Organización Política de La República de Guatemala
Organización Política de La República de Guatemala
Función de Planeación
Planificar es ver hacia el futuro. Es
decidir por adelantado qué se va a
hacer, cómo se va a hacer, cuando se
va a hacer y quién lo va a hacer. Es
trazar un mapa de dónde se encuentra
la organización y hacia donde
queremos llegar.
Función de Organización
Una organización solamente puede funcionar bien si está bien organizada. Esto
significa que debe haber suficiente capital, personal e insumos para que la
organización se desarrolle correctamente y construya una estructura funcional.
Dirigir es liderar a los empleados de tal manera que se alcancen los objetivos de la
organización. Esto implica asignar adecuadamente los recursos y proveer un
sistema de soporte efectivo.
Función de Control
Determinación del VB
No existe una forma directa de medir el valor biológico de una proteína. Para una
determinación precisa del valor biológico de una proteína, es necesario mantener
bajo control las variables que afectan al metabolismo de las proteínas:1
1. El organismo a estudiar debe consumir la proteína o la mezcla de proteínas
a analizar (la dieta-test).
2. La dieta-test no debe contener otras fuentes de nitrógeno.
3. La dieta-test debe evitar que la proteína sea una fuente primaria de energía.
Las condiciones de prueba requieren que la dieta-test se mantenga bajo estricto
control al menos durante una semana. El ayuno previo al test ayuda a la
consistencia de los datos tomados entre los diferentes sujetos
Valores estéticos
Los valores estéticos son virtudes que sobresalen de una persona, animal, obra
de arte, moda, objeto, paisaje, evento, entre otros, y que generan reacciones o
apreciaciones positivas o negativas.
Como un tipo de valor, los valores estéticos son criterios y referencias positivas
generalmente compartidas por un grupo, que definen a una persona, cosa o
acción. Por otro lado, la estética se refiere a la percepción de los sentidos y a la
filosofía de lo que se considera bello.
En consecuencia los valores estéticos son también el resultado de las
apreciaciones o de los juicios de valor que realizan las personas, partiendo de un
conjunto de reflexiones filosóficas, estéticas y éticas sobre aquello que consideran
o no bello.
Subjetividad de los valores estéticos
Los valores estéticos dependen en gran medida de la percepción que tengan los
individuos acerca de algo en específico. Es decir, lo que se consideró
estéticamente bello o desagradable hace veinte años, quizás hoy en día no lo sea
tanto.
Valores sensibles
El valor de la sensibilidad reside en la capacidad que tenemos los seres humanos
para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las
personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para
actuar correctamente en beneficio de los demás. Además, debemos distinguir
sensibilidad de sensiblería, esta última siempre es sinónimo de superficialidad,
cursilería o debilidad.
Valores económicos
Eficacia
Velocidad
Fiabilidad
Facilidad de uso
Flexibilidad
Estado
Aesthetic Appeal
Emoción
Costo
Valores Intelectuales
A partir del conocimiento las personas pueden reflexionar y considerar todas las
opciones que se les presentan en un momento determinado, sea para enfrentar un
problema, influir de manera positiva en algo, ofrecer una solución o llevar a cabo
alguna actividad. Es decir, poner en práctica la creatividad intelectual.
Valores religiosos
Los valores religiosos son aquellos que representan los principios y las
conductas adoptadas por las personas según la religión o dogma que
profesan.
Son valores que aparecen descritos en libros religiosos o textos sagrados, y que
han sido transmitidos a través de la historia del hombre de una generación a otra.
No son valores impuestos por la sociedad.
Los valores religiosos se asemejan a los valores éticos y a todos aquellos que se
consideran socialmente correctos, como el respeto y la honestidad, que son
enseñados en el hogar, en la escuela y la sociedad en general.
Los valores religiosos son particulares porque procuran que las personas
modifiquen sus conductas ante sentimientos de rencor, maldad, envidia, egoísmo
u otros sentimientos negativos que no respalden la conciliación, la bondad, el
amor y el respeto.
