El Mensaje de Teresa de Lisieux, FR Marie-Michel Philipon OP-1 PDF
El Mensaje de Teresa de Lisieux, FR Marie-Michel Philipon OP-1 PDF
EL MENSAJE DE
TERESA DE LISIEUX
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IMPRIMI POTEST
Fr. A. GIRAUD, OP
Provincial
IMPRIMATUR
Lutetiae Parisiorum, 12ª novembris 1946.
A. LECLERC, v.g.
2
A la Virgen de la Sonrisa
3
INTRODUCCIÓN
del autor a
―El mensaje de Teresa de Lisieux‖
El MENSAJE DE SANTIDAD
Muy exiguo era el fúnebre cortejo que el día 4 de octubre de 1897 acompañaba
al cementerio de Lisieux los despojos mortales de una joven carmelita, muerta a los 24
años, Sor Teresa del Niño Jesús: algunos eclesiásticos, un grupito de parientes y
amigos, las hermanas torneras del Carmelo y nadie más.
En la cruz que dominaba su tumba los transeúntes podían leer: «Quiero pasar mi
cielo haciendo el bien sobre la tierra».
Huracán de gloria
De repente, un extraordinario rumor público sacudió a la ciudad toda de Lisieux:
«Sor Teresa» hacía milagros. Estos milagros se multiplicarían pronto en Francia y en el
mundo entero. «Teresita» se hacía presente en todas partes con ardor infatigable,
operando los más inesperados prodigios en favor de toda clase de gentes. Se inclinaba
sobre todas las miserias del alma y del cuerpo, colmando de sus bondades a los
incrédulos y a los peores enemigos de la Iglesia; reservando, sin embargo, sus más
esplendorosas intervenciones en favor de los misioneros y de los sacerdotes, de estos
sacerdotes tan queridos de su corazón, por los cuales había consumido, «hasta el
agotamiento», su vida de carmelita.
1
Novissima verba, 12 julio 1897.
2
A Sor Genoveva, septiembre 1897.
4
sobre la tierra, como «una lluvia de rosas»3, sus innumerables beneficios. Teresa es
todopoderosa en el corazón de Dios. «Dios hará en el cielo todo lo que yo quiera,
porque yo no he hecho nunca mi voluntad en la tierra»4.
El nuevo mensaje
La Providencia no hace nada en vano. No es sin razón que Dios ha agraciado a
Sor Teresa del Niño Jesús con un poder de acción tan pasmoso sobre el mundo
moderno. Todos estos carismas extraordinarios tienden a confirmar entre los hombres
su mensaje de santidad. La misión doctrinal de Teresa de Lisieux fue la de recordar a
los hombres el dogma de la paternidad divina y del Amor misericordioso; la de
enseñarles, mediante el camino de la infancia espiritual, a elevarse hasta la más alta
perfección evangélica por la práctica de las virtudes ordinarias.
Fue una «palabra viva», «una palabra de Dios», puesto que «Dios nos dice —y
«Teresita» con Él— que hay algo tanto o más grande que la acción y el poder del genio:
la humildad, la fidelidad absoluta a los deberes de estado, sea éste el que fuere, la
disponibilidad a todos los sacrificios, el confiado abandono en las manos de Dios, y por
encima de todo, el amor, el verdadero amor de Dios»8. Teresa, «milagro de virtudes y
3
Novissima verba, 9 junio 1897.
4
Ibid., 12 julio 1897.
5
Pío XI, Discurso del 11 de febrero de 1923 y del 30 abril 1923.
6
Eugenio Cardenal Pacelli (Futuro Pio XII), Discurso pronunciado en Lisieux el 11 de julio 1937, como
Legado pontificio.
7
Novissima verba, 1 agosto 1897.
8
Pío XI, Discurso del 11 de febrero 1923.
5
prodigio de milagros»9, nos ha enseñado «un camino de santidad accesible a todos»10.
Al canonizar su vida, la Iglesia ha canonizado su doctrina y ha impreso en su camino de
la infancia espiritual el sello supremo de su verdad infalible. Tenemos la certeza de que,
escuchando las enseñanzas de Teresa, seguimos la doctrina del Evangelio. «La infancia
espiritual es un secreto de santidad para todos los fieles del mundo entero»11. «Si este
camino de la infancia espiritual se generalizase, se realizaría la reforma de la sociedad
humana»12. Dios se ha complacido en enriquecer a Teresa del Niño Jesús con un don de
sabiduría totalmente excepcional»13. «La Santa de Lisieux se ha revelado como una
verdadera ―maestra‖ de espiritualidad»14.
Sobre todo, ella supo hacer la santidad accesible a todos. Se había visto ya a San
Francisco de Sales invitando a buscar la perfección cristiana, a todos los cristianos: «a
los que viven en las ciudades, en familia, en la corte, a todos los que por su condición se
9
Ibid.
10
Ibid.
11
Benedicto XV, Discurso del 14 de agosto 1921.
12
Pío XI, Homilía de la misa de canonización, 17 de mayo 1925.
13
Ibid.
14
Carta de Pío XI, a S. Emncia. el cardenal Vico, legado en Lisieux (28-30 mayo 1923).
15
Reaccionando contra estas desviaciones, los santos llevan a cabo lo que hoy llamamos "el retorno a las
fuentes".
6
ven obligados a llevar exteriormente una vida común»16; y considerando como «un error
e incluso como una herejía el querer desterrar la vida devota de la corte de los príncipes,
de los ejércitos, de las tiendas de los artesanos, de las moradas de los casados»17.
Fuentes y métodos
Estas páginas, compuestas en vista de la difusión del mensaje teresiano, no
hacen más que tratar de nuevo, en una forma muy sencilla, los temas esenciales de un
estudio más profundo sobre la espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux.
Hemos podido constatar y meditar a placer, durante cerca de diez años, los
testimonios del proceso de canonización y numerosos documentos inéditos del Carmelo
de Lisieux. Hemos avanzado lentamente en este estudio, recurriendo sin cesar a los
documentos auténticos de la iglesia y al testimonio viviente de sus tres hermanas; la
Reverenda Madre Inés de Jesús, y la Hermana Sor Genoveva de la Santa Faz,
proponiendo nuestras conclusiones a su juicio, capítulo por capítulo, interrogando,
discutiendo, tratando de fijar en su verdad histórica y en su verdadera interpretación
teológica, las palabras, los escritos, los hechos y los gestos de Santa Teresa del Niño
Jesús23.
16
Prefacio de la Introducción a la vida devota.
17
Introducción a la vida devota, cap. III.
18
Decreto de Tuto para la canonización, 29 de marzo 1925.
19
Bula de canonización.
20
Novissima verba, 17 julio 1897.
21
Ibid.
22
Discurso de Pío XI, 18 mayo 1925, día siguiente a la canonización.
23
En el transcurso de nuestro trabajo, nos hemos sentido muy animados por una frase espontánea de las
dos hermanas de la Santa, que venía a autenticar en cierta manera con la autoridad de su testimonio,
nuestra interpretación de la vida y de la doctrina de la santa de Lisieux, puesto que todo nuestro esfuerzo
en busca de la verdad tendía a la objetividad: "Rogamos a nuestra hermanita, que tan bien le hace
comprender "su caminito" que le ayude a conducir por él a un gran número de almas." Sor Inés de Jesús,
Sor Genoveva de la Santa Faz, C. d. i. 30 de diciembre de 1943.
7
Ojalá estas páginas ayuden a las almas a comprender mejor el mensaje tan actual
de Santa Teresa del Niño Jesús, de «hacer amar a Dios, como ella misma le ha amado»
y de elevarse por la práctica de la infancia espiritual «hasta las más altas cimas de la
montaña del amor».
8
PRIMERA PARTE
ITINERARIO ESPIRITUAL
Todo es sencillo en la vida de Santa Teresa del Niño Jesús. Se levanta hasta la
más alta perfección cristiana, siguiendo el curso de los acontecimientos, sin acciones
extraordinarias, sin milagros, sin atraer las miradas, pasando desapercibida durante los
cortos 24 años que Dios le concedió para realizar su ascensión hacia Él. Nunca en vida
se la señaló con el dedo como a una santa canonizable. Su heroica fidelidad se mantuvo
siempre fija en el marco de vida más ordinario.
Ciertamente para Teresa Martín, como para todos los santos, la perfección
continuará siendo una conquista, pero falsearíamos la verdadera fisonomía de la Santa si
forzando las cosas quisiéramos descubrir en ella una naturaleza orgullosa, hipersensible,
descentrada, un lugar de luchas violentas contra las pasiones del mal. Fue más bien el
dominio apacible pero alerta del Espíritu de Dios, suprema forma del triunfo de la
gracia en la vida de los santos.
Teresa de Lisieux pertenece a esta segunda categoría de almas que la gracia del
Bautismo rodeó desde su infancia de los más exquisitos cuidados divinos. No se trata de
negar el pecado original y de hacer de la «Santita» de Lisieux una ingenua réplica de la
Inmaculada. Teresa tuvo que corregirse de pequeños defectos escapados a su naturaleza.
Luchó hasta el fin de su vida. Pero una doctrina pesimista en exceso sobre el pecado
original y los estragos que causa en las almas no estaría menos alejada de la verdad
24
Pío XI, Discurso pronunciado con motivo de la beatificación, en la audiencia del 30 de abril de 1923.
9
católica y de una sana intervención de la vida de los santos. El espíritu del Evangelio y
los principios más seguros de la teología mística, nos muestran en la Virgen María y en
Cristo la más heroica santidad, realizada en la tierra, exenta de la menor inclinación al
mal.
Su medio familiar fue para ella una verdadera escuela de perfección cristiana.
Unos «padres santos», unas hermanas destinadas todas ellas a consagrarse a Dios en la
vida religiosa, velaron sobre su alma de niña. En ésta atmósfera excepcional «Teresita»
se modelaba espontáneamente, siguiendo el ejemplo de sus hermanas mayores.
«Cuando oía decir que Paulina sería religiosa, sin saber demasiado qué era esto,
pensaba: también yo seré religiosa»25. No le consentían ningún capricho, ningún
defecto. En su relato de la Historia de un alma, Teresa se reconoce de una sensibilidad
extrema, de una ternura excesiva, necesitada de luchar contra el amor propio.
«Con una tal naturaleza, me doy perfecta cuenta, de que si hubiera sido educada
por padres sin virtud hubiera llegado a ser muy mala, y tal vez hubiera corrido a mi
perdición eterna»26.
―Un día —cuenta ella— Leonia, creyéndose sin duda demasiado mayor para
jugar a las muñecas, vino a encontrarnos a las dos, a Celina y a mí, con una cesta llena
de trajes, de hermosos trozos de tela y de otros adornos; acostó sobre ellos su muñeca y
nos dijo: «Tomad, hermanitas, escoged», Celina miró y eligió un pelotón de trencillas.
Después de reflexionar un momento, alargué a mi vez la mano y dije: Yo lo escojo todo,
y sin más ceremonias me llevé cesto y muñeca.
25
Historia de un alma, I, 8 (Edición de 1953).
26
Ibid., I, 9.
27
Ibid.
28
Ibid., V, 66.
10
Este rasgo de mi infancia, viene a resumir mi vida entera. Más tarde, cuando se
me apareció la perfección, comprendí que para llegar a ser una santa era preciso sufrir
mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de uno mismo; comprendí que la
santidad tiene muchos grados: que cada alma es libre de corresponder a las
solicitaciones de Nuestro Señor, de hacer poco o mucho por su amor; en una palabra, de
«elegir» entre los sacrificios que Él le pide. Entonces como en los días de mi infancia
exclamé: «Dios mío, lo elijo todo. No quiero ser santa a medias. No temo sufrir por vos.
Temo solo una cosa, conservar mi voluntad; tomadla, puesto que lo «escojo todo»; todo
lo que vos queráis»‖29.
La gracia de Navidad
Algunos acontecimientos decisivos marcaron la historia de su infancia. La
muerte de su madre que la dejó huérfana a los cuatro años y medio, trastornó
profundamente su vida.
«Yo, tan viva, tan expansiva, me volví tímida, dulce, excesivamente sensible.
Una mirada era a veces suficiente para hacerme deshacer en lágrimas. Necesitaba pasar
desapercibida. No podía sufrir la compañía de los extraños; y sólo recobraba la alegría
en la intimidad del hogar»30
En esta época abandonó sin pesar Alençon y fue gustosa a Lisieux, donde se
instaló la familia Martín.
Hacia los diez años de edad, una rara enfermedad puso en peligro su vida, pero
la Santísima Virgen se le apareció sonriente y la curó milagrosamente.
29
Historia de un alma, I, 10-11.
30
Historia de un alma, II, 15.
11
Después, Teresa se preparó para la primera Comunión. Este primer encuentro
con Cristo se terminó en una verdadera «fusión»31. Desde entonces la Eucaristía
ocupará el primer puesto en su vida32.
«Hay que haber pasado por este martirio para comprenderlo bien. Me sería
imposible decir lo que he sufrido durante cerca de dos años. Todos mis pensamientos y
todas mis acciones, aun los más sencillos, eran para mí motivo de turbación y angustia.
No encontraba la tranquilidad hasta que lo había confiado todo a alguna de mis her-
manas, lo que me costaba mucho, puesto que me creía obligada a comunicarle hasta mis
más extravagantes pensamientos. Descargada de este peso, gozaba un instante de paz;
pero esta paz pasaba como un rayo, y mi martirio empezaba de nuevo»33.
Estos escrúpulos llegaron a enfermar a Teresa, por lo que a los trece años
tuvieron que sacarla del colegio. Por fin, por intercesión de «sus cuatro hermanitos que
la habían precedido allá arriba»34, se vio libre de los escrúpulos.
31
Historia de un alma, IV, 44.
32
Santa Teresa del Niño Jesús puede ser considerada como modelo de vida eucarística. Sus deseos de
comulgar, su presentimiento profético del próximo retorno de la iglesia a la práctica de la comunión
frecuente y cotidiana, son sorprendentes, en su época. Por un instinto muy seguro de los dones de
inteligencia y de piedad, Teresa comprendió el sentido primordial de la Eucaristía en la vida cristiana y en
la vida mística de la Iglesia. Veía en ella el medio por excelencia de realizar esta unión transformante en
Cristo que se consuma en el amor. Las intuiciones eucarísticas de Teresa de Lisieux coinciden con las
doctrinas fundamentales de un Santo Tomás de Aquino, que asigna como efecto propio de la Eucaristía
"la transformación del hombre en Cristo por el amor".
