Cultura y Naturaleza Andinas
Cultura y Naturaleza Andinas
DOI: 10.4000/books.ifea.2234
Editor: Institut français d’études andines, CIUDAD
Año de edición: 1992
Publicación en OpenEdition Books: 29 junio 2014
Colección: Travaux de l'IFEA
ISBN electrónico: 9782821844964
http://books.openedition.org
Edición impresa
Número de páginas: 480
Referencia electrónica
KINGMAN GARCÉS, Eduardo (dir.). Ciudades de los Andes: Visión histórica y contemporánea. Nueva
edición [en línea]. Lima: Institut français d’études andines, 1992 (generado el 05 mai 2019). Disponible
en Internet: <http://books.openedition.org/ifea/2234>. ISBN: 9782821844964. DOI: 10.4000/
books.ifea.2234.
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por un reconocimiento óptico de caracteres.
Aún cuando existen importantes publicaciones acerca del desarrollo urbano en América Latina,
muy pocas se orientan al análisis de las particularidades regionales. Este libro, auspiciado por el
Instituto Francés de Estudios Andinos, muestra a través de estudios de caso en Ecuador, Perú y
Bolivia, los procesos de configuración del mundo urbano en los Andes.
En él se analiza problemas claves como el de la centralidad y el poder local, la presencia indígena
y el mestizaje, la dinámica de los intercambios materiales y rituales, los espacios concebidos
como fronteras, la dialéctica entre tradición y modernidad. Mundo complejo y contradictorio, en
gran parte desconocido. Los trabajos aquí presentados, permiten entender como las diversas
formas culturales e identidades en juego, al interior de las urbes, lejos de ser “entidades
abstractas” están sujetas a una dinámica histórica de transformaciones.
Lo andino no se reduce al campo y “la urbe ha dejado, de ser enfocada como el único centro, el
espacio privilegiado en donde supuestamente se materializa la idea de Nación”.
2
ÍNDICE
Presentación
Diego Carrión
Primera parte
Mujer indígena, trabajo doméstico y cambio social en el Virreinato Peruano del Siglo XVII:
La ciudad de La Paz y el Sur Andino en 1684
Luis Miguel Glave
1. Introducción
2. Contexto del análisis
3. Aproximaciones a la vida de la Paz a través de la numeración del servicio doméstico urbano
4. Análisis de la composición y estructura de la población sujeta a servidumbre
5. Origen de los registrados y estrategias de migración
6. Servidumbre doméstica y mercado laboral femenino: entre los conciertos y la subordinación
7. Conclusión
La ciudad colonial y sus símbolos: Una aproximación a la historia de Quito en el siglo XVII
Rosemarie Terán Najas
1. Los símbolos constitutivos de la ciudad
2. Los factores perturbadores
3. La santa de la ciudad
4. La pública expiación
5. Conclusiones y proyecciones hacia el siglo XVIII
3
Segunda parte
Tercera parte
Bases étnicas y sociales para la participación Aymara en Bolivia La fuerza histórica del
campesinado
Xavier Albó
AYMARAS Y URBANIZACION
Presentación
Diego Carrión
1 Como se anota en el estudio introductorio, la ciudad puede ser leída de diversos modos.
En este caso, con los textos escogidos, se busca “leer” la ciudad de los Andes partiendo del
conocimiento y la comprensión de una serie de procesos y fenómenos específicos de
nuestra rica historia cultural; esta lectura permitirá avanzar en la discusión de la
problemática de la vida urbana contemporánea en la región incorporando elementos de
juicio respecto de lo andino que han sido descuidados o ignorados en la reflexión acerca
de cómo repensar el presente y futuro de nuestras ciudades.
2 En este afán, el Centro de Investigaciones CIUDAD tienen el agrado de presentar el libro
Ciudades de los Andes, Visión Histórica y Contemporánea que contiene quince
trabajos de importantes estudiosos de la problemática andina, seleccionados por Eduardo
Kingman Garcés.
3 CIUDAD desea expresar su reconocimiento al Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA)
y en particular a sus Directores Jean Paul Deler, Yves Saint-Geours y Chistian de Muizon,
por sus estimulantes orientaciones y apoyo para la edición de este libro. Así mismo,
agradecemos a los autores de los trabajos por la favorable acogida brindada a esta
iniciativa editorial. Cabe destacar también la paciente y cuidadosa labor realizada por el
equipo de publicaciones de CIUDAD coordinado por Anita García, quien ha tenido a su
cargo la edición del libro.
AUTOR
DIEGO CARRIÓN
Director. Centro de Investigaciones CIUDAD
6
nosotros, hacer etno-etnohistoria, por así decirlo” (Turner, 1990). Para las “otras
antropologías” posibles, una de las tareas parece ser comenzar a leer el “centro” desde la
“periferie”; algo parecido a lo que se ha intentado en el campo de la economía. Una visión
de Europa desde los “pueblos sin historia”. También la historia universal puede ser leída
desde esta perspectiva.
La mirada interior
8 Aunque existen importantes atisbos investigativos al tema desarrollados en décadas
anteriores (Jorge Basadre, Julio Cotler, Matos Mar, Aníbal Quijano, Frank Salomon, Hugo
Burgos, etc.), la reflexión sistemática sobre las ciudades desde una perspectiva histórica y
antropológica no podía tomar forma sino en años recientes: cuando la modernización (y
la urbanización que generalmente la acompaña) comenzó a “mostrar sus costuras” y
cuando el proceso de masificación (“desborde popular”) de las principales ciudades de la
región fue tan grande que acabó enrareciendo el aire y obligando a pensar de modo
distinto al tradicional. En éste como en otros campos, la literatura y el arte estuvieron
más cerca de la problemática que encerraban las ciudades, que las ciencias sociales, y se
adelantaron a estas (Morse, 1978:112). Las ciencias sociales son, como sabemos, esclavas
de su tiempo, “eligen, cortan y recortan, pues una historia verdaderamente total los
confrontaría con el caos” (Levi Strauss, 1988:362). Eligen dentro de un juego de
posibilidades que se da a cada generación, a cada época como algo necesario, y dejan de
lado otras lecturas, otras entradas.
9 Arguedas, como antes Guamán Poma, da la sensación de un forastero, de “un llegado de
otras partes”, obligado a vivir entre doctores, y un poco doctor también, fascinado y
dolido al mismo tiempo, sin entender del todo las ciudades. “Yo siempre he vivido feliz,
extrañadísimo y asustado en las ciudades”. Demasiado cautivantes como para poder
ignorarlas, terriblemente complejas a su vez; son como sus mujeres: “yo no conozco a la
mujer de la ciudad, le tengo miedo, como le tuve al remanso del río Pampas, por donde
pasé a caballo, siendo niño y en invierno, cuando el agua es transparente” (Arguedas,
1988:73). El recorrido de la obra arguediana desde “Yawuar Fiesta” hasta “El zorro de
arriba, el zorro de abajo”, nos podría dar algunas claves para entender la forma como se
ven (o se vieron) las ciudades desde los andes: “en este horno están gentes de las
costumbres más diversas: es otra imagen del Perú, es algo semejante a la que he intentado
mostrar en “Todas las sangres” pero más compleja aún, más profunda” (Arguedas, 1988).
10 Cuando hablamos de Arguedas nos referimos a un trabajo de más de cuarenta años. En ese
lapso las cosas fueron cambiando mucho en nuestros países y como parte de esto, el papel
de las ciudades y el tipo de relaciones entre la ciudad y el campo. Mientras las ciencias
sociales estuvieron sumergidas en la explicación de los procesos macros (dualismo
estructural y modernización, teoría de la dependencia), trabajos como los de Arguedas
trataron de mostrar el otro lado: la forma cómo la gente sufría esos procesos.
11 Las ciencias sociales estuvieron lejos de esas percepciones cotidianas y, en parte -en lo
que se refiere a lo urbano- continúan estándolo. Resultaría interesante saber las razones
por las que investigadores que tanto aportaron en estos años a la comprensión del “otro”
tal cual como se presentaba en las comunidades rurales, poco o nada pudieron decir ante
procesos sociales que se generaban en sus propias narices: en las ciudades. Es posible que
exista una relación con la cercanía al poder y una dependencia de los estudios urbanos
9
con respecto a los requerimientos de planificación estatales. También con una percepción
dualista y estática de los procesos urbano-rurales5.
12 No resulta sencillo pensar en situaciones como las nuestras: ningún discurso por nuevo
que parezca y por cercano que se presente (el discurso sobre “lo andino” por ejemplo)
está de por sí garantizado. La antropología tiene una responsabilidad, de acuerdo a Jones,
y la tiene frente a las comunidades ya que muchas de sus realidades han sido absorbidas y
corrompidas por los mitos de los antropólogos (en David, 1982).
13 En Arguedas hay el intento de acercarse a los “otros” (tan parte de él, al mismo tiempo),
sin sustituirlos. Su obra permite diferenciar discursos, moverse en mundos diversos,
“pero su voz no pertenece totalmente a ninguno de los mundos enfrentados”. Tampoco el
autor intenta sorprender; hacer de puente, traducir, vincular, oponer, mostrar “todas las
sangres” es lo que intenta. Mostrarse él mismo como parte de esos dilemas. “La virtud de
su obra narrativa y, especialmente, de su última novela, está en la creación de un
equivalente literario del caos político, económico y cultural que caracteriza al Perú. Un
caos profundo del cual se está gestando de manera muy confusa, un Perú nuevo(...). Esta
literatura no pretende ser la voz del pueblo, sino que manifiesta todas las posiciones que
existen en este mundo y, más que nada, la del escritor que es, lo sabemos, casi siempre de
extracción no popular...” (Lienhhard Martin, en Cornejo Polar, 1988:19).
20 Existen algunas cosas difíciles de definir. A los dentistas sociales no les resta otra cosa que
tratar de aproximarse a los procesos no tanto a partir de modelos (aun cuando los
modelos son necesarios) como de realidades (lo cual supone de un modo u otro vivirlas, lo
que generalmente se olvida). De hecho nuestras culturas están sujetas a un proceso
universal de relaciones (de “transterritorialidad”: García Canclini) que hace imposible
concebirlas como mundos cerrados. Quizás en este caso como en otros valga la pena
asumir la constitución de la cultura y los sectores sociales en los andes como formas
históricas sujetas a regularidades y a modificaciones sólo entendibles dentro de contextos
históricos (Thompson: 34 y ss).
21 Si bien resulta útil seguir hablando de culturas andinas para referirse a “áreas culturales”
determinadas (no en el sentido estrecho de Kroeber, ya que estamos tratando con
“realidades sociales complejas”, con sistemas de relaciones, con procesos sujetos a una
dinámica política y cultural muy grande) no se puede perder de vista los límites que
supone una entrada de este tipo. Flores Galindo defiende el papel heurístico del término
“andino” y aunque pone en cuestión las visiones mistificadoras, él mismo es responsable
de la introducción de un nuevo tipo de mito: la utopía andina.
22 Es posible que al momento de estudiar procesos concretos, precisiones como las aquí
hechas, sean poco significativas. Las clases, las etnias y los hombres producen sus culturas
no tanto de acuerdo a modelos, como a determinaciones y circunstancias reales, es ahí
donde entran en juego las diversas tradiciones y transformaciones que definen a una
cultura.
30 Las estrategias de sobrevivencia de los pobladores andinos actuales (¿sólo de los actuales?
) incluyen a las ciudades ya que éstas dan acceso a recursos materiales que hoy se han
vuelto tan indispensables para la economía campesina, como históricamente lo han sido
la coca, el maíz o el chuñu. Esos recursos son traducibles en términos monetarios: la
ciudad es un lugar en donde se puede trabajar a cambio de dinero, aprender una
profesión, intercambiar, organizar pequeñas industrias familiares o articularse a las redes
mayores de comercialización y producción; en donde se puede complementar la economía
campesina familiar e incluso, en algunos casos, acumular.
31 La ciudad proporciona, además, otro recurso de valor inestimable: el aprendizaje
necesario para sobrevivir en el mundo contemporáneo, la asimilación de determinados
comportamientos, formas culturales, técnicas, secretos y hábitos propios de la otra
sociedad; en algunos caso, incluso, profesionalizarse como medio de romper la
dependencia étnica. Ese ir y venir constante de una zona a otra, de una región a otra, es
parte de un aprendizaje: el conocimiento tanto de los secretos de la ciudad como de los
páramos altos o la yunga, la experimentación de la vida a través de los viajes (y de las
historias de viajes) todo eso constituye parte de la formación tradicional del hombre
andino. La red de carreteras y de vías ha facilitado este aprendizaje del que, por otra
parte, no se puede prescindir. “Dentro de la sociedad aborigen el prestigio se asociaba con
el conocimiento de las culturas remotas” (Salomon, 1986:621). No se trata en realidad de
un fenómeno reciente pero se ha acrecentado en los últimos años. “Los lucaninos llegaron
a Lima cuando en todas las provincias cundió, casi de repente, como una fiebre, la
necesidad de conocer la capital”, registraba hace cincuenta años José María Arguedas, “!
Llegar a Lima, ver, aunque fuera un día, el Palacio, las tiendas de comercio, los autos que
se lanzaban por las calles, los tranvías que hacen temblar el suelo, y después regresar! Esa
era la mayor ambición de todos los lucaninos...” (Arguedas, 1988[1941]:58).
32 En momentos en los cuales nuestros países se ven sujetos a un proceso irreversible de
urbanización de sus economías y a agudas modificaciones en la vida política, social y
cultural, nos vemos obligados a repensar la andinidad desde una perspectiva mucho más
amplia. La oposición entre el campo como un espacio tradicional y la ciudad como lugar
donde se producen los cambios, comienza a ser relativizada. Si la relación con la tierra fue
configurando históricamente las características materiales y espirituales de los pueblos
andinos, ¿no es posible pensar en situaciones menos favorables (las ciudades como
lugares de la modernidad, por ejemplo) en donde la andinidad (“las andinidades”)
encuentre igualmente (aunque no del mismo modo) condiciones de desarrollo? Es cierto
que el alejamiento de las matrices culturales tradicionales marcan formas de desarraigo
inevitables (formas que se generan tempranamente, como comprueba Glave), pero ese
proceso no es necesariamente completo ni generalizado. Los autobuses y las carreteras
ponen rápidamente en contacto al hombre del campo con la ciudad y este produce
cambios muy fuertes en su mentalidad (como apunta Carlos Franco); pero el proceso
contrario no es menos real: la desvinculación con el lugar de origen, como fatalidad, deja
de producirse.
33 Los dentistas sociales se estaban acostumbrando a pensar lo andino desde el pasado, no
como algo en constante cambio y movimiento, no desde una actualidad en la que buena
parte de la población vive en las ciudades, en que la mayoría de la población ha sido
incorporada al mundo mercantil y a la dinámica moderna dentro de un proceso que, al
menos en sus líneas fundamentales, parece inexorable. Al mismo tiempo han mirado las
ciudades desde una perspectiva excesivamente economicista (flujos migratorios,
14
expansión física, crecimientos demográficos) antes que como espacios en los que se
genera una fuerte dinámica cultural. “Precisamente cuando se hacía necesaria una cierta
lectura antropológica (...) y alguna reflexión de fondo que impulsara nuevos rumbos, una
corriente economicista nos habría llevado a menospreciar los profundos cambios
culturales que vivían nuestras ciudades” (Degregori, 1986:14).
34 Lo interesante de una lectura comparativa de la producción historiográfica y
antropológica reciente es la posibilidad de mostrar una cierta continuidad en la
problemática andina en distintos lugares y diversos tiempos que “el espacio adverso” de
la ciudad no siempre está en condiciones de romper. También permite vislumbrar los
cambios que generan las diversas condiciones históricas en la(s) cultura(s).
desarrollo urbano de Cochabamba. Todo esto está marcando los alcances y los límites de
la cultura urbana.
39 La vida de la ciudad constituye un ordenamiento complementario y, a la vez,
estructurador del mundo agrario, y esto no sólo desde una perspectiva política y
económica sino cultural “porque su acción se cumplió en el prioritario orden de los signos
y porque su implícita cualidad sacerdotal contribuyó a dotarlos de carácter sagrado,
liberándolos de cualquier servidumbre con las circunstancias” (Rama, 1985:14).
40 El poder de terratenientes y caudillos locales se asienta en buena medida en la dispersión
social en el espacio. Ahí en donde no existen caminos o se hallan en condiciones
deplorables, donde el comercio es endémico y la producción para el mercado se combina
con economías de autosubsistencia, el ejercicio del poder tiende a fragmentarse; las
ciudades constituyen dentro de este contexto formas limitadas de integración política,
económica y cultural.
41 Ya hace algún tiempo advertía Carlos Sempat Assadourian sobre la necesidad de enfocar
los estudios de historia económica desde una perspectiva urbano-rural, es decir regional.
“Las investigaciones no deberán aislar a esos núcleos urbanos de su territorio agrario.
Estas ciudades reflejan siempre la vitalidad económica del contorno rural, es decir de la
producción mercantil especializada destinada a realizarse en el mercado interno”,
afirmaba Assadourian, y añadía: “como en estas villas residen los propietarios rurales, y
son ellos quienes controlan el poder político urbano, allí es donde establecen las políticas
destinadas a defender los intereses económicos de la región” (Assadourian, en Coraggio,
1989:448).
42 Esta misma perspectiva debería desarrollarse en el análisis de fenómenos culturales. La
vida de la ciudad constituye un ordenamiento complementario y, a la vez, estructurador
del mundo agrario, y esto no sólo desde una perspectiva política y económica sino desde
la de la “ciudad letrada”, tal cual como la concebía Angel Rama. “La ciudad bastión, la
ciudad fortificada, la ciudad pionera de las fronteras civilizadoras, la ciudad
administrativa -fundamentalmente- constituyen la parte material, visible y sensible,
dentro de la cual se organizaba la vida de la comunidad, pero dentro de esas ciudades
siempre hubo otra, no menos amurallada sino más agresiva y redentorista, que la rigió e
impulsó: es lo que creo que debemos llamar la ciudad letrada.
43 Muy poca atención se ha dado al hecho de que las ciudades constituyen el espacio
privilegiado en el que se desenvuelve la vida de las clases propietarias y en donde estas
desarrollan las bases de su reproducción cultural. Descripciones de viajeros las muestran
afincadas en la urbe mientras que las visitas a las haciendas sólo se realizan en “tiempos
de cosechas”. La propiedad constituye elemento determinante en su constitución como
“clase” pero no es en el espacio aislado de la hacienda en donde se generan las bases de su
“reproducción simbólica”7. “Hacia fines del siglo XVIII la riqueza estaba concentrada en
Lima, por los desplazamiento hacia esta ciudad de los propietarios de minas, haciendas
agrícolas, obrajes y otras fuentes mayores de ingresos. Era en Lima donde estos
propietarios tenían la posibilidad de obtener favores y posiciones oficiales, mientras
dejaban sus propiedades al cuidado de sus administradores” (Bonilla y Spalding, 1981:89).
Es cierto que no existen muchas Limas pero los patrones de funcionamiento de las demás
ciudades son en algunos sentidos semejantes. Aunque el proceso independentista yel
desarrollo (posterior) de las exportaciones abrió paso a nuevas capas sociales con poder
16
distancia respecto a la cultura aristocrática, pero también una aceptación de los valores
de esa cultura. La necesidad de diferenciarse de lo indígena (mundo con el cual no
dejaban de tener vínculos cercanos) fue quizás una de las necesidades culturales mayores
de estos artesanos.
51 La separación con respecto a las actividades agrícolas constituye un factor importante de
distanciamiento con respecto a lo indígena, a nivel popular. El concepto de mestizaje es,
sin embargo, en el XIX, muy relativo, ya que depende desde que perspectiva se lo mire:
desde la República Aristocrática o desde la de los Indios. Una identidad no es algo definido
para siempre. Proviene tanto del conflicto interior de los sujetos como desde las
determinaciones externas, y principalmente del Poder que es el que con mayor empeño
clasifica y categoriza.
52 El carácter aparentemente coherente con que se integran los distintos órdenes y
estamentos que conforman la sociedad urbana, oculta una serie de dificultades con que se
topan los sectores dominantes al momento de ejercer una hegemonía cultural. Alberto
Flores Galindo se muestra escéptico acerca de las posibilidades del uso del consenso en
una sociedad como la limeña en donde los señores se enfrentan a sectores populares
dispersos (los esclavos, la plebe y también los indios) y potencialmente peligrosos. “La
movilidad y disgregación de esos personajes hacen inviable el uso del consenso como
mecanismo de dominio, de ahí la importancia que la sociedad colonial termina asignando
a la violencia” (Flores Galindo, 1984; 232).
53 Violencia ejercida en el caso de Lima a través del “despliegue autoritario en el recinto
doméstico” dado el “poco dominio alcanzado a escala del país”. Violencia similar a la
ejercida en las haciendas y de las que hay pruebas en otras ciudades en donde la relación
es más de servidumbre que de esclavitud. “El consenso y la violencia no eran ejercidos
directamente por el propio Estado, cuyos aparatos eran de una evidente debilidad”,
afirma en otro de sus trabajos Flores Galindo, sino a través de una sólida alianza con el
gamonalismo que ejercía el poder al interior de sus haciendas y el poder local (1989:161).
54 Resulta difícil, sin embargo, pensar este ejercicio de la “coerción directa” desvinculada de
otro tipo de “tratos” igualmente “domésticos” en donde de un modo u otro se generan
“consensos” (no cabe duda de que el término es impreciso ya que tiene más aplicabilidad
para las clases que para los individuos). Christine Hunefeld (1988) muestra como “la
convivencia” originaba en muchas ocasiones lazos estrechos de relación entre negros y
blancos. Lo propio parece haber sucedido con los indígenas. Después de todo el señor
responde moralmente por su siervo. Lo que no hay que olvidar tampoco es que estos lazos
no convertían a las relaciones en idílicas ni excluían el frecuente uso de la violencia.
55 No tenemos otros elementos para juzgar el caso de Lima, pero si nos detenemos en otras
ciudades de los andes vamos a registrar una difusión muy amplia de mecanismos
consensuales. A nosotros nos ha llamado poderosamente la atención uno, y es la
institución de la caridad como medio de relación entre los señores y los “pobres de la
ciudad”. Es la institución de la caridad la que explica la existencia de los hospitales y de
los hospicios y la repartición de vituallas y alimentos entre los pobres. Se trata de un
deber de los que más tienen para con los pobres y al cual estos deben retribuir con “la
gratitud y la obediencia”.
56 La hegemonía constituye, de acuerdo a Raymond Willians “todo un cuerpo de prácticas y
expectativas en relación a la totalidad de la vida”; atraviesa, en el caso del XIX lo público y
lo privado (en realidad no existen fronteras claras en ese entonces) y está presente en
19
diversos escenarios de la vida. Si ahora gran parte del consenso se genera a través de la
difusión masiva de mensajes culturales, en ese entonces suponía una relación directa,
personal (e incluso formas particulares de ritualidad que reproduzcan la relación amos
esclavos como una relación “armónica”)12.
57 Lo que si es cierto (y en esto tiene razón Flores Galindo) es que el ejercicio del dominio en
un tipo de sociedad en el que la tendencia al escape es constante, supone un ejercicio
permanente de la coerción13.
58 Pensemos primero en el escenario en el que se mueven esas culturas. Se trata de
pequeñas ciudades pegadas al campo y atravesadas por el campo ellas mismas. Ciudades
que se llenan con una población flotante que viene del campo (o que tiene “doble
domicilio”). En ciudades como esas es inevitable que se reproduzcan los espacios de las
chicherías, de las guaraperías, de las ferias como “espacios propios” (es inevitable que los
distintos sectores sociales se encuentren y en determinados momentos, principalmente
rituales, se confundan; la escena doméstica hace, además, inevitable la subordinación;
pero también es posible encontrar espacios propios, mil formas de escapar al control). Las
descripciones (sobre todo las de la primera mitad del XIX) muestran un Quito plebeizado
en donde las formas culturales “que escapan a las normas” se han generalizado, y lo
mismo sucede en otras ciudades como La Paz, Cochabamba, y posiblemente Lima.
59 Si en las ciudades es posible encontrar una gran diversidad de culturas es en parte porque
esto obedece también a factores económicos profundos, que permiten generar espacios de
vida hasta cierto punto “independientes” dentro del mundo señorial. Y esto no sólo
influye sobre el mundo de la ciudad sino sobre las relaciones ciudad-campo y ciudad-
región. La investigación etnohistórica está mostrando la existencia de trajines, vías,
relaciones, que funcionan con una lógica diversa a la que se impone desde el centro
(Salomon, 1986 y Glave, 1989). Existe una dialéctica permanente entre las formas de
centralización económica y social y la vida de los grupos sociales andinos, e incluso en los
momentos que estos tratan de escapar (y escapan muchas veces, efectivamente) a su
control.
60 En realidad esta tendencia del Estado a la centralización y (como oposición) esa búsqueda
de espacios propios por parte de los pueblos constituye una constante: dos aspectos de
una misma relación que no pueden ser vistos por separado. Ya en la colonia era posible
descubrir la relación existente entre las grandes redes comerciales (cuyos ejes son
determinados centros urbanos) y “las regiones indígenas que reproducían ciertas
categorías sociales y territoriales de la economía precolonial centradas y delimitadas en
santuarios regionales”, señala Deborah Poole.
61 No sólo que no podemos entender la historia económica urbana fuera de la historia
regional (Contreras, 1982:14) sino que es muy difícil entender la cultura fuera de esa
dialéctica. Las crónicas del XIX muestran verdaderas “tomas de la ciudad” por parte de las
comunidades rurales en fiestas como las de corpus. No sabemos mayor cosa acerca de la
relación existente entre este tipo de celebraciones y esa extensa red de ordenes religiosas,
cofradías, santuarios y sistemas shamánicos, pero sin duda debió darse y englobar a la
ciudad y al campo14.
62 (Este tipo de relaciones que fue muy notoria en el pasado hoy pasa casi desapercibida a la
mirada ciudadana en ciudades como Quito aunque posiblemente es mucho más abierta en
La Paz, Huamanga, Riobamba).
20
Ciudad y transición
63 Entre el último tercio del siglo XIX y comienzos del XX, las ciudades se ven sujetas a una
serie de modificaciones en su estructura urbana, las mismas que están dirigidas a
diferenciar los espacios e introducir límites entre la ciudad y el campo y entre los
distintos sectores sociales. Se trata de un proceso lento, largamente acariciado por los
planificadores, en buena medida irrealizable (esto, definitivamente, no es París ni
Londres). Proceso de diferenciación que no asume formas más o menos definidas sino
hacia las décadas del cincuenta y sesenta de este siglo, para desdibujarse de nuevo (y en el
caso de algunas ciudades) en los últimos años15.
64 Es posible que en todo esto estén operando factores demográficos aunque no como
determinantes. Las ciudades habían fluctuado constantemente en su estructura
demográfica y es sólo a finales del siglo XIX e inicios del XX, que comienzan a mantener
una tasa de crecimiento constante, no sólo por el control mayor que se logra hacer de las
pestes y epidemias, sino como resultado de un flujo mayor de población rural. El proceso
de transición demográfica que viven esas pequeñas urbes hace relación con un cambio
(gradual) en la composición poblacional y con el tipo de relaciones que se establecen
entre los distintos sectores sociales. La población de Lima que hacia 1877 apenas
sobrepasaba los 120.000 habitantes alcanzó en 1920 los 200.000; en el caso de Quito esta
población pasó de los 40.000 habitantes en 1894 a los 80.702 en 1922 (Burga y Flores
Galindo, 1979; Bustos, 1990). No obstante, la población de esos países siguió siendo
predominantemente rural. En el caso de Lima “todavía extensos espacios agrarios
encerraban a los distritos urbanos que conformaban la capital” (Burga y Flores Galindo,
1979:14).
65 Si bien se puede observar una serie de medidas dirigidas a modificar el sentido de las
ciudades desde los tiempos de las reformas borbónicas16, es sólo a partir de la época
señalada que la necesidad de hacer de las ciudades “espacios civilizados” (en oposición a
la barbarie proveniente del campo y particularmente del indio) se convierte en un “estilo
cultural”. Hasta los años veinte los limeños no viven aún en barrios separados aunque
tienden, de hecho a formarse ya barriadas. Algo parecido sucede en otras ciudades como
Quito. “Fue por 1920 que los ricos limeños comenzaron a emigrar hacia los barrios del Sur
tal vez para evitar tempranamente una mayor convivencia con esas clases populares que
crecían peligrosamente”, sostienen Burga y Flores Galindo17. Lo realmente importante
desde la perspectiva de los sectores dominantes era separar el fruto sano de lo que se
concebía como degradado y degradante (lazaretos, hospicios, chicherías, centaverías) 18.
66 Más no se trataba sólo de cambiar la imagen de la ciudad, sino de modificar las
costumbres de sus habitantes, de erradicar la presencia del populacho del espacio urbano
o por lo menos de sus zonas céntricas y de purificar (europeizar) las formas culturales
propias.
67 Las bases de esa dinámica han de encontrarse en los procesos de “modernización” de los
sistemas de hacienda y de dinamización mercantil, así como en el aparecimiento de élites
empresariales al interior de los sectores terratenientes imbuidas de “la idea del
progreso”. También en un proceso cuyas bases económicas, políticas y culturales han sido
poco estudiadas, de constitución de oligarquías regionales y en algunos casos
interregionales relativamente fuertes con una orientación cultural distinta a la de los
pequeños señores locales.
21
sobre la propia unidad doméstica de origen campesino. Es posible, incluso que quienes
andan buscando vías informales al capitalismo estén pensando justamente en estas
formas crudas de relación como la mejor manera de acumular “centavo a centavo”.
Ni tradición ni modernidad
87 La diversidad de formas económicas, sociales y culturales existentes en nuestras ciudades
genera una doble imagen respecto a estas: la de un mundo volcado a la “modernidad” y a
“occidente”, y al mismo tiempo y por oposición, el de uno anclado en la “tradición”. La
sociología ha acuñado términos como los de dualismo estructural, marginalidad,
informalidad, para dar cuenta de esta situación contradictoria, mientras la antropología
ha planteado el problema en términos de identidades culturales.
88 Si bien se trata de una contradicción evidente, percibible dentro de cualquier campo de
análisis, sus bases explicativas no son suficientemente claras. Tampoco está clara su
génesis, las continuidades y los momentos de ruptura, así como su desarrollo futuro.
Muchas veces confundimos la realidad con las diversas versiones fabricadas sobre ella y
absolutizamos la validez de uno u otro enfoque.
89 En la perspectiva de las teorías de la proletarización dominantes hasta los setenta,
la idea de que la mayoría de la población se estaba incorporando a la modernidad,
se presentaba como indiscutible. No obstante, al mirar hacia atrás, nos topamos con
que se referían a sociedades con muchos rasgos tradicionales, con una modernidad
incipiente, en donde el peso del mundo rural y los valores que de él se derivan, era
aún bastante grande. Estudios como los de Carrasco (Ecuador), Albó y Sandoval
(Bolivia), Golte, Altamirano y Degre-gori (Perú) y los que, con diversos enfoques, se
han realizado con respecto a la informalidad, permiten pensar cómo, si bien la
modernización va penetrando en todos lados, segmentando y separando diversas
esferas sociales, las formas como las sociedades llamadas “tradicionales” asumen
ese proceso, son mucho más complejas y variadas de lo que se creía.
90 La ciudad constituye un medio poderoso de difusión de nuevos valores más su capacidad
de absorción no es siempre completa, y está sujeta a diversas circunstancias de tipo social
e individual. En primer lugar porque nuestros países viven un desarrollo económico-
social limitado en medio del cual resulta muy difícil una incorporación masiva y definitiva
a los mercados de trabajo urbano o una acumulación exitosa y generalizada “centavo a
centavo”19. En segundo lugar porque la mantención de lazos con el campo forma parte de
las estrategias de sobrevivencia y de reproducción cultural de estos grupos humanos de
origen campesino. Los cambios culturales operan necesariamente sobre matrices
anteriores que se modifican gradualmente y se ven favorecidas o no de acuerdo a las
diversas coyunturas. La migración no es solamente un desplazamiento poblacional, sino
que supone procesos culturales profundos en donde están actuando matrices diversas.
“Junto con el proceso migracional el migrante “lleva” consigo a su cultura, aunque ésta
tienda a modificarse para no desaparecer en la ciudad” (Altamirano, 1988:36). Esta
dimensión cultural ha estado generalmente ausente en las discusiones sobre la
informalidad. También ha estado ausente una visión más cercana sobre las relaciones de
los informales urbanos con el mundo rural.
91 Existen una serie de lazos, materiales y espirituales, que unen a los migrantes (no sólo a
los temporales sino también a los permanentes) con el campo, el poblado, la pequeña
26
campo, sino estratos populares con fuerte tradición urbana, diferentes de los primeros y
que se rigen por sus propios parámetros. Es lo que Aníbal Quijano llama “cholificación”
tratando de sintetizar una de las gamas posibles de este rico proceso de diversificación
cultural.
97 En una entrevista concedida por Roberto Miró Quezada a “Cuadernos Urbanos” expresa
su escepticismo con respecto a que las formas como se reconstituyen las culturas en las
ciudades puedan ser calificadas como andinas: “no son occidentales afirma, pero tampoco
son andinas”. Si éste constituye, efectivamente, uno de los ejes del proceso, resulta
equivocado considerarlo el único ya que nos puede conducir a desdibujar las diferencias
en un abstracto “mundo popular” donde “todos los gatos son pardos”. La perspectiva
histórica vinculada al trabajo antropológico nos enseña a ver el presente con la mayor
cautela posible: como un cruce de relaciones y tiempos diversos en medio de lo cual tanto
lo tradicional como lo moderno están sujetos a un rico juego de posibilidades.
Final
98 A lo largo de este texto hemos tratado de reflexionar acerca de las prácticas y discursos
culturales tal como éstas se presentan en las ciudades de los andes. Nuestra intención fue
mostrar como estas formas culturales lejos de ser “entidades abstractas” están sujetas a
una dinámica histórica a partir de la cual se constituyen y transforman. Hemos tomado
como eje reflexivo la “andinidad”, sus transformaciones sucesivas en el XIX y en la época
contemporánea. Al así hacerlo nos hemos visto obligados a dejar de lado otras posibles
entradas como son el proceso de transnacionalización de las culturas o el tema del poder
y de la violencia urbanas. Es por esto que la imagen que aquí presentamos es
inevitablemente incompleta aunque no necesariamente equívoca.
99 José María Arguedas recorrió a lo largo de su vida (a través de la literatura, los trabajos
etnográficos y las propias vivencias) los diversos caminos que llevan a la comprensión de
lo andino. Contempló entre maravillado y dolido el mundo que bulle en las ciudades y que
conduce al mismo tiempo a la muerte y a la resurección de lo andino. Las ciencias sociales
han comenzado a completar ese ciclo que va de la aldea a la región, de la región a la
ciudad y viceversa, como espacios en donde las culturas se relacionan y se enfrentan. En
ese proceso han puesto en cuestión tanto los diversos relativismos culturales como las
visiones globalizantes que dejan de lado las particularidades de cada pueblo. “Ya no
podemos pensar en las sociedades como sistemas aislados automantenidos; ni tampoco
podemos imaginar a las culturas como todos integrados en los que cada parte contribuye
al mantenimiento de un todo organizado, autónomo y duradero, afirma Eric Wolf y añade:
sólo hay conjuntos culturales de costumbres e ideas, que entran en juego por
determinados actores humanos bajo condiciones determinadas. En el curso de su
operación esos conjuntos culturales se arman, se desarman y se vuelven a armar, llevando
consigo en diversos acentos, sendas divergentes de grupos y clases” (Wolf, 1987:472).
100 Desde la perspectiva aquí planteada la ciudad ha dejado de ser enfocada como el único
centro, el espacio privilegiado en donde supuestamente se materializa la idea de Nación.
Incluso la historia y la sociología urbanas han dejado de escribirse exclusivamente desde
el centro (desde el poder, la acumulación, las edificaciones y la expansión urbana) y se ha
lanzado a la búsqueda de un universo periférico, marginal, existente en las propias
ciudades: el mundo del trabajo, el de la religiosidad popular, el de los “movimientos por el
disfrute de la vida” (el término es de Angel Quintero), el del desorden y lo prohibido, el de
28
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NOTAS
1. Existen otros textos dentro del marxismo original en donde se hace referencia a las ciudades y
a las relaciones campo ciudad: “La Ideología Alemana”, la “Contribución al estudio del problema
de la vivienda”, el “Dieciocho Brumario”, los Grundisses; varias páginas del primer tomo de “El
Capital” están dedicadas a describir las formas cómo el proceso de acumulación va gravitando
sobre la vida de los obreros.
2. Walter Benjamin ve en este texto algo que podría ser solo aparentemente distinto: el
deslumbramiento y el temor de un hombre de una pequeña ciudad alemana frente a una urbe
inmensa (ese no era el sentimiento de otros como Baudelaire, acostumbrados a vivir entre la
multitud).
3. Claro que algunos de los supuestos seguidores de Marx entendieron “superación de las
contradicciones campo y ciudad” como “subordinación del campo por la ciudad” y ejercieron el
poder de que gozaban para que eso se diera, pero todo eso es otro asunto del que no nos
ocuparemos.
4. Algunos historiadores contemporáneos han tratado de reconstruir las formas como se
desarrollaba la vida social en el XIX o por lo menos de mostrar facetas que los hombres de ese
tiempo no pudieron concebir ni valorar suficientemente, aunque, lógicamente, disfrutaron y
padecieron. Este tipo de análisis a través de los cuales el pasado toma forma no como simple
modelo sino como experiencia social y humana, forma parte de la mejor tradición historiográfica
francesa y anglosajona (Bloch, Rude, Duby, Le Goff, E.P. Thompson, Gareth Stedman Jones,
Genovese, etc).
5. Uno de los casos que a mí más me han llamado la atención es el desconocimiento por parte de
los investigadores ecuatorianos del proceso de incorporación de las comunidades indígenas
31
quiteñas al espacio urbano de Quito, proceso doloroso que ha durado varias décadas y que aún no
concluye.
6. Términos como el de “andinidad”, “mundo andino”, “cultura andina” (tan arraigados en
nuestra tradición interpretativa) corren peor suerte que términos más precisos como los de
“clase obrera” o “campesinado”: debido a su carácter amplio y difuso no están en condiciones de
definir nada. Si continúo utilizándolos en este texto es porque constituyen una tradición
interpretativa y forman parte del debate actual; personalmente no estoy, además, en condiciones
de reemplazarlos por otros mejores.
7. Esto ha sido poco estudiado por la Historiografía. Los trabajos de Richard Morse contienen
algunas indicaciones importantes en este sentido, aunque se mueven más en el campo del ensayo
que en el de la investigación histórica sostenida. El libro de Rossana Barragán, si bien contiene
importante información acerca de las condiciones materiales de reproducción de las clases
terratenientes afincadas en la Paz, no aporta a la comprensión de las formas de hegemonía
cultural que se desarrollan en ella.
8. Algunas comunidades cercanas a las ciudades desarrollaron, en sus propios espacios,
artesanías, las mismas que tomaron forma conforme las existentes en las ciudades iban siendo
desplazadas por las manufacturas o por nuevos consumos (esto se desprende de la revisión del
censo de Quito de 1833, AHM).
9. El primer trabajo importante sobre este tema es posiblemente el de Rossana Barragán.
10. Esta independencia nunca fue total: los indios zámbizas, en las cercanías de Quito, estaban
obligados a realizar la limpieza de la ciudad.
11. Desconozco de la existencia de investigaciones sostenidas sobre el tema, un caso
particularmente interesante por su vinculación con el mundo indigena, es el de las chicheras.
12. El trabajo de Andrés Guerrero: “El espacio ritualizado de la distribución hacendaría: socorros
generales y suplidos”, introduce una serie de elementos importantes de análisis que podrían
servir también para investigar el mundo urbano.
13. La idea de una “sociología del escape” a sido tomada del investigador portorriqueño Angel
Quintero.
14. Don Luis Guamanzara Presidente del Cabildo de Santa Clara de San Millán cuenta que las
monjas del convento de Santa Clara descubrieron una mañana que la imagen de la Santa tenía los
pies embarrados de lodo. A partir de ese momento encadenaron a la imagen para evitar que fuera
a pisar barro con los indios alfareros de esa comuna circunquiteña. Esta y otras historias
parecidas que vienen de mucho tiempo atrás podrían damos claves para entender las ricas
relaciones de los pueblos de indios cercanos a las ciudades con las urbes.
15. Merrigton introdujo dentro del marco de la vieja polémica acerca de la transición la idea de
transición urbana. Ese concepto no ha sido rediscutido dentro de la tradición historiográfica
latinoamericana. Los estudios dominantes han tenido un carácter marcadamente espacialista y
han estado en incapacidad de entender los procesos urbanos como procesos integrales en donde
la dinámica social y cultural es determinante. Los textos de Barragán y Rodríguez introducen
importantes elementos historiográficos para entender esas modificaciones de manera distinta
aun cuando, todavía esos elementos no se ven acompañados de una problematización a partir de
modelos teóricos.
16. “Por lo que se refiere a los problemas urbanos el sistema de intendencias tuvo una influencia
clara a la hora de provocar cambios y mejoras...”, afirma Vives Azancot, el mismo que más
adelante añade: “con todo la ciudad colonial hispanoamericana no acabó de desprenderse de sus
lastres rurales y costumbres ruralizantes”.
17. ¿Qué tan peligrosamente crecían? En ciudades como Quito, por ejemplo, en donde se produjo
también un desplazamiento desde la zona central, “en la que todas las clases convivían” hacia la
periferie, la peligrosidad no era tan evidente aunque si la “contaminación de las castas”.
32
18. Este tipo de oposiciones binarias entre orden y desorden, pureza y peligro está sujeta a
divenas transformaciones y tiene un carácter universal (Foucoult, Mary Willans). Las sociedades
del tercer mundo están marcadas por los diversos tipos de colonialismo interno.
19. Si bien algunas vertientes en el estudio de la informalidad han destacado con justeza las
posibilidades de sobrevivencia e incluso de acumulación generadas por los sectores populares
han dejado de lado el hecho de que las mismas se dan en condiciones en las cuales la
reproducción de la pobreza y la exclusión social es bastante grande. “Este conjunto de trabajos
relativos al progreso de los informales, sostenidos con inteligencia y con pasión ocuparon todo el
espacio de las indagaciones sobre el universo popular y no dejaron lugar para estudios sobre las
diversas manifestaciones de exclusión social” (Grompone, 1990:36).
33
Primera parte
34
centro, la clase media (de origen criolla y mestiza); abajo, los barrios residenciales de la
gente acomodada y grupos extranjeros. La proyección espacial de la jerarquía social está
invertida: abajo los más afortunados, arriba los más pobres.
5 Esta zonificación reciente y esquemática no da cuenta de la singularidad histórica y
cultural de cada barrio y sobre todo encubre un hecho esencial: la profunda penetración
indígena (o andina) de la vertiente derecha de la cuenca hacia el oeste (entre el
cementerio general de Sopocachi). En este sector, donde se concentran los mercados, los
transportes y la artesanía popular se hace más visible la íntima vinculación entre la
ciudad y el campo. Este sabor andino remite a una vieja historia.
6 Nuestro estudio no quiere repetir una historia urbana cuyos primeros siglos ya han sido
tratados (Crespo, 1961; Crespo et al., 1975; Mesa -Gisbert 1975; Gisbert 1978) ni exaltar una
geografía insólita tan evocada por los viajeros extranjeros (“La Paz en nada se parece a las
otras ciudades americanas” D’Orbigny). Quiere más bien restituir la cara multi-étnica del
proceso poblador de la hoya paceña, cristalizada en la doble fundación, y luego dilucidar
la confusión posterior que vino a borrar su origen múltiple. Este origen profundo se
trasluce todavía en personajes esenciales del escenario paceño como por ejemplo el
aparapita tan justamente pintado por el poeta, alma nocturna de la ciudad, Jaime Saenz.
Y quizás, entre la cara alto-andina y la cara occidental de La Paz, se deja vislumbrar algo
de la secreta singularidad paceña: su rostro indefectiblemente mestizo.
7 La documentación no escasea para constuir una historia política, económica y social de la
hoya paceña. Los depósitos de la ciudad (escrituras notariales del ALP y AHM, papeles
eclesiásticos del ACC) completados con otras fuentes (en Sucre, Buenos Aires o Sevilla)
proporcionan todo el material deseable. La monografía aún por hacerse dentro de una
amplia historia regional, requeriría años de trabajo. Mi ambición se limita aquí a trazar
pistas para incitar a otros investigadores emprender estos necesarios estudios; pistas a
imagen de las que se entrecruzaban en esta gigantesca y desordenada depresión desde los
tiempos pre-hispánicos.
agotamiento de los yacimientos. Los ayllus de 1573 se distribuyeron entre dos “mitades”.
En la “superior”, sus nombres no dejan revelar su pertenencia étnica: son términos que
afirman su preeminencia en aymara (Cupi, “derecha”) o en quechua (Collana, “mayor”) o
mixto (Maacollana, “mayor de arriba”), excepto el de Callapa, que debe relacionarse con
la marka pacaxa/urcusuyu del mismo nombre. La “mitad inferior”) de Chuquiabo
comprendía ayllus con orígenes claramente especificados: canchis, canas, lupacas (Cuchi
y Checa, de “derecha” e “izquierda”, dicho de otro modo, “superior e inferior”), pacaxa,
pucarani y chinchaysuyo. Son nombres de grupos étnicos (“naciones”), excepto Pucarani,
pueblo cercano del sector umasuyu (y cabecera probable) del señorío pacaxa3.
13 ¿En qué medida el dualismo de la reducción refleja el dualismo pre-hispánico? Añadamos
algunos indicios suplementarios. La tradición oral recuerda los nombres de los dos
caciques que gobernaban el valle cuando se fundó La Paz: Quirquinchu (cuyo tambo
hospedó a los españoles de 1548) y Uturuncu (Paredes, 1955:12). Estos nombres totémicos
remiten a dos animales con origen ecológico y fuerza simbólica distintos: el primero es el
nombre aymara del armadillo que se encuentra en el altiplano y “hace su madriguera
debajo de la tierra cavando con las uñas en las cuales tiene tanta fuerza...” (Cobo 1653;
1956:361) -la metáfora minera es límpida- animal al cual la creencia popular confiere el
poder de hacer volver los bienes robados “por temor de que si no lo buelve [el ladrón] se
le apostillara el rostro como la concha del quirquincho” (Bertonio 1612; 1984: 298),
creencia apropiada para desalentar cualquier intento de hurtar el mineral; el segundo es
el nombre quechua del jaguar, la fiera más peligrosa de los Andes orientales, símbolo de
potencia (varios capitanes de guerra incas se hicieron nombrar así). Grande es la
tentación de atribuir al primer cacique el dominio sobre los trabajadores mineros y
alsegundo, sobre los ayllus dirigentes4.
14 Un dato indirecto acerca del dualismo reinante en el área proviene de Carabuco, pueblo
pacaxa-umasuyu:
Los Urinsayas que son los indios naturales de la provincia decían por baldón a los
anansayas que eran forasteros y advenedizos, gente sin tierra mi propia patria,
mantenidos por piedad en la suya. Los anansayas respondieron que ellos habían
venidos enviados por el inca a aquella región porque conociéndolos por malos y
pocos fieles a su señor natural gustaban estuviesen sujetos (Ramos Gavilán 1621;
1976: 34).
15 En el caso de Chuquiabo, es posible que los mitimaes pacajes pre-incas hayan sido
completados por otros mitimaes del collao con obligación de trabajar para el inca cuatro
meses del año solamente (por motivos climáticos). Durante la mita minera eran
abastecidos por los depósitos estatales. En el resto del año, no sabemos si las tierras del
valle bastaban para sus necesidades materiales. Es probable que los pacaxas
intercambiaran dentro de sus ayllus de origen muy cercanos; en cuanto a los mitimaes
de origen más lejano, se relacionarían con otros mitimaes de mismo origen asentados por
todo el Collao oriental (canas, canchis, chinchaisuyos en los valles de Ambaná, Larecaja e
Inquisivi). Además, Chuquiabo se ubica a la entrada de la “ruta de la coca” (a los Chapi
Yungas por el Takesí) que se debía repartir primero a los trabajadores mineros.
16 La fecha de 1533 no parece introducir mayores cambios. El Marqués se adjudicó las minas
de Chuquiabo y sus yanaconas debieron reemplazar a los gobernadores incas para
controlar la explotación máxima de las vetas que se agotaron poco antes de la fundación
de La Paz5. La codicia del oro no fue entonces el motor de la instalación española en la
hoya. Aquí, en Chuquiago, los cambios debidos a la colonización hispánica no remontan a
38
Cajamarca (1532) ni a la conquista del Collao (1538) sino a la bajada en las laderas del
Choqueyapu, poco antes de mediados del siglo XVI, de unos españoles dubitativos.
Buscaban un espacio plano para fundar lo que sería, siglos más tarde, la ciudad más
importante de toda la cordillera andina entre Quito y Tucumán, la capital más alta del
mundo. Extraño éxito tardío el de esta cabecera andina-oriental, urbanizada en
condiciones límites tanto ecológicas como biológicas.
posición de abrigo y “por causa del agua y leña” (Cieza 1550, cap. 106). A mediados del año
1549 se hace la traza y se reparten solares en la orilla izquierda del Choqueyapu. Sin
embargo, por estar a media ladera (a 3.600 metros de altura), “las salidas son ásperas y
molestosas” (Cieza) y el desvío desde el camino real obliga a bajar y subir 500 metros de
pendiente empinada. En noviembre de 1549, se debate en el cabildo este inconveniente al
cual se añade falta de terreno:
[Y] asi mesmo rehusen todos los mercaderes y no mercaderes de no entrar en este
asiento y si algunos entran juran de no volver mas a el aunque le diesen el dicho
asiento y esto porque esta metido en una hoya donde a ninguna parte quieren mirar
no veran campo ni tierra sino es el cielo y despues desto para abajar a el son tan
grandes las cuestas y pedregales que se mancan los caballos y los carneros si bajan
salen con gran trabajo (parecer de A. Munarrez N.. regidor de La Paz, ACPL: 169).
22 Esta visión española de la quebrada se puede cotejar con otras de viajeros y criollos 6.
23 3. La propuesta es instalar la ciudad en Yunguyo, en la orilla suroeste del Lago Titicaca: se
aprovecharía su temple tibio, sus tierras costaneras fértiles, su densa población (que
proporcionaría una mano de obra masiva). Sobre todo, se aprovecharía del gran camino
de Urcosuyos, eje central de lo que ha sido bien llamado “el espacio del trajín” (Glave
1983), que conectaba los valles occidentales y el litoral pacífico con los centros mineros, a
proximidad del puente estratégico del Desagüadero. Con esta doble base laboral y
mercantil, la ciudad aseguraría su futura prosperidad. Esta propuesta no fue la
seleccionada e ignoramos el detalle de la discusión. Tenía en su contra el hecho que
Yugunyo pertenecía ala rica provincia de los Lupaca, encomendados al Rey, cuyos
ingresos hubieran padecido cierta captación directa por la ciudd. Además los “vecinos”
del Cusco cuyo “término” sureño anterior (con La Plata) era Ayo Ayo (según un cabildo
del general Centeno del 26.VIII.1547, probanza de G. de Aguilar, 1561, AGI Charcas 44)
hubieran protestado contra este desborde, ya que la frontera entre ambos distritos fue el
objeto de un largo litigio7.
24 La elección de la cuenca de Chuquiago tenía sus ventajas. Es probable que Alonso de
Mendoza haya presentido la importancia geográfica del sitio, punto de conexión entre el
mundo amazónico (por los Yungas de Peri, o Coripata, y Chapi, futuro Chulumani) y las
altas tierras centrales, reservorio de energía humana. Todo el porvenir de la ciudad (y de
la sociedad altiplánica) está en juego en la constancia del fundador. Debió intuir, además
que al edificar La Paz a media ladera dentro de un antiguo enclave estatal, él podría
imponer un radio urbano sin suscitar excesivas protestas de los “señores de la tierra”.
