SERMN DEL SANTO CURA DE ARS
Homila sobre la Tibieza, en el domingo decimoctavo
despus de Pentecosts.
Mas porque eres tibio, y no fro ni caliente, comienzo ya a
vomitarte de mi boca. (Apoc., III, 16.)
Podremos or sin temblar, de boca del mismo Dios, una tal
sentencia, proferida contra un obispo que pareca cumplir
perfectamente todos los deberes de un digno ministro de la
Iglesia? Su vida era reglada, no malgastaba sus bienes. Lejos de
tolerar los vicios, se opona a ellos con tesn; en nada daba mal
ejemplo, y su vida pareca digna de ser imitada.. Sin embargo, a
pesar de todo esto, vemos que el Seor le advierte, por
ministerio de San Juan, que, si contina viviendo de aquella
manera, le rechazar, esto es, le castigar y reprobar. Tanto
ms espantoso es este ejemplo cuanto son muchsimos los que
siguen tal camino, viven del mismo modo, y tienen su salvacin
muy insegura. Cun grande es el nmero de que a los ojos
del mundo no son tenidos por pecadores reprobados, ni
pertenecen tampoco a los escogidos! ()
No entiendo por alma tibia la que quisiera pertenecer al mundo
sin empero dejar de ser de Dios: la que ahora veris postrarse
delante de Dios, su Salvador y Maestro, y ms tarde la veris
postrarse ante el mundo, su dolo. Pobre ciego, el que tiende
una mano a Dios y otra al mundo, llamando a los dos en
su auxilio, prometiendo a ambos su corazn! Ama a Dios,
o a lo menos quiere amarle; pero tambin quisiera sacralizar al
mundo. Cansado de esforzarse en ser de ambos, acaba
por entregarse exclusivamente al mundo.Vida
extraordinaria la suya, la cual nos ofrece tan singular
espectculo, que uno no llega a convencerse de que se trate de
la vida de una misma persona. ()
Mas () estis deseando saber en qu consiste el estado de un
alma tibia.
El alma tibia no est aun absolutamente muerta a los
ojos de Dios, ya que no estn enteramente extinguidas en ella
la fe, la esperanza y la caridad, que constituyen su vida
espiritual. Pero su fe es una fe sin celo; su esperanza, una
esperanza sin firmeza, y su caridad, una caridad sin
ardor. () El buen cristiano no se contenta con creer todas las
verdades de nuestra santa religin, sino que adems las ama,
las medita, busca todos los medios para penetrarlas mejor ()
No solamente cree que Dios ve todas sus acciones y las juzgar
a la hora de la muerte, sino que adems tiembla cuantas veces
le viene el pensamiento de que un da habr de dar cuenta de
toda su vida ante Dios. Y no se contenta con pensar y temer,
sino que todos los das trabaja en enmendarse (); se lamenta
de haber perdido un tiempo precioso, durante el cual hubiera
podido atesorar grandes riquezas para el cielo.
Cun diferente es el cristiano que vive en la tibieza! No deja
de creer todas las verdades que la Iglesia ensea, ms
de una manera tan dbil, que en ella casi no toma parte
su corazn. No duda de que Dios le ve, de que esta siempre en
su santa presencia; pero, a pesar de ese pensamiento, no es ni
ms bueno ni menos pecador; cae en pecado con tanta facilidad
cual si no creyese en nada; est muy persuadido de que,
mientras viva en tal estado, es enemigo de Dios; ms no por eso
sale del mismo. Sabe que Jesucristo dio al sacramento de
la Penitencia el poder de perdonar nuestros pecados y de
acrecentar nuestra virtud. Sabe que dicho sacramento
nos concede gracias proporcionadas a las disposiciones
con que nos acercamos a recibirlo ms no importa: la
misma negligencia, la misma tibieza en la prctica. Sabe
que Jesucristo esta real y verdaderamente en el sacramento de
la Eucarista, alimento absolutamente necesario para su alma;
sin embargo, mirad cuan poco desea recibirlo! Sus
confesiones y comuniones no son frecuentes; solamente
se determina con ocasin de alguna gran festividad, de un
jubileo, de una misin; o bien va para no distinguirse de los
dems, pero no para alimentar su pobre alma. No solamente no
trabaja para merecer una tal dicha, sino que ni tan solo envidia
la suerte de los que se acercan frecuentemente a gustar de sus
dulzuras. Si le hablis de las cosas de Dios, os responder con
una indiferencia que muestra bien a las claras cuan insensible
sea su alma a los bienes que nos puede proporcionar nuestra
santa religin. Nada le conmueve: escucha la palabra de Dios,
es cierto, pero no es raro el caso en que se fastidie; la escucha
con pena, por costumbre, cual una persona que cree saber ya
bastante, y portarse lo suficientemente bien para no
necesitar tales instrucciones. Las oraciones demasiado
largas le molestan. Su espritu esta aun absorbido por las
obras que acaba de ejecutar, o por las que va a comenzar
terminada la oracin ; se fastidia tanto, que su pobre alma
parece estar en la agona vive aun, pero ya no es capaz de hacer
nada en orden al cielo.
