E l Monito Feliz
Había una vez un monito enojado y triste porque él se sentía
así:
Nadie me quiere porque soy violento y agresivo, pero a mí
no me gusta ser peleón yo no quiero se malo…
Cuando los otros monitos lo llamaban a jugar él se ponía
muy contento… Pero luego, se enojaba, peleaba con los otros,
les hacia daño… Ninguno entendía por qué se enojaba.
Triste, el monito pensaba:
“Yo no quiero ser malo, quiero tener muchos amigos que
les guste jugar conmigo”…”¡ si eso quiero!”
El monito quería ser amistoso y valiente, pero tenía
mucho miedo. Tenía miedo de la oscuridad, de estar solo y
tenía miedo de que los otros se dieran cuenta que él tenia
miedo. Deseaba tanto cambiar que inventó esta canción:
♪♪♪ Quiero tener muchos amigos
que vengan a jugar conmigo,
No quiero estar solito.
quiero ser amistoso y valiente,
quiero ser un gorila,
no quiero ser más un monito 29 Cuentos, Fábulas, Retahílas y
Trabalenguas para Terapias Lúdicas
Un día una lora lo escuchó cantar y le preguntó: “¿por qué
quieres ser un gorila?”
“Porque si soy fuerte y grande como los gorilas ya no voy
a tener miedo de nada, con sólo gruñir todos huirán de mí…”
respondió el monito.
“Pero los gorilas también tienen temor!” dijo la lora.
“¿Gorilas con susto? No lo creo!” dijo el monito
sorprendido.
“Es verdad. El miedo se esconde dentro de una persona,
no importa cual sea su tamaño. Se instala adentro y asusta
todo el tiempo. Es como una enfermedad y tenemos que luchar
contra él.” Respondió la lora.
“¿Y cómo se lucha contra el miedo?”
“Es difícil, pero es posible hacerlo. Hay que pensar en
aquello que nos asusta y darnos cuenta que debemos vencerlo.
Lentamente el temor va saliendo de nosotros.” Explicó la lora.
“¿Cómo sabes eso?” preguntó el monito.
“Así curé mi temor! Invente una canción que te voy a
enseñar.”
Dice así:
♪♪♪ Puedes ser un grandulón y
tener miedo en el corazón,
y ser un valiente porque la valentía y
la confianza viven en el corazón.
Después de despedirse de la lora el monito se puso a
pensar en lo que ella le había dicho. En cierto momento vio
una mamá mona que jugaba con su hijito y los dos reían
felices.
Cómo sería de bueno tener una mamá que nos abrazara
con cariño, 30 El Retorno a la Alegría que jugara con nosotros. Si
tuviera una mamá nunca volvería a tener miedo, a enojarme,
nunca más me pondría triste…
“¿Y si pidiese a esa mamá de allá que fuera mi mamita
también?” Pensó en voz alta el monito.
“Escuché lo que dijiste y quiero contarte esto” dijo la
lora. “Es verdad que todas y todos, las y los pequeñitos tienen
derecho a una madre, pero una mamá no es una fruta que
cogemos de un árbol y podemos quedarnos con ella.”
“¿Entonces cómo podemos conseguir una mamá cuando
no la tenemos?” preguntó el monito a la lora.
Y ella respondió: “Primero, tenemos que conquistar el
corazón de los que nos rodean. Tener amigos, ayudar a los
que necesitan ayuda, jugar, reír, compartir la alegría con los
otros. Y también trabajar para mostrar a las otras y a los otros
que somos valiosos y que podemos dar muchas cosas. Sólo
así vamos a conquistar el corazón de las personas y vivir en
paz.”
“¿Y así voy a conseguir una madre?” preguntó el monito.
“No vas a ganar una madre, sino muchas madres,
muchas hermanas y muchos hermanos, muchas amigas y
muchos amigos. Voy a enseñarte una canción que me gusta
cantar:”
♪♪♪ Todos tenemos que ser amigos,
ayudar a las y los que necesitan,
reír, jugar, perdonar y compartir
lo que tenemos.
El monito se hizo muy amigo del búho que le enseñó
muchas cosas. El monito ya no era un monito furioso porque
tenía un amigo que le enseñaba todas las cosas que no
entendía. Un día el monito dijo:
“Ahora entiendo muchas cosas, puedo vivir alegre y sin
miedo y ya tengo muchos amigos porque ya sé jugar sin
enojarme. Pero siempre se necesita aprender más, como dice
la canción: “
♪♪♪ Tenemos que aprender
y descubrir todo lo que no conocemos
porque el miedo se esconde
en lo que no entendemos.
Como al monito le gustaba ayudar a otros, todas y todos
en la región empezaron a llamarlo AMIGUITO.
Y un día el monito se dio cuenta que todas las mamás
monitas lo trataban como a un hijo, que las monitas y los
monitos lo trataban como a un hermano y que todas y todos
los otros animales lo trataban como amigo.