33
Obra citada, IV, 49.
34
Historia de un alma, IV, 53.
35
Ibíd., V, 55.
36
Proceso apostólico, 997, Sor Genoveva.
37
Obra citada, V, 56.
38
Ibid., V, 59.
39
Ibid., V. 62.
12
naturaleza. El sol poniente doraba con sus últimos rayos la cima de los grandes árboles
y los pajarillos gorjeaban su plegaria nocturna.
A través de mis lágrimas, hablé del Carmelo; de mis deseos de entrar pronto en
él; entonces lloró él también; no obstante, nada me dijo que pudiera desviarme de mi
vocación. Sólo me hizo notar que era muy joven todavía para tomar una decisión tan
grave. Como yo insistiese defendiendo mi causa, mi incomparable padre, de un natural
tan recto y tan generoso, se convenció pronto. Continuamos largamente nuestro paseo.
Mi corazón se había aliviado; papá ya no derramaba lágrimas. Me habló como un
santo»40.
Los obstáculos a esta vocación debían venir de otra parte. El superior canónico
del Carmelo se mostró irreductible. Teresa, confiada en Dios, permanecía firme en su
resolución.
—Santísimo Padre, tengo que pediros una gran gracia. En honor de vuestro
jubileo permitidme entrar en el Carmelo a los quince años—.
—¡Oh Santísimo Padre —insistió Teresa—, si vos dijerais «sí», todo el mundo
lo querría!—
40
Historia de un alma, V, 63.
41
Ibíd., V, 65-66.
42
Ibíd., V, 69.
13
León XIII la miró detenidamente con sus grandes ojos negros que penetraron
hasta lo más profundo de su alma y dijo con un tono penetrante, articulando cada sílaba:
«Vamos, vamos, ya entrarás, si Dios lo quiere»43.
El Carmelo
El 9 de abril de 1888, festividad de la Asunción, después de una última y
suprema mirada, Teresa abandonó para siempre los Buissonnets. Apenas entrada en el
Carmelo la invadió una inmensa paz que no debía dejarla ya. Todo le parecía
maravilloso en el monasterio. Sobre todo la encantaba su celda, lugar donde la carmelita
vive de amor «sola con el Único».
No se extrañó de ningún sacrificio. Sor Teresa, que quería obrar sólo para
complacer a Jesús, se mostró fiel en las más pequeñas cosas. El postulantado fue duro.
Nada se le ahorró a esta niña de quince años. Sor Teresa, lo aceptaba todo sonriendo.
Nadie sospechaba su oculto heroísmo.
Teresa soñaba con ser «la flor ignorada cuyo perfume sólo se exhala hacia el
47
cielo» .
43
Historia de un alma, VI, 81.
44
Ibíd., VI, 86.
45
Ibíd., VI, 87.
46
Ibíd., VII, 91.
47
Ibíd.
14
Dos meses después de su entrada en el Carmelo, el Reverendo P. Pichón, que
había ido a predicar el retiro anual a la comunidad, «se sintió sorprendido por la acción
de Dios en su alma»48.
«Le hice una confesión general, después de la cual pronunció estas palabras: «En
presencia de Dios y de la Santísima Virgen, de los ángeles y de todos los santos, declaro
que usted no ha cometido nunca ni un solo pecado mortal. Dé gracias al Señor de lo que
Él ha hecho gratuitamente por usted, sin ningún mérito por su parte.» —¡Sin ningún
mérito por mi parte! ¡Ah, no sentía dificultad alguna en creerlo! Sentía cuan débil, cuan
imperfecta era: sólo el agradecimiento llenaba mi corazón. El temor de haber
mancillado la blanca vestidura de mi Bautismo me hacía sufrir mucho, y esta seguridad,
salida de labios de un director tal como lo deseaba nuestra Santa Madre Teresa, es decir,
«que uniese la ciencia a la virtud», me parecía venir del mismo Dios»49.
Una gran prueba de familia iba a caer muy pronto sobre ella. Un día, mientras
estaba en el locutorio con sus hermanas, su padre dijo:
«Quería que mi rostro, como el de Jesús, estuviese oculto a todas las miradas;
que nadie me reconociese en la tierra. Tenía sed de sufrir y de ser olvidada»51.
48
Historia de un alma, VII, 92.
49
Ibíd., VII, 92.
50
Ibíd., VII, 95.
51
Ibíd., VII, 93.
52
Ibíd., VII, 96.
15
«Mi retiro de profesión fue, como los siguientes, un retiro de gran aridez. No
obstante, sin ni tan sólo darme cuenta de ello, los medios de agradar a Dios y de
practicar la virtud se me revelaban entonces claramente. He notado muchas veces que
Jesús no quiere darme provisiones. Me alimenta a cada momento con un alimento
completamente nuevo. Lo hallo en mí sin saber cómo se encuentra allí. Creo
sencillamente que es el mismo Jesús, oculto en el fondo de mi pobre corazón, quien
obra en mí de una manera misteriosa y me inspira todo lo que quiere que haga a cada
momento»53.
Para quien sabe entender las cosas, ésta es una descripción inconsciente de una
elevada vida mística bajo el influjo preponderante de los dones.
Un retiro la liberó del todo de este temor excesivo de ofender a Dios que la
detenía todavía en sus impulsos de amor.
«El año siguiente a mi profesión recibí grandes gracias durante el retiro general.
Ordinariamente los retiros predicados me son muy penosos; pero esta vez ocurrió todo
lo contrario. Me había preparado con una fervorosa novena. ¡Me parecía que iba a sufrir
tanto! Se decía que el Padre era más entendido en convertir pecadores que en hacer
avanzar a las almas fervorosas. Pues bien, debo de ser una gran pecadora puesto que
Dios se sirvió de este religioso para consolarme.
Sufría entonces penas interiores de toda clase, que me sentía incapaz de explicar;
y he aquí que mi alma se dilató perfectamente; y fui maravillosamente comprendida, e
incluso adivinada. El Padre me lanzó a velas desplegadas por las corrientes de la
confianza y del amor que tan fuertemente me atraían; pero por las cuales no me atrevía a
avanzar. Me dijo que mis faltas no apenaban a Dios. «En estos momentos —me dijo—,
ocupo su lugar. Pues bien, le afirmo de su parte que está muy contento de su alma.»
¡Oh, qué feliz me sentí al oír estas consoladoras palabras! Nunca había oído
decir que las faltas pudieran no apenar a Dios. Esta seguridad me colmó de alegría»54.
«Ahora ya no tengo deseo alguno, a no ser el de amar a Jesús con locura. Sí, sólo
el amor me atrae. Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte; y no obstante, me atraen
ambos... Durante mucho tiempo los he solicitado como mensajeros de alegría... Ahora,
sólo me guía el abandono. Ya no sé pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento
perfecto de la voluntad de Dios en mi alma»55.
«¡Qué dulce es el camino del amor! Sin duda se puede caer, se pueden cometer
infidelidades; pero como el amor sabe sacar partido de todo, muy pronto consume todo
53
Historia de un alma, VIII, 102.
54
Ibíd., VIII, 105.
55
Ibíd., VIII, 112.
16
lo que puede desagradar a Jesús, no dejando en el fondo del corazón más que una paz
humilde y profunda»56.
La ofrenda al amor
Dios encaminaba de esta suerte a Sor Teresa del Niño Jesús hacia la ofrenda al
amor misericordioso, síntesis de su vida interior y de su espiritualidad.
«En el año 1895 recibí la gracia de comprender más que nunca cuánto desea
Jesús ser amado. Pensando un día en las almas que se ofrecen como víctimas de la
justicia divina a fin de desviar sobre ellas los castigos reservados a los pecadores,
encontraba esta ofrenda grande y generosa; pero me sentía muy lejos de hacerla.
«Oh Dios mío, Trinidad Beatísima... a fin de vivir en un acto de perfecto amor,
me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor misericordioso, suplicándoos
que me consumáis sin cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de infinita ternura
contenidas en Vos; y que así llegue a ser mártir de vuestro amor, ¡oh Dios mío!
56
Historia de un alma, VIII, 112.
57
Ibid., VIII, 114.
17
Que este martirio, después de haberme preparado a comparecer ante Vos, me
haga morir al fin, y que mi alma se lance sin dilación al eterno abrazo de vuestro amor
misericordioso.
No se puede releer sin emoción esta fórmula, manifestación inspirada por Dios,
que, siguiendo el ejemplo de la Santa de Lisieux, suscitará en el mundo entero una
«legión de pequeñas víctimas», y será considerada como la ley fundamental de su
santidad. Todo es claro en ella: el sentido de su vida; una ejercitación continua del amor
perfecto; el carácter distintivo de esta consagración única en la Iglesia: una ofrenda, no
a la justicia divina, ni al sufrimiento, sino al amor; la disposición fundamental del alma
teresiana: dejarse consumir por el amor hasta el martirio; su ideal supremo: morir de
amor.
―Morir de amor‖
Dios no tenía más que acabar en el alma de Teresa su consumación en el amor.
Ésta será la obra del sufrimiento. El Jueves Santo del año 1896, no habiendo obtenido
permiso para quedarse ante el Monumento, la noche entera, entró a media noche en su
celda.
«Apenas había reclinado mi cabeza sobre la almohada, cuando sentí que una ola
hirviente subía a mis labios. Creí que iba a morir, y mi corazón se fundió de alegría...
No obstante, como acababa de apagar nuestra lamparilla, mortifiqué mi curiosidad hasta
el día siguiente y me dormí apaciblemente.
A las cinco de la mañana, dada la señal de levantarse, pensé en seguida que iba a
tener una agradable noticia; pronto lo constaté cuando acercándome a la ventana
encontré mi pañuelo lleno de sangre. ¡Oh Madre mía, qué esperanza! Estaba
íntimamente persuadida de que mi Bienamado, en este día conmemorativo de su muerte,
me dejaba oír una primera llamada, como un dulce y lejano murmullo, prenuncio de su
feliz advenimiento.
58
Historia de un alma, IX, 122.
18
A pesar del agotamiento de su cuerpo enfermo, se entregó todavía durante más
de un año, a todas las austeridades del Carmelo.
«A pesar de estar enferma, Sor Teresa del Niño Jesús no se dispensaba nunca de
los ejercicios comunes ni de los trabajos penosos. Llegaba, sin quejarse, hasta el límite
de sus fuerzas»60.
«Venida la noche, la pobre niña tenía que subir sola la escalera del dormitorio,
deteniéndose a cada peldaño para tomar aliento. Alcanzaba penosamente su celda,
adonde llegaba tan agotada que, como confesó más tarde, necesitaba a veces una hora
para desvestirse. Frecuentemente, durante el Oficio divino le faltaban las fuerzas por la
violencia que tenía que hacerse para salmodiar y para sostenerse en pie; pero sacudía su
fatiga con estas palabras: ―Si muero, ya lo verán‖»61.
«La noche de aquel Viernes Santo señalado por un vómito de sangre —cuenta
Teresa—, entraba llena de alegría en mi celda e iba a dormirme dulcemente, cuando
Jesús, como en la noche anterior, me dio el mismo signo de mi próxima entrada en la
vida eterna. Gozaba entonces de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del cielo
constituía toda mi felicidad; no podía creer que hubiese impíos faltos de fe, y estaba
persuadida de que seguramente no decían lo que pensaban cuando negaban la existencia
de otro mundo.
59
Proceso diocesano, 1811, Sor Genoveva.
60
Proceso apostólico, 1115, Sor Teresa de San Agustín.
61
Proceso apostólico, 1380, Sor María de la Trinidad.
19
En los días tan luminosos del tiempo pascual —prosigue—, Jesús me hizo
comprender que existen realmente almas sin fe y sin esperanza. Permitió que mi alma se
viese envuelta por espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, que tan dulce me era
desde los primeros años de mi infancia, se convirtiese para mi en motivo de combate y
de tormento. La duración de esta prueba no se limitó a algunos días, a algunas semanas;
hace ya meses que la sufro y espero todavía la hora de la liberación. Quisiera poder
expresar lo que siento; pero es imposible. Hay que haber viajado por este túnel sombrío
para comprender su oscuridad»62.
Dios conduce por estos terribles sufrimientos la existencia de los santos hacia
una configuración perfecta con el Crucificado.
«Cuando quiero sosegar mi corazón, fatigado por las tinieblas que lo rodean, con
el recuerdo fortificante de una vida futura y eterna, mis sufrimientos redoblan. Me
parece que las tinieblas, adoptando la voz de los impíos, me dicen burlándose de mí:
«Sueñas en la luz, en una patria embalsamada, sueñas en la posesión eterna del Creador
de estas maravillas; crees salir un día de las nieblas en que languideces. Avanza...
Avanza... Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que esperas, sino una noche más
profunda todavía, la noche de la nada...» No quiero proseguir, temería blasfemar. Tengo
miedo de haber dicho demasiado. ¡Ah, Dios me perdone! Él sabe perfectamente que a
pesar de no tener el goce de la fe, me esfuerzo en practicar sus obras. He hecho más
actos de fe en un año que durante toda mi vida»63.
Esta patética descripción nos hace entrever los tormentos interiores de las almas
más santas sometidas a la acción purificadora del amor.
«Es increíble como se han realizado mis esperanzas. Cuando leía, antes, a San
Juan de la Cruz, rogaba a Dios que hiciese en mí lo que este santo escribe: es decir, que
62
Historia de un alma. IX, 122.
63
Ibíd., 124.
64
Novissima verbo, 7 julio 1897.
20
me santificase en pocos años; que me consumiese en el amor. Mis deseos han sido
atendidos»65.
Después, como elevada por una fuerza totalmente divina, repitió con ardor:
A las seis, al toque del ángelus, Teresa dirigió su mirada hacia la estatua de
María.
65
Novissima verbo, 31 agosto 1897.
66
Ibid., 19 septiembre 1897.
