WATCHMAN NEE
LA
ORACION
EDICIONES TESOROS CRISTIANOS
LA ORACION
Lectura bíblica: Jn. 16:24; Stg. 4:3-4; Lc. 11:9-10;
Sal. 66:18; Mr. 11:24; Lc. 18:1-8
1. LA ORACIÓN ES UN DERECHO
BÁSICO DEL CREYENTE
Los creyentes tienen un derecho básico mientras están en la
tierra hoy y es el derecho a que sus oraciones sean contes-
tadas. En el momento que una persona es regenerada, Dios
le concede el derecho básico de pedir y de ser oído por Él.
En Juan 16 dice que Dios nos responde cuando le pedimos
en el nombre del Señor para que nuestro gozo sea cumplido;
y si oramos sin cesar, viviremos en la tierra una vida cristia-
na que estará llena de gozo.
Si oramos sin cesar y Dios no nos contesta incesantemente,
o si hemos sido cristianos por años y Dios rara vez nos escu-
cha o nunca nos responde, ello muestra que tenemos un
problema muy grave. Si hemos sido creyentes por tres o cin-
co años sin haber recibido una sola respuesta a nuestras
oraciones, somos cristianos inútiles. No solamente un tanto
inútiles, sino muy inútiles. Somos hijos de Dios y ¡nuestras
oraciones no son respondidas! Esto jamás debería suceder.
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Todo creyente debe recibir respuesta a sus oraciones de
parte de Dios, pues tal experiencia es básica. Si Dios no ha
contestado a nuestras oraciones por mucho tiempo, esto in-
dica que algo está mal con nosotros. En lo que concierne a
las respuestas recibidas a nuestras oraciones, no hay mane-
ra de engañarnos. Si fueron respondidas, fueron respondi-
das; si no lo fueron, simplemente no fueron respondidas.
Nuestras oraciones o son eficaces o no lo son. Nos gustaría
preguntarle a cada creyente: ¿Ha aprendido usted a orar?
¿Ha contestado Dios a su oración? Estamos equivocados si
dejamos nuestras oraciones sin que sean contestadas, por-
que las oraciones no son palabras que quedan en el aire,
puesto que se ofrecen para ser respondidas. Las oraciones
sin respuesta son oraciones vanas, y los creyentes deben
tener la expectativa de que sus oraciones sean contestadas,
porque si usted ha creído en Dios, Él debe contestar sus ora-
ciones, sino sus oraciones serán inútiles. Uno debe orar has-
ta recibir respuesta, ya que la oración no sólo cultiva el espí-
ritu, sino es más, se hace para obtener respuestas de parte
de Dios.
Aprender a orar no es una tarea sencilla. Es posible que al-
guien haya sido un creyente por treinta o cincuenta años y,
aun así, no haya aprendido todavía a orar como es debido.
Por un lado, la oración no es un aprendizaje sencillo; pero
por otro, es tan fácil que uno puede orar en cuanto cree en el
Señor. La oración puede considerarse el tema más profundo
y a la vez el más sencillo. Es tan insondable que algunos
nunca han sabido orar como es debido, a pesar de haber es-
tado aprendiéndolo toda su vida. Muchos hijos de Dios tie-
nen el sentir de que jamás aprendieron a orar, aun hasta en
su lecho de muerte. Sin embargo, la oración es algo tan sen-
cillo que tan pronto una persona cree en el Señor puede
empezar a orar y a recibir respuestas a sus oraciones. Si us-
ted tiene un buen comienzo en su vida cristiana, siempre
recibirá respuestas a sus oraciones.
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De lo contrario, es posible que transcurran tres o cinco años
antes de que sus oraciones sean respondidas. Si usted no
tiene un buen fundamento al respecto, necesitará hacer un
gran esfuerzo para corregirlo más adelante. Por lo tanto,
cuando uno cree en el Señor, debe aprender a recibir res-
puesta a sus oraciones de parte de Dios. Esperamos que to-
dos los creyentes presten mucha atención a este asunto.
2. LAS CONDICIONES PARA QUE DIOS CONTESTE NUES-
TRAS ORACIONES
En la Biblia vemos numerosas condiciones que tenemos que
satisfacer para que nuestras oraciones sean contestadas. Pe-
ro sólo unas cuantas son básicas y creemos que si las cum-
plimos, nuestras oraciones serán respondidas. Estas pocas
condiciones, pese a que son básicas, también se aplican a los
que han orado por muchos años, y debemos prestarles mu-
cha atención.
A. Pedir
Todas nuestras oraciones deben ser peticiones genuinas de-
lante de Dios. Después de ser salvo, cierto hermano oraba
todos los días hasta que un día una hermana le preguntó:
“¿Ha escuchado Dios alguna vez tu oración?”. Esto lo sor-
prendió, pues para él la oración era simplemente oración, y
no veía razón para preocuparse por si era contestada o no.
