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La Venganza Viste de Prada

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SELLO PLANETA

COLECCIN FC
FORMATO 15 x 23
R

Otros ttulos de la autora


Lauren Weisberger SERVICIO xx

PRUEBA DIGITAL
VALIDA COMO PRUEBA DE COLOR

La venganza viste de Prada Lauren Weisberger


La continuacin ms esperada, la secuela al bestseller EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.
internacional El diablo viste de Prada.
DISEO 29/abril Sabrina
Ha pasado casi una dcada desde que Andy Sachs dej el trabajo
por el que un milln de chicas mataran, como ayudante de Mi- EDICIN
randa Priestly en la revista Runway, un sueo que result ser una
pesadilla.

La vida de Andy ha mejorado mucho: ha montado su propia revis-


ta, que se ha convertido en un referente, y ha conocido al amor de

La
su vida, Max Harrison, con el que est a punto de casarse. Pero el
Lauren Weisberger naci en Pennsylvania
karma le juega una mala pasada y no deja que Andy se libere com-
en 1977. Al acabar la universidad, se dedic a
pletamente del pasado. Pronto se da cuenta de que nada es lo que
recorrer el mundo. Cuando regres a EE.UU. CARACTERSTICAS
parece, ni su novio, ni su socia ni su propia carrera, y de que sus es-

venganza
se mud a Manhattan y trabaj como ayudante
fuerzos por construir una nueva vida la llevan de nuevo al infierno de la editora en jefe de la revista Vogue, Anna IMPRESIN 4/0
del que escap diez aos atrs. Wintour. Su primera novela, El diablo viste de
Prada, fue publicada en abril de 2003, se mantu-
vo seis meses en las listas de libros ms vendidos

viste
Vuelve la jefa ms odiosa de la historia de las jefas odiosas. del The New York Times y ha sido publicada en 31 PAPEL XX
pases. La novela se llev despus al cine con un
Vuelve el diablo. impresionante xito de taquilla. Sus siguientes PLASTIFCADO brillo
novelas tambin alcanzaron las listas del The
New York Times, convirtiendo a Weisberger en

de Prada
UVI XX
una de las autoras ms exitosas y ledas del mo-
mento. En la actualidad vive en Nueva York RELIEVE en titulo y subtiutlo
con su marido e hijas.
BAJORRELIEVE XX
www.laurenweisberger.com
www.facebook.com/lauren.weisberger STAMPING en subtitulo ROJO Luxor 307

https://twitter.com/LWeisberger
FORRO TAPA XX
LA CONTINUACIN DEL BESTSELLER
EL DIABLO VISTE DE PRADA
PVP 17,90 10041014

Diagonal, 662, 08034 Barcelona Diseo de la cubierta: Departamento de Arte y Diseo. GUARDAS XX
rea Editorial Grupo Planeta
www.editorial.planeta.es Fotografa de la cubierta: Alex Monge
www.planetadelibros.com 9 788408 128946 Fotografa de la autora: Mike Cohen Photography INSTRUCCIONES ESPECIALES
XX

26 mm
LAUREN WEISBERGER

LA VENGANZA
VISTE DE PRADA

Traduccin de
Montse Trivio

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No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema
informtico, ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio, sea ste electrnico,
mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito
del editor. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra
la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Cdigo Penal)
Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos) si necesita fotocopiar
o escanear algn fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a travs de la web
www.conlicencia.com o por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Ttulo original: Revenge wears Prada

Lauren Weisberger, 2013


por la traduccin, Montse Trivio, 2014
Editorial Planeta, S. A., 2014
Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espaa)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com

Primera edicin: junio de 2014


Depsito legal: B. 9.488-2014
ISBN 978-84-08-12894-6
ISBN 978-1-4391-3663-8, Simon & Schuster, Nueva York, edicin original
Composicin: Fotocomposicin gama, sl
Impresin y encuadernacin: Grficas Estella, S. L.
Printed in Spain - Impreso en Espaa

El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cien libre de cloro y est calificado
como papel ecolgico