21
SEGUNDA PARTE
SU DOCTRINA ESPIRITUAL
67
Discurso del 11 de julio de 1937, pronunciado en Lisieux por Su Emncia. el cardenal Pacelli, Secretario
de Estado y Legado a latere del Papa Pío XI: ―El genio deslumbrante de Agustín; la luminosa sabiduría
de Tomás de Aquino, han proyectado sobre las almas los rayos de una caridad imperecedera. El poema
divino vivido por Francisco de Asís ha mostrado al mundo una imitación inigualada aún de la vida de
Dios hecho hombre; millones de hombres y de mujeres han aprendido de él a amarlo con mayor
perfección. Pero una pequeña carmelita, apenas llegada a la edad adulta, ha conquistado en menos de
medio siglo innumerables falanges de discípulos. Los doctores de la ley se han vuelto niños, en su
escuela, el Pastor supremo la ha exaltado y la invoca con humilde y asidua súplica; y en este mismo
momento, de un extremo a otro del mundo, hay millones de almas cuya vida interior ha experimentado el
benéfico influjo de este librito: Historia de un alma... Sois grande, ¡pequeña santa!, y vuestra familia
espiritual es innumerable.‖
22
CAPÍTULO I
«UN CAMINO COMPLETAMENTE NUEVO»
Sin vanidad, pero sin timidez, a manera de los grandes maestros poseedores de
un método comprobado, juzgará con modestia, pero con soberana libertad, a los autores
espirituales, tan numerosos y tan fecundos, a menudo faltos de la inspiración divina o
del soplo del genio.
68
Historia de un alma, IX, 119.
69
Historia de un alma, IX, 119.
70
Mt 18, 3; Mc 10, 14.
23
hermosos libros que no puedo comprender y mucho menos practicar, me alegro de ser
pequeña, puesto que sólo los niños y los que se asemejen a ellos serán admitidos al
celestial banquete. Afortunadamente en el reino de los cielos hay muchas moradas; si no
hubiera más que aquellas cuya descripción y, cuyo camino me parecen incomprensibles,
ciertamente yo no entraría nunca allí71.
71
Carta a un misionero, 1897.
72
Pío XI, Discurso pronunciado el día siguiente de la canonización, 18 mayo 1925.
73
Nota del Editor: Admirablemente Fr M. –M. Philipon OP anuncia en este capítulo lo que el Vicario de
Cristo señalara en la Carta Apostólica ―Divini Amoris Scientia‖ del 19 de octubre de 1997 en la cual
declara a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Doctora de la Iglesia universal.
24
CAPÍTULO II
CARACTERES NEGATIVOS DE LA
ESPIRITUALIDAD TERESIANA
Así ocurre con la espiritualidad teresiana. Ésta, acusa con sorprendente vigor,
caracteres negativos que la distinguen dé las otras formas aparentemente más clásicas de
santidad: ausencia de mortificaciones extraordinarias, ausencia de carismas místicos,
ausencia de métodos de oración, ausencia de obras brillantes. Este haz de caracteres
negativos que la caracterizan diseñan una fisonomía aparte en la espiritualidad católica.
Este tenaz prejuicio explica la sonrisa escéptica con que fue acogida la Historia
de un alma en ciertos monasterios y en ciertos ambientes devotos, por parte de
venerables eclesiásticos y superiores llenos de méritos: «sanidad dulzona» —se
pensaba— y «que pasará».
25
valientemente hacia las más altas cimas de la perfección cristiana, encontrando en su
mensaje de amor el eco fiel de las enseñanzas de Cristo y del más puro Evangelio.
La gran santa de Lisieux dejó decididamente de lado lo que ella misma llamaba,
siguiendo el lenguaje usual, «las maceraciones de los santos». Desconfía de ellas; más
todavía, salvo en casos excepcionales, se muestra decididamente opuesta a ellas. Teresa
creyó primero que debía introducirse en el camino de las penitencias supererogatorias.
―Me fue dado el atractivo de la penitencia corporal —nos dice—, pero nada se
me permitía para satisfacer este deseo. Las únicas mortificaciones que me concedían,
consistían en mortificar mi amor propio; lo que me hizo un mayor bien que las
mortificaciones corporales‖74.
Más tarde obtuvo por fin el permiso de entregarse a más rudas mortificaciones.
No contenta con las disciplinas de regla, usuales en su Carmelo, quiso llevar sobre su
pecho «una cruz armada de puntas de hierro»75. La pobre niña enfermó. En lugar de
sentirse despechada al constatar su impotencia, como tantas almas soberbias demasiado
pagadas de sí mismas, con una profunda intuición de las vías de la Providencia, se
contentó con notar:
―Ya veis que las grandes penitencias no son para mí. Dios sabe que las deseo;
pero nunca ha querido que las lleve a cabo; en otro caso no me hubiera puesto enferma
por tan poca cosa. ¿Qué es esto comparado con las maceraciones de los santos? Por otra
parte, hubiera encontrado en ellas demasiado goce; y las satisfacciones naturales pueden
muy bien mezclarse con la penitencia más austera. Hay que desconfiar. Créame, Madre,
no se lance nunca por este camino: no es el de las «almas pequeñas» como las
nuestras‖76.
74
Historia de un alma, VII, 100.
75
Proceso diocesano, 1578, Madre Inés.
76
Proceso diocesano, 1579, Madre Inés.
26
mortificación. Esta mortificación no buscada, me parece la más segura y la, más
santificante»77.
Nada más característico sobre este punto que las reacciones de su alma ante las
espantosas maceraciones del beato Enrique Suso. La Madre Inés recibió en la
enfermería las confidencias de la Santa de Lisieux en el momento en que ésta había
llegado a las más altas cimas del amor divino:
―Si todas las almas llamadas a la perfección, para entrar en el cielo hubiesen
debido practicar estas maceraciones, Nuestro Señor nos lo hubiera dicho y nos las
hubiéramos impuesto gustosamente. Pero nos ha anunciado que hay varias moradas en
77
Proceso apostólico, 698, Madre Inés.
78
Novissima verba, 3 agosto 1897.
27
su mansión. Si hay la de las grandes almas, la de los Padres del desierto y la de los
mártires de la penitencia; debe haber también la de los «pequeñuelos». Nuestro lugar
está allí‖79
Ausencia de carismas
Un segundo aspecto negativo caracteriza el camino de la infancia espiritual: la
ausencia total de carismas, en oposición a la mayoría de los libros de vidas de santos
que insisten sobre las gracias místicas de todas clases: éxtasis, visiones y revelaciones,
estigmas, levitaciones, intervenciones diabólicas o apariciones de ángeles, discer-
nimiento de espíritus y clarividencia profética, poder de milagros.
Sin salirse de la tradición mística del Carmelo, Sor Teresa del Niño Jesús no
tenía más que abrir al azar la autobiografía de su Santa Madre para contemplar en ella el
espectáculo de una existencia totalmente henchida de fenómenos místicos
extraordinarios. El éxtasis arrebataba a Teresa de Ávila en cualquier lugar: en el coro,
en el locutorio, en medio de sus hijas, tocando el tamboril. Incluso una vez el arrobo la
sorprendió en la cocina, con una sartén en la mano. Durante estos éxtasis, no veía nada,
no oía nada, no sentía nada. Su cuerpo no tocaba al suelo, se enfriaba, se volvía inerte; y
después de los favores divinos de los más elevados estados, la Santa permanecía dos o
tres días como fuera de sí con las potencias absortas.
79
Historia de un alma, Consejos y recuerdos.
80
El mensaje de Fátima confirma el sentido de este nuevo estilo de santidad. Lucia, la vidente de Fátima,
escribía el 20 de abril de 1943 al Excmo. Sr. Obispo de Leiria, a quien compete la jurisdicción en la
peregrinación a Nuestra Señora de Fátima: ―Dios no quiere otra mortificación que el sencillo y honrado
cumplimiento de las tareas cotidianas, y la aceptación de las penas y molestias. Desea que se muestre
claramente este camino a las almas, puesto que muchos se imaginan que la penitencia supone ―grandes
austeridades‖, y, no teniendo ni fuerzas ni magnanimidad para emprenderlas se desaniman y caen en una
vida de indiferencia y de pecado. He aquí —dice Lucía— la penitencia que Dios exige ahora‖.
28
carismas místicos con los cuales la liberalidad divina se complace en colmar a los
grandes servidores de Dios acá abajo.
Estos favores divinos aportan al alma heroica que se encamina hacia Dios,
beneficios insignes: el sentido del soberano poder de Dios y de su infinita grandeza; un
desprendimiento total. El alma se hace extraña a todo lo creado. El ser humano quisiera
morir para gozar de la visión de Dios. Esta experiencia de las cosas divinas le comunica
un infatigable ardor apostólico en servicio de la Iglesia y de la redención. Estos
carismas abundan en los fundadores de órdenes y en una multitud de santos
canonizados.
―Sor Teresa del Niño Jesús no se parece, en cuanto a los dones sobrenaturales,
o al menos en cuanto a sus manifestaciones, a la mayoría de santos canonizados por la
Iglesia. Si exceptuamos su visión de la Santísima Virgen, y aquella que reveló por
anticipado la enfermedad de su padre; si exceptuamos también la «llama de amor» que
afirma que la hirió una vez; y por fin el éxtasis de su muerte, no veo en ella nada que
salga de lo ordinario. Quizá, salvo aún ciertas predicciones que hizo sobre lo que
ocurriría después de su muerte. Sin duda gozó muchas veces de un profundísimo
recogimiento; pero este estado de oración estaba envuelto en simplicidad, sin
manifestaciones extraordinarias. Hay que decir, pues, que los fenómenos místicos
extraordinarios han sido en su vida totalmente excepcionales. Lo regular era la sencillez.
Pensar diversamente sería cambiar la fisonomía tan alentadora que Dios se ha
complacido en dar a su pequeña servidora, expresamente para llamar a su amor a las
«almas pequeñas» que quieran seguirla‖82.
81
Nota del editor: Toda alma es atacada por el diablo, se refiere el autor a que Dios no permitió
intervenciones extraordinarias de Satanás como apariciones de demonios como sufrió por ejemplo el
Santo Cura de Ars o el Padre Pio. Santa Teresita es una gran abogada de las almas atribuladas por el
demonio ya que ella sufrió los sutiles pero terribles ataques del diablo. Ella que poseía un fino
discernimiento de espíritus tiene expresiones muy claras sobre el actuar del maligno: ―Se elevó en mi
alma una tempestad como nunca antes había experimentado... la vida del Carmelo me parecía hermosa,
pero el demonio me inspiraba la seguridad de que no estaba hecha para mí, que engañaba a las superioras
avanzando por un camino al que no estaba llamada... Mis tinieblas eran tan grandes que no veía ni
comprendía más que una sola cosa: ¡no tenía vocación! ¡Ah! ¿Cómo describir la angustia de mi alma?...‖
(Manuscrits autobiographiques, A. Fol. 75vº; Fol 76 rº).
82
Proceso apostólico, 2332, Madre Inés.
29
sencilla para servir de modelo a las «almas pequeñas» tan numerosas, que avanzan por
el camino común en la noche de la fe‖83.
Todos los maestros espirituales están de acuerdo en exigir en estas materias una
vigilante circunspección. San Vicente Ferrer, el más gran taumaturgo de su siglo, cuya
prodigiosa vida apostólica se desarrolla ante nuestras miradas como un perpetuo
carisma, no es menos severo, y formula los mismos consejos en su Tratado de la vida
espiritual.
Incluso siendo verdaderos, estos favores divinos ocultan peligros reales: el alma
que se ve avanzar hacia Dios por caminos extraordinarios corre el riesgo de no
permanecer en una humildad profunda. Se imagina ser la preferida de Dios: vedla
satisfecha de sí misma y henchida de orgullo. Es mejor ir hacia Dios por el «caminito»
de la infancia espiritual, conscientes de nuestra debilidad, en la pura fe y el total
abandono. Teresa decía: «Prefiero a todos los éxtasis la monotonía del oscuro
sacrificio»85. Esta doctrina aleja todo peligro de ilusión.
83
Proceso apostólico, 2346, Sor María de la Trinidad.
84
San Vicente Ferrer, Tratado de la vida espiritual, cap. XI.
85
Carta a la Madre Inés, 1889.
30
el alma de toda espiritualidad. Mejor que todo otro elemento, es ella la que nos revela,
en los santos, el secreto de su unión con Dios.
Así ocurre con todos los santos que han marcado con su poderosa originalidad el
pensamiento y la vida de la Iglesia. Los apóstoles tenían una manera peculiar de ir a
Dios por la oración. La Iglesia primitiva vivía todavía de los salmos y de los cánticos
espirituales de la sinagoga; pero estaba animada por el soplo carismático del Espíritu del
Padre y por el sentido filial de la plegaria de Jesús. Indefinidamente aparecerán en la
Iglesia nuevas formas de vida de oración. El Espíritu sopla como quiere, según las
necesidades de las almas y de los tiempos.
―Para el monje, la oración mental no es otra cosa que estas pausas en la lectura
de las Sagradas Escrituras o los libros de piedad, durante las cuales el alma se eleva
hasta Dios, se une a su voluntad; y en esta mirada descubre sus defectos y los designios
de Dios sobre ella. San Benito dice que, en general, estas pausas deben ser «cortas», a
menos que las prolongue la unción del Espíritu Santo, y que así que cese el movimiento
de la gracia que nos lleva a unirnos a Dios, se debe reemprender la lectura o la
recitación de los salmos. Ésta era la única oración mental conocida por estos gigantes de
la santidad que fueron los Padres del desierto; y los monjes de Occidente no han hecho
más que continuar esta tradición. ¡La simplicidad de los antiguos ha formado tantos
contemplativos y tantos santos! Este método tiene la ventaja de estar al alcance de todo
el mundo, de disminuir mucho las distracciones; y de la misma manera que ha elevado
en el pasado a la más alta contemplación a millares de almas, puede aún conducirnos a
nosotros también a esta misma gracia‖86.
Todo cambia con San Ignacio de Loyola. Bajo el influjo de las nuevas
necesidades de la Iglesia surge un nuevo método que sobrepasa en precisión a todas las
86
Texto encontrado en los manuscritos de Dom Marmion y publicado con el permiso de Dom Thibaut.
31
formas del pasado, sea en la marcha exterior de los ejercicios, sea en el movimiento
interno y en la disciplina de las diversas facultades. Nada se deja al azar. Con una
maravillosa comprensión de las más profundas leyes de nuestra psicología; todas las
fuerzas del hombre son utilizadas en servicio de Cristo.
Todos los métodos tienen sus ventajas y sus peligros. Con el pretexto de la
libertad y de la docilidad al soplo del Espíritu, ciertas almas místicas tienen tendencia a
dispensarse del esfuerzo y a quedarse en vaguedades. Por el contrario, un método
demasiado rígido mecaniza excesivamente el juego de las facultades que ha de ser
espontáneo como la vida y que ha de estar a disposición de las menores inspiraciones
del Espíritu de amor. A los comentadores de segundo orden les será siempre trabajoso
seguir la libertad creadora de los grandes maestros. La contrapartida de la soberana
grandeza de los santos es no poder expresar en fórmulas adecuadas toda la realidad
divina entrevista. He aquí porque hay que saber entenderlos atendiendo más al espíritu
que a la letra y situando sus palabras en el contexto de su vida. Esta superior
comprensión de sus directrices a la luz de sus actos y de su espíritu, permite apreciarlos
en la rica complejidad de su naturaleza y en la variedad de su misión en la Iglesia.
