Fenomenología y Clínica de La Experiencia
Fenomenología y Clínica de La Experiencia
Gianni Francesetti
1
Agradezco a Carlotta Datta por haberme señalado este fragmento.
73
puedo esperar? A veces me parece que no puedo hacer nada... Ver- .a
erarnen
te> planteándome estas preguntas me doy cuenta de que me siento
totalmente incapaz, sin confianza en mí ni en la psicoterapia como
método de curación, impotente y sin dirección... ¡posiblemente me he
contagiado!”.
Esto es el principio de una supervisión, aunque creo que todos
nosotros, como psicoterapeutas, podemos reconocer estas vivencias por
haberlas vivido en algunos momentos. Estas inseguridades y estas
preguntas surgen típicamente cuando nos encontramos inmersos en un
campo depresivo e inevitablemente, si no asumimos una postura
racional de distanciamiento emocional, nos ‘‘contagiamos”.
En este capítulo, voy a proponer una lectura de la depresión a
partir de la teoría de la psicoterapia gestáltica y en este recorrido vamos
a trazar los senderos para atravesar esta tierra: el campo depresivo.
Las vivencias depresivas constituyen un ámbito de experiencia
muy variado, con diferencias también muy relevantes, que tocan,
transversalmente, muchas experiencias más o menos graves y también
vivencias que simplemente acompañan los pasajes de la vida. También
nosotros vamos a “dejar caer desde el principio cualquier pretensión de
universalidad válida en nuestras conclusiones” (Freud, 1989, p. 102),
esperando simplemente que nuestro recorrido pueda servir de ayuda a
quienes se dedican a apoyar a los que atraviesan este sufrimiento.
En la primera parte, vamos a considerar esta experiencia, sobre
todo, desde una perspectiva histórica: esto puede permitimos tener en
cuenta la relatividad de los elementos que paso a paso han seguido,
incluido esta, y que forman el fondo de nuestra posibilidad de ela-
boración actual. El objetivo por el que traemos aquí esta evolución
histórica es fundamentalmente reconstructivo, esto es, orientado a tomar
distancia de un enfoque objetivante: a partir de la infinita variedad del
sufrimiento humano, la nosografía2 ha tratado de esbozar los paisajes
dentro de los cuales poderse orientar. Al hacer esto han abstraído tipos
diferentes de sufrimiento clínico, considerándolos a
I veces como objetos verdaderos y propios. Estos “objetos psicopa-
2
I El objetivo de la nosografía y la nosología psiquiátricas es proporcionar una
descripción sistemática, la ordenación y la clasificación de todas las patologías psiquiáticas. 2
74
I
tológicos” a veces han sido considerados como “objetos naturales , que
existen en sí mismos como enfermedades, y se corre siempre el riesgo
de caer en esta simplificación cosificadora que reduce y falsifica la
complejidad de la experiencia humana. Reconstruir, en este ámbito,
significa encontrar la carretera que lleva de este mundo de abstracciones
nosográficas a la unidad e inaferrabilidad de la experiencia humana, al
desplazarse sin fin por el mundo-de-la-vida (la Lebenswelt
fenomenología3). La psicopatología gestáltica no puede ser
reconstructiva con respecto a todas las nosografías que toman o corren
el riesgo de individuar la forma del sufrimiento humano como
distinguible del campo/historia en el que se han originado, y de la
unicidad de la expenencia ideográfica (esto es, de lo individual).
Cada tipo de sufrimiento, incluido entre estos la depresión, es una
de las Gestaiten que asume el sufrimiento relacional y que se expresa en
el propio individuo con esta específica e irrepetible forma. Por lo tanto,
hablamos de las depresiones no porque creamos que podemos existir
separadamente de la singularidad de la vida y de la profundidad muchas
veces insondable del campo relacional, sino exactamente para volver a
llevar esta Gestalt al mundo-de-la-vida en donde surge. Conocer a qué
“objetos-depresión” la psicopatología ha dado vida en su historia,
esperamos pueda reducir el riesgo de cambiar la “Depresión” o el
“Deprimido” por objetos existenciales o atributos solamente individuales.
En este viaje deconstructivo, pasamos de las depresiones a las
experiencias depresivas y después a los campos depresivos (Francesetti,
2015). No existe otra cosa, de hecho, que esta específica e irrepetible
experiencia depresiva como el revelarse de un sufrimiento de un campo
más amplio y preexistente a su individualidad.
Después de haber reivindicado esta unicidad irreductible, vamos a
ir a la búsqueda del fondo común a la experiencia que llamamos
depresiva, búsqueda que nos va a conducir no dentro de los límites del
individuo sino de la relación. El individuo es, de hecho, un producto
secundario, un aprés coup, con respecto al fluir del mundo-de-la-vida,
lugar en donde la unidad organismo-
3
Sobre la relación entre la perspectiva naturalista y la fenomenológica en psiquiatría se
puede consultar Galimberti (1987).
75
entorno4 es también experimentable. En esta trama pulsante de la
vida, formada por hilos indisolubles de la que surge cada individualidad
y que nos constituye como radicalmente relaciónales e intersubjetivos,
vamos a tratar de comprender el fondo común de lo que llamamos
experiencias depresivas. La lectura que proponemos es un intento de
comprender esta experiencia a la luz de la teoría de la psicoterapia
gestáltica: esto, como vamos a ver, significa colocar el malestar
individual en una perspectiva radicalmente relacional, evolutiva y
positiva (Salonia, 2001a; Spagnuolo Lobb, 2001a; Francesetti y Gecele,
2009 y 2010). La clave de lectura que constituye el denominador común
de las vivencias depresivas va a ser individuada en la experiencia de la
comprobación del empleo de la propia energía en el intento inútil de
alcanzar al otro. La teoría gestáltica del self nos proporciona el
instrumento para distinguir las situaciones del duelo (o, más en general,
de la pérdida) de la depresión melancólica.
En el capítulo siguiente, a partir de experiencias clínicas, vamos
a tratar de ofrecer un enfoque del sentido del malestar depresivo
identificando algunas Gestalten sobre este sufrimiento humano como
posible vía para asumirla. Junto a la exigencia y a la intención
reconstructiva, mantenemos al mismo tiempo, como necesario,
reconocer las diferentes cualidades de la experiencia depresiva que
corresponden a las diversas regiones de la experiencia humana. Este
recorrido nos va a llevar de un modo natural y consecuencial, a
orientamos con respecto al apoyo específico que el terapeuta debe
ofrecer a quien sufre alguna de las diferentes formas de depresión.
La lectura de estos capítulos no va a sustituir ni va a hacer
menos fatigoso el camino terapéutico: este está fabricado con la
experiencia vivida y no admite sustituciones. Lo que va a poder hacer,
esperamos, es dar orientación al terapeuta sobre la dirección del
trabajo con quien vive una experiencia depresiva. Además, po-
siblemente, le permitirá sentirse menos solo en su esfuerzo de no dejar
solo al que sufre.
4
En términos fenomenológicos, en lugar de una unidad organismo-entorno, podemos
hablar de una unidad yo/mundo o, como propone Dan Bloom, de un campo uno mismo/mundo
(Bloom, 2012). Las neurociencias contemporáneas nos confirman que hay un nivel autopredicativo
de la experiencia en el que el organismo y el entorno no son elaborados de un modo separado
(Gállese, Migone y Eagle, 2006).
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1. Breve historia de un diagnóstico: construcción y
reconstrucción del objeto depresión
77
la tradición hipocrática se mantenía, de hecho, que la melancolía tenía
lugar debido a un exceso de bilis negra, uno de los cuatro humores
fundamentales que regulan el equilibrio de la salud y de la enfermedad.
Coherentemente, los remedios eran farmacológicos (la raíz del
Eléboro) y de higiene ambiental, con una cierta atención a los aspectos
relaciónales y existenciales. Fue Areteo de Capadocia (s. I d.C.) el
primero en relacionar las fases melancólicas con las fases maníacas
como polaridad de la misma enfermedad.
El ángulo del sentido cambia de un modo sustancial en la Edad
Media, cuando el énfasis naturalista se solapa con una concepción
espiritual: la melancolía se convierte en una expresión de la lucha entre
el bien y el mal, a veces fruto inducido por el maligno o como
consecuencia del pecado y el remedio se busca en los rezos, en la
pemtencia y en la devoción.
Del Renacimiento en adelante se da una gran apertura progresiva
hacia otras lecturas de la melancolía, no solamente en clave religiosa,
' sino de nuevo naturalista o moral. En 1621, Robert Burton escribe el
tratado Anatomy of Me lancho ly: con un pensamiento más bien reduc-
cionista, Burton analiza los diversos tipos de melancolía y las diferentes
causas, naturales y relaciónales, de esta vivencia, estableciendo, como
Galeno había afirmado, que cada causa necesita un remedio diferente.
En 1854, dos psiquiatras franceses proponen una única termi-
nología para describir las fases melancólica y maníaca: nace la folie
circulaire (locura circular) de Falret y la folie á double forme (locura
de dos formas) de Baillarger. Retomando esta línea, Kraepelin, a
caballo entre el siglo XIX y el XX, propone el término de locura
maniaco-depresiva que comprende la manía simple, la melancolía, la
locura circular. El término depresión entra a formar parte de la
nosografía psiquiátrica como una acepción no claramente diferenciada
del término melancolía, aunque diferentes autores proponen
significados específicos para los dos términos. La psiquiatría clásica de
principios del siglo XX continúa con esta dirección, diferenciando
formas unipolares (en las que solamente hay episodios maníacos o solo
episodios depresivos) de las formas bipolares (caracterizadas por
alternarse los episodios maníacos y los depresivos) (Sarteschi y
78
Maggini, 1990). Mientras tanto, se afirma un criterio etiológico para
distinguir las diferentes formas de depresión (Schneider, 1983): de
este modo aparecen diferentes depresiones somatógenas (causadas
por una patología somática clara, cerebral o no), depresiones
psicógenas (causadas por acontecimientos traumáticos —depresión
reactiva— o de conflictos neuróticos —depresión neurótica) y
depresiones endógenas. Estas últimas no se refieren a acontecimientos
traumáticos como en la depresión reactiva, y el cuadro clínico está
caracterizado por la tristeza vital5 que irrumpe de improviso y
descoloca la vida del paciente. Estas no son psicógenas porque su
fenomenología es peculiar y su incomprensibilidad hace pensar en
una causa orgánica, pero no se las puede llamar somatógenas ya que
esta causa es desconocida, y no se puede hacer referencia a una causa
orgánica como responsable de la sintomatología. En este sentido, por
lo misterioso de la etiología, Kurt Schneider ha llamado a la depresión
endógena y a la esquizofrenia el “escándalo de la psiquiatría”: a su
juicio serían enfermedades con una causa orgánica para las que
todavía no se ha individuado la etiología. Esta distinción ha tenido la
ventaja de definir un ámbito clínico específico, la depresión endógena
por ejemplo, para la que es necesaria una terapia farmacológica. Esta
representa una minoría entre todos los cuadros depresivos y restringe
mucho, por lo tanto, aquel en el que es aconsejable la prescripción de
antidepresivos. Esta descripción, no obstante, no ha detallado la
variedad de las vivencias depresivas y sus formas clínicas (Borgna,
1992). Por ejemplo, Weitbrecht ha distinguido las distimias
endoreactivas, cuadros depresivos que surgen de un acontecimiento
traumático (por lo tanto reactivos), que adquieren después una
adaptación endógena, ya sea por los síntomas presentados ya sea
porque adquieren una autonomía respecto del acontecimiento
desencadenante. Gradualmente se han observado después cuadros de
paso entre la esquizofrenia y la depresión endógena (unipolar o bipo-
lar), para los que se ha propuesto una categoría posterior: la psicosis
esquizoafectiva. Además, algunos autores han evidenciado estilos de
personalidad que se colocan en un continuum entre la norma y la
patología, o que predisponen a que surjan episodios depresivos. Entre
estos, Kretchmer identificó en el biotipo pícnico, una estructura somá-
tica y de personalidad que coloca en un continuum que relaciona todas
5
5
Se va a ver, más adelante, en las Gestalten depresivas, la depresión melancólica.
79
después, en una investigación clínica, describe un tipo de personalidad
predispuesta a la depresión monopolar, el Typus Melancholicus (sobre
el que vamos a volver) (Tellenbach, 1975), del mismo modo que el
propio Schneider propone la personalidad psicopática, la presencia del
tipo depresivo (Schneider, 1983). En línea con estas observaciones clá-
sicas, recientemente se ha propuesto incluir en la próxima edición del
DSM el trastorno depresivo de la personalidad, mientras que algunos
autores colocan las perturbaciones bipolares en las perturbaciones de la
personalidad. Otra complicación en la nosografía de las depresiones
tiene que ver con el hecho de que, según algunos autores, existirían
equivalentes somáticos en la depresión: las consideran depresiones
enmascaradas. En estas situaciones, mantenidas por algunos como los
casos típicos más frecuentes de depresión, el sufrimiento depresivo
adquiere una forma somática y el paciente sufre de perturbaciones
físicas no referibles a una causa orgánica. Finalmente, otro frecuente
elemento de complejidad se encuentra en la presencia conjunta de
vivencias depresivas y ansiosas, tanto que, en la práctica psiquiátrica,
se habla a menudo de síndrome ansioso-depresivo para indicar una
situación clínica que presenta conjuntamente las áreas somatológicas,
absteniéndose de cualquier otra consideración (etiológica, patogénica,
nosográfica) (Ey, Bemard y Bisset, 1981); Sarteschi, 1990).
Estas son algunas de las líneas principales, ciertamente no todas,
en las que se han movido los intentos de clasificar las diferentes Ges-
talten del sufrimiento depresivo. Es importante darse cuenta de este
intento de límites definidos y de intentos de encuadre en categorías
sistemáticas. En un fondo complejo como este, es comprensible que haya
nacido la exigencia de un instrumento clasificador para simplificar la
torre de babel de lenguajes y definiciones, que además responden a las
diferentes epistemologías, que han florecido en el ámbito de la
psicopatología y la nosografía del siglo XX. Sobre este terreno, en el paso
del dominio de la escuela psiquiátrica europea a la norteamericana, se ha
afirmado el modelo del DSM, el más conocido y actualmente el más
utilizado ejemplo de clasificación categorial: este sistema se propone
como ateorético en el sentido de que se abstiene de cualquier
consideración etiológica o de adhesión a un modelo psicoterapéutico
(American Psychiatric Association, 1996). Esta pretendida ateorici- dad
ha sido muy criticada (Barron, 1998), ya que la clasificación de
categorías con márgenes netos de inclusión y de exclusión define los
cuadros de los síndromes de un modo arbitrario (además de basados, en
parte, en frecuencias estadísticas) y, por lo tanto, responde a una teoría
80
implícita que se refiere, sustancialmente, a una visión orgamcista (Blatt
y Levy, en Barron, 1998). El diagnóstico hecho con el DSM es un
diagnóstico de probabilidad, y quienes lo han confeccionado han
indicado con un coeficiente, el coeficiente K, el grado de su frecuencia
sobre una base estadística. “La media del coeficiente K del DSM es de
0,64, lo que significa que solamente el 64% de los clínicos estaban de
acuerdo con el diagnóstico al atribuírselo, sin saberlo entre sí, a los
mismos pacientes; y esto ha sido a pesar de la formación realizada para
potenciar la uniformidad de sus diagnósticos” (Coppo, 2005). Si la
frecuencia está limitada, la validez es insuficiente. Esta clasificación es,
ciertamente, útil para investigaciones de tipo estadístico, para los
estudios farmacológicos, para disponer de un lenguaje común. Pero es
necesario recordar que no describe objetos existenciales y que no se ha
elaborado para un uso clínico: los márgenes de la utilidad en este ámbito
son objeto de discusión y todavía queda, en gran parte, definirlos; y el
hecho de que en Italia su utilización en el ámbito clínico sea tan difuso
se debe a aspectos sociológicos, y no específicos, de nuestra profesión
(Mione, 2011).
En el DSM V (APA, 2013) existe un capítulo para “Desórdenes
depresivos” y un capítulo separado para “Desórdenes bipolares”. El
sistema de clasificación se puede dividir en tres categorías, presentadas
aquí de forma simplificada6.
6
Las clasificaciones del DSM V se presentan estrictamente para los propósitos de este
capítulo y por lo tanto no están descritas por completo; por ejemplo, las categorías: “Perturbaciones
de estado de ánimo no específicas” y “Episodio y transcurso específicos”, “Perturbación disfórica
premenstrual” y “Perturbación de la desregulación del estado de ánimo disruptivo” se han omitido
(American Psychiatric Association, 2013).
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ralentización psicomotora, falta de energía o cansancio, sentimientos de
falta de valoración o culpa, reducida capacidad de concentrarse o de
pensar o de tomar decisiones, ideación suicida. Además, esta situación
causa un malestar significativo y se ve alterado el funcionamiento social
o laboral.
7
Llamado “Distimia” en el DSM-IV-tr.
8
En referencia a los fenómenos maníacos ver el capítulo 9.
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En esta categoría están incluidos los trastornos del estado de
ánimo, maniaco y depresivo, debidos a una enfermedad orgánica, esto
es, al efecto de padecerlos, o al abuso de sustancias.
