Río Cuarto y Su Región en Clave Histórica. Huellas, Fragmentos y Tensiones Con Los Macro-Relatos (1786-1955) .
Río Cuarto y Su Región en Clave Histórica. Huellas, Fragmentos y Tensiones Con Los Macro-Relatos (1786-1955) .
Tiempo
íneas
del
ción L
Colec
Río Cuarto y su región
en clave histórica
Huellas, fragmentos y
tensiones con los macro-relatos
(1786-1955)
Compiladores
ISBN 978-987-688-252-1
ISBN 978-987-688-252-1
Queda prohibida la reproducción total o parcial del texto de la presente obra en cualquiera de sus
formas, electrónica o mecánica, sin el consentimiento previo y escrito de la Editorial.
Uni. Tres primeras letras de “Universidad”.
Uso popular muy nuestro; la Uni. Universidad del latín “univer-
sitas” (personas dedicadas al ocio del saber), se contextualiza
para nosotros en nuestro anclaje territorial y en la concepción de
conocimientos y saberes construidos
y compartidos socialmente.
Facultad de Ingeniería
Prof. Jorge Vicario
Secretaría Académica
Prof. Ana Vogliotti y Prof. José Di Marco
Índice
A modo de introducción...............................................................................................15
Capítulo I
Del surgimiento de la Villa de la Concepción a la disolución
del cabildo (1786-1824)
María Rosa Carbonari
La región del Río Cuarto: entre la sierra y el llano...................................... 29
La reforma del Estado colonial, la región del río Cuarto y
el surgimiento de la Villa Real.............................................................................. 33
La Villa de la Concepción del Río Cuarto........................................................ 38
Los vecinos de la villa y sus privilegios. La conformación
del Cabildo (1798-1824)............................................................................................40
Los representantes del poder local.................................................................... 41|
Revolución de Mayo y tensiones en la Villa de la
Concepción (1810-1824) ..........................................................................................42
El proceso de Independencia en la región, formas de
resistencia en la Villa ..............................................................................................50
El año 1820 en la región, fin del centralismo porteño, inicio
del centralismo cordobés........................................................................................ 54
Capítulo II
De la disolución del Cabildo a la constitución de la Municipalidad.
La Villa en la ciudad-provincia de Córdoba (1824-1855)
María Rosa Carbonari y Silvina Andrea Miskovski
El federalismo de los años 1820: federalismo hacia afuera
y concentración de poder en el interior de la campaña........................... 63
La Villa en épocas de la Liga del Interior (1829-1831)................................. 66
Los federales, la búsqueda de retomar el control político
y el sitio de la Villa (1831) ....................................................................................... 68
El retorno federal a la provincia, la villa y el intento de
avance a las tierras indias.......................................................................................70
La Villa en la época de la Confederación (1840-1852)................................ 72
Propietarios y actividades económicas de la villa y la región
del Río Cuarto ............................................................................................................. 73
Capítulo III
Modernidad y tradición: transformaciones sociales, políticas
y económicas de un espacio fronterizo (1855 -1890)
Luciano Nicola Dapelo y Sergio Daghero
La expansión de la frontera: el corrimiento al río
Quinto y la “conquista del desierto”....................................................... 83
Entre acuerdos, reducciones y confrontación:
los ranqueles y los estados................................................................... 83
El corrimiento fronterizo y el dominio del
espacio en el sur cordobés.................................................................... 86
La casa de la Comandancia: lugar de articulación..................... 92
Río Cuarto y la “década decisiva” en el entramado
de la Argentina moderna (1869-1879) .................................................. 93
De villa a ciudad: la urbanización y los espacios
de sociabilidad...........................................................................................94
Nuevas familias y el poder local: la conformación de
una elite heterogénea............................................................................. 96
Tensiones entre autonomía y centralismo:
los regímenes municipales.................................................................101
Las dinámicas políticas locales. Renovaciones,
persistencias y cambios de una elite regional................................ 104
Entre la desarticulación y el “Consenso Liberal”.
Río Cuarto 1855-1877...........................................................................105
Nacionalistas y autonomistas en la escena regional:
conciliación y antagonismos (1877-1880)....................................108
Entre el dominio del Partido Autonomista
Nacional y la crisis de 1890: renovación
dirigencial y nuevo perfil ciudadano............................................ 112
Capítulo IV
La conformación de una sociedad civil moderna: partidos políticos
y grupos de poder local (1890-1930)
María Celeste Armas y Karina Martina
La dinámica económica y productiva entre
las dos crisis: 1890-1930............................................................................. 118
El crecimiento de la ciudad: los inmigrantes y su inserción
a la sociedad civil..........................................................................................123
La consolidación del “boom asociativo” y los
intereses económicos...........................................................................124
Familias comerciantes y el poder local........................................129
Los Partidos políticos en la localidad y los Intendentes ............. 131
La conformación inicial de la Unión Cívica Radical
y el Partido Demócrata ..................................................................... 131
El Partido Socialista y la cuestión social en la ciudad............138
Capítulo V
La corporatización de los intereses económicos y la nacionalización
de la política local (1930-1955)
Rebeca Camaño Semprini y Gabriel Fernando Carini
Momento de rupturas................................................................................147
Crisis económica y acción estatal: hacia una
nueva configuración ..................................................................................150
Las consecuencias económicas originadas
por la crisis de 1929................................................................................150
La acción del Estado municipal y las asociaciones
de beneficencia.......................................................................................154
Entre la política y la economía: la maduración de
los intereses económicos locales .......................................................... 159
“Intereses comunes que defender, aspiraciones idénticas
que realizar”: las fuerzas vivas riocuartenses ..........................160
Los trabajadores se organizan….......................................................165
“Buenos vecinos”: la consolidación de la experiencia
vecinalista en la ciudad......................................................................168
Estado, partidos políticos y nacionalización de la política........169
Administración, gobierno y política: los comerciantes
en el poder................................................................................................. 171
El radicalismo: tensiones, rupturas y la dificultosa
conformación del peronismo local.................................................174
Gobierno y oposición: tensiones y conflictos durante
el peronismo.............................................................................................177
- 17 -
de muchos otros espacios regionales– ha permanecido inadvertida
aun cuando en coyunturas específicas tuvo un rol significativo en
el entramado político-económico nacional y provincial. De esta ma-
nera, la región sur fue quedando en el imaginario como un espacio
sin historia, siendo un apéndice de la historia ‘provincial’ y de los
designios de la nación.
En este sentido, uno de los propósitos de este libro es tratar de
sumergirnos en esa historia construida desde los espacios centrales
(Buenos Aires y la ciudad de Córdoba) para incorporar en ese entra-
mado a los actores de la Villa-frontera primero y de la ciudad de Río
Cuarto y la región sur, luego, y replantear, al mismo tiempo, la ima-
gen de una historia ‘nacional’ y ‘provincial’ unificada, muchas ve-
ces lineal, generalizante y homogeneizante. En el ámbito de la Uni-
versidad Nacional de Río Cuarto esta línea analítica reconoce un
largo derrotero que se inicia durante la década de 1990 cuando en
el ámbito de la historiografía argentina se comienzan a consolidar
ciertas rupturas con las posturas que habían dominado la disciplina
hasta ese momento; proceso en el que ocuparon un rol importante
la normalización institucional y la estandarización de ciertas prác-
ticas académicas, las cuales contribuyeron a la consolidación del
‘oficio’ del historiador. Bajo ese contexto, el Grupo de Investigación
y Extensión en Historia Regional (GIEHR) perteneciente al Centro
de Investigaciones Históricas viene trabajando desde 1996 en la es-
tructuración de diferentes actividades abocadas a estimular en el
plano local el desarrollo de la historia regional. Esta tarea se tradujo
en la publicación de series documentales, libros y artículos referi-
dos a diversas problemáticas de la historia regional desarrollados en
el marco de proyectos de investigación acreditados por la Secretaría
de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Río Cuarto.1 Al
mismo tiempo, se destaca la incorporación, en 1998, del Seminario
de Historia Regional a la currícula obligatoria de las carreras de Pro-
fesorado y Licenciatura en Historia, ámbito desde el cual se favo-
- 18 -
reció la realización de trabajos que contemplaran esta dimensión
de análisis y que, a su vez, dio lugar a una fructífera producción de
Trabajos Finales de Licenciatura. También cabe destacar la consoli-
dación de las investigaciones con énfasis en lo local y regional que
se observa en la multiplicación de tesis de posgrado y en el creciente
número de becarios de diversos organismos nacionales que desa-
rrollan sus indagaciones con estas coordenadas teórico-metodoló-
gicas. Otra dimensión importante, objeto de preocupación de los
autores de este libro, ha sido la divulgación científica. Así, a lo largo
de estos años, se han diseñado múltiples actividades y espacios de
socialización del conocimiento, por ejemplo, la realización desde
2008 de las Jornadas de Divulgación de la Historia Regional y Local
y la actuación de los miembros del GIEHR en diversas actividades
de divulgación en los medios de comunicación.
En ese marco institucional, se investigaron diversos temas y
problemas del pasado de Río Cuarto y su región. Se ha analizado la
conformación del espacio sur de Córdoba y su historicidad económi-
co-social durante el último cuarto del siglo XVIII (Carbonari 1998).
Se realizaron trabajos puntuales sobre el período de fundación de
la Villa (Carbonari 2006), estudios de familias en la etapa colonial y
composición de los hogares en la frontera, a través de censos com-
plementados con estudios genealógicos (Carbonari y Baggini, 2004;
Carbonari, 2008, 2009), sobre población de la región y las variacio-
nes de la población en la Villa a fines del siglo XVIII y en el siglo
XIX por medio de los censos de 1813, 1822, 1840, 1869 (Carbonari
y Cocilovo, 2004; Miskovski, 2004; Valdano, Carbonari y Cocilovo,
2009; Carbonari y Armas, 2012). También se indagó sobre el poder
local durante el período de la Revolución de Mayo (Carbonari, 2010)
y en la primera década de 1820 (Carbonari, 2009; Toselli, 2012). Es-
tos aportes posibilitaron profundizar el análisis sobre la historia co-
lonial de la región visualizando las redes de vínculos familiares a
fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. También, para finales
del siglo XIX, se problematizó sobre la frontera del sur de Córdoba
como un espacio propicio para la construcción de poder, lo que visi-
bilizó las estrategias de construcción política de Roca y Avellaneda
(Daghero, 2011).
Asimismo se fue avanzado en el análisis pormenorizado del
surgimiento y consolidación de diferentes espacios de sociabilidad
locales. Se plantearon estudios a través de las trayectorias socio-eco-
- 19 -
nómicas de sus miembros, como en el caso de la Biblioteca Mariano
Moreno (Sosa, 2006) y de la Sociedad Rural (Carini, 2011 y 2015) y
también otros que inscribieron el surgimiento de las instituciones
en procesos de auge asociativo acaecidos en un nivel macro y que
a nivel local no solo reflejaban la maduración de determinados in-
tereses sino también la complejización de las relaciones sociales. En
esta línea de trabajo se han estudiado la Sociedad de Beneficencia
(Carini, 2011), la Asociación de Accionistas ley 11.747 –entidad pre-
cedente de la SRRC– (Carini, 2015) y el Centro Empresario –actual
CECIS– (Armas, 2016). En conjunto, estos aportes permitieron plan-
tear la conformación de una renovada elite compuesta por familias
de raigambre colonial que se aliaron a los nuevos vecinos que fue-
ron arribando en el siglo XIX. Esta elite local tuvo un importante rol
en los resortes de la constitución del Estado Moderno no solo en la
localidad sino también en la región (Carbonari, 2009; Daghero, 2010
y 2014; Nicola Dapelo 2012, 2014 y 2015).
En cuanto a la primera mitad del siglo XX las investigaciones
se han orientado a tres núcleos de temáticas, centrándose funda-
mentalmente en las dinámicas que transcurrieron en la localidad.
Así, un primer núcleo se abocó a mostrar las condiciones materia-
les de vida de la población, analizando dimensiones como la salud
y la vivienda y las tensiones presentes en la construcción del sis-
tema benéfico-asistencial (Carini, 2011; Camaño, 2012). Un segun-
do núcleo indagó en la conformación del sistema de partidos de
la ciudad visualizando las características de su composición y las
relaciones intra e inter-partidarias. Revistieron especial interés el
estudio tanto de las líneas internas de la Unión Cívica Radical, sus
articulaciones con el partido a nivel provincial y nacional, así como
la trayectoria de algunos de sus dirigentes locales y las prácticas po-
líticas del Partido Demócrata local (Camaño, 2015). También se es-
tudiaron algunas de las estrategias de los partidos que poseían una
fuerte influencia sobre las organizaciones obreras como el Partido
Socialista (Martina, 2012 y 2015) y el Partido Comunista (Camaño,
2016). Asimismo, se analizó el proceso de conformación del pero-
nismo riocuartense, su dirigencia, sus prácticas políticas y sus re-
laciones con la oposición (Camaño, 2012; 2014 y 2015). Finalmente,
un tercer núcleo se preocupó por las características que asumió la
mediación política de las organizaciones del sector empresario y
otras instituciones como la Iglesia. De este modo, se dio cuenta so-
bre la constitución del Obispado de Río Cuarto y la proyección que
- 20 -
Monseñor Buteler tuvo sobre la cultura política de la ciudad y la
provincia durante 1934-1955 (Camaño, 2017). También se aborda-
ron las propuestas del Centro Empresario Comercial e Industrial en
su período fundacional (Armas, 2015 y 2016) y en el contexto de
las políticas desarrollistas (Hurtado, 2008). Más cercano a nuestro
tiempo, y en el marco de las transformaciones socio-productivas de
fines del siglo XX, se analizaron las prácticas, discursos y estrategias
de las asociaciones agrarias con asiento en Río Cuarto y la región
(Carini, 2017a y 2017b).
Estos antecedentes muestran la consolidación y vigencia
de la perspectiva local y regional. A partir de ello, proponemos en
este documento de divulgación sobre la historia de Río Cuarto una
perspectiva de análisis que posibilite comprender el entramado
del poder local y regional en articulación con los procesos macro
sociales. Nuestro libro constituye una síntesis de los resultados de
investigaciones inscriptas en los proyectos colectivos e individua-
les antes mencionados. Por lo tanto, cabe advertir sobre su carácter
fragmentario e incompleto. Es, en este sentido, una tentativa y una
invitación. Una tentativa porque pretende dar cuenta de una his-
toria construida en clave problemática, atenta a los avances y los
cánones de la divulgación histórica que busca generar interés por
conocer el pasado local y regional. Una invitación que incentive a
reflexionar y que impulse a otros a emprender y construir nuevos
interrogantes.
El libro se organiza a partir de cuatro segmentos temporales
que encierran procesos y coyunturas significativas. Dentro de estos
segmentos temporales, metodológicamente, se acerca a una des-
cripción de temas y problemas de forma accesible pero sin perder
la complejidad implicada en los mismos. Por tal motivo, evitamos
las referencias bibliográficas y a las fuentes, que se encuentran con-
signadas al final del libro. Cada caso fue abordado desde una me-
todología específica. Se realizaron estudios cuantitativos a partir
de análisis de fuentes censales, seguimientos nominales y estudios
biográficos. También se analizaron las dinámicas políticas a partir
no solo de fuentes periodísticas sino también de documentación
específica emanada de los actores, como actas institucionales, li-
bros de asociados y publicaciones partidarias y empresariales. En
ambos casos, se buscó una propuesta transdisciplinaria que inte-
grara la perspectiva de la Historia con el utillaje teórico de las de-
- 21 -
más ciencias sociales, especialmente con la Geografía, la Sociología
y la Ciencia Política. Cabe advertir que si bien procuramos realizar
un recorrido que permita tener una idea procesual de los actores y
acontecimientos más relevantes desde fines del siglo XVIII hasta la
primera mitad del siglo XX, cada capítulo permite una lectura indi-
vidual que le facilitará al lector conocer las singularidades de cada
período. Esto implica que si bien existe una correlación cronológica
y lógica entre los capítulos, éstos pueden ser leídos de forma aislada
sin que ello impida su comprensión.
El primer capítulo, a cargo de María Rosa Carbonari, se deno-
mina “Del surgimiento de la Villa de la Concepción a la disolución
del Cabildo (1786-1824)”. La autora estudia la etapa donde se gene-
ró la implementación de la producción en la región, fundamental-
mente de la sierra, relacionada con determinado circuito y centros
de producción. Allí surgió el centro urbano-fronterizo de la llanura
que también mantuvo una función de intermediación con las ciu-
dades coloniales. Con la fundación de la villa se generó un primer
grupo de sujetos que detentaron el poder local, el cual se basó, en
un plano material, en el control estratégico de recursos vinculados
al comercio de Buenos Aires con Cuyo y, en un plano simbólico, en
la pertenencia a un origen español, base de su dominio político. El
proceso revolucionario implicó la desarticulación de las economías
del interior pero también de las estructuras políticas coloniales de
gobierno lo que implicaba el caducar de las autoridades locales.
En el segundo capítulo “De la disolución del Cabildo a la cons-
titución de la Municipalidad. La Villa en la ciudad-provincia de Cór-
doba (1824-1855)”, María Rosa Carbonari y Silvina Miskovski inda-
gan el inicio de un período de transición tanto en lo político como
en lo económico por los acontecimientos de la guerra que se fueron
sucediendo y provocaron la desarticulación de la economía regio-
nal del antiguo virreinato. Ello generó una tensión en las ciudades
cuyos espacios regionales fueron afectados. Los vecinos propieta-
rios de la jurisdicción de la Villa de la Concepción, dependiente de
la campaña cordobesa y a la vez formando parte de una frontera,
también participaron activamente en los enfrentamientos, acuer-
dos y desacuerdos dados en dicho período, ya sea porque eran re-
presentantes de la gobernación de Córdoba en la villa fronteriza o
porque se oponían a la política del gobernador, o bien adherían a la
oposición de los unitarios que buscaban aliados en la región contra
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la gobernación cordobesa. La Confederación Rosista y la política de
Manuel López significaron cierta estabilidad en la región que co-
menzaba a insinuar una reactivación del comercio en la villa y el
poblamiento con nuevos vecinos.
El tercer capítulo “La cuestión fronteriza y la conformación
del estado municipal (1855-1890)”, autoría de Luciano Nicola Dapelo
y Sergio Daghero, se ocupa de historizar la ruptura del orden colo-
nial y la consecuente destrucción de los circuitos comerciales que
generaron la desarticulación no solo productiva de la región sino
también de su elite y de las modalidades de ejercicio del poder. En
ese marco, los vecinos que antes ocupaban las posiciones de poder,
pusieron en juego diversas estrategias para mantenerlas. En un pla-
no económico, se privilegió el dominio sobre las tierras agrícolas
revalorizadas en el contexto de una economía crecientemente mer-
cantilizada. En el plano político, las elites construyeron un entra-
mado que les aseguró el dominio sobre las instituciones de la nueva
estructura estatal a nivel municipal y regional y los proyectó –juego
faccioso mediante– a la disputa del poder en el ámbito provincial y
nacional.
María Celeste Armas y Karina Martina, en el cuarto capítulo,
“La conformación de una sociedad civil moderna: partidos políticos
y grupos de poder locales (1890-1930)”, reconstruyeron cómo a par-
tir de fines del siglo XIX la expansión de la frontera y el reordena-
miento del territorio llevaron a la conformación de otros grupos de
poder con distintos patrones de acumulación constituidos con nue-
vos vecinos en alianza con los grupos preestablecidos que se fueron
acomodando al traslado del eje de producción de la sierra al llano.
En el plano político, la aplicación de la Ley Sáenz Peña implicó una
ampliación de la participación. Sin embargo, el predominio de los
sectores más tradicionales dentro de los principales partidos políti-
cos con actuación en la región limitó el alcance de las transforma-
ciones impulsadas por la nueva legislación, al perpetuar prácticas
de la “vieja política criolla” como el desprecio a la democracia inter-
na y el no respeto por las normas electorales.
Finalmente, en el quinto capítulo “La corporatización de los
intereses económicos y la nacionalización de la política local (1930-
1955)”, Rebeca Camaño Semprini y Gabriel Carini estudian cómo a
partir de las consecuencias económicas originadas por la crisis de
1929, se operaron en la dimensión de lo político nuevas modalidades
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de mediación entre las instituciones locales de la sociedad civil (So-
ciedad Rural de Río Cuarto y Centro Empresario Comercial e Indus-
trial) y el Estado municipal. Así, se pueden reconocer dos espacios
que, aunque diferenciados, plantearon formas paralelas de acceso y
de conservación del poder. Por un lado, los partidos políticos cons-
tituyeron los mecanismos de canalización de las demandas e inte-
reses de amplios conjuntos de la sociedad. Por otro lado, las asocia-
ciones empresarias –que se consolidaron en el espacio riocuartense
a partir de los primeros años del siglo XX– representaron la madu-
ración de los intereses económicos y plantearon estrategias que les
permitieron tener una injerencia gravitante sobre el poder político
municipal. La ausencia de elecciones municipales entre 1943 y 1955
significó un proceso de nacionalización de la política local, en el que
las elecciones nacionales se constituyeron en intersticios de parti-
cipación política y tanto la selección de candidatos como de resolu-
ción de conflictos intrapartidarios se trasladó a los espacios macro,
relegando lo municipal a lo meramente administrativo.
Consideramos importante reconocer el soporte de diversas
instituciones y personas sin cuya intervención este libro no hubie-
ra sido posible. Cabe destacar especialmente el apoyo económico
del Ministerio de Ciencia y Tecnología del Gobierno de la Provincia
de Córdoba que a través de un Proyecto de Transferencia de Resul-
tados de la Investigación y Comunicación Pública de la Ciencia (con-
vocatoria 2015-2016) nos brindó el sostén material para solventar el
proceso de edición. Una consideración especial amerita la Secreta-
ría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Río Cuarto
que ininterrumpidamente desde el año 1995 apoya académica y fi-
nancieramente los proyectos de investigación a cargo de la Dra. Ma-
ría Rosa Carbonari que no solo permitieron arribar a los resultados
que aquí se sintetizan sino también constituyen un espacio para la
formación de diferentes generaciones de historiadores. De la misma
forma, es preciso manifestar nuestra gratitud por el respaldo de la
Junta Municipal de Historia de Río Cuarto, en particular a la Mg.
Susana H. Gutierrez, que avaló nuestra iniciativa y nos facilitó sig-
nificativos documentos y fotografías, algunas de las cuales ilustran
este libro. Cabe hacer extensivo este agradecimiento a Yamila Gán-
zer que tuvo la tarea inicial de recopilar un valioso material fotográ-
fico sobre distintas instituciones de la ciudad. Asimismo, deseamos
destacar la colaboración de la Dra. Rebeca Camaño Semprini quien
tuvo a su cargo la minuciosa tarea de corrección de los manuscritos.
- 24 -
Con el mismo nivel de compromiso, Chalo Irene imaginó e ilustró
los mapas que acompañan este libro.
Como lo mencionamos previamente, esperamos que este li-
bro sirva como tentativa e invitación…
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Capítulo I
- 29 -
proximidades de la actual localización de Río Cuarto ciudad. Así, la
región quedó integrada al dominio de la ciudad de Córdoba de la
Nueva Andalucía.
El reparto del territorio entre los nuevos propietarios de la
tierra, dio origen a la merced de los Cabrera al sur de Córdoba ciu-
dad, sin límites definidos, integrando dos ambientes geomorfológi-
cos diferenciados –sierra y llanura– que se conectaban por caminos
(mapa 1). Algunos de ellos a la vera de diversos cursos de ríos pluvia-
les cuyo origen estaba en la propia sierra y luego descendían al llano
con dirección noroeste a sureste. En ese espacio surgieron distintos
puestos rurales constituidos en estancias que acompañaron el mo-
delo de producción colonial.
Mapa 1: La región del río Cuarto: entre la sierra y el llano (siglo XVIII)
- 30 -
rias les habían permitido constituir un articulado social propio y así
dejar varios registros de sus prácticas de sobrevivencia. Por otro, los
grupos étnicos que transitaban la llanura (los pampas o tehuelches
septentrionales) eran recolectores y cazadores, sin localización fija
y adaptados a la práctica nómada.
Cuando el Imperio español comenzó a tomar decisiones sobre
este espacio, no conocido para el mundo europeo, alteró las relacio-
nes establecidas entre el espacio natural y el social. Los habitantes
originarios fueron subordinados a las articulaciones definidas des-
de el denominado “viejo mundo” para el “nuevo mundo”, es decir, de
España para América. Así, los españoles vencedores se transforma-
ron en nuevos propietarios que se distribuyeron las tierras a través
del reparto de mercedes reales. La responsable era la Corona que
premiaba con tierras a los conquistadores que participaban de las
expediciones promotoras del avance de la colonización y la pose-
sión del territorio. En ese marco, consideraron a la población india
como parte de la naturaleza a dominar. A pesar de algunos enfren-
tamientos, establecieron sobre la población serrana una relación de
dependencia forzosa, adjudicando a los conquistadores una deter-
minada cantidad de indios en lo que se denominó régimen de en-
comienda. Esa mano de obra forzada era en general la que habitaba
las sierras, en tanto la población india de la llanura inicialmente no
pudo ser sometida y ejerció más resistencia. Así, la región del río
Cuarto tuvo una larga historia fronteriza de conflictos que se ex-
tendió hasta fines del siglo XIX.
Luego de su conquista, este espacio comenzó a ser adminis-
trado en función del dominio cultural religioso que la Corona buscó
consolidar y surgió una división interna, según la atención de los
curas que se distribuían entre la ciudad y la campaña. Por ello la re-
gión, que era parte de la campaña de la ciudad de Córdoba de quien
dependió desde su fundación (1573), perteneció primero al Curato
de Dos Ríos (1607) y luego al Curato de Rio Tercero y Anejos (1672).
Este último posteriormente se subdividió conformando el Curato
de Río Cuarto (1731) que incluía un importante espacio de la sierra
(Comechingones Sur y Calamuchita). Su desmembramiento (1751) lo
separó de Calamuchita y pasó a denominarse indistintamente Cura-
to o Partido de Río Cuarto. Limitaba al norte con el de Calamuchita
en la línea que atravesaba de la Capilla de San Antonio del Cano, al
paraje de la Dormida del Avestruz, y de allí con el Curato del Río
- 31 -
Tercero en la línea oeste hacia el este del paraje del Zanjón hasta el
Saladillo, por el sur limitaba con los Pampas de Tierra Adentro, por
el este con la jurisdicción de Buenos Aires (posteriormente Santa
Fe).
La Iglesia había acompañado el proceso de conquista y colo-
nización y la región fue atendida por distintos curas quienes perte-
necían también a familias descendientes de conquistadores. Entre
estos podemos mencionar a Santiago Arias y Cabrera que fue cura
vicario del Curato de Río Cuarto entre 1768-1805; y al Maestro José
Bracamonte vinculado a los primeros pobladores de la Villa. Dichos
curas eran los representantes de la Iglesia en la región, pero a la vez
formaban también parte de esa pequeña elite con la que estaban
emparentados.
Fue así que en toda esta zona rural los propietarios españoles
fueron construyendo capillas y oratorias atendidas por curas, como
la capilla de San Javier en la Estancia de Río Cuarto, la del Rosario
en la Estancia de Tegua y de la Merced en Punta del Sauce. A su vez
existieron en la región de la sierra varias oratorias como la de San
Bartolo, El Tambo, Las Tapas, Las Barrancas, Las Peñas, Saucecito y
Piedra Blanca. Las misiones jesuitas también tuvieron presencia en
Santa Bárbara de Tegua, San José de San Bernardo y la Reducción
del Espinillo. Todas estas capillas y oratorias de las que se tiene re-
gistro constituían pequeños nucleamientos de población entre fi-
nes del siglo XVII y primera mitad del XVIII y acompañaban los es-
tablecimientos productivos de propiedad de españoles y con mano
de obra indígena y/o esclava.
Por la época se había consolidado el camino de las postas o
carril chileno por la región que era atravesado por troperos, viajeros
y arrieros, siendo el paraje de Achiras límite de jurisdicción de las
ciudades de San Luis y Córdoba, en que muchas veces pernoctaban
los “bienandantes”.
En el transcurso del siglo XVIII las estancias fueron subdivi-
diéndose y nuevos propietarios accedieron a la tierra por herencia
o por compra. Así en la región serrana se ubicaron establecimientos
de producción ganadera diversificada (ganado mular, caballar, va-
cuno) cuyo circuito económico se conectaba al Alto Perú y también
hacia Chile. Por su parte, en el llano los propietarios españoles man-
tendrían la explotación ganadera junto a la práctica de vaquerías
- 32 -
(apropiación del ganado cimarrón que se producía libremente). Se
constituyeron también en guardianes de la frontera y del camino
entre ciudades metrópolis como Santiago de Chile y Buenos Aires
(Mapa 2); acciones que les permitieron asumir cargos militares en
defensa del territorio ocupado y colonizado frente al indio no so-
metido.
Mapa 2: Cruces y caminos en la región sur del Imperio español (siglo XVIII)
- 33 -
en Buenos Aires (1776) generó un cambio fundamental en el equi-
librio geopolítico del continente: Lima –antigua capital de todo el
imperio de Hispanoamérica– comenzó paulatinamente a perder la
hegemonía que había mantenido durante el viejo sistema colonial y
la ruta por el Pacífico dejó lugar a la ruta del Atlántico.
El gobierno español se interesó por las posibilidades económi-
cas de las colonias americanas, por lo que buscaba obtener datos de
quienes habitaban las distintas jurisdicciones. Fue así que en 1778
se aplicó en la región del río Cuarto un primer registro poblacional,
con los nombres, apellidos y edades de quienes habitaban tanto en
la sierra como en el llano. Allí fueron identificados los habitantes
según la composición del hogar propia de la época colonial. Algu-
nas eran unidades productivas, es decir, estancias, en las que se re-
gistraba el jefe de la casa, su mujer, sus hijos y los dependientes; o
sea, los que trabajaban para la casa que podían ser libres (agregados,
conchavados) o esclavos. Pero también se censaron pequeños nú-
cleos familiares que sin ser propietarios o estar en relación de de-
pendencia se constituían en familias campesinas que vivían en una
economía de autosubsistencia. Sobre los sujetos de los que solo se
tiene el nombre en un registro censal, es posible sin embargo cons-
truir parte de sus lazos a partir de otros vestigios. De ese modo, se
puede reconocer a familias de campesinos, labradores y habitantes
de la región con sus prácticas culturales y con sus estrategias de so-
brevivencia en ese mundo rural fronterizo que era la región del río
Cuarto a fines del siglo XVIII y principios del XIX.
Muchas de estas familias eran españolas pobres pero la mayo-
ría formaba parte del cruzamiento de grupos étnicos entre blancos,
indios y negros que eran más de la mitad de la población. Según el
registro de 1778, constituían un 51% y el de 1813 un 52% disminu-
yendo a 47,4% para 1822, lamentablemente para 1840 no es posible
identificar la etnia. El registro de 1778 refiere en diferentes ocasio-
nes a familias vagabundas, Por ejemplo Lorenzo Balmaceda y su
grupo quedaron censados como “thodos estos son una familia Los
mas estrafalarios y Bagamundos qe cubre el sol”, como el caso de Ni-
colás Garnica con su mujer y un hijo, que se registra “Bagamundo qe
no tien más oficio que robar ni tienen casa, sino adonde les coxe la
noche”. Según el hacendado Alexandro de Echenique vecino y pro-
pietario de Piedra Blanca, en San Bartolomé (Río Arriba), como Al-
calde de la Santa Hermandad y en representación de distintos ha-
- 34 -
cendados de la campaña cordobesa, a fines del siglo XVIII sostenía
que varias “familias infelices” habitantes en los bosques, quebradas
e sierras, vivían de los robos de ganado y haciendo “contrayerro” o
desfigurando sus marcas. Estos ladrones tomaban las haciendas de
sus vecinos para “mantener una familia de muger, hijos y algunos
parientes”. Uno de los problemas de la campaña era “...que siendo tan
extensivas estas tierras... que... viben muy dispersos sus moradores
y por consiguiente no pueden tener dedicación a otra labor que a
la cria de algun ganado y siembra de maiz, unicos alimientos de la
multitud”, era gente que no se dedicaba a la agricultura ni al labra-
dío de los campos.
Sexo
Región Masculino Femenino Total
Tegua 334 304 638
Río Abajo 446 452 898
Río Arriba 667 676 1343
Río Cuarto Frontera 439 402 841
Total 1886 1834 3720
Fuente: Censo 1778 (Carbonari y Cocilovo, 2004)
- 35 -
Mapa 3: Primera distribución del espacio según censo 1778
- 36 -
crear un sistema defensivo que permitiera “estabilizar” la frontera
y controlar mejor el territorio ocupado por la sociedad hispánica-
-criolla.
De ese modo, la región del río Cuarto pasaba a constituirse en
un territorio estratégico para el paso de Buenos Aires a Santiago de
Chile. La política de defensa –como sostuvo Sobre Monte– de Bue-
nos Aires a Mendoza se plasmó entonces en un acordonamiento
fronterizo que posibilitaba la protección del camino.
Fue así que en ese espacio territorial de límite de dominio co-
menzó a delinearse una frontera en el camino entre Buenos Aires,
Cuyo y Chile, a partir de la constitución de tres fuertes principales:
Punta del Sauce (1752) localizado en la actual ciudad de La Carlota,
Santa Catalina (1778) en las proximidades de la actual localidad de
Adelia María –acompañando el arroyo de Santa Catalina– y Las Tu-
nas (1779) –próximo a la actual localidad de Arias– junto al fortín
de La Concepción (1782), en la actual ciudad de Río Cuarto. Junto a
otros fortines menores intermedios, conformaban un cerco de pro-
tección del camino sur en el que circulaban las carretas que trans-
portaban mercaderías uniendo desde el Atlántico al Pacífico.
Los principales propietarios de las estancias eran descendien-
tes de los conquistadores que habían participado en la fundación de
la ciudad de Córdoba (siglo XVI) y otros nuevos propietarios (siglo
XVII y XVIII) vinculados, en diverso grado, al sistema socio-eco-
nómico y político del mundo colonial. Algunos mantenían la tier-
ra porque continuaban con parte de la merced o donaciones que
habían obtenido sus antecesores por reconocimientos de “méritos
y servicios” hacia la corona. Otros porque la habían adquirido por
compra o por vínculos matrimoniales continuando así con la po-
sesión. En algunos casos los descendientes las mantienen incluso
hasta la actualidad.
Entre los distintos sectores del espacio regional, los de la sie-
-rra y los de la llanura, había una fluida red de parentescos. El prin-
cipal propietario de la región fue Jerónimo Luis de Cabrera III (4º
descendiente del fundador de Córdoba). El traspaso a nuevos prota-
gonistas fue por herencia, por venta y por hipoteca. Entre quienes
heredaron en la zona de la sierra Comechingones están las familias
Echenique y Cabrera y Arias de Cabrera. Estos continuaron con las
posesiones a través de la producción ganadera y los vínculos con la
- 37 -
economía cordobesa. Entre quienes compraron tierras en la zona
de las Sierras de las Peñas están los Molina Navarrete, Montiel, Ar-
güello e Irusta. Estas familias fueron productoras, mantuvieron su
capital y el prestigio social a la vez que se emparentaron con nue-
vos vecinos españoles que arribaron a la región; como los españoles
Gregorio Berrotarán y José Celman. Por otro lado, los que hereda-
ron las tierras hipotecadas localizadas en la llanura se encontraron
imposibilitados de levantar las deudas. Ello contribuyó a que, hacia
mediados del siglo XVIII, personajes vinculados con las actividades
militares, caso los Soria Medrano, los Bengolea, los Acosta, los Eche-
verría, los Freytes y los Tissera, entre otros, accedieran a su propie-
dad. Los descendientes de estas familias tuvieron en el transcurso
del siglo XIX una activa participación en la orientación de la política
local y regional y en la lucha entre unitarios y federales. Entre es-
tos, en particular los casos de Celman, Argüello, Berrotarán, Eche-
verría y Tissera.
- 38 -
Mapa 4: Jurisdicción de la Frontera Sur en 1797
- 39 -
Con respecto a la población no dominada –los pampas ya araucani-
zados– la política borbónica en la frontera procuró, a partir de 1796,
plantear un nuevo tipo de relación. Con principios de la moderna di-
plomacia, Sobre Monte y el Cacique Chaquelén –en representación
de los habitantes del otro lado de la frontera– firmaron un tratado
de paz que pretendía dar cierta seguridad a los vecinos de la región.
- 40 -
en producción y dominio. Hacia Córdoba, el arroyo Tegua era el lí-
mite, así como las sierras Comechingones lo eran al este. Sobre el río
Cuarto el paraje de Reducción era la demarcación oeste que daba
con la Villa de La Carlota y al sur no había límites precisos. Ese sur
se reconocía como territorio bajo otro dominio, era «campo de in-
dios infieles».
Los nuevos residentes también implementaron la política
de alianza matrimonial: Malbrán y Muñoz con Arias de Cabrera,
Pedro Bargas y Pedro Fernández con los Tissera. Manuel Ordóñez
con los Acosta. Lo que constituyó el círculo de vecinos notables, es
decir la elite local que conformaría “la porción más noble del ve-
cindario”. Como en el resto de Hispanoamérica, la política de casa-
mientos “convenientes” posibilitaba tanto adquirir como mantener
la riqueza y la posición social. Así se constituyeron las familias de
elite de una sociedad cerrada y frecuentemente emparentada entre
sí, lo que promovía un sentimiento de identidad común y de unidad
política dentro de ese nivel social.
- 41 -
Así, el Estado español y la Iglesia –bajo régimen de patronato– que-
daban representados los vecinos propietarios mayoritariamente
descendientes de españoles que ostentaban cargos civiles, milita-
res y religiosos. Estos se repartían entre las familias españolas que
constituían una red de parentesco, consolidando así el poder eco-
nómico y político en la región. Esta situación se vería modificada
por la guerra revolucionaria desatada desde el puerto, ya que los
vecinos que poseían las prerrogativas del mundo colonial tuvieron
que posicionarse frente a la disyuntiva de promover el régimen
centrista y/o acercarse a los que postulaban el principio federal y
de autonomía.
- 42 -
(actual localidad de Cruz Alta), cruce de caminos entre Buenos Aires
y Córdoba, en agosto de ese año. De esta manera, el puerto enviaba
claros mensajes de ruptura y la ciudad mediterránea terminó adhi-
riendo a Buenos Aires como también lo hicieron los vecinos de la
Villa de la Concepción en un Cabildo Abierto. A partir de allí, distin-
tas tendencias y posiciones se fueron expresando en la lucha por la
construcción de una nueva hegemonía en el territorio del antiguo
virreinato.
El repaso de los nombres de quienes asistieron a la convoca-
toria permite reconocer la conformación económica y social de esa
pequeña élite que, dependiendo de sus intereses económicos, se
debatía entre mantener las prerrogativas heredadas de la Corona o
asumir las ventajas geopolíticas de los nuevos aires revolucionarios.
En cierto modo, el reformismo borbónico había beneficiado a esta
villa fronteriza. Los vecinos incluían comerciantes europeos que
habían arribado entre fines del siglo XVIII y primeros años del XIX.
Ellos tenían el control del Cabildo porque reunían las condiciones
necesarias para constituirse en autoridades –ser español y letrado–
y, además, se habían entroncado con familias de la región, forman-
do parte de la elite política local.
Cuando el Cabildo de la Villa recibió el pliego de la Junta Pro-
visional Gubernativa de 1810 su autoridad estaba a cargo de comer-
ciantes europeos recientemente arribados, como el alcalde Manuel
Ordóñez, el regidor fiel ejecutor Juan Martínez Cisneros y el defen-
sor de pobres y hacendado criollo Marcelino Soria, quienes decidie-
ron convocar a los vecinos propietarios de la región.
A la convocatoria a los “principales de este pueblo”, asistieron
–además del cura párroco Mariano López Cobos– los comerciantes
Bruno Malbrán y Muñoz, José Clemente Moyano, Pedro Antonio
Fernández y Juan Bautista Basquez; los hacendados Josef Francisco
Tissera, Felipe Neri Guerra, Antonio Ponze de León, Esteban Rosas
Arias de Cabrera, Pedro Martínez, José Antonio Acosta junto al no-
tario Teodoro Acosta y el poseedor de tienda de pulpería, Santiago
Gutiérrez. Estos vecinos también cumplían funciones militares de
defensa de la frontera.
Por entonces, otros comerciantes europeos también se habían
emparentando con las familias existentes, entre los que cabe men-
cionar a Francisco Paula Claro, casado con una Arias de Cabrera;
- 43 -
Don Benito del Real con una Bracamonte, viuda de don Juan José
Soria e hija de don Ignacio Bracamonte. También prisioneros ingle-
ses que habían participado de las invasiones como Alexandro Wil-
son se casó con la hija del comandante Acosta y Juan Ignacio Esley
estableció alianza matrimonial con María Manuela Tissera Arias
de Cabrera, hija de José Vicente Tissera Benitez, hacendado de la
región.
Procedentes de Córdoba estaban los comerciantes Don Pedro
Ignacio Mendoza, Juan Luis Ordóñez y Lucio Cisneros; de Buenos
Aires, Bautista Basquez; de San Juan, Clemente Moyano; de Mendo-
za, Andrés Gomez y Pedro Bargas. Andrés Gomez era propietario de
una pulpería y había establecido vínculo matrimonial con Máxima
Tissera Arias de Cabrera, así como Pedro Bargas con su hermana
Teresa Tissera.
En síntesis, la elite local de aquellos que portaban “rango po-
der y riqueza” estaba conformaba por nuevos comerciantes españo-
les y otros sujetos del interior, también comerciantes, que habían
arribado a la villa producto de la reestructuración económica del
imperialismo español en alianza con descendientes de españoles
en la región. La crítica de los criollos porteños frente a la política
del reformismo borbónico colocaba a esos actores de la villa en una
situación comprometida, dado que ésta había surgido al amparo de
aquellos cambios. Así, con pocos años de existencia política, que-
daba expectante a la espera de la conformación del nuevo mapa
político que se iría a configurar. Pero los sucesos de Mayo repercu-
tieron también en el surgimiento de nuevos protagonismos. La con-
dición de militar y la jerarquía de ostentar cargos en defensa de la
revolución facilitaba la incorporación a ese tejido social selecto, aun
cuando no se tuviese prestigio heredado del pasado. La circulación
más fluida de caravanas de mercaderías, de arrieros y de troperos
que unían los caminos de Buenos Aires a Cuyo y a Santiago de Chi-
le, además, movilizaban grupos criollos que buscaban, esta vez, lle-
var la revolución al otro lado de la cordillera. La militarización del
espacio iniciada por el gobierno colonial para proteger la frontera
prontamente adquirió otro matiz, ahora atento a la defensa de las
políticas del centralismo porteño, a la autonomía provincial y a los
intereses propios de los hacendados militares de la región o de los
comerciantes locales. Por esos tiempos, el gobierno revolucionario
porteño nombró a Juan Martín de Pueyrredón de tendencia cen-
- 44 -
trista como gobernador intendente de Córdoba del Tucumán (1810-
1811). Este debía imponer medidas liberales, entre las que figuraba
que los cargos de los cabildantes debían ser en mayor número ame-
ricanos y que los restantes europeos solo adquirieran funciones pa-
cíficas. Esto permitía reconocer a militares que actuaban en la fron-
tera en beneficio de la causa revolucionaria, como fue el caso del
capitán Francisco Domingo Zarco, quien había arribado hacia fines
del siglo XVIII como hacendado y fue designado comandante del
Fortín de Reducción. También esa política benefició al cura Pedro
Ignacio Guzmán por su accionar a favor de la causa revoluciona-
ria. Pueyrredón nombró, asimismo, al cordobés afincado en la villa
Juan Luís Ordóñez en la comandancia de la Frontera de Córdoba y
en el Fuerte Santa Catalina. Ordóñez debía recaudar las armas exis-
tentes en la región tanto reales como particulares, función que le
sería retirada ante el cambio de gobernación.
Si la Revolución de Mayo buscaba afirmar la autonomía de
Buenos Aires y la adhesión del interior, ello devino en una guerra
no solo contra el dominio colonial sino también entre los principa-
les actores de las distintas ciudades del interior que expresaban ri-
validades ante la reforma borbónica junto a los conflictos sociales y
étnicos heredados de la corona.
Por entonces, las fuerzas defensivas de la frontera mermaron
en función de atender al frente de guerra interno. Así comenzó la
deserción de soldados que se fugaban con sus armas, quedando un
reducido número en la frontera. Ante ese cuadro los vecinos propie-
tarios de las villas de la Concepción y de La Carlota actuaron como
“verdaderos bastiones” en defensa del territorio que en tiempos co-
loniales habían conquistado. Por ello este espacio no solo tuvo un
rol estratégico de paso y conexión entre el Atlántico y el Pacífico
sino también de intermediación entre las ciudades coloniales y la
población india no dominada.
En cuanto a las familias que hasta entonces gozaban de cier-
tas prerrogativas heredadas, su capital material iba erosionándose
cada vez más, dado que debían contribuir inicialmente con dona-
ciones para el mantenimiento de los ejércitos y luego con contribu-
ciones forzadas que incluían desprenderse de sus esclavos.
En tanto, a inicios de 1811 la villa continuaba bajo los simpa-
tizantes de la restitución del orden colonial y don Bruno Malbrán y
- 45 -
Muñoz juró como alcalde ordinario con la confirmación del propio
gobernador. Lo acompañaban en la gestión vecinos que también se
manifestaban por la lealtad al rey. Fue en el año 1812 que la presión
del gobierno central para sostener la revolución y la necesidad de
solventar los gastos del ejército auxiliador del Alto Perú se hizo sen-
tir en la Villa y el propio Bruno Malbrán y Muñoz debió contribuir
con una cuota proporcional a su patrimonio. Otros donativos sig-
nificativos fueron realizados por los hermanos Tissera, hacendados
del paraje de San Bernardo, nietos del comandante don Francisco
Tissera.
La importancia de estos hacendados se evidenció cuando la
Asamblea General Constituyente decretó el levantamiento de un
censo de todos los habitantes de las Provincias Unidas del Río de
la Plata en febrero de 1813 y fue justamente José Francisco Tissera
quien inició el registro. Ese relevamiento muestra una panorámica
de la población que habitaba la frontera sur a partir de las jurisdic-
ciones de la Villa de la Concepción y de La Carlota conjuntamente
con el fuerte de Santa Catalina. En esa documentación se identifica
a la pequeña elite urbana que administraba la villa pero también las
características de la población en tiempos de inicio revolucionario.
Según el registro, la región del Río Cuarto estaba poblada
por más de seis mil personas, con una densidad de 0,36 habitantes/
km2, representando el 8,5% del total provincial. La mayor cantidad
de asentamientos se concentraba en la zona serrana –jurisdicción
de la Villa de la Concepción–, donde se realizaban las principales
actividades económicas: labranza de la tierra, producción textil y
cría de ganado vacuno, ovino, caballar, mular y, en menor medida,
caprino. Las mujeres se imponían en número a los varones tanto
en la Villa de la Concepción como en la Villa de La Carlota y en el
Fuerte de Santa Catalina.
Por los datos que proporciona el documento, la artesanía
textil por parte de las mujeres y la producción agrícola-ganadera
por parte de los hombres eran las actividades económicas más sig-
nificativas. La economía predominante era familiar de subsistencia,
donde había una conjunción entre la fuerza de trabajo femenino
–dedicada a hilar y a tejer– y del resto del grupo doméstico campe-
sino, siendo el jefe de la familia el labrador o el peón rural.
- 46 -
El control de la Villa quedaba en manos de una minoría propietaria
de tierra y de mano de obra esclava y otros dependientes libres (in-
dios conchavados, pardos, mestizos, españoles pobres). Estos orien-
taban su producción ganadera hacia el norte y hacia Chile, siendo
localizados mayormente en la zona serrana o en el llano próximo
a los puestos fronterizos y a los caminos de circulación. Cabe acla-
rar que por entonces la tierra no tenía mucho valor en relación a
los esclavos y al ganado. Entre fines del siglo XVIII y principios del
XIX una “suerte de estancia” podría oscilar entre los 60 y 200 pesos,
mientras un esclavo podría equivaler a 200 pesos o el equivalente
aproximado a 40 vacas. Eran esos hacendados comerciantes y los
militares, entonces, quienes participaban en las luchas políticas in-
ternas tratando de fijar posiciones, a los que se sumaban también
los curas de la región (parajes rurales y las villas), que ejercieron una
función política significativa, como lo fue el caso del Lic. Pedro Guz-
mán.
Cuando se conformó el Segundo Triunvirato (1812-1814) y se
intentó organizar el territorio desde la perspectiva porteña, tam-
bién la villa se fue transformando en uno de los lugares de recau-
dación para el auxilio de las tropas del ejército del Alto Perú. Esto
perjudicó al comercio y a los hacendados de la región que no tenían
entusiasmo por la causa revolucionaria porteña. Las deserciones en
la jurisdicción eran muchas, por lo que además de los vagos y y mal-
entretenidos se enganchaban a los “hijos de familia” por no tener
hogar a su cargo y ser “los menos ocupados”.
En ese contexto, José Julián Martínez Echenique, propietario
de estancia por herencia de los Cabrera en la zona serrana de Piedra
Blanca, pero educado en la ciudad cordobesa, fue designado tenien-
te coronel en 1813 en la jurisdicción de la villa. Ante las órdenes del
gobierno provincial de Ortiz de Ocampo (1814) se debía de reclutar
gente para formar la Quinta Compañía de Milicias Regladas. Algu-
nos de los propietarios de la región se negaron a colaborar con la
recluta. Se inició entonces una general oposición al teniente Martí-
nez Echenique, encabezada por los vecinos Antonio Ponce de León,
Juan Luis Ordoñez, Pedro Ignacio Mendoza, Manuel Ortíz, don José
Antonio Acosta, don Agustín Montenegro. Este último era hijo de
Pedro Ibor Montenegro, quien se había emparentado con Francisco
de Bengolea por casamiento de su hija y constituido en propietario
hacendado de la estancia de San Bernardo. Sin embargo, el alista-
- 47 -
miento concluyó y quedó conformada la compañía del Río Cuar-
to al mando de dicho teniente a quien lo secundaban el teniente
primero Pedro Bengolea, el teniente segundo, Juan Ignacio Ortíz, el
alférez Andrés Gómez y los Sargentos Teodoro Martín Piñeiro (del
Pantanillo 33 años), Maximiliano Berrotarán (Las Peñas, 28 años),
Manuel Manrique (San Bernardo, 21 años) y Tadeo Jigena (Tegua, 30
años), en la conducción de 73 soldados.
Había arribado a la región desde San Luis –según se registra
en 1813, era comerciante, casado con la hija del maestro de posta
Valerio Alba, también proveniente de aquella región–, fue nombra-
do teniente comandante de la Villa de la Concepción, cargo desde
el cual logró constituir la compañía de milicias con un tercio de los
hombres oriundos de la jurisdicción puntana, contribuyendo a la
causa revolucionaria.
La gobernación de Córdoba intimaba al Cabildo de la Villa
para que castigara a los que se rebelaran contra el “sagrado siste-
ma” y de esa forma afianzar el cambio revolucionario. En 1814, el
mendocino Pedro Bargas, como teniente de la primera Compañía de
Milicias de Caballería de la Concepción, declaraba sobre los reaccio-
narios que eran sujetos “antiliberales” y consignaba que en todo el
cabildo apenas si hay uno que es patriota que es don Francisco Díaz
de la Torre y acusaba al entonces alcalde, don Andrés Gómez quien
se asesoraba por el enemigo del “sistema liberal de la Independen-
cia”.
Algunas de las medidas controvertidas dispuestas por el Di-
rectorio como la de implementar “una leva de toda la esclavatura
perteneciente a los españoles europeos”, implicaban la resistencia
de los vecinos propietarios de la villa. La disposición tenía por obje-
tivo aumentar la propia tropa frente a una amenaza de invasión es-
pañola y también buscaba que el costo económico ante una posible
contienda recayera sobre los peninsulares.
En ese caso, los propietarios españoles, sin carta de ciudada-
nía porque no la habían solicitado o no la habían obtenido aun so-
licitándola, debían vender de manera obligada a sus esclavos entre
16 y 30 años. Quienes no cumplieran serían penados a pagar una
multa de 500 pesos, algo así como el valor de dos esclavos y medio.
Esa disposición también había llegado a la Villa e implicó la entrega
de esclavos por parte de los comerciantes españoles residentes a ini-
- 48 -
cios de 1815. La documentación indica que fueron nueve los escla-
vos que marcharon a Córdoba. Esa acción contra los peninsulares
advierte cómo se iba erosionando el capital de los comerciantes, así
como ilustra la participación de esclavos libertos en el ejército que
comenzaba a organizarse con el propósito de invadir Chile.
Las tensiones de los propietarios de la región quedaban tam-
bién explicitadas en el plano político, debido al enfrentamiento que
en 1815 y en los años sucesivos sostuvieron el gobierno de Córdoba
y los seguidores de José Gervasio Artigas, gobernador de la enton-
ces Provincia Oriental (parte de la actual República del Uruguay).
La presión de los orientales suscitó la renuncia de Antonio Ortiz de
Ocampo (28 de marzo de 1815), alineado con el Directorio, y la asun-
ción en el gobierno de Córdoba del Coronel José Javier Díaz (marzo
1815-septiembre 1816), militar de tendencia federal.
En el espacio fronterizo, este cambio de gobernadores generó
un intento de conspiración liderado por el comandante saliente de
la frontera, Ramón Echavarría, quien era favorable al Directorio y
estaba relacionado con Ortiz de Ocampo. Los vecinos movilizados
por Echavarría, que integraban el llamado “partido de los hacenda-
dos”, tenían influencia sobre la milicia local, lo que les permitía in-
tervenir en la política provincial sumando o restando apoyos en los
frentes de lucha. En este caso, dando apoyo al proyecto liderado por
José Artigas quien pretendía que Córdoba se aliara a la Liga de los
Pueblos Libres frente a las fuerzas centristas del Directorio.
En la región, don Agustín Montenegro, vecino hacendado
propietario de tierras en San Bernardo, fue acusado de haber sedu-
cido a su compañía para que desertara quitándole el apoyo al go-
bierno porteño en su lucha contra los seguidores del cordobés Juan
Pablo Pérez Bulnes (1784-1851), partidario del artiguismo en Córdo-
ba y en resistencia a las pretensiones hegemónicas porteñas.
En este contexto y recordando las sucesivas derrotas del Ejér-
cito del Norte, las perspectivas de sofocamiento de la revolución
habían adquirido cierta esperanza entre los grupos adherentes a la
monarquía española en la región. Sin embargo, el relevo de Belgra-
no por San Martín (1814) y el cambio de estrategia implicaban una
nueva fase revolucionaria.
- 49 -
En tiempos del Directorio y de recambios de gobernadores en
Córdoba, los hacendados residentes en la región y los nombramien-
tos militares se resentían considerablemente. Francisco Bengolea,
Comandante General de la Frontera denunció a don Lucas Adaro
ante el gobernador de entonces Ambrosio Funes (setiembre 1816-
marzo 1817), por insubordinación, mal desempeño y abandono de
sus funciones. Adaro a su vez acudió al comandante general de ar-
mas de la provincia, don Francisco Sayós, para descalificar a Bengo-
lea, que había sido nombrado por el anterior gobernador José Javier
Díaz (1815-1816). Sayós sustituyó a Bengolea por Adaro, quien asu-
mió la comandancia interinamente el 4 de marzo de 1817. Bengo-
lea llevó su queja ante el nuevo gobernador Antonio Castro (marzo
1817-enero 1820) y Lucas Adaro denunció que su rival no había en-
tregado formalmente la comandancia. Resueltas las disputas para
1817, Lucas Adaro quedaba a cargo de la Comandancia General de la
Frontera y lo secundaban el alférez Gerónimo Calderón en La Car-
lota y el teniente José Eugenio Flores en la Villa de la Concepción.
De esta manera asumían cargos militares y controlaban el espacio
fronterizo los adeptos a la revolución implicando la militarización
también en la villa en oposición a los vecinos hacendados y comer-
ciantes residentes en la región.
- 50 -
Los españoles que desde el inicio se habían mantenido leales al rey
buscaron manifestar opiniones contrarias a la revolución y tam-
bién persuadir a la sociedad de la ilegitimidad del gobierno revolu-
cionario. Estas estrategias fueron recursos puestos en práctica para
evidenciar su presencia e identidad monárquica. A veces, como en
el caso que mostraremos, solo conseguirían exasperar el ánimo de
los militares patriotas.
Si bien con la declaración formal de la independencia y, fun-
damentalmente, luego de la batalla de Chacabuco, comenzaron a
desvanecerse las acciones contrarrevolucionarias en la localidad,
un episodio local revela la oposición que esta pequeña elite local te-
nía a los cambios revolucionarios. Hacia fines de marzo de 1817, en
una tertulia local organizada por doña María Josefa Arias de Cabre-
ra y Cáceres, viuda de don Andrés Ángel de Acosta, pertenecientes
a los primeros pobladores de la región, se invitaba una reunión en la
que se celebraría la asunción del teniente José Eugenio Flores como
comandante del Río Cuarto en marzo de 1817. De la misma partici-
paba la pequeña elite local entre quienes se encontraban las hijas de
los dueños de la casa e invitados.
Al observar Flores que muchas de estas mujeres se peinaban
echando el pelo a la derecha, interpretó que se trataba de una pro-
vocación, por lo que se dirigió indignado al alcalde expresándole:
que “Algunas almas bajas llenas de insensibilidad á los justos dere-
chos de nuestra sagrada libertad, todavía se presentan públicamen-
te con el ridículo distintivo, a imitación de las cofradías Fragmaso-
nas, llebándo el pelo a la derecha”.
En efecto, el gobernador de Córdoba coronel Don José Javier
Díaz (1815-1817) siguiendo los lineamientos de la política revolu-
cionaria había publicado un bando en el año 1816 que sostenía que
“ninguna persona, sin diferencia de calidad, dignidad, sexo ni condi-
ción, pudiese traer el pelo tirado a la derecha, ni usar otros adornos
o distintivos que no fuesen conformes con el uso común de nuestra
nación”. Según la denuncia habrían sido algunas mujeres califica-
das de contrarias al sistema de gobierno que se atrevían a usar este
modo de peinarse para provocar. “Lista de mugeres q.e hasta la fha
usan el pelo tendido a la derecha: Franca Acosta: hija de Josefa Arias,
Mercedes Muñoz, hija de Bruño Muñoz, Gregoria Muñoz, muger de
mariano Argüello, Rufina Muñoz, hija del citado Bruno, Anastacia
Arias, hija de Dn Estaban Arias, Petrona Rosa Giradez, hija de Agus-
- 51 -
tina Guerra, Juana Cisneros, educada por el europeo español, Juan
Cisneros”.
Este asunto terminó enfrentando al alcalde interino Felipe
Neri Guerra de la villa y al comandante Eugenio Flores, quien pre-
tendía aplicar una multa a dichas mujeres por haber violado las dis-
posiciones oficiales. El alcalde no aplicó la multa, aunque admitió
que se había vulnerado el principio del bando. 20. 20. Al parecer
esto nuevamente ofuscó a Flores, quien insistió disgustado por esa
actitud de la autoridad local. Obviamente el alcalde formaba par-
te del mismo círculo de la elite local. El teniente trató de averiguar
si todas las señoras antipatriotas llevaban dicho peinado, si se pre-
sentaban en los lugares públicos “haciendo una provocativa osten-
tación de llevar el pelo a la derecha”, si con anterioridad se había
publicado el bando de prohibición del peinado monárquico y si los
padres y maridos de las mujeres “las han apoyado y consentido gus-
tosamente esta contravención al citado bando”.
El incidente llegó a conocimiento del gobernador de Cór-
doba, por entonces Manuel Antonio Castro (1817-1820), quien re-
prendió al alcalde, al tomar conocimiento de que las “señoras de ese
vecindario no sólo llevan el pelo hacia la derecha sino que también
hacen ostentación de su oposición al sistema general de América”.
Así, el peinado de las jóvenes, “echando el pelo a la derecha”, que
caracterizaba a las intenciones antipatrióticas, provocaba un escán-
dalo que trascendía la propia villa, siendo denunciadas y aplicán-
doseles multas por estas actitudes transgresoras. El pleito continuó
con el arresto de las jóvenes Rufina y Gregoria Malbrán y Muñoz
por parte del Comandante Flores, quien acosó a don Bruno Mal-
brán con contribuciones punitivas y lo excluyó de la selección de
electores por antipatriota. Flores trataba de combatir lo que se de-
nominaba el sarracenismo (nombre despectivo con que los patriotas
denominaron a los españoles de tendencia monárquica), buscando
una nueva igualdad dentro de la propia constitución de la “porción
mas noble del vecindario”.
La elite local, constituida por una mayoría de españoles eu-
ropeos, formaba parte del grupo desposeído transitoriamente del
mando político y afectado en sus privilegios económicos. Estos se
vieron expuestos a continuas contribuciones inicialmente volunta-
rias y posteriormente forzosas. Los identificados como enemigos de
la patria ponían la esperanza en el cambio reaccionario y los que se
- 52 -
acomodaban para apoyar al nuevo gobierno aunque solicitaban la
carta de ciudadanía, quedaban bajo sospecha también. Sin embar-
go, a partir de 1820, cuando había pasado la primera etapa revolu-
cionaria, la elite local de antigua prosapia en la región logró reaco-
modarse, manteniendo cierto vínculo con el poder cordobés en la
etapa de autonomías regionales.
La historia en particular de don Bruno Malbrán y Muñoz
muestra la forma de acomodación que tuvo frente a los cambios
revolucionarios y cómo no fue tan afectado por la guerra. Chileno
de nacimiento, había arribado como representante del poder mo-
nárquico a la villa. Su incorporación a la elite local fue a través del
matrimonio insertándose en una red de vínculos significativos en
la región. Estuvo en la convocatoria de los principales del pueblo
realizada por el cabildo en 1810 y al año siguiente ocupó el cargo de
Alcalde Ordinario. En 1813 se lo registra como comerciante y era el
único que poseía un molino hidráulico en la jurisdicción, atendido
por su esclavo Joaquín. Aunque fue uno de los que debió perma-
nentemente contribuir a la causa por ser español, su patrimonio fue
acrecentándose continuamente como lo muestra el inventario de
sus bienes para 1830. En 1822 encabezó el empadronamiento en la
villa evidenciando su importancia en la misma. Después de la su-
presión del cabildo, don Bruno Malbrán y Muñoz asumió nueva-
mente el cargo de alcalde ordinario en los períodos de 1826 y 1827,
respectivamente. Su descendencia familiar también mantuvo la
práctica de vínculos parentales con la elite arraigada en la región.
A mediados de 1817, el Directorio había nombrado al experi-
mentado militar Juan Antonio Álvarez de Arenales, comandante
del Ejército Provincial de Córdoba. Arenales debía reorganizar las
milicias provinciales a mediados de la primera década revoluciona-
ria por lo que debió enfrentar a los poderes locales constituidos en
la villa. El vecino Juan Luis Ordóñez, quien integraba el “partido de
los hacendados” liderado por los hermanos Tissera, estaba en dis-
conformidad por no haber sido designado en el puesto que esperaba
como comandante de la Villa de la Concepción. En su lugar Arena-
les había colocado a un hombre de su confianza, el teniente José
Eugenio Flores, residente de la región, descendiente de primeros po-
bladores, aunque no perteneciente a las familias de elite local. El po-
sicionamiento político de Flores era totalmente contrario al de los
vecinos hacendados, pues era un defensor de la política centrista y
- 53 -
actuaba a favor del proyecto de San Martín exigiendo colaboración
de la villa para la conformación del Ejército de los Andes. La dis-
conformidad de Ordóñez, lo llevó a movilizar su alianza con Juan
Bautista Bustos (1779-1830), promoviendo quejas acerca de los pro-
cedimientos de Arenales, obstaculizando la injerencia del gobierno
directorial en la región rural fronteriza del sur de Córdoba.
Bustos había participado de la resistencia a las invasiones in-
glesas de 1806 formando parte de las milicias que marcharon des-
de Córdoba, luego de la revolución de Mayo se había incorporado
al Ejército del Norte, siendo nombrado coronel mayor del Ejército
Auxiliar del Perú. Respondía al Directorio frente a representantes
de las ciudades del interior que buscaban mayor grado de autono-
mía, al que permaneció leal hasta que la sublevación del Ejército del
Norte a inicios de 1820 con el episodio conocido como el Motín de
Arequito posibilitó a las ciudades del interior desarmar al gobierno
centralista de Buenos Aires. Esto llevó al fracaso de la pretendida
Constitución de 1819 de carácter unitario y posibilitó que las ciuda-
des del interior asumieran su soberanía.
- 54 -
da elaborada en contra de sus ideas federalistas. Fue así que luego
del Pacto de Benegas (1820) a través del cual Santa Fe se reconciliaba
con el gobierno porteño, Carrera decidió continuar su actividad po-
lítica desde los márgenes de los espacios regionales consolidados, es
decir desde la frontera Sur de las provincias. En los bordes de las
jurisdicciones de las ciudades provincias su actuación le permitía,
además de abastecerse de recursos para enfrentar a los diferentes
gobiernos que respondían a ideas centralistas, encontrar una posi-
ble vía para regresar a Chile proclamando su tendencia americanis-
ta. Esta posibilidad indujo a que Carrera interpelara a Juan Bautista
Bustos mientras ejercía el cargo de gobernador durante los años
1820-1821, al sur de la región, actuando desde los fortines de la Villa
de la Concepción de Río Cuarto y de La Carlota.
Allí, Carrera vio la posibilidad de aliarse con ciertos propieta-
rios para resistir a la centralización política desde la capital porteña
y también al gobierno cordobés, contando con el apoyo de algunos
hacendados de la región que le proporcionaban provisiones. Es pro-
bable que por las condiciones económicas de este espacio resultara
propicio establecer una alianza entre Carrera y propietarios rurales
del sur de Córdoba, dado que por la desestructuración de los circui-
tos mercantiles del período colonial estos hacendados buscaban
reorientar su producción hacia la región cuyana y chilena. Los con-
tactos con propietarios de tierras como José Celman o Agustín Mon-
tenegro permitieron a Carrera abastecerse de recursos materiales
además de fomentar una tendencia federalista opositora a Buenos
Aires y también al gobierno de Bustos en la región. La estrategia de
Carrera consistió en articular sus fuerzas milicianas con el poder
político y militar de ciertos propietarios. Estos contactos quedan
demostrados en los reclamos y acusaciones que sufrieron posterior-
mente, específicamente Agustín Montenegro que era acusado por
haber sido considerado “comandante en el río Cuarto puesto por el
anarquista Dn. José Miguel Carrera (…) Pa´ fomentar las desastradas
ideas del proscripto Dn. José Miguel Carrera” también por las acu-
saciones a Casimiro Castro “que anduvo apandillando en la mon-
tonera”. Además se manifiesta el contacto que existió entre ellos y
su colaboración con la causa del caudillo. Los documentos señalan
la estrecha relación que existió entre Agustín Montenegro, coman-
dante interino seguidor de Carrera, y Toledo, a quien Montenegro
había hecho reconocer por los habitantes de la villa, defendiendo,
dando protección y asilo a sus huestes. La ayuda y colaboración a
- 55 -
Carrera no fue solo material ya que también se hace mención a la
propagación de sus ideas políticas. Además de obtener medios eco-
nómicos en la región, obtendría una clientela rural, donde muchas
veces se mezclaban criollos empobrecidos, gauchos e indígenas, que
lo fortalecían para ampliar su popularidad y lograr así legitimar su
poder real en el sur. Este proceso se tornaba significativo en un pe-
ríodo donde las relaciones paternalistas y clientelares eran funda-
mentales. A su vez Carrera los utilizaba como aliados en los enfren-
tamientos contra el gobernador y fortalecía sus huestes de soldados
chilenos e indígenas. Estas redes de poder llegaron a concretar su
eficacia en las batallas lideradas por Carrera en la región de la Villa
de la Concepción, hacia donde el mismo gobernador Bustos se vio
obligado a marchar con su dirección de infantería para enfrentarlo
en alianza con las fuerzas puntanas.
La importancia política de José Miguel Carrera queda expli-
citada también en la enemistad de Bernardo O´Higgins, Director
Supremo en Chile durante los años ´20, que decidió enviar armas,
dinero y municiones a las gobernaciones de San Juan, Mendoza,
San Luis y Córdoba con el fin de eliminar al caudillo que conside-
raba su enemigo y opositor político. Sin embargo, los esfuerzos de
Carrera por construir una alternativa política al centralismo que se
experimentaba tanto en la ciudad capital de Córdoba con respecto
al sur como en la ciudad porteña con las demás regiones del interior
finalmente fracasaron.
La presión de Córdoba ciudad sobre la región también se pue-
de reconocer, entre otros sucesos, por la negación de los hacendados
de la región de la sierra a dar abasto de carne a la población de la
Villa, según lo habían solicitado las autoridades locales en virtud
de una de las prerrogativas que tenían para mantener el núcleo ur-
bano.
El día 7 de junio de 1820, por ejemplo, a poco tiempo de los
acontecimientos que inician la fragmentación política, las autorida-
des del Cabildo habían solicitado a los hacendados de la sierra que
contribuyeran para el abasto de carne al pequeño centro urbano.
Esto se hizo mediante un bando enviado a los pedáneos para cum-
plimiento de la obligación. No obstante, los hacendados habitantes
de la región serrana, de familias de raigambre colonial, recurrieron
al gobernador solicitando excepción. Sus nombres figuran entre los
descendientes de Cabrera sea por línea directa o por vínculo pa-
- 56 -
rental (Juan Francisco Regis Echenique y Arias, su suegro don Juan
Santiago Echenique y Martínez y su cuñado -y también primo- don
Regis de Echenique y Becerra, junto a don Juan Leaniz y don Fran-
cisco Antonio Ortiz).
Por entonces, el hacendado Juan Leaniz en nombre de los
“vecinos del partido de la Sierra jurisdicción de la Villa dela Con-
cepción del Río quarto” presentó un recurso al gobernador para que
hiciera cumplir la disposición que éste anteriormente dictara. Así
el conflicto de poderes entre el poder político de la Villa –que man-
tuvo su decisión - y los hacendados en alianza con el nuevo poder
político de Córdoba– dirimido por Bustos, dejando sin efecto las de-
cisiones de las autoridades locales.
El apoyo del gobernador fue claro: Juan Bautista Bustos es-
tuvo de acuerdo con la representación de los hacendados para res-
tablecer sus derechos y privilegios. Por ello, en fecha 26 de agosto
de 1820 consideró que el accionar del Cabildo era gravoso y per-
judicial y que su disposición no se hallaba “investida con el com-
petente carácter de autoridad obligante resolutiva” para imponer
aquella carga pública del abasto.. Por ello en fecha 26 de agosto de
1820 consideró que el accionar del Cabildo tenía actitudes gravosas,
perjudiciales y desarregladas en la combinación de su economía y
que la disposición del mismo no se hallaba “investida con el com-
petente carácter de autoridad obligante resolutiva” para imponer
aquella carga pública del abasto. Como consecuencia de esa medida,
el Cabildo reiteró la orden a los pedáneos de la jurisdicción de la
villa, de Rodeo Viejo y de Piedra Blanca, para que los hacendados
cumplieran con el abasto solicitado.
Se conformó entonces un bando militar aliado de gobier-
no provincial integrado por el sargento mayor don José Argüello
y el capitán don Luis Ordóñez como comandante de la Villa de la
Concepción, acordando los poderes actuantes en la región con las
pretensiones federales de Bustos. La negativa al abasto explicitaba
la paulatina pérdida de control político-administrativo del centro
urbano sobre la campaña bajo su jurisdicción. La autonomía del
Cabildo local y su política sobre la campaña estaba cada vez más li-
mitada. Para el gobierno cordobés era una circunstancia clave para
imponer su autoridad, precisamente respaldándose en los hacenda-
dos y reprimiendo la decisión de los cabildantes. De esta manera se
fue fortaleciendo el control del gobierno provincial sobre el medio
- 57 -
rural a través de vecinos propietarios considerados de “notables”
constituyéndose en mediadores entre el poder provincial y local
en la villa. Los elegibles para los cargos serían, según el Reglamento
Provisorio de 1821, vecinos del lugar y según el Reglamento para
Administración de Justicia en la campaña “los mejores sugetos”.
- 58 -
aumento de la población entre 1778 a 1813 (un 64,6%), mientras que
entre 1813 y 1822 el crecimiento de la frontera sur fue solo de un
0,81%. Ello se explica por la cancelación de la política de poblamien-
to fronterizo de fines del siglo XVIII como consecuencia de la guerra
por la independencia.
Para el relevamiento en la Frontera Sur de 1822, la subdivi-
sión jurídica que se estableció fue a partir de la identificación de es-
pacios nombrados indistintamente partidos o pedanías. La mayor
parte de la población se ubicaba en el área serrana y del pedemonte,
conteniendo 6.165 habitantes (Tabla 2)
El relevamiento tenía por objetivo establecer un sistema elec-
toral en el marco de la autonomía federal en que Córdoba ciudad
asumía el control sobre el territorio: ciudad y campaña. Respecto
de la región sur, se evidencia el surgimiento de parajes con nuevas
identificaciones si se compara con el registro anterior. El seguimien-
to de algunos nombres posibilita, por otro lado, reconocer a los ve-
cinos, aunque no se registraba la actividad económica ni la residen-
cia, solo se diferenciaba entre americanos o europeos. No había aún
una identificación territorial clara, como la que posteriormente se
constituirá con el Estado Nación y con el Estado cordobés.
- 59 -
Capítulo II
- 63 -
te y se asentó en los valores tradicionales de la colonia, como la fe en
la religión católica y en el gobierno sostenido por vínculos parenta-
les que ostentaban los principales cargos y por tanto mantenían las
prebendas y los privilegios de las familias de elite, tanto en la ciudad
como en el medio rural. La iglesia y la práctica del patronato, fueron,
por tanto, sus claves.
En la campaña sur, en tanto, ciertas resistencias hacia el go-
bernador Bustos y su política de concentración de poder se mani-
festaron a través de algunos propietarios rurales de la región que
expresaron su oposición al centralismo de la capital. En este grupo
opositor se encontraba el español José Celman, abuelo de quien será
posteriormente presidente de la nación, por entonces propietario de
la estancia Las Peñas (próximo a la actual localidad de Berrotarán) a
la cual accedió por vínculo matrimonial con una Argüello. Celman
había apoyado durante ese tiempo al chileno José Miguel Carrera
en su paso por la región por lo que fue posteriormente sancionado.
Carrera era opositor a las ideas centristas -tanto de O`Higgins como
de San Martín– y encontró en hacendados como Celman el apoyo
material necesario para continuar su proclama, dado que preten-
día cruzar la frontera y arribar a Chile. Pero Carrera fue finalmente
apresado y fusilado en Mendoza, mientras la gobernación de Cór-
doba tomó represalias contra aquellos que lo apoyaron.
Es posible que el sostén a Carrera de Celman y otros propie-
tarios haya sido importante, no sólo por el aspecto económico, sino
también por sus influencias en la región, y la expectativa que des-
pertaba la posibilidad de establecer nuevos vínculos comerciales
con el mercado chileno. Oportunidad que se desbarató con la caída
de Carrera y el fortalecimiento de la capital cordobesa.
La abolición de los cabildos en las villas existentes (1824) su-
maba a la concentración de poder del gobierno de Córdoba sobre la
campaña. A partir de entonces, las funciones que ejercía el cabildo
eran reemplazadas por un alcalde y su sustituto, así como un síndi-
co procurador y el juez de alzada, quien se encargaba de la justicia
rural, dependiendo directamente de Córdoba. Este último cargo fue
acrecentando más el poder central y en la década de 1830 se le asig-
nó funciones de justicia a través del comisario de policía.
En el año 1824 Mariano Argüello, que había ocupado otros
cargos políticos y militares en la región, asumió como el nuevo al-
- 64 -
calde de la Villa. Este hacendado era también propietario en la pe-
danía de Tegua, heredero de tierras en la región y cuñado de José
Celman. Argüello a la vez se había unido en vínculo matrimonial
con la hija de Bruno Malbrán y Muñoz, anterior alcalde. Su sustitu-
to era el hacendado Felipe Neri Guerra, también casado con una Ar-
güello. Como juez de alzada, quedaba designado el hacendado Pedro
Bengolea, quien ocupó el cargo hasta 1827. Es decir, el control de la
Villa quedaba en manos de herederos de propietarios hacendados
de la región que se habían avecinado en ella. Esto permite suponer
que, a pesar de los cambios ocurridos a nivel macro y cuando la ciu-
dad de Córdoba iba adquiriendo el dominio territorial denominado
provincia, la Villa continuaba bajo la influencia de los mismos veci-
nos propietarios. Estos, si bien perdieron la administración directa
de la jurisdicción de ese espacio, continuaron manteniendo el poder
local subordinado al gobierno de Córdoba.
Desde 1796, en virtud del tratado de paz celebrado entre las
autoridades españolas y los caciques indios del otro lado de la fron-
tera, la Villa había logrado cierta estabilidad en las relaciones fron-
terizas, aunque los enfrentamientos de esos años revolucionarios
habían dejado desprotegidos esos espacios. Frente a ello, las autori-
dades provinciales procuraron un nuevo acuerdo para el re-estable-
cimiento de las relaciones pacíficas. Éste se celebró en La Laguna de
los Guanacos (1825) y Pedro Bengolea fue quien firmó el tratado con
los denominados “indios amigos”. Un intento que sin embargo no lo-
gró dotar de paz a la necesaria convivencia fronteriza entre ambos.
Para los habitantes de la región, el involucrarse en esas con-
tiendas se vinculaba a sus propios intereses, perspectiva de ame-
nazas o posibilidades de mejorar su situación, para lo cual los apo-
yos eran variables y podían depender tanto de una facción política
como de una parcialidad india.
Frente a ese cuadro y a un año de la supresión del cabildo, la
comandancia general de la frontera que se había ejercido desde La
Carlota se trasladaba a la Villa de la Concepción (1825). Allí comen-
zaron a residir militares que arribaban a la nueva sede de la Coman-
dancia. Éstos, junto a los jueces de alzada, comandantes de frontera
y curas, fueron quienes se constituyeron en mediadores entre las
regiones de la campaña y el gobierno provincial, tanto para garan-
tizar el orden público como para sostener el frágil consenso y la go-
- 65 -
bernabilidad lograda en la región o para conspirar contra la política
centrista de la provincia.
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ciudades del interior bajo los líderes unitarios de San Luis, La Rioja,
Catamarca, Mendoza, San Juan, Tucumán, Córdoba, Salta y Santia-
go del Estero, nombrando al general José María Paz su jefe militar
supremo (1829-1831). Esto generó otro reacomodo en la Villa, pues
con la asunción de Paz el hacendado Mariano Argüello –que se ha-
bía transformado en un opositor de Bustos– fue nombrado coman-
dante de frontera. Por esos años, se informaba que la villa estaba
despoblada y aniquilada por la anarquía y las incursiones indias.
La responsabilidad se la cargaba a la política anterior de Bustos en
la región. Según el informe de Argüello, los vecinos, exhaustos por
las confiscaciones, levas e incursiones de indios, habían tenido que
emigrar, lo que implicó que el área despoblada quedara a merced de
continuas invasiones. A la falta de abastecimiento, el comandante
de la región agregaba en forma de denuncia que los federales esti-
mulaban a los caciques amigos para que invadieran el territorio.
Al parecer, en tiempos de la Córdoba unitaria (1830), una in-
cursión indígena había llegado hasta el norte de la región, pisando
incluso Tegua y Las Peñas, donde se hallaba la residencia del propio
Juárez Celman, heredada de su esposa Argüello. Por entonces era un
establecimiento productivo importante, ya que contaba con cuatro
mil vacunos, seis mil ovinos y cuatrocientos cincuenta yeguarizos.
Se trataba de uno de los vecinos de la región con mayor capital, in-
cluso superando a otros de residentes de la Villa de la Concepción.
Por entonces, tanto Celman como Argüello habían manifes-
tado su apoyo a la designación del general Paz como gobernador de
la provincia. Y en ese marco es dable suponer que grupos federa-
les locales hayan dado el apoyo a la incursión india en la frontera.
Entre los que apoyaban a José María Paz estaba Juan Guadalberto
Echeverría, oriundo de la región, nieto del comandante Ventura
Echeverría, quien fuera maestre de campo del Fuerte y Presidio de
Punta del Sauce en donde se fundó la Villa de La Carlota. Al estallar
la Revolución de Mayo, Juan Guadalberto Echeverría se había alis-
tado en el ejército y participó de las campañas al interior, uniéndose
posteriormente a la defensa del Directorio. Luego de la Sublevación
del Ejército del Norte en Arequito (1820), fue nombrado por Bustos,
comandante general de la frontera sur en 1821, por lo que retornó
a la Villa de La Carlota. Allí se dedicó a reordenar la frontera has-
ta 1827, pero entraría en conflicto con la política de Bustos por lo
que se adhirió a los unitarios porteños. Militar a favor de Paz fue
- 67 -
Ciriaco Echenique, hacendado de la región y descendiente de los
Cabrera. Cuando se dio el movimiento del 1 de diciembre de 1828
junto a otros vecinos como el capitán del escuadrón de Lanceros del
Sud, intentó sublevar a los efectivos de la guarnición del pueblo de
Reducción pero fracasó (enero de 1829). Echenique decidió entonces
incorporarse al ejército de José María Paz y retornó a la región para
conspirar a su favor. Al arribo a la Villa de la Concepción entabló
contacto con el entonces teniente coronel Benito Maure, cuñado de
Bustos y enviado por él para sostener la plaza. Pero Maure no siguió
la consigna de su cuñado y se alió a Paz. Ese movimiento también
contribuyó a su triunfo sobre Bustos y al afianzamiento de la Liga
del Interior en la frontera. Benito Maure estaba vinculado a la re-
gión porque había obtenido tierras concedidas por el gobernador
Bustos en 1820 al sur de la Villa –en lo que se denominaba Campo
de los Jagüeles (actual región de Las Vertientes)– en virtud de los
servicios prestados. Esas tierras luego las había vendido a don Pedro
Guerra, en 1828.
La entrega de tierras por parte de Bustos daba continuidad a
una práctica colonial: la de premiar por los servicios realizados en
lealtad al gobernador. Sin embargo, en esos tiempos convulsionados
el cambiar de bando no solía ser extraño y más bien se convertía en
una estrategia necesaria para sostener el poder en la región y prote-
ger los propios intereses de los locales.
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Nuevamente vencido Quiroga en la Posta de Oncativo (25 de
febrero de 1830), las provincias unitarias delegaron el poder militar
en el general José María Paz, quien quedó al frente de la Liga del
Interior. Fue por esos tiempos que la región, y específicamente la vi-
lla, protagonizaron otro acontecimiento vinculado a la lucha entre
facciones políticas que quedará en la memoria riocuartense, rela-
cionado a la contraofensiva federal a la Liga del Interior. Quiroga
luego de su derrota frente a Paz, se dirigió a tierras porteñas con el
objetivo de cruzar por las pampas hacia Mendoza para sumar Cuyo
a la causa federal. En su recorrido debía pasar por la Villa de la Con-
cepción por formar parte del camino entre ciudades. Por entonces
la Villa estaba custodiada por Guadalberto Echeverría y el Coronel
Juan Pascual Pringles, puntano que se había unido a la campaña a
favor del general Paz, como también el cura mercedario Felipe Se-
rrano. A su paso, Quiroga fue por Prudencio Torres, sargento mayor
de las fuerzas unitarias, que por un conflicto con Echeverría y Prin-
gles se pasó al bando federal e informó a Quiroga sobre la situación
de los unitarios. Otro caso de traición entre los grupos que muestra
los múltiples reacomodamientos.
Por entonces Facundo Quiroga sitió la Villa, sede de la Co-
mandancia e hizo rendir a los grupos unitarios (5- 7 de marzo 1831).
Echeverría y Pringles lograron huir, esperando que el centro urbano
fuera liberado tras la persecución de ellos, quedando el comandan-
te Argüello en la defensa. Quiroga hizo prisionero a varios vecinos
–tanto civiles como militares– entre los que se encontraba el propio
Mariano Argüello, iniciando la marcha hacia San Luis y Mendoza.
Luego, el 23 de mayo de 1831, el comandante junto a varios aliados
a la política de la Liga Unitaria, fueron fusilados en Mendoza. Este
acontecimiento quedó registrado en la historia local con el nombre
de “Los mártires riocuartenses”.
Mientras tanto, José María Paz había caía prisionero en mayo
de 1831 y con ello se daba por finalizada la Liga Unitaria. En con-
secuencia, Echeverría emprendió la huida con destino a Uruguay.
Pero en su escape y al pasar por La Carlota, donde habría ido para
despedirse de su esposa Tránsita Arias de Cabrera, fue abatido por
una partida federal.
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El retorno federal a la provincia, la Villa y el intento
de avance a las tierras indias
El control de la región sur de Córdoba por parte de los federales
contribuyó, como mencionamos, al fin de la Liga del Interior, aun-
que los enfrentamientos con la población india no cesaron. Por ello,
algunos habitantes decidieron abandonar el territorio. Otros, sin
embargo, más afines a los unitarios en repliegue, prefirieron incur-
sionar “tierra adentro” para atacar conjuntamente con la población
india la frontera de facción federal.
Es así que las luchas políticas afectaron los vínculos indígenas;
después de la derrota del general Paz (1831) varios unitarios como
Baigorria se trasladaron a las tolderías ranqueles. Su presencia allí
estaba vinculada al aumento de malones sobre la frontera cordo-
besa –puntana. En uno de sus ataques el cacique Yanquetruz logró
controlar la Villa (agosto 1831), por lo que se impulsó posteriormen-
te el avance militar con la creación de los fuertes de Achiras, Los
Jagüeles y Rodeo Viejo.
Por esos tiempos y de acuerdo a la política de la Federación
Rosista de la denominada “Conquista al Desierto”, en 1833 se pro-
gramó avanzar en tres frentes: Rosas desde la frontera de Buenos
Aires, José Felix Aldao, desde la de Mendoza y Facundo Quiroga
desde la Villa de la Concepción por la frontera sur de Córdoba. Así
la división del centro quedaba bajo la responsabilidad de Quiroga.
Èste, luego de haber triunfado en el sitio de la villa, designó al gene-
ral José Ruiz Huidobro al mando de la columna que partiría desde
la villa y a Francisco Reynafé, hermano del entonces gobernador,
para que estuviera al mando de una división auxiliar.
El avance fronterizo cordobés no tuvo el efecto esperado a
causa de las propias rencillas internas entre los líderes de las pro-
vincias de Córdoba, Buenos Aires y la Rioja. Por el contrario, se
acrecentaron las relaciones conflictivas fundamentalmente en la
frontera de Córdoba y de San Luis y después de un año de persecu-
ciones, en 1834 los indios contraatacaron la frontera, por lo que los
puestos más avanzados fueron prácticamente abandonados.
Huidobro pretendió, apoyándose en la política de los herma-
nos Reynafé, controlar a las tropas que marchaban tierra adentro,
pero nuevos enfrentamientos entre federales lo impidieron. El le-
- 70 -
vantamiento contra las autoridades de Córdoba que surgía desde la
frontera estaba liderado por Manuel Esteban del Castillo, coman-
dante de La Carlota, junto al general Huidobro. Ellos contaron con
el apoyo del entonces alcalde Pedro Bargas y los vecinos de la villa
Martín Quenón y Don Pedro Bengolea (federales pero opositores a
las pretensiones del domino cordobés). Si bien los subordinados al
mando de Huidobro fueron posteriormente derrotados y los cabe-
cillas fusilados o puestos prisioneros, la situación repercutió políti-
camente en la villa.
Un decreto posterior otorgó el indulto de prisión a algunos,
mientras que se investigaron las conductas de otros sospechosos.
Pedro Bargas y Martín Quenón fueron remitidos a Córdoba como
prisioneros, junto a Domingo Meriles. El levantamiento fue consi-
derado como un movimiento anárquico contra la legítima autori-
dad de la provincia y, en consecuencia, Pedro y Mariano Bengolea
perdieron sus bienes y fueron desterrados.
Sin embargo, nombrado Manuel López gobernador de Cór-
doba (1836-1852), quien se mostró en alianza con las directivas del
federalismo rosista en un complejo juego de estrategias de acomo-
dación, se dio otro alineamiento y Pedro Bengolea pudo rescatar los
bienes de los que había sido despojado. Se inició aquí una lenta pero
firme subordinación de Córdoba capital al proyecto porteño con
respecto a la organización del país, manteniendo la coexistencia de
una elite urbana tradicional de base mercantil quedando subordi-
nado los espacios del interior a los designios de la capital provincial..
Fue justamente para esa época, y en el marco del avance fron-
terizo, que se constituyó el fuerte de Achiras. Aquí es relevante des-
tacar la importancia comercial que esta posta había ido adquirien-
do. Desde tiempos coloniales para el tráfico comercial, pero durante
el siglo XIX también fue clave para el abastecimiento militar y la
comercialización del cuero. El gobierno de entonces debía propor-
cionar las reses necesarias para el sustento de las guarniciones de
los fortines y los cueros sobrantes se enviaban a la comandancia
general para su concentración, clasificación y posterior comercia-
lización. De los cueros reunidos en la comandancia de Río Cuarto
para su abasto, el aporte más significativo llegaba de Achiras.
- 71 -
La Villa en la época de la Confederación (1840-1852)
En general, en el transcurso de la primera mitad del siglo XIX la lí-
nea defensiva de la Frontera Sur de Córdoba continuó apoyándose
sobre el río Cuarto. La política de poblamiento tuvo continuidad,
aunque la inestabilidad del área no facilitaba que las intenciones
promotoras consiguieran su propósito. En ese marco, en 1842 el go-
bierno provincial dispuso que se eximiera de pago de derechos de
importación y exportación a aquellos individuos que se establecie-
ran en el paraje de Achiras con casa de abasto o mercadería. Y para
el año siguiente dispuso, para promover el crecimiento urbano en la
región, otorgarle privilegios a quienes arribaran a la región.
En respuesta, algunas familias cordobesas se trasladaron a
estos puestos de avanzada para ejercer el comercio y las tareas ru-
rales, vinculándose con las familias propietarias de la región. La im-
portancia que fue adquiriendo este espacio puede observarse en el
empadronamiento comercial realizado en 1846. Del mismo resulta
que la región del Río Cuarto era tributaria a la provincia del 10.9%
de la recaudación anual que ésta recibió por patentes, lo cual pone
de relieve la preponderancia que iba adquiriendo por su actividad
comercial.
Entre los nuevos comerciantes que arribaron a la Villa se en-
contraban el español Antonio del Valle que tenía una tienda y al-
macén, Vicente Requena, de origen cordobés que era dueño de una
tienda, un almacén y un molino. También el comerciante Manuel
Sánchez y el comandante Domingo Meriles, así como Vicente Alba,
arribado desde Achiras que se sumarían al grupo político local de-
dicándose, ellos o su descendencia, a la ganadería.
Con respecto a la población total de la región, si se compara el
censo de 1822 y el de 1840 puede observarse que no hubo un pobla-
miento significativo, quizás porque, como ya mencionamos, la re-
gión todavía no se había configurado como un escenario atractivo.
El período muestra más bien cierta disminución demográfica, junto
a una movilidad poblacional interregional.
En ese impasse, los pocos arribados junto a otros hijos de la
primera generación de pobladores fueron adquiriendo presencia
en el gobierno de la Villa. Entre los nombres que vale mencionar
está Martín Quenón que, siendo segunda generación de vecinos re-
- 72 -
sidentes, pasó a ser una figura clave a mediados del siglo XIX, por su
posición junto a los federales. Quenón estaba casado con Mercedes
Arias de Cabrera López, descendiente de los Cabrera, y se constitu-
yó en alcalde ordinario (1834) y juez de alzada (1835 y 1845-1852).
Junto a Pedro y Valentín Bargas tuvo en 1840 la tarea de registrar
los movimientos de las flotas ranquelinas que arribaron a la Villa
de la Concepción, luego de que se concertaran las paces con los caci-
ques ranqueles. Además tuvo una importante actuación en la vida
social de la Villa, dado que fue uno de los vecinos que firmó el peti-
torio para el arribo de los misioneros franciscanos, representantes
de la Iglesia que comenzaron las negociaciones con los caciques in-
dios del otro lado de la frontera. Los vaivenes de la política hicieron
que al fin del período federal (1852) perdiera su injerencia política y
fuera posteriormente fusilado (1861).
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Tabla 3: Distribución espacial de la población de la Región de Río Cuarto en 1840
- 74 -
resto de las personas mencionadas eran propietarios de chacras de
producción de maíz y comerciantes.
En tanto lugar de vinculación entre el litoral rioplatense y las
provincias cuyanas, la Villa de la Concepción comenzó paulatina-
mente a tener mayor protagonismo comercial. Para 1846 se locali-
zaban 5 pulperías, 4 tiendas, 2 almacenes, 4 dueños de boliches con
frutos del país, 1 tienda y pulpería a la vez y 2 comercios con tienda
almacén y molino, siendo en total 19 los comerciantes de la Villa de
la Concepción.
Como puede interpretarse, la Villa iba adquiriendo otras
características como centro poblado. Si bien era dependiente del
medio rural, ya había adquirido cierto equipamiento urbano para
contener y abastecer al poblado, en la medida que el número de ha-
bitantes crecía. Si se considera el registro comercial y la población
de toda la jurisdicción de Córdoba, puede observase que la relación
entre las regiones norte-noroeste y las regiones sureste y sur ya no
era la misma. Los departamentos del noroeste comenzaban su re-
tracción mientras los del sur se expandían y la Villa de la Concep-
ción del Río Cuarto ocupaba el primer lugar entre estos últimos.
Las políticas de poblamiento de entonces favorecían a la Villa,
mientras que los restantes puntos más avanzados hacia el sur con-
tinuaban poco poblados. Los fuertes Santa Catalina, Jagüeles, Sam-
pacho y Achiras constituyeron una tentativa de avance y refuerzo
a la vieja línea marcada por La Carlota y Villa de la Concepción. Allí
se habían erigido fortines creados en el período: Achiras (1834), Los
Jagüeles (1838) y Rodeo Viejo (1840) (Mapa 5). A ellos se sumaron
los reorganizados bajo el gobierno de Alejo Carmen Guzmán (1852-
1855), los fuertes de Tres de Febrero (1857) y otros antiguos fuertes
coloniales. El interés en la colonización agrícola y el mantenimien-
to de relaciones pacíficas con las poblaciones indias eran motivos
principales para esa acción.
Con transformaciones económicas lentas, el empadrona-
miento comercial junto a nuevos nombres de pobladores comenzó a
insinuar otro rostro para la región. Pese a que en este período había
cierta vulnerabilidad en la frontera y una retracción en el pobla-
miento; el rol de nexo de comunicaciones para el “transito preciso”
favoreció al capital comercial de los nuevos propietarios extranje-
ros o vecinos residentes que lo tomaron como estrategia, sustento
- 75 -
y oportunidad de crecimiento. De ese modo, hacendados-militares,
hacendados-comerciantes, labradores-comerciantes y labradores
abastecieron, mantuvieron y asistieron a aquel espacio fronterizo
que intentaba recuperar su importancia económica y fortalecer su
vía de conexión entre el Litoral y el Pacífico.
- 76 -
te: 6.158 habitantes. Pero la desestructuración económica social, la
militarización y el enfrentamiento fronterizo hicieron que en 1840
disminuyera en casi 2.000 habitantes pasando a tener 4.252, , según
con los documentos con que se cuenta. Fue recién en el año 1852
que el registro vuelve a mostrar un crecimiento y la población suma
a 5.190 habitantes. Cifra que todavía no alcanza al número de habi-
tantes presentes a inicio de siglo, aunque se le acerca.
En síntesis, entre 1820 y 1853 el territorio de las “Provincias
Unidas”/”Confederación Argentina” se repartió entre las distintas
ciudades del interior en la que las mismas se constituyeron en pro-
vincias estados soberanos de pleno derecho, frente a la inexistencia
de una grupo social dirigente de amplitud nacional.
En dicho contexto, junto a la cuestión económica de desarti-
culación regional del espacio peruano y nueva articulación atlánti-
ca del interior, a la región del río Cuarto y a la Villa se le sumaba la
cuestión fronteriza y la de mantener la comunicación entre Cuyo y
Buenos Aires, por ello se constituyó por estos tiempos en un espacio
valioso de circulación en que por momentos fue escenario, cuna y
escusa de sujetos que advirtieron su punto estratégico y geopolítico
en la construcción de la hegemonía sobre el territorio.
- 77 -
Capítulo III
Modernidad y tradición:
transformaciones sociales,
políticas y económicas de un
espacio fronterizo (1855 -1890)
- 79 -
A mediados del siglo XIX el capitalismo avanzaba en el mundo e iba
impregnando espacios que hasta ese entonces habían quedado rela-
tivamente al margen de sus lógicas. En la provincia de Córdoba, más
allá de los intentos de expansión fronteriza, una amplia franja en
torno al río Cuarto seguía marcando la frontera entre el Estado y las
tierras que dominaban los ranqueles. La llamada división interna-
cional del trabajo definió al territorio que en este periodo temporal
se constituiría en la República Argentina como país agro exporta-
dor, por lo que el dominio territorial se constituyó en una premisa
clave para las dirigencias que avanzaban en la consolidación de un
Estado nacional. De este modo, el corrimiento fronterizo servía a
los fines de poner en producción tierras con un enorme potencial
económico sobre las que los indígenas mantenían su dominio.
Para lograrlo, el avance de la frontera no fue el único objetivo,
sino que era preciso privatizar esos “nuevos campos vírgenes” con
el propósito de volverlos útiles a los objetivos del naciente Estado
y las necesidades de la economía internacional. Esas tierras en do-
minio de los ranqueles fueron consideradas “públicas” y se privati-
zaron mediante remates también “públicos”. Así, el periodo se vio
marcado por este avance donde Río Cuarto comenzó a definir su
urbanidad a partir del dominio rural. Este proceso implicó profun-
das modificaciones para la Villa de la Concepción, puesto que estas
privatizaciones atrajeron a “nuevos vecinos” que se incorporaron a
las elites preexistentes en la región: migrantes de otros espacios del
interior con posición social pero empobrecidos económicamente,
inmigrantes extranjeros y militares en servicio en la frontera vie-
ron, en la adquisición de estos campos, la oportunidad para mante-
ner su prestigio social y consolidar su poder económico.
Esta elite dirigente fue también la que le otorgó una nueva
fisonomía a Río Cuarto. Aquellas modificaciones en el plano de las
relaciones sociales, donde comenzaron a surgir o se consolidaron
espacios de sociabilidad principalmente de los propios grupos de eli-
tes, se trasladaron al plano material: la llegada del ferrocarril que
vinculó estas tierras al puerto de Buenos Aires, el telégrafo que ace-
leró las comunicaciones, el desarrollo de la prensa local, el cambio
de categoría pasando de villa a ciudad fueron elementos que permi-
tieron estar ante una Río Cuarto “moderna”.
De igual modo, este conjunto de modificaciones tuvo sus im-
plicancias en el plano estrictamente político. Junto con sus intere-
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ses en la región, los “nuevos vecinos” traían consigo relaciones en
los espacios de los que provenían imprimiendo una nueva dinámica
en la política local/regional, que poco a poco fue proyectándose a la
provincia y la nación. Asimismo, la situación de Río Cuarto como
“puesto de avanzada” ante el indígena, permitió a sus elites posicio-
narse en aquellos planos superiores de la administración estatal,
particularmente a partir de la presencia de Julio Argentino Roca
en Río Cuarto (1872-1878). Desde allí el futuro presidente no solo
ideó el plan de avance definitivo concretado en 1879 que significó
el dominio decisivo del Estado sobre los ranqueles y lo proyectó a
la Nación, sino que se encargó de crear lazos de compromisos con
estos vecinos y su concuñado, futuro gobernador de Córdoba y pre-
sidente de la Nación, Miguel Juárez Celman. A partir de entonces la
dinámica política de la región se vio atravesada por dos elementos:
de un lado, en el plano institucional, la tensión entre autonomía y
centralismo marcó los formatos de vinculación con el gobierno de la
provincia; del otro, en el aspecto puramente político, al relacionarse
con las dirigencias de los estamentos estatales más altos, las elites
regionales ingresaron en la dinámica de la política nacional, proyec-
tando a algunos vecinos a cargos de relevancia en la provincia y la
Nación.
Con eso como trasfondo, a continuación abordaremos el pe-
riodo 1855-1890 organizando la información en tres grandes aparta-
dos. En el primero se analizan las diversas políticas practicadas para
contener a los indígenas y los planes de avance sobre las tierras; allí
se verá no solo la política de Buenos Aires y Córdoba, sino también
el propio juego llevado a cabo por los ranqueles y la mediación de
los franciscanos en ese proceso. De igual modo, y en estrecha rela-
ción, se analiza el proceso de privatización de las tierras ganadas al
indígena junto con los nuevos compradores, haciendo foco en dos
emblemáticos: Nicolás Avellaneda y Julio Roca. En el segundo apar-
tado nos introducimos en las reformas del sistema municipal de la
provincia y su impacto en la disputa entre autonomía y centraliza-
ción; además allí también se rastrea a los sujetos que compusieron
esa elite “renovada” en la región, sus lazos y sus círculos de perte-
nencia y sociabilidad, además de las modificaciones que hicieron
al tránsito hacia la Río Cuarto “moderna”. Por último, abordamos
el plano estrictamente político, indagando en la conformación de
agrupaciones políticas, su alineamiento con fuerzas provinciales o
nacionales y la actuación de los sujetos en las dinámicas diversas de
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la “política nacional” en la fase de consolidación del Estado Nacio-
nal.
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Entre 1854 y 1879 las políticas del Estado, tanto nacional como
provincial, variaron entre tres opciones de proyectos: los tratados
diplomáticos, los colonizadores-reduccionales y los bélicos. Estas
tres modalidades fueron utilizadas de forma progresiva pero usual-
mente en simultáneo, aunque la situación fronteriza se mantuviera
relativamente estable hasta 1869.
En las diferentes estrategias adoptadas ante la presencia de
los indígenas al sur del Río Cuarto, un papel relevante les cupo a los
frailes de la orden de los franciscanos. Arribaron a la Villa en 1856
instalando uno de los primeros tres colegios de propaganda FIDE
de los existentes en el territorio nacional y desde entonces ocupa-
ron un lugar cada vez más importante en la sociedad riocuartense,
vinculándose con las esferas más altas del poder local y provincial,
ocupándose de la negociación, rescate y pago de cautivos con las
parcialidades ranquelinas. De igual manera, su presencia fue clave
para los proyectos reduccionales y participaron de todas las empre-
sas militares, actuando además como proveedores de mano de obra
indígena para refuncionalizarlos como personal doméstico para las
familias de la elite de Río Cuarto. Fray Marcos Donati, por ejemplo,
fue electo prefecto de misiones en 1868 con el objeto de crear misio-
nes católicas sobre los indios ranqueles; propuesta desestimada por
el gobierno provincial que se encontraba preparando sus planes de
avance militar.
Como se ha dicho, otra de las estrategias adoptadas para en-
frentar a las parcialidades ranquelinas fue la confrontación bélica.
Si bien a lo largo del período fueron varias las incursiones en “tie-
rra adentro” por parte de fuerzas nacionales, entre las que podemos
destacar la liderada por el coronel Manuel Baigorria en 1862 que
fracasó por la extrema movilidad de los ranqueles, dos de ellas ocu-
pan la atención principal: el corrimiento fronterizo del río Cuarto al
Quinto liderado por el coronel Lucio V. Mansilla en 1869 y la “solu-
ción definitiva” encabezada por Julio A. Roca una década después,
que terminaría por expulsar a los indígenas más allá del río Negro.
Estas incursiones estuvieron mediadas, a lo largo de la década
de 1870, por tratados de paz. Luego del avance de 1869, represen-
tantes de los caciques ranqueles se presentaron en Río Cuarto con
el objeto de asegurar un tratado de paz con las fuerzas nacionales.
Pese a que este acuerdo no obtuvo el respaldo de las autoridades na-
cionales, sirvió a los fines de asegurar para Mansilla el control sobre
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las tierras conquistadas y para los caciques ranqueles, la detención,
al menos momentánea, del proyecto bélico estatal. Si bien luego de
este primer avance del estado sobre el sur cordobés los ranqueles no
volvieron a tener dominio sobre el río Quinto, este periodo de paz
les permitió reorganizarse y volver a lanzar malones, puesto que el
avance estatal había reorganizado las solidaridades entre los distin-
tos caciques, aunque algunos se encontraban en firme alianza con
el Estado argentino.
En respuesta a la maloca, en 1872 se inició un nuevo avance
con Arredondo y Roca a la cabeza que, aunque no extendió el domi-
nio territorial, sirvió para dispersar a la indiada y romper el equili-
brio entre los cristianos y los ranqueles, puesto que en virtud de ese
ataque las tribus de Mariano Rosas abandonaron la Tierra Adentro
para instalarse en una reducción franciscana cercana a Villa Mer-
cedes y meses después, los demás caciques firmaron un tratado de
paz con el gobierno nacional que serviría de regulador del conflicto
interétnico hasta 1878. El tratado de paz de 1872, efectivizado por
intervención de fray Moisés Álvarez y Tomás María Gallo involu-
cró a los principales caciques y capitanejos ranqueles de la región
(Baigorrita, Yanquetruz, Mariano Rosas y Epumer) e impidió que
sus fuerzas se unieran a las de los no aliados, además del compromi-
so de suspender los malones.
De este modo, por medio de la paz interétnica, el gobierno ati-
zó la disidencia intraétnica. Por una parte, el tratado reconocía una
jerarquía de algunos de los representantes indígenas por sobre los
demás que en realidad no existía; por otra, generó tensiones inme-
diatas con las parcialidades que no habían suscripto acuerdos. De
este modo, las autoridades de la frontera neutralizaron el accionar
conjunto de los ranqueles dándole un valor diferenciado al accionar
de sus caciques.
Esta situación se complejizó aún más luego de 1875 cuando el
ministro Adolfo Alsina comenzó la “zanja” y la construcción y re-
construcción de fuertes de avanzada. Ello desató las intrigas entre
los caciques que se acusaban mutuamente ante el gobierno de parti-
cipar en los malones de Namuncurá, pero se esforzaban en sostener
y re-rubricar el tratado de 1872 cuya vigencia era de 6 años. En vir-
tud de ello, en 1878 se iniciaron las tratativas para renovarlo, aun-
que la situación había variado sensiblemente. Por parte del gobier-
no nacional, si bien se reafirmó el tratado, desde la muerte de Alsina
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y la asunción de Roca como ministro de guerra la estrategia ya se
había definido ofensiva. La reafirmación de la “paz”, daba tiempo al
general para ultimar detalles para su campaña punitiva. Por otro
lado, los principales aliados ranqueles habían muerto y Namuncu-
rá, líder de los salineros ubicados al sur de Buenos Aires y no alia-
do al gobierno pero al tanto de sus planes, se aprestaba a defender
sus territorios, al tiempo que enviaba emisarios para incluirse en el
acuerdo. Así, el tratado de paz de 1878 quebró las alianzas intraét-
nicas selladas en 1872 y sirvió de reaseguro para que en 1879 Roca
pudiera avanzar hasta el río Negro.
Podemos, así, observar que en el periodo las relaciones inte-
rétnicas estuvieron atravesadas por relaciones de poder entre las
parcialidades indias y los estados. Aquí cabe señalar que no eran
dos bloques claros y monolíticos, es decir, en términos de la clási-
ca antinomia civilización y barbarie. La política era ejercida desde
múltiples actores, no solo desde los distintos representantes del es-
tado local, provincial y nacional sino también desde los jefes indios
y sus tribus. A menudo la visión imperante fue la del estado lle-
vando adelante políticas, y los indios como meros receptores pasi-
vos. En cambio, pensamos que ellos diseñaron estrategias políticas,
de resistencia a veces, otras de mayor relación y acercamiento de
acuerdo a las circunstancias, pero siempre como actores políticos,
en la defensa de su espacio y su modo de vivir en el mundo, que en
parte fueron vencidas en 1879.
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La ocupación militar definitiva del quinto río que habían
reconocido los españoles desde Córdoba hacia el sur fue llevada a
cabo por el comandante de frontera Lucio V. Mansilla en 1869. Este
fue el punto de partida para la inmediata mensura y puesta en ven-
ta de las tierras que constituían la franja comprendida entre el río
Cuarto y el más austral de la provincia.
El coronel Mansilla emprendió un viaje desde Río Cuarto ha-
cia lo que se denominaba en la época “Tierra Adentro”, es decir, el es-
pacio en que vivían y dominaban los ranqueles. El objetivo era el re-
conocimiento de esas tierras, las aguadas y los pastizales existentes,
datos que plasmó en un croquis topográfico y en su reconocida obra
Una Excursión a los Indios Ranqueles (1870), junto a la fundación y
acondicionamiento de fuertes y fortines existentes a la vera del río.
Esta intensificación de la búsqueda con el fin de ocupar esas
tierras fue en consonancia con un proceso histórico global. Al avan-
zar el capitalismo a nivel mundial en la segunda mitad de siglo XIX
la economía de Córdoba se fue adaptando a los requerimientos in-
ternacionales. Entonces, y tal como sucedió con otras economías
latinoamericanas desprovistas de industrias, se profundizó la pro-
ducción de materias primas demandadas por un puñado de países
nórdicos e industrializados. Fue por ello que la importancia radicó
en el sur y el este provincial, es decir, los actuales departamentos
de San Justo, Unión y Río Cuarto. Con claridad, Mansilla en su obra
ya citada decía que pensaba en la República Argentina el día que
la civilización “invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de
belleza, sin interés artístico, pero adecuadas a la cría de ganados y
la agricultura”.
Para que esto se viabilizara fue necesaria la creación de ins-
trumentos legales y por ello la provincia elaboró leyes y decretos
desde mediados de la década de 1850 que condujeron a la privatiza-
ción de las consideradas tierras públicas, es decir aquellas de las que
no se pudiera probar por título su posesión. A partir de estas dispo-
siciones legales se crearon la Mesa de Hacienda (1858), organismo
encargado de poner a la venta por medio de remates públicos y el
Departamento Topográfico (1862), quien llevaría a cabo las mensu-
ras de las tierras.
Las ventas de tierras fueron dinamizadas por la llegada a la
provincia del Ferrocarril Central Argentino (1870) que, ingresando
- 87 -
por el este, conectaba al puerto de Rosario con la ciudad de Córdoba.
Esto explica porqué el departamento Unión fue en donde más tie-
rras se vendieron en la década de 1860, por el inminente arribo del
medio de transporte que hacía posible el traslado de la producción
(Mapa 6).
- 88 -
las “tierras públicas” sureñas comenzaron a despertar interés entre
los inversores en parte por la proyección en alza de sus precios. Así
establecida entonces la frontera en el Poppopis, nombre con que lo
conocían los indios al renombrado río Quinto, la labor posterior fue
la de los agrimensores que debían medir, amojonar y describir las
características de esos terrenos. Ellos avanzaron hacia el sur desde
la plaza de Achiras en diciembre de 1872 y desde la plaza de La
Carlota en abril de 1874, hasta una línea que se dibujaba siguien-
do el río Quinto y los bañados de La Amarga llegando hacia el este
hasta jurisdicción de la actual provincia de Buenos Aires, lo cual
quedó concluido para 1876.
Ahora bien, esta urgencia por parte del Estado provincial en
convertir leguas cuadradas de tierras en moneda por medio de los
remates obedecía también a un problema económico puntual, los
constantes déficits fiscales de la provincia. En tal sentido, las tierras
de los departamentos Unión y Río Cuarto ayudaron a equilibrar en
el periodo las cuentas fiscales. Entonces, el objetivo central del go-
bierno provincial fue poder resolver sus problemas financieros más
que la puesta en producción. Al mismo tiempo, a los compradores
el negocio se les planteaba como tentador desde el punto de vista
especulativo, dado que durante la década de 1860 el aumento del
valor de las tierras en el departamento Unión fue calculado aproxi-
madamente en un 1400%.
Como vimos, la privatización de las tierras públicas en Cór-
doba se hizo al calor del trazado de los ramales del ferrocarril, a
medida que el Estado iba imponiéndose a los ranqueles. Uno de los
compradores de tierras que siguió este derrotero fue quien se con-
vertiría en presidente en el año 1874, el tucumano Nicolás Avella-
neda. Hacia 1871 era ministro de educación del presidente Domingo
F. Sarmiento (1868 -1874), quien compró tierras en el departamento
Unión a un precio bajo si se compara con otras transacciones de la
época. Posteriormente, y el mismo año que se postulaba como pre-
sidente, en febrero de 1874, sumó a las casi cinco leguas cuadradas
del departamento Unión otras veinte en el departamento Río Cuar-
to, ubicadas en la zona de la actual Vicuña Mackenna. Es decir, que
compraba tierras en las recientemente mensuradas y rematadas
entre los ríos sureños de Córdoba.
Si bien es cierto que según la descripción de las mensuras las
tierras eran aptas para la ganadería, no hay indicios de producción y
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parece ser la especulación el móvil de las compras. Esto cobra valor
cuando Avellaneda en una carta al entonces comandante de fron-
teras en Córdoba, el coronel Julio A. Roca (1872 -1878) le pide que le
compre para él unas quince o veinte leguas más, diciendo que eso
era la garantía para asegurar el porvenir de la familia. No conoce-
mos de alguna respuesta favorable por parte de Roca, aunque sí de
la compra de unas ocho leguas más en el departamento Río Cuarto.
En tal sentido, observamos que los vínculos constituidos en función
de la construcción del poder político también permitieron trasla-
darse al ámbito de los negocios, en este caso, con la “tierra pública”.
Aquí cabe destacar que las tierras adquiridas por Avellaneda
en la actual región de Vicuña Mackenna fueron atravesadas por los
rieles de “Buenos Aires al Pacífico” en la década de 1880, los que die-
ron el origen en la provincia de Córdoba a localidades como Labou-
laye (1885), General Levalle (1905) y Vicuña Mackena (1885) entre
otras. Así con la llegada del tren, las tierras se seguían valorizando
y a ese primer movimiento especulativo con los campos seguiría en
forma progresiva, de norte a sur, la expansión de la frontera produc-
tiva. En efecto, se fueron consolidando las estancias de perfil gana-
dero con algunas experiencias de colonias agrícolas facilitadas por
el arribo de los inmigrantes europeos.
Como vimos, una institución central en este proceso fue la
Comandancia de Fronteras, a cargo de Julio Argentino Roca, quien
en nombre del Estado nacional ejecutó la llamada “Conquista del
Desierto” en 1879. Un año antes había muerto el ministro de guerra
Alsina, quien se había opuesto al proyecto que desde Río Cuarto im-
pulsaba Roca de avanzar hacia el sur desplazando a los indios y, en
cambio, había hecho cavar una zanja desde la provincia de Buenos
Aires que llegó en el extremo sureste cordobés hasta las proximida-
des de Italó, con el objetivo de detener el arreo de vacunos y caballa-
res desde las estancias hacia tierras de los indios.
Tras el deceso de Alsina, el presidente Avellaneda convocó a
Roca para suplantarlo en su puesto y entonces tuvo la posibilidad
de proponer ante el Congreso las ideas que infructuosamente había
defendido desde la comandancia cordobesa. Finalmente, el “zorro”,
como era apodado, pudo dirigir el avance militar hasta el río Negro
y Neuquén desde un arco fronterizo dibujado desde el oeste bonae-
rense y el sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza.
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Como vimos, en la provincia de Córdoba este paso estuvo precedi-
do en lo inmediato por el avance de Mansilla hasta el río Quinto
(1869), las mensuras de las tierras y posterior remate. En cuanto al
espacio comprendido al sur de este río y hasta el límite actual de la
provincia de Córdoba, es decir, el paralelo 35°, la ley provincial N°
772 de 1878 autorizó al Poder Ejecutivo Nacional a vender esos te-
rrenos, cediendo así su valor económico para financiar la “Campaña
del Desierto”, pero no la jurisdicción provincial. Entonces, se anexó
a la provincia una importante cantidad de tierras y la disputa se
dio en términos administrativos, puesto que no estaba claro a cual
departamento o departamentos correspondería la vasta extensión.
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La elite riocuartense aspiraba a la conformación de un “gran depar-
tamento Río Cuarto” y fue en ese contexto cuando desde la ciudad
capital acusaron de imperialistas a quienes habitaban en la otra
ciudad, la única que en el siglo XIX ostentaba esa categoría (1875).
Finalmente, las aspiraciones sureñas se vieron derrumbadas cuan-
do se sancionó la ley N° 1100 del 14 de julio de 1888, con la cual se
crearon los nuevos departamentos de General Roca y Juárez Cel-
man, estableciendo al mismo tiempo el recorte del de Río Cuarto.
Esto fue considerado un “ultraje” en aquel entonces pero el mote
fue transformado en positivo: “Río Cuarto, el imperio del sur Cor-
dobés” (Mapa 7). El mismo se instaló en la cultura popular y fue
recientemente utilizado como slogan de campaña electoral (2016)
proponiendo sobre la unificación de los departamentos sureños la
creación de una nueva provincia separada de la influyente “Docta”.
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En 1975 esta casa fue declarada monumento nacional, debido a la
persistencia del entonces presidente de la “Junta de Historia de Río
Cuarto”, el teniente coronel Juan Bautista Picca, un férreo admira-
dor de Roca a tal punto de proponer un monumento en Río Cuarto
que lo celebrase. Sin embargo, conviene resaltar que en las últimas
dos décadas del siglo XX el museo Histórico Regional se resignificó
y actualmente encontramos en sus salas tanto a los ranqueles y su
forma de vida, como el conflicto y la disputa por este espacio del sur.
Es decir que si en un primer momento se proyectó una conmemo-
ración de aquellos que hicieron la “Campaña del desierto”, luego se
rescató a los vencidos en esa historia.
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De villa a ciudad: la urbanización y los espacios de sociabilidad
Durante la primera mitad del siglo XIX el poder económico se con-
centraba en la zona de la sierra, donde persistían las antiguas es-
tancias coloniales. De allí surgió la elite que ocupó los principales
cargos locales a lo largo del período de desarticulación regional. Este
grupo social dirigente se componía, en su mayoría, de propietarios
de las tierras que hacían las veces de comerciantes, con cierto abo-
lengo debido a su ascendencia en los primeros dueños de la tierra.
La zona del llano, en tanto, ocupaba un rol secundario en el conjun-
to de la economía regional, debido a que por el carácter extensivo
y semi-colonial de la producción, la sierra constituía el eje de esa
economía. Ello sin contar con la presencia de la frontera indígena a
las espaldas inmediatas de la villa, que hacía peligrar la existencia
de ganados en la llanura.
En la segunda mitad del siglo XIX esa relación sierra-llano co-
menzó a invertirse debido a dos procesos generales, concomitantes
y de retroalimentación que vivía el país y a los que Río Cuarto no
permaneció ajena: la emergencia y consolidación de un Estado na-
ción “moderno” y su incorporación al mercado mundial en carácter
de productor de materias primas. En ese marco, la década 1869-1879
significó una especie de “modernización acelerada” que puede per-
cibirse en el plano material con la inauguración en 1873 del ramal
del Ferrocarril Andino que conectó la estación de Villa María con
Río Cuarto, factor imprescindible para la llegada de los inmigrantes
que se radicaron en la Villa de la Concepción, la conexión más rápi-
da y ágil con los puertos de Rosario y Buenos Aires y la propulsión
del poblamiento y la colonización. Ese mismo año, las comunicacio-
nes también se ampliaron con la llegada del telégrafo y dos años
después, en noviembre de 1875 por decreto del gobernador Enrique
Rodríguez, la villa fue elevada –como ya se mencionó– al rango de
ciudad. Ese fue un año significativo puesto que la antigua Villa de
La Concepción del Río Cuarto fundada por Sobre Monte en 1786
elevó su rango al de ciudad, siendo entonces la única población ur-
bana de la provincia en compartir ese estatus con Córdoba. Es decir,
en un mismo año Río Cuarto pasó a ser Comandancia General de
Fronteras y ciudad.
De igual manera, en el ámbito social se produjeron significa-
tivas modificaciones con un proceso de renovación de las elites que
- 94 -
se detallará más adelante. Sin embargo, cabe hacer mención aquí a
que miembros pertenecientes a familias hispano-criollas de cierta
“prosapia” en la región y vecinos comerciantes que arribaron a la
villa a mediados del siglo XIX desde Córdoba o desde otras juris-
dicciones del interior, junto a nuevos vecinos europeos que fueron
fundadores de asociaciones locales de su país de origen, constitu-
yeron la elite riocuartense. Esta se consolidó a través de distintos
espacios de sociabilidad identitarios. Fueron en algunos casos cír-
culos cerrados de la elite hispano-criolla tradicional como la Socie-
dad Patriótica (1857) o el Club Social (1875), más tarde el Jockey Club
(1879). Otras asociaciones contaron con miembros de la vieja elite e
incorporan los nuevos residentes, como la Biblioteca Popular (1873).
También surgieron asociaciones de comunidades identitarias como
la Sociedad Italiana (1875), la Sociedad Francesa (1875) y la Sociedad
Española (1876).
La orden franciscana también tuvo una participación suma-
mente relevante en el proceso de modernización política de la aho-
ra ciudad de Río Cuarto. Fray Quírico Porreca, Fray Pío Bentivoglio,
Fray Moisés Álvarez no solo formaban parte de los círculos de la eli-
te local en vinculación amistosa y política con militares como Roca
y Racedo y con hacendados civiles como Olmos y Tejerina, sino que
cumplieron un rol fundamental en el campo benéfico-asistencial y
asociativo. La intervención franciscana en este sentido se verifica a
partir de la preocupación por dotar de un hospital a la ciudad y la
región: para ello, en 1872 se creó una comisión para presupuestar
la posibilidad de su instalación, de la cual formaron parte los men-
cionados Bentivoglio y Porreca. Producto de estas inquietudes y en
virtud de las gestiones de los padres franciscanos en 1873 se formó
la Sociedad de Beneficencia de Río Cuarto, conformada por las mu-
jeres de la elite local y cuya finalidad inicial fue “Fundar y sostener
en este pueblo el Hospital público”, aunque también contribuiría
con la orden católica en el rescate de cautivos.
También es preciso señalar que para 1875 nació el primer pe-
riódico de tirada extensa en la ciudad: La voz de Río Cuarto. Bajo
la dirección del alemán Simón Ostwald, este diario vio la luz en-
tre 1875 y 1889 y en sus inicios no tenía ninguna bandera política,
dado que los vecinos que compraron las acciones para darle vida
pertenecían a distintas vertientes políticas: los hermanos Alejandro
y Julio Roca, Wenceslao Tejerina (autonomistas), José Vicente de
- 95 -
Alva y Julián Games (alsinistas/mitristas). Sin embargo, para fines
de 1878 y principios de 1879, rescatadas las acciones, la imprenta
pasó a una sociedad conformada por los hermanos Roca, Tejerina,
Ambrosio Olmos y Eduardo Racedo, todos ellos autonomistas. Con
posterioridad a su aparición se produjo una explosión de periódicos,
aunque de duración extremadamente breve: El Pampa, Los Deba-
tes, El Picaflor, El Cometa, El Porvenir (1876), La Libertad (1877-80), La
Vanguardia (1880).
Este proceso de urbanización y modernización le imprimió
una nueva dinámica a los formatos de relaciones en la ciudad. El
periódico, el telégrafo y el ferrocarril implicaron, en ese sentido,
una agilización de las comunicaciones con otros espacios, pero tam-
bién medios de intercambio en el espacio regional, tanto de bienes
como de información. Asimismo, los grupos de elite encontraron en
los círculos asociativos de sociabilidad un espacio donde asegurar
alianzas (políticas, familiares, económicas) y desde los cuales pre-
sentarse como un grupo renovado, sólido y con presencia fuera de
la región.
- 96 -
Algunas familias mantuvieron la tierra porque continuaban con
parte de la “merced” o donaciones de tierras que habían obtenido
sus antecesores por reconocimientos de “méritos y servicios” o por-
que la habían adquirido, sea por compra o por vínculos de paren-
tesco continuando así con la posesión. Otras, en cambio, las fueron
perdiendo lo que posibilitó que nuevas familias accedieran a la tie-
rra.
De los descendientes del conquistador y principales propie-
tarios de la sierra, algunos se fueron empobreciendo, mientras que
otros por alianzas matrimoniales conservaron y hasta aumenta-
ron su patrimonio. El principal propietario de tierras en la región
fue Jerónimo Luis de Cabrera III y, desaparecido él, el traspaso de
la propiedad de sus tierras a nuevos protagonistas se dio por tres
mecanismos: por herencia, por venta y por hipoteca. Quienes here-
daron estas tierras, fundamentalmente en la Sierra de Comechingo-
nes fueron los Echenique, Cabrera y Arias de Cabrera. Aquellos que
compraron tierras en la zona de las sierras de las Peñas –los Molina
Navarrete, los Montiel, los Argüello y los Irusta, aunque de menores
extensiones– las mantuvieron en producción, lo que les permitió
conservar el prestigio económico-social.
Los que heredaron las tierras hipotecadas en la llanura se en-
contraron imposibilitados de levantar las deudas. La pérdida de las
tierras implicó un desmembramiento aún mayor, en virtud de lo
cual las adquirieron algunos personajes vinculados con las activi-
dades militares, como los Soria Medrano, los Bengolea, los Acosta,
los Echeverría y los Freytes. Estos hacendados, propietarios de las
tierras de la región, constituyeron la elite que había ocupado cargos
políticos en el Cabildo y que, en su gran mayoría, aún podía hallarse
en el período de 1855 a 1870. Sin embargo, desde fines de la década
de 1840 y a lo largo de la de 1850, nuevos vecinos llegaron a la Villa;
algunos en virtud de las políticas de repoblamiento llevadas a cabo
por el último gobernador rosista, Manuel “Quebracho” López. Como
se vio en el capítulo anterior, estos vecinos se destacaron por ser en
su mayoría comerciantes.
Ahora bien, luego del corrimiento fronterizo de 1869 que in-
corporó al dominio nacional las tierras que iban desde el río Cuarto
al Quinto junto a cierta estabilidad lograda en el plano político na-
cional con la llegada de Bartolomé Mitre a la presidencia y la unifi-
cación de Buenos Aires con el resto del territorio nacional, la villa
- 97 -
comenzó a recibir nuevos sujetos que se incorporarían prontamen-
te a la elite dirigente local. En virtud de las nuevas tierras conquista-
das en este corrimiento, profundizado por la “solución definitiva” de
1879, dos categorías de sujetos se incorporaron a la escena local: por
un lado los militares, necesarios para hacer efectiva la Ley Nacional
N° 215 de ocupación de la tierra (1867), como Lucio V. Mansilla, el
uruguayo José Miguel Arredondo, el puntano Antonino Baigorria
que asumió la Comandancia de Frontera en 1870, el inglés Ignacio
Hamilton Fotheringham llegado en 1871, que dos años después casó
con Adela Ordóñez, el entrerriano Eduardo Racedo y Julio Argen-
tino Roca.
Por otro lado, arribaron a la Villa sujetos de otros espacios del
interior, atraídos por la posibilidad de adquirir las “nuevas” tierras
e incorporarse a los nuevos rumbos que tomaba la economía na-
cional orientada al mercado exportador y en la que las planicies
pampeanas ocuparon un rol fundamental. En este caso podemos
encontrar sujetos militares, comerciantes arribados con anteriori-
dad y miembros de familias del interior que se sumarían al grupo
terrateniente luego del avance definitivo de la frontera en 1879, ad-
quiriendo tierras más al sur del río Quinto. El hacendado Ambrosio
Olmos, por ejemplo, poseía ascendencia de abolengo en la región del
norte de Córdoba desde la época colonial y a mediados del siglo XIX
se dedicaba al comercio en la ciudad de Córdoba. Posteriormente
se trasladó a la localidad de Achiras donde instaló un negocio de
barraca de frutos. Junto al corrimiento fronterizo, comenzó a inver-
tir en tierras alcanzando a ser el principal terrateniente del sur de
Córdoba. Llegó a tener 250.000 hectáreas todas aptas para la agri-
cultura y con una ubicación excepcional. Además de comerciante y
estanciero progresista, fue empresario, banquero y proveedor de las
fuerzas nacionales. También participó en la política en apoyo a Julio
A. Roca en todas las contiendas electorales.
Procedente de Córdoba capital, Wenceslao Tejerina fijó la re-
sidencia en Río Cuarto en 1861 y en 1872 se casó con Deidama Ti-
ssera Ferreira. Si bien fue primeramente comerciante, como Olmos
también invirtió su capital en la ganadería, fundando posterior-
mente los establecimientos ganaderos Santa Flora y Ermilia. Tucu-
mano de origen, Manuel Espinosa arribó a la Villa sobre principios
de la década de 1870. Si bien la mayoría de sus vínculos filiales los
estableció en Córdoba capital, casándose con la hija de un político
- 98 -
de amplia trayectoria en la Confederación Argentina, su actividad
política la desarrolló en la Villa y sus intereses económicos se orien-
taron más al sur. En 1884 Espinosa adquirió 18 leguas de tierra en el
actual departamento General Roca, donde fundó su establecimien-
to ganadero El Cristiano.
Por otro lado, también podemos hacer mención de Lucas Lla-
na, de origen cordobés, asentado en la Villa en la década de 1860 y
casado en 1869 con Belisaria Ordóñez Villada, propietario para la
misma fecha de un amplio potrero cercano a la frontera. Provenien-
tes de Salta, hallamos a Secundino Díaz de Bedoya, propietario de
una estancia en la actual zona de Bulnes y Amadeo Miranda. Este
último arribó a la Villa a principios de la década de 1860 y contrajo
enlace con Perpetua Irusta Argüello dedicándose al comercio ini-
cialmente y luego a la adquisición de tierras.
Finalmente, aquí cabe hacer mención, nuevamente, a Roca,
quien residió cinco años en la Villa (1872-1877) y en 1874 compró
por “remate público” el campo Las Terneras, ubicado en el camino
entre La Carlota y Río Cuarto. Su hermano, Alejandro Roca, com-
pró la estancia La Igualdad, en La Esquina, cruce de caminos entre
Corral de Barrancas (actual Coronel Baigorria), El Tambo y Achiras.
El perfil de los cuerpos dirigentes de la elite riocuartense tam-
bién se vio renovado por los inmigrantes europeos. Si bien, aten-
diendo al proceso general, la mayoría de ellos se dedicaron a tareas
agrícolas y no desempeñó un papel significativo en la política o en
lo más alto de la jerarquía social decimonónica, particularmente en
Río Cuarto un buen número alcanzó una buena posición económi-
ca y en virtud de ello, una participación en la escena política. Sin
embargo su protagonismo será más bien en las décadas posteriores,
junto con el cambio de siglo. En 1860, por ejemplo, encontramos en
la villa a los Games. Se trataba de Antonio, el padre y dos de sus
hijos, Lorenzo y Julián. Este último se casó en 1877 con la hija de
Justo Pastor Hernández. Propietarios de un molino, se dedicaron a
esa actividad y al comercio además de una intensa vida política, es-
pecialmente en la década de 1870.
Dentro de este grupo también podemos establecer algunas
diferencias. Por ejemplo Alejandro Casnatti, avecindado en la Vi-
lla para 1872, era farmacéutico dedicado al ramo de boticario. Blas
Fortón, hotelero de origen francés, llegado en la década de 1860 y
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casado con Rosalía Del Gaje, hija de otro inmigrante de la misma
nacionalidad, Emilio Del Gaje, que para 1869 se encontraba en la
villa actuando como militar. Asimismo, para 1858 arribó Benigno
Hernández de nacionalidad española. Se casó en la Villa con Rosari-
to Argüello, hermana de Rita Argüello, casada con Antonino Baigo-
rria. Estos inmigrantes europeos se dedicaron exclusivamente a los
ramos de los comercios minoritarios y los servicios, con una actua-
ción intermitente en la política local.
También en el círculo de comerciantes y extranjeros podemos
hacer mención a familias de relevancia para la época y actuación
política posterior, pero que se diferencian de los anteriores porque
se dedicaron al comercio exterior, convirtiéndose en barraqueros
y vendedores de productos de exportación con una mayor dura-
ción temporal. Por un lado, en 1872 llegaron a la Villa desde España,
Salvador y Juan Jorba fundando La bola de oro, dedicada a la ex-
portación de frutos del país que en 1890 y en virtud del arribo de
Vicente, el menor de los sobrinos, se convirtió en la Casa Jorba, de-
dicada al rubro mayorista importador. Este último se casó con Octa-
via Daguerre, hija de Juan Bautista Daguerre, otro comerciante ex-
tranjero. Del mismo modo, Bernardo Lacasse, fuerte comerciante,
empresario y posteriormente propietario de grandes extensiones,
se incorporó a los círculos de la elite local. Su hogar, conocido popu-
larmente como Palacio Lacasse, se convirtió en sede del Club Social
y de las tertulias más opulentas de la época.
Puede observarse entonces que durante la década de 1870 se
produjo una renovación de la elite de la región del río Cuarto. Aque-
llos que llegaron de otros espacios provinciales (Córdoba capital,
Tucumán, Salta, San Luis), lo hicieron como herederos de familias
patricias, de un interior económicamente deprimido, producto del
quiebre del sistema económico anterior y que debieron asumir la
estrategia de emigrar de su lugar de origen. En ese camino, la adqui-
sición de nuevas tierras en el sur de Córdoba les posibilitó mantener
el prestigio social, aumentar la riqueza y sumar el poder político.
Como puede observarse, la mayoría de ellos se casó con miembros
de las familias de origen colonial.
Militares que obtenían “premios” y compraban tierras; co-
merciantes que se enriquecían por su participación en el control del
intercambio regional o por ventas al propio ejército y compraban
tierras; y políticos que compraban tierras, o extranjeros que traían
- 100 -
cierto capital económico y cultural, participaban de esas alianzas.
De ese modo las antiguas familias “patricias” tuvieron una oportu-
nidad para perdurar en el escenario político y mantener el prestigio
social. Ello puede verse en los casos de José Fidel Argüello, Vicente
Requena y Emiliano Irusta, por ejemplo, que siguieron detentan-
do cargos relevantes en la política local. Si bien en algunos casos la
estrategia del matrimonio con familias de la antigua elite regional
también fue utilizada por los inmigrantes extranjeros, puede verse
que mayormente, aquellos que venían con capital tendían a la en-
dogamia con miembros de otras familias también extranjeras.
Esta elite local renovada, donde podemos hallar a antiguos
propietarios de origen colonial propios de la región, migrantes de
otros espacios del interior e inmigrantes de países limítrofes y de
Europa, fue la encargada de la política local/regional durante las
décadas de 1870 y 1880. Sin embargo, podemos hallar diferencias
respecto de su participación institucional. El grueso de estos suje-
tos ocupó alternativamente en unos casos y permanentemente,
en otros, las diferentes instancias de poder en este ámbito espacial,
mientras que otros, merced a haber detentado esos cargos lograron
proyectarse a instancias de poder superior. Así son los casos de Ju-
lio A. Roca (presidente de la nación entre 1880-1886 y 1898-1904),
Ambrosio Olmos (gobernador de Córdoba entre 1886 y 1888), Wen-
ceslao Tejerina (senador provincial entre 1880-1883, vice-goberna-
dor de Córdoba entre 1883 y 1886 y diputado nacional entre 1888 y
1892), Eduardo Racedo (gobernador de Entre Ríos entre 1883 y 1887)
y Manuel Espinosa (diputado nacional entre 1886 y 1892).
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espacio para el debate político, donde cristalizaban principalmente
las diversas ideas acerca de cómo administrar las rentas y los temas
a tratar en la agenda municipal.
La supresión del Cabildo de Río Cuarto en 1824 y la centrali-
zación de funciones por parte de la provincia a través de su alcalde
designado le había restado autonomía a los poderes locales. Con un
renovado criterio de gestión autónoma, las nuevas municipalidades
de mediados de la década de 1850 reasumían el control de la situa-
ción local; lo cual puede verse, principalmente, en que cada una de
ellas administraba sus propias rentas, aunque con el control del le-
gislativo provincial. Las funciones de estas entidades eran de lo más
variopintas (instrucción primaria, fuerza policial, caridad, salud e
higiene, manejo de caminos y puentes y designación de jueces y
comisarios), puesto que servían al desenvolvimiento de las nece-
sidades de los departamentos y estaban formadas por un cuerpo
colegiado de seis miembros de entre los cuales debía ser electo el
presidente.
Esta ley quedó reglamentada en 1857 y pocos meses después
se convocó al departamento Río Cuarto, entre otros, a las eleccio-
nes municipales. Producto de este acto electivo, en 1858 asumió una
nueva municipalidad integrada por Adolfo Ortiz (presidente), Lucas
Celman, Pedro Ordóñez, Manuel Sánchez y Ramón Pizarro. Según
lo dispuesto por la ley, se nombró a Francisco Martínez como secre-
tario y a Manuel Ferreyra como tesorero.
Este régimen municipal se mantuvo hasta 1870. Ese año se
asistió a la reforma de la constitución cordobesa que, entre otras
modificaciones, alteró el régimen de administración departamen-
tal. Este nuevo formato institucional implicaba un nuevo proceso
de centralización por parte del ejecutivo provincial, puesto que se
le retiraron a la municipalidad las funciones políticas implícitas que
detentaba en el régimen anterior y se las otorgaba a un nuevo actor
institucional, el jefe político departamental. Su designación estaba a
cargo del senado, pero al ser un puesto netamente político, la gober-
nación tenía peso en dicha designación. Quien ostentaba este cargo
se entendía directamente con el poder ejecutivo provincial y era el
intermediario entre éste y las autoridades de su dependencia con-
virtiéndose en una especie de representante del gobernador en sus
administraciones departamentales.
- 102 -
El jefe político era por una parte, el encargado de elevar informes
y solicitudes de medidas que sirvieran para mejorar el dominio y
control en su jurisdicción, debían dar cuenta de las potencialidades
económicas y estar a cargo de la infraestructura vial. Por otra parte,
tenían a su cargo la conservación del orden público, la protección
de las personas y de la propiedad pública y privada, prestando, asi-
mismo, colaboración en la observancia de los reglamentos de la jus-
ticia. En ese sentido, las jefaturas políticas dispusieron de una fuer-
za policial como elemento coercitivo, quedando sujetos a ella los
jefes de la guardia nacional y los comisarios de campaña. Además,
se estipulaba que el jefe político elevara ternas de vecinos cada vez
que se produjera una vacante en alguno de los cargos públicos de
envergadura (comisarios, jueces, comandantes). En 1871 el primer
titular a cargo de esta nueva dependencia fue Justo P. Hernández.
Despojado de las atribuciones otorgadas en 1856 y sometido a
la injerencia de la Jefatura Política, se reestructura el régimen mu-
nicipal, estableciéndose que se compondría de dos concejos: el Co-
munal Deliberativo y el Comunal Ejecutor. Para la composición del
primero, se abandonó la idea fija de funcionarios y se incorporó el
criterio proporcional de un concejal cada 1000 vecinos (El Concejo
Deliberativo de Río Cuarto pasó a componerse por 10 miembros). El
segundo, que funcionaba como un ejecutivo colegiado estaba inte-
grado por tres comisionados: Hacienda, Obras públicas e Irrigacio-
nes y Seguridad e Higiene.
En 1883 Córdoba avanzó sobre una nueva reforma de su carta
magna y una vez más los gobiernos municipales sufrieron sensibles
modificaciones. Por un lado, el Concejo Deliberativo pasó a compo-
nerse de seis miembros en los distritos en que la población tuviera
hasta 6000 habitantes y desde ese número en adelante un miembro
por cada 3000 habitantes. Para Río Cuarto la población se estimaba
en 15000 habitantes según un cálculo de 1879, por lo que el cuerpo
deliberativo se aumentó a nueve miembros y su alcance pasó de ser
departamental a distrital, de modo que Río Cuarto vio cercenado su
territorio a cuatro leguas y por ende su coparticipación impositiva.
Pese a ello, el cambio más importante fue la unificación del Con-
cejo Ejecutor en una figura unipersonal a cargo del Departamento
Ejecutivo y con el título de intendente municipal que permanecía
tres años en el cargo. Aunque persistió la Jefatura Política, el papel
del intendente permitía concentrar responsabilidades y unificar la
- 103 -
acción administrativa, dotando de mayor racionalidad a la gestión
municipal. Producto de esta modificación, ese mismo año Moisés
Irusta se convirtió en el primer intendente municipal de Río Cuarto.
- 104 -
Entre la desarticulación y el “Consenso Liberal”. Río Cuarto
1855-1877
Como se ha reseñado anteriormente, el restablecimiento de las
municipalidades en 1856 implicó cierta autonomía para los grupos
dirigentes locales luego de treinta años de férreo dominio rosista,
en el que las elites riocuartenses –con escasas vinculaciones fuera
del ámbito regional, una economía aún marginal y poco peso en las
decisiones políticas de la provincia y más aún de la nación– se ocu-
paban de mantener la administración local siguiendo los ritmos de
una política más bien “criolla”. Es por eso que entre aquella fecha y
1870 encontramos mayormente a los miembros de las elites de as-
cendencia colonial a cargo de la administración del departamento.
Pese a ello, estos años no estarían exentos de convulsiones, parti-
cularmente porque en Córdoba se dieron los últimos estertores del
enfrentamiento entre federales y liberales.
En la realidad cordobesa, la situación política local se encon-
traba dominada por Félix De la Peña (gobernador entre 1860-61 y
1867-71) y líder de la fracción liberal luego del derrocamiento del
gobernador federal Manuel “Quebracho” López. Inicialmente cer-
cano a Mitre, poco a poco se había alejado de él por la oposición del
porteño a Sarmiento. De la Peña, quien se había convertido en due-
ño de la situación en Córdoba, logró imponer en 1863 a Roque Fe-
rreyra como gobernador. En Julio de 1866 los federales de la capital
cordobesa se alzaron en armas, en la denominada “segunda revolu-
ción de Luengo” y sustituyeron al gobernador por Mateo J. Luque,
el último mandatario de extracción federal.
Al amparo del nuevo gobierno, Casimiro de Olazábal –un
militar de extracción federal que había sido sentenciado en 1862 a
servicio en la frontera en Río Cuarto pero había huido a Córdoba
amparándose en el grupo federal que se oponía a la gobernación
liberal de Roque Ferreyra– retornó a la Villa de la Concepción, nom-
brado juez de alzada del departamento y desde ese lugar se plegó al
movimiento revolucionario federal de noviembre de 1866 encabe-
zado por los hermanos y caudillos sanluiseños Juan y Felipe Saá, y
Juan de Dios Videla que se oponía a la guerra del Paraguay. El 3 de
diciembre, se produce en la Villa de la Concepción un movimiento
sedicioso encabezado por un tal Casimiro Olazábal, el cual ha dado
por resultado “la destitución de las autoridades del punto y quien
- 105 -
sabe que otros males”. Así, la Villa se había hallado convulsionada
en virtud de estos enfrentamientos que, aunque prontamente solu-
cionados, tuvieron consecuencias más a largo plazo.
Posteriormente, los liberales reasumieron el control total de
la situación e impusieron la candidatura de Juan Antonio Álvarez,
quien ocuparía la primera magistratura provincial entre 1871 y
1874, pero bajo el control directo de De la Peña. Aunque estas cir-
cunstancias políticas eran propias de la capital mediterránea, no
debe subestimarse el hecho de que ese año (1871) se implementaron
por primera vez las jefaturas políticas en el ámbito provincial. Ca-
rentes aún de las pasiones facciosas que caracterizarían la década y
media siguiente, los cuerpos dirigentes regionales se encontraban
disputando sus ámbitos de acción jurisdiccional que, prontamente,
se teñirían de disquisiciones políticas.
Nombrado por decreto provincial el 14 de Septiembre 1871
de la mano del gobierno liberal asumió el primer jefe político del
departamento Río Cuarto, Justo Pastor Hernández. A mediados de
1872, Hernández ordenó encarcelar a D. Casimiro de Olazábal, de
extracción federal, para que cumpliera con aquella sentencia de
la que había huido. Luego de fuertes cruces en los que intervino la
prensa, particularmente el diario El Eco de Córdoba, un grupo de
vecinos “notables” del departamento elevó una nota al gobierno
en defensa de la figura de Hernández, “gratuitamente calumniada
por un impostor irrefleccivo, al hacerlo no venimos en procura de
poner una trava a la Justicia, No! Venimos solamente a rendir un
justo omenage a la verdad”. Entre los firmantes de la nota en defen-
sa del jefe político figuraban sujetos cuya participación en cargos
institucionales se había dado bajo gobernaciones de corte liberal
(Manuel Tissera, José V. de Alva, José Fidel Argüello, Mariano Ar-
güello). Esto en realidad nos está mostrando que las identificaciones
políticas pesaban aún menos que la idea de unidad fuera de todo
conflicto y particularmente, muestra que las elites surcordobesas
se plegaron indistintamente a las fuerzas liberales. Sea como fuere,
este proceso judicial en el que se vio involucrado un antiguo jefe
local del federalismo junto a la prensa, por el supuesto mal desem-
peño en sus funciones, derivó en la suspensión de Hernández y su
reemplazo en septiembre de 1872 por José V. de Alva.
A partir de allí, alcanzado el “consenso liberal” en la villa con
nuevas elites a cargo de los puestos institucionales, una presencia
- 106 -
más directa de la provincia a través de la jefatura política y la arti-
culación de nuevos lazos, la situación política se modificó. Esas mo-
dificaciones guardaron relación con el hecho de que Julio Argenti-
no Roca fuera designado comandante de la frontera sur y sudeste
de Córdoba con asiento en la Villa de la Concepción del Río Cuarto
en diciembre de 1871. Si bien se consideraba que la comandancia en
Río Cuarto era el destino más importante del país en lo específica-
mente militar, rápidamente su accionar se trasladó más hacia lo po-
lítico, puesto que desde su llegada puso en claro que estaba decidido
a ejercer su autoridad y, por lo tanto, utilizó diversos mecanismos
de cooptación que fueron generándole firmes adhesiones.
Sin embargo, las elecciones presidenciales de 1874 fueron las
que motorizaron la política local y sirvieron para el despliegue de
las vinculaciones de Roca. Las renovaciones presidenciales en el pe-
ríodo implicaban un complejo entramado de relaciones, compromi-
sos y alineaciones varias. Domingo Faustino Sarmiento, presidente
entre 1868 y 1874, había apoyado a Nicolás Avellaneda como su
sucesor, quien enfrentó al porteño Bartolomé Mitre (nacionalista y
presidente entre 1862 y 1868). Aunque Avellaneda provenía de una
familia con vínculos en las provincias norteñas y en Córdoba capi-
tal, no contaba con relaciones importantes en el espacio fronteri-
zo; esto se tornaba preocupante en tanto el comandante general de
fronteras José Miguel Arredondo, aliado de Mitre, desde Villa Mer-
cedes extendía su influencia política a todo Cuyo. Así Avellaneda
logró gestar una alianza política con Roca, comandante de fronteras
en Río Cuarto quien aseguró desde aquí los electores de San Luis y
Mendoza.
Finalmente, Avellaneda ganó las elecciones (1874) y los segui-
dores de Mitre proclamaron una revolución armada que él terminó
liderando en la provincia de Buenos Aires. En el interior estalló en
Villa Mercedes con el mitrista Arredondo, quien avanzó sobre Río
Cuarto desfilando con sus fuerzas para tomar preso a Roca. Sin em-
bargo, no lo consiguió porque éste se había desplazado sobre las
vías, que funcionaban hacía menos de un año, hasta Villa María.
Después de dos meses y medio entre idas y venidas los jefes de fron-
tera se batieron en lucha con sus fuerzas en Santa Rosa (Mendoza) y
Roca obtuvo la victoria en las armas para el presidente Avellaneda.
Ignacio Fotheringham, militar amigo y secretario de Roca en
la Comandancia, en su libro autobiográfico La vida de un Soldado
- 107 -
(1909), nos dejó una escena de la toma de Río Cuarto por parte de
Arredondo y sus fuerzas. Él estaba oculto en la casa de la familia
Ordoñez que se ubicaba donde hoy se encuentra el Banco Nación,
desde donde pudo observar el avance y así lo recordaba: “Tras las
cortinas de mi cuarto gocé del espectáculo. Las marchas tocadas
por los clarines de los regimientos y enseguida los pasos dobles de
las bandas de música de la infantería se entremezclaban, formando
una hermosa música marcial, a cuyo compás pasaron altivos airosos
los lindos cuerpos. Arredondo con su Estado Mayor bastante nume-
roso venía aparte; él de chambergo y capa blanca, chicote y nada de
espada: como quien desprecia las exterioridades de mando, quien
las tenía tan bien sentada por la fama”.
Lo interesante de este episodio que conmovió prácticamente
a todas las provincias y en especial a la frontera fue que Arredondo
y Roca tenían vínculos de amistad y además eran compadres. Julio
Roca y Clara Funes, su mujer, lo habían elegido como padrino de su
único hijo varón, lazo que para la época revestía tanta importancia
como el casamiento. Sin embargo, en este caso la relación política
respondió antes que la cercanía familiar que tenían. Esta llamada
revolución fue el fin de la carrera política de Arredondo y la conso-
lidación de Roca en la escena nacional.
Luego del triunfo en Santa Rosa y desarticulado el federa-
lismo, Roca se convirtió en el dueño de la situación en Río Cuarto.
Desde allí con estrechos vínculos con Avellaneda en la nación y
con el gobernador cordobés Juan Antonio Álvarez (1871-1874), se
rodeó de sujetos de su confianza a quienes recomendó para cargos
en la ciudad fronteriza: la Jefatura Política fue ocupada por Amadeo
Miranda, la Comisaría de Campaña por Manuel Requena mientras
Alejandro Roca, Ambrosio Olmos, Wenceslao Tejerina y Manuel
Espinosa gravitaban en la administración municipal, situación que
se mantuvo en relativa estabilidad hasta 1877.
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política. Por un lado el Partido Autonomista Nacional con el presi-
dente Avellaneda a la cabeza y, por otro, el Partido Nacionalista lide-
rado por el ex-presidente Bartolomé Mitre. En la capital cordobesa
la realidad política discurría por otros carriles aunque igualmente
dominados por las tendencias liberales, principalmente luego de la
derrota del levantamiento federal de 1867 a partir del cual muchos
de sus miembros se integraron a las dos fuerzas políticas liberales
cordobesas, el Partido Liberal Nacionalista y el Partido Autono-
mista, nacidos a principios de la década de 1860. Hasta 1877 estos
partidos mantuvieron acuerdos de cierta perdurabilidad asentados
en su coincidencia en apoyar para las elecciones presidenciales a
Sarmiento en 1868 y Avellaneda en 1874. Esta alianza de fuerzas
se componía de tres círculos: un primer grupo con elementos del
antiguo Partido Nacionalista cuyo líder era Clímaco de la Peña, un
político cercano a Avellaneda; un segundo grupo con Filemón Pos-
se a la cabeza y fuertes apoyos del gobierno nacional que estaba in-
tegrado por liberales, pero que contaba con un número significativo
de antiguos federales; y, finalmente, el autonomismo, un grupo con
menos fuerza en la capital mediterránea, nucleado en torno a Anto-
nio Del Viso y formado mayoritariamente por jóvenes profesiona-
les con escasa experiencia en política -tal como Juárez Celman-, que
en 1874 apoyaron a Avellaneda.
Producto de esos acuerdos entre 1874 y 1877 gobernó Enri-
que Rodríguez, un político liberal aunque sin filiaciones fuertes y
del todo claras que permitió sostener la “alianza” en el gobierno.
Sin embargo, las elecciones provinciales de 1877 signaron un nue-
vo rumbo en la política cordobesa. Ese año resultaron electos Clí-
maco de la Peña (nacionalista) para gobernador y Antonio del Viso
(autonomista) para vice, pero días antes de la asunción y de forma
repentina murió el gobernador electo y, tras disputas acerca de la
constitucionalidad del proceso a seguir, Viso asumió como el nuevo
gobernador de la provincia. Esta circunstancia signó gran parte de
su gobierno, permanentemente atacado por su condición de ilegíti-
mo e inconstitucional, puesto que el gobernador saliente apoyado
por el nacionalismo buscó infructuosamente reunir nuevamente
al colegio electoral para volver a practicar la elección e impedir el
ascenso de Viso.
Como sector minoritario en la alianza que lo había llevado al
poder y sin fuertes apoyos ni figuras a su interior, el autonomismo
- 109 -
debió valerse de diversas estrategias para crear una red lo suficien-
temente sólida como para darle estabilidad a su mandato. Para ci-
mentar su poder en los departamentos procedió, no sin resistencias
y denuncias de la oposición, a la remoción de comisarios, subcomi-
sarios de campaña, jueces y, principalmente, los jefes políticos. Así,
el autonomismo fue construyendo una base sólida, pese a los inten-
tos de la oposición por hacerse un lugar en el poder.
En ese estado de cosas, en los primeros meses de 1877 el presi-
dente Avellaneda y el gobernador de la provincia de Buenos Aires,
Carlos Casares, impulsaron la política de “Conciliación y equidad de
los partidos” que, en su versión simplificada, pretendía reincorporar
al escenario electoral al mitrismo, ostraquizado desde la Revolución
de 1874 y lograr una sucesión presidencial ordenada, a la vez que
reactivar la movilización política y el ejercicio de la crítica. En la
práctica, la conciliación implicaba la presentación de listas mixtas
para las elecciones y la incorporación de figuras del nacionalismo a
los gabinetes de los diferentes estamentos de la administración es-
tatal.
Para el caso de Río Cuarto pueden identificarse a los miem-
bros del autonomismo y del nacionalismo bien diferenciados que
tomaron parte en el proceso de conciliación, al menos inicialmente.
El grupo autonomista era el numéricamente mayoritario y merced
a ocupar la gobernación de la provincia, detentaba los cargos ins-
titucionales también en el ámbito regional. Aquí podemos hacer
mención a Carlos Tagle (cordobés, primo de Juárez Celman), juez
de letras, Nicanor Quenón, jefe político, Eduardo Racedo, coman-
dante de fronteras y Abelardo Bargas, comisario de campaña. En el
bando opositor, que recién para mediados de 1877 puede definirse
como nacionalistas, los actores principales fueron Antonio, Julián
y Lorenzo Games, el suegro de Julián, Justo Pastor Hernández, y el
coronel Antonino Baigorria.
Esta etapa estuvo signada en Río Cuarto por frecuentes con-
vulsiones armadas y episodios de violencia electoral. En ocasiones,
como en la renovación de municipales de 1877 o las de diputados
de 1878, los nacionalistas presentaron listas de electores para par-
ticipar en los comicios e incluso en 1879-80. Sin embargo, no pode-
mos aquí separar tajantemente a quienes se mantenían en los már-
genes de la “legalidad” y los que no, por su adscripción partidaria.
Los autonomistas, en virtud de los puestos que ocupaban, pese a no
- 110 -
recurrir a las armas para levantarse a una autoridad superior, con
frecuencia optaban por maniobras fraudulentas a fin de poder ase-
gurar las elecciones e incluso para atacar los órganos periodísticos
del nacionalismo, como el periódico La Libertad, recurriendo a tec-
nicismos legales para clausurarlos.
El accionar político de los nacionalistas, resumido en los her-
manos Games, fue pendular. Si bien participaban activamente en
los momentos electorales, ello no les impidió movilizarse por medio
de las armas e inclusive, variar de posición político/partidaria. En
efecto, para el año 1878, Julián y Lorenzo Games, con la complicidad
de Alejandro Roca y el desconocimiento del comisario Bargas, parti-
ciparon en reuniones secretas con Juárez Celman, a fin de asegurar
la conciliación en el departamento Río Cuarto, cuando en la capi-
tal ya había sido descartada. Pese a esto, con posterioridad Lorenzo
Games volvió a hacerse con las urnas que daban el triunfo al auto-
nomismo. Más adelante, en las elecciones de gobernador que en-
frentaban a nacionalistas y autonomistas, los primeros, sabiéndose
derrotados, fijaron el 26 de febrero de 1880 para hacer estallar una
rebelión armada en la capital con ramificaciones en los departa-
mentos y principalmente en Río Cuarto. Pese a que los Games eran
activos nacionalistas, Racedo le informó a Juárez a fines de 1879 el
plan armado de los comandos civiles y militares que tomarían parte
en la rebelión de febrero. En una carta detallada (que señalaba los
hechos tal y como se sucedieron con posterioridad) afirmaba que la
fuente de información era Julián Games y le solicitaba que lo man-
tuviera en secreto para que pudiera actuar como infiltrado merced
a lo cual, pese al fracaso del movimiento, logró escapar con la com-
plicidad de Racedo, dejando encarcelados a su hermano Lorenzo y a
Antonino Baigorria, jefe militar en Río Cuarto.
La década de 1870 muestra fuertes modificaciones en la trama
política local: por un lado, tenemos a los miembros de las nuevas
élites actuando decisivamente en la villa/ciudad; por otro, vemos
que los vecinos de la región actuaban en un plano más amplio, con
fuertes vinculaciones con la política provincial y nacional, situando
a Río Cuarto en un lugar de relevancia en la trama de poder general.
La presencia de Roca le dio al sur cordobés una dinámica particular
y estructuró vínculos y relaciones en los distintos estamentos de la
administración estatal.
- 111 -
Entre el dominio del Partido Autonomista Nacional y la crisis
de 1890: renovación dirigencial y nuevo perfil ciudadano
La década de 1880 presentó fuertes variantes en la política nacio-
nal y en la estructuración de poder en la ciudad de Río Cuarto y su
región. Ese año se produjo el último conflicto que cerró las guerras
civiles en el ámbito nacional: Carlos Tejedor, gobernador de la pro-
vincia de Buenos Aires y candidato presidencial nacionalista derro-
tado, se alzó en armas contra el gobierno nacional encabezado por
Nicolás Avellaneda que pretendía convertir a la ciudad de Buenos
Aires en capital federal de la república argentina. El triunfo de la
nación en ese enfrentamiento significó, más allá de la resolución de
la “cuestión capital”, la consolidación del Partido Autonomista Na-
cional (PAN) como “partido hegemónico” en el ámbito nacional. En
virtud de ello, el nacionalismo mitrista desapareció virtualmente
de la escena política, aunque no implicó el cese de la conflictividad,
sino que ésta se trasladó al interior del autonomismo. En efecto, de
allí en adelante y a lo largo de los siguientes diez años, los fuertes
personalismos dentro del PAN crearon ligas a su interior que co-
menzaron a disputarse los espacios de poder, siendo las dos princi-
pales la roquista, con Julio Roca a la cabeza y la juarista, con Miguel
Juárez Celman –concuñado de Roca, gobernador de Córdoba (1880-
1883) y presidente de la república (1886-1890)– como su principal
referente.
Esta dinámica de disputas interliguistas le imprimió nuevos
formatos a la política del sur cordobés y fue en esa década que varios
sujetos de actuación en la región se proyectaron a niveles más altos
de representación, aunque inmersos en los conflictos entre Juárez y
Roca. El control de Córdoba en general y de Río Cuarto en particular,
se volvía esencial en los momentos electorales puesto que servían
para determinar triunfos o derrotas en esos escenarios. Pese a esta
conflictiva relación, para evitar el ascenso de otras ligas, ambos diri-
gentes tendían a llegar a fórmulas de “acuerdo” para la gobernación
y fue en esas negociaciones que los riocuartenses lograron ascender
en la carrera política. Para la renovación de la gobernación en 1883,
Juárez impuso a Gregorio Gavier como su sucesor; se trataba de un
sujeto débil y leal al gobernador saliente mientras que Roca colocó
a Wenceslao Tejerina, un ferviente roquista de Río Cuarto, en la vi-
ce-gobernación.
- 112 -
Para la renovación del año siguiente el acuerdo se sostuvo, aun-
que se invirtieron los términos: Roca, con la resistencia de Juárez
Celman que pretendía que el sucesor fuera su hermano, Marcos
Juárez, logró imponer a Ambrosio Olmos que en 1886 se convir-
tió en el gobernador de la provincia mediterránea. Sin embargo,
los hermanos Juárez lograron colocar en la vice gobernación a un
hombre de su círculo, José Echenique, al tiempo que Miguel Juárez
Celman sucedía a Roca en la presidencia. La gestión de Olmos fue
significativa, puesto que allí se exacerbó el conflicto a punto tal que
en 1888 el gobernador fue enjuiciado por supuesto mal desempeño
de la función pública y separado de su cargo. Esa situación fue pre-
cedida de una serie de eventos que colaboraron en desestabilizar su
gobierno. Una en particular sucedió meses antes de la destitución y
fue protagonizada por otro riocuartense.
Manuel Espinosa, ex jefe político de Río Cuarto (1879-1880),
ejecutor del municipio (1880) y en ese momento diputado nacional
adicto al juarismo, encabezó un petitorio para separar al departa-
mento Río Cuarto de la provincia. Este movimiento, más allá de ser
una maniobra política destinada a debilitar al roquismo en la es-
cena provincial, implicó, meses después, el desmembramiento del
departamento en tres partes, la muerte de las aspiraciones de la elite
del sur de constituirse en una entidad separada, y también la pérdi-
da de la mitad de su dominio territorial (Mapa 7, p. 93).
En el ámbito estrictamente local las disputas existieron, aun-
que más mesuradas. Entre 1880 y 1889 Alejandro Roca ocupó la Je-
fatura Política departamental asegurando de este modo la situación
del departamento para su hermano Julio. Entretanto, como se ha
señalado, en 1883 se introdujo en el ámbito municipal el cargo uni-
personal de intendente. El primero en ocupar ese cargo fue Moisés
Irusta, un propietario local miembro de una de las familias de rai-
gambre colonial. Su triunfo puede leerse como el triunfo del PAN
unificado, puesto que las disputas entre los concuñados aún no se
habían despertado. Por lo tanto, la candidatura del sanluiseño había
sido aprobada tanto por Roca como por Juárez, con la intervención
de Alejandro. En la figura de su sucesor podemos hallar el inicio de
los conflictos en la escala local.
El sucesor de Irusta fue Juan Antonio Álvarez, un militar cor-
dobés, ferviente juarista que se convirtió en intendente en 1886, al
tiempo que el roquista Olmos se convertía en gobernador y Juárez
- 113 -
Celman en presidente. Sin embargo, pocos meses después renuncia-
ba a su cargo y era sucedido por José Semería. Este sujeto -dedicado
a los negocios agropecuarios en Río Cuarto-, pese a la antigua amis-
tad que lo unía con Olmos, mantuvo fuertes disputas con Alejandro
en defensa de la autonomía municipal, puesto que el jefe político
intervenía con frecuencia en las gestiones locales.
En 1889 la elección municipal se convirtió en escenario de dis-
putas que guardaban relación con la dinámica política provincial.
Ese año Marcos Juárez, artífice de la destitución de Olmos, se con-
vertía en gobernador, designación que generó fuertes resistencias
en toda la provincia. Ello puede verse en el acceso de Andrés Ter-
zaga a la intendencia municipal en Río Cuarto. Este sujeto, oriundo
de Fraile Muerto (actual Bell Ville) era un adversario declarado de
los Juárez y de su nuevo jefe político, el ex-intendente Álvarez. Sin
embargo, su mandato se vio interrumpido en 1890 junto a la crisis
que generó la caída de Juárez Celman de la presidencia de la nación.
El posterior acceso consecutivo de Antonio del Valle e Inda-
lecio López a la intendencia municipal muestra las modificaciones
que se produjeron en los resortes del poder local riocuartense. Estos
sujetos, fuertes comerciantes y hacendados locales, aunque con el
auspicio del PAN, llegaron sostenidos por agrupaciones extraparti-
darias ligadas a intereses relacionados al comercio. Hoevel, Lacasse
y Boasi, sus sucesores, también nos indican que el grupo dirigente
local sufrió una nueva modificación. Estos nuevos actores políticos
institucionales, además de su identificación con el comercio, eran
extranjeros, por lo que puede decirse que la crisis de 1890 renovó
los círculos dominantes siendo un indicativo del nuevo perfil de la
ciudad, mostrando como lentamente se constituía en una sociedad
civil moderna.
- 114 -
Capítulo IV
- 117 -
lectiva debido a su importante caudal de votos y, avanzado el siglo
XX, se lo puede observar vinculado a las filas del radicalismo. Por tal
motivo, se presentará también el surgimiento de nuevas agrupacio-
nes partidarias, retomando la actividad política de los comerciantes
y poniéndola en diálogo con los partidos modernos emergentes a
inicios del siglo XX.
De esta manera, en el último apartado se aborda el surgimien-
to de la Unión Cívica Radical, primer partido moderno de la Argen-
tina, que comenzó en nuestra ciudad a disputarle el poder político
a los autonomistas vinculados al juarismo, estrechando para ello
lazos con diversos sectores, fundamentalmente con el sector co-
mercial que conformó hacia 1916 una agrupación propia, el Comité
de Comercio, del que muchos radicales formaron parte y que marcó
las reglas del juego político local. Se abordan también las estrategias
empleadas por los sectores autonomistas y conservadores ante el
avance del radicalismo, reorganizándose en diversas agrupaciones
partidarias coyunturales que confluirán en el Partido Demócrata.
Un elemento que se tornaría fundamental para entonces y
que muestra la modernización propia de la época en el plano cul-
tural fue la expansión de la prensa periódica que no solo serviría a
los fines de la elite dominante sino también a los trabajadores que
buscaban modificar la nueva sociedad desde perspectivas opuestas,
como la propuesta por el socialismo, cuyo accionar concluye el ter-
cer apartado.
- 118 -
los empréstitos contratados, fue encauzada hacia una especulación
excesiva. Todo esto generó una baja en los precios de exportación
de las materias primas y un aumento de los productos elaborados
importados. Comenzó a notarse entonces que no había suficiente
dinero para pagar lo que se compraba al extranjero ni tampoco para
solventar las deudas contraídas al exterior. Tanto en la ciudad de
Río Cuarto como en otros espacios regionales, la crisis llevó al letar-
go en la construcción de obras públicas, reduciéndose el ritmo de
crecimiento, la capacidad de consumo y la moneda argentina.
Los ingresos del gobierno local estaban constituidos prin-
cipalmente por los impuestos, siendo el más importante el prove-
niente del matadero municipal. Para cubrir el déficit presupuestario
producto de la crisis el municipio recurrió, al igual que la provincia,
a la venta de terrenos y a la contratación de empréstitos en los ban-
cos o ante particulares. Consecuentemente, el proceso moderniza-
dor que Río Cuarto venía experimentando desde la década anterior
se vio interrumpido por la inestabilidad financiera. Entre las obras
que se vieron afectadas se encontraron: la apertura del Boulevard
Roca –que buscaba conectar la estación del ferrocarril con la plaza
principal–, el adoquinamiento, la construcción de veredas, plazas, el
hospital de caridad, la construcción de un nuevo matadero público,
la nomenclatura de las calles, el alumbrado a gas y el agua corriente.
La deuda municipal ascendía considerablemente para julio de
1890, lo que se tradujo en el debilitamiento comercial de la ciudad,
la percepción de menos impuestos y la reducción de la venta de te-
rrenos. El municipio se vio obligado entonces a solicitar nuevos em-
préstitos para cubrir la deuda con los bancos y con los acreedores
particulares. Para 1892 el municipio fue regularizando sus finanzas
a través de sucesivos acuerdos con los acreedores privados y a par-
tir de 1896 la crisis fue superada produciéndose entonces una acele-
ración del crecimiento económico acompañado de la construcción
de nuevas líneas férreas y la llegada de inmigrantes a la ciudad.
Pese a la crisis, no se interrumpió el movimiento de coloni-
zación ni el desarrollo productivo de las zonas pampeanas del país
sino que, por el contrario, detuvo brevemente el ascenso del valor
de la tierra. La inflación, en parte, benefició a los ganaderos y a los
exportadores que pagaban sus gastos en moneda local desvaloriza-
da y recibían oro por sus exportaciones.
- 119 -
En lo que respecta a la dinámica productiva en la región aledaña a la
ciudad, en primer lugar, es importante mencionar que a diferencia
del sur del departamento Río Cuarto –en donde se habían estable-
cido las colonias de inmigrantes y predominaba la gran propiedad–
en ambos márgenes del río predominaba una mayor subdivisión de
las propiedades, aunque existían estancias cercanas a la ciudad.
En lo que concierne al uso productivo de la tierra, para 1895
el 67,9% de las explotaciones del departamento eran trabajadas por
sus propietarios, mientras que el resto de las tierras por arrendata-
rios o medieros. El número de los primeros era alto respecto al de los
segundos, lo que indica que para la fecha aún no estaba demasiado
extendida la colonización agrícola, así como tampoco la explotación
capitalista. La mayor parte de los campos estaba destinada a la cría
de ganado.
A la par de estas transformaciones productivas se modificó
el perfil social de la región. Amén de los extranjeros productores y
comerciantes ya establecidos en la región desde la década de 1870
y de 1880, como Salvador Jorba o Bernardo Lacasse, comienza a vi-
sualizarse el accionar de nuevos sujetos con cierto capital económi-
co y cultural de origen inmigrante que se instalaron en la ciudad
iniciando actividades urbanas, preferentemente en el comercio, y a
la vez, originando espacios de sociabilidad que promovían la iden-
tidad colectiva.
En lo que respecta a la dinámica comercial y en el marco de
crecimiento pos-crisis, se observa un sector del comercio que co-
menzó a orientarse cada vez con mayor ímpetu hacia el rubro in-
troductor, es decir, a la venta de artículos de procedencia ultrama-
rina que abastecían a rubros minoristas como tiendas y almacenes
logrando que las actividades mercantiles ya no se concentraran en
una sola casa comercial ni en un único rubro como lo eran anterior-
mente las barracas. Para fines del siglo XIX éstas se encontraban
abocadas al acopio, venta, exportación e importación de productos
regionales (como el cuero, charqui, o frutos del país derivados de la
actividad ganadera) que la mayoría de las veces provenían de las
explotaciones agropecuarias de los mismos comerciantes.
Hacia principios del siglo XX la polifuncionalidad de estos co-
mercios comenzó a desaparecer debido a una serie de cambios en
las prácticas mercantiles motorizadas tanto por las modificaciones
- 120 -
en los índices demográficos como por el aumento en la oferta de
productos ultramarinos. Esto originó una progresiva diferenciación
en el rubro importador dando origen a un nuevo sector abocado al
comercio introductor.
También el campo y la dinámica productiva regional sufrie-
ron transformaciones a principios del siglo XX, no solo aumentó la
producción de cereales para su venta al exterior, sino que también
tuvieron lugar transformaciones en la ganadería. El ganado ovino
dejó paso al vacuno en las zonas más fructíferas de la pampa húme-
da, una reestructuración que renovó el perfil agro-exportador del
país y de la región. Trigo, maíz, lino y carne vacuna pronto consti-
tuirían la base de las ventas del mercado exterior que llevarían a
su crecimiento en los años venideros. La producción agrícola tuvo
su impronta en la economía regional luego del 1900, generando un
aumento en la producción de cereal y maíz.
A inicios del siglo XX encontramos el 55% de las explotacio-
nes del departamento de Río Cuarto en condición de arrendamien-
to y el resto por propietarios y medieros. Dichos indicadores mar-
can una producción agropecuaria ya orientada primordialmente
al mercado y no a la subsistencia. Para 1928 la ciudad contaba con
40.000 habitantes y por su estación de ferrocarril se despachaban
más de 50.000 toneladas de trigo y 80.000 de maíz. En 1929 el go-
bierno municipal comenzó numerosas obras públicas con financia-
miento externo que le permitían a la prensa local anunciar “el inicio
de una nueva era para la ciudad”. En efecto, en el año de la caída de
la bolsa de New York la municipalidad de Río Cuarto había solicita-
do un empréstito para la ejecución de un Plan Integral de Urbanis-
mo que incluía la creación de varios mercados en distintos puntos
de la ciudad y la construcción tanto del Palacio Municipal e como de
la Asistencia Pública.
A nivel nacional la caída de la bolsa provocó que los fondos
fiscales menguaran, el gasto del Estado disminuyera y bajaran sus-
tancialmente los sueldos, lo que llevó a un fuerte proceso inflacio-
nario. En ese contexto, la moneda local perdía valor frente al déficit
en el comercio exterior, mientras paulatinamente los capitales ex-
tranjeros retiraban sus inversiones y se daba una baja en la cotiza-
ción del cereal, el lino y la lana. Esta perspectiva generó un gran
malestar en toda la región circundante a la ciudad de Río Cuarto.
Muchas casas cerealeras decidieron abandonar sus negocios a causa
- 121 -
de la pérdida parcial o total de la producción, la creciente mortali-
dad de animales por falta de forraje y la poca perspectiva de buenas
cosechas para la década de 1930.
- 122 -
Foto 2. Almacenes de Ramos Generales Cayetano Ripamonti (1910)
- 123 -
Este proceso de urbanización provocó un “auge asociativo”, es
decir, la proliferación de nuevos espacios de sociabilidad vincula-
dos en su mayoría a las agrupaciones étnicas que, si bien se habían
conformado hacia fines de 1870, tendrían mayor injerencia a nivel
social y político décadas más tarde, creando otras instituciones en
función a oficios o intereses económicos. En su interior comenzaron
a destacarse comerciantes que, empleando diversas estrategias, te-
nían la finalidad de insertarse en la elite dirigente y así manejar los
hilos de la economía y política locales.
- 124 -
(fundamentalmente la Sociedad de Beneficencia) participaron las
mujeres de esa nueva elite colaborando con la “modernización” de
la sociedad.
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desarrollaron una vida asociativa intensa centrada en torno a las
sociedades de ayuda mutua, clubes, instituciones recreativas, hos-
pitales, escuelas y órganos de prensa. Los extranjeros residentes en
Río Cuarto, como en otras áreas del país, trataron de reforzar sus
identidades de procedencia para ayudarse entre sí, constituyendo
asociaciones de socorros mutuos, que fueron la expresión más des-
tacada de la colectividad.
Esta dinámica asociativa no solo organizó a los inmigrantes
alrededor de sus instituciones, sino que también constituyó los gru-
pos dirigentes a su interior, cuya influencia se proyectaría hacia
otros espacios de sociabilidad, en los que ya no se organizarían en
torno a la nacionalidad sino en función al oficio o profesión, ideolo-
gía o intereses económicos. Un claro ejemplo de participación desde
estos ámbitos de sociabilidad fue la determinación por parte de un
grupo de comerciantes de conformar una asociación que los nuclea-
ra por su oficio o profesión. Bernardo Lacasse (miembro fundador
y presidente de la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos) impulsó
la creación del Club Centro Comercial en 1879. Un año más tarde
los miembros de dicho club se vincularon al Club Social, institución
creada en 1875 en la cual no solo se llevaban a cabo actividades
sociales como festividades, deportes, reuniones u ofrecimiento de
salones de lecturas, sino que también se organizaban actividades
turfísticas.
Este accionar por parte de los sectores inmigrantes les posibi-
litó participar intensamente en la vida política de la ciudad de Río
Cuarto, pudiéndose distinguir en torno a su relación con el gobierno
municipal diversas modalidades de participación que rondaban en-
tre la participación directa e indirecta y entre la colectiva e indivi-
dual. Es decir, a través del voto y apoyo a determinados candidatos
para ocupar cargos dentro del municipio como así también ocupan-
do algunos de ellos cargos electivos; y mediante solicitadas hacia el
gobierno comunal realizadas por parte de las diferentes sociedades
de socorros mutuos en relación a determinadas problemáticas.
Con respecto a la participación directa, puede apreciarse una
importante presencia a través de diversas peticiones por parte de
las colectividades con respecto a dos temas claves: la asistencia de
sus miembros en los servicios fúnebres vinculada con la obtención
de terrenos en el cementerio público y la nomenclatura de calles,
es decir, la posibilidad de otorgarle nombres vinculados con la na-
- 126 -
cionalidad de origen a determinadas calles de la localidad en reco-
nocimiento de sus colectividades. En general, podría decirse, eran
peticiones vinculadas a la necesidad de mejorar las condiciones edi-
licias de la ciudad desde las diferentes mutualidades.
A pesar de que varias sociedades se constituyeron en este
periodo, fueron la italiana, la española y la francesa las que mayor
influencia ejercieron en la toma de decisiones del municipio a fines
del siglo XIX y principios del XX. Dentro de estas colectividades se
destacaron algunos nombres que, coincidentemente, ocuparon des-
tacados lugares dentro del gobierno municipal, entre los que pode-
mos mencionar a Bernardo Lacase, Juan Jorba, Felix Remedi y Juan
Luis Daguerre, todos ellos de profesión comerciante. Su ascenso fue
posible gracias al apoyo de ese sector. Los datos arrojados por los
registros electorales municipales muestran la importante presencia
que tenían los comerciantes extranjeros en la ciudad de Río Cuar-
to. Por ejemplo, el de 1917, que da cuenta del listado de votantes en
el marco de las elecciones realizadas en dicho año para intendente
y concejales, permite observar que sobre un total de 629 personas
inscriptas, 338 eran extranjeros, es decir, alrededor del 66% del pa-
drón. Entre estos predominaban los italianos (representando casi el
52%), seguidos por los españoles (29%), árabes (5%), austríacos (3,5%)
y franceses (2,95%). Otros de los inscriptos eran rusos, alemanes,
suizos, griegos, turcos, marroquíes e ingleses. Con respecto a la pro-
fesión de dichos extranjeros, la mayoría se declaraba comerciante
(55%).
Esta presencia de los italianos que se observa hacia la segun-
da década del siglo XX tuvo como correlato una temprana partici-
pación en el gobierno municipal. Ya en 1872 Alessandro Casnati,
boticario y farmacéutico, ocupó un lugar entre los ediles munici-
pales. En 1874 se desempeñó como vicepresidente de la municipali-
dad continuando en los siguientes periodos como edil con algunos
intervalos hasta 1882. Otros italianos que se desempeñaron como
concejales fueron: Pietro Adamo (1883 y 1890), Chiaffredo Mana-
vella (1891 y 1899), Felice Remedi (1896 y entre 1900 y 1904), Pietro
Solari (1902), Raffaele S. Bruno (1905), Angelo Rotondi (1907, 1917
y 1918), Fortunato Remedi (1908 y 1912) y Cayetano Vitale (1918
y 1919). Dicha presencia y peso de los italianos puede observarse
con mayor claridad en las elecciones del año 1896 en las que resultó
electo intendente Alfredo Boasi, quien gobernó a lo largo de tres
periodos consecutivos (1896-1905).
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Foto 4. Félix Remedi –cuarto de izquierda a derecha– presidente de la Sociedad
Italiana Porta Pía (1875) en el día de su inauguración
- 128 -
“elite heterogénea” iniciará un recambio dirigencial a comienzos del
siglo XX.
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espacio público riocuartense: la Comisión Administrativa Munici-
pal (1916) y el Comité de Comercio (1916-1917).
La Comisión Administrativa Municipal fue creada el 5 de
septiembre de 1916, producto de la declaración de acefalía muni-
cipal, por parte del gobernador Eufrasio Loza. Compuesta por co-
merciantes casi en su totalidad –Juan Luis Daguerre como presi-
dente, Fortunato E. Remedi secretario, Tiburcio Luque tesorero y
Damián Blanch y Vicente Jorba como vocales– la asamblea debió
hacer frente al déficit presupuestario que atravesaba el gobierno lo-
cal. Concluido el período de acefalía los comerciantes locales crean
entre 1916 y 1917 el llamado Comité de Comercio, agrupación de al-
cance local que nucleaba a gran parte del sector y que buscó posi-
cionarse en la política local en más de una instancia electoral. Dicha
agrupación conquistó el ejecutivo municipal en dos oportunidades:
en 1918 de la mano de Juan Luis Daguerre y, años más tarde, entre
1922 y 1925 con las dos primeras intendencias de Vicente Mójica.
Finalmente, la tercera etapa de consolidación del sector co-
mercial se puede ubicar a partir de mayo de 1922, tras la creación
del Centro Comercial de Río Cuarto. La primera comisión directiva
estuvo presidida por Fortunato Eduardo Remedi, con Eduardo V.
Jorba como vocal y Juan Luis Daguerre como parte integrante de la
Comisión de Defensa Comercial. Además, esta comisión contó con
otros comerciantes de gran envergadura para la ciudad como Án-
gel Rotondi, Carlos Vismara, Francisco Luque, Cayetano Ripamonti,
entre otros.
El objetivo principal que se propuso dicho centro fue ejer-
cer la representación del comercio y de la industria en general ante
las autoridades del país y empresas particulares y velar por sus in-
tereses unificando su acción con otros centros similares del país.
Su creación a comienzos del siglo XX señaló la maduración de los
intereses sectoriales y la implementación de una estrategia de tipo
corporativa para su defensa. Para 1936 el Centro Comercial de Río
Cuarto pasó a llamarse Centro Comercial, Industrial y Ganadero; en
la década de 1960 se trasladó a su inmueble actual y pasó a llamarse
Centro Comercial e Industrial. Finalmente, en la década de 1980 ad-
quirió la nomenclatura con la cual lo conocemos actualmente: Cen-
tro Empresario, Comercial, Industrial y de Servicios (CECIS).
- 130 -
Logo del Centro Comercial de Río Cuarto (1922)
- 131 -
y agrupaciones políticas que provocaron un recambio en la dirigen-
cia local, muchos de ellos extranjeros vinculados a la actividad co-
mercial, lo cual coincidió con la aparición de nuevas agrupaciones
políticas en la ciudad de Río Cuarto, como la Unión Cívica Radical
(UCR).
Hacia fines del siglo XIX, competían en la arena política tres
agrupaciones: el Partido Autonomista Nacional (PAN), la Unión Cí-
vica Nacional (UCN) y la Unión Cívica Radical (UCR), estas últimas
desprendimientos de la Unión Cívica (UC) y opositores al partido
gobernante.
La UC había abierto un abanico de discusiones en torno a la
legitimidad del régimen oligárquico que garantizaba la posición del
PAN. Sin ser una organización política con fines electorales, su ob-
jetivo era influir a la opinión pública contra el gobierno de Juárez
Celman. En la ciudad de Río Cuarto estaba conformada por anti-
guos adherentes al PAN que se alejaron tras la asunción de Juárez
Celman al poder. A mediados de 1890 su presidente efectivo era
Tomás Soaje (abogado cordobés proveniente de una familia tradi-
cional) y el vicepresidente Andrés Terzaga. Contaba con el respal-
do del periódico El Pueblo, aparecido en enero de 1890 intentando
mostrarse como independiente. No obstante, meses más tarde, tras
un atentado que sufrió la imprenta en que se editaba (atribuido a los
sectores autonomistas), reapareció en septiembre con la finalidad
de “defender los principios de la Unión Cívica”. Dos años después, el
diario se convertiría en el órgano oficial de la “Unión Cívica Nacio-
nal” desapareciendo a comienzos del año 1901.
- 132 -
agrupación que culminará en 1891 con su escisión debido a la exis-
tencia de fuertes disidencias en su interior, por las distintas posicio-
nes acerca de cómo continuar tras la renuncia de Juárez Celman.
Así, mientras algunos eran partidarios de establecer alianzas con
el gobierno de turno para lograr conquistar cargos públicos, otros
preferían seguir actuando desde la oposición. En junio de 1891 la
agrupación se dividió en dos: los “antiacuerdistas” (en contra del
acuerdo entre Roca y Mitre para integrar una alianza entre el PAN
y la UC para las próximas elecciones presidenciales) formaron la
UCR encabezada por Leandro Alem y los “acuerdistas” formaron la
UCN encabezada por Bartolomé Mitre.
En Río Cuarto dichas agrupaciones también tuvieron sus
representantes. A la UCN se sumaron Marcos Lloveras, Antonino
Baigorria y Urbano Álvarez. Por su parte, la UCR fue encabezada
por Emiliano Irusta y Alfredo Nolasco a los que más tarde se suma-
ron Indalecio López, Julián Maidana, Dr. Nicanor Quenón, Alfredo
Boasi, Nemesio S. Molina, José Pereyra Esquivel, Gerónimo Alia-
ga, David Torres Castellano, Cristóbal Baez, entre otros. Se pueden
identificar así entre dichos nombres sujetos de familias tradiciona-
les junto a inmigrantes que arribaron durante el siglo XIX, muchos
de ellos importantes terratenientes y comerciantes aglutinados en
el Club Comercial y la Sociedad Rural de Río Cuarto.
La UCR tuvo como vocero al periódico El Radical, fundado
en junio de 1891 y subvencionado por la intendencia de Indalecio
López (entre 1892 y 1894); sucedido entre 1894 y 1901 por El Demó-
crata; El Imparcial entre 1916 y 1917; y a partir de mayo de 1921 por
Justicia (hasta 1946 en que se volvió un medio afín al peronismo).
De esta manera, tras la efímera existencia de la UCN, la UCR
se constituyó en el primer partido moderno de la Argentina y pri-
mer partido opositor que desafió el orden ideológico y político acu-
ñado desde 1880. A diferencia del PAN –“partido de notables” que
no contaba con una estructura permanente, obedecía a persona-
lidades y se correspondió con un periodo de la historia política en
que el sufragio era restringido– en tanto partido moderno, la UCR
se caracterizó por la existencia de un fuerte aparato burocrático, la
importancia clave de los militantes, la preeminencia de los organis-
mos formales del partido en los procesos de toma de decisiones, la
autonomía financiera y la importancia de la ideología.
- 133 -
El cambio en la dirigencia riocuartense y del peso de los sectores
inmigrantes y comerciantes se vio plasmado en la elección y asun-
ción de Alfredo Boasi como intendente municipal por tres periodos
consecutivos (1896-1899/ 1899-1902/ 1902-1905). A pesar de perte-
necer al radicalismo, su candidatura fue propuesta por un grupo de
comerciantes de nacionalidad italiana, en calidad de independien-
te. Su candidatura fue apoyada por PAN, mientras que se le opuso el
Centro Unión Popular (integrada por cívicos y radicales).
La elección de Boasi permite tempranamente observar la es-
trategia que emplearía el sector comercial a partir de 1916 con la
conformación de una agrupación propia, el Comité de Comercio,
para poder avanzar en la conquista del espacio público. El declarar-
se “independientes” de las fuerzas partidarias y presentarse como
meros administradores les permitiría llegar al poder en reiteradas
oportunidades apoyados por diversos sectores políticos.
En los espacios locales la conformación de ligas comunales le
permitió al radicalismo practicar “tibiamente” la abstención electo-
ral, práctica que a nivel nacional se profundizaría tras el golpe de
Estado de 1930.
Ante el avance de esta nueva agrupación partidaria y la pér-
dida de poder del autonomismo los sectores vinculados a él apo-
yaron agrupaciones partidarias creadas por motivos coyunturales
que luego participaron de la conformación de una alianza ante las
elecciones gubernativas de 1912, la Concentración Popular, cuyo
máximo exponente fue Ramón J. Cárcano. A principios de 1914,
los grupos que habían participado en dicha agrupación fundaron
el Partido Demócrata (PD) a través del cual los sectores del régimen
oligárquico contaron con una herramienta orgánica y mediana-
mente perdurable. En el caso de Río Cuarto se agruparon para parti-
cipar en las elecciones municipales en el Partido Republicano (1905),
el Partido Democrático Social (creado en 1908 por Carlos Juan Ro-
dríguez) y el Partido Departamental Independiente (1915). El Par-
tido Demócrata contó desde sus inicios con el apoyo del periódico
El Pueblo que si bien había aparecido en julio de 1912 declarándose
independiente, dos años más tarde se constituyó en la voz oficial de
dicha agrupación. Cabe mencionar que este diario encabezaría el
periodismo riocuartense hasta 1983.
- 134 -
Foto 5. Proclamación de la fórmula “Concentración Popular” (1912)
- 135 -
respectivamente. Si bien triunfó el candidato apoyado por el PD su
gobierno duró poco debido a la operación realizada por los conceja-
les de la oposición (radicales que dominaban el Comité de Comercio),
quienes renunciaron a sus bancas provocando la intervención del
gobierno provincial impulsada por el jefe político de extracción ra-
dical (Alberto F. Pacheco). Le siguió una comisión administrativa a
cargo de hombres del radicalismo.
Para cuando en 1918 se convocó a elecciones los radicales se
hallaban divididos en dos tendencias con enfoques políticos doctri-
narios diferentes: los “rojos” (alineados al gobierno de Yrigoyen y
opositores al gobierno radical cordobés, conformaban el ala renova-
dora y reformista) y “azules” (cercanos a los sectores reaccionarios
clericales cordobeses). Esto provocó, al comienzo, la abstención del
radicalismo. No obstante, cerca de la fecha de los comicios, los “azu-
les” decidieron presentar lista propia bajo la candidatura de Carlos
J. Baigorria, mientras el Comité de Comercio proclamó como candi-
dato al comerciante Juan Luis Daguerre (quien posiblemente haya
sido apoyado por el sector “rojo” del radicalismo). Se sumó el Partido
Demócrata encabezando la lista Carlos R. Sarandón. Tras su debut
en el año anterior, ganó por primera vez el Comité de Comercio.
En 1921 se repitió la situación, los dos partidos mayorita-
rios decidieron no participar con lista propia en las elecciones. No
obstante, los radicales apoyaron la candidatura del representante
de Comité de Comercio (Vicente Mójica), en tanto los demócratas
sostuvieron al Comité Independiente Municipal (Miguel Ángel Ta-
boada), que triunfó con escasa diferencia, aunque renunció al poco
tiempo de asumir.
En las elecciones de 1922 se presentaron nuevamente el Co-
mité de Comercio, representado por Vicente Mójica y el comité de
Defensa Comunal, apoyado por el PD cuyo candidato era Manuel A.
Pizarro. Resultó ganadora la fórmula de los comerciantes. A conti-
nuación, Vicente Mójica se hizo cargo de la municipalidad durante
tres períodos (1922-1925/1925-1927/1928-1930), aunque no sin pro-
blemas. Al interior de la agrupación comenzaron a notarse las dis-
putas con los radicales que la integraban, lo que culminó con la anu-
lación de las elecciones de 1925 por no adecuarse a la Ley Orgánica
de Municipalidades, y con un breve interinato a cargo de Carmelo
Magri durante el cual se abrió y depuró el padrón electoral aumen-
tando considerablemente el número de personas habilitadas para
- 136 -
emitir el sufragio. Así, para las elecciones de 1925 cuatro fueron las
agrupaciones que participaron de los comicios: el Comité de Comer-
cio, la UCR, el partido socialista y el Block de obreros y campesinos
(comunistas), este último debutante en las elecciones comunales. En
esta oportunidad, el radicalismo decidió participar con lista propia.
Obtuvo nuevamente el cargo de intendente Vicente Mójica, po-
niendo en marcha un ambicioso plan de obras públicas. Renunció
a su segundo mandato tras disputas con miembros de la oposición
(encabezada por radicales). Asumió la intendencia durante un año
de manera interina Moisés D. Valentinuzzi (miembro del Comité de
Comercio y radical yrigoyenista).
Para las elecciones de 1928 Mójica se presentó ya no por el
Comité de Comercio (cuyo candidato fue Domingo Grandi) del que
se había separado tras disidencias con los radicales que lo integra-
ban, sino por la Liga de Defensa Comunal. La UCR antipersonalista
presentó a Emiliano Irusta, el Partido Socialista a Juan Pressacco y
el Block de obreros y campesinos a Eduardo González. Se dio un ter-
cer triunfo de Mójica, quien continuó con su plan de obras públicas
contrayendo para ello la municipalidad empréstitos que le provo-
carían importantes problemas sumados a las consecuencias de la
crisis económica mundial de 1930. Su gobierno se vio interrumpido
por el golpe de stado de ese año, que significó la intervención mu-
nicipal.
- 137 -
El panorama hasta aquí descrito permite observar que la situación
en Río Cuarto era diferente a lo que acontecía en torno a la adminis-
tración provincial y nacional. Entre 1916 y 1930, mientras el radica-
lismo estuvo frente al gobierno nacional, conservadores y radicales
se alternaron en la administración cordobesa. Aunque con triunfos
electorales ajustados, los antiguos grupos dirigentes del régimen
oligárquico tuvieron preponderancia, ya que los radicales solo go-
bernaron la provincia entre 1916 y 1919 y 1928 y 1930.
La nueva dirigencia vinculada con los sectores comerciantes
empezó a manejar los hilos de la política. De esta manera, puede
apreciarse cómo el proceso de modernización iniciado en 1870 con-
fluyó en la conformación de una sociedad civil moderna hacia fines
del siglo XIX que modificó el escenario social y político vinculado
a la pérdida de injerencia de la política nacional en lo municipal, la
política responde a las particularidades y aspiraciones de los secto-
res dominantes de la localidad, conformando ligas comunales que
serían apoyadas en diversas ocasiones por los dos partidos mayori-
tarios en la provincia.
- 138 -
preocupar a la elite dominante; y en el plano electoral y gremial, a
partir de la segunda mitad de 1920, con el Partido Comunista, cuya
influencia en el movimiento obrero crecerá hacia 1930.
Si bien se han encontrado menciones de actividad socialista
en la ciudad de Río Cuarto a principios del siglo XX, el Centro So-
cialista fue fundado recién en 1912 por un grupo de jóvenes, entre
los que se encontraban extranjeros e hijos de inmigrantes arribados
a la localidad a fines del siglo XIX. Algunos eran obreros vincula-
dos a la hojalatería y la construcción (entre ellos es posible situar
a Evaristo Segat y Emilio Partelli, hijos de inmigrantes austríacos
que ocuparon diversos cargos al interior del Centro, elegidos como
candidatos a diputados provinciales en reiteradas oportunidades; el
primero de ellos colaborador del periódico La Idea) y otros, la mayo-
ría, trabajadores de los talleres de imprenta (entre los que podemos
mencionar a Jacinto J. Cúcaro, Vicente Bucci, A.R Gacitúa Álvarez,
Segundo R. Benítez, Isidoro Bustamante, Bernardo De Pilla, Silvio
Roggiani, Florindo Meserc, Antonio Sassi, Vicente Gigena, Ignacio
Benítez, Miguel Mancini, Antonio Filipo Ballester, Santiago Moret-
ta, Alberto Cienci, José González, Roque Sanfield, Bernardo Muñoz,
Ángel Giordano, Barsolo Argüello, José Biassi, Alfredo Menzzel, J.
Barriento, Antonio González, Juan B. Segat, Federico Neubert, Ma-
rio Magri y Vicente Libardi; estos últimos imprenteros e inmigran-
tes italiano y austríaco respectivamente, Libardi fue presidente de
la Sociedad Austro-húngara durante 1917. Entre los primeros diri-
gentes figuraban hombres de extracción obrera, que serán despla-
zados hacia fines de la década de 1920 por otros de profesión liberal.
Para entonces, los dirigentes obreros al mismo tiempo que iban per-
diendo espacio dentro de la estructura partidaria lo iban ganando
en el ámbito sindical.
El Centro Socialista (CS) fue fundado con el objetivo de difun-
dir las ideas del partido e inculcar en los trabajadores la necesidad
de organizarse política, económica y gremialmente con el fin de
concretar sus aspiraciones. En respuesta a ello es que se fundó en
noviembre de 1914 una biblioteca que, dos años más tarde, adoptó
el nombre “Luz y progreso”, espacio erigido para la socialización e
instrucción pública del obrero principalmente pero abierta al públi-
co en general.
A partir de entonces puede observarse un crecimiento en
la actividad del CS abocada a la participación política a través no
- 139 -
solo de la concurrencia a elecciones sino también de otras estrate-
gias tales como: movilizaciones en reclamo de situaciones como la
desocupación y el aumento del precio de impuestos y de alimentos
(ejemplo de ello son los mitines realizados durante 1912 y 1914); la
iniciativa de crear una cooperativa de consumo en agosto de 1914;
la realización de eventos culturales; la organización de actos como
las jornadas en conmemoración del 1º de mayo; el adoctrinamiento
y propaganda destinados a atraer al obrero, a la juventud y a coop-
tar a un electorado creciente, para lo cual la prensa partidaria se
constituyó en un arma primordial.
Tal como pudo observarse en el apartado anterior, la prensa se
tornó fundamental para la época, su desarrollo estuvo relacionado
con la formación de un público lector y con la existencia de una eli-
te letrada que la utilizó para formar una opinión pública favorable.
Si bien aparecieron periódicos que se autodenominaban indepen-
dientes, podía notarse en ellos una clara prédica partidaria. Para el
PS la prensa adquirió otro significado, al ser un partido de oposición
minoritario respecto al resto de las fuerzas partidarias que se dis-
putaban el poder en la ciudad, se tornó un arma fundamental. Se
convirtió en el medio por el cual su oposición al orden vigente y su
accionar se hizo visible, necesitaba de ella ya que no contaba con la
burocracia estatal ni el apoyo financiero que los grupos de interés
reservaban a los partidos gobernantes. El periódico se transformó
en un “actor político” necesario para remontar la desventaja en la
competición con los partidos de gobierno. Era en la palabra impresa
donde estaban alojadas las mayores esperanzas de cambio y eman-
cipación social de los socialistas, a través de ella se dirigía al público
obrero, buscaba interpelar al trabajador, pero también se dirigía a
un público más extenso, debatía con otros partidos políticos, pro-
ducto de una militancia que buscaba construir una sociedad opues-
ta a la que pertenecía. La cultura política socialista se centró en lo
impreso, constituyó un dato central de su proyecto de transforma-
ción social, política y cultural.
- 140 -
Foto 7. Mitín organizado por el Centro Socialista local en actual calle Sobre
Monte, frente al edificio comunal (1912)
- 141 -
respectivos centros, resultado de otra de las estrategias por ellos em-
pleadas, que era la de realizar conferencias con el fin de llevar sus
ideas a localidades vecinas. Así, se dirigieron en 1915 a Moldes, cuyo
CS recién se constituyó en 1918, y a Sampacho, en donde existía
escasa propaganda por parte de radicales y demócratas y cuyo CS
se creó un mes más tarde del arribo de los socialistas. Promovieron
también la creación de un CS en Alejandro Roca, el cual se constitu-
yó en 1919. Esta estrategia proselitista se mantendría a lo largo del
tiempo, durante las décadas siguientes, fundamentalmente duran-
te la de 1930. Otro indicio del peso que el socialismo riocuartense
ejercía en la provincia de Córdoba es el hecho de que en febrero de
1919 Río Cuarto se constituyó en la sede del II Congreso Ordinario
de la Federación Socialista de Córdoba.
- 142 -
canzados por el resto de las fuerzas partidarias), los socialistas no
lograron obtener representación a nivel local. Podría señalarse en-
tonces que, aunque el socialismo riocuartense no estuvo ajeno al
crecimiento y accionar propio del partido, fundamentalmente du-
rante los años treinta, su importante actividad propagandística en
la ciudad y región no le fue suficiente para lograr representación
en el gobierno municipal. A diferencia de otras localidades del sur
cordobés (como Sampacho y Laboulaye en que lograron conquistar
el poder comunal), los socialistas riocuartenses continuaron bata-
llando desde la oposición.
- 143 -
Capítulo V
- 147 -
que aportaban anualmente a la Junta Nacional de Carnes una con-
tribución que significaba más del 50% de la colaboración financiera
de la provincia y cerca de un 5% de la de todo el país.2 Estas cifras
son un indicador tanto de las potencialidades económicas que po-
seía la ciudad y la región como de los actores que proyectarían su
predominio en la política local y provincial en ese período históri-
co. Fue en esta etapa donde comerciantes y ganaderos se volcaron
a la participación política. En ese marco, privilegiaron dos canales
alternativos: los partidos políticos (vecinales primero y de alcance
nacional luego) y asociaciones empresarias, creadas para defender
sus intereses económicos. Fue también en el período histórico que
se abrió en la década de 1930 que se fortaleció en la ciudad el mo-
vimiento obrero, especialmente desde fines de la década siguiente
cuando el peronismo comience a crear gremios paralelos. A simili-
tud del predominio que ejercían las asociaciones de comerciantes,
el gremio más poderoso era el de empleados del sector terciario con
respecto a los trabajadores de la industria, actividad que aún no ha-
bía superado la etapa manufacturera.
La consolidación de la ciudad como centro urbano de rele-
vancia también tuvo su expresión en la arquitectura. Si bien a fines
del siglo XIX había tenido lugar un proceso de urbanización que ha-
bía significado, por ejemplo, la erección de calles de piedra y la ins-
talación del alumbrado público, fue a partir de los años treinta que
comenzaron a multiplicarse construcciones de cierto prestigio, con-
cebidas para solucionar problemas puntuales vinculados no solo a
la circulación de personas y bienes sino también –y especialmente–
a preservar la higiene de los habitantes de la ciudad. Los mercados,
el matadero, el palacio Mójica son algunas de los ejemplos más des-
tacados.
En contrapartida con estos indicios de modernización de la
economía, la ciudad y la política, la mayoría de la población de Río
Cuarto se encontraba en situación de pobreza. Los efectos de la crisis
agraria –a los que se le sumaron los del descalabro financiero mun-
dial– dificultaron las estrategias de sobrevivencia de los hogares
más humildes. Era frecuente en ese período la presencia de niños
vagando por las calles, los recurrentes pedidos de ayuda por parte
de familias pobres a las autoridades municipales y las dificultades
- 148 -
en la atención médica de la ciudad. En principio, estas cuestiones
fueron atendidas por un conjunto significativo de mujeres agrupa-
das en asociaciones de caridad (generalmente de inspiración católi-
ca y estrechamente vinculadas a la orden franciscana) que, con el
soporte de donaciones de particulares y de los aportes de los gobier-
nos municipal, provincial y nacional, se abocaron a la atención de la
alimentación, la educación y la salud de un importante número de
personas. Hacia mediados de la década de 1930 –preanunciando lo
que acontecería en la década siguiente– el Estado municipal comen-
zó a asumir una actitud más activa e intervino en la atención de es-
tas dimensiones antes delegadas a la injerencia de actores privados.
- 149 -
como objetivo dar cuenta de la situación de los actores socio-econó-
micos y su participación en la política de la ciudad. Las asociacio-
nes empresarias, los gremios de trabajadores y las vecinales son los
actores sobre los cuales se concentra nuestra reflexión. Finalmen-
te, el tercer apartado se halla centrado en la dinámica política de
la ciudad entre los golpes de Estado de 1930 y 1955. Damos cuenta
del rol de los distintos partidos políticos y cómo sus características
internas influyeron tanto en las relaciones con sus opositores como
en las decisiones gubernamentales del período.
- 150 -
Las consecuencias económicas originadas por la crisis de 1929
Río Cuarto –como acontece en la actualidad– era el centro urbano
más importante del interior de Córdoba no solo por la cantidad de
población que reunía sino también por los dividendos económicos
generados por las actividades agropecuarias y de intermediación
comercial que surgían de ella y que tenían como epicentro a una
vasta región. La crisis mundial significó el resentimiento de este trá-
fico económico y muchas casas consignatarias de cereales y hacien-
da decidieron abandonar sus negocios. La crisis de 1930 coronó una
situación negativa para el sector agropecuario: en los años inmedia-
tamente previos hubo una disminución de la demanda de los mer-
cados externos y de los precios, a los que se añadieron términos del
intercambio desfavorables a los productos del agro resintiéndose la
capacidad de compra de bienes extranjeros. La cosecha del año 1929
no había sido buena y se había registrado una extendida mortan-
dad de animales. Sobre esa acuciante situación, la crisis tuvo como
efecto depreciar aún más los precios por lo que no se llegó a cubrir
los costos de producción, cayendo el nivel de ingresos de todas las
personas vinculadas al sector agropecuario.
Evidentemente, lo anterior también tuvo su reflejo en las
actividades urbanas resintiendo el nivel comercial de la ciudad e
incrementando el número de desocupados. Los gobiernos munici-
pal y provincial bajaron los salarios de los empleados públicos y, en
muchos casos, se registró un pronunciado retraso en el cobro que
en algunos casos llegó a ser de varios meses. Por ejemplo, los sueldos
correspondientes al mes de septiembre de 1929 de los maestros y
empleados públicos provinciales recién fue efectivizado en el mes
de noviembre de ese año. El caso más grave era el de los maestros
rurales cuyo retraso era mayor, acentuándose el problema duran-
te los primeros años de la crisis. La demora en el pago de sueldos a
empleados y obreros hizo surgir un número significativo de usure-
ros que aparecían por las oficinas en los momentos en que debían
pagarse los salarios lucrando con la necesidad de los trabajadores,
como así también con el creciente número de desocupados que co-
menzaron a aparecer en la ciudad.
La crisis agrícola había provocado que gran cantidad de peo-
nes, ocupados anteriormente en el levantamiento de las cosechas,
acudieran a la ciudad de Río Cuarto en procura de algún trabajo,
- 151 -
principalmente como peones de la construcción. En julio de 1930 el
Centro Socialista de Río Cuarto le reclamó al intendente Mójica, en
nombre de los desocupados constituidos en comité, el que las em-
presas que ya habían iniciado algunas de las obras públicas proyec-
tadas no hubieran ocupado personal de la ciudad, ya que existían
personas capaces para todos los trabajos. Aparentemente ese comi-
té de desocupados quedó constituido en forma orgánica porque a
fines de agosto de 1930 dirigieron una nota al intendente elevándo-
le una serie de exigencias, como que se empleara a obreros desocu-
pados en las obras comunales (se habían anotado para trabajar unas
800 personas pero solamente fue tomado el 5%); también pedían
la rebaja del precio de la carne, del pan y que no se desalojara a los
obreros sin trabajo de sus viviendas.
Las nuevas autoridades municipales –que asumieron la con-
ducción tras el golpe de Estado de 1930– se preocuparon por la si-
tuación financiera del municipio ante la disminución de la recauda-
ción debido al alto número de morosos existentes. Como una parte
importante de los ingresos, provenientes de los impuestos, estaba
comprometida para el pago del servicio del empréstito, las auto-
ridades se encontraron con serias dificultades para mantener los
servicios y pagar los sueldos. Ante esta situación de emergencia se
emprendió un plan de economías consistente en rebaja de sueldos,
despidos de parte del personal, especialmente el correspondiente al
Concejo Deliberante que quedó cerrado, y todos los empleados de
la municipalidad fueron declarados en comisión. En los años subsi-
guientes la situación de falta de trabajo tanto en la ciudad como en
la zona rural circundante no mejoró mucho. La preocupación por
los niveles de desocupación por parte de la sociedad y de las autori-
dades fue una constante a lo largo de la década. En una nota dirigida
al intendente en 1940, el Centro de Propietarios y Contribuyentes
se refería a “la grave crisis planteada no solamente en nuestro me-
dio sino en todo el país, por la falta de trabajo” y recomendaba la
realización de obras públicas “que no graviten directamente sobre
determinado contribuyente sino colectivamente sobre toda la co-
munidad”.
Una medida para paliar la situación de las personas de esca-
sos recursos era solicitar ante las autoridades municipales un cer-
tificado de pobreza para poder acceder gratuitamente a algunos
servicios otorgados por la municipalidad. Entre las solicitudes del
- 152 -
año 1940 encontramos pedidos por los considerados “pobres de so-
lemnidad” (los que no contaban con ningún recurso para sobrevi-
vir) para poder realizar trámites en el registro civil, permisos para
realizar ventas ambulantes o algunas mujeres para ser internadas
en la maternidad Kowalk. Posteriormente a partir del año 1945 las
solicitudes de certificados de pobreza se hicieron para ser atendidos
gratuitamente en la asistencia pública, dependiente de la municipa-
lidad. Estas solicitudes del denominado “carnet blanco” en planillas
impresas permiten un acercamiento al conocimiento de la estruc-
tura familiar y la cantidad de personas en situación de pobreza.
Los datos que allí figuran son los siguientes: nombre del solicitante,
edad, ocupación, domicilio, nombre y edad de las personas que con-
vivían (cónyugue e hijos). Los hogares eran visitados para consta-
tar el grado de pobreza en que vivían por algún empleado, por el
sub-inspector o algún guarda de tránsito.
- 153 -
Otro problema que preocupaba a las autoridades y que requería de
una solución inmediata eran las problemáticas habitacionales de la
población. La construcción de viviendas para la población de menor
poder adquisitivo había comenzado con los préstamos hipotecarios
del Hogar Ferroviario de la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensio-
nes de Empleados Ferroviarios que se habían adjudicado desde 1937
y cuyos beneficiarios fueron unas 58 familias. Posteriormente, se
construyeron con financiamiento del gobierno nacional 12 casas
para los damnificados de la gran inundación por desborde del río
producido en octubre de 1943. En enero de 1946 la municipalidad
elaboró un plan para la construcción de 80 viviendas económicas
de las cuales se construyeron en un primer momento 20 en barrio
Alberdi en terrenos municipales que fueron entregadas en 1948.
En el contrato de adjudicación de construcción se hacía mención al
grave problema de la escasez de viviendas accesibles a los trabaja-
dores. A partir de 1948 comenzaron las edificaciones con préstamos
de “fomento de la vivienda propia”, otorgados por el Banco Hipote-
cario Nacional, exentas del pago de impuestos municipales con el
fin de promover construcciones de casas para obreros y empleados.
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Esta modalidad de concebir el rol estatal en el ámbito de lo social
comenzaría a modificarse en el transcurso de la década de 1930. Co-
menzó a abandonarse, entonces, esta suerte de combinación mixta
entre intervención privada, intervención pública y organizaciones
sociales que tuvieron una actuación conjunta desde un criterio de
máxima “descentralización”. Desde esa óptica, no se reclamaba un
derecho sino que se apelaba al sentimiento de dolor y compasión
caritativa con las necesidades de los sectores populares. En el trans-
curso de la década de 1930 –y con más intensidad con las políticas
sociales del peronismo– esta concepción se alteró radicalmente. A
partir de entonces, debía ser el Estado quien garantizara las condi-
ciones para la reproducción material de la vida de las personas, es
decir, existía una obligación estatal de satisfacer esas necesidades
y era un derecho de los ciudadanos poder acceder a esos bienes y
servicios.
En Río Cuarto existieron algunos indicios que nos permiten
conocer cómo se operó ese desplazamiento. Desde el último cuar-
to del siglo XIX un conjunto de entidades caritativas comenzó a
atender diferentes necesidades sociales de la población. Entre las
más destacadas estuvieron la Sociedad de Beneficencia (1873), la So-
ciedad Damas de la Misericordia (1885), la Conferencia San Vicen-
te de Paul (1892) y la Sociedad Pía Unión San Antonio y Pan de los
Pobres (1892). Estas organizaciones tenían en común la inspiración
católica. Más específicamente, en muchas de ellas los miembros de
la orden franciscana habían contribuido y sostenido su creación,
acompañado a sus administradoras y provisto asistencia espiritual
tanto a sus integrantes como a los ciudadanos que recurrían a los
espacios de atención a su cargo. Otro aspecto que compartían era
que en su mayoría había implicado la incorporación de las mujeres
a la esfera pública local. En su seno las mujeres (de la elite y de los
sectores medios acomodados de la ciudad) ejercitaban diferentes li-
bertades, por ejemplo la de asociarse y la de ordenarse mediante
reglamentos. Estas “libertades”, aunque significaron un avance en
la posición civil de las mujeres no deben llevarnos a pensar que im-
plicaron una lucha por una ampliación de mayores derechos civi-
les como, por ejemplo, el sufragio. Por el contrario, encarnaron una
extensión “natural” de los roles de madre y esposa y, fundamental-
mente, de “mujer cristiana”. Asimismo, estas entidades caritativas
fueron las que durante un largo período se ocuparon de la atención
de enfermos, ancianos, mujeres y niños sin hogar creando diferen-
- 155 -
tes instituciones para tal fin o bien recibiendo de la municipalidad
la delegación de su administración y funcionamiento. Por ejemplo,
el Hospital de Caridad fue construido gracias a la acción de la So-
ciedad de Beneficencia en 1877; el Asilo de Huérfanos fue creado
en 1877 por la Sociedad Damas de la Misericordia; las Damas de la
Conferencia de San Vicente de Paul se encargaban desde 1926 del
Asilo de Ancianos de San José y la Sociedad Pía Unión del Dispen-
sario Antituberculoso desde 1928. Sobre esa base se puede sostener
que las entidades caritativas cumplieron un rol fundamental en la
construcción de un sistema de atención sanitario en la ciudad.
- 156 -
mente, sobre las formas organizativas y las capacidades de quienes
integraban la entidad para solucionar cuestiones técnicas vincula-
das con la atención médica. Las críticas se canalizaban a través de
las editoriales del diario demócrata El Pueblo y apuntaban a cues-
tionar el carácter cerrado y obsoleto que asumía la organización
de la Sociedad de Beneficencia. Esto se motivaba porque paulatina-
mente la entidad había decidido la reducción de camas destinadas
a la atención gratuita debido a problemas para el sostenimiento de
los gastos del Hospital, el cual se financiaba principalmente con los
aportes municipales que se habían resentido producto de los efectos
de la crisis económica generalizada. Respecto a este punto, desde las
editoriales del diario se ponía en duda el carácter privado del hos-
pital y se recordaba que las mujeres de la Sociedad de Beneficencia
solo tenían a cargo su administración, que el Hospital de Caridad
era público.
Con ese conflicto se superpuso otro, vinculado con los saberes
necesarios para decidir aspectos atinentes a las condiciones médi-
cas de los servicios del hospital. Los médicos que trabajaban allí y los
integrantes del Círculo Médico de Río Cuarto cuestionaban el uso
indistinto de las instalaciones tanto para clínica general como para
cirugía. Asimismo, criticaban la discrecionalidad de la presidenta de
la Sociedad de Beneficencia para designar al personal médico del
hospital. Estas pujas tenían que ver con la agenda de actividad gre-
mial de los profesionales de la medicina, que a partir de la década
de 1920 comenzaba a definirse y que implicaba entre otras cosas:
el rechazo a cualquier interferencia externa –de no-médicos– en la
toma de decisiones pertinentes a la actividad profesional, a la par
que constituían una respuesta a la autoridad y autonomía de las
mujeres que ejercían la administración de los establecimientos. In-
cluso, este conflicto derivó en un “duelo caballeresco” entre el Dr.
Carlos Piller y el nuevo director del hospital, en el que el primero
perdería su vida. Este hecho condujo a un “acto de soberanía popu-
lar” que concluyó con la toma del hospital por parte de los vecinos
de la ciudad. Esto marcó la intervención definitiva de los poderes
públicos en el sistema benéfico-asistencial.
En la década de 1940 mejoró la cobertura en salud con las
políticas sociales del gobierno peronista, a pesar de que todavía no
habían comenzado a ejercer una significativa influencia en la ciu-
dad, pero sí mejoraron la asistencia sanitaria al instalarse nuevos
- 157 -
dispensarios en algunos barrios como en Alberdi y Banda Norte y,
principalmente, con la construcción del Hospital Regional inaugu-
rado en 1945. Estas iniciativas ya no dependían de las entidades ca-
ritativas sino del Estado provincial y nacional.
Fuente: 1946 | Cortesía del Dr. Héctor M. Codó al Centro de Investigaciones Histó-
ricas- UNRC
- 158 -
Entre la política y la economía: la maduración de los
intereses económicos locales
Hacia finales del siglo XIX –como en otras partes del país– se asis-
tió a una explosión asociativa: comenzaron a surgir y rápidamente
se multiplicaron diferentes instituciones que, bajo múltiples fina-
lidades, reunían a los riocuartenses. Muchas de estas entidades se
encuentran presentes en la actualidad y tienen una participación
significativa en la vida cultural local como, por ejemplo, la Sociedad
Italiana (1876) y la Sociedad Española (1876). Las instituciones que
florecieron en esa época, y que consolidaron la idea de una socie-
dad moderna, se encontraban destinadas, fundamentalmente, a fi-
nes sociales, recreativos y culturales. Asimismo, sus representantes
trasladaron demandas al poder municipal vinculadas con cuestio-
nes que excedían los fines para los cuales habían sido creadas y te-
nían como consecuencia construir la agenda política del municipio.
Para inicios de la década de 1930 y hasta finalizar el período
que aquí abordamos, existía en Río Cuarto una tupida red de enti-
dades con una participación activa en el espacio público de la ciu-
dad. Ésta adquirió mayor complejidad cuando, por los efectos del
accionar del Estado y las políticas públicas, se consolidaron las aso-
ciaciones que representaban diferentes sectores de la vida econó-
mica de la ciudad y la región. De esta forma, entre 1930 y 1955 hubo
una maduración importante de las asociaciones del empresariado
local que hasta ese entonces habían tenido un funcionamiento ra-
quítico. Paralelamente, se fortalecieron los gremios que reunían a
los trabajadores y también aquellas instancias que nucleaban a los
vecinos de los diferentes barrios de la ciudad. Esto implicó una cor-
porativización de los sectores ligados al ámbito de la economía de la
ciudad, es decir, un proceso mediante el cual estos sujetos colectivos
tendieron a actuar sobre el sistema político y a conseguir los fines
que se habían propuesto como grupo para preservar y/o ampliar
prerrogativas o bien modificar situaciones que los afectaban. Una
visión global de este proceso nos permite pensar que esas institu-
ciones cumplieron un rol fundamental no solo en el ámbito de la
economía y la política local y supralocal sino también en lo relativo
a la estructuración de esos intereses, lo que permitió –entre otras
cuestiones– dar forma a las identidades de muchos riocuartenses.
- 159 -
“Intereses comunes que defender, aspiraciones idénticas que
realizar”: las fuerzas vivas riocuartenses
Como se mostró anteriormente, la economía de la ciudad de Río
Cuarto y su región se encontraba (y se encuentra) estrechamente
ligada al sector agropecuario y a las actividades de intermediación
comercial que a partir de este se generaban. Los sujetos sociales abo-
cados a dichas actividades fueron los que crearon entidades de tipo
gremial para la defensa, representación y reivindicación de sus in-
tereses. Estos gremios agrupaban a los empresarios locales, los que
se distribuían tanto según la actividad primaria a la que se aboca-
ban como al lugar que ocupaban dentro de la cadena productiva.
Por ejemplo, existieron gremios rurales que nuclearon a los arren-
datarios y a los pequeños propietarios de tierra y otros que reunían
a medianos y grandes productores abocados a la cría e invernada
de ganado vacuno. También se crearon instituciones que reunieron
a los comerciantes y a los principales contribuyentes de la ciudad.
No obstante, fueron frecuentes los casos de multirepresentación, es
decir, de personas que pertenecían alternativamente a dos o más
entidades.
En este sentido, dentro de lo que se conoce como gremialis-
mo agrario se crearon en la ciudad durante este período histórico
tres entidades que tuvieron una destacada actuación con el correr
del tiempo. Una de estas instituciones fue la filial de la Federación
Agraria Argentina. Desde 1912, al calor de las luchas de los arrenda-
tarios santafesinos por lo que se denominó como “libertades capita-
listas” que pueden resumirse en cosechar, embolsar y comerciar sin
constricciones de ningún tipo, los dirigentes de esta entidad crea-
ron filiales a lo largo y ancho del país. En la provincia de Córdoba,
este movimiento tuvo mayor importancia en el sudeste, área don-
de la presencia de las colonias de arrendatarios era más densa y la
cercanía con el epicentro de la protesta era facilitada por la tupida
red ferroviaria que unía a ambos espacios. En lo que entonces era
el departamento de Río Cuarto, producto de ese conflicto surgió, el
15 de agosto de 1912, la filial de Coronel Moldes donde se destacó
Esteban Piacenza, quien, posteriormente, se convertiría en el líder
gremial del movimiento chacarero a nivel nacional. La filial de Río
Cuarto surgió con posterioridad a ese proceso, el 4 de setiembre de
1927, nucleando a una pequeña cantidad de productores, menor a
treinta asociados.
- 160 -
La otra entidad que fue significativa no solo por su perdura-
ción en el tiempo sino también por la gravitación de su accionar
dentro del conjunto de entidades del agro nacional fue la Sociedad
Rural de Río Cuarto (SRRC). Formalmente, se creó el 25 de junio de
1938 aunque los antecedentes de su funcionamiento pueden retro-
traerse a unos años antes. Como mencionamos en el primer aparta-
do, la crisis económica de 1929 produjo efectos en todas las dimen-
siones de la sociedad. Indudablemente, la economía fue una de las
que se vio más trastocada. A los fines de paliar esta situación el Es-
tado diagramó una serie de acciones y medidas que supuso una rup-
tura respecto a la etapa anterior. En este sentido, comenzó a regular
e intervenir de manera más decidida sobre los diferentes mercados
a partir del accionar de una variada gama de instituciones. Una de
ellas fue la Junta Nacional de Carnes creada –después de un intenso
debate parlamentario– en octubre de 1933 mediante la sanción de la
ley 11.747 y que registraba como antecedente el funcionamiento de
la comisión nacional de carnes de 1932. Este nuevo ente burocrático
poseía facultades para establecer normas de clasificación de carnes,
intervenir en su mercado y llevar a cabo la creación de frigoríficos.
Bajo su auspicio, en octubre de 1934 fue creada la Corporación Ar-
gentina de Carnes (CAP), un organismo financiado por la contribu-
ción obligatoria de los propios ganaderos cuyo objetivo era contro-
lar la distribución de la cuota del 15% dispuesta para los industriales
argentinos por el Tratado Roca-Runciman, al tiempo que debería
intervenir en el mercado con el objeto de asegurar la demanda de
productos y precios más justos para los productores, sobre todo para
los pequeños y medianos.
Fue en este marco que en julio de 1935 se conformó la Agrupa-
ción Accionistas Ley 11.747 Región Sud de Córdoba, cuyo objetivo
era defender los intereses de los ganaderos de la región del río Cuar-
to y, por ende, participar en la distribución de la cuota que proponía
el mencionado tratado. Esta agrupación formó parte activamente
de las diferentes instancias de articulación propuestas desde el Es-
tado, contando con representantes ante la Corporación Argentina
de Carnes. Una demanda central en el programa reivindicativo de
la entidad era la instalación de un frigorífico que “absorbiera las po-
tencialidades de la región”. Sin embargo, vio rápidamente frustradas
sus expectativas, pues la Junta Reguladora decidió la instalación de
un mercado de hacienda y carnes en la Capital Federal, abortan-
do las pretensiones de la región de que en este espacio se instalara
- 161 -
una planta concentradora e industrializadora de la producción. Los
dirigentes agrarios decidieron avanzar en una nueva instancia aso-
ciativa.
Fue en ese marco que se dio paso, el 25 de junio de 1938, a la
re-fundación de la SRRC. Como se reproduce en sus estatutos, los
objetivos de la entidad no solo implicaban la representación y de-
fensa de “los grandes y permanentes intereses rurales” sino que
también se procuraba mejorar las condiciones de comercialización
de la producción de sus asociados, la construcción y mantenimiento
de caminos, el acceso a líneas de créditos, la formación de semilleros
y viveros y la creación de una estación zootécnica y de un labora-
torio de análisis de alimentos de granos.3 De la misma forma que su
predecesora, la comisión directiva de la entidad nucleaba a los sec-
tores social y económicamente más importantes de la región, pre-
dominando el componente comercial de muchos de sus miembros.
Eduardo Jorba, nacido en 1896, descendiente de una familia
española instalada en 1872 en la ciudad de Río Cuarto y dedicada,
primero, al comercio de ramos generales y, después, a la comerciali-
zación de cereales y productos pecuarios, había cursado estudios en
la Escuela Superior de Estudios Mercantiles de Barcelona y desde su
nuevo arribo al país había emprendido una prolífera actividad co-
mercial que le llevó a ocupar diferentes cargos en organismos públi-
cos nacionales. También se destacó por sus negocios en el rubro de
los seguros. Roberto Ripamonti, también procedía de una familia
dedicada a la actividad comercial después volcada a la consignación
de hacienda y a la venta de cereales. Era un importante propietario
de tierras, alrededor de 38.000 hectáreas. Fabio Remedi, cuya tra-
yectoria empresarial se asociaba a la instalación, en 1882, de una
fábrica de jabón que llegó a tener cierta relevancia regional, fue un
destacado dirigente del Partido Demócrata y miembro fundador del
centro comercial e industrial de la ciudad.
Otros miembros también distinguidos dentro de la SRRC eran
Nicanor Quenón, Bernardo Pío Lacase y Alfredo Alonso. El prime-
ro era descendiente de una familia arraigada en la región desde la
primera mitad del siglo XIX, propietaria de tierras en la zona y vin-
culada a las distintas esferas del poder local. Bernardo Pío Lacase
era miembro de una familia de origen francés instalada en la re-
- 162 -
gión desde el último cuarto del siglo XIX, dedicada al comercio y a
la industria molinera. Se destacó por su actuación política a nivel
provincial, siendo elegido vicegobernador por el Partido Peronista
en el año 1948. Finalmente, Alfredo Alonso, de profesión médico
y estrechos vínculos con el Partido Demócrata, era descendiente
de Gumersindo Alonso, de origen español llegado a fines del siglo
XIX, quien fue el primer profesional de la medicina contratado por
el poder municipal a cargo de la asistencia pública y referente de la
corriente higienista en la región.
De esta forma, los lineamientos de la política económica ha-
bían logrado madurar los intereses asociativos de los ganaderos de
la región. En su seno la novel entidad reunía a representantes de
familias que desde el último cuarto del siglo XIX se habían desta-
cado no solo por su participación en la faz política de los poderes
locales y provinciales sino que también habían logrado una robusta
posición económica. Muchos de estos sujetos compartían, además
de su origen inmigrante, el encontrarse dedicados a las actividades
comerciales. Desde los primeros años del siglo XX se habían conso-
lidado en las actividades de venta de bienes y servicios destinados
al agro y en 1922 dieron lugar a la creación del Centro Comercial de
Río Cuarto, que en la actualidad se conoce como Centro Empresario
de Comercio, Industria y Servicios (CECIS). El objetivo principal que
se propuso dicho centro era ejercer la representación de los sujetos
ligados al comercio y la industria en general ante las autoridades
estatales. A similitud de la Sociedad Rural de Río Cuarto tenía un
carácter estrictamente gremial, es decir, se había constituido con la
finalidad de, por un lado, “fomentar el espíritu de unión y solidari-
dad entre los distintos gremios” y, por el otro lado, “proceder a su
mejor organización y defensa”. En este sentido, procuraba ofrecer
un punto de reunión a sus asociados donde pudieran tratarse toda
clase de negocios y facilitar la realización de operaciones mercanti-
les, dándoles seguridad y legalidad.4
Para la década de 1930 la injerencia de los comerciantes nu-
cleados en esta entidad era muy significativa en la política local. Un
claro ejemplo de esta cuestión fue su participación en la discusión
que se generó en torno al Plan Integral de Urbanismo presentado
como propuesta de campaña por Vicente Mójica y que comenzó
a diagramarse una vez en el cargo hacia 1929. La ejecución de las
- 163 -
obras estuvo a cargo del destacado ingeniero urbanista Carlos M.
Della Paolera y fueron financiadas por medio de un cuantioso prés-
tamo otorgado por The National City Bank of New York. El Plan
proyectaba la modernización y expansión de los servicios públicos
de la ciudad, la prolongación del boulevard Roca hasta la plaza cen-
tral y la construcción tanto de un nuevo edificio para el funciona-
miento de la administración municipal como de otros inmuebles
destinados a diferentes reparticiones entre los que se encontraban
los actuales mercados del este, oeste y sur de la ciudad, el edificio del
matadero y la asistencia pública.
También en el marco de la ejecución de obras públicas, hacia
1932, un grupo de vecinos de la ciudad dio forma a una nueva enti-
dad destinada a defender sus intereses: el Centro de Contribuyen-
tes y Propietarios de Río Cuarto. A pesar de constituirse como una
entidad con objetivos claramente corporativos, de defensa de los in-
tereses de los sectores propietarios de la ciudad, el Centro expresaba
en su interior las disputas internas del partido radical. En efecto, la
comisión encargada de redactar su estatuto estuvo integrada tanto
por el concejal Victorio Berti como por los dirigentes Felipe Gómez
del Junco y Teófilo Bermúdez, todos pertenecientes –como veremos
más adelante– al ala más conservadora del radicalismo local. La in-
fluencia de esta institución, más precisamente, de los sujetos que li-
deraron su constitución le permitió no solo trasladar sus demandas
al seno del Concejo Deliberante de Río Cuarto sino también ejercer
una efectiva influencia sobre sus decisiones.
Hacia final del período, más precisamente en el 22 de julio de
1948, se inauguró la Cooperativa Agrícola Ganadera Regional de
Río Cuarto. Esta iniciativa se enmarcó en el auge que vivió este tipo
de entidades dentro de la política peronista, puesto que fueron con-
sideradas un actor clave para reducir la intermediación comercial y
descomprimir el conflicto social latente en el agro, particularmente
luego del cambio de rumbo de la economía a fines de la década de
1940. En este sentido, la iniciativa de crear una cooperativa agrícola
fue producto de la inquietud de Hermeneregildo Marcos Giuliano,
por entonces inspector de zona de seguros de Federación Agraria
estrechamente vinculado a la dirigencia peronista departamental,
quien reunió a treinta productores de las localidades circundantes a
Río Cuarto. Progresivamente, la Cooperativa Agrícola Regional fue
adquiriendo diferentes propiedades que sirvieron para el asiento de
- 164 -
su planta acopiadora y demás actividades atinentes a su funciona-
miento.
Foto 12. Dr. Felipe Gómez del Junto en el acto de proclamación de la Unión
Vecinal
- 165 -
en el poder, desde el Departamento de Trabajo se impulsó una polí-
tica de negociación entre patrones y obreros que tendía a beneficiar
a estos últimos, razón por la cual los sectores más conservadores lo
catalogaban como antesala de un gobierno soviético. Estos vatici-
nios no se cumplieron, como tampoco los que auguraban el inicio
de una guerra civil como la española, pero esta política de Estado,
tendiente al otorgamiento de nuevos derechos y a la defensa del
trabajo dieron lugar a un clima propicio para la multiplicación de
reclamos obreros y de la corporativización de la defensa de sus in-
tereses.
Fue entonces en este contexto que, bajo una dirigencia comu-
nista, los obreros de la construcción impulsaron una huelga en de-
manda de mejoras salariales y una reducción de la jornada laboral
que rápidamente se extendió a otros gremios como los que nuclea-
ban a estibadores y molineros, también representados en la Federa-
ción Obrera Local. Con la intervención del Estado provincial, el con-
flicto se solucionó de forma favorable para los huelguistas, quienes
posteriormente dieron lugar a la conformación de una corporación
obrera departamental, con la inclusión de representantes de otros
gremios de Río Cuarto y las localidades circundantes. Permaneció
bajo el influjo comunista hasta que, precisamente por esto, fue di-
suelta en 1943 luego del golpe de Estado.
Dos años más tarde, en vísperas de la trascendental jornada
del 17 de octubre y en respuesta a la convocatoria para un paro ge-
neral proyectado para el 18, los gremios locales, entonces nucleados
en torno al Comité de Unidad Sindical, rechazaron de plano la ad-
hesión, pues lo consideraban un “intento perturbador”. Posterior-
mente, en plena campaña sus dirigentes impulsaron la creación
del Centro de Obreros y Empleados Democráticos, no ya con fines
gremiales sino eminentemente políticos. En su comisión puede ob-
servarse una clara preminencia de los dirigentes comunistas: Juan
Chaves, Levis Kvitca, Eulogio Astrada, por nombrar a los que te-
nían mayor historial de militancia dentro del partido. Asimismo, la
mayoría de los gremios que conformaban esta agrupación tenían
dirigencia comunista (obreros de la construcción, empleados de co-
mercio, sastres, ladrilleros). Esta entidad apoyó fuertemente a los
candidatos de la Unión Democrática y condenó la fórmula “conti-
nuista” encabezada por Perón. No obstante esto, los sectores tra-
bajadores encauzaron su voto hacia el naciente peronismo, como
- 166 -
quedó demostrado con el amplio triunfo que obtuvo en un barrio
eminentemente obrero como era el Alberdi.
Para explicar esta disociación que se produjo entre las bases
obreras y su dirigencia sindical debe tenerse en cuenta que, a dife-
rencia de lo ocurrido en la capital provincial de la mano del tenien-
te Russo, en Río Cuarto no fue construida desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión una apoyatura partidaria propia al peronismo.
