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Regimenes Sucesesorios en El Derecho Historico JAVIER SALAZAR SANTIVAÑEZ

El documento describe los regímenes sucesorios en el derecho romano y germánico histórico. En el derecho romano, la herencia y la posesión de bienes eran las sucesiones universales reconocidas, y podían ser testamentarias o ab intestato. Para los germanos, la propiedad era familiar y colectiva, no individual como en Roma.

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Regimenes Sucesesorios en El Derecho Historico JAVIER SALAZAR SANTIVAÑEZ

El documento describe los regímenes sucesorios en el derecho romano y germánico histórico. En el derecho romano, la herencia y la posesión de bienes eran las sucesiones universales reconocidas, y podían ser testamentarias o ab intestato. Para los germanos, la propiedad era familiar y colectiva, no individual como en Roma.

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Alumno: Javier Alejandro Salazar Santivañez

Regimenes sucesesorios en el derecho historico

1. La Sucesión para los Romanos

Los romanos, prácticos para casi todo, concibieron un derecho sucesorio por causa de
muerte (successio mortis causa), como la sustitución de un sujeto por otro en la
totalidad o conjunto de derechos y obligaciones o sólo en una relación jurídica y
determinada. En el primer supuesto nos encontramos de cara con la sucesión a título
universal (per universitatem successio in universum ius); en el segundo, con la sucesión
a título singular o particular (in singulas res). Las sucesiones universales mortis causa,
reconocidas por el derecho romano fueron la herencia (hereditas), que tuvo su origen en
el antiguo derecho civil o quiritario, y la posesión de los bienes (bonorum possessio),
que tuvo regulación mediante los edictos propios del derecho del pretor u honorario,
nacido a posteriori de la creación misma de esta magistratura romano republicana, en el
año 367 a. C..

Viene a completar el sistema descripto el instituto del Legado, entendiéndose como tal,
a la disposición de bienes contenida en un testamento, constituyéndose entonces, la
denominada sucesión particular por causa de muerte. Si no atenemos a la forma de
transmisión, la sucesión universal por causa de muerte para los romanos podía ser a su
vez testamentaria o ab intestato. Resultaba ser testamentaria cuando el difunto había
otorgado testamento, designando las personas llamadas a sucederle; y ab intestato o
también intestada, cuando a falta de testamento, o en caso de invalidez del mismo, la
ley designaba a los herederos, fundándose en los primero tiempos en la organización
de la familia, y más tarde en los presuntos afectos del causante. Cuadra destacar que el
derecho romano antiguo preveía una serie de complejos formulismos para los
testamentos que el trabajo de los pretores contenido en el derecho honorario, mitigó en
gran manera, y que el derecho posterior a la Recepción romano Justinianea mermaría
incluso aún más.

Así las cosas, el objeto de la sucesión mortis causa, o bien era un conjunto de
relaciones jurídicas o una relación jurídica singular, las cuales entraban en el ámbito de
los derechos patrimoniales, vinculado entonces en gran medida con los derechos reales
y los creditorios u obligacionales, algo que hoy en día, no dudaríamos en considerar
dentro de la órbita del derecho privado. Pero sin embargo, la legislación romana no
concibió al derecho sucesorio, como integrante del “ius privatum”, sino que a la luz de
las enseñanzas de Gayo, gran maestro del derecho clásico romano; la sucesión se
incluía entre los modos derivativos para adquirir la propiedad. Asimismo, aunque de
contenido esencialmente patrimonial, la herencia podía integrarse también con algunos
elementos extrapatrimoniales accesorios; como el culto familiar de los antepasados
(sacra privata), el derecho de sepulcro (iura sepulcri) y el derecho de patronato sobre
los libertos (iura patronatus). El heredero, al que se llama heres, venía a ocupar el lugar
del difunto, al que se denominaba causante o de cuius (de cuius hereditate agitur) (2).
Siendo entonces el continuador de su personalidad jurídica (succedere in locum
defuncti), ya que causante y heredero constituían una unidad ideal, que hacía del heres
el continuador de la persona jurídica del de cuius. Siendo tal la condición jurídica del
heredero, se le transmitían todos los derechos del causante, así como las obligaciones
y cargas que gravaban su patrimonio, produciéndose, a diferencia de nuestro derecho
positivo, una confusión del patrimonio del autor de la sucesión con el de la persona
llamada a sucederle. Es por esta fusión que el heres se encontraba obligado a saldar
todas las deudas que hubiera dejado el causante, no solamente con los bienes de la
sucesión, como establecen nuestras normas en lo atinente al beneficio de inventario,
sino también con los propios, pues su responsabilidad iba más allá de los bienes
hereditarios (ultra vires hereditatis). En cuanto a las relaciones jurídicas de las que el de
cuius era titular, pasaban al heredero en las mismas condiciones existentes al momento
de la apertura de la sucesión, sin que el hecho de la herencia pudiera concederle
derechos más amplios que los de su antecesor, por aplicación de la regla de que nadie
puede transmitir a otro más derechos que aquellos de los que es titular (nemo plus iuris
ad alium transferre potest quam quod ipse habet), misma regla que se emparentaría con
un principio recogido siglos después por nuestro codificador en el artículo 3270 del
Código Civil (3).

