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Algunas reflexiones sobre
el problema de los valores,
la objetividad y el compromiso
en las ciencias sociales
Some Reflections about the Problem of Values,
Objectivity and Commitment in the Social Sciences
Aldo Solari*
p p. 1 8 1 - 1 9 9
1. El problema
La cuestión de la ciencia social frente a los valores de la sociología
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“comprometida” y la sociología value free, de la sociología del statu quo
y la del cambio, es, con esas u otras denominaciones, tan antigua como
la disciplina, y ello pese a la opinión que se profese acerca del problema
desde donde deben hacerse arrancar sus orígenes. Recientes o lejanos,
atribuibles a Platón o a Aristóteles, a Montesquieu o a Comte, a Marx o
a Spencer, si las formulaciones han variado bastante y la sustancia algo
menos, ciertos aspectos de la controversia han acompañado todo el de-
sarrollo de la ciencia social. Cuando en algunas ocasiones se ha creído
solucionado, el problema renace otra vez, lo que prueba que compromete
no sólo a los supuestos más fundamentales de la propia ciencia social,
sino también a los del conocimiento humano en general.
Lo que aquí se intentará no es trazar la historia de la magna cues
tión, ni evocar las diversas respuestas que ha recibido, ni plantearla en
su dimensión filosófica más profunda, sino ofrecer algunas reflexiones
respecto a sus supuestos y a las consecuencias que de ellos emanan para
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la ciencia social en un sentido bastante diferente de las que a menudo se
proponen en América Latina1.
2. Las diversas significaciones
Re vista Colombiana de Sociología
de la cuestión de los valores
en la ciencia social teórica
La discusión se centraliza sobre la relación entre los valores y la cien-
cia social, por lo que aquí, y a los efectos de este análisis, se entiende
—salvo especificación en contrario— la sociología, la ciencia política y
* Abogado, doctor en Sociología, Sorbonne - Institut National d´Etudes Démographiques.
1. Un ejemplo excelente, presentado con la debida competencia, puede encontrar-
se en el artículo de Fals Borda (1969), publicado en Aportes 8, julio.
[1 8 2 ] la ciencia económica sobre todo. Pero el problema se plantea en varios
planos. Sin perseguir una enumeración completa y sólo con la finalidad
de indicar las dimensiones principales; sin discutir, por ahora, si unos
Aldo Solari
son esenciales y otros derivados, y partiendo de la base de que se admita,
aunque sea provisoriamente, la distinción entre ciencia social teórica y
política social, la cuestión de la penetración de los valores en la ciencia
social teórica puede tener, y se le han dado, diversas significaciones:
a) Los valores son considerados en tanto que fuente de la génesis de
la ciencia o del esfuerzo científico. La importancia atribuida al conoci-
miento científico, a la legitimidad de su construcción desde el punto de
vista teórico o la esperanza puesta en sus posibles aplicaciones prácticas;
en fin, todas las motivaciones profundas posibles que han llevado a los
hombres a practicar el conocimiento, en general, o el científico, en parti-
cular, implican la afirmación de ciertos valores, lo que supone, a su vez,
elegir entre ellos. Se piensa que el conocimiento, en su nivel más alto, es
aprender a morir —como creía Platón— o que sirve para mejorar el nivel
de vida de los hombres o para integrar a los indígenas, o para promover el
desarrollo económico; en tanto que se le cultive por alguna de esas causas
hay una evidente valoración. Este punto parece tan indiscutible respecto
al conocimiento como a cualquier tarea humana. Pero también resulta
evidente que la disciplina que se cultiva, es, en sí misma, independiente
de esas variadas motivaciones y que los resultados obtenidos son juzga-
dos en ella con total independencia de la mayor o menor jerarquía de las
valoraciones que impulsaron a obtenerlos.
b) En otro plano puede aducirse que toda ciencia parte de ciertos
supuestos; no puede existir sin organizar el material empírico a través de
conceptos, hasta cabe decir que el material empírico no se vuelve tal, sino
cuando es posible incluirlo en alguna organización conceptual. Algunos
autores, Myrdal (s. f.) entre otros, han insistido en que la elección de esos
supuestos y la de los conceptos y puntos de vista que se van a adoptar
supone la afirmación de ciertos valores. En este caso no se trata, como en
el anterior, de la génesis psicológica de la ciencia social, sino de su génesis
lógica, la que también estaría profundamente penetrada por el sistema de
valores.
c) Una vez adoptados los puntos de partida, estén o no influidos por
valores, la ciencia supone un esfuerzo de construcción analítica; puede
afirmarse que también está influida por el sistema de valores.
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d) La ciencia llega a ciertas conclusiones, por provisorias que sean;
puede creerse que el sistema de valores juega un papel determinante para
producirlas, ya porque estaba implícito en el punto de partida (caso b);
ya porque orientaron de cierta manera la construcción (caso c); o porque
las conclusiones —y esta sería la variante que distinguimos aquí— estarán
siempre de acuerdo con el sistema de valores, independientemente de lo
que haya ocurrido en las etapas anteriores.
e) En cualquiera de los planos que se acaban de distinguir, o respecto
al esfuerzo científico o a la ciencia en general, el problema de los valores
puede ser referido al investigador o a los investigadores o a la ciencia [1 8 3 ]
misma. En la mayoría de los casos, la demostración de que no existe ni
puede existir una sociología value free se basa en que es imposible que
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
el investigador esté libre de todo compromiso valorativo con los objetos
que estudia. Un ejemplo muy claro lo da, entre tantos, el siguiente texto
de Gouldner:
La creencia en una sociología libre de valores ¿significa que,
de hecho, la sociología es realmente una disciplina libre de valores
y que exitosamente excluye todos los supuestos no científicos al se-
leccionar, estudiar e informar sobre un problema? ¿O significa que
la sociología debe hacerlo? Evidentemente, lo primero es falso y no
conozco a nadie que haya sostenido jamás que es posible para los
sociólogos excluir completamente sus creencias no científicas de
su trabajo científico y si es así ¿por qué razones esa tarea imposible
debe ser considerada como moralmente obligatoria para los soció-
logos? (Gouldner, 1962).
Está bien claro que en el intento de demostrar algo respecto a la
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sociología, se habla de los sociólogos y de ellos se pasa a la sociología.
Lo que se dice en el texto citado de los sociólogos, en los términos que
se utilizan, sería perfectamente aplicable a los que practican las ciencias
naturales. Nadie espera que puedan “excluir completamente sus creen-
cias no científicas de su trabajo científico”. Si la cuestión se plantea de
esta manera, confundiendo dimensiones diferentes, se llega a absurdos
como cuando Gouldner recuerda que para Weber la “objetividad cien-
tífica” es distinta de la indiferencia moral y considera este argumento
como favorable a la tesis que sostiene. No sólo para Weber, sino para
casi todos los que han meditado sobre la cuestión, se trata de dos planos
completamente diferentes. Pero si la indiferencia moral del sociólogo, sea
o no consecuencia de la “objetividad”, es un hecho indeseable o mirado
como tal, no es por razones que tengan relación con la ciencia misma,
sino como parte de la aceptación de una cierta ética frente a la cual se le
percibe como obligado, ya por su calidad de integrante de la comunidad
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científica, ya por su condición de intelectual, ya como simple ciudadano
de su país o del mundo.
