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Llegada de Todos Los Trenes Del Mundo, Alfonso Cuesta y Cuesta, 1932 Libro de Cuentos

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Ve West? | +—@Cémo vino a Ud. la idea de matar” ata? —Un dia, para distraerla, compraron un -tordo enjaulado y lo pusieron a su lado. Era un tordo cazado a Yala. Tenia una profunda herida en el pecho y, en ansias de vuelo y de fuga, se estrellaba contra las rejas que se salpicaban de sangre. Ese tordo cantaba sdlo ‘de dolor. Una tarde estuvo moribunda el ave y vi- no un curandero, que, por extraerle el proyec- til, la-torturaba horriblemente. f Matenlo—decia Maruja—No lo hagan su~ frir! Esta frase me impresiond. Llovia. Iba 'a anochecer demasiado temprano y me encerré en mi cuarto. La frase aquella martilleaba mi alma, UN ASESINATO Ad, transformada asi; Mitenme! No me hagan su- vir! No dormf. Me pasé deshojando las horas de la noche como si fuesen las hojas de una margarita: eae aN Gs —Si. No. Era un didlogo infernal: El no: {Un crimen! El sf; {Una buena acecidn! cortas un do- lor. Fingete enamorado, y. . . un beso, nada mas que un beso: moriria conociendo el amor, El no; Un crimen! Y asi, pasé la noche. La luna redonda y amarilla como botén céntrico de mar- garita sin sus pétalos, se hundié en la nada. Un dia estaba yo en el jardin, El cuay- to de Maruja tenia una ventana sobre él. De repente, ésta se abrid y aparecid la tisica. Me escondi, El jardin estaba como tunca: Habia cai- do una Iluvia ligera; el sol de las seis de la tarde—pijaro de los tejados y de las” copas de los arboles—se esponjaba entre las ramas, n vaho cdlido y fragante flotaba sobre la tierra, 4 ALFONSO CURSTA Y CUBSTA poe ee Maruja miraba todo esto con ansia. Las golondrinas iban y volvian iSi hu- biera podido bajar! Pero le estaba prohibido: la menor agitacién podia apagar su vida. . no se diga un viento! Dos lagrimas temblaron, indecisas, en sus pestafias, y entro. No pudo sufrir mis. Ahora 0 nunca me dije—y subi. Me encontré con ella en Ja escalera. Baja- ba en puntillas. Al verme traté do esconderse. —Maruja! No sea malo—me dijo—juntando las ma, nos—Un ratito!. .No avise a mami... Serd sélo un instante,. . .ya vuelvo. . Sentia ansias de abrazarla, alli, sin pie- dad; pero me contuve. Mejor serd en el huer- to—pensé—y me apresuré a insinuarle: —Vaya tranquila, nadie la ve; yo dis- traeré a su mama, BE hice ademdén de subir. Entré al jardin. Yo la espiaba. “Arrancé wna rama pequefiita de hojas hiimedas, y se sentd bajo un fresno. Las aves flechaban el ocaso como fle- UN ASESINATO chas milagrosas. . . cantando. Maruja, de espaldas a mi, no me veia. Me fui acercando lentamente: La ahogaria de improviso, La frase aquella picoteaba mi alma: Ma- : tenme, jNo me hagan sufrir! El arco iris se templé a lo lejos y —co- -menzé a disparar golondrinas como dardos ne- gros. Ella seguia sus vuelos con la vista. De repente, una, aturdida, se estrellé con- tra su pecho. La tisica did un grito y la oprimié con lo- cura a sus senos que temblaban, Mi corazén, la golondrina, dos senos: cua- tro golondrinas locas. —Es la hora! —me dije—y avancé. De repente, vi que Maruja quedé inméd- vil; que sus manos se abrieron; que la golon- drina volé, como una vida... Maruja estaba a mialcance, Abri los bra- zos....Iba ya a abrazarla, cuando quedé ate- rrado: la muerte la habia abrazado antes que yo. Un hilillo de sangre resbalaba por las co- a. _ misuras de sus labios. Toda su vida no habia Sido sino éso. CIEGO LLA amaba al ciego? No sé. Talvéz ora capricho de aquella mujer rara, inconfundi- ble como ceja china; quizé, cansada de los amo- res vulgares—pan de cada dia—buscd éste, y sorbia voluptuosamente la emocién de ser a+ mada sin ser vista, de sentir sobre su cuerpo el temblor Avido de las manos del ciego que, _ en el paroxismo de] amor, le preguntaba ¢0d- mo eres? ¢Como eres? El ciego era bello. Su cabeza perfecta, aw la manera de la. cabeza de los bustos griegos, que tienen los ojos de marmol, sin luz: : Dias lMevaban de amor; pero dias ubé- trimos en los que cada hora se desgajaba de _ besos como rama de vifia curva de uvas. Lejos de fa ciudad, en donde la vida se _ Viste, tendieron sus vidas en el campo, al sol, al cielo, desnudas como rios. ALFONSO CUESTA Y CUESTA El ciego olvidé todo por su amada: la idea de los colores,’de los astros, que antes le torturaba, se fué borrando poco n poco de su mente: eran cosas que no vefa, que no to- caba, que sdlo vivian, quién sabe en qué for- mas, en su cerebro; en cambio, la mujer es- taba entre sus brazos, sentia estremecerse su cuerpo bajo las yemas de sus dedos de ciego, infinitamente sensitivas. Y nada més tragico que un hombre sin ojos ante la mujer, que encierra todo lo que hay de mas bello en el mundo, |Cémo_ eres? era la pregunta desgarradora del hombre an- te el cuerpo de su amada, mientras sus cejas se contraian, se aguzaban como gurras: que tra- taran de escarbar la luz en los ojos ciegos; mientras las yemas de sus dedos palpaban las formas maravillosas, temblando, queriendo ser pupilas, j|Cémo eres? Y aquella extrafia mujer se gozaba en ello, Era la arcilla viva en manos del artis- ta: cuando después de que las manos del ciego habian bajado, siguiendo todas sus cur- vas, desde la cabeza hasta los pies, se vela.. . y sontia la sensacién de haber sido creada ese momento, clEGO 49 Un dia, después de que la mujer le leyd versos staves para que sofiara, salieron a la azotea de la quinta, Mra un creptsculo maravi- lloso: la tiinica azul de la tarde ardia poco a poco en la hoguera del ocaso, y, a medida de éllo, despuntaba la desnudez, de estrellas. —iQué cielo tan hermoso!—exclamé ella, sin poderse contener. El desgraciado alzé la cabeza. Sus pupi- las se Henaron de lagrimas, como si en ellas se reflejaran las estrellas. ..y se arafid los ojos. Por qué dices 6so?—dijo luego, sembran- do en sus palabras el reproche mas triste. Ella, conmovida, tratd de consolarlo, —iNo llores!