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Mientras viviera

Caa una cortina inclinada de agua, glida e implacable, y el viento


soplaba en todas las direcciones posibles, con lo que volva prctica-
mente intiles los paraguas, los chubasqueros y las botas de agua. No
obstante, tampoco era que Andy dispusiera de ninguno de esos ar-
tculos. Su paraguas Burberry de doscientos dlares se haba negado a
abrirse y, al intentar forzarlo, se haba roto. La chaqueta de pelo de
conejo, provista de un cuello extragrande pero no de capucha, le ce-
a espectacularmente la cintura, si bien no serva de mucho a la hora
de protegerla de aquel fro que se meta en los huesos. Los flamantes
zapatos de ante y tacn de aguja, de Prada, le daban un aire alegre con
su tono fucsia, pero le dejaban casi todo el pie descubierto. Y en cuan-
to a los ajustados leggings de cuero, el glido viento los volva tan efec-
tivos como unas medias de seda, por lo que tena la sensacin de no
llevar nada en las piernas. Los treinta y cinco centmetros de nieve
que cubran Nueva York ya haban empezado a convertirse en una
masa gris semiderretida y, por ensima vez, Andy dese vivir en cual-
quier lugar menos en aquella ciudad.
Como si quisiera subrayar esa idea, un taxista pas disparado por
un semforo en mbar y le toc el claxon, pues Andy haba cometido
el gravsimo delito de intentar cruzar la calle. Reprimi el impulso de
hacerle un gesto obsceno con el dedo ltimamente, todo el mundo
pareca ir armado, y se limit a apretar los dientes y a lanzarle men-
talmente toda clase de improperios. Teniendo en cuenta la altura de
los tacones que llevaba, consigui desplazarse a una velocidad acepta-
ble a lo largo de las dos o tres manzanas siguientes: la calle Cincuenta

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y dos, la Cincuenta y tres, la Cincuenta y cuatro... Ya no faltaba mu-
cho y, por lo menos, dispondra de unos momentos para entrar en
calor antes de tener que volver corriendo a la oficina. Se consolaba
pensando en un caf bien calentito y, quiz, una galleta con trocitos
de chocolate cuando de repente, en algn lugar, oy aquel tono de
telfono.
De dnde proceda? Ech un vistazo a su alrededor, pero los de-
ms transentes no parecan or los timbrazos, que cada vez resulta-
ban ms estridentes. Riiiiiiing! Riiiiiiing! Aquel tono de llamada.
Sera capaz de reconocerlo en cualquier parte del mundo mientras
viviera, aunque en realidad le sorprenda que todava se fabricaran
telfonos que sonaran as. Haca muchsimo tiempo que no lo oa y,
sin embargo..., los recuerdos volvieron atropelladamente. Antes de
coger el telfono que llevaba en el bolso ya saba lo que se iba a encon-
trar, pero de todos modos se qued de piedra al ver el nombre que
apareca en la pantalla: Miranda Priestly.
No pensaba contestar. No poda. Cogi aire con fuerza, puls la
tecla Ignorar y volvi a guardar el telfono en el bolso. Casi de in-
mediato, empez a sonar de nuevo. Andy se dio cuenta de que se le
haba acelerado el corazn y de que cada vez le costaba ms y ms
llenar de aire los pulmones. Inspira, espira se dijo al tiempo que
bajaba la barbilla para proteger el rostro de una lluvia que ya era lite-
ralmente un aguacero, y sigue andando. Se hallaba apenas a dos
manzanas del restaurante lo vea a lo lejos, iluminado como una
clida y reluciente promesa cuando una rfaga especialmente mal-
vada la empuj con fuerza hacia adelante, lo que le hizo perder el
equilibrio y meterse directamente en uno de los peores lugares del
invierno neoyorquino: un charco negruzco y fangoso de suciedad,
agua, sal, porquera y quin saba qu ms, tan repugnante, glido y
asombrosamente profundo que no se poda hacer nada excepto re-
signarse.
Y eso fue justo lo que hizo Andy all mismo, en mitad de aquella
charca infernal que se haba formado entre la calzada y el bordillo. Se
qued plantada como un flamenco, manteniendo grcilmente el equi-

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librio sobre el pie sumergido y sosteniendo el otro a una considerable
altura por encima del lodo inmundo. Y as permaneci unos treinta o
cuarenta segundos, mientras sopesaba las opciones. Los dems tran-
sentes daban un rodeo para esquivarla a ella y al pequeo lago fango-
so, y slo los que llevaban botas de agua hasta la rodilla se atrevan a
cruzarlo por el centro. Pero nadie le tendi una mano y, al darse cuen-
ta de que el charco era lo bastante amplio en todas direcciones como
para que le resultara imposible salir de l de un solo salto, se prepa-
r para recibir otra glida impresin y coloc el pie izquierdo junto al
derecho. El agua helada le subi rpidamente por los tobillos y se detu-
vo ms o menos en la parte baja de la pantorrilla, cubriendo as ambos
zapatos fucsia y unos diez centmetros de leggings de cuero. Andy
tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a llorar.
Los zapatos y los leggings estaban para tirar, y tena los pies prcti-
camente congelados. Para poder salir de aquel lodo inmundo no le
quedaba ms remedio que seguir caminando. Y, por si todo eso no
fuera bastante, no poda dejar de pensar lo siguiente: Esto es lo que
te pasa por no cogerle el telfono a Miranda Priestly.
Sin embargo, no tuvo tiempo de regodearse en su desgracia, por-
que nada ms alcanzar el bordillo y detenerse un instante para calcu-
lar los daos, el telfono volvi a sonar. Haba demostrado agallas
qu coo agallas, temeridad ms bien al ignorar la primera lla-
mada, pero no poda volver a hacerlo. Chorreando, temblando y al
borde de las lgrimas, toc la pantalla y contest.
An-dre-aaa? Eres t? Te has marchado hace una eternidad.
Te lo preguntar slo una vez: dnde-est-mi-comida? No pienso
tolerar que me hagan esperar de esta manera.
Pues claro que soy yo pens ella. Has marcado mi nmero,
no? Quin quieres que te conteste?
Lo siento muchsimo, Miranda. Pero es que hace un tiempo de
mil demonios y estoy intentando...
Espero que vuelvas inmediatamente. Es todo.
Y, antes de que Andy pudiera decir una sola palabra ms, se cort
la comunicacin.

