0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos) 463 vistas479 páginasJose Lezama Lima - El Reino de La Imagen
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EL REINO
DE
LA IMAGEN© de esta edicién
BIBLIOTECA AYACUCHO
y ELOISA LEZAMA LIMA
Apartado Postal 14413
Caracas 101 - Venezuela
Derechos reservados
conforme a la ley
Depésito legal, 1 £ 81.0739
ISBN 84-660-0072-0 (tela)
ISBN 84-660-0071-2 (rtistica)
Disefio / Juan Fresén
Impreso en Venezuela
Printed in VenemelaMUERTE DE NARCISO
(1937)
Dénse teje el tiempo dorado por el Nilo,
envolviendo Jos labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pajaro nevaban.
Era el circulo en nieve que se abria.
Mano era sin sangre la seda que borraba
Ja perfeccién que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.
Vertical desde el mérmol no miraba
Ja frente que se abrfa en loto htimedo.
En chillido sin fin se abria la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¢No se apresura tal vez su fria mirada
sobre la garza real y el frio tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama frfa y lengua alfilercada?
Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvida del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontifice entreabre.
Mascara y rio, grifo de los suefios.
Frio muerto y cabellera desterrada del aire
que la crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.
Ascendiendo en el pecho sdlo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraiia.
3Olvidado papel, fresco agujero al corazén
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire lineas impulsaba,
seca, sonrisas caminando por la nieve,
Ahora Ileyaba el ofdo al caracol, el caracol
enterrando firme oido en la seda del estanque.
Granizados toronjiles y rios de velamen congelados,
aguardan la sefial de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral, sobre el otofio de aguas tan hirvientes.
Décil rubi queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otofio recorre las islas no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.
El rfo en la suma de sus ojos anunciaba
Io que pesa Ja luna en sus espeldss y el aliento que en hilo convertia.
Antorchas como peces, flaco garzén trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos, cardmbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada, pez mirdndome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado:
Jos dedos en inmévil calendario y el hastio en su trono cejijunto.
Lenta se forma ola en la marmérea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan, en veneno
que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.
Como se derrama Ia ausencia en Ia flecha que se ajsla
y como la fresa respira hilando su cristal,
asf el otofio en que su labio muere, asf el granizo
en blando espejo destroza la mirada que le cifie,
que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago
le recorte junto a la fuente que humedece el suefio.
La ausencia, el espejo ya en el cabello que en Ia playa
extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.
Fronda leve vierte Ia ascensién que asume.
éNo es la curva corintia traicién de confitados mirabeles,
que el espejo retine o navega, ciego desterrado?
¢Ya se siente temblar el pdjaro en mano terrenal?
Ya s6lo cae el pajaro, la mano que la cércel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella.
Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no cfrculos que la pulpa abandona sumergida.
Triste recorre —curva cefiida en ceniciento airén—
el espacio que manos desalojan, timbre ausente
4y avivado azafrén, tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas
batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda el frio pico del hirviente cisne.
Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relémpago en sus venas.
Ahogadas cintas mudo el Iabio las ofrece.
Orientales cestillos cuelan agua de luna.
Los més dormidos son los que més se apresuran,
se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios.
Estirado m4rmol como un tfo que recurva o aprisiona
los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma
y allf se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.
Una flecha destaca, una espalda se ausenta.
Relémpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.
Tierra htimeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.
Polvos de luna y htimeda tierra, el perfil desgajado en Ja nube que es espejo.
Frescas las valvas de Ja noche y limite airado de las conchas
en su cércel sin sed se destacan los brazos,
no preguntan corales en estrias de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.
Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran
al impulso de frutos polyorosos o de islas donde acampan
los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.
Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido
en Ja llama fabrica sus rafces y su mansidén de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el rio mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.
Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,
despertando el cleaje en lisas lamaradas y vuelos sosegados,
guiados por la paloma que sin ojos chilla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la stiplica
destilan o més firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.
La nieve que en los sistros no penetran, arguye
en hojas, recta destroza vidrio en el ofdo,
5nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,
huidos Jos donceles en sus ciervos de hastio, en sus bosques rosados.
Convierten si coral y doncel tizo las voces, nieve los caminos,
donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea.
Mas esforaado pino, ya columna de humo tan aguado
que canario es su aguja y surtidor en viento desrizado.
Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frio verde el aire en el espejo sin estrias, racimo de palomas
ocultas en la garganta mverta: hija de Ja flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en Ia ola, nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmérca y dulce plinto no ofeciendo.
Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,
abre un olvido en las islas, espadas y pestafias vienen
a entregar el suefio, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.
Hiimedos labios no en Ia concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada,
busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el ofdo.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurién pulsa en su costado.
Si declama penetra en la mirada y se fruncen las letras en el suefio,
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfin en llamas secas y hojas lMoviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pidenle el costado.
Asi el espejo averigué callado, asi Narciso en pleamar fugé sin alas.ENEMIGO RUMOR
(1941)
AH, QUE TU ESCAPES
Ah, que ti escapes en el instante
en el que ya habjfas alcanzado tu definicién mejor.
Ah, mi amiga, que té no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del batfio,
cuando en una misma agua discursiva
se bafian el inmévil paisaje y los animales més finos:
antflopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre suefios, sin ansias levantar
los més extensos cabellos y el agua mds recordada.
Ab, mi amiga, si en el puro m4rmol de los adioses
hubieras dejado 1a estatua que nos podia acompafiar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
RUEDA EL CIELO
Rueda el cielo —que no concuerde
su intento y el grécil tiempo—
a recorrer la posesién del clavel
sobre la nuca més fria
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo —el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el _rfio—
a decir su imagen clara.Su imagen clara.
Va el cielo a presumir
—los mastines desvelados contra el viento—
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extrafia flor de este cielo,
de esta flor,
unica cdrcel:
corona sin ruido.
SON DIURNO
Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el drgano que se rodea de un fuego
htimedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego respetado.
Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estio
reclinado en la hoja breve y dificil
© en un suefio que Ja memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus Ultimas playas desofdas.
¢Dénde est4 lo que tu mano prevenia
y tu respiracién aconsejaba?
Huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de dificil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de Ja linea errante.
Ya en tus ofdos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de Apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festén de las hojas al nombrarlas
discurso del fuego acariciado.
8UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceiiidos,
giran en mf, en mi balcén se aduermen.
Dominan su extensién, su indefinida
cpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocio, Iamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allf se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extrafia la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelyen pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando,
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
magica, una y despedida.
Un pajaro y otro ya no tiemblan.
SONETOS A LA VIRGEN
I
Defpara, paridora de Dios. Suave
Ia giba del engafiado para-ser
tuvo que aislar el trigo del ave,
el ave de la flor, no ser del querer.
El molino, Defpara, sea el que acabe
Ja malacrianza del ser que es el romper.
Retuércese la sombra, nadie alabe
la fealdad, giba o millén de su poder.
Oye: ti no quictes crear sin ser medida.
Inmévil, dormida y despertada, ofste
espiga y sistro, el éngel que sonaba,
9Ja nieve en el bosque extendida,
Eternided en el costado sentiste
pues dormias la estrella que gritaba.
IL
Mais tes mains (dit Vange & Marie)
sont merveilleusement bénies. Je suis
le jour, je suis la rosée; mais tot,
tu est VArbre,
R. M. Riuxe: Vie de Marie
Sin romper el sello de semejanza,
como en el hueco de la torre nube
se cruza con la bienaventuranza.
Oh fiel y suefio del cristal que pule
su rocfo o el drbol de confianza,
reverso del Descreido pues si sube
su escala es caracol 0 malandanza,
pira gimiendo, palabra que huye.
Para caer de tu corona alzada
los dngeles permanecen o se esconden,
ya que tii ofste a la luz causada
por el cordero que la luz descorre
para ofrecer lo blanco a la nevada,
para extender Ia nieve que recorre.
Til
Cautivo enredo ronda tu costado,
pluma nevada hiriendo la garganta.
Breve trono y su instante destronado
tiemblan al silbo si suave se levanta.
Més que sombra, que infante desvelado,
la armadura del cielo que nos canta
su aria sin sonido, su don deslavazado
maraiia ilusa contra el viento anda.
Lento se cae el paredén del suefio;
dulce costumbre de este incierto paso;
grita y se destruyen sus escalas.
10Ya el viento navega a nuevo vaso
y sombras buscan deseado duefio.
eY si al motir no nos acuden alas?
Iv
Pero si acudirds; allf te veo,
ola tras ola, manto dominado,
que viene a invitarme a lo que creo:
mi Paraiso y tu Verbo, el encarnado.
En ramas de cerezo buen recreo,
0 en cestillos de mimbre gobernado;
en tan despierto transito lo feo
se itd tornando en rostro del Amado.
EI alfiler se bafiard en la rosa,
suefio sera el aroma y su sentido,
hastfo el aire que al jinete mueve.
El arbol bajar4 diccién hermosa,
la muerte dejaré de ser sonido.
Tu sombra hard Ja eternidad més breve.
A SANTA TERESA SACANDO UNOS IDOLILLOS
«por hacerme placer, me vino a dar
el idolillo, el cual hice echar luego en
un rio.
Sata Teresa: Vide
Los idolos de cobre sobre el rio
pusiste en obra del amor Hagado.
Su casta fuera, redoble enamorado
tuetce la mueca de inhumano brio.
Cuando la imagen balbuciente al frio
lastima su fostto, espejo despreciado,
y demonio alado disfraza el poderfo
que es menester para no ser penado.
Navega el fdolo y no se cierra,
flor especial en noche etema crece,
cerca al rocio, angel de la tierra.
11Y asf en enojos al barro se decrece.
Sélo el fuego libera si se encierra
y sin buscar el fuego, palidece.
SAN JUAN DE PATMOS ANTE LA PUERTA LATINA
Su salvacién es marina, su verdad de tierra, de agua y de fuego.
El fuego en Ia ultima prueba total,
pero antes la paz: los engendros de agua y de tierra.
Roma no se rinde con facilidad, ni recibe por el lado del mar:
su prueba es de aceite, el aceite que mastica Ins verdades.
El aceite hirviendo que muerde con dientes de madera,
de blanda madera que se pega al cuerpo, como la noche
al perro, o al ave que cae hacia abajo sin fin.
Roma no se fia y su prueba es de aceite hirviendo,
y sus dientes de madera son Ja madera
mucho tiempo sumergida en el rio, blanda y eterna,
como la carne, como el ave apretada hasta que ya no respira.
San Pablo ganaria a Roma, pero la verdad cs que San Juan de Patmos
ganarfa también a Roma.
Ved su marce, su fuego, su ave.
Los ancianos romanos le cortan la cabellera,
quieren que nunca més Ja forma sea alcanzada,
tampoco el ejemplo de la cabellera y la pleamar de la mafiana.
San Juan est4 fuerte, ha pasado dias en el calabozo
y la oscuridad engrandece su frente y las formas del Crucificado.
Ha gozado tanto en el calabozo como en sus lecciones de Efeso.
El calabozo no es una terrible leccién,
sino la contemplacién de las formas del Crucificado.
EI calabozo y la pérdida de sus cabellos debian de sonarle como un rfo,
pero él, sélo es invadido por la ligereza y la gloria del ave.
Cada vez que un hombre salta como la sal de la Ilama,
cada vez que el aceite hierve para bafiar los cuerpos
de los que quieren ver las nuevas formas del Crucificado ;Gloria!
Ante la Puerta Latina quieren bafiar a San Juan de Patmos,
su bafio no es el del espejo y el pie que se adelanta,
para recoger como en una concha la temperatura del agua.
No es su bafio el del cuerpo remilgado que vacila
entre la tibieza miserable del agua y la fidelidad miserable del espejo.
{Gloria! El agua se ha convertido en un rumor bienaventurado.
No es que San Juan haya vencido el aceite hirviendo:
ese pensamiento no lo asedia, no lo deshonra.
Se ha amigado con el agua, se ha transfundido en Ja amistad omnicomprensiva.
12No hay en su rostto el orgullo levisimo, pero si dice:
Allt donde me amisté con el aceite hirviendo, id y construid una pequefia
Liglesia catélica.
Esa Iglesia es atin hoy, porque se alza sobre el martirio de San Juan:
su prueba la del aceite hirviendo, martirizada su sangre.
Levantad una iglesia donde el martirio encuentre una forma.
Todos Jos martirios, la comunién de los Santos,
todos a una como érgano, como respiracién espesa, como el suefio del ave,
como el érgano alzando y masticando, acompafiando la voz,
el cuerpo divino comido a un tiempo en Ia comunién de los Santos.
El martirio, todos los martirios, alzando una verdad sobrehumana:
el senado consulto no puede declarar sobre Ia divinidad de los dioses.
Sélo el martirio, muchos martirios, prueban como la piedra,
hacia sf, hacia el infierno sin fin.
Los romanos no crefan en la romanidad.
Crefan que combatian sus pequefios dioses, hablando
de la ajena soberbia, y que aquel Dios era el Uno que exclufa,
era el Uno que rechaza la sangre y la substancia de Roma.
La nueva romanidad trataba de apretarse con Roma,
la unidad como un érgano proclamando y alzando.
Pero ellos volvian y decian sobre sus pequefios dioses,
que habia que pasar por la Puerta Latina,
que el senado consulto tenfa que acordar por mayoria
de ridfculos votos que habjan Ilegado nuevos dioses.
Llegaria otra prueba y otra prueba,
pero seguirian reclamando pruebas y otras pruebas.
éQué hay que probar cuando Ilega la noche
y el suefio con su rocfo y el rumor que vuelve y abate,
© un rumor satisfecho escondido en las grutas, después en la mafiana?
En Roma quieren més pruebas de San Juan.
El martirio levantando cada pequefia iglesia catélica,
pero ellos segufan: pruebas, pruebas.
Su ridfcula peticién de pruebas,
pero con mantos sucios y pajios tiznados
esconden sus Ilagas abultadas,
como la espiral del canto del sapo enviada hacia la luna,
pero le ha de salir al paso el frontén de la piedra,
del escudo, del cuchillo errante que busca las gargantas malditas.
San Juan de nuevo esté preso,
y el Monarca en lugar de ocultar el cuadrante y el zodiaco
y las lamparas félicas que ha hecho grabar en las paredes altivas,
hha empezado a decapitar a los senadores romanos,
que Ilenos de un robusto clasicismo han acordado que ya hay dioses nuevos.
San Juan estd de nuevo en el calabozo, serenisimo,
5)aa
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book.envolturas de crujidos lent{simos,
en vuestros mundos de pasién alterada,
quedad como la sombra que al cuerpo
abandonando se entretiene eternamente
entre el rfo y el eco.
Verdes insectos portando sus fanales
se pierden en Ia voraz linterna silenciosa
Cenizas, donceles de rencor apagado,
sus dolorosos silencios, sus errantes
espirales de ceniza y de cieno,
pierden suavemente entregados
en escamas y en frente acariciada.
Aun sin existir el marfil dignifica
el cansancio como los cuadrados negros
de un cielo ligero.
La esbeltez eterna del gamo
suena sus flautas invisibles,
como el insecto de suciedad verdeoro.
El agua con sus piernas escuetas
piensa entre rocas sencillas,
y se abraza con el humo siniestro
que crece sin sonido.
Joven amargo, oh cautelosa,
en tus jardines de humedad conocida
trocado en ciervo el joven
que de noche arrancaba las flores
con sus balanzas para el agua nocturna.
Escarcha envolvente su gemido.
Td, el seductor, airado can
de liviana llama entretejido,
perto de llamas y maldito,
entre rocas nevadas y frentes de desazén
verdinegra, suavemente paseando.
Tocando en lentas gotas dulces
la piel deshecha en remolinos humeantes.
La misma pequefiez de la luz
adivina los més lejanos rostros.
La luz vendré mansa y trenzando
el aire con el agua apenas recordada.
Aun el surtidor sin su espada ligera.
Brevedad de esta luz, delicadeza suma.
En tus palacios de cipulas rodadas,
los jardines y su gravedad de hiimeda orquesta
16respiran con el pulmén de viajeros pintados.
Perdidos en las ciudades marinas
los corceles suspitan acariciadas definiciones,
ciegos portadores de limones y almejas
No es en vuestros cordajes de morados violines
donde Ia noche golpea.
Inadvertidas nubes y el hombre invisible,
jardines lentamente iniciando
el débil ruisefior hilando los carbunclos
de Ja entreabierta siesta
y el parado rfo de la muerte,
‘La mar violeta afiora el nacimiento de los dioses,
ya que nacer es aqui una fiesta innombrable,
un redoble de cortejos y tritones reinando.
La mar inmévil y el aire sin sus aves,
dulce horror el nacimiento de la ciudad
apenas recordada,
Las uvas y el caracol de escritura sombria
contemplan desfilar prisioneros
en sus paseos de limites siniestros,
pintados ¢febos en su Icjano ruido,
ngeles mustios tras sus flautas,
brevemente sonando sus cadenas.
Entrad desnudos en vuestros lechos marméreos.
Vivid y recordad como los viajeros pintados,
ciudades giratorias, liquidos jardines verdinegros,
mar envolvente, violeta, luz aptesada,
delicadeza suma, aire gracioso, ligero,
como los animales de suefio irremplazable,
¢0 acaso como angélico jinete de Ja luz
prefieres habitar el canto desprendido
de la nube increade nadando en el espejo,
o del invisible rostro que mora entre el peine y el lago?
La luz grata,
penetradora de los cuerpos bruftidos,
cristal que el fuego fortalece,
envia sus agtadables sumas de rocfo.
En esos mundos blandos el hombre despereza,
como el rocfo del que parten corceles,
extiende ef jazmin y las nubes bosteza.
Dioses si no ordenan, olvidan,
separan el rocio del verdor mortecino.
7Pero la ultima noche venerable
guardaba al pez artastrado, su agonia
de agujas carmesies,
como marinero de blandas cenizas
y altivez rosada.
Entre tubos de vidro o girasol
disminuye su cielo despedido,
su lengua apuntadora
de canarios y antilopes cifrados,
con dulces marcas y avisado cuello
sus breves conductas redoradas
por colecciones de sedientas fresas,
porcelana o bambi, signo de grulla
relamida, ave llama, gualda,
ave mojada, brevemente mecida.
Jardines de laca limitados
por el cielo que pinta
lo que la mano dulcemente borra.
Noble medida del tiempo acariciado.
En su son durmiente las horas revolaban
y palomas y arenas Jo cubrfan.
