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doi: 10.34096/interlitteras.n1.7227
Sobre el prusianismo
" György Lukács
Traducción de Mariela Ferrari
Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional Arturo Jauretche, Argentina
Introducción de la traductora
Formalidad vacía o la codificación de la (i)legalidad dictatorial en Lukács y Bloch:
del Prusianismo al fascismo alemán, entre espiritualismo romántico y forma-
lismo burocrático
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Sonámbulo, atraído en sueños por la luna, tejiendo ensimismado la corona de su
gloria, “posteridad ilusa de sí mismo” (Kleist, 1988: 214), el príncipe de Hombur-
go sueña su gloriosa coronación ante el precipicio de la batalla inminente, en la
escena inicial de la obra homónima de Heinrich von Kleist. En una doble puesta
en abismo, la primera escena del drama contrapone el plano de los preparativos
militares apremiantes, ante la batalla de Fehrbellin, plano de lo real dentro de la
representación, frente al plano onírico del plácido sueño principesco, en donde se
escenifica el doble honor futuro (la anhelada victoria, en la guerra y en el amor).
Según Edward Keppel Bennet, Kleist es profundamente consciente del “dualismo
inherente al universo”, una observación esencialista a la que debemos agregar, a
fin de validarla, la idea de que más que un aspecto inherente de su ser, en reali-
dad, el universo caracterizado por la dualidad está anclado en un tiempo-espacio
específicos o determinados: se trata del universo cuyo centro es Brandemburgo,
el corazón del Prusianismo. La dualidad asume varias formas encadenadas en el
drama, tales como la mencionada ensoñación de gloria y amor, en el inminente
escenario militar, o el idilio amoroso, en el medio del luto del campo de batalla.
Pero el aspecto que vertebra la obra de Kleist es la contraposición entre ley mar-
cial y lo que podríamos denominar la “ley del corazón”, es decir, la contraposición
entre la formalidad vacía de la orden dada, en el derecho militar, como sostén del
orden estatal prusiano, frente a la acción subjetiva guiada por el corazón, en pos
del cumplimiento y la realización del individuo, simbolizados, en este caso, por
el sueño heroico de Homburgo.
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Así, El príncipe de Homburgo escenifica centralmente la aparente contradicción
y la paradójica complementariedad entre el espiritualismo romántico y el for-
malismo burocrático del prusianismo, que desembocará en el fascismo alemán.
Esta cuestión es tratada por Georg Lukács en “Sobre el prusianismo” (1943) y,
desde una perspectiva complementaria, en su artículo posterior, titulado “La
visión del mundo aristocrática y la democrática” (1946). Desde otra perspectiva,
el camino que recorre esta contradicción, hasta llegar al apogeo del fascismo
alemán, se describe en el sucesivo vaciamiento de formas jurídicas (y, podemos
agregar, éticas y morales), analizado por Ernst Bloch, en Derecho natural y dig-
nidad humana (1961). Existe un desarrollo de la aparente dicotomía y comple-
mentariedad entre el formalismo burocrático y el espiritualismo romántico en la
cultura alemana, en términos de una creciente formalidad vacía o, mejor dicho,
vaciada de contenidos (y de humanidad), una formalidad abstracta, vacua, que
llega a convertirse en la codificación de la (i)legalidad dictatorial en el nazismo.
En lo que sigue, focalizamos la postura de Lukács en “Über Preußentum”, debido
a la centralidad del tema en este texto de 1943.
Para Lukács, el origen del itinerario antidemocrático que culmina en el fascismo
alemán hunde sus raíces en el proceso de “prusianización” de la cultura alemana
y sus bases sociales. Desde esta perspectiva, el fascismo viene a representar la
última etapa de la ‘prusianización’ de Alemania: “Es evidente que el fascismo
heredó y profundizo todo lo malo que desarrolló la prusianización en el pueblo
alemán” (“Über Preußentum”, la traducción es nuestra).
El proceso de “prusianización” de la cultura alemana puede dividirse en esta-
dios o etapas sucesivas, cuyas estaciones Lukács recorre a partir del análisis
conjunto de las bases sociales de su desarrollo y de la obra de tres represen-
tantes literarios de dicho desarrollo: Heinrich von Kleist, Theodor Fontane y
la obra temprana de Thomas Mann. En cuanto a sus bases histórico-sociales,
para Lukács, en primer lugar, la antigua Prusia funcionó como un elemento
de disolución del “Sacro Imperio Romano Germánico”, todavía en proceso de
desintegración, hasta Napoleón. El atraso posterior de Alemania se expresa en
la singularidad de su burocracia absolutista. Para el filósofo, “el burocratismo es
la primera forma primitiva de superación del feudalismo, cargada aún de restos
feudales”. En este sentido, en Prusia, estos restos feudales son mucho más fuertes
que en los países occidentales. Y, como en el desarrollo posterior no se llega a
un quebrantamiento revolucionario del feudalismo, esta forma de organización
primitiva semifeudal se mantiene también a nivel económico, en una época en la
que hacía largo tiempo que el feudalismo había sido superado por la democracia,
como base del Estado, en otros países occidentales. Esta contradicción entre las
bases económicas y la organización estatal es la determinación social ulterior
de la singularidad prusiana: su carácter reaccionario y su burocratismo formal.
Para Lukács, hay una consecuencia fundamental en este proceso: el hecho de
que, cuanto más desarrollada está la sociedad, las facetas más rezagadas o retra-
sadas de esta forma de organización reaparecen de forma más reaccionaria,
corrosiva y caricaturesca. El autor evocado en el inicio de este trabajo ilustra
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esta contradicción. En principio, el universo prusiano construido por Kleist en
su obra de 1808-1811 se remonta a 1675, a los antecedentes del reino de Prusia
(el reinado de Federico Guillermo I de Brandenburgo). El príncipe de Homburgo
sitúa el centro de escena en la guerra franco-holandesa, es decir, las guerras de
independencia holandesa contra Francia e Inglaterra, con lo que ya se establece
desde un anacronismo. La batalla de Fehrbellin, ocurrida en 1675, implica el
rescate de la victoria alemana en el pasado, en el contexto de las guerras napo-
leónicas, contemporáneo a Kleist. Por ello, no resulta casual el exacerbamiento
apasionado de un nacionalismo construido, artificial, aunque deseado e ilusorio,
más ideal que real, así como tampoco es fortuito el común enemigo francés, en
ambas épocas, reeditado desde el contexto romántico.
En su obra sobre el Romanticismo Alemán, Rüdiger Safranski se refiere a Hein-
rich von Kleist a partir de la delimitación de Carl Schmitt, según la cual “son
románticos aquellos que de ‘forma ocasionalista’ toman la realidad respectiva
como ocasión para desencadenar imaginariamente su propio yo”. Según Safrans-
ki, el poeta “fue un romántico genial con el extremismo de sus sentimientos y el
absolutismo de su yo. Pero fue también un romántico peligroso”, porque muestra
“cómo todo un mundo imaginario, que encontró una expresión perfecta en su
obra, irrumpe sin mediaciones en la esfera política y engendra un sofocante fana-
tismo” (Safranski, 2009: 170). Los peligros de ese mundo imaginario que irrumpe
en la esfera política sin mediaciones, sin tertium datum, y engendra fanatismo,
son los mismos que afectan, en el razonamiento lukácsiano, al prusianismo y,
posteriormente, al fascismo. La excitación política de los tiempos de Kleist, “una
de las grandes figuras en cuyo pecho bulle el odio”, también se identifica con las
etapas posteriores de desarrollo del prusianismo, y sobre todo, la fascista, en la
que resuena el mismo fundamento nacionalista (igualmente mitificado e iluso-
rio). Para Lukács, “Kleist vislumbró genialmente esta conexión en su relación
con la patología romántica y la legitimidad prusiana de la guerra”.
En este proceso, el ejemplo de Kleist escenifica de manera concreta la aparente
contradicción y efectiva complementariedad entre espiritualismo romántico y
el prusianismo como una forma de ley marcial vacía de contenido concreto, en la
obediencia de la orden dada, la ley por la ley misma, como pura forma abstracta,
una obediencia que el príncipe cuestiona, en actos, en primera instancia, pero a
la que se subordina ciegamente, hasta más que la aceptación, la entrega gustosa
a una muerte consustancial al mantenimiento del orden sostenido por esa ley
abstracta formal. En el acto final del drama, “el mandato del deber formalista y
la anarquía del sentimiento” permanecen antagónicos, dos órdenes de sentido
que se excluyen mutuamente, pero la conciliación poética artificial que implica
el sometimiento voluntario del príncipe a la autoridad, abrazando una muerte
voluntaria, como sacrificio, posibilita el poco convincente final feliz del drama.
El verdadero proceso de prusianización de Alemania comienza con las vic-
torias que tienen lugar entre 1866 y 1871. La derrota de la Revolución del ’48,
“el mayor viraje del destino popular alemán”, según Lukács, preparó a Alema-
nia para este destino. Con una fachada modernizada, pseudodemocrática y
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pseudoparlamentaria, la Prusia de Bismarck realiza un acuerdo corrupto entre
la modernización comercial y la reacción socio-política en el desarrollo alemán.
