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Bandieri, Susana - La Supervivencia de Las Formas Regionales

Este documento describe la historia de los intercambios ganaderos regionales entre la Patagonia argentina y el sur de Chile. Explica que aunque el ferrocarril buscó reorientar la economía regional hacia el Atlántico, la zona andina continuó comerciando ganado con Chile hasta la década de 1940 cuando medidas arancelarias cortaron el intercambio. El documento analiza documentación histórica para estudiar la perdurabilidad de estas relaciones fronterizas y cómo el modelo de sustitución de importaciones llevó a la consolidación del merc

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Bandieri, Susana - La Supervivencia de Las Formas Regionales

Este documento describe la historia de los intercambios ganaderos regionales entre la Patagonia argentina y el sur de Chile. Explica que aunque el ferrocarril buscó reorientar la economía regional hacia el Atlántico, la zona andina continuó comerciando ganado con Chile hasta la década de 1940 cuando medidas arancelarias cortaron el intercambio. El documento analiza documentación histórica para estudiar la perdurabilidad de estas relaciones fronterizas y cómo el modelo de sustitución de importaciones llevó a la consolidación del merc

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En BANDIERI, Susana y FERNÁNDEZ, Sandra, La Historia Argentina en perspectiva local y regional.

Nuevas
miradas para viejos problemas (Tomos 1), Buenos Aires, Teseo, 2017, ISBN 978- 9877231335, pp. 235-276.

LA SUPERVIVENCIA DE LAS FORMAS REGIONALES DE INTERCAMBIO


GANADERO ENTRE LA PATAGONIA ARGENTINA Y EL SUR CHILENO

Susana Bandieri

A manera de introducción
La perspectiva histórica regional, en el caso de la Patagonia argentina, ha servido sin duda
para posicionar de otra manera a un ámbito territorial que tradicionalmente se suponía
exclusivamente ocupado, social y económicamente, desde el Atlántico, ya fuera por la
necesidad de expandir la ganadería ovina en tierras marginales no pampeanas como por
mostrar un Estado nacional extremadamente exitoso en su penetración sobre los espacios
hasta entonces dominados por las sociedades indígenas. Estas y otras cuestiones son hoy
revisadas por nuevas investigaciones que obligan a desviar la mirada hacia las áreas de
frontera, tanto de la existente entre la sociedad criolla y la indígena como de aquella instituida
como límite entre los Estados nacionales, Argentina y Chile, que a fines del siglo XIX se
consolidaban como tales.1
En los inicios de la investigación regional, allá por mediados de la década de 1980, partíamos
del convencimiento generalizado -transmitido por la lectura de la documentación oficial-, de
que la llegada del ferrocarril a la norpatagonia argentina sobre principios del siglo XX (1902
a la zona de la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, donde luego se trasladaría la capital
del entonces Territorio Nacional de Neuquén, y 1913 a Zapala, localidad ubicada en el centro
del mismo) había actuado definitivamente a favor de la reorientación atlántica de la economía
regional, cortando las tendencias centrífugas que desde tiempos remotos caracterizaran el
funcionamiento de la sociedad local, tradicional proveedora de ganados a Chile. En tal
sentido, se actuaba también influenciados por la idea, muy instalada entonces en la
historiografía argentina, de que el proceso de consolidación del Estado nacional había

1
Para una versión completa de la historia patagónica, que incluye un amplio ensayo bibliográfico, puede verse
Bandieri (2005).
2
derivado necesariamente en la conformación definitiva de un mercado interno, infiriendo una
relación directa entre la unificación política y económica del país.2
Aunque esta haya sido, efectivamente, la intención de las autoridades nacionales, preocupadas
por la evidente falta de “argentinización” de la región y su natural conexión con el espacio
chileno colindante, al momento de decidir en 1904 el traslado de la capital desde Chos Malal a
Neuquén, en la nueva punta de rieles -tema éste que también se relaciona con pingües
negocios realizados por los propietarios de tierras en ese lugar-, la realidad parece correr por
carriles que no necesariamente se ajustan a la decisión oficial de vincular más fuertemente al
territorio con la nación.3
El estudio más minucioso del desarrollo histórico de la ganadería extensiva regional, actividad
predominante que aún hoy ocupa más del 70% de la superficie de la provincia de Neuquén y
un número muy significativo de la población económicamente activa del interior rural -aunque
su participación en el PBI haya disminuido considerablemente en los últimos años-, permitió
observar un marcado predominio socioeconómico del área andina del territorio, zona que, por
sus características fisiográficas, particularmente por su régimen de lluvias, permitía un
desarrollo sostenido de la actividad. Hombres y ganados se concentraban por lo consiguiente
en esa zona, mostrando la perdurabilidad de los circuitos mercantiles con el área del Pacífico,
a la vez que marcando una diferencia sustancial con el despoblamiento característico de la
meseta patagónica en el resto del territorio.
Un importante número de fuentes documentales permitió reconstruir las sólidas relaciones
socioeconómicas que esta zona mantuvo hasta avanzado el siglo XX con las provincias del sur
chileno, repitiendo formas heredadas de los grupos indígenas locales que hasta su definitivo
sometimiento actuaron como eficientes intermediarios entre las sociedades capitalistas de
ambos lados de la cordillera (Bandieri, 1996).

2
Tal enfoque resulta evidente en textos de la época: "La centralización política comenzada luego de la batalla de
Pavón fue operando una simultánea unificación económica que progresivamente fue desvinculando a las
provincias interiores respecto de sus tradicionales mercados periféricos trasandinos [...] El principal agente
centralizador fue el ferrocarril. Su aparición durante los años 1860 significó una verdadera revolución en las
comunicaciones (Ossona, 1990:104-105).
3
El entonces Ministro del Interior del gobierno argentino, Joaquín V. González, justificaba de esta manera la
medida: “... me ha traído al convencimiento de que la capital del Neuquén debe levantarse en el amplio valle
que comienza al pasar el río. Si bien es cierto que esta posición no es materialmente central con respecto al
territorio, es en cambio de alta significación económica y política, primero porque consulta los agentes más
poderosos de civilización actual y segundo porque en vez de impulsar el comercio de adentro hacia afuera,
como sucede hoy, lo incluirá fuertemente de afuera para adentro, siguiendo las corrientes centrípetas auxiliadas
por vías férreas y fluviales que concurren al Atlántico con su gran puerto de Bahía Blanca...” (Archivo
Histórico de la Provincia de Neuquén –en adelante AHPN-, Libro Copiador T/1904, Telegrama del Ministro del
Interior al Gobernador Bouquet Roldán, 7-4-1904)
3
La perdurabilidad de esta situación, que parecía indiscutiblemente probada para fines del siglo
XIX y primeras décadas del XX, había sido extendida en nuestras primeras investigaciones,
aunque todavía con un grado importante de generalidad, hasta los inicios de la década de
1930, en directa relación con la toma de medidas arancelarias por parte de ambos países para
el comercio fronterizo, que habrían terminado por cortar definitivamente el intercambio legal
de ganado hacia mediados de la década de 1940. Una importante cantidad de fuentes,
especialmente de carácter cualitativo -informes de funcionarios territoriales y estatales,
periódicos locales, libros históricos de las escuelas, testimonios orales, etc.-, marcaban la
importancia de una fuerte crisis sufrida por la ganadería regional alrededor de los años 1930,
cuya definitiva recuperación no se habría producido en las etapas siguientes.
Esta particularidad del intercambio regional, común también en características y periodización
a otras zonas andinas del país, derivó en la formulación de una nueva hipótesis de trabajo que
intentaba probar la definitiva consolidación del mercado interno nacional como resultado de
una preocupación manifiesta del modelo sustitutivo de importaciones, puesto en marcha en
esos mismos años y acentuado en la década de 1940. Recién entonces, las áreas cordilleranas
productoras de ganado, periféricas y marginales al modelo agroexportador argentino, con clara
vocación atlántica, habrían abandonado definitivamente la orientación centrífuga de sus
circuitos mercantiles tradicionales. Esta hipótesis de trabajo, sin duda sugerente, fue el centro
de las producciones siguientes de la autora, donde el estudio de las relaciones fronterizas y su
continuidad espacio-temporal permitieron incluso una aproximación conceptual a la
posibilidad operativa de la construcción histórica regional, con un fuerte acento superador de
los límites provinciales y nacionales (Bandieri, 2001a).
El convencimiento sobre la necesidad de profundizar esta línea de investigación para precisar
algunos aspectos sustanciales, nos llevó oportunamente a trabajar nueva documentación en
archivos argentinos y chilenos para analizar con mayor precisión las medidas arancelarias
tomadas por ambos Estados en las décadas de 1920, 30 y 40, vinculadas tanto a la situación
internacional como a la necesidad de definir más ajustadamente los espacios económicos
nacionales, esto último con el fin de asegurar un mercado interno a la nueva producción
industrial desarrollada como parte del proceso sustitutivo de importaciones con que se intentó
enfrentar la crisis del modelo agoexportador. La periodización señalada resultaba también
significativa por su coincidencia con el quiebre más importante producido alrededor del
intercambio fronterizo en otros espacios andinos del país -Noroeste, San Juan, Sur de
Mendoza, entre otros-, lo cual orientó la publicación de investigaciones en clave comparativa
(Bandieri, 2001b).
4
En lo que hace a la norpatagonia, no cabían dudas de que la significativa actividad ganadera
bovina desarrollada en las áreas andinas de Neuquén, Río Negro y norte de Chubut podía
vincularse directamente con la demanda de los centros urbanos y portuarios del sur chileno,
especialmente importante durante ese mismo período (Finkelstein y Novella, 2001). De esa
manera, y en un claro ejemplo de economías complementarias, se cubrían con áreas de cría las
necesidades de carne vacuna y otros derivados ganaderos cuya transformación se efectuaba en
las curtiembres, saladeros y graserías establecidas en los centros urbanos de ultracordillera, a
la vez que desde los importantes puertos chilenos sobre el Pacífico Sur, como Concepción,
Valdivia y Puerto Montt, se exportaban curo, tasajo y otros subproductos con destino al
consumo europeo y sudamericano. Ello permitía explicar también la presencia de importantes
inversiones de capitales trasandinos en tierras ganaderas de la región (Bandieri y Blanco,
1997). Asimismo, las distancias y los altos fletes de las mercancías ingresadas desde el
Atlántico favorecían el consumo de bienes variados provenientes de las plazas chilenas, así
como la circulación de moneda de ese origen. En consecuencia, prácticas culturales comunes
caracterizaban a las poblaciones de ambas márgenes de la cordillera.
En este sentido, era posible realizar una comparación válida con el resto de los territorios
patagónicos, al menos con sus zonas más australes, donde la geografía y el desarrollo de
actividades económicas comunes permitiría tales contactos, atento a la existencia de trabajos
que daban cuenta de un funcionamiento similar con relación a las vinculaciones
socioeconómicos con las áreas del sur chileno, en este caso relacionadas con la producción
ovina. El tema ha sido particularmente tratado para Santa Cruz en Argentina y para
Magallanes en Chile por Elsa Mabel Barbería y Mateo Martinic B., respectivamente, en
importantes trabajos sobre la influencia de la ciudad-puerto de Punta Arenas sobre todo el sur
de la Patagonia (Barbería, 1992 y 1995; Martinic B., 1976 y 2001). Estos estudios históricos
muestran, para el extremo más austral del continente, la conformación de una región que
habría funcionado, en principio hasta 1920, con una dinámica propia, fuertemente integrada
con el área del Pacífico. A la luz de estas investigaciones, y al menos hasta esos años, la
significativa dependencia económica de los territorios del sur patagónico con el área de
Magallanes y su capital Punta Arenas, parece indiscutible, al menos en lo que se refiere a la
exportación de lanas y carnes ovinas con destino a la industria frigorífica.4 Luego, factores de

