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El Narcisismo en La Adolescencia - Las Razones de Su Predominio

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El narcisismo en la adolescencia: las

razones de su predominio

Carlos Moguillansky

“Le sujet vit avec lui –c’est vrai– mais


plutôt à côté de lui. ”
Les chaînes d’Éros, A. Green1

El carácter defensivo del narcisismo

La adolescencia es una etapa de la vida signada por la aventura y la


transformación, por la curiosidad y por la ruptura. Esas condiciones
son poco propicias para el ejercicio de una defensa que tiende al cierre
y a la cristalización. Por lo tanto, proponer una definición de narcisis-
mo en la adolescencia es una empresa arriesgada, que amenaza con
sobre simplificar la complejidad de los movimientos adolescentes, de
progreso hacia la salida exogámica y de regreso a posiciones infanti-
les. Esos movimientos se alternan y, en ocasiones, son simultáneos. La
vida adolescente se mantiene en una duplicidad paradójica, donde
conviven actitudes contradictorias, sin aparente conflicto entre sí. Por
ello, no es posible dar con una única visión del narcisismo. Mucho peor
sería caer en su trampa y querer dar una visión totalizadora del mismo;
así que pondré manos a la obra con ideas parciales, que enfoquen el
conflicto entre estar en contacto emocional consigo mismo o bien en
un plano disociado, sin un genuino contacto consigo mismo. El
epígrafe de Green sirve de guía, al señalar con acierto la coexistencia
de estas dos versiones de la subjetividad que son contradictorias entre
1
Green, A. Les chaînes d’Éros.Paris, Odile Jacob, 1997.

Psicoanálisis - Vol. XXXVII - Nº 1 - 2015 - pp. 31-42 31


CARLOS MOGUILLANSKY

sí. La coexistencia de esas situaciones contradictorias rompe con un


mito narcisista, que construye totalidades y distingue planos nítidos en
una subjetividad compleja. El Yo convive con sus contradicciones y
apela a mil subterfugios para establecer una síntesis posible en ese
mare magnum. Finalmente, el narcisismo no es ajeno a la transición en
el ejercicio de un poder –la patria potestad– entre los padres y el joven
adolescente. La misma incluye una propuesta lógica imposible, pues
los padres deben abdicar a un poder, que en verdad ya han perdido, y
el hijo les reclama legitimar un poder que, en verdad, ya ejerce. La
sabiduría de Shakespeare nos auxilia, en la transición de las palabras
de un rey caduco, Ricardo II, quien aún espera que su imperio sea
respetado:

“Estamos asombrados. Hemos esperado todo este tiempo a que


doblases una rodilla respetuosa, pues creíamos ser tu rey legítimo.
Si lo somos, ¿cómo has podido olvidar el homenaje debido a
nuestra presencia? Si no lo somos, muéstranos la mano de Dios que
nos ha desposeído de nuestra lugartenencia, pues sabemos que
ninguna mano de carne y de sangre puede aprehender nuestro
sagrado cetro, a menos que lo profane, lo robe o lo usurpe” (acto III,
escena III) y su renuncia al término de la obra:
“Bolingbroke- ¿Consentís en renunciar a la corona?
Ricardo II- Sí, no; no, sí, pues no debo ser nada; y, sin embargo, no,
no, pues la renuncio en ti. Considera ahora cómo me destruyo a mí
mismo: retiro de mi cabeza este peso abrumador, de mi mano este
cetro incómodo, de mi corazón este orgullo real; lavo el óleo que me
ha consagrado con mis propias lágrimas; entrego mi corona con mis
propias manos; anulo mi poder sagrado con mi propia lengua;
aviento con mi propio hálito todos los juramentos de obediencia;
abjuro toda pompa y toda majestad; abandono mis dominios, mis
rentas, mis bienes; niego mis actos, mis decretos, mis estatutos.
¡Dios perdone todas las violaciones de votos hechos ante mí!...Dios
salve al rey Enrique, dice el desposeído Ricardo” (Acto IV).2