Desde entonces, cada vez que oraba, le pedía a Dios que con-
testara su oración y empezó a considerar cuántas de sus
oraciones no habían sido respondidas. A raíz de ello, este
hermano se dio cuenta de que sus oraciones eran vagas y
caprichosas.
A él no le preocupaba si Dios contestaba o ignoraba sus ora-
ciones. Para él su oración era como pedir a Dios que saliera
el sol, el cual sale independientemente de si uno ora o no.
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Él había sido salvo por un año, pero hasta entonces sus ora-
ciones no habían sido respondidas; todo ese tiempo, lo único
que había hecho era arrodillarse a musitar palabras y no
podía indicar con precisión lo que había pedido; lo que
equivalía a no pedir nada.
El Señor dice: “Llamad, y se os abrirá” (Mt. 7:7). Si usted
llama a la pared, el Señor no se la abrirá, pero si toca la
puerta, Él con toda seguridad le abrirá; si le pide que le
permita entrar, le dejará entrar. El Señor también dijo:
“Buscad, y hallaréis” (v. 7). Supongamos que hay muchas
cosas frente a usted, ¿cuál quiere? No conteste que cualquie-
ra; debe pedir por lo menos una de ellas. Lo mismo sucede
con Dios; Él quiere saber específicamente lo que uno quiere
y pide. Sólo así Él se lo podrá dar. Así que pedir significa so-
licitar algo específico. Tenemos que pedir, y esto es lo que
quiere decir buscar y llamar a la puerta. Supongamos que
usted desea que su padre le dé algo hoy. Usted tendrá que
pedir específicamente aquello que desea recibir. Si usted va
a la farmacia para comprar medicina, tiene que decirle al
farmacéutico qué medicina necesita exactamente. Si va al
supermercado a comprar verduras, tiene que pedir exacta-
mente lo que desea. Por tanto, es sorprendente que las per-
sonas se acerquen al Señor y no le digan exactamente lo que
quieren.
Esta es la razón por la cual el Señor dice que no sólo necesi-
tamos pedir, sino que tenemos que pedir especificando lo
que deseamos recibir. El problema radica en que no pedi-
mos. El obstáculo está de nuestro lado. Al orar debemos pe-
dir lo que necesitamos y deseamos. No hagamos una oración
todo-inclusiva ni oremos descuidadamente; debemos preo-
cuparnos por la respuesta a nuestra oración.
Un nuevo creyente debe aprender a orar teniendo un objeti-
vo concreto. “No tenéis, porque no pedís” (Jac. 4:2). Muchos
oran sin pedir. Es inútil pasar una o dos horas u ocho
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o diez días ante el Señor orando sin pedirle nada. Uno debe
aprender a hacer peticiones concretas; uno tiene que llamar
a la puerta y golpearla fuertemente. Una vez que usted ha
identificado la entrada y ha decidido entrar, debe llamar a la
puerta con energía. Cuando uno busca algo determinado, no
se conformará con cualquier cosa, sino que irá en pos de lo
que verdaderamente quiere. No debemos ser como algunos
hermanos y hermanas que se levantan en las reuniones a
orar por veinte minutos o media hora, sin saber ni lo que
dicen ni lo que quieren. Es bastante extraño que muchas
personas hagan oraciones largas en las que no se pide nada
en concreto.
Debemos aprender a ser específicos al orar, y saber cuándo
Dios contesta nuestras oraciones y cuándo no. Si a usted no
le importa si Dios le responde o no, le será muy difícil orar
eficazmente cuando enfrente alguna dificultad en el futuro.
Las oraciones vacías no tendrán ningún efecto en tiempos
difíciles, ni traerán solución alguna a nuestros problemas.
Sólo las oraciones hechas con objetivos específicos podrán
resolver problemas específicos.
B. No pedir mal
Una segunda condición que tenemos que cumplir al orar es
que no debemos pedir mal: “Pedís, y no recibís, porque pe-
dís mal” (Stg. 4:3). Nuestra oración a Dios debe ser hecha en
función de nuestra necesidad.
No debemos orar “a ciegas”, insensatamente y sin control.
Además, nunca debemos pedir mal o pedir desmesurada-
mente por cosas innecesarias según los deseos de nuestra
carne, ya que si lo hacemos, nuestras oraciones serán vanas.
Dios siempre nos da “mucho más abundantemente de lo que
pedimos o pensamos” (Ef. 3:20); pero si pedimos mal, el re-
sultado será muy diferente.
