Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III -
Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
DEFENSA Y PÉRDIDA DE NUESTRA INDEPENDENCIA ECONÓMICA
Tomado de la 5ª edición
Mayo de 1974
José María Rosa
Edición digitalizada Gratuita hecha por Eduardo Rosa
Nota de la edición digitalizada
En estos tiempos
Edición gratuita
Prólogo y Advertencias
Prólogo
Advertencia de la primera edición
Advertencia de la segunda edición
Capítulo I - La Colonia
El industrialismo colonial
Técnica y producción colonial
La América "Proteccionista" y la América "Librecambista"
Riqueza industrial del virreinato
La libertad de comercio y el imperialismo inglés
Apertura del puerto de Buenos Aires
El librecambio
Notas
Capítulo II - La Revolución.
Política económica de Mayo
La libertad "absoluta" de comercio
Reacción popular
Las exportaciones ganaderas
La exportación de carnes
Saladeristas contra abastecedores
El monopolio de abasto
Notas
Capítulo III - La Reforma
"Civilización"
El primer empréstito
¿Para qué sirvió el empréstito?
La tierra pública
La inmigración inglesa
El Banco Nacional
La "Mining Río de la Plata Association"
Fracaso de los reformistas
¿Qué fue realmente el negocio de las minas?
Notas
Capítulo IV - La Restauración
El primer gobierno de Rosas
La polémica con Ferré
Efectos de la libertad de comercio
Rosas, jefe de la Confederación
La Ley de Aduana de 1835
Restauración de la riqueza por la Ley de Aduana
Las provincias y la Ley de Aduana
Modificaciones a la Ley de Aduana
El comercio exterior en tiempo de Rosas
Las intervenciones extranjeras y el desenvolvimiento
económico
Política agraria de Rosas: "La tierra para quien quiera
trabajarla"
Notas
Capítulo V - La Organización
La entrega
Abrogación del proteccionismo
Aniquilamiento de las industrias
La inutilidad del criollo
Las industrias y el transporte
Las industrias en la actualidad
Nuestra dependencia económica
Notas
APÉNDICE - Ley de Aduana de 1835
Capítulo I - De las entradas marítimas
Capítulo II - Efectos prohibidos
Capítulo III - De la salida marítima
Capítulo IV - De la entrada terrestre
Capítulo V - De la salida terrestre
Capítulo VI - De la manera de calcular y recaudar los
derechos
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
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Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Nota de la edición digitalizada
En estos tiempos
Releyendo Defensa y Pérdida en estos obscuros días para la patria de
fines del año 2001 no se puede dejar de pensar en que eso ya nos había
pasado antes y no supimos sacar del pasado la necesaria experiencia.
Es por eso que pongo a disposición de mis compatriotas, y en especial
de la juventud este libro, que a mi juicio es BASICO para comprender
los procesos económicos y sociologicos que nos han vuelto a llevar a la
situación en la que estamos.
Cuando mi padre escribió hace casi 60 años este libro, los Argentinos
recién estábamos tomando conciencia de lo que éramos y lo que
pudimos haber sido.
Tal vez ese trabajo ayudó al despertar de las ilusiones y dió comienzo a
una breve época de utopías y esperanzas que duró solo 15 años y luego,
con algunas interrupciones comparables con los manotazos del ahogado,
volvimos a hundirnos en los mismos defectos y contradicciones que la
historia mostró.
He escaneado este libro, hoy agotado, con la esperanza que, al
volvernos a ver en ese espejo tan actual, despertemos del mundo de las
palabras vacías y comencemos a ponernos de pié.
Como todo libro recién editado pudiera contener defectos de escaneo
(comas convertidas en puntos, eles trocadas en íes etc.). Por eso, de
notar este tipo de errores agradecería que me lo hicieran saber.
Edición gratuita
ESTA VERSIÓN DIGITALIZADA DE "DEFENSA Y PÉRDIDA DE
NUESTRA INDEPENDENCIA ECONÓMICA" ES GRATUITA con las
siguientes restricciones:
1. Puede copiarse sobre soporte magnético (CD o Diskette) o
imprimirse, respetando el texto original sin agregados ni quitas ni
cambios.
2. Si alguna entidad decide hacer una tirada de este libro no podrá
agregarle propaganda ni política, ni comercial ni sindical ni religiosa;
permitiéndose solo citar el orígen de la edición en la cubierta del CD o la
etiqueta del diskette siempre que esta leyenda no supere el 25% de la
superficie de la etiqueta. y citando en letras destacadas la leyenda
EDICIÓN GRATUÍTA.
3. De hacerse ediciones de más de 20 copias quien lo haga queda
comprometido moralmente a hacerme llegar el 10% de los ejemplares
para ser distribuidos en escuelas y bibliotecas.
Eduardo Rosa
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
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Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
PRÓLOGO Y ADVERTENCIAS
"A escribir de otra suerte, dijo Don Quijote,
no fuera escribir verdades, sino mentiras;
y los historiadores que de mentiras se valen,
habían de ser quemados como
los que hacen moneda falsa."
( Quijote, cap. III, 2º parte).
PRÓLOGO
En 1810 se lograba virtualmente la independencia política. Un año antes
habíase comprometido seriamente la independencia económica.
La libertad de gobernarnos fue así adquirida al mismo tiempo de
entregar íntegra, o casi, la riqueza real o potencial de nuestra tierra: la
verdad fue que salimos de un colonialismo para entrar en otro.
La necesidad de liquidar la riqueza industrial para obtener la libertad
política es discutible. Pero si fue necesario, si la autonomía económica
tuvo que ser el precio pagado -y el único precio posible- por la
autonomía nacional, no por ello podríamos considerarlo alto, pues la
Patria no se valora en bienes materiales. Y si la generación de Mayo
hipotecó la Patria para adquirirla, es comprensible que dejó a las
generaciones posteriores la obligación de redimir ese gravamen.
Obligación tanto más perentoria, cuanto que la deuda podía comerse
todo si no era convenientemente atendida y amortizada.
Ese debió ser el propósito de toda la política económica Argentina, pero
desgraciadamente no fue así. Y si el 1809 se entregaba la industria
manufacturera autóctona a la libre competencia con el industrialismo
maquinista, en 1812-1827 se hizo la tentativa, con muchos más vastos
alcances, de enajenar toda la riqueza del país. Y después de 1852, salvo
honrosas excepciones, la política económica seguida por todos los
gobiernos fue la de completar la entrega lisa y llana del país al
extranjero.
Y eso ¿por qué? Las causas son varias, pero un factor psicológico
predominó: la conciencia del poco valer del argentino, lo que podríamos
llamar nuestro "complejo de inferioridad". Complejo de inferioridad que
no es de hoy ni de ayer: la falta de fe en la Argentina es la gran falla de
ciertos personajes que se mueven en la historia oficial. Pareciera que
todo nuestro pasado ha sido un esfuerzo constante por desargentinizar
la Argentina, por que nuestra patria perdiera su individualidad espiritual
y física.
Pero afortunadamente hay otro pasado argentino, que no por
desconocido es menos real. Hay una historia Argentina que reconforta a
quienes siempre creímos en la Argentina y en sus destinos; una historia
en la cual abundan hombres y rasgos de firme y neto patriotismo. No
importa que la historia liberal haya ocultado esos rasgos y lapidado esos
hombres con epítetos denigrantes, para mejor cumplir su tarea. La
verdad se va abriendo camino pese a la formidable conjuración de
intereses que luchan contra la escuela revisionista de la historia
Argentina, y pese a los medios de que se echa mano para silenciarla.
Revisar la historia es tarea ingrata, pero hondamente Argentina; es
buscar la verdad, y valorar esa verdad con criterio patriótico: de esa
tarea saldrá la Argentina de mañana, libre de tutelas extranjeras, y con
argentinos llenos de fe en su patria. A nada llegaremos mientras nuestra
historia nos oculte la realidad de nuestro actual colonialismo, y nos
presente como ejemplos próceres justamente a quienes lo fomentaron,
a quienes no creyeron en su patria, y tuvieron por única finalidad de su
política la enajenación de nuestro patrimonio territorial, espiritual y
económico, a título de fomentar la civilización y acabar con la barbarie.
La historia es la conciencia de la patria, se ha dicho. Y es una verdad
indudable que nosotros no sabremos qué es nuestra patria mientras se
mantenga la tergiversación del pasado argentino.
Para contribuir a esa revisión ha sido escrito este libro.
ADVERTENCIA DE LA PRIMERA EDICION
Defensa y pérdida de nuestra independencia económica fue publicado en
los vols. 8 p 9 de la Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas de
Investigaciones Históricas correspondientes a diciembre de 1941 y mayo
de 1942.
Dicha publicación fue reproducida en sus partes más esenciales (con la
autorización correspondiente) por la Revista de Economía Argentina Nos,
278, 288 y 289 de junio, julio y agosto de 1942.
Con posterioridad la Marina, órgano de la Liga Naval Argentina, publicó
un resumen en su N° 76, de noviembre de 1942.
Un extracto en versión inglesa - con el título de "Rise and fall of our
economic independence" - fue dado por Southern Cross en el Nº 1516
de agosto de 1942.
Buenos Aires, marzo de 1948
ADVERTENCIA DE LA SEGUNDA EDICIÓN
La 1º edición de este libro (marzo de 1943) quedó agotada al poco
tiempo de ser puesta en venta. Desde entonces fue solicitada una
segunda edición, postergada por el autor por considerar que un estudio
de nuestra independencia económica quedaría trunco sin incluirse el
análisis de los acontecimientos ocurridos a partir de 1943.
Pero con el propósito de no demorar la reimpresión de este libro, uno de
los fundamentales del revisionismo histórico, hemos obtenido de su
autor la autorización para publicarlo. Salvo unas pocas notas
aclaratorias y mínimas correcciones en el texto, la segunda edición de
Defensa y pérdida de nuestra independencia económica es idéntica a la
primera.
Es decir, se detiene en 1943.
El autor tiene el propósito de escribir otro libro -probablemente titulado
"Recuperación de nuestra independencia económica"- con la historia
industrial Argentina posterior a 1943.
Buenos Aires, marzo de 1954
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
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Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Capítulo I
LA COLONIA (1)
"El que sabe ser buen hijo
a los suyos se parece
y aquel que a su lado crece
y a los suyos no hace honor
como castigo merece
de la desdicha el rigor"
EL INDUSTRIALISMO COLONIAL
Las primeras industrias de América latina tuvieron su origen en el siglo
XVII. Las industria elaborativas se entiende, pues las extractivas - como
la minería - se explotaron inmediatamente después del descubrimiento.
América alcanzó un alto grado de progreso industrial: por lo menos
desde el siglo XVII, hasta que el imperio español tembló en sus
cimientos al terminar el XVIII.
En esos años la América española había llegado a lo que es hoy el
desiderátum de las naciones: a bastarse a sí misma, a la autarquía (2)
¿La causa? El monopolio español; el tan mentado, tan desprestigiado
monopolio español. Pues éste, si en mínima parte significó la
dependencia comercial hacia España, produjo, en cambio, sobre todo
industrialmente, la autonomía de América.
Claro es que la creación del monopolio español no tuvo como mira -a lo
menos como mira eficiente - la formación de una industria americana
autóctona. El monopolio fue creado por causas militares principalmente.
En 1588 el poderío marítimo español se derrumbó con el desastre de la
Invencible, quedando España en la paradójica situación de ser la
potencia colonial mayor del mundo, mas careciendo de una escuadra
con la cual defender sus colonias. Por eso estableció el régimen de
galeones, que convenientemente custodiados partían de un puerto único
americano -generalmente Santo Domingo- e iban hacia otro puerto
único español -casi siempre Cádiz-. La carencia de suficientes navíos de
guerra como para custodiar el tráfico comercial libre entre la metrópoli y
sus colonias, en esos mares infestados de bucaneros ingleses y
holandeses, obligaba a la navegación en convoy como único medio de
mantener una comunicación entre las distintas partes del imperio
español.
Ya de por sí la reducción del comercio hispanoamericano a una flota
anual de galeones - y años hubo que no partió ninguno - transportando
hasta Puerto Bello los productos destinados a Nueva Granada,
Venezuela, Perú, Chile y Río de la Plata, aminoró extraordinariamente la
dependencia hacia España de la economía americana. América tuvo
entonces que producir lo que España no podía enviarle.
Pero a la dificultad en el transporte se unió otra causa: las ideas de los
economistas españoles del siglo XVII- Pues España atravesaba desde
mediados del XVI una fuerte crisis, traducida en el alto valor que
alcanzaron todas las mercaderías: los medios de subsistencia eleváronse
en grado sumo. La causa -hoy podemos saberlo- fue la importación de
oro americano, que produjo como lógica consecuencia el desequilibrio en
el valor adquisitivo del dinero: el oro bajó de valor con respecto a las
demás mercaderías, y claro está, las mercaderías subieron con respecto
al oro; con la grave consecuencia social de que el oro se hallaba en
pocas manos, mientras que la demanda de mercaderías era general.
Pero entonces se creyó firmemente que esta suba se debía a la salida de
productos españoles para América. De allí que se tratara de evitar su
envío al Nuevo Mundo, limitándose la exportación española a lo
estrictamente indispensable- En realidad el comercio hispanoamericano
en los tiempos de los galeones quedó reducido al transporte del oro y la
plata de América a España, y al regreso de esos barcos llevando el
mismo peso en los pocos, poquísimos, efectos ibéricos que no podían
producirse aquí.
América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó un enorme
bien: se pobló de industrias para abastecer en su casi totalidad el
mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII, nos dice que "el
movimiento fabril de México y el Perú eran notables". Habla de 150
"obrajes" en el Perú, que a 20 telares cada uno, daban un total de 3.000
telares. Y Cochabamba, según Haenke(3), consumía de 30 a 40 mil
arrobas de algodón en sus manufacturas.
TÉCNICA DE LA PRODUCCIÓN COLONIAL
Los "obrajes" -talleres de hilados y tejidos- se encontraban organizados
en su mayoría de acuerdo al tipo de trabajo artesanal: con sus
maestros, oficiales y aprendices, y requiriéndose haber pasado los dos
grados inferiores y rendido el examen de "obra maestra", para lograr
con el título de maestro la licencia de regentear un obraje.
No fue el taller artesanal el único tipo de producción colonial: algunos
encomenderos de indios emplearon la mano de obra de éstos,
excusándose en la carencia de oficiales libres de nacionalidad española.
Pero las "encomiendas industriales" constituyeron excepciones,
toleradas solamente mientras se consolidaron los "obrajes" artesanales.
El virrey del Perú, don Francisco de Toledo, reglamentó minuciosamente
en 1601 el trabajo de los indígenas en las industrias manufactureras
evitando cualquier abuso de los encomenderos (4). Y finalmente fue
suprimido por varios decretos y ordenanzas reales (5)
En cambio en las reducciones y misiones, los obrajes con mano de obra
indígena fueron habituales, por cuanto constituían uno de los
fundamentos mismos de la creación de tales establecimientos, que era
la educación indígena tanto en las labores agrícolas como en las
manuales. Aquí el producto de la industria indígena recaía
exclusivamente en beneficio de las mismas reducciones y misiones. (6)
Los esclavos no eran empleados habitualmente en faenas industriales,
no obstante la opinión en contrario de Juan Agustín García (7). En
primer lugar la esclavitud no fue normalmente permitida en la América
hispana hasta la guerra de Sucesión, cuando Inglaterra impuso en el
tratado de Utrecht de 1713 el derecho a establecer sus "asientos de
negros" en puertos del Atlántico. Los pocos esclavos que hubo antes
de esa fecha - tolerados por los funcionarios españoles; que no
permitidos por las Leyes de Indias (8) - se filtraron de las colonias
inglesas del norte, y las portuguesas del sur. Estos pocos esclavos no
nos permiten suponer que la esclavitud fue regularmente admitida antes
de 1702, y así encontramos que el modesto "asiento de negros"
portugués, que las autoridades bonaerenses toleraron en el siglo XVI,
fue clausurado estrepitosamente por la superioridad española.
Los negros esclavos no eran tampoco mayormente aptos para labores
industriales. Fueron empleados de preferencia en la agricultura; y en
nuestro Río de la Plata - donde no existía mayor agricultura - destinados
casi exclusivamente a tareas domésticas. Algunos realizaban pequeñas
confecciones caseras, y otros fueron empleados en talleres, rescatando
con sus jornales el precio de su libertad- Pero la protesta de los
trabajadores libres, así como la resolución que el Cabildo de Buenos
Aires tomó sobre ellos (9) a nos demuestra que el caso no era muy
común ni constituía la tan manida "explotación de los esclavos", lugar
repetido por algunos escritores antiespañoles.
La práctica de los gremios -no las Leyes de Indias- había exigido a los
maestros zapateros y plateros, presentaran "informaciones sobre
limpieza de sangre" (10). En el siglo XVIII estas informaciones fueron
suprimidas, admitiéndose a cualquier trabajador americano, a condición
de haber aprobado su examen correspondiente, para que pudiese optar
al grado de maestro y abrir su taller. De esta manera los negros o indios
libres pudieron dedicarse también a la industria si poseían aptitudes
para ello.
Además de los talleres manufactureros, hallamos al iniciarse el siglo XIX
las fábricas de derivados de la ganadería: saladeros, curtiembres,
jabonerías, la "fábrica de pastillas de carne" del conde Liniers en Buenos
Aires, etc. La fábrica tenía características propias del pequeño
capitalismo: en lugar del maestro que trabajaba junto a los oficiales y
aprendices, encontramos al patrón capitalista vigilando la labor de sus
obreros por medio del capataz técnico.
Esta técnica, tanto en los primitivos obrajes como en las posteriores
fábricas, fue la habitual en sus respectivos tipos de producción. La
maestría del artesano tuvo que suplir la falta de herramientas
adecuadas, pero los productos podían en buena ley competir con sus
similares europeos, y en algunas industrias -platería, tejidos- llegaron a
superar, por el arte de su confección, a las propias mercaderías
extracontinentales.
LA AMERICA "PROTECCIONISTA" Y LA AMERICA
"LIBRECAMBISTA"
No toda la América española fue encerrada en la barrera del monopolio,
surgiendo por esa causa a la vida industrial. Hubo parte de ella,
justamente nuestro Río de la Plata, que quedó virtualmente fuera de
esta política.
No tenía España barcos suficientes para vigilar las costas del Atlántico
sur, ni podían los modestos gobernadores de Buenos Aires correr con
sus botes a los poderosos navíos extranjeros que anclados en las
Conchas, la Ensenada o en el mismo puerto, ejercían impunemente el
contrabando. Y este contrabando, imposible de perseguir, acabó siendo
tolerado: el viajero francés
Azcárate de Biscay (11) vio en 1658 en el puerto de Buenos Aires a 22
buques holandeses cargando cueros. Desde 1680 la Colonia constituyó
un verdadero nido de contrabandistas, Y muchos gobernadores,
obligados por las circunstancias a esconder la ley y cerrar los ojos,
clamaban por la permisión lisa y llana de lo que era imposible combatir:
Bruno Mauricio de Zavala, el fundador de Montevideo, entre otros.
Tan tolerado fue el contrabando, tanto se lo consideró un hecho real,
que la Aduana no fue creada en Buenos Aires sino en Córdoba -la
llamada Aduana seca de 1622- para impedir que los productos
introducidos por ingleses y holandeses en Buenos Aires compitieran con
los industrializados en el norte. Y que el oro y los metales preciosos no
emigraran hacia el extranjero por la boca falsa del Río de la Plata.
Hubo así dos zonas aduaneras en la América hispana: la monopolizada y
la franca. Aquélla con prohibición de comerciar, y ésta con libertad -no
por virtual menos real- de cambiar sus productos con los extranjeros.
Y aquella zona -la monopolizada- fue rica; no diré riquísima, pero sí que
llegó a gozar de un alto bienestar. En cambio la región del Río de la
Plata vivió casi en la indigencia. Aquí, donde hubo libertad comercial,
hubo pobreza; allí, donde se la restringió, prosperidad.
Y eso que Buenos Aires tenía una fortuna natural en sus ganados
cimarrones que llenaban la pampa.
Los contrabandistas se llevaban los cueros de estos cimarrones
-necesario como materia prima en los talleres europeos- dejando en
cambio sus alcoholes y sus abalorios (fue entonces cuando los
holandeses introdujeron la ginebra). Era este un trueque muy parecido
al que realizaron hasta ayer los comerciantes blancos con los reyezuelos
de África.
El dinero -a no ser el oro y la plata filtrados por Córdoba- entraba muy
poco en estas transacciones. Los cueros se cotizaban en reales, pero se
pagaban en especie: de más está decir que los reales pagados por cada
cuero eran harto insuficientes, mientras que los abonados por cada litro
de ginebra o cada metro de paño inglés, sumamente considerables.
Azcárate de Biscay (12) dice en 1658, que cada cuero valía de 7 a 8
reales (un peso de a ocho en la moneda de entonces). Pero es posible
una exageración (13), ya que en el siglo XVIII cuando el ganado
cimarrón se había terminado, el precio de cada cuero de vaca doméstica
pocas veces pasaba de 9 reales. (14)
Buenos Aires, entregando los cueros de su riqueza pecuaria por
productos extranjeros, no podía tener -y no tuvo- industrias dignas de
consideración. Era tan poco rica, que el Cabildo empeñaba sus mazas de
plata para mandar un enviado a España (15). Antonio de León Pinelo,
escribiendo en 1629, se quejaba de la enorme miseria de la zona
bonaerense: Buenos Aires era para él, la ciudad "tan remota como
pobre" (16). Indudablemente el virtual librecambio no reportaba
provecho alguno.
Todo lo contrario. No solamente no hubo industrias a causa de la fácil
introducción de los productos europeos, sino que los contrabandistas
acabaron por extinguir el ganado cimarrón, la gran riqueza pampeana.
Los permisos de vaquerías otorgados en un principio libérrimamente por
el Cabildo a todo vecino accionero que trocaba, cueros por mercaderías
contrabandeadas, acabaron por ser mezquinados. En 1661 (acta del
Cabildo del 14 de enero) se informa que la hacienda se ha retirado a 50
leguas de la ciudad: en 1639, el mismo Cabildo ordena que se
suspendan los "permisos de vaquear" durante 6 años, debido a la
escasez de ganado. En 1700; se cierran nuevamente las vaquerías, esta
vez por 4 años; en 1709 nuevo cierre durante un año; en 1715, otra
cerrazón, también de 4 años (17)
El contrabando había terminado con la única riqueza bonaerense. La
formidable mina de cuero de la pampa hallábase agotada, pues desde
esa última fecha -1715- ya no se otorgaron más permisos para vaquear;
no es que se hayan cerrado las vaquerías, es que nadie tuvo empeño en
internarse hasta las Salinas tras un rodeo cada vez más ilusorio.
En 1723 el Cabildo informa que hace ocho años -justamente desde 1715
que nadie vaquea.
Y en 1725, cuando se instala en Buenos Aires el "Asiento inglés de
negros" a raíz del tratado de Utrecht, con la facultad de cambiar negros
exportados de Angola por los cueros famosos de la pampa,
encontráronse los negreros sin la riqueza que esperaban: los
contrabandistas ya se la habían llevado. Cuenta Coni que un veedor
mandado en busca de los famosos cimarrones, llegó hasta Tandil sin
hallar ni un ternero.
RIQUEZA INDUSTRIAL DEL VIRREINATO
El tratado de Utrecht de 1713, que puso fin a la guerra de sucesión de
España, significó prácticamente la repartija de ésta entre Francia,
Inglaterra y Austria. Si Francia conseguía colocar un príncipe francés en
el trono de Felipe II, Austria se quedaba con Italia y el Flandes Español,
e Inglaterra con Gibraltar, Menorca y muy buenos privilegios
comerciales: entre estos, la facultad de importar negros a la América
española, mercándolos por productos autóctonos. Fue a raíz de ellos que
se establecieron los "asientos de negros" en los puertos
hispanoamericanos del Atlántico, por donde, juntamente con el comercio
lícito de africanos, se deslizó el ilícito de efectos ingleses.
Pero la industria anglosajona a principios y mediados del siglo XVIII,
carecía de las condiciones necesarias para apoderarse del mercado
americano. Si bien la fabricación vernácula era aún primitiva, y su
técnica no pasaba de ser rudimentaria, el coste de la producción y aun
la misma calidad de la elaboración, admitían todavía una competencia
favorable con las manufacturas europeas.
Levene, en su Historia económica del Río de la Plata, describe la riqueza
de nuestra tierra al finalizar el siglo XVIII. La industria vitivinícola es
próspera en San Juan, Mendoza, La Rioja y Catamarca; un barril de vino
de la primera de estas ciudades se vende en Buenos Aires a $ 36 (del
cual de 14 a 16 pesos son de flete); en 1802 se introdujeron en Santa
Fe casi 10.000 barriles de aguardiente cuyano con destino a Corrientes,
Entre Ríos y la Banda Oriental.
En tejidos: Cochabamba era el centro fabril de todo el Alto Perú; los
algodonales de Tucumán facilitaban la materia prima, que era elaborada
en la ciudad del altiplano, proveyendo a los mineros de Potosí y a casi
toda la población del norte. Centros importantes de esta industria fueron
también Corrientes, donde el informe de su representante en el
consulado nos dice que en 1801 "hubo individuo que acopió y remitió a
Buenos Aires más de 1.500 ponchos y frazadas, su precio de 4 a 5
reales"; Catamarca, donde "no hay casa ni rancho en todo su distrito
que no tenga uno o dos telares con su torno para hilar, y otro para
desmotar el algodón. Se borda tan fino que... hasta los clérigos se
visten con estos bayetones negros"; Tucumán, que elabora tejidos con
sus propios algodones, y también Córdoba, Salta y Santiago del Estero
encontraron su principal riqueza en la industria de los telares domésticos
(18).
Paraguay y Corrientes eran famosos por sus astilleros, donde se
construían hasta navíos de ultramar; lo que hoy es apenas una remota
esperanza, era una realidad en 1800 (19). "Con ligazón de algarrobo,
entablado de lapacho y cubiertas de timbó colorado" se construyeron el
año 1811 en Asunción 8 bergantines, 5 fragatas, 4 sumacas, sin contar
balandras y otras embarcaciones menores. Y ellas quedaban totalmente
terminadas con sus jarcias, velamen y ferretería, producido todo por la
riquísima tierra americana.
Las grandes carretas de Mendoza y aquellas un poco menores de
Tucumán proveían los medios de transporte más usuales para el tráfico
interno. También las mulas, criadas en Santa Fe y Entre Ríos, eran
empleadas principalmente para la conducción de los barriles de vino o
aguardiente cuyano.
Corrientes fue famosa por sus talleres de arreos y talabarterías. Buenos
Aires por sus platerías (20) y después del tratado de Utrecht, abolido el
monopolio y en su consecuencia reducido el contrabando, destacóse por
sus artesanos del cuero, especialmente zapateros, lomilleros y
talabarteros.
En agricultura: Tucumán producía en abundancia algodones y arroz; La
Rioja, Catamarca y Salta aceites de oliva de tan buena calidad y tan
importante cantidad, que amenazaban la clásica riqueza española de
olivares. Cereales y productos de huerta, se daban en las "quintas" de
todas las ciudades, especialmente Buenos Aires. Esta última conservaba
su preeminencia ganadera, pese a la extinción de los cimarrones, y el
virrey Loreto iniciaba en 1794 la después floreciente industria de la
salazón de carnes.
En todo lo necesario, la colonia se abastecía a si misma, no obstante las
trabas que se opusieron a su desenvolvimiento industrial, y que
veremos en los puntos siguientes. Claro está que entre nosotros no tuvo
la industria incipiente las características que alcanzó en México o en el
Perú; claro es que los modestos talleres coloniales se manejaron con
una técnica primitiva en donde la habilidad del artífice tenía que suplir
los defectos de las herramientas y utensilios.
Es dable suponer que una correcta política económica hubiera
desarrollado convenientemente estas industrias, y así como ellas
proveyeron a las modestas necesidades del XVIII, lo hubieran podido
hacer con las más complejas del XX. Las industrias criollas habrían
crecido paralelamente con el crecimiento de la Argentina, si la mayoría
de los gobernantes no hubieran hecho precisamente lo contrario de lo
que debieron hacer. Y esa industria Argentina, en manos de argentinos,
y dando trabajo a obreros -entonces eran "artesanos"- argentinos, no
solamente no tuvo protección alguna fiscal, sino que fue perseguida
como expresión de un pasado colonial indeseable, y muestra de una
política económica reñida con el liberalismo del siglo XIX.
LA LIBERTAD DE COMERCIO Y EL IMPERIALISMO INGLES
Desde Utrecht en adelante, España comenzó poco a poco la entrega
económica de América. Los "asientos de negros" primero; la abolición de
los galeones después; el libre comercio con puertos españoles de 1778
(que significó en realidad la libre introducción de productos franceses,
bastando que éstos fueran consignados por comerciantes españoles
para lograr entrada franca en América); el comercio con neutrales de
1797; y finalmente la apertura del puerto de Buenos Aires al comercio
inglés en 1809, fueron las etapas de esta caída.
Hay que tener presente, para comprender en toda su trascendencia lo
que significó este último acto, las condiciones técnicas y económicas de
la industria inglesa en ese año 1809.
Hasta mediados del siglo XVIII, los productos americanos podían
competir con los fabricados en Inglaterra, ya que entre ambos no existía
mayor diferencia de coste ni de calidad. Pero en la segunda mitad del
XVIII se produce en Inglaterra una formidable transformación en su
técnica de elaborar: lo que en la historia europea se llama "revolución
industrial". Adviene la máquina, que Jorge Watt y Arkwright emplean
en los hilados y tejidos; y la zona carbonífera de Inglaterra se puebla de
nuevas ciudades industriales: La gran fábrica reemplaza al modesto
taller, y el gran capitalismo substituye, en el manejo de las industrias y
del comercio, al pequeño capitalismo y a las viejas corporaciones.
Comienza, a partir de la segunda mitad del XVIII, la era de la
hegemonía industrial, y como consecuencia mercantil y política
británica.
La máquina, permitiendo producir más y a menor precio, ha causado
todo eso. Inglaterra, de país preponderantemente agropecuario que era
en el siglo XVII, llegó a ser la máxima potencia industrial en el XIX. La
máquina produce tanto que supera al consumo; el problema de la
superproducción (y sus consecuencias: cierre de fábricas, paros
forzosos, quiebras, etc.), se presenta por primera vez en la historia, a lo
menos con tan graves caracteres.
Se hace necesario, imprescindible, encontrar mercados de consumo; y
toda la política inglesa girará alrededor de esta cuestión, para ella
absolutamente vital.
Pero en vez de encontrar nuevos mercados, una fatalidad histórica hacía
que Inglaterra fuera perdiendo los antiguos. En 1783, se encuentra
obligada a reconocer la independencia de los Estados Unidos, nación que
inicia su vida independiente, encerrándose dentro de una tarifa
aduanera protectora de sus industrias incipientes. Y con Napoleón, en
1805, por obra del "bloqueo continental", se le cierran, a su vez, los
puertos de Europa.
Así para Inglaterra, se hizo a partir de 1805 cuestión primordial la
conquista política o económica de la América latina. Era entonces el
único lugar del mundo donde podía colocarse la producción inglesa. En
1806 y 1807 fracasó en sus intentos de conquista política, pero quedó la
posibilidad de la conquista económica.
Esta se hizo factible en 1808, debido al cambio radical de la situación
española; desde el 2 de mayo, España se encontraba en guerra contra
Napoleón, y por lo tanto, de enemiga que era de los ingleses, se
transformó en su aliada. En 1808 obtiene, como premio a su ayuda a
Portugal, la libertad de comercio en Brasil.
Inglaterra no ha de arriesgar gratuitamente las tropas de Wellington y la
escuadra británica, para defender la Andalucía insurreccionada contra
Napoleón. Exige y obtiene Canning que se otorguen amplias facilidades
al comercio inglés para volcarse en América latina. En una palabra,
exige y obtiene la dependencia económica de América latina a cambio
de cooperar en la independencia política de la metrópoli. El 14 de enero
de 1809, se firmó el tratado anglo-español (Apodaca-Canning) con la
cláusula adicional de "otorgar facilidades al comercio inglés en América".
Año y medio antes -el 14 de octubre de 1807- idéntica cláusula había
sido colocada en el tratado anglo-portugués.
Estas facilidades no eran otras que la franquicia de libre introducción de
mercaderías inglesas, disfrazada desde luego como libertad de
comercio.
APERTURA DEL PUERTO DE BUENOS AIRES
Baltasar Hidalgo de Cisneros fue nombrado (11 de febrero de 1809)
Virrey por la Junta de Sevilla con posterioridad al tratado que "otorgaba
facilidades al comercio inglés". Días después de su llegada a Buenos
Aires (30 de julio de 1809 se llena este puerto de buques ingleses,
provenientes de Río de Janeiro, que enviaba el embajador inglés en el
Brasil - el poderoso Lord Strangford - "pues esa plaza estaba tan
abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no
habían podido evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de
que se habían abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto al
comercio inglés los puertos españoles" (21). Una razón comercial
inglesa, Dillon y Thwaites, consignataria de uno de estos navíos, pide al
Virrey que le permita "por esta vez" comerciar sus productos. He aquí el
origen del expediente que dio lugar a la apertura del puerto de Buenos
Aires.
El Virrey, marino de profesión, procede como debe hacerlo un capitán de
barco en situaciones extraordinarias: llama a consejo de oficiales.
Debe descartarse que él conocía los términos del tratado anglo-español,
pero dicho tratado sólo establecía la promesa de una "facilidad", que
aún no se había traducido en su correspondiente ley. Por eso ordena
que se forme expediente: oye al Cabildo, al Consulado, al representante
de los comerciantes de Cádiz, y al de los hacendados -la famosa
"Representación" de Moreno- concluyendo por otorgar el permiso. Como
Virrey carecía de autoridad para no hacer cumplir la ley que prohibía la
libre introducción de mercaderías extranjeras: pero no obró como
Virrey, sino como marino ante una situación extraordinaria. De esta
manera, hallándose documentada la opinión favorable de la mayoría -y
desde luego que se habían movido los resortes del Fuerte para lograr
esa mayoría-, quedaba cubierto con la responsabilidad de otros, su
propósito de hacer cumplir el aún ignorado oficialmente acuerdo con
Inglaterra.
