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Ve West? |
+—@Cémo vino a Ud. la idea de matar”
ata?
—Un dia, para distraerla, compraron un
-tordo enjaulado y lo pusieron a su lado. Era
un tordo cazado a Yala. Tenia una profunda
herida en el pecho y, en ansias de vuelo y
de fuga, se estrellaba contra las rejas que se
salpicaban de sangre. Ese tordo cantaba sdlo
‘de dolor.
Una tarde estuvo moribunda el ave y vi-
no un curandero, que, por extraerle el proyec-
til, la-torturaba horriblemente. f
Matenlo—decia Maruja—No lo hagan su~
frir!
Esta frase me impresiond. Llovia. Iba 'a
anochecer demasiado temprano y me encerré
en mi cuarto.
La frase aquella martilleaba mi alma,
UN ASESINATO Ad,
transformada asi; Mitenme! No me hagan su-
vir!
No dormf. Me pasé deshojando las horas
de la noche como si fuesen las hojas de una
margarita:
eae
aN Gs
—Si.
No.
Era un didlogo infernal:
El no: {Un crimen!
El sf; {Una buena acecidn! cortas un do-
lor. Fingete enamorado, y. . . un beso, nada
mas que un beso: moriria conociendo el amor,
El no; Un crimen!
Y asi, pasé la noche. La luna redonda
y amarilla como botén céntrico de mar-
garita sin sus pétalos, se hundié en la nada.
Un dia estaba yo en el jardin, El cuay-
to de Maruja tenia una ventana sobre él. De
repente, ésta se abrid y aparecid la tisica.
Me escondi,
El jardin estaba como tunca: Habia cai-
do una Iluvia ligera; el sol de las seis de la
tarde—pijaro de los tejados y de las” copas
de los arboles—se esponjaba entre las ramas,
n vaho cdlido y fragante flotaba sobre la tierra,
4ALFONSO CURSTA Y CUBSTA
poe ee
Maruja miraba todo esto con ansia.
Las golondrinas iban y volvian iSi hu-
biera podido bajar! Pero le estaba prohibido:
la menor agitacién podia apagar su vida. .
no se diga un viento!
Dos lagrimas temblaron, indecisas, en sus
pestafias, y entro.
No pudo sufrir mis. Ahora 0 nunca
me dije—y subi.
Me encontré con ella en Ja escalera. Baja-
ba en puntillas.
Al verme traté do esconderse.
—Maruja!
No sea malo—me dijo—juntando las ma,
nos—Un ratito!. .No avise a mami...
Serd sélo un instante,. . .ya vuelvo. .
Sentia ansias de abrazarla, alli, sin pie-
dad; pero me contuve. Mejor serd en el huer-
to—pensé—y me apresuré a insinuarle:
—Vaya tranquila, nadie la ve; yo dis-
traeré a su mama,
BE hice ademdén de subir.
Entré al jardin.
Yo la espiaba.
“Arrancé wna rama pequefiita de hojas
hiimedas, y se sentd bajo un fresno.
Las aves flechaban el ocaso como fle-
UN ASESINATO
chas milagrosas. . . cantando.
Maruja, de espaldas a mi, no me veia.
Me fui acercando lentamente: La ahogaria de
improviso,
La frase aquella picoteaba mi alma: Ma-
: tenme, jNo me hagan sufrir!
El arco iris se templé a lo lejos y —co-
-menzé a disparar golondrinas como dardos ne-
gros.
Ella seguia sus vuelos con la vista.
De repente, una, aturdida, se estrellé con-
tra su pecho.
La tisica did un grito y la oprimié con lo-
cura a sus senos que temblaban,
Mi corazén, la golondrina, dos senos: cua-
tro golondrinas locas.
—Es la hora! —me dije—y avancé.
De repente, vi que Maruja quedé inméd-
vil; que sus manos se abrieron; que la golon-
drina volé, como una vida...
Maruja estaba a mialcance, Abri los bra-
zos....Iba ya a abrazarla, cuando quedé ate-
rrado: la muerte la habia abrazado antes que
yo. Un hilillo de sangre resbalaba por las co-
a.
_ misuras de sus labios. Toda su vida no habia
Sido sino éso.CIEGO
LLA amaba al ciego? No sé. Talvéz ora
capricho de aquella mujer rara, inconfundi-
ble como ceja china; quizé, cansada de los amo-
res vulgares—pan de cada dia—buscd éste, y
sorbia voluptuosamente la emocién de ser a+
mada sin ser vista, de sentir sobre su cuerpo
el temblor Avido de las manos del ciego que,
_ en el paroxismo de] amor, le preguntaba ¢0d-
mo eres? ¢Como eres?
El ciego era bello. Su cabeza perfecta, aw
la manera de la. cabeza de los bustos griegos,
que tienen los ojos de marmol, sin luz: :
Dias lMevaban de amor; pero dias ubé-
trimos en los que cada hora se desgajaba de
_ besos como rama de vifia curva de uvas.
Lejos de fa ciudad, en donde la vida se
_ Viste, tendieron sus vidas en el campo, al sol,
al cielo, desnudas como rios.ALFONSO CUESTA Y CUESTA
El ciego olvidé todo por su amada: la
idea de los colores,’de los astros, que antes
le torturaba, se fué borrando poco n poco de
su mente: eran cosas que no vefa, que no to-
caba, que sdlo vivian, quién sabe en qué for-
mas, en su cerebro; en cambio, la mujer es-
taba entre sus brazos, sentia estremecerse su
cuerpo bajo las yemas de sus dedos de ciego,
infinitamente sensitivas.
Y nada més tragico que un hombre sin
ojos ante la mujer, que encierra todo lo que
hay de mas bello en el mundo, |Cémo_ eres?
era la pregunta desgarradora del hombre an-
te el cuerpo de su amada, mientras sus cejas
se contraian, se aguzaban como gurras: que tra-
taran de escarbar la luz en los ojos ciegos;
mientras las yemas de sus dedos palpaban las
formas maravillosas, temblando, queriendo ser
pupilas, j|Cémo eres?
Y aquella extrafia mujer se gozaba en
ello, Era la arcilla viva en manos del artis-
ta: cuando después de que las manos del
ciego habian bajado, siguiendo todas sus cur-
vas, desde la cabeza hasta los pies, se vela.. .
y sontia la sensacién de haber sido creada ese
momento,
clEGO 49
Un dia, después de que la mujer le leyd
versos staves para que sofiara, salieron a la
azotea de la quinta, Mra un creptsculo maravi-
lloso: la tiinica azul de la tarde ardia poco a
poco en la hoguera del ocaso, y, a medida de
éllo, despuntaba la desnudez, de estrellas.
—iQué cielo tan hermoso!—exclamé ella,
sin poderse contener.
El desgraciado alzé la cabeza. Sus pupi-
las se Henaron de lagrimas, como si en ellas
se reflejaran las estrellas. ..y se arafid los ojos.
Por qué dices 6so?—dijo luego, sembran-
do en sus palabras el reproche mas triste.
