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Carlos Mangone - Por Que Hablar de Comunicacion Alternativa

Este documento discute los orígenes y desarrollo de la comunicación alternativa. En 3 oraciones: La comunicación alternativa surgió en la década de 1960 como reacción a la concentración del poder de los medios de comunicación masiva y la exclusión de las mayorías. Se desarrolló teóricamente en Europa y América Latina entre las décadas de 1970 y 1980, influenciada por corrientes como la teología de la liberación que buscaban democratizar la comunicación. Propone nuevos modelos de comunicación basados en el diálogo social frente

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Carlos Mangone - Por Que Hablar de Comunicacion Alternativa

Este documento discute los orígenes y desarrollo de la comunicación alternativa. En 3 oraciones: La comunicación alternativa surgió en la década de 1960 como reacción a la concentración del poder de los medios de comunicación masiva y la exclusión de las mayorías. Se desarrolló teóricamente en Europa y América Latina entre las décadas de 1970 y 1980, influenciada por corrientes como la teología de la liberación que buscaban democratizar la comunicación. Propone nuevos modelos de comunicación basados en el diálogo social frente

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¿Por qué hablar de Comunicación Alternativa?

Carlos Mangone | 2001

“Nunca como ahora en la historia de la humanidad se ha dispuesto de mayores recursos para transmitir ideas,
símbolos, mensajes de un ser humano a otro. Para vivir en un diálogo social vitalizador y creativo. Pero, al
mismo tiempo, nunca tanto como ahora la sociedad aparece atomizada. Fragmentada, remitida a los consumos
individuales y mediatizados de la versión sobre la propia historia que se vive. Una versión que se concibe en
ámbitos de alta concentración de poder y de acceso exclusivo creciente a toda la información”. Estas palabras
de Fernando Reyes Matta, forman parte del discurso inaugural del Seminario “Comunicación y Pluralismo:
alternativas para la década”, realizado en México en noviembre de 1982. Han pasado casi veinte años y sin
duda podemos afirmar que este sintético diagnóstico aún conserva intacta su capacidad descriptiva sobre la
situación del campo comunicación/cultura en Latinoamérica.

Si bien es cierto que los contextos políticos han variado a lo largo de estas últimas dos décadas, es innegable
que el proceso de concentración del poder, y su lógico correlato de exclusión y marginación de las grandes
mayorías de las instancias de decisión, se ha acentuado.

Esta dinámica de concentración-exclusión adquiere ribetes dramáticos en lo que a nuestro campo refiere,
basta con echar una simple mirada a la conformación de los principales grupos multimedia de nuestro país
(Clarín, Telefónica, Vila, etc.), para ver el grado de profundidad que este proceso ha adquirido. Sin falsas
ambigüedades podemos decir que estos últimos veinte años podrían ser recordados como aquellos en que
progresivamente se produjo el secuestro de la palabra. Hoy es imposible pensar la construcción del discurso
social sin la participación protagónica de los medios, esos mismos medios que cada vez se encuentran en
menos manos y que en el proceso de producción y circulación de la información deciden arbitrariamente
cuáles son los saberes legítimos a los cuales podemos acceder.

Lo dicho no debe confundirse con una visión apocalíptica de los medios ni con pregonar una vuelta irreflexiva a
la etapa del denuncismo, sino con la necesidad de volver a plantear ciertas dimensiones de análisis que los
estudios en comunicación parecen haber olvidado, por ejemplo la dimensiones económica, política e
instrumental de los medios, en definitiva, sin ingenuidad, reubicar el tema del poder en la agenda
comunicacional.

Hablar de comunicación alternativa hoy es plantearse la posibilidad de “otra” comunicación, es cuestionar el


monólogo hegemónico y entender la comunicación como diálogo social, abrir el camino a la discusión
sobre qué modelo de sociedad queremos y en función de qué objetivos guiamos nuestra formación, es volver
a dar un sentido positivo a la palabra transformación, romper con aquello que Mattelart ha llamado la
“contrafascinación del poder” y, sobre todo, es “mantener firme nuestro derecho latinoamericano de quebrar
silencios y poblar nuestro diálogo con nuevos análisis, proyectos y significados, manteniendo así nuestra
capacidad de formular utopías”[1].

Los orígenes de una reflexión

Dentro de la abundante bibliografía existente aparecen diferentes periodizaciones acerca del comienzo de la
producción teórica sobre comunicación alternativa. Aquí sólo abordaremos aquellas mayormente aceptadas.

En Europa existe un casi generalizado consenso respecto de que “la eclosión del término alternativo aplicado a
la comunicación puede fijarse (...) en el Mayo Francés de 1968, con toda la reacción estudiantil en contra del
‘informacionismo’ y el énfasis en la ‘vuelta a los orígenes’ (despreciar los nuevos métodos para recuperar los
viejos)”[2]. Armando Cassigoli, sin referirse específicamente a los acontecimientos de mayo, marca el mismo
año como el momento en que comienza a surgir una reflexión teórica sobre la comunicación alternativa,
afirmando que la misma “emana de las situaciones que precisamente se produjeron durante 1968 en casi toda
Europa, EUA, Asia y América Latina, así como de los procesos de crítica y hasta de escisiones en muchos
partidos comunistas”[3].

Particularmente en Estados Unidos, el término alternativo se aplicó para designar en la década del ’60 a los
movimientos contraculturales, al Free Speech Movement de Berkeley y a los sectores cercanos a la Nueva
Izquierda, quedando finalmente acotado a las radios universitarias.

En América Latina la reflexión sobre la alternatividad abarca principalmente el período comprendido entre
mediados de la década del ’70 y mediados de los ’80. La misma podría ser vista como la posibilidad de articular
los niveles macro y micro del análisis comunicacional a partir del fracaso de los intentos por establecer Políticas
Nacionales de Comunicación de carácter democrático, organizadas a partir de los conceptos de acceso y
participación, que caracterizó el modo de intervención en la etapa anterior del desarrollo de los estudios de
comunicación/cultura en nuestro continente[4]. Esta es la hipótesis que sostiene Margarita Graziano, para quien
el interés sobre la alternatividad “viene a surgir en el marco de la investigación a continuación de un proceso
caracterizado en primer término, o en su primera fase, por una toma de conciencia de la estructura del aparato
massmediático, en términos de propiedad, control y contenidos, y en su segunda fase, por una también
conciencia de las limitaciones de una posible incidencia del sector investigación en los niveles de toma de
decisiones en el plano nacional. En otras palabras, el interés por el estudio de los problemas relacionados con
las que por ahora genéricamente se denominan ‘alternativas comunicacionales’, podría ser calificado en la
práctica como el estadio inmediato posterior a la etapa de auge de las investigaciones destinadas a servir de
base a formulaciones en el marco de políticas nacionales de comunicación”[5].

