21/03/2012
SAMPAY COMO PENSADORES NACIONAL, POPULAR Y
CATÓLICO
Por Alberto Buela (*)
a) Padrino del constitucionalismo social [1]
Arturo Enrique Sampay (1911-1987) fue uno de los más destacados
pensadores nacionales cuyo campo de estudio fue el jurídico-político.
Se conocen como “pensadores nacionales” a todos aquellos hombres y
mujeres que han colaborado con su trabajo intelectual, artístico y
cultural a explicitar todos o algunos de los rasgos que constituyen el
fenómeno de “lo nacional argentino y/o iberoamericano”.
La recuperación de la especificidad propia de “lo nacional” por parte de
estos autores como objeto último y permanente de su actividad los ha
llevado a algunos a la producción de denuncia, a la polémica
económica, política, social, ideológica y a otros, a la investigación
histórica, jurídica, teológica y filosófica. De modo tal que todos estos
autores con metodologías diferentes según sea su ámbito de expresión
y estudio, tienen en común por objeto propio la defensa de lo nacional,
su recuperación y explicitación.
Su Vida
Nació en Concordia, provincia de Entre Ríos en el año 1911, hijo de don
Fernando Sampay y de una criolla vieja, Antonia Berterame. Realizó sus
estudios primarios en su ciudad natal y los secundarios en el Colegio
Nacional de Concepción del Uruguay creado por el General Urquiza y
denominado “el colegio histórico”. Su formación escolar fue completada
por la influencia que ejerció su tío abuelo sacerdote, Carlos Sampay,
tanto en el ámbito de las ciencias filosóficas como en el conocimiento de
las lenguas muertas, latín y griego.
Terminado el secundario ingresó en la facultad de Ciencias jurídicas de
La Plata allá por 1930, finalizando su carrera de abogado en 1932. Para
completar sus estudios viajó a Europa donde asistió a un curso de
derecho público en Zurich a cargo de Dietrich Schindler, discípulo de
Herman Heller. Luego en Milán tomó clases sobre filosofía del derecho
con el renombrado Monseñor Olgiati así como un curso sobre los
orígenes del capitalismo dictado por Amintore Fanfani. Por último en
París asistió en la Sorbona a las disertaciones de Louis Le Fur sobre
derecho natural y a las que daba en su domicilio el filósofo católico
Jacques Maritain.
De regreso al país comenzó a ejercer su profesión de abogado y en
1944 se incorpora a la cátedra universitaria la que ejercerá en diversos
períodos hasta su muerte.
El movimiento militar del 4 de junio de 1943 lo llamará a colaborar en la
función pública y a partir del 17 de octubre de 1945, Arturo Sampay será
uno de los tantos ciudadanos de extracción radical que se incorporará al
peronismo. Se lo nombra fiscal de Estado de la provincia de Buenos
Aires. En 1949 es elegido convencional constituyente, cumpliendo una
destacadísima actuación en la Asamblea y transformándose en el
miembro informante de la misma, que termina sancionando la
Constitución nacional de 1949, también llamada Constitución de Perón.
En 1952 la intolerancia política de la interna del peronismo lo lleva a
exiliarse, primero en Bolivia y luego en Montevideo, donde continuó con
su producción jurídico-política. Con la revolución libertadora, mejor
denominada fusiladora, de 1955, no varió su condición y recién pudo
regresar en 1958 donde prosiguió su tarea de investigaciones y
publicaciones, entre las que se destaca la revista “Realidad Económica”
a partir de 1968, que lo tuvo como fundador y director.
En 1973 saludó la vuelta del peronismo al poder y recuperó la cátedra
universitaria como profesor de derecho constitucional, aunque no ocupó
cargos oficiales durante el gobierno justicialista.
Enfermó mortalmente en 1976, según nos relató su hijo Enrique, y
falleció el 14 de febrero de 1977 en La Plata, su ciudad adoptiva.
Su Obra
La obra de Arturo Sampay se caracteriza por ser una producción de
carácter jurídico-política. De la multitud de artículos, folletos y libros se
destacan tres obras principales: La crisis del estado de derecho liberal-
burgués (1942); El informe de la comisión revisora de la Constitución
(1949) y Introducción a la teoría del Estado (1951).