Ella, conmovida, tratd de consolarlo,
—iNo llores!—exclamé—pero si es como
si lo vieras {Hs tan facil que te imagines! ti
pregtintame sobre lo que quieras ...yo te diré
cémo es,-..serd como si lo vieras .. -
Al ciego nada. deca.
—¢Qué cosa quieres?, Pregtintame!—ro-
gaba élla, acaricidndolo.
—Hablame de las cosas que no toco, que
no puedo palpar jSi pudiera aprisionar como
tu cuerpo, el arco iris, las estrellas! {Si pu-
diera hundir mis manos en el ocaso como en
tus cabellos ...y hallar en él al sol, y oxpri-
mirlo .. .exprimirlo. .. igual que una naranja!ALFONSO CURSIA Y CUBSTS
—
Y la mujer hablé. Buscaba similes en los
objetos que su amante conocia al tacto; y ex-
plicaba inspirada, precipitadamente, como si
ya, ya mismo, fuese a morir su amado sin oirla.
— El arco—iris—dijo—brota después de
una Iluvia .. .La lluvia, ti sabes: cae, cae en
hilos de agua, poniendo flecos al cielo; y al
caer, la tierra se la bebe, y los Arboles se me-
cen y mueven sus hojas verdes, alegres como
péjaros, El arco—iris es una cinta inmensa,
de muchos colores. Cuando apareee, se diria
que manos invisibles tienden, después de la
tormenta, una bufanda maravillosa, de un la-
do a otro del cielo, para que se seque.
La media luna es una ala de gaviota curva de
vuelo que va cruzando lentamente la inmen-
sidad azul ...Es una cestilla hecha con juncos
plateados, y, al redondearse, da la impresidn
de que, a fuerza de ecruzar el cielo, se ha lle-
nado de estrellas ..-Es una ala de paloma..
La paloma, tt la conoces: el pico rojo, el pe-
cho lleno y redondo, es un seno; solo que tie-
ne alas ...y arrulla.
—éY un nido?
—Asi, exaectamente.
Y la mujer arraneé uma rosa de un
rrén de bronce.
CIRGO
—Toca—dijo luego—¢La sientes? Es co-
mo esta rosa, sdlo que en vez de pétalos tie-
ne cabezas de gorriones y ademis .. .canta.
Maravillado, el ciego la escuchaba. Su
cerebro debia ser en ese instante como esos
Ppaisajes nocturnos en cuyo fondo brillan los fue-
gos artificiales de una ciudad en fiesta. La
mujer se enardecia, Hablaba, hablaba, toda élla
hallando estrellas, nubes, olas, en sus ojos,
en sus curyas perfectas; ‘Toca! toca! ¢Lo sien-
tos? es asi ...Y seguia:
El cielo, es una pantalla azul sobre el
mundo: de dia, se enciende en ella el sol; las
tardes se pone triste, muy triste, y comienza
a llenarse de estrellas, tal si Norara ...Y es
azul, azul.
iAzul! ,.. gY ésto?
iVaya! Como mis ojos ...
Entonees, el ciego, con un rictus amar-
go en los labios, queriendo convencer a su ama-
da de que no habia remedio, dijo: ¢Y tus ojos?
Ella calld.
—Ya ves! ...Hs inttil! Todo es amargu-
ra, amargura. Yo no tengo en el mundo sino
tu carifio gY cuando me dejes? Porque cual-
quier dia, muy pronto, tu te cansaris.
—{No hables asi!ALFONSO CUESTA Y CUESTA
—Y qué? Si todo veo negro. La tierra
que para ustedes sera un disco radiante de luz,
una paleta en la cual las razas humanas es-
tan regadas como colores, para mi no es sino
una copa de lagrimas ., .Con sus rocas y Jas
aguas amargas de sus mares, no es sino una
copa de granito honda, muy honda, repleta
de lagrimas. La- vida es para mi dura, fria,
insensible, y tiene la hoja de parra de las es-
tatuas ...iTu! tu!, eres lo tinico que tengo!
Y acariciaba trémulo- el talle de su ama-
da, como los ciegos antiguos una lira.
Con esta tortura, el infeliz enloquecid.
Su cerebro, como el sol del ocaso, prolongaba
sombras fantdsticas de todos los objetos: Ja lu-
na, el cielo, los colores, volaban en su imagi-
nacién, deformados. Se figuraba que otras co-
sas bellisimas habia sobre el mundo, y que
todo le ocultaban por no hacerle sufrir.
Una tarde, sentada al piano, la mujer
cantaba. Su voz armoniosa, flotando sobre la
musica, llegaba hasta el ciego que, ansioso, pre-
guntd:
—¢Cdmo es, qué forma tiene tu you? ¢Cd-
mo aparece en tus labios al brotar trémula de
tu garganta, de tu corazéu? (Habla! Se la debe
53
CIEGO
ver. Tw tratas de ocultarme las cosas mis her-
mosas por no hacerme sufrir ...Pero no temas,
Soy fuerte. iHabla!
—Estds loco?
~—No, pero sé que se ven las ondas de
las campanas, la armonia de tu voz ...Tu me
engafias, me engafias, gNo es cierto?
Y palpaba, desesperado, el aire, trémulo
aun de armonia, como buscando algo etéreo,
en figura de ala.
Ella tuyo miedo y lo calmé con palabras
acariciantes, pero de lejos ...Esté loco—pensd
—y, desde entonces, ya no se entregaba con
la misma confianza de antes: Al sentir las ma-
nos de él sobre su cuello, temblaba ...Ya, ya
mismo la iba a herir, la iba a ahogar entre
sus dedos ...Y ponia sus pequefias manos s0-
bre las del ciego, como para contenerlo, con
angustia,
Las noches, el suefio de la mujer era in-
tranquilo; iSi se le ocurriera al loco, mientras
élla dormia, arrancarla el corazén para pal-
parlo! ...y casi no dormfa,
Una tarde, la brisa era fresea, el sol sua-
ve, y los dos amantes salieron a la azotea, A-
codados a la balaustrada quedaron silenciosos,
como si ambos contemplaran el paisaje. La54 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
campifia se extend{fa inmensa, con el ondular
constante de sus mieses ubérrimas; a lo lejos,
alzabanse las lomas y era como si el campo fue-
ra un mar verde que, al chocar con el extre-
mo cielo, hiciera olas altas.
La torre de una aldea cercana se levan-
taba blanca, endulzando el ambiente. Cerea de
la casa habfa un palomar, y una nifia arroja-
ba maiz a las palomas que se posaban so-
bre sus hombros.
De pronto, la mujer se incorpordé inquie-
ta: Habia visto a alguien.
~—Espérame!—dijo su amante—regreso en
seguida.
—No te vayas! Necesito ...Presiento al-
go ...muy negro ...¢Recuerdas lo que te di-
je?: cualquier dia de éstos, muy pronto, tt te
cansaras.
—Loco! repuso, poniendo su mano sobre
los labios del ciego—No digas eso ...nunca,
Y, mientras sus palabras eran trémulas, apa-
sionadas, ante los ojos apagados, sus labios
rejan ...
