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Solo Vine A Hablar Por Telefono

El documento cuenta la historia de María, una mujer mexicana cuyo automóvil se averió en el camino a Barcelona. Aceptó un aventón en un autobús y terminó en un hospital psiquiátrico después de que le inyectaron un sedante y la ataron a la cama. Más tarde, el director del hospital la ayudó y la calmó.

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Solo Vine A Hablar Por Telefono

El documento cuenta la historia de María, una mujer mexicana cuyo automóvil se averió en el camino a Barcelona. Aceptó un aventón en un autobús y terminó en un hospital psiquiátrico después de que le inyectaron un sedante y la ataron a la cama. Más tarde, el director del hospital la ayudó y la calmó.

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SOLO VINE A HABLAR POR TELÉFONO – GABRIEL un teléfono.

Una de las guardianas la hizo volver a la fila con


GARCÍA MÁRQUEZ. palmaditas en la espalda, mientras le decía con modos dulces:
Una tarde de lluvias primaverales, cuando viajaba sola hacia -Por aquí, guapa, por aquí hay un teléfono.
Barcelona conduciendo un coche alquilado, María de la Luz María siguió con las otras mujeres por un corredor tenebroso, y
Cervantes sufrió una avería en el desierto de los Monegros. Era al final entró en un dormitorio colectivo donde las guardianas
una mexicana de veintisiete años, bonita y seria, que años antes recogieron las cobijas y empezaron a repartir las camas. Una
había tenido un cierto nombre como artista de variedades. mujer distinta, que a María le pareció más humana y de jerarquía
Estaba casada con un prestidigitador de salón, con quien iba a más alta, recorrió la fila comparando una lista con los nombres
reunirse aquel día después de visitar a unos parientes en que las recién llegadas tenían escritos en un cartón cosido en el
Zaragoza. Al cabo de una hora de señas desesperadas a los corpiño. Cuando llegó frente a María se sorprendió de que no
automóviles y camiones de carga que pasaban raudos en la llevara su identificación.
tormenta, el conductor de un autobús destartalado se -Es que yo solo vine a hablar por teléfono -le dijo María.
compadeció de ella. Le advirtió, eso sí, que no iba muy lejos. Le explicó a toda prisa que su automóvil se había descompuesto
-No importa -dijo María-. Lo único que necesito es un teléfono. en la carretera. El marido, que era mago de fiestas, estaba
Era cierto, y solo lo necesitaba para prevenir a su marido de que esperándola en Barcelona para cumplir tres compromisos hasta
no llegaría antes de las siete de la noche. Parecía un pajarito la media noche, y quería avisarle de que no estaría a tiempo para
ensopado, con un abrigo de estudiante y los zapatos de playa en acompañarlo. Iban a ser las siete. Él debía salir de la casa dentro
abril, y estaba tan aturdida por el percance que olvidó llevarse de diez minutos, y ella temía que cancelara todo por su demora.
las llaves del automóvil. Una mujer que viajaba junto al La guardiana pareció escucharla con atención.
conductor, de aspecto militar pero de maneras dulces, le dio una - ¿Cómo te llamas? -le preguntó.
toalla y una manta, y le hizo un sitio a su lado. Después de María le dijo su nombre con un suspiro de alivio, pero la mujer
secarse a medias, María se sentó, se envolvió en la manta, y trató no lo encontró después de repasar la lista varias veces. Se lo
de encender un cigarrillo, pero los fósforos estaban mojados. La preguntó alarmada a una guardiana, y ésta, sin nada que decir,
vecina del asiento le dio fuego y le pidió un cigarrillo de los se encogió de hombros.
pocos que le quedaban secos. Mientras fumaban, María cedió a -Es que yo solo vine a hablar por teléfono -dijo María.
las ansias de desahogarse, y su voz resonó más que la lluvia o el -De acuerdo, maja -le dijo la superiora, llevándola hacia su cama
traqueteo del autobús. La mujer la interrumpió con el índice en con una dulzura demasiado ostensible para ser real-, si te portas
los labios. bien podrás hablar por teléfono con quien quieras. Pero ahora
-Están dormidas -murmuró. no, mañana.
