesto formular, no dir ya su
programa, pero de cierto una tesis meditada y definida. l la concreta en una palabra que
llama la atencin desde la portada y que atrae con el encanto de lo desconocido las miradas
de todos, hasta obligarlos a decirse a s mismos: Irresponsable! Qu ser esto?. Primer
triunfo que como un rayo de luz denuncia el ingenio del autor, presentndolo desde luego
bajo una faz simptica y brillante.
Adase a eso la autoridad de la prensa que ha acogido a ese libro como a un nio
mimado en una cuna de flores, el valor de los juicios emitidos hasta ahora por nuestros
hombres de letras y de ciencia, el prestigio de un autor modesto, que entrega tmidamente
las hojas de su ingenio al viento de la publicidad y que confiesa desde el prlogo que l las
tirara sin lstima a la quema, y tendremos no ya explicado, sino perfectamente justificado el
xito que ha obtenido, y que yo quisiera, franca y sinceramente, fuese el menos de los de la
serie que lo espera y yo le deseo efusivamente al autor de Irresponsable.
Hoy la primera ovacin ya ha pasado: Irresponsable ha sido el estreno ms brillante
del ao que comienza: se ha exhibido rodeada de una popularidad a toda prueba y no hay
peligro alguno de que la crtica amarga se debe en l como esos lobos de la literatura que
esperan en la encrucijada alguna oveja inocente.
Pero, por lo mismo, hay derecho a decirle amigablemente lo que hubiera sido tal
vez impertinencia en la primera hora de la fiesta; algo como sealar una arruga, un pequeo
roto, una mancha apenas perceptible en el traje flamante del desposado en el momento

254
oficial de la ceremonia. La fiesta inaugural ha terminado: quedan como un eco de una
consagracin gloriosa los recuerdos luminosos que la alegraron en justicia: pero queda
tambin ah el libro cuyo destino no es un da ni una hora, cuyo alcance perdura ms all de
los mismos deseos y aspiraciones del autor, cuya forma despojada de los atavos y las flores
del estreno se presenta desnuda, tal cual es a la luz de la verdad imparcial y el criterio
concienzudo cuyo fondo, pasado el primer momento de la agitacin y el entusiasmo, se
aclara, se transparenta, se ilumina y deja ver como al travs una fuente serena y cristalina
hasta la ltima guija en las arenas, hasta el musgo verdoso y resbaladizo, que se extiende en
las sinuosidades agrietadas de su techo.
Sealar los pequeos descuidos y lunares, pesar la importancia y seriedad de las
teoras y sistemas desarrollados en el transcurso de la obra, juzgar sobre la verdad de los
principios formulados, discutir la base de la escuela que en los mismos se revela, en una
palabra, examinar la forma y las tendencias de un libro y de su autor (como tal se entiende),
lejos de indicar una intencin malsana y un propsito daino, es simplemente acercarse a
un espritu cultivado y discreto y decirle con el acento de una noble y confiada franqueza en
el seno de la buena voluntad que yo protesto nuevamente de mi parte: Lo que usted ha
escrito lo honra como primicia y como esfuerzo: pero ese esfuerzo necesita lima, ese
ingenio necesita ejercicio en un medio sano, ms claro y menos peligroso. Usted no debe
contentarse con el xito obtenido: est llamado a mucho ms, siempre que despoje su estilo
de las incorrecciones en que abunda y aplome sus teoras en el verdadero centro de la
realidad, de la verdad humana que se extraan ms o menos en el libro.
Es lo que tan slo me propongo en estas lneas en nombre de un sentimiento que
me honra, porque encarna el deseo de lo perfecto, de lo mejor (sin ser utopa del deseo)
para mi tierra y la esperanza de que el autor (a quien no tengo la honra de conocer hasta el
presente) aparente tal vez algunas de mis indicaciones, no tanto por lo buenas como por lo
bien intencionadas. Las he pensado y discutido antes de darlas a la imprenta y desde ahora
retiro cualquier expresin que pudiera lastimar la susceptibilidad ms exigente y delicada.
Siempre he tenido horror a la crtica personal y apasionada, y hasta el solo temor de
expresarme mal o con alguna demasa me persigue como a una mala sombra que abriera
sus alas sobre la intencin blanqusima y honrada con que escribo estas modestas pginas.
Dicho esto en descargo de mi conciencia, entro al fondo de este libro que ha
preocupado tan fuertemente la atencin del pblico entendido en achaques de materia
literaria.
Quin es este irresponsable? No preguntemos por su nombre de pila, ya que el
autor no se lo da. l habr tenido sus razones para ello, lo mismo que para ocultar bajo un
annimo impenetrable a todos los dems personajes de su libro. En l nadie se llama con
un nombre: tal vez esto responde a la idea de dar un carcter ms general, ms objetivo,
ms abstracto a la ndole del libro. Pero en resumidas cuentas quin es este hombre de los
imanes, irresponsable segn la benigna excepcin del autor?
El irresponsable es un mal estudiante que se abandona a todos los desrdenes y
excesos, que recoge en la calle a una mujer perdida salida del caos, a quien se propone
regenerar, dndole techo, abrigo, pan y un nombre, lo que hace estriles e intiles todos los
esfuerzos, porque ella prefiere volver al fango de donde haba salido y ste era su destino.
As muere, o ms bien, as se mata esa desgraciada en el segundo captulo del libro,
dejando al irresponsable enfermo, cado en el marasmo de abandono, y sin ms objetivo ni
aspiracin que esta: no hacer nada, ser intil, caer en el fango poco a poco como un palo roto que el mar
tira a la playa en una arcada de espuma y de resaca.
Pues bien, ese mismo individuo (y lo que es bien singular en la misma pgina) no se
atreve, a pesar de su abandono y su marasmo y su ausencia de objetivo y aspiraciones, a
salir a la calle y ostentar sus miserias y sus trapos sin sentirse culpable. Por ahora y hasta
aqu el irresponsable parece que no lo fuera de verdad. Pero sigamos adelante.

255
Cuatro pginas despus ese mismo tipo sin ms aspiraciones y objetivo que no
hacer nada y ser intil desea tener un colchn de oro donde revolcarse como un perro y
gozar hasta el desmayo con el cosquilleo del metal precioso. Un poco naturalista el detalle,
pero para un prjimo que no hace ni quiere hacer nada no es demasiado naturalmente.
Por este camino el irresponsable llega a sentir que su conciencia se revela, que lo vuelve
a la realidad de su impotencia hasta obligarlo a prorrumpir en este grito que, si no es un
remordimiento, nada significa a buen seguro: Yo debo estar loco o ser muy desgraciado;
An soy fuerte, puedo trabajar, conseguir dinero y tener lo que otros han conseguido; esto
es, una posicin holgada: lo dems vendr a su turno. Lee Smiles136, y reconociendo la
verdad de los conceptos de ste y comparndolos con el abandono de sus concepciones
personales: Smiles tiene razn, exclama, soy un necio. Quien as raciocina tiene
conciencia, no es irresponsable; quien as discurre est a un paso de la enmienda, se conoce
aun culpable, aspira a no serlo, a ser digno y hasta a ser rico y poderoso que no es poco.
Lo nico que le falta es talento (no conciencia) segn l: ah, si tuviese talento,
exclama, todo sera pequeo a mi lado, y cmo me levantara por encima del nivel comn,
qu feliz me despertara siendo til a esta misma sociedad que no me conoce!.
El irresponsable hasta aqu no slo desea corregirse y aspira a ser rico que adems
cree que sera feliz si fuera til. Nada extrao supuesto que el mismo autor nos cuenta, en la
pgina 135 de su libro, que el protagonista era slo accesible a lo bueno. Quien slo es
accesible a lo bueno no puede ser irresponsable.
En lo nico que se conoce que la cabeza del irresponsable flaquea es, cuando al verse
arrinconado, desaparecido, recin cae en la cuenta de que naci para ser fraile. Y por qu?
Porque en ningn caso habra encontrado mejor ambiente para su inercia. Decididamente
esto pone a prueba que el irresponsable ya tiene lo nico que le faltaba, talento.
Y talento hasta para formular esta sentencia pintoresca digna de un filsofo
prctico y entendido en las verdades de la vida: El que espera que un rayo de sol le
caliente el vientre habr perdido su tiempo: la golondrina habr hecho ya su nido sobre el
techo y se habr buscado ya el alimento para sus pichones.
A esta altura el irresponsable est ya harto de vivir en la cueva y de aspirar el
ambiente de la miseria en un pas donde todos hacen fortuna sin gran esfuerzo.
Era un gran culpable dice el autor, pero tal vez sus propsitos de enmienda
llegarn tarde. Todava hay esperanza de que el nufrago se salve, no hacindose fraile
seguramente, pero buscando algn amigo y hacindose poltico, que en esta tierra es otra
ganga.
La dificultad est en dar con ese amigo, mxime cuando el traje, la presencia y el
aspecto (que es otro traje u otra presencia, como se quiera) se combinan para infundir
recelo a quien se busca.
Felizmente l tena un condiscpulo, un buen muchacho que prefera su novia a su
fortuna, pero que fue listo y supo arrebatarle sus promesas, mientras el irresponsable, en
esa misma poca, nadaba en la abundancia y tena la llave de oro de la felicidad.
No supo aprovecharla y antes, por el contrario, cuando se presenta a ese amigo, de
noche, hecho un andrajo, y calado hasta los huesos por la lluvia, declara que ya no tiene
cosa desde esa noche y sale despus de haberlo puesto como ropa de pascuas al amigo que
se content con or sus pisadas en el patio y los ladridos de un perro que no se aventuraba
a salir de su casucha (textual) para afrontar el fro de la noche. Ese perro no era
irresponsable.
No en vano ste se queja al da siguiente, cuando pudo salir del sonambulismo
alcohlico, diciendo el perro me ha hecho caso. E. atribuye ms que a todo a su

136
Samuel Smiles (1812-1905). Escritor, mdico y profesor escocs, prolfico autor de libros de
autoayuda y artculos.

256
alcoholismo, y por esto mismo se dice resueltamente a s mismo: Ebrio, nunca! He podido
hasta ahora aplastar su cabeza (la de la ebriedad) pero en adelante? Lo veremos.
(Continuar)

La Prensa, 12 de abril de 1890

Literatura nacional. Segunda parte (Conclusin)