Una caricia de ese eterno musgo,
mansas caderas de ese suave oleaje,
el planeta lejano las gobierna
con su aliento de plata acompafiante.
Alzase en el coro Ia voz reclamada.
Trencen las ninfas la muerte y la gracia
que diminuto rocfo al dios se ofrecen.
Dance la luz ocultando su rostro.
Y vuelvan creptisculos y flautas
dividiendo en el aire sus sonrisas.
Infcianse los cimbalos y ahuyentan
oscuros animales de frente Hoviznada;
a la noche mintiendo inexpresiva
groseros animales sentados en la piedra,
robustos candelabros y cuernos
de culpable metal y son huido.
Desterrando agrietado el arco mensajero
la transparencia del sonido muere.
EI verdeoro de las flautas rompe
entretejidos antilopes de nieve corpulenta
y abreviados pasos que a la nube atormentan.
18aa
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book.EL RETRATO OVALADO
Huyé, pero después de la balanza, la esposa se esconde como madre.
Sus falsificaciones, sus venenos son asimilados como almejas.
La esposa quiere ser una concha y pegar suave como el molusco,
pero como un retrato se adelanta y escarbamos en Ja ceniza de la grulla.
Quiere desinflarse por la boca como un molusco y es un retrato, telarafia y un
[ojo que se mueve.
Cuando duerme las réfagas del veneno en el vientre le echan pisos.
La abandonada, en el sitio de Ja madre, descorre las cortinas y tontamente
[sonrfe.
No sabe, él corre despaciosamente las cortinas, la alquimia familiar de su
[veneno.
Pero él tuvo también que envenenar colocando en el sitio de Ja madre.
El marco del retrato mide la casa estancada.
Escarba en la esposa, el pozo abierto se Mena con la tierra que soplé ya
hacia adelante y ahora se adelanta en el humo ovalado.
Las mismas polillas retardadas pesan més que el novisimo cangrejo en su
[galerén.
La vaca se hace més egipcia al comerse su placenta, es delicioso escarbar en
[un plato sucio,
y se le entregan los retratos como la pianola en el naufragio.
El deseoso que huyé paga viendo en Ja esposa la madre ovalada,
pero el que viene de lo oscuro mentiroso puede volver a elaborarlo sentando
[a la esposa en la balanza.
Si no fuese por la flor exterior, que nos mira, donde volcamos las piedras
de nuestras entretelas, lo oscuro serfa un zumbido quizds més suave, pero
[inapresable.
Es un trabajo también sobre la materia que no fija su ultimo deseo.
También el principio formal brota entrafiablemente, pero necesita una materia
[que Mega
a sumergitse con Ja intensidad tonta de un arabesco. El principio formal
[babea.
Los atrevimientos formales son la alfombra de cera en una plancha a que
reci
a la gota de agua, como si fuese una gota de gallo raspeda
por un espadén de piedra frotada. El principo formal babea.
El principio formal
tiene entrafias y escudo?
Su esencia es un embudo;
su forma, el calcafiar.
21Ya dentro, su saludo
escuece el hélito vital.
Cangrejo linajudo
le saca la raya al mar.
El ptincipio formal,
sontfe como cornudo
tapando el lagrimal.
Més acd del bien y el mal,
rajado testarudo
lame el principio formal.
Los atrevimientos formales
no sacan cristal de Ja tierra,
Sus desgaiiites palpebrales
el agua lustral no encierra.
Escoge cfscaras labiales,
la boca muerta cierra.
Es jugo ef aire que se encierra
en las sanguineas espectrales.
Un pichén gordo resbala.
El alambre su cresta enarca,
el pichén dobla la escala
y exhibe su modorra parca
en las lecturas zodiacales,
pavén de atrévetes formales.
EL GUARDIAN INICIA EL COMBATE CIRCULAR
Lo hecho para perseguirse comienza con un maullido. Y la esterilidad de los
vacilantes senadores descorre ese maullido como trasciende la joven cabeza de
tortuga entre la yerba antediluviana. Asf de sus senos, de sus cinturones blan-
duchos, almibarados, fluye una simpatia discreta, como un suspiro entre dos
columnas, como la joven tortuga entre los yerbazales indios, techo movedizo
arafiado por una sierra de carpintero de mano dura y labios suaves, apunta-
Jados por un violin y acabados por una almeja.
No se le despierte confianza ni ponga su mano en el carapacho de una gui-
tarra que barre las baldosas de la lunada circunspecta. Un alambre electrizado,
22en el arco de cfrculo golpeado por un tamborilero asustado, rueda por las hojas
en los dias de Iluvia, cuando la Iuvia pone su gusano sobre las hojas, y las
hojas quicren saltar Ja emoliente cabalgadura del gusano, y no puede. Jamés.
Retrocede y no puede. Icaro, sapo, no y escéndete, vuelve y empieza, no toques
nada, sapo, Icaro. Como la fatalidad que cae con su l4grima en un ostién,
si respiro una flor tiendo a la obesidad, y si no, tiendo a la melancolia.
Un animal prolongado, de hocico felino y brillantez escamosa, inicia su
fuga con cierta elegancia desorbitada. Ha estado en las grutas donde los
peces por los descensos de las mareas se han ido incrustando en los paredones,
y sus ufias de madera raspan despindadamente aquellos cuerpos volcados con
hondura insaciable sobre las piedras, pero donde todavia una espina, un ojo
rebanado guardan una cultura matina con celo y ardor. Durante algunos dias
se esconde en la copa del drbol resinoso, tan molesto ¢ hiriente como la casa
con el esqueleto del pez incrustado en las paredes, y ve un oso hormiguero ya
sin dientes, que por costumbre, pues ha perdido la totalidad de su Util sin
hueso, lanza un soplido malicioso en los agujeros azucarados donde las hormi-
gas, los cundeamores, pedazos de uvas caletas y de madera de cornisa con
polvos de murciélago, son volteados al aire, como el borracho homenajea a la
noche lanzando sus medias en una espiral silbada, y por la mafiana el oso
hormiguero y la media sonrien en su grupo escultérico. La lengua del oso
hormiguero esclavizdndose, penetrando, es tan imponente como la media que
el exceso lanza flematico y solemne.
Pero otro animal, de mrisculos encordados y disparados, se cree el
guardién. Vigila la gruta, y no entra. Mira incesantemente la copa de los
Arboles, y no salta. Despanzurra al oso hormiguero sobre las rocas y despre-
cia los peces imposibles que quieren subirse a los manglares. Con su collar,
su mandibula, vigila los caprichos del otro. En los cristales donde se colum-
pia el halcén del alcohol, saltando de botella en botella, aunque no se le vea,
se le niegue la mirada y el cuerpo desmemoriado afirme secamente que no
hay ningiin vitral que deje pasar la mirada y que si pas y no saludé es que
ha estado pasando inmemorialmente como una banda china, como los pesca-
dores portando resinas alrededor del ndufrago que tiende en el ombligo con-
decoraciones ablandadas y estrellitas de mar. La primera vez, miré sobre-
saltado, contento de sentirse perseguido; la segunda, con indiferencia; la
tercera, con asco.
Mientras que el agénico de tercer dia se mueve persiguiendo una mosca
més pesada que sus brazos, la hija menor de la protestante descorre suave-
mente las cortinas, comprueba el cuerpo endurecido y Ia Jenta espesura de sus
brazos, y sontfe dejando caer el cortinén. Se acoge a la sonrisa y el gesto
donde los oscuros se confunden y donde todo fluye indistinto. Y entre los
animales anteriores comienza una tenebrosa batalla de circulos veloces, entre-
23cruzados por Iluvia y escarcha. O por lentos terrones que hunden un hocico,
precisan un alfiler o fijan con un dedo a la mariposa hasta hacerla sangrar
(sangre de suefio blanco, de ausencia asquerosa y de sanguinolento picadillo
de cresia de gallo),
De pronto, aparece como un mortero vegetativo, formado por Idminas de
troncos de palma, unidas por saliva gorda, formado también por una arena
sucia que forma la arena al frotar la montura del carey. Sin embargo, su
circulo estd formado tan diestramente que sdlo un tornero mostrando su
habilidad sobre troncos podridos podria conquistar una redondez tan conside-
rable, un despacioso abismo hecho a voluntad en el abullonamiento de una
nube nutrida con las cenizas de una grulla liquida, jovial, pero pastosa.
El final esperado del animal que mira y no salta, y el que contempla la
espina dorsal introducida en los terrones solitarios, debiera ser la penetracién
de una pezufia en una entrafia, de un pie golpeando una cabeza recostada en
Jargas velas como almohadas. Pero continéian su desdicha tenebrosa. Marcha
y timbal en repiqueteos escandalosos que abren una larga continuidad de
campanillas. Un remolino que no deja escapar hasta perder a raiz de las
fuentes de Roma. Los maullidos contintian pasando a escape por la Villa
Médicis, un remolino que eleva el circulo de los dos animales, pero que no
prolonga sus brazos indefinidamente ni abre su boca pata comprobar su
adolescencia. Si se mira una espina dorsal o se mira la copa de los érboles,
Ia persecucién es inmemorial y no se introduce una espina en la ceniza de la
grulla pastosa.
No se puede comprobar el animal perseguido como un gato, aunque sus
instintos son gatunos. No se puede comprobar como un gato aunque la
persecucidn no se inicié en un tejado ni el pufio escondia la bola sedosa de un
Jaberinto. Llegaron hasta los limites del bosque, ninguna brigada vislumbra-
ba. El animal que raspa la espina dorsal y el que mira y no salta, se han
constituido en Gran Armada de devoradoras humaredas. No se sienten unas
aguas pausadas, que ruedan, que podrfan separarlos para que cada uno hincara
su destino, El circulo se rompe porque el de la espina puede saltar.
Salta dentro del mortero de vegetales. Cree que ya recabard su innombra-
ble, Su quietud es su salvacién. Y empieza a sentir Ia voluptuosidad htimeda,
Se humedece como ante un espejo carnal. Y espera que el que no puede saltar
gire como un c4ntaro sobre su propia ruptura. Después de todo es un pedazo
de blanduras, no una flor firme y pellizcada. Y ya empieza a lamer las hojas
del tronco de las palmas, como si la saliva y la humedad se comprendieran
desde lejos, como de cerca se aprisionan y disminuyen.
Ah, el que no puede saltar, el que no puede ser bailarfn. El que de noche
estd inutilizado como los labios por la madrugada. Y su ronda es espantosa,
24porque en cada casa que quiere penetrar le brindan cerveza, le escuchan y le
vendan el ojo traicionado que hablé a destiempo y recordé figuras golosas
que se colaban por las axilas como las arenas en Ia digestién asustada del
esturién.
Pero el que no salta penetra, El que no baila recuesta la frente en las dos
manos cruzadas y suelta como una pélvora un vals demorado sobre cada
sospecha. Ah, no bailo en homenaje a la claridad comunicante, pero mi suefio
€s espeso, incomprensible en su apagamiento, en su despedida. El que espera,
el que no puede saltar, suda perplejo.
La Gran Armada vacila y la brigada anterior suefia con refuerzos que
nunca Hegarin. El hocico del animal segundo se hunde frenético en el tronco
vaciado de las palmas. Lleva por la cabeza al animal gnardin de las espinas
hasta el paredén inexorable y lo suena innumerables veces en innumerables
muettes. La boca grande ha triunfado sobre el hocico. El que busca la espina
dorsal es més débil que el que no puede saltar a la copa de los Arboles, peto la
sombra que cubriré lo que tiene que ser mirado para siempre es pavorosa.
EI cuadro ultimo es una desviacién de la Juz que aclara la sombra htimeda de
las I4minas del tronco de las palmas. Asi se forma un grupo tenebroso que
reemplaza al misterio vinoso del cuerpo aislado. La amistad sometida a la
humedad, a la mejor interpretacién del rocio vegetal, quiere crear un nuevo
misterio capaz de nutrir el baile de una nueva figura. La furia del que no
puede saltar, penetrando las laminas hiimedas y alzando en su célera siniestra
el devoto de las grutas espinosas, quiere crear una nueva posibilidad de zozo-
bra. Asoma por encima del mortero una cabeza afilada en una noche cautelosa
de artificios. Después, su cuerpo se pierde en un vacio momentdneo. Pero
otro cuerpo que ha traspasado la resistencia del tronco de la palma penetra
insaciablemente. Aquel centro desmesurado ha servido para formar una nueva
defensa voluptuosa; el cfreulo se ha roto para favorecer la penetracién del
que no pucde saltar, pero puede penetrar la humedad resistiendo en el tronco
de las palmas, el hocico fino, de fiebre escamosa que mira la cultura marina
raspando Ia espina dorsal aplastada en los paredones. Un grufido continta
apuntalando al que no puede saltar. Sorprendedle, se entretiene en hacer
nuevas figuras para que sobre ellas el paredén que se derrumba, como una
aprobacién que aplasta los morteros que vencen al circulo, por una penetra
cién tan r4pida como el fuego pega en pardbola y el halcén cae sobre el toro
penoso en la bodega del barco.
25LA FIJEZA
(1949)
PENSAMIENTOS EN LA HABANA
Porque habito un susurto como un velamen,
una tierra donde el hielo es una reminiscencia,
el fuego no puede izar un péjaro
y quemarlo en una conversacién de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado,
no he de reconocer Ia inttil marcha
de una mascara flotando donde yo no pueda,
donde yo no pueda transportar el picapedrero o el picaporte
a Jos museos donde se empapelan los asesinatos
mientras los visitadores sefialan la ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el Arbol,
decide el sollozo de dos cabellos y exclama:
my soul is not in an ashtray.
Cualquier recuerdo que sea transportado,
recibido como una galantina de los obesos embajadores de antafio,
no nos hard vivir como la silla rota
de la existencia solitatia que anota la marea
y estornuda en otofio.
¥ el tamaiio de una carcajada,
rota por decit que sus recuerdos estén recordados,
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
que queremos soldar
sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos.
26Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
estén ya recordados;
que por nuestras narices no escogita un aire sutil,
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por los que decidieron que el ser
habitase en el hombre,
sin que ninguno de nosotros
dejase caer la saliva de una decisién bailable,
aunque presumimos como los demas hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como suefian humillatnos,
repitiendo dia y noche con el ritmo de la tortuga
que oculta el tiempo en su espaldar:
ustedes no decideron que el ser habitase en el hombre;
vuestro Dios es la luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando en el hombre.
Como quieren humillarnos le decimos
the chief of the tribe descended the staircase.
Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
En esas vitrinas alternan el maniqui con ¢l qucbrantahuesos disecado,
y todo lo que ha pasado por la frente del hastio
del biifalo solitario.
Si no miramos la vitrina, charlan
de nuestra insuficiente desnudez que no vale una estatuilla de Napoles.
Si Ja atravesamos y no rompemos los cristales,
no subrayan con gtacia que nuestro hastfo puede quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de la parabola del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniqufes a todos los puertos
y que hunden en sus badles un chirriar
de vultdridos disecados.
Ellos no quieren saber que trepamos por las raices huimedas del helecho
—donde hay dos hombres frente a una mesa; a Ja derecha, la jarra
y el pan acariciado—,
y que aunque mastiquemos su estilo,
we don’t choose our shoes in a show-window.
EI caballo relincha cuando hay un bulto
que se interpone como un buey de peluche,
que impide que el rfo le pegue en el costado
y se bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adiltera neoyorquina.
El caballo no relincha de noche;
27aa
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book.que no Ilegan a las molduras,
que no esperan como un hacha o una méscara,
sino como el hombre que espera en una casa de hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria,
Vétranger nous demande le gargon maudit.
EI mismo almizclero conocia 1a entrada,
el hilo de tres sectetos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin las botas puestas le abandona su sucfio?
Un sudor fangoso cafa de los fustes
y las columnas se deshacfan en un suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el Iiquido calmo y el aire escogido;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en un monte truncado,
rucdan confundidas por una galanterfa disecada que sorprende
ala bilanderta y al reverso del ojo enmascarado tiritando juntos.
Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos palidos cantando,
porque nuestros recuerdos estén ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador.
Para saber si la cancién es nuestra o de Ia noche,
quicren darnos un hacha claborada en las fuentes de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento,
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida.
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que la primera flauta se bizo de una rama robada.
Nos recorremos
y ya detenidos sefialamos Ia urna y a las palomas
grabadas en el aire escogido.
29Nos recorremos
y la nueva sorpresa nos da los amigos
y el nacimiento de una dialéctica:
mientras dos diedros giran mordisquedndose,
el agua paseando por los canales de los huesos
Neva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tietra que no esté navegada,
donde un alga despierta digiere incansablemente a un pdjaro dormido.
Nos da los amigos que una luz redescubre
y la plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada,
saltaban parejas, contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imén
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi vergiienza, los cuernos de imdn untados de luna fria,
pero el desprecio parfa una cifta
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos,
cuando bicéfalos, mafiosos correctos
golpean con martillos algosos el androide tenorino,
el jefe de la tribu descendié la escalinata.
Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posardé en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltésemos de la urna cineraria,
sabfamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguian con fruicién nuestra propia miseria.
Los pasos huian con las primeras preguntas del suefio.
Pero el perro mordido por luz y por sombra,
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que no logra grabarlo
y de sombra apestosa; Ia luz no lo afina
ni Jo nutre la sombra; y asi muerde
Ja luz y el fruto, la madera y la sombra,
la mansién y el hijo, rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y él toca en el pértico.
Pobre rio bobo que no encuentra salida,
ni las puertas y hojas hinchando su musica.
Escogid, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo nis zapatos en una vitrina,
30Al perderse el contorno en la hoja
el gusano tevisaba oliscén su vieja morada;
al morder las aguas Iegadas al rio definido,
el colibri tocaba las viejas molduras.
El violin de hielo amortajado en la reminiscencia.
El péjaro mosca destrenza una misica y ata una mtisica.
Nuestros bosques no obligan al hombre a perderse,
el bosque es pata nosotros una serafina en la reminiscencia.
Cada hombre desnudo que viene por el rio,
en la corriente o el huevo hialino,
nada en el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El aire escogido es como un hacha
para la came de nuestras maderas,
y el colibri las traspasa.
Mi espalda se irtita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centuridn,
pero yo contintio trabajando la madera,
como una ufia despierta,
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia
EI bosque soplado
desprende el colibri del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es un buey de peluche;
él estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequefio.
EL huésped sopla el caballo y las Muvias también.