María miró por encima del hombro, y vio que el autobús estaba Algo sucedió entonces en la mente de María que le hizo
ocupado por mujeres de edades inciertas y condiciones distintas, entender por qué las mujeres del autobús se movían como en el
que dormían arropadas con mantas iguales a la suya. Contagiada fondo de un acuario. En realidad estaban apaciguadas con
por su placidez, María se enroscó en el asiento y se abandonó al sedantes, y aquel palacio en sombras, con gruesos muros de
rumor de la lluvia. Cuando se despertó era de noche y el cantería y escaleras heladas, era en realidad un hospital de
aguacero se había disuelto en un sereno helado. No tenía la enfermas mentales. Asustada, escapó corriendo del dormitorio,
menor idea de cuánto tiempo había dormido ni en qué lugar del y antes de llegar al portón una guardiana gigantesca con un
mundo se encontraban. Su vecina de asiento tenía una actitud mameluco de mecánico la atrapó de un zarpazo y la inmovilizó
de alerta. en el suelo con una llave maestra. María la miró de través
-¿Dónde estamos? -le preguntó María. paralizada por el terror.
-Hemos llegado -contestó la mujer. -Por el amor de Dios -dijo-. Le juro por mi madre muerta que
El autobús estaba entrando en el patio empedrado de un edificio solo vine a hablar por teléfono.
enorme y sombrío que parecía un viejo convento en un bosque Le bastó con verle la cara para saber que no había súplica
de árboles colosales. Las pasajeras, alumbradas a penas por un posible ante aquella energúmena de mameluco a quien llamaban
farol del patio, permanecieron inmóviles hasta que la mujer de Herculina por su fuerza descomunal. Era la encargada de los
aspecto militar las hizo descender con un sistema de órdenes casos difíciles, y dos reclusas habían muerto estranguladas con
primarias, como en un parvulario. Todas eran mayores, y se su brazo de oso polar adiestrado en el arte de matar por
movían con tal parsimonia que parecían imágenes de un sueño. descuido. El primer caso se resolvió como un accidente
María, la última en descender, pensó que eran monjas. Lo pensó comprobado. El segundo fue menos claro, y Herculina fue
menos cuando vio a varias mujeres de uniforme que las amonestada y advertida de que la próxima vez sería investigada
recibieron a la puerta del autobús, y que les cubrían la cabeza a fondo. La versión corriente era que aquella oveja descarriada
con las mantas para que no se mojaran, y las ponían en fila india, de una familia de apellidos grandes tenía una turbia carrera de
dirigiéndolas sin hablarles, con palmadas rítmicas y perentorias. accidentes dudosos en varios manicomios de España.
Después de despedirse de su vecina de asiento María quiso Para que María durmiera la primera noche, tuvieron que
devolverle la manta, pero ella le dijo que se cubriera la cabeza inyectarle un somnífero. Antes de amanecer, cuando la
para atravesar el patio, y la devolviera en portería. despertaron las ansias de fumar, estaba amarrada por las
-¿Habrá un teléfono? -le preguntó María. muñecas y los tobillos en las barras de la cama. Nadie acudió a
-Por supuesto -dijo la mujer-. Ahí mismo le indican. sus gritos. Por la mañana, mientras el marido no encontraba en
Le pidió a María otro cigarrillo, y ella le dio el resto del paquete Barcelona ninguna pista de su paradero, tuvieron que llevarla a
mojado. “En el camino se secan”, le dijo. La mujer le hizo un la enfermería, pues la encontraron sin sentido en un pantano de
adiós con la mano desde el estribo, y casi le gritó “Buena sus propias miserias.
suerte”. El autobús arrancó sin darle tiempo de más. No supo cuánto tiempo había pasado cuando volvió en sí. Pero
María empezó a correr hacia la entrada del edificio. Una entonces el mundo era un remanso de amor, y estaba frente a
guardiana trató de detenerla con una palmada enérgica, pero su cama un anciano monumental, con una andadura de
tuvo que apelar a un grito imperioso: “¡Alto he dicho!”. María plantígrado y una sonrisa sedante, que con dos pases maestros
miró por debajo de la manta, y vio unos ojos de hielo y un índice le devolvió la dicha de vivir. Era el director del sanatorio.
inapelable que le indicó la fila. Obedeció. Ya en el zaguán del Antes de decirle nada, sin saludarlo siquiera, María le pidió un
edificio se separó del grupo y preguntó al portero dónde había cigarrillo. Él se lo dio encendido, y le regaló el paquete casi lleno.