Para encontrar la potestad hereditaria en los filiifamilias, debemos avanzar hasta llegar
a Justiniano, quien amplío el peculio adventicio a todas las adquisiciones del filius,
reconociéndose a éste capacidad para tener sucesor. A su vez, para ser sucesor, se
exigía también que el llamado a la sucesión fuera libre, ciudadano y sui iuris. Los
esclavos y los filiifamilias eran propiamente incapaces, a no ser que se los instituyese
herederos por testamento, en cuyo caso, siguiendo la lógica expuesta, adquirían para la
persona bajo cuya potestad se encontraban sometidos. Tal era la extensión de los
poderes del paterfamilias.

Con razón ha podido afirmar Bonfante que el derecho privado romano, en la época
verdaderamente romana, es el derecho de los patresfamilias (5), y me permito agregar
también, que dicha aseveración resulta ser válida para el régimen de las sucesiones,
aquí tratado. En los tiempos del Dominado y con el derecho Postclásico, a raíz de los
bienes adventicios, el filius pudo heredar para sí, ya sea por testamento o bien por
disposición de la ley. Como lo destaca Luis Rodolfo Argüello (6), “El testamento de la
primera época aparece como un negocio jurídico de la mayor trascendencia, al punto
que era deshonroso para el ciudadano romano morir sin haber testado...”. y como
costumbre era testar, la sucesión intestada era excluida por la testamentaria.

Finalmente, complementan el sistema, en primer término el llamamiento de la herencia,


junto con la delatio hereditatis (aceptación o delación de la herencia) y luego la
adquisitio hereditatis mediante la cual la herencia era adquirida por el sucesor,
debiéndose destacar que en Roma, quien estaba investido de la calidad de heredero no
podía dejar de serlo, por aplicación de la regla semel heres, semper heres. Y cuando la
herencia carecía de dueño, se denominaba hereditas iacens. La hereditas otorgaba a su
titular, el heres, una acción civil, la petición de la herencia (actio petitio hereditatis), para
hacer valer los derechos que le correspondían por su llamamiento a la sucesión.
Entiendo que siguiendo la clasificación efectuada por Mario Antonio Mojer(7), la misma
debería ser ubicada dentro de las acciones de reivindicatio, o acción real, aunque como
lo señala Argüello, en los tiempos de Justiniano, la misma acción, atendiendo a sus
características propias, se terminó incluyendo en la categoría de las llamadas acciones
mixtas (tam in rem quam in personam) y hasta en las acciones de buena fe.

Es menester destacar que algunos herederos eran calificados de “necesarios” y en la


etapa en que adquirían la herencia, lo hacían de pleno derecho (ipso iure), es decir, sin
su consentimiento, e incluso hasta contra su voluntad. En esta situación se encontraban
los filiifamilias sometidos a la potestad del causante al tiempo de su muerte (heredes sui
et necessarii) y el esclavo manumitido en el testamento e instituido heredero por su amo
(heredes necessarii). Pero para los otros herederos denominados “voluntarios”,
(heredes extranei vel voluntarii), la adquisición de la herencia se producía previa
aceptación, que se efectuaba por medio del acto jurídico que como se ha dicho, se
llamaba adición (adictio).

Ahora bien, el derecho romano conoció dos especies de sucesión universal mortis
causa: la hereditas y la bonorum possessio.

Si hereditas era la sucesión de todo el derecho que tenía el causante (8) propia en
principio del derecho civil o quiritario de la Ley de las XII Tablas, la labor de la Pretura,
dejó como saldo, la segunda, mediante la cual se asignaba un señorío de hecho o
bonorum possessio a personas que no siempre eran herederos de conformidad con las
normas del antiguo ius civile. Vale decir, no nos referimos a un nuevo tipo de heredero,
sino una persona que ocupaba el lugar de tal (heredis loco), detentando la posesión del
patrimonio hereditario.