Ubicada en un punto limítrofe del territorio pacaxa, en la periferia de otras jurisdicciones
étnicas (quimas al sur, yungas al este), la cabecera de Chuquiago, una vez apropiada por
los españoles, no sería el objeto ante la Corona de un molestoso reclamo por los ex-
mitimaes incas o ayllus locales. Posición estratégica: la cuenca paceña va a ser el punto
de encuentro de los cuatro “corregimientos de indios” creados en 1565: Larecaja al
noroeste, Caracollo o Sica Sica al sur, Omasuyos al norte y Pacajes al oeste. Clave de su
peso político en la historia andina. El cruce ecológico, étnico y administrativo de la
cabecera de Valle, taypi multifacético, encaminaba a la nueva fundación hacia un
desarrollo prometedor8.
25 La elección del sitio de La Paz no se debió pues al azar. Ni al capricho de los fundadores ni
a las circunstancias ni a las meras comodidades del sitio (agua, leña); hemos visto también
sus desventajas. Llama la atención la semejanza del sitio de La Plata, fundado 10 años
antes, con las características territoriales de La Paz: se ubica en la periferia del señorío
40
yampara, la frontera con los Caracara y Charca. Sucre y La Paz se asentaron en un área
intersticial entre varias jurisdicciones étnicas, confluencia multi-étnica que les
permitieron abrirse un espacio propio, en suma un enclave extra-territorial.
26 En los inicios de la fundación, los primeros pobladores sintieron toda la fragilidad de esta
extra-territorialidad. Organismo embrionario y parasitario, el asiento paceño quedaba
supeditado a los ingresos de las encomiendas. El debate sobre la perpetuidad de aquellas
ponía en juego la de los vecinos paceños.
porque esta ciudad a pocos años que se fundo y esta en tierra fria y esteril que no se
hace trigo ni mahiz en ella y traen de muy lexos los bastimentos como de mas de
cincuenta leguas y si no fuesepor las grangerias que tenemos de embiar a vender los
tributos a Potosi no nos podriamos sustentar y acabadas las mynas de Potosi se
despoblara esta ciudad (Parecer de los vecinos de La Paz, 1561, AGI Indiferente
General 1624).
27 Quejas retóricas: los catorce firmantes, “vecinos encomenderos”, ya no constituyen la
mayoría de los habitantes: otros se han lanzado en la puesta en valor del hinterland
agrícola (estancias de ganadería arriba y chacras de viñas y huertas en los valles) y sobre
todo, en el comercio interregional (coca, vino, maíz) que provea ingresos ingentes.
28 Otro problema fue instalar a los “indios mitayos” que venían por turno a servir a sus
amos en la ciudad y el cabildo les reservó solares para alojarse (7.VII.1550, ACLP: 217). Ahí
debieron recogerse los mitayos lupacas y pacaxas (de Tiahuanaco, Callapa y Ayo Ayo) que
edificaron el cabildo, la iglesia y la cárcel (1556-1558, ACLP: 684-87, 942). La iglesia sufrió
enormes atrasos.9
29 ¿Dónde vivían mientras tanto los moradores del repartimiento de Chuquiabo censados en
1560 en número de 450 tributarios “que los mas dellos son mitimaes” (AGI Justicia 1064, f°
64)? Podemos conjeturar que los dos pueblos que precedieron la reducción de 1573
corresponderían a los dos caciques con nombres totémicos ya aludidos.
30 Resulta bien extraño el hecho que ningún autor colonial haya dejado una descripción de
la reducción indígena de Chuquiabo asentada en el mismo sector del valle que la ciudad
de La Paz, exactamente frente a ella, sobre la ladera opuesta. Sabemos que el “pueblo de
indios de San Pedro y Santiago de Chuquiabo” fue edificado en 1573 y ciertamente fue
visto por el virrey Toledo durante su estancia paceña el mismo año10. Contemplando
desde el alto de la hoya, debía sorprender la simetría de ambos asentamientos con su plan
cuadrado a la misma altura a una y otra parte de la quebrada. Ni la relación del corregidor
Cabeza de Vaca (1586) ni las impresiones de los viajeros de paso (Lizárraga, Ocaña,
Vázquez de Espinoza) dejan clara constancia de esta doble urbanización en la cuenca, es
decir, su bicefalía. Debemos presumir que visualmente semejante contraste no era tan
nítido. Como en otras partes, la reducción no fue quizás realmente ocupada y las unidades
domésticas se mantuvieron (o volvieron) en las estancias esparcidas por la amplia cuenca
y los vallecitos aledaños (Poto Poto, Achocalla donde subsistía parte del pueblo de
Cañuma que escapó al deslizamiento de 1585). También, debían diseminarse por la misma
cabecera de valle nuevas rancherías indígenas creadas para asentar atrabajadores
indígenas, provisorios y permanentes en obrajes y granjas españolas11.
31 La iglesia actual de San Pedro marca el antiguo emplazamiento (plaza central) de la
reducción de San Pedro y Santiago (ver la copia del cuadro de F. Olivares sobre el cerco de
41
La Paz en 1781). Bajo este doble padronazgo aparece el modelo dualista que debía regir el
asentamiento pre-hispánico. San Pedro formaba la “parcialidad superior” y sus ayllus ya
evocados podían abrigar a “incas de privilegio” y cubrir la vertiente superior de la
cabecera. Santiago, cuyo culto se relaciona con una divinidad del trueno y relámpago,
abarcaría el sector inferior de la cuenca con el valle de Poto Poto12.
32 Ahora bien, esta reducción conoció una extraña historia: la de su constante negación.
Tuvo que sufrir el embate de dos jurisdicciones rivales entre sí, el corregimiento de La Paz
y los cuatro corregimientos de indios colindantes.
33 Los vecinos de La Paz, en el afán de proveerse de tierras y mano de obra, negaron la
autonomía de la reducción con territorio propio y la prohibición consecuente de
residencia para los “no indios” (leyes de 1563, 1578, 1600,...). Consiguieron que el virrey
decretara una jurisdicción de diez leguas de contorno (en 1586, ver Crespo 1961:13). Muy
pronto asimilaron los miembros de la reducción a los de una parroquia de indios, como la
del barrio de San Sebastián en la misma orilla del Choqueyapu. San Pedro de Chuquiabo
fue considerado pues como pueblo o parroquia de indios extramuros, afirmación que los
historiadores de La Paz retomaron a la ligera13.
34 En la “relación de los corregimientos” de 1583, el repartimiento de Chuquiabo, reducido
en el pueblo del mismo nombre, fue adjudicado al “corregimiento de Llacxa de la
provincia de Omasuyos” (AGI Lima 364; Maúrtua 1906, 1:187) y sus mitayos destinados a
Potosí entraban en el contingente del “capitán pacaxa-omasuyos” (Capoche, 1585;
1959:137). Sin embargo, los corregidores de pueblos circundantes, Larecaja por las
cumbres de Songo, Sica Sica por río abajo y los valles quimas, Pacajes por Viacha y el valle
contiguo de Achocalla, pretendían ejercer también su tutela sobre el valle de Chuquiago.
Su presión fue permanente y en los comienzos del siglo XVIII:
[S]e han entrado hasta... los términos del pueblo de San Pedro y Santiago
extramuros, los indios de este repartimiento se hallan importunos de cinco
corregimientos, Sicasica en el valle río abajo y sus batanes, Pacajes en Viacha, el de
Omasuyos y Larecaja en toda la salida y cumbres donde tiene sus pastos y ejidos esta
ciudad y todo lo que confina con los pueblos de Laja y Pucarani (1709, AGI Charcas
202; en Crespo 1961:15).
35 El conflicto no tuvo solución y en 1780 el joven administrador de los estancos de tabaco,
Francisco de Paula Sanz, hizo de La Paz una
descripción bien sucinta en virtud a que su jurisdicción se reduce casi a la mitad del
recinto de su vecindario pues los barrios de ella que hacen no poca parte de su
población pertenecen a varias provincias inmediatas como son las de yungas,
pacajes y omasuyos, a las que están sujetas muchas calles y parroquias de ellas (
Viaje por el virreynato..., 1977:78).
36 Hasta la propia autonomía de la ciudad están amenazada frente al expansionismo de las
jurisdicciones provinciales.
37 La ocultación de la especificidad reduccional de Chuquiabo cobra mayor relieve si la
contrastamos con la fortuna de otro “pueblo de indios” asentado a corta distancia de una
gran ciudad, situación muy similar; se trata de Santiago del Cercado “pegado” a la ciudad
de Lima:
El pueblo del Cercado es un barrio de esta ciudad en que viven solo indios, con su
curato aparte, el cual si bien cuando se fundo distaba de las últimas casas de la
ciudad medio cuarto de legua, ahora, con el crecimiento que ella ha tenido, esta
conjunto y pegado a la misma ciudad (Cobo, 1656; 1964 II:352).
42
38 El cronista jesuita relata luego su origen: el gobernador García de Castro (1564-69) decidió
juntar a los yanaconas y mitayos que venían a servir en Lima en un pueblo cuya doctrina
encargó a los jesuitas. Toledo dio una conclusión formal a la reducción cercada de paredes
altas “con sus puertas que se cerraban de noche para que españoles ni negros ni mestizos
los pudiesen molestar” y una provisión fijó el salario de los padres (provisión dada en
Cuzco, 5.III.1571). Luego:
puso el virrey en este pueblo justicia distinta de la de la ciudad y diole nombre de
Santiago; mas por razón de la cerca... lo llamamos el Cercado, el cual aunque esta ya
continuado en la ciudad y es tenido por parte y barrio de ella, goza todavía del
nombre y preeminencia del pueblo, y por declaración del ordinario no obligan a
sus moradores las fiestas que son de guardar solo dentro de la ciudad (Cobo 1964,
II:353). [Subrayado mío]
39 La reducción contaba con un hospital y en 1623 acogió a un colegio-seminario para hijos
de caciques y una casa de reclusión para “maestros de idolatría y hechiceros” confiados a
los jesuitas. Por fin,
cinco cofradias celebran sus fiestas con mucha solemnidad y todo el pueblo por las
muchas huertas que hay dentro del es muy fresco y alegre y una de las mas
apacibles salidas que tiene esta ciudad (Cobo 1964. II:355).
40 Se vislumbra la fortuna a la cual podían pretender los habitantes de Chuquiabo. Excepto
esta doble pareja Chuquiabo-La Paz, y Cercado-Lima, no conozco otro caso tan curioso de
asentamientos duales, ciudad hispánica-reducción indígena, en los Andes coloniales.
41 Se nota también todo lo que separa los destinos históricos de ambas reducciones: los de
Chuquiabo, a pesar de su origen más antiguo (mitimaes del Inca y no mitayos y
anaconas venidos de la costa y sierra cercanas) no gozaron de la proximidad de la
corte virreinal donde acudir para defender sus derechos. Los vecinos paceños podían
reservarse mano de obra y tierras tan inmediatas14.
42 Tampoco los de Chuquiabo tuvieron el privilegio del cual gozaron los ayllus yamparas en
la fundación de La Plata: recibir una cuadra en la plaza mayor, frente a la catedral, de la
ciudad, según el plano trazado por Teresa Gisbert (1982:11 y plano enfrente). La autora,
que estudió tan bien los “asentamientos indígenas en Chuquisaca”, yerra, sin embargo, al
asimilar bajo la misma tipología “los barrios indígenas separados del resto de la
población” en los casos de La Paz, Oruro, Potosí y Cusco:
En estos barrios los indios fueron sujetos a reducción pero en vez de agruparlos en
un ‘pueblo de indios’ se los reunió en un ‘barrio de indios’ adscribiéndolos así a la
ciudad [...] A lo que hoy sabemos La Paz tenía tres barrios de indios: San Sebastián,
San Pedro y Santa Bárbara; todos estaban extramuros junto con el convento de San
Francisco, separados del núcleo urbano por el río Choqueyapu y sus afluentes
(1978:107).
43 Este estudio habrá ya alcanzado su meta si al afirmar la plena autonomía de la reducción
de San Pedro y Santiago de Chuquiabo, permite rectificar esta ligera confusión
compartida por muchos.
44 De hecho hay falta de un croquis antiguo de la cuenca paceña que ubicaría los principales
asentamientos: ciudad, reducción, estancias, haciendas. El cuadro del cerco tupakatarista,
ya muy tardío, considera las aldeas indígenas como meros barrios y no permite
reconstruir la fisonomía del valle desde los altos hasta río abajo.
43
“principal de los dichos pueblos” a un vecino, quien lo vendió al Mariscal de Alvarado dos
años después (y pasó luego a su hijo Juan de Velasco, ANB E 1598-2, f° 10-12).
52 Es así que cuarenta años después de su fundación, la “relación de La Paz” puede muy bien
describir la colonización agrícola realizada tanto cuesta arriba (estancias ganaderas)
como río abajo (viñedos y “frutales de Castilla... en los valles de Bambaro, Caracato,
Chincha, Taguapalca, Mecapaca” a los cuales se añaden, al noroeste, “otros valles no tan
calientes que se llaman Larecaxa y Ambaná, en los cuales hay muchas heredades de trigo
y maíz” insuficientes para el abastecimiento del distrito y “se trae del valle de
Cochabamba mucha cantidad de trigo y harina” (1586, RGI 1; 1965:343).
53 Es un verdadero “control vertical” que ejerce la ciudad a corta y mediana distancia, desde
las punas hasta las quebradas cálidas incluyendo las cabeceras cerealeras 15. Así alcanza la
auto-suficiencia conla excepción notable del trigo que se debe importar de otros distritos.
Falta analizar en detalle los actos de compra-venta que llenan los registros notariales. La
privatización de la tierra alcanza todos los grupos asentados en la cuenca del
Choqueyapu. Dos ejemplos: en 1598, un “residente español vende a don alonso guarquillo
indio yanacona unas tierras y huerta que esta el rio abajo...” (AHM, RE 1, f°380); o bien:
Guiomar Choquehuanca india soltera natural del pueblo de achacachi, residente en
esta ciudad... doy en venta real... a don alonso de leon... dos suyos e pedacos de
tierras de sembradura que tengo e poseo el rio avajo desta ciudad avajo del pueblo
de san pedro que eran de los herederos de don diego carani cacique de dho pueblo
de que tengo título de composición con Su Ma-gestad... en 300 pesos corrientes
(15.IX.1610, ALP RE, f°420).
54 Estos contratos en ambos sentidos (español/nativo) indican la presión integradora del
mercado de la tierra. A fines del siglo XVI, La Paz había asentado su doble “vocación”
agrícola y mercantil, base de su futura prosperidad. Semejante expansión se hizo a costa
de los ayllus de Chuquiabo cuyo territorio se estrechó a medida que se aplicaban las
iniciativas oficiales: fundación de la ciudad en 1548, reducción de las aldeas en 1573,
composiciones de tierra de 1594, 1618, 1644-1647,... La cuenca paceña anticipó el proceso
de erosión territorial del Collao.
56 Bajo este nombre de “natural” y luego, siglo XVIII, de “originario”, queda claro que se
trata de mitimaes mineros asentados por el inca y sus descendientes. Sus obligaciones
tributarias varían durante el siglo XVI: (ver cuadro 1)
45
Pl. = plata
pi. = piezas
f. = fanegadas
58 Las epidemias que alcanzaron al distrito del Collao a partir de 1589, agudizaron las
tensiones y las bajas hicieron que los abusos fueran más intolerables para los
sobrevivientes. Así, “lo que piden los naturales de la ciudad de La Paz” tocaba a puntos
esenciales de las prácticas coloniales: un hospital para la curación, moderar las tasas,
amojonar los pueblos, remediar los desórdenes en los servicios de tambos y de la ciudad,
aplicar las ordenanzas de Toledo sobre la elección de alcaldes y regidores, prohibir los
“tratos y contratos” con los nativos de parte de los corregidores, jueces y sacerdotes, el
permiso de recibir eucaristía y extremaución (cédula expedida en Madrid, 2.VIII.159, AGI
Charcas 32). La revisita de 1618 hacía constar en Chuquiabo 42 tributarios muertos (la
décima parte de los de 1575) y de 121 “ausentes:: hacían falta 36% de los hombres para
atender tasas y mitas.
59 De ahí en adelante la caída de los “naturales” no iba a cesar, semejante a la que afecta las
provincias alteñas del Collao y puntuada por los censos depositados en Buenos Aires (AGN
, Sala XIII, 17-3-1 y otros). De 1618 a 1684, pasan de 273 a 234 tributarios y el descenso se
prosigue a lo largo del siglo siguiente, precipitado por la gran epidemia de 1715-20 y las
guerras tupakataristas. En el detalle se nota cierto contraste entre los efectivos de cada
“mitad” de la reducción” (ver, infra, Cuadro 2).
60 La cifra mínima se alcanza en 1786 con solamente 145 tributarios, cifra que no refleja la
situación poblacional efectiva. A medida de la evaporación “originaria”, la reducción
acogía nuevos candidatos que se instalaban en las estancias pertenecientes a los ayllus.
46
Así en 1684, se añadían 119 forasteros (entre los cuales 53 hombres con estatuto de
yanaconas), lo que daba una relación de 2/3 “natural” - 1/3 “foránea”. Esta relación se
invierte totalmente en el siglo XVIII: en 1770 los segundos superan en tres veces más el
número de originarios.
61 Pero ya hace más de dos siglos que la ciudad de La Paz cobija a sus propios nativos, cuyo
número va a superar el de la reducción.
74 Hemos visto que las autoridades paceñas consideraban al pueblo de San Pedro y Santiago
como una mera parroquia de indios de la ciudad. Este tratamiento oficioso y unilateral se
volvió una realidad administrativa a favor del trastorno más dramático en la historia del
valle, el cerco de Tupac Katari (1781). Ya en los inicios de la rebelión, aparecen
plenamente los sentimientos por los españoles de los pobladores indígenas de la cuenca:
[P]or reconocer la fidelidad de los indios de las comunidades de esta ciudad dispuse
antes que 1.200 de ellos me acompañasen a la expedición [represiva] con lo que se
reconocio que quanto de ellos se sospechaba era cierto pues solo 300 de San
Sebastián cumplieron con la orden y los 600 de la parroquia de San Pedro y 300 de
Santa Bárbara no parecieron (Diario... de S. de Segurola, en V. de Ballivian y R.,
Archivo Boliviano, La Paz, 1977:25).
(c) otra (estas dos pagan el mismo tributo de 5 pesos, los primeros diez); luego se cuentan
los efectivos totales.
79 Se notan los trastornos de las guerras indias de los años 80. La mayoría de los originarios
han desaparecido y son reemplazados por los forasteros con tierras18. Aún con este
refuerzo, no alcanzan la mitad de los reducidos de 1575 y apenas forman la décima parte
del conjunto de los tributarios indígenas en la cuenca paceña. Con la revisita de 1792,
triunfa el criterio residencial espacial y económico (ver Cuadro 4).
Conclusión
LA PAZ/CHUQUIAGO, de la exterioridad al crisol
CUADRO 4. Ayllus, estancias y haciendas en las tres parroquias de indios según la revista de 1792
50
82 Esta continuidad estatal le confiere ya de antemano una posición relevante. Los debates
en torno a la elección del sito de una nueva ciudad, etapa en la ruta Perú-Charcas, tocaron
las condiciones locales: las comodidades climáticas (abrigo, aguas, pastos) se enfrentaban
con las dificultades de acceso (las famosas cuestas de bajada y subida) y la falta de
población indígena a la admirable situación de cruce inter-ecológico, recalcada por todos
los estudios desde las primeras descripciones geográficas.
83 La visión del fundador me parece cubrir una perspectiva más larga. Más allá de las meras
conveniencias materiales le atrae la situación “intersticial” de la cabecera, interpuesta
entre varios territorios étnicos (Pacajes, Quiruas) y ocupada por “colonias” distintas en
razón de su extra-territorialidad estatal. A la larga, esta situación periférica (La Paz no se
instaló en el corazón del altiplano aymara, sino en su margen oriental) revelaría su
excelencia para el desarrollo urbano. Si durante tres siglos, la nueva fundación tuvo que
luchar contra las jurisdicciones rurales vecinas para hacer reconocer su distrito urbano,
su éxito reciente -de los últimos decenios- como foco de atracción geográfica y social
invierte la relación ciudad-campo: ahora son las provincias rurales que deberían luchar
contra la ciudad para evitar su pronta desertificación, lucha desigual dada la ausencia de
una red urbana regional que podría fijar a los migrantes rurales.
84 Para permitir esta expansión contemporánea -revancha tardía de un sitio periférico y
extra-territorial-, una etapa previa se imponía: la absorción del núcleo autónomo de
Chuquiabo. Retrospectivamente, esta etapa parece ineluctable pero no se inscribía en los
inicios de la doble fundación.
85 El asentamiento de la reducción de Chuquiabo frente a la ciudad española responde a una
clara voluntad virreinal en la perspectiva de separar la “república de indios” y la de
españoles. La convivencia ciudad-pueblo podía haberse desarrollado en base al respeto de
la yuxtaposición estricta de ambos núcleos -al ejemplo de binomio Lima-El Cercado (aún
dentro de una progresiva incorporación urbana).
86 No fue así. Las autoridades paceñas se empeñaron en negar la especificidad del pueblo de
San Pedro y Santiago. Paralela a conflictos con los demás corregimientos rurales, esta
lucha duró dos siglos y medio. Su desenlace fue favorecido por un acontecimiento
excepcional, el cerco tupakatarista de La Paz. Por su alianza con los rebeldes, los ayllus de
Chuquiabo revelan la magnitud de su discrepancia frente a “vecinos” tan prepotentes.
Enajenación de tierras y servicios personales debieron parecer insufribles en el ambiente
borbónica del Perú dieciochesco.
87 Muchas incógnitas marcan esta evolución. ¿Cómo se opera la declinación de los
originarios y su reemplazo por forasteros, en particular en lo que toca al acceso a tierras
comunarias? ¿Qué tipo de relación se establecen entre los miembros de la reducción y los
de las parroquias de indios: alianzas de parentesco, mezcla o repudio, rivalidad? ¿Cuáles
son los grupos que tomaron partido a favor de los alzados de 1781? Un estamento parece
esencial en estas articulaciones económicas y políticas: los caciques de Chuquiabo, que
conocemos muy mal. En la documentación surgen unos nombres, a menudo españoles, a
veces mujeres, a menudo interinos, quienes se disputan tierras, casas del pueblo, deudas,
réditos de tributos, servicios a los curas19.
88 Otro tema aún por estudiar: el paso de las unidades étnicas (los ayllus de “yngas”,
“cañaris” o grupos altiplánicos) a categorías sociales genéricas donde se diluyen las
pertenencias étnicas. Algunas nuevas categorías connotan un mestizaje cultural
(artesanos, intermediarios económicos). Esta emergencia se relaciona con la privatización
51
BIBLIOGRAFÍA
52
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NOTAS
1. Hay varias grafías y decenas de etimologías (ver ACLP: 46, nota 1) que no desenredaré. Uso con
cierta preferencia el nombre de Chuquiabo para el pueblo antiguo y la reducción colonial y el de
Chuquiago como nombre aymara (parece un neologismo reciente) para designar La Paz.
2. En la edición de Sancho de la Hoz se nota cierta confusión en la cifra total (la edición menciona
50 lo que debe ser un error de lectura de la abreviación para la cifra, error corriente en ediciones
de principios de este siglo). La relación de 1544 indica 400 hombre en Chuquiabo, da
verosimilitud a la cifra de 500, diez años antes.
3. El problema es que esta lista de ayllus puede integrar ya nuevos grupos, asentados después de
la llegada de los españoles. Se puede ubicar en la cuenca actual ciertas comunidades con estos
nombres (como Callapa ver croquis). Sobre la división anan/urin, una buena explicación en la
propia “relación de La Paz” (1586, RGI 1). A fines del siglo XVI se hablaban en la cuenca las tres
“lenguas generales”, aymara, quechua y pukina (AGI, Indiferente General 432).
4. Los dos caciques podían ocupar los dos sitios señalados por los arqueólogos: el tambo de
quirquincho está en Churubamba y el pueblo inca estaría en Miraflores (C. Pone Sanjines,
“Importancia de la cuenca paceña en el período pre-colombino”, separata de la revista Khana No.
39, La Paz, 1967:10). Otro indicio sobre el dualismo pre-hispánico: la existencia de dos huacas,
Choquehuaca (quizás en el emplazamiento del Calvario actual) e Hillema (Illimani actual), ambos
nombres connotan la idea de fecundidad perpetua, inagotable.
5. Lo afirman Cieza (1550, cap. 106) y la “relación” de 1586.
6. Nos falta todo un estudio de la visión geo-ecológica de la hoya paceña por distintos
observadores. La petición del regidor Munarres Navarro contempla otros aspectos como la falta
de campo, etc. y lo apoya la negativa de Juan Vendrel por asentarse en Chuquiabo “porque el
vivir es morir” (ACLP: 172-173). Una cédula real de fines del siglo XVI evoca “la más triste ciudad
del reino como lo es Chuquiapo” (Catalogo de Cédulas Reales, Boletín del ANB, p. 530 No. 482).
Así se podría contrastar las notaciones del clima paceño como particularmente frío (B. Ramíres,
R. Lizárraga, Ocaña, Paula Sanz) o como templado hasta “maravilloso” (Vásquez de Espinosa,
Concolorcovo.
7. El litigio locó a la jurisdicción sobre las provincias de Chucuito y Carabaya (ver los autos del
cabildo, ACLP: 430, 448, 617-620, 848). Luego, sobre el pueblo de Huaca (cerca de Paucarcolla) con
“deslindes eclesiásticos que afectaron la partición del Collao entre Cusco y La Paz.
8. Se puede notar un cierto paralelismo en la situación de las grandes fundaciones urbanas en el
macizo andino: Cusco, La Paz, Cochabamba y La Plata se ubican en cabeceras de valle orientado
hacia el oriente, es decir bastante cerca de la “frontera de indios de guerra” (antis, chunchos,
chiriguanos; ver el Capítulo 1 de este volúmen). En el siglo XIX estas ciudades serán cabeceras de
54
puente para las expediciones comerciales (y extractivas) hacia el interior amazónico. El éxito de
asentamientos tan periféricos no es ninguna paradoja, más bien consagran la rebancha de la
“mitad” oriental andina sobre su sector contrario.
9. Los mitayos de cada pueblo altiplánico se alojaban en tambos que pertenecían a su pueblo
(numerosos actos notariales sobre estas casas colectivas). La construcción de la iglesia tardó casi
un siglo y fue su primer obispo que dio los fondos para acabarla. Ya en 1565, el obispo de Charcas,
Domingo de Santo Tomás, proponía una solución equitativa para edificarla: “la ciudad de La Paz
está sin iglesia y se celebran los oficios divinos en una casa de paja muy afrentosamente... la
limosna que fuese servido hacer a la iglesia podría mandar V. Alteza que la hiciesen los indios de
la provincia de Chuqito y se le descontase de los tributos...” (AGI, Charcas 135, cuad. A17, f°25).
10. Existe el certificado de pago al juez-reductor de Chuquiabo (papeles de la Sociedad Geográfica
de La Paz, ALP). Toledo pasó dos veces por La Paz.
11. Sólo Lizárraga hace mención de un “poblezuelo pequeño de indios para su servicio” de La Paz
(1968-72) y no sabemos si designa a Chuquiabo. No hay que olvidar al sector de los obrajes (barrio
actual del mismo nombre) que constituía otra aldea (ver J. Muñoz Reyes, “Los obrajes de río
abajo” Kollasuyo No. 73, La Paz, 1970). En torno al convento de San Francisco (que disponía de un
fuerte número de yanaconas), en 1560 los naturales se quejaron de no haber sido pagados por
“hacer cierta obra en la casa del convento” (AGI Justicia 1064), se formaba otra aldea. Toledo fijó
un repartimiento de 1.100 “indios de servicio” que venían del Collao por tumos a la ciudad.
12. Estos ayllus de Yngas 1 y 2 fueron adscritos a la parroquia de San Sebastián cuyo territorio
parece corresponder a la antigua mitad superior de la cuenca. Santiago/urinsaya parece acoger a
los mitimaes aymara-parlante. De hecho es probable que el dualismo de la reducción toledana
tenga poco que ver con el dualismo anterior (por lo menos en sus áreas territoriales). La
identificación de la pertenencia étnica de los ayllus “superiores” sigue totalmente enigmática.
13. Parece que el decreto de 1586 no fue aplicado (ver el párrafo 3). Sobre las parroquias de indios
ver la sección III. En cuanto a los historiadores que no tomaron en cuenta la especificidad
reduccional de Chuquiabo, son todos los que escribieron sobre La Paz ya citados en la
introducción y recordados en el párrafo 3 que viene, infra, en la nota 21.
14. El deseo de control paceño sobre el ámbito indígena no excluía la dimensión ideológica. Por
ejemplo, en 1558 el cabildo ordenó que en la ciudad “se junten los caciques y principales de todos
los repartimientos della con los demás indios que sin detrimento pudieron venir dos fiertas
principales del año” (ACLP: 896). Es una constante pretención de los “vecinos” el querer obligar a
las comunidades circundantes a pasar por su mediación material (ferias, transportes) y ritual.
Añadamos sobre el caso del Cercado que el pueblo se volvió cabecera de un corregimiento creado
en 1591 (el cabildo de Lima se opuso a esta creación) y tuvo la suerte de acoger a jesuitas (ver los
litigios en La Paz, sección tercera; la parroquia de San Pedro fue confiada en el siglo XVIII a los
Franciscanos que la intercambiaron con seculares con la de Charazani en 1766, cf. Maúrtua, tomo
9). El Cercado perdió su autonomía en 1822 (ver M. Cárdenas y Ayaipoma, “El pueblo de Santiago,
un ghetto en Lima virreyal”, Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, 1980, DC, No.
3-4).
15. Sospecho que el desplazamiento de la cabecera de los Quimas de Uyuni (sitio cercano a la
cumbre de Las Animas) a Palca (al pie del Illimani) durante la reducción toledana tenía por objeto
de “liberar” tierras de la cuenca (Ovejuyo,...) para los paceños. El control de la tierra no implica
siempre el del agua como lo atestigua este “acuerdo” entre los mitimaes (de Guaqui, Viacha,
Achacachi y Pucarani) del valle de Achocalla y el alférez mayor de La Paz, dueño de una chacra en
Mallasa para compartir el uso del agua de una laguna (AHM, RE 3, 1614, f°49). El acaparamiento
de tierras en Larecaja creó litigios con los caciques (1558, ACLP: 872) y la ciudad recibió tierras
como “propios” en el valle de Ambaná en 1618.
55
16. Los padrones están en el AGN sala XIII, 4-4-14 y en ALP, “padrones:. Sobre la lista de los
ayllus ver el cuadro final. Se nota que San Pedro (que tenia además dos ayllus de “agregados”,
Mecapaca y Aycoya) concentra a los yanaconas y Santiago a los forasteros.
17. No tengo lodos los datos completos que el siglo XVIII pero se ve que en 1792 (infra) y 1797 (
AGN, XIII, 17-9-3) la población no supera los 9.000 habitantes (respectivamente 7128 y 8414) en
las tres (es decir, con San Pedro esta vez) parroquias.
18. No tengo la repartición interna entre originarios y forasteros con tierra pero el excelente
padrón que está en el ALP da todos los detalles ayllus por ayllus. Merece un análisis muy
detallado.
19. Sabemos que el cacique de S. Pedro, don Pedro Chucuisongo, había muerto antes de 1618 (
AGN) mientras que el de Santiago llamado don Pablo de Vargas Ancocaba vivía en 1612. Ochenta
años después se llaman Rafael Guacachoque (recordar el nombre de la huaca: Choqueguaca) y
Esperanza Rotal (1698, ACC t 108, f°340). En el siglo XVIII muchos son interinos (ALP). El tema
merece un estudio en sí.
20. Ver el “índice de las defunciones de personas principales y de indios de medio pelo
(1750-1815)”, BC/UMSA, col. Rosendo Gutiérrez, ms. No. 228. Sobra decir que futuros estudios
deberían determinar en qué términos se traducen esta integración de los pobladores en la
cuenca: económica, cultural, mental. Contratos, listas de defensores de la ciudad en 1781
deberían ayudar a precisar el alcance real de esta integración. Un cotejo atento de los distintos
diarios de la ciudad (1781, pero también el de 1811 o de 1809 -este último se ubica en el Archivo
del Museo Mitre, “diario de un emigrado de La Paz por un testigo ocular desde la noche del 16 de
julio hasta el 25 de agosto, día de su salida”, 1809) debe revelar aspectos políticos de estas
relaciones entre capas sociales y étnicas distintas. La tradición popular evoca luchas rituales
entre dos bandos, “churubambeños y karawichincanos”, (estos últimos serían los españoles y los
primeros indígenas) que podrían incidir en estas competencias integradoras (ver Manuel M.
Pinto, La Revolución de la Intendencia de La Paz, La Paz, 1953:10). Esta referencia está
transmitida por Roberto Prudencio en su nostálgico artículo: “El emplazamiento primitivo de
nuestra Señora de La Paz”, Kollasuyo No. 7, La Paz. 1971:
Otra autora que dio buenas referencias sobre el trazado de la ciudad a fines del siglo XVIII, pero
que tampoco destaca la especificidad reduccional de Chuquiabo, es María Eugenia del Valle de
Siles, Testimonio del cerco de La Paz, el campo contra la ciudad, 1781. La Paz, 1980, editorial
Khana.
NOTAS FINALES
*. Tomado del libro: Los Andes Orientales: Historia de un olvido, Thierry Saignes, Edit. IFEA-
CERES, Bolivia, 1985, Capítulo VIII, pp. 287.
56
1. Introducción
1 Al tratar de entender los grandes problemas que definieron las vidas de las personas y los
sistemas socioeconómicos que las condicionaron en sus límites y posibilidades, nos
encontramos con la necesidad de saber cómo se desarrollaron acontecimientos cotidianos
muy menudos pero susceptibles de ser agrupados dentro de un análisis certero y
globalizante. Es así que la historia se pregunta por el lugar donde nacieron las personas
cuyas vidas quiere interpretar. En qué punto del espacio se ubican los emplazamientos de
la población seleccionada y en qué condiciones se relacionaban entre ellos y con el
conjunto de la formación social. En esos conglomerados, urbanos y rurales, nos
preguntamos por sus matrices culturales y las células elementales de éstas, el tipo de sus
familias y sus dependencias políticas. Interesa así saber cómo fueron socializadas las
personas y qué fue lo que aprendieron a hacer o llanamente se les permitió ser, cuáles
fueron sus funciones durante sus ciclos de vida y cómo les afectaron las transiciones
familiares, con quiénes vivieron y cómo procrearon a sus sucesores. Sucesivamente, se
nos presentan preguntas respecto a las vidas, las familias, los grupos y las matrices
culturales de sus espectativas y frustraciones. Todo ello en la perspectiva de entender un
momento histórico del devenir de un pueblo y la ubicación de éste en los lentos e
imperceptibles cambios en las estructuras.
2 En este trabajo pretendemos acercarnos a los procesos de cambio que vivió y sufrió la
población indígena de los Andes del sur del Virreinato peruano, en el siglo XVII. Queremos
hacerlo en la perspectiva de los grandes reacomodos espaciales y sociales de las
poblaciones andinas, indagando en ellos por las formas de los ciclos de vida familiar de las
57
personas. Esos ciclos afectaron particularmente a las mujeres y los niños, de los que
sabemos aún menos de lo que hemos aprendido de los hombres. Nos proponemos
demostrar, a través del drama cotidiano del surgimiento de una nueva subordinación de
la mujer andina, cómo se crearon las condiciones para una nueva identidad de los
pobladores indígenas que los homogenizó dentro de la explotación colonial, y las tácticas
de resistencia que en contra de ella desarrollaron. Nada de esto por cierto sería
comprensible si no entendemos también las condiciones económicas y sociales del
escenario geográfico y cultural. El estudio gira en este aspecto sobre la dinámica urbano
regional de la ciudad de La Paz, en el comedio de una integridad macroregional de
mercado y cultura que conoceremos como el surandino, entre la referida ciudad y las de
Cusco, Arequipa, Oruro, Potosí, y La Plata. Incluiremos así, para comparar y abstraer
consideraciones generalizables, referencias al sistema estudiado correspondiente a otros
espacios rurales y urbanos, como el pueblo de Moho y la ciudad del Cusco.
Luego de las guerras соn los encomenderos, fatídicas para la propia población nativa
envuelta en duros combates y sangrada en sus recursos humanos y materiales por los
rebeldes señores de indios de la zona, la autoridad del naciente Estado español en los
Andes decidió catalizar los descontentos, dando vecindad y señorío a los encomenderos y,
a la vez, organizar desde un punto estratégico en el espacio una necesaria red urbana de
mercado para integrar la población aborigen subordinada.5 No se equivocaron las
autoridades al seleccionar el emplazamiento. El contorno al que se irradiarían las
funciones urbanas del nuevo núcleo español en el altiplano era potencialmente muy rico;
no tenía la hoyada paceña una población tan numerosa como la adscrita a Cusco, pero la
cantidad de gente involucrada y la riqueza de las encomiendas concedían promisorias
posibilidades de consolidación al experimento. Por otro lado, la variedad ecológica
envidiable del hinterland cusqueño, que hacía que la vieja ciudad de los Incas fuera
prácticamente auto-abastecida, era emulada en el área de influencia de la quebrada de
Chuquiabo que, desde el altiplano, se prolongaba hacia los valles calientes pasando por
una yunga fértil que se precipitaba de inmediato a la salida de la ciudad. Si un lugar del
altiplano entre la “Cabeza de los Reinos del Perú” y la “Villa Imperial” de Potosí tenía
posibilidades de crecer sin sentir sombras que lo marchitaran, ese era el valle de
Chuquiabo, o Chuquiapo, en el territorio de la rica provincia de los indios pacaje. 6 En el
futuro, la homogénea presencia de la etnia pacaje, con sus recursos humanos y materiales
que serían adscritos y trasvasados a la ciudad, haría una sólida simbiosis con la
descendencia de los 42 vecinos encomenderos que, encabezados por un “héroe” de la
conquista, el capitán Alonso de Mendoza, fundaran la ciudad.7
12 Algunas alteraciones posteriores permitieron ir perfilando la personalidad de la ciudad.
Bandos y facciones se fueron sucediendo en el contexto de una serie de discusiones
respecto a su ubicación. En un principio, no dejó de resultar incómodo que las caravanas
de trajines pasaran por los caminos reales sin tener que entrar en la ciudad. Se pensó que
debía ser desplazada la ubicación de la nueva administración española hacia un poblado
más en la ruta misma de los trajines. En 1549, se puso en debate el traslado de La Paz al
pueblo de Yunguyo.8 No se mudó la posición original, sin embargo. Siguieron luego
intentos legales que no se cumplieron por obligar el paso de los carneros y los hombres.
Tuvo que desarrollarse el emplazamiento al tenor de los grandes intereses de los
encomenderos, como Alonso de Alvarado y Juan Remón,9 para que poco a poco se
integrara la ciudad en una dinámica red de relaciones camineras y comerciales con sus
valles y su hinterland, entrecruzando nuevas rutas con las grandes sendas del camino
real.10 Viacha se convirtió en un verdadero puerto terrestre por donde el gran camino se
detenía a la entrada de la ciudad, para dejar abastos y para recopilar mercaderías que
salían de Potosí y otras partes.11
13 El poblamiento español de La Paz era comparable desde un inicio con el de la propia sede
de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata. En términos generales, los datos nos
permiten señalar que la ciudad tenía unas 200 casas de españoles, vecinos de la ciudad
que incluían más de una treintena de los más ricos encomenderos del país. Tuvieron un
tiempo de esplendor coincidente con la época de auge de los trajines hacia fines del siglo
XVI.12 Lucida ciudad señorial y comercial, La Paz se fue convirtiendo en el punto
estratégico de abasto y circulación que se pensó cuando se fundara. También, en esa
sociedad donde hasta la más inhumana subordinación era piadosa, la ciudad se enseñoreó
cuando fue elevada a sede de Obispado. Elevación cañonica que resultó también fuente de
recursos para su vecindario. Aunque las cosas cambiaron en el siglo XVII, decayendo el
60
14 Una de las posibilidades de análisis que ofrece el “padrón de los indios que están en
servicio de los vecinos de esta ciudad” es la de las propias casas de los vecinos. No era
ellos a quienes se buscaba numerar y controlar, pero temerosos de las sanciones
anunciadas por el Corregidor, Bartolomé Felipe de Aragón, se prestaron para que
nosotros podamos hacer alguna aproximación a sus vidas.
15 Partimos de un supuesto inicial. No encontramos razón suficiente para dudar que todos
los que tenían indios en sus casas se acercaran a declararlos. De los 213 vecinos que se
presentaron, 56 declararon un solo indio o india registrado. Algunos de estos registros
equivalían a una unidad doméstica completa, con una pareja de indios y algún hijo, pero
muchos también fueron a declarar una india sola, un huerfanito e incluso solitarias viejas
que no recordaban origen alguno. Así, el 26% de los declarantes nos señalan que
efectivamente se trataba de una población dedicada a servicios domésticos. No había
razón para el ocultamiento. Veremos luego que no todos los declarantes corresponden a
este status de vecino con servidumbre, pero, sí hubo ocultamiento de personas que
habitaban en las más pobladas casas o rancherías de casas, parecería que en principio, el
número de éstas es bastante aproximado al del conjunto de la ciudad. Desde los más ricos
y poderosos vecinos hasta modestos sastres mestizos bien ubicados dentro del vecindario
urbano, todos pasaron ante el escribano de la visita y numeración.
16 Tenemos entonces un dato relevante respecto a la población española de La Paz. Si en el
siglo XVI, las descripciones hablaron de dos centenas de vecinos, en 1684, el número
pareciera ser el mismo. Ello podría representar una imagen de estabilidad o
estancamiento secular, pero no es así. Los cambios por dentro explicarán más bien un
dinamismo del poblamiento urbano. Sabemos que las casas señoriales eran conjuntos
bastante grandes de personas que habitaban bajo el mismo techo.14 Nuevos migrantes
desde las familias de la metrópoli, emparentamientos con la élite de otras ciudades,
incorporación de elementos que buscaban el ascenso social, son todos mecanismos por los
cuales las grandes y lucidas casas señoriales que se erigieron en función de la riqueza y el
poder de los encomenderos de fines del siglo XVI, se fueron repoblando por un nuevo
grupo social. Los funcionarios de las Cajas Reales, los factores de los comerciantes y los
“podatarios” de los tributos pertenecientes a marqueses y condes de la península que
detentaban situados en las encomiendas de la provincia, todos buscaron incorporarse en
alguno de los viejos linajes de conquistadores y encomenderos que fundaron la ciudad. Lo
que sí resulta sintomático es confirmar que, gracias a esas incorporaciones, las antiguas
casas señoriales lograron mantener un poder suficiente como para controlar la ciudad y
usarlo para recrear y activar sus negocios ahora vinculados a la propiedad de la tierra. 15
17 Antes de continuar este análisis, conviene hacer una atingencia referida a las
características de las casas que se desprenden del padrón. No todas corresponden a
unidades domésticas vecinales. Por lo menos una, taxativamente, es identificada como un
suburbio dentro del radio urbano. La ranchería de la Madre de Dios del convento de La
Merced fue incluida dentro del padrón. Veremos luego que no era el único poblamiento
indígena controlado por órdenes religiosas, pero en el caso de la ranchería de La Merced,
61
el número de los servidores y su ubicación física dentro del casco urbano, tanto como la
carencia de leyes o costumbres de servidumbre que amparaban a otros conventos, como
los de los franciscanos y jesuitas, hicieron que el empadronador colocara el grupo dentro
del conjunto de núcleos domésticos de vecinos. Es la unidad que mayor número de
registros tiene del conjunto, un total de 24. ¿Qué sabemos de esas 24 personas registradas
en la ranchería? Felizmente, algo muy indicativo respecto a la situación de parte de la
población en el servicio doméstico de una ciudad colonial como La Paz, a fines del siglo
XVII. Del total de registrados dentro de la ranchería del convento, 19 eran mujeres, casi el
80%. Esas mujeres eran todas adultas y vivían con seis hijos, de los cuales cinco mujeres y,
entre éstas, dos adultas. Junto a ese personal femenino de trabajo constituido por más de
20 personas, se registraron cinco varones. Los hombres sin embargo, no parecen haber
sido objeto de captación por parte de los frailes para su servicio. De los cinco registrados,
dos eran los hijos del curaca de Moho, don Fernando Sillo. Ellos vivían amparados por los
religiosos y cuidados también por las mujeres del pueblo destacadas ahí en número de
ocho y un hombre de 50 años, casado y con dos hijos varones, que completaban el grupo
de migrantes del aludido pueblo de la provincia de Paucarcolla, sobre el que haremos un
análisis comparativo posteriormente. Así, podemos apreciar una alianza de las
autoridades de Moho con los frailes, a cambio de lo cual reproducían parte del contigente
femenino del pueblo y ellas trabajaban de lavanderas, cocineras y sirvientas del convento
al que acudían como religiosos parte de los hijos del vecindario paceño. Descontados los
hijos del curaca, uno mayor de 20 años y otro niño de nueve, el hombre adulto que con su
familia parecía ser, por su edad y la de su mujer, gente de 50 años viviendo con dos
vástagos varones, el jefe del grupo de trabajadoras, quedan otros dos varones. Estos eran
un pequeño, el único salvo el hijo del cacique, de un año y huérfano, que era criado en el
núcleo del servicio conventual, y otro adulto joven de Laja que vivía con su mujer y un
hijo pequeño, del mismo pueblo. Así, el conjunto es un grupo de mujeres que en
contingente numeroso permitía el funcionamiento doméstico de un convento colonial.
18 Regresando a las casas de los vecinos, veamos ahora las unidades que congregaban el
mayor número de registros de servidumbre. Una casa, la del General Andrés de Castro,
registró 23 personas, algunas en la propia casa señorial y otras en una ranchería que le
pertenecía, casi el mismo número que las registradas en todo un convento como La
Merced. Nuevamente, de las 23, fueron 20 mujeres solas, todas adultas salvo una
muchacha de 16 años y una niña de siete. Las solteras adultas tenían consigo a 12 hijos
suyos, de los cuales la mayoría mujeres y de ellas tres adultas. La mayoría de ellas tenía el
denominativo de Sisa, digamos, un apellido funcional al papel de estas mujeres
desarraigadas de los ayllus y sujetas a servidumbre. Una María Sisa seguida de “otra”
María Sisa; una niña, que no sabe su origen sino haber sido criada en casa de sus amos, se
le declara “hija de María Sisa”. Por supuesto que se podía tratar de una gran casa señorial
con una frondosa servidumbre, seleccionada sexualmente como en el conjunto se nos ha
mostrado, pero también ¿por qué no suponer que nos encontramos frente a una
manufactura doméstica? En la ciudad, dos grandes obrajes comenzaron a desarrollar una
modesta pero pujante manufactura urbana16 pero no fueron los únicos centros
productores de las telas que los pueblos eran cada vez más incapaces de producir para el
nuevo mercado urbano de los indios desarraigados.17 Junto a los obrajes, las telas se
confeccionaban en rancherías, manufacturas domésticas, que podían estar dotadas de
estos contingentes de trabajadoras que los vecinos tenían a su servicio. No son muchos los
casos de registros numerosos, pero junto al que comentamos tenemos otros, como uno de
17 personas registradas, de las cuales 16 mujeres, también adultas. Es necesario remarcar
62
que esos casos tratan de mujeres adultas en el servicio, pues algunas otras casas
manifiestan más bien varios registros, pero casi exclusivamente de mujeres menores de
edad, sin reconocer origen y muchas veces varias registradas con el apellido de la ama
que las declara. Así, la captación de niñas era otra forma de la estrategia urbana de
selección sexual y uso del trabajo femenino.
19 Hemos escrito en el párrafo anterior que eran amas las declarantes. De los 212 casos de
vecinos que declararon su servicio de indios, en 85 casos fueron las mujeres de la casa las
que se presentaron al corregidor. Curiosa división sexual la que establecieron las familias
españolas de La Paz. Cuando se inscribían derechos o se hacían tratos, eran los hombres
los que figuraban y cuando minoritariamente lo hacían las mujeres, era con la
“autorización” de los maridos, la cual se debía explicitar como licencia que condicionaba
la validez de cualquier transacción o declaración de propiedad. Cuando se trató de
presentar ante la autoridad a la servidumbre de la casa, el 40% de las familias decidió que
fuera la mujer la que lo hiciera. Al fin y al cabo, era el terreno al que se le había adscrito,
como ama o como sierva, al que se inquiría desde la convocatoria del empadronador.
20 Veamos la composición conjunta de los registros por casa antes de pasar al análisis de las
otras formas de vida indígena dentro de la ciudad que se desprenden de este censo.
Hemos agrupado los datos en el cuadro No. 1. Ya señalamos que los declarantes que
reconocieron sólo un registro fueron 56, es decir el 26% del total. La mayoría de las casas
registró lo que sería, dentro del contexto, una moderada dotación de servidores: 51 casas
señalaron dos registros, de individuos o unidades domésticas completa o incompletas, lo
mismo para 33 que reconocieron un número de tres y en conjunto, desde uno hasta cinco
registros, fueron 180 casas, el 84% del total. Junto a estos vecinos que no tenían
contingentes desproporcionados, 25 se manifestaron controlando 6 a 10 unidades
censadas, cinco entre 11 y 15, y los restantes tres cantidades mayores que ya hemos
comentado. La conclusión más saltante del análisis de estas columnas del cuadro es que,
en conjunto y más allá de algunos casos en que las actividades productivas estuvieron
atadas a la población en servicio doméstico -una decena de los dos centenares de casos-,
los datos corresponden al sistema social de servidumbre doméstica. La subordinación de
la población nativa desarraigada de sus matrices culturales es también un hecho palpable
en la configuración del tipo de vida urbana que este análisis nos demuestra. Finalmente,
cabe señalar el surgimiento evidente de la subordinación del género femenino al ámbito
doméstico y al escalón más servil del mercado laboral de esa sociedad colonial;
subordinación que nace de la simbiosis de las sociedades de los blancos y de los indios en
el medio urbano.
análisis posterior de los datos. Entre la población del solar de los arrabales de la ciudad, se
registraron 105 mujeres solas que, en muchos casos, recordaban su origen rural y en
otros, respondían al mismo padrón urbano de desarraigo femenino de los pueblos. Estas
mujeres, adultas en su mayoría, tenían registrados sólo 7 hijos “naturales”, a diferencia
de las 318 solteras adultas del conjunto de la población del servicio doméstico que
registraron 108 con ellas. Es decir, la proporción de mujeres solas con hijos en el poblado
jesuítico era mucho menor que aquella de las mujeres en las casas de los vecinos. Pero por
supuesto, de cualquier manera, las posibilidades de circulación dentro del ámbito urbano
eran muy grandes, pudiéndose suponer que muchas de las mujeres que terminaban en el
servicio de los vecinos podían haberse criado en estos arrabales.
27 Distinta era la situación de los indios que se ordenaron pobremente en los curatos de las
piezas de la ciudad, cuyas advocaciones eran a Santa Bárbara y San Sebastián, 23 arrabales
de la ciudad poblados por familias pobres desligadas del campo, mercachifles y operarios
de las labores urbanas. Una de las manifestaciones del crecimiento de esta ciudad
altiplánica fue el surgimiento de esas barriadas pegadas a esas parroquias de indios
dentro del casco urbano.
35 Los 741 registros del padrón pueden ser leídos en función de categorías de estado civil y
ubicación dentro del ciclo de vida de la familia. Todos los datos, en este caso, serían
diferenciados por sexo. Tenemos así que de los 171 hombres registrados, prácticamente la
mitad, un 46.2%, figuraban como casados. Veremos luego, a propósito de esta inclinación
de la presencia masculina, el análisis de las procedencias y las estrategias de las
migraciones; señalemos ahora solamente que los varones eran pocos dentro del universo
de servidores y, de ese número comparativamente reducido frente al de mujeres, la
mayoría estaba acompañada de sus parejas.
