Georges Balandier
An t mpologf a política
Nueva Colección Iberica
Ediciones Peninsula m-*'
La edici6n original francesa fue publicada por Presses
Universitaires de France. de París, con el título de An-
rhropologie politique. O ~ r e s s e sÚniversitaires de Eran-
ce, 1967.
Traducción de MELIT~NB U S T A M A . ~
Sobrecubierta de Jordi Fornas
impresa en Aria SI., Av. Upez Varela 205, Barcelona
Primera edición: setiembre de 1969
Propiedad de esta edición (incluidos la traduccidn y el
diseño de la sobrecubierta), de Edicions 62 sja., Casa-
nova 71, Barcelona, 11.
Impreso en Flamrna, Pallars 164, Barcelona
-
Dep. legal: B. 38421 1969
Prefacio
El presente libro intenta colmar múltiples exigen-
cias. Está dedicado a la antropología politica, especia-
lización tardía de la antropología social, de la cual
presenta de un modo critico las teorías, los métodos
y los resultados. A este respecto el libro propone una
primera síntesis, un primer ensayo de reflexión gene-
ral sobre las sociedades políticas e t r a ñ a s a la
historia occidental- tal y como han sido reveladas
por los antropólogos. Esta postura incómoda no
deja de sugerir los riesgos que corre, que son asu-
midos en la medida en que todo saber científico que
se constituye ha de aceptar el ser vulnerable y par-
cialmente impugnado. Una empresa de esta índole
sólo pudo llevarse a cabo gracias a los progresos rea-
lizados a lo largo de los últimos veinte años y a las
encuestas directas que han ampliado el inventario
de los sistemas políticos aexóticos~y de las más re-
cientes investigaciones teóricas. Los antropólogos y
sociólogos africanistas han contribuido extensamen-
te a esta labor, y ello justifica las numerosas refe-
rencias a sus trabajos.
Esta obra desea igualmente poner en evidencia
las aportaciones de la antropología política a los es-
tudios tendentes a una mejor delimitación y a un
mayor conocimiento del campo político. Define un
modo de localización, con lo cual facilita una res-
puesta a la critica de aquellos especialistas que re-
prochan a los antropólogos politistas el orientar sus
trabajos hacia un objetivo mal determinado. Esta
obra se refiere a la relación del poder con las
estructuras elementales que le brindan su primer
fundamento, con los tipos de estratificación social
que lo vuelven necesario, con los rituales que asegu-
ran su arraigo en lo sagrado e inten4enen en sus
estrategias. Esta diligencia no podía eludir el pro-
blema del Estado -y examina dilatadamente las
características del Estado tradicional-, pero revela
hasta qué punto es urgente el disociar la teoria p
Iítica de la teoria del Estado. Muestra que las so-
ciedades humanas producen todas lo politico y que
todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisi-
tudes de la Historia. Por eso mismo, las preocupa-
ciones de la filosofía política vuelven a ser encon-
tradas y en cierto modo renovadas.
Esta presentación de la antropología polftica no
ha excluido las posturas de fndole teorica, sino que,
por el contrario, es una oportunidad para elaborar
una antropologia dinámica y crítica en uno de los
campos que parecen ser los más propicios a su edifi-
cación. En este sentido, este libro viene a reasumir,
en un más alto nivel de generalidad, las preocupa-
ciones definidas a lo largo de las investigaciones que
hemos llevado a cabo en el dominio africanista. En-
juicia a las sociedades políticas no s610 bajo el as-
pecto de los principios que rigen su organización, si-
no también en función de las prácticas, las estrate-
gias y las manipulaciones que aquéllas provocan. Tie-
ne en cuenta la distancia existente entre las teorías
que las sociedades producen y la realidad social,
muy aproximativa y vulnerable, resultante de la
acción de los hombres, de su política. Dada la propia
naturaleza del objeto a1 cual se refiere, de los pro-
blemas que enjuicia, la antropologla polftica ha ad-
quirido una innegable eficiencia crítica. Recordé-
moslo a modo de conclusión: esta disci~iinatiene
ahora una virtud corrosiva cuyos efecto; empiezan
a sufrir algunas de las teorías ya asentadas; contri-
buyendo de esta manera a una renovación del pen-
samiento sociol6gico, el cual se precisa tanto por la
fuerza de las cosas como por el devenir de las tien-
cias sociales.'
G. B.
1. Esta obra, que utitiza los resultados de las investieacio-
ncs personales realizadas durante los úitirnos diez años, mu-
cho le debe a las obsemaciones y sugerencias formuladas en el
seno del aGroupe de Rechcrchcs en Anthropologie et Socio-
logie politiques~ que está bajo nuestra dirección. Claudine
Vida1 y Francine D n y f u s , colaboradoras de este grupo, han
aportado una ayuda muy valiosa, tanto en el cotejo de la do-
cumentación como en la revisi611 del manuscrito.
Capítulo 1
Coilstrucción de la antropología politica
La antropología politica aparece a un tiempo co-
rno un proyecto -muy antiguo, pero siempre actual-
y como una especidizacidn de la investigación antro-
pológica, de constitución tardía. En el primer as-
pecto, asegura el rebasamiento de las experiencias
y de las doctrinas politicas peculiares. De esta ma-
nera tiende a fundar una ciencia de lo polftico, con-
templando al hombre desde el aspecto del horno po-
liticus y buscando los rasgos comunes a todas las or-
ganizaciones políticas reconocidas dentro de su di-
versidad histórica y geográfica. En este sentido, ya
está presente en la Política de Aristóteles, que consi-
dera al ser humano como un ser naturalmente poli-
tic0 y aspira al descubrimiento de unas leyes más
bien que a la definición de la mejor constitución con-
cebible para cualquier Estado posible. En el segun-
do aspecto, la antropología política delimita un cam-
po de estudio en el seno de la antropologfa social o
de la etnología. Se dedica a la descripción y al análi-
sis de los sistemas políticos (estructuras, procesos y
representaciones) propios de las sociedades consi-
deradas primitivas o arcaicas. Así entendida, se trata
pues de una disciplina recientemente diferenciada.
R. Lowie ha contribuido a su elaboración a la par
que deploraba la insuficiencia de los trabajos antro-
pológicos en materia política. Hay un hecho muy sig
nificativo: el comicio del aInternationa1 Symposium
on Anthropologym, celebrado en el año 1952 en los
Estados Unidos, no le dedicó gran atenci6n. En unas
fechas mucho mAs cercanas todavia, los antropólo-
gos siguen levantando un acta de ausencia: en su
mayoría confiesan que ellos &han subestimado el es-
tudio comparativo de la organización polftica de las
sociedades primitivas~(1. Schapera). De ahí los equí-
vocos, los errores, las afirmaciones engañosas que
condujeron a excluir la especialización y el pensa-
miento politicos de un gran número de sociedades.
Desde hace unos quince años la tendencia se in-
vierte. Las investigaciones sobre el lugar se multi-
plican, particularmente en el Africa Negra, donde
más de una centena de acasos~han sido analizados y
pueden ser sometidos a un tratamiento científico. Las
elaboraciones teóricas empiezan a expresar los resul-
tados conseguidos a través de estas nuevas investi-
gaciones. Este repentino progreso se explica tanto
por la actualidad - e l hecho de contemplar a las so-
ciedades en mutación salidas de la descolonización-,
como por el devenir interno de la propia ciencia an-
tropológica. Los politicólogos reconocen, a desde
7
ahora, la necesidad de una antropología po ítica. Así
tenemos que Laimcuid hace de la misma la condi-
ción de toda ciencia política comparativa; L-Aron
observa que las sociedades llamadas subdesarrolla-
das aestán empezando a fascinar a los politicólogos
deseosos de substraerse al provincialismo occidental
o industrial^. Y C. N. Parkinson ase inclina a pensar
que el estudio de las teorías políticas debiera con-
fiarse a los antropólogos socialesa.
Este éxito tardío no se verifica sin impugnaciones
ni ambigüedades. Para algunos filósofos -y entre
ellos P. Ricoeur- la filosofía política es la única jus-
tificada; en la medida en que lo político es funda-
mentalmente lo mismo en una sociedad que en otra,
en que la política es una uintencións (lelos) y tiene
por finalidad la naturaleza de la ciudad. Es una recu-
sación total de las ciencias del fenómeno político; no
puede ser refutada a su vez más que mediante un
examen profundo de éste. Las incertidumbres mani-
festadas durante largo tiempo por esas discipIinas
en cuanto a sus dominios, sus métodos y sus objeti-
vos respectivos no son muy propicias para una tal
empresa. Sin embargo, hay que intentar superarlas.
1. Significación de la antropología poZiticu
En tanto que disciplina que aspira a conseguir un
estado científico, la antropología política se impone
en primer lugar como un modo de reconocimiento y
de conocimiento del exotismo político, de las formas
polfticas aotrasm. Es 'un instnunen to de descubrimien-
to y de estudio de las diversas instituciones y prácti-
cas que aseguran el gobierno de los hombres, asi
como de los sistemas de pensamiento y de los s h b e
:os que los fundan. Montesquieu, cuando elabora la
noción de despotisnzo oriental (sugiriendo un tipo
ideal en el sentido que le imparte Max Weber), cuan-
do clasifica aparte a las sociedades que dicha noci6n
define y pone en evidencia unas tradiciones políticas
diferentes de las de Europa, se sitúa entre los prime-
ros fundadores de la antropología política. El lugar
concedido a ese modelo de sociedad política en el
pensamiento marxista v neomarxista atestigua, por lo
demás, la trascendencia de esta aportación.
De hecho, Montesquieu es el iniciador de una ta-
rea científica que durante un perfodo ha definido las
funciones de la antropología cultural y social. Él hace
un inventario manifestando la diversidad de las so-
ciedades humanas; para ello recurre a los datos de
la historia antigua, a las ~descripciones~ de los via-
jeros, a las observaciones relativas a los países ex-
tranjeros y extraños. Esboza un método de compara-
ción y de una tipología; y esto lo lleva
a valorar el dominio político y a identificar, en cierto
modo, a los tipos de sociedades según los modos de
gobierno. Dentro de una misma perspectiva, la an-
tropología intentó primero determinar las aáreasm de
las culturas y las secuencias culturales considerando
los criterios técnic~conómicos,los elementos de ci-
vilización y las formas de las estructuras políticas.'
Es hacer de lo «político. un carácter pertinente pa-
ra la diferenciación de las sociedades dobales v de
las civilizaciones; a veces, representa Gncederlé un
estatuto científico privilegiado. La antropología polí-
tica aparece con el aspecto de una disciplina que
contempla a las sociedades aarcaicas~.en las cuales el
Estado 'no está claramente constituido, y a las socie-
dades en las que el Estado existe y presenta las más
diversas configuraciones. Contempla necesariamente
el problema del Estado, de su gknesis y de sus ex-
presiones primeras: R. Lowie, al consagrar una de
sus principales obras a este problema (The Origin of
1. J. H. Stewart precisa a este respecto: aLa estructura
sociopolítica se presta en sí a la clasificación y es claramen-
te más manifiesta que los demás aspectos de la cu1tura.w
ihe State, 1927), vuelve a encontrar de este modo las
preocupaciones que movían a los pioneros de la in-
vestigación antropológica. Se halla confrontada asi-
mismo con el problema de las sociedades segmenta-
rias, carentes de poder político centralizado, que son
objeto de un debate antiguo y siempre renaciente. El
historiador F. J. Teggart, frecuentemente citado por
los autores británicos, afirma: .La organización po-
lítica es un asunto excepcional, que caracteriza sola-
mente a determinados grupos.. . Todos los pueblos
estuvieron durante un tiempo o siguen estando orga-
nizados sobre una base distinta.. (The Processes of
History, 1918.) A treinta años de distancia, el soció-
logo norteamericano R. MacIver sigue admitiendo que
uel gobierno tribal difiere de todas las demás formas
de gobierno. (The Web of Government). Por su di-
ferencia esencial o por su ausencia de lo político, ya
que ambas se postulan más que se demuestran, las
sociedades que pertenecen al ámbito del estudio an-
tropológico se hallan situadas aparte. Unas dicoto-
mfas sencillas pretenden expresar esta posicibn: so-
ciedades sin organización politica/sociedades con or-
ganización politica, sin Estado/con Estado, sin histo-
ria o con historia repetitiva/con historia acumulativa,
etc. Estas oposiciones son engañosas, pues crean un
corte falsamente epistemológico, pese a que la vieja
distinción entre sociedades primitivas y sociedades ci-
vilizadas haya marcado a la antropología política en
el momento en que naciera. Al diferir el estudio me-
tódico de los asistemas primitivos de organización
politican, los antropólogos han propiciado las inter-
pretaciones negativas: las de los teóricos extraños
a su disciplina que niegan la existencia de semejan-
tes sistemas.
La evocación de estas cuestiones sugiere los oh-
jetivos principales que pudieron ser vislumbrados
por la antropología poIítica y que la siguen definien-
do:
a ) Una determinación de lo político que no vincu-
la este úItimo ni a las únicas sociedades llamadas
históricas ni a la existencia de un aparato estatal.
b ) Una aclaración de los procesos de formación
y de transformaci6n de los sistemas políticos al am-
paro de una investigacidn paralela a la del his-
dor; si se evita generalmente la confusión de lo apri-
mitivom y de lo eprimero~,el examen de los testimo-
nios que nos remontan a la tpoca de los comienzos
(de ala verdadera juventud del mundorp, según la
fórmula de Rousseau), o que dan cuenta de las tran-
siciones, sigue siendo privilegio de unos pocos.
c ) Un estudio comparativo, aprehendiendo las di-
ferentes expresiones de la realidad política, no ya
dentro de los límites de una historia particular -la
de Europa-, sino en toda su extensión hist4rica y
geográfica. En este sentido, la antropologfa politica
quiere ser una antropología en todo el sentido del ter-
mino. De este modo contribuye a reducir el uprovin-
cionalismow de los politic&logos denunciado por
R. Aron, y a construir ala historia mundial del pensa-
miento politicos deseada por C. N. Parkinson.
Las mutaciones acontecidas en las sociedades en
vías de desarrollo confieren un sentido suplementa-
rio a las empresas conjugadas de la antropología y
de la sociología pollticas. Ellas permiten el análisis,
actual y no retrospectivo, de los procesos que garan-
tizan la transición del Gobierno tribal y del Estado
tradicional al Estado moderno, del mito a la doc-
trina y a la ideología políticas. Asi que es éste un
momento propicio para el estudio, una de esas épo-
cas charnieres que SaintSimon andaba buscando
cuando interpretaba la revolución industrial, la for-
mación de un nuevo tipo de sociedad y de civiliza-
ci6n. La actual situación de las sociedades políticas
exóticas incita a examinar, dentro de una perspecti-
va dinámica, las relaciones entre las organizaciones
politicas tradicionales y las organizaciones políticas
modernas, entre la tradición y el modernismo; ade-
más, al someter a las primeras a una verdadera prue-
ba, requiere a su respecto una visión nueva y más
crítica. La confrontación rebasa el estudio de la di-
versidad y de la génesis de las formas políticas, plan-
tea igualmente el problema de su puesta en relación
generaIizada, de sus incompatibilidades y de sus an-
tagonismos, de sus adaptaciones y de sus mutaciones.
2. Elaborución de la antropología pditiw
Si la antropologia politica se define en primer lu-
gar por la consideraci6n del exotismo politico y por
el análisis comparativo al cual lleva, sus ongenes
pueden considerarse como lejanos. Pese a las suge-
rencias reasumidas en las diversas épocas, no se ela-
boró sino lentamente; su nacimiento tardío obedece
a unas razones que, en parte, explican sus ticisitudes.
a ) Los precursores. Al reconstituir el itinerario
de su ciencia, los antropólogos vuelven a descubrir
a menudo los jalones remotos que atestiguan el ca-
ldcter permanente (e ineludible) de sus fundamenta-
les preocupaciones. M. Gluckman invoca a Aristóte-
les: su atratado de gobiemo~,su búsqueda de las
causas que provocan la degradación de los Gobiernos
establecidos, su tentativa por determinar las leyes
del cambio politico. D. F. Pocock evoca la atención
que ya Francis Bacon confería a los testimonios re-
lativos a las sociedades diferentes o ~salvajesm.Lloyd
Fallers recuerda que Maquiavelo -en El priszcipe-
distingue entre dos clases de gobierno, prefigurando
dos de los tipos ideales diferenciados por Max We-
ber en su sociología política: El apat rimonialismo»
y el asultanismo*.
Sin embargo, cabe buscar a los iniciadores de la
démarche antropológica entre los creadores del pen-
samiento político del siglo xwn. El precursor privile-
giado sigue siendo Montesquieu. D. F. Pocock lo sub-
rayó al remitirse al Espírcgde-las- leygs: U Se trata
del primer intento serio por levantar un inventario
de la diversidad de las socie-dades humanas, con mi-
ras a clasificarlas y_ qparatlás,-cbn miras a estudiar
en el seno d d a s o c i e w el funcionamiento solidario
de las institucioñes;Di%ado que las sociedades están
definidas ' c o r i f o T ~a sus modos de gobierno, esta
aportación prepara el advenimiento de la sociología
y de la antropologia políticas. Pero hay más por en-
contrar que esta mera prefiguración y más por rete-
ner que la mera definición de una forma politica que
estaba llamada a un dxito diferido: el «despotismo
oriental,. Montesquieu, según la fórmula de L. Althus-
ser, provoca auna revolución en el métodon; él arran-
ca de los hechos: aLas leyes, las costumbres y los di-
versos usos de los pueblos de la Tierra,; elabora las
nociones de los tipos y de las leyes; propone una
clasificación morfológica e histórica de las sociedades
-enfocadas sobre todo, importa recordarlo, como so-
ciedades políticas.
Rousseau ha sido a menudo calificado como filó-
sofo político, por referencia al Discurso sobre la
desigualdad y al Contrato social. Su contribución no
ha sido siempre valorada correctamente por los espe-
cialistas de la sociología y de la antropología política.
No se reduce empero al contrato hipotético gracias
al cual el género humano sale del estado aprimiti-
vom y cambia su manera de ser, no se reduce a esa
argumentación que C. N. Parkinson trata de aretórica
del siglo xvnrro y de «senilidad,. A la par que va
prosiguiendo la imposible búsqueda de los orígenes,
Rousseau contempla científicamente los usos de los
pueblos salvajes> e intuye sus dimensiones históri-
cas y culturales. Reasume por su cuenta el relativis-
mo del Espiritu de las Leyes y admite que el estudio
comparativo de las sociedades permite comprender
mejor a cada una de las mismas; elabora una inter-
pretación en términos de génesis: la desigualdad y
las relaciones de producción son los motores de la
historia; reconoce, a la vez, el carácter específico y
el desequilibrio de todo sistema social, el debate per-
manente entre ala fuerza de las cosasm y la afuerza
de la legislaciónrp. Los temas del adiscurso~prefigu-
ran a veces e1 análisis de F. Engels desentrañando <el
origen de la familia, de la propiedad privada y del
Estado,.
Por otra parte, no deja de ser cierto que ciertas
corrientes del pensamiento político del siglo ~ T I I
vuelven a resurgir con Marx y Engels. Su obra impli-
ca el esbozo de una antropología económica con la
evidencia de un amodo de producción asiático, y de
una antropología política - e n t r e otras cosas al vol-
ver a tomar en consideración el «despotismo orien-
t a l ~y sus manifestaciones históricas. Y se organiza
esa reflexión a partir de una documentación exótica:
relatos de viajeros y adescripcionesu, escritos con-
templando las comunidades pueblerinas y los Esta-
dos de la India a lo largo del siglo XIX, trabajos de
1- historiadores y los etnógrafos. Su empresa (más
bien acometida que terminada) se sujeta a una doble
exigencia: la búsqueda del proceso de formación de
las clases sociales y del Estado a través de la disolu-
ción de las comunidades primitivas; la determinación
de las características de una asociedad asiátican que
parece singular. El paso lleva consigo cierta contra-
dicción interna, sobre todo si se toma en cuenta la
contribución de F. Engels. Pues éste trata la histo-
ria occidental como la representación de desarrollo
de la humanidad, introduciendo de esta manera una
visión unitaria del devenir de las sociedades y las ci-
vilizaciones. Por otra parte, en la misma medida en
que la sociedad aasiática~y el Estado que es capaz de
regirla se hallan considerados aparte, aquélla se en-
cuentra en cierto modo algo asf como sacada fuera
de la historia, condenada al estancamiento relativo,
a la inmutabilidad. Esta dificultad sigue subsistiendo
en el seno de las primeras investigaciones antropo
16gicas: por una parte, tienden al estudio de las g&
nesis, de los procesos de formación y de transforma-
ción, aun admitiendo que es casi imposible ~descu-
brir el origen de las instituciones primitivas. (Fortes
y Evans-Pritchard); por otra parte, se sujetan a las
formas más específicas de las sociedades y de las ci-
vilizaciones, en detrimento, a menudo, del examen
de los caracteres comunes y de los procesos genera-
les que contribuyeron a su formación.
b) Los primeros antropólogos. Consideraron los
fen6menos politicos, sobre todo en el aspecto de
su génesis. Y ello con tanta discreción que pudo Ils-
garse hasta a negar su interés por este dominio de
la ciencia. Max Gluckman pone de manifiesto su ab-
soluto desinterés: aNinguno de los primeros antro-
pólogos, ni el propio Maine, si es que lo reivindica-
mos en tanto que antepasado, consideró el proble
ma polftico; quuiá fuera debido a que las investiga-
ciones iniciales en antropología estuvieron consagra-
das a las sociedades en pequeña escala de América,
de Australia, de Oceanía y de la India.,
Sin embargo, no deja de ser frecuente la referen-
tia a los pioneros, como Sir Henry Maine, a quien
acabamos de evocar y que tantas veces fue subesti-
mado, el cual es autor de la famosa obra Ancient
h t v (1861. Este estudio compartivo de las insti-
tuciones indoeuropeas apunta dos arevolucioneso en
el devenir de las sociedades: la transición de las so-
ciedades basadas en el status a las sociedades asenta-
das sobre el contrato; el paso de las organizaciones
sociales centradas en el parentesco a las organiza-
ciones que están sujetas a otro principio, pongamos
por caso al de 3a acontigüidad localm que define <el
asiento de la acci6n política mancomunadao. Esta
doble distinción es la fuente de un debate que siem-
pre sigue abierto. La referencia citada con más fre-
cuencia no deja de ser sin embargo la Ancient Society
(1877) de L. H. Morgan, inspirador de F. Engels y pa-
dre venerado de la mayorfa de los antropólogos mo-
dernos. Morgan reconoce dos tipos de gobierno ~ f u n -
damentalmente distintos, y significativos de la a-
tigua evolución de las sociedades: aEl primer tipo, en
el orden cronol6gic0, está fundado sobre las personas
y sobre las reIaciones puramente personales; puede
considerársele como una sociedad (societas)... El se-
gundo se asienta sobre el territorio y sobre la pro-
piedad; puede considerarse como un Estado (&vi-
?as)... La sociedad politica está organkada sobre
unas estructuras territoriales, tiene en cuenta las
relaciones de propiedad así como las relaciones que
el territorio establece entre las personas., Este mo-
do de interpretación lleva prácticamente a la antro-
pologia a privar del rasgo politico a un vasto con-
junto de sociedades. Morgan ha sido víctima de su
propio sistema teórico, tomado en este caso en par-
te de los trabajos de Henry Maine. Dedicb muchos
capitulas de su gran obra a la aidea del gobierno,,
pero no dejó de negar con ello la compatibilidad del
q . sistema de los cIanes (sociedad primitiva) con ciertas
formas de organización que son esencialmente políti-
cas (aristocracia, monarquía). De esta manera susci-
t6 una controversia constantemente renaciente en el
seno de la teoría antropol6gica. En 1956, 1. Schapera
vuelve a reasumirla nuevamente en su libro Gmtem-
---
ment and Politics irt Tribal S~ c i e t i e ~
c ) Los antropólogos pofitistas. Después de 1920
es cuando se elabora una antropología política dife-
renciada, explícita y no ya implícita. Arranca de la
problemática antigua, pero explota unos materiales
nuevos resultantes de la investigación etnográfica.
Vuelve a discutir acerca del Estado, de su origen y de
sus expresiones primitivas. cuestión ésta ya resumi-
da -- -
Franz op$nheimer U a. - comienzos de-siglo (Der
Staat. 190?t.--
~n un intervalo de unos años se publican dos
estudios importantes que responden a una misma
preocupación. El de W. C. MacLeod, que utiliza la do-
cumentación acumulada por los etnógrafos america-
nistas: The Origin of ?he State Reconsidered in the
Light of ?he Data of Aboriginal North America (1924)
y el de R. H. Lowie, The Origin of the State (1927),
que determina el papel respectivo de los factores in-
ternos (los que provocan la diferenciación social) y
de los factores externos (los resultantes de la con-
quista) en la formaci6n de los Estados. Se trata en
este caso de los productos de unos pasos que se quie-
ren a si mismos científicos, asentados sobre los he-
chos y claramente distintos de las empresas de la
filosofía política. El problema de los orígenes es asi-
mismo el que contempla Sir Jarnes G. Frazer; 41 con-
sidera las relaciones entre la magia, la religi6n y la
realeza; asi se convierte en el iniciador de los traba-
jos esclarecedores de la relación del poder y de lo
sagrado. Se abren nuevos dominios para la investi-
gación; algunos desembocan en el reconocimiento y
la interpretación de las teorías exóticas del gobierno:
Beni Prasad publica su Theory of Governmen? in In-
dia en 19271 Las obras generales de los politioólogos
empiezan a efectuar breves incursiones antropológi-
cas; así, por ejemplo, la History of Political Theories
(1924) de A. A. Goldenweiser se refiere especialmen-
te al sistema político de los Iroqueses de la América
del Norte.
Los primeros tratados de antropología confieren
3. Alrededor de 192ü, los estudios dedicados al pensa-
miento político de los hindúes se muitiplican; citemos los
de U. Ghostal (1923). Ajir Kumar Sen (1926) y N. C. Bandyo-
paahaya (1927).
un Iugar muy Iimitado a 10s hechos poIiticos; e1 de
p. Boas (General Ant hropology) reserva un capitulo
a la problemática del gobierno; el de R. Lowie (Pd-
mitive Society) sistematiza las tesis de este autor y
aporta un inventario limitado de los principales resul-
tados. Pero la revolución antropológica determinante
es la de los años 30, época durante la cual se multi-
plican los estudios sobre el terreno y las elaboracio-
nes teóricas o metodolbgicas que resultan de los mis-
mos. Las investigaciones consagradas a las sociedades
segmentarias -llamadas «sin Estado-, a las es-
tructuras del parentesco y a los modelos de relacio-
nes que rigen estas últimas, conducen a una mejor
delimitación del campo político y a una mejor apre-
hensión de la diversidad de sus rasgos.
Es en el dominio africanista donde acontecen los
progresos más rápidos; las sociedades sometidas a
investigación están organizadas en mayor escala; la
diferenciación de las relaciones de parentesco y de
las relaciones propiamente políticas se manifiesta en
él más nítidamente que en el seno de las microsocie
dades «arcaicas>.En 1940, se publican tres obras hoy
día clásicas. Dos de ellas, escritas por E. E. Evans-
Pritchard, expresan los resultados de encuestas di-
rectas y comportan unas nuevas implicaciones t e 6
ricas. The Nuer, libro que presenta los rasgos genera-
les de una sociedad nilótica, muestra al mismo tiem-
po las relaciones y las instituciones políticas de un
pueblo aparentemente desprovisto de Gobierno; de-
muestra la posibilidad de existencia de una «anar-
quía ordenadan. The Political System of ihe Anmk
es exclusivamente un estudio de antropología política
relativo a un pueblo sudanés, vecino de los Nuer, que
ha elaborado dos formas contrastadas v competidoras
de gobierno de los hombres. El tercer l i b k es una
compilación colectiva dirigida por E. E. Evans-Prit-
chard y M. Fortes: African Political Systems. Este
libro se sujeta a una exigencia comparatista al pre-
sentar unos acasos» claramente diferenciados, está
precedido de una introducción teórica y plantea el
esbozo de una tipología; M. Bluckman lo considera
como la primera contribución encaminada a dar un
estatuto científico a la antropología política. Cierto
que los responsables de la obra marcan sus distan-
NCI 2 . 2 17
cias respecto a los afilósofos de lo político», los cua-
les se preocupan menos de adescribir~que de «de-
cir cuál es el Gobierno que los hombres debieran
darse». Esta afirmación no deja, claro está, de sus-
citar reservas, pero son pocos los especialistas que
no expresan su gratitud hacia esos dos grandes an-
tropólogos.
Después de 1945, el número de los africanistas po-
litistas se incrementa ripidamente. En primer lugar,
sus estudios no dejan de ser el producto de una in-
tensa labor efectuada sobre el mismo terreno. En
ellas se contempla a la vez las sociedades segmenta-
rias (Fortes, Middleton y Tait, Southall, Balandier) y
las sociedades estatales (Nadel, Smith, ,Maquet, Mer-
cier, Apter, Beattie). Inducen a unas búsquedas teó-
ricas y a unas síntesis regionales al confrontar siste-
mas relacionados entre sí; así, para las sociedades li-
najeras tenemos Trib'es without Ruleys, obra publi-
cada en 1938 bajo I a ~ á é ~ l G f i d d l e t yo nTait;
y, para los Estados de la región oriental interlacus-
tre, cabe citar Primitive Governttze~zt,publicado en
1962 por L. Mair. El libro de 1. Schapera, Govern-
ment alzd Politics in Tribal Societies (1956), tiene un
alcance general, tal como su titulo lo sugiere, pese
a estar fundado exclusivamente sobre unos ejemplos
extraídos del Africa meridional. Esta obra analiza los
mecanismos que garantizan el funcionamiento de los
Gobiernos primitivos y desentraña ciertos problemas
de índole terminológica. En cuanto a las investiga-
ciones más recientes, orientadas por las situaciones
resultantes de la independencia, establecen un nexo
entre la antropología política y la ciencia política
(Apter, C o l e m Hodgkin, Potekhin, Zieglef). Estas
i=?%figaciones muestran la necesidad de una coope-
ración interdisciplinaria.
Fuera del campo africanista, una obra domina la
literatura especializada, se trata de la que E. R. Leach
ha dedicado a las estructuras y a las organizaciones
políticas de los Kachin de Birmania: Political Sys-
iems of Higkland B u m a (1954). Este estudio trata de
valorizar el aspecto político de los fenómenos socia-
les. Siguiendo los pasos de Nadel, y de sus predece-
sores, la sociedad global y la aunidad política» son
identificadas, mientras que las estructuras sociales se
hallan consideradas a su vez por referencia a las
,ideas concernientes a la distribución del poder entre
las personas y los grupos de personas,. E. R. Leach
elabora -y dsta es su mayor aportación- un estruc-
turalismo dinámico, repleto de sugerencias provecho-
sas para la antropología política. MariiIiesta la ines-
tabilidad relativa de los equilibrios sociopolíticos (trá-
tase de unos aequilibrios movedizos~,según la fórmu-
la de Pareto), la incidencia de las acoi~tradicciones~,
la separación entre el sistema de las relaciones socia-
les y políticas y el sistema de ideas asociado con
aquéllas. Importa examinar con un rigor más cons-
tante las cuestiones de método.
3. Mktodos y tendencias de la antropología politic~
Los métodos no se diferencian, desde un princi-
pio, de los que caracterizan al conjunto de la orienta-
ción antropológica. Devienen más especiticos cuando
la antropología política, implícita aún, aborda aque-
llos problemas que le son propios: el proceso de for-
mación de las sociedades estatales, la naturaleza del
Estado primitivo, las Formas del poder político den-
tro de las sociedades con gobierno mínimo, etc. i)i-
chos métodos asumen su plena originalidad desde el
momento mismo en que la antropología política se
convierte en un proyecto científico que tiende hacia
un objeto y unos objetivos claramente determinados.
Es entonces cuando se hallan influidos por las socic,
logías políticas ya establecidas -la de Max Weber o,
más raramente, la de Mam y Engels (por ejemplo, en
el caso de Leslie White). Se benefician no obstante
de los progresos realizados por la antropología ge-
neral.
Estos métodos se caracterizan por los instrumen-
tos a los cuales recurren, por los problemas a los
cuales suelen ser aplicados. No se les define lo bas-
tante al oponer los trabajos teóricos, que construyen
su esfera de estudio al basarse en la aportación de
las búsquedas de terreno, y los trabajos quc se limi-
tan a la elaboración inmediata de los datos facilita-
dos por la encuesta directa. Es preciso establecer
un breve inventario de dichos métodos antes de v a
lorar su eficiencia científica en el reconocimiento
del campo polltico.
a) La orientación genética. Es, a la vez, la pri-
mera y la más ambiciosa en la historia de la disci-
plina; plantea los problemas del origen y de la *evo-
lución~a largo alcance: origen mágico o/y religioso
de la monarquia, proceso de constitución del Esta-
do primitivo, transición de las sociedades edificadas
sobre ael parentesco^ hacia las sociedades políticas,
etc. Está ilustrada por una serie de obras, empezando
por las de los pioneros y terminando con el estudio
histórico de W. C. MacLeg& TIte Origin and Hisrory
of Politics (193 fJTEñiiierta manera, desemboca en
las2niresfigaciones etnológicas que, inspiradas por el
marxismo, asocian una concepción dialéctica dc la
historia de las sociedades.
b) La orien~aciónfuncionalista. Identifica las ins-
tituciones políticas, en las llamadas sociedades pri-
mitivas, a partir de las funciones asumidas. Segúii
la expresión de Radcliffe-Brown, conduce a conside-
rar la aorganización política^ como un uaspecto~de
la uorganización total de la sociedadm. De hecho, el
anhlisis se refiere a las instituciones realmente polí-
ticas (pongamos por caso, el aparato de la monar-
quía) y las instituciones multifuncionales utilizadas
en ciertos casos para fines politicos (como son las
«alianzas>concertadas entre los clanes o los linajes).
Este tipo de orientación permite definir las relacio-
nes políticas, las organizaciones y los sistemas que
constituyen, pero ha contribuido muy poco a escla-
recer la anaturaleza~del fenómeno político. Este fe-
nómeno lo caracterizan generalmente dos gmpos de
iüncioncs: las que asicntan o mantienen el orden so-
cial al organizar la cooperación interna (Radcliffe-
Brown); y las que garantizan la seguridad al asegu-
rar la defensa de la unidad política.
C) La on'entacidn tipológica. Prolonga la anterior.
Tiende a la determinación de los tipos de sistemas
politicos, a la clasificación de las formas organizacio-
nales de la vida política. La existencia o la inexisten-
cia de1 Estado primitivo parece brindar un primer
criterio diferenciador: éste es el que prevalece en
Africm Political Systems. Esta interpretaci6n dice
tómica se halla impugnada actualmente. De hecho, es
factible edificar una serie de tipos que se extiendan
desde los sistemas con gobierno mínimo hasta los
sistemas con un Estado claramente constituido; al
progresar de un tipo hacia los demás, el poder politi-
co se diferencia más aún, se organiza de un modo
mAs complejo y se centraliza. La mera oposición de
las asociedades segmentariasn y de las «sociedades
estatales centralizad as^ parece tanto más impugna-
ble en cuanto que el africanista A. Southall ha sub-
rayado la necesidad de introducir por lo menos una
tercera categoría, o sea la de los @estadossegmen-
tanos a.
MAS allá de esta crítica, el mttodo mismo se ha-
lla en discusi6n; hasta tal extremo que, a veces, la ti-
pología se ve asimilada a una vana atautologíau (E.
R. Leach). Convendría al menos no confundir y mez-
cIar las tipologías crdescriptivas~y las tipologías *de-
ductivasa (D. Easton). Importaría no eludir la difi-
cultad mayor: los tipos definidos están acuajadosn;
y, segtín la recia fórmula de Leach, «no podemos
conformamos por mAs tiempo con las tentativas de
establecer una tipologia de unos sistemas ya fijadosa.
d ) La orientacióíz terminológica. Una primera lo-
calización y una primera clasificación de los fenóme-
nos y de los sistemas políticos desembocan necesa-
riamente en un intento de elaboración de las- catego-
rias fundamentales. Ésta es una tarea ardua que re-
quiere, previamente, una delimitación exacta del cam-
po político.' Esta tarea dista mucho de estar termi-
nada: el politicólogo D. Easton, en un ensayo relati-
vo a la antropología política, afirma que el objeto de
esa disciplina sigue estando mal definido porque
*numerosos problemas conceptuales no han sido sol-
ventados~.Una de las iniciativas más audaces es la
de M. G. Smith; trata de establecer con rigor las no-
ciones bAsicas: acción política, competición, poder,
autoridad, administración, función, etc.; esta inicia-
tiva es tanto más provechosa -por su resultado- en
4. Cf. en el capitulo 11: aDaminio de lo politicon.
cuanto contempla la aacción politicaw de un modo
analítico y con el fin de localizar la parte que todos
los sistemas tienen de común. El lkxico de los con-
ceptos-clave sigue siendo no obstante más fácil de
sentar que de cargarle de contenido.
La elaboración de estos conceptos debe comple-
tarse con un estudio sistemático de las categorías y
las teorías políticas indígenas, bien sean explícitas o
implícitas y cualesquiera que fueren las dificultades
pIanteadas por su traducción. La lingüistica es así
uno de los instrumentos indispensables para la an-
tropologia y la sociologia políticas. Uno no puede ig-
norar e1 hecho de que las sociedades pertenecientes
a la primera de esas dos disciplinas imponen el es-
clarecimiento de las teorías que las explican y de las
ideologías que las justifican. A. Southall, J. Beattie y
G. Balandier han sugerido los medios que han de
utilizarse para construir esos sistemas expresivos del
pensamiento político indígena.
e) La orientaciórz esfmcruralista. Ésta substituye
el estudio genético o funcionalista por un estudio
de lo político, el cual se lleva a cabo partiendo de
unos modelos estructurales. Lo politico es conside-
rado en el aspecto de las relaciones uformales» que
dan cuenta de las relaciones de poder realmente ins-
tauradas entre los individuos y entre los grupos. Si
nos sujetamos a la interpretación más sencilla, las
estructuras políticas -como toda estructura social-
son unos sistemas abstractos expresivos de los prin-
cipios que unen a los elementos constitutivos de unas
sociedades políticas concretas. En un artículo alenta-
dor dedicado a «la estructura del poder entre los
Hadjerais,' grupo de poblaciones del Tchad, J. Poui-
llon precisa e ilustra algunas de las posibilidades
del método estructuralista aplicado al campo de la
antropología política. La aplicación abarca un con-
junto de microsociedades que presentan a un tiempo
unos parentescos (el nombre general -Hadierai-
los evoca) v significativas variantes, especialmente
al tratarse del *poder». Una doble condición, o sea
5. J. POU~LIJS.La stvucture du pouvoir chez les Hadjerai
(Tchad), en eL'Hommen, set iembre-diciembre 1%4.
la presencia de elementos comunes y la diferencia-
ci6n en la ordenación de los mismos, es necesaria
en esta orientación; pues dicha condicibn permite
elaborar, cn dos grados, unos asistemasa que corres-
ponden al conjunto de las modalidades de organi-
zación sociopolitica y a un asistema de los siste-
mas* -o sea el que supuestamente ha de definir el
poder Hadjerai. De ahi, los dos momentos del es-
tudio: en un primer tiempo se procede a la locali-
zación de las «relaciones estructurales internas de
cada organización considerzda como un sistema*; en
un segundo tiempo se procede a la interpretación
del conjunto de las organizaciones analizadas como
asi fuese el producto de una combinatoria*. En el
caso considerado, el método pone sobre todo en evi-
dencia las combinaciones diferentes (equivalencia, di-
ferenciación parcial, acentuación variable) de los po-
deres religioso y político, el juego de una lógica que
se realiza de formas diversas en el seno de una
misma estructura global. De esta manera, las va-
riantes pueden mostrar los aestadosn de una misma
estructura.
La orientación estructuralista, aplicada al estudio
de los sistemas políticos, suscita unas dificultades
que son consubstanciales en un nivel más general.
Y muy particularmente, aquellas que contempla E. R.
Leach, estructuralista precavido, en su estudio de
la sociedad política Kachin; así, parte del hecho evi-
dente según el cual las estructuras elaboradas por
el antropólogo son unos modelos que s610 existen
en tanto que «construcciones lógicasr. Y esto no
deja de acarrear una primera pregunta: ¿Cómo ase-
gurarse de que el modelo formal es el más adecua-
do? Por otra parte, Leacli analiza una dificultad más
esencia.1. aLos sistemas estructurales tal como los
describen los antropólogos son siempre unos siste-
mas estáticos*; se trata de unos modelos de la rea-
lidad social que presentan un estado de coherencia
y de equilibrio acentuado, mientras que esa reali-
dad no tiene el carácter de un todo coherente; en-
cierra unas contradicciones, manifiesta unas varia-
ciones y unas modificaciones de las estructuras. En
el caso singular de la organización política Kachin,
Leach localiza el fenómeno de una oscilaci6n entre
dos polos -el tipo ademocráticon gumlao y el tipo
aaristocrátic~nshan-, la inestabilidad del sistema
y los ajustamientos variables de la cultura, de la
estructura sociopolítica y del medio ecológico. El ri-
gor de varios análisis estructuralistas no deja dc
ser aparente y engañoso. Ello se explica por una con-
dición necesaria pero a menudo encubierta: uLa des-
cripción de ciertos tipos de situación irreales, a sa-
ber, la estructura de los sistemas de equilibrios.^
(E. R. Leach.)
f ) La orientación dinamista. Completa, por una
parte, la orientación anterior, corrigiéndola en al-
gunos de sus puntos. Trata de aprehender la diná-
mica tanto de las estructuras como del sistema de
relaciones que las constituyen: es decir, de tomar
en consideración las incompatibilidades, las contra-
dicciones, las tensiones, y el movimiento inherente a
toda sociedad. Se impone tanto más en la antropo-
logía politica en cuanto el dominio político no deja
de ser el que permite captar mejor aquellas rela-
ciones y donde la historia imprime con más nitidez
su marcharno.
E. R. Leach ha contribuido directamente a la ela-
boración de esta orientación, despuds de haber in-
vestigado los motivos de su tardía aparición. Leach
imputa la influencia dominante de Durkheim -en
detrimento de la de Pareto o de Max Weber- que
habría permitido una concepción acentuadora de los
equilibrios estructurales, las uniformidades cultui-a-
les, las formas de solidaridad; aun cuando las so-
ciedades portadoras de conflictos aparentes y abier-
tas a los cambios se hubieran vuelto asospechosas
de anomía P. Leach denuncia 10s a prejuicios acadé-
m i c o s ~y e1 etnocentrismo de los antropólogos que
han hecho eliminar algunos de los datos de hecho
para tratar sólo de las sociedades estables, no ame-
nazadas por las contradicciones intestinas y aislq-
das dentro de sus fronteras. En suma, Leach inci-
6. Todos los términos extraidos de las lenguas vernácu-
Ias se transcriben según un sistema muy simplificado: una l e
tra siempre representa un sonido: u = u (con pronunciación
francesa); la tilde marca la nasalizacith: 6 = on.
ta a tomar en consideración lo contradictorio, lo
lo aproximativo y lo relaciona1 externo.
Esta orientación no deja de ser necesaria al progre-
so de la antropología política, pues lo político se
define en primer lugar por el enfrentamiento de
los intereses y la competición.
Los antropólogos de la escuela de Manchester,
bajo el impulso de Max Bluckman, orientan sus bús-
quedas en el sentido de una interpretación dinámi-
ca de las sociedades. Bluckman ha examinado la na-
turaleza de las relaciones existentes entre la ucos-
tumbrea y el uconflicto~(Custotpz and Conflict in
Africa, 1955), entre el «orden, y la arebelióna (Or-
der and Rebelion in Tribal Africa, 1963). Su aporta-
ción interesa a un tiempo a la teoría general de
las sociedades tradicionales y arcaicas y al método
de la antropología política. Esta Úitima encuentra
unas sugerencias en su teoría de la rebeli6n y en
sus estudios consagrados a ciertos Estados africa-
nos. La rebelión se concibe como un proceso per-
manente que afecta de un modo constante a las re-
laciones políticas mientras que lo ritual, por una par-
te, se contempla como un medio para expresar los
conflictos y superarlos afirmando la unidad de la
sociedad. El Estado africano tradicional nos apare-
ce inestable y portador de una impugnación organi-
zada -ritualizada- que contribuye mucho más al
mantenimiento del sistema que a su modificación;
la inestabilidad relativa y Ia rebelión controlada se-
rian pues las manifestaciones normales de los pro-
cesos políticos propios de este tipo de Estado. Como
vemos, la innovación teórica no deja de ser reaI;
ahora bien, no es llevada hasta su fin. Max Bluck-
man reconoce ciertamente la dinámica interna como
aconstitutiva~de toda sociedad, pero reduce su al-
cance modificador. Es tenida en cuenta -al igual
que los efectos resultantes de las «condiciones ex-
ternas~-, pero se inscribe en una concepción de la
historia que liga las sociedades pertenecientes a la
antropología a una historia considerada repetitiva.
Tal interpretación provoca un debate que no pue-
de esquivarse, y cuya importancia se manifiesta por
lo demás a traves del interés creciente suscitado por
los anAIisis antropológicos de sello histórico y por
la mdtiplicación de los ensayos teóricos que la va-
loran. Tras un Iargo periodo de descrédito, el cual
se explica por las desmedidas ambiciones de la es-
cuela evolucionista, Ias ingenuidades de la escuela di-
fusionista y la parcialidad negativa de la escuela
funcionalista, esas cuestiones vuelven a situarse en
un primer plano en el campo de la investigación
antropológica. Una pequeña obra de E. E. Evans-
Pritchard (Antlzropology and Historv, 1961) contri-
buye a esa rehabilitación de la historia. El debate
no encontrará su salida más que si se empieza por
distinguir sin riesgo alguno de confusión los me-
dios del conocimiento histórico, las formas asumi-
das por el devenir histórico y las expresiones ideo-
lógicas que recubren la historia verdadera. Para la
antropología política, el esclarecimiento de las re-
laciones existentes entre esos tres registros es una
condición necesaria.
En un dominio que durante largo tiempo se con-
sider6 fuera de la historia - e 1 de las sociedades
y las civilizaciones negro-africanas-, los trabajos re-
cientes empiezan a demostrar la falsedad de las in-
terpretaciones demasiado estáticas. La realidad de la
historia africana, que se manifiesta a través de sus in-
cidencias sobre la vida y la muerte de las socieda-
des políticas y de las civilizaciones negras no
puede ignorarse por más tiempo. Las investigacio-
nes, al tener en cuenta esas dimensiones, revelan
que la conciencia histórica no apareció por acciden-
te, como consecuencia de los sufrimientos de la
colonización y de las transformaciones modernas;
dichas investigaciones muestran -confirmando el
punto de vista de J.-P. Sartre- que no se trata sólo
de una historia extranjera la cual fue ainterioriza-
da^. S. F. Nadel, en su estudio del Nupe (Nigeria),
distingue entre dos niveles de expresión de la his-
toria: el de la historia ideológica v el de la historia
objetiva, v observa que los Nupe tienen una concien-
cia histórica (los califica de histovicallv minded)
que opera con cada uno de esos dos registros.' Las
nuevas investigaciones han confirmado esa dualidad
de la expresión histórica y del conocimiento que
7. Cf. A Black Byzantium, Londres, 1942.
rige: una historia upública~(fijada en sus rasgos
generaIes y relativa a una entidad étnica conjunta)
con una historia «privada>(definida en sus
detalles, sometida a unas distorsiones, que se refie-
re a unos grupos particulares y a sus intereses es-
pecifico~).A este respecto, un estudio de Ian Cun-
nison realizado entre las gentes de Luapula, en Afri-
ca Central, ofrece una ilustración concreta. Define
la situación respectiva de esas dos modalidades de
la historia africana: los tiempos y el cambio quedan
asociados al plano de la historia llamada imperso-
nal; en el plano de la historia llamada personal, el
tiempo es abolido y las modificaciones consideradas
como nulas y las posiciones y los intereses de los
grupos se hallan por así decirlo fijados. Este análi-
sis demuestra, por otra parte, hasta qué punto los
aLuapula» han tomado conciencia del papel del
acontecimiento en el devenir de su sociedad y han
cobrado el sentido de la causalidad histórica; para
el4os esta última no se sujeta al orden sobrenatural,
puesto que los acontecimientos están sometidos,
principalmente, a la voluntad de los hombres.
La ligazón entre la historia y la polltica no deja
de ser aparente, incluso en el caso de las sociedades
abandonadas a las disciplinas antropológicas. Desde
el momento en que las sociedades no se consideran
como unos sistemas estancados, el parentesco esen-
cial de su dinámica social y de su historia ya no
puede desconocerse. Otra razón se impone con más
fuerza todavía: los grados de la conciencia histórica
son correlativos a las formas y al grado de centra-
lización del poder político. En las sociedades seg-
mentarias, los únicos guardianes del saber relativo
al pasado suelen ser, por lo general, los que os-
tentan el poder. En las socicdades estatales, la con-
ciencia histórica parece ser más viva y más exten-
sa. Por otra parte, es precisamente en el seno de
estas últimas donde se capta con nitidez la utiliza-
ción de la historia ideológica para unas finalida-
des de estrategia política; J. Vansina lo ha revelado
perfectamente a propósito del Ruanda antiguo. Aún
queda por recordar que el encarrilamiento de los
países colonizados hacia la independencia ha puesto
al servicio de los nacionalismos una verdadera his-
toria militante. De modo que gracias al juego de una
necesidad, la cual se volvi6 manifiesta, la teoría di-
námica de las sociedades, la antropologia y la so-
ciología politica y la historia han sido movidas a co-
Iigar sus esfuerzos. Y este encuentro le imparte un
nuevo vigor al vaticinio de Durkheim: «Estamos con-
vencidos ... de que llegará el día en que el espiritu his-
idrico y el espíritu sociol6gico ya no diferiran sino
por unos matlces.~
Capitulo 2
El dominio de lo político
L a antropología poli tica está confrontada, desde
un comienzo, con unos debates, los cuales fueron
tan esenciales para la existencia de la Eilosoffa po-
lítica que la pusieron en peligro hasta el estremo
de que R. Polin, entre otros, señala la necesidad y
la urgencia de presentar su adefinicióni, moderna y
su adefensa~.Ambas disciplinas, en sus ambiciones
extremas, tienden a alcanzar la esencia misma de
lo político con la diversidad de las formas que lo
manifiestan. No obstante, sus relaciones parecen
&arcadas por la ambigüedad. Los primero; antro-
pues denunciaron el @wentrsmo de la mavorla
dg las teorías política advierte cn ellas
Ón centrada nte sobre el E-
tado Y- que recurre a un concento unilateral del, Gg-
bierno de las sociedadesociedades byplanas. En ese sentido,
laao-lif se identifica con una f'losofía (
U ~s ~t sat ba dooyv se acomoda mal a los datos r e s u b I
& (
del testudio de las sociedades ~primitivas~. Los an-
tr- / rr dentífico
de su i n y i v o de las fi-
losofías p (difU;BL-l a validez de sus resultados a las
c ~ u c i o n e sno verificadas y probadas de los teó-
ricos. Si tales críticas no bastaron para conferir
a la antropologia política unas bases menos vulne-
rables, contribuyeron no obstante a servir la causa
de los politic6logos radicales, como por ejemplo la
crítica de C. N. Parkinson que quiere llevar a estos
Últimos fuera de los acaminos trillados» -v aue losir 1
incita a crear auna m r i a mundial del pensamiento
politiqo~. Su p r o y e c t o ~ s u m eeq cierto modo la
exigencia de los especialistas qud pretendenzhacer
de la antro o10 politica _una. u e r c h & r a e c i a
C P r n p C P m p a ~ O b ~ i E iproyecto 0 . ~ s t ecomiin, de
un conocimiento que se quiere sea objetivo, y de
una desoccidentalización de los datos, no elimina
las consideraciones iniciales a toda filosoffi politica.
¿Cómo identificar y calificar lo político? ¿Cbmo
aconstniirl~»si no es una expresión manifiesta de
la realidad social? ¿Gmo determinar sus funciones
específicas si se admite -con varios antropólogos-
que ciertas sociedades primitivas carecen de una or-
ganización poli tica?
La inEormaci6n etnográfica, fundada por encues-
tas directas, demuestra una gran diversidad de for-
mas políticas crprimitivasn; y ello, tanto si se trata
del dominio americano d e s d e las bandas de los
esquimales hasta el Estado imperial de los Incas
del Perú-, como del dominio africano -desde las
bandas de los Pigmeos y de los Negritos hasta los
Estados tradicionales, entre los cuales algunos, como
el Imperio Mossi y el Reino de Ganda, siguen sobre-
viviendo. Si esta variedad mueve a las clasificacio-
nes y a las tipologías, impone ante todo la cuestión
previa de la Iocali~ció?zy de la delimitación del
campo político. A este respecto, dos campos se opo-
nen entre si: de un lado los rnaximalistas y, de otro
lado los minimalistas. P*l cuyas re
c e s o %a n m a s v v i : r g r
a i v i s a ~ aafirmación de Bonald: no hay sociedad sin
~Óbierno.
n- hecho que la Políiicu de Aristoteles ya
contempla al hombre como a un ser anaturalmen-
te. político e identifica al Estado con la agrupa-
ción social que, abarcando a todas las demás y
superándolas en capacidad, en definitiva puede exis-
tir por si misma. Este modo de interpretación, lle
vado a su extremo, conduce a asimilar la unidad po-
lítica a la sociedad global. Así, tenemos que S. F.
Nade1 escribe en su análisis de los fundamentos de
la antropología social: eCuando se considera una so-
ciedad, encontramos la unidad política, y cuando se
habla de la primera, de hecho se contempla esta
Últimas; de tal suerte que las instituciones politi-
cas son las que aseguran la dirección y el manteni-
miento *del más amplio de los grupos en cuerpo,
es decir, la sociedad,. E. R. Leach retiene esta asi-
rnilaci6n y acepta implícitamente esta igualdad es-
n-
%a
cida entre la sociedad- y la- g-gj&d- poutiqa de-
--__
por su capTciBh máxima_ de- --inc1us.n.
Ciertos aniiiisis iuncionaIistas -r.ntradicen_est
ampiia -a a e io poli%co. Cuando 1. Schapera
nizacion política -como el aaspecto d
total que asegura el establecimien-
to y el mantenimiento de la cooperación interna y
de la independencia externan, emparenta, mediante
la segunda de aquellas funciones, su noción de 1
político a las anteriores.
L p o se mu-
3
. .
negativos o ambi-
guos respecto a la atribución de un Gobierno a to-
das ias>ociedades p T f n i t i v ~ . un nuen mro-ae
h i x a d o r e s y de soci6logos suelen encontrarse en-
tre ellos; salvo Max Weber, quien supo recordar la
anterioridad de la política en relación con el Esta-
do, el cual, lejos de confundirse con ella no es sino
una de sus manifestaciones históricas. Ciertos an-
tropólogos, antiguos y modernos, se sitúan igualmen-
te entre los que impugnan la universalidad de los
fenómenos políticos. Uno de los afundadores~,W.C.
MacLeod, enjuicia a unos pueblos que considera
- c o m o los Yurok de California- desprovistos de
una organización política y viviendo en un estado de
anarquía (The Origin and His tory of Politics, 1931).