2.Breves consideraciones del Derecho Sucesorio de los Pueblos Germanos

Este derecho sucesorio romano, expuesto sucintamente en el acápite precedente, tuvo


solución de continuidad, y ello se debió fundamentalmente a las invasiones de los
pueblos de origen germano, que durante los primeros siglos de la era cristiana, asolaron
las fronteras naturales formadas por el Danubio y el Rin, minando la unidad y cohesión
del Imperio. Y producto de ello, el derecho se encontraba apunto de asistir a una
singular transformación, y veamos sencillamente cual fue.

Si para los romanos el pater concentraba bajo sus manos la propiedad, siendo el titular
de todos los derechos, el derecho germánico asistirá a copropiedad familiar
estructurada en torno de la Sippe (familia agnaticia) y a las agrupaciones por razón del
parentesco existente en el distrito (pagus). Me permito destacar también que esta
concepción fue similar al sistema de propiedad colectiva de las tierras en el derecho
indígena (ayllu), respetado y reconocido por los españoles mediante el derecho
indiano(9). Asimismo, y como lo expresa Zannoni (10): “mientras en el derecho romano
el contenido de la sucesión es concebido como una universalidad, el universum ius
defuncti, el contenido de la sucesión germánica es una masa constituida por diversos
objetos, muebles e inmuebles, cuyo vínculo, a diferencia de la concepción romana, es la
comunidad de origen, en el sentido de que siendo esa masa una propiedad común
continuaba con ese carácter después de la muerte del jefe, permaneciendo así
unificada sobre una base real. Cada bien –dice Saleilles- era una realidad en sí, un
objeto real independiente de la persona.”.

“Por ello, el derecho hereditario germánico es un derecho de familia: la comunidad


patrimonial que en vida del causante existía entre él y los herederos reunidos en la
comunidad de origen. A su muerte la comunidad subsistía, continuaba, pero no, cual
ficción, la persona del difunto; el mismo sistema de la copropiedad fundo esta diversa
concepción pues los herederos del causante, dada la copropiedad, poseían ya esos
bienes antes de su muerte, toda vez que los cultivaban y explotaban ejerciendo una
posesión pública que al fallecimiento continuaba como conjunto de relaciones jurídicas
afectadas a un mismo fin (continuatio domini)...”.

El año 476 sería el que marcaría el fin del Imperio Romano de Occidente, no así el del
Imperio Romano de Oriente, que perduraría hasta el año de 1453 y que nos dejaría
como saldo el Corpus Iuris, que tanto conocimiento jurídico entregaría a Glosadores y
Postglosadores en las primeras universidades europeas, entre otros, y que tan
directamente nos hubiera llegado, teniendo como uno de los canales más adecuados, a
las Partidas de Alfonso “El Sabio” (Redactadas en 1256-1260, vigentes recién un siglo
después).

Sin perjuicio de lo expuesto, es de destacar que la temprana u oscura Edad Media, nos
dejaría también como legado las leyes romano bárbaras (11), y entre ellas, a mi humilde
entender, la más destacada de todas: el Liber Iudiciorum, que serviría de guía señera en
el ámbito jurídico, adicionando algunos giros germanos y situándonos de cara al
derecho romano vulgar, al decir de los autores, que también se transmitirían a la Alta y
Baja Edad Media española, sin dejar de lado, el aporte moral y filosófico que ya había
proporcionado al mundo el cristianismo. En consecuencia, y producto de los tiempos
quedaría atrás la exacerbada figura del pater romano, atendiéndose a la situación de la
mujer, de la viuda y de los hijos, estableciéndose un nuevo régimen matrimonial de
bienes, entre propios y gananciales, un nuevo régimen de bienes totalmente distinto al
romano. Debiendo destacarse que a partir del año 711 nuevamente cambiaría la
fisonomía política, en particular en España, marcada a fuego con las invasiones árabes,
que aportarían el derecho de “alándaluz”, o derecho árabe medieval, con nuevas
concepciones, vinculadas directamente con la religión musulmana, que
lamentablemente no encontrarían una vinculación directa o pronunciada en el derecho y
con el correr de los siglos desaparecerían junto con la finalización de la reconquista
española en el año 1492, en manos de los reyes católicos, con la toma del reino taifa de
Granada.
3. La “Successio” Castellana en la Alta Edad Media

