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Estudio Bíblico Título - Jesús Anuncia Su Muerte Marcos 8 - 31 38 PDF

Jesús anuncia a sus discípulos que será rechazado, sufrirá y morirá, pero resucitará. Pedro se opone a esta idea, pero Jesús lo reprende y explica que para establecer su reino, primero debe morir y resucitar para vencer el pecado. Jesús comprende la voluntad de Dios a pesar de la oposición de los líderes y la incomprensión de los discípulos.

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Estudio Bíblico Título - Jesús Anuncia Su Muerte Marcos 8 - 31 38 PDF

Jesús anuncia a sus discípulos que será rechazado, sufrirá y morirá, pero resucitará. Pedro se opone a esta idea, pero Jesús lo reprende y explica que para establecer su reino, primero debe morir y resucitar para vencer el pecado. Jesús comprende la voluntad de Dios a pesar de la oposición de los líderes y la incomprensión de los discípulos.

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8/11/2019 Estudio bíblico - Título: Jesús anuncia su muerte - Marcos 8:31-38

esús anuncia su muerte - Marcos 8:31-38


(Mr 8:31-38) "Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y
ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y
resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro le tomó aparte y
comenzó a reconvenirle. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro,
diciendo: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino
en las de los hombres. Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su
vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Porque
¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa
dará el hombre por su alma? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta
generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga
en la gloria de su Padre con los santos ángeles."

Introducción
Hemos llegado a un punto crucial en el evangelio de Marcos. Por un lado, la popularidad de Jesús entre
las masas había tocado su punto más alto, y por otro, la fe y percepción de los apóstoles en cuanto a
su verdadera identidad, también había alcanzado su cima. Era el momento adecuado, por lo tanto,
para comenzar a explicar la secuencia de acontecimientos que habían de preceder el establecimiento
del reino. Y lo primero que hizo fue anunciarles con total claridad que iba a ser rechazado por la nación
y crucificado. Esto era algo difícil de entender y aceptar para los discípulos. Primeramente, porque
chocaba frontalmente con los conceptos que ellos tenían acerca del Mesías como un caudillo victorioso,
y no como alguien vencido y derrotado. Y en segundo lugar, porque viendo a las multitudes
enfervorizadas siguiendo a Jesús por todos los lugares por donde iba, no podían imaginar que su
propia nación fuera a crucificarlo. Pero el Señor conocía bien al pueblo, y sabía que mucha de la fe de
la gente que le seguía era superficial e interesada, y que finalmente llegarían a rechazarle en el
momento en que no se ajustara a lo que ellos esperaban de él. Además, Jesús sabía muy bien que
para llegar a reinar sobre hombres pecadores, era necesario vencer primero el pecado, y esto sólo era
posible por medio de su propia muerte y resurrección.

"Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer
mucho"
Una vez que los discípulos entendieron que Jesús era el Mesías, se hacía necesario que comprendieran
también qué tipo de Mesías era. Por esta razón, Jesús comenzó a enseñarles la verdad fundamental
sobre la que se iba a establecer su reino, que no podía ser otra que su muerte y resurrección. Aquí
encontramos el comienzo de esta enseñanza, que volvería a repetir más adelante en otras dos
ocasiones (Mr 9:31) (Mr 10:32-34).

Para entender la importancia de lo que Jesús quería decir, debemos observar bien el lenguaje que él
empleó: "es necesario". Pero ¿por qué era necesario?

Porque formaba parte del plan divino para el establecimiento de su reino. Los judíos no habían
considerado el grave problema del pecado en el ser humano, pero el Señor sabía que no es posible
implantar los grandes principios del reino, expuestos claramente en el "Sermón del monte" (Mt 5-7),
en corazones sin regenerar, y que no había otra forma de conseguirlo, sino por medio de su muerte y
resurrección.

Por lo tanto, el anuncio que Cristo hizo acerca de su muerte, era algo "obligado" por la estrategia
divina para el establecimiento de su reino, lo que implicaba, que cualquier intento de evitar u oponerse
a su muerte, sería algo totalmente contrario a la voluntad de Dios.