B. Malinow
4 admite que los agrupas n
t n ausentes aentre los Vedaa y los nativos austra-
s-
K. Redtield su b r a g a que las instituciones
--es-
-%Y
po icas pueden faltar totalmente en el caso de las
sociedades wmás primitivas*. Y el propio Radcliffe-
Browm, en su estudio de los Anaamag (1 ne Anda-
-LL), reconoce que esos insulares nq
gún .a,-
verificación negativa tiene raras ve-
ces un valor absoluto; en la mayoría de los casos
no expresa sino la ausencia de instituciones poli-
ticas comparables a las que rigen el Estado moder-
no. Dado este implícito etnocentrismo, no puede ser
satisfactoria. De ahí los intentos por romper una
dicotomía demasiado simplista, oponiendo las socie-
dades tribales a las sociedades con un Gobierno cla-
1
ramente constituido y racional. Esas tentativas sue-
len operar por diferentes vias. Pueden caracterizar I
el dominio politico menos por sus modos de orga-
nizacibn que por las funciones cumplidas; en ese
caso se amplía su extensión. Tienden igualmente a
localizar un arel la no^ a partir del cual lo politico
se manifiesta nitidamente. L. Mair lo recuerda: aAl-
gunos antropólogos tendrían por seguro que la es-
fera de lo político empieza allí donde acaba la del
parentesc0.n O bien la dificultad se aborda de fren-
te, y el conocimiento del hecho político se busca a
*
partir de las sociedades donde es menos aparente,
es decir en las sociedades llamadas aseamentariasn.
As M. C. Smit dedica un largo articdo' a las so-
cie a e e inaje que considera en un triple as-
pecto: en tanto que sistema con características for-
males, en tanto que modo de relación distinto del
parentesco, y mayormente en tanto que estructura
1
de contenido político. Llega a considerar la vida
política como un aspecto de toda vida social, no
como el producto de unidades o de estructuras espe-
cfficas, y a negar la pertinencia de la distinción ri-
gida establecida entre asociedades con Estadon y
a sociedades sin Estadon. Pero también esta interpre
tacibn es imputada, entre otros, por D. Easton, en
su artículo sobre los problemas de la antropología
política: el análisis teórico de Smith es -a juicio
suyo- de un nivel tan elevado que no permite
aprehender mediante qué rasgos los sistemas polí-
ticos se parecen, por la mera razón de que desmi-
da el examen de lo que los hace diferenciarse. De
modo que la incertidumbre sigue siendo total.
2. Conf ronración de 20s métodos
La ambigüedad se sitúa, a la vez, en los hechos,
los pasos y el vocabulario técnico de los especia-
listas. A simple vista, la palabra *politican encie.~a
varias acepciones -algunas de las cuales se hallan
sugeridas por el idioma inglés que diferencia polity,
;policy y politics. No es posible confundir, sin *a-
gos cientificos verdaderos, lo que atañe a: a) l'ps
modos de organización del gobierno de las socieda-
1. M. G. SMITH,On Segmentaty Lineage Systems, en
*Journal of the Roy. Anth. Institutem, vol. 86, 1956.
des humanas; b) los tipos de accíón que llevan a la
dirección de los asuntos públicos; c) las estrategias
resultantes de la competición de los individuos v de
los grupos. Convendría agregar a todas esas di'stin-
ciones una cuarta categoría: la del conocimiento
político; ésta impone considerar los medios de inter-
pretación y de justificación a los cuales la vida poli-
tica recurre. Esos diversos aspectos no se hallan
siempre diferenciados ni se abordan siempre de idén-
tica manera. El acento puesto sobre tal o cual de
entre los mismos lleva a unas definiciones distintas
en el campo politico.
a ) LocaZizacidn a través de los modos de orga-
nizacidn espacial. Las aportaciones de Henry Maíne
Lewis Morgan han asignado una importancia par-
iicular al criterio territorial. El dominio político se
capta en primer lugar en tanto que un sistema de
organización que opera en el marco de un territorio
delimitado, de una unidad politica o espacio que s o
porta a una comunidad política. Este criterio se per-
fila en la mayoría de las definiciones de la organi-
zación política (en el más amplio sentido) y del Es-
tado, hlax Weber caracteriza la actividad politica,
fuera del legítimo recurso a la fuerza, por el hecho
de que se desarrolla dentro de un territorio cuyas
fronteras están exactamente trazadas; de este modo
instaura una clara separación entre lo uintemo~y lo
«externo», orientando significativamente los com-
portamientos. Radclif fe-Brown retiene igualmente el
«marco temtorialm entre los elementos definidores
de la organización política. Y otros antropólogos 16
haceñfras el, entre elros 1. Schapera, quien ha mos-
trado que las sociedades, incluso las más sencillas,
promu6ven la solfidaridad interna a partir del factor
1. Por otra par-
n de Lowie en
cÚanto a la compaiibilidad del principio de parentes-
co y del principio territorial.
A partir de un análisis de caso -el de la socie-
dad segmentaria de los Nucr del Sudán-, E. E.
Evans-Pritchard pone el acento sobre la determina-
ción del campo político relativamente a la organi-
zación territorial. Pues afirma: «Entre los grupos
iocales existen unas relaciones de orden estructural
que pueden calificarse como políticas. El sistema te-
rritorial de los Nuer es siempre la variable domi-
nante, en relación con los demás sistemas social es.^
De modo que el acuerdo es amplio. Esta veri-
ficación mueve a F. X. Sutton a formular una cues-
tión de método.' ¿Las representaciones territoriales
constituyen acaso d meollo de los sistemas políticos?
De ser así, su análisis se convertiría en el primer
paso de la antropología y de la sociología políticas;
mientras que el recurso a las nociones de poder y de
autoridad sigue sujeto a impugnación en la medida
en que cualquier estructura social las hace apa-
-recer.
b ) Localización a través de las funciones. Fuera
de esta determinación a través del territorio sobre
el cual se impone y que organiza, 1 olitico se
fine con harta frecuencia me-t YkKiG&
que En Su forma más general, estas ulti-
h a s son concebidas conio garantizadoras de la
cooperación interna y la defensa de la integridad de
)a sociedad contra las amenazas exteriores. Contri-
buyen a la usupercivencia Eísica» de ésta, según la
fórmula de y propician la regulación o la re-
soluciGn de los conflictos. A esas funciones de con-
servación suelen agregarse generalmente las de de-
cisión y de dirección de los asuntos públicos, inclu-
so si, manifestando el Gobierno bajo sus aspectos
formales, son de diferente naturaleza.
Algunos estudios teóricos recientes van mucho
más lejos en el análisis funcionalista. Es el caso de
la introducción de G. A. Almond a la obra colecti-
va: The Politics of Developing Areas (1960). El sis-
tema político se define en ella como realizador, en
toda sociedad independiente, dc d a s funciones de in-
tegración y de adaptación~mediante el recurso o con
la amenaza de recurrir al empleo legítimo de l a
coacción física. Esta amplia interpretación faculta
no limitar el campo político a las únicas organiza-
ciones y estructuras especializadas; tiende a la ela-
2. F. X. S ~ N Representation
, and Nature of Politicat
Svstems en ~Compar.Stud. in Soc. and Hist.~,vol. 11, 1, 1959.
boraciÓn de unas categorías aplicables a todas las
sociedades y, por cansiguiente, a la constnicción de
una ciencia política comparativa.
Eritre las características comunes a todos los sis-
temas políticos, G. A.-&m*g destaca dos: el cum-
plimiento de l a s - m a s funciones por todos los
sistemas políticos; el aspecto multiluncional de to-
das las estructuras politicas, no estando ninguna de
ellas enteramente especializada. La comparación pue-
de hacerse si se tiene en cuenta el grado de espe-
cialización y los medios utilizados para cumplir las
«funciones políticas*. ¿Cuáles son estas funciones?
Su identificación es tanto mas necesaria en cuanto
un estudio comparativo no sabría limitarse a la
(mica confrontación de las estructuras y de las or-
ganizaciones; así concebida, ésta seria tan insuficien-
te como .una anatomía comparada sin una fisiolo-
gía comparada,. Almond distingue entre dos gran-
des categorías de funciones: las unas atañen a la
política entendida lato sensu: la «socialización» de
los individuos y la preparación a los acometidosm
políticos, la confrontación y el ajustamiento de los
«intereses,, la comunicación de los símbolos y de los
~inensajes*;y las otras atañen al Gobierno, o sea, a
la elaboración y a la aplicación de las areglasm. Un
tal reparto de las funciones permite reencontrar
los diversos aspectos del campo político, pero en un
nivel de generalidad que facilita la comparación al
reducir la distancia entre las sociedades políticas
desarrolladas y las sociedades políticas «primitivas#.
La interpretación funcional deja en trancede so-
lución unas cuestiones fundamentales. No da cuen-
ta cabalmente de los dinamismos que garantizan la
cohesión de la sociedad global, tales como los evo-
cados por Max Bluckman cuando observa que dicha
cohesión depende de ala división de la sociedad en
series de grupos opuestos que acarrean unas perte-
nencias que se recortan entre sí%y cuando interpre-
ta determinadas formas de arebelión~como conti-
nuadoras del mantenimiento del orden social. Ade-
más, deja subsistir una imprecisión, por cuanto las
funciones políticas ya no son las únicas que preser-
van ese orden. Para diferenciarlas, w b 3 r o w n
las caracteriza a través del =empleo o I a posibilidad
de empleo de la fuerza física,. Así se hace eco de
la teoría de Hobbes y de la de Max Weber para quie-
nes la fuerza es el medio de la politica, la ultima
mtio, puesto que la wdorninación~(Herrschaft) está
en el corazón de lo polltico.
Las estructuras políticas suelen ser calificadas, en
la mayoría de los casos, de igual manera que las
funciones, mediante la coerción legítimamente em-
pleada. Pero no deja de ser más bien un concepto
de localización que de definición; pues no agota el
campo de lo politico, de la misma manera que el
criterio de la moneda no agota el campo de lo eco-
nómico.
c) Localizacidn a tmvés de las modalidades de
la acción política. Varios trabajos recientes, obra de
los antropólogos de la nueva generación, han despla-
zado el punto de aplicación del análisis: es decir,
desde las funciones hacia los uaspectosv de la ac-
ción política. M. G. Smith, tras haber notado las
confusiones del vocabulario técnico y las insuficien-
cias de la metodología, adelanta una nueva formu-
lación de los problemas. Para él, la vida política es
un aspecto de la vida social, un sistema de acción,
como lo atestigua su definición general: aun siste-
ma político es sencillamente un sistema de acci6n
politican. Pero queda aún por determinar el conte-
nido de esta última, puesto que de otra manera la
f6rmula se reduce a una mera tautología. La acción
social es política cuando pretende controlar o influir
las decisiones relativas a los asuntos públicos -la
policy en el sentido que le dan los autores anglo
sajones. El contenido de esas decisiones varía a te-
nor de los contextos culturales y las unidades s e
ciales en el seno de las cuales son expresadas, pero
10s procesos en que desembocan se sitúan siempre
en el único marco de la competición entre los indi-
viduos y entre los grupos. Todas las unidades so-
ciales interesadas por esta competición tienen, así,
un carácter político.
Por otra parte, M. G. Srnith contrapone la ac-
ci6n política y la acción administrativa pese a su
intima asotiacióii en el Gobierno de las sociedades
humanas. La primera se sitúa al nivel de la decisi6n
y de los =programas. formulados más o menos ex-
plfcitamente; la segunda se sitúa al nivel de la or-
ganización y de la ejecución. Una se define a travgs
del poder, la otra por la autoridad. Smith precisa
que La acción política es por naturaleza asegmenta-
*a*, puesto que se expresa por el intermediario ade
g m p ~ sy de personas en competici6nm. A la inver-
sa, la acción administrativa es por naturaleza rje-
rhrquica~porque organiza, en los diversos grados y
se@ unas reglas estrictas, la dirección de los asun-
tos públicos. E1 gobierno de una sociedad implica
siempre y en todas partes esa doble forma de acción.
Por consiguiente, los sistemas politicos s61o se dis-
tinguen en la medida en que varían en el grado de
diferenciación y el modo de asociaci6n de esos dos
tipos de acci6n. Por lo tanto, su tipología no debe
ser discontinua a semejanza de la que opone las
sociedades segmentarias a las sociedades centraliza-
das estatales, sino constituir una serie que presente
los tipos de combinación de la acción política y de
la acción administrativa.'
D. Easton formula una doble crítica respecto a
esa diligencia analitica: que comporta un apostuIa-
dos (la existencia de relaciones ierárquico-adminis-
trativas en los sistemas de linaie) y vela las <dife-
rencias signi ficativas~entre los diversos sistemas PO-
ííticos. Easton sitúa no obstante su propia tentativa
en un mismo contexto. La acción puede llamarse
polftica acuando está liaada más o menos directa-
mente a la formufación v a la eiecución de unas de-
cisiones apremiantes para iin sistema social dados.
Desde este punto de vista, las decisiones políticas son
tomadas en el seno de unidades sociales muy diver-
sas, tales como las familias, los wunos de parentec-
CO, linaies, asociaciones, embresas, alguna5 de cirtxs
actividades constituyen en cualquier modo el = siste
ma polfticon nronio. Esta interoretaci6n laxista ca-
rece de eficacia científica. D. Easton, nor lo demás,
debe limitarla y reservar la denominaci6n de sistema
3. C1. las contribuciones tc6ricas de M. C. S M ~ H: On
%mentary Lineage S y s t m , d w m . o£ the Roy. Anth.
Inst.., M, 1956 v mpitulo~ generales &: G w c m m t h~
Zat~u, Landrc~,199.
político al conjunto de las aactividades que impIi-
can la adopción de decisiones que interesan a la so-
ciedad global y sus subdivisiones mayoresa. De es-
te modo define lo político como una cierta forma
de la acción socia-l,es decir, la que garantiza la toma
y la ejecución de las decisiones, y como un campo
de aplicación ael sistema social más inclusivoro -es
decir, «la sociedad como un todo*. Easton conside-
ra luego las condiciones que se requieren para que
la decisión política pueda operar: la formulación de
las preguntas y la reducción de sus contradicciones,
la existencia de una costumbre o de una legisla-
ción, los medios administrativos ejecutorias de las
decisiones, los organismos de opción y los instru-
mentos de usostenimiento~ del poder. A partir de
esos datos iniciales, diferencia los sistemas políticos
aprimitivos~respecto a los sistemas amodernosn. En
el caso de los primeros, las aestmcturas de apoyo,
suelen ser variabIes, el régimen establecido se ve
amenazado raramente por los conflictos que sin em-
bargo originan a menudo nuevas comunidades polí-
ticas. Esta orientación vuelve por lo tanto a poner
el acento sobre unos datos específicamente antropo
lógicos a costa de la reintroducci6n implícita de la
dicotomia que pretendía eliminar.
d) Localización mediante las caracteris ticas for-
males. Cada una de las tentativas anteriores trata
de revelar los aspectos más generales del campo po-
Iitico, trátese de las fronteras que lo delimitan en el
espacio, de las funciones o de los modos de acción
que lo manifiestan. Ahora se admite aue el método
comparativo, justificativo de la investigación antro-
pológica, impone recurrir a unas unidades y proce-
sos abstractos más bien que a las unidades y pro-
cesos reales: tanto Nade1 como Max Bluckman coin-
ciden en esta necesidad.
Las búsquedas llamadas estructuralistas, que ope-
ran a un nivel elevado de abstracción y de forma-
lización, no se dedican mucho al sistema de las re-
laciones políticas, v ello por razones que distan de
ser todas accidentales. En efecto, ofrecen una visión
monista de las estructuras que ~fiianwen detrimen-
to de su dinamismo, como Leach lo ha notado muy
bien; ello explica su difícil adaptación al estudio
del nivel político en el que la competición expresa
el pluralismo, donde los equilibrios siempre siguen
siendo vulnerables, donde el poder crea un verda-
dero campo de fuerzas. Si distinguimos - c o m o 10
hace E. R. Leach- el asistema de ideas» y el siste-
ma político arrealb, es forzoso admitir que el mé-
todo estructuralista es más adecuado para la apre-
hensión de1 primero que para el análisis del segun-
do. Pero aún cabe observar en ese mismo momento
que ala estructura ideal de la sociedad^, pese al he-
cho de que «es a la vez elaborada y rígida,, se cons-
tituye a partir de unas categorías cuya ambigüedad
fundamental permite interpretar la vida social -y
política- como siempre conforme con el modelo
formal. Con ello induce a unas distorsiones signi-
f icativas.
Un análisis de J. Pouillon, presentado en el mar-
co de un grupo de estudio consagrado a la antro-
pología política,' ilustra la orientación estructuralis-
ta tal y como se aplica a esta última. En primer lu-
gar trata de buscar una definición de lo político:
¿Es un dominio de hechos o un aspecto de los fe-
nómenos sociales?
En la literatura clásica, la respuesta se basa en
el recurso a las nociones de la sociedad unificada
(unidad política), del Estado (presente o ausente),
del poder o de la subordinación (fundamentos del
orden social), respecto a la cual J. Pouillon subraya
la insuficiencia. El señala que toda subordinación
no es necesariamente política, que toda sociedad y
todo grupo no conocen un solo orden, sino unos ór-
denes más o menos compatibles, y, finalmente, que
en caso de conflicto un orden debe triunfar de los
demás. A juicio de J. Pouillon, este último punto
determina la localización de lo político: pues evoca
la preponderancia de una determinada estructura so-
bre las demás en el seno de una sociedad unifica-
da. Esta estructura privilegiada varía según las so-
ciedades, según sus características de extensión, de
número y de modo de vida.
4. a G n i p ~de investigaciones de anlropología y sociologis
politicasr (Sorbonne et École Pratique des Hautes etudes).
De ahí que se plantee otra formulación de las
cuestiones propias a la antropología política: ¿Cuá-
les son los acircuitos~que explican que ciertos hom-
bres puedan mandar a otros y cómo se establece la
relación de mando y de obediencia? Las sociedades
no estatales son aquellas en las cuales el poder se
halla en unos circuitos prepolíticos: los que son
creados por el parentesco, la religión y la economía.
Las sociedades con Estado son las que disponen de
unos circuitos especializados; éstos son nuevos, pero
no liquidan los circuitos preexistentes que subsis-
ten y le sirven de modelo formal. Así, pues, la es-
tructura de parentesco, incluso ficticia u olvidada,
puede moderar al Estado tradicional. Dentro de esa
perspectiva, una de las tareas de la antropología
política consiste en el descubrimiento de las con-
diciones de aparición de aquellos circuitos especia-
lizados.
De este modo, se ha producido un deslizamiento
desde el orden de las estructuras hasta el orden
de las génesis. Se explica por la transición, en el
curso de la argumentación, del dominio de las re-
laciones formales (del orden de los órdenes) al de
las relaciones concretas (de mando y de domina-
ción). Además -y esta dificultad parece ser funda-
mental-, el afirmar que la estructura que se impo-
ne en última instancia es política, significa tanto
como enunciar una petición de principio.
e) EvaZuacidn. Este inventario de las orientacie
nes v de los pasos es tambign el de los obstáculos
enfrentados por los antropólogos que abordaron el
dominio político. Pone al descubierto que las deli-
mitaciones siguen siendo imprecisas o impugnables,
que cada escuela tiene SLY medio propio para tra-
tarlas aun cuando utilizando a menudo los mismos
instrumentos. Dentro de las sociedades llamadas de
~Gobiemominimals o de gobierno difusos (Lucy
Mair) la incertidumbre es mayor; los mismos parti-
cipes y los mismos grupos pueden tener en eiias
funciones múltiples -incluidas las funciones políti-
cas- que varían según las situaciones como en una
obra de teatro con un s o b actor. Los obietivos po-
líticos no son logrados únicamente a través de unas
relaciones calificadas como politicas y, a la inversa,
estas últimas pueden satisfacer unos intereses de
diferente naturaleza. En una obra consagrada a los
Tonga del Africa oriental (The Poliiics of Kirzship,
1964), J. Vanvelsen lo observa en otro nivel de gene-
ralidad: #Las relaciones sociales son mhs bien ins-
tmmentales que determinantes de las actividades
colectiva s.^ A partir de esta observación, él conci-
be un método analítico llamado asituacionaln; un
nuevo medio de estudio que se impone, a juicio
suyo, ya que alas normas, las reglas generales de
conducta se traducen en la práctica, [y] son mani-
puladas en última instancia por unos individuos en
unas circunstancias singulares para sentr a unos fi-
nes particularesn. En el caso de los Tonga, para quie-
nes el poder no está ligado ni a unas posiciones
estructurales ni a unos grupos específicos, los com-
portamientos políticos sólo se manifiestan en deter-
minadas situaciones. Y estos últimos se enmarcan
en un dominio movedizo en el que las calineacio
nes sufren un cambio constante^.
Las fronteras de lo político no deben trazarse
solamente en relación con los diversos órdenes de
relaciones sociales, sino también en relación con la
cultura considerada en su totalidad o en algunos de
sus elementos. En su estudio de la sociedad Ka-
chin (Birmania), E. R. Leach ha puesto en eviden-
cia una correlación global entre los dos sistemas:
cuanto menos se halla adelantada Ia inte-gración cul-
tural, más eficaz suele ser la integración política,
por lo menos por sometimiento a un Único modo
de acción politica. Ha mostrado también el mito
y el ritual como un alenguaje~que facilita los ar-
gumentos justificativos de las reivindicaciones en
materia de derechos, de estatuto y de poder. E1 mito
comporta, efectivamente, una parte de ideología; no
deja de ser, según la expresión de B. Malinowski,
una #carta socialn que garantiza ala forma existente
de la sociedad con su sistema de distribución del
poder, del privilegio y de la propiedad,; tiene una
función justificadora de la cual saben valerse los
~ a r d i a n e sde la tradicibn y los administradores del
aparato polftico. De modo que se sitúa en eI campo
de estudio de la antropologia polftica al m i m o ti-
tulo que el rito, en algunas de sus manifestaciones,
cuando se trata de rituales que son exclusivamente
(caso de los cultos y procedllnientos relativos a la
monarquía) o inclusivamente (caso del culto de los
antepasados) los instrumentos sagrados del poder.
Las dificultades de identificación de lo político se
vuelven a encontrar también al nivel de los fenó-
menos económicos, si consideramos aparte la rela-
ción muy aparente que existe entre las relaciones
de producción que rigen la estratificación social y
las relaciones de poder. Ciertos privilegios económi-
cos (derecho preeminente sobre las tierras, derecho
a las prestaciones laborales, derecho sobre los mer-
cados, etc.) y ciertas contrapartidas económicas
(obligación de penerosidad y de asistencia) son aso-
ciadas al ejercicjo del poder y de la autoridad. Hav
también unos enfrentamientos económicos, de igual
naturaleza que el potlatch indio, que ponen en iueqo
el prestiaio y la capacidad de dominación de los je-
fes o de los notables. Ciertas ilustraciones africanas v
melanesias lo muestran claramente. Un nuevo aná-
lisis de los ciclos de intercambio kula estudiados por
Malinowski en las islas Trobriand (Melanesia) mues-
tran Que el intercambio reglamentado de unos bie-
nes exactamente determinados v reservados a ese
Único uso. es en primerísimo lugar aun modo de
or~anización~ o l í t i c a El
~ . autor de esta reevaluación,
J. P. Singh Uberoi (Politz'cs of rhe Kzda Ringt 1962).
relata que los intereses individuales se exmesan en
función de los bienes kula y que los subclanes esti-
mados suveriores se halIan situados en las aldeas
más nuulentas y participan más activamente del ci-
clo. Este ejemplo permite medir hasta qub punto
el fenómeno político puede hallarse enmascarado;
deja entrever aue la búsaueda -anti~ua emper-
de la esencia de lo político sigue distando de su
meta.
3. Poder político y necesidh
Las nociones de poder, de coerción y de Zegitimi-
dad se imponen necesariamente, v de un modo soli-
dario, durante esta búsqueda. LE^ qué y por qué son
fundamentales? Según Hume, el poder no es sino
una mera categoría subjetiva; no un dato, sino una
hipótesis que requiere ser comprobada. No es una
cualidad inherente a los individuos, sino que se ma-
nifiesta en un aspecto esencialmente teleológico -su
capacidad de producir unos efectos, por sí mis-
mo, sobre las personas y las cosas. Por lo demás,
es en este aspecto de eficacia que se le define ge-
neralmente. M. G. Smith precisa que el poder es la
capacidad de influir efectivamente sobre las per-
sonas y sobre las cosas, recurriendo a una gama de
medios que se extiende desde la persuasión hasta
la coerción. Para J. Beattie, el poder es una cate-
goría específica de las relaciones sociales; implica
la posibilidad de obligar a los demás dentro de tal
o cual sistema de relaciones entre los individuos y
los gmpos. Esto sitúa a J. Beattie en la línea de
Mau Weber, para quien el poder es la posibilidad
dada a un actor dentro de una relación social de-
terminada, de poder dirigirla a su antojo.
De hecho, el poder -cualesquiera que sean las
formas que condicionen su emple- está recono-
cido en toda sociedad humana, incluso rudimenta-
ria. En la medida en que son sobre todo sus efec-
tos los que lo revelan, es conveniente considerarlos
antes de contemplar sus aspectos y sus atributos,
El poder está siempre al servicio de una estructura
social, la cual no puede mantenerse por la única in-
tervención de la acostumbren o de la ley, por una
especie de conformidad automática a las normas.
Lucy Mair lo ha recordado provechosamente: UNO
existe ninguna sociedad en la que las normas sean
respetadas automática mente.^ Además, toda socie-
dad realiza un equilibrio aproximativo, es vulnera-
ble. Los antropólogos que se han librado de los pre-
juicios fijistas reconocen dicha inestabilidad poten-
cial, incluso en un medio *arcaicos. El poder tiene
por tanto como función la de defender a la sociedad
contra sus propias debilidades, de mantenerla en «es-
t a d o ~ pudiéramos
, decir; y, si es preciso, de promo-
ver las adaptaciones que no contradicen sus prin-
cipios fundamentales. Finalmente, desde el preciso
momento en que las relaciones sociales rebasan las
relaciones del parentesco, aparece entre los indivi-
duos y los grupos una competición más o menos
aparente; cada cual trata de orientar las decisiones
de la colectividad en el sentido que más conviene
a sus intereses particulares. El poder (polftico) apa-
rece, por consiguiente, como un producto de la com-
petición y como un medio para contenerla.
Estas obsenraciones inicales llevan a una prirne-
ra conclusión. El poder político es inherente a toda
sociedad: provoca el respeto de las reglas que la
fundan; la defiende contra sus propias imperfeccio-
nes; limita, en su seno, los efectos de la competi-
ción entre los individuos y los grupos. Son dichas
funciones conservadoras las que, por lo general, se
contemplan. Al recurrir a una fórmula sintktica, de-
finiremos el poder como el resultado, para toda la
sociedad, de la necesidad de luchar contra hr enfru-
pía que 10 amenaza con el desorden - c o m o amena-
za a todo sistema. Psro no cabe concluir que esa
defensa no recurre más que a un solo medio -la
coerción- y que sólo puede asegurarla un gobierno
bien diferenciado. Todos los mecanismos que con-
tribuyen a mantener o a reestructurar la cooperación
interna son asimismo sujetos a imputación y a con-
sideración. Los rituales, las ceremonias o los proce-
dimientos que aseguran la renovación periódica u
ocasional de la sociedad son, al igual que los so-
beranos y su «burocracias, los instnunentos de una
acción política asf entendida.
Si el poder obedece a unas determinaciones In-
ternas que lo revelan en tanto que necesidad a la
cual toda sociedad se halla sometida, no deja de apa-
recer de todos modos como el resultado de una
necesidad externa. Cada sociedad global está en re-
laci6n con el exterior; se halla, directamente o a
distancia, en relación con otras sociedades que con-
sidera extranjeras u hostiles, peligrosas para su se-
guridad y su soberanía. Por referencia a esta ame-
naza del exterior, se ve llevada no s610 a organizar
su defensa y sus alianzas, sino también a exaltar
su unidad, su cohesión y sus rasgos distintivos. El
poder, necesario por las razones de orden interno
que acabamos de considerar, cobra forma y se re-
fuerza bajo la presi6n de los peligros exteriores
-reales a/y supuestos. El Poder y los símbólos que
10 acompañan confieren así a la sociedad los medios
de afirmar su cohesión interna y de expresar su
personalidad^, los medios para situarse o proteger-
se frente a lo que le es extraño. F. X. Sutton, en su
estudio de las arepresentaciones poli ticas», subra-
ya la trascendencia de los símbolos que aseguran
la diferenciación en relación con el exterior, y tam-
bidn la de los grupos y los individuos arepresenta-
tivos m.
Determinadas circunstancias muestran claramen-
te ese doble sistema de relaciones, ese doble aspec-
to del poder que siempre está orientado hacia den-
tro y hacia fuera. En varias sociedades de tipo clá-
nico, en las que el poder sigue siendo una suerte
de energía difusa, el orden de los hechos políticos
se capta tanto median te el examen de las relacioes
exteriores como a travds del análisis de las relacio-
nes internas. Una ilustración de este caso puede
encontrarse entre los Nuer del Sudán oriental. Los
diferentes niveles expresivos del hecho político se
definen en primer lugar, dentro de su sociedad, s e
gún la naturaleza de las relaciones exteriores: o p e
sici6n regulada y arbitraje entre los linajes liga-
dos por el sistema genealógico, el parentesco o la
alianza; oposición y hostilidad reglamentada (que
s61o atañe a los animales) en el marco de las rela-
ciones intertribales; recelo permanente y guerra en
busca de cautivos, de los rebaños y de los acopios
en los graneros, en perjuicio de los extranjeros, los
que no f o m n parte de los hiuer. En las sociedades
de otro tipo, la doble orientación del poder puede
expresarse mediante una adoble polarización~. Un
ejemplo (africano, pero hay muchos más en otros lu-
gares) concreta esta observación. Se trata del ca-
bildo tradicional, en país bamileké, en el Camerún
occidental. Las dos figuras dominantes en él son:
el jeEe (fo) y el primer dignatario (kwipu), que asu-
me el papel de un jefe militar. El primero aparece
como factor de unidad, guardián del orden estabie-
cido, conciliador e intercesor cerca de los antepa-
sados y las divinidadcs más activas. El segundo sc
orienta m á s bien hacia el exterior, esti encargado
de velar ante las amenazas exteriores y de asegurar
el mantenimiento del potencial militar. Estos dos
poderes compiten en cierto modo entre si, desernpe-
fiando recíprocamente uno hacia otro un papel de
contrapeso; ambos constituyen los dos centros del
sistema político. Vemos así hasta qué punto los fac-
tores internos y externos están íntimamente asocia-
dos en materia de cualificación y de organización
del poder.
El análisis sería incompleto si no tomásemos en
consideraci6n una tercera condición, y es que el
poder -por difuso que fuere- no deja de implicar
una disimetría dentro de las relaciones sociales. Si
estas úitimas se instauraran sobre la base de una
reciprocidad perfecta, el equilibrio social sería a u t e
mático y el poder se vena condenado al debilita-
miento. Pero no hay nada de eso; y una sociedad
cabalmente homogénea en la que las relaciones re-
cíprocas. entre los individuos y los grupos elimina-
rían cualquier oposición y cualquier corte, parece
ser una sociedad imposible. El woder se refuerza
con la acentuación de las de~i~uáldades, las cuales
son la condición de su manifestación al mismo ti-
tulo que aquél condiciona el mantenimiento de és-
tas. Así, pues, el ejemplo de las sociedades aprimi-
tivas, que pudieron ser calificadas de igualitarias
demuestra, a un tiempo, la generalidad del hecho
y su forma más atenuada. A raíz del sexo, la edad,
la situación genealógica, la especialización y las cua-
lidades personales, unas preeminencias y unas subor-
dinaciones se establecen en ellas. Ahora bien, no deja
de ser dentro de las socidades donde las desigual-
dades y las jerarquías descuellan claramente -evo-
cando unas clases rudimentarias (o sea unas proto
clases) o unas clases- en las que se capta con toda
nitidez la relación entre el poder y las disimetrías
que afectan las relaciones sociales.
El poder político acaba de ser contemplado, en
tanto que necesidad, por referencia al orden inter-
no que mantiene y a las relaciones exteriores que
regula; también acabamos de enfocarlo en base
de su vinculo con una de las características de to-
das las estructuras sociales: su disimetría más o
menos acentuada, su potencial variable de desigual-
dad. También es preciso examinar sus dos aspectos
principales, es decir, su sacralidad y su ambigüedad.
En todas las sociedades, el poder político nunca
se halla enteramente desacralizado; y si se trata de
las sociedades llamadas tradicionales, la arelación
con lo sacro» se impone con una especie de eviden-
cia. Discreto o aparente, lo sacro siempre estii pre-
sente dentro del poder. Por mediación de este Úiti-
mo, la sociedad es aprehendida en tanto que uni-
dad -la organización política introduce el verdade-
ro principio totalizador-, o sea, el orden y la per-
manencia. Es aprehendida en una forma idealiza-
da, como garantía de la seguridad colectiva y como
puro reflejo de la costumbre o de la Ley; es expe-
rimentada en el aspecto de un valor supremo y
apremiante; así se convier-te en la materialización
de una transcendencia que obliga a los individuos y
a los grupos particulares. Podríamos reasumir, res-
pecto al poder, la argumentación de Durkheim en
su análisis de las formas elementales de la vida
religiosa. El vínculo del poder con la sociedad no
es esencialmente diferente de la relación establecida,
según él, entre el atotem~australiano y el clan. Y,
evidentemente, esta relación está cargada de sacra-
lidad. La literatura antropológica sigue siendo, en
gran parte y a veces a pesar suyo, una especie de
ilustración de este hecho.'
La ambigüedad del poder no deja, sin embargo,
de ser clara. El poder cobra el aspecto de una ne-
cesidad inherente a toda vida en sociedad, expresa
la coerción ejercida por ésta sobre el individuo y
es tanto más apremiante en cuanto que en él en-
cierra una parcela de lo sagrado. Su capacidad de
coerción es por tanto grande, hasta el extremo de
considerarse peligrosa por quienes deben sufrirlo.
Por consiguiente, ciertas sociedades disponen de un
poder que, en cada momento, está desconectado de
sus amenazas y sus riesgos. P. Clastres, al exponer,
la afilosofia del cabildo indio, subraya esta desco-
nexión mediante el análisis de la organización po-
lítica de varias sociedades amerindias. Tres propo-
siciones resumen la teoría implícita de estas últi-
mas: el poder, en su esencia, es coerción; su tras-
cendencia constituye para el grupo un riesgo mortal;
5. Cf. el capitulo V: wReligi6n y poder*.
el caudillo tiene pues la obligación de manifestar, a
cada momento, el carácter inocente de su función.
El poder es necesario, pero mantenido en el mar-
co de unos limites precisos. Requiere el consenti-
miento y una cierta reciprocidad. Esta contrapartida
forma un conjunto de responsabilidades y obliga-
ciones muy diversas según los regímenes interesa-
dos: paz y arbitraje, defensa de la costumbre y de
la ley, generosidad, prosperidad del país y de las
gentes, acuerdo con los antepasados y los dioses,
etcétera. De una manera más general, cabe decir
que el poder debe justificarse manteniendo un es-
tado de seguridad y de prosperidad colectivas. Este
es el precio a pagar por quienes lo ostentan; un pre-
cio que nunca se paga integramente.
En cuanto al consentimiento, éste implica a la
vez un principio, la legitimidad, y unos mecanismos,
los que refrenan los abusos de poder. Max Weber
hace de la legitimidad una de las categorías funda-
mentales de su sociología poiítica. Él observa que
ninguna dominación se satisface de la mera obedien-
cia, sino que trata de transformar la disciplina en
adhesión a la verdad que representa -o pretende
representar. Establece una tipología distintiva de
los tipos (ideales) de dominación legítima: la domi-
nación legal, la cual tiene un carácter racional; la
dominación tradicional, cuya base es la creencia en
e1 carácter sagrado de las tradiciones y en la legi-
timidad del poder ostentado conforme a la costum-
bre; la dominación carismática, cuyo carácter es
emocional y presupone la confianza total hacia un
hombre excepcional, en razón de su santidad. de su
heroísmo o de su eiem~laridad.Toda la socioloefa
i
I 1 - -a
p~líticade Weber es un desarrollo realizado a par-
tir de esos tres modos de legitimacion de la relaci&
e mando y de subordinaci6n y ~bediencia.~ Así fns-
os-pasos teóricos de varios antropólogos.
J. Beattie diferencia el poder -en el sentido a6so-
luto de la palabra- y la autoridad política. Si Csta
no deja de implicar el <rreconocimiento públicos y
la saceptación», el uno y la otra extrañan la legiti-
6. Cf. tal como lo presenta J. Freund en su Sociologie
de Max Weber (l%ó), publicada en esta misma colección.
midad que debe considerarse como el criterio dis-
tintivo de la autoridad. De ahí, una definición que
,,túa ambos aspectos: autoridad puede deii-
.ir, corno el derecho reconocido a~uxia 5 e T W o
cg,, p p o ; por el consentimiento de la sociedad,
que atanen a los demás
los trabajos dedicados a
los Tikopia de Polinesia, considera con suma aten-
,ibn el problema de la aaceptacióna y de las inci-
dencias de la aopinión públicas (Essay on Social
~~pznisatiort and Values, 1964). Recuerda que el po=
der no puede ser enteramente autocrático. Este bus-
ca y recibe una parte variable de la adhesión de
10s gobernados: bien por apatía rutinaria, bien por
incapacidad de concebir una alternativa, bien por
aceptación de algunos valores comunes considerados
incondicionales. Pero de todos modos, los goberna-
dos imponen ciertos limites al poder; tratan de en-
cerrarlo dentro de ciertos límites, recurriendo %las
instituciones FormaIes* (consejos o grupos de an-
cianos designados por los clanes) y a los amecanis-
mos informales, (rumores o acontecimientos expre-
sivos de la opinión pública). De manera que asi vol-
vemos a encontrar la ambigüedad evocada más arri-
ba: el poder tiende a desarrollarse en tanto que
relación de dominación, pero el consentimiento que
lo vuelve legítimo tiende a reducir su imperio. Esos
movimientos contrarios aclaran el hecho de que
aningún sistema polftico esté equilibradom. R. Firth
afirma con fuerza que en 61 cabe encontrar, a la
vez, ala lucha y la alianza, el respeto del sistema
existente y el deseo de modificarlo, la sumisión a
la ley moral y la tentativa de rodearla o reinterpre-
tarla conforme a los provechos particularess. Con-
trariamente a la interpretación hegeliana, la politica
no realiza necesariamente la superación de las par-
ticularidades y de los intereses privados.
De modo que la ambigüedad es un atributo fun-
damental del poder. En la medida en que se asienta
sobre una desigualdad social m á s o menos acentua.
7. J. BRATTIR,Checks on the Abuse of Political Power iti
9, 2, 1959.
some Aftican States en ~SocioIoguo~,
NCI 2 . 4 49
da, en la medida en que garantiza unos privilegios
a sus ostentadores, está siempre, aunque en grado
variable, sometido a la impugnación. Al mismo tiem-
po es aceptado (como garantía del orden y la Se-
guridad), venerado (debido a sus implicaciones sa.
gradas) e impugnado (porque justifica y mantiene la
desigualdad). Todos los regímenes politicos manifies-
tan tal ambigüedad, bien se atengan a la tradición
o a la racionalidad burocrática. En las sociedades
africanas carentes de una centralización del poder
-pongamos por caso, la de los Fang y los pueblos
vecinos del Gabón y el Congo-, unos mecanismos
correctores, cuya acción es insidiosa, amenazan de
muerte a todo el que abusare de su autoridad o de
su riqueza. En algunos Estados tradicionales del
Africa negra, las tensiones resultantes de la desigual-
dad de condiciones se liberan en determinadas cir-
cunstancias y todo parece indicar entonces que las
relaciones sociales se encuentran, de golpe y provi-
sionalmente, invertidas. Pero esta inversión es d o
meñada: sigue desorganizada en el marco de unos
ritos adecuados que pue.den llamarse, en este as-
pecto, arituales de rebelión*, conforme a la expre-
sión de Max Gluckman. El supremo ardid del po-
der estriba en impugnarse ritualmente para así con-
solidarse con mayor eficiencia.
4 . Relaciones y formas polítias
En su obra Tribes without Rzúers (1938), J. Midd-
leton y D. Tait sugieren definir las arelaciones p
liticasro independientemente de las formas de G e
bierno que las organizan. Las califican a través de
las funciones asumidas: se trata de las relaciones
amediante las cuales ciertas personas y ciertos gru-
pos ejercen el poder o la autoridad para el mante-
nimiento del orden social dentro de un marco te-
rritorial~.Las diEerencian según su orientación, in-
terna o externa; unas intervienen en el marco de
la unidad politica de la cual aseguran la cohesión,
el mantenimiento en estado o la adecuación; otras
operan entre unidades políticas distintas y son esen-
cialmente de tipo antagónico. En esto no hay nada
i
nuevo ~adcliffeBrownya identificaba las relacio-
,,, a travks de la reglamentación de la
fuena que instauran y ,mostraba que pueden operar
tmto en las relaciones lntergmpales como en el seno
de 10s grupos*
partiendo de su propia experiencia investigadora
-las sociedades centralizadas de Africa oriental- y
empleando un método analítico. J. Maquet distingue
tres órdenes de relaciones que pueden hallarse aso-
ciada~en 10s procesos políticos y que tienen una
.formal común cuya importancia ya
se ha subrayado: son claramente asimétricas. Maquet
elabora tres modelos de relación constituidos por
tres elementos: las fuerzas activas, los cometidos
y 10s contenidos específicos. Los presenta en la for-
ma siguiente:
----. -
,CJodelo clmen- Modelo elemen- Modelo elemm-
tui de ¿a rela- tal de lo cstra- tal de la rela-
cidn política tificacidn social cidn fettdal
- -
Superior, igual
e inferior se- Señor
Fuerza Gobernantes
rrctivvrs y gobernador ~ne~o~$"d", y subordinado
los estratos
.- .----- ------. --
Saber compor- Protección
Cometido yhíandar
obedecer tarse conforme y servicim
a SU estatuto
- --- .- -
contenido Coe.6n ffsica
Acuerda
específico legítunamente -0
utilizada interpersonal
J. Maquet subraya que esos modelos tienen 6
valor operatorio, que tienden sobre todo a la clasi-
ficación de los hechos y al estudio comparativo que
sólo puede realizarse en un cierto nivel de abstrac-
ci6n. Señala, con razón, que las funciones y las re-
laciones no están ligadas de un modo sencillo y
univoco; de manera que no es posible partir de las
primeras para diferenciar y comparar rigurosamente
las segundas. Destaca que los estados tradicionales
considerados -los de la región interlacustre del
Africa oriental- se diferencian por el tratamiento
impuesto a cada uno de dichos modelos y por las
combinaciones variables que éstos realizan a partir
de las tres relaciones fundamentales.' Sin embargo,
sigue siendo formal la aprehensión de los pro-
blemas.
Las dificultades inherentes a la orientación ana-
litica ya han sido consideradas; esta orientación
separa unos elementos que s61o cobran su signifi-
cación en razón de su situación dentro de un con-
junto real o ldgicamente constituido. Los ensayos
tendentes a aislar y definir un orden de relaciones
Uarnadas noliticas encuentran rápidamente sus lí-
mites. h+X Weber parte ciertamente de una rekit
ción fun améntal, como la del rnzindo vJa obedien-
tenido pobre, la inserta en un campo más extenso:
el de las diversas formas de organización y de jus-
tificación de la adominación legítima,. Los antro-
pólogos modernos se han encontrado frente a los
mismos obstáculos. Han consuerado u- sistas
y unas organizacione: políticas, unos aspectos, unos
modos ae acd'h unos procesos calincaaos O
p m ~ pero
podo
t u M.
;
y cou p m v w -
n z han podido determinar d z n
recuerda que esa noción es mas
bien de carficter substantivo que de carácter for-
mal. La asubstancia~que las diferencia de las de-
más categorías de relaciones sociales sólo puede des-
cubrirse mediante un esclarecimiento de la natura-
leza del fenómeno político. Por esta misma razón
dé-^^ aespe-
a c i l a i e n i i io ñáñ
ao dar a- e E. f i r -
p e n su introauccifi a A f r i m Political Systems.
Al pasar del nivel analítico al nivel sintético
- e l de las formas de la organización política-, las
cuestiones de método y de tenninologia no son me-
nos diffciles, incluso si se considera que ha sido
superado el debate que opone las sociedades atriba-
les, a las sociedades apolíticasw. Es un hecho que
las interpretaciones extensas predominan efectiva-
8. Informes inéditos del ~Groupede Recherches en h
thropologie et Sociologie politiques. (1956).
1. Schapera formula una definición acepta-
da al subrayar que .el Gobierno, en sus aspectos
formales, implica siempre la dirección y el control
de 10s asuntos públicos por una o varias personas
para quienes es Csta una función regular*. Todas las
sociedades están pues interesadas, pero no deja de
imponerse la distinción entre las diferentes formas
de Gobierno. La búsqueda de los criterios de clasi-
ficación vuelve entonces a promover-las dificultz-
aes encontradas al determinar el campo poiitrco'. '
grado de diferenciacibn y de concentración
del poder sigue siendo un hito utilizado a menudo.
Orienta entre otras cosas la distinción establecida
por Lucy Mair sobre tres tipos de Gobierno. En el
nivel inferior, el Gobierno minimd. Así se halla ca-
lificado según tres" s e ' n t l u o s r h e z de la comu-
nidad política, número restringido de los detentado-
res del poder y la autoridad, debilidad del poder y
de la autoridad. En una posición vecina se sitúa el
Gobierno di uso. Éste dimana, en principio, del con-
c41aci6n adulta masculina, pero ciertas
jnstituciones (tales como las clases de edad) y cier-
tos ostentadores de cargos (que gozan de una auto-
ridad circunstancial) aseguran, de derecho y de he-
cho, la administración de los asuntos pílblicos. La
forma más elaborada, asentada sobre un poder cla-
ramente diferenciado y más centraIizado, es la del
. Esta tipologia triterrninal rebasa
repartición impugnada (y ahora desechada) en
las sociedades #sin Estadon y las sociedades «con
Estados; pero al no establecer más que unas cate-
gorías toscas, dicha tipologia requiere la determina-
ción de subtipos que es posible multiplicar infini-
tamente y la cual carece de utilidad científica. No
se presta ni más ni menos que las tipologías ante-
riores a la simple cIasificaci6n de unas sociedades
políticas concretas; pues estas Útimas -como lo ha
mostrado Leach a partir de su estudio de los Ka-
chin- pueden oscilar entre dos tipos pdares y pre-
sentar una forma híbrida; puesto que también un
mismo conjunto ktnico -por ejemplo, el de los Ibo
de Nigeria meridional- puede recurrir a diversas
modalidades de organización política. Además, toda
tipologfa da pésimamente cuenta de las transiciones
al establecer unos tipos discontinuos. Lucy Mair 10
reconoce implícitamente al considerar ala expansión
del Gobierno* antes de analizar los Estados tradi-
cionales $bienconstituidos. R. Lowie, al presentar #al-
gunos aspectos de la organización política entre los
aborígenes americanos» y al demostrar la necesidad
de un aniílisis genético, había recordado ya que
el Estado uno puede florecer de un solo golpeio.
D. Easton, al sentar la cuenta de las dificultades
propias de toda búsqueda tipológica, sugiere esta-
blecer un ucontinuum de tiposw, con un carácter des-
criptivo más que un contenido deductivo. Lo expe-
rimenta al utilizar el criterio de la diferenciación
de las funciones políticas: diferenciación respecto a
los demis cometidos sociales, entre estos propios co-
metidos, y en relación con las funciones especificas
o difusas que cumplen. Así intenta elaborar *una
escala de diferenciación tridimensional~.Pero el pro-
greso alcanzado al restablecer una continuidad corre
el riesgo de perderse en el plano de las significaciones.
Easton lo confiesa, al precisar que aesa clasificaci6n
no tiene sentido más que en el caso de hallar unas va-
riaciones de otras características importantes asocia-
das a cada punto del continuum*? Lo que se reduce
a afirmar que ninguna tipología tiene significación de
DOr sí.
A
gue sirvieron de hito a algunos i
trata de la forma asumida por la adomiñación legíti-
ma,, la cual no depende necesariamente de la exis-
tencia del Estado. El tipo de dominación legul se
halla ilustrado del modo más adecuado por la buro-
cracia, y antropólogos tales como Lloyd Fallers (en
Bantu Bureaucracy, 1956) han interpretado las mo-
dernas evoluciones de las estructuras políticas tradi-
cionales como el paso de un sistema de autoridad
llamado apatrimonials a un sistema burocrático. El
tipo de dominación iradiciond, en el que las rela-
ciones personales sirven exclusivamente de soporte
a la autoridad política, asume formas diversas. Las
9. Cf. Politicai An thropology.
de la gerontocracia (que liga el poder a la anciani-
dad), de] patriarcalismo (que mantiene el poder en
.,
el seno de una familia determinada), del pairimo-
.ialismo y del sultanismo. El aspecto más conocido
,umb,
el de patrimonial. Su norma es la cos-
considerada como inviolable, su modo de
es esencialmente personal, su organización
ignora la administración en el sentido moderno de
la palabra. Recurre a los dignatarios más que a los
funcionarios, desconoce la separación entre el domi-
nio y el dominio oficial. Es la forma de do-
minación tradicional que la literatura antropológi-
ca suele ilustrar con más frecuencia. En cuanto a la
do712imciÓn carisnzática, constituye un tipo excep-
cional. Se trata de una potencia revolucionaria, de
un medio de subversión que opera en contra de los
regímenes de carácter tradicional o legal. Los movi-
mientos mesiánicos con prolongaciones políticas, que
abundaron durante los últimos decenios en Africa
Negra y en Melanesia, ilustran este poder disolven-
te que ataca al orden tradicional y promueve el fer-
vor utópico.
Esta tipologia «ideaI~y no descriptiva parece
igualmente vulnerable. Debe asociar, en unas combi-
naciones variables, criterios diferentes, como la na-
turaleza del poder, el modo de ostentación del p e
der, la separación entre las relaciones privadas y
las relaciones oficiales, la intensidad del dinamismo
potencial, etc. No puede caracterizar los tipos poli-
ticos de un modo univoco. Por otra parte, promueve
unas oposiciones - e n t r e lo racional y lo tradicional,
entre aquellas categorías y la de lo carismático- que
contradicen los factores de hecho y alteran la natu-
raleza de lo político. Los tres elementos están siem-
pre presentes, aun cuando desigualmente acentuados,
generalidad ésta que verifica los resultados obtenidos
en el campo de la antropología política.
Aunque esta última brinda los medios para em-
prender un estudio comparativo ampliado, no ha re-
suelto ni mucho menos con ello el problema de la
clasiúcación de las formas políticas reconocidas en
su diversidad histórica y geográfica. Esta insuficien-
cia se obsertra tan pronto como se contempla a las
sociedades con un poder centralizado. La frontera
entre los sistemas politicos con cabildos y los sis-
temas monárquicos no es aún rigurosa La magnitud
de la unidad política no puede bastar para determi-
nar su trazado, pese a que tenga unas incidencias di-
rectas sobre la organización del Gobierno: existen
cabildos de grandes dimensiones, por ejemplo en el
país bamileque, en el Camerún. La coincidencia del
espacio político y del espacio cultural -o sea, la exis-
tencia de una doble estructura unitaria- no consti-
tuye tampoco un criterio distintivo; no deja de ser
excepcional tanto en las sociedades dc cabildo como
en los reinos tradicionales. La misma incertidum-
bre vuelve a surgir al considerar lo complejo que es
el aparato político administrativo: el de los cabildos
bamileque no es menos complejo que aquel sobre
el que se apoyan los soberanos del Africa Central y
Oriental. Los elementos diferenciativos son de otra
naturaleza. El jefe y el rey no difieren solamente por
la extensión y la intensidad del poder que ejercen,
sino también por Ia naturaleza de ese poder. R. Lowie
10 sugiere al analizar la organización política de los
amenndios. Él contrapone el a Jefe titular, al jefe
fuertes -del que el Emperador inca es la ilustración.
El primero no tiene plenamente el uso de la fuerza
(a menudo su función es distinta a la del Jefe mili-
tar), no promueve leyes, sino que vela por el mante-
nimiento de la costumbre, y no monopoliza d poder
ejecutivo. Se caracteriza por el don oratorio (el po-
der de persuasión), el talento pacificador y la genero-
sidad. Por el contrario, el segundo tipo de Jefe dis-
pone de la autoridad coercitiva y de la plena sobera-
nia; es el soberano en la plenitud de la palabra. Por
otra parte, el criterio de la estratificación social no
deja de ser pertinente en cuanto a la distinción de las
sociedades con cabildo respecto a las sociedades mo-
nárquicas. Dentro de estas últimas, los sistemas de
órdenes, de castas, de pseudocastas y de castas de cla-
ses o de protoclases constituyen el armazón principal
de la sociedad y en ella la desigualdad rige todas las
relaciones sociales predominantes. De modo que la
tipología politica debe recurrir a unos medios de di-
ferenciación que no dimanan únicamente del orden
politico.
Difml tades semejantes suelen surgir en el mo-
mento en que se procede a la clasificaci4n de los
netamente constituidos. La existencia de uno
o varios centros de poder define las dos categonas
=orrientemente utilizadas: <monarquías centraliza-
d a s ~ por
, una parte; «monarquías federativasn, por
ot ra.'@Es te reparto rudimentario tiene una utilidad
siempre limitada; aunque s61o fuere en razón de la
rareza del segundo tipo -ilustrado con harta fre-
cuencia por la organizacibn política del pueblo As-
hanti de Ghana. En un estudio comparativo de los
Reinos africanos, J. Vansina propone una tipologia
presentada con el aspecto de auna clasificación de
modelos estructural es^. Este ensayo revela clara-
mente los problemas de método aún no resueltos
que tal empresa imponc. Recurre a cinco tipos, los
cuales se caracterizan, de hecho, por unos criterios
heterogéneos: despotismo, parentesco clánico de los
soberanos y de los jefes subalternos, incorporación y
subordinación de los aantiguos~poderes, aristocra-
cia que asume el monopolio del poder y, finalmente,
organización federativa." J. Vansina no pudo limi-
tarse meramente a los dos criterios =entrecruzadosS
que eligiera previamente: el grado de centralización
y la norma de aEceso al poder y a la autoridad polí-
tica. No podrfa ser de otra manera, debido a la diver
sidad de las formas asumidas por el Estado tradicio-
nal y a los múltiples aspectos -pero de interés cien-
tífico desigual- en función de los cuales puede rea-
lizarse su clasificación. A tenor de la interpretación
dada del fenómeno político, prevalecerá uno de los
dos: el grado de concentración y el modo de organiza-
ción del poder, la naturaleza de la estratificación so-
cial que administra el reparto de los gobernantes
y de los gobernados, el tipo de relación con lo sagra-
do que funda la legitimidad de todo gobierno aprimi-
tivo~.Estos tres órdenes tipológicos son posibles,
pero no tienen el mismo valor operacional.
Como vemos, la diversidad de las organizaciones
políticas es más bien reconocida que conocida y do-
10. S. N. E ~ s ~ s s ~ ~Pn'mitive
rrr, P o l i t k ~ lSystems, en *Ame-
rican Anthropol~gista,LXI, 1959.
11. J. VANSIHA,A Comparison of African Kitydoms, en
4 b i c a ~ 32,
, 4, 19152.
minada científicamente. Es preciso investigar las cau-
sas de este fallo. El retraso de los trabajos de an-
tropología política -al nivel de la encuesta descrip-
tiva, así como de la elaboración teórica- es lo m&
relevante. Pero esto no es lo peor. Si se acomete la
tarea de definir y clasificar los tipos de sistemas po-
líticos, se elaboran unos modelos que sirven para
manifestar respecto a qué factores las sociedades son
equivalentes o diferentes en su organizacióq del po-
der, y que permiten analizar las transformaciones que
explican la transición desde un tipo a otro. Los fra-
casos sufridos en este dominio incitan a plantear una
pregunta capital: ¿Disponen acaso-
la sociología de unos ,.
modelos a d e c u a u est y~
Ydio de las f o r w DO-3
Por de pronto, la respuesta es negativa. Mientras
que el conocimiento de las relaciones y de los pro-
las dificultades seguirán en pie. ~i carácter m?smo
he 10s -constituirá durante largo
t i e m p o m n c i p a l si admitimos que estos
Últimos suelen caracterizarse por su aspecto sintético
(pues se confunden con la organizacibn de la sacie-
dad global) y or su dinamis (ya que se basan so-
bre la d e s i g u % v ? t i c i ó n ) . Los modelos
necesarios para su clasificación, para ser adecua-
dos, deben poder expresar las relaciones entre ele-
mentos heterogéneos y dar cuenta del dinamismo in-
terno de los sistemas. Es pues en razón de esta do-
ble exigencia que los modelos clasificadores, elabora-
dos por los antropólogos estructuralistas, se prestan
mal al estudio del dominio de lo político; pues no
respetan ni una ni otra de ambas condiciones. Al no
poderse reducir ni a un código» (como el lenguaje
o el mito) ni a una ared» (como el parentesco o el
,intercambio), lo político sigue siendo un sistema to-
tal que aún no obtuvo un tratamiento formal satis-
factorio.
