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Las Elecciones Generales de Febrero de 1936 - Una Reconsideración Historiográfica

El documento analiza las elecciones generales de febrero de 1936 en España. Según nuevos datos, la coalición de izquierdas Frente Popular obtuvo el 46.3% de los votos y el 54.7% de los escaños, mientras que las candidaturas derechistas obtuvieron el 46% de los votos pero solo el 40% de los escaños. El gobierno de Manuel Azaña asumió el poder antes de que finalizara el escrutinio oficial, lo que generó controversia sobre la legitimidad del proceso electoral.

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Las Elecciones Generales de Febrero de 1936 - Una Reconsideración Historiográfica

El documento analiza las elecciones generales de febrero de 1936 en España. Según nuevos datos, la coalición de izquierdas Frente Popular obtuvo el 46.3% de los votos y el 54.7% de los escaños, mientras que las candidaturas derechistas obtuvieron el 46% de los votos pero solo el 40% de los escaños. El gobierno de Manuel Azaña asumió el poder antes de que finalizara el escrutinio oficial, lo que generó controversia sobre la legitimidad del proceso electoral.

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13/09/2017

Las elecciones generales de febrero de 1936:una


reconsideracin historiogrfica
Enrique Moradiellos

El domingo 16 de febrero de 1936, entre las ocho de la maana y las cuatro de la tarde,
se celebraron en Espaa las terceras y ltimas elecciones generales democrticas del
quinquenio de existencia de la Segunda Repblica, despus de una campaa muy
intensa y polarizada que pareci otorgarles el perfil de un plebiscito existencial. Su
convocatoria, organizacin y supervisin estuvo en manos de un gobierno republicano
centrista presidido desde mediados de diciembre de 1935 por Manuel Portela
Valladares, veterano poltico liberal que actuaba como leal vicario del presidente de la
Repblica, Niceto Alcal-Zamora. Ambos pretendan con esa operacin promover desde
el poder una opcin poltica republicana moderada que ocupara el espacio del centro
poltico (desguarnecido por la reciente crisis del Partido Radical de Alejandro Lerroux)
y sirviera de amortiguador entre las fuerzas derechistas articuladas en torno al partido
del catolicismo poltico dirigido por Jos Mara Gil-Robles, la CEDA (Confederacin
Espaola de Derechas Autnomas), y las fuerzas aglutinadas en torno a la Izquierda
Republicana liderada por Manuel Azaa con el concurso del movimiento socialista
organizado por el PSOE y la UGT.

En esas elecciones legislativas tenan derecho de voto todos los espaoles, hombres y
mujeres, que hubieran cumplido los veintitrs aos antes del mes de enero de 1936 (un
total de 13.578.056 personas, segn el censo). Y estaba en su mano elegir un Congreso
unicameral de 473 escaos distribuidos en sesenta circunscripciones (grandes
capitales y provincias) mediante un sistema de listas nominales abiertas (el elector
poda votar los nombres de los candidatos de su gusto sin atender a su adscripcin a
una u otra candidatura en la lista nica de la circunscripcin).

El peculiar sistema electoral vigente desde 1931 impona el voto restringido (el elector
slo poda votar a un nmero menor de escaos en juego en la circunscripcin: si eran
veinte, slo elega diecisis), era hipermayoritario (primaba al vencedor de forma
notoria: le otorgaba hasta el 80% de escaos en juego, el llamado cupo de mayoras)
y favoreca claramente la representacin de los mbitos urbanos y ms poblados. As,
por ejemplo, la circunscripcin de Barcelona capital, con veinte escaos, tena un cupo
de mayoras de diecisis diputados frente a cuatro para el cupo de las minoras; Madrid
capital y Oviedo, con diecisiete escaos, repartan sus cupos en proporcin de trece a
cuatro; en tanto que Salamanca, con siete escaos, lo haca de cinco a dos, y Soria, con
tres, quedaba en dos a uno. Por tanto, fuese la que fuese la diferencia entre el nmero
de votos de la primera y la segunda candidatura, la victoria en la capital catalana
siempre supona casi cuatro veces ms escaos que en Salamanca y ocho veces ms
que en Soria.

En esas circunstancias, aparte del peso crucial que tenan las circunscripciones con
muchos escaos (localizadas en el centro-sur, litoral mediterrneo, Galicia y Asturias),
un leve cambio de voto popular poda provocar reajustes bruscos en los resultados en

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trminos de escaos parlamentarios, como haban demostrado las consultas de junio de
1931 y noviembre de 1933. En estas ltimas (bien estudiadas por Roberto Villa Garca,
La Repblica en las urnas, Madrid, Marcial Pons, 2011), las izquierdas haban recogido
2,8 millones de votos (el 33% de los sufragios) y slo haban conseguido 91 escaos, en
tanto que las derechas haban sumado 4,02 millones de votos (el 47,5% del sufragio) y
logrado 237 escaos (casi el triple que sus adversarios).

Con una participacin popular realmente notable (acudieron a votar 9.687.108


personas: el 71,3% del censo), el resultado final de dicho proceso electoral fue el
triunfo de la coalicin de izquierdas denominada Frente Popular, tanto en votos como,
sobre todo, y por las razones electorales explicadas, en nmero de escaos. Hasta
ahora, el mejor anlisis historiogrfico de ese proceso electoral y sus resultados, obra
de un equipo dirigido por Javier Tusell, se basaba en datos de prensa combinados con
el cotejo ocasional de boletines oficiales provinciales incompletos (Las elecciones del
Frente Popular, Madrid, Edicusa, 1971, 2 vols.). El reciente trabajo conjunto de Manuel
lvarez Tardo y Roberto Villa Garca, que ahora vamos a pasar a comentar (1936.
Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid, Espasa, 2017),
rectifica ligeramente sus cifras con el apoyo de otras fuentes documentales primarias,
entre las que destaca el fondo electoral custodiado en el archivo del Congreso de los
Diputados.

Segn los nuevos datos ponderados por ambos autores, reconocidos expertos en la
historia poltica de los aos treinta, esa victoria del Frente Popular en la primera vuelta
se plasm en la recepcin de 4.432.381 votos populares (el 46,3% de los sufragios) y la
obtencin de 259 escaos parlamentarios (una mayora holgada del 54,7% de los 473
escaos). Sus adversarios de las candidaturas derechistas coaligadas recibieron
4.402.811 votos (el 46% de sufragios), pero slo consiguieron sumar 189 escaos. El
resto de los votos (738.557: un 7,7% de los sufragios) fue para otras candidaturas de
centro-derecha (Partido Nacionalista Vasco; candidaturas ministeriales auspiciadas por
Portela Valladares) y derechas (Falange Espaola) que reportaron slo dos escaos
(ambos del PNV).

El proceso electoral descrito cont con una singularidad muy destacable y objeto de
debate ya entonces: apenas tres das despus de la celebracin de las elecciones, se
registr la formacin de un gobierno presidido por Manuel Azaa que asumi sus
funciones en situacin de emergencia (en la tarde-noche del 19 de febrero), a peticin
del presidente de la Repblica, Niceto Alcal-Zamora, y ante la dimisin/huida del
gobierno centrista de Portela Valladares, que renunci a seguir en su cargo hasta la
terminacin del proceso electoral. El acceso del ejecutivo de Azaa al poder se hizo,
por tanto, antes de haber concluido el escrutinio oficial por parte de la Junta Central
del Censo Electoral, que no se hara pblico hasta el 26 de febrero (el 28 formalmente)
y que inclua la cautela de someter treinta y cinco actas de circunscripcin protestadas
por algn motivo (ms de la mitad del total) a la consideracin de la futura Comisin de
Actas del nuevo Congreso, que habra de dictaminar sobre esas protestas y resolver el
destino de los escaos en discusin.

La llegada al gobierno del Frente Popular se produjo tambin antes de celebrarse la


segunda vuelta electoral en cinco circunscripciones (del total de sesenta) donde
ninguna candidatura haba superado el 40% de sufragios totales (veinte escaos

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disputados en lava, Castelln, Guipzcoa, Soria y Vizcaya provincia). Realizada el 1 de
marzo, sus resultados reforzaron la situacin creada en la primera vuelta: el Frente
Popular obtuvo ocho escaos; el PNV consigui siete y las derechas lograron cinco. En
consecuencia, tras pequeos ajustes, la mayora gubernamental pas a tener 267
escaos, en tanto que las restantes minoras sumaron 206.

En virtud de su importancia histrica y de esas complejas circunstancias contextuales


descritas, las elecciones de febrero de 1936 fueron desde el principio objeto de
innumerables discusiones y polmicas, inicialmente de perfil ideolgico y sociopoltico
y, con posterioridad, ya ms propiamente historiogrficas.

La discusin partidista, apenas cerradas las urnas, opuso crudamente a las izquierdas
ganadoras y a las derechas perdedoras, llegando a convertirse la legitimidad de la
consulta y la validez de sus resultados en verdaderas piedras de toque de los bandos
contendientes, que apenas cinco meses despus se enfrentaran con las armas en la
mano durante la guerra civil de 1936-1939. As, por ejemplo, en su primer discurso
radiado como nuevo presidente del Gobierno en la tarde del 20 de febrero, Azaa no
dudara en recordar que hablaba ya en su calidad de poder legtimo de la nacin,
constituido en virtud de la voluntad manifestada en las elecciones pasadas. Por su
parte, el repudio de las derechas se manifest ya abiertamente aos despus, cuando el
rgimen franquista public un famoso Dictamen sobre ilegitimidad de poderes
actuantes el 18 de julio de 1936 (Madrid, Ministerio de Gobernacin, 1939) que haba
empezado a confeccionarse en diciembre de 1936 para demostrar los vicios de
legitimidad y ejercicio del Gobierno republicano, que justificaban la rebelin contra el
mismo y eximan del oprobioso marchamo de rebeldes a quienes slo seran
insurgentes contra un poder ilegal. En ese catlogo de motivos de inhabilitacin formal
y legal de las autoridades frentepopulistas, la consideracin del resultado de las
elecciones como un verdadero fraude y pucherazo general y sistmico era la primera
de las conclusiones dictaminadas:

1 Que la inconstitucionalidad del Parlamento reunido en 1936 se deduce claramente


de los hechos, plena y documentalmente probados, de que al realizarse el escrutinio
general de las elecciones del 16 de febrero, se utiliz, en diversas provincias, el
procedimiento delictivo de la falsificacin de actas proclamndose diputados a quienes
no haban sido elegidos; de que, con evidente arbitrariedad, se anularon elecciones de
diputados en varias circunscripciones para verificarse de nuevo, en condiciones de
violencia y coaccin que las hacan invlidas; y de que se declar la incapacidad de
diputados que no estaban real y legalmente incursos en ella, apareciendo acreditado
tambin que, como consecuencia del fraude electoral, los partidos de significacin
opuesta vieron ilegalmente mutilados sus grupos, alcanzando lo consignado
repercusin transcendental y decisiva en las votaciones de la Cmara.

En el plano historiogrfico, probablemente el primer estudio ecunime y falto de


sectarismo sobre aquellas elecciones generales fue obra del hispanista francs Jean
Bcarud (La Segunda Repblica Espaola, trad. de Florentino Trapero, Madrid, Taurus,
1967, captulo 5; edicin original de 1962). En el mismo, sin dudar del triunfo
frentepopulista global, tambin apuntaba que haba pruebas de parcialidad en
detrimento de las derechas por parte de las nuevas autoridades azaistas en los

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recuentos finales de sufragios y que la Comisin de Actas posterior haba tenido una
actuacin dudosa al invalidar sin justificacin firme a varios diputados electos de
orientacin derechista. En esa misma lnea se encuentra la descripcin de la consulta
electoral presente en la segunda versin corregida de la conocida e influyente obra de
Hugh Thomas (La guerra civil espaola, trad. de Neri Daurella, Pars, Ruedo Ibrico,
1976), que asume el papel fraudulento desempeado por el caciquismo tanto rural
(proderechista) como urbano (prosocialista) en los resultados, pero concluye: En todo
caso, las izquierdas haban logrado una victoria inesperada; y las derechas,
particularmente la CEDA, una derrota inesperada.

Finalmente, al margen de esas obras generalistas citadas y otras posteriores, el trabajo


monogrfico ya mencionado de Javier Tusell supuso una aportacin sustancial que,
hasta el presente, caba considerar cannica e insuperable. Ello inclua sus cifras de
resultados finales depurados, que asuman los ocasionales fraudes en algunas
circunscripciones muy destacadas (caso de la provincia de Cceres, por ejemplo): el
Frente Popular habra cosechado una victoria por un estrecho margen de votos
populares (4,65 millones: el 47,1%), las derechas habran recibido poco menos (4,50
millones: el 45,6%) y el centro slo poco ms de medio milln (un escaso 5,3%). De
hecho, el ltimo anlisis historiogrfico general de la etapa frentepopulista, obra de
Jos Luis Martn Ramos (El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en
Espaa, Barcelona, Pasado y Presente, 2015), pese a sus reservas sobre el modo de
computar los votos del equipo de Tusell, concluye:

Sea como fuere, el 16 de febrero la situacin qued muy clara. El Frente Popular gan
en 33 circunscripciones, de las 60 del total, y obtuvo entre el 47 y el 49% del total de
los votos. [...] El total de la derecha republicana y no republicana sum un 45,6% en
febrero. [...] Las circunscripciones en las que gan [el Frente Popular] sumaban la
mayora del censo, el 69%, y de los diputados en disputa, el 68,5%; lo que reforz los
efectos de la correccin mayoritaria al escrutinio proporcional.

Como era de esperar, habida cuenta de esos antecedentes, la reciente publicacin de la


obra de Manuel lvarez Tardo y Roberto Villa Garca ha reverdecido esa discusin de
manera muy notable y crispada. Sin nimo alguno de exahustividad (por otra parte,
innecesaria para el caso), basta leer algunas de las reseas o noticias en prensa o radio
aparecidas al respecto, que parecen tristes rplicas de los debates partidistas de hace
decenios.

En los foros ms activos de las derechas mediticas, la lectura fue rpida, maniquea y
reconfortante para sus postulados: Estuvo justificado el Alzamiento de Franco? El
pucherazo de las elecciones del 36 demuestra que s (sentencia Juan Robles en el
diario digital Actuall el 13 de marzo de 2017); La victoria de la izquierda en las
elecciones de 1936 fue un pucherazo (anuncia el diario Navarra confidencial ese
mismo da); El Golpe de Estado del Frente Popular en las elecciones de 1936 (titula
el publicista Pablo Gea Congosto en la revista digital El Magacn en marzo de 2017);
El ttulo lo dice todo: fraude y violencia (subraya el general Rafael Dvila en Actuall
el 15 de marzo); Doble golpe de Estado del Frente Popular en 1936 (proclama Csar
Vidal en el diario Libertad digital el 2 de abril).

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Incluso la reaccin entre los historiadores de mayor perfil conservador y normalmente
ms mesurados fue igualmente taxativa, como reflejaron las declaraciones de Alfonso
Bulln de Mendoza (El Debate de hoy, 18 de abril) reivindicando expresamente el
acierto del famoso Dictamen de 1939 y apuntando que las revelaciones de la obra de
lvarez Tardo y Villa Garca no eran realmente novedosas, sino verdades sospechadas
y parcialmente ya demostradas:

Desde el mismo momento de su celebracin, fueron numerosas las denuncias sobre las
elecciones de 1936. Sin duda, la ms radical fue la contenida en la primera de las
conclusiones del Dictamen de la Comisin sobre la ilegitimidad de los poderes
actuantes el 18 de julio de 1936, comisin de juristas establecida por el bando nacional,
una vez comenzada la guerra [...]. Esta acusacin, de manera ms matizada, se
encuentra tambin en declaraciones de Alcal-Zamora a la prensa una vez comenzado
el conflicto y, sobre todo, en el segundo texto de sus Memorias y en el volumen
correspondiente del primero, Asalto a la Repblica, en el que da la impresin de que el
poltico de Priego acab llegando a la conclusin de que el Frente Popular no haba
ganado las elecciones. Y, por supuesto, es recogida por numerosos autores. Carece,
por ello, de inters la obra de Villa y lvarez Tardo? Todo lo contrario. En primer
lugar, porque quienes habamos ledo los textos ya citados habamos llegado a la
conclusin de que el Frente Popular haba ganado las elecciones, pero con una mayora
menor que la que luego se atribuy gracias a sus manejos y, sin embargo, tras la
lectura de este nuevo libro resulta muy dudoso que el Frente Popular llegara tan
siquiera a ganar los comicios. En segundo lugar y, sobre todo, porque Villa y lvarez
Tardo demuestran lo que antes tan solo caba sospechar.