En este punto, se insertan las observaciones de Ernst Bloch sobre el derecho
tardo burgués de Rudolf von Jhering. Jhering hizo valer el lúcido error de que
el Derecho es una creación intencionada, realizada de acuerdo con un plan. El
derecho positivo se valora en tanto voluntad normativa dirigida a un fin. Para
Jhering, según Bloch, las normas jurídicas son convincentes por su eficacia fácti-
ca, pero esta eficacia, esta capacidad para la realización de un fin, tiene que darse
siempre. La idea de que “el fin es el creador del Derecho” condujo sólo al fin del
lucro, la empresa privada y del estado liberal-nacional. El derecho bismarckiano
que acompaña el proceso unificación de Alemania, como proceso económico,
hacia 1871, es el derecho autojustificador del vencedor, el del fin que justifica no
sólo los medios, sino su propia legitimidad, en el propio triunfo histórico de la
Realpolitik. El principio del precio fijo, afirma Bloch, es “el contenido que fruc-
tificaba el vacío y lo que lo hacía, por así decirlo, humano”. De este modo, “Por
virtud del burgués, se alzó a lo alto el granuja y también el frío” (Bloch, DNDH:
246). Así del finalismo de Jhering al decisionismo de Carl Schmitt, y su teoría del
romanticismo político, sólo hay un paso.
La cáscara del derecho o el derecho como cáscara, en los términos de Bloch, reto-
ma la idea de la vacuidad formal en el prusianismo, hacia la época bismarckiana.
En esta etapa, Theodor Fontane y, luego, el relativamente joven Thomas Mann,
representan a los defensores del Prusianismo, y, a la vez, tal como Kleist, sus
retratistas más críticos y más lúcidos, en la exhibición de sus contradicciones
internas. Con respecto a Fontane, según Lukács, este ve en sus héroes una moral
que funciona mecánicamente, que no se encuentra vinculada en casi ningún
sentido con su vida interna, en cuyo carácter obligatorio ellos mismos no creen
seriamente, pero a la que se someten en sus preceptos sin excepción, aun cuan-
do sólo sea de manera mecánico-convencional. La interpretación escéptica del
prusianismo se representa de la manera más clara en “La elección del capitán von
Schach”, donde se lleva al extremo la polaridad entre irreprochabilidad formal, el
porte prusiano de la postura marcial como cáscara y la inconsistencia interna en
todas las cuestiones vitales. Fontane expone cómo los diferentes tipos del noble
prusiano se modernizan, cómo se convierten en hombres de la sociedad burguesa
actual. Pero, todo aquello de lo que se adueñaron en cultura, en sentimiento y
vivencia, choca contra su postura prusiana, que funciona de manera mecánico-
fatalista. Queda en pie la inhumanidad de la moral prusiana y domina, sin que
los hombres estén en condiciones de tender un puente entre sus sentimientos y
sus actos. Así, resurge detrás de la fachada brillante, a menudo, decorosa, siempre
marcial, un mundo interno de plena inconsistencia e inestabilidad, de dubitación
resignada, de cinismo sentimentalista o fríamente arribista. La interpretación
escéptica del prusianismo se representa de la manera más clara en la obra de
Fontane, donde se lleva al extremo la polaridad entre irreprochabilidad formal,
porte prusiano, y la inconsistencia interna más profunda.
Los escritos de Thomas Mann de la época de la Primera Guerra expresan su ini-
cial culto a Prusia. El héroe de Muerte en Venecia, Aschenbach, escribió una obra
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sobre Federico el grande. Su ser poético tiene mucho que ver con el prusianismo.
Él supera la anarquía del arte moderno a través de una postura aprendida del
prusianismo, por la que el espíritu prusiano aparece como un principio estéti-
co-moral, como un contrapeso estético-moral, contra las tendencias moderno-
decadentes o sentimental-burguesas. Thomas Mann configuró psicológicamente
la peligrosa vacuidad anímica de la “postura” prusiana, porque, como afirma
Lukács, cada acento de valor moral se sale de la postura y la subjetividad de la
vida de los instintos es tratada como material que debe ser reprimido, pero no
puede serlo.
En cuanto a sus escritos ensayísticos, ampliamente analizados por la crítica,
según Lukács, para el Mann de 1918, el pueblo alemán es un pueblo apolíticamen-
te conservador, por lo que también el denominado “Estado autoritario” es una
forma de gobierno adecuada para él. Si esta premisa es correcta, ¿qué se sigue
de esto? La idea de la inmortalidad del burocratismo militar y civil prusiano,
es decir, eso que Mann denomina “el eterno carácter alemán”. Así, toda política
real solo puede ser democrática, pero, precisamente por eso, profundamente
no alemana. De esta forma, se manifiesta la oposición entre el Prusianismo y la
democracia, que llega a su punto máximo en el triunfo del fascismo.
La crisis de la democracia en el pensamiento alemán se vincula directamente con
el surgimiento del fascismo como última etapa del Prusianismo, a comienzos
del siglo XX (Lukács, 2003: 28). Como característica central del Prusianismo,
mencionada más arriba, la detención reaccionaria en los estadios primitivos de
la monarquía absoluta, determinados por la burocracia, se oponía a las formas
de socialización democrática, porque el burocratismo implica un control sos-
tenido del aparato estatal que paraliza la vida pública y hace que los individuos
permanezcan fuera de lo político, al contrario de lo que ocurre con las sociedades
modernas desarrolladas.
Esta crisis o el escepticismo “típico” del carácter alemán frente a la democra-
cia, en Mann, se relaciona con la contradicción entre la libertad y la igualdad
políticas, frente a la libertad e igualdad reales de las personas, según Lukács y
Bloch. Así, según Lukács, “Las instituciones jurídicas creadas para defender los
ideales de libertad e igualdad desmienten continuamente en su funcionamiento
ordinario los valores que presuntamente deberían defender” (Lukács, 2003: 9).
Libertad e igualdad se definen como categorías formalistas, abstractas, mientras
que, en términos reales, lo que subsiste es el Estado de derecho para pobres y
ricos. Al respecto, Bloch afirma que la igualdad jurídica se encuentra por enci-
ma de la desigualdad intacta de la propiedad, con lo cual sirve para ocultar los
privilegios de la clase dominante, tras una vacuidad abstracta (Bloch, 2011: 252).
Si Hans Kelsen presenta el formalismo vacío del derecho como pura norma,
el “decisionismo” de Carl Schmitt, el ideólogo del régimen nacionalsocialista,
según Bloch, que pone en relación el pragmatismo bismarckiano con el pseudo
derecho natural romántico, legitima el estado de excepción y hace desaparecer
la máscara del Estado de Derecho. Para el filósofo, el estudio de Schmitt sobre el
romanticismo político enlaza la ley eterna y el derecho vital del pueblo alemán.
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Así, se expone también la conexión indisoluble entre el espiritualismo romántico
y el formalismo que caracteriza fundamentalmente al Prusianismo alemán, en
su desarrollo hasta el fascismo, en la exaltación del mito del pueblo más noble
y más fuerte, así como el mito de la guerra.
La reedición del espiritualismo romántico de comienzos del siglo XIX, bajo la
forma de un anticapitalismo romántico no tan lejano al joven Lukács, y su com-
plementariedad respecto del formalismo burocrático, muestra las vicisitudes de
esta dualidad, ya convertida en encrucijada fatal a principios del siglo XX. “Quiero
la ley sagrada de la guerra, que transgredí a la vista de las tropas, glorificarla
en una muerte libre” (Kleist, 1988: 293), afirma al final del drama el príncipe de
Homburgo, augurando el sentido de la glorificación de la muerte, por la patria
como ideal, o, mejor dicho, por la ley y la obediencia marcial como sentido de
orden. En el fascismo, último escalón de la formación prusiana prefigurada en
Kleist, la ley marcial, vacía de humanidad y de corazón, una ley paradójicamente
privada de justicia y de razón, conduce y demanda el sacrificio gustoso. Así, dos
siglos más tarde, la entrega a la muerte, o hasta la muerte, se mantiene como
ideal vacío de razón.
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" György Lukács
Es comprensible que la puesta en peligro de la civilización mundial por parte
del bandolerismo organizado de Hitler permita plantear la pregunta acerca de
cómo puede explicarse la profunda decadencia del pueblo alemán. Naturalmente,
aquí, se encuentra uno con el problema de la prusianización de Alemania. Puesto
que, mucho antes de Hitler, los espíritus de Europa verdaderamente amantes
del progreso (entre ellos, no pocos alemanes) percibieron el prusianismo, su
esencia social y política, moral y cultural, como un peligroso cuerpo extraño, en
la civilización moderna. Es de suponer,entonces, que el agudo envenenamiento
del espíritu nacional alemán debe deducirse directamente de esta enfermedad
crónica de varios siglos.