3. El sentido de la controversia
Re vista Colombiana de Sociología
Si se tienen presentes estas distinciones es posible discutir el proble-
ma en su sentido estricto e identificar cuáles son las dimensiones verda-
deramente comprometidas en la controversia.
Como se ha señalado, la cuestión planteada en a) parece indiscutible.
La cuestión mencionada en b) es bastante más compleja y, sin duda,
esencial para el problema que se discute. Que la ciencia, toda ciencia, y
no sólo la social, parte de ciertos supuestos y supone una construcción
conceptual es evidente, y no hay casi discusión sobre el punto, al menos
en la epistemología contemporánea. Pero muchos autores van más allá
[1 8 4 ] y afirman que la elección de supuestos y conceptos depende del sistema
de valores aceptado por el investigador. En estos términos, la cuestión
es bastante confusa y ambigua. Para algunos, como Myrdal, el centro de
Aldo Solari
la preocupación es la economía o la solución de un problema complejo
pero concreto —como el de los negros en Estados Unidos—, lo que se
olvida a menudo cuando se le cita a propósito de esta cuestión. Una parte
de su demostración consiste en que la economía política —designación
que es partidario de restaurar— está dominada por ciertos valores y tiene
su punto de mira puesto en la política económica. Esto, que sin duda
es cierto en muchos casos, no demuestra que una ciencia económica, en
sentido propio sea imposible, por más que los autores clásicos no hayan
ido más allá de establecer algunas de sus bases. En el caso del problema
negro la preocupación es eminentemente práctica desde el comienzo y el
autor trata de introducir los valores explícitamente. Pero ¿qué valores?
Los mismos de la sociedad norteamericana. Toda la notable construcción
de An American Dilemma está centrada sobre la idea de la existencia
de un conflicto de valores entre el “credo americano” y las actitudes y
comportamientos efectivos respecto a los negros. Este conflicto no sólo
enfrenta a grupos, sino que es también vivido al nivel de la conciencia
personal. No tendría sentido aquí el intento de resumir la obra, pero
conviene anotar uno de sus temas principales. Ese tema es notoriamente
sociológico; nadie negaría que se pueden y deben estudiar los diferen-
tes sistemas de valores que se enfrentan en una sociedad, los conflictos
que los grupos o los individuos viven a causa de ello, etc. Pero hacer un
estudio analítico de los valores no demuestra que el propio análisis esté
penetrado por ellos, en el sentido de que el investigador lo haga porque él
mismo se halle influido por esos valores. En última instancia, lo que hace
Myrdal se puede realizar si se parte de la base de que una política social
que quiere afirmar uno u otro de los sistemas existentes en una sociedad,
o proponer uno nuevo, debe basarse en un análisis objetivo de lo que
ocurre en ella. Pero la afirmación de cuál es el sistema de valores que
debe preferirse, si debe lucharse porque triunfe plenamente el “credo
americano” sin contradicciones o si, por el contrario, hay que cambiar al
“credo americano” para adaptarlo a los valores que efectivamente están
implícitos en el comportamiento real frente a los negros, es una decisión
que —la tome el científico o el político, o se suponga que está explícita o
implícita en los ideales de la sociedad misma— no pertenece, conceptual-
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mente, a la sociología.
Estas consideraciones no resuelven, sin embargo, la cuestión esen
cial. Han sido formuladas porque, a menudo, se olvidan las implicacio
nes que tienen ciertos argumentos fundamentalmente pensados desde el
punto de vista de la política social. Pero queda todavía intacta la cuestión
de si los valores influyen en la construcción conceptual básica de la que
parte el esfuerzo científico. Este problema tiene varios aspectos. Por una
parte, puede argumentarse —como se ha hecho muchas veces— que el in-
vestigador está enfrentado a innumerables hechos que plantean infinitos
problemas y que la elección de cuáles va a estudiar, está determinada por [1 8 5 ]
el sistema de valores de la sociedad en que vive. Si estudia el problema
negro es porque para la sociedad es un problema. Si nadie lo percibiera
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
como tal, el investigador no lo estudiaría y, si lo hiciera, su trabajo sería
irrelevante. Esta es una manera relativamente nueva de formular un cono-
cimiento muy antiguo que considera a la sociología como la “ciencia de
la crisis” en el sentido de que su tarea está ligada a la existencia de ciertos
problemas que la sociedad mira como críticos o a la conciencia de la si-
tuación crítica de la sociedad entera. Pero esto, que en gran medida es
cierto, no demuestra nada acerca de la génesis lógica de la ciencia, retorna
al plano de la génesis psicológica.
Si un investigador estudia el problema negro en lugar de analizar la
internalización que hacen los estudiantes de los valores profesionales en
el último semestre de los estudios médicos, puede decirse que su elección
está determinada por valores, como lo estaría la elección inversa, pero
ello no demuestra que la construcción conceptual misma tenga que estar
influida por ellos. También es, seguramente, falsa la afirmación, a priori,
de que el estudio de una cuestión que nadie perciba como problema sea
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irrelevante. La historia de las ciencias está llena de ejemplos de inves-
tigaciones que fueron totalmente irrelevantes en su tiempo y que luego
adquirieron —a veces mucho más tarde—, una importancia extraordina-
ria. Si se vuelve al ejemplo anteriormente elegido, nada obsta para que los
estudios sobre el problema negro creen conceptos o métodos muy útiles
para estudiar a los estudiantes de medicina, y viceversa.
Lo que, sin duda, contribuye a introducir confusión en la discusión
de muchas de estas cuestiones es el hecho de que los partidarios de la
llamada sociología libre de valores tienden, a menudo, a elegir temas
que, por su naturaleza, hacen más fácil el ejercicio de la neutralidad va-
lorativa al estar más alejados de los problemas más controvertidos de
la sociedad. Pero el que esa tendencia sea indeseable no prueba nada
contra la idea en sí.
El problema específico es demostrar qué construcción conceptual
está influida por los valores que se han adoptado, no que la elección de
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los problemas está influida por ellos. Este último es un fenómeno normal
y depende de varios factores internos y externos al investigador. Pero el
primero, si es innegable que puede darse, si es, incluso, altamente pro-
bable su frecuencia, noparece que nadie ha probado hasta ahora que sea
Re vista Colombiana de Sociología
inevitable. Cuando se le considera tal, es siempre pensando en el investi-
gador individual y pasando de él a la ciencia misma, punto sobre el que
se volverá.
Las cuestiones planteadas en c) y d), es decir, las de los valores que
influyen a lo largo del análisis o en el establecimiento de las conclusiones,
o se confunden con la anterior o bien pertenecen al terreno de lo posible,
pero también de lo evitable. Un hombre de ciencia que no es capaz de
encadenar un análisis en forma estrictamente lógica o que hace apare-
cer determinadas conclusiones independientemente de sus puntos de
[1 8 6 ] partida y de sus análisis anteriores, es un caso posible pero ni siquiera el
más ferviente partidario de la sociología comprometida lo miraría como
un verdadero hombre de ciencia.