"Y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los
escribas"
El Señor no sólo dijo que iba de padecer mucho, sino que también especificó que serían los mismos
líderes espirituales del pueblo, que no aceptaban sus pretensiones mesiánicas, quienes le desecharían.

Con la popularidad que el Señor tenía entre las multitudes en aquellos momentos, habría sido fácil
haber superado esta oposición de los líderes religiosos. Sólo habría sido necesario que los apóstoles
organizaran una campaña por toda la nación para informar al pueblo de que Jesús era el Mesías. Pero

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fue precisamente en ese momento, cuando Jesús les mandó que hicieran todo lo contrario: "que no
dijesen esto de él a ninguno" (Mr 8:30).

Como ya hemos considerado en otras ocasiones, una razón para tal prohibición, era que la gente tenía
ideas muy inadecuadas en cuanto al Mesías, en las que estaba muy mezclada la situación política de
su tiempo. En tales circunstancias, el anuncio de que Jesús era el Mesías, habría creado grandes
masas de seguidores entusiasmados, pero no regenerados, deseosos de coger su espada para luchar,
pero nada dispuestos a tomar la cruz para seguir a Jesús, como más adelante les enseñaría.

"Y ser muerto, y resucitar después de tres días"


Finalmente, el Señor les dijo que sus padecimientos habrían de terminar en la muerte, y más tarde en
la resurrección. Y aunque Jesús no se detuvo en este momento a explicar la razón por la que todo esto
era necesario, de alguna manera, estaba adelantando el hecho de que la vida había de surgir de la
muerte, y que la aparente derrota de la Cruz, sería seguida de la victoria de su resurrección.

Pero parece que los apóstoles no escucharon la parte en la que Jesús les habló de su resurrección. Tal
vez ellos entendieron que se refería a la resurrección general, tal como lo interpretó Marta cuando
Jesús le habló de la resurrección de su hermano Lázaro (Jn 11:24). Fue necesario que tuviera lugar el
glorioso evento de su resurrección, después de tres días en el sepulcro, para que ellos entendieran a lo
que Jesús se estaba refiriendo en este momento.

Sin embargo, el establecimiento de su reino en este mundo tampoco vendría inmediatamente después
de la resurrección. Para ello sería necesaria su segunda venida en gloria, tal como más tarde les dijo a
sus discípulos (Mr 8:38).

"Entonces Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle"


El apóstol Pedro reaccionó rápidamente ante lo que Jesús estaba diciendo. No podemos negar que en
sus palabras había un intenso afecto hacia Jesús, a quien de ninguna manera deseaba ver sufrir, pero
también manifestaban el sentir popular en cuando al Mesías, que excluía toda idea de sufrimiento, y
aun menos de muerte. ¿Cómo podía ser la muerte el comienzo de un gobierno digno de un rey?

Pedro no comprendía la necesidad de la cruz. Y seguramente, los otros discípulos también pensaban lo
mismo, aunque no llegaran a expresarlo. Y así es también con la mayoría de los hombres. Pablo decía
que "la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros,
es poder de Dios" (1 Co 1:18).

"Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro"


No deja de sorprendernos cómo el apóstol Pedro, que momentos antes había hecho una declaración
tan acertada sobre Jesús (Mr 8:29), ahora descendía tan bajo, haciéndose merecedor de una de las
reprensiones más fuertes que recordamos del Señor Jesucristo: "¡Quítate de delante de mí, Satanás!".

Pero desgraciadamente, así somos todos nosotros. Aun cargados de buenas intenciones como Pedro,
llegamos a cometer terribles equivocaciones. Y el hecho de haber salido victoriosos de determinadas
circunstancias, no debería llevarnos a "bajar la guardia", porque como vemos, el enemigo no
descansa, y nosotros somos mucho más débiles de lo que nos creemos.

Pero sin duda, el que tampoco bajaba la guardia era el Señor Jesús. Inmediatamente respondió a lo
que Pedro le estaba sugiriendo, reprendiéndole en presencia de todo el grupo. Esto tuvo que resultar
muy humillante para el apóstol, pero totalmente necesario. Había que quitar de las mentes de los
discípulos la idea de un establecimiento inmediato del reino, en el que Jesús se sentara glorioso en
Jerusalén a reinar, y ellos compartieran con él el honor y el poder.

