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Contra El Aggiornamento Secularizante. Fray Ceslas Spicq O.P

El Padre Ceslas Spicq se opone a la "actualización" o "renovación" de la Orden Dominica propuesta después del Concilio Vaticano II, argumentando que podría conducir a la secularización y relajación de la vida religiosa. Defiende que la Orden debe mantener su ideal original de predicar y difundir la Palabra de Dios establecido por Santo Domingo, a través de la oración, las observancias y la austeridad de la vida religiosa. Ve el futuro de la Orden en permanecer fiel a su vocación

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Contra El Aggiornamento Secularizante. Fray Ceslas Spicq O.P

El Padre Ceslas Spicq se opone a la "actualización" o "renovación" de la Orden Dominica propuesta después del Concilio Vaticano II, argumentando que podría conducir a la secularización y relajación de la vida religiosa. Defiende que la Orden debe mantener su ideal original de predicar y difundir la Palabra de Dios establecido por Santo Domingo, a través de la oración, las observancias y la austeridad de la vida religiosa. Ve el futuro de la Orden en permanecer fiel a su vocación

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Contra el aggiornamento secularizante.

Este pequeño escrito de Fray Ceslas Spicq O.P. está en el libro "Proceso a los
dominicos" de Ángel Garijo del año 1968 y constituye la respuesta a las preguntas
que allí se formulan a varios miembros de la Orden: ¿Por qué eligió la Orden
dominicana? ¿Necesita la Orden de una puesta al día? ¿Cuál es el ideal de la Orden?
¿Cuál es el puesto de la Orden en la Iglesia y en el mundo de hoy? ¿Cómo ve el
futuro de la Orden?

Es importante este testimonio del Padre Spicq contra el "aggiornameto"


—actualización, renovación o puesta al día— ya que en el post concilio este vocablo
fue transformado en un "slogan" y hasta en un dogma con el cual se ha buscado la
secularización y relajación de la vida religiosa. El exegeta advierte del peligro de este
aggiornameto apelando a las Palabras de Cristo con las cuales es rematado el sermón
de las Bienaventuranzas: "Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa,
¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y
pisoteada por los hombres" (Mt, 5, 13). La renovación o reforma de la vida religiosa
no puede tener otro sentido sino el de crecer en fidelidad a los santos fundadores y
sus escritos siguiendo aquello que la Palabra de Dios nos exhorta claramente:
"Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la palabra de Dios:
reflexionando sobre el desenlace de su vida [el martirio] imitad su fe. Jesucristo es el
mismo hoy que ayer, y para siempre. No os dejéis extraviar por doctrinas llamativas y
extrañas" (Heb 13,7-9a). La renovación de la Iglesia no puede hacerse sino por
mayor fidelidad al don recibido por la Tradición (Cf. 2 Thes 2, 15) y a través de que
cada alma reavive la gracia que recibió por los sacramentos (Cf. 2 Tm 1, 6).

Hay que tener en cuenta que la vida religiosa de la Orden, defendida aquí con todas
sus exigencias y austeridades, gracias a la sabiduría de Santo Domingo, el Beato
Humberto de Romans, Santo Tomas de Aquino y tantos otros santos, siempre ha
gozado de la salud —a pesar de momentos de decadencia muy grandes como los que
tuvo que enfrentar San Juan Dominici— que la talla de estos santos medievales le
dieron. Esta aclaración es importante hacerla porque antes del concilio Vaticano II no
toda la vida religiosa gozaba de la salud que tenia la Orden. La Orden de
Predicadores no sufrió lo que el Padre Castellani describe ampliamente en sus
escritos sobre cómo los jesuítas de antes del Concilio habían desvirtuado el espíritu
de su fundador a través del rigorismo. Con el pretexto de este rigorismo y con el
dogma del aggiornameto se ha extendido como una plaga el laxismo y secularización
que hoy sufrimos.