En su primera gran obra La crisis del estado de derecho liberal-
burgués, Sampay enjuicia a liberalismo sosteniendo la tesis que “la
democracia liberal, agnóstica y relativista, conduce fatalmente a la
democracia cesarista”. En una palabra, la democracia liberal por el
hecho de negar a Dios, la verdad y la persona, genera por reacción la
democracia totalitaria, sea el nazismo sea el marxismo. El estado de
derecho liberal-burgués que aparece, históricamente, con la Revolución
Francesa se encuentra, según Sampay, en su última etapa hoy en día, y
su agente es “el burgués” tan bien pintado por Sombart, que trastocó
felicidad por bienestar (posesión de cosas y valores utilitarios) por
valores vitales y espirituales.
El Estado para Sampay no es un hecho natural según sostienen las
teorías naturalistas sino es que es concebido como un ente de
cultura, que como tal es inseparable de la cosmovisión del pueblo de
donde surge. Esta vinculación entre cosmovisión y Estado lo ubica a
Sampay en la tradición de pensamiento político que va de Donoso
Cortés a Carl Schmitt, que sostiene que los Estados no pueden ser
entes neutros como los estados modernos que son inmanentistas, que
carecen de una visión trascendente porque representan teologías
secularizadas.
Termina la obra estudiando las nuevas formas de Estado que se venían
dando en su época: el Estado fascista, el nacional-socialista, el soviético
y los Estados corporativos portugués e irlandés. Y es en esta última
forma donde Sampay observa un sano esfuerzo por superar el estado
de derecho liberal-burgués “sin recurrir a la absorción de la persona
humana por parte de entidades colectivas hipostasiadas ”.
En su segunda gran obra Informe de la comisión revisora de la
Constitución, nuestro autor expone en lenguaje llano las medulares
meditaciones expuestas con anterioridad en sus densos artículos La
doctrina tomista de la función social de la propiedad en la Constitución
irlandesa de 1937 de 1940 y La filosofía del Iluminismo y la Constitución
Argentina de 1853 de 1943.[2]
En su Informe, Sampay distingue claramente entre la parte dogmática –
donde se sientan los fines a lograr – y la parte orgánica – que fija los
mecanismo del poder político- de la Constitución.
Denuncia la antropología liberal que informa la Constitución de 1853.
Rescata los derechos sociales del pueblo trabajador, la función social de
la propiedad, la dirección de la economía en función del bien común, el
principio de reciprocidad de los cambios, la familia como sociedad
primaria e indisoluble, los derechos de la ancianidad, los principios de la
reforma agraria, la ilegitimidad moral de la actividad usuraria, la
nacionalización de las fuentes de energía como bienes públicos que no
se pueden enajenar a particulares para su explotación, la formación
política del universitario, la educación del niño en la práctica de las
virtudes personales, domésticas, profesionales y cívicas.
Como puede apreciarse todo un programa de gobierno en orden a
construir en la Argentina una Nación socialmente justa,
económicamente libres y políticamente soberana, tal como lo planteará
el General Perón en su proyecto político, expresado en el texto de La
Comunidad Organizada(1949) como en el Modelo Argentino(1974).[3]
Tenemos por último su principal obra científica Introducción a la teoría
del Estado que comenzó a elaborar en 1947 y terminó y fue publicada
en 1951. En ella, nuestro autor, brilla con todo su esplendor, su
admirable erudición humanista le permite transitar con igual comodidad
a los filósofos alemanes del siglo XIX como a los clásicos griegos y
latinos de la antigüedad.
En cuanto a su contenido el trabajo se inscribe dentro de la gran
tradición que parte de Aristóteles, continua con Santo Tomás de Aquino
y descolló en el siglo XX con filósofos del derecho como Georg Jellinek,
Hermann Heller y Carl Schmitt.