Pero tristemente, Pedro no estaba actuando sólo, y el Señor reconoció inmediatamente la presencia
del mismo Satanás detrás de él. De hecho, no era la primera vez que el diablo le hacía proposiciones
similares. Todos recordamos cómo cuando Jesús fue tentado después de su bautismo, el diablo le
ofreció establecer su reino sin necesidad de pasar por la cruz (Mt 4:1-11). Por ejemplo, le propuso
convertir piedras en pan, con la finalidad de acabar con el hambre en el mundo y así ganarse el
prestigio de las personas, que serían inclinados a reconocerle inmediatamente como rey. O cuando le
tentó para que hiciera algo espectacular como tirarse desde el pináculo del templo en presencia del
pueblo, para ganarse su admiración. O cuando directamente le propuso entregarle todos los reinos de
este mundo si le adoraba. Todas estas tentaciones tenían un elemento en común: trazaban un camino
por el que Jesús podía llegar a ser rey, sin tener que pasar por la cruz. Pero ninguna de las propuestas
del diablo tenía en cuenta el grave problema del pecado del hombre. No nos engañemos, el hombre

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pecador es ingobernable, aunque tenga su estómago lleno de pan. Antes de reinar, el Señor sabía que
tenía que cambiar los corazones de los hombres para prepararlos para su reino, y la única forma que
Dios en su sabiduría eterna había encontrado, era la muerte y resurrección de su Hijo encarnado. Por
esta razón, rechazar el sacrificio de Cristo es algo muy peligroso.

"Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres"
El comentario de Pedro puso de manifiesto el fuerte contraste que hay entre los pensamientos de Dios
y los de los hombres. Como venimos considerando, el hombre no logra ver la gravedad del pecado y
cómo éste le aleja de Dios. Así que, mientras que para Dios es fundamental solucionar este problema
en primer lugar, en cambio, los hombres ni siquiera logran ver que sus pecados puedan ser un
obstáculo para participar del reino de Dios.

Y otro tanto ocurre con la forma en la que Dios y el hombre piensan en cuanto al establecimiento del
reino. Los medios que el hombre utiliza, siempre se relacionan con el poder y la fuerza, mientras que
Dios lo hace por el camino de la cruz, que implica debilidad y sufrimiento. El hombre piensa en su
propia gloria, prestigio, posición social, influencia, fama, exaltación, pero Dios busca la redención del
hombre por medio de la humillación y el oprobio de su propio Hijo.

"Si alguno quiere venir en pos de mí"


Después de rechazar la postura de Pedro, Jesús llamó a los discípulos y a la gente para explicarles las
condiciones en las que le tendrían que seguir. Hasta ese momento, ir en pos de Jesús, había consistido
básicamente en acompañarle, escucharle y verle actuar, pero a partir de aquí, el Señor requería un
grado de compromiso con él mucho mayor.

Pero, ¿quién querría seguirle por el camino que les estaba describiendo de rechazo, padecimientos y
muerte? Desgraciadamente, tanto entonces como ahora, no son muchos los que eligen seguir a Jesús.

"Niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame"


Antes de que consideremos cuáles son las condiciones para este seguimiento, debemos apreciar dos
características muy importantes del llamamiento que hizo Jesús.

La primera de ellas, es su honestidad. El Señor no ocultó en ningún momento la dureza del camino.

Y la segunda, es que él no mandó a nadie que fuera por un camino por el que él mismo no hubiera
ido antes.

1. "Niéguese a sí mismo"

La primera condición para seguir a Jesús es "negarse a sí mismo". En vista de lo que acababa de decir,
la primera cosa que implicaría, sería dejar de pensar como los hombres y empezar a ver las cosas
como las ve Dios. Esto supone dejar toda aspiración material al reino de Dios, y también considerar
adecuadamente la gravedad del pecado y la necesidad de la cruz.