Semejante observación mueve a refrenar las am-
biciones de la antropología política en materia de ti-
pología. Trátase, por de pronto, de limitarse al estu-
dio comparativo de los sistemas parientes que pre-
sentan, por así decirlo, unas variaciones sobre un mis-
mo U tema^ y que pertenecen a una misma esfera cul-
tural. Esta búsqueda posibilitaría abordar la pmble
rnática de la formalización -al experimentar una mi-
crotipología- y profundizar en el conocimiento de
10 politico, a partir de una familia de formas polfti-
cas ligadas unas a otras por la cultura y por la his-
toria.
Capitulo 3
Parentesco y poder
~1 orden del parentesco excluye teóricamente el
político para numerosos autores. Según la formula de
Morgan anteriormente citada, uno rige ya el estado de
societas y cl otro el de civitas, al igual que, según la
antropológica de moda, uno evoca las
estructuras de reciprocidad mientras que el segun-
'10 evoca las estructuras de subordinación. En ambos
casos, la dicotomía no puede ser más clara. Ésta
aparece igualmente en la teoría mamista en la que
la sociedad de clases y el Estado resultan de la «diso-
lución de las comunidades primitivas,, donde la apa-
rición de lo político interviene al borrarse ade los la-
zos personales de la sangre>. Vuelve a reaparecer,
bajo unas formas originales, en la tradición filosó-
fica, y especialmente en la fenomenología de Hegel,
quien opone paralelamente lo universal y 10 particu-
lar, el Estado y la familia, el plano masculino (que
es el de lo político y, por consiguiente, superior) y
el plano femenino.
La antropología política, lejos de concebir el pa-
rentesco y la política como unos términos exclusivos
uno de otro o contrapuestos, ha revelado los lazos
complejos existentes entre ambos sistemas y fun-
dado el análisis y la elaboración te6rica de sus rela-
ciones con ocasión de las investigaciones efectuadas
sobre el terreno. Las sociedades llamadas de linaje, o
segmentarias, acefalas o no estatales, en las cuales
las funciones y las instituciones políticas están poco
diferenciadas, brindaron el primer campo de experi-
mentación. En efecto, fue con respecto a las mis-
mas que se abri6 la frontera trazada entre el paren-
tesco y lo político. De esta manera, el estudio de la
organización por linajes y de su proyección en el es-
pacio permitió destacar la existencia de unas relacio-
nes políticas que se asentaban sobre la utilización de
10s principios de descendencia, fuera del marco es-
trecho del parentesco. De la misma manera, siempre
en el marco de estas sociedades, el parentesco faci-
lita a lo político un modelo y un lenguaje; lo cual
destaca Van Velsen en el caso de los 'ionga de Ma-
la~vi:alas relaciones políticas se manifiestan en unos
terminos de parentesco* y las amanipulaciones~del
parentesco son uno de los medios de la estrategia
polftica. Finalmente, en el marco de las sociedades
estatales, los dos tipos de relaciones parecen a me-
nudo ser complementarias y antagónicas, y las mo-
dalidades de su coexistencia ya las había analizado
Durkheim, en un comentario dedicado a una mono-
grafía de la sociedad ganda, publicada en el año
1911.' El análisis de la relación entre el parentesco y
el poder debe por tanto llevarse a cabo sin menos-
cabo de ninguna de estas manifestaciones.
1. Parentesco y linajes
Meyer Fortes pone de relieve que el estudio de
las relaciones y de los grupos, considerados tradi-
cionalmente en el aspecto del parentesco, es mAs
afructffero~si se examinan wdesde la perspectiva de
la organización política*. Esta observación no sugie-
re, empero, que el parentesco, en su conjunto, tenga
significaciones y funciones políticas. Incita máis bien
a desentrañar los mecanismos internos del parentes-
co, como por ejemplo la formación de grupos basa-
dos en la descendencia unilineal, y los mecanismos ex-
ternos, como la formación de unas redes de alianzas
nacidas de los intercambios matrimoniales, que sus-
citan y comportan unas relaciones políticas. De to-
dos modos, no es fácil distinguir estas últimas, de-
bido a la estrecha imbricación del pareiitesco y de la
politica en gran número de sociedades «primitivas..
Una de las tareas iniciales sigue siendo pues la bús-
queda de los criterios facultadores de reparto. El
principio que determina la pertenencia a una comu-
nidad política constituye precisamente uno de tales
-
criterios. Dado que el modo de descendencia -patri-
lineal o matrilineal- condiciona principalmente la
1. La monografía de J. R m , The Bagmdo; se trata de
una sociedad estatal de Uganda. Informe de Durkheim en
wLIAnnée sociologiquen (vol. XII, 19i.2).
,,iudadanía~ en dichas sociedades, las relaciones y
los grupos que instaura se hallan afectados por un sig-
no político en contraste con el parentesco en su m á s
sentido. En las sociedades segmentarias
con esclavitud doméstica, el estatuto del esclavo de-
finido previamente en unos términos de exclusión
-no pertenencia a un linaje y no participación en
el control de los asuntos públicos- muestra clara-
mente esta función del modo de descendencia.
Los linajes están fundados en los hombres que,
dentro de un mismo marco genealógico, se
sujetan unilinealmente a un mismo y único tronco.
Según sea el número de generaciones afectadas (la
profundidad genealógica) varía su extensión de la
misma manera que el número de los elementos (o
asegmentosn) que las componen. Desde el punto de
vista estructural, los grupos lineales toman entonces
el nombre de segmentarios. Enfocados de un modo
funcional, aparecen como unos «grupos en cuerpos*:
los corporate groups definidos por la antropología
británica; éstos ostentan unos símbolos comunes a
todos sus miembros, prescriben unas prácticas dis-
tintivas y se oponen en cualquier manera los unos a
los otros en tanto que unidades diferenciadas. Su
significación política es en primer lugar una conse-
cuencia de esa característica, puesto que su función
política se determina mucho más a partir de sus re-
laciones mutuas que a partir de las relaciones inter-
nas que los constituyen. Los modos de conciliación
de los litigios, los tipos de enfrentamiento y de con-
flicto, los sistemas de alianza y la organización terri-
torial están en correlación con la ordenación gene-
ral de los segmentos por linajes y de los linajes
mismos.
Un ejemplo tomado de la literatura clásica pare-
ce necesario para formalizar e ilustrar aquellos he-
chos. Se trata del ejemplo de los Tiv de Nigeria, crea-
dores de una sociedad segmentaria que incorpora un
alto número de personas -más de ochocientos mil.
Una genealogía común que se remonta hasta el an-
tepasado fundador -Tit- las incluye a todas, en
principio, según la norma de descendencia patrili-
neal. Rige una estructura apiramidaln en el seno de
la cual se articulan unos linajes de extensión varia-
ble: el nivel genealdgico en el que se halla el ante-
pasado de referencia determina la envergadura del
gmpo llamado Nongo. Esta articulación no opera me-
cánicamente sino según una formula de oposiciones y
de solidaridades alternadas; los grupos salidos de un
mismo tronco y homólogos se oponen entre si (-),
pero son asociados y solidarios ( + ) en el seno de la
unidad inmediatamente superior que a su vez se ha-
lla en relación de oposición con sus homólogos; en
el esquema siguiente sugiere esa dinámica que los
enf rentamientos concretos revelan.
Articulación por oposiciones y solidaridades alterrzadas.
La implicación política de esas relaciones ha sido
observada en el caso de todas las sociedades que se
conforman a ese modelo, al igual que el papel del
conflicto y de la guerra en tanto que reveladores de
las unidades comprometidas en la vida política.
En país Tiv, esos conjuntos se expresan tambidn
de una manera más permanente al insertarse den-
tro de un marco espacial bien delimitado. Los grupos
de linaje de cierto volumen están asociados a un te-
rritorio definido, el tar, de tal forma que la estruc-
tura segmentaria de la sociedad acarrea una estruc-
tura segmentaria del espacio y que mediante articu-
laciones sucesivas, la una inserta la totalidad de la
población y la otra coincide con la totalidad del país.
Al tar, unidad geográfica, corresponde una unidad po-
lítica: el ipaven. De esta manera podemos aprehen-
der la estrecha ligazón existente entre los grupos de
descendencia (denominados ityo), los grupos de li-
naJ'e, las secciones territoriales y las entidades pau-
ticas. Un diagrama simplificado permite subrayar esa
ligazón :
rb
'%*.
Gr~po
.de
\
.\ .\
descendencih,
{ityo)
Srupo de (ineje
-\. Unioad po'ftice
(ijave n j
Secci67
(nongol terri-
torial
(ta r )
Estructura de linaje, estructura territorial y estructura
polftica. (Caso de los Tiv.)
El principio de descendencia y el principio terri-
torial contribuyen conjuntamente, en este caso, a la
determinación del campo político; pero el primero
es preponderante. L. Bohannan lo subraya al precisar
que el grupo de descendencia al cual un Tiv perte-
nece, determina asu ciudadanía política, sus dere-
chos de acceso a la tierra y de residencia# a la par
que define a las personas con las cuales no puede
unirse el1 matrimonio? Las funciones múltiples de
los grupos de descendencia y de los grupos de li-
naje dificultan siempre la delimitacibn estricta del
dominio del parentesco y del dominio político. Los
Tiv establecen una distinción al recurrir al crite-
rio territorial. Si bien las simples unidades residen-
ciales, que delimitan asimismo los grupos de p r e
ducción, organizan el reparto de los individuos según
el parentesco, por el contrario las secciones terri-
toriales que tienen la cualidad de tar se manifiestan
con un carácter esencialmente político.
Este análisis simplificado, que podría encontrar
2. L. y P. BOHANNAN han publicado interesantes estudios so-
bre la sociedad Tiv; cf., entre otros, The Tiv of Cenird Ni-
geria, Londres, 1953.
sus rdplicas en el estudio de otras sociedades segmen.
tarias, ayuda a comprender la incertidumbre de los
antropólogos -y la permanencia de sus debates. Si
es verdad - c o m o lo señala Max Gluckman- que en
ello hay materia para un conocimiento más fino de
la diversidad de las formas políticas, la cualificacihn
y la localización del aspecto político, la aprehensi6n
de sus aspectos específicos, quedan aún por determi-
nar en las sociedades débilmente diferenciadas, las
cuales tienen por fundamento el parentesco y el or-
den de linaje. Lo que vuelve a plantear, con un c m -
bio de formulación, el problema ya examinado al con-
frontar a los maximalistas y los minimalistas.
M. G. Smith ha realizado a este respecto la labor
teórica más sistemática. Parte de una observación: la
dificultad en determinar lo político -en las socie-
dades segmentarias- en función de los grupos socia-
les y de unas unidades cuyas fronteras son a menudo
imprecisas; y de una exigencia: la eliminación de las
confusiones terminológicas y la elaboración de una
metodología más rigurosa. Su teoría ha sido exami-
nada en el capitulo anterior, pero no hemos anali-
zado su aplicación a los sistemas de linaje y a 10s
segmentarios. A juicio suyo, las relaciones exteriores
de un linaje son primariamente unas relaciones polí-
ticas, bien porque aparezcan como tales (con motivo
de la guerra o del feud), bien por poseer indirecta-
mente esa cualidad (mediante los intercambios ma-
trimoniales, los rituales, etc.). Las relaciones interio-
res son primariamente unas relaciones administra-
tivas; descansan sobre la autoridad, sobre una jerar-
quía que promueve de un modo concreto las relacio-
nes sociales. Smith afirma -sin demostrarlo según
ciertos críticos- que los mecanismos internos que
contribuyen a reducir alos peligros latentes de con-
flictos~pueden asimilarse a unos mecanismos admi-
nistrativos rudimentarios. De esta manera, las dos di-
mensiones del campo político se ponen de manifies-
to, y el sistema scgmentario por linajes aparece UCO-
mo una combinación especial de la acción política
y de la acción administrativa dentro de (y entre) unas
estructuras definidas formalmente en términos de
descendencia unilateralp. Pero importa sobremane-
ra concretar que esos dos aspectos (segmentación/je-
r,rquía, poder/autoridad) se hallan irnbricados en el
sistema de linajes; se diferencian menos por referen-
cia a los grupos sociales que por referencia a los di-
i.ersos "niveles, del sistema y a las situaciones que
tal o cual de sus elementos.
En unas sociedades de ese tipo, la carta determi-
nante de las posiciones políticas es. esencialmente, la
gemalógica - q u e puede manipularse para
legitimar un poder de hecho. Y es el caso que la vida
política se revela en primer lugar a través de las
alianzas y los enfrentamientos, las fusiones y las fi-
sienes que afectan a los grupos de linaje mediante
las reestru~tura~iones de las estructuras territoria-
les. En su Political Anthropology, D. Easton insiste
sobre unas características diferentes y complementa-
rias. Subraya la inestabilidad de las *estructuras de
apoyo*, que se hallan constituidas apor unas alianzas
y unas combinaciones variables realizadas entre los
segmentos,; estos últimos a se subdividen a menudo
y reajustan sus alianzas con suma facilídad~y el ycr-
der político sufre cuna perpetua impugnaciónr. La
lucha política cobra así un carácter especial; no tien-
de a la modificación del sistema, sino a un riitevo rea-
juste de los elementos constitutivos; se traduce por
unas secesiones, unos reagrupamientos o nuevas coa-
liciones. D. Easton observa que esta mecánica de
las sociedades llamadas segmentarias podría justi-
ficar ael enjuiciar cada linaje como un sistema politi-
co independiente, las competiciones entre linajes co-
mo la expresión de las relaciones exteriores~.El ca-
rácter de sistema político se reconocería entonces en
su forma más simplificada y más inestable.
En un artículo donde presenta un inventario crí-
tico, M. H. Fried enumera las impresiones y las am-
bigüedades que subsisten aún.' Los grupos de des-
cendencia -entidades que permiten situar a los in-
dividuos y reconstituir los linajes por referencia a un
antepasado- deben distinguirse de los grupos de li-
naje reales, los cuales se manifiestan aren cuerposB en
ciertas circunstancias y a menudo están localizados;
y cabe también diferenciar a estos grupos de los cla-
3. M. H. FRIED,The Classificatiotz of Corporate Unilineat
Descent Groups en ~Joum.Roy. Anth. 1nst.w. 87. 1, 1957.
nes, que corrientemente se definen-en reIaci6n con un
remoto antepasado (frecuentemente mítico) y sin que
sea posible volver a encontrar todas las articulacio-
nes internas. Además, cuando los grupos de Lina-
je se someten a una localización concreta, no consti-
tuyen ni mucho menos por ello unas comunidades;
no son más que el aniicleor~de estas últimas, ya que
las mujeres son exportadas por el juego de los ma-
trimonios y las esposas llegan de fuera; permane-
cen intimamente ligados a las relaciones de parentes-
co y son asf, según la fórmula de Leach, unos grupos
de acompromiso~.A este nivel, el parentesco y lo
económico y lo político se encuentran mezclados y
este último s610 se revela de un modo intermitente.
El análisis formal de las estructuras de linaje no
basta para evidenciar sus características políticas;
hasta el extremo de que M. H. Fried debe multipli-
car 10s criterios de identiEicaci6n y conferirle un pa-
pel importante a los criterios de rango y de estrati-
ficación, es decir, a las desigualdades en materia de
estatuto y de aacceso a los recursos estratégicosu.
Por otra parte, una diferenciación demasiado rí-
gida entre el parentesco y el dominio político incli-
na a subestimar las incidencias políticas del prime-
ro y especialmente sus posibles utilizaciones en el
juego de las competiciones. La capitalización de es-
posas, de descendientes y de alianzas es un medio
frecuente para el reforzamiento -o el mantenimien-
t- del poder. Y hay además unas correlaciones mu-
cho más complejas. Así tenemos que G. Lienhardt, al
comparar a las sociedades nilóticas (Africa Oriental),
todas patrilineales pero con un poder politico desi-
gualmente diferenciado, demuestra la triple relación
existente entre el grado de centralización, la intensi-
dad de la competición y la importancia conferida al
parentesco matrilineal. Este sirve de soporte a las
tentativas de conquista del poder; con cuanta mayor
frecuencia esta posibilidad es aprovechada, más se en-
durece la competición y más aumenta el poder co-
rrelativo. También existen unas correlaciones simbó-
licas. Un acto de ruptura respecto al parentesco (in-
cesto, asesinato de un pariente) se relaciona a menu-
do con el origen de las monarquías tradicionales: el
fundador parece excluirse del orden antiguo para
imponer SU poder y edificar un orden nuevo; los
mitos histhricos y 10s rituales reales recuerdan ese
aacontecimient~~, expresando así el carhcter excep
.ional del soberano.
2. Dinámica de los linajes
~ificultadesencontradas en la determinación del
m p o político, dificultades sufridas en el análisis es-
mctural de lo político respecto a las sociedades seg-
rnentarias: tales son las razones que imponen recu-
rrir a un nuevo enfrentamiento del problema. La in-
vestigación actual se ocupa menos de los aspectos
formales que de las situaciones y los dinamismos
reveladores, las estrategias y las manipulaciones rela-
tivas al poder y la autoridad. Considera mucho más
las condiciones requeridas para la expresión de la vi-
da politica, las vías y los medios de Csta.
a) Las condiciones. Las sociedades llamadas seg
mentarias no son, ni mucho menos, igualitarias y ca-
rentes de relaciones de preeminencia o de subordina-
ci6n. Los clanes y los linajes no son todos equivalen-
tes; 10s primeros pueden diferenciarse, especificar-
se y *ordenarse*; los segundos pueden conferir unos
derechos desiguales segun atañan al primogénito o
a uno de los menores; unos y otros pueden distin-
guirse por unas necesidades de orden ritual que im-
plican unas incidencias políticas y económicas.
Los Nuer del SudAn, que constituyen una espe-
cie de caso limite al reducir al mínimo las relaciones
desiguales, no las han eliminado, sin embargo, del
todo, y siguen existiendo dentro de su sociedad, aun-
que más Iatcntes quizá que efectivas. En las diver-
sas secciones territoriales, un clan o un linaje prin-
cipal ocupa una posición predominante; Evans-Prit-
chard 10 califica de aristocrático (evocando asi su
estatuto superior) aun cuando observa que asu pre-
dominio le da más prestigio que pritlegios~.En el
momento de celebrarse las iniciaciones impuestas a
los adolescentes, ciertos linajes que gozan de una
prerrogativa ritual -formados por las agentes del
ganado- son 10s que facilitan a los dignatarios en-
cargados abrir y cerrar el ciclo; por lo tanto in-
tervienen en un sistema que asegura la socialización
de los individuos y los distribuye en las aclases~con
estatuto diferenciado: la de los primogénitos, los
iguales y los menores; en una palabra, asumen una
función política. Finalmente, una función ritual es-
pecífica, la de notable «con piel de leopardo^, tam-
bién pertenece a ciertos linajes exteriores respecto
de los clanes dominantes; esa función confiere la ta-
rea de conciliador en los litigios graves y de media-
dor en cuanto a los litigios sobre el ganado. También
tiene sus implicaciones políticas. Las desigualdades
y las especializaciones de clan o de linaje, los tres
estatutos resultantes del sistema de las categorias de
edad, el acceso diferente o desigual a la tierra y al
ganado, definen la vida política nuer tanto como las
oposiciones y las coaliciones de las unidades de li-
naje y territoriales. Evans-Pritchard lo sugiere al su-
brayar que «los hombres más influyentes» se carac-
terizan por su posición dentro del clan (son unos
aristócratas) y del linaje (son jefes de una gran fa-
milia), por su situación de *clase. (tienen el estatu-
to de primogénito), por su riqueza (en ganado) y su
arecia personalidad». A falta de una autoridad polí-
tica bien diferenciada, la preeminencia, el prestigio y
la influencia resultan de la conjugación de esas desi-
gualdades minimales. A falta de un poder político
bien claro, un poder político-religioso (con predomi-
nancia religiosa) opera por mediación de las estruc-
turas clan-linaje, de las estructuras territoriales y
de las estructuraciones de las clases de edad. No es
posible definirlo a través de esas Únicas estructuras,
sino más bien en base a las relaciones desiguales que
lo fundan y la dinámica de las oposiciones y los con-
flictos que lo manifiestan.
Un segundo ejemplo africano - e l del pueblo
Tiv- permite ahondar en el análisis a partir de una
sociedad del mismo tipo que la anterior. Linajes y
parentescos, secciones territoriales y clases de edad
facilitan los principales campos de las relaciones so-
ciales; pero las manifestaciones de desigualdad y los
focos politicos son en ellas más aparentes. Fuera del
sistema se sitiian las personas de condición esclava:
no se insertan en ninguna categoría de edad, están
del campo de los asuntos públicos, perma-
necen en una situación de dependencia. En el seno
del sistema, se diferencian los hombres preeminen-
tes (cuyos nombres sirven para identificar a los gru-
os de linaje y las categorías de edad), los hombres
Pcon prestigio, (debido a su éxito material y a su p-
nerosidad) y 10s guías políticos (evocados por el tér-
mino: tycmr), que constituyen la realización de los
LOS primeros deben -su crédito a su p o
sición de linaje, a su cualidad de primogénito o de
a su capacidad mágico-religiosa, la cual con-
diciona el mantenimiento de un estado de salud y de
fecundidad y el mantenimiento del orden. Los se-
gundo~osten tan una posición poderosa por mot ha-
cienes de índole económica. El excedente de influen-
cia resultante de la posesión de un lugar mercantil
apresa, por lo demás, ese aspecto político de las p c ~
siciones adquiridas en el seno de la economía tiv: la
competición para ocupar el cargo de dueño de un
mercado es una de las formas de la lucha política.
En lo que se refiere a los «guías políticos», como és-
tos no ostentan ningún cargo permanente (un oficio),
se manifiestan gracias a las relaciones externas: con
ocasión de los arbitrajes o ,las negociaciones de paz
con los representantes de los grupos homólogos in-
teresados.
Para los Tiv, que no tienen ninguna palabra espe-
cifica para designar el campo político, la acción po-
lítica se realiza pues a travds del parentesco o los
linajes de las categorías de edad, de las relaciones
mantenidas con el sistema de los mercados; no se ex-
presa con un lenguaje especial, sino mediante el len-
p a j e propio a cada uno de esos medios. Puede ha-
blarse realmente de un gobierno difuso y de una
vida política también difusa, subyacente a todas las
relaciones entre las personas y entre los grupos, que
no revelan unas instituciones específicas ni tampo-
co unas formas sociales mediante las cuales pueda
operar, s i f i varios dinamismos: de competición y
de dominación, de coalición y de oposición. Si el fac-
tor político se reduce a su más mínima expresión, no
deja de presentar sin embargo su característica de
sistema dinámico. Por lo demás, la teoría tiv lo da a
entender. En efecto, según dicha teoría, el poder le-
gitimado depende de la posesión de una cualidad
mística (llamada swem) que asegura la paz y el orden,
la fertilidad de los campos y la fecundidad de las
mujeres, y que actúa en función del vigor del que la
posec. Esta cualidad, que en cierto modo es la sus-
tancia del poder y la fuerza del orden, entraña no
obstante unas luchas para obtenerla y transferirla.
Por otra parte, las rivalidades por el prestigio y la
influencia, las tentativas encaminadas a la amplia-
ci6n del papel politico o al &citomaterial, siempre
est6n interpretadas con el lenguaje de la magia. La
sustancia peligrosa denominada tsav que ponen en
acción, manifiesta el poder en el aspecto de las lu-
chas y de las desigualdades que lo instauran. Los Tiv
afirman: aLos hombres escalan el poder al devorar
la sustancia de los demás.*' Esta teoría indígena no
ignora ni la dinámica ni la ambigüedad del elemento
político -que es a la vez, y con un equilibrio preca-
rio, creador del orden y portador del desorden.
Fuera del dominio africano, las sociedades seg-
mentarias presentan unas condiciones similares de in-
tervención de la vida politica. Es el caso que se ob-
serva en la zona melanopolinesia donde el Esta-
do sólidamente constituido es una forma excepcional
de organizaci6n del gobierno de los hombres. Los Ti-
kopia de Polinesia, estudiados por R. Firth, se repar-
ten entre una veintena de patrilinajes, los cuales se
han asociado, con diversos procedimientos, para for-
mar cuatro clanes. A la cabeza de cada uno de ellos
hay un gjefen, reclutado en un linaje, que confiere a
cada uno de sus miembros un estatuto superior; y los
cuatro jefes, diferenciados por unas funciones ritua-
les específicas, son clasificados según un orden de
preeminencia que no se identifica con ninguna jerar-
qufa poIftica. Los clanes no mantienen relaciones de
igualdad entre si y menos aún los linajes, que pue;
den diferenciarse al margen del cuadro genealógico
por las diferencias de rango. La sociedad Tikopia,
por debajo del p~uporestringido de los jefes de clan,
deja aparecer dos series de preeminencias sobre las
cuales descansa la aestructura de autoridad,. La pri-
mera es la de los pure, los amayores*, que encabe-
4. Fórmula repetida por P. Bohannan.
~ a nlos linajes principales. Su posición resulta de
,U situación genealógica y del acuerdo dispensado
por el jefe d d clan. Se les considera como a los apa-
&es simbolicos~de los linajes y su función es esen-
,ialrnente de carácter ritual. No son iguales, pero se
insertan en una jerarquía urituals que reproduce
a las divinidades que sirven; s61o los más encumbra-
dos entre los mismos contribuyen al mantenimiento
del orden público. La segunda serie de preeminen-
cias es la de los maru. Justificada por el rango y no
por la frecuentación de los dioses -puesto que re-
sulta del nacimiento y exige ser hermano, primo di-
recto agnaticio o hijo de jefe-, confiere una auto
ridad incontrastable como es la función de agente de
ejecución cerca del jefe del cargo de preservación
de la paz y la seguridad. Mientras que el jefe de clan
goza de un poder político derivado de su posición
religiosa (regulación del ritual kava asociado al siste-
ma de linaje, posesión de la apureza física, y de la
apureza moral»), el notable marra no ostenta sino una
autoridad delegada y laica.
En este marco, la dinámica de linaje es el pro-
ducto de la desigualdad originada por las diferencias
de rango. R. Firth las considera fundamentales y su-
braya: con el rango llega el poder y el privilegio y
con ellos las posibilidades de opresi6n.n Sugiere que
el factor político es tanto más aparente en la socie
dad Tikopia, que una «estructura jerárquica de cla-
sesn se articula sobre la estructura segmentaria ae-
terminada por el parentesco y la descendencia. Afir-
ma que los intereses de aclasew y los conflictos la-
tentes de las «clases~están reconocidos en la teorfa
indfgena. Por ejemplo, el sistema politico que liga
entrc sí y con el pueblo a los jefes, notables (nzaru)
y los ~mayoresn,no deja de aparecer como un usis-
tema de fuerzas complementarias~,y antagónicas en
ciertos casos. R. Firth concluye su análisis afirman-
do que ano puede existir equilibrio en ningún siste-
ma políticon y subraya así el carácter esencialmente
dindmico de 10 político?
Un Último ejempIo, tomado de1 mundo melanesio,
5. Capitulas V y VI de Essays on Social Organiwtion and
V*.
nos permitirá ampliar esas variaciones sobre un mis-
mo tema. Es el de las sociedades neocaledonianas de
la aGran Tierras y de las islas vecinas, que presen-
tan, a partir de las mismas estructuraciones funda-
mentales, unas formas políticas complejas y diversi-
ficadas. Su base social está constituida por las rela-
ciones de parentesco y de descendencia, por las re-
des resultantes de los intercambios matrimoniales,
por los eemparentamientos sistemáticos~estableci-
dos entre los gmpos reconocidos como claneso Estos
últimos desempeñan el papel principal en la vida
política: operan en el campo de las coaliciones y las
oposiciones; sirven de marco a la jerarquía de los
estatutos y el prestigio sobre la cual se asienta el po-
der. J. Guiart los considera justamente en el as-
pecto de aun fenómeno ligado a la vez a la red y la
jerarquías. El clan (moaro) se determina según va-
rios criterios. Se define a través de las genealogías:
se refiere a una raíz masculina y a su descendencia
legítima, mediante la localización; un lazo vital y sa-
grado lo tincula con un territorio determinado me-
diante unos símbolos -cuyo nombre es totem- y
la detentación de unos dioses específicos, mediante
las relaciones de filiación, de adopcidn o de depen-
dencia mantenidas con otros grupos. Sin embargo, la
realidad es mAs imprecisa que lo que esta definición
da a entender: los grupos locales son inestables
debido a los estallidos sucesivos que llevan a la adis-
persión geográfica de los linajes,; las identificacio-
nes y las subordinaciones se mantienen pese a las
distancias; los elementos extraños se insertan en las
estructuras locales.
Las condiciones del poder político se hallan a la
vez en la dinámica propia del clan y en las desigual-
dades especificas de una sociedad denominada de
atipo aristocráticon (J. Guiart), pese a no rebasar,
en sus organismos políticos más acabados, la fase
del agran cabildo o consejo de los jefes*. La distan-
cia en relación con el antepasado venerado v con el
alinaje mavor~,que ostenta la guardia del poder,
determina los estatutos sociales. J. Guiaft ilustra es-
6. Cf. J . GU~ART,
Struclure de la chefferie en Mélanésie du
Sud, París, 1963.
hecho a travds de una fórmula: .En Úitima ins-
mcia, el paria serfa un pariente legitimo, directo
pero alejado, del jefe supremo.^ La postura de ala
padm-hijo mayor de la rama primogénitan' a
la cabeza del consejo de los jefes confirma esta regla
que rige la desigualdad y la jerarquía de clan. El
,*culo con la tierra, elemento de definición del clan,
es asimismo un factor de desigualdad: la posesión
de las tierras más antiguamente habitadas confiere
10s ratributos nobiliarios más auténticos,; a los ocu-
pantes mPs antiguos son los que mejor están provis-
tos de tierras, en detrimento de los recién llegados,
y esta acontradicciónm es aun aspecto esencial del di-
namismo de la sociedadn. Hablando globalmente, las
condiciones individuales son al fin y al cabo contem-
pladas desde unos términos de superioridad y de infe-
rioridad: jefes/súbditos; ahombres grandesm/ehom-
bres pequeñosa; orokau (ostentadores del ~ o d e yr del
prestigio)/kamoyari (menores y miembros de los gru-
pos de linaje subordinados).
La sociedad neocaledoniana tiende a equilibrar
los estatutos entre sí, pero no logra eliminar las con-
tradicciones que la forman y amenazan su existen-
cia a un tiempo. Estas se reflejan en la persona del
jefe y en la organización del consejo de jefes o ca-
bildo. A la cabeza del clan se halla el agran hiioa
(oro kau), para el cual todos los miembros del clan
son ahermanosw en el sentido clasificador del ter-
mino, sin que la ideología de la fraternidad logre
encubrir la relación de dominación que sitúa al je-
fe al margen de1 parentesco e instaura un poder
que los primeros observadores estimaron despótico.
El cabildo se asienta en una dualidad del poder:
si el jefe (orokau) se impone mediante la palabra,
ordena se& el doble sentido del término y dispone
del prestigio, el amo del suelo (kavu), ostentador de
la relación con los dioses, posee una autoridad dis-
creta pero eficaz y orienta las decisiones del jefe.
Este dualismo sugerido por las parejas de oposicio-
7. Expresión de P. M&AIS en Mariage et equilibre social
dam 2e.s sociktds primitives, Paris, 1956.
8. Observacidn de M. Leenhardt en sus Notes d'ethnologie
nt?o~uZ&donienne, París, 1930.
Utico/religioso, extranjero/aw
nes que implica
-Y
tóctono, dinamismo conservadurismo-, expresa una
contradicción que constituye una gran arte del di-
namismo de la instituci6nm (J. ~ u i a r t f :Estos he-
dios son los más visibles, pero no deben excluir las
diferenciaciones ni las múltiples oposiciones que se
instauran según las posiciones genealógicas y esta-
tutarias, latifundistas y rituales. Éstas constituyen
los elementos que forman la vida política; se resuel-
ven dentro de un aequilibrio de factores de coheren-
cia v de motivos de anarquía,.
Este último ejemplo, pese a la simplificación del
análisis, confirma los elementos de observación an-
teriores. Muestra que el carácter dinámico del he-
cho político importa tanto (y más en este caso) como
el aspecto formal. Así que, por su ambigüedad y por
Ia multiplicidad de sus manifestaciones, el factor po-
lítico revela su presencia dibsa en las sociedades que
no pudieron promover un gobierno unitario. Ahora
bien, queda por extraer de estas comparaciones una
enseñanza más esencial en cuanto respecta al dina-
mismo del factor politico. Las sociedades que aca-
bamos de considerar no logran funcionar sino utili-
zando la energía provocada por la diferencia de con-
dición que existe entre los individuos (según su esta-
tuto) y la distancia social instaurada entre los gru-
pos (según su posición en el seno de una ierarqufa a
menudo rudimentaria). Ellas utilizan la diferencia de
potencial aue promueven las desigualdades de or-
den genealó@co,ritual, económico, recurriendo a las
dos primeras más que a la última. debido al nivel
de desarrollo técnico y económico. Convierten el de-
seauilibrio v el enfrentamiento - q u e sufren en es-
cala reducida- en un aqente productor de cohesión
social y de orden; para esta finalidad, 10 polftico es
va, y necesariamente. su instrumento. Sin embaruo,
la transformación de la onosici6n en cooperación, del
desequilibrio en equilibrio, corre constantemente el
riesgo de degradarse v ciertos procedimientos o cier-
tos rituales garantizan en cierta manera la reposi-
ción periódica de la máquina ~olltica.Aún nos q u e
da por decir que las teorías indigenas - c o m o por
ejempIo las de los Tiv- expresan el temor perma-
nente de que el desorden no se perfile detrás del or-
den, de que el poder no se convierta en un medio
inicU0.
b) Los reveladores y sus medios. En las socieda-
des denominadas segmentarias , la vida política di-
fusa se revela m á s bien por las usituaciones~que
mediante las instituciones políticas. En efecto, se tra-
ta, según la expresión de G. A. Almond, de unas so-
ciedades en las que las estructuras políticas son las
menos avisibles~y las menos aintermitentesio. La
toma de las opciones relativas a la comunidad Iiace
swgir a unos hombres preeminentes, a unos hombres
de rango superior, a los consejos de ancianos, a los
jefes ocasionales o instituidos. Los conflictos indivi-
duales que requieren la intervención de la ley y de
la costumbre y el enderezamiento de los entuertos su-
fridos, los antagonismos que desembocan en el feud
(la guerra privada) o en la guerra son otras tantas
circunstancias que manifiestan a los ~nzdladoresy
los ostentadores del poder, El análisis de los siste-
mas Nuer y Tiv lo han sugerido. El estudio consagra-
do por 1. M. Lewis a los somalies ganaderos de Afri-
ca Oriental (A Pastoral Democracy, 1961) demuestra,
gracias a un ejemplo extremado, la función políti-
ca de las oposiciones que se manifiestan entre los
grupos constituidos según el principio de descenden-
cia. Se trata de las relaciones de potencia -superio-
ridad numérica y potencial militar- que rigen en
primer lugar las relaciones entre clanes o entre li-
najes y determinan la extensión de las diversas uni-
dades políticas y su jerarquía de hecho.
El enfrentamiento insidioso es, al igual que el en-
frentamiento directo, un revelador de la vida politi-
ca en el seno de las sociedades de linaje. Algunas de
ellas disponen de unos mecanismos discretos -pero
eficaces- limitadores de la detentación de los po-
deres y de la acumulación de las riquezas. Así, por
ejemplo, los Fang gaboneses, entre los cuales la li-
quidación física amenazaba a todo el que impugna-
ra la solidaridad de clan y la tendencia igualitaria
para satisfacer su ambición y sus intereses privados,
justificaban los medios utilizados para con tener la
desigualdad. Se- su interpretación tradicional, los
bienes a los cuales un individuo puede aspirar (espo-
sas, hijos, productos, simbolos de prestigio) sólo exis.
ten en cantidad limitada y constante. Toda acumu-
lación abusiva por parte de uno de los miembros
del clan o del patrilinaje se realiza en perjuicio de
todos los demás; así se estima que una descendencia
excepcionalmente numerosa se pudo obtener uroban.
do^ una parte de aquella a la cual tienen derecho los
dem6s hombres del grupo de linaje. Esta ideología
igualitaria subentiende los procedimientos tendentes
al reparto de las riquezas materiales, pero sus exi-
gencias chocan con la realidad. La rareza de los bie-
nes y de los signos de prestigio, por una parte, y la
dificultad de regular las empresas individuales en-
caminadas al lucro y al poder, por otra, crean una
contradicción tan profunda que los privilegiados su-
fren una situación ambigua o vulnerable, y que el
acceso desigual a los bienes se atribuye al uso de la
magia.
La dialéctica de la impugnación y de la conformi-
dad, del poder reivindicado y del poder aceptado, se
expresa con harta frecuencia en el lenguaje de la
magia, revelando indirectamente una oposición en-
cubierta, cuando no se trata de un recurso directo
a las prácticas de la magia de agresión. Nade1 abría
el camino a semejante interpretación, cuando pre-
sentaba las creencias relativas al brujo como los
síntomas de las tensiones y de las ansiedades resul-
tantes de Ia vida social, en un estudio comparativo
de cuatro sociedades africanas, publicado en 1952. La
distinción adelantada por los antropólogos británi-
cos, entre la magia por técnica -o sorcery-, que es
asequible a todo individuo, y la magia por esencia -o
witchcraft-, que depende de un poder innato y que
no se adquiere, es fundamental. La magia por esencia
existe principalmente en las sociedades en las que el
principio de descendencia rige las relaciones de bz-
se; en ellas predomina y se transmite según el modo
de devolución de los cargos y funciones. J. Middleton
y E. H. Winter subrayan este hecho en la obra colec-
tiva publicada bajo su dirección (Witchcraft and Sor-
cery in East Africa, 1963). Asimismo revelan la am-
bigüedad de aquellas manifestaciones respecto a los
«jefes=+ y el orden establecido. Si expresan la opo-
sición de los no privilegiados y la estrategia de los am-
biciosos, también pueden contribuir al fortalecimien-
to del poder por el temor que inspiran y que este
iiltimo utiliza en su provecho, o por la amenaza de
una acusación que hace de la caza a los brujos uno de
los instrumentos de la conformidad y del orden. Así
por ejemplo, en el caso de los Kaguru de Malawi, las
tentativas de la magia, a la par que expresan el an-
tagonismo de las facciones, ayudan a reforzar la pm
sición de los detentadores de poder y de privilegios,
entre los cuales algunos no temen mantener su repu-
tación de wbrujoss.
En numerosas sociedades de Africa oriental se
dan ejemplos análogos; los notables recurren a la
magia con tal de garantizar su preeminencia y su in-
fluencia en el seno de la tribu o del clan. Entre los
Nandi de Kenya, la figura dominante es el orkoiyot:
ni jefe, ni juez, pero uexperto ritualr~que interviene
de un modo decisivo en los asuntos tribales. Se
trata de un personaje que reúne varios valores, que
asocia las cualidades benéficas - e n t r e ellas las de
a d i v i n e y los poderes peligrosos del brujo que re-
fuerzan su autoridad ritual y el temor que inspira.
En la medida en que el orkoiyor es el equivalente de
un jefe, ese doble aspecto de su persona refleja las
dos caras de lo político: la del orden benéfico y la
de la coerción o de la violencia.
Por el contrario, la estrategia inversa puede de-
sembocar en unos resultados parecidos; la magia,
identificada sin restricciones con el mal absoluto y
el desorden, se confunde con todas las acciones que
contradicen las normas y debilitan las posiciones es-
tablecidas; amenaza constantemente de volverse con-
tra el que recurre a ella. Por ejemplo, entre los Gesu
de Uganda, el riesgo de una imputación de magia
mantiene el respeto a las preeminencias de linaje p
a la generación mayor, el temor del inconformismo,
la generosidad de los miembros del linaje que han
accedido al éxito material. La impugnación y la su-
bida de los prestigios competidores chocan así con
el más eficiente de los obstáculos; la magia no es ya
uno de los instrumentos manipulados por el poder,
sino su protección más segura, por cuanto alcanza
mediante un choque de vuelta a quienes la utilizan
para oponerse o rivalizar.
El d l i s i s de las microsociedades de linaje si-
tuadas en los archipiélagos de Melanesia muestra con
igual claridad la interferencia de las relaciones de
carácter politico y de las relaciones complejas depen-
dientes de la magia. La demostración mhs luminosa
es la de R. F. Fortune en su obra clásica: Sorcerers
of Dobu (1932). Los Dopuan ocupan unas islas situa-
das en la punta de Nueva Guinea; poco numerosos
(7.000 en el momento de la encuesta), se reparten en
unas aldeas muy diminutas aliadas con sus vecinas
para constituir unidades endogámicas y solidarias en
la guerra contra las unidades homólogas; forman unos
matrilinajes y cada grupo de linaje localizado es pro-
pietario de su territorio. Su sistema político sigue
siendo minimal, hasta tal extremo que ha podido
considerarse como resultante únicamente de la opo-
sición permanente entre las diversas coaliciones al-
deanas. No obstante, el consejo de jefes existe por
lo menos en estado aembrionariow, y una desigualdad
de estatuto diferencia a los hombres importantes
(big men) de los demás. La magia, en sus dos for-
mas, juega un papel que evoca el propio titulo de la
obra de R. Fortune. El jefe «en germena se define
por su posición de linaje, su fuerte personalidad, su
dominio de los ritos y de la magia y por su excelen-
cia en el dominio de las tdcnicas del embmjamiento;
es el más poderoso, al servicio de la costumbre y del
bien común. El brujo nefasto aparece como el ene-
migo del interior, cuyo carácter peligroso procede en
razón directa de su proximidad geográfica; simbo-
liza las rivalidades y las tensiones operantes en el
seno de las agrupaciones de las aldeas aliadas; pone
de manifiesto la distinción rigurosa existente entre
los conflictos intestinos y encubiertos (magia) y los
conflictos externos y abiertos (guerra), el juego de
las oposiciones y de las solidaridades inherentes a to-
da vida política.
La multiplicaci6n de las ilustraciones no modifi-
caria los resultados de los anhlisis anteriores. La ma-
gia es, como la <guerra privada^ (feud) y la qguerra
exteriorv, uno de los principales reveladores de la
dinámica social y política de las sociedades de lina-
je. Cada una de esas tres modalidades de la oposi-
ción y del conflicto suele operar en unos campos de
que se amplían al pasar de uno a otro, yen&
de la comunidad local al exterior, es decir, del donti-
ni0 regido sobre todo por el parentesco al do
por lo político. De modo que la magia e
igualmente uno de los medios del poder, bien pg'r
-?
reforzar su coacción y/o protegerlo contra las reti-
tativas de impugnación, bien por permitir una verda-
dera transferencia, sobre el acusado o el sospechosd,
de los resentimientos o de las dudas que arnenazan'h
¡aautoridades de linaje. Finalmente, como muy bidp
lo ha subrayado R. Firth, es cuna manera de hablan,
un lenguaje que expresa ciertos tipos de relacione's
entre los individuos y entre los grupos sociales. En
este sentido, la magia constituye el código utilizado
durante los exilreniamientos políticos y facilita 1óp
argumentos a los cuales recurre la ideología irnph-
cita de las sociedades de clan.
A veces calificadas de unanimistas, y consideráq-
dose a veces que fundan toda decisión iulportante
en el consentimiento general, las sociedades no t$-
tntales han sido consideradas preferentemente co?
una óptica mecanicista, que da prioridad a la oposi-
ción y a la alianza de los segmentos dc diversos o--
denes, constitutivos di: las unidades políticas. Las
servaciones anteriores mucstran que la realidad con)-
&
pagina mal con esas interpretaciones simp:ificadas.
La evidencia de los antagonismos, de las c o m ~ t t l c i ~ -
nes y de los conllictos sugiere la importancia de la
estrategia política en las sociedades con gobierno mí-
nimo o difuso e incita a demostrar la d~versiaadde
sus medios. La carta genealógica, el parentesco y las
alianzas establecidas con ocasión de los intercambi&
matrimoniales, pueden transformarse en unos instru-
mentos de las luchas por cl poder, ya que nunca per-
manecen en el estado de mecanismo que asegurah
automáticamente la atribución del estatuto politico
la devolución de los cargos. La manipulación de 1
genealogías es más frecuente que lo que los etnógra-
2
fos puedan dar a entender por ser víctimas a menucb
de su devoción respecto a los informadores. Un en-
sayista camerunés, Mongo Beti, denuncia las tram-
pas a las cuales recurren las ambiciones y las rivalj-
dades políticas en su propia sociedad -la de los
Beti, que pertenecen al gran conjunto Fang. Mues-
tra el patriclan (mvog) como el producto inestable
de las vicisitudes históricas, y las referencias genea-
lógicas como el registro de argumentos ~ u s t i i l c a d ~
res de la dimensión clánica, la cual es la más adecua-
da a las circunstancias. Afirma: #NOSdescubriremos
a menos que no nos inventemos una ascendencia c o
mún.» Subraya el carácter dinámico del clan, la con-
tinua formación de patrilinajes que aspiran a la in-
dependencia y luego al estatuto de unidad de clan
bajo la dirección de unos hombres emprendedores.
Éstos recurren a un procedimiento probado que con-
siste en crearse un círculo de parientes y allegados,
para provocar luego una secesión la cual es recono.
cida definitivamente cuando el grupo separado reci-
be un nombre distintivo: el de su fundador.
Con el fin de legitimar esta nueva situación, las
genealogías son rectificadas a menudo y la identidad
clánica es conferida a unos miembros del nuevo
grupo que, de hecho, no la tenían. Esta ascensión po-
lítica del fundador, y de la unidad por él instaurada,
no es factible sino a partir de una primera capita-
lización de parientes y de aclientes~,la cual implica
en sí la detentación de los bienes y de los poderes
matrimoniales utilizados en provecho de los allega-
dos y personas dependientes. Se trata pues de una
cempresa política global» que pone en duda el pa-
rentesco, los derechos sobre las mujeres, las riquezas
y las convenciones genealógicas. Los procesos que la
rigen se ordenan conforme al siguiente esquema:
Fase 1: Capitalización de los bienes y de los poderes ma-
trimoniales.
4
Fase 2: Capitalización de los parientes y allegados.
4
Fase 3: Capitalización del prestigio y la influencia.
J.
Fase 4: Secesión y legitimación geneal6gica.
Las sociedades por linajes son campo de una com-
petición que afecta frecuentemente a los poderes es-
obl&dos y hace inestables a menudo las alianzas
,tre los giypos. J. Van Velsen lo demuestra en S;
estudio titulado de modo significativo: The Politics
of ~ i r l g s h i p(1964), en el que describe y analiza la
sociedad de los Tonga, implantados en las orillas del
lago Niasa. El autor subraya: *El podcr político rlec-
tivo y la influencia no son necesariamente, o exclusi-
vamente, detentados por los que pueden pretender al
mismo según las reglas genealógicas y constituciona-
l e s . ~Es así &no, segun este autor, el sistema de re-
laciones de parentesco y de descendencia se presenta
como un conjunto de relaciones que puede manipu-
larse con fines especiales, bien sean económicos o po-
líticos y que los jueqos de la ambición poiítica, que
provocan la formación de aldeas separadas, coilstiru-
yen una amenaza permanente para los a jefesu, puesto
que lo son menos por su titulo que por el número de
sus aseguidoresa. Si en este caso concreto la movili-
dad espacial de las personas y de los grupos expresa
las vicisitudes políticas, estas últimas se revelan en
otro lugar mediante la fluctuación de las alianzas
formadas entre los clanes o los linajes.
La situación de los Siane de Nueva Guinea, anali-
zados por R. F. Salisbury, no deja de ser ejemplar al
respecto. Los clanes patrilineales forman las aldeas y
constituyen unas ligas inestables a medida qiie los
aamigoss se hacen aenenligos~y recíprocamente, en
el curso de un período de un decenio. La competi-
ción que promueve estas modificaciones que afectan
las posiciones del poder, y las jerarquías de prestigio,
puede desembocar en una violencia (la guerra) que
nunca tiende a la conquista, sino que busca la osten-
tación de los derechos, ganados sobre unos clanes
que de esta manera son colocados en una posición
de inferioridad. Esos enfrentamientos tienen lugar
en torno a la posesión de las mujeres, de las rique-
zas reservadas para los intercambios ceremonialcs
y de los puercos, que tienen un valor ritual. Dentro
de esta sociedad acéfala los equilibrios políticos fluc-
tuantes resultan a la vez, de la guerra, de las alianzas
y de la circulación de los bienes, que son sirnbolos
de prestigio. Dependen menos de una regulación casi
automática que de una estrategia que compromete
a cada clan y es conforme a los principios que deter-
minan las jerarquías y los poderes en el marco de
la cultura siane.
Este ejemplo muestra claramente el papel desem.
pefiado por las competiciones relativas a ciertas ri,
quezas y a ciertos signos en el dominio de las riva-
lidades políticas. Las socieclades de linaje son aquc.
llas en las que la riqueza diferencia menos por la
acumulación que la manifiesta que por la genero
sidad o los desafíos que suscita.
Dorothy Emmct ha mostrado muy bien el carác-
ter calculador, m á s que desinteresado, de una gene-
rosidad que de hecho contribuye a determinar las
situaciones respectivas en la escala social, y en últi-
m o análisis iio es sino una de las obligaciones y uno
de los medios del pocler (Frinction, Purpose and
Pcnvers, 1958). E. Vapir ha recordado, él también, que
las posiciones supc:.iores p ~ e d e nser conquistadas ua
fuerza de potfatchs y dc prodigalidadesr, no s610 por
los aindividuos de b;.j a estirpe*, sino también por los
grupos de linaje. La estrategia dc Ia utilización de las
riquezas, que está orientada hacia unos fines econ6-
micos, tiende, al mismo tiempo, hacia todas las for-
mas de comunicación social así como a todas las
jerarquías del prestigio y del poder. Se enmarca en el
campo de los enfrentan~ientospolíticos. El estudio
de los Trobriand (Melancsia), reasumido por Singh
Uberoi, confinna esa tesis con un rigor admirable.
El rango de un linaje localizado depende de tres
factores: su capacidad económica, su cualidad de
centro aintegrador~ de las actividades económicas
realizadas por sus vecinos y su postura dentro de la
red de las alianzas. Este rango se revela muy espe-
cialmente durante los intercambios ritualizados de
los bienes reservados para este solo uso y conocidos
con el nombre de kufa. Con ocasión de las grandes
expediciones kufa (llamadas nvalaku), la rivalidad
entre linajes y aldeas es exacerbada. La dinámica
politica se libera, en la medida en que el estatuto
de linaje depende de la capitalización de las alianzas
y permite establecer una supremacia sobre los ocu-
pantes de las regiones fértiles. El orden de los tres
factores determinantes del rango de los linajes se
convierte y el vínculo polftico condiciona la ventaja
económica.
estrategia de la utilización de los .signos. asu-
,,,;
me aelmenudo, ella también, una significación poli-
examen de las relaciones existentes entre la
religi6~y el poder lo demostrara.' La rápida evoca-
ción de un caso es necesaria sin embargo para con-
,retar el sentido de esta afirmación. En una obra dc-
dicada a la vida religiosa de los Lugbara de Uganda
(Lugbara Religion, 1960). J. Middleton destaca la fuer-
za del lazo que liga «lo ritual a la autoridada. A f h a
que el comportamiento ritual de este prieblo no es in-
teligible si se olvida que el culto de los difuntos está
ligado lntimamente al mantenimiento del poder de
linaje y que los conflictos en tomo a éste se expre-
san en atérminos misticos». El autor describe las ri-
\*alidades entre los amaoresu detentadores de Ias
preeminencias, responsables de las opciones, v los
amenoreso reivindicativos, como un enfrentmIento
cuyo centro son los altares de los antepasados y los
símbolos rituales. Este modo de acción política no es,
empero, exclusivo de las únicas sociedades de linaje,
ya que también los volvemos a encontrar en las so-
ciedades con una estratificación rigurosa y con un
cobierno diferenciado. M. Gluckman lo ha demostra-
do a partir de los rituales pollticos de varias rnonar-
quias africanas, y E. R. Leach a partir de la elección
oue hacen los Kachin, según su situaci6n especifica,
entre las referencias míticas más provechosas a sus
intereses del momento.
3. Aspectos del «poder segnzeiztnriow
Los sistemas asegmentarios~,los cuales se ad-
mite actualmente que constituyen unos sistemas polí-
ticos, aún no han sido ~Iasificadosincuestionable-
mente sobre una base ligada a los criterios políticos.
Es en función de dos categorías de hechos que su
tipología sigue siendo diffcil: su inestabilidad funda-
mental (pues el poder sigue siendo en ellas difuso o
intermitente, las unidades políticas mutables, las
alianzas o las afiliaciones precarias) y las variantes
que presenta a veces un mismo conjunto étnico -co-
9. Cf. el capitulo V: «Religión y poders.
mo, por ejemplo, el caso de los IIbo de Nigeria meri-
dional, donde el poder se asienta sobre unas combj,
naciones diversas del principio de Iinaie (linajes
patrilaterales), del principio de las categorias de edad
y del principio de asociación según la especialización
ritual.
Al atribuir la preponderancia a las estructuraci~
nes de clan y de linaje, y a las estructuras geneal6
gicas que las justifican, es factible determinar los
atiposr al figurar la manera en que dicha articula-
ción se lleva a cabo. Así, por ejempIo, en sil introdiic-
ción a la obra colectiva Tribes ~vithoutRtnters (1958),
J. Middleton v D. Tait ponen en correlación el modo
de organización de las genealogias definidoras de los
grupos de linaje localizados, e1 grado de autonomía
o de interdependencia de estos Últimos, el grado de
cspecialización de las funciones políticas y las for-
mas del recurso a la violencia en caso de conflicto.
Elaboran tres modelos de clasificación partiendo de
casos africanos analizados comparativamente: (1)
sociedades de penealogia unitaria y con linaie inte-
grados dentro de aun solo sistema piramidal~;(11)
sociedades formadas por pequeños grupos de des-
cendencia decIarados interdependientes; (111) socie-
dades constituidas por linajes aasociadosn que no
nueden situarse en un mismo cuadro geneaI6gico.
Un cuadro de los criterios principales (positivos + o
negativos -) permite situar a cada uno de esos tres
tipos en relación con los otros dos:
criterios tipos
I II III
--
Profundidad genealógica . + - +
Genealogía unitaria . . . . . . + - -
Estabilidad relativa del sistema... - + -i-
Interdependencia de las unidades po-
liticas -
. . . . . . .. . .. .. . .. -
Heterogeneidad posible
+
-
-
Consejo de jefes aparente..... - - -
Modelos clasificadores de los sistemas de linaje.
Ese modo de clasificacidn pone de manifiesto
ciertas diferencias significativas (por ejemplo, las r e
lacioneS entre la estabilidad del sistema v la inter-
dependencia de las unidades políticas, en&e la hete
cogeneidad de estas últimas y Ia diferenciación del
consejo de jefes), pero sigue siendo insatisfactorio.