36 No son razones biológicas las que determinaron que en el caso de las mujeres, la situación
fuera la inversa. De los 570 registros femeninos que se hicieron, sólo el 6.3% correspondía
a mujeres casadas. Eran 31 mujeres de las cuales sólo seis tenían el marido presente.
Sumadas esas seis mujeres con vida conyugal con las 78 registradas como cónyuges de los
varones registrados, tenemos 83 personas adultas de sexo femenino de un total de 648, es
decir, sólo el 12.8%. Podemos concluir pues que mientras más de un 50% de la población
masculina hacía vida conyugal, en calidad de jefes de familia, en el caso de las mujeres, la
abrumadora mayoría no vivía con compañero varón. Correlativamente, la composición de
la categoría soltero/a era de 318 mujeres y 24 varones, un 93% del sexo femenino. Mirados
los datos desde el total de mujeres registradas, las solteras representaban el 56% del
conjunto. A esas solteras se debe añadir un contingente muy numeroso de viudas y
algunas viejas que hemos juntado a esta categoría. Eran 115 mujeres ubicadas como
viudas y viejas. Muchas “viudas”, muy jóvenes, corroboran la falta de vida en pareja y el
abandono masculino de las tareas de reproducción como veremos al analizar los datos de
manera conjunta.
37 Los datos han sido agrupados y sistematizados en el cuadro No. 2. Podemos apreciar, en
primer lugar, la presencia de un contingente de niños de ambos sexos, en número de 113,
de los cuales 69 mujeres y 44 varones, que representan el 15.3% del total de registros. De
estos pequeños, algo más de la mitad fueron abiertamente declarados huérfanos, un total
de 60, de los cuales 58% mujeres. El que no se les califique de huérfanos, no anula que
todos hayan sido presas de la orfandad. Los niños, abandonados o arrancados del seno de
sus pueblos, manifiestan el estado de disolución de hogares o la incapacidad de éstos para
afrontar su reproducción, en las condiciones mínimas que estaban culturalmente
sancionados.27 El que estuvieran arraigados en las casas de los vecinos nos muestra el
deseo de esa sociedad por reproducirlos, como parte de una estrategia de ampliación y
consolidación de un escalón de servidores, indefensos y desvinculados de las unidades
sociales propias de la sociedad nativa. Paralelamente, es pertinente señalar que las tareas
de la reproducción de esta prole estaban en manos, muchas veces en los pechos, del
contingente femenino que se había seleccionado de entre una población de niños
anteriormente captada como estos menores, en 1684.
38 Respecto a los muchachos desde los 11 años y hasta los 16, ocurre lo mismo en cuanto a la
proporción de sexos, más mujeres que hombres, pero con una diferencia más acentuada:
la selección de los efectivos femeninos se hacía más evidente. Los varones eran enviados a
estancias o en viajes, liberados de sus hogares postizos dentro de la servidumbre de los
67
vecinos. Las mujeres se preparaban como reproductoras y se adiestraban en las tareas del
servicio, retenidas en el ámbito doméstico.
39 El grueso de la población empadronada como servidumbre doméstica estaba compuesto
por mujeres solas. Solteras eran 260 y adultas sin compañero era 205. En conjunto,
significaban el 62.7% de los registrados. De ellas, 188 tenían hijos de padres no
mencionados, de padres fugados, de indios supuestamente fallecidos o trágicamente
desaparecidos y de algunos mestizos e incluso un mulato esclavo a cuyos pequeños el
corregidor no dejó de empadronar entre los “indios”. Las categorías restantes del cuadro,
referidas a los hogares completos e incompletos, han sido apreciadas en párrafos
anteriores; remarquemos solamente la baja proporción del personal masculino que
completa la población.
A Niñas solas
B Niños solos
C Muchachas solas
D Muchachos solos
E Solteras adultas
F Solteros adultos
G Solteras y viudas con cargas familiares distintas a hijos
H Solteras y viudas con hijos
I Hogares incompletos
J Hogares completos
40 Algunas otras apreciaciones puntuales pueden hacerse en base a nuestros datos: una tiene
que ver con el número de hijos por núcleo familiar adscrito al servicio. Junto a los niños
solos de los que hemos hablado, 370 hijos fueron registrados en el padrón. Algunos, en
pequeña proporción eran jóvenes mayores de 15 años, un total de 36. Esos niños no
estaban en la orfandad del centenar y pico registrados individualmente, pero su
socialización no era diferente a la de ellos. La mayoría vivía sólo con sus madres y nunca
sabrían quienes fueron los padres, o era mejor no saberlo, no fuera que se les declarara
afectos a algún tributo para pueblos a los que no los ataba vínculo alguno. De los 131
registros que incluyeron un hijo, 108 fueron mujeres, el 82%. De los 61 que incluyeron dos,
68
47 Podemos hacer entonces una nueva constatación: el 32% de casos de migración cercana
revela que el sistema de captación y reproducción de los vínculos de sujeción era activo y
tendía a su incremento. Sumadas las frecuencias de los que tenían menos de seis años de
residencia, tenemos más de la mitad de los casos reunidos, dato relevante respecto a lo
dicho anteriormente. Por cierto que conociendo la idea del tiempo que tenía la población
indígena y su movilidad constante en el espacio, pudiera darse el caso que algunos
resultaron poco certeros en sus declaraciones respecto al tiempo real de su permanencia,
pero los datos son suficientemente concentrados como para garantizar nuestra
apreciación.
48 En cuanto a los que declararon una mayor cantidad de tiempo de residencia, debemos dar
una mayor información ilustrativa. Siempre considerando la sola aproximación que
significaban estas declaraciones -lo que llevaba a “redondear” los períodos-, tenemos que
los que declararon tener 20 años de residencia fueron 23, el 13% de los casos. Se trataba
de la más alta frecuencia del conjunto; otro grupo numeroso fue el que declaró tener 30
años de residencia, es decir, el 6% de los casos. Sumando esas frecuencias con algún caso
aislado en el intermedio temporal de ellas, tenemos 35 casos, el 20% de todos los que
declararon tiempo de residencia. Fijándose en las fechas, descubrimos que en el tiempo -o
por lo menos la memoria del tiempo-de la población, una oleada de migraciones se habría
producido entre 1654 y 1664. En el análisis de los padrones de Oruro de 1683, se descubre
que el 22% de los que recuerdan tiempo de la migración lo habría hecho en 1663 -hacia 20
años de la numeración- y el 15%, en 1653. También sumadas las frecuencias de migración
entre 1653 y 1663 en la ciudad minera de Oruro, se encuentra el 46% de los que recuerdan
años de migración.30 El período que señalan estos casos de La Paz y Oruro, coincide con el
momento de la máxima tensión del sistema en un proceso de cambios que dolorosamente
se gestaba desde su interior.31
49 Con estas apreciaciones hemos abordado el contexto histórico social, los ciclos familiares
dentro del sistema de servidumbre desarrollado en la dinámica señorial urbana que
subordinaba de una nueva manera a la población nativa y, finalmente, las características
de las biografías de las personas involucradas en esta forma de servidumbre. Veamos
ahora el contexto geográfico regional.
para este universo poblacional predominantemente femenino. Por ello, consignó también
el lugar de donde procedían los individuos registrados.
51 Cuando alguno de los empadronados señalaba su naturaleza, se refería muchas veces al
lugar donde había nacido. Así, tenemos registros que señalan el lugar de nacimiento y el
nombre de los padres del registrado. En ese caso, se trata de alguien que había migrado en
algún momento de su vida. Pero bien leídos los padrones, descubrimos que muchos de los
declarantes señalan solamente el lugar de donde provenían sus familias o por lo menos
sus padres. Así, un gran porcentaje de las personas que reconocen su origen dicen
también haber sido criados en la ciudad, en casa de sus amos las más de las veces. Incluso,
al lugar de procedencia algunos registros añaden que la persona en cuestión habría
nacido en la ciudad. Tenemos entonces el caso de indígenas que, no siendo ya originarios
de los pueblos, saben el lugar de su procedencia. Algunos nacieron en La Paz cuando sus
padres, o por lo menos la madre, se habían desligado del pueblo de origen, otros fueron
traídos por sus padres o familiares y dejados en la ciudad, otros fueron traídos por los
amos a quienes estaban unidos por vínculos de dependencia los miembros de sus ayllos,
otros, finalmente, fueron arrancados de sus naturalezas de manera violenta por los
futuros amos o incluso sus autoridades nativas o miembros de sus familias.
52 Debemos tener presente entonces que muchos de los indios registrados estaban muy
desligados de ataduras familiares a los pueblos rurales y los ayllos. Con claridad, por lo
menos 60 fueron declarados huérfanos y otras 105 personas dijeron no conocer a ninguno
de sus padres, es decir que no tenían noticia de quién los engendró. En total, 165
registros, el 22% del total, nos indican un desarraigo total de las personas respecto a sus
matrices culturales. Sin embargo, a pesar que este desarraigo tendía a generalizarse, más
allá de ese 22%, es muy importante remarcar la fuerza que todavía mantenían las
identidades, factor que el empadronador procuró acrecentar en la medida que no se
desdibujara totalmente el antiguo estilo de control de la población. Es en esa perspectiva
que debemos tomar en cuenta que 510 de los registrados, el 69% del total (cuadro No. 4),
pudo señalar su lugar de procedencia, en incluso 85 personas, el 17% de los que
reconocían su origen, mencionó el ayllo o parcialidad de sus pueblos. Descontados los 157
que se declararon de La Paz o de otras ciudades, el porcentaje de reconocimiento de
pertenencia a sus matrices culturales, por parte de la gente cuyo origen era conocido,
asciende al 24%. En medio de la diáspora desnaturalizante que este análisis nos descubre,
todavía se reconocían permanencias sólidas de la organización étnica.
56 Conviene afirmar esta diferenciación sexual con otro conjunto de datos. Como vimos
anteriormente, de las 115 personas registradas como casadas, 83 vivían con sus cónyuges,
es decir el 73% de los casados hacían vida conyugal. Dentro de ese grupo, sólo seis mujeres
fueron empadronadas por distintas razones como cabezas de sus casas, el resto de
74
y los yungas. Desde el camino de las relaciones comerciales de la ciudad se establecen los
contactos entre el universo mestizo urbano y las corporaciones rurales nacientes en la
presión colonial. En la amplia y heterogénea provincia de Larecaja ocurre lo mismo. Los
pueblos de Sorata en primer lugar, con el 32% de la provincia, junto con Hilabaya,
Combaya y Quiabaya, suman el 58% de la contribución provincial de migrantes. Son
pueblos contiguos en la ruta del camino del Omasuyo entre Cusco y La Paz. Algo
particular ocurre con Copacabana en Omasuyo. El pequeño y tradicional poblado
peninsular tiene registrados en La Paz 29 efectivos, el 34% de su provincia. No podemos
explicar esto en términos de las rutas comerciales, salvo por la cercanía de Yunguyo y
Zepita, que contribuyen con el 50% de la migración lupaga a La Paz. Podría tratarse de
gente de origen uro que mudaba de situación social; pero, también pareciera ser una
estrategia dirigida, en el caso de Copacabana, por el curaca Lope J. Maita Capac. La
contribución de la población uro se manifiesta también con la importancia de Moho, 34 que
aportó el 78% de la migración de Paucarcolla a La Paz, y la referencia a por lo menos ocho
personas registradas sin pueblo como uros de distinto origen dentro de la provincia de
Pacajes. De cualquier manera, se puede apreciar una concentración de la migración en
determinados pueblos dentro de estas provincias de la jurisdicción de La Paz, que
podemos relacionar con las rutas comerciales de una ciudad que se convirtió en el tambo
de todo el altiplano35.
60 La movilidad de la que hizo uso la población indígena en el siglo XVII se puede también
apreciar en el radio de influencia de las migraciones hacia La Paz. Junto con las provincias
mencionadas, tenemos algunos de los pueblos de la jurisdicción de Charcas y también de
Arequipa y un buen contingente de los más variados lugares pertenecientes a la ciudad
del Cusco. Junto con la gente que dejó la propia ciudad de los Incas, se registran migrantes
desde Azángaro y Lampa en el Collao, desde Canas y Canchis, Chilques y Masques e
incluso Anta y Urubamba.
61 Finalmente, los datos nos permiten también hacer algunas apreciaciones si diferenciamos
las migraciones por sexos. En general, las provincias se acercan a las proporciones
promedio de hombres y mujeres migrantes en la gruesa total de los datos. Sin embargo,
dentro de los pueblos en el conjunto de las provincias aparecen algunos desniveles. En
Omasuyo, la provincia más numerosa en cuanto a efectivos presentes en La Paz, con 86
registros que significan el 17% del total de migrantes que recuerdan su origen, las
mujeres eran 68, un 79% del total del total provincial, ligeramente superior al 77% que
significaban las mujeres en el universo de registros. Dentro de la provincia, los pueblos
más representados, Copacabana con el 34%, Pucarani con el 21% y Guarina con el 13%,
tenían un componente femenino superior un 86% del total del pueblo en Copacabana, 89%
en Pucarani y 82% en Guarina, es decir una migración acentuadamente femenina en
relación con el conjunto. Lo mismo ocurre en Larecaja donde el pueblo de Sorata, el más
representado, tenía registradas 19 mujeres de un total de 20 migrantes en el servicio
doméstico de La Paz.
62 El sistemático envío de las mujeres por algunos pueblos reafirma lo que ya indicaba la
proporción de los sexos en el conjunto de registros. Si del total de los registros el 77%
eran mujeres, en los pueblos mejor identificados, la proporción de ellas era mucho mayor.
El caso de la provincia de Pacajes es todavía más indicativo al respecto. De 78 registros en
76
total, 69 eran mujeres, un 88%. Al interior, algunos pueblos con escasas personas
registradas, como Caquingota, Calacoto, San Andrés de Machaca y Callapa, sólo tenían
efectivos femeninos representados en el servicio doméstico de la ciudad. En otros más
numerosos como Tiaguanaco, Guaqui y Caquiavire, también ocurría lo mismo; sólo
enviaban mujeres. Los nueve hombres que se registraron se distribuyen entre los pueblos
de manera solitaria, uno de Achocalla, otro de Curaguara, uno más de Tiaguanaco; sólo de
Viacha se registraron cuatro efectivos masculinos y completaban los nueve huerfanitos
uros que se dijo provenían del Desaguadero.
63 Ello no obstante, tenemos la posibilidad de reconocer una situación contrafactual en la
provincia de Chucuito: de los 44 registros en los que se reconoció un origen lupaqa, sólo
17 eran mujeres, un 39% muy distante de las proporciones globales entre los sexos y de
cualquiera de las observadas de los otros casos provinciales o pueblos representativos.
Incluso, sólo es en Zepita donde la migración fue mayoritariamente femenina, siete de 10
registros. Del resto de los pueblos lupaqa, salvo de San Antonio de Esquilache, pueblo
minero desarrollado en ese período con población migrante y que incluimos en la
provincia de su localización, la mayoría de los registrados en La Paz fueron hombres. Es
interesante, acá, cruzar otras variables que las que nos da acceso al padrón. Al preguntar
por las 77 mujeres registradas como cónyuges de servidores masculinos, descubrimos que
15 de ellas, casi un 20%, eran lupaqas: nueve de Yunguyo, tres de Chucuito y tres de llave.
Remitiéndonos al dato pormenorizado de los registros, vemos entonces que de los 10
hombres de Yunguyo que se registraron, nueve estaban casados con mujeres del lugar y el
otro vino con ellos. Lo mismo ocurre en el caso de los Chucuito e Ilave: fueron a la ciudad
acompañados de sus familias. No tenemos entonces el mismo fenómeno de expulsión
sistemática de población femenina hacia la ciudad que vimos en el conjunto. Acá, por lo
menos desde Yunguyo, se establecieron miembros de un ayllu en la hoyada paceña, donde
se hacía un control intermedio entre el altiplano occidental del lago y los valles yungas
donde se asentaban mitimaes.
64 La forma de las relaciones entre los pueblos y la ciudad es distinta de acuerdo a las
expectativas de los actores sociales campesinos frente a las posibilidades que les otorgaba
la cercanía de una ciudad como La Paz. Algunos pueblos expulsaron parte de su población
femenina en una manifestación extrema de su casi total incapacidad de reproducción.
Otros, acordaron con los vecinos una posibilidad de alianzas mestizantes a cambio de
prestaciones de dependencia personal. No es extraño entonces que algunas hermanas,
sobrinas e incluso hijas de los curacas, figuraran registradas en las casas de los vecinos.
Pero también, algunos pueblos instrumentaron las funciones urbanas en la perspectiva de
las necesidades de la reproducción de sus grupos sometidos a la presión fiscal y la
competencia de los agentes del mercado por sus efectivos masculinos. Estudios de otras
ciudades, cuyas áreas de influencia se pueden medir en base a documentos tan ricos como
éste, pueden dar nuevas luces al respecto.
una manera que estamos por interpretar, su localización incluía una extensa franja de
estancias de punas que se extendían en el límite alto de la entrada a las yungas orientales,
pobladas por forasteros provenientes de las más variadas latitudes. Los grupos étnicos del
camino de Urcosuyo distribuían las más altas frecuencias de familias destacadas en esas
punas. Así como en La Paz pudimos apreciar la presencia predominante de las provincias
del contorno, y particularmente de los pacaje, en Moho encontramos:
• Una presencia muy pequeña de indios de la propia provincia de Paucarcolla, equivalente al
7% de los 453 forasteros que reconocían procedencia;
• Una concentración de indios del camino desde el Cusco por el Urcosuyo, que representaba el
56% del total, de los cuales particularmente los pobladores de la provincia colonial de
Cabana y Cabanilla representaban el 27% del total. Collas urcosuyo y canas representaban
casi el 35% del total. Los omasuyos de Azángaro, hacia donde se dividía el camino desde el
Cusco por el lado urco y el uma donde estaba ubicado el pueblo de Moho, tenían también una
considerable presencia pero inferior a la de los urcosuyo;
• Desde los yungas, particularmente desde Larecaja, se destacaban también efectivos hacia la
puna, confirmando que la provincia oriental no sólo era receptora de migrantes sino
también participaba de la movilidad general y las filiaciones alternas de todo el conjunto
campesino. En Moho, de los 453 forasteros jefes de familia que registramos, Larecaja enviaba
el 8%.
69 Así, podemos ver distintas áreas de atracción, explicables por los espacios articulados y
las relaciones culturales. Claro que los datos de Moho responden a las familias completas
de migrantes rurales y no a las características particulares del universo de los datos de
servidores de La Paz que hemos analizado. Pero del conjunto de datos de Moho, un grupo
de forasteros nos resultó especialmente llamativo: 59 familias completas, que
representaban el 13% del total de los que reconocían origen, eran yanaconas
empadronados en las Cajas Reales de la ciudad de La Paz.45
70 Podemos extraer entonces una conclusión general de esta comparación. La movilidad era
una de las tácticas antifiscales que desarrolló la población nativa en el siglo XVII. En La
Paz, los indios que se empadronaron como yanaconas fueron muchos, buscando así una
forma estable de adscribirse a una categoría exenta de la mita, pero su residencia no
estaba propiamente en los arrabales de la ciudad. Acá, encontramos un contingente
numeroso que demuestra esa realidad, pero también, lo que queremos subrayar al
incorporar a la reflexión estos datos, nos revela el movimiento inverso de los flujos
femeninos hacia las casas de vecinos en la ciudad. Muchos núcleos campesinos se
registraron en la ciudad fugando de sus lazos con los pueblos; pero, inmediatamente se
asentaban en otros, ubicados en el espacio articulado del altiplano, mientras otros
contingentes, particularmente femeninos y de niños, eran trasladados al casco urbano
propiamente, aceptando otras condiciones de relación con los vecinos conocedores de las
prácticas campesinas a las que adecuaban sus estrategias de relación.
disputas, sobre todo por el recurso a la mano de obra. No se trataba de un análisis de los
cambios que sobre el tratamiento de las relaciones laborales se habían producido, era un
compendio que acercaba las autoridades y los litigantes al estado de las cosas sancionado
legalmente. Sabemos entonces que, formalmente, los servicios personales gratuitos
estaban prohibidos, y que cuando no mediaban disposiciones pertinentes para adquirir
los servicios de un indio era necesario el acuerdo entre las partes, sancionado en un
concierto. Entre estos conciertos, un tipo era aquel que se hacía para servir.
Nuevamente, en teoría, esos conciertos debían ser sólo por un año y no más,
expresándose así la voluntad estatal de no desvincular los efectivos de sus relaciones con
los pueblos ni permitir compromisos serviles amparados en adelantos monetarios. Es aquí
que se incorporan las determinaciones referentes al servicio doméstico. Las leyes
entonces no hablan de hombres sino específicamente de mujeres. Al promediar la mitad
del siglo XVII, ya la estructura laboral en la población sujeta a servidumbre doméstica
estaba circunscrita a la captación de las mujeres.
72 Las mujeres estaban atadas al destino de los varones; siendo casadas, se prohibía que se
concertaran a servir en casa de españoles sino era con el acompañamiento del marido. Las
solteras, queriendo estar en sus pueblos, tampoco podían ser obligadas a servir en las
casas de españoles, siendo aquello riesgoso a la reproducción del grupo. Estando en
dependencia y control de los padres, era necesaria la aprobación de los mismos para
acceder al concierto de servicio.46
73 Lo que hemos visto niega toda la legislación respecto al servicio doméstico. Las normas
podían y seguro eran invocadas para casos individuales en donde se presentaban litigios,
pero en lo que atañe a los conglomerados humanos y las relaciones sociales, entre las
“repúblicas”, el espíritu de la ley quedaba en mera expresión de política poblacional
incumplida, como violadas eran las normas que prohibían la convivencia de las
“repúblicas”. Las mujeres, por inclinación propia, dejadas por sus compañeros con la
prole en serias dificultades de sobrevivir, se concertaban con vecinos o con sus propios
familiares o paisanos en la ciudad para trasladar su reproducción y la de sus hijos. Otras
eran enviadas por los propios ayllos y pueblos en una estrategia de sobrevivencia. En las
ciudades, la reproducción y el contacto con los hombres era esporádico, como lo vimos, y
no se constituían parejas que hubieran atado el destino de los maridos al de las siervas o
el de ellas al de los peones y viajeros que no podían reproducir una familia en estabilidad
territorial: de alguna manera, la especie se perpetuaba en nuevas condiciones, las que el
sistema de dominación les permitía.
74 Un conjunto de testimonios de mujeres cusqueñas, entre 1664 y 1695, nos permitirá
completar la imagen que al respecto de la subordinación femenina en la servidumbre
urbana y su papel en la producción de un nuevo mestizaje cultural, nos ha dejado el
padrón paceño. Revisando un rico grupo de escrituras protocolizadas ante los llamados
“escribanos de naturales”, descubrimos nuevamente el escalón social de servidumbre
femenina en las ciudades. No haremos acá el análisis de conjunto de la vida indígena en la
ciudad del Cusco, sólo incidiremos en las referencias al tipo de “conciertos” laborales que
correspondían a las mujeres.47
75 Como lo habíamos mencionado antes, las mujeres aparecen como “chicheras”, tanto como
propietarias de esos establecimientos, como también trabajadoras en los mismos. En 1667,
80
Juana Sisa se concertó con María Choque Sisa para hacer chicha por un año, sacando cada
semana bebida de dos cargas de maíz. La india, Sisa, como muchas de las mujeres que se
adscribieron a ese universo de servidumbre y aculturamiento mestizo urbano, debía
trabajar en el establecimiento de otra india, cumpliendo con una tarea predeterminada,
sin señalamiento de jornada y sujetándose a su cumplimiento bajo pena de ser
considerada “falta” y completarla más allá del año pactado. Como cualquiera de los
conciertos, éste implicaba un adelanto monetario a manera de “enganche”. Otras formas
de trato también se podían dar, como el que la chichera doña María Quispe Sisa hizo, en
1671, con un indio de San Blas que se comprometió a trabajar para ella en la elaboración
de la bebida por jornada diaria de trabajo, pagada a tres reales y la ración de comida,
igualmente por el año de plazo que establecían las leyes para los conciertos. También,
algunas indias, como Juana Sisa en 1694, se concertaban con dueños de chicherías, como
Juan de Castro, para servir en casa y hacer la chicha, hasta el cumplimiento de una cuota
para las que recibían un adelanto, estándoles permitido tener ellas mismas parte en el
negocio.
76 La elaboración de chicha era una de las labores que en el campo estaban en manos de las
mujeres, que cumplían en ella con las normas de reciprocidad con los curacas que usaban
la bebida como don y como negocio, reproduciendo en otro contexto la obligación que
venía desde el período prehispánico.48 En las ciudades, particularmente las de alta
concentración de indígenas pasajeros y migrantes como Cusco, el consumo de la chicha
implicó un ambiente cultural de encuentro y recreación socializada de representaciones
mentales del mundo. Las mujeres cumplieron ahí un activo papel de agentes del cambio y
mostraron también sus capacidades de adaptación y posibilidades de ascenso social. No
era en estas actividades donde la situación de subordinación se manifestaba tal como
hemos estudiado.
77 Podemos ver ahora las referencias que nos ofrecen los testimonios de las indias que se
concertaban para el servicio doméstico específicamente. En el detalle, muchas de las
biografías de las mujeres que servían en La Paz se nos representarán en momentos de sus
decisiones que no aparecían en el padrón de 1684.
78 Algunas indias, como María Payco en 1671, soltera natural de Lamay, se concertaban con
españoles para servirles por el año establecido en la ley. Siempre se señalaba el salario,
que en el caso de la Payco era algo más alto que el peso mensual que se solía pagar a las
servidoras, el más bajo de cuanta categoría laboral se encuentre en los protocolos. 49
Aparentemente, ese monto superior del pago se debía a que el tipo de contrato que
comentamos se hacía para acompañar al contratante. Alonso de Alarcón, probablemente
un minero, al pueblo de Pucará y ahí “guisarle de comer, lavar ropa blanca y hacer todo lo
demás que se le mandare”. Es interesante anotar la movilidad que implicaba para una
mujer, que seguía reconociendo su origen campesino, que hacía conciertos en la ciudad
como servidora, trasladarse a otro pueblo muy lejano a plena disposición de un minero.
Para ir, recibía un adelanto de 10 pesos, que no sabemos si serían, en el caso de estas
solteras, un apoyo al cumplimiento de las tasas del pueblo.
79 Hubieron casos en donde el sometimiento resultaba evidente. En 1687 por ejemplo, Ines
Sisa, soltera natural de Langui, se concertó con un vecino, el Capitán Diego de Raya, para
servir en su casa por seis años. El compromiso de esta Sisa era para cocinar y “hacer todo
81
lo que se le mandare”. Entre las condiciones que se establecía debía cumplir la india de
Langui, estaban por supuesto las de no ausentarse ni dejar por ningún motivo el trabajo.
Dado el tiempo del contrato, lo que era ya una oprobiosa sujeción, se convertía en un
abuso tal que no por la ingenuidad (o descaro) con que fue declarado deja de sorprender.
En este caso además, preocupado por garantizar la subordinación absoluta de la joven
caneña. Raya estableció que, además, ella no podía concertarse con ninguna otra persona
en la ciudad. El salario anual en este caso era de sólo cinco pesos, menos de medio peso
mensual, que además se adelantó por lo correspondiente a cinco de los seis increibles
años del trato, que fue hecho ante la presencia del propio protector de los naturales de la
ciudad.
80 Algo más de lo que obtuvo Ines Sisa de Langui se podía ganar como servidora. Por
ejemplo, el mismo año de 1687, Josepha Sisa de Surite se concertó para servir de
“cosenera” por dos años y “hacer todo lo que le mandare” por parte de don Agustín Jara
de la Cerda. Si como es de suponer, en Cusco, las casas tenían una servidumbre tan
numerosa como las de La Paz, el prominente Jara tendría una de las grandes cohortes de
siervas. Por eso, porque la Sisa de Surite era una viuda mayor, porque contaba con la
garantía de su hermana Juana Bartola y varios otros indios de la parroquia de San
Sebastián que tenían tratos para el proveimiento de servidoras con los vecinos, Jara le
pagaría dos pesos mensuales y le adelantó 50 pesos en reales efectivos. Además, a todas
las servidoras se les señalaba con mucho detalle la ropa que los contratantes les darían
anualmente; algunas eran dotadas de piezas comunes y calzado, pero otras, como esta
Sisa, debían recibir más piezas en conjunto y algunas de calidades superiores, como telas
de Quito y Huánuco y adornos, como topos, fajas y vinchas. En muchos casos, los salarios
podían ser bajos, pero los detalles de las ropas que usarían las nuevas cholas urbanas eran
muy específicos.
81 Podríamos hacer apreciaciones muy puntuales respecto a esta mujeres, en vista que los
datos son más bien cualitativos y no en conjuntos agregados como en La Paz, pero basta
con estos señalamientos generales que permiten relacionar el conjunto paceño con estos
mecanismos de captación en sus características tan específicas. Las referencias cusqueñas
no sólo hablan de mujeres de los pueblos enganchadas en las ciudad, sino también de
mujeres que venían de otras ciudades como Potosí, recordando el caso paceño de las
migrantes de esas ciudades mineras como la mencionada, u Oruro. No podemos, sin
embargo, hacer una geografía de las migraciones como en La Paz, en vista de no tener los
datos agregados por conjuntos como felizmente ocurre con el padrón que analizamos.
Podemos sí constatar el uso de denominativos funcionales: las mujeres Sisa fueron
producto de ese proceso de desarraigo y mestizaje cultural que se desarrolló en las
ciudades andinas enclavadas en la región surandina. Incluso, nuestros datos nos permiten
afirmar que no sólo se produjo la subordinación femenina a la servidumbre doméstica en
las casas de españoles, también existen otros casos, como el de nuestra ubicua mujer,
María Sisa -esta vez también de Surite como otra Sisa que conocimos-, que se concertó
como muchas otras, con nada menos que Juana Sisa, india para servirla por seis meses.
Catalina Sisa, soltera de una de las parroquias cusqueñas, se concertó con Matías Urco
Guaranga por un año como “cosenera” y “hacer todo lo que se le mandare”, como rezaba
cualquier concierto de servidora con patrón español. El caso cusqueño confirma la
generalización de una especialización sexual en la servidumbre doméstica y una
subordinación oprobiosa, en el escalón más bajo de la estructura laboral y social de la
82
82 Hemos podido establecer un análisis paralelo al del padrón paceño, en base a los
conciertos de trabajo que las mujeres de las provincias cusqueñas hicieron en
determinadas labores, como hacer chicha y particularmente en la cocina, lavado de ropa y
lo concerniente al servicio doméstico. Gracias a esos testimonios sabemos algo más del
sistema de servidumbre doméstica, como los mecanismos de la captación que quedaron
registrados en la documentación de una ciudad andina. Esos mecanismos, representados
bajo la forma de “conciertos” individuales, nos acercan a la subordinación general de
género y a la profunda red social de vínculos de dominación entre las “repúblicas”. Pero,
fueron un conjunto de arreglos de otro tipo, los más numerosos, los que nos llevaron a
analizar esta documentación que atañe a la situación de las mujeres en la servidumbre
urbana: los conciertos de ama.
83 No podemos hacer estimaciones del conjunto agregado de las escrituras que tendríamos a
nuestra disposición, sólo afirmaciones obtenidas de una atenta observación de los
protocolos. En base a una muestra obtenida de esa manera, resulta claro que la mayor
cantidad de conciertos hechos por mujeres, de una frecuencia similar a la de cualquiera
de las actividades de los varones, como fueron por ejemplo los conciertos de arrieros,
fueron los que hacían las indias para ser amas. En esos tratos, mujeres de las más diversas
procedencias, desde la ciudad de Huánuco pasando por las parroquias cusqueñas hasta los
pueblos del sur, como Catca, Acos y otros, se comprometían por un año y hasta dos, para
servir de amas y “dar de pechos” a criaturas recién nacidas.
84 Los tratos involucraron a mujeres casadas, aunque algunos casos señalan la ausencia del
marido, como en los datos de las mujeres en La Paz. En general sin embargo, no se
especifica si las casadas hacían vida conyugal. Junto a las madres indias, también tenemos
solteras con hijos y simplemente solteras. Suponemos que estas amas tendrían las más
diversas edades, pero aparentemente eran mujeres jóvenes; los datos no nos permiten
asegurar esto con evidencias.
85 Por su parte, los vecinos que las concertaban no especificaban mayormente el origen de
los pequeños a los que se criaría con la leche de los pechos de las contratadas y el cuidado
que ellas les dieran. Algunas veces, se afirmaba que eran niños “botadillos” o “expuesto a
las puertas” de la casa. Conociendo los datos paceños podemos sospechar los más diversos
tratos para conseguir estos nuevos vástagos de la aculturación y la explotación.
Efectivamente, algunos indios podían dejar abandonados los niños, pero más probable
que los vecinos establecieran tratos para conseguirlos en función de ensanchar el escalón
de servidores tal como lo vimos en La Paz. Resulta llamativo descubrir que muchas veces,
los contratos se hacían con anticipación a la fecha en que nacieran las criatura. A
menudo, se concierta una india para de inmediato comenzar su servicio, pero también se
encuentran casos en que se establece una fecha posterior a la del contrato para iniciarlo.
Los vecinos esperaban el nacimiento de un niño, que alumbraría en sus casas, entre su
servidumbre, pero prefería liberar el tiempo de la madre para otros menesteres y
concertar otra india, que no sólo podría ocuparse del cuidado de la criatura sino también
adiestrarse para continuar en la casa. También, podemos suponer que desde los pueblos
se esperaba se envíen criaturas, arrebatadas a sus padres o dejadas por ellos mismos o por
83
la madre solamente al verse dejadade su pareja. Algunas veces se afirmaba que los niños
eran hijos de los concertantes, pero cabe entonces preguntarse el motivo que llevaba a
éstos a contratar mujeres para que den el pecho a esos niños; siendo tan recurrentes los
contratos, es de suponer que no se trataba de problemas físicos individuales sino de la
existencia de niños que no tendrían la madre al lado. De cualquier manera, es en esta
indefención y abandono de los niños donde se vuelve a afirmar el proceso creciente de
desarraigo de la población que se reproducía en estas condiciones.
86 Los sueldos de las amas eran efectivamente los más bajos. Alguna vez se encuentran
tratos por dos pesos mensuales o cantidades aproximadas, pero el grueso se concierta por
un peso mensual y menos. Los adelantos, como en el caso de las cocineras y servidoras,
eran casi siempre cercanos al total de lo pactado para el período total.
87 Nuevamente, podemos suponer que eran recursos que los pueblos podían obtener de esta
manera. También las indias eran vestidas por los amos. Se les proporcionaba para comer
la ración mínima que se daba a la servidumbre concentrada en las casas de españoles; se
les vestía con ropa comprada en el mercado de los obrajes y producida en lugares muy
distantes cuyos textiles eran muy apreciados, como Quito y Huánuco. Así, podemos
registrar otras formas de aculturación y cambios en las formas mismas de la vida
cotidiana de estas mujeres, de sus hijos y de los niños que ellas, en número sorprendente
criaban dentro de las casas de los vecinos.
88 Es importante reflexionar respecto a la situación de las mujeres que eran sometidas a este
“trabajo” -si así se lo puede llamar- con una frecuencia muy alta. Ya vimos lo que
concierne a los niños que estaban involucrados en este sistema de ampliación de la
servidumbre por parte de los españoles. Las mujeres que eran captadas también nos
señalan el desarrollo de las formas de subordinación de género que descubrimos en el
análisis de La Paz. Cuando se las concertaba, algunas veces se especificaba que no sólo
darían los pechos y criarían los niños sino también se encargarían del lavado de sus ropas
y ayudarían en la casa de sus amos. Sin embargo, aunque no se especifique, hemos
adelantado que es de suponer que estas mujeres eran captadas en función de perpetuarlas
en el servicio. No hablemos ya de las alteraciones hormonales y psicológicas que un uso
extendido de esta forma de crianza infantil producía en las mujeres que eran captadas
para ella, no era preocupación de los piadosos vecinos interesados en contar con una
disputada dotación de servidores y recrear formas de servidumbre y sujeción de la
población dominada.
89 Los datos que disponemos de una ciudad altoandina del sur, para el mismo período que
fecha el padrón paceño, nos muestran una parte de las biografías de María Sisa,
subordinada mujer de los andes, el eslabón más indefenso de la cadena de aculturación y
ampliación de una nueva indianidad explotada que vería un mundo diferente: con los ojos
de la soledad del “botadillo”, de la solidaridad del sojuzgamiento compartido.
7. Conclusión
Desarraigo, mestizaje y subordinación: el cambio social en el Siglo
XVII
90 Las casas de los vecindarios urbanos surandinos estaban dotadas de una cantidad
considerable de servidores. En el sistema de servidumbre doméstica podemos apreciar
84
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cambios y permanencias. Centro de Estudios Solidaridad, Chiclayo. 1987.
WACHTEL, Nathan. “Hommes d’eau: le problème uru aux XVI/XVII siècles”. Annales No. 33:5-6.
París. 1978.
ZAVALA, Silvio. El servicio personal de los indios en el Perú (estractos del siglo XVII). El Colegio
de México, México. 1979.
ZULAWSKI, Ann. “Mano de obra y migración en un centro minero de los Andes: Oruro 1683”, en:
Nicolás Sánchez Albornoz (ed), Población y Mano de Obra en América Latina. Alianza América,
Madrid. 1985.
NOTAS
1. La realización de este trabajo ha sido posible gracias a una beca de investigación otorgada por
la Asociación Peruana para el Fomento de las Ciencias Sociales.
3. Un análisis del contexto general del siglo XVII ha sido adelantado en Glave (1986). Al respecto
de la lucha por la mano de obra, ver Saignes (1985-A). Sobre la población y su evolución, ver
Sánchez Albornoz (1978 y 1983). Sobre las metas de la Numeración General y la política de Palata,
consultar las provisiones al respecto en Archivo Nacional de Bolivia (en adelante ANB),
Manuscritos Rûck 575-A, T. IV, ff. 442-449. Despachos similares se pueden encontrar en otros
repositorios. En ANB, la guía para la ubicación del material elaborada por el Dr. Gunnar Mendoza
tiene interesantes anotaciones, producto del amplio conocimiento de los documentos que ha
logrado el Dr. Mendoza acerca de la política del Virrey, Duque de La Palata. La extensa relación
de Palata está publicada por Hanke (1980); los comentarios de Hanke al período y las partes
pertinentes a la numeración dentro de la relación, en Hanke (1980, 9-11 y 217-239).
4. El documento en Archivo General de la Nación Argentina, Buenos Aires (en adelante AGNA),
Sala XIII, 17, 3, 1. Todo el legajo está referido a la numeración de La Paz hecha por Aragón. La
conservación de los documentos, particularmente del “Padrón de los indios del servicio de los
vecinos de la ciudad”, es deplorable. Los folios, quemados por la tinta y carcomidos por la polilla,
serán ilegibles en poco tiempo más. La advertencia de esta pronta pérdida de mucho del material
de la numeración de Palata en AGNA está hecha ya antes. Ver Hanke (1980, 10) refiriendo carta de
Nicolás Sánchez Albornoz.
5. Al respecto de las funciones urbanas de La Paz, ver Glave (1983). Desde la Cédula de fundación,
ver Actas (1965, 29), se puede apreciar la intencionalidad del poblamiento. Sobre la historia de la
ciudad, es útil el trabajo de Crespo (1961).
6. Es importante para entender la historia urbana de La Paz, como lo veremos luego en este
análisis, reconocer la ubicación del lugar dentro del ámbito de la etnia pacaje. Ver la importancia
que, como buen observador, dio a este factor el corregidor Diego Cabeza de Baca en su
descripción de 1586 (Jimenez de la Espada (1965, 342-351). Sobre el poblamiento étnico de los
“pacasa” o pacaje, ver Saignes (1986)); el mismo autor hace una ubicación de la situación de
conjunto de los pacaje, a principios del siglo XVII, en base a un documento de primer interés
(Saignes, 1980). Las referencias empíricas de los pacaje, reunidas sobre su historia del siglo XVII,
me sirvieron para una ubicación general de las formas indígenas de adaptación y resistencia al
dominio colonial (Glave, 1986).
88
7. Sobre el número de vecinos fundadores, ver la “relación anónima” publicada por Jiménez de la
Espada (1965, 150-152) y la referida descripción de Cabeza de Baca. Hemos compulsado ese dato
con otras referencias en Glave (1983). La Paz tuvo a fines del siglo XVIII unos 23.000 habitantes y
según la misma referencia, unos 7.000 a mediados del XVII (Otero, 1975, 177). Los datos que ahora
se desarrollarán nos muestran que el dato de mediados del siglo XVII puede haber estado
subestimado. Para una historia fundacional de la sociedad charqueña y las andanzas del fundador
de La Paz, ver Barnadas (1973).
8. La reflexión que ahora presentamos es tributaria siempre del análisis que sobre el mercado
interno venimos haciendo. Sobre la ubicación de La Paz dentro del sistema de trajines, ver Glave
(1983 y 1986-A). Sobre el debate para trasladar la ciudad a Yunguyo, ver Actas (1965, 167 y ss.).
Insinuaciones sobre la ubicación fuera del camino real en la descripción de 1586, Jiménez de la
Espada (1965, 342 y ss.).
9. Sobre Alvarado, encomendero de Songo y otros repartimientos coqueras, ver Romano y
Tranchand (1983); Juan Remón fue el personaje central dentro de los encomenderos paceños,
autoridad en el Cabildo y Corregidor de la ciudad en distintos períodos de su vida, ver Actas
(1965); era encomendero de varios de los más importantes pueblos pacaje y de los repartimientos
del propio Chuquiabo, a los cuales añadía otros de indios yungas de coca en Chapis; sobre sus
encomiendas, Archivo General de Indias, Sevilla, Escribanía 844-A.
10. Sobre ubicación y producciones, ver la aludida descripción de 1586 y comparar con la
descripción del Obispo Antonio de Castro en 1651 y la carta y testimonio del Obispo Juan Queipo
de Llano y Valdés en 1696; ver Maurtua (1906, 184-234 y 237-269). Veremos luego el análisis de los
datos referentes a migraciones que nos darán mayor evidencia respecto a este tema.
11. Las referencias de protocolos notariales que nos demuestran esto, en Glave (1986-A).
12. Corresponde al debate acerca de las “Ordenanzas de Molde” sobre los tratos que dio el
Marqués de Cañete; ver documentos en Archivo General de La Nación, Lima (en adelante AGN),
Juicios de Residencia, leg. 17, C. 46, f. 384.
13. En la descripción de 1651 del Obispo Castro, se dice: “es esta ciudad de las más antiguas, y que
por antonomacia la llamaban ciudad noble de los conquistadores del Pirú, y casi todos tenían
encomiendas de yndios por merced de S.M., y que, con tan pingües rentas como gozaban, la
teman lucida, bien poblada y con suntuosos edificios; hasta que, acabados estos encomenderos
(porque fueron por vidas señaladas sus rentas, que ya oy están en Condes y Marqueses de
España), fueron descaesiendo sus desendientes, y, faltándoles estas rentas, se fueron aplicando a
ser clérigos para obtener beneficios y curatos en que sustentarse...”, en Maurtua (1906, 191-192);
una buena apreciación de los cambios en la sociedad señorial de La Paz y los mecanismos de la
reproducción del poder político y económico. No es, sin embargo, tan simple el proceso. Vale
como ilustración el testimonio contemporáneo. Los nombres de los encomenderos entonces eran
efectivamente el Duque de Alburquerque, el Conde de Cadereitia y así por el estilo. Ver al
respecto de estas rentas, un buen documento conjunto de las rentas generales de la provincia de
AGNA, Sala IX, 15. 7. 7. Cuentas de los Oficiales Reales de las Cajas de La Paz. Un caso específico,
que encaja perfectamente en los manejos locales de estos intereses en Archivo de La Paz (en
adelante ALP), EC. C. 30 E. 2 1685 y C. 30 E. 13 1685. Un buen ejemplo también en ANB, EC 1674, 32.
Otras referencias enmarcadas en el proceso general de cambios en nuestro aludido artículo: Glave
(1986); también ver Glave (1987).
14. Remitimos al breve y lúcido comentario de Mellafe (1970) cuyo punto de referencia es uno de
los pocos textos que buscaron sintetizar en un modelo la información sobre las ciudades como La
Paz, al inicio del s. XVII; ver Hardoy y Aranovich (1970). Compárese los resultados de un estudio
como el presente, que incorpora nuevas fuentes, y las polémicas y sugerencias que aquellos
textos adelantaban con las fuentes que entonces estaban incorporadas a la reflexión.
15. Las referencias al grupo urbano paceño que fue apropiándose de estancias indígenas son
abundantes. Curiosamente, uno de los contingentes más valiosos y hasta hoy no trabajados,
89
24. Los padrones de la numeración de 1684 son particularmente ricos en información. Al tratar
de reducir los cambiantes status de una población inestable y muy móvil a categorías fiscales que
se acercaran a los patrones toledanos, los registros terminaron siendo muy “conversadores”. Ver
al respecto de estos censos Evans (1981). El mismo Evans colabora con la descripción de los
materiales que se conservan en Buenos Aires en la útil guía de Hanke y Mendoza (1980). Como
hemos señalado, los padrones del servicio doméstico resultan todavía más novedosos al enfrentar
una población mayoritariamente femenina, aunque no ofrecen referencias a otras categorías
ocupacionales, como el censo arequipeño trabajado por Sánchez Albornoz (1982-A).
25. Muchos de los ausentes varones, esposos de mujeres en el servicio que sí fueron registradas,
habían partido a viajes y no regresaron. Otros parecía que regresarían pero se dedicaban a esos
viajes por lo que estaban ausentes la mayor parte del tiempo. Los viajes como sistema tenían que
ver con el enrolamiento de estos naturales en el sistema de trajines que entonces estaba en
manos de pequeños comerciantes indígenas y en los negocios de los caciques que unían en sus
desplazamientos distintos territorios de un mercado interregional especializado. Referencias
sobre la materia, entre otras varias, en ALP, EC, C.36 E.17 1692 y C.39 E.20 1699; en la Biblioteca
Nacional, Lima (en adelante BN), Ms. B. 535, el alegato de todos los caciques comerciantes al
Virrey Conde de la Monclova.
26. Tratamos de ubicar los datos dentro de una interpretación que ligue las “biografías” que se
descubren de las referencias puntuales anotadas en el padrón, con los ciclos familiares y el
contexto temporal. Respecto a la concepción de un modelo de esta naturaleza, ver Jelin y Feijoó
(1984).
27. Entonces, el nivel de vida y las necesidades culturales eran mínimos en medio de la
desposesión generalizada de bienes de la población expulsada de los pueblos. Ellos, en sus
representaciones sociales, no buscaron la constitución de hogares con mínimos recursos que
permitieran su reproducción como células independientes y la procreación dentro de las parejas
así constituidas. Los datos muestran muchos niños abandonados (no sólo nos remitimos al
padrón del servicio de La Paz, también, ver las escrituras de AHC, Escribanos de Naturales, que se
analizan en la parte final de este estudio) y mujeres desarraigadas encargadas de la reproducción
de esos y sus propios niños. Son un escalón de gente, mujeres y niños, sin el amparo de recursos
colectivos como en los pueblos, que dependían de los señores urbanos que los sujetaban en una
servidumbre no exenta de paternalismo. Compárese la situación con las analizadas por Heller y
Thompson, incluidas en la matriz elaborada por las referidas Jelin y Feijoó (1984, 9).
28. Las familias campesinas tenían entonces una descendencia muy pequeña, aunque ello debe
matizarse dadas las intencionalidades propias a este tipo de registros fiscales. Sabemos que el
subregistro, particularmente de las niñas, fue notable; ver Sánchez Albornoz (1983-A), Zulawski
(1985) y Evans (1981). Podríamos preguntamos ahora si esas niñas que no se registraban irían a
terminar como servidoras domésticas en ciudades, como es el caso que estudiamos en La Paz.
29. Nuevas investigaciones deberán confirmar lo que parece claro a la lectura que hacemos de
estos datos. Ahora tenemos una buena y sólida pista de trabajo respecto a la condición femenina
en el Perú colonial. Remitimos al comentario de la nota anterior.
30. Usamos el análisis que de un padrón contemporáneo a éste de La Paz hace Zulawski (1985).
Las migraciones que acá se analizan corresponden a un subsistema dentro del conjunto social; las
de Oruro obedecen a los requerimientos y dinámica propios del sector minero. La afirmación
respecto a un acelerado ritmo de migración hacia la década de 1660, es entonces más segura
proviniendo de dos sectores específicos dentro del sistema conjunto.
31. Aludimos acá nuevamente al esquema interpretativo sobre la crisis de cambio que
postulamos para el siglo XVII en el virreinato peruano: ver Glave (1986).
32. Más adelante haremos un análisis comparativo de las migraciones usando el caso del pueblo
de Moho en Paucarcolla. Los datos de Oruro en Zulawski (1985, 108).
91
33. Sobre Larecaja y su papel receptor es indispensable consultar los trabajos de Saignes, ahora
reunidos en Saignes (1985-A).
34. Moho y Comina tienen un alto componente de población uro; ver Bouysse (197S, 316). Sobre
los uro como categoría social mutante, ver Wachtel (1978).
35. ”El rostro de La Paz, tiene el gesto fisiognómico de estos días coloniales, de una poderosa
fuerza de creación e impulsión... Su crecimiento estuvo unido a su desarrollo económico y al
crecimiento de su población, siendo La Paz la ciudad altoperuana que agrupó en su seno a los
artesanos de iniciativa, a los arrieros traficantes, a los pequeños industriales que elaboraban el
chocolate, las velas, los cigarrillos, que exportaban la coca, las chalonas y productos agrícolas.
Económicamente La Paz fue el gran Tambo del Alto Perú, centro de intercambio y agitación
comercial”; en Otero (1975, 179).
36. Ver Sánchez Albornoz (1982-A). Todo el trabajo del profesor Sánchez Albornoz nos ayuda al
entendimiento de este proceso, desde su indispensable “Indios y tributos...” (1978) hasta el
resumen comparado de las grandes numeraciones de 1575 y 1684/1692 (1983). Ver también
Saignes (1985).
37. Para las tensiones de la “relocalización” de la mano de obra, ver Saignes (1984), y la
ampliación del tema, en Saignes (1985). Hemos hecho una apreciación al respecto, ver nota (29);
también queremos remitir a Glave (1987), particularmente la segunda parte del texto.
38. Nos referimos a la numeración que el Marques de Mancera mandó hacer a los curas de los
pueblos de las provincias de la mita, y sintetizada por el contador F. Bolívar. Ver el estudio de
este conjunto de datos en Sánchez Albornoz (1982). Los documentos están completos en AGNA. IX
17,1,4 y 20,4,4. En términos de este tipo de fuentes fiscales y de datos agregados en el siglo XVII,
para los pueblos tributarios de la mita que hoy pertenecen al territorio peruano, el único registro
de su situación es este conjunto completo de padroncillos hechos por los curas; sus padrones
correspondientes a la numeración de Palata fueron retirados del material que se conservaba en
Buenos Aires y enviados a Lima, donde ahora sólo conocemos algunas hojas sueltas.
39. Ver el análisis de los pueblos Canas y Canchis y Quispicanchis en relación a la mita, en Stavig
(1987).
40. Ver AGNA, IX 17, 1, 4.
41. Provincia de Larecaja y provincia de Cochabamba; ver Saignes (1985-A) y Sánchez Albornoz
(1983-A).
