Las Otras Tablas de Sangre (capitulo I)
Por: Alberto Ezcurra Medrano
El régimen del terror tiene en nuestra historia antecedentes muy anteriores a la
época de Rosas.
Desde la independencia argentina, fué aplicado por casi todos los gobiernos. La
Junta de 1810 ya había formado su doctrina en el Plan de las operaciones que
el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner
en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia,
atribuido a Mariano Moreno. En este célebre documento se sostiene que con
los enemigos declarados: “...debe observar el gobierno una conducta, las más
cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada. La menor
semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con
pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en
sujetos de talento, riqueza, carácter....” Y luego añadía: “No debe escandalizar
el sentido de mis voces; de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda
costa...Y si no, ¿porqué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal?.
Porque ningún Estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar
sus corrompidos abusos sin verter arroyos de sangre.”(1)
El plan revolucionario no quedó en el papel. En su cumplimiento cayeron en
Córdoba, el 26 de agosto de 1810, Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende,
Rodríguez y Moreno, en virtud del siguiente decreto de la Junta, obra del
mismo autor del Plan:
“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la
justicia. Y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conquistadores de
Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto
general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don
Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba,
don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real Juan Moreno. En el
momento en que todos o cada uno de ellos sea pillado, sean cuales fueren las
circunstancias, se efectuará esta resolución, sin dar lugar a minutos que
proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de
esta orden y honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad
del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú, que se abandonan a
mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es, al mismo tiempo, la prueba
fundamental de la utilidad y energía con que llena esa expedición los
importantes objetos a que se destina.”(2)
Vencidos los realistas en Suipacha, la tragedia de Córdoba se repitió en el Alto
Perú. El 15 de diciembre del mismo año cayeron, en la Plaza Mayor de Potosí,
el mariscal Vicente Nieto, el capitán de navío y brigadier José de Córdoba y
Rojas y el gobernador intendente Francisco de Paula Sanz, fusilados por orden
del representante de la Junta, Juan José Castelli.(3) Mientras tanto, en Buenos
Aires, era ejecutado don Basilio Viola, sin formación de causa, por creérsele en
correspondencia con los españoles de Montevideo.(4)
Pero no es sólo en virtud del Plan de Moreno que se fusila, ni son sólo
españoles los que caen. En 1811 se produce una sublevación del regimiento
criollo de Patricios. La causa remota fué el descontento producido por el
alejamiento de Saavedra; la próxima, la orden de suprimir las trenzas. Como
consecuencia del motín fueron condenados a muerte cuatro sargentos, tres
cabos y cuatro soldados, y sus cuerpos se exhibieron al vecindario colgados en
horcas en la Plaza de la Victoria. Esta represión fué obra de Bernardino
Rivadavia, alma del primer Triunvirato. (5)
Al año siguiente, 1812, se produce la conspiración de Alzaga, y también es
ahogada en sangre por Rivadavia. Después del fusilamiento del jefe y los
principales cabecillas, se realiza una matanza popular de españoles.
“Las partidas -dice Corbiere- buscaban a los españoles prestigiosos y
sospechados de monárquicos, en sus casas, para matarlos, sin que autoridad
alguna les detuviera la mano. Bastaba ser godo, apodo dado a los
peninsulares, para que el populacho, formado de gauchos, mulatos, negros,
indios y mestizos, capitaneado por caudillos del momento, se arrojase sobre la
víctima y la ultimase a golpes, siendo arrastrado el cadáver hasta la Plaza de la
Victoria, donde quedaba colgado de la horca; exactamente como habían
procedido, en situación semejante, los populachos de Quito y Bogotá, tres años
antes. Durante varios días se practicó <la caza de españoles> y la fobia de los
cazadores siguió celebrándose con explosión patriótica justificada por el crimen
que significaba la fracasada conspiración...Un mes duró el terror. La
Plazade la Victoria mostró más de cuarenta víctimas del fanatismo popular, que
los victimarios miraron con la satisfacción del deber cumplido.” (6)
Puso fin a este mes trágico un decreto-proclama del Triunvirato, cuyo texto
comenzaba así: “¡Ciudadanos, basta de sangre! perecieron ya los principales
autores de la conspiración y es necesario que la clemencia substituya a la
justicia.” Y terminaba en la siguiente forma: “El gobierno se halla altamente
satisfecho de vuestra conducta y la patria fija sus esperanzas sobre vuestras