Desde otra perspectiva, Fernando Reyes Matta considera que la comunicación alternativa surge a partir de la
finalización de la Segunda Guerra Mundial, siendo cuatro las vertientes históricas que la determinan:

1) Las luchas frente al colonialismo. En la década del ’60 y principalmente en el norte de Africa y en Asia, los
movimientos independentistas debían enfrentar no sólo el proceso de organización política de los nuevos
países, además debían afirmar un perfil cultural que les diera identidad, de allí la necesidad de contar con
nuevos mecanismos de expresión y definir nuevas prioridades informativas distintas a las impuestas por las
potencias coloniales.

2) Las reacciones nacionales e internacionales contra el neocolonialismo. Durante la década del ’70 surge con
fuerza un movimiento de reacción contra las condiciones de dependencia en que se encuentra el Tercer
Mundo en general. En un contexto caracterizado por la expansión transnacional y la denuncia sobre la
dominación económica, son fenómenos determinantes los planteos sobre la dominación informativa y cultural.

3) Movimiento por la calidad de la vida y dimensión humana del desarrollo. Se intenta dar cuenta aquí de las
acciones encaradas por muy heterogéneos movimientos en el seno de las sociedades postindustriales de
desarrollo capitalista y que presentan diversas formas de expresión, por ejemplo los movimientos por la
liberación de la mujer, por el rechazo al armamentismo y el peligro nuclear, por los abusos del control estatal,
por la ecología, etc.

4) Las reacciones frente a los autoritarismos políticos y económicos. La comunicación alternativa se liga a las
formas de expresión y resistencia que generan los movimientos populares y las organizaciones de base en
situaciones de dominación política (principalmente dictaduras militares) y de concentración del poder
(económico, cultural, etc.) en grupos privilegiados al interior de cada sociedad[6].

Hasta aquí desarrollamos sintéticamente las principales posturas acerca de los hechos que dieron origen al
desarrollo de una corriente de estudios que genéricamente se conoce como Comunicación Alternativa y que
intenta dar cuenta de una gran cantidad de prácticas que, aunque desarrolladas en contexto políticos y sociales
distintos, poseen algunos denominadores comunes, como por ejemplo el alejamiento de las lógicas de la
comunicación masiva, un objetivo de transformación social y la participación de distintos actores sociales.

El paso siguiente nos lleva necesariamente a las principales corrientes teóricas que operaron como guía de la
acción/reflexión sobre esta “otra” comunicación.

Las corrientes fundadoras

Si bien es cierto que la gran mayoría de los trabajos sobre comunicación alternativa se caracterizan por un
estilo eminentemente ensayístico y descriptivo, con una preeminencia de la práctica sobre la teoría que a veces
se asemeja peligrosamente a posiciones antiintelectualistas, se destacan ciertos paradigmas teóricos que en
distintos momentos han sido determinantes de la acción y que han dominado el pensamiento sobre la
alternatividad. Mencionamos aquí la importancia que han tenido siete corrientes principales para el desarrollo
de la comunicación alternativa en América Latina.

La primera de ellas es la Teología de la Liberación, corriente que se enmarca en la serie de transformaciones


que se dan en el seno de la Iglesia Católica a partir del II Concilio Vaticano (1962-1965) convocado por Juan
XXIII, que se profundizan con la promulgación por Paulo VI de la encíclica Populorum progressio (26/3/1967) y
que finalmente se materializan a nivel continental con la realización de la Segunda Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968. A grandes rasgos se puede pensar en una iglesia
que se aggiorna ante la pérdida de terreno que significa un clima de crítica generalizada hacia las instituciones
(familia, medios, ejército, partidos, iglesia). Se producen modificaciones internas al rito (el cura habla a la gente
de frente y abandona la misa en latín) y se deja de lado la defensa incondicional de la propiedad privada, en un
movimiento que se conoce como “la opción por los pobres”. En este viraje de la Iglesia Católica, la Teología de
la Liberación puede ser vista como una consecuencia no deseada por parte de la jerarquía eclesial con
derivaciones imprevistas. Sintetizando podemos decir que la Teología de la Liberación “se trata de una
relectura del Evangelio a partir de la solidaridad con los pobres y los oprimidos, de una teología de salvación en
unas condiciones concretas, históricas y políticas, de una reflexión ‘a partir de la praxis del hombre’ que se
compromete a vivir la fe en el compromiso liberador, de una teología que va más allá de ‘pensar el mundo’” [7].
Este ir “más allá” derivó en la radicalización de algunos sectores cristianos que optaron por la vía armada como
forma de transformación de las condiciones estructurales de la dominación, por ejemplo el Ejército de
Liberación Nacional en Colombia, dirigido por el sacerdote Camilo Torres, los inicios de Montoneros en la
Argentina y publicaciones como Cristianismo y Revolución.

La segunda corriente es la Pedagogía Freiriana, que comienza a desarrollarse desde 1960 en el norte de Brasil
a partir de un programa de alfabetización asociado a la toma de conciencia política. El método de
alfabetización del pedagogo Paulo Freire se enfocaba “a promover una toma de conciencia liberadora (...) no
sólo se aprendía a leer y escribir sino que, al hacerlo, el estudiante iba adquiriendo conciencia de su propia
identidad y de su participación en la historia; ‘aprendían a leer palabras haciendo la relectura del mundo’” [8].
Freire desarrolla el concepto de concientización, con el cual abandona la idea de una educación “bancaria”,
que deposita los saberes legitimados en la cabeza de los educandos y que muchas veces no tienen nada que
ver con su mundo real. Las radios educativas latinoamericanas, mayormente en manos de la iglesia y quizás el
mayor movimiento radiofónico del continente, se verá fuertemente influenciado por esta corriente, abriendo
paso a la aparición de una nueva práctica comunicacional, las radios populares. La unión entre la Teología de
la Liberación y la Pedagogía Freiriana tendrá su máxima expresión en el desarrollo de las Comunidades
Eclesiales de Base en Brasil.