42. Ver los padrones del pueblo correspondientes a la visita que ordenara hacer de su diócesis el
obispo cusqueño Mollinedo, en Villanueva (1982, 319). El material de la visita eclesiástica de
Manuel de Mollinedo es un importante complemento al que se obtiene de los padrones del tipo
de los que ahora estamos analizando. El trabajo con el material de Livitaca ha sido finamente
analizado por López de Beltrán en un estudio titulado: “Envejecimiento y migración en
unacomunidad andina: Livitaca en 1689”, manuscrito por publicar, en Revista Andina
(comunicación de la autora).
43. Ver BN. Ms. B 415; AGN.JR. leg. 17 C.46; AGN.JR. leg. 21 C.55.
44. Ver el aludido estudio de Sánchez Albornoz (1983-A) sobre Sipe Sipe en Cochabamba.
45. Toda la información ha sido tomada de AGNA. IX 17.1.4.
46. Ver los extractos de Zavala (1979, 161).
47. AHC. Escribanos de Naturales 1677-1705. AHC. Prots. Solano 1664-1667 y 1671-1673; Xaimes
1687-89 y 1694-96.
48. Las indias que hacían chicha como en tiempos del Inca eran llamadas “marmullas”. Ver
ANB.EC 1685.22 y 1675.22.
49. Ver Gibbs (1979, 38). En el texto se verá un panorama general de los empleos de los indios.
50. La situación paralela en términos socioculturales de los arrieros ha sido presentada en Glave
(1987).
51. El testimonio de ALP.EC C.39 E.9 1699.
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NOTAS FINALES
*. Artículo publicado en: Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, XVI, No. 3-4,1987, pp.
39-69.
RESÚMENES
Analizando en profundidad un excepcional padrón de las personas sometidas a servidumbre
doméstica en La Paz en 1648, se descubre el proceso por el que las Repúblicas de indios y
españoles, en su cambiante relación de dominación y subordinación social, fueron seleccionando
sexualmente la población destinada a los servicios más miserables de la vida urbana de una
ciudad andina. Se descubre la relación que existe entre el ciclo de vida femenino y el sistema de
servidumbre que se ensanchaba en la estructura social. Así, se introduce al conocimiento de esta
sociedad desde una perspectiva que relaciona la subordinación de género como construcción
histórica, con la situación colonial básica de sometimiento étnico cultural. Finalmente, se
plantean los posibles efectos que la forma de reproducción biológica y social, que en esta
estructura de relaciones se descubre, tendría para el cambio cultural y social de la población
sometida en una sociedad colonial.
93
16 En cuanto a los comerciantes, muchos de ellos habían alcanzado, gracias al auge textil,
importantes niveles de acumulación que para principios del siglo XVII ya superaban en
mucho las fortunas amasadas con rentas de encomiendas. Su lugar predominante en la
sociedad queda develado en las crónicas de la ciudad de aquellos años11. En la Relación de
Docampo los comerciantes prácticamente rivalizan a nivel de la cúpula social con
funcionarios, encomenderos y clérigos. Este panorama extraño al orden convencional
está también sugerido en el resto de crónicas de la primera mitad del siglo XVII, todas
eminentemente expresivas en relación a la destacada figura del mercader y a la
identificación algo dispersa de los otros grupos sociales provistos de filiaciones que no
siguen un patrón homogéneo. Así se mencionan en un mismo cuerpo criollos, mestizos,
indios, mujeres, niños, tratantes, etc.
17 Se trataba, en definitiva, de una sociedad cuyos perfiles sociales estaban a merced de una
situación movible y fluida. De hecho, por estos y otros factores, el sueño de las élites se
plasmaba difícilmente. Su situación era frágil y poco consolidada aún. Al parecer, sólo un
sistema afincado en el amparo Real y en una elaborada red de instituciones y signos
exteriores podía garantizar su reproducción, más afianzada, en ese contexto, en la esfera
de lo simbólico.
3. La santa de la ciudad
18 La conjura de la fragilidad social y de los peligros que asediaban la ciudad se realizó a
mediados del siglo XVII en el plano de creación de la santa por excelencia del Quito
colonial: Mariana de Jesús12. Esta había nacido en 1618 del matrimonio entre un hidalgo
toledano, Jerónimo Flores Zenel de Paredes, y una dama quiteña de ascendencia española,
doña Mariana Granobles Jaramillo, propietaria de una conocida hacienda en Cayambe. En
edad muy temprana, Mariana quedó huérfana de ambos padres, y vivió en adelante bajo
la custodia de su hermana mayor, doña Jerónima de Paredes, casada con el noble
asturiano don Cosme de Caso y Miranda, quien actuó como padre adoptivo de la futura
santa. Su vida mística transcurrió en la reclusión, dentro de su mismo hogar, por
instigación de los religiosos jesuítas que la orientaron desde niña a través de varios
confesores13. Su muerte acaeció en 1645, supuestamente a escasos meses de ocurrido el
gran terremoto de ese año.
19 La primera manifestación de santidad públicamente reconocida fue precisamente su
muerte, hecho al que se le atribuyó la calidad de un sacrificio ofrecido para enfrentar el
sismo y las secuelas de la peste. Se difundió entonces la versión de su holocausto en favor
del “pueblo” de su ciudad. De esa manera, Mariana de Jesús ingresaba al santoral de Quito
en perfecta correspondencia con la amenaza pública más temida. En 1672 se inició el
proceso de canonización. Los testimonios allí vertidos dejan entrever que en la figura de
Mariana de Jesús con currieron las invocaciones colectivas más importantes y la
legitimación y exaltación de las estrategias que regulaban la sociedad quiteña del siglo
XVII en términos del sueño de un orden. Sólo su tránsito de niña huérfana, desposeida y
recogida, a doncella reclusa en el ascetismo, absolvía en el plano ejemplar aquellos
problemas antes descritos que la sociedad trataba de resolver por medio de las
instituciones que soportaban el sistema social.
20 Su estrecha relación con la Compañía de Jesús, y en especial con el altar de Loreto del cual
era devota -y que le sirvió de tumba-, terminan vinculando a Mariana con las iniciativas
99
de “conversión”, aunque su acción respecto del mundo étnico parece desplegarse sobre
todo en la esfera de una actitud caritativa con los “pobres” de la ciudad -otro aspecto
propio de los mecanismos sociales reguladores- y en el ejercicio de cura de
enfermedades”, en el cual se destacó, y que pudo haber incluido una conjura sobre
prácticas aborígenes. De todas maneras, es significativo su contacto en el templo jesuíta
con María Duchicela, a quien Mariana exhorta -por pedido de la propia cacica- “a que se
rindiese a las inspiraciones de Dios y siguiese las sendas de la virtud”. El desenlace del
hecho es evidentemente la conversión de “Doña María”14. Existe además cierta evidencia
sobre la posible pertenencia de Mariana a la “congregación de Loreto”15.
21 Sin embargo, la cualidad de Mariana de Jesús que más sobresale en su relación con las
espectativas de la ciudad es la de ser la santa de la expiación. Los testimonios de los
procesos de canonización abundan en versiones sobre los suplicios corporales a los que
Mariana se sometía con una intensidad que rayaba en el horror y, que por supuesto,
fueron dimensionados hasta ese extremo en el marco de los propios procesos. Su biografía
arroja un episodio que permitiría contextualizar cierta causa de esa conducta expiatoria.
El cuñado de Mariana, Cosme de Caso, acosado por la ruina económica, había cometido
fraude en el ejercicio de su cargo como síndico del convento de San Francisco16. Tal acto le
valió un encarcelamiento por seis años y la humillación pública. Seguramente el caso
dejaba al descubierto los riesgos a los que estaba sometida la fortuna de las élites, con lo
cual el asunto se convertía en una amenaza que debía ser exorcisada. Mariana habría
tomado entonces a su cargo la obligada expiación que debía conjurar la vergüenza
familiar y, por este intermedio, los riesgos que acosaban a la colectividad.
22 El hecho de que el cabildo de Quito haya promovido los primeros pasos para la
canonización17, devela hasta qué punto el proceso de creación de la Santa constituyó un
proyecto de la ciudad. En la “Oración Fúnebre” que el jesuíta Alonso Rojas hizo por la
Santa en el mismo año de 1645, aquél exaltaba: “porque por medio del sacrificio que hizo
a Dios Mariana de Jesús de su vida, libró Dios nuestra ciudad de los castigos que nuestras
culpas merecen18. La iniciativa del ayuntamiento bien pudo haber perseguido emular a la
ciudad de Lima -referente importante para la ciudad de Quito- que recientemente había
logrado consagrar la figura de su propia santa: Santa Rosa de Lima. Rosa había nacido en
1586 y su muerte ocurrió en 1617. Sorprendentemente, Mariana nació en 1618. De otro
lado, la santificación de la limeña se obtuvo en 1671. Un año después, en 1672, el
procedimiento de canonización de Mariana se iniciaba en Quito.
23 De hecho, las semejanzas biográficas entre ambas santas criollas son notables y superan la
pura coincidencia. Una fuente importante para la construcción de sus biografías -en rigor,
hagiografías- fue, además, la mítica vida de su principal ascendiente místico, Santa
Cathalina de Sena. En el caso de Mariana, por ejemplo, su fama afincada en haber
soportado largas abstinencias “sin más alimento que la divina sacristía”19, reproduce
literalmente características atribuidas a la Santa italiana. Hay que destacar, por último,
que la Iglesia parece haber favorecido de forma particular la creación de santos durante la
primera mitad del siglo XVII. De manera especial, las canonizaciones aumentaban el
prestigio de los papas20. Sólo en Quito se celebraron por disposiciones oficiales dos fiestas
de canonización de santos europeos: San Raymundo de Peñafort en 1603, y San ignacio de
Loyola en 1623. Una concesión de Roma en el sentido de canonizar santos criollos sin
duda representaba para las ciudades hispanoamericanas un signo de prestigio.
100
4. La pública expiación
24 El Quito del siglo XVII fue escenario de un desarrollo apoteósico del ritual público, propio
del espíritu barroco imperante. Carlos Espinoza destaca la importancia que en ese marco
cobró el “teatro político” orientado a reforzar el orden monárquico y la ortodoxia
religiosa y pone de relieve el protagonismo que en él tuvo una cúpula étnica que había
internalizado estratégicamente los valores coloniales, en el contexto de un diálogo
todavía viable entre el poder colonial y los indígenas21. En nuestro caso, queremos
abordar la dimensión del teatro social -por supuesto ligado a la construcción de la
estructura del poder colonial-implícito en el ritual público, como nivel de realización de
las espectativas de las élites, expectativas afincadas en las instituciones coloniales y
religiosas.
25 Las celebraciones urbanas de la primera mitad del siglo XVII manifiestan con claridad este
doble carácter, la exaltación del poder Real y de la fe, convocando en ellas al conjunto de
una sociedad teóricamente integrada. Pero esos eventos crearon también los espacios de
fastuosidad y solemnidad necesarias para desplegar los signos de la estratificación. El
sistema de precedencias en la ritualidad pública, por ejemplo, apuntaba en ese sentido. Y,
para esa época, eran aparentemente marcos religiosos como los de las jerarquizadas
cofradías urbanas -y su exhibición pública- los sustentos de primer orden de los sistemas
de prestigio de las élites laicas.
26 Un incidente de la época que estremeció las bases de este montaje social, convocando al
ritual público de talvez mayor envergadura en la ciudad en el siglo XVII, fue el de la
Capilla del Robo, hecho que pasó a formar parte importante de la historia legendaria de
Quito22. En 1649, a poco más de tres años del fallecimiento de Mariana de Jesús, en una
noche de enero del mencionado año, fue sustraído del templo monacal de Santa Clara un
baúl plateado que contenía hostias y un copón. En el transcurso de unas horas, y en medio
de la espectativa general, se encontró el baúl desfondado con las formas derramadas en la
calle que iba a San Diego. Todo fue devuelto inmediatamente a la iglesia con las
“reliquias” de la tierra que estuvo en contacto con las hostias, y acto seguido se celebró
una misa. Al día siguiente el Obispo proclamó una censura general contra la ciudad,
advirtiendo sobre el sacrilegio y exhortando, so pena de excomunión, a denunciar a los
delincuentes. Las sentencias del Prelado culminaron en espantosos anatemas públicos que
contenían maldiciones y condenas infernales para los ladrones.
27 A partir de entonces los curas parroquiales hicieron lo propio mientras oficiaban.
Vestidos con paramentos negros, publicaban excomuniones y lanzaban maldiciones desde
los altares. Quito estaba de duelo, y en silencio de música y campanas. Por orden del
obispo se había dispuesto el luto generalizado sin distinción de clases. Se convocó a
procesión general para invocar el rigor de la justicia divina y para aplacar “la furia de la
peste general”, cuya presencia terminó siendo vinculada al sacrilegio. Acudieron todas las
cofradías, los prelados y religiosos, las autoridades. El ritual adoptó el tono lúgubre de la
Semana Santa, entre imágenes de la Pasión y demostraciones de penitencia.
28 El jesuíta Alonso de Rojas, autor de la oración fúnebre de Mariana de Jesús, se dirigió a la
feligresía en la Catedral con un dramatismo parangonable al de los grandes predicadores
medievales. Predicó el padre -decía Docampo- “con tantas lágrimas que obligó al
auditorio a derramarlas con voces, gemidos y bofetadas”. La gente se devolvió luego a las
calles y continuó con el mismo espíritu dolente hasta Santo Domingo para retornar
101
finalmente a la Catedral. Respecto a esta procesión el cronista clérigo comentó: “se hizo
con el mayor silencio, dolor y llantos que hasta hoy se ha visto, de forma que pudo
parecer grande en las mayores ciudades y de mayor concurso de toda Europa”. La ciudad
se autorreconocía en ese acto público de exaltación y en la ostentación de sus
instituciones básicas. Las plegarias se prolongaron hasta dos meses después, durante los
cuales continuó el luto general. Ya en semana santa, se dispuso llevar a Quito en rogativa
a la virgen de Guápulo con acompañamiento de las autoridades, y se organizó una
procesión más para llevar el Santísimo a Santa clara con concurrencia de “la Real
Audiencia, Cabildos y ciudad con milicia y toda la clerecía, religiosos, colegiales,
cofradías”.
29 El desenlace de la tramoya consistió en el ajusticiamiento de los culpables. Al octavo día
de un novenario efectuado en la Concepción, una mujer indígena denunció como
delincuentes a un mestizo y tres indígenas, que habían robado el baúl creyéndolo
recubierto de plata y con joyas en su interior. Los autores del delito supuestamente
confesaron que al huir hacia Conocoto tembló la tierra “dando a advertir que la misma
tierra no los quería consentir en sí”. A la peste, entonces, se sumaba el temblor, ambos
signos de la intervención divina. Finalmente, después de las diligencias, los culpables
fueron ahorcados públicamente y sus cadáveres arrastrados y descuartizados. Consumado
el evento, y para su recordación, se inició en la calle que iba a San Diego la edificación de
la “capilla del Robo”. Como era previsible, para su inauguración se formó una cofradía
cuyos primeros priostes fueron los representantes del Rey en Quito, el Presidente de la
Audiencia Martín de Arriola y su esposa doña Josefa de Arámburu.
30 El sacrilegio había sido finalmente conjurado con el despliegue de todos los recursos del
poder religioso, confabulados para propiciar la expiación pública, fenómeno que, además,
contextualiza adecuadamente a Mariana de Jesús. Se podría creer que esa época por
excelencia de la expiación consagró las más destacadas representaciones coloniales del
infierno. El contenido exorcisante de los anatemas que lanzó el Obispo no distaba mucho
de aquel que el jesuíta Hernando de la Cruz, confesor de Mariana, plasmó en su famoso
cuadro del infierno, pintado por aquellos mismos años. Desgarrada por sus
contradicciones, e impregnada del espíritu de la “conversión”, probablemente la ciudad
purgó ante todo por su componente indígena, factor principal del desequilibrio social, al
que sólo le era lícito participar y delatar, o en su defecto ser inmolado, como bien lo
revela el suceso.
como en lo cotidiano. De manera hipotética, pensamos que las cofradías jugaron ese
mismo papel con más vigor en el siglo XVII.
32 A principios del siglo XVIII, el proyecto social de las élites tuvo que enfrentar el embate de
la crisis económica provocada por el declive de los obrajes. Ante la amenaza de la
disrupción social, la ciudad reforzó su esquema de estratificación. Un visible proceso de
plebeización urbana generó como correlato el de la aristocratización, expresado en la
ostentación de marquesados y en el enaltecimiento extremo de los signos exteriores. Los
versos que el jesuíta Juan Bautista Aguirre dedicó al Quito de mediados del siglo XVIII son
un claro testimonio de las contradicciones que acosaban a una sociedad de miseria y
opulencia a la vez, en la que la exacerbación de imágenes y formas rituales, la
teatralización de la vida, jugaban un papel social decisivo24. En ese contexto, elementos
como el arte suntuario religioso, o la ropa25, reforzaron su calidad de recursos de prestigio
y de exclusividad social. La consigna era la misma. Frente a nuevos factores
desestabilizadores, la élite enarbolada con fuerzas renovadas su proyecto de un orden,
esta vez consistente en un rígido sistema de “castas” como bien lo revelan las Relaciones
de la época26. Sin embargo, a nivel de la fisonomía urbana las propias identificaciones del
espacio se fundían ya con la problemática social. La plebe urbana se denominaba
oficialmente “barrios”, de allí el nombre de la sublevación popular de 1765.
NOTAS
1. La información que en este artículo se incluye sobre sucesos e instituciones de la ciudad en el
sigo XVII está casi enteramente basada en esta Relación ordenada por el rey en 1648,
“Descripción y Relación del Estado Eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito”, en
Marcos Jiménez de la Espada, Relaciones Geográficas de Indias, III, BAE, Madrid, 1965. El valor
ideológico de la Relación nos indujo a adoptarla como fuente principal para el análisis. Datos
sobre Docampo y sobre ciertos aspectos literarios de su obra consúltense en Hernán Rodríguez
Castelo, Literatura en la Audiencia de Quito, Siglo XVII, Banco Central del Ecuador, 1980, pp.
101-104.
2. Según Fernando Checa y José Miguel Morán, la masiva concentración de casas religiosas le
otorgaría su particular configuración a la ciudad barroca española. Interesa además destacar que
por la forma en que la fiesta religiosa se integraba a la vida y al espacio urbanos, éstos autores
formulan la idea de un “urbanismo religioso” en ese contexto, véase El barroco, Ediciones Istmo,
Madrid, 1985, pp. 275-280.
3. Sobre la hermandad del Hospital véase Federico González Suárez, Historia General de la
República del Ecuador, Vol. II, CCE, Quito, 1970. Hay que subrayar también que varias de las
obras pías establecidas por personajes pudientes de la época estaban destinadas a financiar dotes
para matrimonios de doncellas huérfanas pobres.
4. Archivo de Santo Domingo, Leg. 20. Docampo no incluye esta cofradía de San Jacinto.
5. Las denominaciones dadas a las invocaciones corresponden a terminología usada en la época,
que Docampo recoge. El tema de la conversión es abordado en otro marco por Carlos Espinoza.
“La mascarada del inca: una investigación acerca del teatro político en la Colonia”, en
Miscelánea Histórica Ecuatoriana, II, Museos del Banco Central, 1989.
103
Segunda parte
105
siempre en parajes yermos y aislados: pero ¿cuán diferente era la estructura social de las
plazas mineras, de las otras ciudades serranas de los Andes? La imagen de las villas del
Cusco, Cajamarca o Ayacucho del siglo XIX, es aquella característica de las sociedades del
“antiguo régimen”: una élite de comerciantes, terratenientes y selectos burócratas,
gobernando una masa multiforme de criados, artesanos, mercachifles, mendigos y
malentretenidos, a través de relaciones económicas, claro, pero sobre todo de una cultura
de valores y un credo religioso2. Se trataba verdaderamente de sociedades estamentales,
en las que no había cabida para la movilidad social, de donde derivaría su impronta de
abulia e inmutabilidad.
4 Las estructuras sociales de tipo “antiguo régimen” son universales para las sociedades
que, disponiendo de estructuras estatales complejas y conociendo una vida mercantil, y
aún monetaria, muy activa, se mantienen como eminentemente agrarias (Sjoberg, 1960).
Un hecho menos universal es la situación postcolonial, llamada a imprimir huellas
duraderas en una sociedad. Una de ellas, en el caso de las sociedades andinas, fue el
racismo, presente, más que en un orden legal establecido, en una determinada “cultura”
de la población.
5 La estructura social de la ciudad minera combinó, así, claramente, lo étnico y lo
propiamente social. La raza venía, en efecto, a predeterminar un lugar en la sociedad
cerreña, complicando el proceso de movilidad social de un estrato a otro. No llegaron, sin
embargo, a conformarse castas en el sentido pleno de la palabra; la presencia de un grupo
de mestizos entre las “sociedades” de indios y blancos dotó a las mismas de un vaso
comunicante que permitía una movilidad social pequeña pero efectiva. Si bien la norma
fue que los matrimonios se efectuaran dentro del mismo grupo racial, ocurrieron enlaces
entre miembros de grupos distintos. De otro lado, la segregación social y étnica en el
107
espacio urbano no fue absoluta, y en especial en ciertas zonas, blancos e indios, ricos y
pobres, compartieron los mismos barrios.
6 En definitiva, ¿qué encontramos en Cerro de Pasco durante el siglo XIX? ¿Castas,
estamentos o clases? Tratándose de un centro urbano donde la primacía económica era
tan notoria, podríamos inclinarnos a pensar que se daba una división en “clases
económicas” muy marcada. Así tendríamos, de un lado, a los propietarios de los medios
de producción (los propiamente llamados “mineros”), y, de otro, a sus trabajadores.
7 Sin embargo, la presencia de un activo e importante sector mercantil y de servicios,
además del factor étnico, tan visible para los propios observadores contemporáneos, hace
más difícil obtener una respuesta definitiva. Cardoso y Pérez Brignoli (1977:320-321)
alertaron ya contra la burda simplificación de considerar, en casos de este tipo, a los
grupos étnicos; ya sea como castas en el sentido asiático del término, o como clases, en
su sentido marxista. La gran diferencia de la minería cerreña del siglo pasado con
respecto al presente radica en que en aquella época no había ocurrido aún la gran
modernización capitalista que desde 1900 llevara a cabo la compañía norteamericana
Cerro de Pasco Cooper Co. y que coincidiera con la sustitución, en la producción, de la
plata por el cobre3. Entre 1790 y 1900 (ó 1930, cuando el proceso de modernización
concluyó), la minería cerreña se halló en una fase de tránsito hacia el capitalismo. Vale
decir, en una etapa de forjamiento de una estructura de clases definida, en la que la
cuestión étnica con las experiencias culturales diferenciadas adscritas a ella
desempeñaron un rol crucial. Las “empresas” mineras del siglo XIX consistieron, salvo
pocas excepciones, en unidades con un promedio de once trabajadores4. Como
consecuencia, las relaciones sociales entre el empresario y sus operarios solieron ser
bastante personalizadas, paternales y clientelísticas. La frecuencia con que se repiten
ciertos apellidos en las planillas de trabajadores para cada mina indican que fue práctica
común que éstos formaran parte de una misma familia. Hermanos y padres e hijos se
empleaban así en una misma unidad o bajo un mismo patrón. Los empresarios utilizaban
a sus trabajadores para acciones muy distintas a las de la extracción y refinación de
metales. En las frecuentes disputas por la posesión de una mina, los patrones recurrían a
sus operarios como fuerza de choque para zanjar por la vía violenta la posesión del
yacimiento. Los enfrentamientos entre los operarios de distintos empresarios eran
encarnizados y se prolongaban a veces “en un paraje aislado y distante”, ocasionando
muertos y contusos5. Sucedían incluso en el propio escenario de las calles de la ciudad, ya
independientemente de los patrones, obligando a la intervención de la fuerza pública6. El
empresario recurría también a sus trabajadores para hacerse justicia al margen de la ley:
castigando a alguien, requisando una bestia, etc. Era pues la figura típica del “triángulo
sin base” descrita por Julio Cotler, donde las relaciones operan de manera vertical antes
que horizontal.
8 Cerro de Pasco era, además, una sociedad donde la posesión de riqueza no implicaba
necesariamente un prestigio social correspondiente. Cuando Pascual Dall’Orto, próspero
arriero, pretendió atacar a miembros de la élite vinculados a un periódico local y se
presentó a sí mismo como sujeto “reconocido socialmente”, el periódico respondió:
“Suponemos que se refiere a algún gremio de carreteros donde puede ser conocido,
porque en los círculos sociales de este país, o de otro cualquiera no ha podido tener
cabida Dall’Orto”7.
9 Por lo demás, la propia legislación consagraba un régimen estamental, al establecer
distintos derechos y obligaciones para los diversos grupos sociales. Sólo tenían derecho al
108
sufragio, por ejemplo, aquellas personas que además de ser casadas legalmente y saber
leer, fueran propietarios y constituyentes.
10 A grandes rasgos pueden definirse claramente dos sectores sociales en la ciudad; en ellos
los factores étnico-cultural y económico-social prácticamente se identificaron. De un
lado, una pequeña minoría étnica blanca que gobernaba la estructura social y que fue el
único sector estrictamente urbano y, de otro, una amplia mayoría indígena subordinada,
cuyos vínculos con el campo eran fuertes y persistentes. Estos sectores conformaron dos
“culturas” que se expresaban por canales distintos en la ciudad minera. El grupo de
mestizos, más numeroso que los blancos pero más pequeño que los indios, no llegó en el
siglo XIX a conformar una cultura propia y se limitó a combinar así algo de ambos
mundos.
1. El sector indígena
11 En promedio para toda la centuria los indios compusieron unas tres cuartas partes de la
población, pero esta magnitud varió según la alternancia de ciclos de bonanza o depresión
de la producción de plata8. El censo de 1876, efectuado en una coyuntura depresiva,
señaló, por ejemplo, sólo un 58% para estesector. Aproximadamente una mitad se
constituía de migrantes estacionales que residían en la ciudad sólo algunos meses del año.
Eran originarios fundamentalmente del valle del Mantaro (la provincia de Jauja, por
entonces) y de la propia provincia de Pasco de la época. Como consecuencia, se trataba
esencialmente de población en edad adulta, entre los 20 y 50 años y con poca carga
familiar anciana. Su tasa de natalidad, si bien disminuyó en la ciudad con relación a sus
patrones agrarios, fue alta en relación a otros grupos étnicos. La relación entre
matrimonios y bautismos a lo largo del siglo fue, para el conjunto de la población, de 9,9
niños por matrimonio; de modo que las mujeres indígenas casadas debieron tener como
promedio diez o más hijos a lo largo de su vida fértil. Pero la familia indígena en la ciudad
era más pequeña de lo que esa tasa sugiere, dada la alta mortalidad infantil que afectó a
este sector. Al completar su ciclo de fecundidad, de un promedio de diez hijos nacidos
vivos, una mujer india había perdido ya entre cuatro a cinco.
109
12 La alta tasa de mortalidad que afectó a este grupo en comparación con otros sectores
raciales era, de un lado, un mecanismo funcional a los requerimientos de mano de obra
del sector minero y, de otro, un perverso mecanismo de ajuste con relación a su situación
general de pobreza. Su esperanza de vida al nacer era de 24 años; si llegaba a los cinco,
empero, su esperanza subía a poder cumplir los 39; y si alcanzaba los 15 podía esperar
llegar vivo a los 44 (véase cuadro 2). Esta situación conducía a que en una edad muy
precoz los indígenas se vieran ya empujados al mercado de trabajo local. En efecto, al
llegar a los 15 años sólo la mitad de los indios tendrían todavía vivo a uno de sus
progenitores. Pero, a su vez, alcanzada ya la edad madura no tendrían una carga familiar
muy grande que soportan sólo en muy pocos casos los padres permanecían vivos y la
mitad de los hijos había muerto a una temprana edad.
13 El cuadro 3 demuestra que los indios fueron básicamente endogámicos en sus
matrimonios. De 94 novios que contrajeron enlace entre 1820 y 1850, 90 lo hicieron con
indias, dos con mestizas y sólo uno con una blanca (hubo, además, un caso de raza de la
novia no especificada). Por su parte, las 90 novias se casaron en su totalidad con
indígenas. Pero muchas de las uniones conyugales en Cerro de Pasco no pasaron por el
matrimonio religioso. Hacia 1850 un 40 por ciento de los recién nacidos había sido
concebido fuera del matrimonio. Muchos de esos niños pudieron ser consecuencia de
cruces raciales, como que entre los mestizos era alto el porcentaje de hijos naturales
(véase cuadro 4). Con relaciones de poder entre sí, las uniones sexuales juntaron diversas
razas en un mismo lecho, pero como en toda sociedad tradicional, la casa y el ritual de
mayor connotación social, que era el matrimonio religioso, se compartieron casi
exclusivamente con miembros de una misma casta. Los matrimonios expresan así mejor
que los bautismos el racismo presente en la sociedad cerreña del siglo pasado.
110
14 Los indígenas en la ciudad, si es que una alta tasa de “legitimidad” es un buen indicador
para ello, desarrollaron uniones conyugales bastante estables con relación a los grupos de
mestizos y blancos. Su propensión a concebir hijos legítimos fue, en efecto, la más alta. El
62% de los niños indígenas que nacieron entre 1803 y 1895 fueron hijos “legítimos” 9; tasa
que tanto entre los mestizos como los blancos fue de 54% (véase cuadro 4).
15 La ocupación principal del sector indígena era el trabajo como operarios mineros. Hacia
1840 escribía el viajero alemán Juan Jacobo Von Tschudi: “Los trabajadores de las minas
son indios que vienen de provincias lejanas o cercanas,... ” (1966:264). Dentro del trabajo
minero existían, sin embargo, varias categorías que solían significar salarios distintos 10.
La más numerosa y peor pagada era la del “apiri”, encargado de acarrear sobre sus
espaldas el mineral arrancado de las vetas por los “barreteros”, desde los socavones hasta
las “canchas”, donde era clasificado por las “palliris”, mujeres indias. Además del pago en
moneda, los operarios recibían al comienzo de rada semana algunos víveres (coca,
principalmente) y mercaderías, que al final de la semana, al recibir su salario, les eran
descontados de la remuneración (Tschudi, 1966:264-265). Es fácil deducir que los bienes
adelantados al trabajador debían ser sobrevaluados por los empresarios a la hora del
descuento. Pero este mecanismo destinado a incrementar la “tasa de explotación” sobre
los operarios, era compensado por otros desarrollados por los indios, que les permitieron
participar activamente de las coyunturas boyantes de la producción. Vale decir, del
mejoramiento de la productividad de su trabajo. El sistema forjado de esta manera tendió
a identificar fuertemente los intereses de patrones y trabajadores en relación a la marcha
de las minas. Esto sería cierto, sin embargo, sólo para los trabajadores en el sector
extractivo (los más numerosos), y no para los ocupados en la fase de refinación, donde el
incremento de la productividad devenía de innovaciones tecnológicas antes que de
hallazgos más o menos fortuitos. ¿Cuáles fueron estos mecanismos?
111
L = legítimo
N = natural
FUENTE: Archivo Parroquial de Chaupimarca. Registro de Bautismos. Libros
correspondientes a los años considerados.
16 En las coyunturas de boya los trabajadores exigieron (y consiguieron) ser pagados con
parte de los minerales que extraían de las minas de sus patrones. Este sistema descrito
para la primera mitad del siglo XIX por Mariano de Rivera (1857:187-88) y Archibald Smith
(1839:12-13), tuvo su origen ya en las postimerías del régimen colonial, al compás del
primer auge minero cerreño11. Los mineros perspicaces vieron esta práctica como funesta
para el desarrollo de una explotación racional de las minas, pues desde entonces:
“Ya no hubo minero que pudiese contar con ningún operario con seguridad,
pagando sus jornales, o tareas según ordenanzas y de ese funesto principio se ha
seguido el despilaramiento general de las Minas, porque aunque los Mineros (los
patrones) cautelan dejar puentes y estribos conforme a Ordenanza, los operarios
para sacar sus huachacas o tercios de metal, los botan extrayendo las vetas de metal
que suele quedar en ellas”12.
17 A pesar de varios esfuerzos parece que el sistema no pudo ser desarraigado, pues la
respuesta de los trabajadores a su prohibición fue pasar simplemente al robo de minerales
13
. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo ya no hemos hallado testimonios
claros de la persistencia de la práctica. Pero esto bien puede ser perfectamente porque
también los momentos de auge del mineral habían terminado14.
18 Frente a tan peculiar sistema de remuneración, que ha servido a Carmagnani para
postular la existencia de un modo de producción feudal en el sector minero
hispanoamericano (1976:46-59), era difícil la emergencia de una conciencia de clase
proletaria entre los trabajadores. El sistema reforzó más bien las relaciones clientelísticas
con la élite.
19 Como expresión típica de la naturaleza paternalista de las relaciones entre el trabajador y
su patrón, eran frecuentes los castigos corporales. En 1886 la prefectura del
departamento, enterada con “verdadera sorpresa” de “los procedimientos inhumanos que
en la Hazienda (mineral) de Paria se empleaban contra los operarios”, decidió enviar nada
menos que una comisión armada, que a su regreso trajo consigo “algunos presos y los
medios de tortura como cuerpo de delito”15. Los indios, además, escogieron como
padrinos de sus hijos en los bautismos, o de ellos mismos en sus matrimonios, a los
miembros de la élite. Con frecuencia a sus patrones mineros o a comerciantes
112
barrio de los “españoles” por contener población blanca, y más tarde, el de las “siete
estufas” por la grande cantidad de carbón que se consumía en sus viviendas como
combustible para efectos de calefacción. El “barrio de los consulados” y gran parte del
“centro” aparecen, en los cuadros 5 y 6 dentro del barrio de Santa Rosa18. De catorce
fallecidos con domicilio en Chaupimarca, Marqués y Estanco, en 1885, sólo hubo un indio;
los mestizos fueron diez y los blancos, tres.
24 Colindante con las “siete estufas” o el “barrio de los consulados” quedaba el llamado
propiamente barrio de Santa Rosa, zona obrera y popular. Así mismo, a pocos cientos de
metros de la comercial y aristocrática plaza de Chaupimarca, figuraban los barrios de la
Matadería, Huancapucro y Puchupuquio, barrios más bien pobres, poblados de indígenas
y mestizos. Paralela a sólo una cuadra de la señorial calle del Marqués, se ubicaba la de
Arenillapata, que conducía al barrio de Santa Rosa y que alojaba también a indigentes y
gentes de precaria condición. AI SE de Chaupimarca, alejándose sólo unos doscientos
metros, empezaba el barrio de San Cristóbal, cerrado al sur por la calle Cruz Verde; zona
también popular y barrio indígena. En las calles mencionadas (del barrio La Matadería
hemos considerado las conocidas como “del Surco” (Junín), Amazonas y Moquegua)
ocurrieron, en 1885, 31 defunciones. Según la raza de los cadáveres, fueron 22 indígenas, 9
mestizos y ningún blanco.
CUADRO 6. Defunciones en Cerro de Pasco según raza del difunto y Barrio de residencia, 1885
29 Los viajeros se sintieron sorprendidos por el tipo de alimentación tan pobre de los indios
en relación al esfuerzo que desplegaban en el trabajo minero: “Los indios viven a base de
maíz seco y la hoja de una planta llamada coca, su alimento principal y favorito y varias
veces durante sus comidas toman un poco de polvo de cal que llevan en una pequeña caja
con palillo delgado, como un mondadientes y con el que extraen y que ponen en la boca.
Este es el único alimento de los trabajadores de minas; a pesar de que trabajan muy
fuerte” (Tudor, 1972:122). Ellos mantuvieron una dieta típicamente agraria, pero en la que
productos como la coca y el aguardiente asumieron una nueva dimensión. En efecto, el
consumo de coca, que en el medio campesino era de un valor ceremonial, adquiría en el
asiento minero un carácter cotidiano y prosaico. Dicho consumo, junto con el del
aguardiente, fue percibido por los no indios como un “vicio” que degradaba al indígena.
Hacia 1840, Von Tchudi (1966:264/65) describía la vida del trabajador minero en estos
términos:
“Conformándose con mala alimentación y peor vivienda, baja a la mina a
determinada hora, cumple allí su tarea encontrando algún alivio en mascar coca
cuatro veces al día, y al final de la semana, después que le han descontado los
víveres y mercaderías entregados a cuenta, recibe el minero una cantidad de
máximo un peso duro en dinero. Esto lo destina a la diversión del domingo, que
consiste en consumir chicha y aguardiente hasta donde alcance el dinero o el
crédito de las pulperías. Así es la vida diaria del pobre indio que trabaja a jornal fijo
en las minas. Pero cuando le toca participar en una boya, obteniendo así, mayor
cantidad de dinero, se dedica por completo a la bebida”.
30 Cuatro décadas después, el ingeniero de minas Mauricio Du Chatenet (1880: 117) se refería
casi en los mismos términos al trabajador minero:
“Reciben su sueldo hebdomadario del domingo, y raras veces vuelven a su trabajo
antes del miércoles, es decir cuando han gastado todo. La manera como la
malgastan viene todavía a aumentar el mal, y la embriaguez es indudablemente uno
de los más graves defectos de la población del Cerro; puesto que...embrutece a la
población”.
31 El alcoholismo y la ausencia de un espíritu de acumulación (“es imposible hacerles
comprender la obligación del trabajo y excitar en ellos el deseo de la ganancia;...” (Du
Chatenet, 1880: 117) fueron sin duda aspectos exagerados por los observadores, pero ellos
han conformado por largo tiempo una triste imagen de la “cultura minera” en los Andes.
Ya otros han tratado de explicar esta propensión a la embriaguez (Flores Galindo, 1974:
60). Ahora sólo quiero destacar el rol del aguardiente, de la pulpería e inclusive del
consumo desaforado de la coca con cal, en recrear con nuevos matices la conciencia
andina en los centros mineros. Ellos fueron el vehículo hacia el nuevo indio, cada vez más
minero y menos campesino una vez ingresados en el siglo XX.
32 En síntesis, el sector indígena compuso claramente el sector social popular de la ciudad
minera. Los indios sufrieron las condiciones de vida más precarias, lo que se expresó con
elocuencia en su baja esperanza de vida al nacer. Ellos tuvieron, como oficio casi
exclusivo, en el sector masculino, el de trabajadores mineros. Como tales desarrollaron
relaciones de clientelaje y paternalistas con sus patrones; vale decir relaciones verticales
antes que horizontales.25
33 Este hecho, sumado a su presencia sólo estacional en el asiento, que los convertía en un
“proletariado” a medias campesino y minero, y la persistencia durante sus fases de
permanencia en la ciudad de una cultura étnico-rural, impidieron el nacimiento de una
conciencia de clase que los cohesionase frente a las otras clases sociales. Ellos se sintieron
116
más bien indios que un proletariado minero; sufrieron el racismo de las élites y una serie
de barreras sociales que les impidieron acceder a otros oficios que, además de permitirles
romper con su condición campesina, hubieran posibilitado el diluimiento de su
conciencia étnica.
34 De cualquier manera, su migración estacional al asiento minero a través de más de un
siglo los insertó en una economía monetaria y urbana, lo que creó las bases para su
conversión definitiva ulterior en un proletariado minero desde la década de 1920.
2. La élite
35 El sector de la élite en Cerro de Pasco estaba integrado, al igual que el indígena, por
individuos que constituían una “clase económica” muy marcada; eran los mineros
propietarios y los dueños de las grandes casas de comercio que, sobre todo a partir de la
gran boya de 1840, se establecieron en la ciudad. Pero, además, eran de un grupo étnico
distinto, el “blanco”, y esta distinción físico-cultural dio a la élite y la estructura social
que ella gobernaba un carácter especial. Ellos percibieron que no sólo era una base
económica sino también elementos sociales y culturales los fundamentos de su poder.
Más que como propietarios se cohesionaron como blancos y poseedores de una cultura
distinta (y superior), que no sólo los distinguía nítidamente del sector popular sino que
los hacía abrigar un temor al mismo.
36 Fue una élite esencialmente urbana y en muy pocos casos absentista. Fuerade la ciudad y
sus órganos de gobierno, su dominio y control sobre los indios era precario. El campo era
percibido como un hinterland salvaje al que no se podía penetrar sin correr grandes
riesgos. Las noticias de asesinatos de extranjeros a manos de los indios en pueblos
aledaños contribuyeron a forjar este temor a los indios y su mundo rural26. Concientes de
su “otredad” y estimulados por su corto número, el sector social dominante de Cerro
formó una élite con una cohesión, cuyas eventuales rencillas entre diversas facciones no
alcanzó a romper.
37 El carácter racial de la élite había nacido ya en la época colonial, pero fue reforzado
durante el siglo XIX por la afluencia de migrantes que vinieron desde Lima, y
fundamentalmente, del extranjero.
38 La élite se compuso, al igual que los indios, principalmente de migrantes, pero inscritos
en un movimiento de tipo permanente y no temporal. En las épocas de boya su magnitud
decrecía al llenarse la ciudad de indígenas, y en las coyunturas de crisis la misma se
incrementaba, al carecer del mismo grado de movilidad que aquellos para dejar la ciudad.
El censo de 1876, por ejemplo, registra un 15% de blancos (cifra que, sin embargo, parece
presentar una sobreestimación); pero a lo largo del siglo su magnitud no debió exceder
del 5 ó 6 por ciento27. En cifras absolutas esto significa poco más de medio millar de
personas. Algunos mestizos más próximos a la cultura “blanca” pudieron incrementar
algo dicho número; pero los jefes de familia de la élite no debieron sobrepasar un
conjunto de más de dos centenares.
39 Frente a un número tan reducido, las redes de parentesco debieron actuar con eficacia,
incrementando el grado de cohesión, como también el de disputas ocasionales.
40 Hasta la gran boya de 1840 el sector estuvo conformado todavía por los “españoles”, esto
es, los mismos mineros de la época colonial o sus descendientes.
117
41 Los mineros, decía Tschudi (c.1840) “... son por lo general descendientes de las antiguas
familias españolas que en tiempos pasados tenían la propiedad de las minas de las cuales
extrajeron sumas fabulosas, ... ” (1966:262). La revolución política de la independencia,
consolidada en 1824, significó la expulsión de algunos grandes mineros españoles. Entre
los principales podemos mencionar a Juan Vivas, que en 1823 huyó de Cerro de Pasco
donde dejó propiedades (que incluían 60 mil cabezas de ganado) por un valor que fue
estimado en 300 a 400 mil pesos28; Francisco Liaño, con bienes avaluados en 100 500 pesos;
Francisco Avellafuertes y Francisco Goñi, que se refugiaron en el fuerte del Real Felipe29.
Se trató sobre todo de españoles realistas; los mineros peninsulares que no se opusieron a
la independencia, de un capital más bien mediano o modesto, no fueron afectados. Alguno
de ellos optó por cambiar el nombre de su mina: “El Rey”, por “La Patriota”.
42 La mayor parte del capital de los mineros españoles que huyeron o fueron expulsados era
un capital inmueble (casas, minas, ingenios), de modo que fue pequeña la porción
conservada como liquidez que pudiera haber acompañado a los mineros realistas en su
huida. No existió, en este sentido, descapitalización de la minería cerreña con ocasión de
la independencia30. Quienes vinieron a reemplazar a los mineros emigrados y se
convirtieron así en los beneficiarios inmediatos de la independencia, fueron algunos
criollos, principalmente los que de un modo u otro habían colaborado con la causa
emancipadora (caso de Francisco de Paula Otero, quien fue General de Brigada en la
Batalla de Junín), aunque haya sido como patriotas “à la dernière”31; y los ubicuos
ciudadanos ingleses. De los nueve compradores de las minas que fueron de Juan Vivas en
el remate llevado a cabo tras el requisamiento, tres eran ingleses32.
43 La coyuntura de las luchas de independencia abrió un período de movilidad social que
permitió a muchos criollos, de origen oscuro, e incluso a algunos mestizos, ingresar como
empresarios al sector minero (Mallon, 1980: 17-18). Dicho período, abierto con el arribo
de la expedición de Alvarez de Arenales en 1820, se cerraría durante los primeros años de
la década siguiente. Salvo aquel hecho y el ingreso de algunos ingleses, no se produjeron
mayores cambios en la élite. Esta fue la clase que disfrutaría poco después de la boya
argentífera de 1840.
44 En la década de 1850 se produciría el arribo de la migración europea. Sólo entonces
aparecen, en los registros parroquiales de esa época, apellidos europeos no españoles y de
hecho desaparece el calificativo “español” para referirse a los blancos. El movimiento fue
precedido por los italianos en años anteriores; ya Juan Jacobo Von Tschudi los halló
c.1840: “Los comerciantes son en su mayor parte europeos o criollos blancos, propietarios
de las tiendas más grandes. La mayoría de los dueños de tiendas, café y cantinas, son aquí,
como en Lima, italianos, principalmente genoveses” (1966: 262). Pronto los siguieron los
propios españoles, ingleses, austriacos, alemanes y franceses. El censo de 1876 registró,
para el distrito de Cerro, 1,6% de extranjeros; con una proporción de siete hombre por
cada mujer. Más de una cuarta parte de ellos eran italianos, seguidos de cerca por
españoles. Otros grupos importantes eran, en este orden, los ingleses, austriacos,
chilenos, asiáticos, alemanes, franceses y argentinos. En el año 1891 un empadronamiento
de hombres extranjeros avecindados en Cerro de Pasco volvió a dar, sin embargo, a los
españoles la primacía, con 59 personas; seguidos de los austro-húngaros, que desde 1876
habían crecido extraordinariamente, con 53; y los italianos, con 44. Luego seguían grupos
muy menores, entre los que destacó el de los chinos, con seis personas33. Como
generalidad de los casos estudiados en el proceso de emigración europea a América
Latina, los extranjeros llegaron solteros y jóvenes. La edad promedio de los residentes
118
más modestos del intercambio: “Los comerciantes son en su mayor parte europeos y
criollos blancos, propietarios de las tiendas más grandes (...) El pequeño comercio lo
realizan los mestizos, mientras los indios se ocupan de la venta de víveres que traen de
regiones lejanas” (Tschudi, 1966:262). Tanto en la minería como el comercio, vale decir,
los principales sectores de la actividad económica de Cerro, la filiación racial
predeterminaba el lugar en su estructura. Más que la mera riqueza era un conjunto de
distintivos el que señalaba a los miembros de la élite: la casa, la esposa, el vestido; y en las
actividades económicas como la minería y el comercio debía ocuparse ciertas posiciones
(propietario o mayordomo, nunca operario de minas; y el comercio de importación y no
otros renglones). Por ello los intentos de traer operarios mineros europeos acabaron en el
fracaso. Lejos de su ambiente original y confundidos con los indios, ellos, a pesar de su
elevado salario, no sólo no desarrollaron las virtudes en el trabajo que se esperaba, sino
que además degeneraron en alcoholismo e inútiles para cualquier ocupación39. Los pocos
que no cayeron en tal estado desertaron del oficio de operarios y se emplearon en cargos
de acuerdo a su raza y origen europeo.
48 Algunos extranjeros también fueron artesanos o profesionales, y en estas ocupaciones
compartieron lugares con mestizos nativos; pero la pertenencia a ciertos gremios, como
fonderos (en el que se especializaron los chinos), carniceros o conductores de metales, los
hubiera desacreditado socialmente y tendieron a abstenerse de ellos, pues aún la
actividad de contrabandistas tenía una mejor aceptación social. Pero sin mayor costo
social podían participar en los gremios de abogados, farmacéuticos, sastres, escribanos,
hoteleros40 y quizas más dudosamente en los de panaderos (en el que participaron
muchos italianos), carpinteros y herreros41.
49 Los miembros de la élite se autotitulaban y eran reconocidos como los “vecinos notables”
de la ciudad. Como tales constituían un grupo de presión muy fuerte para efectos
políticos. Los extranjeros tenían un órgano de expresión institucional a través de sus
consulados. Para finales del siglo XIX funcionaban nueve en la ciudad (Pérez Arauco, s/f).
Se creó, además, una sociedad de las “Colonias Extranjeras”, que en momentos críticos
como el de la ocupación chilena conformaron una guardia urbana “con el deseo de
contribuir al mantenimiento del orden público, dentro de la más estricta neutralidad”42.
Pero otros órganos no eran exclusivos de los extranjeros y agrupaban a la élite en su
conjunto, como la Diputación de Minería, la Sociedad de Beneficencia Pública o diversos
clubes sociales. Independientemente de éstos, inclusive, la élite en su conjunto o grupos
de ella en caso de división, emitían comunicados o solicitudes de “vecinos notables” o de
“comisio popular” cuando las circunstancias lo recomendaban43. Estos comunicados se
hacían para respaldar o repudiar a una autoridad, proclamar la adhesión o rechazo a un
presidente o caudillo, o con respecto a alguna ley que de alguna manera afectase la
ciudad.
120
Matrícula de Patentes actuada por el Apoderado Fiscal para el año de 1890. AGN. Libros manuscritos
Republicanos. H4-2565.1890.
50 En las últimas décadas del siglo XIX la élite no sólo ocupaba todos los poderes sociales: los
organismos culturales, las sociedades de beneficencia44, los periódicos, sino que
monopolizaba gran parte del poder político. El Consejo Municipal era totalmente
controlado por ella, al ser sus miembros los electores autorizados; eran sus integrantes,
igualmente, los que proclamaban los candidatos por la provincia y el departamento para
el congreso de la República. Los electores hábiles en Cerro de Pasco eran sólo algo más de
doscientos en la última década del siglo. En una ciudad de diez mil habitantes ello
significó simplemente la exclusión de las mayorías de la política institucional. Los
miembros de la Diputación de Minería y los concejales del Municipio eran en gran
número extranjeros y aún existieron alcaldes extranjeros45.
51 A diferencia de la ciudad minera colonial, la del siglo XIX no conoció un fuerte poder
estatal que sujetase a los mineros y comerciantes locales46. Después de la instauración del
período nacional una de las primeras consecuencias fue que la élite pasó al control
virtualmente directo del poder político local. Desapareció entonces toda posibilidad de
barreras institucionales que a nivel político estorbaran el desarrollo de la minería dentro
de este ámbito. Cuando una autoridad local nombrada por el Estado, como prefectos y
subprefectos e incluso autoridades militares, se enfrentaba a los intereses de la élite,
difícilmente sobrevivía en su puesto frente a los ataques de ésta47.
52 Si bien el patriciado local cerró filas frente a las clases populares o el Estado, cuando fue
necesario, también sufrió de rupturas internas que lo dividían. A veces se expresaban sólo
a través de ofensas más o menos públicas entre integrantes de diversas facciones (que,
por ejemplo, apoyaban a distintos caudillos nacionales), que terminaban en el sangriento
121
“terreno del honor” del duelo48. Con ocasión de la ocupación chilena, en 1881, salieron a
relucir las múltiples querellas dentro de la élite, de la misma manera como ocurrió en
otras ciudades del país (Bonilla, 1980-cap. VI). Los “vecinos notables” de Cerro se habían
pronunciado por el gobierno de Lima en contra del de Piérola, como manera de
salvaguardar sus propiedades; una vez que las fuerzas pierolistas ingresaron victoriosas
en la ciudad y se propusieron castigar a los líderes del movimiento de apoyo al gobierno
de Lima:
“... de entre nosotros mismos saltan las infames delaciones, las calumnias groseras,
los rencores privados, los odios de familia y todas las innobles pasiones, manchando
reputaciones honorables completamente ajenas al movimiento del 6 (el 6 de abril
fue el pronunciamiento de apoyo a Lima), como puede atestiguarlo la conciencia
pública”49.
