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SAGA

DE LOS DEVONSHIRE
PIEL DE LUNA


MARY ELIZABETH









Maria Isabel Salsench Ollé
Se prohíbe la copia total o parcial de la obra, ni su incorporación a un sistema informático o por
cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico o por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el
permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede constitutiva de un
delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y Siguientes del Código Penal)


Tabla De Contenidos

Piel de Luna
Nota Legal
Introducción
Prólogo
Epílogo
Otros títulos del autor







“Hay libros cortos que, para entenderlos como se
merecen, se necesita una vida muy larga.”
Francisco de Quevedo
PRÓLOGO
1840. Dos años después de que iniciara la era victoriana. Chatsworth
House, Inglaterra.
Los Duques de Devonshire, eran una de las familias más prestigiosas de la
aristocracia inglesa; eran inmensamente poderosos y ricos, además de poder
presumir de tener una reputación intachable. Como no se esperaba menos,
disponían de numerosas propiedades tanto en la ciudad como en el campo; no
obstante, la más majestuosa era la mansión de Chatsworth House - una
imponente construcción rodeada por hectáreas de prados y de bosques -
considerada la residencia habitual de la familia.
Sus salones albergaban una fabulosa colección de obras de arte, las cuales
habían alentado a la querida Audrey a desarrollar una extraña afición por la
pintura, no era un pasa tiempo común entre las Señoritas de la aristocracia
inglesa, pero nunca nadie se lo recriminó a parte de su madre, por supuesto. Se
podía decir que ese era el único “defecto” que la preciosa Audrey poseía, puesto
que en su temprana edad se había convertido en una perfecta dama inglesa:
educada en etiqueta, música, costura, danza y francés. Además de poseer unos
modales en sociedad impolutos, nunca se había podido hablar mal de ella y no
era porque la sociedad inglesa fuese precisamente indulgente o que ella pasara
inadvertida; al contrario, desde que había sido presentado en sociedad -el año
anterior- todas las miradas habían recaído en ella siendo así el foco de atención.
Y no era para menos, puesto que era la primera hija de la acaudalada familia
Cavendish. No sólo poseía una dote inmensa y un apellido prestigioso, sino que
poseía una belleza única e incomparable.
Su pelo cual azabache negro en contraste a su piel perlada, la habían
convertido en la beldad de la temporada, aunque no cumpliera el prototipo de la
época, el cual requería ser rubia. Nadie comprendía cómo una joven como ella
no se había casado todavía, no fue por falta de propuestas, desde luego que no.
Ese pequeño detalle era el único que habría podido encender la mecha de los
rumores; sin embargo, Audrey transmitía tanta serenidad y templanza que nadie
se había atrevido a mencionar ese suceso en público.
En cambio, en el núcleo familiar, las aguas no estaban tan apaciguadas ya
que la Duquesa de Devonshire -Elizabeth Cavendish- se mostraba inquieta y
cuestionaba a su hija el porqué de su declinación al sin fin de apuestos caballeros
que habían pedido su mano. El padre, cariñoso y permisivo, no había querido dar
la mano de su querida hija sin el consentimiento de la misma; pero si hubiera
sido por Elizabeth, la joven ya ostentaría el apellido del Duque de Walton o del
de Cornualles sin importar lo más mínimo su opinión al respecto.
El Duque de Devonshire-Anthon Cavendish-era un hombre que, a pesar de
su edad, aún conservaba buen porte y elegancia: era alto, fornido, con el pelo
negro y dos pequeños océanos suavizaban sus endurecidas facciones; su
primogénita, era su fiel copia, no sólo en porte sino en personalidad. A pesar de
no tener un heredero, Anthon nunca se había lamentado por ello, siempre decía
que sus cinco hijas eran lo mejor que había tenido en su vida y siempre las
colmaba tanto de afecto como de atenciones.
No obstante, su esposa, siempre se había lamentado de haber engendrado
sólo a “damas inútiles”, como solía decir. La rígida Elizabeth Cavendish, fue
una beldad en su juventud y la debutante estrella de su temporada, de hecho, aún
conservaba su impresionante melena dorada y su esbelto cuerpo; sin embargo, su
personalidad avinagrada y su carácter excéntrico opacaban su belleza externa. La
única preocupación de la Duquesa era la de educar y formar a sus hijas como a
mujeres comedidas y sumisas que pudieran ser vendidas al mejor postor y, el
mejor postor, significaba un caballero poseedor de título y dinero para que, al
menos, pudiera asegurarse su propio futuro si su marido algún día la dejaba. Ya
que la falta de un heredero le haría depender de la compasión de sus yernos;
debido a eso, Elizabeth, impartía una disciplina y educación estrictas exentas de
cualquier muestra de afecto.

Capítulo 1-Encuentro inesperado


Audrey se encontraba en los jardines, concretamente en su parte del jardín,
ella expresamente había ordenado a los sirvientes plantar gardenias en ese lugar
de forma ordenada y precisa; cerca, se encontraba el gran lago, donde sus cuatro
hermanas disfrutaban de la barquita que la pobre Señorita Worth intentaba
dirigir. Desde su banqueta, observaba la situación y reflexionaba como sería su
vida lejos de ahí una vez contrajera nupcias.
Sabía perfectamente que su madre no descansaría hasta que se casara en esa
misma temporada, la cual sólo faltaba una semana para que empezara. La pasada
temporada, hubo decenas de solicitudes para ella, pero ninguna le había
convencido. Todos los jóvenes que había tenido el placer -si es que podía
llamarse así-de conocer le habían parecido faltos de carácter e insulsos.
Sabía que soñar con un matrimonio con amor era cosa de esas novelas que su
hermana Gigi solía leer, no era ese el motivo por el cual no había aceptado a
ningún honorable caballero. A ella no le importaban esas cosas- sólo anhelaba un
hombre que la respetara- no quería quedar en un segundo plano cuando se
casase, y ninguno de esos caballeros la hubiera tomado en cuenta más que para
engendrar a un heredero. Quería hacer algo con su título, no sólo ostentarlo,
quería usarlo.
- ¡Audrey! – nombró la hermana que la seguía, Elizabeth, o como todos la
llamaban, Bethy - ¡Audrey! ¡Acércate y sube al bote con nosotras!
- ¡No creo que pueda subirme Bethy! ¡No llevo el vestido adecuado, este es
muy pesado! – respondió ella con una voz modulada, ataviada con un vestido de
volantes color crema y con una cofia para que el sol no manchara su impoluta
piel.
- ¡No importa! ¡Nosotras te ayudaremos, no seas aburrida hermanita! - instó
la pequeña Liza.
Audrey no quiso desanimar a la más pequeña de sus hermanas, Liza, la cual
había padecido una larga enfermedad de sarampión y era la primera vez en
varios meses que salía; por ese motivo y sólo por ese, fue que decidió levantarse
y acercarse al lago mientras la Señorita Worth -la institutriz de las damas- hacía
esfuerzos para acercarse a la orilla y poder ayudarla a subir. La mayor no
terminaba de concebir la idea de embarcarse en ese velero, pero ver la sonrisa de
su pequeña Liza fue lo que la animó a empezar a poner un pie dentro de ese bote
tambaleante con la ayuda de Georgiana y de Karen.
Cuando ya creía que lo tenía hecho, el bajo del vestido se quedó enganchado
con un clavo mal puesto y perdió el equilibrio; segundos después, se vio
zambullida en la fría agua del lago y sólo escuchaba los gritos de la Señorita
Worth, las risas de Georgiana y de Karen, el llanto de Liza y los gritos de auxilio
de Elizabeth. Sin embargo, de golpe, notó unas manos fuertes que la salvaron de
una posible asfixia entre los pliegues de su falda acompañados por bocanadas de
agua.
Cuando pudo haber expulsado toda el agua que había tragado y respirar,
levantó la mirada para vislumbrar a su salvador: un hombre con el rostro más
bello que jamás había visto.
- ¿Se encuentra bien? - interrogó el dueño de ese rostro, con voz grave, al
mismo tiempo que sus hermanas y la institutriz bajaban del bote lo más rápido
posible y se acercaban a ella corriendo.
Cuando su hermana, Liza, se tiró a sus brazos fue cuando reaccionó y pudo
contestar al misterioso caballero que la había rescatado.
-Sí, gracias- consiguió responder de la forma más firme posible a pesar de la
confusión y del frío.

Capítulo 2-Presentación
Entraron en la gran mansión con Audrey empapada de arriba a abajo y
ayudada por el brazo fuerte de ese caballero que seguía siendo un desconocido
para ella, aunque intuía que debía ser un noble por sus ademanes refinados,
aunque no pomposos.
- ¡Dios mío Audrey! ¿Qué te he ha pasado? ¡Rápido! Preparen una tina de
agua caliente y súbanla a su habitación- ordenó la madre con notable
nerviosismo y preocupación- ¿Cómo has podido ponerte así? Desde luego
esperaba esto de Karen o de Georgiana, pero nunca de ti.
-Madre – intervino Elizabeth –Audrey sólo quería contentar a nuestra
hermana pequeña subiendo al bote con nosotras, pero su vestido se enganchó y
cayó al agua, tuvimos suerte de que este respetable señor nos ayudara.
Entonces, todas las miradas recayeron encima del alto y apuesto joven que
esperaba despreocupado en un rincón del vestíbulo. Su pelo castaño claro
brillaba con los rayos de sol que entraban por los ventanales y sus ojos celestes
podían intimidar a cualquier hombre o mujer que se interpusiera en su camino.
Por sus espaldas anchas, se deducía que debía ser un hombre acostumbrado a
realizar esfuerzos físicos, seguramente debido a su posición, debía ser un
integrante del ejército. La Duquesa de Devonshire no pudo reconocer al joven,
por lo que muy discretamente empezó:
-Muchas gracias Lord…
-Lord Seymour, futuro Duque de Somerset y Teniente de la armada-
respondió el Duque de Devonshire, el cual entraba sonriente en ese preciso
instante- el joven Seymour, ha venido a visitarme hoy para informarme de unos
asuntos de Estado y mientras dábamos un agradable paseo, hemos divisado la
inminente catástrofe de mi querida Audrey- relató mientras se acercaba a su hija
y le acariciaba el pelo cariñosamente- por eso, Edwin fue a su rescate mientras
yo llevaba los caballos al establo.
-Oh, muchas gracias Lord Seymour, le estamos muy agradecidos por su
ayuda. Le presento a mi hija mayor Audrey Cavendish - dijo la Duquesa sin
ningún reparo.
Audrey, que aún no había dirigido la palabra a su salvador porque no habían
sido debidamente presentados, lo miró todo lo firme que pudo y consiguió decir:
-Encantada y déjeme agradecerle su oportuna intervención en el lago- ofreció
su mano para ser besada como correspondía.
El caballero dotado de unas formas tan impolutas como ella, hizo una sutil
reverencia al mismo tiempo que besaba el suave dorso de su mano enguantado
y… ¡empapado!:
-Ha sido un placer poder ayudar a una dama en apuros, pero déjeme decirle
Lady Cavendish, que estoy sufriendo de una terrible preocupación por vos. ¿No
va a padecer de fiebres si sigue sin ir a cambiarse de vestuario? - dijo mirándola
fijamente a los ojos con una mirada difícil de entender.
De pronto, sus mejillas se sonrojaron al advertir que todo el vestido aún
estaba empapado y que estaba pegado a su cuerpo mucho más de lo debido.
¡Dios mío! La obsesión de su madre por encontrarle un buen candidato ya estaba
pasando de castaño a oscuro. No podía ser que su madre la hubiera presentado
en ese estado.
Con toda la calma que consiguió reunir, se despidió sólo como una Reina lo
haría y subió todo lo rápido -que las normas del decoro le permitieron-esas
escaleras que se le hicieron infinitas. Cuando llegó a la habitación no esperó a
que su doncella le ayudara a quitarse el vestido, y con una rabia que supuraba
por los poros se despojó de corsé y enaguas mientras odiaba profundamente a su
“salvador”, el cual sólo la había considerado una dama en apuros a la que
reprender en público.
En la tranquilidad de la tina de agua caliente, rememoró lo sucedido una y
otra vez hasta comprender que, en realidad, se había sentido cómoda en los
brazos de ese tal “Edwin”.













Capítulo 3-Él
Edwin Seymour, futuro Duque de Somerset, se encontraba sentado en uno de
los majestuosos sillones de la mansión de Chatsworth House- en la que se
quedaría al menos dos días más- por expresa invitación de la Duquesa de
Devonshire; le había resultado imposible rechazarla, puesto que había sido en
motivo de agradecimiento.
Lo cierto era, que no le gustaba para nada tener que quedarse apartado de la
ciudad cuando tenía tanto trabajo, pero si había algo que primaba por encima
cualquier cosa eran las normas de cortesía. Y hubiera sido muy descortés negar
la petición de una Duquesa.
Él mismo, pronto ostentaría dicho título, recién cumplidos los treinta años no
había hecho nada más que trabajar cómo si ya fuera poseedor de un Ducado.
Con su padre enfermo y su madre ya muerta desde hacía mucho, se había tenido
que ocupar él mismo de la administración y gerencia del patrimonio desde una
temprana edad. Casi no había tenido tiempo para bailes ni ceremonias, por eso
no le extrañó que Elizabeth de no lo hubiera podido reconocer.
Era un hombre de impoluta reputación, pero siniestro; distaba mucho de ser
el caballero perfecto- Edwin Seymour- era cínico y tal parecía que detrás de esa
sonrisa y ese andar despreocupado escondiera algo.
No esperó que su ayuda de cámara lo ayudara para empezar a sacarse la
camisa, dejando así a la vista su torso viril y musculado. En la espalda, tenía dos
cicatrices que le habían dejado las dos guerras en las que tuvo que participar; no
le gustaba la guerra, pero su posición cercana al Rey le había prácticamente
obligado a formar parte del ejército como teniente. Todos sus amigos, alababan
su destreza en el campo, su mente fría y su puntería, pero para él eso no
significaba nada; cuando estaba en el campo de batalla, sólo pensaba en cumplir
con su deber nunca en ganar honores o distinciones.
Sus amigos muchas veces lo instaban a salir y divertirse, pero él prefería
quedarse en casa trabajando, en su mundo. No podía negar que tenía sus amantes
y sus noches de lujuria, pero nada que para un hombre de su posición no fuera
normal y necesario.
De pronto, sonaron unas estridentes risas femeninas seguramente providentes
de las hijas del Duque.
“Pobre Duque”, se dijo a sí mismo, pensando cómo era posible que un
hombre viviera en una casa en la que sólo había mujeres. Si hubiera sido él,
hubiera probado con otras esposas para poder engendrar a un varón, nunca
entendería como un hombre podía dejar perder su legado, su fortuna, su
tiempo…por amor. Para él, el amor era pasar una noche con la despampanante
rubia providente del este de Europa -Ludovina- la cuál aplicaba unas técnicas
amatorias en la cama que lo dejaban más que satisfecho y si algún día se casaba
sería -sola y únicamente-para asegurarse su descendencia, nunca dejaría que su
futura esposa interfiriera en sus planes de vida.
Aunque siempre le habían gustado las féminas rubias, tenía que reconocer
que esa tarde la joven Cavendish le había hecho ver que una mujer de pelo
oscuro podía ser igual o más seductora. Una ninfa de piel blanca como la luna y
el pelo como la noche se le había presentado delante con un vestido que dejaba
muy poco a la imaginación y dejaba entrever unas curvas más que generosas.
Pero lo que había provocado en él una excitación desmesurada, fue el percatarse
que con todo el movimiento de la barca y del agua, el corsé de la Lady
Cavendish había menguado. Rápidamente apartó ese recuerdo de la memoria si
no quería encontrarse otra vez con el mismo estado y sin ninguna amante con la
que saciarse.
-Lord Seymour- resonó una voz de barítono al mismo tiempo que unos
toques estudiados en la puerta resonaban en el interior de la recámara.
-Pase.
-Buenas noches señor. Soy John, su ayudante de cámara, me han informado
que la cena se servirá dentro de diez minutos, ¿quiere que le ayude a preparase?
Después de diez minutos estaban los Duques, su primogénita y él, sentados
en la gran mesa de roble compartiendo un ternero asado y unas exquisitas
viandas preparadas con cariño por la Señora Poths, la antigua cocinera de la
familia. Las hermanas menores no estaban presentes puesto que aún no habían
sido presentadas en sociedad y no era adecuado que a esas horas de la noche
conversaran y comieran ya que no estaban preparadas para ello; aunque, eso
había supuesto una regañina entre madre y Elizabeth, que sólo le faltaba un año
para su debut.
Como era de esperar, habían sentado a Audrey justamente delante de Edwin,
por si había alguna remota posibilidad de que no se mirasen durante la cena.
“Gracias mamá”, se dijo Audrey a sí misma la cuál a pesar de la sencillez
del vestido que la situación requería, se veía radiante. Había escogido junto a su
doncella, un vestido color celeste ajustado de cintura y con encaje azul turquesa
en la altura del pecho mientras la falda caía con gracia dándole un aire
sofisticado.
-Cuéntenos, ¿cómo es Italia?, he oído que ha estado usted ahí recientemente
Lord Seymour- preguntó con curiosidad Anthon.
- Es un país caótico pero lleno de buenas oportunidades para los negocios, la
verdad es que he podido descubrir muchas cosas interesantes. Lo mejor de todo
es el clima, hay un clima muy beneficioso para la salud.
-Yo estuve en España hace muchos años me imagino que debe ser parecido,
pero me gustaría ir y ver qué puede ofrecer.
Mientras los dos hombres hablaban de política, Audrey cada vez estaba más
nerviosa, aunque sabía que externamente sólo se podría intuir serenidad y
templanza por dentro ya no podía aguantar más; no sabía hacia donde mirar,
cada vez que se encontraba con los ojos de Lord Seymour se sentía como una
caza maridos y si estaba mucho tiempo mirando el plato parecía una glotona.
¿Por qué su madre se empeñaba en hacerle sufrir tan incomodas situaciones? Ese
hombre iba a darse cuenta de las intenciones de su madre, o peor aún, podría
pensar que era ella misma la que tenía intenciones de pescarlo y nada más lejos
de la verdad. De lejos, se veía que era un hombre de tormentoso carácter, poco
dado a la igualdad entre géneros, egoísta y cínico. Si algo tenía como ventaja,
era que sabía calar muy bien a las personas y esa no había sido una excepción.
Finalmente, y dando gracias a Dios, la cena terminó y todos los comensales
se retiraron a sus aposentos sin ningún hecho relevante más que el de una
conversación de política entre dos caballeros, una Duquesa frustrada por las
pocas intenciones de entablar conversación por parte de su hija y una Audrey
con los nervios más crispados que nunca.
Al término de dos horas Edwin se encontraba en la enorme cama sin poder
conciliar el sueño.
¿Qué le pasaba? No podía dormir, sólo pensaba en la joven Cavendish y su
ceñido vestido celeste. Sólo pensaba en descubrir que escondía ese encaje. Eso
no le podía estar pasando, durante la cena había notado sus miradas furtivas y si
no fuera porque estaban los Duques delante, habría saltado encima de ella como
si de un depredador se tratara. Para que lo mirara fijamente a los ojos y se dejara
de vacilaciones.
A decir verdad, ni si quiera le caía en gracia esa Señorita Remilgada, a leguas
se veía que era la típica dama recta y, a su gusto, demasiado fría y bien puesta.
Con la intención de aplacar ese insomnio, decidió ponerse la bata y bajar al
salón para servirse una copa de coñac al lado de la chimenea donde había un
cómodo sillón rojo en el que sentarse.















Capítulo 4-Extraña complicidad
El crepitar de la leña en la chimenea y esa segunda copa de coñac- que
amenazaba ser ya la última- habían logrado apaciguar al vigoroso Edwin
Cavendish. De hecho, empezó a notar como los parpados iban sucumbiendo al
peso de la gravedad.
Sentado en ese sillón observó la majestuosidad del salón decorado con una
moqueta aterciopelada con mosaicos verdes y dorados, sillones tapizados con la
más fina seda y espectaculares lámparas de cristal. Siempre había escuchado que
Chatsworth House era toda una proeza del buen gusto inglés, pero ahora lo había
podido constatar con sus propios ojos.
El palacio de su Ducado-Somerset- no se quedaba atrás en majestuosidad,
pero quizás sí que lo hacía en cuanto a modernidad. Había que reconocer que la
Duquesa de Devonshire hacía un gran trabajo y tenía un gran gusto.
Se percató que el fuego de la chimenea ya estaba prácticamente consumido y
decidió que ya era hora de retirarse a sus aposentos. Guiándose tan sólo por la
tenue luz de la luna empezó a andar en dirección a la gran puerta de roble, pero
qué sorpresa cuando vio que ésta de pronto se abrió y una silueta femenina con
paso decidido se adentraba en la sala.
Lo caballeroso y adecuado hubiera sido que inmediatamente con una
disculpa se hubiera retirado de la estancia, pero el deseo ferviente de que esa
misteriosa mujer fuera su Lady Remilgada lo hizo sentarse en uno de los sillones
más apartados observando la escena.
La sombra femenina iba cogiendo, a medida que se acercaba a los
ventanales, más forma humana gracias a la luz de la luna. Cuando ésta se posó
enfrente del ventanal, por fin pudo ver su deseo hecho realidad, allí estaba ella:
Audrey Cavendish, compitiendo con la belleza de una noche con luna. Su larga
caballera negra caía de forma seductora hasta sus caderas mientras que el
camisón blanco que llevaba dejaba muy poco a la imaginación.
Edwin se quedó inmóvil, en ese sillón, observándola en silencio y
reprimiendo el impulso de acercarse a ella, porque sabía que, si se acercaba, no
sería dueño de su cuerpo. Así que- silenciosamente- se dispuso a hacer lo más
sensato, salir de ahí. Pero un susurro no lo dejó avanzar más de dos pasos:
-Tish, ¿dónde estarás? -musitó una preocupada Audrey para sí misma.
Entonces reparó que la joven parecía estar buscando algo en el exterior de la
mansión y se la veía terriblemente preocupada. ¿No era de caballeros ayudar a
una dama en apuros? Decidió volver sobre sus pasos y engañarse a sí mismo
diciéndose que lo hacía por el bien de la joven dama:
-Disculpe Lady Cavendish, pasaba por delante del salón y no he podido
evitar verla aquí de pie mirando hacía los jardines, ¿me permite ayudarla? - dijo
intentando hacer parecer que esa situación era de lo más habitual.
Audrey se quedó petrificada. Edwin Seymour en el mismo salón que ella y
ataviado con una simple bata que dejaba parte de su fuerte torso a la vista. Lo
primero que se le ocurrió responder, era que la única manera en la que podría
ayudarla sería saliendo inmediatamente de esa sala, sin embargo, su
preocupación por su amado perro era mayor que el pudor que pudiera sentir en
esos momentos.
-Lord Seymour, deberá extrañarle verme en medio del salón a las dos de la
noche, pero estoy angustiada por mi perro Tish. Normalmente, siempre está en
mi habitación y duerme a mi lado desde que tengo seis años, pero esta noche no
lo he visto así que me preguntaba si estaría en el exterior. Puede ser que el Sr.
Gibbs, nuestro mayordomo, lo haya dejado fuera sin querer-como ya es mayor-a
veces no se da cuenta.
Así que era eso, Lady Remilgada tenía sentimientos y esos sentimientos
estaban depositados en un can de nombre Tish. Debía de importarle mucho ese
animal para no haber pedido a un lacayo que lo buscara, había salido ella misma
para encontrarlo. Era una muchacha determinada; aunque él no era partícipe de
coger tanto aprecio a un animal, en la última década se había puesto muy de
moda que las damas disfrutaran de la compañía de los perros. Incluso se había
vuelto un símbolo de distinción, tanto así, que la Reina Victoria había sido
retratada con su perro Tish recientemente.
-Señorita, ¿no sería mejor que avisara a su doncella para que ésta diera la
orden de buscarlo? Estoy seguro de que sus sirvientes estarán más que
dispuestos a encontrarlo.
-Usted no lo entiende Señor, déjeme decirle que mi Tish sólo responde a mi
llamada e incluso en numerosas ocasiones le teme a quien no conoce, por eso no
puedo confiar esta tarea a un sirviente cualquiera. Tengo que ser yo misma quien
lo encuentre.
-Entiendo, y, ¿no podría usted buscarlo mañana por la mañana? Ahora es
oscuro…
-Le agradezco sus consejos Lord Seymour, pero si no le importa seguiré
buscándolo – dijo con determinación dándole la espalda y yéndose a otro
ventanal.
- ¿No le han dicho nunca que la obstinación no es una buena cualidad en una
Señorita? - ¿Cómo podía ser que una niña no escuchara las palabras de un
teniente? Por mucho que fuera la hija de un Duque tenía que respetar la palabra
de un hombre más mayor y con galardones. ¿Pero qué hacía esa muchacha?
¡Ahora estaba abriendo el ventanal para salir al balcón! ¿Pero no veía que se iba
a resfriar? Con el paso firme de un teniente se decidió a salir y reprender la
conducta de una muchacha tan irresponsable, como dama tenía que deberse a
unos modales. Había escuchado que esa dama en cuestión era de una reputación
y educación intachables, pero lo único que estaba viendo era a una muchacha
obstinada.
Al salir al balcón, toda intención de reprenderla se marchitó al verla
totalmente desconsolada. La joven estaba sentada en uno de los bancos,
acurrucada y con la mirada puesta en los jardines mientras las lágrimas brotaban
de sus ojos. Parecía que la joven que había conocido hasta ahora se hubiera
evaporado. La chica recta, educada, impasible y fría ya no existía. Ahora estaba
viendo a una mujer vulnerable, con sentimientos y natural.
El futuro Duque decidió acercarse con todo el tiento que fue capaz de reunir.
- ¿Se encuentra bien Señorita? ¿Quiere que llame a alguien del servicio para
que la pueda ayudar?
- ¿Para qué? ¿Para que venga mi madre y me reprenda por mi
comportamiento? ¿Para qué me diga que deje esta niñería de mi Tish? Usted no
lo entiende Lord Seymour, Tish ha sido el único que siempre ha estado a mi
lado, el único que no me reprende por cada cosa que hago. Nunca pude
comportarme como una niña, jugar y divertirme sin preocuparme de manchar mi
vestido tal y como hacen los hijos de los sirvientes- relató una Audrey fuera de
sí, el haber perdido a su perro la había afectado profundamente, lo que para
muchos podía parecer una banalidad para ella significaba mucho.
El teniente alzó la vista hacía al jardín, estuvo un rato de pie, estudiando qué
debía decir o hacer ante esa confesión. Pero como si fuera una señal divina, a lo
lejos divisó a un perro acurrucado en un matorral. Ese debía ser el motivo del
desconsuelo de esa joven. Así que no dudó en bajar las escaleras hacía al jardín
y, a pesar del frío, cruzó más de cien metros. Al llegar a Tish no sabía si el
animal respondería positivamente a su presencia, pero lejos de lo que imaginó
éste se acercó a él moviendo la cola así que lo cogió en brazos, volvió a cruzar la
distancia que había recorrido y subió al balcón.
Por otro lado, Audrey no podía creer que el cínico de Edwin hubiera cruzado
parte del jardín para recuperar a su Tish. Al principio, cuando lo vio darse la
vuelta e irse pensó que, como era de esperar, iría a avisar a alguna doncella para
que se ocupara de ella, pero cuando vio que bajaba las escaleras y cruzaba el
jardín se quedó anonadada. De entrada, no entendió nada, pero cuando vio a su
querido perro en los brazos de él, la cordura volvió en ella. No sin sentirse más
que avergonzada por el lamentable espectáculo que acababa de dar delante de
ese petulante. Como siempre, lo único que habría querido -ese honorable
caballero- con ese acto era dárselas de caballero perfecto. Así que para cuando
Lord Seymour había subido las escaleras, Audrey volvía a estar de pie con la
espalda recta y el semblante impasible.
-Muchas gracias Lord Seymour, le estoy muy agradecida por su caballeroso
acto -dijo con cierto tono de sorna que sólo ella podía entender- así como
también le agradeceré el día de mañana su discreción en cuanto lo ocurrido-
estiró los brazos en espera de que depositara a Tish en ellos y así poder irse lo
más rápido posible de ahí.
Edwin se quedó estupefacto, cómo podía ser que en cuestión de unos pocos
minutos esa mujer volviera a ser Lady Remilgada, ¿Qué creía ella? ¿Qué había
pasado frío y cargado a un animal por el deber de ser un caballero? Estaba muy
equivocada, no sabía que era lo que lo había impulsado a hacer esa acción, pero
de lo que estaba seguro era que no había sido por su caballerosidad.
Caballerosidad, hubiera sido llamar a un sirviente para que fuera en busca de él.
Así que le entregó el perro y la siguió hasta el salón.
-Espere Lady Cavendish- dijo con un tono que intimidaría al más feroz
combatiente pero que, como era de esperar, Audrey no se intimidó.
- ¿Sí? – repuso ella con un tono desafiante encarándolo.
-Tiene usted una dignidad propia de una Reina, de esas que son innatas, pero
no puede negar lo sucedido hace tan sólo quince minutos; cuando usted se abrió
a mí, y déjeme decirle que le entiendo perfectamente cuando dice que ha pasado
toda la vida en función de las normas.
-Como ya he dicho, Lord Seymour, espero que todo este suceso quede
olvidado; aun así, le agradezco que encontrara a Tish. Y ahora, si me disculpa, es
hora de retirarme.
Ahí estaba ella: con un camisón, el pelo alborotado y las mejillas aún
empapadas en lágrimas mas hablando con templanza y la barbilla levantada.
Edwin la miraba asombrado, nunca había visto a una dama así. Cuanto más
la miraba, más se acercaba a ella. Y, aproximándose, llegó a rozar sus brazos,
molestándole el obstáculo que suponía Tish en medio de los dos. Por eso, cargó
al perro nuevamente y lo dejó sobre un sillón sin mediar palabra.
-Disculpe, ¿pero ¿qué…? - pero antes de que Audrey pudiera terminar la
frase, Edwin besó esos labios carnosos que lo invitaban al pecado. La besó y
puso su mano en su cintura, notando el suave tacto del camisón, atreviéndose a
apretar un poco más para poder notar la firme piel de esa beldad. Notó que
estaba helada, así que la acercó más a su cuerpo con un estirón seco, pero firme,
en un deseo irracional de proporcionarle calor.
Audrey, no sabía cómo actuar, quería empujarlo y propinar la cachetada que
se merecía a ese desvergonzado; pero no supo si era por el frío o por un extraño
deseo que jamás había sentido, que el calor de Lord Seymour le pareció lo más
placentero que había probado jamás. Sus labios, eran toscos, pero el movimiento
que hacía con ellos sobre los suyos era embriagador. Edwin le causaba una
calidez que empezaba a subirle por el bajo vientre haciéndole querer más.
Incluso se atrevió a colocar sus finas manos sobre su rudo cuello, pero de golpe
Edwin se separó de ella mirándola fijamente a los ojos.
-Si sigo, no pararé…- susurró él esperando la cachetada que se merecía. Le
sorprendió ver a una inamovible Audrey mirándolo fijamente, si no fuera por los
labios enrojecidos diría que jamás la había besado, ¿qué le pasaba a esa dichosa
mujer? ¿Acaso su beso la había dejado indiferente?
Ella se quedó mirándolo fijamente, lo único que pasaba por su mente
inexperta era que: al grandioso Lord Seymour no le había gustado el beso de una
niña y, por eso, se había separado tan rápido. ¿Qué podía saber ella de besos?
Seguro que él había conocido a muchas damas. Y seguro, que aquello que había
sentido ella, no lo habría sentido él; por eso, no quería demostrarle lo que
verdaderamente estaba sintiendo e intentó mostrarse lo más indiferente posible.
Así que, sin querer pasar más vergüenza de la que ya tenía, cogió a Tish y se
fue dejando a un Edwin más ferviente y desencajado que nunca. Si fuera por él,
la habría perseguido y le habría hecho todo aquello que se le puede hacer a una
mujer hasta que viera en su semblante, excitación y placer. Por esta vez, la
dejaría escapar y volvería a su habitación tan excitado como salió.







Capítulo 5-La comitiva
A la mañana siguiente, la Duquesa ya lo había dispuesto todo para un
fabuloso picnic en el exterior en el que no faltaría de nada: una larga y numerosa
lista de deliciosos tentempiés acompañados por un suculento roast beef y
galardonados por una tarta de arándanos. Pero no sólo la comida estaba lista,
sino que la lista de actividades a realizar tampoco dejaba a nadie indiferente.
- ¡Apresúrate Audrey! - gritó una entusiasmada Bethy, ya lista para el gran
día que le esperaba en el exterior de la mansión.
Verdaderamente, Bethy había tenido muy pocas ocasiones para socializar;
siempre había estado al cargo de la institutriz y ni si quiera le habían permitido
relacionarse en demasía con sus propias hermanas. La idea de poder compartir
todo un día con su hermana mayor era para ella toda una dicha. Además, no sólo
podría compartir el tiempo con su hermana sino también con el Señor Seymour.
Mientras, Audrey se preparaba a desgana con un sencillo vestido de campo-
color salmón -y un recogido adornado con flores. No era que no le hiciese
ilusión ir con su hermana Bethy de picnic, pero la sola idea de tener que soportar
la presencia de Lord Seymour durante todo el día- no sólo la abrumaba -sino que
también la abochornaba. Lo que había pasado la noche anterior, había sido un
total disparate y rogaba a Dios que ese caballero realmente hiciera honor a su
estatus y permaneciera callado.
-Señorita, he terminado con su recogido, ¿le gusta cómo le queda? - preguntó
la dulce doncella de Audrey, Alice.
-Como siempre Alice, tienes una excelente destreza.
-Gracias, por un momento pensé que no le había gustado- repuso la doncella
aliviada tras ver el semblante más serio de lo habitual de su Señora.
-Oh no, no es eso, es sólo que hoy no me puedo concentrar en nada, ¿A usted
le parece apuesto Lord Seymour?
-No me corresponde a mí decir tal cosa- dijo Alice con la cabeza baja.
-Pero te lo estoy preguntando- insistió Audrey con una media sonrisa.
-Sí, la verdad es que sí Señorita, es muy apuesto- contestó riendo.
Alice, había sido la doncella de Audrey desde que ésta entró en sociedad. Se
había creado entre ellas un vínculo especial con la confianza suficiente como
para poder hablar de vez en cuando de los caballeros tal y como harían dos
muchachas corrientes en esa edad. Por suerte, su madre nunca había estado
presente en esas conversaciones.
- ¡Por fin hermanita! ¡Pensaba que no nos iríamos nunca! - exclamó de gozo
Elizabeth al ver que Audrey salía de su habitación.
-Pero si aún faltan cinco minutos para la hora en que mamá ha dicho que
estuviéramos listas, ¿desde cuándo me estás esperando? - dijo con cariño al ver
el entusiasmo de su Beth- ¡Vamos Tish! Tú también vienes con nosotros.
El pequeño perro salió a galope detrás de las dos damas dispuestas a
descender la gran escalinata hacía el recibidor, donde el resto de los invitados
también tendrían que acudir.
- ¡Lord Talbot! ¡Qué agradable sorpresa verle aquí! - dijo Audrey al ver al
Marqués de Salisbury, en el recibidor, junto al desagradable de Edwin. La verdad
que ambos se conocían desde la niñez por la gran amistad que hubo entre sus
respectivos padres, tenían casi la misma edad y se podía decir que habían sido
compañeros de juegos. Sin embargo, una vez su padre falleció y Robert heredó
el marquesado, apenas lo había vuelto a ver; seguramente, por la gran cantidad
de trabajo que debía tener y tenía que admitir que estaba muy cambiado desde la
última vez que lo vio; el niño rechoncho había desaparecido para dar paso a un
alto y fornido hombre de pelo negro.
-Lady Cavendish, que placer volver a verla- saludó Lord Talbot mientras
besaba la mano enguantada de su amiga de la infancia.
Luego la joven miró al culpable de todos males.
-Lord Seymour- saludó de forma educadamente fría.
-Lady Cavendish- respondió Edwin con la misma educación.
-Y bien, dígame Lord Talbot ¿a qué debemos el honor de su visita? Hacía
mucho tiempo que no lo veíamos.
-He venido a tratar unos negocios con su padre y cuando me disponía a salir,
su madre me ha invitado al picnic; como me he comprado unos juguetes nuevos,
quería aprovechar la ocasión para probarlos.
- ¿Juguetes? Pero no me dirá que aún juega Señor, me deja intrigada- dijo
una divertida Audrey.
-Paciencia querida, mi lacayo los traerá en cuanto dispongamos todo; por
cierto, no me ha presentado a su amiga- subrayó con la mirada puesta en la joven
Elizabeth, la cual había permanecido callada y escuchando tal y como su madre
le había enseñado a comportarse delante de hombres desconocidos.
- ¿Amiga? ¡Pero Robert! ¡Si es mi hermana Elizabeth! ¿No la reconoces? - lo
tuteó debido a la familiaridad.
Lord Talbot miró a la pequeña Bethy durante unos segundos y contestó:
- ¡Oh! Por supuesto, ¡Bethy!, Perdóname, eras tan pequeña la última vez que
te vi…-se excusó dando un profundo escrutinio a la joven dama, que ya
empezaba a enrojecerse.
-No…no importa… -respondió tartamudeando la joven, con la piel rosada.
- ¡Estáis todos aquí! ¡Qué bien! Así podréis salir inmediatamente o no
podréis aprovechar el día. La Baronesa de Humpkinton, mi apreciada amiga, os
acompañará puesto que un paseo por el campo le vendrá muy bien a sus
cataratas. Y, por supuesto, la Señorita Worth también irá con vosotros, sería una
lástima que una muchacha joven como ella no pudiera disfrutar de un día de sol.
Era evidente que la Duquesa de Devonshire había procurado encontrar a
carabinas para sus hijas; sin embargo, quedaba mucho más bonito si lo adornaba
con unas cuantas justificaciones que, desde luego podían pasar por alto por los
caballeros presentes; pero no así su hija mayor, la cual ya empezaba a lamentar
el no haberse provocado una jaqueca que le sirviera de excusa para quedarse en
casa.
Quizás la alegría que desprendía la dulce e inocente Bethy, era todo lo que le
animaba a continuar con ese teatro.
Así fue como toda la comitiva empezó a desfilar en dirección al río donde
harían el picnic:
La anciana Baronesa de Humpkinton, del brazo de la institutriz mientras ésta
última escuchaba todas las quejas de la anciana; delante de ellas, las dos
Señoritas hablando y riendo y, liderando el grupo, los dos caballeros hablando de
política (como siempre). Sin olvidar, por supuesto, a los dos lacayos de Lord
Salisbury y las doncellas de las damas, que se encontraban seis pasos por detrás
de la comitiva.

Capítulo 6-Un día de pesca


Después de caminar por lo menos media hora y haber escuchado por lo
menos unas mil quejas de la Baronesa viuda decidieron acampar en un claro
donde la sombra de un enorme chopo les resguardaría del ardiente sol a pesar de
que ninguna de las damas presentes se había olvidado la sombrilla.
- ¿Y bien Robert? ¿Cuáles son esos juguetes de los que nos hablaste en casa?
- preguntó Audrey con elegancia e intentando enmascarar la emoción que sentía
de ver algo nuevo.
El Marqués hizo un gesto a los lacayos para que acercaran las largas cajas de
madera que habían estado transportando desde casa.
-Ya las podéis abrir – ordenó. Y sacaron unos palos largos de madera con un
hilo que parecía de metal muy largo y enrollado.
- ¿Y esto? - preguntó Bethy con curiosidad- ¿Qué son Lord Talbot?
- ¡Son cañas! - dijo con determinación– las traje desde Escocia, donde pasé
los dos últimos años en una de las propiedades que heredé de mi padre. Allí
aprendí a pescar y por ese traje las cañas, pensando que algún día podría
compartir la afición con alguien más.
- ¡A pescar! - exclamó indignada la Baronesa viuda mientras se sentaba en
un gran cojín y le servían una taza de té- ¡pero que pasa tiempos tan bajos tienen
hoy en día los jóvenes! Perdone que se lo diga Marqués, pero esa actividad no es
nada apropiada para un caballero de su rango eso es más propio de campesinos o
mercaderes.
-Se nota Baronesa que no es usted consciente del gran cambio que estamos
viviendo en este siglo, hoy en día los caballeros y las damas no nos dedicamos
solamente a holgazanear como lo hacían en sus tiempos, sino que aprendemos y
disfrutamos de estas actividades.
-Actividades salvajes dirá usted, no cuente conmigo para tal cosa, yo me
quedaré aquí sentada con la Señorita Worth, ¿verdad querida? - inquirió a la
pobre institutriz.
-Por descontado Baronesa- respondió sin más remedio la joven.
- ¡Yo lo quiero probar! - dijo animadamente Elizabeth.
-Perfecto, ¿y los demás? ¿Lady Cavendish? ¿Lord Seymour?
Audrey miró al Duque por primera vez en toda la mañana y tenía que admitir
que se veía de lo más atractivo con el traje de campo: un frac negro con unos
pantalones ajustados y botas altas.
- ¿Por qué no? Será una experiencia interesante- contestó Edwin.
-Entonces, como sólo hay dos cañas sería descortés por mi parte dejar a mi
hermana sola con un instrumento que nunca ha usado así que, yo la ayudaré
mientras ustedes dos usan la otra. - dijo Audrey al ver que sólo había dos cañas y
cuatro personas.
- ¿No será que se muere de ganas de probarlo y usa esa excusa? - expresó
cínicamente Edwin.
- ¿Disculpe señor, ¿cómo dice? No sé qué clase de damas habrá conocido
usted que inventan excusas para realizar actividades, pero yo no soy una de ellas,
esa es la verdad, voy a participar para ayudar a mi hermana.
- ¿Pero usted sabe pescar? - añadió mientras la miraba fijamente queriendo
de alguna forma desestabilizarla, retándola a dejar de ser tan perfecta y más
natural.
Audrey se quedó descolocada, ¿por qué ese desagradable de Lord Seymour
siempre tenía que dejarla en evidencia y hacerla dudar? La verdad es que no
sabía nada de pesca y la verdad era que sí, que sí que había sido una excusa para
hacer algo nuevo sin que la Baronesa viuda la criticara, ¿sería que le estaba
dando demasiada importancia a las buenas maneras? No, mamá siempre la había
enseñado que una dama nunca expresaba sus sentimientos verdaderos y mucho
menos expresaba entusiasmo por instrumentos salvajes. Por suerte, su querido
amigo Robert intervino ajeno a la batalla que se estaba dando lugar entre los dos.
- ¡Tengo una idea! Para evitar cualquier accidente, ya que a veces las cañas
pueden pesar si pica algún pez, yo iré con la pequeña Bethy y usted, Lord
Seymour acompañará a Lady Cavendish.
-Me parece una idea fabulosa, ¿vamos? - animó Elizabeth
Como el río se encontraba un poquito lejos de donde habían montado el
picnic tuvieron que andar durante unos minutos en los que nadie habló excepto
Elizabeth, que como alma cándida que era, se dedicaba a comentar la belleza del
paisaje.
-Aquí me parece un buen lugar para pescar- dijo de pronto Robert señalando
una zona tranquila en medio de los árboles, que daba paso a un camino de
piedras, donde ciertamente uno podía lanzar la caña cómodamente.
- ¡Sí, genial! Es precioso este lugar-dijo Bethy.
-A mí me parece que más adelante he visto un entrante del río que puede ser
mejor que este – señaló Edwin.
-Bien, ¿qué os parece que hagamos una competición? ustedes vayan a ese
entrante y nosotros nos quedaremos aquí y el que pesque más peces gana- dijo
un divertido Robert.
-Acepto.
- ¿Perdone? Yo no quiero participar en tan ridícula competición- apresuró a
decir Audrey temiendo quedarse a solas con ese impresentable.
- ¡Vamos hermanita! ¡Será divertido! ¡Anímate!
Como siempre, por el amor a sus hermanas accedió a cometer una de esas
locuras que amenazaban en terminar en desastre, como hermana mayor debería
de imponer disciplina, pero eran tantas pocas ocasiones en las que podían
disfrutar juntas sin que la mano opresora de mamá estuviera presente.
-De acuerdo, hagámoslo, vayamos a ese entrante del río que ha visto Lord
Seymour.
Mientras Robert Talbot y Elizabeth empezaban a pescar muy animadamente,
quizás demasiado animadamente, Audrey y Edwin se dirigieron a ese entrante
del río en el que según Edwin pescarían más.
Como dama educada, Audrey se mantuvo en silencio hasta llegar al destino y
una vez allí se sentó en un rincón mientras observaba a ese indeseable empezar a
pescar como todo un experto.
Observó que el lugar era el más apartado que podía haber en la residencia,
los árboles tapaban completamente esa zona, se podía decir que estaban
completamente a solas ni siquiera se oían las risas de Elizabeth ni las quejas de
la Baronesa.
- ¿Quiere aprender Lady Cavendish? -dijo Edwin con cierto tono de sorna.
- ¿Qué me puede enseñar? Ya ha dicho que para usted también era una
novedad.
-Disculpé querida, pero yo nunca dije eso.
-Discúlpeme usted, pero cuando Lord Talbot le preguntó si quería
participar respondió que sería una experiencia interesante como si nunca lo
hubiera hecho antes.
-Es cierto, nunca he pescado en este río en compañía de una dama.
-Entonces es usted un mentiroso.
-Yo nunca dije que no sabía.
Otra vez la había dejado desencajada, la verdad es que se desenvolvía muy
bien con la caña y era cierto que nunca dijo que no sabía. Ese hombre jugaba con
las palabras, distaba mucho de ser un caballero honesto.
- ¿Entonces por qué no le comentó a Lord Talbot que sabía usar eso?
-He decidido hacerle pensar que va a aganar. Por cierto, ¿de qué se conocen
usted y Lord Talbot?
-Somos amigos desde la infancia.
-Ah, por eso se tutean como si fueran hermanos o.… prometidos.
-La relación que tengamos Robert y yo no es de su incumbencia señor.
De pronto Edwin se puso serio mirando hacía dentro del río. ¿Se habrá
enfadado? Pensó Audrey.
Empezó a darle vueltas a la manivela y con mucha concentración empezó a
tirar de ella. Audrey se levantó un poco asustada y se acercó.
- ¿Le pasa algo? ¿Por qué está haciendo eso?
-Chsss, quédese un segundo callada.
- ¡Pero será descarado! - pero se calló al ver que Edwin sacaba a un
maravilloso pez del agua.
-Lo ve Señorita, ya tenemos a uno, voy a darle una lección a ese amigo
suyo.
Pero Audrey se mantuvo en silencio, observando al pobre pez atado al
anzuelo y de pronto le entraron ganas de llorar.
- Pero ¿qué le pasa ahora? - preguntó Edwin que esperaba un elogio por parte
de la dama después de tal hazaña.
-Me da pena el pez- dijo entre lágrimas- tan atado, sin poder moverse, está
sufriendo Lord Seymour.
Edwin miró al pez y miró a la dama sin saber qué hacer, él quería ganar la
competición y si devolvía el pez al agua, obviamente no iba a ganar.
-De acuerdo Señorita, yo devuelvo el pez al agua con una condición.
- ¿Cuál?
-Que cuando lo devuelva, usted me dejará enseñarle a pescar, pero sin
anzuelo, para que no podamos hacer daño a ninguno de estos peces que le
resultan tan queridos- respondió casi riendo.
Se lo pensó durante unos instantes, pero ver a ese pobre animal sufriendo era
prioritario.
Edwin devolvió el pez al agua con tiento y después con un posado orgulloso
y triunfal estiró la caña e hizo una señal a Audrey para que se acercara, ésta se
acercó con un poco de reparo y lamentándose por su decisión.
-Muy bien Señorita- dijo una vez estuvo a dos pasos de él- acérquese un
poco más para poder coger la caña- le hizo caso- ahora ponga la mano derecha
aquí abajo- le dijo susurrándole en el oído- y la mano izquierda un poco más
arriba.
Todas las indicaciones eran susurradas en el oído de Audrey por parte del
teniente mientras ésta intentaba permanecer lo más indiferente posible, a pesar
de que por dentro empezaba a despertarse ese hormigueo en el bajo vientre.
- ¿Pero por qué no habla usted en un tono de voz normal Lord Seymour? -
dijo en voz baja Audrey
- ¿Usted no sabe que los peces se asustan con la voz de los humanos? Por eso
es necesario que le hable así.
Audrey no sabía que pensar, pero no lo quiso contradecir por no quedar
como una completa analfabeta en cuanto a biología, al fin y al cabo, ¿qué sabía
ella? Lo único que podía hacer era aparentar que esos susurros no le afectaban lo
más mínimo.
-No se está colocando bien, tiene el cuerpo demasiado recto, tiene que
relajarse y poner la cintura así –la cogió por la cintura y la ladeó un poco al
mismo tiempo que la pegaba a su cuerpo.
Audrey sentía todo el calor de ese varón en su espalda, sus manos en su
cintura y por si fuera poco su aliento en la nuca. Y con voz muy baja y consiguió
decir:
-Lord Seymour no me siento bien, creo que estoy padeciendo de alguna
extraña afección.
-Lo que usted está padeciendo no se podría considerar afección-contestó y
ejerció más presión en sus caderas con las manos.
Edwin empezó a mover sus robustas manos en dirección a las ingles, a
Audrey le asustó ese contacto tan cercano, pero al mismo tiempo le causaba una
nueva sensación tan placentera que, aunque sabía que eso no estaba bien algo la
empujaba a estarse ahí quieta e inmóvil aparentando normalidad mientras las
manos del futuro Duque cada vez se acercaban más a su centro, hasta el punto de
llegar a él.
Y, después Señorita Cavendish, para coger al pez hay que ponerse de rodillas
y dejar la caña al lado- explicó suavemente el caballero.
Obedeció, se dispuso a ponerse de rodillas y dejar la caña mientras que el
cuerpo del teniente se mantenía pegado detrás de ella en todo momento
ayudándola a arrodillarse.
-Se me va a ensuciar el vestido.
-No te preocupes, ahora concéntrate con la clase- respondió una vez los dos
arrodillados y con la caña al suelo.
La mano del caballero se adentró en la inmensa falda y subió lentamente
como si quisiera torturarla hasta su centro. Audrey apenas podía respirar, cada
vez su respiración se volvía más agitada y notaba como un calor se apoderaba de
su cuerpo, de seguro sus mejillas estaban enrojecidas.
-Por fin, aquí estás Audrey, quiero ver más de ti- y se adentró en las enaguas
para posar sus dos dedos en su interior. Su preciosa luna estaba entre sus brazos
tal y como había soñado que pasaría.
- ¡Hermana! ¿Dónde estáis? Nosotros hemos pescado dos peces bien
grandes.
Ambos se despegaron de inmediato y se recompusieron lo más rápido
posible, tratando de equilibrar sus respiraciones.
- ¡Aquí Bethy! ¡Nosotros no tuvimos tanta suerte! Al parecer ni Lord
Seymour ni yo sabemos nada de pesca-explicó saliendo del lugar para
encontrarse con su hermana y Lord Talbot.
-Lo ve Lord Seymour, le dije que ese claro en el río era mejor que el entrante
en el que usted quería ir.
-Todo depende des del punto de vista des del que se mire -respondió
ambiguamente mientras se estiraba las solapas del frac - ahora si me disculpan
tengo hambre y, sin más empezó a andar sin esperar a nadie bajo la mirada de
desconcierto de todos los presentes.