2
Shakespeare, W. Ricardo II.biblioteca.org.ar/libros/71330.pdf.:57.

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EL NARCISISMO EN LA ADOLESCENCIA: LAS RAZONES DE SU PREDOMINIO

¿Qué otra cosa ocurre en el curso de un proceso adolescente? Los


arrestos narcisistas de padres e hijos sólo parcialmente logran encubrir
esta lógica imposible entre quien da lo que no tiene a quien reclama lo
que ya ha obtenido.
En esas condiciones, dos aspectos merecen ser destacados: por un
lado, el narcisismo en su descripción usual, y por el otro lo propio,
aquello que forma parte del sí mismo, esté o no investido como una
parte del Yo. Lo propio permite vislumbrar la familiaridad de una
experiencia, aquella que permite reconocer el camino a la propia casa
en la confusa incertidumbre de las huellas de un bosque. Esa sensación
familiar respecto de lo que le es propio es clave en el proceso
adolescente y acompaña a cada joven en su aventura (Moguillansky,
C. 2001[2009]3, 20074), pues le da un hilo de Ariadna que lo reconecta
con su singularidad. Por ello no creo útil describir totalidades. En la
adolescencia vemos a jóvenes curiosos, abiertos a lo nuevo y disrup-
tivo, dispuestos a ir al fin del mundo si tienen la seguridad del camino
a casa. Esa disponibilidad suele investirse con narcisismo y transfor-
marse en una épica o en un uniformismo grupal, pero no podemos
confundir esa investidura con la totalidad, que muchas veces se
adelanta a ella, pues no hay nada más opuesto al narcisismo que la
apertura y la curiosidad. Parafraseando a Green, diría que en la
adolescencia el narcisismo está en todo, pero no es todo. Creer lo
opuesto impide ver la adolescencia como la edad de mayor apertura a
la diversidad en la vida humana. En ella, la ruptura con la endogamia
necesita una subjetividad más dispuesta a romper totalidades que a
sostenerlas, aunque a veces, para romperlas, se construya transitoria-
mente otra. El narcisismo, por el contrario, construye totalidades y
cierra la experiencia. Por ello, es útil mantener la oposición entre
tendencias a la apertura y al cierre, en cualquier discusión sobre
narcisismo y adolescencia.

3
Moguillansky, C. (2001) El lugar de lo propio (Impropio). Aryan, A.-Moguillansky, C.
Clínica de adolescentes, Bs. As. Teseo, 2009: 389.
4
Moguillansky, C. La invención de la experiencia. Revista Psicoanálisis APDEBA, Vol.
XXIX, 2, 2007:341.

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CARLOS MOGUILLANSKY

En algún caso más serio, la difícil coexistencia del narcisismo con


lo propio produce una severa escisión entre dos aspectos del Yo e
instala entre ellos una intensa lucha política por el control de la
conciencia. En ese caso, el analista siente que está ante dos pacientes,
con dos ideologías de vida distintas: uno, tendiente a la grandiosidad
del sí mismo y el otro, más cercano a una dimensión emocional, ligada
al propio deseo. Lo curioso de la situación es que, en la confusión
reinante en ese momento, cuando el analista le habla a uno, le responde
el otro (Rosenfeld, H.1946-64).5
A cien años de su introducción, sería difícil hoy proponer una
hipótesis sobre el narcisismo que no contemple las razones defensivas
de su ejercicio o de su imposición. Este punto es ya polémico, pues en
general se asocia la idea de narcisismo al egoísmo o a una defensa
individualista; sin embargo, el narcisismo participa en la psicología de
las masas, que está subyacente a todas las formaciones culturales de
la sociedad moderna. Ese último aspecto es decisivo en la evaluación
de su lugar en la vida adolescente, en tanto ella se desarrolla en la vida
grupal. En la adolescencia, la incertidumbre que acompaña a la salida
exogámica es yugulada a través del vínculo social que sujeta al
adolescente a su grupo de pares y, en ocasiones, a una masa descono-
cida. El rol de estas dos formaciones vinculares merece un estudio que
trascienda una descripción psicosocial y que examine el rol de la
pertenencia adhesiva y la filiación simbólica en la adquisición de
actitudes y decisiones adolescentes. De tal modo, un estudio del
narcisismo debe atender a sus formaciones heterogéneas, individuales
y sociales, con distintas funciones defensivas y prestar atención a su
función de suplencia en los fracasos de la filiación simbólica a una
tradición parental. En todo caso, el narcisismo no es el fenómeno
central, pues su función es subsidiaria de la conjunción de otros
factores, frente a los que resulta una constelación defensiva. En la
adolescencia esos factores se agrupan en torno a la libertad y en
especial, al temor a experimentarla como un descontrol, una desorien-

