VIOLENCIA DOMESTICA
Leslie Morgan Steiner
Leslie Morgan Steiner parecía tener una vida perfecta: un trabajo de ensueño, un marido
encantador, un labrador adorable, una casa en Manhattan. Pero Leslie guardaba un
secreto: el marido perfecto era, en realidad, un maltratador.
En su inspiradora TED Talk, Leslie desconstruye las etapas de la violencia doméstica y
alerta para sus señales, a menudo ignoradas porque se está Crazy in Love (Perdida de
amores).
• Seducción de la víctima: la primera etapa es la seducción de la víctima. Cuando Leslie
conoció a Conor, su futuro marido, parecía ser el hombre perfecto: inteligente, con un
empleo de ensueño, cariñoso y divertido. Conor creó una atmósfera mágica, pero
ilusoria, a su alrededor.
• Aislamiento de la víctima: la siguiente etapa es aislar a la víctima. En cierto momento
en la relación, Conor se despidió de su empleo de ensueño en Wall Street, sin aviso -
sentía que no necesitaba probar su valor a Leslie, y que el amor que los unía bastaba.
Convenció a Leslie a abandonar Manhattan y su vida neoyorquina, ya mudarse a un
pequeño pueblo.
• Amenaza y violencia: en esta etapa, la víctima experimenta la amenaza y, a
continuación, la violencia. En cuanto se instalaron en New England, Conor compró 3
armas. Las necesitabas 'para sentirse seguro'. En realidad, era un mensaje sublimar. 5
días antes de la boda, Conor la maltrató por primera vez: la estranguló y la empujó
contra una pared. Se casaron cinco días después: Conor estaba arrepentido y Leslie creía
que solo estaba estresado, que se trataba de un acto aislado y que iban a vivir felices
para siempre. Durante la luna de miel, volvió a agredirla dos veces, y durante dos años y
medio de matrimonio las agresiones eran tan frecuentes como 1 a 2 veces a la semana.
¿Por qué Leslie mantuvo su relación? Ella no sabía que Conor la maltrataba. Ella le
amaba y creía ser la única persona que podía ayudarlo a combatir sus demonios.
¿Por qué, simplemente, no se marchó? Lo que la gente no sabe es que es
extremadamente peligroso salir de una relación abusiva. El 70% de las muertes por
violencia doméstica ocurren después de que la víctima abandonara al maltratador.
Leslie percibió que el próximo paso de Conor sería matarlo. Entonces, rompió el
silencio. Se lo contó a todo el mundo: a la policía, a los vecinos, a los amigos, a la
familia, a los desconocidos.
Hoy, Leslie está aquí para contar su historia porque el abuso solo sucede en el silencio.
VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
Una mujer acude a una comisaría de familia para denunciar que ella y sus dos hijos
fueron maltrados por parte de su expareja y padre de ambos menores, quien rompió la
armonía familiar tras golpearla con fiereza y provocarle una incapacidad de diez días
certificados por el Instituto de Medicina Legal. En el hecho, la señora había propinado
primero una cachetada a su expareja, en señal de rechazo a su presencia, pues la
relación sentimental estaba rota.
No era la primera vez que ello ocurría. Con esos antecedentes la comisaría de familia
concluyó que la mujer y sus hijos fueron víctimas de violencia intrafamiliar e impuso
una medida de protección definitiva a favor de la agredida y sus hijos, y en contra del
victimario, a quien le ordenó “abstenerse de cesar todo acto de violencia e intimidación,
de amenaza y venganza, de maltrato y ofensa, de hecho o de palabra”, así como ingresar
a cualquier lugar donde se encuentre la agredida. Además, le entregó provisionalmente
la custodia de los hijos a la mujer y le ordenó al padre el pago de una cuota alimentaria
para los niños.
El hombre impugnó la decisión que, sorpresivamente fue revocada parcialmente por una
jueza de familia que, tras considerar que las agresiones verbales y físicas fueron mutuas,
impuso medida de protección definitiva a favor del victimario y de sus hijos y en contra
de la mujer, a quien ordenó “abstenerse y cesar todo acto de violencia e intimidación, de
amenaza, de venganza, de maltrato y ofensa”, bajo el riesgo de ser sancionada con
multa.
Como ella creía tener la razón en sus denuncias, el asunto escaló hasta la Corte Suprema
de Justicia que, de entrada, señaló que en su precario análisis la jueza de familia “pasó
por alto el deber constitucional que tiene el Estado de erradicar toda forma de violencia
y discriminación contra la mujer, de brindarle especial protección y, por ende, no reparó
en analizar si le denunciante era víctima de maltrato, al ser sujeto de especial protección
por su condición de vulnerabilidad física que obliga a aplicar en el estudio enfoque
diferencial”.
Al mismo tiempo, le llamó la atención a la funcionaria judicial por no valorar los
materiales probatorios allegados al proceso, entre ellos el dictamen de Medicina Legal,
con lo cual desconoció “el derecho a la igualdad y la perspectiva de género dentro de las
decisiones judiciales a efecto de disminuir la violencia de género frente a grupos
desprotegidos y débiles como ocurre con la mujer”.