El caballo pasa su belfo y su cola por Ja serafina del bosque;
el hombre desnudo entona su propia miseria,
el pdjaro mosca Jo mancha y traspasa.
Mi alma no estd en un cenicero.
CENSURAS FABULOSAS
De prisa, el agua se reabsorbe nerviosamente en el corptisculo; lenta es
como el chapaleo invisible del plomo. Las grietas, las secas protuberancias
son Iamadas a nivel por el paso ballenato del agua. Tapa Tartaros, Bératros
y Profundos, y no se aduerme en su extensién por el zumbido. ¢Quién oye?
€Quién persigue? La misma roca, anterior congeladura —va cociendo en el
recto y decisive corptsculo veloz enviado por la luz, los nuevos cuerpos de
31Ja danza—. El recipiente cruje morosamente, y el tiburén —ancha plata lenta
en el ancho plomo acelerado—, va asomando su sonrisa, su frenesi despacioso
y cabal. Una brizna de cobre veteado queda sobre su cola, un delfin reidor
se balancea en la aleta dorsal. La lenta columna de impulsado plomo horizon-
tal ha cumplido su dictado de obturar Jas deformidades y las noblezas, la
mansa plata y el hierro corrugado. El humo de la evaporacién secretada ha
manotendo en la cacerola rocosa, que ast aflige a la piedra un toque muy breve
del hilo que se ha desprendido de la Energia. Fl tiburén que ha podido res-
pirar en la columna del plomo, igualando el chorro respirado con el color de
su piel, en todos los aiios posteriores se ha mantenido en el agua con el juibilo
musculoso de a estrella frente a la ventana, Guiaba la brisa: testimonio de
cada poro utilizado por el dpalo, el escorpién y Ia abubilla. El cuerpo del tibu-
rén forzaba el coro de rocas que rodeaban su cuello, mientras la luz como
un soplete oxhidrflico pintaba animales y flores en su cara respetable. Apli-
céndose después a lo mfs interior de Ias rocas provocaba la dinastfa y el
destino de las raices que se van desenvolviendo en galerias por donde habia
circulado el perverso flujo del liquido lunar. La roca es el Padre, la luz es el
Hijo. La brisa es el Espiritu Santo.
LA SUSTANCIA ADHERENTE
Si dejésemos nuestros brazos por un bienio dentro del mar se apuntalarfa
la dureza de Ia piel hasta frisar con el mas grande y noble de los animales y
con el monstruo que acude a sopa y a pan. Toscas jabonaduras con tegumento
del equino. Masticar un cangrejo y exhalarlo por la punta de los dedos al
tocar el piano. Calidades que acuden y son rechazadas con lentitud, con desa-
grado y correccién. Con asco celeste. Con celestial desdén por la liviandad y
el cufio errante y peregrino, el brazo sumergido dignifica sus calambres y su
Blanco ausente; soporta el suefio de las mareas primero, y las miserables joyas
que van taladrando su carne hasta quedar bendecidas por un réseo rocfo
doblador, para hacer tal vez con ellas una regién de arenas como ojos, donde
Ja pinza hueca, el pie vergonzoso son transportados con natural ligereza de
aire espesado por luz dura de plata. El brazo sumergido al convertirse en un
aposento de centraciones y burbujas, indécil giba para los resueltos soplones,
se ve rondada por el insecto como punto que vuela; mientras el caracol como
instante punto, frenético pero lentfsimo, se incrusta en aquella porcién, carne
y tierra, batida con maestra artesania por los renovados mimeros del oleaje.
Asi aquel fragmento sumergido, asegurado por la paz probatoria, es devuelto
por eco y reflujo, en misterio sobrehumano, blanqufsimo. Al pasar los afios,
el brazo sumergido no se convierte en drbol marino; por el contrario devuelve
una estatua mayor, de improbable cuerpo tocable, cuerpo semejante para ese
brazo sumergido. Lentisimo como de Ia vida al suefio; como del suefio a la
vida, blanquisimo.
32PIFANOS, EPIFANIA, CABRITOS
Se ponfan claridades oscuras. Hasta entonces la oscuridad habfa sido pereza
diabélica y la claridad insuficiencia contenta de la criatura. Dogmas inaltera-
dos, claras oscuridades que la sangre en chorro y en continuidad resolvia,
como la mariposa acaricia la frente del pastor mientras duerme. Un nacimiento
que estaba antes y después, antes y después de los abismos, como si el naci-
miento de la Virgen fuera anterior a la aparicién de los abismos. Nondum
eram abyssi et ego jam concepta eram. El deleitoso misterio de las fuentes que
no se resolver4 jam4s. El prescindido barro descocido cocido, saltando ya,
fuera de los orfgenes, para la gracia y la sabidurfa. El Libro de la Vida que
comienza por una metéfora y termina por la visién de la Gloria, est4 henchido
todo de Ti. Y tienes el castigo tremendo, Ia decapitacién subitdnea: puedes
borrar del Libro de la Vida. La Vida Eterna, que se enarca desde el hombre
aclarado por la Gracia hasta el drbol nocturno, puede declarar mortal, abatir,
desgajar la centella. Borrado ya, un nombre nuevo que comprende un hombre
nuevo, ocupa aquel lugar, que asi ni siquiera deja la sombra de su oquedad, el
escdndalo de sus cenizas. Tremenda sequia ahora borrada por los cabritos de
contentura familiar, por las chirimfas de vuelcos y colores. Acorralad, trope-
zad, entendeos, més hondo si se est4 dispuesto a nacer, a marchar hacia la
juventud que se va haciendo eterna. Hasta la Megada de Cristo, decia Pascal,
s6lo habia existido la falsa paz; después de Cristo, podemos afiadir, ha existido
Ja verdadera guerra. La de los partidarios, la de los testigos muertos en batalla,
Jos ciento cuarenta y cuatro mil, ofrecidos como primicias a Dios y al Cordero
(Apocalipsis, Cap. 14, Vers. 3 y 4): Cantaban como un cdntico nuevo delante
del trono. Acorralad, tropezad, cabritos; al fin, empezad chirimfas, quedan
solos Dios y el hombre. Tremenda sequia, resolana: voy hacia mi perdén.
PESO DEL SABOR
Sentado dentro de mi boca asisto al paisaje. La gran tuba alba establece
musitaciones, puentes y encadenamientos no espiraloides. En esa tuba, el
papel y el goterén de plomo, van cayendo con lentitud pero sin causalidad.
Aunque si se retira Ia estetilla de la lengua y nos enfrentamos de pronto con
Ja béveda palatina, el papel y la gota de plomo no podrian resistir el terror.
Entonces, el papel y la gota de plomo hacia abajo, son como la tortuga hacia
arriba mas sin ascender. Si retirdsemos la esterilla... Asf el sabor que tiende
a hacer punta, si le arrancésemos la lengua, se multiplicarfa en perennes Ile-
gadas, como si nuestra puerta estuviese asistida de continuo por dogos, limos-
neros chinos, Angeles (la clase de éngeles [amados Tronos que colocan répi-
damente en Dios a las cosas) y crustéceos de cola larga. Al ser rebanada la
esterilla, convirtiendo al vacio en pez preguntén aunque sin ojos, las cuerdas
33vocales reciben el flujo de humedad oscura, comenzando la monodia. Un ban-
dazo oscuro y el eco de las cuerdas vocales, persiguiendo asi la noche a la
noche, el lomo del gato menguante al caballito del diablo, consiguiéndose la
cantidad de albura para que el mensajero pueda atravesar el paredén, La lé-
mina de papel y la gota de plomo van hacia el circulo luminoso del abdomen
que tiende sus hoguetas para recibir al visitante y alejar la agonfa moteada
del tigre lastimero. La pesadumbre de la béveda palatina tritura hasta el aliento,
decidiendo que el rayo luminoso tenga que avanzar entre los estados coloidales
formados por las revoluciones de los sélidos y los liquidos en su primer fasci-
nacién inaugural, cuando los comienzos giran sin poder desprender ain las
edades. Después, las sucesiones mantendrén siempre Ja nostalgia del ejemplar
Unico limitado, pavo real blanco, o bifalo que no ama el fango, pero quedando
para siempre la cercanfa comunicada y alcanzada, como si sélo pudiésemos
caminar sobre Ia esterilla. Sentado dentro de mi boca advierto a la muerte
moviéndose como el abeto inmévil sumerge su guante de hielo en las basuras
del estanque. Una inversa costumbre me habia hecho Ja opuesta maravilla, en
suefios de siesta crefa obligacién consumada —sentado ahora en mi boca con-
templo la oscuridad que rodea al abeto—, que dfa a dia el escriba amaneciese
palmera.
MUERTE DEL TIEMPO
En el vacfo la velocidad no osa compararse, puede acaticiar cl infinito. Ast
el vacfo queda definido ¢ inerte como mundo de la no resistencia. También
el vacio envfa su primer graffa negativa para quedar como el no aire. El aire
que acostumbrabamos sentir ¢ver?: suave como lémina de cristal, duro como
frontén o I4mina de aceto. Sabemos por casi un invisible desperezar del no
existir del vacfo absoluto, no puede haber un infinito desligado de la sustancia
divisible. Gracias a eso podemos vivir y somos tal vez afortunados. Pero
supongamos algunas inverosimilitudes para ganar algunas delicias. Supongamos
el ejército, el cordén de seda, el expreso, el puente, los rieles, el aire que se
constituye en otro rostro tan pronto nos acercamos a la ventanilla. La gravedad
no es la tortuga besando la tictra. El expreso tiene que estar siempre detenido
sobre un puente de ancha base pétrea. Se va impulsando —como la impulsidn
de sonrisa, a risa, a carcajada, de un sefior feudal después de la cena guarni-
da—, hasta decapitar tiernamente, hasta prescindir de los rieles, y por un
exceso de la propia impulsién, deslizarse sobre el cordén de seda. Esa veloci-
dad de progresién infinita soporiada por un cordén de seda de resistencia
infinita, Hoga a nutrirse de sus tangencias que tocan la tierra con un pie, o la
pequeiia caja de aire comprimido situada entre sus pies y la espalda de la tierra
(levedad, angelismos, turrén, alondras). El ejército en reposo tiene que des-
cansar sobre un puente de ancha base pétrea, se va impulsando y llega a caber
oculto detrdés de un alamillo, después en un gusano de espina dorsal surcada
34por un tiempo eléctrico. La velocidad de la progresién reduce Jas tangencias,
si la suponemos infinita, la tangencia es pulverizada: la realidad de la caja de
acero sobre el riel arquetipico, es decir, el cordén de seda, es de pronto dete-
nida, la constante progresién deriva otra sotpresa independiente de esa tan-
gencia temporal, el aire se torna duro como acero, y el expreso no puede
avanzar porque 1a potencia y la resistencia hacense infinitas. No se cae por la
misma intensidad de la caida. Mientras la potencia térnase Ja impulsién ince-
sante, el aire se mineraliza y la caja mévil —sucesiva impulseda—, el cordén
de seda y el aire como acero, no quieren ser reemplazados pot la grulla en un
solo pic. Mejor que sustituir, restituir. ¢A quién?
EL ARCO INVISIBLE DE VINALES
El doncel del mirador me muestra su estalactita,
me la muestra como a todo el que por allf transcutre, alaba.
Su nerviosa curiosidad se rompia cuando mostraba la estalactita,
como si la fuera a regalar. Cuando la acariciamos
con redorada lentitud, rompe para engendrar,
después de haber entregado y dejado acariciar la piedra,
dice: la suya vale diez céntimos.
Ahora éi es como nosotros, se acerca al mirador
y se pierde después, después ya no csté.
El muchacho vendedor de estalactitas, saltamontes,
antes de dormir repasa su castillo de cuello de cristal,
Ja botella lena de cocuyos donde guarda los diez céntimos,
Jos metales antiguos, las vacfas columnas,
que ahora son serpentinas que rodean a los cocuyos,
a los cien cocuyos que tiran sus frentes
contra los vidrios oscuros, desdefiosos de la corrupcidn.
EI paseo de regreso cala sus mascaras
y los faroles cambian sus cascadas,
después que el aguacero se sentd en su trono de diversidad.
Volvié a levantarse, sacudia sus piernas y sus cueros
recobraban la temura paciente de donde salicron.
La luz de artificio abullonando el agua se queda como lagarto blanco.
Demetrio, hermoso de cejas, ciego fue a Egipto,
y el vendedor de estalactitas colocé la botella de cocuyos
debajo de Ia almohada, y ahora el orden y la sucesidn
de aquella tierra de la’ almohada cada vez que recibfa
escapado de la humedad al nuevo descanso,
era como si nos apoysramos en el suefio esa agua de cocuyos.
35aa
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book.para afirmar que la espuma no es lo que sobra
© que la espuma es un suefio 0 metamorfosis innecesaria.
La magia de las monedas no es el mismo tema que Ja fertilidad de las espumas,
ya que yo hablo sdlo de las monedas cosidas en su traje
0 de las que no tienen resonancia al caer en un piso de cera,
Los escudos y los rostros legafiosos de harina, con aretes
de puntas de manf cruzan sus piernas en un telicatio,
© ese juego de lanzar las monedas a la médula de Ia harina
y dejar una olvidada para la gruesa broma pascual.
Con el mefiique en el carrillo el blando diosecillo lanza su bastén de mando.
Coser la moneda y el coral, el sudoroso cordel de las fiebres,
el puntazo limpio y chabacano que Io cosié a una suerte.
Las cubetas lanzadas sobre la carne de coral
y el barquito que galopa sumando sus monedas.
Los pinos —venturosa regién que se prolonga—,
del tamafio del hombre, breves y casuales,
encubren al guerrero bailarin conduciendo Ia Iuna
hasta el cimbalo donde se deshace en caracoles y en nieblas,
gue caen hacia los pinos que mueven sus acechos.
El enano pino y la esbeltez de la marcha, los cimbalos y las hojas,
mueven por el Ilano Ja batalla hasta el alba.
Sus ojos, como un canario que se introduce,
atraviesan la pasta de los olores, remeros del suefio,
y cambiando los pinos por otros guerteros caidos de las hojas
—morada la muerte y el blanco cenizoso de un htimedo reverso—,
recorren sus destrezas y el guerrero que descuelga sus bandejas,
allf donde Ja luna entreabre el valle y cierra el portal.
El guerrero mueve los pinos y toca su acecho;
su ofdo, mano de los presagios, atraviesa los rios,
donde el esbelto esconde su mandato con jicaras
que graban su hastio.
La mezcla de pinos enanos y los guerreros escondidos
detrés de esas hojas que comenzaron halagéndolos con la igualdad de su
[tamaiio,
y el completo valle por donde acecha su piel atigrada.
La innumerable participacién de la brisa
en la cabellera de los pinos enanos y del guerrero
que ondula su piel, impulsa sus recuerdos
a otras batallas dormidas, a otras tendiciones
donde su esbeltez tocaba al hijo de Poro y no de Afrodita.
Estos guerreros escondidos detrds de las hojas elaboran
Ja terraza donde la brisa luna el escarabajo egipcio;
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book.gordezuelo se nutre con rosas de cordero.
Nada por su celda Otro, silfide
se aclama, pretende irse como el humo.
Tercer drgano, también preso, en el suelo
rodéase de los platos que no come.
Tetra infla los carrillos para un nombre,
Ja ronda le oir4 zumbar su reclamado:
Riosotis de Miraflores,
entrambas partes miro o giro.
Lanza, edulcora pildoras malditas
para los crecimientos tenorinos o sietemesinos.
Sdlo por él pregunta con descaro su buche de palo.
Cinco los dedos acarician por el muro
© cinco se van a cuello de guitarra.
Siendo la mariposa evidencia su cuchillo
y el cuchillo regresa azul y anaranjado.
Cambia las casas de Ia playa por sitiadas tortugas,
el buey en la noche azul y anaranjado.
La noche sopla en la noche
y al buey le posa azules lamparones,
y la napolitana mariposa corre por el cuchillo.
Fija la linea del horizonte y ti, Horeb, dilata las fronteras.
La convergencia de los prisioneros en el instante del muro
les alumbra el rostro amistoso y su especial manera fina
del comienzo del solo comenzar la nueva sombria flaccidez.
Después del muro la sutil Ifnea del horizonte.
Lo exterior entre el ser y la cancién. Su paisaje
cuidado por el ojo guardado en cautiverio
tiene al hombre brufiido en el silencio de medianoche del puente Rialto.
Su locura, su goye alguien mi cancién?
hace del ser una guarida y recela lo exterior.
Oye alguien mi cancién? gOye alguien mi cancién?
éQué es lo exterior en el hombre?
gPor qué nace, por qué nace en nosotros el ser?
Cuando Ilegamos a Ia linea del horizonte regresa
la mujer y tocamos.
Los cinco prisioneros dvidos de esa mujer que regresa
de la linea labial de las virgenes mudas.
Las viejas locuras preguntadas,
que lanzaron por la caparazén o el hornillo
los viejos disfraces titulares
vuelven sobre nosotros como el ser, lo exterior y la cancién.
Se contrasta con Ia Ifnea del horizonte la otra
nave silenciosa donde suefia la mujer el suefio
40de Jos cinco prisioneros que su energfa le ofrecen.
Pasea a la sombra del sicomoro y as{ libera las pestafias.
éQué es lo exterior en el hombre?
Uno, va a lo exterior moviendo la cola dialogada,
si el satico de la conversacién te apresa eres mia.
Otro, rodea infinitamente los contornos, su viaje
vuelve a la carne como un mar, el salado
salpica ligeramente a lo que viene como delfin a la redoma.
Tercer dérgano, aisla un sentido, la leccién del sicomoro
la tiembla como el reloj que se quedé abandonado en la vieja casa.
Tetra, busca el secreto terciopelo de la dama que vuelve
de Monferrato a Varadero, que vuelve a su sccreto
que tiene dos sonrisas, que tapa la zarza donde se hunde.
Tito Andrégino, la puerta indiferente deja paso al secreto,
no a la forma de lo exterior, temblando y no diverso.
Cinco, detiene el método donde Ia semilla asciende
hasta el espiritu devuelto después de peligrosa interrupcidn.
Tetra, vuelve otra vez a ensefiar el retrato, su distincién
—tla sortija donde guarda las méximas cinicas—, con feos caprichos.
La copia de los Dioscuros hacia el flujo final se precipita,
nadador la gruta de alciones y anémonas resguarda
de la corriente en su contorno, su Ifmite
endurece en la proporcién del coral frente a Cronos.