5
Rosenfeld, H. Psychotic States. London, Karnac, 1946-64. Estados psicóticos, Bs. As.
Hormé. 1998.

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tación o un abandono de lo conocido. Ante esos temores, el adolescen-


te se refugia en formaciones narcisistas individuales o en asociaciones
de masa, donde la adhesión, la participación o la pertenencia lo sujetan
a algún conjunto conocido, ante el riesgo de una deriva que le resulta
alarmante.
La presencia habitual de la defensa narcisista en la adolescencia
llevó a algunos autores a ver el narcisismo como una condición
estructural de la misma. Blos describió al narcisismo como una
cualidad de la adolescencia media (Blos, P. 1971)6 y Aryan vio a la
adolescencia como una neurosis narcisista.

“Podemos aplicar estas ideas al estudio del estado mental adoles-


cente y considerarlo…una neurosis narcisista, cuyo padecimiento
central sería una melancolía incipiente” (Aryan, A. 1985:428).7

A su vez, Gutton indicó una perspectiva opuesta:

“la base interactiva de la escena puberal es en efecto una unidad


narcisista (como en la díada madre-bebe) la cual redescubre, re-
actualiza y re-usa el vínculo con la posición de la madre primordial,
‘the good-enough mother’, como si eso fuera el contenedor oficial
de la función alfa (Bion, W. 1962). La reconstrucción del narcisis-
mo después de la injuria producida por lo puberal es un trabajo para
dos partes. La antítesis entre narcisismo y las escenas de lo puberal
es entonces dialéctica, implicando tanto el ataque como el sostén”.
(Traducción mía, Gutton, P. 1998:145).8

Esas ideas, arraigadas en una larga tradición bibliográfica francesa,


fueron lideradas por el trabajo de Kestemberg y Jeammet, donde la
idea de narcisismo –como paso defensivo– se articula con el conflicto
edípico.

6
Blos, P. Psicoanálisis de la adolescencia. México, J. Mortiz, 1971.
7
Aryan. A. La adolescencia: metapsicología y psicopatología. Revista Psicoanálisis
APDEBA Vol. VII, No 3 1985.
8
Gutton, P. The pubertal, its sources and fate. Adolescence and Psychoanalysis. Ibid: 145.

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CARLOS MOGUILLANSKY

Sin embargo, se debe destacar que Blos y Aryan restringen la


extensión de su fórmula. Blos señala que el narcisismo en la adoles-
cencia media es un repliegue regresivo, ante el conflicto defensivo
dominante entre el Superyó y el Yo. A su vez, Aryan dice que hablar
de melancolía incipiente no implica hablar de psicosis.

“La diferencia entre la adolescencia como neurosis narcisista y la


melancolía sería la siguiente: por haber desarrollado su capacidad
de simbolización durante la elaboración de sus ansiedades depre-
sivas, [el adolescente] padece sólo temporariamente regresiones
narcisistas …Es una reactivación narcisista.”(Ibíd., 428).

En último análisis, el narcisismo es visto como una constelación


defensiva aún en aquellos autores que más se han inclinado a ver su
carácter central en la adolescencia. No sin razón, R. Cahn (1994)9
apunta que no se debe confundir lo que surge en la adolescencia con
las ideas de la escuela americana respecto de los cuadros psicóticos y
border-line pues, como bien lo ha establecido Jeammet (1985),10 las
manifestaciones de la triada borderline de Masterson son habituales en
cualquier adolescente normal. La reactivación del narcisismo no tiene
otro significado que el de una apelación defensiva habitual ante la
brusca oscilación de las identificaciones y de las matrices de las
relaciones afectivas, que son sacudidas por el empuje evolutivo. Allí
debemos prestar atención a la paradoja puberal descripta por Gutton
(1994)11 respecto de la simultánea imposibilidad y necesidad del
objeto incestuoso. Ella tiene su deriva loca en la instalación de una
creencia narcisista, que confunde la potencialidad del objeto incestuo-
so con su acceso práctico y suprime la oposición radical entre ambos
(Racamier, P. 1980).12 El narcisismo, en todos esos casos, opera más
desde la enajenación que desde el contacto con uno mismo y hace poca