Muy cerca, un pafiuelo volaba _ insi-
nuante. (
—Serd solo un momento—dijo al fin la
mujer separindose—No te muevas. ¥Y desapa-
CIEGO
recié, Kl ciego queddé sdlo, y abria sus ojos al
viento: {Si algin atomo milagroso llegara en,
alas de la brisa y encendiera sus ojos!
Las palomas, abajo, se disputaban los
hhombros de la nifia, revolando.
De repente, de la torre lejana se alzd el
vingelus. Las campanas cantaban. Sus ondas
pasaban por los ofdos del ciego como vivas:
din, dan; din, dan. ;
El ciego enloquecido. extendia sus manos
dvidas al vaeio: [Debfa cogerlas, era la hora!
Una paloma blanca volé de los hombros
de la nifia y fue a posarse en las manos del
ciego. Este, iluminado, Ileno de dicha, como si
viera ya, la oprimié entre sus manos gritando:
—He cogido una onda del angelus! La
tengo aqui, en mis manos [Me engafiaban!
El ave, asustada latia entre sus dedos.
—La onda !la onda!
Y corrié para mostrarla; mas, sus pasos
tambaleantes lo llevaron en direccién contra-
via, y did su cuerpo contra el balaustre. Es-
te, cediéd al peso y, desplomdndose, anrastré
consigo al iluso.
+ aa azotea era alta, muy alta,
Pronto acudiéd la amada, ligera, de bra-
zo de un hombre.4
56 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
Cerca ya de la victima, el advenedizo se
detuvo. Z
—Avanza!—dijo ella gNo sabes que no
ve? .. .Quiza ...
Y se acercaron.
El ciego estaba moribundo, Un velo de
sangre cubria sus ojos. Al sentir la presencia
de su amada, con un supremo esfuerzo, alzé
la frente.
—é¢Por qué me engafiabas?—dijo—He co-
gido...una onda’.... de la campana ...-El
corazén de un bronce!
Un velo de sangre cubria sus ojos,...,
y murio.LOCURA
las tres de 1a mafiana un grito horrible se
oy6 en el tercer piso de la casa X.
Todos los de la familia que allf vivia,
despertaron bruscamente e, incorporados sobre
sus lechos, escucharon. Sus columnas vertebra
les se estremeeiati. cruelmente, como serpiens
tes,
E Un segundo grito, seguido de un largo
F: 7 rosario de Mayes, los arrancé de su inmovili-
_ lidad, Corrieron al dormitorio de su madre, de
donde venia Ja alarma.
La angustia los estrujaba.
Al entrar en esa habitacién, tropezaron
con un cuerpo tendido en el suelo: Ja madre,
Trece brazos la levantaron. Un objeto
_livido resbalé de sus manos crispadas y cayé al
suelo: era una enorme navaja de barba que cho.
rreaba sangre. Un estertor ahogado se alzé a sus60
ALFONSO CULSTA Y CUESTA
espatdas, Revolviéronse; Ella, Violeta la her-
manidad- menor, sobre su blanco lecho pe-
quefiito, nadaba en sangre. Dos cortes
enormes la desfiguraban; el uno, formando un
pétalo de horror en la quijada y el otro, an-
cho, hirviente, en la mitad del pecho,
Todos gritaban, El ospanto se arrastraba
por sus uervios, maullando, como gato en-
loquecido ... ‘
La madre se incorporaba ya gritando: jAl
asesino! La arranqué de sus manos, jSiganlel
Por alli! por alli! y volvia a desmayarse,
Corrieron a la puerta de calle, la estru-
Jaron, la golpearon; poro nada: Los barrotes,
la lave; todo, estaba firme, sin muestras de
haber sido violentado, Buscaron por los cuar-
tos, por los largos corredores oscuros: nada.
Seguia la rioche. El desaliento, la duda,
roia a todos, Ya nadie buscaba mas. De repen-
te, una voz vibré en el huerto de la casa: /Ya!
Ya! Vengan!. Acudieron todos. Desde el fondo
del huerto, junto al muro que dabaa la calle,
Hernan, el hermano mayor, los llamaba; jEncon-
_tré! (Encontré!—gritaba—Ha salido por aqui!
En efecto, suspendida de la parte superior
de la muralla, temblaba una esealera de euerda.
Sus paldafios tenian huellas de sangre, fresea
61
—_—_—
atin, en forma de dedos ...
Se Veia claramente los objetos: comenza-
ba a aclarar ...En el cielo, una escala alba de
‘nubes manchadas de rojo, avunciaba la aurora.
Nada mas sé descubrid (EI dia se presen-
taba oscuro y lluvioso)
Y las heridas de Violeta sangraban. Hl
terror de la victima era enorme. Deformada
por las vendas, livida, temblaba y daba_ gri-.
tos en cuanto vefa una persona extraia. El
espanto ‘habia hecho nido en sus pupilas que, a
cada instante, enloquecian, reflejando la navaja,
Vino la noche.
Se cerraron herméticamente Jas puertas
y toda la familia veld junto a Ja victima.
Nadie durmié.
La luz de una limpara iluminaba los o-
jos inquietos, febriles, mientras, con su ‘glacial
indiferencia, turbando el silencio profundo, el .
tiempo—estudiante de geometria—trazaba dn-
gulos, lineas y circunferencias en la esfera de
un reloj. ‘
Vino el alba, pasé la noche, volvié a na-
cer el dia: la eterna cinta blanca y negra del
tiempo seguia pasando.
Nada sucedia. :
Las heridas de Violeta se mustiaron,62 ALVONSO CURSTA Y CUESTA
eo
Los nervios de todos se volvieron blandos, y
al fin, la familia acabé por creer que el hombre
de Ja navaja habfa sufrido una equivocacidn.
Pero los nervios quedaron heridos para
siempre. Varias veces hubo “gran alarma en la
casa; iVoces! y era un hilo de agua que caia;
jEL asesino! y era Herndn que, aterrado, pre-
guntaba si habian ofdo pasos. La ultima vez
fué un gato, un gato muy blanco, que al ser
descubierto, huyé despayorido, estremeciendo
las vértebras de los tejados negros.
Una noche, una sombra encorvada, si-
niestra, cruzd el patio de la casa y se perdid.
Al cabo de una hora, volvid a aparecer: se
deslizaba por las gradas del tercer piso, y len-
tamente, casi inmévil, seguia, seguia, hasta que
‘se detuvo: Estaba junto al dormitorio de Vio-
leta ...Un brazo se extendid, introdujo una
llave en la cerradura y comenzé a girar; pero
tan lento como puntero de reloj. Al fin,
la puerta se abrid y un hombre enmascarado,
con una navaja Iivida en su mano, se acered
a Violeta.
De repente, un grito roneo; luego, un que-
jido desgarrador, pnrenals y el hombre con la
navaja que hula...
LOCURA 63
En, um instante, toda la familia, aterrada,
estaba junto al lecho de Violeta: {Un nuevo
corte! Los cuatro dedos de la mano derecha
se contenfan en un delgado pedazo de piel; sin
duda, al momento del corte, la tenia sobre el
cuello ...
Las dudas, las precauciones, se extrenra-
ron. Se apresd a los pajes, se did parte a los
dectectives, y, sin embargo, después de un
tiempo, un nuevo corte barbaro que dejaba ver
el hueso de la frente.