En dicho expediente se encuentran tres escritos importantísimos. Son
los de Yáñiz, síndico de Consulado, y Agüero, apoderado de los
comerciantes gaditanos: ambos favorables al antiguo sistema protector;
y el de Mariano Moreno -firmado por un señor José de la Rosa-
abogando por el librecambio. El profesor Molinari, en su obra citada,
cree que este último no tuvo mayor trascendencia, en cuanto al acto en
sí de la apertura del puerto. Desde luego que desde la primera página
del expediente puede conocerse el decidido interés del Virrey en hacer
lugar al petitorio de Dillon y Thwaites; y también es cierto que ninguno
de los considerandos de la resolución definitiva fue tomado de la
"Representación de los hacendados".
El debate sobre la conveniencia de la protección o el librecambio, tal
cual surge del expediente de 1809, nos deja muchas enseñanzas. Yáñiz
y Agüero defendieron con razones de experiencia y de sana lógica a la
economía vernácula. Moreno, en la posición contraria, expuso su
doctrina con acopio de citas y de erudición. Es la polémica entre
comerciantes prácticos que han tomado de la experiencia sus
enseñanzas, y un economista teórico, que busca en los libros el
conocimiento de la vida. Con la diferencia, fundamental, que los
defensores de la posición proteccionista argumentaban con perfecto
conocimiento de las condiciones económicas producidas por el
industrialismo maquinista; en cambio el liberal ignoraba este detalle, tal
vez, por que sus libros de Quesnay y de Filangieri eran anteriores a la
"revolución industrial".
Yañiz comprende que la libertad de comercio significaría la ruina de la
industria americana, pues la técnica manufacturera no ha de poder
luchar contra la mecánica: "Sería temeridad – dice - equilibrar la
industria americana con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han
traído ya ponchos que es un principal ramo de la industria cordobesa y
santiagueña, estribos de palo dados vuelta a uso del país, sus lanas y
algodones que a más de ser superiores a nuestros pañetes, zapallangos,
bayetones y lienzos de Cochamba, los pueden dar más baratos, y por
consiguiente arruinar enteramente nuestras fábricas y reducir a la
indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se
mantienen con sus hilados y tejidos". Y, agrega refutando el sofisma de
la mejor conveniencia de los productos extranjeros a causa de su menor
precio; "Es un error creer que la baratura sea benéfica a la Patria; no lo
es efectivamente cuando procede de la ruina del comercio (industria), y
la razón clara: porque cuando no florece ésta, cesan las obras, y en falta
de éstas se suspenden los jornales; y por lo mismo, ¿qué se adelantará
con que no cueste más que dos lo que antes valía cuatro, si no se gana
más que uno?".
Agüero, a su vez, encuentra que la admisión del librecambio ha de
producir la desunión del virreinato: "las artes, la industria, y aun la
agricultura misma en estos dominios llegarían al último grado de
desprecio y abandono; muchas de nuestras provincias se arruinarían
necesariamente, resultando acaso de aquí desunión y rivalidad entre
ellas". Y con visión profética se pregunta: "¿Qué será de la Provincia de
Cochabamba si se abarrotan estas ciudades de toda clase de efectos
ingleses?", previendo como lógica consecuencia de la libertad de
comercio la segregación del Alto Perú. Y "¿qué será de Córdoba,
Santiago del Estero y Salta?", dice más adelante, temiendo las luchas
civiles que pudieran encenderse - y efectivamente se encendieron -
entre el interior y el litoral, teniendo entre otras causas, ese primordial
motivo económico (22).
Agüero examina a conciencia los efectos que produciría el imperialismo
económico inglés ante la incipiente industria criolla, una vez que ésta
fuera entregada atada de pies y manos al capitalismo invasor. "No
dejarán de hacer contratos de picote, bayeta, pañete y frazadas,
semejantes y acaso mejores que los que se trabajan en las provincias
referidas, por la cuarta parte del precio que en ellas tienen". Es el
dumping, recurso conocido de la guerra económica. "Con esto –
continúa - lograrán para su comercio la grande ventaja de arruinar para
siempre nuestras groseras fábricas, y dar de esta suerte más extensión
al consumo de sus manufacturas, que nos darán después al precio que
quieran, cuando no tengamos nosotros dónde vestirnos."
Destruye también la falacia de que el libre comercio hará subir de valor
la riqueza agropecuaria de Buenos Aires. Su experiencia le ha enseñado
que no siempre los precios se rigen por la ley de la oferta y la demanda,
y que son muchos los medios de que puede valerse una economía fuerte
como lo era la inglesa, para obtener el precio que quisiera en un
mercado débil como el Río de la Plata. "Al fin los ingleses nos han de
poner la ley, aun en el precio de nuestros frutos. Así ha sucedido no ha
muchos días con respecto al sebo, que habiendo subido con la saca que
ellos mismos hacían de contrabando, se vinieron todos juntándose en la
Posada de los Tres Reyes, e imponiéndose una multa considerable que
debía pagar el que comprase a mayor precio del que ellos acordaron."
Es el cartel de compradores, estableciendo el precio al cual han de
comprar los productos.
¿Y qué contestaba a esos argumentos, Mariano Moreno, en la
Representación de los hacendados?, "Los que creen la abundancia de
efectos extranjeros como un mal para el país ignoran seguramente los
primeros principios de la economía de los Estados", contesta con la
suficiencia de un hombre versado en la literatura del siglo XVIII.
Es el Moreno de entonces: hombre de biblioteca, desconocedor de la
realidad. Se encastilla en su ciencia, y a las razones prácticas de Yáñiz y
de Agüero, contesta con una andanada de libros: Quesnay, la
"fisiocracia", Fitangieri, Jovellanos, Adam Smith. A hombres, como
Agüero y Yáñiz, que basaban sus argumentos en la realidad económica
inglesa, en la revolución industrial británica, en la máquina, en el
dumping, el cartel, ha de contestar tan sólo que todo eso "es risible",
que Filangieri nada ha dicho de eso, que es "ignorar la ciencia", que el
precio, como lo dice Adam Smith, se regula exclusivamente por la ley de
la oferta y la demanda, que los fisiócratas han dicho que "cuando es rico
el agricultor, lo es también el artista que lo, viste, el que fabrica sus
casas, construye sus muebles, etc.". E imbuido de sus conocimientos
librescos, llega a decir que la introducción de mercaderías inglesas, en
lugar de significar un mal para los industriales criollos, ha de reportarles
un gran bien, pues les permitiría imitar la producción británica. Es decir,
cree que juntamente con la entrada de los tejidos ingleses, llegarían al
país las condiciones técnicas que producían esos tejidos: la máquina, el
carbón, el capital, en una palabra, todo el desenvolvimiento industrial
sajón. "¡Artesanos de Buenos Aires!-llega a decir- si insisten (Agüero y
Yáñiz) en decir que los ingleses traerán muebles hechos, decid que los
deseáis para que os sirvan de regla, y adquirir por su imitación la
perfección en el arte". Evidentemente hay demasiada puerilidad en esta
falta de diferenciación entre el industrialismo inglés en la etapa de la
máquina, y el americano que se desenvolvía todavía en el período del
taller. Hay, en realidad, un desconocimiento evidente de todo aquello
que no se encuentra en las teorías de los fisiócratas o de Adam Smith;
una gran ignorancia de lo que es y cómo funciona la economía
capitalista.
Tanto, que llega a afirmar que "las telas de nuestras provincias no
decaerán, porque el inglés nunca las proveerá tan baratas, ni tan sólidas
como ellas".
EL LIBRECAMBIO
Así, en 1809, seis meses antes del grito de Mayo, el Río de la Plata
pasaba a ser virtual colonia económica inglesa.
¿Qué es una colonia económica? Es un "mercado para la venta de
mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas y
víveres", dice una conocida definición. Y a ese estado se encontró
reducido el Río de la Plata en 1809, por la obra coordinada de la política
inglesa, la guerra de la independencia española, y, si se quiere, de la
biblioteca de Mariano Moreno. Atrás de todo ello, estaba la política
"imperialista" de Canning y su agente en el Río de la Plata el solícito Mr.
Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres
en Buenos Aires, y cliente del bufete profesional de Moreno.
Derrotada Inglaterra en 1806 en su política de expansión política,
triunfaba tres años después en su expansión económica. Pese a
Quesnay, los talleres criollos tuvieron que cerrar, pues no podían resistir
la competencia británica. Y como lo había profetizado Agüero, las
provincias industriales - el Alto Perú y el Paraguay - recelaron en la
Ordenanza un beneficio puro y exclusivo para los extranjeros y los
porteños. Tampoco las dos intendencias del Tucumán vieron con agrado
una medida que arruinaba sus obrajes de tejidos e hilados y perjudicaba
la floreciente industria vinícola de Cuyo.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]LLAMADAS DEL CAPÍTULO 1
(1) He preferido colonia y no período hispánico, porque entiendo que
esa designación no puede extenderse a toda la dominación española. Es
cierto que los reinos de Indias integraban a igualdad con los reinos de
España el poderoso imperio hispano; que unas se manejaban por el
Consejo de Indias y los otros por el de Castilla o Real; que en unos regía
la legislación indiana y en los otros la peninsular. Pero esto ocurrió
durante la dinastía de los Austria, hasta el tratado de Utrecht (1713)
que puso fin a la guerra de sucesión y señaló el advenimiento de la
dinastía Borbón. Hasta 1713, pues,"puede hablarse con propiedad de
"período hispánico".
Pero después de Utrecht la concepción francesa sustituyó a la española.
Los reinos de Indias se transforman en colonias de América ("América"
era la designación inglesa, francesa y portuguesa para el continente que
los españoles habían llamado "Indias Occidentales"). La centralización
borbónica anuló al Consejo de Indias -cuyas funciones esenciales
pasaron al cortesano -Secretario del Despacho Universal-, e hizo letra
muerta de la legislación indiana. El tratamiento que se dio a "América"
fue semejante al que tenían las "colonias" francesas de Canadá y
Luisiana. Fueron dependencias de la metrópoli, y no reinos autónomos.
Hasta la voz "criollo" (corrupción del creole francés) con el significado
peyorativo que tenía en Francia, fue introducida en el lenguaje corriente.
En Utrecht puede encontrarse, por lo tanto, la raíz del movimiento de
independencia que se exteriorizó (a lo menos en 1810) como un choque
entre el viejo autonomismo indiano contra el reciente centralismo
borbónico. La polémica entre Castelli y el obispo Lué en el Cabildo
abierto del 22 de mayo es sobradamente ilustrativa. (Nota de la 2º
edición).
(2) Autarquía no es sinónimo de independencia económica; aquélla
significa producir lo necesario para satisfacer el consumo interno; ésta,
el dominio de la producción y del consumo nacional, aun cuando la
producción se exporte y el consumo se importe.
La autarquía absoluta es imposible, a lo menos dentro de las actuales
condiciones de la vida económica. Pero toda nación debe -si tiene
posibilidades- aspirar a una autarquía relativa, esto es, a producir lo
imprescindible. Podría, así, prescindir del mercado exterior por un
determinado tiempo si las contingencias internacionales la movieran a
ello.
Independencia no es autarquía. Una nación puede vivir del comercio
internacional importando alimentos, y materias primas, y exportando
mercaderías elaboradas, y sin embargo, tener la más absoluta
independencia económica. Que es el caso de Inglaterra. Para ello precisa
poseer capitales, marina mercante, ferrocarriles, seguros, etc., que la
hagan dueña virtual de su intercambio. Pero tampoco autarquía significa
necesariamente independencia. Puede una nación producir lo
imprescindible dentro de sus fronteras sin ser dueña de su economía.
Como cuando el control de sus industrias, transportes internos,
instituciones de crédito, etc., se encuentra en manos extranjeras.
(3) Citadas ambas por R. LEVENE, Historia económica del Virreinato deL
Río de la Plata. T. II, Pág. 130.
(4) SOLORZANO, Política Indiana, Pág. 65. La reglamentación de Toledo
"señala las tareas a que les han de obligar (a los indios encomendados,
jornales y salarias que se les han de pagar, la distancia de leguas de
donde podrían ser llevados, y todo lo conveniente para excusar que no
fueran oprimidos ni agraviados en este servicio, ni se pudiese tener por
duro e injusto".
(5) Cédula del Consejo de Indias de l60l, y disposiciones posteriores de
1603, 1610 y 1615. .En una Carta de la Audiencia de Lima de 1821 se
lee: "Que no se permita que los encomenderos tengan obrajes dentro de
sus encomiendas, ni tan cerca de ellas que se pueda recatar, que se
aprovecharan de los indios y de sus servicios personales para ellos,"
(SOLORZANO, ob. cit., pág. 66)
(6) R. R. CAILLER BOIS, Un ejemplo de la industria textil colonial (en
Boletín del Inst. Inv. Hist. de la fac Fil. y Let., XX, 67 y 68, Pág. 19). En
este trabajo se describe la vida industrial en las reducciones de Moxos al
finalizar el siglo XVIII.
(7) J.A.GARCIA, La ciudad indiana, Pág. 128.
(8) SOLORZANO, ob. cit., Pág. 49: "Demás de que también se ofrece la
duda, de si tendría inconveniente que las provincias de Indias se
introduzcan y permitan tantos esclavos negros como para estos
servicios sería menester, y veo que lo han prohibido muchas cédulas
que se habla en el IV tomo de las Impresos de que hace mención
ANTONIO DE HERRERA. Aunque por otros, según la han ido pidiendo los
tiempos y ocasiones, por ir faltando los indios, se han dado órdenes y
permisiones para lo contrario", (L. II, cap. XVI).
(9) R. LEVENE, ob. cit., Pág. I43. El Cabildo resolvió permitir el trabajo
de los negros esclavos en los talleres, atendiendo a "que hay muchas
viudas y familias que se sustentan con el jornal de sus esclavos, a los
cuales, por lo mismo, no es conveniente separarlos de las artes
mecánicas".
J. A. WILDE, Buenos Aires 70 años atrás, Págs. 108 y 109, explica el
porqué de este trabajo industrial de los negros esclavos: "Infinidad de
esclavos se libertaban por sus propios medios, y sus amos les
proporcionaban los medios de hacerlo. Por ejemplo, unos salían a
trabajar a jornal, que entregaban a sus amos, y éstos les adjudicaban
una parte, con la cual, más o menos pronto, alcanzaban la suma
requerida para obtener su libertad."
VIDAL, en sus Observaciones sobre Buenos Aires y Montevideo (trans.
por WILDE, ob. cit., pág. 106) dice: "La esclavitud en Buenos Aires, es
verdadera libertad, comparada con la de otras naciones.".
(10) F. MARQUEZ MIRANDA, Los artífices de la platería, Pág. 155.
Sobre la supresión de la "limpieza de sangre" puede leerse el informe
del Síndico Procurador del Cabildo de Buenos Aires, don Matías
Chavarría, en mayo de 1796: "no hay estatuto ni disposición que
excluya de las artes en Indias a las personas de baja condición o vil
origen; lo que se apetece y busca es la pericia, habilidad y buena
conducta" (ob. cit., pág. 186).
(11) La Revista de Buenos Aires. T. XII, Pág. 19 y ss.
(12) Relaciones de los viajes de monsieur Azcárate de Biscay al Río de
la Plata. (La "Rev. de Buenos Aires", t. XIII, Pág.. 19 y ss.).
(13) EMILIO CONI, en su Bien informada Historia de Las vaquerías,
llama a Azcárate, aunque por otros motivos, Tartarín vasco-francés.
(14) EMILIO CONI, ob. cit.
(15) D.L.MOLINARI, La representación de los hacendados de Mariano
Moreno, Pág. 57. Esta importantísima obra, me ha servido de guía para
el estudio del expediente de 1809, por el cual se abrió el puerto de
Buenos Aires al comercio con Inglaterra.
(16) A.DE L. PINELO, Tratado de confirmaciones reales.
(17) EMILIO CONI. ob.cit.
(18) Informes coleccionados por LEVENE en ob. cit.
(19) El texto se refiere a 1942. (Nota de 1a 2n ed.)
(20) J. TORRE REVELLO, EL gremio de plateros en las Indias
Occidentales, Buenos Aires, 1932. F. M ARQUEZ MIRANDA. Ensayo
sobre los artífices de la platería en el Buenos Aires colonial, Buenos
Aires, 1933.
(21) Petitorio de Dillon y Thwaites al virrey Cisneros, en MOLINARI, ob.
cit. A Molinari se deben el descubrimiento y la publicación del
expediente.
(22) JUAN ALVAREZ, Estudio sobre las guerras civiles Argentinas,
analiza ese aspecto económico de las rivalidades interprovinciales.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
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[email protected] Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III -
Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Capítulo II
LA REVOLUCIÓN
"El que vive de ese modo
de todos es tributario
falta el cabeza primario
y los hijos que él sustenta
se dispersan como cuentas
cuando se corta el rosario".
POLÍTICA ECONÓMICA DE MAYO
Con los recelos del interior hacia el puerto, por la Ordenanza de 1809,
abrióse el período revolucionario. Los hombres de Buenos Aires, que
iniciaban la emancipación, tuvieron que emplear todo su tacto para
ganar a la causa patriota a las intendencias mediterráneas, resentidas
con sobrados motivos contra la capital del virreinato.
No hubo en las actitudes del interior contra Buenos Aires un despego
real hacia la gesta emancipadora. Pues si en parte alguna del virreinato
habíanse iniciado, anteriormente a 1810, focos revolucionarios, eran,
precisamente en el Paraguay y Alto Perú, que tan poco papel cumplieron
en la revolución definitiva.
Es que un movimiento conducido por porteños -que acaban de lograr la
ruina de los obrajes paraguayos y altoperuanos- con el agravante de
moverse a su frente el propio abogado de Alex Mackinnon, no era muy a
propósito para inspirar confianza a los patriotas de tierra adentro.
Mayo no es, por otra parte, un acontecimiento susceptible de fácil
interpretación. No puede negarse la gravitación de factores materiales
en algunos hechos históricos, pero ni ellos son los motivos suficiente ni
las causas últimas de todo el proceso evolutivo, como lo entienden
quienes interpretan la historia con restringido criterio económico. (1)
Nuestra revolución, por ejemplo, jamás ha podido ser explicada leal y
satisfactoriamente con premisas de esta índole. Pues si la hubiera
inspirado el monopolio, como algunas veces se ha dicho, debió terminar
en 1809 con la ordenanza de Cisneros.
Pero no solamente la política económica de Mayo no se dirigió contra el
monopolio, sino que llegó a hacer arma de combate, precisamente de la
abrogación del monopolio. No obstante encontrarse como secretario de
la Junta el mismo abogado de los ingleses. Y no obstante ser vocal de
ella Belgrano, cuyas ideas sobre liberalismo económico corrían en las
páginas del Semanario de Agricultura. Y no obstante. sobre todo, la
decisiva presión del comercio inglés (2).
Tal vez Moreno y Belgrano encontraron demasiado teóricas para el
gobierno, las lucubraciones que habían defendido en el foro y en el
periodismo. Lo cierto es que Moreno redactó, y Belgrano aprobó, el Plan
de operaciones (3) en cuyo artículo 3° se recomendaba a los cabildos
que elevaran cargos contra Cisneros y las autoridades españolas por
haber destruido la felicidad pública concediendo "franquicias del
comercio libre con los ingleses, el que ha ocasionado muchos
quebrantos y perjuicios". ¡La Revolución negando la "Representación de
los Hacendados" ! Que esta proposición del Plan fuera una medida de
"táctica revolucionaria" importa poco: no es argumento contra la
conveniencia revolucionaria de la misma, y demuestra que la mejor
táctica consistía en arrojarle la culpa del librecambio a Cisneros y los
suyos. Había que tomar el partido del monopolio, que, al parecer, era el
popular.
Pese, pues, a la "Representación de los Hacendados", pese al
Semanario, pese a algunos editoriales de La Gaceta, lo cierto es que la
Revolución nació bajo el signo del monopolio. Y en protesta,
precisamente, contra quienes habían destruido la felicidad pública
abriendo el puerto en beneficio del comercio extranjero (4).
Pero la Primera Junta no llegó a cancelar la libertad de comercio. No lo
podía hacer: el mismo Moreno explicará el porqué en el mencionado
Plan: "Nuestra conducta con Inglaterra debe ser benéfica, debemos
proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y preferirlos,
aunque suframos algunas extorsiones" (5). No fue por una conveniencia
económica, sino por una especulación política que se mantuvo pues -a
regañadientes- el régimen tolerante de 1809.
Si los primeros gobiernos revolucionarios no abrogaron la Ordenanza de
1809, nada hicieron tampoco por ampliar la libertad pedida por el
comercio inglés. La resolución del Virrey solamente toleraba el comercio
con extranjeros, sujetándolo a restricciones que la Primera Junta no
creyó oportuno modificar.
Ni aun cuando el Plan hablara de "proteger el comercio con los
ingleses", como la medida más segura de lograr la simpatía británica, y
pudiendo llegar hasta el regalo de la isla de Martín García como
"reconocimiento de gratitud", si la actitud inglesa se mostraba
decididamente favorable (6).
Mientras secretamente pensábase en favorecer el comercio inglés, de
manera pública se condenaban los efectos que este comercio produciría
en América. Cuando la conducta del capitán británico Elliot provocó una
efervescencia entre los porteños, no dejó de reconocer Moreno desde las
páginas de La Gaceta, que "el extranjero no viene a nuestro país a
trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda
proporcionarse", advirtiendo que "miremos sus consejos con la mayor
reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que
se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les
había producido los chiches y abalorios" (7).
Hay una curiosa página de Raynal transcripta por Moreno en La Gaceta
de Buenos Aires, el 20 de septiembre de 1810. Pareciera la voz de
alerta, resonando en la misma alborada de nuestra historia para señalar
proféticamente la suerte que esperaba a los argentinos: "Huíd,
desdichados hotentotes ; huíd, sepultaos en vuestros bosques. Las
bestias feroces que los habitan son menos terribles que los monstruos
cuyo imperio os amenaza. El tigre podrá quizá despedazaros, pero no os
quitará sino la vida; aquellos os arrebatarán la libertad y la inocencia. O,
si conserváis vuestro valor, tomad vuestros arcos y haced caer, sobre
los extranjeros que se acercan una lluvia de flechas emponzoñadas.
¡ Que no quede de ellos sino uno solo para llevar el escarmiento a sus
conciudadanos con la nueva del desastre, Pero, ¡ah, vosotros sois
demasiado confiados, y no os empeñáis en conocerlos. Ellos tienen la
dulzura pintada sobre su semblante; su conversación descubre una
afabilidad que os impone, ¿y cómo escaparíais de este engaño, cuando
es un lazo en que caen ellos mismos? La verdad parece habitar sobre
sus labios; al acercarse a vosotros inclinarán la cabeza, pondrán una
mano sobre el pecho, y elevando la otra hacia los cielos, os la ofrecerán
con amistad: su gesto será de beneficencia, sus miradas de humanidad.
Pero la crueldad y la traición habitan en sus corazones perpetuamente.
Dispersarán vuestras cabañas, y se apoderarán de vuestros ganados,
corromperán vuestras mujeres y seducirán vuestras hijas. Y si no os
prestáis ciegamente a sus locas opiniones, os sacrificarán sin piedad,
porque creen que no merece vivir el que no piense como ellos.
Apresuraos, pues: emboscaos y atravesadles el pecho cuando se
inclinen de un modo pérfido y suplicante. No os canséis con
reclamaciones de justicia, de que se burlan: vuestras flechas son las
únicas que harán respetar vuestros derechos. Ahora es tiempo, Rielek
se aproxima. No será éste quizá tan malo como los que yo pinto, pero
su fingida moderación no será imitada por los que le suceden. Y
vosotros; crueles europeos, no os irritéis con mi arenga: ni el hotentote,
ni el habitante de los remotos continentes que os faltan desbastar, la
escucharán."
LA LIBERTAD "ABSOLUTA" DE COMERCIO
La Junta Grande había restringido las facilidades al comercio inglés
prohibiendo la "introducción de efectos al interior del país, por
extranjeros"(8), pues los diputados provincianos querían alejar en lo
posible de sus ciudades los resultados perniciosos de la Ordenanza de
1809.
Vencida la Junta Grande, que era una representación nacional, por la
conjuración bonaerense del 7 de noviembre de 1811, fueron entregados
todos los poderes al Triunvirato porteño. Cúpole a éste y a la Asamblea
del 13 el triste honor de abrir franca y totalmente las puertas a la
invasión económica extranjera: nueve días después de su creación, el
Triunvirato -subsistiendo todavía la Junta- permitió la entrada, libre de
derechos, del carbón de piedra europeo, no obstante la industria
santafecina de carbón de leña (9). En la misma política el 25 de
diciembre se rebajaron en una tercera parte los derechos de aduana que
pagaban los géneros extranjeros (10), y el 26 de febrero de 1812 se
declaraba libre la introducción de azogues, maderas y otros productos
(11). Finalmente, el 11 de septiembre derogábanse totalmente los
derechos de "círculo", que, según la Ordenanza de Cisneros, pagarían
los comerciantes extranjeros, así como la consignación obligatoria a
comerciantes nacionales (12).
Bernardino Rivadavia, secretario y verdadero impulsor del Triunvirato,
fue el alma de esta política. Y así como el 11 de septiembre consolidaba
el colonialismo económico con la derogación de los derechos de
"círculo", el 20 de octubre abandonaba a los españoles -por sugestión de
Lord Strangford- la Banda Oriental y los pueblos entrerrianos de la
margen derecha del Uruguay (13), provocando con esta actitud la
lógica reacción de Artigas y del entrerriano Ramírez. También ese
mismo año, producíase, por la actitud del Triunvirato ante las
reclamaciones del doctor Francia, el aislamiento definitivo del Paraguay.
En 1810 habían gobernado porteños, pero tuvieron el tino de gobernar
en argentinos, contemplando los intereses políticos y económicos del
interior no obstante las sinuosidades a que los obligaba la diplomacia
inglesa. En 1811, el interior lograba con la Junta Grande la hegemonía
en el gobierno de las Provincias Unidas. Pero luego el Triunvirato
porteño se desprendía de las ciudades de tierra adentro, tendiendo
sospechosamente la mano a través del Atlántico.
Finalmente la Asamblea del año XIII, provinciana en apariencia, pero
elegida y controlada por la Logia porteña, dictaría el 19 de octubre de
1813 la resolución definitiva, dejando nuevamente sin efecto la
consignación -establecida el 3 de marzo- que se encontraban obligados
a efectuar los comerciantes extranjeros. Desde esa fecha éstos
quedaron admitidos en libre e igual competencia en todas las
actividades comerciales (14). Igualdad que, en la práctica significaba
hegemonía para los de afuera.
Contemporáneamente a la "libertad absoluta de comercio", Paraguay y
Alto Perú dejaron de ser, de hecho, argentinos. Ni el primero intentaría
-como lo hiciera el doctor Francia en 1811 y 1812- nuevas "uniones
federales", ni los ejércitos patriotas encontraron en las intendencias
arribeñas el apoyo popular suficiente para imponerse a los ejércitos
realistas. La independencia definitiva de ambos era solamente cuestión
de tiempo.
REACCIÓN POPULAR
A nadie se le ocultaba que la remanida liberad de comercio significaba
lisa y llanamente la enajenación económica de América. Las medidas del
Triunvirato, y sobre todo de la Asamblea, provocaron la explicable
reacción del comercio y la industria locales. El 5 de septiembre de 1815
El Censor decía: "Se ha observado en estos días el descontento de los
comerciantes de esta capital respecto al comercio extranjero, que
traspasando los límites que se le permitieron en su admisión a estos
puertos, se apodera progresivamente de todas las utilidades que brinda
este territorio, siendo un obstáculo perjudicial al saludable movimiento
que pudiera circular en beneficio del país."
La inquietud de los industriales y comerciantes criollos se tradujo en una
"Junta General", reunida en dicho año 1815, y en donde en acre tono y
bien graves palabras se calificó la política liberal de la Asamblea. "La
Junta General - da cuenta El Censor (15) - publicará un manifiesto a la
mayor brevedad indemnizando a los hijos del país, fundado en la razón
y justicia contra el ominoso decreto de una asamblea nula e ilegítima, y
sólo consentida por la fuerza, haciendo ver que un empeño para
denigrar así a todo el país no puede ser obra sino de la sugestión y la
venalidad."
El petitorio de los industriales y comerciantes argentinos era por otra
parte, bien razonable. Solicitaban: que los comerciantes extranjeros
emplearan dependientes argentinos, así "tendrá el país el consuelo de
poder dar una decente y lucrosa carrera a sus hijos, y no el dolor de
verlos perecer de holgazanes por necesidad"; que se prohibiera la
navegación de cabotaje a los buques extranjeros; la "absoluta
prohibición de introducir toda obra manufacturada que pueda hacerse
aquí; pero se admitía a todo artesano a trabajar a condición de servirse
de oficiales del país, y admitir jóvenes al aprendizaje bajo las reglas
impuestas por el magistrado; la prohibición de introducir mercaderías
extranjeras al interior sin consignatarios nacionales; etc.(16)
Comentando este petitorio, El Censor de la misma fecha decía: "Es
inconcuso que el comercio, tal cual lo ejercen los extranjeros en este
país es inusitado hasta ahora por ninguna nación extraña en ninguna
parte de la tierra... De este proceder (el de la Junta General) no
formará, o a lo menos no debe formar queja la nación inglesa, cuando a
ella particularmente le es constante que cada pueblo está en el caso de
hacer cuanto pueda por su fomento; y cuando debe conocer que las
operaciones de los extranjeros aquí, traspasan las exenciones y
facultades que pudieran gozar en una de sus colonias; y que el gobierno
inglés jamás consentiría a extranjeros en las plazas de Gran Bretaña".
Pero el gobierno tenía que desenvolverse entre el conflicto de los
intereses económicos nacionales y las conveniencias diplomáticas
internacionales. Y sacrificaba aquellos a éstas, cuando la necesidad
urgía; de allí que a nada llegaron los industriales y comerciantes criollos.
En la misma política, Venezuela rebajaba los derechos de importación
para Estados Unidos e Inglaterra de 17 1/2 % al 6 %, que significaba
prácticamente entregar la industria local en pago de la ayuda foránea
(17).
Con toda razón, Brougham podía decir en la Cámara de los Comunes
(sesión del 13 de marzo de 1817), refiriéndose a las perspectivas del
comercio inglés en América latina: "Pudiera decir que esta perspectiva
es tan rica y varia, que si toda Europa se cerrase a nuestro comercio, o
si todo el continente europeo se borrase del mapa, hallaríamos mayores
utilidades que las que hemos sacado de Europa en las fértiles y
brillantes regiones de Sur América." (18)
Y criticando que el gobierno inglés "no pusiera todo su empeño en
favorecer el comercio libre en América del Sur", comentaba la actitud de
los gobiernos criollos, pues "en 1814 se ofreció un monopolio por parte
de los sudamericanos, y en 1816 se renovaron estas ofertas, con
ventajas que no tienen ejemplo", siendo que el gobierno inglés no las
hubiera considerado.
Pero no era necesario. El Censor denunciará en 1817 la enorme
avalancha de la producción inglesa: "Un ligero conocimiento del país
basta -dice en su número 94 (19) - para comprender que dentro de
muy pocos años de independencia más de 10 millones de
sudamericanos se vestirán de efectos europeos... consta por un cálculo
moderado que actualmente, uno con otros, consumimos de 30 a 40
pesos anuales de aquellas mercaderías. Luego el consumo anual
montará a 300 ó 400 millones de pesos. Suma que en verdad espanta".
La independencia política se lograba al precio de la dependencia
económica.
LAS EXPORTACIONES GANADERAS
El confesado pretexto de la Ordenanza de 1809 y del Decreto de 1812
había sido el fomento de la riqueza ganadera. En riguroso y leal
intercambio, el aumento del comercio internacional debió favorecer la
producción de mercaderías exportables: Y el aniquilamiento de las
manufacturas provincianas quedar compensado por el mayor valor de
los cueros y sebo bonaerenses.
Inglaterra necesitaba estos cueros y sebo como materia prima para sus
industrias. Pero ni siquiera la menguada ventaja de obtener una honesta
ganancia produciendo materias primas fue dejada a la solícita y nueva
colonia económica. Como lo supuso Agüero, el trueque no se realizó en
condiciones normales, porque no podía existir, y no existió, un comercio
leal entre la fuerte economía británica y la débil rioplatense. Los ingleses
pusieron la ley a las exportaciones fijando ellos mismos el precio al cual
debían vender los cueros y el sebo los estancieros criollos. Y éstos
tuvieron que conformarse con la ley sajona: cuando la continua "saca"
hacía subir los productos, los exportadores paralizaban las compras
(20); o adquirían el cuero y sebo a los cuatreros (21) - por menor
precio se entiende -, cuyas actividades delictuosas era muy difícil
perseguir. Los hacendados se encontraron obligados entre aceptar la ley
o dejar podrir los cueros en las atiborradas barracas.
Tan sólo organizando frente a la unión de compradores una idéntica
unión de vendedores, podría combatirse la preponderancia extranjera.
Los explotadores formaban un verdadero cartel, para comprar bajo.
Pero ¿qué estanciero criollo era capaz de organizar un cartel de
vendedores negándose a vender por debajo de un precio también
determinado? ¿Quién con el suficiente prestigio y condiciones de
carácter y laboriosidad para agrupar en una organización a todos, o a la
mayoría de los ganaderos bonaerenses? ¿Fue Juan Manuel de Rosas
(22), no obstante su corta edad como lo quieren algunos? ¿Fue su socio
Juan Nepomuceno Terrero? ¿O tal vez su riquísimo, hábil y prestigioso
pariente Tomás Manuel de Anchorena? Entre estos tres hombres debe
encontrarse el deux ex machina que atinó a encarrilar la acción de los
ganaderos porteños.