9
Cahn, R. Para una teoría psicoanalítica de la adolescencia. Bs. As. Revista n/A. Ed. R.
Uribarri. 1994.
10
Jeammet, P. Actualité de l’agir. Nouvelle revue de Psychanalyse No 31. Paris, 1985.
11
Gutton, P. La locura puberal. Revista n/A. Ibíd. Bs. As. 1984.
12
Racamier, P. C. Les schizophrènes. Paris, Payot, 1980.

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gala de un genuino amor a sí mismo. De todos modos, en la adolescen-


cia conviene caminar con cautela y, antes de diagnosticar, preguntar:
¿cuándo estamos ante una genuina enajenación y cuándo ante la
creación mítica de quien al mentirle a otro, cree en su propia mentira?
La remodelación del Superyó puberal modifica sustancialmente la
economía del conflicto psíquico (Jacobson, E. 1964;13 Moguillansky,
C. 1991[200914]). En esas condiciones ocurre una intensificación de la
defensa narcisista, para salvar la brecha evolutiva hasta tanto se
estabilicen las identificaciones secundarias post-edípicas. Se debe
dejar en claro que en ningún momento del desarrollo adolescente
habitual hay una suspensión de la eficacia edípica y que dicho
distribuidor de las identificaciones y las relaciones afectivas mantiene
su vigencia y establece las diferencias de sexo y de las generaciones,
que garantizan el ejercicio de la metáfora y de la ley. El narcisismo
adolescente sólo es una constelación defensiva, más allá de sus
posibles extremos fenoménicos, aun cuando los trastornos de la
autoestima o la presencia de vínculos adictivos, de indudable natura-
leza narcisista, hagan pensar en lo contrario. Sólo una grave ruptura
psicótica autoriza a pensar que el narcisismo se ha instalado como una
alternativa de la ley edípica, pues en todos los casos no psicóticos, más
allá de su gravedad clínica, veremos surgir airoso al conflicto edípico
tras las nubes del narcisismo defensivo.
El adolescente experimenta una gran ansiedad durante el remode-
lamiento de su Superyó. Su desilusión respecto del saber adulto sobre
el sexo conduce a una situación paradójica, que se sostiene a lo largo
de la adolescencia; en ella coexisten dos creencias contrarias y
excluyentes respecto del saber adulto: “los adultos saben todo respecto
del sexo” (y eventualmente no quieren compartir ese saber) y “los
adultos no saben nada del sexo”. Estas dos creencias conviven en
mosaico, lado a lado y sin excluirse ni contradecirse, a partir de una
brecha disociativa que desmiente y anula sus contradicciones. La

13
Jacobson, E. The Self and the object world, N. Y. I U Press, 1964.
14
Moguillansky, C. (1991) Los ideales en la adolescencia .Aryan, A. Moguillansky, C.
Clínica de adolescentes. Bs. As. Teseo, 2009

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desilusión puberal respecto de la omnisciencia parental suele convivir