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Daba igual que el agua que se le haba metido en los zapatos le
chapoteara asquerosamente entre los dedos, daba igual que ya le hu-
biera resultado lo bastante difcil caminar con aquellos tacones cuan-
do an tena los pies secos, y tambin daba igual que las aceras estu-
vieran cada vez ms resbaladizas a medida que el agua de lluvia se iba
congelando: Andy ech a correr. Recorri la primera manzana todo
lo deprisa que pudo y ya slo le quedaba una ms cuando oy que al-
guien la llamaba por su nombre.
Andy! Andy, para! No corras tanto!
Habra sido capaz de reconocer aquella voz en cualquier parte,
pero... qu estaba haciendo Max all? Ese fin de semana estaba fuera,
en algn lugar del norte del estado, por motivos que no acertaba a re-
cordar. No era l? Se detuvo y gir en redondo, buscndolo.
Aqu, Andy!
Y entonces lo vio. Su prometido aquel hombre de facciones
duras y atractivas, grueso pelo negro y ojos verdes de penetrante
mirada estaba sentado a horcajadas sobre un descomunal caballo
blanco. A Andy no le entusiasmaban especialmente los caballos
desde que, en segundo curso, se haba cado de uno de ellos y se ha-
ba roto la mueca derecha, pero ese ejemplar se le antoj bastan-
te cordial. Qu ms daba que Max hubiera aparecido a lomos de
un caballo blanco en pleno Manhattan, en mitad de una ventisca:
se alegraba tanto de verlo que ni siquiera se par a considerar los
detalles.
Max desmont con la habilidad de un experimentado jinete
mientras ella trataba de recordar si alguna vez le haba comentado
que jugaba a polo. En apenas tres zancadas se plant a su lado y la
envolvi en el abrazo ms tierno y clido que pudiera imaginar. Andy
se abandon a sus brazos y relaj todo el cuerpo.
Mi pobre nia murmur l, sin prestar la menor atencin ni
al caballo ni a los transentes que los observaban. Debes de estar
muerta de fro.
En ese momento son entre ambos el timbrazo de un telfono
aquel timbrazo, y Andy se apresur a contestar.

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An-dre-aaa! No s qu parte de inmediatamente no has en-
tendido, pero...
Empez a temblar de pies a cabeza cuando la voz chillona de Mi-
randa le taladr el odo. Sin embargo, antes de que pudiera mover ni
un solo msculo, Max le arrebat el telfono de entre los dedos, toc
la opcin Finalizar llamada en la pantalla y luego arroj el aparato,
con una puntera perfecta, al centro del charco que poco antes se ha-
ba tragado los pies de Andy.
Ya no tienes nada que ver con ella dijo Max al tiempo que le
echaba sobre los hombros un edredn de plumas.
Ay, Seor... Max, por qu has hecho eso? Es tardsimo! Ni si-
quiera he llegado an al restaurante y Miranda me va a matar si no
estoy de vuelta con su comida dentro de...
Chsss dijo l rozando sus labios con dos dedos. Ahora ests
a salvo. Ests conmigo.
Pero ya es la una y diez, y si no le...
Max coloc entonces ambas manos bajo los brazos de ella y la le-
vant sin apenas esfuerzo, para despus sentarla de lado a lomos del
caballo blanco, cuyo nombre era Bandit, segn l.
Asombrada, guard silencio mientras l le quitaba los empapados
zapatos y los arrojaba hacia el bordillo. De su petate el mismo que
llevaba siempre a todas partes sac las zapatillas preferidas de
Andy, las botas con el interior de piel de borreguito, y se las coloc en
los pies fros y enrojecidos. Luego le puso el edredn de plumas sobre
el regazo, se quit la bufanda de cachemira y se la coloc a su chica en
torno al cuello y la cabeza. Por ltimo, le ofreci un termo de choco-
late negro caliente que, segn dijo, haba encargado especialmente
para ella. Era el que ms le gustaba. Y a continuacin, con un movi-
miento tan gil como espectacular, subi al caballo y cogi las rien-
das. Antes de que Andy tuviera tiempo de decir nada, empezaron a
avanzar a buen trote por la Sptima Avenida, mientras la escolta poli-
cial que los preceda les iba abriendo paso entre el trfico y los tran-
sentes.
Qu alivio estar calentita y sentirse querida... Aun as, no conse-