La madre, los hermanos, ‘se iban volvien-
do locos. Nadie pensaba en dormir. Las no-
ches, reunidos en la azotea de la casa, vigilaban
éQuién seri? ¢Quién seri? se preguntaban’. ..
El cielo los eubria ciego, sin estrellas;
a lo lejos, algunas nubes oscuras, arrebujades
como brujas, cruzaban lentamente los cielos,
se acercaban al oido de los montes lejanos co-
mo diciéndoles un secreto y volvian a alejarse...
éQuién sera? se preguntaban los hermanos,
Al dfa siguiente del ultimo atentado, la
familia esperé en vano a Hernan. Vino la no-
che y tampoco el joven daba sefiales de vida;
sin embargo, alguien aseguraba haberio visto,
por la mafiana, segando todas las flores blan-64 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
cas del jardin.
Presintiendo una nueva desgracia, fue-
ron a su cuarto y miraron por el ojo de la
cerradura: nadie, Al fondo de Ja. habita-
cién, se perfilaba el bello bronce predilecto de
Herndn que representaba una esfinge de pu-
pilas misteriosas ...En su torno, habia algu-
E nas flores blancas ...
ee Mas intrigados atin, rompieron un vidrio
pe de la ventana, y por fin, entre sombras; al tra-
yés de libros, flores y manuseritos, divisaron,
Mamovil, la cabeza de Hernan.
El misterio se aclaraba (La esfinge, por
cl rado golpe dado a la ventana, vacilaba!)
Violentaron la puerta: Horror! El primero en
entrar, quedé , inmévil un momento; luego,
lanzando carcajadas estridentes, so alejé corrien-
do. Los demas, quedaron paralizados: Los des-
graciados habfan Iegado al estado en que los
nervios, mordidos por la fatalidad, 0 se en-
torpecen 0 revientan ...A lo lejos, sonabaa
las carcajadas, . ;
Hernan estaba muerto. Tenia en las mu-
fiecas dos cortes enormes, La vida se habia es-
capado por sus venas azules ...Y estaba muer-
to sobre libros, sobre crisantemos blancos, s0-
bre versos, y estaba frio, intensamente frio y
ta eta
LOCURA 65
palido: la muerte habia nevado sobre él.
En una mesa habia la siguiente carta,
sin sobre, salpicada de sangre:
“Madre, hermanos, todos: Perdén! No
fui yo! fud élla, la oscura! No yo ...jamas! Lo
ainico que pido en este momento es que nose
apodere de mi antes de concluir esta carta y
de quitarme la vidal. .
Yo naci como un verso torturado y mal-
dito, y ‘el sufrimiento debié de haberme
atormento desde el vientre de mi madre. Mi
inspiracién perdié su virginidad a los diez afios
violada por la fatalidad ¢Recuerdan? Aquella
noche murid nuestro padre!
Desde entonces, jCudntos libros de pagi-
nas blaneas, de viejas paginas rugosas como
cerebros, curvadas de ideas, pasaron por mis
manos! Y yo las oxprimia, las mordia, has-
ta absorberlas todo!
Tenia placer infinito al crear jOh, la di-
cha de ver una pagina lena de tachas, de
renglones, germinando como surcos!
No sé qué sembrador extrafio, con las
‘manos llenas de simiente, pasé una noche por
mi cerebro. Desperté con inquietud de briju-
la, de tentdculo, buscando Avido un norte ex-
trafio que habia vislumbrado.sae
ALFONSO CUESTA Y CUESTA
En vano luché varios dias por acordarme
de lo que habia sofiado. El arco de mis
nervios tendido siempre, infinitamente aler-
ta, esperaba. jY el sembrador!: aquellos
granos tenian garras en vez de raices y flo-
recian en mi cerebro como en un pedazo de
tierra virgen! ...
Una noche sofié jY era el mismo suefio!
Se me presenté un anciano, mezcla de Moi-
sés, Homero, Hugo, con una clave extraiiar
moldeada en cera blanca en forma de cere
bro ...Un anciano de larga barba biblica, al-
bo de eternidad. Lo reconoef en seguida: ifl
sembrador! Con esa clave, yo tendria un es-
tilo nunca visto, sublime. Ante él, las briju-
las que Ievan ‘los criticos, enloquecerian .. .
Y escribi, y mis versos germinaban, florecian
como ramas. Eran fuego y quemaban; eran
agua, y esa agua apagaba la sed ...
Dosporté, y nada. Mi cerebro era un ra-
cimo seco; mis manos ‘vidas hurgaron areas
vactas,
Sin embargo, algo quedé’en mi y ese
algo fué la causa de mi ruina: desde’ enton-
ces, solo pensé en poseer aquel estilo, pucs
repito: algo de él quedé en mi.
Me iba consumiendo, Mi cerebro. traba-
LOCURA 67
jaba como un negro. Mi euarto y el cielo a-
manecian con las ventanas iluminadas.
Una noche me senti agotado. Miles de
horas de insomnio como mujeres sabias, insa-
ciables, me secaron para siempre, {Hscribiv!
Alguien bebe en los cerebros ¢comprenden?
Los absorbe, los seca. Alin Verlaine eter-
namente ebrio se arrastra detrés de todos
los poetas, y su sed es insaciablo, tragica.
iPregunten! jpregunten! Cuando creamos, y
nuestro cuerpo tiembla y la sangre nos hier-
ve entre las sienes, es que aquel Verlaine nos
bebe!
Senti en mi cerebro como que cien rue-
das blancas se remordian y rodaban_ vertigi-
nosamente, arrancadas de cuajo.
Me miré en un espejo: mis labios bro-
taban sangre iMe los habia mordido! Y estaba
livido, estaba blanco, dolorosamente blanco co-
mo cien inviernos rusos.
Un rumor confuso de ruedas, de voces,
de frus— frus de seda, Hlegaba hasta mf des-
de la calle.
Imaginé ver el boulevard—cinta del si-
glo--enloquecida de autos, de hombres, de la-
bios rojos, Sali.
Con la melena desordenada, arbol de lo-68 ALFONSO QUESTA Y CUESTA
cura, me abri campo entre la multitud jAquel
fué el primer paso! Buscaba un auto.
Por fin, divisé un bello cupé rojo pa-
rado, sin choffer, a la puerta de un teatro. Me
apoderé de él y huyendo de la ciudad, pasé
como un escalofrio por las vértebras de las
carreteras dormidas, Aferrado a Ja rueda del
volante, la estrujaba, la mordia; pisaba bru-
talmente sobre todos Jos fierros; saltaba so-
bre zanjas [Cémo gozaba al oir erugir su mo-
tor fatigado, sus ejes préximos a desquiciarse
iQueria verlo despedazado, con las ruedas ro-
tas como mi cerebro, y corria, corria ,..
Luego, las delicadezas enfermas y sumas.
Aimé las joyas, los rubfes jOh, la dicha de a-
huecar mis manos péilidas y llenarlas de es-
meraldas de verde enfermo! Las miraba de
dia, de noche, intensamente: queria obtener de
ellas una mirada de amor.