María no pudo reprimir el llanto.
-Aprovecha ahora para llorar cuanto quieras -le dijo el médico, Lo había hecho tres veces con tres hombres distintos, incluso
con voz adormecedora-. No hay mejor remedio que las él, en los últimos cinco años. Lo había abandonado en Ciudad
lágrimas. de México a los seis meses de conocerse, cuando agonizaban de
María se desahogó sin pudor, como nunca logró hacerlo con sus felicidad con un amor demente en un cuarto de servicio de la
amantes casuales en los tedios de después del amor. Mientras la colonia Anzures. Una mañana María no amaneció en la casa
oía, el médico la peinaba con los dedos, le arreglaba la almohada después de una noche de abusos inconfesables. Dejó todo lo
para que respirara mejor, la guiaba por el laberinto de su que era suyo, hasta el anillo de su matrimonio anterior, y una
incertidumbre con una sabiduría y una dulzura que ella no había carta en la cual decía que no era capaz de sobrevivir al tormento
soñado jamás. Era, por primera vez en su vida, el prodigio de de aquel amor desatinado. Saturno pensó que había vuelto con
ser comprendida por un hombre que la escuchaba con toda el su primer esposo, un condiscípulo de la escuela secundaria con
alma sin esperar la recompensa de acostarse con ella. Al cabo de quien se casó a escondidas siendo menor de edad, y al cual
una hora larga, desahogada a fondo, le pidió autorización para abandonó por otro al cabo de dos años sin amor. Pero no: había
hablarle por teléfono a su marido. vuelto a casa de sus padres, y allí fue Saturno a buscarla a
El médico se incorporo con toda la majestad de su rango. cualquier precio. Le rogó sin condiciones, le prometio mucho
“Todavía no, reina”, le dijo, dándole en la mejilla la palmadita más de lo que estaba resuelto a cumplir, pero tropezó con una
más tierna que había sentido nunca. “Todo se hará a su tiempo”. determinación invencible. “Hay amores cortos y hay amores
Le hizo desde la puerta una bendición episcopal, y desapareció largos”, le dijo ella. Y concluyó sin misericordia: “Este fue
para siempre. corto”. Él se rindió ante su rigor. Sin embargo, una madrugada
-Confía en mi -le dijo. de Todos los Santos, al volver a su cuarto de huérfano después
Esa misma tarde María fue inscrita en el asilo con un número de casi un año de olvido, la encontró dormida en el sofá de la
de serie, y con un comentario superficial sobre el enigma de su sala con la corona de azahares y la larga cola de espuma de las
procedencia y las dudas sobre su identidad. Al margen quedó novias vírgenes.
una calificación escrita de puño y letra del director: agitada. María le contó la verdad. El nuevo novio, viudo, sin hijos, con
Tal como María lo había previsto, el marido salió de su modesto la vida resuelta y la disposición de casarse para siempre por la
apartamento del barrio de Horta con media hora de retraso para iglesia católica, la había dejado vestida y esperando en el altar.
cumplir los tres compromisos. Era la primera vez que ella no Sus padres decidieron hacer la fiesta de todos modos. Ella siguió
llegaba a tiempo en casi dos años de una unión libre bien el juego. Bailó, cantó con los mariachis, se pasó de tragos, y en
concertada, y él entendió el retraso por la ferocidad de las lluvias un terrible estado de remordimientos tardíos se fue a la media
que asolaron la provincia aquel fin de semana. Antes de salir noche a buscar a Saturno.