La tercer corriente es la Teoría de la Dependencia, íntimamente ligada a las dos anteriores, al punto de no
poder pensarse la situación latinoamericana en las décadas del ’60 y el ’70 sino a partir de los cruces que entre
ellas se realizan. Su principal mentor será el sociólogo y ex presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso.
Básicamente es una teoría económica que se opone a la hegemonía del pensamiento desarrollista en nuestro
continente, planteando que la situación de dominación en que se encuentran los países latinoamericanos en
relación a los países centrales impide el desarrollo autónomo en el marco del capitalismo. Se denuncia que la
actividad económica sólo se orienta de manera funcional a las necesidades del imperialismo. Esta teoría tuvo
su correlato en el campo de la cultura, al cual se trasladaba, casi mecánicamente, el análisis sobre la relación de
dominación en el campo económico. Un concepto muy fuerte operaba como eje vertebrador de su desarrollo,
el imperialismo cultural, a partir del cual se denunciaba como las sociedades de los países dependientes vivían
de acuerdo con los modelos que difundía la industria cultural, el modelo americano de vida.

En cuarto término podemos nombrar la teoría de Althusser sobre los aparatos ideológicos de Estado,
principalmente a partir de la publicación en 1971 en Chile de su libro Ideología y aparatos ideológicos de
Estado. La tesis central se podría sintetizar en que así como el sistema económico reproduce sus condiciones
de producción (a través del salario, la calificación de la mano de obra, etc.), el sistema cuenta con aparatos que
permiten reproducir su ideología (la escuela, los medios, etc.). La noción de aparato refiere a una estructura
homogénea, sin brechas, imposible de ser penetrada, quedando como única salida la destrucción de los
mismos. Si bien esto derivó en algunas situaciones absurdas en América Latina, como oponerse a la extensión
de la escuela en un continente con grandes masas analfabetas, no se puede descartar la importancia que ha
tenido en ciertos análisis sobre el funcionamiento de los medios de comunicación de masas, como por ejemplo
los del mexicano Javier Esteinou Madrid, quien en 1986 decía: “... los canales de transmisión adquieren el
carácter de la clase dominante que les da vida como aparatos legitimadores de sus contradicciones sociales.
Esto significa que como instrumentos culturales agudamente persuasivos y ágiles movilizadores de la conciencia
de las masas, los medios contraen en su práctica productiva, difusora e inculcadora de ideologías, el carácter
del programa imperante que los crea, los sustenta y los enmarca”[9].

Otra importante corriente teórica a tener en cuenta para el análisis sobre la comunicación alternativa en
este período de los años ‘60 y ’70 en Latinoamérica, es la Teoría de la Vanguardia, que ya estaba presente en
la tradición de la izquierda (el leninismo). Se trata de un grupo que logra conciencia sobre las relaciones
causales de la realidad y, de la misma manera que el hombre logró conciencia sobre la naturaleza e influyó de
tal manera que interrumpió su ciclo, quiere colaborar en la autoconciencia de las masas. En este caso la
vanguardia trata de influir en un ciclo que se ha convertido en natural aunque es cultural, por ejemplo el ciclo
de la producción a través del principio de alienación. En general se trata de un grupo pequeño con gran
capacidad de movilización y propaganda, que tiene su origen en la profesionalización política del partido
bolchevique (que da nacimiento a la teoría de la vanguardia), y que parece tener su extremo en el foquismo
guevarista, muy importante para este período en América Latina.

Llegados a este punto es necesario aclarar que el orden de enunciación de las distintas teorías no implica
ninguna clase de jerarquización, es más, muchas experiencias de comunicación alternativa no podrían ser
comprendidas sin ubicarse en los cruces que entre estas corrientes se han dado en la praxis[10]. Vale esta
aclaración porque ahora introduciremos una sexta corriente fundadora, pero que en realidad se encuentra en
la base de todas las anteriores y sin la cual es imposible aprehender en su totalidad las mismas. Dicha teoría
es el marxismo. No explicaremos aquí qué es el marxismo, damos por supuesto que existe un generalizado
conocimiento sobre sus principios fundamentales, pero sí diremos por qué es importante para entender el
desarrollo de estas “otras” prácticas de comunicación en América Latina. Si algo ha caracterizado a la mayor
parte de las experiencias de comunicación alternativa en nuestro continente es la lucha contra la desigualdad.
Pelear por un mundo mejor, por una sociedad justa, siempre ha sido pelear contra la desigualdad (económica,
educacional, política, sanitaria, etc.), revertir las condiciones estructurales de desigualdad sobre las que
históricamente se ha asentado la organización social de nuestros países. El marxismo es la teoría social que
analizó sistemáticamente la desigualdad, sirva a modo de simple ejemplo la división de la sociedad en clases,
las cuales se definen a partir de la desigual participación en el aparato productivo, existen por un lado los
poseedores del capital y por otro aquellos que sólo poseen su fuerza de trabajo. Las relaciones sociales de
producción en el sistema capitalista, son relaciones de desigualdad. Entender esto es de fundamental
importancia para comprender el origen y el impulso de la inmensa mayoría de prácticas comunicacionales
alternativas en latinoamérica.

En último término nombramos una corriente que comienza a desarrollarse en los años ’80 pero que es de
fundamental importancia en todo el final del siglo XX, la Teoría de los Movimientos Sociales. Esta teoría se
centra en la acción de nuevos agrupamientos colectivos que comienzan a canalizar sus demandas al margen de
los mecanismos tradicionales de participación política. Nuevos actores (jóvenes, mujeres, desocupados,
inmigrantes, etc.) que ya no contienden por el poder, sino que la lucha se concentra en la modificación de
algún aspecto relacionado con el espacio que ocupan en la estructura social. Esto también se conoce como la
“rebelión del coro”. El concepto del coro “tiende a revelar aquellos actores, espacios y conflictos que no tienen
representación y, particularmente, representación política. En este sentido, el coro se constituye como aquello
que los discursos (políticos) tradicionales sobre lo popular (particularmente el marxismo) no consideraron
como ‘politizable’ y que, por tanto, se engendraba al margen de la escena pública”[11]. Nuevos actores, nuevos
escenarios, nuevos conflictos, en definitiva, una nueva manera de entender lo político. Si bien son múltiples las
áreas de acción de los nuevos movimientos sociales, se pueden agrupar cinco grandes sectores que engloban a
la mayoría de estos movimientos: a) industrialización y condición obrera; b) calidad de vida, consumo colectivo;
c) tierra, mercado, etnicidad; d) guerra, política; e) libertad, género, religión y democracia[12]. Muchas de las
radios educativas, populares y comunitarias se pueden analizar desde esta perspectiva.