Capítulo 7-Una mujer
Después de una comida rápida en el picnic todos decidieron volver a la
mansión para poder tomar un merecido baño y descansar para la cena la cual,
conociendo a la Duquesa de Devonshire, no dejaría indiferente a nadie. Cuando
habían invitados en casa, mamá no reparaba en gastos y, se podría decir que
rozaba la extravagancia. Cosa que Audrey detestaba.
No era que Audrey detestara a su madre, al final de cuentas, era su madre.
Pero su rigidez para con ella y sus hermanas había mitigado mucho el afecto que
una hija podía sentir por su madre. Sabía que había nacido en un lugar
privilegiado como hija mayor de un Duque acaudalado, pero hasta un palacio
podía convertirse en una cárcel. Nunca pudo relacionarse con otros niños, salir a
jugar, leer cuentos populares… Incluso a para bajar las escaleras tenía que ir de
la mano de un adulto hasta que cumplió los catorce años.
- ¡Pero mírate que vestido llevas! Eso no es digno de una dama, ¿cómo has
podido mancharte todo el bajo de barro? - reprendió la Duquesa tan sólo ver
como llegaba su hija.
Audrey la miró con frialdad y asintió con un movimiento firme de cabeza,
iba a responderla, pero alguien se adelantó.
-Perdone mi intromisión Duquesa, Lady Cavendish ha resbalado con el barro
del río y ha sido una suerte que no tengamos que lamentar algo más que un
vestido manchado - explicó Edwin con una voz tan firme y una mirada tan
severa, que no dejaban lugar a ninguna réplica por parte de nadie en la sala, ni si
quiera de la dueña de la misma.
-De…de acuerdo…por lo menos sube a bañarte Audrey, los demás también
id a tomar un baño y a descansar. He organizado una gran cena para nuestros
invitados.
-La verdad es que yo tenía pensado irme ya, tengo uno asuntos
importantes…- empezó Robert Talbot.
-Oh no, no admitiré una negativa por su parte joven Talbot, está más que
comprometido a asistir a la cena que he preparado para usted y Lord Seymour;
estoy segura de que esos asuntos pueden esperar- removió su melena dorada,
abandonando el lugar con un andar pomposo.
Audrey subió enfurecida a la habitación y despidió a Alicia, no quería ver a
nadie. Estaba enfurecida consigo misma por haber perdido el control en el río,
con mamá que siempre tenía que controlarlo todo, pero, sobre todo, estaba
enfurecida con el indeseable de Edwin. ¿Acaso pensaba que era una niña a la
que tenía que defender? No era que no agradeciera su gesto, pero ¿por qué todos
pensaban que podían hablar por ella? Era una mujer, pero no era súbdita ni
esclava de nadie más que de la Reina y de Dios.
Estaba harta de acatar órdenes. No obstante, cuando recordaba lo que había
pasado en el río aún se irritaba más. ¿Cómo había podido dejar hacerse eso? Si
ese cínico decidía contarlo en algún momento o, peor aún, reclamar su mano…
También sería probable que sólo quisiera aprovecharse y reírse de ella… la
cabeza le iba a explotar. A partir de ese momento, no iba a dejar que nadie
hablara por ella y mucho menos que le dieran órdenes. Seguro que Lord
Seymour pensaba que ya la tenía en su mano comiendo, pero le iba a demostrar
que Audrey Cavendish nunca sería la propiedad de ningún hombre.
Decidió entrar la tina de agua caliente y luego descansar un poco. Esa noche
se arreglaría y bajaría a la cena como si no hubiera pasado nada, con la cabeza
bien alta tal y como le había enseñado su padre que tenía que hacer: nunca bajar
la cabeza ante nada ni nadie. Otra muchacha en su lugar estaría tiritando de
miedo o vergüenza por lo que pudiera suceder después de ese indecoroso acto,
pero ella no, ella no era así.
Estaba harta de esos vestidos para muchachas casaderas, estaba harta de los
colores pastel y las líneas rectas, esa noche iba a demostrar quién era ella e iba a
dejar claro a Lord Seymour que ella no era una mercancía para nadie, por si
acaso lo había llegado a pensar.
Cogió el vestido que una de sus amigas ya casadas le regaló y se lo puso sin
ayuda. Era un precioso vestido azul marino con cuello recto y falda voluminosa
con encaje repartido por toda la tela. El vestido marcaba muy bien su cintura y
sus caderas se veían mucho más anchas con la ayuda de la crinolina. Era un
vestido atrevido, muy atrevido para una joven soltera, pero no le importaba,
quería dejar de ser una joven casadera y ser una mujer, simplemente. A las
nueve, Alicia tocó la puerta para empezar a prepararla para la cena, pero la
sorpresa de la doncella fue encontrarse con su Señora ya vestida; lo único que le
faltaba era el peinado. Alicia decidió no cuestionar la elección de Audrey en
cuanto a vestimenta y se limitó a peinarla como le indicó.
A las diez en punto, la hora en la que empezaba la cena, Audrey descendía
por las escaleras prescindiendo del pasamanos y se dispuso a entrar al gran
comedor. Cuando entró, todos los presentes enmudecieron al verla, sólo su
madre iba a decir algo, pero su padre se adelantó:
-Estás más bella que nunca hija mía- se acercó para coger su brazo y
acompañarla a la mesa. Le tocó delante de Edwin- como no podía ser de otra
forma- pero se limitó a saludarlo como si no lo conociera de nada. Luego giró la
cabeza y entabló una agradable conversación con Lord Talbot, el cual estaba
sentado a su lado.
Aunque Edwin intentaba concentrar su atención en la conversación que
mantenía con Anthon, sólo podía admirar la belleza de Audrey, se veía preciosa
con ese vestido. Pero ¿a qué se debería ese cambio en una muchacha casadera
como ella? ¿Y qué hacía hablando tanto tiempo con ese pretencioso de Talbot?
Cada vez que la veía sonreír por algún comentario- sin gracia- de ese mequetrefe
sentía arder su interior. Audrey era suya, y se lo había demostrado en el río, ¿a
qué jugaba ahora? Además, por si fuera poco, todos los intentos de entablar una
conversación con ella parecían rechazados con contestaciones monosílabas o
evasivas.
Una vez terminada la cena todos los presentes se levantaron en dirección a la
sala bronce, llamada así por su decoración en tonos dorados.
- ¿Querida, por qué no tocas el piano para nuestros invitados? - sugirió su
madre, una vez en la sala.
En otra ocasión la hubiera obedecido, pero esa noche no, esa noche ella iba a
ser una mujer y no una concubina.
-No madre, le agradezco la invitación, pero la verdad es que prefiero jugar a
cartas con Lord Talbot, ¿por qué no toca usted? Todos sabemos de sus dotes para
la música - contrapuso como lo hubiera hecho una Reina.
Su madre descolocada hizo una mueca y se acercó a su hija hasta el punto de
que nadie pudiera escuchar lo que le iba a decir:
-No sé qué te habrás pensado Audrey Cavendish, pero la Señora de esta casa
sigo siendo yo, y no querrás desagradarme dos veces la misma noche; primero,
con este vestido y ahora, con tu actitud repelente - dijo dándole un tirón a la tela
del vestido queriendo recolocar una arruga inexistente.
Audrey la miró de forma indiferente y se apartó de ella tres pasos sin perder
el contacto visual:
-Mamá se me ha acercado para preguntarme si una obra de Chopen sería
adecuada para este momento, ¿Usted qué opina Lord Talbot? - preguntó con
dignidad y firmeza, ignorando por completo las amenazas de su progenitora.
-Me parece una idea perfecta Duquesa- como buen caballero, ofreció su
brazo para acompañarla hasta el piano. Por supuesto, Elizabeth no pudo negarse
ante la invitación del Marqués, pero no olvidaría esa afrenta; su hija se merecía
una reprimenda y la iba a tener.
“Bien”, una batalla ganada; ahora me falta el detestable de Lord Seymour”,
pensó Audrey. Aprovechó que toda la atención de su padre y de Lord Talbot
estaban puestas en las notas musicales de su madre, para acercarse a Edwin; el
cuál se encontraba con un humor de perros sentado en una mesa apartada y
bebiendo el que sería el segundo vaso de coñac.
-Lord Seymour- nombró Audrey con la mirada más gélida que pudo sacar de
su interior.
-Lady Cavendish- repuso con un movimiento de cabeza invitándola a sentar.
-No deseo sentarme, sólo quiero informarle que, como habrá podido notar
por mi falta de interés hacía usted durante toda la cena, no estoy interesada en
que ningún hombre me pida la mano. Sé que lo que ha pasado en el río ha sido
un error, pero le agradecería…
-Sí, Lady Cavendish, me agradecería enormemente mi discreción.
Justamente lo mismo que me dijo la noche en cuando su amado Tish se extravió,
no puede negar que se muere de ganas de que la vuelva a besar e incluso a tocar-
la miró significativamente, sarcástico.
Audrey miró a su alrededor por si alguien lo hubiera podido escuchar, pero
por suerte la melodía del piano la había protegido.
-Creo, Señor, que está usted borracho y no piensa lo que dice. Yo no deseo
nada de usted, y le informo que no me quiero casar.
- ¿Casarse? Me importa muy poco su futuro, si se casa o no, o si se casa con
ese de ahí- dijo señalando a Robert con desprecio- Yo tampoco tengo intención
de casarme con una Lady Remilgada- removió su copa de coñac vacilante-lo
único que quería era ver esa cara de estirada retorciéndose entre mis manos.
- ¿Lady Remilgada? Se está sobre pasando en sus palabras y me parece muy
poco caballeroso que sólo hiciera esas cosas por placer y no tuviera ninguna
intención de casarse, yo soy una mujer respetable…
-Cht, Cht- interfirió el teniente dando su último trago al coñac- Lady
Cavendish es usted una mujer, o mejor dicho una niña respetable, pero yo no soy
un caballero - con estas palabras se levantó y salió de la sala sin despedirse de
nadie.
Audrey se quedó sentada meditando si ese hombre hablase o no de lo
ocurrido; pero de lo que estaba segura era, que por lo menos, no le pediría la
mano. Eso era un gran alivio y más ahora que sabía que era un aprovechado.
¿Lady Remilgada? ¿Quién se creía que era? Desde luego nunca más le volvería a
dirigir la palabra, y en cuanto a su castidad, le rogaba a Dios que nunca saliera a
la luz su desliz.









Capítulo 8-Giro de acontecimientos
A la mañana siguiente, Audrey se levantó con los primeros rayos de sol- tal y
como solía hacer- y bajó a desayunar con el único miembro de la familia que
siempre estaba presente a esa hora.
-Buenos días papá-saludó dándole un beso en la mejilla.
La verdad era que se sentía tranquila, algo en su interior le decía que, por
suerte, nadie se iba a enterar de lo que pasó y podría seguir con su vida habitual,
además, estaba feliz porque era el último día en el que Edwin estaría en casa, al
día siguiente por fin se iría y todo lo ocurrido quedaría simplemente como un
recuerdo borroso. No podía negar haber sentido una ligera punzada de dolor
cuando ese cínico le espetó que sólo la había utilizado, pero en ese momento, lo
único que le importaba era seguir siendo Audrey Cavendish y no “la mujer de”.
De pronto toda la calma se disipó cuando Lord Seymour entró en la sala
dispuesto a desayunar, por lo visto, él tampoco era hombre de holgazanear y se
levantaba con el alba para trabajar. No le gustaba quedarse hasta tarde en la
cama, lo consideraba una pérdida de tiempo.
-Buenos días Lord Cavendish- intervino con una voz grave - Lady
Cavendish- se limitó a decir sin ni si quiera mirarla.
No la quería mirar, la noche anterior había podido comprobar qué clase de
mujer era: fría y calculadora. No le importaba nada salvo ella misma, todos sus
intentos por acercarse a ella habían sido inútiles, todo parecía molestarle salvo
Lord Talbot; por eso, decidió quedarse apartado con su copa de coñac, pero
cuando la vio acercarse hacía él para pedirle que olvidara lo sucedido… No,
nadie se reía de él y mucho menos una niña. Así que cogió un panecillo y
empezó a comer sin entablar conversación, en silencio.
-El nuevo primer ministro está buscando nuevas damas de compañía para la
Reina, con el cambio de poder ya sabe que es necesario que alrededor de la
Corona haya presencia del partido conservador - inició la conversación Anthon.
-Cierto, según la Constitución, el nuevo primer ministro tiene el poder de
reclamar a la Reina que cambie su compañía y elija unas damas acordes al nuevo
gobierno formado.
-Como miembro del partido conservador, he recibido una carta de Lord Peel
solicitando la presencia de mi esposa, la Duquesa de Cavendish, en Palacio. La
Reina ha decidido que sea su nueva dama de vestuario durante los dos meses
siguientes y, por supuesto, deberé acompañarla. Como comprenderá Lord
Seymour sería muy descortés que mi esposa viajara sola hasta palacio, por ese
motivo deberé ausentarme durante una semana de Chatsworth House, que es lo
que durará el viaje de ida y de vuelta.
-Magnífica decisión, cuando se trata de asuntos de Palacio es mejor
atenderlos de inmediato, no sería conveniente ofender a nuestra Alteza.
Audrey ya estaba dando saltos de alegría en su interior, sólo de imaginar que
podría estar durante dos meses sin el yugo de su madre y ser la nueva regidora
de Chatsworth House.
-El único inconveniente es que como sabrá no tengo hijos varones y en
situaciones como ésta, en las que he de ausentarme, no tengo un protector para
mis más valiosas joyas que, por supuesto, son mis hijas. De la propiedad y los
negocios se encargará mi capataz, pero no puedo confiar la protección de las
damas a alguien que no sea de noble linaje. Es por eso, Lord Seymour, que
basándome en la intachable reputación que tiene usted y todo el linaje del
Ducado de Somerset, le tengo que pedir que se quede en esta residencia al
cuidado de mis hijas hasta que yo vuelva. Ya he llamado a mi abogado y vendrá
más tarde para firmar el acuerdo en el que será usted el tutor de mis cinco hijas
hasta que yo vuelva de Palacio. Espero que comprenda el asunto, y he de
agradecer a Dios que estuviera entre nosotros en estos momentos. Me he tomado
la libertad de avisar a su padre, el actual Duque de Somerset, de la tarea que le
encomiendo y estoy seguro de que lo comprenderá.
-Con el mayor de los respetos Señor, pero mi padre se encuentra enfermo y
el único que se puede hacerse cargo del Ducado soy yo, aunque no ostente dicho
título aún. Es por eso por lo que no acostumbro a ausentarme de Somerset a no
ser que sea para servir a mi país en el campo de batalla. Déjeme sugerirle que
Lord Talbot ocupe mi lugar en esta ocasión, y será un honor servirle de ayuda en
cualquier otro asunto en el futuro.
-Entiendo, sin embargo, me preocupa la edad del joven Talbot; aún no ha
cumplido los veinticinco mientras que usted ya pasa de los treinta. Mandaré a un
hombre de mi confianza a Somerset para que realice las funciones de capataz
mientras usted esté aquí; cualquier asunto de importancia mi hombre se lo hará
saber y será cómo si organizara su Ducado desde aquí.
Audrey no se lo podía creer, ni en la peor de sus pesadillas podría haber
presenciado tal situación, que su propio padre pensara que necesitaba de la
protección de un desconocido en su ausencia, como si fuera un pobre cervatillo
asustado. Así que se estiró lo más que pudo y alzó la barbilla.
-Querido papá, agradezco mucho vuestra preocupación por nosotras, pero ha
de saber que yo podría ejercer de tutora de mis hermanas, yo mejor que nadie sé
del funcionamiento de este Ducado y no creo que haya persona más capaz para
ocuparse de mis hermanas que yo misma- explicó altiva.
-Por supuesto querida hija, en la ausencia de tu madre tu ocuparás su lugar,
anunciaré a la jefa de cámara que cualquier cuestión relacionada con el servicio
o el cuidado de tus hermanas te lo pregunte a ti, pero has de entender que hace
falta un varón para protegeros frente cualquier situación. Y no veo mejor opción,
ahora mismo, que el teniente Seymour. Además, ahora están habiendo
insurrecciones por parte de un grupo llamado cartistas, que están exigiendo que
el hombre llano pueda votar, y no voy a dejaros solas bajo ningún concepto,
¿puedo contar con usted Señor Seymour?
No le apetecía nada quedarse en esa casa al cuidado de cinco mocosas, si no
hubiera la Su Majestad la Reina de por medio rechazaría al instante, pero sería
una mancha para su Ducado que la corona se enterara que el futuro heredero de
Somerset no hacía todo lo posible para su Alteza la Reina Victoria. Las damas de
compañía de la Reina no eran un tema sin importancia, puesto que las mujeres
que estaban en el Palacio de Buckingham representaban al país; aunque sólo
fuera para acompañar a su Majestad.
-Será un honor servir a mi país- dicho esto se levantó y salió de la sala con
ese andar tan despreocupado que le caracterizaba.
Audrey iba a explotar de impotencia, quedarse al cuidado de ese patán que se
había aprovechado de ella la enervaba, si realmente el mundo supiera que el
futuro Duque de Somerset no era más que un cínico. No se iba a quedar callada,
no señor.
-Papá- dijo controlando su ira, no quería enfadarse con su querido padre, el
único apoyo incondicional que de verdad había tenido a lo largo de su vida;
aunque no le pudiera proporcionar el lugar que necesitaba, siempre la había
animado a ser ella misma.
-Dime hija- repuso mirándola con amor y un deje de tristeza por ver a su hija
tan infeliz.
- ¿Por qué yo no puedo heredar tu Ducado? ¿Por qué yo no puedo hacerme
cargo de tus propiedades? ¿Por qué necesitas la ayuda de un cínico como Lord
Seymour?
-Hija, ojalá pudiera darte el lugar que tanto deseas, pero la ley no permite
que te deje en herencia mi Ducado, aunque sé que lo harías de maravilla. Lord
Seymour sólo será vuestro tutor durante estos siete días. Y en cuanto a lo que es
un cínico, querida, no creas que a este viejo le pasa algo por desapercibido yo sé
muy bien qué clase de hombre es Edwin Seymour, pero también sé que por
cumplir su deber es capaz de arriesgar su vida, y eso me basta para dejarlo al
cuidado de vosotras. Sé que no incumplirá el deber de protegeros. Son
momentos complicados, el otro día un revolucionario intentó matar a la Reina en
su paseo habitual. Nosotros estamos emparentados con la realeza y aunque
Chatsworth House es segura, no puedo dejaros sin un noble que vele por vuestra
seguridad e intereses.
- ¿Pero papá, y si te pasara algo? ¿Quién heredaría tu Ducado, bajo que tutor
quedaríamos?
-Siempre tan responsable y elocuente, eres digna hija de tu padre. Tranquila,
lo tengo todo en orden por si algún día me pasara algo. ¿Pero no querrás que le
pase algo a tu padre verdad?
- ¡Papá! ¡Qué tonterías dices! Eres el único hombre al que amo y lo sabes-
exclamó con lágrimas en los ojos mientras se levantaba a abrazarlo - eres la
única persona que de verdad conoce quién soy, si me faltaras sería el fin de mis
días.
Pero los momentos de dicha en Chatsworth House duraban poco con
Elizabeth presente. La Duquesa irrumpió en la sala enjoyada hasta el dedo
pequeño y con un sombrero de plumas que más bien parecía un pavo entero
durmiendo encima de su cabeza.
-Buenos días esposo mío, veo que has cogido todo el afecto de nuestra hija
para ti sólo y no has dejado nada para mí- dijo al ver como su fría y distante hija
abrazaba a Anthon.
-Señor, el abogado ha llegado- irrumpió el mayordomo.
-Excelente, avise al teniente Seymour- ordenó dando un beso en la frente de
su hija y saliendo del comedor.
Audrey se dispuso a abandonar la sala, ya no había nada en ella que le
interesara.
-Audrey Cavendish, siéntate, tenemos muchas cosas de las que hablar-
imperó su madre.
Audrey se sentó, pero no en su lugar, sino en el lugar de su padre; en el lugar
que le correspondía al Duque de Devonshire.
- ¿De qué tenemos que hablar madre? Le diré algo, no crea que no he visto
como me ha tratado desde niña. No crea que no he visto como ha tratado a mis
hermanas. Nos odia por no ser varones, nos odia por no ser lo que vos quería que
fuéramos. Siempre haciéndonos creer que somos inútiles, inválidas, que sólo
serviríamos para casarnos. Hubo un tiempo en el que odié ser una mujer por
vuestra culpa. Cada vez que se lamentaba con la Baronesa viuda de tener sólo
hijas, cada vez que hablaba de nosotras como ganado al que vender. No he
nacido hombre madre, pero no soy su súbdita ni la súbdita de nadie. Y algún día
yo seré la dueña de este Ducado, y le demostraré que su hija, a la que tanto ha
odiado por no ser lo que deseaba, es mucho más que una simple dama de
compañía. Mírese lo ridícula que se ve con ese atuendo, la Reina sólo la ha
nombrado dama de vestuario por cuestiones políticas no hace falta que
demuestre que sabe algo de moda. Es usted ignorante en todos los aspectos.
¿Piensa que no he notado sus intentos de asegurarse su puesto? Siempre
buscando maridos para nosotras que pudieran ser benevolentes con usted una
vez papá muriera. ¿Por qué donde irá usted cuándo papá muera? Usted no será
más que la Duquesa viuda de un Ducado que pasará a manos de un primo
lejano.
Una dura bofetada cayó sobre el rostro de Audrey la cuál ni se inmutó,
aunque su piel empezó a enrojecerse.
-Lo que voy a decirte va a alegrarte el día mi querida hija- empezó mientras
se recolocaba el guante en la mano con la que acababa de pegarla- he encontrado
el esposo perfecto para ti, y aprovecharé mi estadía en el palacio de Buckingham
para influenciar en la Reina para que no vea mejor unión que la que yo he
encontrado para ti, y, obviamente, para mí. Ya que como tú dices, he de
asegurarme el futuro una vez mi querido Anthon fallezca.
Audrey no se lo podía creer, así que era cierto que su madre era una víbora,
por mucho que le doliera admitirlo. Siempre había sospechado que la odiaba,
pero ahora se lo estaba confirmando.
- ¿Y de quién se trata? - preguntó la casadera con voz firme.
-De Su Alteza Serena, el hermano mayor del príncipe Alberto, alégrate
querida serás princesa y algún día Reina consorte de Coburgo. Ya he movido
algunos hilos para hacer llegar tu retrato a Ernesto y estoy segura de que la
Reina Victoria verá con muy buenos ojos que su cuñado se case con una dama
de la alta nobleza inglesa. Así todo queda en casa, en sentido figurado claro,
porqué una vez te cases tendrás que ir a vivir a Coburgo que, cómo sabes, se
encuentra en el continente europeo. Y, por supuesto, yo, como madre de una
Reina tendré el favor de la monarquía hasta el día de mi muerte. Calculo que en
seis meses ya estarás en Alemania, así que si quieres puedes ir preparando el
equipaje - y dicho esto, salió del comedor con un porte triunfal, dejando a
Audrey sentada en el sitio de su padre.
-Por encima de mi cadáver, mamá, por encima de mi cadáver- susurró
mientras aguantaba las lágrimas y se aferraba a la silla de su padre con tesón.

Capítulo 9-Orgullo
Todo estaba listo para que los Duques emprendieran el viaje hacia el palacio
de Buckingham: el cuantioso equipaje de la Duquesa ya había sido cargado en el
carruaje oficial de los Devonshire mientras los lacayos aguardaban a sus Señores
en el patio principal. Por supuesto, el Duque ya había firmado el acta notarial
donde dejaba a Lord Seymour como tutor de sus hijas hasta su regreso, así como
había dado la orden a la jefa de cámara, de preguntar a su primogénita todo lo
relacionado con el servicio o la educación de sus hermanas menores.
Audrey aún sentía el resquemor de las palabras de su madre en el estómago,
pero como en breves minutos su padre partiría hacía al palacio de Buckingham,
no quería que lo último que viera era a su hija disgustada; por ese motivo,
decidió callarse lo acontecido en el desayuno y sacar la mejor sonrisa que le era
posible. Además, no quería preocupar a sus cuatro hermanas menores que ya de
por sí se veían bastante apenadas ante la marcha de sus progenitores o, mejor
dicho, progenitor. Ya habría tiempo para hablar del tema.
Las cinco jóvenes damas esperaban a sus padres en el recibidor para
despedirlos como cualquier hija cariñosa lo haría, a decir verdad, nunca se había
separado debido a que su padre siempre había sido un hombre hogareño y
ausente sólo cuando la cámara de los Lores lo reclamaba. Sabían que la
separación sólo era para una semana, pero despedirse de su figura paterna se les
hacía difícil.
Hacían un quinteto bien particular: Audrey con el pelo negro y la tez clara
era la dama modélica , nunca tartamudeaba ni hablaba más alto de lo adecuado,
su andar era recto y disciplinado mientras su carácter era equilibrado, pero con
un deje de soberbia además de ser en muchas ocasiones autoritaria y tenaz ;
Elizabeth con sus tirabuzones dorados , sólo se llevaba dos años con la mayor
pero distaban mucho la una de la otra, Bethy era todo dulzura e ingenuidad, era
fácil de manipular pero su corazón y su bondad sobrepasaban los límites; Karen
y Georgiana eran las mellizas de la familia, pero no habían podido ser más
diferentes la una de la otra, mientras Karen tenía una larga caballera castaña y
ojos marrones , Georgiana era pelirroja y muy desarrollada por tener tan sólo
catorce años, en cuánto a carácter las dos eran unos remolinos y rebeldes, pero
Karen era la más revolucionaria de las dos. Y, por último, la pequeña Liza, que
era toda alegría y amor, pero en ocasiones desprendía un deje de melancolía y se
ponía enferma con facilidad, se podría decir que era la más frágil de las cinco y
no sólo por su edad.
De pronto, se escucharon unos pasos decididos bajando por la gran escalinata
y todas las damas inclinaron el rostro para ver si se trataba de sus padres, a pesar
de su expectación se encontraron con un Lord Talbot dispuesto a abandonar
Chatsworth House.
-Señoritas, debo despedirme también, tengo asuntos que atender en Wiltshire
- dijo mientras besaba la mano de Audrey.
-Qué pena que tenga que irse tan pronto Robert y más en estos momentos en
los que quedaremos casi desamparadas-respondió Audrey con un tono dramático
y eludiendo que Lord Seymour se quedaba con ellas, adrede.
-Amiga, no te tenía por una dama dramática, es tan sólo una semana lo que el
Duque estará ausente y me consta que quedaréis a cargo del noble Seymour- dijo
mirándola a los ojos como si supiera más de lo que debería. ¿Habría notado algo
de lo sucedido entre ellos? Pero no había tiempo de descubrirlo porqué dicho
esto, el caballero dirigió su atención hacía Bethy y añadió:
-Ha sido un placer volver a verla Lady Elizabeth, espero poder disfrutar de
su compañía en el futuro- las mejillas de Bethy se ruborizaron y casi
tartamudeando respondió:
-Es…pe…peramos verle pronto Lord Talbot…
Y con esa promesa de futuro, Robert Talbot, Marqués de Salisbury, partió
con su andar confiado y su melena al viento. Era un caballero inglés, pero
muchos dirían que sus largas estancias en Escocia lo habían marcado demasiado;
aunque sus modales eran impolutos, su vestimenta y sus aficiones eran un
tanto…adustas e innovadoras.
Otros pasos se escucharon descender por la gran escalinata y esta vez sí que
eran los tan esperados padres. El Duque iba con un sencillo pero elegante frac
negro, mientras que la Duquesa iba de la misma guisa que en el desayuno.
- ¡Hijas mías! - exclamó orgulloso Lord Cavendish al ver a sus hijas, y
abriendo los brazos tanto como podía abarcó a sus cinco joyas en su regazo.
Todas sin excepción se abrazaron a él y le dedicaron palabras cariñosas.
Mientras tanto, la Duquesa se acomodaba el sombrero en el espejo y cuando
notó la mirada de sus cuatro hijas -porqué Audrey no la miró- sobre ella,
esperando algún gesto afectuoso por parte de una madre que estaría fuera por
dos meses se limitó a decir:
-Queridas, portaros adecuadamente durante mi ausencia- se giró y se dirigió
a la puerta donde el mozo la ayudó a bajar la escalinata y se enfundó en el
carruaje sin mirar atrás.
Las cuatro menores se quedaron inmóviles en el recibidor sin saber qué decir
o cómo actuar, pero el padre, que aún no había dado un paso lejos de ellas;
dedicó unos instantes a cada una de ellas antes de emprender el viaje:
-Pequeña mía, haz caso de Audrey durante estos días, y sobre todo abrígate
bien, no quiero ver a mi Liza enferma cuando vuelva- dijo mientras daba un
toque afectuoso a la cabeza de la niña.
-Karen, Georgiana, no revolucionéis demasiado la casa - añadió mientras
abrazaba a las dos a la vez.
-Elizabeth, mi dulce Bethy, ya sabes lo que te quiere papá-le acarició la
mejilla.
Y llegando a Audrey la miró con ternura y ultimó:
-Querida hija, sé que cuidarás de la casa y de tus hermanas mejor que yo
mismo, nos vemos pronto. Por cierto, me han dicho que la temporada empieza
en breve, he encargado unos vestidos para ti y te llegaran a mediados de esta
semana.
¿La temporada? ¿Entonces papá no sabía nada de los planes de mamá? Era
evidente que no, pero para no alargar más la situación, se esperaría a que
volviera para poder hablar del tema; seguro que cuando lo supiera impediría tal
barbaridad. Ella casada con un coburgo, por mucho príncipe y cuñado de la
Reina que fuera, nunca abandonaría Inglaterra para ir a vivir en Alemania y
convertirse en el títere de un rey. Ella seria dueña de su casa, del legado de su
padre. Pero no era el momento de hablar eso, así que decidió despedirse de su
padre como si no tuviera a una piraña devorándole el alma.
Una vez el carruaje ya no se podía divisar des del patio central, las
muchachas decidieron entrar en la residencia. Eran las diez en punto de la
mañana y las cuatro más pequeñas tenían que empezar las clases con la
institutriz, mientras que Elizabeth había quedado con la Baronesa viuda para
tejer en el salón dorado.
La Baronesa viuda de Humpkinton pasaba largas temporadas en Chatsworth
House por invitación expresa de la Duquesa de Devonshire, y aunque no era del
agrado del resto de familiares, era cierto que a veces venía bien tenerla cerca,
sobre todo para Elizabeth. Por alguna razón, a Elizabeth le gustaba compartir el
tiempo con ella. La verdad era que, aunque se trataba de una mujer casca-rabias
y anclada en el siglo pasado, no era una mujer superficial y altanera como su
madre, quizás por eso caía en gracia a la dulce Bethy; quien había encontrado en
ella algo parecido a una figura maternal.
Audrey, en cambio, nunca había necesitado de la compañía de la Baronesa y
como no tenía planes para ese día, llamó a la jefa de cámara para empezar a
cambiar el menú semanal; mientras su madre no estuviera, quería organizar la
casa a su manera, no quería excentricidades así que lo primero que hizo fue
cambiar la cena de ese día por algo más ligero y austero.
-Pero Señorita, la Duquesa siempre quiere que se sirva ternera asada en las
noches de los lunes - repuso la jefa de cámara.
-Señora Jenkins, como verá la Duquesa no está y ahora quién organiza la
casa soy yo; así que haga el favor de indicar al cocinero que prepare pescado
para la noche tal y como le he pedido- dijo con un tono que no daba lugar a
objeciones.
La jefa de cámara era una mujer entrada en años, robusta y con expresión
seria. No caía en gracia a los demás empleados y la apodaban el perro de la
Duquesa por ser demasiado condescendiente y fiel a ella, llegando al punto de
delatar a sus compañeros en las cosas más simples, causando así varios despidos
innecesarios.
-Por supuesto Señorita como usted mande- se retiró de la sala.
Resuelto el tema de las comidas, salió al pasillo y fue a la sala de estudio
donde comprobó que efectivamente sus tres hermanas menores estaban dando
clase de francés con la Señorita Worth; luego, fue a asomarse a la sala dorada y
confirmó que Bethy estaba con la Baronesa viuda. Con los deberes hechos, fue
en busca de Tish.
- ¡Vamos Tish! Vamos a ir al despacho de papá para buscar un libro sobre
cómo administrar una propiedad, si estuviera madre diría que no es un libro
apropiado para Señoritas, pero ahora debo aprovechar para aprender.
Así que, con la espalda recta y un porte inigualable, empezó a andar hacía el
despacho de su padre seguida de su perro; una vez llegada a la gran puerta de
roble, la abrió sin tocar antes puesto que, estando su padre ausente, no esperaba a
nadie en su interior.
“¡Dios mío! ,”se sobresaltó, al abrir la puerta cuando vio al indeseable de
Edwin sentado en un sillón y leyendo lo que debería ser una carta. Por un
momento se había olvidado de su existencia. No se imaginaba que estaría en el
despacho, de seguro, su padre se lo había confiado para que pudiera trabajar
durante su estancia.
Ese día Lord Seymour se veía de lo más apuesto, lo tenía que confesar, pero
no se iba a dejar eclipsar por la belleza masculina; su objetivo era sacar el libro
en cuestión del despacho, al fin y al cabo, esa era su casa.
Allí estaba, la causante de sus desvelos, Audrey Cavendish. Lord Anthon,
antes de su partida, le asignó la habitación que estaba al lado del despacho y le
confió las llaves de este para que hiciera uso de él durante su ausencia; acto que
agradeció, puesto que su plan desde que firmó el acta notarial donde figuraba
como tutor de las cinco hijas del Duque de Devonshire, era el de pasar
desapercibido. Se había propuesto trabajar durante el día en el despacho, lugar
en el que escribiría las misivas al capataz de su Ducado y administraría sus
negocios; y comer y cenar en su habitación. Sólo saldría a caballo de madrugada
para comprobar que todo estaba en orden en las tierras del Duque. No quería ver
a esas mocosas, y mucho menos, a la ingrata de Audrey. Cumpliría el deber de
estar en esa residencia durante esos siete días y se iría, sin más.
En parte, su decisión de permanecer en el despacho del Señor de la casa
había sido porque imaginaba que ninguna de las Señoritas se acercaría ahí, pero
ahí estaba ella, en la puerta con cara de haber visto un fantasma. ¿Tan raro se le
hacía verlo después de lo ocurrido en el río? Ahora se hacía la desconocida, pero
él la conocía muy bien, conocía su tacto más íntimo…aunque a decir verdad aún
le faltaba por descubrir mucho de ella: el color de su piel más interior, cómo se
sentiría estando dentro de ella…Si no se hubiera jurado que nunca más se
acercaría a esa fría dama, le recordaría quien era él. Pero además ya no sólo
estaba su desdén hacia ella, sino su deber de protegerla y cuidarla tal y como le
había prometido al Duque. Así que se mantuvo sentado con una expresión
indiferente esperando una rápida disculpa y la retirada inmediata de la dama.
-Disculpe Lord Seymour, no sabía que estaba aquí- aparentó no haberse
sobresaltado.
-Pero ya ve que estoy aquí, así que si no le importa tengo mucho trabajo-
contestó con voz indiferente y haciendo una seña con la mano para que se
retirara.
¿Pero quién se creía que era ese vulgar intruso? ¿Mandarle a salir del
despacho de su padre? ¿Mandarla a ella en su propia casa? ¡Ah no! Le iba a
demostrar quién era Lady Cavendish. Así que ordenó a un criado que cogiera a
Tish para llevarlo al jardín.
-Perdone, pero no debo pedirle permiso para entrar en el despacho de mi
padre- pasó orgullosa cerrando la puerta tras de sí.







Capítulo 10-Una ayuda


Nunca se hubiera esperado que Lady Remilgada entrara en una sala a solas
con un hombre, no quería ni imaginar si alguna otra persona los viera en esa
situación que podría llegar a pensar, por mucho que su padre lo hubiera hecho su
tutor, no era ni de lejos apropiado que estuvieran a solas en una estancia cerrada.
Y, más teniendo cuenta, que la dama en cuestión estaba en edad casadera y
cualquier situación la podría comprometer o, peor aún, comprometerlo a él. En
el fondo le importaba un comino la reputación de la joven o lo que la gente
pudiera pensar, pero había dado la palabra de protegerla y así lo haría.
-Lady Remilgada saltándose las normas del decoro, ¡qué novedad! ¿y qué
nueva obstinación le lleva a cometer tal acto querida? - espetó Edwin con su
cinismo habitual mientras dejaba la carta encima de la mesa y se levantaba del
sillón- le aconsejo que salga inmediatamente de esta estancia si no quiere
terminar con una mancha en su reputación. ¿O no será que quiere envolverme en
una situación comprometida para que me case con usted? No sabía que aún
soñaba conmigo, será que echa de menos mis manos por debajo de su falda.
Audrey no lo podía aguantar más, se acercó a él y lo abofeteó como lo
tendría que haber hecho la primera vez; era un cretino y se merecía esa bofetada
y mucho más.
Edwin no se podía creer que una niña de diecisiete años le hubiera pegado a
él, un hombre hecho y derecho, aunque a decir verdad debía reconocer que se lo
merecía. Bien, la gatita tenía garras, otra novedad de Lady Remilgada.
-En primer lugar, no le consiento que se dirija a mí con ese apodo, yo no soy
Lady Remilgada, soy Lady Cavendish; en segundo lugar, antes prefiero que me
tiren atada a una piedra al fondo del Támesis que casarme con usted así que no
sueñe conmigo y, en tercer lugar, sólo he venido a buscar un libro así que haga
ver que no estoy.
- ¿Un libro? Aquí no hay novelas románticas Señorita- se burló.
-Sé perfectamente lo que hay aquí y no leo novelas románticas- le dio la
espalda en busca del misterioso libro.
Una mujer que venía al despacho de un caballero a buscar un libro y
afirmaba que no leía novelas románticas, Lord Seymour cada vez estaba más
sorprendido, ¿qué quería leer entonces? Sin más dilación se volvió a sentar en el
sillón y aparentó ignorarla para dejar que cogiera lo que había venido a buscar.
Tenía que reconocer que se veía hermosa esa mañana, aunque aún le seguía
pareciendo un poco extraño que una muchacha soltera usara vestidos tan
arriesgados; tenía un aura de mujer que lo enloquecía y sólo de pensar que
estaría siete días lejos de sus amantes aún se aceleraba más.
Audrey empezó a buscar en la estantería un libro que explicara cómo se
administraba una propiedad, pero por mucho que buscaba sólo veía títulos y más
títulos complicados y ninguno especificaba de qué trataba. Así que tuvo que
empezar a abrir uno por uno y hojear para comprender de qué tema trataba cada
cual. Había centenares, ¿cómo lo lograría antes de terminar el día? Se lamentaba
profundamente de la pobre educación que recibían las mujeres, sólo aprendían
coses inútiles y ahora se daba cuenta: mientras ellas sólo aprenden francés,
música y un poco de historia y muchos modales, ellos iban a la universidad y se
instruyan. Pero no sería ella quien cambiara esa situación así que, por el
momento, se limitaría a encontrar el dichoso libro.
Edwin la miraba con curiosidad, ¿qué estaba buscando con tanto
detenimiento y durante tanto tiempo? No había lugar a dudas que era la mujer
más obstinada que había conocido, pero ahora además la más peculiar. En lugar
de estar con sus amigas charlando de qué vestido se pondría en esta nueva
temporada, ahí estaba ella, revolviendo viejos libros para hombres.
- ¿No tiene amigas Lady Cavendish? De verdad que no entiendo que está
haciendo.
-Usted no tiene que entender nada, ocúpese de sus asuntos- contestó
ofuscada. Ya tenía suficiente con todo el trabajo que tenía en buscar ese libro
para encima tener que soportar las impertinencias de ese intolerable.
-De acuerdo, al menos dígame qué está buscando, a ver si le puedo ayudar -
no tenía ningún interés en ayudarla, pero quería que se fuera rápido, no quería
aguantarla más por el bien de todos.
Audrey lo miró seriamente durante unos instantes y sospesó los pros y los
contras de hacerle partícipe de su búsqueda ¿qué podía perder? ¿Se reiría de
ella? Poco le importaba. Lo que le importaba era empezar a estudiar lo qué tanto
le hacía falta para poder completar sus propósitos.
-Estoy buscando un libro que explique cómo administrar una propiedad, si
me puede ayudar hágalo- contestó esperando a que empezara con su cinismo
habitual o simplemente se riera de ella, pero lejos de eso se acercó a la estantería
donde ella se encontraba y empezó a buscar hasta sacar un tomo.
-Este es, Técnicas de administración y dirección de propiedades por Charles
Marx, un gran economista de nuestros tiempos- le explicó sin ningún deje de
sorna y con total sinceridad.
Audrey sorprendida por la rápida ayuda prestada no pudo más que
devolverle el favor con un poco de cortesía:
- ¿Usted lo ha leído? - preguntó mientras tomaba el libro y se dirigía a la
puerta.
-Sí, he leído unos cuántos parecidos para poder administrar mi Ducado-
agregó mientras volvía a tomar asiento en el sillón y tomaba la carta de nuevo.
-Me imagino, gracias ya no le molesto más- se disculpó mientras empezaba a
abrir la puerta dispuesta a salir.
-Eso espero, que no me moleste más- espetó Edwin, volviendo a ser el
grosero de siempre.
Con esa respuesta, la vena yugular de Audrey se volvió a torcer, pero ¿qué
clase de pordiosero era ese? Definitivamente, no podía bajar la guardia ni un
instante ante él, en cualquier momento la podía pillar desprevenida y sacar de
ella lo peor o, lo mejor.
- ¿Es que usted no puede ser nunca un caballero? - le inquirió Audrey con el
cuerpo ya fuera del estudio.
-Ya le dije que yo no soy un caballero- repuso con un tono indiferente
mientras concentraba su atención en la carta.
Salió del despacho enfurecida por el carácter tan ambiguo de ese Lord
Seymour, pero por lo menos estaba satisfecha de tener por fin entre sus manos
algo interesante que leer, corrió a sus aposentos y sin más dilación empezó a
estudiar.