La esperanza del buen cristiano es firme; su confianza en Dios
es inquebrantable. () La muerte no le atemoriza, pues sabe
muy bien que solo ella puede librarle de los males de esta vida y
juntarle con Dios para siempre.
Mas el alma tibia est muy alejada de tales sentimientos. Los
bienes y los males de la otra vida casi no le interesan: piensa
en el cielo, es cierto, ms sin desear verdaderamente
alcanzarlo. Sabe que el pecado le cierra las puertas de la
celestial mansin; a pesar de esto no procura corregirse, a lo
menos de una manera eficaz; por eso se la encuentra siempre la
misma.
El demonio la engaa hacindole formar muchos propsitos de
convertirse, de obrar mejor en adelante, de ser ms mortificada,
ms reservada en sus palabras, ms paciente en sus penas, ms
caritativa para con el prjimo () No quisiera renunciar a los
bienes eternos por los bienes terrenales; pero no desea ni
abandonar la tierra, ni llegar al cielo, y si pudiese pasar esta vida
sin penas ni tristezas, pedira nunca salir de este mundo. Si la os
quejarse de que esta vida es muy larga y despreciable, ser
porque las cosas no le andan como quisiera. Si el Seor, para
forzarla en alguna manera a desligarse de esta villa, le enva
penas y miserias, ya la tenemos inquieta, triste, abandonndose
al llanto, a las quejas y muchas veces a una especie de
desesperacin. No quiere reconocer que es Dios quien le enva
esas pruebas para su bien, para hacerle perder la aficin a esta
vida y atraerla a l. Qu hizo ella para merecerlas?, piensa para
s; otros mucho ms culpables no se ven tan castigados.
En la prosperidad, no diremos que el alma tibia llegue a olvidarse
de Dios, mas tampoco se olvida de s misma. Sabe referir muy
bien todos los medios para salir con xito; piensa que muchos
otros no habran logrado lo que ella logr; y se complace en
repetirlo (). Con aquellos que la lisonjean, toma un aire jovial;
ms con los que no le tuvieron el respeto que cree merecer, con
los que no se mostraron agradecidos a sus favores, muestra
siempre un gesto de frialdad e indiferencia, cual si
continuamente les estuviese echando en cara su ingratitud.
El buen cristiano, en cambio, lejos de creerse digno de algo y
capaz de la menor obra buena, slo tiene ante sus ojos la
humana miseria. Desconfa de quienes le adulan, cual si fuesen
lazos que el demonio le tiende; sus mejores amigos son aquellos
que le dan a conocer sus defectos, pues sabe que, para
enmendarse, es preciso conocerlos. En cuanto le es posible, huye
las ocasiones de pecar: teniendo siempre presente que la ms
leve cosa es capaz de hacerle caer, no fa nunca en sus solos
propsitos, en sus fuerzas, ni tan solo en su virtud. Conoce, por
propia experiencia, que no es capaz de otra cosa que de pecar;
pone toda su esperanza y toda su confianza en solo Dios. Sabe
que el demonio a nadie teme tanto como al alma aficionada a la
oracin, y esto le mueve a hacer de su vida una oracin
continuada, mediante una ntima conversacin con su Dios. Se
complace en pensar en Dios como en su Padre, su amigo, su
Seor que le ama tiernamente y desea con anhelo hacerle feliz
en este mundo y an ms en el otro ()
El alma tibia no pierde enteramente su confianza en
Dios; pero no desconfa lo bastante de s mismo. Aunque
se pone a menudo en ocasiones de pecar, piensa siempre
que no va a caer. Si sobreviene la cada, la atribuye al prjimo
y afirma que otra vez tendr mayor firmeza.