Entre las Especificaciones consideradas, está la que se refiere
al Episodio Depresivo Mayor con “Manifestaciones Melancólicas”. En
este caso, el sujeto presenta la pérdida del placer en todas o en casi todas
las actividades y la pérdida de reactividad a los estímulos habitualmente
placenteros. Además, se deben encontrar, por lo menos, tres de los
siguientes síntomas: una cualidad específica de estado de ánimo
deprimido (diferente del experimentado después de la muerte de de una
persona amada), empeoramiento por la mañana, despertar precoz,
enlentecimiento psicomotor o agitación, anorexia o pérdida de peso,
sentimiento de culpa. Esta especificación trata de no perder el
diagnóstico clásico de melancolía, pero no consigue recoger la vivencia
subjetiva de tristeza vital descrita por los autores fenomenológicos y
relega lo que es el estado depresivo más típico a una posición periférica.
Además, el paso a este tipo de clasificación que no distingue de un modo
claro la melancolía de las otras formas depresivas ha sido,
verdaderamente, funcional para la difusión del tratamiento farmaco-
lógico en la depresión (Borgna, 1994): el fármaco ya no se reserva para
el tratamiento de las depresiones endógenas o melancólicas (una pequeña
minoría de todas las formas), sino que se convierte en algo indicado para
cualquier experiencia depresiva. Esto se puede ver al ser quitado la
“exclusión del duelo” del DSM V. El DSM IV proporcionaba un criterio
de exclusión para los episodios de depresión mayor que se aplicaban a
los síntomas depresivos que hubieran durado menos de dos meses
después de la muerte del ser querido.
La “exclusión del duelo” se ha omitido del DSM V, representando
un cambio más relevante entre las dos ediciones con respecto a los
Trastornos del estado de ánimo” y que contribuyen a que se haya perdido
la distinción entre tristeza y depresión. Al hacer esto, se abre el camino
para una mayor prescripción de fármacos en el caso del duelo.
Recientemente, numerosos autores han propuesto considerar la
depresión de un modo dimensional en lugar de categorial (Vella y
Aragona, 2000). El enfoque dimensional considera una característica, por
ejemplo, la depresión o la introversión, como un continuum en un eje en
el que se colocan todos los grados de la variable: cada sujeto va a ser, por
ejemplo, más o menos depresivo, o más o menos introvertido. El enfoque
categorial distingue, a su vez, las características con márgenes netos:
existen, por ejemplo, sujetos deprimidos o introvertidos y sujetos que no
83
lo son. Algunos autores mantienen que la clasificación propuesta por el
DSM “no ha resuelto el problema de una mejor comprensión de la
depresión” (Jones, en Barron, 2005), y que es necesario, para este como
para otros malestares, pasar de un enfoque categorial a uno dimensional.
De este modo, tendríamos gTados y tipos depresivos sin confines netos
(que son, obviamente, arbitrarios) entre quien está deprimido y quien no
lo está. Como han afirmado Vaillant y McCullough en su crítica al
DSM,“quizá es posible huir del humanismo en la parasitología, en la
ortopedia y en la informática, pero no en psicología. [...] Esta tiene más
cosas en común con la inevitable ambigüedad de las obras de teatro que
con la investigación de los algoritmos compatibles con la fría lógica
binaria de la informática” (Vaillant y McCullough, 1998).
Otro aspecto de la nosografía que queremos señalar es el efecto
patoplástico que supone en un modo proporcional a su difusión en un
contexto dado. Cada nosografía crea casillas, a partir de las cuales se trata
de reconocer y clasificar pero, circularmente, estas casillas se llenan de
pacientes y clínicos que se plasman en base a estas. “La antropología
médica y la etnopsiquiatría, actualmente, han acumulado muchas
informaciones sobre cómo funcionan estos procesos de construcción
social de las ‘enfermedades’, sobre la ‘función patoplástica’ de las
culturas, que no es la ‘patogénica’: no produce el trastorno pero lo
selecciona, le da forma, le pone un nombre y prevé la modalidad de
curación” (Coppo, 2005). Existe la exigencia,
84
por parte del paciente, de dar nombre a lo que le está sucediendo, la exigencia
del clínico de orientarse, la exigencia del mercado de tener definiciones de
los trastornos a los que añadir la indicación de un fármaco. Un ejemplo claro
de este fenómeno ha sido la difusión del diagnóstico de los Ataques de
Pánico en los últimos diez años, bajo cuya etiqueta han entrado malestares
del vivir muy diferentes. La etnopsiquiatría nos ayuda también a ver cómo,
en culturas diferentes, existen modos diferentes de vivir este tipo de malestar:
de percibirlo, de expresarlo, de curarlo eficazmente. “Lo que es universal no
es la categoría de la psiquiatría (trastornos depresivos) que, actualmente,
informa del sufrimiento de tantos, sino la experiencia sin materia que,
cuando se sale de la normalidad (más por duración que por intensidad) acaba,
en Occidente, en el contenedor nosográfico de los ‘trastornos depresivos’.
Además, formas y destinos pueden ser diferentes” (Coppo, 2005). En esta
línea, Gozzetti observa que “ya no se encuentra un caso típico de depresión,
del mismo modo que no se encuentra una típica aparición de esquizofrenia.
Se ha necesitado aceptar que la ‘semiogénesis’ o formación de los síntomas
se conforma con el espíritu de los tiempos, como ha ocurrido con la histeria”
(2008).
Este breve excurso histórico sobre el diagnóstico de la depresión nos
ofrece un cuadro claro de la complejidad, problematicidad e irreductibilidad
a categorías diferentes del sufrimiento depresivo. Esperamos que, a través de
este recorrido, el lector haya abandonado cada pretensión, o esperanza, de
clasificar de un modo sistemático, exhaustivo, universal e incuestionable las
vivencias depresivas. Haya deconstruido los objetos nosográficos que
responden al término depresión diversamente declinado, y pueda continuar
el viaje a la búsqueda de las vivencias de los aspectos relaciónales implicados
en estas experiencias: “Si la teoría es, a menudo, confusa y ambigua, puede
ser porque la naturaleza es confusa y ambigua” (Goodman, 1968).
En estos capítulos nos atenemos a un criterio pragmático, renunciando
como habíamos dicho, a una pretensión de universalidad y de sistematicidad,
convencidos de que esta contiene el error de fondo de pensar en las
experiencias depresivas como objetos nosográficos. Pragmáticamente, en su
momento, vamos a aclarar qué Gestalten del sufrimiento depresivo nos han
parecido más útiles para dar apoyo y dirección al psicoterapeuta en su trabajo
clínico, y que sean coheren-
tes con una comprensión relacional de la depresión. Actualmente, la tendencia
diagnóstica es distinguir los diferentes tipos de depresión en base a su
intensidad, con respecto a sus causas, siguiendo un enfoque descriptivo y
dimensional (en la misma línea del DSM, por ejemplo); esto sustrae la
experiencia de la historia y del contexto en el que surge. En psiquiatría y
85
psicoterapia, eliminaciones de este tipo suponen siempre una pérdida crucial
de la riqueza cultural y de herramientas clínicas disponibles para la terapia.
Por consiguiente, al distinguir diferentes formas de la experiencia depresiva,
vamos a considerar en nuestro criterio tanto la cualidad de la experiencia
como las circunstancias en las que surge.
En este trabajo, pensaremos en la depresión como una dimensión de la
experiencia humana (más que como una categoría), ya sea con respecto a la
intensidad como con respecto a su comprensión: en esta dimensión, la
vivencia puede adquirir grados de intensidad progresiva que va desde una
bajada leve del estado de ánimo hasta los abismos del síndrome de Cotard9, y
de un nivel de clara comprensión como en la experiencia del duelo hasta la
difícil y nunca inmediata comprensión del delirio psicótico. A lo largo de este
continuum cualitativo existe, sin embargo, un elemento de discontinuidad que
no se debe perder de vista: esto, de hecho, permite dividir en dos la cualidad
de la experiencia. Existe, de hecho, una discontinuidad entre la experiencia
depresiva melancólica y la no melancólica, y encontramos un límite en el
proceso de deconstrucción: la discontinuidad no viene dada por los temas ni
por los contenidos que seguimos reconociendo como depresivos, sino por la
presencia o no de elementos de fondo que forman el ground experiencial del
sujeto (Francesetti y Spagnuolo Lobb, 2013). La teoría del nos ayudará a
distinguir las dos situaciones. La depresión melancólica —o depresión
endógena, o exactamente la melancolía— es la experiencia de otro mundo, un
mundo diferente del ordinario que se comparte. Es el mundo de la experiencia
psicótica, aunque no haya signos de
delirios o alucinaciones que, a veces, de un modo simplista, se han
considerado los elementos que caracterizan la vivencia psicótica. Estos
síntomas son, simplemente, un modo creativo del paciente de construir una
figura con sentido en una experiencia que ya es psicótica. No vamos a buscar,
por lo tanto, una comprensión diferente entre la experiencia depresiva no
psicótica y la psicótica desde un punto de vista relacional: pero esta última
presenta peculiaridades que no se deben perder de vista, ya sea desde un
punto de vista teórico ya sea porque llaman a dos apoyos terapéuticos
distintos. En nuestra perspectiva podemos utilizar los términos depresión
psicótica o melancolía y depresión endógena de un modo intercambiable: no
haciendo referencia ni a la producción sintomatológica (por ejemplo,
9
Este síndrome, cuya descripción ha sido hecha por Cotard a finles del siglo XIX está
caracterizado por un delirio nihilista en el que el sujeto niega que existe, que tiene un cuerpo, que está
vivo. Posiblemente esta experiencia representa el extremo de la intensidad depresiva con respecto a la
condición específica de quien, al no estar en la vida niega la posibilidad de poder huir de la angustia a
través de la muerte, ya que esta es imposible.
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presencia o no de delirio), ni a la etiología, sino al tipo de vivencia depresiva
que es, obviamente, cualitativamente diferente de otras vivencias depresivas.
Preferimos, sin embargo, utilizar el término depresión melancólica por
diferentes razones. Es menos patologizan- te que el término depresión
psicótica; está en línea con la literatura fenomenológica y está cerca de la
categoría del DSM de Depresión Mayor con Manifestaciones Melancólicas.
Además, hace referencia a la cualidad de la experiencia, mientras que el
término Depresión endógena se refiere a la etiología del trastorno.
Esta discontinuidad nos permite no confundir la depresión me-
lancólica con las otras Gestalten depresivas y no perder la centralidad,
elementos que, sin embargo, se han perdido sustancialmente en el DSM.
Como afirma Henri Ey: “el psiquiatra debe saber que la melancolía no es
solamente tristeza, el remordimiento o el miedo, sino que es una conmoción
mucho más profunda, una catástrofe clínica que se produce en la profundidad
del ser. [...] Es necesario comprender la melancolía por lo que es: una
conmoción de la estructura formal del campo de la consciencia, y no
solamente una reacción a las condiciones infelices de la existencia” (Ey,
1981).
Si por una parte tenemos la necesidad de deconstruir los objetos
nosográficos para volver a poner el sufrimiento en la vida, por otra parte,
somos firmemente críticos con respecto al proceso de dilución del
diagnóstico, que está en la base de erradicar la difusión de las epidemias
psiquiátricas actualmente tan de moda. Con clasificaciones como las del
DSM se vuelven patológicas experiencias y comportamientos normales que,
como “norma estadística”, hace resaltar
87
falsamente epidemias inexistentes. Un dato, no obstante falseado,
pronunciado por la comunidad científica se convierte inmediatamente en
objeto de interés para los medios de comunicación que amplifican la
noticia con tonos suficientemente alarmantes como para llamar la
atención. El tercer elemento que sostiene esta amplificación son los
intereses de las casas farmacéuticas que apoyan procesos diagnósticos
muy inclusivos, porque a esto le sigue una ampliación del mercado y una
dirección favorable de las políticas sanitarias. Un ejemplo de esta
tendencia de la psiquiatría actual es, exactamente, la aparente difusión de
la depresión: la Organización Mundial de la Salud estima que la depresión
en el 2020 será la segunda causa de malestar en el mundo (actualmente
es la cuarta), con 121 millones de personas deprimidas, y que la
posibilidad de sufrir una depresión llega ya, actualmente, al 10% durante
la vida. Pero la pregunta es: ¿de qué depresión estamos hablando? En un
artículo reciente sobre el grave y descuidado problema de los falsos
positivos en psiquiatría, Jerome Wakefield (2010), a propósito de los
recientes criterios diagnósticos utilizados en psiquiatría, escribe:
El resultado ha sido una aparente epidemia de los trastornos mentales
que no se imaginaba que existieran antes de que fueran puestos en evidencia
por estudios epidemiológicos, que han aplicado como muestra de la población
sus nuevos criterios basados en síntomas descontextua- lizados. Mientras que
solamente hace unas pocas décadas a quienes se especializaban en psiquiatría
se les enseñaba que alrededor del 2-3% de la población sufría trastornos
depresivos (Klein y Thase, 1997), los más recientes estudios epidemiológicos
(Moffitt et al., 2010) indican que casi la mitad de la población a la edad de 32
años cumplen el criterio del DSM IV para la Depresión Mayor [...] y este
porcentaje que, con toda posibilidad es por defecto, se refiere solamente a un
trastorno. Los administradores de la salud se han sentido, por lo tanto,
movidos a promover la terapia de un problema de proporciones enormes para
los médicos de base, que han inaugurado programas de rastreo (screening)
para identificar y motivar al tratamiento a quienes no se dan cuenta de que
están perturbados. Pero esta “epidemia” es, con toda probabilidad, una
epidemia de falsos positivos (Horwitz y Wakefield, 2007). Y no es difícil
imaginar las repercusiones negativas —en el significado de la propia
depresión, en términos económicos, etc.— debidas a un gran aumento de
fármacos antidepresivos (que, por otra parte, no parecen tan eficaces como
dicen y que funcionan, en buena parte, como placebo).
Esto no quiere decir que no haya situaciones en las que experiencias
depresivas importantes no sean reconocidas y tratadas adecuadamente, ni
que el malestar social no esté, efectivamente, creciendo; pero lo que hay
que tener presente es que los sistemas de diagnóstico actuales favorecen la
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patologización de las experiencias normales, en las que, a menudo, la
tristeza y el cansancio de vivir asociadas a la propia situación existencial
sean diagnosticados como verdaderas y reales depresiones de un modo por
completo descontextualizado. Citando de nuevo a Wakefield (2010): “No
solamente los investigadores y los clínicos, sino también los consumidores
deberían recordar que este sistema diagnóstico, basado en síntomas
descriptivos, se ha construido de un modo que no llega a distinguir entre
un malestar normal de un trastorno, y de este modo hace posible los
mismos abusos que se trataba de prevenir. Creo también que la reciente
propuesta del DSM V pueda empeorar mucho el problema de los falsos
positivos”.
En base a estas premisas y conscientes de la provisionalidad de cada
subdivisión, en nuestro trabajo clínico creemos que es útil distinguir las
experiencias depresivas según diversos criterios. Estos incluyen la
cualidad de la experiencia; la relación entre la experiencia y la situación
en la que surge (las conexiones con los acontecimientos de la vida o los
estilos de personalidad); y las posibles causas orgánicas de la experiencia.
Vamos a tener en cuenta las siguientes Gestalten que el sufrimiento
depresivo puede asumir, y que nos parece importante que el psicoterapeuta
sepa distinguir y tener presente:
— Experiencias de duelo y depresión reactiva;
— Experiencias de la depresión melancólica;
— Experiencias depresivas relacionadas con los estilos de
personalidad:
• experiencias narcisistas;
• experiencias borderline;
• experiencia dependientes;
• experiencias histéricas;
• experiencias obsesivo-compulsivas;
— Experiencias depresivas con causa orgánica identificable10.
La subdivisión que hemos propuesto no individualiza categorías de
10
Uno se puede dar cuenta, inmediatamente, de que fundamentalmente hemos tomado la
subdivisión clásica propuesta por Kurt Schneider en las tres regiones etiológicas: reactiva/psicógena,
endógena y somatógena, añadiendo la variable de
la presencia de estas vivencias en los trastornos de personalidad (que contribuyen a la exploración de
la experiencia depresiva psicógena). También, como veremos más adelante, no entendemos lo
endógeno como el área de lo somatógeno de lo que no conocemos todavía la causa orgánica (como
Schneider ha hecho). Para nosotros, como para Tellenbach, lo endógeno es otra región de la
experiencia humana, que hay que distinguir de las regiones de lo somatógeno y de lo psicógeno
(Francesetti y Spagnuoio- Lobb, 2013). Enviamos a los párrafos siguientes del desarrollo de este
punto, más adelante en este capítulo.
89
objetos, sino que indica diversas formas de experiencia que es útil
distinguir en la relación terapéutica. En la experiencia individual, los
márgenes pueden estar difuminados o perderse, pero esto no quita para
que el psicoterapeuta deba saber distinguir los diferentes modos de la
experiencia depresiva, aceptar los riesgos y seguir las líneas terapéuticas.
Por otra parte, como en toda la clínica, nos encontramos frente a
un problema complejo y fundamental del diagnóstico, ya claramente
propuesto por Goodman y Perls: “El terapeuta necesita su propio criterio
para mantener sus referencias, para saber en qué dirección mirar. El hábito
adquirido es el fondo de este arte, como ocurre en cualquier otro arte. Pero
el problema es el mismo que en cualquier otro arte: ¿cómo utilizar esta
abstracción (y por tanto esta fijación) sin perder la realidad presente y
especialmente el proceso en curso de esta realidad? ¿Y cómo no imponer
criterios —un problema concreto que la terapia comparte con la pedagogía
y la política—, sino por el contrario contribuir a desarrollar las
potencialidades del otro?” (Perls, Hefferline y Goodman, 2002, p. 283).