dejó un mensaje clavado en la puerta con el itinerario de la No estaba en casa, pero encontró las llaves en la maceta de
noche. flores del corredor, donde las escondieron siempre. Esta vez fue
En la primera fiesta, con todos los niños disfrazados de canguro, ella quien se le rindió sin condiciones. “¿Y ahora hasta
prescindió del truco estelar de los peces invisibles porque no cuando?”, le preguntó él. Ella le contestó con un verso de
podía hacerlo sin la ayuda de ella. El segundo compromiso era Vinicius de Moraes: “El amor es eterno mientras dura”. Dos
en casa de una anciana de noventa y tres años, en silla de ruedas, años después, seguía siendo eterno.
que se preciaba de haber celebrado cada uno de sus últimos María pareció madurar. Renunció a sus sueños de actriz y se
treinta cumpleaños con un mago distinto. Él estaba tan consagró a él, tanto en el oficio como en la cama. A finales del
contrariado con la demora de María, que no pudo concentrarse año anterior habían asistido a un congreso de magos en
en las suertes más simples. El tercer compromiso era el de todas Perpignan, y de regreso conocieron a Barcelona. Les gustó tanto
las noches en un café concierto de las Ramblas, donde actuó sin que llevaban ocho meses aquí, y les iba tan bien, que habían
inspiración para un grupo de turistas franceses que no pudieron comprado un apartamento en el muy catalán barrio de Horta,
creer lo que veían porque se negaban a creer en la magia. ruidoso y sin portero, pero con espacio de sobra para cinco
Después de cada representación llamó por teléfono a su casa, y hijos. Había sido la felicidad posible, hasta el fin de semana en
esperó sin ilusiones a que María le contestara. En la última ya que ella alquiló un automóvil y se fue a visitar a sus parientes de
no pudo reprimir la inquietud de que algo malo había ocurrido. Zaragoza con la promesa de volver a las siete de la noche del
De regreso a casa en la camioneta adaptada para las funciones lunes. Al amanecer del jueves, todavía no había dado señales de
públicas vio el esplendor de la primavera en las palmeras del vida.
Paseo de Gracia, y lo estremeció el pensamiento aciago de cómo El lunes de la semana siguiente la compañía de seguros del
podía ser la ciudad sin María. La última esperanza se desvaneció automóvil alquilado llamó por teléfono a casa para preguntar
cuando encontró su recado todavía prendido en la puerta. por María. “No sé nada”, dijo Saturno. “Búsquenla en
Estaba tan contrariado, que se le olvidó darle la comida al gato. Zaragoza”. Colgó. Una semana después un policía civil fue a su
Solo ahora que lo escribo caigo en la cuenta de que nunca supe casa con la noticia de que habían hallado el automóvil en los
cómo se llamaba en realidad, porque en Barcelona solo lo puros huesos, en un atajo cerca de Cádiz, a novecientos
conocíamos con su nombre profesional: Saturno el Mago. Era kilómetros del lugar donde María lo abandonó. El agente quería
un hombre de carácter raro y con una torpeza social saber si ella tenía más detalles del robo. Saturno estaba dándole
irremediable, pero el tacto y la gracia que le hacían falta le de comer al gato, y apenas si lo miro para decirle sin más vueltas
sobraban a María. Era ella quien lo llevaba de la mano en esta que no perdieran el tiempo, pues su mujer se había fugado de la
comunidad de grandes misterios, donde a nadie se le hubiera casa y él no sabía con quién ni para dónde. Era tal su convicción,
ocurrido llamar a nadie por teléfono después de la media noche que el agente se sintió incómodo y le pidió perdón por sus
para preguntar por su mujer. Saturno lo había hecho de recién preguntas. El caso se declaró cerrado.
