Anarquistas y socialistas en los orígenes del
movimiento obrero argentino
Autor: Felipe Pigna
Los socialistas
La corriente socialista estuvo inicialmente representada por el periódico El
Obrero (1890-1902), dirigido por Germán Ave Lallemant (1835-1919).
Simultáneamente, existían centros de inmigrantes socialistas. El más importante
llegó a ser el Club Vorwärts [“Adelante”] de exiliados alemanes, que fue uno de
los introductores del pensamiento marxista en la Argentina.
En abril de 1894 el doctor Juan Bautista Justo fundó el periódico socialista La
Vanguardia., junto a un grupo de compañeros de ideas entre los que se contaban
Augusto Kühn, Esteban Jiménez e Isidro Salomó. Para afrontar los gastos, Justo
vendió el coche que utilizaba en sus visitas de médico y empeñó la medalla de
oro que le había otorgado la Facultad de Medicina. En su primer editorial de
escribía: “hay que construir una alternativa política al pillaje y la plutocracia. Los
Pereyra, los Unzué, los Udaondo, tan ricos que no tendrían por qué robar, son
hoy los preferidos para los altos puestos públicos por los otros ricos, cuya única
aspiración política es que sus vacas y ovejas se multipliquen sin tropiezos.”
Dos años después Justo fundaba el Partido Socialista, que así se presentaba en
sociedad: “Hasta ahora la clase rica o burguesía ha tenido en sus manos el
gobierno del país. Roquistas, mitristas y alemistas son todos lo mismo. Si se
pelean entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía
personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa ni por
una idea [...]. Todos los partidos de la clase rica son uno solo cuando se trata de
aumentar los beneficios del capital a costa del pueblo trabajador, aunque sea
estúpidamente y comprometiendo el desarrollo general del país. El Partido
Socialista es ante todo el partido de los trabajadores, de los proletarios, de los
que no tienen más que la fuerza de su trabajo; las puertas del partido están, sin
embargo, abiertas para los individuos de otras clases que quisieran entrar,
subordinando sus intereses a los de la clase proletaria. Lo que es importante es
patentizar nuestra independencia de todo interés capitalista o pequeño
burgués.” 1
Justo decía en una conferencia por aquellos años: “Necesitamos y debemos
saber más que Marx en materia histórica y social. Marx nunca fue marxista. Era
demasiado genial para suponerse fundador de una nueva doctrina que habría de
llamarse marxismo, como se llama cristianismo al sistema de instituciones
eclesiásticas que provienen o dicen provenir de Cristo.” 2
El socialismo argentino adhería a la corriente iniciada por Eduardo Bernstein,
conocida como “revisionista” ya que se proponía revisar las ideas de Marx y
Engels a la luz a los acontecimientos posteriores a la publicación de los libros
básicos de los padres del socialismo científico. Estas ideas de Justo se
asemejaban a las de una de las figuras más notables de la izquierda de la época,
Jean Jaurès –con quien tomó contacto en Copenhague en 1910, durante un
congreso socialista y lo invitó a viajar a Buenos Aires–. Jaurès se oponía a la
acción violenta y proponía la organización metódica y legal de sus propias fuerzas
bajo la ley de la democracia parlamentaria y el sufragio universal. Decía
textualmente: “No es por el hundimiento de la burguesía capitalista sino por el
crecimiento del proletariado por lo que el orden socialista se implementará
gradualmente en nuestra sociedad.” 3
El debut político del Partido Socialista no fue muy auspicioso. Ocurrió en ocasión
de las elecciones legislativas del 8 de marzo de 1896. El primer candidato a
diputado fue el propio Justo y obtuvo 138 votos. Como comentaba algún militante
de entonces, “ni siquiera nos votaron todos nuestros parientes”. Así describía una
víctima del sistema la farsa electoral del régimen:
“Después de las 8 empezó la farsa. Para poder votar había que esperar turno en
algún grupo reconocido por el presidente de mesa, que generalmente era el
caudillo de comité [...]. Después de una larga espera pudimos acercarnos a las
urnas. Pero cuán grande fue nuestra sorpresa cuando el presidente de la mesa
nos dijo, tranquilo y cínicamente, que no podíamos votar porque ya habían votado
por nosotros. Quisimos protestar, pero la policía nos arrojó brutalmente del atrio.