Somete a crítica las teorías idealistas del Estado en la línea que va de
Kant a Kelsen y se vuelve a la descripción del Estado descarnada del
realismo de Maquiavelo pero para completarlo y superarlo buscando los
fundamentos metafísicos y gnoseológicos realismo tomista.[4]
Su teísmo metafísico y la aceptación de un orden moral objetivo, su
naturalismo político (hacemos política no por contrato social sino por
tendencia natural), su nacionalismo político y económico como único
medio para liberar a la nación de su dependencia extranjera y su
confianza en el juicio del pueblo (su popularismo y no populismo) como
sujeto del poder constituyente de la Nación, han hecho que pueda
definirse a Arturo Sampay como el padrino del constitucionalismo social.
Finalmente en 1973 publicó un último trabajo Constitución y Pueblo en
donde recopiló toda una serie de artículos que venía escribiendo, la
radicalización de alguno de ellos motivó las preferencias de sectores
juveniles de la izquierda socialista más que peronista, que tiño en
alguna medida, la actitud política coyuntural de nuestro autor durante los
últimos años de su existencia.
b) El Iluminismo constitucional [5]
El volumen que presentamos aquí de Arturo Sampay(1911-1987), La
filosofía del iluminismo en la Constitución argentina de 1853 (44
pp.) publicado en 1944 posee una primera parte ocupada por el
mencionado trabajo y que le da título al libro y una segunda compuesta
por tres ensayos: La pedagogía y la política en las estructuras históricas
de la cultura (7 pp.); El concepto de libertad económica en la
Constitución de 1853 y la evolución de la legalidad económica
argentina (29 pp.) y El contralor juridiccional de la constitucionalidad de
las leyes y el derecho de veto parcial en la constitución
argentina (11pp.).
Sampay venía de publicar dos años antes su principal obra de
sociología política, La crisis del Estado de derecho liberal-burgués en
donde denuncia tanto al liberalismo como a los totalitarismos vigentes
en la época, denominados por él “cesarismos”. En ese, su primer trabajo
importante, se muestra como un pensador católico y así se mantiene
toda su vida, incluso cuando al final de se nota una marcada inclinación
al socialismo.
Hoy día suena como una rémora caracterizar a alguien como “pensador
católico”, porque el catolicismo sobre todo después del Vaticano II ha
dejado de preferirse a sí mismo y pasó a integrar ese “pensamiento
único” mezcla de socialdemocracia, progresismo, neoliberalismo y lo
que queda del marxismo, que rige los destinos intelectuales y
espirituales de Occidente. Seguro que hay excepciones. Pero hace
setenta u ochenta años atrás, ser un pensador católico era un orgullo
para quienes ostentaban ese título. Un signo de identidad que Sampay
siempre sintió como propio.
Su crítica al Iluminismo de la Constitución se inscribe dentro de esa
familia de ideas, que hunde sus raíces en autores como Joseph de
Mestre, el conde de Bonald, Donoso Cortés, Gino Arias, La Tour du Pin,
Carl Schmitt, Amintore Fanfani, Francisco Olgiati, Jacques Maritain y
nuestros compatriotas Tomás Casares, Juan Sepich y Octavio Derisi,
citados todos por Sampay.
Hoy la categoría de “pensador católico” se ha vuelto incomprensible
para tanto investigador, divulgador, profesor o periodista filosófico que
anda suelto. Incluso muertos Augusto del Noce y Wagner de Reyna no
hay nadie en el universo del pensar, que con justos méritos, se
catalogue o pueda ser caracterizado así.
Ya en las primeras páginas, más precisamente en la advertencia
preliminar afirma: “El agnosticismo, filosofía oficial del Estado liberal
argentino, es la negación de la moral…Siendo humana la crisis antes
que institucional, resulta evidente que sin una reintegración de la Cultura
a los valores supremos del Cristianismo, no habrá restauración ni moral,
ni por ende, política” [6]
Comienza historiando los antecedentes filosóficos de la Constitución a
través de la influencia de “los ideólogos”: Lafinur, Agüero y Alcorta
quienes enseñaron y ejercieron influencia desde 1819 a 1842, y se
detiene Alberdi “coautor decisivo de la Constitución de 1853” [7]. Y es a
través de ellos y su influencia sobre los congresistas de Santa Fe, sobre
todo en las figuras de Juan Francisco Seguí, Juan María Gutiérrez,
Delfín Gallo, Facundo Zuviría y José Benjamín Gorostiaga,”el diputado
de más relevante actuación en el Congreso constituyente”[8], quienes
defendieron a raja tabla las tesis iluministas en religión, política,
educación y economía de la Constitución de 1853.