Da cuenta insuficientemente de la dinámica propia de
cada uno de los modelos, de las formas asumidas por
la acción política y por los enfrentamientos que la
manifiestan. Demasiado exclusivamente asentado so-
bre el criterio de descendencia unilineal y sobre el
código genealógico que define 10s diversos segmentos,
desatiende las normas que intervienen competitiva-
mente y contribuyen a la organización política de las
sociedades de linaje. M. H. Fried intenta superar esta
última dificultad multiplicando los criterios destina-
dos a diferenciar a los grupos de descendencia uni-
lineal: referencia genealógica explícita o implícita,
carácter de unidad aen cuerpos, o no, presencia o
ausencia de una jerarquía de rangos y de una estra-
tificación." Eniuiciando el caso de los grupos =en
cuerposn, Fried constituye por combinación ocho ti-
pos de clanes y linajes:
descen-
rangos estrati- deqcio tipos ejemplos
fWn probada
- ---
- Clan igualitario Tongus
septentrionales
+ - - Clan con rangos Tikopia
- + - Clan estratificado
+ + - Clan estratificado
con rangos
- - + Linaje igualitario Nuer
+ -
-
+ Linajes con rangos Tikopia
+ + Linaje estratificado
+ + + Linaje estratificado China (el 2su)
con rangos
- -
Grupos de descendencia unilinearia aen cuerpos.
(Tipos de base según M. H. Fried.)
10. M. H. FRTH),loc. cit.
Este ensayo sirve para poner en evidencia la inci-
didncia de la estratificación -pese a que limita su
&stencia a ciertas sociedades- y de las jerarquías
d& rangos, sobre los sistemas de clanes y linajes. De
$te modo considera una de las condiciones nece-
sarias a la expresián de la vida política -condici6n
qye los análisis centrados sobre la descendencia y la
alianza desatienden o subestiman a menudo. Pero la
tf' olopa no deja de ser sencilla y de una reducida
8
e cacia científica. 1. -M. Lewis lo hace constar en un
-studio titulado Problenzs in the Comparative Sttcdy
If nilineul Descent Groups " y subraya las diversas
significaciones funcionales del principio de descen-
dencia, el cual no se aplica en todos los casos a la
sociedad global -gracias a una especie de genealo-
da nacional- y no garantiza necesariamente la ~cohe-
sión política, o la acohesión religiosa», sino que de-
fíhe la unidad jurídica en el marco de la cual juegan
el' arbitraje y la conciliación. Lcwis insiste igualmen-
t'd sobre .las características múltiples~de la descen-
dehcia unilateral y sobre las acentuaciones que la
dlfersifican de una sociedad a otra. Muestra que no
obera como aprincipio político^ único en las socieda-
des segmentarias y la considera en relación con otros
principios estructurales: la contigüidad local, la or-
ganización por categorías de edad y la cooperación
de tipo contractual. Un enfoque unilateral de los he-
chos no es satisfactorio en la medida en que contra-
dice aquella obsenlación. Es preciso enfocar el cam-
p~ político en toda su extensión v toda su compleji-
dad, incluso a costa de la vulnerabilidad de cualquier
tipología de los sistemas políticos scgrnentarios.
En un estudio donde examina los «sistemas polí-
ticos primitivosn con el método del anCiIisis compara-
tivo, S. N. Eisenstadt busca los criterios más perti-
nentes!* Retiene cuatro de ellos con carácter prin-
cipal: el grado de diferenciación de las funciones
politicas, el carácter dominante de la actividad poli-
l . Este estudio figura en la obra colectiva: A.S.A., The Re-
tevance o f Models for Social Anthropotogy, Londres, 1965.
12. S . N . EISENSTADT,
Primitive Political Svstems: a -Preli-
.-.
minczry Comparative ~nalysis, u American ÁnthmPologistm,
LXI, 1959.
tica, la naturaieza y extensidn de la lucha
y"
la forma e intensidad de los cambios tolera les. ~i
adaptar su método al caso de las a tribus segmenta-
rias*, Eisenstadt trata de desplazar el punto de apli-
cación del análisis: desde los aspectos políticos del
parentesco, de la descendencia y la alianza hacia las
manifestaciones realmente políticas. Así distingue
seis tipos:
a) La abandaw, forma más sencilla de la orga-
nización social y política, que es ilustrada por las
tribus australianas y de pigmeos, por ciertas tribus
amerindias, etc.
b) La artribu segmentariaa, en la que las funcio-
nes y los cargos políticos están vinculados a los gru-
pos de linaje; la acentuación es en ella más ritual
que politica; la competición se manifiesta entre los
linajes y las autoridades de clan o de linaje.
C) La atribu segmentaiia no particularista*, que
desvincula la vida politica del dominio del parentes-
co y de la descendencia; el lazo con un territorio, la
pertenencia a una categoria de edad o a un regimien-
to, la relación con los rituales principales, determi-
nan la atribución de los cargos políticos: la compe-
tición para el acceso a los cargos y la adisputas rela-
tiva a los negocios públicos se vuelven más aparentes.
d) La «tribu con asociaciones», en las que los
cargos políticos están repartidos entre los ,<grupi>sc:e
parentesco, que ostentan su monopolio y entre las
diversas asocaciones que caracterizan este tipo; estas
dos series de grupos y los que están organizados so-
bre una base territorial y desempeñan funciones com-
plementarias, sin que las tensiones queden elimina-
das por ello; la rivalidad opone sobre todo a las aso-
ciaciones; las sociedades indias de América del Norte
(Hopi, Zuni, Kiowa) pertenecen a esa cat~goria.
e) La a tribu con estratificación ritual» (Anuak de
los confines sudaneses y abisinios), donde la diferen-
ciación y la escala jerárquica se expresan mayor-
mente por referencia al acampo simbólico ritualn; no
obstante, en ella existe una divisi6n entre aristócra-
tas y hombres comunes; los primeros rivalizan en
tomo a unas aposiciones políticas*, las cuales se de-
finen menos por el poder que por superioridad
ritual.
f ) La «tribu con aldeas autónomas~,que tit!ne
por fundamento la aldea o el barrio; las implicacio.
nes políticas del parentesco y de la descendencia se
reducen en provecho de los consejos aldeanos (reclu-
tados en consideración de las cualidades individua-
les) y de las asociaciones (en las que los agrados» se
conquistan); una vigorosa competición tiene lugar
para acceder a esas posiciones.
Esta tipologia es mucho m6s descriptiva que cla-
sificadora. Basada en una muestra limitada, lo cual
reconoce claramente Eisenstadt, no puede situarse
en un nivel suficientemente abstracto y sólo propo-
ne, por consiguiente, unos cuasirnodelos. Finalmentc,
no es homogéneo lo que revela la mera denomina-
ción de cada uno de los tipos. La resistencia de los
sistemas politicos ante la formalización se rnanifies-
tal una vez más, en los límites de este ensayo. En el
caso de las sociedades segmentarias, la reducción del
factor político a las estructuras regidas por la des-
cendencia y la alianza deja escapar algunos de sus
aspectos más específicos, mientras que la búsqueda
de lo político afuera del parentescon aparece, por
otra parte, pobre en resultados. El poder y el apa-
rentescom tienen en aquéllas una relación dialéctica
que explica el fracaso de toda interpretación de ca-
rácter unilateral.
Capitulo 4
Estratificación social y poder
El poder político organiza la dominación legitima
la subordinación y crea una jerarquía que le per-
tenece. Es sobre todo una desigualdad más funda-
mental lo que expresa «oficialmente»: la que la es-
tratificación social y el sistema de las clases sociales
establecen entre los inditriduos y los grupos. El modo
de diferenciación de los elementos sociales, los di-
versos órdenes en el seno de los cuales se insertan
y la forma asumida por la acción política son fenó-
menos estrechamente vinculados. Esta relación se im-
pone en tanto que hecho - e l devenir histórico de las
sociedades políticas la pone de manifiest- y en
tanto que necesidad lógica, el poder resulta de las
di simetrías que afectan las relaciones sociales, mien-
tras que éstas crean la distancia diferencial indispen-
sable al funcionamiento de la sociedad.
Todas las sociedades son, en diversos grados, he-
terogéneas; la historia las carga con nuevas aporta-
ciones sin eliminar toda5 las antiguas; la diferen-
ciación de las funciones multiplica los grupos que las
asumen, o impone a un mismo grupo el presentarse
con unos «aspectos, distintos según las situaciones.
Estos elementos diversos sólo pueden ajustarse si
están ordenados unos en relación a otros. La políti-
ca los unifica al imponer un orden y se ha podido
decir, con justa razón, que ella es ala fuerza orde-
nadora por excelenciaio (J. Freund). En suma, no hay
sociedad sin poder político, no hay poder sin jerar-
quía y sin relaciones desiguales entre los individuos
y los grupos sociales. La antropología política no
debe negar ni desestimar este hecho; por el contra-
rio, su tarea radica en mostrar las formas específi-
cas que asumen el poder y las desigualdades sobre
las cuales se apoya en el marco de las sociedades
nexóticasn.
Las que gozan de un Gobierno mínimo, o que
~610lo manifiestan de un modo circunstancial, no
dejan de estar vinculadas por aquella obligación. El
poder, la influencia y el prestigio son en ellas el xsul-
tado de unas condiciones que actualmente se conocen
mejor, tales como la relación con los antepasados, la
propiedad de la tierra y de las riquezas materiales,
el control de los hombres capaces de ser enfrentados
con los enemigos exteriores, la manipulación de los
símbolos y del ritual. Esas prácticas ya implican el
antagonismo, la rivalidad y el conflicto.
Esas sociedades encierran unas jerarquías socia-
les elementales, vinculadas entre sí por una dialbc-
tica que anuncia alas formqs elementales de la lucha
de clase, (R. Bastide) en las sociedades más comple-
jas gobernadas por el Estado primitivo.
l . Orden y subordirtación
Las teorías antropológicas parecen pecar de in-
certidumbre: algunas ya encuentran en la matura-
leza» la manifestacibn de las relaciones jerárquicas
y de dominación -trátese bien del peck-order (or-
den del picotazo) de las sociedades de aves o de la
situación de los amachos dorninantesn en las bandas
de monos; a la inversa, desestimando el aspecto for-
mal de la relación, otras teorfas consideran la estra-
tificación social como ~enraizadaen la cultura» (L.
Fallers). Asociada a una imagen ideal del hombre que
simboliza los valores y los ideales colectivos, clasi-
fica a los individuos y los grupos sociales relativa-
mente a ese modelo. La jerarquía, dentro de esa
óptica, significa el paso de Ia naturaleza a la cultura
y esta modificación debe ser más faicilmente percep-
tible en las sociedades más sencillas.
Aun cuando se reduzca a esa simple formulación,
e1 debate sugiere las ambigüedades que oscurecen la
noción de estratificacidn social. Subsisten contradic-
ciones respecto a la naturaleza de las desigualdades
que es preciso considerar para caracterizar dicha
noci6n. Las Llamadas desigualdades naturales, basa-
das en las diferencias de sexo y de edad, pero
atratadas~por el medio cultural dentro del cual se
expresan, se manifiestan a través de una jerarquía
de posiciones individuales que sitúa a los hombra en
relación con las mujeres, y cada uno de éstos en su
p i p o según su edad. R. Linton. con ocasidn de un
publicado en 1940, llama la atención sobre
H e *aspecto de la organizacibn socials. Contrapone
10s Tanala de Madagascar, que presentan una doble
jerarquia de los hombres y las mujeres según la edad
v la proximidad con respecto a los antepasados, y los
i=omanches, los cuales también gozan de una doble
jerarqufa que coloca en la cúspide a los hombres en
la plenitud de su virilidad y las mujeres en la ple-
nitud de la fecundidad. En un caso, la jerarquía es
continuamente ascendente y se prosigue en el mundo
de los antepasados; en el otro caso, es ascendente y
luego descendente. La predominancia de los valores
religiosos en los Tanala y de los valores mi.litares en
los Comanches contribuye a aclarar esta diferencia
y muestra que los criterios naturales de aclasifica-
c i ó n ~reciben su significación de la cultura que los
utiliza.
Estas desigualdades primarias determinan ya unos
privilegios y obligaciones. Aquéllas se complican al
intervenir en el campo de las relaciones definidas
por el parentesco y la descendencia; ' ademAs, su
relación con lo político cambia según fijen las posi-
ciones respectivas de los individuos o las de ciertos
grupos sociales. El parentesco rige sobre todo las
primeras, pese a que sus estructuras revelen aclasesa
de parientes y el juego de la igualdad (por ejemplo,
entre los hermanos) o de la dominación-subordina-
ción (por ejemplo, entre los padres y sus hijos). Actúa
en un marco restringido en el que instaura unas re-
laciones de autoridad ligadas a un sistema de deno-
minaciones, posturas, derechos y obligaciones. Sin
embargo, s61o cobra significaciones políticas en la
medida en que modela las relaciones entre los gru-
pos sociales y no solamente entre las personas, en la
medida también en que re.gil=i cl acccio a los cargos
que confieren el poder o la autoridad. Las unidades
sociales constituidas en funció~ide la descendencia
no son todas iguales y equivalentes, pero se insertan
en un orden jerárquico de los grvpos e implican unos
estatutos desiguales -incluso si la desigualdad s61o
se refiere a1 prestigio y la preeminencia- y una des-
1. Cf. el capitulo 111: .Parentesco y poder..
igualdad de participación en el poder. La norma do-
minante establecedora de ese orden es la de la ma-
yoría de edad y de la proximidad genealógica: el gru-
po de descendencia mas acercanon al antepasado c*
mún o al fundador ocupa una posición superior, os.
tenta la preeminencia política y atribuye el poder al
miembro de mayor edad de la generación más an.
ciana.
Esa jerarquía puede considerarse justamente
como la prefiguración de las normas elementales de
la estratificación social. Como producto de la histo-
ria, se justifica por referencia al mito -los ante-
pasados del acomienzo~eran asimilados a unos dio-
ses o héroes o considerados como los compañeros
de estos últimos. La posición relativa de los clanes y
los linajes resulta de los acontecimientos que origi-
naron su formación, a partir del tronco inicial y su
ocupación progresiva del espacio a partir del centro
fundacional. Así, entre los Bemba de Zambia, el or-
den clan-linaje se refiere al conquistador Atimukula:
aSu linaje ostenta el monopolio del poder político y
"su" clan -el del cocodrilo- ostenta el estatuto más
elevado debido a su antecedencia; los demás clanes
y linajes se ordenan de acuerdo con el hecho de si
el fundador llegó antes o después del héroe conquis-
tador. En las sociedades con Estado tradicional, los
mismos principios aún pueden seguir esperando. En-
tre los Sxvazi del Africa meridional, el primero de
los reyes conocidos en la tradición oral fundó el clan
superior donde se reclutan los soberanos, y los lina-
jes que lo constituyen están jerarquizados según su
relación con el linaje primordial. La Historia ha
orientado la jerarquía de los clanes y los linajes, ha
originado las diferencias de wrango~en el seno del
sistema clánico y ha condicionado la organización del
espacio social.
Ésta se abre a menudo sobre una mitología que
expresa simbólicamente las desigualdades estatutarias
y justifica las relaciones de dominación-subordina-
ción que inducen. Esta función del mito se mani-
fiesta claramente en algunas sociedades amerindias.
Asi, la mitología de los Winnebago de Wisconsin
relata que dos amitades~,una acelestes y detenta-
dora de los poderes rituales, otra aterrestres y osten-
tadora de las técnicas garantizadoras de la subsis-
tencial material, se enfrentaron en el origen de los
tiempos en una prueba encaminada a conquistar la
función de jefe. La primera triunfó, estableciendo asf
su dominación: uno de los clanes que la constituyen
- e l del «Ave Truenoa- monopoliza la jefatura tri-
bal. La organización bipartita de la tribu Winnebago
descansa sobre esta desigualdad de estatuto y de ca-
pacidad política. aLos de arriban ocupan un rango
superior, se localizan en la parte derecha del terri-
torio tribal y sus clanes tienen aves por emblemas
totémicos. «Los de la tierras ocupan una posición in-
ferior, se sitúan en la parte izquierda del territorio
tribal y sus clanes tienen animales terrestres por
emblemas totemicos. Sólo intervienen en el campo
político de forma secundaria ostentando, por ejem-
plo, los cargos policíacos (clan del oso) y la función
de heraldo (clan del bisonte). Permanecen al margen
de un poder que aspira a conformarse con los desig-
nios de las a potencias sobrenaturaless.
Se ha llegado a decir que la jerarquía de los indi-
viduos, dentro de un sistema de parentesco, y la je-
rarquia de los asegmentosn en una sociedad segmen-
taria obedecen a los mismos principios de ordena-
ción. De hecho, esto no es sino una aproximación que
difumina las implicaciones políticas del segundo dc
estos órdenes. Resultaría igualmente arriesgado, al
proceder del mismo modo, el considerar las implica-
ciones del criterio de edad como análogas en el mar-
co del parentesco o de los ordenamientos de linaje
y en el marco de las jerarquías de las categorías de
edades. S. N. Eisenstadt, en su obra From Genera-
tion to Generation (1956), obsema justamente que la
institución de las categorias de edad recorta las fron-
teras trazadas por el parentesco y la descendencia,
introduce un nuevo modo de solidaridad y de subor-
dinación, rebasa el particularismo de las agmpacio-
nes de linaje. Al darle un fundamento más al poder
polftiw primitivo y al hacer prevalecer unos valores
m á s auniversales~sobre los valores aparticularistass,
opera a veces en contradicción con el sistema de re-
laciones sociales basadas en el parentesco y la des-
cendencia; particularmente en aquellas sociedades en
las que una categoría de edad preeminente (la de los
guerreros) impone a sus miembros el celibato y la in-
serción mínima en el marco del parentesco. Tal es el
caso de los Meru del Africa oriental.
La estratificación de las categorías de edad difie-
re de la mera jerarquía de las generaciones. Ella es
el resultado de la edad y del proccdirniento ritual
que condiciona el acceso al sistema, crea una verda-
dera escuela de civismo y confiere el estatuto de
adulto. La organización de las categorias de edad
instaura unas relaciones de solidaridad así como de
autoridad, que puede atemperar un juego de com-
pensaciones, que asocia las relaciones de dominación
entre aclases, sucesivas ( 1- 2) y las relaciones libres
entre aclases* alternadas (1-3), como ocurre con
varias sociedades del Cameriin meridional. Sin em-
bargo, el carácter esencial de las clases de edad ins-
tituidas consiste en fundar una estratificación social
extrafia al parentesco y a la descendencia y en per-
mitir la realización de las funciones específicas: ri-
tuales, militares o/ y políticas.
Es en Africa Negra donde este sistema se mani-
fiesta más claramente con la diversidad de sus for-
mas.' Los Nandi y los Kikuyu-Kamba, de la región
oriental, tienen una organización social establecida
sobre una base territorial, una jerarquía de clases de
edad que asumen cargos militares, politicos y jurfdi-
cos y que intenienen directamente en el Gobierno
de la colectividad, mientras que los clanes y los lina-
jes se ven relegados a un papel secundario. En el
Africa occidental, por ejemplo, entre los Ibo de
Nigeria y sus vecinos, los grupos de edad son uno
de los elementos fundamentales de la estructura al-
deana; tienen una función económica y pueden de-
terminar la participación en la administración de los
asuntos aldeanos. La región meridional, con los Rei-
nos Swazi y Zulú, demuestra de qué modo un poder
fuertemente centralizado se apoya en un potente apa-
rato de categorias de edad: estas forman unos regi-
mientos, ligados al soberano, que desempeñan mu-
cho mhs que un mero papel militar. Esos ejemplos
no bastan para dar cuenta de las múltiples variacio-
2. Puede verse el articulo de S. N. EISENST.~, Aftican
Age Groups, A Comparative Sludy, aAfricar, abril 1954.
"es que presentan, en este aspecto, las sociedades
africanas. Un estudio comparativo extenso mostraría
que los grupos de edades ordenados se sitúan dife-
rentemente, en la sociedad global, dependiendo del
hecho que las jerarquías de clan y linaje sigan sien-
do operantes, y de si las estratificaciones puramente
plíticas están constituidas o no. Su posición, su es-
tructura y sus funciones cambian en consecuencia:
es entre estos dos polos -sociedad simplemente seg-
mentaria/sociedad con Estado tradicional- donde
los grupos de edad son designados para las funciones
más numerosas o mAs importantes, entre ellas las
que asume el Gobierno.
Esas formas elementales de estratificacibn social,
ordenadora de los clanes o los linajes y de las cate
gorías de edad, nunca son abolidas. Generalmente,
coexisten con formas más complejas que las domi-
nan y utilizan, gracias a diferentes procedimientos,
subordinándolas, y que por si solas pueden obtener
la cualificación de aestratificacións según ciertos an-
tropólogos, como G. P. Murdock. A juicio suyo, el tér-
mino sólo se aplica a las sociedades donde aparecen
grupos esencialmente distintos y desiguales en razón
de su diferencia: por ejemplo, las que presentan un
corte entre hombres libres y hombres de condición
esclava. La desigualdad de estatuto o de posición que
se manifiesta fuera del parentesco, y fuera de las
relaciones establecidas entre los grupos de descen-
dencia y entre categorías de edad, se convierte en
ese caso en un criterio pertinente. Los estatutos s e
ciales interesados, los rangos y los órdenes que rigen,
resultan de unas relaciones extranjeras a los domi-
nios donde se actualizan estos tres modelos de rela-
ciones, y se fundan sobre la conquista, el control de
la tierra, la capacidad ritual, la puesta en estado de
servidumbre, etc.
Estas estratificaciones complejas se nmnif iestan
a través de unas participaciones desiguales (o ex-
clusivas) en el poder, en las riquezas y en los símbo-
los del prestigio, y mediante los rasgos culturales
diferenciales. Pueden prefigurar una estructura de
clases sociales. Revelan de un modo aparente las in-
cidencias de la Historia. La literatura etnológica ilus-
tra a través de ejemplos numerosos y geográfica-
mente repartidos ese tipo de sociedades con rangos
órdenes, o castas. Lo volvemos a encontrar entre
amerindios septentrionales: Indios del Noroeste y
Natchez del bajo Valle del Mississipi. Estos últimos
separaban la gente comiin -designada con el nombre
poco lisonjero de ahediondos- de los aristócratas,
los cuales se repartían en tres categorías: ahonora..
bles~,anobles~y asoles.. El jefe supremo, encarama,
do en la cumbre de esta jerarquía y aislado, osten.
taba el título de aGran Sola. Este sistema de rangos
seguía abierto no obstante mediante el juego del ma-
trimonio o del mérito (J. R. Swanton, Indian Tribes
of the Lower Mississipi Valley, 1911). En Polinesia,
las distinciones sociales se acentúan mucho más. Así,
en Samoa, unos niveles múltiples se hallan estable-
cidos y ordenados fuera del propio corte dominante
trazado entre los hombres libres y los demás. J. B.
Stair ha distinguido allí cinco aclasesP con jerarquía
interna en el seno de las cuales se reparten los hom-
bres libres: la aclase~política (los jefes no son igua-
les entre sí), la uclase~religiosa (los sacerdotes), la
nobleza de la tierra, los grandes propietarios y las
gentes del común. Ciertos cargos y ciertos títulos
son hereditarios (Old Samoa, 1897). En un estudio
comparativo, M. D. Sahlins ha puesto de relieve la
diversidad de las formas de estratificación, su grado
de desigual complejidad en las sociedades poline-
sianas, y ha buscado su correlación con las ecologías
y las economías insulares, con los tipos de estructu-
ras y de organizaciones políticas (Social Stratifica-
tion in Polynesia, 1958).
Africa plantea una gran variedad de sociedades
con estratificaciones sociales complejas. Las unas pre-
sentan una estructura global llamada de acastasn,
que forman una jerarquía de un número restringido
de grupos cerrados, rigurosamente diferenciados, es-
pecializados y esencialmente desiguales. Es el caso
del Ruanda antiguo y de Burundi; según la fórmu-
la de J. Maquet, la «premisa de desigualdadn es
en ellas el principio que determina la dominación
y los privilegios del grupo superior y los del minori-
tario. Algunas sociedades, especialmente en el Se-
negal y en Mali, asocian un sistema de órdenes (aris-
tócratas, hombres libres, hombres de condición ser-
un sistema de .castas. profesionales; cada uno
de posee su propia estratificación y su jerarquía
especítica; los Uolof y los Serere y los Tuculer per-
tenecen a esta categoría. Algunas otras sociedades
10s Hausa de Nigeria septentrional vinculan
en un conjunto de una rextremada complejidad^,
la expresión de M. G. Smith, múltiples modos
de y de jerarquía. En este caso, la
heterogeneidad 4 tmca, el alto grado de d if erenciacidn
de las funciones económicas y sociales, la incidencia
de la conquista ejercida por un grupo que ha sacado
de ella el monopolio del poder, explican esta estruc-
tura. Las sociedades airicanas tradicionales que pa-
recen estar constituidas por protoclases o clases em-
brionarias son raras; el Reino de Buganda, debido al
lugar concedido a la propiedad de la tierra, y la im-
portancia asignada a la iniciativa individual, parece
ser una de ellas. No deja de tener interés el señalar
que la sociedad Ganda sigue siendo una de las socie-
dades tradicionales más abiertas hoy día a los proce-
sos de modernización, especialmente en el dominio
político.
Asia, con la India, ofrece el mayor número de so-
ciedades de castas. La cohesión de estas últimas no
depende ni de la estructura familiar (que ha podido
ser calificada de ucentrifuga») ni del sistema cláni-
co (que ha sido llamado wnominalw), sino de la cas-
ta. Ésta establece un orden estricto, instaura una
diferenciación y una especialización rigurosas, levan-
ta unas fronteras que acentúan las diferencias al im-
pedir la usurpación de un gmpo sobre otro, final-
mente origina un reparto espacial que se conforma
con aquellas exigencias. Es la referencia al sistema
religioso y al comportamiento ritual -medida de
todas las cosas- lo que explica y justifica ese modo
de relaciones sociales y las desigualdades que origina.
El modelo de los cuatro avarnasD -categorías clasi-
f icadoras fundamentales- es el instrumento que per-
mite la interpretación tedrica de ese sistema global.
La realidad es mucho más compleja, ya que varia
según las regiones, y según los periodos considera-
dos provoca, con la multiplicación de las castas y. de
sus divisiones internas, una controversia permanente
respecto a sus posiciones relativas. La endogamia
puede operar en cada uno de los nieveIes de la e s
tratificacibn interna, como en el caso de los Brahma.
nes de Bengala!
El dinamismo de las castas está ligado a unos di-
namismo~politicos, y ha sido por un abuso simpli-
ficador que éstas han sido definidas al comienzo
como un sistema osificado. La mayoría de las sode-
dades asiáticas ofrecen estratificaciones sociales com-
lejas, de las que son una ilustracibn los Kachin de
! irmania, estudiados por E. R. Leach. Este carac-
teriza su sociedad por la asociación de un asistema
de clases~y de un asistema de linajesr que se m*
difica con dificultad en el sentido de un asistema
feudal*. Tres órdenes o uestadosa principales, y dos
intermediarios se encuentran diferenciados en ella:
a) el de los jefes o señores (du); b ) el de los hom-
bres libres (darat); c ) el de los aesclavosm (mayam);
entre el punto uno y el punto dos se sitúan los aris-
tócratas, supuestos descendientes de antiguos jefes;
entre los puntos dos y tres se sitúan los descendien-
te de un hombre darat y de una mujer mayam (los
sumwng). Esta estratificacidn no es ni rígida, ni esta
cn correlación directa con los estatutos econbmicos.
Se refiere a las distinciones rituales y a las consi-
deraciones de índole política. Permite a cada uno de
los 6rdenes exaltar su ahonor~frente a los órdenes
que le son inferiores. Pero el hecho esencial no deja
de ser, sin duda, su enraizamiento en el campo de las
relaciones definidas por el parentesco, la descenden-
tia y la alianza. En cierto modo, se manifiesta como
la expresión superior y sistematizada de las desigual-
dades existentes en ese nivel.
Esta rápida revista, incompleta, de las estratifica-
ciones y las jerarquias complejas demuestra la mul-
tiplicidad de sus formas tradicionales; sugiere asi-
mismo la dificultad con la cual se choca tan pronto
como se intenta reducirla a un número limitado de
tipos. La diferenciación entre las formas superiores
y las formas elementales de la estratificación no se
realiza fácilmente, por cuanto las primeras nacen, por
3. F. L. Hsu. Clatt, Coste and Club, Princeton, 1963. L. Du-
mont ha subrayado los aspectos ideológicos del sistema de
castas. Cf.Horno Hierarchicus, París, 1%.
decirlo, de las segundas y las utilizan al manifeí
t m un cambio de régimen jerzirquico. Las controver-
sias de los especialistas, finalmente, dejan plantea-
da la cuestión de sus respectivas fronteras. No obs-
tante, parece legítimo limitar la aplicación del con-
cepto de estratificaci6n a las sociedades que, por lo
menos, satisfacen a dos condiciones: a) las desigual-
dades dominantes se formulan a partir de criterios
diferentes de los de la edad, el sexo, el parentesco y
la descendencia; b) las separaciones que se establecen
entre los p p o s jerarquizados están trazadas a es-
cala de la sociedad global o de la unidad política na-
cional. Esa delimitación no simplifica ni mucho me-
nos las cosas, ya que e1 paso de la interpretación
teórica al esclarecimiento de la realidad social no se
efectúa sin tropiezos. Las sociedades concretas apa-
recen como aun encabestramiento de sistemas de es-
tratificación social que se hallan en relaciones dialéc-
ticas entre s i n . Esta fórmula de R. Bastide (Formes
klkmentaires de la stratification sociale, 1965) respon-
de a la de G. Gurvitch, quien identifica acuaIquier
estructura^ con aun equiIibrio precario, constante-
mente a rehacer mediante un esfuerzo renovado, en-
tre una multiplicidad de jerarquías*. Por otra parte,
la reIaci6n efectiva que liga la estratificacibn social
con la estructura y la organización políticas se esta-
blece según unas modalidades variables: no es ni sen-
cilla, ni unilateral, cosa que no pueden ignorar las in-
vestigaciones realizadas al amparo de la antropolosa
politica.
2. Formas de la esiratificsción social
y poder político
E1 estudio de esa relación requiere un examen pro
vio de los conceptos utilizados en mayor grado, que
son también los mCls problemáticos: lo sugiere así el
inventario crítico realizado por R. H. Lowie en el ca-
pitulo asocia1 Stratan de su obra Social Organiza-
?ion (1948). La noción de estatuto, heredada de H.
Maine y de H. Spencer, reasumida por los sociólogos
modernos y los antropólogos sociales, define Ia posi-
cidn personal de un individuo en relación con los
demás dentro de un gmpo; permite apreciar la dis-
tancia social existente entre las personas, por cuanto
rige las jerarqufas de los individuos. El apapel~ex,
presa el estatuto en tdrminos de acci6n social, y
representa su aspecto dinámico. Ambos, asociados a
un conjunto de derechos y obligaciones, deben ser
legitimados, por asi decir, bien por la costumbre,
bien mediante un procedimiento o un ritual especí.
fico. La noción de acargo,, ligada con las dos prime-
ras, las implica g puede considerarse como un tér-
mino genérico del cual ellas serían los casos parti-
culares. Desipna la función asumida en razón de un
amandato de la sociedad,, determina el tipo de poder
o de autoridad conferido en el marco de las organi-
zaciones polfticas, económicas, religiosas o de otra
naturaleza: finalmente, imoone el distinguir a la fun-
ción detentada en relación con la persona que la os-
tenta durante un periodo dado.
El acarpo con titulon comporta necesariamente
unos elementos ceremoniales v rituales que, por aun
procedimiento deliberado y solemne,, permiten llegar
a 61 y adquirir una unueva identidad socialro. Esta-
blece entre el cargo y su posesor una relación com-
pleta: si el primero quedaba vacante, el orden social
parecería estar amenazado; si el semndo no se con-
formaba a las obligaciones y prohibiciones impuestas
por su cargo -conformándose íinicamente con los
nrivjlegios que entraña-, el riesgo seda el mismo.
El careo no tiene un mero aspecto técnico, tiene tam-
bidn un carácter moral v/o religioso. Y este Último se
halla evidentemente acentuado en el caso de las fun-
ciones político-rituales. Mever Fortes así lo hace cons-
tatar respecto a estas Últimas: a[Sul carácter reli-
gioso es el medio de dar una fuerza apremiante a las
oblimciones morales. contribuyendo al bienestar y la
prosperidad de la sociedad, que quienes aceptan
un cargo deben convertir escrupulosamente en ac-
ciones.~'
Algunos de los carpos con titulos están vinculados
a un estatuto arrecibidon en razón de la descenden-
4. Po m , Ritual and Office in Tribnf Sodety, en M .
GLUCKMAN (edit.), Essays on the Ritual of Social Relaíiom,
Manchester, 1962
,ia, la edad o la posesión de una cualidad de naci-
miento y atribuida a un número limitado de perso-
nas. Los demás cargos están a disposición de cual-
quier miembro de la sociedad o pueden ser privilegio
de unos grupos determinados -así, cuando un título
s i p e siendo propiedad exclusiva de un linaje. En la
rnayoria de las sociedades tradicionales con Estado,
10s cargos públicos quedan reservados para los miem-
bros de auna clase dirigente que s61o representa una
mínima proporción de la población totaln (Peter C.
~lovd).' Puede corresponderle a una entidad étnica
que unificó una sociedad plural e impulsó su domi-
nación, o a un grupo de descendencia que ocupa e1
primer puesto en un conjunto de clanes y de linajes
ordenados, o a una aristocracia hereditaria con una
cultura distinta a la de la mayoría.
En todos los casos, la noción de cargo con titulo
connota las nociones de arangom y de #orden» o
aestadoa. Expresa el poder politico, y su propia je-
rarquía, en su relación con la estratificación social.
Rango y orden (o estado) son términos que a menu-
do se confunden o son empleados indiferentemente
en la literatura antropológica; y no es menos cierto
que estos conceptos se recortan en gran parte. El pri-
mero se refiere sin embargo a una jerarquía especial,
bien sea la de los grupos sociales constituidos segiin
la descendencia, la de los grupos socioprofesionales
o la de los cargos con título en el marco de la orga-
nización política. El segundo, a semejanza de la cos-
tumbre sentada por los historiadores, se refiere a una
jerarquia global: la que ofrece cuallquier sociedad
en la cual existen unas aclasesn casi herméticas, «de-
finidas legalmente~,en las que la pertenencia está re-
gulada esencialmente por el hecho del nacimiento. El
sistema de los órdenes o los estados debe considerarse
como una de las formas complejas de la estratifica-
ci6n social, paralelamente al sistema de castas y al
sistema de clases.
Ambos sistemas siguen permaneciendo, por sri
parte, en el centro del debate que aqui no podemos
considerar en sus extremos y sus peripecias. Algu-
5. Cf. su estudio en el tomo colectivo: A.SA., P o l i r h Z
Spstems and the Distributiw of Po~per,Londres, 1%5.
nos autores (entre ellos Rivers) aplican el término
casta al único fen6meno hindú; retienen cuatro c-i-
terios que permiten calificar la casta: la endogamia, la
función hereditaria, la rigurosa escala jer4rquica y las
reglas de <evitación,. Otros autores - e n t r e los que
figura Lowie- tratan de darle una aplicación más
amplia; desechan el corte trazado entre la casta y la
clase, consideran un omztinuum de clases jerarqui-
zadas en el seno del cual las castas no se caracterizan
más que por su *extremada estabilidad». Lo cual
ofrece la posibilidad -según Lowie- de diferenciar,
dentro de una misma sociedad, los estratos menos
«permeables~(castas) y los que lo son más (clases).
Si retenemos esta interpretación -y el valor diferen-
cial que le confiere al criterio de apermeabilidad~o
de apertura-, las castas, los órdenes (o estados) y
las clases aparecen como los tres elementos de una
progresión hacia una jerarquía más abierta de los
grupos sociales. Siguiendo esta interpretación, hay
que observar que las sociedades clánicas o de catero-
rías de edad dotadas de funciones específicas contic-
nen 10s gérmenes de esas tres formas complejas de es-
tratificación social.
La controversia recobró nuevo vigor al apoyarse
en 1as observaciones reunidas por los antropólogos
durante los últimos decenios. Las castas hindúes n o
parecen tan acerradasm ni tan aosificadass como lo
da a entender la definición clásica. Francis Hsu re-
cuerda al respecto que el sistema asiempre incorporó
nuevos grupos de casta, y que las rupturas y las lu-
chas que lo afectan ano son fenómenos modernosm.
Por otra parte, ciertas sociedades fuera de la India
poseen una estratificación parcial comparabIe a Ia
instaurada por el régimen de las castas. Ya han sido
adelantados ejemplos africanos: demuestran una aso-
ciación de los órdenes y Ias castas en el marco de una
misma unidad politica (Uolof, Serere g Tuculer del
Senegal). La prudencia cien t5ca incita a considerar
10s sistemas de castas, de órdenes o de clases como
unos atipos ideales, que jamás coinciden exactamente
con la realidad. y que s6lo pueden utilizarse conjun-
tamente para dar cuenta de esta Última. Importa en
sumo grado observar que los dos primcros son en
cudquier modo «parientes, y que e1 Último ocupa un
lugar aparte. Castas y 6rdenes. de un lado, se oponen,
en tanto que agrupaciones impuestas*, a unas agru-
paciones de .hechor; unas agrupaciones con función
política dominante (polltica, ritual, econbmica, etc.!.
a las agrupaciones suprafuncionales; las agrupaciones
en de cornplementariedad, a las agrupaciones
en reIaci6n de antagonismo. Estos tres acriterios car-
dinales~,entre los seis utilizados por G. Gurvitch para
definir las clases, permiten desentrañar las diferencias
(Le concept de classes sociales, 1954). Si, por otra par-
te, se considera las castas, los' órdenes y las clases
como los tres modos de una combinación je-
rárquica establecida entre los hombres, 10s símbolos
y las cosas, vemos cómo las primeras se refieren so-
bre todo al dominio simbblico por excelencia, la reli-
gión; los segundos, a los atributos considerados inna-
tos que vuelven a los hombres desiguales; las terce-
ras, a las cosas consideradas en el aspecto de su pro-
ducción y su distribución.
La lectura de las sociedades tradicionales en tér-
minos de clases sociales sigue siendo de un uso limi-
tado cn antropología, por razones que dependen prin-
cipalmente de los hechos y secundariamente de las
orientaciones de la investigación. ,Lateorfa marxista
parece estar ella misma inacabada, o vacilante, en ese
terreno; considera la transición de la sociedad sin cla-
ses (la comunidad primitiva) a la sociedad de clases,
pero sin abordar el problema en su totalidad y sin
precisar en qué aspecto las estructuras sociales an-
teriores al capitalismo imponen una interpretacibn
más acomplicada~.G. Lukács, en su Historia de la
conciencia social, es el que utiIiza ese calificativo e
introduce útilmente una advertencia: respecto a esas
estructuras ano se está seguro ni mucho menos de
poder diferenciar las fuerzas económicas de entre
las demfis f u e n a s ~ para
; *descubrir en ellas el papel
de las fuerzas que mueven a la sociedad se precisan
análisis más complicados y mucho más refinados,. La
mayorfa de los etnógrafos soviCticos utilizan el mo-
delo de desarrollo elaborado por F. Engels, ligan Ia
existencia del Estado tradicional a los grupos socia-
les desiguales que pueden considerarse como cproto-
clases,, entre las cuales una ejerce un control y explo-
ta a las demás. El recurso a la noci6n de la protoclase
social sugiere por lo menos las dificultades: expresa la
necesidad de marcar las diferencias respecto al con-
cepto de clase, tal como resulta del estudio critico
de la sociedad capitalista eurovea en el siglo xrx. L~~
antropólogos no marxistas suelen tornar mayores prc.
cauciones. Asf, L. A. Fallers afirma aue la noción de
olase social, adistintiva~de la historia v de la cultu.
ra occidentales, es inaplicable fuera de las sociedades
modeladas por estas últimas, sin haber recibido «una
sinificación de aplicación peneralm. Los trabajos de
los antrop6logos, y de los sociólogos que se ocupan
de las sociedades tradicionales no europeas, pooen en
evidencia clases más bien tendenciales aue constitui-
das. mr el efecto de la descolonización y la moderni-
mci6n. Asocian este cambio estmctural a las evolu-
c i o n e ~m4s recientes.
El nrohlema de la validez del c o n c e ~ t ode clases
sociales. anIicado a un dominio aue no es su dominio
on'clinal, simie planteado. Es iusto reservarlo exclusi-
vamente a las sociedades unificadas (lo cual imnlica la
presencia del Estado) donde las rfuerzas económi-
cas, determinan la estratificación social predominan-
te. v en las aue las relaciones anta~6nicasamennzan
el orden social v el rCeimen político existentes. Pero
es preciso reconocer acto semido que las sociedades
pertenecientes a la antronoloda no se acercan al tino
así definido sino en lo oue respecta a un niimero re-+
trinmdo de las mismas. Alanos de los estudios más
recientes tratan de identificar, en el seno de estas iil-
timas, las relaciones de clase v los (tintereses antag.6-
nicosm que suscitan. Así ocurre con el ensayo de J.
Maquet relativo al antisuo Ruanda, en el que reconoce
la existencia de #una relación económica entre los
dos estratos* -Tutsi g Hutu- que permite aconsi-
derarlos como auténticas clases socialesa.' Es cierto
oue el acontecimiento -la arevolución~de 1960 que
derrocó a la monarquía y la dominación Tutsi- pare-
ce confirmar este nuevo anhlisis. Por otra parte, han
sido investigadas las exoresiones ideol6eicas deriva-
das de las relaciones de desigualdad y de los modos
6. Cf. especialmente su artículo: La participation de la
cfasse paysanne cru mouvement d'inddpendance du Rwanda,
cCahiers d'etudes Africainess, 16, 1%4.
de distribución del poder politico, así como ]as mani-
festaciones de la impugnación y la rebelión. L. de
Heusch ha mostrado, en el caso de Ruanda, cómo la
negación de la situación existente puede expresarse
en el plano del mito y de la innovación religiosa: un
d t o igualitario (el Kubnndwa) nacido del campesina-
do hutu, opone una sociedad imaginaria a la sociedad
real basada sobre la desigualdad? Max Gluckman se
ha dedicado al análisis de Ia dinámica politica (de
las luchas por el poder) y de las formas de rebeli6n
(de las reacciones operantes en contra de 10s que os-
tentan e1 poder). Pero sobre todo ha querido demos-
trar que estas últimas tienden a la consolidación del
régimen político, y no a su modificación, bien porque
siguen encerradas en el marco de lo ritual, bien por-
que apuntan a los detentadores de las funciones pú-
blicas y no al sistema.
Esta nueva orientación garantiza un progreso ini-
cial. Trata de aprehender la dinámica interna de los
sistemas de estratificación social -condición nece-
saria aunque insuficiente, desde el momento en que
se decidiera aplicar el concepto de clase a ciertas s o
ciedades pertenecientes a la antropología. El campo
de preocupaciones que se han hecho clásicas y a veces
rutinarias -localización de las asubculturas~asocia-
das a los diversos estratos, examen de los medios uti-
lizados para defender el rango ocupado o legitimar la
promoción socia!, estudio de los procesos mat ri mcl
niales que permiten, por endogamia, hipergamia o
matrimonio diferencial, mantener la distancia signi-
ficativa entre los grupos sociales jerarquizados, etc.-
se amplia de ese modo. Se conseguirán nuevos pro-
gresos cuando la antropologfa económica esté mejor
constituida, puesto que será posible un conocimien-
to más fino y diversificado de los <rmodos de p r o
ducción~propios a las sociedades llamadas tradlcio
nales, y cuando se enriquezcan las aportaciones t e 6
ricas de la antropología política. Las bases de la des-
igualdad y la organización del poder que ésta p r o
mueve aparecerán entonces con una nitidez más pro-
picia a un análisis profundizado. La comprobación de
7. L. de HEUSCH,Mythe et sociktb fkodale, en aArchives de
Soc. des Religionsn, 18, 1961.
las correlaciones será m á s rigurosa: entre castas
2
der débil opcrante en el marco de un sistema de nido
por sus ~caracteristicascentrifugasr, según el térmi-
no de Hsu, entre órdenes (o estados) y el poder fuer-
te aparentemente ligado a un reclutamiento cerrado y
a una defensa contra las impugnaciones, y, finalmen-
te, entre las protoclases y un poder eficiente que se
define por una mayor apertura y una mayor sensibi-
lidad a la impugnación y al cambio.
Antes de comprobar esta relación entre la estrati-
ficación social y los tipos del poder político, importa
elaborar el instrumento que ha de permitir el análisis
de las atjerarquias de gruposw, que son a la vez com-
plejas e imbricadas. Basta un solo ejemplo para ex-
presar esa necesidad: el de la sociedad de los Hausa
de Nigeria septentrional. El simple dualismo que en
ella opone los aristócratas y las gentes del común
(talakawa) no da cuenta de una situación que es el
resultado de múltiples vicisitudes históricas. En este
caso, se trata de una sociedad reciente en sus aspec-
tos actuales (comienzos del siglo xm) basada en la
conquista, establecida sobre entidades étnicas bien
diferenciadas, donde el Estado se ha impuesto vigo-
rosamente y donde se entrelazan las jerarquías so-
ciales y políticas. No obstante, los cargos con título
(sarautu) vinculados al poder real son los mayores
dispensadores de prestigio y privilegios y constitu-
yen en cualquier modo la jerarquía de referencia. Es
posible descubrir, por debajo del sistema, las des-
igualdades establecidas entre las etnias y las desigual-
dades elementales establecidas según el sexo, la edad,
la posición dentro de los grupos-de parentesco y de
descendencia. La función ejercida determina un or-
den jerárquico que le confiere a cada cual un estatu-
to y un rango: en la cúspide, se sitúan los aristócra-
tas, que monopolizan los cargos políticos; en la base,
los matarifes, que constituyen el grupo m8s desacre-
ditado: el undécimo. Cada gru cuenta con una je-
P"
rarquía interna, más o menos ormalizada, y el éxito
personal (arziki) garantiza en ella una especie de pro-
moción. Las relaciones entre grupos alejados son casi
inexistentes, salvo en el caso de las relaciones de au-
t
r
toridad; las relaciones sociales entre pos cercanos
son activas y se manifiestan a menu o con la forma
del parentesco llamado «de broma, (wasa). De hecho,
este sistema ordenado de los grupos socioprofesiona-
les se inserta en una jerarquía de órdenes o estados:
a) aristbcratas; b) notables y letrados del Islam; c)
hombres libres; d) sienros y esclavos domt5sticos. La
organizaci6n política y administrativa rige una jerar-
quía de estatutos, de rangos y de cargos que domi-
na el conjunto; ésta se establece conforme al estatuto
(encabezado naturalmente por el linaje real) y se@
el cargo ostentado (ciertos esc.lavos obtienen los car-
gos de sfuncionarios~civiles y militares). Las relacie
nes principales entre los diversos sistemas de des-
igualdad y de subordinación pueden establecer en
la forma siguiente:
Jerarqula
polltica
J erarqulas
elementales: Jerarqula - Jerarqufa sorio-
LineJes
Edades.
. .... ..-3 de l o s 6rdenes
(o estados)
~r6fesional
Sexos
Jerarqula
Btnica
Estratif kaciones y jerurquías hausa.
La simplificación introducida por este esquema no
debe disimular la complejidad de las estratificaciones
hausa, pues no toma en consideración los rangos y
las jerarquías existentes en su seno. Sería mucho m á s
complicado aún si en él se agregaran las relaciones de
aclientelao (cliente: bara), de un carácter más con-
tractual, que crean una verdadera red de lazos entre
personas social y politicamente desiguales. Así se mi-
de la obligaci6n de refinar el análisis en el caso de
esas saciedades que m i g a n el poder político en
el seno de unas jerarquías múltiples y cntremezcla-
das.
3. Feu&lismno y relaciones de dependencia
Los estudios de los antropólogos, dedicados a las
sociedades que caracterizan como #feudales», mucs-
tran concretamente la articulación de un sistema de
desigualdades y de un régimen político, pese a las
controversias que oponen los verdaderos feudalismos
-los del Medioevo europeo- a los pseudofe~dalismo~
-los que existieron y siguen existiendo aun en Asia v
Africa. La evocación de este debate, desarrollado so-
bre todo a partir de hechos africanos durante estos
últimos años, es necesaria por cuanto permitió deter-
minar mejor las relaciones sociales y las relaciones
políticas que caracterizan al conjunto del feudalis-
mo. Para J. Maquet, el feudalismo ano es un modo
de producción» (pese a que exige una economia con
excedentes de bienes de consumo), aes un régimen po-
lítico~,aun modo de deñnir las funciones de gober-
nante y de gobernados. El hecho específico es el víncu-
lo interpersonal: <Las instituciones feudales promue-
ven, entre dos personas desiguales en poder, relaciones
de protección por una parte y, por otra parte, de fide-
lidad y de servicio.^ Ligan el señor al vasallo (en el
nivel superior de la estratificación social), el dueño al
cliente (desde un nivel superior a un nivel inferior de
la estratificación). J. Maquet encuentra en eso el ucon-
tenido universal de la idea de feudalismoo, el ras o
distintivo que permite construirla como atipo ideafm,
en el sentido fijado por Max Weber.'
Para Lucy Mair, la relación de dependencia perso-
nal (de clientela) es mayormente uno de los medios
de la competición política, incluso si ha suministra-
do ael germen a partir del cual se desarrolló el po-
der estatal» (Primitive Govemment). La analogía feu-
dal no entra casi en su análisis. Autores como J. Goody
y J. 33-eattiellevan la controversia más lejos.' El pri-
mero recuerda que la palabra feudalismo puede con-
siderarse en dos acepciones: un sentido general que
8. J. MAQUET,Une hypothbe pour l'étude des féodalités
africaines, aCahicrs d'etudes Africainess, 6, ¡%l.
9. J. GOCIDY,Feudalism in Africa?, aJourn. of Afric. H i s t . ~
IV, 1, 1963; J. H. M. B E ~ I EBunyoro:
, an African feudaliry?,
aJourn. of Afric. Hist.~,V, 1, 1964.
define alas formas dominantes de la organización p o
lítica y social durante determinados siglos del Medioe-
europeos; un sentido más especítico que retiene
corno criterios necesarios la relación de dependencia
(sefior-vasallo)y la existencia del feudo -soporte de
esa relación. La comparación puede efectuarse en el
primer nivel, pero sigue siendo aproximativa y de una
científica mediocre. En el segundo nivel, la
desviación de los afeudalismosr africanos es muy
aparente; el vínculo personal no es el resultado de
una degradación del Estado, sino, por el contrario,
de un proceso que desemboca en la organización de
un poder centralizado; el feudo no adquiere el ca-
rácter permanente que tiene en Europa desde finales
del siglo XI, pues sigue siendo precario y está vincu-
lado a una función política o administrahva, y cambia
de detentor según el antojo del soberano o con un
nuevo reino.
J. Beattie subraya igualmente la distancia al refe-
rirse a la definición del feudalismo formulada por
Marc Bloch (La Société féo&le, 1949) y al aplicar el
amodelo feudal*, al caso particular del Bunyoro
(Uganda). Demuestra que la existencia de agrandes
jefes territoriales», en número aproximado de una
docena, no modifica en modo alguno la posición cen-
tral del Rey, el rntckama Todo poder y toda autori-
dad que de éste dependen son delgados según un pro-
cedimiento ritualizado, los transmite con la forma
de unos derechos relativos a un territorio dado, y
sobre los campesiilos que en él viven, a cambio de
un servicio, de carácter esencialmente militar hasta
el momento de la colonización. De la misma manera,
el Rey está ligado al conjunto del pueblo median-
te una identificación mística y por el juego de las ins-
tituciones: disociado del clan aristocrático, está ro-
deado de representantes de todos los clanes y de to-
dos los cuerpos de oficio, y se halla en el centro del
sistema de intercambios, recibiendo y dando si1cesit.a-
mente. La red de relaciones llamadas rifeudales~no
se interpone entre el sobrano, los jefes de las diversas
órdenes y los sujetos, sino que, de hecho, constituye
en el Bunyoro «el medio de mantener un sistema de
administración centralizadan.
LOSrecientes análisis, consagrados al Ruanda mo-
nárquico y a Burundi, modifican asimismo la imagen
del feudalismo africano." R. Lemarchand hace constar
que el primero evoca, por su sistema político, el feu-
dalismo del Japón y no el de la Europa medieval. La
estratificación social, las jerarquías de poder y de au-
toridad y los lazos interpersonales se correlacionan
en Ruanda con aun complejo de derechos y privile-
g i o s ~asentado sobre la propiedad de la tierra y del
ganado. La vida política local se apoya en <tres insti-
tuciones mayores»: el linaje, el consejo de jefe y el
grupo de ufidelidad~organizado en torno de un apa-
t r ó n ~Muestra
. una sociedad que no se halla realmen-
te unificada, sino que, por el contrario, amalgama
unas relaciones sociales y políticas de diferente indo
le; las relaciones consideradas feudales no son más
que uno de esos conjuntos constitutivos -sirven de
soporte a una organización política que sigue amena-
zada por el vigor de los poderes y de los derechos de
linaje. A. Troubworst habla de una reinterpretación
de la sociedad Rundi que corrige las antenores des-
cripciones. Demuestra que el monopolio del poder
pertenece en ella a una aristocracia restringida:
los verdaderos gobernantes han sido alos prínci-
pes de sangre real», y las relaciones de aclientelan
operan mayormente dentro de la acastan dominante
(la de los Tutsi), donde suministran un instrumento
de promoción social. Dichas relaciones suelen estable-
cerse bien respecto al ganado, y en tal caso tienen un
carácter privado y son fácilmente revocables, bien
respecto a la tierra, y, en este caso, tienen necesaria-
mente una significación política. En este Último as-
pecto crean un círculo de favoritos y de clientes y
pertenecen al marco de las ujerarquías político-terri-
torialesip. Pero en Burundi, el hecho dominante es la
estrecha relación existente entre una estratificación
social que rebasa el sistema de las *castas# y la par-
ticipación en el poder político. Los ostentadores de
una autoridad territorial son, a la vez, los más pode-
rosos y los más ricos; ostentan ael monopolio del
10. R LRMARCHAND,
Power m d Stratification in Rsvanda:
a Reconsideration, ~Cahiersd'etudes Afncainesr, 24, 166; A.
TROUBWORPT, L'organisation politique et I'accord de clientkle
au Burundi, ~Antropologica~, IV, 1, 1%2.
control sobre los bienes.. La relación llamada &u-
dais se manifiesta en tanto que medio al servicio de
estrategia tendente a la conscrvacibn, por una
aristocracia restringida y SUS vasallos, del poder y del
haber. Este ÚItimo ejemplo hace aparecer un nuevo
modo de feudalismo africano; sugiere sus variacio-
nes y, por contraste, su frecuente inestabilidad. En el
campo asiático, esta última también ha sido puesta
de relieve, especialmente por E. Leach, que ha puesto
de manifiesto la «difícil transición~de la sociedad
Kachin " hacia un sistema de estilo feudal claramen-
te constituido.
11. Sociedad tradicional de Birmania.
NCI 2 . 6
Capitulo 5
Reiigi6n y poder
soberanos son los parientes, los homólogos o
los mediadores de los dioses. La comunidad de atri-
butos del poder y de lo sagrado revela el vinculo que
existió siempre entre ellos y que la historia ha dis-
tendido aunque sin romperlo nunca. La enseñanza de
10s historiadores y los antropólogos pone de mani-
fiesto esa relación indestructible que se impone con
fuerza de la evidencia tan pronto como conside-
ran los poderes superiores pertenecientes a la pcrso-
na real, los rituales y el ceremonial de la investidura,
10s procedimientos mantenedores de la distancia en-
tre el rey y sus súbditos y, finalmente, la expresión de
la legitimidad. Sin embargo, es ei'periodo de los co-
mienzos, el momento en que la monarquía emerge de
la magia y de la religión, el que expresa mejor esa re-
lación a través de una mitología que constituye el úni-
co arelatou de esos acontecimientos y afirma la doble
dependencia de los hombres: la que han instaurado
los dioses y los reyes. La sacralidad del poder se afir-
ma igualmente en la relación que une el sujeto al so-
berano: una veneración o una sumisión total que la
razón no justifica, un temor de la desobediencia que
tiene el carácter de una transgresión sacrílega.
