0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos) 220 vistas10 páginasMaurice Blanchot El Dialogo Inconcluso PDF
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MAURICE BLANCHOT
EL DIALOGO
INCONCLUSO
Ensayo
Gor a te
* VICTOR BRAVO
a
Von end
daw. MONTE AVILA EDITORESTitulo original
LENTRETIEN INFINI
Traduccion de
PIERRE DE PLACE
© EDITIONS GALLIMARD, 1969
Paris / Francia
© De Ia edicién en espaiol
MONTE AVILA EDITORES, S. A., 1970
Caracas / Venezuela
Portada / Victor Viano
Impreso en Venezuela por Litogratia MelvinNOTAS
1.
2
568
Kleines Organon fiir das Theater (Pequeito Organon para el teatro)
(Suhrkamp). Compuesto, dice Brecht, en 1948.
Estos son los términos que mejor se adaptan a la traduccién que
propone el autor del V-Ejfekt, y que esclarecen atin mAs el sentido
del mismo. La traduccién consagrada por el uso en idioma caste-
Mano es: el efecto de distanciamiento. (N. del T.).
Texto traducido a partir de la versién francesa de Genevive Serreau
y Benno Besson; L’exception et la régle (L’Arche).
En la medida en que no le reprocha al teatro el abuso de su fun-
cién de encantamiento, sino el hecho de haberla perdido, funcién
© poder que, para él, debe ir a Ja par con Ia concentracién del
pensamiento y la intensificacién de la conciencia. Jean Vilar: De
la tradition thédtrale (L'Arche).
CAPITULO XIII
EL FIN DEL HEROE
De MITO HEROICO —es verdad— no se borra facilmente. Hé-
roes del espacio, del estadio o de las tiras cémicas. Y sucede
a veces que para elogiar a un jefe de Estado, se lo llame el més
ilustre de los héroes histéricos.
El héroe es el don ambiguo que nos concede la literatura antes
de tomar conciencia de si misma. Por eso, pese a su simplicidad,
esta dividida entre el decir y el hacer. En primer lugar, si perte-
nece a los primeros tiempos, no pertenece al tiempo més antiguo.
Lo que los alemanes Ilaman das Marchen y lo que traducimos (mal)
por cuento, se refiere a una edad del mundo sin héroes y casi sin
figuras. En aquel entonces, no se ponia atencién a los nombres.
Incluso nombrado, el personaje premitico no se separa de las po-
tencias sensibles —el agua, la tierra, las plantas—. Para designar-
las bastan las palabras comunes. La edad de los cuentos no esté
exenta de seres perversos ni de golpes violentos; pero, —observa
Jiinger—, cuando nos encontramos con enanos, ogros, brujos, no
son ni Sigfrido ni Heracles, e incluso, el cazador que aparece en
su medio ambiente natural forma parte de él y sdlo hace uso de
un derecho que no le pertenece personalmente, que ejerce en una
zona de seguridad colectiva y mégica, originalmente delimitada y
pteservada ademds por actos sagrados de compensacién. No es la
edad de oro. Sin embargo, Rousseau nos ayuda a comprender por
qué, al entrar en las cavernas, podemos estar bajo un embrujo,
pero quedamos libres de toda exaltacién heroica. Porque, alli, no
vivieron nunca héroes.
La aparicién del héroe sefiala un cambio de relaciones con la
naturaleza. Esté Hércules, esté Aquiles, esté Rolando, esté el Cid
u Horacio. Esa enumeracién casi lo dice todo. En la edad de los
cuentos subsiste con el cielo o con la tierra una connivencia ma-
liciosa que no es unidad, pero supone un horizonte comin: casi
569nunca estamos en lo vettical, sino en lo horizontal, y el hombre,
si lucha contra los seres de los diversos reinos naturales, no con-
tiende por una clara accién guertera, sino por la picardia, el in-
tercambio astuto o una transformacién magica que le permite
tomar a su cargo la verdad y el saber de las potencias adversas.