Enviamos al modo especifico en el que hemos tratado el problema del
diagnóstico en psicoterapia gestáltica y de las soluciones que hemos
propuesto (Francesetti y Gecele, 2009; 2010). Aquí nos limitamos a
recordar que podemos individualizar dos tipos de diagnóstico en
psicoterapia gestáltica: el primero es el diagnóstico extrínseco que se
refiere a una confrontación entre la experiencia que encontramos y un mo-
delo. El DSM, cada forma de caracterología (incluidos los humores
hipocráticos), la lista de formas depresivas que hemos propuesto más
arriba y, en realidad, cualquier nosografía pertenecen a este modo de
entender el diagnóstico. Es este tipo de diagnóstico el que nos permite
poner palabras (más o menos adecuadas) al sufrimiento e,
inevitablemente, convertirla en objeto, abstrayéndola del flujo efí-
mero de lo que ocurre en la frontera de contacto entre paciente y
terapeuta. Es una distorsión inevitable: es necesario ser consciente que se
trata inmediatamente después de una traición ya que agarra lo inaferrable,
objetivando y fijando lo que fluye y cambia. En base a esto, el
diagnóstico se refiere, en primer lugar, a la relación en dos sentidos,
preguntándonos: ¿cuál es el sufrimiento del campo relacional que está
experimentando el sujeto que me llama para que lo ayude? Y: ¿En qué
modo estoy contribuyendo a crear un campo depresivo entre nosotros?
En segundo lugar, se va a utilizar en un horizonte hermenéu- tico
en lugar de una naturalista: este último considera los modos de sufrir
como objeto de la enfermedad en los que actuar, mientras que el enfoque
hermenéutico considera los conocimientos diagnósticos como una de las
90
muchas pre-comprensiones (que pueden ser útiles o como una
información de cómo entran en la relación) que se juegan en la relación
terapéutica. El concepto de juego no se refiere a una guía estratégica, sino
a algo hermenéutico, refiriéndose al hecho de que el terapeuta lo único
que puede hacer es implicarse hasta el fondo, con toda su creatividad,
historia y sus propios límites, en la relación terapéutica (Sichera, 2001).
En el fondo, la lectura gestáltica de la depresión que proponemos
en este capítulo es un recorrido de diagnóstico intrínseco, efectuado
gracias a los conocimientos conceptuales de la psicoterapia gestáltica.
Vamos a responder a preguntas del tipo: ¿Qué ocurre en la dinámica
figura/fondo cuando encontramos una vivencia depresiva? ¿Y con la
intencionalidad? ¿Y con las funciones del self! ¿Qué apoyo específico es
importante tener presente en esta o en otra Gestalt depresiva? Y
cuestiones de este estilo. Vamos a hacer afirmaciones que posiblemente
harán que el terapeuta se enfrente con lo que va a encontrar y vivir en sus
sesiones de terapia. Al final, el lector va a tener, esperamos, una útil pre-
comprensión de la experiencia depresiva que pondrá hermenéuticamente
en juego con sus pacientes durante las sesiones.
El segundo tipo de diagnóstico que utilizamos en psicoterapia
gestáltica es el diagnóstico intrínseco o estético: en el que no tiene lugar
una confrontación entre un modelo y el sufrimiento que se encuentra,
como en el extrínseco. Es un diagnóstico que pertenece al reino del sentir
y no al de reflexionar: se hace a través de la
percepción de la cualidad del contacto que tiene lugar, momento a momento,
en la frontera de contacto, el sitio fenomenológico en el que nos encontramos
con el otro. Este método estético11 es específico y característico de la
psicoterapia gestáltica, y nos permite captar a forma (la Gestalt) de la figura que
estamos, juntos, co-creando con el paciente, y apoyar la intencionalidad que
surge en el momento presente (Francesetti, 2012). Esta intencionalidad es co-
creada, uyendo a partir del momento que está pasando y dejándose estar en el
momento que está naciendo, gracias a la presencia recíproca de la tierra de
los dos y de ninguno, que es la frontera de contacto. La consciencia de lo que
está ocurriendo en la experiencia que nace entre nosotros, y el apoyo a la
intencionalidad que surge, ya supone un estado terapéutico en la relación: es
el que da la unidad del acto diagnóstico y terapéutico, que no pasa a a través
de una mediación reflexiva, sino que simplemente necesita estar con los
sentidos plenamente despiertos en el contacto. Esta simplicidad y la gracia
que la acompaña es el fruto más maduro y más adecuado para un
11
Para una discusión más en profundidad del empleo del criterio estético en la práctica
clínica ver Francesetti, 2012.
91
psicoterapeuta gestáltico. No es un diagnóstico alternativo o de contraste con
el primero: el psicoterapeuta gestáltico necesita conocer los sistemas
diagnósticos (que, en el fondo, son como los diarios de los viajes de otros
exploradores y los mapas que han podido trazar). Y también necesita, para
ser así, poner en el fondo estos conocimientos para estar con lo inesperado
que fluye nuevo en cada presente (Riccamboni y Francesetti, en impresión).
92
2. La experiencia depresiva: una lectura gestáltica
13
Sobre este punto la óptica sistémica es cercana y, al mismo tiempo, es diferente de la
perspectiva gestáltica: a partir de la Teoría General de los Sistemas de Von Bertalanffy (Von
Bertalanffy, 1971), de la cibernética (Von Foester, 1983) y de las intuiciones de Bateson (1984),
la sistémica pone como centro privilegiado de su interés la interacción de los sujetos-individuos
que dan lugar a un funcionamiento sistémico complejo. De estas interacciones nacen propiedades
emergentes, esto es, propiedades que no estaban presentes en el funcionamiento de las partes,
sino que nacen del funcionamiento complejo del sistema. De aquí, la adopción en la visión
sistémica del principio gestáltico de que el todo es diferente de la suma de las partes. No obstante,
la epistemología gestáltica es fenomenológica y no cibernética: la separación orgarusmo/entomo
surge inmediatamente después del funcionamiento del self en la frontera de contacto: en el fluir
del mundo-de- la-vida no existe ninguna separación yo/mundo. El campo relacional es la matriz
primaria e irrenunciable de la que surgen los individuos que entran en juego en el aquí y ahora:
son esas mismas propiedades emergentes del campo, más que su origen. Esta relación es
dialéctica y circular, similar a lo que encontramos en la física subatómica, en la que las partículas
son creadas por un campo que, a su vez, crean.
94
La epistemología que está en la base de esta perspectiva es
radicalmente fenomenológica, respetuosa con lo inaferrable de la Le-
benswelt: el continuum de la experiencia fluye antes de la separación
organismo/entomo y es allí en donde se encuentra el río subterráneo del
que surge la consciencia inmediata: no en mí, sino entre nosotros14. Esta
consideración nos pone en la paradoja de ser sujetos que, para conocer,
deben dejar la propia tierra y lanzarse a la tierra de nadie de donde el
propio sujeto surge: no es posible salir del círculo hermenéutico en el
que el campo forma al sujeto que a su vez forma el campo. Esta
consideración nos pone en la paradoja de ser sujetos que, al tener el
conocimiento, deberían abandonar su propia tierra y volver a caer en
una tierra no humana de la que el sujeto surge en primer lugar. Es
imposible escapar al círculo hermenéutico en el que el campo crea al
sujeto que, a su vez, crea el campo. La única posibilidad que se nos da
es mantenemos conscientemente en esta paradoja (Gadamer, 1983;
Salonia, 2001b; Sichera, 2001).
A partir de estas premisas, vamos a tratar de comprender la
experiencia depresiva a través de una lectura relacional. Colocar la
vivencia subjetiva en un vértice de la experiencia relacional tiene una
inmediata consecuencia clínica, exactamente porque coloca el
sufrimiento en la frontera de contacto, en un lugar alcanzable porque es
co-construido. De este modo la relación terapéutica encuentra sus
razones, su dirección y su eficacia. Para leer esta experiencia vamos a
utilizar los instrumentos teóricos de la psicoterapia gestáltica
(Francesetti y Gecele, 2009; 2010), partiendo de la lectura fenome-
nológica (Galimberti, 1987; 2003; Borgna, 1988; 1992; 1994; 2008;
Blankenburg, 1971; Kimura, 1992,2000; Callieri, 2001; Rossi Monti,
2002; Minkowski, 1927; Binswanger, 1960; Stanghellini, 2006; Mal-
diney, 2010) y de la lectura gestáltica (Salonia, 1989; 2001a; 2001b;
2005; 2010; Greenberg, Watson y Goldman, 1998; Melnick y Nevis,
1998; Amendt-Lyon, 1999; Spagnuolo-Lobb, 2001a; 2001b; 2005;
Staemmler, 2004; Vázquez Bandín, 2005, 2008, 2010, 2014; Roubal,
2007; Van Baalen, 2010; Francesetti, Gecele y Roubal, 2013; Bloom,
en preparación) que existe sobre este tema.
El método que vamos a utilizar es el de la fenomenología descrip-
tiva —la recogida fiel de las vivencias del paciente y del terapeuta- y la
14
Con respecto a cómo este matiz fenomenológico está en la base del método específico
de la psicoterapia gestáltica se puede ver, por ejemplo, Bloom (2010) Flemm° Crocker (2009),
Spagnuolo-Lobb y Francesetti (2013). ’ °
95
fenomenología estructural (o genética) — las pesquisas del hecho de
formarse las vivencias, de las condiciones trascendentales de posibilidad
(Tatossian, 1980; Civita, 1999). Aquí la teoría del self encuentra, de un
modo fecundo y fenomenológicamente coherente, el análisis
fenomenológico genético. Después vamos a dar otro paso: vamos a
considerar el hecho de formarse como un fenómeno emergente del cam-
po relacional actual y, yendo más allá, vamos a considerar este campo
como la actualización de los campos relaciónales que se han vivido.
Para empezar nos ocuparemos de la experiencia depresiva más
típica: la depresión melancólica. Es la más típica, pero también la más
abismal y la más misteriosa. A partir de esta experiencia esperamos
trazar el fondo común de todas las experiencias depresivas.
96
intencionalidad. Es narrada, contada pero no vivida: “Se que debería
levantarme, pero no lo consigo”, “Se que tendría que hacer cosas, pero
no siento el estímulo: nada me interesa, nada me hace disfrutar...”. La
energía puede ser tan baja que no consigue sostener el inicio de algo. El
paciente en la sesión, a menudo, se sienta en el sillón y se queda en
silencio: nada parece convertirse en figura, no hay nada relevante, nada
tiene sentido. El sentido, de hecho, se desarrolla en la frontera de
contacto, en la dinámica figura/fondo, en donde la primera adquiere
dimensión, profundidad y significado en su relación con el fondo. No
surge ninguna intencionalidad: esta no es una propiedad del individuo
aislado, sino que surge y se revela en el contacto: es el motor que anima
en la frontera de contacto el hecho de encontramos15. Cuando entramos
en un campo relacional depresivo, los sentido encuentran la nada, un
impulso a veces petrificado, a veces de niebla fluida, arrollador. En este
desierto pueden caminar, temporalmente perdidos también, los nexos
de significado de la estructura lingüística. Armando, profesor de lógica
de la universidad, conforme su experiencia depresiva se hace más
profunda, pierde el sentido de los períodos en los que escribe o lee,
después el sentido específico de las palabras y al final llega a perderse
en la insignificancia de las simples letras. La estructura del lenguaje y
la lógica, para él experiencias fundamentales, ya no hacen nacer una
dinámica figura/fondo capaz de dar sentido a las señales presentes en el
papel.
La falta de figura se puede percibir como una sensación de
confusión y desorientación, de estar sin referencias.
“Af/ cabeza está llena de un humo que se mueve continuamente,
sin tomar ninguna forma, estoy confuso, no se que hacer n; “Hay
momentos en los que no se forman las palabras en mi cabeza: tengo
que pedir una información en la universidad, me acerco a la
secretaria y no tengo palabras porque no tengo pensamientos. Solo existe
el vacío”.
Otras veces parece como si nada tuviera sentido:
“Mis ojos se apoyan en el paisaje como en una pantalla plana. Las
montañas, siempre fuente de alegría, están allí: inalcanzables, inertes,
inútiles. Nada me atrae, nada me resuena, nada me dice nada”.
15
La intencionalidad surge del y en el contacto; sus raíces están profundamente arraigadas
al flujo de la experiencia en el mundo-de-la-vida; y, por lo tanto en el ello de la situación. La
intención es, a su vez, un fenómeno que pertenece a la función yo, en donde la diferenciación uno
mismo/mundo ya se ha establecido. Ver también Robine (2003).
97
Para el terapeuta, una experiencia central con los pacientes que tienen
una seria vivencia depresiva es percibir la falta de dirección dentro de un
enlentecimiento del tiempo y del espacio. Estos dos fundamentos de la
experiencia humana están sensiblemente alterados (Galimberti, 1987;
Borgna, 1992; 2008; Tatossian, 1980; Minkowski, 1927; Kimura, 1992;
Binswanger, 1960; Maldiney, 1991): al formarse de la ñgura sobre un fondo,
se despliega formando una estructura de relaciones de tiempo y espacio,
mientras que cuando se pierde la trama estructural, no surge nmguna figura.
No es exacto decir que la figura utiliza las categorías del espacio/tiempo
anteriores: efectivamente, el tiempo y el espacio fluyen en el acto mismo de
co-crear la figura en el presente16. El espacio y el tiempo vividos se crean
por la dinámica figura/fondo que está siempre en co-movimiento: “No es,
por lo tanto, el movimiento del organismo al desplegarse en el espacio y en
el tiempo, sino el organismo es el que mueve el espacio y el tiempo. [...] El
presente es el punto-que-surge, el punto-explosión del tiempo, y su génesis
es uno con las transformaciones que constituyen la existencia o, más
concretamente, el self ’ (Maldiney, 1991). En la experiencia melancólica el
presente no fluye, no tiene apoyo en el momento vivido que se está
desvaneciendo (retentio), ni apoyo en el momento que está surgiendo
{protentio). Cuando el terapeuta se coloca en el campo relacional del
paciente, sentándose con él, capta inmediatamente este modificarse del
tiempo, que se dilata hasta quedar suspendido, a no fluir ya casi. Y el espacio
se hace más amplio: la distancia entre los sillones parece hacerse más
grande, el especio se vuelve intransitable, la energía necesaria para recorrer
el espacio que separa al terapeuta del paciente se vuelve, a ratos,
inalcanzable. La vivencia puede llegar a sentirse pegado al sillón, con un
peso inmovilizante al que no se tiene la fuerza de oponerse, solamente el
sonido, a veces, llega en auxilio.
16
Citamos de pasada que la física continúa preguntándose sobre las cualidades del tiempo
hasta la revolucionaria teorización de que el tiempo no existiría como variable física fundamental
(como ocurría en la teoría newtoniana). El tiempo sería una propiedad emergente, como lo es la
solidez de una mesa, que, a nivel atómico, está sustancialmente vacía. Se puede ver, por ejemplo,
Callender (2010) o Rovelli en www.fqxi.org/community/ forum/topic/237.
98
actuar? Tengo que cogerla de fuera: entre nosotros lo único que hay es un
abismo vacío, tengo que encontrar otra tierra en la que echar un ancla.
17
Las funciones transcendentales son las funciones formales (esto es, independientes de
los contenidos) mediante las cuales estructuramos la experiencia, son las condiciones que hacen posible
la experiencia. Por ejemplo, nuestra experiencia ordinaria está, invariablemente, constituida por
dimensiones espaciales y temporales.
99
ninguna remisión.
Queremos resaltar que, además de la imposibilidad de recorrer el
tiempo, en la melancolía encontramos también la imposibilidad de recorrer
el espacio. El enlentecimiento psico-motor y el agotamiento representan los
modos, hasta la inhibición motora absoluta. También, es la
compartimentación del especio que se puede recorrer lo que surge al
constituirse la experiencia en la frontera de contacto, lo que falta: “Lo que
salta a la vista en el melancólico es la pérdida de la cercanía existencial con
las cosas y, por lo tanto, de su utilidad. [...] Si el espacio está vacío, el cuerpo
pesa. Esta paradoja es solo aparente. [...] El cuerpo totalmente estático ha
perdido toda capacidad de proyectarse en el mundo y el espacio puede estar
vacío” (Tatossian, 1980).
“Estoy sentada en la cocina, con el vado fijo. El tiempo no pasa} no
en el sentido que se entiende cuando nos aburrimos, sino en el sentido que
no transcurre, que estoy en el vacío. No me levanto, no tengo fuerza: llegar
hasta el frigorífico sería un esfuerzo sobrehumano. Y además, ¿para qué?
Es extraño: el sonido de fondo del frigorífico llega hasta mí: como un
ronroneo ajeno que repite que nada tiene sentido ni siquiera en los abismos
lejanísimos desde los que llega esa vibración. Todo es mecánico, sin vida,
sin sentido. No hay vida en mí ni a mi alrededor”.
No surge por lo tanto ninguna figura de contacto co-construida y la
intencionalidad no se puede desplegar en base a las alas de las estructuras
fundamentales. Lo que podemos encontrar es el vacío
presivo en el que nada surge, o una figura fija, obsesiva, delirante, sta
igura fija puede tener diferentes contenidos: por ejemplo, una
preocupación, hemos dicho obsesiva o delirante, por la propia salud tema
hipocondríaco), o por la situación económica propia (tema de ruma) o por
cualquier otro acto realizado u omitido (tema de culpa).
a igura fija es un ajuste creativo con una función posiblemente protectora,
tiene la función de reducir el sufrimiento, dando una orma y un enfoque de
sentido al sufrimiento mismo que, de otro modo, sería la nada sin tiempo ni
límites. También el terapeuta, en el contacto con un paciente, siente más
fuerte la insostenibilidad de la angustia cuando no surge ninguna figura. Los
temas melancólicos son temas de pérdida y, como hemos visto,
intercambiables entre sí, exactamente porque revelan la pérdida no de
contenidos específicos, sino de la posibilidad misma de protendere, de la
intencionalidad en el futuro. “Debido a este motivo, el término ‘depresión
por pérdida’ es para nosotros un pleonasmo” (Binswanger, 1960). Estas
figuras fijas no se construyen como fruto del contacto actual que necesitaría
100
el desplegarse de la intencionalidad, sino que vienen en auxiüo para dar
sentido a la angustia insostenible que surge frente a la nada. El delirio
constituye un escenario de sentido que calma la angustia del sin sentido y
de la soledad metafísica. Es un fondo totalmente (o casi) no compartido,
pero no obstante es siempre un fondo en el que una figura (fija) puede surgir.