En el mbito genrico de las izquierdas, tanto mediticas como, sobre todo,


historiogrficas, la reacciones a la publicacin de la obra se han movido entre la
prudencia inicial y la crtica formal y material, pasando por la descalificacin maniquea
apriorstica dominante en publicaciones generalistas (del tipo de Agustn Moreno en la
revista digital Cuarto Poder: Un nuevo intento para legitimar el golpe de Estado
contra un gobierno democrtico, 23 de abril).

Un caso evidente de la primera reaccin podra ser la de Julin Casanova en sus


declaraciones al diario digital derechista Actuall, el 15 de marzo, que comparte la idea
de otros (Bulln de Mendoza, entre ellos) de que la novedad del asunto era slo
relativa: Ya era conocido, desde la investigacin de Javier Tusell, que pudo haber
falseamiento en las elecciones de febrero del 36, y el propio Azaa se quej de haber
pasado a ser presidente sin apenas transicin. Casanova matiza el alcance de los
episodios descritos de fraude y su singularidad en la poca: Tambin hay que tener en
cuenta que los procesos electorales en Europa antes de 1945 eran imperfectos y se
producan falseamientos y muchos no eran limpios. Pero de ah a pensar que el posible
pucherazo legitimara el golpe de Estado de Franco es hacer una lectura poltica
interesada. Finalmente, tambin asume la posibilidad de que el fraude hubiera tenido
efectos reales: Otra cosa es que se pueda demostrar que, efectivamente la izquierda
no obtuvo los escaos que se le atribuyeron, y se podra concluir que no debi formar
Gobierno.

Entre las segundas reacciones, cabra mencionar las reseas de Santos Juli (Las

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cuentas galanas de 1936) y de Francisco Espinosa Maestre (Receta antigua: Fraude
electoral 1936 al horno). Juli rechaza la supuesta demolicin de un tab (el fraude
electoral) del que se habl desde los mismos das del proceso electoral, en el
Dictamen franquista de 1939 y en el estudio de Tusell de 1971. Y slo encuentra un
acierto en la obra que resulta menor e indigno de la gran fanfarria de la ms rancia
derecha: Todo, pues, conocido y trabajado si se excepta el carcter decisivo en el
sentido de inclinar la mayora absoluta a una de las dos supuestas coaliciones en
disputa de la manipulacin de actas que tuvo lugar en media docena de distritos
electorales. Espinosa Maestre muestra mucha mayor acritud denunciatoria al
subrayar la concordancia entre las tesis de lvarez Tardo y Villa Garca y el Dictamen
de 1939 (aunque aqullos apenas lo citen una vez en todo su trabajo), para terminar
sealando que su obra recoge y actualiza parte de aquella herencia derechista que
slo pretendi ayer y pretende hoy seguir avalando la justificacin del 18 de julio.

Los autores del libro aqu examinado, como buenos historiadores de la poltica ya
curtidos en el oficio, y con obra acadmica solvente a sus espaldas, eran muy
conscientes del uso potencial que su trabajo comportaba y se curan en salud al reiterar
en diversos momentos su negativa a participar en la discusin guerracivilista sobre
la validez o no del triunfo del Frente Popular, as como su distancia de polmicas
gratuitas y puramente ideolgicas sobre la legitimidad del Gobierno del Frente
Popular o de la Repblica como rgimen (pp. 380 y 517). De hecho, consignan
explcitamente sus temores de que nuestra investigacin pueda interpretarse de
forma distorsionada y manifiestan tanto su lejana del clebre Dictamen publicado
por las autoridades franquistas como de los relatos de corte antifascista y
prorrepublicano (p. 518). Por eso subrayan su negativa a una toma de partido a favor
de uno u otro en aras de un objetivo historiogrfico crudo y nudo: Nuestro propsito
principal ha sido explicar con rigor el desarrollo de las ltimas elecciones antes del
conflicto blico, afrontando las dos cuestiones controvertidas, la del inopinado y
sorprendente cambio de Gobierno en medio del proceso electoral y la de los resultados
del escrutinio, que continuaban abiertas (p. 517).

Conociendo desde hace tiempo la estimable obra de estos historiadores y a sus propias
personas, debo consignar, como colega de oficio y lector crtico de este anlisis sobre
las elecciones generales de 1936, que acepto sin ningn asomo de duda la honestidad
de esas declaraciones y su sincero deseo de realizar una obra historiogrficamente
solvente, equilibrada y ecunime en la medida humanamente posible y
profesionalmente viable. Todava ms. Despus de la lectura detenida del trabajo y de
las pertinentes consultas y comprobaciones de varios de sus datos y argumentos, creo
que cabe afirmar que se trata de una obra slida y fundada documentalmente, que
arroja nuevas luces sobre un fenmeno histrico complejo con encomiable acierto
general dentro de sus ocasionales limitaciones y yerros, procurando evitar sectarismos
partidistas interesados en aras del respeto a los cdigos operativos de la disciplina de
Clo. Su trabajo no es, ni puede ser considerado, una obra de propaganda ms o menos
sofisticada, pero en la lnea de algunas de las mencionadas intervenciones maniqueas
registradas en los foros mediticos e historiogrficos de las derechas hispanas en su
pluralidad. No son meros epgonos de los autores del Dictamen de 1939 o de las obras
de combate antirrepublicano del periodista Joaqun Arrars Iribarren en los aos
cuarenta (ni de sus posibles legatarios de hoy mismo, para el caso). Y sera una grave
equivocacin (en el plano historiogrfico) y un lamentable error (en el plano cvico) que

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se tratara de denostar o minusvalorar la naturaleza historiogrfica de su trabajo bajo
esas perspectivas y parmetros de medida y ponderacin.

Por eso mismo, las observaciones, reservas o crticas que voy a permitirme exponer a
continuacin sobre los resultados de la investigacin efectuada por los profesores
lvarez Tardo y Villa Garca quieren y deben situarse en ese plano de discusin
razonada y argumentada que configura el campo gnoseolgico de la disciplina de la
Historia como empresa intelectual destinada a comprender el pasado sin anteojeras, ni
prejuicios, ni presupuestos ajenos al material probatorio e interpretativo disponible
para esa difcil tarea, que es siempre humana (que no divina), siempre revisable (no
dogmtica) y siempre eminentemente personal (no annima) y, por ello, falible y
perfectible sin lmite de caducidad. Una labor de comprensin que debe tratar de
superar las filias y fobias personales (si tenemos ms empata por Azaa que por
Gil-Robles, o ms afinidad espiritual con el Frente Popular que con la CEDA, a ttulo de
ejemplos expresivos: y yo reconozco la mayor inclinacin por los primeros que por los
segundos de ambas alternativas) para tratar simplemente de saber por qu pas lo que
pas en aquel tiempo y sociedad, sin importar el efecto de ese conocimiento. En
palabras insuperables de Hannah Arendt, hay que intentar comprender
intelectualmente incluso los fenmenos humanos ms detestables o admirables sin
pretender dictar a la par sentencias definitivas como profetas retrospectivos,
moralistas intachables o justicieros inapelables:

Comprender quiere decir, ms bien, investigar y soportar de manera consciente la


carga que nuestro siglo ha impuesto sobre nuestros hombros: y hacerlo de una forma
que no sea ni negar su existencia ni derrumbarse bajo su peso. Dicho brevemente:
mirar la realidad cara a cara y hacerle frente de forma desprejuiciada y atenta, sea cual
sea su apariencia.

Para tratar de ejercer con la mayor virtualidad hermenutica esa tarea de revisin
crtica del trabajo de investigacin, voy a seguir un orden de exposicin y
argumentacin que abordar consecutivamente varios asuntos, con mayor o menor
brevedad o intensidad segn estime conveniente o sencillamente viable. A saber:

1) Unas consideraciones preliminares de orden lgico-metodolgico sobre el conjunto


de la investigacin en su faceta expositiva y narrativa.

2) El anlisis del contexto de la convocatoria, campaa y jornada electoral de


votaciones.

3) La descripcin de los primeros resultados del escrutinio entre el 16 y el 19 de


febrero, y las circunstancias del cambio de gobierno efectuado en ese ltimo da.

4) El estudio de la gestin del Gobierno de Azaa hasta la terminacin del proceso


electoral, incluyendo los episodios de la segunda vuelta y la discusin de actas en el
nuevo Congreso de Diputados.

5) Unas observaciones finales a modo de conclusiones tentativas derivadas del anlisis

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crtico previamente realizado y expuesto.

1. Consideraciones preliminares

Convendra empezar por abordar una cuestin que, muchas veces, se omite en los
anlisis historiogrficos e impide apreciar algunas facetas de todo trabajo intelectual
que los estudios semiticos y de la teora de la informacin tienen muy en cuenta en
sus respectivos anlisis (vase al respecto, y sin nimo alguno de canonicidad, las
obras de Felicsimo Valbuena, Teora general de la informacin, Madrid, Noesis, 1997;
y Sean Hall, Esto significa esto. Esto significa aquello. Semitica: gua de los signos y
su significado, trad. de Manuel Pijoan, Barcelona, Blume, 2007). Se trata de la
existencia de dos planos siempre presentes y coordinantes en cualquier discurso
humano (oral o escrito, tanto da):

a) El plano del texto literal de sentidos explcitos y hasta conscientemente definidos y


articulados (ipsissima verba: lo que se dice y escribe).

b) El plano del subtexto evocativo de sobreentendidos implcitos y a menudo


inconscientes o semiconscientes (unspoken assumptions o supuestos tcitos: lo que no
se dice, pero est referido y aludido).

De manera sencilla y pragmtica, podra entenderse la naturaleza bsica de la relacin


entre ambos planos mediante el par de conceptos conjugados
denotacin/connotacin, segn hacen algunos buenos manuales disponibles. Esa
distincin, implantada en la vida cotidiana y societaria por mera necesidad material (la
comunicacin humana siempre es cosa mnima de dos y circunstanciada), est reflejada
de manera brillante en la siguiente vieta de los humoristas Ricardo y Nacho (Ricardo
Martnez e Ignacio Moreno). Fue publicada en el diario El Mundo en algn momento
del ao 1997 y la reproduzco aqu con plena reserva legal de que no hay nimo de lucro
y slo imperativo acadmico de finalidad docente e ilustrativa, sin conculcar bajo
ningn concepto los derechos de ambos autores o de la empresa editora
correspondiente.

En el caso del libro de historia que ahora nos ocupa, la relacin entre ambos planos se
aprecia en diversas partes y momentos del texto, y con distintos grados de acuerdo o
tensin (desde la plena complementariedad hasta la notoria oposicin), como tratar de
probar. Pero, de manera muy expresa y reveladora, se hace presente desde el primer
momento en un elemento decisivo y determinante de toda obra intelectual escrita e
impresa: el ttulo (titulus: encabezado, trmino latino que denotaba un rtulo o cartel
anunciador de algo), en su calidad de conjunto de palabras vinculadas que acta como
horizonte regulativo de su campo material de contenidos semnticos.

Manuel lvarez Tardo y Roberto Villa Garca (o quiz sus asesores editoriales, o
incluso los diseadores grficos, con o sin su conocimiento y consentimiento), han
optado por componer un ttulo que consta de tres partes visiblemente diferentes y
jerarquizadas (mediante el uso del tamao y color de los tipos grficos):

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1936 (mximo tamao y color rojo);

FRAUDE Y VIOLENCIA (tamao intermedio en maysculas y color negro);

en las elecciones del Frente Popular (tamao menor en minsculas y en negro salvo
el ltimo trmino, Frente Popular, que vuelve a utilizar el rojo).

La capacidad connotativa de esa composicin y disposicin es inequvoca e innegable:


Frente Popular y 1936 estn vinculados por el destacado sintagma Fraude y
violencia sin ningn gnero de dudas o hiato, proyectando la sombra inquietante y
negativa de ambos conceptos sobre esas elecciones del Frente Popular. No erraba el
general Rafael Dvila, nieto del militar homnimo que combati con Franco y fue su
ministro del Ejrcito varios aos: El ttulo lo dice todo: fraude y violencia (Actuall, 15
de marzo de 2017). Y por eso mismo y con el mismo derecho tampoco erraba por
completo el juicio de intenciones de aquellos comentaristas crticos con la obra que,
slo al apreciar el ttulo, vean en ella una potencial justificacin del golpe militar de
julio de 1936.

Por supuesto, y excuso reiterar de nuevo las palabras ya citadas de ambos autores, su
obra no pretenda tal cosa y su texto posterior prolijo y detallado desmiente en gran
medida esos mensajes simplistas y tratan de hacerse eco de la complejidad de los
fenmenos con mucho menos maniquesmo partidista que el ttulo de marras. Ahora
bien, para que el plano denotativo no estuviera tan lejano de su plano connotativo, no
hubiera sido mejor titular el trabajo de esta manera menos sesgada y ms habitual en
el mbito acadmico: Las elecciones generales de febrero de 1936? Incluso, si se
estimara oportuno, aadiendo un subttulo especificador: Un estudio del grado de
fraude y violencia registrado en el proceso electoral.

Como no ha sido as, el hecho de que el binomio Fraude y violencia anteceda al


sintagma las elecciones (sin contar el hecho de que son del Frente Popular, nada
menos) no es nada balad ni carente de significados ulteriores explosivos y muy
lastrados ideolgicamente. Acaso esa relacin de propiedad (elecciones del Frente
Popular), siguiendo al ncleo sintagmtico de Fraude y violencia, no es una clara
toma de partido respecto a quin propici ambas cosas de manera exclusiva y
totalizante? Qu diramos si las elecciones de noviembre de 1933, para el caso, las
bautizramos en esta lnea similar, pero especular: Reaccin caciquil y fanatismo en
1933: las elecciones de la CEDA?

Si la eleccin del ttulo ofrece ya motivos para abrigar siquiera una mnima reserva
intelectual ante el trabajo desde un punto de vista aspticamente historiogrfico, lo
mismo cabra decir para el cierre argumental de la obra y por igual motivo de
discordancia entre planos denotativos y connotativos. Basta echar una mirada atenta a
esas dos pginas 516-517 que concluyen el texto central argumentativo (la primera,
situada a la izquierda del ojo lector) e inician el eplogo final recapitulatorio (la
segunda, a la derecha).

Las palabras iniciales del eplogo recogen la ya mencionada e impecable declaracin de

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fidelidad al principio intencional de neutralidad historiogrfica y repudio de las
polmicas gratuitas y puramente ideolgicas: Este libro no pretende animar debate
alguno sobre la legitimidad del Gobierno del Frente Popular o de la Repblica como
rgimen. Y se refuerza ese principio de ecuanimidad interpretativa (bona fides), que
es fundamento de la historiografa como disciplina intelectual, con la muy pertinente
admisin de que nuestra investigacin pueda interpretarse de forma distorsionada
como una forma de legitimacin de la sublevacin militar de julio de 1936. Con un
importante aadido final (en pgina 524) para rechazar esas conclusiones hipotticas
que otros pudieran sacar de manera interesada (como as ha sucedido): El proceso
electoral, por tanto, estuvo lejos de ser antecedente directo de la Guerra Civil.

Sin embargo, sin perjuicio de mi absoluta conformidad con esas afirmaciones explcitas
del eplogo (que, adems, difcilmente podran ser impugnadas por ningn historiador),
el grave problema radica en que aparecen inmediatamente y justo despus de un cierre
del texto central argumentativo del libro muy significativo (y connotativo). No en vano,
todo el ltimo prrafo de dicho texto recoge unas afirmaciones y unas citas textuales
que, como mnimo, parecen refrendar la idea de que s hubo una clara vinculacin
entre elecciones y golpe militar. Vanse, por ejemplo, las siguientes oraciones:

El control de las elecciones y el uso partidista de las instituciones estaban convirtiendo


al Gobierno y a la mayora parlamentaria, en palabras del diputado cedista [se trata de
Manuel Gimnez Fernndez, el exponente ms claro de las minoritarias tendencias
democristianas en el seno de la CEDA] en los verdaderos promotores del fascismo:
Vais a convencer a los dems de que la lucha legal no es posible, de que hay que ir a
la lucha antilegal, y eso s que constituye un mal terrible para la democracia y la
Repblica.