Heércules se opone a la naturaleza de donde emerge, monstruosa-
mente, pero por la fuerza sin embargo, sus hazaiias son empresas,
incluso las Hama “los trabajos” —lo cual hace su situacién equi-
voca—. Hércules no es un héroe solar, es demasiado. fuerte, esa
fuerza no viril ni divina, es natural, es la naturaleza que se separa
poderosamente de s{ misma. Hay algo triste en Heércules, como si
representara una especie de traicién, la parte en que la gran na-
turaleza renuncia a su grandeza, pero, dominada, nos priva de ese
saber encantado que nos proporcionaba la aquiescencia a sus apa-
riencias monstruosas. La potencia domestica a la potencia y se
hace servil. Es curioso que Quirén, el centauro, sea portador de
sabidurfa y Hércules, el hombre, portador de brutalidad, Y pre-
cisamente Quirén no es un héroe.
El héroe lucha y conquista. Esa virilidad conquistadora, ede
dénde viene? De él mismo. Pero él mismo gde dénde viene?
Este es el principio de sus dificultades. Tiene un nombre que le
es propio, del que incluso, muchas veces, se apropié —un sobre-
nombre como se dice, un superego. Tiene un nombre, es un
nombre. Pero si tiene un nombre, tiene una genealogia. El ascen-
diente que ejerce y que debe a sus hazafias es al mismo tiempo
el signo de su ascendencia, esto que debe a su origen y que lo
hace proceder naturalmente de lo alto. No se liberar4 de esta con-
tradiccién. Héroe que no le debe nada sino a sf mismo, es por
eso divino, pero, por eso, para siempre’ y desde siempre dios, y
ya no es gloriosa su accidn, sino que la esencia gloriosa se afirma
y se verifica en sus actos, se consagra y se denuncia en su nombre.
En esto, el héroe nos ensefia algo. En primer lugar la invencible
inclinacién esencialista. El héroe sdlo.es.accién, la accién lo hace \
heroico, pero ese hacer heroico no es nada sin el ser; solo el ser /
la esencia— nos satisface, nos tranquiliza y nos promete el por- |
venir. Porque la oscuridad ignominiosa produce miedo. La gloria
es sospechosa, si viene de la noche. Por lo tanto, es necesario que
570
_ el acto heroico siempre, ya sea anteriot a si misino, lo mismo que
el hétoe, el hombre primero por excelencia, debe ser un hombre
venido desde lejos, una maravilla hereditaria, recibida y transmi-
tida. Aquiles, escondido y disfrazado de mujer, sin embargo ya es
Aquiles. Lo es por su origen que es divino, y la espera en que
esté de si mismo sélo es la espera de su manifestacién. No des-
conocido, sino disimulado: ese ocultamiento, de repente, acaba y
queda alli, a plena luz, visible de lado a lado, portador de una
claridad que no sdlo triunfa de la noche, sino que de antemano
Ja negaba y ya hacfa de ella un dia por venir.
Sin embargo, entre. origenes y comienzos, hay relaciones oscu-
ras que precisamente ayudan a concebir al héroe. El origen no es
el comienzo; entre ambos, hay un intervalo ¢ incluso una incer-
tidumbre. El origen nos asegura contra la oscuridad, pero él mis-
mo es oscuro, ya sea porque disimula, ya sea porque al disimular
retiene en s{ mismo esta parte de inhumanidad que las genealogias
procuran hacer histérica. Tener un origen divino es tener que
nacer todavia como hombre. Lo esperan, él se espera, y cuando
se declara, es facil decir que hubiese podido faltar, pero, después
de todo, antes de que hiciera sus pruebas, nada establecerfa que
fuese hijo del cielo; al contrario, sdlo era un bastardo, sin filia-
cién segura, e incluso, su ilegitimidad es la que lo incita a hacerse
reconocer. Asi, sdlo posee un origen cuando se da un comienzo
y debuta, sin filiacién, sin pertenencia, a partir de una apariencia
nula que. sin embargo no hacia sino ocultar la plenitud de ser.
Aquiles es el héroe, pero Agamenén es el rey de los~ reyes:
Siempre subsistird esta diferencia, esta distancia que pone al héroe
aparte, obligdndole a ser tinico pata no ser segundo. Es sobrino
del emperador, paladin y necesariamente noble. Esta préximo al
poder, muchas veces es mds potente que el poder, pero su poten-
cia es excéntrica, representa otro centro que no podria, sin desa-
parecer, desplegarse en sistema, aun cuando lo pretenda. Por lo
tanto, encarna, en el fulgor, es decir, en su manifestacién més
directa, sin embargo algo todavia indirecta, una afirmacién oblicua,
algo equivoca de la que no logra despojarlo la franqueza de sus
hazafias. A pesar de que no miente, esta al borde de la mentira,
su esencia es mentirosa, su simplicidad que ciertamente es la més
571simple —la de un matamoros que se exhibe—, estd viciada por
la duplicidad que Io roe. En esta forma, dividido entre el origen
y el comienzo, entre el ser y el hacer, entre la magia y la poten-
cia, entre la potencia y la soberania, entre la gloria y el trono, el
rango y la sangre. No es todo. Hay que agregar: entre el decir y
el hacer.