Pero, haya sido Rosas, Terrero o Anchorena -o los tres juntamente-, lo
cierto es que a partir de 1812 se notaron síntomas de que la acción
ganadera marchaba coordinada. El precio de los cueros y el sebo
comenzó a subir, al mismo tiempo de reprimir el cuatrerismo con una
eficaz legislación (23), y mejores medidas de vigilancia. Y para no
depender exclusivamente de los compradores de cueros y sebo, los
estancieros obtuvieron resoluciones administrativas favorables para
establecer saladeros (24), y poder exportar la carne, derivado que en
cierta manera les significaba independizarse del monopolio comprador:
pues el tasajo, alimento de calidad inferior, era consumido en países de
esclavos negros -Brasil, Antillas, Estados Unidos-, no dependiendo por lo
tanto del comprador británico. Con la industrialización de la carne, los
hacendados lograban independizarse del monopolio comprador de
cueros y sebo.
LA EXPORTACIÓN DE CARNES
Gálvez, ministro de Carlos III, había recomendado al Río de la Plata la
industria de la salazón de carnes. Los primeros ensayos eficaces fueron
realizados por el virrey marqués de Loreto, quien consiguió abaratar el
precio de la fanega de sal (de S 15 a S 5), estimulando expediciones a
las Salinas Grandes. Pero las dificultades en el transporte de sal, que se
hacía por Carmen de Patagones, así como la falta de arquerías y demás
enseres para construir las barricas, redujeron a simples tentativas la
explotación de esta industria durante la época colonial.
Fueron los hacendados porteños, como hemos dicho, quienes buscaron
en la salazón de carnes un arma para combatir por su independencia
económica. La sociedad Rosas y Terrero, con la cooperación de Luis
Dorrego, fundaba el 25 de noviembre de 1815 el gran saladero de "Las
Higueritas", cercano a Quilmes. Casi al mismo tiempo Pedro Trápani
creaba otro en la ensenada de Barragán; Miguel Irigoyen, Mariano
Durán, José Alberto Calzena y Jorge Zemborain abrían sus
"elaboratorios de carne salada" en ambas márgenes del Riachuelo; más
retirado, Pedro Capdevila, organizaba el suyo. En 1817, el número de
estos establecimientos llegaba a ser de catorce.
Para no depender del transporte británico, así como para acarrear la sal
necesaria desde el puerto de Patagones, los saladeristas poseyeron o
fletaron pequeñas goletas y sumacas (25), que traían la sal del sur, y
llevaban el tasajo a Montevideo y Brasil. Es sugerente que éste no fuera
embarcado sino por excepción en buques ingleses, debiendo realizarse
la casi totalidad de sus transportes en los pequeños barcos nacionales o
en navíos portugueses, holandeses o norteamericanos.
En cinco años -de 1812 a 1817- las condiciones del intercambio
rioplatense se modificaron radicalmente. El platillo de la balanza
comienza a inclinarse en favor de los criollos que han logrado, no
solamente el justo valor de sus cueros y sebo, sino independizarse del
mercado y del mismo transporte inglés. Y al frente de los productores
argentinos, organizando su acción y señalando el rumbo a seguir,
movíase un joven estanciero de apenas veinte años que iniciaba su vida
de continua y desigual lucha, con una asombrosa e inesperada victoria
económica (26).
SALADERISTAS CONTRA ABASTECEDORES
No es fácil suponer que los vencidos comerciantes británicos se
conformaron con su inesperada derrota. Les sobraban recursos e
influencias para tentar la reconquista económica cuando llegara la
ocasión.
Esta no tardó en presentarse. En 1817, dos años de continuas sequías
habían provocado una escasez general de alimentos. Por otra parte, el
mayor valor alcanzado por los productos ganaderos en su exportación,
había producido necesariamente un mayor valor de la carne para el
consumo interno.
No era excesivo el precio alcanzado -un novillo costaba de $ 5.50 a $ 7-
(27). Pero bastaba para intranquilizar a consumidores acostumbrados a
pagar en el precio de la carne solamente la faena del matarife. Y era por
demás suficiente para servir de pretexto a una intensa campaña de
agitación contra los saladeristas. Movidos, presumiblemente, por manos
foráneas.
Los abastecedores, perjudicados por los saladeros -pues eran menores
sus ganancias desde que la carne se apreciaba- comenzaron por
ahondar la situación mermando el número de animales sacrificados y
elevando los precios, Al mismo tiempo una curioso campaña de
pasquines y periódicos (28) se desató contra los ganaderos: algunos los
acusaban de exterminar las haciendas, como los contrabandistas del
siglo XVII habían hecho con el ganado cimarrón; otros -los más -
achacábanles exclusivamente la culpabilidad en el encarecimiento de la
vida. Y todos pedían al gobierno el cierre de los "establecimientos
saladeros".
No hubo periódico que defendiera a los exportadores. Saldías hace una
referencia equivocada cuando dice: "La prensa, por su parte, movida por
los afanes de Terrero y Rosas, de Trápani y Capdevila (saladeristas
también) tomó el partido de los hacendados" (29). Los únicos
periódicos de ese año -que eran "La Gaceta" y el "Censor "- tomaron
campo contra los saladeros (30). Terrero, Rosas y Trápani tuvieron que
defender en folletos y papeles sueltos, intentando en todos los tonos
-desde la réplica concienzuda hasta el verso jocoso paralizar la
formidable y bien dirigida campaña. Destacóse por su afán
antisaladerista un tal Antonio Millán, autor de nutridos "Manifiestos al
pueblo", donde se describían los saladeros como invenciones diabólicas.
Con tales promotores y tales medios, fue fácil hacer "ambiente" y
levantar un clamor popular. El 23 de abril, Pueyrredón convocaba a
"doce o más de los principales hacendados, algunos matanzeros y todos
los dueños o administradores de saladeros" (31), a fin de lograr la
manera de acallar la grita. Los abastecedores pidieron sin rodeos el
cierre de las fábricas de tasajo invocando el clamor popular, y
expresando que el alto precio de la carne debíase a las continuas
compras de los saladeros. Pero los saladeristas pararon hábilmente el
golpe, comprometiéndose -mientras durase la crisis- a salar únicamente
sus propias haciendas. Nada atinaron a contestar los abastecedores, y
Pueyrredón se vio obligado a aceptar el temperamento propuesto,
prohibiendo provisionalmente la compra de animales por parte de los
saladeros.
No debió ser esta la finalidad perseguida por los promotores del
alboroto, pues los "matanzeros" volvieron a la carga con sospechoso
impulso: ni disminuyeron el precio de la carne para consumo, ni cesaron
en su campaña de periódicos y pasquines. Y el 31 de mayo quienes
trabajaban realmente por el cierre de los saladeros, jugaron su gran
carta; carta imbatible, pues se trataba del Supremo en persona.
¿Qué movió a Pueyrredón a clausurar los saladeros el 31 de mayo, al
mes apenas de su decreto anterior? Los motivos no aparecen bien
claros. En los considerandos de su decreto menciona una solicitud de
"varios labradores, hacendados, abastecedores y artesanos" que le
pidieron el cierre de las fábricas de tasajo. Fuera de los abastecedores
directamente interesados, es curiosa la inclusión de labradores y
artesanos, no teniendo en el negocio otro interés que el de meros
consumidores, y muy sospechosa la de hacendados, cuyos perjuicios por
la clausura era evidente. Pueyrredón hará méritos de la actitud de éstos
en uno de los considerandos de su decreto: "El testimonio de los
hacendados que suscriben la gestión insinuada, tanto más relevante en
el asunto cuanto es mayor el interés que ellos tienen en que no se
obstruyan los canales al espendio de sus ganados ha rectificado el juicio
del gobierno" nos dice (32).
Es probable que esta extraña petición ocultara otros intereses y los
verdaderos peticionantes no fueran incluidos en la nómina. La hipótesis
no es arriesgada, si consideramos la situación política del Directorio en
mayo de 1817, buscando a cualquier empeño la ayuda europea para
consolidar su situación política. Los portugueses -aliados seculares de
Inglaterra- habíanse posesionado el 20 de enero de Montevideo
alentados secretamente por el propio ministro argentino en la corte del
Janeiro, ya que la pérdida de la Banda Oriental significaba para el
Directorio la eliminación del molesto Artigas. Eran las épocas en que
Manuel José García aconsejaba a Pueyrredón: "es preciso optar entre la
anarquía y la subyugación militar por los españoles, o el interés de un
extranjero que pueda aprovecharse de nuestra debilidad para
engrandecer su poder" (33). Pueyrredón cerraba los saladeros al mismo
tiempo que Rivadavia le aconsejaba desde Europa: "No estará por
demás advertir que no se hiera ahí de ningún modo a la Nación inglesa:
al contrario, es preciso hacer una formal distinción entre ella y su
gobierno" (34).
Estas necesidades de política internacional explicarían mejor el curioso
decreto del 31 de mayo, que "el clamor público que por todas partes
resuena" de sus considerandos: De esta manera Pueyrredón, aun
confesando "no poseer todo el conocimiento de causa que es de
apetecer", quitará de las manos criollas la gran arma en su lucha contra
la economía inglesa. No paró allí tampoco la política del Directorio: se
acordó que los saladeros (35) funcionarían solamente en exclusivo
beneficio del comercio y el transporte ingleses. La victoria era completa.
Mucho debieron reflexionar los saladeristas sobre los recursos y
procedimientos que podían ponerse en juego cuando los intereses
nacionales perjudicaban el fácil desenvolvimiento de los extranjeros.
Entendió tal vez entonces el perspicaz Juan Manuel, que no eran
bastante un acta y un juramento solemne para suponer la
independencia de la Patria. Acaso en este incidente de su juventud
quedó sellado el destino del joven hacendado, comprendiendo que la
lucha sería durísima contra ese enemigo invisible, que podía valerse de
sus propios compatriotas para imponer su hegemonía.
Es notable la conducta que en esta lucha observaron Rosas y los suyos.
Pudieron haberse valido de idénticas armas que sus enemigos: pudieron
dejar en la calle a los muchos peones de las fábricas de tasajo, y con
esa base -y uno o dos periódicos y algún Antonio Millán- agitar al
ambiente hasta volverlo favorable. No lo hicieron, Rosas no despidió un
solo peón, y no pudiéndolos emplear en salazones adquirió la estancia
"Los Cerrillos", y allá los mandó a ejecutar trabajos agrícolas en una
escala hasta entonces jamás vista: "Sesenta arados funcionando a un
mismo tiempo, solamente se han visto en "Los Cerrillos", comentará
años más tarde uno de sus capataces (36).
Prefirieron el camino recto. Rosas hizo redactar un Memorial al doctor
Mariano Zavaleta, abundando en razones de equidad y patriotismo a
favor de los saladeros. En dicho Memorial, se comprometían los
saladeristas a proveer al mercado interno de carne al precio anterior a
1815. Fue firmado por los más fuertes hacendados de toda la Provincia,
como desmentido a los otros "hacendados", en cuyo petitorio descansó
el cierre, En agosto se entregaba solemnemente al Supremo en una
comisión integrada por Rosas, Anchorena y Trápani. Fue al canasto.
EL MONOPOLIO DE ABASTO
El cierre de los saladeros no produjo, claro está, el abaratamiento de la
carne, Ni los matarifes, entusiasmados por un triunfo que creyeron
ingenuamente exclusivo, disminuyeron el precio del expendio, ni la crisis
podía, por otra parte, conjurarse con medio tan simple (37). Surgió
entonces el verdadero "clamor popular", la protesta espontánea sin
periódicos ni pasquines, que no por sorda dejó de hacerse oír en el
Fuerte y el Cabildo.
Este último abocóse al difícil problema de la carne: el alcalde de 2º voto,
don José María Yévenes, presentó un notable informe: "Aún no se ha
decidido -decía Yévenes- si el precio más subido de la carne es en esta
capital un síntoma de escasez real, si efectivamente hay tal escasez, y
quién la haya causado. No puede por lo mismo determinarse si hay en
nuestros campos un superfluo de ganado de que podamos
desprendernos en cambio de otros efectos que tomamos del extranjero,
y que haga inclinar menos a favor de este último la balanza del
comercio. De todos modos es la verdad que la aprensión del mal, causa
los efectos del mal mismo, y que de hecho la carne no ha estado tan
barata ni tan abundante en estos últimos tiempos" proponiendo se fijara
un precio de venta para cortar "los abusos de la estafa" (38).
Los abastecedores se negaron a acatar el precio máximo, y el abasto
quedó suspendido o considerablemente disminuido. Pueyrredón se
encontró en figurillas para resolver el arduo problema: tiró un decreto
lleno de frases sobre "la tortura de mi espíritu" y "no tengo un instante
de sosiego", sin resolver nada, pues limitábase a fijar horas de
audiencia" a quienes quisiesen presentarle soluciones" (39). Era un
medio de dar largas al asunto y calmar la efervescencia en la seguridad
que el Supremo estudiaba la solución. Tan grave se había puesto el
ambiente, que no esperó al miércoles en que salía La Gaceta -era el
sábado 28 de marzo de 1818-, y lo hizo imprimir en hoja suelta
distribuyéndolo profusamente.
Un nuevo decreto -el 6 de abril (40) - nos muestra el angustioso
problema de Pueyrredón, cuyo planteo podemos reconstruir en la
siguiente forma: 1º) el abasto no podía seguir en manos de sus actuales
abastecedores; 2º) solamente los fuertes hacendados -los del cartel-
eran capaces de tomarlo; 3º) pero los hacendados ponían como
condición para tomar el abasto la reapertura de los saladeros; 4º) y los
saladeros no podían ser reabiertos porque perjudicaban al comercio
inglés.
Este planteo surge de los contradictorios considerándos del decreto del 6
de abril. Reconoce " que las haciendas de nuestra campaña se hallan
provistas de ganado para abastecer abundantemente a esta capital",
reconoce "que la escasez y carestía de la carne no tienen otro origen
que la arbitrariedad de no matar el número de reses que se necesita
diariamente para el consumo", pero de paso no deja de decir que "no es
justo ni político que un artículo de primera necesidad se exporte del país
produciendo la escasez para el abasto". Y llama, en consecuencia, a un
Congreso de hacendados para que encuentren la manera de proveer al
consumo.
Es sugestiva la referencia -extemporánea, inútil, contradictoria- a la
exportación de carnes como causa de una escasez que confesaba no
existía. Pese a ello, Rosas formuló el 10 de abril un petitorio a nombre
de los hacendados, reproduciendo los términos del entregado en agosto.
Eso es: que los hacendados se encontraban dispuestos a proveer el
abasto de la ciudad al precio que se fijase, pero entendiendo que la
solución del problema interno llevaba implícita la cancelación del cierre
de los saladeros.
Pueyrredón debió haber prometido, o por lo menos insinuado, su
aquiescencia a este proyecto. Esta insinuación o promesa del Supremo
se desprende de los términos de sus "instrucciones al Cabildo" (41) del
6 de junio; allí indica se proponga el abasto primeramente a sus
antiguos abastecedores, y aceptado por estos en las condiciones
señaladas por el Cabildo, "se les pregunte si creen siempre serles
contrarios los establecimientos de saladeros". En su defecto, el abasto
sería entregado a los hacendados.
Nadie dudó - y los saladeristas mucho menos - que la solución del
problema del abasto tendría como consecuencia la reapertura de las
exportaciones de carne. Y los hacendados tomaron el abasto aceptando
vender al precio señalado por el Cabildo. Pero los saladeros no se
reabrieron, a lo menos oficialmente. Pueyrredón mantuvo con dilaciones
la promesa hecha, entreteniendo con largas al delegado de los
saladeristas, que era el propio padre de Juan Manuel -don León Ortiz de
Rosas- íntimo amigo suyo. Tampoco el sucesor de Pueyrredón, Rondeau,
abrió los saladeros. Hubo que esperar hasta el año 20, en que Cepeda
barrió con los directoriales, para que Sarratea reanudara las
exportaciones de carne (42).
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]LLAMADAS DEL CAPÍTULO 2
(1) Conf. Interpretación religiosa de la historia, del autor.
(2) Una comisión formada por los comerciantes ingleses ofreció el 10 de
julio de 1810 su apoyo a la Junta, siempre que éste protegiera
decididamente el comercio libre. La Junta contestó tres días después,
prometiendo reglamentar "el comercio honesto" (Conf. MARTIN
MATHEU, Don Domingo Matheu I Pág. 128). E.HANSEN, La moneda
Argentina, Pág. 114, entiende que el permiso otorgado por la junta el 14
de julio para exportar moneda acuñada, lo fue "probablemente movido
por las representaciones del gobierno inglés".
Alex Mackinnon informaba el 12-8-810 al Foreign Office: "No bien la
Junta quedó instalada, declaró que los estudiosos británicos no
solamente quedaban libres de permanecer todo el tiempo que desearan,
sino también nos anunció que gozábamos de toda la protección para
nuestras personas y propiedades (al margen de las leyes de Indias) y
una libre participación en las leyes y privilegios cívicos que poseían los
nativos (cit. por F. IBARGUREN Así fue Mayo p. 19).
(3) La autenticidad del Plan de operaciones que el gobierno provisional
de las Provincias Unidas del Río de la Plata, debe poner en práctica para
consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia -negada
por GROUSSAC y LEVENE, y afirmada por PIÑERO- ha sido, a nuestro
juicio, ampliamente probada. Entre otras, las instrucciones a Castelli, de
puño y letra de Azcuénaga, con correcciones de Moreno, del 18 de
septiembre de 1811 -que obran en el archivo particular del doctor Carlos
Ibarguren- prueban los procedimientos necesariamente terroristas que
empleaba la Junta de Mayo, como así la existencia de un Plan que
coordinaba esas acciones.
(4) "La crisis monetaria se inició en 1811, a causa de la exportación del
oro y de la plata amonedados en pago del exceso de consumo, exceso
de importación que se produjo a raíz de la libertad de comercio...
Escasez de moneda importa encarecimiento de precios de las cosas, y
en definitiva, miseria de las clases menesterosas y privaciones en la
clase acomodada". (J. A. TERRY, Finanza, Pág. 456).
(5) Artículo 4º del mencionado Plan.
(6) Art. 4º, mencionado, del Plan.
(7) M. MORENO (rec. cit., Pág. 181) artículo: "A propósito de !a
conducta del capitán inglés Elliot . Al parecer una. cosa era Moreno
abogado de Mr. Mackinnon en la Representación de los Hacendados y
otra Moreno Secretario de la Junta de Gobierno y redactor de La Gaceta.
(8) Junio 21 de 1811 (R. 0., Nº 232). Fue dictado a pedido del cabildo
de Mendoza.
(9) Octubre 2 de 1811 (R. 0., Nº 249).
(10) R. O., N" 276.
(11) R. O., N" 294.
(12) R. O., Nos. 361 y 362.
(13) FEDERICO IBARGUREN, Nuestra lucha histórica contra el
extranjerismo (en "Rev. J. M. Rosas", IV, Pág. 86 y J. ZORRILLA DE SAN
MARTIN,. La epopeya de Artigas, t. I, Pág. 251.
(14) R. O., N° 566.
(15) El Censor, Nº 5.
(16) El Censor, Nº 5.
(17) El Censor, Nº 111 (octubre 30 de 1817).
(18) El Censor, Nº 94, (julio 3 de 1817).
(19) El Censor, N° 94, (julio 3 de 1817).
(20) La Orden de la Junta del 5 de junio de 1810 menciona los
inmensos acopios de cueros que en los almacenes consumen a sus
propietarios con gastos continuos y pérdidas considerables". ( R. 0. Nº
22).
(21) "Desde que tomó alto precio el sebo por las frecuentes
extracciones que hacen los extranjeros se han recibido quejas sobre
matanzas de vacas por vagos y ociosos", dice la Circular de la Junta, de
agosto 3 de 1810. (R. O. Nº 89 )
(22) Conf. A SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, I; y J.
INGENIEROS, Evolución de las ideas Argentina, II.
(23) Bando sobre Policía rural, de 30 de agosto de 1815 (R. O., Nº
809).
(24) R. O., N° 374. Exenciones de impuestos a la exportación de carnes
saladas, y de entradas a las arquerías y demás implementos para la
construcción de barricas (octubre 7 de 1812).
(25) La más importante de éstas parece haber sido la goleta
"Concepción", de José Maria Roxas y Patrón.
(26) J. INGENlEROS, que cuenta a su manera este episodio, y la lucha
consiguiente entre abastecedores y saladeristas, dice que el Directorio
era un instrumento de lo que llama el trust saladeril: "El gobierno
habilitaba un puerto especial (la Ensenada) para el emprendedor
saladerista ( Rosas ) , y se comprometía a mantener un camino que
pasaba por Quilmes y comunicaba a "Las Higueritas"' con Buenos Aires y
la Ensenada. . . De esta manera el trust logró un puerto propio donde
burlar los derechos a la exportación que era molesto eludir en Buenos
Aires" (Evolución de las ideas argentinas, II, 110). Para apreciar esta
afirmación, debe tenerse en cuenta que la Ensenada fue habilitada
mucho tiempo antes de que Rosas inaugurara "Las Higueritas"; que en
el decreto que INGENIEROS cita como referencia (Gaceta de Buenos
Aires, Nº 42, decreto de agosto 9 de 1815 ) no se habla de mantener
caminos entre Buenos Aires, Quilmes y la Ensenada, sino retóricamente
"de los caminos que debería allanar el gobierno para proveer a aquel
puerto (la Ensenada) de todos los auxilios y seguridades", que aun este
decreto de agosto 9 es anterior a la inauguración de "Las Higueritas",
que se hizo el 26 de noviembre; y finalmente que en 1815 la carne
salada no pagaba derechos de exportación. ¡Así se tergiversa la historia!
(27) Según carta de J. N. Terrero al representante en Río de Janeiro de
la razón "Rosas y Terreno", don Juan Agustín Lisaur (conf. A. SALDIAS,
ob. cit., I, Pág.. 22)
(28) A. SALDIAS, ob. cit., I, Pág. 22 y ss., menciona algunos de estos
folletos: "Manifiesto", de ANTONIO MILLAN; "La contestación al papel
del paisano Millán, por R. R.; otra "Contestación al 2º manifiesto de
Millán", por PEDRO TRAPANI; "El tercer esfuerzo del patriota Antonio
Millán, en defensa del bien general, contra los saladeristas";
"Reflexiones imparciales sobre el manifiesto de Millán", por J. N. T.
(JUAN NEPOMUCENO TERRERO); "Ocurrencias en una tertulia de
amigos", en verso, por TERRERO; "Carta gratulatoria a Antonio Millán";
por UN NUEVO HACENDADO DE LA GUARDIA DEL TOR- DILLO; "Carta
gratulatoria al gratulador de Antonio Millán", por EL NEGRO MATEO
(León Ortiz de Rozas), etc
(29) A. SALDIAS, ob. cit., I, Pág.. 22.
(30) La Gaceta publicó sin comentarios todos los decretas de
Pueyrredón favorables al cierre de los saladeros (año 1817, pp. 117,
139, 361, etc.). El Censor, Nº 88 (mayo 22 de 1817) comentaba: "es
medida muy saludable prohibir las matanzas de vacas por motivos de
especulación"; en el Nº 90 (junio 5 de 1817) daba hospitalidad a una
"Memoria" de Antonio Millán favorable al cierre de los saladeros.
(31) Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, Serie IV, t. VII,
Pág. 514.
(32) R. O., Nº 1082.
(33) A. SALDIAS, La evolución republicana durante la Revolución
Argentina, Pág. 108.
(34) Comisión de Bernardino Rivadavia ante España y otras potencias
de Europa (1814-1820), I, Pág. 210 (carta de Rivadavia a Pueyrredón,
de carácter particular, fechada el 22 de marzo de 1817).
(35) Acuerdos del extinguido Cabildo, Serie IV, t. VII, Pág. 609. En la
sesión del 7 de octubre de 1817 "se da cuenta que los comerciantes
ingleses solicitan salazón de carnes para el retorno de sus buques. Se
aprueba".
(36) Conf. A. SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina (ap. del
t. I) ; C. IBARGUREN, Juan Manuel de Rosas, Pág. 50.
(37) De las propias cifras que ANTONIO MILLAN da en su "Memoria",
pidiendo el cierre de los saladeros (publicada en El Censor, N° 90), se
desprende que el porcentaje de matanzas realizado por los saladeros
era pequeño en comparación del realizado en calidad de abasto.
Las matanzas anuales las calculaban así:
Abasto en Buenos Aires ..... 73.000
ídem en campaña ............ 49.275
ídem en estancias .......... 75.000
ídem en cuarteles .......... 5.110
Matanza en saladeros ....... 16.705
ídem por vagos y ladrones .. 14.400
(38) Gaceta de Buenos Aires, 25 de marzo de 1818.
(39) R. O., Nº 1171.
(40) R. O., No 1176.
(41) R, O., NV 1190.
(42) Los hacendados y saladeristas mantuvieron el monopolio del
abasto durante varios años. El precio reducido a que se debió vender la
carne para consumo quedó estabilizado durante diez años, hasta que
Rivadavia lo aumentaría en 1827.
Rosas declaró "libre la venta de carne" (septiembre 22 de 1836 en P. DE
ANGELIS, Recopilación, etc., III, 1413). Es curioso que quien es tildado
por ciertos historiadores de mantener el monopolio del abasto en
procura de un provecho personal, haya sido el mismo que lo aboliera
llegado al gobierno.
Por el decreto de Rosas se encomendaba a una comisión formada por
Manuel Vicente Maza, Miguel Siglos y Felipe Senillos, que fijaran 'el
precio máximo a que se podía vender la carne. "Tendrá presente la
Comisión -dice el decreto- el precio corriente de los ganados de abasto,
los costos y riesgos de su conducción y demás gastos para la venta por
menor de la carne. Cuidará igualmente aumentar o rebajar cuando lo
entienda conveniente, el precio que ahora designa".
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected] Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III -
Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Capítulo III
LA REFORMA (1)
"Era hombre de mucha labia,
con más leyes que un dotor.
Me dijo: "vos sos menor
y por los años que tenés
no podés manejar bien,
voy a nombrarte un tutor."
"CIVILIZACIÓN"
Toda civilización es unidad y continuidad espiritual. Pero los
reformadores de 1821 a 1827 entendieron, por el contrario, que
"civilizar" consistía en importar tradiciones ajenas y arraigar costumbres
hechas para otros pueblos y otros climas.
Los civilizadores rivadavianos dieron en traer la filosofía sensualista de
Condillac, la ética utilitaria de Bentham, el liberalismo constitucional de
Constant. Y escondido tras de ellos el capital y el comercio extranjeros
que consideraban el factor máximo para civilizar -en su bárbaro
concepto de "civilización"- nuestra tierra tesoneramente criolla y
ardientemente defensora de sus costumbres y de su economía.
Anteponiendo las garantías comerciales - que un contractualismo ya
aventado rotulaba enfáticamente de "derechos individuales
imprescriptibles"- a la Nación misma como entidad soberana e
imperecedera, se cumpliría la total y definitiva civilización de la Patria. El
principio básico de nuestro liberalismo, fue decretar la inercia de la
Patria ante la intromisión foránea.
Creábase, conscientemente; una civilización de factoría extranjera y se
le daba, con el régimen constitucional a lo Constant el arma para
afianzarse contra cualquier resistencia autóctona.
La historia de la reforma rivadaviana es, así, la historia de la fracasada
tentativa de imponer el coloniaje económico disfrazado de mejor
conveniencia institucional.
La civilización comercial británica, tras la apariencia de un liberalismo
político a la europea.Una mención detallada de toda la obra económica
de la Reforma excedería los límites de este trabajo. Destacaré
únicamente sus principales aspectos, al solo objeto de comparar esta
política con la de la Restauración (2).
EL PRIMER EMPRÉSTITO
Por leyes del 19 de agosto y 28 de noviembre de 1822, la Legislatura de
Buenos Aires autorizó al gobierno a contratar un empréstito externo de
5 millones de pesos fuertes (un millón de libras esterlinas), ¿Con qué
objeto? No existían imperiosas necesidades financieras, ni urgentes
motivos militares. El pretexto que se dio fue la necesidad de construir
un muelle en Buenos Aires, realizar algunas otras obras públicas, y
fundar varios puertos en el litoral.
El ministro Rivadavia marchó a Londres en 1824, al mismo tiempo de
negociarse allí el empréstito (3). No lo concertó él, interviniendo en los
trámites John Parish Robertson y Félix Castro. El primero era apoderado
del Perú para una idéntica operación por otro millón de libras.
El 1º de julio se firmaba el Bono General a favor de la casa de banca
Baring Brothers (4).
El préstamo se obtenía al tipo de 70% es decir, que Baring entregaba
solamente 700.000 libras, pero Buenos Aires quedaba obligada por un
millón. Además la provincia daba como "garantía", toda la tierra pública,
todas sus rentas, bienes y territorio: es decir, quedaba hipotecada
totalmente hasta la definitiva cancelación del extraordinario préstamo.
Pero no siendo suficiente esta garantía, los acreedores retuvieron cuatro
semestres adelantados de intereses y amortizaciones; cargando también
sobre el monto a girar las 7 mil libras de "comisión" que correspondían a
Parish y Castro, y las 3 mil libras "gastadas" por éstos en los trámites de
la operación.
En total: Buenos Aires recibiría solamente 560.000 libras, quedando
hipotecada por un millón ; debiendo girar anualmente 65 mil libras por
intereses (6% ), y amortización ( 1/2 % ) . Que no tenía materialmente
de dónde sacarlos.
Pero hay más: necesitábase metálico, pues el oro y la plata existentes
habían ido desapareciendo con la libertad de comercio. No obstante las
promesas favorables, los banqueros prestamistas no enviaron las
560.000 libras en oro contante, sino en letras de cambio, la mayor parte
sobre comerciantes ingleses aquí radicados.
Buenos Aires tuvo que resignarse a pagar un millón en oro, con sus
intereses, por 560.000 libras recibidas en papeles de comercio girados
contra su propia plaza.
¿Qué hizo el gobierno con ese dinero? Ni construyó el muelle, ni realizó
obras públicas, ni fundó un solo puerto. Tampoco lo empleó en la guerra
con el Brasil declarada el 1° de enero de 1826. Precisamente
procediendo como si no hubiera necesidades bélicas, a los seis días de
declarada ésta -el 1 de enero- fundaba un Banco - el Banco Nacional -
administrado por particulares con el objeto de "entretener
productivamente" el empréstito con préstamos a los propios
comerciantes extranjeros. Como luego veremos, éstos no solamente no
reembolsaron jamás los préstamos, sino que el Banco se negó a
financiar la guerra con el Brasil, cuando Dorrego - sucesor de Rivadavia
- quiso emplear el dinero en ese destino.
Los servicios de intereses y amortizaciones se pagaron en dos ocasiones
con remesas en metálico, logradas a costa de ingentes sacrificios. Nunca
dieron, ni podían dar, los presupuestos el margen necesario para cubrir
estos servicios con rentas generales.
En 1826 deben pagarse los primeros servicios. Tal conciencia hay en
Londres de las dificultades para el pago, que la cotización de los títulos
había bajado en la bolsa a 58 1/4 (llegaron a estar a 97).
Se mandaron - no obstante la guerra - 65.000 oro para cumplir por un
año. No subió la cotización. En 1827 hubo que recurrir a sacrificios
dolorosos: empezó a venderse la escuadra - la guerra con Brasil no
había terminado- y se enajenaron las fragatas Asia y Congreso. En 1828
se declaró la moratoria. La cotización desapareció de la Bolsa de
Londres.
¿PARA QUÉ SIRVIO EL EMPRÉSTITO?
El gobierno inglés no pudo hacerse ilusiones sobre el pago del
empréstito.
Pero el objeto de la política de "empréstitos" iniciada en larga escala por
Canning en América Española (hubo diez empréstitos en conjunto, a
México, Colombia, Perú, Chile, Buenos Aires y Centroamérica, entre
1822 y 1825, por un total de 18.542.000 libras) no era que los
pequeños ahorristas ingleses gozaran de una renta del 5 ó 6 % anual en
sus inversiones. Poco le interesaban los pequeños ahorristas ingleses a
Cánning, cuya clientela electoral tory estaba en otras clases de la
población. Su objeto era atar a los nuevos estados americanos por
obligaciones que no podían cumplir, garantizando con toda su renta y a
veces (como entre nosotros) con toda la tierra pública. La amenaza de
una intervención armada para ejecutar "las garantías" por la fuerza
pendería sobre los nuevos Estados como una espada de Damocles. A
menos, claro es, que sus gobernantes fueran solícitos con los
acreedores, pues Inglaterra era generosa con sus amigos.
En 1833, Balcarce quiso romper relaciones con Inglaterra por el
apoderamiento de las Malvinas.
La nota Argentina del ministro Moreno fue rechazada desdeñosamente
por el canciller Palmerston porque un deudor no puede romper con su
acreedor sin pagar antes su deuda.
En 1835, Rosas ocupa el gobierno con la suma de poderes. Está resuelto
a una lucha contra el imperialismo ("los intereses europeos" lo llamaba),
y empieza por la Ley de Aduana y el apoderamiento del Banco. En 1838
se inicia el bloqueo francés, disimuladamente favorecido (hasta 1840)
por Inglaterra. Rosas se vale en la desigual lucha de las contradicciones
del imperialismo: hace mover a su favor a los comerciantes ingleses de
Buenos Aires perjudicados y anuncia en 1839 que "si no fuera por el
bloqueo" reanudaría los servicios del empréstito.
Provoca una conmoción en la City: se forma un "Comité de Tenedores
de títulos Hispanoamericanos" que inicia una campaña contra el
bloqueo. El poderoso diario Times, órgano de los pequeños ahorristas,
se hace eco.
La Casa Baring envía un comisionado ante Rosas, llamado Falconnet.
En 1840. el partido liberal inglés gobernante, está ganado por los
comerciantes y los ahorristas, y Palmerston poco menos que ordena a
Thiers - mayo de 1840 - el cese de la intervención francesa. En su
consecuencia, Francia retira el bloqueo en el tratado Mackau-Arana de
octubre de ese año.
Pero Rosas no puede, o no quiere, reanudar los servicios. Entretiene a
Falconnet hasta 1842 con las "necesidades de guerra", que diferían sus
buenas intenciones hasta la terminación de la misma. Ante las
exigencias de Falconnet -afirmadas con la conducta del almirante inglés
Purvis en Montevideo el ministro Insiarte le insinúa que podía cumplirse
totalmente los servicios atrasados y pendientes si Inglaterra compraba
las Malvinas, pero, claro, reconociendo previamente la argentinidad de
las islas.