La presencia del reydios, del rey por derecho
divino o del rey taumaturgo no es una condición ne-
cesaria al reconocimiento de ese lazo existente entre
el poder y lo sagrado. En las sociedades de tipo clá-
nico, el culto de los antepasados, o el de las divini-
dades específicas de los clanes, asegura generalmente
la consagración de un dominio político aún mal dife
renciado. El ajefen de clan o de linaje es el punto de
conexión entre el clan (o linaje) actual, constituido
por los vivientes, y el clan (o linaje) idealizado, porta-
dor de los valores postreros, simbolizado por la tota-
lidad de los antepasados, por cuanto es él quien trans-
mite la palabra de los antepasados a los vivos, la d e
10s vivos a los antepasados. La imbricación de lo sa-
grado y de lo político es, en tales casos, ya incuestio-
nable. En las sociedades modernas laicas sigue siendo
aparente; el poder no se vacía nunca enteramente
ellas de su contenido religioso, que sigue estando pre.
sente, reducido y discreto. Si el Estado y la Iglesia
alforman una sola cosam, al comienzo, cuando la so-
ciedad civil se halla instaurada -como lo hace cons.
tar Herbert Spencer en su Princi@es of Sociology-,
el Estado conserva siempre algún carácter de la Igle-
sia, incluso cuando se sitúa al final de un largo proce-
so de laicización. Incumbe a la naturaleza del po-
der el mantener, en una forma manifiesta o encu-
bierta, una verdadera revisión política. Es precisa-
mente en este sentido que Luc de Heusch afirma, sin
que su fórmula tenga ni siquiera la brillantez de la
paradoja: a L a ciencia política pertenece a la historia
comparada de las 1-eligiones.~ '
La filosofía política de Marx anuncia, a este res-
pecto, las investigaciones de los sociólogos y de los
antropólogos, a las cuales puede facilitar un punto de
partida cuando muestra la presencia, en toda socie-
dad estatal, de un dualismo semejante al que opone
lo profano a lo sagrado: rreligiosos, los miembros
del Estado político lo son por el dualismo entre la
vida individual y la vida genérica, entre la vida de
la sociedad civil y la vida políticas. Eila analiza el
carácter de la transcendencia propia del Estado y re-
vela la religiosidad que la impregna. Según Marx, el
poder estatal y la religión son, en su esencia, de igual
naturaleza, incluso cuando el Estado no se ha separa-
do de la Iglesia y la combate. Este parentesco esen-
cial resulta del hecho de que el Estado se sitúa --o
parece situarse- por encima de la vida real, en una
esfera cuyo alejamiento evoca el de Dios o de los
dioses. Triunfa en la sociedad civil a la manera en
que la religión vence al mundo profano. Estas obser-
vaciones iniciales merecen ser completadas, y com-
probadas, por un esclarecimiento m6s profundo de
la naturaleza sagrada de lo polltico,cosa que las
aportaciones de la antropología posibilitan.
1. L. de HEUSCH,POW une dialectique de la sacralittt du
pouuoir, Le pouvoir et le sacrd, Bruselas, Amales du Centre
d'Étude des Reiigions~,1%2.
1. Fundamentos sagrados del poder
~a relación del poder con la sociedad es -como
, a hemos subrayado- homóloga de la relación exis-
iente, según Durkheim, entre el totem australiano y el
clan. Una relaci6n cargada esencialmente de .sacra-
]idad., por cuanto toda sociedad asocia el orden que
le es propio a un orden que la rebasa, arnpliándose
hasta el cosmos para las sociedades tradicionales. El
poder se halla .sacralizado. porque toda sociedad
subraya su voluntad de eternidad y teme el retorno
al caos como realizacidn de su propia muerte.
a) Oydezz y desorden. Los estudios de antropolo-
gía política insisten sin embargo menos sobre la exi-
gencia de un orden, tal como se halla formulada por
la sociedad, que sobre el medio principal puesto al
servicio del orden: el uso legítimo de la coerción ffsi-
ca. Sugiese -como lo hace constar L. de Heusch-
que atodo Gobierno, todo soberano, es en grados di-
versos... a la vez depositario de la fuerza física coerci-
tiva y sacerdote de un culto de la Fuerza,. Un análi-
sis riguroso impone contemplar conjuntamente estos
datos primeros; por una parte, la sacralización de un
necesario-a& seguri-
gn; por otra parte,
ordenar en el ple-
no sentido de la palabra y que atestigua el vigor del
poder.
El examen de las teorías rindígenasa del poder
muestra que éste, según ellas, se halla ligado a me-
nudo con una fuerza que presentan como su propia
substancia, o como su condición en tanto que fuer-
za de subordinación o, finalmcnte, como la prueba de
su legitimidad. Al colocarla bajo el signo de la am-
bivalencia o de la ambigüedad, esas teorias reflejan
lo especifico de1 elemento político. Le reconocen a esa
fuerza la capacidad de actuar sobre los hombres y
sobre las cosas, de un modo fasto o nefasto según el
uso que de ella se hace; hacen de ella el instnimento
de mando, pero subrayan que domina a todo el que
la ostente; la asocian menos a la persona mortal del
soberano que a una función considerada eterna. Los
combates por la dominación confirman la teoría indi-
gena y son en primer lugar luchas por la captura de
los instxumentos que fijan y canalizan la fuena mis-
ma del poder.
Las investigaciones llevadas a cabo en Africa a lo
largo de los dos últimos decenios ayudan a compren.
der mejor esa manifestacibn del poder. Muestran que
las nociones que sirven para calif i c a r c i a del
imanan solamente del vocabulario político,
1 i p y i r n rpli 'OSO,
es- refie-
ren al d
. . lo saga% o fo excepcionX-m,
la t e o r i a W n a r q u i a elaborada por los Nyoro de
Uganda recurre al concepto de ntahrrno, poder que
permite al soberano mantener el orden conveniente y
que se transmite, a lo largo de la jerarquía político-
administrativa, según un riguroso procedimiento ri-
tual. Sin embargo, el mahano no interviene solamente
en el dominio político. J. Beattie ha demostrado que
se asocia a situaciones diversas que deben poseer al
menos una caracteristica común. Reconocido en la
irrupción de acontecimientos insólitos e inquietantes,
en las manifestaciones de la violencia, expresa enton-
ces una amenaza externa. Tan pronto como los com-
portamientos sociales infringen las prohibiciones fun-
damentales, las que aseguran la defensa de las relacio-
nes sociales principales, tales como las relaciones en
el seno del clan, las relaciones de parentesco y de pa-
rentesco ficticio (establecido por el pacto de sangre),
las relaciones mmifestadoras del estatuto según el se-
xo, la edad o el rango, el mahano se actua1iza.y actúa.
En este segundo caso, el mclihano es el revelador de
los peligros que la sociedad encierra consigo. Intervie-
ne finalmente en el curso de las vidas individuales, en
el momento de los nacimientos, de las iniciaciones y
de las defunciones, es decir, durante los upasajesn
que ponen en juego a las fuerzas vitales y los aespiri-
tus, que las controlan. De modo que vemos que, trá-
tese bien de la relación de la sociedad con su universo,
del hombre nyoro con su sociedad, del individuo con
las potencias que rigen su destino, el maham siem-
pre está presente. Éste expresa una relación de subor-
dinación y revela una distancia que permite circular
al flujo vital y al orden de prevalecer. El aparato po-
Iítico es, pudiéramos decir, el regulador del mahano:
las posiciones de poder o de autoridad, que define,
,,m justihcadas por el acceso desigual de sus detem
tadoms a esa fuerza que mantiene la vida al conser-
;-; el orden.
~1 soberano nyoro es, para sus súbditos y su país,
el supremo ostentador del mhano. Los múltiples ri-
tuales, que modelan y protegen la persona real en tan-
to que sfmbolo de vida, garantizan con esa misma
acción la sociedad contra la muerte. El Rey es el que
domina las personas y las cosas y mantiene su ordena-
miento; por mediación suya, la coerción del orden del
mundo y la del orden social se imponen conjunta-
mente. Es su dominio sobre el mahano, sobre los di-
&nismos que constituyen el universo y ia sociedad,
10 que le permite asumir esas funciones. Este dominio
es, en sí, fuente de peligro, por cuanto el poder impu-
ne su propia ley a quien lo posee; de otra manera ope-
ra en falso y destruye lo que se supone debe preser-
var. La noción de makano evoca ese riesgo mortal al
connotar unas parejas de nociones antagónicas: or-
den/desorden, fecundidad/esterilidad, tida/muerte.
La dialéctica del mando y de la obediencia aparece
así como la expresión, en el lenguaje de las socieda-
des, de una dialéctica más esencial: la que todo siste-
zna viviente encierra para existir. Es la posibilidad
de ser, y de estar juntos, que los hombres veneran a
través de sus dioses y sus reyes.'
El análisis de 10s conceptos africanos, que expre-
san el poder y su substancia, revela aspectos comunes,
los más importantes, y significativas variantes, pues
se diversifican de la misma manera que los sistemas
políticos a los cuales se refieren. Para los Alur de
Uganda, creadores de unos consejos de jefes que im-
pusieron su dominio a unos vecinos carentes de un
poder diferencial, la noción de ker es uno de los ele-
mentos principales de .la teoría política. Designa la
cualidad de ser jefe, la apetencias que permite ejer-
cer una dominación benefactora y que es hasta tal
punto necesaria que los pueblos que no la detentan
2. Para la información relativa a los Nyoro, cf. los estu-
dios de J. H. M. BE~~TIE,
RituaIs of Nyoro Kingship, aAfncaw,
XXIX, 2, 1959; On the Nyoro Concept o# Mohano, ~African
Studies~,19, 3, 1960; Bunyoro an Africm Kingdom, N u m
York, 1960
deben ansiar recibirla de los Alur. No está maten&-
zada y es muy distinta del cargo y de los símbolos
materiales asociados a la jefatura. Tiene un aspecto
cuantitativo al ser una fuerza organizadora y fecun-
dante que puede perder su intensidad; se dice enton.
ces que *el ker se enfrían o que ael diente de la jefa-
tura se enfrían. Tres factores determinan el vigor de
su intervención al servicio de los hombres: la conti-
nuidad (porque el ker conserva «su calor» al mante-
nerse dentro de un largo linaje), la personalidad del
que lo utiliza y la conformidad de las relaciones man-
tenidas con lo sagrado. Esta última condición no es
de índole menor. Los jefes Alur actúan como media-
dores privilegiados entre sus sujetos y las apetencias
sobrenaturalesm, porque están ligados con sus ante-
pasados personales y con los antepasados que jalonan
la historia de la jefatura. Demuestran su capacidad
de gobierno a través del dominio ritual ejercido s o
bre la naturaleza -son reconocidos como ahaced*
res de lluvia- y en cierto modo su dominio de las
fuerzas vitales y las cosas es el que justifica su domi-
nio sobre los hombres. Si los jefes dominan a sus súb-
ditos, el poder domina a los que lo ostentan, porquc
encuentra su fuente en el terreno de lo sagrado. Se
impone como factor de orden mientras que la entropía
amenaza al sistema social, v se manifiesta como
garantía de permanencia, S e n t r a s que la muerte
se lleva a las generaciones y a los que las gobier-
nan.'
Dos ejemplos, sacados de la región occidental del
continente africano, confirman el interés y el alcance
cientificos de un análisis consagrado a la terminolo-
gía del poder tal como lo presenta la tmría indíge-
na. Uno ya ha sido evocado en un capitulo anterior; se
trata del de los Tiv, pueblo numeroso de Nigeria, or-
ganizador de una sociedad en la que el Gobierno si-
gue siendo adifusom. En este caso, dos nociones opues-
tas y complementarias manifiestan el poder, y cual-
quier supremacía, en un aspecto totalmente bené-
fico (el de un orden que asegura la paz y la prosperi-
dad) y en un aspecto peiigroso (el de una superio
, 3. Sobre los Alur, cf. A. W. S O U T H A ~ , Society, Cam-
Aiur
bridge, 1956.
l-idad conseguida en perjuicio del prójimo). La teoría
polftica, en su versi6n mhs elaborada, se halla fonnu-
lada en el lenguaje de la religión y la magia. Todo po-
der legitimo requiere la posesión del swem, capa-
cidad de acordarse con la esencia de la creación y
de mantener su orden; este término denota más ex-
tensamente las nociones de veracidad, de bien v de
El swem es asimismo una fuerza incapáz de
actuar sin un soporte, o un intermediario, cuya cali-
dad propia condiciona las consecuencias de esa in-
temención para los asuntos humanos: una débil me-
diación provoca una pérdida de fuerza generalizada,
una mediación abusiva se convierte en factor de des-
orden. El swetn califica sin embargo el poder conside-
rado como esencialmente positivo. A la inversa, la se-
gunda noción (tsav) rige la dominación sobre los se-
res, el éxito material, la ambición. Al evocar la capa-
cidad basada en el talento y la empresa personal
-tratándose bien del jefe renombrado, del notable in-
fluyente o del hombre rico- es estimada favorable-
mente; sin embargo, también califica los hitos con-
seguidos a expensas de los demás, las coerciones ejer-
cidas sobre éstos, las desigualdades que se nutren
de la asubstanciaa de los inferiores, y que en este
sentido se asimila a la magia y a la contrasociedad.
La teoría Tiv siibraya la ambigüedad del poder y el
múltiple valor de las posturas a su respecto, que con.
ducen a aceptarlo como la garantía de un orden pro-
picio a las obras humanas (pues expresa la voluntad
de 10s dioses), a la vez que es temido como instrumen-
to de la dominación y del privilegio por cuanto sus
depositarios tienen la posibilidad de rebasar constan-
temente los Iímites tolerados.
El segundo ejemplo es el de una sociedad estatal
antigua y masiva, la de los Mossi de Alto Volta, cuya
soberano (.MogTto Araba) simboliza al universo y al
pueblo Mossi. El concepto clave, en materia política,
es el de nam, que se refiere al poder de la época ori-
ginal - e 1 que los fundadores emplearon para cons-
truir el Estado- y a la fuerza recibida de Dios,
«que permite a tin hombre dominar al prójimo,. Su
doble origen, divino e histórico, lo convierte en un
poder sagrado que confiere la supremacía (un .esta-
tuto noble^) y la capacidad de gobernar al grupo que
lo ostenta. Pese a que el nam sea la condicidn de todo
poder y de toda autoridad, nunca se adquiere de una
forma permanente y constituye la apuesta de las com-
peticiones politicas al término de las cuales el fraca.
so entraña su pérdida al mismo tiempo que la renun.
cia al poder y al prestigio. Lo primero que esa noción
evoca es la dominacidn legítima y la competicidn por
los cargos que penniten ejercerla.
La palabra m m se inserta en un conjunto de signi-
ficaciones mhs extenso. Se aplica a la superioridad ab-
soluta: la de Dios, la del Rey, la del orden político que
domina el edificio de las relaciones sociales. Jus tif i-
ca los privilegios ligados a las posiciones sociales su-
periores: el derecho a reivindicar riquezas, servicios,
mujeres, símbolos de prestigio. Expresa la necesidad
del poder como defensa contra los peligros de desapa-
rición de la cultura y de retorno al caos; es precisa-
mente en este sentido que el rey y los jefes deben
acornerse el nams para que el desorden no se coma
las obras humanas. En su forma más acabada y más
sagrada, el nam es la garantía de Ia legitimidad, por-
que testimonia que el poder recibido emana de los
antepasados reales y que operara de modo confor-
me al bien del pueblo Mossi. Fijado en las regalia y
en los símbolos sagrados vinculados a la persona del
soberano, los namtibo, se comunica por mediación
de estos últimos a la bebida ritual que liga el Rey a
sus antepasados y a la Tierra divinizada, el jefe a sus
propios antepasados y al Mogho Naba. aBeber el nam-
tibon es tanto como recibir el nam y encontrarse obli-
gado por un verdadero juramento de obediencia, de
sumisión al orden heredado de los fundadores del
Reino y a las órdenes dimanantes de quien es su
legítimo sucesor.'
Según P. Valéry, el factor político actúa sobre los
hombres de un modo que evoca las acausas natura-
l e s ~ lo
; sufren como sufren alos caprichos del cielo,
de la mar, de la corteza terrestres (Regards sur te
monde actuel). Esta analogia sugiere la distancia a
la cual se sitúa el poder -fuera y por encima de la
4. Descripción del sistema y de las representaciones po-
lfticas propias de los Mossi en la obra de E. P. SKINNEB,
The
Mossi a f the Lrpper Volta, 1964.
sociedad- y su capacidad de coaccibn. Las cuatro teo-
&S politicas que acabamos de considerar corhrman
esa interpretación al mismo tiempo que muestran sus
límites. Ponen de manifiesto el poder como fuerza,
asociada a las fuerzas que rigen el universo y man-
tienen la vida en él y en tanto que poder de domina-
ción. Asocian el orden del mundo, impuesto por los
dioses, y el orden de la sociedad, instaurado por los
antepasados del comienzo o 10s fundadores del Es-
tado. El ritual garantiza la conservación del prime-
ro, la acción política garantiza el mantenimiento del
segundo: son unos procesos considerados paralelos.
Ambos contribuyen a imponer la conformidad a un
orden global que se presenta como la condición de
toda vida y de toda existencia social. Esta solidari-
dad de lo sagrado y de lo político, que hace que los
ataques contra e1 poder (pero no contra sus ostenta-
dores) sean sacrilegos, asume formas distintas segúii
los regirnenes políticos; deja lo sagrado en el primer
plano en el caso de las sociedades «sin Estado,, hace
prevalecer la dominación ejercida sobre los hombres
v las cosas en el caso de las sociedades aestatalesn.
Además, los elementos de teoría en cuestibn revelan
el poder en sus aspectos dinámicos: es fuerza de
orden, agente de lucha contra los factores de modi-
ficación que se asimilan a la magia o la udescultura-
ción,; confiere una potencia que se adquiere median-
te la competición y que exige ser mantenida. Los pe-
ríodos de interregno, en la mayoría de los reinados
ahicanos, imponen por consiguiente un desorden con-
trolado que hace desear la restauración del poder, y
un enfrentamiento entre pretendientes que permite
designar al m á s vigoroso. Finalmente, las nociones
que fundan la teorfa política muestran .la pluralidad
de valores del poder: debe ejercer un imperio benéfi-
co sobre los dinamismos constituidores del universo y
la sociedad, pero también corre el riesgo de degra-
darse convirtiéndose en una fuerza mal domeiiada o
utilizada más allá de los límites requeridos por la
dominacibn.
Este método analítico podría aplicarse a las sacie-
dades políticas llamadas arcaicas estudiadas fuera del
continente africano si las informaciones que requie
re se hubiesen recogido en cantidad suficiente. De
hecho, la descripci6n de las organizaciones y las fum
ciones politicas retuvo mucho más la atención de 10s
investigadores que la elaboración de los lCxicos y de
las teorías políticas propias de los grupos humanos
interrogad os^. A veces, los datos necesarios pueden
encontrarse. v esto no deja de ser significativo, en los
estudios de las manifestaciones religiosas, que sugie-
ren así (v también) que la relación del poder con la
sociedadveshomóloga de la que lo sagrado mantiene
con lo profano; en ambos casos, la apuesta aparece
como la forma del orden o de su revés: el caos.
En las sociedades menos orientadas hacia la na
turaleza para dominarla que ligadas a ella -encon-
trando en ella a la vez su prolongación y su reflej-
el parentesco de lo saprado y de lo político se im-
pone con fuerza. Las dos categorías pueden definir-
se paralelamente, los principios y las relaciones que
implican urespóndensen de una a la otra. Ambas su-
ponen la distancia, el corte, bien respecto al dominio
profano, bien respecto a la sociedad civil, dominio
de los crgobernados~.Las dos se refieren a un siste-
ma de prohibiciones o de drdenes, a unas fórmulas
que, como la themis griega, garantizan el ordenamien-
to del mundo y del universo social. Ambas han sido
marcadas con el sello de la ambigüedad. Tanto lo
sagrado corno lo político se refieren a unas fuerzas
complementarias y antitéticas cuya concordia discors
hace un factor de organización, descansando así sobre
una doble polaridad: la de lo puro y lo impuro, la del
poder aorganizadorn (y justo) y el poder aviolento~
(y apremiante o impugnante). Ambos están asocia-
dos a la misma geografía simbólica; lo puro esta li-
Fado a lo de dentron, al centro; lo impuro, a lo rde
fuera,, a la periferia; paralelamente, el poder benéfi-
co está situado en el mismo corazón de la sociedad de
la que es el foco (en el sentido geométrico), mientras
que el poder amenazador sigue siendo difuso y opera,
por este motivo, a la manera de la magia. R. Callois,
en su obra L'homrne et le samé (1939). califica esa
oposición con las palabras de acohesión* y de crdisolu-
ci6n~;corresponden a la primera las potencias que
#rigen la armonía cósmican, que rvelan por la pros-
peridad material y el buen funcionamiento adminis-
trativo~,que defienden al hombre gen la integridad
de su ser Eisico~-el soberano las encarna-; corres-
ponden a la segunda las fuenas provocadoras de la
de las anomalhs, de las transgresiones
que a f e c t a al orden polltico o religioso -el brujo
las manifiesta. Conviene recordar asimismo que las
dos =ategorias de lo sagrado y lo político están aliadas
con una virtud eficaz, ceeiiapoder de intervención o
deacci6n, designados por los termino-O marza
enguaie de m v los terininos del tipo
o nam (que acabamos de considerar) eri el
l e n g u a 3 e p o l í t i c o . Las dos series de nociones se
complementan entre sí. Las fuerzas o las sustancias
que evocan suscitan los mismos sentimientos contra-
dictorios: respeto y temor, fidelidad y repulsión.
La homología de lo sagrado y de lo político no es
tal sino en la medida en que ambos conceptos se ha-
llan regidos
. , c l por una tercera noci6n que los domina:
la ri~cipp nrden,
~ n nrAn uya capital im-
portancia descubrió Marcel Mauss. En las sociedades
llamadas arcaicas, los elementos del mundo y los di-
versos marcos sociales obedecen a los mismos mode-
los de clasificación. Su ordenamiento, que se conside-
ra sometido a las mismas leyes, se manifiesta de
una forma dualista:' expresa una bipartición del uni-
verso organizado (el cosmos) y de la sociedad, y se re-
monta a unos principios antitéticos y complementa-
rios, cuya oposición y asociación son creadoras de
un orden de una totalidad viva. Este aorden de cosas,,
o dc los ahombresn, es de este modo el resultado de
la separación y de la unión de dos series de elemen-
tos o de grupos sociales opuestos: los que constitu-
yen la naturaleza, las estaciones y los orientes en un
caso; los sexos, las generaciones y las a f r a t n a s ~o sub-
divisiones de la tribu, en el otro. Existen correspon-
dencias entre las series categoriales contrapuestas. El
rasgo dominante de este modo de representacibn es-
triba en la necesidad de establecer una separación
entre las aclasesv asi constituidas y de asegurar una
unión entre las mismas. La separación de los contra
rios posibilita el orden, su unión lo instaura y 10 vuel-
5. C f . el estudio cliísico de E. DURKHEIM
y M. MAUSS: Du
quelques formes de classification, aAnnée Sociologiquew, vol.
VI, 1901-1902.
ve fecundo. Esta dialéctica elemental rige la interpre-
tación primera de la naturaleza, y de la sociedad que
no podría resultar de esa homosexualidad sociológi-
ca. que realizaría la alianza de los grupos homó-
logos.
Las nociones de lo sagrado y de lo político se in-
sertan en ese sistema de representaciones, tal y como
lo sugiere su puesta en paralelo. En el caso de las
sociedades llamadas complejas, con jerarquías y au-
toridades claramente diferenciadas, las relaciones en-
tre el poder y la religión no se modifican radicalmen-
te. Más allá de los grupos jerarquizados y desiguales,
que mantienen relaciones uorientadas IB (de domina-
ción y de subordinación), se postula una relación de
complemento entre el soberano y el pueblo, entre el
conjunto de los gobernantes y el de los gobernados;
La relación instaurada entre el Rey y cada uno de sus
súbditos está regida por el principio de autoridad,
cuya impugnación equivale a un sacrilegio; la relación
instaurada entre el Rey y la totalidad de los súbditos
se enfoca en el aspecto del dualismo complemen-
tario. Una fórmula de la antigua China lo recuerda:
uel príncipe es yang, la multitud es Y ~ I Z B . LO sagrado
y lo político contribuyen conjuntamente al manteni-
miento del orden establecido; sus respectivas dialéc-
ticas semejan la que constituye este último y -con.
juntamente- reflejan la que es propia a todo siste-
ma real o pensado. Se trata de la posibilidad de
constituir una totalidad organizada, una cultura y
una sociedad que los hombres veneran a través de
los guardianes de lo sagrado y los depositarios del
poder.
b) Entropía y renwacidn del orden. El ordo re-
rum y el ordo hominurn están amenazados por la
entropía, por las fuerzas de destrucción que llevan
en si, por el desgaste de los mecanismos que los man-
tienen. Todas las sociedades, incluso las que parecen
más estancadas, están obsesionadas por el sentimien-
to de su vulnerabilidad. Un libro reciente dedicado
a los Dogon de Mali muestra, a partir de un análisis
de la ateoría de la palabras y del sistema de represen-
taciones, cómo esa sociedad asegura, con fuena, la
lucha contra la destrucción y la continua conversión
del desequilibrio en un equilibrio que parece con-
forme al modelo primordial."
Más allá de su multiplicidad, los procedimientos
de recreación y de renovación poseen un carácter
común: operan simultáneamente sobre el universo
social y sobre la naturaleza, tienen por actores a los
hombres y los dioses. Al provocar la irrupción de lo
sagrado y al restablecer en la agitación y la abundan-
cia una especie de caos original, que hace remontar
al momento de la primera creación, la fiesta aparece
como una de las más completas de entre esas em-
presas renovadoras. De hecho, existen numerosos pro-
cesos que contribuyen de un modo mas o menos apa-
rente, más o menos dramatizado, a esa tarea de re-
fección permanente. Una interpretación desde ahora
ya menos esquemática y menos estática de las sacie-
dades llamadas arcaicas los hace aparecer. Con oca-
sión de una nueva apreciación de los datos de la a s o
ciología neocaledonianan, P. Metais subrayó el alcan-
ce del matrimonio canaco a este respecto; su ceremo-
nial provoca un rejuvenecimiento de las relaciones s o
ciales -la sociedad parece renovarse cuando se crean
las parejas y las nuevas alianzas que éstas deter-
minan.'
Los rituales y la enseñanza que prescribe la ini-
ciación condicionadora del acceso a la plenitud y a
la plena aciudadaníam tienden generalmente a un mis-
mo objetivo; la sociedad restaura sus propias estruc-
turas y el orden del mundo en el que se inserta, al
abrirse a una nueva generación. En el antiguo Kongo,
el procedimiento de iniciación llamado del Kimpasi
expresa primordialmente esa función, tanto más en
cuanto opera en el momento en que la comunidad
se ve debilitada o amenazada. esta trata de asegu-
rar su salvaguardia al hacer revivir a su juventud hs
principios de la empresa colectiva que model6 su or-
den, su civilización y su historia, puesto que los ri-
tos específicos hacen re tornar simbólicamente a la
época de las creaciones, a los tiempos de los comien-
6. Cf. G. C A u r n - G ~ ~ aLa
e , paroie chet les Dogon, Pa-
rís, 1%.
7 . P. MB~AIs, ProbUmes de Socioiogie nhcalédonienne,
en aCahiers Int. de Sociologie~,XXX, 1%1.
zos. La sociedad vuelve a encontrar su juventud al
representar su propia génesis. Asegura su renacimien-
to al hacer nacer, scgiin sus nornias, a los jóvenes
modelados por la iniciación.'
El ceremonial de los funerales, en la medida mis-
ma en que la muerte se considera como el signo del
desorden y del escándalo, es asimismo un mbtodo de
renovación; revela, a través de sus actores, las rela-
ciones sociales fundamentales; establece una relación
intensa con lo sagrado; desemboca, al final del luto,
en una purificación y una nueva alianza con la colec-
tividad de los antepasados. Este encadamiento en
la lucha contra los factores disolventes se aprecia
más exactamente si se recuerda que la magia -asimi-
lada empero con el inconformismo absoluto, con la
guerra insidiosa, la contrasociedad- puede convertir-
se en un factor de fortalecimiento. La colectividad
afijam su mal al designar a su agresor, el brujo o el
opositor radical, y aspira a restablecerse al neutra-
lizarlo. En su estudio sobre los Kachin de Birmania,
E. Leach compara el funcionamiento de la magia con
el umecanismo del cabeza de turco».
Las empresas de recreación del orden afectan ne-
cesariamente a los detentadores del poder, y algu-
nas de ellas contribuyen así al mantenimiento de la
máquina política. Es lo que sugiere R. Lowie cuan-
do, al contemplar «algunos aspectos de la organiza-
ción politican de los amerindios, subraya la base re-
ligiosa del poder, la cooperación de los jefes y los es-
pecialistas de lo sobrenatural, la asociación de los
primeros a las manifestaciones temporales (como la
siega) que ligan el orden de la sociedad al de la na-
turaleza. En Melanesia, los hechos se manifiestan
con mayor nitidez. El jefe neocaledoniano se impo-
ne mediante la fuerza de su palabra, es el que ordena
en todas las acepciones de la palabra, y el que deten-
ta, según la fórmula de J. Guiart, una aresponsabi-
lidad casi cósmica,. Su participación efectiva en el
ciclo de los cultivos se explica a través de esa obliga-
ción; asocia en cierta manera la renovación de la na-
turaleza al reforzamiento de los hombres. Con oca-
8. Cf. G. BAUNDIHR,La vie quotidienne au Royaume du
Kongo, París, 1965.
,ibn del mas prestigioso y del mas total de los ri-
tuales - e l del pilu-pilu- es cuando el nuevo jefe,
que 10 preside, es arevelado a todos~y ratifica su au-
toridad mediante d a habilidad de su discurso* y su
en seguir el curso de las arengas prescri-
tas. Sin embargo, esta ceremonia social es la que
compromete en su totalidad a la comunidad: busca la
propiciación de los antepasados; honra a los muer-
tos y señala el fin de los duelos; exalta los nuevos
nacimientos y garantiza ala entrada en la vida viril
de 10s jóvenes iniciad os^; confiere a cada categoría
de participantes un puesto determinado y comprende
una presentación de bienes, según un orden que e v e
ca ael pasado político» y las relaciones por él instau-
radas. Finalmente, asocia en una grandiosa manifes-
tación, en que la danza expresa el dinamismo del
universo y de la sociedad, a los hombres, sus antepa-
sados y sus dioses, sus riquezas y sus bienes simbó-
licos!
Este ceremonial asegura una verdadera escenifi-
caci6n de las relaciones sociales fundamentales, in-
cluyendo las relaciones de antagonismo, que entonces
se convierten en ajuegos de oposición~.Al ofrecer el
espectáculo de una especie de resumen del todo so-
cial, permite captar un sistema social representado
que corresponde a su formulación te6rica y manifes-
tado a través de los medios de expresibn propios de
una sociedad sin escritura: comportamientos simbó.
licos, danzas específicas y discursos acordes con una
convención significativa. Tiene una eficacia terapéu-
tica: pues aleja a la comunidad de sus conflictos
potenciales, refuerza los lazos entre los clanes aleja-
dos. En esos momentos en que la sociedad toma
plena conciencia de sí misma y del universo con el
que se vincula, el jefe aparece como una figura cen-
tral. Es en tomo de él, y gracias a una especie de
desafío lanzado hacia el exterior, que se reconstitu-
ye el haz de las fuerzas sociales. Esta renovación se
opera periódicamente -un mínimo de tres años se-
para las ceremonias-, pues requiere una acumula-
ción masiva de riquezas. El ciclo festivo coincide con
9. Para una descripci6n minuciosa, cf. M. L H B N H ~ ,NO-
París, 1930.
tes d'etnologie nko-calédonienne,
NCI 2 . 9 129
el ciclo de revitalización, que permite al jefe no ser
impugnado y seguir siendo, a los ojos de todos, oro
kau, el agran hijo..
c) Vuelta a los comienzos y rebeliones rituales,
La lucha contra la entropía puede asumir un c a r á ~
ter más directamente político. En las sociedades tra.
dicionales con Estado monárquico, cada cambio de
reino provoca un verdadero retorno a los acomien-
zosm. El advenimiento del nuevo rey brinda la oca-
sión de repetir simbólicamente la empresa creadora
de la realeza, los actos fundacionales que la edifica-
ron y legitimaron. La investidura evoca -a través de
los procedimientos o del ritual que la realizan- la
conquista, la hazaña, el acto mágico o religioso con-
siderados constitutivos del poder real. G. Durnézil ha
sido uno de los primeros en sugerirlo con respecto
a la realeza romana. Muestra cómo la sucesión de
los aprimeros reyes de Roma* constituye una secuen-
cia que hace alternar a los dos atipos reales* que,
procedentes de una tradición muy anterior a la de
Roma, se presentan no obstante como creadores de la
ciudad. Los reinos de los sucesores inmediatos de
Rómulo y de Numa reproducen, al alternarlos se-
gún un orden determinado, la violencia creadora y el
aaspecto celeritas~del primero, la sabiduría organi-
zadora y el aaspecto gravitas, del segundo. Así obe-
decen a una teoría dualista del poder y ponen en
acción los medios que permiten revigorizarlo median-
te un retorno a sus fuentes lejanas!'
El proceso se manifiesta con la mayor claridad en
el caso de las monarquías africanas con apolaridad
mAgicao, para emplear la fórmula de L. de Heusch.
El rey ha de realizar, cuando llega al trono, un ac-
to sagrado que lo califica a la par que recuerda el
acto fundacional. Bien realizando una hazaña heroica
que lo revela como digno de su cargo y demuestra
la victoria del apartidos real sobre las ambiciones
de las facciones feudales, bien al manifestar la ne-
gación del viejo orden social y el establecimiento
del orden nuevo, del que el Estedo asume la guar-
10. Cf. especialmente G. Dcl6Ézn, ServUzs et la fortune,
París, 1943.
dia, a través de un comportamiento de ruptura
,,, incesto-, el soberano se convierte en un perso-
naje que ya no pertenece al orden mmún.ll El pro-
cedimiento de investidura encierra el mismo objetivo
de reforzamient~.Así, en el antiguo reino de Kongo,
instaura un sdbólico retorno a los orjgenes, merced
un ceremonial que asocia al nuevo rey, los nota-
bles Y el pueblo, que impugna a los participes del
comienzo: el descendiente del fundador, los represen-
tantes de los antiguos ocupantes de la región que co-
rresponde a la provincia real, que se convirtieron en
a a ] i a d o ~de~ los soberanos kongo. Invoca los manes
de los primeros reyes, las udoce generaciones* a las
cuales están vinculados, e impone la manipulación
de los más antiguos símbolos y signos. Hace remon-
tar a los tiempos de una historia devenida mito y
revela al soberano como el uforjadora y el guardián
de la unidad kongo. La entronización del rey no ga-
rantiza sólo la legitimidad del poder ostentado, sino
que asegura el rejuvenecimiento de la monarquia, da
al pueblo -por cierto tiempo- el sentimiento de
una nueva partida *desde el principio».*
Un mismo efecto de reforzamiento de la regla y
del poder, ligado con una afirmación de la necesidad
y la inocencia de la función soberana, se revela con
ocasión de la práctica de los aactos al revCs* y del
recurso a los rituales de inversión o de rebelión dra-
matizada. La historia de la Antigüedad demuestra una
utilización muy antigua de tales mecanismos. Las
Kronia griegas, como las saturnales romanas, p m ~ e
can una inversión de las relaciones de autoridad, re-
generadora del orden social. Al igual que Roma, Ba-
bilonia recurre a un rey de broma e impone la in-
versión de las posiciones de rango en el momento de
los festejos de las Saceas. Con esta ocasión se cuelga
o crucifica al esclavo que asumió el papel del rey,
dando órdenes, usando de las concubinas del sobera-
no, sumiéndose en la orgía y la lujuria. Este poder
desenfrenado es un falso poder, un fautor de desór-
11. Cf.L. de HBUSCH, OP. cit. y L. de H e n s c ~ ,Essah sur
le syrnbolisme de l*inceste roya1 en Afrique, Bruselas, 1959.
12. G. BALWIER,La vie quotidienne au royaume de Kongo,
París, 1965, cap.: aLe maitre et l'esclave~.
denes y no un creador de orden; hace desear el r e
torno al reino de la regla.
Los antropólogos modernos han reasumido el exa-
men de aquellos procedimientos tendentes a purifi-
car el sistema social al dominar las fuerzas disolven-
t e ~ ,y a revitalizar periódicamente el poder. Max
Gluckman sugiere ilustraciones africanas en su com-
pendio de textos antiguos: Order and Rebellion in
Tribal Africa (1963). Son tanto m á s significativas por
cuanto se refieren a unos Estados inestables en razón
de su atraso tecnológico y la falta de adiferenciaciónr
económica internan. Entre los Swazi, una ceremonia
anual de carácter nacional, el incwala, vincula el ri-
tual de inversión a las manifestaciones colectivas re-
queridas con ocasión de las primeras cosechas. Com-
prende dos fases: la primera somete la capital al
saqueo simbólico y el rey a las reacciones del odio
-los cantos sagrados afirman que su aenemigo~,el
pueblo, lo rechaza. Sin embargo, el rey sale fortale-
cido de esas pruebas; vuelve a ser el al'oro, el León,
el indomable^. La segunda fase se inaugura con la
consumación de las primicias: está encabezada por
el soberano y se atiene a un modo de precedencia
que expresa los diversos estatutos sociales y las je-
rarquias regidas por aquéllos. En esta circunstancia,
se expone el orden social y vuelve a recobrarse en el
preciso momento en que los vínculos con la natura-
leza y el cosmos se hallan reforzados. La ambigüe-
dad de la persona real sigue sin embargo subsistien-
do. El soberano sigue siendo, a la vez, objeto de ad-
miración y de amor, objeto de odio y de repulsión;
simula vacilar al volver a ocupar su puesto a la ca-
beza de la nacien, luego se inclina finalmente ante
las peticiones de los miembros del clan real y las
solicitaciones de sus guerreros. Entonces, el poder se
halla restaurado, la unidad recobrada, y restablecida
la identificación del rey y del pueblo. El irtcwala li-
bera ritualmente las fuerzas de impugnación t-mns-
f o d n d o l a s en factores de unidad, seguridad y pros-
peridad. Impone el orden social como réplica del or-
den dcl mundo, mostrándolos ligados necesariamen-
te, puesto que. cualquier ruptura entraña el riesgo
de una vuelta al caos.
Una investigación Últimamente llevada a cabo en
la costa de Marfil, entre los Agni de Indenié, puso
de relieve un ritual de inversión social (Be di murua)
que se produce en el momento de los interregnos. Du-
rante este período, las relaciones entre hombres li-
bres y cautivos de la corte están ainvertidasn. Tan
pronto como muere el rey, éstos se posesionan del
campo real y uno de ellos - e l cautiverey- se apo-
dera de todas las insignias del poder; establece una
corte y una jerarquía temporales; ocupa el trono del
difunto soberano y goza de todas las prerrogativas
reales; exige que se le hagan donativos y puede man-
dar a sus hombres apoderarse de los víveres almace-
nados en la capital. Todo transcurre como si la sacie-
dad se convirtiera en su propia caricatura desde el
preciso momento en que el poder supremo está vacan-
te y en que gobernantes y gobernados invierten sus
papeles. El cautiverey proclama la vigencia de su
mando sobre los hombres y de su dominacidn asobre el
mundo*; los hombres libres se someten a ese simu-
lacro real a sabiendas de que un regente soluciona
discretamente los asuntos corrientes y prepara la Ile-
gada de un nuevo soberano. Los cautivos se compor-
tan desenfrenadamente manifestando así su precaria
eievaci6n -pues la desaparición del rey rompe su
dependencia- y contrastando con las coacciones o
interdicciones que el luto real impone a los hom-
bres libres. Los cautivos visten las ropas más sun-
tuosas; banquetean y se hacen aportar bebidas en
abundancia; afirman haber recobrado los derechos
y el prestigio; vulneran los mandamientos más sa-
grados. Al invertir la sociedad civil y política cuya
guardia asume el soberano, sólo pueden reemplazar-
lo con un rey de broma, un orden arbitrario, un sis-
tema de fdsas reglas. Así demuestran en cualquier
modo que no hay más alternativa al orden social
establecido que el escarnio y la amenaza del caos.
El dfa mismo del entierro del rey difunto es abolido
el falso poder; 10s cautivos rasgan los paños de seda
y el cautivo-rey es ejecutado. Entonces, cada sujeto
y cada objeto recobran su rango y su puesto y el
nuevo soberano puede asumir la dirección de una
sociedad ordenada y de un universo organizado." La
13. Claude-Hdhe PERROT,
Bt? di mwua: un rituel ú'inver-
impugnación de forma ritual se inserta de esta ma-
nera en el campo de las estrategias que permiten al
poder darse periddicamente un nuevo vigor.
2. Estrategia de lo s a p d o y estrategia del poder
Lo sagrado es una de las dimensiones del campo
político; la religión puede ser e1 instrumento del
poder; una parantia de su legitimidad, uno de los
medios utilizados en el marco de las competiciones
noliticas. J. Middleton, en su obra dedicada a la re-
Iieión de los Lugbara de Uganda (Lugbara Reli~ion,
1960), enfoca esencialmente la relación de lo uritual,,
con la aautoridadn. Destaca que las estructuras ritua-
les y las estructuras de autoridad están fntimamente
ligadas, que sus respectivos dinamisrnos se corres-
ponden. En esa sociedad de linaie, e1 culto de los an-
tepasados es el soporte del poder; los hombres de
edad ( y preeminentes~lo utilizan Dara contener las
reivindicaciones de independencia de siis menores;
los conflictos entre generaciones (diferenciadas por
la desigualdad de los estatutos) se manifiestan sobre
todo aen tkrminos mtsticos y ritualesn. Los patrili-
naies lugbara se definen genealdgicamente v ritual-
mente: son, a un tiempo, grupo de descendencia y
conjunto de agentes asociadas a un espíritu ances-
t r a l ~ .Los notables que los encabezan justifican su
poder, v sus privileeios, tanto mediante su acceso al
altar de los antepasados como por su posición genea-
lógica, hasta tal punto que un hombre que tiene la
acavacidad de invocar eficazmente a los antepasados
puede ser admitido como un verdadero mayorn. La
estraterria de lo sagrado, utilimda para fines polití.
cos, se presenta con dos aspectos aparentemente
contradictorios: puede ponerse al servicio del orden
socia1 establecido, y de las posiciones adquiridas, o
servir la ambición de quienes desean conauistar la
autoridad y le~timarla.La comuetición política re-
curre al lenguaje de la invacaci6n de los espfritus
como al de la magia; el primero es el arma de los
sim .rociale danr le royatlme agni de I'Indénié, en aCah. Etu-
des A f r . ~ ,VIT, 27, 1967.
que ostentan el poder: el segundo es el instrumento
de los que recusan a éstos y asimilan sus fallos o sus
*busos a las actuaciones de los brujos. Los Lugbara
son muy conscientes de tal manipulación de lo sagra-
do y sus contradicciones rituales expresan las con-
tradicciones de su vida real. J. Middleton afirma fuer-
temente la relación así establecida entre los diver-
,os agentes de la estratega política: .Dios, los muer-
tos v 10s bmjos entran en el sistema de autoridad en
semejante al de los hombres vivos.,
M. Fortes llega a una conclusi6n muy parecida a
partir de las investigaciones llevadas a cabo entre
10s Tallensi de Ghana. Subraya que el culto de los
debe interpretarse, en esa sociedad clá-
nica, menos por referencia a una metafísica y una éti-
ca que por referencia al sistema de las relaciones
sociales v al sistema político.juridico: *LOSTallensi
tienen un culto de los antepasados no porque teman
a los muertos - d e hecho no los temen-, no por
creer en la inmortalidad del alma -no disponen de
semejante noción-, sino porque lo e x i ~ esu estruc-
tura social.^" Esta necesidad se manifiesta en la
forma de una relación privilegiada instaurada entre
los antepasados reconciliados como tales, investidos
de un poder sobrenatural y beneficiarios de un cul-
to, y los vivos que gozan de un estatuto social supe-
rior y de una parcela del poder político. En efecto,
todos los difuntos no se convierten en antepasados,
sino sólo los que dejaron a un adepositariom, herede-
ro de su c q o , de sus prerrogativas y de una parte
de sus bienes. A los hombres sin preeminencia, que
mantienen relaciones indiferenciadas y mediatizadas
con el conjunto de los antepasados, se oponen los
hombres preeminentes que establecen con algunos
de aquéllos una relación especifica y directa. La es-
trategia política se organiza sobre esta base ritual.
Una solidaridad asocia estrechamente los difuntos
eminentes, que obtuvieron el estatuto de antepasados,
a los vivos eminentes, que ostentan los cargos y el
prestigio. Los primeros son aomnipotentesn, la su-
misión que exigen bajo pena de muerte, garanti-
za la inserción del individuo en un orden social d e
14. M. FOR~BS,
Oedipus alid Job, Cambridge, 1969, p4p. 66.
terminado. Fundan el poder de los que son sus de-
positarios, en el seno de la sociedad, y todo nue-
vo poder s610 puede constituirse en relación con
ellas.
Las relaciones establecidas entre el poder y lo sa-
grado siguen siendo tan aparentes en el orden del
mito. B. Malinowski ya lo sugirió al considerar el
mito como una carta social,, como un instrumento
manipulado por los ostentad S adel poder, del pri-
vilegio p de la propiedado!ps mitos tienen, en
este aspecto, un doble cometido: explican el orden
existente en tkrminos históricos y lo justifican al
asignarle una base moral, como un
sistema fundado en el
confirman la posición
evidentemente los más significativos; sirven al man-
tenimiento de una situación de superioridad. Moni-
ca Wilson subraya esa utilización del mito respecto
de los Sotho y los Nyakusa del Africa meridional.
Pretenden haber aportado, a la región donde se
haIlan asentados, el fuego, las plantas de cultivo y el
ganado, y afirman deber el monopolio del poder poli-
tic0 a su acción civilizadora; se pretenden poseedo-
res, dentro de su mismo ser, de una fuerza vital que
pueden trasmitir al conjunto del pais. El ceremonial
v el ritual de sucesión a la jefatura recuerdan sim-
bólicamente esas afirmaciones; entonces, el mito se
reactualiza para mantener el poder en estado y refor-
zarlo.''
En un estudio de carácter más t e ó r i u E-
-c contempla los umecanismoso de mantenimien-
to y transferencia de los *derechos politicoso, es de-
cir, los procedimientos y las estrategias capaces de
consenrar el poder, los privilegios v el prestigio, v
hace constar que implican la referencia a un pasa-
do más o menos mitico, a los actos fundacionales, a
una tradición. Las diversas versiones del mito cobran
las apariencias de la historia v sus incom~atibilida-
des expresan contradicciones e impugnaciones rea-
15. B. M.~I~INOWSKI,
The Foundations of Faith artd Morals,
Londres. 1936.
16. M. U'ILSON.Myths of precedence, en aMyth in Modcm
Africaw, .Lusaka, 1W.
les; traducen con el IeIwJaje que es propio los en-
frentamiento~de que son objeto los derechos polí-
ticos:'
En las sociedades con poder centralizado, el sa-
ber mítico (la «carta*)es ostentado con.harta frecuen-
cia por un cuerpo de especialistas cuya labor es se-
creta; no está más compartido que puedan serlo las
propias fundaciones politicas. Los bakabilo, de los
Bemba de Zambia, son los guardianes excIusivos de
las tradiciones mítico-históricas y los sacerdotes he-
reditarios de los cultos necesarios al buen funciona-
miento de la monarquia. Agentes del consen~atismo,
imponen a los cambios inevitables la máscara de la
tradición. En el Ruanda antiguo, consejeros reales
privilegiados -los abiiru- ostentan el «código eso-
térico de la dinastía,. Deben velar por la aplicación
de todas las reglas relatikm a la instituci6n monár-
quica y al comportamiento simbólico del rey. Su £un-
ci6n es a la vez política y sagrada. Aseguran el res-
peto de las prescripciones impuestas a los soberanos,
y, por otra parte, organizan el acódigo~,para ade-
cuarlo a las nuevas circunstancias y legitimar los
cambios que contradicen los cánones constituciona-
les; a través de ellos, lo sagrado interviene en el jue-
go de Ias estrategias del poder.
No puede concluirse ni mucho menos, a la vista
de esos ejemplos, que el poder político disponga de
la dominaci6n total de lo sagrado y pueda utilizarlo
en su provecho en todas las circunstancias. En Aus-
tro-Melanesia, donde los consejos de jefes se super-
ponen a una estructura politica más antigua, la bi-
~artici6nde las responsabilidades -acción sobre los
hombres y acción sobre los dioses- expresa los lí-
mites rituales del poder. En su estudio estructural
de la jefatura melanesia. J. Guiart precisa los prin-
cipios que rigen la división de las atareas, entre el
jefe (orokau) Y el amo de1 suelo (kavu): el primero
actúa mediante la palabra, aue significa mando; el
segundo obra mediante los rituales, que son los ins-
trumentos del ordo rerum. La contradicción existen-
17. A. 1. RICRARDS.Social mechanism for the transfer of
vatitical rights in some africun tribu, en &urna1 of the
.Roya1 Anthropological Institute., 90, 2, 1960.
v
te entre estos dos participes constituye gran parte
del dinamismo de la sociedad; revela que las estra-
tegias del poder y de lo s a p d o no siempre son con-
vergentes. Por consiguente, las tentativas de refor-
zamiento de las monarquías tradicionales tienden, en
la mayoría de los casos, a ampliar la dominación de
estas úítimas sobre la religión. Asf, entre los Ba-
Ganda de Uganda, cuando el <despotismo africano»
cobró su forma definitiva, el control de los cultos
clánicos (honrando a los espíritus ancestrales Ila.
mados lubalé) se reforzó. Estos cultos, que no son
exclusivos de otras prkticas, aparecen a un tiempo
especializados y jerarquizados. Los lubalé venerados
por los soberanos ocupan el primre puesto y gozan
de una base nacional, pues rigen la guerra y la po-
tencia material, la fecundidad y la fertilidad. Además,
los soberanos disponen de lubal6 reales que operan
únicamente en beneficio del rey reinante; imponen
asimismo la transferencia, a las proximidades de Ia
capital, de los altares consagrados a los cultos de
clan, teniéndolos así bajo su control en el preciso
momento en que tratan de reducir el poder de los
jefes de clanes. A falta de haber instaurado una re-
visión nacional, los reyes ganda han dado prepon-
derancia a su poder de intervención en el dominio de
lo sagrado.
A la inversa de la estrategia que acabamos de
evocar. la estrategia de lo sagrado sime al igual pa-
ra limitar o impugnar el poder. En un estudio relati-
vo a los mecanismos que contienen alos abusos del
poder politicos, J. Beattie diferencia los aspectos
(y las normas) acatepóricos~de los aspectos (y nor-
mas) uconditionalesn. Los primeros tienen un carácter
permanente, constitucional. por asi decirlo; los se-
gundos no se manifiestan sino en ciertas condiciones,
cuando los procedimientos instituidos no pudieron
operar eficazmente: se trata, en todos los casos, de
impedir que los eobiernos y sus agentes actúen de un
modo inadecuado acon el concepto del cargo que
ostentana. Los rituales de entronización v los jura-
mentos que imponen, las negativas de colaboración
ritual operantes en contra del soberano, las deposi-
ciones exigidas por motivaciones de fallo ritual, son
otros tantos medios, de carhcter sagrado, que permi-
el poder supremo y recusar a los g e
ten
bernantes abusivos.
EI instrumento religioso puede servir también pa-
m fines de impugnación mas radicales. Los movimien-
tos p r o f k t i ~ oy~mesiAnicos revelan. en las situacio-
de crisis, la impugnación del orden existente y la
-bida de los poderes competidores. R. Lowie lo
destaca en su análisis de la organización política de
los saborfgenes ame rica nos^, donde muestra que la
dominación de los jefes amerindios siempre se de-
bilitó cuando estuvo confrontada a la de los armesias,.
Hace constar que estos últimos son menos los agen-
tes de una reacción contra la intrusibn de 10s extran-
jeros que los suministradores de la confianza y la
esperanza anheladas en una sociedad amenazada y
degradada. En Melanesia y en Africa Negra, el reba-
jamiento de los jefes tmdicionales durante el perfo-
do colonial favoreció la promoción de los inventores
de cultos nuevos, a 10s creadores de iglesias indíge-
nas que proponían un marco social renovado y el
modelo de un poder reavivado. Los enfrentamientos
religiosos manifiestan nitidamente las rivalidades po-
Jfticas -a las que suministran un lenguaje y unos
medios de acción- en las coyunturas manifestado-
ras de la debilidad del poder establecido.
La innovación religiosa puede llegar a una negati-
va que haiIa su solución en el plano de lo imagina-
rio o en una oposición que desemboca en la revuelta.
En Africa oriental, e1 antiguo Ruanda, en razón del
autocratismo del soberano y de la desigualdad fun-
damental que aseguraba el mantenimiento de los pri-
vilegios aristocr&ticos, provocb una y otra de aque-
llas reacciones. El culto de iniciación del Kubandwa,
nacido del campesinado, substituye a la sociedad real
con una inmensa familia fraternaI de iniciados. Opo-
ne el rey mftico que reina sobre los espíritus llama-
dos Inzandwn, al rey histórico que domina a sus súb-
ditos despóticamente. Confiere al primero la cuali-
dad de saltrador que obra en beneficio de todos los
adeptos, sin discriminación del estatuto social. ins-
taura una igualdad mística por encima de las subor-
dinaciones vividas. Se- la feliz fórmula de L. de
Heusch, repudia e1 orden mejor*. El segundo cul-
to de h p u p c i 6 n aparece mAs tarde, hacia media-
dos del siglo pasado. Se refiere a Nyabingi: mujer
sin feminidad, sirvienta asimilada a un rey, difunta
cuyo retorno es esperado. Eila debe volver para libe-
rar a los campesinos hutu de las servidumbres que
les imponen los aristócratas tutsi, y para liberar a
sus U sacerdotes~de las persecuciones que sufren.
Ejerce una especie de reinado a distancia, y los guar-
dianes de su culto detentan un poder real que los
opone a los delegados del soberano niandés. Ella sus-
cita de este modo una contrasociedad: episódicas re-
vueltas tienen lugar en nombre de ella y revelan la
nostalgia del viejo orden social anterior a la domi-
nación tutsi. Su culto ilustra una.de las formas pri-
mitivas del movimiento social que, a lo largo de su
prehistoria y de su historia prerrevolucionaria, volvió
constantemente lo sagrado contra los que lo mono
polizaban para consolidar su poder y sus privile-
gio~.~
18. Cf. especialmente a E. J. Hosauwir, Pnmitive Rebels,
Manchester, 1959.
140
Capitulo 6
Aspectos del Estado tradicional
mspuds de haber sido el objeto privilegiado de
toda reflexión política, el Estado parece estar desa-
creditad~;hasta el extremo de que la reciente tesis de
G, Bergeron, que propone una teoría del Estado, con-
cluye no obstante que éste ano es un concepto teóri-
co mayor*! Ya no aparece sino como uuna de las
conformaciones históricas posibles a través de la
cual una colectividad afirma su unidad política y
realiza su destino*, según la definición de J. Freund:
salida a su vez de las concepciones de Max Weber,
que reduce el Estado a una de las amanifestaciones
históricasm de lo politico. La que caracteriza sobre
todo el devenir de las sociedades políticas europeas,
a partir del siglo m, y que halla su realización en la
formación del Estado moderno.