El héroe no es nada si no es glotioso. La palabra hazafia
marca esta relacién con el afuera, el herofismo ignora el fuero
interno, asi como ignora lo virtual y Jo latente. La gloria es la
ircadiacién de la accién inmediata, es luz, es fulgor. El héroe
se muestra, esta manifestacién que deslumbra es la del ser en un
ser, la transfiguracién del origen en el comienzo, la transparencia
de lo absoluto en una decisién o una accién sin embargo particu-
lares y momentdneas. Pero este descubrimiento glorioso que a la
vez no deja nada que descubrir (el alma del héroe es la més vacia)
y se pretende inagotable, es el privilegio de su cuasi homdnimo,
, el heraldo, aquel que anuncia y hace retumbar. El heroismo es te-
velacién, este brillo maravilloso del acto que une la esencia con la
apariencia. El heroismo es la soberania Iuminosa del acto. Sdlo
“el acto es heroico, y el héroe no es nada si no actiia y no es nada
fuera de Ia claridad del acto que ilumina y lo ilumina. Es la primera
forma de lo que luego se afirmard bajo el nombre de praxis (con
una completa inversién de sentido). De ello resulta que la au-
tenticidad heroica —si existe alguna— deberfa determinarse como
verbo, pero nunca como substantivo. Ahora bien, al contrario,
sélo cuenta, sdlo importa el héroe en la plenitud del nombre.
Esto también significa que si no hay herofsmo més que en la ac-
cién, no hay héroe més que en y por el habla. El canto es su
motada privilegiada. El héroe nace cuando el cantor’ se adelanta
en la sala grande. El se relata. El no es, sdlo se canta.
El héroe, hombre activo por excelencia, sdlo le debe su ser al
lenguaje. Pero en seguida hay que notar que entre el aeda errante
y el hombre potente sin poder y sin lugar, hay una complicidad de
destino y una similitud de funciones (se ensalza mds a Roldin
que a Carlomagno). Y esto porque ambos estén al margen o por
lo menos representan una presencia tanto frontal como lateral. El
cantor se reconoce —desde lejos— en el héroe y, de este modo,
572
piensa hacerse reconocer proponiéndolo al reconocimiento. No por-
que el poema, al relatar la accién maravillosa, se limite a cele-
brarla. Celebrandola; la produce, la repite en el sentido més fuerte.
Le concede el poder de redundancia que viene del nombre y se
despliega en el renombre, aquel rumor de gloria que acompafia al
nombre. No existe héroe oscuro. El honor —dird Pindaro— sélo
se da a aquellos cuyo dios hace creer un hermoso logos que vino
en auxilio de los muertos. El habla medida y la desmedida heroica
tienen esto en comin. Ambas afrontan la muerte. Pero el habla
estd comprometida mds profundamente en el movimiento de morir,
puesto que ella sola logra convertirlo en una segunda vida, que
dura sin duracién. En este sentido, y admitiendo que el héroe sea
el amo, el hombre que parece poseer el habla como un poder ser4
el amo del amo.
¢Pero el héroe es el amo? Es la pregunta que formula y nos
ayuda a formular el libro de Serge Doubrovsky? Su tesis es que
todo el teatro de Corneille se reduce a una explotacién, o mejor
a una profundizacién del proyecto de dominio tal como Hegel lo
hizo entrar en la verdad del discurso filosdfico. Sélo que Corneille
no se interesa por el esclavo, sino por el amo. ¢Qué sucede con
éste en sus relaciones con sus iguales? Don Diego da la respuesta:
Muere o mata ti. La muerte —el riesgo de la muerte dada o re-
cibida, que se vive en la angustia, es decir en el movimiento por
el que el hombre natural se desnaturaliza—, tal es la verdad del
amo. Pero el amo no es el tinico, El Ego que vencié a la muerte
y a quien venciéd la muerte se encuentra con otros Ego, igual-
mente vencedores. ¢Tendrd que avasallarlos (pero el hombre que
adquitié en el instante la superioridad encarando Ja naturaleza por
el acto de violencia tltima, nunca haré un buen esclavo, sino un
fantasma deteriorado) o aniquilarlos? El exterminio mutuo seria
la solucién justa, trayendo como consecuencia la ruina del Estado,
el fracaso del poder, la quiebra absurda. Para evitarlo, la tragedia
cotneliana busca otras salidas —politicas e histéricas. Se trata de
ver si, al convertirse el herofsmo en institucién, el amo podr4
formar sociedad con otros amos, y el Ego soberano fundar una
orden soberana de los Ego.