Recorren los cinco prisioneros
el cuerpo resguardado en Ia linea del horizonte.
La concha del natural rocfo dilata las fronteras.
Ahora lo exterior en la mujer se va a su sombra.
Sus paseos por la orilla displicente coincidieron con la avidez
de los cinco prisioneros, después de saltar el muro
que un relémpago Ievaba al camino de las playas,
La incesante caricia de Ja serpiente de mil manos
cerré el ovillo de donde salta Puck, su ligereza
no encuentra la salida y danza sobre las flores.
Estoy descalzo y cierro bien la sala. Los cerrojos
impiden que la llama del promontorio penetre por mi suefio.
Ese fuego calienta la placa de cobre que se esquina
en Ia sala donde descalzo apuntalo los cerrojos.
De noche, Puck al piano y Euforidn se precipita
en el barranco con los puercos.
Barre la copa de aguardiente cayendo sobre el cobre
el humo espesamente salido a la topera.
Se recomienda dos cuartillos de aguardiente cayendo sobre el cobre.
Otra, con una tira de papel encendido penetra los cerrojos.
El germen cobra una plaza entre la hoguera y los pasos del jaguar.
41Espera y alguien lo recibe con fijeza.
La corteza del sabeo vuelve encubierta
a repetir la fuga del cortejo, las manos en Ja onda.
Oh rufién de los estilos, més alld del saltamontes y el pisapapeles.
Té quisicras huir en los afiicos del Dioscuro en la plazoleta,
el estirado tergiversador precisé tu cotrida inoportuna, Ia que destruye.
Oh rufién de las empresas, Ja luz lo encubria y el antifaz
sobre el rostro del inmévil vigila la tortuga sitiada.
Brisas del este, caminad graciosamente, como el gusano por el desierto,
y Ilenad el vestido que sdlo tocaba mientras se hacfa el exterior remolino.
Primigenio, resuelve no tocar la danza aparecida
para el cuerpo y la flauta, indeciso
entre el reto del cuerpo y la lenta historia de un desenvolvimiento
preludiado por Ja flauta.
Otro, lanza irascible su jabali de traspaso,
sediento de transparencias el agua lo oscurece.
Tercer drgano, teconoce lo que nadie le envia,
si ser la cesta de serpientes en los vitrales atravesados por el rayo de luz.
Tetra, precisa lo desprendido, soplindolo en una innominada aventura,
regtesa como etrusco y lentamente se reconocen;
la voz penetré hasta grabarse en la placa de cobri
En los resguardos de un invierno fiambre,
cuando vuelven los pafios a cefiir o a sobrar
y nos cae que alguien més allf puede caber,
como animal pequefio de dulzura mecida
© como sobrante monstruo que sopla la corneta.
Cuando esparcimos pata recordar el tocadiscos
y queda su aguja bajando a una pasta chirriosa.
¥ su cordaje de pelo vinagroso se hace una aguja
que le afina la voz de pequeiio hocico,
la que pesa como una agujeta que ya no vuelve a pasar.
Van Hegando para acaticiar el nuevo tocadiscos.
Todavia no empiecen, hay que guardar el anillo en el pafivelo.
Ya pueden, hace tres dfas que Ilegé en el Queen Elizabeth
el disco de Prokofiev. Ya pueden
empezar, el tocadiscos luce frfo
y la aguja lanza una chispa que es una gota fria.
La gota fria esté en mi cara al empezar.
Alguien me mira fijo y me avergiienzo.
Vuelvo a mirar, me est4 mirando, desespero.
Todos, lo creo, me estén mirando, me disuelvo.
Mi aguja fefa los ha tocado en una pasta.
Chilla por lento y frio en raspa arena
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book.La dignidad de la moneda de Ia joven corintia
y los palurdos buscando chinches de acordeén,
pues el carbén que se teje, bate en flanco,
y el acantilado muge en el ropero de la mugrienta.
La doncella es la papisa, el caracol y el alcalde,
los copetines del recaudador del oeste;
mi grito descifrado requiebra el hacha de Ja doncella,
pero mejor, el toronjero y la nueva estacién de estalactitas.
No es un pie remedando las columnas cogidas por el talén,
ni la bolsa del cartero, santoral de inctefbles nacimientos,
ni la paloma traza las iniciales de a afiligranada ciudadanta.
ni el abejorto retrata la abeja de la vieja.
Como los lefiadores no Ievan su hacha al juramento,
ni el capitan habla dormido, papirotando,
asi los versos garapifiados y garafiones,
anuncian la lluvia, el tocoloro, el abuso y compadre.
Tendré que ser la abeja de la vieja, dice Hermes;
ya que no puede ser la vieja de la abeja, dice Euforin.
La abeja se posa entre el pamelén y la micl,
entre la dulce boberfa y la boberia seca y funeral.
El canon en el mortero te mancha la nariz, Ja seccién
durea se presenta como el estofado de una Baviera
de juguete. El ojo no tiene por qué parecerse al sol.
iJehové del sargazo un cometa para esas bravuconerias!
Al lastimar el albafil, Ia amarilla frente del tapir,
recibe el disparo que le hace una corza de Rio
Grande del Sur. Es gracia del aio, que el attificio
mezcle las lunas, los collares y las gamuzas del Jefe.
No hay por qué Ilevarse los tizones en el rapto.
Dfas antes, las gatunas medidas de las ventanas.
Dos dias antes, las lunadas, frias herraduras del caballo
que nos regalé Furgan, el hijo del hullero inglés.
Reaparecia por el pueblo con Ia gracia y el suefio.
Con la gracia, relieve del sueio.
Y con el suefio, fortaleza de una gracia aumentada
por los astros que duermen y las playas despiertas.
45Para llegar a Montego Bay,
el oscuro furor adolescente escondia sus flechas,
y no el retiramiento de participar en la ausencia,
sino el aposentarse en el escarbar y el agujero.
El odio a fingir el encetado, ocultando con el pafiuelo
el rey de espadas, y Ia matmérea, obligada cerrazén
del cimbalén de las carcajadas lanzadas al asalto.
Y no el traspaso de la agujeta cenital, sino el manteo
de ir recubriendo el ciruelo con Ja otra carne lunar,
cuando vamos reclamando el hueso del almendro,
el ramaje que nos indica la aleluya de Ia flor,
si no la miel avanzando por el secreto de los pistilos
y cristalizando enterrones para el goce en la glorieta
de las montanas azules, que voltejean al viajero,
y en el despertar de un nimero lo entreabren
en las risotadas o en los sicte rfos tirados
por una pareja de bueyes.
Las piscinas donde se sumergen los herederos de coral,
los herederos ingleses que han sonrefdo en Jas excavaciones egipcias,
francen el rizo, disecdndolo, de la decadencia capitalista.
En el anuncio de un cigarrillo se hacen tantas pruebas
como en el inicio de un funeral minoano.
¥ las abreviaturas de los espejos siracusanos, cortados
por el obturador de un rabo de ardillas,
agrandan sus venerables pirpados de tucén,
para Hegar 2 Montego Bay
EI negro pastor que sacaba las monedas cabeceantes de un chaleco mozartiano,
porterfa de los bolsillos marsupiales del chaleco,
abria los flaccidos brazos, como un centurién, en la piscina,
necesitando después para plegarse Ia sintesis de las sales odorantes.
Los densos murciélagos de la bahfa jamaiquina,
al despojarse de los reflejos de la piscina de los mirtos,
penetraban en los trazos cuneiformes del interior de un tronco de palma.
De Ia boca del negro gigante salfa un ferrocarril de mamey,
sus carnes Iloraban mecidas por la guitarrita del tembleque,
dejandonos el disfraz de un bien Ievado susto,
en le piscina de la Montego Bay.
Como Ia abierta canana de Jos soldados ebrios,
el negro pastor palidecfa Ja ablandada mitad de su chaleco,
ante Ia piscina tizada pot el triple salto de la piedra heraclea de los griegos.
Su chaleco como un endurecido ajustador de liquenes,
mostraba su divertida coqueteria andrégina en la Montego Bay.
46No en Ia infernal glorieta donde los murciélagos penetran pot los troncos,
sino en la marcha de las hojarascosas nubes del otofio, expulsadas
por the fire of the florest. El refinamiento del bosque
de cocoteros iguala a la franja naranja de la cacatia austriaca,
pues una esbeltez que parecia no traspasable se multiplica
como las quemantes naves de los aqueos delante de Ia frivolidad de Hién.
E| refinamiento del bosque de cocoteros Janza semillas
mascadas y ensalivadas sobre la estilizacién de los anuncios
de las marcas de cigarrillos en la Montego Bay.
La carnalidad obsequiosa del césped se tullia
para esperar un creptisculo de musicados entreactos.
El flamboyant como la albina sefiorita jirafa,
estiraba su tronco hasta el cristal confitado de la flauta.
Y una pequefia copa toja de sombrero tunecino,
dominaba con su adelgazado fuego al negro preguntén,
enredado mansamente en el disfraz de correo de her majesty.
Un pelotén de burritos y un rolls condecorado
se estiraban frente al sargento de tréfico con prismaticos de almirante.
Pero como en los elementos sacerdotales de la fisica jdnica,
the fire of the forest era sustituido por el laughing falls,
y las carcajadas de las siete aguas confluyentes,
borrada la agujeta intitil del fuego encorsetado,
antes de Iegar a la Montego Bay.
El bosque de cocoteros y el adelgazamiento no sombroso
del juego de la floresta, ondulan las espigas de la sesquipedalia:
el pescado largo esta bajo las leyes del magnetismo.
Las palmas caminaban en el Eros distante, pues la lejania
avivaba Ja irritada piel de Ja distancia, entre nosotros cada palma
lanza el voluptuoso contrapunto de su dmbito, y asi la mirada
reconece su carnalidad en el palpo de Ja coraza de la noche.
El bosque de cocoteros obliga al crecimiento del vegetal,
persiguiendo una chispa o Ia estrella caida en el cartucho
del carbén del estanciero. El flamhoyent tiene que alzar
el tachonazo bengali de su copa, para que el cerco de cocoteros
no casque el stbito coral de lo entrevisto claveteado.
La copulativa bahia donde Megan los espesos y el tuétano
de rétula de negros cabritos, invade con el sopor de su sombra
el bosque de cocoteros, apretdndolo por Ia cintura de su médula.
Aquel adelgazamiento petsiguicndo a 1a saltante chispa,
sdlo es penetrable por el caldo sombroso de su anchurosa base.
La laminacién cruje y se corrompe por la espesada evaporacién
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book.Cuidar una hoja bien vale el culto de rechazar
el fuego hasta los confines, bien vale amamantar
los delfines con yuelcos y abrillantados yerbajos,
y alzar en su pontifical lomo las consagraciones humosas.
Los domeiios y las pertenencias me obligaban a fruncir
Ia herrumbrosa sangre, y el paisaje alfilereando
en otro insecto de peluche con luna, pues su veloz laminado
no era para el cayado barbando en la nieve.
Llegaba con la sangre cuando rompe los dos circulos,
la mayor y el menor inagotables furiosos, pero la bocaza
del misterio de nuestra sangre volviendo después de haber ahincado,
después que nuestra sangre penetré por Ja ajena bahia y los dos brazos de mar.
La preguntada espuma saliva sus fabricas de sal.
Si penetramos de espalda el concilio de la matea,
retrocede el rencor de la sangre por las dos compuertas,
pues el misterio indual acoge y ciega la enemistad permitida.
El mar no se dispara al secuestro del tonel,
pues la sangre espermética se desenred6 en otro cuerpo,
abandonando el inttil misterio tirando de los arboles,
y las preguntas, como orugss, tapiado laberinto de las hojas.
Lo que fue rapto, ahora se acostumbra a Ja siesta en las arenas,
y los peces recuestan alfabetos y los somnolientos instrumentos devorados.
El manglar protegiendo musicado los anchurosos vientres,
protegia a la sombra que penetra los cuerpos sin varén.
En la Montego Bay, el detestable tumulto de los hombros,
para abrirse en un drbol donde se descolgaba el nuevo doncel,
trafa el horror del primer genio, que igualaba al hombre
con el érbol, manteniendo a la estirpe en el tedio del pedernal.
La tribu misteriosa, anterior al primer testimonio escrito,
volvia a los amputadores caballos de los escitas,
y no al relémpago raptor de los reyes etruscos.
La cariciosa doma y el traspaso de la sombra del érbol Jes bastaban.
Era el lenguaje de la tribu escapada de lo escrito,
donde la mévil sombra era la fija sombra arbérea.
La planta del pie tcnfa nocturnas raicillas,
la palma de la mano escondfa estrellas descifradas y respirantes.
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book.HIMNO PARA LA LUZ NUESTRA
De la inteligencia de la misa
a los placeres de la mesa,
el rayo vital no cesa
de engrandecerse con la vista.
Aunque el ofdo me da la fe,
Ja visién como un mastin rastrea
Jo que el Arcéngel flamea
en el punto donde no sc ve.
Hay un perro que escarba quieto
el pozo donde el mendigo destella
la paloma, su buche secreto
rueda la mano de una estrella.
La miisica divide las hojas,
el otofio condecora al organillero.
De pronto, el hormiguero
sonrie, para que escojas.
La encina se encinta de penas,
los ecos en el bisonte y su mugido.
Las fiestas del sin sentido
estallan el acordedén, cruz en la arena.
No arafio una piel blandida
por el humo de escala secreta.
La piel quiere ser recortida
por un humo y por una lanceta.
Apolo disuelto como un terrén,
ante la luz de dificil ombligo.
Huera metamorfosis del lirén,
Venus, en su otofio enemigo.
El joven luz, Apolo justo,
separa Ia hoja de la playa
de la tortuga que no raya
la meta del tiempo. Qué buen gusto,
magnffico paladar que se apoya
en la hoja que va a su desgeire.
Plumén y cierzo Don Aire
peina al revés la corriente que ignora.
51El mercado dice la primera ley,
que la lluvia divida y escape.
Allf también el loco maguey,
ojo del diablo en su sarape.
El chillido del loro viejo
y el nacimiento de la alondra.
El mejor curador de pellejo
y el que wuela sobre una alfombra.
Diamante de los ciervos de antafio,
oculto su desliz en el espejo.
Cucafia del arbol aiiejo,
en la costumbre del espejo me arafio.
Pero Ja luz descubriendo su rostro
y el agua consagrando su cstatua.
Las cenizas que afloran al agua
reavivan al centenario Cagliostro.
Hay un cielo que no crepita,
cuando concurre a la siesta
en guirnaldas. Abre la espita,
acolcha la toronja su ascua.
Redondo amarillo que irisa,
fiesta del oro que estalla.
En el entreacto, la repisa
disefia el mantel tempestuoso.
No voy al oro final del bosque,
no escucho el trueque de guedejas.
Cierren el conciliébulo del preboste,
encadenen al puerto de Ostia.
Oculten la sortija del pez retornante,
destruyan el filtro que estafia
los extremos. Alejen Ia guardia
del infante a la casona del este.
El dios mayor, armado todo
de metal, de Iluvia y de semilla,
hasta que la insolencia de las estaciones
rompié en risa la luz temprana.
52Si en cl metal no toca la despierta;
si Ja cantante no extiende el mantel
para las Iluvias; si la semilla
no es raptada por la manta profunda,
va una espuela a su herrumbre mortecina;
va la lluvia como Ianto a la grupa
del caballo de circo, y la semilla
se deshace en el caifio azucarado.
El halo canénigo de Ja trucha
Here 1a uve-del poniente;
Diga la Iuz que nos escucha
la compafifa del astro sonriente.
Ya que el espejo de Apolo no interpreta
el que servia a la luz, trayecto
en luna, desdefiando el metal que reta
al rayo, a su ceguera fue devuelto.
Amargo fue, su ondulacién extrafia,
medir la luz en su balanza,
ser y ser lo que no se alcanza,
resplandocer y ser huraiia
El murciélago que labia el fuego,
desdefioso humeé en su gruta,
borraba del poliedro de la fruta
Ja oscura pulpa que nos ruega,
EI secreto del castigado desdobla
el mando: sopla la boca
sobre la tierra cocida del batbero,
que desgarré las presunciones de la tiara,
ocultar las arrugas del armado
infiel, pémpano de Jas napeas,
cuyo traspiés al ritmo del Apolo,
Mistimes son del oido mal juntado.
Orficas se consagraron las dos lunas,
tocar y la dorada muerte del jabato,
cuando busca en los muslos la ciega orilla,
cuando Ja primera noche esparcen los colmillos.
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book.La helada sonrisa de la Emperatriz rota
por Jos palillos de las sflfides, pellizcando
las atenas del juicioso cojitranco.
El mensajero cabezoncillo trata de nuevo de asir el sonido,
en su Ilegada las podridas abejas son las silfides
y la cuarta parte del cielo bisbisea.
La cara de cada uno de los gnomos en un pentdculo o moneda,
corren como lagartijas por la afilada nieve, y ya blancos,
en la blancura se disfrazan y rompen con mas ardor la grieta.
Sus arremolinadas fugas, que tosen en Ja punta de un color,
dejan sin apartarse de su reciente somnolencia los primeros tres avimeros.
Al girar los gnomos entre la malhumorada torte y los entreabiertos carbunclos,
tienen que saltar de un niimero a la cabeza de un animal en la gracia.
El cuatro y la cabeza de Aries se entrecruzan y rezuman,
tienen Ia espesura de la noche musicada que rueda por la memoria muscular.
El cuatro se apresura a su Hades como un tonto desprendimiento,
los cabezazos de Aries tienen un ascenso estelar,
pues la distancia tiene que engendrar su propio rostro,
y un descenso por la acordonada sangre de los Arboles,
donde al final conversamos con la pérdida de 1a destreza en Radamanto.
Viejos los gnomos, reemplazados por Ia Sota, comienzan
a refrse de sus traspiés, de Ia ingenuidad de Ia Ley y el Nombre
El Mensajero como una esponja agrieta las Sucesiones,
y suelta sobre el Nombre el ligero cometa de lo ocultado.
La Sota planifica quedamente los cuatro tamborcillos de Ja tierra,
y decadente intenta reconstruir la ley y el drbol del nombre.
Desaparecida la arena de Jo blanco, en la blancura, el Resultado
irreconciliable con la primera noche en los bastiones.
EI bastén del signo por debajo del agua y la armadura,
para ver y ocultar despiden reflejos y chispas que alejan
Ja manta del tején, o la cabeza de Aries en los cuatro menguantes.