4
Al respecto, Barbería desarrolla en varios trabajos (1992 y 1995) la formación de esta región autárquica con
centro en Punta Arenas, integrada por el sur de Chile, Santa Cruz y Tierra del Fuego, basada en la producción y
exportación de lana, carne ovina y derivados a los mercados europeos y a otras repúblicas del Pacífico: “...Santa
Cruz se constituyó -hasta 1920- en un área periférica del sur chileno [...] así como los capitales que dieron
comienzo a la ocupación se originaron allí, también los ingresos que generaron se dirigieron a Punta
5
diversa índole habrían provocado la ruptura del funcionamiento autárquico de la región,
generándose a partir de entonces una mayor inserción económica de la Patagonia austral en el
espacio nacional argentino, visible, entre otras cosas, en la nacionalización de los más
importantes capitales chilenos que lideraban tal funcionamiento, como es el caso del grupo
empresario Braun-Menéndez Behety, propietario de importantes estancias y de la “Sociedad
Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia” –más conocida como “La Anónima”-
una de las firmas comerciales dominantes en la región (Bandieri, 2015). De todas maneras, la
vinculación económica entre ambas áreas habría seguido siendo importante hasta los años
1930, cuando la hegemonía histórica de Punta Arenas comenzó a debilitarse, cortándose
definitivamente en los primeros años de la década del 1940, al imponerse desde los
respectivos Estados nacionales una serie de políticas que marcarían rumbos divergentes y a
veces competitivos (Martinic B., 2001).
Sobre la base de conocimientos previos, importantes pero incompletos, nos propusimos
entonces explicar con mayor precisión la continuidad y persistencia de las antiguas formas de
contactos fronterizos entre la Patagonia argentina y el sur chileno, lo cual suponía además no
desconocer la existencia de intercambios alternativos con otras regiones del país, así como
dimensionar mas acabadamente la gradualidad y efectos de la reorientación comercial desde el
Pacífico hacia el Atlántico, cuyo punto decisivo parecía haberse producido recién sobre
mediados de la década de 1940.

La frontera como espacio social


Para explicar la perdurabilidad de las antiguas formas de articulación socio-comercial,
heredadas de las sociedades indígenas, cabe recordar que en la segunda mitad del siglo XIX, y
a instancias de la creciente demanda de California y Australia primero y de Inglaterra después,
la producción agrícola chilena llegó a cuadruplicarse siendo, junto con el cobre, uno de los
rubros de exportación más favorecidos. Ello habría provocado un vuelco de las tierras
regables del valle central chileno, antes destinadas a la ganadería extensiva, hacia la
producción de cereales, impulsando la ocupación de las tierras de la Araucanía hacia la década
de 1880. La especialización cerealera se extendería entonces a las regiones ubicadas al sur del
Bio Bio, que hacia 1910 concentraban más del 50% de la superficie sembrada del país
(Sepúlveda, 1956), aumentando en consecuencia la demanda de carne y derivados para el

Arenas...” (Barbería, 1995: 65). La posibilidad de comunicación directa con los mercados europeos a través del
puerto chileno, facilitada por la eliminación de los impuestos aduaneros y la débil participación estatal en ambos
países, favorecieron tal proceso de integración, al menos hasta los años 1920 (Barbería, 1995:67).
6
consumo interno y la exportación a otros países sudamericanos con costas sobre el Pacífico
Sur, como Perú y Ecuador, cuyos trabajadores agrícolas, la mayoría de origen chino en estado
semiservil, eran importantes consumidoras de tasajo. Una importante cantidad de vacunos en
pie fueron entonces requeridos como materia prima indispensable para distintas actividades de
transformación (saladeros, curtiembres, graserías, fábricas de velas y jabón), ubicadas en el
valle central chileno y en el área de Valdivia y Puerto Montt. Características físicas de
singular importancia hacían de las valles del oriente cordillerano lugares dotados de
excelentes condiciones para satisfacer tal demanda, particularmente facilitada en el norte de la
Patagonia por la presencia de numerosos valles transversales que permiten el tránsito de un
lado a otro de la cordillera durante la mayor parte del año.
Al mantenerse e incrementarse la demanda de carne, y una vez sometidos los grupos indígenas
que la abastecían, las corrientes de población instaladas en las áreas limítrofes desarrollaron
naturalmente la misma actividad. Esto también explica el hecho de que importantes
comerciantes y hacendados trasandinos se preocuparan por invertir en la compra de grandes
extensiones de tierras en la región.5 De esa manera, estos importantes productores
desahogaban sus campos en las provincias chilenas limítrofes, aptos para la agricultura y de
limitadas posibilidades para la crianza de ganado mayor. En una típica economía
complementaria, los animales criados en el oriente cordillerano eran engordados con los
residuos de las cosechas en los fundos chilenos.
A la llegada del ferrocarril a la capital neuquina en 1904 y su prolongación a Zapala en 1913,
así como a Ing. Jacobacci en el territorio de Río Negro en 1917 –extendido luego a San
Carlos de Bariloche en 1934-, se debe efectivamente la gradual orientación de la salida de
lanas y cueros norpatagónicos con destino al puerto de Bahía Blanca y a los mercados del
Atlántico. Sin embargo, restos muy importantes de las prácticas comerciales orientadas hacia
el Pacífico se mantendrían en las zonas fronterizas, con mayor o menor intensidad, hasta
épocas posteriores.
Debe tenerse en cuenta, asimismo, que durante largos períodos se aplicó la fórmula de
“cordillera libre” para los intercambios ganaderos entre ambos países, con lo cual la única
exigencia para el traslado de los animales era el trámite administrativo correspondiente en las
receptorías de aduana, siempre escasas y no necesariamente ubicadas en las áreas fronterizas,

5
Tal es el caso, entre otros, de la “Sociedad Comercial y Ganadera Chile y Argentina”, iniciada por importantes
accionistas del área de Puerto Montt, que llegó a concentrar en 1905 más de 400.000 hectáreas de tierras en
propiedad en el sudoeste neuquino, importantes centros comerciales con base en San Carlos de Bariloche,
7
6
lo cual facilitaba las transgresiones. Por otra parte, la característica trashumante de la
ganadería regional facilitaba los intercambios en los hitos fronterizos. De esa manera, en una
frontera extensa, abierta y mal vigilada como la norpatagónica, no sólo el “cuatrerismo” era
posible sino también el comercio directo entre productores y compradores, grandes y
pequeños, sin ninguna intervención del fisco.
La débil presencia institucional de ambos Estados en las áreas cordilleranas habría también
facilitado la pervivencia de tales relaciones, convirtiendo a la frontera en un espacio social
permeable y dinámico, de larga duración y funcionamiento característico. Si bien la conquista
militar de los territorios indígenas actuó como primer elemento desestabilizador importante de
tal funcionamiento fronterizo al imponer las formas capitalistas de producción, las tendencias
mercantiles sobrevivieron, con nuevas reglas y otros actores, hasta avanzado el siglo XX.
Fueron las políticas aplicadas por ambos Estados nacionales -particularmente el chileno, que
más tempranamente fijó medidas arancelarias de protección-, unidas a la crisis internacional
de los años 1929-30 y a la profundización del modelo sustitutivo de importaciones en la
segunda posguerra, las que reforzaron los controles económicos y policiales al tránsito
cordillerano y terminaron por descomponer definitivamente las relaciones descriptas. Esto dio
lugar a una fuerte crisis de la ganadería regional y provocó su paulatina y definitiva
reorientación hacia los mercados del Atlántico, tema que hemos estudiado especialmente para
el caso neuquino (Bandieri, 2010).