Tirabeque

Un buen da vuelve el irresponsable a la casa del amigo: (donde ya no hay perro que lo
moleste) ste lo recibe en medio del esplendor y el lujo de la fortuna conseguida y a las
primeras de cambio: No parezco un ser de este mundo, le dice: estoy envilecido, aburrido de
m mismo pero no tengo yo la culpa. Cmo es eso? Se puede estar envilecido sin
tener la culpa? Pase si todava fuese una calumnia, pero quien atribuye la causa sola de sus
males a su propio genio y figura de quin podr quejarse? Quin tendr la culpa? T le
dice con razn el pobre amigo t que eres el nico culpable de tus males. T tienes la
culpa le aade para remachar en el clavo que esta vez ha entrado porque el mismo de los
imanes le da un apretn efusivo de manos como para darle las gracias.
Si no se corrige ya es porque le viene de la herencia y es una suerte que no deje
familia, por ms honrada que fuese la intencin con que quera dar su nombre a la famosa
desgraciada.
En medio de todo la Providencia no haba sido tan injusta con l, frasecita de
efecto pero un poco impa porque ese tan injusta deja la sospecha de que alguna vez lo ha
sido y aun ms, de que el ser injusta es la primera condicin de su carcter.
El amigo entretanto consigue ablandarlo y hacerle pedir disculpa al irresponsable, a
quien, segn el mismo, le queda un resto de sentido moral para ponderar el abismo que
tiene delante.
Para ese amigo no hay ms en nosotros que una mquina sujeta a las leyes del
funcionamiento de los rganos. That is the question. Que un ebrio pueda llegar a ser loco,
irresponsable, santo y bueno: la borrachera crnica puede embrutecer a su vctima hasta el
delirio perpetuo y consumirlo hasta matarlo sin remedio. Pero en este caso, la locura es un
efecto y no la causa. El sino, la fatalidad, el destino, invencibles y ciegos en el hombre, no
son una ley moral, ni pueden serlo de sus acciones. Necesitamos sangre, masa cerebral,
rganos y funciones para pensar y querer, pero, perdone el amigo, el pensamiento y la
voluntad no son materia ni cosa parecida. Esta es una condicin, un medio, lo que se
quiera, pero jams la cosa misma: como necesitamos la luz para ver y la luz no es la visin,
como necesito esta pluma para escribir, pero ni el tintero ni la pluma son mi escrito.
Tan es as que el mismo irresponsable herido por las fatales teoras del amigo: Te
juro le dice que cambiar completamente y que pondr remedio a mis desdichas.
Esto no lo hace, ni lo piensa siquiera, un irresponsable en serio: un loco y un nio
lo son, y ni a uno ni a otro se le ocurre jams semejante resolucin. El loco que se propone
ser cuerdo y lo comprende ya no es tal loco ni tal irresponsable.
Es lo que le pasa precisamente a nuestro hroe: comprende su situacin y para
mejorarla busca un medio y lo encuentra en la poltica, para lo cual pide el concurso del
condiscpulo afortunado (en todo menos en drselo).

257
Y por qu se ha despertado en el sentido de la poltica tu entusiasmo
momificado?, le pregunta.
Es que como soy un insensible. Responde el de los imanes (y el autor,
aado yo), se empea todava en hacerlo inconsciente, irresponsable! Esa sola frase vale un
poema. Es digna de un hombre que aspira a la consideracin social y a que las miradas de
todos se fijen en l.
Ya tenemos al irresponsable en alta mar, polticamente hablando y con perdn. La
primera reunin del comit lo entusiasma y lo hace sentirse empujado, estremecido,
inflamado, transportado y entusiasmado en menos de dos pginas.
Con esta dosis de empujes, estremecimientos, transportes, inflamaciones y
entusiasmos, amn de los ultrajes de la suerte, sinti al fin! como un reproche y no le qued
ms salida que golpearse el armazn del pecho para cantar mea culpa. Y eso que era ya
inconsciente y, como siempre, irresponsable.
Pero estaba escrito que en poltica no medrara y en una manifestacin callejera
solt el trapo, se olvid de ser insensible, cant, en vez del mea culpa, las verdades del
barquero a tirios y troyanos y el resultado es lgico: el pueblo soberano estall, cay sobre
l como un buitre sobre su presa y el irresponsable (que ahora ya es epilptico) qued all en
media calle con la boca torcida y cubierta de espuma sanguinolenta (qu feo!) desgarradas
las ropas y en un charco de lodo y de sangre.
De all lo trasladan magullado, maltrecho y dolorido a la comisara ms prxima
donde, cuando vuelve en s, advierte a su lado, no a su lado sino en la pared del patio, la
sombra de un ebrio que lo hace sonrer, aunque l no estaba para sonrisas ni para fiestas, que
yo sepa.
Despus, con el silencio y el tiempo, el infeliz recobr su calma habitual y se dio
cuenta de su silencio y de los peligros que haba corrido.
Con la calma del depsito de comisara le dio por filosofar y, segn el autor, se hizo
hasta ms culpable (pgina 128) ante sus propios ojos. Hasta all mismo piensa en su
regeneracin, y eso que ya est a un paso de ser encerrado por loco en un manicomio.
Y cuando cae en l, como un pjaro en una trampa, se da el hecho curioso de un
loco que se juzga y se desprecia a s mismo, que es descredo hasta el ultraje, que se hubiera
burlado de Dios mismo, no por insania sino por petulancia, que miraba a sus espaldas y
pensaba en la sociedad, y cuyo mayor dolor era darse cuenta de la realidad de sus desdichas.
He aqu, en resumen de cuentas, la historia del irresponsable. Su mayor defecto, en mi
opinin, es no serlo precisamente. Filosfica y moralmente discurriendo, el de los imanes no
es ms que un caso vulgar de tantos como se encuentran y se pierden en la selva y laberinto
de los vicios.
Un joven que se arruina, que se entrega y que se pervierte y que va de la [...] a la
embriaguez y de esta a la [...] es todo menos irresponsable e inconsciente. Un espritu que se
abandona, un carcter que se corrompe en la holganza y la lujuria, pero jams una vctima
de un sino, de una fatalidad, de una fuerza ciega e invencible. Esto y nada ms que esto es
el caso de nuestro hroe (de algn modo hay que llamarlo).
Ahora, como produccin literaria deja mucho que desear. Hay descuidos
lamentables y contradicciones palpitantes que no puedo menos que apuntar, aunque sea a
la ligera. La presentacin del hroe es violenta: a las 33 pginas del libro hace su aparicin,
como un aerolito cado en pleno examen.
Los exterminadores tomaban aspecto grave y para nosotros (habla el autor) cierta
satisfaccin, etc.
Slo supimos que aquel era su objeto, etc. (y el objeto no se conoce sino media
pgina despus).
Alto, muy alto, con esa piel lisa, como etc.

258
Era un colmo portentoso de audacia y sin embargo, a la vuelta de la hoja: la
expresin del miedo, trazada en lneas resaltantes, se dibujaba en la comisura de sus labios,
etc.
Pg. 46: Otros marcaban el paso como soldados que han hecho alto Qu es
esto? Marchan o hacen alto esos soldados?
Pg. 48: Ya era la mano perfectamente disecada, otras una pierna, etc. O sobra un
otras o falta un ya.
Pg. 49: Era una linda cabeza para transportarla al lienzo y figurar la leyenda bblica
de Salom, comprimindola, etc. Qu comprime y quin? La leyenda, Salom o la cabeza?
Pg. 53: Eran dos cartujos con esa humedad de las piezas que han estado cerradas
mucho tiempo y a rengln seguido: las hojas de la ventana continuamente abierta.
Pg. 74: Haba doblado las piernas para esconder debajo de la silla sus botines,
etc.; Y sin que el mismo se mueva se acomoda en su silln.
Pg. 82: Feliz con este incgnito que me deja arrastrar tranquilamente una
existencia que ya me repugna.
Pg. 90: Lujo demasiado ruidoso para salpicarlo. Es un salpicn de mal gusto.
Pg. 108: Emprender el viaje en (una diligencia, un tren, un buque, pero no en) la
huella, etc.
Pg. 198: Hablando de los viejos, es la vejez que les va dando las espaldas
Todava si dijera la vida!
Pg. 189: Un individuo da un salto con una copa en la mano y slo estuvo a punto de
derramarla. Milagros del equilibrio.
Pg. 227: Los partidos polticos son siempre recprocamente los mejores. Ese
recprocamente exige que sean los peores.
Pg. 250: En venganza del arrojo por expulsin. Arrojo es osada, no expulsin.
Pg. 292: Esquivando ciertos ojos que bien saban (los ojos?) que desprendan
miradas que penetraban por las rendijas y que la puerta de la comisura era una boca
hambrienta que les atraa. Cinco que, que, que, en cuatro lneas!
Pg. 303: Hablan los vigilantes: A estos no hay que mirarlos con lstima y:
Pg. 306: Esos mismos vigilantes: no tenan la menor idea de hacer dao.
Todo esto, como se ve, es de fcil enmienda como lo dems que paso por alto, por
no pecar de meticuloso o exagerado. Pero con descuidos lamentables y desalios que el
autor puede evitar con unas pocas horas de gramtica y diccionario. Tiene gran facilidad de
expresin y una vocacin por el relieve de ciertos detalles que le ha valido pginas
magistrales, sobre todo la descripcin, que es su fuerte a todas luces.
Irresponsable, depurado de las exuberancias de lo intil, sera un buen volumen que
ganara en mrito lo que perdera en pginas.
Es una serie de cuadros, ms que un libro articulado y una accin desarrollada
lgicamente hasta su trmino. Tiene ms de crnica que de novela. Crnica sabia, erudita,
artstica, interesante, con toques que resaltan y admiran, pero que no lo resignan al lector a
esos discursos y monlogos eternos, y que le hacen dudar cmo un oficial de polica le
pregunta a un reo por su nombre y se termina el libro esperando la respuesta.
Ahora, slo me resta hacer una especie de profesin de fe literaria, repitiendo estas
palabras del insigne Valera: Soy partidario del arte por el arte. Creo de psimo gusto,
impertinente siempre y pedantesco con frecuencia, tratar de probar tesis escribiendo
cuentos.

259
La Nacin, 9 de octubre de 1892

Alma de nia

Julin Martel

En el prlogo a su preciosa novela La hermana de San Sulpicio, dice Palacio Valdz137


que lo primero que debe pedirse a todo romance es que interese, que entretenga al lector,
que los personajes que en l figuren vivan y queden grabados para siempre en la memoria.
Todo lo dems es secundario. Las tesis, las observaciones ms o menos profundas, el
excesivo pulimento del estilo, quedan relegados a segundo trmino. La cuestin es que se
consiga conmover, deleitar, producir la ilusin de que lo que se cuenta ha sucedido
realmente.
La lectura del prlogo de Palacio me sugiri esa serie de reflexiones que tan
fcilmente nacen cuando al leer una gran verdad nos sentimos impresionados por su
evidencia y avergonzados de no haber pensado en ella antes. Esta impresin es decisiva y
cualquiera que la experimente puede estar seguro de que lo que ha ledo es un axioma.
Despus viene la reflexin y a poco que meditemos nos damos cuenta de las razones que
han influido para producir en nosotros esa conviccin instantnea. No me fue necesario
pensar mucho para reconocer que Palacio tena razn al sentar los principios mencionados,
porque el lector ante todo pide que se lo entretenga, y, seguramente, la disposicin de
nimo con que se toma un libro cientfico para estudiarlo, no es la misma que lo domina
cuando coge una novela para divertirse o conmoverse. Ahora bien: esto de divertir tiene sus
dificultades, y no es tan sencillo como aparece a primera vista. Un hombre de genio puede
escribir una novela que por lo pesada no pueda leerse, si no se ha detenido antes a pensar
en una infinidad de detalles que el arte exige para dar amenidad a este gnero de
producciones.
De lo que primero debe cuidar el novelista es de ser tan claro en la presentacin de
sus personajes y de que la accin vaya desarrollndose con tanta naturalidad, que el lector
ni siquiera advierta que est leyendo. Para conseguir tal cosa, se necesita ir con mucho
tiento, sujetarse a una lgica inflexible, escribir despacio, para que cada descripcin, cada
dilogo, cada pasaje, estn colocados en el mismo orden en que se presentaron
sucesivamente al lector si los hechos narrados fuesen reales y ste, en vez de lector,
espectador o testigo. De otra manera se produce en la inteligencia del lector una confusin
lamentable, y el resultado infalible es el aburrimiento que hace arrojar el libro y detestar a su
autor.
Se me dir que todo esto es elemental; pero siendo el principal defecto en que
incurren los novelistas argentinos, me parece que no est de ms hacerlo constar. E incurren
en ese defecto, no por falta de inteligencia (que sobrada la tienen y por eso la despilfarran)
sino por descuido, por falta de paciencia para trabajar con el esmero y la lentitud
necesarios, pues casi todos escriben a la disparada sobre el primer tema que se les viene a la
cabeza, sin preocuparse de corregir lo que han hecho, ni de cambiar tal o cual parte, que
siempre requiere alguna modificacin, ni, en fin, de someterse a la dura ley del trabajo, a la
cual (como sucede con Zola, Daudet, o cualquier otro autor de importancia) tiene que
sujetarse todo aquel que quiera hacer algo duradero y conquistarse slido nombre en las
letras; nobilsima aspiracin que debe animar a cuantos escriben con el amor de la gloria,