573Si existen tragedias aparentemente felices donde el amo como
héroe y el amo como monarca se equilibran y concuerdan, pro-
metiendo un largo porvenir de seguridad y de gloria, el conjunto
‘de Ja obra fracasa y sdlo dice el fracaso: no hay salvacién para
el herofsmo, Este fracaso que la obra corneliana Ileva en si como
si fuera su saber orgullosamente disimulado (el vicio secreto),
expresa el sentido del dominio en sus relaciones con la imposi-
bilidad. El héroe no deja de desempefiar un papel progresista. Re-
presenta, en un momento determinado, la decisién impaciente por
desafiar a la naturaleza. El héroe no quiere ser natural,’no quiere
que la naturaleza triunfe en él, aunque fuese para hacerlo triunfar.
Sal de mi corazén, naturaleza. Lo que grita soberbiamente Cleo-
patra, todos lo dicen o lo callan a su manera. El acto decidida-
mente heroico no podria ser sino un acto antifisico: ctimen, cri-
men desnaturalizado, crisis por la cual el hombre no sdlo niega
lo que se opone a él, sino que niega en sf la parte natural, la es-
pontaneidad feliz, el coraje facil, la felicidad sin virtud. Por lo
tanto, no se trata de vencer, sino de vencer de tal manera que la
natutaleza esté vencida. Es el acto sublime, no sdélo cuando se
hace lo imposible, sino cuando se quiere lo que se hace:
El es libre, él es amo, quiere cuanto hace.
Admitamos esta definicién. Hace del héroe un Ego inaugural y
del Ego heroico una voluntad concentrada en un acto que no le
debe nada al ser. Pero este albedrio que todavia se dice libre, ¢De
dénde nace?, ¢Cudl es el origen de lo infinito del que nos dota
frente a una naturaleza limitada? Si es un don, sello y firma de
nuestra esencia, por consiguiente atin recibimos de la naturaleza,
aunque fuese trascendente, aquella superacién por la que nos ele-
vamos por encima de ella. Ser naturalmente libre, naturalmente
antinatural. ¢Cémo podria el héroe contentarse con semejante pa-
todia? El voto es patético pero, ante todo, risible, pues, como lo
observa S$. Doubrovsky, la naturaleza salié hace mucho de aquella
que lo formula y Cleopatra no necesita esforzarse en nada, mata
a sus hijos como los otros matarfan moscas. La monsttuosidad no
ptueba nada, ni tampoco la dificultad del acto, nila vacilacién en
cumplirlo; un héroe indeciso es un héroe cémico; en cuanto a ese
repunte de energia por el cual él-acto-admirable, contra la natu-
574
raleza y por encima de ella, se propone y en seguida se acaba,
ede dénde podria venir, si no fuera de la naturaleza todavia?
Mucho més liicidamente que Corneille, pero de todos modos en
sus huellas, Sade, por sus gritos y sus pruebas, designé la contra-
diccién que amenaza a toda voluntad libre en pugna con la na:
turaleza, y descubrié que podfa buscarse una respuesta: la volun-
tad libre no pertenece al ser y por consiguienté no es, salvo si
logra coincidir con un poder trascendente de negacién. Uno no es
libre, se hace libre y sélo se hace libre rechazando, pero sélo se
techaza por una accién —una afirmacién— decididamente nega-
tiva?