Quienes predican una religión parten del origen del hombre y de las buenas
actitudes que unen a los seres humanos, a fin de actuar correctamente desde las
enseñanzas de la fe y de los impulsos que dictan la razón y el corazón.
Valores morales
Se entiende por valor moral todo aquello que lleve al hombre a defender y crecer
en su dignidad de persona. El valor moral conduce al bien moral.
El valor moral lleva a construirse como hombre, a hacerse más humano. Estos
valores perfeccionan al hombre de tal manera que lo hacen más humano, por
ejemplo, la justicia hace al hombre más noble, de mayor calidad como persona.
Sin embargo, al día siguiente, si que apareció el lobo y, además, tenía mucha
hambre. El pastorcito gritó con todas sus fuerzas en auxilio porque el lobos estaba
llevando a todas las ovejas. Los aldeanos oyeron las voces pero hicieron caso
omiso, pues pensaron que era un mentiroso y que ya les había tomado el pelo dos
días seguidos.
Ante el lobo feroz poco tenía que hacer pastorcito, así que se escondió detrás de
un árbol y vio como el lobo le robaba todas las ovejas de su rebaño.
Aquel día el pastorcito perdió todas las ovejas pero aprendió una gran lección, a
los mentirosos nadie les cree.
El pastorcito tuvo que trabajar muy duro los siguientes meses, cortando leña del
bosque para poder pagar las ovejas robadas y, por supuesto, no volvió a decir
mentiras.
El problema de
sultán
Hacía días que el sultán estaba preocupado y al final decidió llamar a su consejero
más sabio. Su problema era que tras fallecer el recaudador no conocía a nadie
que pudiese ocupar su lugar. «¿No hay ningún hombre honesto en este país que
pueda cobrar los impuestos sin robar dinero?»,se lamentó ante su consejero,
quien, intentando tranquilizarlo, le sugirió: «Anunciad que buscáis un nuevo
recaudador y dejadme el resto a mí».
Aquella misma tarde la antecámara de palacio se llenó de gente. Muchos de
aquellos hombres vestían elegantes trajes, todos menos uno de humilde
apariencia. Los convocados se rieron de él y comentaron entre sí: «Pobre diablo,
con esa pinta el sultán jamás se fijará en él». El consejero entró en la sala y pidió
a todos que fueran pasando, uno a uno, por un estrecho y oscuro corredor que
comunicaba con los aposentos del sultán. Cuando estuvieron en la sala, el
consejero le susurró a su señor: «Pedidles que bailen». Todos actuaron con
torpeza, excepto el peor vestido. «Este hombre será vuestro nuevo recaudador.
Llené el corredor de monedas y él fue el único que no se las echó al
bolsillo», sentenció el consejero. Así fue como el sultán por fin encontró un hombre
honrado en su reino.
La Rana y la serpiente
Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo,
cuando se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio
se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un gusano tan
largo y tan gordo. Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su
boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana. Se trataba en
verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que el bebé
rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y
le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le
habló. –¡Hola! –dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y selvático que
encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué haces arrastrándote por el piso? –Soy un bebé
serpiente –contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le
escapara sin control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así. –
¿Quieres que te enseñe? –¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana, impulsándose hacia
arriba con sus dos larguísimas patas traseras, en señal de alegría.
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de
arrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta
entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé rana
tragó tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas
patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de
forma bastante cómica. –Ahora yo quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría? –le
preguntó el bebé rana a su nuevo amigo. –¡Encantado! –repuso el bebé serpiente,
haciendo remolinos en el suelo, de la emoción. Y el bebé rana le enseñó entonces
al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se
había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a
saltar como para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso. Fueron precisas
más de dos horas para que el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por
completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se
elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que
los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas. Así pasaron toda la
mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro.
Entonces el perro le dijo que se vaya con él, pero cuando estaban caminando el
lobo vio que su compañero tenia pelado el cuello y le pregunto porque tenía el
cuello así y este le respondió: que no era nada que como era travieso lo ataban
durante el día para que descanse y cuando era de noche lo dejaban libre para que
vaya donde quiera, al escuchar esto el lobo le dijo pero si quieres salir de casa te
dan permiso, el perro le dijo que no.