Los antecedentes
Cuando se pretende iniciar una aproximación superadora de la mera descripción histórica a la
región sur del país, incorporada a la soberanía del Estado nacional argentino sobre la segunda
mitad del siglo XIX, previo sometimiento armado de las sociedades indígenas, resulta
importante destacar la imposibilidad de pensar al espacio patagónico como bloque uniforme y
homogéneo. Si bien hay tendencias y procesos generalizables que permiten cierta “historia
común”, también hay características específicas importantes en cada uno de los subespacios
que lo integran. En el caso de las áreas andinas, como ya se adelantara, las condiciones de
mediterraneidad y aislamiento confirieron al territorio una particular singularidad. La
Cordillera de los Andes, por su especial accesibilidad, particularmente en el norte y en el área
más austral de la Patagonia, sirvió históricamente y desde las primeras etapas de ocupación

molinos harineros en el oeste de Chubut y empresas de navegación lacustre para facilitar el tránsito entre ambos
lados de la cordillera (Bandieri y Blanco, 1997).
8
indígena, de eje vertebrador de un espacio integrado socioeconómicamente con las provincias
del sur chileno, que actuó y sobrevivió por encima de los límites políticos y administrativos
impuestos al territorio a partir de su conquista militar.7 Esto generó en tales áreas un proceso
histórico con un grado importante de especialización regional, con su propio esquema de
funcionamiento e intercambio y una organización socio-espacial acorde que admite un
tratamiento diferencial. De hecho, no es posible pensar la historia de la región atendiendo
solamente a sus límites territoriales, sin considerar la importancia de un área de frontera con
existencia propia donde se habría definido históricamente un espacio social de particulares
características.
En el caso de la norpatagonia, los estudios recientes han permitido ajustar viejos preconceptos
sobre las formas de organización socioeconómica de las comunidades indígenas en la región.
Se solía creer, con un alto grado de generalización, que las prácticas nómades de los pueblos
aborígenes que habitaron el área, habitualmente definidos como recolectores y cazadores con
una economía depredatoria basada casi exclusivamente en la práctica del malón -sustracción y
arreo de los ganados pampeanos a Chile-, habían impedido la conformación de asentamientos
fijos y estables que modificaran el estado natural del paisaje. Sin embargo, al estudiar las
actividades productivas dominantes en etapas posteriores, particularmente la ganadería, es
fácilmente comprobable la supervivencia de formas heredadas de esa primera organización
social del territorio. Puede hoy considerarse, sin posibilidades de error, que las etapas iniciales
en la ocupación del espacio regional se caracterizaron por una organización social impuesta
por las sociedades indígenas sobre la base de una actividad agrícola-ganadera emplazada
esencialmente en la faja de los faldeos cordilleranos. La primera, agrícola, mucho menos
significativa y vinculada al consumo interno de la comunidad, y la segunda, ganadera, como
elemento base de un activo intercambio comercial con las ciudades y puertos chilenos. Resulta
entonces importante recalcar que el área occidental de los territorios norpatagónicos aparecían
ya funcionando en esa etapa como región de esos centros (Chillán, Angol, Antuco) e
hinterland de sus principales puertos sobre el Pacífico Sur (Concepción, Valdivia, Puerto
Montt) (Varela y Bizet, 1993).

6
Característica de la ganadería regional que implica el traslado estacional de los rebaños desde las áreas bajas de
invernada a las tierras altas de veranada para un mejor aprovechamiento de las pasturas.
7
Compartimos, en este sentido, la idea de Jean Chesneaux cuando distingue la frontera-zona como área de
aproximación y contactos económicos, sociales y culturales, en oposición a la frontera-línea como forma
tradicional de tratar la frontera, o sea, como límite que demarca un territorio y divide poblaciones (Chesneaux,
1972:180-191).
9
Sin duda que, aún con la persistencia de lagunas, la idea inicial sobre la organización
económica de las sociedades indígenas de la región ha sufrido un cambio radical. No obstante
ello, la inserción del espacio regional en las formas de producción capitalista generó cambios
sustanciales derivados del hecho de que, hasta la conquista militar del espacio, la producción y
los recursos eran de manejo comunitario; después de ésta, la incorporación del espacio
indígena como parte del territorio que se define como Nación argentina trajo como correlato
inmediato la apropiación privada de las tierras como recurso productivo. A partir de ese
momento, los bienes de uso común se convirtieron en privados y la región se integró de otra
manera -con mayor o menor grado de marginalidad- al sistema nacional e internacional
vigente. De todas formas, conviene remarcar la necesidad de contar con esta base para
reconocer en el espacio regional la persistencia de cierto tipo de relaciones en etapas
posteriores, así como la perdurabilidad de las modalidades de uso de los recursos y del espacio
social que toma como eje la Cordillera de los Andes, como características de la sociedad
indígena que no se acaban con la mera ocupación blanca del espacio.
Durante la década de 1880 los ejércitos de ambos países lograron someter a las poblaciones
indígenas de la región cortando la tradicional comunicación entre la Araucanía y las Pampas.
El éxito de las operaciones militares permitió consolidar unidades territoriales nacionales
“interrumpidas” hasta allí por la existencia de territorios indígenas. Expropiados éstos a sus
dueños originarios se impuso a la región una frontera, la Cordillera de los Andes, como límite
geográfico y político. Sin embargo, la organización social de las áreas fronterizas continuó
actuando casi inalteradamente, según ya adelantamos, por encima de la imposición de tales
límites.

Los estudios fronterizos: los orígenes

“Al mundo fronterizo se le entiende hoy como un mundo complejo, capaz


de generar situaciones muy singulares de convivencia social, violenta a
veces, pero pacíficas también en otras. Un mundo en que el estilo de vida
cobra una dimensión especial, obligando al investigador a penetrar en él
con métodos y fuentes que, si bien no son del todo diferentes a los exigidos
por otros temas del pasado, tienen un sesgo particular” (Villalobos R. y
Pinto R., 1985:6)

Asociar el término “frontera” al concepto de “frontera militar” o “frontera administrativa”


sería, al decir de los autores chilenos citados, mantenerse al margen de los progresos en las
ciencias sociales. Justamente fueron los historiadores de ese origen los primeros en considerar
10
que la intensa movilización comercial y las relaciones interétnicas eran características propias
y distinguibles del funcionamiento fronterizo en la región que nos ocupa. De esta manera
expresaban, en la historiografía chilena de la década de 1980, la necesidad de replantear los
estudios del fenómeno fronterizo en el interés de trascender los análisis tradicionales,
exclusivamente centrados en las cuestiones bélicas, y avanzar en la comprensión de la
sociedad, la economía y la cultura del área de frontera (Villalobos R. y Pinto R., 1982 y 1985)
Seguramente su condición de pioneros fue producto de haberse iniciado primero en Chile la
consolidación de una situación fronteriza de intensos contactos hispano-indígenas.
Estos autores reconocían por entonces dos etapas bien diferenciadas en la vida fronteriza de la
Araucanía chilena -región al sur de los ríos Maule y Bío Bío-, una de características
estrictamente bélicas entre los años 1563 y 1655 y otra posterior de intenso contacto cultural y
convivencia pacífica. A partir del siglo XVII la situación de paz se habría profundizado
generando un importante avance de la integración, tanto económica como social, resultado de
un activo tráfico comercial y de un elevado grado de mestizaje. Las autoridades españolas en
Chile habrían generado distintas vías de adaptación a estas formas integradoras (parlamentos,
paces, tratados, incorporación de indios al aparato burocrático-militar, etc.), preparando de
algún modo el avance y conquista definitiva de la Araucanía hacia 1882. Esta especial
situación habría incrementado notablemente la presencia de numerosos mercaderes que
procedentes de distintas ciudades de Chile recorrían periódicamente las áreas cordilleranas en
busca de ganado, ponchos y mantas, para conducirlos al importante mercado de consumo de la
región central.
La cultura indígena mapuche, por su parte, habría sufrido a lo largo de más de trescientos años
de contactos, con mayor o menor grado de inestabilidad social, política y militar, distintas
formas de aculturación (mestizaje, incorporación del caballo, etc.), provocándose asimismo un
acentuado proceso de vinculaciones entre el oriente y el occidente cordillerano con
consecuencias muy significativas en las parcialidades locales. La magnitud del intercambio
con lo hispano habría producido en los grupos indígenas el vuelco a la ganadería en desmedro
de la agricultura, siendo también la intensa circulación cordillerana vía de difusión e
incorporación de nuevos elementos culturales como el hierro y la plata, los cereales europeos,
el uso del cuero de los animales domésticos, la importancia de la vida pastoril y la
complejización de la organización política y militar.
Pero la preocupación de los autores chilenos por la región de la Araucanía se limitaba,
básicamente, a la idea de frontera entre españoles e indios, marcando las diversas formas de
contactos, bélicos o no, entre una sociedad dominante y una sociedad dominada, donde el
11
predominio de una paz más o menos estable a partir de la segunda mitad del siglo XVII habría
provocado el afianzamiento de las relaciones fronterizas. Sin embargo, según vimos, la
consolidación de una situación de intensos contactos se extendió a través de la Cordillera de
los Andes, conformando un área de frontera donde las especificidades de los distintos grupos
indígenas comenzaron a perderse en función de un importante mestizaje y de una marcada
homogeneización cultural, cuya mayor manifestación sería el uso generalizado de la lengua
mapuche.
Ya en el siglo XVIII, y formando parte de esta “sociedad de frontera”, los indígenas
manejaban una vasta red de caminos y comercio que abarcaba un ancho corredor interregional
entre el Río de la Plata y Chile, por el cual circulaban los ganados y bienes diversos del
mercado colonial. El norte de la Patagonia argentina era parte sustancial de tal corredor y la
isla de Choele Choel, en la actual provincia de Río Negro, era una parada obligada para el
aprovisionamiento y el descanso de los animales. Los grupos cordilleranos oficiaban así de
excelentes intermediarios entre los ganados de las pampas argentinas y la demanda chilena. Al
respecto, las autoras Varela y Biset dedicaron un importante esfuerzo a reconstruir los
procesos de cambio y transformación operados en los grupos del área de Neuquén a partir del
contacto fronterizo, así como al rol de intermediación que ejercieron al controlar los pasos
cordilleranos. Dicen al respecto: los indígenas, “...cazadores y recolectores en la etapa
prehispánica, pastores ecuestres y, finalmente, ganaderos y comerciantes, organizaron su
patrón económico en función de la sociedad hispano ciolla consumidora de sus productos”
(Varela y Biset, 1993:79-80). En efecto, esta sociedad requería de importantes cantidades de
sal, carnes, cueros y sebo para su propio consumo y para su exportación al centro minero
potosino y a otros asentamientos hispanos sobre el Pacífico Sur. En esas condiciones, los
campos del área antecordillerana del norte patagónico resultaban excelentes para el
acondicionamiento de los ganados antes de someterlos al esforzado cruce de los Andes.
Aunque la situación de conflicto estaba siempre presente, las relaciones fronterizas siguieron
incrementándose durante todo el siglo XVIII, alcanzando niveles muy importantes de
intercambio económico y social. En el siglo XIX los procesos independentistas de ambos
países derivaron en mayores presiones territoriales hasta que, sobre la segunda mitad del siglo
y mediante sendas campañas militares, se terminó por incorporar el espacio indígena a la
soberanía de los respectivos Estados nacionales, resolviendo el secular conflicto a favor de los
sectores dominantes.
Al exterminio, sumado a la expropiación y desafectación de los bienes de uso común a las
poblaciones indígenas, le siguió la conformación de un marco político e institucional que
12
asegurase el desenvolvimiento de la nueva organización social. El efecto inmediato de tales
medidas en la Patagonia argentina fue el establecimiento de los límites administrativos de los
nuevos Territorios Nacionales por Ley 1532 de 18848 y la fijación de una frontera política en
la Cordillera de los Andes, que fue considerada, desde entonces, una barrera aislacionista, tal
y como lo recogiera la historiografía nacional.
Sin embargo, como ya se dijera, la situación periférica de las zonas cordilleranas de la
norpatagonia argentina le impuso a la región una posición de marginalidad respecto al modelo
de inserción del país en el sistema internacional vigente, con clara orientación atlántica,
motivando la supervivencia de los contactos socioeconómicos con el área del Pacífico por
encima de la imposición de tales fronteras.