venido y no quería recordarlo. Así que esa noche se conformó El recelo de que María pudiera irse otra vez había asaltado a
con llamar a Zaragoza, donde una abuela medio dormida le Saturno por Pascua Florida en Cadaqués, adonde Rosa Regás
contestó sin alarma que María había partido después del los habían invitado a navegar a vela. Estábamos en el Marítim, el
almuerzo. No durmió más de una hora al amanecer. Tuvo un populoso y sórdido bar de la gauche divine en el crepúsculo del
sueño cenagoso en el cual vio a María con un vestido de novia franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con
en piltrafas y salpicado de sangre, y despertó con la certidumbre sillas de hierro donde solo cabíamos seis a duras penas y nos
pavorosa de que había vuelto a dejarlo solo, y ahora para sentábamos veinte. Después de agotar la segunda cajetilla de
siempre, en el vasto mundo sin ella. cigarrillos de la jornada, María se encontró sin fósforos. Un
brazo escuálido de vellos viriles con una esclava de bronce como la del teléfono. Las pesetas exiguas que se ganó más tarde
romano se abrió paso entre el tumulto de la mesa, y le dio fuego. fabricando flores artificiales le permitieron un alivio efímero.
Ella lo agradeció sin mirar a quién, pero Saturno el Mago lo vio. Lo más duro era la soledad de las noches. Muchas reclusas
Era un adolescente óseo y lampiño, de una palidez de muerto y permanecían despiertas en la penumbra, como ella, pero sin
una cola de caballo muy negra que le daba a la cintura. Los atreverse a nada, pues la guardiana nocturna velaba también el
cristales del bar soportaban apenas la furia de la tramontana de portón cerrado con cadena y candado. Una noche, sin embargo,
primavera, pero él iba vestido con una especie de piyama abrumada por la pesadumbre, María preguntó con voz
callejero de algodón crudo, y unas albarcas de labrador. suficiente para que le oyera su vecina de cama:
No volvieron a verlo hasta fines del otoño, en un hostal de -¿Dónde estamos?
mariscos de La Barceloneta, con el mismo conjunto de zaraza La voz grave y lúcida de la vecina le contestó:
ordinaria y una larga trenza en vez de la cola de caballo. Los -En los profundos infiernos.
saludó a ambos como a viejos amigos, y por el modo como besó -Dicen que esta es tierra de moros -dijo otra voz distante que
a María, y por el modo como ella le correspondió, a Saturno lo resonó en el ámbito del dormitorio-. Y debe ser cierto, porque
fulminó la sospecha de que habían estado viéndose a en verano, cuando hay luna, se oye a los perros ladrándole a la
escondidas. Días después encontró por casualidad un nombre mar.
nuevo y un numero de teléfono escritos por María en el Se oyó la cadena en las argollas como un ancla de galeón, y la
directorio doméstico, y la inclemente lucidez de los celos le puerta se abrió. La cancerbera, el único ser que parecía vivo en
reveló de quién eran. El prontuario social del intruso acabó de el silencio instantáneo, empezó a pasearse de un extremo al otro
rematarlo: veintidós años, hijo único de ricos, decorador de del dormitorio. María se sobrecogió, y solo ella sabía por qué.
vitrinas de moda, con una fama fácil de bisexual y un prestigio Desde su primera semana en el sanatorio, la vigilante nocturna
bien fundado como consolador de alquiler de señoras casadas. le había propuesto sin rodeos que durmiera con ella en el cuarto
Pero logró sobreponerse hasta la noche en que María no volvió de guardia. Empezó con un tono de negocio concreto: trueque
a casa. Entonces empezó a llamarlo por teléfono todos los días, de amor por cigarrillos, por chocolates, por lo que fuera.
primero cada dos o tres horas, desde las seis de la mañana hasta “Tendrás todo”, le decía, trémula. “Serás la reina”. Ante el
la madrugada siguiente, y después cada vez que encontraba un rechazo de María, la guardiana cambió de método. Le dejaba
teléfono a la mano. El hecho de que nadie contestara aumentaba papelitos de amor debajo de la almohada, en los bolsillos de la
su martirio. bata, en los sitios menos pensados. Eran mensajes de un
Al cuarto día le contestó una andaluza que solo iba a hacer la apremio desgarrador capaz de estremecer a las piedras. Hacía
limpieza. “El señorito se ha ido”, le dijo, con suficiente más de un mes que parecía resignada a la derrota, la noche en
vaguedad para enloquecerlo. Saturno no resistió la tentación de que se promovió el incidente en el dormitorio.
preguntarle si por casualidad no estaba ahí la señorita María. Cuando estuvo convencida de que todas las reclusas dormían,
-Aquí no vive ninguna María -le dijo la mujer-. El señorito es la guardiana se acercó a la cama de María, y murmuró en su oído
soltero. toda clase de obscenidades tiernas, mientras le besaba la cara, el
-Ya lo sé -le dijo él -. No vive, pero a veces va. ¿O no? cuello tenso de terror, los brazos yermos, las piernas exhaustas.