Nacido de nada, como todo el mundo, sin embargo quiere ha-
cer de esta nulidad el signo de un origen excepcional, nacido de
una nada, pero no de una nada innoble. Viene de un vacio ya
ilustre y, por asi decirlo, antiguo; tinicamente presente, pero de
una presencia tan fulgurante que su luz presente ilumina retros-
pectivamente todo su pasado como ilumina el porvenir. Se de-
clara en una prueba donde tiene que elegitse una sola vez y es-
cogiendo nada més que entre todo y nada —la muerte, el triunfo—
por un golpe de fuerza que es un albur (pero que también se da
por la suprema razén); duefio entonces de todo en esa nada que
asume y produce en el fulgor de una accién decisiva, el héroe-amo
no pretende volver a nada. Al contrario, quiere afirmarse més
alla de sf mismo en una gloria singular que le asegura la otra
vida mitica de su nombre y, ademds, quiere fundar, a partir de
una accién tinicamente personal en la que por un instante se hizo
ser la nada, un orden impersonal, capaz de desplegarse infinita-
mente en el tiempo y en el espacio: la casta invencible de los
sefiores. Pero son muchas las contradicciones, mucha la mala fe
también. Sin embargo, estas contradicciones definen precisamente
el designio heroico, en el momento en que, par un lado, el héroe
ya no se restringe a representar la accién extraordinaria, sino que
quiere surgir como sujeto extraordinario de accién, como un “Yo”
en si y por s{ sublime (Duefo del universo sin serlo de mi mismo,
Yo soy el tinico rebelde a ese poder supremo); —en que, por el
otro, el héroe que asi parece interiorizar el heroismo y ponerse
fuera de lo comtin, no por lo que,hace, sino por la manera como
575lo hace, pretende pasar del herofsmo a la dominacién y realizarse
en la historia, convirtiéndose en jefe de accién y, por esta accién
hecha politica, exteriorizar, impersonalizar la empresa, puesto que
al fin de cuentas es la Historia y no el yo singular la que Ilega
a ser héroe puro.
Corneille, es decir, la obra de Corneille, se realiza como obra
en esa incertidumbre. Por eso el malestar, en cierta forma salubre,
que nos ocasiona, ya que si nos descubre todas las consecuencias,
ella misma se oculta, se hunde y a veces se enreda en ellas de un
modo que puede decirse ejemplar. Asi, el herofsmo aparece —a
veces como el ejercicio de una valentia y la afirmacién de una
Proeza— a veces como la voluntad de establecer un orden dura-
deto —a veces como puro anacronismo, provisto de todos los
viejos ingredientes, la hazafia, la gloria, el fulgor y el habla ful-
gutamente que es desafio o jactancia —a veces como pura exigencia
moral, ascesis voluntaria, profundizacién. silenciosa, subjetividad
infinita —a veces como biisqueda del poder, empirismo taimado,
dominio objetivo y politico, cuando ya no se trata de perderse,
sino de reinar y, para reinar, de hacer, si es preciso, aunque tris-
temente, un buen casamiento, en fin valorizacién y exaltacién del
ctimen de Estado:
De estos atentados en contra del Estado,
Al darnos la corona nos absuelve el cielo,
Y en lo sagrado en que su favor lo puso,
Justo es el pasado, licito el futuro,
Esta incertidumbre, esta ambigiiedad quizé se revela particular-
mente en el sentido que recibe la muerte 0 no logra recibir
de parte de la tragedia corneliana. El Muere o mata de Don Diego
muestra que es soberana. Es un dilema que no deja escapatoria,
ni siquiera es una alternativa, es una redundancia cruel o enga-
fiosa. Esto equivale a decir: muere o muere; muerte. como ego,
muere como alter ego; mata en ti o en el otro al amo, a fin de
que se afirme, por la muerte, como dominacién y la dominacién
tinica de la muerte. En cierta forma, de este modo, todo estd
dicho. La muerte es la presencia en forma de sombra que desde
el comienzo hasta el fin ocupa toda la escena, esto que habla
576
Se
—*
cuando habla el héroe y le responde cuando calla. Tragedia de la
identidad, de la tautologia mortal, muerte que siempre es sui-
cidio, ya sea inmediato, ya sea, preferiblemente, por persona in-
terpuesta. Sdlo que esa identidad es vacia, y es vacio de la muerte
misma. Porque en ella se muere sin morir, en un acto que, sin
alteracién ni sufrimiento, elude, borra o suprime toda la infinita
pasividad de la experiencia mortal. Los hétoes tienen problemas,
ciertamente, mas para ellos la muerte nunca constituye un pro-
blema. La angustia del esquema hegeliano (la tnica educadora)
est4 necesariamente ausente; gcémo los héroes podrian turbatse
alguna vez? De modo que no reciben la sefioria de la muerte
afrontada como riesgo. Mueren siempre ya duefios de la muerte
y duefios de sf mismos en ese juego mortal. Ellos saben morir, no
esperan ningtin saber de la muerte:
Al saber morir, se sabe evitarlo todo.