53 Una censura más importante fue la que tendió a establecerse entre extranjeros y
nacionales en el sector minero. Las colonias europeas habían formado una “sociedad”
cohesionada y progresista y, al margen de su lugar de origen y su cultura, sus miembros
podían ser considerados como “nacionales” desde el punto de vista que no tenían más
vínculos que los afectivos con el exterior; pero no supieron, si es que se lo propusieron,
integrar a “los hijos del país” en su seno. Claro que las disputas fueron ocasionales y los
mineros nativos sacaron a relucir una conciencia nacional en momentos que no
revelarían sino un pleno oportunismo50. Con ocasión de la penetración de nuevos
socavones y la instalación de las máquinas de desagüe, en 1862, los mineros nacionales
vieron afectados sus intereses. Pero la Diputación, controlada por los mineros
extranjeros, pudo imponer aquellos planes, lo que logró, para el colmo de la indignación
del nacionalismo de los mineros del país, ¡con el apoyo del prefecto! Sólo 39 de los 98
miembros del gremio concurrieron a la asamblea decisiva; y sólo 17 eran nacionales. Estos
optaron por retirarse antes de terminada la reunión, expresando luego con amargura su
resentimiento contra los mineros extranjeros:
“... era de todo punto de vista imposible que los propietarios de Pasco, los que
tienen amor al suelo en que nacieron y tienen fincada en él su fortuna, los que no
abandonarán el país tan pronto como haya repletado su bolsa, los que crearon a
costa de sudores y fatigas los fondos de que se pretenden disponer, consintieran en
derramarlos para beneficiar sin resultado alguno para el país a algunos
especuladores extranjeros51.
54 Sin embargo, a partir de 1901 pudo verificarse que tanto extranjeros como nacionales no
vacilaron mucho en vender sus minas al sindicato norteamericano. Al lado del español
Miguel Gallo Diez, el inglés Jorge Eduardo Steel, las familias italianas y alemanas
Languasco y Scheuermann, figuraron también los oriundos Felipe Salomón Tello,
Romualdo Palomino, Elías Malpartida, la familia Ortiz, etc. (Thorp y Bertram, 1978:82).
55 La cultura fue otro de los distintivos de la élite. En efecto, para pertenecer a ella no
bastaba con ser blanco, preferentemente europeo, y haberse ubicado ventajosamente en
el comercio o la minería; tampoco era suficiente vivir en una casa acomodada y ser de la
lista de “electores” reconocidos en Cerro de Pasco. Un elemento importante era
participar de la cultura que definitivamente separaba a un blanco de un indio.
56 La élite organizó una cultura de cariz bastante europeo en la ciudad. La indumentaria, las
maneras, la música, las comidas y las bebidas que frecuentaban expresaban este hecho:
“... en este pueblo -se decía- ... los extranjeros dan la norma de todas las virtudes sociales”
52
. El vals vienés, las polkas y bailes españoles marcaban el ritmo en las elegantes fiestas
de la élite53. Estas se verificaban con ocasión de matrimonios, la conmemoración de fiestas
122
nacionales por parte de alguna de las colonias extranjeras, agasajos a algún visitante
importante, y también en algunas ocasiones comunes a toda la población cerreña, como
en las fiestas patrias y los carnavales. En estas ocasiones colectivas es que se hacía muy
patente la no integración de los dos mundos culturales presentes en Cerro. Existía el
carnaval indígena y el carnaval aristocrático. Mientras aquel era una fiesta pública que se
celebrara en los barrios periféricos de la población, éste combinaba la fiesta pública con
las reuniones exclusivas en domicilios particulares. Las calles y plazas del centro eran
tomadas por las comparsas de la élite: “Desde el sábado a las 12m. principió a sentirse el
movimiento consiguiente para la entrada carnavalesca del célebre Don Calixto XVII,
quien se presentó en las calles de la ciudad con una numerosa cabalgata, que lucían
elegantes disfraces, acompañados de una banda popular54. Quedaban los indígenas,
entonces, sólo como el coro de las tragedias griegas, presentes pero definitivamente
distantes de los hechos del drama. Luego del juego callejero se celebraban por las noches
las exquisitas fiestas de la aristocracia: “En las noches del 9 y 10 algunas familias
respetables abrieron sus salones para dar acogida en ellos a muy distinguidos jóvenes de
nuestra sociedad, que llevaban costosos y elegantes disfraces”55. Durante la fiesta pública,
la necesidad de contar con bandas musicales, integradas generalmente por mestizos y
hasta indígenas, obligaba a la élite a la concesión de escuchar las célebres mulizas que así
se convirtieron en uno de los pocos referentes culturales comunes a la población cerreña
56
.
57 El carácter europeo de la cultura también se expresó en el arribo frecuente, a finales del
siglo, de compañías de zarzuela y óperas, provenientes de Lima o la propia Europa. Estas
incluían, en sus giras por el interior, a Cerro de Pasco, y ofrecían varias funciones a un
público cuya ocupación de empresarios mineros no le impedía deleitarse con “la verbena
de la paloma”. El Minero Ilustrado comentaba así las funciones de la compañía española
“Abella” en el invierno de 1899:
“La concurrencia ha tenido sus variantes en cuanto a número que por lo que
respecta a calidad, siempre ostentan los palcos del alegre (teatro) portátil, las
bellezas de la higue life (sic) de la sociedad cerreña, que en más de una ocasión nos
hemos creído transportados a uno de los teatros de las riberas del apasible Rímac.
Doquiera hayamos extendido la vista ha sido para admirar algún rostro encantador
de sílfide mitológica, cuya delicada ‘toilete’ saturando la atmósfera de delicioso y
delicado ambiente nos ha hecho transportar a regiones de lo ideal” 57.
58 Sociedades dramáticas y filarmónicas se formaron en Cerro de Pasco como expresión del
tono europeo de la cultura58, y el piano, a pesar de que debía ser transportado
penosamente a lomo de mula desde La Oroya, distante a 130kms., o aún desde más lejos
antes de 1893, cumplió puntualmente su función en la educación de las hijas y en la
distinción de las viviendas de la élite59.
59 El tiempo de ocio de este sector social se empleaba en deportes exclusivos como el tiro, las
regatas y paseos en bote en la laguna de Patarcocha. En las rifas y los salones de juego los
aristócratas eran los tahúres que perdían en una noche lo que habían acumulado durante
semanas en la actividad minera. Tschudi (1966:263-64) no dejó de sorprenderse por:
“...la inclinación incontrolada por los juegos de azar. En pocos lugares se juega tan
alto como en Cerro de Pasco. Desde las primeras horas de la mañana están en
movimiento los dados y los naipes. El minero deja sus listas de pago, el comerciante
su vara de medir, para reunirse a jugar un par de horas en el curso del día. De noche
es casi la única diversión en las mejores casas de la ciudad. Los mayordomos de las
minas, generalmente hombres jóvenes de buenas familias de la sierra, que han
dirigido la punta durante el día, al caer la noche se sientan a la mesa verde y la
123
abandonan solamente cuando oyen la campana que avisa que les toca el turno de
bajar nuevamente a la galería”.
60 Los trabajadores en la cantina y los empresarios en el casino fueron, para algunos
observadores como los viajeros europeos, el signo de una falta de disciplina o espíritu de
acumulación, que tenía como fatal consecuencia el que la fortuna pasase a manos de
quienes invertían menos productivamente el capital: comerciantes y “... los tahúres
profesionales que nunca faltan”. (Tschudi, 1966: 264).
61 Un rasgo típico en la élite fue la exclusión de las mujeres de cualquier actividad laboral
remunerada, con la excepción de la enseñanza del piano60. Las señoras de la aristocracia
empleaban su tiempo en la organización de obras de caridad y cultos religiosos, asociados
a congregaciones religiosas y sociedades de beneficencia.
62 La alimentación de este sector también fue otro de sus rasgos distintivos. Ella no sólo era
superior sino culturalmente distinta a la del sector indígena. Lo propio ocurría con las
bebidas61.
63 En suma, la élite desarrolló una cultura que podríamos denominar con el nombre con que
bautizaron a una de sus sociedades culturales: “cosmopolita”. El surgimiento de una
activa e importante prensa local vino a coronar la naturaleza universal de su cultura.
64 Desde 1851, año de la conversión de la ciudad en capital departamental, registramos la
aparición de la primera prensa periódica en Cerro de Pasco. Se trataba de “La Pirámide de
Junín”, periódico oficial que por lo menos hasta 1862 ya había publicado 478 números 62.
En la década de 1880 aparecen varios otros, aún cuando destinados por lo general a una
cortavida: “La Gaceta de Pasco”, “El Eco de Junín”, “La Unión”, “El chico-T”, “El Ronzal”,
“La Opinión Nacional” y “El Progreso”, en cuyas páginas diferentes facciones de la élite se
atacaron unas a otras y expresaron sus proyectos de desarrollo regional. A finales de 1897
apareció el periódico más importante, que vino a coronar brillantemente este desarrollo
de la prensa: “El Minero Ilustrado”, de periodicidad bisemanal, cuya vida se prolongó
hasta 195063.
65 A través de la prensa, pero también a través de medios más sutiles como el propio
lenguaje cotidiano, la élite monopolizó el derecho al discurso, situación que por lo demás
fue facilitada por la presencia de un 75% de analfabetismo en el distrito de Cerro 64.
66 La élite cerreña, en síntesis, fue una pequeña oligarquía de origen europeo, con
características estamentales, que debía gobernar a una vasta mayoría indígena
culturalmente lejana. Ella monopolizó el acceso a todas las instancias políticas de la
ciudad, incluyendo el derecho al discurso. Sus bases económicas fueron la minería y el
comercio, actividades en las que desde mediados de siglo se enquistó una numerosa
colonia europea. Esta desarrolló una cultura cosmopolita, más cercana a París y Londres
que a los pueblos indígenas de donde provinieron los trabajadores que controlaban. Una
fracción criolla, sin embargo, actuó como bisagra con el sector indígena y a través de ella
emergieron tímidamente en la élite algunos elementos de la cultura popular, como la
muliza y el carnaval católico.
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NOTAS
1. AGN. Ministerio de Justicia. Prefectura de Junín. Legajo 111; 1840.
2. Sobre el caso de las ciudades mencionadas no hay una bibliografía precisa aún; sin embargo,
puede verse Tamayo, 1978, para el caso del Cusco; y las semblanzas trazadas por los viajeros
sobre Ayacucho, reunidas en Morote, 1974. Sobre la estructura social de las ciudades del antiguo
régimen, ver Flores Galindo, 1984.
3. Sobre este proceso de modernización y su relación con el surgimiento de una definida
estructura de clases puede consultarse el trabajo de Flores Galindo, 1974.
4. ASPC de P. Planillas de operarios para los años de 1892 y 1893.
5. Sobre estos enfrentamientos hay abundantes testimonios en los libros del ASPC de P, entre
1885 y 1900. Además, puede consultarse la prensa local. Por ejemplo: La Unión, Cerro de Pasco,
24 de enero de 1892. Las batallas campales entre los operarios de Gordillo y Azalia, con más de
cien hombres cada bando, en B.N. Manus. D5589.1896.
6. “Desde el lunes último, han vuelto los operarios de minas a fomentar luchas encarnizadas a
pedradas, ocasionando con esta bárbara diversión frecuentes desgracias (...). Si la fuerza pública
no hubiera intervenido oportunamente el desorden habría tomado mayores proporciones y las
desgracias hubieran sido mayores”. El Minero ilustrado No. 59, Cerro de Pasco, 1898. Dada la
vinculación permanente de los trabajadores con el mundo rural, cabe también una explicación en
términos de significación ritual de estas luchas. Un enfoque sugerente sobre dicho aspecto en el
contexto de la minería boliviana puede verse en Platt, 1984.
7. El Minero Ilustrado. Cerro de Pasco, 10 de enero de 1900.
8. Este es el cálculo que podemos obtener de la información de bautismos de los archivos
parroquiales. Entre 1803 y 1900 los porcentajes son, para indios: 74,5%, para mestizos: 22,1 y para
blancos: 3,1.
9. Hijos “legítimos” eran considerados los nacidos dentro del matrimonio; mientras que los hijos
“naturales” correspondían a los nacidos fuera del mismo o de parejas no casadas por la iglesia.
128
10. En su viaje al asiento minero de Cerro en 1825, Mr. Tudor anotó que el salario del barretero
era de cuatro reales diarios; el del “apiri” o cargador solamente tres (1972:122).
11. Acta de la Diputación Territorial de Minería de Cerro de Pasco; 13 de marzo de 1808. BN.
Manusc. D10O74/1808. El sistema fue creado cuando algunos mineros: “... no teniendo operarios
aquadrillados, ni fondos para pagarles abrieron las puertas al desorden. Entablaron recibir
operarios pagándoles un real por tarea, permitiéndoles llevar un tercio de metal del más florido y
el más rico que tenían las minas, cada vez que salían de ellas. Los operarios cebados con este
robo, jamás visto en el Mineral, abandonaron á sus Patrones y ocurrieron á solo el trabajo de esas
Minas ricas y de amplio permiso para sus sustracciones”
12. Idem, 11.
13. “Conocía la Diputación, y una larga y dolorosa esperiencia le hacía ver que el mal orden en el
trabajo de minas, no procedía tanto por la indolencia de los propietarios, cuanto por la
muchedumbre de operarios ladrones, que formándose en cuadrillas de crecido número, y á horas
en que dejaban trabajar las minas por los dueños, se introducían a ellas, a despilarar estribos, y
botar puentes; ...” ADRMCdeP. Carta de la Diputación al Tribunal de Minería; 14 de abril de 1833;
f.44. Agradezco a José Deustua la referencia.
14. El sistema existió también en la minería mexicana del siglo XVIII (Carmagnani, 1976:46 y ss) y
ha persistido por largo tiempo en la minería boliviana, según las investigaciones de Tristan Platt
(1984a). Este antropólogo hace además una interpretación muy sugerente del pago en minerales
o el robo de los mismos por los operarios, en términos de una racionalidad “andina” de los indios,
quienes tendieron a percibir esta práctica como un “derecho natural”.
15. ASPC de P. Libro correspondiente a 1886 (s/foliar). en los libros de este archivo pueden
hallarse varios otros testimonios de este tipo, que a veces eran denunciados por los trabajadores,
sus parientes o personas humanitarias.
16. El “Padroncillo...” en AGN. H-4-1667. 1830.
17. El promedio de la contribución fue de Chaupimarca de 5,6 pesos; Yanacancha: 6,4 pesos;
Cayac: 8 pesos y Santa Rosa: 3,5 pesos.
18. En la reconstrucción del mapa urbano de Cerro de Pasco y algunos aspectos de la vida social
en los distintos barrios debo mucho a la ayuda generosa del Sr. Isidro Atencio, antiguo residente
de la ciudad.
19. Memoria del Director de la Sociedad de Beneficencia Pública del Cerro de Pasco, Pedro
González, para el año de 1899. Archivo de la Prefectura de Junín (API), 1900.
20. De veinte blancos muertos en los años 1875, 1885 y 1895, ocho fallecieron por enfermedades
bronco-pulmonares, cuatro por causas no conocidas, tres por males estomacales; sólo dos por
“otras enfermedades” y males infecciosos y uno por causa violenta. En los mismos años
murieron, entre lo que se conoce, 275 indios, 73 de ellos por enfermedades infecciosas; 71 por
causas no conocidas; 62 por enfermedades bronco-pulmonares; 18 por afecciones estomacales; 16
por males degenerativos; 15 por causas violentas; 13 por “otras enfermedades” y 7 por
hemorragias de diverso tipo. Los 191 mestizos, a su vez, fallecieron: 52 por enfermedades bronco-
pulmonares; igual número por causas no conocidas; 49 por males infecciosos; 13 por afecciones
estomacales; 8 por causas violentas; 7 por diversas hemorragias; 6 por males degenerativos y 4
por “otras enfermedades”.
21. AGN. Ministerio de Justicia. Prefectura Junín. Legajo 111; 1848.
22. La Unión No. 191; 14 de junio de 1892; Cerro de Pasco.
23. La Unión (Cerro de Pasco, 16 de enero de 1892) denunció que “... un dependiente español en
una mina de Gallo Diez le rompió a golpes la cabeza a un “pasache”, para quitarse el mal humor”.
24. No afrontaremos el contenido de estos relatos, típicos de una mentalidad preindustrial, sobre
los que viene trabajando Carmen Salazar. Los más importantes pueden encontrarse en Pérez s/f y
Callupe s/f.
129
25. Refiriéndose a la población indígena, consignó Tschudi (1966: 265): “En el estado de ánimo
exaltado que en ellos precede a la completa embriaguez, los indios se ponen primero muy alegres
y luego peligrosos, porque buscan discusiones y camorras ya sea con los blancos o entre ellos
mismos; pasan gritando por las calles y atacan a los trabajadores de otras minas. Casi no
transcurre un domingo o feriado sin que se produzcan serias peleas con palos, cuchillos y hondas
entre los diversos grupos de obreros de minas, cuyas consecuencias usuales son heridos graves y
hasta muertos”.
26. Por ejemplo, hacia mediados de siglo: “Un fabricante de carros, natural de Pest, de nombre
Karl Adami (el cual fue jefe de una fábrica de carros en Viena), llegó a fines del año 1851 a Cerro
de Pasco, y fue atacado y muerto por un natural el 1 de abril de 1852, sin un motivo conocido”.
(Scherzer, 1973: 122/23, No. 41). En 1892: “Se dice que en el pueblo de Racco casi ha sido quemado
en una hoguera por hereje, un extranjero antiguo y laborioso vecino de este lugar, por haber
puesto un calendario en una de las paredes de su domicilio, tapando las estampas que alrededor
tienen. Y se dice que el Teniente Gobernador ha tenido parte en ese acto de salvajismo que se
quiso perpetrar”. La Unión No. 176, Cerro de Pasco, 21 de febrero de 1892.
27. Según el registro de bautismos el porcentaje de blancos seria del 3% a lo largo del siglo, pero
la baja natalidad de este sector racial estaría empujando hacia abajo esta magnitud. Según el
registro de matrimonios, los blancos serían el 8,7% de la población, pero esta vez su alta
nupcialidad sesga hacia arriba el cálculo. Un 5 ó 6 por ciento resulta pues razonable.
28. AGN. Minería. Legajo 71. Dionisio de Vizcarra al Ministerio de Hacienda, Hipólito Unanue, 6
de noviembre de 1821. También AGN. Superior Gobierno; Legajo 38; cdno. 1413, 1823.
29. Sobre Francisco Liaño, El Comercio. Lima, 27 de enero de 1840. Ver además AGN. Ministerio
de Hacienda OL 131f 398-488 y OL 145-187, 1826.
30. Lo que sí hubo fue destrucción de algunos ingenios y maquinaria causada por la guerra, así
como el traslado de los fondos de la Real Caja por el ejército realista.
31. La coyuntura de la independencia promovió una época de desorden en la explotación minera,
al lanzarse muchos sobre las minas secuestradas a los españoles. En un estilo satírico “El Periñán”
aludía en 1833 a la situación en los siguientes términos: “Vivían los señores Oteros, y su compana
que aunque no me han dado trabajo, buscaré como laborear minas a la pinganilla; sacaré metales,
aunque se desplomen; botaré puentes, y estribos, pues como nadie me há de ver, hecharé la
pelota al vecino, y con este arbitrio me haré rico, para no ocupar a mis patrones, yo no soy de
estos lugares, mañana me embarcaré, y marcharé a mi tierra, y cada cual se agarrará con sus
uñas, y aunque estos daños los ocasioné desde muchos años atrás si me reconvienen diré, eso no
se hizo en mi tiempo, hé sido muy ecsacto, hé respetado las propiedades agenas, y con esto
acabose;...”. El Telégrafo de Lima, 15 de junio de 1833.
32. Ellos fueron Guillermo Cochran y Robertson, Naylors y Guendal. AGN. Ministerio de Justicia.
Prefectura Junín. Legajo 111; 1846.
33. Los chinos adquirían nombres castellanos, que en nada recordaban su origen (José Castro,
Jacinto Márquez, etc.). ASPC de P. Libro de 1891.
34. Las “historias de vida” de algunos migrantes pueden ilustrar bien la, por lo general, exitosa
inserción de los extranjeros en Cerro de Pasco. Guillermo Scheuermann, desde 1875, vicecónsul
del Imperio Austro-Húngaro, era natural de Franckfort, Alemania. En 1866, a la edad de 24 años,
desembarca en el Perú y marcha a Cerro de Pasco, donde se casa “conuna opulenta familia”.
Enrique Stone había nacido en Londres; en 1871, a la edad de 22 años, llega al Perú y se establece
en Cerro de Pasco. En 1903 ya había sido Alcalde de la ciudad, Director de la Beneficencia y
Síndico Municipal. Fue gerente de Las Salinas de San Blás (propiedad de Agustín Tello) y en 1903
era apoderado de la Cerro de Pasco Mining Co., a la que vendió previamente sus minas. De
empresario a empleado de una gran compañía, tal fue el camino que en el alba del siglo XX
emprendieron muchos de los componentes de la “burguesía minera” cerreña. Enrique Costa,
natural de la provincia de Génova, llega al Perú en 1878 a la edad de 16 años; desde 1885 radica en
130
Cerro de Pasco. Vicente Ruiz había nacido en Burgos, España; en 1886, a la edad de 15 años, viene
al Perú, estableciéndose en Cerro de Pasco, donde comenzó a prestar servicios en la casa de
Miguel Gallo Diez (comerciante y minero español). José Sansarricq nació en Francia, cerca a la
frontera con España. En Angers estudió maestría mecánica y en 1888, a los 21 años de edad, viaja
a Buenos Aires; en 1900 sin embargo, se establece en Cerro, donde empezó a trabajar en la casa
comercial de Miguel Gallo Diez. El Minero Ilustrado. Cerro de Pasco, 23 de diciembre de 1903.
35. Para el período 1850-1895 ella fue de 32 años para el grupo blanco. Sin embargo, eliminando
el año 1850, signado por una terrible epidemia, la misma sube a 37 ó 38 años, vale decir, un nivel
similar al prevaleciente en Europa del sur para la misma época (Cipolla, 1974: 578 y Bourgeois-
Pichat, 1974: 504-05). Con el mismo procedimiento, de eliminar el año 1850, la esperanza de vida
al nacer del grupo indígena se eleva a 28 años.
36. La prensa local está llena de avisos de las casas comerciales y comerciantes itinerantes
anunciando la llegada de nuevos stocks de ropa importada. Ver, por ejemplo, La Unión y El
Minero Dustrado.
37. El viajero norteamericano conocido como Mr. Tudor, tuvo hacia 182S la siguiente impresión
de las viviendas de Cerro de Pasco: “... con casas de un solo piso, techos de paja, sin ventanas,
excepto de papel; no hay chimeneas; aunque dicen que nieva por fuerza once meses del año y
esporádicamente el mes restante. (...) El lugar es una prueba clara de las miserables costumbres
del gobierno español y su gente, y su oposición a toda clase de mejoras. A pesar de la inmensa
riqueza extraida de este lugar viven en la forma más incómoda. Ninguna aldea de Estados Unidos,
Inglaterra o Alemania podría ser tan miserable. Los pisos son de madera y parecen estar hechos
de tablas de cajas sin pulir, sin lavar y sin cepillar. Las calles siempre están barrosas, las casas
sucias y tanto hombres como mujeres usan zapatos de madera que llaman suecos.
Estuvimos en casa de alguna gente rica y nunca he visto tantasuciedad”. (Tudor, 1972 121).
38. Nelson Manrique (1978) ha destacado que en la sierra central la élite tendió a compartir
intereses en el sector minero, ganadero y comercial.
39. En 1825 se trajo los primeros operarios ingleses. La historia del fracaso de esta empresa puede
verse en el “Bosquejo General del Perú”, de John Mc Gregor (1847), en Bonilla 1975-77,1:134. Otro
intento ocurrió en 1870, también con operarios ingleses, para la empresa de desagüe. El
Comercio; Lima, 21 de enero de 1870.
40. A tal punto existía una colonia foránea que monopolizaba los cargos de “profesionales”, que
en 1890 el boticario Constantino Ysola, recibido en la Universidad de Florencia, debió cerrar su
botica ante la promulgación de una ley que exigía que estos establecimientos sean atendidos por
farmacéuticos recibidos en el Perú. Ysola no pudo hallar ninguno dispuesto:
“...mis encargados en Lima, sin embargo de las activas diligencias que han puesto en práctica, no
han podido conseguir un farmacéutico recibido, que venga a hacerse cargo de mi Botica, ya sea
por la escasez de ellos en la capital, o por los exhorbitantes sueldos y fuertes adelantos que
exigen para su traslación; ... ” APH, 1890.
41. Matrícula de Patentes actuada por el Apoderado Fiscal para el año de 1890. AGN. h-4-2565;
Libros manuscritos republicanos. En el cuadro 7 hemos consignado el “Resumen General” de
dicho documentos, que permite apreciar mejor la estructura económica urbana de Cerro de Pasco
a finales del siglo.
42. El Porvenir de Junín No. 4, Cerro de Pasco. 16 de abril de 1881.
43. Entre los “vecinos notables” que en 1892 solicitaron al gobierno que no se acepte la renuncia
del subprefecto Buenaventura Vilar, figuraron 29 comerciantes, 18 mineros, 3 abogados y
miembros de otros gremios con sólo un representante (relojero, médico, farmacéutico, etc.). La
Unión No. 177, Cerro de Pasco, 21 de febrero de 1892.
44. Varias colonias extranjeras organizaron sus propias sociedades de beneficencia (la colonia
española, la austro-húngara, etc.).
131
45. Tal fue el caso del alemán Guillermo Scheuermann, ya mencionado en la nota 34, y del
italiano César Cútolo, en 1900, quien en dicho año solicitaba licencia para dejar el cargo, pues
asuntos familiares lo reclamaban en Italia. El Minero Ilustrado No. 159, Cerro de Pasco. Véase
también BN. D4840/1896.
46. El rol de la burocracia estatal en la ciudad minera colonial puede verse en nuestro trabajo:
Contreras, 1982: cap. 2.
47. Sobre la destitución del subprefecto Benjamín Aragón, en 1889, véase. BN. D11471/1889. Un
caso similar, en 1888, en BN. D11447/1888.
48. Puede encontrarse varios casos en la prensa local. Por ejemplo. El Minero Ilustrado No. 111,
Cerro de Pasco, 24 de enero de 1899.
49. El Porvenir de Junín No. 4, Cerro de Pasco, 16 de abril de 1881.
50. La población nativa también resintió la marginación que resultaba del “espíritu de cuerpo” de
las colonias extranjeras. Con motivo de los carnavales de 1891 el periódico La Unión (No. 103.
Cerro de Pasco, 15 de febrero de 1891), luego de elogiar con entusiasmo las fiestas de los
extranjeros, anotaba con un halo de tristeza: “Desearíamos verlos, en tales ocasiones,
íntimamente unidos con nosotros”.
51. El Comercio. Lima 7 de enero de 1862.
52. El Porvenir de Junín No. 4 Cerro de Pasco, 16 de abril de 1881.
53. “Las cuadrillas francesas y de lanceros fueron bailadas con irreprochable corrección, así como
los valses y polkas; sobresaliendo la hermosa y delicada señorita Elisa Dianderas, hija de la dueña
de la casa, y la bella como espiritual señorita Amelia Ordoñez”. La Unión No. 103. Cerro de Pasco,
8 de febrero de 1891.
54. El Minero Ilustrado No. 113. Cerro de Pasco, 15 de febrero de 1899.
55. La Unión No. 103. Cerro de Pasco, 15 de febrero de 1891.
56. El Minero Ilustrado No. 113. Cerro de Pasco, 15 de febrero de 1899. Sobre los orígenes de la
muliza; Bernal, 1978 y Pérez Arauco, s/f.
57. El Minero Ilustrado No. 131. Cerro de Pasco, 21 de julio de 1899.
58. Tulio Halperin (1972:210) ha destacado ya esta europeización de la cultura de las ciudades
latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XIX. No deja de sorprender, sin embargo,
encontrar el hecho en una ciudad minera interior enquistada en medio de los Andes.
59. Los diarios locales publicaban composiciones para piano a veces de la invención de personas
de la misma localidad. Por ejemplo, la polka “La Traviesa”, de Carmen Allende vda. de Nacarro,
en El Minero Ilustrado No. 102. Cerro de Pasco. 1899. También anunciaban sus servicios
afinadores de pianos y profesores.
60. Una expresión de su exclusión de la vida pública se evidencia en el hecho de que, de más de
medio centenar de cartas atrasadas existentes en la estafeta de correos en 1898, sólo una estaba
dirigida a una dama.
61. En el agasajo de la “Sociedad Cosmopolita” en el hotel “La Concordia”, el lo. de agosto de
1900, el menú consistió en: sopa de ostiones, lomito en salsa de puré, apanado con papas, lomito
saltado con vainitas, fritura de coliflor, tortilla quemada, café, puros y pusse café. El Minero
Ilustrado. Cerro de Pasco, 1 de agosto de 1900
62. El ejemplar No. 478 en AGN, Ministerio de Justicia. Prefecturas Junín, Legajo 112.
63. Su editor en los primeros años fue Pedro Caballero Lira, uno de los más importantes y
perspicaces mineros de Cerro. El periódico expresó con inteligencia los intereses de los mineros
locales mostrándose partidario de la modernización de la industria minera y en general del
liberalismo. Una colección casi completa puede consultarse en la Biblioteca Municipal de Cerro
de Pasco; algunos números dispersos en la Sala de Investigaciones de la BN de Lima.
64. Censo en 1876. Hemos considerado para el cálculo sólo a los mayores de quince año de edad.
En el área urbana de Cerro estrictamente, el porcentaje debió ser, sin embargo, algo menor.
132
65. Parte de esta información fue precisada a través de conversaciones con el Sr. Isidro Alencio.
Nuestras entrevistas se llevaron a cabo en febrero y marzo de 1983 y enero de 1984.
66. Con ocasión del enfrentamiento de las fuerzas pierolistas y las que apoyaban al gobierno de
García Calderón, en el contexto de la guerra con Chile, ocurrieron algunos desórdenes en la
ciudad. En uno de ellos: “...tuvimos el sentimiento de ver una turba de esa canalla del lugar que
apedreaba muchas casas y amenazaba el saqueo”, declara un cronista. El Porvenir de Junín No.
4. Cerro de Pasco, 16 de abril de 1881.
NOTAS FINALES
1. Este artículo formó parte de un informe sobre “Minería y población en los Andes. Cerro de
Pasco en el siglo XIX”, que preparamos en 1984, como resultado de una investigación auspiciada
por FOMCIENCIAS y realizada enel marco del proyecto sobre “Minería y espacio económico en los
Andes, siglos XVI al XX”, del Instituto de Estudios Peruanos. La parte que ahora publicamos
permaneció inédita hasta hoy. Para esta publicación hemos hecho sólo las adecuaciones
necesarias para su aparición independiente. Sobre los aspectos económicos de la minería cerreña,
referidos aquí sólo escuetamente, puede verse nuestros trabajos (1984 y 1988) publicados con
anterioridad. Como en esas oportunidades, quiero agradecer la amabilidad de los Srs. César Pérez
Arauco, Jorge Estrada, Isidro Atencio y Jorge Carrión, por ayudarme y orientarme de diversas
maneras en la historia cerreña. Asimismo, a Natalia Ríos, Carmen Vivanco y Patricia Cook, por su
generosa colaboración.
2. La tabla ha sido calculada en base a los registros de defunciones de Cerro de Pasco (APCh). Los
años considerados fueron 1850, 1875, 1885 y 1895.
3. Basada en Babinsky, 1876
RESÚMENES
En este artículo se presenta una descripción de las condiciones de vida, materiales y culturales en
Cerro de Pasco durante el siglo pasado, cuando era una de las principales ciudades de la sierra
peruana, tanto en lo económico como en lo demográfico.
El autor discute las características de la estructura social de Cerro de Pasco, recalcando la
yuxtaposición de elementos económicos y étnico-culturales y el tipo de relaciones sociales
prevalecientes. Luego describe las características y condiciones de vida del sector indígena y la
élite. El artículo termina señalando los cambios que se produjeron en la sociedad cerreña después
de 1900, como consecuencia del ingreso de la compañía norteamericana Cerro de Pasco Mining
Co. y el proceso de desnacionalización y concentración de la minería a que dio lugar.
133
1. Introducción
1 La configuración del actual espacio nacional ecuatoriano, ocurre durante el siglo XIX y las
primeras décadas del siglo XX. Una época en la que las antiguas economías regionales
entraron en un proceso de cambio inducido por las relaciones que implicaba la
vinculación al polo exportador costeño.
2 En la ya olvidada (y algo lejana) discusión sobre la génesis del capitalismo ecuatoriano,
había quedado pendiente el modo en el que las economías regionales serranas adquirían
un carácter específico, establecían relaciones internas hacia sus áreas rurales, y externas
hacia la economía exportadora de la Costa. El conocimiento de estos procesos, ha
avanzado notablemente en los últimos años, con estudios históricos que contribuyen a
una adecuada contextualización y profundización del análisis del desarrollo regional del
Ecuador. Desde las importantes conclusiones a las que llegó Jean Paul Deler acerca del
desarrollo de la Sierra central; y la visión pionera de la hacienda serrana de la Sierra
norte y central que efectuó Jorge Trujillo, se pusieron algunos fundamentos para la
comprensión de la diversificación regional. Vino luego el análisis histórico de Silvia
Palomeque acerca de la región de Cuenca en el siglo XIX, y un importante artículo de Juan
Maiguashca acerca del capitalismo en la Sierra norte entre 1920 y 1930 1.
3 En este artículo, proponemos una manera de dimensionar y valorizar los hechos urbanos
dentro de un proceso de desarrollo regional. Partiendo de la reestructuración regional
que se hallaba en marcha, se ubicaron los cambios demográficos en sus horizontes más
generales, sin perder de vista la migración. Esto permitió observar los hechos urbanos
como un entramado de relaciones entre pueblos, ciudades, y sus estructuras
134
16 La red de ferias semanales que existía en la Sierra hasta la primera mitad del siglo XIX,
mantuvo sus características heredadas del período colonial, con ferias que tenían una
mayor jerarquía en ciudades como Cuenca, en el sur, Ambato en la Sierra central y Quito
en la Sierra norte. A partir de esta jerarquización, se organizaban ferias que enlazaban
pueblos con centros mayores de mercadeo.
17 La mayor expansión de las estructuras de mercadeo, fue concomitante a la nueva
jurisdicción político administrativa, donde pequeños pueblos serranos, dotados de
autoridades civiles y religiosas, disponían de una área indígena de influencia. El proceso
de dominación étnica, constitutivo del Estado ecuatoriano en su función deslegitimadora
de autoridades étnicas y del ascenso de nuevos personajes como el teniente político10
136
FUENTE: Raymond J. Bromley, Periodic and daily markets in Highland Ecuador, Ph.D. Thesis,
Cambridge, 1975, p. 122.
19 Por tanto, el siglo XIX, es una ampliación del papel dominante que cumplen algunas
ciudades en la organización de los circuitos mercantiles, a partir de un cambio de las
tradicionales ferias dominicales hacia ferias mayores y más numerosas que se
desarrollaban además durante varios días de la semana. Hacia la primera mitad del siglo
XIX, todas las ferias de la Sierra central se realizaban los domingos, pero después de 1870,
las siete ferias más grandes dejaron de realizarse los domingos, para efectuarse en otros
días de la semana11. Latacunga cambió su día de feria del domingo al sábado en 1867, y
Riobamba hizo un cambio similar en 1868. Ambato efectuó un cambio de día de feria del
día domingo al lunes en 1870, luego de un prolongado debate. Por disposición del
Gobernador de León, Ambato debía cambiar la feria dominical al sábado en 1857, pero
este cambio no ocurrió sino en 1868, durante muy poco tiempo, hasta 1870 en que se
estableció la feria del lunes. Píllaro cambió su día de feria del domingo al jueves en 1872.
20 Pero los pueblos de Pujilí, Quero, Guano, Cajabamba y Licto continuaron realizando sus
ferias los domingos12.
21 Las ferias tenían una función muy importante en el comercio agrícola, al permitir que se
acopiaran productos agrícolas para el intercambio regional, como se evidencia en Píllaro
en 1872, puesto que “las ventas tales como papas, maíz, cebada, sal lo hacen en grandes
cantidades para transportarlas a otros lugares por vía de comercio”, 13 mediante las
transacciones en los días de feria. Cuando todavía operaba la feria dominical en Ambato,
ya había comercio mayorista de sal, cacao y otros productos costeños durante el día
sábado, mostrando que aparte del domingo, en 1857, había un día previo donde
funcionaba el comercio mayorista14.
137
22 La feria del lunes, fue un medio para la centralización del comercio regional, lo que hizo
posible un crecimiento de las plazas de mercado. Hacia 1892, funcionaban en Ambato tres
plazas, que tenían su especialización, de acuerdo a los productos comercializados. En la
plaza principal, se vendían productos importados, productos agrícolas y productos
artesanales. En la plaza “Bolívar” (después llamada Cevallos), se efectuaba comercio
mayorista de sal, cacao, arroz, pescado, azúcar, café, sebo y manteca; textiles y productos
artesanales. Finalmente, había una plaza especializada en ganado mayor y menor15.
23 Los impuestos al pesaje de productos que se vendían en el mercado, pasaron de 723 pesos
en 1868 a 1.023 pesos en 1880 y 2.186 sucres en 1895. Esto indica que hubo un crecimiento
constante de la circulación mercantil desde 1868. Los impuestos a la venta de ganado
también crecieron de 256 pesos a 938 sucres entre 1880 y 1892. Comparativamente, en las
subastas de 1862, el derecho a recaudar el impuesto a la romana valía 357 pesos en
Riobamba y 682 pesos en Ambato. Esta diferencia se mantuvo en 1868 cuando el valor del
remate se elevó a 393 pesos en Riobamba y a 723 en Ambato16.
24 A comienzos del siglo XX, existe una red de mercados y ferias con una jerarquización que
tiene como centro regional a Ambato. La figura No. 1, ofrece una visión de las conexiones
desde los mercados de menor tamaño a los de mayor tamaño en la Sierra central,
teniendo Ambato el rango cuatro; Latacunga y Riobamba el rango tres; Saquisilí, Pujilí,
Salcedo, Píllaro, Pelileo y Quero el rango dos, y las restantes ferias el rango uno. Este
esquema de ferias, con algunos reajustes, se mantendrá a lo largo del siglo XX.
25 Desde esta perspectiva debería ubicarse la década 1860-1870 como un momento decisivo
de reorganización de la Sierra central, en tanto se hallaban cambiando sus relaciones
internas con el sistema de mercados y la demanda generada desde la Costa se estaba
convirtiendo en el principal mercado para la producción de la Sierra central. Era también
un momento de desequilibrio interno, porque la ciudad de Latacunga perdía el papel
privilegiado que tuvo en el siglo XVIII dentro de la región, mientras ocurría el ascenso de
Riobamba y Ambato. El último tercio del siglo XIX, es entonces el momento de encuentro
con el polo exportador costeño, lo que suponía la vinculación a la esfera de la circulación
que generaba la producción cacaotera.
26 Si bien ya en el siglo XVIII habían vínculos importantes entre la Sierra central y la Costa,
será a lo largo del siglo XIX en que estas relaciones expresadas en importantes redes de
arriería, den lugar a la presencia de vastos sectores de campesinos mestizos e indígenas
que estaban fuera del control de las haciendas, y más aún desde la perspectiva de la
comercialización, irán capturando o posesionándose de los circuitos mercantiles
conectados a la producción agraria. De esta manera, la arriería se presentó como un
factor que incidía en la mercantilización de la producción agrícola, a más de que creaba
un sistema de comercialización alternativo y competitivo al de las haciendas.
138
FUENTE: Jon Hanssen - Bauer, Plaza Pachano. Market integration, intermediaries and rural
differentiation in Tungurahua, Ecuador, M. A, Thesis, University of Oslo, 1982, p. 49 (Según la
información de Raymond Bromley, 1975, op. cit).
27 En general, la arriería era practicada por pequeños propietarios mestizos, indígenas libres
y de comunidad. La generalización de la práctica de la arriería se convirtió en un fuerte
obstáculo para que operasen los mecanismos de sujeción a las haciendas, en tanto era una
alternativa, o un complemento al concertaje agrícola. En los pueblos, la arriería se
inscribía dentro de un abanico ocupacional que empezaba por la carencia de una estricta
separación y diferenciación de las actividades agrícolas, e incluso las ocupaciones
artesanales, se alternaban con la arriería17.
ciudad de Guayaquil tenía en 1842 entre 18.000 y 20.000 habitantes, y Guayas, cerca de 90.000
habitantes, lo cual era casi la sexta parte de la población del Ecuador 21. Este período inicia el
gran poblamiento de la cuenca del Guayas, pero el “boom” cacaotero de 1870-1880,
acentuará la tendencia al crecimiento demográfico de la Costa, y a su peso mayor en la
distribución regional de la población.
2. Se atribuye a los flujos migratorios Sierra-Costa la responsabilidad mayor del crecimiento
poblacional costeño, pero las características de esta migración, no han sido todavía
especificados, siendo importante problematizar si se trata de migraciones de sentido rural-
rural, o rural-urbana. A esto se debe agregar otra carencia: el conocimiento del mercado de
trabajo rural y urbano en la Costa durante el siglo XIX, es muy deficiente.
FUENTE: Rosemary D.F. Bromley, “El papel del comercio en el crecimiento de las ciudades de la Sierra
central del Ecuador 1750-1920”, 1986, p. 176; ANH/Q, Censo de la Provincia de Tungurahua, 1871,
Empadronamiento. Cajas 30 y 31; ARCA, Censo de la ciudad de Ambato, 1922; Informe del Ministerio
de Guerra y Marina, 1923; Boletín del Departamento Médico-social, Año I, No. 1, 1937 (Instituto
Nacional de previsión), Quito, pp. 16-20.
38 Entre 1840 y 1858, hay una franca recuperación de la población de la Sierra central, que
sube de 194.531 a 267.531 habitantes; en 1867, hay todavía un ligero crecimiento, con
277.433 habitantes, pero se advierte nuevamente un declive hasta 1886 con 250.336
142
habitantes. La segunda mitad del siglo XIX, señala entonces recuperación temporal y luego
estancamiento de la población de la Sierra central. Pero hay que advertir que la mayor
parte de la información, se sustenta sobre todo en Informes de Gobernadores, que en muy
pocas ocasiones estuvieron basados en Censos. Sin embargo, hacia 1909 hay una nueva
recuperación de la población con 341.246 habitantes, aunque sea un período donde las
migraciones ya tuvieron una magnitud significativa.
luego las que abrió el ferrocarril. Pero no olvidemos que por lo menos hasta 1930 los
migrantes eran predominantemente de origen blanco y mestizo, generándose procesos de
asalariamiento temporal, porque actividades autónomas de comercio y producción
mercantil, eran alternativas vigentes en Guayaquil o de regreso en la Sierra.
autónomos, aunque el censo cubrió prácticamente todas las zonas donde habían
haciendas. Sólo en Pataló -arriba de Santa Rosa, y en algún otro sitio esporádicamente se
incluyó la definición de concierto. Pero los niños indígenas, entre 5 a 12 años, casi
siempre son identificados como pastores. Parroquias como Izamba, en el área rural, sólo
dicen en cuanto a ocupación “tiene”.
72 El panorama que emerge es el de una débil división del trabajo, en términos de que la
agricultura y la actividad artesanal tenían la tendencia a estar unidas, siendo también
difícil separar la actividad comercial de la actividad agrícola. Estos pueblos son en su
mayor parte una prolongación del agro. Los habitantes de Picaihua que viven en la zona
rural, son campesinos y al mismo tiempo, se dedican a elaborar la cabuya; su ocupación
declarada en 1880, es la de “hacer Costales”, “elaborar la cabuya blanca”, o “Costalero” 41
porque Picaihua aparece como una zona especializada en la elaboración de la cabuya. El
que la actividad mercantil no estuvo separada de la agricultura, lo reconoce un informe
del gobernador de Tungurahua de 1880:
“(...) la mayor parte de los moradores de esta provincia, especialmente los de las
parroquias rurales, son agricultores comerciantes por menor, que hacen su tráfico
en el mercado de ésta y las provincias vecinas”42.
personas, lo que es más razonable. Este crecimiento de Pelileo y Píllaro hay que atribuirlo
a la magnitud creciente que van tomando sus ferias semanales y a cierto traslado de
población blanca y mestiza desde anejos y parroquias rurales hacia las cabeceras de
cantón como sugieren ciertos relatos costumbristas.
74 La ciudad de Ambato, expresa con mayor claridad esta división del trabajo entre el campo
y la ciudad, con un cambio, muy fuerte en las ocupaciones entre 1871 y 1922. Es indudable
que en primer lugar, está el papel centralizador de la feria del lunes desde 1870, sin
olvidar que la importancia de la anterior feria dominical ya fue destacada por Hassaureck.
En 1894 la feria del lunes, es considerada la más grande feria semanal de la Sierra. El
ferrocarril acentúa el crecimiento de la feria del lunes, reforzando su función en el
comercio interregional, lo que no dejó de ser advertido por Enock en la primera década de
este siglo43.
75 Hemos optado por comparar la población activa de Ambato entre 1871 y 1922, para
observar las variaciones de cada rama. Había una distorsión difícil de controlar: en el
censo de 1871 no se distinguía claramente quehaceres domésticos de servicio doméstico,
porque generalmente se registraban actividades distintas con la denominación de
“doméstica”. Esta distinción es más precisa en el censo de 1922, donde aparece muy
claramente el servicio doméstico como ocupación identificable.
76 Persistían rasgos antiguos, pero en declinación. Los agricultores, tienen como ciudad de
residencia a Ambato, pero van disminuyendo su participación en la población activa,
bajando del 17.65% al 8.90%. El sector secundario de naturaleza predominantemente
artesanal, pasa del 32.13% al 43.5%, habiendo participación similar en confecciones y
textiles con el 20.26% y el 19.16%, pero observemos que este sector que ya tiene otra
configuración en 1922, tiene muy pocos tejedores artesanales, apenas son 16 y no refleja
los trabajadores industriales que ya están ocupados en dos empresas textiles, y por otra
parte, el número de 753 costureras también incluye nuevamente la actividad doméstica
dentro de la familia. En realidad, tanto en 1871 y 1922, hay una fuerte participación
femenina en la población activa, como costureras, panaderas, en el comercio y el servicio
doméstico, ocupaciones que tienen un contenido fuertemente femenino.
77 Esta participación femenina, muestra a grandes rasgos que la ocupación de hilandera y
costurera que también tiene mucha importancia en cabeceras de parroquia,
frecuentemente se atribuye a menores de edad que se les identifica con un oficio y a
mujeres que hilan y cosen como actividad familiar. La ocupación de panadera en 1922,
aparece claramente vinculada a una actividad femenina complementaria dentro de una
familia que tiene una especialización artesanal. El jefe de familia es zapatero y la mujer es
panadera. El pan producido en esas condiciones, se comercializaba entregando a las
tiendas. O en otras ocasiones el jefe de familia es zapatero y la esposa aparece como
curtidora, no porque tenga una curtiembre, sino porque la mujer en el taller familiar,
efectuaba el acabado final de los cueros44.
150
mortalidad, ya eran controladas con la vacunación masiva, por eso, una epidemia de
bubónica en 1916, sólo registró 13 muertos, entre artesanos y vendedores que residían en
el barrio “bajo”50. Es obvio que sólo el estudio de las tasas de natalidad y mortalidad,
puede complementar este panorama, ya de por sí complejo con factores como la
migración hacia la Costa que posiblemente está concentrada en la población comprendida
entre los 15 a 29 años. La migración más antigua a la Costa, realizada en el último tercio
del siglo XIX, también se refleja en la mayor proporción de mujeres en la estructura de la
población comprendida entre los 45 y 75 años. La estructura ocupacional de Ambato, pasó
en 50 años de 60 a 90 ocupaciones. Las diferencias más fuertes estaban en los artesanos
del calzado, donde algunas tareas de la elaboración de los zapatos se habían trasladado
parcialmente fuera del taller familiar; y la mayoría de nuevos oficios que requerían
nuevas destrezas y calificaciones como electricista, mecánico y chofer; de trabajadores
calificados en el ferrocarril, y trabajadores industriales.
88 Si comparamos el peso del servicio doméstico en Quito en 1906 con 3.784 sirvientes que
eran el 25% de la población activa,51 en Guayaquil en 1899 con el 24.34% y en Ambato con
el 22.07% en 1922, se nos presentan las actividades “terciarias“ junto con la producción
artesanal urbana como las actividades productivas dominantes en estas ciudades del
Ecuador a comienzos del siglo XX. Por cierto que el trabajo asalariado, ha emergido en
Guayaquil con el 11.55% de los ocupados en 1899, en menor medida en Quito en 1906 con
el 5.74% y en Ambato en 1922 con algo más del 3%.
89 La vigencia de unidades familiares que en Ambato han diversificado su participación en la
producción y el comercio plantea que junto al desarrollo de una nueva economía urbana
con la presencia del capital industrial, hay una larga coexistencia de este con el capital
comercial y los artesanos. Este proceso urbano tuvo como contrapartida un intenso
desarrollo de la producción mercantil en el agro, el desarrollo del sistema de ferias en la
Sierra central y un persistente proceso de avance de la pequeña propiedad rural.
tiempo se inicia un lento ascenso del capital comercial que organizaba la circulación
interregional de productos agrícolas, a partir de una densa red de comercio entre la Costa
y la Sierra central.
94 La construcción del Ferrocarril del Sur, iniciada en 1865 y concluido en 1908, profundizó
algunos cambios de organización regional y produjo una redefinición de las relaciones de
jerarquía dentro del capital mercantil y manufacturero.
95 Mientras en el desarrollo clásico del capitalismo, los ferrocarriles son un factor de
impulso a una importante producción de hierro y máquinas, potenciando el desarrollo de
la industria pesada52; en la conformación de las economías exportadoras de América
Latina, el ferrocarril, relaciona las zonas productoras de materias primas con los puertos
de exportación, facilitando la vinculación al mercado internacional; y ese fue el sentido
principal de los ferrocarriles construidos en los países dependientes.
96 Pero el hecho peculiar de que las zonas productoras de cacao de la Costa ecuatoriana
estuvieran comunicadas al puerto de exportación mediante las vías fluviales, hizo que los
efectos del tren tuvieran más que ver con la articulación interregional Sierra-Costa y la
consiguiente aceleración de la circulación mercantil.
97 El ferrocarril, redefinió nudos de tránsito, desplazó a los antiguos como Babahoyo y
Guaranda, y surgieron otros nuevos que se beneficiaron de la posición privilegiada que les
dio el trazado de la vía férrea. Ya en 1905, Babahoyo, sintió con fuerza los efectos del
ferrocarril:
98 “Día por día va disminuyendo considerablemente el comercio de este plazo; el avance
diario del Ferrocarril del Sur hacia la capital, por un lado, y por otro, la destrucción de la
“Vía Flores”, única arteria de comunicación próxima con nuestros hermanos del interior,
acabarán por dejarlo reducido (a Babahoyo) a su más pequeña expresión”53.
99 La sola llegada del ferrocarril a Riobamba, le hizo tambalearse aún más a Babahoyo,
produciéndose un acentuado retroceso de la actividad comercial.
“Mientras el Ferrocarril del Sur no se extendió más que hasta Guamote, el tráfico
comercial por Babahoyo para el interior no disminuía de modo sensible, pero
cuando el tren prolongó su marcha hasta Riobamba, casi de improviso la totalidad
de los viajeros cambió su rumbo a la vía férrea, y ya Babahoyo no fue el punto
donde afluían en pintoresco y bullicioso enjambre los viandantes y en donde las
oficinas de consignación se atestaban de cargamentos”54.
100 Comparando la evolución del capital en giro, entre 1909 y 1919, conocemos que en la
Sierra central, tuvieron un espectacular ascenso Colta y Alausí en la provincia de
Chimborazo, pero declinó Guano, todavía centro artesanal textil, que estuvo fuera del
paso del ferrocarril. Alausí, sube de 34.000 de capital en giro en 1909 a S/ 307.600 en 1919,
como expresión del surgimiento de un fuerte comercio mayorista de productos agrícolas
y por su ubicación respecto a rutas terrestres con Cañar y Azuay. Colta, estaba en el medio
de los caminos que bajan a la Costa por Pallatanga, y del que comunicaba a Chimborazo
con Bolívar y Los Ríos por el páramo del Puyal55. Al ser atravesada Colta por el ferrocarril
empalmó rutas de arriería con la vía férrea. Guaranda, poco representativa en el capital
en giro apenas pasó de S/. 46.000 de capital en giro en 1909 a S/. 71.000 en 1919. Sus
funciones fueron copadas por otras ciudades de la Sierra central. En la jerarquía de las
ciudades, Ambato desplaza a Riobamba entre 1909 y 1919, como consecuencia del
ferrocarril que acentuó su papel centralizador del capital comercial que estaba
distribuido en la Sierra central.