Sampay va a ir desenmascarando punto por punto estas tesis. Así va a
comenzar por el desconocimiento de Dios que encierra la Constitución
afirmando que: “La neutralidad cultural del Estado, que en realidad no es
tal sino una toma de posición agnóstica, consagrada por la Constitución
argentina de 1853, es piedra de toque de su filiación iluminista” [9].
Incluso comenta que era tan grande el rechazo a lo católico que los
constituyentes de Santa Fe que para impulsar el incremento capitalista
económico del país “planearon recurrir a la inmigración
protestante” [10] donde la religión legitima moralmente el impulso de
lucro del capitalismo.
La Constitución va a sostener “la religión natural del iluminismo”, según
la cual y siguiendo los postulados de ese gran filósofo iluminista que fue
Kant, Dios es un postulado del sistema de pensamiento. Así el Dios del
preámbulo, como “fuente de toda razón y justicia” es una necesidad de
la estructura interna de la Constitución. Es un Dios que no necesita de la
Revelación y al que se accede solo por la razón. Este Dios, nada tiene
que ver con el Dios cristiano, fuente viva de la gracia.
En cuanto al tema educativo la Constitución explícitamente encomienda
“proveer lo conducente al progreso de la ilustración dictando planes de
instrucción general y universitaria” (art. 67 inc.16)[11].
Pasa luego Sampay a estudiar las Declaraciones, Derechos y Garantías
y como juega allí el derecho natural del iluminismo pues en este
apartado se estudian las relaciones esenciales del hombre con el
Estado.
Comienza mostrando la influencia que tiene el denominado derecho
natural profano (Grocio, Leibnitz, Wolff), los teóricos de liberalismo
político (Locke), y del liberalismo económico (Quesnay, el fisiócrata y
Adam Smith).
“La declaración de los derechos naturales del Iluminismo adquiere
eminente dimensión política por el influjo que ejerce sobre la
Declaración de la independencia de los Estados Unidos y la Revolución
Francesa…De aquí resulta que el capítulo de las Declaraciones,
Derechos y Garantías significó la recepción del jusnaturalismo de la
Ilustración como forma a priori o logos de todos los derechos
individuales”.[12]
Se detiene finalmente en el estudio del concepto de ley y de la función
legislativa en la Constitución del 53. Y allí en forma breve y magistral
desenmascara la concepción de la voluntad general del Contrato Social
de Jean Jacques Rousseau, ideólogo principalísimo del liberalismo
político en su versión ilustrada, cuando observa agudamente que si los
diputados son de la Nación y no del pueblo que los elije, como sostiene
el artículo 36, “estamos en presencia de la identificación establecida por
Rousseau, entre el poder legislativo y la soberanía popular, coincidente
ésta, a la vez, con el poder demiúrgico de la voluntad general”. [13]
El poder del pueblo queda así reducido sólo a la elección de los
diputados, pero ellos en el momento mismo de ser designados ya sólo lo
son de la Nación, ni de los ciudadanos que los votaron ni, menos aun,
por partido político que se lo posibilitó. Este asunto, la entidad de los
partidos políticos, está silenciada por la Constitución, mientras que
mantiene la identidad de la ley con la voluntad general por medio de la
representación.
En la segunda parte del libro compuesta, como advertimos, por tres
ensayos breves, Sampay se va a ocupar se la pedagogía, de la libertad
económica y del veto en la Constitución del 53.
La pedagogía como la política están condicionadas por la concepción
del hombre que se tenga y es el criterio de finalidad quien determina el
carácter (bueno o malo) de la acción ética o moral.
Así mientras que la antropología cristiana está animada desde lo alto.