con la persistente creencia en ella. La convivencia de estas dos
creencias contrarias resulta en una paradoja, cuya ambigüedad suele
expresarse en las confusiones adolescentes, pero aún más, en sus
escisiones donde surgen, lado a lado y sin contradicción aparente,
actitudes pseudo-adultas y manifestaciones infantiles regresivas, típi-
cas de la latencia. El saber del sexo tiene una fuerte relación con la
libertad, pues pone en tela de juicio quién decide y sabe sobre él mismo
y jaquea las garantías que el púber cree tener respecto de su idoneidad
y del ejercicio del sexo; y en segundo lugar, pone en debate cuál es el
margen de libertad del Yo puberal respecto de su determinación
inconsciente.
La ansiedad asociada al remodelamiento del Superyó deriva de la
suspensión temporaria de las garantías superyoicas, ligadas a la
creencia latente en el saber adulto. Esta situación suele resolverse
mediante la defensa narcisista, apelando a una adhesión a un slogan o
a un agrupamiento de masas, que remeda el statu quo ante de la
posición latente previa. La vida de masas, descripta por Freud en 1921,
mantiene su vigencia explicativa y, de hecho, ha sido rebautizada con
diferentes términos clínicos en la adolescencia: uniformismo, vida
grupal, adhesión, pertenencia, etc. Todos ellos apuntan a describir la
adhesión narcisista de un grupo de pares entre sí, apelando al lazo
libidinal común, de identificación con un líder. Esa agrupación ofrece
la adhesión y la pertenencia a una agencia supra individual, lo que
permite sostener una identidad protésica (exo-esquelética) y una vida
grupal para contener la experiencia emocional. El modelo de la tribu
urbana puede dar un adecuado ejemplo de esta condición masiva de la
identidad y del uso de la defensa narcisista como un modo de
pertenencia social. La ventaja primaria de esa defensa reside en la
suplencia superyoica que realiza el ideal de la tribu respecto del
Superyó latente, ya caduco, y del Superyó adulto, aun por advenir. A
este beneficio primario se agregan otros beneficios secundarios,
asociados a la vida institucional de la tribu, que provee lugares y lazos
sociales de agrupación y de contacto libidinal, que mitigan la soledad
y el ansia social del adolescente, ávido de relaciones afectivas y de

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experiencias. El encuadre preformado que se constituye en la biblia


grupal de la tribu ofrece una garantía superyoica que, lejos de poner en
contacto al adolescente con sus emociones y ansiedades, lo instala en
una ideología monotemática y vacía, tan llena de emblemas como
vacía de emocionalidad. La misma condición vale para el analista de
adolescentes, toda vez que se refugie bajo la égida de un encuadre
preformado, no importa cuál sea la cualidad de sus contenidos.
En una línea similar, el grupo adolescente ofrece una dimensión
equivalente, aunque en ese caso, tiene una menor masificación, un
mayor grado de individuación y una mejor diferenciación de las
experiencias personales. Aun así, se advierte la defensa narcisista en
la viscosidad grupal y en los vínculos de adhesión de los miembros al
grupo, por encima de su afán de individuación. Las ventajas defensi-
vas son similares a las observadas en las formaciones de masa, aunque
con una menor intensidad, ya anotada. Esa condición es más relevante
en las formaciones isosexuales, donde el vínculo narcisista es la regla,
pues aún no se ha sublimado ni adsorbido la dimensión homosexual
a la vida social ni al vínculo fraterno o amistoso (Freud, S. 1914).15 El
par en ese caso suele ocupar el rol de un Yo ideal que completa y suple
las carencias narcisistas del Yo adolescente, originando duplas y/o
agrupaciones idealizadas, con un fuerte predominio de suplencia
narcisista (Mantykow, B. 199116). Esas formaciones narcisistas ponen
en jaque la dimensión tópica de la vida grupal y generan una ambigüe-
dad en torno a la intimidad, la clandestinidad y lo compartido. El
adolescente se refugia en la vida grupal y busca asociarse con otros en
la aventura común. En esas condiciones, el ejercicio de la libertad
encuentra un espacio reservado –alejado de la influencia de los
padres– pero abierto a una expansiva vida social – con un escaso grado
de privacidad– en el que las conductas íntimas están en boca de todos
en el grupo. A partir de este momento, se inaugura el discurso privado,
cuyo pronóstico estará determinado en buena medida por el grado de
15
Freud, S. (1914) Introducción del narcisismo. Obras completas, Bs. As. Amorrortu,
1979.
16
Mantykow, B. El amigo íntimo de la adolescencia. Revista Psicoanálisis APDEBA, Vol.
XIII, No 3, 1991.

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CARLOS MOGUILLANSKY

participación del púber en la vida social, pues de hecho, las situaciones


de break-down adolescente descriptas por Laufer, corresponden a
fantasías de anormalidad clandestinas que no han podido ser comparti-
das por la vida grupal y que cursan en una dolorosa y torturada soledad.
Se puede entrever, que tras de estas ventajas primarias de la
defensa, se cierne el temor del joven a la plena expresión de su libertad,
en particular cuando ella adquiere el carácter de impulsividad o
descontrol o dispara el temor al abandono de los objetos conocidos. El
adolescente sigue el carril descripto por Freud en “Pulsiones y sus
destinos” (1915). Cahn apunta:

“El equilibrio entre los dos polos de adentro y afuera es particular-


mente inestable en la adolescencia, debido al imperativo del
Principio del Placer- Displacer” (1998).17

En efecto, él asimila a su propio Yo a aquello que considera que le


es propio e idealiza al conjunto así conformado en una formación de
“placer purificado”. Esta fórmula preside a muchas de sus elecciones
narcisistas, que trascienden al amigo íntimo y se despliegan en el
conjunto del espléndido escenario adolescente. Las súbitas variacio-
nes de apego y odio a personas y objetos dependen de la oscilación
tópica de las mismas a lo largo de la cinta de Moebius del narcisismo
del joven, que decide, momento a momento, qué es idealizado como
él y qué es ajeno a él, y por ello, odiado o desconocido. Esta dimensión
tópica hace recordar al régimen de significación esfinteriana; pues sus
bruscas y caóticas variaciones dependen de en qué lugar de la atribu-
ción narcisista han caído, si en el campo de lo propio o de lo ajeno.

El narcisismo en las formaciones patológicas de la adolescencia

Dejaré de lado los fenómenos narcisistas de las psicosis y aquellos


asociados a la adicción a las drogas, para discutirlos en otra ocasión.

17
Cahn, R.The process of becoming-a-subjectin adolescence. Adolescence and
Psychoanalysis. Ed. Ladame, F. London, Karnac, 1998.

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EL NARCISISMO EN LA ADOLESCENCIA: LAS RAZONES DE SU PREDOMINIO

En esta segunda parte abordaré aquellos fenómenos neuróticos donde


participa en cierto grado un conflicto narcisista. En primer lugar,
destaco los cuadros de severa colusión familiar, que cursan con un
vínculo narcisista entre uno o ambos padres y su hijo. En esa circuns-
tancia, el adolescente suele desarrollar una caracteropatía adulta con
un severo déficit en la subjetivación, con una merma de su vida
emocional y en muchas oportunidades con una severa inhibición
laboral. En un texto anterior consideré a esos cuadros como una
latencia prolongada, para destacar la falla o ausencia del proceso
adolescente (Moguillansky, C. 2012).18
Si bien el trastorno narcisista puede surgir en la edad adulta, la
clínica adolescente ilustra el rol patógeno del vínculo narcisista del
joven con sus padres. En ese caso, es frecuente que se agreguen
fenómenos de mutua entrega, cuya naturaleza suele ser masoquista
(Moguillansky, C. 2013).19 Si la diferenciación puberal encuentra el
obstáculo de un vínculo narcisista parento-filial, se desarrolla una
erotización generalizada. La función alterada del esfínter expresa la
confusión de una relación narcisista que impide arribar a una experien-
cia diferenciada. Las estrategias de poder de cada miembro del vínculo
establecen una artificiosa solución emocional, en la que el vínculo
indiscriminado se torna una conducta sexual polimorfa, llena de
abluciones y anulaciones, actos en dos tiempos y actividades adictivas.
Estas prácticas patológicas tienen su escenario en algún esfínter
privilegiado –la boca, el ano, el genital, los ojos, etc.– y se expresan
conforme a ellos en alguna impulsividad determinada: promiscuidad
sexual, timidez extrema, trastornos alimentarios, dismorfofobias, etc.
Las experiencias de exceso o de culpa ocurren al fallar la ley que
diferencie al vínculo indiscriminado y limite un goce, generalmente
endogámico o parental. La erotización surge donde la ley falló y en su
seno se realizan flujos gozosos, imperiosos y culposos, tiránicos y
esclavos, exaltados y dolorosos. La estrategia maníaca y el control

18
Moguillansky, C. Las instituciones latentes y el debut adolescente.
[email protected]. No 10, 2012.
19
Moguillansky, C. El poder de la debilidad. Revista Psicoanálisis APDEBA. Vol. XXXV,
No. 3. Bs. As. 2013:543.

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CARLOS MOGUILLANSKY

omnipotente –de funciones y de flujos– producen un síndrome impul-


sivo, conforme a la naturaleza escindida de su defensa, y controlan una
experiencia que se presenta gozosa, confusa y exaltada.

Bibliografía
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lisis APDEBA .Vol. VII, No 3. 1985.
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Uribarri. 1994.
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