156
101 El cambio más importante ocasionado por el tren dentro de la provincia de Tungurahua,
fue el ascenso de Cevallos y el declive de Mocha. Al ser atravesado por el ferrocarril,
Mocha, el antiguo pueblo de arrieros, sufrió un fuerte estancamiento. Su población
prácticamente no creció entre 1871 y 1922, y por eso se dice que “Mocha se sustrae a la
ley universal del progreso y retrocede rápida y fatalmente, sin que haya fuerza para
detener su acelerado descenso”56. Cevallos, fue primero una estación de “bandera” del
ferrocarril del sur. Al paso del tren, se organizó una feria que dio lugar a la formación de
una estación intermedia en 1928. Esta feria era un centro de acopio de frutas de la zona y
de la producción de naranjilla que venía de Baños y Río Negro, además que los
comerciantes de Pelileo y Patate utilizaban la estación de Cevallos para sacar la
producción agrícola hacia Quito y Guayaquil57. De allí que Cevallos, era un nexo con la
arriería que provenía de las zonas orientales de la provincia de Tungurahua, aún cuando
desde 1918 ya funcionaba el ferrocarril entre Ambato y Pelileo. La feria se realizaba
alrededor de la estación hasta 1940 en que fue trasladada a la plaza central.
FUENTE: Compañía Guía del Ecuador, Guía Agrícola y Comercial de la República, 1909; AGT. Catastro
de capital en giro Ambato, 1909, Ministerio de Hacienda, Lista comparativa de los capitales en giro
inscritos en los catastros oficiales, durante los años de 1918-1919. Quito, pp. 18-25.
102 Pero el comercio con la Costa a través de las viejas rutas, siguió realizándose, hasta que
las carreteras poco a poco, fueron siendo habilitadas para el tránsito de camiones. En
1930, ya podían circular vehículos entre Quito y Babahoyo, y las carreteras de verano
empezaron a cruzar la provincia de Los Ríos en la década del treinta. En 1937 esa
provincia contaba con 320 km. de carreteras de verano. A fines de la década del treinta ya
había tráfico de camiones entre Zapotal, Babahoyo, Puebloviejo y Ventanas58. Zapotal que
había sido un sitio abastecido por los arrieros, con la carretera a Babahoyo, dio paso a los
camiones, entablando una fuerte competencia con la arriería. Un antiguo arriero de Santa
Rosa, recordaba como fueron desplazados con la llegada de la carretera a Zapotal:
“Como decir ayer, llegó la carretera; y como decir hoy, que yo llego a Zapotal, ya
nadie preguntaba, ni quien diga a que has venido”59.
157
103 Sin embargo, el parque automotor, siguió siendo limitado todavía en los años cuarenta, y
su crecimiento notable sólo fue posible en la década delcincuenta, durante el boom
bananero que desplazó el transporte fluvial por el transporte en carretera en la cuenca
del Guayas, y con la construcción de los nuevos ejes viales para la comunicación Sierra-
Costa que a la larga terminaron sepultando al ferrocarril.
104 El frustrado Ferrocarril al Curaray, que partía de Ambato, se inició su construcción en
1913 y llegó a Pelileo en 1918. Su construcción corresponde a una “fiebre” ferrocarrilera
que se desata en el país por construir vías férreas hacia la Amazonia. En 1912, por
iniciativa de diputados de Loja y El Oro, se aprobó en el parlamento diversas rentas para
construir un ferrocarril que debía unir Puerto Bolívar con Zaruma, Loja y un punto
navegable del río Zamora60. Este proyecto contaba con la oposición de los grupos
dominantes del Azuay, más bien empeñados en su salida por Naranjal o por establecer
una conexión con el Ferrocarril del Sur. Esta oposición de Azuay a que se construya un
ferrocarril desde Puerto Bolívar a Loja, terminó por bloquear ese proyecto, que era un
modo de cuestionar a Cuenca como eje mercantil de la Sierra sur.
105 Los proyectos de líneas férreas hacia la Amazonia, estaban impulsados por intereses
regionales que buscaban establecer salidas privilegiadas desde la Sierra hacia el Oriente.
Era evidente la intención de establecer ejes transversales que partiendo de un puerto
costeño, lleguen a puntos terminales ubicados en ríos navegables del Oriente. Si la
explotación del caucho desató estos proyectos de ferrocarril, su crisis después de 1910,
fueron haciendo cada vez más remota su construcción.
106 Por este motivo, el ferrocarril que salía de Ambato a la región “imaginaria” como era
concebida la Amazonia en ese momento, llegó a duras penas a Pelileo, cubriendo un
trayecto de 34 Km. El trazado de esta línea férrea, cruzaba La Viña, San Francisco, y El
Obraje, siguiendo el curso del río Ambato y el Patate, para terminar en Pelileo. El que se
eligiera el curso cercano a los ríos, fue por influencia de hacendados y propietarios que se
encontraban situados en los márgenes de los nos Ambato y Patate61. Pero no debe
olvidarse que los Salasacas, eran opuestos al cruce de alguna vía de comunicación por sus
territorios y que sólo a fines de la década del veinte fue doblegada su resistencia, cuando
se construyó el camino carrozable Ambato-Pelileo. Por esto, una vía alternativa a la que
eligió el ferrocarril, hubiera significado el ineludible paso por territorio Salasaca.
107 Este ferrocarril, estaba condicionado por los ciclos agrícolas para su funcionamiento. En
temporadas de cosechas, se movilizaba tres veces y normalmente dos veces por semana.
La piedra obtenida en las minas de Pishilata y utilizada en la construcción urbana, era uno
de los productos en constante transporte: en el año de 1923, se transportaron 1.217 Tons.
de carga frente a 7.012 Tons. de piedra62. Este ferrocarril, operó hasta los años treinta,
aunque ya se había desechado la idea de llegar al Oriente, y finalmente los rieles fueron
levantados en 1939, cuando su funcionamiento entró en decadencia por la competencia de
los camiones.
108 Un cambio de gran profundidad dentro del capital comercial, fue provocado por el
ferrocarril. El grupo de comerciantes-hacendados, hegemónicos hasta comienzos del siglo
XX en su papel de nexo con el capital importador guayaquileño, sintió la presencia de
grupos nuevos de comerciantes que disputaban el mismo mercado y el tipo de productos.
Esta oposición expresada por los inmigrantes extranjeros, comerciantes árabes e italianos
que desde comienzos de siglo, estuvieron instalándose en la Sierra central. En Guaranda,
se informaba en 1905 que “seis nativos de Turquía han abierto almacenes donde ejercen
158
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1. Jean Paul Deler, Ecuador. Del espacio al Estado nacional, Banco Central, Quito, 1987; Jorge
Trujillo, La hacienda serrana 1900-1930, IEE/Abya-Yala, Quito, 1986; Silvia Palomeque, Cuenca
en el siglo XIX. La articulación de una región, FLACSO/Abya-Yala, Quito, 1990; Juan Maiguashca,
163
Las clases subalternas en los años treinta, II Encuentro de Historia Económica, Banco Central,
1988.
2. Los datos y análisis, provienen de fragmentos de un trabajo nuestro todavía inédito: Tierras,
mercados y capital comercial en la Sierra central (Tungurahua 1830-1930), Tesis de
Maestría, FLACSO, Quito, 1987. Por otra parte, los estudios de los Bromley, ampliamente citados
por nosotros.
3. Carlos Marchán, “El sistema hacendarlo serrano, movilidad y cambio agrario”. Cultura, Vol.
VII, No. 19, 1984, p. 79.
4. Carlos Contreras, “La Crisis de la Sierra Central y Norte del Ecuador en la segunda mitad del
siglo XVIII”, Revista Ecuatoriana de Historia Económica, No.1, 1987, pp.17-40
5. ANH/Q. Catastro de Tungurahua, 1825, Empadronamiento, Caja 31.
6. Juan Pío Montúfar y Frasso, “Razón que cerca del estado, y guvernacion política y militar de las
provincias, ciudades, villas, y lugares que contiene la jurisdicción de la Real Audiencia de Quito”,
Agosto 1754, Revista del Archivo Nacional de Historia. Sección del Azuay, No. 3, 1981, Cuenca,
pp. 115 y 119.
7. Juan Maiguashca, “El desplazamiento regional y la burguesía en el Ecuador, 1760-1860”.
Segundo Encuentro de Historia y Realidad Económica y Social del Ecuador, T.I. IDIS, Cuenca,
1978, pp. 34-35.
8. Manuel Chiriboga, Jornaleros y gran propietarios (...), p. 90.
9. Academia Nacional del Ecuador, Almanaque para el año de 1863, Imp. del Gobierno Quito,
1863, 134-135.
10. Andrés Guerrero, Curagas y tenientes políticos. La ley de la costumbre y la ley del Estado
(Otavalo 1830-1875), Ed. El Conejo, Quito, 1990.
11. Rosemary y Raymond Bromley, “Cambios de los días de feria en la sierra central del Ecuador
durante el siglo XIX”. Revista del Archivo Histórico del Guayas, Año 5, No. 9, 1976, pp. 15-16.
12. Ibid, p. 29.
13. 13. AGT. Del Jefe Político de Píllaro al Gobernador. 17-V-1872, Jefatura Política de Píllaro,
1872.
14. Rosemary y Raymond Bromley, op. cit. p. 19.
15. Francisco Moscoso. Cuadro sinóptico de la provincia de Tungurahua, Imp. del
Tungurahua, Ambato, 1893 p. 19. Los Bromley, sin embargo afirman que en 1891, ya habían
cuatro plazas de mercado (Ibid, loc. cit.)
16. Rosemary Bromley, “El papel del comercio en el crecimiento de las ciudades de la sierra
central del Ecuador” 1750-1920”, en Fernando Carrión (comp.), El proceso de urbanización en
el Ecuador (del siglo XVIII al siglo XX), Ed. El Conejo-CIUDAD, Quito, 1986. p. 185.
17. Juan León Mera, Gobernador de Tungurahua en 1875, dice que hay una práctica generalizada
de la arriería, en una idea de agricultores que son también comerciantes de modo estacional: “En
cuanto a la ocupación de los hijos de esta provincia, los dos grandes grupos la forman los
agricultores y comerciantes: aumentándose estos y disminuyendo el número de aquellos en la
estación de sequía en que se hacen los viajes al litoral”. Informe del Gobernador de Tungurahua,
en Informe del Ministro del Interior (...) 1875.
18. Isaías Toro Ruiz. Ambato en 400 años, Imp. Municipal, Ambato 1970 pp. 54, 56, 65.
19. Felicísimo López, Atlas geográfico del Ecuador, s.e., s.l., 1907 s.p., División Territorial de la
República del Ecuador, 20-II-1919.
20. Jean Paul Deler, Ecuador. Del espacio al estado nacional. Banco Central, Quito, 1987. p. 174.
21. Michael T. Hamerly. Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil.
Archivo Histórico del Guayas, 1973, p. 79.
22. Ibid, p. 178.
164
23. Rosemary Bromley. “Disasters and population change in Central highland Ecuador,
1778-1825”, en: David Robinson, ed. Social fabric and spatial structure in colonial Latin
America Department of Geography, Syracuse University, 1979. pp. 94-96.
24. Ibid., p. 104-107.
25. Rosemary Bromley. “Urban rural demographic contrasts in highland Ecuador: town recession
in a period of catastrophe 1778-1841”, Journal of Historical Geography 5. 3.1979, p. 288.
26. Manuel Chiriboga. Jornaleros y gran propietarios en 135 años de exportación cacaotera
(1790-1925), Consejo Provincial de Pichincha, Quito, 1980. p. 78 (Se cita un Informe de Ministro
de Hacienda de 1848).
27. Censo de Guayaquil, 1899, Informe de la Intendencia de la Provincia del Guayas, en: Informe
del Ministro del Interior, 1900, s.p. El detalle de los habitantes de Guayaquil, nacidos en
Tungurahua es el que sigue:
Ambato 1.342
Pelileo 146
Píllaro 21
Quero 21
Mocha 28
Quisapincha 11
Baños 11
Cunchibamba 1
Izamba 1
Total 1.582
28. En los archivos de la Gobernación de Tungurahua y del Municipio de Ambato, aparecen
frecuentemente renuncias a los cargos de teniente político o juez parroquial por motivos de
migración a la Costa.
29. AGT. Proyecto de Catastro 1890-1891, Tisaleo.
30. El Nacional, No. 334, 26-XI-1887.
31. Revista Comercial, No. 1, 31-I-1898, Guayaquil.
32. Manuel Chiriboga, op. cit, pp. 190-191. Andrés Guerrero. Los oligarcas del cacao, Ed. El
Conejo, Quito, 1980. p. 36.
33. J. Vernimen, “La industria azucarera y sus derivados”, 16-VII-1931 (Archivo Histórico del
Ministerio de finanzas (AHME), papeles sin clasificar).
34. Anónimo, Milagro. Datos estadísticos sobre esta parroquia. Imp. Grito del Pueblo.
Guayaquil, 1902. El Comercio, VII-X-1923, 19.
35. Foreign Office, British Consular Report Ecuador, 1910. London, 1912, p. 9.
36. Luis A. Martínez, A la Costa, (1904), CCE. Quito, 1979, pp. 211-215.
37. Aquí nos hemos basado en el relato que nos hizo el Sr. Teófilo López de sus experiencias en
Guayaquil y su conocimiento de los migrantes entre 1912 y 1928 (Entrevista, Ambato IV-1987).
38. Carlos Gómez Rendón, Informe del Gobernador del Guayas, Imp. “El Telégrafo”, Guayaquil
1913, pp. 6 y 62.
39. Para un análisis más detallado de las distintas fases por las que atravesó el conflicto hacienda-
comunidad, veáse: Hernán Ibarra, “El conflicto hacienda comunidad en la Sierra central
ecuatoriana durante el siglo XIX”, Estudios Rurales Latinoamericanos, vol XIV, No. 1, 1991,
Bogotá.
40. Francisco Moscoso, Cuadro sinóptico de la provincia de Tungurahua, Imp. del
Tungurahua, Ambato, 1843, p. 20 (Subray. en el original)
41. Archivo histórico del Banco Central/Ambato (AHBC/A), 5695, J. Crim., Ambato 19-XI-1880.
42. AGT. Informe del Gobernador de Tungurahua al Ministro del Interior, 11-VII-1880, Jefatura
Política de Ambato. 1880, Leg. No. 21.
165
43. Friedrich Hassaureck, Four years among the ecuadorians Southern Illinois Press, [1867],
1967, p. 39; Diario de Avisos. El Ecuador en Chicago, New York, 1894, p. 81; Reginald Enock,
Ecuador: geografía humana, Corporación Editora Nacional, Quito, (1914) 1980, p. 298.
44. Las informaciones proporcionadas por el Sr. Jorge Calero, fueron fundamentales para
comprender más adecuadamente el mundo de los artesanos entre 1920 y 1930 (Entrevista, 15-VII
y 22-VII-1986).
45. Virgilio Paredes. “La higiene pública en Ambato”. Casa de Montalvo, I, No. 6-7, 1932, p. 314.
46. Entrevista con el Sr. José Villacrés, Pinllo, 22-II-1987.
47. Entrevista Jorge Calero.
48. Carlos E. Arauz, “Monografía de la antigua parroquia de San Antonio de Quisapincha”. Boletín
Eclesiástico de la Arquidiócesis de Quito, T., 35. No. 9,1928, p. 530.
49. Informe del Gobernador de León, 1894, en informe del Ministro de Obras y Crédito Públicos,
1894.
50. Luis J. Martínez, Algunos datos sobre la epidemia de peste bubónica en Ambato, Imp. El
Pueblo, Ambato, 1916, p. 26.
51. James Levy, “Los artesanos de Quito y la estructura social: 1890-1920”. Revista Ciencias
Sociales, Vol. IV, No. 14, 1982, p. 23. Levy, cita un resumen del Censo de Quito de 1906.
52. Acerca de la función clásica del ferrocarril, veáse de Tomp Kemp, La revolución industrial
en la Europa del siglo XIX, Ed Orbis, Barcelona, 1986, 2a. ed., pp. 43-44.
53. Informe del Gobernador de Los Ríos, en: Memoria del Ministerio de Justicia, Beneficencia,
Higiene y Sanidad, Comercio, Integración y Minas, Quito, 1905, p. 140.
54. Concejo Municipal de Babahoyo. Datos geográficos, históricos, estadísticos y biográficos
del Cantón Babahoyo, Imp. La Reforma, Guayaquil, 1909, p. 9.
55. Julio Castillo Jácome. La provincia de Chimborazo en 1942, Ed. Progreso, riobamba, 1942,
pp. 400401. Una parroquia perteneciente a Colta era Guamote, cuya cabecera parroquial tuvo un
importante crecimiento con el paso del ferrocarril.
56. Alejandro Montes de Oca, “La junta de fomento y sus labores”, en: R.A. Salvador, La primera
exposición provincial, 1923, p. 75.
57. Entrevista con el Sr. Gabriel Freire, Cevallos, 25-IX 1986.
58. Manuel Quintana y Luis Palacios, Monografía y álbum de Los Ríos, Imp. Reed and Redd,
Guayaquil, 1937, pp. 130-132.
59. Entrevista Sr. Basilio Guerrero.
60. Pío Jaramillo Alvarado. Ferrocarriles al Oriente. De Ambato al Curaray, De Machala a
Cuenca, De Puerto Bolívar por Loja al Marañón, Ed. Quito. Quito, 1922, p. 112.
61. Darío Guevara, Puerta de El Dorado. Monografía del cantón Pelileo, Ed. Modena, Quito,
1945, p. 227.
62. (Nicolás Martínez), Informe del Ferrocarril al Curaray, 1923, en: Anexos al informe del
Ministro de Obras Públicas, 1922-1923, pp. 18-19.
63. Informe del Gobernador de Bolívar, 1905, en: Memoria del Ministro de Justicia (...), 1905, p. 18.
64. Anónimo, Riobamba y el ferrocarril, Tip. de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1905, p. 25.
65. J.J. Jurado Avilés, El Ecuador en el centenario de la Independencia de Guayaquil. De Laisne
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66. B. Pérez Merchant, Diccionario biográfico del Ecuador. Escuela de Artes y Oficios, Quito,
1928, pp. 498-499.
67. (Pedro S. Camacho), Anales de la Sociedad de Comerciantes e Industriales de Tungurahua,
1930-1955, Ed. Atenas, Ambato, 1955. Este texto, resume la historia institucional de este gremio
que tuvo entre sus integrantes a los comerciantes de productos agrícolas y a los comerciantes de
origen plebeyo. Hay frecuentes referencias a las relaciones con la Sociedad de Abastecedores del
mercado de Guayaquil, como señal de antiguos contactos.
166
68. Ernesto Miño. El Ecuador ante las revoluciones proletarias, Imp. del Colegio Nacional Bolívar,
Ambato, 1935, p. 150.
167
1. Introducción
1 La ciudad de Cochabamba es la capital del Departamento del mismo nombre.
Geográficamente ocupa la región central de la República de Bolivia y ello hace que se
vincule tanto con el altiplano de La Paz y Oruro, como con las punas potosinas, los llanos
orientales y los valles del Sud de Bolivia. Durante la Colonia, Cochabamba formó parte de
la jurisdicción de la Audiencia de Charcas y con ella perteneció al Virreynato de Lima
hasta 1776 en que pasó a formar parte del de Buenos Aires, como parte de la extensa
provincia de Santa Cruz de la Sierra. En 1783 con parte de estos territorios se creó la
Intendencia de Cochabamba, convirtiéndose la ciudad en su capital1.
2 Cochabamba se encuentra en el extremo oriental de un valle que sigue en su desarrollo un
eje Este-Oeste que ocupa 21 km de longitud por 10 km de sección media. El centro urbano
propiamente está situado a los 17°23’48” de latitud Sur y 66°09’35” de longitud Oeste del
meridiano de Greenwich, con una altitud de 2.570m. sobre el nivel del mar. Su clima muy
atractivo para los habitantes de la puna y los llanos, presenta una temperatura media de
21° en verano de 14,30° en invierno. El asentamiento humano se desarrolló sobre un plano
casi horizontal atravesado por el río Rocha. El posterior desarrollo le imprimió la
tendencia de subir hacia las faldas de la cordillera del Tunari por el Norte, y a expandirse
por el Sud ocupando extensos eriales y colinas transformadas en barrios desarticulados y
dispersos2.
3 Sobre este escenario se despliega un proceso histórico singular, vinculado desde los
orígenes de la ciudad en la segunda mitad del siglo XVI, a la fértil tierra de los valles
centrales andinos, más precisamente a su excepcional vocación cerealera, que
alternativamente provocará momentos de auge económico y crisis, según sus ricas
168
cosechas se consuman en los extensos mercados mineros y del altiplano andino, o sean
desplazados por economías regionales más dinámicas, y por las propias debilidades del
aparato productivo cochabambino.
4 Estos vaivenes, donde las crisis suelen ser más prolongadas que los momentos de bonanza
son los que marcan los ritmos modestos o acelerados del desarrollo urbano, los que
definen la naturaleza de la relación campo-ciudad, los que explican las actuaciones de las
clases sociales, sus formas de dominación y las resistencias consiguientes, los que en fin
definen las articulaciones económicas y los universos ideológicos en que se alienta la
penosa lucha entre tradición y modernidad.
5 El propósito de este ensayo, que es un resumen de algunas ideas más ampliamente
desarrolladas en un trabajo de próxima publicación sobre la historia del proceso urbano
de Cochabamba, se dirige, no tanto a una explicación especializada sobre algún aspecto
particular de dicho proceso, sino a proporcionar una visión más global de dos momentos
de la evolución histórica citada: El siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, que
permiten distinguir la cuestión de la perdurabilidad de una aldea colonial en medio de un
universo trastocado por la Revolución Industrial, cuyos ecos formales penetran lenta y
contradictoriamente en la gruesa coraza de conservadurismo y tradición con que se
defiende una sociedad oligárquica reacia a la modernización de su estructura y enclavada
en un territorio aislado y escasamente vinculado al mercado mundial.
sociedad que está más próxima al tiempo colonial que a los valores republicanos, sino el
tratar de desentrañar que fuerzas y que factores se mueven en el subsuelo de esta
realidad. La relación campo-ciudad parece no estar marcada por un claro dominio de esta
última, por el contrario campo y ciudad parecen ser dos realidades relativamente
distintas, y su interacción no promueve los agudos desequilibrios posteriores. ¿A que se
debe ello? Resulta importante entender este aparente contrasentido para ubicarnos mejor
en la Cochabamba del siglo XIX. Sin embargo esto nos obliga a analizar algunos aspectos
significativos de la economía de la ciudad.
11 Un nuevo vistazo a la Cochabamba de fines del siglo XIX5, nuevamente proporciona un
panorama poco diferente a los anteriores, salvo que el tejido urbano colonial se densifica
más, dando lugar a una presencia más significativa de casas de dos pisos. Además, a las
viejas plazas coloniales se añade la Plaza Colón y la Alameda o Paseo del Prado, así como
el Teatro Achá ejecutado remodelándo un antiguo templo colonial y que expresa el
primer despliegue del gusto republicano que trata de materializar un espacio citadino
donde la nobleza criolla luzca sus galas. La Plaza de Armas -cuya denominación
republicana es 14 de Septiembre-, también ha recibido un ropaje renovado de gusto
neoclásico y un obelisco que simboliza los valores cívicos y libertarios que la sociedad
oligárquica se permite.
12 Sin embargo contrariamente a lo que se pueda pensar a este respecto, la realidad urbana
resultante está lejos de ser armónica y homogénea. Lo heterogéneo y lo contradictorio se
encarna constantemente en el lento ritmo de su evolución. Si la ciudad colonial revela
una estructura legible sobre la que se desplegaba una sociedad férreamente organizada a
partir del principio social de castas, la sociedad republicana al hacer suya esta concepción
ideológica-simbólica del espacio, no reproduce en su clase dominante criolla la misma
hegemonía que ejerció su antecesora ibérica sobre el conjunto de la sociedad colonial, a
excepción de algunos rasgos de su decadencia, que se proyectan en renovadas
contradicciones. Las nuevas fuerzas sociales que dominan el escenario urbano no sólo
renuncian a los ideales libertarios que encarnaron las montoneras vallunas en las luchas
por la independencia, sino que reconstituyen a partir de esta renuncia los mecanismos del
vasallaje y la opresión colonial, sobre cuya base tratan defundar su propia hegemonía. Sin
embargo como veremos más adelante, al lado de los grupos latifundistas criollos se hacen
presentes otras fuerzas sociales que pacífica o violentamente resistirán y desarrollarán
alternativas viables que imprimirán características propias a la región y a la ciudad.
13 El ámbito urbano resultante de estos empeños no llega a recrear ni tan siquiera la burda
imitación de la aristocracia hispana o europea que intenta la Charcas republicana, y
menos imitar el vigoroso empuje en dirección al progreso que imprimen los audaces
mestizos mineros y comerciantes al promover el desarrollo de La Paz. En realidad la
sociedad cochabambina -siguiendo la descripción que D’Orbigny realizó en 1830- continúa
en sus hábitos, costumbres y vestimentas apegada al gusto tradicional. Al respecto el
citado cronista observaba: “Me impresionó ante todo el raro vestido de las mujeres de
acuerdo a las diferentes clases de la sociedad. Las mujeres ricas con nuestras modas
francesas más o menos atrasadas. Las mujeres de los artesanos con la cabeza cubierta de
un sombrero de hombre, blanco o negro... sobre un corsé de lana llevan un rebozo o
echarpe de lana de vivos colores, rosa, rojo, verde, amarillo... sus polleras son tableadas
para aumentar el espesor... cuando más rica la persona mayor el número de polleras que
lleva”.
170
14 Por otro lado, si la vestimenta diferencia rangos y clases sociales, el universo cultural es
mucho más difuso. El francés que se practica en los salones de té de la aristocrática Sucre
es simplemente ignorado. D’Orbigny anota: “El idioma de Cochabamba es el quechua. Los
indios no conocen otro. Los mestizos de ambos sexos sólo saben algunas palabras de un
pésimo español. La lengua quechua está tan extendida en la ciudad que en la intimidad es
la única que se habla. Las mujeres de la sociedad burguesa poseen una idea muy
incompleta del castellano”. La anterior aseveración permite inferir cuán tenue es el
barniz de “cultura urbana” que adorna la vida cotidiana de los diferentes estratos sociales
que habitan la ciudad. En realidad por debajo de una tenue costra de apariencias y
vanidades expresada en vestimentas parisinas pasadas de moda, en imperfectas maneras
de mesa, en penosos balbuceos del idioma de Cervantes, se expresa más ampliamente el
alma mestiza y la cultura quechua apenas disfrazada con aditamentos exóticos.
15 Lo real es que los mestizos y cholos ilustrados o no, que suceden a la administración
colonial no logran identificarse sino apenas por una fragilísima apariencia con la herencia
cultural europea, y que el gusto por lo hispano, los valores ideológicos del conquistador y
sobre todo los prejuicios y todas las expresiones de la decadencia del orden colonial, son
empleados como instrumentos de dominación y como tales son adoptados, y valorizados
como objetos y recursos que dan realce y status, aún cuando en la intimidad se retorne a
la cultura de origen.
16 En el ámbito urbano esta contradicción también tiene una curiosa expresión. En tanto
ciudades como La Paz y Sucre comienzan a revestirse con el neoclásico francés con que se
identifica a la arquitectura republicana, Cochabamba remodela su Plaza de Armas, un
espacio clave donde la clase hacendal emergente plasma su concepción de lo urbano y
expresa la altura de su dignidad ideológica, precisamente adoptando un modelo que es
una clara remembranza de la arquitectura colonial6.
17 ¿Por qué adopta el modelo urbano hispano esta flamante sociedad regional republicana?
¿Si en lo político no se reconstruye idénticamente la sociedad colonial, se la restituye en
su dimensión urbana? Un examen atento de las prácticas sociales y de los roles de los
distintos componentes de la ciudad (zona central, barrios periféricos, equipamientos) y de
la estructura urbana resultante, revelan en síntesis una dinámica muy alejada del modelo
hispano, aún cuando permanece intacto en gran medida el armazón colonial. La ciudad
republicana propicia una sectorización y un sentido de segregación social y ambiental
muy marcados. El centro urbano que se pretendía hegemónico para el conjunto urbano -y
de hecho lo era para la ciudad colonial-, apenas lo es realmente para las zonas de
residencia de los sectores vinculados económica y socialmente a este, emplazados en el
caso de Cochabamba en su zona Norte. Sin embargo al lado de este sector cuyo centro
gravitatorio era la citada Plaza de Armas, aparecen otros focos de atracción en la zona
Sud de la ciudad, -los núcleos de comercio ferial y artesanal- que estructuran una
alternativa distinta, en función de oponer al comercio importador, a la presencia del
aparato estatal, a la residencia de hacendados, comerciantes y jerarquía del Estado, una
alternativa popular de comercialización de productos agrícolas y artesanales dirigidos a
una esfera baja del consumo, que encuentran así una forma de vida e incluso una forma
de concebir y producir espacio urbano con una lógica diferente, donde la consolidación de
este ámbito sigue un proceso que no repite el trazado regular hispano, sino un modelo
más libre, espontáneo e irregular, que emerge como soporte material adecuado para la
feria campesina y la chichería rural7, que a su vez son los elementos esenciales que
recrean el escenario de la gran aldea andina. De este modo en el caso de Cochabamba, el
171
Norte y el Sud, ya desde el siglo XIX marcan la existencia de dos universos que se mueven
y se reproducen con ritmos diferentes, en un proceso de singular coexistencia de valores
oligárquicos y criollo que la férrea estructura de castas de lasociedad hacendal
republicana no logra impedir.
18 Esta diferenciación entre ciudad señorial y ciudad criolla lejos de marcar la existencia de
una sociedad dual y relativamente autónoma en su dinámica interna, expresa la
contradicción entre una formación aldeana donde criollos y mestizos se nutren todavía de
sus raíces autóctonas, y una aspiración señorial -que su nueva condición de hacendados y
hombres públicos- les obliga a perseguir y adoptar, constituyendo penosamente una
tenue corteza de apariencias y comportamientos que por lo menos hasta la segunda mitad
del siglo XIX no consolidan algo distinto a lo observado por D’Orbigny. Es decir que
Cochabamba surge a la vida independiente como una sociedad eminentemente rural que
apenas se adorna imperfectamente con atuendos europeizantes, por ello mismo la ciudad
es más propiamente una aldea donde imperan los hábitos rurales.
19 Sin embargo un factor que paulatinamente hará menos frágil esta corteza de modernidad
y al mismo tiempo marcará la diferenciación social de sus participantes, será el comercio,
que para el conjunto de la formación social regional se constituirá en una alternativa de
vida o muerte. La forma cómo cada fracción de la sociedad cochabambina resuelve su
articulación a la esfera de la producción, el intercambio y el consumo, arribando a lejanos
mercados o reforzando el mercado interior, constituyen los rasgos que nos permiten
penetrar en el significado de la estructura urbana descrita más allá de su modesta imagen
formal.
20 La fundación de repúblicas independientes en los antiguos territorios del Virreynato del
Río de la Plata y Lima, supuso la ruptura del eje Lima-Potosí-Buenos Aires que encauzó la
dinámica comercial más importante de la Colonia. Para Bolivia esta ruptura significó su
constitución con regiones escasamente vinculadas y desigualmente conectadas con el
comercio internacional. De esta forma en tanto La Paz y Oruro encuentran en sus vínculos
con el Sud peruano la alternativa de su crecimiento, Cochabamba intenta hacerlo a partir
de mantener para sus harinas, cereales, calzados, mukho8, la vigencia de los mercados
mineros, las plazas del altiplano e incluso las guaneras del litoral peruano y boliviano, al
mismo tiempo que procura organizar su propio mercado interno como alternativa a la
precariedad de sus vínculos externos.
21 Circunstancias que escapan a los límites de este ensayo, determinan que hasta mediados
del siglo XIX, el país no pudiera estructurar una vinculación interregional y externa que
correspondiera a alguna noción defortalecimiento del espacio nacional. A partir de la
década de 1880 aproximadamente el imperialismo inglés primero y posteriormente el
norteamericano pasan a controlar el comercio exportador de minerales de plata y estaño
convirtiendo los centros mineros en enclaves articulados a los procesos de acumulación
del capital internacional. Cochabamba en este contexto queda relegada a la condición de
una región periférica a las corrientes del desarrollo, es decir que su economía agrícola al
ser escasamente solicitada, al no poder superar su continua crisis de mercado, al no
poseer vías de comunicación adecuadas, al persistir por tanto en modos de producción
arcaicos y prácticas tecnológicas atrasadas, persiste igualmente en su condición de centro
agrícola escasamente competitivo para poder participar de la dinámica del desarrollo
capitalista. Aquí se establece una suerte de círculo vicioso, la ausencia de mercados no
estimula la innovación tecnológica y la transformación de la hacienda feudal en empresa
capitalista, determinando la realidad de una agricultura con altos costos de producción,
172
por tanto no competitiva, lo que define la falta de capacidad de la economía regional para
captar nuevos mercados o defender los tradicionales. En suma no hay expansión
económica por falta de mercados y no hay expansión de los mercados por ausencia de
desarrollo de las fuerzas productivas regionales escasamente estimuladas por esta
situación. O dicho de otro modo: No existen empresarios capitalistas modernos que
quiebren este círculo de atraso arriesgando inversiones.
22 La guerra del Pacífico 1879 significa un golpe demoledor para el frágil comercio
cochabambino. La exportación de harinas y otros productos se agota por la pérdida de las
plazas comerciales del altiplano y las minas ante la concurrencia de similares chilenos
favorecidos por las duras condiciones impuestas por el Pacto de Tregua con Chile de 1884.
Las clases dominantes regionales -latifundistas e importadores-, por fin reaccionan con
vehemencia proclamando que si Bolivia había firmado la tregua con Chile, con
Cochabamba continuaba la guerra. Esto abre paso a una fuerte oposición contra las
empresas mineras y su política de libre cambio, y que con 50 años de atraso, se comience a
clamar por la modernización de las vías de comunicación que vinculen la región con sus
mercados tradicionales. Entonces se dejan escuchar voces que claman: “Ferrocarril para
cochabamba” y se desata una fiebre de exploraciones y estudios camineros, sobre todo en
procura de vincular los valles centrales con los llanos de Santa Cruz y el Beni que son
vistos como mercados potenciales sustitutivos del comercio con el Altiplano.
23 Un eminente representante del comercio cochabambino trazó una vista panorámica de
este con anterioridad al conflicto con chile, estableciendo que la producción de
Cochabamba tanto cerealera como artesanal cubría las minas de Oruro, Potosí, La Paz, era
dominante en todos los centros poblados del altiplano y llegaba hasta las costas del sud
peruano. Reconocía además que gran parte de esta producción y comercio estaba en
manos de pequeños productores y arrieros, quienes además prestaban servicios a las
casas comerciales de la ciudad para introducir artículos de ultramar. Anotaba que la
guerra con Chile significó el quebranto de este comercio, impactando por igual al gran
importador como al pequeño productor. Concretamente se afirmaba que este flujo
comercial: “era un negocio del pueblo, no del alto comercio; los arrieros, los piqueros, la
gente del campo, los colonos de las fincas marchaban con lo que podían alcanzar, nadie
hacía un negocio grande, pero era un negocio continuo, sin interrupción”9.
24 A partir de estos hechos intentaremos una aproximación a la realidad urbana resultante.
En realidad el comercio importador no se resiente con la situación relatada, por el
contrario el comercio de ultramarinos que ahora llegan por los puertos chilenos se
intensifica y se fortalece con el ferrocarril Antofagasta-Oruro. Paulatinamente los
terratenientes, la alta y media burocracia estatal, las capas profesionales, los sectores
ligados a la banca y el comercio, estimulados por el auge de la plata que abre las puertas
al libre comercio y moderniza las vías de transporte, van consolidando un mercado de
consumo de manufacturas importadas incluyendo alimentos y licores provenientes de
Europa, EE.UU., Chile, Argentina, dando lugar a la formación de aparato comercial, si bien
inicialmente modesto, en continua expansión.
25 Comparando la Cochabamba descrita por D’Orbigny en 1830 con aquella sacudida por los
efectos de la guerra del Pacífico, el nuevo auge de la minería de la plata, y más
específicamente la inauguración del ferrocarril Antofagasta-Uyuni en 1892, se pueden
establecer diferencias significativas. Aunque no se llega al extremo del afrancesamiento
que cultivan Sucre y La Paz, las clases dominantes comienzan a acomodarse con mayor
soltura al ritmo de los “tiempos modernos” en sus gustos, hábitos y aspiraciones. Los
173
casimires ingleses, los terciopelos, las sedas de Oriente, las modas parisinas y una gran
variedad de manufacturas provenientes de Europa y EE.UU. finalmente modifican los
patrones de consumo e introducen gustos que rompen con venerables costumbres y
aspiran, lejos ya de las imperfectas apariencias de comienzos del siglo XIX, a lucir la
prenda más novedosa, el último perfume, la exclusiva novedad musical reproducida en
portentosos gramofonos, aunque todo ello como veremos más adelante materializan un
modesto oasis de modernidad, que sin embargo es lo suficientemente dinámico para
propiciar la existencia de un aparato comercial y bancario cuya mayor virtud, pese a su
lenta expansión, será resistir a las prolongadas crisis regionales.
26 Las características de este aparato comercial que comienza a cubrir regularmente las
crecientes necesidades de los ilustres caballeros vallunos, se pueden resumir en los
siguientes aspectos: 1. Una estrecha articulación entre economía hacendal, banca y
comercio, cuyos intereses están entrelazados, de tal manera que la expansión o crisis de
las haciendas repercuten sobre los otros dos componentes. 2. La reducida dimensión del
mercado de consumo de bienes manufacturados y la extrema sensibilidad de este a los
vaivenes de la economía regional. 3. Un importante volumen de casas comerciales
trabajan con crédito bancario, de tal suerte que las contradicciones en sus ventas
amenazan de inmediato la existencia de los establecimientos comerciales, sobre todo
aquellos de capital reducido. De esta forma se explican las repentinas disminuciones o
expansiones de las unidades de comercio minorista que registran las cuentas municipales,
lo que no ocurre con el comercio mayorista. 4. Finalmente un hecho curioso, la
persistencia entre muchos comerciantes de prácticas aldeanas, siendo casi inexistente el
manejo contable, el estudio de mercado para preveer el comportamiento de los
consumidores y el empleo de la propaganda comercial que estimule las ventas. De hecho,
en las zonas urbanas que van adquiriendo un predominio de comercio legal, los letreros y
otras formas de promoción de ventas son casi inexistentes en el siglo XIX, salvo modestos
avisos en la prensa escrita.
27 Frente a esta actividad comercial dirigida sobre todo a cubrir las necesidades de un
mercado de consumo de estratos de ingresos altos y medios, se desarrolla paralelamente
un “un otro comercio”, el de las ferias regionales que además de llenar las necesidades
de abastecimiento del conjunto de la población, permitían la satisfacción de las
necesidades de los sectores populares, artesanos, pequeños productores agrícolas,
pequeños comerciantes, empleados estatales de baja jerarquía, empleados de servicios
domésticos, etc.
28 En la ciudad se hicieron famosos los mercados de San Antonio y Caracota donde se
comercializaban los productos de los valles de Cochabamba. A inicios de la República el
mercado de abasto principal se encontraba en la Plaza de San Sebastián o “Pampa
Grande”, el que luego se desplazó hacia los sitios anteriormente citados. Estos mercados
feriales le dieron una fisonomía particular a la zona Sud de la ciudad: la Plaza San
Sebastián muy concurrida por artesanos en esa época, la tortuosa “Pamba de las
Carreras” -denominada así por las carreras de caballos y corridas de torosque tenían
lugar en este sitio-, la prolongación de varias calles hasta la Plaza de San Antonio y
finalmente la citada plaza de Caracota, definían los sitios de mayor actividad del pequeño
comercio. Aquí se organizaba el mundillo del intercambio, al que concurren desde los
sitios más alejados del valle multitud de pequeños productores, artesanos y comerciantes.
La escena que recreaban era más o menos esta: a pleno sol, en medio de una constante
nube de insectos y polvo, desordenada y precariamente se comercializaban infinidad de
174
lineales, o como añoraba un viejo cochabambino rememorando los viejos tiempos: “La
ciudad dejó de pasar por bajo mi balcón, ahora todo es difícil y para todo es necesario
desplazarse”.
40 Un nuevo sentido ordenador comenzó a imponerse: Si bien en este tiempo la noción de
zonificación urbana era absolutamente desconocida, la expansión de la ciudad, la
paulatina transformación de los suburbios en barrios urbanos, supuso dar un nuevo
sentido al principio de la localización de las funciones urbanas. Así, cuando ya se hacía
alusión a un “plano regulador” en 1898, más se hacía referencia a un sentido de
embellecerla y modernizar los paseos y los edificios públicos que reordenar
drásticamente la funcionalidad urbana. Sin un plan previo, sin ordenanzas municipales
específicas, más como el fruto del “sentido común” de intrépidos munícipes, la ciudad se
“zonifica” consolidando un sector comercial y administrativo, unos residenciales, otro de
abastecimiento y ferias, otro de industria y artesanías, etc., que ahora pasan a depender
cada vez más de vínculos que dejan de establecerse a escala del peatón, o de quien
acostumbraba ver lo esencial de la vida urbana desde su balcón, para pasar a tener una
escala más amplia y compleja, donde los factores de localización, distancia y tiempo de
desplazamiento comienzan a constituirse en el nuevo patrón que organiza la vida
cotidiana, y que resulta impensable con el viejo carruaje, pero sí posible con el tranvía, el
automóvil y el teléfono.
41 La prensa de la época si bien resumía la problemática urbana con los mismos ingredientes
que participaban de las necesidades aldeanas decimonónicas y que quedaban tipificadas
como la prolongación de un largo rutinarismo; comenzaba a alimentar una figura
alegórica de cambios, identificada con la llegada del ferrocarril, brioso símbolo del
progreso, que prometía abundancia y solución a todos los problemas, a la manera de los
cuentos de hadas. Sin embargo estos ideales de cambio no consolidaban una imagen
urbana de la modernidad a la que se aspiraba.
42 Por esta razón las descripciones que se hacen sobre el paisaje urbano, porlo menos hasta
los años 30 apenas se diferencian en el detalle de las crónicas escritas en el siglo anterior.
Los cambios más significativos se inscriben todavía en la incorporación de nuevos valores
a los hábitos de la vida urbana. La cronista inglesa María Robinson Wrigth señalaba:
“Cuando Cochabamba aparece de paseo en las plazas o en la Alameda, el efecto es el
mismo que el de los boulevards de París o Londres”, descripción ya muy alejada del
ámbito conservador hispano violado por la presencia de los automóviles “que han
invadido Cochabamba”10.
43 Estas impresiones permiten una ligera idea de los nuevos hábitos ya definitivamente
urbanos y de la dinámica de la propia ciudad que mucho antes de transformar su imagen
física va modificando su estilo de vida al ritmo de las modas que impone Europa.
44 Una preocupación permanente de las primeras iniciativas de modernización de la ciudad
fue el ensanche de las antiguas calles coloniales y el estímulo hacia un nuevo gusto
arquitectónico, un “barroco burgués” en expresión de José Luis Romero, “que se
manifestaba en la preferencia por los edificios públicos monumentales con una amplia
perspectiva, por los monumentos emplazados en lugares destacados y también por una
edificación privada suntuosa y de aire señorial. Extensos parques, grandes avenidas,
servicios públicos modernos y eficaces debían “asombrar al viajero” según una reiterada
frase de comienzos del siglo XX”11. Estos ideales de progreso urbano estaban fuertemente
influidos por las propuestas del Barón de Haussmann para la transformación radical del
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viejo París feudal en ciudad moderna. Modelo que a su vez inspiró las remodelaciones de
Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, etc. Los primeros planos reguladores de
ciudades latinoamericanas datan de la década de 1930.
45 En este contexto de ideas renovadoras sobre la ciudad que se van abriendo paso
lentamente en la conciencia ciudadana, se inscriben los primeros atisbos de progreso. No
obstante las antiguas deficiencias -calles estrechas y sinuosas, carencia de parques y
paseos en las zonas centrales-, son tomadas como fatalidades irremediables y cuya
superación se sitúa en el terreno de la especulación incluso cuando las propuestas poseían
argumentos lógicos y calidad científica, pues de todos modos chocaban con la barrera de
la más terca incredulidad. De esta forma noticias sobre los progresos de la ciencia y la
tecnología en el siglo XIX como los inventos de Thomas Alba Edison, Samuel Morse,
Marconi, los primeros tranvías eléctricos alemanes de 1884, la utilización del hormigón
armado en Europa desde 1877 ó el primer “carruaje” a motor de explosión de Benz en
1885, son noticias perdidas en la prensa de ese tiempo e incluso jamás registradas. De
cualquier forma son curiosidades de otro mundo, que no alteran ni llaman a la reflexión a
los habitantes de la pacífica e inmóvil aldea.
46 Es en medio de esta atmósfera de incredulidad e indiferencia que se introducen las
primeras innovaciones como el telégrafo (1892), una respuesta efectiva al viejo
aislamiento regional, el servicio telefónico (1906), el servicio de alumbrado eléctrico
(1908) que dio lugar a la formación de la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica Cochabamba,
la primera de tipo moderno en la ciudad. Dicha empresa construye el Ferrocarril del Valle
en 1910 dinamizando el sistema ferial regional. En 1913 la misma empresa inaugura las
primeras líneas de tranvías urbanos que modifican en definitiva la ancestral inmovilidad
aldeana. En 1905, para espanto de los patriarcas del valle, aparecen los primeros
“monstruos mecánicos de cuatro ruedas” que son motivo de alarma y curiosidad pública,
pero que se vuelven familiares hacia 1920.
47 En 1917, y luego de constantes movilizaciones ciudadanas, llega por fin el ferrocarril a
Cochabamba. Con este motivo se organizan con mucha pompa las “Fiestas del Progreso”
que un órgano de prensa de la época describía de la siguiente manera: “Cochabamba
colonial y austera ha tenido en sus calles ajedrezadas el tumulto abigarrado y bullicioso
de una Cochabamba cosmopolita y trasnochadora, la Villa de Oropeza -denominación
colonial de la ciudad-, legendaria y antigua, tuvo los cosquilieos histéricos y el vértigo de
la ciudad colmena; el modernismo ha violado las puertas de la ciudad y se ha arrastrado
ondulante y sinuoso por nuestras calles cubiertas de piedras, quijarros y polvo: la
locomotora audaz y vertiginosa, los raudos automóviles, los ceremoniosos coches de
librea, los dog carts, falcones, berlinas, breaks y mil vehículos han hecho temblar de
miedo las viejas espadañas de los sombríos conventos y los muros agrietados de vetustos
caserones”12. Notables párrafos que mostraban el choque entre la aldea soñolienta y el
progreso arrollador que comenzaba a galopar por sus calles.
48 Sin embargo al lado de esta bullente atmósfera de innovaciones también se hacen
presentes los contrastes que niegan esta imagen idílica y bienhechora del “progreso”. El
tránsito de la aldea a ciudad no constituye una excepción en lo que hace a la acción de las
leyes del desarrollo capitalista. Un testigo de esa época (1918) anotaba a este respecto que
quienes festejaban el progreso hecho ferrocarril y se felicitaban del desplome de la
monotonía aldeana olvidaban la irritante realidad del “espectáculo que ofrecen los
tugurios de Cochabamba, donde masas apiñadas de holgazanes se entorpecen con
libaciones hidrópicas y zarabandas báquicas” y que la miseria con sus efectos de
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el dinero adquiriendo bienes rústicos y urbanos. Había que dar consistencia a la fortuna
privada amenazada seriamente por la inestabilidad del billete”.
53 Por último el mismo cronista que traza este nítido panorama regional de recomposición
de la economía y las clases sociales al término de la guerra con el Paraguay, hacía
mención a un nuevo ingrediente que en definitiva transforma la aldea en ciudad, es decir
la acción de los torrentes migratorios y de capital que irrumpieron en la escena urbana.
“Del altiplano y otras ciudades del interior llegaron refuerzos económicos fuertes sobre
Cochabamba. Y bajo este influjo casi loco el valor de las propiedades fue subiendo y
subiendo. Mineros, comerciantes, industriales, empleados de gobierno, etc., empezaron a
adquirir lotes urbanos y fundos rústicos pagando precios enormísimos, impropios a la
calidad de los terrenos... Así comenzaron a construir también edificios sin importarles el
costo. El afán constructivo requirió obreros y peones. Hubo que buscarlos en los campos,
ya que los elementos propios de la ciudad fueron totalmente ocupados... Los campos
fueron despoblados de sus mejores elementos. La vida rural perdió a sus elementos
jóvenes que se vinieron hacia la ciudad alucinados por mejores condiciones de vida. Así
progresó Cochabamba en forma material y demográfica desde 1937”14.
54 Una crónica de la ciudad hacia fines de los años 40 nos proporciona una idea de los
resultados contradictorios y desiguales de este “salto al progreso”; “La ciudad se extiende
por los cuatro puntos cardinales y sin embargo de que ni la fuerza eléctrica es suficiente,
ni el agua potable puede llegar a las regiones urbanizadas y menos todavía la
pavimentación; sin embargo la ciudad crece en forma considerable y el valor de las
propiedades va subiendo en beneficio de los terratenientes que en las afueras disponen de
extensos latifundios, de donde resulta que los clásicos huertos van desapareciendo y en su
lugar se levantan viviendas”. Aflorando el pasado inmediato el anónimo cronista
señalaba: “Apenas pasan 10 años de cuando el aspecto de nuestra ciudad era casi
provinciano, los propietarios de casas preferían mantener sus balcones señoriales y sus
techumbres coloniales semiderruidos, los interiores casi siempre eran galpones o
canchones -terrenos sin uso en la parte posterior de los predios-, donde podía descansar
el ganado que llegaba desde las propiedades, grandes caravanas de acémilas recorrían las
principales arterias de la ciudad trayendo desde las provincias y las estancias los
productos de las inconmensurables fincas...; Hoy en este pequeño lapso todo ha cambiado
... Los huertos, los jardines y los patios soleados van desapareciendo porque hay que dar
paso al comercio y a la industria que requieren cuanto espacio sea posible para dar cabida
a los almacenes y a las pequeñas fábricas. La población está desplazándose hacia los
alrededores en busca de aire puro y de sol, de donde resulta que inclusive empleados de
reducido emolumento van haciendo economías para comprar reducidos terrenos donde
lentamente van construyendo su casa”15.
55 El resultado de este proceso tiene dos expresiones: la ruptura del lento crecimiento
demográfico urbano del siglo XIX. Cochabamba hacia 1900 tenía una población urbana de
unos 22.000 habitantes que representaban un incremento extremadamente modesto con
relación a los 15.000 habitantes estimados por Francisco de Viedma en 1780. Esta misma
tendencia se mantiene invariable en las primeras décadas del siglo XX. En 1925 se
estimaba la población de la ciudad en 40.000 habitantes, lo que significaba una tasa de
crecimiento de 3.31. De acuerdo al Censo Municipal de 1935, la población urbana alcanzó
ese año 52.000 habitantes incrementándose la tasa anteriormente anotada hasta 3,93. En
1945 la población de la ciudad alcanza a 71.492 habitantes y en 1950 a 80.795,
correspondiendo a este incremento tasas de crecimiento muy elevadas, del orden de 5,03
181
y 5,38% respectivamente. Estas cifras nos permiten establecer que el lento crecimiento
demográfico se interrumpe entre 1935-45 y se acelera hacia 1950, en que la ciudad como
tal se ha impuesto definitivamente al ámbito aldeano.