Cristo es el verdadero Maestro, la antropología iluminista al atribuir a la
Razón humana autonomía absoluta y el carácter de nuevo dios,
denominándola “diosa razón”, “acarrea la laicización de la inteligencia
que caracteriza a la modernidad” [14]. Y concluye Sampay mostrando,
tal como lo había hecho en su logrado trabajo sobre El Estado de
derecho liberal que el relativismo filosófico del democratismo liberal-
burgués condujo a una forma de laicismo más radical que “absolutiza
una clase social (el proletariado del comunismo), una raza (la aria del
nacionalsocialismo) o el Estado (en el fascismo)”.[15]
Una vez más vemos, y esta conclusión nos lo confirma, el carácter de
pensador católico de Sampay quien mucho antes que terminara la
segunda Guerra Mundial asumió una posición contraria y definida tanto
ante el capitalismo liberal como ante el nacional socialismo, el
comunismo y el fascismo. Eso mismo ocurrió con un autor demonizado
en Argentina el padre Julio Meinvielle (1905-1973) quien en 1937 se
transformó, entre nosotros, en el primer crítico del régimen nazi con su
libro Entre la Iglesia y el Reich, paradójicamente acusado como el mayor
nazi argentino por Horacio Verbisky, cuando en realidad solo fue “un
pensador católico”.
En el segundo de los ensayos breves va a estudiar, in extenso, el tema
de la libertad económica en la Constitución, tema que ya fue estudiado
en el primero de los ensayos.
El liberalismo económico de la Constitución de 1853 informa el Código
Civil de 1869 y la teoría económica de la libre voluntad de contratación
hace efectiva la dejación, el laissez faire, de la economía del liberalismo
ilustrado. “el pivote de la doctrina económica de la Constitución era la
libre acción de los intereses particulares movidos por la utilidad
individual…y el poder político interdicto de penetrar en esta zona
liberada al juego de la Sociedad”[16]. La economía queda así liberada al
gobierno de la naturaleza, pero no a la naturaleza como expresión de la
esencia de las cosas como piensa la filosofía aristotélico-tomista que
sostiene Sampay, sino a la naturaleza como repetición regular y
mecánica al estilo de Kant y la Ilustración. En definitiva, la naturaleza
como fisio-crática.
Finalmente va a mostrar como el Estado argentino fue realizando
progresivamente una evolución en el orden económico hasta fijar como
objeto propio de la política a la economía: leyes de 1890 de prórroga de
las obligaciones, ley de 1923 contra los monopolios, leyes de locación
de servicios de 1921, 1923, 1932, 1936, que al dar surgimiento a la
institucionalización de la locación de servicios en el Código Civil se
comienza a conformar el derecho del trabajo: “un tertium genus entre el
derecho privado y el público”[17]
“Así a partir de 1931 se opera en el régimen de la economía argentina
en contraste con el sistema constitucional…el direccionismo que
sustituye al autonomismo liberal, es ahora nuestro régimen ordinario de
economía”.[18]
Cita Sampay en este apartado a Arturo Frondizi como el jurista
argentino que ha elucidado meridianamente el carácter jurídico de la
economía argentina en la fase direccionista, quedando así desvanecidos
por la propia gravitación de sus absurdos, los errores modernos de la
autonomía y naturalismo de la ciencia económica que estaban
subyacentes en la Constitución de 1853.
En el último de los ensayos breves se ocupa del derecho al veto que
viene de Monstesquieu y su trabajo sobre El espíritu de las
leyes cuando distingue entre la facultad de estatuir propia del poder
legislativo y la facultad de impedir del poder ejecutivo, lo que en
términos jurídicos se conoce como sanción y veto.
Si bien de la Constitución estadounidense viene el derecho del veto a la
Constitución argentina, en los americanos del norte el veto es total a la
ley que le presenta el Congreso para la firma, mientras que en los
americanos del sur el veto puede ser “en todo o en parte”[19], también
parcial, esto es, a alguno de los puntos o artículos de la ley presentada
al ejecutivo. Sampay defiende la posición de Constitución argentina
afirmando: utile per inutile non vitiatur (lo útil no se vicia por lo inútil) y
así el veto parcial de una ley puede poner en vigencia lo bueno que
tenga ella en otros aspectos.
c) Sampay y Schmitt una relación crítica
Para aquellos que no están vinculados al mundo del derecho hablar de
Arturo Sampay es hablar de un ilustre desconocido a pesar de haber
sino uno de los más significativos juristas de lengua castellana.