Aldo Solari
4. Los “sociólogos” y la “sociología”
Las consideraciones anteriores, además de válidas en sí mismas,
apuntan todas a la importancia decisiva que tiene la cuestión de discutir
el problema en términos de los “sociólogos” o en términos de la “socio-
logía”. Como se ha visto, casi todas las demostraciones de que no puede
haber una sociología libre de valores se sustentan en la afirmación de que
no puede haber sociólogos libres de valores. Sin embargo, no hay ningu-
na implicación lógica entre una cosa y otra. Que la sociología sea value
free no significa que el sociólogo lo sea; a la inversa, la posibilidad de que
el sociólogo lo fuera individualmente no implicaría necesariamente que lo
fuera la sociología. Rousseau recuerda en alguna parte, reiterando su co-
nocido odio hacia los médicos, que cuando éstos se equivocan dicen que
los errores son de los individuos, pero que la medicina, como ciencia, está
más allá de ellos, a lo que agrega que, personalmente, se pondrá a esperar
que esa dama (la medicina) venga a cuidarlo. Los que confunden a los
sociólogos con la sociología parecen colocarse en una posición análoga a
la de Rousseau. Sin embargo, el argumento que éste atribuye a los médi-
cos es exacto, aunque pueda carecer de importancia práctica para el que
muere por un error del galeno y no de la medicina. Ésta, como disciplina,
no se confunde ni con cada uno de los que la practican en un momento
dado ni con la simple suma de ellos; ni los errores de la medicina, es
decir los conocimientos que la evolución futura demostrará como falsos,
se confunden con los errores de los que la practican y lo mismo ocu-
rre con las cuestiones dudosas. Como toda disciplina científica supone
la existencia de un cuerpo de conocimientos que se transmite de unas
generaciones a otras, consiste en una tarea colectiva sometida al control
mutuo de muchísimos individuos. Ese control no se hace de cualquier
manera, sino de acuerdo con normas definidas por la disciplina misma,
normas que varían pero que requieren para ello un nuevo consenso que
sustituya al anterior. En otras palabras, se trata de una lucha constante por
acercarse a un ideal de objetividad al que no se llegará, totalmente, nunca.
En esa tarea algunos marcarán grandes hitos, otros aportarán materiales
secundarios, otros cometerán errores, casi todos mezclarán las dos últi-
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mas posibilidades; pero sólo un nominalismo radical podría confundir la
disciplina con los que la cultivan, en un momento del tiempo.
Desde el punto de vista del sociólogo, de cada sociólogo, el proble-
ma de los valores significa esencialmente la necesidad de acometer dos
esfuerzos: a) tratar de ser lo más independiente posible de sus valores
personales en la estructuración de la ciencia, y b) tratar de poner de re-
lieve, de modo sistemático, esos valores cuando tiene la más leve razón
para sospechar de que, pese a lo anterior, puedan influir sobre sus con-
clusiones o sobre alguna de las etapas de su análisis. Lo primero significa
que el intento voluntario de construir una sociología simpatizante con el [1 8 7 ]
orden o con el conflicto, con el statu quo o con el cambio, no es más que
una renuncia al primer imperativo que rige su condición de sociólogo.
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
Lo segundo significa que, como todo hombre de ciencia, debe tomar en
cuenta su educación personal y prevenirse contra ella. Estas son verdades
elementales viejas y la necesidad de repetirlas deriva de las confusiones
en que se ha incurrido y se incurre respecto a ellas.
Mucho más decisiva es, sin embargo, otra cuestión. Desde que a
alguien se le ocurrió que las ciencias sociales pueden aspirar a un género
de objetividad análogo al de las demás ciencias, él mismo percibió que
las dificultades para el logro de tal objetivo podrían ser mucho mayores.
Más aún, siempre se ha creído que, por mayores que fueran los esfuerzos
del sociólogo para evitarlo, existían serias posibilidades de que fuera in-
fluido por su sistema personal de valores, por el de los grupos o por el
de la sociedad de que forma parte. La larga literatura acumulada sobre el
etnocentrismo y el sociocentrismo no es más que una permanente puesta
de relieve de ese peligro y una constante denuncia de él. No sólo la tarea
que los dos imperativos mencionados imponen al sociólogo está lejos
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de ser sobrehumana, sino que cualquiera que fuere su éxito personal en
ella, siempre se dio por sentado que otros individuos que cultivaban las
ciencias sociales pondrían de relieve cómo y en qué medida se dejó influir
por su sistema de valores, en cuanto percibió el objeto de su investigación
a través del condicionamiento cultural propio, etc. La crítica científica
y la crítica de la crítica son esfuerzos constantes de superación de ese y
otros condicionamientos. Cuando se dice que la sociología es value free el
único sentido legítimo de esa afirmación es, justamente, el de que se trata
de una tarea colectiva de una comunidad sometida a ciertas reglas, capaz,
por ello, de alcanzar determinados resultados objetivos, aunque proviso-
rios, pese a que los investigadores individuales pueden estar influidos por
diversos sistemas de valores.
En segundo término, la idea implica la afirmación de que la objetivi-
dad y la neutralidad valorativa no son algo dado, sino una conquista difícil
y siempre provisoria, cuya posibilidad se hace tanto más grande cuanto
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más amplia sea la comunidad científica y más variados los sistemas per-
sonales de los individuos que la integran. El carácter provisorio, siempre
revisado y revisable de esa conquista, no es una causa para renunciar a
ella; es una prueba de la fecundidad de la ciencia y un acompañamien-
Re vista Colombiana de Sociología
to inevitable de su naturaleza. Cuando se demuestra que muchas de las
construcciones de algunos sociólogos norteamericanos que se creen li-
bres de valores no lo son, se hace una tarea perfectamente legítima. Pero
además de no ser lícito creer que ello demuestra que toda sociología va-
lorativamente neutra es imposible, se olvida que el ejemplo indica, sobre
todo, las limitaciones de una comunidad científica que recién ahora se
está abriendo y esforzándose por superar el sociocentrismo.