Entonces el lobo le dijo que si no era libre que disfrute todo lo que tiene, ya que el,
no iba a sacrificar su libertad por todos los bienes que le den.
Si bien sus orígenes son poco conocidos, los documentos y las pruebas sobre
la esclavitud se pueden encontrar en casi todas las culturas y continentes. Los
indicios encontrados en los textos antiguos, como el Código de Hammurabi, de la
región de la Mesopotamia, fechado en el segundo milenio antes de Cristo, ya
contienen referencias a la esclavitud como una institución arraigada. El trabajo
forzado de las mujeres en algunas culturas antiguas y modernas se puede
identificar con formas de esclavitud. En este caso suele incluir servicios sexuales
forzados.
La historia de la esclavitud en el mundo antiguo está estrechamente vinculada a
la guerra. Las fuentes documentales del mundo antiguo, como las
de Mesopotamia y Egipto, los pueblos originarios de Israel, Grecia, Roma, Persia,
o civilizaciones como la maya, China la azteca y la India, están llenas de
referencias a la esclavitud vinculada a eventos bélicos. A menudo, los prisioneros
de guerra eran reducidos a la esclavitud por los vencedores, y obligados a trabajar
en tareas militares o civiles, como mano de obra para trabajos de construcción,
ingeniería o agricultura. También era común su utilización para el servicio
doméstico. Muchos hogares de la antigüedad, sobre todo de las clases altas,
requerían el trabajo de uno o más esclavos como mano de obra habitual.
Independientemente de los testimonios y documentos escritos, también se
encuentran pruebas de esclavitud como mano de obra y como ayuda doméstica
entre los pueblos que no poseían escritura, como los nómadas de Arabia, los
pueblos nativos de América, los cazadores y recolectores de África, Nueva
Guinea y Nueva Zelanda, y entre europeos del Norte, como los vikingos.
Existieron además otras formas de adopción de la esclavitud además de la guerra,
tales como la sanción penal o el pago de deudas. Así, entre algunos grupos
africanos, las mujeres y los niños eran entregados como rehenes de deudas u
otras obligaciones hasta su pago; y, si el pago no se realizaba, los rehenes
pasaban a ser considerados esclavos.
Muchas de las sociedades antiguas tenían mayor número de personas esclavas
que libres, gracias a la costumbre de reducir a la esclavitud a la población que
tenían bajo su control. Por lo general la esclavitud incluía el abuso y la crueldad
por parte de sus dueños, aunque a
menudo podían recibir un trato más
humanitario, si eran considerados bienes
valiosos.
Le león y el ratón
- Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas te estaré
eternamente agradecido. Déjame marchar, porque puede que algún día me
necesites –
- ¡Ja, ja, ja! – se rió el león mirándole - Un ser tan diminuto como tú, ¿de qué
forma va a ayudarme? ¡No me hagas reír!.
Pero el ratón insistió una y otra vez, hasta que el león, conmovido por su tamaño y
su valentía, le dejó marchar.
Unos días después, mientras el ratón paseaba por el bosque, oyó unos terribles
rugidos que hacían temblar las hojas de los árboles.
- No te preocupes, yo te salvaré.
El león no tuvo palabras para agradecer al pequeño ratón. Desde este día, los dos
fueron amigos para siempre.
MORALEJA:
- Ningún acto de bondad queda sin recompensa.
- No conviene desdeñar la amistad de los humildes.
Al otro día, cuando se disponía a coser los zapatos, se quedó bastante asombrado
de ver que ya estaban hechos. Esa misma tarde pasó por la zapatería un cliente al
que le gustaron mucho y los pagó a muy buen precio. Con ese dinero el zapatero
compró cuero para hacer dos pares de zapatos más, y lo cortó y se fue a dormir. Y
al día siguiente volvió a encontrar los zapatos terminados. Estos zapatos también
se vendieron muy bien. Con el dinero obtenido, el zapatero volvió a comprar más
cuero para hacer más zapatos. Y siguió encontrándolos hechos cada mañana.
