RESEÑA CRÍTICA: EL DIECIOCHO BRUMARIO DE LUIS BONAPARTE
Pablo Piñeros Jaramillo
Sociología & Política
Universidad de Antioquia
Dicen popularmente que las segundas partes nunca fueron buenas. Esto incluso lo
menciona Miguel de Cervantes en su obra Don Quijote de la Mancha1. Karl Marx, por su lado,
prefiere afirmarlo de otra manera: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y
personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó
agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Así es como comienza su libro El
dieciocho Brumario de Luis Bonaparte2, obra donde realiza un análisis de coyuntura política sobre
el periodo denominado como La Segunda República francesa.
Marx, a la hora de abordar este periodo, va más allá de hacer una narración plana sobre los
hechos ocurridos. Sus líneas demuestran la manera como va otorgándole un significado propio a
los actores y a los acontecimientos, creando así un panorama especial en cada lector. De este modo,
logra demostrar cómo se desencadenó toda la farsa política acontecida durante la Segunda
República francesa (que va desde la caída de la Monarquía de Julio en febrero de 1848, pasando
por la presidencia de Luis Bonaparte —sobrino del dictador francés Napoleón Bonaparte—, hasta
el golpe de Estado que este realiza el 2 de diciembre de 1851), sumándole un singular enfoque en
la lucha de clases en el país.
Una de las principales ideas que el autor plasma en su libro es la manipulación y el
aprovechamiento de la burguesía frente al proletariado como recurso para mantener sus intereses
de clase. Tras la caída del rey burgués Luis Felipe de Orleans en 1848 y la consecuente
proclamación de la Segunda República (erigida bajo los “ideales de la Revolución Francesa”), la
clase burguesa fue acudiendo a estrategias que reafirmaban su posición como clase dominante. El
4 de mayo de 1848 se reúne la Asamblea Constituyente, con mayoría republicana liberal, la cual
fue producto de una votación marcada por el miedo de la burguesía hacia las vibras revolucionarias
del momento y la tradición conservadora del país. Esta asamblea poseía un marcado carácter
burgués y contrarrevolucionario.
A la monarquía burguesa de Luis Felipe solo puede suceder la república burguesa; es decir,
que si en nombre del rey, había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora
dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. (Marx, 1974, p. 36)
Cuando el proletariado cayó en cuenta de la jugada de la burguesía, salió a protestar. No
obstante, sus revueltas —recordadas como la Insurrección de Junio— tuvieron un duro desenlace
1
Segunda parte, capítulo IV: Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas,
con otros sucesos dignos de saberse y de contarse. 1615.
2
La edición que se referenciará a lo largo del trabajo es la publicada por la editorial La Oveja Negra, impresa en
Medellín en noviembre de 1974. Se publica de acuerdo con el texto de la segunda edición del libro, corregida por
Marx y publicada como folleto en Hamburgo, en 1869.
para la clase históricamente dominada debido a su fracaso. Ya era demasiado tarde: los burgueses
habían traicionado la revolución y sometían, para su propio provecho, al nuevo modelo de
república. “Ciertamente, la derrota de los insurrectos de Junio había preparado, allanado, el terreno
en que podía cimentarse y erigirse la república burguesa” (p. 38).
El análisis que Marx realiza sobre cada una de las clases sociales resulta bastante
trascendente. Más que simples estratificaciones de la sociedad, las clases poseen según él
características que pueden ser interpretadas como humanas: razonan, poseen necesidades y actúan
en pro de estas y sobre todo, construyen actitudes y personalidades propias. Surgen, entonces, seres
inteligentes que responden en unidad a los deseos de quienes los conforman. Por ejemplo, la
construcción que hace Marx sobre la burguesía la determina como un ser caprichoso, autoritario,
cuyo mayor anhelo es su mantención en el poder —así haya que recurrir a métodos cuestionables
e incluso maquiavélicos—.