Entonces, uno se sorprende menos al ver a un San Benito, modelo del puro
contemplativo, dejando a sus hijos una Regla que entra en los detalles más materiales de
la vida de un monasterio y que es una obra maestra de discreción, verdadero Código de
santidad del monaquismo occidental; mientras San Ignacio de Loyola, el creador de los
«Ejercicios», prototipo de la espiritualidad moderna, se muestra a ciertas horas de su
vida arrebatado irresistiblemente por el éxtasis, murmurando en sus arrobos: O Beata
Trinitas.
Santa Teresa del Niño Jesús no pudo someterse nunca a un método demasiado
sistemático de oración. Ya de pequeña, en sus paseos con su padre, gustaba de retirarse
«aparte en la hierba». «Entonces —dice— mis pensamientos se hacían muy profundos y
sin saber lo que era meditar, mi alma se sumergía en una auténtica oración»87. Toda la
vida de oración de la Santa de Lisieux está contenida en esta primera confidencia. Su
pensamiento contemplativo no podrá aceptar nunca cuadros demasiado rígidos,
demasiado ordenados.
―Un día en la abadía, una de mis profesoras me preguntó cuáles eran mis
ocupaciones los días de vacaciones cuando me quedaba en los Buissonets. Respondí,
tímidamente: «Muchas veces voy a esconderme en un pequeño rincón de mi habitación,
87
Historia de un alma, II, 17.
32
fácil de cerrar con las cortinas de mi cama, y allí, pienso». «Pero, ¿en qué piensas» me
preguntó riendo la religiosa. «Pienso en Dios, en la fugacidad de la vida, en la eternidad,
en fin, pienso». Ahora comprendo que entonces hacía una verdadera oración en la cual
el Divino Maestro instruía dócilmente mi corazón‖88.
Pasaba por seguir bastante mal la Misa del domingo; pero, hace notar el capellán
del colegio, esto exige una explicación. Se pide generalmente a los niños que sigan los
diferentes puntos de la Misa leyendo en su misal. Se pedía esto a Teresa como a las
demás; pero la niña no lo hacía... Cuando se le indicaba lo que debía leer, daba las
gracias con una graciosa sonrisa, bajaba los ojos sobre su libro durante algunos
segundos y pronto levantaba de nuevo la cabeza como si estuviera distraída. En rea-
lidad, entregándose a la oración contemplativa, hacia oración mucho mejor que sus
compañeras89.
88
Historia de un alma, IV, 42.
89
Proceso diocesano, 329, abate Domin.
90
Historia de un alma, X, 146.
91
Historia de un alma, VIII, 113.
33
En lo que se refiere a este punto capital de la vida de oración, como en lo que se
refiere a la mortificación y a los caminos místicos, Teresa ha de quedar como un modelo
accesible a las «almas pequeñas». El Evangelio es el alma de su vida de oración. Para
ella y para la multitud de almas cristianas que van hacia Dios por el camino «común», la
oración ha de ser un «impulso del corazón», una sencilla mirada hacia el cielo, un grito
de agradecimiento y de amor lo mismo en la prueba que en la alegría. ¡Es algo elevado,
sobrenatural, que dilata el alma y la une a Dios!92
Su vida de oración continuará siendo la plegaria sencilla y profunda del niño que
se acerca a Dios como a su Padre. «Hago como los niños que no saben leer: digo
sencillamente a Dios lo que quiero decirle y me comprende siempre»93.
Muchos santos canonizados han pasado entre los hombres «poderosos en obras y
en palabras» a imagen de su Maestro, modificando profundamente el destino de su siglo
como realizadores fecundos a los cuales se deben las más caritativas instituciones de la
humanidad. Un San Agustín, un San Alberto Magno, un Santo Tomás de Aquino, nos
maravillan por su saber prodigioso; un San Vicente Ferrer por la acción de su palabra y
por lo extraordinario de sus milagros; una Santa Juana de Arco por su maravillosa
epopeya guerrera; un San Francisco Javier por su celo misionero; un santo Cura de Ars
por el movimiento de las multitudes suscitado por la irradiación de su santidad. No sería
difícil aportar todavía el testimonio de un gran número de fundadores de órdenes y de
una multitud de apóstoles, de mártires y de santos, cuya vida, del todo divina, aparece
por añadidura como un incomparable éxito humano.
92
Historia de un alma, X, 146.
93
Historia de un alma, X, 146.
34
La Providencia se ha complacido en recordar al mundo moderno, ávido de
vanagloria, y de exhibicionismo, que la verdadera grandeza no consiste en el brillo
exterior sino en la fidelidad silenciosa de una vida toda de Dios. La Santa de Lisieux
queda como un modelo imitable para la gran multitud de hombres y mujeres que llevan
en la tierra una oscura existencia de trabajo destinada a permanecer siempre
desconocida. Teresita les dice, como decía a sus novicias en otros tiempos: «No creáis
que para llegar a la perfección sea necesario hacer grandes cosas»94. Nuestro Señor «no
necesita ni del esplendor de nuestras obras ni de hermosos pensamientos. Si quiere
concepciones sublimes, ¿no tiene sus ángeles cuya ciencia sobrepasa infinitamente a la
de los más grandes genios de este mundo? No es, pues, ni el ingenio, ni el talento, lo
que viene a buscar acá abajo... Ama la sencillez...»95. Teresa no se deja deslumbrar por
las grandes acciones que el mundo admira. Su profunda humildad y la luz de su fe le
han revelado que «las obras más brillantes nada son sin el amor»96. Sin duda «los santos
han hecho locuras. Han hecho grandes cosas, puesto que eran águilas. En cuanto a mí,
soy demasiado pequeña para hacer grandes cosas y mi locura es esperar que tu amor me
acepte como víctima, mi locura es contar con los ángeles y con los santos para volar
hasta Ti con tus mismas alas, ¡oh mi Águila adorada!»97.
―Soy una alma pequeña que no puede ofrecer a Dios más que cosas muy
pequeñas; y aún, frecuentemente, dejo escapar estos pequeños sacrificios que tanta paz
dan al corazón. Pero esto no me desanima. Soporto tener un poco menos de paz y
procuro vigilar otra vez‖99.
―Me siento muy feliz de ir al cielo; pero cuando pienso en las palabras del
Señor... «Pronto vendré y conmigo llevo mi recompensa para dar a cada uno según sus
obras», me digo que conmigo se verá en un gran aprieto porque no tengo obras... ¡Pues
bien!, me dará según las suyas‖100.
94
Proceso apostólico, 1277, Sor Marta de Jesús.
95
Carta a Celina, 25 de abril 1894.
96
Historia de un alma, VIII, 110.
97
Historia de un alma, XI, 172.
98
Historia de un alma, XI, 169.
99
Historia de un alma, XI, 152.
100
Historia de un alma, Consejos y recuerdos.
101
Novissima verba, 18 julio 1897.
35
Capítulo III
CARACTERES POSITIVOS
DE LA
ESPIRITUALIDAD TERESIANA
Por muy preciosos que sean los caracteres negativos para discernir una
espiritualidad, no bastan para describirnos su naturaleza profunda, la cual se muestra tan
sólo a la luz de la intuición creadora de la que ha brotado. En la espiritualidad teresiana,
esta intuición rectora es el espíritu de infancia en todas nuestras relaciones con Dios.
Todo deriva de esta concepción fundamental. Considerar a Dios como al más tierno de
los padres y practicar las virtudes de la infancia espiritual; tal es el principio originario
de este «caminito completamente nuevo» llamado a extenderse por el mundo entero tan
rápida y ampliamente y que ha hecho accesible a todos la más sublime perfección
cristiana.
102
Io 1, 12-4
103
Proceso apostólico, 928, Sor Genoveva.
36
Dimanando de este dogma fundamental de la paternidad divina, la actitud moral
del alma teresiana será extraordinariamente sencilla: vivir en la intimidad del Padre con
un alma de niño.
El amor misericordioso
Teresa supo comprender también que en un corazón de Padre todo es amor y
misericordia. Su concepción del misterio de Dios no reviste el concepto de una teodicea
que se esfuerza en unir a la divina Esencia todos los atributos físicos y metafísicos de la
divinidad. Pero su mirada infantil sondeó los más íntimos sentimientos del corazón
divino. Ninguna huella en ella de las sublimes elevaciones que constituyen la grandeza
de los escritos de una Santa Ángela de Foligno; ninguno de los grandes conceptos de la
teología clásica: inmutabilidad, incomprehensibilidad, inefabilidad. A sus ojos brillan
con luz divina la ternura infinita y la bondad misericordiosa de su Padre Celestial. Estas
visiones infantiles tan sencillas en apariencia, son realmente las más profundas. Por vía
de conocimiento infuso se armonizan con las más elevadas y sabias visiones del genio
científico de un Santo Tomás de Aquino, que nos enseña que el amor y la misericordia
dominan todas las intervenciones divinas en el Universo.
Por parte de las criaturas, dejarse amar por Dios es dejarse salvar y divinizar. Un
alma se eleva tanto más rápidamente a la santidad cuanto más se deja amar por Dios.
104
Proceso diocesano, 1527, Madre Inés.
37
Y he aquí, según la misma Teresa que los había experimentado, los maravillosos
efectos de esta consagración al amor: «A partir de este día el Amor me penetra, me
rodea. A cada instante este Amor misericordioso me renueva, me purifica y no deja en
mi corazón huella alguna de pecado»105. Ofrecerse como víctima de holocausto,
siguiendo a Teresa, es, pues, entregarse sin reserva a la acción creadora y santificadora
de este Dios de amor, dejándole en libertad de desplegar sobre nuestra miseria y sobre
nuestra nada los efectos de su misericordia infinita. Tal es el sentido profundo —único
en la Iglesia— de esta ofrenda como «víctima de amor».
―No es por haber sido preservada de pecado mortal por lo que me elevo hacia
Dios por la confianza y el amor. ¡Ah, siento que aunque pesaran sobre mi conciencia
todos los crímenes que pueden cometerse, no perdería en lo más mínimo la confianza!
Con el corazón quebrantado por el arrepentimiento iría a lanzarme en brazos de mi Sal-
vador... Sé que esta multitud de ofensas desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos
como una gota de agua en un brasero ardiente‖107.
105
Historia de un alma, VIII, 115.
106
Carta a Sor María del Sagrado Corazón, 17 septiembre de 1896.
107
Historia de un alma, X, 159.
108
Historia de un alma, VIII, 113.
38
divina, nos sugiere en todos y cada uno de nuestros actos una actitud de niño ante Dios.
Esta infancia espiritual «consiste en sentir y obrar bajo el influjo de la gracia de la
misma manera que siente y obra naturalmente el niño»109. La armonía existente entre el
mundo de la naturaleza y el de la gracia justifica esta transposición. Las almas a quienes
se propone el niño como modelo, están invitadas a imitar en el plano sobrenatural las
cualidades y las disposiciones naturales de la infancia con exclusión de sus defectos;
puesto que la infancia tiene sus defectos, sus deficiencias, sus caprichos. Pero tiene, por
otra parte, eminentes cualidades, de franqueza, de confianza, de ternura, de sencillez.
―El niño es consciente de su debilidad, y en este punto nos da una gran lección.
Nos recuerda la condición indispensable de toda santidad: el sentido de nuestra
fragilidad y de nuestra impotencia para todo bien. La infancia espiritual «excluye todo
sentimiento de soberbia; la presunción de llegar por medios humanos a un fin
sobrenatural; y la falaciosa veleidad de bastarse a sí mismo a la hora del peligro y de la
tentación. Por otra parte, supone una fe viva en la existencia de Dios; un homenaje
práctico a su poder y a su misericordia; un recurrir confiadamente a la Providencia de
Aquel que nos concede la gracia de evitar el mal y de realizar el bien». Las cualidades
de esta infancia espiritual son, pues, admirables: sea que se la considere desde un punto
de vista negativo, sea que se la examine desde un punto de vista positivo. Se comprende
pues, que Nuestro Señor Jesucristo la haya indicado como condición necesaria para
adquirir la «vida eterna». «En verdad os digo: Si no os tornareis e hiciereis como los
niños, no entraréis en el reino de los cielos»110, ¡Oh elocuente lección que aniquila el
error y la ambición de aquellos que considerando el reino de los cielos como un imperio
de la tierra sueñan en ocupar los primeros puestos y preguntan quién será allí el mayor!
A fin de fijar mejor que la preeminencia en el reino de los cielos será privilegio de la
infancia espiritual, el Señor prosigue en estos términos: «El que se hiciere pequeño
como este niño será el mayor en el reino de los cielos». Otro día como varias madres le
hubiesen presentado a sus pequeños para que los bendijera, y los apóstoles quisieran
alejarles, Jesús se indignó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí. No les alejéis,
puesto que de ellos es el reino de los cielos». Y Jesús concluye: «En verdad, en verdad
os digo: el que no recibe el reino de los cielos como un pequeñuelo no entrará en él»111.
109
Pio XI, Homilía de la Misa de canonización, 17 de mayo de 1925.
110
Mt 18, 3.
111
Mc 10, 13.
39
una forma u otra, hacérsela comprender más plenamente. Hay que concluir que el
divino Maestro tiene un interés especial en que sus discípulos vean en la infancia
espiritual la condición necesaria para obtener la vida eterna. Ante la firmeza y la
insistencia de esta enseñanza parecería imposible que ni una sola alma pudiese negligir,
aún seguir esta vía de confianza y de abandono; tanto más cuanto que las palabras de
Cristo, no sólo en forma general, sino de una manera totalmente especial, declaran
obligatoria esta línea de conducta aun para los que han perdido el candor de la infancia.
Algunos pretenderán que este camino de infancia y de abandono está reservado
únicamente a las almas cándidas a las que el mal no ha privado de su inocencia primera;
y no conciben la posibilidad de la práctica de la infancia espiritual para los que han
perdido esta simplicidad original. Pero las palabras del divino Maestro: «Si no os
tornareis, si no os hiciereis como esos pequeñuelos», ¿no indican la necesidad absoluta
de un cambio, y de un esfuerzo? «Si no os tornareis»; he aquí indicado el cambio
necesario que los discípulos de Cristo deben realizar para «volverse» niños. Y ¿quién
debe volverse niño, sino el que ya no lo es? «Y si no os hiciereis como esos
pequeñuelos»: he aquí la indicación del esfuerzo a realizar; puesto que es comprensible
que sea un verdadero trabajo para un hombre maduro volverse lo que ya no es desde
hace mucho. Las palabras de Jesús: «Si no os hiciereis como esos pequeñuelos»
implican, pues, la obligación de trabajar para reconquistar los dones de la infancia‖112.