Eran mis ojos negros, mis ojos azules,
mis ojos verdes:...jPero no amaban! En vano
las miré hondamente un largo rosario de dias,
jNo amaban! No amaban! y, con desdén su-
premo, las fuf pulverizando, una a una.
Y después, las Anforas: tuve dnforas grie_
gas, egipcias, de talles torneados como de mu-
jeres; con azas morenas, tersas como brazos...
LOCURA 69
Y yo las“oprimia, las besaba: queria que sus
eaderas ondularan, que sus azas abrazaran co-
mo brazos, y, a lo largo de mis noches, fui
dejando huellas de 4nforas rotas, bajo mi abra+
zo de hombre.
Desde entonces, soy el gentilhombre pd-
lido del insomnio. Suefio, mis labios ya no sa-
ben de tus labios entreabiertos, mis manos se
secaron para la suayidad infinita de tus se-
nos maduros y tibios!
Agoté todos los medios para atraer al
suefio: En vano!
Enroseada en la noche, mi inquietud,—ser-
piente blanca—esperaba al suefio para fasci-
narlo: Nada. Vestido de blanco, con un ra-
mo mérbido de adormideras sobre el pecho,
como bahia d4vida, esperaba a orillas de la
noche: Nada! Nada!
Encendido de insomnio di en vagar por
la sombra. Una noche, tuye la idea de ver
cémo dormian mis hermanos, y entré en sus
cuartos: Dormian! La primera envidia de mi
vida me atormentaba, Subi al dormitorio de
mami, de Violeta. Todos dormian, pero nadie
como ésta, El suefio curvaba su cuerpecito ho-
Yuelado. La envidia me estrangulaba.
Mi respiracién auhelante desordenaba losTO ALKONSO CUBSTA Y CUESTA
cabellos de Violeta .. .Llegué tan cerca de ella,
que desperté y grité:;: Mama! Mama!
Desesperado, hui; pero quise que nadie
durmiera, ni el viento, ni los arboles, ni el
agua ...Me arrastraba sobre las cuerdas del
silencio como arco enloquecido en manos de
un violinista ebrio,
Corri alas alamedas silenciosas, desgajé
ramus, disparé piedras sobre los estanques dor-
dormidos,...y nunca tuve placer mas intenso,
que al acerearme al cementerio. Lo vela a lo
lejos,gajo prefiado de silencio...
Kscalé al mausuleo mds alto y, en me-
dio de las sombras, disparé guijarros, ramas,
sobre las tumbas jOh, el ruido seco, profundos
los ecos exquisitos de las tumbas!...
Violeta era una obsesién para mi: Viole-
ta dormida! Al dia siguiente, la seguifa, ocul-
to como una sombra, por todas partes. De
pronto me vid: Creyé que se trataba de un
juego, como siempre, y vino corriendo hacia
mi, para que la levantara en brazos, para
que la besara ... como siempre jPero yo era
otro ya: de empellén brutal la arrojé lejos is
tan pequeiiita, tan fragil! ...Violeta dormida!
A poco, la vi en el huerto, rodeada de
mufiecas, bajo un drbol raro, Era en un cre-
LOCURA 16,
pusculo. Habia acabado de llover y el sol de
Ja tarde oxigenaba las gotas suspendidas de
las hojas.
Las pestafias de Violeta estaban atin car-
gadas de ligrimas....
De repente, el cielo se inundé de cromos
varos. Las golondrinas iban y volvian, recor-
tando el crepé azul de la tarde,
Sus alas negras cesteaban sobre el cue-
Ilo de Violeta....Como navajas sobre su cue-
Moss
Una idea horrible volaba sobre mi e iba
_a caer de bruces en mi cerebro. Pensad en un
avién dastrozado que desciende dando yuel-
tas... .Cayd!
A la noche, en noche negra, con una
mavaja enorme, me encontré en el tercer
piso, junto al dormitorio de Violeta, Mi bra-
zo temblaba increiblemente; pero por el ojo
‘de la cerradura, me llegaba el perfume del
suefio de ella, torturdndome. Todo era negro,
y sin embargo la veia.... Mi cerebro alum-
braba, jOh! alumbraba! y veta los ojos de Vio-
leta cerrados, sus labios inverosimiles, su cue-
BIG. is.
Extendf el brazo,
De pronto me pareciéd que algo huia de2 ALFONSO CUESTA ¥ CURSTA
mi créneo: me di cuenta de lo espantoso def
acto; arrojé lejos la navaja y hui.
Apenas Hegé la mafiana, fui donde uste-
des; pero el momento de abrir los labios para con-
tarles todo, de nuevo jla Oscura, la Oscura!
y pensé, con el mismo espanto que cuando me
encontraba con la navaja en Ja mano; ilmpe-
dir una cosa tan buena, tan necesarial... .
Llegé la noche. Impresionable como el
silencio, me sobresaltaba al menor ruido.
Of arriba un grito débil, sin duda Vio-
leta sofiaba. Un pensamento extrafio oscurecié
mi mente: Tal vez yo ya esté alli. ~ Pensé—
Si, suefio, no estoy aqui... Este momento me
acerco,.. por eso of el quejido de ella. Me estaré
sofiando... Mi mano tiembla.. .Voy a herir! ...
Y no recuerdo mas.
Al oir los gritos, me d{ an corte, man-
ehé una escala con mi sangre, y la colgué de
la pared del huerto.. . Despuds, todo lo saben. .
4Qué haeer ahora?: Si me presento a ustedes,
La Oscura!... Y Violeta... La quiero tanto!..-
Y el insomnio! ...
La unica puerta para mies [a tiltima.....
La he abierto ...Me heri! ...Es tarde ya, La
sangre ...Ja sangre! ... fui bueno ...Mamaci-
tal No veo... Viene... quiero...8...
Mis BuclesMIS BUCLES ‘
I amigo tiene siempre bellos rasgos de
mayuscula gética, Sus actos llevan, como
el vértice de seda de un pafiuelo elegante, un
fino cromo inconfundible.
Hoy .me hizo un obsequio: un estuche en
forma de libro, con pastas de cuero. pirogra-
bado. Al abrirlo, he sentido sensacién pareci,
da a la de hallar un pétalo perfumado entre
las hojas de un Album,
Me encontré con “MIREYA”. Jamis el
verde ‘Racin de Oraoi”, desde que echd ho-
jas en el poeta de Provenza, anduyo en edi-
cién més bella: En sus pastas los alto—relie-
ves, semejan medallones viejos. Imagino el
placer, la lentitud, con que un ci artista
pasaria sobre sus formas la yema, ( dedos,
Abro el libro, tal un cotche El pertil ho-
mérico de Mistral, la figura ae Mireya, con76 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
frescura de fruta; los cantos encabezados de
mayusculas extrafias, que fingen una abeja
reina seguida de su enjambre o que traen a
la memoria la silueta del Zar; todo ésto, y los
cromos de colores hermosos, y el conjunto de
paginas color tabaco pdlido que parece un haz
de anchas hojas secas, me hacen pensar en mi
nifiéz de cuento, lena de estampas, asi, como
este libro.