En segundo lugar, al negarnos a nosotros mismos para seguir a Jesús, estamos cediendo nuestro
derecho a gobernar nuestras propias vidas para dárselo a él. Dejamos de ser dueños de nosotros
mismos, para ponernos a sus órdenes. Ya no tenemos la última palabra acerca de lo que vamos a
hacer o a dónde vamos a ir. Pablo lo expresó de la siguiente manera: (1 Co 6:19-20) "¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no
sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y
en vuestro espíritu, los cuales son de Dios". A partir del momento en que decidimos seguir a Jesús,
asumimos su señorío en nuestras vidas, y que debemos negarnos a todo pensamiento o acción que
esté basado en nuestro propio interés y no en su voluntad.

2. "Tome su cruz"

Para entender adecuadamente lo que Jesús quería decir con esta expresión, debemos recordar que en
aquel tiempo la cruz servía para ejecutar a los condenados a muerte. Antes de eso, el reo era obligado
a cargar con su propia cruz hasta llegar al lugar en el que iba a ser ajusticiado (Jn 19:17). Claro está,
que aquellas personas llevaban la cruz por obligación, pero a nosotros se nos pide que lo hagamos
voluntariamente.

Pero ¿en qué sentido debemos llevar la cruz? Muchas personas creen que se refiere a alguna prueba
por la que están pasando, y hablan de "la cruz que les ha tocado". Pero ya hemos dicho, que la cruz
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era un lugar de muerte, no sólo de sufrimiento. Tampoco significa que tenemos que estar dispuestos a
morir por la causa de Cristo, aunque por supuesto, esto es cierto. Pero pudiera ser que esto nunca
llegara a ocurrirnos, y lo que aquí está diciendo, es que la muerte es un requisito imprescindible para
poder llegar a ser un seguidor de Cristo.

La cruz era un medio de ejecución, y por lo tanto, tomar la cruz implicaba morir. Pero no se refiere
aquí a la muerte física, sino a la muerte del hombre caído. Este es un paso fundamental para llegar a
ser un verdadero cristiano, y debemos recapacitar sobre lo que significa. Desgraciadamente, en
muchas ocasiones, cuando se predica el evangelio a los inconversos, lo que se les dice es que tienen
que creer que Jesús murió por ellos en la cruz, y que por su muerte, ellos pueden llegar a ser salvos. Y
no cabe duda de que esto es completamente cierto, pero no es toda la verdad que ellos necesitan
saber y aceptar. Realmente, lo que Jesús dijo es que cualquiera que quiera llegar a ser un cristiano, él
mismo también tiene que morir. El apóstol Pablo lo expresó así: "hemos sido crucificados juntamente
con Cristo" (Ga 2:20). Por supuesto, la muerte de Cristo fue en sustitución por los pecadores, y esto
es imposible de imitar, pero esto no quita que nosotros también debemos "morir con él".

Entonces, ¿en qué consiste el ser "crucificados juntamente con Cristo"?

En primer lugar, cuando nosotros decimos que hemos muerto con Cristo, lo que estamos haciendo, es
reconocer que no hay nada en nosotros que pueda ser recuperado para ser llevado al cielo. Todo en
nosotros está manchado por el pecado, y debe ser "ajusticiado", debe morir. Por lo tanto, el primer
requisito para morir en este sentido, es reconocer que Dios tiene razón en el diagnóstico que hace de
nosotros cuando nos dice que todo nuestro ser está perdido por el pecado, y que no hay nada que
podamos hacer por nosotros mismos que nos pueda salvar.

Y en segundo lugar, implica también nuestra identificación con la muerte de Cristo. Aceptamos que
merecemos la justa condenación de Dios, pero rogamos que Cristo ocupe nuestro lugar. Confiamos en
el valor del sacrificio que él realizó en la cruz.

Sin duda, tomar la cruz resulta difícil. A ninguno de nosotros nos gusta admitir que hemos fracasado,
que somos pecadores y viles. Todos preferimos pensar bien de nosotros mismos, e intentar hacer algo
para salvarnos. Por eso, el tener que admitir que no podemos, hiere profundamente nuestro orgullo.
Esta es la razón por la que al hombre le gusta mucho más la religión que el cristianismo; porque en la
religión, siempre le dicen que puede hacer algo por sí mismo para salvarse, mientras que cuando
queremos ser cristianos, tenemos que dejar que Cristo nos salve enteramente.

