PULSIÓN SEXUAL 332
ganización. El análisis de una organización* sexual pone de manifiesto las
pulsiones que en ella se integran. La oposición es también genética, ya que la
teoría freudiana admite que las pulsiones funcionan al principio en forma
anárquica, para organizarse secundariamente ($).
En la primera edición de los Tres ensayos, Freud admite que la sexualidad no
encuentra su organización hasta el momento de la pubertad, lo cual tiene como
consecuencia que el conjunto de la actividad sexual infantil se caracteriza por el
funcionamiento desorganizado de las pulsiones parciales.
La idea de una organización pregenital infantil conduce a hacer retroceder
todavía más en el tiempo esta fase de libre funcionamiento de las pulsiones
parciales, fase autoerótica «[...] en la cual cada pulsión parcial, de por sí, busca su
satisfacción placentera [Lustbefriedigung] en el propio cuerpo» (1) (véase:
Autoerotismo).
(a) «¿No ve usted que la multiplicidad de las pulsiones nos conduce a la multiplicidad de
los órganos erógenos?» Carta de Freud a Oskar Pfister del 9 de octubre de 1918 (2).
(/?) Véase, por ejemplo, este pasaje de Freud en Psicoanálisis y Teoría de la libido
(Psychoanalyse und Libidotheorie, 1923): «la pulsión sexual, cuya manifestación dinámica
en la vida psíquica puede denominarse libido, se compone de pulsiones parciales, en las
cuales puede descomponerse de nuevo y que sólo gradualmente se unen en organizaciones
determinadas [...]. Las distintas pulsiones parciales tienden, en un principio, a la
satisfacción independientemente unas de otras, pero en el curso del desarrollo se agrupan y
se centran cada vez más. Como primera fase de organización (pregenital) puede
reconocerse la organización oral» (3).
PULSIÓN SEXUAL
= Al.: Sexualtrieb. — Fr.: pulsión sexuelle. — Ing.: sexual instinct. — It.: istinto o pulsione
sessuale. — Por.: impulso o pulsáo sexual.
Empuje interno que el psicoanálisis ve actuar en un campo mucho más extenso que
el de las actividades sexuales en el sentido corriente del término. En él se verifican
eminentemente algunos de los caracteres de la pulsión, que la diferencian de un
instinto: su objeto no está predeterminado biológicamente, sus modalidades de sa-
tisfacción (fines) son variables, más especialmente ligadas al funcionamiento de
determinadas zonas corporales (zonas erógenas), pero susceptibles de acompañar a
las más diversas actividades, en las que se apoyan. Esta diversidad de las fuentes
somáticas de la excitación sexual implica que la pulsión sexual no se halla unificada
desde un principio, sino fragmentada en pulsiones parciales, que se satisfacen
localmente (placer de órgano).
El psicoanálisis muestra que la pulsión sexual en el hombre se halla íntimamente
ligada a un juego de representaciones o fantasías que la especifican. Sólo al final de
una evolución compleja y aleatoria, se organiza bajo la primacía de la geni-talidad y
encuentra entonces la fijeza y la finalidad aparentes del instinto.
Desde el punto de vista económico, Freud postula la existencia de una energía
única en las transformaciones de la pulsión sexual: la libido.
Desde el punto de vista dinámico, Freud ve en la pulsión sexual un polo nece-
sariamente presente del conflicto psíquico: es el objeto privilegiado de la represión en
el inconsciente.
Nuestra definición resalta la transmutación aportada por el psicoanálisis a la
idea de un «instinto sexual», y ello tanto en extensión como
333 PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN
en comprensión (véase: Sexualidad). Esta transformación afecta tanto al concepto
de la sexualidad como al de la pulsión. Cabe pensar incluso que la crítica de la
concepción «popular» o «biológica» de la sexualidad (1), que hace que Freud
encuentre una misma «energía», la libido*, interviniendo en fenómenos muy
diversos y a menudo muy alejados del acto sexual, coincide con lo que, en el ser
humano, diferencia fundamentalmente la pulsión del instinto. Dentro de esta
perspectiva, se puede anticipar que la concepción freudiana de la pulsión,
elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana, sólo se verifica plenamente
en el caso de la pulsión sexual (véase: Pulsión; Instinto; Apoyo; Pulsiones de
autoconservación).
