II.
PRECISIONES SOBRE EL RENCOR Y EL PERDÓN
Jamás podremos aprender a perdonar si no sabemos lo que es el perdón; tampoco si creemos
saber lo que el perdón es, pero nuestro concepto dista mucho de la realidad. Consideramos que es
necesario ayudar a que quienes sufren la dificultad de perdonar, comprendan la verdadera
naturaleza del perdón, corrigiendo ideas erróneas. Es muy probable que esto no pueda lograrse
completamente al iniciar el trabajo, sino sólo a medida en que el alma progrese en este camino. 1.
Enojo bueno y enojo malo En términos generales, la ira o enojo es un estado emocional interior
que incluye, al mismo tiempo, sentimientos y pensamientos, y un estado exterior cuando se
expresa en palabras y comportamientos particulares. Cuando una persona está enojada
experimenta una excitación fisiológica y un dolor emotivo a causa de un trato injusto o de una
frustración3 . (a) Una cólera buena Consideramos importante aclarar algo sobre el enojo: no
siempre es malo. La ira es un movimiento de nuestra sensibilidad que reacciona ante el mal que la
amenaza y se defiende de él con esta reacción. Al definirla como “deseo de venganza” la cargamos
de connotaciones negativas, pero la expresión debe ser entendida en el sentido de “deseo de
rechazar y castigar al agresor”. En sí misma, pues, no es ni buena ni mala, sino que puede ser
buena o mala, según que surja de un acto racional o de un impulso irracional, según cuál sea el
objeto al que se dirija y según el modo en que proceda. En consecuencia hay una ira o enojo
bueno y una ira o enojo malo. Más aún, hay una ira que es virtuosa. Así, por ejemplo, Moisés se
encoleriza contra los hebreos apóstatas de Dios: “Moisés se irritó contra ellos” (Ex 16,20); “Cuando
Moisés llegó cerca del campamento y vio el becerro y las danzas, ardió en ira, arrojó de su mano
las tablas y las hizo añicos al pie del monte... Aarón respondió: No se encienda la ira de mi señor.
Tú mismo sabes que este pueblo es inclinado al mal” (Ex 32,19.22). Por el mismo motivo se alaba a
Pinhas (Núm 25,11), a Elías que da muerte a los falsos profetas (1Re 18,40); a San Pablo en Atenas:
“Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de
ídolos” (Hch 17,16).