Una contraprueba puede constituirlo el caso muy diferente de la so-
ciología que se practica en la Unión Soviética. A comienzos y durante un
[1 8 8] buen lapso de la evolución del régimen socialista, la sociología es mirada
con desconfianza como una ciencia burguesa, en tanto que la economía,
inspirada por el marxismo, es considerada como la verdadera ciencia so-
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cial. Sin que esta etapa haya terminado del todo, aparecen tendencias cada
vez más fuertes a cultivar la sociología como una disciplina diferente de la
economía. Obviamente se trata de una sociología marxista y la distinción
de ésta de la sociología burguesa es todavía hoy un artículo de fe funda-
mental. Pero, como sobre todos los artículos de fe, es legítimo preguntarse
cuál es su significación real. Si se analizan los trabajos presentados por los
sociólogos soviéticos en el último Congreso Mundial de Sociología (Evian,
septiembre de 1966) se puede observar que, la gran mayoría, tienen dos
partes perfectamente distinguibles. Una, generalmente la primera, contie-
ne argumentaciones que tienen que ver con el marxismo y el carácter que
se le presta de ser la única doctrina capaz de fundar la verdadera sociolo-
gía. La segunda parte contiene los resultados de estudios empíricos que
son el objeto principal de la comunicación. Esta parte puede ser juzgada
como verdadera o falsa, como completa o incompleta desde el punto de
vista metodológico, pero cualquiera de esas posibilidades parece bastante
independiente de la adhesión al marxismo o su rechazo. Para el sociólogo
no marxista la conexión que hay entre una parte y otra está lejos de pare-
cer necesaria, aunque lo sea en el plano de las connotaciones políticas. Al
ingresar al empirismo la sociología soviética parece amenazada, aunque
resulte paradójico, de la ausencia de una teoría en sentido propio, como
lo estuvo durante un tiempo casi toda y lo está todavía alguna parte de la
sociología norteamericana. En esos trabajos el marxismo no proporciona
ese esquema teórico porque sea incapaz de hacerlo, sino porque habría
que darle una configuración especial que permitiera una sutura, algo más
que superficial, con la parte empírica. Los trabajos tienen esa debilidad,
pero también es cierto que sus resultados son perfectamente compa
rables con los de las investigaciones hechas sobre los mismos temas bajo
auspicios teóricos y políticos muy diferentes. Con esto, las posibilidades
de acumulación de conocimientos, para construir una ciencia objetiva y
valorativamente neutra, aumentan con bastante independencia de los pro-
pósitos declarados, aunque éstos sean muy sinceramente creídos.
Quizá algunos de los partidarios de la llamada sociología “compro
metida” podrían objetar que estas últimas reflexiones sólo prueban que
la soviética es solamente una modalidad de la sociología comprometida,
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pero comprometida con un nuevo statu quo. Aun suponiendo que esta
afirmación fuera verdadera, lo que por cierto es harto discutible, no ex-
plica la aproximación objetiva de corrientes que parten de supuestos tan
diferentes. En primer lugar, porque pretender que la explica, significaría
sostener que todos los statu quo son iguales o intercambiables, lo que
además de comportar la extraña consecuencia de que todas las revolu-
ciones lo son, es contrario a toda evidencia. En segundo lugar porque lo
que aproxima algunas manifestaciones recientes de la sociología soviética
a otras de la sociología norteamericana, son, esencialmente, dos factores:
a) la existencia de una problemática con elementos comunes: la pro- [1 8 9 ]
blemática de la sociedad industrial, y b) la necesidad de utilizar ciertos
métodos y ciertas técnicas que tienden a imponerse en todas partes por-
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
que son eficaces para lograr conocimientos empíricos válidos.
No faltaría tampoco quien, observando esta aproximación de las
sociologías practicadas en los países dominantes, concluyera en la nece-
sidad de una sociología comprometida con el destino de los países sub-
desarrollados. Si por tal se entiende dedicada a los temas de más interés
y urgencia para los países subdesarrollados no hay objeción posible, y
sobre esto se volverá; si, en cambio, se piensa en compromisos con deter-
minados sistemas de valores se vuelve, por otro camino, a la cuestión que
estamos discutiendo.
5. Las ciencias sociales y las ciencias naturales
Uno de los supuestos que tienen casi siempre las argumentaciones
en favor de la sociología “comprometida” y de la imposibilidad de lograr
la neutralidad valorativa es la idea de la diferencia total entre las ciencias
naturales y las sociales. Se parte de la base de que en las ciencias naturales
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la objetividad y la neutralidad valorativa son, y fueron, siempre algo dado.
Es un supuesto bastante general y que causa extrañeza que sea adoptado
justamente por sociólogos que se supone que alguna vez han transitado
por la sociología del conocimiento y de la ciencia. Es, además, un supues-
to totalmente falso. En las ciencias naturales la neutralidad valorativa es
una conquista; a lo largo de su historia hay una verdadera operación para
extraer y colocar fuera los valores del mundo natural que llevó siglos.
Lo que llamamos el mundo de la naturaleza apareció a los hombres de
ciencia, durante mucho tiempo, como cargado de valores y significacio-
nes que se adecuaban o entraban en conflicto con el sistema personal de
valores del científico.
Durkheim se negaba a definir lo religioso por lo sobrenatural, re
cordando, justamente, el carácter moderno de la estructuración del
concepto de naturaleza. Esa carga de valores de lo que hoy llamamos
naturaleza es muy evidente en la historia de las teorías biológicas2, pero
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se da también en las ciencias físicas. Baste recordar las ideas que Kepler
mezcló con sus cálculos de las órbitas de los planetas acerca de cómo
éstos eran conducidos para realizarlas tan perfectamente. No sólo la ins-
cripción de las matemáticas en el mundo aparece como manifestando la
Re vista Colombiana de Sociología
voluntad del Creador, sino que se requiere la intervención de otros seres.
Es fácil sonreír hoy de tales ideas, pero costó mucho tiempo liberar a la
ciencia de esas concepciones, y sólo el esfuerzo crítico de muchos hom-
bres permitió llegar a la conclusión —que parece ahora tan obvia— de
que la ciencia no necesita demostrar ni negar la existencia de ellos. El
largo esfuerzo para liberar lo que hoy distinguimos como astronomía de
2. Véase, por ejemplo, Rald, E. Historia de las teorías biológicas . (Madrid, Revista
de occidente), donde esta teoría es recordada con cierta nostalgia.
[1 9 0] lo que llamamos astrología, la coexistencia y la íntima relación de ambas
en hombres como Tycho Brahe y Kepler, prueban ampliamente que la
creación de una ciencia libre de valores fue el producto de una larga y
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difícil conquista. Es sabido, o debería recordarse, que ni las matemáticas
escapan a esa transformación, aunque pueda haber sido más corta y más
fácil. Pitágoras y sus discípulos descubrieron muchos de los teoremas
que todavía usamos, pero nada les hubiera sorprendido más que nues-
tra idea de que los números son cualitativamente neutros y que no se
dividen, por ejemplo, en “perfectos” y “amigos”. También les hubiera
llamado la atención nuestra rara idea de que el cuatro es un número como
cualquier otro y no la “fuente de la naturaleza eterna”. Sería un ejercicio
fascinante imaginarse lo que hubiera sido la historia de las matemáticas
si los pitagóricos hubieran resuelto solamente ocuparse de los números
“perfectos”.
Puede argumentarse, claro está, que, aunque se admita que en las
ciencias matemáticas y naturales la neutralidad valorativa haya sido una
conquista, ella fue posible porque el mundo físico no está realmente car-
gado de valores, como ocurre con el social, y ello influye sobre el científi-
co. Dos razones pueden darse contra este argumento. En primer término,
que las ciencias naturales no necesitan demostrar el supuesto de que el
mundo no está penetrado por valores; le basta con adoptarlo como si así
ocurriera. En segundo lugar, que para las ciencias sociales los valores son
un hecho más, estudiable y analizable por métodos objetivos.
