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El Sepultamiento Del Complejo de Edipo

1) El complejo de Edipo es central en la infancia temprana, pero luego es "sepultado" debido a desilusiones como el nacimiento de un hermano. 2) La amenaza de castración por tocarse genitales lleva al niño a reprimir su organización genital fálica. 3) La observación de los genitales femeninos hace representable la pérdida del pene propio, haciendo efectiva la amenaza de castración.

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El Sepultamiento Del Complejo de Edipo

1) El complejo de Edipo es central en la infancia temprana, pero luego es "sepultado" debido a desilusiones como el nacimiento de un hermano. 2) La amenaza de castración por tocarse genitales lleva al niño a reprimir su organización genital fálica. 3) La observación de los genitales femeninos hace representable la pérdida del pene propio, haciendo efectiva la amenaza de castración.

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El sepultamiento (Disolución) del complejo de Edipo (1924)

El complejo de Edipo es el fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después ca
sepultado, se reprime. Se va al fundamento. Luego viene el período de latencia.

¿A raíz de qué se va a pique? Por las dolorosas desilusiones acontecidas. Por ejemplo, la niña
regañada por su padre, o el nacimiento de un hermanito que reclama la atención que la madre
tenía antes por el hijo, etc. Sin importar los acontecimientos particulares mencionados como
ejemplos, el complejo de Edipo declinará, como resultado de su imposibilidad interna.
Podría decirse también, que llega a su fin, cuando se inicia la nueva fase evolutiva. Como los
dientes de leche, que deben caer para dejar paso a los definitivos.

En la fase fálica, el niño se ocupa manualmente de sus genitales, que le interesan especialmente.
Más o menos clara, o más o menos brutal, sobreviene la amenaza de que será castrado, pues los
padres no están de acuerdo con ese obrar. La amenaza a veces proviene de las mujeres, y pueden
reforzar su autoridad invocando al padre, o al doctor. O incluso hacer recaer la amenaza, no sobre
el pene, sino sobre la mano activamente pecaminosa. O incluso, que no se lo amenace por tocarse,
sino por orinarse en la cama. Los adultos se comportan como si la incontinencia nocturna, fuera
consecuencia de aquella masturbación, equiparándola a la polución del adulto.

La tesis de Freud es que la organización genital fálica, se va al fundamento a raíz de la amenaza de


castración.

Por cierto, esto no ocurre en seguida, sino más tarde, sumando posteriores influjos. Al principio el
varoncito, no presta creencia a la amenaza. Aún cuando ha tenido ocasión de prepararse por otro
tipo de pérdidas como el destete, y la separación del contenido intestinal.

La observación que quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos. Con esta
observación “se ha vuelto representable” la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración
obtiene su efecto con posterioridad (nachträglich).

Hay que tener en cuenta que la vida sexual del niño, en la fase fálica, no se agota en la
masturbación. Esto es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo (A
las fantasías incestuosas de aquél período), y a esa referencia deberá su significatividad para todas
las épocas posteriores.

El complejo de Edipo ofrecía dos posibilidades de satisfacción:

A) Puede situarse de manera activa, en el lugar del padre, y mantener el comercio con la madre,
por lo que el padre pronto es sentido como obstáculo.

B) Puede situarse de manera pasiva, sustituyendo a la madre y haciéndose amar por el padre, con
lo cual la madre queda sobrando.

La aceptación de la posibilidad de la castración (por la intelección de que la mujer está castrada)


pone fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. Ambas conllevan
la pérdida del pene. En la A como castigo, y en la B como premisa. Se desencadena un conflicto
entre el interés narcisista por el pene, y la investidura libidinal de los objetos parentales,
triunfando normalmente el primero. El yo del niño se extraña del complejo de Edipo.

Las investiduras de objeto son resignadas, y sustituidas por identificación. La autoridad de los
padres, introyectada en el interior forma el núcleo del superyó. Toma prestada la severidad del
padre y perpetúa la prohibición del incesto. Y se asegura al yo contra el retorno de las investiduras
libidinosas de objeto.
Dichas aspiraciones libidinales son en parte desexualizadas y sublimadas y en parte son inhibidas
en su meta y transformadas en mociones tiernas.
Con esto se inicie el período de latencia que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.

No veo razones para no llamar “represión” a este extrañamiento del yo respecto del Complejo de
Edipo, pero el proceso descripto, es más que una represión, equivale, cuando se consuma
idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo de Edipo. Si el yo no ha logrado más
que una represión del complejo, este subsistirá en el ello y más tarde exteriorizará su efecto
patógeno.

Con todo esto, queda argumentada la tesis de que el complejo de Edipo se va al fundamento ante
la amenaza de castración. Pero no todo queda resuelto. Se plantea un problema que se viene
relegando: La mujer también desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de
latencia. ¿Puede entonces atribuírsele una organización fálica y un complejo de castración?
La respuesta es afirmativa, pero no es igual que en el varón.

La exigencia feminista de igualdad entre los sexos no tiene aquí mucha vigencia; la diferencia
morfológica tiene que exteriorizarse en diversidades del desarrollo psíquico (Lo desarrolla en
“Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”). Parafraseando a napoleón:
La anatomía es el destino.

El clítoris se comporta al comienzo como un pene, pero por la comparación con un compañero de
juegos, lo percibe demasiado corto, y siente este hecho como un perjuicio y razón de inferioridad.
En este punto es donde se bifurca el complejo de masculinidad.
La niña no comprende su falta actual, sino que la explica por el supuesto de la castración
acontecida, sin generalizar el hecho al resto de las mujeres, sino que les atribuye, exactamente
como en la fase fálica del varón, un genital grande y completo, vale decir masculino. La niña
acepta la castración como un hecho consumado, mientras el varón, teme la posibilidad de su
consumación.

Excluida la angustia de castración, queda ausente un poderoso motivo para instituir un superyó e
interrumpir la organización genital infantil. Estas alteraciones deben ser atribuidas, mucho más
que en el varón, a la educación y amedrentamiento externo que amenaza con la pérdida de ser-
amado.

En la niña, la renuncia al pene no se soportará sin un resarcimiento. La muchacha se desliza a lo


largo de la ecuación simbólica del pene al hijo. Su complejo de Edipo culmina en el deseo,
alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un hijo del padre. Se tiene la impresión de
que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple
nunca. El deseo de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente.

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