Capítulo 11-Aristócrata
El primer día sin los Duques de Devonshire en Chatsworth House pasó en
calma y sin ningún incidente, Audrey se mantuvo gran parte del día en sus
aposentos estudiando y sólo salió para comer y cenar, momento en que se reunió
con sus hermanas. Por otro lado, Lord Seymour, siguió con su plan de ordenar
que le trajeran la comida en la habitación y de limitarse a trabajar o a leer en el
despacho.
Era ya entrada la noche, y Audrey seguía leyendo; tenía que reconocer que le
estaba siendo muy útil ya que ese libro explicaba con detalle las técnicas a
aplicar en la administración de una propiedad. Sin embargo, un ruido inusual la
desconcentró de su lectura; sus hermanas y ella se encontraban en el ala sur de la
mansión junto las recámaras de sus doncellas mientras que en el ala norte se
encontraba el indeseable de Edwin y su ayuda de cámara. Por eso, era que le
extrañaba escuchar ruido a esa hora en los pasillos, sus hermanas ya estarían
durmiendo y si alguna doncella seguía despierta, lo habitual era que se
mantuviera en su habitación.
Se dispuso a tocar la campanilla para que Alicia fuera a ver que sucedía,
pero de golpe recordó una de las frases del libro de Marx: “Si usted quiere ser el
líder de su propiedad, usted mismo debe de afrontar todas y cada una de las
situaciones que se presenten sin depender de la ayuda de nadie, ni tan sólo de
sus empleados”.
Así que dispuesta a afrontar la situación y a coger las riendas del Ducado de
su padre, dejó el libro en la mesita y sigilosamente, se levantó para apagar las
velas; no quería que nadie supiera que aún seguía despierta o peor aún, que al
abrir la puerta de su estancia alguien la pudiera descubrir. Se tiró la bata por
encima del camisón, cogió el silbato que su tío Jeremy le había regalado en una
ocasión y salió silenciosamente de su alcoba sin la ayuda de ninguna vela, como
se conocía bien la vivienda la luz de la luna le era suficiente para guiarse.
Al salir pudo escuchar mejor el ruido y confirmar que no provenía del pasillo
sino de debajo de ella, es decir, del ala sur de la primera planta. Empezó a pensar
rápido que había en ese nivel, y de pronto lo recordó: ¡el salón de mamá! Era la
sala donde madre recibía las visitas y estaba decorada con los jarrones y cuadros
más costosos de la propiedad.
Con mucha prudencia y un caminar sigiloso, empezó a descender la gran
escalinata bien cogida del pasamanos. Una vez abajo, notó como el frío del suelo
empezaba a recorrer un camino ascendente por sus piernas, pero ya no había
vuelta atrás, se había propuesto descubrir qué estaba pasando y así lo haría. Así
que empezó a dar pasos cautelosos hacía la sala de visitas y cada vez podía
identificar mejor el ruido, era como si alguien estuviera moviendo objetos de un
lado a otro con prisas. Al llegar cerca de la puerta se detuvo, y puso la oreja.
- ¡Vamos, espabila! - dijo una voz masculina en un susurro gritado- tenemos
que aprovechar que estos aristócratas no están para llevarnos lo qué nos
corresponde como pueblo.
-He escuchado que en la residencia sólo hay empleados y cinco damas señor
- contestó una voz poco espabilada - ¿y si subimos a hacerles una visita a las
Señoritas? Estoy harto de los perfumes baratos que usan las mujeres del burdel,
quisiera saber a qué huele una dama de éstas.
- ¡Calla zoquete! ¿Y los guardias que rodean la propiedad? Hemos tenido
suerte que mi amigo nos colara, tenemos que aprovechar para llevarnos todo lo
que podamos e irnos. Seguro que no echarán de menos lo que hoy nos llevamos
y mañana volveremos a por más.
El cuerpo de Audrey tembló al escuchar esas últimas palabras, como se
lamentaba no haber aprendido a disparar cuando su prima se lo propuso el
verano pasado. Obviamente, declinó la oferta por poco adecuada pero qué tonta
había sido y ahora se daba cuenta. Lo único que podía hacer era tocar el silbato y
alertar a los lacayos, pero no podía hacerlo sonar a dos pasos de la sala porque
entonces la descubrirían y sabe Dios que le harían.
Así que empezó a darse la vuelta para alejarse, pero lo que vio le heló la
sangre y le detuvo la respiración: justo a dos pasos de ella había un hombre de
estatura similar a la de un armario que parecía estar acechándola; es más,
juzgando por su expresión seguro que la había estado observando durante todo
ese tiempo. Audrey empezó a rebuscar en su memoria por si lo conocía de algo,
pero era claro que era un intruso y que, seguramente, iba con los dos que estaban
dentro del salón. Tentada estuvo de gritar, pero al pensar que había dos más en el
cerca, se contuvo. No era que tuviera muchas oportunidades contra ése, pero
eran más que contra tres. Lo miró fijamente durante unos instantes cavilando qué
hacer, el malhechor la miraba con ojos lujuriosos y con una sonrisa malévola que
dejaba a la vista el conjunto de dientes más negro y roto que había visto Audrey
en su vida.
“Bien Audrey, piensa lo que vas a hacer, eres la dueña de esta casa, no te
dejes amedrantar por esta alimaña”, se dijo a sí misma mientras temblaba cual
hoja en una rama de un día ventoso.
De golpe vio como el gigante iba a abalanzarse sobre ella, pero con un
movimiento rápido y ágil lo esquivó pudiendo así correr diez pasos en dirección
a la gran escalinata, al mismo tiempo que bufaba con frenesí el silbato; pero ya
no pudo hacer más, porque el gigante la atrapó y con una sola mano hizo a
pedazos la única arma que tenía. Entonces Audrey a falta de silbato, empezó a
gritar de tal forma que parecía que las cuerdas vocales se le iban a romper de un
momento a otro, pero no dio tiempo a eso porque su raptor le propinó- sin
miramiento alguno- un golpe en la mejilla dejándola inconsciente por el dolor.
-Así calladita estás mejor- la tumbó en el suelo y se puso a horcajadas sobre
ella, empezó a olfatearla como si fuera un perro oliendo comida - el olor de una
aristócrata- exclamó de placer mientras rompía su camisón y dejaba sus pechos
al descubierto y, con esa visión se desabrochó el pantalón dispuesto a
deshonrarla.
El teniente Seymour se encontraba aún en el despacho ultimando unas
cuentas cuando de pronto escuchó el sonido de un silbato, de inmediato
desenfundó la pistola de su tobillo y salió con un paso tan firme que el suelo
temblaba, pero al escuchar el grito de desesperación de Audrey su juicio se
nubló y su semblante se oscureció. No sabía qué estaba causando ese dolor en
ella, pero estaba seguro de que iba a terminar con ello.














Capítulo 12-La muerte
Edwin se apresuró en llegar al origen de esos gritos ya extinguidos y cuando
llegó a la gran escalinata se encontró con una niña pequeña de pelo rubio
totalmente paralizada mirando en dirección a la planta inferior, él la imitó y
cuando vio lo que estaba sucediendo no vaciló en actuar.
La vena yugular amenazaba con explotarle, ver a ese hombre encima de
Audrey bajándose los pantalones lo había transformado en una bestia irracional;
sólo quería matar a ese mal nacido, pero no sería tan necio, necesitaba dejarlo
vivo para sonsacarle información. Así que mientras bajaba las escaleras hizo
gala de su puntería y lo disparó en la pierna.
El gigante cayó sobre Audrey retorciéndose de dolor, pero no tardó en recibir
una potente patada por parte del furioso teniente que lo alejó de la joven y quedó
tendido sobre el suelo. Una vez se aseguró que el canalla no se levantaría, se
giró hacia Audrey y lo que vio aún lo enfureció más.
Esa mujer, la causante de sus desvelos, yacía en el suelo con su impoluta cara
de porcelana magullada y ensangrentada y, por si fuera poco, sus pechos estaban
al descubierto. Era como si le hubieran robado algo, no podía soportar la furia
que crecía en su interior, rápidamente apartó la mirada de ellos y se limitó a
sacarse la camisa para poder taparla.
El resto de los ocupantes de la casa no tardaron en aparecer: los sirvientes
venían con lámparas mientras los lacayos y los guardias se presentaban armados.
Lord Seymour dio la orden de atar al canalla y llevarlo al sótano sin importarle
que se desangrara por el camino, así como la de registrar toda la propiedad y
avisar a las autoridades. Luego mandó a su ayuda de cámara a por el médico y se
dispuso a cargar con una Audrey, aún inconsciente, hacía un lugar más cómodo y
seguro, pero algo lo detuvo.
- ¡Audrey! -gritó una joven de pelo negro con el semblante lleno de rabia -
¿quién ha sido el mal nacido qué le ha hecho esto a mi hermana? - gritó con
fuerza y encarándose a todos los presentes. Karen no debía medir más de un
metro sesenta de altura y era más bien de complexión delgada, pero tenía una
fuerza interior que asustaba cuando entraba en cólera.
Los sirvientes y los lacayos bajaron la mirada ante ella sin saber muy bien
qué responder.
- ¿Es que nadie va a responder? ¡Tú! ¡Contesta! - exigió a un sirviente
mientras lo apuntaba con el dedo.
-Señorita… aún no sabemos muy bien, pero hemos encontrado a un
intruso…-Y mientras el lacayo daba las explicaciones pertinentes a su Señora, el
resto de las hermanas fueron apareciendo.
-Audreeeey- resonó una voz de soprano acompañando a una preciosa dama
pelirroja que descendió la escalinata sin importarle que todos los presentes la
vieran en camisón, y no era precisamente de complexión delgada. No miró a
nadie y simplemente se acuclilló al lado de su hermana mayor mientras le
acariciaba la mejilla ensangrentada con mucho cuidado, valorando el nivel de
gravedad de la herida.
- ¿Qué sucede aquí Lord Seymour? - preguntó la Baronesa viuda aún en bata
y con el gorro de dormir.
- ¡Liza! ¿Qué haces aquí de pie? - exclamó Elizabeth al ver a la pequeña
Liza estática- ¡Liza! ¿Qué no me oyes? - gritó preocupada, pero al llegar al borde
de la escalinata y mirar hacia abajo, el corazón le dio un vuelco.
Inmediatamente cogió en brazos a su hermana pequeña y se la dejó a una
doncella con la orden de llevarla a la cama, y luego corrió al lado de Audrey.
Edwin, sin inmutarse por la presencia de las damas, se limitó a coger en
brazos a Audrey la cargó hasta el piso superior seguido de todas las mujeres de
la casa, incluida la Baronesa viuda, que si bien aún no había llegado al final de
las escaleras dio media vuelta para volver a subirlas e ir detrás de él.
-Que traigan paños para limpiar la herida mientras viene el Doctor- ordenó
Edwin a una de las doncellas que se apresuró a obedecer.
-Señor, los aposentos de mi hermana están en la otra dirección- informó
Karen.
-No la llevo a sus aposentos, sino a los míos.
Al llegar a su alcoba tumbó a Audrey en la cama con sumo cuidado, su rostro
no parecía perturbado, si no fuera por la herida que tenía en la mejilla, nadie
diría que acababa de escapar de una violación segura si no hubiera sido por su
intervención. Sus tres hermanas y la Baronesa rápidamente rodearon la cama
pendiente de cualquier movimiento que pudiera hacer; sin embargo, Audrey no
despertaba, ni con las palabras de sus hermanas ni con el botellín de alcohol que
su doncella le hacía oler de vez en cuando. Lo único que podían hacer era
limpiar su herida hasta que el Doctor llegara.
-Bien, Señoritas y Señora- empezó a hablar Edwin por primera vez andando
hacia la puerta y sin mirar a ninguna de las presentes - queda prohibido salir de
esta estancia hasta mi regreso – imperó autoritariamente al mismo tiempo que,
mediante señas, ordenó a dos lacayos armados vigilar la puerta de la habitación.
-Perdone, pero ¿usted quién es para darnos órdenes? - inició Karen con
descaro.
-Cállate Karen, él es nuestro tutor hasta que vuelva papá - interfirió
Elizabeth.
Pero Edwin ya había salido de la estancia importándole muy poco lo que
aquellas mujeres pudieran decirle.
- ¿Dónde está la más pequeña? -preguntó a uno de los sirvientes.
-Una doncella la ha llevado a su habitación señor- se cuadró ante el
caballero.
-Que vayan dos hombres armados a custodiar su puerta hasta nueva orden-
dijo mientras se dirigía a la primera planta.
En la primera planta estaban la mayoría de los empleados aguardando
indicaciones. El mayordomo estaba sentado en una silla en la puerta principal,
esperando la llegada del médico y de las autoridades. Ciertamente, era un
anciano de aspecto frágil y curvado, en su época de juventud debería haber sido
un hombre alto y apuesto, pero ya poco quedaba de aquello; había servido toda
la vida al Duque de Devonshire y, por eso nunca se habían planteado de
sustituirlo por otro más joven.
-Mr. Gibbs-llamó Edwin al mayordomo, a lo que él se puso de pie y se
cuadró esperando a que el Señor hablara- ¿han registrado la zona?
-Sí, Señor, pero no han visto a nadie más. Seguro que sólo era un borracho
sin destino fijo que consiguió colarse …
-La pregunta es, Mr. Gibbs, ¿cómo ha conseguido colarse?
La Señora Poths, la cocinera de la familia, un tanto rechoncha, pero de
facciones bonitas y agradables llevaba casi los mismos años que el mayordomo
sirviendo a la familia Cavendish, y fue por eso que se atrevió a acercarse a los
dos hombres.
-Disculpe mi atrevimiento señor, pero la jefa de cámara me ha comentado
que, en la sala de invitados de la Duquesa, estaba la ventana abierta y faltaban
jarrones además de unos cuadros - informó con la máxima prudencia y a voz
baja.
-Le agradezco la información, ¿dónde está la jefa de cámara?
- ¿La Sra. Jenkins? Ha ido a descansar, por lo visto estaba sufriendo de una
severa migraña a causa de los acontecimientos.
-Bien, entonces cuando lleguen las autoridades usted junto al mayordomo,
atiéndanlos hasta que yo venga.
-Sí señor- contestaron los dos al unísono y apartándose del camino de su
improvisado Señor.
Con pasos ligeros y poniendo el silenciador en su pistola, se dirigió al sótano
donde el malhechor estaba atado a una silla bajo la vigilancia de dos empleados
de la casa.
-Vuestros nombres y vuestro cargo en la casa- inquirió a los dos jóvenes que
hacían guardia.
-Yo me llamo David Poths y soy el hijo de la cocinera Señor- contestó
apresuradamente el más rechoncho de los dos.
- Y yo Bruce y soy el ayudante de Mr. Gibbs- añadió el más alto y fornido.
-Confío en vosotros que lo que suceda hoy en este sótano no salga de aquí,
¿entendido? - demandó mirándolos fijamente a los ojos. A lo que respondieron
afirmativamente con la cabeza baja.
Sus años de experiencia en el ejército le habían servido para calar rápido a
las personas y sabía de sobras que esos dos mozos le serían fiel. Así que se
dirigió hacía el mal oliente que se había atrevido a ultrajar a una de las damas
que estaban bajo su protección. El gigante aún se encontraba consciente a pesar
de la herida de bala que tenía.
-No esperaba encontrarte despierto, me preocupa sobremanera la sangre que
estás perdiendo- inició calmadamente Edwin, actuando como si realmente le
preocupara su bienestar.
- ¿No me diga “señor”? ¿un culo refinado como el suyo se está preocupando
por un miserable como yo? – lo miró desafiante.
- ¿Tan raro sería que un ser humano se preocupara por otro? - respondió
Edwin mientras cogía una vieja silla de madera y se sentaba frente a él - dime
quién eres y qué hacías en esta propiedad.
-Mi nombre es Gordon y soy cartista - contestó el hombre con sinceridad y a
media voz por lo debilitado que estaba ya.
El cartismo era un movimiento que se venía fomentando por la clase obrera
desde inicios del 1800 pero lo que sabía Edwin era que el populacho se limitaba
a manifestarse y a reclamar derechos, no a robar ni mucho menos a violentar a
muchachas indefensas. Pero como en todo movimiento, siempre había
oportunistas como los que hoy se habían colado en Chatsworth House. A pesar
de saber que ese mal nacido, distaba mucho de ser un cartista decidió seguirle la
corriente.
- ¿Y cuántos cartistas más han venido contigo? A lo mejor si me explican
bien que reclaman, los pueda ayudar en su causa - dijo sonriendo Edwin,
tratando de sacarle toda la información posible.
-No lo sé, mi misión era sólo vigilar que nadie los descubriera mientras
entraban en la mansión, pero cuando vi a esa damita de pelo negro bajando por
las escaleras…digamos que cambié el objetivo de mi misión- mostró sus
ennegrecidos dientes.
- ¿No me digas? ¿Y cuál era? - preguntó Edwin ocultando su enfado.
-Quería saber que se sentía al penetrar a una dama de alta cuna-expresó con
total vulgaridad, característica de los hombres de esa calaña.
- ¿Dime qué crees que te ocurrirá después de esto amigo mío? - quiso saber
el teniente mientras se levantaba de la silla.
-Conozco muy bien las leyes señorito, cuando lleguen las autoridades me
asignarán un médico barato y me encerrarán en prisión hasta que me den un
juicio, en el que seguramente saldré perdiendo, y terminaré en una prisión sucia
y mal oliente de por vida en la que moriré de hambre.
-No tendría que ser así si me dijeses quién os ha ayudado a entrar en una
propiedad rodeada de guardias- dijo Edwin intentando indagar sobre el traidor
que había entre ellos.
-No nos han dejado ver nada, sólo nos dejaron pasar por unos pasillos
oscuros y cuando me di cuenta ya estaba dentro. Lo único que nos dijeron es que
la casa se encontraba sin el dueño y que sería fácil llevarnos algunas cosas. Pero
no conté con que ese pedacito de pan se presentara enfrente de mí.
- ¿Crees que ha valido la pena? - intentó saber qué le había llegado a hacer a
Audrey.
- ¡Oh ya lo creo! No llegué a entrar dentro de ella, pero el recuerdo de sus
pechos y de su olor me ayudará en las frías y solas noches de prisión, ya me
entiende.
- ¿Seguro? -Edwin alzó su ceja y sonrió- ¿Crees que llegarás a poner un pie
fuera de este mugriento sótano? - añadió cargando su arma y apuntándolo.
-No puede matarme o de lo contrario, usted también será encarcelado por
tomarse la justicia por sus manos.
Edwin le dedicó una de sus sonrisas más cínicas y le disparó en medio de la
sien.
Lo había matado, había terminado con él. Pero no le importaba, una muerte
más que llevaría sobre sus hombros, pero esa era la que más le había valido la
pena así que tranquilamente se dirigió hacia la puerta.
-Se lo merecía señor- dijo el hijo de la cocinera mientras el otro asentía con
ímpetu.
-Desatadlo - ordenó con frialdad a los dos muchachos- y ha sido en defensa
propia, ¿queda claro?
-Sí, señor - respondieron al unísono mientras corrían al interior del sótano
para cumplir con su obligación.












Capítulo 13-Algo mío
Una vez dadas las explicaciones pertinentes a las autoridades, éstas quedaron
conformes con la palabra del teniente Seymour y se llevaron el cuerpo del
criminal sin más preguntas de las necesarias. No quedó exento de preocupación
el robo en la sala de invitados donde se confirmaba que el tal Gordon no había
acudido solo sino con compañía y, además, ayudados por alguien del servicio.
Como medida de seguridad, las autoridades del estado dejaron un escuadrón de
soldados bajo la autoridad del teniente para que vigilaran la casa mientras el
Duque volviera y solventara el asunto del traidor.
Lord Seymour ordenó a todos los soldados posicionarse alrededor de la
propiedad, menos a dos que los dejó en la planta baja como vigilantes.
Seguidamente, subió a ver la recámara de la más pequeña de los Cavendish, que
seguía custodiada por los dos lacayos armados.
-Pueden retirarse, la zona ya es segura por el momento, los soldados harán el
resto-decretó ya cansado.
-Sí, teniente Seymour.
Edwin no olvidaba que esa niña de no más de doce años había presenciado
como casi violan a su hermana mayor; por eso era que, aun no teniendo ninguna
obligación, tocó la puerta y esperó que su doncella abriera.
- ¿Cómo se encuentra la Señorita Cavendish? - preguntó a una simpática
pero cansada doncella entrada en años.
-Señor, la verdad es que no sé qué hacer, no se duerme. Lleva más de tres
horas en la misma posición, de hecho, lleva así desde que la Señorita Elizabeth
la encontró en el borde de la escalinata- respondió en un tono preocupado.
Lord Seymour entró a la habitación sin preguntar y efectivamente vio a la
pequeña y frágil niña sentada en el borde de la cama con la mirada perdida.
Parecía un ángel, el pelo rubio y largo le caía en forma de cascada por encima
del camisón infantil y sus grandes ojos turquesa no hacían más que resaltar sus
rasgos aniñados.
- ¿Por qué no ha dicho antes que la pequeña se encontraba en este estado? -
interrogó sin esperar respuesta- vaya inmediatamente a decirle al Doctor que en
cuanto termine con la Señorita Audrey venga a ver a…
-Liza, señor, se llama Liza.
-Que venga a ver a Liza-concluyó mientras se acercaba a la niña y se sentaba
a una distancia prudencial de ella esperando a que el Doctor llegara.
El Doctor de la familia, Brian Mellison, no tardó en aparecer por la puerta
recolocándose sus grandes gafas.
-Señor, ya estoy aquí-dijo mientras pasaba a la estancia y se acercaba al
pequeño ángel.
La valoró durante unos minutos y luego miró a Lord Seymour con el
semblante preocupado.
- ¿Puedo hablar un momento con usted, a solas? - le preguntó el médico.
-Por supuesto- le hizo una seña con el brazo para que salieran de la
habitación.
Una vez en el pasillo, Edwin se sentó con la cabeza entre las manos en una
de las banquetas ya harto de la noche y miró al experto con gesto interrogante.
-Señor, me parece que la niña está pasando por una especie de trance debido
a algún shock emocional, lo más sensato es que su doncella le haga tomar este
medicamento que yo mismo he diseñado a base de tisana, cola de caballo y
dientes de león para que caiga dormida y así mañana cuando se despierte ya haya
superado este estado de paralización.
-De acuerdo, ¿y en cuánto a la Señorita Audrey? - preguntó queriendo
parecer lo más neutral posible.
-La Señorita Audrey tiene un duro golpe en la mejilla que es lo que le ha
causado el desmayo, pero sus constantes son buenas y fuertes. Tan sólo está en
un sueño profundo y hay que dejar que duerma hasta que se despierte de forma
natural, no hace falta aplicar ninguna técnica agresiva para ello; a veces es mejor
dejar que el cuerpo actúe. Para la herida, ya le he dado un ungüento a su doncella
para que la aplique una vez por la noche así poco a poco irá despareciendo-
explicó en un tono cariñoso puesto que él mismo había traído a Audrey al
mundo.
-Señor, es hora de que lleve a Audrey a sus aposentos - intervino la Baronesa
viuda que venía en busca de Lord Seymour.
- ¡Ah, no, no! – se exasperó el Doctor Mellison, dejando a la Baronesa
enmudecida - a la Señorita no se la puede mover hasta que despierte, y cuando
despierte deben mandar a alguien para avisarme porque debo volver a revisarla.
He de comprobar que no tiene ningún hueso roto y si me la mueven pueden
empeorar la situación si ese fuera el caso.
- ¿Y por qué no mira si tiene un hueso roto ahora Doctor?
-Ahora no puedo porqué está durmiendo y no sé si le duele algo más que la
mejilla o ¿acaso tiene usted alguna técnica mejor para descubrirlo? - se ofendió
por la pregunta.
-No, por supuesto que no Doctor- respondió la anciana con cara de fastidio-
Entonces yo me retiro. Estoy muy cansada y ya no estoy para estos ajetreos
¡Adelaida! ¡Adelaida! -llamó con voz estridente a su doncella, la cual apareció
detrás de ella al instante- ven, acompáñame a la habitación.
-Yo también me retiro Señor. Lo dicho, cuando la Señorita despierte, vuelvan
a avisarme- se despidió el Doctor.
Edwin se quedó solo en la banqueta por unos instantes, le dolía la cabeza y lo
único que deseaba era dormir. Se dirigió hacia su alcoba donde también seguían
los dos lacayos en la puerta vigilando.
-Pueden retirarse -dijo sin ganas de hablar y abriendo la puerta del
dormitorio, pero se encontró con que las tres hermanas de Audrey y una joven
doncella seguían en él.
-Muy bien, todas las que no estén inconscientes que se retiren a sus
aposentos -se sacó las botas dispuesto a meterse en la cama.
- ¿Pero usted cree que lo dejaremos a solas con mi hermana? ¿Y en la misma
cama? -se indignó Karen.
-Señor, he ordenado al servicio preparar la habitación de mi padre para usted,
hasta que Audrey se despierte- intervino una siempre conciliadora Elizabeth.
-Está bien… ¡mujeres! -refunfuñó mientras salía de la estancia.
-Alicia, acompaña al Señor a la recámara de mi padre, y luego retírate a
descansar-dispuso Bethy mientras se tumbaba al lado de sus hermanas dispuestas
a dormir todas cuatro en la misma cama.
Un cansado Edwin seguía los apresurados pasos de la hermosa doncella,
ahora que se fijaba era muy atractiva: tenía el pelo recogido en un moño rubio
como el sol y un busto bastante prominente. Pero no se podía comparar con la
belleza de Audrey. ¡Audrey!¡Audrey! Parecía que lo había embrujado,
últimamente sólo tenía en la cabeza a esa mocosa obstinada, con la cual también
pasaría cuentas cuando se despertara. ¿Qué hacía ella en la primera planta a esas
horas de la noche? Si se hubiera comportado como una dama y se hubiera
quedado en su habitación, se hubiera ahorrado todo ese trabajo a las tantas de la
noche. Sólo tendría que haber dado parte a las autoridades al día siguiente por el
robo. Parecía que desde que había conocido a esa pelinegra, sólo había tenido
problemas en su vida.
-Esta es la habitación señor- indicó Alicia.
-Perfecto, puede retirarse- contestó Edwin sin ni si quiera mirarla mientras se
adentraba en ella.
- ¿Quiere que le ayude en algo más? - se insinuó Alicia.
¿Le había parecido escuchar bien? ¿O era fruto de su cansancio? ¿No podía
ser que la doncella de Audrey se le estuviera insinuando verdad? Seguramente
sólo quería ser amable con él.
-No, gracias- y cerró la puerta deseosa de estar a solas de una vez por todas.
Audrey empezó a abrir los ojos levemente junto a los primeros rayos de sol,
lo primero que notó fue un fuerte dolor en la mejilla que le recordó todo lo
sucedido ¡Dios mío! ¿Cómo podía haberse desmayado? Lo último que recordaba
era a ese asqueroso hombre atrapándola. ¿Qué habría sucedido? Empezó a
recorrer con la mirada el lugar donde se encontraba, desde luego no era su
habitación, pero sí era su casa porque el techo mostraba el emblema de la
familia, parecía una habitación masculina. “¡Ah sí! ¡La habitación que está al
lado del despacho!”, recordó de pronto.
- ¡Audrey! ¡Estás despierta! - exclamó Georgiana despertando a las demás.
Entonces Audrey miró hacía a lado y vio a sus tres hermanas menores tumbadas
junto a ella.
Poco a poco todas se fueron incorporando alrededor de la mayor que seguía
en la misma posición de reposo, pero con los ojos abiertos.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó Elizabeth preocupada.
Audrey se llevó la mano a su mejilla e hizo una mueca de dolor, parecía que
cuando intentaba hablar esa parte le dolía tanto que se lo impedía. Así que muy
flojo y casi sin mover la mandíbula repuso:
-Sí, pero me duele mucho esta parte- señaló la mejilla.
-Tranquila, es sólo el golpe, no hace falta que hables, nosotras iremos a
avisar al servicio para que te traigan una sopa bien caliente y para que vayan en
busca del Doctor, tú quédate aquí y no te muevas- resolvió Gigi dándole un
cálido y cuidadoso abrazo. Bethy y Karen la imitaron y luego salieron todas en
busca de sus doncellas.
Audrey se sentía un poco desorientada, estaba claro que lo que fuera que
había pasado ya había terminado, ¿pero cómo terminó todo? ¿Y Liza?¿Dónde
estaba Liza? Sin escuchar a Bethy, se levantó de un salto al recordar a su
hermana menor, pero al salir de las sábanas descubrió que su camisón estaba
completamente roto y le salían los pechos. De pronto tembló, ¿qué le había
llegado a hacer ese canalla? Inconscientemente se llevó las manos hasta la zona
desnuda intentando de alguna forma esconderse de la vergüenza.
-Veo que ya estás mejor- se escuchó una voz grave detrás de ella, pero que
no la sobresaltó porque sabía de sobras de quién se trataba. Así que aprovechó
que él aún estaba detrás de ella, para volver a meterse dentro de las sábanas y
tapar así su desnudez.
Edwin se levantó con la primera luz de la mañana como solía hacerlo y tomó
un merecido baño. Justo cuando terminaba de vestirse entró su ayuda de cámara
y lo informó de que la Señorita Audrey ya había despertado y de que sus
hermanas habían empezado a organizarlo todo.
Así que decidió ir a verla, pero no imaginó encontrarla sentada en el borde
de la cama; podría haber entrado sin más, pero sabía de sobras el estado de ese
camisón así que decidió hablarle desde la entrada para que le diera tiempo a
taparse.
El teniente se acercó y se sentó al borde de la cama mientras la observaba
con una expresión difícil de descifrar.
- ¿Qué hacías en la primera planta a las tantas de la noche? - fue lo primero
que le espetó sin preguntarle ni si quiera como se encontraba.
Audrey empezaba a irritarse por momentos como cada vez que se presentaba
ese indeseable delante de ella. ¿Por qué le hablaba como si estuviera regañando a
una niña? Iba a responderlo como se merecía, pero al abrir la boca un dolor
agudo le atravesó desde la cara hasta la sien. Así que muy flojito y apenas sin
gesticular, decidió responderlo con sinceridad.
-Escuché un ruido y bajé a ver qué sucedía, luego escuché a dos hombres
robando y cuando me giré para avisar a alguien me encontré con un hombre de
aspecto desaliñado…-empezó a relatar en un susurro apenas imperceptible pero
el teniente la interrumpió.
- ¿Tienes idea del peligro al qué te expusiste? Si escuchaste un ruido tu
obligación era llamar a alguien del servicio para que fuera a avisarme de
inmediato-sentenció serio.
-Disculpe, pero yo soy la dueña de la casa y yo sola…
- ¡Maldita sea Audrey! - gritó mientras se acercaba a ella de un movimiento
rápido y la cogía entre sus brazos sin darle oportunidad a mover un sólo músculo
de su cuerpo.
Audrey se quedó atrapada entre los musculosos brazos de Edwin y la sabana
se deslizó dejando sus pechos desnudos, por suerte no se veían porque quedaron
pegados al fuerte torso de Lord Seymour.
-Tu obstinación podría haberte llegado a deshonrar, ¿entiendes? - susurró
Edwin en la oreja de Audrey. La joven no supo que responder, se quedó muda, y
se limitó a escucharlo -sé que eres muy capaz de llevar una casa, no soy de esos
hombres que piensan que las mujeres tienen menos raciocinio, pero hay veces
que pedir ayuda a un hombre no es malo, ¿entiendes? -añadió Edwin mirándola a
la cara esta vez.
-Entiendo, y lo siento si he complicado su deber de cuidarnos- dijo
sinceramente al oído de su carcelero.
-No sólo me has complicado el deber de cuidaros, sino que has causado que
otro viera y tocara algo que ya es mío- añadió tajantemente mientras depositaba
un cálido y corto beso en los labios de Audrey.
- ¿Algo suyo? - preguntó aún sostenida por los fuertes brazos de Edwin.
-Sí, no sé qué eres, pero eres algo mío, lo descubrí anoche.
Audrey lo empujó sin importarle quedarse con los pechos al descubierto.
- ¿Algo suyo? ¿No sabe que soy para usted, pero sabe que soy suya? ¿Usted
cree que soy un ternero o una yegua? - gritó Audrey a pesar del dolor en su
mejilla.
De pronto se escucharon unos pasos y los dos se apartaron en el instante,
Audrey se tapó con la sábana y Edwin salió de la estancia.
¿Qué le había pasado por actuar de aquella manera? Se mortificó Edwin al
salir, sólo había ido para reprenderla y ver cómo se encontraba. ¿Algo suyo?
¿Qué suyo? Los días de abstinencia le estaban pasando factura, y ahora que sabía
el aspecto de los pechos de Audrey serían peores. Soñaría cada noche con
acariciar los grandes senos de esa desesperante mujer. Pero eso sólo sería hasta
que se desquitara con su amante Ludovina. Sólo deseaba que pasaran los seis
días restantes y volver a su Ducado para olvidarse de todo lo sucedido y de la
dichosa hija del Duque de Devonshire.
















Capítulo 14-El servicio
Las horas siguientes transcurrieron con tranquilidad; mientras Audrey se
quedó en la cama recibiendo la visita del médico y tomando un merecido
descanso, Edwin desayunó y salió a cabalgar por la propiedad.
Mientras cabalgaba por las verdes y anchas llanuras de Chatsworth House, se
preguntaba cómo podrían haber entrado los ladrones y por dónde. Aunque
alguien del servicio los ayudara, no era una tarea fácil, la casa estaba siempre
rodeada por guardias y no creía que estos fueran precisamente propensos a
ayudar el populacho. Debía ser alguien del interior de la casa, si fuera por él
renovaría toda la plantilla de empleados, pero esa cuestión no le concernía a él.
Esperaría a que el Duque volviera y tomara las decisiones oportunas, él se
limitaría a reforzar la vigilancia con ayuda de los soldados prestados por las
autoridades por el momento. Aunque no era muy conocido socialmente, debido a
su aislamiento voluntario en Somerset, sí era conocido militarmente, por eso las
autoridades lo reconocieron de inmediato y no dudaron en poner a su disposición
a los hombres que necesitaba.
Satisfecho con su ronda decidió volver a la residencia donde le esperaban
unas cuantas cartas que responder al capataz de su Ducado o, mejor dicho, su
futuro Ducado. A pesar de que su padre había dejado sus obligaciones como
Duque desde hacía mucho, el título no le había sido otorgado todavía, pero él
tampoco lo anhelaba, no hacía todo eso por un título, lo hacía porque era su
obligación. Así era Edwin Seymour, se limitaba a ir por la vida cumpliendo con
su deber sin esperar reconocimiento o cariño por parte de nadie.
De camino a la mansión pasó por un jardín con altos matorrales, pero lo que
vio detuvo su regreso. No era que fuera precisamente amante de los animales,
pero no podía sentirse indiferente. Tish yacía en el suelo sin vida, no había
sangre, pero sí tenía un duro golpe en el cráneo. No era muy difícil imaginar que
todo lo ocurrido la noche pasada, tuviera algo que ver con la muerte del animal.
De pronto a Edwin le empezaron a llegar los recuerdos como si éstos
intentaran encajar en un rompecabezas, y lo supo. Galopó hasta el patio principal
y se acercó a dos soldados que se mantenían al pie de la mansión.
-Detened al mayordomo y registrad su habitación- impuso mientras
desmontaba y dejaba las riendas al ayudante de cuadra- usted vaya al jardín sur
oeste y traiga el cuerpo del perro envuelto en una sábana para poder enterrarlo
como es debido más tarde- a lo que el mozo de cuadra asintió y obedeció.
La noche en que encontró a Audrey buscando a Tish, ésta le explicó que
probablemente el Sr. Gibbs había dejado el perro fuera porque al ser mayor ya
no se acordaba de ciertas cosas. Esto confirmaba que el perro solía salir junto al
mayordomo a los jardines, pero no sólo eso lo había impulsado a ordenar su
detención. Durante la noche pasada, cuando bajó para hablar con él, éste parecía
más cansado de lo habitual; aunque fuera anciano no debería haber estado
sentado en una silla si acababa de levantarse. Si realmente hubiera estado
preocupado por la situación, habría estado de un lado para otro impartiendo
orden entre el servicio, pero sólo se limitó a decir que lo más probable es que
hubiera sido un borracho sin rumbo. Además, pareció desconocer algo tan
importante como el robo de la sala de invitados, cuando su obligación era la de
tener toda la casa controlada.
- ¡Esto es inaudito!¡ Llevo sirviendo en esta casa por más de sesenta años y
ahora un forastero me manda a detener! -gritaba Mr. Gibbs formando un
alboroto en el interior de la casa. Los demás empleados empezaron a
congregarse en la sala dorada donde el sospechoso permanecía con las manos
atadas mientras los soldados registraban su recámara. Edwin entró y se sentó en
el sillón que quedaba en frente de él, se encendió un puro y miró al mayordomo
con cara de aburrimiento.
-Señor no creo que Mr. Gibbs haya tenido algo que ver con lo sucedido
anoche, lleva muchos años al servicio de esta casa y la edad le está empezando a
pasar factura-trató de interceder la Señora Poths con la cabeza baja y la voz
temblorosa. La Señora era una sirvienta entregada y dedicada, de edad similar al
mayordomo, pero más resuelta.
-Señora, el padre de su hijo es ahora sospechoso de traición y cómplice de
robo, además de estar ampliamente relacionado con la muerte del perro de la
Señorita Audrey- contestó Edwin dando una tranquila calada al puro como si no
acabara de soltar una bomba informativa.
-Perdone señor, ¿el padre de mi hijo? - interpuso la cocinera temblando de
pies a cabeza y con la cara enrojecida.
-Sí, no crea que todos somos tan ciegos como el Duque de Devonshire, con
todo mi respeto hacía tan noble caballero. El gran semblante entre el joven y Mr.
Gibbs, sumado a su preocupación constante por el señor aquí presente, me reveló
este dato el primer día que llegué en Chatsworth House.
El silencio de la Señora confirmó sus palabras escandalizando así a todos los
presentas incluidas a Karen, Georgiana y Elizabeth que se habían acercado para
ver qué sucedía.
- ¿Es cierto eso mamá? ¿No me dijiste que mi padre había muerto de
tuberculosis al poco de que yo naciera? -interrogó David, el hijo de la Señora
Poths, consternado.
-Hijo, tu padre ya no quería hacerse cargo de ti en cuanto supo lo del
embarazo y no quería perder el empleo justo cuando iba a tener un hijo; por eso,
tuve que inventarme que tu padre había muerto, era la única forma de que la
Duquesa de Devonshire me dejara seguir siendo su cocinera al mismo tiempo
que tu crecías entre estas paredes. Y a pesar de que yo nunca dejé de amar a tu
padre, nunca más volvimos a estar juntos, manteniendo sólo la relación que dos
sirvientes deben tener en la casa de sus señores.
Todos miraron al mayordomo que se mantenía impasible y mirando hacía al
frente como si todo aquello no fuera con él, David lleno de rabia al saber que ese
hombre se había aprovechado de su madre y los había dejado solos estando bajo
el mismo techo, quiso abalanzarse hacía a él para propinarle un merecido
puñetazo, pero no llegó a tiempo.
-Señor, hemos encontrado este cofre lleno de misivas por parte de
reconocidos dirigentes del movimiento cartista, además de varios folletos de
índole revolucionaria en su escritorio- interrumpió con voz automatizada uno de
los dos soldados.
- ¡Maldito asqueroso! ¡Tú has causado que mi hermana esté en cama! -
escupió Karen abofeteando al que una vez consideró como alguien de su familia.
- Mi padre te tenía como a su amigo, o, mejor dicho, casi como su hermano,
yo misma te llamaba tío de pequeña y, ¿así nos lo devuelves? - preguntó
Elizabeth con lágrimas en los ojos.
La Baronesa viuda junto a la Señorita Worth entró justo en ese momento a la
sala alertada por los gritos.
- ¿Qué hace el mayordomo atado como un vulgar criminal Señor Seymour? -
inquirió la Baronesa viuda.
-El mayordomo ha resultado ser un criminal en todos los sentidos- contestó
Georgiana viendo que el Señor Seymour hacía caso omiso a las palabras de la
Baronesa.
- ¡Esto es inaudito! - exclamó la anciana- ¿Ha visto Srta. Worth? No se puede
confiar en nadie en esta vida, y pensar que usted se ha levantado esta mañana tan
tranquila y ausente de todo lo sucedido, no debería dormir con esos chismes en
las orejas- imperó mientras tomaba asiento en un sillón alejado de la situación.
-Tapones, Señora- añadió la pobre Señorita Worth que cada día que pasaba al
lado de la Baronesa estaba más delgada.
- ¿Tiene alguna explicación Sr. Gibbs? - preguntó ahora su ayudante, Bruce-
y pensar que lo tenía como un modelo a seguir- añadió frustrado.
- Nunca tendremos nada, siempre seremos sirvientes de los señores, aunque
no trabajemos para ellos, hay que luchar por nuestros derechos - añadió con los
ojos perdidos como si fuera un demente pero de pronto su faz cambió y se volvió
triste - sólo iban a entrar para coger algunas cosas de valor y así poder financiar
nuestra causa, los folletos, las revistas y los viajes de los dirigentes hay que
costearlos de alguna forma… No pensé que llegarían a hacerle daño a la Señorita
Audrey, eso tengo que admitirlo, pero en la lucha hay sacrificios…
- ¿Por eso también sacrificó al perro de la Señorita? - preguntó con una
siniestra sonrisa Edwin dejando a las hermanas de Audrey consternadas.
-Ese perro tenía más privilegios que yo, estaba harto de tener que cargar con
él a todos lados, y el muy granuja me siguió al jardín por donde dejé pasar a los
compañeros de la causa, pero cuando empezó a ladrarles yo mismo lo callé-
confirmó señalando su bastón con el que debió propiciarle el golpe.
-Llevaos-lo- indicó Edwin levantándose del sillón y acercándose a Bruce- tú
harás las funciones de mayordomo hasta que vuelva el Duque - dicho esto, salió
de la estancia dejando el puro a medio fumar en el cenicero. Al menos ya estaba
resuelto el tema del traidor, pero no sería él quien daría la noticia a Audrey
acerca de lo ocurrido con Tish, se dirigió al despacho y se encerró en él.