Y se dió cuenta que había ganado una familia grande,
tan grande como la región donde vivían, él sentía a todas y
todos en su corazón…
Entonces inventó una nueva canción.
♪♪♪ Soy fuerte y valiente porque
toda la gente está en mi corazón.
Me gusta ayudar, jugar, aprender, cantar, bailar.
Yo soy constructor de paz
porque en mi corazón cabe toda la gente.32 El Retorno
a la Alegría
casita.
El hada de los deseos
Adaptación del cuento popular de
Suiza
Érase una vez una niña muy linda llamada María
que vivía en una coqueta casa de campo. Durante
las vacaciones de verano, cuando los días eran
más largos y soleados, a María le encantaba
corretear descalza entre las flores y sentir las
cosquillitas de la hierba fresca bajo los pies.
Después solía sentarse a la sombra de un
almendro a merendar mientras observaba el frágil
vuelo de las mariposas, y cuando terminaba, se
enfrascaba en la lectura de algún libro sobre
princesas y sapos encantados que tanto le
gustaban.
Su madre, entretanto, se encargaba de hacer
todas las faenas del hogar: limpiaba, cocinaba,
daba de comer a las gallinas, tendía la ropa en las
cuerdas… ¡La pobre no descansaba en toda la
jornada!
Una de esas tardes de disfrute bajo de su árbol
favorito, María vio cómo su mamá salía del
establo empujando una carretilla cargada de leña
para el invierno. La buena mujer iba encorvada y
haciendo grandes esfuerzos para mantener el
equilibrio, pues al mínimo traspiés se le podían
caer los troncos al suelo.
La niña sintió verdadera lástima al verla y sin darse
cuenta, exclamó en voz alta:
– Mi mamá se pasa el día trabajando y eso no es
justo…
¡Me gustaría ser un hada como las de los cuentos,
un hada de los deseos que pudiera concederle
todo lo que ella quisiera!
Nada más pronunciar estas palabras, una extraña
voz sonó a sus espaldas.
– ¡Si así lo quieres, así será!
María se sobresaltó y al girarse vio a una anciana
de cabello color ceniza y sonrisa bondadosa.
– ¿Quién es usted, señora?
– Querida niña, eso no tiene importancia; yo sólo
pasaba escuché tus pensamientos, y creo que
debo decirte algo que posiblemente cambie tu
vida y la de tu querida madre.
– Dígame… ¿Qué es lo que tengo que saber?
– Pues que tienes un don especial del que todavía
no eres consciente; aunque te parezca increíble
¡tú eres un hada de los deseos! Si quieres
complacer a tu madre, solo tienes que probar.
Los ojos de María, grandes como lunas, se
abrieron de par en par.
– ¡¿De verdad cree que yo soy un hada de los
deseos?!
La viejecita insistió:
– ¡Por supuesto! Estate muy atenta a los deseos
de tu madre y verás cómo tú puedes hacer que se
cumplan.
¡La pequeña se emocionó muchísimo! Cerró el
libro que tenía entre las manos y salió corriendo
hacia la casa en busca de su mamá. La encontró
colocando uno a uno los troncos en el leñero.
– ¡Mami, mami!
– ¿Qué quieres, hija?
Voy a hacerte una pregunta pero quiero que seas
sincera conmigo… ¿Tienes algún deseo especial
que quieres que se cumpla?
Su madre se quedó pensativa durante unos
segundos y contestó lo primero que se le ocurrió.
– ¡Ay, pues la verdad es que sí! Mi deseo es que
vayas a la tienda a comprar una barra de pan para
la cena.
– ¡Muy bien, deseo concedido!
María, muy contenta, se fue a la panadería y
regresó en un santiamén.
– Aquí la tienes, mami… ¡Y mira qué calentita te la
traigo!
¡Está recién salida del horno!
– ¡Oh, hija mía, qué maravilla!… ¡Has hecho que mi
deseo se cumpla!
La niña estaba tan entusiasmada que empezó a
dar saltitos de felicidad y rogó a su madre que le
confesara otro deseo.
– ¡Pídeme otro, el que tú quieras!
– ¿Otro? Déjame que piense… ¡Ya está! Es casi la
hora de la cena. Deseo que antes de las ocho la
mesa esté puesta ¡Una cosa menos que tendría
que hacer!…
– ¡Genial, deseo concedido!
María salió zumbando a buscar el mantelito de
cuadros rojos que su mamá guardaba en una
alacena de la cocina y en un par de minutos
colocó los platos, los vasos y las cucharas para la
sopa. Seguidamente, dobló las servilletas y puso
un jarroncito de margaritas en el centro ¡Su madre
no podía creer lo que estaba viendo!
– ¡María, cariño, qué bien dispuesto está todo!
¿Cómo es posible que hoy se cumpla todo lo que
pido?
María sonrió de oreja a oreja ¡Se sentía tan, tan
feliz!… Se acercó a su madre y en voz muy bajita le
dijo al oído:
– ¡Voy a contarte un secreto! Una anciana buena
me ha dicho hoy que, en realidad, soy un hada
como las de los cuentos ¡Un hada de los deseos!