La mujer se encabritó. Por último, creyendo tal vez que la parálisis de María no era de
-¿Pero quién coño habla ahí? miedo sino de complacencia, se atrevió a ir mas lejos. María le
Saturno colgó. La negativa de la mujer le pareció una soltó entonces un golpe con el revés de la mano que la mandó
confirmación más de lo que ya no era para él una sospecha sino contra la cama vecina. La guardiana se incorporó furibunda en
una certidumbre ardiente. Perdió el control. En los días medio del escándalo de las reclusas alborotadas.
siguientes llamó por orden alfabético a todos los conocidos de -Hija de puta -gritó-. Nos pudriremos juntas en este chiquero
Barcelona. Nadie le dio razón, pero cada llamada le agravó la hasta que te vuelvas loca por mí.
desdicha, porque sus delirios de celos eran ya célebres entre los El verano llegó sin anunciarse el primer domingo de junio, y
trasnochadores impenitentes de la gauche divine, y le contestaban hubo que tomar medidas de emergencia, porque las reclusas
con cualquier broma que lo hiciera sufrir. Solo entonces sofocadas empezaban a quitarse durante la misa los balandranes
comprendió hasta qué punto estaba solo en aquella ciudad de estameña. María asistió divertida al espectáculo de las
hermosa, lunática e impenetrable, en la que nunca sería feliz. Por enfermas en pelota que las guardianas correteaban por las naves
la madrugada, después de darle de comer al gato, se apretó el como gallinas ciegas. En medio de la confusión, trató de
corazón para no morir, y tomó la determinación de olvidar a protegerse de los golpes perdidos, y sin saber cómo se encontró
María. sola en una oficina abandonada y con un teléfono que repicaba
A los dos meses, María no se había adaptado aún a la vida del sin cesar con un timbre de súplica. María contestó sin pensarlo,
sanatorio. Sobrevivía picoteando apenas la pitanza de cárcel con y oyó una voz lejana y sonriente que se entretenía imitando el
los cubiertos encadenados al mesón de madera bruta, y la vista servicio telefónico de la hora:
fija en la litografía del general Francisco Franco que presidía el -Son las cuarenta y cinco horas, noventa y dos minutos y ciento
lúgubre comedor medieval. Al principio se resistía a las horas siete segundos
canónicas con su rutina bobalicona de maitines, laudes, vísperas, -¡Maricón! -dijo María.
y otros oficios de iglesia que ocupaban la mayor parte del Colgó divertida. Ya se iba, cuando cayó en la cuenta de que
tiempo. Se negaba a jugar a la pelota en el patio de recreo, y a estaba dejando escapar una ocasión irrepetible. Entonces marcó
trabajar en el taller de flores artificiales que un grupo de reclusas seis cifras, con tanta tensión y tanta prisa, que no estuvo segura
atendía con una diligencia frenética. Pero a partir de la tercera de que fuese el número de su casa. Esperó con el corazón
semana fue incorporándose poco a poco a la vida del claustro. desbocado, oyó el timbre, una vez, dos veces, tres veces, y oyó
A fin de cuentas, decían los médicos, así empezaban todas, y por fin la voz del hombre de su vida en la casa sin ella.
tarde o temprano terminaban por integrarse a la comunidad. -¿Bueno?
La falta de cigarrillos, resuelta en los primeros días por una Tuvo que esperar a que se le pasara la pelota de lágrimas que se
guardiana que se los vendía a precio de oro, volvió a le formó en la garganta.
atormentarla cuando se le agotó el poco dinero que llevaba. Se -Conejo, vida mía -suspiró.
consoló después con los cigarrillos de papel periódico que Las lágrimas la vencieron. Al otro lado de la línea hubo un breve
algunas reclusas fabricaban con las colillas recogidas de la silencio de espanto, y una voz enardecida por los celos escupió
basura, pues la obsesión de fumar había llegado a ser tan intensa la palabra:
-¡Puta! Y colgó en seco. la comida de perros, las noches interminables sin cerrar los ojos
Esa noche, en un ataque frenético, María descolgó en el por el terror.
refectorio la litografía del generalísimo, la arrojó con todas sus -Ya no sé cuántos días llevo aquí, o meses o años, pero sé que
fuerzas contra el vitral del jardín, y se derrumbó bañada en cada uno ha sido peor que el otro -dijo, y suspiró con el alma-:
sangre. Aún le sobró rabia para enfrentarse a golpes con los Creo que nunca volveré a ser la misma.
guardianes que trataban de someterla, sin lograrlo, hasta que vio -Ahora todo eso pasó -dijo él, acariciándole con la yema de los
a Herculina plantada en el vano de la puerta, con los brazos dedos las cicatrices recientes de la cara-. Yo seguiré viniendo
cruzados mirándola. Se rindió. No obstante, la arrastraron hasta todos los sábados. Y más si el director me lo permite. Ya verás
el pabellón de las locas furiosas, la aniquilaron con una que todo va a salir muy bien.
manguera de agua helada, y le inyectaron trementina en las Ella fijó en los ojos de él sus ojos aterrados. Saturno intentó sus
piernas. Impedida para caminar por la inflamación provocada, artes de salón. Le contó, en el tono pueril de las grandes
María se dio cuenta de que no había nada en el mundo que no mentiras, una versión dulcificada de los propósitos del médico.
fuera capaz de hacer por escapar de aquel infierno. La semana “En síntesis”, concluyó, “aún te faltan algunos días para estar
siguiente, ya de regreso al dormitorio común, se levantó de recuperada por completo”. María entendió la verdad.
puntillas y tocó en la celda de la guardiana nocturna. -¡Por Dios, conejo! -dijo atónita-. No me digas que tú también
El precio de María, exigido por ella de antemano, fue llevarle un crees que estoy loca!
mensaje a su marido. La guardiana aceptó, siempre que el trato -¡Cómo se te ocurre! -dijo él, tratando de reír-. Lo que pasa es
se mantuviera en secreto absoluto. Y la apuntó con un índice que será mucho más conveniente para todos que sigas un
inexorable. tiempo aquí. En mejores condiciones, por supuesto.
-Si alguna vez se sabe, te mueres. -¡Pero si ya te dije que solo vine a hablar por teléfono! -dijo
Así que Saturno el Mago fue al sanatorio de locas el sábado María.
siguiente, con la camioneta de circo preparada para celebrar el Él no supo cómo reaccionar ante la obsesión temible. Miró a
regreso de María. El director en persona lo recibió en su oficina, Herculina. Ésta aprovechó la mirada para indicarle en su reloj
tan limpia y ordenada como un barco de guerra, y le hizo un de pulso que era tiempo de terminar la visita. María interceptó
informe afectuoso sobre el estado de su esposa. Nadie sabía de la señal, miró hacia atrás, y vio a Herculina en la tensión del
dónde llegó, ni cómo ni cuándo, pues el primer dato de su asalto inminente. Entonces se aferró al cuello de su marido
ingreso era en el registro oficial dictado por él cuando la gritando como una verdadera loca. Él se la quitó de encima con
entrevistó. Una investigación iniciada ese mismo día no había tanto amor como pudo, y la dejó a merced de Herculina, que le
concluido nada. En todo caso, lo que más intrigaba al director saltó por la espalda. Sin darle tiempo para reaccionar le aplicó
era cómo supo Saturno el paradero de su esposa. Saturno una llave con la mano izquierda, le pasó el otro brazo de hierro
protegió a la guardiana. alrededor del cuello, y le gritó a Saturno el Mago:
-Me lo informó la compañía de seguros del coche -dijo. -¡Váyase!
El director asintió complacido. “No sé cómo hacen los seguros Saturno huyo despavorido.
para saberlo todo”, dijo. Le dio una ojeada al expediente que Sin embargo, el sábado siguiente, ya repuesto del espanto de la
tenía sobre su escritorio de asceta, y concluyó: visita, volvió al sanatorio con el gato vestido igual que él: la malla
-Lo único cierto es la gravedad de su estado. roja y amarilla del gran leotardo, el sombrero de copa y una capa
Estaba dispuesto a autorizarle una visita con las precauciones de vuelta y media que parecía para volar. Entró en la camioneta
debidas si Saturno el Mago le prometía, por el bien de su esposa, de feria hasta el patio del claustro, y allí hizo una función
ceñirse a la conducta que él le indicaba. Sobre todo en la manera prodigiosa de casi tres horas que las reclusas gozaron desde los
de tratarla, para evitar que recayera en uno de sus arrebatos de balcones, con gritos discordantes y ovaciones inoportunas.
furia cada vez más frecuentes y peligrosos. Estaban todas, menos María, que no solo se negó a recibir a su
-Es raro -dijo Saturno-. Siempre fue de genio fuerte, pero de marido, sino inclusive a verlo desde los balcones. Saturno se
mucho dominio. sintió herido de muerte.
El medico hizo un ademán de sabio. “Hay conductas que -Es una reacción típica -lo consoló el director-. Ya pasará.
permanecen latentes durante muchos años, y un día estallan”, Pero no pasó nunca. Después de intentar muchas veces ver de
dijo. “Con todo, es una suerte que haya caído por aquí, porque nuevo a María, Saturno hizo lo imposible para que recibiera una
somos especialistas en casos que requieren mano dura”. Al final carta, pero fue inútil. Cuatro veces la devolvió cerrada y sin
hizo una advertencia sobre la rara obsesión de María por el comentarios. Saturno desistió, pero siguió dejando en la portería
teléfono. del hospital las raciones de cigarrillos, sin saber siquiera si
-Sígale la corriente -dijo. llegaban a María, hasta que lo venció la realidad.
-Tranquilo, doctor -dijo Saturno con un aire alegre-. Es mi Nunca más se supo de él, salvo que volvió a casarse y regresó a
especialidad. su país. Antes de irse de Barcelona le dejó el gato medio muerto
La sala de visitas, mezcla de cárcel y confesionario, era un de hambre a una noviecita casual, que además se comprometió
antiguo locutorio del convento. La entrada de Saturno no fue la a seguir llevándole los cigarrillos a María. Pero también ella
explosión de júbilo que ambos hubieran podido esperar. María desapareció. Rosa Regás recordaba haberla visto en el Corte
estaba de pie en el centro del salón, junto a una mesita con dos Inglés, hace unos doce años, con la cabeza rapada y el balandrán
sillas y un florero sin flores. Era evidente que estaba lista para anaranjado de alguna secta oriental, y en cinta a más no poder.
irse, con su lamentable abrigo color fresa y unos zapatos Ella le contó que había seguido llevándole los cigarrillos a María,
sórdidos que le habían dado de caridad. En un rincón, casi siempre que pudo, hasta un día en que solo encontró los
invisible, estaba Herculina con los brazos cruzados. María no se escombros del hospital, demolido como un mal recuerdo de
movió al ver entrar al esposo ni asomó emoción alguna en la aquellos tiempos ingratos. María le pareció muy lúcida la última
cara todavía salpicada por los estragos del vitral. Se dieron un vez que la vio, un poco pasada de peso y contenta con la paz del
beso de rutina. claustro. Ese día le llevó el gato, porque ya se le había acabado
-¿Cómo te sientes? -le preguntó él. el dinero que Saturno le dejó para darle de comer.
-Feliz de que al fin hayas venido, conejo -dijo ella-. Esto ha sido
la muerte.
No tuvieron tiempo de sentarse. Ahogándose en lágrimas, María
le contó las miserias del claustro, la barbarie de las guardianas,

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