Es bello, es saludable pensar en esto,
como hundir el cuerpo cansado en agua can-
tarina y pura; Se cierran los ojos, y, a lo lar-
go de la vida, como en sendero verde, corre el
mismo nifio de antes, haciendo rodar un aro.
Recuerdo que, hace doce afios, cuando
tenia seis de edad, amaba las estampas sobre
todas las cosas. Vivfa adorando coleccio.
nes de aves, de reyes, de generalés, de
fieras, pintadas en colores vivos y no Jas hu-
biera cambiado con los mejores juguetes de
mis- hermanos, ni siquiera con el lindo mufie-
eo negro de mi prima, que dormia y llamaba
a sus padres como un negrito verdadero,
En la capilla de la Escuela, cuando mi
' Profesora la Madre Gabriela, ante una imagen
de] altar, me preguntaba; 4A quién quieres
MIS BUOLES 7
en tu vida”?Yo la contestaba: A la Vir-
n; pero, en mi interior, decia; jA mis estam-
Gracias a esta pasién, aprendia hacer le-
tras con suma facilidad; pero eran unas le-
tras fantdsticas, en las que mi maestra creia
ver ojos, alas y patas; pues yo, para escribir-
las, pensaba en mis estampas: La S por ejem-
plo, la copiaba en el cuello del flamenco; la
M, en el lomo de un dromedario; las pp y
las qq, en las largas patas de las ciguefias y
asi, hasta que mis renglones llegaron a ser
bellos como alambres perchados de jeroglificos.
En casa, mi juego consistfa en ordenar
y desordenar las colecciones: ¢ebras; elefantes; ~~
tigres; arpias de pico corvo y grandes garras, /
que por las noches me hacian sofiar, 0 arbo-
les con pequefias aves de pecho esponjado,
unas en sus ramas y otras elevandose, como
si el suelo hubiera hecho del arbol un canuto
-y jugara haciendo pompas’ de jabén. ni
Mi padre veia en todo esto ya algo mas
que una obsesién. Un dia, él y mi madre sa-
pensar en un colibri, que tenia yo, pico-
ndo frutas.ALFONSO CUESTA Y CUESTA
De pronto, rei.
—éQué te sucede?—me penis mi pa-
dre, que levaba cuello alto y chaleco blanco.
—Nada.
» —éCémAé nada? ¢Luego eres un tonto?
eNO a
—¢Entonees? ...
Pensaba ...pensaba en,la banearrota de
mi jirafa.
—Cdmo-...!
—Claro ...si usara cuello ...
Rievon. Pero, al alejarse, noté que ha-
blaban de mi y se ponian tristes ...
Ellaberinto de un manivomio no ofreceria
mas desorden que la biblioteca de mi padre
cuando éste se ausentaba y entraba yo: Con
manos trémulas volvia y revolvia los libros,
en pos de uno que tuviera! estampas dignas de
ingresar en mi coleccidn.
Por fin, un dfa dichoso, con ayuda de
una escalera, encontré el paraiso: Un libro e-
norme de Buffon.
Desde entonces, en cuanto podfa, me le-
gaba a él, tijeras en mano; hasta ane fui sor-
~prendido por mi padre | Hea,
Ripidamente escondi mis instrumentos,
pero ya tarde ...Y el rubor! ...
piaameed
MIS BUOLES
ee
—éQué has estado haciendo?
Quedé trémulo, sin contestar, y con la
cara roja, caida sobre el pecho, como durazno
maduro,
—Conque destruyendo los libros! Aho-
ra voy a cortar tus bucles a ver si te gusta,
Y se vino hacia mi.
Me iba a quitar las tijeras, cuando _yo,
Hevando las manos a los ojos, comencé a Ho-
rar, desesperadamente.
Entonces, traté de consolarme:—Mira—
me dijo—poniendo mi cabeza entre sus ma-
nos—por ahora, te perdono: pero no repitas
éNo te da pena? A los libros les duele cuan-
do les arrancan una pagina: es lo mismo
que cortarles a los nifios una oreja ...solo que
no gritan. No vas a repetir gno es: cierto?
—Ni mas.
Bueno, y si repites, . los diablos, éllos,
te cortardn los bucles por més que yo no
quiera. Hay demonios enormes que sélo se o-
cupan en esto. Sus alas no son alas como ti
-erees sino tijeras ...Cuando un nifio corta un
libro, ellos, encondidos en los tumbados o en
“el pozo de la casa, lo estan espiando hasta que
se duerma. Cuando esté dormido salen en silen-
cio, afilan sus alas en los tejados y se acer-80 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
—_—__-
CANS :
éQué crees ti, que son esas lamas que
vemos por la noche en los cerros lejanos?
—Almas. i
—No. Es que los diablos, después de
cortar el pelo a los nifios, van alld, ponen
la boea en tierra y absorben ... entonces, sale
un pedazo de infierno y se queman los bucles.
Si no crees—continué—te voy a mostrar.
Y tomé del estante la “Divina Comedia”,
Kste—dijo mostrindome al Dante—es el
padre de un nifio a quien los demonios, por
haber despedazado muchos libros, lo robaron. . |
Ahora su papé lo busca ¢Te fijas?—Y me iba
mostrando las estampas.
Sali convencido. Por la noche solo pude
dormir, cuando me sent{ bien abrazado por
mi padre en su lecho.
Al dia siguiente, lo primero que hice,
fue palparme los buclés; pero los encontré
largos y rizados como siempre. Si papd me
habr& mentido! Habfa en ese libro un diablo
tan lindo!: rojo, con rabo de colores. Si. lo
recortara! Y auncuando no al demonio, si-
MIS BUCLES SL
—
quiera a la jirafa del otro volumen, y a aquel
pijaro verde que lo recortaba cuando fui sor-
prendido!: Quedé con el pico libre ya de la
pagina blanca, como un pollito que picotea y
esta sacando la caboza de la cadscara...No,
no era justo olvidarlo!
Pasaron varios dias, Contemplaba mi co-
leccién de aves, con un avestruz delante, de
maytscula, {Qué bien quedaria la jirafa des-
empefiando este papel en la de animales!
Un dia, sin poderme contener, ful a la
biblioteca. Mi padre no estaba ahi, y, tijeras
en mano, corri hacia el estante. Recortaba la
jirafa maravillosa, los pajaros, —flautas con
alas—, estremeciéndome de dicha al gru--gru
de las tijeras, como ahora al rasgueo de la
pluma. De euando en cuando, miraba con re-
celo el libro de los diablos, pero este no se
movia ...y yo continuaba.
Con los bolsillos hechos jaulas, iba a re-
tirarme, cuando vino la tentacién: 1K] demo-
nio del rabo de colores! i
El libro aquel estaba quieto como todo
los otros [Si pap& me habra engafiado! ade-
mis: también habia Angeles, y, claro, alli de-
bia de estar el de mi guarda...Qué diablo! Al’
fin me decidi y fui en su_ busca,
ah BR OS al ee82 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
Como quién revuelve un brasero, revol-
via los cuadros del infierno.