La fracción burguesa republicana, que había venido considerándose desde hacía mucho
tiempo como la legítima heredera de la monarquía de Julio, se vio así superada en su ideal,
pero no llegó al poder como soñara bajo Luis Felipe, por una revuelta liberal de la burguesía
contra el trono, sino por una insurrección, sofocada a cañonazos, del proletariado contra el
capital. (p. 45)
Sin embargo, la clase burguesa también tenía sus choques internos, en principio por dos
tradiciones primordiales: los legitimistas —cuya historia se remonta a la época de La Restauración
Francesa, que apoyaba el restablecimiento del reinado de la Casa de Borbón— y los orleanistas
—apetentes de la Monarquía de Julio—. A pesar de esto, logran unirse bajo una misma cabeza
debido a su papel como burgueses, creando así el partido del orden; y, bajo el manto de la
república, consiguen hacer respetar la mayoría de sus intereses. “Aquí, en la república francesa,
no ostentaba el nombre de Borbón ni el de Orleans, sino el nombre de Capital; [las clases
dominantes] habían encontrado la forma de gobierno bajo la cual podían dominar conjuntamente”
(p. 58).
Otra edificación clave del libro gira en torno a la figura de Luis Bonaparte. Para Marx, el
sobrino de Napoleón Bonaparte era un ser mediocre, cuya mayor “virtud” era su parentesco con el
antiguo dictador. Antes de ser elegido como presidente, ya poseía una imagen favorable dentro de
la burguesía (que en últimas fue la razón por la que logró asumir su puesto como encarnación del
espíritu nacional).
La burguesía industrial le estaba agradecida por su defensa servil del sistema proteccionista
francés, que él, sin embargo, acogía por razones más bien nacionales que nacional-
económicas; la burguesía, en conjunto, le estaba agradecida por sus venenosas denuncias
contra el comunismo y el socialismo. (p. 43)
Durante el desarrollo del libro se van evidenciando dos elementos clave: primero, que la
burguesía, a pesar de sus contradicciones, está dispuesta a proceder en contra de cualquier indicio
de revolución que suponga su subordinación —la abolición del sufragio universal en mayo de
1850, por ejemplo—; segundo, que Luis Bonaparte no poseía escrúpulo alguno, decidiéndose por
estrategias políticas deshonestas y oportunistas en pro de su mantención y legitimación en el poder.
Esto se demuestra en su recorrido político, comenzando con su apoyo incondicional al partido del
orden, pasando después en la búsqueda de soporte en el lumpenproletariado (fundamentalmente
con la creación de la Sociedad del 10 de diciembre) y finalmente con el golpe de Estado.
El desarrollo de la Segunda República, la presidencia de Luis Bonaparte, el fracaso de la
revolución y el sometimiento del proletariado reafirman la tesis de Marx sobre la farsa de las
segundas partes. La Primera República y posterior su fracaso con la instauración de la monarquía
de Napoleón Bonaparte fueron su inspiración trágica. “La tradición de todas las generaciones
muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (p. 23). Así, en pocas palabras, Marx
logra condensar el periodo de la Segunda República.
Para un apropiado análisis coyuntural, Marx recurre a variadas fuentes y metodologías. Por
un lado, hace uso de la literatura universal, de la mitología y de analogías para complementar la
comprensión del periodo abarcado. Por ejemplo: “Tetis, la diosa del mar, había profetizado a
Aquiles que moriría en la flor de la juventud. La Constitución [de 1848], que tiene su punto
vulnerable, como Aquiles, tenía también como este el presentimiento de que moriría de muerte
prematura” (pp. 51 – 52). De esta manera, el autor logra facilita la comprensión de los sucesos (en
este caso, la condena de muerte que desde su inicio tenía la Constitución).