Así paso un buen tiempo, durante el cual su negocio tomó fuerza y lo sacó de la
pobreza. La noche de navidad de ese año, la mujer del zapatero le propuso a su
marido que se escondiera en el armario y espiaran por las rendijas a ver si
descubrían quien les estaba ayudando. El zapatero estuvo de acuerdo y entraron
al armario y se pusieron a esperar. A eso de la media noche, entraron dos
simpáticos enanitos completamente desnudos que se pusieron inmediatamente a
trabajar en la mesa de taller, con una velocidad y una pericia tales que dejaron
pasmados al zapatero y a su mujer. Trabajaron sin descanso hasta terminar y
luego desaparecieron.
A la mañana siguiente, la mujer del zapatero le dijo a su marido que tanto ella
como él le debían mucho a esos enanitos y habían que demostrarse agradecidos
con ellos. Entonces decidieron que ella le haría a cada enanito su respectiva
camisa, chaleco, pantalón, medias y chaqueta para el frío, mientras que él se
encargaría de los zapatos.
Así lo hicieron, y a la noche siguiente, en lugar de los cortes de cuero, dejaron los
regalos en la mesa del taller. Los enanitos se mostraron al comienzo sorprendido,
pero en cuanto comprendieron que los vestidos y los zapatos eran para ellos, se
los pusieron a toda prisa y empezaron a cantar y saltar por todo el mobiliario del
taller. Al final se tomaron de la mano y se fueron bailando.
Mientras los otros niños hacían cometas, barriletes y figuras de animales en papel
utilizando las técnicas de origami, el pequeño amasaba un simpático pastelito de
barro.
Los niños, que también eran muy pobres, sintieron compasión por el hombre y
separaron una parte de sus loncheras para dársela. Sólo el pequeño no tenía nada
que darle. “¡Yo también le daré de comer!” gritó, lleno de alegría. “¡Pero si tú no tienes
nada!” le contestaron los otros niños, mientras le entregaban un bocado de sus
respectivas meriendas al ciego.
Sin hace caso, el niño esperó su turno y, con una radiante sonrisa, puso en las manos
del mendigo uno de sus pastelitos de barro. Cuando el ciego abrió la mano, el
pastelito se había transformado en una
reluciente moneda de oro.
La vieja tetera
Esta historia trata de una antigua tetera de porcelana, muy costosa y elegante,
que encabezaba el juego de té en todas las celebraciones importantes de la
familia a la que pertenecía.
Tanta importancia la había vuelto vanidosa, y solía enorgullecerse de su alta
estatura y su largo estilizado pico ante los pequeños y tímidos pocillos y la
modesta jarrita de la leche . Aunque solía aburrirlos a todos con sus aires de
princesa, cada uno sabía que no era mala en el fondo y sospechaba que debía
sentirse triste y vacía, pues siempre la guardaban aparte, en una repisa de vidrio
para protegerla de los golpes.
Un día sucedió algo terrible: la señora contratada para servir el té en una elegante
recepción de la familia, tropezó y cayó al suelo aparatosamente justo cuando
llevaba la tetera en la mano. La tetera salió dando vueltas por el aire y cayó a
varios metros de distancia.
Cuando fueron a recogerla, notaron que se le había partido el pico y tenía una
ancha rajadura de un lado a otro.
La vida de la tetera cambió desde entonces, pues sus dueños desistieron de
repararla y se la regalaron a la misma señora que la había dejado caer. La señora,
agradecida, se la llevó para su casa, sin saber muy bien qué hacer con ella. No
podía utilizarla como tetera, pues el té se escapaba por las grietas del pico y la
barriga como si se tratara de una regadera; tampoco podía usarla como florero,
por la misma razón, y estaba demasiado desportillada para servir de adorno en la
modesta sala.
Ya la iba a tirar a la caneca, cuando se le ocurrió que podría servir como maceta
en el patio. La tetera sufrió lo indecible mientras era expulsada de todos lados,
como un ser estorboso e indeseable. Fueron tiempo muy duros para esta antigua
princesa que había vivido solo para ser bonita y lucir siempre bien presentada, sin
la menor idea de lo que significaba pasarla mal, como ahora que vivía a la
intemperie y nadie se fijaba de ella.