Así, para remediar los más graves males de la hora actual, la Iglesia no
encuentra un medio más eficaz que prescribir con insistencia a todos los cristianos que
pongan en práctica estas enseñanzas taxativas del Cristo del Evangelio, convencida de
que la fiel e inteligente práctica de este camino de infancia conduciría a la sociedad
humana al cumplimiento de las principales virtudes cristianas.
112
Discurso de Benedicto XV, 14 agosto 1921, en la promulgación del Decreto sobre la heroicidad de las
virtudes.
113
Novissima verba, 5 junio 1897.
40
siempre en su familia divina. El dogma de la paternidad divina iluminaba toda su vida
espiritual inspirándole la más audaz confianza de llegar a ser santa.
Tales son las vastas perspectivas del pensamiento teresiano. Con la Santa de
Lisieux no hay peligro de dejarse encerrar en la mezquina y estrecha visión de una
espiritualidad angosta. Nos movemos siempre con ella en los dilatados horizontes de la
redención y nos maravilla encontrar en esta alma infantil una amplitud de miras que
abraza, a la luz de la paternidad divina y de nuestra gracia de adopción, todo el plan
divino. La visión teresiana del mundo se identifica, en su sublime simplicidad, con la
visión cristiana del universo.
PEQUEÑEZ
Toda criatura que se acerca a Dios, en presencia de su infinita grandeza, debe
sentirse consciente de la propia nada. «Soy El que soy... Tú eres la que no es»115. Esta
doble verdad define los dos extremos que hay que unir. He aquí porque, conforme a la
naturaleza de las cosas, los santos han establecido siempre como fundamento de todo el
edificio de nuestra perfección la virtud de la humildad. El mismo Jesús la había
indicado como condición primordial para ser contado entre el número de sus discípulos:
«Seguid mis enseñanzas. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón»116.
―Permanecer pequeña‖
Con una intuición maravillosa del indispensable papel de la humildad en la vida
espiritual, «Teresita» insistía en la práctica de esta virtud. «Siempre habría de volver a
lo mismo»117. «Permanezcamos siempre pequeños, como desea Nuestro Señor. ¿No nos
ha dicho en su Evangelio que el Reino de los Cielos es de los que se parecen a
ellos?»118. Los privilegiados de. Jesús son los «pequeñuelos»119.
41
Sólo entonces comprendemos las palabras del Maestro: «Sin Mí nada podéis»120. El
«niñito» se da cuenta de su debilidad. Sabe que es «pobre, que está falto de todo, en
perpetua dependencia»121.
En posesión de esta verdad básica, Santa Teresa del Niño Jesús tomará como
modelo hasta el fin de su vida al «pequeñuelo»122. Conduce las almas a la santidad por
la humildad. ¿No ha dicho el Maestro: «El que se hiciese semejante a un pequeñuelo
será el mayor en el Reino de los Cielos?»123. Que no se objete que esto no es para todos.
Teresa responde: «Si hubiese muerto a los ochenta años; si hubiera estado en varios
monasterios cargada de responsabilidades; estoy cierta de que hubiera permanecido tan
pequeña como ahora»124. Podemos vernos elevados hasta los más altos cargos y
permanecer como un «pequeñuelo» ante Dios.
Nos ha dejado una respuesta muy rica y muy sencilla que señala lo esencial de
su enseñanza en este punto:
120
Io 15, 5.
121
Proceso apostólico, 630, Madre Inés.
122
Carta a su hermana Leonia, 12 julio 1896.
123
Mt 18, 4.
124
Novissima verba, 25 de septiembre de 1897.
125
Novissima verba, 6 agosto 1897.
42
—No, no, no soy una santa. Nunca he hecho las acciones de los santos. Soy «un
alma pequeña» a quien Dios ha colmado de gracias. Digo la verdad, ya lo veréis en el
cielo126.
Todas las criaturas podrían inclinarse ante ella, admirarla, abrumarla con sus
alabanzas; nunca añadiría esto una sombra de vana satisfacción a la verdadera alegría
que saborea en su corazón viéndose a los ojos de Dios una pobre y pura nada, sin
más127.
―Soy demasiado pequeña para sentir vanidad. Soy demasiado pequeña para saber
redondear bellas frases que dejen creer que soy muy humilde. Prefiero constatar
sencillamente que el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas, la mayor de las
cuales es haberme mostrado mi pequeñez, mi impotencia para todo bien‖129.
126
Novissima verba, 9 agosto 1897.
127
Historia de un alma, IX, 121.
128
Proceso apostólico, 1032, Sor Genoveva.
129
Historia de un alma, IX, 121.
130
Proceso apostólico 1032, Sor Genoveva.
131
Novissima verba, 10 agosto 1897.
43
―Me alegro de ser imperfecta‖
La humildad teresiana se caracteriza por un nuevo rasgo: la gozosa aceptación
de nuestra impotencia y de nuestras fragilidades involuntarias. Estas caídas ligeras e
inevitables sirven para humillarnos y para fortalecer nuestro amor132.
―Cuanto más débiles y miserables nos reconocemos, tanto más desciende Dios
hasta nosotros para colmarnos magníficamente de sus dones‖135. ―Verdad es que para
gozar de estos tesoros hay que humillarse, reconocer la propia nada; y esto es lo que
muchas almas no quieren hacer‖136.
Incluso los más santos conocen instantes de fragilidad; pero estas ligeras fallas
escapadas por sorpresa, los lanzan hacia Dios en un mayor impulso de amor.
44
antes?» Pero me digo esto con una gran paz, sin tristeza. ¡Es tan dulce sentirse débil y
pequeño!‖139.
Un día una de las Hermanas fue a pedirle su ayuda inmediata para un trabajo de
pintura difícil de ejecutar. La Hermana Teresa del Niño Jesús sufría un fuerte acceso de
fiebre. Una ligera emoción, reveladora del combate interior, se reflejó en su rostro. La
Madre Inés, que estaba presente, se apercibió de ello. Por la noche, Teresa le escribió:
139
Novissima verba, 5 julio 1897.
140
Carta a la Madre Inés de Jesús, 28 mayo 1897.
141
Proceso diocesano, 1910, Sor Francisca Teresa.
142
Historia de un alma, VIII, 103; IX 119.
45
Cuando Dios, con ocasión de la dolorosa enfermedad de su padre, le descubrió el
misterio de la «faz velada», Teresa quiso rivalizar con Cristo y perderse con Él en una
oscuridad total.
―Estas palabras de Isaías: «No tiene esplendor ni belleza»; su rostro está oculto y
nadie lo ha reconocido», llegaron a constituir la base de toda mi piedad. También yo
deseaba no tener esplendor ni belleza; quedarme sola pisando el vino en la prensa,
desconocida de toda criatura‖143.
―Quería que mi rostro, como el de Jesús, estuviese oculto a todas las miradas;
que en la tierra, nadie me reconociese. Tenía sed de sufrir y de ser olvidada‖144.
Pequeñez y grandeza
Desconoceríamos el sentido profundo de «la espiritualidad teresiana, si la
considerásemos sólo atendiendo a las "angostas perspectivas de nuestra miseria y de
nuestra nada. El cristianismo es una síntesis de virtudes complementarias, que concilia
en superior armonía los movimientos del alma aparentemente más opuestos. Hay en
teología mística, una doctrina capital que desempeña un papel decisivo en la economía
de la infancia espiritual, como lo desempeña en las más vastas síntesis de la
espiritualidad católica: el carácter a la vez diverso y complementario de todas las
virtudes. Esta verdad tan preciosa, tan iluminadora de la psicología integral del alma de
los santos, halla su punto de apoyo y su explicación profunda en las propiedades
esenciales que necesariamente acompañan al ejercicio de nuestras virtudes infusas o
adquiridas: su sentido del justo medio, su íntima conexión, su crecimiento simultáneo y
proporcional bajo el impulso creador y unificador del amor. Todas nuestras virtudes
cristianas se prestan una mutua ayuda, impidiendo al alma fijarse demasiado exclusi-
vamente en una posición extrema, sea por exceso, sea por defecto, y manteniéndola
siempre entre las más desconcertantes complejidades de la existencia humana en este
equilibrio tan flexible y tan vario del alma de los santos.
143
Novissima verba, 5 agosto 1897.
144
Historia de un alma, VII, 93.
145
Carta a Madre Inés, 1892.
46
impedían a Santa Teresa de Lisieux desplegar su ardor apostólico en los más vastos
horizontes de la redención. «El celo de una carmelita ha de abrazar el mundo»146, decía.
Jamás monja alguna permaneció menos encerrada entre rejas de su clausura, que el alma
de esta hija de la Iglesia que por su celo ardiente por la salvación de las almas merecerá
llegar a ser la patrona de todas las Misiones. «Ser Carmelita» no le basta. Su alma
contemplativa, vasta como la catolicidad, quisiera realizar simultáneamente todas las
vocaciones: ser «sacerdote», ser «profeta, doctor, misionero», «sobre todo, ser mártir»,
encargarse de «los grandes intereses que abrazan el universo»147. Mientras muchos
cristianos no piensan en el más allá más que para entrar en el «eterno reposo», Teresa
sueña en «pasar su cielo haciendo bien sobre la tierra» y en trabajar por la redención del
mundo hasta la formación del Cristo total.
Dios que «exalta a los humildes y resiste a los soberbios» ha venido a recordar al
mundo moderno, tan orgulloso de sus conquistas científicas y tan pobre de Dios, que en
este punto capital necesitaba de las enseñanzas del Evangelio. La condición primera de
toda criatura que se acerca a Dios es la de «reconocer la propia nada». La humildad es la
condición fundamental de toda santidad.
146
Historia de un alma, X, 154.
147
Historia de un alma, XI, 168.
148
Novissima verba, 17 julio 1897
149
Historia de un alma, Consejos y recuerdos
150
Novissima verba. 11 agosto 1897.
47
esencialmente una religión, de amor. «Escucha Israel, amarás a tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Éste es el primero y el más grande de
los mandamientos. En él se resumen la ley y los profetas»151. Todo el mensaje de Jesús
se reduce a la ley del amor.
151
Deut 6, 5; Mt 13, 37.40; Mc 12, 30; Lc 10, 27.
152
Rm 13, 10.
153
Carta a María Guérin, 1894.
48
"Vivir de amor"
En la espiritualidad teresiana como en el Evangelio, el amor lo es todo. La Santa
de Lisieux ha hecho de él «el centro de su doctrina y de su vida. Jamás quiso conocer
otra ley ni otro principio de acción que el amor. A sus ojos, «sin el amor», todas las
obras, aún las más brillantes, son pura nada»154. Los testimonios del proceso de
canonización no parecen más que un largo atestado de más de mil páginas sobre esta
vida de amor; y el teólogo encargado por la Iglesia del examen de sus virtudes llegó a la
conclusión de que «Ocurre frecuentemente que tal o cual virtud se manifiesta con un
fulgor particular en la vida de los santos. Así la caridad para con Dios en nuestra
Teresa»155. Un San Vicente de Paúl encarna en la Iglesia la caridad compasiva que se
inclina sobre todas las miserias de los hombres; en un Santo Tomás de Aquino
resplandece la sabiduría estructuradora de la ciencia de la fe; un San Ignacio de Loyola
expresa con una fuerza excepcional el ideal del «soldado de Cristo» al servicio de la
Iglesia militante; Santa Teresa del Niño Jesús es la Santa del puro amor.
―Hay en Sexta un versículo que recito siempre de mala gana. «Inclinavi cor
meum ad faciendas justificationes tuas propter retributionem. Mi corazón se ha
inclinado a cumplir vuestros preceptos por la retribución». Interiormente me apresuro a
decir: «¡Oh Jesús mío, bien sabéis que no os sirvo por la recompensa, sino únicamente
porque os amo y para salvar almas!158.
154
Historia de un alma, VIII, 109.
155
Proceso de canonización, 56.
156
Historia de un alma, VIII, 105
157
Ibid. (blasón).
158
Historia de un alma. Consejos y recuerdos.
49
―Ya sé que esto no podría glorificarlo; pero cuando se ama se experimenta la
necesidad de decir mil locuras‖159.
En definitiva, Teresa desea, por encima de todo, amar a Dios por Él mismo, sin
mira egoísta alguna.
Si por un imposible Dios no viera mis buenas obras, no me afligiría por ello. Le
amo tanto que quisiera complacerle con mi amor y mis pequeños sacrificios, aun
cuando Él no supiera que son míos161.
Durante su enfermedad, como le hiciesen notar que Dios le daría una gran
recompensa por lo mucho que sufría: «No, no —contestó— no es por la recompensa, es
para complacer a Dios»163.
159
Proceso diocesano, 2348. Madre Inés de Jesús.
160
Carta a un misionero, 1897.
161
Novissima verba. 15 mayo 1897.
162
Proceso apostólico, 641, Madre Inés de Jesús.
163
Ibid., 1108, Sor Teresa de San Agustín.
164
Carta a Celina, 1888.
165
Carta a Leonia, enero 1895.
50
nosotros el máximo de amor»166. Esta ley de oro es la ley suprema del caminito de
infancia espiritual; no realizar nada por un deseo mercenario; hacerlo todo por amor y
«para complacer a Jesús».
Una de las novicias nos dice que así obraba en toda circunstancia Sor Teresa del
Niño Jesús: «Sabía transformar todas sus acciones, aún las más indiferentes, en actos
de amor. Me estimulaba continuamente a hacerlo también»167.
166
Proceso apostólico, 698: la Madre Inés de Jesús declara: ―Hubiera creído pecar contra la templanza no
gozando de los encantos de la naturaleza, de la música, etcétera, cuando se sentía atraída a ello por un
pensamiento de amor y de reconocimiento hacia Dios. Me decía que, siendo el amor el único fin que
queremos alcanzar, la acción en que ponemos más amor, aún indiferente en sí, ha de ser preferida a otra
acción, tal vez mejor en sí misma, pero en la que pusiéramos menos amor‖.
167
Proceso diocesano. 2122, Sor María de la Trinidad.
168
Proceso apostólico, 1336, Sor María de la Trinidad.