Viendo el cristianismo moderno, parece que muchos aceptan el hecho de que Cristo ha sido crucificado
por nosotros, pero cabe preguntarnos, si nosotros también hemos sido crucificados juntamente con él.
Recordemos que es imposible beneficiarse de la muerte de Cristo, si nosotros no morimos al pecado
juntamente con él. Y desgraciadamente, algunos parecen actuar creyendo que el hecho de que Cristo
muriera en la cruz por ellos, les da algún tipo de licencia para poder seguir viviendo sus propias vidas
en el pecado. ¡Esto no es posible! Quienes hacen esto, no han entendido lo que es ser un seguidor de
Cristo.

Por último, si morimos con Cristo, también resucitaremos con él a una nueva vida de victoria sobre el
pecado (Ef 2:6). En el momento en que tomamos la firme decisión de arrepentirnos de nuestros
pecados, al punto de morir a ellos, y confiamos en el valor de la obra de Cristo en la cruz en
sustitución nuestra, entonces Dios nos da una nueva naturaleza, creada a la imagen de su Hijo y
dirigida por el poder de su Espíritu Santo (Jn 3:5-7) (Ef 1:13). Esta nueva vida, sí que es apta para
entrar en el reino de Dios y está capacitada para ajustarse a sus principios. En estas condiciones sí
que es posible seguirle.

3. "Y sígame"

Seguir a Jesús significa andar por donde él anda y obedecer lo que él nos manda. Esto debe afectar a
la totalidad de nuestra vida. Ser cristiano no es seguir a Jesús en algunas ocasiones, y en otras ir por
nuestros propios caminos. Es cierto que no es fácil, y que en muchas ocasiones fracasamos, pero el
verdadero discípulo, con todo y no ser perfecto, ha elegido de corazón seguirle a él y obedecerle.

Pero como hemos dicho, para que esto sea realmente posible, es imprescindible negarnos a nosotros
mismos y tomar la cruz. Es entonces cuando Dios obra en nosotros por medio de su Espíritu Santo,
dándonos una nueva naturaleza y el poder necesario para andar siguiendo sus pisadas (1 P 2:21).

Notemos también que en este mandamiento, está implícita la idea de perseverancia: "sígame
continuamente". El Señor nos quiere llevar a una vida de continua santificación. No se trata de una
decisión para un momento, sino que tiene que ver con un plan que abarca toda la vida.

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"Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá"


Para entender este dicho del Señor, es necesario que nos preguntemos ¿qué es lo que desea salvar
exactamente? Como ya hemos comentado más arriba, Dios ha diagnosticado que el hombre caído está
bajo la condenación de Dios, y que no hay nada en él que se pueda salvar. Por eso, nos invita a
identificarnos con Cristo en su muerte, para que de esta forma podamos también disfrutar de la nueva
vida que nos da por su resurrección. Pero, ¿qué pasa si el hombre no está de acuerdo con el
diagnóstico de Dios, y decide que sí que hay cosas que se pueden salvar y que vale la pena mantener?
Pues la respuesta es evidente: está bajo el juicio de Dios y se va a perder. Todo lo que edifiquemos
sobre el hombre caído, finalmente será destruido.

Este principio fundamental se puede aplicar tanto a la salvación del hombre, como a su santificación.
Si el hombre cree que su naturaleza caída le puede llevar a la salvación, tarde o temprano descubrirá
que ha perdido su vida eternamente. Pero de la misma manera, si un creyente decide vivir en la carne
en lugar de en el Espíritu, llegará el momento en que se encontrará delante del tribunal de Cristo y
verá como todas esas obras son destruidas (1 Co 3:11-15). Por supuesto, él mismo será salvo,
"aunque así como por fuego", pero sin poder disfrutar eternamente del fruto de su trabajo.