La rapidez de Ja chispa de la andariega armadura,
hace ver el signo entre dos cuerpos y la piirpura fiel de los coperos.
Las varas y los duendes hablan, pero Ja armadura
sélo afiade sombra, y no traspasan con el aliento
los cristales de cuarzo. Asi hablan.
El sonido de la voz alcanza su arco con el sonido
que no se intenta asir, con la misma indiferencia del mensajero
que limpia su hebilla con aceite de nucz.
Llegaban anticipados y querfan ofr lo que no se dice,
su cimbreante arrogancia los llevaba a ponerse ellos
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book.ePuede Megar Ia resurreccidn en la conjugacién del verbo,
© el cfrculo de imén puede decapitar a la elipse?
Sin el reloj cognoscible de Ja torre negra no podria existir la tentacién.
Si el cayado no fuese una serpiente seca, no podrfa
intervenir en el cfrculo copulativo de las dos serpientes.
La posesién quiere penetrar por Ia balanza de Ia justicia apolinea,
hay la manera de poseer del duende y la del trasgo:
quemar en el lunar de un solo punto o la musicada
extensién de los pasos del lince recorriendo la sangre;
Ja posesién por el fuego y la posesién por el agua.
Y Ia otra posesién: ¢leer es poseer el libro de la vida,
donde tiene que leerse nuestro nombre, y ya no somos posetdos?
Es visible el miedo ante la mirada, pero es invisible
el miedo cuando somos mirados; Io que se nos escapa
y nuestro jineteo hasta la orilla del mar, donde el duende
eleva Ja pira funeral para unir los dos reflejos
del sabeo y del adridtico, el entrafable y el pulimentado.
La unién del fgneo posesién de la mirada y la ocupacién del trasgo,
en la balanza apolinea eliminan el brazo de codo torcido,
el diablo, el diablo como hongo de cuarzo transparente;
como maniqui que hace de pelele y de ventrilocuo;
el diablo de sobremesa cuando recuenta las aljabas verbales,
y las va sorbiendo en Ia falsa sucesién y la espada robada,
como enano loco que chilla cuando alguien quiere reconocer
a su amo. El no quiere reconocer, ocupar o poseer,
sigue jugando a los dados delante de la estatua
de Hércules Buraico, pero ya sin misterio.
El es el espfritu mediador, el que se entrega podrido,
en las operaciones monstruosas de la noche, a los duendes o a los trasgos.
El diablo escamotea el pentéculo con el Resultado.
Los dos ejércitos, como Ia indistincién de Ja torre y de la noche,
usan capa larga y se tapan la cabeza,
y justifican que el linternero quiere cobrar sus servicios.
E! papalotero, cuando no se precisaba si el Mensajero subfa la torre,
cobraba los emblemas de su poderio, el camello que rompe
los vitrales dejando el cangrejo negro de su corcova.
Vienen a reclamar y las tapas no se ciertan, contempla
al caballo mascando hojas con grillos, y la hoja
viene al circulo, entonces los vasos comunicantes,
las groseras colchas de los trasgos espesandose.
Los dos vasos comunicantes, ya no hay regreso.
La hoja escapada de Ia rumia va al circulo,
59:donde Ios grillos raspan de nuevo del quelonio la armonia.
EI disefio de la rumia favorece la elipse de la venatoria
del dios Pan, es entonces cuando la hoja
se escapa hacia los vasos comunicantes, no al cfrculo.
El perro conversador y Ia serpiente como flecha,
nos obligan a cerrar los ojos: entonces surge la inocentada de los nifios
[inocentes.
El bufén acuesta su rostro en la huella de los cascos,
oculta en su capa y lo deposita cerca del cocodrilo.
El cubo negro, carrozas y el desierto, los sacerdotes
giradores y los aulladores. El girador acude a la mesa
del café de los enmascaradores en estio y por las Iluvias.
Los sacerdotes giradores siguen los doce planetas,
y los aulladores conversan con el petro en el billar.
¢Podemos asir el sonido de! marfil cuando los tres juegos
distinguen las tres lunas? ¢La cafia y el marfil
se unen por el golpe en el desierto? Espero.
Los giradores van rotando sus mesas, y los aulladores
extraen la espina del bambit del golpe en el marfil.
Hay un ritmo también en el bolsén del cuello de Ja iguana,
Ja penetracién del agua y su golpeteo por el junco numerado.
Los aulladores estén allf, para percibir el cuello
de Ja iguana cuando se transfigura en lo semejante.
Los monstruos somnolientos tropiezan en la sala de las rejas,
los disfraces, imanes, jfcaras y semicfrculos,
se enroscan como pellejos viejos al caldero,
y los dias de cosecha se transparentan traspasados
por el cuarto de luna sin lenguaje.
Los trasgos, como Buridin, entre dos lagos, se esconden
en las esponjas, que pisadas chirrian el sonido
que se extingue al asimiento de la hijastra.
Endurecida la musical esponja se rompe
en el Grgano ecuestre del confesonario.
EI rezongado Jago del mamut creciendo,
alborota las entrecortadas silabas de la esponja.
La escamosa sala y el audible lago,
preparan los andamios y los polvorosos floripondios,
que van a ser fumados por los trirremes del mural.
Las ahumadas escaleras coinciden con la demagogia del entronque,
donde las sillas romanas esparcen blandamente el calendario.
‘Trepa por Ia gotera y por la escala, ya en el centro del armonio,
liga las cuerdas rescias al conjuro, cuando asciende
el ahorcadito relame el horéscopo’ bufén.
60AGUJA DE DIVERSOS
I
Fl Emperador y el sobrino estén dispuestos a saltar
sobre los marfiles del oculto Belerofonte.
Andan despaciosos por los bordes de Ia taza,
sus conversaciones lavadas en arroz
y sus apartes en las columnas
orinan suaves la calva del romano.
Il
--+Pues el Decteto tiene que fijarlo asi:
que los cerdos no brinquen por las calles,
No por los ojos del hombre,
que saben trocarlos en un citco neblinoso,
mirando hacia el rebrote claroscuro.
Pero los caballos brincan al ver al cerdo,
sus ojos cinturonean su sangre,
que quiere exclamar granada y granaz6n.
¥ el susto de un caballo le revienta el bajo vientre,
y el hombre ha hecho de su terror un soplo,
que mancilla sus cueros y que sélo dobla
sus instantes, pero lo dilata y exhala.
I
Cuando hiende, corto de risas en nosotros,
Ja ligereza en sus tocados golpes, vuelve
en su nombre de soplo a remover
despierto un suefio que desdice y no nos toca,
pero llega hasta alli, donde también nosotros
pasedbamos, y, nube, él también por alli.
Oscura coincidencia que tiene el precioso sueio
de penetrar en nosotros, después de haber pulido
en los trigales intocables correa de sus instantes.
La que cien ojos se hace rfo, la que cien silbos
frios de flauta se revisten de un flamante
instrumento, puerta de clavos frios también y penetrante
al instrumento con sus mugidos adelgazados.
Y nosotros mismos penetramos por nuestro soplo
en cavidades de ottas medidas en el sueiio,
y también las herimos o despedazamos con brusquedad,
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book.Cuando se agolpaba en Ia ranura donde se entregaban
las obligadas deliberaciones de las acechanzas
de cada metal, le sefiorfa dejaba caer de sus manos
el polvillo que tapaba la navegacién de cada moneda,
y salia a encontrar el sondmbulo marinero
que despertaria la tersa coleccién de Abakul,
mono de arena que se aleja masticando las monedas.
x1
La misma diferencia abunda en su inexistir,
pues la distancia encarnada en la lanura diversifica
los rostros. Esa misma testa vorazmente
en Ja mia, en el terror del placer recobra
una diferencia cuyo centro de semejanza se pierde,
y asf su mendicante oscuro decae con el rostro en la copa
de la mano. La diferencia es semejante al indistinto de cada 4rbol,
pues la tercera variacién alcanza o depende de una distancia
de la que surge el instanténeo embozo de un cornipeto trineo,
y el triéngulo de diferencias es como la superficie sin tiempo.
Pues es Ja coincidencia de dos rostros,
con la tercera persona increada en la distancia,
sélo un acercamiento del domind al nuevo foso.
Y si alguien se adelanta para lograr
aquella suma de los rostros en el entreacto del placer
«Estoy oyéndolo, siga, volvié a decir.»
La desnudez del plato elabora
que mientras el perro corre en el circulo
Ja mujer entregue las nuevas uniones con el descendido
impenetrable, ya que para disminuir su regreso el perro
aumenta su locuaz carrera por el plato horneado.
Sobre la marina la moneda con un abo,
después el gajo de anémona sirve de trapecio,
donde se establece la mujer etrusca con su canasta
de mirices. Después de los primeros gritos de recorrido,
Ja tediosa fruta en su miisica cansada
rastrea los metales que no estén hechos para su carne.
«Estoy oyéndolo, siga, volvié a decir.»
¢Estarén buscando la cueva del pincel?
éEl aguardar del tosco dedal haciendo flor
de un tirén de la piel?
Conversador el peine comienza por inventar
su relacién con el dedal. Cambiando las hebras
sumergidas en la cueva tiene que reinventar la cabellera.
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book.dispersarse, pues el rostro parece entaizarse
en la segunda raiz de lo propio, en la identided
voraz que se hunde y contintia como la cabellera
extendida en Ja lémina interminablemente homogénea.
La superficie del mar no refleja la incontinencia de sus entrafias;
la ldmina al tapar la boca pocera
no se frunce por el oculto cisma de las palabras.
La severa fundamentacién de las espumas
no nace del incesante interrogar de Jas entrafias.
El rostro y las rafces tienen el mismo canal
para particularizar el airecillo. Y el rostro
enterrado en el aire o la rafz que vuela
dentro de la tierra, tienen el mismo sumergimiento
para que la voz y el aliento se reencuentren.
XIV
E| gato Jamblico, calderoniano, fluidamente
sentencioso, redondea las historias del cortinén.
Suave opulento rompe la unida diversidad
de Ja luz, arafiéndola por el asomo
de su rostro entre dos lineas acometidas.
Carnoso disimulado enemigo hunde su pincel
para Ilevar la luz a su rota descendencia,
Indiferente superficial quiere seguir la luz,
creyendo que su casa tiene las Iaves en el brocal.
Enojoso de espaldas cree que la luz no lo descubrird
ni dejaré en su lomo clavado su rebrotante
cosquilleo, Paso profundo de risa se redondea en mancha para borrarse.
xV
Si el salmén roza las heladas plumas, las risitas
—confundidoras de barrios por el truhén de la lune—,
mudan de antifaces y de antflopes, rodando
por las puertas dobladas de los naufragios.
Las comadres y las dinastfas que frien ajos,
han olvidado la direccién del marmitén,
cuando Io Hevan y lo acuestan, fruncen
Jas sdbanas sin su cuerpo y remueven el polvillo.
No ya el buscarlo anula los clavos coloniales,
las banquetas altas con segundos de urracas,
picoteando la gincbra y la mentilla, los maletines
donde los enanos centellean, pues por alli
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book.y holandesamente contratada. Si se le dejara subir por las piernas,
no en los bordes de Ia pesadilla sino en el ancla matinal,
Iegarfa a los labios, comenzando su lenta habladuria secular.
El dmbito de la arafia es més profundo que el del hombre,
pues su espacio es un nacimiento derivado, pues hacer
del 4mbito una criatura transparenta lo inorgdnico.
Simbélicamente Ia arafia es el portero,
domina el preludio de los traspasos, las transmigraciones
y la primer metamorfosis, pues nada més posee
un sumergimiento visible y redondeado.
El cangrejo Iega hasta el hombre, tiene la plausible
asimilacién de las cortinas, la cama salpicada y el paredén.
Llega a la cama y se detiene, saborea la medianoche,
permanece inmévil mientras el hombre ocupa su segundo
espacio. Pose el cangrejo el segundo sumergimiento,
ha penetrado més en la hostilidad, en la ruptura del reverso.
Cuando abandonamos nuestro caparazén playero,
finalizando las vulgares y danzadas estaciones,
se encuentra también el cangrejo retirdndose por las artes
que prefieren el bullicio al oleaje, las méviles conversaciones
y la inmévil sucesién de las aguas, sustituyéndose.
Si nos encontramos con el cangrejo en un cuadrado
de arena y el cangrejo nos presiona con su tenaza
de huesos, una energia se recorre por los cfirculos del hombre
y aumenta su tonalidad comunicante, sus hilillos
de radiaciones por el diafragma y el centro génito caudal.
Cuando el hombre ha soportado que es mds profundo
el dmbito de la arafia, tiene que recibir la otra
injuria: la rana respira mejor que él,
pues el aire le penetra hasta el temblor de las patas;
su cuerpo recibe con mds delicadeza la caja de aire,
y transporta con més distincién de naturaleza cantidades de espacio.
Por eso la rana tiene la boca de la salida, parece
que alguien fuera a saltar de la boca de Ja rana.
La flexibilidad para el patimiento, por la cantidad de aire
que invade su cuerpo, le permite devolver al escondido.
La piel de la rana es para el escondite secular,
pues cuanda le-sele el cuerpo que le-conps;
su piel de hoja marina devuelve los secretos
de las invasiones que habfa soportado, pues el cuerpo
que adelanta su boca demuestra que el suefio no ha destruido
el recuerdo de sus otros nacimientos y la espada jurada.
(Ustedes saben quiénes han pasado por ahi?
Los dos enanos.
3XXI
Después que la voz lo enderezé dentro de su plomada
de nueva vida y alejaba la posibilidad del polvo,
que comenzaba a rodar por la canal de sus piernas.
La voz habfa entrado como nube por la boca
y ordenado movimiento al nuevo adquirido yeso
del cuerpo. Se sacudié, resquebrajéndolos, los bloques
con que la noche se adheria, apretura para apuntalar
Jos puntos de su recorrido, reconocimiento
que se hace porque el corcel se inmoviliza.
éCémo esperarén la segunda muerte? La de morir
su Otra muerte, ya situado entre la muerte
y Ja otra muerte después del valle de esplendor.
¢Aquella resurreccién entrafiaba ver de nuevo
aquellas apreturas y el detenimiento
congelado del corcel? ¢O penetrar en las esencias
que habian hecho signos en sus pérpados?
Siempre aquella indefensién y el temblor
al escribir la historia del resurrecto.
En ese desconocimiento de lo situado entre las dos muertes,
prefiere situarse antes de la resurreccién.
¢EI resurrecto se dispone a su otra muerte?
El corcel sobre su detenimiento y el cordel tascado,
no penetra en aquel reino donde transmite la voz
con la Have del mercado.
El resurrecto, situado ya entre la muerte y la muerte
en el valle de la piedra irradiante, avispero de centrales metales,
pues el germen no puede reabsorberse en la flor
de otro germen, sino por el ensanchamiento de su vientre
de enigmaticas refracciones pisciformes, que llega a laminarse
como Ja piel que recubre los granos odorfferos, las monedas
de los muertos, los arcos asirios, conmemorativos
del arco del antilope.
El perro se pierde en la bruma de sus noticias, pues el resurrecto
no puede penetrar de nuevo en el bosque y el que transcurre
deja caer en su plato lo que suena sin ser reconocido.
Al ir penetrando en la capucha tirada del caballo,
el fragmento con sus escalas y tridngulos para Ja luz,
recibe la transparencia, el visible antes de perderse
en la suspensién, gimnasta que sdlo tiene el sentido
de una orilla, hasta ser guardado como un pececillo
en la esfera del nifio, sin contemplar Ja otra figura
que une el espfritu con el germen. Nos regala
74el sentido Ja otra figura, mientras nosotros nos perdemos
en aquel bosque donde el caballo detenido fragud
la pérdida del reino y las brumas del perro aventaron
sus noticias. El perro perdido en las abejas de su halo,
espera saboreando la carne de Ia harina con miel,
inmovilizando el rabo, ladréndole a las grabaciones
en la puerta, cuando el cuchillo y Jas uiias hablan
a la puerta en reverso ante Ia voz y el murmullo.
Pues si nacer al otro nacimiento es el apetito,
voracidad de transparencia ganada después de aquella suspensién,
y en que el apetito se hace con nosotros como la segunda
naturaleza de Ja gracia, ya que el cuerpo dafiado
es Ia no transparencia y la hibridez de la voracidad;
morir la segunda muerte, la muerte del resurrecto,
tiene que estar dentro de la repugnancia, pues el hombre
no se inmoviliza como el corcel, sino puede tocar
dafiado y continuar humedeciendo su repugnancia.
La repugnancia del resurrecto no tiene tumultuosa retrospeccidn,
Ja hoja en Ja urna sin lo oscuro que mantenfan
su levedad viajera y manumiso sin respirar.
EI sentido es el fruncimiento de la impulsién
y en esa cacerfa gravita el relieve en los extendidos
brazos de la visién, su lejos es el tamafio de su penetrar,
y en la erética final tan voraz como el germen
de consumacién, se tiende el alimento para el caballo
que se inmoviliza y los dedos daiiados del resurrecto.
Después de la suspensién del interpuesto bosque,
el mismo perplejo de la raiz de aquella fuga,
hace que el caballo, la capucha tirada era una piel
de rana, pueda cantar sin la harina del payaso.
EI apetito se acerca a los hoyuelos surcados
por el liquido que recrea la lombriz del relémpago.
Dentro de esos hoyuelos una luz que une techo
con techo, ciegas puntadas de extincién,
mantiene el murmullo agolpado bajo tierra.
La repugnancia tropieza con que las hojas
unidas a la suerte de la arena agraviada por el agua
muerta, forman el tabique que se detuvo
cuando Ja suspensién solté su corriente sobre el espejo.
La repugnancia del resurrecto, el paréntesis
entre dos muertes, el puente de hojas para las hormigas
albinas, que ya no podrén cubrirse con la capucha
tirada por aquel que cubre el drbol sin acercarsele.
Los sumandos del resurrecto tocan la transmutacién formal,
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book.hasta sus términos; su jactancia se tolera lentamente
y con lentitud despiertan sus guardianes cl contorno.
Tiende a caer Ja seda sobre la piel, navegamos entonces
sin tocar las entrafias del mar, la piel del monstruo nos acoge.
Nerviosos animalejos de sumergidas cabezas,
mueven las piernas como lombrices avanzando por lo htimedo,
caracteres de la lluvia a Ja salida del salén de otofio.