Falconnet escribe entusiasmado a Londres, pero el Foerig Office
descarta la posibilidad: Inglaterra no podía reconocer la "argentinidad"
de las Malvinas, ni estaba dispuesta a adquirir lo que consideraba suyo.
Con eso Rosas gana dos años más.
En 1844 gobiernan los conservadores a Inglaterra, y Lord Aberdeen está
al frente del Foreign Office. La intervención conjunta de Inglaterra y
Francia es ya un hecho. Rosas se prepara para resistirla, y como pronta
medida entrega a Falconnet cinco mil pesos plata mensuales destinados
a los servicios del empréstito. No pagaba ni la quinta parte de los
intereses anuales, pero algo era. Los tenedores de títulos se llenan de
alegría.
Al producirse la agresión anglo francesa de 1845, Rosas cesa el pago
alegando el bloqueo y la actitud inamistosa del gobierno de Aberdeen.
Los tenedores, el "Comité" y el Times gritan contra Aberdeen; también
los comerciantes ingleses de Buenos Aires y sus proveedores de
Londres.
Al mismo tiempo de haber eliminado su frente interno (después de las
duras lecciones de 1840 y 1842, ya no hubo conspiraciones en Buenos
Aires), Rosas trabaja el frente interno del enemigo. Por eso obtuvo la
victoria.
La caída de los conservadores del poder en 1846 se debió en alguna
parte a la puja de los intereses movidos por Rosas. Vuelve Palmerston al
Foerign Office, y, tras los tironeos de las misiones de Howden, Gore y
Southern, acaba por hacer la paz. El "Comité" y la casa Baring quieren
que en el tratado Southern se establezca un pago ajustado de los
títulos, pero Rosas se opone. Pagará lo que el pueda: no más de los
cinco mil pesos plata mensuales convenidos en 1844 con Falconnet.
Palmerston cede ante la tenacidad de Rosas.
En 1850 y 51 se abonan los cinco mil pesos mensuales. La noticia de la
caída de Rosas hace subir los títulos en la bolsa de Londres, que saltan a
70. Se espera que el nuevo gobierno sea más dócil a Inglaterra. Y
efectivamente el ministro de Hacienda de la Riestra concierta el arreglo
"de los bonos diferidos" por el cual se entregaban títulos por 15 millones
en pago del millón contratado en 1824 y sus intereses atrasados, e
intereses de intereses etc. etc..
En 1904 se acabó de pagar totalmente la obligación de Rivadavia.
Habían sido abonados 23.734.706 pesos oro por 3 millones realmente
recibidos (5) y en papel.
LA TIERRA PÚBLICA
En 1821, una disposición gubernativa garantiza con hipoteca sobre la
tierra pública la emisión de Fondos Públicos para saldar la deuda
interna. Esta deuda, misteriosamente, había ido a pasar en buena parte
a manos inglesas como dice Ferns (6).
Como la provincia quedó inhibida para disponer de su tierra, buscó
arrendarla. Esta es la explicación de la tan mentada "enfiteusis", que no
fue una política colonizadora, ni una reforma social; solamente un
expediente financiero.
La primera ley de enfiteusis del 1º de julio de 1822 (dictada en
consecuencia de la hipoteca de la tierra pública) dice que esta se
entregaría "a quien la denunciare" en arrendamiento mediante canon a
convenirse. Nada dice de la extensión máxima, ni del plazo del
"arrendamiento".
En decreto de 27 de septiembre de 1823 fija no el máximo, sino el
mínimo de extensión a concederse: una "suerte de estancia" de media
legua por legua y media, no fuera a crearse un proletariado rural.
El bono del empréstito firmado en 1824 confiere una "segunda hipoteca"
sobre la tierra pública como garantía del empréstito. Al misma tiempo se
ganan nuevas tierras a los indios, corriéndose la frontera desde el
Salado hasta el Cabo Corrientes, Tandil y Federación (Junín) y con
posibilidades de llegar al Fuerte Argentino (Bahía Blanca).
Esta tierra ganada se da en enfiteusis en porciones que llegan a 100
leguas. Resultó favorecida la Sociedad Rural Argentina, fundada en julio
de 1826, a quien Rivadavia - dice su panegirista y biógrafo Ricardo
Piccirilli - "no escatimó su apoyo". Tuvo 122 leguas, las mejores.
Era "un pulpo agrario cuyos tentáculos se extendías a varios partidos"
(7). En la testamentaría de Rivadavia, según documenta Piccirilli, se
descubrió que era fuerte accionista de la Sociedad Rural Argentina (8).
La Ley de Enfiteusis del 18 de mayo de 1827 estabilizó las concesiones.
Previamente - el 16 de abril - se dispuso "desalojar a quienes ocupen
terrenos solicitados o concedidos en enfiteusis".
Se expulsaba al poblador gaucho, en beneficio de la Sociedad Rural y los
demás tenedores de muchas leguas de tierras.
Nunca fue pagado el cánon. En 1838 Rosas lo exigió debido "a las
condiciones del erario por el bloqueo", y la respuesta fue el
levantamiento de los enfiteutas, y algunos estancieros, en la revolución
llamada de "los libres del Sur".
Poco antes Rosas había anulado el gravamen a la tierra, y la provincia
volvió a disponer de ella - con protesta de los ingleses acreedores -
entregándola en propiedades que iban de seis a un cuarto de legua con
"obligación de poblar ".
Esas pequeñas propiedades desaparecieron a la caída de Rosas, y se
reconoció nuevamente el derecho de los enfiteutas "inicuamente
despojados por el tirano". No ya en enfiteusis, sino en propiedad, pues
se había convenido el pago (cuantioso pago) del empréstito.
Y con el pago de los "intereses atrasados durante la tiranía" los
enfiteutas rivadavianos se hicieron dueños de casi toda la provincia de
Buenos Aires.
Ese es el origen de la mayor parte de los latifundios bonaerenses.
LA INMIGRACIÓN INGLESA
Durante la estada de Rivadavia en Londres se crea una sociedad - la
Agricultural Rio Plata Association - encargada de traer colonos británicos
a la Argentina. La forma Mr. Barker Beaumont y da acciones de
fundador a Félix Castro, Sebastián Lezica (socio de Rivadavia) y otros.
No obstante la ley de enfiteusis vigente, y el gravamen sobre la tierra
pública, Rivadavia le otorga a perpetuidad el campo del secularizado
convento de San Pedro. Más tarde la Sociedad obtiene un campo en
Entre Ríos.
Se esperaba que el trabajo de los colonos valorizara la tierra, que la
Sociedad vendería entonces a buen precio. La colonización era un gran
negocio. Pero fracasó, porque los inmigrantes (que resultaron en
mayoría "agricultores" reclutados en los suburbios de las grandes
ciudades) se negaron a trabajar la tierra y preferían permanecer en
Buenos Aires donde los salarios eran elevados.
La Agricultural acabó por ir a una estrepitosa quiebra, por la cual Barber
acusó a las imaginativas "especulaciones" de Rivadavia (9).
EL BANCO NACIONAL
En 1822, bajo los auspicios del gobierno, se constituyó la comisión
presidida por el comerciante inglés Guillermo Cartwright e integrada,
entre algunos nombres criollos, por Brittain, Handist, Bayley, Harrar,
Montgomery, Horn, Robertson, Miller, Thwaites, que estableció las bases
del "Banco de Buenos Aires" llamado comúnmente Banco de
Descuentos.
Junto con el monopolio bancario por 20 años, la Legislatura le entregó la
facultad de emitir billetes, algunas prerrogativas judiciales y penales,
como así también exención de impuestos, etc. "De hecho y de derecho
-dice Oliver (10) - esa sociedad se convertía en reguladora del crédito y
economía de la provincia".
El capital suscripto fue de un millón de pesos nominales. Es curiosa la
manera de suscribir este capital: los accionistas pagaron solamente el
20% del capital, y con pagarés, que luego cancelaban con billetes
emitidos por el Banco, y este mismo les prestaba.
Los originales capitalistas eran comerciantes ingleses en gran proporción
(11), aunque figurando al frente los infaltables José Pedro García, Félix
Castro y el propio ministro de hacienda Manuel José García.
Es curioso que estos mismos comerciantes emisores de billetes se
negaron después a aceptarlos en sus transacciones comerciales (12).
El Banco - como el empréstito, la hipoteca sobre la tierra y, en parte, los
negociados de minas - formaba parte de la estructura imperialista
británica.
El monopolio del crédito lo hacía el árbitro de la economía de un país, la
emisión de moneda consolidaba su dominio total y le hacía dueño de las
reservas de metal (que exportó a Inglaterra); y su influjo en la política
le permitía realizar una acción antinacional en beneficio de los intereses
extranjeros.
Así, financió en 1842 la consolidación del dominio portugués en la Banda
Oriental, y más tarde su sucesor - el Banco Nacional - se negó a
continuar la guerra con Brasil en 1827 y dio los fondos necesarios para
la revolución unitaria del 19 de diciembre de 1828.
La extracción del metálico fue uno de los objetivos del Banco, aunque
aparentara esfuerzos por traer oro. Los accionistas canjeaban el papel
que se hacían prestar por oro sonante, que exportaban a Londres.
Los ingleses residentes en Buenos Aires, que formaban la mayoría de
accionistas, cedieron sus acciones hacia 1825 a comerciantes de
Londres: en la asamblea del 9 de enero de 1826, sobre un total de 836
acciones representadas, más de la mitad - 434 son de accionistas
londinenses representados por Mr. Amstrong. Esta emigración de
acciones es denunciada por el ministro Manuel José García en la Sala.
No con indignación patriótica, ni acento dolorido, ni para quitarle al
Banco sus privilegios; ni siquiera para poner un dique a la fuga del oro.
Lo denuncia (el 26 de enero de 1826) para que los diputados lo tuviesen
en cuenta al disponer del destino del Banco pues "el país" necesitaba
dejar contentos a los ingleses (13).
El Banco comenzó sus ejercicios repartiendo pingües intereses que
alguna vez llegaron al 19 1/2 %(14). Intereses que no eran realmente
índice de prosperidad, pues a los pocos años el Banco se encontró
abocado a la bancarrota: el 8 de enero de 1826 pidió al gobierno que
estableciera curso forzoso a sus billetes.
Ese mismo año 1826 el gobierno acudiría en su ayuda de manera mucho
más eficaz.
Con los tres millones efectivos del empréstito Baring y con el escaso
remanente del Banco de Descuentos, fundó el Banco Nacional.
La integración del capital de éste parecería asombrosa, si algo pudiera
asombrarnos en las gestiones administrativas de los reformistas: el
capital reconocido fue de 10 millones, pero solamente se integraron
cinco: computándose los 3 del empréstito y reconociéndose 1.400.000 a
los accionistas del quebrado de Descuentos. Solamente 600 mil pesos
dio la suscripción de nuevas acciones.
Los fondos del empréstito - en su mayoría letras de comerciantes, que a
su vez eran accionistas y directores del Banco - fueron entregados a
éstos a cambio del papel inconvertible, por el medio simple de otorgarse
préstamos ellos mismos. Eso cuando cancelaban sus deudas, que era en
casos excepcionales, pues los comerciantes acogiéndose a las
disposiciones sobre "quitas y esperas" de las leyes comerciales en
vigencia, saldaban sus cuentas con el medio simplísimo de presentarse
en convocatoria, y obtener del Banco acreedor, controlado por ellos, la
remisión de sus deudas.
Así se esfumó el empréstito, quedando el país con el saldo de una
enorme emisión inconvertible. Pero no para aquí la historia del Banco
Nacional. Sus directores británicos obligaron al gobierno a firmar la paz
con el Brasil negándole a Dorrego todo crédito para seguir la guerra.
Negándole consciente y deliberadamente, en cumplimiento de
instrucciones de Lord Ponsonby, quien, de acuerdo a los intereses de
Inglaterra, trabajaba por la segregación del Uruguay "No vacilo en
manifestar a Vd. - escribía Ponsonby a Lord Dudley que creo ahora que
Dorrego está obrando sinceramente en favor de la paz. Bastaría una
sola razón para justificar mi opinión: que a eso está forzado ... por la
negativa de proporcionársele recursos, salvo para pagos mensuales de
pequeñas sumas (15).
Rosas, en el gobierno con la suma de poderes en 1836, terminó con el
Banco Nacional y creó el Banco de la Provincia de Buenos Aires, entidad
fiscal conocida por Casa de Moneda (dada su facultad de emisión), el
que fue administrado con honestidad y patriotismo.
El mismo Rosas, en el año en que sacó de manos foráneas a la entidad
de crédito oficial -1836- suprimió las quitas y esperas de que tanto
había aprovechado el comercio inescrupuloso (16). Los deudores de
sospechosa fe viéronse obligados a pagar el total de sus deudas, o ir
derectamente a la quiebra.
LA "MINING RIO DE LA PLATA ASSOCIATION"
Rivadavia, ministro de Rodríguez, dictó un decreto el 24 de noviembre
de 1823, autorizándose a sí mismo para "promover la formación de una
sociedad en Inglaterra, destinada a explotar las minas de oro y plata
que existían en las Provincias Unidas" (17), no dando importancia al
hecho de que por ser el ministro y Rodríguez gobernador de la Provincia
de Buenos Aires, mal podían especular sobre las minas de las Provincias
Unidas.
Poco después se publicaba en algunos prospectos como el que
transcribe J. A. Beaumont en su libro Travels in Buenos-Aires and the
adjacent province of the Rio de la Plata - Londres, 1828 -, en donde se
describía la enorme e inexplotada riqueza minera de Sud América,
especialmente del cerro Famatina. Júzguese el entusiasmo que
despertarían párrafos como éste: "podemos afirmar sin hipérbole que
estas minas contienen la más grande riqueza del universo. Basta con
esta aserción afirmada por muchísimos testigos: en algunos lugares el
oro fluye con la lluvia; y en otros, las pepitas ruedan de los cerros"
(18).
Como ministro plenipotenciario, Rivadavia va en junio de 1824 a
Londres. Allí forma con los banqueros Hullet Brothers tres compañías
para explotar las riquezas argentinas (llamadas: Buldings Rio Plata
Association; Rio Plata Agricultural Association y Rio Plata Mining
Association), destinada esta última a explotar las fabulosas riquezas del
Famatina. Y acepta el cargo de presidente del directorio con 1.200 libras
de sueldo, reteniendo acciones de fundador (19). La Mining, adquirió
inmediatamente la concesión del monopolio minero en el Río de la Plata,
pagando 35 mil libras a Hullet Br., agentes financieros de Rivadavia
(20).
Vuelve Rivadavia a Buenos Aires en octubre de 1825 y "como encuentra
que el orden provincial, la ley fundamental y el gobierno del general Las
Heras son un obstáculo insalvable a la realización de lo que trae
proyectado - él mismo lo dice - derroca por confabulación y por medios
irregulares al régimen provincial, la ley fundamental y al gobernador Las
Heras, dando cuenta a los señores Hullet Hermanos de que ahora ya
tiene en sus manos cómo hacer efectivo lo convenido" (21).
Son curiosas las cartas que Rivadavia envía, por entonces, a los
banqueros Hullet. No son documentos desconocidos, pues se encuentran
en la "Historia" de López (22). El 6 de noviembre de 1825, escribe: "El
negocio que más me ha ocupado, que más me ha afectado y sobre el
cual la prudencia no me ha permitido llegar a una solución, es el de la
Sociedad de Minas . . . a vuelta de un poco de tiempo más, y con el
establecimiento del gobierno nacional, todo cuanto debe desearse se
obtendrá".
Las preocupaciones de Rivadavia las motivaba la circunstancia que,
desde 1824, una compañía criolla explotaba los yacimientos - no muy
florecientes por cierto - del cerro Famatina (23). Y que la Ley
Fundamental dictada durante su ausencia, al mantener el régimen
federal, permitía a La Rioja disponer de sus riquezas (24). Era prudente
no precipitar la entrega del cerro. Pero con el establecimiento de un
gobierno nacional con jurisdicción sobre las minas de La Rioja, y
facultad para disponer de ellas, todo cuanto debe desearse se obtendría.
Los compromisos con los banqueros ingleses lo obligaban por lo tanto a
trastrocar el régimen político del país, a fin de que la compañía en la
cual se hallaba interesado pudiera explotar al Famatina. Nada se le
importó de sus propias declaraciones federales en el Congreso de
Córdoba de 1821, nada del tratado cuadrilátero de 1822, nada de la ley
fundamental basada en el federalismo: para retener el hilo de sus
negociaciones con los banqueros ingleses era necesario volver al
centralismo directorial. Y volvió.
Es curioso, como lo dice el propio López, que el 6 de noviembre de
1825, absolutamente nada había trascendido aún sobre el
establecimiento de un "gobierno nacional", y menos sobre el régimen
unitario. Los únicos que sabían su próxima implantación eran Bernardino
Rivadavia y la Hullet Brothers.
El 27 de enero de 1826 (diez días antes de su elección presidencial),
Rivadavia, quien, según López, había "removido los elementos inquietos
que bullían en el nuevo Congreso", escribe a sus corresponsales
ingleses: "Ya no puedo demorar por más tiempo la instalación del
gobierno nacional... y luego que sea nombrado procederé a procurar la
sanción de la ley para el contrato de la compañía (25).
Se hace elegir presidente el 6 de febrero y otorga inmediatamente la ley
que declara propiedad nacional "las tierras públicas y demás bienes
inmuebles" (26).
Alborozado, escribe entonces a Hullet Brothers, el 14 de marzo, al poco
tiempo de promulgar la ley: "Las minas son ya, por ley, propiedad
nacional, y están exclusivamente bajo la administración del presidente"
(27).
FRACASO DE LOS REFORMISTAS
Famatina fue concedida a la Mining.
Pero cuando los ingenieros ingleses llegaron a La Rioja para iniciar sus
trabajos, se encontraron con Facundo Quiroga que desconocía y
desacataba las resoluciones presidenciales. Ese alzamiento contra su
autoridad indignó a Rivadavia, ¡tanto trabajo, tantos viajes, tantos
arreglos institucionales para que un caudillo bárbaro le impidiera
coronar su obra!.
Y se hizo dictar una ley, que lo autorizaba a disponer de 50.000 pesos
(28), para ayudar al "ejército presidencial" de Lamadrid - que se había
apoderado de Tucumán - a tomar al Famatina y derrocar a Quiroga.
Claro está que en el texto de la ley se decía otra cosa; "que era para
hacer las diligencias necesarias a fin de averiguar si es realizable la
empresa de establecer una comunicación permanente por agua desde
los Andes hasta esta Capital". Pero a nadie se le ocultaba el verdadero
destino de esos fondos: López, haciéndose eco de "una persona que
actuó mucho en esa época" - indudablemente su padre -, cuenta la
verdad sobre el fantástico proyecto del canal a los Andes (29), que
consistía simplemente en disponer de los fondos suficientes para quitar
a Quiroga de enmedio.
Pero de cualquier manera, don Bernardino logró con esa ley dos
objetos: arbitrar los medios para apoderarse del Famatina, y dejar un
proyecto más para entusiasmo de quienes juzgan la historia por la
exterioridad de los documentos oficiales.
No obstante todo se vino abajo.
Los ingenieros ingleses, en su rápida incursión al Famatina, habían
comprobado que allí "el oro no afloraba con la lluvia", que sus riquezas
eran bien ilusorias y no era fácil tratar con los nativos como Facundo.
Por otra parte la guerra con el Brasil seguía, mientras el presidente
empleaba las tropas nacionales en voltear situaciones "federales" del
interior, como lo hizo Lamadrid en Tucumán.
Sobrevino la desconfianza de los caudillos.
Luego del tratado García, el 23 y 26 de junio de 1827, Dorrego publicó
en El Tribuno la memoria del capitán Head (30), presentada en la
quiebra de la Mining (en la cual se probaba la hasta entonces
desconocida participación de Rivadavia).
El 27 renunciaba Rivadavia a la presidencia, en medio del escándalo
consiguiente (31).
La Mining había quebrado y sus síndicos demandaron daños y perjuicios
al gobierno nacional por la suma de 52.520 libras. Dorrego, al dar
cuenta de esta demanda en su mensaje a la Legislatura, lo hizo con bien
graves palabras: "El engaño de aquellos extranjeros, y la conducta
escandalosa de un hombre público del país, que prepara esta
especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su precio, nos
causa un amargo pesar, más pérdidas que reparar en nuestro crédito",
sin imaginarse quizá que diciendo eso dictaba su sentencia de muerte si
otra vez los Agüero, los del Carril y los Varela (es decir: el círculo
rivadaviano) volvían a encontrarse en el poder.
¿QUE FUE REALMENTE EL NEGOCIO DE LAS MINAS?
Son tan claras las pruebas del cohecho en el negocio de la Mining; tan
evidentes, tan precisas, tan concordantes las presunciones de cargo,
tantas las cartas comprometedoras que se escriben, tan grave que el
presidente de la República acepte cargos rentados en compañías
destinadas a tratar con el gobierno que preside y cuya concesión se
denuncia que ha vendido en 35 mil libras esterlinas, que todo ello
produce el paradójico efecto de eximirle de responsabilidad.
No, evidentemente no es ésa la técnica de una estafa.
El hombre que quiere obtener un provecho personal empleando su
posición de gobernante no procede así.
Ni se hace elegir director de la compañía, ni se nombra a sí mismo
representante, ni escribe esas cartas acusadoras, ni realiza gestiones
que pudo entregar a un personero.
La estafa existe, pero el estafador no parece el señalado por las
apariencias; diríase en cambio, que agentes duchos en este género de
negocios se han encargado de disponer las circunstancias para que
llegado el momento todo acusare a determinadas personas. Esos
agentes duchos deben estar muy cerca de Hullet Brothers (o de Baring
Brothers tal vez) y sin duda mueven desde Londres a los ingenuos
fantoches americanos usándolos para realizar el negocio - por otra parte
habitual entre los banqueros londinenses de 1825 - de fundar compañías
fantásticas para quedarse con el dinero de los confiados accionistas.
Casos de negociantes explotando la ingenuidad de pequeños capitalistas
ingleses, y valiéndose para ello de algún personaje exótico, hueco e
hinchado, son muy comunes en el período 1820 -1825 de la historia
bancaria inglesa. Es que la plaza londinense se prestaba en esos años a
tales cometidos: la conversión de la deuda inglesa de 5 y 4 %, a 4 y 2
1/2 %, por un total de 215 millones de libras, había despertado una
enorme fiebre de especulación; todos los antiguos tenedores de títulos
buscaron colocar su dinero a un interés más alto que el ofrecido por la
Deuda.
Y ello puso en movimiento las malas artes de quienes supieron
aprovechar bien tal estado de espíritu.
Se habló, se escribió, se hizo una enorme propaganda respecto a las
riquezas de la américa española. Se pintó ésta como un mundo, cuyas
posibilidades económicas habían quedado vírgenes por la indolencia de
españoles y nativos; y solo esperaba la llegada del capital inglés para
entregarse totalmente a éste (32).
Una vez preparado el ambiente por medio de la prensa, los banqueros
ingleses gestionaban la llegada de algún personaje americano, que
después de ser vestido en Bond Street y agasajado en el West-End, era
objeto de reportajes por los cronistas del Times.
Y el indiano hinchado, convencido de su propia importancia, del interés
de Inglaterra por América Latina, y juzgando que su destino era pasar a
la historia como el civilizador de su bárbara América nativa, hablaba y
hablaba de más.
Inmediatamente la propaganda distribuía por toda Inglaterra sus
opiniones considerablemente optimistas.
Acto seguido la compañía se constituía, claro es, con el americano en el
directorio: serviría como señuelo para la especulación, como garantía de
la existencia de esas riquezas fabulosas y también de "chivo emisario"
cuando llegara la bancarrota inevitable. Las empresas más absurdas se
formaron por esos años: hubo compañías para la apertura del Canal de
Panamá y otra para le pesca de perlas en Colombia. Las acciones fueron
literalmente arrebatadas por el público: dice el Annual Register de 1825:
"Los príncipes, los aristócratas; los políticos, los funcionarios, los
abogados, los médicos, los eclesiásticos, los filósofos, los poetas, los
jóvenes, las mujeres casadas y las viudas se precipitaron a colocar su
dinero en empresas de las que nada conocían, a no ser el nombre"
(33).
La especulación llegó a ser muy grande. Las acciones de la Cía. Anglo-
Mexicana alcanzaron una prima de 128 libras, cuando el total de lo
percibido fue solamente de 194. En la Cía. Real del Monte -destinada a
explotar minas de oro en Méjico - la especulación alcanzó cifras
fantásticas: acciones de las cuales solamente se habían suscripto 74
libras, llegaron a valer 1.350.
Banqueros sin escrúpulos fundaban estas compañías teniendo buen
cuidado de atar fuerte y visiblemente a su frente a los desaprensivos
indianos, mientras ellos levantaban fortunas colocando empréstitos que
no podrían - salvo un milagro - amortizarse jamás, y especulando con
valores de hipotéticas o imposibles explotaciones.
Rivadavia, con la ingenuidad de sentirse el "más europeo de los
argentinos", debió caer en las garras de estos profesionales de la estafa
bursátil: de allí la Minig; de allí la Agricultural, la Building, el empréstito,
etc. etc.
"El señor Rivadavia - escribe Beaumont (34) - para que quedara
establecida su independencia de criterio, al mismo tiempo que la
confianza en los intereses de la sociedad (la Mining) aceptó el cargo de
presidente del Board of Management con un adecuado salario" . ....
¡Buena manera de dejar establecida su "independencia de criterio" !.
El paso en falso de Rivadavia consistió en haber tomado en serio el
interés bancario por las riquezas americanas: a la postre el, y los
engañados accionistas fueron los únicos que creyeron en ese oro que
"afloraba con la lluvia".
Pero si este error lo exime de dolo no lo limpia de culpa. Culpable de
buena fe, pero culpable al fin.
Lo malo, lo tristemente malo de esta negociación, no es la estafa en sí,
que al fin y al cabo no perjudicó a la Argentina mayormente. Es que
muestra la desaprensión de los rivadavianos por las cosas argentinas.
El régimen de propiedad quedó modificado a causa del inútil empréstito
de un millón de libras con Baring Brothes; se nacionalizaron (a pretexto
de la guerra) las milicias provinciales, que se hicieron servir para la
guerra civil contra las propias provincias; se creó un banco inglés con el
nombre del Banco Nacional, para movilizar a favor de los comerciantes
ingleses los fondos prestados por la casa Baring a los seis días de
declarada la guerra; y se inventó - esta es la verdad - un régimen
unitario de gobierno para poder disponer de las minas de La Rioja.
Todo fue una cadena de engaños y negocios; y si Rivadavia había sido
embaucado por los hábiles banqueros ingleses, a su vez consiguió que
un grupillo de europeizantes lo tomaran en serio a él. E imbuido de
poseer la "piedra filosofal'" para transformar en civilizada esta sociedad
bárbara, arremetió contra su economía, sus instituciones, sus
costumbres, sus creencias, su "ser" en general. No; evidentemente un
especulador se hubiera comportado con mucho mayor tacto. Rivadavia
no fue un especulador venal; fue, como le dicen algunos, un
"visionario", pero cuya evidencia servía para enriquecer a quienes
movían los hilos desde Lombard Street.
El globo hinchado estalló a fines de 1825; justamente cuando Rivadavia,
lleno de impulso británico, se preparaba a asumir la presidencia de la
República.
En octubre de ese año, cinco bancos de Londres liquidaron; y entre
diciembre y enero del 26, setenta se declararon en "cesación de pagos"
(35).
La crisis fue terrible. Quebraron casi todas las casas explotadoras, y
todas las compañías sudamericanas fueron liquidadas: la Real del
Monte, que había gastado un millón de libras en instalarse, vendió todas
sus existencias en veintisiete mil.
La especulación de esos inexistentes valores desencadenó la crisis, aún
antes de lo previsto.
Los accionistas, indignados, exigieron el procesamiento de los culpables,
y como sucede siempre, los responsables verdaderos que habían
embolsado las libras no se hallaban al alcance de la acción penal.
Como pasto para las fieras fueron entregados los ingenuos americanos
que con gesto ampuloso habían hablado de esas "riquezas, las mayores
del universo", y de la necesidad de "que el capital británico llevase la
civilización a los desiertos".
Hubo procesos por estafa, para lo cual sobraban las pruebas. Pero hoy,
a más de cien años del escándalo, podemos en estricta justicia, poner
en el otro platillo de la simbólica balanza, la evidente irresponsabilidad
de estos engañados como atenuantes de culpabilidad (36).
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]LLAMADAS DEL CAPÍTULO 3
(1) En los escritores del siglo XIX -y con mayor razón en nuestros
reformadores- no se diferenciaba la cultura de la civilización dando a
esta última un valor tanto espiritual como material. En esa misma
acepción amplia utilizase aquí el vocablo.
(2) Conf. E. CONI, La verdad sobre la enfiteusis de Rivadavia y
Rivadavia y su colonizadora; J. P. OLIVER, Los unitarios y el capitalismo
extranjero (en Rev. "J. M. ROSAS'", N° 8) ; R. SCALABRINI ORTIZ,
Política británica en el Río de la Plata (especialmente capítulos: "El
primer empréstito" y "El Banco Nacional") ; J. M. ROSA, Rivadavia y el
origen del imperialismo en la Argentina
(3) El viaje de Rivadavia fue motivado por negocios mineros (véase más
adelante).
(4) Contratar empréstitos que no podían pagarse, y dejaban pendientes
la amenaza de un cobro compulsivo, fue la política corriente de Cánnig
en su segundo ministerio (de 1821 a 1827).
(5) Según cálculo de P. AGOTE, Crédito Público. Pág. 25.
(6) H.S.FERNS. Britain and Argentin in the XIX Century.
(7) J. M. SUAREZ GARCIA, La Historia deL Partido de Lobería.
(8) R. PICCIRILLI, Rivadavia II, p. 550. ¿Qué vinculación hubo entre la
Sociedad Rural Argentina fundada en Buenos Aires en 1826 y la Rio
Plata Agricultural Association, creada poco antes en Londres por Barber
Beaumont con Félix Castro, John Parish y el mismo Rivadavia? ¿Cuál con
la entidad del mismo nombre fundada en 1866?
Son temas para monografías interesantes.
De la Sociedad Rural Argentina partió en 1839 la chispa de los "libres
del Sur" apenas Rosas limitara la enfiteusis y exigiera el cobro del
canon. Ambrosio Crámer era el agrimensor de la misma y además
enfíteuta de 20 leguas a su nombre en Volcán.
(9) J. A. B. BARRER BEAUMONT, Travels in Buenos Aires (traducido
recientemente al español).
(10) J. P. OLIVER, ob. cit., pág. 24.
(11) "El primer presidente provisional del Directorio es un británico; de
los nueve directores elegidos en 1822 por los accionistas, tres son
británicos.
En la asamblea de accionistas del 18 de enero de 1825, sobre 702
votos, correspondían 321 a los británicos; y en la del 9 de enero de
1826, sobre un total de 828 acciones, 454 estaban en manos
británicas". (N. CASARINO, El Banco de la Provincia de Buenos Aires en
su primer centenario 1822-1922, Pág. 17).
Debe tenerse en cuenta que en la asamblea extraordinaria del 9 de
enero era mayor el número de accionistas ingleses: las 454 acciones
correspondían solamente a la casa Armstrong. Pero además de ella,
Robertson representaba 51 votos; Brittain, 39; Robinson, 20; Fair, 25.
En total, 589 votos. (Conf. CASARINO, ob. cit., 30). Tres quintas partes
de las acciones estaban en poder de los ingleses, y las dos quintas
restantes, seguramente bajo su influencia.
Nada de extraño tiene, pues, que en el acta de la sesión del 27 de
septiembre de 1824 se lea esta notable anotación: "Se dio cuenta de
que el señor Robertson comisionado para acercarse al señor Sáenz
Valiente y averiguar los motivos que este señor tiene para no aceptar el
cargo de Director para el que lo han nombrado en Junta General de
accionistas, y dijo que el señor Sáenz Valiente, protestándole la mayor
franqueza, le había expresado que el motivo que tenía para no admitir
dicho honor era que creía lo que generalmente se decía en el pueblo, y
es que en el Banco los extranjeros ejercen una influencia perniciosa al
país, a cuyo abuso él no quería contribuir".
(12) Conf. J. P. OLIVER, ob. cit., Pág. 25; y AGOTE, ob. cit., Pág. 82 y
ss.
(13) Conf. Rivadavia y el origen de nuestro coloniaje de J. M. ROSA.
(14) Los dividendos del Banco fueron los siguientes:
lº ejercicio .................. 12 %
2º " .................. 19 %
3º " .................. 19 1/2 %
4º " ( 1 sem. )............ 19 %
(15) Archivo Nacional: Legajo Lord Strangford y LUIS A. HERRERA, La
misión Ponsonby. La referencia la trae R. SCALABRINI ORTIZ, en su
obra citada, Pág. 69, quien comenta: "El gobierno nacional era un
prisionero del Banco, tal cual ocurre hoy mismo.
Dorrego lo aprendió a su costa.
Manejando las posibilidades coercitivas del Banco Nacional, se le obligó
a Dorrego a refrendar la independencia de la Banda Oriental, en contra
de la cual tanto y tan airosamente había combatido desde la oposición".
(16) Decreto del 29 de marzo de 1836. Sus considerandos son los
siguientes: "Habiendo acreditado que los juicios de quitas y esperas de
acreedores, lejos producir los grandes bienes que se propusieron las
leyes al establecerlos, sólo sirven generalmente para que los malos
pagadores se burlen de todo, salvo la confianza y buena fe de sus
legítimos acreedores, valiéndose al efecto de manejos fraudulentos y de
siniestras inteligencias y confabulaciones, con las que propagan la mala
fe en todas las clases de la sociedad, contaminan a los oficiales
subalternos del foro, ocupan incesantemente a los magistrados con
perjuicio de la pronta y recta administración de justicia, causan notables
perjuicios y erogaciones a los interesados, y paralizan las relaciones de
comercio, difundiendo por todas partes el temor y la desconfianza sobre
el exacto cumplimiento de los contratos, el gobierno, etc.".