Como lo expresa Tau Anzoategui(12): “El concepto de sucesión en la época


altomedieval tenía en España un uso más restringido que en la actualidad, pues sólo se
refería a la “sucesión legítima” y no comprendía los actos de disposición voluntaria...”.
“...Lo que caracteriza a la reconquista española es el desplazamiento y olvido de la
adquisición testamentaria a título universal, debido a la difusión y arraigo de la
comunidad familiar, que estimulo e impuso la sucesión del grupo familiar. Esta
circunstancia no impidió que a la par de la sucesión legítima se desarrollara un conjunto
de disposiciones mortis causa, a título singular...”. García Gallo expresa que para este
período: “En la sucesión familiar no había propiamente una transmisión de bienes como
en el testamento romano, si no tan sólo un cambio de titularidad.”. “El heredero era
considerado como tal aún durante la vida del titular de los bienes y tenía al menos un
verdadero derecho potencial que se concretaba a la muerte del propietario si éste no
disponía de los bienes.”.(13) Este sistema era aplicado para los bienes domésticos,
pero existió otra categoría de bienes denominada de abolengo, comprendida por
inmuebles que habían sido recibidos a su vez mediante sucesión, respecto de los
cuales existían un origen del bien y también un destino familiar para los mismos,
entiendo que nos encontraríamos frente a un tipo de vinculación o afectación, muy
característica también de la Baja Edad Media, que propendería al estado de indivisión
de la propiedad, a fin de impedir una perjudicial división de la tierra dedicada a tareas
agrícolas. Como la tierra era considerada la parte más característica de la sucesión,
traducida a la lengua romance, el sinónimo de la misma terminó siendo heredad. Como
lo señala Tau Anzoategui: “Tampoco la sucesión familiar era absoluta, pues permitía al
titular disponer libremente de una cuota de su patrimonio...”, refiriéndose a los bienes
ganados o adquiridos por vía distinta de la sucesoria, llamado también bienes de
ganancia, aunque es preciso señalarse que cierta parte debía reservarse para los
herederos legítimos(14). En consecuencia, si como se ha dicho, el haber del difunto lo
integraban bienes que tenía una diferente condición jurídica, la sucesión no se defería
exclusivamente en forma unitaria atendiendo a la circunstancia de constituir un solo
patrimonio, sino que se tenía en cuenta la condición que tenía cada uno de esos bienes.
También en la época se conoció el prestimonio, conformado por bienes respecto de los
cuales el poseedor ejercía solamente un derecho de usufructo, pero no de propiedad, y
es de destacar que dichos bienes seguían un orden sucesorio distinto, que dependía de
la concesión señorial, a los efectos de proceder a su transmisión a hijos y
descendientes.

“El testamento romano y aún el visigodo –salvo en Cataluña y entre los mozárabes de
Toledo- se pierde en la Alta Edad Media como forma típica de transmitir bienes a título
universal. Las disposiciones mortis causa, más simples, a título singular, venían a
reemplazarlo. El mismo significado de testamentum pierde su sentido jurídico
predominante y distintivo, utilizándose el vocablo para designar a “todo documento,
cualesquiera que sean su contenido, sus otorgantes, su finalidad o su formalismo”, ya
fuera una disposición mortis causa, una compra venta o cualquier otro tipo de
documento. Con frecuencia era usada para designar un acto dispositivo de carácter
piadoso, aunque no fuese de última voluntad.”(15). A modo de ejemplo citaré entre las
disposiciones mortis causa, las donaciones reservato usufructo, las post obitum o
aquellas a favor del alma, también denominadas bonum animae, luego también
llamadas “las mandas”. En el siglo XIII, en el Fuero Real la semejanza entre manda y
testamento es evidente, vislumbrándose, como se dijo en el anterior acápite, la
influencia de la Recepción Justinianea.

A diferencia del derecho romano expuesto en el primero capítulo, los herederos no


siempre respondían frente a las deudas y cargas de la herencia, pero esta situación se
modificaría por la influencia antedicha.

4.-El derecho de la Recepción Justinianea (Siglos XII y XV)