Pero, al observar más de cerca, se muestra aquí también que líneas de enlace
demasiado directas, en muy pocos casos, confluyen en los caminos de enlace
realmente decisivos. Es evidente que el fascismo heredó y profundizó todo lo
malo que desarrolló la prusianización en el pueblo alemán. Por una parte, sin
embargo, encontramos una y otra vez ejemplos de que los representantes de una
ideología prusiana antigua (por ejemplo, el pastor Niemöller, Ernst Wiechert)
se situaron en oposición al hitlerismo. Por otra parte, la época entre 1918 y 1933
mostró de manera ostensible que los representantes directos del prusianismo
tradicional no fueron capaces de construir un régimen reaccionario en Alema-
nia que pudiera introducir algo nuevo, la demagogia específica del hitlerismo,
algo en lo que el espíritu prusiano constituye un factor importante, pero con
respecto a lo que es únicamente un factor. Esto ya indica que el modo de plantear
el problema del espíritu prusiano y el fascismo necesitaba una concretización
complementaria.
1 Lukács, G. (1943), “Über Preußentum“. En Lukács, G., Schiksalswende. Beiträge zu einer neuen deutschen
Ideologie, pp. 68-94. Berlín, Aufbau Verlag..
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I.
¿En qué debe consistir esta complementación? Creemos que, ante todo, en la refe-
rencia a la dinámica de la historia alemana. A menudo, se ve correctamente la
polaridad entre prusianismo y democracia, pero es igualmente común que se per-
ciba de manera solo insuficiente el periódico efecto recíproco de ambos principios
en la historia alemana, los intentos repetidos del pueblo alemán para configurar
por sí mismo su propio destino, democráticamente; el fracaso reiterado de estos
intentos, el fortalecimiento del poder del prusianismo sobre los alemanes (que
surgió de estas derrotas del pueblo alemán, alternadamente, internas y externas)
y, de manera simultánea, su degeneracion interna. Solo la historia de los muy com-
plejos efectos recíprocos explica la real vinculación entre el espíritu alemán y el
prusiano y, al mismo tiempo, las etapas de la prusianización de Alemania, etapas
muy diversas entre sí. Se sobreentiende que también aquí podemos exponer solo
algunos puntos de vista, puesto que, en este marco, no sería posible realizar siquie-
ra un resumen a manera de esbozo de este desarrollo.
Tal como en la epopeya, debemos comenzar in media res. La real prusianización
de Alemania comienza con las victorias de 1866 y 1871. Ciertamente, la derrota
de la Revolución del ‘48 preparó a Alemania para este destino. Esta derrota es el
mayor viraje del destino del pueblo alemán, desde la Guerra de los campesinos,
en 1525. Entonces, Alemania fue arrojada nuevamente, desde la problemática
medieval, hacia un corrompido absolutismo de pequeños estados; surgió una
caricatura de aquel desarrollo, que, en los grandes Estados europeos, especial-
mente en Francia, fue imprescindible para la preparación de las formas sociales
modernas. En la Revolución del ’48 (por primera vez en tres siglos), se hizo el
intento de recuperar todo lo perdido, entretanto, y de insertar a Alemania en la
comunidad de la cultura política de los países libres europeos.
El intento fracasó. La derrota, vista en términos objetivos, no fue definitiva, pero
la burguesía alemana no poseía ni el valor ni la fuerza para aprovechar las oca-
siones propicias que se le ofrecían. Como ahora la unificación económica de
Alemania se había vuelto históricamente necesaria, Prusia se convirtió en su
ejecutor reaccionario. Sobre estas bases, nació de igual modo una caricatura
sociopolítica –por cierto, de una índole completamente diferente- de la estruc-
tura socioestatal moderna. Así la prusianización de Alemania es también la
expresión organizativo-ideológica del camino errado que podemos seguir en la
historia alemana, tal como hace trescientos años lo fuera el absolutismo de los
pequeños estados. Los luchadores de la democracia vieron claramente el peligro
y por eso,desde el inicio, promovieron que Prusia fuera integrada a Alemania.
Pero no se logró evitar la prusianización bismarckiana de Alemania. La unidad
alemana no tuvo lugar por el camino de la libertad y la democracia; por el contra-
rio, bajo la hegemonía prusiana, la unidad alemana se convirtió en el obstáculo
de la libertad del pueblo alemán.
Con esta decisión, se inició un nuevo período en el prusianismo mismo y, par-
ticularmente, en su interrelación con Alemania. Durante mucho tiempo, casi
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hasta las vísperas de la unificación alemana, se extinguieron los esfuerzos por
arrancar a Alemania de Prusia. Prusia era el impedimento más importante para
la unidad nacional. Sobre todo, la leyenda difundida por Treitschke2, según la
cual, desde el comienzo, Prusia habría aspirado a la unificación de Alemania,
es absolutamente insostenible en términos históricos. Incluso cuando en el
segundo cuarto del siglo XIX, por razones geográficas y económicas, Prusia se
vio obligada a fundar la “unión aduanera alemana”3, aun cuando, ya, en gran
parte, había logrado la unificación económica alemana, los principales políti-
cos prusianos se oponían al desarrollo histórico que ellos habían introducido
(aunque inconscientemente), mediante sus medidas económicas (cabe pensar
en la pelea de Bismarck contra Guillermo I).
Siendo uno de los principados territoriales alemanes, la Prusia del siglo XVIII
había sido regida de manera tan estrecha de miras, dinástico-egoísta y particu-
larista como los otros principados; como ellos, es asimismo incapaz de concebir
tan siquiera un pensamiento nacional, menos aún, entonces, de impulsarlo en
términos práctico-políticos. Gracias a su mayor poder militar, Prusia se con-
vierte solo en un obstáculo para la unidad nacional, más eficaz que el resto de
los principados, que eran, en su mayoría, pequeños estados impotentes. Por
ello, el joven Hegel, por ejemplo, ve con razón en Prusia uno de los estados no
alemanes, que desgarran la unidad alemana; en La constitución de Alemania, enu-
mera a Prusia en una misma línea que potencias extranjeras tales como Suecia
y Dinamarca. Casi todos los intelectuales influyentes de esta época tienen una
orientación similar; me remito solamente a Lessing, Klopstock, Winckelmann,
Herder y Goethe.
Esta antítesis representa un papel preponderante en la crítica a la prusianiza-
ción de Alemania, especialmente desde la Primera Guerra Mundial. Se presenta
principalmente en la formulación Weimar versus Postdam. La contraposición
es, a primera vista, muy capciosa. Designa, de hecho, los dos polos de esencia
alemana, tanto el pináculo cultural como también el punto más bajo del desa-
rrollo alemán. Pero, en realidad, la cuestión es muy diferente. Weimar y Postdam
fueron solo dos formas de expresión político-cultural, de diversa índole y, tam-
bién, por cierto, de diverso valor, del atraso político-social y del desgarramiento
de Alemania,esbozados más arriba.
No debe olvidarse, sobre todo, que la Weimar de Goethe y de Schiller no era en
ningún sentido típica para los pequeños principados alemanes no prusianos.
De ninguna manera queremos hablar aquí sobre cuánto idealizó la leyenda la
Weimar de Karl August (en las cartas íntimas de Goethe y Schiller se encuentra
mucho material al respecto). Pero, sea como fuere, el hecho de que la impotencia
2Heinrich von Treitschke (1834-1896) fue un historiador y politólogo alemán, de ideología nacionalista, liberal
y antisemita, que abogó por la unificación de Alemania. En la época de la Fundación del Imperio (Gründerzeit),
desde 1871 y hasta su muerte, formó parte del Parlamento alemán (Reichstag) (nota de la trad.).
3La Unión Aduanera de los Estados de Alemania (Zollverein, literalmente, “Unión aduanera”) fue una organi-
zación de aduanas de los Estados alemanes antes de la unificación en 1871, iniciada en 1834. Gracias a esta,
los aranceles entre los miembros de la Confederación Germánica fueron suprimidos, con excepción de Austria
(nota de la trad.).
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política de un pequeño principado mas alla de todo su carácter problemático
haya conducido a la fundación de un foco cultural iluminador es un caso de
excepción; es un caso excepcional el hecho de que, a partir de esta impotencia, no
haya surgido una copia ridícula de Versalles, ni las mezquinas intrigas políticas
por la explotacion de franjas territoriales, ni un disipado comercio de amantes,
ni caricaturescos juegos de soldados ni una venta de soldados indigna, como
los pequeños estados alemanes típicos en este grado de desarrollo. ¿En qué se
diferencia Prusia de otros principados alemanes territoriales, por un lado, y, por
otro, de otras monarquías absolutas del siglo XVIII? Sobre todo, por el hecho de
que sobrepasa a los primeros en magnitud y en poder, así como queda atrás de,
por ejemplo, Francia o Austria, en términos cuantitativos. La magnitud permite
y hace necesaria, al mismo tiempo, una política de poder europea, de la que eran
incapaces los otros pequeños estados alemanes. Pero la debilidad relativa frente
a las grandes potencias conduce a que Prusia siempre tenga dificultades cada
vez más grandes que las monarquías más fuertes, para la adquisición de medios
financieros, sociales y militares. En correspondencia, también los métodos de
la política de poder monárquico-absolutista son más subalternas que las de los
reales grandes estados; estos, donde alcanza la fuerza, son más brutales; por
otra parte, son servilmente traicioneros en las relaciones con los estados más
fuertes (al principio, con respecto a Polonia y Suecia, luego, con Francia y Rusia).