137
Armando Palacio Valds (1853-1938). Novelista espaol. La hermana de San Sulpicio (1889) es su
obra ms famosa.

260
para distinguirse de los que hacen de la pluma un medio para figurar y poder sacar su tajada
de la revuelta masa poltica.
Volviendo al mecanismo de la novela, dentro de l caben todas las teoras y todos
los problemas que se quiera resolver; pero por ms profundos que sean, es preciso cuidar
de no apartarse un punto del hilo de la narracin ni cortarla con frases bonitas que, siendo
muy propias para matizar un discurso o una pgina filosfica, suelen holgar en la novela.
Alejandro Dumas padre no tiene una sola frase bonita. Si es al autor ms ameno que ha
existido, lo atribuyo a que jams se preocup de hacer esprit, sino de dar vida a sus
personajes, de moverlos hbilmente, sin que el autor hable nunca; solo as, objetivndose
completamente, puede el novelista hacer olvidar al lector que est leyendo. En Daudet se
da el raro caso de que a pesar de inmiscuirse a veces en la accin, interese y conmueva,
pero lo hace tan hbil, tan magistralmente, que se le perdonan sus arranques. Son de una
ternura, de una elocuencia, de una poesa incomparables, y estn intercalados con arte
exquisito. Daudet sabe elegir el punto en que puede cortar sin peligro el hilo de la
narracin, y tiene una facilidad inimitable para reanudarlo despus. El sistema es arriesgado;
slo en un gran poeta como el autor de El Nabab puede tolerarse. Creo que es Emilio Zola
el que en una de sus mejores crticas hace observaciones muy parecidas a stas.
Es tambin error comn en nuestros novelistas el enamorarse de tal o cual pasaje o
situacin, enamoramiento que los desva del asunto y los hace entrar en divagaciones
engorrosas y pesadas.
El doctor Podest, cuyo segundo romance, Alma de nia, acaba de llegar a mis
manos, es un autor que ha comprendido instintivamente el gnero. Ya en su primera obra
(Irresponsable) demostr grandes condiciones de novelista en la descripcin de ciertas
escenas, que quedan grabadas por lo magistralmente hechas que estn.
Aquellas pginas del anfiteatro no se olvidan fcilmente. Lo que s choca en
Irresponsable es el lenguaje: incorrecto, duro y lleno de errores gramaticales, aunque
impregnado de una melancola que impresiona hondamente.
En este sentido, Alma de nia seala un notable progreso. Todava no ha conseguido
Podest corregirse del todo de ciertos descuidos imperdonables; pero poco a poco va
adquiriendo cada vez mayor dominio de la forma. Y ese dominio es indispensable, pues
slo con l puede adquirir el estilo, la difana transparencia a cuyo travs van desfilando los
acontecimientos, sin que una palabra disonante o una frase mal construida vengan a
molestar al lector inteligente cuando tal vez est ms interesado en la lectura. Verdad
elemental que es provechoso repetir siempre para que nuestros escritores no desdeen
tanto el culto de la forma como hoy parecen desdearlo.
Por supuesto que no es posible pedirles que escriban acadmicamente, Dios nos
libre!, pero s con claridad y correccin, es decir, con cuidado, nada ms que con cuidado.
No de otro modo se puede llegar a ser un escritor que posea la cualidad que Palacio
exige como indispensable y principal en todo novelista: la amenidad.
Cosa extraa! Podest, aunque incorrecto, es ameno. Sus obras se leen con inters
creciente desde la primera pgina hasta la ltima. Por qu? Porque tiene mucha
imaginacin y siente hondamente cuando escribe. Ve a sus personajes, vive su vida y
experimenta sus emociones, No s si me equivoco; pero jurara que alguna vez ha
empapado las cuartillas con sus lgrimas. As es como debe trabajarse: poniendo el alma
entera en la tarea.
Alma de nia es un romance tierno y delicado, sencillsimo, con cuatro personajes de
los cuales uno no hace sino pasar rpidamente en una escena, modelo de observacin y de
verdad. Adela, muchacha pobre, la viejecita (o la viejita, como la llama Podest) que la
acompaa, Emilio, novio de Adela, y una nia rica que roba a sta el cario de Emilio y se
casa con l ocasionando tal desenlace, el suicidio de la muchacha pobre, la cual no puede
resignarse a vivir sin el amor de Emilio. ste es todo el argumento, vulgar si se quiere,

261
vulgarsimo, pero al que Podest ha sabido tratar con mucha novedad y sobre todo con
mucha verdad.
No quiero entrar a la crtica menuda y de detalle, a decir cules escenas me parecen
las mejores y cules las peores: lo que deseo es hacer una crtica general, de la cual pueden
sacarse provechosas deducciones. No se vea pretensin en esto; conozco mi insignificancia
y al hablar as lo hago porque tengo ideas arraigadsimas en materia literaria y me anima el
deseo de que ellas imperen, porque, si las tengo, es natural que las crea las mejores.
Veo en Podest que la literatura argentina va desprendindose de los rancios
convencionalismos y lanzndose por rumbos nuevos y firmes. Al fin dejaremos de or el
eterno sonsonete de la estrofa ms o menos acadmica, pero fra y desabrida, y de
fastidiarnos con las novelas espeluznantes y superficiales. La observacin, el estudio,
empiezan a abrirse paso entre nosotros. Ya el pblico nuestro est ms educado y es
suficientemente numeroso para sostener a un autor y estimularlo dndole ganancia
pecuniaria. Ya se acabaron los tiempos de las falsas reputaciones y de los escritorzuelos que
pasaban por genios. Europa nos manda todo lo que de ms notable all se publica; el gusto
est educado y lo malo no pasa fcilmente.
Al trabajo, pues! Pero no al trabajo estril del diletante aqu todos somos
dilettanti, sino al trabajo serio y continuado, al trabajo que da el dinero y la gloria, al
trabajo que engrandece el propio nombre y el de la patria. Amemos a las letras por ellas
mismas, y no las profanemos hacindolas vil instrumento de mezquinas pasiones o de bajos
propsitos. Escribamos con amor, con entusiasmo, con independencia, con sinceridad.
Rompamos los viejos moldes e inspirmonos en la verdad sin dejarnos seducir por falsos
convencionalismos ni por trasnochadas retricas. Recin entonces podemos decir que
escribimos.
En cuanto al doctor Podest, indudablemente ha seguido por el buen camino.
Antes de terminar quiero hacerle un cargo grave. Se nota en sus obras que escribe con
alguna precipitacin. Y se nota ms este defecto, porque cuando se detiene un poco, como
en el ltimo captulo de Alma de nia, es correcto y hasta elegante su estilo. S que tiene en
preparacin una nueva obra, en la cual espero poder saludarlo quiz como el primer
novelista argentino.
Para serlo rene muchas condiciones: originalidad, inteligencia clarsima,
sentimiento profundo y raras aptitudes de observador. A veces abusa un poco de su
facilidad para describir; pero siempre hace ver las cosas, y eso es lo principal, porque solo as
se consigue ser ameno. Tiene ternura, melancola y un fondo de tristeza que es poesa pura.
Si cuida un poco ms de la forma Dios sabe adnde podr llegar el doctor Podest!

262
El ciclo de La Bolsa

La Bolsa de Julin Martel apareci en el folletn de La Nacin entre el 24 de


agosto y el 4 de octubre de 1891. Una vez concluidas las entregas fue editada como
libro por la Imprenta de La Nacin y lleg a las libreras de Buenos Aires en noviembre
de ese ao.
Julin Martel (1867-1896), cuyo verdadero nombre es Jos Mara Mir, ingres
de muy joven a la redaccin del diario de Mitre, en donde trabaj hasta su muerte.
A diferencia de Lucio V. Lpez, Can o Garca Mrou, el ejercicio del periodismo es
para Martel un medio de vida por lo que representa, junto con Eduardo Gutirrez, la
novedosa figura del periodista-escritor, aquel que accede a la prctica literaria gracias a
la profesionalizacin de sus tareas periodsticas.
La obra de Martel forma parte de ese conjunto de textos literarios denominado
novelas del ciclo de La Bolsa, que tomaron como asunto la crisis financiera de 1890 y
que, al intentar indagar sobre las causas de esa crisis se presentan como verdaderos
estudios crticos de la sociedad contempornea.
La historia de La Bolsa es muy simple. La primera parte presenta al
protagonista, el doctor Glow gozando de todas las riquezas que ha obtenido mediante la
especulacin financiera. Su estudio jurdico se ha transformado en la base de
operaciones de un grupo de hombres de negocios que recurren a todo tipo de fechoras
para obtener beneficios: loteos fraudulentos, falsificacin de licores, operaciones
burstiles irregulares, cohecho, trfico de influencias. La segunda parte desata los
efectos de la crisis financiera sobre el doctor Glow, quien no pudiendo afrontar sus
obligaciones, se ve obligado a liquidar sus bienes. Finalmente pierde el juicio al verse
despojado de su breve fortuna.