Capítulo 15-Él te salvó
Ya era entrada la tarde y Edwin seguía encerrado en el despacho, lugar en el
que también había comido, no era dado a los sentimentalismos de ninguna clase.
Podía haber salido a dedicar unas palabras de consuelo a la Señorita Cavendish
al escuchar su grito de desconsolación en la habitación de al lado o podría haber
aceptado la invitación de Bethy para ir al entierro, pero no. Edwin Seymour
prefería concentrarse en sus deberes y ocupaciones que dedicar su tiempo a los
sentimientos, ya había cumplido su obligación con esa familia en cuanto a lo
sucedido, y eso era todo.
Audrey sentía un vacío en su corazón, ese perro había sido en muchas
ocasiones el único amigo que había tenido, siempre que mamá la había castigado
en su recámara el único ser vivo que había estado con ella durante horas había
sido Tish. Habían crecido prácticamente juntos, sabía de sobra que muchas de las
personas de su alrededor veían infantil o estúpido que profesara tanto amor por
un animal, pero no le importaba. Esas personas, no sabían el cariño que había
llegado a profesar a ese cándido ser peludo, pero ya estaba enterrado y, todo, por
una traición. Esa era la dura realidad, el entierro fue sencillo; compuesto de un
puñado de arena con una madera grabada con el nombre de Tish junto a un
pequeño discurso dado por ella misma ante la presencia de sus tres hermanas
menores, la Baronesa viuda, la Señorita Worth y la Señora Poths -que había
venido más para presentar sus respetos y pedir perdón- que por otra cosa.
Audrey la perdonó al instante, así como todas sus hermanas, comprendían que
ella no había tenido nada que ver. Lo que fuera que hubiera tenido con ese
hombre hacía veinte años, no le incumbía ya a nadie.
Después del entierro fue a ver a su hermana Liza que, según había sido
informada, estaba muy apagada desde que la encontraron al borde de la gran
escalinata; tan apagada que apenas hablaba más que con monosílabos y tampoco
quería jugar con sus muñecas como solía hacer. La doncella que se encargaba de
su cuidado acreditaba su comportamiento al miedo sufrido por ver a su hermana
en el suelo; pero lo que nadie sabía, excepto Edwin, es que la niña había tenido
que presenciar todo lo ocurrido.
-Liza cariño, ¿quieres jugar con la muñeca que te regaló papá cuando vino de
España? - preguntó Audrey intentando poner un tono animado a pesar de la gran
tristeza que sentía.
-No- respondió la niña con un hilo de voz y cabizbaja.
-A ver, cuéntale a tu hermana qué te ocurre- dijo acurrucándola sobre su
falda - me han comentado que me viste en el suelo de la primera planta, pero
cariño, tu hermana se asustó y se cayó. Ya estoy bien, ¿no lo ves? - explicó
abriendo un brazo en muestra de su buena salud, pero Liza parecía no creerla ya
que por primera vez la miró y posó su pequeña mano encima de la mejilla de
Audrey que empezaba a adquirir un tono morado.
-Oh, ¿esto? Esto se lo hizo la torpe de tu hermana al caerse, no es nada mi
pequeña- mintió con la esperanza de recuperar el ánimo de la menor.
-Mentir no está bien Audrey- contestó con toda la sinceridad e inocencia que
podía caber en un ser tan diminuto como Liza.
Audrey se quedó perpleja ¿qué sabía ella realmente?
-Liza cariño, ¿tu viste algo más? - un llanto descontrolado salió de la
pequeña y parecía que nadie pudiera calmarla, ni si quiera su cuidadora, de
pronto la niña se levantó de la falda de Audrey y empezó a correr en dirección al
despacho.
- ¡No, ahí no, Liza! ¡No molestes! - gritaba Audrey mientras corría detrás de
ella, pero fue inútil porque Liza ya estaba dentro del despacho al que Audrey no
tuvo más remedio que entrar mientras la doncella esperaba fuera educadamente.
Edwin, que estaba sentado en el sillón verde y profundamente concentrado
en la lectura de un certificado empresarial, se vio de pronto interrumpido por el
llanto desconsolado de la pequeña Liza, la cual entró corriendo en el despacho y
se abalanzó sobre su falda mirándolo con ojos de adoración.
Audrey observó la escena con asombro. Se podía saber qué hacía su hermana
Liza, su pequeña Liza de once años, ¿subida a la falda de ese cínico de Lord
Seymour como si fuera lo único que quisiera ver en este mundo? Liza era muy
delgada y frágil mientras su pelo rubio rozaba su cintura dándole un aire de
ángel mientras que Edwin era tosco y serio. “Parece un ángel abrazando al
demonio”, pensó Audrey.
-Vamos Liza no molestes al señor por favor- rogó Audrey a su hermana
desde la puerta.
Edwin estaba paralizado no estaba acostumbrado a recibir ningún tipo de
afecto que no fuera el sexual por parte de una cortesana, nunca nadie le había
dedicado afecto sincero, y ver a esa niña llorando en su falda casi rogándole un
abrazo lo tenía confundido. Así que sin saber qué hacer sólo se limitó a esperar a
que la pequeña obedeciera su hermana. Pero nunca esperó lo que salió por la
dulce boca de Liza.
-Él te salvó Audrey- declaró sinceramente y sin dejar de mirarlo con los ojos
llorosos.
- ¿Pero de qué hablas pequeña? - preguntó una sorprendida Audrey mientras
cerraba la puerta al ver que la conversación podía dar un giro inesperado.
-Sí, yo estaba durmiendo y escuché un “piiiip” y salí corriendo para ver-
empezó a explicar Liza de una manera infantil y atropellada- entonces vi como
tu gritabas y luego el hombre malo te pegó, y luego…y luego… el hombre te
tumbó y te rompió tu camisón Audrey, yo quería gritar pero no podía, tenía
mucho miedo pero él vino y “pum” lo apartó y te tapó- confesó llorando sin
desconsuelo y señalando a Edwin que se mantenía en silencio y con los ojos
cerrados como si él también estuviera recordando algo.
A Audrey le salían las lágrimas al escuchar lo que su hermana tuvo que
sufrir, en parte por culpa de su insensatez. A pesar de que se mantenía en pie y
firme en el mismo lugar, por dentro se estaba rompiendo. ¿Cómo había podido
pensar que ella sola podía hacer frente a una situación como aquella? No
importaba que fuera mujer o hombre, a veces venía bien pedir ayuda, y ahora lo
comprendía; si hubiera pedido ayuda ahora su hermana no estaría llorando. Por
supuesto que le dolía y le llenaba de rabia al pensar que ese hombre la había
tocado, pero ver el sufrimiento qué había causado en su hermana le rompía el
alma. No dejaría sus objetivos, pero había aprendido una lección.
-Lo siento Liza, no deberías haber presenciado tan terrible situación- dijo
sinceramente acercándose al sillón en el que Lord Seymour y ella estaban
sentados.
Edwin abrió sus ojos y los depositó encima de Audrey, se veía preciosa y
natural cuando bajaba sus barreras. Liza abrazó a Edwin y le susurró: -eres el
hermano que no tengo- luego le depositó un beso en la mejilla y bajó de su falda.
-Ven, querida- dijo Audrey cariñosamente abrazándola muy fuerte y
cogiéndola en brazos, aunque ya empezaba a pesar- vayamos a la cocina, la
Señora Poths ha preparado una deliciosa tarta de chocolate para subirnos el
ánimo- y dicho esto, salieron del despacho.
Era la una de la noche y Lord Seymour aún no había dejado su trabajo, se
mantenía en el escritorio redactando unos informes para su empresa, había
cenado rápido y corriendo lo que la Sra. Jenkins le había traído y no había salido
para nada, en ocasiones le venían a la mente las palabras de Liza: “eres el
hermano que no tengo “, y sentía un sentimiento nuevo, pero rápido lo apartaba.
Sin esperarlo, la puerta que conectaba con la habitación de al lado se abrió y
apareció una Audrey más bella que nunca sólo con un camisón de tirantes de lo
más provocativo. ¿Pero qué le pasaba ahora a esa mujer? ¿No se daba cuenta que
lo provocaba? ¿Tan inocente era?
Audrey se encontraba ya en su habitación, pero no podía dormir, se sentía
mal con Lord Seymour por no haberle dado las gracias por su intervención. Eso
no era correcto, debía agradecérselo de inmediato y se levantó de un salto
sabiendo que Edwin aún estaba en el despacho, buscó su bata por toda la
habitación, pero no la encontraba. ¿Por qué aún seguía durmiendo en esa
habitación? ¿De verdad el Dr. Mellison creía que no se movería en todo el día de
esa cama? Si supiera que ya había salido de casa pondría el grito en el cielo. Y
claro, ninguna de las doncellas había trasladado sus pertenencias puesto que al
día siguiente ya volvería a su recámara. Pero sabía de sobras que no podría
dormir si no se lo decía, además el camisón tampoco era tan corto, pasaría por la
puerta que conecta con el despacho, le agradecería por haberla salvado y
volvería, nada más. Además, estaba Liza, que le había suplicado una vez tras
otras que al día siguiente Lord Seymour fuera con ellas a recoger bayas, se lo
debía.
-Buenas noches Lord Seymour- empezó Audrey ya dentro del despacho-
venía a pedirle disculpas por mi comportamiento de ayer y a agradecerle todo lo
que ha hecho por nosotras y, sobre todo, por mí- dijo lo más educada posible y
mirando fijamente a los ojos de Edwin que estaban empapados de lujuria,
aunque ella no se percataba de ello.
Edwin sólo quería que se fuera, si se quedaba un sólo minuto más saltaría
sobre ella y terminaría lo que empezó en el río. Se veía tan atractiva con esos
ojos inocentes y ese cuerpo que inducía al pecado más carnal y salvaje. El
camisón, aunque no era corto, era muy escotado y dejaba a la vista los
prominentes pechos de Audrey.
-Está bien, no tiene más importancia-contestó adusto y volviendo a centrar la
mirada en los documentos con la esperanza de que así se fuera.
Audrey esperaba una contestación un poco más amable pero ya empezaba a
conocer el carácter poco afable de Edwin así que a pesar de empezar a irritarse,
como siempre que se acercaba a él, continuó de la forma más cortés que pudo:
-Y, además, Liza ha expresado el enorme deseo que mañana nos acompañe a
recoger bayas a un campo cercano de la propiedad, la verdad es que después de
todo lo sucedido tengo la esperanza de poder consentirla en eso, debo confesar
que mi hermana lo estima mucho.
-Disculpe Señorita Cavendish, pero por si no lo ve tengo muchas más
ocupaciones que la de ir a buscar bayas junto a Señoritas- contestó Edwin de
forma cortante mientras volvía a enfocar la vista sobre ella.
¿En qué momento pensé que podía hablar yo con este hombre?, pensó
Audrey mientras daba media vuelta y se disponía a salir, pero el rostro de Liza le
vino en la mente y se convenció a sí misma de volver a intentarlo.
-Es cierto, mire pídame lo que sea, pero venga mañana, no sabe la ilusión
que tiene la pequeña. Además, como sabrá estoy muy interesada en aprender
más sobre los trabajos de hombres- rogó Audrey esperando que el teniente le
pidiera copiar algún documento para aliviar su trabajo o algo similar.
Edwin la entendió perfectamente, pero su mente lujuriosa y experimentada,
empezó a cavilar todo tipo de posibles trabajos que podría enseñarle a esa joven.
-Bien, siéntese en esa silla de ahí junto, a esa mesa y copie esta certificación
en este documento- accedió señalando un conjunto de sillas y mesa que había a
unos pasos del escritorio principal, aún no sabía cómo había accedido, pero por
una extraña razón lo hizo.
Audrey satisfecha y feliz de haber conseguido su propósito se sentó donde le
ordenó y empezó a trabajar, no sólo ayudaba a Liza, sino que ella también podía
aprender y participar en algo que deseaba desde hacía mucho tiempo. Se
mantuvieron los dos en silencio y trabajando durante una larga hora en la que
Audrey terminó la copia.
- ¡Ya está! -exclamó sonriente Audrey mientras levantaba el conjunto de
hojas que había escrito y se lo mostraba como si fuera una niña pequeña a
Edwin.
-Muy bien, muchas gracias Señorita Cavendish, déjelos ahí- contestó Edwin
señalando un extremo del escritorio. La joven se levantó y cumplió.
- ¿Usted no va a descansar aún? ¿Le hace falta que le ayude en algo más? -
preguntó sinceramente Audrey. Pero Edwin no respondió, Audrey pasó la vista
por encima de su escritorio y se percató en una pequeña cajetilla de metal, se
acercó a ella y cogiéndola preguntó: - ¿Esto qué es?
-Son cigarrillos, son cosas para hombres, déjelo donde estaba, ya no me hace
falta más ayuda gracias.
A Audrey se le encendió la luz de la rebeldía al escuchar ” son cosas de
hombres” y se propuso probar eso de los cigarrillos. Abrió la caja, buscó las
cerillas y prendió fuego a uno de ellos bajo la atenta mirada de Lord Seymour.
-Se va a quemar – se mofó Edwin. Pero Audrey no le prestó atención y con
una mirada vacilante consiguió encender uno de esos tubitos largos y blancos.
No sabía muy bien qué tenía que hacer, pero suponía que era lo mismo que con
los puros así que recordando a su padre se llevó el cigarrillo a los labios e inhaló.
¡Qué era eso! De pronto una intensa tos le sobrevino y un sabor asqueroso y
amargo le inundó la boca, tiró ese artefacto del demonio encima de la mesa
jurándose que nunca más lo probaría. Edwin soltó una sonora carcajada y se
levantó para apagar el cigarrillo al mismo tiempo que se acercaba a una mareada
Audrey apoyada a la mesa. Edwin acarició la cintura de Audrey y volteó su
cuerpo quedando así uno frente a otro.
- ¿Se encuentra bien? - preguntó con voz profunda muy cerca de los labios
de Audrey que aún olían a tabaco.
-Sí, sólo que me ha mareado ese producto del diablo- repuso mirándolo
inocentemente a los ojos- Edwin le acarició levemente la mejilla aún magullada
y no lo soportó más: besó los rosados labios de Audrey con fervor, los saboreó
como si de un manjar se tratara y se introdujo en su húmeda cavidad con la
lengua.
Audrey sentía que se iba a desmayar, la sensación del río volvió en ella. Pero
peor fue la situación, cuando la mano de Lord Seymour deslizó su camisón
dejando a la vista su exuberante cuerpo. Audrey se sentía en el cielo, el placer
que le proporcionaba Lord Edwin no se podía comparar con nada anterior, ella
nunca había sido tocada por un hombre, pero lo que Edwin le hacía sentir, sabía
que nunca lo volvería a sentir con nadie más. A pesar de que le caía tan mal,
deseaba que le diera más de aquello y así que de forma casi innata, cogió su
mando y la puso sobre su cuerpo. Edwin al ver la iniciativa de la joven dama
pidiéndole lo que él mismo le enseñó ese día de pesca, sólo pudo acelerarlo más,
quería complacerla, lo deseaba. Audrey notaba como algo desconocido iba
creciendo desde su interior y tensaba su cuerpo hasta que al final llegó al clímax
y todo su cuerpo se relajó. Edwin quería adentrarse en ella con ansia, pero sabía
que no podía, no en ese momento. Así que lentamente sacó la mano de su falda y
la incorporó con delicadeza de la mesa en la que había terminado tumbada.
Audrey lo miró avergonzada y salió corriendo de la estancia.

Capítulo 16-Días de paz


Audrey sólo podía recordar lo que le dijo Edwin en una ocasión: “Yo
tampoco tengo intención de casarme con una Lady Remilgada, lo único que
quería era ver esa cara de estirada retorciéndose por el tacto de mis manos.”
¿Por qué esta vez iba a ser diferente? No lo podía culpar, evidentemente ella
había aceptado que la tocara; es más, a pesar de que le doliera reconocerlo,
prácticamente se lo había pedido a pesar de saber qué clase de hombre era.
Ella no tenía ninguna intención de casarse, tenía la esperanza que la Reina
Victoria, siendo mujer, cambiara esa estúpida ley de sucesión que no permitía a
la mujer heredar ningún título más que el de su marido; pero si se casaba,
cualquier atisbo de que su sueño de heredar el Ducado de Devonshire se
cumpliera sería completamente aplastado. No es que le preocupara que ese
cínico quisiera casarse con ella, porqué sabía que eso no era así; si no que ella
misma empezaba a dudar si sería capaz de dejarlo ir sin más, después de haber
sentido tanto estando entre sus brazos. Había trabajado duro para forjarse una
reputación intachable en una sociedad tan poco comprensiva como lo era la de
Inglaterra, no sólo había sido educada con tanta rectitud que ni si quiera había
podido establecer amistad con ninguna otra dama, sino que ella misma dedicó
tiempo y esfuerzo en ser la dama perfecta; y ahora un hombre rompía todos sus
esquemas y la hacía quedar como una vulgar cortesana con su propio
consentimiento.
En la temporada pasada tuvo que soportar la envidia de todas las demás
damas por ser el foco de atención de todos los caballeros sin desearlo, sólo pudo
entablar una relación cordial con la Srta. Alice que era la otra beldad de la
temporada y se había casado antes de terminarla. Siempre había estado sola y se
había forjado su propio carácter, pero ahora temblaba al recordar los besos de
Edwin.
-Audrey, ya estoy preparada para salir- informó una voz infantil a través de
la puerta de su alcoba, alejando todos sus pensamientos y volviéndola al mundo
real.
-Está bien Liza, ahora salgo - contestó Audrey intentando parecer animada.
Ya estaba de nuevo en su recámara, el Doctor Mellison había autorizado su
traslado de buena mañana sin saber que su paciente había salido más de una vez
de la cama antes de que le diera su visto-bueno. El desayuno y la comida se
sirvieron en el comedor sin la presencia de Edwin y ya eran las cuatro de la
tarde, la hora en que había prometido a su hermana que la llevaría a recoger
bayas; así que con un bonito recogido adornado con flores y un sencillo vestido
color perla acompañado de un chal azul, salió al encuentro de Liza.
Al abrir la puerta se encontró con una graciosa estampa: Lord Seymour, con
expresión ausente, tirado de forma desganada encima de una banqueta con Liza
sentada sobre sus pies relatando animadamente el cómo y el porqué del nombre
de su nueva muñeca Edwina.
- ¡Por fin hermanita! Te estábamos esperando- expresó con júbilo Liza al ver
a su hermana. La pequeña se levantó de un brinco y fue corriendo en busca de
su doncella para entregarle la muñeca a cambio del cesto, en el que
cariñosamente guardaría los frutos que recogiera.
Edwin, que estaba medio dormido, se levantó hastiado y miró a Audrey
como si nada hubiera pasado.
-Buenas tardes señor Seymour, le agradezco que haya aceptado la invitación
- dijo Audrey todo lo firme y neutral que pudo. No obstante, Edwin sólo emitió
un leve gruñido acompañado de un movimiento de mano que le restaba
importancia a sus palabras y le dio la espalda para empezar a descender a la
primera planta.
Pero qué grosero era ese patán, si no fuera por su hermana se daría media
vuelta y volvería a su habitación, no tenía ningún deseo de compartir su tiempo
con ese desagradable. Pero ya era tarde, Liza volvió casi corriendo de su
habitación cargada con el cesto y no tardó en cogerla de la mano mientras la
empujaba a bajar también.
Una vez en el recibidor, Edwin ordenó a dos soldados que los escoltaran
mientras Audrey pidió a la Sra. Jenkins, la jefa de cámara, que los acompañara;
hubiera sido un escándalo que hubiera ido ella sola con ese hombre, y no estaba
dispuesta a manchar su nombre, a pesar de todo, nadie sabía lo que ocurría en su
intimidad.
Liza iba tarareando cogida de la mano de la rígida Sra. Jenkins mientras
Edwin y Audrey andaban a cuatro pasos de ellas, la distancia suficiente como
para no levantar rumores, pero también la adecuada para que no los escucharan.
- ¿Era necesario la compañía de los soldados, Lord Seymour? - preguntó
Audrey mirando con recelo hacia atrás, donde se encontraban los dos militares a
una distancia prudencial de ellos.
- ¿De verdad quiere hablar de eso Señorita Cavendish? - interpuso en un tono
aburrido Edwin, mientras andaba como si nada le importara en ese mundo.
-Bueno… ¿de qué quiere que hablemos? – preguntó la joven empezándose a
acostumbrar a su carácter peculiar.
-Verá, ahora viene eso de: “yo no soy propiedad de nadie”, “olvide lo
sucedido”, y bla bla bla- respondió Edwin imitando la voz de Audrey.
Ella lo miró y estiró su espalda lo más que pudo intentando guardar la
compostura y con un tono, como siempre, perfecto respondió:
- ¿No le han dicho nunca que imitar a una dama es de pésima educación? Y
en cuanto a lo que no soy propiedad de nadie es cierto, y siempre será así. No
puedo negar que lo que he sentido con usted es algo nuevo para mí, pero no
puedo dejar de lado mis objetivos.
- ¿Y cuáles son sus objetivos Lady Remilgada? - curioseó Edwin en un tono
socarrón a lo que Audrey lo miró con una mirada fulminante.
-Se lo diré, pero espero que no se burle de mí, quiero ser la Duquesa de
Devonshire- respondió con un brillo de emoción en los ojos y moviendo la
cabeza enérgicamente. Audrey esperó que Edwin se riera o empezara un largo
discurso de por qué eso nunca sería posible, pero le sorprendió que sólo se limitó
a asentir con la cabeza con expresión indiferente - ¿no va a reírse?
- ¿Por qué debería hacerlo? -dijo encogiéndose de hombros - sólo que no sé
cómo podrá escapar de las obligadas temporadas de las muchachas casaderas en
las que cientos de hombres pedirán su mano, ¿de verdad cree que su padre la
dejará a merced del destino sabiendo que su objetivo no es para nada viable?
Entiendo su frustración al ver que el legado de su padre se extinguirá, pero hay
algo que sí está permitido hacer, heredar las propiedades. Aunque usted no
herede el título, puede obtener todas las propiedades y negocios de su progenitor
menos aquellas que vayan por decreto junto al Ducado. A veces la vida no es de
color blanco o negro Señorita Cavendish, en medio hay muchos matices.
-Para mí, lo importante no son los negocios o las propiedades, para mí lo
importante es seguir manteniendo el título en nuestra familia y poder cuidar de
Chatsworth House como mi padre ha hecho hasta ahora. Esta casa está ligada al
Ducado; si mi querido padre falleciera, Dios no lo quiera, todo esto pasaría en
manos de un primo tan lejano que ni siquiera se apellida Cavendish. Y mis
hermanas y yo quedaríamos a su merced, esperando que nos casara con el mejor
postor y alejándonos de todas nuestras posesiones y recuerdos. A pesar de mi
madre, tengo muy buenos recuerdos en esta residencia Señor Seymour. Además,
quisiera llegar a tener el poder del Ducado por dignidad, desde pequeña tenía
que escuchar como éramos tratadas como ganado por parte de mi madre sin
importarle nuestros sentimientos, ninguna de nosotras éramos lo suficientemente
buenas para la Duquesa de Cavendish; me gustaría poder demostrarles a todos
aquellos que me han humillado que puedo llegar a ser tan válida como un varón
o más.
Edwin meditó las palabras de la joven, a pesar de parecer la perfecta dama
inglesa era en realidad, todo lo contrario, era una mujer obstinada y con ideas
revolucionarias. Y, por si eso fuera poco, le gustaba disfrutar del lecho, puesto
que era evidente que era una mujer apasionada y ferviente a pesar de su
apariencia fría y calculadora. Lo tenía completamente desencajado. Cuando
Audrey se fue corriendo del despacho dejándolo sediento de su cuerpo, sólo
pudo calmarse con unas copas de coñac, prometiéndose que nunca más
cometería el mismo error a pesar de haber caído en él varias veces. Él tampoco
deseaba casarse por el simple hecho de que no tenía tiempo ni ganas para ello,
sólo se casaría cuando obtuviera el Ducado para engendrar un heredero. No
quería distracciones. Pero empezaba a plantearse si Ludovina fuera capaz de
encenderlo de la misma manera que esa joven inexperta llevaba haciéndolo los
últimos días.
Por fin llegaron al campo repleto de rojas y jugosas bayas y Liza corrió a
llenar el cesto junto a su hermana y Lord Seymour, que más que coger bayas, se
limitaba a seguirlas con cara de aburrimiento. Una vez el cesto pesó
considerablemente, Edwin cargó con él hasta la mansión por petición expresa de
la pequeña, que aseguraba que todas esas bayas eran un regalo para él.
-Edwin, ¿te gusta el pastel de bayas? - preguntó Liza ya en el vestíbulo.
-Señorita, no está bien tutear al caballero- corrigió la Sra. Jenkins.
-Él no es un caballero, es mi hermano - sentenció Liza bajo la risa de todos
los presentes menos la de Edwin que la miraba con cara de consternación.
-Sí, me gusta - contestó subiendo la escalinata en dirección al despacho con
ganas de que le dieran unos minutos de paz, ciertamente, no estaba nada
acostumbrado a tanto alboroto, echaba de menos la tranquilidad de Somerset.
A la hora de la cena una doncella dio tres toques estudiados en la puerta
desconcentrando a Edwin.
-Pase- autorizó con voz de fastidio.
-Señor, la cena está lista, puede bajar - dijo con voz temblorosa sabiendo su
respuesta.
- ¿Qué le hace pensar que hoy bajaré para cenar? Ya ordené el primer día que
quería comer y cenar en mis aposentos…
-Porfiiiii - interrumpió de golpe una angelical e infantil Liza ataviada con un
pomposo vestido rosa con flores gigantes que había permanecido escondida
detrás de la doncella en todo momento. La niña entró dando saltos al despacho y
se tiró encima de Edwin cogiendo su barba entre las manos - He dicho a la
Señora Poths que hiciera el pastel, es un regalo para ti, porfi ven - añadió con
voz suplicante.
¿En qué clase de infierno se había metido? Primero la obstinada hija mayor
del Duque no hacía otra cosa que causarle problemas y perturbarlo con
camisones ajustados y ahora la menor de sus hijas estaba enganchada a él en
todo momento. Si no fuera por el dichoso deber, cogería sus cigarrillos y saldría
en busca de su semental para galopar hasta su Ducado sin mirar atrás. Su castillo
era muy pacífico sólo había sirvientes leales y su padre. Se seguía una rutina
muy específica sin alteraciones en contraposición de esa casa que era un sinfín
de ir y venir de personas, y, sobre todo, mujeres y niñas.
Iba a declinar la oferta por mucho que le tentaran esos angelicales y aniñados
ojos turquesa pero la situación se complicó cuando una hermana detrás de otra
empezó entrar en el despacho seguidas de la Baronesa viuda.
Elizabeth iba vestida con un simple y recatado vestido color crema mientras
Karen y Georgiana llevaban vestidos de colores alegres debido a que aún eran
consideradas niñas a pesar de que sólo les faltara cuatro años para su debut en
sociedad.
-Hemos venido todas a pedirle que baje a cenar, no tuvimos la oportunidad
de agradecerle todo lo que ha hecho por nosotras. La joven Audrey ha preparado
junto a Liza una cena en su honor y aunque las niñas aún no están presentadas en
sociedad, esperamos que sea una velada familiar y íntima- explicó la anciana
Baronesa ataviada de luto riguroso desde que había muerto su marido hacía ya
diez años.
-Se…sería un honor que nos acompañara- añadió una tímida Elizabeth
mientras Karen y Georgiana asentían con la cabeza.
¿Qué podía hacer contra seis mujeres? No le quedaba otra que aceptar.
-De acuerdo, ahora bajo- dijo en tono resignado mientras dejaba la pluma
encima del escritorio, a lo que Liza bajó de un salto de su falda y corrió hacía el
comedor donde Audrey estaba esperándolos con un precioso vestido blanco
combinado con la tiara de diamantes y zafiros que su padre le regaló cuando
cumplió los diecisiete.
La velada, así como el resto de los días venideros pasaron sin incidentes ni
novedades, Reinando un ambiente hogareño y familiar que nunca había existido
entre esas paredes a causa de la estricta disciplina que impartía la Duquesa de
Devonshire. Aunque, por supuesto, no se dejaron de lado las normas de cortesía
ni las clases con la institutriz; Audrey permitía a sus hermanas menores salir a
jugar de vez en cuando o, simplemente, reírse. Edwin bajaba a cenar, aunque no
siempre, y todos compartían anécdotas o actividades como tocar el piano o leer
ajenos a la tragedia que estaba por suceder.

Capítulo 17-Prioridades
Aún faltaba un día para que el Duque de Devonshire volviera a Chatsworth
House, pero su interior ya se había vuelto un bullicio, todo debía estar dispuesto
para recibirlo como se merecía. Audrey había estado desde las seis de la mañana
organizando al servicio en cuanto a limpieza, decoración y comidas; quería que
la cocinera preparara la receta favorita de su padre, roast beef. Mientras los
empleados se afanaban en cumplir las órdenes de la Señorita de la casa, el resto
de las hermanas preparaban relatos y poesías que recitarían en la velada de
mañana, en nombre de su padre. Se sentía Reinar una sensación de júbilo general
al saber que podrían disfrutar, por primera vez, de la compañía de su padre en un
ambiente hogareño y afable lejos de las excentricidades y castigos de su
progenitora.
Lord Edwin, ya instalado de nuevo en la habitación del despacho, se
esmeraba en preparar un adecuado informe de todo lo sucedido durante la
ausencia de Lord Anthon para presentarlo a éste mismo; des del robo de la sala
de invitados hasta la detención del mayordomo sin obviar ningún detalle, salvo
los más comprometidos e innecesarios.
Cuando toda la casa ya estaba lista y la carne de ternera ya estaba marinando
para el día siguiente, Audrey se retiró a la sala dorada para preparar la pieza de
piano que tocaría para su padre. Hacía días que no lo tocaba puesto que con todo
lo acontecido no había tenido tiempo y a pesar de que los últimos días habían
transcurrido con tranquilidad y pudieron aprovechar para disfrutar de las
actividades asociadas a su clase, el piano había estado casi siempre ocupado
y férrea a su buena educación, no había pretendido pedir sitio en la banqueta.
Pero ahora la sala estaba vacía y por fin podía tocarlo, desde pequeña esa
había sido su principal afición junto la de pintar, sólo que esa era la única que
estaba bien vista por el resto de sociedad. Así que el ímpetu de su antigua
institutriz más su pasión por la música, la habían convertido en una pianista
sublime. En la última temporada, sin saber cómo, terminó en el piano de la
Duquesa de Portsmouth y dejó a todos los presentes sorprendidos con una pieza
de Maria Agatha Szymanowska , una famosa pianista polaca fallecida hacía sólo
nueve años, pero que dejó grandes composiciones. De hecho, la composición
que tocaría para su padre iba a ser una gran obra de esta misma autora, nocturne
in B flat major, no sería la primera vez que la tocaría para él puesto que fue él
mismo quién se la enseñó de pequeña.
No era habitual que en esa época una mujer se hiciera un lugar entre los
grandes compositores y Audrey estaba segura de que su padre le había hablado
sobre esa compositora- no sólo por sus grandes obras- sino por el significado
feminista que conllevaba. Y es que Lord Anthon siempre le había dado su apoyo
en todo, si fuera por él, hubiera dejado el Ducado en las manos de su audaz
primogénita, pero no podía cambiar las leyes. Así que sin más dilación empezó
a acariciar las teclas inundando gran parte de la mansión con una melodía suave
e impecable que llegó hasta Lord Edwin; las notas eran tan perfectas y rítmicas,
pero a la vez parecían tan complicadas y profundas, que informaron al teniente
de su dueño sin verlo.
Lord Edwin salió de su recámara y como si la música tuviera alguna clase de
hechizo que lo atrajera, bajó hasta la sala dorada y se apoyó en el marco de la
puerta con los brazos cruzados mientras observaba a la luna cantar. Porque eso
era Audrey, una luna; perfecta y sublime, pero a la vez extraña, sensual y
atrayente, pero distante y huidiza. Era hermosa, debía reconocerlo.
Esos días de tranquilidad, había podido conocer más de ella, en alguna cena
habían podido entablar conversación sin terminar discutidos o desnudos y tenía
que reconocer que no había sido para nada desagradable compartir el tiempo con
esa dama. Era cierto, que por lo general se preocupaba demasiado por las
apariencias y siempre mantenía una postura fría y distante de dama melindrosa,
pero había una inteligencia y un áurea de entereza en ella que amenizaban su
compañía. Además, había que admitir que por ser una dama de alta cuna que no
estaba obligada a hacer nada, siempre estaba pendiente del manejo de la
residencia y dedicaba horas enteras a la mejora de la mansión o a sus estudios
autodidactos.
Audrey siguió tocando sin darse cuenta de la presencia de Edwin hasta el
final de la obra, en el que su espectador aplaudió elegantemente al mismo tiempo
que se acercaba a su posición. Ella, por su parte, también había podido limar
asperezas con Lord Seymour en esos días, nada semejante a lo ocurrido en el
despacho volvió a suceder y las pocas conversaciones que habían mantenido a la
hora de la cena habían resultado satisfactorias. Era cierto que ese aire de
sarcasmo y despreocupación que siempre impregnaban a Edwin la irritaban un
poco, pero después de dejar claro que no serían nada más que conocidos, no
valía la pena enfadarse. Probablemente cuando volviera su padre, él volviera a
recluirse en Somerset y ya nunca más lo vería.
-Lord Edwin, no sabía que se encontraba aquí, ¿le ha gustado la pieza? -
inició Audrey intentando parecer lo más calmada posible ante el caballero. No
podía negar que seguía sintiéndose terriblemente atraída por él hasta el punto de
que su corazón daba un vuelco cada vez que lo veía, pero su sentido común y su
sensatez eran más fuertes. Si realmente el hombre quisiera iniciar algo serio con
ella, ya se lo hubiera pedido, y aunque se lo pidiera, ella no podría aceptar así
que era mejor dejar las cosas como estaban.
-En realidad, no me ha gustado, toca usted demasiado rápido- mintió al
mismo tiempo que se sentaba en la banqueta al lado de ella y la miraba fijamente
con una mirada cargada de significado.
-Señor, no acostumbro a tocar duetos y menos en privado, haga el favor de
levantarse o de lo contrario me veré obligada a levantarme yo - amenazó
seriamente la joven que ya empezaba a sentir como las piernas le temblaban por
la cercanía del único hombre que la había besado.
-Está bien, está bien- dijo levantándose con las manos en alto de forma
burlona- sólo he venido a despedirme de la Señora de la casa- informó con cierto
tono de sarcasmo- al anochecer partiré hacia Somerset, pero he dejado unos
soldados con la orden de permanecer aquí hasta que el Duque vuelva mañana y
ya he hecho entrega de un informe con todo lo sucedido a Bruce para que se lo
entregue a tu padre.
Audrey se quedó desencajada, sabía que se tenía que ir, pero no esperaba que
fuera tan pronto; se quedó unos segundos en silencio, casi entristecida por la
noticia ¿pero que le importaba a ella? No iba a reconocer ante él que su partida
le dolía, ni si quiera lo iba a reconocer ante ella.
-Ha sido un placer tenerlo entre nosotros, no dude en volver a visitarnos
teniente Seymour- dijo con cara inexpresiva y voz apática sin ni si quiera
mirarlo, puesto que fingió tener más interés en volver a poner la primera hoja de
la partitura, que en su conversación.
Un extraño impulso que no supo de donde nació hizo a Edwin volver a
sentarse en la banqueta de un movimiento rápido y seco para coger por la cintura
a Audrey con una mano mientras con la otra sujetaba su barbilla para obligarla a
mirarlo a los ojos. Y sin pensarlo ni meditar en que la puerta estaba abierta, la
besó con fervor, casi con agresividad, a modo de venganza por su indiferencia
hacia él. Y una vez hubo comprobado que la joven no se mostraba indiferente y
que lo miraba con deseo, apartó los labios de ella y mientras aún sujetaba su
mentón susurró muy cerca de sus labios las palabras que se había prometido
desde niño no pronunciar a nadie.
-Audrey Cavendish, te lo voy a preguntar sólo una vez, y juro por Dios que
si te niegas jamás te lo volveré a repetir aunque tu vida dependiera de
ello, ¿quieres casarte conmigo?
Audrey se sintió como si ese gigante le propinara otro golpe en la mejilla, se
hubiera desmayado si no fuera porque los inquisitivos ojos de Edwin le
transmitían tanta energía que parecían no permitirle desfallecer, ¿acaso no había
quedado claro ese día de las bayas? ¿Estaba borracho? De verdad que no lo
entendía, por supuesto que le diría que sí, una y mil veces sí, se moría por el olor
de ese hombre y deseaba conocer la verdadera esencia de ese peculiar caballero
que, a pesar de ser un cínico y un canalla despreocupado, falto de modales,
nunca dejaba de lado su deber. Pero no podía aceptarlo. Si algo tenían en común
los dos, es que primaba el deber por encima de cualquier cosa, y su deber estaba
con su familia y su legado; si ella se casara dejaría a sus hermanas solas a
merced de mamá, además de perder para siempre la posibilidad de heredar el
título de su padre. Audrey lo miró con los ojos azules más bonitos de Inglaterra
empañados en lágrimas y a media voz se sentenció a sí misma.
-No puedo Lord Seymour - A lo que Edwin la dejó libre literal y
figuradamente, la soltó y sin mediar palabra salió de la estancia.










Capítulo 18-Un dolor eterno


¿En qué estaría pensando al soltar semejante estupidez por su boca? ¿En qué
mundo iba a casarse él con Lady Remilgada? Él sólo quería una esposa, llegado
el momento, obediente y sencilla; no quería ni pensar que hubiera pasado si esa
terca mujer hubiera aceptado la proposición. Qué suerte había tenido de que no
aceptara, se había dejado llevar por el impulso de saborear una carne nueva,
cuando llegase a Somerset quizás solicitaría a Madame Russionot- la dirigente
del club de hombres- que le buscara a alguna jovencita nueva y así saciaría su
deseo. Quizás había pasado demasiado tiempo con una misma amante y además
llevaba demasiados días en abstinencia. Sí, fue eso, fue el deseo de poseer algo
nuevo, un capricho, nada más. Y por Dios que, aunque la muchacha volviera a
él de rodillas no la aceptaría.
Edwin, ataviado con su uniforme, descendió la gran escalinata como alma
que se lleva el diablo y sin intenciones de despedirse de nadie más que de sus
soldados, mandó a ensillar su caballo; no quería perder más tiempo en un viaje
con carruaje. Mientras el lacayo ensillaba su semental negro se sentó en el
vestíbulo sin más presencia que la del improvisado mayordomo, Bruce, que no
osaba emitir palabra ante el ceño fruncido del capitán. Lord Seymour había
cambiado su plan de partir a la noche por el de partir a las cuatro, hora en que
todas las damas reposaban en sus recámaras menos Audrey, claro, que ella en
lugar de dormir estudiaba; pero lo importante es que podría salir sin ver a nadie.
Ya terminando el puro, el lacayo que tenía que ensillar su caballo entró en el
vestíbulo con la cabeza gacha y un semblante palidecido, Edwin lo miró con
fastidio ¿qué era esa cara?
- ¿Qué ocurre muchacho? - espetó Lord Seymour de mala gana a lo que el
sirviente permaneció en la misma posición enmudecido, mientras se apartaba a
un lado y dejaba pasar a un emisario con un vendaje negro en el brazo
izquierdo.
Apresuradamente el mayordomo se posicionó frente al portador que hizo
entrega de un sobre ribeteado de negro y con una voz estudiada preguntó por el
tutor de la casa.
-Está usted frente a él - respondió Edwin con el puro en la mano y
desganado, seguro de que se trataba de la muerte de algún anciano de la familia.
Era común que en esa época del año los más mayores resintieran el frío. Quizás
alguna tía abuela o algún primo pensó él.
-He de informarle que el Duque de Devonshire, Lord Anthon Cavendish, ha
fallecido esta mañana.
Un grito de profundo dolor sorprendió a todos los presentes que se giraron de
inmediato y vieron a una joven de pelo negro dejarse caer de rodillas sobre el
suelo mientras su semblante se desfiguraba.
- ¡Nooooooo! ¡No puede ser! - gritó Audrey mientras sentía que el alma se le
rompía en mil pedazos; su padre, su amado padre, la había dejado sola. No podía
ser debía ser, era un error. De pronto notó unas manos sobre sus hombros, pero
no le importaba de quien eran; sin más se levantó del suelo y corrió a coger la
carta de las manos de Bruce, que también se mostraba afectado por la noticia. Y
sin poder enfocar nada más que las letras de defunción, con las manos
temblorosas empezó a leer la misiva más desoladora que leería en su vida
entera.
A la familia Cavendish,
se notifica que el Duque de Devonshire, Lord Anthon Cavendish, ha
fallecido esta mañana a causa de un asalto por parte de los cartistas cuando su
Señoría se dirigía a Chatsworth House.
Su cuerpo, así como el de los lacayos que lo acompañaban, han sido
hallados sin vida a las once de la mañana por las autoridades.
El difunto ha sido tratado acorde a su rango y ya se han emitido las misivas
correspondientes a todos los posibles afectados más cercanos, así como se ha
dispuesto el traslado del cuerpo a su domicilio habitual, Chatsworth House.
Ducado de Devonshire, 8 de Marzo de 1840
Eternamente fiel,
Johnson Smith, Capitán en Jefe de la Guardia Real Británica
Audrey apenas podía sostenerse en pie, pero a pesar de la densa lluvia que
caía ese día, salió corriendo del vestíbulo hacía el patio principal hasta donde se
hallaba -según la carta- el carruaje fúnebre de su padre. Pareció que la vida le
daba un golpe invisible cuando vio delante de ella un ataúd con el nombre
de Anthon Cavendish grabado, en un intento desesperado de creer que era
mentira y bajo los efectos de la histeria abrió el féretro para confirmar que su
padre la había dejado, y lo que vio le desgarró el alma.
Ahí estaba el hombre que se lo había enseñado todo, la única persona que se
había preocupado sinceramente por ella y que la había querido sin condiciones
desde que nació…sin vida, con los ojos cerrados. Y ante la entristecida mirada
de todos los empleados más cercanos y de Lord Seymour, Audrey se abalanzó
sobre el cuerpo del único hombre que había amado y que amaría el resto de sus
días, en un intento desesperado de que le devolviera el abrazo. Y, así, en esa
posición y debajo de la fría lluvia de Inglaterra un llanto desgarrador emergió de
sus entrañas haciéndole sentir que su propia alma también la abandonaría para
acompañar a la de su padre.
Edwin, que se había mantenido en silencio y cabizbajo en todo momento,
bajó lentamente la escalinata y se acercó al ataúd sin mediar palabra; posó una
mano sobre el hombro de Audrey y la alentó a entrar en la casa donde entrarían
también a su padre para que fuera velado por dos días. Audrey sin apartar la
mirada de su padre, soltó su abrazo inerte y accedió. Viendo así como cuatro
hombres vestidos de negro, empezaban a cargar el ataúd hacia el interior.

Capítulo 19-Soledad
Los dos días de velatorio se hicieron muy largos para todos los ocupantes de
la casa, Lord Anthon había sido un hombre muy querido tanto por su familia
como por sus sirvientes, y todos aquellos que lo habían conocido sólo tenían
palabras de elogio para él.
Chatsworth House permaneció durante ese período más oscura y apagada
que nunca, todas las cortinas se corrieron y todos los espejos fueron tapados con
telas negras, así como los retratos en los que aparecía el difunto Duque. A pesar
del ir y venir de parientes y conocidos para presentar sus respetos a las
hermanas, éstas se sentían más solas y devastadas que nunca, permanecían
calladas alrededor del féretro sentadas en los sillones con largos velos negros y
acompañadas únicamente por la Baronesa viuda que se mostraba de lo más
acongojada, no sólo por la muerte de una buena persona, sino por la reciente
orfandad de las niñas; porqué sí, a pesar de que su madre siguiera viva, la
Baronesa viuda tenía ya la suficiente edad como para comprender que esa mujer
nunca había ejercido de madre para esas criaturas ni nunca lo haría; ni tan sólo
estaría presente durante el entierro puesto que le interesaba más permanecer en
la corte que volver a su hogar.
- ¿Y mamá? - preguntó una pequeña Liza arropada en la falda de la Baronesa
de Humpkinton. La pequeña no tenía edad para estar en el velatorio, pero nadie
en toda la residencia pudo convencerla de lo contrario, pareciera que la menor
quisiese permanecer al lado de su padre por si éste despertaba.
-Ha mandado una misiva y nos ha informado que regresará tan pronto las
obligaciones de palacio se lo permitan pero que su corazón está aquí y no allí-
respondió Audrey con una voz seca como sus ojos, ya no le salían lágrimas,
desde que se enteró de la noticia no había hecho más que llorar y gritar de
frustración.
- ¡Já! Su corazón está aquí… ¡seguro! - espetó Karen, que era la única de las
hermanas que llevaba el velo levantado pudiendo así apreciar sus ojos hinchados
y enrojecidos por las largas horas de sufrimiento.
-Karen por favor bájate el velo, sabes que es un mal augurio que una mujer
lleve el velo levantado delante…delante…- iba a decir difunto, pero Elizabeth no
pudo terminar la frase puesto que era la única que seguía derramando lágrimas
como si su gran corazón estuviera lleno de un manantial infinito.
-Papá era lo único que teníamos y lo único que tendremos, no habrá nadie
como él en nuestras vidas - dijo Georgiana al mismo tiempo que se levantaba y
depositaba un cálido beso en la frente de su amado padre a través de la tela
opaca que cubría su rostro.
Edwin, que aún no se había ido dado a que su papel como tutor se lo impedía
hasta que el abogado de la familia proclamara el nuevo tutor de las damas, entró
en la sala acompañado de los tíos y primos de las presentes. Era la hora, debían
cargar el ataúd hasta la capilla familiar donde se ofrecería una misa en nombre
del antiguo Duque de Devonshire y luego sería enterrado en el panteón de los
Cavendish.
Audrey empezó a andar detrás de los hombres que portaban a su padre junto
a sus hermanas y algunas tías y primas que apenas conocía. Estaba destrozada y
desolada, sentía que en cualquier momento su cuerpo se rendiría al dolor y
moriría- pero ver las caras de sus hermanas, tan jóvenes y tan solas- se llenaba
de entereza y coraje. Debía luchar y mostrar firmeza ante sus menores, para que
así pudieran reconfortarse en ella. Y aunque el pozo de las lágrimas amenazó en
derramarse otra vez durante el entierro, se reprimió y dedicó todos sus esfuerzos
en abrazar y consolar a las demás.
Lord Seymour, mantenía un semblante serio y respetuoso, tenía que
reconocer que la muerte de ese caballero también le dolía, a pesar de haberlo
conocido poco ese señor confió en él hasta el punto de dejarlo al cuidado de sus
cinco hijas durante siete días. No podía negar que estaba preocupado por el
futuro de las jóvenes, a pesar de que por nada del mundo retrasaría su vuelta a
Somerset, había cogido cierto cariño a esas damas, sobre todo a la pequeña Liza
que se veía tan indefensa y frágil sentada en el regazo de Audrey; la cual
reflejaba una integridad digna de admirar. “Es una mujer fuerte”, pensó Edwin
pero algo lo sacó de sus pensamientos, cuando vio que la joven en cuestión
centraba su atención en un hombre larguirucho y de pelo rojo sentado al lado de
otro muy similar a él pero ya entrado en años.
Una vez finalizado el entierro, todos los familiares se despidieron de las
jóvenes damas dedicándoles palabras de apoyo y de sentimiento, excepto los dos
pelirrojos que se mantenían firmes en el lugar dispuestos a seguirlos hasta
Chatsworth House de nuevo. Edwin se mantuvo en silencio detrás de los
parientes hasta llegar al vestíbulo.
- Primo Austin, tío David - empezó Audrey con un tono de voz lleno de falsa
cordialidad mientras ordenaba a las doncellas llevar a sus exhaustas hermanas a
sus recámaras - ha sido un placer verlos después de tantos años, lamento que
haya sido en tan tristes circunstancias, supongo que ser Barón exige mucho
trabajo- finalizó lo más fría posible a pesar del puño que le oprimía el corazón.
Su tío no era más que un Barón y su hijo ni siquiera podía ser considerado
caballero por el bajo rango que ostentaba su progenitor. Padre e hijo se miraron
entre sí, un poco contrariados, puesto que esperaban que todas las damas ya se
hubieran retirado débiles y cansadas, pero Audrey Cavendish se mostraba entera
y más fuerte que nunca ante ellos.
-Lamentamos profundamente la muerte de su padre - respondió Austin lo
más rápido que pudo- ahora si nos disculpa, quisiéramos hablar con Lord
Seymour a solas- Edwin levantó la cabeza de su copa de coñac sorprendido y
expectante a la reacción de Lady Cavendish, que como bien sabía, no se retiraría
sin más.
Audrey sintió como si la rabia y el orgullo la llenaran de una energía y fuerza
inexistentes puesto que había pasado las últimas cuarenta -y-ocho horas sin
dormir ni comer, ¿creían que no sabía que su desconocido primo, sería
probablemente el próximo Duque de Devonshire? Sólo faltaba la lectura del
abogado para confirmarlo, pero él junto a su padre ya se creían los dueños del
lugar, pero no; iban a saber quién era Audrey Cavendish. Cuando los hombres ya
se disponían a darle la espalda en dirección a su tutor temporal, con la voz de
una Reina pronunció:
-No creo que sea adecuado que hablen a solas con nuestro tutor hasta que el
abogado confirme que Austin, perdone si no le concedo todavía el título de Lord
puesto que aún es hijo de un Barón, es el nuevo Duque de Devonshire. Hasta ese
momento, como hija del antiguo Duque yo soy la dueña de Chatsworth House y
no les conviene enfadarme si no quieren que avise a mis lacayos para que los
saquen inmediatamente.
Los dos hombres se quedaron atónitos y desencajados ¿de verdad era una
mujer? ¿o era un hombre disfrazado de dama? ¿o peor aún, se habría puesto el
espíritu de Lord Anthon dentro de ella? El semblante de Lord David se empezó a
enrojecer de la rabia y se acercó de forma amenazante hacía Audrey obviando
que Lord Seymour también empezaba a andar hacia ellos.
-No sabía que mi hermano hubiera criado a hijas tan desvergonzadas, quizás
necesites una lección - amenazó alzando el mano dispuesto a propinarle una
bofetada a su sobrina, la cual, a penas conocía; pero el brazo de Edwin fue más
rápido y de un solo movimiento interceptó al Barón que no se esperaba su
intervención. El teniente le dirigió su mirada más inquietante haciendo
retroceder al agresor dos pasos de forma inconsciente.
-Será mejor que se mantenga alejado de mi protegida hasta que el abogado
haga acto de presencia, que según me han informado, será a las cinco de la tarde.
Hasta ese momento les agradecería que esperaran en la casa de invitados- y sin
esperar a la respuesta de los visiblemente ofendidos intrusos, mandó al servicio
para que los acompañaran al pequeño edificio que se encontraba a unos metros
de la mansión principal.
Cuando los dos hombres con amenazas y perjurios salieron de la casa,
Audrey se permitió derramar las lágrimas que durante tanto tiempo había
reprimido.
-Gracias - agradeció Audrey con los ojos llenos de lágrimas.
-No hay de qué- contestó desganado Edwin dirigiéndose a la sala de bronce
para poder seguir con su copa de coñac tranquilamente. Pero la tranquilidad aún
no le llegaría puesto que Audrey lo siguió y se sentó a su lado sin emitir palabra.
Se sentía incómodo viéndola llorar a su lado, no sabía cómo actuar, lo sentía por
ella, pero él poco más podía hacer.
-Si esperas que te de un abrazo o te diga alguna frase de consolación puedes
ir en busca de la Baronesa viuda o de alguna doncella-declaró el caballero
mientras miraba hacia el exterior ahora que ya habían abierto las cortinas. A lo
que Audrey le dirigió una mirada desaprobatoria, pero poco le importaban ya los
principios o los modales de ese indeseable.
-En realidad yo lo he seguido para pedirle consejo, ¿qué puedo hacer Lord
Edwin? Tengo a mis enemigos a punto de adueñarse de todo lo que es mío, si no
hago algo rápido se quedarán con todo y además mis hermanas quedarán a su
merced.
-Seguro que su padre ha dejado alguna propiedad para su madre en la que
puedan vivir bajo la tutela de la misma, que es lo más seguro que pase, con lo
único que se quedaran esos dos será con el título y la mansión- informó Edwin.
-Es cierto- dijo Audrey dejando de llorar y calmándose un poco, a lo que
Edwin la miró de reojo y pensó que por fin se quedaría tranquilo, pero con un
movimiento impulsivo la joven dio un salto y frunció el ceño mientras lo miraba
como si a él le importara lo que iba a decir.
- ¡Pero no Lord Seymour, eso es peor! Si quedo bajo la tutela de mi madre
me casará con ese come salchichas alemán de Ernesto y me alejará de todo
cuanto amo: mi Inglaterra, mi Chatsworth House, mis hermanas…- empezó a
relatar mientras el caballero la miraba con una expresión difícil de descifrar.
-Francamente querida, todo eso no me importa, cuando el dichoso abogado
llegue me volveré a mi propiedad. Lo que pase con la tuya no es de mi interés- y
dicho esto, se levantó dejando la copa vacía en la mesita.
Audrey no podía creer que el único hombre al que habría llegado aceptar en
matrimonio le diera la espalda en ese momento, y pensar que lo había dejado
tocar su cuerpo, que lo había besado… llena de rabia, de frustración y
agotamiento físico y mental cogió la copa vacía y la estampó a dos centímetros
de la puerta por donde estaba saliendo Lord Seymour, pero éste ni siquiera se
inmutó y siguió su camino.