virtudes sin ejemplo. Buenos Aires, 24 de julio de 1812.- Feliciano Antonio
Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia. Nicolás de
Herrera, secretario.” (7)
Cuando en octubre de 1840 se repitieron escenas semejantes, no
constituyeron, pues, una novedad para Buenos Aires. Ni siquiera el decreto del
31 de octubre, con que Rosas puso fin a las mazorcadas, pudo sorprender a
nadie. Rosas no innovaba. Seguía el ejemplo de su antecesor Bernardino
Rivadavia. (8)
No terminó con el primer Triunvirato el régimen del terror. Un decreto del 23 de
diciembre del mismo año ordena lo siguiente: “1° Ninguna reunión de
españoles europeos pasará de tres, y en caso de contravención serán
sorteados y pasados por las armas irremisiblemente, y si ésta fuese de muchas
personas sospechosas a la causa de la patria, nocturna, o en parajes
excusados, los que la compongan serán castigados con pena de muerte. 2° No
podrá español alguno montar a caballo, ni en la Capital ni en su recinto, si no
tuviere expresa licencia del Intendente de Policía, bajo las penas pecuniarias u
otras que se consideren justas, según la calidad de las personas en caso de
contravención. 3° Será ejecutado incontinenti con pena capital el que se
aprehenda en un transfugato con dirección a Montevideo, ese otro punto de los
enemigos del país, y el que supiere que alguno lo intenta y no lo delatare,
probado que sea será castigado con la misma pena.” Este decreto lleva las
firmas de Juan José Passo, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Alvarez de Jonte
y José Ramón de Basavilbaso.” (9)
Los gobiernos revolucionarios posteriores no se mostraron más suaves en la
represión de las actividades subversivas. Alvear, el 28 de marzo de 1815, dicta
un decreto terrorista en que se pena con la muerte a los españoles y
americanos que de palabra o por escrito ataquen el sistema de libertad e
independencia; (10) a los que divulguen especies alarmantes de las cuales
acaezca alteración del orden público; a los que intenten seducir soldados o
promuevan su deserción, y reputa como cómplices a quienes, teniendo
conocimiento de una conspiración contra la autoridad no la denuncien. Diez
días después de este decreto, el 7 de abril, domingo de Pascuas, amanecía
colgado frente a la Catedral el cadáver del capitán Marcos Ubeda. Acusado de
conspirar, había sido juzgado en cinco horas y fusilado dos horas después. Las
familias porteñas que concurrían a misa pudieron presenciar el espectáculo, y
ello influyó no poco en la estrepitosa caída de Alvear, que se produjo a los ocho
días de la terrorífica exhibición. Pero el método ya había sido introducido en la
vida política argentina y era imposible detenerlo. Actos como éste traían otros,
a título de represalia. Caído Alvear, le sucede Alvarez Thomas, quien designa
una comisión militar y otra civil para juzgar los delitos cometidos bajo el breve
período que en documentos públicos -15 años antes de Rosas- se llamó la
“tiranía” de Alvear. La comisión militar, presidida por el general Soler, procesó
al coronel Enrique Payllardel por haber presidido el consejo de guerra que
condenó a Ubeda. Payllardel fué también condenado a muerte, ejecutándose la
sentencia. (11)
Transcurren los primeros años de la independencia y se sigue derramando
sangre. En 1817 son fusilados Juan Francisco Borges y algunos compañeros,
por orden de Belgrano. (12) En 1819, a raíz de una sublevación de prisioneros
españoles en San Luis, son degollados el brigadier Ordóñez, los coroneles
Primo de Rivera y Morgado y todos los jefes y oficiales. (13) En 1820, Martín
Rodríguez ordena el fusilamiento de dos cabecillas del motín del 5 de octubre
del mismo año.(14)
En 1823, Rivadavia, como ministro de Rodríguez, y a raíz de la intentona
revolucionaria del 19 de marzo, motivada por su reforma religiosa, ordena el
fusilamiento de Francisco García, Benito Peralta, José María Urien, doctor
Gregorio Tagle y comandante José Hilarión Castro. García fué ejecutado el día
24, al borde del foso de la Fortaleza, Peralta y Urien lo fueron el 9 de abril. El
comandante Castro logró escapar, e igualmente el doctor Tagle, a quien facilitó
la fuga, en nobilísimo gesto, el coronel Dorrego. (15)
En este mismo año de 1823 gobernaba en Tucumán don Javier López, el
general unitario que en 1830 solicitaría al gobierno de Buenos Aires la entrega
del “famoso criminal” Juan Facundo Quiroga. El general López ejerció en
Tucumán una dictadura sangrienta, de la cual Zinny hace el siguiente
comentario: “Raro fué el ciudadano de Tucumán que no hubiera sido vejado y
oprimido; todas las garantías públicas y privadas fueron atacadas; más de
cuarenta víctimas se inmolaron al deseo obstinado de sostenerse en el mando
contra la voluntad general; más de mil habitantes útiles al país desaparecieron
de su suelo desde que este jefe encabezara la guerra civil. He aquí -añade
Zinny- la lista de los fusilados sin formación de causa:
“Don Pedro Juan Aráoz, comandante Fernando Gordillo, general Martín
Bustos, capitán Mariano Villa, fusilados en un día, con dos horas de plazo.