56 Por otro lado se tiene la expansión física de la ciudad que se produce en forma paralela al
fenómeno anterior. En 1900 y hasta 1910 por lo menos la ciudad no sobrepasa las 142
manzanas definidas desde la segunda mitaddel siglo XIX. En 1922 se amplía el radio
urbano hasta 222 manzanas. En 1928 se computan 244 manzanas; sin embargo el proyecto
de pavimentación de 1931 apenas incluye 131 manzanas que son las efectivamente
consolidadas en ese momento, correspondiendo el saldo a zonas donde todavía
predominan las actividades agrícolas. El censo de 1945 define la existencia efectiva de 360
manzanas y el Plano Regulador de 1950 -Plano Guía de Cochabamba- incorpora 720
manzanas, de las cuales un 60% aproximadamente están definidas como tales y en
diversos grados de consolidación. Una vez más es posible verificar que en la década de
1940 se transforma el lento ritmo de crecimiento de la ciudad, asumiendo las
características de urbanización acelerada que en los años 80 la transformarán en un
conglomerado metropolitano.
57 ¿Cuál es el escenario económico y social de las transformaciones anotadas? Con
posterioridad a la guerra del Chaco la economía urbana gira en torno a dos ejes: el
comercio y los servicios, y una base productiva que reposa en la artesanía, la pequeña
industria y sobre todo la agricultura. El comportamiento de esta economía en los años 40
a 50 dinamiza el sector industrial y amplia las actividades comerciales y de servicios en
coincidencia con la ampliación de la urbanización. Es decir que el crecimiento de la
ciudad y la necesidad de planificarla, expresan un cierto nivel de expansión de la
economía.
58 Pero en realidad, ¿Cuál es la dinámica interna que subyace en el proceso de cambio
urbano descrito? Si contrastamos los logros del desarrollo urbano de los años 20 y 30:
innovación y modernización del transporte, dotación de infraestructura urbana básica,
pavimentación, comunicaciones, etc., con la realidad regional en la misma época, se podrá
constatar que justamente tales logros coinciden con circunstancias de profunda crisis. En
efecto, en los años 20 Cochabamba se debate en la crisis del alcohol y la caída vertical de
los precios del maíz. En la post guerra del Chaco le agobian los efectos de la depresión
económica que produce dicho conflicto con sus secuelas de desequilibrio demográfico,
penuria habitacional, devaluación de la moneda, elevado costo de vida y una continua
inestabilidad política y social que culminará con la Revolución de 1952.
59 La base del progreso material anotado, obviamente no se realiza con los recursos de la
economía hacendal, sino con empréstitos canalizados por el Estado. ¿Pero cuál el respaldo
de estas operaciones crediticias?. ¿Cuál el aval que la región ofrecía al sistema financiero
nacional e internacional para responder a estas obligaciones? La respuesta a estas
cuestiones se ubica en la constatación de una aparente incoherencia entre crisis regional
y desarrollo urbano, y sobre todo, en comprender cómo puede ser posible un proceso de
expansión urbana y transformación cualitativa de sus recursos y servicios, que están lejos
de ser un efecto de la participación de la economía regional influida por algún tipo de
desarrollo industrial sostenido articulado al mercado nacional é internacional, de donde
en rigor debieron nacer los incentivos de modernidad como respuesta a las necesidades
de una creciente concentración de capital industrial y financiero.
182
60 Sin embargo Cochabamba en su tránsito de aldea a ciudad, está muy lejos de estas pautas
que explican el acelerado desarrollo de otras urbes capitalistas. Sus aspiraciones de
cambio y progreso no se apoyan en la realidad de un gran desarrollo industrial paralelo al
auge minero del estaño o a la modernización de la hacienda latifundista. Lejos de todo ello
el mundillo del gran comercio es el transmisor de las ideas de modernidad forjadoras a su
vez de un universo de ficciones y apariencias.
61 La idea de “progreso” que acaricia la sociedad regional es una variante caricaturesca de
los modelos capitalistas europeos y norteamericano. Su contradicción insalvable es que
pretende modernizar la esfera superestructural de la sociedad, cambiar el mundo de las
imágenes, remozar las apariencias, “civilizar” (occidentalizar) la vida cotidiana y
recuperar un espacio urbano exclusivo (“la city”) para los caballeros de las finanzas, el
comercio y “las buenas costumbres”; pero todo ello sin modificar la base estructural que
mantiene férreamente el miserable reinado de la servidumbre que impera en las
haciendas y estancias.
62 La economía urbana continuaba dependiendo de dos ejes tradicionales: las cosechas de
maíz de las haciendas dirigidas a la fabricación de alcohol, y el sistema ferial que se nutre
de los pequeños productores y artesanos locales, pero sobre todo del maíz convertido en
mukho y chicha, cuyo mercado de consumo principal es la ciudad y el Cercado. Los
grandes hacendados procuran capitales en el sistema bancario y financiero, razón por la
cual los préstamos e hipotecas están muy extendidos. Las ventas de maíz a las plazas del
altiplano, las minas y las factorías alcoholeras transforman el capital-mercancía en
moneda, la que nutre al resto del organismo de esta economía, es decir a todo el sistema
comercial y de servicios, y permite el retomo de los préstamos e intereses al sistema
bancario. Este proceso generó un ritmo gradualmente acelerado de inversiones en la
ciudad, que desde fines de los años 20 no sólo mejora su infraestructura básica, sino da
paso a una nueva expresión arquitectónica expresada en la arquitectura nanearía,
hotelera y de vivienda, donde sobre todo “el chalet”, tipología habitacional de molde
anglo-sajón va sustituyendo a la casona compacta de gusto hispano.
63 No obstante, no provienen los recursos para el desarrollo urbano de esta economía de
“esfera alta”. La existencia del “otro comercio” al que reiteradamente nos hemos
referido, el del pequeño propietario agrícola dirigido a la producción de harinas, mukho y
chicha que se consumen regularmente y se exportan, configuran la otra cara de la
medalla de la economía regional, la misma que fortalece la actividad ferial y artesanal
prescindiendo de los mecanismos financieros, pero no de una articulación con la
economía de mercado capitalista, que esencialmente mediante el Estado organiza,
reglamenta y legitima la apropiación del excedente económico generado por los pequeños
productores mediante la imposición de diversos tipos de obligaciones tributarias con que
se grava al maíz, a la harina de este cereal, al mukho y a la chicha para captar recursos
dirigidos esencialmente a “obras públicas en la capital”.
64 Dicho de otra manera para aclarar esta idea, la alianza de intereses entre hacienda-banca-
comercio importador, produce un plus-valor que es apropiado mayoritariamente por la
burguesía terrateniente y financiera para su reproducción social y su disfrute individual,
en tanto la economía del maíz y la chicha que controlan multitud de pequeñas economías
familiares campesinas producen un excedente que en grado significativo es apropiado por
el Estado mediante impuestos nacionales, departamentales y municipales que son
destinados a “modernizar” la ciudad. De esta forma los ideales del progreso de
latifundistas y gran comercio que desde fines del siglo XIX se orienta hacia la
183
FUENTE : Plano obsequiado por el vecindano de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 1899.
REFERENCIAS
1. Plaza Mayor o Plaza de Armas.
2. Plaza Colón.
3. Paseo del Prado.
4. Plaza de San Sebastian.
5. Pampa de las Carreras.
6. Mercado de Caracota.
7. Plaza de San Antonio.
8 Huertos
186
FUENTE: Plano obsequiado por al vecindario de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 1899.
FUENTE: Plano obsequiado por el vecindario de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 18993
187
FUENTE: Plano obsequiado por el vecindario de Cochabamba al Gral. José Manuel Pando en 1899.
NOTAS
1. Guzmán, Augusto. Cochabamba, 1972, Los Amigos del Libro.
2. Guzmán, Augusto. Obra cit.
3. D’Orbigny, Alcides. “Viaje a la América Meridional”, 1830, Vol. 3, Edit. Futuro, B. Aires.
4. Jurisdicción Provincial de la Ciudad.
5. Guzmán, Luis Felipe. “Ligero Bosquejo Geográfico y Estadístico del Dpto. de Cochabamba”,
1889.
6. Gisbert, Teresa y de Mesa, José. “Monumentos de Bolivia” 1978, La Paz.
7. Lugar de expendio y elaboración de chicha.
8. Pasta de harina de maíz de cuya fermentación se extrae la chicha.
9. Von Holten, Terán. “Cuestión caminos del Departamento de Cochabamba”, 1889.
10. Robinson, W. M. “Bolivia en el camino central de Sur América”, 1907. París.
11. Romero, J.L. “Latinoamérica: Las ciudades y las ideas”, 1976, Siglo XXI, México.
12. “Crónicas y perfiles con motivo de la llegada del ferrocarril” El Heraldo No. 7910, 1917.
13. Espada, Joaquín. “Proletariado en Bolivia” El Heraldo No. 8050, 1918.
14. El Imparcial, 25/04/1944/
15. “El progreso cochabambino”, Editorial de El País, 17-05-1949.
16. Anaya, Ricardo. “La urbanización de Cochabamba”, 1965, UMSS, Cochabamba.
17. Informe sobre la situación económica de Cochabamba, El Republicano, 29-10-1926, Cbba.
AUTOR
HUMBERTO SOLARES SERRANO
Cochabamba - Bolivia, 1989
189
1 El objetivo de este artículo es analizar algunas formas del ejercicio del poder local en
Quito hacia las décadas del treinta y cincuenta, momento de tránsito de una sociedad
tradicional, de tipo patriarcal, en el que imperaba un sistema de castas a una sociedad
más “moderna”. Se trata de un proceso abigarrado y complejo en donde lo tradicional se
mezcla (y en muchas ocasiones le sirve de soporte) a lo “moderno” y viceversa.
2 Tomaremos como ejes expositivos por una parte el análisis del discurso y accionar
municipal del dirigente conservador Jacinto Jijón y Caamaño en el que se intenta develar
una serie de formas históricas de generación de consenso al interior de la sociedad, y por
otra, los canales seculares de organización social impulsadas por las administraciones
liberales y el papel que cumple el vespertino local proliberal, Ultimas Noticias, en la
generación de opinión y organización del discurso de lo cotidiano.
1. La Época
3 Lo interesante del segundo tercio del siglo XX es que a pesar de ser una época de profunda
crisis económica y política y de gran conflictividad social (Quintero, 1980; Bustos, 1990;
Icaza, 1984), se sientan algunas bases importantes para el desarrollo mercantil y
capitalista.
4 En el caso de la sierra centro norte y desde la perspectiva de análisis de la sociedad local
asistimos a un proceso de diversificación de los intereses de los terratenientes
(Maiguashca, 1988; Bustos, 1990)2 y de desarrollo del capital comercial que contribuye no
sólo a una mayor urbanización de la economía sino al surgimiento de sectores sociales
“modernos”. Todo esto en condiciones en que el sistema de castas y las diferenciaciones
étnico-culturales siguieron influyendo fuertemente sobre la vida social.
5 Estos cambiantes procesos dan base a formas particulares de desarrollo de la política y,
por tanto, de ejercicio del poder. Creemos que durante este período se vive un momento
de transición en el que se desarrollan (se oponen, se encuentran y en momentos incluso
190
se entrelazan) dos modos de ejercicio del poder. Uno de raíces coloniales cuyos
fundamentos son las viejas relaciones de dominación entre los señores y la plebe y otro
más acordes con el desarrollo de relaciones clasistas.
6 El proyecto liberal y las modificaciones en las relaciones sociales generadas por el
desarrollo (incipiente pero cierto) del mercado interno contribuía a la generación de
nuevos vínculos de los sectores económica y socialmente dominantes con los populares: el
reconocimiento de su ciudadanía y de su condición clasista (en el sentido de “otros,” de
“distintos”, de sectores sociales con intereses diferencia dos y no de simples órdenes o
castas dependientes de vínculos tradicionales como los establecidos a partir de la Iglesia).
En este contexto es difícil hablar de formas unívocas de ejercicio del poder; responden a
estrategias y estilos diversos donde lo tradicional se imbrica con lo moderno.
7 Si examinamos el listado de los Presidentes del Concejo Municipal y Alcaldes de la ciudad 3
en el período vemos que la mayoría (11 de 15) son hacendados y casi todos (13 de 15)
pertenecen a familias aristocráticas (linajes principales) Este número es suficiente para
imprimir un contenido particular a la administración local. Sin embargo, partiendo de
esta matriz común vemos que el comportamiento político de estos terratenientes y
aristócratas es en algunos sentidos distinto. Jacinto Jijón y Caamaño (y posiblemente
Gustavo Mortensen y Rafael León Larrea) expresaría formas de dominio ancladas en lo
tradicional pero modernizadas (gremios artesanales, cofradías, centros católicos obreros
y pulpitos como mediadores en la relación entre los distintos sectores sociales así como
códigos culturales basados en el mutuo respeto de las órdenes, la idea de la pobreza como
fatalidad, la relación con los pobres entendida como obligación moral, etc). José Ricardo
Chiriboga Villagómez y Carlos Andrade Marín podrían representar una segunda forma. Su
relación con los sectores populares sería fundamentalmente a través de los Clubs
Deportivos y las Ligas Barriales (formas mucho más modernas de congregar al pueblo en
condiciones en que como resultado del proceso de diferenciación social el antiguo sistema
iba entrando en crisis) así como de formas discursivas que apuntan más a un mundo
secular (“laico”) que a un escenario organizado a partir de la religiosidad.
mostrar es en qué medida su proyecto de ejercicio del poder local logra convertirse en
representativo de los intereses dominantes y plantear, al mismo tiempo, una salida a las
necesidades (reales y simbólicas) de los diversos sectores sociales del momento.
9 La iglesia fue el mecanismo más importante para el ejercicio hegemónico durante el siglo
XIX, el elemento cohesionador por excelencia de los sectores dominantes y subalternos. El
proyecto liberal había instaurado nuevas formas de ejercicio del poder: separó la Iglesia
del Estado y a través de la secularización de la vida social (educación laica, matrimonio y
registro civil, beneficencia pública y otros mecanismos) pretendió configurar nuevas
relaciones entre la sociedad civil y el estado.
10 Frente al Liberalismo, al naciente Socialismo y al proceso de constitución de nuevos
sectores sociales (peonaje libre, obreros urbanos, sectores industriosos y mercantiles
independientes), los conservadores (cuyos dirigentes prominentes eran miembros de la
aristocracia terrateniente) diversificaron su estrategia política tradicional fundando
varios centros católicos, especialmente de obreros (Centro Católico de Obreros, el Club
Comercial y Obrero, etc. (Luna, 1984) modificando algunos aspectos de su discurso.
11 Jijón fue uno de los fundadores del Centro Católico de Obreros, en 1906. Su discurso 4
pronunciado en el Centro cuando ya no tenía participación directa pero conservaba su
liderazgo intelectual, nos puede servir de inicio para entender los intentos hegemónicos
de una fracción modernizante de los sectores dominantes tradicionales.
12 En la era del progreso, plantea Jijón, los católicos tienen que cumplir deberes sociales
tanto en la sociedad religiosa como en la sociedad civil (la sociedad propiamente dicha).
Estos centros católicos obreros son parte de la Acción Social Católica cuyos objetivos son
“difundir, propagar y defender las doctrinas de la Iglesia”. Cumplen la misma función de
la iglesia en la sociedad, pero a través de órganos corporativos (sociedades de artesanos,
obreros, comerciantes, etc.). Los Partidos políticos (más concretamente el partido
conservador) como parte de la sociedad civil serían encargados de defender a la Iglesia de
los peligros que la amenazan. Si bien parte de que en los grupos de acción católica no
debe intervenir la política, plantea que entre los dos tiene que haber íntima relación. Se
acepta ya que existe separación de poderes, pero no se los ve como excluyentes sino más
bien como complementarios. Los centros católicos serían los intermediarios para
propagar la política conservadora (implementada por los partidos) hacia la sociedad.
13 El partido conservador se va actualizando y adoptando no sólo diferentes estrategias de
acción sino formas remozadas de producción simbólica. En la “era de las masas”, en la que
los deberes sociales cobran mayor importancia, ¿cuál es el papel del partido
conservador?: “obrar para el pueblo y con el pueblo”, dice Jijón. Aparentemente retoma
un elemento propio del pensamiento moderno o por lo menos del pensamiento liberal: el
pueblo (en lugar de los pobres), pero lo hace sin suprimir elementos presentes en las
relaciones anteriores: “siempre ha de haber jerarquías, porque donde no las hay reina el
caos”.
14 Jijón plantea la necesidad de sumar fuerzas para constituir un poder, que sea la expresión
del reinado de Cristo en la tierra. Ese sería el papel del partido conservador, que por otra
parte sería el único que podría representar a los católicos. Los católicos solamente
cumplirían con sus deberes de ciudadanía afiliándose al partido conservador, ya que tanto
192
17 ¿Cuáles son los valores que se resaltan al propagandizaz la figura de Jijón y Caamaño?
18 El mensaje cambia de acuerdo a los sectores sociales a los que va dirigida la propaganda.
Por ejemplo en “Ciudadanos de los barrios del norte”5 trata de implementar un discurso
político dirigido a los sectores que definen en ese campo su participación: delimitar el
campo de las derechas (que representa la honradez, la capacidad y el desinterés) y de las
izquierdas (que significa el odio que nada crea, desorden y atrevimiento) y señalar la
necesidad de que los ciudadanos se definan a favor de Jijón ya que “quien favorece a los
partidos o candidatos del centro, no hacen sino favorecer la causa de las izquierdas”.
19 En otro tipo de propaganda (dirigido a la base popular) sale a luz su acción benefactora y
de servicio a los pobres, de patrono justo y generoso, de “señor” preocupado con “plata y
persona” por los problemas de su ciudad. En los dos casos se utiliza criterios religiosos.
20 El Informe de labores realizadas por el Concejo en el año de 1946 nos puede dar algunos
elementos de juicio sobre su accionar concreto como Alcalde. Comienza señalando los
problemas más urgentes que tiene la ciudad: “falta de recursos económicos, de agua, las
calles no son las que deberían, las casas no reúnen las condiciones de salubridad, higiene
y comodidad apetecibles, especialmente las clases populares viven en moradas carentes
de luz, aire y espacio, los pueblos del cantón no están unidos entre sí por vías que hagan
fácil el comercio y el intercambio de productos”.
21 De manera general existen dos tipos de planteamientos y acciones: una referida a la
administración municipal en su conjunto que tiene, diríamos, una lógica de
funcionamiento propio (el mantenimiento y la conservación del aparato municipal) y otra
que tiene que ver con su accionar con determinados sectores sociales.
22 Con respecto a los sectores populares, su discurso como administrador municipal también
pone énfasis en estos: “casi todos los trabajos ejecutados en el presente año se han
193
localizado en los barrios más pobres y donde las necesidades de sus habitantes eran más
premiosas”. Aunque en el informe también se señala que dieron prioridad a la
canalización y pavimentación de la zona norte, (la zona residencial de la ciudad),
efectivamente implementó una serie de obras dirigidas a los sectores populares.
23 Aunque según Ultimas Noticias el primer Comedor Municipal en Chimbacalle fue creado
en 1938 bajo la iniciativa del Presidente del Concejo Galo Plaza, no cabe duda de que Jijón
dio impulso a estos. En 1946 eran dos: el de estudiantes y empleados públicos que
funcionaba en la calle Junín y el de obreros situado en el barrio de Chimbacalle. Parece
que obtuvieron tanto éxito que el Concejo se vio obligado a fundar 5 adicionales en
diversos barrios de Quito (en la calle Loja, en San Blas, en El Inca).
24 También puso énfasis en el sistema de Abastos Municipales (que había sido creación de la
administración conservadora de Gustavo Mortensen en 1941, aunque los Almacenes
Municipales existieron desde 1932).
25 Al respecto dice Jijón: “En 1941 preocupado el Municipio por el alza del precio de las
subsistencias, resolvió intervenir en el mercado de estas creando Abastos Municipales,
que se incrementaron notablemente a fines de 1943, llegando a ser la poderosa
organización que hoy es” (Informe Labores, 1946). En 1946 existían 29 Almacenes en la
zona urbana y 12 en algunas de las parroquias rurales. El sistema de Abastos debía tener
al mismo tiempo que un criterio de servicio social, un concepto comercial de empresa.
Comercializaba los productos alimenticios principales: harinas, pan, mantecas, azúcar y
leche (con respecto a la leche se habla de la necesidad de crear una planta
pasteurizadora).
26 Las condiciones críticas por las que atravesaban los habitantes de la ciudad obligaban a
crear comedores públicos para empleados, estudiantes, obreros y para esa amplia capa de
peonaje libre de origen rural que se iba incorporando al mundo urbano. Igual sentido
tenía organizar el expendio de mercancías en manos de pequeños intermediarios y de los
propios productores provenientes de las zonas aledañas a Quito y de otras regiones: eso
abarataba los productos y de paso ordenaba la ciudad. Si pensamos que la beneficencia y
el servicio a los pobres había sido una característica del tipo de relaciones anteriores y
que esa mentalidad seguía gravitando entre los conservadores no podemos dejar de ver
en los comedores y los abastos, así como en las obras personales que constan en las hojas
volantes que propagandizan a Jijón, ese tipo de práctica. En efecto entre muchas otras
cosas Jijón fue protector de varios Asilos y Hogares del Niño, benefactor y fundador de
algunos establecimientos educativos, protector de organizaciones artesanales y obreras.
En estas obras se pone al mismo tiempo un énfasis más propio de este siglo que del
pasado: un énfasis en el sentido de efectividad y de empresa.
27 Cuando fue Presidente del Concejo Municipal en 1935, instaló la Planta Eléctrica
Municipal, que funcionó paralelamente con La Eléctrica de Quito, (existente desde 1908).
En su administración de 1946 dio término a negociaciones empezadas por concejos
anteriores y compró a La Eléctrica de Quito todas sus instalaciones, unificando el servicio
eléctrico para la ciudad, y según él rebajando las tarifas que cobraba la otra empresa.
194
31 El primer barrio obrero de Quito fue fundado y construido por Jijón en los años treinta en
el sector de La Loma. En el informe del 46 expresa preocupación por los otros barrios
populares. “Es Chimbacalle, dice Jijón, el barrio obrero por antonomasia de la ciudad. En
el existe el Vicentino de Chiriacu cuya urbanización fue autorizada por el Concejo
comprometiéndose el Cabildo a realizar determinadas obras, entre ellas la canalización y
el Estadio Barrial de Chimbacalle”.
32 El nacimiento de este barrio, constituye un ejemplo típico de como las instituciones de la
Iglesia canalizaron las aspiraciones de los sectores populares y, lograron cierto consenso
entre estas. La Sociedad Cultura del Obrero, dirigida por el sacerdote dominicano
Inocencio Jácome centralizó los esfuerzos de los trabajadores e inició la labor “secundado
por los gerentes de algunas fábricas que comprenden cuanto más eficiente es la labor del
obrero si este tiene situación estable”6. Los trabajadores solicitaron al Ministerio de
Previsión Social la expropiación de la hacienda Chiriacu, quién auspició el proyecto a
condición de realizarlo para la construcción de viviendas de otros obreros de la zona,
prefiriendo, además, la fórmula de venta a la de expropiación. Del precio total una parte
fue financiada por la Sociedad Cultura del Obrero y otra por la Caja del Seguro. La Revista
mencionada afirma que se beneficiaron más de dos mil familias.
33 En la práctica muchos de los barrios planificados como obreros, como es el caso de la Villa
Flora y Alpahuasi se convirtieron en viviendas para empleados y afiliados a la Caja del
Seguro, porque los precios no estaban al alcance de los sectores más populares.
34 La política de los barrios obreros, además de estar enmarcada dentro de un marco
jurídico que reconocía y daba protección a estos sectores, correspondía al espíritu de
segregación espacial y residencial practicada por todas las administraciones municipales
y avalada por los planos reguladores de la época (Plan presentado por el Ing. Eduardo
Pólit Moreno en 1939 y del urbanista uruguayo Jones Odriozola en 1942, entre otros)
(Achig, 1983: 58-62).
195
35 Jijón tampoco es ajeno a esto y más bien contribuye con el Plan de Odriozola a precisar la
zonificación de la ciudad, dividiendo entre zonas de primera clase y otras que no lo son.
(Informe del Alcalde Jijón y Caamaño en el año 1946, pag. XXXI). También esta política está
enmarcada por el doble afán de “asistir a los pobres” evitando conflictos que desborden la
paz social y el de separar a los sectores laboriosos de los “peligrosos”.
36 Dicha ley a favor de las Municipalidades fue dictada en 1944 por elPresidente José María
Velasco Ibarra con el objeto de construir, mejorar y conservar los caminos que no
hubieran sido declarados de carácter nacional y que estén ubicados dentro de las
respectivas jurisdicciones cantonales. Parece tener su antecedente más directo en la
Contribución Subsidiaria derogada por la Rev. Liberal en 1896 y obedecer al mismo
carácter: planeta la obligatoriedad de que todos los habitantes varones de la república,
entre los 21 y 50 años (a excepción de los obreros de fábricas y minas, miembros del
ejército y la policía, inválidos y extranjeros y los que se exoneren mediante el pago del
doble del correspondiente jornal) trabajen durante cuatro días al año en obras públicas de
sus respectivas parroquias.
37 Fue reglamentada para el cantón Quito por el Alcalde Jijón y Caamaño en 1946 y
constituye uno de los puntos principales en su informe de 1947. La mayor parte de las
obras de vialidad de las parroquias aledañas a Quito fueron construidas con el
contingente de los conscriptos viales, y estos debieron ser numerosos porque solo en el
sector de Pomasqui se anota la presencia de 1.500 conscriptos.
38 ¿A qué obedece esta ley? ¿A financiar las obras públicas cuando los presupuestos
municipales eran exigüos? ¿A la dificultad de contratar trabajadores libres?. Se trata de
hecho de un tipo de relación precapitalista asentada en una realidad que se va
transformando (y en algunos aspectos de una manera relativamente dinámica).
39 Es posible que se deba a un afán de reconstruir la nación y de incorporar al indigenado a
la ciudadanía, dentro de un clima creado por la invasión peruana y la efervescencia
popular del 44. La alfabetización impulsada por la UNP en 1944 posiblemente está
enmarcada en el mismo propósito (Ibarra, 1989).
40 Dentro del pensamiento conservador (aún modernizado) resulta “natural” este tipo de
disposiciones. ¿Resultarla también “natural” para los conscriptos y los pobladores de las
parroquias afectados por las medidas?. Es difícil saberlo si no disponemos de información
suficiente al respecto, pero de lo recogido se puede desprender algunas cosas y en primer
lugar que la respuesta no fue igual en todas partes.
41 Muchas de las obras de las comunidades y de las parroquias son como sabemos apoyadas
por mingas en donde la participación es parte constitutiva de la forma de ser andina.
Desde tiempo inmemorial se plantea en la sierra la minga como salida a los
requerimientos de las comunidades. Comunidades indígenas participan además en
muchas ocasiones en mingas organizadas por hacendados o por organismos
gubernamentales, habría que ver cuando esas mingas son asumidas con agrado por las
comunidades y cuando como una carga.
42 Los estudios sobre el sistema de trabajo subsidiario muestran que este incluso provocó
resistencia en la medida en que desarraigó a la población de sus tierras o de sus
requerimientos cotidianos (cosechas, fiestas, etc) obligándoles a cubrir turnos de trabajo
196
49 Además de referirse a las condiciones económicas críticas que vive el país en esos años y a
los escasos recursos de la municipalidad, revive una especie de “deber ser” afincado en la
tradición.
50 En 1933 el Municipio determinó mediante Ordenanza las condiciones generales a las que
deberían someterse los propietarios para la formación de nuevos barrios (los mismos que
de acuerdo a descripciones previas de la Gaceta Municipal crecían sin orden ni concierto).
51 En 1940 Carlos Andrade Marín elaboró un informe en el que se señala la inconveniencia
de que el Municipio financie todas las obras llevadas a cabo por lo empresarios: “Los
propietarios de terrenos trazaron calles, parcelaron y vendieron en lotes con grandes
ganancias sin ningún plan, higiene y aseo. Al Concejo le tocó la tarea de pavimentar esas
calles, poner aceras, canalizar y dotar de luz, agua, etc, es decir de urbanizar lo que la
iniciativa privada guiada por el negocio había querido transformar a la ciudad Esta
ganancia debía venir de algún esfuerzo del propietario y no esperar que la ciudad crezca
para sacar ganancia y luego utilizar al Municipio para que termine la obra que debe ser
para todos y no solo para estos propietarios” (cit. Achig, 1983:56). La Ley de Régimen
Municipal puesta en vigencia en 1946 establecía un puente entre los requerimientos
contemporáneos de racionalización del crecimiento de la ciudad y de los recursos con la
tradición colonial. Planteaba dicha Ley las obligaciones que tenían los ciudadanos cuando
se beneficiaban con obras públicas realizadas por el Municipio.
52 La política tuvo al parecer buenos resultados. Jijón en su informe agradecea los vecinos de
Quito que contando con la colaboración del Municipio, han organizado trabajos colectivos
a los que se han prestado gratuitamente para el ensanchamiento de calles, su nivelación y
mejoramiento. Se refiere principalmente a los barrios de San Juan, San Roque, El Dorado y
La Floresta.
53 ¿Tradición colonial o tradición indígena? El discurso de Jijón se remonta al cabildo
colonial que para esos años se asume como uno de los elementos de la “quiteñidad” a
rescatarse. En realidad es más lógico hablar de una tradición indígena que permite
reproducir al interior de la ciudad el sistema de mingas. Para esos años las raíces
indígenas son muy fuertes entre los sectores populares urbanos, las formas de vida y los
valores de la modernidad no han penetrado tan fuertemente en ellos y las relaciones con
el campo son aún estrechas. Si entendemos por colonial no sólo lo hispano sino un tipo de
relación amo-siervo basada en la reciprocidad, en los vínculos patriarcales a la vez que en
el sistema de castas, es posible que el término tradición colonial sea sin embargo el
acertado. Lo que desde esta perspectiva se estaba institucionalizando (o tratando de
institucionalizar ya que la sociedad local no era la misma de la colonia) es el viejo orden
de la ciudad, las viejas relaciones que supuestamente existían o debían existir entre el
municipio y los ciudadanos, entre los diversos sectores de la ciudad.
55 La expansión de la ciudad en aquella época (Paz Y Miño, 1960:28-34) sigue dos direcciones:
la de las colinas, en las que se asentaron barrios netamente populares debido al escaso
valor del suelo y la relativa proximidad al centro urbano. Estos fueron: el primitivo
Aguarico, La Colmena, La Tola, La Libertad, San Juan, la primitiva Floresta, el Dorado, la
ciudadela Méjico, etc., que por mucho tiempo carecieron de los más indispensables
servicios”.
56 La otra forma de expansión es en las planicies. Este es el caso de las ciudadelas Larrea,
América, Belisario Quevedo, Mariscal Sucre, Colón, Batán, Iñaquito, etc. que fueron
planeados bajo conceptos modernos y se constituyeron en barrios esencialmente
residenciales.
57 En cuanto a las formas de expansión habían dos: una por iniciativa privada de los dueños
de los terrenos que antes habían sido quintas, huertas o bosques que rodeaban la ciudad
(del 30 al 60 el Municipio emite alrededor de 90 ordenanzas autorizando a particulares la
urbanización de terrenos); y por la acción del Estado a través de las Cajas de Previsión
Social y del Seguro Social.
58 “La Caja de Pensiones emprendió en la formación de nuevos barrios: de 1938 a 1945 formó
el barrio Bolívar con 217 casas; de 1943 a 1945, el Belisario Quevedo con 116 casas; de 1950
a 1955 el San José en la Magdalena con 162 casas; en 1956 forma el barrio La Gasca; de
1957 a 1958, el barrio Hermano Miguel con 129 casas”.
59 “La Caja del Seguro ha establecido los siguientes barrios: Méjico en 1938 con 257 casas; el
Alvarez en 1938 con 25 casas; los Andes en 1945 con 14 casas; el barrio Rocafuerte en 1944
con 16 casas; la Villa Flora de 1948 a 1958 con 758 casas; el de la Recoleta en 1948 y 1955
con 22 casas, algunas de las cuales fueron colectivas; el barrio militar Atahualpa en el
Pintado” (Paz y Miño, 1960).
60 Muchos de los Comités de Adelanto o Promejoras se producen dentro de este contexto. El
surgimiento de estos barrios, se ve acompañado por presiones sociales para consepir
servicios e infraestructura necesaria; el aumento de población, la proliferación de pestes y
epidemias como la fiebre palúdica, la ausencia de servicios de canalización, de agua
potable, transporte, etc. hacían que la gente buscase de manera casi espontánea
organizarce para buscar soluciones a sus problemas.
61 La prensa de la época recoge información sobre el surgimiento de comités en La Tola, San
Sebastián, etc. (diarios Ultimas Noticias del año 1940). En 1944 el Presidente de los
moradores del barrio de la Belisario invita a una minga y a la inauguración de la ciudadela
(Ultimas Noticias, 22 de mayo de 1944). El Comité Pro-adelanto de las parroquias de
Iñaquito, El Inca, Concepción y Chaupicruz, piden que las autoridades de tránsito
controlen el servicio de transportación (Ultimas Noticias, 23 de agosto de 1948).
62 Formas de organización barrial existen desde la época colonial (Cfr. Hurtado y Herudek,
1974 y Telmo Paz y Miño, 1960) y aunque también fueron impulsadas por Jijón y Caamaño,
el surgimiento más notorio de los comités barriales se produce a partir de la
administración municipal de José R. Chiriboga Villagómez que se inicia en el año 1949. Así
al menos lo evidencian los testimonios orales. La administración de este Alcalde (con
muchas características populistas en su relación con la gente) parece haberse
caracterizado por el cumplimiento de pequeñas obras en todos los barrios de Quito (a
Chiriboga se le llamaba por esta razón Pepe Parches). Según los testimonios visitaba los
barrios, preguntaba las necesidades y les pedía a los vecinos que se organizaran en un
Comité, que se encargaríade vigilar el cumplimiento de la obra. A pesar de que muchos de
199
esos comités parecen haber tenido una vida efímera (se diluían cuando terminaba la obra)
y haber servido como plataforma política del partido liberal y concretamente de
Chiriboga Villagómez (posteriormente fue candidato a Presidente, perdió, pero parece
tuvo una importante votación) no deja de ser interesante. Los Comités barriales, las
Juntas Parroquiales y las Ligas Deportivas constituían importantes mecanismos de
ejercicio político del Partido Liberal, partido que hasta el 64 tuvo la mayor ingerencia en
el poder municipal.
63 Durante la administración de Carlos Andrade Marín igualmente se dimensiona la
participación barrial para la realización de obras. Los moradores de San Juan en 1956
agradecen al Alcalde por una calle entre la Manabí y Esmeraldas. El trabajo mencionado
se hará con la cooperación, con una minga de todo el barrio (Ultimas Noticias, 23 febrero
1956).
64 La expansión de la ciudad hacia nuevas zonas genera una contradicción permanente
(escasamente estudiada) con los pobladores de asentamientos indígenas (de Santa Clara
de San Millán, la Floresta, Chaupicruz, Cotocollao, la Magdalena) que no siempre poseen
títulos que justifiquen su propiedad. Sectores medios e incluso populares efectivamente
necesitados de vivienda (que tenían acceso al Seguro y a las Cajas de Previsión) se ven
metidos en conflictos con los comuneros añadiendo una nueva contradicción a la que
históricamente sostenían las comunidades con haciendas, tierras del municipio y
propiedades de las órdenes religiosas.
65 El problema es además cultural. A través de la información se percibe un choque
permanente entre los habitantes de la ciudad por factores raciales. Hacia 1940 un grupo
de vecinos de Iñaquito, al justificar su pedido de que otros buses avancen hacia el sector,
se quejan del servicio Quito-Cotocollao en el que viajan en gran mayoría “indios cargados
de abultadas maletas”. Dice la comunicación dirigida a Ultimas Noticias que “es sabido
que nuestra gente indígena y mayoría de la chola no tiene aseo,... si un hombre decente
en el vestir, toma pasaje en uno de estos buses no lo hace otra vez. Es triste ver, si se
contiene la ira, con la mayor inconsciencia, esas manos de indígenas llenas de tanto
residuo, se semilimpian en la indumentaria del vecino”.
66 Posiblemente el reclamo de los vecinos del sector de la ciudad comprendidos entre las
calles Chimborazo, Selva Alegre y Diez de agosto va en el mismo sentido. Los propietarios
de este sector han enviado una solicitud al Presidente del Concejo, quejándose de las
barbaridades de que son víctimas por los escándalos, los atentados contra la moral, la
higiene y la salubridad que se cometen en las guaraperías que se toleran y existenen ese
barrio” (Ultimas Noticias, 17 de mayo de 1940).
67 La verdad es que Quito estaba salpicado de guaraperías (antiguas chicherías,
supuestamente extinguidas hacia los años veinte). La información señala como zonas de
guaraperías: El Dorado, Panecillo, San Diego, La Bahía, calle Vargas y la Tola donde
permanecen hasta finales de la década del 50. Debieron haber otras zonas pero la acción
del municipio y de la ciudadanía estuvo dirigida sobre todo en contra de las de la zona
central.
68 Sin embargo no todo es dominación e imposición de otras formas culturales. El municipio
intervino de diversas formas para intentar cambiar el aspecto de la ciudad y las
costumbres de sus habitantes, pero en algunos casos las políticas se toparon con la
recreación de la vida popular. El Comedor Obrero de Chimbacalle organizado por el
municipio es un ejemplo. Organizado en 1938 por iniciativa de Galo Plaza, tuvo por objeto
200
a la par que constituirse en un medio de enseñanza de buenas costumbres (uso del mantel
blanco y cubiertos y comida balanceada e higiénica) ser un centro social y cultural, y
parece que efectivamente se convirtió en un lugar de encuentro popular. En el se llevaban
a cabo los días domingo concursos de baile nacional y en especial de Sanjuanito, elección
de reinas y de mejores “bailadoras”. En el año 44 con motivo de la clausura del Congreso
Obrero varios sindicatos como “una demostración de compañerismo han organizado en
honor de las delegaciones de otras provincias, una fiesta de bailes populares que tendrá
lugar en el Comedor Obrero de Chimbacalle” (Ultimas Noticias 8 julio 1944).
69 En el proceso de secularización que vive la ciudad juega su rol la radio y un tipo de prensa
que da cuenta y que organiza el discurso de lo cotidiano7.
70 El aparecimiento de Ultimas Noticias en junio de 1938 expresa requerimientos de ese tipo
en una ciudad que crece y se “moderniza” (aunque, como es lógico suponer, no con los
ritmos actuales). “Quito ha crecido casi extraordinariamente. Está en contacto mayor con
el mundo. Una dinamia comprobada hace que los hechos reclamen un medio de expresión
que lo comente”.(Ultimas Noticinas, 9 de Junio de 1941).
71 En Quito se desarrolla una suerte muy rica de relaciones cotidianas alrededor de las
cuales se estructura una escena urbana y una conciencia cotidiana de la ciudadanía. El
mundo de la escuela y del trabajo fabril (como mundos disciplinarios), del progreso
urbanístico (y de adscripción a su lógica), el mundo del deporte barrial, de los festivales
musicales y también (porque no?) el de la peligrosidad y la anomalía (concebidos en ese
entonces bajo connotaciones étnicas), requieren de medios clasificatorios que los
organicen dentro de un discurso. El crecimiento demográfico aleja a la gente de una
relación más directa entre sí y también de una relación más directa con los
acontecimientos y requiere de criterios clasificatorios mucho más dinámicos. La radio y la
prensa local devuelven al público una visión estructurada de ese mundo. “Ultimas
Noticias” expresa lo cotidiano, lo que es una ciudad pequeña se decía en la plaza o en el
pulpito o a través de la relación personal. Aun cuando el país está más integrado y
muchos de los problemas se definen en un ámbito nacional es a partir de lo cotidiano-
local donde se sientan las bases de una lectura de lo público. “Ultimas Noticias”
contribuye a plantear una diferenciación de lo local respecto a lo nacional, a crear una
imagen ciudadana local (“quiteñidad”). En el tercer aniversario de la fundación del
periódico (9 de junio de 1941) se expresa, de manera muy clara esta idea. “Quiso ser un
periódico quiteño y lo ha logrado, nuestro periódico se esforzó en la exaltación de la
importancia de la ciudad que ha sido germen de nuestra nacionalidad”. Y el 11 de enero
de 1954: “este periódico fue fundado con la finalidad de proteger y defender los intereses
colectivos urbanos de la capital de la república, que tan abandonada ha vivido siempre en
los afanes del poder central” (11 de enero de 1954).
72 La primera página trae noticia internacionales y/o el acontecimiento local más
importante. Las notas editoriales expresan, por lo general, asuntos políticos que tienen
trascendencia en ese momento o los problemas más acuciantes de la ciudad como falta de
agua, canalización, mendicidad, delincuencia, etc. Si se analizan las distintas secciones se
ve que están dirigidas a los intereses de los diversos sectores sociales, pero con una
tendencia hacia los sectores medios y populares de la ciudad Hay una página dedicada a la
mujer (costura o labores, cocina, educación de los niños), una página deportiva local
201
(iniciada en el año 40) que trata sobre todo fútbol, básquet y competencias atléticas y en
menor proporción pelota nacional y natación (el tenis se lo menciona con mayor
frecuencia en El Comercio); una columna que se llama “Mundo Obrero”, que reseña de
manera breve las convocatorias y vida social de las organizaciones de trabajadores (de
artesanos, obreros fabriles, choferes y de servicios), y que significaría el reconocimiento
institucional a los sectores populares (que en esos años tienen una presencia política
importante). La columna “Vida Social” da noticia de la vida social de los sectores
dominantes (aristocracia, mundo diplomático, personeros del gobierno). Hay secciones en
las que se informa sobre las boticas, programas de radio y espectáculos culturales y
deportivos; otra página, “Acuarelas Nacionales” (artículos sobre nuestra tradición
histórica), expresaría una preocupación por fomentar un espíritu de nacionalidad
(espíritu que por el tipo de reseñas toma como parámetros tanto una matriz colonial
como una visión folklorista de lo indígena, asentado por lo general en el pasado y en la
rememoración de mitos que son reinterpretados como leyendas nacionales). También por
algunos años hay una sección sobre Costumbres y el “Humor Quiteño”.
73 Desde la fundación y durante la década del 40, dentro de la página editorial hay la sección
“Asuntos Urbanos”. Veamos algunos titulares de esta sección:
74 Sobre las costumbres:
75 - “Civilizando la vida de cocina en Quito, haríamos obra prodigiosa”; “no de tanto la
mano, la urbanidad manda hablar menos por señas”’; “la ciudad debe ser el hogar general
de la educación del buen gusto, ante todo”, “Calles estrechas, mentalidad estrecha, lo uno
hace lo otro”;
76 Sobre los servicios:
77 - “Un vistazo sobre el servicio de tranvías eléctricos de Quito”, “necesidad de muelles
secos de carga y descarga de víveres para los mercados de Quito”, “que el buen chofer
triunfe sobre el mal chofer”;
78 Sobre la higiene:
79 - “El higienista tiene que ser un héroe en batalla contra las malas costumbres”, “es tiempo
de pensar seriamente en la higienización de la leche”.
80 En el artículo “Taita de inspección y control en la venta de productos alimenticios” se
menciona de manera especial como causa del problema “aquel anfiteatro de mujeres
indias que venden motes, fritadas y otras saladas golosinas aborígenes”. En el año 1954,
en “Moteras van a la cárcel”, se dice que “en defensa de la salubridad pública, de la
decencia y cultura de la capital, los guardias sociales del Municipio, atendiendo al clamor
de quienes se interesen por el prestigio y mejoramiento de la ciudad, han iniciado una
campaña de recogimiento de vendedoras ambulantes”.
81 Ahora bien: ¿quién o qué está detrás de este tipo de planteamiento?
82 Pensamos que a través de estos artículos se pretendería formar una especie de
“conciencia urbana” en la vida de los habitantes de Quito e imponer una serie de valores
como salubridad, higiene, ornato, buenas costumbres; con ello creemos se buscaría borrar
la imagen de la vida de una aldea y transformarla en una urbe.
83 Sin embargo, podríamos decir que a pesar de que la mayoría de los planteamientos se
queda en el ideal de lo que una urbe, una ciudad, significa para los sectores medios y
dominantes, hay aspectos que, dejando de lado su connotación ideológica, pueden
expresar reales requerimientos de mejoramiento de las condiciones de vida de la
202
4. Final
89 El tipo de sociología histórica que se venía haciendo hasta hace no mucho en el país
tendía a establecer cortes marcados entre una y otra época histórica así como a
diferenciar a los distintos sectores sociales en juego a partir de ciertas características
estáticas. El estudio aquí planteado muestra una fuerte gravitación de elementos
modernos y tradicionales en la vida de la ciudad, los mismos que se expresan tanto en las
formas cotidianas de relación como en las diversas estrategias de los proyectos
conservadores y liberales. Aún cuando para esos años se vive un ambiente propicio para
dar cabida a nuevas formas de hegemonía, el peso de las relaciones premodernas sigue
gravitando sobre la vida social. Al mismo tiempo, los proyectos anclados en lo tradicional
se muestran tan partícipes de la idea del progreso como los otros. Si las formas
corporativas de organización de los sectores sociales urbanos y de generación de opinión
(cofradías, organizaciones artesanales y obreras católicas, así como procesiones y
ceremonias religiosas) seguían cumpliendo su función, nuevas formas se iban generando
alrededor de las organizaciones deportivas y barriales. La prensa local jugaba en este
último sentido un rol importante como organizadora del discurso de lo cotidiano.
90 El tipo de “modernización tradicional” que se generaba en esos años suponía el desarrollo
de distintas estrategias de control y de consenso cuyas posibilidades reales estaban dadas
en las propias relaciones sociales en donde lo étnico y lo clasista, lo secular y lo clerical, lo
público y lo privado, si bien tendían a diferenciarse, marchaban en muchos casos juntos.
BIBLIOGRAFÍA
Bibliografía
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Nueva. Quito, 1983.
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y los servicios de la ciudad”, en: Las Ciudades en la Historia, Eduardo Kingman (Compilador) Ed.
Ciudad-Conuep U. Central, Quito, pp. 397403, 1989.
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1989.
YCAZA, Patricio, Historia del Movimiento Obrero Ecuatoriano, CCE. Quito, 1984.
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MAIGUASHCA, Juan, “Las clases subalternas en los años treinta”, Segundo Encuentro de
Historia Económica, Banco Central, 1988.
PAZ Y MIÑO, Luis Telmo, Cartografía Quiteña, Apuntaciones para una Geografía Urbana de
Quito, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1960.
Periódicos
NOTAS
1. Esta ponencia fue desarrollada dentro del marco de la investigación “Urbanización y políticas
en el Ecuador” realizada por el Centro de Investigaciones CIUDAD, de Quito.
2. Se produce una modernización de las haciendas ganaderas y cerealeras (cuya producción se
consume en la costa contribuyendo a la expansión del mercado nacional y a una gradual
modificación.
3. Ver al respecto Municipio de Quito, 150 Años de Accionar Municipal, s.r.
4. Archivo Espinoza Pólit, Sección Folletería y Hojas Volantes.
5. Archivo Espinoza Pólit, Sección Folletería y Hojas Volantes.
6. Revista Previsión Social No. 11, Quito, 1942, p.8
7. IBARRA, Hernán, Comunicación personal.
205
Tercera parte
206
1.1 Paleoformas
decenas de miles de km2. Ella es aquí puesta en evidencia, como modelo de la ciudad-
territorio, y concierne ante todo las cordilleras de Oeste americano donde se habían
expandido las grandes construcciones imperiales pre-colombinas. El modelo ha sido
establecido más específicamente a partir del caso del área andina, antiguamente
incaisada, confrontando la lógica general que rige toda dinámica de implantación colonial
con dos tipos de referencias históricas; por un lado, un texto redactado en el curso del
siglo XVI, período crucial de desarrollo del dispositivo de dominación; por otra parte, una
documentación iconográfica abundante y reveladora de las formas de organización del
espacio colonial. Gobierno del Perú (1567), obra del magistrado de Indias Juan de
Matienzo, es un verdadero extracto de la legislación colonial vigente, que asocia a la
exposición teórica de los principios del Derecho público y privado, preceptos concretos
adaptados a los tiempos y lugares. La producción gráfica, posterior, testimonia el
desenvolvimiento del sistema en el tiempo; una selección de documentos cartográficos
del siglo XVIII, representativos tanto de las partes propiamente andinas (tierras altas en la
Audiencia de Quito) como de las zonas litorales, (tierras bajas de la costa del Pacífico, en la
Audiencia de Lima) alimenta e ilustra a la vez la modelización.
1. Descripción der valle del Chimmo y planisférica de la Ciudad de Trujillo del Perú (1760)
Fuente Miguel Feijóo 1763, Relación descriptiva de la Ciudad y Provincia de Trujillo del Perú, Madrid,
Imprenta Real y Supremo Consejo de Indias (Facsimilar, Edición conmemorativa, 1984, Lima, fondo
del Libro del Banco Industrial del Perú).
12 Sobre el litoral desértico peruano, atravesado por el principal itinerario terrestre colonial
(camino real), en el corazón del oasis del río de Moche, la ciudad de Trujillo, rodeada de
murallas, se encuentre gráficamente valorizada. En sus cercanías inmediatas, las parcelas
agrícolas (chacras) y los suburbios (arrabales), los terrenos municipales (alamedas) y los
vestigios de la antigua capital precolombina de Chan-Chan (casas arruinada, guaca)
definen una primera aureola. En una segunda aureola, se oponen el espacio de las
reducciones de indígenas (pueblos) repartidos en una semi-órbita al oeste donde se
agotan las posibilidades de irrigación, y el de las haciendas principalmente situadas al
210
este, en la parte alta del oasis a lo largo de la acequia principal donde éstas se dedican a la
agricultura de caña de azúcar. Más allá, las zonas sahelianas o desérticas de los primeros
contrafuertes andinos y del litoral, espacios marginales, definen una tercera aureola. La
disponibilidad de agua de irrigación “deforma” las aureolas arriba, hacia la parte alta del
oasis y acentúa la segregación cológica.
2. Delimitación del País que ha cubierto de cenizas y cascajo la erupción del Bolcán Tunguragua
(1773)
(Fuente: Documento manuscrito que acompaña una carta del 16 de octubre de 1773 de José DIGUJA,
Presidente de la Audiencia de Quito. A.G.L/127-C.2.-Leg. 9 (2). T.L-V. 38, Sevilla. Publicada con una
autorización del 9 de julio de 1987 del Archivo General de Indias, que se reserva los derechos de
reproducción y publicación).
13 Esta perspectiva panorámica de una parte del corredor interandino, entrelos volcanes
Tungurahua (1) y Chimborazo (27), ofrece para la parte representada de la
circunscripción administrativa (corregimiento) de Riobamba (10), una expresión
sugestiva de la jerarquía de los lugares del poder colonial y su repartición. Pueblos
alrededor de su plaza e iglesia (2 a 15), herederos en su mayoría de las reducciones
indígenas, alternan con los grandes dominios (16 a 23) pertenecientes aquí
principalmente a las congregaciones religiosas (haciendas de temporalidades); en (18) una
manufactura (obraje). Un límite administrativo “tendido” de un volcán a otro, y
correspondiendo a una vieja ruptura étnica, separa la parte visible de cada una de las dos
órbitas de gravitación de los pueblos rurales alrededor de Riobamba, en el sur, y de
Ambato (fuera del mapa), en el norte. Los dos valles que convergen al este para formar el
Pastaza, tributario del Amazonas, favorecen una fuerte densidad y un cierto alineamiento
de los establecimientos humanos. Al pie del volcán, las haciendas de particulares (24 a 26)
han sido cubiertas de cenizas.