Esa reproduccin (y asuncin como propias por parte de los autores del trabajo) de las
palabras de ese diputado cedista en el debate parlamentario del 2 de junio de 1936,
escasamente mes y medio antes del inicio de la insurreccin militar contra el Gobierno
frentepopulista, es una opcin arriesgada y no exenta de claros peligros de connotacin
y sobreinterpretacin interesadas. Primero, porque se cita casi en exclusiva la opinin
de un opositor al Gobierno y no se ofrece, por ejemplo, ninguna reflexin de otros
participantes en aquel debate de otro significado poltico (una desproporcin de citas
de partes en liza que cabe tambin apreciar a lo largo de casi todo el captulo). Y,
segundo, porque ese juicio reproducido se refrenda de inmediato con otra referencia
textual del mismo autor y de fecha todava ms lacnicamente inquietante, que
clausura el cuerpo central del libro a modo de colofn conclusivo: Hoy me he
convencido de que todo lo que sean apelaciones a la convivencia aqu son
perfectamente intiles.

Apenas queda oculto o encubierto lo que haba detrs de esa declaracin de abierta
renuncia al juego poltico y parlamentario: trasladar la resolucin del problema
sociopoltico planteado a las manos de otras instancias y de otras frmulas (y slo haba
unas y otras alternativas: fuerzas armadas y uso de la violencia militar). Pero esa era
una opcin sin duda querida, anhelada o resignadamente aceptada por una buena parte
de las fuerzas derechistas espaolas en el verano de 1936. No de todas, es de suponer
legtimamente. Y no, desde luego, de las otras fuerzas polticas republicanas y

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socialistas de inspiracin no revolucionaria, cualquiera que fuese su grado de
radicalismo, exclusivismo o sectarismo. En cualquier caso, terminar con esa apelacin
virtual a la inevitabilidad del uso de las armas, por inutilidad de las palabras o los
votos, es una grave responsabilidad y hace que la inmediata declaracin que abre el
eplogo quede ciertamente afectada en sus fundamentos. Al menos al juicio de este
lector y comentarista, que podra estar equivocado en esa lectura y comentario,
naturalmente y sin ningn gnero de dudas.

El destacado tratamiento otorgado por los autores a las reflexiones de Gimnez


Fernndez en ese tramo final de su texto central, de un dramatismo literariamente
notable e impactante, es tambin indicativo de una tendencia perceptible a lo largo de
toda la obra y que se expresa reiteradamente: el uso y cita de las afirmaciones,
opiniones y juicios de los lderes polticos del catolicismo espaol ms templados y
moderados, menos comprometidos con el radicalismo de otros dirigentes cedistas o de
la extremosidad de sus ocasionales aliados electorales (los monrquicos alfonsinos de
Jos Calvo Sotelo, los tradicionalistas herederos del carlismo intransigente, los nuevos
contrarrevolucionarios del fascismo imitado por la Falange de Jos Antonio Primo de
Rivera, etc.).

La eleccin de Gimnez Fernndez, desde luego, es bien comprensible, porque


representa a uno de los mejores dirigentes de la minora demcrata cristiana que
intent sin xito apreciable orientar a la CEDA en ese sentido poltico durante el bienio
de 1933-1935 y a lo largo del primer semestre de 1936. Pero cabe dudar con
fundamento que esas impresiones, juicios y prevenciones fueran representativas de la
mayora del catolicismo poltico espaol de aquella coyuntura republicana, por no
hablar de las otras alternativas polticas que acabaron confluyendo con la CEDA en
diversas y locales alianzas electorales de mbito provincial en febrero de 1936. En ellas
cabe encontrar mucha ms voluntad inflexible de ruptura democrtica violenta con el
rgimen republicano en todas sus variantes y posibilidades, una posicin cristalizada
mucho antes y con independencia de lo que habra de pasar en la campaa y jornada
electoral y en los das y meses siguientes a la misma.

Baste recordar en este punto el relativo poco peso y presencia que se otorga en el libro
a las manifestaciones decididamente antiliberales y antidemocrticas (por no decir
claramente fascistizadas) de personajes de primera fila de las derechas finalmente
coaligadas en una orquesta mal avenida y que trataban de conciliar lo
inconciliable (pp. 135 y 137). Por ejemplo, un conocido discurso de Calvo Sotelo el 24
de diciembre de 1935 es referenciado por su tronante descalificacin del rgimen:
Toda la Repblica es Octubre [de 1934]. Pero cabra recordar que su argumento no
era slo una repulsa antirrevolucionaria (compartida, de hecho, en las filas de la
izquierda republicana sin problema), sino una declaracin propositiva reaccionaria con
todas sus consecuencias: Ya no se puede revisar la Constitucin. Est cancelada [...].
Hay pues que ir a otra Constitucin. [...] Glosa los conceptos de corporativismo,
autoritarismo y totalitarismo para decir que el Bloque Nacional conquistar el Estado
(Abc, 24 de diciembre de 1935). En ese mismo discurso, el compaero de tribuna del
lder monrquico, el tradicionalista Romualdo de Toledo, no fue menos radical y claro:
Das tristes para la Patria, cuando sta parece resquebrajarse y hundirse por la
masonera y el judasmo. Aadiendo con tremendismo que la Repblica era el
socialismo como fin, el laicismo en el alma y el separatismo como norte.

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En igual sentido, pero ya en plena precampaa electoral, el libro refiere el famoso
discurso golpista de Calvo Sotelo el 12 de enero de 1936 (invocando la fuerza del
Estado y al Ejrcito para desalojar los fermentos malsanos que corrompan la
Patria), mencionndolo como importante escollo que luego no lo fue tanto, aunque
el extremismo de lder monrquico exasperara ocasionalmente a GilRobles (p. 140).
En estas condiciones, la afirmacin de que no hubo en el plano estratgico o tctico
ambivalencias en el discurso de la CEDA (p. 224) es cuestionable, porque, como
reconocen los autores, su propia convergencia electoral con monrquicos autoritarios y
tradicionalistas antiliberales subray por contagio la faceta intolerante del discurso
electoral antidemocrtico y antirrepublicano. En otras palabras, no cabe duda de que la
posicin legalista y posibilista de la CEDA, su acatamiento accidental del rgimen y
su Constitucin, qued seriamente afectada por los otros discursos menos templados y
ambiguos de sus aliados electorales, introduciendo un elemento de sospecha nada
improcedente sobre las verdaderas intenciones y propsitos de las candidaturas
derechistas.

Por eso mismo, la oferta electoral derechista, por encima del legalismo y la moderacin
que aprecian lvarez Tardo y Villa Garca como elementos dominantes, exhibi
tambin un fuerte componente de voluntad de exclusin radical del adversario que no
slo centraba su ira en los revolucionarios de octubre de 1934, sino tambin (y quiz
sobre todo) en los demcratas de todo linaje y condicin que parecan temer ms a la
reaccin que a la revolucin. En esa clave, la lucha electoral era una gran batalla
ciudadana del frente contrarrevolucionario contra la Revolucin y sus cmplices
por la ruina o la salvacin de Espaa (El Debate, 3 de enero); era una verdadera
guerra de independencia (De un lado, Espaa; de otro, Rusia, segn el diario
madrileo La poca, 21 de enero); era una virtual guerrilla entre las fuerzas de
Espaa, nobles, honradas, siempre dispuestas al sacrificio, y las fuerzas de la
Anti-Espaa, turbias, morbosas, intoxicadas (Blanco y Negro, 26 de enero); era la
batalla de las dos ciudades enemigas de que habla San Agustn (segn el obispo de
Teruel, el 1 de febrero); era la hora de barrer a los enemigos de la Religin, la Patria,
la Familia, la Propiedad y el Orden (segn Abc el 7 de febrero). Y ese fue un factor
nada desdeable para entender la fuerte reserva que la poltica de alianzas de la CEDA
despert en sectores centristas y republicanos moderados, que acabara privndola de
votos potencialmente naturales por contrarrevolucionarios (pero no reaccionarios)
en un contexto polarizado como el de febrero de 1936. La misma reserva, agudizada y
reforzada, que provoc tal conducta en las izquierdas en su pluralidad, aunque se
equivocaran calamitosamente al confundir el autoritarismo monrquico y el
corporativismo catlico integrista con el fascismo stricto sensu.

En esencia, parece evidente que la perspectiva de los profesores lvarez Tardo y Villa
Garca es benvola hacia las razones, motivos y actuaciones de Gil-Robles a lo largo de
todo el perodo analizado en este estudio, adoptando siempre la exgesis ms
comprensiva a la hora de enjuiciar sus polticas, giros y declaraciones (minusvalorando,
en mi opinin, de paso el protagonismo creciente de otros lderes polticos claramente
fascistizados). Es una posicin bastante lgica y que tiene sus precedentes en la muy
estimable biografa que el primero de los autores dedic a ese personaje y vio la luz
apenas hace un ao (Gil-Robles. Un conservador en la Repblica, Madrid, Gota a gota,
2016). Era ste un retrato lcido y slido que, sin embargo, como han anotado algunos

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reseistas nada hostiles ni sectariamente izquierdistas, adoleca de algunas sombras
que ahora me inclino a pensar que se reiteran en esta obra: No hay casi un solo juicio
rotundamente adverso; no fue liberal ni demcrata hasta los aos sesenta; nunca
reconoci la legitimidad del rgimen republicano: a lo sumo lo consider accidental y
siempre se defini como monrquico; y de buscar un paralelo contemporneo, lo
encontraramos en Antnio de Oliveira Salazar (resea de Pedro Carlos Gonzlez
Cuevas para Revista de Libros).

La focalizacin del libro en esas figuras plenamente respetables (desde parmetros


democrticos) de la CEDA (o en la versin ms digna de las posibles del protagonismo
de Jos Mara Gil-Robles en toda la obra), sin embargo, casa bastante mal con la
reiterada concentracin de su atencin hacia los elementos ms radicales de la
coalicin adversaria del Frente Popular. En este sentido, es notable que la
contrapartida de esa actitud benvola hacia Gil-Robles y la CEDA sea la adopcin de
una mirada reiteradamente crtica hacia las figuras y motivaciones de Azaa y sus
aliados republicanos de izquierda (por supuesto, igualmente, y con ms razn, hacia
socialistas y extremas izquierdas libertarias o comunistas). De este modo, si la
convergencia electoral de Gil-Robles con aliados inconciliables es vista con simpata,
y hasta con admiracin, por su cintura poltica (obviando demasiado sus fracasos y el
coste general de la operacin, a mi juicio), la voluntad de hacer lo propio de las
izquierdas, con mayor xito adems, se carga en la cuenta de responsabilidades
temerarias y suicidas de Azaa y de los restantes dirigentes republicanos de izquierda,
Diego Martnez Barrio y Felipe Snchez Romn (aunque a ste le salva su renuncia a
seguir en el pacto electoral tras el ingreso de los comunistas). Pero tal diferencia de
criterio y juicio omite que ambas coaliciones estaban organizadas en torno a grandes
partidos slo semileales hacia el rgimen, como apunt certeramente Juan Jos Linz
en su momento (La quiebra de las democracias, Madrid, Alianza, 1987; edicin original
inglesa de 1978). Y esa caracterstica de respeto slo condicional (posibilista y
pragmtico) al sistema democrtico constitucional es aplicable con igual propiedad
tanto a la CEDA como al PSOE, aunque en ambos hubiera fermentos ms o menos
fuertes de compromiso democrtico (socialdemcrata o cristianodemcrata) y que slo
se haran hegemnicos en ambos movimientos despus de la experiencia traumtica de
la guerra, el totalitarismo y el racismo genocida que imper en Europa entre 1939 y
1945. Antes de ese hito trgico, en Espaa, como en gran parte de Europa en el
perodo de entreguerras, el catolicismo poltico y el socialismo obrero vean en la
democracia un medio para promover sus proyectos y no un fin admirable en s mismo.

Otro elemento discernible en la perspectiva analtica de la obra comentada que resulta


llamativo es la profunda reserva mostrada hacia el papel desempeado por el
presidente Alcal-Zamora y su infortunado jefe de gobierno ocasional, Portela
Valladares. Pero tal actitud plantea una cuestin muy importante, y que los autores de
la obra dan por sentada, pero que no explican de manera suficiente: por qu razn
figuras inequvocamente democrticas, moderadas y centradas, como las de ambos
presidentes, mantenan tanta prevencin hacia la CEDA y sus objetivos ltimos
esenciales y no accidentales? An ms: por qu razn tal actitud preventiva era
compartida por tantos otros lderes del republicanismo centrista, que secundaron su
decisin de acudir a las urnas por separado en la medida de lo posible y sin confundirse
con la amalgama electoral aglutinada por la CEDA? Quiz porque tena algn
fundamento su temor a que un Gobierno liderado por Gil-Robles destruira la

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Repblica, como ambos anotan en la pgina 23? Quiz porque recordaban el empeo
de Gil-Robles, despus de octubre de 1934, de perseguir no slo y legtimamente a los
culpables de la revolucin, sino tambin a los supuestos cmplices de la misma
(personificados por Azaa), que carecan de responsabilidad alguna, pero que fueron
objeto de una persecucin tan virulenta como, a la postre, fallida y contraproducente?

Es posible que aqu residan algunas de las fallas argumentales ms perceptibles de la


obra en su dimensin de historia poltica. Despus de todo, la negativa de
Alcal-Zamora a llamar a Gil-Robles a formar gobierno a mediados de diciembre de
1935, junto con la paralela decisin de encargar esa tarea a Portela Valladares, fue
avalada por muchos grupos derechistas que haban formado parte de los gobiernos
radical-cedistas: los liberal-demcratas, la Lliga, los agrarios y buena parte de los ms
veteranos dirigentes del Partido Radical en descomposicin. Y si esa decisin es
considerada gravemente irresponsable por los profesores lvarez Tardo y Villa Garca,
no menos gravemente irresponsable podra estimarse la decisin cedista de negar a ese
gobierno interino el pan y la sal, hasta el punto de abocarlo a la convocatoria inmediata
de elecciones antes de ser derribado en las Cortes sin alternativa viable y en contextos
socioeconmicos bastante crticos. En todo caso, que las prevenciones del presidente
de la Repblica sobre la tctica legalista de la CEDA no eran delirios seniles ni
procesos de intenciones absurdos y personalistas parece quedar probado por algo tan
sencillo como su pequeo pero significativo atractivo electoral, incluso en un contexto
de competencia polarizada como lo fue la consulta de febrero de 1936: las candidaturas
ministeriales promovidas por Portela y Alcal-Zamora sumaron nada menos que
324.276 votos (3,4%) y sus afines de las candidaturas de derecha republicana en
solitario atrajeron otros 138.235 votos (1,4%).

En suma, casi medio milln de votantes de centro-derecha se negaron en 1936 a


sumarse al frente contrarrevolucionario y su poltica de exclusin de los cmplices
demcratas de las fuerzas revolucionarias (y tambin a sumarse al otro frente
popular, va de suyo). Cabe pensar que quiz lo hicieron as porque crean que la
democracia no quedara garantizada por el triunfo de ese frente heterogneo, pero
unido por un aire de familia innegablemente intransigente y filoautoritario. Y tambin
cabe pensar que quiz lo hicieron porque no se fiaban de un partido accidentalista
cuya ambigedad sobre el futuro y la continuidad del sistema democrtico (fuera
republicano o coronado) ofreca motivos reiterados para tal reserva. No en vano, es
posible que apreciaran algo que los autores de esta obra no parecen admitir como
posibilidad y que, sin embargo, un autor como Pedro Carlos Gonzlez Cuevas ha dejado
bastante claro desde perspectivas historiogrficas muy poco izquierdistas: la tctica
legalista y accidentalista de Gil-Robles fue un error estratgico, puesto que careci de
virtualidad, dado que no convenci a nadie, evit la conversin de la CEDA en un pilar
leal del rgimen democrtico republicano y no rompi la vinculacin finalista entre el
proyecto cedista y el de Accin Espaola (el monarquismo autoritario fascistizado).
Sencillamente porque el gran partido del catolicismo poltico espaol de aquellos aos
era deudor de una grave carencia: la ausencia de un catolicismo liberal capaz de
romper la alianza de trono y altar, y transitar hacia la sincera conversin democrtica,
como haran esas mismas fuerzas en pases como Alemania, Italia y Francia desde
finales del siglo XIX.