“Don Agustín Suárez, don Manuel Videla, azotados y, a las dos horas,
fusilados.
“Don Basilio Acosta.
“Don Baltazar Pérez
“General Bernabé Aráoz, fusilado clandestinamente en Las Trancas.
“Don Vicente Frías.
“Don Beledonio Méndez, descuartizado en la plaza.
“Don N. Piquito, descuartizado en Montero.
“Don Isidro Medrano.
“Don Eusebio Galván, degollado por el oficial S...
“Don Romualdo Acosta
“Don Félix Palavecino.
“Don Baltazar Núñez.
“Comandante Luis Carrasco, con sus dos asistentes, y muchos otros.”(16)
He aquí cómo, en aquel remoto año de 1823, cuando aún no se había iniciado
francamente la lucha entre federales y unitarios, ya sientan el precedente
sangriento nada menos que el padre del unitarismo, en Buenos Aires, y uno de
sus principales generales, en Tucumán.
Notas:
1 ERNESTO QUESADA, La época de Rosas, págs. 145/7. Se ha discutido -a nuestro juicio,
sin mayor fundamento- la autenticidad de este plan. Puede leerse al respecto el capítulo XV de
la nota citada y la nota 48 de Lamadrid y la Coalición del Norte, del mismo autor. Por otra
parte, la cuestión de la autenticidad del documento pierde interés ante la realidad de
los hechos.
2 EMILIO P. CORBIERE, El terrorismo en la Revolución de Mayo, págs. 42 y 43.
3 Ibídem, págs. 55 y sigs.
4 MANUEL BILBAO, Vindicación y memorias de don Antonio Reyes, pág. 33.
5 EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 73 y sigs.
6 Ibídem, pág. 107.
7 Ibídem, págs. 109 y 110.
8 Debemos hacer notar aquí una diferencia, las víctimas de este último no eran argentinos
unidos al enemigo extranjero; eran españoles, fieles a su patria y a su rey. Con todo,
mientras a Rivadavia se le alaba su energía, a Rosas se le reprocha su crueldad . Tal es la
lógica sobre la cual se pretende fundamentar el odio a Rosas, cuando ella misma está
falseada por este odio.
9 EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 131/3.
10 Es interesante recordar que Alvear, incurriendo en el delito que castigaba, se dirigió en ese
tiempo al secretario de negocios extranjeros de S. M. británica expresando que “estas
Provincias desean pertenecer a la Gran
Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.”
(LEVENE, Lecciones de Historia Argentina. pág. 83).
11 EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 135/44.
12 JULIO B. LAFONT, Historia Argentina, pág. 279. Academia Nacional de la
Historia, Historia de la Nación, t. VI, pág. 635. DOMINGO MAIDANA, JUAN FRANCISCO
BORGES, en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Año III, N° 7-
10.
Defendiendo a Monteagudo, de quien ha podido decirse, con justicia, que recorrió la
historia argentina “como un bólido la atmósfera, envuelto en rojo”, RICARDO ROJAS escribe lo
siguiente:
“Los fusilamientos que se ejecutaron por orden de Belgrano en Santiago, Tucumán y Jujuy,
sin forma de proceso , y sus bandos terroristas, como el del 23 de agosto, cuando el éxodo
jujeño de 1812, exceden toda la leyenda del Monteagudo sanguinario. Pero
la historia tiene sus predilectos, y en ella -como en la murmuración contemporánea- se da
en la bondad o en el vituperio caprichosamente a veces. Se habla de la bondad de Belgrano, y
sin duda era bueno, a pesar de esas ejecuciones y bandos. Monteagudo hizo menos, y para él
ha sido la leyenda siniestra...”
El razonamiento es exacto. Pero entiéndase también a las luchas civiles posteriores, donde los
hombres han sido clasificados arbitrariamente en ángeles y demonios.
13 CARLOS IBARGUREN, Juan Manuel de Rosas, pág.
58.
14 ANTONIO ZINNY, Historia de los gobernadores, t. II, p. 42.
15 ADOLFO SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. I, pág. 161, nota I.
16 ANTONIO ZINNY, ob. cit., t. III, págs. 265 y 266. JUANA MANUELA GORRITI en
su Biografía del General Dionisio de Puch, refiere así la participación de Arenales, gobernador
unitario de Salta, en el fusilamiento del General Bernabé Aráoz: “ El Gobernador
de la Provincia de Tucumán, Don Bernabé Aráoz había sido expulsado del gobierno y de su
patria por una revolución triunfante. En su desgracia, pide a Salta
un asilo. El derecho de asilo ha sido respetado en los tiempos más atrasados y entre las
naciones más bárbaras. Arenales no lo reconoció. Entregó a su enemigo, el huésped que se
había refugiado en su hogar, y Don Bernabé Aráoz fué fusilado.” (Cit. por Mons. JOSUE
GORRITI, PACHI GORRITI, págs. 41-2.)