A lo largo de toda su obra Freud sostuvo que la acción de la represión se
ejercía en forma electiva sobre la pulsión sexual, en consecuencia, debía atribuirle
un papel fundamental en el conflicto psíquico*, aunque dejando sin resolver el
problema de qué es lo que, en definitiva, determina tal privilegio. «Teóricamente
nada impide pensar que toda exigencia pulsional, cualquiera que sea, puede
provocar las mismas represiones y sus consecuencias; pero la observación nos
revela invariablemente, en la medida en que podemos enjuiciarlo, que las
excitaciones que desempeñan este papel patógeno emanan de las pulsiones
parciales de la sexualidad» (2) (véase: Seducción; Complejo de Edipo; Posterio-
ridad).
La pulsión sexual, que Freud, en la primera teoría de las pulsiones, contrapone
a las pulsiones de autoconservación, es asimilada en el último dualismo, a las
pulsiones de vida*, al Eros. Así como en el primer dualismo la pulsión sexual era
la fuerza sometida al solo principio de placer, difícilmente «educable», que
funcionaba según las leyes del proceso primario y que constantemente amenazaba
desde dentro el equilibrio del aparato psíquico, ahora se convierte, con el nombre
de pulsión de vida, en una fuerza que tiende a la «ligazón», a la constitución y
mantenimiento de las unidades vitales; y, en compensación, su antagonista, la
pulsión de muerte, es la que funciona según el principio de la descarga total.
Un cambio de este tipo resulta difícil de comprender si no se tiene en cuenta
todo el conjunto de transformaciones conceptuales efectuadas por Freud después
de 1920 (véase: Pulsiones de muerte; Yo; Ligazón).
PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN
= Al.: Selbsterhaltungstriebe. — Fr.: pulsions d'auto-conservation. — Ing.: instincts of self-
preservation. — It.: istinti o pulsioni d'autoconservazione. — Por.: impulsos o pulsóes
de autoconserva?ao.
Término mediante el cual Freud designa el conjunto de las necesidades ligadas a las
funciones corporales que se precisan para la conservación de la vida del individuo; su
prototipo viene representado por el hambre.
Dentro de su primera teoría de las pulsiones, Freud contrapone las pulsiones de
autoconservación a las pulsiones sexuales.
PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN 334
Si bien el término «pulsión de autoconservación» no aparece en Freud hasta el
año 1910, la idea de oponer a las pulsiones sexuales otro tipo de pulsiones es
anterior a dicha fecha. Se halla, en efecto, implícita en lo que Freud afirma, a
partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei Abhandlungen zur
Sexualtheorie, 1905), acerca del apoyo de la sexualidad sobre otras funciones
somáticas {véase: Apoyo); por ejemplo, a nivel oral, el placer sexual encuentra su
apoyo en la actividad de nutrición: «La satisfacción de la zona erógena se hallaba
asociada, al principio, a la satisfacción de la necesidad de alimento» (1 a); dentro
del mismo contexto, Freud habla todavía de «pulsión de alimentación» (Ib).
En 1910 Freud enuncia la oposición que seguirá siendo central en su primera
teoría de las pulsiones: «De singular importancia [...] es la oposición innegable
existente entre las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención del placer
sexual, y los que tienen por fin la auto-conservación del individuo, las pulsiones
del yo: todas las pulsiones orgánicas que actúan en nuestro psiquismo pueden
clasificarse, según las palabras del poeta, en "Hambre" o en "Amor"» (2). Este
dualismo ofrece dos aspectos, puestos en evidencia simultáneamente por Freud en
sus trabajos de esa época: el apoyo de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de
autoconservación y el papel fundamental que desempeña su oposición en el
conflicto* psíquico. El ejemplo de los trastornos histéricos de la visión ilustra este
doble aspecto: un mismo órgano, el ojo, constituye el soporte de dos tipos de
actividad pulsional; en él se localizará el síntoma si existe conflicto entre dichas
actividades.