Y estas figuras nos confirman la condición de soledad del paciente y su
dramática ausencia de contacto. Gracias a esta lectura podemos llegar
también a una concepción del delirio como un trastorno del pensamiento en
cuanto no modificable por la lógica ni por la experiencia. Esta definición es
muy insuficiente (Ballerini y Callieri, editores, 1996), siendo innumerables
las ideas que no se modifican por la lógica o por la experiencia, aún no
siendo delirantes. El delirio es tal en cuanto que no es posible co-construir
ninguna figura que sea compatible con eso. En este sentido, esto no es
solamente la figura sino también el fondo rígido: solamente las figuras
compatibles con su argumento o que lo confirman pueden surgir. Las únicas
figuras co-construidas posibles son las que utilizan/ aceptan/confirman el
delirio en sí mismo: en la situación terapéutica se trata de construir estas
figuras, porque permiten que surja una experiencia de co-construcción
(aunque sea mínima), independientemente de los contenidos. Por eso es
inútil ocuparse del delirio mientras que tiene sentido tratar de contactar al
paciente en las zonas libres que no generan incompatibilidad con el delirio
en sí mismo18.
El magistral análisis binswangeriano y la correlación con la dinámica
figura/fondo que hemos propuesto, nos permite comprender la experiencia
depresiva (y maníaca) a través de sus fundamentos transcendentales,
considerándola y dándole dignidad como una de las posibilidades de estar-
en-el-mundo. Aclara además que en la melancolía no se ha perdido un
objeto, sino la posibilidad en sí misma de tener la experiencia de un tiempo
y de un espacio que se pueden recorrer. Nos deja una sensación de
impotencia frente a la posibilidad y a la necesidad en terapia de llegar hasta
el paciente que, a través de este análisis, se presenta ante nosotros, sí en un
cierto sentido comprensible, pero recluido e inaccesible en la alteración de
sus funciones transcendentales. Es un riesgo puesto claramente en evidencia
por Stanghellini: “Esta es la contradicción en la que sigue debatiéndose
todavía la psiquiatría fenomenológica: concebir las psicosis como trastornos
de la intersubjetividad, pero esforzarse en describirlas y comprenderlas
18
Se puede ver con este fin, además de la variada literatura fenomenológica europea, el trabajo
original de Milton Erickson (dentro de la extensa literatura, se puede ver como introducción a Erickson,
Rosen, 1983).
101
principalmente a partir de la consciencia de un individuo aislado, como si
la crisis del self y de sus relaciones con el mundo se pudiera analizar como
un efecto de la despersonalización y de la desrealización de un sujeto-
mónada que hace frente al mundo” (Stanghellini, 2006) Queremos aclarar
que esta consideración no quita para nada la riqueza y la fecundidad de los
análisis fenomenológicos, y no debe oscurecer la importancia fundamental
que este enfoque ha tenido y tiene en la historia de la psiquiatría al dar
dignidad a la persona que sufre.
También, para poder ir más allá, necesitamos abrir una dimensión
relacional que, en nuestra opinión, fundamenta la dimensión trascendental.
La hipótesis que proponemos es, de hecho, que las funciones
trascendentales pueden madurar en el desarrollo ontogenético solamente si
están sostenidas por una experiencia relacional suficientemente buena.
Además se originan continuamente allí donde nace el presente de la
experiencia, en la frontera de contacto, en donde se hace vida la matriz
intersubjetiva dentro de una co-construcción
relaciona!. Esta puede sostener la funcionalidad o puede provocar la
alteración (Stem, 1985; Saloma, 1989; Schore, 1994; Carli y Rodini,
2008; Maldiney, 1991).
102
Como hemos visto, el elemento central que se encuentra entrando
en un campo depresivo es el hecho de que no surge ninguna
intencionalidad de contacto y ninguna figura toma forma. El hecho de que
este fenómeno se acompañe de un malestar profundo demuestra, en
realidad, que la intencionalidad está presente: está presente a través de la
percepción dolorosa de su ausencia. No se trata de un juego de palabras: si
como figura está la ausencia dolorosa de intencionalidad, para que en esta
figura sea posible la intencionalidad debe de estar presente en el fondo. La
intencionalidad, por lo tanto, no falta en absoluto, pero se mantiene
radicalmente en el fondo y no participa en .la co-construcción de la figura
en la frontera de contacto. El hecho de que cuando la intencionalidad no
late, el ser humano se precipita en una de las condiciones más abismales
que puede experimentar,
es el testimonio de su ser constitutivamente intencional y relaciona!
(Cacioppo y Patrick, 2009).
¿Cómo puede ocurrir esto? ¿En qué experiencia relacional toma
forma esta modalidad de contacto, este modo de estar-en-el-mundo?
La hipótesis que proponemos es que la vivencia depresiva y su rasgo
característico (la ausencia de intencionalidad en la frontera de contacto) son
expresiones del individuo de una vivencia relacional específica: la
imposibilidad de poder llegar al otro. Más específicamente: la vivencia
depresiva es el modo a través del cual el sujeto vive la caída de la esperanza
y la renuncia, debido a la experiencia de la ineficacia de la propia acción en
el intento vano de llegar a alcanzar al otro. También podríamos decir que es
el mundo en el que se da cuenta del fracaso de la propia intencionalidad
relacional. La certeza de este fracaso relega la intencionalidad al fondo y
pone su ausencia como figura.
¿Cómo unir fenomenológicamente esta experiencia relacional con la
modificación de las estructuras trascendentales del espacio- tiempo que,
como hemos visto más arriba, constituyen la experiencia melancólica?
Podemos hacerlo de este modo: la experiencia del ser/ estar-con-el-otro es
el elemento necesario para construir las coordenadas temporales y
espaciales de la vivencia individual. Estas nacen en la frontera de contacto,
salen al borde en el que el abismo que nos separa se supera a través de la
sintonización y la resonancia afectiva. Si esta falta, el tiempo y el espacio
no se despliegan en el devenir del contacto, el presente no tiene alas en el
momento que se alza ni en el momento que fluye, no tiene un allí con el que
unirse debido a la trayectoria de la intencionalidad. El tiempo y el espacio
103
son experiencias de trayectoria recorrida que se generan en el movimiento
hacia el otro amado y necesario, son variables relación-dependiente: se
crean en el movimiento que siempre es co-movimiento. Cuando este
movimiento falla, la experiencia es la de un abismo que nos separa: la
soldadura afectiva que nos constituye y de la que nace la subjetividad que
se ha perdido. Retomando las palabras de un paciente,
“No sé como hacerle comprender que lo que trato es distinto de
cualquier otra experiencia: es como si estuviera en el espacio del cosmos,
en medio del frío, en el silencio y en la oscuridad sin fin. Hay puntitos
luminosos a años luz de distancia, pero ninguno me puede ver ni sentir.
Ninguno va a pasar. Estoy solo. Vago en el vacío. Sin dirección ni sentido”.
na
posibilidad de la experiencia humana, lo inalcanzable mpre
está allí (como opuesto a aquí) y entonces (como opuesto a un <3 01 a y
un después). Esta es la razón por la que una característica e a depresión es
el rellenar lo que se expresa en esta estructura ngüística: si solamente
hubiese hecho (o no hubiese hecho) esto, ahora no estaría en esta
situación” (Maldiney, 1991): el pasado es, en el tiempo, el lugar de lo
inalcanzable y de lo no modificable. El pasado y lo lejano son las
obsesiones de la depresión ya que solamente allí y entonces se forma lo
inalcanzable; al contrario de la mama en la que todo es aquí y ahora, todo
es alcanzable en la euforia del todo-es-accesible. Pero, exactamente en
esto, encontramos la perfecta equivalencia de la mama y de la
melancolía: en el hecho de que, en las dos, falta la experiencia de recorrer
el espacio-tiempo en dirección al otro. La melancolía no lo recorre
porque el recorrido (no recorrido) no existe, las posibilidades de alcanzar
al otro han desaparecido. La manía no lo recorre porque ya se ha
recorrido todo y todo está aquí y ahora. Pero las dos coinciden en que no
llegan hasta el otro porque en las dos no se ponen de viaje hacia el otro.
La experiencia no maníaca y no depresiva es siempre un viaje hacia el
otro, una secuencia de movimientos del cuerpo animado o del alma
encamada que se origina allí en donde nace la intencionalidad, en lo vago
y en lo confuso que debe todavía definirse, y gradualmente, en el trabajo
(de lucha y de la sintoma) del encuentro, conseguir una figura de
experiencia más o menos co-creada. Esta expresa la potencialidad del
campo en la medida en la que, en el encuentro, los sentidos están
despiertos en la frontera de contacto, allí en donde el presente y los
sujetos se hacen19. En el caso de la melancolía el viaje no se empieza (los
19
Se trata de la secuencia de contacto y retirada del contacto descrita en la teoría de la
104
senderos han caído junto a la esperanza), en la mama sin embargo (los
senderos se han evaporado), porque se está ya siempre en la meta, pero
sin el viaje para llegar al otro, se está ilusoriamente en la meta, excitados
y solos.
La hipótesis que proponemos nace de la experiencia clínica a la luz
de la teoría de la psicoterapia gestáltica y nos parece que tiene la ventaja
de poner en un enfoque relacional la experiencia subjetiva deprimida, de
dar un sentido positivo y evolutivo a esta vivencia
y orientar al terapeuta en el apoyo específico. Además puede estar apoyada
por las observaciones hechas por la literatura y por otros campos de la
investigación: de la lectura fenomenológica de este malestar, de las
observaciones de otros clínicos, de las adquisiciones que provienen de la
infant research (investigaciones con bebés) y de otros estudios
experimentales. Se trata, de hecho, de un tema que encontramos de diversas
maneras en la literatura de la psiquiatría te- nomenológica (Borgna, 1992;
Binswanger, 1960: Minkowski, 1927; Tellenbach, 1961), en la
psicoanalítica (Freud, 1957: Stolorow et al.% 2004; Jones, 1998; Blatt y
Levy, 1998; Busch, Rudden y Shapiro, 2004) y en la teoría del apego
(Bowlby, 1969; Attili, 2007). También las investigaciones psicobiológicas
de Laborit y de Seligman han puesto en evidencia experimentalmente los
efectos de la experiencia en la ineficacia de la propia acción (Laborit, 1986;
Boadella y Liss, 1986; Overmier y Seligman, 1967). No tratando de
transferir de un modo simplista los resultados de las investigaciones fuera
del ámbito en el que han sido concebidas y partiendo de la experiencia
clínica, lo que me parece legítimo es considerar la compatibilidad y la
coherencia de las observaciones realizadas en campos diferentes del nuestro
y utilizarlas como un apoyo para nuestras hipótesis.
Vamos a ver como ejemplos algunas adquisiciones que nos llegan
del área de la infant research. Actualmente, no podemos pensar que exista
una correspondencia simple entre las experiencias infantiles y la
psicopatología: se trata de un ámbito extremadamente complejo en donde,
por ejemplo, no cuenta solamente la precocidad de las experiencias vividas,
sino también su pervasividad y rigidez, la resilencia y los recursos
personales y del campo con los que el sujeto ha podido contar, etc. (Albasi,
2009; Ammanitti, 2010). Estos elementos, no obstante, no reducen la
importancia de la relación entre las experiencias infantiles y el sufrimiento
psicológico, pero exigen pensar en esta relación del modo menos
psicoterapia gestáltica.
105
reduccionista posible.
De esta área de investigación está surgiendo, de un modo cada vez
más claro y consolidado, que los estados afectivos y el estado de ánimo no
son variables individuales sino el resultado de un proceso de co-creación
diádico —o más concretamente, triádico— (Stem, 1985; Schore, 1994;
Fivaz-Depeursinge y Coboz Wamery, 1999). Lo que el niño vive en
términos afectivos y de estados de ánimo es el resultado de lo que ocurre,
momento a momento, entre él y la madre (o, desde una perspectiva triádica
entre él, la madre y el padre). Él es, como hemos dicho, el receptor creativo
del campo relacional. Dando esto por sentado, perfectamente en línea con
nuestra perspectiva gestáltica, nos alivia considerar la depresión del estado
de ánimo no como un estado afectivo del individuo aislado, sino como el
producto de una co-creación relacional. La hipótesis que proponemos es,
además, coherente con el modelo experimental ideado por Tronick y
ampliamente verificado por otros autores: el modelo de la Still Face
(Tronick, 2008). En este experimento, “se le pide a la madre que se siente
frente a sus niños sin responder a sus señales. Las reacciones de los niños
son muy fuertes. Después de haber escudriñado el fracaso de su llamada a
la madre, los niños se separan de su madre para girarse hacia ellos en el
miento de obtener alguna respuesta. Cuando estas maniobras fracasan, el
niño tiende a perder el control postural y cae en una profunda tristeza”
(Tronick, 2008). Más allá del modelo experimental, las observaciones
realizadas han posibilitado aclarar que los bebés de madres que no
responden, que viven el fracaso de llegar hasta su madre y de compartir
entre ellos sus propios estados afectivos, “se vuelven tristes y retirados y
utilizan la auto-regulación para controlar sus estados negativos. El efecto es
que desarrollan un desinvestimiento del mundo. [...] Al final de esta
repetición y acumulación de fracasos, estos niños desarrollan un estado de
ánimo caracterizado principalmente por tristeza, una representación de la
madre como no digna de confianza y que no responde y de ellos mismos
como ineficaces e impotentes. [...] Los niños que han tenido la experiencia
de negligencia padecen una constante presión de auto- regulación. Su
retirada puede ser extrema y pueden, finalmente, tener una interrupción del
crecimiento físico, como ocurre con los niños de los orfanatos” (Tronick, p.
243). Estas situaciones implican la experiencia de la ineficacia de la propia
acción en el intento de alcanzar al otro significativo. Las consecuencias (la
retirada de la intencionalidad y el desinvestimiento del mundo, la
disminución del tono muscular, la tristeza y la presión por la auto-
106
regulación) representan muy bien los rasgos de la experiencia depresiva. Se
trata de un fracaso en la experimentación de la fase del nosotros que deja
rastros tanto más marcados cuanto son menores los apoyos presentes, cuanto
más se ha repetido de un modo rígido y cuanto más se ha comprobado en
un momento en el que, evolutivamente, el nosotros es necesario para
estructurar el campo experiencial y relacional (Salonia, 1989; 2001a). Este
fracaso puede incluir también la confianza/esperanza de que la energía
propia pueda influir en el entorno y crear un estado de retirada y de
inhibición. Lo que encontramos en la depresión melancólica es,
exactamente, la carencia de esta confianza/esperanza básica, es una
condición en la que desaparece la esperanza, no las esperanzas: “La última
(concluyente) definición de la esperanza se resume en el enunciado: ‘Mi
esperanza para nosotros yace en ti’; y es con esta enunciación con la que
Gabriel Marcel sumerge la esperanza en la intersubjetividad de la relación:
tematizándola como estructura que lleva la condición humana. La
esperanza delineada fenomenológica- mente es la esperanza absoluta: la
que él llama la éspérance y que es la esperanza más allá, y fuera de
cualquier esperanza simple (y concreta) que Gabriel Marcel llama éspoir”
(Borgna, 1992).
Enviamos a otros estudios para una confrontación entre las
experiencias precoces de desapego e inalcanzabilidad, y las consecuencias
en el plano del apego, del estado de ánimo y de la regulación intersubjetiva
(Bowlby, 1969; Attili, 2007; Schore, 1994).
Esta secuencia experiencial de los niños se puede superponer a un
experimento que proponemos a nuestros estudiantes en la formación en
psicoterapia20 y que es ilustrativo de la fenomenología depresiva. En un
juego de papeles en pareja, se propone el experimento de la Still Face, en
el que la madre no contesta a las llamadas del niño (la cursiva es para
indicar que se trata de papeles no personales de los estudiantes). La
secuencia fenomenológica que se desarrolla es típica: el niño llama, la
madre no contesta. El niño espera durante unos segundos para encontrar
un momento más adecuado, después, llama de nuevo; frente a la ausencia
de respuesta aumenta la intensidad de la llamada, hasta el llanto o la rabia,
pero la madre sigue sin contestar. Después de algunos minutos se llega a
la culminación: hay un momento en el que el niño se da cuenta de su propio
fracaso, que no va a conseguir llegar hasta la madre y se queda callado, se
20
Agradezco a Giovanni Salonia que retomando el trabajo de Downing y de Lowen (Lowen,
1972) ha introducido este experimento en el programa de nuestra formación.