263
Tribuna, 16 de noviembre de 1891

La obra de Martel

Juan Cancio 138

Ante el criterio de Zola, que es en el punto de que voy a ocuparme el criterio de


Claude Bernard, La Bolsa, el estudio social de Julin Martel, no llega a merecer el
concepto de la novela experimental, pero alcanza perfectamente al de la novela de
observacin, con lo que quiero decir que su autor posee el sentido de lo real y la
expresin personal, las dos primeras condiciones esenciales del novelista en la opinin del
maestro contemporneo, en la opinin moderna, definitiva, de la crtica literaria.
Con poco acierto el autor de La Bolsa ha indicado al frente de su libro que de un
estudio social se trata; estudio social, precisamente ha de ser hoy lo que nos hemos
acostumbrado a llamar novela, si se quiere colocar el escritor dentro de las exigencias del
gnero que impone la actualidad, pero estudio social, repito de inmediato la frase, no
encuentro en las hermosas pginas de Julin Martel, este literato de un da, en un da
probado, por obra y gracia de su gran talento, lo que significa () que para la indiferencia
pblica, en materia de arte, hay entre nosotros, como en todas partes, un lmite que no se
puede salvar: el del talento mismo.
La Bolsa es la pintura de una poca y esta poca resurge en esta pintura; resurge, en
verdad, con su misma animacin y con su mismo colorido, siendo de justicia decir que
quien ha ledo la obra, pero entregndose a ella con verdadera pasin humana ha
vivido dos veces el ao histrico que encuadra sus escenas.
Bajo esa impresin, que cien lecturas del libro no lograran debilitar, se saluda con
entusiasmo al novelista argentino, se trata de levantar hasta el nivel de su produccin el
nivel de la crtica y se halla el que escribe , cualquiera que sea, en la ms cmoda y en la ms
agradable de las situaciones que pudiera tocarle en suerte, dueo de someter obra y autor a
los mismos procedimientos inflexibles de que ste debi hacer uso para el mejor examen de
los personajes y de las acciones que ha tratado de presentar.
En la novela de Martel encuentro, en sus causas y en sus efectos, la accin
dominadora del medio en que se desenvuelve y de la sociedad que acta, pero de la
sociedad en conjunto, en su carcter de agrupacin, mientras que el estudio ha debido
aplicarse, antes que a la entidad colectiva, que no es sino una resultante, a los individuos
aislados, a los que forman el cuerpo y determinan su condicin y su naturaleza, vinculados
con las molculas.
En La Bolsa, no est estudiada la sociedad; est fotografiada, simplemente,
resultando de ah que los personajes aparecen al solo efecto de formar un grupo, ora
iluminados todos por la misma luz, ora todos envueltos por la misma sombra; no entran en
juego las herencias, los temperamentos, las influencias de la educacin, ninguno de los
motores parciales, personales, que hacen del ncleo social una reunin transitoria de mil
diversos caracteres, movidos por otras tantas tendencias diversas.
Julin Martel es el observador que expone los hechos tal cual los ha visto, que fija el
punto de partida y que establece slidamente el terreno en que han de moverse los
personajes y desarrollarse los fenmenos, pero no es el experimentador, el que exhibe, en
una historia particular, a esos mismos personajes, buscando demostrar cmo la sucesin de
los acontecimientos ha de ser la que exija el determinismo de aquellos fenmenos en
estudio.

138
Seudnimo de Mariano de Vedia, director de La Tribuna.

264
Historia particular he escrito, respetando en la traduccin las palabras del original
francs al que me refiero, porque resalta a primera vista que no se trata aqu sino de
exponer el origen, la idiosincrasia, el medio, la educacin de los personajes de una novela,
de una obra cualquiera que est destinada a vivir, ya que al tiempo no resiste sino la
produccin literaria que se asienta y se afirma en la observacin y en el anlisis, no en el
anlisis de Paul Bourget139, que casi constituye una neurosis fin de sicle, sino en el que
alcance a bien explicar las acciones individuales y los sucesos comunes que juegan y pasan
por la escena en que se ha colocado la obra.
Si bastara observar la accin, descuidando lo esencial, que es el mvil de ella,
bastara tambin a un escritor disponer del sentido de lo real, ser fotgrafo, porque yo
entiendo que la expresin personal, tanto como la manera de decir las cosas, se refiere a
la manera de interpretar las causas.
Los dos principales caracteres de la novela de Martel (Glow y Margarita) aparecen
truncos en la obra; no me atrevera, no sabra decir, mejor dicho, cul sea la expresin neta,
decisiva de sus individualidades; durante la lectura, tuve ocasin de juzgarlas varias veces,
pero siempre de distinta manera; cerrado el libro, he querido hallar la nota saliente,
terminante, de sus naturalezas incomprensibles, pero me ha impedido dar fin al balance de
las acciones de cada una de ellas, no obstante meditar mucho, un error que no parece mo.

Ocupa las diez primeras pginas del libro, a manera de magistral sinfona, un
magnfico himno al viento, en el que Martel ha puesto, sin duda, por entero el alma
artstica. Ese himno es un regalo al lector, un verdadero derroche descriptivo, un admirable
trozo literario, pero nada hubiese perdido la novela y habra, por el contrario, ganado
empezando en la pgina dcima, al final, cuando el coche de Glow se detiene frente a la
Bolsa. La descripcin, en efecto, no puede constituir para el novelista un fin; tampoco
puede el novelista servirse de ella para entretener a sus lectores o para entretenerse a s
mismo. Cmo relaciona Martel las escenas del viento y del agua, esa verdadera orga
tempestuosa, con el resto de la obra?
De manera alguna; esas escenas son completamente intiles; no prestan al libro sino
el prestigio de una portada que promete, con toda la seduccin de su estilo, las ms gratas
emociones artsticas al que pase adelante. Y se pasa, sin duda, en alas del mismo viento que,
para desvanecer su mal humor, encarambase a los tendidos hilos de telfono y pasaba
por ellos su arco invisible, hacindolos gemir como las cuerdas de un violn gigantesco,
del mismo viento que desfilaba por delante del Congreso, rozndolo apenas, sin buscar
camorra a un enemigo que pareca huir, en una lnea oblicua, del mismo viento que
zamarreaba las persianas de la Aduana, hacindolas sonar como matracas en sus quicios
inconmovibles, cual si quisiera llevrselo todo en un acceso de rapacidad delirante.
Viene en seguida la Bolsa, una pintura llena de animacin y de colorido, aunque
muy inferior, a ste respecto, a la pintura primera, lo que es en realidad sensible. He
juzgado intiles las pginas anteriores del libro y es del caso observar aqu que son tambin
perjudiciales para este cuadro de la Bolsa, tan esencial en la obra. Deslumbrado por aquel
himno al viento y a la lluvia, el lector se encuentra mal en la media luz del escenario,
precisamente el escenario de la novela. La sinfona ejecutada a teln corrido bajo la
direccin de Mancinelli, ha concentrado sobre s la atencin pblica; en medio de los
aplausos que arranca, empieza la representacin y es difcil, sino imposible, vencer con las
primeras notas de la escena los efectos de la orquesta. Las cuerdas del violn gigantesco
gimen todava en los odos y se observa con indiferencia, hasta cierto punto, como se
139
Paul Charles Bourget (1852-1935). Escritor francs, gran novelista prolfico, dramaturgo y ensayista;
fue un crtico de su poca. Catlico ferviente; fue tambin miembro activo de la Academia francesa.

265
desenvuelven las operaciones burstiles y como se agita en torno de ellas el mundo especial
en que ha buscado Martel el asunto y los personajes de la novela.
Viene en seguida el estudio de Glow, situado en el segundo piso de uno de esos
edificios, tan comunes en nuestros barrios centrales, construidos con el nico propsito
de sacar de la tierra el mayor beneficio posible. En ese escritorio se forma el cenculo de
los personajes de la novela; all les sorprende Martel de cuerpo entero y les hace exponer en
dilogos vivsimos, su situacin, sus esperanzas y sus procedimientos mercantiles.
En el tercer captulo de La Bolsa reaparece el pintor inspirado del principio. La casa
de Glow, tal como la observa su dueo mismo, est presentada en pginas que emocionan
por la pureza de su arte, por la movilidad de sus escenas y por el vigor del pincel que en
cuadro mismo se revela. Cuando la casa se ilumina, a la invocacin de Glow, son realmente
hermosos, ms que el mundo que brota de aquel caos de tinieblas, los efectos que Martel
ha sabido arrebatar al fiat lux.
El baile de Glow es otra pintura sensacional; es la obra de un reporter habilsimo, que
observa con los ojos de Argos y anota con una vivacidad que seduce; los tipos no podran
ser mejor presentados; sin los adornos de Elena, consistentes en un ramo de camelias
colocado en el nacimiento del seno y una rosa en la nuca, la descripcin del baile habra
aparecido sin un solo lunar, sin embargo de que la Bolsa desborda de los salones. Ese
detalle infeliz de los adornos, con los cuales Elena, modesta nia, se convierte en una dama
de las camelias, es raro en el libro.
Pero el desfile de la sociedad de Buenos Aires, en marcha triunfal hacia Palermo,
precipitndose por la barranca de la Recoleta, es an superior; cruza estas pginas
admirables la inmensa visin apocalptica de una sociedad entera levantada en vilo por
el agio y la especulacin, celebrando la ms escandalosa orga del lujo que ha visto y ver
Buenos Aires.
Un poeta observa que en el fondo de la avenida una boca se abre, se abre cada vez
ms, convirtindose luego en catarata y despus en remolino Y giran y giran, en danza
infernal, para precipitarse en aquella boca-abismo, jinetes, caballos, magnates,
prostitutas Esa visin es bellsima Se siente, sin que el autor lo advierta, la trompeta
que ha esparcido la voz de Dios
El resto de la obra, exceptuando el captulo de las carretas, interesa poco al examen
del observador y se refiere directamente al argumento de la novela misma, bien que en el
captulo El fantasma palpite tambin una escena dolorosamente real; que una
peregrinacin en busca de dinero, a travs de bancos, casas comerciales y cuevas de judos,
tenga todo el brillo de la verdad mejor reflejada; y que una descripcin del antiguo muelle
de pasajeros fije para siempre su fisonoma complicada de las tardes del sbado, en verano,
preferidas por nuestro pblico viajero para sus rpidas excursiones al puerto vecino.
El captulo de las carreras, salvo detalles que un sportman no perdonara, cual el de
los caballos que llegan como exhalaciones a la raya, despus de haber corrido tres mil
metros, es un fragmento de alto mrito, realizado con singular brillantez. Alguien ha
recordado con motivo de ese fragmento, el Grand Prix de Pars descrito por Zola, pero
semejante recuerdo no tiene justificacin, no vemos como podra venir al caso.
Estableciendo comparaciones, se observa naturalmente que el triunfo de Nana no es el
triunfo de Frinea, lo que no obsta para que en las pginas de Martel asistamos, como a la
realidad misma, a las escenas del paddock y del sport, sintiendo las emociones que agitan a las
tribunas y asistiendo a las peripecias de la gran lucha hpica. El captulo a que me refiero
tiene un valor absoluto en su corte especial, aislado, y un gran valor relativo en el papel que
juega dentro de la rbita de la novela.
*

266
Vamos al argumento de la obra.
Luis Glow, argentino, es hijo de un ingls venido a Amrica en persecucin de una
fortuna que jams logr alcanzar. Fue miserable la infancia de Luis, entregada al estudio, de
noche y de da, merced a que su padre deseaba hacer de l un hombre de provecho. Luis
qued hurfano, a solas con el mundo, cuando acababa de ingresar a la facultad de
Derecho. Fue reporter de diarios, empleado de ministerio, y, sobre todo, estudiante
aplicadsimo y de talento, de mucho talento. Se recibi de abogado y entr a practicar en
el estudio de un clebre colega del cual sali al poco tiempo para abrir bufete propio. La
fortuna le favoreci y Luis supo cooperar en la obra de la fortuna. Frecuent la sociedad,
los paseos, los teatros. En Coln conoci a Margarita y Margarita fue luego su esposa. De
golpe se lo trag la Bolsa, contra toda la oposicin de su compaera, que quera verle
figurar en poltica. Hemos visto que tena talento; era adems un hombre honrado. Gana
millones, los gana y los tira. Su talento no impide que algunos amigos lo exploten
escandalosamente; su honradez se resiste a entrar en negociaciones ilcitas, pero Glow no
tarda en entregarse a ellas. Se construye su palacio, da el baile a que hemos asistido, hace
vida de gran seor, con su esposa y sus dos hijos pequeos Un derrumbe burstil
compromete su fortuna. Quiere cumplir, como hombre de honor, sus compromisos; quiere
salvar a su corredor, un excelente joven sostn de su madre anciana, prximo a casarse con
una bella y distinguida nia. La esposa de Glow descubre la situacin de su marido, que l
se ha esforzado por ocultar a los ojos de ella. Margarita le ha dicho: No me conoces, Luis,
cuando procedes as conmigo Dirase que esa frase revela a la mujer fuerte, dispuesta a
sacrificio, pero muy luego, enterada de lo que ocurre con su esposo, Margarita le aconseja
resueltamente: No pagues un peso a nadie, tonto! Pon a mi nombre cuanto tengas.
Rechaza Luis indignado la proposicin de su compaera; acaba sta por ofrecerle sus
bienes propios; busca Glow fondos, desesperadamente, para satisfacer sus demandas de
honor; no los haya; entra en un tongo escandaloso, preparando el triunfo de Centauro, el
caballo de su amigo Gray, en cuyas patas pone su ltima esperanza; el tongo le reserva un
resultado negativo. Glow cae gravemente enfermo; asedian su casa los acreedores;
Margarita se libera de ellos del mejor modo posible; el corredor como loco, solicita las
sumas por las cuales comprometi en la Bolsa su nombre honrado. Otros amigos han
huido, dejndole en la ms espantosa situacin. Repnese Glow y abandona el lecho;
abandona el lecho y llega a enterarse de una carta del corredor, Ernesto Lillo; la lectura de
esa carta le produce la demencia. He aqu la vida del doctor Glow.