Pedir mal significa solicitar más de lo que uno necesita o
puede recibir. Si uno necesita algo, se lo puede pedir a Dios;
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mas sólo pídale aquello que necesita, porque pedir más de
lo que se necesita es pedir mal. Si uno se halla en una nece-
sidad seria, está bien que pida a Dios que la resuelva, pero si
no tiene ninguna necesidad y pide por pedir, está pidiendo
mal. Sólo se debe pedir de acuerdo a la capacidad y la nece-
sidad de uno. No debemos pedir cosas al azar. Pedir desme-
suradamente es pedir mal, y por ende, dicha oración no re-
cibirá respuesta. Pedir mal ante Dios se puede comparar con
el caso de un niño que le pide a su padre que le dé la luna. A
Dios no le agrada que le pidamos mal. Todo cristiano debe
aprender a hacer que sus oraciones se circunscriban a los
parámetros apropiados y a no hacer peticiones apresuradas
ni a pedir más de lo que uno verdaderamente necesita.
C. Quitar de en medio los pecados
Algunos no piden mal, pero no reciben respuesta a sus ora-
ciones debido a que la barrera básica del pecado se interpo-
ne entre ellos y Dios. En Salmos 66:18 leemos: “Si en mi co-
razón miro la iniquidad, / Él Señor no me escuchará”.
Si una persona está consciente de ciertos pecados obvios y
no está dispuesta a dejarlos, el Señor no contestará las ora-
ciones que ella haga.
(Nótese la expresión en mi corazón.) Mientras haya tal im-
pedimento, el Señor no puede contestar a nuestras oracio-
nes. ¿Qué significa la expresión en mi corazón hubiese yo
mirado a la iniquidad? “Significa esconder un pecado en el
corazón y no estar dispuesto a dejarlo; es saber que algo es
pecado y, aun así, seguir albergándolo”. No es sólo una debi-
lidad en la conducta o apariencia, sino un deseo presente en
el corazón.
Por ejemplo, la persona descrita en Romanos 7 no corres-
ponde a esta categoría, porque aunque ha pecado, aborrece
lo que ha hecho; mientras que la persona que contempla la
iniquidad en su corazón encubre su iniquidad y no está dis-
puesta a deshacerse de ella.
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Este pecado no sólo permanece en su conducta, sino tam-
bién en su corazón; por esta razón, el Señor no escuchará
ninguna de sus oraciones. Mientras haya, aunque sea un pe-
cado en nuestro corazón, ello impedirá que Dios nos escu-
che. No debemos esconder ningún pecado favorito en nues-
tro corazón; debemos reconocer todos nuestros pecados
como tales y dejar que la sangre nos lave.
El Señor puede compadecerse de nuestras debilidades, pero
no permitirá que alberguemos iniquidad en nuestro cora-
zón. Aunque quitásemos todos los pecados de nuestra con-
ducta pero seguimos amando algún pecado en nuestro cora-
zón y nos rehusamos a dejarlo, nuestras oraciones no preva-
lecerán.
En el momento que comenzamos nuestra vida cristiana, te-
nemos que pedir la gracia del Señor para que santifique
nuestra conducta y nos guarde de pecar. Además, debemos
abandonar y rechazar todo pecado que haya en nuestro co-
razón; no debemos albergar iniquidad alguna en nuestro
corazón. Mientras haya pecado en nuestro corazón, nuestras
oraciones serán inútiles ya que el Señor no escuchará tales
oraciones.
En Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus transgresio-
nes, no prosperará; / Mas el que las confiesa y las abandona
alcanzará misericordia”. Uno debe confesar sus pecados y
decirle al Señor: “Hay un pecado en mi corazón que no pue-
do renunciar. Te pido que me perdones. Quiero apartarlo de
mí; por favor, líbrame de este pecado y no dejes que conti-
núe en mí.
No lo quiero; quiero rechazarlo”. Si uno se confiesa así ante
el Señor, Él le perdonará, le concederá el perdón y escuchará
su oración. No debemos ser negligentes al respecto: si no
pedimos, no recibiremos nada; ni recibiremos nada si pedi-
mos mal. Y aunque no pidamos mal, el Señor no nos contes-
tará si albergamos algún pecado en nuestro corazón.
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D. Creer
Por el lado positivo, la condición indispensable para que
nuestra oración halle respuesta es la fe, ya que sin ésta la
oración resulta ineficaz. El relato de Marcos 11 muestra cla-
ramente la vital importancia que tiene la fe en la oración. El
Señor Jesús dijo: “Todas las cosas por las que oréis y pidáis,
creed que las habéis recibido, y las obtendréis” (v. 24). Al
orar tenemos que hacerlo con fe, porque si creemos que ya
hemos recibido lo que pedimos, lo obtendremos. Es nuestro
deseo que tan pronto como una persona reciba al Señor,
aunque sólo lleve una semana de haber sido salva, sepa lo
que es la fe, puesto que el Señor dijo: “Creed que las habéis
recibido, y las obtendréis”.