107
para. En ese momento ocurre una cosa fundamental: el niño se da cuenta
del fracaso de su propia intencionalidad y retira la energía implicada en el
contacto: deja de respirar, no hay ninguna orientación, el tiempo se detiene,
la energía cae, se percibe el vacío y que no hay nada importante. Hay un
momento de terrible suspensión: del sentido y del tiempo. Después de un
instante, entra en juego un sistema de protección, de tipo retroflexivo, que
corresponde al sistema de auto-regulación forzado de los estados afectivos
evidenciados en los experimentos de la Still Face. El que está en el papel
del niño se retira de diferentes modos: se acurruca y se chupa el pulgar, se
mece, se queja (sin que tenga como objetivo una llamada, sino un auto-
consuelo retroflexivo), se pone a jugar con cualquier cosa que puede
alcanzar (las manos, un trozo de papel), o se pone a dormir. En resumen,
podemos llamar a este proceso, que lleva a darse cuenta de que el otro es
inalcanzable, el camino de la depresión e identificar las fases atravesadas
de este modo21:
1. la llamada en una situación relacional en la que el otro
significativo y deseado está presente y es necesario (no se
puede alejar);
2. la rabia y la agitación en una situación en la que el otro no
responde a las llamadas y no está sintonizado afectivamente;
3. el fracaso y la renuncia sin esperanza en el momento en el que
se da cuenta de la ineficacia de las acciones propias;
4. la retirada y la auto-regulación forzada en la situación en la
que el otro no participa de la auto-regulación afectiva.
21
Estas fases subrayan las fases de darse cuenta de las experiencias que limitan, como por
ejemplo, la muerte. Se puede ver con este fin el trabajo de Elisabeth Kubler- Ross (1973).
108
irremediablemente solos. Las cantinelas y los balanceos tienen en común
la característica de generar una cadencia rítmica corporal que permite
construir una temporalidad. En cada caso, en esta fase, el que llama
aprende el fracaso de la propia energía en el intento de llegar hasta el otro.
En el instante en el que se da cuenta de que es inalcanzable, al que
podríamos llamar el momento de la renuncia, el que llama se encuentra
suspendido: no puede alejarse porque tiene necesidad de llegar hasta el
otro, no puede acercarse porque el otro es inalcanzable, está impotente en
una situación sin camino de salida y no hay ninguna otra intencionalidad
que esté naciendo. Encontramos, en embrión, en este momento los temas
fundamentales y típicos de la fenomenología depresiva: la suspensión en
el tiempo, la no posibilidad de recorrer el espacio, la caída del sentido y de
la energía, el aplazamiento, la tristeza profunda y el vacío, la ausencia de
cualquier estímulo, la inhibición corporal y la caída de la intencionalidad.
En resumen: la experiencia de no poder alcanzar al otro. Este núcleo de
experiencia se manifiesta en las depresiones en infinitos modos posibles,
podemos suponerlas en función del tipo de experiencias vividas, a la edad
en la que se han vivido, a los vínculos de apoyo presentes en la historia y
en el presente, a las perspectivas experienciales futuras, al fondo neurótico
o psicótico en el que se manifiesta, al modo en el que las relaciones han
estructurado el tiempo, el espacio, la mismas relaciones. Brevemente, los
modos en los que el paciente sufre dependen de la propia creatividad y de
qué sufrimiento en el campo relacional está llevando consigo y
expresando. Podemos también señalar que la vivencia melancólica parece
corresponder a una parada en la fase de la renuncia con una duración
intolerable, sin que entren en juego modalidades protectoras eficaces. La
cuarta fase, la de la retirada, se caracteriza por la auto-regulación forzada
del propio estado afectivo: se hace frente al dato experiencial de que el otro
no es alcanzable y se protege de algún modo. El dolor, en general, se alivia
con una cantinela, por el llanto que se hace lamento desde lo profundo, del
juego entre uno mismo y uno mismo, de la retirada de los sentidos del
entorno (también mediante el sueño). Hay un sentido de parada y de
desinterés: es obvio en esta experiencia cómo la energía personal
no es una variable individual, sino que nace con el interés de las
potencialidades del campo; la energía es una variable del contacto. Podemos
reconocer la retroflexión como una modalidad eficaz para retirarse del
contacto en esta situación. Para protegerse del sufrimiento de las diferentes
fases de esta experiencia intervienen diferentes sistemas que forman los
ajustes creativos. Naturalmente, estos permiten encontrar los modos para
109
soportar la soledad que forma parte de esta experiencia, pero no pueden
sustituir a la experiencia de contacto: estos disminuyen la presencia en la
frontera de contacto, poniendo parcialmente a salvo al sujeto del estar
inmerso en una relación que sufre: una relación en la cual el otro es
inalcanzable. Estos ajustes creativos son interrupciones del contacto y
ofrecen una protección al sujeto para no sentirse expuesto al sufrimiento de
la relación. Debido a esto, las interrupciones del contacto son las
declinaciones, las expresiones de nuestra ausencia y, al mismo tiempo,
originalmente, la mejor manera de seguir estando presentes en una situación
difícil.
Un aspecto relevante es que las vivencias que encontramos en esta
trayectoria depresiva presentan una analogía con lo que encontramos en la
clínica, en la que vemos modos depresivos diferentes, con más o menos
rabia, miedo, lamentaciones, parada psicomotora, vacío, retirada. Por
ejemplo, una persona que experimenta en su propia vida una vivencia
frecuente o casi continua de rabia, podría estar inmersa en un campo
depresivo que nunca ha abandonado. Su rabia, que puede ser un obstáculo
en la situación presente, es una manifestación de la fidelidad a la persona
inalcanzable que, gracias a la rabia, nunca se ha dejado. Vamos a pasar aquí
de una experiencia depresiva a un campo depresivo que puede ser sentido y
expresado de diferentes modos, incluso en modos que no parecen
depresivos.
En la experiencia en parejas que hemos contado más arriba, es
importante darse cuenta de que también la madre sufre y para ella es muy
difícil, a veces imposible, no contestar a las llamadas del niño. Cuando la
madre sufre, el niño percibe la cercanía y mantiene viva la esperanza de
llegar a ella, esto es, no se deprime. Podríamos decir que si la madre percibe
el sufrimiento presente en la relación esto ya es una cura para la relación,
que permite al niño sufrir menos. Existe otro fenómeno importante: puede
ocurrir que la madre experimente un repentino paso de una vivencia de
penosa dificultad en el hecho de no responder a las llamadas a una vivencia
de fría indiferencia y de fastidio por el hecho mismo de las llamadas. Parece
ser la consecuencia de un rápido paso de una postura relacional a otra, que
podríamos acercar al paso entre el estar en una relación yo-tú a estar en una
relación yo- esto en el sentido buberiamo. En esta segunda modalidad
relacional, las vivencias del otro no nos tocan22 y las acciones dejan de estar
22
Sería interesante comprobar qué ocurre en el sistema de las neuronas espejo en este paso
expenencial.
110
inspiradas por el cuidado y por la reciprocidad. Es sorprendente cómo la
misma persona, sin cambiar la historia o los sistemas de valores, puede pasar
tan rápidamente a través de dos experiencias diametralmente opuestas. Esta
observación, que proviene de los estudios de Zimbardo sobre la posibilidad
de cambiar radicalmente de comportamiento de relevancia ética a la
segunda en la situación (Zimbardo, 2008), nos permite considerar las
acciones violentas de las madres con sus niños en el ámbito de una dificultad
relacional, en la que no se está presente en la frontera de contacto y no hay
sintoma afectiva.
La depresión es, por lo tanto, comprensible como un fenómeno co-
construido que necesita de tres elementos: un vínculo profundo en el que el
otro es amado y necesario, el fracaso de los esfuerzos por llegar al otro, la
ausencia emocional del otro en la relación. En el fondo, el que vive la
depresión es fiel a la relación, al vínculo profundo y lo atestigua con el
sufrimiento. En este sentido es el portador del sufrimiento del campo
atravesado y, cuidando el propio dolor, cuida el sufrimiento relacional del
campo mismo23.
Vamos a ver ahora algunas investigaciones que se han realizado en
el ámbito de los comportamientos animales que pueden ser útiles en este
contexto. Se ha demostrado que las situaciones de ineficacia de la propia
acción suponen un aprendizaje que tiene consecuencias estables,
evidenciables mediante investigaciones biológicas o psicológicas. El
aprendizaje de la ineficacia de la propia acción se convierte en historia
escrita en el cuerpo y terreno en el que se inscribe el modo de considerar la
posibilidad del entorno por parte del individuo. La conexión entre el
aprendizaje de la ineficacia de la propia acción y los estados depresivos ha
sido muy estudiada por Henri Laborit (1986). A través de sus estudios
fenomenológicos, neuroendrocrinos e inmunológicos, ha estudiado los
efectos psicobio- lógicos de las situaciones de impotencia de la acción, en
las cuales se experimenta el fracaso de la propia energía en la manipulación
del entorno (situaciones de inhibition de l’action). De este modo ha
diferenciado condiciones de estrés que tienen consecuencias dañinas, hasta
la muerte, y situaciones de estrés que, a su vez, no tienen consecuencias
negativas. Lo que discrimina las dos situaciones es, exactamente, que en la
23
La persona que sufre de depresión trae a la luz una carencia de vínculos y hace posible la
cura mediante la búsqueda desesperada de otro vínculo. De este modo, siente y revela un sufrimiento
del campo relacional y permite la reparación, mejorando la red relacional por entero. Por el contrario,
el efecto de un fármaco es eliminar el sufrimiento individual sin curar el sufrimiento del campo
relacional. Esto deja el sufrimiento sin que ninguno muestre ya el dolor.
111
primera no existe la posibilidad de acción para incidir en la situación ni para
huir: los resultados de esta condición son un comportamiento y una vivencia
depresiva. Los trabajos de Seligman van en la misma dirección: están en
consonancia con las observaciones de Laborit sobre cómo el aprendizaje de
la ineficacia de la propia acción supone la imposibilidad de reaccionar de
un modo diferente, incluso cuando la huida o la posibilidad de hacer algo
existan. Se trata de una situación de learned helplessness, en la que no se
consigue coger las oportunidades ofrecidas por el entorno y se permanece
en un estado de retirada y de impotencia aún cuando existirían posibles
elecciones diferentes (Overmier y Seligman, 1967). Otros trabajos muy
explicativos en base a nuestra línea de investigación son los que se refieren
a los efectos de la separación en los monos, realizados por Harry Harlow,
pionero en los estudios sobre el apego y posteriormente desarrollados por
otros autores:
Las diferentes fases de la respuesta a la pérdida/separación entre los
primates no humanos no son muy diferentes de las descritas para los humanos.
Una primera fase, la de la protesta, está caracterizada por un aumento brusco de
las vocalizaciones, ya sea graves y lamentos (que los jóvenes emiten
habitualmente cuando pierden el contacto con su madre), ya sean agudas que
señalan malestar (por ejemplo, un contacto o un apretón agresivos). En esta fase,
se observa también un aumento de la actividad motora definida como actividad
de “búsqueda”, caracterizada por contactos esporádicos con otros del grupo o
breves secuencias de juego. Sigue la fase de la desesperación en la que los
movimientos cesan y se adopta una postura de postración: los hombros bajos, la
columna vertebral plegada, el joven que deja por completo no solo la
vocalización, sino también las actividades sociales, casi enroscado dentro de sí
mismo. [...] La experiencia es más dramática cuado la madre se mantiene visible
sin que sea posible el que vuelvan a acercarse, como en algunos experimentos
en los que primero se la ha sacado y después se la ha vuelto a hacer entrar en el
grupo en una jaula que la hace inaccesible” (Coppo, 2005, pp. 131 y ss).
112
sufrimiento depresivo, según las condiciones en las que tiene lugar. En un
trabajo anterior hemos llevado la perturbación del pánico a la experiencia
humana del miedo y de la soledad, y al campo social específico en el que el
apoyo de las pertenencias falta (Francesetti, 200724). Esta vez tratamos de
llevar la depresión a la experiencia humana de la imposibilidad de llegar al
otro, a la pérdida de la esperanza y a la soledad, y al campo social en que
este malestar surge. Deconstruir, de este modo, los objetos nosográficos nos
permite pasar de la patología a las vivencias y del individuo al campo
relacional y social. Estos pasos cambian sustancialmente no solo la lectura
del malestar, sino que suponen ya un cambio de la relación terapéutica,
acercando la experiencia de quien pide ayuda a la de quien es llamado a la
curación.
24
Versión española, Francesetti, G., editor: Ataques de pánico y postmodernidad,
Madrid, Ed. Sociedad de Cultura Valle-Inclán, Colección Los Libros del CTP, 2012.
113
demás es lo mismo. [...] Si, en verdad, esta conducta no nos parece patológica
(el duelo), ello solo se debe a que sabemos explicarla muy bien (Freud, 1993,
p. 3).
114
el duelo, la experiencia es la de llevar al acto la imposibilidad de llegar al
otro y de la consecuente pérdida de la esperanza: experiencia marcada, al
modificarse el espacio-temporalidad, por la parada de la dinámica figura
fondo, por la pérdida de la intencionalidad y, por lo tanto, del interés, de la
energía, de la vitalidad. Todavía se mantiene abierta y llena de interés la
pregunta planteada por Freud: ¿qué se ha perdido en la melancolía? ¿Y qué
la diferencia del duelo? La respuesta a este interrogante, en la perspectiva
de la psicología gestáltica que proponemos, toma los movimientos de un
recorrido diferente del efectuado por Freud: el self de nuestro modelo no es
una estructura que pertenece únicamente al individuo, sino que es una
función que actúa en la frontera de contacto, lugar que pertenece tanto al
entorno como al organismo y, en términos fenomenológicos, a la tierra de
nadie en donde la experiencia nace antes de que tenga lugar la separación
entre sujeto y objeto (Spagnuolo Lobb, 2001b; Robine, 2007; Francesetti y
Spagnuolo Lobb, 2013). Antes de intentar dar nuestra respuesta a esta
pregunta, vamos a considerar dos aspectos clínicos. Un criterio diferencial
clásico para distinguir la depresión reactiva de la melancolía consiste en el
hecho de que la experiencia melancólica, a diferencia de la reactiva, no tiene
lugar inmediatamente después de un acontecimiento de pérdida reconocible.
Pero este razonamiento tiene un vicio de fondo, por otra parte, difuso: de
hecho, aplica una visión normalmente neurótica a una situación que no es
neurótica: en lo que para una experiencia neurótica es un hecho irrelevante,
en un fondo psicótico puede ser el principio o la señal de la catástrofe. Para
comprender el alcance del acontecimiento hay que tener en cuenta el mundo
y la atmósfera psicótica: un mundo en el que un pequeño accidente de coche,
sin riesgo e irrelevante desde un punto de vista económico, puede ser un
acontecimiento catastrófico. El acontecimiento es irrelevante en un fondo
neurótico, pero desestabilizador en un fondo psicótico. Por ejemplo, los
episodios melancólicos de Armando (en los que se deshace gradual e
inexorablemente la trama del sentido de sí mismo y del mundo), están
invariablemente precedidos por una experiencia en la que se encuentra sin
poder actuar para modificar la situación: puede ser un pequeño rayón en un
lateral del coche o la imposibilidad de ponerse en contacto con un colega
con quien debe comunicarse. Mientras que para una mirada extema todo
esto parece irrelevante y reparable, en el mundo de Armando toca un punto
delicado, una vulnerabilidad que abre la dimensión psicótica de su vivencia.
No se trata de una valoración cognitiva equivocada: que no ha sucedido
nada, ya
he arreglado el coche, está todo en orden.pero no puedo dejar de pensar en
115
ese rayón del coche..., cuando lo he visto he sentido cómo el mundo se me
escapaba de las manos..., todo es todo va
por su cuenta..., no puedo hacer nada para impedirlo o para darle una
dirección diferente..., cualquier esfuerzo es inútil”. La diferencia entre la
depresión reactiva y la melancolía, se coloca, por lo tanto y más
acertadamente, a partir de la cualidad de la experiencia, porque entre los dos
casos podemos referimos a un acontecimiento que ha unido la vivencia de
la pérdida.
En segundo lugar, mientras que el tiempo del duelo es un período de
elaboración, el tiempo de la melancolía no lo es: en general, no tiene lugar
una maduración o un crecimiento de la persona durante el episodio. No solo:
fuera del episodio puede ser también difícil recordar lo que se ha vivido y
con frecuencia el paciente lo confirma: “No me parece posible que haya
estado así, que haya visto las cosas de esta manera, me parece haber vivido
un sueño o que haya sido otro el que haya vivido esa experiencia”. Se trata
de un trabajo radicalmente diferente a la elaboración de un duelo o de la
depresión reactiva. Se trata de otra experiencia, de autre monde, en la
que la persona toca la experiencia de una soledad insondable y está fuera
del mundo: mientras que, en otras experiencias psicóticas, el sujeto está
fuera del mundo compartido, aunque no obstante siempre en su propio
mundo, que está fuera de cualquier mundo: “Se tiene, a veces, la sensación
inquietante de que, en la depresión psicótica, el paciente no solo se aleja
del mundo sino que pierde el mundo en una desértica e implacable
anulación de cualquier intencionalidad y de cualquier intersubjetividad”
(Borgna, 1992). Lo inalcanzable en este caso, como hemos visto, no
significa un camino demasiado largo o difícil o imposible, sino la ausencia
de un espacio-tiempo en el que cualquier sendero se pueda formar.
Consideramos, por lo tanto, la melancolía como una experiencia
diferente con respecto a otras Gestalten depresivas: esta se despliega en un
mundo psicótico porque el common ground (fondo común) de la
experiencia está perdido. Comparte, sin embargo, con las otras depresiones
la experiencia de la imposibilidad de llegar al otro. El hecho de que la
vivencia melancólica sea radicalmente diferente a las otras vivencias
depresivas, no quiere decir que individualmente haya una separación neta
entre esta y otras Gestalten depresivas: cualquier depresión puede
desaparecer o transformarse repentinamente en una melancolía, y esto se
mantiene como una posibilidad en cada uno de nosotros, con un nivel que
varía para cada uno según las condiciones. Además, la gravedad puede ser
muy diferente: desde una retirada progresiva (aunque es diferente de la
116
continuidad de la vida) hasta la ausencia de uno mismo, del cuerpo y de la
historia, del mundo y del tiempo en el síndrome de Cotard.