Producto del proceso de reconquista en España oportunamente mencionado en


segundo apartado, los reinos cristianos lograron recuperar bastas tierras, a costa del
invasor árabe y con ello, desterrar el rico y complejo derecho musulmán. Paralelamente,
estos reinos sintieron la influencia del derecho Romano Justinianeo, enseñado
particularmente en Bolonia, así como en otras universidades de Italia y Francia, el cual
lentamente penetro como nuevo viejo derecho europeo.Es importante destacar que
juntamente con la aparición de una burguesía poderosa, también la iglesia acrecentó
sus dominios.Considero que dicho acrecentamiento se debió en gran medida a la
naturaleza jurídica de las normas que componían el derecho sucesorio Alto Medieval, ya
sea o bien por sus vinculaciones en materia de inmuebles o por las donaciones mortis
causa.Lentamente se instaurarán monarquías poderosas, en detrimento del poder que
oportunamente detentó la alta nobleza, apoyados en esa burguesía floreciente
mencionada. Se producirán modificaciones en el plano netamente jurídico y en
particular en el derecho sucesorio aparecerán figuras nuevas como “el mayorazgo”. Y
España menos que nadie sería ajena a la recepción del derecho romano canónico, que
a la par del derecho Romano Justinianeo, colaboró para acrecentar el poder de los
reyes.A mi modesto entender, la síntesis del nuevo derecho lo encontramos en la
Partidas, que en particular establece una regulación integral del orden sucesorio y que
para muchos, incluso llegó a ser la propia base del derecho sucesorio del siglo
diecinueve, con el cual el mismo Vélez Sarsfield contó para su
redacción.Complementan el sistema de derecho sucesorio a la par de las Partidas(16),
las Leyes de Toro de 1505, que están dedicadas a cuestiones de derecho sucesorio o
materias afines y la sanción y publicación de la Nueva Recopilación de Castilla del año
1567, la cual reúne e incorpora las no muy abundantes leyes reales vigentes entre las
cuales, también se incluye a las de Toro.Es de destacarse que producto de esta
influencia del derecho romano, se volvió a una concepción más individualista que
modificaría el patrimonio familiar, con las afectaciones oportunamente mencionadas.
Renació el dominium clásico romano, con todos sus atributos: uso, disfrute, tenencia,
posesión y enajenación de las cosas, “según Dios o según Fuero”, y perdió su
significación sucesoria la distinción entre bienes de abolengo y adquiridos, aunque
como se ha dicho, hicieron su aparición los mayorazgos, regímenes desconocidos en la
Alta Edad Media.La practica del testamento volvió al ruedo, e incluso en la Partida
Sexta, dedicada íntegramente al derecho sucesorio, toda la materia se refería al
testamento.Como para nosotros en el presente, la sucesión era o bien por testamento o
ab intestato.Como lo señala Tau Anzoátegui(17): “En el caso de que el hombre muriese
sin testamento, las Partidas establecían por herederos a sus parientes, de acuerdo a los
tres grados o líneas que distinguían: la de los descendientes legítimos, la de los
ascendientes y la transversal o colateral. La primera línea excluía a las restantes. En
cambio a falta de descendientes la herencia era dividida por cabezas, entre padres o
abuelos y hermanos. De no existir ascendientes, correspondía a los hermanos y en
defecto de éstos era llamado a la herencia “el pariente que fuere hallado que es más
cercano del difunto hasta en el dezeno grado. Posteriormente se redujo al cuarto grado
este orden sucesorio.”. (También llamado por algunos: orden en base a la primacía de
sangre).Y como lo refiere el mismo autor precitado, sólo en el remoto supuesto de que
aún así no pudiera encontrarse a algún pariente, entonces en ese supuesto heredaba el
cónyuge, y a falta de éste, los bienes del causante, sin más, ingresaban a la Cámara del
Rey. Asimismo, es de destacar que si bien el derecho romano había puesto en pie de
igualdad a los hijos naturales, con la recepción del derecho romano, haciéndose
hincapié en el matrimonio como base de la sociedad, se disminuyó la situación
sucesoria de los mismos.

5. Consideraciones Finales

La larga evolución del derecho sucesorio nos dejó como saldo una concepción
dogmática final, la cual ha sido recepcionada por nuestro derecho. Pero resulta
importante destacar que los fundamentos del derecho hereditario no pueden analizarse
en abstracto, sin confrontarlos con toda la realidad que en un momento histórico
determinado les otorgan la validez axiológica correspondiente.Cuando por estos días
hablamos de transmisión de bienes mortis causa, respecto de determinados individuos,
también lo hacemos atendiendo al reconocimiento de ciertas relaciones
socioeconómicas que protagonizan los distintos actores sociales.Como dice Zannoni
(18), al respecto, la historia se encarga de demostrar el fenómeno.Sin lugar a dudas
nuestro Código Civil, ha organizado la sucesión hereditaria, durante todo el siglo XIX y
buena parte del XX, dentro de lo que podríamos llamar derecho sucesorio burgués y
liberal, pero como se ha manifestado en el presente escrito, también se ha producido un
acarreo histórico, cuyo origen debe buscarse probablemente en los siglos XV y XVI, e
incluso antes también. Finalmente, la fisonomía de nuestro derecho sucesorio,
constituye la racionalización de un determinado régimen de relaciones socioeconómicas
-y políticas- que también lo predeterminan y lo condicionan.

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