Se han desarrollado sintéticamente las siete corrientes principales que han dominado el panorama sobre
comunicación alternativa en América Latina en estos últimos cuarenta años. Si bien como se ha insistido a lo
largo de este trabajo, muchas prácticas condensan principios de más un paradigma y deben ser analizadas en
los cruces particulares que se han operado entre los mismos, también existen tensiones que han generado
algunos conflictos aún irresueltos y de las cuales intentaremos dar cuenta en el siguiente apartado.

Las tensiones

Por tensiones vamos a entender una serie de conflictos que se generan sobre ciertos núcleos conceptuales
que no sólo afectan la prácticas, sino que han tenido una gran importancia en las dificultades para alcanzar
una definición consensuada acerca de qué entender por comunicación alternativa.

La primera y más importante a destacar, es la que se plantea entre comunicación y difusión, y cuya primera
referencia aplicable al campo de la comunicación la encontramos en un texto de Bertolt Brecht sobre la radio,
escrito entre 1927 y 1932. Al respecto decía Brecht: “(...) hay que transformar la radio, convertirla de aparato
de distribución en aparato de comunicación. La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación
imaginable de la vida pública, un sistema de canalización fantástico, es decir, lo sería si supiera no solamente
transmitir, sino también recibir, por tanto, no solamente hacer oír al radioescucha, sino también hacerle hablar,
y no aislarle, sino ponerse en comunicación con él. La radiodifusión debería en consecuencia apartarse de
quienes la abastecen y constituir a los radioyentes en abastecedores”[13]. Se encuentra ya presente en este
texto una idea central de lo alternativo, la comunicación es un proceso de ida y vuelta en el que las instancias
de emisión y recepción son “intercambiables”.

En América Latina quien más profundamente trabajará sobre esta oposición, será el venezolano Antonio
Pasquali, que ya en uno de sus primeros libros entendía “por comunicación o relación comunicacional (...)
aquella que produce (y supone a la vez) una interacción biunívoca del tipo del con-saber, lo cual sólo es posible
cuando entre los dos polos de la estructura relacional (transmisor-receptor) rige una ley de bivalencia: todo
transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor”[14], agregando que reserva “la expresión
relación de información a aquellas formas de la relacionalidad en que transmisor y receptor pierden la
ambivalencia propia del esquema comunicacional, reemplazando el diálogo por la alocución o paréresis.
Alocución quiere indicar aquí el discurso unilateral suscitador de una relación de información, que es un decir
ordenando sin posible réplicas por la parte receptora”[15]. Finalmente Pasquali define que“medios de
información de masas serán (...) los canales artificiales de comunicación cuando vehiculan unilateralmente
alocuciones o mensajes de tipo ómnibus (uno para todos)”[16]. De lo anterior se desprende con claridad la
diferencia establecida entre medios de comunicación y medios de difusión, a partir del tipo de relación que
establecen entre los polos de la ecuación E-M-R(diálogo/alocución).

Nos hemos detenido en esta distinción porque, como ya se expresó, es un núcleo central en muchas
discusiones sobre comunicación alternativa. Infinidad de veces nos encontramos con que se niega el carácter
alternativo de una práctica a partir de que la relación E-R no es una relación de comunicación según la hemos
definido. Esto se observa claramente en las posiciones “encontradas” respecto a un posible uso alternativo de
los grandes medios masivos. Un ejemplo nos lo presenta Máximo Simpson, quien distingue dos tendencias
dominantes en la reflexión sobre comunicación alternativa en América Latina. La primera de ellas, que se
plantea como respuesta a la estructura transnacional, puede abordarse a partir de esta tensión
comunicación/difusión, con planteos que se acercan a los límites de la misma. Según esta corriente “la
comunicación alternativa surge como respuesta a la modalidad transnacional y al carácter intrínsecamente
unidireccional y autoritario de los medios masivos, cuya propia estructura tecnológica constituiría (según las
posiciones más extremas) un obstáculo insoslayable para su incorporación a procesos democráticos y
participativos. En otros casos, se supone que este carácter antidemocrático no es inherente al factor
tecnológico sino que deriva de su posesión monopólica por parte de las clases dominantes y de su racionalidad
mercantil: es decir, del modelo comunicacional mismo, modelo transnacional exportado por los países centrales
a las áreas periféricas”[17]. Las posiciones más extremas que se destacan a partir de esta tendencia, derivaron
en una definición negativa de lo alternativo, es decir, en definiciones oposicionales sobre las características
centrales de la comunicación masiva a partir del establecimiento de pares dicotómicos. Por ejemplo, si la
comunicación masiva se caracteriza por ser unidireccional, vertical, autoritaria, de propiedad privada con
producción industrial de contenidos, lo alternativo será multidireccional, horizontal, de propiedad colectiva y
con producción artesanal de sus contenidos.

Algunas polémicas importantes al interior de este campo pueden ser leídas a partir de esta tensión
comunicación/difusión, por ejemplo la entablada entre Enzensberger y Baudrillard. El primero, a partir de una
visión que podríamos calificar de optimista acerca “del poder movilizador de los medios electrónicos”, afirma
que “la transformación de un medio de distribución en un medio de comunicación no ofrece ningún problema
de índole técnica. Esta transformación se evita conscientemente por pésimas razones políticas. Así, la
diferenciación técnica entre transmisor y receptor refleja la división social del trabajo entre productores y
consumidores”[18], distinguiendo entre un uso represivo y un uso emancipador de los medios[19]. Para
Baudrillard, la imposibilidad de respuesta es inherente a la arquitectura actual de los medios electrónicos y
para que exista respuesta (condición indispensable para la existencia de comunicación), no alcanza con
la reversibilidad (feed-back) del circuito E-M-R, sino que debe existir reciprocidad entre los polos de la
ecuación. La reversibilidad implica el mantenimiento de la unidireccionalidad en la circulación de la
información, lo cual mantiene intacta la relación de poder existente entre emisor y receptor, que es la
característica definitoria del simulacro de comunicación que imponen los medios electrónicos. Esta relación no
cambia con simplemente modificar en manos de quien se coloca el poder de emisión. Reciprocidad implica, por
el contrario, igualdad entre los polos de la ecuación de Jakobson que se utiliza como modelo explicativo y, en
las condiciones actuales, según Baudrillard, eso sólo es posible si se destruyen los medios tal cual hoy los
conocemos[20].