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gua librarse del pnico que le produca no haber completado una
tarea asignada por Miranda. La echaran a la calle, de eso estaba se-
gura, pero... y si ocurra algo peor? Y si Miranda se pona tan fu-
ribunda que recurra a sus ilimitados contactos para asegurarse de
que Andy jams volviera a encontrar trabajo? Y si decida darle a su
asistente una leccin y mostrarle lo que ocurra cuando alguien se
atreva a dejar plantada y no una, sino dos veces a Miranda
Priestly?
Tengo que volver! le grit al viento justo cuando el trote se
converta en galope. Max, da media vuelta y djame volver! No
puedo...
Andy! Me oyes, mi vida? Andy!
Abri los ojos. Lo nico que notaba era el latido de su propio co-
razn, desbocado en el pecho.
No pasa nada, nena. Ests a salvo. Slo era un sueo. Y, por la
cara que pones, debe de haber sido espantoso dijo Max con voz
suave mientras le apoyaba una fra mano en la mejilla.
Ella se incorpor y vio la luz matutina del sol, que se colaba por la
ventana de la habitacin. Ni nieve, ni aguanieve ni caballo. Estaba
descalza, pero notaba los pies calentitos bajo las sedosas sbanas; a su
lado, el cuerpo de Max se le antojaba fuerte y protector. Cogi aire
con fuerza y aspir su olor: su aliento, su piel, su pelo...
Slo haba sido un sueo.
Ech un vistazo al dormitorio. An estaba medio adormilada,
confusa tras haberse despertado a una hora que no era la habitual...
Dnde estaban? Qu ocurra? Le bast una ojeada a la puerta, de la
que colgaba un preciossimo vestido recin planchado de Monique
Lhuillier, para recordar que aquella habitacin desconocida era en
realidad una suite nupcial la suya, y que ella era la novia. La no-
via! Experiment un subidn de adrenalina que la oblig a sentarse
de golpe en la cama, tan deprisa que Max se sobresalt.
Qu estabas soando, nena? Espero que no tuviera que ver con
el da de hoy.
En absoluto. Slo eran fantasmas del pasado. Se acerc a l y

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lo bes mientras su perrito Stanley, un bichn malts, se acurrucaba
entre ambos. Qu hora es? Un momento..., qu ests haciendo t
aqu?
Max le dedic aquella sonrisita prfida que a ella tanto le gustaba
y se levant de la cama. Y, como siempre, Andy no pudo dejar de ad-
mirar los anchos hombros y el vientre liso de su prometido. Tena el
cuerpo de un chaval de veinticinco aos, pero mejorado: no excesiva-
mente duro ni musculado, sino firme y atltico.
Son las seis. He llegado hace un par de horas dijo ponindose
los pantalones de un pijama de franela. Es que me senta solo.
Bueno, pues ser mejor que te marches de aqu antes de que te
descubra alguien. Tu madre est empeada en que no nos veamos
antes de la boda.
Max la oblig entonces a levantarse de la cama y la rode con am-
bos brazos.
Pues no se lo digas. Pero es que no poda pasarme todo el da sin
verte.
Ella fingi estar enfadada, pero en realidad le alegraba que Max se
hubiera colado en su habitacin para unas cuantas carantoas rpi-
das, sobre todo a la luz de la pesadilla que acababa de tener.
Vale dijo con un suspiro teatral. Pero vuelve a tu habita-
cin sin que te vea nadie. Yo voy a sacar a Stanley antes de que nos
invada la horda.
Max empuj las caderas hacia adelante.
An es pronto. Si nos damos prisa, podemos...
Ella se ech a rer.
Largo!
l la bes de nuevo, esta vez con ternura, y sali de la suite.
Andy cogi entonces a Stanley en brazos y le dio un beso en todo
el hocico.
Vamos, Stan!
El perro ladr entusiasmado mientras intentaba zafarse de su
duea, y ella tuvo que soltarlo para que no le hiciera trizas los brazos
con las uas. Durante unos maravillosos aunque breves segundos ha-