Alguien que espera que Ia verde mujer termine de dormir,
mientras las sonricntes paredes improvisan sus ventanas,
se abraza a la pierna reconociendo Ja esbeltez
de las antiguas humillaciones, desembarcando en una ciudad quemada por
[los persas.
Los tres cuerpos sonrfen en la detallada estructura de su piel,
otro cuerpo parece que lo entreabre o pare la fronda hojosa,
y queda asegurada la curvatura como mancha gris abullonada,
que lucha con los recobrados otorgamientos de la piel.
Las lanzas de las escamas toledanas
estén reemplazadas por los verdes obispos de otro otofio,
que no esté dictado por las frentes tridentinas, sino por los escarceos eliseos.
A las once y media los comedores vueltos de espalda al hombre,
el sirviente con la chaqueta escamosa golpea la plata con sus patadas,
van acumulando la atmésfera para que salte a su mesa
el malabarista que llega cuando se remueven las flores
tiznadas en Ia pared, los quince dias de temporada
esperar4 que entren los tres joyeros que le quitan
el sabor de vaciedad al comedor y asf almuerzan enlazando las posibles anillas.
El cuidador no podrd impedir que la bailarina saltase en la calle,
como la casaca roja de los museos no puede impedir la idiota policromia de
[las mariposas.
EI gesto fiero del rubicundo también lo convierte en espectador
y tener que romper el farol para extinguir las candilejas.
Alguien pasa por el medio, y asf consigue el espectador que no aplaude.
La anterior Iuvia encera el piso, riesgosa leccién
para el rubiales que atiesa su contemplacién en un entreacto trabajado.
La pera supera su amable grito amarillo por la carmelitana carne
de su madurez, piel rota de la corrupcién,
pero la manzana asciende para recibir el rocifo de la sangre.
En ese rendido curso de los labios,
Jas uvas de fondo profundizan con su esfera cantante,
y el mantel o Ia cesta, reciben brisas arenadas
que les cuartean o ennoblecen el rostro suspirante de los nobles crecimientos.
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book.Entre su amanecer y el suefio, la orquesta como un maja.
Lo que él dice esté escrito en una columna que suena.
La columna que cada hombre leva para pescat en el tfo.
Ay, la médula con un rel4mpago aljofarado, también. aljamiado.
Cuando se apaga una orquesta, ya llega el costillar de refuerzo.
EI da Ja clave para la otra pirdmide de sonidos.
En Jo alto un guineo, un faisén. Una estrella
en Ja esquina de un pafiuelo regalado por la querida de White.
E! dragén, el bombin, gritan las baldosas ahogadas,
que como un mortero restriega la cera pinareiia,
El cornetin pone a galopar las abejitas piruleras,
se derriten cuando el oboe las toca con su punta de pella.
El fiestero, quincebrilefio de terror, descorrié las sdbanas,
Jo sudaba la trinchante corchea, loba de espuma.
Como cuando en el terraplén de la playa segufa una gaviota.
Salfa del suefio y el pitazo de hulla lo balanceaba sobre el mar.
El trompo que lo azucara, es el que lo remoja,
todavia est4 incongruente para evar su columna al rfo.
Mira el anca y se confunde con el anca del caballo.
EI anca de las ranas lo interroga como al rey vegetal.
Lo cogen de la mano para Ievarlo a la tromba orquestal,
pero Ilora, La tromba es un témpano donde el nifio tira del rabo
de Ia salamandra pluténica, después le tapa
los ojos con piedras de rio, con piedra agujereada.
Mira, mira, y lo barrena un traspiés;
toca, toca y un antruejo lo embucha de agua.
Grufie como un pescozén recibido en Ja sangrfa del espejo,
cuando va a pegar, una catcajada lo maniata con su tirabuzdn.
Como una candela que se leva en un coche,
Valenzuela restablece los nimeros mojados.
Un antifaz alado ahora Jo transporta a las ldgrimas compostelanas,
y con el ritmo, que le imponen oscuro, le quita piedras a la sangre.
‘Va descubriendo los ojos que se adormecen para él
la piel que suda para romper lo dspero del lagarto
que mira desde las picdras un siglo cafdo del planeta.
EL lagarto que separa las piedras pisadas por un caballo con tétano.
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book.La ociosa conspitacién que transcurre entre vagabundos y campesinos.
por apoderarse de la noche del flamboyant, avivada por los estudiantiles
pajaros de Bombay, sudorosos por las pesadillas de su transmigracién,
y los abullonados escarceos del marfil erudito. El vagabundo y sus venerables
rapsodias buscan la sombra para cubrir con gabdn viejo el ébano de sus
[crénicas.
El campesino ahonda su indiferencia frente a Ja linea del horizonte
y mueve la sombra con el conllevado misterio del anillo, del artesano de vitral.
Bl cnpeins ne daciie ta anes da eemgeds paquey d wgaands
anematizadas no se relaciona con la marca del castigo que sobrelleva,
cuando absorbe lejanamente las letras de las posadas de enmendadas sorpresas.
EI pasquin en Jas aguas del Tiber no fue moralizado por el campesino,
ninguna burda sentencia reclamé las letras deshilachadas y navegantes ilustres.
El vagabundo con lograda indiferencia persiguié una letra hasta que trepé
[por un gajo.
La indiferencia vagabunda punted Ia corteza de los universales y los labios
particulares que repetian las sentencias que no se encogian al suftir
Jas comprobaciones marciales de los gimnastas. El cuerpo muestra el arco
de Jos universales, no las carteleras manoseadas por las aguas del Tiber,
trasladado con Ia gradual proteccién que entreabre las rollizas estatuas de los
[autos sacramentales,
que inician sus cohetes y cubetas pata los campesinos con ramas b&quicas
y para los vagabundos enamorados fijamente de las letras de una frase
[ondulante.
Inmévil, todo rostro mutilado cobra claridad al regalar compafifa,
pues todo lo que se acerca nos ofrece la novedad de Ja mutilacidn.
Huyendo de la mutilacién e! noble florentino tavo que abismarse.
La misma inmovilidad pata la mutilaci6n; para abismarse, la misma
Linmovilidad.
La nobleza y la abismética mutilacién se entrelazan y anegan.
La nobleza es la costumbre de la mutilacién, no visible por la secularidad,
y el abismo es Ia méscara o fabrica de mutilacién, tatuaje o sccuestro.
EI rostro que se desprenderé de nosotros para anclarse en el recuerdo,
serd el guante de nuestra indolencia paseando por las piezas de marfil.
EI rostro colocado entre dos méscaras y la jarra ascenderé sin perdén.
Desde a lejanfa de la mutilacién a la fatal presencia de la indolencia,
las artificiales mdscaras moverén sus quijadas para refrse de la mutilacién.
Cuando se evapora la lejana mutilacién, el noble florentino desea
abismarse, y que la novedad no sea la mutilacién de las estatuas,
85aa
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book.POEMAS NO RECOGIDOS EN LIBROS
EL NUMERO UNO
I
El mimero Uno en las Tablas del Tarot:
el prestidigitador, el farsante.
Oye los aplausos enguantados y la respiracién retrocediendo,
las paticas del mico arafiando el jarro
por debajo de la mesa de granadillo,
pic pic pic, pero la distancia borra el sonido.
Si no le escuchan con asombro, la maruga seré una colada de plomo,
pero es el asombro sonriente, Ja carcajada entre el polvo
de la plaza, como moscas nacidas del carillén.
éQuién respira? pero el aguador mira al melonero
y se sonrfen, tendrén que esperar el final que rubrica la mentira.
Es la mentirilla en Ja flauta agrietada,
Ja que rompe el escalamiento numerado
de la camella, el jinete y el turbante,
o la voz cejijunta que dicté que un pafiuelo indiano
no pueda parir un gallito con un perejil en el pico,
cuando un pafiuelo abierto reproduce toda Ia cara de 1a luna,
Ta inmévil palidez y todos los murales del infierno.
Il
Avanzan conmigo hacia el arbol del pan
y nos apricta la noche claveteada.
Los clavos de oro con el ajo del desierto.
89aa
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book.ODA A JULIAN DEL CASAL
Déjenlo, verdeante, que se vuelva;
permitidle que salga de la fiesta
a la terraza donde estén dormidos.
A los dormidos los cuidard quejoso,
fijéndose como se agrupa la mafiana helada.
La errante chispa de su verde errante,
trazar circulos frente a los dormidos
de la terraza, la seda de su solapa
escurre el agua repasada del tritén
y otro tritén sobre su espalda en polvo.
Dejadlo que se vuelva, mitad ciruelo
y mitad pifia Jaqueada por Ja frente.
Déjenlo que acompafie sin hablar,
permitidle, blandamente, que se vuelva
hacia el frutero donde estén los osos
con el plato de nieve, o el reno
de la escribanfa, con su manilla de 4mbar
por la espalda. Su tos alegre
espolvorea Ia mascara de combatientes japoneses.
Dentro de un dragén de hilos de oro,
camina ligero con los pedidos de Ja Iuvia,
hasta la Concha de oro del Teatro Tacén,
donde rigida la corista colocaré
sus flores en el pico del cisne,
como la mulata de Jos tres gritos en el vodevil
y los neoclasicos senos martillados por la pedanteria
de Clesinger. Todo pasé
cuando ya fue pasado, pero también pasé
la aurora con su punto de nieve,
Si Jo tocan, chirrfan sus arenas;
si lo mueven, el atco iris rompe sus cenizas.
Inmévil en la brisa, sujetado
por el brillo de las araias verdes.
Es un vaho que se dobla en las ventanas.
Trae la carta funeral del dpalo.
Trae el pafiuelo de opopénax
y agua quejumbrosa a la visita
sin sentarse apenas, con muchos
quédese, quédese,
que se acercan para llorar en su sonido
93aa
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book.que vino para ayudarte a morir.
El mail coach con trompetas,
acudido para despertar a los dormidos de la terraza,
rompia tu escaso suefio en la madrugada,
pues entre la medianoche y el despertar
hacfas tus injertos de azalea con arafia fria,
que engendraban los sollozos de la Venus Anadyomena
y el brazalete robado por el pico del alcidn.
Sea maldito el que se equivoque y te quiera
ofender, riéndose de tus disfraces
o de lo que escribiste en La Caricatura,
con tan buena suerte que nadie ha podido
encontrar lo que escribiste para burlarte
y poder comprar la mascara japonesa.
Cémo se deben haber reido los angeles,
cuando saludabas estupefacto
a la marquesa Polavieja, que avanzaba
hacia ti para palmearte frente al espejo.
Qué horror, debes haber soltado un lagarto
sobre la trifolia de una taza de té
HAI KAI EN GERUNDIO
El toro de Guisando
no pregunta cémo ni cudndo,
va creciendo y temblando.
eCémo?
Acaticiando el lomo
del escarabajo de plomo,
oro en el reflejo de oro contra el domo.
¢Cudndo?
En el muro raspando,
no sé si voy estando
© estoy ya entre los aludidos
de Menandro.
eCémo? ¢Cudndo?
Estoy entre los toros de Guisando,
estoy también entre los que preguntan
cémo y cuando.
Creciendo y raspando,
temblando.
97FRAGMENTOS A SU IMAN
(1970 - 1976)
DECIMAS DE LA QUERENCIA
(Para Fina Garcia Marruz)
Mariposa en entredés
vino la décima, Fina,
fingt astucia divina
como un griego, queria dos
plieguillos en la encina
fijos, me fingt airado
porque me fucra otorgado
el doblete del bailén,
y siento en buen alegrén
dos décimas he sumado.
No tengo el genio ni el rayo
de Jove, ni escapado
en el halcén del mes mayo,
si el tomeguin azulado,
no en la ventana cipayo.
La aristfa, la proteccién
de Minerva en el turbién,
con la que usted me acteciera,
no vale —Dios lo quisiera—
su caridad, su corazén.
(Para Carlos y Rosario Spottorno)
Sin aumentar su poder,
Jépiter con su merienda,
98el instante que entienda
Ja lucidez sin ceder
el rasgufio de la venda.
Naturaleza fascina
a la escama que se inclina
mds al cordel que al cristal,
y ya peina el calamar
a la cipriota divina.
(Para José Triana)
La electricidad recorre
a los muertos, determina
la cortina que se corre
a la luz que el vidrio afina
de Ia ciguapa en Ia torre.
El baile pide un cedazo,
costumbre de un buen retraso
el muerto pierde Ja idea,
Ja noche relampaguea
un bastén, un bastonazo.
(Para Juan David)
A les hombres de Karnak,
seis veces nuestra estatura,
borra el silbo del carcaj,
los dafiaba en su escultura
yen el antruejo su holgura.
El detesto y la mudanza,
canguro en su suave danza,
con un misterio sin ley,
albricias le dan al rey
metamorfoscado en lanza.
(Para Dario Mora)
Salpicdndose en Ia arena
© viviendo para un brote,
salta el delfin la ballena
y se vuelve el estrambote.
Suerte tenga el que lo toque,
si perdiz en roja teja
no espina en la bandeja.
Chino y persa con Ceylén,
6rfidos sones dirdn
linda esfera que se aleja
99aa
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book.Azul oscuro la trampa,
la tapa ya se Jevanta.
A la altura de los ojos
tiene el verso sus antojos.
Décima sin escritura
Entrelazada sortija
el idolillo le lanza,
trasfondo de la botija,
Ja muerte, Ja contradanza,
y la flor que no se fija.
Invocando al dios tiznado,
—l ajo esté machacado—
cada linea es un dedito
de Anfién como Pulgarcito
bebido, no escriturado.
OCTAVIO PAZ
En el chisporroteo del remolino
el guerrero japonés pregunta por su silencio,
le responden, en el descenso a los infiernos,
los huesos orinados con sangre
de Ja furiosa divinidad mexicana.
El mazap4n con las franjas del presagio
se iguala con la placenta de la vaca sagrada.
El Pabellén de la vacuidad oprime una brisa alta
y la convierte en un caracol sangriento.
En Rio el carnaval tira de la soga
y aparecemos en la sala recién iluminada.
En la Isla de San Luis la conversacién,
serpiente que penetra en el costado como la lanza,
hace visible las farolas de Ja ciudad tibetana
y Hueve, como un érbol, en los ofdos.
El murciélago trinitario,
extrafio sosiego en la fan insular,
con su bigote lindo humeando.
Todo aqui y alli en acecho.
Es el ciervo que ve en las respuestas del rio
a la sierpe, el deslizarse naturaleza
con escamas que convocan el ritmo inaugural.
Nombtar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.
101aa
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book.Se destruye una antigua flecha, la punta
se enemista con la fantasmagértica coraza,
Ja parabola de los dos extremos junta
y el insomne siguid trabajando la hilaza.
Aqui hay dos irreconciliables, armados de bronce duro,
el brazo se petrifica, el brazo més maduro
pende como las pesas del reloj de la torre.
EI furor y el delirio, cada uno va a buscar su caballo.
Tiene que dividirlo la agujeta del rayo
y unirlo el trueno que los borre.
8 de abril y 1972.
AGUA OSCURA
I
La oscuridad desemboca
més all4 de su morrién,
borra las letras que toca
con aceite y con lanzén.
La oscuridad que se invoca
roza mis labios con fuego,
su escritura salta y luego
traza un pavén auroral,
los designios del coral
y los perplejos del juego.
Ir
‘Agua tersa va muriendo
en los juncales del rio,
el techo del caserfo
se inclina y va lamiendo
los entorchados del frio.
Un fulgor y dos a dos,
tejidos como entredés,
sin estorbo y sin sonrisa,
cuando la toronja avisa
una mafiana con Dios.
105aa
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book.un caracol y un lobo,
después la noche concluye
su obertura, lo que queda
en la mafiana de seda
brinca como un tornasol.
Guardarropia del sol
con el plumaje de Leda.
VIL
Con fa vejiga nadante
digo la respiracién,
recupera ya el andante,
y no suda en el baloén
suefios de un febricitante
que fulmina un cometario.
Rebrillos del lapidario
en la mafiana escondido,
y asi entona sumergido
el ojo del lampadario.
VUI
E] brillo, el metal, aurora
que vuelve al metal hervor
una hilacha de fulgor
rota al centro por la prora,
el pafiuelo, el decidor
en su mejor elegancia,
va diciendo la fragancia.
Es Ja funcidn del anzuelo,
tirar un pescado al cielo,
Ienar de azul la distancia.
Ix
Miro al través de una reja
una luz que se bifurca,
por encima de la teja
salta, como una trifulca,
un bulto que no nos deja.
Les disparamos venablos
a los diversos retablos
con figurillas de cera,
107un buen olor nos espera,
ya se fueron los mil diablos.
x
Misico sin instrumento,
girasol sin rumbo al sol,
terso y plano caracol
caminando contra cl viento.
Risotas para un lamento
mueve su cola al revés,
es paradoja tal vez
ver un cielo en Ja bombilla.
Gracias de la cochinilla
en un pez6n al revés.
XI
El patio del corralén
baila tijeras inciertas,
estén siempre recubiertas
de un cegato pafiolén.
Asf en fila, descubiertos
van pasando en extramuros
un desfile de canguros.
Como un atlas de lo informe,
la noche entera deforme
y el rezo de los Dioscuros.
XI
Existe aqui un doblaje,
el tesén del brazo duro
que recurva en el boscaje
como un carrusel maduro,
© Ia cinta del lenguaje
cuando procura encubrir,
més que todo desdecir
el choque de verbo y aire,
como la pluma al desgaire
hace imposible mentir.
XU
Canoro y métrico coro
en los puntales del dia,
108una raya como un oro,
tortuga del mediodia
y un clarinete sonoro;
al lastimarse 1a quilla,
con la presidn Ia rodilla
cubre seda al calamar,
trenzado al fondo del mar,
pelugufn sobre una silla.
XIV
Alrededor de una paila,
un tridente sacamuelas
enreda las entretelas
donde un gnomo vuelve y baila
tijereteando las telas.
Sentado sobre un castafio
aparece cada afio
este gnomo y este arquero
tiran sobre un minutero
que a s{ mismo se hace dafio.
xv
La mentira se rompié,
una parte volé al cielo
y a si misma se entendid
forjar como un caramelo.
{Magna interpretacién
a la altura del balcén!
Duefio de este rocfo
la mentira fue forrada
y ahora yace arrebolada
en los discursos del rio.
XVI
Viruta de platabanda
Jas alas del pectoral,
en la sactistia ya anda
el espiria, del onal,
con campanillas desbanda
un tumulto desigual,
el terror ya residual,
109aa
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book.Entrechocado,
frotandose los pies
con la Ilave maestra del patio secreto
que asciende en el elevador.