Para Armand Mattelart y Jean-Marie Piemme la hipótesis de Baudrillard es fecunda ya que tiene la virtud de
colocar la crítica en el centro mismo del proceso comunicacional instaurado por los medios electrónicos,
alterando la ideología de los mass-media, para los cuales “existe la comunicación, y allí donde no existe aparece
el ‘ruido’”[21], agregando que “gracias a la no-reciprocidad, a la ruptura del intercambio, los media viven la
época de la incomunicación y sólo producen comunicación como simulacro de sí misma”[22]. Pero esta hipótesis
presenta un defecto, que los autores caracterizan como una “petrificación de lo social”, al instalar una
caracterización opositiva entre actividad y pasividad para las instancias de emisión y recepción. La idea de
ruptura del intercambio, que implica una concepción centralizada del poder en la emisión, está sujeta a una
caracterización pasiva del receptor y, como dicen Mattelart y Piemme, “para creer en el binomio activo-pasivo
hay que aceptar previamente que existe una continuidad entre la estructura y los efectos o, por decirlo con
otras palabras, que algo que está ‘maquinado para’ produce efectivamente aquello para lo cual está
maquinado”[23].

Esta crítica a la hipótesis de Baudrillard introduce una nueva tensión que, aunque derivada de la primera, ha
sido muy importante en las reflexiones sobre alternatividad y se expresa en el paractivo/pasivo. Para Armand y
Michele Mattelart “la imagen de un consumidor pasivo frente a un medio activo se correspondió con la idea de
la antinomia fetichista entre un medio ‘pasivo’ y un medio ‘activo’ (...) acostumbrados a concebir la resistencia
a partir de la construcción de un territorio autónomo, tuvimos, durante mucho tiempo, la tentación de reducir la
alternativa a una oposición entre medios ligeros –espacio ideal de autogestión- y medios pesados y
centralizados –imagen del poder concentrado- (...) esto trajo como consecuencia una concepción de la
comunicación alternativa elaborada al margen de cualquier análisis de las relaciones de fuerzas en el conjunto
del campo de la comunicación”[24]. Esta dicotomía alimentó durante años posiciones que planteaban la
imposibilidad de utilizar los medios de comunicación masiva en una práctica alternativa. La tensión
activo/pasivo encuentra un principio de superación cuando se incorpora al análisis el problema de los usos
sociales, sobre el cual no se había dado una reflexión en el campo de la comunicación alternativa[25].
Interrogarse “a partir del consumidor, fue, pues, la base de una nueva matriz conceptual que, negándose a
abordar el campo mediático en cuanto instrumento del poder, lo abordaba en cuanto campo de relaciones de
poderes. Con esta matriz conceptual se negaba el entendimiento del modo de comunicación como un amasijo
de meras técnicas para considerarlo como un conjunto de prácticas sociales, como un modo de articulación
entre grupos y actores sociales. Desde esta perspectiva, la ideología dejaba de ser concebida como ‘sistema de
ideas’ o de ‘discursos’ coherentes para convertirse, siguiendo la expresión de Nicos Poulantzas, en un ‘conjunto
de prácticas materiales’. De esta forma el modo de comunicación abarcaba desde las prácticas de recogida de
informaciones, los hábitos de redacción, de escritura, de registro de imágenes, de montaje, etc., hasta los de
consumo”[26].

No es necesario aclarar que la modificación operada en la concepción sobre el receptor afecta la totalidad del
campo comunicacional, pero es central a la comunicación alternativa ya que abre la posibilidad de utilizar los
medios masivos desde una perspectiva diferente. Un ejemplo lo encontramos en la posición del investigador
brasileño Carlos Eduardo Lins da Silva, quien al alejarse de las visiones frankfurteanas que presentan a la
“industria cultural como un todo monolítico e impenetrable”, plantea la existencia de contradicciones que
abren brechas y permiten el desarrollo de prácticas alternativas en el interior del sistema de medios masivos. Si
bien pone reparos respecto a las posibilidades de obtener cambios sociales, sostiene que estos espacios no se
pueden desaprovechar y que su validez o no (en términos del cambio), se determinará a partir de que se
profundicen los estudios de recepción[27]. Una visión en algunos aspectos similar, es la que sostiene Máximo
Simpson, para quien el carácter definitorio de la comunicación alternativa está dado por la producción de un
discurso antiautoritario, es el discurso alternativo el que define a un medio alternativo, de allí que su
posibilidad de circulación no puede restringirse al carácter masivo o no de un medio, el mismo puede
desarrollarse en secciones, columnas o programas de diarios, radios o televisoras, ya sean de propiedad
privada o estatal. Igualmente reconoce que esta posibilidad de inserción de lo alternativo en los medios
masivos, tal cual hoy los conocemos, tiene limitaciones y corre el riesgo de poder llegar a ser funcional a
aquello que justamente constituye su negación, un discurso global reaccionario defensor de un statu quo
antidemocrático[28].