Cabe pensar muy legtimamente, en definitiva, que quiz la organizacin de Gil-Robles

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no fuera en 1936 el partido de centro-derecha lealmente demcrata y sinceramente
constitucionalista que parece ser en esta obra (y que personifica Manuel Gimnez
Fernndez). Quiz era, como desde su origen, otra cosa ms compleja en su calidad de
conglomerado mal articulado de grupos y tendencias dispares: conservadores
autoritarios, neotradicionalistas, democristianos slo integrado por la fuerza y
carisma de su principal y ambiguo dirigente:

La ideologa de la CEDA fue una sntesis de tradicionalismo cultural, social-catolicismo


y conservadurismo autoritario. Su lder, Jos Mara Gil-Robles, hijo de Enrique Gil y
Robles, fue un claro defensor del tradicionalismo corporativo, ms influido por la
perspectiva de su progenitor. Su rgano doctrinal, la Revista de Estudios Hispnicos,
dirigida por el marqus de Lozoya, y colocada bajo el patrocinio intelectual de
Menndez Pelayo, Antonio Sardinha, Mil y Fontanals y Luis de Cames, fue, salvo en
el tema de las formas de gobierno, un plagio consciente de Accin Espaola, y en sus
pginas se propugn un Estado autoritario, corporativo y confesional, cuyo modelo ms
prximo fue el Portugal salazarista (Las tradiciones ideolgicas de la extrema derecha
espaola, Hispania, vol. LXI/1, nm. 207 (2001), p. 129).

Procede abordar en este apartado, finalmente, una cuestin de orden eminentemente


historiolgico que suscita el trabajo de investigacin de los profesores lvarez Tardo y
Villa Garca, y que forma parte del debate sobre el ser o no ser de la disciplina de la
Historia casi desde sus inicios y hasta la ms presente actualidad. Se trata del grado de
validez explicativa que cabe atribuir a la perspectiva analtica que inspira la obra y su
despliegue narrativo: abordar el estudio de la dinmica poltica de aquel tiempo y
espacio concentrndose slo (o eso parece y quiere afirmarse) en los trminos (actores
polticos stricto sensu), relaciones (vnculos y codeterminaciones establecidos entre
ellos) y operaciones (contextos cristalizados y resultados circunstanciales derivados por
ese juego de fuerzas plurales siempre sujeto a evolucin). Dicho en otras palabras, han
escrito un legtimo estudio de historia poltica entendida como dimensin autnoma
dentro de la dinmica existencial de una sociedad humana: Hemos pretendido mejorar
el conocimiento de la vida poltica republicana a travs de un episodio transcendental
(p. 517).

El problema de esa perspectiva es que quiz, por su propia focalizacin en el mbito


poltico de manera exclusiva, omite la consideracin (al menos suficiente, en opinin de
este comentarista) de otras variables no directamente polticas que, sin embargo,
afectan, influyen e, incluso, conforman ese mismo mbito y dimensin de la vida
societaria humana. Es una vieja discusin de filosofa de la historia que se origin ya en
el mismo momento de constitucin de la disciplina en la poca clsica grecorromana y
que se mantiene en el da de hoy sin apenas variaciones notables en las posiciones. Y
merece la pena recordar sus contornos porque ese debate est implcito e informa el
alma del trabajo aqu comentado, y su consideracin permite resituar parte de sus
grandes logros y posibles carencias en un plano general historiogrfico que
transciende con mucho la historia espaola del perodo republicano, naturalmente.

Dicho de manera muy sumaria y sucinta: a mi juicio, el estudio realizado sobre las
elecciones de febrero de 1936 peca de omisin de referencias suficientes al contexto
socioeconmico y cultural envolvente y, por ello mismo, acrecienta y sustantiva en

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exceso el carcter autodefinitorio del juego poltico analizado. Esa operacin
intelectual de sobredeterminacin de la vida poltica como esfera autnoma con sus
propias lgicas y referentes contradice de manera clara otra alternativa de lectura de
la dimensin poltica existente. A saber: aquella que entiende las sociedades humanas
histricamente registradas como sistemas dinmicos y complejos cuyos trminos
bsicos son los individuos operativos que mantienen entre s relaciones de naturaleza
intersubjetiva (incluyendo la constitucin de grupos o clases de orden diverso) y que
operan y actan en ese marco social colectivo y plural sujeto a evolucin. Tales
sociedades humanas estn conformadas al menos por cuatro dimensiones relacionales
y operatorias diferentes pero conexas, codeterminadas e interdependientes: biolgicas
(relaciones y operaciones de filiacin y parentesco), econmicas (de produccin
material vitales para la subsistencia), polticas (de coordinacin, dominacin y poder
imprescindibles para la vida en sociedad) y culturales (de comunicacin derivadas del
carcter plural de todo grupo humano). Por ello mismo, la tentativa de explicacin del
devenir de una sociedad, con independencia de su foco de atencin primario, no puede
dejar de atender a la plausible existencia de una conexin significativa entre los
diferentes planos fenomnicos de esa misma sociedad que permita entender mejor la
evolucin de cada uno de ellos y de su conjunto global.

Suele suponerse en algunos medios y foros que esta perspectiva analtico-


interpretativa de la historia de las sociedades humanas es fruto de la obra de Karl Marx
y est por ello contaminada irremediablemente de su filosofa materialista y
dialctica y sus restantes postulados filosficos e ideolgicos. Es decir: el supuesto de
que la vida poltica est influida, codeterminada, implantada o afectada por
circunstancias socioeconmicas y socioculturales implica ser marxista (con todo lo
que ello supone por connotacin: el marxismo como doctrina oficial de la Unin
Sovitica o la Repblica Popular China, por ejemplo). Pero es una burda equivocacin
intelectual y conceptual, con independencia de que Marx fuera quizs el ms tenaz
cultivador de esta tradicin historiolgica en la segunda mitad del siglo XIX. En
realidad, como trataremos de sugerir, la cristalizacin de ese postulado interpretativo,
de esta verdadera premisa hermenutica, se produjo en la Grecia del siglo V antes de
nuestra era, justo a la par que se configuraba la disciplina de la Historia de la mano de
Herdoto y al mismo tiempo que florecan (y no es balad) la reflexin filosfica
socrtico-platnica, la frmula poltica de la polis democrtica, la impactante
innovacin de la escritura alfabtica y la correlativa expansin de la economa
mercantil y monetaria por el mundo helnico y mediterrneo.

Lisias de Atenas, el gran retrico y jurista que vivi probablemente entre los aos 440 y
380 a. C., fue uno de los primeros y ms precisos formuladores de esta tesis
interpretativa, hasta el punto de que podramos denominarla el principio de Lisias
con plena propiedad (su traductor espaol, Jos Luis Calvo, lo llama declaracin de
realismo poltico: Discursos, Madrid, Gredos, 1995). Es evidente que lleg a formular
su hiptesis del carcter instrumental de la poltica (juicio de Claude Mosse en
Moses I. Finley, El nacimiento de la poltica, trad. de Teresa Sempere, Barcelona,
Crtica, 2016, p. 141; edicin original inlgesa de 1983) como resultado de su propia y
traumtica experiencia vital y familiar, producto de las luchas sociopolticas que
azotaron al tica durante su ciclo biogrfico: primero, esplendor de la democracia con
Pericles; luego, guerras agotadoras contra Esparta; ms tarde, derrota militar y

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derrocamiento de la democracia por la oligarqua; a continuacin, restauracin de la
democracia y nueva guerra desastrosa contra Esparta; finalmente, declive ateniense y
primera expansin del poder de Macedonia.

El principio de Lisias fue expuesto por este orador en un famoso discurso y alegato
expuesto ante el tribunal superior ateniense que juzgaba a los ciudadanos que haban
flaqueado en su amor por la democracia ante las derrotas militares o incluso haban
apoyado el establecimiento de la efmera oligarqua de los Treinta Tiranos durante la
crisis de 411. Con el fin de explicar esos cambios de juicio y valoracin de los
regmenes entre la ciudadana ateniense, Lisias solicit a los jueces que tuvieran en
cuenta una crucial consideracin:

Os voy a tratar de explicar a qu ciudadanos toca en mi opinin el apetecer la


oligarqua y a qu otros la democracia. Con ello tendris un criterio para emitir un
juicio, y yo me har la defensa poniendo en evidencia que, ni por mi conducta en la
democracia, ni por mi conducta en la oligarqua, me cuadra en absoluto el tener
sentimientos hostiles a vuestro pueblo. En primer lugar, ciertamente, hay que fijarse en
el hecho de que ningn hombre es por naturaleza oligrquico o democrtico, sino que
desea que se establezca el tipo de constitucin favorable a sus conveniencias. [...] As
que no es difcil darse cuenta, oh, jueces!, de que no versan sobre la forma de
gobierno las diferencias mutuas entre los hombres, sino sobre las conveniencias
personales de cada uno. Por consiguiente, es desde ese punto de vista como conviene
que hagis el examen de los ciudadanos, observando cmo fue su conducta cvica en la
democracia e indagando si les report algn beneficio la cada del rgimen. Porque
sta sera la manera de que pudierais emitir sobre ellos el juicio ms justo. Ahora bien,
en mi opinin, era a cuantos estaban desposedos de derechos cvicos durante la
democracia, o a cuantos haban sido condenados en la rendicin de cuentas, o privados
de sus bienes o sufran cualquier otra desgracia de esta ndole, a quienes cuadraba
desear otro rgimen poltico, en la esperanza de que el cambio les reportase alguna
ventaja.

La apelacin de Lisias a mirar las conveniencias (entendidas como inters material,


s, pero tambin expectativas de futuro, temores inmediatos, juicios sobre la mejor
alternativa) como criterio para entender las conductas y actitudes polticas, incluso
como fundamento deseable para la solidez de los regmenes y Estados, no pas
inadvertida en la literatura posterior. Al igual que su fondo de sentido comn no
haba pasado inadvertido a los propios hombres y gobernantes previos, naturalmente.
No en vano, como nos recordaba Samuel Noah Krammer en La historia empieza en
Sumer. 39 primeros testimonios de la historia escrita (trad. de Jaime Elas Cornet y
Jorge Braga Riera,Madrid, Alianza, 2009; edicin original inglesa de 1956), una de las
primeras tablillas que registran la actividad poltica del rey Urukagina de Lagash, en la
primera mitad del tercer milenio a. C., seala cmo se restableci la paz social en su
reino mediante una sencilla rebaja de impuestos que alivi la carga de agricultores,
ganaderos, barqueros, pescadores, mercaderes y artesanos y as instaur la libertad
de sus sbditos y recuper su apoyo y lealtad en el conflicto con la vecina
ciudad-Estado de Umma.

Es difcil no ver cmo opera el principio de Lisias en muchos otros analistas y

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protagonistas de la vida sociopoltica posterior, a medida que nos acercamos a la poca
contempornea y despus de la cumbre que supuso la reflexin de Maquiavelo en su
opsculo El Prncipe (1531). Es costumbre al respecto mencionar al aristcrata ingls
James Harrington, autor de The Commowealth of Oceana (1656), que se atrevi a
ofrecer una interpretacin de la convulsa guerra civil que vivi en primera persona
como tibio partidario de la causa de Carlos I. En ella subrayaba la determinante
conexin entre violencia armada y propiedad de la tierra que haba enfrentado a las
viejas fuerzas partidarias del rey con las nuevas fuerzas que apoyaban al Parlamento:
el conflicto habra sido resultado de la ruptura de los equilibrios entre las formas de
poder poltico y la estructura social derivada de la distribucin de la propiedad de la
tierra (alta nobleza terrateniente en declive partidaria del poder real absoluto versus
pequea nobleza y propietarios agrarios en auge partidarios de la primaca
parlamentaria).

Atender a esa conexin de planos no reduce la guerra civil inglesa a una cruda lucha
por la propiedad de la tierra, desde luego. Pero, como bien entendi la sociedad inglesa
desde entonces, permite comprender la vinculacin que existe en cambiantes o
invariables preferencias polticas, naturaleza de las fuentes de la renta y riqueza de los
grupos y concepciones, ideas y valores abrigados, readaptados o repudiados. Para el
siglo XVIII, esa conexin era tan clara que una gran parte de la historiografa britnica
posterior (siguiendo a Sir Lewis Namier) consider abusivamente que las ideas y los
principios de los polticos dieciochescos eran meras racionalizaciones de ambiciones
egostas y motivos de base material (H.T. Dickinson, Liberty and Property. Political
Ideology in Eighteenth-Century Britain, Londres, Methuen, 1979, p. 2). Y si eso era as
para los grupos sociales rectores y pudientes, tampoco es de extraar que los grupos
sociales ms humildes y desfavorecidos atendieran a ver esa conexin de planos bajo la
frmula sencilla y simple de un aforismo popular: A hungry man is an angry man
(Un hombre hambriento es un hombre descontento). Y su corolario implcito: la paz
pblica exige un mnimo de tranquilidad social que puede quebrarse por el hambre o
azotes similares, por la conciencia de graves diferencias de posibilidades para superar
el hambre y esos azotes, y por la conviccin de que las instituciones y sus gobernantes
no aciertan a dar con frmulas eficaces para afrontar esos males y reducir su impacto.

Este repaso sumario a la pervivencia del principio de Lisias no podra dejar de aludir
al poltico revolucionario e historiador Antoine Barnave, que public pstumamente su
Introduccin a la Revolucin Francesa en 1843. Un conocido prrafo de la obra (en el
que, adems, se identifica significativamente a las clases burguesas con el pueblo) es
muy elocuente al respecto:

Desde que las artes y el comercio consiguen penetrar en el pueblo y crean un nuevo
medio de riqueza en provecho de las clases laboriosas, se prepara una revolucin en las
leyes polticas; una nueva distribucin de la riqueza prepara una nueva distribucin del
poder. Al igual que la posesin de las tierras ha elevado a la aristocracia, la propiedad
industrial eleva el poder del pueblo; adquiere su libertad, se multiplica y comienza a
influir en los negocios pblicos.

Recapitulemos. Mucho antes de Marx, el anlisis de la vida poltica de una sociedad no


haba perdido de vista que sus fundamentos econmicos y sus manifestaciones

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culturales eran factores codeterminantes y recprocamente vinculados de la dinmica
evolutiva general de una sociedad. Y, entre los ms recientes e influyentes defensores
de esta perspectiva interpretativa holstica, cabra mencionar al filsofo y antroplogo
britnico Ernest Gellner (conocido por sus estudios sobre el nacionalismo como
fenmeno histrico-cultural desde una perspectiva global). Y tambin al historiador
francs Grard Noiriel (famoso por su propuesta de fundacin de una sociohistoria
que borrara los lindes entre una y otra disciplina). Incluso cabra referirse, por ltimo,
al socilogo holands Abram de Swaan y su aclamado manual titulado Human Societies
(Londres, Polity Press, 2001).

En el caso de Gellner (El arado, la espada y el libro. La estructura de la historia


humana, Ciudad de Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1992), su consideracin de
la sociedad como agrupacin obligada de individuos y grupos humanos era solidaria
de su concepcin de la misma como unidad de tres esferas de accin y representacin
ineludibles y conexas en algn formato y proporcin: el mbito de la produccin de la
vida material (esa vida econmica cuyo smbolo es el arado); el mbito de la gestin del
poder pblico (esa vida poltica encarnada en la espada); y el mbito de la
comunicacin interpersonal (esa vida cultural que tiene su expresin en el libro). En el
caso de Noiriel (Introduccin a la sociohistoria, trad. de Alcira Bixio, Madrid, Siglo XXI,
2011), el vnculo social que une, conforma e identifica a los individuos y a los grupos
sociales tambin se descompone analticamente (sin ruptura de su unidad sinttica
real) en tres grandes dimensiones de accin y pensamiento recprocamente afectados:
otra vez la produccin de las condiciones de existencia material (y el disfrute
diferencial de las riquezas); la gestin de la vida pblica (y el uso, abuso o negacin
de las prcticas del poder); y la cultura compartida y colectiva (y los consecuentes
honores sentidos, promovidos o anulados).

Terminado este largo excurso proemial, por el que me excuso sinceramente, cabe
ahora concretar en qu medida, a mi juicio, el trabajo de los profesores lvarez Tardo
y Villa Garca adolece de exceso de focalizacin poltica y carece de suficiente atencin
a otras dimensiones histricas que configuran la dinmica de la vida poltica.