169
Proceso diocesano, 1706, Sor Genoveva.
170
Novissima verba, 30 julio 1897.
171
Ibid., 22 julio 1897.
172
Novissima verba, 30 julio 1897.
173
Historia de un alma, X, 157.
174
Proceso apostólico, 541, R. P. Pichón S. I.
51
este camino del amor. Una vez carmelita, aceptó heroicamente todos los sacrificios de
su vida religiosa «con el único fin de amar y de hacer amar a Dios»175.
―Una sola cosa hemos de hacer acá abajo: amar, amar a Jesús con todas las
fuerzas de nuestro corazón y salvarle almas para que sea amado. No le neguemos nada.
Tiene tanta necesidad de amar‖176.
A partir de este acto, la vida de Teresa, estuvo cada vez más consumida por el
amor. Lo renovaba frecuentemente y sabemos que en el momento de comparecer ante
Dios, en medio de los mayores sufrimientos, volviéndose hacia Celina, le repitió con el
ardor de Juana de Arco en la hoguera: ―No, no, no me arrepiento de haberme entregado
al amor‖177. Algunos instantes después, Teresa era «juzgada sobre el amor».
175
Proceso apostólico, 633, Madre Inés.
176
Carta a Celina, 14 julio 1889.
177
27 Novissima verba, 30 septiembre 1897 (día de su muerte).
52
rodillas como el Evangelio. Hay que remontarse quizá hasta San Pablo para encontrar
tanto lirismo inspirado por el amor. Es el canto del cisne de la Santa del amor.
―Ser vuestra esposa, ¡oh Jesús!, ser Carmelita, ser por mi unión con Vos madre
de las almas, todo esto debería bastarme. No obstante siento en mí otras vocaciones:
siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de doctor, de mártir. Siento el valor de un
cruzado y querría realizar las obras más heroicas. Quisiera morir en un campo de batalla
en defensa de la Iglesia.
La vocación de sacerdote. Con qué amor, ¡oh Jesús!, os llevaría en mis manos
cuando mi voz os hiciera descender del Cielo! ¡Con qué amor os daría a las almas! Pero
¡ay!, al mismo tiempo que deseo ser sacerdote, admiro y envidio la humildad de San
Francisco de Asís y siento la vocación de imitarle rechazando la sublime dignidad del
sacerdocio. ¿Cómo aliar estos contrastes?
Quisiera iluminar a las almas como los profetas y los doctores. Quisiera recorrer
la tierra predicando vuestro nombre y plantando en tierra infiel vuestra Cruz gloriosa,
¡oh Bienamado mío! Pero una misión única no me bastaría; quisiera anunciar el
Evangelio al mismo tiempo en todas las partes del mundo y en las más apartadas islas;
quisiera ser misionero, no sólo durante algunos años, sino que quisiera haberlo sido
desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos.
Por encima de todo, quisiera el martirio... El martirio: he ahí el sueño de mi
juventud; sueño que ha crecido conmigo desde mi celdita del Carmelo. Pero esto es otra
locura, puesto que no deseo un sólo género de suplicio; para satisfacerme los necesitaría
todos.
Como Vos, Esposo adorado, quisiera ser azotada, crucificada. Quisiera morir
despellejada como San Bartolomé; como San Juan quisiera ser sumergida en aceite
hirviente; como San Ignacio de Antioquía deseo ser triturada por los dientes de las
fieras para llegar a ser un pan digno de Vos. Con Santa Inés y Santa Cecilia quisiera
presentar mi cuello a la cuchilla del verdugo, y como Santa Juana de Arco susurrar en la
hoguera el nombre de Jesús...
Si mi pensamiento se dirige hacia los inauditos tormentos de que participarán los
cristianos en tiempo del Anticristo, mi corazón se estremece y quisiera que todos estos
tormentos me fueran reservados.
Abrid, Jesús mío, vuestro libro de la vida donde se relatan las acciones de todos
los santos. Quisiera haber realizado estas acciones por Vos.
¿Qué responderéis a todas estas locuras? ¿Hay sobre la tierra un alma más
pequeña, más impotente que la mía? No obstante, a causa de mi debilidad os habéis
complacido en colmar mis pequeños deseos infantiles y hoy queréis colmar otros deseos
más grandes que el universo.
Como estas aspiraciones llegaran a serme un verdadero martirio, un día abrí las
Epístolas de San Pablo en busca de un remedio a mi tormento. Ante mis ojos
aparecieron los capítulos XII y XIII de la primera Epístola a los Corintios. Leí allí que
no todos pueden ser a la vez apóstoles, profetas y doctores; que la Iglesia se compone de
diversos miembros y que los ojos no pueden ser a la vez la mano. La respuesta era clara;
pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz. Sin desanimarme, proseguí mi lectura y
53
este consejo me consoló: «Buscad con ardor los dones más perfectos; os mostraré un
camino más excelente aún». Y el Apóstol explica que los dones más perfectos nada son
sin el amor; que la caridad es el más excelente de los caminos para ir seguros hacia
Dios.
Por fin encontré el reposo. Considerando el cuerpo místico de la santa Iglesia, no
me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o mejor
dicho, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la llave de mi vocación.
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de muchos miembros, no podía
faltarle el más necesario, el más noble de todos los órganos. Comprendí que tenía un
corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el amor hacía actuar a
sus miembros; que si el amor se apagase, los apóstoles no anunciarían ya el Evangelio y
los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendí que el amor encerraba todas
las vocaciones; que el amor lo era todo; que abrazaba todos los tiempos y todos los
lugares porque es eterno. Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh,
Jesús, amor mío!; por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he
encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y este lugar, Dios mío, Vos me lo habéis
señalado. En el corazón de mi Madre la Iglesia, yo seré el amor... Así lo seré todo‖178.
ABANDONO
Uno de los peligros más temibles para las almas que caminan hacia la
perfección, es el desaliento. Bajo mil formas sutiles repliega al alma en sí misma y la
encierra, sin posibilidad de evasión, en el laberinto de su propio «yo». Ahora bien, en la
vida espiritual, la obsesión del «yo» es siempre paralizadora, sólo el contacto con Dios
comunica entusiasmo y empuje.
178
Historia de un alma, XI, 168-170.
179
Proceso apostólico, 534, R. P. Lemonnier.
54
Dios había llegado a ser el sello especial de su alma»180. «En las dificultades de la vida
su esperanza permanecía invencible»181. «Era inaccesible al desaliento»182. Teresa
gustaba de repetir estas palabras de San Juan de la Cruz: «Se obtiene de Dios en la
medida en que se espera»183. «Nunca se confía demasiado en Dios»184. Había tomado
por modelo el abandono del pequeñuelo que se duerme en brazos de su padre185. Volvía
con predilección al Evangelio de la Providencia. Inquietarse es olvidar que Dios cuida
de nosotros. ¿No tenemos un Padre celestial que alimenta a los pájaros del cielo y
reviste de esplendor a los lirios de los campos? «En la negra noche, sobre una piedra
negra, Dios ve una hormiga negra», dice un bello proverbio árabe que hubiera gustado a
Teresa. ¡Cuánto más vela Dios sobre cada una de nuestras almas, de un valor infinito y
que le ha costado la sangre de su propio Hijo!
―Padre —decía a un predicador—, quiero llegar a ser santa; quiero amar a Dios
tanto como Santa Teresa de Ávila. El predicador replicó duramente: ¡Qué orgullo, qué
presunción! Limítese a corregirse de sus defectos, a no ofender a Dios, a hacer cada día
pequeños progresos y modere sus deseos temerarios. Pero, Padre—objeto nuestra
santita—, no encuentro que sean temerarios, puesto que Nuestro Señor ha dicho: «Sed
perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial»‖187.
No halló reposo hasta que encontró al buen Padre Alexis que la «lanzó a velas
desplegadas por las olas de la confianza y del amor»188.
Desde entonces se abandonó sin reserva a la más audaz confianza en Dios. «En
sus conferencias de noviciado, en lo que más insistía era en la confianza»189.
Aún sumergida en las más espesas tinieblas, cuando sus plegarias no eran oídas,
cuando todo iba al revés de lo que hubiera querido, nada podía hacerla salir de su
inquebrantable confianza. «Dios se cansará de probarme antes de que yo dude de Él»190.
180
Proceso diocesano, 1492, Madre Inés de Jesús.
181
Proceso apostólico, 907, Sor Genoveva.
182
Ibid. 1066, Sor Teresa de San Agustín.
183
Proceso diocesano, 2113, Sor María de la Trinidad.
184
Historia de un alma, XII, 192.
185
Ibid., XI, 162. Novissima verba, 15 junio 1897.
186
Proceso apostólico, 1061, Sor Teresa de San Agustín.
187
Ibid., 605, Madre Inés de Jesús; 970, Sor Genoveva.
188
Historia de un alma, VIII, 105.
189
Proceso apostólico, 1428, Rvdmo. P. Madelaine.
190
Ibid., 1333 Sor María de la Trinidad.
55
La espiritualidad teresiana ha devuelto todo su relieve a una de las virtudes
cristianas más dinámicas —y más desconocidas— la esperanza teologal, que lanza
siempre adelante al alma confiada en el poder y en la misericordia de Dios. «La
confianza y sólo la confianza ha de conducirnos al amor»191.
―Sor Teresa no hubiera pedido nunca un consuelo para ella misma. Todo lo
recibía con la misma alegría, de la mano de Dios‖193.
―Nunca quisiera pedir a Dios mayores sufrimientos. Si los aumenta los soportaré
con alegría porque me vendrán de Él; pero si yo los pidiera, serían mis propios
sufrimientos. Tendría que soportarlos sola, y nunca he podido hacer nada sola‖195.
Teresa, que tan ardientemente deseaba el martirio, prefería ante todo la voluntad
de Dios.
―¡Ahora ya no deseo otra cosa que amar a Jesús con locura! Sí, sólo el amor me
atrae. Ya no deseo ni el sufrimiento ni la muerte; sólo el abandono me guía. No tengo
otra brújula. No sé pedir nada con ardor excepto el cumplimiento de la voluntad de Dios
respecto a mi alma‖196.
191
Carta a su hermana mayor, Sor María del Sagrado Corazón, 17 septiembre 1896.
192
Historia de un alma, III, 31.
193
Proceso apostólico, 918, Sor Genoveva.
194
Ibid., 919, Sor Genoveva.
195
Novissima verba, 11 agosto 1897.
196
Historia de un alma, VIII, 142.
56
Se podrían espigar en las palabras y en los escritos de la Santa máximas
espirituales que constituyen todo un pequeño código del perfecto abandono.
―Nosotros, los que corremos por el camino del amor, no hemos de atormentarnos
por nada. Si no sufriese minuto a minuto, me sería imposible conservar la paciencia;
197
Novissima verba, 27 julio 1897.
198
Proceso diocesano, 1955, Sor Teresa de San Agustín.
199
Proceso apostólico, 1333, Sor María de la Trinidad
200
Ibid., 906, Sor Genoveva.
201
Ibid., 630, Madre Inés, carta septiembre 1890.
202
Novissima verba, 14 agosto 1897.
203
Ibid., 30 agosto 1897.
204
Ibid., 10 junio 1897.
205
Poesía Mi paz y mi alegría, 21 enero 1897.
206
Proceso apostólico, 1334, Sor María de la Trinidad.
207
Novissima verba, 21-26 mayo 1897.
208
Ibid., 27 julio 1897.
209
Carta a Leonia, 17 julio 1897.
210
Novissima verba, 4 septiembre 1897.
211
Ibid., 28 mayo 1897.
57
pero no veo más que el momento presente: olvido el pasado y me guardo mucho de
examinar el porvenir‖212.
―Pensar en las penas que puedan llegarnos en el porvenir es faltar a la confianza
y como entrometerse en crear‖213.
La voluntad de Dios había llegado a ser regla constante para Santa Teresa del
Niño Jesús. Dios podía disponer de ella a su agrado: es el triunfo de la vida de amor.
Teresa había oído las palabras evangélicas: «Bástale a cada día su trabajo»220.
«Sólo por hoy» fue el lema de su vida de abandono221.
212
Historia de un alma, XII, 183.
213
Novissima verba, 23 julio 1897.
214
Novissima verba, 19 agosto 1897.
215
Ibid., 26 agosto 1897.
216
Historia de un alma, XII, 193.
217
Novissima verba, 15 agosto 1897.
218
Ibid., 27 julio 1897.
219
Ibid., 23 agosto 1897.
220
Mt 6, 34.
221
Poesía Mi canto de hoy, junio 1894.
58
Teresa respondió a la Madre Inés, que le preguntaba cuál era el «caminito» de
que hablaba incesantemente y que soñaba enseñar a las almas:
Para expresar esta confianza sin límite, brotaron de su alma estos sublimes
acentos:
―No es por haber sido preservada del pecado mortal que me elevo hasta Dios por
la confianza y el amor. ¡Ah!, creo que aunque pesasen sobre mi conciencia todos los
crímenes que pueden cometerse, no perdería en lo más mínimo la confianza. Con el
corazón quebrantado por el arrepentimiento iría a lanzarme en brazos de mi Salvador.
Sé que ama al hijo pródigo; he oído sus palabras a la Magdalena, a la mujer adúltera, a
la Samaritana. No, nadie podría asustarme; sé lo que es su amor y su misericordia. Sé
que toda esta multitud de ofensas se consumirían en un abrir y cerrar de ojos, como una
gota de agua en un brasero ardiente‖223.
FIDELIDAD
La Santa de Lisieux ha venido a redescubrirnos otra verdad del Evangelio sobre
la cual el mismo Jesús había insistido mucho: «la fidelidad en las cosas pequeñas»225.
La más humilde y la más común de las tareas es materia de la más alta perfección
moral. La santidad consiste ante todo en saber divinizar la vida cotidiana.
222
Novissima verba, 17 julio 1897.
223
Historia de un alma, X, 159.
224
Carta a un misionero, 1897.
225
Lc 16, 10.
59
―Como si toda la perfección de la Orden
dependiese de mi conducta personal‖
Practicando en su oscura existencia conventual las más humildes tareas
cotidianas, semejantes a las ocupaciones habituales de nuestras vidas, Sor Teresa del
Niño Jesús llegó a ser la gran Santa que nos deslumbra.