Precipitandose sobre una cascada congelada
la rotaci6n convertida en un coito universal,
de la abeja con Ia respiracién,
del sombrero con los siete anillos de Saturno.
Qué hijos darfan que siguiesen
conversando cuando soplan Ja Iuvia?
El gato copulando con la marta
no pare un gato
de piel shakespeariana y estrellada,
ni una marta de ojos fosforescentes.
Engendran el gato volante.
6 de mayo y 1974.
NACIMIENTO DEL DIA
Su casa era el espacio de la majfiana,
la geometrizacién era impia.
Insertar una casa en un cfrculo
eta suptimirle la visién del rio.
El cuadrado era la casa de la ausencia o de la muerte.
Tluminaban las grutas comiéndose una fruta
amarilla, con mironas escamas
y pequefias espaldas de hiriente
color arenoso, se volvian sobre el libro
secreto y recibfan las aguas ciegas.
No les llegé
Ja vida vecinera o Ja irreconocible ausencia.
La bestia se amigaba con el fuego desconocido.
No caminaban hacia el rio o norte,
despreciaban Ia esbelta hoguera meridional.
No miraban los dioses ese mantel claveteado,
el airecillo no venia a jugar en sus piernas,
Primero desaparecer, después meterlos en la tierra,
enterrar el aire insostenible,
Ja posible Hamarada de la supresién de los sentidos.
El calor tendfa a comerse la luz,
a evaporar la sonrisa de los dioses,
el furor de las hachas en el puente.
113aa
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book.Los pasos van formando un cuerpo
y el cuerpo salta del tejado a la nube.
Ya es un espiritu del lago,
ya es el Conde de Niebla
y le Mega el rayo de Ja escritura,
con la platabanda mejicana y la guinea de Borneo.
La bybris del metal y el ave
forman un perfil irreprochable.
Pero allf surgié la maldicién de la culpa.
Toda comunicacién con el padre
se hace més allé del tejado,
asciende y desciende como el mercurio.
Todo hilo del papalote fantasmal
quiere ascender hasta el padre,
saltando en la cuerda entre los dos ofdos.
El zumbido tensa la cuerda del padre.
El padre sufre Ia maldicién y la ve
en el hijo irascible que golpea,
hasta que el hijo deposita los huesos
secretos en el padre, la traza de los enemigos,
y que él tan sdlo sufrird el riesgo del combate.
La alharaca por todas partes de la fruta que revienta,
Jas chirimfas con Jas plumas mojadas por la saliva del gallo,
los sones dilatados hasta trasladar las piedras,
Lo que envia el sol tiene siempre un nombre,
las mismas silabas lo atraen.
EI aire se organiza en conjuro,
en innumerables Haves de érgano.
El mismo cuerpo y la misma voz
reaparecen y engafian en la diversidad.
Cuando el sol toca las piedras,
un cuerpo resucita y dicta en Ia montafia.
El brazalete con el tizén coloreado
giraba sus planetas alrededor del brazo.
La copa mégica para parir el fuego,
sus facetas terminaban en el ojo de la rotacidn.
Las caras de la copa impulsan las burbujas,
Jas vejigas respirantes después del fuego en el buey.
Los caminos se abrieron carifiosos a las piedras,
tepaban por los brazos, se escondfan en el sudor,
adquirfan sotertadas metamorfosis.
Crétalos blandos, holoturias
y después enteros a sus cuerpos de piedra.
La piedra se borraba en el rfo,
116para adquirir su nuevo cuerpo transparente.
El cuerpo aligerado por la luz
y clavado frente a los gigantes de la nieve.
La piedra enrollando Ja luz
y después entreabriendo la palmera de la imagen.
Sus datiles de contrapunteada aproximacién,
lenos de las graciosas contracciones del rio,
el procesional de los brazos en los cAntaros,
de los brazos en los brazos en los brazos.
La obsesién de transportar los montes,
reliquias de Ia calcinacién planctaria,
de acariciar la anterior imagen sin el ojo,
el que penetra la superficie interna desolada.
La cal se rendia al barro que reanima,
la cal y la arena enemistadas,
la arena para el caliente pie rosado
de los griegos y la crepuscular
romana sandalia de cuarzo decadente;
la cal para resguardar los huesos
y empollar los huevos la serpiente.
La sal aviva el fuego,
peto no come con baba rastrera
a ras de tierra sumergida, cayendo
con un vaivén voluptuoso y charolado.
Muerde la maldicién sobre la tierra,
pero la sal trae el sabor de la sabiduria
y la amenaza replegada de la danza.
Lo que ella engendra pierde el nombre,
aunque se apoya en el lingual ofrecimiento oscuro
y la béveda se tachona de fragmentos.
EI faisdn es el fin de la metamorfosis
y entonces comenzamos a reir,
pues sabemos que hay un gran engafio
que precede y que termina, y que con lo bello
se pretende cegar por un instante,
para que el dios dorado ocupe toda la gruta.
EI otorgamiento es la medida del secuestro,
aquello que fue como un regalo de la melodia,
fue como una suspensién en medianoche.
Parecia venido a darnos los abrazos
y nos aplasté con la gran caja de aire.
Con dar ojos y conciencia
a los corptisculos de la luz, sin apoyarnos
en el terco sustentéculo de la muerte,
117hubiéramos sido alegres sin saberlo
respirantes sin ser y sin estar.
Brisas del noroeste, acompasad vuestra Ilegada,
despertadnos sin ruidosas sorpresas,
que el sucesivo oleaje toque nuestras piernas
y nos vaya diciendo lentamente la embriaguez misteziosa.
Dadnos el secteto, brisas de la mafiana
que comienza, de Ja noche que nos libera
en el océano estelar, donde ya somos peces.
Brisas que comienzan a unir lo invisible
y a separar los desterrados fragmentos
homogéneos, las piedras piramidales,
Ja diorita mortecina con sus himedos huesos.
Brisas que en el suefio nos dais otro cuerpo
que ha podido asimilar las ambrosfas prohibidas
y retornar solemne al mar que lo acompasa.
Brisas que tenéis el secreto de los dos oleajes,
el escalofrio del rocio en la piel de la anémona
y el desprendimiento del cuerpo de otro cuerpo clavado.
Sept. 1971.
LA MUJER Y LA CASA
Hervias la leche
y seguias las aromosas costumbres del café.
Recorrias la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas estan justificadas
al pasar del comedor a Ia sala,
donde estén los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los dias
y el ave dominical se entreabre
con Jos colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
EI centro de la casa
vuela como el punto en Ia linea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
118aa
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book.CUENTOS
NOVELASaa
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book.Se sentia penetrada, la penetracién estaba en tan minima dosis en su reco-
rrido que no sentfa dolor. El topo seguido de la comadreja, el oso hormiguero
seguido de una larga cadena Ja recorrfan. Buscaban una salida, mientras sen-
tfa que la protuberancia carmesf se iba replegando en el pozo de su cuerpo.
Un dia encontté la salida: por una catie se precipité la protuberancia. Desde
entonces empez6 a temblar, tomar agua —orinar— tomar agua, se convirtid
en el terrible ejercicio de sus noches. Estaba convencida que habfa sanado
¢acaso no habfa visto ella misma a la protuberancia caer en el suelo y desapa-
recer como una nube que nunca se pudo ver? Tuvo que ir de nuevo a ver
al negro Tomfs. Hubo tiinel y salida, le dijo, ésta la gané usted. Yo no podia
prever que una carie seria la puerta. Ahora le hace falta no el aceite que
quema, sino el que rodea la mirada. Yo no podfa ver a una carie como una
puetta, pero conozco ese aceite de calentura natural que se va apoderando
de usted como un gato convertido en nube. Vaya a ver al negro Alberto, y
4, que ya no baila como diablito, le ofrecerd los colores de sus recuerdos, las
combinaciones que le son necesarias para su suefio. Usted fue recorrida por
animales Ientos, de cabeceo milenario, Ahora salga, siga con sus pasos la
leccién que le va a dictar su mirada, Tiene que convertir en cuerda floja todo
cuanto pise.
Fue a ver al negro Alberto. Vivfa en una casa sefiorial de Marianao, la
casa solariega de los Marqueses de Bombato habia declinado lentamente hacia
el solar. En 1850, los Marqueses daban fiestas nocturnas, maldiciendo la
Iegada de la aurora. En 1870, se habfa convertido en una casona gris de
cobrar contribuciones. En 1876, era el estado ciudad de un solar de Marianao.
Ahora se guardaba una colilla para ser fumada tres horas después, en el blasén
de una puerta de caoba. La pila bautismal recibia diariamente la materia que
hace abominables a las pajareras. El negro Alberto estaba sentado en una
pieza que tenia la destreza de trabajo de un sillén de Voltaire con la destreza
simbélica de un sillén Flaubert. Al verla se levanté para otorgarle las prime-
ras _palmatorias.
Ya hubo téinel, le pregunté con una solemnidad jacarandosa, Con una
clasticidad madura que guardaba la ensefianza de sus gestos.
Lo hubo y la carie sirvié de puerta. Pero a pesar de que yo vi, estaba muy
despierta, rebotar la bolita contra el suelo que todos los dias brillanté, no
me siento bien y sufro.
Alberto habja sido diablito en su juventud. Cuando era adolescente bailaba
desnudo, a medida que recorrfa los afios iba aumentando su coleccién de
tinicas. Cuando se retiré mostraba sus colecciones a los enviados por el
negro Toms con fines curativos. Transcurria disefiando los vestidos que ya
no pod{a ponerse para ninguna fiesta, y su mujer costurera copiaba como si
en eso consistiese su fidelidad. Algunos se complicaban en laberintos de
hilos, sedas y cordones, que rememoraba a Nijinsky entrevisto por Jacques
Emile Blanche. Otros se aventuraban en el riesgo sigiloso de dos colores con-
trastados con una lentitud de trirreme. Los fue entteabriendo en presencia
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book.que te van a imponer, requieres una gran opacidad, ya que Ia luz te irfa redu-
ciendo, descubriéndote en un momento en que ya ti no puedes ser conocida
por nadie.
Ah, td, silabed la esposa, ahora es cuando surges y ya no necesitas tocarme.
Cuando surge ese escorpién sobre mi cuerpo te entretienes con los esfuerz0s
que yo hago para quitérmelo de encima. Cuando veas que ya no puedo qui-
térmelo entonces empezard tu madurez. Al dia siguiente, con la flor del
aretillo sobre el seno, fue a ver al negro Tomés.
Atravesé la bahfa. El negro la situé entre una esquina y un farol que se
alejaba cinco metros. Precipitadamente le dejé el frasco con aceite y el negro
se hizo invisible. La esposa del herrero distinguié cfrculos y casas. El semi-
circulo de la linea de la playa, el cfrculo de los carruseles que lanzaban chispas
de fésforo y latigazos, y més arriba Ins casas en rosa con puertas anaranjadas
y las verjas en crema de mantecado. Negros vestidos de diablito avanzaban
de Ia playa a los carruseles y alli se disolvian. Empezaban desenrolléndose
acostados en el suelo, como si hubiesen sido abandonados por el oleaje. Se
iban desperezando, ya estén de pie y ahora lanzan gritos agudos como péjaros
degollados. Después solemnizan y cuando estén al lado de los carruseles las
voces se han hecho duras, unidas como una coral que tiene que ser ofda. Los
carruseles como si mascasen el légamo de ultratumba cortan sus rostros con
cuchilladas que dejan un sesgo de luna embadurnada con hollin y calabaza. La
calabaza fue una fruta y ahora es una méscara y ha cambiado su ropa ante
nuestro rostro como si la carne se convirtiese en hueso y por un tayo de sol
nocturno el esqueleto se rellenase con almchadas nupciales. Aquellas casas
girando parecen escaparse, y golpean nuestro costado. Es lo insaciable; los
diablitos avanzan hasta los carruseles y éstos lo rechazan otra vez y otra hasta
Ia playa. Los soldados momificados soportan aquella lava. Uno saca su espada
y surge una nalga por encantamiento y pega como un tambor. Un negrito de
siete aftos, hijo de Alberto el de las tinicas, vestido de marinero veneciano,
empina un papalote para conmemorar Ia coincidencia de la espada y la nalga.
La esposa, portadora del cangrejo, acostumbrada a las chispas del herrero
griego, retrocede de Ia esquina hasta el farol. Cuando los diablos son botados
hasta la playa, ella avanza cautelosamente hasta la esquina. Cuando los dia-
blitos Megan hasta los bordes del carrusel, ella retrocede hasta el farol. Sintié
pinico y la voz le subfa hasta querer romper sus tapas, pero el cangrejo que
Tlevaba en la nuca le servia de tapén. Las grandes presiones concentradas en
los coros de los negros se sintieron un poco tristes al ver que nada més podfan
trasladarla de la esquina hasta el farol. Y a la limitacién, a la encerrona de
sa pénico opontan la altura de sus voces en un crecento de mareas sinfin.
Después supo que un poeta checo que asistfa para hacer color local, acostum-
brado a los creptisculos danzados en el Albaicin, habfa comenzado a tiritar
y a llorar, teniendo un policfa que protegerlo con su capota y llevarlo al cala-
bozo para que durmiese sin diablos. Al dia siguiente, las paginas de su cua-
derno lucian como pétalos idiotas entre el petrdleo y la gelatina de las tam-
129bochas, devueltas por los pescadores eruditos a las aguas muertas de la bahia.
Y més alld de los carruseles, las casas pobladas hasta reventar, con las
claraboyss cerradas para evitar que la luz subdivida a los cuerpos. Bailéndole
a las esquinas, a los santos, al fango tirado contra cualquier pated, en cada casa
apretada se repite la caminata de la playa hasta el carrusel. De pronto, un
cuerpo envuelto en un trapo anaranjado es lanzado més alld de las puertas.
Los soldados enloquecidos lanzan tiros como cohetes. Pero las casas cerradas,
llenas hasta reventar, desdefian el fuego artificial. “Aqui te encontré y aqui
te maté”. Y la cuchillada... Ah... La esposa del herrero siente que le
clavan la cabeza y retrocede hasta el farol. Pasan por encima de ella, como
en un asalto, todo el botin de la fiesta. Recibe una claridad, la mafiana
comienza a acariciarla, Empicza a sentir, a recuperar y sorprende que el
frasco de aceite del Brasil hierve queriendo reventar, Cree que avin separa a
los grupos, pide permiso y nadie Ia rodea. La lancha que la devuelve como
Unica tripulante, le permite un suefio duro que galopa en el petréleo. Sale
de la lancha con pasos raudos, como si la fuese a tripular de nuevo. Cuando
Hlega a su casa percibe a su esposo y a su hijo respetuasos de las costumbres
de siempre. Y lleva el aceite hirviendo hasta su nuca. Ya encontré camino,
le dice de nuevo el negro Tomas cuando lo visita, y saldré més alld del tunel.
Por Ja mafiana lanza de nuevo la protuberancia carmes{. Ahora ha saltado
por el ttinel de Ia cuenca del ojo izquierdo. Pero la zozobra que la continta
es insoportable. El esposo alejado de ella, en una soledad duplicada, se leva
de continuo el indice a los labios. Y aunque est4 solo y muy lejos de ella,
repite ese gesto, que la vecinerfa a su vez comenta y tepite. Y el hijo, mds
hurafio, antes de entrar en el suefio, se obstaculiza a si mismo en tal forma
que la pelota rueda como si fuese agua muerta o una cucharada despreciada
cuyo vuelo es seguido con indiferencia.
¢Qué les pasa a ustedes?, dice después de la sobremesa, lanzéndole la
pelota a su hijo que la deja correr, importindole nada su deseavolvimiento.
Estis en vacaciones, ahora se dirige al esposo, para ver si tiene mejor suerte,
no quieres hacer nada y las monturas de hierro van formando por toda la casa
una negrura que seré imposible limpiar cuando nos mudemos.
Nos mudaremos, le contesta casi por afiadidura, y los hierros se quedarén,
ya con ellos no se puede hacer ni una sola chispa. Me gusta més ver una
Tuciérnaga de noche que atrancarles una chispa a esos hierros de di
Ahora, le decia dias mas tarde el negro Tomés, no puedo predecir el com-
bate de la golondrina y la paloma. Ni en qué forma le hablardn. Sé que la
golondrina no puede penetrar en Ia casa y conozco la sombra de la paloma.
Sin embargo, una golondrina se obstinard en penetrarla y la paloma le hard
dafio. Siempre que pelean la golondtina y la paloma se hace sombra mala.
Buscaba la huida de su casa. Con un paquete a su lado, por si tenfa que
permanecer en los parques a la noche, mostraba atin sobre su seno la flor del
aretillo, En varias ocasiones la flor rodaba, queriendo escaparsele, pero su
indiferencia aun podia extender la mano y tecuperarla. Su atencién fue indi-
130cando los carros de golondrinas que borraban las nubes. No era su inten-
cién, hasta donde su mirada podia extenderse, poner Ia mano en el cucllo
de ninguna de ellas. El verso de Pitégoras, domésticas hirundines ne habeto
que aconseja no Ievar las golondrinas a la casa, existfa para ella. Observaba
sus perfectas escuadras, sus inclinaciones incesantes y geométricas. Apenas
pudo hacer un vertiginoso movimiento con la mano derecha para ahuyentar
una golondrina que se apartaba de Ja bandada y habla partido como una
flecha marcada a hundirse en su rostto. Rechazada, volvié un instante a
Ia estacién de partida como pata no perder la elasticidad que la lanzaba de
nuevo, como el rayo se hace visible mientras la nube retrocede. Aterrorizada
asié a la golondrina por el cuello y comenzé a apretarla. Cuando sintié la
frialdad de las plumas, asqueada abrié las manos para que se escapase. Enton-
tada, el ave ya no tenfa fuerza para alejarse y la rondaba a una distancia boba-
licona. Le hacfa sefias y gritos a la golondrina para que huyese, pero ella
insistia, idiotizada como en las caricias de un borracho. Tuvo que huir
volviendo el rostro para asegurar que el ave ya no tenfa fuerza para perseguir-
la. A la otra mafiana, como sucede siempre en la vergiienza de la concienda,
repasé aquel sitio donde se habia manifestado el conjuro. Al lado del paquete,
la golondrina lucfa con sofocada torpeza la ultima frialdad. Pudo oir los
comentarios de las esquinas que le indicaban que la golondrina habla hecho
esfuerzos contrahechos para acetcarse al paquete. Esa misma noche sofé,
mientras el hetrero y su hijo guardaban de ella una distancia regida por la
prudencia: la golondrina era de cartén mojado; el rocio habia traspasado los
papeles del paquete y algodonado los cordeles que lo custodiaban. Dentro,
un nifio gelatinoso, deshuesado en una hetreria que manipulaba con martillos
de agua, ofrecia su ombligo con una protuberancia carmes{ para que abrevase
el pico de caoba de la golondrina.