Nada ms incongruente, a mi juicio: tiene talento y procede como un tonto,


dejndose explotar torpemente; es honrado y se conduce como un cachafaz, cayendo en lo
que resiste; es abogado y no atina a sacar a su mujer del error legal que Martel sin duda
admite como verdad cuando lo recoge. Aquellas explotaciones no tienen nombre: un
ladrn de cadveres se disfraza de licorista, por ejemplo y, patrocinado por un amigo de
Glow, cmplice del disfrazado, ha conseguido robarle cien mil pesos, para emprender en
sociedad es el pretexto la explotacin de una fbrica de licores. Los negocios en que se
le haca entrar, despus de ligeras resistencias, consistan en las ms repugnantes
mistificaciones al pblico. Y la hereja legal a que me he referido, y que quiero poner en
evidencia, es aquella por la cual, en virtud de una ignorancia explicable en la seora de
Glow, llega a proponer a su marido que ponga todos sus bienes a nombre de ella. El doctor
debi observarle, en primer trmino, que el expediente no dara resultado: que todas las
deudas y obligaciones contradas durante el matrimonio por el marido son a cargo de la
sociedad conyugal y que los esposos, durante el matrimonio, no pueden hacerse donaciones
el uno al otro.
Pero qu deca la carta de Eusebio Lillo que arrebat a Glow, de manera tan
repentina, su razn? Cosa singular: esa carta encerraba un consuelo para su destinatario.

267
Eusebio Lillo parta para el Brasil; reconoca los esfuerzos de Glow por salvar su situacin,
pero otros le haban dejado solo con sus enormes compromisos; de su novia ya no haba
que hablar, porque, conocedora de su situacin, ella le haba mandado a paseo, revelndose
felizmente a tiempo. Lillo haca en esa carta extensas consideraciones filosficas, pero de
una filosofa consoladora, repito; encomendaba al cuidado del doctor y de su esposa a su
madre anciana y aconsejaba a aquel, es cierto, que hiciera lo posible por satisfacer sus
deudas. Convengamos en que la locura de Glow, que estalla al terminar la lectura de esa
carta, no ha sido el mejor medio, el ms humano, para dar fin a la novela. La demencia es,
muchas veces, una gran necedad, una necedad mayor que el suicidio, aunque el suicidio, en
este caso, hubiera sido para el personaje y para el novelista la grande y salvadora solucin.
Por lo que respecta a Margarita, cundo expres con verdad la intimidad de su ser?
Cuando deca a Luis que no la conoca, o cuando le aconsejaba que a nadie pagara o
cuando le ofreca las dos casas que formaban su peculio propio y directo? Ni lo dice Martel
ni resulta de su estudio. Margarita, como Luis, es un misterio.
Los tipos sociales que ha tomado de la realidad Julin Martel estn en el libro como
simples fotografas pegadas y esto constituye un lamentable defecto.
Necesito concluir y dejo de lado el examen de los otros personajes del libro: el gran
bandido de Granulillo; el cachafaz del francs Fouchez, un tipo inverosmil, un noble que
en Buenos Aires dirige un teatro de tteres, vende helados por las calles y hace fortuna
despus en la Bolsa; Norma, cortesana incomprensible tambin, ama a Granulillo con el
amor que no se ha conocido sino en las novelas romnticas; Riffi, Gray, Zol, calaveras
tontos los primeros, un ingeniero bonachn el ltimo, y muchos otros tipos ms o menos
acentuados, entre los cuales resulta Migueln Riz, una de las ms bellas y ms completas
creaciones del Martel.
La obra se cierra de una manera realmente notable, se cierra con la transformacin
de la hermosa mujer seductora en cuyos brazos se arroj loco el doctor Luis Glow,
transformacin que hace de ella un monstruo horrible, con la boca-abismo que vio el poeta
al final de la avenida a Palermo, y Glow, entonces, debatindose en el horror de una
agona espantosa loco, loco para siempre! oy estas tres palabras que salan roncamente
por la boca del monstruo: Soy la Bolsa.
Debo poner aqu punto final a estas ligeras anotaciones; repito que, a mi juicio, ha
faltado a Martel, novelista argentino de hoy en ms, el recurso supremo de la
experimentacin, complemento indispensable del sentido de lo real y de la expresin
personal. Detrs del aparato fotogrfico, bien colocado y bien dispuesto, hubiera querido
ver al analista severo, aplicando a sus personajes el sistema moderno de la novela definitiva.
En ese carcter espero verle aparecer con verdaderos estudios sociales.

268
La Nacin, 9 de noviembre de 1891

Un bello libro140

Alberto del Solar141

Al seor don Alberto del Solar, como testimonio de aprecio de parte de uno de los
escritores ms modestos, pero tambin ms sinceros que hayan garabateado papel en
nuestra tierra.
sta era la dedicatoria del ejemplar que recib.
El ttulo del volumen, La Bolsa.
Su autor, Julin Martel.
Abr el tomo, volv indiferentemente sus pginas; me cercior de que pasaban de
trescientas; record que durante un mes o dos haba estado viendo da a da en el folletn de
La Nacin el mismo ttulo de obra y el mismo nombre de autor; pens en LArgent de Zola
de la cual sera sta, acaso, una vulgar imitacin y mi curiosidad, que ante el anuncio
de un nuevo libro, se haba despertado un instante, all en el fondo del alma donde
descansaba desde largo tiempo atrs de sorpresas y emociones literarias hizo una
mueca de desdn, se quej de que la hubiera perturbado tan brusca e injustificadamente, se
recost de nuevo, volvindose de su lado favorito para acomodarse mejor, y tornse a
dormir en el sueo apacible de los justos.
Confieso que, ante este proceder, tan descorts como inusitado de parte de mi belle
[]meuse, me sent herido en mi amor propio. Resuelto a no dejarme dominar volv a
sacudir a la perezosa, y, como al intentar de nuevo despertarla ponindole delante de los
ojos las tapas color lila del lindo y coqueto volumen, viera que no consegua mi objeto, la
amenac con declamarle alguna de las ms insoportables estrofas de cierto poeta cuyo
nombre yo no s, si no consenta en secundar, al momento, mis propsitos.
Este recurso extremo produjo su efecto: la curiosidad entr en vereda y yo en libro.

Qu hora de la noche sera aquella en que daba fin a su lectura? No lo s.


Todo lo que puedo asegurar es que los ltimos destellos de mi lmpara de trabajo
moran en el mechero por falta de aceite que los alimentara an, en el instante en que
doblaba yo la ltima hoja, y depositaba sobre la mesa de luz el volumen acabado de
terminar, despus de haber maltratado sin compasin sus pginas, al rasgarlas en el canto
superior, con esa brusca falta de prolijidad producida por una lectura que emociona y
abstrae.
He aqu en resumen lo que le.
En cierta gran capital de la Amrica llamada Buenos Aires, exista all por los aos
189 un hombre de excelente carcter, dotado de condiciones mltiples para surgir en la
vida: alma bien puesta, prestigio social, juventud, ilustracin, talento; un hogar lleno de
encantos, una fortuna cuantiosa, y pero y qu ms? Acaso con lo apuntado no basta
y sobra para ser excepcionalmente feliz? A esto parece respondernos el autor del libro

140
Texto fechado por el autor el 6 de noviembre de 1891.
141
Alberto del Solar (1860-1920). Chileno. Garca Mrou lo define como un gentleman perfecto. Se
atribuy la idea de la fundacin de El Ateneo. Su casa era sede de tertulias literarias. Escribi Pginas de
mi diario de campaa y Rastaquoure. Polemiz con Mariano de Vedia a propsito del trasplante del
espritu de la Academia Espaola a nuestro territorio. Obras: De Castilla a Andaluca. Seguido de
artculos sueltos y versos; Huincahual. Narracin araucana; Cuestin filolgica. Suerte de la lengua
castellana en Amrica; Rastaquoure. Ilusiones y desengaos sud-americanos en Pars; El faro (novela,
publicada primeramente en folletn en La Nacin); Contra la marea (Buenos Aires, 1894. Novela); Obras
completas (Pars, Garnier, 1911); Buenos Aires antiguo y su tradicin social (Buenos Aires, 1916).