Para empezar, entiendo que no subraya suficientemente el alto grado de incertidumbre


y crisis econmica que condicionaba la situacin poltica de la Espaa de 1936. Apenas
hay en el libro, en su primer captulo de contextualizacin de los aos 1933-1935 (El
camino al 16 de febrero), referencia alguna a esa realidad socioeconmica. Y, sin
embargo, los ltimos estudios disponibles ofrecen una panormica de la misma que es
bastante ms oscura, pesimista y dramtica de lo que habitualmente se pensaba. Una
circunstancia que permita pensar que la agudizacin de la polarizacin poltica era en
gran medida producto autorreferencial de la propia actividad poltica (de partidismos
extremos que eran ajenos a todo realismo, por ejemplo). Pero cabe dudar de que
fuera slo ese el motivo de la creciente polarizacin de la sociedad espaola en torno a
alternativas de futuro casi dilemticas, sobre todo si atendemos al ltimo gran anlisis
de la coyuntura econmica de finales de 1935 y principios de 1936, obra de Jos ngel
Snchez Asian (La financiacin de la guerra civil, Madrid, Alianza, 2012). A tenor del
mismo, entre finales de 1935 y los primeros meses de 1936, el agravamiento de la
situacin econmica espaola fue verdaderamente dramtico y agudo:

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De la coyuntura econmica de la primera mitad de los aos treinta se ha escrito
bastante, pero en este caso es necesario prestar especial atencin a la situacin del
perodo anterior al conflicto, uno de los menos conocidos de la poca. Porque no
existen dudas de que fue la dificilsima situacin econmica previa a la guerra civil lo
que aceler los preparativos del levantamiento del 18 de julio. Y fue as porque a
partir de principios de 1936 el paro empez a generalizarse progresivamente,
alcanzando cotas hasta entonces desconocidas. Por otra parte, y de acuerdo con los
ndices de actividad industrial, en el primer semestre de 1936 era ya evidente la
situacin depresiva de la economa espaola. De diciembre de 1935 a abril de 1936, la
actividad de los ferrocarriles disminuy un 21% y el movimiento martimo cay un 27%.
La cada del descuento del papel comercial era un hecho. Los valores burstiles
estaban bajando considerablemente. Desde el punto de vista de las relaciones
econmicas con el exterior, la coyuntura a lo largo de los meses de paz de 1936 se
defina como de tcita suspensin de pagos de Espaa en los mercados
internacionales. [...] En febrero de 1936, la cifra de parados se situaba en 843.972
trabajadores, casi un 10% de la poblacin activa, destacando el desempleo en las
industrias agrcolas y ganaderas, que representaban dos tercios del total. [...] El ndice
de la produccin industrial pas de 86,9 en 1935 a 76,9 en marzo de 1936 (base 1929
= 100). [...] La produccin de acero descendi fuertemente, de un milln de toneladas
en 1929 a 580.000 en 1935.

El panorama evocado es aterrador y permite comprender algo ms esa base social de


los potentes movimientos polticos (electorales o de otro tipo) que dieron su tono y
estilo a esos meses finales de 1935 e iniciales de 1936. Porque, por una parte, permite
entender algo ms el proceso de enajenamiento de las clases campesinas jornaleras y
obreras industriales respecto del ideal democrtico-constitucional que haba iniciado su
periplo en 1931 con la promesa de mejorar su situacin y aliviar sus patentes penurias.
No en vano, entre 1931 y 1933, la incapacidad de los gobiernos republicano-socialistas
para atajar el impacto de la Gran Depresin haba provocado dos fenmenos
concurrentes.

Por un lado, la creciente prdida de apoyo de unas clases obreras y jornaleras


defraudadas por su gestin, que vean empeorar significativamente sus condiciones de
vida y trabajo por la crisis y el desempleo, y que estaban ms abiertas a atender los
mensajes salvficos radicales del anarquismo, el comunismo o la izquierda socialista
largocaballerista. Un proceso que los diplomticos britnicos destinados en Espaa
haban acertado a ver con perspicacia ya en 1932:

Es cierto que la situacin econmica y financiera del pas, debido no slo a conflictos
internos, sino tambin a la crisis mundial, ha creado un gran paro y extrema pobreza
en las ciudades y los campos. El descontento generado hace que la gestin
administrativa sea ms difcil de lo que hubiera sido el caso en otra circunstancia.
Adems, este proceso socava el inicial entusiasmo pro-republicano, especialmente
entre los trabajadores, a quienes los agitadores constantemente les dicen que la
revolucin republicana ha sido secuestrada por burgueses egostas y que es necesario
hacer otra nueva. [...] Muchos obreros y campesinos en muchas partes del pas apenas
tienen algo que llevarse a la boca para comer. De ah muchos problemas.

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Por otro lado, la progresiva desafeccin de amplios sectores propietarios urbanos y,
sobre todo, rurales, que acabaron confluyendo en la apuesta por alternativas polticas
enfrentadas a las propuestas republicano-socialistas en mayor o menor grado de
visceralidad y denuncia. Francisco Cobo Romero ha explicado el proceso, en un marco
contextual continental, con precisin notable:

[...] durante el primer bienio republicano, buena parte de los pequeos arrendatarios,
propietarios y aparceros agrcolas [bascularon] hacia posiciones poltico-ideolgicas
antirrepublicanas, o por lo menos antidemocrticas. Sintindose profundamente
molestos con el giro que adoptaban los enfrentamientos en el mbito de las relaciones
laborales, cuando no abiertamente contrarios a un rgimen poltico que amparaba una
legislacin laboral y unas autoridades municipales que les perjudicaban. Muchos de
ellos experimentaron un deslizamiento electoral derechista y antidemocrtico, que se
prolong hasta la antesala del conflicto civil de 1936, como prueba el caso de la
provincia de Jan. Esta deriva poltica del campesinado intermedio se expres mediante
el respaldo electoral a la derecha catlica y corporativista, e incluso a las propuestas
crecientemente rupturistas y antidemocrticas de las organizaciones patronales
agrarias y los partidos derechistas en proceso de abierta fascistizacin [...]. Se
produjo, al menos desde 1933, y como consecuencia de la intensa oleada huelgustica
precedente y el reforzamiento de la capacidad reivindicativa de los jornaleros, un
realineamiento de las alianzas polticas en la mayor parte de las comarcas rurales. Los
reagrupamientos sociales y polticos resultantes del viraje de fracciones del
campesinado ms modesto vinculadas a la explotacin directa de la tierra se tradujeron
en una reorientacin del voto. Especialmente en las provincias de Almera, Granada,
Jan, Mlaga y buena parte de la de Crdoba, y muy probablemente all donde existiese
un alto porcentaje de pequeos propietarios y arrendatarios rsticos, las izquierdas
particularmente el PSOE comenzaron a tener serias dificultades a partir de las
elecciones generales de 1933 (Labradores y granjeros ante las urnas. El
comportamiento poltico del pequeo campesinado en la Europa occidental de
entreguerras. Una visin comparada, Historia Agraria, nm. 38 (2006), pp. 63-64).

La presencia de estas fuertes tensiones y fracturas de origen econmico en el cuerpo


social de la Espaa de 1935-1936 no debe ser obliterada porque, entre otras cosas,
fueron ellas las que nutrieron, hicieron crecer y dieron pbulo a la difusin de las
concepciones socioculturales que alentaban los discursos y las prcticas polticas ms
radicales, ms excluyentes y menos contemporizadoras con el statu quo constitucional,
democrtico y civilista existente, pero poco consolidado. A un lado y a otro del espectro
poltico, adems, y casi con igual intensidad, en un crculo vicioso retroalimentado de
difcil pero no imposible resolucin si hubiera habido los instrumentos precisos
(humanos y materiales). Slo si se atiende a estos procesos subyacentes
(metafricamente) que sirven de teln de fondo (ms metforas iluminadoras) al
contexto poltico y electoral, cabe entender varias cosas que los protagonistas de la
poca apreciaron y detectaron con bastante precisin. Y que, en mi opinin, los autores
de esta obra no siempre ponderan en su debida medida y proporcin.

Primero: que la crisis econmica agudizada entre 1935 y 1936, por sus efectos sociales
(paro y desempleo, cierre de empresas e incertidumbre) y culturales (prdida de
validez de viejos principios y de respeto a jerarquas clsicas), alentaba la polarizacin

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recprocamente excluyente y reduca las bases humanas y geogrficas de consolidacin
del sistema democrtico y de preservacin de la paz pblica. La viva sorpresa de las
izquierdas ante la victoria electoral de las derechas en noviembre de 1933 era lgica
consecuencia de su incapacidad para ver el grado de desafeccin creado entre esos
sectores obrero-jornaleros y de pequeos propietarios y de su compartido hartazgo
ante el fracaso del primer bienio para revertir la crisis o paliar sus efectos sobre sus
intereses materiales. De igual modo, la sorpresa de las derechas ante la potente
movilizacin electoral de las izquierdas y su victoria final en febrero de 1936 (dejando
muy aparte la incidencia del fraude registrado) parece ser un caso de similar miopa
respecto al grado de repudio de sus prcticas polticas durante el bienio 1933-1935 por
parte de amplios sectores sociales urbanos y agrarios humildes y agraviados por la
falta de solucin a esa misma crisis galopante y no contenida. Es significativo, al
respecto, que el propio Jos Larraz, entonces presidente del Consejo de Administracin
de Editorial Catlica (duea de El Debate, el diario de la CEDA) y posterior ministro de
Hacienda de Franco, reconociera en sus fecundas memorias el impacto de la crisis
agraria sobre la credibilidad electoral de la CEDA en esa coyuntura: los informadores
polticos no valoraban exactamente el quebranto que el problema triguero haba
inferido a las derechas (Memorias, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y
Polticas, 2006, p. 107).

Segundo: que esa misma circunstancia de conflictos sociales agravados y quiebras de


expectativas contradictorias estaba en la raz de las serias dificultades de estabilizacin
del sistema poltico e institucional, en la medida en que pareca que la democracia, ya
fuera gobernada por unos o por otros, careca de la potencia, energa y voluntad para
resolver los problemas de manera urgente y decisiva. La creciente expansin durante
el quinquenio, especialmente entre 1934 y 1936, de la ideologa de la violencia como
solucin salvfica, fue un resultado casi inevitable de esos fracasos institucionales, justo
como estaba pasando en gran parte del continente europeo y por las mismas razones
de fondo de orden histrico (depresin econmica, crisis de representacin poltica y
radicalizacin cultural-ideolgica). Por eso mismo, el aumento de la tensin en la calle
(evidenciada en la violencia poltica bajo el formato de muertos y heridos en distintos
choques), la expansin de las polticas de exclusin del contrario, el uso de la
intimidacin como frmula de lucha social y la expansin de los discursos radicalizados
y maniqueos, no fueron patrimonio de un solo bando, ni en Espaa ni en Europa. Y
tampoco fueron una especie de autogeneracin de la vida poltica hispana,
especialmente tremebunda o fanatizada. Y menos an fueron procesos registrados
nicamente entre las izquierdas de manera principal y proactiva, y sin apreciable peso
en las derechas, donde acaso fueran slo marginales y reactivos. Es significativo, al
respecto, esta cita recogida por los autores de la obra sobre las declaraciones del
dirigente anarcosindicalista Francisco Ascaso en un mitin celebrado en Barcelona,
acogidas con frenticos aplausos, por los asistentes: Calvo Sotelo ha dicho
recientemente que [...] ellos destruiran el Parlamento, lo arrasaran todo. Nosotros no
aceptamos la accin parlamentaria y [...] tambin lo destruiremos y lo arrasaremos
todo (p. 252). Viejo corolario lgico que cabe retener de todo esto: Contraria sunt
circa eadem.

2. Contexto de convocatoria, campaa y jornada electoral

El estudio de los profesores lvarez Tardo y Villa Garca analiza con mucha precisin

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tanto el contexto poltico (no otros, por las razones ya expuestas) que dio origen a la
convocatoria electoral impresa en la Gaceta el 8 de enero de 1936, como la larga
campaa electoral que llev a la jornada de votaciones del 16 de febrero de ese mismo
ao (incluyendo la segunda vuelta realizada el 1 de marzo en cinco circunscripciones).
Tambin describe con minuciosidad las caractersticas del sistema electoral que estaba
vigente desde 1931 y su notorio efecto hipermayoritario, que forzaba la formacin de
coaliciones amplias para maximizar sus posibilidades y, adems, otorgaba una prima de
representacin a ciertas grandes ciudades y circunscripciones provinciales ms
pobladas: las provincias con muchos escaos concentradas en el centro-sur, el litoral
mediterrneo, Galicia y Asturias [...] justo all donde la victoria estaba ms
sobrevalorada en cuanto a nmero de diputados (p. 49). Y, finalmente, tambin
subraya un ltimo efecto de dicho sistema de no poca importancia para la estabilidad
del rgimen democrtico: el sistema electoral potenciaba la hiperrepresentacin de los
ganadores y la infrarrepresentacin de los perdedores, y ese reparto desproporcionado
de escaos generaba la consecuencia perversa de crear la ilusin de que los
vencedores reciban un mandato aplastante a favor de su programa (p. 51).

La elaboracin de las candidaturas de derechas se convirti en una orquesta mal


avenida, en gran medida porque Gil-Robles descart formar un pacto nacional similar
al del Frente Popular

En esas circunstancias, el estudio seala sin ambages el xito crucial que supuso la
conformacin de la coalicin electoral del Frente Popular, a pesar de las complejidades
de las negociaciones para sumar en una misma lista y en torno a un mismo programa a
republicanos centristas (la Unin Republicana de Diego Martnez Barrio, que
aglutinaba a muchos viejos radicales lerrouxistas), republicanos de izquierda
(agrupados en la Izquierda Republicana de Azaa), el movimiento socialista (pese a la
divisin que fracturaba al PSOE con direccin prietista y a la UGT con direccin
largocaballerista) y otros partidos menores de la izquierda obrera (como el Partido
Comunista). Aunque las divisiones en su seno fueran hondas y estratgicas, es
indudable que Azaa logr encauzar en una coalicin unida y cohesionada al
centro-izquierda republicano y a la izquierda obrera (p. 53), aunque eso implicara (o
exigiera) ser comprensivos hacia la insurreccin [de octubre de 1934] y tolerar los
discursos autnomos ms radicales del largocaballerismo o los comunistas. Al fin y al
cabo, el pacto finalmente sellado el 16 de enero reflejaba el plan poltico que el
centro-izquierda llevara a cabo desde el gobierno a cambio de la coalicin electoral y
garantizaba una considerable mayora de potenciales escaos a los republicanos de
centro-izquierda sobre sus aliados obreros: de las 347 candidaturas que present el
Frente Popular, 192 fueron para las diferentes formaciones republicanas y 155 para las
obreras. El porcentaje final fue de un 55,3% frente a un 44,7% (p. 116).

Por el contrario, la elaboracin de las candidaturas de derechas se convirti en una


orquesta mal avenida, en gran medida porque Gil-Robles descart formar un pacto
nacional similar al del Frente Popular por razones derivadas de su ambigedad
estratgica: no habra forma de sumar en una lista nica y en torno a un programa
nico a Calvo Sotelo y los tradicionalistas con Lerroux y los republicanos
liberal-conservadores. Por eso opt por conseguir alianzas a varias bandas para
crear un frente contrarrevolucionario que fuera la suma de uniones
circunstanciales en las distintas provincias, con arreglo a las caractersticas que cada

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una de ellas tenga (pp. 139 y 146). El resultado fue la formacin de muy diversas
candidaturas (a veces la CEDA en solitario, a veces con aliados republicanos radicales,
a veces con monrquicos y tradicionalistas), pero la ausencia, por mera imposibilidad
material, de un pacto programtico de gobierno poselectoral.

Si esa heterogeneidad de candidaturas y la falta de programa pactado no eran


precisamente buenos augurios, tambin era inquietante la existencia de la operacin
centro auspiciada por el presidente Alcal-Zamora y dirigida por Portela Valladares,
que pensaba fomentar sus posibilidades mediante el conocido recurso del uso
partidista de la Administracin (p. 161). Las previsibles competencias entre ambas
candidaturas rompieron el bloque de centro-derecha irreversiblemente, si bien al
final hubo cierto entendimiento prctico favorable a la CEDA, con la retirada de
muchas candidaturas ministeriales o el reacomodo de algunos de sus miembros en la
candidatura cedista, por una razn bsica: En puridad, aunque no fuese un proyecto
fantasma, por cuanto no careca de organizaciones arraigadas en algunas provincias,
estas fuerzas (centristas) tenan poco que oponer a las dos grandes coaliciones (p.
175).