Tú tranquila que a partir de ahora aquí estoy yo
para hacer que todos tus sueños se cumplan.
La mujer se sintió muy conmovida ante la ternura
de su hija y le dio un abrazo lleno de amor.
El hada de los deseos
El tigre y la vaca
Adaptación del cuento popular del
Caribe
Una vaca que paseaba feliz y tranquila por el
campo escuchó unos llantos lastimeros entre los
verdes matorrales que daban paso al bosque.
Muerta de curiosidad se acercó a ver quién se
quejaba tan amargamente. Para su sorpresa
comprobó que era un tigre que había tenido la
mala suerte de que el tronco de un árbol cayera
sobre él, dejándole atrapado y malherido.
El felino, al ver a la vaca, gritó pidiendo auxilio:
– ¡Por favor, sácame de aquí! ¡Yo solo no puedo
liberarme!
La vaca sintió pena pero sabía de sobra que si le
ayudaba podría atacarla sin piedad.
– ¡Uy, no, no, no! Lo siento mucho pero si te quito
ese tronco de encima estoy segurísima de que me
comerás.
El tigre lo estaba pasando realmente mal.
Lloriqueando como un bebé, insistió:
– ¡Por favor, te lo suplico! Prometo que no te haré
ningún daño. Tan sólo quiero salir de esta trampa
o moriré antes del amanecer.
La vaca estaba deseando irse de allí porque no se
fiaba ni un pelo, pero empezó a sentir que debía
hacer algo pues era una vaca buena que no
soportaba ver sufrir a los demás. Dudó unos
instantes y al final, con el corazón encogido,
accedió. Se aproximó a él con cuidado y con la
fuerza de su cabeza apartó el tronco.
El tigre, muy dolorido, se incorporó sin ni siquiera
dar las gracias. Estaba agotado y necesitaba beber
agua, pero sobre todo quería comer. Llevaba una
semana apresado sin probar bocado y tenía las
paredes del estómago tiesas de tanta hambre. Se
quedó pasmado mirando a la vaca de arriba abajo
y empezó a salivar, pues más que vaca veía un
riquísimo filete.
Relamiéndose, la amenazó:
¿Sabes una cosa, vaca?…¡Ahora mismo voy a
comerte!
La vaca se estremeció pero no se dejó intimidar.
Indignada, se encaró con el tigre.
– ¡No puedes hacerlo! ¡Has prometido no
hacerme daño a cambio de liberarte!
– Sí, ya lo sé, pero si no te como me muero de
hambre ¡No tengo elección!
– ¡Eres un mentiroso! ¡Jamás debí confiar en ti!
La cosa se estaba poniendo muy fea cuando pasó
por allí un conejo, famoso por ser un tipo
inteligente, instruido y justo, que siempre
solucionaba los conflictos que surgían en el
bosque.
– ¡¿Qué está pasando aquí?! ¿Se puede saber por
qué discuten ustedes tan acaloradamente?
La vaca sintió alivio ante su presencia y le explicó
detalladamente que el tigre la había engañado y
estaba a punto de devorarla. El felino, por su
parte, expuso sus razones y trató de justificar su
vil mentira.
El conejo, después de escuchar las dos versiones,
se puso a reflexionar al tiempo que se atusaba las
barbas como si fuera un gran filósofo de la
Antigüedad.
Un minuto después, habló haciendo gala de cierta
pedantería.
– Antes de decidir quién tiene la razón quiero que
me muestren el lugar del suceso para comprobar
con mis propios ojos cómo se desarrollaron los
acontecimientos. Después, emitiré mi veredicto.
Ambos señalaron a la vez el tronco caído y el
conejo lo contempló detenidamente. Después, le
indicó al tigre:
– A ver, tigre, colócate exactamente en el lugar
donde te encontró la vaca.
El tigre se tumbó de mala gana en ese lugar que le
traía tan malos recuerdos.
– Y ahora tú, vaca, ponle el tronco encima para ver
cómo fue el accidente.
La vaca arrastró el tronco y lo colocó sobre el
tigre, que de nuevo quedó inmovilizado.
– ¡Así es como estaba cuando pasé por aquí y le oí
gemir!
Entonces, el conejo dio unas palmadas y le gritó:
– ¡Pues ahora corre, aprovecha para escapar! ¡Es
tu única oportunidad!
La vaca, viendo la jugada maestra del conejo, puso
pies en polvorosa y desapareció en menos que
canta un gallo. Cuando el conejo se aseguró de
que estaba bien lejos, retiró el tronco y liberó al
tigre.
– ¡Espero que hayas aprendido la lección! Jamás
utilices la mentira para conseguir tus propósitos y
menos con alguien que haya arriesgado su vida
para salvar la tuya.
El felino se sintió burlado y muy, muy
avergonzado. A partir de ese día, fue honesto y
cumplió siempre su palabra.