Aquel que ama verdaderamente a Dios y pone el mayor inters
en la salvacin de su alma, toma todas las precauciones posibles
pares evitar la ocasin de pecar. No se contenta con evitar las
faltas graves, sino que pone gran diligencia en combatir las ms
leves culpas que en su conducta descubre. ()
Mas no es este el amor de Dios del alma tibia. Para pintaros
exactamente el estado del alma que vive en la tibieza, os
dir que se parece a una tortuga o a un caracol. No anda,
sino que se arrastra por la tierra, v apenas se la ve
cambiar de sitio. El amor divino que siente en su corazn es
semejante a una pequea chispa de fuego, oculta en un montn
de cenizas; ese amor se halla rodeado de tantos pensamientos y
deseos terrenales, que, si no llegan a ahogarlo, impiden su
incremento y poco a poco lo van extinguiendo. Cuando el alma
tibia llega a este punto, permanece ya del todo indiferente ante
tal prdida. Su amor carece de ternura, de actividad, de energa,
apenas capaz de mantenerla en la observancia de lo que es
esencialmente necesario para salvarse; pero ella tiene por nada
o muy poca cosa todo lo dems. Ay!, el alma vive en su tibieza
como una persona en el estado de somnolencia. Quisiera obrar,
pero su voluntad est tan debilitada que no tiene nimo ni fuerza
para cumplir sus deseos (Prov., XXI, 25.).
Cierto que el cristiano que vive en la tibieza cumple an con
bastante regularidad sus deberes, a lo menos en apariencia ()
mas todo ello con tanta displicencia, tanta dejadez y tanta
indiferencia, con tal falta de preparacin, con tan poca eficacia
en el mejoramiento de su vida, que claramente se ve que
cumple sus deberes slo por hbito y por rutina (). En
cuanto a sus oraciones, slo Dios sabe de qu manera son
hechas: ay! sin preparacin. Por la maana, no es de Dios de
quien se ocupa, ni tampoco de la salvacin de su alma, sino
solamente de trabajar. Su espritu est tan lleno de las cosas de
la tierra, que no queda en l lugar para el pensamiento de
Dios.Piensa en lo que har durante el da, dnde enviar
sus hijos o sus criados, de qu manera emprender tal o
cual obra. Para rezar, no sabe ni lo que quiere pedir a Dios, ni
lo que le es necesario, ni hasta delante de quin se
halla;claramente lo delatan sus modales tan faltos de
respeto. Viene a ser un pobre que, aunque miserable, no quiere
nada, se complace en su pobreza. Es un enfermo casi
desahuciado, que desprecia los mdicos y los remedios, y se
complace en su enfermedad. Veris a esa alma tibia no tener
reparo alguno en hablar durante el curso de sus oraciones, bajo
cualquier pretexto; cualquier cosa se las hace abandonar, si bien
pensando que las continuara ms tarde () Las distracciones en
la oracin no sern del todo voluntarias, si queris; preferira no
tenerlas; pero, como para apartarlas debe hacerse cierta
violencia, las deja ir y venir libremente.
() El alma tibia se confesara aun todos los meses y quiz ms
a menudo. Pero qu confesiones? Sin preparacin, sin deseos
de corregirse; y si los concibe, son ellos tan dbiles que el primer
soplo los echa por tierra () El alma tibia no cometer, si
queris, grandes pecados; pero, si se trata de una leve
murmuracin, de una mentira, de un sentimiento de
odio, de aborrecimiento, de celos, de un pequeo
disimulo, con facilidad los comete. Si no la respetis cul
cree ser merecedora, os lo echara en cara so pretexto de que
con ello se ofende a Dios; pero mejor dira que es porque ella
misma se siente ofendida.
Cierto que no dejara de frecuentar los sacramentos, ms las
disposiciones con que va a recibirlos inspiran lstima. Encierra
a su Dios en una crcel sucia y oscura, No le da muerte,
pero le deja en su corazn sin alegra, sin consuelo; todas
sus disposiciones delatan que aquella pobre alma no tiene ms
que un soplo de vida. Una vez recibida la Sagrada Comunin, el
alma tibia casi no piensa en Dios ms que los otros das. La
manera de portarse nos da a entender que no se ha dado cuenta
de la magnitud de su dicha.