Él no dijo: “Creed que las recibiréis”, sino “creed que las ha-
béis recibido”. Debemos creer que ya hemos recibimos lo
que le hemos pedido, y lo obtendremos. La fe de la que el
Señor habla aquí, precede al predicado hemos recibido.
¿Qué es creer? Es tener la certeza de que ya recibimos lo que
hemos pedido.
Los creyentes a veces cometen el error de separar el verbo
creer del predicado habéis recibido y reemplazan éste con
recibiremos; así que oran al Señor pensando que si tienen
una fe muy grande, algún día obtendrán lo que piden. Piden
al Señor que la montaña sea quitada y echada al mar, y creen
que así se hará. Se imaginan que esta es una fe muy grande;
sin embargo, esto separa “creer” de “habéis recibido” y lo
reemplaza por “recibiréis”. La Biblia dice que debemos creer
que lo hemos recibido, no que lo recibiremos; estas dos co-
sas no significan lo mismo.
No sólo los creyentes nuevos deben aprender esto, sino
también todos los que han sido creyentes por muchos años
deben saber esto.
¿Qué es la fe? Es la certeza de que Dios ya ha contestado a
nuestra oración, y no la convicción de que Dios contestará
Nuestra oración. La fe se manifiesta cuando nos arrodilla-
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mos a orar y decimos en un instante: “Gracias mi Dios, gra-
cias que ya has contestado a mi oración. ¡Te doy gracias, oh
Dios! Pues este asunto está resuelto”. Esto es creer que ya
hemos recibido lo que hemos pedido. Una persona puede
arrodillarse, orar, y luego ponerse de pie y decir: “Yo creo
que Dios ciertamente oirá mi oración”.
La expresión ciertamente oirá es incorrecta, porque aunque
se esfuerce por tratar de creer, no verá ningún resultado.
Supongamos que uno ora por un enfermo, y éste dice: “¡Gra-
cias, oh Dios! ¡Estoy sano!”. Su fiebre tal vez persista y no se
presente ningún cambio, pero el problema está resuelto
porque él tiene la certeza de que está sano.
Pero si dice: “Creo que el Señor me sanará”, tendrá que es-
forzarse por “creer”. El Señor Jesús dijo: “Creed que las ha-
béis recibido, y las obtendréis”. No dijo que la obtendrá si
uno cree que la recibirá. Si uno cambia el orden, no obten-
drá resultados. Hermanos y hermanas, ¿ven dónde está la
clave? La fe genuina se manifiesta en la expresión hecho es-
tá, y en el hecho de agradecer a Dios por haber respondido a
nuestra oración.
Quisiera añadir algo más acerca de la fe. Tomemos por
ejemplo el caso de la sanidad. En el Evangelio de Marcos en-
contramos algunos ejemplos concretos de cómo se manifies-
ta la fe. Vemos en este evangelio tres expresiones que alu-
den de modo especial a la oración. La primera se relaciona
con el poder del Señor, la segunda con la voluntad del Señor
y la tercera con un acto del Señor.
1. El poder del Señor: Dios puede
Marcos 9:21-23 dice: “Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto
tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño. Y mu-
chas veces le ha echado en el fuego y en el agua, para matar-
le; pero si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y
ayúdanos. Jesús le dijo: En cuanto a eso de: Si puedes, todo
es posible para el que cree”. El padre le dijo al
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Señor Jesús: “Si puedes hacer algo...ayúdanos”. El Señor res-
pondió diciendo: “Si puedes”, citando y repitiendo lo dicho
por el padre. El padre dijo: “Pero si puedes hacer algo... ayú-
danos”; y el Señor Jesús le respondió: “Si puedes, todo es po-
sible para el que cree”. No es cuestión de si el Señor podía,
sino de si aquel hombre creía o no creía.
Generalmente, una persona que se encuentra en dificultades
está llena de dudas y le es imposible creer en el poder de
Dios. Esto es a lo primero que debemos enfrentarnos. Hay
ocasiones en las que las dificultades que enfrentamos pare-
cen ser más poderosas que el propio poder de Dios. El Señor
Jesús reprendió al padre por dudar del poder de Dios. En la
Biblia muy raras veces vemos que el Señor interrumpa a
otra persona como lo hizo en este pasaje; da la impresión de
que el Señor estuviese enojado cuando repitió: “Si puedes”.
En realidad, el Señor reprendió al padre por haber dicho: “Si
puedes hacer algo, ten compasión de nosotros, y ayúdanos”.
La respuesta del Señor era como si estuviese diciendo:
“¿Qué es eso de „si puedes‟? Para el que cree, todo es posi-
ble, y la pregunta no radica en que si el Señor puede, sino si
es que uno cree o no cree. ¡Cómo te atreves a preguntar si
puedo!”. Cuando los hijos de Dios oran, deben aprender a
elevar sus ojos y decir: “¡Señor, Tú puedes!”.