El marco de la inserción: La frontera interior


Ya en el siglo XIX, al tomar forma concreta la inserción de Argentina en el mercado
internacional como país productor de bienes primarios, basada su economía en la ganadería
extensiva y conformada la estancia como unidad productiva capitalista, la hacienda cimarrona
-bien común de la nación indígena, base de su organización socioeconómica y producto
fundamental del secular intercambio con Chile- comenzó a escasear y aún a desaparecer. Esto
llevó a los grupos indígenas a la práctica del malón y lesionó en forma directa los intereses de
los fuertes ganaderos bonaerenses en tanto sector dominante en el modelo de desarrollo
vigente.
Extender y consolidar definitivamente la móvil frontera interior del país se convirtió entonces
en la preocupación esencial de los distintos gobiernos y en objeto de políticas diversas durante
toda la primera parte del siglo XIX. Una serie de conflictos internos a los que se había sumado
la guerra con el Paraguay habían demorado y aún paralizado el avance de la frontera con el
indio, pero la permanente amenaza sobre el sector productivo más fuerte del país, vinculado al
comercio internacional, llevó a concreciones más definitivas subsidiadas por ese mismo

8
Entre los años 1879 y 1885 el Estado nacional argentino encaró, de manera definitiva, la extensión de su
soberanía a los territorios hasta entonces controlados por las sociedades indígenas -Chaco y Patagonia-. Un año
antes, el 9 de octubre de 1978, se había sancionado la ley de creación de la Gobernación de la Patagonia con
capital en Mercedes de Patagones, luego Viedma, cuyo primer gobernador fuera el militar Álvaro Barros. Con la
sanción de la ley nº 1532 del 16 de octubre de 1884 se crearon los Territorios Nacionales de Chaco, Formosa y
Misiones en el norte, la Pampa en el área central del país y, en el sur, por división de la antes mencionada
Gobernación de la Patagonia, los de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, estableciendo
sus superficies, límites, forma de gobierno y administración. Hasta mediados de la década de 1950 en que se
convirtieron en provincias -con la sola excepción de Tierra del Fuego que lo hizo en el año 1990-, los Territorios
Nacionales fueron simples divisiones administrativas carentes de autonomía y absolutamente dependiente del
gobierno central, que designaba a sus gobernantes y administraba sus rentas.
13
sector. Sucesivas campañas militares, desarrolladas entre los años 1879 y 1885, completaron
la ocupación total de la Patagonia con la rendición de los últimos caciques y la incorporación
del espacio indígena a la soberanía del Estado nacional.
El dominio de los territorios fronterizos del Sur del país tuvo en esos momentos una clara
legitimación ideológica a través de la explicitada necesidad de superar “la barbarie” para
asegurar “la civilización y el progreso”.9 Pero tuvo además, según venimos diciendo, un
objetivo práctico que devino de intereses concretos de los sectores socioeconómicos
dominantes, seriamente afectados por los malones indios y el permanente fluir de sus
haciendas a Chile. Este objetivo se vio asimismo fortalecido hacia 1880 por la expansión
económica del país, hasta ese momento predominantemente pecuaria, que exigía la
incorporación de nuevas tierras que aliviaran la presión pastoril sobre las llanuras
bonaerenses, a la vez que permitieran el incremento de los volúmenes de producción para una
correcta respuesta a la demanda europea de lanas y carnes. El problema de la “frontera
interna” se había convertido en la principal traba a la expansión de estos sectores, vinculados
comercial y financieramente a las principales potencias económicas del momento,
particularmente Inglaterra, que marcaban el perfil de la inserción argentina en el sistema
mundial cuando todavía las economías europeas no podían subsidiar la producción primaria.
Hacia la década de 1870, las superficies de la pampa húmeda se encontraban ya
sobrepastoreados por vacunos y ovinos con una carga mayor que la que su receptividad
natural admitía, por ello la necesidad de canalizar el excedente ganadero a nuevas tierras
marginales. Por otra parte, la etapa de predominio lanar iniciada en el país alrededor de 1850 y
favorecida por el incremento del precio internacional del producto, había provocado un
aparente desplazamiento del vacuno de su lugar de preeminencia en la producción ganadera
argentina. El surgimiento de la industria frigorífica y la utilización del sistema del congelado
hacia 1880, valorizaron la carne ovina y produjeron una reorientación productiva en la
búsqueda de razas de mejores aptitudes carniceras. El proceso de “desmerinizacion” así
iniciado se expandió rápidamente en las tierras del sur bonaerense cuyos campos húmedos,
bajos y más cercanos a los frigoríficos, admitían animales más exigentes en la alimentación.
Esto provocó la necesidad de iniciar el desplazamiento del ovino hacia tierras marginales de
los territorios patagónicos con condiciones aptas para la producción de lana.

9
Las sucesivas expediciones militares mencionadas, particularmente la de Roca, se denominaron "Campañas al
Desierto". En ese sentido debe entenderse el término "desierto" con un eminente sentido social más que físico, es
decir, como sinónimo de "barbarie" o, lo que es lo mismo, como "vacío de civilización", tal y como lo entendían
los sectores dirigentes en la segunda mitad del siglo XIX
14
Por lo consiguiente, la necesidad de incorporación de suelos menos favorecidos para la
expansión de la ganadería extensiva en sus distintos rubros, más la inversión especulativa en
tierras -muy importante en esos años-, son el macro nivel de análisis en el que debe
necesariamente inscribirse el modelo de expansión territorial con escaso poblamiento que
caracterizó la ocupación de los territorios patagónicos.
Es en este modelo de expansión que la Cordillera de los Andes se veía como “la llaga de la
República” por la cual drenaban vacunos y ganancias. Por eso, desde la campaña de Roca en
adelante, las sucesivas etapas en que se planeó el definitivo sometimiento del indio en
Patagonia tuvieron como escenario de la fase final al territorio del Neuquén -o territorio del
“triángulo” como se lo denominaba en la época- cuya especial topografía le confería
condiciones de aislamiento favorables a los últimos reductos indígenas en sus intentos
defensivos, inútiles por otra parte ante la superioridad tecnológica del ejército nacional
(incorporación del Rémington, uso del telégrafo, etc.).
A la llegada de las fuerzas militares ningún asentamiento blanco “argentino” había en la
norpatagonia. Hasta donde sabemos, sólo pobladores provenientes del occidente cordillerano
compartían el espacio con los indígenas en una generalmente sólida convivencia
socioeconómica, como lo demuestra la presencia de asentamientos con cantidades
significativas de población en el área cordillerana, donde de hecho existían, según venimos
diciendo, una serie de contactos de notable supervivencia posterior.10

La nueva frontera
A medida que las tribus fueron desalojadas o mayoritariamente exterminadas o sometidas por
el ejército, o por la viruela -arma de la “civilización” tanto o más letal que el Rémington-, se
fue produciendo una nueva modalidad de ocupación del espacio patagónico cuya primera
parte esencial sería la apropiación de la tierra de las sociedades indígenas por parte del Estado
nacional. De esta manera, al desposeer a estas comunidades de sus condiciones naturales de