La Iamada muerte heroica tiene por sentido escamotear la
muerte y por verdad convertida en una bella mentira. ¢Addénde
lo conducis? —A la muerte. —A la gloria. Tal es el secreto, la
confesién ingenua. Al morir, el héroe no muere, sino que nace,
se torna glorioso, accede a la presencia, se establece en la memo-
tia, la supervivencia secular. O bien, por un refinamiento, en rea-
lidad, muy superior a este vano martirio, se las arregla, incluso
cuando esté vencido, para hacer de su ostentacién final atin una
venganza, un reto triunfante:
Ante mi, ella muere, pero muere tranquila,
Y muriendo sostiene la pompa de la ira,
Que antes que morir triunfa de nosotros.
No hay muerte para el héroe, sino tan sélo una pompa, una so-
berbia, una declaracién suprema, el reposo en la visibilidad.
Sin embargo —y éste es uno de los rasgos més importantes de
la obra corneliana que S$. Doubrovsky hizo resaltar perfectamen-
te— sucede a veces que la muerte deje de ser puro resplandor
para convertirse en horror impuro, ya no la instantaneidad glorio-
577sa, sino: la monstruosa aproximacién. Ello se produce cuando la
muerte de un instante ya no le basta al amo para .satisfacer su
deseo de extremidad, y necesita de una muerte que dure y no
termine. Tal es el proyecto de la sorprendente Marcela, esa heroina
que no sdlo envia a la prostitucién a la virgen. Teodora, sino que
suefia para ella con una muerte interminable:
(O) que no puede mi odio con’ toda licencia
Animar los verdugos que elegir pudiera,
Mis dolores saciar con muerte dura y lenta,
Hacérsela cruel tanto como dilatada,
Y entre los tormentos sostener vuestra suerte,
Para que sintdis cada dia una muerte!
Aqui, el viejo Corneille se eleva al nivel de Sade’ —e incluso si
atin sélo se trata de la felicidad de la venganza y no de la nega-
tividad sentida como experiencia de soberania, algo esencial se
designa. La muerte es un instante, pero morir no tiene fin. Lo
mismo que provoca en el ser, no su exaltacién para ser o su exal-
tacién en una identidad permanente, sino su disolucién, su. altera-
cién infinita en forma de sufrimiento o de goce. Asi, esa. misma
Matcela literalmente se descompone en el placer de la muerte que
ella depara y del dolor que inflige, haciendo morir, frente al
“amante”, a la “amada’’-
Y bien saciase con sus tiltimos suspiros,
O cata con ojos abiertos sus mortales penas
En que mide su gozo, y halla mds precioso
El dolor del amante que la muerte de la.amada.
Con esto, por fin, tenemos un rayo de verdad. La muerte no es
algo limpio,:nitido, valeroso, no-es lo cortante de la muerte, la
pura actividad del Acto-maestro. Es pasividad, oscuridad, lo infi-
nito del sufrimiento que se da o que se recibe, la abyecta desdicha,
la extincién sin brillo, ¢Cémo soportard el héroe semejante des-
cubrimiento? ¢Cémo puede sobrevivirlo? No lo sobrevive, se hun-
de,.desaparece en él, y es este fin el que tecibimos del admirable
578
Surena, donde Corneille se despide de sf mismo despidiendo al
mito. "
Admitable Surena, quiz4, precisamente, en lo que la admira-
cién que siempre apunté y exigid Corneille para actos que sdlo
son gestos, aqui'ya no encuentra su empleo. Morir, si, pero po-
bremente, en el desamparo y la confusién;:morir, palabra sin con:
veniencia, puesto que se trata de morir sin muerte, de esta muerte
impotente que es el sufrimiento. Euridic
Yo quiero una pena negra que me consuma,
Que en largos tragos me brinde su amargura;
Yo quiero, sin que la muerte se atreva a socorrerme,
Siempre amar, siempre sufrir, siempre morir.