Topé con mi demonio. Lo quedé miran-
do, largo rato; pasé mi mano temblorosa por
sus ufias: nada hacia... Lo provoqué con un
pufietazo que quise fuera duro, pero que cayd
apenas como una palmadita entre sus cuer-
nos: jnada! Luego, un pellizco encarnizado, a-
gudo, en la nariz: tampoco. Entonces, comen-
cé a recortarlo tranquilamente, como a paja-
rote raro.
De repente, di un grito de terror. Senti
como si el diablo me hubiera mordido en los
dedos, Todo ardia en torno mio, mientras el
libro profanado se convertia en avispero de
demonios zumbadores.
Me revolvi; A la puerta estaba mi pa-
dre como un enorme signo ‘de admiracidn.
Los instrumentos se cayeron de mis ma-
nos. Luego, 61 avanzé derechamente hacia mi,
tomé el Buffon, y, mientras me tenfa cogido
por la mano, lo fojeaba: Estaba desplumado,
no habia hoja que no diera la impresién de
ventana sin vidrios ...Me cref perdido. En e-
fecto, sin decir una sola palabra, mi papa re-
cogié las tijeras cafdas y las acercé a mis
bucles.
MIS BUCLES 83
De pronto se detuvo: N6, dijo; no quie-
ro cortarte yo. Se lo dejo a los diablos. . .Ellos
te cortaran mafiana; esta noche no: puedes
dormir tranquilo. :
Y salid.
ae
Cuando desperté al siguiente dia, mis lar-
gos bucles castafios hacian SS prendidos en la
pared.
'—Da gracias—me dijo mi padre, riendo
al ver mi cara-da gracias a que Lucifer ha
sabido que eres un chico aplicado en la Eiscue-
la, que, de otro modo, los habrfa quemado.
Yo miraba mis bucles, asustado, y, al
fin, rompi a Norar.
Papa me consolé: gNo es verdud—dijo
dirigiéndoso a mi madre, que mafiana iba a
venir el peluquero? Era ya hora!.—Asi, con
pelo corto, estds todo un hombre: de grande
tendras espada y llegards a general. :
isa misma tarde, asido a la mano de
mama, fui ala Escuela llevando mis bucles en
una tasita de papel: La madre Gabriela los
pegd a la cabeza del Nifo del Praga.LOS ZAPATITOS
OCHE de Navidad. :
~ Muy tarde ya, me retiraba sdlo. El barrio
pobre, la noche cargada de pedreria como el
dromedario del Rey Melchor, todo me hacia
sofiar en Belén: Vi al nifio; a su madre, vitia
azul; a San José, el amigo de la madera ru-
bia; al burro, con el haz de pajas en el hocico.
Empeeé a hilar un cuento: Cuando la
paja en que nacidé el nifio era verde...
Las tres de la mafiana me interumpie_
ron. Los tres clavos de la eruz se clavaron en
mi cerebro. Cruz del Rabi, ABEJA REINA
del enjambre de cruces jOh!, si cudndo eras
arbol y tenfas hojas verdes y aves en tus ra-
mas, San José hubiera hecho de ti una mesa
ancha de partir el pan; un cofre; un huso
humilde para la Virgen, techo de las hilan-
deras!ALFONSO CUESTA Y CUESTA
Y yo andaba, andaba.
Mi sombra prolongaba un Rey Mago so-
bre el empedrado de la ealle.
Me acordé de los zapatitos que los nifios
dejan al baleén para que el viejo Noel los lle-
ne de juguctes. :
Con esta idea fija, iba escudrifiando, de
paso, los balcones, y vi; en una casa misera-
ble de cbrero pobre, salidos por un hueco de
la ventana, dos zapatitos de nifio; pero sin
brillo, con las punteras rotas, desgarradora-
mente rotas.
La luna Ienaba de luz los zapatitos vie-
jos, rubios de esperanza. 5
Pensé en su suefio: Quiz& un nifio mise-
rable, haraposo, que inflando su ilusién—bom-
ba azul—ni siquiera dormfia...Vi sus ojos a-
biertos; lo imaginé calzado, con los dedos en-
jutos, visibles, en Jas punteras rotas; lo vi po-
niendo sus zapatitos en la ventana con espe-
ranza en los Reyes, porque él bien sabia: Su
madre era tan pobre!...Lo vi NMorando.
Hundi las manos en mis bolsillos, pero
estaban vacios como el corazén del opulento
Nifio Jesus: ¢Por qué no convertiste en
una mufieca rubia los rayos de Le regados
en los zapatitos rotos?
LOS ZAPATITOS 89
eee eS
Para Ilenarlos, yo no tenia sino mi pena,
pero tal vez estaban colmados ya con las la
grimas de la madre,
Un viento frio silbaba en las calles mi-
serables. En el cielo, las estrellas— copos de
oro—Ilovian sobre la zapatilla persa de la lu-
na menguante. .
ane
Al dfa siguiente, pasé por aquella casa.
A su puerta habia una nifia llorosa, misera-
ble. Sus pies estaban desnudos Y amoratados
por el frio. Su batita negra se hacia,
a tre-
chos, carne.
—aQue tones? 21s pregunté,
. Anoche—me contestd llorando—puse
mis tinicos zapatitos en la ventana,
ae + .y se han
‘obado!CUNA
p FE cuatro saltos, el muchacho bajé las es-
ealera, silbando, ‘alegre como nunca, Por fin!
Su madre habfa conseguido el dinero, su pa-
pa iba a sanarse: habia para el’ remedio, lo
iba a comprar él, ya mismo!
Y corria.
En la puerta, un vecino lo detuvo.
—¢Cdmo sigue?
—Bueno y sano!,..0, mas bien, va a es-
tarlo. El doctor lo ha dicho; ahora voy por
un remedio.. Caro! Y, mientras echaba a co-
a rrer, abrid por un instante su mano pequefii-
ta, flaca, en la que brillaron tres grandes mo-
nedas de a dos sucres,
Corria, corria, con la cabeza llena de bo-
ticas con frascos, vitrinas, sefiores de bata
blanca.
éA cual iria? Bah! para eso habia tan-94 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
tas: irfa a todas, hasta hallar la mds_ barata.
Pronto Negarfa a la primera: era una bo-
tica del barrio, estaba en Ja esquina, muy cer-
ca. Vefa ya sus grandes bombas de cristal
azul,
Llegs.
— éHay ésto?—dijo, y alargé. triunfal-
mente la receta al boticario.
—Como no.
—Déme,
El hombre se dirigid hacia una vitrina
Y, @ poco, aparecid con un frasco, que asentd
sobre el mostrador, diciendo:
—Diez sucres.
—¢No hay uno mas pequefio?....
—No.
Y, mal humorado, el boticario recogid el
frasco y lo volvid a su sitio.
El muchacho temblaba.
—d¢Me puede. dar en seis sucres?— se a
trevid a decir. ;
—Né!
El chico salié: era la primera desilusién,
pero no.se desalentéd. Es una mala botica—se
dijo—de arrabal, por eso esté tan sola...
Y, poco a poco, se fué alegrando nue-
vamente, y comenzé a caminar a.prisa, mo-
CUNA
_——$—$—$—$— ——————————————______
viendo las piernas sobre la calle verde de tré-
bol, rapida, Jocamente, como se movian sus
tijeras, cuando recortaba aves de colores. .