10
La magnitud de esos contacto se hizo evidente cuando, a la llegada de las fuerzas militares, los partes de la
campaña, transcriptos por Manuel Olascoaga (1974:148-256-367-368), informan de la existencia en el Noroeste
neuquino de una población cordillerana denominada Malbarco -hoy Varvarco- con casi 600 habitantes entre
indígenas, puesteros y hacendados chilenos que arrendaban terrenos a los caciques comarcanos. Había allí dos
estancieros -Price y Méndez Urréjola- sólidamente instalados al momentos de producirse la avanzada militar
"contra el desierto". Indígenas y chilenos mantenían una particular convivencia en Malbarco, donde los
funcionarios del país vecino extendían de hecho su autoridad a través de la presencia de subdelegados civiles,
aunque reconociendo la base de poder de los caciques locales al propiciar el arriendo de sus tierras o la firma de
tratados tendientes a obtener un trato favorable "...con las personas y haciendas de los chilenos residentes al
otro lado de la cordillera" (AHPN, Tratado del 1° de enero de 1872 entre el Jefe de Operaciones de Frontera e
Intendente de la Pcia. de Arauco, Gral. Basilio Urrutia, en representación del gobierno chileno, y embajadores y
representantes de las tribus del Neuquén).
15
producción y transferirlas a nuevos dueños, se establecieron las bases de una formación social
diferente.
El avance de las fuerzas militares argentinas, hecho sin duda favorecido por la simultánea
participación de Chile en la Guerra del Pacífico, había provocado la inmediata emigración al
país trasandino de gran parte de la población asentada desde antiguo en las áreas
antecordilleranas. En consecuencia, una población “móvil y dispersa” encontrarían los
primeros gobernadores de los recientemente creados Territorios Nacionales.11 Sobre esta zona
se trató de imponer una organización territorial acorde con el nuevo esquema de dominación.
Es así como, a partir de un concepto de seguridad estratégico-militar, se dispuso la creación de
fuertes y fortines, se establecieron capitales como centros políticos de autoridad máxima
dentro del espacio conquistado y se pretendió afirmar la frontera política en la Cordillera de
los Andes. Sin embargo, características estructurales de las actividades dominantes
provocarían, según se adelantara, la supervivencia de las viejas formas de organización social
heredadas de la etapa previa a la conquista militar del espacio.
Una vez producido el ordenamiento jurídico se garantizaron las condiciones de seguridad
necesarias para la implantación de una nueva realidad socioeconómica, acorde con la
incorporación productiva de las tierras conquistadas al nuevo modo de producción. Sin
embargo, sólo las mejores tierras se privatizaron en la norpatagonia por sus posibilidades
productivas -especialmente los campos del sudoeste cordillerano- en un proceso lento en lo
que a su concreta ocupación se refiere. Esto nos permite marcar una primera singularidad de
las áreas andinas norpatagónicas que las vuelve incomparables con las zonas costeras como
los análisis generalizadores pretenden. Las condiciones de aislamiento y mediterraneidad de
sus áreas andinas hacía que el consumo de su prácticamente única actividad productiva en la
época, la ganadería extensiva, predominantemente vacuna, se encontrara estrechamente
vinculado a la demanda chilena y absolutamente ajeno al tradicional mercado del Atlántico de
la ganadería pampeana. De allí que la mayoría de los primeros adquirentes de tierras
pertenecieran a influyentes sectores porteños que nunca se radicaron en la zona y que muy
pronto vendieron sus tierras a sociedades chilenas que explotaban simultáneamente campos en
ambos lados de la cordillera (Bandieri y Blanco, 1997).
En cuanto a la población blanca que efectivamente ocupó el territorio, su origen coincidió con
las dos vías de penetración más importantes: la del Este (bonaerense) que acompañó a las

11
Archivo General de la Nación, Informe del primer Gobernador del Territorio Nacional del Neuquén, Gral.
Manuel J. Olascoaga, incluido en la Memoria presentada al Congreso Nacional por el Ministro del Interior Dr.
Eduardo Wilde, Buenos Aires, Imprenta Sudamericana, 1888, p. 567.
16
tropas expedicionarias y/o que migró posteriormente a esta zona, y la del Oeste, ampliamente
mayoritaria, proveniente de Chile. La gran mayoría de esta población, de escasos recursos,
ocupó tierras en forma espontánea dedicándose a la producción ganadera en unidades
domésticas, practicando la trashumancia y conformando asentamientos dispersos que poco a
poco dieron la nueva imagen de la organización espacial y social del territorio. Se trataba de
una estructuración esencialmente débil, con epicentro en el área antecordillerana, basada casi
exclusivamente en la práctica de la ganadería extensiva como actividad predominante y una
integración con Chile muy marcada, ambas supervivientes de las modalidades
socioeconómicas de los primitivos habitantes del territorio.
Es en razón de lo dicho que juzgamos oportuno priorizar en nuestras investigaciones sobre
historia regional, el estudio pormenorizado de esas actividades productivas que fueran
determinantes de la mayor organización social del espacio cordillerano y antecordillerano del
territorio durante sus etapas iniciales. Se trata del área que por sus especiales características
fisiográficas y sus posibilidades de rápido acceso al mercado chileno demandante, admitía un
desarrollo redituable de tales actividades, particularmente la ganadera. En efecto, mientras el
ganado ovino era desplazado a los territorios patagónicos con litoral atlántico, las áreas
cordilleranas continuaban pobladas de vacunos criollos destinados a satisfacer tal demanda.
Estudiar el tema de la circulación del ganado a través de la cordillera resultó entonces de vital
importancia para reconstruir la compleja red de relaciones económicas y sociales vigentes en
el área desde la etapa indígena. Pudimos demostrar así como al antiguo rol de intermediación
cumplido por los grupos indígenas en las áreas cordilleranas patagónicas, se agregó a partir de
1880 una intensa actividad ganadera extensiva basada en la cría de ganado vacuno de tipo
criollo, de buen peso y escasa calidad, destinado a satisfacer la demanda de consumo del país
trasandino y, particularmente, sus industrias del cuero, sebo y salazón de carnes. Por la misma
razón pudo explicarse la modalidad del asentamiento imperante en el área luego de la
ocupación militar del espacio, donde los Departamentos de la zona antecordillerana mostraban
la mayor densidad de población, que disminuía en tanto más se alejaba de los centros de
consumo. Esto no hacía más que demostrar la supervivencia de las antiguas formas del
asentamiento indígena y su vinculación con la actividad ganadera dominante y el destino de la
producción regional.
Puede afirmarse entonces que, en el momento en que las principales regiones productoras
argentinas apuraban el proceso de refinamiento de razas carniceras con destino al frigorífico y,
vía la exportación, al mercado europeo del Atlántico, las zonas fronterizas de la norpatagonia
producían ganado para la especial demanda de los centros del Pacífico. Esta situación se vio
17
asimismo favorecida hacia los mismos años por el hecho de que la provincia de Mendoza,
tradicional proveedora de ganado a Chile, incrementase su producción vitivinícola
transformando sus potreros alfalfados en campos de vides.
Para comprobar lo dicho, puede observarse como en los territorios patagónicos con litoral
atlántico el incremento del ganado ovino fue sustancialmente importante hacia principios de
siglo, en tanto que en Neuquén, el más mediterráneo de todos ellos, las cifras eran poco
representativas y reflejaban en términos generales una marcada estabilidad.12 Puede inferirse
que esto se debió en especial a las limitadas posibilidades de colocación de la producción
ovina en el mercado de la zona chilena aledaña, acorde con la estructura económica
dominante que describimos. En consecuencia, puede sostenerse que la generalizada
especialización ovina con destino al mercado europeo que se atribuye a Patagonia no incluyó
con igual importancia a sus zonas occidentales. El bovino, en cambio, aunque muy poco
significativo a nivel de existencias totales del país, aparecía desde los primeros relevamientos
censales con un peso importante a nivel regional registrando, en el caso neuquino, la mayor
cantidad de cabezas con respecto al resto de Patagonia13.
Según venimos diciendo, el movimiento general de intercambios y comunicaciones del
territorio, particularmente en sus áreas andinas, era especialmente activo y sostenido con
Chile, pudiéndose constatar la presencia de una eje central que la Cordillera de los Andes
vertebraba. La circulación permanente de hombres y bienes era común a todo el espacio
fronterizo y el comercio era fuertemente tributario de las plazas chilenas (Valdivia, Temuco,
Victoria, Los Angeles, Chillán, Concepción, etc.) siendo la moneda trasandina, en
consecuencia, la de mayor circulación.14 En el país vecino se colocaban animales en pie,
lanas, pelo, cueros, oro, sal, grasa, quesos y algunas plumas de avestruz, en un circuito
comercial que ofrecía una serie de variantes: a través de agentes comerciales chilenos que
periódicamente visitaban la región; mediante la presencia de los productores locales en las