Sor Teresa del Niño Jesús había adquirido la costumbre de obedecer a todas sus
Hermanas. Durante su enfermedad, un día en que había acompañado penosamente a la
comunidad hasta la ermita del Sagrado Corazón, sintiéndose agotada, se sentó mientras
se entonaba un cántico. Una Hermana le indicó que se uniese al coro. Inmediatamente
se levantó. «Como se lo reprochase —cuenta Sor Genoveva—, me respondió
sencillamente: He adquirido la costumbre de obedecer a todas como si fuera Dios quien
me manifestase su voluntad»233. Los santos ven, a través de todo, a Dios.
226
Proceso apostólico, 1362, Sor María de la Trinidad
227
Nota del editor: Vida regular, es decir, vida según la Regla de su Orden. En los laicos el ―plan de vida‖
suple a la Regla como medio de santidad.
228
Ibid., 535, P. Lemonnier.
229
Proceso diocesano, 2086, Sor Marta de Jesús.
230
Ibid., 1676, Sor María del Sagrado Corazón.
231
Proceso apostólico, 1026, Sor Genoveva,
232
Historia de un alma, IX, 127.
233
Proceso apostólico, 1029, Sor Genoveva.
234
Proceso diocesano, 2158, Sor María de la Trinidad.
60
―Aunque todas faltasen a la regla no habría razón que nos justificase. Cada una
debería obrar como si la perfección de la Orden dependiese de su conducta
personal‖235.
―Entre las innumerables gracias que he recibido este año, no considero como la
menor la que me ha permitido comprender en toda su extensión el precepto de la
caridad. Nunca había profundizado las palabras de Nuestro Señor: «El segundo precepto
es semejante al primero. Amarás a tu prójimo como a ti mismo»237. Me dediqué sobre
todo a amar a Dios y, amándole, descubrí el secreto de estas otras palabras: «No todos
los que dicen Señor, Señor, entrarán en el reino de los cielos, sino los que hacen la
voluntad de mi Padre»238. Jesús me hizo comprender esta voluntad cuando en la última
Cena dio su nuevo mandamiento; cuando dijo a sus apóstoles que se amasen los unos a
los otros «como Él mismo los había amado»239. Me puse a inquirir cómo había amado
Jesús a sus discípulos. He visto que no era por sus condiciones naturales; he constatado
que eran ignorantes, que estaban llenos de pensamientos terrenos. No obstante los llama
sus amigos, sus hermanos. Desea verlos cerca de Él en el reino de su Padre; y para
abrirles este reino quiere morir en cruz, afirmando «que no hay mayor amor que dar la
vida por los que se ama»240‖241.
De esta manera, a medida que su alma se acerca a Dios, Teresa se inclina hacia
sus hermanas con una delicadeza cada vez más divina: Dios y el prójimo son uno solo
en su corazón.
235
Proceso apostólico, 1312, Sor María de la Trinidad. Santa Teresa había tomado esta máxima de San
Juan de la Cruz.
236
Mt 25, 45.
237
Mt 22, 39.
238
Mt 7, 21.
239
Io 13, 34.
240
Io 15,13.
241
Historia de un alma, IX 128.
61
―«Amaos los unos a los otros, como os he amado»242. Meditando estas divinas
palabras he visto cuan imperfecto era mi amor por mis hermanas. He comprendido que
no las amaba como Jesús las ama. ¡Ah! Ahora adivino que la verdadera caridad consiste
en soportar todos los defectos del prójimo; en no extrañarse de sus debilidades; en
edificarse de sus menores virtudes. Sobre todo, he aprendido que la verdadera caridad
no ha, de permanecer encerrada en el fondo del corazón, puesto que nadie enciende una
antorcha para ponerla debajo del celemín, sino para ponerla sobre el candelero, a fin de
que ilumine a todos los de la casa. Me parece que esta antorcha representa la caridad
que ha de iluminar y alegrar no sólo a los que nos son más queridos, sino a todos los de
la casa‖243.
Sor Teresa del Niño Jesús dio siempre ejemplo de la caridad más activa, con un
refinamiento infinito de delicadeza, «Se ingeniaba en dar gusto a su alrededor»244
dirigiéndose preferentemente hacia las naturalezas más ingratas. Cerca de ella «las más
desheredadas podrían creerse las más amadas»245. Una Hermana tenía particularmente
el don de desagradarle en todo. Sor Teresa del Niño Jesús por espíritu sobrenatural, con
una gracia encantadora, se acercó a ella y consiguió ocultar dé tal manera su natural
antipatía que otra de sus compañeras, viendo las muestras de afecto que prodigaba a esta
Hermana, creyó que se trataba de una amistad particular y se sintió celosa. Llegó,
incluso a quejarse de ello a la sierva de Dios, quien se contentó con sonreír. Más tarde,
siendo Celina novicia suya y teniendo ésta que luchar contra una natural antipatía,
Teresa le confesó sus propios combates.
―No teniendo otro medio de abrirme los ojos sobre la caridad fraterna, y las
luchas que exige, me confió los esfuerzos que debía realizar ella misma para vencer su
natural antipatía por cierta Hermana. Era precisamente aquella con quien Teresa parecía
tener una mayor intimidad‖246.
Una antipatía dominada hasta el punto de dejar creer en una profunda simpatía,
he aquí un hermoso triunfo de la caridad.
La vida de Teresa está tejida de menudos ejemplos de esta clase, que atestiguan
su heroica virtud.
62
cómo podía en estas condiciones poner dos ideas seguidas. Me respondió: «Estoy escri-
biendo sobre la caridad fraterna y es el momento de practicarla... ¡Oh Madre, la caridad
fraterna: lo es todo en la tierra! Se ama a Dios en la medida en que se la practica»‖249
Toda la gloria de este oscuro heroísmo sin lustre humano, sólo a Dios se dirige.
Un día, cuenta Teresa, «mientras leía con admiración las grandes acciones patrióticas de
las heroínas francesas, particularmente de Juana de Arco, recibí una gracia que he
considerado siempre como una de las mayores de mi vida, puesto que en aquella edad
no me veía favorecida por luces de lo alto, como ahora. Jesús me hizo comprender que
la verdadera y única gloria es la que durará siempre; que para llegar a ella no es
necesario realizar acciones brillantes, sino ocultarse de las miradas de los demás y de
uno mismo. Pensando entonces que había nacido para la gloria y buscando los medios
de llegar a ella, me fue revelado interiormente que mi gloria no aparecería menor a los
ojos de los mortales, sino que consistiría en llegar a ser una Santa»252.
249
Proceso apostólico, 653, Madre Inés.
250
Io 14, 15.
251
Proceso apostólico, 987, Sor Genoveva.
252
Historia de un alma, IV, 40.
63
Las gracias del noviciado desarrollaron su personalidad espiritual en el mismo
sentido de una virtud aparentemente del todo ordinaria pero heroica en realidad.
―Me dediqué sobre todo a los pequeños actos de virtud bien ocultos. Así, gustaba
de doblar los mantos olvidados por las Hermanas y buscaba mil ocasiones de prestarles
servicio253.
―Jamás se le pudo sorprender la menor infidelidad‖254. ¡Qué perfección en los
detalles! «Desde la edad de tres años —podía decir Teresa— nunca he negado nada a
Dios»255.
SENCILLEZ
Una rara cualidad acompaña la actuación de todas las virtudes de la infancia
espiritual: la sencillez; es decir, la ausencia de complicaciones.
Por la sencillez del niño, responde Teresa. Tenemos que aceptarnos tal como
somos e ir directamente a Dios sin tensión excesiva en el esfuerzo, sin actitudes
afectadas. «Las almas sencillas no necesitan medios complicados»256.
Un prelado inglés decía con humor que en nuestras relaciones con Dios, Teresa
«ha despejado el camino del cielo y ha suprimido las matemáticas». La Santa de Lisieux
253
Ibid., VII, 100.
254
Proceso diocesano, 464, Sor María del Sagrado Corazón.
255
Proceso diocesano, 2744, Sor María del Sagrado Corazón.
256
Historia de un alma, X, 155.
64
es la creadora de una nueva época en la espiritualidad, por el retorno a la sencillez del
Evangelio.
En la vida de Sor Teresa del Niño Jesús «la sencillez era la regla. Pensar de otra
manera sería cambiar la fisonomía tan alentadora que Dios se ha complacido en darle
exprofeso para atraer a las almas a su amor»257. Un día se pedía a Sor Teresa del Niño
Jesús, enferma en la enfermería, que dedicase algunas palabras edificantes al médico de
la comunidad.
En ella todo era sencillo y natural, repiten a una los testigos del proceso de
canonización:
―Había en ella tanta sencillez que jamás se hubiera podido sospechar los
sacrificios que imponía a su viva y ardiente naturaleza, para vencer sus
repugnancias‖261. ―Nada en ella de una virtud rígida‖262. ―Su trato era muy agradable y
desempeñaba todos sus cargos con una gran libertad de espíritu‖263. ―Obraba tan
sencillamente que su vida parecía del todo ordinaria‖264. ―Por eso la heroicidad de sus
virtudes quedó encubierta a la mayoría de las Hermanas‖265. ―Nunca —confesará más
tarde la Madre Inés— hubiera podido adivinar que un día pudiera tratarse de
canonización. De tal manera su vida se parecía a la de todo el mundo‖266
65
He aquí una auténtica santa que vive como todo el mundo; que encuentra
incomprensiones y oposiciones en su comunidad y cuya heroica grandeza no es
sospechada por sus compañeras de todos los días hasta después de su muerte, por el
ruido de los milagros y ante la admiración del mundo entero.
Al fin de su vida, como se dejase esperar a Sor Teresa del Niño Jesús que
moriría el 16 de julio, en la hermosa fiesta de Nuestra Señora del Carmen, protestó
vivamente:
―En mi «caminito» no hay más que cosas muy ordinarias. Es necesario que lo
que yo hago puedan hacerlo «las almas pequeñas»‖271.
268
Historia de un alma, XII, 195.
269
Ibid., VIII, 106.
270
Novissima verba, 15 julio 1897.
271
Historia de un alma, XII, 192.
66
Sencillez y sublimidad
Una de las más fecundas instituciones del genio teresiano, iluminado por Dios,
fue el haber simplificado todos los métodos; el haber hecho comprender a las almas que
para llegar a la santidad —a una gran santidad— no hay que evadirse de las tareas
cotidianas, ni de los deberes de estado, aunque éstos sean abrumadores, sino aceptarlo
todo por amor, sólo por complacer a Dios. No son las grandes acciones las que hacen a
los santos, sino que los Santos hacen grandes las menores acciones por el puro amor que
anima sus secretas intenciones. Hay cristianos que realizan acciones divinas con un
alma trivial, mientras los santos saben realizar las acciones más triviales con un alma
completamente divina. Ahí radica todo el secreto de su santidad. Los santos lo
santifican todo. El modelo preferido por Teresa fue siempre la familia de Nazaret, es
decir, la vida más divina bajo las apariencias más ordinarias. Ésta fue en la tierra la
santidad de un Dios.
VIDA MARIANA
Un alma de santo es un alma mariana. «Teresita» hija privilegiada de Dios, no
podía ser una excepción a esta ley universal, puesto que «tal es la inmutable voluntad de
Aquel que ha querido dárnoslo todo por María»272
272
San Bernardo, Homilía sobre la Natividad de la Santísima Virgen.
273
Historia de un alma, II, 18.
67
Pero el acontecimiento que marcará un progreso definitivo en su piedad mariana,
y le dará para toda la vida una confianza ilimitada en su Madre celestial, fue su
milagrosa curación a los diez años de edad.
―La enfermedad que sufrí provenía seguramente de los celos del demonio. No sé
como describir un mal tan raro. Decía cosas que no pensaba. Hacía otras como forzada
y a pesar mío; parecía casi siempre que deliraba y no obstante estoy cierta de no haber
estado ni por un momento privada de razón. Frecuentemente perdía el sentido durante
horas enteras, de tal manera que me hubiera sido imposible hacer el más pequeño
movimiento. No obstante, en medio de este aletargamiento extraordinario oía
claramente lo que se decía en torno mío, aunque fuera en voz baja, y lo recuerdo aún.
¡Qué terror me inspiraba el demonio! Tenía miedo absolutamente de todo; mi cama me
parecía rodeada de horribles precipicios; algunos clavos fijados en la pared de la
habitación adquirían a mis ojos el aterrorizador aspecto de grandes dedos carbonizados
que me hacían lanzar gritos de espanto. Un día, mientras papá me miraba en silencio, su
sombrero que sostenía entre las manos, se me transformó de repente en no sé que
horrible forma, por lo que manifesté tan gran terror que mi pobre padre salió
sollozando‖274.
274
Historia de un alma, III, 34.
68
Como esta última tentativa no diese un mejor resultado, mi hermana querida se
arrodilló llorando al pie de mi cama y se dirigió hacia la Virgen bendita, implorándola
con el fervor de una madre que pide, que quiere la vida de su hija. Leonia y Celina la
imitaron y este grito de fe forzó las puertas del cielo. No encontrando socorro en la
tierra y próxima a morir de dolor, me había dirigido también a mi Madre del cielo
rogándole de todo corazón que se compadeciese por fin de mí. De repente, la estatua se
animó. La Virgen María se volvió tan hermosa que nunca hallaré expresión para
manifestar su beldad divina. Pero lo que penetró hasta el fondo de mi corazón fue su
encantadora sonrisa. Entonces, todas mis penas se desvanecieron; dos gruesas lágrimas
brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas... «La San-
tísima Virgen ha avanzado hacia mí. Me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!» pensé. «Pero no
se lo diré a nadie porque entonces desaparecería mi felicidad». Después, sin ningún
esfuerzo, bajé los ojos. ¡Reconocí a mi querida María! Me miraba cariñosamente;
parecía muy conmovida y semejaba sospechar el gran favor que yo acababa de recibir.
¡Ah! a ella, a su conmovedora plegaria debía yo la gracia inexplicable de la sonrisa de la
Santísima Virgen‖.
Con ocasión de su gran viaje a Roma, si se detiene en París es sobre todo a causa
del santuario de Nuestra Señora de las Victorias. Corre allí, se prosterna ante el altar de
la Santísima Virgen; ve cesar allí todas sus penas interiores; tiene la certeza de que es
Ella quien la ha curado en su infancia. Una vez más Teresa experimenta la
misericordiosa bondad de María. «¡Ah! no podré decir lo que experimenté a sus pies...
Comprendí que velaba sobre mí; que era su hija; por tanto no podía darle más que el
nombre de «Mamá» que me parecía más tierno aún que el de Madre»276.
275
Historia de un alma, III, 37.
276
Proceso diocesano, 1649. Sor María del Sagrado Corazón.
69
«pidiéndole que la revista de sus disposiciones y que Ella misma la presente a su divino
Hijo»277.