La estructura social interna de Prusia, en general, no se diferencia demasia-
do de la de otros estados absolutistas. Pero el atraso económico de Alemania
tiene como resultado aquí circunstancias completamente diferentes y la pos-
tergación es tan fuerte que, de esto, surge algo cualitativamente diferente. En
pocas palabras, en la lucha de la monarquía absoluta contra la nobleza, esta es
su aliado inicial, porque la burguesía está mucho menos desarrollada que en
los países occidentales, es más débil e indecisa. Por eso, la nobleza feudal está
mucho menos debilitada y derrotada, mucho menos presionada para convertirse
en la aristocracia de la corte y, a la vez, mucho menos civilizada, que en Francia;
conserva más de su origen en los bosques feudales. Esta relación particular entre
aristocracia de corte y militar, por una parte, y, por otra, fuertes residuos feuda-
les produce las bases para la peculiaridad de la aristocracia prusiana y para su
vinculación con la monarquía.
El atraso de Alemania se expresa también en la peculiaridad de la burocracia
absolutista. El burocratismo es la primera forma primitiva de la superación del
feudalismo, cargada aún de restos feudales. De acuerdo con su naturaleza, en Pru-
sia, estos restos son mucho más fuertes que en los países occidentales. Y, puesto
que, en el desarrollo posterior, no se llega a un quebrantamiento revolucionario
del feudalismo, esta forma de organización primitiva semifeudal del Estado
moderno unificado sigue conservándose también en niveles económicos mucho
más altos, en una época en la que hacía largo tiempo que el feudalismo había sido
superado por la democracia, como base del Estado, en los países occidentales.
Esta contradicción entre las bases económicas y la forma de organización estatal
es la otra determinación social de la peculiaridad prusiana. En diferentes niveles
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de desarrollo, pueden extraerse consecuencias totalmente diversas de esto;
cuanto más desarrollada está la sociedad, aparecen los aspectos retrasados de
esta forma de organización tanto más reaccionarios, corrosivos, caricaturescos.
Cuando la sociedad estaba todavía menos desarrollada, dominaba la honradez
de la conciencia del funcionario, mientras que, en la sociedad más desarrollada,
el formalismo burocrático (originalmente, un arma importante en la superación
del patriarcalismo feudal, de la anarquía jurídica medieval) se petrificó cada vez
más en un vacío aniquilador. Pero, puesto que, en el capitalismo desarrollado,
también se conservan durante un tiempo relativamente largo aún elementos de
la respetabilidad del funcionario, justamente aquí se dio en Alemania un punto
de enlace importante para la crítica romántica del capitalismo. La indignación
ante la corrupción moral, ante el bajo nivel intelectual y moral del desarrollo
capitalista que se inicia intensamente a mediados del siglo XIX, en las circuns-
tancias particulares de Alemania, a menudo, destaca la honestidad, la actitud
estética y moralmente fácil de destacar de la burocracia civil y militar en contra
del tipo del capitalismo.
A pesar de estas contraposiciones, la rivalidad continua entre Weimar y Postdam
no es una casualidad; es el falso dilema del desarrollo alemán precedente. Un
país sin una vida pública real, sin una opinión pública activa y poderosa, sin
intereses políticos vivos y activos, sin un centro nacional, debe, o bien, quedar
estancado en las formas más distorsionadas y degeneradas, más mezquinas
del período absolutista, o bien, llevará hasta el final las ideas de la época, sin un
control social sobre su aplicabilidad real (por cierto, también en caso de obstá-
culos sociales menos palpables en su pensar hasta el final), en cierta medida, las
llevará hasta el final en un espacio sin atmósfera, y las batallas de los espíritus
se desplazarán al cielo de las ideas.4
Esto último caracteriza la grandeza del período clásico de la literatura y la filosofía
alemanas. Es por esto tentador contraponerlas al espíritu estrecho y estéril de
Prusia. Pero, por mucho que se trate aquí de la polaridad del desgarramiento
nacional, de la existencia antidemocrática del pueblo alemán, se muestra en esto
lo que podemos percibir una y otra vez, a Weimar y Postdam, en todas las mani-
festaciones de la vida alemana. Por una parte, como disolución ideológico-moral
en Prusia, en la que, con cada ascenso económico-cultural, nace una disolución,
porque el Estado prusiano, el espíritu prusiano, no deja margen para el incor-
poración razonable de nuevos valores culturales; por otra parte, como barrera
burocrática en el individualismo humanístico, que incluso nosotros debemos
examinar constantemente en el caso de gigantes, tales como Goethe y Hegel, aun-
que su grandeza histórico-universal en buena medida se debe al hecho de que,
desde todo punto de vista, pelearon contra esta corriente del desarrollo alemán.
Weimar y Postdam son, pues, los dos polos del desarrollo alemán previo. Como
en una brújula partida por la mitad, ambos reaparecen en todas las fenómenos
espirituales de la Alemania de entonces.
4La expresión alude a la batalla de los Campos Cataláunicos (batalla de Châlons o batalla de Locus Mauriacus)
que tuvo lugar en el año 451 y confrontó a una coalición romana dirigida por el general Flavio Aecio y el rey visi-
godo Teodorico I, contra la alianza de los hunos, encabezados por Atila (nota de la trad.).
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II
Se habla mucho (sobre todo, la publicística occidental vuelve una y otra vez sobre
esto) de que el prusianismo es algo intelectual, una posición moral e intelectual.
Hasta cierto punto, esto es correcto. Pero más correcto es remontarse a las bases
sociales y ver que el sustento del prusianismo significa un estancamiento en el
estadio relativamente primitivo de la monarquía absoluta, un estancamiento en
la burocracia como la forma de organización dominante del Estado moderno,
de la nueva sociedad burguesa. O, dicho en términos negativos, que no tiene
lugar ninguna socialización democrática, ningún control sostenido del aparato
estatal por parte de la vida pública; y los individuos permanecen fuera de lo polí-
tico, al contrario de lo que ocurre con las sociedades modernas orgánicamente
desarrolladas, en las que todos los problemas de la vida reciben de la opinión
pública un parámetro social concreto, los mandamientos de la moral alcanzan
una realización concreta de contenido social.
En cambio, el burocratismo es siempre formal. La nivelación formal fue una de
sus tareas más importantes en la lucha contra la heterogeneidad anárquica del
patriarcalismo medieval. En el estadio más alto de la sublimación, como ética,
aparece bajo la forma de una ética del deber puramente formal, el cumplimien-
to del deber por el deber mismo, la sumisión incondicional bajo el imperativo
moral. Visto en términos objetivamente sociales, este formalismo es, por cierto,
una ilusión. En última instancia, significa que el funcionario ve su “honor”, tal
como afirma Max Weber, en que expresa sus reservas, pero también cumple la
tarea que le fuera asignada, incluso en contra de su convicción, subordina su
convicción a una decisión superior, cuando no puede imponerla.
Naturalmente, no solo se trata aquí de la denigración socio-moral –producida
bajo coacción– de la libertad y de la capacidad de decisión, sino que también
se trata de política, e, incluso, de estrategia. Bismarck es el único hombre de
Estado de gran estilo que fue engendrado por el prusianismo moderno –pero
cuántos rasgos atípicos hay incluso en él (en parte, a causa de su origen semi-
burgués)–. También por esto Bismarck fue un hombre de Estado de gran estilo,
solo en el período de la realización reaccionaria de la unidad alemana. Stein,
el hombre de Estado sobresaliente de Prusia, a comienzos del siglo XIX, no era
prusiano. E incluso Bismarck mismo observó que los verdaderos estrategas del
ejército prusiano Scharnhorst, Gneisenau y Moltke, no procedían de la escuela
del militarismo vernáculo; este solo formó a comandantes subalternos, buenos,
escrupulosos (es decir, burócratas militares, ningún general en jefe verdadero).
El espíritu burocrático, elevado a cosmovisión, tiene como consecuencia que
todas las inclinaciones y las opiniones individuales, ante la objetividad del man-
dato, son reducidas al nivel de una mera subjetividad y también son experimen-
tadas así por el sujeto. Entre la universalidad del deber objetivo, ajena al sujeto,
y la mera subjetividad del individuo real parece abrirse un abismo insalvable
(si el individuo se rebela frente a esto, anarquista, romántica o de forma super-
ficialmente literaria, e impugna, con ello, toda objetividad del deber, se forma
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de manera claramente visible solo un polo opuesto complementario para esta
estructura espiritual, que no constituye, sin embargo, en ningún sentido, su
verdadera superación).