269
como sigue: A cualquier prjimo y en cualquier parte del mundo, sin duda que s; pero al
doctor Glow (que ste era el nombre del personaje) y en la ciudad de Buenos Aires, no.
Porque ha de saberse que en tal ciudad habase declarado, all por la poca a que la historia
se refiere, un mal epidmico espantoso, que todo lo invada, que todo lo infestaba, que
todo lo echaba por tierra: salud, honradez, amistad, nobleza de sentimientos y hasta
instintos humanitarios. Los hombres convertidos en una especie de fieras, se devoraban
entre s, heridos por aquel azote tremendo, por aquella fiebre horrible, cuyos ataques
generaban el peor y ms cruel de los delirios: el delirio de las grandezas. Ese mal tenebroso
se llamaba la especulacin, y el inmenso mdano de donde surgan las emanaciones ptridas
que le daban vida, la Bolsa.
Pero lo ms raro era que tal foco de infeccin tena una particularidad prodigiosa;
atraa, arrastraba ciega e irresistiblemente hacia sus orillas envenenadas; envolva,
emponzoaba con sus vapores mefticos; abrazaba, destrua por fin, desmenuzando el
organismo de sus vctimas, como una materia corrosiva devastadora.
El doctor Glow, como tantos otros, haba corrido tambin a su perdicin; haba
llegado hasta la regin maldita, y, en la poca en que comienza la historia, lo hallamos en el
principio de su mal.
La muerte sobreviene despus, muerte terrible, si la hay; precedida de torturas
infernales, de agona dolorossima.
He ah lo sustancial del drama.
El escenario es vasto; los personajes que se mueven alrededor del protagonista,
numerosos y diversos, variados hasta lo infinito en sus fisonomas peculiares; la accin,
palpitante; el medio, intenso.
Examinemos ahora en detalle el trabajo del autor.
El libro est dividido en dos partes, tan diversas la una de la otra, que pudieran
titularse con relacin a la suerte que respectivamente cabe en cada una de ellas a los
personajes esenciales, Luz y Sombra, o ms propiamente hablando ya que de la Bolsa se
trata: El alza y La baja. La divisin marcada por el autor ha sido, pues, bien comprendida.
La naturaleza misma de los hechos que se desarrollan ms tarde la exigen en rigor.
brese la primera parte con la descripcin detallada del escenario; hermoso cuadro,
hecho con frescas y a la vez poderosas pinceladas, llenas de vida y color.
Nos hallamos en la plaza de Mayo, un da nebuloso de invierno. La lluvia cae
abundante y tupida, envolviendo los objetos en un manto de gasa. Rfagas del sudeste
soplan sin cesar. Pero qu viento aqul! Un viento que tiene alma, que tiene voluntad e
inteligencia; que llora, que re como los hombres, ora compasivo, ora burln, ora travieso,
ora enconado!
A semejanza de las olas del mar a que tan slo Byron ha logrado dar aliento
verdadero cuando se ha propuesto personificarlas en sus versos, prestndoles vida y
sentimiento, el sudeste, a cuyas atrevidas excursiones nos hace asistir Julin Martel, nos da
tambin algo de la sensacin curiosa comunicada por la lectura de aquel captulo magistral
del Quatre-vingt treize de Vctor Hugo, en que se pinta un can de veinticuatro toneladas,
desprendido sbitamente por la fuerza del vaivn del navo, de las cadenas que lo
mantenan atado a las paredes del entrepuente. Animada esa mole de hierro inerte como
por un soplo del divino genio del poeta, se convierte para el lector en un ser con vida, que
amenaza y hiere, ruge, destroza y mata.
En este caso, el viento descrito por Martel no domina por el terror, sino por la
malicia: no subyuga por lo imponente, sino por lo malintencionado, por lo atrevido y a
veces por lo badulaque y lo calavera. Nada respeta el pcaro: ni la Aduana, ni el monumento
de Mayo, ni el palacio de gobierno donde se pasea por antesalas y gabinetes,
preludiando entusiastas discursos polticos, ni el del Congreso, al cual roza
apenas sin buscar camorra a un enemigo que parece huir en una lnea oblicua, como

270
avergonzado por la humildad de su aspecto, ni el Cabildo triste por la prdida de su
ms bello ornato, la torre, ni el boquern de la avenida, ni la Catedral, ni la Bolsa!...
Es esta una hermosa pgina, llena de originalidad y de intencin, que predispone
desde luego en favor del libro y hace que el lector prosiga su lectura con inters, que ir
creciendo en adelante a medida que avance en ella.
La Bolsa, el monstruo, est all, a un paso. Un elegante carruaje se detiene a sus
puertas. Baja de l un personaje. Es el doctor Glow, el hroe de la novela, que ha ido a ella,
como va todos los das, a jugar al alza o a la baja, pues la fiebre epidmica lo domina.
Es rico, muy rico, pero ello qu importa? Es doctor en leyes, versado en los
conocimientos que requiere el provechoso ejercicio de su noble profesin; tiene clientela
numerosa, pero para qu sirve todo eso? Para devanarse intilmente los sesos en el
examen de interminables y embrollados expedientes! No!, no vale la pena. Nada de
pleitos se haba dicho cierta maana el buen doctor; para ganar dinero, la Bolsa!.
Y desde entonces sta se lo haba tragado, nos dice el autor.
A partir de este momento, entramos de lleno en la novela.
La exposicin de los antecedentes que nos llevan al conocimiento del pasado de
Glow est hecha con claridad: no sobran all esos aburridores e intiles detalles con que
otros novelistas suelen recargar y entorpecer la presentacin de sus personajes, falta muy
capital, pues en toda novela salvo raras excepciones debe esa parte ser breve, sobria y
conceptuosa.
Entremos ya en la Bolsa.
Qu torbellino all! La descripcin que con este motivo nos hace Martel es
completa. Nada falta en ella: tipos, ecos de conversaciones odas y analizadas, aspecto del
conjunto, bullicioso rumor de la sala, retratos de individualidades particulares, noticia de lo
que sucede entre telones con respecto a ciertos manejos de que se valen algunos pjaros de
cuenta para desplumar a los ms candorosos, pasiones, mezquindades, estafa, infamia
Abundan las pinceladas felices, los rasgos de ingenio picante, la malicia retozona,
todo lo cual no excluye una observacin muy intensa. El conocimiento cabal del medio y el
dominio absoluto de la materia tratada, explotados por un temperamento artstico de
primer orden, han podido nicamente dar como resultado tanta fidelidad y abundancia en
la pintura. Esos cuadros mil veces contemplados, ese exacto reflejo de dilogos y
discusiones cotidianamente odos, ese anlisis discreto de todo, son el fruto de un
cuantioso caudal de experiencia atesorado y puesto despus al servicio de cierto afn de
verdad llevado a veces hasta el realismo puro.
Varios de los nuevos personajes de la novela entran aqu en accin. Ernesto Lillo, el
simptico y joven corredor, honrado, lleno de buena fe, trabajador, ansioso de labrarse una
fortuna con el propsito de proteger con ella a su anciana madre. Y para formar contraste,
Granulillo, el ms canalla de los corrompidos; Fouchez, el marqus titiritero; Filiberto
Mackser, el abyecto y trapaln judo, etc.; todos ellos bolsistas de oficio, villanos de origen,
venidos de los cuatro puntos cardinales con el propsito de hacer en Amrica fortuna a
toda costa.
El retrato de Fouchez es original: marqus de nacimiento y marqus verdadero,
haba sido rico all en su tierra; pero los desrdenes de su juventud y sus prodigalidades
excesivas no tardaron en dar al traste con su fortuna.
Haba odo hablar de Buenos Aires, de lo fcil que era enriquecerse en esta bendita
tierra que sus amigas las cocottes alababan, y entusiasmado por tales datos, se haba dicho
un buen da: all est mi salvacin.
Animado con tal esperanza parti una maana con rumbo a Amrica, despus de
cobrar algn dinero y realizar una que otra alhaja restos de antiguo esplendor. Llevaba
en su equipaje, entre otras cosas indispensables, un teatro de tteres! Llegado a esta capital,

271
alquil un terreno baldo y levant en l una barraca, donde pas un ao el ilustre marqus
encaramado en los bastidores de su teatro, manejando los hilos de los tteres.
Quieren conocer los lectores un rasgo caracterstico del aventurero y noble hidalgo
de exportacin con quien acaban de trabar conocimiento?
Pues oigan a Julin Martel. El caso merece ser repetido:
Pero sucedi que un buen da, irritado por el poco favor que le dispensaba el
pblico microscpico, hizo las de Don Quijote con el retablo de maese Pedro, y la
emprendi a puetazo limpio con todos sus muecos, pudiendo decirse sin metfora en
aquella ocasin, que no qued ttere con cabeza. La massacre fue espantosa. De una feroz
pualada le rompi la crisma a la delicada emperatriz Melisena, e hizo desaparecer, por el
mgico procedimiento de un puntapi admirablemente asestado, las dos jorobas del
travieso Polichinela, a quien esta vez no le valieron maas. Plagiando a Hrcules, aniquil
en seguida al dragn de las siete cabezas, parti por el eje a su alteza la reina Mab, sin
respetar, en su calidad de marqus, la elevada jerarqua de tan gran seora, y despus de
enjugar el sudor que hiciera correr de su frente tan recia batalla, vendi el teatro con todos
sus fantasmagricos telones.
Lo dems lo adivinar quien me siga en esta prolija exposicin. Lanzado Fouchez
por el campo enmaraado de los negocios, lleg a ser hay nada ms real y ms
humano? uno de los clebres bolsistas a quienes se citaba con respeto en la poca a que
esta historia se liga, como tipo de lo que pueden el atrevimiento en consorcio con la
constancia. l es Fouchez, quien inventa aquellas especulaciones sorprendentes: ventas
ficticias de tierras; construcciones de ciudades portentosas, cuyos cimientos se harn en
gran escala, para dar a entender al pblico que lo dems, lo esencial, o sea el edificio, llegar
tambin a su tiempo. l es quien forma y organiza, junto con otros pillos de su ralea, la
clebre sociedad La Embaucadora, en lucha con su rival La Trapisondista; l quien, en
compaa de su amigo y colega Granulillo, propone a Glow el negocio de la fabricacin de
una chartreuse apcrifa, con la cual se proponen ambos dominar el mercado y ganarse en un
mes unos cuantos milloncejos. Y Glow todo lo acepta, no sin cierta repugnancia sea ello
dicho en obsequio de la unidad, generalmente bien sostenida, que se observa en el
desarrollo del carcter del protagonista, a quien el autor presenta desde luego como un ser
dbil, algo voluble y falto de sentido moral verdadero. Todo lo acapara, a todo se atreve,
en todo se va enredando.
Casado a la sazn el simptico doctor con una hermosa dama llamada Margarita,
habalo sta elegido entre muchos otros que la pretendan, rindindole al fin un corazn
que hasta entonces nadie haba podido avasallar.
Esto nos lo comunica el autor, al presentarnos a su herona, a quien pinta como a
una mujer de temple superior, aunque no sin decirnos de paso que tena, tambin, sus
puntillos de ambiciosa; pero ello con tanto disimulo, en voz tan baja, que no logra dispar en
un punto siquiera la admiracin, el silencioso respeto, la irresistible simpata que desde que
aparece en la escena hace nacer en el alma la encantadora mujer del doctor. Y como para
acentuar esta impresin y no darle lugar a que se disipe, el novelista suprime de hecho toda
otra clase de datos y antecedentes que pecaran de excesivos y minuciosos si se
prolongaran; cierra en definitiva al menos por lo que a la primera parte del libro
atae el captulo amargo de los entretelones; y, rpidamente, pero sin esfuerzo alguno, nos
hace pasar con arte exquisito e intuicin esttica digna de elogio al ms bello, ms
fresco, ms delicado de los cuadros que el libro tiene; aquel que lleva por ttulo Glow en
su casa.
All aparece el millonario en el interior de su lujosa morada, en el apogeo de su
fortuna y de su efmera gloria burstil. Se deleita en contemplar los tesoros acumulados a su
alrededor. Est solo por el momento; Margarita ha salido. l acaba de llegar de la Bolsa. La
tarde cae; es casi de noche.