El ritmo ternario del verso final, destinado a aumentar indefini-
damente su duracién, provoca curiosamente una leve ndusea, como
por la intervencidn de una blandura, movimiento de balanceo que
marea. Nausea, en verdad, muy armoniosa. Consideremos también
que si bien se trata de un dolor infinito, éste siempre est4 intro-
ducido por un Yo quiero, dos veces afirmado y que pretende
triunfar sobre la audacia de la muerte —sin gue la muerte se
atreva—, como si la debilidad sdlo lograra presentarse bajo la
méscara de una potencia. Se sabe cémo Surena, el general glorio-
so, el vencedor cubierto de trofeos, cémo el héroe va a morir:
siniestramente asesinado en una esquina.
Del palacio a la calle apenas saliera
Una flecha partid.de mano desconocida;
Dos mas han seguido; y vi yo aquel vencedor,
Como si las tres le dieran en pleno corazon,
En un‘arroyo de sangre caer allt muerto.
Ya no es und muerte, es la liquidacién. “Como un perro”, dir
més adelante el “‘héroe” de Kafka. No hay més pompa, ni ‘lucha,
ni reaccién, y ni siquiera el recurso de un publico que haria este
final memorable, aunque infame: es la muerte neutta, solitaria,
anénima, la muerte cualquiera, la que quita el nombre y vence el
579coraje, la verdadera muerte sin verdad, Ia caida en el vacfo silen-
cioso. Como lo dice muy bien Serge Doubrovsky, la flecha que
aqui asesina a Surena, no mata a un hombre, sino que borra un
mito: muerte del Héroe. A pesar de que Corneille todavia trata
de dar, por adelantado, el valor de un enfrentamiento a este fin
oblicuo, Surena, a quien le recomienda la prudencia, responde que
él prefiere una muerte decidida a una muerte por casualidad:
Si mi muerte al rey le place, si la quiere,
Prefiero que sea crimen antes que azar;
Que ninguno la atribuya a la ley comin
Que da la naturaleza y rige la suerte;
Ultima defensa, muy caracterfstica: escapar a la naturaleza y a la
suerte comtin buscando una muerte intencional, susceptible, al ha-
ber sido deseada aunque sea por el otro, de recibir un ultimo
sentido, un valor todavia y, por lo tanto, de seguir siendo humana.
Una muerte que siempre sea un acto y, de este modo, algo ejem-
plar o por lo menos significativa, tal es el tiltimo voto del ultimo
héroe. Y, asimismo, si Eurfdice se apaga mds que muere (pero,
pese a todo, la discrecién de esa muerte sin lagrimas también pue-
de interpretarse como una voluntad de sublimacién en que se
transfigura el dolor: ¢Cémo? jProvocdis su ruina y no llordis!/
—No, sefora, yo no lloro, sino que me muero), el verso que ter-
mina la tragedia, el Ultimo verso que Corneille haya escrito pata
el teatro, no consagrar4 la muerte, sino que promete la venganza:
Suspended esos dolores que urgen de morir,
iDioses! y en los males en que me sumisteis.
iNo sufrais mi muerte que no esté vengada!
A partir de lo cual, puede concluirse: morir no termina la accién,
la voluntad no muere.
El héroe no muere tampoco. Sélo sobrevive, lo cual es la peor
ruina para lo que él pretende representar. En la obra corneliana,
lo hemos visto, ya sufre una mutacién —porque quiere interiori-
zarse (bisqueda heroica de un bello Ego que Ilegara a ser la sa-
580
tisfaccién enfermiza de Ja bella alma) y sin embargo hacer del
herofsmo el movimiento de la Historia, alcanzar la desmesura, por
un lado, mediante la afirmacién de un “Yo” vacfo que ser4 un
orgulloso delitio; por el otro, mediante el advenimiento de una
nueva forma de dominio politico. En ambos casos, ya se ha per-
dido. Si la palabra heroismo tiene un sentido, éste cabe entera-
mente en cierto elogio del acto considerado en si mismo, cuando
dicho acto, hazaiia deslumbrante, se afirma en el instante y parece
ser la irradiacién de una luz. Ese deslumbramiento es la gloria,
ella no dura y no puede encarnarse. Por eso, —lo hemos visto—,
el héroe aparece siempre mds 0 menos como el explotador del
acto heroico, lo substancializa, hace carrera en él. En realidad, el
herofsmo representa en cierto momento y no representa nada mds
que el maravillarse ante el poder de actuar, asombro ante lo que
ya no es el poder magico concedido por la naturaleza, sino lo
mdgico humano que se da impersonalmente en la accién conquis-
tadora: jCémo! jPudo hacer esto! Y, notémoslo, el verdadero
héroe no siempre es el hombre que actiia, sino también el ins-
trumento de accién, no sélo Aquiles, sino sus atmas, no sélo Ro-
lando, sino Durandal.