Esta confianza filial redobló aún cuando Sor Teresa tuvo cargo de almas. ¿Qué
maestra de novicias, ante sus responsabilidades y sus impotencias, no se refugia
instintivamente en el corazón maternal de Aquella que tiene por misión en el cuerpo
místico «formar a Cristo» en cada uno de nosotros?
Una de sus novicias nos dice: ―En la dirección espiritual, cuando tenía que
comunicarle cosas penosas, me conducía ante la milagrosa estatua que le había sonreído
en su infancia —estatua que había hecho colocar muy cerca de su celda— y me
animaba diciendo: «No es a mí a quien va a decir Vuestra Reverencia lo que le cuesta,
sino a la Santísima Virgen»278.
Entre la madre y la hija no hay secretos. «Me gusta ocultar mis penas a Dios
porque con Él quiero parecer siempre contenta de lo que hace. Pero a la Virgen no le
oculto nada. Se lo digo todo»282.
277
Proceso apostólico, 1053. Sor Teresa de San Agustín.
278
Proceso apostólico, 1327, Sor María de la Trinidad.
279
Proceso diocesano, 2364, Sor María de la Trinidad.
280
Historia de un alma, X, 144.
281
Poesía, Por qué te amo, María.
282
Proceso apostólico, 1327, Sor María de la Trinidad.
283
Ibid., 2426, Sor Genoveva.
70
Después, hacia las tres de la tarde, Teresa extendió sus brazos en forma de cruz y
ante la imagen de Nuestra Señora del Carmelo que la Madre Superiora había colocado
sobre sus rodillas dijo:
―Sé que en Nazaret, Virgen llena de gracia vives muy pobremente sin querer
nada más. Ni arrobos, ni milagros ni éxtasis embellecen tu vida, ¡Reina de los elegidos!
Grande es en la tierra el número de los «pequeños». Pueden levantar a Ti los ojos sin
temblar. Por el camino común, Madre incomparable Te complaces en andar para
guiarles a los Cielos‖286.
―¡Cuánto me hubiera gustado ser sacerdote para predicar sobre la Virgen María!
Me parece que una vez me hubiera bastado para dar a conocer mi pensamiento en lo
referente a Ella. Hubiera mostrado, primero, cuan poco conocida es la vida de la
Santísima Virgen. No habría que decir de Ella cosas inverosímiles o que desconocemos:
por ejemplo que muy pequeña, a los tres años, fue al Templo para consagrarse a Dios
284
Novissima verba, 30 septiembre 1897.
285
Novissima verba, 20 agosto 1897.
286
Poesía, Por qué te amo, María, mayo 1897.
71
con ardientes sentimientos de amor y con un fervor extraordinario, cuando tal vez fue,
sencillamente, para obedecer a sus padres‖287.
―Para que un sermón sobre la Santísima Virgen dé frutos, tiene que mostrar, no
su vida supuesta, sino su vida real tal como la deja entrever el Evangelio. Y se ve
claramente que su vida real en Nazaret y más tarde, debía ser completamente ordinaria.
«Les estaba sometido». ¡Qué sencillo! Se nos presenta a la Virgen inabordable. Habría
que presentarla imitable, practicando las virtudes ocultas; habría que decir que vivía de
fe, como nosotros; alegar pruebas sacadas del Evangelio, donde leemos: «No
comprendiendo lo que les decía», y también: «Su padre y su madre se admiraban de lo
que se decía de Él». ¿No le parece, Madre, que esta «admiración» denota cierto
asombro?‖288.
287
Novissima verba, 23 agosto 1897.
288
Novissima verba, 23 agosto 1897.
289
Carta a un misionero, 9 mayo 1897.
290
Proceso apostólico, 1327, Sor María de la Trinidad.
291
Novissima verba, 23 agosto 1897.
72
«Más Madre que Reina»: he aquí las palabras definitivas. Esta fórmula que le es
propia precisa admirablemente el carácter personal de su intimidad mariana. Teresa no
se entretiene en largas especulaciones abstractas sobre la infinita grandeza de la Madre
de Dios. Su genio realista quiere arrastrar a las almas «al amor y a la imitación» de
María. A la luz del Evangelio y de las últimas palabras de Jesús en la cruz comprende
que María es ante todo una Madre. El mismo Jesús, no ha dicho: He aquí a vuestra
Reina, sino «¡He ahí a vuestra Madre!»292.
La Santa de Lisieux, que se complace en repetir: «Es tan dulce llamar Padre
nuestro a Dios»293, no podía llamar a María más que con el nombre de «Madre». Dios
como Padre, María como Madre y todos los hombres convertidos por la gracia en
verdaderos hijos de Dios. Todo el Evangelio está contenido ahí.
CONCLUSIÓN
292
Io 19, 27.
293
Proceso apostólico, 928, Sor Genoveva; Poesía Mi cielo, 7 junio 1896.
294
Historia de un alma, XI, 162.
73
hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y
confiados hasta la audacia en su bondad de Padre295.
Los que hace apenas una treintena de años no concebían más que una santidad
de milagros y de maceraciones extraordinarias, se vieron obligados a confesar que se
habían equivocado. La aprobación por la Iglesia del camino de la infancia espiritual
295
Novissima verba, 3 agosto 1897. Según la Madre Inés, esta frase es la fórmula sintética que mejor
resume el impulso del alma de Teresa.
296
Carta a un misionero, 1897.
297
Historia de un alma, XII. 192.
298
Pío XI, Discurso del día 11 de febrero, 1923.
299
ídem. Carta a S. Emncia. el Cardenal Vico (28-30 mayo 1923).
74
exige una revisión y una amplificación del concepto de santidad. El santo no es tan sólo
el asceta que ayuna y que se disciplina hasta derramar sangre, o que maravilla al vulgo
con sus prodigios de austeridad; sino también el humilde de corazón que camina
sencillamente por el surco que le ha trazado la Providencia, cuya tarea cotidiana,
frecuentemente oscura y dura, realizada ante las miradas hostiles o indiferentes, no tiene
otro testigo que Dios. Para la mayoría de nuestros temperamentos modernos, debilitados
y fatigados no es el momento de las grandes mortificaciones de los santos de antaño.
¿Hay que desesperar y restringir a una selección la llamada a la santidad que Cristo en
sus enseñanzas considera como la vocación de todos los hijos de Dios a imitación de su
Padre Celestial? Dios, que ha creado estrellas de diverso tamaño, halla su gloria en la
infinita variedad de sus santos.
300
Historia de un alma, XI. 168.
75
lenguas de los ángeles y de los hombres, mas no tuviere caridad, no soy sino un bronce
resonante o un címbalo estruendoso. Y si poseyere la profecía y conociere todos los
misterios y toda la ciencia y si tuviese toda la fe hasta trasladar montañas, mas no
tuviere caridad nada soy. Y si repartiere todos mis haberes y si entregase mi cuerpo para
ser abrasado, mas no tuviere caridad, ningún provecho saco. Ahora subsisten la Fe, la
Esperanza, la Caridad, estas tres; mas la mayor de ellas es la Caridad»301. Leyendo este
célebre pasaje, Sor Teresa encontró la llave de su vocación. A sus ojos, como en el
pensamiento de Pablo, el amor lo es todo: esencia de toda santidad, principio del mérito,
manantial que impulsa todas las abnegaciones, único camino que conduce al heroísmo
de las vírgenes, de los doctores y de los mártires; criterio supremo atendiendo al cual
seremos juzgados en el crepúsculo de nuestra vida y en el crepúsculo del mundo. ¿No se
reducía a esto todo el mensaje de Jesús? «Fuego he venido a traer a la tierra y, ¿qué
quiero sino que arda?»302. En esta línea evangélica se sitúa la misión providencial de la
gran Santa de Lisieux. «Siento que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a
Dios como le amo... y de dar mi «caminito» a las alma». «Amar, ser amada y volver a
la tierra para hacer amar al amor»303,
El camino de la infancia espiritual es una escuela de puro amor que enseña a las
almas a multiplicar los actos de amor de Dios y a «transformar las acciones más
indiferentes en actos de puro amor». No todo el mundo puede ayunar, disciplinarse ni
llevar a cabo acciones brillantes; pero todo el mundo puede amar, y Dios no pide más:
Para llegar a ser santo no es necesario realizar cosas extraordinarias, sino hacerlo todo
por amor. El amor teresiano es humilde, activo, confiado hasta la audacia, fiel en las
pequeñas cosas hasta el heroísmo; sencillo y sublime como la vida de los hijos de Dios
que pasan por la tierra con la mirada fija en su Padre celestial.
301
1 Cor 13, 1-13.
302
Lc 12, 49.
303
Novissima verba, 18 julio 1897.
304
Súplica final de la homilía de Pío XI, durante la Misa de Canonización, 17 mayo 1925.
76
ACTO DE OFRENDA
De mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios305
―¡Oh, Dios mío!, Trinidad Beatísima, deseo amaros y hacer que os amen, y
trabajar en la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que viven en la tierra,
y libertando a las que sufren en el Purgatorio. Deseo cumplir con toda perfección
vuestra voluntad y conseguir el grado de gloria que me habéis preparado en vuestro
reino; en una palabra, deseo ser santa, pero reconozco mi debilidad, por lo que os pido.
Dios mío, que seáis Vos mismo mi Santidad.
Puesto que vuestro amor ha llegado al extremo de darme a vuestro único Hijo
para que sea mi Salvador y Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos me pertenecen;
me complazco, pues, en ofrecéroslos, suplicándoos que no me miréis sino a través de la
Faz de Jesús y dentro de su corazón abrasado de amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los Santos que están en el cielo y en la
tierra, sus actos de amor y los de los Santos Ángeles. En fin, os ofrezco, ¡oh Trinidad
Beatísima!, el amor y los méritos de la Virgen Santísima, mi querida Madre; a ella
entrego mi ofrenda suplicándole que os la presente.
Su divino Hijo, mi amadísimo Esposo, en los días de su vida mortal, nos dijo:
«Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederá»306. Estoy, pues, segura de
que escucharéis mis deseos... Lo sé, Dios mío: cuanto más queréis dar, más hacéis
desear. Mi corazón siente deseos inmensos; por esto, con toda confianza, os pido que
vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, no puedo recibir la sagrada Comunión con
la frecuencia que deseo; pero, Señor, ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en
el Sagrario; no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia...
Gracias, Dios mío, por todas las gracias que me habéis otorgado, y
especialmente por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Con alegría os
contemplaré en el día del Juicio llevando en las manos el cetro de la Cruz; y puesto que
me habéis hecho participar de esta Cruz tan preciosa, espero asemejarme a Vos en el
cielo y ver brillar impresas en mi cuerpo glorificado las llagas sagradas de vuestra
Pasión...
305
Este escrito se encontró después de la muerte de la Santa en el libro de los Evangelios que llevaba
consigo noche y día sobre su corazón.
306
Io 16, 23.
77
fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen
eternamente.
En el ocaso de la vida me presentaré ante Vos con las manos vacías, pues no os
pido contéis mis obras... Todas nuestras justicias están manchadas a vuestros ojos.
Quiero, pues, revestirme de vuestra propia justicia y recibir de vuestro Amor la posesión
eterna de Vos mismo. ¡Oh, amado mío, no deseo más trono ni más corona que Vos
mismo!...
Ante vuestros ojos el tiempo nada es: ―un solo día es tanto como mil años‖307.
Podéis, pues, prepararme en un instante a presentarme ante Vos...
Quiero, ¡oh amado mío! en cada latido de mi corazón, renovaros esta ofrenda
infinitas veces, hasta que desvanecidas las sombras308, pueda expresaros de nuevo mi
amor cara a cara eternamente!...
307
Ps 89, 4.
308
Cant 4, 6
78
PRINCIPALES PECHAS
DE
309
Nota del Editor: Actualmente como lo ha expresado el Motu Proprio «Summorum Pontificum» del
Papa Benedicto XVI se puede celebrar el 1 de octubre en la forma ordinaria del rito latino y el 3 de
octubre en la forma extraordinaria.
79
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
El Mensaje de santidad
Huracán de gloria…………………………………………………………......…………4
El nuevo mensaje……………………………………………………………..………….5
Fuentes y método……………………………………………………………..………….7
PRIMERA PARTE
Itinerario espiritual
SEGUNDA PARTE
Doctrina espiritual
CAPÍTULO I
Un Camino completamente nuevo……………………………………………………23
CAPÍTULO II
Caracteres negativos de la espiritualidad teresiana……………………………………25
Ausencia de mortificaciones extraordinarias....………………………...........................25
Ausencia de carismas……………………………………………………………….….28
Ausencia de métodos de oración………..…………………………………….……….30
Ausencia de acciones extraordinarias…………………………………………………34
80
CAPÍTULO III
Caracteres positivos de la espiritualidad teresiana……………………..…………….36
El dogma de la paternidad divina……………………………………………..………36
El Amor misericordioso……………………………………………………………….37
Las virtudes de la infancia espiritual……………………………….………………….38
Pequeñez
Permanecer pequeña………………………………………………………………..…..41
Reconocer la propia nada………………………………………………………………42
La humildad es la verdad…………………………………………………………….…43
Me alegro de ser imperfecta………………………………………………………..…..44
Me he apasionado por el olvido………………………………………………………..45
Pequeñez y grandeza……………………………………………………………….…..46
Nunca he podido hacer nada sola………………………………………………..….….47
Abandono
La confianza y sólo la confianza ha de conducir al amor………………………….….54
Me gusta lo que Él hace…………………………………………………………..…….56
Sólo por hoy…………………………………………………………………………….57
Mi camino es todo confianza y amor…………………………………………….…….58
Fidelidad
Como si toda la perfección de la Orden dependiese de mi conducta personal…….…60
La caridad fraterna lo es todo en la tierra………………………………………………61
No dejaré pasar ningún pequeño sacrificio……………………………………………63
Sencillez
Las almas sencillas no necesitan medios complicados……………………….......…….64
En mi «caminito» no hay más que cosas muy ordinarias……………………….……66
Sencillez y sublimidad…………………………………………………………….……67
81
Vida mariana
La he visto avanzar hacia mí y sonreírme…………………………………………..….67
He comprendido que era su hija……………………………………………………….69
En Nazaret nada de arrobos………………………………………………………….…71
Más Madre que Reina………………………………………………………….………72
CONCLUSIÓN
La santidad accesible a todos………………………………………………………...…73
Acto de ofrenda al Amor misericordioso………………………………………………77
Principales fechas………………………………………………………………………79
www.traditio-op.org
82