272
Llama Glow y aparece un sirviente:
Di que enciendan todas las luces de la casa ordena el millonario, y se deja caer
en un silln.
Quiere gozar all, sin testigos, del espectculo de su opulencia.
A poco ve entrar una sombra; oye castaetear maderas, raspar fsforos y de
repente
El autor nos transmite aqu, en arranques felicsimos, las emociones mismas de su
hroe; nos las hace sentir, a la vez que nos coloca delante de la vista la escena en todos sus
detalles, trazndola con toques brillantes, llenos de colorido y de intensidad. Su pluma se
trueca en pincel; las pginas del libro se iluminan y, como por obra de encantamiento
mgico, ve el lector a medida que avanza en la lectura surgir de entre los renglones
lneas y contornos, luces y sombras, forma y movimiento. Aquel mundo maravilloso que,
junto con el chasquido del fsforo del fmulo que encenda las araas doradas, brot de las
tinieblas para deslumbrar la vista de Glow, deslumbra tambin al que lee; aquel vagar del
dueo de casa por entre sus lujosos salones, solo, contemplndose en cada espejo,
extasindose en cada cuadro, parndose ante cada mueble, aquel arrobamiento se ve, se
siente, se comprende y se disculpa en el infeliz millonario!
Yo no s no quiero saberlo tampoco si existe o no otra manera de analizar un
libro que la llamada impresionista o subjetiva en esa fraseologa, cada da ms superflua, creada
por el espritu enfermizo de los neurticos de nuestro siglo literario. No soy de los que
rinden culto a sistemas determinados; ni entro a someter mi anlisis a las reglas y doctrinas
inventadas por tal o cual secta que anda a caza de teoras y de principios; no soy ni naturalista
ni romntico; ni simbolista ni decadente; no, nada de eso: tan slo soy y ser siempre un
apasionado de lo bello, que ama el arte por el arte mismo, y que se inclina y descubre
respetuosamente ante la aparicin de una de estas inteligencias que se revelan as, sin
aspiraciones de escuela ni pretensiones de magisterio, derrochando ingenio porque el
hacerlo est en la naturaleza misma de su temperamento rico; sabiendo recoger y
seleccionar perlas en el mar revuelto de las ideas por instinto ms que por aprendizaje.
De esto ltimo da una elocuente prueba el captulo que admiro. Todo en l es bello,
y su mayor belleza consiste en una originalidad indisputable. La imitacin balad no ha
entrado para nada all. El autor se ha encerrado solo, a meditar sobre el mundo desde un
rincn de su alcoba; ha pensado en lo que haba visto antes y ha dejado constancia en
seguida, en el papel, de las imgenes que se grabaran un da en su mente, reproducindolas
en lo que ellas tuvieran de ms digno de ser observado.
Ha sorprendido otras veces a sus personajes en momentos psicolgicos especiales,
y los ha retratado casi instantneamente, con dos o tres golpes felices de pincel, dejando
dentro del marco todo aquello que, rodendolos, haya podido contribuir a poner de relieve
la actitud, la expresin particular que se hubiera propuesto reflejar.
De esa manera sentida y artstica est comprendida la composicin de la deliciosa
acuarela que sigue inmediatamente, despus del cuadro que he analizado.
Voy a indicarla.
La muda contemplacin del doctor no poda prolongarse indefinidamente.
Margarita aparece. Est bella como nunca. Admrase de encontrar la casa iluminada a giorno.
Ests loco, Luis? le dice. Todava en la empresa de iluminar diariamente?.
Glow despierta como de un sueo. Los esposos se saludan cariosamente. El
marido cuenta a su mujer que ha emprendido grandes negocios aquel da, entre ellos el de
la fabricacin de la famosa chartreuse.
Ten cuidado! le dice Margarita. No entregues as dinero a hombres que
pueden ser unos pillos.
Glow sonre. No participa l de los temores de su esposa.

273
Alta, bella, joven, elegante, fresca, sonrosada, llena de gracia, tal nos pinta el autor a
esta mujer, encantadora as en lo fsico como en lo moral. Excelente esposa, madre
ejemplar, amante, como pocas.
Transcurrido un instante de conversacin ntima, observan ambos que no han visto
an a sus hijitos. Estn all adentro, en su nursery.
Margarita los hace llamar.
Entran los chicos en escena.
La pintura de esas entrada es magistral; magistral, tal es la palabra.
Ser tal vez cuestin de aquello de la relatividad de las sensaciones a que se acogen los
que, como yo, sostienen que en el arte casi todo es cuestin de perspectiva; ser eso u otro
motivo cualquiera lo que me impulsa a declararlo; pues yo sostendr siempre que esa
pintura la del cuadrito que yo he bautizado para m con el nombre de obra maestra es la
joya ms bella del libro de Martel. se y aquel otro de la carrera del Hipdromo a que me
referir ms adelante.
Novela sin intriga, el mrito principal de La Bolsa hablo por lo que respecta a la
factura consiste en la acabada presentacin de una serie de cuadros, a cual de ellos ms
interesante, que se ligan entre s, conservando la relacin, unidad y continuidad de los
hechos, dentro del tema que los inspira.
Llenos de color local ora luminosos, ora sombros, segn las circunstancias
siempre verdaderos, mantienen particularmente el carcter esttico de la obra. De all que el
autor se haya esmerado y sobresalido en hacerlos.
Aquel ruido sordo e intermitente parecido al que hacen las patas de los caballos
cuando galopan en un terreno duro que precede a la aparicin de los chicos en la
sala, ruido que aumenta de pronto, pero en forma que parece que la naturaleza del
terreno cambiara y de blando se tornase en duro; aquel pataleo que hace repiquetear la
cristalera, como llamando al orden; aquel entrar de improviso, haciendo irrupcin en la
sala, de un general que no llegara a la altura de la mesa, caballero en grueso bastn que
haca encabritar a su antojo; aquella mamita que sigue al hermano, llevando en brazos a su
hijita, una rubia mueca, ms grande pero menos blanca y sonrosada que su duea; aquel
grupo que se forma entonces entre el padre, la madre y los hijos; la conversacin, las
preguntas del pap, las candorosas respuestas del chiquillo, que asegura ser Napolen
Lapoleol (no dice si el Grande o el Chico), y hallarse dispuesto a pelear con la patria
(Contra la patria ya!); las reflexiones de la nia, a propsito del nombre que va a poner a
su mueca; todo, todo est exquisitamente pintado. Hay tanto encanto, tanto sentimiento;
tanta y tan serena poesa en esa escena sencilla, tierna y delicada, que la concepto
digna por la concepcin y por la forma de inspirar la pluma de Gustavo Droz142 o un
Andrs Theuriet143.
Con gran sorpresa supe no ha mucho que el autor de la novela no slo no era un
viejo padre de familia, sino que permaneca an soltero y contaba apenas con veinticuatro
aos de edad, de modo que por ellos y por su estado no se hallara tal vez en el caso de
comprender debidamente la razn del entusiasmo que esa pgina suya habr despertado en
el alma de todos aquellos que tengan en casa una serie de napoleones vivos, tan vivos como el
de su libro
En el captulo que brevemente acabo de analizar, y que vuelvo a decirlo es
para m el mejor de la novela, comienza a simpatizarse ya con los protagonistas. Al terminar
de leerlo puse al margen de la pgina correspondiente la nota que sigue: No s lo que le
suceda a Glow en adelante, ni adivino, tampoco, qu suerte correr Margarita; pero siento

142
Gustave Droz (1832-1895). Escritor francs. Su novela Monsieur, madame et bb tuvo una enorme
difusin. Es esta novela el libro que lee Blanquita Montifiore en su gabinete cuando pretende seducir a
Julio en La gran aldea.
143
Andr Theuriet (1833-1907). Novelista francs. Sus obras abordan la vida del campo y de provincias.

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que despus de este idilio de familia, tan hermoso y tan puro, merecen ambos que el autor
los convierta en los seres ms felices de la tierra.
Pero parece que estos prfidos novelistas no todo lo han de hacer a gusto del lector:
Siguen los negocios se titula el de ms adelante.
Ojal nunca siguieran! La Bolsa, la Bolsa ruin todo lo trastorna! La eterna cuestin
del dinero en la ms terrible de las luchas por la vida! Cmo va degenerando Glow, cmo
decae y se pervierte en su moral! La Bolsa, la especulacin! Pero y Margarita? Acaso
no est all la dulce, la virtuosa, la amantsima compaera de su existencia, para darle el
grito de alerta previsor de que tanto ha menester en ese momento psicolgico, excepcional?
Ella, la mujer encantadora, retratada por el autor con alma de ngel y seducciones externas
de sirena.
Cun triste desengao! Margarita no es la Margarita que haba yo imaginado. Y ello,
no tanto porque el novelista se haya visto en el duro caso de arrebatarme esta ilusin
obligado por la lgica misma de los hechos y en pro de la unidad del carcter de su herona,
sino por flaqueza suya imperdonable; porque ha descuidado iniciar al lector suficientemente
en un secreto que se descubre demasiado tarde, a saber: que Margarita tiene apego loco al
dinero; que Margarita ha estado engandonos, al hacernos creer fervorosamente en su
desinters, en su superioridad de sentimientos, en su abnegacin a toda prueba.
Falta ha sido sta incomprensible en un autor de las condiciones de Julin Martel.
Aquel arranque vulgar de la esposa al cerciorarse de que el principio de la ruina de su
marido es evidente; aquel recurso infame de salvacin ideado por la vanidad, por la codicia
y por el descaro; aquel no pagues un peso a nadie, tonto; pon a mi nombre cuanto
tengas, es una calda lastimosa.
Olvida el joven novelista que pocos momentos antes ha descrito la hermosa escena
del balcn (entrevista por el lector como a travs del brillo de un relmpago tanta
rapidez tiene!), aquella en que aparece Glow en medio de las sombras de la noche, de
pie, aferrado con ambas manos al antepecho, inmvil como un antiguo astrlogo que
escuchara en el concierto de las esferas el ritmo a que estn sujetos los vaivenes del destino
humano. All lo sorprende su esposa; le revela que todo lo ha comprendido, que
sospecha su ruina, y que est dispuesta a llorar con l. Y lloran ambos, en efecto!; lloran
estrechamente abrazados; de modo que sus lgrimas al caer se confunden como una prueba
visible de la comunidad de su dolor.
Olvida, tambin, que a esa mujer a quien tan sbitamente baja del pedestal que l
mismo se ha complacido en irle formando, no tiene derecho de hacerla aparecer, en un
momento dado, despojada de honra y de conciencia, cuando en tantas otras ocasiones nos
la ha mostrado noble y altiva. No, no est justificada esta brusca salida de tono; como no
estn justificadas, tampoco, ciertas debilidades anteriores excesivas de Glow para con los
pillos; falta de energa inconcebible de parte de un hombre millonario an, lleno de ventura
y buenas disposiciones. Yo hubiera querido ver a Margarita intentar por lo menos apartar a
su esposo de la terrible pendiente por donde comenzaba a lanzarse. Un carcter del libro
no habra naufragado y se habran mantenido en pie nuestras ilusiones!