El perteneció a la camada de la denominada generación del 40 que
junto con la del 25 produjo los más grandes intelectuales argentinos y el
esplendor académico de nuestras mejores universidades. Fue el tiempo
en que los pensadores e investigadores lo hacían sobre la realidad,
luego vino el golpe de Estado de 1955 y con él, “la normalidad filosófica”
postulada por el capitán-filósofo Romero, y nuestros intelectuales
pasaron a pensar sobre los libros. Y en una alocada carrera que dura
hasta hoy en día, en su afán de novedades se transformaron en
especialistas de lo mínimo.
Sampay ha sentido y aprovechado la influencia del jurista de
Pattemberg, sus diferentes libros y publicaciones así nos lo confirman,
pero al mismo tiempo se ha sabido plantar firme ante los desvaríos y los
errores del pensador alemán.
El trabajo que nos toca comentar acá: Carl Schmitt y la crisis de la
ciencia jurídica es de una claridad meridiana y su crítica contundente e
irrefutable.
En primer lugar hay que decir que el estudio estuvo listo ya en 1951 y
que en 1952, estando lista la edición, no pudo aparecer en Argentina
porque Sampay, que había sido además del teórico de la Constitución
de Perón, y fiscal de Estado de la Provincia de Buenos Aires en época
del coronel Mercante, pero como éste se distancia de Perón o mejor,
Perón de él (Mercante era el sucesor natural de Perón en el gobierno),
Sampay tiene que exiliarse, primero en Bolivia, donde sale la primera
edición y luego en Uruguay. No está demás recordar que fueron varios
los intelectuales valiosos del campo nacional que, en la época, corrieron
la misma suerte: exilio exterior o interior (Arturo Jauretche, Pedro de
Paoli, Ramón Doll, José Luis Torres, José María Rosa).
Sampay conocedor como pocos del pensamiento de Schmitt se percata
de la evolución y desarrollo intelectual de éste y así distingue una
primera etapa que va desde sus primeros escritos hasta Catolicismo
romano y forma política(1923), luego viene el período “decisionista” que
llega hasta la aparición de Die Lage……(1950) texto a partir del cual
“Renace en Carl Schmitt el reconocimiento de principios del derecho
que son las bases para un coexistir humano racional…y renace también
el reconocimiento de la dignidad del hombre y del respeto que se le
debe; esto es, aunque él no lo quiera, la aceptación del inextirpable
derecho natural” [20].
Sampay se va a ocupar de criticar el decisionismo schmittiano que
corresponde al segundo período de la evolución de su pensamiento.
Si bien Schmitt distingue tres maneras de entender científicamente el
derecho: el normativismo, el decisionismo y el ordenamiento concreto,
Sampay va a sostener que Schmitt con su decisionismo termina
sumándose al positivismo jurídico: “La transmutación del normativismo
en positivismo jurídico (autarquía absoluta del derecho positivo) se
realizó durante el siglo XIX por medio del decisionismo jurídico. Así lo
sostiene Carl Schmitt; y el análisis de ese proceso de amalgamación de
ambas posiciones jurídicas, con la resultante indicada, es cumplido por
él en páginas magistrales” [21].
Ha sido la acabada expresión de Hobbes: auctoritas non veritas facit
legem la mejor síntesis del decisionismo jurídico mostrando que tiene su
fuente en la voluntad del soberano que es extrajurídica. Así el desorden
y la inseguridad natural del hombre: homo hominis lupus, solo puede ser
ordenada y asegurada por la decisión del soberano, que es tal no por
una ordenación preexistente sino cuando toma la decisión. Si a la
soberanía no se llega por una ordenación preexistente como decisión
soberana vale tanto la decisión de un monarca tradicional, como la de
un dictador, la de un tirano como la de un presidente demócrata.
Vemos como el decisionismo que posee un quantum de irracionalidad al
tener su fuente en la voluntad del soberano, es la solución obligada para
fundamentar la validez del derecho positivo. Carl Schmitt termina
fundamentando el derecho en el principio del conductor=
Führergrundsatz.