Las extensas interpretaciones del Estado, identi-
ficándolo con cualquier organización política autóno-
ma, están en retroceso,' mientras que el análisis del
fenómeno político ya no se confunde con Ia teoría del
Estado, cuyo valor heurístico disminuyó mucho an-
tes de las transformaciones sufridas por el objetivo
real que pretendia interpretar. Los progresos de la
antropología, que imponen el reconocimiento de las
formas politicas *otras» y la diversificación de la
ciencia politica, que tuvo que interpretar los nuevos
aspectos de la sociedad política en los países socia-
listas y en los países salidos de la colonización, acla-
ran en parte esa evolución. Una necesidad, ligada al
orden de los conocimientos, y al orden de los hechos,
obliga a los especialistas a desplazar el centro de sus
reflexiones; y los que entre ellos lograron hacerlo
ya no están Eascinados por ala institución de las
1. C. B E R ~ O NFonctionnematt
, de I'Etat, París, 1965.
2. J. FREUND, L'essence du politique, París, 1%5.
3. Cf., como ilustración de este punto de vista, W.KOPPERS,
Ronarques sur I'ongine de 1'État et de ia socidrt?, en *Dio-
gene., 5, 1954. .
instituciones: el Estadon. D. Easton, hace unos di=
años, expresaba este cambio al denunciar los vicios
propios de las definiciones del dominio político me.
diante el único hecho estatal. En efecto, conducen a
la afirmación más o menos explícita según la cual
no hubo vida política antes de la aparición del Es-
tado moderno; orientan hacia el estudio de una cier-
ta forma de organización política y hacen desenten-
derse del examen del rasgo específico del fenómeno
político; favorecen la impresión en la medida en que
el Estado es considerado como un marco general con
contornos mal delimitados (D. Easton: The Political
Sysiem, 1953). El debate sigue abierto. La antropolo-
gía politica puede aportarle su contribución: al tra-
tar de determinar rigurosamente las condiciones que
impone al empleo del concepto del Estado en los
casos de ciertas sociedades sometidas a su interro-
gante, al volver a plantear con incrementado rigor
el problema de la génesis, de las características y las
formas del Estado primitivo. Así reencontrar6 -pero
con informaciones y medios científicos nuevos-
algunas de las preocupaciones que promovieron su
nacimiento.
1. Impugnación áel concepto de Estado
Las interpretaciones más extensivas hacen del Es-
tado un atributo de toda vida en sociedad, un modo
de ordenamiento social que opera desde el momento
en que el estado de cultura prevalece, una necesidad
que dimana ade la esencia misma de la naturaleza
humana,. Entonces, se halla identificado con todos
los medios que permiten crear y mantener el orden en
los límites de un espacio socialmente determinado: se
aencarna en el grupo locala.'
Este modo de ver es principalmente el de los
teóricos conservadores que quieren exaltar el Esta-
do, despojándolo de su aspecto histórico^. Así, para
Bonald, el Estado es una realidad primitiva, el ins-
4. W. KOFTERS~ L'origine de I'Etat, Un essai de mt.lhodolo-
gie, en ~VIbmeCongds international Sciences enthropol. et
ethnols t. 11, vol. 1, 1963.
*nimento gracias al cual toda sociedad asegura su
gobierno. En una acepción vecina -heredera lejana
poli tico de Aristóteles-, el Estado
,,
del
halla identificado Con el gnipo más extenso, con
la unidad social superior, con la organizacibn de la
sociedad global. En este sentido, el historiador E.
Meyer propone una definición: #La forma dominan-
te de la agrupación social, que encierra en su esen-
,-ia la conciencia de una unidad completa, asentada
sobre si misma, la llamamos Estado, (Historia de
la Antigüedad, 1912). Los criterios identificadores de
la forma estatal son pues su carácter totalizador, su
y su poder de dominación. Ante las difi-
cultades resultantes del empleo del concepto de Es-
tado en un amplio sentido, los juristas se han visto
incitados a restringir su utilización y a definir el Es-
tado como el sistema de las normas jurídicas en vi-
gor. Lo califican en tanto que fenómeno jurídico y
subrayan que ha realizado, en el más alto grado, la
institucionalización del poder. Esta interpretación es
errónea, pues reduce el hecho estatal a sus aspectos
aoficiales~,y no sitúa los problemas en su nivel ver-
dadero, que en primer lugar es politico.
Entre esas dos posiciones -una laxa, la otra
restrictiva- se sitúan las definiciones más comu-
nes. estas caracterizan el Estado mediante tres as-
pectos principales: la referencia a un cuadro espa-
cial, a un territorio; el consentimiento de la (o de
las) población (poblaciones) que vive(n) dentro de
sus fronteras; la existencia de estructuras orgá-
nicas más o menos complejas que constituyen el
fundamento de la unidad política. Estos criterios
no son verdaderamente específicos; vuelven a en-
contrarse en los ensayos de delimitación del cam-
po politico; ' se aplican a Ias sociedades políticas
más diversas; entrañan una significación dema-
siado tolerante de la noción de Estado. Las vaci-
laciones y las incertidumbres son por lo demás
reveladoras y muestran en qué medida resulta di-
fícil concebir una organización política no estatal,
incluso en el caso de las sociedades llamadas triba-
les. Se hicieron intentos para definir exactamente
5. Cf. el capitulo 11: aDominio de lo político,.
al menos un tipo de referencia: el del Estado mo.
derno, elaborado en Europa, que parecía servir de
modelo a las nuevas sociedades políticas en curso de
construcción. Para este fin, J. Freund recurre al #m&
todo ideal típico de Max Weber~.Pone en evidencia
tres características: a) la primera, ya destacada por
el sociólogo alemán, es la distinción rigurosa «entre
el exterior y el interior,: rige la intransigencia en
materia de soberanía; b) la segunda es la clausura de
la unidad politica estatal: define una sociedad uclau-
suradaa en el sentido weberiano, que ocupa un es-
pacio claramente delimitado; c ) la última es la apro-
piación total del poder político: requiere la oposi-
ción a todas las formas del poder de origen priva-
do. Esta construcción del tipo ideal del Estado mo-
derno no elimina las dificultades, ya que el primero
de los caracteres retenidos se aplica a todas las for-
mas de unidad política, mientras que los otros dos
pueden definir, cuando menos tendenciosamente, al-
gunos Estados llamados tradicionales. De esta ma-
nera, J. Freund llega a subrayar un criterio conside-
rado preponderante, el de la racionalidad estatal. Es-
te le permite oponer las creaciones políticas ainstin-
ti vas^ (tribus o ciudades) y las estructuras políticas
aimprovisadasr emanadas de la conquista (imperios y
reinos) al Estado, que es ala obra de la razón,. Lo
que no excluye en lo más mínimo reconocer que
toda construcción estatal sigue siendo el producto
de la racionalización progresiva de una estructura po-
lítica existente:
Los problemas de la sociología del Estado han si-
do abandonados regularmente antes de haber sido
resueltos e incluso planteados. Así, la interpretaci6n
que acabamos de exponer sólo encuentra una salida
en una concepción del Estado, imagen y realización dc
la razón, inspirada de la filosofía política de Hegel.
Por consiguiente, surge una pregunta, la de saber si
los Filósofos de lo político sugieren las respuestas que
los sociólogos y los an tropólogos aún no pudieron
formular. Es tanto más útil tomarla en consideración
por cuanto la aportación de los primeros se vio recu-
sada a menudo en razón de las preocupaciones nor-
6. J. FREusD, L'essence du politique, págs. 560 y SS.
rnativ=, las devociones o las impugnaciones que en-
t r a n sus teorías. No es posible esbozar simpiemen-
te la confrontación, ya que se volvería insigmficante;
importa m á s bien manaestar que es necesaria y cien-
tíficamente eficaz. De este modo, la comparación de
los comentarios que Hegel dedica al Estado pagano
y de las teorias del Estado tradicional formulada por
ciertos antropdlogos - e n t r e ellos, el afi5canista -Max
Gluckman- revelaría ciertos parentescos signiiica-
tivos. El acento es colocado, por ambas partes, sobre
las contradicciones internas que oponen a los dos se-
xos, el parentesco entendido en su amplio sentido y
el organismo estatal, sobre el carácter fundamentai-
mente no revolucionario del Estado, que en tal caso
se asocia a un «mundo» y a una sociedad considera-
dos en equilibrio dinámico.
Antes de valorar la contribución de la antropología
politica es preciso colocar algunos jalones extraídos
de las teorías sociológicas del Estado. Mam muestra
que éste no es ni la emanacidn de una racionalidad
trascendental ni la expresión de una racionalidad in-
manente de la sociedad. Presenta, en diversos as-
pectos, la relación del Estado con la sociedad, guar-
dando siempre despierta una intención crítica. a) El
Estado es identificado con la organizaci6n de la so-
ciedad; la afirmación sigue careciendo de ambigiie-
dad: *El Estado es la organización de la sociedad..
b) El Estado es el aresumen oficial^ de la sociedad;
en su correspondencia, hlarx concreta ese punto de
vista al observar: *Planteaos una sociedad citd dada
y tendréis un Estado político dado que no sera sino
la expresión oficial de la sociedad ci\ll.» c) El Estado
es un fragmento de la sociedad que se erige por en-
cima de la misma; es un producto de la sociedad lie-
gada a un cierto grado de desarrollo. Esas definicio-
nes no son ni equivalentes, ni complementarias, ni
perfectamente compatibles. El problema parece que-
dar aclarado si nos atenemos a una tercera interpre-
tación, la más extendida, sobre la cual F. Engels fun-
66 su teorfa del Estado:
d a sociedad se forja un organismo para la defen-
sa de sus intereses comunes contra los ataques in-
ternos y exteriores. Este organismo es el poder de
Estado. Apenas nacido, se independiza de la socie-
NCI 2.10 145
dad, y tanto mais en cuanto se convierte mayormen.
te en el organismo de una cierta clase y hace p r e
valecer directamente la dominación de esta clasema¡
Por encima de las dificultades que aún quedan
por resolver, el marxismo propuso sin embargo 10s
elementos de una sociología del Estado. La teoría re-
sultante puede calificarse, justamente, como socioló-
gica e histórica por cuanto hace del Estado el pro-
ducto de la sociedad, dinámico, puesto que demues-
tra que las contradicciones y los conflictos internos
lo hacen necesario, y critico, por cuanto lo enfoca
como la expresión oficial de la sociedad y la «pri-
mera potencia ideológica sobre el hombre*.
La sociología política de Proudhon encierra, por
su parte, una teoría crítica del Estado, tan radical
que se convierte en una oposición total a todos los
sistemas políticos, que no hacen sino mantener un
mismo respeto ante la autoridad estatal. Proudhon
denuncia el error común consistente en atribuir al
Estado una realidad específica que en si misma en-
cierra su propio poder. De hecho, el Estado proviene
de la tida social. Al expresar e instaurar una rela-
ción social de jerarquía y desigualdad, emana de la
sociedad, de cuya potencia se apropia, siéndole ex-
terior, y cumple un verdadero acaparamiento de la
#fuerza colectiva,. La relación de lo político con la
sociedad es comparada a la que vincula el capital al
trabajo: la vida social y el Estado centralizado se
encuentran necesariamente en una relación de contra-
dicción radical, que expresa el siguiente esquema:
Vida social + Intercambios Ley de reciprocidad
Autoridad
Estado Coacción No reciprocidad
Más aún que sobre las desigualdades constituti-
vas del Estado, Proudhon insiste sobre las oposiciones
de la sociedad y del Estado: las de lo múltiple (la vida
social se caracteriza por la pluralidad de las relacio-
7. En Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía cibica
alemana.
,de aenm 10s grupos) y de lo unitario (el Estado tien-
reforzar su propia urudad), de lo espontaneo y
de lo memico, de lo cambiante y de lo estancado,
de la y de la repetición.' La primera de di-
=has o p ~ ~ i c i o nfundamenta
e~ la reivindicación de
proudhon en favor de la ~descentralización~ o afede-
,ó, , politican. Tambi6n sugiere el debate perma-
nente, bien localizado por los antropologos politistas,
que se prosigue en el seno de toda sociedad entre lo
segmentari~y lo unitario. La teoría prudhoniana de
lo político acentúa ciertas exigencias de mktodo: la
obligación de comprender el movimiento a través del
cual la sociedad se crea un Estado, de aprehender a
éste en su relación con la totalidad social, de aprehen-
derlo en tanto que expresi6n oficial (y simbólica) de
10 social y como instrumento de conservación de las
desigualdades establecidas.
Durkheim hace constar que el Estado resulta de
la división del trabajo social, de la transformación de
las formas de solidaridad, y trata de mostrar que el
Estado no es más que una de las fisonomías históri-
cas tomadas por la sociedad política. Además, cuida
muy bien de diferenciar a ésta de aquél: el Estado
es un organismo que se ha vuelto preeminente en el
conjunto de los grupos sociales que constituyen la
sociedad política. Grupo especializado, ostentador de
la autoridad soberana, es el lugar donde se organi-
zan las deliberaciones y se elaboran las decisiones
que comprometen a la colectividad por entero. Esta
interpretación desemboca en una concepción que ha
podido llamarse mistica, del Estado. Recurriendo a
una metáfora, Durkheim caracteriza a éste por su
capacidad de apensars y de aactuars, y lo convierte
en el agente del pensamiento social. Le confiere asi-
mismo una función protectora contra los peligros de
despotismo de la sociedad, ya que los grupos se-
cundarios pueden ser tenidos en jaque por el Estado
y reciprocamente, mientras que con la ampliación de
su campo de acción se incrementa la parte de liber-
tad y de dignidad .de los individuos. Durkheim no re-
coge asi nada de las teorías críticas anteriores, y me-
8. Cf., el d s i s de P. A N ~ SOciotogie
, & Proudhon,
París, 1961.
diante una efconcepción curiosamente abstracta e in-
te lec tu alista^, según la fór~nulade L. Coser, hace
una hipóstasis del Estado dejando de lado La coer.
ción ejercida por 61 y la ambigüedad de sus relacio.
nes con la sociedad? Pesc a identificar el devenir del
Estado en el movimiento de racionalización que se
adjudica a la civilización moderna, Max Weber se Ei-
ja menos en la estructura histórica del Estado que
cn la interpretación del fenómeno político en su ge-
neralidad. Acentúa una de las características veladas
por el análisis de Durkheim: el Estado es un instru-
mento de dominación, una agrupación que ostenta el
monopolio de la coacción física legítima y dispone
de un aparato, entre el que está la fuena militar,
construido a tal fin; como todo grupo de domina-
cibn, confiere a una minoría los medios de decidir
y orientar la actividad general de la sociedad. En ese
sentido, el Estado se ve incitado a intervenir en to-
dos los dominios y puede hacerlo al operar gracias a
una administración aracionalu. Se define, en cierto
modo, como la forma desarrollada y permanente del
grupo de dominación y como el agente de una ra-
cionalización extremada de la sociedad política. Max
Weber no ha elaborado una teoría dinámica y críti-
ca del Estado, pero evitó la trampa de una cierta de-
voción en la que Durkheim se dejó prender. Sobre
todo ha vuelto a reecontrar una de los observacio
nes de Proudhon que comparaba la relación del Es-
tado con la vida social y la relación de la religión (o
de la Iglesia) con la vida moral. En efecto, demostró
el parentesco existente entre la evolución de la es-
tructura estatal y la de la estructura de las Iglesias
que constituyen un verdadero poder a hierocráticos.
Los análisis weberianos prefiguran, con ello, las fe-
cientes interpretaciones del Estado, entre ellas la del
antropólogo Leslie White, quien utiliza la noción de
Estado-Iglesia y reconoce, en los dos aspectos, un
mismo mecanismo de integración y de regulación de
las sociedades civiles."
9. Cf.principalmente E. DURKHEIM, De la divisidn du tra-
va2 social, París, 1893, y Le~onsde sociologie, con una intro-
ducción de C. Dasy, Pads, 1950.
10. Para la sodología polftica de M. Weber, consultar sus
GesammeIte politische Schriften, 2a. ed., Tubinga, 1958.
* 2. Incertidumbres de la antmpotogfa potftim
tospuntos de referencia filos6ficos y sociolági-
,mucho
que acabamos de situar contribuyen a locaijzar
mejor las tentativas de los antropólogos poli-
tiStas tendentes a caracterizar el Estado llamado tra-
dicional y a determinar las condiciones de su emer-
,idn. Su tentativa tropieza con una dificultad, aún
mal superada, que por una parte se manifiesta en el
plano de la clara diferenciación de la organización
pojftica y del Estado, y por otra parte, en el plano
de la tipología, en la medida misma en que la socie-
dad estatal debe distinguirse de las formas sociales
contiguas y especialmente de la sociedad con jefatu-
ra. Las definiciones retenidas son generalmente de-
masiado amplias y, por consiguiente, no especff icas.
S e g b R. Lowie, ael Estado comprende a los habistan-
tes de un espacio determinado que reconocen la le-
gitimidad de la fuerza cuando ésta es empleada por
individuos que aquéllos aceptan como jefes o gober-
nantes~(Social Organization, 1948). El marco terri-
torial, la separación entre gobernantes y gobernados,
el empleo legítimo de la coerción, serían asf las ca-
racterísticas que permiten la identificación del Esta-
do aprimitivo*. De hecho, son necesarias pero insu-
ficientes, pues se aplican asimismo a las sociedades
políticas que se considera desprovistas de un apara-
to estatal. La misma incertidumbre subsiste en el ca-
so de las definiciones que se limitan a reconocer el
Estado mediante el hecho del amantenimiento del or-
den político en unos limites territoriales fijosn. Por
el con.trario,una nueva característica surge cuando se
concreta que el Estado aparece, en su forma más
sencilla, tan pronto como un grupo de parentesco ad-
quiere el poder permanente de dirigir la colectitidad,
de imponer su voluntad. En este caso, la diferencia-
ción de un grupo especializado, tomando sus distan-
cias respecto a las relaciones regidas por el paren-
tesco, que dispone del monopolio y de los privilegios
del poder, es presentada como el primer rasgo perti-
nente. La valoración del criterio territorial, la función
de mantenimiento del orden social son, en cualquier
modo, su resultado.
El antropólogo americano Leslie White quiso deter-
minar el Estado tmdicional a travcls de sus formas
y sus funciones. En este último aspecto, lo define
considerando que asume la función de preservar =la
integridad del sistema sociocultural del que forma
una parten a la vez contra las amenazas del interior
v contra las del exterior, lo que entraña la capacidad
de movilizar los recursos en hombres y cn medios
materiales, y de apoyarse en una fuerza organizada.
Esta función de conservación «del sistema en tanto
que un todo^ disimula una función más especifica: el
mantenimiento de Ias relaciones de subordinación y
explotación. En efecto, la orpanización estatal debe
relacionarse con la adivisi6n fundamental y profun-
das que entrafia todas las formas de sociedad civil,
la que separa una clase dominante y gobernante (re-
ves, nobles, sacerdotes y .guerreros) de una clase su-
bordinada (obreros y campesinos libres, siervos, es-
cIavos) que asegura toda la producci6n de los bie-
nes. El Estado antiguo ya aparece como el producto
de esa desigualdad, que mantiene ulteriormente al
proteger el sistema económico que la realiza, al con-
servar la estructura de aclasen que la expresa, y ve-
lando por contener las fuerzas que buscan su des-
trucci6n. Al igual que la teoria marxista, de la que se
inspira conju_gándolacon e1 funcionalismo, esa inter-
pretación caracteriza al Estado identificándolo en la
aclase dirigente politicamente orpanizadas. En cuanto
al carácter especifico del Estado tradicional, cabe
hiíscarlo, por una parte, en la imbricación de lo polf-
tico v de lo religioso que Spencer va subravaba y que
L. White acentúa al afirmar que el Estado v la Igle-
sia no son más que dos asvectos del mecanismo p s
lítico (The Evolution of Culture, 1959).
S. Nadel, que fue uno de los mejores artífices de
la antropología polftica, se esforzó por clarificar las
nociones fundamentales. Define la organización polf-
tica mediante dos rasgos principales: a) su capacidad
de inclusión total: entraña atodas las instituciones.
que asepuran la dirección v la conservación de la so-
ciedad global: b ) su monopolio del recurso legítimo a
la fuerza y del empleo de las Úitirnas sanciones -las
que no tienen apelación. E1 Estado se caracteriza en-
tonces como una forma especifica de la organización
polf tica.
En SU voluminosa obra, A Blcrck Byzantium
(1942). Nadel señala esencialmente tres criterios dis-
tintivos: a) la soberanía temtonal: el Estado for-
,
,ma una unidad política fundada sobre aqudila, tiene
base intertribal o intemcial y la pertenencia que
,,diere depende de la residencia o del nacimiento
,, un territorio determinado; b) un aparato de g e
bierno centralizado que asegura la defensa de la lev
, el mantenimiento del orden, fuera de toda acción
independiente; c ) un grupo dirigente especializado
pdvilegiad~o una clase separada por su formación,
estatuto y su organizacibn del conjunto de la PO-
blación; este grupo O esta clase monopoliza, en tanto
que c u e m , la máquina de la opción politica. Nadel
ve en el Estado una forma particular de organijración
política, realizada en cierto número de ejemplares
histó~c0Sv modernos, cuyo tipo no es faicil construir;
hay, en efecto, aformas de transición~que no presen-
tan todas las características que acabamos de exponer.
Al extremar el análisis propuesto por Nadel, pudiéra-
mos decir que el Estado tradicional existe más a me-
nudo en una fase tendenciosa que completamente ela-
borada.
Un inventario más detallado de las definiciones to-
madas de la antropología politica parece poco útil,
por reflejar las dificultades va encontradas por las
teorfas sociológicas del Estado y por revelar menos
rigor critico que algunas de estas Úitimas. Es prefe-
rible examinar y valorar los criterios que se utilizan
mayormente.
a) El vinculo territorial. Después de H. Maine y
L. Morgan, Lowie caracterijra el Estado primitivo me-
diante el papel que asume desde este momento el
principio territorial, añadiendo, no obstante, que le-
jos de ser incompatible con el principio de parentes-
co, s61o es distintivo por el predominio de los víncu-
los locales que condiciona:
eEl problema fundamental del Estado no es ese
salto mortal mediante el cual los pueblos antiguos
pasaron del gobierno por relaciones personales al go-
bierno por simple contigüidad temtorial. Es preferi-
ble indagar mediante qué procesos 10s vínculos 10-
cales se reforzaron, pues cabe reconocer que no son
menos antiguos que los otros. (The m g i n of the
State, 1927).
Más tarde, R. Lowie agrega implícitamente un cri-
terio de escala o de ralla, cuando afirma que la fun-
dación del Estado entraña la capacidad de concebir
una uunidad~ampliando los limites del parentesco
inmediato y de la contigüidad espacial. Así se rece
gen dos elementos: la unidad realizada en un marco
territorial y la extensi6n de la sociedad política s e
metida al aparato estatal.
L. White busca, en la misma orientacibn, cómo alos
grupos de parentesco localizados se convierten en uni-
dades temtoriales en el seno de un sistema políti-
c o ~ A. juicio suyo, esta transformación está ligada a
las modificaciones de talla de los clanes y las tribus:
cuando éstos se ampiían, los brazos de parentesco se
debilitan y la organización del parentesco tiende a
hundirse por el efecto de su propio peso. Enton-
ces, el factor territorial parece predominante: aCon
el tiempo, un mecanismo especffico de coordinación,
de integración y de administracibn se desarrolla y el
parentesco se ve suplantado por la propiedad como
base de la organización social; es la unidad territo-
rial, con preferencia al grupo de parentesco, la que se
hace significante en tanto que principio de organiza-
ción política.^ '' Ilustran esta interpretación los ejem-
plos de Estados no impugnados. Los ayllu del impe-
rio Inca parecen haber sido, en su origen, grupos ma-
trilineales exbgamos, convertidos en unidades de ta-
lla estandardizada agregadas a un territorio definido
y luego asociadas en el seno de utribus~que, agmpa-
das de cuatro en cuatro, constituyeron a provinciasw ;
estas ÚItimas formaron las cuatro secciones del
fmrrnperio, encabezadas cada una de ellas por un aao
(virrey). Entre los aztecas, los cnlpulli son en prim-er
lugar unos clanes patrilineales exógamos; mhs tarde,
en el momento de la conquista es~aiíola,se localiza-
ron en distintos distritos, cada una de los cuales te-
nía su propio culto, su propio consejo con sus fun-
cionarios especiales; y estos distritos, en número de
veinte, fueron repartidos entre las cuatro secciones
11. L. A. WHITE, The Evolrctwn of Ctriture, Nueva York,
1959, pág. 310.
coDPtituidas como marcos de gobierno.&Al mostrar
que la organizaci6n de parentesco puede transfor.
marse en una organización polftica diferenciada con
base territorial, los trabajos de los antropólogos po-
nen en evidencia tres características de este proceso:
el número de hombres como deteminante de la des-
apai*ición del parentesco, la organización del espa-
cio, con fines políticos, la aparición del vínculo de
popiedad rivalizando con ciertas relaciones persona-
les antiguas.
Las relaciones entre los tres términos -parentes-
co, territorio, politica- no se reducen a un modelo
único. La China y el Japón antiguo concibieron muy
pronto unas estructuras a la vez rurales y políticas,
de naturaleza compleja; hasta tal extremo que el ca-
tastro no permite sólo el inventario de los recursos,
sino que se convierte en un instrumento que ofrece
la posibilidad de influir sobre el reparto de los bienes
y de los poderes. En Polinesia, en el archipi6lago Ton-
ga, una organización polít ica centralizada pudo esta-
blecerse, extenderse espacialmente hasta constituir un
Imperio marítimo y perdurar. Los Tui Tonga, los
jerarcas, pudieron edificar de esta manera un Esta-
do que representa un fenómeno único en la región
del Pacífico. Las relaciones regentadas por el paren-
tesco y el grupo patrilineal localizado (el haa) siguen
sin embargo actuando en ellas; pero el primero en-
traña las distinciones de rango y de jerarquía, y el
segundo está dominado por un sistema de poderes
territoriales establecidos en las provincias. Tales au-
toridades se tren legitimadas por la ostentación de
los derechos sobre la tierra, concedidos par el sobe-
rano a sus representantes, y que reduce los ocupantes
a un simple derecho de uso y les impone un ahome-
naje anualg que corresponde a un pesado tributo en
productos."
En Alrica Negra, las situaciones se hallan suma-
mente diversificadas. Allí, las estmcturas del espacio
político suelen ser generalmente distintas de las es-
tructuras de la tierra: el amo de la tierra, o su homó-
12. Breve descripción en G. P. MURDOCU,Our Primitivd
Contemporaries, Nueva York, 1934.
13. Cf. la obra dc GIPFORD,Tongun S&iy, Honalulú, 1929.
logo, se haiia cerca del jefe; las autoridades de clan
coexisten con las autoridades dimanadas del poder
estatal; la propiedad de la tierra es, con harta fre.
cuencia, diferenciada respecto a la soberanía.
Un ejemplo africano puede ayudarnos a concretar
el sistema de relaciones instauradas con el territorio
v con la tierra. Se trata del reino de Buganda (en
Uganda) que ahora asume la forma de una autocra-
cia modenista despubs de haberse consolidado du-
rante los siglos m111y XIX y cuyo carácter de Estado
complejo no puede ponerse en duda. Un proverbio
ganda sugiere que el poder sobre los hombres (rela-
ción politica) se diferencia claramente del poder so-
bre la tierra (relación rural): aEl iefe no manda a la
tierra, sino a los hombres.» En realidad, la separa-
ción no se manifiesta ni con esa claridad ni con esa
simplicidad en cuanto a la repartición de los dere-
chos, incluso si se subestima las profundas transfor-
maciones provocadas por una colonización que, des-
de 1900, trató de crear una aristocracia latifundista.
Por otra parte, los patriclanes y los patrilinajes están
ligados a unas tierras en las que residen las autori-
dades clánicas (los bataka) y donde se encuentran las
tumbas de los antepasados venerados. La heredad y
la continuidad asegurada en el marco de la descen-
dencia rigen aquellas relaciones, pero los clanes no
constituyen unidades territoriales: la pertenencia a
un clan no determina necesariamente la residencia, Y
las comunidades locales son heterogdneas. Por otra
parte, la jerarquía politica que dimana del sobera-
no ofrece 'diversos niveles, determinados por la com-
petencia y por el área territorial: provincias, distri-
tos, agmpaciones aldeanas. El decreto del rey y las
relaciones de dependencia personal garantizan la or-
ganización del Estado que debe definirse, en cierto
modo, como la red constituida por los uhombres del
reyu: jefes llamados bakangu (algunos con cargo he-
reditario) y funcionarios llamados batongole, que de-
penden del soberano y se ocupan sobre todo de los
asuntos aldeanos. Ambos pueden recibir afeudosw li-
gados con su función, es decir, a titulo precario, y el
propio rey dispone de aestadosr que forman su pa-
trimonio privado en las diferentes provincias. Así, el
poder tiene una raigambre temtorial en todas las
q"
e'ones del reino. A la inversa, algunos jefes de clan,
Siguieron siendo no obstante guardianes de las
tierras propia de sus clanes, accedieron e uis f - n -
,iones de autorid. O de prestigio, en el seno de la
organización política y administrativa, mientras que
los demds seyian confinados en el campo de los
domésticos o eran eliminados.
sí es posible aprehender, partiendo de este ejem-
plo, la difuminación de las funciones politicas as--
das por los grupos de descendencia (correlativa con
el fortalecimiento del Estado), el lugar conferido a
la estructura territorial, que es el soporte del aparato
politico administrativo, la constitución de los dere
chos sobre la tierra fuera de las tierras clánicas, la
imbricación de un sistema segmentario, basado en el
parentesco y que sigue siendo portador de derechos
rurales, y de un sistema jerárquico centralizado, ba-
sado en las divisiones administrativas del territorio y
en las relaciones de dependencia personal.
Una figura simplificada permite percatarse mejor
de esos diversos aspectos:
Ksbaka
(reu)
O O
"Estados"
Jefes de cta-
nes Ilnales
*'
Funciones Jefes de #
+polrtlcas agrwaciones aiaeznas
h - m
Tierras de clan Divisiones territoriales
Ststema de clan Sistema jerdrquico
L
(o-+ sellala las relaciones de dependencia)
Poder, tezritorio y tierra en Buganda.
&te esquema podría incitar a conferirle una jm
portancia primordial al factor territorial para la con$
titución del Estado tradicional. en la medida en que
la sección 11 domina claramente la sección 1. Sin
embargo, la existencia de una larga zona de encuen-
trc, de ambas secciones demuestra que el sistema CIA.
nico (segmentario) y el sistema estatal (centralizad*)
siguen imbricados y, en cierto modo, rivales.
b) Lo segrnentarw y lo centralizado. El Estado se
considera albgicamente centralizador* y la capital
-centro del poder en el espacio- concreta esa su.
premacia sobre los poderes particulares o locales.
Tal es, cuando menos, el proceso histórico reconoci-
do m á s corrientemente. Sin embargo, en su forma
antigua, debido a las condiciones técnicas y econ6mi-
cas y a la supervivencia de relaciones sociales poco
compatibles con su dominio, el Estado difícilmente
logra llevar esa lógica hasta su fin. Ibn Khaldún, en
la Mouqaddima, introducción a su Historia Univerm1,
ya había observado que cualquier dinastfa s610 puede
gobernar una porción limitada de espacio y pierde su
potencia en las regiones situadas en los confines:
auna dinastía es mucho más potente en su centro
que en sus confines. Cuando extiende su autoridad
hasta sus más extremados límites, se debilita»." El
sociólogo árabe daba cuenta asimismo de los pro-
blemas que plantea la organización de1 espacio para
fines políticos. Los instrumentos de que dispone el
poder centralizado, para ser eficaz y mantenerse, de-
penden estrechamente del desarrollo técnico y de los
medios de comunicación material e intelectual. Mu-
chos Imperios y Reinos africanos se han disuelto
dentro de un espacio demasiado extenso: desde los
imperios de Sudán occidental hasta el Kongo y hasta
el Imperio Lunda. El recurso a las capitales itineran-
tes (o múltiples) tendía a subsanar aquellas dificulta-
des; a falta de poder establecer igualmente su d e
minio, el poder central lo manifestaba desplazando
su sede. Los reyes de Buganda emplearon este proce-
dimiento a la vez que multiplicaban en las provincias
14. 1. K H A L D ~ N , textes socioíogiqttes et écawmiques
Les
de In Mouqaddima, 1375-1379. ed. G. H.Bousquet, París, 1%5.
a lo! =presentantes que les quedaban directamente
ligados
~1 conjunto de estas condiciones de ejercicio del
der limita necesariamente la centralización y afecta
PO y el destino del Estado llamado tradi-
la
cional. El soberano se asocia los detentadores de los
a,U deres locales, bien ligándolos de cualquier manera
corte, bien creando funciones que permitan ha-
cerle contrapeso o liquidarlas en el lugar. Asl, por
los kabaku (reyes) de Buganda atribuyeron
,,%os a ciertos jefes clánicos, constituyeron linajes
a su único control, e instauraron en las
puntos de autoridad, creando así una riva-
~idady un equilibrio favorables para ellos. Las difi-
cultades de la centralización acarrean a menudo otra
consecuencia. La debilidad relativa del poder central
permite el mantenimiento de unos poderes que le son
hornólogos, aun cuando subordinados, en diversos
puntos del territorio. En este a s o , las provincias re-
producen, en cierta manera, las estructuras de un
Estado que no dispone de los medios de realización
material de su unidad. Así, los soberanos Lunda (Afri-
ca central) han mantenido un gobernador que los re-
presentaba en las regiones meridionales del Imperio
-el sanama- que calca la organización político-mili-
tar de su mando sobre la de la región central. Esta
característica destaca claramente en el antiguo reino
de Kongo. El rey, los jefes provinciales y los de los
territorios vasallos se encuentran en él, cada uno en
su nivel, en una situación idéntica y la organización
política tiene un aspecto repetitivo. Los jeEes son fi-
guras parecidas a la del soberano, las pequeñas capi-
tales se parecen a San Salvador, sede de la residen-
cia real." Finalmente, y se trata de la tercera conse-
cuencia, en la medida misma en que la estructura te-
rritorial del Estado sigue siendo segmentaria, o sea,
constituida por elementos homólogos aun cuando je-
rarquizado~,los riesgos de ruptura y de secesión pa-
recen elevados. Debilitado, el Estado no se desploma
arrastrando a toda la sociedad en su ruina; se redu-
ce progresivamente y el espacio que controla acaba
15. Cf. G. ~AIANDIER, La vie guoíidienne au royaum de
Songo, París, 1965.
por limitarse a la regi6n de la cual la capital deca(da
sigue siendo el centro. La descomposici6n de ciertos
Estados tradicionales africanos, entre ellos el Kongo,
lo comprueba.
El problema de la capacidad del «centros para de
minar su territorio politico, en su totalidad, se plan-
tea también en las sociedades tradicionales someti-
das a un poder absoluto y que disponen de un apara-
to gubernamental eficaz. K. Wittfogei, en su libro
controversado, consagrado al a despotismo orientalp
(1964), lo muestra claramente. El poder despótico te
tal, atento sin embargo a reprimir los particularis-
mos, encuentra sus Limites más apremiantes en su re-
lación con el espacio, pese a los medios burocráticos
y materiales que permiten su ejercicio. Tras haber
vinculado esta forma de organización politica a la aci-
vilización hidráulica, -basada en las grandes obras
de regulación de las aguas-, Wittfogel observa que
no pudo promover una igual difusión de las institu-
ciones que le son propias. En el marco de este siste
ma, las unidades políticas más extensas se hallan
afectadas por la discontinuidad y el aflojamiento de
la cohesión. Un accidente histórico revela y explota
esta debilidad, como lo atestigua el caso de la China
septentrional que, en varias ocasiones, sometida a la
invasión de las <tribus nbmadas~,se dividió en varias
provincias que conservaron no obstante csus estruc-
turas tradicionales de poder agrodespóticow." En ese
caso también, las pruebas sufridas por el Estado en-
trañan una segmentación territorial, la reducción de
su área geográfica, sin alterar empero, radicalmente,
la estructura del poder. Un ejemplo americano no d e
ja de ser muy significativo al respecto: el del Impe
rio de los Incas, que dio lugar a menudo a unas inter-
pretaciones erróneas. Se trata en este caso también
de una sociedad &idráulicam que soporta un poder
desp6tico. El imperio se crea a través de las consecu-
tivas conquistas y ha conservado el aspecto de un
mundo disparatado; estaba formado de Estados, de
confederaciones, de tribus y comunidades rurales que
mantuvieron su individualidad; superponía a dichas
16. Ls despotisme m.ental, trad. francesa, París, 1964,
p. 275.
,unidades diversificahs unas divisiones administrati-
,tandardizadas, una organización rígida del es-
,,io politico, que pudo calificarse de ficción buro-
Pcrática; prantizaba mucho mas la gestión de una
wono,ia que funcionaba en provecho de la casta de
los locas, que la administración de los hombres, am-
liamente conferida a los poderes locales. A. Mktraux
P
ha subrayado este último aspecto: aDe hecho, el Im-
,fio de los Incas combinaba el despotismo m á s ab-
Psoluto con la tolerancia hacia el orden social y polí-
tic0 de las poblaciones subordinada s.^ Este autor ha
p e s t o muy bien de relieve la persistencia de las cos-
mmbms y de las estructuras regionales, los límites
que el despotismo inca encontró, pues si el Estado
"0 estuvo enteramente centralizado, a lo menos qui-
so estarlo." El espacio político no fue nunca home
gdneo, pese a las apariencias, y el poder central lle-
g6 a composición con los particularismos provincia-
jes a pesar de su absolutismo.
El debate respecto al elemento segmentario y a lo
centralizado no se capta s6l0 por referencia al tem-
torio que el Estado tradicional mantiene bajo su ju-
risdicción. Se sitúa en el marco mismo de la organi-
zación estatal de la que contraria la tendencia uni-
taria y asume a menudo la forma de una precaria
coexistencia de las estructuras estatales y de las es-
tructuras de clan o de linaje. En efecto, se hallan
en una relación de relativa incompatibilidad y, en cier-
tos casos, de oposición. Es fácil acentuar su contras-
te: sistema segmentario/sistema jerárquico, poder
con polos múltiples/poder centralizado, valores igua-
li tarios/valores aristocráticos, etc. Algunos antro*
logos poIitistas lo subrayan. L. Fallers recoge como
hipótesis rectora de uno de sus estudios - e l dedica-
do a los Soga del Uganda- la existencia de un =anta-
gonismo estructural» entre el Estado jerárquico y la
organización de linaje. D. Apter localiza, por su par-
te, una udivisi6n fundamental^ entre los dos siste-
mas de autoridad y las dos series de valores que en-
trañan. El corte, empero, nunca es riguroso: a pe-
sar de dominar el antiguo orden de clan, el orden es-
tatal asegura su integración parcial; a la vez que im-
17. A. Mhmvx. Les I n m s , Paris, 1%1, p8qs. 85 Y m.
pone su dominación, el soberano puede presentarse
como situado en el punto de uni6n de uno y de otro,
como rey y cabeza de danes, como ocurre en BU-
ganda.
En las sociedades en que el Estado logra dificil-
mente constituirse, y a veces es el resultado de
acción externa (por ejemplo, en Tahití y en Hawai),
la confrontación de los dos sistemas y su precario
ajustamiento se maniEiestan con claridad. A este res-
pecto, la Polinesia tiene un valor ilustrativo. En Toil-
ga, que conoció ami1 años de monarquía absoluta de
derecho divinou," siendo así una excepción entre las
sociedades polinesias, la dispersión insular favoreció
sin embargo el mantenimiento de las agrupaciones de
linaje, sobre las que descansa la organización políti-
ca, pues es en su seno donde el sistema aristocrático
tongiano halla su base, y es en relaci6n con ellas que
se establecen las relaciones entre las islas y se con-
ciben las estrategias políticas. En Samoa, la divi-
sión territorial en distritos coexiste con la reparti-
ción resultante de las pertenencias a clanes y sirve de
soporte a las jefaturas controladas por una asamblea
(fono). Un ujefe supremo,, que acumula los títulos
pertenecientes a varios distritos, expresa la unidad
politica del conjunto de las islas.
El equilibrio que ajusta a su poder los poderes lo-
cales y de clan parece tan vulnerable, que el rasgo
pertinente de la organización política es el reparto
del país entre dos .partidos.: uno poderoso y p r e
dominante (rndo), el otro con poder condicional y
supeditado a las decisiones del anterior (vaivai). La
posición de potencia permite a un grupo, o a un dis-
trito, explotar a los demás hasta el momento en que
un conflicto provoca un cambio de papel. Hasta co-
mienzos del siglo XIX, la historia de Samoa esta he-
cha de tales luchas de potencia y no de los progresos
de un Estado embrionario. En Tahití, las unidades
territoriales corresponden aparentemente a las diver-
sas zonas de influencia de los clanes. Los poderes re-
gionales han podido establecerse, un clan - e l Teva-
ha podido predominar, pero todas las relaciones de
18. J. GUURT, Structure de la chefferie en Mélanésie du
Sud, París, 1963, apéndice, pág. 661.
oderio, expresadas a trads de alianzas revocables.
P para impedir el establecimiento de una
han
duradera. En el seno mismo del grupo
reva.dos aramas. se hallan en relación de rivalidad
,,disputan el control del clan. La inestabilidad re-
caracteriza al sistema y sólo alrededor de 1815,
por razones fundamentalmente externas, fue cuando
pomar&11, ahabiendo exterminado prácticamente la
,-lase de los jefes», pudo aconsiderarse como el rey
de Tahiti~.Según la fórmula de Williamson, el upo-
der despótico, naciente tuvo que arruinar al asiste-
ma tribaln o sucumbir; venció provisionalmente con
el apoyo de los ingleses, los misioneros y otros!9
La permanencia de los aspectos segmentarios en
el seno del Estado tradicional incitó a A. Southall a
oponer el Estado unitario, «completamente desarrcl
@do», y el Estado segmentario, y a afirmar que la
primera de estas dos formas políticas raramente se
ha realizado: aEn la mayoría de las regiones del
mundo, y la mayor parte de las veces, el grado de
especialización política logrado ha sido más del tipo
segrnentario que del tipo unitario.» La estructura del
poder, que constituye el principal criterio distintivo,
se ha dado en llamar piramidaf en el primer caso.
Poderes homólogos se repiten en los diversos nive-
les; las unidades constitutivas gozan de una relatiya
autonomía de un territorio que no tiene el carácter
de una simple división administrativa, y de un apa-
rato administrativo; sus relaciones respectivas si-
guen pareciéndose a las que vinculan a los segmen-
tos entre sí dentro de una sociedad clánica; finalmen-
te, el sistema global aparece a menudo más centrali-
zado en el plano ritual que en el plano de la acción
política. En el segundo caso, la estructura es califi-
cada de jerárquica, en el sentido de que los poderes
se hallan claramente diferenciados según el nivel
donde se sitúen, y de que el poder situado en la
cumbre ejerce una dominación incontestable.
A. Southall destaca seis características definido
ras del Estado segmentario: a) la soberanía territo-
rial se halla reconocida, pero limitada: su autoridad
19. R. W. WILLIAMSON, The Social and Political Systems of
Central Polynesia, vol. 1, 1954.
se borra al extenderse a las regiones alejadas del
centro; b) el Gobierno centralizado coexiste con focos
de poder sobre los cuales no ejerce más que un con-
trol relativo; c ) el centro dispone de una administra-
ción especializada que vuelve a encontrarse, reduci-
da, en las diferentes zonas; d) la autoridad centml no
ostenta el monopolio absoluto del empleo legítimo de
la fuena; e) los niveles de subordinación son distin-
tos, pero sus relaciones siguen siendo de carácter pi-
ramidal: la autoridad se conforma, para cada uno de
ellos, con un mismo modelo; f ) las autoridades su-
bordinadas tienen tantas más posibilidades de cam-
biar de subordinación que ocupan una posición más
perifericaP1
Dada su importancia, esta aportación teórica in-
duce a un examen crítico. En primer lugar, subesti-
ma el hecho siguiente: para que la estructura jerár-
quica del poder predomine claramente, es necesario
que las relaciones sociales preponderantes sean ellas
mismas de tipo jerárquico, es decir, que los órdenes
(o estados), castas y protoclases prevalezcan sobre las
relaciones de tipo repetitivo resultantes de la des-
cendencia y de la alianza. Instaura, por otra parte,
un corte demasiado radical entre relaciones jerárqui-
cas y relaciones piramidales que coexisten de hecho
en los Estados tradicionales y en varios Estados m o
demos, lo que acaban de demostrar, para los prime-
ros, los ejemplos tomados de los datos de la antro-
pología política. Finalmente, el papel de la rivalidad
y del conflicto en el seno mismo de la acción políti-
ca hace que esta última conserve un aspecto seg-
mentario.
El grupo dirigente no tiene, más que el Estado, un
carácter perfectamente unitario. Los elementos que
lo componen compiten para asegurarse el poder, el
prestigio, la potencia material; y esta rivalidad re-
quiere unas estrategias que utilizan, cuando menos
provisionalmente, las divisiones segmentarias de la
sociedad global. El juego de las coaliciones pudo en-
torpecer la formación del Estado (caso de Polinesia),
o suscitar guerras de sucesión que abnan un período
de ausencia del poder (caso de los Estados africanos
20. A. S o v r ~ u Alur
, Society, Cambridge, 1956, cap. M.
trsdicionales). I p a l murre Con las rivdidades por
los cargos que requieren un apoyo entre los miem-
bros de la elite politica, y una fuerza personal (un
constituido con ayuda de los parientes, de
los y de los dependientes?' Las posiciones per-
sonales en la jerarquía dirigente aumentan asi al re-
currir al reforzamiento que puede facilitar el siste-
ma de relaciones llamadas segmentarias.
c) La racionalidad del Estado tradicional. Para
los sociólogos teóricos que se sitúan en la estela de
M ~ XWeber, el Estado resulta de la lenta racionali-
zaci6n de las estructuras políticas existentes, que ma-
nifiestan una voluntad unitaria, una administración
competente que se atiene a unas normas explícitas,
una tendencia a organizar el conjunto de la vida co-
lectiva. En gran número de estados tradicionales, la
racionalidad así concebida se manifiesta raramente:
la unidad y la centralización siguen inacabadas y vul-
nerables, los derechos particulares subsisten, la ad-
ministración se basa en las situaciones estatutarias y
en las relaciones de dependencia personal más que
en la competencia, el poder estatal no interviene
casi (y desigualmente según la distancia en relación
con el centro) en los asuntos locales. Sólo en el tipo
del adespotismo oriental», tal como lo ha elabora-
do K. Wittfogel, la racionalidad parece estar acentua-
da 4 exacerbada. Los rasgos considerados específ i-
cos son reveladores: el Estado detenta un poder total
y la clase dirigente se confunde con el aparato que
pone en acción; dueño de los medios esenciales de
producción, desempeña un enorme papel en la vida
económica, instaura la dominación de la burocracia
y crea, en la sociedad que domina, auna propiedad de
la tierra burocrática, un capitalismo burocrático y
una aristocracia rural burocrática*. Esta forma de
Estado -que le permite volverse r m á s fuerte que la
sociedad- se explica a través de todo un conjuntq
de condiciones y de medios: mediante la restricción
de la propiedad privada y la regulación suprema de
las grandes empresas técnicas; mediante la organi-
21. Contx-ibucidn de P. C. Lloyd m aHasai~,Political Sys-
te~nsand Distritrurion of Power, Londres, 1%5.
zaci6n eficaz de las comunicaciones y la posesión del
monopolio de la acción militar; mediante la existen-
cia de un sistema de censo y de archivos necesario al
funcionamiento de una fiscalidad que garantice un
presupuesto gubernamental permanente; mediante la
sumisión de la religión dominante, impartiendo al ré-
gimen un carácter hierocrático o teocrático."
Ese tipo ideal, según Max Weber, no tiene aplica-
ción en todas las asociedades hidráulicas> inventa-
riadas por Wittfogel, como lo ha mostrado el análi-
sis de los obstáculos y los límites a la centralización.
También es de uso limitado en el caso de las socie-
dades que provocaron su formulación. En la China
antigua, pese a la expansión del sistema burocrático
y al adespotismo~,la estructura política siguió sien-
do ampliamente segmentaria; bajo la jerarquía ofi-
cial se conservan unidades con amplia autonomía
-las aldeas, los clanes, las corporaciones- y el poder
estatal actúa como árbitro cuando sus intereses en-
tran en conElicto. Max Weber ha comparado la aes-
tructura administrativa primitivas de China con la de
los reinos africanos; ha subrayado la pérdida de au-
toridad del centro hacia la periferia, el vigor del fac-
tor hereditario, el papel de la estructura clánica en
el seno del sistema político, la función variable de
los elementos teocráticos y carismáticos. La raciona-
lidad inherente a las instituciones del Estado tradi-
cional despótico sigue manteniéndose en unos Iími-
tes que entorpecen su realización. Sin embargo, es
llevada hasta un punto en que el gmpo dirigente ad-
quiere y conserva su óptimo de racionalidad -o se
aproxima a ese estado definido por el mejor nivel de
posesión de los bienes, de los símbolos y del pres-
tigio.
Para concretar el análisis, utilizaremos en este
caso un ejemplo. Uno de los más propicios parece ser
el de Ruanda monárquica, debido a la dimensión del
reino, a su mantenimiento hasta una fecha reciente
y a la calidad de las informaciones etnológicas que
comporta. Una minoría dominante, de origen extran-
jero, el grupo Tutsi, se ha superpuesto a un campe-
sinado sumamente mayoritario (másdel 82 %), el gru-
22. K. Wrrrpw;e op. cit., introducción cap. 11 y 111.
f.lutu. Progresivamente ha constniido el Estado,
PO ampliado el territorio, ha promovido los mecanis-
mos que aseguran su dominación política y económi-
:,, la red de relaciones de dependencia personal, la
jerarquía político-administrativa*los ejércitos. Ha ga-
rantizad~la seguridad y propiciado la capitalización
humana de forma que la densidad de la poblaci6n
los 100 habitantes por kilómetro cuadrado
en el curso de los Últimos decenios. Finalmente,
ha edificado un sistema unitario cuyo soberano, due-
ño absoluto de los hombres del país, es el p a r -
dián, y ha elaborado una cultura nacional. La ra-
cionalidad propia del Estado mandés choca sin em-
bargo con numerosos obstáculos que se levantan en
su camino. Las regiones están tanto menos sometidas
al control estatal cuanto más se apartan más del cen-
tro; las estructuras de clan y de linaje son tanto m á s
vigorosas cuanto más ese control se debilita; el equi-
librio entre los diversos poderes se modifica por con-
siguiente en las mismas condiciones. El Estado no ha
podido lograr establecer su dominación de un modo
igual, y las avariantes~regionales atestiguan los Ií-
mites que entorpecen la generalización del sistema
administrativo. Las resistencias en€ren tadas no se
explican sólo por las insuficiencias técnicas (las que
dependen de los medios de organizar el espacio y
asegurar las comunicaciones, las inherentes a una
burocracia rudimentaria), sino que tienen el carácter
de una resistencia a la dominación de la aristocra-
cia Tutsi. Pues se da el caso de que la racionalidad
del sistema mandés se asemeja menos a la de un Es-
tado organizador de la sociedad en su conjunto, que
a la de una aclasew organizadora de la explotación de
una mayoría campesina encargada de la producción
y sometida a múltiples prestaciones. Si intentamos
representar gráficamente el sistema de xdaciones
sociales fundamentaIes -todas las cuales tienen im-
plicaciones económicas- observaremos que están
orientadas hacia el soberano (rnrvami), hacia los agen-
tes de la jerarquía político-administrativa y la aris-
tocracia.
Esta racionalidad, operante en provecho de la mi,
noria gobernante y dominante, es tan incuestionable
que Ia organizaci6n política ha podido interpretarse
como un asistema de intercambios.. El rey, los jefes
y los notables necesitan disponer de numerosas rique-
zas para poder dar, y manifestar asi su superioridad^
Los Tutsi y los Hutu suelen ser considerados y se
consideran en cierta manera en el aspecto de grupos
esencialmente extranjeros que asocia el juego de los
intercambios desiguales. Una ideología muy elabora-
da expresa esa desigualdad fundamental y manifies.
ta la dominación sufrida como basada, a la vez, en la
Naturaleza y en la Historia, por ser el resultado de
un decreto divino. J. Vansina hace constar que para
los histori6grafos de la Corte, ael pasado de Ruanda
era Ia historia de m progreso prácticamente ininte-
rrumpido de un pueblo escogido, los Tutsi, cuya di.
nastía real descendía del cielo,. Mientras que el Es-
tado no está aún enteramente constituido, su ambi-
Y)
Q>
c m
2 7
O C
a= Bienes exigldos por
el parentesco, la sllanza
C ,
D e
rrof los rituales
Dominio político y econónrico en el Ruanda antiguo.
23. Estudio de A. Troubworst sobre el reino vecino -y
parecido- de Burundi: L'organisation politíque en tant que
systcme d'kchmge au Burundi, a Anthropologicam, 111, 1, 1961.
güedad se manifiesta: instrumento de un gmpo mino-
riian'o del cual asegura la dominación, se presenta
no obstante como la emanaci6n de una racionalidad
transcendente que obra en provecho del conjun-
to de la sociedad. Obsen~aci6nque contradice las
interpretaciones de varios antrop6logos ocasional-
mente preocupados por las cuestiones políticas, en-
tre ellos Malinawski.
d) La características de2 Esaado tmdkional.
B.Malinmski afirma que ael Estado primitivo no es
tiranice para sus propios súbditosw. Encuentra la ex-
plicación de ese carácter no opresivo en el hecho
de que las relaciones fundamentales siguen siendo
las que tejen el parentesco, la pertenencia a clanes,
el sistema de los grupos de edad. etc.; las que ha-
hacen que c a d a cual se halle ligado, realmente o
de un modo ficticio, a cualquier otra persona,
(Freedom and Civilizatiout, 1947). Así, la personali-
zación de las relaciones sociales y politicas opon-
dría el Estado primitivo al Estado ~urocráticoy,
por consiguiente, eliminaría (o reduciría) la sepa-
racidn entre el poder estatal y la sociedad sometida
a su iurisdicción. Este modo de ver lo desmienten
los hechos, pese a que subrava iustamente el as-
pecto nersonal de la autoridad. Sólo se comprueba
parcialmente en la medida en que el Estado se en-
cuentra en Ia fase embrionaria v aún no se ha apro-
~ i a d ode la potencia de la sociedad. Esta visión idí-
lica nudo incitar sin e m b a r ~ oa ciertos autores a
considerar el Estado tradicional en fonna ade una
gran familiaa que abarcaría a todo un pueblo.