12
Los censos agropecuarios de fines del siglo XIX y comienzos del XX, reflejan claramente la situación aludida.
En 1908, por ejemplo, sobre un total de más de 11 millones de cabezas ovinas en la Patagonia, sólo 672 mil
correspondían a Neuquén. (Mrio. de Agricultura y Ganadería, Censos Agropecuarios Nacionales). Estos datos, al
igual que los correspondientes a los censos subsiguientes, se encuentran desarrollados en Bandieri (1991b).
13
Según los mismos registros censales antes citados, en los años 1908, 1914 y 1922 la cantidad de vacunos
relevados en Neuquén con respecto a los totales patagónicos representaban, respectivamente, los siguientes
porcentajes: 23, 35 y 40% Entre ellos, era marcada la predominancia de ejemplares criollos no refinados
(alrededor del 90% hacia fines de siglo).
14
Esta situación se explicita en varias fuentes documentales, como por ejemplo el informe del funcionario
nacional Gabriel Carrasco: "...el movimiento de giros o vales de comercio es grandísimo si se tiene en cuenta la
poca población [...] la moneda papel chilena que para nosotros carece de valor es recibida corrientemente en el
territorio del Neuquén con preferencia sobre la argentina y con premio sobre su cotización en el país que la
emitió" (Carrasco, 1902).
18
grandes ferias ganaderas de las ciudades chilenas o en acuerdos comerciales efectuados en la
misma frontera.15
Según puede verse, las relaciones comerciales entre las áreas andinas norpatagónicas y las
provincias del Sur chileno tuvieron un carácter complementario y subordinado entre un área
de cría y otra de compra y transformación. Mientras las primeras cubrían la insuficiencia de
carnes y otros derivados ganaderos como alimento y materia prima de actividades de
transformación que se realizaban en Chile (curtiembres, graserías, saladeros, fábricas de
jabón, textiles, etc.), este país le proveía de los bienes de consumo básicos (vinos, azúcar,
cerveza, conservas, fideos, velas, jabón, maderas, artículos de mercería, tienda y papelería, té,
café, harina de primera calidad, etc.).16 Resulta significativa la venta en Neuquén de productos
de transformación de la materia prima que la misma región proveía, como velas y jabón. La
diferencia en fletes era notable con respecto a bienes de consumo que pudieran,
eventualmente, llegar desde Buenos Aires u otros puntos del Norte de Patagonia.17
Los contactos sociales en la frontera eran igualmente intensos, acorde con la mayor densidad
demográfica del área en cuestión. A la masiva presencia de población de origen chileno
correspondían prácticas culturales de igual origen, como el predominio de fiestas tradicionales
y el mantenimiento de costumbres tales como contraer matrimonio y anotar el nacimiento de
los hijos en ese país. Estas prácticas eran comunes a todo el interior rural de la norpatagonia.18

15
El tema de la comercialización, sus mecanismos y flujos, reconstruidos a partir de una serie muy variada de
fuentes, adquiere en este tema una fundamental importancia porque permite identificar y definir en el análisis
histórico las estructuras dominantes en el espacio regional, así como los mecanismos originarios de acumulación
de capital a través del sistema de circulación de mercancías. Para el movimiento de ganado, las fuentes primarias
más importantes utilizadas fueron las guías (documentos extendidos por los Juzgados de Paz para controlar las
existencias ganaderas y su comercialización). Aunque incompletas y, seguramente, con un alto nivel de
subregistro, son las únicas fuentes que permiten una aproximación histórica más significativa a los movimientos
de ganado en la región. Entre las fuentes secundarias, caben desatacarse Arze Bastidas (1953); Lafontaine (1968)
y Carrasco (1902).
16
Un detalle completo de los productos chilenos que consumía la región, puede verse Archivo Nacional de Chile,
Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores, Informe del Cónsul General de Chile en la República Argentina,
Santiago de Chile, 1902, p. 232.
17
La excelente descripción regional de Gabriel Carrasco sirve también en esta ocasión para demostrar lo dicho:
"Los artículos de primera necesidad cuestan dos y tres veces más que en el litoral argentino, de ello resulta que
estando el territorio de Chile a 3 o 4 días de Chos Malal para los viajeros y bastando 8 o 10 para el transporte
de las mercaderías entre la cabecera de un ferrocarril chileno y el pueblo nombrado [entonces Capital del
Territorio del Neuquén], la mayor parte del comercio se haga con aquel país..." (Carrasco, 1902: 25)
18
La supervivencia histórica de tales prácticas puede verse claramente reflejada en la descripción que en 1920
hace de la región el Inspector de Tierras Domingo Castro: "...en la zona de precordillera está la mayor parte de
la población del territorio [...] el 80% de la población adulta es chilena, que tiene un inmenso cariño a su tierra
y vive inculcando su tradición, usos y costumbres [...] sus hijos son inscriptos en la vecina república. Chilenos
son también la mayor parte de los capitales, el comercio y la moneda que circula, especialmente en la parte
norte del territorio donde no se conoce otra, a tal punto que cuando la Comisión Inspectora percibió los
derechos de pastaje, los pobladores tuvieron que gestionar especialmente el dinero argentino, llegando los
bolicheros, que hacían de agentes de cambio, a vender un peso argentino por cinco chilenos...”. En Archivo
provincial de Tierras –en adelante APT-, Informes Grales. de la Comisión Inspectora del Neuquén, dirigida por
19
Esta situación de permanentes contactos se mantuvo casi inalterable hasta 1930, en directa
relación con la presencia de franquicias comerciales derivadas de la aplicación de la fórmula
de “cordillera libre” al comercio fronterizo, coincidiendo con el período de mayor auge de la
ganadería regional.19 De esta manera se favorecía especialmente la situación de las áreas
fronterizas productoras de ganado, que trasladaban libremente sus animales a través de la
cordillera o los vendían directamente en la frontera, con las significativas consecuencias
económicas a nivel regional que ya hemos señalado. Cabe consignar que no se pretende
sostener la falta absoluta de contactos del territorio con otras regiones del país. De hecho, la
llegada de la punta de rieles del Ferrocarril Sud a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén
y del ferrocarril del Estado desde San Antonio a Ing. Yacobacci en los primeros años del siglo
XX, permitiría la salida alternativa de algunos productos hacia el área del Atlántico (cueros,
pelo, lana), pero el comercio de ganado en pie siguió teniendo como mercado predominante el
chileno.
Esta situación se vio profundamente alterada cuando, sobre inicios de la década de 1930, se
produjo la supresión de las franquicias comerciales debido a la aplicación de medidas
económicas de ambos países, que afectaron seriamente el desenvolvimiento de la actividad
ganadera regional, así como el funcionamiento espacial del área de frontera en su conjunto. En
efecto, a causa de la crisis internacional y la consecuente toma de medidas proteccionistas, se
aplicaron a partir de 1930 severos controles aduaneros. El Estado chileno, dispuesto a cubrir
con producción propia la demanda de consumo de su mercado interno, fijó un alto impuesto
de internación al ganado argentino. A ello se sumó el adicional del 10% a las mercaderías de
importación establecido por el gobierno argentino en 1931.20 La cuestión se agravó por la
aplicación de los acuerdos de ese mismo año sobre control de cambios, a partir de los cuales
comerciantes y productores ganaderos debían necesariamente detenerse en la frontera a los
efectos de que se les entregase la documentación de tránsito correspondiente, es decir, debían
cumplirse los requisitos impositivos antes de realizarse la operación comercial. Esto alteró
sensiblemente la modalidad imperante en las áreas de frontera, donde nunca las transacciones

el Cptán. de Fragata Domingo Castro, Mrio. de Agricultura, Dcción. de Tierras, Tomo XIX, años 1921-22, pp.
37-38).
19
El régimen de “cordillera libre” para el comercio ganadero, especialmente defendido por la Argentina, logró
imponerse con algunos retrocesos en las transacciones comerciales de esos años, hasta que la Primera Guerra
Mundial marcó los primeros cambios significativos. En efecto, la ley arancelaria n° 3.066 del 1° de marzo de
1916, se dictó en Chile en concordancia con el discurso proteccionista que se había profundizado con el conflicto
mundial.
20
A la aplicación por parte del Estado chileno de un considerable impuesto de internación de $ 80 por cabeza de
ganado vacuno y $ 9 por lanar, se sumó el adicional del 10% aplicado a las mercaderías de importación por el
gobierno argentino por decreto del 6 de octubre de 1931, prorrogado por Ley 11.588 (AGN, Anales de
Legislación Argentina, Tomo 1920-1940, pp. 253-254)
20
se hacían de manera anticipada. Estas medidas provocaron una primera paralización de las
operaciones comerciales hasta que, años más tarde, la situación tuvo un corte definitivo en la
década del 40 cuando la fase de industrialización de las economías nacionales supuso para el
área mayores barreras aduaneras, hecho con el cual se terminó de descomponer el mercado
específico de la producción ganadera regional.
El interior rural norpatagónico, particularmente sus áreas andinas, quedaron entonces
separadas de su mercado natural por la imposición de medidas arancelarias aplicadas por
ambos países al comercio fronterizo a partir de la crisis internacional de los años 1930, y
definitivamente aislada del mismo hacia la segunda mitad de la década de 1940. Estas
decisiones políticas provocaron una verdadera paralización de las transacciones comerciales y,
por ende, de las prácticas sociales señaladas, afectando a la totalidad del territorio.21
La nueva situación habría provocado una serie de consecuencias regionales tales como la
profunda crisis de la actividad ganadera, el despoblamiento de las áreas rurales y la
redistribución de roles de los actores sociales involucrados. Fue así como las unidades
productoras más pequeñas, vinculadas a la práctica de una ganadería trashumante de
características mixtas (vacunos, caballares, ovinos y caprinos), habituadas a comercializar
libremente sus animales en pie en el área de frontera, pasaron a depender, por efectos de la
reorientación comercial obligada, de la sucesiva intermediación de pequeños comerciantes –
bolicheros- y acopiadores locales. Hemos asimismo demostrado como estos últimos,
beneficiados por la nueva coyuntura, se convirtieron en la única vía posible de acceso al
mercado nacional por parte de los pequeños y medianos productores, mayoritarios en el área.
De tal modo, estos grupos fueron conformando las estructuras de poder a nivel regional y en
su calidad de burguesía comercial accedieron luego al poder político provincial (Bandieri,
1991b y 2005b).
En síntesis, para el territorio del Neuquén, por su posición mediterránea absolutamente ajena
al comercio atlántico en sus primeras etapas históricas, la vinculación con Chile fue siempre