Capítulo 20-A mi primogénita


Audrey se frotaba las manos con ímpetu delante del reloj de péndulo que se
encontraba en la sala de invitados, como si mirar fijamente ese instrumento
acelerara el tiempo de alguna forma, todos los empleados de la casa se
mostraban preocupados por su Señorita al verla tan angustiada y sin querer
comer, no comía desde hacía dos días, y ya le empezaba a pasar factura.
La Baronesa viuda entró en la sala con el semblante acongojado de ver a una
muchacha casadera en semejante situación en lugar de estar preparando con
ímpetu la temporada social que estaba dando ya sus inicios, la joven debería de
guardar luto al menos un año; hecho que le imposibilitaba hacer cualquier
presencia social, ¿qué sería de ella ahora?
- ¿Puedo sentarme? - preguntó la Baronesa haciendo que Audrey apartara la
vista por un segundo de los minuteros.
-Oh, sí claro Baronesa, disculpe no la había escuchado entrar- repuso
estirándose ya que al verse sola había relajado en demasía la columna.
-Llevas dos días sin comer, necesitas alimentarte, empiezas a estar delgada-
empezó la viuda con delicadeza.
-Si le hablo con sinceridad, no tengo interés en la comida ahora mismo, sólo
quiero saber que será de mí y de mis hermanas Señora Royne- contestó
dirigiéndose a la Baronesa por su apellido.
-Una Señorita no debería de preocuparse por esas cosas, para eso están los
tutores; más bien debería preocuparse en cómo poder casarse ahora que no puede
presentarse a la nueva temporada. Debe aceptar que somos propiedad de los
hombres-explicó la octogenaria, pero lo que no sabía es que el fuego interior de
Audrey aspiraba mucho más alto que a ser una simple propiedad.
-Debo discrepar de usted, es cierto que la aprecio por el apoyo que nos ha
brindado siempre, pero no comparto sus ideas en absoluto; no soy propiedad de
nadie, sino que esto- movió las manos queriendo abarcar el salón- es mi
propiedad y no se la voy a regalar a nadie y mucho menos a esos bien
aprovechados- la Baronesa se mantuvo en silencio y meditó las palabras de la
joven con semblante serio.
-El Sr. Abraham ha llegado- anunció de pronto el mayordomo haciendo que
Audrey se levantara de un salto para iniciar su camino hacía el despacho donde
el abogado leería el testamento, pero la anciana la cogió por la mano y la
detuvo.
-Espera, necesitarás mi ayuda para entrar en ese despacho, ¿o acaso crees
que es costumbre que las jóvenes hagan acto de presencia en la lectura de un
testamento? - y dicho esto la anciana se levantó con la ayuda del bastón ante el
gesto sorprendido de Audrey y juntas se dirigieron hacía el despacho que, como
habían supuesto, ya estaba ocupado por los hombres afectados: Edwin como
tutor de las jóvenes y los futuros herederos del título.
La Baronesa cogió por el brazo a Audrey y la estiró hacía el interior de la
sala sin pedir permiso ante la expectante mirada de todos los presentes que, por
supuesto, la Sra. Royne ignoró hasta llegar a una de las sillas que quedaban justo
delante del abogado, el cual saludó a las damas con el máximo respeto.
-Siéntate aquí querida - dijo pareciendo más anciana que nunca al mismo
tiempo que ejercía presión sobre el cuerpo de Audrey para que se sentara- yo me
sentaré en aquellos sillones, mis piernas no aguantan las sillas ya- cojeó un poco
más de lo normal hasta llegar al sillón y sentarse apoyando las dos manos al
bastón enfrentando por primera vez las miradas desaprobatorias de padre e hijo.
- ¿Algún inconveniente señores? - inquirió la viuda.
-Solo que no es costumbre que una joven esté presente en estos momentos-
respondió el Barón en tono respetuoso pero crispado.
- ¿Y qué sabrá usted de las costumbres caballero? Si cuando usted nació yo
traía al mundo a mi segundo hijo, el cuál murió en la guerra contra el francés al
igual que el primero, quedando así sola en este mundo, ese francés se lo llevó
todo, también a mi marido… desde entonces sólo he tenido la compañía de la
Duquesa de Devonshire, que me ha hecho prometer estar aquí presente durante
la lectura del testamento de su difunto marido. Mi ahijada ha venido conmigo
porque mis facultades ya no son las mismas, verá la rodilla…
-Está bien, está bien, haga usted el favor de perdonar mi error querida madre-
intervino David temeroso de seguir escuchando a la madre y viuda de unos
héroes de guerra, girándose así hacía el abogado con la espera de dar por
terminada la conversación. A lo que la Baronesa guiñó el ojo a Audrey que aún
la miraba con admiración y agradecimiento, puesto que sabía que era totalmente
mentira que su madre hubiera pedido tal cosa.
-Bien, entonces estando presentes el tutor de las hijas de Lord Anthon
Cavendish, así como el siguiente en la sucesión del Ducado, procedo a leer el
testamento que firmó el antiguo Duque- empezó el bajito y delgado abogado con
un tono de tristeza puesto que había servido a Anthon durante muchos años y
sólo había conocido de él cosas buenas. Audrey miró al abogado con mirada
intensa sin querer perderse ninguna palabra y después de unos largos minutos de
burocracia la sentencia empezó:
-A mi amada esposa, le dejo las casas de Brighton y de Kensington, así como
una renta anual de mil libras- el abogado hizo una pausa mirando a la Baronesa
por si había entendido bien a lo que esta afirmó siguiendo su papel de portavoz
de la Duquesa viuda de Devonshire.
-A mi querida hija Elizabeth, le concedo una dote de quince mil libras junto a
la casa de la playa en Minehead y las tierras adheridas a ésta, así como una carta
que el Sr. Abraham le hará entrega cuando cumpla los dieciséis años.
-A mis dos mellizas, Karen y Georgiana, les concedo de igual forma una dote
de quince mil libras a cada una, así como las propiedades y terrenos situados en
Bath. También se les hará entrega de una carta en su decimosexto cumpleaños.
-A mi pequeña Liza, le concedo una dote treinta mil libras y una de las casas
en Londres situada en Hampton, así como un escrito que le deberá ser entregado
a la misma edad que a sus hermanas.
-El resto de mis propiedades, tierras, negocios, empresas, almacenes y
fábricas se las dejo a mi primogénita, Audrey Cavendish; así como la tutela de
sus hermanas, debiendo permanecer en Inglaterra hasta la mayoría de edad de
todas y cada una de ellas bajo la supervisión de la Baronesa viuda de
Humpkinton tal y como acordé con ella en el siguiente contrato - leyó el
abogado al mismo tiempo que hacía entrega de un documento a Audrey, la cual
aún no podía creer que su padre le hubiera dejado todo a ella en lugar de a su
madre. Con toda la concentración que pudo reunir, leyó ese contrato en el que la
Baronesa viuda se comprometía a supervisar la tutela de las hijas menores de
Lord Anthon concedida a su primogénita, con la condición de poder hacer
partícipe a quien fuera necesario de un mal uso de ese cargo por parte de Audrey
si ésta lo creía conveniente. Audrey estuvo conforme y giró la cabeza hacía la
Baronesa agradeciéndole con la mirada puesto que sin ella hubiera sido
improbable que, a pesar de la voluntad del antiguo Duque, se pudiera quedar
sola con sus hermanas.
-En cuanto al Ducado de Devonshire, adjunto la misiva que Su Alteza Real,
la Reina de Inglaterra, me mandó en respuesta a mi solicitud…- intentó
proseguir el abogado, pero un alterado David se levantó de la silla para coger
dicha misiva ante la mirada de todos los presentes, incluida la de Edwin, que ya
estaba celebrando en su interior la vuelta a Somerset.
- ¡Esto es inaudito! ¡Esto es un insulto! ¡Mi hijo es el Duque de Devonshire
ahora! ¿Esto qué significa? - exclamó furioso el Barón a lo que el abogado
visiblemente ofendido volvió a coger la carta de entre sus manos.
-Esto, señor, es la voluntad de Su Alteza La Reina- contrapuso el Sr.
Abraham haciendo callar de inmediato a David si no quería ser acusado de
traición y desacato.
- ¿Puede usted leer la misiva letrada? - animó la Baronesa.
-Por supuesto- se aclaró la garganta- Estimado Lord Anthon Cavendish, en
base a sus reiteradas solicitudes para que conceda el Ducado de Devonshire a su
primogénita, que según parece, es muy similar a mí en muchos aspectos y no
sólo en el de querer triunfar en un mundo de hombres; debo negarle dicha
petición basándome en la Constitución de Inglaterra a la que soy y seré fiel hasta
el fin de mis días. Sin embargo, en cuanto usted nos deje, para tristeza de todos
nosotros, concedo un plazo de un año para que su hija engendre un varón con un
noble caballero inglés. Entonces, dicho varón sería el Duque de Devonshire bajo
la tutela de su madre y de su padre hasta su mayoría de edad en la que podrá
ejercer pleno uso y derecho del Ducado de Devonshire junto a sus propiedades.
Si pasado el año, Audrey Cavendish no concede un heredero al título, éste pasará
en manos del siguiente en la línea de sucesión. Durante este período concedido,
el Ducado quedará en manos de la Corona. Yo, La Reina.
Audrey se quedó por un momento paralizada. ¿Su hijo sería el Duque de
Devonshire? ¿Pero cómo tendría un hijo en un año? ¿Sería capaz de cargar con
todas esas responsabilidades: ¿la tutela de sus hermanas, casarse y tener un
varón? ¿Y quién le aseguraba que, a pesar de quedarse embarazada, naciera un
niño? ¿Y cómo se casaría sin poder presentarse a ningún evento social debido a
su luto? No sabía cómo lo haría, pero lo conseguiría. Su padre se lo había
dejado todo en sus manos, ahora le tocaba a ella responder en consecuencia.

Capítulo 21-Un plan


Todo, absolutamente todo, había dejado el Duque de Devonshire a Audrey
Cavendish, todo lo que le pudo dejar. Tal era la confianza de Lord Anthon con su
primogénita que le había confiado el cuidado de sus hermanas menores por
encima de su propia madre. Además de las empresas y negocios, destacando
entre ellos el de la fábrica y tienda de perfumes y lociones de afeitar más
prestigiosa de Inglaterra. Había pasado de ser una joven dependiente a ser una de
las mujeres más ricas del país. Además, si cumplía la condición de engendrar un
varón podría dirigir el Ducado de Devonshire hasta la mayoría de edad de su
hijo, el cual heredaría el título de su abuelo nada más nacer.
A pesar del enorme agradecimiento que sentía hacía su padre y hacía la
Reina no podía obviar el hecho de que seguía teniendo que depender de un
hombre para poder cumplir sus objetivos, tenía que casarse en menos de un mes.
¿Pero cómo se casaría si ella misma siempre había jurado no ser la propiedad de
nadie? Pero ahora se encontraba con que si quería ser dueña del Ducado debía
encontrar a su propio dueño. Ni si quiera tenía tiempo, desde que se había leído
el testamento se había dedicado a trabajar duro para ponerse al día de todas las
propiedades y negocios, y aún le quedaba mucho trabajo por hacer, así como el
de tener que ir a todas y cada una de sus casas, almacenes, fábricas y tiendas;
aunque no era una obligación, se había propuesto ver en persona lo que la había
convertido en una mujer libre y acaudalada. Si quería ser eficiente, debía
conocer bien con qué iba a trabajar, sentada des del despacho no podría saberlo
todo. Podría conformarse en vivir una vida tranquila en una de las tantas
mansiones que había heredado cuidando de sus hermanas, pero no regalaría el
legado más importante de su padre a unos extraños, y el legado más importante
era Devonshire.
Tan sólo habían pasado veinticuatro horas desde la lectura del abogado, pero
Audrey ya parecía una mujer totalmente diferente a la del día anterior. A pesar
de que el dolor y la tristeza aún estaban reflejados en su rostro, así como el negro
de su vestido apagaba su mirada, transmitía una fuerza arrolladora. La joven se
encontraba en el despacho firmando y revisando algunos documentos que
requerían de su atención, debía de agradecer enormemente haber estudiado tanto
durante esos días puesto que ahora le estaba siendo de utilidad. Aun así, lo
primero que haría al cambiar de residencia, sería buscar a un profesor que
le ayudara en todo aquello que le faltaba por saber. Sería la dama perfecta en
todos los sentidos y no sólo en el de agradar a la sociedad, por descontado al
resto del mundo explicaría que había puesto a un capataz al mando de todo;
ocultando que en realidad sería ella misma quien lo organizaría. La sociedad
inglesa no toleraba que una dama de alta alcurnia dirigiera un negocio y mucho
menos decenas, así que ese sería su secreto mejor guardado.
Se trasladarían en dos días a la casa de campo de Bath lejos, por el momento,
de las habladurías que seguramente el hecho de que Lord Anthon confiara más
en su primogénita que en su esposa para la tutela de sus hijas levantaría. Nadie
osaría hablar mal de Audrey, no sólo por su intachable reputación, sino por el
dinero que ahora poseía; en Inglaterra podías presentarte con un ciervo en la
cabeza mientras tuvieras dinero. Sin embargo, la Duquesa Viuda, Elizabeth
Cavendish, no lo tendría fácil y mucho menos estando en la Corte de la cual
pronto despedirían- con mucha educación- ahora que ya no era la mujer de
ningún político ni tenía posición. Por una parte, Audrey temía la reacción de su
madre, pero rezaba para que se retirara a una de las casas que papá le había
dejado lejos de ellas.
Ahora, las hermanas Cavendish, se habían convertido no sólo en las beldades
que debutarían en sus correspondientes temporadas sino en damas ricas con
abundantes dotes. Sólo había un inconveniente, Audrey Cavendish ya no asistiría
a ninguna otra temporada puesto que debía casarse de inmediato y tenía
prohibido presentarse a cualquier acto social. En realidad, en el fondo, ahora que
debía casarse a la fuerza, preferiría hacerlo con Lord Edwin Seymour en lugar de
con cualquier desconocido caballero, pero ¿la aceptaría Edwin o ya sería
demasiado tarde?
Audrey salió del despacho para comprobar que el resto de las Cavendish
habían empezado a preparar las maletas, en sentido figurado claro. Puesto que
eran las doncellas las que se encargaban de ese trabajo, para marcharse
temporalmente de Chatsworth House hasta que la Corona les devolviera la
propiedad al certificar que ya había nacido el heredero. Pero no llegó al ala sur
porqué la Baronesa viuda la interceptó y la hizo entrar en su recámara.
-Baronesa, ¡qué agradable sorpresa! Aún no he podido agradecerle todo lo
que ha hecho por nosotras, le estaré eternamente agradecida. A decir verdad, no
esperaba que profesara un sentimiento tan profundo hacía nosotras- agradeció
Audrey con la columna recta y la barbilla levantada.
-Como dije ayer en ese despacho, desde que todos los hombres de mi casa
murieron, lo único que he tenido es vuestra compañía y, sinceramente querida,
prefiero mantenerme a vuestro lado que recluirme sola en la casa de
Humpkintons - a lo que Audrey asintió mostrando su conformidad ante tal
declaración- pero hay algo que me preocupa y es tu obstinación en mantener este
Ducado en tu familia. Accedí a ser la supervisora de tu tutela porqué yo misma
no confío en tu madre, a pesar del gran afecto que le profeso, pero no estoy nada
de acuerdo en que te hagas cargo de un Ducado puesto que tu hijo no lo podrá
hacer hasta su mayoría de edad; sin contar, que ya tienes mucha responsabilidad
ahora, quizás demasiada para una mujer; espero que pronto encontrarás el
capataz que dirija todo en tu lugar, creo que el mismo que tenía tu padre podría
serte útil. Querida, ya has sufrido mucho, céntrate en el cuidado de las pequeñas
y disfruta ahora que puedes, olvida el Ducado.
-Baronesa, jamás podré agradecerle todo lo que hace y ha hecho por mí, pero
lo que me pide es imposible. A usted debo serle sincera ahora que sé que ya no
es tan sólo una invitada sino quizás la abuela que nunca tuvimos. No pretendo
dejar el Ducado en manos de esos dos, usted misma vio que clase de hombres
que son, ni si quiera son educados, debo casarme y de inmediato. En cuanto al
resto de mis responsabilidades, he de decirle que yo misma me haré cargo - la
Baronesa esbozó un gesto de desaprobación al escuchar esto último- pero, Sra.
Royne, ante la sociedad será el antiguo capataz de mi padre quien lo dirija todo.
-Bien, por lo menos que no lo sepa nadie una dama está trabajando - aceptó
la anciana un poco más tranquila.
-Y en cuanto a la educación de las pequeñas, cuento con su ayuda y me será
más llevadero.
-Por supuesto, pero sigue habiendo una cuestión que me preocupa, ¿cómo
podrás casarte sin asistir a ningún evento? Tengo algunos conocidos a los que
podría escribir informándoles de tu disposición en contraer matrimonio. Seguro
que no faltarán caballeros que pidan tu mano, no sólo eres bella sino rica y
poderosa.
-Verá…Baronesa- inició Audrey saliendo un poco de su postura
perfectamente correcta y cogiendo entre sus manos las de la anciana- he de
confesarle que no tengo interés en casarme con ningún otro hombre que no sea
Lord Edwin Seymour, futuro Duque de Somerset - confesó Audrey por primera
vez, en voz alta, casi sin creer a su propia voz.
-Me parece muy buen partido la verdad, aunque un tanto tosco en modales,
en comparación a ti él es muy poco educado, pero es un hombre de palabra y de
muy buena posición y honorable linaje. Yo conocí a sus padres cuando éramos
jóvenes y eran personas intachables; antes de que se vaya, iré y veré como puedo
convencerlo para que pida tu mano - sentenció la Baronesa.
-Sí…en cuanto a eso…ya me pidió la mano hace un tiempo jurándome que
nunca más lo haría, pero yo lo rechacé… no creo que me lo vuelva a pedir por
mucho que insista- informó la joven apenada.
-Y, por supuesto, no puedes pedírselo tu porque pensaría que sólo lo quieres
por interés y ningún hombre quiere casarse con una mujer interesada- pensó en
voz alta la anciana.
-Yo tengo una idea- dijo de pronto una voz socarrona que provenía de la
puerta.
- ¡Karen! ¿No te han dicho que es de muy mala educación escuchar detrás de
las puertas? -regañó Audrey mientras Karen pasaba al interior de la habitación
cerrando la puerta tras de sí.
-Digamos, que hay otras maneras de contraer matrimonio, por ejemplo… que
ambos fuerais sorprendidos en una situación comprometida- explicó Karen con
tan sólo catorce años ante la mirada horrorizada de sus tutoras.
- ¡Jovencita! Me parece que hablas demasiado por tu corta edad, estarás
castigada durante dos semanas sin…sin… salir a pasear, ni si quiera a la terraza -
castigó por primera vez Audrey.
-Espera…- intervino la Baronesa acariciándose la barbilla - he de reconocer
que, aunque esto esté totalmente fuera de mis principios, no es una mala idea. A
veces a los hombres hay que darles un empujón cuando su orgullo los domina.
- ¡Pero Baronesa! ¡Qué escándalo! No me esperaba nunca esto de usted, ¿de
verdad espera que use artimañas para que ese hombre se abalance sobre mí y
luego otra persona me encuentre en una situación tan indecorosa?
-Sabía que en el fondo usted era de las mías Baronesa - añadió Karen al
mismo tiempo que se sentaba con descaro encima de la cama, llevándose una
mirada más que amenazadora por parte de la anciana.
-Piénsalo bien querida, Lord Seymour ya ha ejercido de tutor de las niñas y, a
pesar de su poca empatía y su semblante siempre serio, ha conseguido llegar de
alguna forma al corazón de la pequeña Liza. Sin obviar que se comportó siempre
fiel a su deber. No sólo ya es conocido por nosotras, sino que además sabemos
que el interés que tiene por ti es genuino puesto que te pidió matrimonio mucho
antes de saber que estarías en esta posición. Si te casaras con otro hombre, nos
arriesgamos que no se comporte adecuadamente con tus hermanas y, además,
que se case sólo por interés porque eres muy bella, pero mujeres bellas hay
muchas y ricas muy pocas. No veo mejor opción que él, en todos los sentidos, y
si para eso debemos de utilizar alguna que otra estrategia de mujer… querida, no
será la primera ni la última vez que se hace…
Audrey la miró fijamente a los ojos y sospesó sus palabras que, a decir
verdad, tenían mucha lógica.
-La única condición que pongo es que nunca se entere de nuestro plan
porqué entonces pensaría que sólo lo quiero a mi lado por interés y no entendería
que en el fondo…me gusta. ¿Cómo lo podemos hacer? - aceptó Audrey sin saber
cómo había caído en eso, pero no se imaginaba casada con ningún otro hombre
que no fuera él. Debía ser Lord Edwin su marido, si no, no lo sería nadie…
aunque perdiera el Ducado. Por lo tanto, era ahora o nunca, si perdía la partida,
aceptaría su derrota y se olvidaría de Devonshire. Pero debía intentarlo, si
ganaba, ganaría al hombre que realmente quería y lo que tanto había soñado, el
Ducado.







Capítulo 22-Cazador cazado
Audrey esperaba con el corazón a punto de estallar. Se encontraba en su
recámara con un camisón de gasa blanco acompañado de una trenza que caía
hacía un lado. Como estaba en su habitación nadie le podía recriminar que usara
otro color que no fuera el negro para dormir, así que con unas gotas de perfume
de gardenias y arreglada para la ocasión, se tumbó en la cama fingiendo un
desmayo.
Después de largas discusiones entre ella y sus compinches habían llegado al
siguiente acuerdo: la Baronesa viuda llamaría al pastor de la parroquia para que
la asesorara en asuntos espirituales, luego Karen iría en busca de Edwin
fingiendo una terrible preocupación al haber encontrado a su hermana
inconsciente y lo traería hasta la recámara de Audrey donde los dejaría solos;
entonces Audrey se las tendría que ingeniar de alguna forma para que el
caballero la besara y, mediante la cuerda de servicio, que Audrey estiraría desde
la cama con discreción , la Baronesa sabría que era el momento de conducir al
párroco hasta el lugar de los hechos con la excusa de aconsejar a su ahijada en
esos momentos tan difíciles. Finalmente, cuando la viuda llegara junto al
eclesiástico al dormitorio y viera a Edwin besando a la joven, Lord Seymour no
tendría escapatoria.
Audrey tenía que repetirse una y otra vez que lo hacía por el bien de todos,
incluso por el de Edwin, no podía ser que por su orgullo dejaran perder lo que
había entre ellos. Si ella no lo hubiera rechazado ya estarían prometidos, así que
no importaba si las circunstancias variaban un poco. Una vez estuvieran casados
ya no importaría el método por el cual llegaron a la felicidad.
De pronto Audrey escuchó los pasos cortos de Karen junto a las largas
zancadas confiadas de Edwin que venía por el camino murmurando un sin fin de
maldiciones como: ” nunca me dejaran en paz”, ” ahora que estaba a punto de
salir”, ” y que me importa a mi si yo ya no tengo ningún deber con esa
Señorita…” Pero a pesar de sus quejas no tardó mucho en aparecer en la
habitación.
-Mire, ve, ahí está sin moverse- se apresuró a decir Karen mientras señalaba
al precioso cuerpo de Audrey envuelto en un simple camisón de gasa blanca que
poco dejaba a la vista.
-Pero no entiendo por qué viene a buscarme a mí con tantas doncellas que
hay en esta dichosa casa. Yo ya no soy su tutor - contestó un mal humorado
Edwin sin saber que era justo lo que la aparente inocente dama estaba esperando
que dijera.
-Oh, perdone, creía que seguía siendo nuestro tutor-mintió Karen con una
cara infantil e inocente que no iba para nada acorde con ella- de todas formas,
quédese mientras yo voy a buscar a una doncella por favor, me daría miedo que
le pasara algo - finalizó cerrando la puerta y dejándolo solo en la habitación, ante
la mirada incrédula de Lord Seymour.
¿Qué clase de maldición tenía esa casa que cada vez que intentaba salir algo
lo detenía? Se giró de un terrible mal humor hacia Audrey y lo que vio despertó
en él su instinto más salvaje y primitivo, ya era más de una semana en
abstinencia y, por si fuera poco, la causante de todos sus males de la última
semana se le prestaba en frente con una gasa blanca que transparentaba hasta el
punto de ver el color de cada una de las partes más íntimas de Lady Remilgada.
Desde que lo rechazó en matrimonio, sólo pudo agradecer haber escapado de
la peor de las equivocaciones de su vida; una mujer obstinada y tan ambiciosa no
podía ser una buena compañera de vida de ninguna forma. Encima y, por si fuera
poco, era la única dama que había conocido que no se quería casar. Pero estaba
seguro de que ahora que estaba el futuro de su “amado Ducado “en juego, no
tardaría en tirarse a los brazos del primer hombre que pidiera su mano. Seguro
que, si antes le llovían las propuestas, ahora le lloverían muchas más al ser no
sólo condenadamente hermosa, sino escandalosamente rica. Ahora sí, quien se
casará con ella, tenía que coger el paquete entero, con las cuatro hermanas y todo
incluidas, ¡já! cinco mujeres en una casa, compadecía al pobre que se casara con
ella.
- ¿Robert? - murmuró Audrey aparentando confusión.
¿Robert? Maldijo Edwin para sus adentros, ¿acaso ya estaba prometida?
¿con ese cretino de Lord Talbot? ¿¿Y no tenía suficiente descaro que encima lo
confundía con él? ¿Precisamente a él, con ese mequetrefe? Con la rabia
supurando por los poros, el teniente se acercó a la cama para que Audrey lo
pudiera ver mejor.
-Soy Edwin, ¿acaso te has olvidado de tu dueño? - dijo con evidente sorna
para enfadar a la dama y, de alguna forma, vengarse por haberlo confundido con
otro; pero, lo que no esperaba era que esa despampanante peli negra se
removiera entre la gasa dejando entre ver mucho más de lo que debería ver si
quería controlar sus impulsos.
Audrey se removió expresamente sabiendo que la tela del camisón cedería
dejando sus senos desnudos casi al completo, a pesar del tremendo bochorno que
estaba pasando, debía hacerlo, quería a ese hombre para ella y si con eso lo tenía,
lo haría.
- ¡Ooh!¡Edwin! Ya casi me he olvidado de ti… y de tus besos…- respondió
Audrey con voz sugerente intentando parecer estar dentro de un estado semi-
inconsciente.
Un extraño sentimiento de posesión invadió el cuerpo de Lord Seymour, que
no pudo controlar más sus instintos y se abalanzó sobre el cuerpo de Audrey; la
excitante visión del cuerpo semi-desnudo de su luna junto al atrayente olor de
perfume hizo que el vigoroso caballero levantara la cabeza de la dama con una
sola mano y la besara con fervor, tan concentrado estaba en su tarea de recordar
a la Señorita Cavendish quién era él ,que no se percató de que la pequeña mano
de la dama se deslizaba hasta la cuerda de servicio y daba un pequeño tirón de
ella.
-Baronesa, tal y como me ha pedido que lo hiciera, le informo que la
Señorita Audrey ha llamado al servicio hace breves instantes- informó una
doncella al oído de la Baronesa.
- ¡Oh, querida, otra vez se ha desmayado! Es que no come nada des del
fallecimiento de su padre- exclamó de pronto la anciana ante la desconcertada
mirada de la empleada que no entendía nada - Venerable pastor, ¿sería tan
amable de acompañarme a la recámara de mi ahijada para que la pueda aconsejar
y asesorar en los asuntos de la muerte?
-Por supuesto, es mi deber ayudar en estos casos - contestó un señor de toga
negra entrado en años y un poco rechoncho.
Sin más dilación y con miedo a perder la oportunidad, la Baronesa acompañó
al párroco hasta la habitación de Audrey donde abrió la puerta sin tocar.
- ¡Qué escándalo! ¡Lord Seymour! - gritó la Sra.Royne al ver, que
efectivamente, el plan había sido todo un éxito y que Edwin estaba encima de
Audrey besándola con fervor.
Edwin se detuvo en seco, se apartó de una Audrey que ya parecía totalmente
recuperada y se levantó con el semblante serio sin emitir palabra mientras
escuchaba la reprimenda del pastor y de la Baronesa. Mientras los dos ancianos
hablaban decidió sacar un cigarrillo de la cajita de metal, que siempre lo
acompañaba, y sentarse en una de las sillas de la estancia con expresión de total
despreocupación, como si las palabras del pastor no fueran dirigidas a
él mientras Audrey permanecía con la cabeza gacha y la sábana por encima de su
cuerpo observando a su futuro marido con cierta vergüenza y remordimiento
-…Es evidente, que la Señorita no tiene ninguna culpa de lo sucedido aquí,
puesto que según he sabido se encontraba indispuesta; más bien ha sido usted
caballero, que, si me lo permite, ha sido tentado por el diablo para sucumbir a los
deseos carnales y con ello, pecar. Por eso exijo que se responsabilice de sus actos
y dé a esta noble dama el derecho que le corresponde- dijo el pastor terminando
uno de sus tantos largos y tediosos discursos, esperando una respuesta por parte
de Edwin que se dio por aludido por el largo silencio que se había producido.
-Oh, eh…sí por supuesto- empezó Edwin dando una corta calada al cigarro-
me casaré con la Señorita Cavendish.
-No esperaba menos del heredero de un linaje tan intachable y noble como el
suyo Lord Seymour, el futuro de Somerset no podría quedar en mejores manos
que el de un hombre que responde ante sus actos y ante su Señor todo Poderoso.
A cambio, yo no diré ni una palabra de lo que he visto hoy aquí y estaré
encantado de oficiar la ceremonia entre usted y la Señorita Cavendish…
-Deberá de trasladarse a Somerset para oficiar la boda señor- interrumpió de
forma abrupta, Edwin, mientras se levantaba dispuesto a salir de la habitación.
- ¿A dónde va Lord Seymour? Tenemos muchas cosas de las que hablar: el
día de la boda, donde se celebrará, los invitados…- la detuvo la Baronesa.
-De aquí a dos semanas en mi palacio de Somerset, ningún invitado- contestó
Edwin de forma seca y tosca saliendo de la habitación y, probablemente, de
Chatsworth House.
Una vez el eclesiástico también abandonó la residencia habiendo dejado todo
en orden, la Baronesa se acercó a una compungida Audrey que seguía envuelta
en la sábana en el mismo lugar que su futuro marido la había dejado.
- ¿Qué te pasa niña?
-Ni si quiera se ha despedido de mi… sé que es un tanto abrupto, pero ha
decidido todo él solo en cuanto a la boda sin ni si quiera preguntarnos o
preguntarme si estaba de acuerdo, y además parecía enfadado e infeliz. Si no
quiere casarse conmigo, ¿por qué me ha besado o por qué me lo pidió en esa
ocasión? - preguntó Audrey sintiéndose en confianza con la Sra. Royne.
-Oh, dulce joven, a los hombres no les gusta ser cazados sino ser cazadores.
Lo importante es que os casaréis y todo este suceso quedará en el olvido, ya lo
verás.
-Eso espero Baronesa, eso espero…- dijo Audrey en un tono dubitativo.












Capítulo 23-Hermanas
Tan sólo dos días después de la lectura del testamento, todo el equipaje
estaba listo para emprender el viaje a Bath, las damas ya se encontraban en el
vestíbulo en espera de Audrey para emprender el viaje que sería costoso, al
menos dos días.
Audrey parecía no querer irse a pesar de que sabía que debía hacerlo, ya no
sólo por el deber de dejar la propiedad en manos de la Corona sino por el
inminente matrimonio; de hecho, era una estupenda casualidad que Bath quedara
tan cerca de Somerset, así podría ir preparada desde ahí hasta el palacio de
Edwin el día de su boda y, quizás, su prometido la cortejaría un poco ni que
fuera tan sólo durante dos semanas.
Según la Baronesa, al menos para que se viera el matrimonio un poco
decente entre tanta prisa y en medio del luto, Edwin debería hacerle entrega de
un anillo de compromiso durante una cena tranquila e íntima con los más
allegados. La Sra. Royne le había prometido a Audrey que tendría su noche de
compromiso, pero la futura novia no estaba tan segura conociendo un poco al
que sería su marido. Era un hombre de lo más ambiguo y totalmente
despreocupado de la etiqueta y del decoro. Pero, por otro lado, no era ningún
holgazán ni vividor. Al contrario, era trabajador y leal así que deicidio no pensar
en ello y terminar de organizar algunos asuntos en la casa que ya no sería suya
por un año.
- ¡Vámonos de una vez Audrey, estamos cansadas de esperar aquí! - exclamó
de pronto Karen al ver que su hermana sólo daba vueltas por la mansión y no se
decidía a partir.
-Audrey, si todo sale según lo previsto, volveremos aquí en un año o incluso
antes, deja de despedirte de cada rincón como si no volviéramos jamás- se
aquejó la Baronesa al ver a Audrey tan preocupada por dejar el lugar que había
sido su hogar toda su vida. Eran muchos cambios para la joven: la ausencia de su
padre, la recién adquisición de todos los negocios y propiedades, la
responsabilidad de sus hermanas y, además, ahora, el compromiso. Era
sorprendente como podía cambiar la vida de una persona de la noche a la
mañana, obligándola a adaptarse cual camaleón al color.
Audrey se dirigió al vestíbulo con expresión compungida mirando a sus
cuatro hermanas vestidas para el viaje con tonos oscuros al igual que ella, que
vestía un traje bien cerrado de color negro intenso. Se juró a sí misma no
defraudarlas ni a ellas ni a la voluntad de su padre. Ese día partía de Chatsworth
House con el corazón oprimido, pero volvería a esa casa hecha una mujer
demostrando a toda Inglaterra quién era Audrey Cavendish.
-Me da un poco de miedo viajar después de lo que le ocurrió a padre durante
el trayecto, ¿y si nos asaltaran esos forajidos? - preguntó Elisabeth a voz baja
para no asustar a las más pequeñas, a su hermana mayor cuando ésta ya estaba
dispuesta a salir por la puerta.
-No te preocupes Bethy, lo tengo todo controlado, ¡nos vamos pequeñas! -
cargó a Liza en brazos y salió por la puerta que Bruce, con un fajín negro, abrió
con cara de tristeza por la partida de las Señoritas de la casa. Cuando salieron
por la puerta no se esperaban lo que vieron, los empleados más allegados se
encontraban ataviados de luto, formando un pasillo hasta llegar al carruaje. Y a
medida que las damas iban pasando, todos sin excepción bajaban la cabeza en
señal de respeto. Cuando llegaron al final, encontraron a la Sra. Poths junto a su
hijo.
-Todos queremos que volváis pronto, os echaremos de menos- dijo una Sra.
Poths emocionada ataviada con una cofia negra- no tendremos jamás un señor al
que servir cómo el que fue su padre Señorita Audrey por eso, sería un honor
seguir sirviendo a la familia Cavendish.
A pesar de que las damas llevaban consigo a sus doncellas, el servicio
principal como los cocineros o mayordomos debían de quedarse en la propiedad,
era una de las condiciones expresas al dejar el Ducado
-No le quepa la menor duda Sra. Poths que volveremos, de mientras cuide de
nuestra casa- dijo Audrey con una sonrisa cariñosa y, con un leve asentimiento
de cabeza, se dispuso a subir al carruaje. Mientras el resto de las hermanas se
despedían del servicio, Audrey colocó a la más pequeña dentro de uno de los tres
carruajes; lo había preparado todo ella sola por primera vez, partirían con tres
carrozas: en la primera estarían ella, Liza, Georgiana y Karen mientras que en la
segunda viajarían la Baronesa y Elizabeth junto a la Srta. Worth y Alicia. Por
último, en la tercera irían el resto de las empleadas. Había hecho sacar de los
vehículos cualquier emblema de su familia para que así parecieran simplemente
damas adineradas y no llamaran la atención de aquellos hombres que odiaban a
cualquier persona emparentada con la realeza, así como había hecho rodear a los
carruajes por hombres a caballo que, a simple vista podían parecer simples
ciudadanos a pie o familiares de las damas, pero en realidad eran lacayos
armados.
Una vez se aseguró de que estaban todas sentadas, dio dos golpes al techo
para indicar al paje que iniciara la marcha. A medida que se iban alejando, todas
las Cavendish miraban con expresión melancólica por la ventana los largos y
anchos jardines en lo que habían jugado tantas veces con su padre o aprendido a
cabalgar.
- ¿Qué te pasa Liza? - preguntó Georgiana a la pequeña que empezó a
derramar silenciosas lágrimas provocando que todas las presentes se giraran
hacía ella.
-Me acuerdo de papá… y estoy preocupada por si no nos encuentra cuando
decida volver, como ya no estaremos en casa…- dijo Liza totalmente
desconectada de la realidad a lo que sus tres hermanas mayores se miraron entre
sí con preocupación.
-Ven, Liza abrázate a mí- ofreció Audrey cogiendo a la pequeña por los
brazos y recostándola en su regazo- Papá no volverá a casa, ¿pero sabes dónde
está? - la niña negó con la cabeza - aquí, en tu corazón y en el mío, y en el de
Karen y de Georgiana, así como también en el de Bethy. Papá está y estará en
nuestros corazones, así como lo está Chatsworth House.
El trayecto fue agotador para todas las damas que no estaban acostumbradas
a viajar, gracias a Dios, no hubo ningún percance a pesar de haber tenido que
parar una noche entera en una posada. Tuvieron suerte de la compañía de los
lacayos que en todo momento les procuraron comodidad y seguridad dentro de
lo posible. Cuando llegaron a la mansión de Bath quedaron maravilladas, nunca
habían estado y tenían que reconocer que era preciosa. Audrey se prometió a si
misma ir a ver a todas sus propiedades, no podía ser que no supiera ni la
apariencia que tenían. Como llegaron sin emblema, el mayordomo de la casa-
que no recibía la visita de sus señores desde hacía mucho- salió un poco
contrariado, pero cuando vio a Audrey descender, en seguida hizo la reverencia
oportuna y dio la bienvenida a su nueva Señora. Por supuesto, y a pesar de la
distancia de todas las casas y negocios, cada uno habían recibido la notificación
de quien era la nueva dueña.
-Bienvenida Señora, mandaré a preparar la habitación principal de
inmediato- agasajó el sirviente mientras Audrey pasaba al vestíbulo con moqueta
verde y grandes espejos. La dueña empezó a pasear por la casa acompañada del
mayordomo; debía reconocer que era un tanto pequeña en comparación a la
anterior, pero no le faltaba grandiosidad, las paredes estaban repletas de grandes
espejos y candelabros, así como las estancias ostentaban muebles lujosos con
nácar. Se sorprendió al ver que en la sala principal había un retrato suyo bastante
reciente.
- ¿Y esto? - preguntó Audrey al mayordomo señalando a su retrato.
-Tenemos la tradición de poner el retrato del señor de la casa en el salón
principal mi Señora - contestó el joven mayordomo cuadrándose.
-Es usted un poco joven para ser mayordomo, ¿cuál es su nombre? -comentó
Audrey, observando al hombre que si bien ya pasaba los treinta. Tenía que
reconocer que era apuesto, era completamente rubio con los ojos verdes y
bastante corpulento; no era costumbre que los empleados fueran jóvenes para
evitar situaciones indecorosas en la casa.
-Mi nombre es Robert Smith Señora, mi padre era el antiguo mayordomo. Al
morir, el Sr. Cavendish me dio el puesto- respondió el bello mayordomo mirando
al frente con una banda negra en el brazo, todos los empleados por lo visto
llevaban el luto de su antiguo señor de alguna forma u otra.
-Está bien. Como sabrá, hemos sufrido mucho por las recientes revueltas, ¿la
casa es segura?
-Señora, tenemos algunos guardias alrededor de la propiedad, pero ahora que
están aquí deberíamos reforzar la seguridad.
-Entonces que se refuercen las medidas, he traído algunos lacayos que os
podrían ayudar.
-Sí Señora.
- Y preparen las habitaciones para mis hermanas, la Baronesa y el resto del
servicio que he traído.
-Sí Señora.
-Es todo, gracias Sr. Smith -indicó Audrey deseando quedarse a solas por
unos instantes. Cuando el mayordomo abandonó la sala presurosa de cumplir las
órdenes se sentó en uno de los sillones y miró su retrato.
¿Sería igual en todos sus salones? Tanta gente dependía de ella ahora y su
padre había dejado un listón tan alto… debería trabajar muy duro para seguir
dando de comer a todos sus empleados y mantener todo como hasta ahora. Se
levantó y, una vez se aseguró que sus hermanas ya estaban instaladas, mandó a
ensillar un caballo y cabalgó por toda su propiedad. Era bastante extensa y tenía
un arroyo en el que podía llevar a las pequeñas a pasar alguna tarde. Cuando
volvió a la residencia ya pasada la hora de la comida se encontró con una
discusión entre Karen y Georgiana por una misma habitación, situación que
resolvió poniéndolas a las dos juntas en otra, así aprenderían a no ser tan
egocéntricas y caprichosas.
-Sra. Jenkins- llamó Audrey mientras tomaba el té en una de las salas que
debía haber sido de su abuela puesto que estaba decorada con detalles muy
femeninos.
- ¿Sí Señora? - respondió la ama de llaves.
- ¿Cómo se llama esta sala?
-No tiene nombre, pero antiguamente fue la sala de su abuela Georgiana ella
misma la decoró.
-A partir de ahora esta sala llevará el nombre de mi abuela, mande a llamar a
todas mis hermanas.
En unos instantes, todas las jóvenes aparecieron en la sala Georgiana
mientras la Baronesa aún dormía exhausta por el traslado.
-Sentaros por favor- indicó Audrey haciendo que les sirvieran una taza de té
a cada una.
-A partir de mañana volveréis a empezar las clases con la Srta.Worth-
empezó Audrey- sé que hemos sufrido muchos cambios y muy dolorosos, pero
no podemos dejar nuestras obligaciones a un lado. Como sabréis ahora estáis
bajo mi tutela, esto no significa que ocuparé un lugar de madre, seguiré siendo
vuestra hermana sólo que ahora me ocuparé de vuestra educación y
manutención.
-Lo sabemos Audrey, y agradecemos todo lo que haces por nosotras, no
quiero ni imaginar qué hubiera sido de nuestro futuro en manos de madre -
convino Elizabeth dando un corto sorbo a su té al mismo tiempo que las demás
asentían con la cabeza mostrando su conformidad.
-Sólo quería que tuviéramos esta conversación al menos una vez, no sé qué
será de madre, supongo que por lo menos vendrá a la boda.
- ¡Já! Por mi como si no viene nunca jamás- exclamó Karen devorando una
de las galletitas.
-Sí, la verdad es que nunca me agradó, más que una madre parecía un
inquisidor. Debo de confesar que no profeso ningún afecto por esa Señora, ni
siquiera se dignó a venir al entierro de padre - expresó Georgiana.
-A mí me da miedo- añadió Liza bajo la atenta mirada de sus cuatro
hermanas mayores- Yo prefiero estar con Audrey mil veces- a lo que todas
contestaron con una pequeña risa.
-También quería haceros partícipes de mi inminente boda con Lord Seymour,
que como sabréis se celebrará de aquí dos semanas, creo que también tenéis
derecho a opinar puesto que será vuestro tutor al casarse conmigo.
-Es un tipo raro, pero a mí me cae bien, quiero que me enseñe tiro con arco -
dijo Karen ante la mirada de desaprobación de Audrey.
-Él es mi hermano - añadió Liza haciendo un pequeño salto de alegría al
saber que pronto lo volvería a ver.
-Es un buen partido y se portó bien con nosotras no dudo que lo vuelva a
hacer -ultimó Elizabeth mientras Georgiana asentía.
-Por cierto, ¿habéis visto como hemos mejorado en cuanto a mayordomo? -
soltó Karen con una risa nerviosa.
-Karen Cavendish haz el favor de no hablar más de lo necesario, por favor, si
no deberé castigarte…
-Pero si ya estoy castigada sin salir a pasear ¿no te acuerdas? - provocando la
risa del resto.
