Basando su análisis en tos resultados de la
in~esti~ación africanista, Max Gluckman ha acen-
tuado las caracteristicas propias de las sociedades
estatales africanas. que consideró Re una más am-
plia aplicación. Tras haber recordado los limites
de Ia tecnología, la débil diferenciacibn de la ec*
nomía en varias casos. v el papel desempeñado aún
por Ia asolidaridad mecánican, pone en evidencia
la inestabilidad intrínseca de aquellos Estados. Es-
tán amenazados de segmentación por la fraqilid~d
de su asiento territorial, más que por el tipo de
poder de los cuales son instrumento. Su vulnerabi-
lidad fisica, podríamos decir, contrasta con la capa.
cidad de resistencia de la organización política que
entrañan. ¿Dónde encontrar la explicación de esta
aparente contradicción? Gluckman invoca la ausen-
cia de divisiones y de conflictos entre los intereses
económicos de los gobernantes y de los gobernados:
el enfrentamiento de las aclasesn aún no actúa \7
el sistema de poder y de autoridad no se halla fun-
damentalmente impugnado. Los conflictos se redu-
cen a los inherentes a tal sistema, es decir, a las
luchas por el poder y a la rivalidad por el acceso a
10s cargos. Gluckman completa su teoría ai preci-
sar que alos Estados africanos llevan consigo un
proceso de rebelión constante, pero no de revolu-
ción~.Sus estructuras no son impugnadas, siendo
lo solamente los ostentadores del poder y de la au-
toridad. La rebelión conduce entonces a las sece
siones o a los cambios de titulares y puede incluso
ser institucionalizada como factor de fortalecimien-
to de la organización política, en el marco de un
ritual peri6dico." De este modo, los dinamismos in-
ternos del Estado tradicional se hallan reconocidos
como la forma de la inestabilidad que afecta a la
extensión del territorio político, de las rivalidades
por el poder y de las rebeliones carentes de efica-
cia revolucionaria; mientras que las fuerzas de m e
dificación dependen mucho más de las condiciones
externas que de la impugnación que obra en el in-
terior del sistema. Tal interpretación sólo ofrece
una verdad parcial por cuanto subestima la coacción
estatal que, a la inversa, evocará para G. P. Mur-
dock un tipo de adespotismo africano^, a la vez que
elude la oposición entre grupos sociales desiguales,
entre gobernantes y gobernados. El anhlisis de los
movimientos sociales, en las sociedades pertenecien-
tes al método antropológico, deberá emprenderse
para corregir las imágenes erróneas que aún siguen
dando cuenta de la naturaleza de las sociedades es-
tatales tradicionales. Hay que decir a este respec-
to que ya comenzó la evolución en ese sentido. Así,
24. Cf., entre otros. Max GLUWMAN.Custom and Cotzflict
r n Africa. Oxford, 1955, y Order and Rebellion in Tribal Afrka,
Imdres, 1%3.
p. ~ l ~ y en
d , un reciente ensayo teórico destaca el
iwludible del conflicto y el recurso nece-
,,io a la coer.ci6n que define a todo Estado. y deli-
mita los dominios de expresión del conflicto: en
el de la .elite politica~,entre los subgrupos
que la constituyen, en el seno de la sociedad global,
la minoria privilegiada y las amasas% some-
tidas a la dominación de ésta. M. H. Fried, por otra
psrte, reanuda el estudio sistemático de las corre-
laciones entre la estratificación social y las formas
estatales, para reconocer finalmente todo poder e&
tatal como el instrumento d e la desig~aldad.~
Se concibe mal que pueda ser de otra manera.
~1 Estado tradicional no puede ser definido por un
tipo (o modelo) sociológico que lo opusiera radi-
calmente al Estado moderno. En la medida en que
es un Estado ha de conformarse en primer lugar
a las características comunes. drgano diferencia-
do, especializado permanente de la acción polí-
tica y administrativa, requiere un aparato de go-
bierno capaz de garantizar la seguridad en el inte-
rior y en sus fronteras. Se aplica a un territorio y
organiza el espacio político de tal manera que esa
organización corresponde a la jerarquía del poder
y de la autoridad. y asegura la ejecución de las de-
cisiones fundamentales en el conjunto del país s o
metido a su jurisdicción. Instrumento de domina-
ción ostentado por una minoria que monopoliza la
opción política, se sitúa como tal por encima de la
sociedad d e la que no obstante ha de defender los
intereses comunes. Por consiguiente, la organizacidn
estatal tradicional es un sistema esencialmente di-
námico, que exige el recurso permanente a las es-
trategias que mantienen su supremacía y la del gru-
po que lo controla. Las investigaciones antropológi-
cas más recientes imponen el no desestimar (o igno-
rar) esos aspectos: el Estado tradicional permite
efectivamente a una minoría el ejercer una domi-
nación duradera; las luchas por el poder en el seno
de esta última -a las cuales se suele reducir a me-
25. M. H. FRIED,The Evolution of Social Stratification and
the State, en S. DIAMOND (edit.), Culture in History, Nueva
York, 1 M .
nudo la política en estas sociedades- contribuyen
más a reforzar la dominación ejercida que a debili-
tarla. Con ocasión de tales competiciones, la clase
polftica ase endurece^ y lleva hasta el grado máxi-
mo el poder que ostenta como grupo. Estas caracte-
rísticas ofrecen la mayor acentuación en el tipo
denominado del adespotismo oriental,.
El Estado tradicional tiene también rasgos dis-
tintivos. Algunos de Cstos ya han sido considera-
dos o evocados. El Estado tradicional concede por
necesidad un amplio lugar al empinsmo; se crea a
partir de unidades políticas preexistentes que no
puede abolir y sobre las cuales se hallan establecidas
sus propias estructuras; logra imponer pésimamen-
te la supremacia del centro político y conserva un
arácter difuso que lo diferencia del Estado moder-
no centralizado; sigue amenazado por la segmenta-
ción territorial. Por otra parte, esta forma de orga-
nización política corresponde generalmente al tipo
del patrimonialismo definido por Max Weber. El so-
berano ostenta el poder en virtud de unos atribu-
tos personales (no sobre la base de criterios exte-
riores y formales) y en razón de un mandato recibi-
do del cielo, de los dioses y de los antepasados rea-
les, que le permite obrar en nombre de la tradi-
ción, considerada como inviolable, y exigir una su-
misión cuya ruptura equivale a un sacrilegio. El po-
der y la autoridad están tan fuertemente personali-
zados que el interés público, propio de la función,
se separa difícilmente del interds privado del que
la asume. El aparato gubernamental v administra-
tivo recurre a los dignatarios, a los notables ligados
por el juego de las relaciones de dependencia per-
sonal, más que a los funcionarios.
Las estrategias politicas parecen ser especificas
de este tipo de poder: impugnan las relaciones de
parentesco v de alianza, las relaciones de dueño a
cliente, los diversos procedimientos capaces de mul-
tiplicar a los hombres dependientes los medios ri-
tuales que le brindan al poder su base sagrada. En
segundo lugar, los antagonismos politicos pueden ex-
presarse oponiendo el orden de linaje al orden je-
rárquico instaurado por el Estado o al revestir el
aspecto de un enfrentamiento de lo religioso a lo
Finalmente, la relaci6n con lo sagrado si-
gue siendo aparente siempre. por cuanto refiridnde
a, ella es como el Estado tradicional define su
l&timidad, elabora sus sfmbolos más venerados y
expresa una parte de la ideología que lo caracte-
riza. En cierto modo, su racionalidad teórica halla
,U expresión en la religión dominante al igual que
m racionalidad práctica encuentra la suya en el gru-
( O protoclase) que ostenta el monopolio del PO-
der.
3. Hipdtesis sobre el origen del Estado
La investigación antropoIógica tuvo la ambición
de esclarecer los orígenes de las instituciones prime-
ras y primitivas, y nunca renunci6 enteramente a
ello.'El problema -de la gknesis del Estado es uno
de los que, a través de las elaboraciones teóricas que
periódicamente suscita, jalonan la historia de la dis-
ciplina. Está considerado por los fundadores y con-
tinda orientando algunos de los trabajos recientes.
El inventario de las teorías resultantes de estos es-
tudios parece decepcionante sin embargo, pese a
que ayuda a concretar vanas caracteristicas del
Estado primitivo v a revelar las ambigüedades que
afectan la definición del poder estatal. El interds
cientffico de tales tentativas teóricas es nulo tan pron-
to como admitimos - c o m o lo sugiere W. KOP-
pers- que ctel Estado, tal como ha de ser, se re-
monta ya a los tiempos más remotos de la huma-
nidad~.Se vuelve más aparente en el caso de las
interpretaciones -las más numerosas- que lipan el
proceso de formación del poder estatal al hecho de
la conquista, considerada como artffice de creación
diferenciadora, de desimialdad v de dominación. F.
Oppenheirner. en Der Staat (19071. define todos los
Estados conocidos mediante el hecho de Ia domina-
ción de una clase sobre la otra para fines de explo-
tación económica. Asocia la formación del asistema
de clasesm, y la constitución~consecuentede un po-
der estatal a una intenrencibn exterior: la sub--
pación de un enim (autóctono) por otro (extran-
jero y conquistador). Este punto de vista es acepta-
do, con sus matices y variantes, por diversos antr*
pólogos, algunos de los cuales manifiestan por tanto
una verdadera exigencia de rigor teórico. Por ejem,
plo, R. Linton, en The Study of Mari (1936), enfoca
esencialmente dos medios de construcción de los
Estados: la asociación voluntaria y la dominación
impuesta en razón de un podeno superior. Esta se-
gunda posibilidad es, para él, la más frecuente-
mente realizada: «los Estados pueden surgir, bien
mediante la federación voluntaria de dos o varias
tribus, bien por la subyugación de grupos débiles
por grupos más poderosos, entrañando la pérdida
de su autonomía ~olítica ... Los Estados de conquis-
ta son mucho más numerosos que las confederacio-
n e s ~ .En una moderna introducción a la antropolo-
gía, publicada en 1953, R. Beals y Hoijer siguen con-
siderando, con menos reservas, que el derecho ex-
clusivo de recurrir legítimamente a la fuerza y a la
coerción - c o n lo que se halla definido el poder gu-
bernamental- asólo aparece con el Estado cle con-
quista~(An lntrodtrction to Anthropology). En el
mismo sentido, S. Nadel, en el curso de las conside-
raciones teóricas que acompañan su estudio del sis-
tema político de los Nupe (Nigeria), señala el factor
de la conquista como uno de los factores que pare-
cen necesarios a la formación del poder estatal.&
Este modo de interpretación está ligado también
a una larga serie de autores que trabajan fuera de
la disciplina antropológica: entre ellos el ya citado
F. Oppenheimer, L. Gumplouicz (Gruridriss der So-
ziologie, 1905) y Max Weber, el cual, definiendo el ele-
mento político por el hecho de la dominación, valora
la conquista exterior como constitutiva de esa re-
lación. En una obra más reciente, A. Rustow se ad-
hiere en todos los casos a la teoría del desarrollo
exógeno de las cstratificaciones sociales complejas
y de un poder político calificado, en este caso, de
feudal?' Pese a la resistencia de esta aexplicacións
-que ha podido ser ascendida por H. E. Barnes a
26. S. F. N m , A. Black Byzantium, Londres, 1942,
pág. 69-70.
27. A. Rumw, Ortsbestirnmung dcr Gegenwart, Z u W ,
2 mi. 19B1952.
la dignidad de ateoría sociológicamente distintiva
de] origen del Estadob-, ciertos críticos han reve-
lado muy pronto sus limites. W. MacLeod, a partir
de relativos a los amerindios septentrio
nales, señala el desarrollo esencialmente endógeno
de ciertas jerarqulas sociales y del poder político
que condicionan.a Sin embargo, entre los primeros
~ ~R.
a n t r o p 6 1 ~ g es , Lowie quien formula la impug-
nación más clara. Hace constar que las condiciones
internas bastan upara crear unas clases heredi ta-
rhs o aproximativamente hereditarias» y, m á s allá,
el Estado primitivo, y observa que los factores prin-
cipales -la diferenciación desigualitaria y la con-
quista- ano son necesariamente incompatibles. (The
~ r i g i nof the State, 1927). Al querer manifestar las
caracteristicas internas favorables a la formación
del poder estatal, asume sin embargo una postura
extremada y reconoce este último como existente
potencialmente en gran número de sociedades hu-
manas. Afirma: aEn una época muy remota y en
un medio muy primitivo, no era necesario romper
los lazos del parentesco para fundar un Estado poü-
tico. En efecto, al mismo tiempo que la familia y
el clan, han existido durante un número de siglos
incalculable unas asociaciones, tales como los "clubs"
masculinos, las categorías de edad o las organiza-
ciones secretas, independientes del parentesco, que
evolucionaban, por así decirlo, en una esfera muy
diferente de la del grupo de parentesco y capaces
de asumir fácilmente un carácter político, si no lo
ofrecían ya desde su aparición.mB En suma, b ~ i e
recoge esencialmente dos condiciones internas pro=
picias a la constitución del Estado primitivo: la
existencia de relaciones sociales ajenas al parentes-
co, algunas de las cuales afectan el principio de acon-
tigüidad local*; la existencia de grupos -llamados
*asociaciones- que son portadores de desigual-
dad, sobre la base de la diferenciación sexual, de la
edad o de la iniciación. Sin embargo, la dificultad si-
gue en pie: esas características son generales y to-
28. W. C. MACLBDD,The Origin of the Stale ..., Filadelfia,
1924, pas. u,39.
29. R. Wni, Primitive Society, 1921, pág. 380,
das las sociedades que las tienen ofrecen unas for-
mas muy diversas de organización politica. De m+
nera que Lowie debe apelar a unos factores menos
extensamente repartidos y provocadores del proceso
de centraiización del poder. Unos son de orden inter-
no: la valoraci6n de las asociaciones militares, in.
cluso si s61o tiene un caxácter temporal, Como en el
caso de los indios Cheyemes; el predominio de las
jerarquías instauradas según el rango, como en las
sociedades polinesianas; la presencia de personajes
fuertemente sacralizados que fundan una autocra-
cía al vincular a su empresa ala aureola de lo sobre-
natural~.Los otros son de orden externo: la inter-
vención de extranjeros que se asientan y facilitan a
los jefes locales un suplemento de poderío, como en
Fiji; la conquista que provoca una extensión de la
unidad política y crea una dominación, como en el
caso de varios reinos e imperios africanos. R. Lowie
contempla asl varios caminos hacia el poder cen-
tralizado, subestimando a la vez las condiciones eco-
nómicus creadoras de las relaciones sociales que
hacen necesario a aquél. Por otra parte, su defini-
ción más extensa del Estado lo lleva a reconocer
un poder estatal (en cierne) desde el momento en
que ael empleo potencial y permanente de la coac-
ción física» ha sido *sancionado por la comunidadm.
Esta interpretación, demasiado extensiva, no per-
mi te, finalmente, determinar con rigor los procesos
constituyentes de los Estados tradicionales más aca-
bados."
Gracias a las más recientes investigaciones antro-
pológicas. el papel relativo de la conquista en el con-
junto de esos procesos ha sido revalorado. M. Fried
sugiere diferenciar claramente los Estados prima-
rios de los Estados secundarios o derivados. Los
primeros son los que pudieron formarse, merced
a un desarrollo interno o regional, sin que intervinie-
ra el estímulo de otras formaciones estatales pre-
existentes; son los menos numerosos: los del valle
del Nilo y de Mesopotamia -focos de las más anti-
guas sociedades con Estado-, los de China, de Perú
30. Además de la obra citada, cf. R. Las% Social Organi-
zation, 1948, cap. XIV.
de Méjico. Los s e p d o s resultan de una arespuei
tae impuesta por la presencia de un Estado vecino,
polo de potencia que acaba modiñcando
establecidos en una zona más o me-
,,,
los
extensa. Varias sociedades estatales de Asia,
de Europa y de Africa pudieron edificarse según di-
d o modelo, pese a que lo hicieran con procedimien-
tos diversos. Al examinar el caso de los reinos y los
imperios africanos, H. Lewis identifica algunos de
los procesos que contribuyeron, inducidamente, a
suformación: a) la rápida o insidiosa conquista, que
operaba en perjuicio de unidades políticas debilitadas
(reinos de la región interlacustre en Africa orien-
tal); b) la guerra, que provoca, a través del juego
de las tictorias y las derrotas, un nuevo reparto po-
lítico (Galla de Etiopía); c ) la secesión resultante de
la ambición de los agentes locales del poder central
(Mossi) o de la revuelta contra el tributo (Dahomey);
d) la sumisión voluntaria a un poder extranjero con-
siderado eficaz (Shambala de Tanzania))'
Este último enfoque, por los dos modos de for-
mación de los Estados que distingue, es homólogo
al de K. WittEogel, aplicado a la asociedad de con-
quista», diferenciando la conquista primaria, crea-
dora de una estratificación social adelantada, y la
conquista secundaria, inductora de una diferencia-
ción más avanzada de las sociedades estratificadas.
Ambas plantean indirectamente el problema del de-
sarrollo endógeno, sin el cual los efectos considera-
dos no podrían intervenir a partir de las sociedades
ya estratificadas y detentadoras de un poder fuerte.
Las dos tienen un mismo alcance: manifiestan la
importancia y la complejidad de las influencias ex-
ternas, a la vez que muestran los limites de las teo-
rías que asientan la explicación sobre el único he-
cho de la conquista. La incidencia política de los
factores externos, de las relaciones orientadas hacia
el exterior, se hacen m á s claras aún si recordamos
que todo poder obedece a una doble necesidad, una
de orden interno, otra de orden externo. Una varia*
te de las interpretaciones que pudiéramos llamar
31. H. S. WIS, The origins of African Kingdom, en aCa-
hiers d'Etudes Africaines~,23, 1%6.
relacionales, de la génesis de 10s Estados primiti-
vos, nos la sugiere A. Southall. Considera la hetero-
geneidad étnica y cultural, en un marco regional, en
tanto que condición propicia a la realización de
te proceso. La interacción de etnias diferenciadas
con estructuras sociales contrastadas, las predis
ne a sujetarse a una estructura de dominación$$
bordinación por encima de la cual las formas del
poder estatal tienen la facultad de constituirse. se.
gtín Southall, dos circunstancias son propicias a di.
cha evolución. Uno de los grupos en presencia y4
tiene una organización política eficaz en gran escala;
dispone de los medios que permiten organizar poli-
ticamente un espacio ampliado y acaba imponiendo
su supremacía a las microsociedades con las cua-
les se halla en contacto. Uno de los grupos encierra
a los líderes de tipo carismático, y éstos se convier-
ten en los jefes solicitados por las sociedades veci-
nas o en los umodelos~según los cuales aquéllas or-
ganizan el poder interno al subordinarlo. Lo que po-
sibilita el establecimiento de una estructura de domi-
nación es, en uno de los casos, la competencia para di-
rigir un espacio político extenso, y, en el otro, la ca-
lidad de lider. El germen estatal quedaría formado
de este modo.
Todas estas teorías tropiezan con una dificultad
que tratan de superar, rompiéndola con las mismas
armas: al no encontrar, en el seno de las socieda-
des preestatales, las condiciones suficientes para la
formación del Estado, buscan en el exterior las cau-
sas de la distancia diferencial que permite instau-
rar las relaciones de dominación.
En la antropología implícita o explícita que el
marxismo ha podido esbozar, es por el contrario
el proceso interno de transformación lo que se halla
puesto de relieve -a saber, el paso de la comunidad
primitiva a una sociedad en la que el Estado se
convierte en el princi.pa1 mecanismo de integración
social, el principio unificador. F. Engels, en la fa-
mosa obra sobre el aorigen de la familia, de la pro-
piedad privada y del Estado,, no desestima la te*
ría de la conquista. Explica mediante esta última
y mediante las características demográficas la gé-
nesis del poder estatal entre los Germanos, resul-
tado directo de la .conquista de vastos territorios
'eras que el régimen y la gens no ofre-
~ V f i & í n medio para dominar.. Sin embargo, F. En-
cen
gels reconoce a Atenas como ala forma mas pu-
m? clásicau, bajo la cual el Estado nace direc-
,tamente, a partir de los antagonismos ya presentes
la sociedad de gentes. Recoge esencialmente cin-
favorables al rebasamiento de la
simple confederación de tribus: la creación de una
administración central y de un derecho nacional; la
aparición de la propiedad privada; la substitución
del lazo territorial a1 lazo consanguíneo. A l cabo de
unos procesos complejos y convergentes, el Estado
se constituye por encima de las divisiones de la so-
&dad en ~clasesay en provecho de aquella que t i s
ne la preponderancia y los medios de ex lotación.
d
Tras haber comparado la formación del stado en
Atenas, con la de Roma y la de los Gerrnanos, Engels
saca unas conclusiones generales que conservan un in-
cuestionable alcance teórico, del que se han inspira-
do algunos antropólogos politistas, con harta frecuen-
cia de un modo inconfesado. Se resumen, en esencia,
en las tres proposiciones siguientes: el Estado nace
de la sociedad; aparece cuando esta última <se en-
zarza en una contradicción insoluble con sí misma,
y tiene la misión ude amortiguar el conflicto man te-
niéndolo en los límites del orden; lo defme como
aun poder, nacido de la sociedad, pero que quiere
colocarse por encima de ella y que se aparta cada*
vez más de éstav.
Con todo, Engels no ha subsanado todas Ias di-
ficultades, pues finalmente retuvo una concepción
unilineal del desarrollo social y polltico, al elimi-
nar las consideraciones anteriores relativas al ma-
do de producción asiático y al despotismo oriental,
y al subestimar la documentación antropológica con-
sagrada a ciertos Estados primitivos. De hecho, En-
gels considera el movimiento de la historia occiden-
tal como tipico del devenir de las sociedades y de
las civilizaciones; aun reconociendo que este movi-
miento se descompone él mismo en diversas co-
rrientes cuando conduce a la constitución de organi-
zaciones estatales. Sin embargo, la orientación dada
sigue siendo fmctuosa, pues incita a identificar las
NCI 2.i2 177
formas de transición, aquellas que aún siguen pr6
sentando los aspectos de sociedad comunitaria y ya
poseen los aspectos de la sociedad .de clases. ( o
protoclases) y con un poder estatal instituido. &o-
ra, la tarea que urge es la de buscar los diferentes
procesos mediante los cuales se establece la des-
igualdad,mediante los cuales las contradicciones apa-
recen en el seno de la sociedad, e imponen la forma-
ción de un organismo diferenciado cuya misión es
contenerlas. Dado que en la actualidad depende de
los progresos conseguidos en el dominio de la an-
tropología económica y en el del conocimiento his-
t6rico de las sociedades sometidas a la investiga.
ción de los antropólogos, esta tarea puede provocar,
cuando menos por un tiempo, el desinteres respec-
to a las consideraciones repetitivas uesclarecedo-
rasv de la gdnesis de los poderes estatales.
Capitulo 7
Tradicidn y modernidad
~ ~ t de e shaber alcanzado su madurez, la antm-
polo@a poiítica debe afrontar las pruebas n las
toda tentativa antropológica está sometida
en la actualidad. Las antiguas formas del poder se
degradan o se transforman, 10s Gobiernos primiti-
,,, y 10s Estados tradicionales se borran por la
presión de los nuevos Estados modernos y de sus ad-
ministraciones burocráticas, O evolucionan. La mu-
tacidn política ha comenzado en la mayoría de los
pises llamados en vía de desarrollo, sucediendo a
reorganizaciones resultantes de la dominaciGn
colonial o de la dependencia. Es una larga historia
política determinada por el juego de las relaciones
~ t e r n a s que,
, cn muchos casos, está prolongada por
esa rnutaclón, respecto de la cual, Asia, antiguamen-
te abierta a las influencias exteriores, no es la úni-
ca en ofrecer ejemplos. En Polinesia, en Samoa,
Tahití y Hatvai, las amonarquías centralizadas* son
el resultado de empresas y concepciones europeas
(s. XVIII), luego desaparecen o se diluyen bajo la
ley de los colonizadores. En Africa negra, las enti-
dades políticas que disponen de una salida a las
costas occidentales -especialmente en la zona del
golfo de Guinea y en la región congoleña- se vie-
ron afectadas por sus relaciones seculares con los
agentes de Europa; algunas de ellas hallaron en eso
las condiciones de su refonamiento antes de sufrir
sus efectos destmctores. Así, en el reino de Kongo,
que establece lazos con Portugal a h l e s del si-
glo xv, los representantes del soberano portugués
en la capital sugieren una reforma institucional, de-
b i d a por un regimento, desde comienzos del si-
glo XVL
Las modificaciones políticas más interesantes no
son sólo producto de una toma de relación reciente;
sin embargo, despuds de haber actuado durante un
largo período, en nombre de unas sociedades tra-
dicionales, hoy cambian de naturaleza, manifestán-
dose con una fuerza mAs radical y generali~&~d,-,~~
Por esta misma razón, la antropología politica
no puede ignorar los dinamismos y el movimiento
histórico que transforman los sistemas institucio.
nales a los cuales se aplica, y debe elaborar unos m
,
delos dinámicos capaces de expresar el cambio p,
Iítico, definiendo a la vez las tendencias modifica.
doras de las estructuras y las organizaciones. N,
desaparece con lo que se había dado en llamar, hace
unos años, las formas primitivas del gobierno, pues
sigue estando ante una gran diversidad de socieda-
des politicas y manifestaciones muy complejas del
tradicionalismo. Capta múltiples experiencias -al-
gunas de ellas inéditas-, incrementa y diferencia
por ende las informaciones que le permiten conver-
tirse en la ciencia comparativa del factor politico
y de los modos de gobierno.
1. Agentes y aspectos del cambio político
La transformación de los sistemas políticos t ra-
dicionales, fuera del continente europeo y de la Amé-
rica blanca, se vincula generalmente a la coloniza-
ción moderna o a su atenuada variante, la depeii-
dencia. D. Apter considera el ~Ionialismocomo
una «fuerza modernizanten, como «un modelo me-
diante el cual la modernización se ha universaliza-
d o (The
~ Politics of Modernization, 1965). La juste-
za de esta añrmación aparece si se enfocan las rup-
turas, los efectos de desestruc turación, los nuevos
modelos organizativos resultantes de la empresa o
de la coerción coloniales. Sin embargo, esta obser-
vaci6n general hay que substituirla por un análi-
sis más acusado, por la evidencia de las consecuen-
cias políticas inmediatas de la situaci6n colonial. Por
referencia a la colonizada Africa, donde estos fen6
menos se manifiestan con una especie de aumento,
pueden señalarse cinco características principales.
a) La desnaturalizacidn de las unidades pofiti-
cas tradicionales. Las fronteras trazadas según los
azares de la colonización no suelen coincidir, salvo
excepciones, con las fronteras politicas establecidas
a lo largo de la historia africana, o con los conjun-
tos deñnidos por las afinidades culturales. El anti-
guo de Kongo constituye, a este respecto, uno
de 10s ejemplos más significativos, por cuanto el
que controlara y organizara durante varios
siglos fue dividido en el momento de los repartos
escindido entre los dos Congos modernos
Yapital.
~ngola,Y donde se encuentra
los recuerdos su antigua
históricos y decaída
contribuyen a
mantener hoy la nostalgia de la unidad perdida.
b) La degradación por despolitización. Cuando
la unidad política tradicional no quedaba destruida,
dada su oposici6n al establecimiento de los coloni-
zadores (caso del antiguo reino de Dahomey), no
dejaba sin embargo de verse reducida a una existen-
cia condicional. La colonización ha transformado to-
do el problema político en un problema técnico vin-
culado a la competencia administrativa. Contuvo to-
da manifestación de la vida colectiva o cualquier
iniciativa que parecía limitar o amenazar su domi-
nio, cualesquiera que fuesen las formas de la socie-
dad política indigena y los regirnenes coloniales que
organizaron la dominación. En el marco de Ia si-
tuaci6n colonial la vida politica verdadera se mani-
fiesta en parte en forma clandestina, o bien se ma-
nifiesta con ocasión de una verdadera transferencia.
El doblaje de las autoridades reconocidas administra-
tivamente, por las autoridades efectivas, aun cuan-
do encubiertas, en el que los administradores perspi-
caces supieron reconocer un obstáculo a su acción,
ilustra el primer proceso. Las reacciones de signifi-
cado político actúan igualmente de forma indirecta
y aparecen allí donde pueden expresarse, especial-
mente en las nuevas corrientes religiosas de las Igle-
sias profdticas y mesiánicas, que se multiplican des-
puds de 1920, o al amparo de un tradicionalismo y
de un neotradicionalismo desprovistos de aparien-
cias politicas. El colonizado emplea a menudo, con
gran habilidad estratégica, la distancia cultural que
lo separa del colonizador.
C ) La ruptum de los sistemas tradicionales de
limitación de2 poder. La relación instaurada entre el
poder y la opini6n pública, los mecanismos que ga-
rantizan el consentimiento de los gobernados, JI e,
pecialmente los que ponen en juego lo sagrado, son
perturbados por la sola existencia de las adminis,
traciones coloniales. Los gobernantes ya no actúan
sino bajo control y se vuelven menos responsables
respecto a sus súbditos, los portavoces del pueblo
-homólogos de los que intercedían cerca de los je.
fes entre los Ashanti de Ghana- pierden su cargo,
Los soberanos gozan de un poder más arbitrario,
aunque mAs limitado, y el beneplácito del poder co-
lonial importa más que el asentimiento de los gober-
nados. estos, a la inversa, pueden intentar hacer
apelaci6n a la administración extranjera para opo-
nerse a ciertas decisiones de las autoridades tradi-
cionales. De una v otra parte, la relación está que-
brantada y las obligaciones reciprocas ya no apare-
cen claramente definidas.
Las transformaciones económicas, sociales y cul-
turales suscitadas por la colonización tienen conse-
cuencias indirectas del mismo signo. En su análisis
de la situación politica en pais soga (Uganda), L.
Fallers destaca la caída del prestigio de los jefes,
motivada por el carácter condicional de su poder y
el debilitamiento de su posición económica. Obser-
va, por el contrario, la distancia social estableci-
da entre los jefes burocratizados - q u e forman auna
élite que goza de una subcultura especialb- y los
aldeanos: el autocratismo, resultante del udesfasa-
mientos de los instnimentos tradicionales que se
oponfan a los abusos de poder, se ha fortalecido
hasta tal extremo que la administración colonial de-
be crear los aconsejas Oficialesn cerca de los jefes
de distinto grado (Bantu Bureaucvacy, 1956). ' ~ s t e
ejemplo demuestra cuán engañosas pueden ser las
permanencias formales de la antigua organización
politica: únicamente los jefes de rango inferior, que
encabezan las comunidades aldeanas, siguen estando
efectivamente acordes al modelo tradicional.
d) La incompatibilidad de los dos sistemas de
poder y de autoridad. Los antropólogos politistas
que dependen de la sociolopfa de Max Weber ven, en
el establecimiento del poder colonial, el origen de
un proceso que garantiza el paso de la autoridad
de tipo apatrimonial* a la autoridad de tipo buro-
=rAtico. Es cierto que la situación colonial impone
la coexistencia de un sistema tradicional, fuerte-
mente sacralizado y que rige unas relaciones de
directa que tienen un carácter per-
sa& y de un sistema moderno basado en la bu-
rocracia, que instaura relaciones menos personaliza-
das. Pese a que los dos sean aceptados como legíti-
mas, por la fuerza de las cosas, sigue existiendo su
incompatibilidad parcial. L. Failers la pone de ma-
nifiesto, respecto a los Soga, cuando muestra las
desviaciones y las estrategias a que da lugar la
coexistencia de los dos sistemas, el tradicional y el
moderno: lo que en uno significa lealtad, en el otro
se convierte en nepotismo, debido a la interferen-
cia de las relaciones personales y de las viejas so-
lidaridades; además, los súbditos tienen la facultad
de realizar aun doble juego, al referirse a uno u
otro de tales sistemas según las coyunturas y los
intereses en causa. Más allá de estas observaciones,
Fallers destaca el aspecto complejo y compuesto
de la organización politico-administrativa que fun-
ciona durante el periodo colonial. Pone en eviden-
cia la existencia competitiva de tres sistemas de go-
bierno y de administración: el resultante de la c e
lonización y el que está regido por el Estado tra-
dicional, se hallan en relación de incompatibilidad
relativa, mientras que el sistema que está asociado
a las organizaciones de clan y de linaje les es sub-
yacente. Los dos primeros coexisten precariamente
pese a que la administración colonial intentara ra-
cionalizar, en el sentido weberiano de la palabra, el
modo de gobierno tradicional burocratizándolo y pro-
moviendo una regIamentaci6n concreta de las ser-
vidumbres, de las tasas y del tributo. El sistema clá-
nico, el más antiguo, sijpe oponiendo a las fuerzas
de cambio la mayor resistencia y, según Fallers, se
manifiesta como *un obstáculo mayor» cuya desapa-
rición condiciona el 6xito de todas las tentativas de
modernización.
e) La desacraIización parcid del poder. Todas las
consecuencias de la colonización, que acabamos de
examinar, llevan a un debilitamiento del poder v
de la autoridad de la que estaban investidos los de-
tentadores de los cargos políticos. Una causa suple-
mentaria, v asimismo determinante, debe conside-
rarse. La desacralización de la realeza v de la jefa-
tura incluso si se acentiia desigualmente según los
casos, sigue siendo siempre operante. El poder del
soberano y de los jefes se vuelve legitimo más por
referencia al Gobierno colonial que lo controla y pue-
de impugnarlo, que referente a los antiguos proce-
dimientos rituales que no obstante se mantienen. Ya
no aparece como receptor de la rinica consagra-
cidn de los antepasados, de las divinidades o de
las fuerzas necesariamente vinculadas a toda función
de dominaci6n. K. Busia, en su estudio relativo a la
situacidn del jefe en país Ashanti (Ghana), muestra
que la degradaci6n de la adhesión religiosa tradicie
nal coincide con la pérdida de poder de las autori-
dades politicas? Y el acontecimiento demuestra 40-
rno en Ruanda en 1960- que los reyes que aún pare-
cen divinizados pueden ser derrocados.
La desacralización del poder, por una engañosa
paradoja, es asimismo el resultado de la interven-
ci6n de las religiones importadas y de los misioneros
que rompen la unidad espiritual de la que los sobe-
ranos o los jefes eran los símbolos y, a menudo, los
guardianes. Así contribuyen, mediante una acción que
interviene en el mismo sentido que el desarrollo bu-
rocrático, a la laicización del dominio político, a la
cual las comunidades campesinas de Africa Negra
siguen estando mal preparadas. Este proceso ayuda
a comprender las iniciativas que han promovido la
resacralización del poder al amparo de las corrientes
religiosas modernas que hacían surgir a los jefes ca-
rism&ticos.
Las características que definen las incidencias p o
líticas inmediatas de la moderna colonización en Afri-
ca vuelven a encontrarse en otros continentes, inclu-
so en los países mejor armados - e n razón de su
historia, de su dotación cultural y de sus técnicas-
para resistir a la coacción colonial. Es lo que P.
1. K. Busu, The Position of the Chief i ~ the
i Modem Po-
titical S y s t m of Ashanti, Londres, 1951.
Mus sugiere en un a n a s i s sociológico de la primera
guerra del Vietnam? En este caso, se trata de una
sociedad política adiestrada a sufrir las vicisitudes
de la Historia, modelada apor la conquista, la resis-
tencia, la conspiración, la revuelta, y las disensiones
a lo largo de los siglos~.P. Mus describe con extre-
mada minucia la insidiosa lucha de los dos sistemas
de gobierno y de administraci6n, el uno monárqui-
co, colonial el otro: las aldeas y los jefes tradiciona-
les se escabullen detrás de los ahombres poco re-
presentativos*, resistencia de los consejos de nota-
bles que, sin embargo, están manipulados por el
poder colonial. Muestra que la tutela sufrida por el
Gobierno tradicional constituye una pmeba que tien-
de a dudar de su capacidad en expresar ala volun-
tad celestial* en tanto que ostentador del mandato
del cielo^, y que libera de esta forma las iniciativas
rivales abriendo la posibilidad de profundas reor-
ganizaciones. Por ende, P. Mus subraya la desacra-
lización que desorienta al campesinado y tergiversa
la responsabilidad de los dirigentes: aninguna reli-
gión de Estado que asuma a la vez el sentido del
universo y el destino de los hombres, enmarca 5%
a la sociedad campesina; tanto el concepto del mun-
do como la administración se laicizan; los gobernan-
tes ya no asumen la responsabilidad de las calami-
dades naturales por ahaber perdido la noción del
acuerdo con el universo,. La vida política activa
-la que no se satisface de la gestión establecida por
la colonización- tiende entonces a expresarse con
nuevos medios, que aún no son los de la moderna
acción política; se practica al amparo de las tradi-
ciones y en e1 marco de las sectas ~olíticereligiosas
que abundan, al elaborar averdaderas religiones de
substituci6n~y suscitar, entre los adeptos, tuna
actitud militanten. Nos hallamos, por consiguiente,
con una mayor profundidad histórica y sobre un
trasfondo cultural más complejo, ante el mismo con-
junto de procesos, más difícil de destacar que en el
caso de las situaciones coloniales africanas, El aná-
lisis comparatitTo,relativo a otras sociedades depen-
dientes, llegaría a idénticos resultados.
2. P. Mus, Vietnam, socialogie &une guerre, París, 1952.
Las tendencias que acabamos de manifestar
nen un carácter general por expresar el sentido de
un cambio político en la mayoría de las socie&des
colonizadas. Sin embargo, dada la diversidad de los
sistemas politicos tridicionales, conviene interrogar-
se sobre la posibilidad que puedan tener de presen-
tar unas reacciones diferenciales a prueba de la trans-
formación promovida por la colonizaci6n. La capa-
cidad de adaptación de las sociedades usin Estadon,
y de las sociedades uestatalesn a los sistemas de ad-
ministración importados, se ha considerado a menu-
do como el criterio bdsico de ese análisis. Si rete-
nemos este corte -impugnable en la medida en que
los dos órdenes de sociedades politicas primitivas
no se hallan radicalmente separados-, parece que
las sociedades del primer tipo sean más fácilmente
receptivas. Argumentos convergentes justifican esta
tesis a la par que ciertas evoluciones recientes. Las
sociedades asin Estadoa no disponen de una admi-
nistración rudimentaria que entrañe la instalación
de una jerarquía capaz de oponerse a la burocracia
moderna, y por eso mismo son más permeables a la
burocra tización. Diferencian generalmente los pa-
peles pollticos y las funciones religiosas, mientras
que en el caso de las sociedades con poder centra-
lizado, los estatutos políticos g religiosos a menu-
do están asociados o confundidos, como ocurre con
la realeza divina. La desacralización y la laicización
burocrática no tienen, en aquellas sociedades en las
cuales lo sagrado conserva un extenso dominio reser-
vado, las incidencias destructoras que temen los re-
ves divinos y sus agentes. Finalmente, los valores
igualitarios que en ellas tienen la supremacfa sobre
los valores jerárquicos, que no por eso se ignoran,
y el establecimiento de una administración que se
dice igual para todos, no contradice su estructura
cultural fundamental?
Tales son los datos del análisis lógico. Requieren
3. En 1959 el Rhodes-Livingstone Institute reunió un t m
loquio dedicado al tema siguiente: .Desde el orden tribal al
Gobierno m0derno.r Cf. R. APTHORPE, Political change, cen-
tralization m d role diferenciarion, en ~Civilisationsm,10, 2,
1960.
ser confirmados por la evwaci6n de hechos obtenidos
del dominio africano. La comparacibn de los Fang
aboneses, creadores de una anarquía ordenada, y de
fos Kongo, herederos de una larga tradición estatal,
puso de manifiesto sus reacciones contrastadas en
el marco de una misma situación colonial. En los
alrededores de los años 40 del presente siglo, los
Fang tomaron una iniciativa de reconstrucción so-
cial que los condujo a dar un nuevo vigor al sis-
tema clánico, recordando precisamente las pertenen-
cias a los clanes, transformando las aldeas e instau-
rando una burocracia que señalaba de un modo tos-
w las jerarquias y el sistema administrativo colo-
nial. Se opusieron a la dominación colonialista, a
la vez que se adherían a ciertos medios de la mo-
dernidad introducidos por la colonización. Los Kon-
go expresaron una doble negativa y una doble o p
sici6n. Muy pronto, hacia 1920, demostraron su di-
sidencia e intentaron recobrar su autonomía. Sus
iniciativas de reconstrucción social siguieron una
vía original; no desembocaron en una burocracia de
clan, sino en la fundación de iglesias aut6ctonas que
restablecieron los vínculos sagrados fundamentales,
suscitaron una nueva forma de poder indígena y
crearon unos mecanismos de integración social nue-
vamente operantes. Gracias a estas innovaciones re-
ligiosas, los Kongo han podido aparecer como los
iniciadores del movimiento nacionalista y pesar, con
todo el peso de esas instituciones eficaces, en el jue-
go de la fuerzas políticas liberadas por la indepen-
dencia. No integraron, como los Fang, el modelo de
la administmci6n colonial en los proyectos de reor-
ganización de su sociedad, pero reencontraron un
modo de respuesta a la crisis resultante de la co-
lonización que ya se había impuesto en el curso de
la historia del reino Kongo, especialmente a comien-
zos del siglo XLTII.'
Las recientes vicisitudes de ciertos Estados tra-
dicionales africanos que aún sobreviven demuestran
que sus adaptaciones modernas deben sujetarse den-
tro de unos marcos estrechos, más alld de 10s cuales
4. Respecto a esta comparaci611,cf. G. B . U N I ) ~ ,Sociolo-
gie actuefie de t'Afrique Noire, 2% ed., Parfs, 1963.
el propio régimen se halla amenazado. En este sen-
tido, el tipo de la aautocracia modernizanten (rnoder-
nizing autocracy), deñnido por D. Apter, corre el ries-
go de no ser ilustrado sino por un número muy
reducido de sociedades políticas contemporáneas ( T h
Political Kingdom in Uganda, 1961). En Ruanda, la
impugnación del poder real desemboca, en noviem-
bre de 1959, en una revuelta campesina que trastorna
todos los planes de ademocratización progresiva» y
provoca el establecimiento de la República en 1961.
En Buganda (Uganda), la incompatibilidad del poder
tradicional detentado por el soberano, en el marco
del reino, y del poder moderno, instaurado al nivel
del Estado ugandés, se convierte en antagonismo
declarado, durante el año 1966, con ocasión de una
grave crisis política que acaba en una breve guerra
civil, obligando al rey a la huida y al destierro. Du-
rante ese mismo año, en Burundi, un intento de
modernización del sistema monárquico, por parte
del joven príncipe heredero, fracasa rápidamente y
favorece el golpe de Estado que entrega el poder a
un oEicial y trae un cambio de régimen. Unos tras
otros, los Estados tradicionales de la región inter-
lacustre, en Africa oriental, van siendo quebrantados
o heridos de muerte; el proceso de modernizacidn
actúa finalmente en perjuicio suyo.
Las crisis que acabamos de evocar no hacen apa-
recer sólo las consecuencias politicas inmediatas de
la colonización y la descolonización, sino que po-
nen de manifiesto asimismo sus incidencias politi-
cas indirectas. En Ruanda, el rechazo de una rno-
narquia establecida desde hacía varios siglos estuvo
precedida de un enfrentamiento entre los dos gran-
des grupos constitutivos y desiguales: el campesina-
do mayoritario se opuso a la aristocracia, reivindi-
cando en primer lugar la adescolonización internan,
substituyendo luego la subordinación por la violencia.
Una lucha de clases, de f o m a rudimentaria, pudo
aparecer tras las transformaciones sociales y cultu-
rales resultantes de la empresa colonial; la negativa
al poder tradicional y sus agentes proviene del re-
chazo de la desigualdad f.undamenta1 que caracteri-
za a la antigua sociedad ruandesa. Y esta doble im-
pugnaci6n facilitó, en el caso del campesinado, la
adhesidn al sistema moderno y burocrático de go-
bierno,
Mediante la modificaci6n de las estratificaciones
sociales es como el proceso de modernización, abier-
to en el momento de la intrusión colonial, afecta in-
directamente a la acción politica y sus organizacio-
nes. Pone en su puesto a los generadores de las cla-
ses sociales constituidas fuera del marco estrecho
de las etnias. En Africa negra, cinco capas sociales
se han diferenciado generalmente en el período
colonialista. A un tiempo claramente distintas -a
menudo enumeradas- y ordenadas, clasifican a los
agentes del poder colonial por sus formas politica
y económica, a los agentes de la occidentalización
por el aspecto de las uélites letradas», a los ricos
plantadores, los comerciantes y los pequeños em-
presarios, y finalmente a los trabajadores asalaria-
dos, organizados o no en agmpaciones profesiona-
les. <Unos intereses comunes tienden a aliar cier-
tas capas sociales y a provocar, por reacción, la t o
ma de conciencia de aquella que se halla y conside
ra más desposeída, es decir, la última. Asl van per-
filándose los contornos de una burguesia burocráti-
ca, de una burguesía económica y de un proletariado
voco numeroso aun.& La situacidn colonial orien-
ta doblemente esta dinámica: frenando el proceso
de formación de las clases sociales y provocando,
desde el mismo momento en que la reitindicación
de autonomía se expresa y organiza, un afrente* de
oposición que limita los antagoni.smos entre las cla-
ses en vía de constitución. Una vez conquistada la
independencia, entraña una descongelación de la vi-
da política, pues crea condiciones más propicias a
la manifestación de las clases y permite la exacerba-
ción de las competiciones por el poder. Ahora bien,
la situación no se simplifica, ni mucho menos. Sigue
caracterizándose por un retraso económico, y una de-
pendencia de la economía, que tienden a contrariar
la diferenciación de las clases sociales. Además, las
relaciones de producción (incluso las más modernas)
5. G. BAIANDT~R,Pobfemdticu en las clases sociales en
Africu Negra, en ~Cahiers internationaux de Sociologies,
XXXVIII, 1965.
aún no adquirieron, en Africa negra, el papel de-
terminante que tuvieron y siguen teniendo en las
sociedades llamadas occidentales. Cabe buscar la ex.
plicación, a partir de los datos políticos, en el plano
de las relaciones mantenidas con el nuevo poder; el
acceso a éste y las luchas que suscita contribuyen
a la consolidación de la única clase bien constituida,
la clase dirigente. En la participación en el poder
que da el dominio sobre la economía, mucho más
que lo contrario. A este respecto, el joven Estado na-
cional tiene incidencias comparables a las del Es-
tado tradicional, por cuanto la posición respecto al
aparato estatal aún sigue determinando el estatuto
social, la forma de la relación con la economía y
la potencia material.
En la región del Asia suroriental pudieron pro-
ducirse transformaciones semejantes. El ejemplo de
Birmania -que conoció la ley colonial al perder su
independencia y, en 1885, su forma tradicional de
gobierno- es uno de los más reveladores. Las con-
secuencias políticas directas de la colonización son
brutales: eliminación de la monarquía birmana y
encuadramiento del país en el sistema administra-
tivo instaurado en la India; pérdida del predominio
de los Birmanos, que se habfan impuesto como etnia
dominante a despecho de otros grupos étnicos y
de las arninoríasio; desacralización de la vida políti-
ca mediante la aplicación del principio de separa-
ción de la Iglesia y del Estado; desnaturalización de
las unidades políticeadminis trativas mediante la mo-
dificación de sus limites y establecimiento de una ad-
ministración colonial; degradación de los mecanis-
mos de conciliación y de las instancias de la justicia
costumbrista. Aquí volvemos a encontrar, llevado a
su punto más extremado, el proceso ya relatado. Las
incidencias políticas indirectas no dejan de ser me-
nos evidentes. Birmania tuvo que aguantar una do-
ble colonización: la de los Británicos y la de sus
múltiples agentes importados de la India, que retra-
saron, para los Birmanos, el momento del acceso a
las actividades modernas, bien administrativas o eco-
nómicas. En el momento de la independencia, en
1948, s610 una pequeña fracción de funcionarios de
alto rango era birmana. El periodo colonial provo-
c& sin embargo la formación de una nueva estrati-
ticación social, cn parte disociada del marco dtnico.
Una capa social, limitada en su extensión y mayor-
mente reclutada fuem de la antigua etnia dominan-
te, se formó al acceder a la administración y al ejér-
cito. La fuerza asalariada autbctona se constituyó
lentamente, en competencia con la mano de obra
importada de la India. Sin embargo, las m o ~ i c a c i o -
nes más determinantes se produjeron en el sector
agrícola, por cuanto el colonizador trastorn6 total-
mente el sistema de los derechos tradicionales ru-
rales: creó una propiedad de la tierra, favoreció las
transferencias de las propiedades y estableció el de-
recho hipotecario. Por otra parte, debido al desigual
desarrollo económico del país, la renta diferencial
pudo aparecer y multiplicarse en provecho de la r e
gión del Delta. Una capa social foimada por los pro-
pietarios de las tierras, algunos de los cuales son
absentistas, y por los prestadores de dinero, se ha
ido ampliando progresivainente, agregándose a ella
el grupo restringido de los .empresarios* autóctonos.
En el momento de la independencia se quebró
la unidad resultante de la oposición al colonizador.
Las divisiones y los antagonismos internos aparecen
entonces con toda claridad: entre las etnias desigual-
mente abiertas a la modernización; entre los poderes
tradicionales (degradados pero no abolidos) y el po-
der moderno; entre las clases sociales en vía de for-
mación. De este modo, extensas zonas escapan al
control del nuevo Gobierno; los mecanismos políti-
cos se encasquillan muy pronto; la administración
funciona mal y las posiciones burocráticas son apro-
vechadas para la búsqueda de ventajas económicas
personales. A los diez años de la independencia, en
1958, los militares toman el poder por un breve pe-
riodo de ccreorganizacibn~.El sistema político rno-
derno aún no ha encontrado su punto de equilibrio.
El campesinado, que sigue dividido por las perte-
nencias étnicas, sigue reticente respecto a un po-
der lejano y mal comprendido. La clase obrera na-
ciente y la burguesia empresarial, numéricamente dé-
biles, tratan de reforzar sus presiones sobre el po-
der, mientras que la clase dirigente precisa más aún
sus contornos con ocasión de las luchas que susci-
tan. Los efectos de la colonizaci6n y de la descolo-
nización se han acumulado: la primera ha degra-
dado demasiado los antiguos poderes para que 6s-
tos puedan remodelarse en un aspecto modernis-
ta; la segunda no ha podido provocar aún, por enci.
ma de los límites étnicos y con la suficiente inten-
sidad, los cambios que harían de la nueva estratifi-
cación social el rítzico generador de la actividad poli-
tica moderna:
Sin multiplicar más los ejemplos, los análisis de
situaciones coricretas, ahora conviene valorar los es-
fuerzos tendentes a impartir un tratamiento teóri-
co al problema de las relaciones entre la dinámica.
de las estratificaciones sociales, y la dinhmica de la
modernización política. A este respecto, una de las
tentativas más recientes es la de D. Apter en su obra
publicada en 1965: The Poiitics of Modernizatiozz.
Apter parte de la observación de que la incidencia
más directa de la modernización es la emersi6n de
nuevas funciones sociales: a las funciones reconoci-
das como tradicionales se agregan las funciones lla-
madas aadecuativas~,concebidas mediante la trans-
formación parcial de algunas de las primeras, y las
funciones llamadas ano vado ras^; estos tres tipos de
funciones están en relación de incompatibilidad más
o menos acentuada. Además, D. Apter retiene tres for-
mas de estratificacibn social que suelen coexistir fre-
cuentemente dentro de las sociedades en vías de m e
dernización: el sistema de las castas (entendido en
su amplio sentido, pues se halla reconocido en las
sociedades con razas y culturas separadas), el siste-
ma de clases y el sistema de las jerarquías estatu-
tarias en el seno del cual la competición de los in-
dividuos se manifiesta vigorosamente. Los tres tipos
de funciones vuelven a encontrarse en cada uno de
esos sistemas de estratificación, y los conflictos pue-
den surgir entre las funciones en el seno de una
misma categoria de la estratificación social, entre
funciones homólogas de una categoría a otra y fi-
nalmente entre los grupos constituidos conforme a
6. Cj. la bibliografía especifica (pag. M)y el cap. dedicado
a Birmania (págs. 432470) en la obra de E. H m , On thc
Theory of Social Change, Londres, 1%4.
esas tres categorías. Estos conflictos ponen de ma-
nifiesto intereses divergentes y oposiciones entre va-
lores. Tan pronto como aumentan en intensidad, su
resolución es buscada en el plano político, bien en
el marco de un régimen regulador de la competi-
ción entre las diferentes funcioiies, bien en el mar-
co de un régimen que opera por eliminación y pro-
voca la reorganizaci6n total y drástica de la so-
ciedad.
De acuerdo con la terminología elaborada por D.
Apter, la primera solución caracteriza al sistema lla-
mado de conciliacibn (reconcilialion systern); la se-
gunda, el sistema llamado de movilización (mobili-
zatwn systetn). En el último caso, la economía se ha-
lla sometida al aparato del Estado, el partido úni-
co se convierte en el instrumento de la moderniza-
ción, las funciones sociales y la estratificación so-
cial son objeto de una política de transformación
radical; China, empeñada desde 1949 en sucesivas
revoluciones -de las cuales la arevolución culturaln
es la mAs apremiante-, ilustra ese tipo extremada-
mente. En el sistema llamado de conciliación, pese
a que la diversidad de las funciones y los modos de
estratificación se mantengan, la ampliacibn del asee-
tor moderno, está promovida por el medio de ac-
ción política, de la economía y de la educación. Los
grupos permanecen en abierta competici6n y las va-
riaciones de la estratificación social resultan de sus
presiones respectivas sobre el poder. Así, el sistema
se halla amenazado por la corrupción, que permite
constituir aclientelas m, por el estancamiento o la ines-
tabilidad política. Se aproximan a este tipo, más que
al anterior, los sistemas de la autocracia moderna
( d e r n i z i n g autocracy), de la que la oligarquía mi-
litar constituye la forma realizada en mayor grado.'
El análisis de D. Apter, aplicado sobre todo a las
situaciones transitorias que siguen la situación co-
lonial, parece tulnerable en la medida en que no
contempla suficientemente los efectos recurrentes
del colonialismo y en quc recurre a los modelos sim-
plificadores. Tampoco examina sistemáticamente la
7. D. AITBR, The Politics of Modernizatioñs, Chicago, 1965,
cap. 1, 2 y 4.
NCI 2 . 1 3 193
dinámica de ias relaciones entre la tradicíón y la
modernidad, gracias a la cual no dejan de manifes-
tarse sin embargo ciertas analogías. En las socieda-
des tradicionales, en las que los determinismos eco-
nómicos son de poca intensidad, las jerarquías y
las funciones sociales obedecen en primer lugar a
otros factores, especialmente políticos y religiosos;
su ajustamiento más o menos precario se opera ge-
neralmente en el plano político. En las sociedades
en vías de modernización, sigue marcada la prepon-
derancia de lo politico; y esto por dos razones apa-
ren tes: el armazón poli tico-administrativo se colo-
ca en escala nacional mucho antes de que haya podi-
do edificarse la economía moderna, y constituye el
principal instrumento de ligazón entre las capas y los
múltiples grupos sociales. Esta similitud de situacióh
explica, en parte, la posibilidad de transferir ciertos
emodelos politicosm de los sectores tradicionales ha-
cia los sectores modernos. Demuestra asimismo 40-
rno lo subraya D. Apter- que el aparato politico
puede, durante el proceso de modernización, seguir
determinando las formas principales de la estrati-
ficación social, que continua estándo en relación de
reciprocidad con el sistema de gobierno al que es-
tán vinculadas.
2. Dinárniaz del tradicionalismo y de la modernidad
Las recientes investigaciones vuelven a impugnar
las características generalmente atribuidas a los sis-
temas tradicionales y al tradicionalismo. Pertenecen,
mayormente, a la antropología política, que está en
mejores condiciones de negarse a identificar la tra-
dición en el wfijismoro y de dedicarse a la localiza-
ción de los uaspectos dinámicos~de la sociedad tra-
dicional. Pese a que ciertos procesos puedan desem-
peñar en ellos el papel de freno ante el cambio, y
que la innovación deba actuar al sujetarse a las for-
mas existentes y a los valores establecidos, esa so-
ciedad no está condenada a encerrarse en el pasado.
La noción de tradicionalismo sigue siendo vaga.
Es considerada como una continuidad, mientras que
la modernidad significa ruptura. En la mayoría de
10s casos se halla definida mediante la conformidad
a unas normas inmemoriales, las que el mito o la
ideologia dominante afirma y justifica, las que la
tradición transmite a través de todo un conjunto de
procedimientos. Esta definición carece de eficacia
científica. De hecho, la noción no puede ser deter-
minada con más rigor sino diferenciando las diversas
manifestaciones crcrdes del tradicionalismo. La pri-
mera de estas manifestaciones -y la más adecuada
al uso comente del términ- corresponde a un
tradicionalismo fundamental,aquel que intenta ase-
gurar la salvaguardia de los valores, de los sistemas
sociales y culturales más refrendados por el pasado.