Pero vamos a volver a la pregunta de Freud: ¿qué es lo que
distingue una experiencia de duelo (o de depresión reactiva) de la
melancolía?
La hipótesis que hacemos es que mientras que en el duelo (y en la
depresión reactiva) una persona se vuelve inalcanzable, y es esa persona la
que se ha perdido, en la melancolía se pierde el anclaje mismo al tejido que
une al sujeto con el mundo. El sujeto se desengancha del entre, del nosotros
y de la posibilidad del nosotros. Efectivamente, cuanto más grave es la
vivencia depresiva, es más evidente esto; es más, la gravedad es
exactamente el grado de desenganche del entre o, podríamos también decir,
el grado de ausencia en la frontera de contacto. El entre es la tierra comparti-
da que continuamente co-creamos entre nosotros, en la frontera de contacto,
el tejido que nos conecta al mundo y a la vida, momento a momento. En la
condición melancólica, esta tierra no está presente y, por lo tanto, no se
puede recorrer; esto produce una experiencia diferente de las otras, el entre
ya no es el lugar del encuentro, sino un abismo cósmico que no se puede
recorrer. Al contrario que en el psicoanálisis, no pensamos que en la
melancolía haya una pérdida objetual inconsciente vuelta hacia el Yo y que
es esto lo que la diferencia del duelo. Pensamos, como hemos visto, que se
trata de una pérdida diferente: una perturbación en el hecho mismo de
generarse la experiencia en la frontera de contacto.
La melancolía es una profunda disfunción del self, de su incesante
generar la experiencia en la frontera de contacto: el funcionamiento del self
se reduce potencialmente hasta el cero, que es el estado estuporoso en el que
nada ocurre. La función del self, implicada en primer lugar, es la función
ello: es esta función la que nos conecta con el mundo en un modo pre-
reflexivo, anterior a la fragmentación que separa la experiencia originaria
en sujeto/objeto, yo/mundo, organismo/entomo (Francesetti y Spagnuolo
Lobb, 2013). Es una perturbación del ello de la situación (Robme, 2007)
que pesca en la red originaria de la que surgen la subjetividad, el tiempo, el
espacio, la intencionalidad: la vida. Por eso, la función ello del self no del
sujeto ni del entorno, sino en esta red, en la frontera de contacto, ha sido la
intuición genial de Goodman y es la que nos permite tratar de hacer una
teoría de la experiencia psicótica. Si esta función se reduce, se reduce el
anclaje en las raíces de la experiencia (“no siento nada, no ocurre nada”),
allí en donde incesantemente fluye la vida (“el tiempo se ha parado”), allí
117
en donde nace el interés (“nada me conmueve, nada tiene significado”) y
la acción (“no puedo hacer nada”), allí donde toma cuerpo el estar-con
(“me siento separado de todo”): porque es allí el lugar en el que se es
incesantemente creado y se crea incesantemente el estar-en-la-situación. La
profunda disfunción de la función ello implica la imposibilidad de co-
construir una figura de contacto y está en la base de la dificultad de atraer
al paciente, de sentir que el espacio-tiempo terapéutico se recorre con el
habitual ir y venir de resonancias, consonancias, disonancias. Nada
reverbera en el entre. Podemos observar que el melancólico y el maníaco
no saben detenerse en la frontera de contacto: tienen
un más allá de esto (fijado en el mundo interior), el otro más allá
(perdido en el mundo exterior de los objetos) sin detenerse en un entre
que se ha convertido en un abismo.
Elemento central en la experiencia depresiva es la falta de
interés25: en esto está incluido el doble sentido de no sentirse atraído o
implicado en nada, pero también en el sentido más radical de no estar en
el entre del ser, del inter-ser, allí en donde infinitos hilos tejen la vida.
Lo que experimenta el paciente es una paradoja. Es la experiencia
de una no experiencia. De hecho vive algo que está fuera del mundo
habitual en el que se da la experiencia que se apoya “naturalmente” en
la presencia del self en la frontera de contacto, y que mediante la función
ello pesca en “lo vago y lo confuso” del precontacto (Robine, 2007), y
de donde nace la co-construcción de una figura de contacto. En el fondo,
la sensación de no vida, el monograma más emblemático de la
depresión, representa claramente esta condición: hasta la experiencia tan
diferente del síndrome de Cotard, no estar ya vivo sino muerto y ya no
existir, es comprensible en este sentido. También podemos atribuir a este
fenómeno el hecho de que sea difícil después recordar vividamente lo
que ha ocurrido en la fase crítica: se trata de un funcionamiento diferente
de la experiencia en un momento en el que la función personalidad del
self no puede asimilar como propio lo que está ocurriendo.
Se hace necesaria aquí una rápida distinción entre la experiencia
neurótica y la psicótica (Resnick, 1986; Conte, 2001; Spagnuolo- Lobb,
2003a; Francesetti y Spagnuolo, 2013). Nuestra hipótesis es que la
experiencia psicótica es una perturbación de la función ello del self que
tiene lugar antes de la diferenciación entre uno mismo y mundo26. El self
25
Sobre la importancia de interesarse en el proceso terapéutico y de fascinarse por el
paciente, consultar Polster (1987) y una reciente revisión de Bonani (2009).
26
Hay que aclarar que utilizamos el término self para referimos a dos cosas diferentes:
118
en este nivel, realiza, por lo menos, dos operaciones
que fundamentan la experiencia natural (en el sentido de Blankenburg,
1971, 1998): en primer lugar distingue una frontera entre organismo y
entorno, generando de este modo la experiencia entre un organismo
separado del entorno, de un “mí” frente a un “mundo"; en segundo lugar,
mantiene la conexión entre organismo y entorno, permitiendo así la
experiencia de estar unidos al fluir de la vida e inmersos en la situación
presente. De este modo, podemos identificar una condición trascendental
que constituye el modo ordinario de tener una experiencia: el estar inmersos
y unidos a la situación presente. Esquematizando y trasfiriendo a este lugar
todas las posibles complejidades que estas afirmaciones suscitan y que
encontramos en la experiencia clínica, se puede observar que si tiene lugar
una perturbación en la primera operación, y no se crea esta diferenciación,
la experiencia se da en el espectro de las vivencias esquizofrénicas; si existe
una perturbación en la segunda operación, y no tiene lugar la unión entre
organismo y entorno, la experiencia se da como melancolía (o depresión
endógena o psicótica).
Sin querer afirmar que exista siempre una clara discontinuidad entre
las experiencias neuróticas y psicóticas, las perturbaciones neuróticas tienen
lugar después de que la separación entre organismo y entorno (o
sujeto/objeto, o uno mismo/mundo) ha tenido lugar. En la experiencia
borderline esta experiencia se crea, pero es inestable y constantemente
necesita buscar, ajustar, reafirmar. La experiencia borderline es una lucha
continua por la diferenciación, en el filo de la navaja de la experiencia
psicótica27.
119
Tellenbach ha efectuado una investigación clínica en la que ha
individuado una tipología de personalidad que predispone a la
depresión melancólica: el Typus Melanchülicus, caracterizado o por
una tuerte adhesión a las normas extemas o por una hiperidentificación
con los roles sociales, de los cuales extrae la consistencia de la propia
identidad. Esta observación es perfectamente coherente con nuestra
lectura: el Typus Melancholicus se orienta gracias a la función
personalidad socialmente determinada, mediante un allanamiento a lo
que está prescrito en estos roles. Podríamos decir que la investigación
de Tellenbach apoya nuestra perspectiva de que quien sufre está
anclado a la situación, más mediante la función personalidad que
mediante la función ello del self. Está unido al mundo mediante sus
roles sociales, y es debido a esto por lo que estos son tan importantes
para él. En el momento en el que tiene lugar una pérdida a este nivel
(pérdida de un papel o de una persona que sostenía, confirmaba o
reforzaba estos roles), el sujeto se encuentra sin orientación ya que tiene
esta modalidad y no puede contar con el anclaje dado por la función
ello: por eso, en el entre se abre el abismo entre el sujeto y el mundo y
fluye la vivencia melancólica. Nuestras observaciones están en línea
con este análisis de Tellenbach: el Typus Melancholicus, “incapaz de
soledad” (Tatossian, 1980), corre el riesgo de la melancolía. En
cambio, no podemos afirmar lo contrario, esto es que todas las
melancolías puedan llevar a una organización de personalidad de este
tipo, sobre todo en un contexto social diferente del que ha estado
trabajando Tellenbach. Actualmente, de hecho, vivimos en una
sociedad líquida (Bauman, 2000); los roles sociales estables y bien
definidos son mucho menos frecuentes, y es por lo que si no puede
anclarse al mundo mediante la función ello del self, encuentra,
actualmente, otros ajustes creativos que lo salvan de la melancolía.
120
Posiblemente, también la extraordinaria conexión mediática de nuestro
tiempo desarrolla un papel protector en este sentido.
Volvemos ahora a la disfunción de la función ello del self en la
melancolía: ¿por qué sucede? Como hemos dicho, mantenemos que la
reducción del funcionamiento de la función ello del self es una consecuencia
que tiene lugar cuando el otro es indispensable e inalcanzable. Hemos hecho
la hipótesis28, por lo tanto, que si esta experiencia tiene lugar en las fases
precoces de la vida, cuando el otro es necesario para el desarrollo del self
(cuando el nosotros es necesario para estar anclados en el mundo y adquirir
la confianza que la propia energía proporcione para esto) (Salonia, 1989;
2001a), experimenta los fenómenos de no poder llegar del otro: estos van a
quedar recordados y presentes como vulnerabilidad cuando la experiencia
de inalcanzabilidad se vuelve a presentar. El self se forma y madura, de
hecho, en el movimiento sisto-diastólico de cercanía y alejamiento del otro,
en un proceso de ajuste continuo de la sintonización afectiva (Stem, 1985;
Schore, 1994): “Poseer el mundo, anclarse y echar raíces en él es posible,
solamente, a través de la intermediación de los otros. [...] Es en los otros
como la tierra (en nuestro mundo-suelo) se vuelve cálida, amable, benigna.
Los otros son, por lo tanto, el domicilio originario y no una banal necesidad
exterior; constituyen nuestro propio anclaje a la existencia [...]. El
movimiento del hombre es, en realidad, un co-movimiento en reciprocidad
con los otros” (Mistura, 2006).
Esta disfunción del self (que es el órgano del contacto) tiene lugar en
cuanto falta el elemento básico para que su funcionamiento pueda darse: la
presencia de alguien inalcanzable en la frontera de contacto. En el ello de la
situación, en el momento de lo vago y lo confuso, el niño necesita un adulto
para co-crear una figura de sentido, necesita no estar solo en la entrada de
la experiencia. La ausencia de lo que estamos hablando es la ausencia de
sintonización afectiva y, por lo tanto, de co-construcción en la frontera de
contacto. Solamente cuando el self ha madurado puede soportar la ausencia
de i otro mediante la percepción del dolor y la elaboración del duelo:
cuando está maduro consigue mantener la presencia del otro también en
su ausencia (Malher, Pine y Bergman, 1975). La maduración sana del
28
Mientras que en el análisis fenomenológico estamos seguros de todo cuanto hemos dicho
debido a los testimonios fieles de nuestra experiencia y de la referida por los pacientes (y debemos
ser precavidos con respecto a la generalización), cuando nos movemos en un plano biográfico-
genético debemos de ser claros al afirmar que podemos solamente formular hipótesis de trabajo útiles
para nuestra orientación terapéutica. Ciertamente, basadas lo más posible en los datos clínicos de
investigación, pero, en el estado actual de nuestros conocimientos, se mantienen como hipótesis de
trabajo.
121
Ó^//implica, por lo tanto, el que surja no solo una separación sino también
una soldadura yo/mundo. En la depresión psicótica falta la adquisición de
esta soldadura, mientras que en las experiencias psicó- ticas del espectro
esquizofrénico falta la maduración de la separación y de los límites 29. La
maduración del self implica, por lo tanto, la adquisición de un ground
básico sin el cual la experiencia se da como psicótica. Adquirir este ground
significa saber distinguir los propios límites y, al mismo tiempo, sentirse
colocado en el fluir de la vida: estar, al mismo tiempo, diferenciados y
conectados. La depresión melancólica nos permite focalizar un elemento
fundamental de este ground dado por sentado: el anclaje al entre, a la
matriz intersubjeti- va, a través de la presencia en la frontera de contacto
actuada por la función ello del self. Hay que distinguir este fenómeno de
la ausencia neurótica que reduce la frescura y el encuentro con la novedad
del contacto, reducción que no implica este desanclaje del mundo. Hay
que tener en cuenta lo que ha dicho, a propósito de esto, Blanlcenburg
(1971) sobre la experiencia esquizofrénica paucisintomática: ‘‘Estos
pacientes están constantemente ocupados en construir la base que el sujeto
sano presupone sin pensarlo, para poder, de este modo, volcarse en las
exigencias de la vida concreta”. Exactamente esta falta de anclaje hace
muy difícil, en terapia, recuperar la memoria de las experiencias antiguas
de ausencia del otro, en esas historias en las que la ausencia ha sido más
crítica: nos encontramos en un mundo psicótico y del mismo modo que es
difícil recordar la experiencia fuera de los momentos críticos, es difícil
también recuperar la historia de las ausencias vividas. La palabra en el
mundo psicótico no es la misma del mundo neurótico (Francesetti y
Spagnuolo Lobb, 2013): está mucho más cerca de la de los niños y de la
de los poetas porque estos, como los locos, viven junto a la fuente
originaria de la experiencia, allí en donde la reducción a ser individuo no
ha sido todavía, ilusoriamente, considerada como la única realidad.
Desde el punto de vista patogenético, manteniendo una pers-
pectiva biológico-psico-social, podemos considerar tres posibilidades a
través de las cuales la experiencia melancólica puede presentarse:
— En primer lugar, vinculada a experiencias arcaicas: la
melancolía puede surgir cuando esta experiencia antigua
vuelve a surgir en una nueva imposibilidad de alcanzar, no
29
Naturalmente, esto es una simplificación: las dos perturbaciones pueden coexistir y
entrelazarse de diversos modos, y posiblemente es lo que encontramos en la clínica en las situaciones
de paso y sobreexposición entre las psicosis esquizofrénicas y las depresivas.
122
importa lo aparentemente insignificante que parezca a una
mirada no psicótica. Estas experiencias que han tenido lugar
antes de la maduración del self parecen dejar, de hecho, un
recuerdo y una vulnerabilidad específicos.
— Otra posibilidad es la vinculada a una situación traumática
actual: que la vivencia melancólica nazca en una situación
extrema que ponga al sujeto en una condición de no poder
llegar en la actualidad, a pesar de que no haya habido
(posiblemente) condiciones infantiles que predispongan. Son
situaciones en las que la vivencia melancólica ocurren debidas
a una situación grave en curso en la vida de una persona (la
vivencia en estos casos es melancólica, pero la génesis sería
más bien reactiva).
— O también, una tercera posibilidad vinculada a una pre-
disposición biológica: es que los correlatos orgánicos del
órgano del contacto (el self) se hayan alterado o estén
predispuestos a alterarse por una característica biológica,
inscrita posiblemente en su constitución.
123
Los estudios sobre los aspectos biológicos de la depresión son
numerosísimos y su revisión no entra en el objetivo de este capítulo:
nuestra metodología fenomenológica se focaliza en la experiencia en
primera persona o en la perspectiva en tercera persona. No obstante,
queremos aclarar algunos elementos de fondo que nos permitan rela-
cionamos y aprender de estas investigaciones, sin perder un enfoque
epistemológico coherente.