Con todo, las dudosas maniobras del gobierno de Portela para forzar sus bazas
electorales hicieron surgir muchas dudas y temores sobre la limpieza del proceso que
asustaron tanto a las derechas como a las izquierdas. En particular, una semana antes
de las elecciones, Azaa tuvo que advertir en pblico de que el intento de centro de
Portela iba a consistir en adulterar el sufragio, en sobornarlo, en corromperlo, en
imponerle la fuerza pblica, en falsificar actas, en obtenerlas en blanco a travs de los
gobernadores (p. 179). El campo estaba minado para esas sospechas que habran de
tener su impacto posterior en el proceso de recuento de sufragios, aunque ya no fuera
el Gobierno de Portela el responsable nico o mayoritario de esas maniobras, como
habr de verse.

La mayor novedad que cabe apreciar en el estudio sobre la campaa electoral no


consiste en la ratificacin de que fue larga e intensa y con caracteres existenciales
en la confrontacin de los dos grandes bloques (como revelan las citas ya enunciadas
en el primer apartado de este comentario). Por el contrario, radica en la atencin
dedicada a los episodios violentos directamente relacionados con la competicin
partidista, que lleva a sus autores a titular el epgrafe correspondiente Una
campaa, violenta? (p. 254). Y el interrogante que aqu se incluye (y que falta en el
ttulo general, lamentablemente) se responde con la pertinente argumentacin, que
ofrece los matices suficientes para atenuar las expectativas creadas y concluir:

La violencia poltica tuvo una significativa presencia en la campaa electoral de 1936.


Y si no fue mayor se debi, seguramente, a las medidas preventivas del Gobierno. No
cabe, desde luego, exagerar la importancia de esa violencia, ya que cientos de actos
electorales se repitieron por todo el pas sin que hubiera incidentes. Los candidatos
pudieron, en general, dirigirse a los electores sin disturbios, aunque a veces tuvieron
que soportar abucheos y amenazas verbales, como le pas a Gil-Robles en Lugo o a
Caballero en Carcagente. [...] Por lo dems, la violencia electoral estorb, pero no
impidi la competicin democrtica (pp. 271- 272).

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Desde luego que hubo violencia, puesto que en apenas un mes y medio (desde la
disolucin de Cortes hasta la jornada electoral), pudieron registrarse un total de
cuarenta y una vctimas mortales y ochenta heridos atribuibles a distintos episodios de
violencia poltica: reyertas callejeras entre grupos de ideologas rivales (once
muertos y veintinueve heridos); choques de grupos con fuerzas de orden pblico (trece
muertos y cuatro heridos); agresiones con armas diversas (tres muertos y treinta y
cuatro heridos); etc. (pp. 255-256). Y de los ochenta y seis casos conocidos de muertos
y heridos, al menos cuarenta y tres vctimas pertenecan a partidos de izquierdas
(mayormente socialistas y comunistas), treinta y seis a las derechas (cedistas y
falangistas) y siete a las fuerzas de orden pblico (pp. 258-259).

Ese volumen de vctimas de violencia poltica es, sin duda, preocupante y anormal en
una democracia veterana y consolidada (lo que tampoco era la Segunda Repblica).
Pero hay dos elementos en consideracin que permiten avalar el juicio de ambos
autores en el sentido de que fue una violencia elevada, pero no generalizada y que
estorb, pero no impidi, la competicin democrtica.

Primero: que la violencia poltica fue un fenmeno lamentablemente permanente


durante el quinquenio republicano en dosis de media intensidad, con focos
multipolares (a juicio de Fernando del Rey Reguillo, por no mencionar a Eduardo
Gonzlez Calleja o Rafael Cruz) y de manera no tan diferente a lo que suceda en el
resto de las jvenes democracias europeas de entonces (la Repblica de Weimar en
Alemania es el caso ms conocido). De hecho, en la campaa electoral de noviembre de
1933, bien estudiada por Roberto Villa Garca y considerada casi como modlica en su
calidad de expresin genuina de la voluntad del electorado, hubo ms de trescientos
episodios violentos que tuvieron como resultado veintisiete muertos y cincuenta y
ocho heridos nada menos en apenas un mes y una semana de duracin de la campaa
(p. 255).

Segundo: que esa violencia no se despleg en todas partes, sino que ofreci unos
perfiles geogrficos peculiares y significativos (p. 262). Estuvo bastante ausente de
zonas de alta conflictividad tradicional (Zaragoza, Barcelona, Valencia, Asturias o
Extremadura) y tuvo ms impacto en tres reas (Madrid, Galicia y buena parte de
Andaluca) donde la campaa present caractersticas especiales: bien una lucha
triangular (Galicia), bien la fuerte actividad de los grupos proclives a actitudes
extremas, como comunistas y falangistas (Mlaga, Sevilla o Madrid), o bien un peso
mayor que en otras zonas de los conflictos laborales teidos de importantes
connotaciones polticas (Madrid) (p. 264).

En estas condiciones, como indican los autores de la obra comentada, la jornada


electoral del da 16 de febrero de 1936 transcurri sin incidentes graves que alteraran
decisivamente su desarrollo: Las medidas adoptadas por las autoridades permitieron
que la constitucin de las mesas y la movilizacin de los millones de electores se
hiciera con normalidad, no pudiendo decirse que la violencia primara (pp. 280 y
284). De hecho, en una rara muestra de unanimidad, al cierre de los colegios, los
dirigentes de los diversos partidos reconocieron que, en general, la votacin se haba
celebrado correctamente (p. 359). En resolucin, como concluyen en el eplogo del
libro, las elecciones fueron, al menos hasta la jornada de las votaciones inclusive,
competidas y todo lo limpias que podan ser en la Espaa de entonces (p. 519).

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3. Escrutinio y cambio de gobierno

Los profesores lvarez Tardo y Villa Garca realizan en su estudio un minucioso


anlisis, casi hora por hora y da por da, del escrutinio de los votos depositados por los
espaoles en aquella consulta electoral, con vistas a dilucidar el grado de fiabilidad
democrtica de los resultados oficiales ofrecidos (en varias fechas, hasta los finales del
26-28 de febrero en primera vuelta) y con el objetivo de sustanciar qu grado de fraude
o pucherazo pudo haberse registrado. Y esa labor parte del reconocimiento de una
realidad evidente e incontestada (aunque a veces olvidada por los crticos del resultado
final de la consulta): habida cuenta del aparato electoral profesionalizado y supervisado
existente en Espaa por entonces, y rodado ya en varias consultas legislativas y
municipales, el fraude general y sistmico era sencillamente imposible o bien harto
difcil de ejecutar y sostener. En palabras de ambos autores:

En 1936 exista ya un mtodo depurado de confeccin del censo electoral que llevaba a
cabo un organismo tcnico, el Instituto Geogrfico y Estadstico. Haba candidatos,
interventores, apoderados, notarios y funcionarios habilitados para extender acta
notarial, todo un ejrcito de activistas polticos que, en los sitios donde se registraba
competencia efectiva en estas elecciones ocurri en todas las circunscripciones
velaba por sus votos y se contrapesaba entre s. Exista adems una administracin
electoral separada del Gobierno y constituida por tres clases diferentes de Juntas de
Censo, que cuidaban del proceso electoral y custodiaban las actas electorales, de las
que se guardaban varias copias para asegurar su validacin. Haba tambin mesas
electorales con presidentes y adjuntos nombrados por un procedimiento automtico
que no dependa de las autoridades o los partidos. Y, por ltimo, una serie de
formalidades y pasos necesarios para validar las elecciones, amn de un extenso
catlogo de infracciones sobre las que entendan los jueces. De hecho, tales garantas
hacan imposible el fraude si los que pretendan cometerlo no lograban cierta
impunidad por parte de las autoridades, como de hecho ocurri en algunos episodios
(pp. 492-493; la cursiva es nuestra).

El escrutinio electoral, iniciado nada ms cerradas las mesas electorales a las cuatro de
la tarde de aquel domingo, era un proceso lento y moroso que inclua las suficientes
garantas para hacer casi imposible ese pucherazo en trminos generalizados y
masivos. Las primeras noticias sobre resultados fidedignos comenzaron a llegar desde
los diversos gobiernos civiles al Ministerio de la Gobernacin, responsable orgnico de
los comicios, la misma noche del 16 de febrero, aunque eran informes muy parciales,
pues los recuentos provinciales no comenzaron en la gran mayora de los gobiernos
civiles hasta las nueve de la noche. Primero llegaban los datos de los colegios ms
cercanos a las Audiencias: los de las pequeas capitales y los distritos cntricos de las
grandes ciudades. Seguidamente llegaban los colegios de los distritos perifricos de
las urbes y los de las localidades que circundaban a las capitales. Y ya despus, hasta
el medioda del 19, se recibira la documentacin del resto de las mesas situadas en
pueblos y villas ms alejadas de la capital provincial (p. 359).

La veracidad de esa descripcin est avalada por lo sucedido en la circunscripcin


electoral de la provincia de Cceres, segn cabe apreciar en una obra no utilizada por

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los autores de este estudio, pero muy importante por motivos que se vern: el libro
derivado de la tesis doctoral de Fernando Ayala Vicente (de cuyo tribunal tuve el honor
de formar parte), publicado bajo el ttulo Las elecciones en la provincia de Cceres
durante la Segunda Repblica (Mrida, Editora Regional de Extremadura, 2001). A
tenor del mismo, los resultados de esta enorme provincia perifrica y mayormente
rural, con habitantes muy dispersos, fueron llegando mediante telegramas urgentes a
Gobernacin con un ritmo que probablemente fue uno de los ms lentos del pas, en
razn de las propias dificultades de comunicacin y circulacin de la atrasada
provincia: 1) A las 02.10 horas de la madrugada del da 17 llegaron los primeros
resultados provisionales y alterables, puesto que faltaban 362 secciones por escrutar;
2) A las 22.10 horas de la noche del da 17 llegaron los segundos resultados, ya casi
definitivos, puesto que slo excluan los datos de sesenta y siete secciones; 3) A las
14.10 horas del da 19 llegaron los terceros y ltimos resultados ya definitivos, con la
ausencia de slo veintitrs secciones, que no podran afectar al resultado final de
manera importante.

Por supuesto, esos avances del escrutinio remitidos por los Gobiernos Civiles desde
la noche del 16 de febrero eran oficiosos y de ningn modo sustituan al de las
Juntas Provinciales del Censo, nicas instancias que podan dar datos oficiales a partir
del 20 de febrero (p. 359). Pero, como en elecciones previas, y de forma lgica, su valor
informativo y orientativo sobre el perfil de la voluntad del electorado era claro y ntido
para todos, incluyendo el Gobierno y la direccin de los partidos. Y el hecho es que ya
desde la noche del da 16 las noticias recibidas apuntaban el triunfo del Frente
Popular en las dos circunscripciones madrileas (obteniendo catorce de los diecisiete
escaos en la capital y seis de ocho en la provincia), as como en otras veintitrs
circunscripciones, lo que fue confirmado por las autoridades gubernativas y desat la
euforia porque las izquierdas podan aproximarse a los 180 escaos, una cifra superior
a las estimaciones preelectorales (p. 360). Las noticias recibidas esa misma
tarde-noche desde Catalua no eran menos triunfales: el Front dEsquerres (la marca
frentepopulista en la regin) triunfaba de forma considerable en Barcelona capital e
iba por delante en la provincia, amn de Gerona y Tarragona, dejando muy atrs al
Front Catal dOrdre (la marca derechista aglutinada por la Lliga de Francesc
Camb, que s haba conseguido unir a todo el centro-derecha regional). No en vano, el
primer frente lograra sumar diecisis escaos en la capital catalana (por cuatro del
segundo) y otros once de la provincia barcelonesa (por tres del segundo). Un resultado
tan abultado e inesperado que haba conmocionado a los dirigentes de la Lliga (que
haban estado convencidos de su victoria) y provocado la dimisin inmediata del
gobernador civil de Barcelona, el portelista Flix Escalas, que sera reemplazado
urgentemente el da 17 por el republicano de izquierda Juan Moles (pp. 360-361 y 390).
No menos conmocin sufri la CEDA al conocer esos mismos resultados, como dej
anotado Jos Larraz (Memorias, pp. 108 y 110):

Transcurri el tiempo y la casa del peridico continuaba vaca. No iba nadie. Qu raro!
No pude contener mi impaciencia y, al filo de las ocho de la tarde (del da 16 de
febrero), abandon mi despacho y baj a la sala de informacin. Muy pocos redactores,
malas caras y tristeza.

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Perdimos? pregunt.

Parece me contest lacnicamente un redactor.

Pero, en el conjunto de Espaa?

A juzgar por las noticias, s. [...]

Recuerdo cmo impresion a Gil-Robles el resultado electoral.

As pues, a lo largo del da 17 fue confirmndose una realidad incontestada que el


Gobierno de Portela no ocult, pese a que destrozaba sus previsiones, justo a la par que
las calles de las grandes ciudades (empezando por Madrid y Barcelona) se llenaban de
masas frentepopulistas que festejaban su victoria todava estrictamente oficiosa (sin
duda: pero no inventada o imaginada artificiosamente) y presionaban por un rpido
traspaso de poderes (como de hecho haba sucedido en Barcelona). En palabras de los
profesores lvarez Tardo y Villa Garca:

En realidad, los escrutinios del 17 slo eran terminantes en que el Frente Popular iba
por delante en el escrutinio y en que sus adversarios slo podan encomendarse, para
ganarle, a los votos en los distritos rurales an por contar. Eso s, el optimismo de los
dirigentes del Frente Popular estaba justificado: haban destrozado todas las
previsiones, que apuntaban a un indiscutible triunfo de la CEDA en las
circunscripciones urbanas de Valencia y Zaragoza, y del PNV en Bilbao. Nadie haba
vaticinado, adems, un incremento tan espectacular de sus votos. Cuando se cerr el
escrutinio en Madrid capital, el Frente Popular cosech 46.000 papeletas ms que
todas las izquierdas juntas en 1933. Mejores fueron an los resultados en las
circunscripciones urbanas de Barcelona, Valencia y Sevilla: nada menos que 90.000,
77.000 y 51.000 votos, respectivamente. Los aumentos fueron menores, pero
igualmente destacados, en el resto de las circunscripciones urbanas (p. 363).

En ese contexto de victoria anticipada (pero sin datos seguros y oficiales sobre su
entidad y sobre el volumen total de escaos), el gobierno de Portela empez a filtrar a
media tarde del da 17 los resultados recabados por el Ministerio de Gobernacin y que
no dejaban lugar a dudas de la entidad del inesperado triunfo frentepopulista, desde
luego que magnificado por el sistema electoral vigente desde 1931:

Las izquierdas lograran 240 escaos, mayora absoluta, por 221 de sus adversarios.
Estos fueron los datos que la prensa reprodujo casi en pleno en sus ediciones del 18 y
el 19 de febrero, haciendo referencia velada a su procedencia gubernativa. Fue
precisamente esa filtracin la que, al publicitarse, generaliz la creencia de que las
izquierdas haban obtenido una victoria que incluso el recuento oficioso estaba lejos de
confirmar (pp. 364-365).