Estos problemas se sitúan de forma muy diferente en una sociedad libre y
democrática. La vida pública ampliamente desarrollada permite y propicia una
responsabilidad libre de las decisiones para cada individuo, en cada situación
decisiva. Por ello, en él están contenidos los imperativos, su contenido es acep-
tado o rechazado conscientemente, es decir, es objeto de una elección, de una
decisión; pero no entre el imperativo del deber formalista y la anarquía del sen-
timiento subjetivo, sino entre dos contenidos sociales concretos.
Para nuestra observación, se trata solo de la elaboración precisa de la contrapo-
sición entre las líneas de desarrollo, democrática y “autoritaria”. Todos saben que
las democracias, por una parte, son extraordinariamente diversas, en términos
históricos y sociales; que todos los problemas de la vida social y, a consecuencia
de esto, también las posibilidades del ser humano individual, se veían totalmente
diferentes, en el período de esplendor heroico de la gran Revolución Francesa
que, por ejemplo, en la vida cotidiana de los Estados Unidos; que la república
hispánica, que luchó heroicamente por su libertad, representó una democracia
diferente que la Francia de Daladier5. Y naturalmente se expresan las facetas
significativas y desarrolladas de la democracia, su antítesis con el desarrollo
germano-prusiano, de manera tanto más patente, cuanto más cercana se encuen-
tra su verdadera esencia social (y no meramente su forma fundada en el Derecho
público) de los puntos más altos de las democracias, de los períodos de Cromwell
o Washington, Robespierre o Lincoln.
Por otro lado, es igualmente conocido que la democracia en sí no puede ser
ninguna panacea universal contra las enfermedades sociales de la vida social
moderna. La corrupción, el dominio de las camarillas, la infracción abierta
u oculta contra el derecho, la explotación del poder político en perjuicio de
los pobres son igualmente posibles en las democracias como en la estructura
estatal organizada de manera antidemocrática. La diferencia consiste “mera-
mente” en que, en las democracias, está disponible el arma de la opinión pública
contra los abusos (una vez más: dependiendo de los gradaciones expresadas
más arriba, dentro de sus diferentes tipos), mientras que la burocracia de los
Estados abierta o encubiertamente “autoritarios” casi siempre logra sustraer a
la crítica de la opinión pública sus abusos, sus medidas ilegales, bajo la bandera
del “interés público”.
En la Alemania “prusianizada”, este Estado se encarnó hasta tal punto en una
gran parte del pueblo, que la mayoría consideran como algo desfavorable la reve-
lación abierta de los abusos en las democracias, la movilización de la opinión
pública para revelarlos y repararlos; y, a menudo, -de manera autoengañosa o
5 Édouard Daladier (1884-1970) fue un político francés, diputado por el Partido Radical Socialista, posterior-
mente, ministro y, luego, jefe del gobierno francés a comienzos de la Segunda Guerra Mundial (nota de la trad.).
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hipócrita-, se defiende el punto de vista según el cual, en Alemania, tales tormen-
tas serían política y socialmente superfluas, porque la “sana” sociedad alemana
no es corrupta como las de las democracias occidentales.
A partir de esta posición, se sigue que, para la intelectualidad alemana, con muy
pocas excepciones, nada puede resultar más extraño que los modos de compor-
tamiento espirituales tales como los de Zolá y Anatole France, durante y después
del affaire Dreyfus6. Para gran perjuicio de la literatura alemana y de la prensa
alemana,en ella está representado muy rara y débilmente el tertium datum, entre
una disposición demasiado grande para la reconciliación con la realidad socioes-
tatal y la rebeldía anarquista individual. Incluso esto es una consecuencia de que
el pueblo alemán prácticamente no haya conocido nunca la verdadera libertad
de la vida pública democrática. Eso repercute, sobre todo, en la moral social, por
la falta de “coraje civil” que ya fuera constatada por Bismarck.
La idea ampliamente difundida acerca de que la firmeza intransigente del sentido del
deber constituye la esencia del espíritu prusiano es, asimismo, falsa. En la historia
de la moral humana, hemos vivenciado repetidamente esta férrea firmeza. En Roma,
en la renovación de la moral antigua, por parte de los Jacobinos, en la ética de Kant y
Fichte (por cierto, rebajada y burocratizada a la alemana). Solobasta con pensaren la
configuración del conflicto de Bruto, hasta las derivaciones de la tragédie classique.
Completamente diferente, directamente opuesta, es la firmeza intransigente de la
ética prusiana del deber. El escritor Heinrich von Kleist, genial y, al mismo tiempo,
profundamente prusiano, experimentó esta contraposición con respecto a la Anti-
güedad, de manera extraordinariamente precisa. Cuando, luego de haber triunfado
en la batalla, su príncipe de Homburgo es detenido a causa del incumplimiento de
la orden recibida, él pronuncia muy claramente para sí mismo el siguiente monó-
logo sobre el problema,esclareciendo, al mismo tiempo, las ideas de Kleist:
Mi primo Federico, un nuevo Brutus
en un lienzo con tiza dibujado,
sedente se ve ya se ve en silla curul;
en primer plano, las banderas suecas,
y el código de guerra de la Marca,
sobre la mesa. No seré yo el hijo
que aún lo admire ante el hacha del verdugo.
¡Corazón alemán de vieja cepa
no creo en el amor que no es magnánimo!7
6 El affaire Dreyfus se inició por la acusación y sentencia judicial de la que fue víctima el capitán Alfred Dreyfus
(1859-1935), ingeniero de origen judío-alsaciano, acusado y condenado injustamente por espionaje y alta trai-
ción, y que recibió una sentencia de cadena perpetua a cumplir en la Isla del Diablo. Durante doce años, de 1894
a 1906, el caso conmocionó a la sociedad francesa de la época, marcando un hito en la historia del antisemitis-
mo. El caso ganó extrema notoriedad pública por la publicación del artículo de Émile ZolaYo acuso (J’accuse), en
1898, y provocó una sucesión de crisis políticas y sociales inéditas en Francia que, en el momento de su apogeo,
en 1899, revelaron las rupturas que subyacían en la Tercera República Francesa. Puso al descubierto la existen-
cia, en la sociedad francesa, de un núcleo de violento nacionalismo y antisemitismo difundido por una prensa
sumamente influyente (nota de la trad.).
7 Kleist, Heinrich von, “El príncipe de Homburgo”. En: Pentesilea. Anfitrión. El príncipe de Homburgo. Trad. de José
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El príncipe de Homburgo, de Kleist, es realmente el drama del espíritu prusiano.
No solo –como es recibida, generalmente–, porque, al final, este espíritu prusiano
se lleva el triunfo absoluto, sino porque, quizás contra lasintenciones conscientes
del poeta, ya aquí, el carácter contradictorio interno de la derivación prusiana
del espíritu alemán se expresa de la manera más clara y poéticamente más signi-
ficativa. Friedrich Hebbel, un ardiente admirador de este drama, critica el inicio
y el final, porque, en ambos pasajes, se configura el sonambulismo del príncipe.
Agrega, sin embargo, justificando esto hasta cierto punto, que el drama interno
no sería posible también, sin este inicio y este fin. Creemos que no se trata de una
genial licencia poética de Kleist, sino que, precisamente en el noctambulismo
del príncipe, se expresa el polo opuesto irracional, subjetivo-patológico del deber
formal y abstracto por el deber mismo, de manera poéticamente grandiosa, a
pesar de que, de esta forma, se desenmascaran la universalidad del conflicto
central, así como una particularidad abstracta. Por cierto, el Junker prusiano
Kleist, atrapado en representaciones tradicionales, no pudo dominar intelec-
tualmente su propia visión ideológica. Ambos polos están, uno frente al otro,
irreconciliados, inconexos, y los intentos del poeta de producir una conciliación
intelectual permanecen superficiales y eclécticos.
Ya sé que han de reinar leyes de guerra,
perotambién los bellos sentimientos8
Así, el drama más genial del poeta prusiano más genial expone la contradicción,
quese muestra, en las formas más diversas, enlas más diversas etapas en la his-
toria alemano-prusiano. Se señaló repetidamente, de manera correcta, que el
pietismo funciona ya muy tempranamente como complemento religioso para
la ética del deber prusiana, burocrático-militar, es decir, justamente, la forma
del protestantismo más subjetiva e individual, quese intensifica incluso hasta
la mística de los hermanos moravos9. En la época de la Primera Guerra Mundial,
cuando Thomas Mann estaba extasiado por el prusianismo, emerge en él como
contraparte un himno extasiadopor la obra de Eichendorff, Episodios de la vida
de un tunante.
Esto no es casual. Por una parte, el formalismo de la ética del deber burocrático-
prusiana puedeser conciliado con cualquiersubjetivismo, con tal que este, en el
accionarexterno del ser humano, no estorbela marcha sin fricciones de la maqui-
na jerárquica. En qué medidasurgen a través de ello las tensiones intolerables en
los seres humanos, en qué medida, a través de ello, el formalismo de la moral es
vaciadomás aún, es otra cuestión. Por otra parte, la ética del deber requierecomo
María Coco Ferraris. Buenos Aires: Nueva Visión, 1988: 211-299, aquí, p. 251.