—exclamé—pero si es como si lo vieras {Hs tan facil que te imagines! ti pregtintame sobre lo que quieras ...yo te diré cémo es,-..serd como si lo vieras .. - Al ciego nada. deca. —¢Qué cosa quieres?, Pregtintame!—ro- gaba élla, acaricidndolo. —Hablame de las cosas que no toco, que no puedo palpar jSi pudiera aprisionar como tu cuerpo, el arco iris, las estrellas! {Si pu- diera hundir mis manos en el ocaso como en tus cabellos ...y hallar en él al sol, y oxpri- mirlo .. .exprimirlo. .. igual que una naranja! ALFONSO CURSIA Y CUBSTS — Y la mujer hablé. Buscaba similes en los objetos que su amante conocia al tacto; y ex- plicaba inspirada, precipitadamente, como si ya, ya mismo, fuese a morir su amado sin oirla. — El arco—iris—dijo—brota después de una Iluvia .. .La lluvia, ti sabes: cae, cae en hilos de agua, poniendo flecos al cielo; y al caer, la tierra se la bebe, y los Arboles se me- cen y mueven sus hojas verdes, alegres como péjaros, El arco—iris es una cinta inmensa, de muchos colores. Cuando apareee, se diria que manos invisibles tienden, después de la tormenta, una bufanda maravillosa, de un la- do a otro del cielo, para que se seque. La media luna es una ala de gaviota curva de vuelo que va cruzando lentamente la inmen- sidad azul ...Es una cestilla hecha con juncos plateados, y, al redondearse, da la impresidn de que, a fuerza de ecruzar el cielo, se ha lle- nado de estrellas ..-Es una ala de paloma.. La paloma, tt la conoces: el pico rojo, el pe- cho lleno y redondo, es un seno; solo que tie- ne alas ...y arrulla. —éY un nido? —Asi, exaectamente. Y la mujer arraneé uma rosa de un rrén de bronce. CIRGO —Toca—dijo luego—¢La sientes? Es co- mo esta rosa, sdlo que en vez de pétalos tie- ne cabezas de gorriones y ademis .. .canta. Maravillado, el ciego la escuchaba. Su cerebro debia ser en ese instante como esos Ppaisajes nocturnos en cuyo fondo brillan los fue- gos artificiales de una ciudad en fiesta. La mujer se enardecia, Hablaba, hablaba, toda élla hallando estrellas, nubes, olas, en sus ojos, en sus curyas perfectas; ‘Toca! toca! ¢Lo sien- tos? es asi ...Y seguia: El cielo, es una pantalla azul sobre el mundo: de dia, se enciende en ella el sol; las tardes se pone triste, muy triste, y comienza a llenarse de estrellas, tal si Norara ...Y es azul, azul. iAzul! ,.. gY ésto? iVaya! Como mis ojos ... Entonees, el ciego, con un rictus amar- go en los labios, queriendo convencer a su ama- da de que no habia remedio, dijo: ¢Y tus ojos? Ella calld. —Ya ves! ...Hs inttil! Todo es amargu- ra, amargura. Yo no tengo en el mundo sino tu carifio gY cuando me dejes? Porque cual- quier dia, muy pronto, tu te cansaris. —{No hables asi! ALFONSO CUESTA Y CUESTA —Y qué? Si todo veo negro. La tierra que para ustedes sera un disco radiante de luz, una paleta en la cual las razas humanas es- tan regadas como colores, para mi no es sino una copa de lagrimas ., .Con sus rocas y Jas aguas amargas de sus mares, no es sino una copa de granito honda, muy honda, repleta de lagrimas. La- vida es para mi dura, fria, insensible, y tiene la hoja de parra de las es- tatuas ...iTu! tu!, eres lo tinico que tengo! Y acariciaba trémulo- el talle de su ama- da, como los ciegos antiguos una lira. Con esta tortura, el infeliz enloquecid. Su cerebro, como el sol del ocaso, prolongaba sombras fantdsticas de todos los objetos: Ja lu- na, el cielo, los colores, volaban en su imagi- nacién, deformados. Se figuraba que otras co- sas bellisimas habia sobre el mundo, y que todo le ocultaban por no hacerle sufrir. Una tarde, sentada al piano, la mujer cantaba. Su voz armoniosa, flotando sobre la musica, llegaba hasta el ciego que, ansioso, pre- guntd: —¢Cdmo es, qué forma tiene tu you? ¢Cd- mo aparece en tus labios al brotar trémula de tu garganta, de tu corazéu? (Habla! Se la debe 53 CIEGO ver. Tw tratas de ocultarme las cosas mis her- mosas por no hacerme sufrir ...Pero no temas, Soy fuerte. iHabla! —Estds loco? ~—No, pero sé que se ven las ondas de las campanas, la armonia de tu voz ...Tu me engafias, me engafias, gNo es cierto? Y palpaba, desesperado, el aire, trémulo aun de armonia, como buscando algo etéreo, en figura de ala. Ella tuyo miedo y lo calmé con palabras acariciantes, pero de lejos ...Esté loco—pensd —y, desde entonces, ya no se entregaba con la misma confianza de antes: Al sentir las ma- nos de él sobre su cuello, temblaba ...Ya, ya mismo la iba a herir, la iba a ahogar entre sus dedos ...Y ponia sus pequefias manos s0- bre las del ciego, como para contenerlo, con angustia, Las noches, el suefio de la mujer era in- tranquilo; iSi se le ocurriera al loco, mientras élla dormia, arrancarla el corazén para pal- parlo! ...y casi no dormfa, Una tarde, la brisa era fresea, el sol sua- ve, y los dos amantes salieron a la azotea, A- codados a la balaustrada quedaron silenciosos, como si ambos contemplaran el paisaje. La 54 ALFONSO CUESTA Y CUESTA campifia se extend{fa inmensa, con el ondular constante de sus mieses ubérrimas; a lo lejos, alzabanse las lomas y era como si el campo fue- ra un mar verde que, al chocar con el extre- mo cielo, hiciera olas altas. La torre de una aldea cercana se levan- taba blanca, endulzando el ambiente. Cerea de la casa habfa un palomar, y una nifia arroja- ba maiz a las palomas que se posaban so- bre sus hombros. De pronto, la mujer se incorpordé inquie- ta: Habia visto a alguien. ~—Espérame!—dijo su amante—regreso en seguida. —No te vayas! Necesito ...Presiento al- go ...muy negro ...