Como los autores de esta obra subrayan reiteradamente, eran proyecciones de cifras
oficiosas y no formalmente sancionadas por las Juntas de Censo, por supuesto. E
incluso erraban en la distribucin del nmero de escaos porque, para entonces, los

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datos oficiales disponibles por el Gobierno de Portela, en la maana del 18 de
febrero, slo confirmaban que el Frente Popular tena 198 escaos asegurados, en
tanto que sus adversarios se quedaban en 161, restando para la segunda vuelta la
asignacin de veinte escaos quizs esenciales para determinar si el triunfo era por
mayora absoluta o slo relativa (p. 366). Sin embargo, la dinmica de victoria estaba
clara y en el recuento, que sigui su curso normal el da 18, los resultados
confirmaron las victorias que ya se haban dibujado el 17 (p. 366). Y, hay que hacerlo
notar, para entonces, las acusaciones de fraude o falseamiento de la voluntad popular
eran meras denuncias retricas o puras invenciones interesadas, porque estaba claro
que el Frente Popular haba ganado las elecciones por una mayora clara, aunque
todava incierta en su proporcin parlamentaria final. Y en ese resultado, como indican
los profesores lvarez Tardo y Villa Garca, el fraude electoral tena muy poco que ver,
en tanto que la mayor cohesin y amplitud de las candidaturas del Frente Popular s
que pes lo suyo, porque contrast con la divisin de las coaliciones centro-derechistas
(con candidaturas cedistas compitiendo por el voto con candidaturas ministeriales):

La clave fue que esta coalicin aprovech mejor las ventajas del sistema electoral,
especialmente al triunfar en trece de las diecisiete circunscripciones con diez o ms
escaos, las ms pobladas y donde la prima al vencedor era mayor. Por el contrario,
sus rivales lograron ms victorias en las circunscripciones con menos electores, que
presentaban un menor desequilibrio de escaos entre mayoras y minoras. [...]
Obviando los trastrueques de actas (posteriormente tratados), la victoria de las
izquierdas fue, en las grandes circunscripciones, tan solvente que ni siquiera una
mayor cohesin del centro y la derecha hubiera cambiado decisivamente el reparto de
escaos, con las solas excepciones de Jan, Pontevedra y Valencia provincia. La
desunin del centro-derecha s fue determinante en otras circunscripciones. Al
infravalorar el nmero de votos que el Frente Popular poda obtener, hubo ms de una
candidatura conservadora que contendi por la victoria o, al menos, se presentaron
varios candidatos por las minoras que restaron votos a la CEDA y sus aliados (p. 438).

Lo que vino a alterar el panorama de relativa normalidad descrito a lo largo del da 18


de febrero y durante la maana siguiente fueron dos fenmenos conexos en la prctica
pero diferentes en su origen. Por un lado, la creciente movilizacin de las masas
frentepopulistas que salieron a la calle para reivindicar el triunfo electoral y en muchas
ocasiones para imponer de inmediato la adopcin de su programa poltico (como fue el
caso del Gobierno Civil de Barcelona tras el nombramiento de Juan Moles): proceder a
amnistiar a los presos polticos encarcelados por su participacin en la revolucin de
octubre de 1934, reponer en sus cargos a los alcaldes y ayuntamientos dominados por
las izquierdas y anulados como resultado de su actuacin en 1934, exigir la readmisin
de los trabajadores despedidos por secundar aquella huelga general, etc. Una
movilizacin mitad pacfica y festiva y mitad reivindicativa con brotes de violencia muy
notables en distintos lugares, que los partidos de izquierda republicana queran atajar,
mientras que los partidos obreros los aprovechaban y alentaban. Y que el Gobierno de
Portela, ya en franca descomposicin, trat de frenar con la declaracin del estado de
alarma en toda Espaa y, en varias provincias, incluso con la declaracin del estado de
guerra (Valencia, Alicante, Oviedo y Murcia).

Por otro lado, el prctico desmoronamiento de la autoridad gubernativa, empezando

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por su abrumado presidente, Manuel Portela Valladares, y siguiendo por la mayora de
sus ministros y de los gobernadores civiles (como fue el caso barcelons ya
mencionado). No en vano, enfrentado al tremendo fracaso de su opcin centrista y al
inesperado empuje del triunfo frentepopulista, Portela decidi abandonar
precipitadamente el cargo al medioda del 19 de febrero, contra el indignado parecer
del presidente Alcal-Zamora, sin esperar a los primeros escrutinios oficiales (el da 20)
y sin llegar a presidir la segunda vuelta electoral (prevista para el 1 de marzo).

Esa combinacin de movilizacin callejera y desconcierto y fuga en la cspide del poder


institucional cre las condiciones para una crisis sociopoltica muy grave que oblig, a
media tarde del da 19 de febrero, a tomar una decisin indita y anormal, aunque no
necesariamente anticonstitucional: Alcal-Zamora decidi reemplazar al dimitido
Portela por un gabinete frentepopulista liderado por Manuel Azaa. Como sealan los
autores de este libro, ese cambio de gobierno en medio de un proceso electoral
inconcluso era sorprendente, porque el supuesto ganador todava no confirmado
oficialmente, y sin saber exactamente cul iba a ser su mayora parlamentaria (slo
relativa, o absoluta por superar los 237 escaos), asuma la gestin de supervisar el
final de dicho proceso. El propio Azaa dej constancia ante el presidente de la
Repblica y en sus memorias de sus reservas ante ese paso excepcional: Hoy, ni
siquiera sabemos exactamente cul es el resultado electoral, ni por tanto, qu mayora
tenemos. Falta repetir la eleccin en algunas provincias (Memorias de guerra,
Barcelona, Mondadori, 1996, vol. 1, p. 10). Pero era tambin un paso obligado en virtud
de las circunstancias y no contravena las normas constitucionales:

Consumada su dimisin [de Portela], Alcal-Zamora [...] apenas tuvo dudas en sealar a
Azaa como la nica solucin posible, antes incluso de iniciar una ronda de consultas
tan amplia como formularia. Ciertamente, la marcha del recuento que, como se ver, a
esa hora mantena al Frente Popular por delante, pes lo suyo. Pero ms importante
era que la coalicin de izquierdas, con sus fragilidades, era el nico instrumento de
gobierno que se perciba sin Cmara a la vista, pues se basaba en un pacto poselectoral
que vinculaba a quienes haban concurrido juntos a las elecciones. Por el lado del
centro y la derecha no haba ms que coaliciones puramente electorales, una entente
destinada a disolverse tras el escrutinio. De modo que, para acordar un Gobierno, los
partidos de centro y derecha hubieran necesitado negociar previamente un bloque
parlamentario, y esto era imposible sin conocer a ciencia cierta la composicin de las
futuras Cortes. Ms an cuando el escrutinio no conceda a la CEDA y a los
republicanos moderados, ese 19 de febrero, ninguna posibilidad de mayora como no
concitaran tambin el apoyo de los grupos monrquicos y hasta del PNV. [...] Alba,
Camb, Portela y Cirilo del Ro [dirigentes del centro-derecha perdedor] aconsejaron al
Jefe del Estado que encargara el gobierno a Azaa (pp. 310-311).

El cambio de gobierno acaecido en la tarde del 19 de febrero no apacigu de inmediato


los nimos en las calles y, en general, como se ver, no afect sensiblemente a los
resultados electorales, que estaban confirmndose por un doble motivo:

[...] porque la documentacin de la gran mayora de las mesas estaba ya en manos de


los secretarios de las Juntas Provinciales del Censo y porque, adems, en muchas

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circunscripciones la candidatura vencedora lo era por diferencias que hacan ya
imposible variar el reparto de los escaos. No obstante, en determinadas
circunscripciones, especialmente las que tenan un resultado apretado, el cambio de
gobierno tuvo un impacto decisivo. Esto ocurri all donde deban repetirse las
elecciones (p. 371).

En efecto, en el momento de la formacin del Gobierno de Azaa, en la tarde del 19 de


febrero (con buena parte de los escrutinios ya realizados, como demuestra el caso
citado de la provincia de Cceres), el Frente Popular poda tener garantizado un suelo
de 219 escaos por 198 de sus adversarios (p. 380). Por eso mismo, el recuento final
fue objeto de una reida pugna para conseguir el mximo de los restantes escaos en
disputa, circunstancia que ofreci oportunidades de intervencin fraudulenta a las
nuevas autoridades provinciales nombradas por el gabinete de Azaa. Unas actividades
que jams fueron dictadas por ese Gobierno ni tuvieron carcter general: esas
manipulaciones no tuvieron que ver con un plan sistemtico del nuevo Ejecutivo de
izquierdas, sino que fueron promovidas por los dirigentes que se hicieron
interinamente con los gobiernos provinciales (p. 380). Unas actividades, en fin, que
magnificaran el volumen del triunfo frentepopulista, pero no lo generaran ni
fabricaran de manera espuria, como acertadamente subrayan con precisin los autores
del estudio (y como olvidan algunos comentaristas con clara intencin):

Eso no quiere decir que los resultados del Frente Popular fueran un mero subproducto
del fraude, como proclamaran sus adversarios comenzada ya la Guerra Civil. De
hecho, esta coalicin obtuvo, hasta el 20 de febrero, ms escaos que cualquier otra
agrupacin de partidos (pp. 380-381).

Las determinadas circunscripciones donde la ocasin para el fraude localizado fue


evidente y significativo fueron las siguientes: Corua, Pontevedra y Lugo (en ellas la
pugna electoral a tres bandas haba sido particularmente reida, dada la fuerza de
Portela Valladares en la regin), Jan, Mlaga (aunque aqu el triunfo por las mayoras
del Frente Popular era incontestable), Valencia provincia, Santa Cruz de Tenerife y
Cceres. En todas las citadas se produjeron en mayor o menor medida episodios
fraudulentos (cambios de actas, anulacin de sufragios adversos, alteracin interesada
de sumas de votos) a cargo de las nuevas autoridades gubernativas o mediante
presin sobre los integrantes de las juntas provinciales del censo.

El caso de la provincia de Cceres fue quiz el ms grave, claro y manifiesto, como


ponen de relieve los profesores lvarez Tardo y Villa Garca. Y as lo haba demostrado
ya en 2001 el profesor Fernando Ayala Vicente, cuyo relato es particularmente
completo, porque consigui acceder a las fuentes probatorias conservadas en el
Archivo del Gobierno Civil de la Provincia y en el Archivo de la Diputacin Provincial. A
tenor del mismo, segn datos del Gobierno Civil, los resultados electorales en la
provincia al medioda del 19 de julio otorgaban un resultado favorable a las derechas:
seis diputados de la CEDA frente a tres del Frente Popular, con nmero de votos
bastante ajustados (el primero de la CEDA con 97.410 frente al primero del Frente
Popular con 92.280). Y as se corrobora en el Acta General conservada en el Archivo
del Gobierno Civil (hoy en el Archivo Histrico Provincial de Cceres). Sin embargo,
existe otro Acta General custodiada en el Archivo Histrico de la Diputacin Provincial,

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claramente de da y horas posteriores, que ofrece otro resultado casi inverso, que fue el
proclamado finalmente como oficial: el Frente Popular obtena siete diputados frente a
dos de la CEDA (su primer candidato con 98.878 votos, frente a 95.777 del primer
adversario electo) (pp. 169- 171). Es decir, el Frente Popular pasaba de tres a siete
escaos (sumaba cuatro) y la CEDA descenda de seis a dos (perda cuatro).

Cmo fue posible el cambio registrado en las preferencias electorales de la provincia


de Cceres? Porque el nuevo gobernador frentepopulista, que asumi su cargo en la
noche del da 19, tambin cambi al presidente de la Diputacin y a su secretario,
asumiendo los nuevos designados la tarea de custodiar los escrutinios recibidos y
procediendo a modificar las certificaciones de voto de varias mesas de pueblos
provinciales hasta invertir los sufragios y dar la mayora al Frente Popular. As lo
describen acertadamente los profesores lvarez Tardo y Villa Garca en su estudio (pp.
377 y 392-393). Y as lo haba anotado el profesor Ayala Vicente (que, por si fuera de
inters, adems de buen y honesto historiador, es un conocido dirigente socialista
extremeo):

Estos son los hechos conocidos. De todos ellos podemos colegir la existencia de una
serie de irregularidades, que si bien en cuanto al nmero no fueron muy significativas,
pudieron ser determinantes a la hora de hacer bascular un resultado, que se ventilaba
por un muy estrecho margen de votos, en un sentido u otro. [...] Lo ajustado de los
datos, la escasa diferencia entre ambas candidaturas, avala la sospecha de pucherazo
(p. 188).

Esas disparatadas irregularidades fueron debidamente denunciadas por los


candidatos lesionados ante la Junta Central, que en virtud de la ley electoral deba
pasar su consideracin a la Comisin de Actas que habra de conformarse en el seno
del nuevo Congreso, puesto que se sera el nico organismo que poda solicitar un
nuevo recuento. Esta extraa y arriesgada prescripcin normativa politizaba,
inevitable y lamentablemente, el final del proceso electoral, haciendo de la Comisin de
Actas parlamentaria una especie de juez y parte extrajudicial en la resolucin del
proceso (p. 394). En todo caso, el 26 de febrero pudieron ofrecerse ya los datos casi
finales de los escrutinios a cargo de las Juntas Provinciales: el Frente Popular obtena
entre 256 y 259 escaos, mayora absoluta, por entre 194 y 209 de las candidaturas de
centro y derecha (si bien faltaban las veinte actas de la segunda vuelta y la
confirmacin de algunas otras circunscripciones) (p. 408).

El presidente Alcal-Zamora, ya posteriormente en el amargo exilio iniciado antes del


estallido de la Guerra Civil, calcul que las manipulaciones electorales realizadas desde
la noche del 19 de febrero pudieron afectar a medio centenar de escaos
parlamentarios (p. 408). En mi opinin, teniendo en cuenta que hablamos de unas ocho
circunscripciones y que el grave caso cacereo supuso sumar cuatro escaos
fraudulentamente, esa cifra de cincuenta escaos parece excesiva (incluso si asumimos
que incluye las actas que cambiaron de signo en la discusin de la Comisin de Actas).
Los profesores lvarez Tardo y Villa Garca apuntan que estas alteraciones afectaron
a un mnimo de treinta y seis escaos y hasta un mximo de cuarenta en su conjunto;
y aaden que, en la crucial primera vuelta, gracias a ellas el Frente Popular sum un
mnimo de veintinueve y un mximo de treinta y tres escaos (p. 497). Aceptando esas

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cifras estimativas, ese fraude no variara, en todo caso, el hecho indiscutido de que el
Frente Popular tena bastantes ms diputados ya en la primera vuelta (razn principal
por la que Azaa asumi su cargo), aunque s el hecho de alcanzar y rebasar la mayora
absoluta: descontando el mximo de treinta y tres escaos trastocados a los 259
escaos logrados, la mayora del Frente Popular habra quedado en 226 (once escaos
menos que la mayora absoluta, pero entre diecisiete y treinta y dos ms que sus
adversarios). A este respecto, el juicio emitido por lvarez Tardo y Villa Garca merece
reproducirse por su importancia:

En realidad, estos fenmenos [los fraudes mencionados] estuvieron circunscritos, como


ha podido constatarse, a determinadas provincias. [...] Es decir, fueron el proselitismo
de partido y la capacidad de movilizacin los que contribuyeron a distribuir el grueso
de los votos, que no el fraude o la violencia (pp. 408-409).

Puede decirse de otra manera, pero quiz no mejor: el espectacular aumento de votos
del Frente Popular en cincuenta de las sesenta circunscripciones electorales explica
el gran resultado de sus candidatos ms all de cualquier otra circunstancia. Y si esa
victoria en nmero de votos se tradujo en una ventaja tan grande de escaos, la
razn hay que buscarla no en un inmenso fraude, sino en otra razn bien conocida: un
sistema electoral hipermayoritario que el Frente Popular aprovech a fondo hasta
triunfar en trece de las diecisiete circunscripciones con diez o ms escaos, las ms
pobladas y donde la prima al vencedor era mayor. Sus rivales, por el contrario,
lograron ms victorias en las circunscripciones con menos electores, que presentaban
un menor desequilibrio de escaos entre mayoras y minoras. Y, ante esas
circunstancias, como concluyen ambos autores y suscribo ntegramente, la victoria de
las izquierdas fue, en las grandes circunscripciones, tan solvente que ni siquiera una
mayor cohesin del centro y la derecha hubiera cambiado decisivamente el reparto de
escaos, con las solas excepciones de Jan, Pontevedra y Valencia provincia (p. 438).

4. Gestin del Gobierno de Azaa y final del proceso electoral

El anlisis de la gestin del nuevo Gobierno de Manuel Azaa, que asumi el poder de
manera urgente en la tarde-noche del 19 de febrero, es objeto de la necesaria atencin
por parte del libro comentado. Y si bien sus autores subrayaban que el traspaso de
poderes haba sido anormal (pero no anticonstitucional) y fruto de una presin
callejera y de una fuga gubernamental lamentables, tambin reconocen que Azaa
asumi la carga por falta de otras alternativas (hubiera preferido con mucho esperar a
la segunda vuelta electoral). No en vano, como ya apunt Santos Juli hace tiempo, la
coyuntura creada desde la noche del 16 de febrero era verdaderamente una situacin
revolucionaria, con relaciones sociales trastocadas por la imprevista victoria
frentepopulista y con una autoridad hundida e incapaz de manejar los resortes de la
represin (Antecedentes polticos: la primavera de 1936, en Edward Malefakis,
19361939. La guerra de Espaa, Madrid, El Pas, 1986, pp. 24-25).