En Marcos 2 se relata el caso en el que el Señor sana al para-
lítico y le dice: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (v. 5),
pero algunos escribas cavilaban en sus corazones: “¿Por qué
habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados,
sino uno solo: Dios?” (v. 7).
Ellos pensaban en sus corazones que solamente Dios podía
perdonar pecados y que Jesús no, pues ellos consideraban
que perdonar pecados era un acto extraordinario. Pero el
Señor les dijo: “¿Por qué caviláis acerca de estas cosas en
vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico:
Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma
tu camilla y anda?” (v. 8-9). Con esto, el Señor les mostró
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que para el hombre la pregunta era si uno podía o no podía
hacerlo, pero para Dios la pregunta era cuál es más fácil ha-
cerlo. Para los hombres es imposible tanto perdonar peca-
dos como decirle a un paralítico que se levante y ande; pero
el Señor les mostró que Él podía perdonar los pecados y
también hacer que el paralítico se levantase y andase.
Perdonar pecados y hacer que el paralítico se levante y ca-
mine son cosas que el Señor puede realizar fácilmente, y con
esto les daba a entender que “Dios puede”. En nuestra ora-
ción necesitamos saber que “Dios puede” y que nada es difí-
cil para el Señor.
2. La voluntad del Señor: Dios quiere
Es verdad que Dios es todopoderoso, pero ¿cómo sabemos
que Él quiere sanarme? Yo no sé cuál sea Su voluntad, tal
vez el Señor no desee sanarme. ¿Qué debo hacer? Vayamos a
otro pasaje. Marcos 1:41 dice: “Y Jesús, movido a compasión,
extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio”. Aquí
la cuestión que se nos plantea no es si Dios puede, sino más
bien si Dios desea hacer algo o no. Independientemente de
cuán grande sea Su poder, debemos saber si Él está dispues-
to a sanar. Si Dios no nos quiere sanar, la grandeza de Su
poder no tendrá efecto en nosotros. La primera pregunta
que se debe entender claramente es que Dios puede, y la se-
gunda es si Dios quiere o no.
El Señor le dijo al leproso: “Quiero”. El Antiguo Testamento
nos dice que la lepra es una enfermedad inmunda (Lv. 13—
14), y que cualquiera que tuviera contacto con un leproso,
quedaba contaminado; sin embargo, el amor del Señor fue
tan grande que le dijo: “Quiero”. ¡El Señor Jesús extendió Su
mano, lo tocó y quedó limpio! El leproso le rogó al Señor y el
Señor quiso limpiarlo. ¿Podrá ser que el Señor no nos sane
de nuestra enfermedad? ¿Será posible que el Señor no res-
ponda nuestras oraciones? Todos podemos decir “Dios pue-
de” y “Dios quiere”.
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3. La acción del Señor: Dios lo realizó
No es suficiente saber que Dios puede y quiere; también ne-
cesitamos saber que Dios lo ha realizado. Volvamos enton-
ces a Marcos 11:24, que citamos anteriormente: “Todas las
cosas por las que oréis y pidáis, creed que las habéis recibi-
do, y las obtendréis”. Esto nos revela que Dios ya efectuó al-
go.
¿Qué es la fe? No es solamente creer que Dios puede hacer
algo y que lo hará, sino también creer que Él ya lo hizo. Si
usted cree que ya ha recibido lo que ha pedido, lo obtendrá,
y si cree y confía en que Dios puede y hará algo porque Él
mismo ha dicho que lo hará, debe usted entonces agradecer
al Señor y declarar:
“Dios ya lo hizo”. Muchas personas no reciben respuestas a
sus oraciones porque no entienden esto y todavía tienen la
esperanza de que la recibirán en el futuro. Sin embargo, tal
esperanza está referida al futuro, mientras que creer es para
nosotros algo que ya ha sido realizado. La fe auténtica dice:
“¡Te doy gracias, oh Dios, porque me sanaste! ¡Gracias, oh
Dios, que lo he recibido! ¡Gracias, oh Dios, porque estoy lim-
pio! ¡Gracias, oh Dios, porque estoy restablecido!”. Cuando la
fe es perfecta, no sólo dirá: “Dios puede” y “Dios quiere”,
sino también “¡Dios ya lo hizo!”.
¡Dios ya escuchó nuestras oraciones! ¡Él ya lo hizo todo! Si
creemos que ya hemos recibido lo que hemos pedido, lo ob-
tendremos.
Con mucha frecuencia, nuestra fe es una fe que cree que re-
cibirá algo en el futuro y, como resultado de ello, jamás reci-
bimos nada. Nuestra fe debe afirmar que ya hemos recibido
lo que pedimos. La fe siempre habla de hechos realizados,
no de hechos que se realizarán.