Hemos llegado a la segunda parte de la novela y el desenlace se precipita. Pero antes


de entrar en el anlisis de l no quiero olvidar dos o tres captulos anteriores en los cuales
noto ligeros defectos, que en obsequio del autor mismo creo deber apuntar. Hay frialdad,
falta de inters en aquel que se titula Un director de banco haciendo negocios. La accin
desmaya, los hechos se repiten, y hasta las expresiones empleadas suelen ser menos felices
que en el resto del libro. La escena entre Granulillo y su querida de un realismo feroz
tiene tambin brusquedades inslitas. Porque aquella bofetada, tan infame, tan cobarde an
tratndose del ms degradado de los canallas Granulillo pide dinero, Norma se lo da:
tmidamente, en tono suave y afligido, carioso, le echa en cara el abandono que suele

275
hacer de ella; de ella que tanto lo ama y que tales sacrificios hace por su felicidad! Y
entonces l, sin estar loco, ni borracho siquiera; sin que le hayan pisado un pie o puesto
mano al alfiler de corbata zas! le da una trompada brutal que echa a rodar por tierra a
la pobre mujer!
La larga disertacin a la Drumont sobre los judos, est bien hecha y mejor fundada;
pero tiene el defecto de ser demasiado larga y de quitarle a la parte narrativa de la novela su
carcter particular. Interrumpida la ilacin del drama, que se sigue hasta all con gran
inters, la accin languidece. Casi, casi llego a creer que Julin Martel ha aprovechado algn
material suyo preparado para la prensa diaria. Afuera del libro, por otra parte, merecera
atencin particular ese escrito, que para ser encuadrado en la novela parece haber sido
cortado en pedazos, reducido y arreglado en forma de discusin dialogada. Granulillo y
Glow seran en tal caso meras cabezas parlantes, exhibidas en oportunidad.
Felizmente el captulo del baile viene a encauzar la narracin; ese baile, que de tal
no tiene sino el nombre, porque se convierte en otro rincn de la Bolsa, ya que en l slo
se habla de transacciones y diferencias. Y todo ello por voluntad misma del autor que,
valindose de ese procedimiento artstico ha querido dar a su fiesta su verdadera y peculiar
fisonoma. La de una rueda.
El defecto no est, pues, ah: reside, ms bien, en cierta flojedad, cierta falta de
movimiento que se nota en todo el captulo, cierta monotona producida por la repeticin
de hechos, tipos y dilogos ya sealados en captulos anteriores. Sin embargo, nada hay que
no se justifique all, ni siquiera la cojera final del captulo: despus del regalo de aquel busto a
aquel personaje de marras, qu ms quedaba por decir?
Extenssimo sera este artculo si hubiera de referirme particularmente a cada uno
de los pasajes que ms llaman la atencin en la novela que analizo.
Pasando, pues, por alto muchos interesantes detalles, y, a fin de abreviar en lo
posible la exposicin del argumento, para entrar de lleno en el juicio de la obra tomada en
su conjunto, omitir detenerme demasiado en el anlisis de cada uno de los caracteres que
se mueven alrededor de los protagonistas de la historia.

La reaccin que se opera en el alma de Margarita en presencia del dolor sombro de


su esposo, cuando los desengaos comienzan a centuplicarse y el abismo a abrirse ms y
ms delante de sus pasos, es simptica; tan simptica como pasajera, intil y fugaz; la ruina,
la ansiedad por esa ruina producida, la expectativa del descrdito van mareando a Glow.
Los pillos que lo rodean con excepcin del noble y caballeresco Ernesto Lillo
abandonan ms y ms a su modelo y protector.
La peregrinacin que ste lleva a cabo en busca de dinero para salvar compromisos
lo denota as. Conocedor de las miserias humanas, el autor da de s todo lo que puede
que es mucho dar en la relacin de esta parte de la novela. Inspirndose tal vez en
crueles lecciones de la experiencia ha descrito con pluma empapada en hiel esas
decepciones amargas, esas ingratitudes prfidas, esos egosmos estoicos contra los cuales se
despedazan deshacindose en sangre los corazones bien puestos que se ven obligados a
estrellarse en ellos. Experiencia, s; y experiencia dolorosa; leccin provechossima; moral
profunda: todo eso es el libro de Martel.
La cruel expiacin del pobre doctor Glow, es tan lgica como la villana fuga de
Fouchez y de Granulillo; como la desesperacin del joven corredor Ernesto; como la
cndida sorpresa de la anciana madre retirada del mundo ante la noticia de los suplicios
terribles reservados a sus vctimas por aquel monstruo alevoso para ella desconocido al que
en ese mundo que no comprende llaman La Bolsa.
El drama alcanza aqu toda su intensidad. La parte trgica comienza.
Tiene por punto de partida en su desarrollo el cuchitril del judo Leony y por
trmino el recinto del hipdromo donde se corre la emocionante carrera en la cual, junto

276
con su ltimo milln, ve Glow escaparse el postrer destello de razn que an iluminaba su
cerebro. El castigo es cruel, tremendo; pero lgico, humano. La novela concluye all.
Lstima y muy grande que una carta de Ernesto Lillo algo as como una
intempestiva tirada filosfica que contiene reflexiones que se deducen de los hechos
mismos venga a entorpecer, enfrindolas, las emociones que en el nimo del lector ha
hecho nacer la incertidumbre por la suerte del caballo Centauro, al cual se sigue
ansiosamente en la cancha, durante su veloz carrera, con los ojos fijos, como el mismo
Glow en aquel punto blanco que indica la gorra del jinete, entre cuyas manos est la vida y
la razn del protagonista no as la honra, porque la ha perdido ya.

En nuestra Amrica, donde no poseemos an esa vivaz originalidad de costumbres


que distingue a los pases europeos, habra sido difcil encontrar un tema ms adecuado,
ms a propsito para poner a prueba la fuerza de un novelista, que el que ha elegido el
joven autor de La Bolsa. Aparte de su importancia real, era ste tal vez el que menos
condiciones de erudicin y ciencia adquirida en los libros exiga; ciencia que slo se obtiene
con los aos y el trabajo; no as las cualidades naturales, que nacen con el hombre y se
amplan rpidamente en la escuela de la vida.
Pero adnde voy?, adnde me lleva este juicio ya demasiadamente extenso y
sobradamente prolijo, quizs?
Forzoso es abreviar y resumir.
Las excelencias del libro que he analizado son muchas. He apuntado las ms
sobresalientes.
El estilo es vivo, suelto, gil, vibrante, nervioso. La forma parte considerable y
constitutiva del arte, bella, original. Sin apartarse del todo de las frmulas ms
generalmente establecidas, se toma licencias de cuando en cuando y suele emanciparse,
sobre todo en el lenguaje. Son en Julin Martel las tales emancipaciones, altiveces que yo no
querra vituperarle. No sientan del todo mal a la juventud esos arranques de descoco y de
independencia cuando no llegan hasta la desfachatez y el atropello de fueros
universalmente respetados. La lengua castellana los tiene y muy considerables. Pero si
Julin Martel ha sabido llevrselos por delante, yo creo que habr sido por exceso de bros.
No he de llamarlos pues errores gramaticales, o modismos exagerados, sino
simplemente, como l los denomina de paso: chisporroteos maliciosos de la terminologa
criolla. Y del ingenio, agregar yo.
En resumen, es ste un bello libro.
Libro de provecho, porque el autor refleja en l de una manera perdurable y mejor
de lo que pudiera hacerlo el recuerdo en la frgil memoria de los hombres, una poca
entera de desvaro, de locura y, por qu no decirlo? de corrupcin.
Libro de enseanza porque da lecciones, que ojal sean utilizadas en el porvenir por
los que ms directamente se encuentren en el deber de hacerlo.
Libro de entretenimiento, en fin, ameno y deleitoso, porque es de aquellos que
dejan en el nimo impresin duradera, mezcla de simpata y de gratitud, por los exquisitos
momentos que su lectura ha procurado.
No s si habr traducido en expresiones adecuadas las ideas sugeridas a mi modesto
criterio por el anlisis de la obra de Julin Martel.
Lo que puedo asegurar es que antes de apreciar el mrito real de la obra he
comenzado por meditar en los propsitos de su autor; he querido penetrar en su espritu
que esas cosas tenemos los del oficio! encarnndome de tal manera en l que no he
podido menos que seguirlo anhelosamente durante el curso de la composicin, hasta el
extremo de participar, por instinto, de sus emociones probables. De esta manera lo he
acompaado en sus luchas contra las rebeldas de la frase, gozndome en sus aciertos,
aplaudindolo en sus arranques; disculpndolo y sostenindolo en sus desmayos

277
Una estrella ms ha aparecido en el cielo del arte! Dichoso de m si contribuyo de
manera alguna a darla a conocer por medio de estas lneas! Esa estrella es clara y luminosa y
brilla con luz propia. Ojal no empaen su fulgor subiendo hasta ella ni los humos del
incienso, que anublan, ni las negras borrascas que la envidia impotente procura levantar por
doquiera en torno de aquellos que se elevan muy alto aunque sin lograr, por fortuna,
ocultarlos u oscurecerlos!

278
La Nacin, 14 de diciembre de 1891

La Bolsa, estudio social por Julin Martel

De las muchas cartas recibidas por Julin Martel con motivo de la publicacin de su
novela La Bolsa, xito literario de los ms completos obtenidos entre nosotros, hemos
logrado arrancarle las dos que siguen:

Distinguido seor y amigo:

Tuve el gusto de recibir ayer La Bolsa, precedida de sus afectuossimas palabras. El


muy valioso obsequio y la manifestacin de afecto de un escritor del talento de usted, as
obligan mi gratitud como despiertan y avivan el deseo de entre ambos la ms sincera
amistad.
Todo ocupado en los preparativos de un viaje inmediato, no dispongo del necesario
reposo para leer La Bolsa. Bstanme los dos cuadros de su obra ledos en casa del seor del
Solar, para afirmar desde luego que La Bolsa es una obra de verdadera importancia literaria
y (lo que es ms raro entre nosotros) artsticamente bella.
Dentro de breves das, en la quietud de los campos, leer su libro; y aquella
afirmacin, hecha en conocimiento de tan breves pginas, ser sin duda conviccin
profunda respecto de la obra en conjunto.
Despidindose hasta el prximo enero, saluda a usted afectuosamente su
agradecido amigo.

Rafael Obligado

***

Buenos Aires, diciembre 2 de 1891

Querido Martel:

Acabo de leer su libro, como si fuera un paisaje observado desde la ventana de un


ferrocarril. No puedo, ni aunque lo pudiera lo querra, mandarle un juicio crtico. Nunca se
repetir bastante, para enseanza de los aristarcos: La critique est aise, mais lart est difficile.
Saber ver los fenmenos que nos rodean y trasmitirlos como se perciben, y bien, es una
facultad mental de los que han nacido, como usted, escritores. Usted ha empezado por
donde otros concluyen: ha visto, y ha hecho un libro, que es una joya de la literatura
americana, sin haberse ensayado antes. Y pinta usted con unos toques tan fuertes y con
unos colores tan vivaces, que no pueden ser sino dotes nativas de un temperamento de
artista en germinacin. Sera lstima, entonces, limitarse a ensayar. No lo induzco a nada.
Ya sabe usted lo que pienso de la pluma, entre nosotros. Expreso mi sentir del momento.
En cuanto a los defectos, quin no los ve, si no es un pedante, volviendo a leerse? Usted
mismo los hallar. Son poqusimos, por otra parte. Conque as, adelante! Lea poco en los
libros, y trabaje. Lo dems, la filosofa, vendr, as que resuelva el conflicto entre el libre
arbitrio y la fatalidad. Un apretn de manos, con toda simpata, por su talento,

L. V. Mansilla

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Nota sobre los editores

Fabio Esposito es Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Es


investigador del CONICET y docente de la ctedra de Teora de la Crtica de la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin de la UNLP. Ha publicado
numerosos artculos sobre literatura argentina en revistas especializadas y es autor
de La emergencia de la novela en Argentina. La prensa, los lectores y la ciudad
(1889-1890) (2009).

Ana Garca Orsi es Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Ha


participado en grupos de investigacin vinculados al trabajo con archivos literarios.
Actualmente es adscripta de la ctedra de Teora de la Crtica de la carrera de Letras en
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educacin de la UNLP.

Germn Schinca es estudiante avanzado de la carrera de Profesorado en Letras en la


Universidad Nacional de La Plata. Actualmente dicta clases de Literatura en el nivel
secundario y es adscripto de la ctedra de Teora de la Crtica en la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educacin de la UNLP.

Laura Sesnich es estudiante avanzada de la carrera de Profesorado en Letras de la


Universidad Nacional de La Plata. Actualmente es adscripta de la ctedra de Teora de
la Crtica de la carrera de Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educacin de la UNLP.

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