“En su estudio sobre el Leviatán de Hobbes, dice Sampay, cuando
estaba en a plenitud de su adhesión al nacionalsocialismo, Schmitt negó
a la Iglesia los poderes para cumplir su misión, y la sometió al “dios
mortal” del Estado” … Pero el Estado ya no tiene el monopolio de lo
político, sino que es un órgano del Führer y del Movimiento.”[22] Y así
terminará afirmándolo el propio Schmitt: “El monopolio de lo político, y el
ejercicio de una soberanía incondicionada, están en la voluntad del
Führer” [23].
Pasados los años de la Segunda Guerra Mundial y luego de observar
los efectos demoledores del decisionismo en Alemania con sus
lamentables consecuencias, Schmitt intenta atemperar el positivismo
decisionista con la ciencia del derecho. Comienza aquí la segunda y
última parte del trabajo de Sampay.
Como dijimos anteriormente, el maestro Sampay se va apoyar en un
trabajo de 1950 Die Lage…(La situación de la ciencia jurídica
europea) para mostrar el giro schmittiano, aunque parcial, a sus
posiciones primigenias de pensador católico.
Para ello se va apoyar en dos autores del siglo XIX: Julius Herman von
Kirchmann(1802-1884), gran comentador de Aristóteles, en su
tratado: La jurisprudencia no es ciencia(1876) quien va sostener que
ciencia solo hay sobre lo universal y necesario y como la jurisprudencia
trata sobre lo contingente y verosímil no puede haber ciencia: “En su
determinación última la ley positiva es mero arbitrio. Que la mayoría de
edad comience a los veinticuatro o veinticinco años, que deba exigirse
que la forma escrita de los contratos cuando sobrepasen una
determinada cantidad, son cosas que no pueden deducirse de la
necesidad intrínseca del objeto”[24]. Pero Schmitt realiza una
interpretación sesgada y vinculó arbitrariamente el estudio de Kirchmann
al hecho histórico del aceleramiento en la producción de las leyes y al
cambio de las legislaciones con el paso del Estado abstencionista del
liberalismo al Estado interviniente de nuestro tiempo. Cuando en
realidad para Kirchmann la causa está en que se dejó de lado el anclaje
del derecho en lo eterno y lo absoluto.
Acá Sampay como hombre del campo nacional y popular muestra su
sana preferencia por nosotros mismos y realiza una larga digresión,
mostrando su pertenencia a la ecúmene iberoamericana, cuando afirma
que la rica cultura jurídica hispana ya a comienzos del siglo XVII había
planteado el tema por boca de Francisco Bermúdez de Pedraza en su
libro Arte legal para estudiar la jurisprudencia (1612). Esto no debe de
tomarse como un simple rasgo anecdótico sino que muestra la profusión
de lecturas del maestro de Entre Ríos. Y es, al mismo tiempo, “un tirito”
por elevación a la infatuación académica alemana que nunca lee ni tiene
en cuenta a los autores hispanos. Así Bermúdez de Pedraza
fundamentó con iguales argumentos, 264 años antes que Kirchmann,
las razones y sin razones de la jurisprudencia.
El segundo autor en el que intenta fundamentarse Schmitt es Federico
Carl von Savigny quien concibe el derecho como una emanación del
espíritu de un pueblo a través de su tradición histórica. El derecho
positivo, que es el objeto de la ciencia jurídica, es la prolongación del
derecho popular natural por su producción espontánea, pero no porque
esté anclado en la naturaleza del hombre como sostiene el
iusnaturalismo.
La pieza maestra del sistema de Savigny, en opinión de Schmitt, es su
teoría de las fuentes del derecho, que no es la ley estatal sino la ciencia
jurídica. Esta ciencia jurídica es ejercida por un estamento profesional
que son los juristas que de esa manera recortan el monopolio legislativo
del Estado que había establecido la Revolución Francesa. Esta ciencia
es autónoma y se libera tanto de la filosofía (el derecho natural) como
de la teología.
Schmitt asume totalmente esta tesis y sostiene que los juristas debemos
cuidar en la situación cambiante de las cosas y las acciones las bases
del coexistir humano racional que no puede prescindir de dos principios:
el reconocimiento a la dignidad personal y el debido proceso de la ley
sin el cual no existe ningún derecho.