6. El problema de los valores y de la política social
Al lado de los problemas que se han estudiado en relación con la
ciencia social teórica, varios se pueden plantear y se han planteado res
pecto a la política social: a) la opción que toda política social supone
entre ciertos fines ¿está o no afectada por los valores?; b) supuesto que
la respuesta a la cuestión anterior fuera afirmativa, ¿cómo debe hacerse la
determinación de esos valores?; c) aun admitiendo el acuerdo sobre los
fines, toda política social implica la elección y la opción entre diferentes
medios posibles. Esta elección ¿está determinada por valores?, y d) si
fuera así, ¿cómo debe hacerse la determinación de los mismos?
Nadie tiene dudas acerca de la respuesta a la primera cuestión. La
opción entre fines implica, por definición, la adhesión a ciertos valores.
En determinados casos puede plantearse un conflicto entre valores que,
U n i v e rs i d a d N a c i o n a l d e c o l o m b i a
desde luego, sólo puede resolverse haciendo referencia a un valor estima-
do como más alto.
La segunda cuestión es mucho más compleja y no tendría sentido
reproducir aquí una discusión filosófica en la que se ha afirmado desde
la existencia de una tabla objetiva de valores hasta el subjetivismo más
radical, pues no se trata de determinar la fuente última de los valores sino
de discutir su penetración en las ciencias sociales. En el terreno práctico
de la política social los valores elegidos son aquellos que profesa algún
grupo social dominante o aquellos sobre los que hay consenso unánime,
o casi unánime, en la sociedad. Los valores del individuo que formula la [1 9 1 ]
política pueden influir, pero difícilmente encontrarán algún eco si son la
expresión de un pensamiento solitario.
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
La tercera cuestión, la relativa a la elección entre medios, ha sido
también muy debatida. Muchas veces es presentada bajo la distinción de
“fines” y “medios”, afirmando que mientras los primeros pertenecen al
mundo de los valores, los segundos son empíricos y pueden ser estableci-
dos objetivamente. La demostración que ha dado Myrdal, entre otros, en
contra de esa opinión es indiscutible y no valdría la pena recordarla aquí.
Sólo cabe reiterar que la distinción entre fines y medios es esencialmente
relativa; lo que es medio, si se dan ciertos fines por aceptados, es fin en
relación con los medios para llegar a él. Por otra parte, la elección entre
los medios posibles implica generalmente una opción entre valores. Si se
supone que el fin de una política económica es el desarrollo y que para
lograrlo es necesario aumentar la inversión, la opción entre los medios
para hacerlo implica adherir a ciertos valores y negar otros. Es imposible,
por ejemplo, contestar en términos valorativamente neutros a la cuestión
de sobre quiénes recaerá el costo del sacrificio implicado necesariamente
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en el aumento de inversión.
Vale la pena, sin embargo, puntualizar dos cuestiones conexas. Esta
demostración pertenece a la política social y no puede trasladarse, sin
más, a la ciencia social teórica como muchas veces se hace. En segundo
lugar, según el nivel de abstracción en que se coloque el análisis, en las
cuestiones relativas a los medios, a veces hay dimensiones estrictamente
técnicas que no parecen depender para nada de los sistemas de valores.
Construir una represa puede mirarse como un fin; la cuestión de si deben
utilizarse técnicas que impliquen una alta densidad de capital o si, por el
contrario, deben emplearse aquellas que comporten la máxima utiliza-
ción posible de mano de obra, es un problema de medios, cuya solución
depende de los valores que se acepten; pero el cálculo de la resistencia de
los materiales no tiene nada que ver con ellos.
La última cuestión planteada es idéntica a la segunda, pero se refiere
a lo que se consideran medios, salvo que éstos sean puramente técnicos
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en el sentido más estricto.
No parece que pueda haber dudas, por lo tanto, acerca de la profun-
didad de la penetración de la política social por los sistemas de valores,
lo que casi siempre se ha admitido. Pero esto no debe confundirse con
Re vista Colombiana de Sociología
la misma cuestión aplicada a la ciencia social teórica y más adelante se
estudiará cómo están mejor servidas las exigencias propias de la ciencia y
las de la política social.
7. Neutralidad y compromiso
No sólo se ha confundido, erróneamente, la neutralidad de la ciencia
con la del científico, sino que se ha llegado hasta identificar el esfuer-
zo por lograr ésta con la indiferencia moral. Es muy claro que las tres
cosas son analíticamente muy distintas. Un físico como hombre no es
[1 9 2 ] valorativamente neutro; la neutralidad valorativa de la ciencia que cul-
tiva es el producto de una conquista, e implica el funcionamiento de un
complejo sistema de reglas; su indiferencia o compromiso moral no está
Aldo Solari
en juego sino en ciertas dimensiones ajenas a la ciencia misma. Que el
físico trabaje por amor a su patria, por enriquecerse, por el bienestar de
la humanidad o el de su familia, por alguna combinación de estas u otras
motivaciones, o que lo haga —como algunos hombres de ciencia, sinies-
tros de la ficción— para destruir a toda la humanidad o a una parte de
ella, las proposiciones que emita tendrán una significación en sí mismas y
serán sometidas a una serie de juicios que expresará la comunidad cien-
tífica en función de un sistema de normas. Lo que mueva al científico a
hacer su trabajo será, y es, muy importante para juzgar su personalidad
moral, pero difícilmente dará datos acerca de su calidad científica. Es di-
fícil percibir cuáles son los argumentos que prueban que la situación del
sociólogo es diferente, salvo en cuanto cultiva una ciencia relativamente
nueva, y de un objeto especial, causas ambas que lo hacen más permeable
a la influencia de los juicios de valor.
De este hecho es posible deducir tanto el argumento de que el pri-
mer deber del sociólogo como científico, es esforzarse en liberarse de
su sistema de valores y explicitarlo en lo posible, como el argumento de
que una ciencia valorativamente neutra es imposible, que es la inferencia
que sacan los partidarios de la llamada sociología “comprometida”. Este
razonamiento implica hacer de la necesidad, una virtud. Primero se cree
demostrar que la ciencia valorativamente neutra es imposible y luego que,
por tanto, hay que hacerla voluntariamente “comprometida”. Se rinde así
homenaje a un ideal que una larga tradición ha dejado a la mayoría de los
científicos para resolver que, lamentablemente, hay que abandonarlo. La
argumentación es esencialmente negativa, lo que probablemente explica
el hecho de que haya tan pocos argumentos a favor de la sociología “com-
prometida” y se haya avanzado tan escasamente en la explicitación de su
significado y en el análisis de sus consecuencias. Por ello, es a la noción
misma hacia la que vale la pena volverse ahora.
Por sociología “comprometida” se puede entender: a) el compro
miso valorativo, político o ideológico del científico, con la humanidad,
con ciertos ideales o con ciertos grupos, y b) el compromiso valorativo
de la ciencia misma.