En lo referente al problema del apoyo, remitimos al lector a nuestro
comentario acerca de este término. En cuanto al modo en que llegan a oponerse en
el conflicto defensivo los dos grandes tipos de pulsiones, uno de los pasajes más
explícitos figura en las Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento
psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens,
1911). Las pulsiones del yo, en tanto que sólo pueden satisfacerse con un objeto
real, efectúan muy pronto el tránsito del principio de placer al principio de
realidad*, hasta el punto de convertirse en agentes de la realidad, oponiéndose así
a las pulsiones sexuales, que pueden satisfacerse en forma fantasmática y
permanecen durante más tiempo bajo el dominio del solo principio de placer*:
«Una parte esencial de la predisposición psíquica a la neurosis proviene del
retardo de la pulsión sexual en tener en cuenta la realidad» (3).
Esta concepción se condensa en la siguiente idea, ocasionalmente enunciada
por Freud: el conflicto entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación
proporcionaría la clave para la comprensión de las neurosis de transferencia
(acerca de este punto véase nuestro comentario a: Pulsiones del yo).
Freud nunca dio una exposición de conjunto acerca de los diversos tipos de
pulsiones de autoconservación; cuando habla de ellas, suele hacerlo en forma
colectiva o tomando como prototipo el hambre. Con todo, parece admitir la
existencia de numerosas pulsiones de autoconserva-
335 PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN
ción, tantas como las grandes funciones orgánicas (nutrición, defecación, emisión
de orina, actividad muscular, visión, etc.).
La oposición establecida por Freud entre pulsiones sexuales y pulsiones de
autoconservación puede llevar a preguntarnos sobre la legitimidad de usar la
misma palabra Trieb para designar unos y otros. Ante todo se observará que,
cuando Freud habla de la pulsión en general, se refiere, más o menos
explícitamente, a la pulsión sexual, atribuyendo, por ejemplo, a la pulsión
características tales como la variabilidad del fin y la contingencia del objeto. Por
el contrario, para las «pulsiones» de autoconservación las vías de acceso están
preformadas y el objeto que las satisface se halla determinado desde un principio;
usando una expresión de Max Scheler, el hambre del lactante implica «una
intuición del valor alimento» (4). Según muestra la concepción freudiana de la
elección objetal por apoyo*, son las pulsiones de autoconservación las que indican
a la sexualidad el camino hacia el objeto. Es sin duda esta diferencia la que
condujo a Freud a utilizar repetidamente el término «necesidad» (Bedürfnis) para
designar las pulsiones de autoconservación (5 a). Desde este punto de vista, sólo
cabe subrayar lo que hay de artificial en pretender establecer, dentro de una
perspectiva genética, un estricto paralelismo entre funciones de autoconservación
y pulsiones sexuales, considerando a unas y otras sometidas inicialmente al solo
principio de placer, para obedecer más tarde progresivamente al principio de
realidad. En efecto, las primeras deberían situarse más bien, desde sus comienzos,
en el lado del principio de realidad, y las segundas en el lado del principio de
placer.
Las sucesivas reformas efectuadas por Freud en la teoría de las pulsiones le
obligarían a situar de otro modo las funciones de autoconservación. Ante todo se
observará que, en estas tentativas de reclasificación, los conceptos de pulsiones del
yo y pulsiones de autoconservación, que anteriormente coincidían, experimentan
transformaciones que no son exactamente las mismas. En lo referente a las
pulsiones del yo, es decir, a la naturaleza de la energía pulsional que se halla al
servicio de la instancia del yo, remitimos al lector a los comentarios a los
artículos: Pulsiones del yo, Libido del yo — libido objetal, Yo. Respecto de las
funciones de autoconservación, puede decirse esquemáticamente que:
1.° Con la introducción del concepto de narcisismo (1915), las pulsiones de
autoconservación siguen oponiéndose a las pulsiones sexuales, si bien estas
últimas se encuentran ahora subdivididas, según que apunten al objeto exterior
(libido objetal) o al yo (libido del yo).