Capítulo 24-Reencuentro
Los tres días siguientes pasaron con tranquilidad sin más novedades que la
visita de una tía paterna con su hija Helen que también vivían en Bath. Helen era
una joven de carácter fuerte y rebelde, su madre pasaba horas rezando para que
su hija entrara en razón, pero era imposible. A Helen le gustaba disparar y el tiro
en arco, así como montar a caballo a horcajadas, no hacía falta mencionar que
para Karen era toda una heroína. Los modales de la joven contrarrestaban
totalmente con su físico puesto que era una rubia de aspecto frágil más bien
delgada pero bien proporcionada con una cara angelical.
Mientras la Baronesa viuda y la tía tomaban el té en la sala Georgiana,
Audrey dejó por un momento los documentos en los que estaba trabajando y
salió con su prima a dar un paseo por el jardín. Y, aprovechando que sus
hermanas estaban con la institutriz, osó pedirle a su prima que le enseñara a
disparar.
-Pero jura que esto quedará entre tú y yo, ni si quiera lo puede saber tía
Ludovica si no mi reputación se vería arruinada para siempre.
-Que sí primita, cuando quieres eres insistente…- respondió Helen con
aburrimiento mientras cogía a su prima por el brazo y la conducía a un lugar
apartado.
Cuando llegaron casi al lindar del bosque, la bella Helen preparó una especie
de diana y delimitó una distancia entre ellas y ésta.
-Bien, saca la pistola - Audrey sacó una pistola que había sido de su padre y
que antes de irse Chatsworth House había metido en su ridículo por si ocurría
algún percance durante el trayecto, a pesar de que no tenía ni idea de cómo
usarla.
Helen y Audrey estuvieron un buen rato con la clase de tiro hasta que
escucharon un ruido extraño detrás de los árboles, tal parecía el trotar de un
caballo, pero no debería de haber nadie en esa zona. La pelinegra temerosa de
otro ataque apuntó en dirección al origen del ruido y poniendo en práctica lo que
acababa de aprender, disparó al ver aparecer una figura humana a caballo.
Gracias a Dios que aún no había aprendido lo suficiente como para acertar
puesto que, de haberlo hecho, se hubiera quedado sin prometido.
- ¡Lord Seymour! Disculpe, lo siento mucho de verdad que yo…- empezó
Audrey presa del pánico por lo que pudiera pensar Edwin de ella- ¿le he hecho
daño?
- ¿Lo conoces? - murmuró Helen antes de que el caballero se acercara más
hacía ellas.
-Sí, es mi prometido- respondió Audrey algo avergonzada y entregándole la
pistola como queriendo esconder el arma del delito.
- ¿Es él?¡ Dios mío! ¡Qué hombre! - alabó Helen mirando de arriba a abajo a
Edwin que ya había desmontado de su semental y andaba hacía ellas con unas
mallas de montar que marcaban sus musculadas piernas.
- ¡Vaya, vaya! Señorita Cavendish ¿qué diría la sociedad inglesa si la viera
con esa arma en medio de un bosque? Cada vez me deja más sorprendido-
empezó Edwin con sorna.
-Sí, es que debido a los recientes acontecimientos he querido aprender a
defenderme un poco por mí misma. Le presento a mi prima Helen Ravorford,
hija del Conde de Pembroke- respondió Audrey lo más correcta posible dentro
de la embarazosa situación.
-Un placer Señorita Ravorford.
-Igualmente, verán de pronto me he acordado de que tengo que mandar una
carta a mi padre urgentemente, les dejo y espero verlos dentro- dijo Helen
dejándolos solos ante la mirada asesina de Audrey.
-Disculpe a mi prima, ella…
-Sí, sí, sí Señorita Cavendish, no hace falta que lo justifique todo para quedar
como la dama perfecta, ahora que nos vamos a casar haga el favor de no
mostrarse tan Remilgada, me enerva- cortó Edwin aguantándose la risa al ver
como la cara de Audrey se enrojecía de rabia por segundos.
-Disculpe “Señor” Seymour, ¿si cree que soy una Remilgada y tanto le
frustran mis intentos de ser educada, por qué accedió a casarse conmigo?
-No sé si estabas presente cuando ese gordito con toga me obligó
prácticamente a ello, es mi deber casarme contigo después del error que cometí-
respondió Edwin todo serio, pero con un tono de voz difícil de descifrar.
Audrey no sabía si hablaba en serio o le estaba tomando el pelo, ¿de verdad
se casaba con ella sólo por obligación? ¿Por deber? No podía evitar sentirse con
el corazón un tanto magullado, ¿viviría un matrimonio obligado en el que sólo
ella sentiría algo por él?
- ¿Obligado? Le recuerdo que fue usted quien me pidió matrimonio en la sala
dorada y yo lo rechacé; en todo caso, la obligada soy yo- respondió orgullosa y
con la barbilla alzada mientras empezaba a darle la espalda para volver a casa,
pero Edwin la cogió por el brazo y la atrajo hacía él.
-Todos sabemos cómo disfruta usted entre mis manos, así que no creo que
estés obligada a nada-la enfrentó Edwin mientras mantenía el agarre de su brazo
haciendo que Audrey se sonrojara hasta el inicio del pelo.
- Pero ¿cómo se atreve a hablar de ese tema con su futura mujer? ¿A caso no
tiene ni un mínimo de vergüenza? -inquirió la prometida intentando zafarse de la
mano de su captor, pero éste la atrajo más hacia él y la besó con delicadeza como
si sus labios se saludaran de nuevo. Cuando Edwin apartó, por un momento sus
labios de ella, Audrey aprovechó para volver a hablar ya en un tono más natural
y menos calculado - ¿Que hace aquí Lord Seymour?
-Le voy a decir la verdad, ninguna amante me satisfacía puesto que sólo
pensaba en usted y en la noche de nuestra boda -contestó de tal manera que
Audrey no se lo creyó y soltó una sonora carcajada. Pero la verdad era que desde
que había regresado de Devonshire ni Ludovina ni ninguna de las otras chicas de
la Madame, llegaron a hacerle olvidar por un momento a Audrey. Sólo podía
pensar en verla desnuda por completo y hacerla suya de una vez por todas. No
sabía que le pasaba con esa mujer, seguramente sólo fuera capricho por su
cuerpo, pero lo cierto era que no podía parar de pensar en ella. Al menos se
casaría con una mujer que lo atrajera sexualmente, al fin y al cabo, no le había
salido tan mal a pesar de que no hubiera querido casarse tan pronto.
- ¡Qué cosas dice Lord Seymour! - exclamó Audrey como si Edwin le
hubiera contado una mentira - ¿Usted…usted está enamorado de mí? - preguntó
Audrey sin saber muy bien el por qué con una voz temblorosa por primera vez
en su vida.
¿Enamorado? Pues claro qué no, lo último que haría Edwin Seymour sería
enamorarse, y menos de su propia mujer. No sería nunca uno de esos hombres
dominados por la esposa. Lo atraía, era cierto, pero no la amaba ni si quiera
estaba enamorado.
-No- contestó seco. Audrey notó un leve pellizco en su interior, pero rápido
se recompuso, no quería que Edwin notara que sus palabras la afectaban así que
consiguió zafarse del brazo de su futuro marido y volvió a su postura habitual,
fría y distante.
- ¿Ha traído un anillo de compromiso? No quiero que el matrimonio se vea
envuelto en más escándalos que el de darse en medio de mi luto y en sólo dos
semanas - informó Audrey como si hablara con su mayordomo.
-Lo traje - contestó el teniente empezando a andar de forma despreocupada al
ver que una doncella se acercaba a ellos, de hecho, la conocía, era la doncella
que lo condujo hasta la habitación del Duque la noche del robo.
-Srta. Audrey, la Baronesa viuda dice que entre inmediatamente puesto que
tiene que atender unos asuntos de urgencia- informó Alicia a lo que Audrey
empezó a andar con paso apresurado hacía la mansión dejando a Alicia y a
Edwin detrás.
-Señor Seymour, ¡qué placer volver a verle! - saludó Alicia al ver que su
Señorita ya estaba lejos
- ¿Eh? … Gracias- contestó Edwin sorprendido por la osadía de la doncella
al dirigirse a él sin ser solicitada su ayuda.
-Sólo quería decirle que cualquier cosa que necesite estaré encantada de
ayudarle…- añadió Alicia mientras se apretaba el cordón de su escote marcando
así aún más su exuberante pecho.
-Por el momento ayúdeme a dejar de hablar- la cortó Edwin con su tono
habitual de cinismo y dirigiéndole una de sus miradas más intimidantes
provocando que la muchacha despareciera de su vista nada más llegar al
vestíbulo. ¿Qué se había creído? ¿Qué le sería infiel a su esposa con su propia
doncella? ¿Qué clase de servicio tenían los Cavendish? Cuando se casara, lo
primero que haría sería despedir a esa buscona, Edwin Seymour era muchas
cosas, pero no era desleal.



Capítulo 25-Celos
La casa de Bath se llenó de decoraciones florales y grandes bandejas llenas
de dulces y deliciosos canapés, la verdad era que la Sra. Royne había conseguido
hacer maravillas en poco tiempo. No sólo convenció a Lord Seymour para que
dejara celebrar la boda en casa de los Cavendish, sino que se había encargado de
mandar invitaciones a los familiares más allegados y de decorar los salones con
mucho gusto y elegancia. Nada extravagante por petición expresa de la
prometida, pero si se denotaba el estatus económicamente favorable del que
gozaba la familia.
Audrey se encontraba en su recámara observando el anillo de compromiso-
que al menos su futuro marido tuvo la decencia de regalarle- en presencia de su
tía paterna; y si su tía paterna lo sabía, ya toda la familia lo sabía también. Así
que por esa parte estaba tranquila puesto que los rumores disminuirían
considerablemente en cuanto supiesen que había existido un mínimo de cortejo
antes del matrimonio.
Se miraba en el espejo y aún no creía que se iba a casarse, con el poco
tiempo que había tenido, había conseguido que le cosieran un vestido bastante
acorde a su posición de un color crema oscuro con encaje negro en las mangas y
en el cuello; no había querido ir toda de blanco por respeto a su padre. El anillo
de Edwin, que emulaba una flor de naranjo de oro y porcelana, hacía conjunto
con su gargantilla de oro y sus pendientes. Sólo le faltaba el recogido y Alicia
estaba trabajando en él.
- ¡Ya está Señora! A ver si le gusta- propuso Alicia dando unos últimos
toques al semi recogido con flores de naranjo naturales que había elaborado a
conjunto del anillo, realmente era muy bonito y le favorecía además de darle un
perfume natural muy enriquecedor y atrayente.
-Sublime Alicia, como siempre, gracias. Puedes avisar a mis hermanas y a
mi tío Rudolph que vengan para acompañarme al altar- indicó a la doncella, pero
ésta no se movió y se quedó mirándola con una mirada extraña.
- ¿Pasa algo? - preguntó Audrey sorprendida por el acto de la empleada.
-Verá sé que no es el mejor momento, pero prefiero pecar de osada que
ocultarle algo a mi Señora- dijo a punto de llorar mientras apretaba las manos.
-Habla mujer- inquirió Audrey un tanto abrupta puesto que no se imaginaba
tener que lidiar con su empleada minutos antes de su boda.
-Sí… no sé muy bien por dónde empezar, pero el otro día cuando vino su
prometido para darle el anillo, intentó besarme allí en el bosque… y yo… no
supe cómo reaccionar… y al final lo consiguió- mintió con descaro Alicia
fingiendo una pena inexistente y riendo para sus adentros al ver como la cara de
Audrey se deformaba por momentos.
- ¿Qué te besó? - preguntó Audrey con el corazón compungido por la
traición sin obtener respuesta por parte de Alicia que empezó a llorar sin
consuelo.
No se lo podía creer, sabía que Edwin no estaba enamorado de ella puesto
que él mismo se lo había confesado, pero de ahí a serle infiel en el mismo día del
compromiso y con su propia doncella había una diferencia enorme, ¿entonces
ella no era la única a la que robaba besos? ¿no era especial para él? Presa de
unos nervios incontrolables Audrey salió de la habitación corriendo hasta llegar
a la habitación que ella misma había designado a su futuro marido para que se
prepara para la ocasión y, olvidando cualquier norma del decoro o de etiqueta,
entró en la habitación sin preguntar y cerró con llave al entrar.
Edwin, que estaba terminando de prepararse, se giró desconcertado hacía su
futura esposa. La miró durante unos instantes observando la belleza de la que
sería su acompañante el resto de su vida, era la mujer más elegante y atractiva
que había visto jamás; la rigidez del vestido resaltaba la curva de su cuello
blanco que estaba siendo suavemente acariciado por los tirabuzones negros que
caían del semi recogido a conjunto del anillo que la joven virginal llevaba en el
dedo angular como símbolo de su propiedad. Por un momento, centró su mirada
en los labios rojos y carnosos que habían sido resaltados con un toque de esos
polvos que usaban las mujeres y que a ella le sentaban de maravilla. Y, por si
fuera poco, el perfume de la dama embriagaba la estancia provocando que se
acelerara antes de tiempo, así que para evitar cualquier impulso volvió a
centrarse en sus gemelos de camisa.
- ¿No te han dicho que trae mala suerte que el novio vea el vestido de la
novia antes de la boda? - preguntó Edwin mientras se colocaba los puños de oro
en la camisa con tono indiferente y sin mirarla.
- ¿De verdad le importa el futuro de nuestra boda? ¿Pensó en él cuando se
abalanzó encima de mi doncella? - espetó Audrey con la cara enrojecida de la
rabia provocando que Edwin la mirara de nuevo, pero sin inmutarse.
- ¿Eso es lo que te ha dicho? - preguntó Edwin manteniendo la calma- ¿Y tú
la crees? ¿Crees antes a una simple empleada que al que será tu marido?
- ¿Por qué no debería de creerla? Ella ha estado a mi lado mucho más tiempo
que usted, y además usted mismo reconoció que no estaba enamorado de mí. Así
que no veo por qué no podría hacer lo mismo que hace conmigo a otra mujer-
explicó Audrey mientras se adentraba más en la habitación con la ansiedad de
descubrir si realmente el único hombre con el que deseaba pasar el resto de su
vida había resultado ser una farsa. Edwin se acercó a Audrey y posó su mano
encima de su mejilla, a pesar de la simplicidad del roce, la corriente se hizo
palpable entre los dos. - ¿Por qué sonríes? Estoy hablando seriamente Sr.
Seymour - interrogó Audrey al ver que el causante de todo su dolor se permitía
sonreír.
-Sonrío al verte perdidamente enamorada de mí, una vez me dijeron que eras
la dama impasible, pero aquí estás demostrándome todos tus sentimientos-
Audrey abrió los ojos como si le fueran a salir de sus órbitas, no podía creer que
ése indeseable se creyera con la protestad de decir que ella estaba enamorada de
él.
-Está borracho Señor, yo no estoy enamorada de usted, es cuestión de
pragmatismo; quiero saber con qué clase de hombre me he quedado enganchada,
sepa que tengo mucho trabajo ahora que mi padre me ha dejado todos los
negocios y no pretendo casarme para estar pendiente de un hombre que genera
escándalos y ensucia mi buen nombre
-De acuerdo, sólo está celosa entonces- sentenció Edwin al mismo tiempo
que acercaba su nariz al cuello de la joven que ya empezaba a temblar con su
proximidad.
- ¿Celosa? No, Señor Seymour…
-No me llames más Señor Seymour, llámame Edwin- dijo el teniente
mientras acariciaba el suave cuello de la dama con el otro mano deseoso de
escuchar cómo sonaba su nombre en esos labios hechos para el pecado.
-No lo pienso tutear hasta que me responda, dígame ¿ha besado a mi
doncella sí o no? - exigió Audrey todo lo firme que pudo a pesar del temblor más
que evidente que la proximidad del caballero le provocaba.
-No- respondió corto y un tanto tosco Edwin un poco dolido por la
desconfianza mientras la miraba fijamente a los ojos - sólo deseo estar contigo
en el lecho, te lo aseguro, desde que te vi ese día en el lago sólo he soñado con
desnudarte y hacerte mía. Ese pensamiento a nublado mi juicio hasta hoy y creo
que has sido testigo de ello ¿crees que podría dedicar besos a otra que no fueras
tú? No sé qué me has hecho, pero mi cuerpo es todo tuyo, eso te lo aseguro
Audrey Cavendish- confesó Edwin preso por el placer que sentía al acariciar a
esa joven que se convertiría en pocos instantes suya.
Audrey lo miró fijamente a los ojos y sin saber muy bien por qué, lo creyó.
Había algo en él más fuerte que las palabras de Alicia, con un toque suave apartó
las manos de Edwin de su cuello y las sostuvo entre las suyas.
-He escuchado que los hombres tienen muchas amantes, yo no sé nada de lo
que ocurre en el lecho y por un momento he tenido miedo de haberlo disgustado
en algo - confesó Audrey con la cabeza gacha presa de un sonrojo que la hacía
aún más encantadora y que provocó en Edwin un aumento de su deseo por estar
con ella a solas de una vez por todas. Sin ningún impedimento. No le importaba
que no supiera nada, al contrario, por raro que pareciera eso le excitaba aún más.
-Nada de lo que tú me das podría disgustarme y ahora vete si no quieres que
me adelante a la noche de bodas aquí mismo-dijo Edwin provocando que Audrey
se fuera inmediatamente presa del miedo.
Audrey fue llevada al altar por su tío Rudolph Ravorford, Conde de
Pembroke, seguida por sus cuatro hermanas y su prima Helen ante la
emocionada mirada de la Baronesa viuda, que se encontraba a un lado junto al
resto de los familiares de la novia. Por parte del novio, sólo vinieron dos amigos
puesto que su padre no podía viajar por su frágil salud y no tenía más familiares.
Al terminar la ceremonia con un corto y casto beso ante los invitados pero
que se sintió arder entre los novios, se sentaron en la mesa principal que había
sido decorada con grandes ramos de flores y empezaron a compartir una
agradable comida con los familiares de la novia y con los amigos del novio; a los
que Audrey pudo conocer, por lo visto eran el Conde de Derby y el Duque de
Doncaster. Ambos eran más o menos de la misma edad que su marido, aunque
ninguno tenía nada que ver, mientras Edwin parecía un tanto siniestro, el conde
de Derby era demasiado serio y el Duque de Doncaster tenía toda la pinta de ser
un vividor.
Cuando todos los comensales terminaron de degustar la gran tarta, se
retiraron al salón para que pudieran terminar la celebración con algunos bailes,
Edwin y Audrey iniciaron el baile con un vals y luego el resto de las parejas se
fueron sumando a ellos.
“¡Qué bonita pareja! Ojalá yo también pudiera bailar con un apuesto
caballero que se casara conmigo” soñó Elizabeth observando a su hermana y a
su cuñado bailar de una forma tan romántica, se había quedado sola en un rincón
de la sala puesto que sus hermanas menores ya habían sido llevadas a sus
recámaras, ella había podido convencer a la Baronesa para quedarse un rato más
puesto que su temporada empezaría en breve y sólo estaba con la familia.
De pronto la música paró y el joven mayordomo dio tres golpes al suelo
anunciando la llegada de un nuevo invitado ante la expectación de todos los
presentes.
Audrey y Elizabeth por un momento temieron que fuera su madre, pero
gracias a Dios no era ella.
-El señor Robert Talbot, Marqués de Salisbury- informó el Sr. Smith dando
paso a un caballero de pelo largo y negro con barba de dos días que, a pesar de
su ruda apariencia, hizo suspirar a más de una dama en la sala incluida a
Elizabeth. La cual, desde que lo vio en Chatsworth House, le pareció el hombre
más atractivo de la tierra. Sin querer, y con sólo mirarlo, un intenso sonrojo
inundó su semblante, pero cuando vio que éste se dirigía a ella después de
saludar al reciente matrimonio sintió que se iba a desmayar.
-Buenas noches Señorita Elizabeth, está usted más hermosa que nunca-
agasajó Robert un tanto bronceado por la larga exposición al sol, de hecho, si no
fuera por sus caros ropajes, se podría decir que era uno de esos salvajes de
escocia. Q quizás fuera por la proximidad de su marquesado a esas tierras pero el
hombre parecía un escocés. Elizabeth deseó con todas sus fuerzas desmayarse
para no tener que responder, pero no hizo falta porque el Sr. Talbot volvió a
hablar- ¿me permite este baile? - le preguntó al escuchar que la orquesta volvía a
sonar.
Elizabeth miró a la Baronesa que se había acercado a ellos durante la
conversación y ésta dio su consentimiento haciendo jurar al joven que sólo sería
una pieza, a lo que éste asintió y condujo a la temblorosa dama al centro de la
pista ante la atenta mirada de sus tutores, que ya se habían apartado de la pista
dispuestos a retirarse pronto.
-Por lo que veo me equivoqué en cuanto al Sr. Talbot- dijo Edwin a Audrey
señalando a la joven pareja bailando en el centro del salón.
-Señor Seymour, Robert siempre ha estado interesado en mi hermana, es
usted más inocente de lo que creía - contestó Audrey con una sonrisa al ver a
Elizabeth hecha un ovillo entre el fuerte cuerpo de su mejor amigo el cual lucía
una sonrisa triunfal.
- ¿Inocente? Te demostraré lo inocente que soy en cuanto lleguemos a
Somerset y te haga pronunciar mi nombre - sentenció Edwin en un susurro al
oído de Audrey provocando que toda ella se estremeciera para luego, con un
gesto, ordenar al lacayo que preparara el carruaje.
Todos los invitados sin excepción salieron a despedir a la hermosa pareja.
Entre tanto Audrey abrazaba entre sollozos a sus hermanas, las cuales se
quedarían unos días en Bath antes de ir a Somerset, Edwin se despedía de sus
dos amigos.
-Ya te han echado la soga al cuello amigo- bromeó el Duque de Doncaster
dándole una fuerte palmada en el hombro de Edwin, famoso por su vida de
libertinaje y sus infinitas noches de juerga.
-Marcus deberías asentar la cabeza de una vez, aprende de Edwin, se ha
casado con un buen partido - contrapuso el conde de Derby, Asher.
Una vez finalizadas las correspondientes despedidas los recién casados se
subieron al carruaje, Audrey por su parte intentaba mostrarse indiferente ante la
mirada intensa que su recién marido le estaba dedicando. Se mantuvo todo el
trayecto sentada delante de él intentando no mirarlo y con la vista puesta en el
paisaje, aunque no se veía nada porqué era de noche. Cuando el cochero dio dos
toques en la puerta para indicar que ya habían llegado, Audrey soltó un suspiro
de alivio que le duró menos de un segundo cuando Edwin antes de bajar se
acercó a ella y le susurró:
-Esta noche por fin serás completamente mía.












Capítulo 26-Cual vela en el fuego


El palacio de Dunster, la residencia de campo de los Duques de Somerset era
majestuosa. La familia Seymour no sólo era famosa en Inglaterra por ostentar
uno de los títulos más antiguos y nobles sino por el sinfín de propiedades
increíblemente extensas que poseían, puesto que no sólo tenían ese enorme
palacio a su disposición, sino que en el centro de Londres tenían, entre otros, la
nombrada Casa Somerset, una residencia que hacía competición con el palacio
de Buckingham tanto en dimensiones como en opulencia. A pesar de las
innumerables posibilidades que tenían, Lord Edwin Seymour junto a su padre- el
actual Duque- pasaban la mayor parte del tiempo en Minehead, donde se
encontraba el palacio de Dunster. Sólo en raras ocasiones, residían en Londres,
normalmente cuando los solicitaban en la cámara de Lores.
Audrey bajó del carruaje y a pesar de toda la riqueza que ella misma poseía
no le fue para nada indiferente la enorme edificación que se levantaba ante ella.
El palacio era una de las haciendas más antiguas del país, según había escuchado
se había construido hacía cuatros-cientos años. El carruaje estaba detenido justo
delante del gran patio principal que daba paso tanto a la residencia principal
como a una edificación de estilo medieval que estaba totalmente separada de la
primera. Audrey imaginó que ellos se dirigirían a la construcción más nueva
puesto que había en ella un mayordomo esperando en la puerta.
Edwin empujó un poquito a Audrey para que empezara a andar puesto que se
había quedado totalmente paralizada admirando el lugar, cuando la joven llegó a
la gran puerta principal -que debía tener más años que Inglaterra misma- un
hombre totalmente inexpresivo y casi estático le dio una fría y rígida bienvenida.
-El Sr. Williams, hijo de una larga generación de nobles y entregados
mayordomos de Dunster- presentó Edwin a Audrey sin que el susodicho ni si
quiera pestañeara.
Una vez dentro de su nueva casa, Audrey pudo constatar que el nivel
económico de los señores del lugar sobrepasaba el de ella con creces, los salones
estaban repletos de tapices y moquetas de cuantioso valor, así como de muebles
que de seguro habían visto pasar unas cuantas generaciones de lores en ese
mismo castillo. A pesar de la abundancia histórica y monetaria se denotaba la
falta de una mujer en el hogar. La decoración era tosca y fría y parecía que los
empleados se habían mimetizado con ella. No existían las sonrisas ni las
expresiones, tal parecía que tenían miedo de su Señor o que, simplemente, no
tenían sentimientos. Es cierto que Audrey era dada a la frialdad y odiaba
expresar sus pensamientos, pero hasta para ella le era excesiva tal actitud.
Una vez llegaron al salón principal donde todos los sirvientes más relevantes
estaban reunidos para dar la bienvenida a su nueva Señora, Edwin empezó a
nombrar a todos y cada uno de ellos los cuales se limitaban a asentir con un
golpe de cabeza seco y distante. Cuando llegó a la cocinera, Audrey no pudo
evitar comparar la señora delgada y con cara ácida con la dulce y amable Señora
Poths. Daba gracias a Dios que si concebía un varón podría volver a Chatsworth
House, no sabía si su marido le permitiría tal cosa, pero tenía tiempo para
convencerlo.
La nueva Señora saludó a todos y a cada uno de los presentes con la misma
frialdad que ellos mostraban, una vez todos se retiraron de nuevo a sus
quehaceres Audrey se sentó en uno de los grandes sillones exhausta por todos
los acontecimientos del día. Aún no había cogido aire que notó como unos
fuertes brazos la cogían y la levantaban como si fuera una pluma. Edwin empezó
a cargar en brazos a su nueva esposa por todos los pasillos y escaleras hasta
llegar a un dormitorio en el que podrían vivir dos familias enteras decorado con
un estilo totalmente masculino y empapado de la fragancia de su señor. La
recámara tenía tapices de color azul y negro con el emblema de la familia
Seymour, así como el escudo de armas de los Somerset.
-Qué vergüenza me está haciendo pasar Lord Seymour, no sé qué pensará el
servicio o, peor aún su padre si se entera- dijo Audrey aún en brazos de Edwin
con las mejillas de color escarlata ya en la intimidad de la que parecía la alcoba
de su marido.
-En estos momentos me importa muy poco la opinión del servicio o la de mi
padre – repuso Edwin con la voz seca del deseo haciendo sonrojar aún más a la
joven que cargaba en brazos.
El teniente siguió cargando con Audrey hasta la gran cama, cubierta por una
gruesa frazada de terciopelo azul, donde la dejó caer con suavidad y delicadeza
como si de una joya preciada se tratara. La novicia pelinegra se quedó sentada
mirando expectante a ese hombre, el único con el que había estado a solas y del
que ya conocía el tacto de sus labios y el de sus manos pero no sabía
exactamente que ocurría en el lecho de un matrimonio; lo único que le había
dicho su madre, una vez , era que dolía y que debía estarse quieta para permitir
que el hombre hiciera lo que tenía que hacer, pero no le había explicado qué era
exactamente aquello .Aunque no estaba temblando puesto que era toda una
experta en disimular sus emociones, por dentro estaba hecha un manojo de
nervios. Sólo pensaba en cómo le podía doler el tacto de Edwin, si cuando
rozaba su piel toda ella se fundía en el placer cual vela al fuego.
El vigoroso y fuerte hombre se apartó un momento de la atractiva mujer y
con un andar confiado apagó las velas de la recámara dejando sólo encendidos el
calor y la luz del fuego de la chimenea. Sacándose la chaqueta que lo distinguía
como teniente, se acercó a paso lento y con la mirada fija en la mujer de pelo
negro y piel blanca como la luna que lo miraba con los ojos azules más bonitos
de Inglaterra. No pudo evitar esbozar una media sonrisa al percatarse que dicha
dama hacía esfuerzos sobrehumanos para mostrarse indiferente a la situación y
sobre todo a él, cierto era que su cuerpo no temblaba y su expresión era
inalterable pero su respiración acelerada y su mirada la delataban.
- ¿De qué está usted riendo Lord Seymour? - inquirió Audrey no queriendo
ser el motivo de burla por parte del cínico con el que se había casado con el
mentón alzado.
-Yo no río nunca, sonrío- se limitó a contestar él, haciendo levantar con
delicadeza a la joven, estirándola con una mano hacía él.
Audrey se quedó quieta como su madre le explicó y miró con cierto pavor a
Edwin.
-No tengas miedo mi luna - susurró por primera vez Edwin al oído de la
casta mujer al mismo tiempo que empezaba a desabrocharle el vestido con
mucha habilidad y dejando el voluptuoso cuerpo de Audrey cubierto sólo con la
camisola en pocos minutos. Minutos que le parecieron eternos a la muchacha y
que le provocaron cierto celo al ver a su cónyuge tan experto con la vestimenta
femenina.
- ¿A cuántas mujeres le ha sacado el corsé? - consiguió decir la muchacha
ante la mirada llena de fervor de Edwin que estaba posicionado frente a ella para
poder verla mejor.
-A ninguna se lo quité con tanto deseo, te lo aseguro- contestó el caballero
empezando a deslizar la última tela que le obstaculizaba la visión con la que
tanto había soñado.
Audrey se llevó instintivamente las manos alrededor de sus brazos con la
esperanza de cubrir sus senos, aunque éstos sobre salían por su exuberancia.
Edwin se deleitaba con el desliz del camisón y paró su caída en las anchas
caderas que seguían a una estrecha y diminuta cintura. En ese punto y para no
avergonzar más a la joven estando de pie, la volvió a levantar entre sus brazos y
la tumbó en la cama para que se sintiera más cómoda. Antes de abalanzarse
sobre su cuerpo la miró unos instantes como queriendo retener ese momento
para siempre: ahí estaba, Audrey Cavendish, la mujer que hacía competición al
astro más bello del universo, tendida sobre su cama. El soldado se tumbó al lado
de ella con delicadeza y con una mano deshizo el recogido de la dama, dejando
que la larga cabellera oscura se juntara con el terciopelo azul de su cama.
Audrey se mantenía quieta con las manos en sus pechos y la mirada gacha,
sentía la mirada de Edwin clavada en él, y eso hacía que se tensara más ya fuera
por placer o por miedo o, quizás, por ambos. Pero parte de la tensión pareció
disminuir en cuanto la tosca mano de su lobero acarició su mentón suavemente y
lo apretaba con tiento para indicarla que lo mirara. Audrey obedeció y lo miró
directamente a los ojos no queriendo parecer un cervatillo asustado, lo que vio
en Edwin sin saber por qué la tranquilizó, la mirada azulada de él desprendía
lujuria en estado puro, pero era cierto que también había algo en su proceder que
la hacía sentir segura. Y así, mirándolo fijamente, fue que él con sutileza empezó
a apartar sus brazos para poder deleitarse mejor con su desnudez, Audrey lo
permitió y se relajó dentro de lo posible.
Edwin estaba sediento del cuerpo de esa mujer, pero no quería correr, quería
ver retorcer de placer a esa Remilgada y, sobre todo, no quería hacerle más daño
del necesario en cuanto llegara el momento de adentrarse en ella por primera
vez.
Con cierto enfado por parte de Audrey la mano abandonó ese juego tan
placentero en sus senos y empezó a descender lentamente y con suavidad hasta
llegar al camisón que aún seguía anclado en sus caderas. Edwin lo retiró
dejando por primera vez a la mismísima feminidad personificada en una mujer,
desnuda ante él. Audrey intentó tapar su parte más íntima pero su cazador no se
lo permitió, volviendo a provocarle esas sensaciones tan placenteras que ya
conocía. Embriagada de ese elixir no pudo seguir obedeciendo los consejos de
su progenitora y movió de forma torpe su mano hasta la camisa de Edwin
dejando a éste sorprendido, pero complacido ante su iniciativa. Audrey sacó con
entorpecimiento esa pieza de ropa y se quedó observando el musculoso torso de
Lord Seymour ante la atenta mirada de su dueño que no había dejado de
acariciarla en lo más íntimo en ningún momento, entorpeciendo expresamente el
trabajo de su mujer en sacarle la camisa.
La joven admiró las cicatrices que lucía su marido y pasó con tiento sus finos
dedos por ellas provocando que su piel se erizara de forma inesperada por parte
de Edwin, en sus numerosas relaciones carnales nunca se le había erizado la piel
ni mucho menos había disfrutado como lo estaba haciendo con esa joven
inexperta. El roce de los blancos dedos de su recién esposa en sus heridas le
provocaba un placer hasta ahora desconocido, totalmente preso de ese deleite y
de la lujuria se abalanzó sobre ella y empezó a estimular su carne más erógena.
-Di mi nombre - rugió Edwin viendo como por fin esa fría joven se mostraba
más ardiente y natural que nunca.
Audrey abrió los ojos por un momento para ver al único hombre que de
verdad había logrado causar algo en su interior hasta el punto de sentirse…
enamorada, debía reconocerlo, suspiraba por ese varón y le parecía un sueño lo
que le estaba sucediendo. Así que decidió abrirse a él en su totalidad.
-Edwin…- susurró Audrey entre ahogos de placer causando en el dueño de
ese nombre una oleada nueva de regocijo.
La joven virginal ya ahogada en sudor se atrevió a mover sus manos hacía la
parte inferior del hombre, pero cuando llegó al centro notó algo tan inusual que
se asustó y apartó las manos en el momento induciendo a Edwin a que sonriera
un poco más de lo normal; apartando por un momento sus manos del cuerpo de
Audrey y arrodillado en la cama se bajó el pantalón del uniforme para volver a
tender a Audrey sobre el lecho. Se posicionó encima de ella y mientras la miraba
fijamente a los ojos se fue introduciendo en su interior, la joven hizo una mueca
de dolor al notar la presión, pero su esposo respondió besándola con ternura
hasta que se adentró en su totalidad. Al principio Audrey notó un dolor agudo
como si la atravesaran, pero poco a poco y a medida que Edwin se movía con
delicadeza iba sintiendo una invasión placentera hasta que los dos se fundieron y
liberaron toda la tensión que habían ido acumulando.

Capítulo 27-Convivencia
Audrey se despertó a la hora acostumbrada de madrugada, aún estaba un
poco confundida por todo lo ocurrido, pero no podía permanecer por más tiempo
en el lecho. Así que se incorporó y miró al lado descubriendo que Edwin ya no
estaba, por una parte, mejor porque no sabía cómo lo iba a mirar a la cara
después de lo ocurrido. Así que sin más dilación salió de la cama y llamó al
servicio para que preparan una bañera, después del merecido baño bajó a
desayunar en un gran salón totalmente sola. Al menos esperaba que su marido
hubiera desayunado con ella o que su suegro se presentara para poder conocerlo,
atribuyó tal suceso a la hora, a decir verdad, aún no eran las seis y media de la
mañana.
Cada vez que recordaba lo ocurrido en la noche anterior un temblor le
recorría el cuerpo, se había admitido a sí misma que estaba enamorada de ese
hombre a pesar de saber que él sólo sentía deseo por ella. ¿Se cansaría de ella
ahora que ya la había probado? ¿Iría en busca de alguna amante como casi todos
los caballeros acababan haciendo?
Una vez terminó el desayuno, se levantó y preguntó por su marido al
mayordomo el cual le informó que se encontraba en su despacho, Audrey que
aún no sabía nada de la distribución de la casa pidió al Sr. Williams que tuviera
la amabilidad de conducirla hasta esa estancia. Cuando llegaron delante de una
majestuosa puerta decorada con vidrios entablados de tal manera que
conformaban el dibujo de un lobo, el mayordomo desapareció dejando a la joven
dama sola ante lo que parecía la cueva de un licántropo.
Armándose de valor y cogiendo aire, tocó la puerta dos veces y la abrió tas
escuchar el “pase” seco y rudo del hombre que hacía apenas unas horas la había
hecho suya.
-Buenos días- dijo Audrey al entrar a larga estancia iluminada por grandes
ventanales y enmarcada por tablones de madera que cubrían las paredes dando al
lugar una sensación de cierta calidez, aunque a la vez de imponencia. En una de
las paredes del despacho había una secuencia de bustos esculpidos con los
rostros de los que deberían haber sido los señores del lugar, Audrey fue
repasando todos y cada uno de ellos con la mirada hasta llegar al que debería ser
el más reciente, el actual Duque de Somerset, pero se encontró con la sorpresa de
que dicho busto tenía la cara partida como si alguien hubiera intentado romperlo.
La nueva Señora de la casa hizo ver que no había visto nada y se volvió hacía su
marido que seguía inmerso en sus documentos y ni si quiera la había respondido-
Buenos días Edwin- repitió Audrey con la espalda recta y un tono de voz
impoluto.
El futuro Duque al escuchar su nombre en los labios de la mujer que lo había
hecho sentir más que ninguna otra en una sola noche, levantó la mirada y vio a
su esposa ataviada de luto riguroso y un sencillo recogido.
-Buenos días, ¿qué haces tan pronto levantada? deberías dormir un poco
más, no hace falta que las damas se levanten tan pronto.
-Tengo mucho trabajo y no me puedo permitir el lujo de quedarme en el
lecho, por si no lo sabías acabo de heredar uno de los negocios de perfumes más
importantes de Inglaterra junto a muchos otros. Sin olvidar todas las propiedades
con empleados que dependen de mí, así que te agradecería que me indicaras cuál
es mi despacho para poder ponerme a ello.
Edwin miró de arriba a abajo sin creer que la que hablara fuera una fémina,
sabía de la obstinación de Audrey en heredar el Ducado de su padre y en llevar
ciertos asuntos destinados a los hombres, pero no pensaba que llegara a tal punto
como el de trabajar.
- ¿Trabajo? No permitiré que mi mujer trabaje, manda a tu capataz para que
se ocupe de ello y yo revisaré los asuntos más relevantes, tú ve a ver tu nuevo
hogar y haz los cambios que desees - dijo Edwin en un tono que no daba lugar a
la discusión mientras volvía a su labor.
-Si lo que querías era una esposa ociosa sin más ocupación que la de pensar
en qué color irán los cojines del salón, te has equivocado, Audrey Cavendish no
es esa- respondió Audrey imperturbable y con la mirada fija puesta en su marido
que la volvía a mirar de nuevo.
-Primero, ya no eres Audrey Cavendish sino Audrey Seymour; segundo, ya
he dicho que no permitiré que trabajes, ahora todos tus negocios son míos
también así que yo me ocuparé; tu cose o haz lo que hagan las damas de tu
posición, nos vemos a la noche, he ordenado servir la cena en el gran salón.
- ¿Tu padre asistirá? - respondió Audrey ya dispuesta a salir de la estancia.
-No.
La joven heredera salió del despacho a punto de gritar de la impotencia y la
frustración, pero no iba a dejar que Edwin Seymour la tratara como un ser inútil.
Así que mandó a su doncella prepararse porqué iban a salir.
Era ya entrada la noche y Edwin decidió que ya era el momento de dejar el
trabajo y dedicar un tiempo a su esposa que de seguro debería seguir enfadada.
Él haría que se le pasara el enojo si no en la cena, en la intimidad. Pensaba que
después de haberla tenido una vez entre sus brazos su obsesión por ella
disminuiría, pero al contrario de eso, ahora tenía más necesidad de volver a catar
ese manjar. Pensando en qué le enseñaría esa noche a Audrey, salió del despacho
en busca del Sr. Williams.
- Williams, mande a llamar a la Señora Seymour para que baje a cenar
-Señor, la Señora no se encuentra en Dunster- respondió el mayordomo
removiéndose algo inquieto por primera vez en todos sus años de servicio ante el
semblante furioso del teniente Seymour.
- ¿Se sabe adónde ha ido? - preguntó Edwin esbozando una de sus famosas
sonrisas siniestras asustando al propio Williams.
-Se… Señor lo único que sé es que salió con su doncella con un carruaje y
aún no ha vuelto.
El teniente se sentó en el salón que daba a la puerta principal y ordenó que
todos los empleados se retiraran.
Audrey había ido a visitar una de las fábricas que su padre le dejó en
posesión, se alegró de ver que todos los empleados trabajan con eficiencia y que
el director de la planta era fiel a los principios Cavendish. Pasó la tarde con su
nueva doncella conociendo al detalle la manera que tenían esos químicos y
operarios en elaborar los perfumes, cuando se dio cuenta que era la hora de la
cena pidió al dirigente un informe elaborado y salió a toda prisa del lugar.
Durante el trayecto no intercambió palabra con la Señorita Murray, así como
tampoco lo había hecho en todo el día, la chica se mostraba seria y distante, pero
complaciente. Al menos con ella esperaba no tener que sufrir otro percance
como con el que tuvo con Alicia, la cual, aún no había despedido; estaba
esperando el momento perfecto para ello.
Al vislumbrar Dunster bajó ayudada por un lacayo y anduvo con paso firme
y elegante hasta su interior sola, puesto que su doncella desapareció por una de
las puertas del servicio. Al entrar, le extrañó que el lugar estuviera tan oscuro,
pero pudo vislumbrar la silueta de Edwin sentada en uno de los sillones.
Imaginada que no estaría de buen humor después de que hubiera salido sin
avisarle, pero no le importaba. Así que se limitó a saludar e intentó pasar al
siguiente salón para poder dirigirse a su recámara, pero una voz la detuvo.
- ¿A dónde vas? - inquirió Edwin dejando su tercera copa de coñac y
acercándose a ella.
-Voy a mi recámara, disculpa el retraso he estado en una de las fábricas de
perfume que tenemos aquí en Bath revisando que todo estuviera en orden-
explicó Audrey viendo el semblante oscurecido de su marido el cual sólo estaba
ya a dos pasos de ella.
-Ya… tu fábrica, es verdad. La rica y poderosa Audrey, perfecta en todo
menos en su deber como esposa, por eso no quería casarme contigo. ¿Tienes idea
de lo que causarás si alguien se entera que la nueva Señora de Somerset no sólo
trabaja, sino que se dedica a hacer excursiones a lugares frecuentados por
hombres? A partir de ahora si quieres trabajar sólo lo harás en mi despacho,
queda prohibido salir sin mi permiso o mi compañía. Por cierto, ¿y tu madre? No
la vi en la boda.
Audrey enfurecida como estaba porqué ese indeseable sólo quisiera darle
órdenes en lugar de comprenderla, se giró sin mirarlo ni contestarlo y
aguantando las lágrimas se tragó su orgullo para correr a la recámara donde se
abalanzó sobre el lecho aterciopelado y empezó a llorar. Edwin la siguió y cerró
la puerta tras de sí.
-Qué lamentable espectáculo está dando delante del servicio Señora
Seymour- espetó con sorna Edwin al mismo tiempo que se sentaba con las
piernas estiradas y una pose vacilante al lado de Audrey.
La joven levantó la cabeza y llena de rabia le dedicó una de sus miradas más
sanguinarias, pero sólo consiguió que ese desagradable sonriera aún más.
- ¡Te dije que no sería nunca propiedad de nadie! ¡Te dije que mi deber
estaba con el legado de los Cavendish y el Ducado de Devonshire! Hazte a la
idea de que cuando engendre un varón nuestro hijo heredará el Ducado de
Devonshire y ambos seremos sus tutores, no podré seguir aquí y volveré a
Chatsworth House. Por eso no me importa para nada si tus salones están
horriblemente decorados o no, no me importa nada de aquí, sólo me importa mi
familia.
- ¿Entonces sólo aceptaste ser mi esposa para que tu reputación no fuera
arruinada verdad? - preguntó Edwin mirándola con desprecio.
-Exactamente, si no ¿por qué iba a casarme con un hombre tan cínico y
desagradable como tú? - contestó Audrey callándose que ella misma había
provocado esa situación embarazosa para poder casarse con él, ya que si no se
hubiera casado con él no lo habría hecho con ninguno, si supiera lo enamorada
que estaba de él en realidad…
-Tu habitación está al lado de esta- contestó el teniente levantándose y
sirviéndose su cuarta copa de coñac.
- ¿Al lado?
-Sí, esta es mi habitación, la tuya se encuentra al otro lado de esa puerta-
explicó señalando una puertecita.
- ¿Ya no quieres que duerma aquí? - se atrevió a preguntar Audrey con el
corazón en un puño.
-Buenas noches- dijo sin más el caballero sentándose al lado de la chimenea
y observando a la luna llena que asomaba por la ventana, dando a entender a la
chica que era el momento de que se retirara.





Capítulo 28-El lobo y la luna


¿Por qué Edwin había decidido que durmieran en habitaciones separadas
cuando en el primer día parecía dispuesto a que compartieran el lecho? ¿Sería
que ya se había cansado de ella ahora que ya la había probado? ¿Realmente era
para tanto el hecho de que quisiera trabajar? Fueron preguntas que rondaron por
la cabeza de Audrey durante toda la noche sin dejarla dormir, pero no por eso se
permitió quedarse hasta tarde durmiendo; se levantó a su hora habitual, volvió a
desayunar sola ya intrigada de qué sería de su suegro, y subió al despacho donde
Edwin había dicho que podría trabajar. A pesar de que le hubiera gustado poder
ir a algunas propiedades más que tenía en Bath, por el momento se quedaría en
casa para intentar apaciguar las aguas.
Cogió su caja de madera en la que guardaba todos los documentos por firmar
o revisar, y se dirigió a la cueva del lobo en la que había sido invitada, entró de
forma sigilosa y se limitó a sentarse para empezar con su trabajo.
Edwin no había podido dormir a penas, no es que le importara en demasía
los sentimientos de su nueva esposa, pero el hecho de saber que sólo se había
casado por no manchar la reputación le hacía odiar en lo más profundo a esa
mujer superficial y llena de prejuicios. Sabía que era importante cumplir con el
deber, pero no soportaba a las personas que vivían de las apariencias. Por ese
motivo él no se consideraba un caballero, sino simplemente un hombre que
cumplía con sus obligaciones, nada más.
Y, por si fuera poco, ahora debía soportar su presencia si no quería que el
servicio o alguien más se enterara de que su propia mujer estaba trabajando. Al
menos, mientas estuviera en su despacho podría tenerla controlada en cierta
manera, lo malo era que no se podía concentrar en su propia labor. El perfume de
Audrey lo desconcentraba de tal manera que sólo podía mirarla y rememorar el
contacto de sus dedos en sus cicatrices. A pesar de ese deseo, pudieron
concentrarse con cierta calma varias horas.
-Perdona Edwin, me pregunto dónde está tu padre, si está muy enfermo me
gustaría visitarlo en su recámara- habló por primera vez Audrey al terminar su
cometido.
-Mi padre no está en este edificio, está en la torre que viste al lado del patio-
explicó Edwin haciendo referencia a una construcción de estilo medieval que se
encontraba al oeste de la propiedad y que tal parecía una torre por su forma
arcaica y su piedra- y no desea ser visitado.
- Pero ¿ni si quiera quiere conocer a su nuera? - preguntó Audrey
provocando que el semblante de su marido se oscureciera.
- ¿Por qué quieres conocer a mi padre si a ti lo único que te interesa es volver
a tu querido Chatsworth House? Tu misma dijiste que no te importaba nada de lo
que estuviera relacionado conmigo así que trabaja o sal del despacho- empezó a
atacar el lobo con un semblante indiferente y una media sonrisa para nada
amigable que no asustaba a Audrey.
-Aunque me importe mi familia, también me importa la tuya, quizás no me
expliqué bien presa de la rabia que ayer sentía, al fin y al cabo, nuestro hijo no
sólo heredará el Ducado de Devonshire sino también el de Somerset, es
comprensible que quiera conocer al futuro abuelo de mi heredero- explicó la
joven con una expresión tan brillante y distinguida como la luna misma.
- ¡Já! Primero tienes que engendrar un varón querida, y viendo tu historial
genético es muy probable que nazca una niña, pero no te preocupes la querré
igual. Sólo espero que tú no te conviertas en tu madre al ver que engendrar a
hembras es tan inútil como plantar árboles sin frutos- añadió Edwin viéndose
acorralado por los argumentos de su esposa para ver si haciéndole daño desistía
en su deseo de conocer a su padre y lo consiguió.
Audrey decidió recoger todas las cartas que ya llevaban su sello y salir para
que las mandaran a sus correspondientes destinos, no soportaba ni un minuto
más los mordiscos de Edwin.
––
-Señora, tiene una visita-informó el mayordomo a Audrey, que ya había
terminado de comer en la soledad y se encontraba leyendo uno de esos libros tan
instructivos en las técnicas de dirección.
- ¿De quién se trata Williams?
-Es la Baronesa de Humpkinton Señora.
Audrey no tardó más de dos minutos en dejar el libro a un lado y bajar de
inmediato la gran escalinata para adentrarse en la sala de visitas en la que,
efectivamente, una Señora ataviada de luto muy familiar para ella; se encontraba
sentada en un lado, no se había dado cuenta de lo mucho que la extrañaba hasta
ese momento.
-Señora Royne- saludó con cariño Audrey dejando un poco de lado la
etiqueta y abrazando a la anciana.
-Vaya, veo que me has echado de menos- respondió la viuda al ver a su fría
ahijada abrazándola por primera vez- es cierto eso que dicen que las muchachas
cambian cuando se casan, es entonces cuando se dan cuenta de lo que tenían en
el hogar paterno.
-Sí Señora Royne, debo confesar que me está resultando un poco más difícil
de lo que creía- añadió Audrey sentándose en el sillón mientras ordenaba que
sirvieran el té- pero no hablemos de mí, dígame como están mis hermanas.
-He venido justamente por esta cuestión, lamento mucho molestarte en estos
días que deberías estar disfrutando de tu reciente matrimonio, pero creo que es
conveniente que mañana mismo traigas a tus hermanas en esta casa- informó la
Baronesa con faz preocupada.
-No hay inconveniente - aceptó pensando en cómo convencería a Edwin para
que sus hermanas se trasladaran tan pronto con ellos- ¿pero ha ocurrido algo que
deba saber Baronesa?
-No sé muy bien por dónde empezar querida… pero tu madre se presentó
ayer en la residencia con fuertes signos de haber bebido…ya sabes…alcohol…
no sé cómo una mujer de su posición puede caer tan bajo…la cuestión es que no
pude convencerla para que se fuese ya que insiste en que todo es suyo por
derecho y no tuyo. No contenta con el lamentable espectáculo que estaba
formando al presentarse en ese estado en una casa noble y decente, se abalanzó
sobre Karen y la abofeteó después de una discusión que mantuvieron; por eso, he
pensado que si traes aquí a las pequeñas, Elizabeth no tendrá otro remedio que
irse o quedarse donde está porqué dudo mucho que tenga el valor de presentarse
aquí en esas condiciones.
Audrey se quedó paralizada por unos instantes, ¿su madre embriagada?, no
le extrañaba que abofeteara a su hermana puesto que había hecho lo mismo con
ella misma, por mucho que le asqueara esa actitud, ahora mismo lo que más le
inquietaba es que la Duquesa Viuda de Devonshire fuera paseándose con claros
signos de embriaguez. Debía tener una conversación con ella en persona y ella
misma traería a sus hermanas a Dunster.
- Baronesa, deme unos minutos para que pueda hablarlo con mi marido.
-Por supuesto.
Audrey se levantó y se dirigió al despacho, por suerte ya se conocía al menos
ese camino.
-Edwin, necesito hablar contigo- empezó la joven nada más entrar en la sala
haciendo que Edwin levantara la vista de su lectura.
-Dime, pero rápido…
-Se trata de mis hermanas, necesito traerlas a Dunster- dijo Audrey en tono
imperativo haciendo que Edwin soltara un sonoro resoplido de cansancio.
- ¿Por qué resoplas? Te recuerdo que al casarte conmigo te convertiste en su
tutor y es tu deber tenerlas bajo tu protección - señaló Audrey apuntando al
punto débil del licántropo.
-Está bien, manda a Williams a por ellas - sentenció Seymour volviendo al
libro.
-Verás, es que debo ir yo a por ellas…
-Claro, y de pasada parar en una de esas fábricas tuyas. No entiendo como
una mujer que se preocupa tanto por su reputación no se pueda preocupar por la
de su marido e ir paseándose por esos lugares. No, que vaya Williams, no hay
ninguna necesidad de que vayas tú, ¿o acaso hay algo más que deba saber?
Audrey meditó por unos instantes, ¿qué clase de familia pensaría que tenía si
supiera que su madre se dedicaba a beber y a pegar a sus hijas? No podía bajo
ningún concepto explicarle tal situación, ya tenía suficiente con que supiera que
su progenitora detestaba a su prole así que, por miedo a que descubriese esa
lamentable situación, aceptó que el mayordomo fuera a por sus hermanas y ya
hablaría en otra ocasión con Elizabeth Cavendish.