La afirmación de que el sociólogo tiene y debe tener algún com
U n i v e rs i d a d N a c i o n a l d e c o l o m b i a
promiso en el primer sentido indicado no puede ofrecer dudas. Se trata
del cumplimiento de los deberes que tiene como ciudadano o como cual-
quier hombre en función de la ética de la actividad que practica y parece
tan difícil hacer un elogio especial de los sociólogos porque cumplan ese
deber, como sacar alguna consecuencia de ello para la sociología.
Si la idea implica, como ocurre generalmente, que el sociólogo —
como tal— debe estar “comprometido” a construir una sociología “com-
prometida” se entra de lleno en la segunda cuestión.
¿Qué se entiende, exactamente, por una sociología “comprometida”? [1 9 3 ]
La respuesta, a veces, es que se trata de una sociología comprometida con
el cambio social y el desarrollo. Si esto significa que la sociología, como
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
conocimiento científico, puede contribuir al cambio o al desarrollo, la
afirmación expresa, simplemente, un supuesto aceptado por todos los
que creen que el conocimiento puede influir sobre la acción. Con ese
carácter tan general sería imposible encontrar quien negara esa influencia
de la sociología, ni siquiera los “indiferentes” partidarios de la neutrali-
dad valorativa.
Por lo tanto debe tratarse, y esto aparece mucho más claro en algu-
nos autores, del compromiso con algún tipo de cambio o algún tipo de
desarrollo y con ciertos medios para realizar uno u otro. En este caso,
sociología “comprometida” quiere decir “al servicio de […]”, lo que lle-
va a preguntarse “de qué” o “de quiénes”. Pero la determinación de esto
último puede ser sumamente vaga. Por ejemplo, en el libro de Orlando
Fals Borda (1967), que su autor presenta como un ejemplo de sociolo-
gía “comprometida”, los grupos que se citan como desencadenando un
proceso dinámico que marcha en la dirección considerada deseable por
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el autor, son el actual Gobierno presidido por el señor Lleras, el Movi-
miento Revolucionario Liberal, el grupo llamado de la Ceja y ciertos
movimientos que se nuclearon alrededor del padre Camilo Torres (Fals
Borda, 1967, pp. 221-229). Todos ellos, según la versión presentada, pare
cen enfrentarse al orden constituido y al statu quo y ser disórganos con
relación a él. Resulta, sin embargo, imposible saber cuál es la unidad
ideológica de los grupos mencionados, si es que tienen alguna. O su
unidad deriva solamente de que se oponen al orden existente, siempre
aceptando a los efectos de esta discusión la interpretación del autor, con
lo que el “compromiso” de la sociología sería meramente el estar contra
el statu quo en cualquier forma que ello ocurriera; o tienen otra clase de
unidad que no se explicita. En uno y otro caso el problema de al servicio
“de qué”, queda sin respuesta clara. Pero debe agregarse que algunos de
estos grupos perciben a los otros como sus enemigos, el posible triunfo
de uno es mirado como la ruina de la sociedad por los otros, y viceversa.
V o l . 3 4 , N .� 2
Como consecuencia —consecuencia que no tiene nada de extraño a la luz
de la consideración hecha anteriormente—, la respuesta de al servicio “de
quiénes” tampoco es muy clara. No tiene importancia a los efectos de este
análisis que algunos de los grupos citados se hayan unido con otros para
Re vista Colombiana de Sociología
participar en el Gobierno, por ejemplo; otros de los mencionados sacarán
la consecuencia de que eso sólo demuestra su compromiso con el statu
quo y no con el cambio. Sin hacer el más mínimo juicio valorativo sobre
las tendencias y grupos mencionados por el autor, aceptando sin discu-
sión la versión que éste da de ellos, resulta, de cualquier manera evidente,
que el “compromiso”, en definitiva, es con un cambio profundo obtenido
por medios pacíficos, que evite la vía violenta que, de otro modo, sería
irremediable.
[1 94 ] Es obvio que esta manera de ver la sociología “comprometida”, se-
ría considerada como no comprometida o, lo que es peor, como “com-
prometida” con el statu quo, por otros autores partidarios a su vez de la
Aldo Solari
sociología “comprometida” que piensan que no hay otro camino para
América Latina que la violencia revolucionaria y que al servicio de ésta
debe ponerse la ciencia social. Aunque la discusión en estos términos,
como se tratará de demostrar, carece de validez, las posibilidades mencio-
nadas apuntan al hecho de que la significación del “compromiso” puede
ser y ha sido más concretada.
En otros casos, la sociología se compromete o se debe comprometer
con un determinado tipo de cambios, presidido por una determinada
ideología e impulsado por determinados grupos que son los que deben
alcanzar el poder para que el cambio, la revolución o el desarrollo se
produzcan. Como consecuencia, es obvio que puede haber tantas socio-
logías “comprometidas” como cambios, ideologías o grupos sean objeto
de la adhesión de los que las formulan.
Pero en cualquiera de sus versiones, vagas o concretas, al servicio de
metas definidas o por definir, las cuestiones fundamentales que se plan-
tean son siempre las mismas. ¿Qué es lo que permite considerar a una so-
ciología “comprometida” mejor que otra sociología “comprometida” de
diferente signo? Es obvio que es la adhesión a ciertos valores o el rechazo
de ellos. Las fuentes de esos valores pueden ser numerosas. Simplificando
mucho, podrían distinguirse los valores personales del sociólogo no com-
partidos por nadie, los valores de los grupos dominantes en la sociedad y
los valores de los grupos que se enfrentan a los anteriores. Estos últimos
son llamados a veces contravalores o valores de la subversión, si se quiere.
Ya se trate de unos u otros valores, la primera cuestión que se plantea
es la de su validez. Determinar cuáles son válidos y cuáles no, cuáles me-
jores y cuáles peores es, evidentemente, un problema filosófico o político.
No se ve cuál es el criterio objetivo que permitiría resolver entre unos y
otros. Si se toman como válidos los valores sobre los que hubiera consen-
so unánime en la sociedad y, si no los hubiera, aquellos que imponen los
grupos dominantes, la sociología estaría comprometida con el statu quo y
nada prueba, por cierto, que esos valores sean los más altos. La elección
en favor de ellos sería política, como también lo sería la elección en favor
de los valores de los grupos que desafían a los dominantes. Es sabido que
los que triunfan en una coyuntura no son necesariamente los portado-
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res de los valores más altos —una vieja frase dice que Dios protege a los
malos cuando son más que los buenos—, ni tampoco los derrotados, los
portadores de los peores, o viceversa. Pero, además, la cuestión no es tan
simple. Los grupos insurgentes, subversivos o como se les quiera llamar,
no tienen por qué creer en valores diferentes a aquellos de los grupos
dominantes. Puede ocurrir, y ha ocurrido muchas veces, que compartan
los mismos valores y que el conflicto consista en cuáles son los medios
para llegar a su plena realización y acerca de qué manera definir lo que
debe entenderse por su plena realización.