La resolución de este problema, al que hemos llegado como un derivado de las tensiones hasta ahora
enunciadas, para Simpson “requiere insertar la problemática de la comunicación alternativa en el proceso total
de transformación, pues el carácter mismo del complejo global comunicación-información es una expresión de
los sistemas económico y político-social. La eventual democratización de las estructuras comunicativo-
informativas habrá de ser, sin duda, un signo de transformaciones que las trasciendan, y en ese proceso de
cambio puede superarse en la medida de su profundidad, la falsa oposición entre medios alternativos y medios
masivos dominantes. Articulación en lugar de oposición, interacción en lugar de irreductibles
antinomias”[29].Ahora bien, esta propuesta introduce una nueva tensión, que podría sintetizarse en el
par revolución/reforma. Imposible sería desarrollar aquí las discusiones que ha suscitado históricamente esta
oposición, ya que su origen podríamos remontarlo hasta la ruptura entre bolcheviques y mencheviques que ha
marcado las diferentes estrategias de intervención política de la izquierda a lo largo del siglo XX. Nos interesa
en lo que respecta a la comunicación alternativa ya que está presente en todos los planteos que relacionan la
posibilidad de desarrollo de la misma en función de un objetivo de transformación social. Simplificando
diremos que las posiciones reformistas plantean el aprovechamiento de los espacios que se abren en el interior
de la estructura legal de medios de comunicación, recuperando para su práctica nociones como competencia y
profesionalismo. Las posiciones revolucionarias plantean como condición indispensable del carácter
alternativo, que la práctica comunicacional se vincule al desarrollo de un movimiento político de
transformación global de la sociedad. Esto queda claramente expresado en palabras de Margarita Graziano,
para quien la expresión comunicación alternativa debe reservarse “para aquellas relaciones dialógicas de
transmisión de imágenes y signos que estén insertas en una praxis transformadora de la estructura social en
tanto totalidad”[30]. Un ejemplo de esta posición son las radios de la guerrilla en América Latina (radios
Rebelde, Sandino, Venceremos, Farabundo Martí, etc.).

Muchas veces la polémica entablada entre Simpson y Graziano se lee falsamente en esta clave. La fuerte
crítica que ejerce Simpson en realidad no se está oponiendo a la transformación de la “estructura social en
tanto totalidad”, sino al carácter y a los medios empleados para alcanzar dicha transformación. Para Simpson el
objetivo central de la comunicación alternativa es propender al desarrollo de una sociedad democrática, que
en sus términos, con fuertes tintes anarquistas, implica en última instancia la abolición del poder. De aquí que
su oposición en realidad se dirija a la aplicación de la Teoría de la vanguardia al campo de la comunicación
alternativa. Esto se observa cuando afirma, en referencia al planteo de Graziano, que “este enfoque desestima
(...) toda praxis de carácter espontáneo que no tienda conscientemente a un cambio radical bajo la égida de
una organización política encargada de diseñar y llevar a cabo la mencionada ‘estrategia totalizadora’”[31]. Las
críticas principales que se han hecho a las posiciones esgrimidas por Simpson se concentran en tres ejes, a) una
equivocada lectura de los desarrollos marxistas sobre el rol de las vanguardias; b) la eficacia de las prácticas
espontáneas en función de un objetivo de transformación social y c) el objetivo de abolición del poder.

Otra tensión que se da al interior de este campo gira alrededor del concepto de participación y su
problematización a partir de la aceptación del carácter no pasivo del receptor. Casi no hay práctica en el campo
latinoamericano que no abreve en este concepto a la hora de justificar su alternatividad y su distancia respecto
de los medios masivos.

Existe un consenso generalizado en los autores que han trabajado este tema respecto a que entender por
participación, “considerándola como la capacidad que tienen los individuos de intervenir hasta la toma de
decisiones, en todos aquellos aspectos de su vida cotidiana que los afectan e involucran”[32]. Ahora bien, si la
búsqueda de participación es uno de los objetivos centrales de la comunicación alternativa, como puede ser
que tantas veces escuchemos decir a directores de medios de comunicación, que el público participa con
llamados telefónicos o enviando cartas al correo de lectores.

Hasta principios de los ’80 no existía duda respecto a como entender la participación. En la medida que el
concepto central que da cuenta del rol de los medios en la sociedad, a la vez que condiciona los análisis sobre
los mismos, es el de “dominación” (y su consecuencia lógica, la “manipulación”), la única posibilidad de ruptura
pasa por la intervención directa en las decisiones acerca de los contenidos que se emiten, lo que implica,
necesariamente, modificar las estructuras organizativas a fin de que las mismas sean abiertas y no restrictivas.
Se pueden discutir las modalidades de intervención (asambleas, consejos, etc.), pero no sobre su necesidad.
Las modificaciones introducidas en el análisis, a partir del pasaje que se opera de un paradigma centrado en la
dominación a un paradigma centrado en la hegemonía, dan un fuerte impulso a los estudios sobre la recepción,
derivando progresivamente en un abandono de los análisis sobre la instancia de emisión que se traduce,
prontamente, en el otorgamiento de un inusitado protagonismo al receptor en el proceso comunicacional (el
“recepcionismo” de comienzos de los ‘90). El avance de las posiciones neopopulistas será la coronación de este
movimiento, derivándose una idea de participación que ya no tiene por objetivo la acción directa sobre la
emisión[33]. Quizás sea útil en este punto recordar la distinción efectuada por María Teresa Sirvent entre
participación real y simbólica. Para Sirvent, “la participación real ocurre cuando los miembros de una
institución o grupo a través de sus acciones ejercen poder en todos los procesos de la vida institucional: a) en la
toma de decisiones en diferentes niveles, tanto en la política general de la institución como en la
determinación de metas, estrategias y alternativas específicas de acción; b) en la implementación de las
decisiones; c) en la evaluación permanente del funcionamiento institucional. La participación simbólica asume
dos connotaciones: una, al referirse a acciones a través de las cuales no se ejerce, o se ejerce en grado mínimo,
una influencia a nivel de la política y del funcionamiento institucional; otra, el generar en los individuos y
grupos comprometidos la ilusión de ejercer un poder inexistente”[34].

La comunicación alternativa no escapa a estas transformaciones, comenzando a aparecer en los ’90


concepciones que plantean la importancia de los medios alternativos en función de su carácter de
representantes e interpretantes de las necesidades de todos aquellos sectores de la sociedad excluidos del
tejido mediático. La participación ya no aparece ligada al medio en sí mismo, sino a la intervención en la
construcción del discurso social fabricado por los medios de comunicación, de allí que aparezcan con fuerza
nociones como competencia, eficiencia y estética, que no ocupaban un lugar central en las reflexiones sobre
comunicación alternativa, desplazando del análisis los problemas relacionados con la participación real, las
formas organizativas y la propiedad.