Luego de varias semanas de amargo y silencioso sufrimiento, algo totalmente
inesperado le empezó a suceder. La planta que estaba naciendo en su nueva
barriga de maceta le hacía deliciosas cosquillas que le hacían sentir extrañamente
emocionada. La tetera no atinaba a descifrar que le pasaba, pero no podía ocultar
la dicha que sentía cada vez que su nueva dueña se acercaba con la regadera y la
dejaba caer sobre ella una amorosa lluvia que la
llenaba de alegría y de ganas de vivir. Su
vanidad herida dejó de importarle y se dejó
invadir por completo por la indescriptible
sensación que la embargaba.
Un gran sentimiento de bondad llenó su corazón
de tetera, y decidió entregarle todo su amor a la
hermosa planta que asomaría sus ramas por su
pico roto.
El cuervo Vanidoso
Un día júpiter decidió elegir un rey entre las aves, y ordenó que comparecieran
todas ante él, para decidir cuál era la más bella. Un cuervo poco agraciado y
ciegamente vanidoso, se propuso alzarse con el título a como diera lugar. Lo
primero que pensó fue en sacar de la competencia a los candidatos más
opcionados, como el papagayo, el pavo real, el guacamayo y el ave del paraíso.
«Si les robo los huevos de sus nidos el día de la elección, los
mantendré ocupados buscándolos y no podrán asistir, eso es» pensó, riéndose
con su chillido característicos.
Pasó varios días acechando los nidos de sus rivales, mientras diseñaba su plan.
Cuando averiguó todo lo que necesitaba (las horas en las que salían a buscar de
comer, en las que dormía o jugaban en las ramas de los árboles), puso patas y
pico y a la obra. Lo que no calculó fue que los huevos de estos pájaros eran muy
grandes y ni siquiera podía levantarlos. «Que voy hacer ahora», graznó,
contrariado, mientras picoteaba con rabia un puñado de plumas de papagayo, en
cuyo nido se encontraba. «¡Ya se!» -exclamó con un chillido de júbilo- ¡Voy a
robarme las mejores plumas de todos los nidos y me las voy a poner entre las
mías! ¡Así no puedo perder!».
El día del concurso, Júpiter hizo desfilar a los pájaros, y al ver el espectacular
atavío del cuervo lo declaró rey.
Terriblemente enfadados al descubrir que el plumaje del ganador era robado, los
demás pájaros se lanzaron sobre él y le quitaron una a una las plumas con la que
había pretendido engañar a todos.
Una vez tres toros hicieron un pacto de amigos y juraron no romperlo, pasara lo
que pasara. El pacto consistía en repartirse por partes iguales un pastizal que
habían descubierto en los alrededores de un bosque, de tal manera que todos
pudieran pasear y pastar a su antojo y ninguno invadiera la parte de terreno que
les correspondía a los otros dos.
Todo iba muy bien hasta que un día un león hambriento descubrió el pastizal con
los tres gordos y cebados animales.
El problema era que nada podía hacer mientras los toros, que eran animales
fuertes y poderosos, se mantuvieran unidos. De modo que ideó un astuto plan
para enemistarlos entre sí.
En cuanto lo vio separados, el león los atacó uno por uno y se dio los tres
suculentos banquetes con que había soñado.
El hojarasquin del monte
Era tal el amor que le tenían, que su madre se empeñó en hacer de él un ser inmortal,
fuerte e invulnerable como ninguno otro, a quien nada ni nadie pudiera causarle nunca
ningún mal. Para ello habló con todas las cosas que existen en el mundo y les hizo
prometer que no le harían jamás daño alguno a su hijo.
Movidos por la curiosidad, todos acudieron al palacio de Odín para comprobar por sí
mismo si en verdad Balder era indestructible. Lo atacaron con piedras, cuchillos y
flechas, lo encerraron con bestias feroces y hambrientas, lo abandonaron desnudo en
medio de las más aterradoras tespestades y nada le hizo el menor daño. Balder
resistió como si nada estas mortales agresiones, con una pícara sonrisa en la cara,
como si se tratara de un juego.