En la sociedad india, la perennidad del sistema &
castas y de la ideología que expresa, pese a las re-
laciones ambiguas y multiformes que lo ligan a la
modernidad, no deja de ser reveladora de esa fuer-
za de conservación; en efecto, si ciertas modificacio-
nes operan dentro del sistema, éste no cambia glo-
balmente, por cuanto todo el armazón social de la
India rural se encontraría sometido en ese caso a
la prueba de los agentes de transformación.' El tra-
dicionalismo formal coexiste generalmente con la fi-
gura anterior. Se define a través del mantenimiento
de instituciones, de marcos sociales o culturales cu-
yo contenido se ha modificado; sólo se conservan de
la herencia del pasado ciertos medios, pero han cam-
biado las funciones y los objetivos. El estudio de
las ciudades africanas, nacidas del asentamiento de
las colonizaciones al Sur del Sáhara, reveló la trans-
ferencia de los modelos tradicionales, en el medio ur-
bano, para instaurar un orden mínimo en una nue-
va sociedad en formación. Durante el período de do-
minación colonial, el tradicionaZisrno de resistencia
sirvió de escudo protector o de camuflaje que per-
mitía disimular las reacciones del rechazo; el carác-
ter esencialmente diferente de la cultura dominada
le impartía, a los ojos del colonizador, un aspecto
insólito y poco comprensible; las tradiciones, modi-
ficadas o devueltas a la vida, amparan las manifesta-
ciones de oposición y las iniciativas tendentes a rom-
N. Cf. el reciente estudio de L. DUMONT, Horno Hierar-
chicris, Essai sur le systerne des castes, París, 1966.
per los lazos de dependencia. Es en el plano religi*
so donde dicho proceso obró más a menudo: la re-
presentación tradicional de lo sagrado ha enmasca-
rado las expresiones políticas modernas. Más allá del
período colonial aparece un nuevo fenómeno que p e
demos calificar de pseudol radicionalisnzo. En este ca-
so, la tradición manipulada se convierte en el me.
dio de impartir un sentido a las nuevas realidades o
a expresar una reivindicacibn, marcando una disiden.
cia respecto a los responsables modernistas.
Esta forma de tradicionalismo requiere un aná-
lisis más profundo y una ilustración. Un estudio re-
ciente de J. Fatret, consagrado a dos movimientos
rurales argelinos posteriores a la independencia, su-
giere un ejemplo significativo al respecto! Los cam-
pesinos de los Aures, herederos de una *tradición
antiestatalo, conocen un estado insurreccional -si-
ba- que expresó a menudo la negativa de sumisión
al poder central de sus comunidades asegmentarias~.
Sus reivindicaciones hacia el gobierno independiente
operan, por así decirlo, a la inversa: protestan con-
tra la subadministración y la difusión demasiado len-
ta, en su región, de los instrumentos y los signos de
la modernidad. Con esa finalidad reactivan los me-
canismos políticos tradicionales. Al querer obligar a
las autoridades a emprender una acción que permi-
tiría reducir la distancia entre su exigencia de pro-
greso y los medios de que disponen, se revelan apor
exceso de modernidadm. Ciertas aldeas hacen sece-
sión al romper sus relaciones con la administración.
y las personalidades disidentes -identificadas con
los combatientes de la fe, los ~nujahidin- recurren
a la violencia upara llamar la atención al Estado%
con el único medio que pueden controlar. El tradi-
cionalismo, en este caso, renace para satisfacer unos
objetivos contrarios a la tradición. En Kabilia, don-
de los maquis y los poderes locales se organizan du-
rante los meses que siguen a la independencia, la si-
tuación es muy diferente. El pseudotradicionalismo
cumple con una función que puede llamarse semán-
tica, por cuanto permite dar un sentido a las for-
9. J. FA\=, Le tradicionalisme par ezces de modernité,
en aArch. Europ. socio.^, VIII, 1967.
mas politicas nuevas. En este caso, de lo que se tra-
ta no es s610 de satisfacer el particularismo Kabila
y el cspiritu democratice berberisco. Los campesi-
nos, incapaces aún de concebir su modo de perte-
nencia a un Estado considerado abstracto y sin tra-
diciones históricas, suscitan el renacimiento de las
antiguas relaciones políticas. Las utilizan para com-
prender mejor su relación con el poder moderno y
presionar sobre éste; sus dlites políticas tienen así
la posibilidad de organizar la insurrección y de in-
fluir sobre las decisiones del Gobierno argelino. El
tradicionalismo no demuestra, en esta circunstancia,
la pervivencia de los grupos primordiales sino que
les confiere auna existencia reaccionalm; tienen me-
nos significación en sí mismos que por referencia a
la situación creada tras la reciente independencia.
Esta simplificada tipolqía no basta para dar
cuenta de la dinámica del tradicionalismo y de la
modernidad. Es preciso contemplar un proceso ge-
neral: las estructuras políticas resultantes de la ins-
tauración de los «nuevos Estados, no pueden inter-
pretarse, durante el período de transición, más que
recurriendo al antiguo lenguaje. No gozan ni de una
comprensión ni de una adhesión inmediatas por par-
te de los campesinados tradicionales. Esta situación,
que explica la reactualización de los grupos, de los
comportamientos y de los símbolos políticos en días
de desaparición, tiende a multiplicar las incompati-
bilidades entre los factores del particularismo (ra-
ciales, étnicos, regionales, culturales, rcligiosos) y los
factores unitarios que condicionan la edificación na-
cional, el funcionamiento del Estado y la expansión
de la civilización amodernista*. La actualidad próxi-
ma o presente pone de manifiesto sus consecuencias
en el seno de la mayoría de las naciones pobres y
en vía de desarrollo.
Tomemos un ejemplo: Indonesia acumula las di-
versidades regionales -acentuadas por su carácter
insular y la supremacía de Java-, las variaciones
religiosas culturales y étnicas. Aunque la políti-
ca postcolonial haya intentado equilibrar a las di-
ferentes fuerzas, especialmente al exaltar la asoli-
dar idad revoIucionaria*, las ideologías que se elabo-
raron han presentado todas un carácter sincrético,
incluso la de los comunistas indonesios que asoció
un marxismo simplificado y unos temas culturales
tradicionales. El equilibrio no pudo mantenerse: a
partir de 1957, las rebeliones regionales se multi-
plicaron y el nuevo poder se degradó progresivamen-
te. C. Geertz interpreta este proceso como una ver-
dadera reacción en cadena. Cada etapa, en el senti-
do de la modernidad, ha provocado una consolida-
ción de 10s particulansmos que han sometido el p e
der a una presibn creciente y multiplicado las prue
bas de su debilidad. Cada manifestación de esta im-
potencia incrementó la inestabilidad e indujo a unas
experiencias institucionales e ideológicas frecuente-
mente renovada^:^ Dos movimientos contrarios ope-
raron así sincrónicamente: por una parte una rea-
nudación de la iniciativa politica en el marco regio-
nal, apoyada sobre los aportes de la tradición; por
otra parte, una pbrdida progresiva del control de
los asuntos comunes que desacreditó al Gobierno
central y suscitó la inflación en materia de organi-
zaciones, de ideologías y de simbolos rnodernistas.
El punto de ruptura se alcanz6 en 1965 y pemiti6
la toma del poder por los militares. Los enfrenta-
mientos politicos se manifiestan en gran medida, pe-
ro no exclusivamente a través del debate de lo tra-
dicional y lo moderno; esto último aaarece mayor-
mente como un medio y no como su causa prin-
cipal.
A escala de las naciones de talla continentai (la
Unión India) o del continente cuyo reparto en na-
ciones resulta sobre todo de las particiones colonia-
les (Africa), este debate se impone con una fuerza
que, para los campesinados, evoca el juego de la fa-
talidad. Se ha podido decir de la India que es aun
laberinto de estructuras sociales v cultural es^, que
acumula todos los «conflictos primordial es^ deter-
minados por la incompatibilidad de las múltiples re-
laciones sociales tradicionales (reactivadas) y de las
nuevas relaciones promovidas por las transformacio
nes económicas y políticas. En Atica negra, las dis-
cordancias son asimismo aparentes, tanto más en
10. C. OBERTZ, The Integrative Rerwlution, en C. G m .
(edit.), Otd Societks and New States, Nueva York, 1963.
cuanto la inestabilidad de los regímenes politicos
contrasta con la permanencia del recurso a los
modelos tradicionales en el medio aldeano. Las na-
ciones negras estáln en vias de hacerse, y aún no es-
tán constituidas. La integracibn de las etnias s i p e
siendo a menudo precaria, hasta el punto de que la
dislocación de los grandes conjuntos -tales como el
Congo-Kinshasa y Nigeria- continúa siendo una amo
naza constante. El resultado de esta situación es que
10s partidos y sus tendencias, los movimientos in-
cluso calificados como revolucionarios, expresan el
peso relativo de los grupos étnicos a la vez que la
pluralidad de las opciones relativas a las estructu-
ras de la nación y de su economía. Semejante esta-
do de hecho casi no ha sido modificado or el sis-
B
tema del Partido único: la eliminación e la con-
frontación no ha liquidado la obligación de repartir
el poder segiin las categorías étnicas, religiosas o
regionales. La independencia ha promovido una nue-
va dinámica de la tradición, según una doble orien-
tación. Por una parte, liberó las fuerzas contenidas
durante el período colonial como lo manifiestan va-
rias crisis acontecidas durante los últimos años y
que manifiestan el resurgir de los antagonismos tri-
bales y/o religiosos. Por otra parte, la actividad po-
litica moderna s610 pudo organizarse y expresarse
recurriendo a una verdadera traducción; los mode-
los y los símbolos tradicionales vuelven a ser los me-
dios de comunicación, y de explicación, utilizados
por los responsables que se dirigen a los campesinos
negros. Uno de esos hechos de permanencia parece
ser más esencial aún. Los antiguos conceptos res-
pecto al poder no se borran enteramente, sobre todo
en las regiones donde surgieron, en diversos momen-
tos de la Historia. Estados vigorosos. Asf, en el Con-
go, la figura del Presidente aparece, en cierto modo
como el reflejo de la figura del soberano tradicit-
nal, en particular la del rey de Kongo. El jefe debe
manifestar su poderío, apoderarse literalmente del
trono y ostentar con fuerza el poder en interds 69
la colectividad. En esta perspectiva, las luchas r e
cientes por el control del aparato del Estado no son
más que una versión actual de las aguerras de su-
cesión~y el poder militar sigue siendo reconocido
como el mejor armado. Al personaje del jefe fuerte
se asocia el personaje del jefe justiciero, respetado
en nombre de la sabiduria que ostenta, capaz de ser
el recurso supremo, capaz de imponer el respeto del
derecho y .hacer prevalecer la conciliaci6n. Una ter-
cera figura es asociada a las dos anteriores en la
representacidn de la realeza: la del jefe carismático,
que goza de una relación privilegiada con el pueblo,
el país, el sistema de fuerzas que rigen la fecundi-
dad y la prosperidad. El poder sigue concibiéndose
en el triple aspecto del poderío, el arbitraje y 10
sagrado. El Congo moderno no ha podido conse-
guir, desde 1960, reunir en una sola persona a esas
tres figuras del jefe; según las concepciones tradi-
cionales, cabria buscar en ello algunas de las r a m
nes de su actual debilidad.
Las investigaciones realizadas en nombre de la
antropología política empiezan s610 a considerar Ias
diversas modalidades de la relación de la tradición
y la modernidad. Ya no pueden satisfacerse con unas
apreciaciones generales o aproximativas y, por con-
siguiente, deben determinar unas unidades y unos ni-
veles de encuesta en que el análisis sea capaz de al-
canzar una creciente eficacia científica.
a) La comunidad aldeana. Constituye una sacie-
dad a escala reducida, con fronteras concretas, en
la que se capta claramente el enfrentamiento de lo
tradicional y lo moderno, de lo sacro y lo histórico.
Es en el seno de sus limites donde acontecen las
transformaciones radicales, no sin resistencia ni ma-
lentendido~y, en este sentido, las encuestas que les
ataiien son las más ricas en enseñanzas. G. Althabe
ha dedicado un estudio, basado en minuciosas obser-
vaciones, a las aldeas de la etnia Betsimisaraka, asen-
tada en la zona costera oriental de Madagascar. Su
análisis pone especialmente de manifiesto el dificil
ajuste del poder aldeano al sistema de administra-
cidn instaurado por el nuevo Estado malgache." En
el seno de estas comunidades aparece un corte en-
tre e1 dominio de la vida interna -dominada por la
11.- G. ALTIIABE,
Comrnutiuutds villltageoises de la cdte orien-
tale malgache, (ed. Maspcm, París).
tradición en su estado actual- y el dominio de la
\,ida externa, que organiza la múltiples relaciones
&ora establecidas con el exteriorn y donde se im-
ponen los agentes y las fuerzas de la modernidad.
Este dualismo se manifiesta de un modo enteramen-
te material en la estructuracián del espacio aldeano.
LOS campos donde se cultiva el arroz de montaña,
situados a distancia de las habitaciones, constituyen
el lugar donde la tradición se ha replegado; las
~rácticasque requieren, y la simbólica que soportan.
son conformes a las exigencias tradicionaIcs que aún
sigue connotando el término que las designa (tairy).
La aglomeración aldeana, sita en la carretera, abier-
ta a los representantes de la administración y a los
intercambios exteriores, que recela de los objetos v
de los símbolos importados, se ha convertido en el
frente de ataque del modernismo. El reparto dualis-
ta se expresa también a través de las prácticas que
rigen la vida de la comunidad y cn la resolución de
los litigios que la perturban. Si sc trata de asuntos in-
ternos, las antiguas jerarqulas son evocadas y res-
petadas, mientras que las reuniones de discusrón (y
de opción) se conforman a los principios tradicio-
nales. Si se trata de asuntos externos y especialmen-
te de las relaciones con los representantes del poder
estatal, las reglas de funcionamiento son entonces
muy diferentes; pues las reuniones no revelan las
relaciones sociales fundamentales y ya no son la
oportunidad que permite a la comunidad exhibir el
orden que la define. En un caso, las relaciones sc,
ciales intentan conservar su riqueza y su eficacia
simbólica; en el otro, revisten un aspecto improvi-
sado y de hecho se establecen según unos modelos
considerados como extranjeros -heredados del co-
lonizador- y, por este motivo, parcialmente recusa-
dos. Los factores de modernidad siguen siendo con-
siderados, en gran parte, como exteriores a la so-
ciedad aldeana.
Aun cuando, aparentemente, el campesino betsi-
misaraka parece vivir sobre dos registros, un -análi-
sis más profundo nos muestra que la realidad no es
tan sencilla. Una nueva institución, tomada de los
grupos vecinos y adaptada, se difundió ampliamen-
te en el curso de los últimos años; se trata de un ri-
tual asociado a la crisis de posesidn por unos espí-
ritus identificados y jerarquizados: el tromba No
es posible limitar su significación al dominio reli-
gioso, ya que la relación con lo sa-grado sale fiadora,
en este caso, del nuevo orden social y cultural que
estA esbdndose. Este ritual, que evoca una expe-
rimentación comunitaria, ofrece un carácter sincré-
tico en la medida en que asegura la combinación de
elementos y símbolos modernos con elementos y sim-
bolos tradicionales. Al mismo tiempo, expresa una
doble negación: recusa ciertos aspectos tradiciona-
les -los que parecen estar más adulterados-, ri-
vaiizando con el culto de los antepasados, en su
forma antigua, y las técnicas de adivinación; rechaza
los medios del modernismo que son reconocidos ex-
tranjeros, a1 manifestarse como un contracristianis-
mo y al fundar nuevas relaciones de dependencia y
de autoridad. El tromba ofrece un campo privilegia-
do a la observación v al análisis. Demuestra que' el
hombre de Ias sociedades llamadas dualistas no or-
ganiza su existencia situándose al ternat ivamente fren-
te a dos sectores separados v gobernados el uno por
la tradición y el otro por la modernidad. Permite
captar, a partir de la experiencia vivida. la dialécti-
ca que opera entre un sistema tradicional (degrada-
do) y un sistema moderno (impuesto desde el exte-
rior): hace sureir un tercer tipo de sistema socio-
cultural, inestable. cuvo origen está ligado a los dos
primeros. La interpretación de estos fenómenos con-
tradice las teorías triviales del dualismo sociolórico.
La comunidad aldeana, debido a su dimensi6n. consti-
tuve la unidad donde se capta mejor esa dinámica
compleia, donde se localizan en su fase naciente las
estmcturas nuevas, donde las incidencias de la ac-
ción nolftica moderna se manifiestan del modo más
inmediato.
Los trabaios de los antropólogos muestran en t o
da su extensión geográfica que esta afirmación tie-
ne una aplicación general cuando se trata de analizar
los efectos de las fuerzas modernizadoras sobre el
orden tradicional. Los numerosos estudios dedicados
a las aldeas indias son los mAs reveladores. esnecial-
mente en el plano de la antropoloda polftica. Ponen
de relieve alos cnmbios recientes introducidos me-
diante la inserci6n de la aldea en un conjunto eco116
mico y político que actúa poderosamente sobre ellam,
la multiplicación de las causas de fricción que exa-
cerba las relaciones de hostilidad entre afacciones~,
la pérdida de eficacia del panchayat -junta detenta-
dora de autoridad y con una función de arbitraje."
Todas las búsquedas sugieren, por el orden de com-
plejidad a que remiten, la vanidad de las generali-
zaciones prematuras y vulgarizadoras. La adverten-
cia es más imperativa aun cuando el estudio se apli-
ca a las sociedades sometidas a una reorganización
revolucionaria, como en el caso de las campiñas chi-
nas. En efecto, la tradición no puede eliminarse to-
talmente y algunos de sus elementos perduran al
cambiar de aspecto: es entonces mucho más dificil
descubrir la malicia del tradicionalismo."
Las comunidades aldeanas son las unidades de in-
vesti~acidnmás pertinentes, por cuanto constituyen
el campo de enfrentamiento de la tradición y de la
modernidad. Nos queda por considerar los medios
a los cuales esta Última recurre en materia política:
sus instrumentos, sus areumentaciones v sus justifi-
caciones. El partido polftico debe considerarse como
e1 factor de modernización, mientras que hay que con-
cretar la función de las ideologías y la transición del
mito, orientado hacia el pasado, a Ia ideología moder-
na, anunciadora de un por venir.
b) El partido político, instrumento amodemizan-
res. En las sociedades tradicionales en curso de trans-
€ormaci6n, el ~ a r t i d ocumple con rndltiples funcio-
nes: define al Estado naciente o renaciente, orienta la
economfa nacional, organiza la supremacía del fac-
tor polftico y contribuve a la adecuación de las es-
tructuras sociales. Esta participación en el cambio
es tanto mds activa cuanto más extensamente predo-
minante es el régimen del partido único o del iimoui-
miento nacionala, generalizado a lo largo de los años
12. Cf. las indicaciones y sugerencias bibliográficas de
L. D u ~ o ~ iov.
i , cit., secciones 74, 75 y 84.
13. Los adocumcntos~reunidos por Jan Mwdal v dedica-
dos a una aTdea del Chanxi lo supieren: G. MYRDU, Una aiüm
de la C h ! u Popular, París, 1964.
que siguieron a la independencia. El partida yolltico
es el primero de los medios de modernizacih en ra-
2611de su origen, ligado a la iniciativa de las klites mo-
dernistas, de su organización, que le permite iílante-
ner con las comunidades una relación más directa
que la administración, y, finalmente, merced a sus
funciones y sus objetivos, por cuanto quiere ser, y lo
es en varios terrenos, el empresario del desarrollo. Es-
tos aspectos se acentúan en el caso de los partidos o
movimientos unitarios resultantes adel deseo de cam-
biar la comunidad, de reestructurar las relaciones S*
ciales y de engendrar una nueva forma de concien-
cia y de ética^; D. Apter, al proponer esta definición,
caracteriza así el asistema de movilización* que orga-
niza la modificación drástica de la sociedad."
La dinámica de Ia tradición y de la modernidad
nunca se excluye sin embargo del campo en el que
opera el partido político v la primera no se reduce
a ser un mero obstáculo al progreso de la segunda. El
partido se constituye frecuentemente a partir de unos
agnipos intermediosn que tienden a unas finalidades
modernas recurriendo a las fórmulas y los símbolos
tradicionales: asociaciones tribales, movimientos cul-
turales, iglesias sincrdticas. En Nigeria occidental,
donde estan establecidos los Yoruba, una asociación
fundada en 1945 y la cual honra al antepasado funda-
dor (Odttduti~a),al promover los vaIores y la cultura
yoruba estimul6 la reanudación de la iniciativa po-
lítica y dio base al partido denominado aAction
Group~.En Costa de Marfil, la aAgrupación dcmo-
cxática africana> nació de una asociación de planta-
dores -por lo tanto de campesinos modernistas- y
utilizó como auxiliares a las sociedades de inicia-
ción, especialmente la más extendida, la del Poro,
para facilitar su implantación. En los dos Congos,
los movimientos religiosos nacidos del sincretismo,
de la voluntad de restaurar el orden en el campo de
lo sagrado, y las asociaciones culturales, constituye-
ron el primer soporte de la vida política rnodcrna.
La tradición, que afectó a los partidos en el mo-
mento de su aparición, continúa siendo activa a1 nivel
14. D. A ~ R The
, Politics of Modernkation, Chicago, 1965,
cap. VI.
de las estructuras y de sus medios de expresidn. Los
partidos quieren edificar un marco unitario por en-
cima de los particularismos, asegurar la difusión de
ideas nuevas, atribuir una función preponderante a
sus agentes modernizadores, pero su inserción en el
medio campesino les impone hacer concesiones al
orden antiguo. Deben establecer alianzas locales con
los notables tradicionales, las autoridades religiosas,
los responsables de las diversas organizaciones semi-
modernistas. En Indonesia, un término específico
(diran = río) designa a las diversas corrientes so-
ciales que es preciso canalizar de este modo. Los
partidos, pese a utilizar los instrumentos más evoca-
dores de la modernidad -los diversos medios de in-
formaci6n y persuasión, el aparato burocrático-, se
ven obligados a adecuar su lenguaje y su simbólica
al medio tradicional en el que desean operar. Es-
tán condenados a las ambigüedad cultural durante
el periodo inicial y con harta frecuencia mucho más
allá. Al recuperar unos símbolos antiguos y eficien-
tes, los partidos organizan el ceremonial de la vida
política (incorporando en eila a veces ciertos elemen-
tos rituales) con el fin de consagrarla, confieren a su
líder una doble figura o le construyen una persona-
lidad heroica (si es preciso, situándolo en la desccn-
dencia de los héroes populares); finalmente, recurren
a los mcdios tradicionales para forzar la adhesión y
asentar la autoridad de sus agentes. Sus doctrinas y
sus ideologías son ampliamente sincréticas. M. Hal-
pern ha subrayado, respecto a ciertos países musul-
manes, la mezcla de unas tradiciones que no dejan &
ser contrarias: la filosofía marxista es presentada
como la réplica, en el mundo moderno y en el cam-
po de las realidades materiales, de la filosofía tradi-
cional nacida del Islam; las dos son consideradas
como promotoras, cada una en su nivel, del adve-
nimiento de un orden nuevo." El estudio crítico
de los diversos socialismos específicos de los países
en vías de desarrollo, y muy especialmente del aso-
cialismo africano,, los hace aparecer igualmente en
tanto que sincretismos. Omnipresente, la tradición
15. M. HALAERN, The Politics of Social Change in the
Middle Easr anú NortZt Africa, Princeton, 1%3.
impone a la acción modernizante del partido politi-
co unos límites que las más radicales opciones no
logran reducir sin la ayuda del tiempo.
c) La ideología, expresidn de la modernidad. La
función política de las ideologías se halla estimulada
durante los períodos revolucionarios y durante las
fases de modificación profunda de las sociedades y
de sus culturas. En el caso de ciertas sociedades tra-
dicionales en mutación, como las de Atrica negra,
esta función es tanto más clara cuanto que la ideo
logía política surge con la época moderna, sobre las
ruinas de los mitos que acreditan el viejo orden.
Las ideologías asociadas a los proyectos de edifica-
ci6n (o de reconstrucci6n) nacional, a las tentat-ivas
de desarrollo económico y de modernización, ofrecen
ciertas características comunes. Están marcadas por
las reacciones ante la situación de dependencia: la
condena de la explotación y de la opresión, ia exalta-
ción de la independencia, son sus temas mayores tan-
to más operantes cuanto más contribuyen a aclarar el
retraso técnico y económico. En la medida en que se
hallan determinadas por ia necesidad de hacer preva-
lecer la unidad de la nación sobre los particularismos
de diversa índole, los temas y los símbolos unitarios
predominan en ellas: la personalidad del jefe naci*
nal es consagrada (puede identificarse con un salva-
dor) y la propia nación se convierte en objeto de una
verdadera religión política. Por otra parte, esas ideo-
logías deben contribuir a la conversión psicológica,
la cual ha podido ser calificada de unew deal de las
emociones». Se presentan en dos versiones: una,
elaborada, está destinada a las élites políticas e inte-
lectuales, a la difusión exterior; otra, simplificada,
es adecuada, mediante un recurso, a las apalabras*
de la tradición, a los campesinados y a las capas me-
nos marcadas por la educación moderna. Finalmente,
estas ideologías se inspiran ampliamente de las filo
sofías sociales y las doctrinas políticas elaboxadas en
el exterior. Es el caso del pensamiento socialista y
del marxismo, para ciertas formulaciones del nacio-
nalismo. Esta a importaciónw confiere frecuentemcn-
te a la ideología un carácter sincr&tico, aparente
en la definición de la mayoría de los socialismos es-
pecificos. Origina asimismo una contradicci6n difícil-
mente superable: son los inst rumcntos intelectuales
extranjeros los que modelan el pensamiento politi-
co moderno, pero están al servicio de un desarrollo
anacionalitario* y a menudo de una defensa de lo es-
pecífico. Al situar a los aárabes de ayer a mañana*,
J. Berque ha interpretado ese esfuerzo .por ajustarse
a los demás permaneciendo fiel a si mismos, esa
exigencia contradictoria, que hace que la reivindi-
cación de modernidad no sea la negación total de la
tradición!'
Las ideologías modernizadoras se caracterizan
igualmente por su inestabilidad, por su movimiento
propio, correlativo de las transformaciones cumpli-
das y de las modificaciones de la conciencia política.
Varían en la medida en que se refieren a unas socie
dades, a unas civilizaciones, sometidas a un cambio
rápido y sólo son significativas durante un período
relativamente breve. D. Apter ha intentado determi-
nar el ciclo de su formación, la secuencia de sus va-
riaciones.'' Al comienzo, la ideología es difusa y aso-
cia unas aimágenes múltiples~y, en gran parte, con-
tradictorias, pues con la presión de la necesidad y
de los acontecimientos se edifica y se carga de apor-
taciones nuevas, tan pronto como sus destinatarios
se hacen receptivos a los temas y símbolos exterio-
res a las coníiguraciones tradicionales. En su punto
más alto -que corresponde al momento de su máxi-
ma eficacia- la ideología asume un aspecto utópico
y umilenarista~: exalta la sociedad venidera y con-
fiere a la empresa colectiva una eficacia inmediata y
una significación histórica universal -por ejemplo,
la misión de realizar la única revolución auténtica. Al
fin del proceso, la ideologia se degrada: los militantes
se han convertido en los gestores y la prueba de los
hechos (la fuerza de las cosas) conduce al realismo
práctico, a la elaboración de un sistema ideológico
marcado por el pragmatismo.
Estas ideologías de la modernización no se impo-
nen aún por una novedad radical: son demasiado
16. J. BERQUB, Les Arabes d'hier t demairt, París, 1960,
cap. 1, XII y XiiI.
17. D. m,op. Cit., págs. 314327.
móviles y demasiado circunstanciales. Su análisis pa-
rece decepcionar y es a menudo repetitivo. Sin em-
bargo, no dejan de constituir para la antropología po-
lítica un dominio de investigación rico en problemas
mal dilucidados, en la medida en que permiten apre-
hender la articulación con la tradición y la homo-
logia que ofrecen con los mitos que rigen a esta ú1-
tima. Los países africanos nos brindan a este rcspec-
to los ejemplos más reveladores. Tan pronto como
los movimientos nacionales cobran forma en ellos, la
ideología política se construye, hallando su apoyo en
los temas rniticos de revuelta o de resistencia surgi-
dos a lo largo del periodo colonial. Al comienzo, la
iniciativa está en manos de una minoría intelectual,
preocupada por promover una liberación cultural a
la vez que una liberación política. La ideología más
representativa de esta fase es la ateoría de la etnia
negra*, elaborada por africanos de expresiciri fran-
cesa, luego formalizada filosóficamente por J.-P.Sar-
tre. Al margen, conviene situar la obra ideológica
de los ensayistas que desean conferir a la historia
africana una eficacia militante. Tratan el pasado
d e manera que asegurc la rehabilitación de las ci-
vilizaciones y de los pueblos negros. Invierten la
relación de dqxndencia y transforman las civiliza-
ciones reconocidas en deudoras de la civilización afri-
cana menospreciada. Las ideologías esencialmente p e
líticas -las más recientes- poseen un aspecto ine-
siánico, especie de réplica teórica a los mesianismos
populares que han expresado las primeras reacciones
organizadas del rechazo del colonialismo. Así, los
fundadores del socialismo africano tienen no sólo
la preocupación de promover una adecuación con-
siderada necesaria, sino también la certidumbre de
contribuir a la salvación del socialismo, al enrique-
cerlo con valores fecundantes."
Tal es el camino que pudo conducir del mito tra-
dicional, rico de una parte de ideología, a las ideole
gías y doctrinas políticas modernas que encierran
18. C. BALANDER. Les mythes poliiiques de colinzisation et
de dtcolonisotion en Afrique, en a Cahiers Internationaux de
Sociologiem, XXXIII, 1962.
una parte del mito. Este caminar, esta transición del
mito con implicaciones ideológicas a los sistemas de
pensamiento modernos con irnplicaciones míticas,
nos hace tropezar con el problema que se plantea a
todas las viejas sociedades en trance de mutación.
Este problema es el de la dialéctica permanente en-
tre la tradición y la revolución.
NCI 2.14
Conclusión
Perspectivas de la antropología polftica
La antropología politica se está desarrollando en el
preciso momento en que la tarea antropológica está
siendo impugnada: los objetos a los cuales se de-
dica principalmente -las sociedades arcaicas o tra-
dicionales- se hallan sometidos a unas transforma-
ciones radicales; los métodos y las teorías que defi-
nían esta tentativa desde antes de la guerra están so-
metidos a una evaluación critica, generadora de re-
novaci6n. La antropología política aparece por tan-
to como una nueva configuración esbozada en el se-
no de un campo científico totalmente trastornado.
Max Gluckman y Fred Eggan consideran ue esta
3
afundada virtualmenten cuando, en el año 1 40, apa-
rece la obra colectiva intitulada African Political Sys-
tems; desde aquella fecha, ha suscitado numerosas
investigaciones sobre el terreno y ha estimulado la
reflexión teórica. Dos publicaciones recientes ponen
de manifiesto su vigor y la exigencia de rigor que la
animan; una de ellas, a partir de un problema especi-
fico, el del poder y las estrategias que entraña: Po-
litical Systems and the Distribution of Puwer;' la
otra, a partir del reagrupamiento de los textos que
revela ciertas orientaciones dominantes: Pofiticd
Ant hropology,f
Esta tardía especialización de la antropologia se
presenta no obstante más como un proyecto en tran-
ce de realización que como un campo ya estableci-
do. En primer lugar sufrió las incidencias de una si-
tuación ambigua;
investigación antr
?o fuera de sus preocupaciones principales, c o n s i 6
rbdolo prácticamente en el aspecto ae un s53ETa
&relaciones derivado cuya expresión primera es sm
cial o/y religiosa; se ha elaborado fuera de las dis-
1. A.S.A. hfmographs 2, Londres, 1%5.
2. Obra publicada bajo la dirección de M. Schwartz, V.
Turner y A. Tudend, Chicago, 1966.
ciplinas politistas más antiguas, recusándolas corno
la forma de la filosofía política o de la ciencia pofiti-
ca que durante largo tiempo quedó confinada dentro
de su aprovincianismo occidental*.
d6n la 11ev6 si g m :
tral que le p e r m t i c o en su diversi-
.
dad y crear ias conaiciones de un estuaio comparati-
Y este movimiento le impone acercarse
'a as scip inas próximas. u a b a j o s publicados
&lo largo de los últimos quince anos =m&-
f i i o las inlluencias exteriores: en primer lugar, la
de Max Weber, preponderante en el caso de los inves-
f ~ d o r e samericanos o británicos; luego, la de los
especialistas política, especial-
mente la de D. Easton, autor de un estudio publica-
do en 1953 con el titulo The Political System.
Estos acercamientos promueven la confrontación8\
y la critica. D. Easton imputa a los antropólogos poli-
tistas el ligarse a un objeto mal determinado, el no
haber diferenciado los aspectos, las estructuras y las
posturas políticas de las demás manifestaciones de
la vida social. Así, habrían desestimado el captar el 1
elemento político en su esencia y su rasgo especifico.
En parte, la observación no deja de estar fundamen-
'
tada, pero parece útil recordar que las sociedades
consideradas no ofrecen siempre una organización
política distinta y que los politicólogos mismos aún
no han definido claramente el orden de lo golítico.
Por otra parte, Easton hace constar que la antropolo-
/
gía política actúa sin haber resuelto los problemas
conceptuales fundamentales y sin haber asentado sus
orientaciones teóricas principales.' Las investigacie
nes realizadas durante los Úitimos años reducen el
alcance de esa crítica, al margen del hecho de que los
riesgos teóricos asumidos por los precursores de la
disciplina incitaron a la cautela. No se le puede repro-
char a un saber científico en trance de constitución
su vulnerabilidad. Al menos, un elemento positivo
sigue siendo incuestionable: ia antropología política
ha obligado al descentrmiento, pues ha universaliza-
do la reflexión -al extenderla hasta las bacdas p&
3. D. B ~ N ,
Poliiicat Anthropology, en B. SIBCBL (edit.),
rBiennal Review of Anthropology~,Stanford, 1959, phg. 210-247.
meas y amerindias con poder mínimo- y ha roto
la fascinación que el Estado ejerció durailte largo
tiempo sobre los teóricos politistas. Este priviIegia
se considera tan determinante que C. N. P r i r k b
\S-politicólo~o reconocido v conocid*
c O n f i a r a ~1
w
- 70
t
!
10 • e -las D W
=nuo limitarse a esta sugerencia elogio-
sa. Un inventario más detallado es necesario. La an-
tropología política, por la práctica cientffica que rige
y los resultados conseguidos, influye sobre la disci-
plina madre a partir de la cual se formó. Su simple
existencia le confiere una eficacia critica respecto a
esta última. Contribuye a modificar las imágenes co-
munes que caracterizan a las sociedades considerada.,
por los antropólogos. Éstas ya no pueden considerar-
se como unas sociedades unanimistas - c o n un con-
senso mecánicamente logrado- y como unos siste-
mas equilibrados, poco afectados por los efectos de Ia
entropía. J2LsUdu de los aspectos # .
lleva a
captar cada una de esas sociedades-ne
en sus actos v sus problemas, por encima de Ias -
riencias que exhibe )I de las teorias que induce. Los
ordenamientos sociales se muestran aproximativos,
la competición, siempre operante, y jamás abolida la
impugnacibn (directa o insidiosa). Por el hecho de
operar sobre una realidad esencialmente dinámica,
la antropología política requiere tomar en conside-
ración la dinámica interna de las sociedades 1Iama-
das tradicionales; d ~ o n completar
e el análisis lb&-
co de las posiciones por el análisis lógico de las opo-
siciones: y ademas pone aea -
:wcesar<a entre ambos cometidos. A este respecto, no
deja de ser digno de mención que unos términos ta-
les como aest rategial~Y amanipulaciónr se utilicen
cada vez más frecuentemente. El argumento es mini-
mo. Las consecuencias que Edmund Leach saca de
un estudio ejemplar de antropología política son mAs
demostrativas.' A partir del caso de los Kachin de
Birmania, subraya 10s dinamismos puestos en acci6n
en los sistemas reales y la inestabilidad de estos ú1-
4. Political Systems of Highkmd Burmo, nueva ed., Lon-
dres. 1%4.
timos; demuestra claramente la multiplicidad de 10s
modelos a los cuales los Kachin se refieren según las
circunstancias, hasta el punto de que su aparato con-
ceptual permite expresar unas aspiraciones opuestas
y afirmar unas legitimidades contradictorias; desta-
ca que el equilibrio esta dentro del modelo (el que
la sociedad se da o el que el antropólogo construye),
no en los hechos. A su vez, Leach -va que el dina-
mismo es inherente a y que no se expre
sa sólo por el cambio, por la evolución; punto de vis-
ta sobre la realidad social que nosotros henios for-
mulado hace ya cerca de 15 años al intentar concre-
tar sus implicaciones teóricas y metodolbgicas. Los
antropólogos politistas se adhieren, en mayor núme-
ro cada día, a esta interpretación. h4ax Gluckman
se ha aproximado Úitimamente a la misma: pues re-
curre a la noción de aequilibrio oscilantes para in-
terpretar Ia dinámica de ciertos Estados tradiciona-
les africanos. matizando asf una concepción que has-
ta entonces habia permanecido demasiado estática.'
La antropologfa política renueva el viejo debate
relativo a la relación de las sociedades tradicionales
(o arcaicas) con la Historia. Y ello por una razón
principal, que ya hemos evocado: gl campo politic9
es aquel en que la Historia imprime su marca con
.fucna. Si las sociedades llamadas segmentm-ias están
dentro de la Historia por su movimiento de composi-
ción y descomposició~sucesivas. por las modificaci-
nes de sus sistemas religiosos, por su apertura (libre
u obligada) a los aportes exteriores, las sociedades es-
tatales se hallan presentes en ella de otra manera:
con toda plenitud. Estas se insertan en un tiempo
histórico más rico, más cargado de acontecimientos
determinantes, y ponen de manifiesto una toma de
conciencia más viva de las wosibilidades de actuar
sobre la realidad social. El Estado nace del aconte-
cimiento, lleva a cabo una política creadora de acon-
tecimientos, acentúa las desigualdades generadoras de
desequilibrio y de devenir. Tan pronto como se halla
presente, el cometido antropoló~coya no puede evi-
tar un encuentro con la Historia. Ya no puede obrar
5. M. GLLTKMAN,Politiw. LUWand R i t d in Tribal S 6
cictv, Oxford. 1W.
como si el tiempo h.ist6rico de las sociedades tradi-
cionales se acercara al punto cero: el tiempo de la
mera repetición. Los que mds han contribuido a este
reconocimiento de la Historia y a la puesta en evi-
dencia de la utilización política de los datos de la his-
toria ideológica, son los antropólogos que se dedica-
ron al estudio de los sistemas estatales, trAtase, en el
dominio africanista, de los trabajos consagrados al
Nupe (Nadel), a Buganda (Apter y Fallers), al anti-
guo Ruanda (Vansina), al Kongo (Balandier), a los
reinos Nguni del Africa meridional (Gluckman). A tra-
de estas investigaciones, una nueva teoría antrc,
pológica -más dinarnista- se abre camino. No deja
de ser revelador que la última obra de Luc de Heusch,
relativa a Ruanda, a su situación en la configuración
histórica y cultural en que se insertan los Estados de
la región oriental interlacustre, se presente con el
signo del *análisis estructural e histórico^. El se-
gundo movimiento del cometido comge al primero
-en sus insuficiencias y sus desviaciones.'
WIgualmen te cabe hacer constar que la antropología
política .incita a contemplar de un modo más críti-
co los sistemas de ideología a través de los cuales
las sociedades tradicionales se explican y justifican
su orden especifico. M-wski se representaba ya
e1 mito a m e j a n i z a de una carta que rige la práctica
social, ayudando de este modo al mantenimiento de
las fonnas existentes de distribución del poder, de
la propiedad y del privilegio. Según esta interpreta-
ción, el mito contribuye a mantener la conformidad;
su eficacia actúa en el sentido del poder establecido,
bien para protegerlo contra las amenazas potencia-
les, bien para fundar los rituales periódicos que ga-
rantizan su consolidación. Las últimas interpretacio-
nes, resultantes de las nuevas investigaciones, acen-
túan a menudo las significaciones polfticas del mito.
Aclaran los elementos de teoría politica que Cste
encierra: J. Beattie ha elaborado ese método de lec-
tura, y ha demostrado su rendimiento científico al
aplicarlo al caso de los Nyoro de Uganda. Dichas in-
terpretaciones ponen de manifiesto la ideologia, favo-
rable a los ostentadores del poder y a las aristocra-.
cias, que el mito y algunas otras tradiciones entra-
ñan: J. Vansina, refiriéndose a Ruanda, destaca que
estas últimas están todas deformadas en el mismo
ral de los mitos que permite localizar sus significacio-
nes y funciones políticas entre aquellas que asumen.
Los mitos, según él, integran las contradicciones que
el hombre debe afrontar: desde las más existenciales
hasta aquellas que resultan de la práctica social; su
funci6n consiste en asegurar la mediación de esas
contradicciones y en volverlas soportables. Este ob-
ietivo sólo se logra a través del reagrupamiento de
)os relatos míticos que ofrecen similitudes y diferen-
cias y no recurriendo a los mitos aislados; la confu-
sión de las versiones no contribuye en modo alguno
a resolver la contradicci611, sino que sirve para en-
masciararZa. Leach, que ya había elaborado este modo
de esclarecimiento de los mitos al estudiar los siste-
mas políticos Kachin, lo aplicó últimamente al p r o
blema planteado por la legitimidad del poder de Sa-
lomón. Muestra que el texto bíblico es contradicto-
rio, pero ordenado de tal manera que Salomón si-
gue siendo siempre el heredero legítimo del poder.
La soberanía conquistada está justificada: cumple
con la promesa divina hecha a los israelitas.'
La antropología política ejerce una función críti-
ca más amplia. Acusa algunas de las dificultades in-
herentes a las teorías dominantes y a la metodología
de los antropólogos, tropieza con ellas y las revela.
La inspiraci6n funcionalista, que orientó una primera
serie de búsq.uedas consagradas a los gobiernos pri-
mitivos, conducía a unos callejones sin salida. Incitó
3
7 . E . LFACH, The Legitimacy of Srilomon, Some Structu-
ral Aspects of OId Testament History, en aArch. Europ. de
Sociologiea, VII. 1, 1966. D. Sperber manifestó el alcance de
este anáiisis en un articulo intitulado Edmund Leach y los
antropdlogos, en aCah. Int. de Sociologier, XLIII, 1967.
a detectar los principios de funcionamiento de los
sistemas políticbs, sin determinar suficientemente l o
ue estos Últimos representan y confiriendo a la n e
Ción que los designa un valor absoluto actualmente
impugnado. Su@ió definir las funciones de lo poli-
tic0 -para lo cual sirve: fundar y/o mantener e!
oraen socia, garantizar la SegUldad-, pero su pro-
Dla n a a na sido aclarada. Y así muchos tra-
bajos han podido consagrarse a un objeto mal iden-
tificado. Los autores de la obra African Political Sys-
tems no escapan a esta critica, pese a que su obra
siga teniendo la calidad de referencia venerada. Los
análisis funcionalistas han dejado también de explo-
rar el campo político en toda su extensión -1imitán-
dolo generalmente a las relaciones internas ordenadas
por el poder-, y en su aspecto específico, considerán-
dolo en el aspecto de un sistema de relaciones bien
articuladas, comparable a los sistemas orgánicos o
mecánicos. Las recientes investigaciones teóricas lo
presentan como portador de elementos débilmente in-
tegrados, abierto a las tensiones y a los antagonismos,
afectado por las estrategias de los individuos o de
los grupos y por el juego de las impugnaciones. Su ca-
rácter esencialmente dinámico, como el de todo crcam-
a s t a s despo~ana 1- sistemas sociales de sus apa-
rien-bilidad y de equilibrio; A. L. Kroeber
ha lanzado un vigoroso ataque sobre ese frente, sin
haber logrado un triunfo definitivo. Sin embargo, los
procesos políticos se insertan en el tiempo: la afir-
mación es tautoldgica, pese a lo cual sigue siendo
ampliamente desconocida. Las nuevas exigencias mue-
ven a retener todas sus implicaciones. Los directores
de la obra colectiva Political Anthropology recuerdan
(y no el atiempo estmctu-
definidoras del campo
m. Por consiguiente, ellos proponen un amétodo
de análisis diacrónico~asociado a una interpretacidn
de la acción política en tanto que adesarrollo~o s e
cuencia comportadora de fases diferenciadas)
8. Introducción a Politicaí Anthropology, pág. 8, 31 SS.
El efecto crítico actúa igualmente en la esfera de
los trabajos de lnspiracion estructuralilsta; y 5osrólo
en la ?hedida en que liquidan la Historia. en -re-
ducen el juego de la dinámica interna. La tentati-
va es mas apropiada al análisis de Ias i'deologfas que
al examen de las estructuras políticas concretas con
las cuales e s t h ligadas. Al fijar lo que es dinámico
por esencia, capta mal los sistemas de relaciones com-
plejos e inestables. Permanece aplicada a los sis-
temas de extensión limitada y aislados -condiciones
inversas respecto a las que la antropologfa política
debe satisfacer. Estas observaciones ya han sido con-
cretadas. Es preferible recordar que las investiga-
ciones estructuralistas no pudieron adelantar ningu-
na solución sobre el terreno que les pertenece por
excelencia: el de la formalización, de la elaboración
de los módulos adecuados, de la construcción de los
tipos. No han pertrechado a los antropólogos poli-
tistas con nuevas tipologias de un mayor rendimien-
to científico. No los han dotado (y con razón) de los
modelos complejos capaces de tratar formalmente
los fenómenos políticos sin reducirlos ni adulterar-
s últimos. debido c s u aspecto sintdtico o
l a su dinamismo. obstaculizan una em-
presa de ese tipo; no son reducibles a las estructu-
ales-ah- 1as8cien-
r-"" iales. Esta obsenración ha incitado a algunos
politicó ogos - e n t r e ellos G. Almond y D. Apter- a
expresar la necesidad de modelos diferentes, llama-
dos ade desarrollo, o dinámicos. Se trata de un vago
deseo, pero sin embargo revelador de las imposibili-
dades actuaIes. La postura teórica de Edmund Leach,
estructuralista templado, cuya investigación sigue
orientada en parte hacia el esclarecimiento de los fe-
nómenos polfticos tradicionales, es aún más signifi-
cativa. Pues es en los dominios exteriores a lo polf-
tico, y donde el aspecto de alenguajea es aparente en
las relaciones de parentesco y los mitos, donde Leach
expresa plenamente su adhesión al mCtodo de antíli-
sis estructural.
La antropología politica modifica incontestable-
mente las perspectivas de la antropología social: em-
pieza a trastornar el paisaje tebrico, a transformar las
configuraciones familiares. Impone una concepción
más dinamista, más propicia a ia consideración de la
Historia, mas consciente de las estrategias que cual-
quier sociedad -incluso arcaica- lleva consigo. En
1957,en un estudio consagrado a las afaccionesu ope-
rantes en el seno de las sociedades indias, R. Firth
anunciaba el trhsito necesario del «análisis estructu-,
ral convencional* a una búsqueda tendente a la in-
terpretación rigurosa de los «fenómenos micos^.
Desde aquella fecha, el deslizamiento ha progresa.
do. Ya habíamos intentado contribuir a la inversión
de .la tendencia: a partir de 1955, al publicar Sociolo-
gk actuelle de Z'AfriqueNoire. Sin embargo, más bien
que intentarlo, lo sugeríamos. Es el examen de los
sistemas politicos africanos el que nos ha impuesto
el clarificar sus componentes teóricas y metodológi-
cas. Por los mismos motivos que acaban de enun-
ciarse a lo largo de esta conclusión: aEl sector poli-
tico es uno de los que llevan el mayor número de
marcas de la Historia, uno de los que permiten c a p
tar mejor las incompatibilidades, las contradicciones
y tensiones inherentes a toda sociedad. En este sen-
tido un tal nivel de realidad social asume una im-
portancia estratdgica para una sociología y una an-
tropologia que se querrían abiertas a la Historia,
respetuosas del dinamismo de las estructuras y orien-
tadas hacia la aprehensión de los fenómenos socia-
les totales., ' Los responsables y los colaborade'
res de Potitid Anthropology se sitúan en una pers-
pectiva parecida. Invocan a Hegel (y la dialCcti-
ca), Mam (y la teoria de la contradicción y de los
antagonismos), Sirnmel (y el conflicto social), pese
a que se refieran principalmente, por costumbre, a
Talcott Parsons. Escogen el acampo politico~de p r e
ferencia al sistema político, el proceso en lugar de la
estructura, para así ajustar mejor su análisis al or-
den de realidad considerada. Rechazan la interpre-
tación perezosa que condena a las sociedades tradi-
cionales (o arcaicas) a los únicos cambios repetiti-
tTos: 10s que acaban por el restablecimiento ciclico
del statu quo ante. Centran sus estudios en la di-
námica del poder, las formas y los medios de opción
9. G. BALANDIER, Réflexions sur le fait politiquc: h a s des
s u c W 6 crfrrkdrccs, en rCah. Int. de Sodologie~,XXXIII, 1961.
y de decisión políticas, la expresión y la resolución
del conflicto, la competición y el juego de las afac-
ciones~.Miden la importancia del desafío que 10s
antropólogos ya no pueden eludir: conseguir des-
. cribir e interpretar los *campos socialesu teniendo en
cuenta asu plena comple'idad y su profundidad tem-
d
k!
$
poraI~~.'"Las coartadas el rigor adulterante se ha-
lan recusadas. La antropología política acabó por
adquirir un poder corrosivo.
Las demás disciplinas vinculadas a la wnstmc-
ción de la ciencia política esperan de ella, a su vez,
un ataque saludable. Las ayuda a extrañar y probar
$el saber que han constituido. Se esbozan algunas
@convergencias: los poli ticólogos reconocen - c o m o
G. A. Alrnond- la obligación en que se encuentran ade
I volverse hacia la teoría sociológica !:antropológicas;l1
por su parte, los artífices de la antmpologfa tratan
de borrar la distancia que los separa de sus aparien-
tesu. Este encuentro tiene por efecto la impugnación
de los conceptos y de las categorías habitualmente
utilizados. Así, M. G. Smith, a partir de un estudio
consagrado al agobiemos de los Hausa de Nigeria
y de sus exigencias teóricas, se impone el definir n u e
varnente las nociones fundamentales: poder/auto-
1,
ridad, acción política/acción administrativa, legi-
timidad/legalidad, sistema político/gobierno, etc.
Quiere impartirles un alcance general, volverlos ap1i-
cables a las sociedades políticas más diversas. Lleva
la exigencia de generalización, en el momento del aná-
-
lisis diacrónico, hasta el punto en que le hace apa-
I recer ciertas uleyes de cambio estructural». Su em-
1 presa, muy ambiciosa, tiende a la elaboración de una
&oGa uniñcada-del campo po!ftico.
La conjugacion ae los esiuerzos es el resultado
efectivo de la bUsqueda de las condiciones propicias
a un estudio comparativo menos arbitrario. Para E.
Shils, este último debe desponder cuando menos a
dos exigencias: utilizar unas categorías que sean per-
tinentes para todas las formas de estado. todas las
sociedades y todas las épocas; disponer de un aes-
10. Op. cit., p8g. 34.
11. Introducción a The Politics o# the Developing Areas,
bajo la dirección de G. A. ALMOND Princeton, 1M.
y J. CCILMAN,
quema analiticoa dotado de propiedades tales que
asociedades diferentes puedan compararse sistemáti-
camentem." Se trata de un intento de definición de los
medios, y nada más. G. A. Almond trata de determi-
nar los sistemas políticos, entendiendo que éstos se
vuelven a encontrar incluso en las sociedades más
~primitivasaa través de unas características comu-
nes. Éstas son cuatro y constituyen los términos de
una comparación científicamente fundada: existencia
de una estructura más o menos especializada; cum-
plimiento de las mismas funciones dentro de los sis-
temas, aspecto multifuncional de la estructura polí-
tica; carácter amixtou -«en el sentido cultural-
de los diversos sistemas. La tentativa conjuga varias
tendencias teóricas y su sincretismo la vuelve vul-
nerable. Presenta sobre todo el incoveniente, en este
nivel de generalidad, de organizarse a partir de unas
propiedades que no se aplican exclusivamente a los
fenómenos politicos. Hay el peligro de establecer el
análisis comparativo sobre un terreno en que, apa-
rentemente justificado, se vació de una parte de su
substancia. Schwartz, Turner y Tuden, en Political
Anthropology, señalan el campo político y el proce-
so político (calificados en base a unos conceptos de
uso general) como unidades de aplicación de la bús-
queda comparativa. Se atienen prudentemente a las
sugerencias y a los primeros ensayos de comproba-
ción.
Los progresos ulteriores exigen un mayor conoci-
miento de la naturaleza y la esencia de 10 político.
Esto justifica e impone el diálogo entre las discipli-
nas interesadas, lo cual requiere liquidar las reti-
cencias respecto a la filosofía política, y una con-
tribucián a su renovación. Los an'tropologos politis-
tas colaboraron ampliamente en las tentativas críti-
cas que disocian la teoría política y la teoría del Es-
tado. Rompieron el encantamiento y también han
puesto de manifiesto algunos de los rodeos que la
política hace en su caminar; se halla presente en las
situaciones más favorables a su manifestación. To-
12. E. SHILS,On ihe Comparative Study of the New Sta-
tes, en C. GEZRTZ (edit.), OZd Societies ond hlew Srutes,
Nueva York. 1%3.
das las afirmaciones contrarias -incluso revestidas
de la máscara de la ciencia- no pueden cambiar nada
el hecho de que las sociedades humanas producen
todas lo político y son todas permeables al fluido
histórico. Por las mismas razones.
Bibliografía complementaria *
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+ Muchos titulos referentes a la antropologia política
aparecen a lo largo del texto. Esta bibliografía recuerda al-
gunos de ellos y propone sobre todo algunos otros com-
plementarios.
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W
-
, K. A,, Oriental Despotism: A comparative Stu-
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NCI 2 . 1 5
Indice
prefacio .............................................................
Capitulo 1: Construcción de la antropología poiítica
1. Significación de la antropologfa politica ...
.
2 Elaboración de la antropología política ...
3. Métodos y tendencias de la antropología p e
litica ......................................................
Capitulo 2: El dominio de lo politico ..................
1. Maximaiistas y rninimalistas .....................
2. Confrontación de los métodos ..................
3. Poder politico y necesidad ........................
4 . Relaciones y formas politicas .....................
Capitulo 3: Parentesco ;poder ........................
1. Parentesco y linajes .................................
2. Dinámica de los linajes ..............................
3. Aspectos del a poder segmentariow ............
Capitulo 4: Estratificación social y poder ............
1. Orden y subordinación ..........................
2. Formas de la estratificación social y poder
político ......................................................
3. Feudalismo y relaciones de dependencia ...
Capitulo 5: Religión y poder ..............................
1. Fundamentos sagrados del poder ...............
.
2 Estrategia de lo sagrado y estrategia del
poder ......................................................
Capftulo 6: Aspectos del Estado tradicional .........
1. Impugnación del concepto de Estado ......
.
2 incertidumbres de la antropología política
.
3 Hipótesis sobre el origen del Estado .........
Capítulo 7: Tradici6n y modernidad .................. 179
1. Agentes y aspectos del cambio politico ... 180
2. Dinámica del tradicionalismo y de la moder-
nidad ........................................... . . . 194
Conclusión: Perspectivas de la antropoIogía polf-
tica ....................................................... .......,. 211
Bibliografía complementaria .............................. 223
NUEVA COLECCIÓN IBÉRICA
Herbert Marcuse
Psicoanálisis y política
* * Georges Balandier
Antropología política
Robert Paris
Los orígenes del fascismo
+ Reuben Osborn
Marxismo y psicoanálisis
* * Carlos Castilla del Pino
Un estudio sobre la depresión
Fundamentos de antropología dialéctica
+ J. J. Rousseau
Discurso sobre el origen y los fundamentos
de la desigualdad entre los hombres
* + Francisco Fernández Santos
Historia y filosofía
* Carlos Castilla del Pino
La incomunicación
* * Ludovico Geymonat
Galileo Galilei
Denis Diderot
Sobre la libertad de prensa
Gilbr Martinet
El marxismo de nuestro tiempo
* * Ernst Fischer
La necesidad del arte
Volumn n m i l
+ Volumen intemedlo
* + * Volumen doble