(17) Decreto de Fomento de las Minas de Oro y Plata (R. O. 1704). En
la misma fecha -24 da noviembre de 1824-, Rivadavia escribía a los
banqueros Hullet Brothers, de Londres, para que "en los términos que
juzguen más convenientes promuevan y lleven a entero efecto la
formación de una Sociedad que disponiendo de un capital
proporcionado, se emplee en la explotación de las minas situadas en el
territorio de las Provincias Unidas de la Plata, a elección discrecional de
los mismos empresarios". (Facultad de Filosofía y Letras, Documentos
para la Historia Argentina, XIV, 372)
RICARDO PICCIRILLI, biógrafo de Rivadavia, considera que este decreto
"sería un nuevo eslabón para estrechar a los pueblos en la obra
nacional" (R. PICCIRILLI, Rivadavia y su tiempo, II, 89).
(18) J.A.B.BEAUMONT, ob. cit., Págs. 129 y 130.
(19) J.A.B.BEAUMONT, ob. cit., Pág. 130. President of the Board of
management era el cargo rentado que Rivadavia tenía en la MINING.
(20) Referencia del capitán Head (publicada en El Tribuno, de Buenos
Aires, Nº 18, 23 de junio de 1827). La adquisición lleva fecha 24 de
diciembre de 1824.
(21) Historia Argentina, de VICENTE FIDEL LOPEZ, t. X, Pág. 272 ( ed.
1883 ).
(22) V. F. LOPEZ, ob, cit., Pág. 273 y ss.
(23) Esta compañía se llamaba Establecimiento de Casa de Moneda y
Mineral de Famatina, y estaba integrada por capitalistas del interior y de
Buenos Aires.
Había obtenido la concesión del Famatina por resolución de la provincia
de La Rioja. Esto se conoció en Londres al tiempo de firmarse el
convenio que concedía el cerro a la MINING (24 de diciembre de 1824)
El 2 de diciembre, Hullet Brothers, al remitir a Rivadavia la minuta del
convenio, le advierte: "...Mr. Kinder esparce voces de que está bien
asegurado de que la Association no recibió la sanción de la ley... (Hullet
Brothers) se lo participa al señor Rivadavia con el objeto de ponerla en
la aptitud de asegurarse con Mr. Kinder del modo que juzgue más
conveniente" (citada por PICCIRILLI, ob. cit., II, 90).
En conocimiento de la negociación que se seguía en Londres, Vázquez,
Robertson y Braulio Costa, como apoderados de la "Compañía Famatina"
escribieron a Rivadavia el 21 de febrero de 1825; "Hemos sabido de los
contratos que a nombre de este gobierno han hecho los señores Hullet
con una compañía de esa capital (Londres), y en los que la persona de
usted ha intervenido muy activamente; y deseosos de conciliar en todo
lo posible las ideas que usted se haya propuesto con las ventajas que
debemos prometernos de nuestra posición adquirida a costa de muchos
gastos y sacrificios", explicándole a continuación la existencia de la
compañía Famatina y la concesión otorgada por La Rioja. La carta
termina expresando "confianza en el señor Rivadavia, que siempre ha
protegido los proyectos que favorecen a los hijos de su país". (Carta
existente en la colección Carlos Casavalle, citada por PICCIRILLI, II,
29).
(24) El Capitán Head, representante de la MINING, había llegado al país
el 1º de julio de 1825 con un equipo de mineros. Pidió al gobierno - Las
Heras era Encargado del Ejecutivo Nacional -, "el expediente de procurar
al Congreso la sanción de la base de la sociedad". Las Heras contestó,
"por la Ley Fundamental del 23 de enero último, sólo a los gobiernos de
las provincias respectivas, toca; hacer aprobar y modificar el contrato y
variar los reglamentos existentes de minería". (Arch. Gral. Nac. sec.
Gob. S. 1 arm. 2 A 2 Nº 14, citado por HUDSON, Recuerdos Históricos
sobre las provincias de Cuyo, en "Revista de Buenos Aires", t. XXIII, p.
229).
La única provincia minera que reconoció el contrato de la MINING, fue la
de San Juan, gobernada por Salvador María del Carril, futuro ministro de
Hacienda de Rivadavia. En su mensaje del 20 de julio de 1825 hace
referencia "a la explotación de las minas de esta provincia bajo el plan
que manifiesta el convenio de los señores Hullet Hnos. y Cía., formado
en Londres y promovido por nuestro ilustrado y benemérito compatriota
el señor Bernardino Rivadavia... la masa metálica de nuestra cordillera
debe ser de una atracción irresistible (¡y tan- to!)... compañías como la
del señor Hullet, que debe traer capitales útiles e inteligencia para la
explotación y beneficio de las minas... (hasta ahora) explotado por
trabajadores sin capital ni saber". (HUDSON, ob. cit., en "Rev. de Bs.
Aires" XXIII, Págs. 276 y 277).
Ante la negativa de La Rioja a aceptar la concesión Hullet, del Carril
propuso "que San Juan y La Rioja formen una sola provincia" (ref. en
HUDSON, "Rev. de Bs. Aires", XXIII, Pág. 29).
Seis días después - el 26 de julio -, del Carril era sacado del gobierno de
San Juan. Rivadavia aun estaba en Londres, y llegaría al país el 23 de
octubre de ese año.
(25) V. F. LOPEZ, ob. cit., Págs. 272 y 273. PICCIRILLI comenta: "Don
Bernardino jugaba la seriedad de su palabra, valiosa y responsable
como la letra de un documento público" (ob. cit., II, 92). Nota de la 2º
edición.
(26) Ley de Consolidación de la Deuda, de febrero 16 de 1826. ~. R.
O., 1900.
(27) V F LOPEZ, ob. cit., Pág. 273 (en nota).
(28) Ley de 7 de agosto de 1826. R. O.; 2043.
(29) La tomó de la publicación del Capitán F. B. HEAD, Reports relating
to the failure of the Rio Plata Mining Association ( London, 1827 ).
(30) La tomó de la publicación del Capitán F. B. HEAD, Reports relating
to the failure of the Rio Plata Mining Associaton (London, 1827).
(31) El mismo día El Tribuno publicaba esta intencionada cuarteta:
"Dicen que el móvil más grande
de establecer la unidad.
Es que repare su quiebra
de Minas la Sociedad".
(32) Las posibles riquezas del cerro Famatina eran presentadas en
prospectos de gran circulación en términos "dignos de la imaginación de
Disraeli" dice FERNS, (ob. cit., Pág. 133). En una nota este autor desliza
la posibilidad de que el mismo Disraeli fuera el redactor del prospecto
del Famatina, pues "trabajaba entonces en la City en la redacción de
prospectos financieros", aunque "no hay prueba suficiente para atribuirle
el prospecto del Famatina".
En mi trabajo Rivadavia y el origen de nuestro coloniaje aporto la
presunción favorable a Disraeli de la semejanza entre su personaje
Popanilla (en la novela homónima de Disraeli) y Rivadavia.
Popanilla, salvaje de las islas del Mar del Sur ha encontrado en la playa
un cajón de libros de Economía Política que estudia con constancia y
admiración.
Se propone entonces explotar su isla salvaje; viaja a Londres (un
Londres imaginario) donde unos malandrines lo aprovechan para
presentarlo como "el más civilizado de los salvajes" y hacerlo hablar de
las fabulosas riquezas de su isla.
Se forman grandes compañías (con Popanilla en la presidencia) para
explotar las minas, colonizar los desiertos, extraer el coral de los
arrecifes y fundar un banco.
Sale una expedición en busca de las riquezas vendidas por Popanilla,
que naturalmente no las encuentra: quiebra la compañía, y en
consecuencia el salvaje es apresado.
Pero ante su irresponsabilidad evidente se limitan a expulsarlo.
(33) TOUGAN BARANOWKY, Las crisis industriales en Inglaterra. Trad.
de J. Moreno Barutell.
(34) J. A. B. BEAUMONT, ob. cit., Pág. 130. En el folleto Respuesta al
mensaje del gobierno, de 24 de septiembre de 1827 (atribuido por
Alsina a AGÜERO, por V. Fidel López a NUÑEZ, y por Zinny a DEL
CARRIL) defendiendo a Rivadavia en el asunto de las minas, se acepta
que estaba a sueldo de la compañía pero se asegura "que nunca lo
cobró".
(35) Rivadavia aun estaba en Londres cuando Canning hizo graves
alusiones al asunto de las minas del Río de la Plata en la sesión del
Parlamento de 5 de junio de 1825.
(36) En el panegírico de RICARDO PICCIRILLI, Rivadavia y su tiempo,
(dos tomos, Peuser, 1943), obra premiada que se publicó con
posterioridad a Defensa y pérdida de nuestra independencia económica,
se exhuman diversos documentos de Rivadavia (entre ellos la
testamentaría) con el loable propósito de demostrar la honradez del
prócer.
El libro de PICCIRILLI ha logrado que modifiquemos un tanto la
apreciación que de Rivadavia hacíamos en 1941 (reproducida en el
texto).
Porque ahora, gracias a Piccirilli, puede saberse que apenas llegado de
Inglaterra, Rivadavia emitió una letra de cambio contra la casa Hullet,
por tres mil libras esterlinas, que ésta abonó a la vista y debitó en la
cuenta particular de Rivadavia; que en la misma fecha (noviembre de
1825), una carta de Rivadavia a la casa Hullet (transcripta por Piccirilli),
dice: "El resto de la cuenta de las 1.200 libras para los gastos de mi
singular comisión, lo agregarán ustedes a mi cuenta corriente".
Se consideraba, pues, acreedor de la casa Hullet por una singular
comisión de 1.200 libras esterlinas, de la cual ya había recibido parte
("El resto, etc.. . ."), y además libraba por tres mil apenas llegado a
Buenos Aires...
Piccirilli nos dice que esas operaciones (que llama "de crédito")
probarían la honradez de Rivadavia, quien regresaba tan pobre de
Inglaterra que se veía obligado a pedir libras esterlinas prestadas (ob.
cit., II, Pág. 481).
La correspondencia transcripta no dice nada de "crédito", sino
expresamente de "gastos de mi singular comisión", no obstante lo cual
supone Piccirilli que la suma de cuatro mil doscientas libras esterlinas
(muy grande hoy en día, y que en 1825 era sencillamente fabulosa),
habría sido puesta altruistamente por la casa inglesa para mitigar la
indigencia del más grande hombre civil de la Argentina. Sin perjuicio de
decir, a renglón seguido, que Rivadavia no empleó ese dinero en vivir,
sino en especular, pues lo colocó al 13 y 14 %. (Ob. cit., II, 484). Sin
perjuicio, tampoco, de traer en la página siguiente un estado de los
bienes de Rivadavia al 5 de abril de 1832 proveniente de su
administrador D. C. Vidder, por donde nos enteramos que tenía
propiedades en Buenos Aires por valor de $ 200.000 fuertes y títulos y
acciones por otros $ 204.000 fuertes. Por el monto de su fortuna podía
considerarse uno de los hombres más ricos del país y el mismo Piccirilli
se extraña de esta circunstancia, tanto más cuando en 1832 hacía tres
años que Rivadavia vivía exilado en el extranjero: "El .espíritu advertido
- dice Piccirillí (II, 485) - anota, no obstante, la existencia de una suma
respetable puesta en fondos públicos, ¿de dónde proviene ese dinero?".
Esa fortuna se habría esfumado en parte en la quiebra de la casa Lezica
Hnos. (alrededor de 1833), que poseía los títulos y acciones de
Rivadavia, y por eso explica Piccirilli que no pudo saldar su cuenta con
Hullet.
Pero entre 1825, en que giró contra Hullet por tres mil libras, y 1833,
mediaron ocho años, más que suficientes para abonar la deuda, si ésta
hubiera sido una deuda.
Por otra parte, Rivadavia, aún mermada su gran fortuna por la quiebra
de la Casa Lezica, nunca estuvo en la pobreza. Dejó bienes en Cádiz,
dinero y títulos depositados en Río de Janeiro y Montevideo, tres casas
en Buenos Aires en la calle Reconquista y una quinta de dos manzanas
en el barrio de la Concepción. "No debo un maravedí a nadie" se jactó
poco antes de morir.
Sin embargo la Casa Hullet se presentó al juicio testamentario que se
tramitó en Buenos Aires, reclamando la cuenta corriente del patricio que
pasaba de seis mil libras esterlinas. Los herederos sostuvieron que esa
suma fue recibida por Rivadavia como "servicios prestados" y no eran
por lo tanto un "crédito". Se fue a pleito, y el tribunal falló a favor de los
herederos. Eran servicios prestados.
Por eso, gracias a Piccirilli, hemos rectificado en 1953 nuestra opinión
sobre la probidad de Rivadavia expuesta en 1943.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo
III - Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Capítulo IV
LA RESTAURACION
"Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días".
EL PRIMER GOBIERNO DE ROSAS
Rosas fue al gobierno en 1829 como hombre "de orden". No era un
político, y llegaba a las posiciones públicas como consecuencia de sus
actividades privadas. Era el hombre serio, de trabajo y de acción, de
quien se esperaba restauraría el imperio de "las leyes" tan conculcadas
hasta entonces. Sabíase que el "Restaurador de las leyes" no toleraría
ninguna infracción a ellas, de la misma manera que el estanciero de
"Los Cerrillos" no aceptaba tergiversaciones a sus reglamentos
camperos.
Pero Rosas era algo más que un hombre de orden. Era el argentino por
excelencia, en quien se encarnaban todas las virtudes y todas las
posibilidades de la raza criolla. Al elegirlo gobernador en las difíciles
circunstancias del año, presentíase al único defensor posible de la
nacionalidad, Rosas era el polo opuesto de Rivadavia, hasta en lo físico:
si éste fue hacedor de proyectos, aquél, en cambio, construyó
realidades; mientras uno soñaba con una Argentina europeizada, el otro
trataba de salvar la Argentina de siempre. Si reforma fue palabra
rivadaviana, restauración constituyó el lema rosista. Ambos términos
son sobradamente expresivos: la restauración se opuso a la reforma
como lo nacional a lo extranjero, como el propio Rosas, hombre de
tierra, a Rivadavia, hombre de especulaciones foráneas.
La política económica de Rosas tenía que diferir fundamentalmente de la
de Rivadavia. Rosas no era tan ingenuo como para creer en el
desinterés de la ayuda extranjera, ni tan escéptico que no tentara
desenvolver, con recursos propios, las posibilidades del propio país.
Argentino de cuerpo y alma, creyó firmemente en la capacidad y
competencia de su raza. ¡ Si el mismo era un ejemplo de las grandes
cualidades de trabajo y de progreso que tenía el criollo! Hombre de
empresa, había llenado la pampa con magníficas estancias productivas,
fundado saladeros y dispuesto de una flota de barcos que transportaba
sus productos hasta el mercado consumidor. Y todo ello sin la ayuda del
crédito o la dirección técnica extranjera. Al contrario, llevándose por
delante la oposición de ésta.
En sus estancias el gringo era bien recibido, pero a condición de trabajar
a lo criollo; con lealtad hacia el patrón y los compañeros y sin hacerle
asco a las jornadas duras. Trabajo que ha sido llamado despectivamente
"feudal", porque se parece exteriormente a la estructura medieval - con
su patrón y sus peones formando una verdadera unidad, fundada en la
ayuda y el respeto mutuo - más que a la "capitalista", donde patrones y
obreros son entidades distintas y opuestas, vinculadas apenas por las
necesidades imprescindibles de trabajo y salario. Pero esta semejanza
con el feudalismo es solamente superficial, pues la "estancia" es una
estructura capitalista como lo ha demostrado, entre otros, Eduardo
Astesano (1).
¡Notables establecimientos aquellos construidos sobre el modelo de "Los
Cerrillos" y ajustados a las "Instrucciones para la administración de
estancias", cuyos peones coreaban el rosario rezado por el patrón o se
iban tras de él en una patriada a restaurar las leyes ! Allí no se
preguntaba a nadie de dónde venía, pero podía quedarse si mostraba
condiciones de trabajo y lealtad. No había lugar para vagos ni
enredadores: "ni cuzcos ladradores ni doctores", decían las mencionadas
instrucciones.
En cuanto al programa administrativo de Rosas en 1829, consistía nada
más que "en cumplir las leyes". Nada más, pero nada menos. Cumplir
las leyes no significaba ajustarse a la literatura legal rivadaviana, en mal
momento importada y pésimamente traducida. "Las leyes", en la
acepción popular, no eran los textos escritos que podían anular por
simple capricho de los detentadores del gobierno todo el "ser" de una
nación: era justamente las tradiciones, las costumbres, las
peculiaridades que daban a la Argentina su propia fisonomía y que
constituían precisamente ese ser no escrito, pero real y vivo. Y defender
esa realidad autóctona contra "cuzcos ladradores y doctores" fue el
programa de la Restauración.
Buenos Aires ha encontrado, ¡por fin!, a su caudillo. El litoral y el interior
hacía años que tenían los suyos: López y Quiroga. Y el formidable
triunvirato se aprestaba a batir los últimos restos del unitarismo - la liga
encabezada por el general Paz - y construir la república en base a las
realidades provinciales, es decir federalmente. Esa política llevó al Pacto
Federal del 4 de enero de 1831,
LA POLEMICA CON FERRE
Rosas no es aún, en este su primer gobierno, el hombre nacional que
será luego. Es todavía hombre de Buenos Aires y a ello débese la
política económica que su provincia, por boca y pluma de su delegado -
don José María Roxas y Patrón -, defenderá en oposición a la
preconizada por el delegado de Corrientes, Pedro Ferré. A Buenos Aires
le conviene la libertad de comercio, porque la aduana constituye el gran
recurso de su presupuesto y las exportaciones pecuarias la base de su
economía; para el interior, en cambio, el sistema de 1809 significaba el
aniquilamiento de sus posibilidades industriales (2).
La ponencia discutida en concreto en Santa Fe - sede de las
delegaciones de las provincias federadas - fue la siguiente: "Que se
prohíban o impongan altos derechos a aquellos efectos extranjeros que
se produzcan por la industria rural del país" (3).
Roxas y Patrón se opuso argumentando, principalmente, con la
necesidad de mantener el sistema dadas las obligaciones nacionales
(deudas de guerra, empréstito Baring, sostenimiento de las relaciones
exteriores), que pesaban sobre Buenos Aires y que ' ésta cubría, o
debería cubrir dentro de sus posibilidades, con el producido de la
Aduana. La base de su argumentación fue así de orden fiscal,
defendiendo también la libertad de comercio por las siguientes razones:
1°) que la protección, al restringir el comercio exterior, habría de
producir necesariamente la merma de la riqueza ganadera, la mayor del
país y la preponderante en las provincias litorales federadas ; 2°) que
los sustitutos locales de los productos extranjeros se- rían caros y
malos, no bastando para satisfacer "necesidades que hacen parte ya de
la vida", y 3°) que sobrevendría una competencia industrial entre las
distintas provincias de la Confederación.
Ferré ha de pulverizar fácilmente los argumentos reunidos por Roxas y
Patrón con mayor habilidad dialéctica que convencimiento (4).
"Considero - dirá contestando el memorándum de éste - la libre
concurrencia como una fatalidad para la nación. Los pocos artículos
industriales que produce nuestro país no pueden soportar la
competencia con la industria extranjera". Y punto por punto contestará
el alegato del representante de Buenos Aires. Manifiesta, así: 1°) que
las provincias "cuyas producciones hace tiempo dejaron de ser
lucrativas" forman la mayoría del país, pero que si así no fuera, siempre
sería justo "imponerle privaciones parciales y no muy graves a la
mayoría para no dejar perecer a una minoría considerable" ; 2°) que tal
vez "un corto número de hombres de fortuna padecerán, porque se
privarán de tomar en su mesa vinos y licores exquisitos", que tampoco
"se pondrán nuestros paisanos ponchos ingleses, no llevarán bolas y
lazos hechos en Inglaterra no revestiremos ropa hecha en extranjería y
demás renglones que podemos proporcionar, pero en cambio comenzará
a ser menos desgraciada la condición de pueblos enteros de argentinos
y no nos perseguirá la idea de la espantosa miseria y sus consecuencias
a que hoy son condenados"; y 3°) que nada hacía suponer se
promoviera entre las provincias una guerra industrial, por las distintas
especializaciones de cada una de ellas (5).
Ferré continuó la prédica proteccionista aun sabiendo fracasado su
proyecto, Siendo gobernador escribiría en circular a sus colegas: "El
objeto principal del Congreso Nacional en proyecto debía ser alejar
cuanto pudiese constituir estorbo al desarrollo de la industria territorial,
por medio de la prohibición de importar artículos producidos en el país".
Pensamiento que completa su diputado en la Comisión Representativa
de Santa Fe, Manuel Leiva, en carta al gobernador de Catamarca
oponiéndose a la política porteña: "Buenos Aires es quien únicamente
resistiría a la formación del Congreso porque perdería el manejo de
nuestro tesoro, y se cortará el comercio de extranjería, que es el que
más le produce" (6).
La oposición de Buenos Aires había dejado en nada el generoso proyecto
de Corrientes. Lo que no se cumplió entonces se haría luego, cuando las
circunstancias políticas variarán y la incipiente unión del Pacto de 1831
se consolidara en la férrea Confederación del año 1835 (7).
EFECTOS DE LA LIBERTAD DE COMERCIO
Veintiséis años de liberalismo económico habían producido el efecto
imaginable. En 1825, época de Rivadavia, las exportaciones (cueros,
carnes salada, sebo), totalizaban cinco millones de pesos fuertes
mientras las importaciones (tejidos, alcoholes, harinas), pasaban de
ocho, la mitad provenientes de Gran Bretaña (8). Con razón sir
Woodbine Parish podía exclamar alborozado en 1829: "El Río de la Plata
debe considerarse como el más rico mercado que se nos ha abierto
desde la emancipación de las colonias españolas, si consideramos no
sólo la cantidad de nuestras facturas que aquel país consume, sino
también las grandes cantidades de materia prima de retorno,
proveyendo a nuestras manufacturas de nuevos medios de producción y
provecho" (9).
La diferencia entre los ocho millones importados con los cinco
exportados se cubría en metálico. Claro está que se producía un drenaje
continuo de oro y plata (en barras solamente salieron del país en 1822
por valor de 1.350.000 pesos fuertes) (10), pagados principalmente por
el interior, que carecía de productos que exportar. Debe tenerse en
cuenta, también, que el valor de las importaciones no revela su volumen
real, pues las mercaderías inglesas vendíanse a bajo precio con el objeto
de liquidar totalmente la competencia autóctona. "Dudamos muchísimo
- dirán los hermanos Robertson - que la mercadería enviada a Sud
América haya producido a sus cargadores ganancias adecuadas" (11).
Lo que corrobora Parish: "Los precios módicos de las mercaderías
inglesas les aseguran una general demanda, y ellas se han hecho hoy -
1829 - artículos de primera necesidad de las clases bajas de Sud
América. Tómense todas las piezas de su ropa, y exceptuando lo que
sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa?"(12).
No es solamente la industria manufacturera la única riqueza autóctona
que barre el empuje extranjero. Las harinas de Río Grande y de
Norteamérica van desalojando a sus similares criollas. Parish nos dice
cómo la harina yanqui se vende en Buenos Aires a 10 reales la arroba a
fin de desalojar la mendocina (Mendoza era el gran centro harinero de la
época), cuyo precio, debido al transporte por tierra, no podía ser inferior
a 11 ó 12 reales (13). Lo mismo sucedía con el vino o los alcoholes
cuyanos, o con el azúcar que el obispo Colombres industrializara en
1821 por vía de ensayo.
En 1816, según cuenta Alvarez (14), los viñateros de Cuyo se
presentaron al Director de las Provincias Unidas solicitando la
prohibición de importar caldos extranjeros porque "ni les era posible
disminuir los gastos hasta la plaza de Buenos Aires, ni con tales gastos
podría hacerse competencia a los productos similares a los del interior".
En la sesión del Congreso Nacional de mayo 19 de 1817 se daba cuenta
de una petición semejante del Cabildo de Mendoza (15).
Pero todo inútilmente, pues la política de la libertad de comercio era
sostenida en aquellos años con todo el fervor que merecía un dogma
liberal. Las Heras, al abrir el Congreso del 24, en oficio del 16 de
diciembre de ese año, colocaba el librecambio junto a los más sagrados
derechos individuales: "Al lado de la seguridad individual, de la libertad
de pensamiento, de la inviolabilidad de la propiedad, poned, señores -
decía - la libre concurrencia de la industria de todos los hombres en el
territorio de las Provincias Unidas". Tampoco hablaban en mejor tono los
hombres de la Federación - excepto Ferré y los suyos -, y así, Pedro de
Angelis escribía en 1834: "Obligar con estímulos artificiales a que una
nación produzca los géneros que puede comprar más barato del
extranjero, es desconocer el poder y la utilidad de la división del
trabajo" (16), eco erudito de idénticas palabras, pronunciadas tres años
atrás por Roxas y Patrón en la comisión santafesina.
ROSAS, JEFE DE LA CONFEDERACION
En 1835 Rosas llega por segunda vez al poder. No obrará ahora como
simple gobernador de Buenos Aires, delimitando su esfera de influencia
con los fuertes señores feudales de Santa Fe y La Rioja. Quiroga acaba
de caer en la encrucijada alevosa de Barranca Yaco, mientras López,
postrado por enfermedad mortal, ya no es el poderoso Patriarca del año
20, que ataba su pampa famoso en la Pirámide de Mayo e imponía su
ley a media Argentina.
No es tampoco el gobernador de 1829, que tenía a Manuel José García
como ministro y buscaba sola- mente el "orden" interno. Ahora se ha
dado plena cuenta de la fuerza del imperialismo británico, y se apresta a
batirlo en brecha.
Rosas será, cada vez en mayor grado, el señor absoluto de la
Confederación. Los satélites de Quiroga y López han de plegarse a la ley
que ahora se dicta en Buenos Aires: Heredia, Echagüe, Ibarra
reconocerán la jefatura del Restaurador y con ella la preeminencia de lo
nacional sobre lo local.
De allí la diferencia entre el Rosas de 1829 y el de 1835: aquel era
simplemente un gobernador de Buenos Aires; éste es el jefe indiscutible
de la Confederación. Actuará como hombre de la Argentina, decidido a
terminar radicalmente con los factores de des unión. La unidad
comenzada en 1831 ha quedado establecida de la única manera posible:
sin constituciones importadas, sin leyes foráneas, anudando
pacientemente los pequeños centros políticos a una jefatura nacional:
de pluribus unum. Por una paradoja de la historia, los federales
restauraban la unidad nacional que los unitarios habían deshecho.
Pero no era bastante con la unidad política de los "pactos"; se hacía
necesario lograr la armonía económica entre las distintas partes de la
Confederación. Y Rosas comprendió que la restauración de la vieja
riqueza industrial del virreinato, al tiempo de significar la reconquista de
la perdida independencia económica, quitaría los recelos provinciales
hacia Buenos Aires. Por ello dictó la ley de Aduana del 18 de diciembre
de 1835, que protegía los productos de fabricación nacional.
Era la tesis correntina que se imponía después de cuatro años de haber
sido rechazada en Santa Fe. El articulado de la ley reproducía en parte
el petitorio de Ferré en 1831, mientras sus consideraciones halla- ` ron
eco en los mensajes firmados por su antiguo antagonista Roxas y
Patrón,
Tal vez Rosas fue convencido por los argumentos de Ferré: saber
escuchar es condición de buen gobernante y es, sobre todo, condición
de gran caudillo. Por eso dirá Alberdi de Rosas en 1847: "Se le atribuye
a él exclusivamente la dirección de la República Argentina. ¡ Error
inmenso ! El es bastante sensato para escuchar cuanto parece que
inicia; como su país es muy capaz de dirigir cuando parece que
obedece" (17).
La ley de Aduana terminaba con el liberalismo económico de 1809. Esto
puso en explicable conmoción a los cenáculos unitarios de Montevideo: ¿
El liberalismo económico por el suelo ! ¡El bárbaro! ¿Qué diría Quesnay?
LA LEY DE ADUANA DE 1835 (18)
Un doble propósito tenía dicha ley: la defensa de las manufacturas
criollas, perseguidas desde 1809, y el renacimiento de una riqueza
agrícola, casi extinguida desde la misma fecha. En el mensaje del 31 de
diciembre de ese año, dando cuenta a la Legislatura de esa ley - dictada
exclusivamente por el gobernador en virtud de la suma del poder
público -, decíase: "Largo tiempo hacía que la agricultura y la naciente
industria fabril del país se resentían de la falta de protección, y que la
clase media de nuestra población, que por la cortedad de sus capitales
no puede entrar en empleos de ganadería, carecía del gran estímulo al
trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él medios
de descanso en la ancianidad y de fomento a sus hijos. El gobierno ha
tomado este asunto en consideración, y notando que la agricultura e
industria extranjera impiden esas útiles esperanzas, sin que por ello
reporten ventajas en la forma y calidad . . . ha publicado la ley de
Aduana, que será sometida a vuestro examen por el Ministro de
Hacienda" (19).
El fomento de la industria fabril se realizaba por la protección decidida a
los talleres de herrería, platería, lomillería y talabartería prohibiendo
introducir manufacturas en hierro, hojalata, latón y artículos de apero
para caballos, y recargando con fuertes derechos de 24 y 35 % ciertas
producciones en cuero, plata, cobre o estaño; igualmente a las
carpinterías y fábricas de carruajes, por el aforo de 35 % a la
importación de coches y prohibiendo la de ruedas para los mismos; y a
las zapaterías, libradas de la competencia extranjera con el altísimo
gravamen de 35 % a los zapatos. A las tejedurías criollas se les
entregaba sin competencia el mercado de ponchos, ceñidores, flecos,
ligas y fajas de lana o algodón, como también de jergas, jergones y
sobrepellones para caballos, artículos éstos cuya introducción quedaba
totalmente prohibida; se gravaba con un fuerte derecho de 24 % la
importación de cordones de hilo, lana y algodón, así como de pabilo, y
con uno prohibitivo de 35 % las ropas hechas, frazadas y mantas de
lana. También algunas pequeñas manufacturas criollas, como la
elaboración de velas de sebo; peines y peinetas de carey, artículos de
hueso, boj o talco y la fabricación de escobas, eran libradas
absolutamente de toda competencia. La introducción de sillas de
montar, que no era ramo de talabartería criolla, quedaba permitida
como artículos de lujo con el enorme recargo del 50 %.
En el rubro agrícola: los productos de granja, como toda clase de
legumbres y también la cebada y el maíz, se prohibían totalmente; las
papas, cuya producción no era bastante para satisfacer el consumo,
quedaban recargadas con un 50 % de su valor; lo mismo los garbanzos,
de producción insuficiente, gravados en un 24 %. La introducción de
harinas y trigo no se permitía mientras su precio no pasase de 50 pesos
la fanega. Las yerbas y el tabaco del Paraguay (cuya independencia no
se había declarado), Corrientes y Misiones pagaban un módico derecho,
puramente fiscal, del 10 % ; cuando la yerba provenía del Brasil su
aforo alcanzaba al 24 % ; así como también los sucedáneos del mate
(café, te, cacao) , que al ser recargados con igual porcentaje podían
solamente consumirse como artículo de lujo: el tabaco que no fuera de
procedencia Argentina oblaba el prohibitivo gravamen de 35 %.
El azúcar era aforado con un 24 por ciento. Los alcoholes (vino,
vinagres, aguardientes y licores) con el 35 por ciento ; sus sucedáneos,
la sidra y la cerveza, prohíbanse con fuertes impuestos del 35 y 50 por
ciento, respectivamente. También las frutas secas (pasas de uva e
higo), productos cuyanos, se defendían con un derecho de 35 %; igual
pagaban los quesos extranjeros. La leña o carbón de leña, proveniente
de Santa Fe o Corrientes, no abonaba derechos si se transportaba en
buques nacionales, mientras el carbón de piedra extranjero pagaba el 5
por ciento.
Esto en cuanto a las importaciones, Las exportaciones sufrían, en
general, la módica tasa del 4 por ciento a los solos efectos fiscales, que
no se aplicaba a las manufacturas del país, a las carnes saladas
embarcadas en buques nacionales, a las harinas, lanas y pieles curtidas.
Pero los cueros, imprescindibles a la industria extranjera y cuyo
mercado casi único era el Río de la Plata, abonaban el fuerte derecho de
ocho reales por pieza, que equivalía más o menos a un 25 por ciento de
su valor.
Las mercaderías sacadas para el interior eran libra- das, como lo había
pedido Ferré en 1831, de todo gravamen.
La ley no se limitaba a favorecer los intereses argentinos. De acuerdo
con la política de solidaridad hispanoamericana, que es uno de los
rasgos más notables de la gestión internacional de Rosas, los productos
de la Banda Oriental y Chile se favorecían directamente: las
producciones pecuarias del Uruguay se encontraban libres de derechos y
no se recargaban tampoco los reembarcos para "cabos adentro"; de la
misma manera no eran imponibles las producciones chilenas que
vinieran por tierra.
A la marina mercante nacional se la beneficiaba de dos maneras: la
carne salada transportada en buques argentinos no pagaba derecho
alguno de exportación (20), y la leña y carbón de Santa Fe y
Corrientes, en las mismas condiciones, también se hallaban exentos de
impuestos. Pero si eran traídos en buques extranjeros oblaban el 17 por
ciento, no pudiendo competir por lo tanto con el carbón de piedra
importado, cuyo aforo apenas alcanzaba al 5 por ciento.
Es fácil comprender el porqué de las diversas escalas de aforos: la
prohibición absoluta aplicábase a aquellos artículos o manufacturas,
cuyos similares nacionales se encontraban en condiciones de satisfacer
el consumo, sin mayor recargo de precio. Se gravaban en cambio con
un 25 por ciento aquellos otros cuyos precios era necesario equilibrar
con la producción nacional para permitir el desarrollo de ésta; así como
los sucedáneos extranjeros (café, té, cacao, garbanzos) de productos
argentinos. Con el 35 por ciento se aforaban aquellos cuyos similares
criollos no alcanzaban a cubrir totalmente el mercado interno, pero que
podrían lograrlo con la protección fiscal. Y con el 50 por ciento,
finalmente, algunos productos (como las sillas inglesas de montar),
tratados como artículos de lujo, por no llenar necesidades
imprescindibles de la población (21).