Había una vez 3 cerditos que eran hermanos y vivían en lo más profundo del
bosque. Siempre habían vivido felices y sin preocupaciones en aquel lugar, pero
ahora se encontraban temerosos de un lobo que merodeaba la zona. Fue así
como decidieron que lo mejor era construir cada uno su propia casa, que les
serviría de refugio si el lobo los atacaba.
El primer cerdito era el más perezoso de los hermanos, por lo que decidió hacer
una sencilla casita de paja, que terminó en muy poco tiempo. Luego del trabajo se
puso a recolectar manzanas y a molestar a sus hermanos que aún estaban en
plena faena.
El segundo cerdito decidió que su casa iba a ser de madera, era más fuerte que la
de su hermano pero tampoco tardó mucho tiempo en construirla. Al acabar se le
unió a su hermano en la celebración.
El tercer cerdito que era el más trabajador, decidió que lo mejor era construir una
casa de ladrillos. Le tomaría casi un día terminarla, pero estaría más protegido del
lobo. Incluso pensó en hacer una chimenea para azar las mazorcas de maíz que
tanto le gustaban.
Cuando finalmente las tres casitas estuvieron terminadas, los tres cerditos
celebraron satisfechos del trabajo realizado. Reían y cantaban sin preocupación -
“¡No nos comerá el lobo! ¡No puede entrar!”.
El lobo que pasaba cerca de allí se sintió insultado ante tanta insolencia y decidió
acabar con los cerditos de una vez. Los tomó por sorpresa y rugiendo fuertemente
les gritó: -“Cerditos, ¡me los voy a comer uno por uno!”.
Los 3 cerditos asustados corrieron hacia sus casas, pasaron los pestillos y
pensaron que estaban a salvo del lobo. Pero este no se había dado por vencido y
se dirigió a la casa de paja que había construido el primer cerdito.
Como el cerdito no le abrió, el lobo sopló con fuerza y derrumbó la casa de paja
sin mucho esfuerzo. El cerdito corrió todo lo rápido que pudo hasta la casa del
segundo hermano.
El lobo sopló con más fuerza que la vez anterior, hasta que las paredes de la
casita de madera no resistieron y cayeron. Los dos cerditos a duras penas
lograron escapar y llegar a la casa de ladrillos que había construido el tercer
hermano.
El lobo estaba realmente enfadado y decidido a comerse a los tres cerditos, así
que sin siquiera advertirles comenzó a soplar tan fuerte como pudo. Sopló y sopló
hasta quedarse sin fuerzas, pero la casita de ladrillos era muy resistente, por lo
que sus esfuerzos eran en vano.
Sin intención de rendirse, se le ocurrió trepar por las paredes y colarse por la
chimenea. -“Menuda sorpresa le daré a los cerditos”, – pensó.
Una vez en el techo se dejó caer por la chimenea, sin saber que los cerditos
habían colocado un caldero de agua hirviendo para cocinar un rico guiso de maíz.
El lobo lanzó un aullido de dolor que se oyó en todo el bosque, salió corriendo de
allí y nunca más regresó.
Los cerditos agradecieron a su hermano por el trabajo duro que había realizado.
Este los regañó por haber sido tan perezosos, pero ya habían aprendido la lección
así que se dedicaron a celebrar el triunfo. Y así fue como vivieron felices por
siempre, cada uno en su propia casita de ladrillos.
EL trabajo invisible
Esto le sucedió hace muchísimos años en Escandinavia a uno de esos hombres que
piensan que sus esposas o compañeras no hacen nada en casa. Una noche el hombre
llegó cansado del trabajo y se quejó porque no encontró la comida servida, el bebé lloraba
y la vaca no estaba en el establo.
-Me mato trabajando mientras tú te quedas en la casa, y cuando llego no siquiera la
comida está lista -farfullo- No es justo. Ojala mi trabajo fuera fácil como el tuyo.
-No te pongas así querido -le contestó su esposa-. Si quieres mañana yo te reemplazo en
el campo y tú te quedas cuidando la casa.