No nos arredramos, e instalados en nuestra mesa, en medio del malevaje que
nos miraba huraño y de soslayo, ofrecimos boletas socialistas a ‘todo el mundo’.
Algún lunfardo decía en alta voz a su compinche, señalándonos con el dedo:
‘Mirá, che, a éstos. ¡Qué locos lindos!...’.
”Algunos ciudadanos heroicos consiguieron filtrarse a través de la espesa malla
del fraude y depositar unos pocos votos por el Partido Socialista. Pero éstos
fueron anulados en el escrutinio por orden del presidente del atrio, quien dijo:
‘Hay que inutilizar las boletas socialistas, no hay que darles importancia a esos
locos, porque son como la mala yerba: si hoy se presentan mil, mañana vendrán
diez mil y pasado mañana nos aplastarán con su organización y con su
fuerza...’.” 4
Si bien el Partido se definía como obrero, la mayoría de sus cuadros provenían
de los sectores medios urbanos. Eran médicos, abogados, trabajadores
especializados. Confiaban en la acción parlamentaria y privilegiaban la actuación
política sobre la sindical. A lo largo de su historia cumplirán un papel fundamental
en la lucha por la dignidad de los trabajadores a través de innovadoras
propuestas de legislación obrera.
Los socialistas argentinos eran moderados. Influidos más por el liberalismo que
por el marxismo, apuntaban más a la distribución de los ingresos que de la
riqueza; propiciaban la creación de cooperativas de consumo y de construcción
de viviendas. En su afán de luchar por la reducción de los precios de los artículos
de primera necesidad llegaban a defender la libre entrada de productos
importados. Apoyaban la separación de la Iglesia y el Estado y el reemplazo de
un ejército permanente por una milicia civil.
Fueron pioneros en la defensa del voto femenino. Luchaban contra la trata de
blancas, a favor de la legalización del divorcio, el aumento del presupuesto
educativo y la jornada de ocho horas.
Sin Dios ni amo
Sin embargo, la acción proselitista tuvo en un principio poca recepción entre la
masa inmigratoria, imposibilitada de participar en política por su condición de
extranjera. Estos sectores serán captados por la corriente anarquista, que se
expresaba a partir de 1897 a través del periódico La Protesta Humana. Se
oponían a toda forma de gobierno y de organización partidaria. Un artículo de La
Protesta definía así al anarquismo:
“El socialismo moderno divídese principalmente en dos fracciones que difieren
en la táctica y en los medios para la realización del ideal. Conócese una fracción
con el nombre de socialismo autoritario o legalitario, y la otra llámase socialismo
libertario o anarquista.
”Las doctrinas de Carlos Marx son las que sirven de base al socialismo autoritario.
”El socialismo libertario, iniciado por Proudhon y desarrollado por Bakunin,
pretende la realización del ideal socialista por medios directos, francamente
revolucionarios, sin admitir la lucha política, que cree inmoral y enervante, y sin
recurrir a la intermediación de un estado obrero que considera perjudicial y
peligroso.
”Que una vez iniciada la revolución los campesinos hagan uso libremente de la
tierra, que los mineros se incauten de las minas, que los trabajadores de la ciudad
se incauten de las fábricas, talleres, etc., que el pueblo, en fin, efectúe
directamente la expropiación y socialización de la producción, del consumo, del
cambio, de la instrucción.
”Los socialistas libertarios, considerando que el Estado es poder, que el poder es
tiranía, y que la tiranía es la negación de la libertad humana, dejan a la libre
iniciativa de los individuos y las colectividades lo que los legalistas pretenden
encomendar al Estado.” 5
Los anarquistas no reconocen fronteras y ven en el patriotismo una amenaza
para la paz. Escribía Rafael Barrett: “El patriotismo se cree amor y no lo es. Es
una extensión del egoísmo; es una apariencia de amor. Sería muy natural amar
a los más próximos, a los más semejantes de nuestros hermanos, a la tierra que
nos sustenta y al cielo que nos cobija. Pero eso no es patriotismo, es humanidad.
El amor irradia hasta el infinito, como la luz, mientras el patriotismo cesa del otro
lado de un monte, de un río. De una raya sobre el papel. El amor une; el
patriotismo separa. Un patriotismo que no odiara al extranjero sería amor; un
amor que se detiene en la frontera, no es más que odio.” 6
Los anarquistas se enfrentaban con los socialistas porque opinaban que las
reformas graduales y la acción parlamentaria eran una traición a la clase obrera.