Fray Guido Casillo OP


CESLAS SPICQ

Profesor ordinario en la facultad de teología de la Universidad


de Friburgo.
Profesor extraordinario en Le Saulchoir.
Ha escrito numerosas obras de exégesis. Algunas de ellas:
Théologie morale du Nouveau Testament; Agape, prolégomènes
a una ét. theól. néotestamentaire; Le philonisme de l'Ep. aux
Hébr., etc.

Hacia la edad de quince años, en el colegio de Sainte Croix


(Neuillys-Seine), decidí e n t r a r en la Orden de santo Domin-
go. Me movió a ello una doble razón: primera, garantizar la
santidad de mi vida personal por una vida religiosa austera,
y consagrar particularmente largo tiempo a la oración; se-
gundo, predicar y contribuir a la salvación de las almas.
Me sentí atraído hacia la Orden por el ejemplo y la se-
ducción de numerosos dominicos que predicaban retiros en
el colegio, y sobre todo, el provincial de Francia, padre Louis,
que llegaría a ser socio del maestro general padre Gillet. Su
vida de auténticos religiosos me seducía.
Mis "intenciones" dominicanas iniciales no h a n cambiado,
después de e n t r a r en la Orden. Cuando fui nombrado "cole-
gial", después lector, intenté oponerme, pero en vano, p a r a
poder consagrarme exclusivamente a la predicación. Pero
ahora, ya profesor, dedico mis vacaciones al ministerio apos-
tólico, sobre todo, entre sacerdotes, religiosos y religiosas.

Yo soy muy severo p a r a la pretendida "renovación" de la


Orden, tal como se plantea desde hace algunos años. Nues-
tras constituciones son excelentes y siempre actuales. No son
los textos o la institución lo que se h a de modificar sino los
hombres. Es cada religioso el que debe reformarse, es decir,
vivir integralmente el ideal dominicano, inmutable desde h a -
ce siete siglos.
En efecto, los "reformadores" nos t r a t a n como niños; de
una parte, por el camino de la facilidad; de otra, por " m é -
todos" o "recetas" prácticas, siendo asi que de lo que tenemos
necesidad es de un suplemento de alma. Ante todo, m a n t e n e r
la oración contemplativa (ahora bien se "disminuye" el bre-
viario), porque el apóstol es esencialmente un hombre de
Dios; ser fiel a las observancias, particularmente el silencio
—el dominico de 1968 es un hablador— y la abstinencia: el
pescado (que, sin embargo, hoy se puede comprar), es el ali-
mento más sano para sedentarios e intelectuales. La salud
pide, es verdad, que se suprima el oficio nocturno, pero la
parte penitencial de nuestra vida, heredada de santo Do-
mingo, es exigida a un predicador que "redime" las almas
siguiendo a Jesucristo. Temo que el "aggiornamento" sea un
desvirtuamiento de la sal. Prácticamente la vida de los domi-
nicos contemporáneos es más confortable y cómoda que la
del clero secular y apenas se ve que es un estado de perfec-
ción. Las adaptaciones mínimas que se h a n de hacer no nece-
sitan de t a n t a s encuestas y diálogos; su finalidad debe ser
tornar más adecuada la tendencia a la plenitud de la cari-
dad; la eficacia viene casi exclusivamente de la revelación
de la felicidad de la vida del religioso que vive de Dios. Así
santo Domingo se mostraba siempre sonriente y alegre; nues-
tro Señor ponía las bienaventuranzas a la cabeza de sus pre-
dicaciones.