La persona tibia reflexiona muy poco sobre el estado de
su alma, y casi nunca vuelve la vista hacia el pasado; si le viene
al pensamiento la necesidad de portarse mejor, cree que, una
vez confesados sus pecados, debe permanecer perfectamente
tranquila. Asiste a la Santa Misa casi como a un acto ordinario;
no considera seriamente la alteza de aquel misterio, y no tiene
inconveniente en conversar sobre cualquier cosa mientras se
dirige al templo; quiz ni se le ocurrir nunca pensar que va a
participar del ms grande de los dones, que Dios, con ser Dios,
pudo otorgarnos() Durante los oficios, no quiere dormirse, es
cierto, y hasta teme que los dems lo adviertan; pero no se
hace la menor violencia. Tampoco quisiera tener
distracciones durante la oracin o la Santa Misa; ms, como ello
implicara cierta lucha, las tolera con paciencia, aunque no las
desee. Los das de ayuno casi no los distingue, pues o bien
adelanta la hora de la comida, o bien hace una abundante
colacin, casi equivalente a una cena, alegando el pretexto de
que el cielo no se alcanza con hambre. Al practicar algunas
buenas obras, a menudo su intencin no es del todo pura: unas
veces son para complacer a alguien, otras por compasin, otras
hasta para agradar al mundo. Para los tales, todo cuanto no
sea un grave pecado, resulta ya aceptable. Les gusta
hacer el bien, pero no quieren hallar dificultades al
practicarlo. Hasta les gustara visitar a los enfermos, pero sera
preciso que los enfermos viniesen a ellos. Tienen medios de
hacer limosna, conocen a las personas que estn necesitadas;
pero esperan a que se la vengan a pedir, en vez de anticiparse,
con lo cual sus obras serian doblemente meritorias. En una
palabra, la persona que lleva una vida tibia no deja de practicar
muchas buenas obras, de frecuentar los sacramentos, de asistir
puntualmente a las funciones; ms en todos sus actos veris una
fe dbil, lnguida, una esperanza que a la menor prueba se viene
abajo, un amor de Dios y del prjimo sin ardor y sin gusto; todo
cuanto hace no resulta enteramente perdido, ms poco le falta
para ello.
Considerad ahora delante de Dios en qu lado os hallis:
()Quin podr estar seguro de que no es ni pecador, ni tibio,
sino de los escogidos? Ay!, cuntos parecen buenos cristianos
a los ojos del mundo, ms son tibios a los ojos de Dios, que lo
ve todo y conoce nuestro interior!
() Debo advertiros que el que vive en la tibieza, en
cierto sentido est ms en peligro que aquel que vive en
pecado mortal; y que las consecuencias de un tal estado son
acaso ms funestas. () Esa alma tibia viene a ser un objeto
inspido, insustancial, desagradable a los ojos de Dios, quien
acaba por vomitarlo de su boca; o sea acaba por maldecirlo y
reprobarlo. Oh Dios mo, a cuantas almas pierde ese estado! Si
queris hacer que un alma tibia salga de su estado, os contestar
que no pretende ser santa; que, con tal de entrar en el cielo, ya
tiene bastante. No pretendes ser Santo, y no consideras que solo
los santos lleguen al cielo. O ser Santo, o rprobo: no hay
trmino medio.
Queris salir de la tibieza? () Levantad vuestros
pensamientos hacia el cielo, y considerad cual sea la
gloria de los santos por haber luchado y por haberse
violentado mientras estaban en la tierra. Mirad lo que
hicieron para merecer el cielo.
Mirad que respeto sentan por la presencia de Dios; que devocin
en sus oraciones, las cuales no cesaban en toda su vida. Mirad
su valenta en combatir las tentaciones del demonio. Ved con
que gusto perdonaban y hasta favorecan a los que los
perseguan, difamaban o les deseaban mal.
() Si nos hallamos en estado de tibieza, pidamos a Dios, de
todo corazn, la gracia de salir de l, para emprender el camino
que todos los santos siguieron y as poder llegar a la felicidad de
que ellos disfrutan.