Por fin llegé a otra.
Esta era una botica, en verdad, enorme:
Los empleados de cara rosada como pildora,
de largas batas blancas, bromeaban y < refan.
Cuando mostré la receta, le trajeron, en-
seguida, un frasco mucho mejor que el otro;
tenia pegada una bella estampa iSu mama le
daria a él! '
—¢Cuanto vale?
—Diez sucres.
—Puede vender el mismo remedio por
partes?...no tengo sino seis.
—No, pero tenemos otros de los mismos.
Y riendo con sus compafieros, el empleado to-
mé un frasco mas grande de la vitrina.
—Este—dijo—y lo eae a las manos
trémulas del nifio. t ’
—¢Cudnto vale?
—Veinte sucres!. .
Los empleados rieron y' el iesanlich
palido, salid.
En vano recorrid todas las boticas: en
ninguna el precio del remedio rebajaba, y ca-
‘si Horando, se dirigid a su casa.96 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
Al pasar por una plaza, vid que un_ ni-
fio rubio, vestido de marinero, jugaba hacien-
do rodar un aro jHra tan lindo el aro!...de
muchos colores.
El pobre muchacho lo contemplaba an-
sioso.
El rubio pasé por su lado, sin verlo ide-
bia de ser muy rico! Y eché a correr con su
aro,
Enloquecido por la belleza del juguete,
el muchacho corrié también, junto a él. Al
dar un salto, una de las tres monedas se le
cayé de la mano y fué rodando, rodando,..
El chico palmoteé: su moneda se — pare.
cia al aro! El también tenia aro, y de plata!
Con ruido argentino, la moneda hula, hula,
riendo al sol. Stbitamente, como loca, dié una
curva rapida; brillé plena como un ojo ra-
diante, y desaparecid,
El corazén del nifio did un vueleo iLa
tronera!....Se tragé su moneda! Ahi estaba,
negra, con las rejas como dientes....
En vano el muchacho desgarré sus po-
bres manos: la tronera era honda, muy hon-
da, no se veia el fondo.
Introdujo alambres, palos; pero el poli-
cia de la esquina le impidiéd proseguir en la
97
—_
biisqueda: debia dar por perdidos los dos su~
eres; la tronera era profunda j diez metros !
El nifio se echd a llorar.
De pronto pensd: isi pidiera! El rubio
marinero entré en una casa cercana, de miar-
mol. j Debian de ser muy ricos! Tal vez le
repondrian lo perdido... -. Quizd le darian
mas.
Con el rostro lleno de lagrimas, entrd.
En el patio, jugaba el “nifio. del aro,
quien, al mirar a su puerta unos vestidos rai-
dos, una cara llena de lagrimas, grité:
—Mami, mami! te busca un perdén.
—Que perdone !—gritaron de arriba.
Salid.
é Qué harfa ? Se arrepintid de haber pe-
dido: ¢Cémo le iban a dar tanto? seis su-
eres! . . . . seis soles | Qué locura!
La idea de entrar ensu casa le aterra-
ba¢ Qué iba a decir a su madre ? dirfa que el
remedio valia doce, . . . pero no: eso era cruel
. +. 1Pobre mama!
Al retornar a la primera botica, se de-
tuvo: Las vitrinas estaban llenas del remedio
que buscaba; habia filas enteras de frascos.
Con la imaginacién, tomé uno y se lo guardé:
con un frasco menos la vitrina quedaba —co-98 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
ee
mo antes éQué tuviera que le diesen uno, so-
lo uno... . y no regalado, sino por seis su-
cres ?
» —Siguidé su camino. Debfa de ser tarde: el
sol brillaba pdélidamente en las alas de Jas go-
londrinas y en las cruces de las torres altas.
Sin embargo, esperé las sombras....
Envuelto en ellas entré. Su madre le es-
peraba.
—déY elremedio ?— le pregunté angus-
tiada, al verlo entrar con las manos vacias.
--Ni sabes! Vale doble....
—Dios mio! ¢ y los seis?
—Aqui—y el muchacho hizo sonar como
campanilla su pobre bolsillo rafdo.
La angustia extendia su alma hasta el
colmo: muy pronto le iba a pedir el dinero
6 Qué diria ?
—Guarda hasta mas tarde - dijo la ma-
dre— Dios proveerd. Pero, cuidado, _hijito,
i Ouidato !. ie
—No, los tengo bien guardados!
Y ol muchacho respird...Secreyd sal-
vo y traté de alejarse.
Iba a entrar en un cuarto cuando la voz
de la madre lo detuvo:
—No avises a tu papa...
Y entraron enel cuarto.
Era una sala amplia, dormitorio y costu-
rero a la vez. Alli, dos chicos mds, jugaban-
y sentada junto a la maquina, la hermana ma-
yor cosia,
De la recdmara contigua, llegaba la res-
piracién intermitente del enfermo: dormia.
La pobre maquina vieja, sacudia eFsilen-
cio con su vocecita cascada, como de tisica.
—¢Y?....pregunté ansiosa la hermana,
al verlos entrar, parando la rueda,
Le contaron lo que sucedia. -
No habia mas remedio, que empe-
fiar o vender algo mds ¢ pero qué ? Las joyas:
aretes, anillos, habian desaparecido, en la lar-
ga enfermedad del padre. Las orejas de la
hermana, sin las perlas, tenian las puntas son-
rojadas, desnudas como pétalos a que el vien-
to arrebaté una gotita de agua.
—La méaquina —pensaron—eso no. Era
como una madre, ella cosia la miseria. ;
—Las camas| Pero qué! antes fueron de
hierro, con esmaltes, ahora eran pobres tari-
mas de madera humilde, frescas, casi floreci-
Baits anise
En ese momento, un nifio de pecho des-
pertéd ycomenzoé a llorar.100 ALFONSO CUESTA Y CUESTA
—La cuna! Tampoco: alliestaba en una
esquina, como en brazos del cuarto; era de
metal, primorosamente labrada, podia valer
mucho, perono.... Alli se habfan mecido
todos los chicos; alli cerré los ojos, para siem-
pre, un hermanito rubio, y hace afios, mu-
chos afios, cubierta de encajes, meciéa la
misma madre..... Ouna sagrada, No!....
La cuna no....
Y la madre se acereéd y comenzd a me-
cer al nifio.
La hermana mayor extendié la mano
palida hacia la madre.
—Esto—dijo— y mostré su ultimo anillo.
—No hijita; jeso nunea!—dijo la ma-
dre—es demasiado! Y se eché a llorar.
—Si mami! No mesirve... Est&é muy
flojo.... se perdera,
Y entregd la pobre joya.
El muchacho salid a venderla.
Después de sufrir burlas y sarcasmos,
logré venderla en cuatro sucres. Faltaban dos,
precisamente los que perdid. ...
Como ultimo recurso, resolvierou empe-
fiar la maquina. Se retiré una camisa comen-
zada que les daria el pan del otro dia, y la
despidieron con lagrimas, como a una madre.
OUNA : 101
El onfermo desperté. ‘
—