8 Ibíd.: 267.
9 La hermandad de Moravia es la iglesia evangélica pre-luterana más antigua de Europa, luego de la Iglesia
evangélica valdense cuyos orígenes se remontan al siglo XII. Hacia 1700, Nicolaus Ludwig von Zinzendorf,
educado en la tradición del Pietismo, abandonó la corte de Dresde y se trasladó a sus fincas de Berthelsdorf,
donde quería establecer un modelo de comunidad cristiana. Allí, brindó asilo a los protestantes perseguidos
de Moravia y fundaron un nuevo poblado, Herrnhut. En 1727, Zinzendorf tras alegar haber sido visitado por el
Espíritu santo, forzó una fuerte transformación en la comunidad. El pueblo creció rápidamente después de esta
transformación, convirtiéndose en el centro de un movimiento mayor de renovación cristiana durante el siglo
XVIII (nota de la trad.).
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polo opuesto (a riesgo de la completa devastación humana) un individualismo
reducido lo más posible a lo puramente subjetivo, que no estorbe los círculos del
deber burocrático, es decir, un individualismo lo más asocial posible.
Entonces, vemos cuán típica es la configuración de las contradicciones extremas
en Kleist. Muy en contra de sus convicciones conscientes, por una intuición
genial, Kleist brinda una ilustración de la sentencia de Mirabeau sobre el Estado
prusiano hacia finales del siglo XVIII: un fruto que se pudre antes de su madurez.
Esto ya era exacto como crítica a la Prusia de entonces, pero interpretado con cier-
ta generalización, da con el sentido correcto: como la disolución históricamente
cumplida de este sistema no tuvo lugar, cada desarrollo económico y cultural
del pueblo, cada avance hacia la economía, la política y la cultura modernas
debían engendrar, justamente, en Prusia, fenómenos de putrefacción, en medida
creciente.
Kleist vislumbró genialmente esta interrelación al conectar la patología román-
tica y la legalidadbélica prusiana, aunque también intentó escribir un “drama de
formación” para el prusianismo. Pero no se debe olvidar que no solo la escena
inicial del drama, sino también el final, con la coronación del príncipe, lo mues-
tran como un sonámbulo. Y si, según la intención de Kleist, este finaldebe ser
más artístico- decorativo que patológico, el recurrir a un desenlace enfermizo
es un signo deque él, al menos, percibió el carácter problemático de estas inte-
rrelaciones.
III
Esta problemática es reproducida por la vida de manera ininterrumpida, y los
grandes artistas de Alemania la configuraron a menudo. Sería interesante e
instructivo mostrar esta polaridad del ser alemán prusiano en diversas figuras
históricas, en su psicología y moral. Así, estamos convencidos de que todos los
“enigmas” psicológicos, que los biógrafos de Bismarck intentan explicar, tienen
su origen en esta estructura social con su polaridad psíquica. Y las figuras apa-
rentemente decisivas, del mismo tenor, de los monarcas prusianos, tales como
Federico Guillermo IV y Guillermo II se explican, sin forzar las cosas, como for-
mas de expresión decorativo-caricaturescas de la misma problemática. Preten-
denvincularlo “contemporáneo” para su período, con el espíritu prusiano. Pero
permanece en ellos vacíamente decorativo y revela la falta de perspectiva cultu-
ral de esta mezcla. Cuanto más se desarrolla la vida moderna, tanto más vacía,
formal y violenta aparece la ética prusiana del deber. Por otra parte, partiendo
de esto, los problemas de la vida moderna solo pueden ser comprendidos en una
deformación caricaturesca. Este callejón sin salida cultural, que representa el
espíritu prusiano, puede observarse, ya de manera evidente, en la vida y en las
obras de aquellos realistas importantes, que, a lo largo de sus vidas o temporal-
mente, fueron grandes adoradoresdel prusianismo. Pensamos, en primera línea,
en Theodor Fontane y Thomas Mann.
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Theodor Fontane es el historiógrafo y el poeta de baladas de la grandeza prusiana
y, por ello, ganó su primera fama, aunque, indudablemente, no la duradera. El
Fontane maduro se lamenta también, en un poema resignadamente humorístico,
de que no concurrió a su septuagésimo cumpleaños la aristocracia prusiana enal-
tecida por él, sino que solo lo reverenció como realista la nueva intelectualidad.
Esto no es una casualidad. La profunda simpatía de Fontane por los tipos pru-
sianos tiene su origen en su posición crítica ante la burguesía alemana de su
época. Sin embargo, en la configuración del tipo que le resultaba simpático, llega
mucho menos a una glorificación que a una modificación considerada de manera
precisamente realista de la problematicidad de la ética del deber prusiana, esbo-
zada por nosotros. Fontane ve en sus héroes una moral que funciona, en cierto
modo, mecánicamente, que no mantiene relación alguna con su auténtica vida
interior, en cuya responsabilidad interna ellos mismos no creen seriamente, pero
a cuyos preceptos se someten sin excepción, aunque solo de manera mecánico-
convencional.
Fontane también describe cómo los diferentes tipos del Junker prusiano se
modernizan, cómo se convierten en hombres de la sociedad burguesa actual.
Pero todo lo que se apropiaron en cuanto a sentimiento y vivencia, encuanto
a cultura, da contra su “actitud” prusiana, que funciona de manera mecánico-
fatalista. Por más que, privadamente,en sus sentimientos, sean también seres
humanos cálidos e, incluso, internamente decentes, refinados, en sus acciones,
persiste la inhumanidad de la moral prusiana y domina absolutamente, sin que
los hombres estén en condiciones de tender un puente entre sus sentimientos y
sus actos, prescriptos por la “actitud”. Así resurge detrás de la fachada espléndida,
a menudo, decente, siempre marcial, un mundo interno de plena inestabilidad,
de desesperación resignada, de cinismo sentimental o fríamente arribista. Los
valores vitales se echan a perder, los lazos de amor sentidos de manera auténtica
se rompen, los hombres se matan en duelos, se pasa por encima de existencias,
sin que haya una verdadera convicción ni sobre lo bueno, ni sobre lo malo.
En tanto Fontane representa todo esto de manera realista,el bardo de la gloria
prusianase convierte en un profundo escéptico, en un observador sarcástico y
humorístico de la descomposición, de la caducidad.
La concepción escéptica del prusianismo se representa de la manera más clara
en su pequeña obra maestra histórica La elección del capitán von Schach. Aquí,
se lleva al extremo la polaridad entre irreprochabilidad formal, rigidez marcial
prusianaen la actitud y la inestabilidad interna en todas las cuestiones vitales.
La acción es simple y privada, puramente casual, casi hasta la trivialidad: por un
estado de ánimo transitorio, el héroe seduce a una joven de buena sociedad, con
la que, por vanidad estética, no está dispuesto a casarse. Cuando se introduce el
deber prusiano, por la intervención del rey, él se somete, se casa con ella, pero solo
para suicidarse, inmediatamente después de que se realiza el compromiso for-
mal. Fontane desplaza este episodio, en apariencia, puramente privado y orien-
tado a un clímax propio de la novela corta, al Berlín de la época inmediatamente
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anterior al colapso de Prusia, en Jena, en el año 1806. Y la genialidad histórica
de la representación, la aguda mirada social de Fontane se muestra en el hecho
de que, en esta historia de amor convencional, se manifiesta la futilidad de esa
Prusia que, poco después, será derrotada de manera demoledora por Napoleón.
Eleslabón de enlace interno es aquel concepto de honor formal, errado, de la
burocracia militar, que domina la vida. Casi inmediatamente antes de la batalla
de Jena, un oficial Junker cavilador, descontento, resume las pericias del caso
Schach de la siguiente manera: “Es, desde luego, un fenómeno de la época, pero,
bien entendido, con una limitación local, un caso completamente anormal en
sus causas, que solose podía producir en la capital y residencia de Su Majestad
el Rey de Prusia, o, fuera de ella, solo en las filas de nuestro ejército postfede-
riciano, un ejército que en lugar del honor, solo tiene arrogancia y en lugar de
alma, un mecanismo de relojería, un mecanismo de relojería que muy pronto
se habrá detenido”.10 Y, con respecto a la guerra ya iniciada, ya desencadenada,
agrega: “nosotros seremos destruidos por el mismo mundo de la apariencia que
destruyó a Schach”.11
Los escritos de Thomas Mann de la época de la Primera Guerra imperialista
expresan enérgicamente su reverencia a Prusia. Si, al considerarlos, no obstan-
te, falta la gran novela corta depreguerra, La muerte en Venecia, la postura de
Thomas Mann frente al problema prusiano no apareceentonces a plena luz. El
héroe de esta novela corta, el escritor Aschenbach, escribió una epopeya sobre
Federico el grande. Su quehacer literario tiene mucho que ver con el prusia-
nismo. El supera la anarquía del esteticismo moderno a través de una actitud
aprendida del prusianismo, por la que el espíritu prusiano aparece ya como un
principio estético-moral, como un contrapeso estético-moral contra las ten-
dencias moderno-decadentes o sentimental-burguesas, como su polo opuesto.