¢Recuerdas lo que te di- je?: cualquier dia de éstos, muy pronto, tt te cansaras. —Loco! repuso, poniendo su mano sobre los labios del ciego—No digas eso ...nunca, Y, mientras sus palabras eran trémulas, apa- sionadas, ante los ojos apagados, sus labios rejan ... Muy cerca, un pafiuelo volaba _ insi- nuante. ( —Serd solo un momento—dijo al fin la mujer separindose—No te muevas. ¥Y desapa- CIEGO recié, Kl ciego queddé sdlo, y abria sus ojos al viento: {Si algin atomo milagroso llegara en, alas de la brisa y encendiera sus ojos! Las palomas, abajo, se disputaban los hhombros de la nifia, revolando. De repente, de la torre lejana se alzd el vingelus. Las campanas cantaban. Sus ondas pasaban por los ofdos del ciego como vivas: din, dan; din, dan. ; El ciego enloquecido. extendia sus manos dvidas al vaeio: [Debfa cogerlas, era la hora! Una paloma blanca volé de los hombros de la nifia y fue a posarse en las manos del ciego. Este, iluminado, Ileno de dicha, como si viera ya, la oprimié entre sus manos gritando: —He cogido una onda del angelus! La tengo aqui, en mis manos [Me engafiaban! El ave, asustada latia entre sus dedos. —La onda !la onda! Y corrié para mostrarla; mas, sus pasos tambaleantes lo llevaron en direccién contra- via, y did su cuerpo contra el balaustre. Es- te, cediéd al peso y, desplomdndose, anrastré consigo al iluso. + aa azotea era alta, muy alta, Pronto acudiéd la amada, ligera, de bra- zo de un hombre. 4 56 ALFONSO CUESTA Y CUESTA Cerca ya de la victima, el advenedizo se detuvo. Z —Avanza!—dijo ella gNo sabes que no ve? .. .Quiza ... Y se acercaron. El ciego estaba moribundo, Un velo de sangre cubria sus ojos. Al sentir la presencia de su amada, con un supremo esfuerzo, alzé la frente. —é¢Por qué me engafiabas?—dijo—He co- gido...una onda’.... de la campana ...-El corazén de un bronce! Un velo de sangre cubria sus ojos,..., y murio. LOCURA las tres de 1a mafiana un grito horrible se oy6 en el tercer piso de la casa X. Todos los de la familia que allf vivia, despertaron bruscamente e, incorporados sobre sus lechos, escucharon. Sus columnas vertebra les se estremeeiati. cruelmente, como serpiens tes, E Un segundo grito, seguido de un largo F: 7 rosario de Mayes, los arrancé de su inmovili- _ lidad, Corrieron al dormitorio de su madre, de donde venia Ja alarma. La angustia los estrujaba. Al entrar en esa habitacién, tropezaron con un cuerpo tendido en el suelo: Ja madre, Trece brazos la levantaron. Un objeto _livido resbalé de sus manos crispadas y cayé al suelo: era una enorme navaja de barba que cho. rreaba sangre. Un estertor ahogado se alzé a sus 60 ALFONSO CULSTA Y CUESTA espatdas, Revolviéronse; Ella, Violeta la her- manidad- menor, sobre su blanco lecho pe- quefiito, nadaba en sangre. Dos cortes enormes la desfiguraban; el uno, formando un pétalo de horror en la quijada y el otro, an- cho, hirviente, en la mitad del pecho, Todos gritaban, El ospanto se arrastraba por sus uervios, maullando, como gato en- loquecido ... ‘ La madre se incorporaba ya gritando: jAl asesino! La arranqué de sus manos, jSiganlel Por alli! por alli! y volvia a desmayarse, Corrieron a la puerta de calle, la estru- Jaron, la golpearon; poro nada: Los barrotes, la lave; todo, estaba firme, sin muestras de haber sido violentado, Buscaron por los cuar- tos, por los largos corredores oscuros: nada. Seguia la rioche. El desaliento, la duda, roia a todos, Ya nadie buscaba mas. De repen- te, una voz vibré en el huerto de la casa: /Ya! Ya! Vengan!. Acudieron todos. Desde el fondo del huerto, junto al muro que dabaa la calle, Hernan, el hermano mayor, los llamaba; jEncon- _tré! (Encontré!—gritaba—Ha salido por aqui! En efecto, suspendida de la parte superior de la muralla, temblaba una esealera de euerda. Sus paldafios tenian huellas de sangre, fresea 61 —_—_— atin, en forma de dedos ... Se Veia claramente los objetos: comenza- ba a aclarar ...En el cielo, una escala alba de ‘nubes manchadas de rojo, avunciaba la aurora. Nada mas sé descubrid (EI dia se presen- taba oscuro y lluvioso) Y las heridas de Violeta sangraban. Hl terror de la victima era enorme. Deformada por las vendas, livida, temblaba y daba_ gri-. tos en cuanto vefa una persona extraia. El espanto ‘habia hecho nido en sus pupilas que, a cada instante, enloquecian, reflejando la navaja, Vino la noche. Se cerraron herméticamente Jas puertas y toda la familia veld junto a Ja victima. Nadie durmié. La luz de una limpara iluminaba los o- jos inquietos, febriles, mientras, con su ‘glacial indiferencia, turbando el silencio profundo, el . tiempo—estudiante de geometria—trazaba dn- gulos, lineas y circunferencias en la esfera de un reloj. ‘ Vino el alba, pasé la noche, volvié a na- cer el dia: la eterna cinta blanca y negra del tiempo seguia pasando. Nada sucedia. : Las heridas de Violeta se mustiaron, 62 ALVONSO CURSTA Y CUESTA eo Los nervios de todos se volvieron blandos, y al fin, la familia acabé por creer que el hombre de Ja navaja habfa sufrido una equivocacidn. Pero los nervios quedaron heridos para siempre. Varias veces hubo “gran alarma en la casa; iVoces! y era un hilo de agua que caia; jEL asesino! y era Herndn que, aterrado, pre- guntaba si habian ofdo pasos. La ultima vez fué un gato, un gato muy blanco, que al ser descubierto, huyé despayorido, estremeciendo las vértebras de los tejados negros. Una noche, una sombra encorvada, si- niestra, cruzd el patio de la casa y se perdid. Al cabo de una hora, volvid a aparecer: se deslizaba por las gradas del tercer piso, y len- tamente, casi inmévil, seguia, seguia, hasta que ‘se detuvo: Estaba junto al dormitorio de Vio- leta ...Un brazo se extendid, introdujo una llave en la cerradura y comenzé a girar; pero tan lento como puntero de reloj. Al fin, la puerta se abrid y un hombre enmascarado, con una navaja Iivida en su mano, se acered a Violeta. De repente, un grito roneo; luego, un que- jido desgarrador, pnrenals y el hombre con la navaja que hula... LOCURA 63 En, um instante, toda la familia, aterrada, estaba junto al lecho de Violeta: {Un nuevo corte! Los cuatro dedos de la mano derecha se contenfan en un delgado pedazo de piel; sin duda, al momento del corte, la tenia sobre el cuello ... Las dudas, las precauciones, se extrenra- ron. Se apresd a los pajes, se did parte a los dectectives, y, sin embargo, después de