Los partidarios de la sociología “comprometida” tienden explícita o [1 9 5 ]
implícitamente a afirmar que puesto que toda sociología, lo quiera o no,
está vinculada con alguna concepción política, es mejor comprometerse,
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
abierta y deliberadamente, desde el principio. Pero si se acepta esta idea,
¿cuál es la posibilidad de acumulación de conocimientos que se consi-
dera generalmente como característica de toda ciencia? Es evidente que
sólo por un exceso de simplificación puede hablarse de una sociología
comprometida con el statu quo y de otra que lo hace con el cambio. Hay
muchas maneras de concebir, de comprometerse y vías para hacerlo en
un caso como en el otro. La mejor prueba es que las sociologías com-
prometidas con el cambio se tratan mutuamente como ideologías y se
esfuerzan por desenmascarar las unas a las otras. Tal autor dirá que la
sociología “comprometida” de tal otro autor no está comprometida con
la revolución como pretende, sino que es contrarrevolucionaria, y el úl-
timo devolverá, sin duda, el cumplido al primero. En esas condiciones la
acumulación de conocimientos sólo sería posible dentro de cada forma
de sociología comprometida; conclusión ineludible para los partidarios
de ésta. Si sostuvieran que en otros análisis sociológicos pueden existir
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elementos utilizables pese a haber sido creados con un “compromiso”
muy diferente, la tesis que sustentan cae por su base, puesto que vendría
a resultar que hay elementos objetivos intercambiables independiente
mente de los sistemas de valores a los que se adhiera.
El único caso en que podría haber una sola sociología “comprome
tida” cuyos conocimientos se acumularían, sería cuando los grupos par-
tidarios de esa sociología triunfaran sobre los demás y pusieran término,
gracias a su dominio del poder político, a toda otra forma de sociología.
La sociología “comprometida” sería entonces la comprometida con el
statu quo y como no se permitiría cultivar ninguna otra podría pasar, in-
cluso, por ser puramente “objetiva”. Pero si estas reflexiones son exactas,
la llamada sociología comprometida no es una tarea ilegítima, lo que es
ilegítimo es llamarla ciencia.
Estas dificultades son tan evidentes que, muy a menudo, los parti-
darios de la llamada sociología comprometida afirman la posibilidad de
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mantener, simultáneamente, la objetividad y el compromiso. Este último
se considera que no impediría que la sociología fuera una ciencia empí-
rica cuyas proposiciones pudieran ser testadas por métodos empíricos.
Pero este esfuerzo por superar las dificultades, sólo puede significar
Re vista Colombiana de Sociología
dos cosas. O bien se admite que hay una parte empírica, objetiva, que
proporciona conocimientos —los que son luego puestos al servicio de
la obtención de ciertas metas—, en cuyo caso se afirma la concepción
generalmente admitida para distinguir entre ciencia y política social,
o bien se está admitiendo que la construcción conceptual básica y el
análisis subsiguiente pueden ser liberados de la influencia de los valo-
res, en cuyo caso se negarían los fundamentos mismos de la sociología
“comprometida”.
[1 9 6 ] 8. Sociología “comprometida” y cambio social
Los partidarios de la sociología “comprometida” al desenmascarar
formas de la sociología que se pretenden libres de valores sin estarlo, al
Aldo Solari
mostrar que la pretendida neutralidad valorativa es, en muchos casos,
una manera de adherir al statu quo y de hacerlo con pretensiones de
objetividad, han cumplido una tarea tan legítima como profundamente
sociológica. La imparcialidad y la neutralidad pueden ser, y son a me
nudo, el nombre que en las ciencias sociales adquiere la justificación del
orden establecido y éste puede, legítimamente, ser mirado, según la frase
de Mounier, como el “desorden establecido”. Puede llevarse aún más le-
jos ese análisis, posibilidad que sólo cabe mencionar aquí, haciendo notar
que cuando en una cultura se valora altamente en ciertas actividades la
neutralidad y la imparcialidad, la definición de ambas y su concreción
está influida, en alguna medida, por la constelación de poder existente en
la sociedad. Así, lo que no ataca las bases mismas del sistema establecido
tiene muchas más probabilidades de ser mirado como neutral e imparcial
que aquello que lo hace.
Pero si de la demostración de los factores que condicionan socio
lógicamente a los sociólogos, de la crítica sociológica de la sociología
se pasa a la idea de la inevitable necesidad de poner la ciencia social al
servicio de ciertos valores, es porque se cultivan algunos supuestos sobre
el conocimiento que es posible alcanzar de ese modo y sobre su influen-
cia en la sociedad principalmente. Muchos partidarios de la sociología
“comprometida” dan por supuesto que debe tener efectos favorables al
cambio, que puede convertirse en una profecía que se autosatisface y,
con ello, influir profundamente sobre la realidad. Supuestas las demás
condiciones iguales, la influencia que tal sociología puede tener sobre la
realidad, depende, sin embargo, de los valores adoptados, de la calidad
del análisis científico que se realiza o de ambas cosas.
Si la influencia se debe a los valores y a las ideologías aceptadas por el
autor, depende de factores prácticamente ajenos a él. Los líderes políticos
que comparten sus ideas tratarán de utilizar su obra como instrumento
de propaganda, con mayor o menor intensidad según el prestigio que le
atribuyan. Los líderes políticos de signo contrario no perderán oportu-
nidad de rebajar el prestigio del autor si lo tiene, tratarán de mostrar sus
prejuicios y sostendrán que su derecho a ser oído como sociólogo no le
da ninguna patente como político, etc.
U n i v e rs i d a d N a c i o n a l d e c o l o m b i a
Si se supone que la influencia se basa en el aspecto analítico, se parte
entonces del supuesto de que el análisis es, en todo o en parte, verdadero
o que, al ser admitido como tal, se transformará en un principio para la
acción que lo hará verdadero. Pero si el análisis es verdadero, sus resulta-
dos, pueden ser utilizados tanto por los partidarios de una política como
por los de la contraria, independientemente de las intenciones del autor.
Si no es verdadero pero es considerado tal, tanto para los partidarios
como para los contrarios de las ideas del autor, puede convertirse en un
principio de acción.
En definitiva, los resultados son, en todos los casos, bastante in [1 9 7 ]
dependientes de la voluntad del sociólogo como tal y mucho más depen-
dientes de su aporte político, en la medida en que éste pueda influir en
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
una coyuntura necesariamente compleja.
Dicho en otras palabras, la sociología “comprometida” es, en la ma-
yoría de los casos, una mezcla, en diferentes proporciones, de sociología
y ensayo político. Ese género literario es perfectamente legítimo, proba-
blemente más importante y más digno de ser cultivado en la situación
actual de América Latina que la sociología científica misma, pero que no
es ni se confunde con ella.
En un plano más profundo, la discusión entre las “sociologías”,
“comprometidas” o no, representa una vuelta atrás, a concepciones que
hasta hace poco se consideraron, con muy buenas razones, superadas.