Después de tanto guerrear habfa ido volviendo a sus paseos del creptsculo.
Tuvo deleite de atar dos recuerdos, entremezclindolos y separandole después
sus pinzas irénicas. Crefan que la habfan dejado serena, no la hufan, pero ya
a su lado nada se le ponfa en marcha para su destino. Crefa recordar las
cosas que pasaban a su lado con una dureza de araiiazo. Alejaba tanto el rostro
que se le acercaba 0 la mano que se le tendia que los gozaba como una estam-
pa borrosa. Podia reducir el cielo al tamafio de una ttnica y la paloma que
Te echaba la sombra a la otra inmovilizada con su lengua de rojez contrastada
en la ténica lila, Gozaba de una sombra que le enviaba la paloma que no se
acerca nunca tanto como la golondrina cuando esté marcada. La luz la iba
precisando cuando ya el herrero y su hijo no sentfan el pasco del cangrejo por
su nuca o por el seno que habia impulsado con levedad acompasada Ia flor
del aretillo. El cangtejo sentfa que le habfan quitado aquel cuerpo que él
mordfa duro y que crefa suyo. Le habfan quitado aquel cuerpo que él necesi-
taba para lo propio suyo, semejante al enconado refinamiento de las alfombras
cuando reclaman nuestros pies.
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book.sdlo con la mirada. Las cosas decisivas y concretas —la jarra con heliotropos
© el pajaro que conduce al girasol en su pico rosado—, tendrian que ser barri-
das con el tacto. ¢Una mirada es insuficiente para congelarlos en su carrera?
No es la mirada enteramente lineal la que los detiene, logrando sélo producir
una invisible malla que como el tufo del plomo detiene la oxidacién de la
sangte. El paso podia ser raudo, o casi inmévil, pero las baldosas se conten-
taban con crujir como el misal que aun apretado levemente suena como la
seda cuando el cuchillo la pulimenta sin rasgarla.
—‘“Las alondras del obispo”, —exclamaban los muchachos cuando penetra-
ban furtivamente en el patio. Después muy cerca formaban una turbadora
conversacién. De pronto, se apartaba lentamente uno de los muchachos como
si sintiera que lo llamaban del patio del obispado. Era algun encargo: traeria
agua con limén, o irfa un poco mis lejos a comprar hilo morado. Dos o tres
de esos ociosos donceles muy raras veces prorrumpfan en el patio, pero el eco
diciéndonos que esa visita no cra descada, se decidia a imponerles la separa-
cién. En realidad el patio estaba ocupado por tres misterios de indudable
attaccién: el eco, peligrosa divinidad, el loro y una jaula conteniendo las
alondras del Obispo, situada frente a las babilénicas lamas que lanzaba el
Plumaje del loro. En la tarde, un hombre abundante de las células estrelladas
que forman el tejido adiposo, con su voz como la de baritono castrado, abria
la portezuela de la jaula. Algunas de las alondras, a las que los afios de prisién
habfan casi cegado, permanecian inalterables, pero las ms jévenes buscaban
codiciosas la luz. La mds reciente de las alondras se apartaba de las que no
deseaban salir de la jaula y del grupo més numeroso de las que se reunfan para
la hora de paseo que les concedia aquel hombre gordo, rojizo, reiterado, que
era como la caricatura que las sombras producfan al apoyar sus pantuflas en
los palios y en las cortinas moradas. La alondra marcada con un pequefio
Jazo amarillo para distinguirla de las dems, saltaba para posarse en los palos
ctuzados donde se apacentaba el loro. Era una fiesta veneciana, un paisaje
de arrozales en Ceylin, el momento en que el sol se subdividfa en tal forma
que parecia como si los dos animales, uno al lado del otro, rodeados por un
halo de agua tornasol, soltasen diminutas fuentes, donde la maravilla no
fuese el liquido chorro ascensional, sino la ascensién de los peces ocultos
en el mismo chorro.
Otras veces el peligro era inverso. El loro se introducfa momenténeamente
en el centro de la jaula de las alondras. Entonces todo el color se iba recon-
centrando en un punto que aumentaba hasta reventar. A su alrededor cada
alondra parecia nadar en su canto, prescindiendo de aquel bulto de tan mal
gusto que el loro colocaba; colocéndose en el centro de todas las alondras.
Esto hacia que el que entraba con precipitacién en el patio del obispado,
dudase, sobre todo cuando el sol se entretenfa en sus cegadores manotazos,
de la verdadera situacién del loro y de Ia veridica extensién del canto de las
alondras.
133Un dia de atmésfera tibia el loro se mecfa tranquilamente, cuando un grupo
de muchachos penetré en el patio. El portero observaba con sus ojos de
refraccién acuosa. Era el intermediario entre la inmovilidad del palacio y las
cosas que pasaban en la esquina o en el café de la otra esquina; primero que
nadie sabfa cudndo habia habido una reyerta en el café “El triunfo de Babi-
Ionia”, 0 cudndo la policfa, esto lo comentaba muy secretamente, se habla
Nevado a dos muchachos que él conocia desde pequefios, por consumidores de
drogas. No era que fuera un hombre de aventuras, sus maneras lentas y
circulares Je impedian los largos paseos. Conocia su barrio como Champollion
un papiro egipcio. Y en él se revelaba todos los dfas un maestro silencioso que
podria desenvolverse gracias a que nadie sabia dénde estaba escondido ese
enemigo delicioso. Inmévil gustaba de contemplar cémo los més pequefios
muchachos del barrio no se decidian a prolongar sus juegos, dejando en la mis-
ma mafiana mds sobrantes para las palabras transparentes, 0 las més répidas
comprensiones.
Aquel dia los muchachos jugaban con un pequefio anillo de hierro donde
habfan engastado un pedazo de vidrio morado que la tarde anterior habia
saltado de una ventana, cuando ésta habfa recibido la visita intempestiva de
una pelota en cuyo interior sonreia una tripita de pato. Ya el portero estaba
acostumbrado a verlos entrar en el patio, al principio muy despaciosos, como
si siguiesen con el ofdo los pasos de una codorniz atravesada en su garganta
por a tangente de! rayo de sol, viéndose al fondo las tubas del Srgano del
obispado. A esa hora la luz Iuchando con Ja humedad lograba una matizacién
violeta, morado marino, sumando por partes desiguales una figuracién plastica
que le provocaria un suejio glorioso a un primitivo. Aunque el portero perma-
necié inmévil, permanecer inmévil era su ocupacién predilecta, —gimnasia
dificil a la que tinicamente haba legado después de haber vigilado durante
més de veinte afios el patio del obispado—. Se habia dado cuenta de que algo
raro se hinchaba ante sus ojos, por lo menos su cara reflejé la extrafia sensacién
que se apoderaria de ella el dia en que leido el testamento del Obispo otor-
gindole un chapin, o aquellas flores de oro, que él sabfa que no eran de oro,
pero que colocadas en Jas paredes de su alcoba vinieran a ser como la pelusilla
suave de una mano que nunca le habfa envuelto en las pesadillas ni en las més
comiinicas venturas.
Le posefa la agradable visién de que los muchachos no penetraban en el
patio més allé de aquel punto invisible pero nunca cambiable en el que de
pronto retrocedfan y partian hacia la calle. Para su vida serenisima un pellizco
adquirfa la dimensién de un globo de fuego y una jarra que oscilara y cayera
como un voledn que Ie hacia pensar con espanto sagrado lo que se derivaria
si él hubiese tenido familia en esa no precisada ciudad italiana. Pero no sélo
prosiguieron su marcha, sino que a partir de aquellas columnas de Hércules
de su prudencia, su marcha adquirié una finalidad determinada por dias de
anteriores meditaciones.
134Dos infantes se destacaron del grupo. Dispensadme esta descripcién répida
¢ imprecisa. Uno de cllos existfa tan slo por sus ojos que parecian fijarse
constantemente en el vértice de su dngulo de visién, pero aunque su haz de
rayos visuales, —cuya esperada coincidencia le comunica una espléndida ale-
gria al trabajo de los dpticos—, convergian en el punto apetecido a semejanza
de todos los humanos, los haces en este caso especial estaban tan tensos que
sufrian Ja influencia de Ja oscilacién impuesta por la marcha. De tal manera
que como sus pasos eran incesantes y violentas las necesidades de Ja carrera,
sus miradas parecian de continuo agitadas y refractadas. Cosa pata ser vista
pero dificil de comunicar, muy semejante a los temblores que una pequefia caja
de cristal, Hena de alfileres y agujas, aun situada en la diltima pieza de la casa,
siente cuando pasa el tranvia. El otro muchacho existia por su voz, de igual
calidad que 1a perfeccién de sus aftos, un tanto burlona con Ia indecisién, con
la falta de continuidad de la voz de los adolescentes. Voz que no parecfa pro-
ducida por las entrafias, sino por los extrafios oficios de la fluidez de un rio
breve y domesticado aunque se sabe de ajena y misteriosa pertenencia. El por-
teto continuaba inmutable con la misma pesadez de la nube que mezcla a dosis
iguales el barro y el esmalte blanco. Al principio los muchachos lo miraron de
reojo, ahora lo colocaban en la categoria de la verja pintada de blanco para
los bautizos, o de los escaparates toscos donde se guardaban las casullas de los
dias de ceremonia mayor, una de ellas, de seda blanca combinada en tal forma
con hilos plateados que producia al ser contemplada una sensacién cremosa,
enviada por Leén XIII. Los dos muchachos ya no miraban hacia atrés, empe-
zaba una labor donde la punta de los dedos estaba impulsada por la rapidez
de las miradas. Junto con el anillo de hierto enarbolaban una finfsima tira de
lino. Répidos los dedos apresaban las paticas del loro que estaba en su trono
de mediodia —las dos maderas cruzadas eran suficientes para construirle un
albergue sefiorial—, ostentando una siesta impenetrable, tinico momento en
el que no miraba Ia jaula de las alondras, para poner alli después de todo un
poco de necesaria confusién. Mientras uno de los muchachos procuraba estirar
la fina pata de loro, el otro Jograba hacer un Jazo con la tira de lino de donde
pendia el anillo de hierro. Miraban al portero no para ser impedidos, sino para
comprender qué harfa después que ellos se hubieran retirado. Permanecta el
portero inmdvil, sin asentir ni reaccionar. No se sonrefa, pero tampoco se
Jevantaria para sujetar entre sus manos aquella brufida pata de loro y des-
hacer con una grasosa decisién, toda la labor breve pero conducida por una
graciosa indecisién. Unos golpes leves, una mano que convierte en escala las
paticas apresadas, cae el anillo de hierro y la tira de lino lo retiene. Significaba
ese pequefio lazo en la vida del loro una perspective ilimitada. La tira de lino
del loro se habfa enroscado en el palo que lo sostenia, adquiriendo una nueva
feria de diversién, Daba un pequefio salto aventurero, y cafa en tal forma que
el anillo de hierro se le introducfa en una de las patas, mientras que con un
golpe de ala lograba asirse totalmente de la tira. Era un movimiento violento,
no lo podria prolongar mucho tiempo, pero se podia observar que tenta el loro
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book.la frase que lo colmaba. Dos o tres dias en que la para él cegadora vision
olvidaba decir su frase, y el dia en que la ofa de nuevo le parecia que entraba
en un sublimado paraiso regalado. Pero esa visidn Hegaba a limites extremos y
curiosos, cuando coincidfa con la entrada del loro en Ia jaula de las alondras.
Llegaba entonces con el “puedes it” pegado a la oreja como una tapa sometida
a las leyes de la ebullicidn, al café de la esquina. Esas sensaciones superpuestas
al principio, y después agitadas y confundidas, le producian la agradable atmés-
fera de vivir un secreto inexistente, sin principio ni fin, rocio o grosera adhe-
rencia, bastante a producir en el dormido una locuacidad progresiva y peligrosa,
hasta que lentamente vuelve a caer en su clausura de interminable extensidn.
Ya era Ja tarde y el portero se dirigfa de nuevo al café de Ja esquina, que
eta, como ya dijimos anteriormente, para un portero guardador del patio mo-
rado de un obispado como convertirse en el tripulante tiltimo del buque fan-
tasma. “Puedes ir, café de la esquina, tira de lino, anillo de hierro”, se habfan
convertido en él en asperas y zumbadoras mitologias, en carretas trasladadoras
de ciudades. Aislaba siempre la magnificencia de ese “‘puedes ir”, como un fild-
sofo que subraya al acierto de los patronimicos homéricos: “el domador de
potros, el de Ia larga nariz, el que cifie Ia tierra”. Vio cémo por el extremo
de Ja calle avanzaba una inundacién, que los infantes furtivos que entraban
se zambullian, saltaban, parecfan ir desarrollando Ja inundacién, prolongéndola
en fragmentos menos peligrosos, 0 ya peinando las aguas que avanzaban, levan-
taban cortos remolinos. Abrié la boca al sentir Ja extrafia descarga que recep-
taba y se desplomd. Agiles y silenciosos los muchachos lograron arrastrarlo
hasta la gran puerta que protege el patio morado. En Ia otra esquina otto grupo
se refa lenta y suficientemente. Después por la noche lucia en las habitaciones
inferiores la iluminacién que era de ritual. Solamente lograron encontrarle
una manta ya vieja, que sin haber sido nunca usada parecfa haberse consumido
en muchos otofios secretos.
Pero fue otra la suerte de Ja cotorra. Sus miembros se desperezaron, atin
més crujieron algunas articulaciones. Crefa que su fuerza para el vuelo sdlo le
durarfa lo suficiente para Iegar hasta Ja jaula de las alondras. La inundacién
avanzaba sin sobresaltos, ocupando el gran molde que le estaba sefialando, con
la misma tranquilidad con que un artesano vierte sin medidas previas Ja sufi-
ciente cantidad de bronce en el molde que va adquiriendo la curvatura de un
brazo o el torneado de un pie que puede ser de una Diana o de una galga rusa.
Las nubes eran impulsadas por un viento que las obligaba a tomar figuras
groseras: un coche, un establo, una barcaza de Sorolla. El viento que al llegar
al patio del obispado se arremolinaba y parecia jugar con los manteos, convir-
tiéndolos en la tienda de un circo visto el tinico dfa del afio que el elefante
furioso rompe todos los postes sostenedores, descansando después en una
inconfundible calma, sin ver siquiera los destrozos causados. Una estremecida
potencia recorrfa al loro otorgandole un poderoso don de vuelo. Durante tres
noches Ja impulsidn no cesaba, sin contemplar siquiera que ya slo volaba
sobre una extensién ocupada por un cono de rocas y sobre un mar apagado
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book.El Emperador reaccioné ante la més vulgar destreza que puede realizar
un mago ante el ceremonial de Ja corte, encarcelando 2 Wang Lung. Con
esa decisién intentaba demostrar la superioridad de la Autoridad sobre la
Magia, y ademés preparaba una trampa visible: que So Ling visitase de
incégnito al mago y preparase la fuga hacia los frfos del norte. En el fondo,
el Emperador reaccionaba ante el espectéculo del mago con otro més vulgar,
y no ante la corte, sino ante el pueblo. Encarcelando al mago, el pueblo crefa
que el Emperador se jugaba una carta desesperada, ya que luchaba con fuer-
zas que él no podia detener como el rayo negro. Después, al fugarse el mago
con So Ling, el Emperador se mostraba ante el pueblo en una soledad nostal-
gica que lo neutralizaba para ser atacado. Y asi So Ling, que comenz6 sus
visitas al prisionero Ievdndole panes y almendras, pudo posteriormente allegar
un trinco y doce perros voladores pata escapat hacia el norte, con tan escasa
persecueién que pronto pudo el trineo sonar sus campanillas.
La aldea a la que se iba acercando adquiria en la noche una calidad de
amarillo con lengiietas stibitas rojo Iadrillo. Los grandes faroles de las casas
més ricas al moverse soplados por el viento del otofio, parecian pajaros que
transportasen en su pico nidos de fuego. Cuando el viento arreciaba y el
farol chocaba con la pared, volvfan a parecer pdjaros que al volar se golpeasen
el pecho con la medalla de las dnimas del purgatorio. Al divisar las luces,
los fuegos fragmentados, Wang Lung se sintié apufialado por deseos disimiles,
sucesivos, de diversos tamafios. Las luces lo tentaban de lejos y se mostraban
cn innumerables rostros, cn aclamaciones de fuego trastrocado. Las lamas
levantadas en sitios estratégicos para ahuyentar a los zorros —y el pequefio
centinela rojo Iadrillo que se encargaba de avivarlas—, trepaban y se fugaban
por su espalda y por sus brazos, produciéndole un desperezarse multiplicado
por pinchazos incesantes. Hizo un gesto despacioso, detuvo el trineo y salté
para abandonarlo. So Ling semidormida sintié como él la cubria con las man-
tas y levantaba el pufio para golpear con el latiguillo a los perros. Salté
también So Ling y se le prendié del cuello, clavéndole el gesto como un
alfiler largo para que no se le escapase. Pero él, resuelto, la empujé dentro
del trinco, y ante sus insistencias, levanté la mano como para golpcar aquella
mejilla que tanto se brindaba. Un latigazo dado a los pertos y se alejaban
las campanillas, y Wang Lung, ceremonioso, entré en la aldea, después de
sacudir su malhumor.
So Ling dejé que los perros sintiesen lo interminable de ese latigazo, y
durante tres dias, entrecortados por la lejanfa del agua y su encuentro, y por
cl tiempo més lento en que los perros hundfan su hocico en el agua para
comer peces atin vives, mezclandose el sonido de su masticacién y el de la
agonia de los peces. Dormia y se despertaba sobresaltada, para volverse a
dormir, mientras el trineo sobre su propia ‘nica luz nocturna se nutria de una
extensién infinita, Cuando los pertos sacudicron sus campanillas, So Ling
creyé ingenuamente que el cansancio les doblegaba les patas, sorbiéndole el
frio los tuétanos.
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