21
Numerosas fuentes documentales hacer referencia a la cuestión: "...el comercio de la zona [...] se ha efectuado
desde muchos años atrás exclusivamente con la República de Chile, con cuyo país se establecía una corriente
incesante de intercambio. Gran parte de los pobladores llevaban anualmente a aquel país diversos productos y
volvían con lo necesario para la subsistencia de todo el año [...] Cerradas ahora las puertas del comercio a
causa de los impuestos aduaneros, se ha producido un desequilibrio económico de apreciable magnitud, pues
los habitantes ricos o pobres no pueden encontrar mercado propicio para colocar sus ganados y demás a causa
de las grandes distancias que los separan de los lugares de consumo o puntos de embarque, a lo que se agregan
los fletes a pagar" (AHPN, Libro Copiador de Notas al Ministerio del Interior, febrero 1933, fs. 174-175). Para
mediados de la década de 1940, la situación había cambiado radicalmente: "Los derechos de aduana para
importar y exportar a Chile han modificado fundamentalmente muchas de las costumbre imperantes desde hace
años. Ahora se consume mercadería argentina hasta en los lugares próximos a la frontera internacional".
(Libro Histórico Nº 1, Escuela Nacional Nº 15 de Chos Malal, fundada en 1887 -actual Escuela de Frontera Nº 3-
1946, fo. 32).
21
crucial y, de hecho, práctica contínua y cotidiana. Nuestras investigaciones han permitido
demostrar desde la historia tal vinculación, donde en un claro modelo de economías
complementarias entre un área de ganadería extensiva orientada a la cría -Neuquén- y un área
de consumo y transformación -Chile-, los permanentes contactos fronterizos a través de la
Cordillera de los Andes permitieron que la región andina funcionara, durante la etapa de
mayores franquicias comerciales (1880-1930), como hinterland de los centros urbanos y de los
principales puertos chilenos sobre el Pacífico Sur.
Este fenómeno se repetiría en los valles andinos rionegrinos y chubutenses, así como también
lo haría la influencia del mercado transcordillerano en el desarrollo pastoril y en el
poblamiento espontáneo de estas zonas por sectores de distinta posición social, que cruzaban
la cordillera como parte de las prácticas heredadas del propio funcionamiento regional en la
etapa de predominio indígena (Finkelstein y Novella, 2001). Muchos de estos pobladores,
particularmente los de bajos recursos –incluidos indígenas sobrevivientes- ya estaban en el
lugar desde etapas anteriores. De esta manera, fue posible revisar otra creencia consolidada
por la historiografía nacional argentina respecto del exclusivo sentido este-oeste de la
ocupación patagónica, que ha sido siempre estudiada en relación con la expansión ovina y su
incorporación atlántica a los mercados de ultramar, así como con la suposición generalizada
de que la misma habría sido posterior a 1880, dando por supuesto que las campañas militares
hicieron tabla rasa con la ocupación anterior. Asimismo, se complejiza la mirada que suponía
que las inversiones extranjeras en tierras de la Patagonia estaban casi exclusivamente
vinculadas al proceso de expansión de esos capitales, particularmente ingleses, en el conjunto
de la economía argentina. En este caso, las nuevas investigaciones permiten ver estrategias
combinadas de esos capitales que invertían en uno y otro país para controlar simultáneamente
los mercados del Pacífico y del Atlántico.
Por último, cabe agregar que esta expansión hacia el oriente cordillerano también se
acompaña, aunque en menor medida, en el sentido inverso, por incursiones de empresarios
radicados tempranamente en la Patagonia argentina que extendieron sus actividades al área
chilena, muchas veces a partir de contraer matrimonio con mujeres de ese origen, lo cual les
permitió acceder a la propiedad de fundos en ese país.
Asimismo, en el área fronteriza central de Chubut que se corresponde con Coyhaique y Puerto
Aisén en Chile, se observan particularidades que la diferencian del resto del espacio regional
que venimos describiendo. A diferencia de los casos anteriores, la lejanía y las dificultades de
comunicación con los centros urbanos de Chile más importantes del sector -Punta Arenas y
Puerto Montt- facilitaron la natural conexión de la zona con los puertos del Atlántico,
22
particularmente con Comodoro Rivadavia, así como el poblamiento en sentido inverso
(Torres, 2002). Un espacio común de inversiones de capital, explotaciones ganaderas, flujos
de población y variados vínculos socioeconómicos caracterizaron también a esta región
fronteriza, solo que con una orientación temprana hacia el Atlántico. Una particularidad a
destacar es la de migrantes chilenos asentados en la Argentina que reingresaron a su país para
acceder a tierras en este lugar, junto con pobladores argentinos que también colonizaron el
área. Las localidades chilenas de Futaleufú y Balmaceda, originadas a partir de estos grupos
de colonos que ingresaron desde Argentina, es un claro ejemplo de este proceso inverso de
ocupación que venimos describiendo.

La Patagonia Austral
Como ya se adelantara, también los estudios históricos realizados desde Argentina y Chile
referidos a las zonas más australes del continente americano muestran la expansión de los
sectores económicos chilenos hacia la Patagonia argentina, donde espacios periféricos a los
modelos económicos dominantes en ambos países habrían funcionado con una dinámica
propia al menos hasta la década de 1920, extendiéndose en algunos casos hasta las décadas de
1930 y 40.
Luego, factores de diversa índole habrían provocado la ruptura de tal funcionamiento regional,
generándose a partir de entonces una mayor inserción económica de la zona austral en el
espacio nacional argentino, visible, entre otras cosas, en la nacionalización de los más
importantes capitales chilenos que lideraban tal funcionamiento, como es el caso del grupo
empresario Braun-Menéndez Behety, propietario de “La Anónima”.
Esta dinámica de funcionamiento regional, aunque debilitada a causa de la pérdida del
monopolio de la comunicación interoceánica del estrecho de Magallanes por la apertura del
canal de Panamá en agosto de 1914, habría seguido siendo importante hasta la crisis
internacional de los años 1930, cuando la hegemonía histórica de Punta Arenas se debilitó
notablemente, cortándose definitivamente luego de 1943, en el momento en que los
respectivos Estados nacionales acentuaron una serie de políticas que marcarían rumbos
divergentes y a veces competitivos, cuando no enfrentados por serios conflictos limítrofes
(Martinic B., 2001).22

22
En las exportaciones patagónicas al área magallánica de Chile correspondientes al año 1940, los ovinos en pie
constituían todavía un alto porcentaje del valor total de las mismas, en tanto que se importaban de los centros
chilenos maderas y carbón. De todos modos, las cantidades eran considerablemente menores a las de los
períodos anteriores, cuando no existían barreras aduaneras (Véase cifras en Juan Hilarión Lenzi, “Ubicación de
la Patagonia y Magallanes en el intercambio comercial chileno-argentino”, revista Argentina Austral –en
23
Sometidas las poblaciones indígenas, se implementaron una serie de leyes para la distribución
de las tierras ganadas a las sociedades indígenas (Bandieri y Blanco, 2009), con especiales
características para los territorios del extremo más austral de la región. En la década de 1890,
con el objeto de “activar la formación de un mercado de tierras patagónico”, el Estado
argentino comenzó una intensa campaña de venta de superficies con importante propaganda
en Europa. A esos fines se sancionó en el año 1894 la ley especial n° 3.053, que aprobaba el
contrato firmado dos años antes entre el presidente Carlos Pellegrini y el prestamista alemán
Adolfo Grünbein. Por este acuerdo el gobierno vendía en forma directa, con inmejorables
condiciones para el comprador, una superficie de un millón de hectáreas a elección del
interesado en los territorios de Chubut y Santa Cruz, aunque sólo afectó a este último. Los
argumentos utilizados por el gobierno se centraban en que las tierras vendidas eran de
“calidad inferior” –aún cuando todavía no se habían explorado ni mensurado-, siendo por lo
tanto una operación “muy beneficiosa” en precio y resultados. Grünbein, casado con Sofía
Seeber, y por esa vía emparentado con grandes capitales porteños, era el gestor de una
sociedad alemana creada en 1886 -“Sociedad Augusto Link y Cía.”- dedicada al comercio de
exportación e importación; del Banco de Amberes y de dos estancieros santacruceños -Juan
Hamilton y Tomas Saunders- que conocían la zona y sus posibilidades productivas, quienes
recibirían tierras y un porcentaje sobre las ventas. A pesar de la repercusión pública negativa
de este verdadero negociado, el gobierno nacional suspendió todo trámite de entrega de tierras
en Santa Cruz entre 1892 y 1895 hasta tanto Grünbein eligiera los lotes a ocupar. Finalmente,
y mediante importantes ganancias para los intermediarios, estas tierras fueron distribuidas
entre 21 propietarios, 14 de los cuales eran grandes empresas ganaderas ya instaladas en Chile
y Santa Cruz, que aprovecharon la oportunidad para ampliar sus propiedades, a la vez que el
grupo inversor obtenía significativas ganancias (Bandieri, 2006).
Por otra parte cabe destacar, en este proceso de entrega de tierras públicas, el interés por
captar a pobladores británicos establecidos en Malvinas23 a los cuales se sumaron, luego de la
firma del tratado limítrofe con Chile en 1881, importantes grupos económicos de la localidad
chilena de Punta Arenas, de donde provendría una de las más importantes corrientes de
ocupación del sur patagónico. Las posibilidades productivas de la zona para la crianza de