Para muchos autores, tanto de uno como de otro campo, parece que, no
les basta con demostrar que hacen sociología, es necesario demostrar,
además, que hacen la única forma legítima de sociología. Los sociólogos
latinoamericanos, como lo hacen otros intelectuales, se persiguen unos a
otros en función de sus legitimidades respectivas, se torturan mutuamen-
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te a causa de una conciencia, de los fundamentos y de las consecuencias
políticas de su trabajo, llevada hasta la exasperación. Muchas son las cau-
sas de este fenómeno —a veces englobadas bajo la denominación gené-
rica de la situación de América Latina— que no podrían estudiarse aquí,
pero vale la pena señalar algunas de sus consecuencias. La crítica mutua,
que es fecunda, necesaria y presupuesto del progreso de toda ciencia, no
se dirige a la construcción misma, a lo que contiene de análisis científico,
sino al trasfondo político existente o imaginado, lo que sí contribuye a la
clarificación de las ideas políticas es bastante infecundo en otros senti-
dos. En segundo lugar, la constante interrogación sobre el compromiso,
sus bases, sus consecuencias, sobre el deber del sociólogo, etc., insume
energías que probablemente se podrían aplicar a hacer más fecunda la
sociología latinoamericana de lo que por cierto es. Si los grandes autores
del pasado hubieran tenido nada más que una pequeña parte de las dudas
que los sociólogos latinoamericanos tienen, acerca de la legitimidad de lo
V o l . 3 4 , N .� 2
que hacían, no hubieran escrito ni la mitad de sus obras. Por otra parte,
las sociedades latinoamericanas ya son suficientemente complejas para
admitir y necesitar de diferentes estilos de tarea intelectual y superar el
encasillamiento en un modelo único, sea cual fuere.
Re vista Colombiana de Sociología
Cuando se dice que América Latina debe impulsar el proceso de
racionalización de la sociedad, de dominio de las técnicas que permiten
influir sobre ella y contribuir al aumento de la autoconciencia que los
hombres tienen de su situación, se dice algo verdadero; pero no debe
olvidarse que la sociología no es más que una parte, por importante que
se quiera considerar, de ese esfuerzo y que no es agregándole cosas que
le son ajenas como se hará más eficaz y servirá mejor a América Latina.
Mezclar, intencionadamente o no, sociología y política no sirve bien ni a
la una ni a la otra. No se trata de que la sociología sea más importante que
[1 9 8] la política, o viceversa, ni que una y otra deban marchar sin tener relación
alguna, sino de satisfacer las exigencias legítimas de una y otra.
Aldo Solari
Lejos de pensar que la sociología sea más importante, debe
subrayarse la enorme trascendencia que para América Latina tiene
el desarrollo de un pensamiento político. Si algo caracteriza desde
ese punto de vista a América Latina como región y a las socieda-
des que la componen es, justamente, la escasez de un pensamiento
político que, con suficiente riqueza y complejidad, utilizando las
teorías e ideologías pensadas en otras partes sí es necesario, pero
que, con un agudo sentido de las peculiaridades de las socieda-
des latinoamericanas, sea capaz de crear una imagen de la socie-
dad futura que se desea o varias imágenes alternativas que puedan
dar una dirección al cambio que se producirá de cualquier ma-
nera. Para la elaboración de ese pensamiento es indudable que la
sociología pueda prestar un auxilio precioso, en cuanto es capaz
de aportar un conocimiento más adecuado de la sociedad latino
americana y teñirlo del realismo que necesita. Pero el pensamiento
político es mucho más hijo de la ideología, de la capacidad para
crear ideas nuevas y de la imaginación, que de la sociología. Si ésta
puede prestarle instrumentos tan necesarios como preciosos, tam-
bién el exceso de atención a lo que ocurre puede cortarle las alas
o el exceso de atención a lo que se desea que ocurra; puede hacer
pasar, inútil y perjudicialmente, las esperanzas por realidades. No
es haciendo política a través de la pretensión de hacer sociología
como los sociólogos prestarán su mejor colaboración a la creación
de ese pensamiento tan urgentemente necesario. Casi avergüenza
tener que repetir algo porque mucha gente lo olvida, en este caso,
que el pensamiento político tiene exigencias y lógicas propias y que
es al menos tan necesario y valioso para el hombre y la sociedad
como la ciencia misma. Es curioso observar que en muchos casos
la sociología “comprometida” —uno de cuyos enemigos favoritos
son los tecnócratas— parece imbuida de prejuicios tecnocráticos.
Alimenta la idea, o la esperanza, de que si un análisis político se vis-
te con la terminología y el instrumental sociológico, será, solamente
por ello, más fecundo y más eficaz.
Las reflexiones de este artículo no están orientadas, de ninguna
U n i v e rs i d a d N a c i o n a l d e c o l o m b i a
manera, en el sentido de demostrar que no debe haber una sociología
dedicada a estudiar los grandes problemas propios de las sociedades
latinoamericanas, o que debe aceptar la lista de problemas a investigar
que proponen los sociólogos de los países más desarrollados, o copiar
simplemente sus metodologías; todo lo contrario. Es justamente a la
problemática propia de América Latina a la que se deben dedicar los so-
ciólogos latinoamericanos, utilizando para ello todos los conocimientos
y metodologías que la sociología ha acumulado en otras partes, pero vigi-
lando siempre su aplicabilidad y tendiendo a crear todos los esquemas e
instrumentos originales que sean necesarios. De ese modo se servirá me- [1 9 9 ]
jor no sólo al progreso de la sociología latinoamericana, sino al progreso
de la sociología mundial, puesto que lo que más necesita ésta es ampliar
Algunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetividad y el compromiso...
sus bases teóricas y metodológicas. Pero estos no son argumentos en fa-
vor de la sociología “comprometida” —a pesar de que se usan a veces
como tales— y por ello no se ha considerado la cuestión aquí. Se ha dado
por sentado en estas páginas que la sociología debe servir a las sociedades
latinoamericanas y no ser un mero ejercicio académico; lo que se ha dis-
cutido es, en gran parte, cuál será la mejor manera en que pueda hacerlo.
En toda tarea intelectual, y no sólo en la sociología, por lo menos
cuando alcanza cierto nivel, hay una voluntad de servicio y es ella, por
cierto, la que se hace patente en los partidarios de la sociología “compro-
metida”, a los que nadie, por ello, podría negarles el cabal cumplimiento
del primer deber de un intelectual. El problema reside en si esa voluntad
de servicio está correctamente encaminada, si queriendo apoyar a la cien-
cia y a la transformación, no termina dañando a una sin beneficio para la
otra.
En tanto no se demuestre que las sociedades mejorarán cuando la
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clase política sea reclutada entre los sociólogos o los pensadores políticos
sean ellos, demostraciones ambas que sería muy difícil hacer, parece ra-
zonable esperar que se dediquen a su tarea específica, que tan ancho y tan
inexplorado campo tiene en América Latina, o que, cuando legítimamen-
te la abandonen, recuerden que entran en un campo en el que la opinión
de todos los ciudadanos vale, en principio, exactamente lo mismo y que,
hasta ahora, nadie ha podido demostrar científicamente ideas políticas,
por lo que no es lícito tratar de imponer las propias bajo el manto y el
prestigio de la ciencia. Si algún día los sociólogos llegan a ocupar en la so-
ciedad el papel que Platón soñó para los filósofos, destino que sería difícil
desearle a sociedad alguna, no será como sociólogos, sino como políticos.
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