Por eso, hay que concluir que no podria haber un héroe tré-
gico y que sdlo la rapsodia épica le conviene a ese tipo de em-
presa. La epopeya cuenta la accién sin par e incansablemente la
teitera. Esa repeticién de lo tinico no causa la admiracién, la ha-
zafia tiene que renovarse 0, mds exactamente, recomenzar, aunque
no se renueve (la novedad es inttil). La hazafia se agota en el
instante, pero el agotamiento, con lo desgraciado que contiene
esta palabra, est4 prohibido en el género y, por lo tanto, todo
debe repetirse con una suerte igual que no admite la interrup-
cién. La epopeya no tiene comienzo ni fin. Y asi deberfa ser con
el héroe: apareciendo, desapareciendo, soporte simple y ameno de
una accién maravillosa que se inscribe en la leyenda, pero no se
inscribe en la historia, ya que es una accién para nada, que no
tiene por virtud el ser eficaz. Un hermoso rasgo en el cielo y no
el burdo surco arado en la tierra. En este sentido, se ve que esté
muy cetca de la categoria estética que él abrigaré durante mucho
tiempo hasta dentro de la ambigiiedad que lo caracteriza. Una
581accién para nada, pero de todos modos una accién. Una proeza,
pero una victoria que muchas veces corresponde a algun aconte-
cimiento real que cabe recordar. Y.aquel héroe, apateciendo.—sin
nacimiento—, desapareciendo —sin muerte— en la verdad de su
acto resplandeciente, de modo que: para el auditor, no haya lugar
para entristecerse sobre. un final que no: lo es, que no se limita a
este destino que cruza el tiempo. con un: deslumbramiento estétil.
Exactamente como se. borra, —apenas dicha—, la palabra més
bella. Gon esta muerte sin rastro, que ‘no: es ni totalmente pri-
vada ni verdaderamente histérica. (que no- implica una dinastfa,
una soberania de Estado). Se hace una duracién superior, casi in-
temporal, la que da la memoria, ganando, a partir de lo mas dis-
continuo'—una aparicién fulgurante—, la mds segura continuidad
y tecobrando facilmente en la leyenda todo lo que le falté en: la
historia. Asf podria decirse que representa la primera forma de
lo que se entenderé més tarde, en un sentido atin mal esclarecido,
al hablar de existencia ptiblica, puesto que el héroe no tiene mds
presencia que la exterior y parece dado vuelta tinicamente hacia
el Afuera —por lo que también corresponde al. habla que lo pro-
duce enteramente y que, a su vez, él traduce.
Literatura, herofsmo; cémplices y victimas de sus mutuos en-
gafios, intercambian durante siglos sus:dotes. El canto da la gloria
y asegura cl nombre en el renombre. El-cantor mismo es oscuro
y queda andénimo. Luego el héroe se convierte-en su héroe. A su
vez.el artista pretende la inmortalidad, ya no indirecta, sino. di-
rectamente. La obra de arte eterniza y se eterniza, en la manifes-
tacién de una casi-presencia, la cual, en la historia-misma, cree
representar_ posibilidades mas que histéricas. En ese momento, se
ve a los candidatos-héroes vacilar entre escribir-y dominar, brillar
por la redundancia de un:estilo de .prestigio y brillar por el pres-
tigio de un-personaje redundante; pero, como: dos. garantias valen
mds que una, se hacen su propio heraldo, se proveen con una
leyenda al escribir su historia y quieren hacer:de cada una de sus
palabras una hazafia, como de cada-una de sus decisiones un gesto
ya oratorio: Finalmente —y esto es muy curioso—, es el orgullo
del habla que. triunfa, el afan de escenificacién estética. El héroe
se convierte en el aventurero, y la aventura se convierte en el
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tour de force de un discurso bien memotizado, bien pronunciado,
Asi se cierra el citculo. Entre tanto, es verdad, la literatura se
fetird discretamente, al haber descubierto al fin que alli donde ella
desempefia, no podria tratarse de inmortalidad, de poder, ni
de gloria,
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