RESTAURACION DE LA RIQUEZA POR LA LEY DE ADUANA
La ley de Aduana fue completada el 31 de agosto de 1837 con la
prohibición - provisional, pero que duró hasta 1852- de exportar oro y
plata en cualquier forma que fuere. La continua evasión de metálico, ya
mermada por la ley de Aduana al restringir las importaciones, quedó
completamente detenida. Los importadores de aquellos artículos no
prohibidos debieron llevar en productos del país el valor de sus
transacciones.
La ley del 35 significó en gran parte la recuperación económica de la
Argentina. En el mensaje del 1Q de enero de 1837 el gobierno daba
cuenta a la Legislatura que "las modificaciones hechas en la ley de
Aduana a favor de la agricultura y la industria han empezado a hacer
sentir su benéfica influencia... Los talleres de artesanos se han poblado
de jóvenes, y debe esperarse que el bienestar de estas clases aumente
con usura la introducción de los numerosos artículos de industria
extranjera que no han sido prohibidos o recargados de derechos... Por
otra parte, como la Ley de Aduana no fue un acto de egoísmo, si no un
cálculo generoso que se extiende a las demás provincias de la
Confederación, también en ellas ha comenzado a reportar sus ventajas".
Con esta ley la manufactura criolla, moribunda, y la producción de
harinas, azúcares, alcoholes y productos de granja, que amenazaba
extinguirse, recibieron la saludable reacción imaginable. Volvieron a
florecer las industrias del interior, y Buenos Aires se llenó de fábricas
algunas de las cuales alcanzaron gran adelanto técnico (22).
La ordenanza de 1809 y la total apertura en 1812 del puerto de Buenos
Aires habían aniquilado - como hemos visto - los antiguos talleres de los
tiempos virreinales. Claro está que no era fácil tarea modificar la
estructura económica impuesta por 26 años devastadores de liberalismo
económico. Tal vez si la continua atención del gobierno no se hubiera
visto embargada a partir de 1838 por la defensa territorial del país, la
política de recuperación económica habría llegado a desenvolverse en
toda su amplitud. No era suficiente con la sola ley de Aduana, y la
protección a los artesanos criollos debió ampliarse poniendo a la
industria nacional, técnica y económicamente, en las condiciones
necesarias para afrontar con éxito la competencia europea en los demás
mercados de América latina. Y debió aumentarse, también, en la medida
de lo posible, el rubro de artículos de introducción prohibida. Así, al
mismo tiempo de lograr totalmente el mercado interno, ciertas
manufacturas argentinas - zapatos, talabartería, algunos tejidos -
hubiesen desbordado por los vecinos países de América. Pero no debe
olvidarse que desde 1838 a 1852 los enemigos de Rosas y los del país
no le dieron a aquél un solo día de paz en el cual preparar su obra.
No obstante, sin llegar a abastecer totalmente el mercado interno, la
potencialidad industrial de la Argentina en tiempos de Rosas alcanzó un
grado notable gracias a la política de su ley de Aduana.
Martín de Moussy, viajando por la Confederación, de 1841 a 1859, nos
dice de Buenos Aires: "Consume los artículos manufacturados en su
capital, que es un gran taller industrial" (23). Pues no obstante la
preponderancia, siempre creciente, de su riqueza ganadera (24), la
ciudad porteña se ha llenado de talleres, los cuales fabrican productos
que compiten en buena ley con los importados. La industrialización del
"aceite de pata", iniciada en 1829 por el químico francés Antonino
Cambaceres, ha de desarrollarse después del 35 de manera tan
considerable que dará origen al poblado de Barracas (hoy Avellaneda);
de 1851 a 1854 llégase a exportar a Europa y a las naciones del
Pacífico, 7.077 toneladas de este aceite (25). Por otra parte, el censo
de 1853 nos demuestra el floreciente estado industrial de la ciudad de
Buenos Aires a la caída de Rosas. Existían en ella 1.065 fábricas
montadas (entre ellas: 2 fundiciones, 1 de molinos de viento, 1 de
tafiletes, 8 de velas, 7 de jabones, 4 de licores, 3 de cerveza, 3 de
pianos, 2 de carruajes, 1 de billares, además de 9 de distintas
maquinarias); 743 talleres (110 carpinterías, 108 zapaterías, 74
herrerías, 49 tahonas - molinos de trigo -, 26 platerías, 23 talabarterías,
14 lomillerías, 12 mueblerías, etc.); además de 2.008 casas de comercio
(26).
Córdoba y Tucumán fueron los centros manufactureros mejor dotados
del interior. La primera llegó a elaborar zapatos y tejidos, teniendo estos
últimos gran renombre. Maeso comenta que "los tejidos fabricados en
lana y algodón por las cordobesas tienen nombradía merecida,
aventajando, cuando son esmerados, cuanto se importa del extranjero"
(27). La cal de las canteras de Córdoba se llevaba a las demás
provincias, compitiendo favorablemente, por su mejor calidad y precio,
con la cal entrerriana. Las pieles de cabra curtidas en Córdoba lo eran
con tal grado de perfección que se exportaban a Francia, y esta nación
tuvo que prohibirlas para proteger su industria local (28).
Tucumán, famosa por sus trabajos de ebanistería - consumidos
principalmente por las provincias cuyanas - producía también cueros
curtidos, tintes y tabaco, solicitado este último desde Chile, Bolivia y
Perú. La incipiente explotación de la caña de azúcar se afianzaría
mediante la doble protección que le significaba el arancel del 24 % de la
aduana de Buenos Aires, y el derecho de 2 por arroba a la introducción
de azúcares extranjeros que señalaba su ley local. Iniciada la industria
en 1821, languidecerá hasta 1825, para crecer después de ese año
hasta contar en 1850 con trece ingenios, abasteciendo, además del
consumo local, a las provincias de Santiago, Catamarca y en parte
Salta, y llegando a competir con el azúcar extranjero en el propio
Buenos Aires. El gobernador Gutiérrez ha de decir en 1845, en ocasión
del tercer censo provincial: "Hay de ella (de la caña de azúcar),
numerosas plantaciones y su producto es ya considerable. Consiste en
azúcares, aguardiente, tabletas, chancacas, alfeñiques y guarapo, todo
de calidad superior. Se consume en el país y el sobrante se extrae con
aprecio para las provincias limítrofes y hasta Buenos Aires... y prometen
(los establecimientos industriales) ser con el tiempo un manantial de
riqueza y prosperidad para el país, cuyos habitantes ven con placer
circular entre ellos, el dinero que en los ramos de azúcar y aguardiente
salía anualmente, y presentar estos productos de calidad superior en los
mercados limítrofes y aun en el principal de Buenos Aires" (29).
Palabras pronunciadas el mismo año que Sarmiento aseguraba en su
novelesco Facundo que Quiroga había "echado sus caballadas en los
cañaverales y desmontado", por pura maldad, "los nacientes ingenios"
(30).
Salta llegó a ser otro importante centro manufacturero, Maeso refiere
cómo "las salteñas son hábiles y laboriosas y se expiden por sí mismas
en muchos objetos de industria" (31). Se hilaba el algodón,
fabricábanse cigarros (llamados tarijeños), de mucha demanda en
Bolivia, "tan buenos como los que se venden en Buenos Aires" (32),
hacíanse también objetos de alfarería, suelas y becerros, curtidos, y en
menor porcentaje harina y vinos. Catamarca siguió abasteciendo a las
provincias vecinas de grandes cantidades de algodón, "que tiene fama
de ser mucho mejor que el de las demás, para sus manufacturas y
tejidos" (33), produciendo también vinos y aguardiente que 'exportaba
a Córdoba principalmente. En San Luis - dice Maeso (34) - "una parte
de los habitantes se ocupa también en tejidos. Fabrícanse ponchos de
lana de excelente calidad y una bayetilla que tiene mucho consumo en
aquella provincia y en la de Mendoza. Trabajábanse también buenos
tafiletes y cordobanes, que se extraen generalmente para las provincias
vecinas". Moussy encuentra en 1856, en esta provincia, una fábrica de
finísimo marroquín (35).
En Mendoza los viñedos llegaron a abarcar en 1850 más de quinientas
hectáreas; sus vinos y aguardientes, como los de San Juan, eran
solicitados en toda la Confederación, sin otra competencia que los
alcoholes locales de Salta, Tucumán o Catamarca, o los vinos caros
franceses que se seguían importando para el consumo de las clases
acomodadas. Producían también las provincias cuyanas harina, trigo,
frutas secas y jabón. Con las moreras de Mendoza, introducidas por el
norteamericano Thorndike, se llegaron a fabricar muy buenos hilados de
seda (36). Las provincias cuyanas exportaban a Chile, además grandes
cantidades de ganado en pie, cobre, frutas secas, jabón, charque, sebo
y cueros.
Santa Fe, preponderantemente ganadera, tuvo también plantaciones de
algodón y algunas tejedurías. Lina Beck-Bernard (37) alcanza a
describir en 1857 los últimos telares santafesinos, cuyos productos
"serían toscos, tal vez, pero duraban toda la vida". Maderas y carbón de
leña también se extraían de sus bosques del norte, consumiéndose
principalmente en Buenos Aires, Moussy nos habla de las embarcaciones
que se construían en las "carpinterías de ribera santafesinas", así como
sus fábricas de ruedas para carretas (38).
Corrientes reconstruyó sus antiguas y renombradas "carpinterías de
ribera", produciendo también maderas de construcción, tabaco, almidón,
naranjas y un poco de algodón. Entre Ríos, cueros curtidos, postes de
ñandubay para cercos, maderas para quemar, y su cal, inferior a la
cordobesa, pero que se usaba en el litoral por ser menor el precio de su
transporte.
LAS PROVINCIAS Y LA LEY DE ADUANA
El bienestar económico se dejó sentir inmediatamente después de
dictada la ley, especialmente en las provincias del interior, que tan
castigadas fueran por la ordenanza de 1809, Salta votaba el 14 de abril
de 1836 una ley de homenaje a Rosas, entre cuyos considerados se
decía: ". . . 3°) Que la ley de Aduana expedida en la provincia de su
mando consulta muy principalmente el fomento de la industria territorial
de las del interior de la República, 4°) Que dicha ley es un estímulo
poderoso al cultivo y explotación de las riquezas naturales de la tierra,
5º) Que el comercio interior es por ella descargado de un peso
considerable, a que será consiguiente su fomento y prosperidad. 6º)
Que ningún gobierno de los que han precedido al actual de Buenos
Aires, ni nacional ni provincial, han contraído su atención a
consideración tan benéfica y útil a las provincias interiores" (39).
Tucumán, el 20 de abril del mismo año, votaba una ley análoga:
"Considerando... que impelido de sentimientos en tan alto grado
nacionales y filantrópicos, ha destruido ese erróneo sistema económico
que había hundido a la República en la miseria, anonadado a la
agricultura y a la industria, con lo que ha abierto canales de prosperidad
y de riqueza para todas las provincias de la Confederación, y muy
particularmente para la nuestra (40).
Catamarca, por ley de agosto 17, decía a su vez: "Considerando... 2)°
Que la ley de Aduana expedida en su provincia (la de Rosas) refluye
poderosamente en el aumento de la industria territorial de la República.
3°) Que dicha ley puede considerarse como la base o fundamento de
muchas mejoras que puedan recibir las producciones del interior.."
(41).
La Argentina prosperó enormemente en la época de Rosas. Poco ha
costado demostrar esta verdad, que para muchos lectores de una
historia falsificada parecerá paradójica. No debe extrañarse que Alberdi,
en uno de sus frecuentes rasgos sinceros, escribiera en 1847: "Si digo
que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones,
asiento un hecho que todos palpan; y si escribo que posee medios para
estarlo, no escribo una paradoja (42). Palabras que Sarmiento criticaba,
pues era "darle armas a Rosas ensalzarlo, enaltecerlo" (43). Para éste,
la mejor política era negarlo todo, y por eso en su Facundo estampaba
esta curiosa negación, que todavía hoy algunos toman al pie de la letra:
"En 15 años no ha tomado (Rosas) una medida administrativa para
favorecer el comercio interior y la industria naciente de nuestras
provincias" (44), Negación conscientemente falsa e inspirada por una
finalidad política, como lo reconocería el propio Sarmiento al decir de su
libro "que era un arma de combate lleno de inexactitudes a designio"
(45).
MODIFICACIONES A LA LEY DE ADUANA
A lo largo de su vigencia - entre 1835 a 1853 la Ley de Aduana sufrió
algunas modificaciones a consecuencia de los conflictos internacionales.
Entre 1838 y 1844 quedaron rebajados los aforos aduaneros como
necesidad ante el bloqueo francés y medida a fin de burlarlo. En
noviembre de 1844, apenas firmada la paz de Mackau, se volvió al
régimen arancelario de la ley, con un aumento del 2 % para "cubrir el
déficit del presupuesto motivado por la guerra". En diciembre de 1841
fueron suprimidas las prohibiciones al ingreso de algunas mercaderías
(no de todas como dice por error Miron Burgin (46) a fin "de que se
provea el ejército y la población de algunos artículos que han escaseado
enteramente", Se trataba de hierro, latón, ruedas para carruajes, sillas
de montar, y efectos necesarios para la guerra.
En 1845, debido al nuevo bloqueo - el anglo francés - se estableció el
mismo régimen de emergencia de 1838-40, En 1847, al levantar
Howden el bloqueo inglés, y no obstante continuar el francés, se volvió
al régimen proteccionista.
Por la ley de Aduana en tiempo de paz, o por el bloqueo en el de guerra,
la Argentina tiene un régimen proteccionista de su industria y
agricultura entre 1835 y 1852.
EL COMERCIO EXTERIOR EN TIEMPO DE ROSAS
La política económica de Rosas, que protegía las industrias locales, lejos
de disminuir el volumen del tráfico internacional, logró aumentarlo.
En 1825, en tiempos de la Reforma, hemos visto que se importaban
artículos extranjeros por valor de ocho millones de pesos fuertes
aproximadamente, exportándose productos nacionales tan sólo por cinco
millones de la misma moneda, lo cual dejaba un saldo de tres millones
contra nuestro país. A partir de la ley de Aduana de 1835 las
exportaciones van a ir subiendo vertiginosamente, mientras las
importaciones lo harán en una proporción inferior. En 1851, en las
vísperas de Caseros, el monto de aquéllas sobre éstas es ya favorable a
la Argentina: 10.550.000 de artículos extranjeros importados para
10.663.525 de productos nacionales exportados. La balanza comercial
había sido nivelada (47).
Este aumento notable del valor de las exportaciones, se encuentra lejos
de acusar su real crecimiento en volumen, pues el precio a que se
pagaban en 1851 los productos pecuarios en los mercados europeos era
más o menos la mitad del pagado en 1825 (48). De allí que, en líneas
generales, puede calcularse que la Argentina cuadruplicó la cantidad de
sus exportaciones, mientras aumentaba solamente en un 20 %, poco
más o menos, sus importaciones.
Si analizamos el rubro y la procedencia de estas importaciones,
encontramos que mientras los tejidos y lozas inglesas han prosperado
poco, los géneros finos, sedas y vinos franceses se han quintuplicado,
así como las especialidades de quincallería y comestibles del norte de
Europa. Más o menos estacionarios, o acusando ligeras disminuciones,
encontramos los productos alimenticios de Brasil, Cuba, España y la
manufactura ordinaria norteamericana. Como se ve, la mayor parte de
las importaciones son artículos de lujo, o por lo menos de prescindible
necesidad. Lo cual, si demuestra por una parte el grado de bienestar
económico alcanzado por la población, por la otra revela que en lo
necesario la Argentina se abastecía a sí misma. Como lo había supuesto
Rosas en su trascripto mensaje de 1836. "El bienestar de las clases
industriales aumentará con usura los numerosos artículos de industria
extranjera que no habían sido prohibidos o recargados de derechos"
(49).
Además de este comercio marítimo por la aduana de Buenos Aires,
existía el terrestre, que se efectuaba a lomo de mula con Chile, Bolivia y
hasta el Perú. Las exportaciones por Mendoza de ganado en pie,
jabones, cobre, frutas secas y sebo, eran considerables (50). Bolivia
compraba también en Salta, Tucumán y Jujuy ganados, artículos
manufacturados de talabartería, tabaco y jabón (51). Ambos
transportes dejaban margen de ganancia a la producción Argentina,
sobre todo el de Bolivia, que inundó de plata potosina - los bolivianos -
nuestro mercado monetario.
LAS INTERVENCIONES EXTRANJERAS Y EL
DESENVOLVIMIENTO ECONOMICO
La apreciación de los actos políticos de Rosas ha de constituir siempre
un quebradero de cabeza para quienes interpretan la historia con
restringido criterio materialista. ¿En virtud de qué móvil económico
Rosas, hacendado y exportador de carnes, realizará una acción de
gobierno que beneficia sobre todo a los industriales y agricultores? ¿Qué
política de clase lo llevó a no doblegarse en 1838 - ni en 1845 - ante las
pretensiones extranjeras, no obstante paralizar el bloqueo sus negocios
de estanciero? (52).
Es que para Rosas no existió un problema en la oposición de sus propios
intereses con los superiores del país. En 1835, movido por el bienestar
económico nacional, dictaba la ley de Aduana que mejoraba a los
modestos industriales y agricultores, y quitaba a sus compañeros, los
hacendados, la preeminencia gozada desde 1809 como única clase
productora del país. En 1838, llevado por la defensa de la soberanía
Argentina, aceptaba el conflicto con Francia, cuya consecuencia
inmediata sería el bloqueo del puerto y el sacrificio, por lo tanto, de
quienes como los hacendados, vivían de la exportación de sus
productos. Lo mismo en 1845 con Francia e Inglaterra.
Claro está que para acompañarlo en ambas patriadas se hacía necesario
poseer una dosis suficiente de patriotismo, que no se encuentra al
alcance de todos, desgraciadamente.
Por eso en 1838 se quedó casi solo frente al invasor extranjero. No solo,
pues el pueblo, que no entiende de móviles mezquinos, lo acompañó fiel
y firmemente. Pero frente a él tomaron posiciones, junto con los
bloqueadores, los antiguos rivadavianos unitarios, los jóvenes liberales
de la "Asociación de Mayo", para quienes la lucha entre Francia y su
patria era de "la civilización contra la barbarie", y sobre todo, muchos
estancieros de Buenos Aires que anteponían la riqueza a la Patria. A
ninguno importábale la integridad nacional, pero sí, y mucho, que el oro
y los cañones franceses desalojaran del Fuerte ese bárbaro que se
negaba a civilizar su patria, o que prefería la patria a los intereses de su
clase.
Pero Rosas se mantuvo firme. Obligado a desenvolverse y a guerrear
con un presupuesto sin mayores recursos - por la no recaudación de la
aduana suprimió empleos, redujo sueldos, abolió subvenciones y
expropió la renta que daban las propiedades de los franceses y sus
aliados. "Ese fue el terror de Rosas", recalcará Carlos Pereyra (53). Y
con oficiales y soldados sin paga logró resistir, acabando por triunfar.
Ambos bloqueos - el francés de 1838-40 y el franco-inglés de 1845-47 -
produjeron, por la habilidad y política económica de Rosas un efecto
contrario al buscado. El bloqueo es un acto de beligerancia que tiende a
debilitar una situación política, provocando un fuerte malestar
económico. Pero ni Rosas cayó ni la economía fue perjudicada. Todo lo
contrario: el peligro extranjero unió estrechamente al pueblo argentino
con su jefe, mientras el bloqueo - imposibilitando el comercio exterior -
favorecía indirectamente la política iniciada en 1835 (54). Con gran
desesperación de sus enemigos todas las circunstancias se tornaban
favorables al Restaurador. Florencio Varela lo comprobaba con
pesadumbre en sus escritos, mientras Herrera y Obes escribe
resignadamente el 22 de marzo de 1849: "Buenos Aires sigue en un pie
de prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río
de la Plata, favor que Rosas debe sólo a la intervención . . . Su país
prospera, su poder se afirma cada día más" (55). Andrés Lamas
también contempla asombrado cómo "pese al bloqueo, o tal vez a causa
de él, los recursos de Rosas se hacen inmensos" (56).
Ingleses y franceses acabaron por aceptar, con más resignación que
complacencia, el hecho Rosas, con gran indignación de Sarmiento a
nombre de los intereses extranjeros. ¿Cómo era posible esa transigencia
por parte de Inglaterra, "tan solícita en formarse mercados para sus
manufacturas . . . ? ¿Habremos de creer que la Inglaterra desconoce
hasta ese punto sus intereses en América? ¿No quiere la Inglaterra
consumidores, cualquiera que el gobierno de un país sea?" (57),
bramaba, con indignada pasión imperialista, en su Facundo.
POLITICA AGRARIA DE ROSAS: "LA TIERRA PARA QUIEN
QUIERA TRABAJARLA"
En 1836, Rosas resolvió desconocer la "hipoteca" a favor de los ingleses
que pesaba sobre la tierra pública. El 10 de mayo dispuso la venta - por
ley - de 1.500 leguas. Casi todas ocupadas con enfiteutas; a quienes
daba preferencia, advirtiendo que después de 1838 - vencía el plazo de
diez años de las concesiones de enfiteusis - el cánon se aumentaría al
doble. El precio de venta era de $ 5.000 la legua al norte del Salado, $
4.000 entre el Salado y las sierras de Tandil, y $ 3.000 al sur de Tandil.
Si los enfiteutas no compraban la tierra, ésta se vendería en "suertes"
de estancias de media legua por legua y media con facilidades para el
pago.
Solamente los pequeños enfiteutas (poseedores de una o dos "suertes"
de estancias) compraron la tierra, Los grandes, se hicieron los sordos.
En 1838, Rosas sacó en venta sus concesiones, pero la situación de los
negocios agrarios, debido al bloqueo francés y a la posibilidad de la
caída de Rosas, alejó a los compradores.
Por una nueva ley de 28 de mayo de 1838, Rosas dispuso la entrega de
la tierra a quienes la trabajaran en "suertes" que iban de seis leguas (a
los jefes militares y altos funcionarios) a un cuarto de legua. La
propiedad se perfeccionaba con el trabajo de la tierra concedida. Era
una ley de colonización, no de especulación. Por eso los antirrosistas
dicen que. "Rosas malbarató la tierra pública", expresión", aceptable en
un conservador como Lucio V. López, pero inexplicable en antirrosistas
de izquierda que copian la crítica de López sin advertir que "malbaratar"
la tierra era darla a quien la trabajaba.
La Casa de Moneda facilitaba la colonización dando en préstamo la
cantidad necesaria con la sola garantía o fianza personal del Juez de Paz
del partido.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]LLAMADAS DEL CAPÍTULO 4
(1) E. ASTESANO, Rosas. Bases para una política nacional.
(2) Las siguientes palabras de las Memorias de FERRE explican cómo
Buenos Aires entendía que su interés estaba en la libertad de comercio:
" ..y hablando conmigo (Roxas y Patrón) sobre el particular (el proyecto
de proteccionismo), me dijo francamente, que estaba persuadido que si
consentía en tal arreglo en favor de las provincias, hasta los muchachos
de Buenos Aires lo apedrearían por las calles. Todo esto le creí al señor
Rojas porque con esa misma opinión nacen y se crían los hijos de
Buenos Aires" (Pág. 54).
(3) Dos fueron las proposiciones de Ferré, según el Memorándum de
Roxas y Patrón: "Primera: el que Buenos Aires no perciba derechos por
los efectos extranjeros que se introducen a las provincias litorales del
Paraná, y por consiguiente a las del interior; Segunda: el que se
prohíban o impongan altos derechos a aquellos efectos extranjeros que
se producen por la industria rural o fabril del país" (FERRE, Memorias,
Pág. 366). Ambas proposiciones se contemplan en la ley de 1830.
(4) Ferré da la impresión en sus Memorias de que Roxas y Patrón no
era un librecambista muy convencido "El señor Rojas hizo la más fuerte
oposición, escudándose con las instrucciones que tenía de su gobierno,
sin que por esto dejase de confesar que tenían razón las provincias para
hacer aquel reclamo (Pág. 64). Ello podría explicar no solamente la
firma de Roxas y Patrón a la ley 1835, sino también la gran similitud
entre esta ley y las opiniones y proyectos de Ferré.
(5) Roxas y Patrón se refería a este último punto con las siguientes
palabras: "Además de que la prohibición puesta al principio contra el
extranjero, bien pronto habría de ser la señal de alarma para una guerra
industrial entre las mismas provincias. Santa Fe no admitiría las
maderas, algodón y lienzo de Corrientes que se introducen y fabrican en
su territorio. Corrientes se negaría a recibir los aguardientes de San
Juan y Mendoza y los frutos del Paraguay. Buenos Aires también, porque
al sur, en los campos de sierra nuevamente adquiridos, y en las costa
patagónica, estarán sus bodegas con el tiempo. Asimismo los granos de
Entre Ríos, que se producen abundantemente en todo su territorio".
(Memorándum de Roxas y Patrón en Memorias de FERRE, Pág. 369).
Ferré contesta así: "Por mi parte no temo la guerra industrial que se
cree debe seguir al establecimiento del sistema restrictivo. No estando
más adelantada la industria en Corrientes que en Santa Fe, no ganarán
nada los correntinos en traer a Santa Fe lienzos, algodones y maderas,
de las que Santa Fe produzca, ni las traerán. No habría por tanto
necesidad de prohibición. Los aguardientes de San Juan y Mendoza no
harán cuenta en Corrientes y buscarán otro mercado. Si Buenos Aires
llega a tener sus bodegas en las tierras adquiridas (que no verá este
ramo más de industria en su territorio mientras siga su sistema
presente), Cuyo no le enviará sus vinos, y todo estará en el orden
natural". (Memorias, Pág. 374).
(6) A. SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. II, Pág. 126,
entre otras.
(7) Pocas veces pueden encontrarse personalidades tan opuestas como
la de Rosas y la de Ferré, pero pocas veces también tan notables
coincidencias. Ambos iniciadores del Pacto Federal divergen tanto en
rasgos físicos como en condiciones de carácter. Aquél tenía en la sangre
la paciencia y el respeto a la jerarquía de los castellanos; éste, nacido
en hogar catalán, la independencia y el amor propio de los suyos. Pero
son distintos, sobre todo, sus tipos políticos: el estanciero de Buenos
Aires es un caudillo nato que sabe identificarse con la multitud y
expresar sus deseos e ideales; el carpintero de ribera correntino no
tiene ni podrá tener jamás partidarios entusiastas; es solamente el
primero, por su capacidad y honestidad, en la pequeña oligarquía
provinciana.
Pero los asemeja algo más importante que el carácter y las condiciones
políticas: el amor a la tierra. Por ese sentimiento, Rosas, que era
partidario de la libertad de comercio en 1831, se ha de convertir en
1835 al proteccionismo de Ferré. Y éste, sostenedor en los años del
Pacto de la inmediata organización constitucional y de la libre
navegación de los ríos, ha de darle la razón a Rosas en el ocaso de su
vida, negándose en el Congreso del 63 a votar la Constitución; y
acabará siendo expulsado del mismo por no querer discutir los tratados
extranjeros en los cuales se renunciaba a la soberanía Argentina de los
ríos.
(8) SIR W. PARISH, Buenos Aires and the Provinces of the Rio de la
Plata, Pág. 352 (ed. inglesa).
(9) W. PARISH, ob. cit., Pág. 368.
(10) W. PARISH, ob. cit., Pág. 353.
(11) J. p. y G. P. ROBERTSON, La Argentina en los primeros años de la
revolución, Pág. 252 (traduc. española).
(12) W. PARISH, ob. cit., Pág. 367.
(13) W. PARISH, ob. cit., Pág. 330.
(14) J, ALVAREZ, Estudio sobre las guerras civiles argentinas, Pág. 115.
(15) VICENTE FIDEL LOPEZ, en la Cámara de Diputados de la Nación, el
27 de junio de 1873 (Diario de Sesiones, Pág. 261):
"Si tomamos en consideración la historia de nuestra producción interior
y nacional, veremos que desde la revolución de 1810, que empezó a
abrir nuestros mercados al librecambio extranjero, comenzamos a
perder todas aquellas materias que nosotros mismos producíamos
elaboradas, y que en nuestras provincias del interior que tantas
producciones de esas tenían la riqueza y la población comenzó a
desaparecer, a término que provincias que antes eran ricas y que podían
llamarse emporios de industrias incipientes, y cuyas producciones se
desparramaban en todas partes del territorio, hoy están completamente
aniquiladas y van progresivamente en el camino de la ruina, perdiendo
hasta su entidad social, y por supuesto su valor político y su valor
comercial y económico".
(16) P. DE ANGELIS, Memoria sobre la Hacienda Pública, Pág. 191
(17) J. B. ALBERDI, La República Argentina 37 años después de su
Revolución de Mayo, Pág. 5.
(18) Ver la ley en el apéndice.
(19) Mensaje abriendo las sesiones de la II. Legislatura (diciembre 31
de 1835).
(20) Esta disposición también regía en las leyes de aduana.
(21) Callar o tergiversar - más tergiversar que callar - ha sido la actitud
corriente de los antirrosistas sistemáticos. La ley trascendental del 18 de
diciembre de 1835 fue olvidada, o tergiversada, por nuestros
historiadores.
La sola excepción que conocemos es la de JUAN ALVAREZ, quien en un
documentado Estudio sobre las guerras civiles argentinas menciona la
ley y glosa el Mensaje del 31 de diciembre en la parte que se refiere a la
misma: "Rosas comprendió" - dice Alvarez - que no era posible limitar a
los estancieros la protección oficial, y en su Mensaje de 1835 hizo
público que la nueva Ley de Aduana tenía por objeto amparar la
agricultura y la industria fabril, porque la clase media del país, por falta
de capitales, no podía dedicarse a la ganadería, en tanto que la baratura
de los productos extranjeros cerraba otros caminos. Coincidían con esta
política los aplausos de las provincias del interior cuyos gobiernos
volvieron a confiar al de Buenos Aires la dirección de la guerra y las
relaciones exteriores de Confederación" (Pág. 132).
(22) La primera máquina de vapor - la del Molino San Francisco - se
estableció en 1846 (R. J. GUTIERREZ, La introducción de la máquina a
vapor en Buenos Aires). Por un error, correcta- mente salvado por el
Ing. Gutiérrez en esta publicación, Carlos E. Pellegrini da como fecha
inicial el año siguiente. ("Rev. del Plata", marzo 1861, Pág. 100).
(23) MARTIN DE MOUSSY, Description de la Confédération Argentine, t.
II, Pág. 519.
(24) En tiempos de Rosas fueron introducidos los primeros vacunos
Shorthorn, comenzó el alambrado de los campos y se extendieron - por
la conquista del desierto - las explotaciones ganaderas.
(25) M. BALCARCE, Buenos-Ayres: Sa situation présente. Ses progrès
commerciaux et industriels (París, 1857). Este autor cita, como fuente
de las cifras estadísticas que expone, un trabajo de M. Chaubert en la
"Revue Contemporaine", sin indicar la fecha.
(26) Censo de la ciudad de Buenos Aires, en 1853. La mitad, más o
menos, de los industriales de Buenos Aires eran extranjeros. Ello
debíase a la ignorancia en que hallábanse los hijos del país, de artes que
hasta entonces no se habían explotado. Pero los aprendices criollos de
maestros extranjeros iban poco a poco ocupando los talleres de éstos,
cuando la legislación posterior a Caseros terminó con el industrialismo
argentino.
(27) JUSTO MAESO, traductor y comentarista de la obra de SIR
WOODBINE PARISH, en 1853. La cita se encuentra en la 1º traducción
española de la obra de PARISH, t. II, Pág. 100.
VICENTE FIDEL LOPEZ, en Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados, 1873, Págs. 261 y ss., decía a este propósito: "Residía yo, en
1840, en Córdoba. Y lleno de gusto al ver los tejidos de lana que allí se
hacían, me he vestido perfectamente bien y hasta con elegancia con las
telas que mandaba hacer a mi gusto a las gentes del pueblito. Estoy
informado que hoy, ya no se puede hacer esto".
(28) Afirmación del Ministro de Hacienda de Buenos Aires, Juan
Bautista Peña, en el debate sobre Ley de Aduana (2 de noviembre de
1853).
(29) Citado por EMILIO J. SCHLEH, La industria azucarera en su primer
centenario (Buenos Aires, 1921), Pág. 64.
(30) D.F.SARMIENTO, Facundo, Pág. 142. Sobre esta afirmación de
Sarmiento, que todavía se repite como si su imaginaria biografía fuera la
cartilla de la historia Argentina, dice SCHLEH en su obra citada
anteriormente: "Según Sarmiento, Facundo echó sus caballadas en los
cañaverales, y desmontó gran parte de los nacientes ingenios,
afirmación que constituye un error indudable, pues en Tucumán es
tradicional que Quiroga no sólo hizo respetar los trapiches o ingenios del
doctor Colombres, sino que hizo resguardar con sus propias fuerzas los
cañaverales existentes para evitar que fueran destruidos" (Pág. 59).
(31) J. MAESO, en W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 204.
(32) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 205.
(33) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 160 (trad. española). Como PARISH
escribe su libro en 1829, la afirmación se refiere a las pocas
manufacturas que - según el propio PARISH - había por entonces.
Maeso, comentando a PARISH. en 1853, menciona los vinos y
aguardientes catamarqueños, que califica "muy buenos" (ob. cit., t. II,
Pág. 166).
(34) MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 249.
(35) M:DE MOUSSY, ob. cit., II, Pág. 480.
(36) Thorndike había introducido en 1829, 874 plantas de morera. En
1845 - según cuenta MAESO - existían en Mendoza dos millones de
plantas, y había comenzado, en pequeña escala, a industrializarse la
seda. Pero una epidemia extinguió totalmente los gusanos del año 1850.
Sarmiento, que describe en su Facundo esta industria, hace en su
edición de 1851, culpable a la tiranía del exterminio de los gusanos.
(37) LINA BECK-BERNARD, Cinco años en la Confederación Argentina,
Pág. 264 (trad. de J. L. Busaniche). Agrega esta escritora que "en Santa
Fe se construyen las mejores embarcaciones y goletas de la
Confederación y sus constructores de barcos pasan por ser los más
hábiles del litoral. Una de las actividades comerciales de la ciudad
consiste en la venta de curvas y tablones de madera para las mismas
construcciones, de cuyos materiales hacen provisión en los bosques
cercanos", Pág. 269.