En todo caso, lo cierto es que el nuevo Gobierno no fue meramente de gestin hasta
el final del proceso electoral, sino que empez a aplicar buena parte del programa de
Frente Popular como nico medio de atajar la crisis de autoridad abierta por un Portela
que ha tirado el poder, sin reparar en las consecuencias y una masa frentepopulista

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que anda suelta por las calles (en palabras de Manuel Azaa en sus fecundas
Memorias de guerra, vol. 1, pp. 13 y 16). En efecto, ese desordenado empuje del
Frente Popular se traduca en una calle inflamada y un brote de violencia poltica
verdaderamente alarmante y sangriento: desde el da 19 de febrero hasta el da 1 de
marzo de 1936, los autores de esta obra registran la plausible cifra de 129 vctimas de
incidentes polticos: casi una tercera parte, muertos; el resto, heridos graves (p. 344).
La mayor parte de las vctimas se registraron entre el 19 y el 20 de febrero, ya con
Azaa al frente del Ejecutivo y empezando a gobernar con resolucin. Y,
significativamente, el 62% de los muertos registrados entonces lo fueron por disparos
de las fuerzas del orden, que cumplan las rdenes de mantener la paz pblica. Slo el
restante 38% muri como resultado de choques entre grupos izquierdistas y
derechistas, sin intervencin policial o de la Guardia Civil (pp. 317-318).

La apuesta de Azaa para calmar la intranquilidad pblica fue poner en marcha de


manera acelerada buena parte del programa del Frente Popular, sobre todo la amnista
para los detenidos por su participacin en la revolucin de octubre de 1934, eje vital y
sentimental del apoyo de las fuerzas obreras a su Gobierno. Y trat y consigui hacerlo
con el concurso de las fuerzas de la oposicin y mediante el recurso constitucional de
someter sus decretos al refrendo de la Diputacin Permanente de las Cortes ya
disueltas. As se hizo con el concurso de ese organismo, reunido de forma urgente la
tarde del 21 de febrero, que sancion la medida cuando ya estaba siendo ejecutada de
forma alegal por decisiones gubernativas (pp. 334- 335). La Diputacin tambin
corrobor la imposicin del estado de excepcin en los trminos dictados por el
Gobierno, que incluan el estado de guerra en Albacete, Alicante, Zaragoza y
Valencia (p. 337). La imperiosa necesidad de esas medidas cabe apreciarla en el
hecho de que recibieron el voto favorable (inexcusable, dada la composicin de la
Diputacin Permanente) de los representantes de las derechas: el Partido Radical, la
CEDA e, incluso, diputados monrquicos votaron a favor sin reservas.

Poco a poco, la situacin revolucionaria abierta durante esos das de febrero fue
reconducida de forma constitucional gracias a la labor del Ejecutivo de Azaa, que
entonces apareca como nica esperanza de restauracin nacional y evitacin de
cadas en el abismo. El propio Jos Antonio Primo de Rivera, el 21 de febrero, anunci
en pblico su reconocimiento al valor poltico del Csar de la Repblica de Abril, con
palabras elogiosas que causaron sensacin, como nos recuerda la reciente biografa de
Joan Maria Thoms: Azaa vive su segunda ocasin. Menos fresca que el 14 de abril,
le rodea, sin embargo, una caudalosa esperanza popular (Jos Antonio. Realidad y
mito, Barcelona, Debate, 2017, p. 257). Sin embargo, lamentablemente, esa labor
reconstructiva y consensuada no se extendi al campo electoral y, de hecho, las
divergencias entre el Frente Popular y las oposiciones derechistas acabaran derivando
en una ruptura total en estas materias y en otras muchas.

El primer desencuentro se produjo por la segunda vuelta electoral celebrada el 1 de


marzo en las cinco circunscripciones (lava, Castelln, Guipzcoa, Soria y Vizcaya
provincia) donde ninguna candidatura haba superado el 40% de los votos populares.
En realidad, con el Frente Popular en el poder, y con mayora parlamentaria
asegurada, la importancia de la segunda vuelta pareca secundaria (p. 440) y las
derechas, traumatizadas por su derrota y aterrorizadas por la violencia callejera,
prestaron relativamente poca atencin a la pugna. Por eso, en gran medida, los

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resultados fueron muy favorables al Frente Popular, que revirti parcialmente los
triunfos conservadores en esas provincias: gan en Castelln y obtuvo las minoras de
lava, Guipzcoa y Soria, sumando ocho escaos ms. El segundo triunfador fue el
PNV, que obtuvo siete escaos. El resto cinco escaos en total fueron para las
derechas. Como resultado, El Frente Popular pudo alcanzar as las 267 actas, por 206
del centro y las derechas (p. 444).

La piedra de toque de la actitud cooperativa del Gobierno de Azaa, una vez lograda la
garanta de su abrumador apoyo parlamentario, se centr en la discusin de las actas
denunciadas ante la Junta Central, que pasaran a ser examinadas y dictaminadas por
una Comisin de Actas de las nuevas Cortes, dominadas lgicamente por la nueva
mayora (catorce diputados del Frente Popular frente a siete de la oposicin, bajo la
presidencia de Indalecio Prieto). A partir del 17 de marzo empezaron a discutirse nada
menos que los resultados de treinta y cinco circunscripciones (del total de sesenta), en
parte porque la protesta era considerada, en realidad, una fase ms del proceso
electoral, una especie de tercera vuelta facilitada por un procedimiento muy
garantista (p. 446). Los primeros dictmenes se tomaron casi por unanimidad y con
criterios jurdicos impecables, solventando sin problemas muchas impugnaciones. Pero
la discusin de las actas de Cceres, La Corua y Pontevedra, donde s haba
evidencias palmarias de fraude que afectaban a las izquierdas, fueron objeto de una
dura discusin, que acab con la imposicin del dictamen favorable por parte de la
mayora frentepopulista y pese a las crticas de la oposicin en minora (pp. 460 y 464).

El grado de acritud de esa ruptura llev a la dimisin de Indalecio Prieto como


miembro de la Comisin de Actas, en evidente desacuerdo con sus decisiones, y en
clara demostracin de la fuerza de la izquierda socialista frente a sus camaradas ms
centristas. De hecho, la situacin lleg a ser tan grave que la mayora frentepopulista
concibi la tentacin de dejar sin escao a Gil-Robles, Calvo Sotelo y otros destacados
lderes de la oposicin. Una circunstancia que forz al propio Niceto Alcal-Zamora a
advertir a Azaa el da 2 de abril: expulsar a los dos jefes de la oposicin equivaldra a
suprimir el rgimen parlamentario (p. 488). No se lleg a tal extremo, pero
ciertamente el balance del debate de actas en el Congreso en esos meses de 1936 fue
manifiestamente desequilibrado. Y eso era muy lamentable, porque esa intransigencia
era innecesaria, por las razones esgrimidas por los profesores lvarez Tardo y Villa
Garca:

En realidad, la actuacin de los vocales del Frente Popular no hizo ms que enturbiar y
distorsionar unos resultados electorales que, en altsimo porcentaje, procedan de
votaciones limpias. De los treinta y seis expedientes electorales que traan protestas en
1936, sumando la primera y la segunda vuelta, la aplicacin de un criterio jurdico
hubiera convalidado casi todas las actas, tanto de las izquierdas como de las derechas.
Ni siquiera el fraude narrado afect, aun en las circunscripciones ms polmicas, a la
mayora de sus mesas. Hubiera bastado con un nuevo recuento y las correcciones
pertinentes en el reparto de los escaos. Como se ha explicado, las dos nicas
anulaciones, las de Granada y Cuenca, se fundaron en criterios partidistas y, ante la
falta de pruebas, hubo de recurrirse al formulismo huero, aplicado a conciencia, de las
convicciones morales (p. 492).

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En todo caso, la arbitrariedad de la mayora frentepopulista en la Comisin de Actas se
tradujo en algunos cambios en el seno del Congreso, que cabe cuantificar: la CEDA
perdi once escaos, los tradicionalistas, tres escaos, y los monrquicos de
Renovacin Espaola, otro escao ms. Por su parte, el PSOE, Izquierda Republicana y
Unin Republicana perdieron slo un escao cada uno. Poca cosa, porque las
elecciones parciales en Cuenca y Granada otorgaran otros diecisiete diputados ms al
Frente Popular en mayo de 1936 (p. 496).

En resolucin, el sectarismo en la Comisin de Actas reforz abusivamente la ya


notable mayora electoral del Frente Popular en las Cortes (pese al casi empate de
votos populares registrado, obvio es recordarlo). Ahora bien, como indican los autores
del libro: ese partidismo fehaciente no fabric una mayora que ya era una realidad
cuando se completaron las operaciones de escrutinio y se constituy interinamente el
Congreso. Y, por eso mismo, casi todos los grupos conservadores acabaron
aceptando, con ms o menos reservas, este hecho consumado (p. 496). As pues, las
elecciones de febrero de 1936 dieron paso a una etapa poltica en la que las derechas
asumieron sus resultados con mayor o menor disgusto y conformidad, aceptando en
general su papel minoritario en aquellas Cortes (al menos por lo que respecta a la
CEDA y el republicanismo moderado, no as las extremas derechas ms autoritarias).
Con su corolario bien anotado en las pginas finales de esta obra: El proceso
electoral, por tanto, estuvo lejos de ser antecedente directo de la Guerra Civil (p.
524).

5. Observaciones finales a modo de conclusiones tentativas

Manuel lvarez Tardo y Roberto Villa Garca han escrito un libro de historia bien
fundamentado en investigaciones primarias, que resulta crucial para conocer las
circunstancias de las elecciones generales de febrero de 1936, sin lugar a dudas. Y
dejando aparte las reservas y matices que cabe legtimamente hacer a algunas de sus
perspectivas, focos de anlisis o argumentaciones explicativas, como en cualquier otra
obra histrica, que es siempre revisable y mejorable, lo cierto es que su trabajo tiene
poco que ver con las reverdecidas denuncias derechistas de fraude general e invalidez
total de la victoria del Frente Popular en aquellas fechas. Por eso yerran las crticas
apriorsticas del estudio surgidas desde perspectivas historiogrficas o mediticas
prximas a las izquierdas en su pluralidad: su obra no es un nuevo intento para
legitimar el golpe de Estado contra un Gobierno democrtico (Agustn Moreno) y nada
autoriza a pensar que sus autores tengan como objetivo la justificacin del 18 de
julio (Espinosa Maestre). De hecho, segn mi leal y siempre falible saber y entender,
cabe extraer una serie de conclusiones y deducciones de este libro que as lo
demuestran:

1) La violencia durante la campaa electoral fue significativa y persistente, revelando


el grado de tensin poltico-ideolgica registrado en la sociedad espaola de entonces.
Pero no tuvo la envergadura ni la intensidad suficiente para alterar gravemente el
desarrollo normal del proceso electoral en su conjunto. Hubo, as pues, casos de
violencia episdica recurrente, pero tambin una mayora sustancial de conductas
cvicas regulares y competencia libre y equilibrada entre alternativas polticas
diferenciadas, como corresponde a una consulta democrtica vlida.

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2) El fraude en el proceso de escrutinio de los votos fue claro y probado en distinto
grado en varias circunscripciones (al menos ocho del total de sesenta) y tuvo su efecto
distorsionador en la distribucin final de escaos parlamentarios (menos de los
cincuenta sealados por Alcal Zamora y quizs entre los treinta y seis-cuarenta
apuntados por lvarez Tardo y Villa Garca). Pero no hubo fraude generalizado y
orquestado (un atisbo de pucherazo general y sistmico) y el triunfo del Frente
Popular fue principalmente producto de la mayor movilizacin de sus votantes a la hora
de acudir a las urnas y del efecto de un sistema electoral hipermayoritario en la
distribucin de escaos, aun cuando su mayora parlamentaria final fue de hecho
amplificada muy sensiblemente por esos episodios localizados de fraude.

3) El acceso al poder del nuevo Gobierno de Frente Popular presidido por Manuel
Azaa desde la tarde-noche del 19 de febrero fue un fenmeno excepcional y
sorprendente y slo comprensible en el contexto de emergencia creado por la
desercin y huida del Gobierno de Portela Valladares y la movilizacin de las masas
frentepopulistas, que reivindicaban la puesta en prctica del programa electoral del
triunfador. Pero no fue un golpe de Estado, ni violento, ni armado, ni electoral, porque
Azaa fue nombrado por el presidente de la Repblica, que tena competencias para
ello y consider todas las alternativas posibles antes de tomar su decisin y despus de
consultar con los partidos pertinentes.

4) La labor del nuevo Gobierno de Azaa no se limit a ser la de un Ejecutivo de gestin


interina hasta la terminacin del proceso electoral con vistas a rendir cuentas de su
tarea ante las nuevas Cortes. Fue tambin un Gobierno del Frente Popular que
comenz de inmediato, antes de tener los resultados definitivos, a aplicar el programa
electoral pactado, en buena medida con el apoyo expreso (como es el caso de la
aprobacin de la amnista poltica) de todos los partidos con representacin en la
Diputacin Permanente de las Cortes disueltas (incluyendo los votos de la CEDA y de
los monrquicos autoritarios). Y fue as porque la misma situacin de emergencia
(situacin revolucionaria, en palabras clsicas de Santos Juli) no permiti encontrar
otra salida constitucional efectiva.

5) La gestin poltica del Ejecutivo de Azaa tras las elecciones consigui cauterizar en
pocos das el peligro de un desbordamiento revolucionario con medidas enrgicas y con
el apoyo de las propias derechas, reconduciendo constitucionalmente los desafos
planteados, y a pesar de los amplios brotes de violencia registrados. Sin embargo, esa
encomiable y necesaria cooperacin transpartidista se frustr posteriormente en la
discusin de las denuncias de fraude en la Comisin de Actas, generando una ruptura
poltica ya casi insalvable en el mes de abril de 1936, cuando otros problemas y
desafos estaban generando una nueva crisis social e institucional de mayor calado.

En definitiva, y para concluir, la lectura del libro comentado ofrece perspectivas


novedosas e informacin relevante sobre todo ese proceso. Pero no ofrece material
probatorio para impugnar el hecho cierto de que hubo unas elecciones bsicamente

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limpias y un resultado claro en forma de victoria electoral del Frente Popular, aunque
no fuera con la mayora abultada que finalmente se proclam de manera oficial. En
otras palabras: en febrero de 1936 no hubo golpe de Estado del Frente Popular (Pablo
Gea Congosto), ni su triunfo fue resultado de una combinacin de violencia y fraude
generalizados (Csar Vidal), ni sus manejos robaron a las derechas su clara victoria
electoral (Alfonso Bulln de Mendoza), ni su triunfo fraudulento y viciado por la
violencia sirve de justificacin del 18 de julio como mera reaccin defensiva (Juan
Robles). Todo lo contrario. Hay que recordar que lo que finalmente acab con la
democracia republicana, a la postre, no fue una revolucin prohijada por las
autoridades frentepopulistas, que destruyeron as internamente la pacfica normalidad
constitucional (lo que, por cierto, evitaron entre el 19 y 20 de febrero). Lo que termin
con ella fue un golpe militar de perfil reaccionario que tena en su punto de mira letal
tanto el peligro de revolucin social como la evidencia de la reforma democrtica
gubernativa en accin resuelta e imparable. Olvidar estas circunstancias es sumamente
peligroso desde el punto de vista histrico. Casi tanto como desde el punto de vista
cvico.

Enrique Moradiellos es catedrtico de Historia Contempornea en la Universidad de


Extremadura. Sus ltimos libros son 1936. Los mitos de la Guerra Civil (Barcelona,
Pennsula, 2004), Franco frente a Churchill. Espaa y Gran Bretaa en la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945)(Barcelona, Pennsula, 2005), Don Juan Negrn
(Barcelona, Pennsula, 2006), La semilla de la barbarie. Antisemitismo y Holocausto
(Barcelona, Pennsula, 2009), Clo y las aulas (Badajoz, Diputacin Provincial, 2013), El
oficio de historiador. Estudiar, ensear, investigar (Madrid, Akal, 2013) e Historia
mnima de la Guerra Civil espaola(Madrid, Turner, 2016). Recientemente ha sido
editor de Las caras de Franco. Una revisin histrica del caudillo y su rgimen
(Madrid, Siglo XXI, 2016).

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