un tiempo, un nuevo corte barbaro que dejaba ver el hueso de la frente. La madre, los hermanos, ‘se iban volvien- do locos. Nadie pensaba en dormir. Las no- ches, reunidos en la azotea de la casa, vigilaban éQuién seri? ¢Quién seri? se preguntaban’. .. El cielo los eubria ciego, sin estrellas; a lo lejos, algunas nubes oscuras, arrebujades como brujas, cruzaban lentamente los cielos, se acercaban al oido de los montes lejanos co- mo diciéndoles un secreto y volvian a alejarse... éQuién sera? se preguntaban los hermanos, Al dfa siguiente del ultimo atentado, la familia esperé en vano a Hernan. Vino la no- che y tampoco el joven daba sefiales de vida; sin embargo, alguien aseguraba haberio visto, por la mafiana, segando todas las flores blan- 64 ALFONSO CUESTA Y CUESTA cas del jardin. Presintiendo una nueva desgracia, fue- ron a su cuarto y miraron por el ojo de la cerradura: nadie, Al fondo de Ja. habita- cién, se perfilaba el bello bronce predilecto de Herndn que representaba una esfinge de pu- pilas misteriosas ...En su torno, habia algu- E nas flores blancas ... ee Mas intrigados atin, rompieron un vidrio pe de la ventana, y por fin, entre sombras; al tra- yés de libros, flores y manuseritos, divisaron, Mamovil, la cabeza de Hernan. El misterio se aclaraba (La esfinge, por cl rado golpe dado a la ventana, vacilaba!) Violentaron la puerta: Horror! El primero en entrar, quedé , inmévil un momento; luego, lanzando carcajadas estridentes, so alejé corrien- do. Los demas, quedaron paralizados: Los des- graciados habfan Iegado al estado en que los nervios, mordidos por la fatalidad, 0 se en- torpecen 0 revientan ...A lo lejos, sonabaa las carcajadas, . ; Hernan estaba muerto. Tenia en las mu- fiecas dos cortes enormes, La vida se habia es- capado por sus venas azules ...Y estaba muer- to sobre libros, sobre crisantemos blancos, s0- bre versos, y estaba frio, intensamente frio y ta eta LOCURA 65 palido: la muerte habia nevado sobre él. En una mesa habia la siguiente carta, sin sobre, salpicada de sangre: “Madre, hermanos, todos: Perdén! No fui yo! fud élla, la oscura! No yo ...jamas! Lo ainico que pido en este momento es que nose apodere de mi antes de concluir esta carta y de quitarme la vidal. . Yo naci como un verso torturado y mal- dito, y ‘el sufrimiento debié de haberme atormento desde el vientre de mi madre. Mi inspiracién perdié su virginidad a los diez afios violada por la fatalidad ¢Recuerdan? Aquella noche murid nuestro padre! Desde entonces, jCudntos libros de pagi- nas blaneas, de viejas paginas rugosas como cerebros, curvadas de ideas, pasaron por mis manos! Y yo las oxprimia, las mordia, has- ta absorberlas todo! Tenia placer infinito al crear jOh, la di- cha de ver una pagina lena de tachas, de renglones, germinando como surcos! No sé qué sembrador extrafio, con las ‘manos llenas de simiente, pasé una noche por mi cerebro. Desperté con inquietud de briju- la, de tentdculo, buscando Avido un norte ex- trafio que habia vislumbrado. sae ALFONSO CUESTA Y CUESTA En vano luché varios dias por acordarme de lo que habia sofiado. El arco de mis nervios tendido siempre, infinitamente aler- ta, esperaba. jY el sembrador!: aquellos granos tenian garras en vez de raices y flo- recian en mi cerebro como en un pedazo de tierra virgen! ... Una noche sofié jY era el mismo suefio! Se me presenté un anciano, mezcla de Moi- sés, Homero, Hugo, con una clave extraiiar moldeada en cera blanca en forma de cere bro ...Un anciano de larga barba biblica, al- bo de eternidad. Lo reconoef en seguida: ifl sembrador! Con esa clave, yo tendria un es- tilo nunca visto, sublime. Ante él, las briju- las que Ievan ‘los criticos, enloquecerian .. . Y escribi, y mis versos germinaban, florecian como ramas. Eran fuego y quemaban; eran agua, y esa agua apagaba la sed ... Dosporté, y nada. Mi cerebro era un ra- cimo seco; mis manos ‘vidas hurgaron areas vactas, Sin embargo, algo quedé’en mi y ese algo fué la causa de mi ruina: desde’ enton- ces, solo pensé en poseer aquel estilo, pucs repito: algo de él quedé en mi. Me iba consumiendo, Mi cerebro. traba- LOCURA 67 jaba como un negro. Mi euarto y el cielo a- manecian con las ventanas iluminadas. Una noche me senti agotado. Miles de horas de insomnio como mujeres sabias, insa- ciables, me secaron para siempre, {Hscribiv! Alguien bebe en los cerebros ¢comprenden? Los absorbe, los seca. Alin Verlaine eter- namente ebrio se arrastra detrés de todos los poetas, y su sed es insaciablo, tragica. iPregunten! jpregunten! Cuando creamos, y nuestro cuerpo tiembla y la sangre nos hier- ve entre las sienes, es que aquel Verlaine nos bebe! Senti en mi cerebro como que cien rue- das blancas se remordian y rodaban_ vertigi- nosamente, arrancadas de cuajo. Me miré en un espejo: mis labios bro- taban sangre iMe los habia mordido! Y estaba livido, estaba blanco, dolorosamente blanco co- mo cien inviernos rusos. Un rumor confuso de ruedas, de voces, de frus— frus de seda, Hlegaba hasta mf des- de la calle. Imaginé ver el boulevard—cinta del si- glo--enloquecida de autos, de hombres, de la- bios rojos, Sali. Con la melena desordenada, arbol de lo- 68 ALFONSO QUESTA Y CUESTA cura, me abri campo entre la multitud jAquel fué el primer paso! Buscaba un auto. Por fin, divisé un bello cupé rojo pa- rado, sin choffer, a la puerta de un teatro. Me apoderé de él y huyendo de la ciudad, pasé como un escalofrio por las vértebras de las carreteras dormidas, Aferrado a Ja rueda del volante, la estrujaba, la mordia; pisaba bru- talmente sobre todos Jos fierros; saltaba so- bre zanjas [Cémo gozaba al oir erugir su mo- tor fatigado, sus ejes préximos a desquiciarse iQueria verlo despedazado, con las ruedas ro- tas como mi cerebro, y corria, corria ,.. Luego, las delicadezas enfermas y sumas. Aimé las joyas, los rubfes jOh, la dicha de a- huecar mis manos péilidas y llenarlas de es- meraldas de verde enfermo! Las miraba de dia, de