El fin específico de la Orden de santo Domingo es la sal-


vación de las almas por la predicación de la Palabra de Dios.
Ahora bien, nadie tiene derecho a discutir o modificar el fin
de la Orden (se pueden crear nuevos Institutos...)- Es un fin
eterno, puesto que fue el fin mismo del Hijo de Dios sobre la
tierra y objeto de la misión de los Apóstoles. Precisamente
esta "vita apostólica" es la que santo Domingo quiso actua-
lizar.
Es un apostolado de luz que requiere, cada vez más, estu-
dio y ciencia, más concretamente "sacra doctrina". En 1968,
la Orden ha adoptado prácticamente la concepción del apos-
tolado de los jesuítas: adaptarse al mundo ambiente, llevar a
los hombres valores humanos. Ahora bien, la noción domi­
nicana del apostolado es dar a Dios por medio de un hombre
lleno de Dios (por eso es religioso). Que cada uno en la Iglesia
sea fiel a su carisma y guarde el sitio en que Dios le ha
puesto.
Otros pueden tener actividades diferentes y legitimas, pero
la finalidad de los dominicos será siempre "dar a conocer a
Dios y a su enviado Jesucristo" (Jn. 17, 3); por tanto, actuali­
zar el evangelio. Yo no conozco ninguna otra Orden que tenga
como ideal consagrarse a divulgar la Revelación —la Palabra
que da la vida— en toda su pureza.
En cuanto a los medios p a r a ejercer este apostolado, va­
n a n según los paises y su grado de fe. Es punto que se ha de
examinar en cada caso; pero parece dificil y poco aconsejable
establecer "leyes" p a r a todas las provincias. Yo me inquieto
viendo a tantos dominicos ignorar lo especifico de la Orden
y copiar a los capuchinos, jesuitas y sacerdotes obreros.
La Orden de santo Domingo es más actual y urgente en
nuestros dias que lo fue nunca. Siempre ha sido necesario
n u t r i r y educar la fe de los fieles por la Palabra de Dios, pero
hoy es t a n t o más necesario combatir el ateísmo. El lugar del
encuentro (y de victoria) del reino de Dios y del reino de
S a t á n es el terreno del conocimiento; ahora bien, sólo los
dominicos poseen por gracia y por tradición, un capital de
verdad que permite combatir el error. Lo que santo Tomás
hizo en teología y el padre Lagrange en exégesis, hay que re­
novarlo y extenderlo a todos los campos, especialmente al
moral (renovación mediante el estudio de la medicina), al
sicológico, al social y al financiero (moral de los negocios),
etcétera, especialmente contra el comunismo. No que haya que
insertarse en lo temporal, sino que se ha de mostrar la luz
de la fe en el trato de las realidades materiales y en la vida
concreta de los hombres.
Esto exige de cada uno de nosotros: primero, una intensi­
dad de trabajo superior a la de los otros religiosos, puesto que
estamos en la fuente; segundo, una óptica muy pura, sin
compromiso con las finalidades terrestres, con frecuencia im­
p u r a s ; tercero, saber hablar la lengua de nuestros contem­
poráneos.
En una palabra, no hay necesidad de cambiar la Orden;
es necesario que sea más plenamente ella misma. No se t r a t a
de textos, de métodos y de adaptaciones. Se necesitan hom-
bres, religiosos auténticos, personas vivas, que piensan, que
aman, que trabajan, que predican. Será su calidad personal
lo que seducirá a los contemporáneos: "¡Somos el buen olor
de Cristo!".
En cuanto al futuro de la Orden, no tengo ninguna idea y
además no me interesa. Solamente sé que h a b r á que predicar
el evangelio h a s t a el fin del mundo, y que la Orden de santo
Domingo será siempre actual y el principal agente del reino
de Dios, en la medida en que sea fiel a su vocación apostólica:
enseñanza, proclamación de la verdad divina.
El medio de asegurar el futuro, es no admitir en la Orden
más que vocaciones auténticamente dominicanas; en muchas
provincias, hay u n a proporción demasiado elevada de novi-
cios cuyo puesto más adecuado sería el de vicarios de p a r r o -
quias o el de pasteleros; llegados a "padres", buscan restrin-
gir y definir el ideal de la Orden según su propia dimensión.
Todo el malestar actual viene de este reclutamiento realiza-
do a nivel más bajo o mediocre.

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