Para finalizar este apartado introduciremos una última tensión, muy importante para la comunicación
alternativa, y es la que se expresa en el par desigualdad/diferencia.

Como se desprende con claridad de la lectura sobre las corrientes fundadoras, la praxis de la comunicación
alternativa se desarrolla históricamente en la lucha contra la desigualdad (económica, política, educacional,
etc.), la cual se evaluaba como una condición estructural del capitalismo, por ello la posibilidad de construcción
de una sociedad más justa, una sociedad realmente democrática e igualitaria, pasaba por la destrucción del
sistema y su reemplazo por otro, básicamente, un modelo de organización socialista. La caída del muro de
Berlín en noviembre de 1989, y con ella la puesta en crisis de los socialismos “reales”, activa una serie de
modificaciones sobre las concepciones centrales del pensamiento moderno, algunas de las cuales ya se
insinuaban con anterioridad. La crisis del modelo de participación política a través del sistema de partidos, el
renovado impulso de los movimientos sociales y la hegemonía, casi sin contrapesos, del modelo neoliberal, que
trasciende el campo económico, caracterizarán la década del ’90. En lo que respecta a la comunicación
alternativa, ésta comenzará a asociarse con las formas de expresión que emplean para sus reivindicaciones los
diversos movimientos sociales. Publicaciones periódicas, programas de radio y televisión, que se producen a
partir de la iniciativa de determinados sectores de la sociedad que se agrupan en función de alguna
característica común, por ejemplo el género, la elección sexual o la etnia. Lo alternativo se instala en la lucha
por el derecho a la diferencia; una sociedad democrática será aquella capaz de respetar e integrar al diferente.

La relación desigualdad/diferencia se plantea como una tensión dado que es fácil observar como muchas veces
el reclamo por la integración del diferente se agota en sí mismo, sin trascender el estrecho marco de la
reivindicación particular, olvidando los condicionamientos estructurales de un sistema que día a día profundiza
las relaciones de desigualdad. La resolución de esta tensión, en lo que a la comunicación alternativa refiere,
pasa por articular los términos del binomio, ampliando el campo de la acción política y reconociendo que no
existe respeto al diferente sino se resuelve, en un mismo movimiento, su situación de desigualdad.

Es posible distinguir otras tensiones, pero sólo las dejamos planteadas ya que pueden ser fácilmente
deducibles de lo hasta aquí desarrollado, por ejemplo dominación/hegemonía,
descentralización/centralización, política/estética.

El concepto

Uno de los grandes problemas con que nos encontramos al abordar los textos sobre comunicación alternativa,
es la ausencia de una definición consensuada sobre la misma, lo cual se traduce en serias dificultades a la hora
de proponer criterios de inclusión y exclusión sobre el conjunto de las prácticas comunicacionales que se
desarrollan, principalmente, al margen de los medios masivos de comunicación. Qué es comunicación
alternativa, sigue siendo hoy una pregunta de difícil respuesta. Los investigadores españoles Mar de
Fontcuberta y J. L. Gómez Mompart dicen al respecto: “Lo alternativo, a tenor de las experiencias concretas, ha
ido cambiando según el sistema social y político en que se desarrollan los medios que se utilizan para
comunicar, el énfasis que se aplica al dar prioridad al emisor, al medio o al receptor, los objetivos que persigue,
etc. Ello hace que, en muchas ocasiones, se entiendan y definan como alternativas experiencias opuestas. Una
de las apreciaciones que debe hacerse es que lo alternativo hasta ahora existe como una praxis más que como
una corriente teórica (...) es necesaria, pues, una pluralidad de lectura de los textos porque es fundamental
entender lo alternativo como un proceso abierto y nunca como modelo cerrado”[35]. La amplitud de esta
perspectiva ha motivado una explosión de términos que intentan dar cuenta de conjuntos diferenciales de
prácticas unidas por características comunes. La investigadora brasileña Regina Festa llegó a identificar treinta
y tres denominaciones diferentes, por ejemplo: comunicación popular, participativa, emancipadora,
comunitaria, grupal, de base, de resistencia, liberadora, democrática, etc[36]. Visto de esta manera, podríamos
hablar del campo de la comunicación alternativa, al interior del cual es posible distinguir una gran cantidad de
subcampos, cada uno con sus lógicas particulares de funcionamiento. Igualmente una hipótesis de este tipo
necesita de más profundas investigaciones.

Ahora bien, si nos atenemos a criterios de orden epistemológico, “los conceptos son términos cuyo contenido
de significación puede definirse sin ambigüedad. Las nociones, en cambio, se caracterizan precisamente por su
ambigüedad, por su carácter frecuentemente figurado y por sus resonancias connotativas incontroladas. Como
principio, los conceptos pueden ser formalizados y sistematizados, mientras que las nociones son rebeldes a
esos procesos”[37]. Ubicándonos a este nivel, el término comunicación alternativa, dadas las dificultades de
formalización y sistematización, más que como un concepto se configura como una noción.

Escapa a las posibilidades de este trabajo el dar cuenta de la gran cantidad de intentos que se han realizado en
el camino por instituir una definición de la comunicación alternativa, pero si algo debe quedar en claro es que
existe un hilo conductor que históricamente enhebra al conjunto de prácticas comunicacionales que, de una
manera u otra, alguna vez han sido definidas como alternativas. Ese ingrediente en común que las unifica es la
búsqueda de la transformación social. Esta es la base a partir de la cual es necesario comenzar a reflexionar
sobre la actualidad de la comunicación alternativa y sus posibilidades de desarrollo en el marco social que
impone la hegemonía neoliberal, rescatando el principio fundamental que siempre ha impulsado a la
comunicación alternativa, ser un instrumento de acción para los sectores históricamente marginados del
ejercicio del poder.