Al salir de nuevo al patio, vio con horror cómo la cabra estaba mordiendo un de las
camisas que acababa de colgar. La espantó, cerró la cerca, persiguió otra vez al cerdo
hasta que pudo al fin atraparlo y lo encerró en la marranera. Para entonces el reloj ya
había dado la una de la tarde, y él ni siquiera había terminado de hacer la mantequilla. Se
puso de nuevo en esta tarea, pero tuvo que interrumpirla cuando oyó los mugidos de la
cava en el corral.
No había tiempo de llevarla a pastar al potrero. Decidió subirla al techo de la casa -las
casas de los escandinavos son bajas y de techo cubierto de hierba- para que comiera y
así poder ocuparse del bebé, que acababa de despertarse y lloraba sin parar. Había que
preparar la sopa. En esas estaba cuando oyó la vaca resbalar del techo. Dejó lo que
estaba haciendo, subió al techo, le echó una soga al cuello a la vaca, metió la soga por la
chimenea y en cuanto estuvo de nuevo en la casa se ató el otro extremo de la soga a la
cintura. Así evitaría que la vaca resbalara mientras él terminaba con la sopa.
Pero la vaca resbaló y arrastró al pobre hombre hacía la chimenea, haciéndole caer de
cabeza en la olla. Así lo encontró su mujer cuando llegó del trabajo.
-Gracias al cielo llegaste -exclamó el hombre, al verla entrar-. Este trabajo no es para
cualquiera, no sé cómo nunca lo había visto. Perdóname, mi vida.
Y desde entonces nunca se volvió a quejar, y ayudaba a su mujer cada vez que podía.
La niña de las estrellas
Había una vez en una aldea inglesa una niña que, en cuanto comenzaba a caer la
noche, levantaba los ojos al cielo y se quedaba lela mirando las estrellas. Pasaba
así largos espacios de tiempo. Se olvidaba de todo, su mirada y sus pensamientos
se perdían en el firmamento, deseando tener una de esas lucecitas titilando en sus
manos.
Una cálida noche de verano, estando en su cuarto, cuando ya era hora de dormir,
se asomó a la ventana para ver las estrellas antes de irse a la cama. Esa noche la
Vía Láctea brillaba con más esplendor que nunca y su deseo de alcanzarlas se
volvió incontenible.
Me encantan las estrellas, me muero de ganas de tocarlas y poder jugar con ellas.
La niña se metió al riachuelo y chapoteó por todas partes pero no encontró estrella
alguna.
-Perdón , riachuelo –dijo la niña, mientras se secaba después de salir del agua-,
pero creo que tus aguas no hay no una sola estrella.
¿No te digo que no me dejan dormir? ¡Tengo tantas estrellas que no sé qué hacer
con ellas!
-Buenas noches pequeñas hadas –dijo la niña-. ¿Han visto alguna estrella por
aquí? Me encantan las estrellas, me muero de ganas por tocarlas y poder jugar
con ellas.
-Por supuesto –cantaron las hadas-, brillan todas las noches entre las briznas de
la hierba. Ven a bailar con nosotras y encontrarás todas las que quieras.
De manera que la niña bailó y bailó durante horas, aprendió los secretos pasos de
baile de las pequeñas hadas, hasta que, rendida por el cansancio, se desplomó,
sin llegar a ver la primera estrella.
-Algo muy dentro de mí me dice que las pequeñas hadas son las únicas que me
pueden ayudar a alcanzar las estrellas –les dijo la niña mirándolas a todas, una
por una.
-Si estas realmente decidida, debes perseverar y seguir adelante –le dijo una de
las pequeñas hadas-, sólo tienes que buscar la escalera sin peldaños y ella te
conducirá a las estrellas.
Maravillada, estiró sus manos para alcanzarlas, y cogió una estrella fugaz que la
haló con tantas fuerzas que la arrastró volando hacia el cielo. La niña no supo más
hasta el día siguiente cuando, al despertarse en su cama, descubrió un grano de
polvo de estrellas que centellaban sobre la palma de su mano.