Y concluye Sampay con una exclamación “ ¡Acabose en buena hora el
decisionismo de Carl Schmitt ¡. Pues la salvaguarda de la dignidad y el
respeto del hombre es siempre el derecho inmutable que reconoce
como fuente la también inmutable y universal naturaleza humana” [25].
Esta naturaleza adquiere su plena expresión en la persona humana no
sólo como “sustancia individual de naturaleza racional”, según la clásica
definición de Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio (480-525) sino
también como ser único, singular e irrepetible.
Resumiendo podemos afirmar sin equivocarnos que Sampay fue un
pensador nacional pues pensó a partir de nuestra situación, desde
nosotros y nuestra posición en el mundo. Que fue un pensador popular
pues privilegió los sentimientos y necesidades de nuestro pueblo: Allá
donde hay una necesidad hay un derecho.
Que fue un pensador católico, más allá de ser de misa diaria y tener un
altar en su casa de La Plata, ya que centró toda su meditación sobre la
persona como ser moral y libre. El hombre como ser en comunidad
fuera de todo condicionamiento partidario político, estatal o
gubernamental.
Estos tres rasgos que quisimos destacar: nacional, popular y católico lo
ubican en el selecto grupo de aquellos pensadores que han sido la
expresión más acabada de nuestra identidad como nación.
Post Scriptum: En la voluminosa Historia de la filosofía argentina de
apretada letra chica de 1466 páginas el profesor Caturelli nos ha hecho
el honor de ubicarnos en la línea de pensamiento que nace con
Sampay, pasando por Irazusta hasta nosotros.
[1] Para su homenaje en la CGT (8-10-07), porque Sampay es demasiado importante
en el pensamiento nacional para dejarlo sólo en manos de abogados.
[2] Sin lugar a dudas es nuestro tocayo el eximio constitucionalista Alberto González
Arzac, que ha sido además, el discípulo más destacado de Sampay, quien ha
estudiado con mayor profundidad y detenimiento este aspecto de su obra.
[3] Se objetó recientemente que la Constitución del 49 no contempla el derecho a
huelga. El razonamiento de Sampay fue el siguiente: Si postulamos una justicia social
por ley no se puede plantear una objeción (la huelga) a tal
justicia. Nuestra Constitución “justicialista”, tuvo por objeto la justicia social, de modo
que es impensable y contradictorio plantear en la misma Constitución objeciones a la
“justicia social”, pues de ser así, esa justicia no sería tal.
[4] Este aspecto de la obra de Sampay ha sido estudiado acabadamente por el joven
investigador José R. Pierpauli en Teoría del Estado y constitución jurídica.
Fundamentos filosófico-políticos en la obra de Arturo E. Sampay (1994)
[5] Para la presentación de sus obras selectas realizada por el infatigable editor del
campo nacional Eugenio Gómez en editorial Docencia.
[6] Sampay, Arturo: La filosofía del iluminismo en la Constitución de 1853, Buenos
Aires, Ed.Depalma, 1944, pp.XI y XII
[7] op. cit. p.8
[8] op. cit. p.14
[9] op-cit. p.12
[10] Op.cit. p. 13
[11] Op.cit. p.20
[12] Op.cit. pp.26 y 28
[13] Op. cit.p. 35
[14] Op.cit. p.51
[15] Op.cit. p.53
[16] Op.cit. p.63
[17] Op.cit. p.77
[18] Op.cit. p.78
[19] Op.cit. p.98
[20] Sampay, Arturo: Carl Schmitt y la crisis de la ciencia jurídica, Buenos Aires,
Abeledo-Perrot, 1965, p. 68
[21] Op-cit.: p. 17
[22] Op.cit. p.p.38 y 39
[23] Schmitt, Carl: Staat, Bewegung, Volk, Hamburgo, 1933, p.32
[24] Kirchmann, J.H von: La jurisprudencia no es ciencia, Madrid, 1949, p.51
[25] Sampay, Arturo: op.cit p.69
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Alberto Buela por
gentileza de su autor.