El anarquismo planteaba que no era necesario crear un partido político de la clase
obrera para tomar el poder e instaurar otra sociedad de “productores libres
asociados”.
Veían en la política una farsa burguesa, como lo refleja este artículo de La
Protesta Humana: “El votante es un hombre que viene, el día que se le obliga y
no otro día, cuando la autoridad manda y dice: Ha llegado el momento de
sancionar una vez más un sistema establecido por otros y para otros que no son
tú; de escoger a los que formarán parte de ese sistema con o sin intención de
modificarle; de elegir a los que, para contribuir al funcionamiento de la máquina
hostil serán pagados en dinero, en influencia, en privilegios y en honores; de
rechazar de nuevo la idea de rebeldía contra la organización capitalista y de
someterse una vez más a la obediencia a la autoridad. Ha llegado, pues, el
momento de votar; es decir, de hacer un acto cuyo significado es: yo reconozco
las leyes.” 7.
Dentro del anarquismo se fueron definiendo dos tendencias, diferenciadas en
torno a cómo impulsar la acción para concretar sus ideales de una sociedad “sin
dios, ni patria ni amo”. A una se la denominó individualista y a la
otra, organizadora. Los individualistas pensaban que cualquier tipo de
organización de los seres humanos limitaba la libertad individual, por lo que no
impulsaban la formación de sindicatos. Creían que la lucha por las
reivindicaciones inmediatas de los trabajadores, como el aumento de sueldos y
la limitación de la jornada laboral, implicaba reclamar reformas que pretendían
que el obrero viviera mejor dentro del capitalismo, haciéndole perder de vista la
gran lucha contra el sistema opresor. Los organizadores, en cambio, entendían
que debían estimular la creación de sindicatos. “Sostenían que era necesaria la
lucha colectiva organizada para que los explotados tomaran conciencia de su
situación de tales y pudieran luchar para salir de ella”.
Los individualistas predominaron en el anarquismo hasta mediados de los años
90 del siglo XIX. Editaron el periódico El Perseguido entre 1890 y 1897.
A partir de aquel año, con la fundación de La Protesta Humana, prevalecieron los
organizadores, que lograron la creación de los sindicatos de albañiles, cigarreros,
carreros, yeseros, ebanistas y marmoleros, entre otros. Sus métodos eran la
acción directa, la organización sindical y la huelga general. Su consigna era:
destruir esta sociedad injusta para construir una nueva sin patrones, sin
gobiernos y sin religiones.
Dentro del activismo anarquista la mujer cumplió un rol muy activo y protagónico,
uniendo a las reivindicaciones comunes con sus compañeros, las propias del
género, como lo expresa este verso anónimo publicado en La Protesta:
“Cuando veo el amor tan esclavo
”de la ley, de los padres y el cura,
”del dinero, cadenas tan duras,
”con que lo ata esta ruin sociedad,
”yo levanto la fuerte protesta
”de mujer que, sintiéndose esclava,
”al amar libremente proclama
”libertad, libertad, libertad.”
El anarquismo le daba una enorme importancia a la cultura. Casi todos los
sindicatos tenían sus grupos de teatro, sus bandas de música y sus escuelas de
formación de cuadros. Conscientes del alto nivel de analfabetismo, enviaban al
campo a payadores libertarios que en las rondas de peones difundían en tono de
milonga los conceptos básicos de la idea anarquista.
En la cultura popular, vestigios de la influencia anarquista perduran hasta hoy.
Los panaderos, en su mayoría anarquistas, bautizaron a las facturas con
nombres vinculados a sus históricos enemigos, la Iglesia, el ejército y la policía:
así nacieron los sacramentos, los suspiros de monjas o bolas de fraile,
los cañoncitos, las bombas de crema y los vigilantes.
Referencias:
1 “Primer manifiesto electoral del Partido Socialista, 1896”, en Historia del movimiento obrero,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.
2 Documentos para la Historia Argentina, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1980.
3 Ibídem.
4 Enrique Dickmann, Memorias de un militante socialista, Buenos Aires, Claridad, 1949.
5 La Protesta Humana, 18 de octubre de 1902.
6 Rafael Barrett, Conversaciones y otros escritos, Montevideo, Claudio García, 1918.
7 La Protesta Humana, 3 de marzo de 1902.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar