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La Niña

La niña no podía decir "por favor" ni "gracias" debido a una piedra en su corazón. Mientras exploraba el bosque, varios animales y elementos de la naturaleza se negaron a darle cosas a menos que dijera esas palabras. Al ver la sed de un cervatillo, la niña logró decir "por favor" para que brotara un manantial, cayéndose la piedra de su corazón y dejándola curada.

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La Niña

La niña no podía decir "por favor" ni "gracias" debido a una piedra en su corazón. Mientras exploraba el bosque, varios animales y elementos de la naturaleza se negaron a darle cosas a menos que dijera esas palabras. Al ver la sed de un cervatillo, la niña logró decir "por favor" para que brotara un manantial, cayéndose la piedra de su corazón y dejándola curada.

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LA NIÑA QUE NO PODÍA DECIR POR FAVOR NI GRACIAS.

Hubo una vez una chiquilla que no podía decir “por


favor”, ni tampoco “gracias”. Estas dos palabritas tan
agradables no querían sencillamente salirle de la
boca.
Sus padres se enfadaban mucho por ello, y el abuelo
aún más. Pero la abuela contemplaba a la
muchachita, y sentía dolor.

– Está enferma – dijo al fin -. ¡Llamad a la doctora!


Vino la doctora, y examinó con cuidado a la chiquilla.

– No tiene absolutamente nada en el cuello ni en la


lengua – dijo la sabia mujer, y se marchó de nuevo.
– Así, pues, tiene algo en el corazón – afirmó la abuela.
Nadie sabía qué hacer; nadie podía ayudar. Y, sin embargo, era una grave enfermedad y un
verdadero dolor. Si venía alguna tía de visita y traía consigo buenas cosas, corría la muchacha a
esconderse detrás de la casa. No quería recibir regalos, pues no podía decir “gracias”, como manda
la buena educación.
Una vez estaba toda la familia en el campo, en casa de unos primos y primas. En la fiesta sirvieron
mosto dulce y pan moreno recién amasado y con ello también nueces tiernas. ¡Oh, qué bueno era
aquello! Y todos se alegraron.
Pero a la muchacha se le ocurrió que tendría que decir “por favor” y “gracias” y dejó todas aquellas
apetitosas cosas y dijo que no le apetecían; prefería ir a ver los conejitos.
Pero, cuando estuvo con los conejitos, empezaron a correr libremente las lágrimas por sus mejillas.
Sentía algo, como un peso que le oprimía el corazón. ¡Ay¡ ¡Era tan triste no poder decir “por favor”
y “gracias”! Y el mosto dulce era precisamente para ella lo mejor del mundo.
Detrás de la casa de los campesinos se extendía un amplio bosque. Hacia allí corrió la muchacha
para ocultar su dolor. Entonces vio junto al camino una gran mata de zarzas llena a más no poder
de moras maduras.

– ¡Oh, ¿cuántas! – exclamó la muchacha -. ¡Voy a cogerlas!

Pero, al ir a hacerlo, ¿qué sucedió? La mata retiró sus ramas y un ratoncito dijo desde dentro:
– ¡Di enseguida “por favor”, y entonces podrás cogerlas todas!

La chiquilla puso cara de disgusto; se volvió y siguió corriendo, pues “por favor” era justamente una
de las palabras que no podía decir.
Al poco llegó junto a un avellano. Los frutos, de color pardo dorado, eran tentadores. ¡Oh, cómo
recordaban a la Navidad! La chiquilla corrió hacia allí. Pero, al acercarse, las ramas del avellano se
levantaron con todos sus frutos hacia lo alto, y una ardilla gritó desde el árbol:
– Tú, como no puedes decir “gracias”, tampoco debes coger avellanas.
Echó a correr de nuevo, disgustada, y de tanto correr sintió sed. Por eso se alegró cuando oyó
entre la maleza un suave rumor, que procedía de un manantial. Pero apenas se hubo inclinado
para coger agua con la mano, se retiró de pronto el manantial y desapareció en la roca.
Aterrada, levantó la mirada y vio junto a sí un cervatillo. El pobre animal llevaba la lengua fuera.
Era evidente que venía atormentado por la sed. Pero el manantial había desaparecido y no parecía
que quisiera volver a salir de nuevo. Algo se removió en el corazón de la chiquilla. Acarició al animal
y dijo:

– Yo tengo la culpa de que tú tengas que pasar sed. ¡Pobre cervatillo!


La muchacha sollozaba más y más, desconsoladamente. Entonces comenzó a decir de manera
inesperada:
– ¡Por favor, querido manantial, regálanos de nuevo tu agua!
En la roca se oyó inmediatamente un alegre cantar. A continuación, brotó el agua, y, claro como la
plata, fluyó de nuevo el manantial. La chiquilla y el cervatillo bebieron. Y cuando ella tuvo bastante,
dijo con voz fuerte y clara:

– ¡Gracias!
Entonces se dio cuenta, de que había caído algo al suelo, a su lado. Era una piedra, que le había
caído a la muchacha del corazón. La chiquilla se sentía muy ligera, libre del peso que antes le
oprimía. En lugar del cervatillo, había ahora una hermosa hada a su lado. Ésta dijo:

– Ahora ya estás curada.

– ¡Gracias! – repitió la chiquilla, y se quedó contemplándola, llena de inmensa felicidad.


Luego echó a correr, loca de alegría, y salió del bosque. De repente sintió deseos de ver a sus
primos y a sus primas, y fue a buscarlos a la pradera donde estaban jugando. Cuando vieron de
lejos a la fugitiva, gritaron todos irónicamente:

– ¿Quieres ahora mosto dulce y pan moreno y nueces?

– ¡Sí, por favor! – dijo la chiquilla.

Entonces corrieron hacia la casa y le trajeron de todo. Ella, cada vez más contenta, decía:

– ¡Gracias, muchas gracias!

Y reía, sin cesar, y sentía ligero su corazón.


Naturalmente. Había desaparecido la piedra que le oprimía y no le dejaba decir ni “por favor” ni
“gracias”.
Podéis imaginaros cómo se alegraron los padres de que su hijita estuviera ahora curada de su
grave enfermedad. Pero aún más felices, estaban el abuelo y la abuela. Y la más contenta de todos
era la propia chiquilla.
– Colorín colorado…

– …este cuento se ha acabado

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