Otro recurso utilizado por Marx es la comparación. Tomar en cuenta el peso del pasado
(haciendo alusión otra vez a su tesis de tragedia-farsa) y también considerar los contextos que se
vivían en otros países fortalece las afirmaciones que enuncia. Por ejemplo, cuando analiza en
conjunto el revés económico que sufrió Francia a principios de 1851 con el mismo revés que sufría
Inglaterra en aquel momento —debido a la crisis del sector textil— demuestra un buen dominio
sobre las verdaderas causales de dicha problemática, que a fin de cuentas influían sobre la
coyuntura francesa. El cuidadoso conocimiento sobre la historia francesa, acompañado también de
la historia universal, logra que el análisis de coyuntura producido por Marx sea completamente
satisfactorio, enriquecido además por el uso de analogías, la sátira política y otros recursos
literarios.
Finalmente, para Marx es muy importante el establecimiento de las temporalidades. A lo
largo del libro hace una reiterada distinción entre estas, para así comprender adecuadamente la
totalidad del fenómeno. Por ello, se fijan las nociones de Periodo de Febrero (Prólogo de la
revolución), la fundación de la República Burguesa, la dictadura de los republicanos burgueses
puros, la República constitucional, la dictadura parlamentaria del partido del orden, entre otras
más.
Si bien Marx, a lo largo del libro, logra construir una imagen indecorosa e inmoral de Luis
Bonaparte, personalmente difiero con esta construcción en ciertos momentos. Si bien Bonaparte
fue un personaje deplorable durante el periodo que encabezó al Estado francés, siento que no se
puede negar su inteligencia a la hora de encaminar su estrategia política. En todo momento buscó,
primero, tener un respaldo que lo legitimara, y segundo, librarse de aquello que estaba en su contra
—esto se demuestra, por ejemplo, con el nombramiento y la posterior destitución del ministerio
Barrot-Falloux—. Sí, ejerció como farsante, pero también como príncipe, y así logró someter a
todo un Estado a sus caprichos.
Otro punto de vista que no comparto con Marx es su decisión de defender al proletariado
en todo momento. El fracaso de la Insurrección de Junio no se debió únicamente porque la
burguesía estaba preparada para responder a la revolución; el levantamiento, de fondo, no estuvo
lo suficientemente organizado para llegar a la altura del conflicto, y eso es algo que la misma clase
debió haber previsto. Por otro lado, la única razón del proletariado para no alzarse contra el golpe
de Estado de Bonaparte no siento que haya sido sólo por la predecible derrota militar; se logran
sospechar, de fondo, sentimientos de resignación hacia la lucha revolucionaria.
A pesar de ello, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte es una obra ejemplar. Marx
demuestra, de una manera muy interesante, cómo hacer un verdadero análisis de coyuntura
política, rompiendo las barreras de lo tradicional. Su prosa es cautivadora debido su a ritmo y a los
recursos literarios que él emplea: su sátira política hacia la burguesía, las analogías empleadas, su
riguroso conocimiento sobre los periodos estudiados… hacen de su análisis una propuesta muy
única y personal, que sirve para ver de otra manera los acontecimientos acaecidos durante la
Segunda República francesa.
La lectura de este libro para un estudiante de ciencia política es pertinente, pues propone
de manera clara cuáles deben ser los recursos para un correcto análisis de coyuntura: el ejercicio
no sólo se basa en la descripción de los acontecimientos mediante una simple relación causa-
efecto, sino que se toman en cuenta la influencia de actores y dinámicas alternativas. Además,
demuestra la importancia de conocer a fondo las realidades sociales y las implicaciones ocultas
que estas cargan. Y, finalmente, invita a la creatividad, al apersonamiento de la realidad política y
social para así elaborar enfoques novedosos sobre los diversos fenómenos de estos campos. Si
Marx, en su ingenio, logró definir al golpe de Estado de Luis Bonaparte como una parodia de la
restauración imperial, la tarea está en capturar la esencia política de los acontecimientos con una
mirada profunda, original, y así interpretar la existencia con una de sus curiosas maneras.