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ba conseguido olvidar el sueo, pero de repente la asalt de nuevo
con todo lujo de detalles. Andy respir hondo y se impuso su lado
prctico: los nervios del da de la boda. La tpica pesadilla fruto de la
ansiedad. Nada ms. Y nada menos.
Pidi el desayuno al servicio de habitaciones y le dio a Stanley tro-
citos de huevos revueltos con tostada, mientras devolva las llamadas
histricas de su madre, de su hermana, de Lily y de Emily, todas las
cuales ardan en deseos de que empezara a prepararse. Despus le
puso la correa a Stanley para salir a dar un paseo rpido y respirar el
aire fresco del mes de octubre, antes de que el da se le complicara. Le
daba un poco de vergenza ponerse el chndal de toalla que le haban
regalado en su despedida de soltera porque en el culo llevaba estam-
pada la leyenda novia en letras de color rosa chilln pero, al mis-
mo tiempo, se senta secretamente orgullosa. Se recogi el pelo bajo
una gorra de bisbol, se at los cordones de las zapatillas deportivas,
se subi la cremallera de un forro polar de la marca Patagonia y, mila-
grosamente, consigui llegar a los inmensos prados de la finca Astor
Courts sin cruzarse con ningn otro ser vivo. Stanley correteaba tan
alegremente como le permitan sus cortas patas, y condujo a Andy
hasta la franja de rboles cuyas hojas ya haban empezado a teirse
de rabiosos tonos otoales que delimitaba la finca. Pasearon du-
rante casi media hora, tiempo suficiente, desde luego, para que todo
el mundo empezara a preguntarse dnde se habra metido. Aunque el
aire de la maana resultaba fresco, las sinuosas laderas de la hacienda
eran una maravilla y Andy comenzaba a sentir el vrtigo propio del
da de la boda, no consegua desterrar de su mente la imagen de Mi-
randa Priestly.
Cmo era posible que aquella mujer siguiera acosndola? Ha-
ban transcurrido casi diez aos desde que se haba largado de Pars
y haba dado por terminada su desalentadora poca como asistente
de Miranda en Runway. Haba madurado mucho desde aquel terro-
rfico ao, no? Todo haba cambiado, y para bien: tras un primer
perodo de colaboraciones, despus de su paso por Runway, haba
conseguido un puesto como redactora free-lance en un blog de bo-

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das, Happily Ever After. Unos cuantos aos y unas cuantas decenas
de miles de palabras ms tarde, haba conseguido lanzar su pro-
pia revista, The Plunge, una sofisticada publicacin en papel cuch
que ya llevaba tres aos en el mercado y que, pese a todas las pre-
dicciones que apuntaban en sentido contrario, arrojaba beneficios.
The Plunge haba sido nominada para distintos galardones, con lo
que los anunciantes estaban entusiasmados. Y ahora, una vez alcan-
zado el xito profesional, Andy estaba a punto de casarse! Y con
Max Harrison, hijo del difunto Robert Harrison y nieto del legen-
dario Robert Harrison, fundador este ltimo del grupo Harrison
Publishing Holdings en los aos posteriores a la Gran Depresin,
despus convertido en Harrison Media Holdings, una de las empre-
sas ms prestigiosas y rentables de Estados Unidos. Max Harrison,
un joven que ya llevaba mucho tiempo en el circuito de los solteros
ms cotizados, un joven que haba salido con los equivalentes neo-
yorquinos de Tinsley Mortimer y Amanda Hearst, y puede que tam-
bin con todas sus hermanas, primas y amigas... se era su prometi-
do. Al enlace de aquella tarde asistiran alcaldes y magnates de los
negocios, ansiosos de felicitar al joven vstago y a su flamante espo-
sa. Pero... qu era lo mejor de todo? Que amaba a Max. Era su mejor
amigo. Estaba loco por ella, la haca rer y admiraba su trabajo. Aca-
so no era cierto que los hombres de Nueva York no estaban prepara-
dos hasta que estaban preparados? Max haba empezado a hablar de
boda a los pocos meses de haberse conocido. Y tres aos despus, all
estaban, a punto de casarse. Se reprendi mentalmente por desper-
diciar otro segundo pensando en aquel absurdo sueo y regres con
Stanley a la suite, donde ya se haba congregado un pequeo ejrcito
de mujeres nerviosas y aterrorizadas que se preguntaban si Andy ha-
bra decidido huir. Se oy un suspiro colectivo cuando entr en la
habitacin, y Nina, la organizadora de la boda, empez de inmediato
a dar rdenes.
Las siguientes horas transcurrieron a toda velocidad: ducha, alisa-
do de pelo, rulos calientes, rmel y suficiente base para corregir la tex-
tura de la piel a una adolescente con las hormonas descontroladas.