Las investigaciones biológicas pueden colocarse en dos ho-
rizontes teóricos que es fundamental distinguir: la búsqueda de los
correlatos biológicos y la búsqueda de las causas de la depresión. En
el primero entran todas las investigaciones encaminadas a recoger los
parámetros orgánicos específicamente alterados durante las
experiencias depresivas: se han investigado poco a poco parámetros
psicofisológicos, neurotransmisores, endocrinos, inmuno- lógicos,
cronobiológicos, etc. Estas investigaciones han puesto de manifiesto,
en su momento, diferentes desviaciones de la norma en quien padece
una depresión, y podemos esperar que con instrumentos más refinados
va a ser posible identificar nuevos parámetros específicamente
alterados. Este tipo de investigaciones no suponen un problema
epistemológico: es obvio que cualquier vivencia es un hecho legible en
términos biológicos. No existe un pensamiento que no tenga una
manifestación neuronal, no existe un estado afectivo que no sea una
oscilación bioquímica. De este modo, podemos también mantener que
la psicoterapia es la terapia biológica más específica y adecuada,
porque la palabra es el instrumento más refinado para incidir en el
funcionamiento neurológico. Decir que en la melancolía la función ello
del seIf está profundamente perturbada significa ya afirmar que se trata
de una perturbación corporal. Solo que en la psicoterapia gestáltica nos
mantenemos en una epistemología cuya referencia es el cuerpo vivido,
vivo, intercorporal (el Leib), no el cuerpo-objeto (el Korper) de las
ciencias de la
naturaleza (Galimberti, 1987; 2003). Cada palabra y cada mirada están
encamadas, corporizadas. Para nosotros, la experiencia está
originalmente encamada y “este conflicto es una evidencia de la
superflua separación entre cuerpo y mente implícita en otras mo-
dalidades psicoterapéuticas e irrelevante para la psicoterapia ges-
táltica. [...] La experiencia es biológica” (Bloom, 2012). El punto es
todavía delicado: en nuestra epistemología no decimos que el cuerpo y
la mente interactúan porque este lenguaje ya los ha separado. El
124
lenguaje contiene ya diversas divisiones: la separación entre mente y
cuerpo, y la separación entre sujeto y objeto son dos ejemplos. Ya que
la mente es siempre carne viva, y el borde en el que tiene lugar la
experiencia es un lugar en el que el sujeto y el objeto, uno mismo y
mundo, organismo y entorno, no son todavía referibles como
separados: todo esto lo encontramos cuesta abajo, cuando los procesos
que constituyen la experiencia y la reflexión han efectuado sus cortes y
han construido sus objetos. Solamente existe la mente encamada, y
cada investigación que investiga con instrumentos adecuados los
pliegues corporales de las vivencias lo único que hace es confirmar este
dato. Sin esta claridad de fondo, se podría pensar que si en la depresión
existen, por ejemplo, niveles más bajos de serotonina a nivel sináptico,
esto es un dato orgánico y como tal debe de ser curado con fármacos
que aumenten la disponibilidad de serotonina. El mito de la serotonina,
basado en un axioma falso, surge por primera vez en la década de los
80 y ha dominado el pensamiento en los años 90. Se llega a esta
conclusión o por ingenuidad o porque se tiene interés comercial de
proponer una terapia farmacológica (Kirsch, 2009). No solo no nos
sorprende que existan alteraciones biológicas en la depresión (como en
el enamoramiento, en la rabia y en cualquier estado de ánimo), sino que
afirmamos que no podría ser de otro modo. Que esto sea en sí mismo
una demostración de la causa (orgánica) de la depresión, o una
indicación para la terapia farmacológica es, de hecho, ¡“toda una
epistemología diferente”! Del mismo modo que la falta de opiáceos
endógenos en la inervación del diente con caries y que duele no nos
hace concluir que la curación de una caries sea la morfina. Esta creencia
está basada en la confusión de la patogénesis y la etiología. Cómo se
desarrolla un trastorno es una cosa (patogénesis); cómo está causada es
otro (etiología).
El segundo horizonte en el que se sitúan las investigaciones bioló-
gicas es el de la investigación de las causas de la depresión. La hipótesis de
una causa biológica nace, históricamente, con la definición misma de
psicosis maníaco-depresiva y se ha basado, fundamentalmente, en la
dificultad para reconocer los acontecimientos vitales a los que atribuir el
malestar, al hecho de que la remisión ocurre sin otros acontecimientos
positivos que la originen, al tipo de vivencia cualitativamente diferente de
las otras experiencias depresivas. Y deriva también del hecho de que,
efectivamente, la melancolía no sea fácilmente reconducible a una
perturbación intrapsíquica. Tampoco en nuestra perspectiva lo es, pero no
125
debemos caer en la deducción que si no es intrapsíquico, entonces es
somático. Como hemos visto más arriba, mantenemos que la perturbación
melancólica, como ocurre en las otras experiencias psicóticas, se sitúa en un
momento específico de la generación de la experiencia y de la
intersubjetividad: el momento en el que opera la función ello del self. Esto
no puede ser reducido al individuo aislado, porque es el momento en el que
no ha tenido lugar todavía la diferenciación uno mismo/mundo. Esto no
excluye, sin embargo, que un componente de vulnerabilidad30 biológica que
vaya más allá de la historia relacional pueda jugar un papel importante o
determinante en algunas situaciones: por ejemplo, predisponiendo a una
renuncia precoz cuando el otro es inalcanzable. Hasta hoy día no hay
evidencias acordes y claras sobre este aspecto, pero lo que hay que subrayar
es que también este ámbito de investigación no es opuesto a una enfoque
psicoterapéutico, a menos que se trate de un reduccionismo, de nuevo
repetimos, ingenuo o interesado. El individuo surge del campo relacional y
es el receptor que creativamente expresa el campo. La depresión de un
individuo manifiesta, como ya hemos visto, el sufrimiento del campo
cuando el otro es necesario pero inalcanzable. Cada receptor del campo
(también una antena que registra el campo electromagnético) puede
funcionar de un modo especialmente sensible, insensible o disfuncional.
Una antena así, aún expuesta a caprichos excesivos, puede modificar su
propia capacidad de registrar el campo: puede perder la calibración,
volverse hipo o hipersensible, puede distorsionar la señal. Nuestra hipótesis
es que las experiencias tempranas de inalcanzabilidad pueden “deformar” la
forma en la que actúa la función ello, creando una vulnerabilidad
específica. Exactamente porque somos vivencias encamadas, es posible
que existan depresiones cuyo componente biológico tiene un papel
causal más importante que en otras: son claros y ejemplos extremos las
experiencias depresivas causadas por factores orgánicos identifícables.
Algunos estudios han identificado que la historia familiar es un
factor de riesgo que probablemente representa una predisposición genética
(Zennaro, 2011) o, de nuevo de un modo más complejo e interesante, una
predisposición epigenética (Spector, 2012; Bottac- cioli, 2014). Las
recientes investigaciones epigenéticas han demostrado que algunos genes
pueden ser expresados o no dependiendo de qué experiencias han tenido
los padres o los abuelos del individuo considerado, con una influencia que
llega hasta cmco generaciones precedentes. Por ejemplo, si una generación
30
Sobre el concepto de vulnerabilidad ver Stanghellini, 2006.
126
ha padecido hambre, esta experiencia va a incidir en la expresión genética
de las generaciones postenores con respecto a los comportamientos
alimentarios y a las funciones metabólicas (Dupont, Armant y Brenner,
2009). Se trata de una encrucijada extraordinanamente interesante y
prometedora, en la que la genética y la expenencia, naturaleza y cultura,
concurren juntas para crear los ajustes creativos más eficaces. Estos
fenómenos pueden ayudamos a mirar la relación genética/expenencia de
un modo nuevo: no solamente la dotación genética firma las
potencialidades y los límites del sujeto, sino la expenencia del sujeto y de
las generaciones que le han precedido determinan el funcionamiento
genético del sujeto mismo. Esta línea de investigación lleva a la luz, de un
modo nuevo y original, la idea lamarkiana según la cual no solamente el
patrimonio genético, sino también la experiencia es transmitida bio-
lógicamente (y no solo narrativamente) a través de las generaciones.
Otro dato interesante surge de los estudios cronobiológicos: la
alteración de la temporalidad biológica es un factor significativo en la
depresión, en concreto en alguna de ellas (Hyman, 1990; Margiotta,
Francesetti y Meluzzi, 1991; Francesetti et al., 1991b). En el fondo, estos
ritmos (circadianos, circamensuales, circanuales) que implican a las
hormonas y a muchas otras funciones corporales son parte del fondo que
nos mantiene en síntoma con el mundo31: con el ritmo
luz/oscuridad, con la alternancia de las estaciones, con las fases de la luna,
etc. La depresión que surge cuando estos ritmos se desfasan (o viceversa, el
desfase de estos ritmos en algunas formas depresivas) nos enseñan que estas
vivencias señalan exactamente el alejarse del organismo de su propio
entorno, una respuesta a la pérdida de sintonización con el entorno físico.
No nos sorprende: la depresión podría ser la respuesta a la imposibilidad de
alcanzar al otro no solo cuando se trata de un vínculo afectivo con el otro
humano, sino también cuando está en juego la sintonización con el entorno
no humano. Esto último tiene una importancia fundamental como ground
de nuestras vivencias y un papel extremadamente interesante, y
probablemente no suficientemente considerado, en las perturbaciones más
graves (Searles, 1986; Giordano, 1997; Spagnuolo-Lobb, 2003a). Cualquier
investigación que utiliza instrumentos biológicos o físicos para investigar
las vivencias depresivas puede proporcionar resultados de gran interés para
las reflexiones fenomenológicas y psicoterapéuticas: porque no son
31
Es digno de resaltar que el propio Tellenbach haya individualizado en el rítmico
acoplamiento de los fenómenos organísmicos y ambientales uno de los elementos constituyentes del
Endon (Tellenbach, 1975).
127
reduccionistas, no tienen la ingenuidad o la arrogancia de tratar de
comprender el todo considerando una única cara del prisma o, mejor, un
solo nivel de complejidad. Esta postura es muy compatible no solo con el
enfoque gestáltico, sino más ampliamente con los métodos
fenomenológicos y con las teorías de la complejidad. La persona se escapa
siempre de ser aferrada por entero: por definición, mantiene siempre un
margen de misterio insondable. Tratar de aferraría por entero, de poseerla,
significa arriesgarse a matarla. Deseamos que el desarrollo de las
investigaciones biológicas del hombre pueda crecer no solo en una
dimensión refinando las técnicas disponibles, sino también en la claridad
epistemológica de su modo de trabajar que, sobre todo, debe destilar la duda
hacia cualquier simplificación y reducción32: “Deja estupefacto, aún en una
perspectiva puramente científica, que la psicofisiología, en primer lugar, no
se maraville de la extraordinaria pobreza de su propio sistema de
representación anatómica, que continúa encontrando satisfactorio el viejo
espacio de tres dimensiones (más una), en un tiempo en el que la
comprensión del acontecimiento más insignificante impone a las otras
ciencias aportar un fondo a todos los recursos de la matemática” (Maldiney,
1991).
32
La propuesta de Varela (2009) a este respecto es también notable.
128
2.5. La experiencia depresiva como ajuste creativo
129
piesivo ( oubal, 2007). Para empezar a orientamos podemos mirar as
experiencias fisiológicas que tienen parecido con la experiencia
epresiva. n un ámbito diferente del sufrimiento psicológico, la
experiencia posiblemente más cercana a la depresión es, probable-
mente, e letargo (Roubal, 2007). En este hay enlentecimiento motor,
inapetencia, inhibición del deseo sexual, hipersomnia. enlentecimien-
to del metabolismo, disminución drástica de la interacción entre el
organismo y el entorno como a través de la retirada del animal a su
propia cueva. El significado funcional de este estado del organismo
durante el letargo es, naturalmente, el ahorro energético en un mo-
mento en el que la acción no sería eficaz para obtener el alimento,
protegerse en un entorno no favorable, sobrevivir. Renunciar a meter
la propia energía en el ambiente es el ajuste creativo mejor cuando no
se dan otras posibilidades (Francesetti et al., 1991; Laborit, 1986;
Nesse, 2000).
Este es un primer enfoque posible en el que colocar las vivencias
depresivas para darle sentido: cuando otras posibilidades no se dan, sería
de locos continuar actuando (mediante la lucha, la fuga, la manipulación
del entorno), mientras que es funcional darse cuenta de la imposibilidad
y del límite y desistir de tratar de alcanzar al otro imposible. Una situación
que sirve de ejemplo en el que este ajuste es funcional es en el duelo. Los
trabajos de Lavorit y la identificación que ha hecho de los circuitos
neuronales de inhibición de la acción van, exactamente, en esta dirección.
La inhibition de Vaction es ventajosa cuando la acción es imposible,
aunque se vuelve perjudicial si la inhibición es crónica.
No obstante, si nos limitáramos a estas consideraciones, podríamos
pensar que es más funcional cambiar rápidamente el objetivo cuando nos
damos cuenta de la imposibilidad de conseguir lo que intentamos. Por
ejemplo, después de un duelo o un abandono, “olvidarse” de la persona
perdida e implicarse inmediatamente en otra relación. En realidad esto
no sería funcional por dos razones por lo menos: en primer lugar no
estaría asimilada la experiencia del límite, con la función constructiva de
la personalidad y de la sabiduría de la vida que esta experiencia implica.
De hecho, quien se arroja a otra relación antes de haber sentido y
elaborado la pérdida, se convierte en un “consumidor” de relaciones
desvinculadas del crecimiento (que necesita de la asimilación). En
segundo lugar, las vivencias depresi-
vas del período del duelo son necesarias para asimilar la experiencia
130
relacional con la persona perdida. Todo el período del duelo es, por lo
tanto, un estar-con-el-otro en la imposibilidad de alcanzarlo.
Concretamos: existen modos diferentes de estar con el otro: una primera
posibilidad es que el otro esté presente para mis sentidos, en la frontera
de contacto (podemos llegar a él con la mirada o con la palabra o
tocándole o con el olor: son modalidades muy diferentes, pero tienen en
común la presencia de los dos en la frontera sensorial de contacto).
Cuando esto ocurre y estoy presente con mis sentidos, estoy en contacto
con el otro. También puedo pensar al otro, soñarlo, recordarlo,
fantasearlo, imaginarme que estoy con él: se trata de un contacto
diferente, porque el otro no está presente en la frontera de contacto para
co-construir conmigo nuestra experiencia. Esta vivencia es parte del
contacto con el otro si se incluye en la historia del nosotros, como
preparación de nuestro encuentro (un pre-contacto: “pienso en cuando
nos volvamos a ver..) o para asimilarlo (un postcontacto: “cómo ha sido
habernos encontradoEs una pérdida de la intencionalidad de contacto, y
se realiza en lugar de una acción que habría tenido lugar, a su vez, si
estuviera plenamente presente con mis sentidos (por ejemplo, “me
entretengo en fantasearte en lugar de abrazarte”, o también “me
entretengo en fantasearte en lugar de abrazar a la persona que ahora
está conmigo”)13.
El duelo es, específicamente, una experiencia de asimilación (de
postcontacto) y en este sentido de una fase del contacto cuando el otro ya
no está presente para mis sentidos. Pero no es solamente un fenómeno
reflexivo: mis sentidos están implicados intensamente, porque es a través
de los sentidos como percibo su ausencia. En el duelo estoy-con-el-otro
en la imposibilidad de llegar a él: estoy plenamente con la presencia de
su ausencia. Por esto, después de haber perdido a una persona amada
queda más impresa la voz que las palabras, incluso después de muchos
años: la voz es carne, calor, 33
vibración del alma, toque, caricia, presencia; las palabras, la forma
cambiante y efímera que el alma, de vez en cuando, coge. El recuerdo de
las palabras envía, a menudo, a una introyección, el recuerdo de la voz a la
huella en el alma de una persona que nos ha tocado.
El duelo es, por lo tanto, un período necesario y funcional para
asimilar en quien me he convertido con el otro y quién seré sin el otro j4.
Pero no solo: es el tiempo necesario para crear un sitio que custodie la
33
Esta distinción nos parece dar una respuesta gastada a la pregunta de “si estoy en un
avión y pienso en mi madre, ¿estoy en contacto con ella?”. Contestaremos que no estamos en
contacto con ella porque eUa no está presente en la frontera de contacto. Pero el hecho de pensar
esto puede formar pane de nuestro contacto como pre- o post-contacto Puede ser, también, una
interrupción del contacto con ella (si es una imposibilidad de separarse de ella, per ejemplo), o con
la persona sentada a mi lado (si es pensar en mi madre, en lugar de dejar que se desarrolle la
intencionalidad de contacto hacia ella).
131
fidelidad a la relación a través del recuerdo. Es el encarnarse del recuerdo
de los vínculos, y de cómo estos nos transforman y nos trascienden, lo que
constituye el crecimiento personal. Después de la separación física que
tiene lugar cuando se pierde al otro, hay una segunda separación que
empieza cuando la energía vuelve a fluir en la vida, después de haberse
retirado. Es durante y a través de esta retirada cuando el organismo se
transforma y crece y las experiencias de la relación y de la pérdida se
convierte en uno mismo.
Todo lo dicho trata de ilustrar la función creativa del duelo y de las
depresiones reactivas. Pero ¿qué decir de la depresión melancólica en
donde no hay (si no es mediante un apoyo específico) un trabajo
espontáneo de elaboración? En este caso, el dolor que nace de no lleear al
otro, y que puede conducir hasta la muerte, muestra una antropológica y
radical fidelidad a la relación, y coloca al hombre en un horizonte
relacional del que no puede prescindir. Revela una dimensión existencial
del hombre: el ser generado y formado por el ser-con-el-otro, pero revela
también una potente impulso hacia el otro, hacia la conexión social
(Cavalieri, 2007; Cacioppo y Patrick, 2008). El suicidio del melancólico
es, en el fondo, el testimonio de que la muerte es más deseable que esta
soledad absoluta34 35. Esta experiencia clínica nos enseña la radical
relacionalidad humana: del mismo modo que a partir de otras perspectivas
nos enseña el pensamiento de Martin Heidegger (con su mit-Dasein), de
Martin Buber (cuando afirma que el hombre es definido por su ser el-
hombre-con- el hombre), de Hanna Arendt (para quien el mundo es
humano no porque haya hombres sino porque existen las relaciones
humanas), de Simone Weil (cuando subraya que todo lo que en mí es
precioso viene de todo lo que es el otro en mí), de Edith Stein (que pone
en evidencia la dimensión constitutiva de la comunidad), de Paul Ricoeur
y Emmanuel Lévinas (para quienes el yo se forma en la alteridad),
solamente por citar a algunos. Quien sufre de depresión lleva como figura
el dolor de la ausencia del otro: de este modo, arrastra al descubierto este
sufrimiento del campo relacional y lo expone a la posibilidad de que sea
percibido y curado: este proceso es una reparación del campo relacional,
del fondo en sí mismo del mundo. Del que su reparación protege
potencialmente, de cualquier modo, a todos los seres. El sujeto deprimido
(pero esto sirve para cualquier sufrimiento humano) se hace cargo
individualmente de un fardo que siempre lo trasciende: de un dolor del
mundo que le ha sido transferido en las relaciones que ha encontrado. Cada
transformación que consigue cambiar el sufrimiento en consciencia,
recurso, nuevo ajuste creativo o en amor, por pequeño que sea, cura el
34
Sobre el trabajo con el duelo, ver el capítulo 4.