Usemos el ejemplo de una persona que acaba de oír el evan-
gelio. Si usted le pregunta: “¿Ha creído en el Señor Jesús?”, y
él le responde: “Sí, he creído”. Luego tal vez le pregunte: “¿Es
usted salvo?”. Si él le responde: “Estoy seguro de que seré
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salvo”, usted sabrá de inmediato que él no es salvo. Supon-
gamos que usted le pregunta de nuevo: “¿De verdad cree
que es salvo?”. Si la persona contesta: “Ciertamente seré sal-
vo”, usted sabrá que él todavía no es salvo. Quizás usted
quiera preguntarle nuevamente: “¿Está usted verdadera-
mente seguro de que será salvo?”, y si le responde: “Me pa-
rece que seré salvo”, de inmediato usted percibirá que él no
habla como alguien que ha sido salvo. Cualquiera que diga:
“Seré salvo”, “Ciertamente seré salvo” o “Tengo fe que seré
salvo” no nos da garantía alguna de que ha sido salvo. Pero
si la persona afirma: “Soy salva”, tiene el tono correcto; ella
ha creído y es, por tanto, salva. La fe genuina cree que ya se
realizó el hecho. Si una persona tiene fe en el momento en
que es salva, dirá: “Te doy gracias, oh Dios, porque he reci-
bido la salvación”. Tenemos que asirnos de estos tres he-
chos: Dios puede, Dios quiere y Dios lo realizó.
La fe no es un ejercicio psicológico; la fe consiste en recibir
la palabra de Dios y creer con seguridad que Dios puede,
que Él quiere y que ya lo efectuó. Si usted no ha recibido la
palabra de Dios, no corra el riesgo de tentar a Dios. El ejerci-
cio del intelecto no es fe. Tomemos por ejemplo una enfer-
medad. Aquellos que han sido sanados mediante la fe genui-
na no tienen temor de un examen médico (Mr. 1:44).
El resultado de un examen médico demostrará que en reali-
dad fueron curados y que no fue simplemente una expe-
riencia psicológica.
Cuando los nuevos creyentes aprenden a orar, deben hacer-
lo en dos etapas. En la primera etapa deben orar hasta reci-
bir la promesa, la palabra específica de Dios dada para ellos.
Todas las oraciones comienzan pidiéndole algo a Dios y
pueden continuar por un período de tiempo, a veces por pe-
ríodos de tres a cinco años. Es necesario seguir pidiendo.
Algunas oraciones son contestadas inmediatamente, mien-
tras que otras se tardan años, y es entonces cuando se debe
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perseverar. La segunda etapa se extiende desde el momento
en que se recibe la promesa, la palabra específica de Dios,
hasta que la promesa se cumple, o sea, hasta que la palabra
de Dios ha sido cumplida. En esta etapa no se ora, sino que
se ofrece alabanza. En la primera etapa se ora hasta recibir
una palabra específica, mientras que en la segunda, se alaba
al Señor continuamente hasta que la palabra haya sido cum-
plida. Este es el secreto de la oración.
Algunas personas sólo conocen dos aspectos de la oración.
Primero se arrodillan a orar por lo que no tienen y luego
ellos lo obtienen, pues Dios les ha dado lo que pidieron. Su-
pongamos que yo le pido un reloj al Señor, y a los pocos días
el Señor me lo concede.
Generalmente sólo distinguimos dos eventos en este suceso:
primero se carece de algo y luego se obtiene lo que uno ca-
recía. Pero no nos damos cuenta de que entre estos dos
eventos ocurre otra cosa, a saber: el evento de la fe. Supon-
gamos que yo oro pidiendo un reloj y un día digo: “Gracias,
oh Dios, porque ya escuchaste mi oración”.
Aunque mis manos todavía están vacías, tengo la certeza de
que ya recibí el reloj. Algunos días más tarde, el reloj llega.
No debiéramos prestar atención únicamente a estos dos su-
cesos, a saber: que no tenía un reloj pero que ahora lo tengo,
sino que debemos prestar atención al tercer suceso que se
halla entre esos dos, en el cual Dios nos hace una promesa, y
es entonces que creemos y nos regocijamos en la promesa
dada. Quizás hayamos tenido que esperar tres días antes de
recibir el reloj, pero en nuestro espíritu ya lo habíamos reci-
bido desde hace tres días. Debe ser la experiencia de un cris-
tiano la de recibir en el espíritu lo que pide, pues si nunca ha
experimentado esto, no tiene fe.
Esperamos que los nuevos creyentes comprendan lo que es
la fe y confiamos en que aprenderán a orar. Quizás usted ha
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orado continuamente durante tres días o cinco, o un mes, o
más de un año, y todavía no ha obtenido ninguna respuesta,
pero en lo recóndito de su corazón tiene la pequeña certeza
de que el asunto finalmente será realizado. En ese momento
usted debe comenzar a alabar a Dios y seguir alabándole
hasta que tenga en sus manos lo que pidió. En otras pala-
bras, en la primera etapa uno avanza en la oración desde no
tener nada hasta tener fe, y en la segunda uno avanza en la
alabanza desde que recibe la fe hasta que de hecho recibe lo
que pidió.