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Una chica le haca la pedicura mientras otra iba en busca de la ropa
interior y una tercera trataba de elegir qu tono de pintalabios era el
ms adecuado. Antes de que tuviera tiempo de darse cuenta, su her-
mana Jill ya haba desabrochado el vestido de color marfil y, apenas un
segundo ms tarde, su madre ya le estaba ciendo el delicado tejido de
la espalda y subindole la cremallera. La abuela de Andy cloque,
emocionada. Lily se ech a llorar. Emily se fum un cigarrillo en el
cuarto de bao de la suite nupcial creyendo que nadie se dara cuenta.
Andy trat de asimilar todos esos acontecimientos y, de repente, se
qued sola. Durante unos minutos, justo antes del momento en que
se esperaba la llegada de la novia al gran saln de baile, las dems mu-
jeres se marcharon para terminar de arreglarse y ella se qued inc-
modamente sentada en un mullido silln antiguo, tratando de no
arrugar ni estropear un solo centmetro de su persona. Dentro de ape-
nas una hora sera una mujer casada, estara unida a Max para el resto
de su vida, lo mismo que l a ella. Le resultaba casi inimaginable.
En ese momento son el telfono de la suite. La madre de Max
estaba al otro lado de la lnea.
Buenos das, Barbara dijo Andy lo ms cordialmente que
pudo.
Barbara Anne Williams Harrison, hija de la Revolucin de las
Trece Colonias, descendiente no de uno, sino de dos signatarios de la
Constitucin, y elemento constante en el consejo de todas las funda-
ciones benficas con peso social en Manhattan. Con su peinado de
Oscar Blandi y sus bailarinas de Chanel, Barbara siempre se mostraba
perfectamente corts con ella. Perfectamente corts con todo el mun-
do. Pero lo que se dice efusiva, no lo era. Andy intentaba no tomr-
selo como algo personal, y Max le aseguraba que no eran ms que
imaginaciones suyas. Habra pensado Barbara, al principio por lo
menos, que Andy no era ms que otro de los caprichos pasajeros de
su hijo? Luego, Andy se haba convencido a s misma de que la amis-
tad de Barbara con Miranda emponzoaba cualquier esperanza suya
de establecer un vnculo afectivo con su suegra. Finalmente, sin em-
bargo, se haba dado cuenta de que Barbara era as, una mujer fra-

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mente corts con todo el mundo, hasta con su propia hija. Desde lue-
go, no se imaginaba llamndola mam. Y tampoco era que Barbara
la hubiera invitado a hacer tal cosa...
Hola, Andrea. Acabo de darme cuenta de que an no te he dado
el collar. Esta maana he estado tan ocupada organizndolo todo
que incluso he llegado tarde a peinarme y maquillarme! Te llamo
para decirte que est en una cajita de terciopelo en la habitacin de
Max, en el bolsillo lateral de ese infame petate que lleva a todas partes.
Es que lo escond porque no quera que el personal del hotel lo viera
por ah. A lo mejor t consigues convencerlo para que lleve una bolsa
un poco ms decente... Sabe Dios que lo he intentado miles de veces,
pero es que no hay manera de que...
Gracias, Barbara, voy a buscarlo ahora mismo.
Ni se te ocurra hacer tal cosa! exclam abruptamente la mu-
jer. No os podis ver antes de la ceremonia... Trae mala suerte. En-
va a tu madre, o a Nina. A quien sea. Entendido?
Por supuesto repuso Andy.
Colg y se dirigi al pasillo. Haba aprendido ya haca algn tiem-
po que era ms fcil decirle que s a Barbara y luego hacer lo que le
diera la gana, pues discutir con ella no serva de nada. Y se era, preci-
samente, el motivo de que el da de su boda tuviera que llevar una re-
liquia de los Harrison como algo viejo, en lugar de algn objeto de
su propia familia. Pero Barbara haba insistido: seis generaciones de
Harrison haban lucido ese collar en sus bodas, y eso era exactamente
lo que haran Max y ella.
La puerta de la habitacin de l estaba entreabierta y, al entrar,
Andy oy el ruido de la ducha en el cuarto de bao. Tpico pen-
s. Yo llevo cinco horas arreglndome y l acaba de meterse en la
ducha.
Max? Soy yo, no salgas.
Andy? Qu haces aqu? dijo l al otro lado de la puerta del
cuarto de bao.
Slo quiero coger el collar de tu madre. No salgas, vale? No
quiero que me veas con el vestido puesto.

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Andy rebusc en el bolsillo delantero del petate. No encontr la
cajita de terciopelo, pero s toc un papel doblado.
Era una hoja de color crema de papel de carta, gruesa y con las
iniciales de Barbara BHW grabadas en un monograma azul ma-
rino. Saba que Dempsey & Carroll se mantena a flote gracias a la
ingente cantidad de papel de carta y sobres que Barbara les compra-
ba: llevaba cuatro dcadas utilizando el mismo diseo en todas sus
felicitaciones de cumpleaos, notas de agradecimiento, invitaciones
formales y mensajes de condolencias. Era una mujer tan formal y
chapada a la antigua que habra preferido morir antes que enviarle a
alguien un vulgar correo electrnico o qu horror! un mensaje
de texto. Por tanto, era perfectamente lgico que, el da de su boda, le
enviara a su hijo una tradicional carta escrita a mano. Andy estaba a
punto de volver a doblarla para dejarla en su sitio cuando vio su nom-
bre escrito. Antes de pararse a pensar en lo que estaba haciendo, em-
pez a leer:

Querido Maxwell:
Aunque sabes muy bien que hago todo lo posible por no inmiscuir-
me en tu vida, no puedo seguir callando en un asunto tan trascenden-
tal. Ya te he comentado mis inquietudes con anterioridad, y t siempre
has prometido tomarlas en consideracin. Ahora, sin embargo, y debi-
do a la inminencia de tu boda, tengo la sensacin de que ya no puedo
esperar ms para decirte abiertamente y sin rodeos lo que pienso: te lo
ruego, Maxwell, no te cases con Andrea.
No me malinterpretes. Andrea es muy agradable y algn da, sin
duda, ser una esposa encantadora. Pero t, mi querido hijo, te mere-
ces mucho ms! Debes casarte con una joven de una familia como Dios
manda, no con una chica procedente de una familia rota, una chica
que slo ha conocido penas y divorcios. Una joven que entienda nues-
tras tradiciones y nuestra forma de ver la vida. Alguien que gue el
buen nombre de los Harrison hacia la siguiente generacin. Y, lo ms
importante de todo, una compaera dispuesta a anteponerte a ti y a
vuestros hijos y renunciar a sus egostas aspiraciones profesionales.

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Quiero que pienses muy bien en lo que te voy a decir: deseas que tu es-
posa se dedique a editar revistas y a viajar por trabajo, o prefieres ms
bien a alguien que anteponga a los dems y comulgue con los intereses
filantrpicos del linaje de los Harrison? Acaso no deseas una compa-
era que se preocupe ms de cuidar a su familia que de perseguir sus
propias ambiciones?
Ya te dije que tu inesperado encuentro con Katherine en las Ber-
mudas era una seal. Ah, qu contento parecas de haberla visto!
Por favor, no descartes esos sentimientos. An no hay nada decidido,
no es demasiado tarde. Es obvio que siempre has querido a Kathe-
rine, y es ms obvio an que sera una excelente compaera para
toda la vida.
Siempre me siento muy orgullosa de ti. S que tu padre vela por no-
sotros desde all arriba y te ayudar a tomar la decisin correcta.
Con todo el cario,
tu madre

De pronto se percat de que Max haba cerrado ya el grifo y, so-


bresaltada, dej caer la carta al suelo. Cuando se agach rpidamente
para recogerla, se dio cuenta de que le temblaban las manos.
Andy? Sigues ah? pregunt l al otro lado de la puerta.
S, estoy... Espera, ya me marcho consigui decir.
Lo has encontrado?
Ella guard silencio, sin saber muy bien qu responder. Por un
momento le pareci que alguien haba extrado todo el oxgeno de la
habitacin.
S.
Se oy ruido de pasos en el bao y luego Max abri el grifo del la-
vabo y volvi a cerrarlo.
Ya te has marchado? Tengo que salir a vestirme.
Por favor, no te cases con Andrea. El pulso empez a latirle con
fuerza en los odos. Ah, qu contento parecas de haberla visto!
Deba entrar en el cuarto de bao hecha una furia o salir corriendo
de la habitacin? La prxima vez que ella y Max se vieran, sera para

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intercambiar las alianzas en presencia de trescientas personas, inclui-
da Barbara.
En ese instante, alguien llam a la puerta de la suite antes de
abrir.
Andy? Qu haces aqu? le pregunt Nina, la organizadora
de bodas. Madre ma, te vas a estropear el vestido! No habamos
quedado en que no tenais que veros antes de la boda? Si no era as,
por qu no hemos hecho antes las fotos? Su chchara constante e
implacable pona a Andy de los nervios. Max, no salgas del cuarto
de bao! Tu novia est aqu con cara de cervatillo asustado. Oh, es-
pera, quieta ah un segundo!
Nina se acerc correteando mientras ella trataba de incorporarse
y arreglarse el vestido al mismo tiempo.
Eso es dijo ayudndola a ponerse en pie mientras le alisaba la
cola de sirena. Y ahora te vienes conmigo. No me gusta la bromita
de la novia que desaparece, vale? Qu es esto? inquiri a conti-
nuacin, al tiempo que le quitaba la carta de su mano sudorosa y la
sostena en alto.
Andy not, literalmente, el latido del corazn en el pecho y se pre-
gunt si estara sufriendo un infarto. Abri la boca para decir algo,
pero de repente le entraron nuseas.
Ay, me parece que voy a...
Como por arte de magia, o tal vez fuera slo una cuestin de prc-
tica, Nina hizo aparecer una papelera en el momento preciso y se la
puso a Andy tan pegada a la cara que not el borde de plstico clava-
do bajo la barbilla.
Ya, ya dijo la mujer con una voz nasal y quejumbrosa que, sin
embargo, resultaba extraamente reconfortante. No eres la prime-
ra novia muerta de miedo que me encuentro, ni sers la ltima. De-
mos gracias al cielo por que no te hayas salpicado.
Le limpi la boca con una de las camisetas de Max y su olor, una
mezcla de jabn y champ al aroma de albahaca y menta una fra-
gancia que, por lo general, le encantaba le provoc an ms nu-
seas.