noche, intensamente: queria obtener de ellas una mirada de amor. Eran mis ojos negros, mis ojos azules, mis ojos verdes:...jPero no amaban! En vano las miré hondamente un largo rosario de dias, jNo amaban! No amaban! y, con desdén su- premo, las fuf pulverizando, una a una. Y después, las Anforas: tuve dnforas grie_ gas, egipcias, de talles torneados como de mu- jeres; con azas morenas, tersas como brazos... LOCURA 69 Y yo las“oprimia, las besaba: queria que sus eaderas ondularan, que sus azas abrazaran co- mo brazos, y, a lo largo de mis noches, fui dejando huellas de 4nforas rotas, bajo mi abra+ zo de hombre. Desde entonces, soy el gentilhombre pd- lido del insomnio. Suefio, mis labios ya no sa- ben de tus labios entreabiertos, mis manos se secaron para la suayidad infinita de tus se- nos maduros y tibios! Agoté todos los medios para atraer al suefio: En vano! Enroseada en la noche, mi inquietud,—ser- piente blanca—esperaba al suefio para fasci- narlo: Nada. Vestido de blanco, con un ra- mo mérbido de adormideras sobre el pecho, como bahia d4vida, esperaba a orillas de la noche: Nada! Nada! Encendido de insomnio di en vagar por la sombra. Una noche, tuye la idea de ver cémo dormian mis hermanos, y entré en sus cuartos: Dormian! La primera envidia de mi vida me atormentaba, Subi al dormitorio de mami, de Violeta. Todos dormian, pero nadie como ésta, El suefio curvaba su cuerpecito ho- Yuelado. La envidia me estrangulaba. Mi respiracién auhelante desordenaba los TO ALKONSO CUBSTA Y CUESTA cabellos de Violeta .. .Llegué tan cerca de ella, que desperté y grité:;: Mama! Mama! Desesperado, hui; pero quise que nadie durmiera, ni el viento, ni los arboles, ni el agua ...Me arrastraba sobre las cuerdas del silencio como arco enloquecido en manos de un violinista ebrio, Corri alas alamedas silenciosas, desgajé ramus, disparé piedras sobre los estanques dor- dormidos,...y nunca tuve placer mas intenso, que al acerearme al cementerio. Lo vela a lo lejos,gajo prefiado de silencio... Kscalé al mausuleo mds alto y, en me- dio de las sombras, disparé guijarros, ramas, sobre las tumbas jOh, el ruido seco, profundos los ecos exquisitos de las tumbas!... Violeta era una obsesién para mi: Viole- ta dormida! Al dia siguiente, la seguifa, ocul- to como una sombra, por todas partes. De pronto me vid: Creyé que se trataba de un juego, como siempre, y vino corriendo hacia mi, para que la levantara en brazos, para que la besara ... como siempre jPero yo era otro ya: de empellén brutal la arrojé lejos is tan pequeiiita, tan fragil! ...Violeta dormida! A poco, la vi en el huerto, rodeada de mufiecas, bajo un drbol raro, Era en un cre- LOCURA 16, pusculo. Habia acabado de llover y el sol de Ja tarde oxigenaba las gotas suspendidas de las hojas. Las pestafias de Violeta estaban atin car- gadas de ligrimas.... De repente, el cielo se inundé de cromos varos. Las golondrinas iban y volvian, recor- tando el crepé azul de la tarde, Sus alas negras cesteaban sobre el cue- Ilo de Violeta....Como navajas sobre su cue- Moss Una idea horrible volaba sobre mi e iba _a caer de bruces en mi cerebro. Pensad en un avién dastrozado que desciende dando yuel- tas... .Cayd! A la noche, en noche negra, con una mavaja enorme, me encontré en el tercer piso, junto al dormitorio de Violeta, Mi bra- zo temblaba increiblemente; pero por el ojo ‘de la cerradura, me llegaba el perfume del suefio de ella, torturdndome. Todo era negro, y sin embargo la veia.... Mi cerebro alum- braba, jOh! alumbraba! y veta los ojos de Vio- leta cerrados, sus labios inverosimiles, su cue- BIG. is. Extendf el brazo, De pronto me pareciéd que algo huia de 2 ALFONSO CUESTA ¥ CURSTA mi créneo: me di cuenta de lo espantoso def acto; arrojé lejos la navaja y hui. Apenas Hegé la mafiana, fui donde uste- des; pero el momento de abrir los labios para con- tarles todo, de nuevo jla Oscura, la Oscura! y pensé, con el mismo espanto que cuando me encontraba con la navaja en Ja mano; ilmpe- dir una cosa tan buena, tan necesarial... . Llegé la noche. Impresionable como el silencio, me sobresaltaba al menor ruido. Of arriba un grito débil, sin duda Vio- leta sofiaba. Un pensamento extrafio oscurecié mi mente: Tal vez yo ya esté alli. ~ Pensé— Si, suefio, no estoy aqui... Este momento me acerco,.. por eso of el quejido de ella. Me estaré sofiando... Mi mano tiembla.. .Voy a herir! ... Y no recuerdo mas. Al oir los gritos, me d{ an corte, man- ehé una escala con mi sangre, y la colgué de la pared del huerto.. . Despuds, todo lo saben. . 4Qué haeer ahora?: Si me presento a ustedes, La Oscura!... Y Violeta... La quiero tanto!..- Y el insomnio! ... La unica puerta para mies [a tiltima..... La he abierto ...Me heri! ...Es tarde ya, La sangre ...Ja sangre! ... fui bueno ...Mamaci- tal No veo... Viene... quiero...8... Mis Bucles MIS BUCLES ‘ I amigo tiene siempre bellos rasgos de mayuscula gética, Sus actos llevan, como el vértice de seda de un pafiuelo elegante, un fino cromo inconfundible. Hoy .me hizo un obsequio: un estuche en forma de libro, con pastas de cuero. pirogra- bado. Al abrirlo, he sentido sensacién pareci, da a la de hallar un pétalo perfumado entre las hojas de un Album, Me encontré con “MIREYA”. Jamis el verde ‘Racin de Oraoi”, desde que echd ho- jas en el poeta de Provenza, anduyo en edi- cién més bella: En sus pastas los alto—relie- ves, semejan medallones viejos. Imagino el placer, la lentitud, con que un ci artista pasaria sobre sus formas la yema, ( dedos, Abro el libro, tal un cotche El pertil ho- mérico de Mistral, la figura ae Mireya, con 76 ALFONSO CUESTA Y CUESTA frescura de fruta; los cantos encabezados de mayusculas extrafias, que fingen una abeja reina seguida de su enjambre o que traen a la memoria la silueta del Zar; todo ésto, y los cromos de colores hermosos, y el conjunto de paginas color tabaco pdlido que parece un haz de anchas hojas secas, me hacen pensar en mi nifiéz de cuento, lena