¿Por qué debemos dividir nuestras oraciones en estas dos
etapas? Supongamos que una persona empieza a orar sin
tener fe hasta llegar a tenerla. Si una vez que tiene fe, conti-
nuase orando, puede llegar a perder su fe. Una vez que uno
ha adquirido fe, debe comenzar a alabar. Si continúa orando,
puede alejar su fe mediante sus oraciones y al final puede no
recibir nada. “Lo obtendréis” implica que ya lo tenemos en
nuestras manos, mientras que “lo habéis recibido” se refiere
a lo que ya hemos recibido en el espíritu. Si la fe ya está allí,
pero las cosas no se han materializado, debe acercarse a
Dios con alabanza, no con oración, porque si Dios ya dijo
que nos lo dará, no necesitamos seguir pidiendo.
Si tenemos la certidumbre interior de que “ya hemos reci-
bido” no tenemos necesidad de seguir pidiendo. Son muchos
los creyentes que han tenido la experiencia de que en cuan-
to tocan la fe por medio de sus oraciones, ya no pueden se-
guir orando. Y lo único que pueden decir es: “¡Señor, te ala-
bo!”.
Pues ellos tienen que mantener su fe y alabar: “¡Señor, te
alabo! ¡Has escuchado mi oración; te alabo porque respon-
diste a mi oración desde hace un mes!”. Si ustedes hacen es-
to, recibirán lo que pidieron. Lamentablemente, algunas
personas no saben esto. Dios ya les ha prometido algo, pero
ellos siguen suplicando en oración. A la postre, sus ora-
ciones menoscaban su fe. Esta es una gran pérdida.
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Lo dicho en Marcos 11:24 es muy precioso, y no encontra-
mos en todo el Nuevo Testamento otro pasaje que explique
tan claramente lo que es la fe. “Todas las cosas por las que
oréis y pidáis, creed que las habéis recibido, y las obten-
dréis”. Quien comprenda esto, sabrá lo que significa orar, y
la oración será una herramienta poderosa en sus manos.
E. Perseverar al pedir
Otro aspecto de la oración que requiere mucha atención es
que debemos perseverar en oración y nunca desmayar. En
Lucas 18:1 se menciona “la necesidad de orar siempre, y no
desmayar”. Ya que algunas oraciones requieren perseveran-
cia, debemos orar hasta que la oración parezca que agota al
Señor y lo obliga a contestar. Esta es otra clase de fe. El Se-
ñor dijo: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe
en la tierra? (v. 8). Esta fe es diferente de la fe que discuti-
mos anteriormente, aunque sin contradecir aquella, ya que
en Marcos 11 se nos dice que debemos orar hasta que ten-
gamos fe, y en Lucas 18 se nos dice que debemos persistir
en nuestra petición, pidiéndole al Señor persistentemente
hasta que Él se vea obligado a contestar nuestra oración. En
este caso, no debemos preocuparnos si se nos hace una
promesa o no; sino que debemos orar hasta que Dios se vea
obligado a contestar.
Muchas oraciones son inconsistentes. Una persona puede
orar por uno o dos días, pero después de tres meses se olvi-
da por completo del asunto; otras piden algo una sola vez y
no lo solicitan por segunda vez, lo cual muestra que no les
importa si reciben o no reciben lo que han pedido. Cuente
usted las veces que ha hecho la misma oración más de dos,
tres, cinco o diez veces. Si usted mismo se olvida de sus pro-
pias oraciones, ¿cómo puede esperar que Dios se acuerde de
ellas? Si usted no tiene interés en cierta petición, ¿cómo
puede esperar que a Dios le interese escucharle? La verdad
es que usted no tiene el deseo de recibir lo que está pidien-
do.
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Una persona orará persistentemente sólo si tiene una ver-
dadera necesidad, y sólo cuando es presionado por circuns-
tancias difíciles. En tales casos, esa persona perseverará por
años y años, y no dejará de orar. Le dirá al Señor: “¡Señor!
No dejaré de orar hasta que me contestes”.
Si usted quiere pedir algo y verdaderamente lo desea, debe
molestar a Dios y pedirle con insistencia hasta que Él le oiga.
Usted tiene que hacerlo hasta que Dios no tenga otra alter-
nativa que contestarle, ya que usted lo ha obligado a actuar.