Pero la acción, manejada por Thomas Mann de manera extraordinariamente refi-
nada, muestra el carácter meramente aparente del principio superado; muestra
que aquí también se trata de una polaridad. La “actitud” es algo puramente formal
y no ofrece el menor sustento para el regimen de vida, cuando se abren abismos,
en alguna medida, serios. Cuando el héroe de la novela corta se encuentra ante
un conflicto interno, basta un sueño para quebrar indecorosamente toda su
“actitud”, todo su régimen de vida arduamente pergeñado, para dejar que el sub-
mundo anímico de los instintos laboriosamente domado adquiera un dominio
completo sobre él. Thomas Mann configura aquí, con una profunda comprensión
psicológica, la peligrosa vacuidad anímica de la “actitud” prusiana: precisamente
porque todo acento valorativo moral cae sobre la “actitud” y la subjetividad de
la vida instintiva es tratada meramente como material a ser dominado; el poder
aparente de la vida regulada formalmente es, en épocas tranquilas, ilimitado;
pero su verdadera penetración de la psique íntegra es tan insignificante que, a
la primera embestida, colapsa completamente. La “actitud” no es férrea, como
10 Fontane, Theodor, La elección del capitán von Schach. Trad. de Anton Dieterich. Barcelona: Alba, 2005, pp. 213s.
11 Ibíd.: 216.
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pretende ser, solo es rígida y, por eso, se quiebra enseguida, súbitamente. En
primer lugar, soloa partir de esta psicología, resulta comprensible internamente,
en Thomas Mann, el personaje de Federico el Grande, en su mezcla de Realpolitik
cínico-cruel y de morbosidad decadente.
En este período, el Fontane maduro y Thomas Mannse sintieron personalmente
los grandes veneradores del espíritu prusiano, que profesaban abiertamente, a
menudo, en perjuicio de su fama. Sin embargo, lo que ellos configuraron literaria-
mente, su crítica literaria a la vida prusiana es solo una variación moderna de la
sentencia de Mirabeau. Si se observan los escritos en que Thomas Mann declara
su posición en la época de la guerra a la luz de esta crítica, se obtiene una imagen
más correcta y más compleja de su relación con el prusianismo, queaquella que
se traza, generalmente. Sin dudas, el posicionamiento inmediatamente político
de Thomas Mann se ha percibido muy a menudo correctamente. Su punto de
vista de aquel entonces se puede describir en pocas palabras, así: toda política
genuina solo podría ser democrática, pero, precisamente, por eso, profunda-
mente antialemana; el pueblo alemán es un pueblo apolítico, conservador, por
lo que también el denominado “Estado autoritario” fue la forma de gobierno
adecuada para él. Si esta premisa es correcta, ¿qué se sigue de esto? La eternidad
(la “alemanidad” eterna) del burocratismo civil y militar prusiano.
La polémica política de Thomas Mann se vincula con una polémica cultural,
cuya cuestión central constituye la contradicción entre cultura (germanidad)
y civilización (el democratismo occidental). De aquí resulta la línea recta que
opone la forma de los literatos de la civilización, que descuidan las profundidades
vitales, al esteta, moralista y artista, de la escuela de Rousseau y la Revolución
Francesa los Schopenhauer y Nietzsche. Pero, en Thomas Mann, ni siquiera esta
contraposición es simplista en sentido alguno. En conexión con Palestrina,12 de
Pfitzner, aparece la memorable, muy iluminadora expresión de una “simpatía
hacia la muerte”, y se menciona el plan ya existente de la novela La montaña
mágica. Incluso, Thomas Mann va más allá y habla directamente de la “fascina-
ción por la descomposición”. Aquí llega a su apogeo la, en ese entonces, incons-
ciente crítica de Thomas Mann a la sociedad y a la cultura, en esta caracterización
cruel del posicionamiento político propio como hondamente decadente; aquí
se torna comprensible por qué Federico el Grande, estilizado como “víctima”,
justamente en su mezclaentre crueldad y morbidez, ya señalada más arriba, es
el gobernante predestinado para los individualistas escéptico-apolíticos, para
hombres que se apropian de la “postura”del prusianismo, para no ser víctima
de la disolución y la descomposición completas, de la anarquía de instintos que
no pueden ser domados.
12 Palestrina es una ópera del compositor alemán Hans Pfitzner sobre el compositor italiano Giovanni Pierluigi
da Palestrina y su rol en el contexto del Concilio de Trento. La ópera fue estrenada en 1917 por Bruno Walter en
el Prinzregententheater en Múnich. La trama describe el rol del compositor en las luchas políticas de la Reforma
y la Contrarreforma. El compositor es el salvador del arte divino, aun rodeado por las bajezas de la política
papal. Al componer la MissaPapaeMarcelli, Palestrina logra defender la autonomía del arte contra los ataques
políticos del Concilio de Trento (nota de la trad.).
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La enfermedad, la muerte y la descomposición no son expresiones casuales en
este texto. Luego de la guerra, Thomas Mann configura su lucha con los principios
de la vida en la gran novela de educación La montaña mágica. Allí, resulta clara-
mente visible la interdependencia de la vida y la democracia, por un lado, de la
enfermedad, la muerte y la descomposición con el polo opuesto a la democracia,
el romántico- autoritario, por el otro, y alcanza acentos valorativostotalmente
diferentes que en la época de la Guerra Mundial. Por supuesto que este gran
escritor nunca escribe una novela de tendencia unilateral, y fuerza y debilidad
de ambas partes están equilibradas armoniosamente en él (de manera especial-
mente nítida, ve las debilidades de la mentalidad antigua de la democracia frente
a los ataques del anticapitalismo romántico). Conforme a esto, y a consecuencia
de una subestimación instintivamente prudente de la relación de fuerzas, la
novela acabaen tablas, en la época inmediata de la Posguerra.
Pero el camino de Thomas Mann en el ajuste de cuentas con la enfermedad, la
muerte y la descomposición continúa incesantemente. En la importante novela
corta antifascista Mario y el mago, los poderes instintivos subterráneos solo apa-
recen aún de manera caricaturesca, hasta que logra delinear, con el personaje de
Goethe, a aquel alemán ejemplar queconsigue alcanzar magnitud histórica mun-
dial, justamente en la lucha contra la “miseria alemana”, cuya parte decisiva cons-
tituye Prusia y la polaridad decadente prusianaentre burocracia y romanticismo.
¿Es casualidad que este camino del creador Thomas Mann haya sido simultánea-
mente el camino del pensador y el político desde el “Estado autoritario” hacia la
democracia? ¿que la superación de la enfermedad, la muerte y la descomposi-
ción, pero, ante todo, la superación de la simpatía hacia estas, de su fascinación,
constituya simultáneamente la superación de la escisión prusiana, de la falsa
escisión del desarrollo alemán? Creemos: el camino de sanación de Thomas
Mann es un compendio, realizado a escala microcósmica, del camino de sanación
que el pueblo alemán necesita.
IV
Aún debe esbozarse,por lo menos, el desarrollo de la polaridad en el espíritu
del prusianismo, en su vinculación con el pueblo alemán, para que, con ello,
resulte visible su verdadera conexión con el fascismo. Puesto que, a partir del
simple burocratismo prusiano, incluso si tomamos su forma degenerada en el
militarismo del antiguo carácter del pangermanismo, obsesionado por atacar,
no se puede deducir directamente la mentalidad y la moralidad particulares de
la época de Hitler. Todo lo que, en el pangermanismo, era amenazante para la
libertad, la cultura y la civilización, ha pasado, por cierto, al fascismo alemán;
sin embargo, frente a aquel, este contiene algunos elementos nuevos, que solo
resultan comprensibles a partir de la polaridad analizada por nosotros, como
el grado más alto del proceso de descomposición observado por Mirabeau, en
el prusianismo.
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El elemento nuevo es la movilización de aquel “mundo subterráneo”, cuya fuer-
za de atracción siniestra Thomas Mann representó, de manera tan brillante
en términos psicológicos. Esta movilización tuvo lugar en todas las líneas, en
la época posterior a la Primera Guerra Mundial. Se desarrolla en esa ciencia y
filosofía, que prepara al fascismo, de manera mediata o inmediata, de forma
consciente o inconsciente. Puede ser resumida sucintamente en que, fren-
te a la “fascinación por la descomposición”, no solo ya no se intenta ninguna
resistencia, ya no se sostiene ningún conflicto entre su fuerza de atracción
estético-psicológica y las barreras morales de la “postura” formalista, sino que,
por el contrario, la enfermedad, la muerte y la descomposición son elevados a
un nivel de valores supremos.