de estampas, asi, como este libro. Es bello, es saludable pensar en esto, como hundir el cuerpo cansado en agua can- tarina y pura; Se cierran los ojos, y, a lo lar- go de la vida, como en sendero verde, corre el mismo nifio de antes, haciendo rodar un aro. Recuerdo que, hace doce afios, cuando tenia seis de edad, amaba las estampas sobre todas las cosas. Vivfa adorando coleccio. nes de aves, de reyes, de generalés, de fieras, pintadas en colores vivos y no Jas hu- biera cambiado con los mejores juguetes de mis- hermanos, ni siquiera con el lindo mufie- eo negro de mi prima, que dormia y llamaba a sus padres como un negrito verdadero, En la capilla de la Escuela, cuando mi ' Profesora la Madre Gabriela, ante una imagen de] altar, me preguntaba; 4A quién quieres MIS BUOLES 7 en tu vida”?Yo la contestaba: A la Vir- n; pero, en mi interior, decia; jA mis estam- Gracias a esta pasién, aprendia hacer le- tras con suma facilidad; pero eran unas le- tras fantdsticas, en las que mi maestra creia ver ojos, alas y patas; pues yo, para escribir- las, pensaba en mis estampas: La S por ejem- plo, la copiaba en el cuello del flamenco; la M, en el lomo de un dromedario; las pp y las qq, en las largas patas de las ciguefias y asi, hasta que mis renglones llegaron a ser bellos como alambres perchados de jeroglificos. En casa, mi juego consistfa en ordenar y desordenar las colecciones: ¢ebras; elefantes; ~~ tigres; arpias de pico corvo y grandes garras, / que por las noches me hacian sofiar, 0 arbo- les con pequefias aves de pecho esponjado, unas en sus ramas y otras elevandose, como si el suelo hubiera hecho del arbol un canuto -y jugara haciendo pompas’ de jabén. ni Mi padre veia en todo esto ya algo mas que una obsesién. Un dia, él y mi madre sa- pensar en un colibri, que tenia yo, pico- ndo frutas. ALFONSO CUESTA Y CUESTA De pronto, rei. —éQué te sucede?—me penis mi pa- dre, que levaba cuello alto y chaleco blanco. —Nada. » —éCémAé nada? ¢Luego eres un tonto? eNO a —¢Entonees? ... Pensaba ...pensaba en,la banearrota de mi jirafa. —Cdmo-...! —Claro ...si usara cuello ... Rievon. Pero, al alejarse, noté que ha- blaban de mi y se ponian tristes ... Ellaberinto de un manivomio no ofreceria mas desorden que la biblioteca de mi padre cuando éste se ausentaba y entraba yo: Con manos trémulas volvia y revolvia los libros, en pos de uno que tuviera! estampas dignas de ingresar en mi coleccidn. Por fin, un dfa dichoso, con ayuda de una escalera, encontré el paraiso: Un libro e- norme de Buffon. Desde entonces, en cuanto podfa, me le- gaba a él, tijeras en mano; hasta ane fui sor- ~prendido por mi padre | Hea, Ripidamente escondi mis instrumentos, pero ya tarde ...Y el rubor! ... piaameed MIS BUOLES ee —éQué has estado haciendo? Quedé trémulo, sin contestar, y con la cara roja, caida sobre el pecho, como durazno maduro, —Conque destruyendo los libros! Aho- ra voy a cortar tus bucles a ver si te gusta, Y se vino hacia mi. Me iba a quitar las tijeras, cuando _yo, Hevando las manos a los ojos, comencé a Ho- rar, desesperadamente. Entonces, traté de consolarme:—Mira— me dijo—poniendo mi cabeza entre sus ma- nos—por ahora, te perdono: pero no repitas éNo te da pena? A los libros les duele cuan- do les arrancan una pagina: es lo mismo que cortarles a los nifios una oreja ...solo que no gritan. No vas a repetir gno es: cierto? —Ni mas. Bueno, y si repites, . los diablos, éllos, te cortardn los bucles por més que yo no quiera. Hay demonios enormes que sélo se o- cupan en esto. Sus alas no son alas como ti -erees sino tijeras ...Cuando un nifio corta un libro, ellos, encondidos en los tumbados o en “el pozo de la casa, lo estan espiando hasta que se duerma. Cuando esté dormido salen en silen- cio, afilan sus alas en los tejados y se acer- 80 ALFONSO CUESTA Y CUESTA —_—__- CANS : éQué crees ti, que son esas lamas que vemos por la noche en los cerros lejanos? —Almas. i —No. Es que los diablos, después de cortar el pelo a los nifios, van alld, ponen la boea en tierra y absorben ... entonces, sale un pedazo de infierno y se queman los bucles. Si no crees—continué—te voy a mostrar. Y tomé del estante la “Divina Comedia”, Kste—dijo mostrindome al Dante—es el padre de un nifio a quien los demonios, por haber despedazado muchos libros, lo robaron. . | Ahora su papé lo busca ¢Te fijas?—Y me iba mostrando las estampas. Sali convencido. Por la noche solo pude dormir, cuando me sent{ bien abrazado por mi padre en su lecho. Al dia siguiente, lo primero que hice, fue palparme los buclés; pero los encontré largos y rizados como siempre. Si papd me habr& mentido! Habfa en ese libro un diablo tan lindo!: rojo, con rabo de colores. Si. lo recortara! Y auncuando no al demonio, si- MIS BUCLES SL — quiera a la jirafa del otro volumen, y a aquel pijaro verde que lo recortaba cuando fui sor- prendido!: Quedé con el pico libre ya de la pagina blanca, como un pollito que picotea y esta sacando la caboza de la cadscara...No, no era justo olvidarlo! Pasaron varios dias, Contemplaba mi co- leccién de aves, con un avestruz delante, de maytscula, {Qué bien quedaria la jirafa des- empefiando este papel en la de animales! Un dia, sin poderme contener, ful a la biblioteca. Mi padre no estaba ahi, y, tijeras en mano, corri hacia el estante. Recortaba la jirafa maravillosa, los pajaros, —flautas con alas—, estremeciéndome de dicha al gru--gru de las tijeras, como ahora al rasgueo de la pluma. De euando en cuando, miraba con re- celo el libro de los diablos, pero este no se movia ...y yo continuaba. Con los bolsillos hechos jaulas, iba a re- tirarme, cuando vino la tentacién: 1K] demo- nio del rabo de colores! i El libro aquel estaba quieto como todo los otros [Si pap& me habra engafiado! ade- mis: también habia Angeles, y, claro, alli de- bia de estar el de mi guarda...Qué diablo! Al’ fin me decidi y fui en su_ busca, ah BR OS al ee 82 ALFONSO CUESTA Y CUESTA Como quién revuelve un