"Y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará"
El Señor vuelve a incidir en la misma idea expresada anteriormente, pero ahora de forma inversa: si
alguno decide "hacer morir" (Col 3:5-10) lo que pertenece al viejo hombre, con el fin de vivir para
Cristo y su evangelio, salvará su vida eternamente.

Como vemos, el llamamiento del Señor es claro y radical. En él no hay lugar para la tibieza (Ap 3:15-
16). Sin duda, para el mundo, la persona que se involucra mucho en la vida cristiana, le parece que la
está perdiendo. Para ellos, ganar la vida es "disfrutar" desmedidamente de todos los placeres
mundanos y "les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de
disolución, y os ultrajan; pero ellos darán cuanta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los
muertos" (1 P 4:4-5).

Pero es en la medida en la que gastamos nuestras vidas en la causa de Cristo, que realmente las
estamos ganando. Solamente la consagración total al Señor y al servicio del Evangelio, puede dar
sentido y eficacia a la efímera existencia del hombre sobre la tierra.

Por todo esto, el cristiano que vive con un pie en el mundo y otro en la iglesia, es un auténtico infeliz.
Sufre en el mundo y sufre en la iglesia. Para disfrutar plenamente de la vida cristiana es necesario
tomársela con la radicalidad con que la enseñó el Señor.

"Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su


alma?"
Para demostrar la importancia de lo que está diciendo, el Señor presenta a continuación un caso
extremo: imaginemos un hombre que logra hacerse con todas las cosas valiosas de este mundo, pero
en su esfuerzo por conseguirlas, pierde su propia vida, ¿de qué le sirve todo lo que ha ganado si no lo
puede disfrutar? ¿No preferiría tener su propia vida aunque perdiera todas sus posesiones?

Todos los tesoros de esta tierra, no pueden compararse con la vida eterna. Por eso, el negocio más
ruinoso que el hombre puede hacer en este mundo, es el de cambiar los bienes materiales por la
salvación eterna de su alma. Porque por mucho que pueda disfrutar de los bienes en este mundo,
pronto sus años acabarán, y tendrá que dejarlos, mientras que las realidades eternas a las que el
Señor se estaba refiriendo, permanecerán por toda la eternidad.

Finalmente, lo que Jesús nos está preguntando es a qué damos valor en la vida. Sin duda, nuestra
respuesta a esta pregunta, determinará nuestro comportamiento y la forma en la que gastamos
nuestra vida. ¿Nos importan las cosas terrenales o las espirituales y eternas? ¿Vivimos para la carne o
en el Espíritu? ¿Damos valor a los principios del reino o a opiniones mundanas? ¿Nos interesa la gloria
de Dios o la nuestra propia? ¿Es nuestra prioridad el reino de Dios o nuestras propias posesiones?

Al tomar nuestra decisión, debemos recordar que hay cosas que tienen un valor temporal, mientras
que otras son eternas. Algunas las tendremos que dejar necesariamente al salir de este mundo, y
otras las podremos disfrutar por toda la eternidad (Ap 14:13).

"¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?"

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8/11/2019 Estudio bíblico - Título: Jesús anuncia su muerte - Marcos 8:31-38

En un mundo materialista como el nuestro, el valor de las personas se mide generalmente por lo que
tienen. Y nosotros mismos, sin darnos cuenta, fácilmente damos por bueno el dicho popular de "tanto
tienes, tanto vales". Pero el Señor hace un sencillo razonamiento para que veamos que el valor de una
vida, no está en relación con el dinero o posesiones que tiene: ¿Con qué dinero se puede recuperar
una vida? Seguramente, todos los ricos darían sus fortunas a cambio de seguir viviendo cuando llegara
el momento de su muerte, y sin embargo, no les sirve para nada.

El salmista lo expresó de la siguiente manera: "Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre
de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios
su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás), para que viva en
adelante para siempre, y nunca vea corrupción" (Sal 49:6-9).

"El que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y


pecadora"
El Señor era consciente de que su mensaje no estaba agradando a sus oyentes. Sus discípulos
esperaban que si él era el Mesías, subiría inmediatamente a Jerusalén para ocupar el trono de David,
pero en lugar de eso, les anunció el rechazo del pueblo y su misma muerte. Ellos estaban pensando en
los puestos de honor que iban a ocupar en el reino, y él les dijo que para seguirle debían negarse a sí
mismos y tomar su cruz. Las aspiraciones de los discípulos se centraban en lo material y temporal, y
Cristo les hablaba del valor de lo eterno y espiritual.