Notas
[1]
Orozco Gómez, Guillermo. “Presentación. Del recuento de las experiencias radiofónicas a la recreación de la utopía
latinoamericana” en Peppino Barale, Ana María, Radio educativa, popular y comunitaria en América Latina, Plaza y Valdés
Editores, México, 1999. Pág. 17
[2]
Fontcuberta, Mar de y Gómez Mompart, J.L. Alternativas en comunicación, Editorial Mitre, Barcelona, 1983. Pág. 22.
Al respecto ver Enzensberger, Hans. Elementos para una teoría de los medios de comunicación, Ed. Anagrama, Barcelona,
1971. Pág. 22
[3]
Cassigoli, Armando. “Sobre la contrainformación y los así llamados medios alternativos” en Simpson Grinberg, Máximo
(comp.) Comunicación alternativa y cambio social, Premia Editora, México, 1986. Pp. 67-68.
[4]
Cfr. Fox, Elizabeth. “La herencia del fracaso” en Rev. Telos Nº 19, Madrid, Septiembre/Noviembre 1989.
[5]
Graziano, Margarita. “Para una definición alternativa de la comunicación” en Rev. ININCO Nº 1, Venezuela, 1980. Pág.
71.
[6]
Cfr. Reyes Matta, Fernando. Comunicación alternativa y desarrollo solidario ante el mundo transnacional. ILET, México,
1981. Citado en Fontcuberta, Mar de y Gómez Mompart, J.L., op. cit., Pp. 23-24.
[7]
Peppino Barale, Ana María. Radio educativa, popular y comunitaria en América Latina, Plaza y Valdés Editores, México,
1999, pág. 123.
[8]
Ibidem, pág. 126.
[9]
Esteinou Madrid, Javier. “La utopía de la comunicación alternativa en el aparato dominante de la cultura de masas” en
Simpson Grinberg, Máximo (comp.) Comunicación alternativa y cambio social, Premia Editora, México, 1986. Pág. 72.
[10]
Aplicamos este concepto en su definición marxista, que lo entiende como un proceso dialéctico continuo entre acción y
reflexión (acción reflexionada/reflexión actuada)
[11]
Sunkel, Guillermo. “Las matrices culturales y la representación de lo popular en los diarios populares de masa. Aspectos
teóricos y fundamentos históricos” en Razón y pasión en la prensa popular, Santiago de Chile, ILET, 1985. Pág. 40
[12]
Peppino Barale, Ana María. Op. cit. Pág. 143.
[13]
Brecht, Bertolt. “Teoría de la Radio (1927-1932)” en Bassets, Lluís (comp.), De las ondas rojas a las radios libres,
Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1981. Pp. 56-57.
[14]
Pasquali, Antonio. Comunicación y cultura de masas, Monte Avila Editores, Caracas, 1976, 3ª edición. Pág. 49.
[15]
Ibidem, pág. 65.
Paréresis: Término derivado del griego parairéo, que refiere la tentativa de sustraer, empequeñecer, adueñarse y alienar
(al receptor), como función básica de un decir ordenando que no admite respuesta.
[16]
Ibidem, pág. 78.
[17]
Simpson Grinberg, Máximo. “Comunicación alternativa: Tendencias de la investigación en América Latina” en Simpson
Grinberg, Máximo (comp.) Comunicación alternativa y cambio social, Premia Editora, México, 1986. Pp. 32-33.
[18]
Enzensberger, Hans. Elementos para una teoría de los medios de comunicación, Editorial Anagrama, Barcelona, 1971.
Pág. 12.
[19]
Ibidem, pág. 43.
[20]
Cfr. Baudrillard, Jean. Crítica de la economía política del signo, Siglo Veintiuno Editores, México, 1987, 7ª edición en
español. Pp. 194-223.
[21]
Mattelart, Armand y Piemme, Jean-Marie. La televisión alternativa, Editorial Anagrama, Barcelona, 1981. Pág. 86.
[22]
Ibidem, pág. 87.
[23]
Ibidem, pág. 87.
[24]
Mattelart, Armand y Mattelart, Michele. Pensar sobre los medios, Fundesco, Madrid, 1987. Pág. 103.
[25]
La ausencia de reflexión sobre este tópico se explica a partir de la preeminencia de los análisis manipulatorios, como
bien explica Enzensberger, y que en América Latina se relacionan con el desarrollo de la Teoría de la dependencia.
Básicamente el problema que implicaba la utilización de los medios masivos (en un estadio superior de desarrollo del
movimiento popular), se resolvía planteando la necesidad de producir una modificación en sus contenidos, derivando en
planteos muy próximos al funcionalismo, pero de signo contrario.
[26]
Mattelart, Armand y Mattelart, Michele. Op. Cit. Pág. 104.
[27]
Cfr. Lins da Silva, Carlos Eduardo. “Las brechas de la industria cultural brasileña” en Festa, Regina y Lins da Silva, Carlos
Eduardo, Comunicación popular y alternativa, Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1986.
[28]
Cfr. Simpson Grinberg, Máximo. “Comunicación alternativa: Dimensiones, límites, posibilidades” en Simpson Grinberg,
Máximo (comp.) Comunicación alternativa y cambio social, Premia Editora, México, 1986.
[29]
Ibidem, Pp. 153-154.
[30]
Graziano, Margarita, Op. Cit., pág. 72.
[31]
Simpson Grinberg, Máximo. “Comunicación alternativa: Tendencias de la investigación en América Latina”, Op. Cit.,
pág. 35
[32]
Findling, Liliana y Tamargo, María del Carmen. Planificación, descentralización y participación: Revisión y crítica,
Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), colección Cuadernos, Buenos Aires, 1992. Pág. 23.
[33]
Cfr. Landi, Oscar. Devórame otra vez. Qué hizo la televisión con la gente. Qué hace la gente con la televisión, Editorial
Planeta, Buenos Aires, 1992.
Al respecto también puede consultarse Verón, Eliseo, “Zapping, zipping, flipping, grazing”, Buenos Aires, Clarín,
Suplemento Cultura y Nación, 24 de octubre de 1991.
[34]
Sirvent, María Teresa. “Estilos participativos: ¿sueños o realidades?”, Revista Argentina de Educación Nº 5, Asociación
de Graduados en Ciencias de la Educación, Buenos Aires, 1983. Pág 46
[35]
Fontcuberta, Mar de y Gómez Mompart, J.L. Op. Cit., pág. 20.
[36]
Cfr. Fuentes Navarro, Raúl. Un campo cargado de futuro. El estudio de la comunicación en América Latina, Felafacs,
México, 1992. Pp. 169-170.
[37]
Giménez, Gilberto. “La teoría y el análisis de la cultura. Problemas teóricos y metodológicos” en González, Jorge y
Galindo Cáceres, Jesús, Metodología y cultura, México, pensar la cultura, 1994. Pág. 34.

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