(38) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. II, Pág. 625.
(39) Esta ley se encuentra transcripta en la recopilación Rasgos
biográficos del General Rosas, publicada por la Legislatura de Buenos
Aires. El considerando 6º, con su mención de los gobiernos que
administraban el país de espaldas a la realidad, recuerda la anécdota
que el Archivo Americano (1a serie, t. I; Pág. 43), atribuye a Rivadavia:
"Un ministro le aconsejaba fuera a dar un paseo por los arrabales y se
fijara en la gente de campo que venía a abastecernos. - Y para qué? - le
contestó -. Para que usted tenga un mejor punto de arranque en sus
planes de reformas económicas".
(40) Citada en la misma recopilación.. Es curioso que esta ley fuera
firmada por Salustiano Zavalía como presidente de la Sala Legislativa.
Con Zavalía ya hemos mencionado a tres de los futuros constituyentes
de Santa Fe - los otros son Pedro Ferré y Manuel Leiva -, ninguno de los
cuales encontró ocasión de defender en el Congreso Constituyente el
sistema protector hacia el cual habían manifestado devoción
anteriormente. (Ver J. M. Rosa .Nos los representantes del pueblo).
(41) En la recopilación citada.
(42) B. ALBERDI La República Argentina 37 años después de su
Revolución de Mayo, Pág. 8.
(43) D. F. 5ARMIENTO, Las ciento y una, Ob. Compl., t. XV, Pág. 162.
(44) D. F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 232.
(45) Carta de D.F. Sarmiento al general Paz, reproducida en facsímil
por R. FONT EZCURRA, La unidad Nacional, Pág. 64.
(46) M. BURGIN, Aspectos económicos del federalismo argentino, Pág.
310.
(47) Comparación de las importaciones entre 1825 y 1851 (cálculos de
W. PARISH, en la 2º ed. de su libro, 1852):
Procedencia 1825 1851
Inglaterra ......................... 4.000.000 4.500.000
Norte de Europa .................... 425.000 850.000
Francia ............................ 550.000 2.500.000
España y Mediterráneo .............. 575.000 600.000
Estados Unidos ..................... 900.000 1.000.000
Brasil, Habana y etc. .............. 1.375.000 1.100.000
Total .............................. 7.825.000 10.550.000
Principales rubros importados en 1851 (PARISH, t. II, Págs. 340 y
siguientes ):
Inglaterra:
géneros de algodón, 34.994.004 yardas;
loza, 1.260.707 piezas;
géneros de hilo, 1.156.104 yardas,
etc.
Francia:
sederías, 4.221.873 francos;
géneros de lana, 3.300.752 francos;
géneros de algodón, 1.299.718 fr.;
vinos, 1.181.879 fr.
Norte de Europa:
Prusia:
géneros finos, especialidades en ferretería y quincallería.
Holanda:
quesos, manteca.
Westfalia:
jamones. (PARISH no indica cantidad ni valor).
Países del Báltico:
hierro, jarcias, lonas.
España:
vinos de Cataluña.
Estados Unidos:
géneros ordinarios, muebles y maderas, jabón, velas de esperma, conservas; etc.
Brasil:
yerba mate, café, tabaco, comestibles.
Cuba:
azúcar, alcoholes.
Comparación entre las importaciones y las exportaciones de Estados
Unidos (cifras de PARISH para los años 1849 y 1860, completadas por
MAESO hasta el 53):
AÑO Importación Exportación
1849 ............................... 767.594 1.709.827 (pesos fuertes)
1850 ............................... 1.064.642 2.653.877 " "
1851................................ 1.000.181 2.790.599 " "
1852 ............................... 659.915 1.861.187 " "
1853 ............................... 497.853 1.672.932 " "
Lo cual señala un saldo favorable a nuestro país, que en algunos años
llega a ser considerable.
(48) Cuadro de las exportaciones en distintos años (cálculos de
PARISH):
AÑO Frutos del Pais Metálico
1822 ............................... 3.641.186 358.814 (pesos fuertes)
1825 ............................... 3.980.079 1.151.921 " "
1829 ............................... 4.477.045 722.955 " "
1838 ............................... 4.959.210 677.828 " "
1849 ............................... 2.537.821 prohibida (libras esterlinas)
1851 ............................... 2.126.705 prohibida " "
Es de hacer notar que el cálculo para los años 1849 y 1851 se encuentra
en libras esterlinas, cuya cotización era de cinco pesos fuertes la libra.
Precio, por unidad, de los principales artículos exportados por la
Argentina (PARISH):
ARTICULO 1822 1829 1835 1850
1 Cuero vacuno ............. $ 4.00 4.00 4.00 2.50
1 quintal carnes salada .. $ 4.00 2.00 2.50 2.00
1 millar de astas .......... $ 70.00 60.00 60.00 27.50
Comparación entre las exportaciones de los principales productos
argentinos al iniciarse y al concluir el gobierno de Rosas (cifras de
PARISH y adiciones de MAESO):
Cueros: Cantidad exp.en 1837 800.000 piezas
" " " " 1851 2.400.000 "
Sebo: Valor " " 1837 159.000 pesos fuertes
" " " " 1851 1.000.000 " "
Lana: Cantidad " " 1837 4.000.000 de libras
" " " " 1851 16.000.000 " "
(49) Mensaje de 10 de enero de 1836 a la H, Legislatura.
(50) En 1850 salieron de Mendoza para Chile (PARISH):
Frutas secas .................... 629 cajas
Jabones ......................... 1.546 "
Charque ......................... 106 "
Sebo ............................ 264 "
Cueros .......................... 50 "
Cobre ........................... 303 "
Vacas ........................... 2.336 animales
Caballos ........................ 1.297 "
Mulas y burros .................. 362 "
(51) Potosí solamente compró a las provincias argentinas del norte, en
1846, por valor de 246.000 pesos fuertes, distribuidos así:
5.000 mulas ............................... a $ 20 $ 100.000
800 caballos ............................ a $ 16 $ 12.000
4.600 borricos ............................ a $ 16 $ 27.600
3.000 vacas ............................... a $ 10 $ 30.000
Lomillos, recados, riendas, estribos por $ 28.000
Jabón, Tabaco, etc, por .............................. $ 48.400
Total ................................................ $ 246.000
MAESO (t. II, Pág. 206), autor de esta planilla, calcula en 500.000 pesos
fuertes el valor de los productos argentinos consumidos en los
departamentos del norte de Bolivia.
(52) Rosas liquidó todos sus negocios en la sociedad "Rosas y Terrero"
al asumir en 1829 el gobierno. No era por lo tanto saladerista en 1835.
Pero dependía de la exportación de productos pecuarios en su calidad de
propietario de estancias.
(53) CARLOS PEREYRA, Rosas y Thíers, Pág. 97.
(54) "Las operaciones de las escuadras aliadas no perjudican de
ninguna manera a Rosas, y solamente parecen dirigidas contra los
comerciantes británicos", decía el Mornining Chronicle de Londres, el 2
de diciembre de 1845 (trascrito por el Archivo Americano). A propósito
del bloqueo y de la consiguiente industrialización del país, JOSE
INGENIEROS - quien tampoco puede ser sospechado de rosismo -,
escribió los siguientes párrafos: "Le cerraron (a Rosas) el camino del
mar; él acepta la enclaustración e intenta milagros para que la provincia
se baste a sí misma.
"Como no puede exportar frutos del país, mejora la situación de los
consumidores locales. Mucha gente de estancias y mataderos se
consagra a las pequeñas artes e industrias urbanas para proveer a las
necesidades internas". (La Restauración, página 313). Este autor no
menciona la ley de aduana de 1835 como causa del desarrollo industrial.
En Rosas y la defensa contra el imperialismo, hago un estudio detenido
de la diplomacia usada por Rosas para vencer a Inglaterra y Francia.
(55) M. HERRERA Y OBES, Correspondencia del sitio de Montevideo,
Carta a John Le Long, t. II, Pág. 55.
(56) M. HERRERA Y OBES, ob. cit. Carta de Andrés Lamas.
(57) D. F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 224.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected] Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III -
Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
Capítulo V
LA ORGANIZACIÓN
"Y dejo rodar la bola
que algún día se ha 'e parar;
tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo.
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar".
LA ENTREGA
Cuando el 20 de febrero de 1852 - justamente el aniversario de
Ituzaingó - los batallones brasileños desfilaron por la calle de Perú con
sus banderas desplegadas, a nadie se le ocultaba que algo más
importante que un hombre o un partido acababa de caer.
Rosas había cumplido su programa: la unidad nacional era un hecho y la
independencia económica se había logrado; dejaba las bases para un
completa organización política Argentina y para el desarrollo de una
poderosa riqueza autóctona. Pero el liberalismo triunfante prefirió
importar constituciones de Norteamérica y vender económicamente el
país al extranjero.
Poco después de Caseros comenzó la entrega. Las Misiones Orientales,
la libre navegación de los ríos y la independencia del Paraguay fueron la
suculenta tajada que sacó Brasil por su victoria (alevosa victoria del 3
de febrero). Y sobre todo la caída de Rosas, que dio al Imperio
hegemonía en la República Oriental y aún en la nuestra. Pasamos a ser
una colonia dejando de ser una nación. El mismo desprecio a lo propio
que llevara a los constituyentes del 26 a copiar leyes unitarias
francesas, hizo que los del 53 tradujeran a su turno el derecho federal
norteamericano: en lugar del constitucionalismo a lo Constant tuvimos
el constitucionalismo a lo Hamilton. Ello mientras se enajenaba
conscientemente el ser de la nación persiguiendo a la raza criolla,
suprimiendo sus costumbres, aniquilando su riqueza, rebajando, en fin,
sistemática y oficiosamente, sus condiciones intelectuales y morales.
Todo se hacía en nombre de la civilización o de la humanidad.
Civilización - que gramatical y lógicamente quiere decir "perteneciente a
nuestra cives, a nuestra ciudad" -, fue entendida en un sentido opuesto:
como lo propio de extranjeros, y barbarie -de bárbaros, extranjeros -
vino a significar, a su vez, en el lenguaje liberal, "lo argentino"
contrapuesto a "lo europeo". Los hombres que trastrocaban el país
comenzaban así por trocar la gramática. De la misma manera, en su
vocabulario fue tirano el más popular de los gobiernos habidos en el
siglo pasado, mientras llamaron democrático a sus oligarquías que
gobernaron siempre de espaldas al pueblo.
Terminaba el reinado de los hechos. Ahora comenzaría el régimen de las
fórmulas y la política de las frases (1). Se gobernó con palabras
brillantes y con períodos sonoros (constitución, progreso, libertad,
gobernar es poblar, la victoria no da derechos, América para la
humanidad), sacrificando a ellas la realidad espiritual, territorial y
económica de la Argentina.
La enajenación económica fue paralela a la territorial y espiritual. En
nombre de la libertad de comercio se arrasó con la manufactura criolla,
que tanto había prosperado desde 1835. El libre cambio se tenia que
imponer por dos motivos esenciales: el espíritu liberal y el espíritu
colonial.
La mayor parte de los vencedores eran, al menos por entonces,
librecambistas. Sarmiento, en el mismo libro que acusaba a Rosas de no
haber hecho nada por la industria, se manifestaba decidido partidario de
la no industrialización del país: "La grandeza del Estado - ha de decir -
está en la pampa pastora, en las producciones tropicales del norte y en
el gran sistema de los ríos navegables cuya aorta es el Plata. Por otra
parte, los españoles (2) no somos ni industriales ni navegantes, y la
Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en cambio de
nuestras materias primas" (3). Y llevado por su entusiasmo describe en
este cuadro bucólico el por venir de la Argentina: "Los pueblos pastores
ocupados de propagar los merinos que producen millones y entretienen
a toda hora del día a millones de hombres, las provincias de San Juan y
Mendoza consagradas a la cría del gusano de seda" (4). A su turno,
Mitre ha de decir: "El estado más feliz posible para el desenvolvimiento
de un pueblo sería aquel donde no hubiese barreras aduaneras y en que
todos los productos pudiesen entrar y salir libremente" (5).
Albedi, en cambio, se manifiesta partidario de la industrialización, pero a
su manera. En su Sistema económico y rentístico dice que las leyes de
Rosas, protectoras de la pequeña industria, constituían una mala
"herencia" del régimen colonial español", y que el mejor medio para
llenar el país de grandes industrias consistía en "derogar con tino y
sistema nuestro derecho colonial fabril... que mientras esté en vigor
conservará el señorío de los hechos" (6). En otras palabras, proponía
lisa y llanamente la apertura de la aduana para que la libre introducción
de mercaderías extranjeras barriera con las industrias criollas de telares
domésticos, que impedían el advenimiento de grandes manufacturas de
capital, de dirección técnica y hasta de mano de obra extranjeras. Lo
curioso es que Alberdi, como si viviera en Inglaterra, atribuye al
librecambio la virtud de facilitar el desenvolvimiento industrial,
apoyándose para sus asertos en Adam Smith. Lo cual era un liberalismo
un tanto trasnochado para 1854 (7) y para un país que no había llegado
a la gran industria.
ABROGACION DEL PROTECCIONISMO
La nueva política económica empezó a los cuatro días del desfile triunfal
de los vencedores de Caseros. El 24 de febrero el gobernador delegado
López decretaba la "libre exportación de oro y plata" (8) que abrió las
puertas de escape al metal acumulado en 15 años. La onza de oro, que
en diciembre de 1850 valía 225 pesos papel, bien poco teniendo en
cuenta las continuas emisiones de papel moneda inconvertible que
Rosas se encontró obligado a realizar (9), alcanzaría el año 53, el
siguiente de Caseros, a $ 311 3/8, para subir paulatinamente hasta $
409 en 1862 (10). El oro se fue del país apenas encontró la puerta
franca.
En 1853 las prohibiciones de la ley del 35 fueron reemplazadas por
módicos derechos del 10 y 15 %, rebajados del 24 al 20 % el aforo de
azúcares, y de 35 al 25 % el de alcoholes.
Es curiosamente instructivo el debate a que dio lugar en la Legislatura
de Buenos Aires la nueva ley de Aduana. "La protección es un terreno
falso", exclamará allí Mitre ; "el talento, las aptitudes, la perfección, la
baratura, en fin, la paz, el orden, las franquicias comerciales son la
mejor protección", dirá, haciéndole coro, el diputado Montes de Oca;
"llegaremos a exportar manufacturas dentro de mil años", profetizará a
su turno el diputado Billinghurst; mientras Vélez Sársfield, retomando,
quizá sin saberlo, uno de los argumentos que Roxas y Patrón esgrimiera
años atrás contra Ferré, argumentaría así en favor del liberalismo: "es
imposible proteger a los industriales, que son los pocos, sin dañar a los
ganaderos, que son los más". Al mismo tiempo, analizando la riqueza
nacional, afirmará rotundamente que la única existencia es la ganadera,
pues la fabril no exportaba sus productos, no había árboles en el país ni
"merece protección el trigo", pues no se podía ni soñar con exportarlo
algún día (11).
La enorme mayoría librecambista aplastará la débil voz de los
defensores del proteccionismo. Estévez Seguí ha de rebatir con facilidad
las afirmaciones geográficas y económicas de Vélez, demostrando no
solamente que el país producía trigo para su consumo, sino también que
lo exportaba; que los árboles de Santa Fe, Tucumán y Corrientes daban
leña; carbón y maderas para construcciones en abundancia. Y
reconociendo - sin nombrar al promotor - el desarrollo industrial de la
Argentina ha de decir: "Este país ha sido primero pastor, y después
agricultor y juntamente fabril. Será conveniente la colmada aplicación
de los principios, y no destruir enteramente lo uno por participar en lo
otro".
Alsina llama a la cordura a sus colegas: ¿no comprendían acaso que
abastecerse en el extranjero arruinaría la única riqueza de las provincias
interiores?
"No estamos en un estado aislado (aludía a la momentánea segregación
de Buenos Aires) ni somos solamente pastores y agricultores. Tenemos
mucho de ambos ramos y también algo de fabril y a todo debe darse lo
que conviene de protección", decía contestando los argumento da Vélez.
Y el ministro Peña, solicitando que por lo menos se elevaran hasta el 25
% los derechos del 15 % propuestos por la mayoría librecambista, diría:
"Una sola factura de ropa hecha en Buenos Aires da que ganar a 2000
costureras, y es bien claro que esto tiene efectos morales e impide que
se laxen las costumbres. Los artesanos ganan bien poco. Deben
ampararse los intereses existentes porque de otro modo se arruinarían
los artesanos y no vendrían otros" (12).
Todo fue inútil: el proyecto quedó convertido en ley (13). Y la libre
concurrencia extranjera acabó por aniquilar la riqueza industrial que
tanto se había desarrollado en tiempos de Rosas. Los maestros talleres
emigraron en gran número. La "Revista del Plata" transcribe la carta que
uno de ellos, instalado en Copiapó, dirigía a su padre, incitándolo a
seguirlo en la emigración: "En fin, si he de serte franco - dice en uno de
sus párrafos - ¿cuál es la protección, el estímulo que dan las autoridades
bonaerenses a la industria? ¿No se ha dicho en plena sala legislativa que
era pernicioso el protegerla? ¿Y que si los industriales no podían
acomodarse con ésta ninguna protección que se fuesen nomás, que no
los necesita Buenos Aires? ¡Oh, fatua elocuencia!. No, tata, estos
hombres retrógrados no quieren persuadirse que para conservar la
libertad es preciso fomentar el trabajo, y al que tiene un barreno, un
formón en la mano, no arrancárselo, De allí nacen los prodigios y las
empresas gigantescas que honran a este país, y ante los cuales esos
pigmeos son a la verdad bien insignificantes, porque saben más hablar
que obrar" (14).
ANIQUILAMIENTO DE LAS INDUSTRIAS
En 1855, por nueva ley de Aduana (15), los aforos fueron disminuidos
aún más. Los modestos talleres nacionales cerraron sus puertas,
emigrando - como hemos visto - sus maestros y oficiales a tierras no
tan propicias, como la Argentina post-Caseros, la palabrería insustancial
y el coloniaje real, Mientras los "pálidos proscriptos de la tiranía"
regresaban a sus lares dispuestos a convertir en realidad las lecturas
filosóficas penosamente digeridas en el exilio, otra emigración oscura y
silenciosa tomaba el camino del destierro: hombres que no peinaban
ondulantes melenas románticas ni cargaban libros franceses en sus
bagajes, pero que tenían el rostro quemado por el fuego de las fraguas
y las manos encallecidas en el trabajo rudo, ¡ Curioso trueque éste de
artesanos laboriosos por políticos más o menos trasnochados !.
Los talleres que no cerraron, languidecieron en una indigencia cada vez
mayor. Los tejedores de Catamarca y Salta quedaron reducidos a
fabricar ponchos para colocar entre los turistas como cosas típicas,
como artículos de tiempos ya muertos. "La industria del tejido - escribe
Martín de Moussy en 1859 (16) - disminuye día a día a consecuencia de
la abundancia y baratura de los tejidos de origen extranjero que
inundan el país, y con los cuales la industria indígena, operando a mano
y con útiles simples, no pueden luchar de manera alguna". Apenas si se
hilaba en algunas partes para hacer pabilos de vela.
La disminución del 24 al 20 % sobre el aforo del azúcar y la disposición
constitucional prohibiendo las aduanas interiores habían producido el
paradójico efecto - recalcado por Moussy - de que el azúcar extranjero
valiera menos que el tucumano en el propio Tucumán. ¿Por qué, pese a
ello, se salvó la industria? ¿Por qué consiguió salvarse, igualmente, el
vino de Cuyo cuando después del 52 todo, todo se puso en contra de
ambos? ¿Por qué para el azúcar y para el vino la prosperidad
comenzada en el 35 siguió en aumento? No fue el régimen aduanero
precisamente, no fue tampoco el ferrocarril, que en vez de facilitar la
salida de los productos criollos, llevó al interior la invasión incontenible
de los similares extranjeros. Es necesario, pues, reconocer que el
arraigo cobrado en los diecisiete años de régimen protector había
consolidado suficientemente los ingenios tucumanos y las bodegas
cuyanas. O admitir el consabido milagro de Dios que es criollo.
Pero únicamente el azúcar, el vino y algunos productos agrarios
resistieron la marea desatada por la ley del 53. Los algodonales y
arrozales del norte se extinguieron casi por completo. En 1869, el
primer censo nacional revelaba que provincias enteras apenas si
malvivían madurando aceitunas o cambalacheando pelo de cabra. Los
viejos telares criollos han ido cediendo poco a poco el campo a las
manufacturas extranjeras. Todavía ese año se mantienen 90.030
tejedores (que sobre una población total de 1.769.000 habitantes da
aproximadamente un 5 % ). Pero en 1895 - segundo censo nacional -
ya no existen ni la mitad de esos tejedores argentinos, no obstante el
crecimiento de la población total (39. 380 para una población de
3.857.000: poco más del 1 %).
¡Qué se hundan las provincias, pero que se salven los principios!,
parecían querer los denodados defensores del librecambio en aquellos
años en que se jugaba el porvenir económico de la nación. Los hombres
de Buenos Aires - y algunos del interior - vivían, con raras excepciones,
en la euforia de su liberalismo. Todo se hacía en esos años para y por la
libertad de comercio: invocándola, los presidentes abrían Congresos; en
su nombre concedíanse líneas ferroviarias; para enseñarla se creaban
cátedras de Economía Política; hasta la guerra se hacía para extender
sus beneficios a los vecinos. Parece un despropósito, pero uno de los
motivos de la guerra del Paraguay - según lo revela el propio general en
jefe de nuestro ejército - fue hacer conocer a los paraguayos la
economía de Adam Smith y de Cobden: "Cuando nuestros guerreros
vuelvan de su larga y gloriosa campaña a recibir la merecida ovación
que el pueblo les consagre - decía Mitre en 1869 - podrá el comercio ver
inscriptas en sus banderas los grandes principios que los apóstoles del
librecambio han proclamado para mayor gloria y felicidad de los
hombres" (17). Lo que quiere decir, hablando en plata, que hicimos la
guerra a un país hermano para quitarle lo que ganaba una tejedora de
ñanduty y dárselo a los fabricantes ingleses de Liverpool y Manchestar,
¡Para esto sí que "la victoria dio derechos" !.
Contra ese coro unísono que clamaba en nombre de la humanidad o la
civilización por una política económica de dependencia, habiase alzado
desde 1853 la voz desentonante y sabia del ingeniero Carlos Enrique
Pellegrini en una inútil defensa de los talleres nacionales. Señalaba en
su "Revista del Plata", publicación que emprendiera para defender "los
intereses materiales argentinos", el absurdo a donde nos arrastraba la
política superior a Caseros, de querer ser "un pueblo preocupado de
grandes teorías, haciendo esfuerzos gigantescos para asemejarse
políticamente a las naciones más cultas; pero que por abrazar, tal vez,
una vana sombra, deja caer en el olvido los verdaderos elementos de su
grandeza" (18).
La prédica de Pellegrini cayó en el vacío, en la incomprensión y hasta en
la burla. Sus sólidos argumentos de hombre práctico se estrellaron
vanamente contra el palabrerío hueco de dos gobernantes. Era de ley
que necesariamente ocurriera así (19).
LA INUTILIDAD DEL CRIOLLO
El gobernar es poblar de Alberdi corrió paralelo al educar al soberano de
Sarmiento. Ambas síntesis complementáronse admirablemente: poblar
fue despoblar de criollos y repoblar de europeos: educar, ascender a
virtudes las modalidades foráneas y bajar a vicios las autóctonas.
Poblando y educando se trataba de construir una patria nueva sobre las
ruinas de la Argentina criolla, tan reacia al imperialismo anglosajón. La
patria formal, sustituyó a las "instituciones" políticas. Se sacrificaba el
fondo por la forma, el espíritu por la letra. La nueva patria, sin arraigo
en el suelo ni vinculación en la historia - entelequia fuera del tiempo y
del espacio - tendría como fundamento la vaga terminología del
liberalismo elevada a categoría de razón de ser nacional: humanidad,
civilización, instituciones (20).
Lugar común de esa política negativa fue la leyenda de la inutilidad del
criollo. No era una novedad, pues venía de Rivadavia; y tal vez de más
lejos: del desprecio a lo español de los iluminados de Carlos III.
Convencidos de que la patria eran las formas, los iluminados nuestros
encontraron que la única solución para aclimatar las "instituciones"
políticas entre quienes se mostraban tan opuestos a ella era
sencillamente, cambiar la población. Con honda fe patriótica - en su
concepto de "patria" - se dieron a devalorar lo propio para construir una
Argentina sin argentinos (21).
La inutilidad del criollo, pretexto confesado de su desplazamiento, es
una de las grandes mentiras de los hombres de la llamada "organización
nacional". Y de las más fecundas, pues su repetición constante produjo
el esperado efecto psicológico de rebajar moralmente al argentino. Con
ello su reemplazo se hizo sumamente fácil.
Es curioso. El desconcepto sólo fue pronunciado por labios argentinos.
Justamente los primeros en protestar contra esa mentira fueron los
propios extranjeros: Parish escribía en 1829 - poco después de la
euforia rivadaviana -. "Apercíbanse de una vez los hijos de aquellos
países de la importancia de sus propios recursos, dejando a un lado la
persuasión en que están de que son incapaces por sí propios de plantear
su beneficio y utilización. Esta idea, por desgracia, es para aquellos
países una de las maldiciones o calamidades deparadas por el antiguo
sistema colonial de la España... Es esa estéril idea la que los ha inducido
a preferir la creación de compañías o sociedades en Europa como el
mejor método para dar nombradía y cultivo a sus fértiles tierras" (22).
Que el criollo como trabajador era incansable, sobrio y fuerte, ya lo
había dicho Hernandarias de los "mancebos de la tierra" en los años
lejanos de la conquista. Y lo repitieron todos, todos los viajeros que
visitaron la Argentina: "El más robusto de los trabajadores ingleses de la
mina de Cornwall - contará Parish (23) - que acompañaron al capitán
Head en su visita a la mina de San Pedro Nolasco, apenas si podía
caminar con una carga de metal que uno de los naturales había sacado
de la mina subiéndola sobre sus hombros, mientras que otros de la
comitiva que intentaron alzarla del suelo no pudieron verificarlo,
clamando que se les rompía el espinazo". Allan Campbell, en su
"Informe sobre un ferrocarril entre Córdoba y el río Paraná", dirá en
1854 del trabajador argentino, desplazado como gaucho malo por la
política de Caseros: "En cuanto he tenido ocasión de observar, estos
peones son moderados, humildes y fuertes. Es cierto que muchos de
éstos son adictos a la vida nómade, pero no cabe duda que con buena
dirección y buen trato pueden hacerse muy eficientes" (24). Y Martín de
Moussy describirá así a nuestros modestos artesanos: "No son muy
inventivos, tal vez, pero tienen gran destreza manual y sólo les falta la
instrucción industrial para ser obreros realmente hábiles. Nos hemos
asombrado de la buena y bella confección de muchos objetos que a
primera vista se hubieran creído importados de los mejores talleres de
ultramar. Hay entre los argentinos los elementos necesarios para que la
industria prospere" (25).
Moussy y Parish escribían en idioma extranjero y para uso de sus
respectivas naciones. ¿Qué se decía mientras tanto en español y en
tierras de América? "Los americanos se distinguen por su amor a la
ociosidad y por su incapacidad industrial" - sentenciaba Sarmiento,
entre otras mil negaciones del criollo que corren en su Facundo - con
ellos "la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal". Y
eso que Facundo es obra criollísima comparada a Conflicto y armonía y a
otros escritos posteriores del sanjuanino. Y eso, también, que una cosa
es Sarmiento escribiendo y otra es Sarmiento en la acción. En la acción
sería más explícito, como aquel consejo famoso que "no se economizara
sangre de gauchos, pues es lo único que tienen de humano" (26).
Alberdi, a su turno, reflexionaba que más vale "un francés o un inglés,
aunque no sepan ni la o" (27) que el más culto hombre de nuestro
campo. La xenofilia del autor de las Bases llega en su famoso libro a los
extremos más lamentables: la tierra debe ser entregada al extranjero
porque la cultiva mejor, las industrias deben pasar también a sus manos
porque son más hábiles. Debemos entregar todo, hasta "el encanto de
nuestras mujeres" (28), que serán mejor fecundadas - en su concepto -
por el foráneo que por nosotros. Filosofía de marido complaciente que,
analizando un poco, constituye el gran fundamento ético de nuestra
política colonial.
Acabar con las cosas argentinas y con el hombre argentino, era la
actividad esencial del período de la "Organización". El criollo fue tratado
como el gran enemigo de la nueva patria: Martín Fierro no es,
desgraciadamente, un simple poema de imaginación. Y mientras no
llegara "algún criollo en esta tierra a mandar" la situación de muchos
argentinos fue la de parias, en la propia tierra.
Algunas veces, muy pocas, el criollo despreciado y perseguido por
quienes hablaban mucho de leyes, instituciones o constituciones,
alcanzaba a hacer oír su voz. Como en aquel curioso Memorial que los
"jornaleros y pequeños hacendados" de Buenos Aires elevaron a la
Legislatura algún tiempo después de Caseros: "Queremos que en lugar
del vano honor de elegir representantes para ese honorable cuerpo, y de
servir tal vez de instrumento para que se perpetúe algún mal gobierno,
que en lugar de esa parodia insultante del sistema representativo se nos
acuerde el privilegio, mucho más inteligible para nosotros, mucho más
apetecible, de trabajar al lado de nuestras familias y de conservar lo
muy poco que nos ha quedado. Reclamamos para nosotros los
americanos, dueños y soberanos de estas tierras, una parte de los goces
sociales que nuestras leyes conceden a los extranjeros que vienen a
poblar en medio de nosotros" (29).
No era con Memoriales como se salvaría la situación. Cuando los hijos
de la tierra se dieron cuenta que no eran más los dueños de la
Argentina, ya era demasiado tarde para recuperarla, pues
profundamente había penetrado en el alma criolla el virus de su
inferioridad. Y la raza de los conquistadores, de los héroes de la
Independencia, de los bravos de la Restauración, fue languideciendo en
el ocio de las orillas. Y ya sin fe y sin moral, concluyeron sus hijos por
medrar malamente a costa de los nuevos dueños de la Argentina (30).
LAS INDUSTRIAS Y EL TRANSPORTE
Algún escritor ha imputado a barbarie y espíritu de atraso el hecho de
no haberse construido ferrocarriles hasta mucho tiempo después de
Caseros. Otros afirman que todo el "progreso" material de nuestro país
data de la construcción de ferrocarriles, y como en parte lo fueron por
empresas de capital extranjero, adjudican al capital extranjero el papel
primordial en nuestro desenvolvimiento económico (31).
Conviene analizar uno a uno estos juicios. Ante todo, cuando el general
Urquiza se pronuncia contra Rosas el 10 de mayo de 1851, apenas si en
América Latina se habían extendido unos cuantos kilómetros de vías
férreas para transportar, generalmente a sangre, minerales. Para el
tráfico de pasajeros y mercaderías recién empezaban a construirse
largas líneas ferroviarias en Europa y Estados Unidos, pues la gran
época ferroviaria comienza apenas a partir de 1843, año en el cual
quedan establecidas las líneas París-Orleáns y Nueva York-Lago Erie, Por
otra parte, ¿era imprescindible la construcción de ferrocarriles en la
Argentina? Es cierto que el tráfico interno en tiempo de Rosas era bien
intenso: en 1851, de Córdoba solamente, salieron 2. 500 carretas
cargadas con productos del interior destinadas a Buenos Aires; el mismo
año, Salta, Tucumán y Santiago enviaban mil carretas al mismo destino
(32). También era grande el transporte a lomo de mula, así como el
tráfico desde Mendoza y San Juan hasta el río de la Plata.
Pero el flete en carretas o en mulas por tierras argentinas era
sumamente barato, quizá el más barato del mundo. Pellegrini calculaba
en 182 reales el transporte de una tonelada por legua de distancia en el
trayecto Buenos Aires-Mendoza, mientras que el promedio en Europa de
la misma carga y a idéntica distancia alcanzaba a 410 reales (33).
Maeso indica que el flete por arroba costaba, en carreta y desde Buenos
Aires, 2 reales hasta Córdoba, 9 a Tucumán o Santiago del Estero y 13 a
Salta; en viaje de vuelta el transporte desde Córdoba era 1 ó 2 reales
más caro - lo cual demuestra el mayor tráfico de productos cordobeses
para Buenos Aires que de mercaderías extranjeras o artículos
elaborados en Buenos Aires, para Córdoba -, sucediendo a la inversa en
Tucumán, Santiago del Estero o Salta (34).
No obstante la baratura del flete, el transporte ferroviario desalojaría en
algún momento a la carreta. Ello hubiera ocurrido necesariamente, por
simple gravitación, debido al relativo poco costo de los ferrocarriles de
llanura - como serían la mayor parte de los argentinos - lo cual incidiría
en el menor precio del flete, y por la necesidad de obtener una mayor
velocidad, sobre todo para el transporte de pasajeros. Sin contar que el
considerable tráfico interno nuestro prometía buenas ganancias a quien
quisiera tentar la empresa: no había necesidad alguna de acelerar
artificialmente la construcción de líneas férreas por concesiones
exorbitantes y ruinosas.
Que el ferrocarril, en la forma que se concedió y por el resultado de su
explotación, significó entre nosotros un motivo de progreso, es
sumamente discutible. El ferrocarril fue antes que nada un factor de
aniquilamiento industrial; un autor llega a decir que "el establecimiento
del transporte a vapor, lejos de facilitar la salida de los productos
industriales del interior, llevó hasta sus últimos reductos la avalancha de
mercaderías europeas. El telar a vapor y la locomotora destruyeron los
últimos vestigios del telar a mano, apoyado en la clásica carreta
tucumana" (35).
Esta curiosa inversión del papel preponderante que en otras partes
juegan los ferrocarriles en el desenvolvimiento industrial, no ha sucedido
solamente entre nosotros. Es propia de los países coloniales, donde las
líneas férreas tienen como única misión lograr y mantener la hegemonía
económica de la metrópoli.
Las tarifas ferroviarias ayudaron la obra de las tarifas aduaneras.