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Entonces llamaron de nuevo a la puerta y entr el clebre fotgra-
fo St. Germain, acompaado de su guapa y joven asistente.
Nos han dicho que tenemos que fotografiar a Max mientras se
prepara dijo el hombre, con un acento tan afectado como indeter-
minado.
Por suerte, ni l ni su asistente se dignaron mirar siquiera a Andy.
Qu est pasando ah fuera? pregunt Max, que segua des-
terrado en el cuarto de bao.
Qudate donde ests! le grit Nina en tono autoritario. Y
luego se volvi hacia Andy, que no estaba muy segura de poder reco-
rrer los apenas sesenta metros que la separaban de la suite nupcial.
Tenemos que retocarte esa cara y..., ay, Seor, mira qu pelos...
Necesito el collar susurr ella.
El qu?
El collar de diamantes de Barbara. Espera.
Piensa, piensa, piensa... Qu significaba? Qu deba hacer?
Andy se oblig a acercarse de nuevo a la horrorosa bolsa, pero por
suerte se le adelant Nina, que dej el petate sobre la cama. Rebusc
rpidamente en el interior y extrajo una cajita de terciopelo negro en
cuyo lateral se poda leer Cartier en letras grabadas.
Es esto lo que estabas buscando? Andando entonces.
Ella se dej arrastrar hacia el pasillo. Nina dio instrucciones a los
fotgrafos para que permitieran a Max salir del cuarto de bao y ce-
rr vigorosamente la puerta tras de s.
Apenas poda creer que Barbara la odiase tanto, hasta el punto de
no querer que su hijo se casara con ella. Y no slo eso, sino que inclu-
so le haba elegido otra esposa: Katherine. Ms apropiada, no tan
egosta. La mujer a la que al menos segn Barbara Max adora-
ba. Andy lo saba todo sobre Katherine: era la heredera de la fortuna
de los Von Herzog y, por lo que recordaba despus de su incesante
bsqueda de informacin sobre ella en Google, tambin era una espe-
cie de princesa austraca de segunda fila, a quien sus padres haban
enviado a estudiar al exclusivo colegio privado de Connecticut en el
que tambin haba estudiado Max. Katherine se haba licenciado en

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Historia de Europa en Amherst, universidad que la haba admitido
despus de que su abuelo un noble austraco que haba apoyado a
los nazis durante la segunda guerra mundial realizara un donati-
vo lo bastante generoso como para que le pusieran el nombre de su
difunta esposa a una de las residencias universitarias. Max deca que
Katherine era demasiado mojigata, demasiado recatada y demasiado
correcta en todos los sentidos. Era aburrida, afirmaba. Demasia-
do convencional, demasiado preocupada por las apariencias. Aun as,
no era capaz de justificar por qu haban estado saliendo algunas
temporadas durante cinco largos aos. Andy siempre haba sospe-
chado que haba algo ms detrs de toda esa historia... y era obvio que
no se haba equivocado.
La ltima vez que Max haba mencionado a Katherine haba sido
para decir que pensaba llamarla y contarle que Andy y l estaban
prometidos. Pocas semanas ms tarde haban recibido un hermoso
cuenco de cristal tallado, de Bergdorf, acompaado de una nota en
la que Katherine les deseaba una vida llena de felicidad. Emily, cuyo
marido, Miles, tambin era amigo de Katherine, le haba asegurado
a Andy que no tena por qu preocuparse, que Katherine era aburri-
da y estirada y, si bien tena una buena delantera, Andy la supera-
ba en muchos otros aspectos. Desde entonces, Andy no le haba
dado mayor importancia al tema. Todo el mundo tena un pasado,
no? Acaso ella estaba orgullosa de su historia con Christian Co-
llinsworth? Senta la necesidad de contarle a Max hasta el ltimo
detalle de su relacin con Alex? Desde luego que no. Pero otra cosa
muy distinta era leer una carta de la futura suegra, precisamente el
da de la boda, en la que la dama en cuestin le peda a su hijo que no
se casara con Andy, sino con su exnovia. Una exnovia a la que, al
parecer, Max se haba alegrado mucho de ver durante su despedida
de soltero en las Bermudas, detalle que casualmente haba olvidado
mencionar.
Se frot la frente y trat de pensar. Cundo habra escrito Barba-
ra aquella carta envenenada? Por qu Max la haba escondido? Y
qu significaba que hubiera visto a Katherine apenas seis semanas

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antes pero no le hubiera dicho ni una sola palabra a Andy, a pesar de
haberle contado hasta el ltimo detalle de las partidas de golf que ha-
ba jugado con sus amigotes, los filetes que se haba comido y las ho-
ras que se haba pasado tumbado al sol? Tena que haber una explica-
cin, desde luego que tena que haberla. Pero... cul?

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