El coraje de agatar
Esta historia ocurrió en Hungría, durante la ocupación de ese país por parte de las
tropas soviéticas de la segunda Guerra Mundial.
Una tarde llegó a la plaza central un camión con 1.600 panes. El camión llegó
después de las cinco, de modo que había que esperar al día siguiente para poder
descargarlo. Los habitantes, que no habían comido nada en todo el día, miraban
con dolor y con rabia el camión desde su casa. Entre ellos estaba Ágata, una
señora de casi 80 años.
No había pasado mucho tiempo desde la llegada del camión cuando Ágata salió
de pronto de su casa y bajó de él dos grandes panes, que repartió entre las
personas de su familia. Los soldados encargados de custodiar se quedaron
asombrados y sin saber qué hacer. A los pocos minutos, Ágata volvió y cargo más
panes, que dio a sus vecinos. A la tercera salida, un soldado disparó, su arma al
aire, en señal de advertencia, pero Ágata siguió con su trabajo.
Las balas le pasaban cada vez más cercas a medida que iba y venía del camión a
las casas de su barrio, repartiendo los panes entre la gente. El oficial que estaba
al mando de los soldados le advirtió que si seguía desobedeciendo el toque de
queda, ordenaría que le dispararan a matar. Ágata respondió que lo lamentaba
mucho, pero que tenía que seguir repartiendo los panes. El oficial se enfureció y
volvió donde estaban sus hombres, pero ninguno, ni siquiera el mismo, se atrevió
a dispararle a Ágata.
La mujer continuó descargando panes del camión durante las horas siguientes,
con una admirable decisión y perseverancia. A las nueve de la noche, cuando ya
había repartido más de la mitad del cargamento del camión, se desmayó en mitad
de la plaza. Luego de unos segundos de gran tensión, un soldado corrió por la
plaza hasta el sitio donde había caído Ágata, la alzó en sus brazos con ternura y la
llevó hasta la puerta de su casa, donde se la entregó a sus familiares. Luego
volvió corriendo a su tanque y se preparó a dispararle a todo aquel que se
atreviera a desobedecer el toque de queda.
El perdis vanidoso y la tortuga molesta.La caída del jícaro
Un día la perdiz descendió al suelo a picotear unas semillas y justo en ese instante
la tortuga pasaba caminando lentamente por ahí.
-Hermana tortuga –le dijo la perdiz-, ¿No te da vergüenza ir siempre tan despacio?
¿No te da envidia verme a mí, tan bien dotada, mucho mejor que tú? ¿No te causa
celos ver cómo vuelo y cómo corro, cosas que tú no puedes hacer de ningún
modo?
Pienso que dichosa tú, que puedes acabar en una carrera un camino que me lleva
todo un día a mí. Pero no te envidio.
Eso lo dices por decir. ¿Qué ventajas puede tener ser lento y pesado? Eres
esclava de tu caparazón, estás condenada a andar siempre por lo bajo y ni
siquiera puedes correr. Yo mismo soy libre, todo me favorece.
Poco tiempo después, los cazadores de una lejana aldea prendieron fuego a la
vegetación de la llanura para hacer salir a los animales y así poder cazarlos
fácilmente. La llamas crecieron tan alto, se expandieron con rapidez y se acercaba
al rincón en donde vivían la perdiz y la tortuga.
La perdiz no hacía más que vanagloriarse de que podría salvarse de las llamas
volando a gran altura y se reía de la tortuga.
-Te vas a asar, el fuego correrá más rápido que tus cortas patas y te alcanzará –le
gritaba la perdiz a la tortuga desde lo alto.
Cuando todo paso, la tortuga salió de su escondite sana y salva y preguntó por la
perdiz, extrañada de no verla haciendo alarde de cómo había logrado salvarse del
fuego gracias a su rapidez y agilidad.
Al enterarse de lo que había sucedido, lamento que esas dotes de que se sentía
tan orgullosa, no hubiera ayudado a la pobre perdiz a escapar del fuego.
LOS GUAJIROS QUE DEJARON SU TIERRA
Más vale acabar con las querellas, pues, muy a menudo, el resultado
es fatal para ambas partes.