brasero, revol- via los cuadros del infierno. Topé con mi demonio. Lo quedé miran- do, largo rato; pasé mi mano temblorosa por sus ufias: nada hacia... Lo provoqué con un pufietazo que quise fuera duro, pero que cayd apenas como una palmadita entre sus cuer- nos: jnada! Luego, un pellizco encarnizado, a- gudo, en la nariz: tampoco. Entonces, comen- cé a recortarlo tranquilamente, como a paja- rote raro. De repente, di un grito de terror. Senti como si el diablo me hubiera mordido en los dedos, Todo ardia en torno mio, mientras el libro profanado se convertia en avispero de demonios zumbadores. Me revolvi; A la puerta estaba mi pa- dre como un enorme signo ‘de admiracidn. Los instrumentos se cayeron de mis ma- nos. Luego, 61 avanzé derechamente hacia mi, tomé el Buffon, y, mientras me tenfa cogido por la mano, lo fojeaba: Estaba desplumado, no habia hoja que no diera la impresién de ventana sin vidrios ...Me cref perdido. En e- fecto, sin decir una sola palabra, mi papa re- cogié las tijeras cafdas y las acercé a mis bucles. MIS BUCLES 83 De pronto se detuvo: N6, dijo; no quie- ro cortarte yo. Se lo dejo a los diablos. . .Ellos te cortaran mafiana; esta noche no: puedes dormir tranquilo. : Y salid. ae Cuando desperté al siguiente dia, mis lar- gos bucles castafios hacian SS prendidos en la pared. '—Da gracias—me dijo mi padre, riendo al ver mi cara-da gracias a que Lucifer ha sabido que eres un chico aplicado en la Eiscue- la, que, de otro modo, los habrfa quemado. Yo miraba mis bucles, asustado, y, al fin, rompi a Norar. Papa me consolé: gNo es verdud—dijo dirigiéndoso a mi madre, que mafiana iba a venir el peluquero? Era ya hora!.—Asi, con pelo corto, estds todo un hombre: de grande tendras espada y llegards a general. : isa misma tarde, asido a la mano de mama, fui ala Escuela llevando mis bucles en una tasita de papel: La madre Gabriela los pegd a la cabeza del Nifo del Praga. LOS ZAPATITOS OCHE de Navidad. : ~ Muy tarde ya, me retiraba sdlo. El barrio pobre, la noche cargada de pedreria como el dromedario del Rey Melchor, todo me hacia sofiar en Belén: Vi al nifio; a su madre, vitia azul; a San José, el amigo de la madera ru- bia; al burro, con el haz de pajas en el hocico. Empeeé a hilar un cuento: Cuando la paja en que nacidé el nifio era verde... Las tres de la mafiana me interumpie_ ron. Los tres clavos de la eruz se clavaron en mi cerebro. Cruz del Rabi, ABEJA REINA del enjambre de cruces jOh!, si cudndo eras arbol y tenfas hojas verdes y aves en tus ra- mas, San José hubiera hecho de ti una mesa ancha de partir el pan; un cofre; un huso humilde para la Virgen, techo de las hilan- deras! ALFONSO CUESTA Y CUESTA Y yo andaba, andaba. Mi sombra prolongaba un Rey Mago so- bre el empedrado de la ealle. Me acordé de los zapatitos que los nifios dejan al baleén para que el viejo Noel los lle- ne de juguctes. : Con esta idea fija, iba escudrifiando, de paso, los balcones, y vi; en una casa misera- ble de cbrero pobre, salidos por un hueco de la ventana, dos zapatitos de nifio; pero sin brillo, con las punteras rotas, desgarradora- mente rotas. La luna Ienaba de luz los zapatitos vie- jos, rubios de esperanza. 5 Pensé en su suefio: Quiz& un nifio mise- rable, haraposo, que inflando su ilusién—bom- ba azul—ni siquiera dormfia...Vi sus ojos a- biertos; lo imaginé calzado, con los dedos en- jutos, visibles, en Jas punteras rotas; lo vi po- niendo sus zapatitos en la ventana con espe- ranza en los Reyes, porque él bien sabia: Su madre era tan pobre!...Lo vi NMorando. Hundi las manos en mis bolsillos, pero estaban vacios como el corazén del opulento Nifio Jesus: ¢Por qué no convertiste en una mufieca rubia los rayos de Le regados en los zapatitos rotos? LOS ZAPATITOS 89 eee eS Para Ilenarlos, yo no tenia sino mi pena, pero tal vez estaban colmados ya con las la grimas de la madre, Un viento frio silbaba en las calles mi- serables. En el cielo, las estrellas— copos de oro—Ilovian sobre la zapatilla persa de la lu- na menguante. . ane Al dfa siguiente, pasé por aquella casa. A su puerta habia una nifia llorosa, misera- ble. Sus pies estaban desnudos Y amoratados por el frio. Su batita negra se hacia, a tre- chos, carne. —aQue tones? 21s pregunté, . Anoche—me contestd llorando—puse mis tinicos zapatitos en la ventana, ae + .y se han ‘obado! CUNA p FE cuatro saltos, el muchacho bajé las es- ealera, silbando, ‘alegre como nunca, Por fin! Su madre habfa conseguido el dinero, su pa- pa iba a sanarse: habia para el’ remedio, lo iba a comprar él, ya mismo! Y corria. En la puerta, un vecino lo detuvo. —¢Cdmo sigue? —Bueno y sano!,..0, mas bien, va a es- tarlo. El doctor lo ha dicho; ahora voy por un remedio.. Caro! Y, mientras echaba a co- a rrer, abrid por un instante su mano pequefii- ta, flaca, en la que brillaron tres grandes mo- nedas de a dos sucres, Corria, corria, con la cabeza llena de bo- ticas con frascos, vitrinas, sefiores de bata blanca. éA cual iria? Bah! para eso habia tan- 94 ALFONSO CUESTA Y CUESTA tas: irfa a todas, hasta hallar la mds_ barata. Pronto Negarfa a la primera: era una bo- tica del barrio, estaba en Ja esquina, muy cer- ca. Vefa ya sus grandes bombas de cristal azul, Llegs. — éHay ésto?—dijo, y alargé. triunfal- mente la receta al boticario. —Como no. —Déme, El hombre se dirigid hacia una vitrina Y, @ poco, aparecid con un frasco, que asentd sobre el mostrador, diciendo: —Diez sucres. —¢No hay uno mas pequefio?.... —No. Y, mal humorado, el boticario recogid el frasco y lo volvid a su sitio. El muchacho temblaba. —d¢Me puede. dar en seis sucres?