Como en casi todos los problemas morales del período imperialista, la filosofía
de Nietzsche es el punto de giro decisivo. En él, se produce la gran “inversión de
todos los valores”; en la superioridad de valores de lo dionisíaco sobre lo apolíneo,
en el dominio del biologismo sobre la razón y la ética democrática.
Para los así llamados teóricos del período de la Posguerra, los Bäumler, Klages,
entre otros, Nietzsche no es en absoluto lo suficientemente radical en estas cues-
tiones. Ellos exhuman del romanticismo reaccionario todas las tendencias de
la lucha contra la razón, todas las tentativas de glorificación de los instintos
subterráneos, introducenel renacimiento de un Bachofen arbitrariamente malin-
terpretado, para establecer como el valor supremo el principio de lo puramente
instintivo, depurado de toda racionalidad y moral social, de lo ctónico: el prin-
cipio de lo lóbrego, telúrico, lo atávico. La razón y la ética social ya no son solo
cuestionables, como en Nietzsche, sino directamente crimen, profanación de la
vida, absolutamente condenables. En esta nueva “inversión de todos los valores”,
la enfermedad, la muerte y la descomposición son entronizadas como monarcas
absolutos.
Paralelamente a esto, Hitler mismo moviliza social y masivamente todos los
instintos del mundo “subterráneo”, que, a consecuencia de las severas crisis
de la época de Posguerra, fueron invocados y liberados en las masas populares
desesperadas, desesperanzadas, a través de estas crisis económicas. El teórico
del Nacionalsocialismo, Alfred Rosenberg, se suma conscientemente al renaci-
miento de Bachofen, critica la forma que dicho renacimiento toma en Klages,
solo porque la encuentra demasiado blanda, demasiado idílica, demasiado
poco activa.
Aquí comienza ahora la prusianización hitleriana. La puesta en libertad de los
instintos subterráneos, la ruptura de aquellos diques intelectuales y morales que
había construido el proceso de civilización durante miles de años, de acuerdo con
la voluntad de Hitler y Rosenberg, no solo deben convertirse en una inundación
carente de método, sino que deben ser un torrente arrebatador, que le ayuda al
rapaz imperialismo alemán a dominar sobre el mundo entero. La movilización
del mundo subterráneo destruye toda humanidad, disuelve toda moralidad, todo
lo que volvió humano al ser humano, en el progreso de la cultura: ella vuelve a
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hacer de él un semianimal meramente instintivo. En tanto el hitlerismo eleva
el principio de lo animal al nivel de un nuevo imperativo categórico, en tanto
superpone la ética formalista del deber a la liberación de los instintos animales,
muta la semianimalidad en lo conscientemente infernal.
Enfermedad, muerte y descomposición, convertidos en contenidos del nuevo
prusianismo, crean el fundamento para un delirio homicida bestial, uniformado,
reglado de manera burocrático-militar. Cientos de miles de bestias y diablos,
instruidos por Prusia, aguijoneados por la sed de sangre, arremeten ahora contra
la humanidad, al ritmo del paso de ganso prusiano, en camisas pardas y camisas
negras.13 La prusianización del mundo subterráneo transformó a Alemania en
una reproducción gigantescamente ampliada del infierno dantesco.
La vacuidad formalista de la “ética del deber” prusiana se convierte, bajo la direc-
ción de los nazis, en un cinismo demagógico frente a todos los contenidos socia-
les; dicho cinismo les permite colocar todo contenido –tomando el desvío de la
liberación de los instintos, acoplada a este militarismo completamente carente
de inteligencia–al servicio del dominio mundial reaccionario de su Alemania. Un
aquelarre dirigido por la milicia de bajo rango prusiana de los nazis al servicio
del imperialismo más reaccionario: este es el último escalón en el proceso de
descomposición del prusianismo.
Es comprensible que los antiguos prusianos convencidos, en losque aún estaban
presentes residuos vivos de tradiciones pasadas, se subleven ante semejante
renacimiento de sus ideales. Esta rebelión es importante y sintomática, pero no
puede producir ningún resultado real. El pietismo prusiano antiguo de Wiechert,
por ejemplo, solo podía oponer una resistencia débilfrente a Hitler. En cuanto
camaradería de armas, carecía totalmente de valor frente a la barbarie de Hitler,
sin embargo, espontáneamente, no podía conducir a ninguna renovación de Ale-
mania. En última instancia, él es incluso más impotente que las protestas débiles
y malhumoradas de aquellos buenos alemanes, que, desde 1870, protestaban
contra la prusianización de Alemania con los versos de Raabe: “Marcial, marcial,
marcial/todo medido con la misma vara”; sin embargo, en términos prácticos,
podían refugiarse ahora en una marginalidad individualista. En Wiechert (del
mismo modo que en otros escritores levemente descontentos, como, por ejem-
plo, a menudo, en Fallada), esta huida hacia la excentricidad individual frente al
infierno desencadenado por Hitler, es, necesariamente mucho más impotente
que aquella de Raabe frente al prusianismo de Bismarck, medio siglo antes.
No hay ningún camino de retorno. El conocimiento de los fundamentos sociales
del espíritu prusiano y su necesario proceso de descomposición histórica muestra
claramente: solo una Alemania democrática puede sanar al pueblo alemán. Pero
13 El autor se refiere a dos cuerpos del ejército fascista alemán e italiano, así denominados respectivamente por
su uniforme marrón y su uniforme negro. Los “camisas pardas” [Braunhemden] pertenecían al cuerpo parami-
litar de las fuerzas de asalto del partido nacionalsocialista (las SA), mientras que los “camisas negras” [camicie
nere] refiere a las fuerzas paramilitares del ejército italiano fascista. En ambos casos, se trataba del instrumento
abierto de acción violenta de ambos movimientos fascistas (nota de la trad.).
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los críticos que atacan sobre todo el espíritu prusiano están, no obstante, en el
camino correcto. Pues para la sanación no bastan las instituciones formales de
la democracia; incluso el espíritu de la democracia debe movilizarse contra el
espíritu del prusianismo en todos los ámbitos de la vida humana, para el retorno
de la humanidad en Alemania. Es una enseñanza importante de la República de
Weimar: que una república sin republicanos no puede mostrar ninguna salida
para esta cuestión.
Tampoco un renacimiento de la antigua Weimar puede fundarla esperanza.
Económica y socialmente y, por ello, también política y culturalmente, desde
hace bastante, Alemania creció más allá del marco de la antigua Weimar y
de Prusia. Hemos mostrado que, durante el desarrollo completo, residuos del
elemento particularista de los pequeños estados estaban presentes como el
polo sur magnético para el polo norte prusiano; por eso, debían tomar parte
en el proceso de descomposición del prusianismo. Podría decirse, con cierta
exageración forzada, que no es necesaria una tal renovación de la antigua
Alemania, pues ella siempre había estado presente como romanticismo anár-
quico, como “fascinación por la descomposición” estético-moral, viva en el
individuo. Solo que ahora, en lugar de Arnim o Brentano, se encuentra Hanns
Heinz Ewers; en el de Kleist, Wildenbruch; y, en el de Novalis o Schelling,
Spengler o Keyserling.
Por cierto, esta era una “Weimar” sin Goethe y sin Hegel. Y esto no es casual.
Puesto que lo que de Weimarquedó en la historia mundial, surgió en lucha cons-
tante contra el falso dilema del desarrollo alemán, esbozado por nosotros. Ya en
épocas muy anteriores, muchos de los grandes representantes de este tertium
datum debieron pelear, desde la emigración, por la renovación democrática de
Alemania, con Georg Forster y Georg Büchner, con Heinrich Heine y Karl Marx.
Eso hicieron recientemente los escritores alemanes antifascistas, bajo peores
condiciones, según la medida de sus fuerzas.
Recién cuando en Alemania exista un fundamento democrático para la vida
social, a la altura de la época, cuando a partir de la propia historia, de las propias
tradiciones –presentes, aunque enterradas– surja una cultura democrática ale-
mana, podrá esta volver a enlazarse en términos universales con los aspectos
eternamente valiosos de Weimar, de una manera fructífera para el pueblo ale-
mán. Hasta ese momento, esta herencia permanecerá como un arsenal de los
combatientes contra la miseria alemana en su forma más sangrienta y sucia,
barbáricamente diabólica.
La antigua Prusia era un elemento en descomposición del “Sacro Imperio Roma-
no Germánico”, en proceso de desintegración, en aquel entonces. Con una fachada
modernizada, pseudodemocrática y pseudoparlamentaria, la Prusia de Bismarck
realiza uncompromiso corrupto entre la modernización económica y el retraso
socio-político en el desarrollo alemán. La Prusia de Hitler era la erupción aguda
y asquerosa que infestó todo el mundo, de todos los gérmenes patógenos del
desarrollo alemán, acumulados durante siglos. Para que este foco infeccioso
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no envenene al pueblo alemán de manera definitiva, para que no signifique un
peligro permanente para la civilización mundial, el único camino transitable
es un giro del pueblo alemán, en dirección a la superación del falso dilema, en
dirección al tertium datur democrático.