Y en un mensaje a todos los jueces, la Corte Suprema de Justicia advirtió que estos
casos se deben juzgar con “perspectiva de género”, que consiste en analizar si en este
tipo de hechos “se vislumbran situaciones de discriminación entre los sujetos del
proceso o asimetrías que obliguen a dilucidar la prueba y valorarla de forma diferente a
efectos de romper esa desigualdad, aprendiendo a manejar las categorías sospechosas al
momento de repartir el concepto de carga probatoria, como sería cuando se está frente a
mujeres, niños, grupos LGBTI, grupos étnicos, afrocolombianos, discapacitados,
inmigrantes o cualquier otro (…)”.
Una postura judicial que la Corte resumió afirmando que “es necesario aplicar justicia
no con rostro de mujer ni con rostro de hombre, sino con rostro humano”. Este caso de
violencia intrafamiliar es un claro ejemplo de discriminación de género al confirmarse
patrones de desigualdad originados en la falta de garantías para evitar la revictimización
de la mujer y en la nula protección de sus derechos y dignidad humana.
Frente al tema de las agresiones mutuas entre la pareja, el fallo citó la posición
jurisprudencial de la Corte Constitucional, según la cual estas deben leerse a la luz del
contexto de violencia estructural contra la mujer. “La defensa ejercida por un mujer ante
una agresión de género, no puede convertirse en la excusa del Estado para dejar de
tomar las medidas adecuadas y eficaces para garantizarle una vida libre de violencia.
Las víctimas de violencia de género no pierden su condición de víctimas por reaccionar
a la agresión, y tampoco pierde una mujer que se defiende, su condición de sujeto de
especial protección constitucional (…)”.
Con esos argumentos, la Corte Suprema de Justicia, en fallo del pasado 21 de febrero
con ponencia de la magistrada Margarita Cabello Blanco, accedió a conceder a la mujer
agredida la medida de protección definitiva, de acuerdo a los lineamientos ordenadas
por la comisaría de familia, decisión que había sido confirmada por el Tribunal Superior
de Cundinamarca.
UN CASO DE VIOLENCIA
Llamémosla Magda. Es un nombre ficticio, pero su historia es real. Nació en
Lesotho hace 35 años. Su vida es un ejemplo de violencia física, sexual y
psicológica contra la mujer. La abuela de Magda fue adoptada por unos
campesinos pobres y emigró con ellos desde el Estado Libre de Orange, que
en aquella época era el núcleo de la ideología del apartheid. La pobreza
extrema la obligó a regresar a Sudáfrica para trabajar, dejando a sus hijos
atrás, con sus abuelos. La madre de Magda solo tenía 15 años cuando nació
su hija. Tras ser abandonada por un marido violento, siguió los pasos de su
madre y cruzó la frontera en busca de trabajo. Magda quedó al cuidado de su
abuela y su tío que, al ser el hombre de más edad de la casa, era considerado
el cabeza de familia.
A Magda le gustaba la escuela, pero a menudo faltaba a clase debido a
obligaciones domésticas como recoger leña o limpiar la casa. Su tío se
embriagaba a menudo y abusó sexualmente de ella cuando tenía 7 años.
Durante los ocho años siguientes, Magda se vio sometida con regularidad a
relaciones sexuales forzadas. Pronto comprendió que no recibiría apoyo de su
abuela que, cuando se enteró de lo que ocurría, le dijo que no podía oponerse
a la autoridad de su hijo.
Un día, la madre de Magda regresó y, al descubrir la situación, se llevó a la
muchacha a la provincia de Natal, donde se había establecido después de un
nuevo matrimonio. Sin embargo, haciendo alusión a que era su hija quien
trataba de seducir a los hombres, la advirtió de que la mataría si se acostaba
con su nuevo marido. Con todo, no transcurrió mucho tiempo antes de que el
padrastro de Magda abusase de ella cuando la madre se ausentaba. Eran años
de inestabilidad política en el país y se vivían los últimos momentos del
apartheid. El padrastro de Magda participaba en las actividades de la guerrilla y
la adolescente le temía. La madre de Magda nunca intervino, pese a que
posiblemente sabía lo que estaba sucediendo. Al cabo de tres años, finalmente
Magda huyó a Johannesburgo. Tenía 18 años.
En la ciudad, su tía la inició en lo que se llama eufemísticamente "sexo de
transacción". Fueron a un bar y Magda tuvo que escoger a un hombre que
sería su "novio". A cambio de tener relaciones sexuales, pasaba la noche
clandestinamente con él en el cuarto de un hotel donde trabajaba de cocinero.
De día, se buscaba la vida en las calles del barrio como prostituta al acecho de
clientes para poder comprar algo de comida. Así transcurrieron seis meses,
hasta que encontró trabajo de sirvienta con una familia de color que también la
sometió a explotación, aunque de otro tipo. Más adelante, Magda se enamoró
de un joven de la Provincia Septentrional y, juntos, decidieron instalarse en una
choza en un barrio segregado. Sin embargo, su vida comenzó a deteriorarse
poco después. Su marido se embriagaba a menudo y luego peleaban. Cuando
se separaron estaba embarazada. Su hijita enfermó a los pocos meses de
nacer. Los médicos diagnosticaron SIDA. Magda también dio positivo en la
prueba de VIH. Su bebé murió antes de cumplir
1 año de edad.