adelante RAA-, Año XIII, nº 132, junio 1942:8-9; y Maximiliano Errázuriz, “Discurso pronunciado en la sesión
del Parlamento chileno del 21/4/1942 a favor de la supresión de barreras aduaneras entre Chile y la Argentina”,
en RAA, Ibídem: 6-7)
23
Conocidos inversionistas como Eberhard, Felton, Halliday, Scott, Rudd, Clark, Seeger, Wood, Waldron y
Greenshield, de origen británico, colocaron capital en la explotación ovina como parte de una estrategia
empresarial más amplia, sin que ello implicase necesariamente su radicación en la zona (Güenaga, 1994).
24
ovinos -introducidos primeramente desde Malvinas- eran ya conocidas y, para fines de siglo,
el número de animales había crecido considerablemente, lo cual incrementó la presencia de
importantes inversionistas extranjeros en la región.
Recuérdese que Punta Arenas era por entonces el punto más dinámico del sur chileno por su
estratégica posición dominante en la comunicación interoceánica, mientras que un gran vacío
productivo y demográfico caracterizaba al área comprendida entre Puerto Montt y la región
magallánica –las “tierras de entremedio” como se conocían entonces-, de intrincada geografía.
Ello facilitó que la influencia de Punta Arenas se consolidara en el área sur del continente. El
sector argentino de la Patagonia austral, periférico y marginal al modelo agroexportador
vigente por entonces en la Argentina, fuertemente vinculado a la producción de las pampa
húmeda, proveía de carne ovina congelada a los mercados europeos a través del puerto
magallánico y de su industria frigorífica. Sobre fines de 1910 puede ubicarse el momento de
mayor auge de esta actividad en la ciudad del estrecho, cuando la provisión de ovinos
argentinos constituía hasta el 50% de los animales sacrificados con destino a los mercados de
ultramar (Martinic B., 1975:305).24 También lanas y otros derivados eran absorbidos
mayoritariamente por el centro chileno. Aunque la perdurabilidad de estos circuitos en sus
manifestaciones más tardías puede extenderse, según vimos, hasta le década de 1940, es en la
segunda década del siglo XX cuando se inicia su deterioro más importante. Esto en
coincidencia con las consecuencias de la primera guerra mundial, la implantación de
impuestos aduaneros y, por sobre todo, los cambios en el tráfico marítimo internacional
vinculados a la apertura del canal de Panamá, que afectaron la rentabilidad de estas empresas
obligándolas a reorientar de manera definitiva sus intercambios hacia los puertos del
Atlántico.
De Punta Arenas provendrían entonces las más tempranas iniciativas de ocupación económica
del área más austral de la Patagonia por parte de importantes hombres de negocios que
concentrarían una serie de actividades económicas propias de la región, como la casa de lobos
marinos, el rescate de cargas naufragadas -“raques”-, la explotación de oro, el comercio y el
cabotaje regional, iniciándose como ganaderos en la Patagonia sobre fines de la década de
1880, con campos ubicados a uno y otro lado del estrecho y de la frontera internacional. Del
sur chileno provino también la primera casa bancaria de la Patagonia austral, instalada en Río
Gallegos en 1899, filial del Banco de Tarapacá y Londres de Punta Arenas, más tarde
25
absorbido por el Banco de Londres y América del Sur. La persona designada para instalar la
nueva sucursal, Francisco Campos Torreblanca, fue también miembro de la familia Braun-
Menéndez Behety, director fundador de “La Anónima” e integrante del directorio de la
Compañía Frigorífica del mismo grupo familiar, con lo cual se vuelven evidentes las
vinculaciones existentes entre los capitales ganaderos, industriales, comerciales y financieros
de ese origen instalados en la región.

Conclusiones
El auge de la economía exportadora en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, derivó
en un especial interés historiográfico por develar la “historia nacional” a partir del análisis de
la estructura socioeconómica de las regiones especialmente favorecidas por ese desarrollo. Si
bien se admitía la persistencia de tendencias comerciales centrífugas en las áreas fronterizas
del país, se suponía que la integración territorial lograda a partir de la expansión ferroviaria de
los años 1880 había finalmente actuado en favor de la conformación de un mercado interno y,
por ende, eliminado definitivamente tales tendencias. Los avances más recientes en la
investigación histórica regional obligan a revisar tales enunciados.
En efecto, en las regiones periféricas a tal modelo de desarrollo, como es el caso de las áreas
andinas, la supervivencia de los mercados tradicionales y de las tendencias comerciales
centrífugas se mantuvieron por encima de la consolidación de las respectivas situaciones
nacionales, al menos durante todo el siglo XIX y buena parte del XX.
La red de intercambios económicos y demográficos entre ambos lados de la cordillera se vio
favorecida durante muchos años por el predominio de los acuerdos entre los dos países, donde
primó la fórmula de “cordillera libre”. Posteriormente, alrededor de las décadas de 1930 y
1940, etapas de consolidación de las respectivas situaciones nacionales llevaron a la sucesiva
aplicación de restricciones arancelarias y no arancelarias que cortaron de manera
prácticamente definitiva el intercambio comercial, interrumpiendo el tradicional
funcionamiento de la región que, desde entonces, debió readecuar sus estructuras
socioeconómicas al nuevo cambio de orientación.
Pudo comprobarse así la especificidad del territorio que nos ocupa, particularmente en
relación con el corrimiento ovino que luego de las campañas militares incorporó a la
Patagonia al sistema nacional, afectando mayormente a los territorios con litoral atlántico. En

24
Sobre la importancia de esta actividad, puede verse también: Archivo Nacional de Chile –en adelante ANCh-
“La industria de carnes en Chile”, en Boletín del Centro Industrial y Agrícola, Año III, Nº 33, Santiago de Chile,
1º-2-1912: 727-740.
26
las áreas fronterizas, en cambio, habrían perdurado formas relictuales de organización
socioeconómica heredadas de la etapa indígena inmediata anterior. La organización social del
espacio se habría dado en las mismas áreas cordillerana y antecordillerana que anteriormente
ocuparan los grupos indígenas, aquella que reconocía antecedentes previos de la actividad
ganadera y que funcionaba como región de los centros chilenos. El límite fronterizo impuesto
a la región en la Cordillera de los Andes no habría afectado tal funcionamiento ni la expresión
socio espacial de la actividad, al menos de inmediato.
Esto habría determinado en las áreas andinas patagónicas una densidad de ocupación acorde
con las características de los recursos y la demanda de bienes producidos por parte del sistema
urbano chileno. Por ello, la debilidad de la ocupación humana del espacio era mayor en cuanto
más se alejaba de los centros de consumo. El estudio particularizado de las actividades
económicas dominantes en las primeras etapas históricas, especialmente la ganadería, y sus
condiciones estructurales de dependencia y relación con el mercado chileno hasta la década de
1930 y 40, permitió conocer las causas de la modalidad de asentamientos imperante en el área
y sus consecuencias socioeconómicas derivadas. Asimismo, el definitivo cierre comercial de
la frontera con Chile en la década del 40, habría sido el determinante estructural del cambio
económico que alteró los flujos de circulación con serias consecuencias sociales para gran
parte del interior del territorio en sus áreas andinas, particularmente en el noroeste.
Por eso mismo se sostiene que la llegada del Ferrocarril a algunos puntos del territorio no
actuó como elemento disruptor, al menos de inmediato, de la integración con Chile que
tradicionalmente había caracterizado a los territorios patagónicos, particularmente en sus áreas
de frontera. Sería éste, sin duda, un factor coyuntural de importancia, determinante como ya
dijimos del desarrollo de las áreas portuarias sobre el Atlántico, y muy vinculado al
desarrollo de otras actividades productivas -agricultura intensiva bajo riego, explotación de
hidrocarburos, etc.- que producirían cambios en el ordenamiento espacial y actuarían como
factores de localización de población en las áreas de meseta y en los valles irrigados a partir
de comienzos de siglo. Pero el ferrocarril no incidiría en forma definitiva sobre la
organización económica de las áreas fronterizas sino hasta el definitivo cierre de la frontera
comercial con Chile ya señalado.
Resulta indudable que la complementariedad de ambos circuitos fue funcional a productores
y comerciantes de ambas naciones durante un largo período, sólo que, cuando los aranceles y
los controles fronterizos modificaron tal situación, las prácticas también se modificaron,
aunque no de manera definitiva ni inmediata. Baste para ello recordar que el contrabando de
27
ganados a Chile figura en el imaginario regional como elemento central del enriquecimiento
de algunas importantes familias neuquinas vinculadas luego al poder político provincial.
Sin duda que, mientras la vía del Pacífico fue posible, pero por sobre todo rentable, se
mantuvo, no importando la escala de producción de los ganaderos ni el origen o procedencia
de los comerciantes. Mientras el negocio produjo utilidades, hubo comerciantes argentinos
instalados en el territorio que comerciaban con Chile, así como ganaderos de ese origen con
tierras en la Argentina que utilizaban los puertos para sacar parte de su producción por el
Atlántico. De todas maneras, conviene conocer los efectos regionales de la reorientación
mercantil señalada, por cuanto con ella se relaciona una sentida crisis de la ganadería regional
y un gradual pero importante despoblamiento de las áreas rurales más pobres, circunstancia
que solo es válida para el norte patagónico por cuanto las granes empresas del sur optaron,
como ya se viera, por nacionalizarse argentinas.
Es en razón de lo dicho que sostenemos que cualquier historia regional que pretenda en la
Patagonia ajustarse a los límites territoriales, particularmente en sus áreas fronterizas, corre el
serio riesgo de no alcanzar nunca niveles explicativos adecuados. Las historias provinciales,
con límites predeterminados que no se justan a la realidad socioeconómica vigente en las
distintas etapas históricas, se vuelven así inadecuadas para la cabal comprensión del
funcionamiento de la región. En consecuencia, ésta deberá necesariamente tener, para cada
tiempo histórico, dimensiones particulares y no necesariamente sujetas a límites espaciales
precisos.
Por lo consiguiente, la idea de considerar que el proceso de constitución del mercado interno
argentino estuvo indisolublemente ligado al proceso de consolidación del Estado nacional,
debería hoy relativizarse a la luz de los avances en las investigaciones regionales. Podría
resultar, en cambio, sugerente, avanzar en precisar la hipótesis respecto de que la crisis del
modelo agroexportador en los años 1930 y la profundización de un modelo alternativo en los
40, habría motivado la necesidad de nuevas definiciones nacionales que incorporasen a las
áreas periféricas del país. Con ello se relacionarían directamente las medidas de cierre
comercial de las fronteras y su efecto obligado de cambio en la articulación regional de las
áreas andinas.

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28
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30

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