2° Cuando Freud, entre 1915 y 1920, efectúa un «acercamiento aparente a las
concepciones de Jung» (5 b) y se siente inclinado a admitir la idea de un monismo
pulsional, las pulsiones de autoconservación tienden a considerarse como un caso
particular del amor a sí mismo o libido del yo.
3.° Después de 1920 se introduce un nuevo dualismo, el de pulsiones de vida*
y pulsiones de muerte*. En una primera fase (6), Freud dudará respecto a la
situación de las pulsiones de autoconservación, clasificándolas primeramente
dentro de las pulsiones de muerte, ya que no re-
PULSIONES DE MUERTE 336
presentarían más que rodeos que expresarían el hecho de que «el organismo sólo
quiere morir a su manera» (7), pero rectifica pronto esta idea para ver en la
conservación del individuo un caso particular de la manifestación de las pulsiones
de vida.
En lo sucesivo mantendrá este último punto de vista: «La oposición entre
pulsión de autoconservación y pulsión de conservación de la especie, al igual que
la existente entre amor al yo y amor objetal, debe situarse todavía dentro del Eros»
(8).
PULSIONES DE MUERTE
= Al: Todestriebe. — Fr.: pulsions de mort. — Ing.: death instincts. — //.: istinti o pulsioni
di morte. — Por.: impulsos o pulsees de morte.
Dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones, designan una categoría
fundamental de pulsiones que se contraponen a las pulsiones de vida y que tienden a la
reducción completa de las tensiones, es decir, a devolver al ser vivo al estado
inorgánico.
Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia el interior y tienden a la
autodestrucción; secundariamente se dirigirían hacia el exterior, manifestándose
entonces en forma de pulsión agresiva o destructiva.
El concepto de pulsión de muerte, introducido por Freud en Más allá del
principio de placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920) y constantemente reafirmada
por él hasta el fin de su obra, no ha logrado imponerse a los discípulos y a la
posteridad de Freud a igual título que la mayoría de sus aportaciones conceptuales.
Sigue siendo una de las nociones más controvertidas. Para captar su sentido,
creemos que no basta remitirse a las tesis de Freud acerca de la misma, o
encontrar en la clínica las manifestaciones que parecen más aptas para justificar
esta hipótesis especulativa; sería necesario, además, relacionarla con la evolución
del pensamiento freudiano y descubrir a qué necesidad estructural obedece su
introducción dentro de una reforma más general («vuelta» de los años 20). Sólo
una apreciación de este tipo permitiría encontrar, más allá de los enunciados
explícitos de Freud e incluso de su sentimiento de innovación radical, la exigencia
de la cual este concepto es testimonio, exigencia que, bajo otras formas, ya pudo
ocupar un puesto en modelos anteriores.
Resumamos primeramente las tesis de Freud referentes a la pulsión de muerte.
Ésta representa la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado
inorgánico. En este sentido, «Si admitimos que el ser vivo apareció después que lo
no-vivo y a partir de esto, la pulsión de muerte concuerda con la fórmula [...]
según la cual una pulsión tiende al retorno a un estado anterior» (1 a). Desde este
punto de vista, «todo ser vivo muere necesariamente por causas internas» (2 a).
En los seres pluricelulares, «[...] la libido sale al encuentro de la pulsión de muerte
o de destrucción que domina en ellos y que tiende a desintegrar este organismo
celular y a conducir cada organismo elemental (cada célula) al estado de
estabilidad inorgánica [...]. Su misión consiste en volver