Mientras estas últimas, inspirándose en el liberalismo, permitían la
entrada libre de cualquier mercadería, las ferroviarias protegieron
decididamente a los productos extranjeros contra la competencia de sus
similares argentinos. El ferrocarril fue así, entre nosotros, un hábil
instrumento de dependencia económica, regulando a voluntad la
producción Argentina (36).
El tipo de concesiones ferroviarias argentinas permitió esa política.
Consorcios extranjeros fueron dueños a perpetuidad de servicios
públicos. Como la "perpetuidad" es característica esencial de la
propiedad, no es equivocado decir que nuestras concesiones ferroviarias
se regularon más por el derecho privado que por el administrativo: debe
hablarse de donaciones, no de concesiones. Es cierto que el liberalismo
en boga, cuando se iniciaron las líneas férreas en Inglaterra y en
Estados Unidos, impuso esta anomalía como norma; pero allí, por lo
menos, las empresas fueron dadas a nacionales, y además, el control
del Estado se ejerció siempre con gran eficacia. De cualquier manera,
este precedente no quita significado al hecho de entregar
perpetuamente a extranjeros servicios públicos de tan capital
importancia. Con igual fundamento el Estado pudo haberse
desmenuzado íntegramente entregando a perpetuidad - es decir,
enajenando - todas sus actividades.
¿Por qué se creó este monopolio virtual del tráfico en manos
extranjeras? ¿Por qué se abandonaron las concesiones ferroviarias al
capital foráneo? (37).
No fue por falta de capitales autóctonos, que si no sobraban, tampoco
eran escasos. No fue tampoco por falta de iniciativa, como tanto se ha
repetido. Lo prueba la fundación del ferrocarril Oeste por un grupo de
capitalistas argentinos. No está de más recordar que, sin contar el Sur y
algunas líneas provinciales, casi todos los ferrocarriles fueron obra de la
iniciativa - particular o fiscal - Argentina. La misma línea eje de nuestra
red - la de Rosario a Córdoba había sido estudiada y proyectada por el
gobierno de la Confederación, proponiendo su perito - el ingeniero
Campbell - que se formara una compañía argentina para explotarla. El
capital necesario no era muy elevado - cuatro millones y medio de pesos
-, pero inútilmente un consorcio criollo, encabezado por Aarón
Castellanos, solicitó dicha concesión. El gobierno le impuso el depósito
de una garantía lo suficientemente elevada para hacerlo desistir de sus
propósitos: garantía que no fue obligada a depositar la empresa
extranjera, a quien en definitiva se le entregó la línea. En cambio todo
fue allanado al capital extranjero: tuvieron las facilidades más amplias,
se le dieron los campos que atravesarían sus líneas y les fue concedida
hasta la exención de toda clase de impuestos (aun los de aduana, y las
contribuciones provinciales y tasas municipales). El propio Estado se
encargaba de construir líneas - supeditadas al eje Rosario-Córdoba, en
poder de una compañía extranjera - que luego, si eran productivas,
enajenaba para su explotación a consorcios foráneos. Así se hizo con el
Central Córdoba, así también con el Andino (luego Pacífico). Y en 1889
se completaba la enajenación con la extraña venta del ferrocarril Oeste,
propiedad hasta entonces de la provincia de Buenos Aires (38).
LAS INDUSTRIAS EN LA ACTUALIDAD (39)
Fuera del alcance de las tarifas ferroviarias, en las zonas de los puertos,
y especialmente en los alrededores de Buenos Aires (40), se
mantendrán o han de surgir pequeñas fábricas conexas con las
actividades agrarias (saladeros, jabonerías, fábricas de velas de sebo,
molinos harineros, o con el ramo de construcciones (hornos de ladrillos,
etc. ). A ellas se reducirán casi exclusivamente las actividades
industriales argentinas en los años posteriores al 80. Estas fábricas han
de encontrarse únicamente en las zonas de Buenos Aires o Rosario: por
excepción uno que otro horno de ladrillos importantes y algunos molinos
harineros han de abastecer las necesidades de las ciudades del interior.
Mientras tanto, contra viento y marea, las bodegas de Cuyo y los
ingenios de Tucumán consiguen sobrevivir.
Por otra parte, los extranjeros fueron los dueños de la mayor parte de
los nuevos establecimientos industriales. El censo de 1895 dará un
porcentaje de 85 por ciento de propietarios de industrias no argentinos.
Hasta la industria típicamente criolla de los saladeros cayó en sus manos
(41).
No pueden ni considerarse como "establecimientos industriales
argentinos" las sucursales de fuertes consorcios extranjeros que, a
partir de la guerra del 14, fabrican aquí los mismos productos que antes
importaban. Esta emigración de industrias - con capital, dirección
administrativa y técnica extranjera, y muchas veces hasta extranjera la
mano de obra - es una forma modernísima y de las más peligrosas del
imperialismo económico. Estas filiales de poderosos e influyentes trust
internacionales, amparándose en recientes disposiciones que protegen la
industria nacional, y sellando como argentinos sus productos, no tienen
otra misión que eludir las leyes de aduana e impedir el crecimiento y
desarrollo de toda auténtica manufactura local. Estas mercaderías
extranjeras, elaboradas más acá de la aduana, no pueden ser
perseguidas ya por el medio clásico de elevar las tarifas de avalúos.
NUESTRA DEPENDENCIA ECONOMICA (42)
Sin auténticas industrias de importancia, viviendo casi exclusivamente
de la exportación de la carne y los cueros en un principio, de la lana más
tarde, y del trigo últimamente (43) la Argentina se ha ido convirtiendo,
por la obra combinada de los intereses foráneos y el liberalismo
autóctono, en una verdadera colonia económica: "Un mercado para la
venta de mercaderías industriales, que provee a su vez materias primas
y víveres".
Nuestro país depende para vivir de la colocación del saldo de su
producción agropecuaria. Y por lo tanto del precio que quieran
imponerle los compradores de nuestros productos, los fabricantes de los
productos que consumimos y los transportadores (ferroviarios o
marítimos) o de ambos.
¿Cómo podría resistir la Argentina de hoy pendiente toda su economía
del comercio exterior, cualquier ingerencia de las grandes potencias
extranjeras? En 1838 y 1845, Rosas pudo imponerse a Francia e
Inglaterra por cuanto el estado de la Confederación le permitió
prescindir - sobre todo durante el segundo bloqueo, por haberse
consolidado la industrialización del país - del comercio internacional. Es
curioso: la Argentina de Rosas con 900.000 habitantes, armada con
cuatro cañoncitos herrumbrados y otros tantos barquichuelos que se
acordaban de la Independencia; era considerablemente más fuerte que
la de hoy, con su población enunciada en millones, su material de
guerra y sus poderosos acorazados.
Era más fuerte, porque económicamente era menos vulnerable: hoy se
vería obligada a eludir la misma situación que hace cien años pudo
afrontar con éxito: Antes era una nación pequeña; hoy es una colonia
grande.
Una de las curiosas paradojas del liberalismo, es que sirvió para
enajenar nuestra libertad. Ni la Argentina puede usar hoy, en pleno
goce, de su soberanía ni los argentinos somos dueños de una parte
suficiente siquiera, de la riqueza de nuestra tierra. Dejando aparte las
frases hechas, ¿qué papel real desempeñamos nosotros en nuestra
patria? ¿Tenemos en realidad patria?.
No importaría carecer de independencia económica, si el espíritu
patriótico se mantuviese firme y dispuesto a acometer las mayores
empresas. ¿Tendríamos acaso los argentinos de hoy - pese a la mala
prédica de cien años corruptores - el suficiente amor a la Patria y el
bastante desprecio a los bienes materiales para seguir aquella famosa
indicación de San Martín? Recuérdese el hecho: en 1819, la Santa
Alianza amenazaba bloquear totalmente a la América latina
insurreccionada, a fin de recuperar para España su imperio colonial. Y
fue entonces cuando San Martín, habiendo repasado la cordillera con el
Ejército de los Andes para acudir en ayuda del Río de la Plata, proclamó
a las gloriosas tropas de Chacabuco y Maipo con las siguientes palabras,
que algún día deberán ser esculpidas en oro:
"La guerra la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos
dinero: carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar. Cuando se
acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que trabajen
nuestras mujeres, y si no, andaremos en pelota como nuestros paisanos
los indios. Seamos libres, y lo demás no importa nada" (44).
Pero ya no corren los días heroicos del Gran Capitán.
En los años actuales comprendemos que es necesario, imprescindible,
para mantener y consolidar la independencia política, que se haya
logrado, juntamente con la sana afirmación del espíritu nacional, una
suficiente independencia económica.
Todo lo demás es literatura.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected]LLAMADAS DEL CAPITULO 5
(1) "Rosas ha sustituido la cosa a la palabra, el hecho a la fórmula: ¿No
era ésa, en efecto, la necesidad más imperiosa? Donde fallan el orden
público y la autoridad ¿es otra cosa la libertad que la ciencia?", escribía
GIRARDIN en "La Presse" el 24 de septiembre de 1844 (trascripto por el
"Archivo Americano").
(2) Tratándose de instituciones políticas o de ideas religiosas, los
argentinos no éramos españoles para SAMIENTO. Sí, lo éramos, cuando
hablábase de afianzar la industria.
Por otra parte, la afirmación que los españoles no son industriales ni
navegantes - ¡ tan luego negar el carácter de navegantes al pueblo que
conquistara América ! - no puede ser sostenida, a menos en el sentido
absoluto que le da SARMIENTO. Los españoles han tenido valerosos
navegantes y competentes artífices, pues es un pueblo de valientes de
artistas. Pero han carecido ellos - y nosotros - de condiciones
mercantiles, al menos en el mismo grado que otros pueblos.
(3) D.F. SARMIENTO, Facundo, Pág. 225.
(4) D.F. SARMIENTO, ob. cit., Pág.. 237. un año antes de su muerte,
Sarmiento pronunció un inesperado discurso proteccionista que sirvió
para desconcertar más a sus admiradores. (Conferencia en la "Unión
Industrial Argentina", 1887).
(5) BARTOLOME MITRE, Arengas, t. III, Pág. 1 (ed. "La Nación).
(6) J. B. ALBERDI, Sistema económico y rentístico de la Confederación
Argentina. Respecto a la escuela librecambista que - en su concepto -
había adoptado la Constitución de 53, dice: "A esta escuela la libertad
(La de Adam Smith), pertenece la doctrina económica de la Constitución
Argentina, y fuera de ella no se deben buscar comentarios ni medios
auxiliares para su sanción" ( Pág. 12 ).
(7) También rectificaría ALBERDI con los años su librecambismo
ingenuo, como rectificó tantas otras cosas cuando, en el destierro y la
pobreza comprendiera todo el sentido antiargentino de la política
"organizadora" a la cual él más que nadie había contribuido. (Conf- J.M.
Rosa. Iniciación Sociológica de Alberdi.
(8) Decreto N° 2889 (R.O.).
(9) JOSE A. TERRY, Finanzas, ha dicho de la política monetaria de
Rosas, calificada por algunos, superficialmente, de "empapelamiento":
"Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de
papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en
cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la
desvalorización del papel moneda y colocó a la plaza en condiciones de
fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo
permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez
administrativa del gobernador" (Pág. 417).
Compárese este juicio de TERRY, quien por tradición familiar y por
vinculaciones políticas pertenecía a los antiguos círculos unitarios, con el
concepto que la actuación pública de Rosas merece a MITRE: "Tengo a
Rosas por un autómata en materia de administración, que no hizo en el
gobierno sino continuar la forma externa de la rutina burocrática, sin
alcanzar ni siquiera a comprender su mecanismo ( ! ): y como
administrador de los caudales públicos lo tengo por un ladrón". (Carta a
SALDIAS, a propósito de la Historia de la Confederación Argentina, de
éste).
(10) La onza de oro valía a la par 16 pesos fuertes. Por una ley de 1826
(época de Rivadavia) el peso fue declarado inconvertible, y desde allí
comenzó su desvalorización
(11) Es curioso el discurso de VELEZ SARSFIELD, no tanto por sus
objetables afirmaciones económicas, como por el denodado porteñismo
de que hace gala. Tan se sentía "ciudadano del Estado de Buenos Aires",
que arremete contra su Córdoba natal quejándose que ésta "inunda de
tejidos a las provincias, incluso a Buenos Aires".
(12) El debate de la ley se realizó en las sesiones del 28 y 31 de
octubre, 2, 4 y 7 de noviembre del año 1853.
(13) Ley de Aduana del 10 de noviembre de 1853 (R. O. Nº 46 del
Estado de Buenos Aires).
(14) Revista del Plata", número de agosto de 1854. La transcripta carta
es fechada en Copiapó el 24 de mayo de 1854 y firmada con las iniciales
"A. N. F.".
(15) Ley de Aduana de 31 de octubre de 1855 (R. O. N° 117 del Estado
de Buenos Aires).
(16) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. I, Pág. 200.
(17) MITRE, Arengas, t. I, Pág. 277 (ed. "La Nación").
(18) "Revista del Plata", Nº 1 (septiembre de 1853), artículo titulado
"Prospecto".
(19) Años después surgiría en Buenos Aires un notable grupo de
defensores del proteccionismo industrial: Vicente Fidel López, Amancio
Alcorta, Lucio V, Mansilla, Carlos Pellegrini (hijo del ingeniero
homónimo), etc. En el debate del Congreso Nacional sobre cuestiones
económicas, en el año 1875, este último, después de citar la frase
despectiva hacia los países sudamericanos del inglés Cobden:
"Inglaterra sería la fábrica del mundo y América la granja de Inglaterra",
expuso su pensamiento proteccionista en la siguiente síntesis: "Todo
país debe aspirar a desarrollar su industria nacional: ella es la base de
su riqueza, de su poder, de su prosperidad". No obstante, el
librecambismo siguió en boga con el mismo palabrerío de siempre:
"Aumentar los derechos de aduana es especular con el hambre del
pueblo", clamaba enfáticamente un legislador respondiendo al discurso
de Pellegrini.
(20) "Instituciones" no tiene ni gramatical ni lógicamente, el significado
que en general le ha sido dado por los escritores liberales: "institución"
es lo "instituido", las formas sociales que existen fuera de la voluntad de
los hombres, que preexisten y subsisten a éstos: ¿Qué es una
"institución"? - se preguntan MAUSS y FAUGONNET en el artículo
"Sociologie" de la "Grande Encyclopedie" - sino un conjunto de actos o
de ideas que los individuos encuentran delante de ellos, y que se
imponen a ellos?
(21) ALBERDI, Bases, Pág. 139, dice: "Si hemos de componer nuestra
población para nuestro sistema de gobierno, si ha de sernos más posible
hacer la población para el sistema proclamado, que el sistema para la
población es necesario fomentar en nuestro suelo la población
anglosajona". No se creaba una forma de gobierno para la población,
sino una población para la forma de gobierno que convenía a la política
imperialista. Y si mejor era la "democracia anglosajona", era necesario
entregar a los anglosajones nuestro suelo; "La libertad es una máquina,
que como el vapor requiere para su manejo maquinistas ingleses de
origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad
y el progreso material en ninguna parte" (Pág., 143), dice más adelante.
(22) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 189.
(23) W. PARISH, ob. cit., t. II, Pág. 191.
(24) Informe del Ing. ALLAN CAMPBELL del 5 de septiembre de 1854.
(Citado por R. SCALABRINI ORTIZ, Historia de los ferrocarriles
argentinos).
(25) M. DE MOUSSY, ob. cit., t. 11, Pág. 485.
(26) Carta de Sarniento a Mitre felicitándolo por Pavón. (209-61).
(27) J. B. ALBERDI, Bases, Pág. 173.
(28) J. B. ALBERDI, Bases, Pág. 143.
(29) Este documento, de cuño y espíritu rosista, figura publicado en la
"Revista del Plata" con el título "Memoria descriptiva de los efectos de la
dictadura sobre el jornalero y pequeño hacendado de la provincia de
Buenos Aires, escrita a poco tiempo de Caseros bajo la forma de una
petición a la H. Legislatura" (número de agosto de 1854). Este título es
para disimular la índole de la publicación, pues - salvo uno que otro
agregado - la Memoria no hace referencia alguna a la época de Rosas, y
sí - y mucho - a las penalidades que comenzaron para el criollo después
de Caseros.
(30) R. SCALABRINI ORTIZ, Historia de lo ferrocarriles argentinos, Pág.
89, dice, refiriéndose a los arrieros, boyeros y troperos desplazados por
el ferrocarril: " . . fue otra clase de argentinos aniquilados por la
inactividad. Las orillas de los pueblos los acogieron piadosamente a
todos, donde con frases capciosas sus virtudes se tergiversaron en
vicios; su valor en compadrada; su estoicismo en insensibilidad; su
altivez en cerrilidad. Los campos que eran de todos, acabaron siendo de
nadie, siendo de seres incorpóreos que viven en lejanas comarcas de
ultramar".
(31) BARTOLOME MITRE entre ellos. En la inauguración de las obras del
ferrocarril del Sud, que hiciera como gobernador de Buenos Aires en
1861, pronunció las siguientes palabras: "Démonos cuenta de este
triunfo pacífico, busquemos el nervio motor de estos progresos (el
desarrollo de la agricultura), y veamos cuál es la fuerza inicial que lo
ponen en movimiento. ¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso?
¡ Señores: es el capital inglés !" (Arengas, t. I, Pág. 192).
(32) J. MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 87.
(33) Revista del Plata", N° 4 (diciembre de 1853).
(34) J. MAESO, ob. cit., t. II, Pág. 87.
(35) A. DORFMAN, Evolución de la economía industrial Argentina, Pág.
45.
(36) E.J. SCHLEH, ob. cit., Pág. 316, dice así de la obra destructora de
los fletes ferroviarios: "Los altos fletes establecidos por las empresas,
que ya se ha visto a qué porcentaje se elevan en pocos años, denotan
con toda precisión una tendencia marcada a sacar el mayor provecho
posible de la industria, en mengua no sólo de ésta, sino del consumidor
del litoral, y evidencian, dada la uniformidad de las mismas al fijar las
alzas continuas a que se procede, la existencia de algo así como una
entente cordial para la expoliación de una fuente de vida a la que deben
su sostenimiento permanente".
(37) VICENTE FIDEL LOPEZ, en Cámara de Diputados de la Nación,
1873, Págs. 261 y ss.:
"Un camino de fierro, señor Presidente, de los que nosotros
favorecemos, representa un capital extranjero que tenemos que
amortizar en un tiempo dado, llevando su valor a las plazas extranjeras
y en beneficio del capitalismo extranjero. Tenemos además que abonar
los intereses de los intereses, la proporción del descuento, con las
comisiones y el valor de los otros servicios, que son indispensables
cuando se pide un capital de plazas extranjeras. Esto quiere decir que
nosotros pagamos en estos caminos la materia prima, la mano de obra,
la venta de la tierra extraña, la renta del capital que importa el buque,
los fletes y los servicios infinitos que todo esto trae consigo. Después
pagamos todo el material y hasta los elementos del movimiento. De
modo que puede decirse que en cada una de estas obras, cuya utilidad
relativa no niego, arrendamos nuestro territorio y lo gravamos
fuertemente con una verdadera hipoteca en favor de la riqueza extraña,
Y esos caminos ganan, llevándose una parte vital de lo que producen, y
no se nos diga en contra de estos datos que los Estados Unidos
sacrifican también enormes caudales para ese mismo objeto. Allí se
tiene el buen sentido de no desempeñarlos sino con capitales propios e
internos".
"Estos caminos (los de hierro) no son fuentes reales, sino fuentes
ficticias que no representan el movimiento frecuente y barato de las
mercaderías: que no representan sino el movimiento cómodo de los
hombres que viajan; y si esto no da pingües ganancias a las empresas,
es por la erogación pública que hacemos en favor de ellos, y no por el
valor de la mercadería que se contrae, como en los Estados Unidos, al
fomento de las fuentes mismas que están radicadas en el territorio."
"¿Qué somos ahora? No somos sino agentes serviles y pagados a
módico precio, de las plazas extranjeras."
(38) Que el Procurador del Tesoro (Dr. Vicente López) calificó de coima
con sus cinco letras (mayo 8 de 1910).
(39) El título se refería a las industrias en 1941. Nota de la 2º edición.
(40) La aglomeración de casi todas las actividades en la zona de
Buenos Aires o Rosario ha producido el total desequilibrio del país. Como
lo soñara Rivadavia, la República Argentina puede decirse hoy que es la
región de Buenos Aires, o a lo sumo la del litoral. Demográfica, y sobre
todo económicamente, ésta es una verdad indudable. La Argentina de
hoy, es, por otra parte, la región menos poblada por argentinos. Los
índices de la capacidad económica de cada provincia acusan
desigualdades enormes y demuestra que en el país existen hijos y
entenados, v, claro está la población criolla forma entre los entenados.
Si indicamos con la cifra de 1.000 la capacidad económica media del
hombre de Buenos Aires y sus alrededores, correspondería un índice
inmediato menor - de 907 - para el habitante del resto de la provincia
de Bueno. Aires, 745 al de Santa Fe, 680 al de Córdoba... y apenas 97
al criollísimo de Santiago del Estero. ó 95 al no menos argentino de
Catamarca. (Cifras de A. E. BUNGE en Una Nueva Argentina).
(41) No se encuentra en ello la tan solicitada prueba de la superioridad
del extranjero sobre el argentino. El apoderamiento por parte de los
extranjeros de las pocas industrias que existieron durante el período
1854-1926, tiene una explicación que no se basa, precisamente, en su
mayor capacidad de trabajo.
Los extranjeros se dedicaron en nuestro país preponderantemente al
comercio, mientras los argentinos a la producción agropecuaria. Según
cifras de A. E. Bunge, de 1917 el 62 % de las personas dedicadas al
comercio eran extranjeras, porcentaje que se invertía tratándose de la
producción, lo cual hace exclamar a este autor: "Estos hechos revelan
que, en términos generales, los argentinos se dedican a la producción y
los extranjeros a comerciar con la producción".
Las industrias de Buenos Aires o Rosario surgieron en su mayor parte
como prolongación de actividades comerciales. Sus iniciadores fueron
comerciantes que ampliaron su negocios con la faz elaboradora de sus
mercaderías: de allí la explicable mayoría extranjera.
(42) El título se refiere a 1941 (nota de la 2º edición).
(43) Un error repetido quiere que la primera exportación de trigo
argentino a Europa se realizara durante la presidencia de Avellaneda. En
justicia, hay que reconocerle este hecho a Rosas. El año 1850 se
embarcaba para Inglaterra el primer cargamento de trigo compuesto de
3.800 quaters (PARISH, t. II, Pág. 345).
(44) Proclama al Ejercito de los Andes, en Mendoza, el año 1819: El
borrador es de puño y letra de San Martín. (Documentos del Archivo de
San Martín. t X. Pág. 461).
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
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Comentarios y sugerencias a Eduardo Rosa
[email protected] Índice - Nota de la Edición Digitalizada - Prólogo y Advertencias - Capítulo I - Capítulo II - Capítulo III -
Capítulo IV - Capítulo V - Apéndice
APÉNDICE
LEY DE ADUANA DE 1836
Ministerio de Hacienda. - Buenos Aires, diciembre 18 de 1835 - Año 26
de la Libertad, 20 de la Independencia y 6 de la Confederación
Argentina.
El Gobierno en uso de las facultades extraordinarias que inviste ha
tenido a bien promulgar la siguiente ley de aduana.
Capítulo I
De las entradas marítimas
Artículo 1º: Se suprime el derecho de cuatro por mil, que bajo la
denominación de Contribación Directa, se exijía a los capitales á
consignación, tanto nacionales como extranjeros.
Art. 2º: Desde el 1º de Enero de 1836, serán libres de derechos a su
introducción a la Provincia, las pieles crudas ó sin manufacturar, la
cerda. crin, lana de carnero, pluma de avestruz, el sebo en rama y
derretido, las astas, puntas de astas, huesos, carnes tasajo y el oro y
plata sellada.
Art. 3°: Pagarán un cinco por ciento las azogues, máquinas,
instrumentos de agricultura, ciencias y artes; los libros, grabados,
pinturas, estatuas, imprentas; lanas y peleterías para fábrica; telas de
seda, bordadas de oro y plata, con piedras o sin ellas, relojes de
faltriquera, alhajas de plata y oro, carbón fósil, salitre, yeso, piedra de
construcción, ladrillo, maderas; el bronce y acero sin labrar, cobres en
galápagos ó duelas, estaño en planchas ó barras, fierro en barras,
planchas ó flejes, hojalatas, bejuco para sillas, oblon y soldadura de
estaño.
Art. 4º: Pagarán un diez por ciento las armas, piedras de chispa,
pólvora, alquitrán, brea, cabullería, seda en rama ó manufacturada y
arroz.
Art. 5º: Pagarán un veinticuatro por ciento el azúcar, yerba mate, café,
té, cacao, garbanzos, y comestibles en general; las bordonas de plata,
cordones de hilo, lana y algodón, las obleas y pabilo.
Art. 6º: Pagarán un treinta y cinco por ciento los muebles, espejos,
choches, volantas, las ropas hechas, calzados, licores, aguardientes,
vinos, vinagres, cidra, tabacos, aceite de quemar, valijas de cuero,
baúles vacíos ó con mercancías, betún para el calzado, estribos y
espuelas de plata ó platina, látigos, frazadas ó mantas de lana, fuelles
para chimeneas ó cocinas, fuentes de estaño ó peltre, geringas ó
geringuillas de hueso, marfil ó estaño, guitarras y guitarrillas, semillas
de lino, terralla, máquinas para café, pasas de uva y de higo, quesos y
la tinta negra para escribir.
Art. 7º: Pagarán un cincuenta por ciento la cerveza, los fideos y demás
pastas de masa, las sillas solas para montar, papas y sillas del estrado.
Art. 8º: Pagarán un diez y siete por ciento todos los demás frutos y
manufacturas que no sean espresados en los artículos anteriores.
Art. 9º: Se esceptúan de esta regla: 1º Los sombreros de lana, pelo ó
seda, armados ó sin armar que pagarán trece pesos cada uno. 2º La sal
estrangera que pagará ocho reales por fanega.
Art. 10º: El derecho de eslingaje será cuatro reales por bulto, en
proporción de su peso y tamaño.
Art. 11º: La merma acordada a los vinos, aguardientes, licores, cervesa
en caldo y vinagre, será calculada por el Puerto de donde tomó el buque
la carga, debiendo ser del diez por ciento de los Puertos del otro lado de
la línea; del seis de los de este lado y tres de cabos adentro.
Capítulo II
Efectos prohibidos
Artículo 1º: Queda prohibida la introducción en la Provincia de los
efectos siguientes: herrajes de fierro para puertas y ventanas, alfajías,
almidón de trigo, almas de fierro para bolas de campo y belas hechas,
toda manufactura de lata ó latón, argollas de fierro y latón, argollas de
fierro y bronce, azadores de fierro, arcos para calderos ó baldes,
espuelas de fierro, frenos, cabezadas, riendas, coronas, lomillos,
cinchas, cojinillos, sobrecinchas, maneadores, fiadores, lazos, bozales,
bozalejos, rebenques y demás arreos para caballos; batidores o peines
escarmenadores de talco, box ó carey, botones de aspa, hueso ó
madera, y hormillas de uno ó cuatro ojos del mismo material; baldes de
madera, calzadores de talco, cebada común, cencerros, cola de cueros,
cartillas, y catones, escobas de paja, eslabones de fierro ó acero,
espumaderas de fierro, estaño ó acero, ejes de fierro, ceñidores de lana,
algodón ó mezclados, flecos para ponchos y jergas, porotos; lentejas,
alverjas y legumbres en general; galletas, sunchos de fierro, acero ó
metal para baldes ó calderos, herraduras para caballos, jaulaa para
pájaros, telas para jergas, jergas y jergones para caballos, ligas y fajas
de lana, algodón ó mezclada, maíz; manteca, mates que no sean de
plata ú oro, mostaza en grano ó compuesta, perillas, peines blancos que
no sean de marfil, tela para sobrepellones, ponchos y la tela para ellos,
peinetas de talco ó carey; pernos de fierro, rejas para ventana, romanas
de pilón, ruedas para carruajes, velas de sebo, hormas para sombreros
y zapateros.
Art. 2º: Queda, igualmente prohibida la introducción de trigo y harinas
extrangeras, cuando el valor de aquél no llegue a cincuenta pesos por
fanega.
Art. 3º: En pasando de cincuenta pesos, el Gobierno concederá permiso
a todo aquel que lo pida, debiendo determinarse en la solicitud el tiempo
en que se ha de hacer introducción.
Art. 4º: Sin embargo de la prohibición del Art. 2º, se admitirán a
depósito las harinas estranjeras por tiempo indefinido, para que puedan
ser reembarcadas sin derecho alguno.
Art. 5º: En su descarga, recibo y reembarco, se observará el mismo
orden que en los demás efectos que se introducen en el mercado.
Art. 6º: Los almacenes en que se depositen, serán de cuenta del
interesado, y se tomarán con reconocimiento del Colector: una de las
llaves, de las dos que deben tener, quedará en poder del Alcaide de la
Aduana, y la otra en mano del introductor ó consignatarìo.
Art. 7º: La Aduana no es responsable de ninguna clase de deterioros, ni
cobrará eslingaje, pues ningún gasto es de su cuenta.
Art. 8º: El Colector deberá visitar los almacenes y confrontar el número
de barricas una vez al mes, y además siempre que lo crea conveniente.
Capítulo III
De la salida marítima
Artículo 1º: Los cueros de toro; novillo, vaca, becerro, caballo y mula,
pagarán por único derecho ocho reales por la pieza.
Art. 2º: Los cueros de nonato pagarán dos reales por pieza.
Art. 3º: El oro y la plata labrada ó en barras pagará el uno por ciento
sobre el valor de plaza.
Art. 4º: El oro y plata sellada pagará el uno por ciento en la misma
especie.
Art. 5º: Todas las producciones del país que no sean expresadas en los
artículos anteriores, pagarán a su esportación por único derecho el
cuarto por ciento sobre valores de plaza.
Art. 6º: Son libres de derecho a su esportación, los granos, miniestras,
galleta, harina, las carnes saladas que se esporten en buques
nacionales, la lana y piel de carnero, toda piel curtida, los artefactos y
manufacturas del país.
Art. 7º: Los efectos de entrada marítima, el tabaco en rama o
manufacturado, y la yerba del Paraguay, Corrientes y Misiones su
trasbordo, pagarán la quinta parte de los derechos que les
correspondiesen introduciéndose en la Provincia, y el dos por ciento a su
reembolso.
Art. 8º: Se permite el trasbordo ó reembarco en los buques menores de
la carrera para los puertos situados de cabos adentro, de los efectos
siguientes: caldos, tabaco y yerba, tanto estrangeros como del país,
arroz, fariña, harina, comestibles en general, sal, azucar, todo artículo
de guerra, alquitrán, brea cabullería, anclas, cadenas de buques,
motones, cuadernales, obenques y demás de esa especie para proveer
buques; pudiendo hacerse el transbordo y reembarco para los
expresados puertos y en los mencionados buques, sin necesidad de abrir
registro.
Capítulo IV
De la entrada terrestre
Artículo 1º: La yerba mate y el tabaco del Paraguay, Corrientes y
Misiones pagarán a su introducción el diez por ciento sobre valores de
plaza.
Art. 2º: Los cigarros pagarán el veinte por ciento.
Art. 3º: La leña y el carbón beneficiado de ella que venga en buque
estrangero, pagarán el diez y siete por ciento.
Art. 4º: Serán libres de derecho todos los efectos que no se espresan en
los artículos anteriores: como igualmente las producciones del Estado de
Chile que vengan por tierra.
Capítulo V
De la salida terrestre
Artículo Único: Los frutos y mercaderías que se estraigan para las
Provincias interiores serán libres de todo derecho, con la obligación de
sacar la guía correspondiente.
Capítulo VI
De la manera de calcular y recaudar los derechos
Artículo lº: Los derechos se calcularán sobre los valores de plaza por
mayor.
Art. 2º: En caso de que entre el Vista y el interesado se suscite una
diferencia, que pase de un diez por ciento sobre el valor asignado,
arbitrarán ante el Colector General, tres comerciantes, con presencia de
los precios corrientes de plaza.
Art. 3º: Los comerciantes árbitros serán sacados a la suerte de una lista
de doce, que se formará a prevención en cada año por el Tribunal del
Consulado.
Art. 4º: Los árbitros reunidos no se apartarán sin haber pronunciado su
juicio, que se ejecutará sin apelación.
Art. 5º: En caso de confirmarse el juicio del Vista, pagará el que apeló
otro tanto de la diferencia litigada.
Art. 6º; Los comerciantes aceptarán letras pagaderas por iguales partes
a tres y seis meses prefijos, en pasando de quinientos pesos el adeudo.
Art. 7º: A ningún deudor de plazo cumplido se le admitirá despacho en
la oficina de Aduana.
Art. 8º: Esta ley será revisada cada año.
Art. 9º: Las alteraciones que se hagan en los derechos de Aduana, si
son en recargo no tendrán efecto sino a los ocho meses de su
publicación oficial, respecto de las espediciones procedentes del otro
lado de los cabos San Martín y Buena Esperanza; de cuatro meses de
las que procedan de la costa del Brasil y del Este de Africa; y de treinta
días respecto de las que procedan de cabos adentro.
Art. 10º: Las alteraciones que se hagan disminuyendo los derechos,
tendrán su cumplimiento desde el día inmediato siguiente al de su
publicación oficial en los diarios.
Art. 11º: Todo artículo de comercio satisfará los derechos
correspondientes con arreglo a la ley que existiese el día de la llegada a
puerto del buque que los conduce, y según lo prevenido en los artículos
anteriores.
Art. 12º: Esta ley, que deberá regir desde primero de Enero de 1836,
será sometida al examen y deliberación de la Honorable Junta de
Representantes de la Provincia.
Art. 13º: Publíquese y comuníquese a quienes corresponde, - JUAN M.
ROSAS - José María Roxas.
Defensa Y Pérdida De Nuestra Independencia Económica - José
María Rosa
EDICION GRATUITA - Octubre del 2001
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3. De hacerse ediciones de mas de 20 copias quien lo haga queda comprometido
moralmente a hacerme llegar el 10% de los ejemplares, para ser distribuidos
en escuelas y bibliotecas.
Eduardo Rosa