3. LA PRÁCTICA DE LA ORACIÓN
Todo creyente debiera tener una libreta de oración cada año
para anotar en ella sus oraciones, como si se tratara de un
libro de contabilidad. Cada página debe tener cuatro colum-
nas. En la primera columna se anotará la fecha en que co-
menzó a orar por asuntos específicos; en la segunda, aquello
por lo cual ora; en la tercera, la fecha en que recibió res-
puesta a su oración; y en la cuarta, debe dejar constancia la
manera en que Dios contestó su petición. De esta manera,
usted sabrá cuántas cosas le ha pedido a Dios en un año,
cuántas respuestas ha recibido y cuántas de sus oraciones
todavía no han sido contestadas. Los nuevos creyentes defi-
nitivamente deben tener una libreta de este tipo, aunque
sería bueno que quienes son creyentes desde hace muchos
años también la tuvieran.
La ventaja de anotar toda esta información en un solo cua-
derno es que nos muestra si Dios contesta nuestras oracio-
nes o no, porque en cuanto Dios deja sin contestar una sola
de nuestras oraciones, debe de haber alguna razón para ello.
Es bueno que los creyentes tengan celo al servir al Señor,
pero tal servicio es inútil si sus oraciones no reciben res-
puesta. Si el camino que hay entre el hombre y Dios está
bloqueado, lo mismo sucederá con el camino a las demás
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personas. Si uno no tiene poder ante Dios, tampoco lo ten-
drá ante los hombres; por lo tanto, primero debemos procu-
rar ser hombres poderosos ante Dios antes de que Él nos
pueda usar ante los hombres.
Una vez cierto hermano anotó los nombres de ciento cua-
renta personas y oró pidiendo que fuesen salvas. Algunas
personas fueron registradas en la mañana y esa misma tar-
de fueron salvas.
Después de dieciocho meses, sólo dos de ellas no habían
sido salvas. Este es un excelente ejemplo para nosotros. Es-
peramos que Dios obtenga más hijos que lleven un registro
así de sus oraciones.
Espero que usted anote uno por uno los asuntos por los que
ora, así como los que Dios contesta; cualquier cosa que us-
ted haya anotado en el libro y no haya recibido respuesta,
debe ser presentada ante el Señor con perseverancia. Usted
debe dejar de orar sólo si Dios le da a conocer que lo que
pide no concuerda con Su voluntad. De lo contrario, persista
hasta que reciba respuesta. Usted no puede ser negligente
de ninguna manera. Debe aprender desde el principio a ser
estricto en este asunto y debe ser serio ante Dios. Una vez
que comience su petición, no se detenga hasta que obtenga
la respuesta.
Al usar su cuaderno de oración, note que algunas oraciones
necesitan hacerse de continuo, mientras que otras solamen-
te una vez por semana. Este horario depende del número de
peticiones que tenga anotadas en el libro, ya que
si tiene muy pocas, puede orar por ellas diariamente, pero si
tiene muchas, puede organizarlas de tal modo que ore por
algunas los lunes y por otras los martes y así sucesivamente.
Así como los hombres organizan su agenda de actividades,
también nosotros debemos reservar ciertas horas de nues-
tro tiempo para la oración. Si nuestras oraciones no fueran
específicas, no necesitaríamos un cuaderno de oración, pero
si son específicas si lo necesitamos. Podemos mantener esta
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libreta junto a nuestra Biblia y a nuestro himnario, ya que
debe usarse diariamente. Después de un tiempo, cuente
cuántas oraciones han sido contestadas y cuántas no. Cier-
tamente será de gran bendición orar de una manera especí-
fica de acuerdo con nuestro cuaderno de oración.
La oración que el Señor enseña en Mateo 6, la que se descri-
be en 1 Timoteo 2 y las oraciones en las que se pide luz, vi-
da, gracia y dones para la iglesia, son oraciones que tratan
de temas generales.
No es necesario que las incluyamos en nuestras peticiones
específicas, ya que estas oraciones por asuntos tan impor-
tantes deben realizarse a diario.
Toda oración tiene dos lados: la persona que ora y aquella
por la cual se ora. Muchas veces la persona por la cual se ora
no cambia a menos que la que ora cambie primero. Si la si-
tuación de la persona por la cual oramos persiste, debemos
acudir a Dios y decirle: “Señor, ¿qué cambios debo hacer?
¿Qué pecados no te he confesado? ¿Qué afectos debo dejar?
¿Estoy de verdad aprendiendo la lección de fe? ¿Hay algo
más que debo aprender?”. Si hay algún cambio que nosotros
necesitamos hacer, esto entonces debe ser lo primero que
debemos hacer, porque no podemos esperar que aquellos
por quienes oramos cambien, a menos que nosotros lo ha-
yamos hecho primero.
Cuando un hombre cree en el Señor, debe aprender a orar
fervientemente. Debe aprender bien la lección de la oración
antes de tener un conocimiento profundo de Dios y un futu-
ro fructífero para sí mismo.
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