Capítulo 29-Misterios
El reencuentro entre las hermanas fue emotivo puesto que nunca antes se
habían separado, Audrey no podía creer lo mucho que las había echado de
menos. La llegada de las cuatro pequeñas supuso una bocanada de aire fresco
para todos los ocupantes del palacio de Dunster, aunque todas ellas eran
educadas y sabían comportarse la presencia de tantas damas jóvenes
parecía alegrar el ambiente y a los empleados que empezaban a parecer personas
y no una parte más de la tosca decoración. Junto a ellas, también vinieron la
institutriz y las doncellas, pero no así la Baronesa viuda que decidió quedarse
unos cuantos días más en Bath por no importunar aún más a la joven pareja.
Por un momento Audrey temió que su madre también hubiera insistido en ir
con ellas y aparecer en el domicilio de su marido, pero por suerte no fue así. Tal
parecía que aún conservaba un poco de la dignidad que se la había esfumado,
cuando sus hermanas le contaron lo sucedido no daba crédito. Por supuesto que
lamentó lo sucedido por Karen, pero era peor que alguien más se enterara puesto
que Elizabeth iba a empezar su primera temporada en breve y lo último que
necesitaba su hermana era un escándalo de tal magnitud. Ya tenía suficiente con
tener que explicar que ella y su marido eran sus tutores en lugar de su propia
madre.
-Oye Audrey tienes que hacer algo con esta decoración tan espantosa, mucho
lujo, pero poco gusto – comentó con descaro Karen saliendo de la habitación que
le había sido asignada.
- ¡Karen! Por favor… qué bochorno- reprendió Elizabeth
- ¡Este castillo es enorme! Tal pareciera que estuviéramos en un cuento
medieval, dime, ¿ya conoces todo el edificio? - se asombró Georgiana
-La verdad es que sólo conozco lo necesario, no he tenido mucho tiempo de
indagar.
- ¡Yo quiero ver! - dijo una emocionada Liza al verse metida en una nueva
aventura que para ella parecía más un juego - ¡Y también quiero ver a Edwin! -
sentenció ante una mirada dubitativa por parte de su tutora puesto que no sabía si
su marido se dignaría a salir de su guarida para saludarlas.
-De momento si os parece vayamos a dar un paseo por la casa.
Todo el servicio quedó desconcertado al ver a cinco damas recorrer el lugar,
realmente era enorme, eran salas y más salas llenas de armaduras, tapices y
candelabros, así como obras de arte de gran valor y jarrones. Las cuatro
pequeñas iban hablando con ánimo y comentando cada estancia mientras Audrey
intentaba memorizar cada lugar que, por lo visto, sería imposible hacerlo en un
sólo día.
-Oye Audrey, ¿y esa torre que se ve ahí? - preguntó Georgiana asomada a un
gran ventanal.
-Por lo visto ese fue el edificio que el primer Lord de Somerset construyó en
estas tierras, con el tiempo se construyó éste otro quedando ese más anticuado y
más pequeño.
- ¿Pero vive alguien? Parece que puedo vislumbrar la luz de algunos
candelabros.
-Vive el padre de Edwin.
- ¿Ahí? ¿Y por qué vive ahí solo? - interrogó Elizabeth al no poder entender
que un padre estuviera tan lejos de su hijo, aún tenía el dolor de la muerte del
suyo en el pecho y por nada del mundo permitiría que viviera en otro lugar lejos
de ella, si fuera necesario lo seguiría.
Audrey se quedó callada y meditando, a decir verdad, ella no sabía nada de
su marido. Sólo sabía que poseía un carácter díficil y unas formas poco
adecuadas pero que era un hombre en el que se podía confiar, nada más. No
sabía nada de su familia ni de sus verdaderos pensamientos.
- ¡Vayamos a verlo! - propuso Liza.
-Oh no pequeño, no es el momento…es la hora de comer, vayamos al salón
principal.
Como era de esperar Lord Seymour no se presentó en la comida, por lo visto
había salido a resolver unos asuntos políticos sin avisar a Audrey, no es que
tuviera lo obligación de hacerlo, pero sí que al menos esperaba esa cordialidad
por su parte. Había cambiado tanto des del día que fue a la fábrica… ¿tan grave
era que quisiera ocuparse de sus obligaciones ella misma?
Ya en la tranquilidad de su recámara y habiendo dejado a sus hermanas con
la institutriz, empezó a pintar el paisaje que veía por la ventana. Hacía mucho
tiempo que no realizaba tal actividad, y parecía que lo necesitaba, al menos para
relajar su mente por unos minutos. Pero tal cosa no pudo suceder ya que de
pronto escuchó como la puerta de la habitación contigua se abría. Dispuesta a
pedir a su marido que fuera a ver a su hermana Liza ya que no hacía otra cosa
que preguntar por él, se dispuso a pasar la puerta que comunicaba con la otra
estancia. Sin embargo, unos murmullos la detuvieron y no es que fuera dada a
escuchar detrás de las puertas, pero le interesaba sobre manera quién podría estar
susurrando en la habitación de su esposo.
-Vamos Edi, no puede ser que esa Remilgada de esposa que te has buscado te
haya cambiado tanto como para no querer disfrutar de mis servicios, siempre lo
pasamos muy bien tu y yo en la cama o ¿acaso te has olvidado?
Audrey pensó por un momento que podía ser Alicia puesto que había venido
junto a las otras doncellas y aún no había tenido la oportunidad de despedirla por
su actitud tan escandalosa en el día de su boda, pero la lógica le decía que no
podía ser ella porque la misteriosa mujer hacía referencia a un tiempo
prolongado y su doncella había conocido a Edwin recientemente.
-Vete si no quieres que te saque por la fuerza- escuchó decir al heredero de
Somerset sin ningún ápice de sentimiento.
-Oh no, no te atreverías a tanto, imagínate que pensaría tu esposa si supiera
que has traído tu amante hasta aquí.
¿Edwin la había traído? ¿Y ahora la echaba? No entendía nada, ¿sería que
había querido disfrutar de los placeres de otra carne y ahora se arrepentía? Pero
de todas formas le dolía si era así puesto que eso significaba que ella ya no
estaba en su mente y que poco faltaba para que fuera en busca de otro cuerpo.
Deseo… era lo único que su marido había sentido por ella y ya se había
olvidado. Parecía que la mujer decía la verdad puesto que no se escuchó
respuesta por parte de Edwin sólo un forcejeo en el que, por lo visto, Lord
Seymour se había atrevido a sacar por la fuerza a su amante del edificio.
- ¡Y que no vuelva entrar! - escuchó que ordenaba a uno de sus lacayos
después de unos minutos mientras volvía a encerrarse en su recámara.
¿Debería entrar y pedirle explicaciones? ¿De verdad quería convertirse en el
tipo de mujer que se mostraba ante su marido enloquecida de celos por sus
amantes? Después de la humillación de que trajera a esa cortesana en la casa
marital, no le daría el gusto de demostrarle que le había dolido. Al fin y al cabo,
no tenía que ser una novedad para ella el que sólo uno de los
estuviera enamorado. Apoyada en la puerta que la separaba del hombre que
amaba, ahogó un llanto mientras se juraba a sí misma no volver a yacer con ese
hombre, aunque tuviera que escapar para conseguirlo.
Edwin no entendía como se había podido colar Ludovina hasta su recámara y
mucho menos como había tenido la osadía de presentarse en su propiedad, nunca
le había dedicado más que encuentros lujuriosos en sus noches más solitarias,
¿de verdad había creído que él había sentido algo más de lo que puede sentir un
hombre por una cortesana? Sabía que existían caballeros que habían llegado a
enamorarse de alguna de ellas, pero él que ni si quiera estaba enamorado de su
esposa, ¿cómo podría estarlo de una mujer que compartía el lecho con medio
Londres? Sólo esperaba que al menos Audrey no se hubiera enterado de ello, a
pesar del distanciamiento que se había producido entre ambos, no deseaba
herirla. En resumidas cuentas, era su esposa y se merecía respeto; además, si
quisiera disfrutar de los placeres carnales sólo podría hacerlo con esa dichosa
mujer, la cual se había apoderado de todos sus pensamientos y sus deseos des del
primer día que la vio cual luna hechizando a un lobo.













Capítulo 30-La torre
Des del día que Audrey supo que Edwin había traído a su amante en casa se
mantuvo distanciada y más fría que nunca de su marido, intentaba evitar a toda a
costa quedarse a solas con él, incluso había empezado a trabajar en su propia
recámara por no tener que ir a su despacho. Tan sólo salía para comer con sus
hermanas o para verificar que éstas mismas recibían las atenciones necesarias de
su parte.
No era que Edwin no notara la ausencia de su esposa, pero debido al gran
trabajo acumulado que tenía y a su orgullo no buscó ni preguntó por ella, dando
a entender de esta forma a Audrey que, efectivamente, su cónyuge ya no tenía
interés por ella. Pero lo que no sabía Audrey era que el teniente, aún no se había
recuperado de saber que la única mujer que lo había eclipsado en su vida se
había casado con él sólo por obligación. Sólo por un beso fortuito descubierto
por extraños. Cuando recordaba que esa misma mujer lo había rechazado en
matrimonio le hervía la sangre y sólo de pensar que se había tragado su orgullo
con una dama que había admitido no importarle nada, le provocaba guardarse
sus deseos más carnales cada vez que pasaba por delante de su recámara.
Por exigencias de las más pequeñas, Audrey accedió a dar un paseo por el
patio a caballo mientras Liza, que aún no tenía la edad para montar, jugaba con
las flores del jardín junto a la doncella.
-Es agradable tomar un poco de aire fresco - declaró Elizabeth montada en
una yegua blanca de lo más dócil.
- ¿Agradable? Esto es la vida misma, estoy harta de tanta clase con la
institutriz - agregó Karen espoleando a su semental, tenía gracia que a pesar de
ser una de las más pequeñas era la que mejor montaba de todas, en realidad, todo
tipo de actividad al aire libre se le daba bien a la melliza.
-Karen, no corras tanto, y no quiero escuchar más quejas sobre las clases,
sabes que son necesarias - reprendió Audrey trotando a un ritmo gentil
acompañada de Georgiana que cabalgaba a la hermana de su yegua.
Mientras Karen adelantaba el paso y Elizabeth se quedaba rezagada, Audrey
y Georgiana detuvieron su paso al ver a un señor un tanto mayor con un maletín
entrar en la torre.
- ¿Ese es tu suegro? - preguntó la pelirroja.
-No lo creo, su ropaje no es para nada acorde a un Duque, más bien por el
maletín diría que es un Doctor- contrastó la futura Duquesa de Somerset.
- ¡Oh! ¿No será que el Duque está enfermo? Aun no entiendo que es lo que
hace ese señor alejado de la residencia principal, ¿será que no se lleva bien con
Lord Seymour?
-No lo sé Gigi, en realidad no sé nada de Edwin…
-Por cierto, a penas lo he visto desde que hemos llegado, ¿todo bien entre
vosotros? - preguntó Georgiana dejando sorprendida a su hermana mayor por la
madurez que mostraba.
-La verdad es que últimamente estamos bastante distanciados en realidad
nunca estuvimos cerca… a veces pienso que si no fuera por ese beso fortuito no
nos hubiéramos vuelto a ver. Pero la cosa se empeoró cuando fui a una de las
fábricas que tenemos aquí en Bath…
- ¿Fuiste sola? Audrey… siempre has dado a entender que te importan las
apariencias, Lord Seymour sabe de tu obsesión por mostrar una imagen
intachable ¿qué crees que habrá pensado cuando ha visto que has actuado de tal
forma habiendo puesto en peligro su reputación? Ya sabes que el marido que
permite que su mujer trabaje es un marido pobre o bien vago. Creo que habrá
pensado que no te importa lo más mínimo su bienestar a pesar de que te
preocupas por el tuyo incluso en demasía- argumentó la pequeña, que siempre
había resaltado por su elocuencia e inteligencia.
-Tienes razón…dichosa sociedad, ¿por qué si una mujer trabaja significa que
su marido no es lo suficiente hombre? La verdad es que no había pensado en eso
Gigi, además debo confesarte que en una acalorada discusión presa del enojo le
dije que sólo me había casado con él por no manchar mi reputación con el
escándalo del beso…
-Entonces ya sabes por qué está distante, le has dado a entender que eres una
dama superficial y egoísta, ¿por qué no intentas hablar con él cuando regreses?
Además, si supiera que en realidad tu provocaste ese beso se le quitaría de la
cabeza que sólo te casaste por obligación, aunque ello conllevase confesar que
no eres tan perfecta - terminó Georgiana azuzando el caballo para escapar antes
de que Audrey la reprendiera por tal afirmación.
La peli negra se quedó unos instantes enfurecida por el descaro de su
hermana, pero tenía que admitir que en el fondo tenía razón. Si hablara con su
marido y le confesara que había ideado un plan para casarse con él quizás
solucionaría las cosas, pero también cabía la posibilidad de que pensara que sólo
lo había hecho para conseguir el Ducado de Devonshire; fuese como fuese no
había manera de solucionarlo, además no se le olvidaba que había traído a su
amante en casa, eso sí que no lo podía perdonar.
- ¡Aaaaah! - un grito espeluznante resonó en el interior de la torre y llegó a
Audrey que se encontraba trotando a paso lento por debajo de una de las
ventanas de dicho edificio. Inmediatamente la nueva Señora de Somerset
espoleó a su yegua hasta la puerta del edifico donde desmontó y tocó la puerta.
Una anciana que apenas se podía sostener en pie y con más arrugas que años
abrió el portón.
-No se admiten visitas, debe ir al edificio principal si desea hablar con
alguien- se apresuró a decir la mujer cerrando la puerta, pero Audrey se lo
impidió con su cuerpo, cosa que no le resultó difícil puesto que la pobre
empleada no podía ofrecer mucha resistencia ante el cuerpo de una joven.
- ¿Hablar con alguien? Soy Audrey Seymour, su nueva Señora y exijo entrar,
he escuchado un grito y quiero saber qué sucede- ante tal afirmación pareció que
el semblante de la anciana se iluminaba por unos instantes para volver otra vez a
su tonalidad grisácea habitual.
-Señora, disculpe no había tenido el placer de conocerla, déjeme que luego
vaya a presentarle mis respetos me llena el corazón ver, que, por fin, Edwin se ha
casado y, por lo que veo, con una dama muy bella y educada pero no entre, no es
necesario…
Audrey notó que la mujer conocía muy bien a su esposo y además tenía
confianza como para llamarlo por su nombre, pero no se dejaría intimidar,
empujó la puerta y entró con paso decidido al edificio seguida por la nerviosa
anciana que no paraba de rogarle que se marchara sin éxito.
El lugar estaba totalmente vacío, al parecer no había ningún otro criado que
esa anciana, a la joven le dio escalofríos al ver la casa tan oscura y dejada sin un
ápice de luz más que el de unos cuantos candelabros. Con su andar recto y el
mentón alto entró a lo que debía haber sido el salón principal y se quedó
asombrada al ver a un hombre muy parecido a su marido retratado en un cuadro
enmarcado de oro que colgaba encima de una chimenea con signos de no haber
sido usada en la última década. Se quedó por unos segundos observando la
pintura, era un hombre con los ojos celestes como los de Edwin y el pelo
castaño, incluso parecía más apuesto que él.
- ¡Aaaah! - otro grito resonó en el edificio y esta vez Audrey pudo identificar
de donde provenía, con un paso acelerado empezó a ascender por una estrecha
escalera que daba a una pequeña y sencilla puerta de madera.
-No entre Señora se lo suplico, al señor Edward no le gustará, es por su
bien…
Haciendo caso omiso a las súplicas de la anciana, Audrey abrió la puerta de
un movimiento seco y decidido pero lo que vio le estremeció cada rincón de su
ser hasta el punto de querer desfallecer o huir, pero no lo haría, Audrey Seymour
no se asustaba con facilidad.














Capítulo 31-Oscuridad
A pesar de notar su pulso acelerado y su respiración agitada, Audrey hizo el
esfuerzo de no gritar ni mostrar ningún sentimiento por lo que estaba viendo tal
parecía que tantos años practicando la impasibilidad ahora le servían realmente
para algo. Lo que sus ojos estaban viendo aún su cerebro lo estaba progresando,
un hombre de complexión robusta y pelo muy parecido al su marido yacía en la
cama con la piel llena de erupciones, por lo menos la de la cara y las manos que
eran las partes visibles. La joven rápidamente dedujo que se trataba de su suegro
ya que al lado se encontraba el señor que había visto entrar con unas pinzas y un
trapo con el que debería estar aplicando algún tipo de ungüento sobre esas
heridas cutáneas.
- ¿Quién es? - preguntó el enfermo que apenas podía ver puesto que tenía los
párpados caídos.
-Señor, es un placer conocerle, soy Audrey la esposa de su hijo- dijo
logrando no titubear y entrando en la estancia con dos cortos pasos; el señor
pareció sonreír aunque era difícil de saber por la condición demacrada de su faz
e intentó incorporarse un poco para poder ver mejor a la mujer que había logrado
casarse con su hijo - disculpe el atrevimiento de entrar sin su permiso pero como
escuché unos gritos pensé que debía ver qué estaba sucediendo- se justificó la
Señora Seymour temiendo haber faltado el respeto al Duque de Somerset.
-Ahora esta es tu casa, eres libre de entrar donde desees- respondió con una
voz debilitada haciendo una seña al doctor para que se retirara el cual obedeció
después de despedirse debidamente de todos los presentes. Edward cogió una
máscara metálica que tenía en su mesita y se enguantó las manos con unas
vendas invitando a la dama a sentarse en un sillón que quedaba a unos cuantos
metros de su lecho y en el que muy educadamente Audrey se sentó con la
esperanza de poder conocer algo más de la familia de su marido. - Discúlpame
por no haber ido a conocerte antes, pero como verás he estado algo ocupado-
dijo de forma sarcástica dando a entender a Audrey de quién había sacado el
cinismo su marido.
-Señor, me gustaría saber de qué dolencia padece y si puedo hacer alguna
cosa para mitigar su dolor, tenga por seguro que si hubiera sabido antes de su
situación no habría tardado tanto en visitarlo, pensé que no quería ser molestado.
-Vaya, vaya qué mujer más responsable y bella ha conseguido mi hijo, pero
qué porte tienes, mírate… ¡quién pudiera ser Edwin! sé de algo que pudieras
hacer para apaciguar mi dolencia- anunció la alimaña ante la sorpresa de Audrey
por un cumplido tan directo y poco apropiado.
-Vamos querida, el señor querrá descansar- intervino la anciana que aún no
se había marchado.
-No, deja que se quede… me vendrá bien un poco de compañía y sobre todo
femenina…ahora que por fin mi hijo se ha dignado a traer una mujer en esta casa
habrá que aprovecharlo, tendrá que compartir a tan buena pieza con su padre…
Edward Seymour, Duque de Somerset, se levantó a pesar de sus dolencias y
empezó a acercarse de forma peligrosa a la joven haciendo que ésta por primera
vez en su vida temblara y su juicio se nublara, no se podía creer que ese hombre
fuera el padre de su esposo. A pesar del fuerte temblor que sintió Audrey intentó
levantarse lo más rápido posible para huir, pero al querer levantarse tan rápido se
tropezó con la moqueta y se cayó al suelo. Pensó que era su fin, pero una voz
fría e intimidante detuvo a la sabandija que tenía por suegro.
-Apártate de ella ahora mismo-imperó Edwin desde la puerta con el
semblante más furioso que nunca y una mirada que atemorizaría a cualquiera
provocando que su padre reculara para volver a sentarse en la cama desde donde
soltó una sonora carcajada.
-Ya veo, realmente estás enamorado…y no es para menos, el temple y el
porte de una Reina y el cuerpo de una de las cortesanas mejor pagadas…
El teniente desenfundó su pistola dispuesto a acabar con la vida de ese
canalla, pero una suave mano encima de la suya y una mirada firme lo detuvo sin
necesidad de palabras. Audrey se posicionó detrás de su esposo cuando vio que
volvía a enfundar la pistola dispuesta a abandonar la estancia, no permitiría que
Edwin matara a su propio padre por mucho que se lo mereciera.
-Morirás como has vivido, sólo espero el día en que se me notifique tu
muerte- ultimó Edwin cerrando la puerta con llave. -Nana, a partir de ahora ya
no hace falta que el doctor venga, es sólo prolongar una muerte segura y,
además, necesaria.
Por lo visto esa anciana había sido la nana de Edwin cuando éste era pequeño
por eso tenían tanta confianza entre ellos, Audrey se mantuvo callada y siguió a
su marido hasta el exterior, el cual aún no le había dirigido ni si quiera la mirada.
-Edwin…- empezó Audrey al ver que el caballero con paso seguro y
acelerado cruzaba el patio para adentrarse en la propiedad, pero el hombre siguió
andando hasta el despacho donde se detuvo y se sirvió una generosa copa de
coñac aún con el ceño fruncido - Edwin…- repitió la dama consiguiendo que, de
una vez por todas, le dirigiera la mirada. Sin embargo, fue la mirada más llena de
dolor e impotencia que Audrey jamás había visto. La joven se acercó poco a
poco al lobo herido y lo abrazó a pesar de que éste seguía con la copa en la mano
y con la mirada en el frente.


Capítulo 32-Comprensión
Audrey seguía abrazada a Edwin el cual seguía en la misma posición sin
inmutarse por la presencia de su esposa. Sin embargo, Audrey se vio con la
obligación y el deseo de quedarse con su cónyuge puesto que sabía por
experiencia propia lo que era que un progenitor no te amara.
-Edwin háblame por favor - insistió la joven soltando el cuerpo de su marido
para poder mirarlo a la cara la cual seguía ensombrecida.
- ¿Qué quieres? ¿A caso me preguntaste si podías entrar en esa casa? -
respondió al fin.
-Debo admitir que fue mi error, pero al escuchar unos gritos quise saber qué
sucedía, tienes que entender que no soy una mujer que elude sus
responsabilidades, como nueva Señora de Somerset había de saber qué estaba
sucediendo…
- ¿Y ahora qué? ¿Qué has ganado en saber esto? Tú, la mujer perfecta te has
casado con un hombre que tiene un padre leproso en todos los sentidos, ahora ya
ni si quiera me mirarás a la cara -inquirió Edwin tirando la copa dentro del fuego
causando que Audrey cerrara los ojos por el fuerte estruendo.
- ¿Qué no te miraré a a cara? ¿Qué clase de mujer crees qué soy?
-Una mujer superficial, egoísta y arrogante…ah y además Remilgada.
-Seré todo eso que tú dices, pero hay algo que me importa más que las
apariencias o mis propios propósitos…
- ¿Ah sí? ¿El qué? Ah ya no me lo digas, tus hermanas…es verdad…tú, tus
hermanas y tu Ducado, eso es lo importante para ti. Por eso no me quería casar
contigo ni si quiera quería casarme hasta que mi padre muriera, justamente para
evitar esto que acaba de suceder hoy…- ultimó Edwin sentándose agotado y con
la cabeza entre las manos en un sillón.
Audrey se quedó meditando unos instantes las palabras de ese hombre
atormentado si supiera que lo que le importaba más que sus propósitos era él, la
dama anduvo hasta el busto que representaba el padre de Edwin y pasó la mano
por la piedra fracturada ante la atenta mirada de su marido que con ese acto
recordó lo bien que se sintió por primera vez en su vida cuando esa condenada
mujer tocó sus heridas, no podía sacársela de la cabeza por mucho que lo
intentaba, quería odiarla pero algo en su interior se lo impedía.
- ¿Qué pasó realmente?
-Cierra la puerta y siéntate aquí- ordenó el teniente señalando uno de los
sillones que le quedaban en frente a lo que Audrey obedeció y se sentó a la
espera de que le contara qué había ocasionado tal situación ya que por lo que ella
sabía sus padres habían sido personas de intachable reputación.-Te lo contaré ya
que después de lo que has visto poco me queda por perder, cuando yo tenía
dieciséis años mi madre tuvo un aborto con el que los médicos determinaron que
ya no podría tener más hijos , mi padre frustrado por no poder tener más
descendencia y no poder divorciarse de su esposa puesto que había cumplido con
su obligación de engendrar un heredero, se marchó a la India en una expedición
militar. Por dos largos años se mantuvo fuera de casa sin comunicarse con
nosotros , dejándonos a mi madre y a mi solos con el Ducado pero pesar de que
yo rogaba a mi madre que solicitara el divorcio siempre me respondía lo
mismo: “Por encima de todo está el deber hijo” , así que día tras día vi como mi
madre se apagaba mirando por la ventana por si veía regresar al bastardo de mi
padre, hasta que al final su esperanza cobró vida y el…y el muy desgraciado
volvió . A pesar de todo el daño que nos había hecho lo volvimos a acoger como
si nada hubiera pasado, yo sólo lo hice por mi madre la cuál siempre amó a ese
mal nacido… poco después del regreso de Edward, mi madre empezó a enfermar
sin explicación hasta que supimos que había sido contagiada por una enfermedad
venérea mortal, regalo de mi padre puesto que durante su estadía en Asia
mantuvo relaciones con otras mujeres y hasta tuvo otros hijos…
-Pero… ¿cómo lo sabes? - se atrevió a preguntar Audrey que cada vez
entendía más algunas de las extrañas actitudes de su marido.
-Porqué él mismo se atrevió a explicarlo a mi madre en su lecho de muerte y
yo lo escuché todo, cuando esa santa mujer murió decidí entrar en el ejército
para no estar cerca del hombre que había matado al único ser que realmente me
había amado , pero al volver de una de las batallas en las que me hicieron esto-
explicó señalando por encima de la ropa una de las cicatrices que tenía en el
pecho- descubrí que mi padre no sólo estaba enfermo de lepra, sino que había
convertido el castillo de Dunster en un burdel, las cortesanas de todo Inglaterra
se paseaban por esta casa pero lo peor de todo fue saber que había violado a
algunas empleadas…
- ¡Dios mío! - Audrey se estremeció y no aguantó más las lágrimas que
amenazaban en salir, se arrodilló y colocó sus manos en las rodillas de Edwin
suplicándole con la mirada que continuara, quería que se vaciara, que dejara ir
todo el dolor que tenía acumulado.
-Quise irme y renegar de todo, no quería nada de ese hombre ni si quiera su
apellido, pero recordé las palabras de mi madre…“Por encima de todo está el
deber hijo”, así que me quedé, no dejaría que su muerte fuera en vano.
Inmediatamente el servicio empezó a obedecerme más a mí que a él por
evidentes razones y al final pude conseguir recluirlo en esa torre bajo la amenaza
de denunciarlo frente a las autoridades…tiene gracia…a pesar de todo no quiere
dejar de ser un “caballero” ante la sociedad, por eso es que accedió a quedarse
ahí mientras él siguiera siendo el Duque de Somerset. A la única persona que
dejé en su cuidado fue a mi nana, la anciana que me cuidó desde pequeño, ya
que sabía que no sería una tentación para ese monstruo aficionado a violar a
doncellas…- terminó Edwin sintiéndose mucho más liberado y enfocando por
primera vez la vista en su esposa que lo miraba con ¿compasión?, no sabía muy
bien definir la mirada de la joven Audrey, pero sabía que su cercanía era lo más
reconfortante que tenía en su vida. Dejando de lado el rencor, la cogió por los
brazos y la levantó para sentarla sobre sus rodillas, y así los dos recostados en el
mismo sillón y abrazados se quedaron dormidos.















Capítulo 33-Ludovina
-Vaya, vaya… ¡Pero qué bonita pareja! - exclamó Ludovina al ver que el
hombre que amaba estaba durmiendo con una dama mucho más elegante y
distinguida que ella, a pesar de ser una cortesana, había albergado esperanzas de
que ese hombre la quisiera, había cometido el error de enamorarse de él. Audrey
abrió los ojos de golpe, así como Edwin que no tardó en ponerse de pie dejando
con delicadeza a su mujer en el suelo para sacar a esa loca de su casa, no era
dado a dar golpes a mujeres, pero ésa en concreto estaba abusando de su
paciencia.
- ¿Cómo has conseguido entrar? ¡Sal de aquí ahora mismo! - sentenció el
señor de la casa señalándole la puerta.
-Así que me has sustituido por ésta…- dijo Ludovina haciendo caso omiso a
las palabras de Edwin mientras repasaba de arriba a abajo a la mujer que había
logrado apartar de la soltería a dicho caballero- No es para tanto, por lo menos
pensé que sería rubia, tal y como a ti te gustan - añadió con malicia removiendo
su larga melena dorada.
Audrey pensó en darle una merecida bofetada, pero prefirió no rebajarse a su
nivel mirando simplemente a otro lugar, como si ella no estuviera presente.
- ¡Ya está bien, fuera! - Edwin cogió por el brazo a esa mujer de mala gana
para echarla él mismo del lugar, pero algo detuvo el forcejeo.
-De acuerdo, ya me voy, pero espero que por lo menos reconozcas a tu hijo
puesto que estoy embarazada de ti…- soltó de golpe la maliciosa mujer de vida
alegre mientras sonreía al ver que por fin captaba la atención de esa damita
Remilgada.
La nueva Señora Seymour no podía creer lo que estaba escuchando,
¿embarazada? ¿Una cortesana llevaba el hijo de su marido?
- ¿De cuánto está? - preguntó Audrey viendo que Edwin no reaccionaba.
-De un mes…- Edwin entró en cólera puesto que supo al instante que se
trataba de un juego sucio ¿cómo iba a estar embarazada de él desde hacía un mes
si hacía por lo menos dos meses que no yacía con esa mujer? Pero antes de que
pudiera aclararlo Audrey salió corriendo de la estancia.
No se lo podía creer, ya no sabía cuál era peor si el padre o el hijo, por lo
menos el padre esperó a que su mujer le engendrara un heredero para irse con
otras, por el contrario, Edwin empezó con sus infidelidades nada más casarse
con ella. ¿Tan poco había sido para él? Cierto que no era una novedad el que su
esposo sólo la había deseado, pero a menos esperaba algo de respeto por su
parte… ya que no la amaba como ella sí que hacía des del día que le entregó su
virtud. Rápidamente fue en busca de sus hermanas y les ordenó no salir del
castillo hasta que volviera ni si quiera al patio, viendo lo que había visto de su
suegro no quería que sus hermanas se expusieran a tal peligro; después fue en
busca de la Señorita Worth y le ordenó quedarse al cargo de las pequeñas junto
al resto de las doncellas que habían ido con ella. Entre ellas, aún estaba Alicia.
Paró por un momento y observó a la que había considerado su única amiga
durante su primer año de temporada, ¿sería verdad que su marido la había
besado el día en que le pidió matrimonio? ¿por qué creyó antes en ese cínico que
en su propia empleada? Además, según había dicho esa mujer, a su marido le
gustaban las mujeres rubias y Alicia lo era…así que todo encajaba. Después de
dejarlo todo en orden cogió lo indispensable en una maleta y salió del palacio
con la intención de volver al día siguiente y exigirle el divorcio a su marido, pero
antes debía ir a la casa de Bath para hablar con la Baronesa, necesitaba su
consejo de cómo proceder y ver si podían quedarse de nuevo en esa casa cuando
volviera a estar soltera.
El viaje a su residencia no fue largo, en cuestión de tres horas estuvo llegó,
pero se extrañó al ver que no salía el mayordomo para recibirla. Pensó que
quizás como no había avisado de su llegada estaría ocupado en otro menester, así
que simplemente al llegar a la puerta intentó abrirla, pero se encontró con que
estaba cerrada hecho que achacó al posible miedo que tenían los ocupantes de
los cartistas así que decidió tocar unas cuantas veces. Al ver que nadie habría
empezó a creer que algo estaba sucediendo pero confiada en encontrar a alguien
en su propia casa ya había hecho volver el carruaje de los Seymour de vuelta a
su propietario y ahora no podía ir a avisar a alguien de lo que estaba sucediendo,
meditó por unos instantes qué debía hacer pero en base a las experiencias
pasadas en las que había salido perjudicada al adentrarse en lugares claramente
poco recomendables, con el corazón en un puño por la Baronesa inició la salida
de la propiedad a pie.
- ¡Alto! - una voz masculina y el repicar de un gatillo sonaron en las espaldas
de Audrey.
- ¿Quién es? - preguntó la asaltada sin reconocer la voz del atacante, ¿sería
un cartista? Por suerte desde lo sucedido con su padre ella ya no salía sin su
pistola, pero el inconveniente es que la llevaba en el liguero, era prácticamente
imposible desenfundarla en semejante situación de desventaja así que se limitó a
seguir las órdenes del desconocido que, misteriosamente la guió de vuelta a su
propia casa. ¿Sería que esos revolucionarios habían tomado su propiedad?
¿Habrían acabado con la Baronesa? ¿Dónde estaría su madre ahora? Eran
preguntas que por el momento no podría resolver ya que sólo entrar en el
recibidor de la casa, la misma persona que abrió la puerta le vendó los ojos
oculta debajo de una capucha. Lo único que había podido entender que quien
fuera que fuesen eran una mujer y un hombre.
Edwin andaba de un lado para otro en el patio a la espera del carruaje que
había cogido su esposa, puesto que estaba seguro de que volvería al comprobar
que sus hermanas seguían en Dunster. Cuando escuchó el rápido trotar de los
caballos alzó la vista y se alegró de ver el vehículo de vuelta, debía contarle a
Audrey toda la verdad sobre Ludovina y aclarar sobre todo el asunto del
embarazo, en el mismo momento en que se quedaron solos la cortesana confesó
que había sido una mentira inducida por los celos y prometió bajo la amenaza de
Edwin, no volver a importunarlos jamás, de hecho, incluso la misma mujer se
ofreció a hablar con Audrey para aclarar el mal entendido, por ese motivo y sólo
por ese es que Ludovina seguía en la casa pero en el salón de visitas y ante la
mirada despectiva del servicio, que sabía de sobras que su señor no era para
nada como su padre a pesar de tener sus amantes en su momento de soltería.
Cuando vio que el carruaje no tenía intenciones de detenerse delante de la
puerta alzó el brazo para ordenar al lacayo que se detuviera.
- ¿Dónde está mi esposa?
-Señor la he llevado a su residencia de Bath - contestó el mozo temblando de
miedo al ver como el rostro de su señor se desfiguraba por momentos.
- ¿Y quién te dio esa orden? - interrogó Edwin al mismo tiempo que cogía al
empleado por la camisa.
-La Señora Seymour señor- se apresuró en responder el joven consiguiendo
que el teniente soltara su agarre.
Estaba harto de esa condenada mujer, lo iba a volver loco, ¿qué tenía que
hacer en Bath? Podía comprender su enojo pero ese era un acto fuera de lugar,
anduvo a paso apresurado hasta el establo y él mismo ensilló a su semental
dando la orden a sus lacayos de proteger la residencia principal y bajo el
mandato estricto de no dejar entrar a nadie, ni a su propio padre. No quería que
en su ausencia ocurriera nada a sus protegidas. Espoleó al caballo y emprendió la
marcha a un ritmo acelerado.


Capítulo 34-Traición
Audrey no podía creer que estuviera otra vez en peligro, en los últimos dos
meses de su vida había vivido más situaciones arriesgadas que en sus diecisiete
años. Quien fuera que fuese el hombre que la había retenido con una pistola,
ahora la estaba empujando por lo que parecía la ascensión de unas escaleras,
imaginaba que eran las escaleras principales puesto que no habían andado
mucho más allá del recibidor. Eso significaba que o, bien en la casa no había
nadie, o que todos estaban en la misma situación que ella o peor; más bien se
decantaba por la segunda opción ya que era imposible que en la propiedad no
hubiera ni si quiera alguien del servicio. Lo que más le acongojaba a parte de su
propia situación era la incertidumbre del paradero de la Baronesa.
Finalmente pareció que había llegado al fin del recorrido que no había sido
fácil con la venda puesta en los ojos y las fuertes manos de ese intruso en sus
brazos.
- ¡Siéntate! - ordenó su captor a lo que Audrey obedeció facilitando así que
le ataran las manos con una cuerda. A pesar del miedo que sentía intentó
concentrarse al máximo en cualquier indicio que pudiera orientarla en la
situación, notaba la respiración agitada de otra persona en la sala, así como la
presencia de la mujer encapuchada que le había vendado los ojos en la entrada.
De momento, eran cuatro: ella, otra persona que parecía estar en la misma
situación por la respiración agitada, el captor y la mujer misteriosa.
- ¿Qué haremos? No estaba en nuestros planes raptar a la esposa del de
Somerset, el plan era entrar y llevarnos a la vieja- dijo una voz masculina
intentando parecer discreto pero que Audrey podía escuchar perfectamente.
-No podíamos arriesgarnos a que se marchara y diera la voz de alerta antes
de que llegáramos al lugar de encuentro con el resto del grupo-se pronunció por
primera vez la mujer la cual tampoco era conocida por la joven.
-La estúpida de Alicia no ha hecho bien su trabajo, dijo que si pasaba
cualquier cosa nos avisaría y mira, aquí está esta zorra Señorita interponiéndose
en nuestros planes, ya te avisé que no sería una buena ayuda.
¿Alicia? ¿No sería la Alicia que ella conocía? Audrey de pronto recordó que
había dejado a sus hermanas solas con ella, era verdad que había la presencia de
los demás empleados y, sobre todo, del servicio fiel de su esposo, pero si era
cierto que ella era una traidora, no podía demorar más en acabar con esa
situación. Así que sacando toda la fuerza que tenía y que le salía siempre que su
familia estaba implicada empezó a actuar.
- ¿Qué queréis? - preguntó Audrey como si no estuviera en situación de clara
desventaja llamando la atención de los dos maleantes los cuales rieron
maliciosamente.
-Queremos acabar con toda vuestra lacra, al principio sólo queríamos dar un
golpe a la realeza acabando con una de sus Baronesas, pero quizás el destino nos
ha servido en bandeja una oportunidad mejor, la esposa de un futuro Duque-
explicó la mujer.
- ¿No os serviría mejor el dinero? Puedo daros unas cuantas libras, las
suficientes para que podáis compararos vuestras tierras y vuestra mansión, si me
liberáis por supuesto os las daré, ¿de qué os serviré muerta? ¿De verdad creéis
que la realeza dejará de existir por acabar con una anciana y con una mujer sin
título como yo? ¿No sería mejor obtener esas libras?
- ¿Dinero? Los que son como tu piensan que todo se paga con dinero, pero
hay cosas que se pagan con la vida…- empezó el hombre, pero no pudo terminar
puesto que su acompañante le dio un golpe en el hombre y le hizo unas señas
para salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Audrey liberó un suspiro
de alivio por haber conseguido al menos unos minutos más para idear un plan,
seguro que la mujer meditaría bien lo del dinero, al fin y al cabo, todos tenían su
precio.
- ¿Baronesa, es usted? - preguntó la joven con la esperanza de que la otra
mujer fuera la anciana, pero no obtuvo más respuesta que unas palabras
ahogadas por una mordaza.
Edwin se apresuraba en su paso lo más que podía, hasta había hecho correr a
su caballo en los tramos que eran más planos, algo en su interior le decía que
algo no estaba yendo bien. Por suerte, la casa de su esposa no quedaba lejos y un
jinete rápido llegaba en una hora.
Al empezar a vislumbrar la propiedad todas las alarmas del caballero se
dispararon, no veía a ningún miembro del servicio y reinaba una excesiva calma,
desmontó a su semental a unos cuantos metros antes de llegar para no ser visto
fácilmente y se escurrió por algunos árboles hasta tener a la vista la puerta
principal y los ventanales.
Observando con detenimiento todas y cada una de las grandes ventanas de la
residencia distinguió a un hombre y a una mujer manteniendo una acalorada
discusión, no parecían empleados puesto que no llevaban uniforme ni parecían
invitados de la Baronesa o de su esposa debido a sus ropajes que distaban mucho
si quiera de las familias nobles más pobres de la región, tal parecía dos
campesinos.
Rodeó la propiedad y se coló por la puerta de la cocina donde encontró a
todo el servicio o gran parte de él maniatado y con mordazas, liberó a los lacayos
y a todos los hombres jóvenes y les ordenó coger cualquier utensilio que pudiera
servirles de arma. No sabía cuántos intrusos podía haber en el interior, pero lo
que sí sabía que no eran muy profesionales al dejar a sus rehenes sin vigilancia.
A medida que todos los empleados estuvieron liberados, con miradas de
agradecimiento se mantuvieron en silencio mientras el teniente daba órdenes a
algunos de ellos, incluido al mayordomo, de ir con él.
Se abrieron paso entre las diferentes salas hasta llegar al piso de arriba de
donde provenían las voces alteradas de los dos plebeyos, si la intuición del
soldado no fallaba debía haber un tercer integrante en el grupo, no sólo esos
dos.
Mientras tanto, en el palacio de Dunster, Karen había salido de su recámara
para dar un paseo por el castillo puesto que aún le quedaban muchos lugares por
descubrir, pero antes de que pudiera alejarse mucho de la zona de los dormitorios
se percató de que había alguien en la recámara de su hermana Audrey.
Claramente, era algo extraño ya que su hermana no estaba ni era la hora en el
que el servicio hacía las camas, rápidamente volvió a su recámara y cogió el arco
que su padre le había regalado en secreto cuando había cumplido los catorce
años, revisó que tuviera flechas y se dirigió de nuevo a la habitación de la Señora
de Somerset.
Con mucho cuidado entreabrió la puerta y descubrió a Alicia cogiendo a
puñados todo el interior del joyero de Audrey o, Karen no tardó mucho en
entender lo que sucedía e inmediatamente entró en la recámara.
- ¿Qué se supone que estás haciendo con las joyas de mi hermana? - inquirió
la valiente dama con el arco tensado en dirección a la doncella.