35
Del latín ab-solutus, desligado de todo vínculo y ligazón.
132
sufrimiento del mundo entero: interrumpe la cadena de transferencia del
sufrimiento a través de las relaciones y las generaciones y cumple un acto
fundamentalmente ético. La depresión melancólica, gritando su silencio y
afligida llamada a la relación, al mismo tiempo, salva lo que no ha sido
posible (que se mantiene presente en el olvido) y trata desesperadamente
de tener un irrenunciable acto de reparación del tejido relacional herido,
del que es huella. Salvar al otro inalcanzable y amado, retirando la
agresividad, aunque teniéndole con él en el olvido, es un fruto, posterior y
posible, de este terrible sufrimiento.
Para terminar, podemos considerar el ajuste depresivo también
desde un punto de vista social. La agresividad en una población puede
convertirse, en ciertas condiciones, en destructiva: “Cuando un individuo
pierde interés por el paso sucesivo de su propio destino, no va a luchar y
no va a ser herido ni matado. Además, si renuncia voluntariamente a su
posición social, este ahorro de energía, que deriva de haber evitado una
batalla, es una economía para la sociedad entera (Price, 1967)” (Roubal,
2007). En este sentido, el ajuste depresivo puede tener una función social
cuando no existe la posibilidad de actuar para producir cambios a nivel
social. La función de este ajuste, nos parece que es no solamente la
salvaguarda de la energía y la reducción de los riesgos conectados con la
agresividad, sino también de la memoria. El dolor depresivo, de hecho,
recuerda lo perdido o que no es posible conseguir y es, también aquí, una
forma de lealtad a todo lo ausente, contribuyendo a mantener su presencia
a través de la dolorosa percepción de la ausencia.
2.6. Transmisión transgeneracional de los campos depresivos
133
o madre, con efectos posiblemente similares en sus hijos. Lo que se
transmite no es un comportamiento o una emoción específica o “la”
depresión: considerar el campo en lugar de al individuo aporta diferentes
horizontes. El campo puede llevarse con diferentes patrones que dependen
de las situaciones, de los recursos del campo, de la resiliencia individual,
etc. Un hijo de una madre deprimida puede llevar un campo depresivo
como una imposibilidad de sentirse triste o cansado: podría ocurrir que
solamente pueda estar activo y con un alto estado de ánimo. El campo
depresivo podría ser llevado en el segundo plano, percibido posiblemente
en situaciones íntimas, y cuando sentirse movido y actualizado sea
insoportable (ver sobre esto, por ejemplo, el ajuste narcisista, capítulo 3).
Este hombre, cuando sea padre, puede experimentar la relación con su hijo
con esta imposibilidad de llegar al otro, y el hijo puede sentirse afectado
de nuevo. Por lo tanto, la transmisión de un campo depresivo puede tener
diferentes fenomenologías, y no surge siempre con síntomas depresivos.
La investigación epigenética reciente sugiere que la transmisión no es
solamente relacional, sino también genética: nuestras experiencias
relaciónales pueden transmitirse genéticamente
según el modo en el que se expresen nuestros genes. No podemos discutir
aquí este interesante punto pero queríamos mencionarlo como una
perspectiva en la que la naturaleza y la cultura, la biología y las
relaciones, no pueden ser divididas.
También queremos considerar la transmisión en una dimensión
mayor y mirar al nivel social. Esto abre un vasto horizonte en donde
podemos ver la transmisión de los campos depresivos a nivel social y
cultural. Son traumas que afectan a las poblaciones y que se trasmiten a
través de generaciones. Estos campos se transmiten en las relaciones de
intimidad, de padre y madre a los hijos, pero también en las atmósferas
sociales que impregnan la cultura, la política, las expresiones artísticas,
etc. Por supuesto, esto implica una intervención que supone trabajar no
solo con los individuos, sino también con grupos grandes (Polster, 2006)
y a nivel político. No podemos desarrollar este tema aquí, solamente
queremos señalar que algunas investigaciones se están moviendo en esta
dirección (Mucci, 2014).
3. Psicoterapia y farmacología
134
Vamos a cerrar este capítulo con algunas observaciones sobre la
relación entre farmacoterapia y psicoterapia en las experiencias depresivas.
No es este el sitio para adentramos en los aspectos farmacológicos de los
mecanismos de acción de la terapia antidepresiva, pero nos vamos a limitar
a algunas consideraciones fenomenológicas, clínicas y sociales. No vamos
ni siquiera a detenemos en las consideraciones sobre la valoración de la
eficacia de este tratamiento, enviando a otro lugar para un debate crítico
(Migone, 2005; Kirsch* 2009).
Como ya hemos observado, el apoyo farmacológico es, a menudo, útil y,
a veces, decisivamente necesario en las experiencias
melancólicas: en estas situaciones, la terapia médica hay que tomarla
seriamente en consideración, y hay que presentarle al paciente la
posibilidad de una consulta psiquiátrica después de las primeras
conversaciones psicoterapéuticas. Esto aporta un ground a la pareja
paciente/terapeuta y un dique en los momentos críticos que, ocasio-
nalmente, se pueden presentar.
En todas las otras situaciones depresivas, por lo tanto las no
melancólicas, el empleo de la farmacoterapia hay que valorarla caso por
caso, en relación con la gravedad real del cuadro clínico y, por lo tanto, en
base a la interferencia que el malestar implica en la vida de la persona y el
riesgo de suicidio. Ciertamente, existe hoy en día la tendencia a utilizar la
farmacoterapia como primer y único tratamiento, sin una discriminación
de la cualidad de la experiencia depresiva y de las exigencias relaciónales
del paciente. Somos radicalmente críticos con esta impostación y
perfectamente de acuerdo con las afirmaciones de otros autores: “El
desenfrenado (y difundido) suministro de fármacos, fármacos ansiolíticos
y antidepresivos, es algo terrible: esto tiene lugar siguiendo una tendencia
que parece imparable, y triunfante, en el campo de las formas depresivas y
ansiosas más diversas. Sobre la estela de modas caprichosas y veleidosas,
se renuncia con inaudita ligereza a cualquier análisis estructural y a
cualquier articulación de los agregados sintomatológicos; sin los cuales no
se hace ningún diagnóstico en psiquiatría. Solamente escuchando a los
pacientes, y solamente poniéndose-en-relación con ellos es posible huir del
resto de cualquier fijación ideológica e ilusoriamente (y falsamente)
científica” (Borgna, 1992). Y también: “Con las nuevas moléculas no se
ha incrementado tanto la eficacia, sino que se ha disminuido la frecuencia
y la gravedad de los efectos colaterales. Este dato favorecedor ha
provocado un enorme aumento de las prescripciones y del empleo,
incremento a veces injustificado, y ha animado la idea de curar la vida y
cada una de las cuotas de infelicidad del mismo modo que la enfermedad
depresiva” (Cuz- zolaro, 2009). Existen también presiones e interferencias
por parte de los intereses del mercado y enviamos a Pignarre (2001) para
135
un interesante análisis polémico de este aspecto.
En cualquier caso, mantenemos como indicado que la relación
psicoterapéutica no coincida con la farmacológica (en el caso de que el
psicoterapeuta sea también psiquiatra). El fármaco puede propor- donar un
gran apoyo en el trabajo psicoterapéutico, y probablemente el aspecto
fundamental que hay que tener presente para su empleo es que sea un
instrumento que sostiene al paciente en su camino evolutivo, por lo tanto,
también en su recorrido psicoterapéutico, más que una intervención con
una finalidad en sí misma.
Un espléndido y significativo testimonio del apoyo farmacológico
y psicoterapéutico, y de su entrecruzarse en la biografía personal, nos lo da
Kay Jamison, una psiquiatra que padece una perturbación bipolar36.
Cuando los episodios depresivos y/o maníacos son importantes y
recurrentes, el tratamiento farmacológico debe de tener un objetivo
preventivo además de una terapia de estabilización del estado de ánimo,
como por ejemplo, el litio. He aquí su testimonio:
En este punto de la existencia no consigo poder imaginarme teniendo
una vida normal sin tomar litio y sin haber gozado de los beneficios de la
psicoterapia. El litio impide mis altas seductoras pero desastrosas, atenúa mis
depresiones, elimina la confusión de mi pensamiento desordenado, me
enlentece, me vuelve más dulce, me impide arruinar mi carrera y mis
relaciones con los otros, me mantiene fuera del hospital, me mantiene viva y
hace posible la psicoterapia. Pero, indudablemente, la psicoterapia sana. Da
un sentido a la confusión, frena los pensamientos y las sensaciones aterradoras
y restituye el control, la esperanza y la posibilidad de aprender de lo que ha
ocurrido. Las pastillas no mitigan, no pueden mermar la vuelta a la realidad;
te llevan hacia atrás con la cabeza baja, inclinada, y más rápido de cuanto, a
veces, se puede soportar. La psicoterapia es un refugio, un terreno de batalla,
un sitio en el que he estado psicótica, neurótica, exaltada, confusa y
desesperada imposible de creer. Pero es el sitio en el que siempre he creído, o
en donde he aprendido a creer que un día fuera capaz de tener cabeza para
todo esto. No existe ninguna pastilla que pueda ayudarme a resolver el
problema de no querer tomar las pastillas, del mismo modo que la psicoterapia
no puede impedir mis depresiones y mis manías. Necesito las dos. Es extraño
deber la vida a las pastillas, a la propia peculiaridad y tenacidad y a este
diálogo único, sorprendente y profundísimo llamado psicoterapia. (Jenison,
2005)
136
trata de un apoyo potente a la resilencia, a la energía que se tiene a
disposición, al impulso de no abandonar. Naturalmente es un apoyo que
energetiza sin dar dirección: la sensación subjetiva de bienestar no está
anclada a una evolución psicológica o relacional, no implica per se ninguna
maduración. En este sentido, el bienestar es artificial, desvinculado de los
cambios en las relaciones y de la elaboración de las experiencias.
En segundo lugar, los fármacos eliminan el malestar creado por la
soledad. Pero ¿de qué soledad estamos hablando? No tanto de la soledad
triste que surge en el duelo o en la depresión reactiva: en estos casos, el
fármaco puede ayudar al mantenimiento de las funciones orgánicas como
el sueño o el apetito, pero la tristeza, en general, permanece y el duelo
tiende, afortunadamente, a completar su propio trabajo. Nos referimos a la
soledad que hemos descrito en la experiencia melancólica: desde un punto
de vista fenomenológico, los fármacos permiten al paciente no sentir el
abismo que se abre en el momento en el que la función ello genera y ancla
la subjetividad y el mundo. Es como si el paciente pudiese retirarse de allí
sin sufrir pérdidas, volviendo a estar orientado más por la función persona-
lidad y volviendo a encontrar su ajuste anterior. El funcionamiento
cognitivo y emocional vuelve a ser el normal y anterior al episodio, pero
se mantiene un área de zona vacía en el Endon.
Un ejemplo clínico puede ser útil: una paciente durante la fase
melancólica perdía cualquier capacidad de decisión: no se sentía sostenida
por su papel profesional ni familiar, porque se sentía fuera del flujo de la
vida e incapaz de estar a la altura de su papel. Necesitaba que alguien le
dijera qué hacer en cada momento, sin importarle con respecto a lo que
fuese, salvo que le dijesen qué hacer. Los fármacos, afortunadamente, le
resolvían la sintomatología durante alrededor de un mes, después del cual
la paciente volvía a estar bien. Pero, naturalmente, su orientación seguía
dada por los roles, como antes de los episodios; no obstante, ya no se sentía
despegada de estos. Pero sus sensaciones corporales, su cuerpo vivido,
estaban fuera, probablemente, más de sentirse llevada a la fase de remisión
que a la depresiva. El riesgo de la remisión a través de los fármacos es, de
hecho, el continuar no apoyándose en la función ello del self y de no sentir
ninguna carencia. No en el sentido de que tenga la sensación de que falta
algo y que no se puede hacer nada, sino en el sentido de un olvido absoluto.
La paciente de más arriba, aunque viniera a verme después de, por lo
menos, tres episodios depresivos y hubiese tenido ahora la remisión
farmacológica del cuarto, me pide enlentecer o suspender durante un
tiempo la psicoterapia porque se sentía bien. En esta situación, en la que
los fármacos alejan o permiten que la persona se aleje de su propio sentir,
hay que ser muy claro con respecto al recorrido terapéutico, en dónde se
está, en qué horizonte terapéutico nos estamos moviendo y después decidir
junto con el paciente. En este caso, mi comentario fue que habíamos
137
empezado a trabajar desde hacía algunos meses, que el trabajo no había
entrado todavía en los puntos cruciales, que estábamos todavía en camino,
no en el final, y que su bienestar estaba ligado al efecto farmacológico y
no a la psicoterapia. Hablando con estas bases, la paciente decide
continuar. Poco tiempo después, en una fase nuevamente crítica, la
paciente me agradeció el que no la hubiera dejado que se fuera y me dijo
que, en una situación similar, dos años antes, la terapeuta que la llevaba
había decidido que podían dejarlo por un tiempo. No tenemos todos los
elementos para poder comprender esa decisión terapéutica, pero queremos
poner de manifiesto que, durante el efecto farmacológico, se tiene la
sensación de que la psicoterapia pueda ser algo superfluo y fácilmente el
terapeuta pueda desanimarse y pensar que la psicoterapia es inútil o no
saber cómo proceder. En este trance, hay que tener presente que la función
ello del self que se investiga (la corporidad entre nosotros, en lo vago y lo
confuso del pre-contacto) proporciona una importante orientación al
terapeuta. Es la lejanía del entre nosotros lo que hace sentir al paciente que
todo va bien, y al terapeuta la inalcanzable lejanía y la propia inutilidad. El
punto es que la paciente no está conectada al espacio entre nosotros, ni
durante la remisión farmacológica, ni durante el episodio melancólico. La
única diferencia es que durante la remisión, no es consciente de esto.
Es en este sentido cómo los fármacos parecen eliminar el malestar
creado por la soledad: alejando de la corriente de la experiencia del fondo
de la experiencia, de la función ello del self. Probablemente por eso son
eficaces en el ataque de pánico, en la depresión y en
las perturbaciones obsesivo-compulsivas37. Se trata, de hecho, de tres
situaciones clínicas cuyo malestar fluye exactamente, aunque con
declinaciones diferentes, de la condición de soledad. Este efecto
desvincula la energía que está implicada en la búsqueda del nosotros
y la lleva al yo, permitiendo recuperar la tranquilidad aunque el otro
no sea alcanzable. Pero también deberíamos considerar que el bien-
estar no es fruto de un viaje completado. Este llegar sin completar el
viaje podría relacionarse con el riesgo que los antidepresivos tienen
de cebar un episodio maníaco.
Los fármacos antidepresivos evitan sentir el peso de la soledad
reduciendo la necesidad del otro (Erhenberg, 1998). Es obvio que, en
un contexto narcisista, tenemos un aumento de las perturbaciones que
nacen de la necesidad del otro y, al mismo tiempo, un éxito de los
fármacos que eliminan ese malestar sin necesidad de empezar el viaje
37
Para profundizar en la perturbación del pánico se puede ver Francesetti (2007), y
sobre la perturbación obsesivo-compulsiva se puede ver Salonia (2013), y Francesetti, Gecele y
Roubal (2013). La perturbación obsesivo-compulsiva no es muy frecuente en nuestro contexto,
a diferencia de las otras dos, posiblemente porque el actual campo relacional no sostiene el
ajuste creativo que esta perturbación implica: la cristalización en pertenencias rígidas.
138
hacia el otro. Nuestra sociedad produce, por una parte, depresiones y
ataques de pánico y, por otra, los fármacos para aliviar este
sufrimiento sin modificar la sociedad en sí misma. Tanto el malestar
como la cura son productos y costos de nuestro modo de estar juntos.
Deberíamos preguntamos si este precio es soportable y sensato.
Los antidepresivos eliminan la sensación de malestar debida a
la soledad, de ansiedad, miedo e impotencia, pero no es lo mismo que
volverse a anclar en el entre, que redescubrir la función ello en su
reengancharse a la cremallera que nos genera, que ser nutridos por la
corriente de la vida. En términos generales, el riesgo de nuestra
sociedad es volverse menos humana: como afirma Hanna Arendt, el
mundo no es humano porque esté poblado de humanos, sino porque
hay relaciones humanas. La depresión, en el fondo, señala la falta de
humanidad de la soledad: es el sello que constituye nuestro ser fruto
de la relación, deudores nunca cumplidores hacia el otro para nuestro
ser-con. Esto no significa no utilizar el fármaco cuando es necesario:
afirmamos la necesidad de su uso en muchos casos de depresión
melancólica y también en otras Gestalten cuando el malestar
f
139
paciente lleva y co-crea. Aliviarle dei malestar solamente con una
terapia farmacológica corta el malestar del paciente, pero no cura el
campo. El sufrimiento psicopatológico tiene una función ética: los
pacientes sacan a la luz las heridas relaciónales del mundo, que es el
tejido relacional de la humanidad, y lanzan una llamada para su
curación. La psicoterapia tiene, por lo tanto, también, una función ética:
cada dolor acogido y curado devuelve a la vida una nueva presencia y
vitalidad, y al mundo, una nueva energía y creatividad.
Nos parece que estos horizontes, también muy amplios, deben de
ser tenidos en cuenta por aquellos que curan la psique, el aliento
inaferrable que anima la vida. Las elecciones clínicas (y también los
diseños en investigación), en su complejidad y concreción, están
constitutivamente basados sobre estos fondos. Por esta razón, cuanto
más lleguemos a ser conscientes, haremos elecciones más capaces de
tener en cuenta la situación específica en la que somos llamados a la
cura.
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