¿Qué iban a hacer con esta predicación de Jesús? ¿Se avergonzarían de él y de sus palabras? La
pregunta sigue en pie también para nosotros, porque todos estos conceptos que Jesús expresó,
tampoco gozan de popularidad en nuestros días. ¿Estaremos dispuestos a sufrir el ridículo, o incluso la
persecución, por predicar estas mismas palabras? ¿Nos sentiremos orgullosos de ellas? ¿Nos
avergonzaremos de la cruz o nos gloriaremos en ella?

Es cierto que la sociedad utiliza con mucha habilidad el poder del ridículo con el fin de intentar
hacernos callar el mensaje de la cruz. Pero esto es otra evidencia más de que nuestro mundo está al
revés. Como decía el profeta Isaías: "a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo" (Is 5:20). Se sienten
orgullosos de sus pecados y de haberse "liberado" de los mandamientos de Dios, pero en cambio, se
avergüenzan de Cristo, de su santidad y pureza, de su obra de redención en la cruz a favor de los
pecadores. Esto es imposible de comprender, a no ser que el mundo esté realmente en un estado
moral mucho peor del que podemos imaginar.

Bueno es que nos avergoncemos del pecado, de la mundanalidad y de la incredulidad, pero nunca de
Aquel que murió por nosotros en la Cruz. No hagamos nunca causa común con esta generación
adúltera y pecadora para negar a Cristo.

"El Hijo del Hombre se avergonzará también de él cuando venga en la gloria


de su Padre"
El último y definitivo paso para el establecimiento del reino de Cristo en este mundo, será "cuando él
venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles". Lo que estaba diciendo es que su muerte y
resurrección no traerían inmediatamente el reino a este mundo de una forma visible y plena. Esto sólo
ocurrirá en su segunda venida en gloria. Los discípulos esperaban esto de forma inmediata, pero él les
anuncia que en el programa divino para el establecimiento del reino, todavía habría que esperar un
tiempo. En el libro de los Hechos, ante la impaciencia de los discípulos, el Señor resucitado les dio más
información sobre lo que tendría que ocurrir en ese periodo de espera: "Recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria,
y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8). Sería un tiempo de gracia para anunciar al mundo entero el
evangelio de Cristo y su salvación. Pero notemos que el establecimiento visible del reino en este
mundo no vendrá por el éxito de la predicación del evangelio, sino como el resultado directo de la
venida en gloria del Señor.

Es interesante considerar también la forma en la que Jesús anunció que vendría: "Cuando el Hijo del
Hombre... venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles". Sin duda, nos recuerda la profecía
de Daniel: "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un
hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado
dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es
dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dn 7:13-14).

En ese momento, cuando Cristo regrese a este mundo en gloria, la conducta que los hombres tienen
ahora hacia Cristo, determinará la conducta de Cristo hacia ellos entonces.

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Cuando este día llegue, se acabarán las oportunidades de la gracia, y será un tiempo de juicio y de
arreglar cuentas ante Dios. Es infinitamente mejor confesar ahora a Cristo y ser despreciados por los
hombres, que vernos negados por Cristo ante su Padre el día del juicio final.

Preguntas
1. ¿Cuáles son las diferentes etapas para el establecimiento del reino de Dios en este mundo que
hemos considerado en esta lección? Explique la importancia de cada una de ellas.

2. ¿Cuáles son las condiciones para el verdadero discipulado que hemos visto en la lección?

3. ¿Por qué cree que el Señor reprendió tan duramente a Pedro? Explique sus razones.

4. ¿Qué quiso decir Jesús con "tome su cruz"? Explique qué significaba en aquel contexto la cruz, y
cómo se aplica a los seguidores de Jesús.

5. Explique con sus propias palabras lo que Jesús quiso decir con esta declaración: "Todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará".

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