Capítulo 35-Lazos de sangre
Alicia empezó a temblar al ver a la más rebelde de las Cavendish
apuntándola con el arco; sabía de sobras, por lo que había podido conocer de las
hermanas, que si alguna de ellas era capaz de matar a alguien esa era Karen.
Inmediatamente soltó la bolsa y alzó las manos intentando así que su delatora se
calmara.
-¡Te he hecho una pregunta, responde! ¿Qué haces con las joyas de mi
hermana? ¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí? - interrogó la pelinegra.
-Cojo lo que también me pertenece- respondió sin rastro de altivez o maldad
en sus palabras, realmente parecía que ella pensaba que le pertenecían esas
joyas.
- ¿Qué te pertenece? A ti lo que te pertenece es una de mis flechas
atravesándote la yugular- sentenció Karen tensando la cuerda de su arco hasta
que chirrió, Alicia cerró los ojos con fuerza temiendo su final, pero de pronto un
dolor agudo le atravesó el muslo provocando que un grito de dolor resonara por
toda la casa - De momento no te mataré, pero ten por seguro que tendrás que dar
explicaciones a las autoridades.
El Sr. Williams junto a otros empleados no tardaron en aparecer en la
recámara después del fuerte grito, inmediatamente entendieron lo que sucedía al
ver las joyas esparcidas por la cama y el joyero así que no tardaron en salir dos
lacayos para avisar a la guardia mientras una de las otras doncellas que tenía
nociones en primeras curas vendaba la pierna de Alicia. Una vez que todos
hubieron cumplido su trabajo, Karen ordenó que la dejaran sola con la ladrona
ante la mirada de desaprobación del servicio, pero el cual no tuvo más remedio
que obedecer. La joven dama se sentó en un sillón delante de la traidora que
permanecía maniatada en una silla un tanto incómoda y la miró fijamente con el
arco aún entre las manos, pero en posición pasiva.
- ¿Qué quieres ahora? -preguntó la rubia con cierto desdén.
-Quiero saber qué has querido decir con que tú también tienes derecho sobre
las pertenencias de mi hermana.
- ¿Y qué gano yo con contarte eso?
-Que quizás no sea tan dura con mi declaración ante el juez.
- ¡Já! Seguro, ¿qué esperar de una persona de tu clase?
-Ah, ya… eres uno de esos cartistas… podrías haberte limitado a
manifestarte por ahí, ¿por qué viniste a trabajar aquí si nos odias?
-No, no soy cartista, bueno… sí colaboro con algunos rebeldes que ya
estarán cumpliendo su cometido, pero sólo para que me ayuden con los objetivos
de mamá…
- ¿Mamá? ¿Qué objetivos? - preguntó cada vez más confundida Karen.
-Tu madre es la mía también - declaró Alicia provocando que la cabeza de su
medio hermana empezara a dar vueltas, no se lo podía creer esa mujer estaba
mintiendo.
-Bien, ya veo que sólo me vas a contar mentiras, mejor me voy…- ultimó la
joven sin creerse a esa empleada mientras se levantaba del sillón dispuesta a
salir.
-No te miento, mira aquí verás que tengo una carta - dijo señalando con la
barbilla uno de los pliegues de su falda, Karen iba a salir de la estancia e
ignorarla, pero algo le decía que tenía que confirmar que esa mujer mentía así
que se acercó a la muchacha y registró el pliegue de la falda sacando,
efectivamente, una carta. Por lo menos hasta ahí le había dicho la verdad, con el
ceño fruncido desplegó el papel amarillento por los años y leyó:
A mi querida Alicia, sabes que te he querido como a una hija a pesar de que
ambas sabíamos que no nos unía nada más que el amor y el cariño que profesé
por ti des del día que Lady Elizabeth Cavendish te puso en mis brazos, no ha
sido fácil criar a dos niños con el sueldo de tu padre, el Sr. Smith, pero sabes
que siempre he intentado daros lo mejor a ti y a Robert. Aunque tu verdadera
madre nunca te reconocerá por lo menos ha accedido a contratarte como
doncella, sabes que no puedes mencionar nada sobre la verdad, puesto que
nadie te creería y además supondría tu fin, no dudo de que la Señora sería
capaz de usar cualquier artimaña con tal de apartarte del medio. Siempre nos
tendrás a mí y a tu hermano. Te quiere, Señora Jenkins.
Karen no se podía creer lo que estaba leyendo, ¿su madre tenía otra hija no
reconocida con el antiguo mayordomo de Bath? ¿Entonces el guapo
mayordomo, Robert Smith, era el medio hermano de Alicia? No entendía nada.
-No consigo entenderlo del todo…
-Elizabeth Cavendish tuvo una relación fortuita con el antiguo mayordomo
de la casa en Bath, el señor Smith y de ahí salí yo. Evidentemente, eso fue antes
de que se casara con el señor Cavendish y tuvo que recluirse en una de sus
propiedades más apartadas hasta que dio a luz, una vez que nací me regaló, por
así decirlo, a mi padre el cual ya había rehecho su vida con otra mujer de la que
nació Robert, al tiempo la madre de Robert murió y la Sra. Jenkins al estar en la
misma casa que papá nos cuidó como si fuéramos sus hijos.
- ¿Pero cómo pudo conocer mi madre al Sr. Smith si la casa de Bath
pertenecía al mío? Mamá sólo fue a esa casa una vez casada con mi padre.
-El compromiso de tus padres se celebró ahí, y fue cuando Elizabeth conoció
al mayordomo, por lo visto en una de las noches que se albergó tuvo un desliz
con mi padre…
-Pobre papá… pero ¿cómo no supo papá de que mamá no era…? - empezó a
preguntar Karen sin atreverse a terminar la frase puesto que no sabía mucho del
tema, pero sí sabía que una mujer tenía que llegar intacta al matrimonio.
-Querida, hoy en día hay muchos métodos para que el marido no sepa que
perdiste la virginidad antes de casarte, cuando llegues al matrimonio lo
descubrirás…la cuestión es que mi madre me abandonó ya que no era digna hija
de un Duque si no de un simple empleado pero cuando vio que su hijita querida,
Audrey, se lo quedaba todo y ella se quedaba con casi nada, entonces acudió a
mí para que le ayudara. Ella me contó que, si un juez decretaba el testamento de
tu padre nulo, todo volvería a ser suyo y que entonces me daría una de las
propiedades a mí. Si vas a mi habitación encima del armario encontrarás todas
las cartas en las que hablamos del tema.
Karen salió de la habitación de golpe atravesando el pasillo como alma que
lleva el diablo hasta llegar a la recámara de su media hermana, se ayudó de una
silla para llegar a la parte superior del mueble y, otra vez, no la había mentido.
Cogió todas las cartas y empezó a leer una por una, eran más de diez cartas que
su madre había enviado a Alicia con órdenes de destruir el matrimonio de
Audrey, de robarle las joyas y… ¡No podía ser cierto! De avisar si alguien iba a
Bath porque su madre tenía la intención de terminar con la Baronesa viuda, la
única que podía testificar ante un juez a favor de Audrey por la custodia de ellas
y de la posesión de las propiedades. Karen se percató de que las cartas databan
de antes de que muriera su padre, ¿por qué? es que su madre ya sabía del
testamento. Se apresuró en volver a la habitación en la que encontró a las
autoridades.
- ¡Tienen que ir inmediatamente a Bath! - exclamó la dama en ver a los
guardias - ¡Mi hermana está en peligro y puede ser que el Señor Seymour
también! Luego ocúpense de Alicia, al fin y al cabo, es sólo una ladrona - dijo
mirando con cierto deje de lástima a esa pobre muchacha víctima del egoísmo de
su madre.
Los guardias obedecieron y emprendieron su marcha a Bath mientras Karen
volvía a cerrar la puerta ante las miradas de consternación del servicio, por
suerte sus hermanas aún estaban con la institutriz en la otra ala del edificio y no
se estaban enterando de nada, no quería que por el momento supieran sobre el
asunto.
- ¿Las has visto?
-Sí, las he encontrado, pero hay algo que no entiendo ¿por qué mamá te
escribió antes de que mi padre muriera? - el rostro de Alicia se deformó ante tal
pregunta y bajó la cabeza para empezar a llorar.
-No puedo aguantar más este peso, te lo diré, aunque conlleve mi ruina,
Elizabeth y tu padre tuvieron una acalorada discusión cuando Audrey no quiso
aceptar a ninguno de sus pretendientes mientras Lord Anthon se lo permitía, en
esa discusión tu padre explicó acerca de su testamento a mamá con la intención
de que ésta desistiera de encontrar un marido tan pronto para su hija puesto que
una vez él muriera no le faltaría de nada, justamente el contrario. Cuando mamá
supo que ella sólo heredaría una pequeña parte de su marido, su inquina por él y
por Audrey creció, así como para el resto de vosotras. Creo que cuando la
llamaron de palacio vio la oportunidad de hacerse con la suya antes de que fuera
demasiado tarde, así que…que ella fue quien ordenó matar a tu padre en el
camino de regreso… así como ha ordenado matar a la Baronesa viuda para que
los planes de tu padre no puedan salir victoriosos- terminó Alicia con la cara
empapada de lágrimas
Karen se dejó caer de nuevo en el sillón abatida, su amado padre había sido
engañado por esa mujer des del primer día, Elizabeth Cavendish nunca había
querido a su padre ni a nadie salvo a ella misma. Sus puños se contrajeron de
rabia y una lágrima de rencor empezó a deslizarse por su blanca mejilla.
- ¿Dónde está esa ramera ahora?
-Está en Bath junto a los dos revolucionarios que tenían encargado terminar
con la Baronesa.
La pelinegra se levantó de un golpe y se colgó el arco en su espalda, dedicó
una mirada a su medio hermana y antes de salir la liberó de las cuerdas ante la
sorpresa de ésta.
- ¿Por qué? - preguntó Alicia mientras Karen se sacaba sus pendientes y su
collar y los juntaba con el resto de joyas de Audrey.
-Toma, como tu bien has dicho, te pertenece; escapa, y prométeme que
cuando todo esto haya pasado volverás- sentenció Karen mostrando una madurez
desacorde con su edad mientras le entregaba la bolsa llena de oro y piedras
preciosas de alto valor- sólo espero que esto no te cause muchos problemas-
ultimó señalando la herida que ella misma había provocado y salió de la estancia
dejando a Alicia con el ridículo pegado a la altura de su corazón mientras
prometía interiormente volver para agradecer a su hermana que la hubiera
perdonado.








Capítulo 36-Una flecha


- ¿Qué es lo que no entiendes zopenco? Ella puede pagarnos mucho más que
la otra, además sin necesidad de mancharnos las manos, no tenemos que matar a
nadie.
-Mujer, no hacemos esto sólo por el dinero olvidas nuestra causa…
-No, George no es mi causa es la tuya desde que te juntaste con esos locos de
tus amigos revolucionarios, ¿acaso no quieres que tenga mi propia casa? Ella
puede dárnoslo…
-Pero la madre de esa damita está loca, si se entera que la traicionamos creo
que es capaz de matarnos a nosotros…
A Edwin no le hizo falta escuchar más para entender lo que estaba
sucediendo dio una seña para indicar a los hombres que lo acompañaban que
entraran en la sala para atrapar a los dos individuos mientras él revisaba una por
una cada estancia para dar con Audrey o bien con su madre, Elizabeth Cavendish
que, por lo visto, era la que había pagado a esos dos maleantes para causar todo
eso, aunque no entendía bien los motivos. Sabía del desdén que profesaba la
Señora a sus hijas por el hecho de no haber engendrado varón, pero no entendía
a que se debía todo ese disparate, fuese como fuese tenía que darse prisa en
encontrar a su esposa puesto que según la conversación que había escuchado, se
pretendía matar a alguien.
Cuando llegó a una habitación que se encontraba un tanto apartada del resto
escuchó unas voces femeninas a través de la puerta, era evidente que había
alguien así que cargando su revólver entró de golpe en la estancia pero se dio
cuenta que había llegado tarde, Elizabeth ya estaba apuntando con una pistola la
sien de la Baronesa mientras Audrey intentaba zafarse con desesperación de la
cuerda que ataba sus manos aunque al menos se había librado de tener la pistola
en su sien por el momento. Parecía que la Duquesa estaba esperando la entrada
del señor Seymour, seguramente lo había visto de alguna forma, puesto que
mientras mantenía el cañón en la cabeza de la anciana miraba con posición
amenazante hacía él. Edwin instintivamente y con el deber de salvar a esa pobre
mujer bajó su arma para no provocarla.
-Vaya, vaya Señor Seymour…No dé un paso más o mataré a esta
entrometida- amenazó Elizabeth con un tono que no denotaba ningún tipo de
temblor o al menos vergüenza mientras ejercía más presión contra el cuerpo de
la Señora Royne con el revólver.
-Nunca pensé que caerías tan bajo- habló por primera vez Audrey que seguía
sin creer que su propia madre la hubiera puesto en esa situación a pesar de saber
que nunca había ejercido su papel como tal.
-Cállate Audrey, ya es hecho suficiente, todo esto es tu culpa. ¡No podías
limitarte a encontrar un buen marido, tenías que hostigar al necio de tu padre
hasta el punto de que te dejara más a ti que a mí, yo! Su propia esposa…
-A mi entender padre te ha dejado una buena renta anual, muchas viudas la
quisieran además de dos casas, es normal que el resto me lo haya dejado a mí…
a falta de varón… ¿ves mamá? Las mujeres también pueden heredar de sus
padres… si hubiera sido un varón me lo hubiera llevado todo de igual forma,
¿cuál es el problema?
-No sabes nada desagradecida, no sabes todo lo que tuve que hacer para
poder casarme con tu padre y para que me lo dejara todo a mí… ni si quiera me
ha dejado a mis propias hijas.
- ¿Crees que papá no sabía cómo eras? ¿Que sólo nos querías para
vendernos al mejor postor? Lo que no entiendo es como no se divorció de ti-
espetó la hija.
- ¡Ay cariño! ¿Sabes por qué tu padre nunca se atrevió a dejarme? Porque era
un cobarde y un idiota, un hombre así no merecía seguir en este mundo ¡Me ha
arruinado económica y socialmente! Pero yo voy a hacer que esto cambie, un
juez determinará el testamento de ese cretino nulo en cuanto acabe con el único
obstáculo que hay - sentenció mirando con rabia a la anciana que aún estaba con
la mordaza y vendada.
Edwin que se había mantenido en la puerta intentó acercarse en el momento
en que la Duquesa parecía desconcentrarse con la conversación, pero fue en
vano, Elizabeth al ver que el hombre daba dos pasos hacía ellas estiró de la
Baronesa para hacerla levantar sin dejar de apuntarla.
-Quédese ahí, ahora apártese de la puerta y déjeme salir si no quiere que
manche de sangre este lugar…- el futuro Duque obedeció sin dejar de observar a
su mujer la cual ya tenía las marcas de las cuerdas en sus muñecas, ardía de rabia
sólo de ver a su esposa en esa situación. En el momento que Elizabeth salió del
lugar con su rehén, Edwin se apresuró en desatar a Audrey y en quitarle la
venda. Lejos de encontrar unos ojos llorosos, los ojos de la dama ardían de rabia
y de dolor.
-Audrey…- murmuró Edwin, pero su esposa lo ignoró saliendo de la
recámara a lo que él la siguió - quédate detrás de mí - ordenó el teniente tirando
del cuerpo de su mujer y poniéndola en su retaguardia. Los dos avanzaron en
dirección a la Duquesa viuda que mantenía apresada a la Sra. Royne que a duras
penas podía seguir el paso de la que un día fue su amiga porque no llevaba el
bastón.
- ¡Venga camina! - incitó Elizabeth mientras tiraba de la Baronesa para bajar
las escaleras principales ante la mirada impotente de todos los presentes. Cierto
era que podían abalanzarse sobre ella, pero corrían el riesgo de que apretar el
gatillo en esa fracción de segundo por eso es que todos se contenían en sus
puestos mientras las seguían a una distancia prudencial hasta la salida de la casa.
-Tú, ensilla un caballo ahora mismo y tráelo- ordenó al mayordomo el cual miró
inmediatamente hacía su Señora la cual le dio su consentimiento con un
movimiento de cabeza, Audrey no quería causar más daño a la Sra. Royne, una
mujer que había hecho más por ella que su propia madre.
Robert Smith no tardó en traer una yegua ensillada y acercarla con
precaución a la que un día fue la amante de su propio padre, por suerte él no
había nacido de esa lunática, sintió lástima por Alicia. En ese preciso instante los
guardias de la autoridad en Inglaterra llegaron al lugar y no tardaron en rodear a
la antigua Duquesa de Devonshire con sus armas. Audrey pensó que era irónico
que la misma persona que le había marcado a fuego que ante todo eran las
apariencias estuviera formando el escándalo más suculento de los próximos
cinco años. Al ver que su madre no soltaba a la anciana a pesar de las amenazas
de los guardias y que cada vez se mostraba más alterada Audrey se zafó del
cuerpo de su esposo con miedo de que a final la vida de la Sra. Royne terminara
y se adelantó hasta llegar en frente de su madre.
- ¡Audrey! - gritó Edwin enfurecido al ver la imprudencia de su mujer, a
saber de qué era capaz Elizabeth en esos momentos, quizás de matar a su propia
hija. Elizabeth miró de arriba abajo a su segunda hija, ni si quiera se parecía a
ella, era el vivo retrato de su difunto esposo.
- ¡Vete! Sal de mi vista- gritó desesperada Elizabeth cambiando la dirección
de su pistola hacía su propia hija mientras tiraba al suelo a la Baronesa la cual no
podía levantarse por su propia fuerza. Edwin no tardó en avanzar y posicionarse
al lado de su esposa sin importarle que la bala pudiera caer sobre él.
-No te tengo miedo mamá, ¡venga dispara! ¡Dispara a la persona que tanto
odias!¡termina de una buena vez con todo esto!
Elizabeth posicionó el dedo en el gatillo dispuesta a disparar mientras miraba
fijamente a los ojos de su hija empañados en lágrimas, Edwin empujó a Audrey
dispuesto a llevarse su bala, pero el brazo de la Duquesa se flexionó en dirección
a su propia sien para dirigir su disparo a sí misma. No obstante, una flecha le
atravesó la yugular desde su retaguardia antes de que ella misma se quitara la
vida. La bella mujer empapada de sangre se desplomó sobre sus rodillas sobre el
suelo sin dejar de mirar a Audrey que aún no podía creer que su madre no la
hubiera disparado. Inmediatamente todos buscaron al propietario de la flecha,
pero tal parecía que no había nadie. Al cabo de unos instantes, el cuerpo de
Elizabeth Cavendish- Duquesa viuda de Devonshire- yacía en el suelo sin vida.
















Capítulo 37-Confesiones
-Aún no puedo comprender como Elizabeth llegó a esos extremos - dijo la
Baronesa mientras se abanicaba desde la cama en la que había guardado reposo
durante cuatro días.
-Por suerte no hubo que lamentar más muertes que la suya propia - añadió
Georgiana sentada en uno de los sillones mientras dejaba el libro encima de la
falda.
- ¡Gigi! - reprendió Elizabeth sentándose al lado de la Baronesa mientras le
tocaba la frente para verificar que ya no tenía fiebre- pero debo admitir que me
alegra que esté de nuevo entre nosotras sana y salva Señora Royne.
-Me complace ver que el señor Seymour ha sido tan generoso conmigo
dejándome quedar en Dunster con vosotras sin embargo temo ser una molestia.
- ¿Molestia? ¿Por qué iba a ser una molestia? Usted se ha ganado un sitio
muy importante en nuestra vida, ¿cómo no iba a vivir con nosotras? Además,
este castillo es tan grande que si queremos podemos estar semanas sin vernos -
intervino Audrey bromeando un poco, desde que había vuelto a Dunster y se
aclaró todo lo relacionado con esa mujer- Ludovina- su humor había mejorado
considerablemente. No sólo por haber podido constatar que su marido no le era
infiel sino porqué por fin, estaban libres de amenazas. No era que se alegrara de
la muerte de su madre, que al final demostró tener algún sentimiento hacía ella,
pero sentía una extraña sensación de paz que no tenía desde hacía mucho. Quizás
era que se avecinaban buenos tiempos, unos merecidos buenos tiempos.
Karen había contado todo lo sucedido con Alicia, a su hermana mayor
cuando ésta volvió al castillo: desde su abandono por parte de su madre hasta el
robo. Audrey pudo comprender la actitud de la doncella y sentir hasta cierto
punto lástima por ella así que felicitó a Karen por haberle dado las joyas y
haberla dejado ir, se merecía una segunda oportunidad ya que no era más que
otra víctima de la locura de Elizabeth Cavendish, una mujer que se atrevió a
matar a su propio marido. Cuando la mayor supo que su padre había sido
asesinado por su propia esposa, le entraron ganas de matar a su madre, pero ya
era imposible, algún misterioso salvador se le había adelantado.
No se había podido clarificar el autor de esa flecha, aunque todos en la
casa habían tenido ciertas sospechas de quién había estado detrás de tan
necesario acto. Todas y cada una de las hermanas fueron siendo informadas de
todo lo sucedido menos la más pequeña, creyeron innecesario hacerle partícipe
de ese dolor, era mejor que se mantuviera en la ignorancia. Al menos hasta que
tuviera edad suficiente para comprenderlo, si es que se podía comprender.
Audrey dejó a sus hermanas con la Baronesa y fue en busca de su marido.
Últimamente no se podía despegar de él, siempre que tenía la ocasión iba a su
encuentro y permanecía a su lado, cada vez que recordaba que ese hombre se
había puesto en medio de una posible bala para salvarla a ella, más lo amaba. En
realidad, lo único que le fallaban a ese caballero eran las formas por lo demás era
perfecto. Al menos para ella, que cada día que pasaba estaba más enamorada de
él. Sin embargo, Edwin aún se mostraba frío y distante incluso aún no la había
ido a visitar en su alcoba, y la pelinegra sospechaba que todavía estaba dolido
por lo que le dijo la noche en que volvió de la fábrica. Por ese motivo, había
decidido que ese día le confesaría toda la verdad.
-Edwin…- empezó Audrey sin que su marido levantara la cabeza de lo que
estaba escribiendo- Edwin, ¿puedes atenderme unos instantes?
El caballero se había mostrado distante de su mujer, a pesar de que se sentía
más unido a ella después de todos los acontecimientos sucedidos con su propio
padre y su suegra, no había podido olvidar que esa mujer sólo se había casado
con él por una mera formalidad. A pesar de que él había estado dispuesto a dar
su vida por ella. Era cierto que desde que se había aclarado el malentendido con
Ludovina había notado a su esposa más cercana, así como más natural, tal
parecía que el haberlo hecho partícipe indirectamente del comportamiento
escandaloso de Elizabeth, hubiera relajado a Audrey frente a él. No podía negar
que estaba más que tentado en sucumbir a su deseo de volver a yacer con ella en
el mismo lecho, pero no sería él quien diera ese paso después de todo lo que le
había dicho en esa discusión.
-Ahora no, estoy muy ocupado más tarde…- repuso intentando parecer
indiferente al aroma embriagador de esa musa que lo tenía enloquecido desde
que la vio en el lago. Audrey accedió y se fue, a decir verdad, tenía un mejor
plan. Sabía que si a algo no se resistía ese tosco hombre era al ángel que tenía
por hermana, así que fue en busca de Liza y le propuso ir al encuentro de su
hermano, tal y como ella lo llamaba, para cenar.
Audrey escuchó desde la puerta como su pequeña hermana convencía a un
resignado Edwin a bajar a cenar. Al saber tan buena noticia puesto que era
extraño que ese lobo saliera de su guarida, llamó a la ama de llaves, para
encargarle que preparara para la cena un buen ternero asado. Quería que esa
noche fuera especial de alguna forma. Una vez dadas las órdenes pertinentes a
los empleados, se empezó a arreglar junto a su nueva doncella, la misma que la
había acompañado a la fábrica y que a pesar de ser callada, era muy
complaciente y agradable.
Decidió que, a pesar de llevar aún el luto, ponerse algo un poco más soberbio
para la ocasión, ahora que ya estaba casada podía usar libremente vestidos
escotados, así que decidió ponerse un vestido negro, pero con escote en forma de
barco junto a su tiara de diamantes que siempre guardaba en una caja a parte de
su joyero. Por otro lado, también avisó a sus hermanas que se arreglaran un poco
más de lo habitual para poder compartir una agradable velada todos juntos
después de tantos incidentes.
A las nueve en punto Audrey estaba en el salón a la espera del resto de los
comensales, había encomendado decorar de forma sutil el salón para que ese día
se viera y se sintiera un ambiente diferente y especial, todas sus hermanas fueron
bajando una por una. La Baronesa no acudió argumentando que aún se sentía un
poco débil por todo lo sucedido. Audrey empezó a temer por unos instantes que
al final su marido no se presentara, pero cuando lo vio entrar con el frac negro
andando con su paso habitual sin preocuparle la hora que era, el corazón le dio
un salto. Era, sin duda, el hombre más apuesto y varonil que había visto en su
vida soltó un largo suspiro cuando vio que el caballero en cuestión se sentaba a
su lado, ocupando la cabeza de la mesa.
- ¡Qué agradable tenerlo con nosotras por una cena! - inició Elizabeth que no
podía otra cosa que sentir un inmenso agradecimiento por ese hombre por todo
lo que había hecho por ellas sin ni si quiera compartir su sangre. A Bethy no le
cabía la menor duda que el caballero estaba completamente enamorado de su
hermana, aunque se mostrara en muchas ocasiones frío y mal humorado.
-Gracias.
- ¡Mira Edwin! Edwina también está cenando con nosotros- exclamó de gozo
Liza mientras movía a su muñeca con gracia lo que provocó una sonrisa apenas
perceptible en el teniente, que, a pesar de sus esfuerzos por mostrarse
indiferente, se deshacía por la pequeña la cual él mismo empezaba a considerar
su propia hermana. Su infancia fue marcada por la soledad y la tristeza, y esa
niña era como un rayo de sol en su vida, cuando la veía reflexionaba qué hubiera
cambiado si hubiera tenido una infancia con más hermanos.
Los mozos empezaron a servir la sopa ante la conversación animada de las
hermanas mientras Audrey observaba en silencio al hombre que de un día para
otro se había convertido en el tutor de cuatro jóvenes casaderas, se preguntaba si
realmente Edwin se sentía cómodo en esa situación, pero por lo que había
podido conocer de él intuía que a pesar de que nunca lo reconocería, a Edwin
Seymour le agradaba la compañía de las Cavendish. La cena transcurrió de
forma armoniosa y sin más percances que alguna copa derramada por Liza o
alguna discusión entre Karen y Georgiana, las más pequeñas se retiraron pronto
dejando al matrimonio solo, el cual no se había dirigido la palabra en toda la
velada. Audrey se preguntaba si Edwin le ofrecería el brazo para retirarse de la
mesa juntos, pero se olvidaba que se había casado con el ser más mal educado de
la tierra, Seymour se levantó sin ni si quiera mirar a Audrey y subió las escaleras
hasta su alcoba solo. La joven sin inmutarse se levantó sola de la mesa y siguió
el mismo camino que su esposo había recorrido, entrando por primera vez desde
la discusión en el dormitorio del señor de la casa.
Edwin se había retirado rápidamente de la sala cuando vio que se había
quedado a solas con esa ninfa de la noche, sabía que si se quedaba sucumbiría al
deseo de besarla que por tantos días había retenido, pero había sido en vano, ahí
estaba, su perdición estaba de pie frente a él en la intimidad de su alcoba y más
bella que nunca.
- ¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí?
- ¿Necesito permiso para entrar a la alcoba de mi marido?
-Cuando se trata de un marido al que no deseabas en tu vida, sí- sentenció
Edwin apartando la mirada de su mujer.
-Precisamente eso he venido a explicarte, si te casaste conmigo es porqué yo
lo deseé… lo deseé con todas mis fuerzas… tanto que hasta hice algo de lo que
no estoy orgullosa, pero que no me arrepiento puesto que gracias a eso ahora
puedo verte cada día de mi vida
- ¿Qué?
-No soy muy dada a expresar mis sentimientos así que espero que me
escuches hasta el final, aunque lo que te vaya a decir te enfurezca…
Audrey explicó todo acerca de su plan a Edwin mientras observaba que el
rostro del mismo iba cambiando por momentos, pero no sabía determinar
exactamente como se lo estaba tomando, puesto que el caballero siniestro no era
dado a dar a entender fácilmente sus pensamientos o sentimientos. Cuando
terminó todo el relato se sorprendió que por primera vez ese rudo caballero
soltara una carcajada de lo más natural confundiendo a su esposa hasta el punto
de no saber si enfadarse ante tal gesto después de haberle confesado algo tan
íntimo o reír con él.
- ¿Puedo saber de qué ríes? Me dijiste una vez que tú nunca reías, ¿a qué
debo este honor? - preguntó Audrey estirando su espalda y alzando su barbilla,
pero no obtuvo respuesta, de un movimiento rápido Edwin alzó a la pelinegra del
suelo y la besó con pasión, pero también con ternura y cariño.
-Así que me amas…
-Yo no he dicho tal cosa Señor…
-Sí me amas, Señorita Remilgada, ¿si no porqué una estirada como tu
aceptaría en participar en semejante plan? Arriesgándose a perder su preciada
reputación sólo por conseguir un matrimonio conmigo…
-También podría ser que te quería cazar para llevar a cabo mis planes con el
Ducado de Devonshire- replicó Audrey reponiéndose del beso que le había
sabido a elixir del paraíso, pero enfadada por los calificativos que el hombre al
que amaba aún usaba.
-Querida, hombres no te hubieran faltado para llevar a cabo tu cometido,
¿piensas que no sé qué me he casado con una de las mujeres más ricas del país?
Tú estás perdidamente enamorada de mí, a pesar de que no soy el hombre
perfecto ni el caballero… - siguió bromeando Edwin hasta que notó que los ojos
de su esposa se empañaban y calló al instante, temiendo haberla herido.
-Puedes reírte de mí todo lo que quieras, pero lo cierto que es verdad-
confesó la joven que había sufrido tanto y que por fin se sentía segura- eres el
único hombre que he amado y amaré, quizás te amé desde día que me rescataste
en el lago pero me he ido percatando de ello cada vez que acudías a mí, para
protegerme de alguna situación, en ti he encontrado no sólo seguridad y
confianza sino un sentimiento que nunca antes había tenido, cuando te veo todo
mi cuerpo tiembla… sí, Edwin Seymour, te amo- sentenció Audrey dejándose
caer en un sillón mientras lloraba todo lo que no se había permitido llorar desde
que tenía uso de consciencia.
Edwin se acercó a la joven que se había abierto tanto a él y se arrodilló frente
a ella al mismo tiempo que le alzaba la barbilla para que lo mirara.
-Como habrás podido comprobar tampoco soy un experto en expresar lo que
siento, como ves ninguno de los dos hemos tenido un hogar común que nos
ayudara a ello, pero me arrepiento por cada vez que te vi llorar y no te consolé.
Siento lo de tu padre sé que lo amabas y siento todo lo que tu madre te ha hecho
sufrir, pero a pesar de que no te lo expresé con palabras siempre hubo algo en mí
que se encogía al ver tu dolor, de hecho tengo que confesarte que te amé des del
día en que te vi…a pesar de tu pose seria , altiva y arrogante te consideré la
mujer más interesante e intrigante que había conocido nunca, he de reconocer
que no quería casarme al principio y que quería mantenerte lejos de mí pero sólo
era por miedo, miedo a mi padre pero sobre todo miedo a mí mismo… tenerte
ahora aquí, confesándome tu amor sólo me llena de la felicidad que nunca tuve.
Perdóname si alguna vez…
-No, después de todo lo que has hecho por mí y por mis hermanas soy yo la
que te tengo que pedir disculpas por mi comportamiento egoísta…
-Tienes que saber que todo lo he hecho por ti, te amo…
Lord Seymour se incorporó al mismo tiempo que cargaba a Audrey en sus
brazos y la llevaba hacía la cama.

Capítulo 38-Felicidad
Edwin se deleitó con el perfume de su esposa mientras la dejaba con
delicadeza encima de la cama y observaba por primera vez en largos y duros días
la belleza de su mujer y más ahora que por fin se había mostrado
verdaderamente como era y que esa naturalidad parecía reflejarse en la joven en
forma de atractivo y de misticismo.
Audrey se sentía desahogada, no del todo feliz puesto que había fallecido su
amado padre en manos de su propia y perturbada madre hacía tan sólo un mes,
pero sí se podía decir que estaba empezando a saborear aquello que llamaban
paz y felicidad. El haber sabido que su marido la amaba tanto como ella lo
amaba a él, significaba el inicio de una gran etapa en la que no habría cabida
para los malos entendidos ni distanciamientos. La Señora Seymour se estremeció
al notar la mirada penetrante y oscurecida de Edwin sobre ella, a pesar de que ya
conocía lo que sucedía en el lecho entre un hombre y una mujer, le seguía
pareciendo todo nuevo y, sobre todo, emocionante.
-No te voy a dejar salir de aquí en unos cuantos días…-dijo Edwin con una
voz grave y profunda.
Al escuchar esa declaración de intenciones la joven no pudo evitar un leve
sonrojo por lo que significaba aquello, a pesar de que hasta ahora él siempre
había llevado las riendas de sus encuentros íntimos esta vez ella también quería
darle algo a él así que se incorporó de un salto.
- ¿Puedes esperarte aquí unos instantes? -preguntó Audrey un tanto
avergonzada ante la mirada de sorpresa de su esposo.
-Sí claro…
-Siéntate por favor- pidió la joven a lo que el teniente obedeció mientras ella
se apresuraba en atravesar la puerta que comunicaba con su habitación.
Edwin por un momento temió haber asustado a su esposa que aún era
inexperta en el lecho, pero todo tipo de duda al respecto se desvaneció cuando
vio aparecer a la mujer más hermosa que sin duda había visto jamás, ataviada
con un camisón de lo más sugerente de color rojo que combinaba a la perfección
con la piel blanca y radiante como la luna de la que se había enamorado el
primer día. Por primera vez en toda su vida se quedó bloqueado y estático
mirando de arriba a abajo a la única mujer que conseguía endurecerlo tan sólo
con su presencia.
Audrey se puso el camisón que alguna de sus tías le regaló en la boda pero
que ella no se había atrevido ni si quiera a mirarlo por lo atrevido que era, pero
esa noche era especial y se merecía un poco de atrevimiento por su parte así que
acompañado de unas gotas de perfume se envolvió con él dejando entre ver cada
parte íntima de su ser oculta tan sólo por su largo pelo oscuro que le llegaba
hasta las pantorrillas. Cuando se preparó imaginó en cierto modo como se lo
tomaría Edwin, pero jamás había pensado que al volver a la alcoba de su marido
éste se quedaría petrificado al verla. Audrey al ver que su marido no reaccionaba
tomó el suficiente valor para empezar a andar hacía él, pero no pudo llegar a su
destino porque el viril hombre se levantó y la alzó entre sus brazos hasta llegar al
lado de la chimenea.
La tendió encima de la moqueta que estaba caliente por la cercanía del fuego
y empezó a besarla con pasión sentado a horcajadas encima de ella. Primero
atacó esos labios sugerentes. pero luego los besos fueron descendiendo por el
cuello provocando una oleada de placer y calor en Audrey que sin querer
quedarse quieta empezó a deslizar la mano por la parte más íntima de su esposo
provocando que éste se moviera con más fervor.
Edwin no se podía creer que una mujer a penas experimentada le estuviera
dando tanto placer y enloquecido bajó su camisón con un tirón fuerte para poder
perderse en el deleite de su cuerpo.
Los dos amanecieron en el suelo de la habitación, pero lejos de empezar con
sus quehaceres diarios, el señor de la casa la cogió en brazos y la dejó encima de
la cama donde le hizo el amor hasta el día siguiente; así pasaron al menos tres
días, embriagados de ese sentimiento y entre risas, risas provocadas, en gran
parte, al ver la cara de alguno de sus empleados encargados de subirles los platos
de comida hasta la habitación. Por primera vez en su vida disfrutaron y se
olvidaron de todo, no sólo se conocieron en el plano físico si no que se contaron
anécdotas e historias de sus correspondientes vidas que, para ninguno de los dos,
había sido fácil.













Capítulo 39-Nunca
Audrey y Edwin tuvieron que volver a sus ocupaciones diarias, no podían
olvidar que no dejaban de ser futuros Duques y propietarios de numerosos
negocios que necesitaban de su atención, así como que eran los tutores de cuatro
pequeñas a las que la Baronesa viuda tuvo la deferencia de llevar a Bath durante
los tres días que pasaron en su reclusión necesaria.
Una vez todo se encauzó en la misma rutina y orden habituales, no era que
cambiara en demasía el carácter de cada uno de ellos, pero sí que se suavizó y se
mostraban más comunicativos no sólo entre ellos sino con el resto de los
integrantes de la casa, en numerosas ocasiones Edwin bajaba a cenar con las
muchachas, así como Audrey organizaba de vez en cuando excursiones y picnics
en las tierras de Dunster.
La nueva poseedora de las tiendas de perfumes más famosas de Inglaterra,
así como sus correspondientes fábricas se hizo cada vez más conocida entre sus
empleados puesto que había conseguido el permiso de su esposo para ir a todas y
cada una de ellas en compañía de sus doncellas, de esa forma pudo organizar,
contratar y despedir cuanto hiciera falta causando así un rendimiento de sus
negocios un tres por ciento superior a los dos meses pasados. Todo el dinero que
amasaba lo invertía en mejorar algunas de sus casas o bien en más tierras,
convirtiéndose así en una de las mujeres con la fortuna más cuantiosa no sólo de
Inglaterra sino a nivel mundial empezando a exportar sus productos a Europa y
algunas regiones de India y África donde las mujeres de mejor clase social
necesitaban de sus fragancias, así como muchos hombres compraban sus
lociones.
El cuidado de sus hermanas no se le hacía para nada difícil ya que en su
mayoría eran bastante maduras y aún estaban en casa, lo complicado sería
cuando empezaran las temporadas de cada una de ellas, sobre todo temía la de
Karen ya que era la más rebelde de todas. Con previsión había empezado a coser
los vestidos para la temporada de Elizabeth, la cual faltaba menos de un año para
que empezara.
Con tanto trabajo apenas había tenido tiempo de pensar en Chatsworth
House y el Ducado de Devonshire, por supuesto que no se había olvidado, pero
el viajar por toda Inglaterra además de encargarse de cuatro jóvenes damas no le
daban un respiro.
- ¿Has podido contactar con Alicia? - preguntó de golpe Karen que estaba
sentada en frente de ella durante el desayuno.
-La verdad es que no, he intentado encontrarla a través de algunos contactos
y por lo visto nadie sabe nada de ella…
-Sólo espero que esté bien, no se merece sufrir más…- añadió Elizabeth
terminando su panecillo de mantequilla.
-Seguro que estará bien, a pesar de todo es una chica espabilada su hermano
me comentó que quizás había ido a América…- explicó Georgiana que había
interrogado a Robert Smith durante su estancia en Bath sobre el paradero de su
medio hermana.
-Me han dicho que muchas personas con pocos recursos han llegado a
amasar grandes fortunas en ese continente- terminó Karen.
-Por cierto, Audrey ¿has podido saber algo sobre tu suegro? -preguntó la peli
roja.
-Lo único que sé es que está muy enfermo y necesita tranquilidad- mintió en
parte la mayor que no creía necesario tener que explicar cómo era el padre de su
esposo en realidad, más que nada por respeto a él- por eso os pido que intentéis
evitar pasar cerca de la torre, el ruido lo enferma más - ultimó la pelinegra
intentando de esa forma alejar a sus hermanas de ese monstruo a lo que todas
aceptaron al unísono.
-Liza cada vez está más mayor…
-Cierto, pronto desayunará y cenará con nosotras, de momento aún tiene que
seguir su horario propio… hasta que su cuerpo se desarrolle…
- ¿Y la Baronesa? - preguntó Bethy.
-Ha decidido tomar el desayuno en su recámara, por lo visto hoy se
encontraba indispuesta, luego subiré a verla.
Una vez terminados sus vasos de leche y sus panecillos con viandas, todas se
dirigieron a sus obligaciones diarias: Karen y Georgiana con la Srta.Worth,
Elizabeth a ver a la más pequeña y Audrey a visitar a la Baronesa, pero no pudo
llegar a la recámara de la anciana porqué a medio camino se desvaneció sin
llegar a tocar el suelo gracias a la rápida ayuda de uno de los sirvientes que la
cogió antes de que se diera un golpe contra la moqueta.
Audrey se despertó en su alcoba, que era la misma que la de su marido, des
del día que se habían reconciliado quedó decretado que compartirían el lecho,
aunque sólo fuera para dormir juntos y abrazados.
- ¿Qué ha pasado…? - consiguió articular al ver que estaba rodeada de sus
hermanas y la Baronesa.
-Mi niña te has desmayado, en breve vendría el doctor- informó la Baronesa
cogiéndole la mano con cariño al mismo tiempo que unos toques en la puerta
anunciaban la llegada del médico de la familia Seymour.
-Vamos, dejemos a vuestra hermana tranquila- aconsejó la anciana mientras
hacía una seña con los brazos a lo que las muchachas obedecieron.
Una vez fuera todas estaban impacientes menos la Sra. Royne que se había
sentado tranquilamente a tomar una taza de té.
-Baronesa, ¿qué será lo que tiene mi hermana? - preguntó Elizabeth
sentándose al lado de la viuda.
-Querida, vas a ser tía…
- ¡Pero…! ¿Cómo lo sabe si aún no.…? - pero no pudo terminar la frase
puesto que el doctor salió en ese preciso instante permitiendo a las damas
volvieran a entrar.
- ¿Qué te ha dicho el doctor? - interrogó Karen al ver las lágrimas de Audrey.
-Estoy en cinta- respondió sin más provocando vítores de dicha entre todas
las presentes mientras una silenciosa lagrima de felicidad recorría la mejilla de la
futura madre.
Audrey esperó en el lecho guardando reposo, tal y como el médico le había
recomendado, a que su marido volviera de su ronda habitual por los alrededores.
Edwin entró por el vestíbulo cansado puesto que había tenido que dedicar
más tiempo de lo necesario en su paseo a causa de una valla rota en los límites
de sus tierras, sin embargo, nada más llegar a su casa notó que el ambiente era
diferente, no se escuchaban ni los gritos ni las risas de las Cavendish, así como
el servicio irradiaba una felicidad inusual en sus rostros. Se acercó al
mayordomo para entregarle su capa y su sombrero y se percató que éste dibujaba
una leve sonrisa en su rostro.
- ¿A qué se debe esa sonrisa Sr. Williams? - preguntó Edwin un tanto
divertido al ver a su normalmente serio y estricto sirviente sonriendo.
-Señor será mejor que lo descubra usted mismo, la Señora se encuentra en su
recámara.
- ¿En la recámara? ¿A estas horas? ¿Está enferma? - sin esperar a la
respuesta subió las escaleras de dos en dos y dio grandes zancadas hasta su
guarida, la cual ahora ya no tenía solamente su olor sino también el de su esposa.
Lo que no esperó es que nada más entrar en el dormitorio, Audrey se levantara
de un brinco y saltara a sus brazos más feliz que nunca.
- ¿Qué ocurre? Pensé que estabas enferma…- pero lejos de responder la
joven cogió la mano grande de su esposo y la posó encima de su vientre
mirándolo a los ojos fijamente hasta que lo hizo comprender.
- ¿De verdad? - preguntó emocionado Edwin antes de dejar correr su
felicidad.
-Sí- contestó entre risas Audrey.
- ¡Es maravilloso! - exclamó el teniente cogiendo a su mujer en volandas al
mismo tiempo que ésta le pedía que tuviera cuidado.
Cuando ya hubieron asimilado que serían padres en breve, se acomodaron en
la cama para poder abrazarse y hablar más cómodamente. Edwin se mostraba
ensimismado acariciando el vientre de su esposa.
- ¿En qué piensas? - preguntó el caballero notando ausente a su esposa.
-Pienso en cómo puede ser que una madre deteste a su hijo por su sexo… si
aún no tengo a mi bebé en los brazos y ya lo amo con locura…
- ¿Entonces si nace niña no la culparás por perder el Ducado de Devonshire?
- ¡Nunca! - sentenció Audrey poniendo las dos manos encima de su vientre y
jurándose a sí misma amar a ese pequeño ser que se estaba formando en sus
entrañas incondicionalmente.

Epílogo
- ¡Ven aquí Mary! - exclamó la Sra. Evans, antigua nana de Edwin, con un
intento de controlar a la hija de su señor, que desde que había aprendido a andar
no había quien la parase, tal parecía que había heredado la obstinación de su
madre.
- ¡Sra. Evans! Debo decirle que es un placer que haya venido hasta aquí para
visitarnos - dijo Audrey al mismo tiempo que llevaba a su otro hijo en brazos.
- ¿Cómo me iba a perder el cumpleaños de mis dos niños? Ahora que el
señor Edward nos ha dejado puedo disfrutar de lo único bonito que dejó en este
mundo- explicó la anciana al mismo tiempo que se iba siguiendo la pequeña
pelinegra.
-Tan iguales y tan diferentes, mientras Mary no da un segundo de descanso,
Anthon está de lo más tranquilo, es una copia de su padre tanto en carácter como
en el aspecto físico-agregó la Baronesa sentada en uno de los sillones de
Chatsworth House.
- ¿Tranquilo? Mi sobrino todo lo que tiene de tranquilo lo tiene de pícaro, el
otro día descubrí que había sido él quien había cogido mi arco, lo tenía
escondido en la habitación de juegos- dijo Karen sin evitar sonreír al ver como el
pequeño Anthon la miraba como si la entendiera a pesar de que aún no
formulaba frases coherentes.
-Bethy, ¿estás preparada para la temporada? - inquirió Gigi haciendo sonrojar
a su hermana mayor.
-Sí-sí… Estoy preparada, Audrey me ha comprado todo lo necesario…
- ¡Pero si vas tartamudeando ningún hombre te querrá! - exclamó con sorna
Karen mientras pellizcaba la barriguita de su sobrino con cariño.
-Déjala, no la molestes, será la beldad de la temporada no le hará falta
hablar- intervino la Sra. Royne para dar un poco de ánimos a la joven casadera.
- ¿Y Liza? ¿Dónde está? - preguntó Audrey de pronto al percatarse que la
menor no estaba.
-Ha ido con Edwin a una de las terrazas- contestó Gigi.
- ¿Podéis cuidar del pequeño mientras voy a buscarlos?
La celebración del primer cumpleaños de los mellizos fue alegre puesto que
coincidió en el momento en el que de una vez por todas se les hacía entrega del
título de Devonshire junto a sus propiedades, atrás habían quedado esos días de
sufrimiento y desasosiego, parecía que todos aquellos que hubieran podido
hacerles daño habían ido cayendo poco a poco, dejándolos saborear aquello que
llamaban felicidad. Decidieron celebrar la fiesta en Chatsworth House a pesar de
que su residencia principal seguía siendo el castillo de Dunster, sobre todo ahora
que Edwin había obtenido el Ducado de Somerset; no es que no tuvieran
planeado vivir nunca en esa mansión si no que preferían combinar ambas
residencias según su conveniencia.
Audrey abandonó la sala de los invitados para ir en busca de su esposo y de
su Liza, en realidad sí parecía que eran hermanos, Liza adoraba a Edwin y él a
ella.
- ¡Sra. Poths! Estaba riquísima la tarta de bayas, no sabe cuánto la he echado
de menos- saludó Audrey al ver a la agradable Señora en uno de los pasillos.
-Oh querida, ¡y nosotros a vosotras! Por favor no tardéis tanto en volver, ésta
es vuestra casa- rogó la regordeta mujer que realmente apreciaba a la familia
Cavendish.
-Por supuesto, iremos combinándonos, ahora que tenemos dos Ducados se
nos ha duplicado el trabajo… ¿cómo está su hijo?
-Él se fue hace unos meses… a ese continente…América…- repuso la
cocinera un tanto afectada al recordar a su hijo.
-No se aflija, sé de buena mano que ahí hay muchas oportunidades, tengo
una…una amiga que también ha ido - dijo Audrey recordando a Alicia. - ¿Ha
visto a mi esposo?
-Sí, lo he visto en la sala dorada con la pequeña Liza, parecía que iban a salir
a la terraza.
La nueva Duquesa de Somerset y madre del Duque de Devonshire anduvo
hasta la sala dorada donde efectivamente vio a dos de sus grandes amores
manteniendo una conversación de lo más animada, se acercó sigilosamente y se
atrevió a escuchar un poco de lo que hablaban.
- ¿Crees qué le gustará a tu hermana? - preguntó Edwin muy serio a la
pequeña rubia.
-Sí, ¡seguro! ¡Le encantará!
- ¿Qué es lo que me tiene que gustar? - interrogó la pelinegra sorprendiendo
a los dos pero no hizo falta que respondieran, ahí encima de la valla del balcón
se erigía una estatua en forma de un perro, y ese perro era Tish - ¡Tish!
- ¡Sí! Edwin lo mandó a hacer para que recordaras al perrito - explicó Liza
mientras abrazaba la figura como si fuera a cobrar vida de un momento a otro
empañando así los ojos de Audrey.
-Es precioso…- dijo Audrey mirando a Edwin que se mantenía con su pose
despreocupada como si todo aquello no fuera con él- Te amo Edwin Seymour.
-Yo no sé, me lo tendré que pensar- respondió con sorna al mismo tiempo
que se acercaba a su esposa y depositaba un casto beso sobre sus labios
provocando ante todos los presentes gestos de fastidio, y es que todas las
Cavendish y los pequeños Seymour habían ido al encuentro del matrimonio.
Los padres se acercaron de forma afectuosa a sus hijos cargándolos en brazos
después de que las damas les hicieran entrega de ellos, en total eran ocho o
incluso nueve con la Baronesa, habían formado una familia, su propia familia y
todos juntos superarían las pruebas que les tenía la vida.

Conclusión

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