— se a trevid a decir. ; —Né! El chico salié: era la primera desilusién, pero no.se desalentéd. Es una mala botica—se dijo—de arrabal, por eso esté tan sola... Y, poco a poco, se fué alegrando nue- vamente, y comenzé a caminar a.prisa, mo- CUNA _——$—$—$—$— ——————————————______ viendo las piernas sobre la calle verde de tré- bol, rapida, Jocamente, como se movian sus tijeras, cuando recortaba aves de colores. . Por fin llegé a otra. Esta era una botica, en verdad, enorme: Los empleados de cara rosada como pildora, de largas batas blancas, bromeaban y < refan. Cuando mostré la receta, le trajeron, en- seguida, un frasco mucho mejor que el otro; tenia pegada una bella estampa iSu mama le daria a él! ' —¢Cuanto vale? —Diez sucres. —Puede vender el mismo remedio por partes?...no tengo sino seis. —No, pero tenemos otros de los mismos. Y riendo con sus compafieros, el empleado to- mé un frasco mas grande de la vitrina. —Este—dijo—y lo eae a las manos trémulas del nifio. t ’ —¢Cudnto vale? —Veinte sucres!. . Los empleados rieron y' el iesanlich palido, salid. En vano recorrid todas las boticas: en ninguna el precio del remedio rebajaba, y ca- ‘si Horando, se dirigid a su casa. 96 ALFONSO CUESTA Y CUESTA Al pasar por una plaza, vid que un_ ni- fio rubio, vestido de marinero, jugaba hacien- do rodar un aro jHra tan lindo el aro!...de muchos colores. El pobre muchacho lo contemplaba an- sioso. El rubio pasé por su lado, sin verlo ide- bia de ser muy rico! Y eché a correr con su aro, Enloquecido por la belleza del juguete, el muchacho corrié también, junto a él. Al dar un salto, una de las tres monedas se le cayé de la mano y fué rodando, rodando,.. El chico palmoteé: su moneda se — pare. cia al aro! El también tenia aro, y de plata! Con ruido argentino, la moneda hula, hula, riendo al sol. Stbitamente, como loca, dié una curva rapida; brillé plena como un ojo ra- diante, y desaparecid, El corazén del nifio did un vueleo iLa tronera!....Se tragé su moneda! Ahi estaba, negra, con las rejas como dientes.... En vano el muchacho desgarré sus po- bres manos: la tronera era honda, muy hon- da, no se veia el fondo. Introdujo alambres, palos; pero el poli- cia de la esquina le impidiéd proseguir en la 97 —_ biisqueda: debia dar por perdidos los dos su~ eres; la tronera era profunda j diez metros ! El nifio se echd a llorar. De pronto pensd: isi pidiera! El rubio marinero entré en una casa cercana, de miar- mol. j Debian de ser muy ricos! Tal vez le repondrian lo perdido... -. Quizd le darian mas. Con el rostro lleno de lagrimas, entrd. En el patio, jugaba el “nifio. del aro, quien, al mirar a su puerta unos vestidos rai- dos, una cara llena de lagrimas, grité: —Mami, mami! te busca un perdén. —Que perdone !—gritaron de arriba. Salid. é Qué harfa ? Se arrepintid de haber pe- dido: ¢Cémo le iban a dar tanto? seis su- eres! . . . . seis soles | Qué locura! La idea de entrar ensu casa le aterra- ba¢ Qué iba a decir a su madre ? dirfa que el remedio valia doce, . . . pero no: eso era cruel . +. 1Pobre mama! Al retornar a la primera botica, se de- tuvo: Las vitrinas estaban llenas del remedio que buscaba; habia filas enteras de frascos. Con la imaginacién, tomé uno y se lo guardé: con un frasco menos la vitrina quedaba —co- 98 ALFONSO CUESTA Y CUESTA ee mo antes éQué tuviera que le diesen uno, so- lo uno... . y no regalado, sino por seis su- cres ? » —Siguidé su camino. Debfa de ser tarde: el sol brillaba pdélidamente en las alas de Jas go- londrinas y en las cruces de las torres altas. Sin embargo, esperé las sombras.... Envuelto en ellas entré. Su madre le es- peraba. —déY elremedio ?— le pregunté angus- tiada, al verlo entrar con las manos vacias. --Ni sabes! Vale doble.... —Dios mio! ¢ y los seis? —Aqui—y el muchacho hizo sonar como campanilla su pobre bolsillo rafdo. La angustia extendia su alma hasta el colmo: muy pronto le iba a pedir el dinero 6 Qué diria ? —Guarda hasta mas tarde - dijo la ma- dre— Dios proveerd. Pero, cuidado, _hijito, i Ouidato !. ie —No, los tengo bien guardados! Y ol muchacho respird...Secreyd sal- vo y traté de alejarse. Iba a entrar en un cuarto cuando la voz de la madre lo detuvo: —No avises a tu papa... Y entraron enel cuarto. Era una sala amplia, dormitorio y costu- rero a la vez. Alli, dos chicos mds, jugaban- y sentada junto a la maquina, la hermana ma- yor cosia, De la recdmara contigua, llegaba la res- piracién intermitente del enfermo: dormia. La pobre maquina vieja, sacudia eFsilen- cio con su vocecita cascada, como de tisica. —¢Y?....pregunté ansiosa la hermana, al verlos entrar, parando la rueda, Le contaron lo que sucedia. - No habia mas remedio, que empe- fiar o vender algo mds ¢ pero qué ? Las joyas: aretes, anillos, habian desaparecido, en la lar- ga enfermedad del padre. Las orejas de la hermana, sin las perlas, tenian las puntas son- rojadas, desnudas como pétalos a que el vien- to arrebaté una gotita de agua. —La méaquina —pensaron—eso no. Era como una madre, ella cosia la miseria. ; —Las camas| Pero qué! antes fueron de hierro, con esmaltes, ahora eran pobres tari- mas de madera humilde, frescas, casi floreci- Baits anise En ese momento, un nifio de pecho des- pertéd ycomenzoé a llorar. 100 ALFONSO CUESTA Y CUESTA —La cuna! Tampoco: alliestaba en una esquina, como en brazos del cuarto; era de metal, primorosamente labrada, podia valer mucho, perono.... Alli se habfan mecido todos los chicos; alli cerré los ojos, para siem- pre, un hermanito rubio, y hace afios, mu- chos afios, cubierta de encajes, meciéa la misma madre..... Ouna sagrada, No!.... La cuna no.... Y la madre se acereéd y comenzd a me- cer al nifio. La hermana mayor extendié la mano palida hacia la madre. —Esto—dijo— y mostré su ultimo anillo. —No hijita; jeso nunea!—dijo la ma- dre—es demasiado! Y se eché a llorar. —Si mami! No mesirve... Est&é muy flojo.... se perdera, Y entregd la pobre joya. El muchacho salid a venderla. Después de sufrir burlas y sarcasmos, logré venderla en cuatro sucres. Faltaban dos, precisamente los que perdid. ... Como ultimo recurso, resolvierou empe- fiar la maquina. Se retiré una camisa comen- zada que les daria el pan del otro dia, y la despidieron con lagrimas, como a una madre. OUNA : 101 El onfermo desperté. ‘ —

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