Sumida en el dolor de esa pérdida, aislada y estigmatizada, la joven cayó
también enferma. En aquel momento, trabajaba para una organización no
gubernamental que prestaba asistencia domiciliaria a seropositivos y se había
afiliado a una red de activistas contra el SIDA, la Campaña pro Tratamiento.
Gracias a su relación con esos grupos, fue incluida en un ensayo clínico de
fármacos antirretrovirales que todavía no estaban disponibles en el sistema de
atención sanitaria pública. La salud de Magda mejoró rápidamente. Quería ser
madre y pronto quedó embarazada. Su hijo, que nació según el protocolo para
la prevención de la transmisión del VIH de madres a hijos, recibió el apodo de
Nevirapine (como el fármaco antirretroviral administrado en el protocolo). Como
militante contra la epidemia, fue entrevistada en diversas ocasiones en la
prensa y la televisión y se convirtió en una heroína de la causa contra el SIDA.
La vida de Magda ilustra los estrechos lazos que existen entre el contexto
histórico y la experiencia cotidiana, entre los factores macrosociales y las
interacciones microsociales, en el fenómeno de la violencia contra la mujer.
Para buscar trabajo, como tantas otras mujeres del ámbito rural en aquella
época, la madre de Magda la dejó al cuidado de una abuela débil y un tío
incestuoso, repitiendo así su propia trayectoria. El ciclo de abusos físicos y
sexuales, por parte de parientes y de diversas parejas, se repite de una
generación a otra. Es el resultado, en parte, de las acciones individuales
(familiares o amigos "malos"), pero sobre todo de lo que Paul Farmer denomina
violencia estructural (disparidades sociales y falta de interés del gobierno). La
dominación masculina y la violencia machista se convierten, así, en parte de la
vida cotidiana, al igual que la explotación económica y la segregación racial. De
hecho, ambos tipos de fenómenos están relacionados. El sistema político y
social de los blancos impone unas limitaciones materiales y espaciales terribles
a las familias negras, afecta a las relaciones entre familiares y dentro del
matrimonio, priva a los hombres de sus prerrogativas habituales y somete a las
mujeres a determinadas condiciones laborales. En condiciones extremas y sin
protección del Estado, la relación entre el contrato social y el contrato sexual,
en términos de Veena Das, se rompe. El sexo de supervivencia (mantener
relaciones sexuales a cambio de alimentos y cobijo) es la degradación máxima
no sólo del cuerpo, sino también de la vida humana.
Desde luego, el caso de Magda representa un extremo. Ahora bien, sólo
exacerba la violencia potencial que existe en todos los contextos
caracterizados por una combinación de políticas neoliberales y represivas, por
ejemplo, la vulnerabilidad política y doméstica de las mujeres inmigrantes o
refugiadas en los países occidentales hoy día. En ambas configuraciones, el
Estado no sólo permite indirectamente que se ejerza violencia, sino que la
provoca también directamente, en la apertura de la sociedad, así como en la
intimidad de las relaciones sexuales. Entender la violencia en estos términos es
claramente contrario a considerarla en términos de naturalización (la violencia
es inherente a la naturaleza humana) o la culturalización (la violencia forma
parte de la cultura africana). El mito según el cual las relaciones sexuales con
una virgen curan el SIDA, por ejemplo, sigue circulando en el África meridional
y otras zonas, propiciando la violación de niñas, incluso de bebés, por hombres
que, creyendo purificarse contra la enfermedad, se aferran a la creencia de que
la virginidad de la víctima puede sanarles. Los abusos sexuales que sufrió
Magda durante su infancia y adolescencia no sólo se produjeron antes de la
propagación de la epidemia, sino que, en última instancia, reflejan la sombría
realidad de la violencia machista cotidiana, la ambigüedad y la complicidad de
los familiares (incluidas la madre y la abuela) y la perspectiva histórica y social
más amplia que dan pie a estas situaciones trágicas y comunes. Naturalmente,
consideración no es sinónimo de determinación y no puede decirse que este
tipo de violencia se produzca automáticamente como consecuencia de hechos
históricos y sociales: los abusos sexuales se producen en todos los sectores de
la sociedad, en Sudáfrica y en el resto del mundo. Es parte integrante de lo que
Pierre Bordieu analiza, más allá del contexto y la clase, como dominación
masculina.
Para terminar, volviendo a Magda, es loable que, a diferencia de muchas otras
mujeres en circunstancias similares, haya podido no sólo reconstruir su vida
después de una prolongada sucesión de actos violentos, sino crear, a partir de
su dolorosa experiencia, una subjetividad política entregada a una causa
colectiva, que desde ahora representa.
ESCUELA BASICA N458 MARISCAL FRANCISCO SOLANO
LOPEZ
NOMBRE: SIMON YUNIOR OJEDA FRANCO
PROFE:
ANO: 2019