Si bien fue eficiente en su tarea de mediar en las relaciones entre
empleadores y trabajadores, acercando a las bases sociales al emer-
gente peronismo y permitiendo su triunfo en febrero de 1946, esto
no se tradujo en la construcción de una nueva estructura partida-
ria. Por el contrario, inversamente al laborismo cordobés surgido
a partir de la Federación Obrera de Córdoba, el riocuartense tuvo
en sus orígenes un exiguo componente obrero y un predominio de
sectores medios y profesionales.
Esta situación fue transformándose durante los años siguien-
tes merced a la intervención de la delegación local de la CGT y de los
gremios opositores al peronismo a partir de fines de 1947, como así
también de la creación de sindicatos paralelos como la Asociación
Gremial de Empleados de Comercio. Desde entonces fue producién-
dose una peronización del movimiento obrero sindicalizado de Río
Cuarto que, entre otros aspectos, se hizo particularmente palpable
en los festejos del 1ro de mayo. Paulatinamente fue desplazándo-
se a socialistas y comunistas, quienes tradicionalmente los organi-
zaban hasta que quedaron monopolizados en manos de una CGT
para entonces ya peronista. Para ello recurrieron a estrategias como
impedir que los organizadores de eventos alternativos anunciaran
su realización a través de los medios de prensa locales –con lo cual
se reducía notablemente la posibilidad de afluencia de público– o
trasladarlos a espacios extracéntricos de la ciudad, mientras que la
celebración peronista ocupaba la plaza central.
Simultáneamente a este proceso de peronización del movi-
miento obrero se produjo otro de obrerización del peronismo local,
pues de una dirigencia casi netamente profesional proveniente
de sectores medios se dio paso a una compuesta cada vez más por
trabajadores. Así, mientras la primera bancada concejil peronista
estuvo integrada totalmente por profesionales, dentro de la segun-
da cinco de los ocho miembros del Legislativo local eran dirigentes
obreros.
- 167 -
“Buenos vecinos”: la consolidación de la experiencia
vecinalista en la ciudad
De la mano de la expansión geográfica que se operó durante la pri-
mera mitad del siglo XX crecía en Río Cuarto la complejidad de las
relaciones sociales, se iniciaba de esa forma un proceso de estruc-
turación de identidades que tenían como anclaje los barrios de la
ciudad. En este sentido, comenzaban a tomar relevancia diferentes
puntos geográficos y, por ende, la necesidad de resolver los proble-
mas que se suscitaban. La práctica de demandar al poder municipal
no era novedosa, desde fines del siglo XIX los vecinos se agrupaban
para hacer conocer sus pedidos a las autoridades municipales. Lo
novedoso consistió en que esas demandas de los residentes toma-
ron forma institucionalizada en lo que se conoce como vecinales. Si
bien estas instituciones, tampoco eran nuevas en la ciudad, puesto
que durante la primera década del siglo XX en el Barrio Almada
(hoy Alberdi) había surgido la primera entidad de este tipo, lo real-
mente significativo fue su multiplicación hacia fines de la década de
1950 y su sostenimiento a lo largo de la siguiente. Así, a la de Barrio
Almada se sumaron las vecinales del barrio Las Ferias, Santa Teodo-
ra y Bajada de Arena en el noroeste de la ciudad.
Fue también en este período que se formalizó su accionar.
El Estado municipal reguló y fomentó la asociación de los vecinos
de la ciudad. Natalio Castagno, intendente municipal entre 1953 y
1955, mediante una ordenanza municipal les otorgó a las asociacio-
nes vecinales el carácter de “delegaciones municipales honoríficas”
y les adjudicó el ejercicio de algunas competencias, mientras el de-
partamento ejecutivo municipal retenía su titularidad. Además, las
subalternizaba, ya que instituía la figura del delegado municipal
ante quien los vecinos debían presentar todas las solicitudes de me-
joras barriales; ordenaba que el mandato de las comisiones directi-
vas fuese de igual lapso que el del intendente y dejaba a criterio del
Ejecutivo y Concejo Deliberante local la aprobación de cada comi-
sión vecinal. La misma ordenanza introducía pautas para ordenar
también ciertos aspectos de la vida asociativa. Además, regulaba
los vínculos intervecinales y prohibía toda injerencia en cuestiones
políticas, raciales o religiosas.
Básicamente, el objetivo de las asociaciones vecinales consis-
tía en influir en diversos aspectos de la agenda pública del gobierno
- 168 -
municipal, relacionados especialmente a problemáticas concretas
de su área de influencia. Asimismo, funcionaban como un mecanis-
mo (externo) de control de las acciones de la municipalidad, puesto
que promovían la participación y discusión de los ciudadanos en los
asuntos más variados, desde la ejecución de las obras públicas hasta
la estructuración de actividades recreativas. Es relevante destacar
que estos espacios asociativos constituyeron un importante canal
para la integración a la esfera pública de hombres y mujeres de di-
versos sectores sociales y nacionalidades a la par que consolidaron
formas modernas de participación en el espacio público, puesto que
estaban organizados en torno a un estatuto que preveía el cum-
plimiento de ciertas formalidades como sesionar en asambleas, la
elección de sus representantes, la rendición de cuentas, etc. No obs-
tante, lo más significativo fue que promovieron la estructuración y
defensa de las identidades barriales. En efecto, estas prácticas aso-
ciadas a la experiencia vecinalista reconocían antecedentes que se
remontaban a fines del siglo XIX con lo que se ha denominado el
boom de la experiencia asociativa y, más específicamente, con la
labor realizada por las entidades fomentistas. Sin embargo, toma-
ba distancia en otras prácticas, pues se administraban con recursos
propios sin solicitar subsidios de ningún tipo al gobierno comunal y
divulgaban sus actividades a través de la publicación de boletines.
Este último aspecto resulta importante, puesto que no solo mediati-
zaban sus reclamos, concepciones y opiniones sino que también en
ese proceso construían un entramado simbólico que reforzaba sus
identidades.
- 169 -
década los sectores más tradicionales de la UCR y sirve asimismo
para comprender por qué, a diferencia de lo ocurrido en la ciudad
de Córdoba, donde el 6 de septiembre el radicalismo organizó una
manifestación que recorrió las calles céntricas vivando a Hipólito
Yrigoyen, no se produjeran en Río Cuarto expresiones partidarias
de rechazo al golpe de estado.
A comienzos de 1931 la presión simultánea de los partidos po-
líticos, el Ejército y los principales medios de prensa había llevado
al gobierno de Uriburu a poner en suspenso los proyectos de inge-
niería institucional más ambiciosos del nacionalismo integrista y a
ensayar una salida electoral que, esperaba, se convirtiera en un acto
plebiscitario sobre su gestión. Sin embargo, el revés sufrido en los
comicios bonaerenses de abril de 1931, en los que triunfó el radica-
lismo, llevó -luego de su anulación- a un repliegue del gobierno y
a la convocatoria de elecciones de autoridades nacionales para no-
viembre. Esto tuvo su correlato en las provincias y municipalidades
que desde septiembre del año anterior se encontraban interveni-
das. Consecuentemente, el 27 de diciembre se realizaron elecciones
municipales en Río Cuarto. Pese a que, a nivel nacional y ante la
ausencia de garantías, el radicalismo había optado por retomar la
tradicional estrategia de la abstención, en la práctica abundaron los
intersticios para la participación en las contiendas electorales. En
este sentido, un conjunto importante de dirigentes y correligiona-
rios apoyaron abiertamente la fórmula encabezada por Carlos Vis-
mara, quien se presentaba a sí mismo como un administrador ajeno
a la política.
Producto tanto de un proceso de renovación interna de más
amplio alcance como de las características propias del radicalismo
riocuartense, hacia mediados de la década se produjo un recambio
dirigencial, tanto en los cargos partidarios como gubernamentales,
que pasaron de manos de los sectores más tradicionales a sectores
progresistas nucleados en torno a la figura de Amadeo Sabattini.
Entre otras consecuencias, esto provocó que los entonces desplaza-
dos buscaran otras alternativas de acceso al poder. En una primera
instancia fundaron una agrupación de alcance municipal que dis-
putó con el radicalismo la intendencia y, posteriormente, halló en
el naciente peronismo las posibilidades vedadas por su partido de
origen.
- 170 -
Durante los primeros años de gobierno peronista la ausencia de
elecciones municipales en la provincia de Córdoba hasta 1951 res-
pondió tanto a un proceso de centralización político-administrati-
va impulsada por el gobierno nacional como a la situación interna
del oficialismo (nos referimos aquí a los crecientes conflictos entre
las distintas fracciones pero también al proceso de centralización
funcional y geográfica experimentada por el peronismo en dicho
período). En este contexto tuvo lugar un proceso de nacionalización
de la política, el cual se vio reflejado en al menos cuatro aspectos:
en la concentración de los esfuerzos proselitistas en las elecciones
nacionales, en la centralización de la selección de los candidatos pe-
ronistas, en la resolución desde arriba de los conflictos intraparti-
darios del oficialismo y en el traslado al ámbito del Congreso de los
enfrentamientos interpartidarios locales.
- 171 -
respondía a un propósito administrativo, escapando de cualquiera
de las cuestionables prácticas de los partidos políticos.
No obstante, y eludiendo la abstención decretada por el par-
tido, contó con el franco apoyo electoral del radicalismo garzonista
de Río Cuarto. Esta ala de la UCR respondía al dirigente cordobés
Agustín Garzón Agulla, para quien la democracia no era sino el go-
bierno de los mejores para el bien de todos y que, pese a reconocerse
liberal, no ocultaba su fe católica; por el contrario, hacía de ella el
norte de sus decisiones políticas. En el espacio riocuartense este sec-
tor se hallaba liderado por el médico Felipe Gómez del Junco, quien
había estado a cargo del Hospital Antituberculoso durante la inter-
vención municipal entre 1930-1932 y luego apoyó decididamente
la candidatura de Vismara. Ésta se vio sustentada, asimismo, por el
voto de los sectores propietarios, industriales y comerciantes de la
ciudad.
El apoyo de unos y otros se vio, no obstante, sacudido en los
meses siguientes por al menos dos factores. En primer lugar, por el
plan de obras públicas proyectado por el Ejecutivo municipal ten-
diente a atemperar las consecuencias económicas y sociales de la
crisis de 1929, a las que ya hicimos referencia. En segundo lugar, por
la pública adscripción de Vismara al fascismo italiano. Aunque esta-
blecía una clara distinción entre éste y el criollo, su compromiso con
las organizaciones de derecha impulsaron una dura campaña en su
contra. Ambas cuestiones hicieron eclosión hacia fines de 1932.
En cuanto al primer factor, en octubre Vismara propuso la li-
citación de un plan de pavimentación e instalación de un sistema
cloacal domiciliario. El pago recaería sobre los propietarios, quienes
además de los pavimentos y cordones, deberían costear las vere-
das construidas o mejoradas y las cloacas instaladas. El plazo para
efectuar estos pagos era de ciento veinte meses, es decir, diez años,
con una tasa de interés del 8%, pudiendo también efectuarse un
solo pago al contado. Pese a que –con proporciones más acotadas–
finalmente fue concretada y con el paso de los años sería recordada
como punto inicial de la gran evolución edilicia que emprendió Río
Cuarto, esta propuesta despertó opiniones enfrentadas y tuvo inte-
resantes consecuencias para la política local.
Este plan provocó una división en las “fuerzas vivas” riocuar-
tenses, entre aquellas que le retiraron su respaldo y quienes se lo
- 172 -
renovaron. Entre las primeras se encontraban los sectores cons-
tructores y propietarios, quienes la rechazaron de plano, porque
significaba una competencia a sus propias ofertas privadas de obras
cloacales o no veían ventajoso hacer inversiones en propiedades
destinadas, en su mayoría, al alquiler. Entre las segundas encontra-
mos a la industria ladrillera y el comercio riocuartenses, que se ve-
rían beneficiados por esta política e hicieron público el aval que le
prestaban a la propuesta.
Concomitantemente, el hecho de que Vismara reconociera su
adscripción al fascismo italiano y participara de las reuniones de
organizaciones de derecha como la Acción Nacionalista Argentina
fue disparador para que se produjera un realineamiento político.
Para comprender este proceso deben considerarse varios aspectos.
Por una parte, tenemos que señalar que –merced al establecimien-
to del voto directo para las internas partidarias de la UCR– había
comenzado a producirse una renovación dirigencial dentro del
radicalismo riocuartense, como consecuencia de la cual los secto-
res más tradicionales del partido estaban siendo desplazados por
el ala sabattinista. Por otra parte, esta renovación se tradujo en un
cuestionamiento cada vez más explícito hacia aquellos sectores del
radicalismo que habían apoyado la candidatura de Vismara, tan-
to porque se había burlado la abstención establecida como por la
ideología fascista del intendente. Finalmente, las acusaciones de
“colaboracionismo” que recaían sobre los radicales garzonistas de
Río Cuarto y los rumores de vinculaciones –por asociación– con el
fascismo, llevaron a que a partir del mismo 1932 estos sectores no
solo le retiraran su apoyo sino que además iniciaran una dura cam-
paña en su contra.
Estos episodios tuvieron importantes consecuencias para la
vida política local. En primer lugar, se multiplicaron los actos de afir-
mación democrática y antifascista en la ciudad, viéndose coronados
en diciembre de 1934 con la oficialización del Frente Único Anti-
fascista. Esta experiencia constituyó un antecedente vanguardista
en la estrategia de conformación de frentes populares impulsada a
partir de 1935 por el VII Congreso de la Internacional Comunista
para enfrentar al fascismo, la cual llevaría una década más tarde a
la creación en la ciudad de la Agrupación Pro-Conciliación Nacional
para enfrentar las candidaturas peronistas. En segundo lugar, como
consecuencia de la discusión generada en torno al plan de obras
- 173 -
públicas proyectado por el Ejecutivo municipal quedó constituido
el Centro de Propietarios y Contribuyentes de Río Cuarto, entidad
que a partir de entonces tuvo una fuerte presencia en la toma de
decisiones atinentes a la administración comunal. En tercer lugar,
pese a su carácter corporativo, su conformación no estuvo exenta
de intereses partidarios. En efecto, tal como ya mencionamos, la
comisión encargada de redactar su estatuto estuvo integrada tanto
por el concejal Victorio Berti como por los dirigentes Felipe Gómez
del Junco y Teófilo Bermúdez, todos pertenecientes al ala garzonis-
ta del radicalismo local.
- 174 -
e infidelidad a la voluntad del pueblo, era un órgano político en de-
finitiva bancarrota. Aggiornaba así, al calor de los totalitarismos de
la época, su nacionalismo antiliberal; vinculado, por otra parte, al
férreo catolicismo que profesaba. Es decir, aunque presentaban im-
portantes divergencias en sus concepciones políticas, tanto Garzón
Agulla como Rodríguez integraban los sectores más tradicionales
dentro del radicalismo provincial.
Cuando en 1935 la UCR decidió el levantamiento de la absten-
ción y se aprestó a participar de las elecciones provinciales ambos
sectores se unieron para enfrentar la precandidatura de Amadeo
Sabattini. La disputa electoral, lejos de limitarse a un enfrentamien-
to entre dirigentes, remitía más bien a un clivaje ideológico, pues
frente a las propuestas restrictivas de Garzón Agulla y Rodríguez,
el sabattinismo aspiraba a una democracia integral que conjugara la
ciudadanía política con la social, su plataforma electoral contempla-
ba una reforma agraria e inclinaba la balanza hacia el trabajo en su
vínculo con el capital. Por otro lado, frente a la mentada fe católica
de los primeros, Sabattini se caracterizaba por su sesgo anticlerical.
Aunque al igual que a nivel provincial en dichas elecciones
triunfó la fórmula sabattinista, la lucha fue reñida y la diferencia
fue de solo 108 votos. El triunfo en el ámbito local fue más ajusta-
do: solo 73 votos separaron a Emilio Jautz de su contrincante gar-
zonista, Teófilo Bermúdez. No obstante fue suficiente para que la
prensa demócrata hablara de un corrimiento hacia la izquierda del
radicalismo. Ciertamente, se afianzaba la preeminencia sabattinista
en el ámbito riocuartense dado que para entonces también tenía en
sus manos los Comité de Circuito y Departamental. Sin embargo,
este predominio no dejaba de ser endeble, pues si a nivel provin-
cial la coincidencia en torno a las nuevas disposiciones que regían
las elecciones internas facilitó que las distintas fracciones aunaran
esfuerzos para encarar conjuntamente la campaña electoral contra
los demócratas, en Río Cuarto los conflictos internos no lograron
solucionarse y significaron el quebranto a la disciplina partidaria,
variando desde la abstención hasta la abierta oposición.
La tendencia rupturista que ya se había evidenciado en otras
oportunidades, se concretó finalmente en las próximas elecciones
internas para candidato a intendente realizadas en octubre de 1939.
En esa oportunidad la derrota sufrida por el garzonista Felipe Gó-
mez del Junco frente al sabattinista Ben Alfa Petrazzini llevó a una
- 175 -
escisión, con importantes consecuencias posteriores, dentro del
radicalismo riocuartense. En medio de denuncias por fraude, un
grupo de correligionarios encabezados por el vencido precandidato
decidió abandonar las filas de su partido y fundar la Unión Vecinal
de cara a las elecciones municipales a celebrarse al año siguiente.
En ellas, aunque fue derrotada nuevamente por el sabattinismo lo-
cal, dicha agrupación alcanzó un segundo puesto, desplazando así
al Partido Demócrata como primera minoría dentro del Concejo
Deliberante y excluyendo a la Liga de Defensa Comunal del mis-
mo. Estas elecciones evidenciaron un traspaso de electores desde el
Partido Demócrata y la UCR hacia la Unión Vecinal. En los años si-
guientes, tanto tus dirigentes como su electorado se volcarían hacia
el naciente peronismo.
Ciertamente, luego de dos años de gobiernos castrenses insti-
tuidos a partir de la “Revolución de junio”, hacia mediados de 1945
comenzó un deliberado recambio de autoridades provinciales, de-
partamentales y municipales, que de manos de militares pasaron a
civiles vinculados al radicalismo antisabattinista. En el ámbito rio-
cuartense los cargos públicos recayeron en figuras provenientes del
garzonismo. Entre sus filas, se destacaba Felipe Gómez del Junco,
quien fue designado comisionado municipal en agosto. Dado que
sería la vertiente más conservadora del radicalismo la que nutriría
de dirigentes al naciente peronismo, resulta pertinente suponer un
traspaso de ciertos rasgos de una cultura política tradicional carac-
terizada por la desconfianza y hasta un cierto desprecio por la de-
mocracia interna y el disenso político. Este proceso tendría impor-
tantes consecuencias no solo para la conformación originaria del
peronismo riocuartense sino también para su dinámica relacional
con los demás partidos.
Con respecto a la primera, podemos decir que encontramos
en ella un neto predominio del radicalismo renovador, liderado por
Gómez del Junco, por sobre el laborismo y –como ya mencionamo
– de los sectores medios y profesionales sobre los obreros. Probable-
mente por esta razón los conflictos al interior del peronismo en los
años siguientes estuvieron casi netamente recluidos dentro del ala
radical. Como veremos en el próximo apartado, estas disputas intra-
partidarias pondrían en evidencia no solamente la estrecha vincu-
lación partido/Estado sino también las contradicciones, resistencias
y disyuntivas despertadas entre los peronistas riocuartenses por
- 176 -
los sucesivos intentos de organización partidaria propuestos bajo el
impulso de Perón.
- 177 -
peso fundamental las figuras del comisionado municipal y la del
jefe político. Devenidos en botín anhelado por los distintos núcleos
internos del peronismo, los circunstanciales detentadores de ambos
cargos cumplieron un importante rol en los procesos de conforma-
ción y consolidación del partido gobernante, tanto hacia su interior
como respecto a las otras fuerzas políticas. Frente al monopolio del
poder público en manos del peronismo, cuya cara visible era la fi-
gura del comisionado, la oposición recurrió a otras formas de par-
ticipación política, tales como la apelación a la opinión pública a
través de la prensa local o el reclamo ante instancias superiores de
decisión.
Este proceso de centralización administrativa tuvo como co-
rrelato otro de nacionalización de la política, plasmado en una se-
rie de aristas concatenadas entre sí. En primer lugar, la selección de
candidatos peronistas se realizaba en forma centralizada, por Perón
y desde Buenos Aires: ocurrió esto tanto en las elecciones de 1948
como en las de 1951, no solo para los ámbitos nacional y provincial
(donde, por ejemplo, se impuso la candidatura a gobernador de un
extraño a las estructuras partidarias como el brigadier San Martín)
sino también en las municipales, puesto que el listado de los candi-
datos a intendente de las distintas localidades cordobesas llegaba
desde la capital nacional. En segundo lugar, los conflictos intrapar-
tidarios del oficialismo eran resueltos por la cúpula partidaria. Si-
tuación que se tradujo, por una parte, en el ámbito gubernamental
(dado el monopolio del poder en manos peronistas) en los sucesivos
recambios de los jefes políticos y comisionados municipales, cuya
permanencia o remoción del cargo dependía de su buen entendi-
miento con las autoridades nacionales; por la otra, en que, a nivel
partidario, eran sus vinculaciones con las altas esferas del Partido
Peronista y del gobiernos las que permitían el acceso de determina-
das figuras a los cargos partidarios y no el voto de los afiliados. En
tercer lugar, los enfrentamientos entre dirigentes provinciales del
peronismo y el radicalismo se trasladaron al ámbito del Congreso
Nacional. Un ejemplo de ello fue el reto a duelo, finalmente frustra-
do, entre el senador nacional Felipe Gómez del Junco y el diputado
nacional Miguel Ángel Zavala Ortiz, ambos oriundos de Río Cuarto,
cuyas antiguas diferencias nacidas en la política departamental, al-
canzaron un nuevo brío al calor de la labor legislativa nacional. Fi-
nalmente, el proceso de nacionalización de la política se expresó en
la concentración de los esfuerzos proselitistas de los distintos par-
- 178 -
tidos actuantes en la provincia en las elecciones nacionales, prin-
cipalmente en las legislativas, puesto que eran las que brindaban
mayores posibilidades de acceso al poder público.
Todas estas instancias electorales estuvieron atravesadas por
el doble discurso oficialista pregonando, por una parte, el respeto de
las libertades políticas de los ciudadanos y, por el otro, efectuando
procedimientos arbitrarios que coartaban las actividades proselitis-
tas de la oposición. Éstos iban desde la prohibición de efectuar actos
públicos, hasta la interrupción violenta por elementos del peronis-
mo con la aquiescencia de las autoridades policiales, pasando por
su traslado a zonas extracéntricas de la ciudad o la imposibilidad
de publicitarlos y la posterior detención de quienes hacían uso de
la palabra en ellos, acusados generalmente de desacato a la figura
presidencial. Asimismo, a estas restricciones se le sumaron los cam-
bios introducidos unilateralmente por el oficialismo en las reglas
del juego político a través de la sanción (impuesta por la mayoría
absoluta con que contaba en el Congreso Nacional) de un conjunto
de disposiciones legales que modificaron profundamente el espacio
político en que debían desenvolverse los partidos.
Las elecciones municipales celebradas en noviembre de 1951
estuvieron lejos de significar la inauguración de la proclamada nor-
malización institucional. Por el contrario, estos comicios se vieron
restringidos a un exiguo número de localidades, entre las que Río
Cuarto fue una de las privilegiadas que eligió tanto intendente
como Concejo Deliberativo. Habiéndose concentrado el voto en los
partidos peronista y radical, y dadas las modificaciones introduci-
das en la ley orgánica municipal, el primero obtuvo una mayoría
absoluta en el legislativo municipal con ocho concejales frente a los
cuatro de la minoría. Esto implicó que, cuando así lo quiso, el ofi-
cialismo peronista pudo imponer sus decisiones automáticamente.
Sin embargo, como esto no obstó para que los representantes radi-
cales presentaran sus argumentos e, incluso, elevaran sus informes
en disidencia, sus pares peronistas frecuentemente recurrieron a
prácticas tendientes a restringir el derecho de aquellos a ejercer la
oposición e imponer la propia postura de manera hegemónica.
No obstante lo anterior, en aquellas ocasiones en que el Ejecu-
tivo municipal intentó avanzar sobre las atribuciones del Concejo
Deliberativo o el Estado provincial sobre el municipal, oficialismo y
oposición actuaron conjuntamente. Asimismo, cuando se trataron
- 179 -
ordenanzas que implicaban mejoras laborales para los trabajadores
municipales o beneficios sociales para los sectores menos pudientes
de la ciudad, peronistas y radicales decidieron consensuadamente.
Esto no fue óbice, empero, para que permanentemente afloraran en
el legislativo local el enfrentamiento peronismo/antiperonismo que
por entonces atravesaba a la sociedad argentina.
Paradójicamente, en medio del acrecentamiento de la violen-
cia en las relaciones entre oficialismo y oposición, el Concejo Deli-
berante que asumió en junio de 1955 se caracterizó por la búsqueda
tanto de una toma de decisiones basada en el consenso como de una
resolución pactada de los conflictos emergentes. Dada la coinciden-
cia establecida entre elecciones nacionales, provinciales y munici-
pales, había sido elegido con más de un año de anticipación, en abril
de 1954. Su vida fue, sin embargo, por demás exigua: habiéndose
cerrado las sesiones ordinarias a fines de agosto de 1955, el golpe de
Estado de septiembre impediría su habitual convocatoria a sesiones
extraordinarias y el recinto quedaría nuevamente cerrado hasta
mayo de 1958.
Atravesados por el conflicto del gobierno nacional con la igle-
sia católica, los últimos meses de gobierno peronista se caracteri-
zaron en Río Cuarto por la creciente efervescencia, no solo de los
partidos políticos opositores sino también de los sectores estudian-
tiles y profesionales que, en el marco del paro y las protestas por la
muerte del médico rosarino Juan Ingalinella, estallaron en agosto
de 1955. Fue en este contexto que, pocos días más tarde se organi-
zó en el comando de la 4ª Región Militar con sede en Río Cuarto
el primer paso hacia un levantamiento que, aunque entonces re-
sultara precipitado, aceleró la marcha de los acontecimientos que
desembocarían en el golpe de Estado del 16 de septiembre. Entre
los conspiradores locales, al igual que en la ciudad de Córdoba, no
se encontraban solamente militares, sino que tuvo una importan-
cia fundamental el componente civil. Esto quedó evidenciado tanto
en el desarrollo de la “Revolución Libertadora”, como en el gobierno
surgido de la misma: si a cargo de la provincia fue colocado quien
encabezó el levantamiento militar en Río Cuarto, el general Dalmi-
ro Videla Balaguer, el puesto de comisionado municipal de esta ciu-
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Sobre los autores
- 199 -
María Rosa Carbonari. Profesora en Historia por la Univer-
sidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Magister en Educación por
la Universidade Federal de Santa Maria, Rio Grande do Sul, Brasil
y Doctora en Historia por la Universidade Federal Fluminense, Ni-
terói, Rio de Janeiro, Brasil. Es Profesora Asociada en las cátedras
Introducción a la Historia y a las Ciencias Sociales y Seminario de
Historia Regional e Investigadora categorizada II en el Sistema de
Investigación Nacional. Ha sido Coordinadora del Centro de Inves-
tigaciones Históricas de la UNRC e integra la Junta Académica del
Doctorado en Ciencias Sociales de la UNRC. Ha dictado cursos y se-
minarios de posgrado sobre Historia, Ciencias Sociales y cuestiones
de Historia Regional y de Frontera en distintos centros académicos
del país y el extranjero. Cuenta con libros publicados sobre la pobla-
ción de la región del río Cuarto según los censos de 1778 y de 1813
así como varios artículos referidos al pasado colonial de la región
del Río Cuarto y sobre la conformación de la Villa de la Concepción
y su jurisdicción. Actualmente dirige el Proyecto de Investigación
Río Cuarto: la ciudad y la región. Procesos y actores en perspectiva
histórica.
- 201 -
Gabriel Fernando Carini. Profesor en Historia, Licenciado en
Historia y Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacio-
nal de Río Cuarto (UNRC); Doctor en Historia por la Universidad
Nacional de Córdoba (UNC). Becario posdoctoral del Consejo Nacio-
nal de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Ayudante
de Primera en la cátedra de Historia Americana: Crisis y Organi-
zación (1810-1930) de las carreras de Profesorado y Licenciatura en
Historia, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas
de la UNRC. Profesor Asistente en la cátedra de Historia Argentina
II del Profesorado y Licenciatura en Historia, Escuela de Historia,
Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Secretario del Cen-
tro de Investigaciones Históricas de la UNRC. Participa en equipos
de investigación acreditados en la UNRC y la UNC sobre diversos
aspectos vinculados al mundo rural de fines del siglo XX y princi-
pios del siglo XXI. Entre sus publicaciones se destaca el libro El agro
pampeano cordobés en el siglo XX: entramados productivos, políticos
y sociales desde una perspectiva histórica.
María Celeste Armas. Profesora y Licenciada en Historia por
la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Becaria doctoral del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET). Colabora como docente en las cátedras de Introducción a la
Historia y a las Ciencias Sociales y Seminario de Historia Regional
de las carreras de Profesorado y Licenciatura en Historia, Departa-
mento de Historia de la UNRC. Participa como integrante del pro-
yecto de investigación “Río Cuarto: la ciudad y la región. Procesos
y actores en perspectiva histórica” a cargo de la Dra. María Rosa
Carbonari. Su tema de investigación aborda las múltiples relaciones
entre el comercio y la política en la ciudad de Río Cuarto hacia fines
del siglo XIX y los primeros años del siglo XX.
Rebeca Camaño Semprini. Profesora y Licenciada en Histo-
ria por la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Magíster en
Partidos Políticos por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y
Doctora en Historia por esa misma unidad académica. Becaria doc-
toral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET). Profesora Asistente en el Área de Historia Política Con-
temporánea, Facultad de Ciencias Sociales de la UNC con extensión
al Seminario Historia Política de Córdoba de la Escuela de Historia,
Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Posee publicacio-
nes en destacadas revistas nacionales e internacionales sobre las
- 202 -
dinámicas entre oficialismo y oposición en espacios locales y sobre
las relaciones entre partidos políticos e Iglesia en Córdoba durante
la primera mitad del siglo XX. Ha escrito Peronismo y poder muni-
cipal. De los orígenes al gobierno en Río Cuarto (Córdoba, 1943-1955)
y co-compilado Río Cuarto en tiempos del primer peronismo. Aproxi-
maciones desde la Historia.
Sergio Daghero. Profesor y Licenciado en Historia por la
Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Maestrante en Cien-
cias Sociales por la UNRC. Fue becario de la Secretaria de Ciencia
y Técnica de la UNRC. Participa como integrante del proyecto de
investigación “Río Cuarto: la ciudad y la región. Procesos y actores
en perspectiva histórica” a cargo de la Dra. María Rosa Carbonari.
Ha publicado el libro Avellaneda y Roca: frontera y poder.
Karina Martina. Profesora en Historia por la Universidad
Nacional de Río Cuarto (UNRC). Doctoranda en Historia por la Uni-
versidad Nacional de Córdoba (UNC). Becaria doctoral del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Cola-
bora como docente en la cátedra de Seminario de Historia Regional
de las carreras de Profesorado y Licenciatura en Historia, Departa-
mento de Historia de la UNRC. Participa como integrante del pro-
yecto de investigación “Río Cuarto: la ciudad y la región. Procesos
y actores en perspectiva histórica” a cargo de la Dra. María Rosa
Carbonari y es miembro del Programa de Investigación de Historia
Política de Córdoba radicado en el Centro de Estudios Avanzados,
Facultad de Ciencias Sociales de la UNC. Estudia diferentes aspectos
relacionados con la participación política del Partido Socialista en
localidades del sur de Córdoba durante la primera mitad del siglo
XX.
Silvina Miskovski. Profesora en Historia por la Universidad
Nacional de Río Cuarto (UNRC). Maestrante en Ciencias Sociales por
esa misma unidad académica. Fue becaria de la Secretaria de Cien-
cia y Técnica de la UNRC. Se desempeña como Ayudante de Prime-
ra en la cátedra Didáctica de los Procesos Históricos correspondien-
te al Profesorado en Historia, Departamento de Historia, Facultad
de Ciencias Humanas de la UNRC. Participa como integrante del
proyecto de investigación “Río Cuarto: la ciudad y la región. Proce-
sos y actores en perspectiva histórica” a cargo de la Dra. María Rosa
Carbonari. Ha finalizado su tesis de Maestría en Ciencias Sociales
(UNRC) sobre las estrategias políticas de la élite entre 1810 y 1820.
- 203 -
Luciano Nicola Dapelo. Licenciado en Historia por la Univer-
sidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). Es doctorando en Historia
por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Becario doctoral del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET). Colabora como docente en la cátedra de Seminario de Historia
Regional de las carreras de Profesorado y Licenciatura en Historia,
Departamento de Historia de la UNRC. Participa como integrante
del proyecto de investigación “Río Cuarto: la ciudad y la región. Pro-
cesos y actores en perspectiva histórica” a cargo de la Dra. María
Rosa Carbonari. Su tesis indaga las facciones y participación políti-
ca de las elites del sur de Córdoba en el marco de la consolidación de
la “Argentina Moderna” (1870-1892).
- 204 -
La presente edición se terminó de imprimir en marzo de 2018, con una
tirada de 300 ejemplares, en la Universidad Nacional de Río Cuarto,
Ruta Nacional 36 Km 601, X5804BYA, Río Cuarto, Córdoba, Argentina