211
(Fuente: Extracto de La Carta de la Provincia de Quito y de sus adjacentes, 1750, de Pedro Maldonado
(Facsimil obtenido de Juan Morales y Eloy 1942, Ecuador. Atlas histórico-geográfico Quito, Ministerio
de Relaciones Exteriores).
14 La interpretación según el modelo, está hecha sobre la base del mapa topográfico del
Ecuador, a 1/1.000.000, del Instituto Geográfico Militar de Quito. Se observa la desigual
distribución orbital de las reducciones indígenas, más numerosas en la parte oeste de la
hoya, a la vez más densamente poblada y sin duda mejor controlada. El fenómeno de
agregación de las haciendas más importantes en ciertos segmentos de aureolas distintos
corresponde a una estrategia de ocupación de niveles ecológicos específicos; 3.000 m y
más, dominante: ganadería y cultivo de tubérculos; 2.000 a 3.000 m, dominante: cultivo de
cereales; por debajo de 2.500 m, cultivos subtropicales de los y valles cálidos (caña de
azúcar).
212
4. El modelo de la Ciudad-Territorio
1 Auréole périubaine
2 Auréole périphérique: espace rurale contrôlé et organisé
3 Auréole externe: espace peu contrôlé, extension théorique maximale de la juridiction municipale
21 El rasgo más relevante de los últimos treinta o cuarenta años es, sin duda alguna, la
expansión continua de los barrios de hábitat popular, relegados a la periferia y cuya
amplitud es el reflejo mismo de ese “desbordamiento” de las poblaciones, de bajo nivel de
ingresos y en busca de un techo (cf. Fig. No. 1). Exclusión de los pobres, marginalidad
urbana, barrios urbanos subintegrados o no institucionalizados, asentamientos
periféricos, son otras tantas expresiones que traducen la visión compleja referida a la
trivial brutalidad de una situación que se expresa en múltiples denominaciones locales
particulares: Bogotá tiene sus barrios piratas, Caracas sus ranchitos, Guayaquil su
suburbio, Lima sus barriadas, Santiago sus poblaciones callampas... Esta situación es
consecuencia, en parte, de lo que ciertos urbanistas califican de “la ley del doble”, la cual
establece que la población de los barrios populares tiene una tasaanual de crecimiento
por lo menos dos veces -e incluso tres a cuatro veces!- más elevada que la población de la
metrópoli, creciendo ésta misma, en general, dos veces más rápido que el conjunto de la
población nacional. múltiples denominaciones locales particulares: Bogotá tiene sus
barrios piratas, Caracas sus ranchitos, Guayaquil su suburbio, Lima sus barriadas, Santiago sus
poblaciones callampas... Esta situación es consecuencia, en parte, de lo que ciertos
urbanistas califican de “la ley del doble”, la cual establece que la población de los barrios
populares tiene una tasa anual de crecimiento por lo menos dos veces -e incluso tres a
cuatro veces!- más elevada que la población de la metrópoli, creciendo ésta misma, en
general, dos veces más rápido que el conjunto de la población nacional.
Figura No. 1.— Sistemogénesis de la producción del espacio residencial popular periférico
215
22 Entre los años 1950 y los años 1980, la población de los barrios no institucionalizados de
Guayaquil y de Lima se ha multiplicado así por 15, en circunstancias que la población de
las dos metrópolis se quintuplicaba y se cuadruplicaba respectivamente, y que se
duplicaban las poblaciones de Ecuador y Perú2. En 25 años, la parte de la población
correspondiente a dichos barrios no institucionalizados ha pasado del 10 al 30% de la
población total de Cali, Lima, Quito y Santiago; ellos albergan el 40% de la población de
Caracas o de Medellín y la mitad de la de Bogotá y de Guayaquil. La mayor parte de las
respuestas tradicionales dadas al problema por los poderes públicos, municipalidades y
Estados, a veces con la ayuda de instituciones internacionales y por la promoción
inmobiliaria privada, aparecen como insuficientes e inadaptadas.
23 En Bogotá, a mediados de los años 1980, el déficit de viviendas se estimaba en 350.000
unidades; para que no se agravase aún más habría sido necesario construir más de 30.000
viviendas por año, y se construyeron entonces 25.000, un tercio de las cuales fueron
entregadas por la promoción pública y privada sólo en beneficio de la demanda solvente;
pero, la mitad de estas últimas viviendas concernía por añadidura a una clientela
privilegiada económicamente que así se beneficiaba de una oferta excedentaria a sus
necesidades, mientras que la demanda de viviendas a precios baratos -el 80% de los
compradores potenciales- era irrisoriamente satisfecha a razón de una unidad disponible
para 5 ó 6 candidatos a la compra3... Podemos comprender así que la única solución para
la mayoría de los habitantes urbanos sea el arriendo de un tugurio en los barrios céntricos
de las ciudades o la instalación en un loteo no institucional y la autoconstrucción de la
vivienda en la periferia de la metrópoli.
24 Así desde hace varias decenas de años, superficies considerables han sido urbanizadas por
sus habitantes en terrenos que pertenecen, en la mayoría de los casos, a colectividades
públicas o parapúblicas, pero también puede tratarse de terrenos privados. Estas
superficies han sido dejadas de lado por la especulación inmobiliaria que las consideraba
impropias para la construcción; ellas han sido invadidas, loteadas, luego construidas,
progresivamente equipadas e incorporadas al espacio metropolitano, en un lento proceso
de consolidación cuya condición casi indispensable continúa siendo el reconocimiento
legal de la ocupación del suelo -que puede requerir mucho tiempo- y cuya consecuencia
más visible en la construcción es el paso de los materiales precarios a los materiales
nobles.
25 El nivel de consolidación entre los diferentes barrios, y en el interior de un mismo barrio,
es muy variable, a causa de todos los parámetros que intervienen: del nivel de
organización interna a los apoyos políticos, de la antigüedad de la instalación a la
situación y al emplazamiento topográfico, de la heterogeneidad de los ingresos de los
habitantes al estatuto de los lotes o parcelas; y si bien pueden obtenerse de manera
bastante rápida la electrificación, a veces clandestina, y la instalación de una escuela
primaria, en cambio la de agua potable, el saneamiento o la implementación de equipos
de salud requieren mucho más tiempo y plantean problemas más complejos4.
26 He aquí otros tantos elementos que justifican, más allá de los matices y de las innegables
particularidades observadas localmente, la importancia de un modelo de estructuración
del espacio metropolitano contemporáneo que no sólo bosqueja un cuadro espacial
urbano, sino que, sobre todo, revela un cuadro de vida que comparte hoy en día una gran
216
mayoría de los habitantes urbanos de los países andinos. Dicho modelo explica dos de las
lógicas combinadas que están operando aquí: a saber, la excepcional extensión de las
periferias residenciales populares y el fortalecimiento de las formas de segregación socio-
espacial (cf. Fig. No. 2).
27 Pueden reducirse a cuatro las estructuras espaciales elementales o coremas5 que
componen el modelo general del espacio metropolitano.
Figura No. 2.— Un modelo de organización del espacio de las metrópolis andinas
entonces, sea los espacios intersticiales de la nebulosa urbana, sea las orillas de los barrios
residenciales, donde constituyen zonas de transición en dirección a los barrios populares,
formando estos últimos la mayor parte del tejido urbano en el resto de la aglomeración.
31 Esta sectorización proviene de la presión de las viejas tradiciones segregativas de la
sociedad dominante local conjugada con los mecanismos especulativos de la promoción
inmobiliaria, cuyas operaciones tienden a la creación o la mantención de los espacios
reservados a las élites. Estos fenómenos se hallan, a menudo, reforzados por la
insuficiencia crónica de los recursos presupuestarios de las municipalidades
metropolitanas, incapaces de financiar la extensión de redes de instalaciones y servicios
urbanos al conjunto de la aglomeración (cf. Fig. No. 3).
Figura No. 3A.— Modelo Centro/Periferia, organización segregativa del espacio. Continuidad en La
Paz: Raíces históricas. Esquema de la ciudad de La Paz en el siglo XVI: damero central de la ciudad
de los españoles y baños periféricos indígenas alrededor de la iglesia y de la plaza.
Fuente: Gisbert, T.; De Meza, J.: Arquitectura Andina, Historia y Análisis 1530-1830, Emb. de España en
olivia, La Paz, 1985.
218
Figura No. 3B.— Modelo Centro/Periferia, organización segregativa del espacio. Continuidad en La
Paz: Expresión contemporánea.
* Fuente: Van Lindert, P.: “Collective consumption and the state in La Paz, Bolivia”, Bol. de Est. Lat. y del
Caribe, 1986 (41).
219
Figura No. 4.— Modelo Centro/Periferia: Barrios populares y desplazamiento de los trabajadores en
Quito.
BIBLIOGRAFÍA
KONETZKE R., América Latina II. La época colonial. Madrid. Siglo XXI (3a. edición).
MATIENZO J., 1567, Gobierno del Perú,. Edición y estudio preliminar por LOHMANN VILLENA G.,
1967, París-Lima, IFEA.
BRUNET, R. “La carte et les modèles” en: La carte, mode d’emploi. FAYARD/RECLUS, Paris, 1987,
pp. 188-222.
221
CHAMUSSY, H. “Production d’espace et système spatial” en: Espaces, jeux et enjeux. FAYARD/
Fondation Diderot, Paris, 1986, pp. 193-201.
Mappemonde 1986 (4): Chorèmes et Modèles. GIP RECLUS, Montpellier.
GRIFFIN, E.; FORD, L. “A model of Latin American City structure”, Geographical Review (70-4),
1980, pp. 397-422.
WILHELMY, H.; BOSDORF, A. “Modelle der Südamerikanischen Stadt”, en: Die Stadt
Südamerikas (teil 1. Wesen und Wandel, Gebrüder Borntraeger, Berlin, Stuttgart, 1984, pp.
181-190.
NOTAS
1. Corema (R. Brunet, 1980): forma elemental de organización del espacio, “por referencia a la
raíz griega que habla del espacio y a los elementos de la lingüística y de la semiología, con los
cuales guarda cierta analogía”.
2. Riofrío, G. y Driant, J.C.: ¿Qué vivienda han construido? Nuevos problemas en viejas
barriadas. CIDAP-IFEA-Tarea, Lima 1987.
Godard, H.: “Approche comparative des mécanismes d’évolution et de consolidation des quartiers
populaires à Quito et Guayaquil”, Bulletin de l’IFEA 1985 (XIV 3/4), pp. 19-41.
3. Santa Rodríguez, P.: La vivienda popular hoy en Colombia. CIDEP/Foro Nacional por
Colombia, Bogotá 1981, 317 p.
4. Geography 16-19 Proyect: Squatters settlement in the Third World, a case study of Lima.
Schools Council Publications, Longman, York 1984, 28 p.
5. Brunet, R.: “La composition des modèles dans l’analyse spatiale”, L’Espace Géographique 1980
(IX, 4), p. 253-265.
NOTAS FINALES
*. En el presente texto se runden dos artículos de Jean Paul Deler. El primero aparecido en:
Mappe Monde 1988 - 4, Revista trimestral de Cartografía, editada por Groupement d’Intérêt
public RECLUS, Montpellier. Traducción realizada por el Colegio Andino; y el segundo en: Boletín
del Instituto Francés de Estudios Andinos, 1988, XVII No. 1, pp. 239-250.
*. Un corotipo es un sistema de coranas (estructuras elementales del espacio) que se repite y se
reproduce en ciertas condiciones y constituye un modelo regional, si no general, de organización
del espacio. Ver los trabajos de BRUNET R., “La composition des modèles dans l’analyse spatiale”,
l’Espace Géographique, 1980-1, y La carte mode d’emploi, 1987, Paris Fayard-Reclus.
222
AUTOR
JEAN-PAUL DELER
CEGET-C.N.R.S
223
AYMARAS Y URBANIZACION
1. El aymara en la ciudad
la ciudad forman un grupo social claramente identificado como tal y que recibe dentro de
todo el mundo aymara el nombre específico de los “residentes”.
1.2 Características
7 Al nivel económico, la mayoría de estos aymaras urbanos ha generado sus propios puestos
de trabajo en pequeñas empresas de tipo familiar o cuasi-familiar, dedicadas ante todo al
sector artesanal y en segundo lugar, al sector servicios (comercio minorista y comidas). El
resto está en los niveles más bajos del trabajo asalariado urbano, especialmente en la
construcción y en menor grado, en servicios tanto privados como estatales en niveles
como mozos, mensajeros o guardias de tránsito. Un grupo minúsculo ha alcanzado el
nivel profesional, especialmente como profesores. Las mujeres están en el servicio
doméstico si son jóvenes solteras o en el comercio y empresas familiares artesanales si ya
son casadas, aunque en este último caso prevalecen las que se dedican sólo al hogar.
8 En lo social, el equilibrio entre solidaridad y faccionalismo, que caracterizaba la
tradicional organización aymara del Altiplano, cede definitivamente a favor de los afanes
individuales poco coordinados. Hay en la ciudad numerosas organizaciones de gremios
artesanales, de comerciantes minoristas, juntas vecinales para cada barrio y hasta centros
para residentes ex-campesinos procedentes de un determinado lugar. Pero todo este
conjunto forma un mosaico de grupos coordinados, y un número notable de individuos
siguen lanzados a su propia suerte prácticamente sin ningún apoyo organizativo.
9 En cuanto a las actitudes de estos aymaras urbanos, hay tres elementos que deben ser
tenidos en cuenta: la preexistencia de una variante cultural aymara dentro de la ciudad;
la tendencia general de todo el grupo hacia un constante ascenso social; y el rechazo que
sufren por parte de los grupos urbanos más convencionales.
b) El ascenso social
11 Una característica general de todo este mundo aymara urbano es su tendencia hacia un
constante ascenso social. Uno de los rasgos más típicos de la variante urbana es su
capacidad de asimilación de nuevas maneras urbanas, sin dejar de aparecer a los ojos del
observador como un mundo “aymara”. Visto desde una perspectiva global, se trata quizás
de ascensos mínimos. Pero dentro del grupo, hay un gran énfasis por subrayar tales
ascensos y también las diferenciaciones sociales que así se van formando. Ello se
manifiesta en el vocabulario, en matices de indumentaria, y sobre todo, en las
simbolizaciones explícitas e implícitas que acompañan toda reunión social y toda fiesta.
226
Como resultado, el aymara urbano por el mero hecho de haberse introducido en este
mundo citadino ya se siente superior a sus hermanos dejados en el campo. La mayoría ya
se siente de “clase media” (sea cual fuere su ocupación en la ciudad), muchas veces
simplemente porque ya tiene los servicios urbanos, porque ya tiene acceso regular a
dinero en efectivo y porque ya sabe castellano y se ha “civilizado”.
c) El rechazo
12 En tercer lugar, influye otro elemento: el rechazo que sufren estos aymaras urbanos por
parte de los grupos citadinos más convencionales. Por una parte, este rechazo lleva a la
mayoría de los inmigrantes a intentar imitar en todo lo posible las maneras urbanas no
aymaras. Intentan dejar de ser lo que son y asimilarse en todo a la ciudad. Pero al menos
la primera generación de migrantes (una primera generación que siempre se sigue
renovando) no suele tener éxito en este intento. La ciudad occidental los rechaza. Lo
hemos visto ya al nivel de empleo, en el que el inmigrante tiene que acabar por establecer
su propia empresa familiar “al estilo campesino”. Pero el rechazo se extiende a otros
niveles sociales y culturales como consecuencia del apellido, del inadecuado manejo del
castellano, de la insuficiente capacitación profesional, de la desconfianza entre los dos
mundos, etc. Y este rechazo aumenta más aún la inestabilidad inicial.
13 Todo ello desarrolla en muchos inmigrantes aymaras un sentimiento de inseguridad y de
actitudes ambiguas, que llevan a su vez a conflictos y complejos internos: surgen
contrastes entre lo que se es y lo que se desearía ser; entre lo que se hace; entre lo que se
desearía y lo que afectiva y efectivamente se desea. Este aymara establecido en la ciudad
se siente indudablemente superior con relación a los que se quedaron en el campo. Pero al
mismo tiempo, se siente tratado como inferior por parte de la sociedad urbana
dominante. Aunque él ya no se siente “indio”, incluso en la ciudad sigue sientiéndose
amenazado por los q’ara y se siente distinto de ellos. Los campesinos quizás empezarán a
tratarle a él mismo como a q’ara, lo cual en cierta forma hasta le halagará. Pero en
realidad, él también rechaza a los estamentos superiores de la ciudad, con este mismo
concepto.
14 La situación del residente en realidad es sumamente ambigua, porque al mismo tiempo
que rechaza a estos grupos más urbanos incluso en forma agresiva y llena de
resentimientos, cada vez se apoya más en ellos. Lo que en el campo era sólo una válvula
de escape para algunos, en el aymara llegado a la ciudad es un camino cada vez más
regular. El aymara urbano desea establecer cada vez más y más lazos con los grupos
poderosos de la ciudad para irse abriendo camino en ella. Busca padrinazgos que puedan
ayudarle a él o que por lo menos faciliten el avance de sus hijos. Rechaza y al mismo
tiempo se arrima. Pero es difícil predecir cuál de los dos elementos tendrá más fuerza en
un momento dado. El mismo aymara urbano que practica este doble juego encontrarla
dificultad en predecirlo. Sigue cabalgando entre dos mundos.
15 Un resultado de especial interés para nuestro estudio dentro de esta situación ambigua, es
la actitud particular que toman estos residentes con relación al campo del que
procedieron. En muchos casos, esta relación residente/campo es frecuente e importante
supuesta la cercanía física existente entre la ciudad de La Paz y su campo aymara. La raíz
que explica la actitud particular que pueda desarrollar el residente frente a este campo es
227
19 Para tener la imagen cabal de toda la diversidad social aymara dentro de Bolivia, debemos
aludir brevemente a otros grupos muy minoritarios de aymaras también con orientación
urbana, a pesar de que no viven en la ciudad de La Paz. Son los siguientes:
20 Según el censo de 1976 en esta ciudad, que entonces tenía 124.000 habitantes, había un
19% que sabía aymara; de ellos, más de la mitad eran trilingües en castellano, aymara y
quechua; todos los demás eran bilingües. La alta incidencia del trilingüismo con quecha
indica, con todo, el carácter más recesivo que tiene lo aymara en la parte central y sur del
Altiplano, donde durante siglos el quechua ha ido avanzando su frontera lingüística,
penetrando desde el Este y a través de las migraciones cochabambinas hacia las minas
(Albó 1980). Estos residentes tienen características semejantes a las que hemos señalado
para los de la ciudad de La Paz. En el campo altiplánico del sector urureño hay mucha
menos agricultura que en La Paz, por su clima continental más extremo. Ello origina
228
muchos más movimientos migratorios temporales de los aymaras incluso a Chile. Por lo
mismo, han aprendido casi dos o tres lenguas, especialmente los varones.
25 En una región salpicada de minas de todo tamaño, como es la Puna Andina, es de esperar
una relación entre el aymara y las minas. Como ya hemos mencionado en otras páginas,
esta relación era lo más habitual en el sistema español de reclutar la mano de obra minera
a través del trabajo obligatorio de la mit’a, impuesto a todos los ayllus como condición
para reconocerles su derecho sobre tierras. Por consiguiente, en toda la época colonial los
aymaras de las comunidades originarias, que eran la mayoría, eran automáticamente
agricultores y mineros a tiempo parcial.
229
26 Pese a esta larga tradición, el aymara actual es más bien reacio a convertirse en minero.
En ciertas regiones, como el Norte de Potosí, que habían estado aún más ligadas al Cerro
Rico de Potosí y que están actualmente al lado mismo del Distrito Minero más importante,
rehuyen a hacerse mineros, prefieren viajar muchas jornadas para trabajar como
agricultores en otras regiones.
27 Sin embargo, hay también muchos mineros de origen campesino aymara. Este tipo de
trabajo es muchas veces el que se tiene más a mano cuando escasean las tierras o se
necesita plata para algún gasto extraordinario. La mayoría de aymaras prefieren en estos
casos ligarse sólo temporalmente con una mina, para retornar a sus actividades agrícolas.
Por ejemplo, trabajan en una mina chica que cierra o abre según las cotizaciones
internacionales del mineral o como makipura (peón eventual) en una mina más grande.
En regiones más llenas de minas, como toda la Cordillera del Kimsa Cruz, es también
corriente que campesinos de las comunidades cercanas pasen varios años en la mina para
invertir después sus ahorros en la agricultura, por ejemplo para comprar herramientas o
yuntas. Pero en todos estos casos, las condiciones “urbanas” del trabajo son relativamente
pocas. Ciertamente son menos urbanas que las de los mineros con contrato fijo en una
empresa grande. Dentro del área aymara hay varias de estas empresas grandes estatales
(como Corocoro o Colquiri) o privadas (como Ch’ojilla). Pero en estos casos, es frecuente
encontrar a obreros de origen no-aymara, provenientes quizás de la ciudad o de otras
empresas. Y los aymaras que hay en ellas concontrato fijo más fácilmente han cambiado
sus hábitos culturales. Ya no se sienten tanto aymaras sino mineros, es decir, obreros y
proletarios modernos. La identidad ocupacional/social pasa por encima de la identidad
basada en el origen étnico/cultural.
28 Hay finalmente otros grupos minoritarios de aymaras que, sin vivir habitualmente en las
ciudades, han adquirido ciertas ocupaciones o profesiones que los separan del aymara
campesino y agricultor. En muchos casos, este cambio ocupacional les lleva a la
adquisición de nuevos hábitos más cercanos a los del mundo urbano. Muchos de ellos han
pasado, además, etapas viviendo en la misma ciudad.
29 El caso más típico es el del profesor rural. En la zona rural aymara muchos de ellos,
prácticamente todos varones, son de origen rural y mantienen vínculos con sus lugares de
origen, donde van a pasar las vacaciones. En este sentido, siguen siendo y considerándose
aymaras y tienen incluso ciertas ventajas de liderazgo. Sin embargo, debido a su propio
ascenso y sobre todo al tipo de indoctrinamiento que han recibido en la escuela normal y
en la praxis diaria con sus colegas, es corriente que muchos de estos profesores adquieran
simultáneamente actitudes de rechazo de los aymara. A la larga se suele imponer también
en su espíritu de cuerpo, más que su identidad étnica y cultural. Pero hay importantes
casos excepcionales. Entonces, la mayor formación y experiencia adquiridas en el
magisterio, pueden ser factores importantes para que estos maestros lleguen a
desempeñar papeles de liderazgo.
30 En menor grado, viven también una actitud ambigua otros aymaras que siguen por el
campo en profesiones no agrícolas. Por ejemplo, algunos ingenieros agrónomos,
sanitarios, ciertos pastores evangelistas de mayor rango o incluso comerciantes y
camioneros. Casi todos ellos dan importancia al uso de símbolos que los diferencian
inmediatamente de los aymaras agricultores. Por ejemplo, llegar con un periódico
230
(aunque sea retrasado), usar un maletín “James Bond” o un sombrero de alas anchas. Tras
esta primera afirmación de mayor status, semejante a la que también buscan los
residentes, puede haber toda una gama de actitudes, desde el mantenimiento de formas y
amistades muy aymaras hasta rompimientos más fuertes. Este último caso es frecuente,
por ejemplo, en policías, sobre todo si están de servicio lejos de su propia comunidad.
Pero en menor omayor grado se da también en otros casos, y sobre todo en el tipo de
opciones que estos aymaras no-agricultores hacen con relación al futuro de sus hijos1.
BIBLIOGRAFÍA
Referencias bibliográficas
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BARSTOW REAN R. An Aymara class structure: town and community in Cabuco”. Tesis doctoral
de Antropología, University of Chicago. 1979.
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highlands. La Haya: Mouton. 1980.
PRESTON, David. Farmers and towns: rural-urban relations in highland Bolivia. Norwich,
Inglaterra: Geo Books. 1978.
NOTAS
1. En otro trabajo, llamado Khitipx tansa, quiénes somos (Albó 1979) hemos ahondado más el
tema de la identidad del aymara, de acuerdo a su posición social y ocupacional. Remitimos a él
para mayores detalles.
NOTAS FINALES
*. Tomado del libro: La fuerza histórica del campesinado, de Femando Calderón y Jorge Dendler
(Compiladores), UNRISD-CERES, La Paz, 1986.
231
AUTOR
XAVIER ALBÓ
La Paz, 1986 CERES
232
Migración y estrategias de
supervivencia de origen rural entre
los campesinos de la ciudad*
Teófilo Altamirano
1 En este trabajo el profesor Teófilo Altamirano presenta los problemas teóricos y factuales
que plantea la masiva migración campesina a la ciudad de Lima.
1. Introducción
2 Uno de los temas que está cobrando mayor auge en las discusiones estos últimos años en
las Ciencias Sociales es sobre lo que se ha denominado “Estrategias de Supervivencia” 1. Su
reciente incorporación como parte de los debates hace que el concepto mismo esté en
permanente perfeccionamiento y redefinición. Cuando se habla de “Estrategias de
Supervivencia”, se está haciendo mención explícita a las formas y modos de cómo,
cuándo, por qué y para qué los sectores pauperizados, tanto del campo como las ciudades,
resuelven sus problemas existenciales, diariamente. Algunos autores2, señalan que el
concepto de referencia no debe aplicarse solamente a los pobres, sino también a otros
grupos sociales, en la medida que los problemas existenciales gravitan sobre todos los
sectores. Sin embargo, en este trabajo queremos delimitar nuestra unidad social de
análisis básicamente a los migrantes pobres en las ciudades.
3 El problema no es tanto el uso del concepto, o la búsqueda de definiciones, porque
podemos encontrar tantas definiciones como autores existen. Lo significativo y
trascendente, es su alcance como categoría operacional y analítica; además, su objeto de
estudio, que, en este caso, se nutre de la misma realidad y va hacia ella.
4 El presente artículo3, tiene como objetivo básico el de examinar aspectos que dentro de
las investigaciones, particularmente sobre la situación de los migrantes campesinos en la
ciudad, han sido poco desarrollados. Me refiero concretamente a la existencia de ciertos
recursos sociales, culturales e ideológicos de origen rural, que son puestos en práctica por
233
los campesinos cuando éstos tienen que enfrentar una serie de presiones, ya sea al nivel
individual, familiar o grupal.
5 No se hace mención explícita a lo que llamaríamos satisfactores de origen urbano, como
son: las oportunidades de empleo, ya sea en el sector formal o informal de la economía
urbana; la asistencia del Estado y las organizaciones privadas en torno a programas de
vivienda, salud, educación y recreación, transportes, etc. El hecho de no examinar estos
componentes, no implica evasión, sino un reconocimiento de su necesaria inclusión para
la comprensión global de nuestra preocupación central: la determinación de las distintas
estrategias de supervivencia de campesinos en la ciudad. En un trabajo próximo, se
tratará de integrar tanto los satisfactores de origen rural, como los de origen urbano.
6 Las dos investigaciones que dieron origen a este trabajo tuvieron como objetivos los
siguientes: determinar, por un lado, las condiciones estructurales de carácter regional y
local que permitieron la migración de campesinos de dos valles de la sierra peruana
(Pampas y Mantaro) hacia un centro común, la ciudad de Lima; y analizar la formación y
desarrollo de asociaciones regionales entre estos migrantes, y los roles que han jugado
desde su surgimiento hasta la fecha, respecto a los migrantes en Lima y respecto a sus
lugares de procedencia. Por otro lado, determinar las razones de las migraciones de
retorno de los migrantes hacia sus respectivas regiones y localidades; analizar los efectos
sociales, económicos y políticos que este proceso nuevo está generando en las estructuras
regionales, locales y al nivel de la familia campesina.
7 A través de las dos investigaciones se descubrió la necesidad de dar una respuesta, al
menos parcial, a una preocupación permanente que se podría sintetizar en la siguiente
pregunta: ¿Cómo viven los migrantes campesinos en la ciudad? Si bien este artículo no
pretende dar respuesta concreta a esta preocupación, tratará de valorar algunas
alternativas básicas que los campesinos optan en la ciudad de Lima, para seguir
sobreviviendo.
8 El artículo, orgánicamente, tiene tres partes mutuamente dependientes: la primera, se
refiere a la caracterización del ámbito espacial (urbano, regional y local) en el que se
desarrollan las migraciones internas. En esta sección, la familia aparece como el principal
receptor y al mismo tiempo agente de cómo el ámbito espacial afecta a los migrantes.
9 La segunda, es una caracterización básica del universo ecológico y social inmediato en el
que se desarrolla la vida del campesino en las ciudades.
10 La tercera, se desarrolla en base a las dos primeras, en donde se elabora una serie de
proposiciones conceptuales en base a los resultados de investigaciones previas. Las
proposiciones hacen mención a las distintas estrategias sociales, culturales, ideológicas y
económicas de origen rural, a los que los migrantes campesinos acuden para seguir
reproduciéndose social y biológicamente.
11 Dejo constancia de mi agradecimiento a mis estudiantes del Seminario Agrario del Post-
grado de Antropología de la PUC: Manuela de la Peña, Carmen Salazar, Miriam Schneer,
Ethel O’phelan y Enrique Espinosa, por las valiosas sugerencias que hicieron cuando se
debatía este artículo como documento de trabajo en una de nuestras largas discusiones
del tercer piso del edificio de Ciencias Sociales.
234
2. Dimensiones interdependientes
12 Las migraciones internas constituyen el más significativo componente en la dinámica del
proceso e intercambio urbano-rural. La mayor parte del crecimiento demográfico,
económico y político urbano es generado por los movimientos poblacionales. Más aún, si
se considera a la migración como una respuesta social a las desigualdades que
caracterizan al campo y a la ciudad, encontraremos que éstas son expresiones de los
cambios sociales básicos que van transformando la naturaleza no solamente de las áreas
urbanas, sino también de las áreas de donde provienen los migrantes y que en este caso
son las áreas rurales.
13 Repetidamente se ha descrito y analizado la migración interna como respuesta a los
factores centrífugos y centrípetos que ejercen los centros urbanos (Eisenstadt, 1953;
Brody, 1969; Hoselitz, 1953; Germani, 1962). Consecuentemente, la migración es
considerada como la expresión del intercambio entre las fuerzas de expulsión presente en
las áreas rurales y las fuerzas de atracción y magnetismo presentes en los centros
urbanos. En adición a estos argumentos, se ha planteado que la migración urbano-rural
en los países del tercer mundo se realiza en función al incremento de la mano de obra
creado por el crecimiento industrial urbano (Quijano, 1968a; Margullis, 1967). Sin
embargo, existen casos en que los movimientos poblacionales en otros países del tercer
mundo se dan aún cuando las oportunidades de empleo son reducidos e incluso
inexistentes. De esta manera, el estudio sobre migración interna no puede reducirse al
problema estrictamente ocupacional. Lo que sí está presente en los movimientos
migratorios es la combinación de fuerzas externas e internas en las cuales el peso de las
primeras son más determinantes que las segundas. Más aún, podemos encontrar que en
algunos casos, a pesar de que las condiciones internas son favorables, éstas no
constituyen obstáculos a los procesos migracionales (Roberts, 1976, 1978; Germani, 1972;
Isbell, 1973; Doughty, 1972).
14 Este tipo de argumentos, si bien son útiles para la descripción y el análisis de la
migración, presentan el riesgo de simplificación y esquematización de estos procesos,
que, por su misma naturaleza, son más complejos y variados. En adición, parece que este
tipo de explicaciones pone excesivo énfasis en aspectos racionales y motivacionales,
dejando de lado la complejidad de los desarrollos regionales y locales, los qué afectan no
solamente las condiciones contextuales de la migración, sino las decisiones individuales
sobre distintas alternativas, al interior de las cuales la migración es una y como tal no es
la única. Sin embargo, para fines del análisis macroscópico -para los que se requieren
datos generales y agregados-, este modelo puede ser útil, pero de ninguna manera debe
quedarse a este nivel.
15 Antes de entrar en la discusión del proceso de migración interna en sí misma, se debe
tener en cuenta cuatro dimensiones interdependientes, en las cuales la migración se
realiza; éstas son: la dimensión urbana, la dimensión regional, la dimensión local y la
dimensión familiar.
16 Esta dimensión no es una unidad aislada de las fuerzas externas que proceden de los
países desarrollados (Castells, 1974; Quijano, 1968b; Durand y Peláez, 1969) y de las
235
20 La migración y la urbanización son procesos que no solamente afectan a las ciudades, sino
también a las estructuras regionales. Una región puede definirse de distintas maneras:
como unidad ecológica, económica, cultural y político-administrativa. En este caso, se
entiende por región a un conjunto de relaciones sociales y económicas entre distintos
patrones de establecimiento humano (ciudades de segundo orden, pueblos, comunidades,
etc.), configurados en un espacio determinado, que se desarrollan paralelamente a otras
que también muestran similares características. Esto, en la práctica, implica cambios en la
distribución espacial de las poblaciones y cambios en las relaciones urbano-regionales.
Estos procesos son más notorios en países en desarrollo en donde coexisten centros
urbanos y regionales al interior, los que muestran distintos grados de articulación y
desarrollo con las ciudades características que establecen las semejanzas y diferencias de
una región en comparación a las demás.
21 La dimensión regional, por ser una unidad de análisis en el proceso de la migración,
puede ser caracterizada desde dos niveles relativamente interindependientes: a) como
unidad dependiente del desarrollo urbano; y b) como unidad relativamente
independiente del desarrollo urbano.
1. Como unidad de desarrollo independiente, el desarrollo regional se define en términos de las
relaciones entre la expansión de sectores primarios (sobre este concepto, ver: J. Balán, 1974),
como es la agricultura, ganadería, minería, etc., con el proceso de urbanización. Esta tesis
enfatiza la concentración urbana en la costa de los principales centros urbanos que a la vez
muestran un desarrollo dependiente respecto a sus relaciones externas, además de ser
dominantes y parasitarios respecto a las relaciones al interior (ver: Quijano, 1969; Castells,
1971). Esta perspectiva largamente ignora las flexibilidades y variaciones regionales basadas
en el argumento de la dualidad centro-periferia; dominante-dominado. En este intercambio
desigual, la tecnología es considerada como el agente determinante, el que supuestamente
determinaría el carácter de la dependencia regional ante el dominio urbano. Se asume que
una región tiene un rol central cuando el sector económico más dinámico urbano se
establece en un período dado, y cuando otros sectores económicos localizados en la región
son dependientes del primero. Se asume también que una región es más dinámica cuando
ésta se ubica en un lugar central, el que exhibe, al mismo tiempo, índices de crecimientos
altos; acumulación de capital y posibilidades de desarrollo relativamente autónomos y
capacidad de diversificación. En este contexto la periferia regional, por ser dependiente, es
incapaz por sí sola de generar patrones de cambios, pero sí apoyar de varias maneras el
crecimiento producido por el sector primario de la economía, el que dependerá de su grado
de articulación con el centro hegemónico urbano. Sin embargo, el crecimiento de las
regiones puede generar nuevas oportunidades migracionales en áreas periféricas, mientras
en otras pueden evitar este proceso. En ambos casos, el estímulo viene no solamente del
desarrollo del sector primario de la economía, sino también del desarrollo y expansión de las
vías y medios de comunicación; el crecimiento de la burocracia estatal, el impacto de la
educación formal, la expansión de mercados regionales y la diversificación de las
oportunidades ocupacionales.
2. La región como unidad relativamente independiente se basa en laexistencia de respuestas
diversas que las regiones son capaces de generar ante las influencias dominantes urbanas.
Estas respuestas se expresan en las distintas formas sociales y económicas que los
individuos, instituciones, grupos y clases sociales, pueden generar para evitar, o al menos
resistir, la dominación urbana (ver: Roberts, 1974). Estas formas se expresan en la presencia
de actividades económicas con base social familiar, intercambios de productos y servicios,
237
las identidades regionales y localistas, además de las prácticas de los elementos culturales
peculiares a toda región y localidad. Estas formas de producción, por su escala de carácter
local, no están directamente vinculadas con los mercados; por otra parte, la diversidad
ocupacional regional permite que el individuo pueda trasladarse dentro de la región para
buscar oportunidades ocupacionales. En algunos casos los campesinos pueden asociarse para
la producción y de esta manera evitar relativamente su directa explotación (ver: Martínez
Alier, 1972). De esta manera, las regiones representan diferentes tipos de interés económico
y político que implicarían su relativa independencia del contexto urbano. La consecuencia
común es que las regiones se desarrollan primariamente como centros de mercados y luego
en la infraestructura para una explotación a gran escala (Roberts, 1974).
23 Esta dimensión aparece como el tercer nivel en el análisis del proceso migratorio.
Comúnmente las investigaciones sobre el tema han prestado poca atención a este nivel.
Existen dos vertientes principales de interpretación sobre la naturaleza de las localidades.
24 La primera, que trata de caracterizar las relaciones de dependencia y dominación al que
toda localidad rural está subordinada respecto a los centros hegemónicos (ciudades,
enclaves económicos, mercados, etc.). Esta perspectiva basa sus postulados en la
concepción de que la dominación se ejerce a través de la explotación de la mano de obra y
la extracción de los excedentes, los que benefician ciertas clases sociales; proceso que
produce a su vez la descapitalización del campo y su consecuente virtual desintegración
como unidad económica, social y cultural (Quijano, 1967; Stavenhagen, 1970). En este
contexto, la migración aparece como un agente que consolida estas relaciones entre el
campo y las ciudades, además de causar un desequilibrio demográfico, en cuyo proceso el
campo pierde sus elementos más valiosos.
25 La segunda vertiente está conformada por la concepción de las localidades como unidades
relativamente aisladas de la influencia externa proveniente de la dimensión regional
como la urbana. Esta tendencia, contrariamente a la primera, trata de caracterizar a las
localidades como unidades relativamente aisladas en donde la influencia externa aparece
como una alternativa y no como una imposición. Como alternativa no tendría la
238
capacidad de modificar sustancialmente los patrones culturales, los que tienen sus bases
en la cultura nativa a través de los distintos campos de actividad cultural, como son: la
economía, el arte, la religión, la organización política y social (ver: G. Escobar, 1977; B.J.
Isbell, 1973; R. Adams, 1965). En este contexto la migración puede asumir una doble
función: primero, puede servir como vehículo para integración de la cultura nacional;
segundo, puede producir la desintegración de la cultura nativa.
26 El concepto localidad se utiliza en lugar de la tradicional concepción de la “comunidad”
(para mayor información ver: A. Leeds, 1974) por razones metodológicas y teóricas. La
razón metodológica es que la localidad no es una unidad aislada y marginal al desarrollo
urbano y regional. La razón teórica es que el análisis de la migración requiere de la
caracterización de los aspectos internos y externos que afectan a este proceso; no se
concibe que los factores objetivos, normativos y sicosociales puedan estar presentes
solamente en el nivel local: además de este nivel, se encuentran en el nivel regional y
urbano.
27 La importancia de incorporar el nivel local en el análisis de la migración radica en que la
localidad implica no solamente un ámbito geográfico sino la existencia de grupos sociales
específicos con características propias. Además, es importante porque se trata del lugar
de donde procede la mayor parte de la población migrante campesina. Este se refiere
también a las condiciones y causas internas que hacen posible la migración de sectores
sociales específicos, quienes para tomar las decisiones migracionales han tomado en
cuenta inicialmente su situación concreta. Esta situación estaría dada por la influencia
familiar, los valores que se tienen sobre la migración y las condiciones objetivas presentes
que en su conjunto formarían los componentes para evaluar la migración como una
posibilidad realizable o no realizable. De esta manera, la migración no es una decisión
espontánea ni una aventura, sino la racionalización de los efectos, riesgos e
incertidumbres que necesariamente implica la migración en cuyo contexto es el individuo
quien, en última instancia, es el único responsable directo. Esto no quiere decir que la
migración es una decisión individual exclusivamente, sino que es el individuo como
persona quien soportará o se beneficiará de los efectos de la migración.
39 La edad predominante entre la población migrante que vive en las áreas marginales es
entre los 15 a 40 años. Esto implica que en los lugares de donde provienen los migrantes
hay una predominancia de niños, gente madura y ancianos; y dentro de éstos,
predominantemente del sexo femenino. Esta propensión de migrar entre los 15 y 40 años
se explica porque entre el campesinado es la edad altamente productiva, la cual en vez de
ser invertida en las actividades propias del campo, es revertida a tareas y trabajos
urbanos. Hay una tendencia entre los migrantes a retornar después de los 40 años a los
lugares de origen “para pasar los últimos años en la tierra que los vio nacer”.
40 Respecto a la ocupación, se ha encontrado que existe una correlación entre la procedencia
geográfica y la dominancia de ciertos rubros ocupacionales entre los migrantes
(Altamirano, 1980; Alderson Smith, 1975). Esta correlación se explica fundamentalmente
por el rol que asume la familia como intermediario entre el migrante y las oportunidades
ocupacionales. Se ha encontrado por ejemplo que ciertas ocupaciones son cubiertas en su
mayoría por migrantes de procedencia geográfica común; por ejemplo, los migrantes
apurimeños y ayacuchanos se ocupan mayormente como jardineros; los aymaras de Puno
como barredores municipales y como recolectores de basura; los del Valle del Mantaro
como vendedores en la Parada, y así sucesivamente. En todos los casos, los residentes de
estas áreas, ejercen ocupaciones que dentro de la estratificación ocupacional tiene el
menor prestigio y por consiguiente el menor ingreso. Un rubro que está en constante
crecimiento en la estructura ocupacional urbana es aquel que se refiere al sector
informal; vale decir, aquellas ocupaciones que se basan en vínculos interpersonales de
lealtad y confianza y que en muchos casos son canalizados a través de la familia. El sector
informal está compuesto en su totalidad, por los subempleados, que en el caso de Lima
llega al 53%. El mejor ejemplo de este sector lo constituye los vendedores ambulantes.
Ultimas estadísticas indican que la mayoría de éstos provienen de los departamentos de
Ancash, Huancavélica y Ayacucho.
las tierras donde residen, los que casi siempre están en conflicto; o cuando se trata de
exigir servicios básicos como son: agua, luz, servicios médicos, escuelas, etc.
42 Complementariamente a las asociaciones regionales existen organizaciones vecinales de
origen urbano como son las juntas vecinales, comités de defensa, asociaciones religiosas,
sindicatos, grupos de trabajo, asociaciones de padres de familia o partidos políticos; éstos,
en su conjunto, configuran las formas de identidad en un determinado sector o barrio.
Estas distintas formas organizativas son canales a través de los cuales muchos de los
problemas sociales son resueltos. Contrariamente a algunos juicios valorativos sobre la
supuesta receptividad y falta de iniciativa que eventualmente conduciría a relación
marginal con la vida económica y política de la ciudad (Quijano, 1966, 1973; Gianella, 1970;
DESAL, 1969), los migrantes de estos sectores, han demostrado gran capacidad de
organización y trabajo (Collier, 1976; Roberts, 1978; Altamirano, 1980); el trabajo
cooperativo y los movimientos de pobladores por razones de bien colectivo lo
demuestran. De esta manera, las diversas organizaciones de residentes sirven como
recursos sociales y políticos a los que pueden acudir especialmente en situaciones de
escasez y crisis económica, como el que está experimentando nuestro país y
particularmente el contexto urbano, y al interior de éste las familias pobres de las áreas
marginales.
4. Estrategias de sobrevivencia
43 La permanente acción que imprime la ciudad sobre los migrantes de origen campesino
produce a su vez una serie de respuestas también permanentes. Estas se concretizan, en la
realidad, en la satisfacción de necesidades primarias, como son la alimentación, la
vivienda y la salud. Estas necesidades tienen que ser resueltas diariamente para permitir
la reproducción biológica y material. Las formas cómo son resueltas estas necesidades
tienen variados orígenes. Estas dependen básicamente de aspectos como la ocupación,
ingreso y grado de educación formal, aspectos que guardan alta correlación entre sí. Estos
aspectos son directamente responsables de los niveles de vida entre los migrantes; de la
naturaleza y las funciones del parentesco y del matrimonio; de los intercambios de
servicios y productos al nivel familiar y extrafamiliar, de los patrones de migración
dominantes y del rol cada vez creciente que juegan los miembros de las familias que
residen en los lugares de donde provienen los migrantes. Por último, la preservación de la
vida tiene que ver directamente con la salud y dentro de ello el rol que juega la medicina
folklórica, que tiene en el curanderismo su más alta expresión.
residencias. Las residencias son contiguas; en algunos casos es posible encontrar dos o
más unidades familiares emparentadas consanguíneamente. Esto puede ser considerado
como una versión urbana de la familia extensa rural; evidentemente, se trata de familias
nucleares que practican el intercambio de productos y servicios, patrón andino de
organización social y económica. Se ha encontrado además que algunas asociaciones
regionales están conformadas por miembros de una familia nuclear, por ejemplo: “Club
Deportivo Hermanos Ríos” (ver Altamirano, 1977, 1980). Otras asociaciones están
formadas por los o más familias extensas urbanas. Esto se explica en la medida en que los
miembros de las asociaciones regionales provienen de un barrio determinado del pueblo
de origen.
45 Se sabe que los barrios en muchos pueblos de la sierra están conformados
predominantemente por parientes consanguíneos y afines. Esto demuestra nuestra
proposición de que el parentesco tiende a reproducirse en la ciudad; y en algunos casos,
los conflictos interfamiliares antes de la migración, ocasionados principalmente por
razones de herencia, tienden a desaparecer sistemáticamente porque las condiciones y
necesidades urbanas son distintas. Este mismo principio puede ser aplicado a nivel de las
comunidades campesinas en donde el conflicto por las tierras comunales han sido casi
permanentes. Se dice que prácticamente no existe comunidad campesina que no haya
tenido conflicto por tierras ya sea con los hacendados, las otras comunidades limítrofes,
con la Iglesia o con propietarios privados. Una vez en la ciudad, los miembros de las
comunidades en conflicto, enfrentan otros problemas que tienen la característica de ser
comunes, los que requieren respuestas también comunes.
46 Respecto al matrimonio, entre los migrantes no solamente es una alianza de dos
individuos para formar un hogar, como ocurre entre los nativos urbanos. Entre los
migrantes campesinos es mucho más que esto; es una unión de dos familias, nucleares o
extensas urbanas, en donde inmediatamente se establecen normas de identidad y
cooperación. En el argor popular se dice: “se casa no con él o ella, sino con la familia”. Un
aspecto que consolida estas proposiciones es que los contrayentes, en la generalidad,
provienen del mismo lugar. Por ejemplo, en una investigación hecha últimamente (ver:
Altamirano, 1977, 1980) encontramos que entre los miembros de las asociaciones
regionales de Ongoy (Apurímac) y Matahuasi (Junín) el 90 y 65% de éstos contrajeron
matrimonio con mujeres de Ongoy y Matahuasi, respectivamente. Una de las razones de
esta alta incidencia de endogamia urbana es el rol que juegan las asociaciones regionales,
que es de ofrecer al migrante la oportunidad de encontrar las parejas matrimoniales en
las reuniones y festivales que se realizan semanalmente.
47 Encontraremos además que la incidencia del divorcio es menor cuando el matrimonio es
entre “paisanos”: ocurre lo contrario con aquellos matrimonios que no son endógeno-
urbanos. El matrimonio, por otro lado, crea al fenómeno del compadrazgo, vínculo
espiritual que amplía las relaciones de parentesco, el que normalmente incluye miembros
no consanguíneos. Se ha encontrado que los padrinos de los matrimonios, en su
generalidad, provienen de los mismos lugares de donde son procedentes los cónyuges. Las
relaciones de compadrazgo urbano tienen su origen en el compadrazgo rural; esto implica
el establecimiento de deberes y obligaciones de los miembros, los que se basan en normas
de reciprocidad y ayuda en situaciones críticas. Para los migrantes campesinos más
pobres, el matrimonio en muchos casos es una relativa solución al problema económico.
Esto es más notorio en la sociedad andina, en donde se ha observado que los solteros
tienden a pauperizarse más rápidamente en comparación a los casados. El matrimonio
244
53 Las migraciones en todos los casos ya sea de carácter permanente, temporal o estacional,
son decisiones relacionadas que se toman al interior de la unidad doméstica. Su
246
5. Conclusiones
58 Las distintas estrategias a las que tiene que recurrir el migrante pobre en la ciudad para
poder seguir reproduciéndose social y biológicamente, bajolas condiciones más
desfavorables, en comparación con otros estratos sociales en la ciudad, nos demuestra,
por un lado, su gran capacidad creativa y organizativa; y por otro, su dinamismo para
reutilizar bajo condiciones urbanas su cultura de origen. Este hecho nos demuestra la
incapacidad y falta de comprensión por parte del Estado y por parte de la cultura urbana
a los problemas existenciales de los migrantes campesinos. Esto se ve agravado por la
secuela de estereotipos y prejuicios que sobre los migrantes campesinos tienen los nativos
urbanos. Evidentemente, estos últimos tienen sus orígenes históricos en la naturaleza
todavía neocolonialista y etnocéntrica de la educación formal. Sin embargo, algunos
elementos culturales nativos se han filtrado en la cultura urbana, lo que está permitiendo
una mayor tolerancia hacia los migrantes.
59 La unidad doméstica campesina, cuyas normas regulan sus funcionamientos y
organización -los que tienen origen rural-, cualquiera fuese el origen geográfico, es la
unidad donde se combinan las alternativas estratégicas. Sin embargo, como hemos hecho
mención en el primer punto de este trabajo, ésta (la unidad doméstica) no es
independiente de las dimensiones urbana, regional y local. Su dinámica, además depende
de su ubicación en la ecología social urbana; de las condiciones económicas y sociales e
incluso políticas, tanto en el lugar de donde son originados, como en la misma ciudad; y,
finalmente, de las identidades regionales y urbanas. Gráficamente estas relaciones que la
unidad doméstica guarda con estos aspectos pueden ser presentados de la siguiente
manera: (Ver Esquema Interpretativo de las estrategias de Supervivencia).
60 Del esquema presentado podemos concluir algunos argumentos respecto a los
componentes que intervienen en la toma de decisiones que la unidad doméstica ejercita
cotidianamente, complementariamente a lo que el sistema urbano puede ofrecerle. El
esquema incluye los componentes que el Estado puede ofrecer a los migrantes a través de
las distintas organizaciones que directa o indirectamente tienen objetivos asistenciales.
Esto ha sido indirectamente sugerido a través del presente trabajo, en donde no se ha
hecho mención a estos componentes, por aquellos componentes que corresponden a las
normas y expresiones que caracterizan a la sociedad y cultura andinas. Estos valores,
contrariamente a aquellos que sostienen su desintegración e inoperancia (Quijano, 1967,
1973; Castells, 1974; Gianella, 1970; Henry, 1977), bajo ciertas condiciones, se convierten
en muchos casos en los más importantes recursos sociales y económicos que cuenta el
migrante, en ausencia relativa de la ayuda estatal y privada, como ocurre frecuentemente
en las áreas marginales de Lima Metropolitana. Estos mismos argumentos pueden ser
generalizados a las áreas donde residen los migrantes campesinos en otras grandes
ciudades del interior del país, si aceptamos que el desarrollo de éstas siguen las mismas
pautas que son propias al desarrollo urbano de Lima Metropolitana, tal como sucede en la
realidad.
61 Estos argumentos generalizables pueden sintetizarse a manera de conclusiones en los
siguientes términos:
62 Las dimensiones urbana, regional, local y familiar, juntamente a las condiciones objetivas
y normativas, determinan los tipos, volúmenes y frecuencias de la migración rural-
249
urbana. También, estas mismas determinan cuáles deben ser los grupos sociales que son
más suceptibles a la migración. Las mismas condiciones permiten establecer el porqué los
campesinos optan por la migración como una alternativa a sus condiciones existenciales.
Una vez establecido, en forma permanente o temporal, el campesino en la ciudad empieza
a descubrir sus condiciones materiales e ideológicas en el que diariamente discurre su
vida. Estas condiciones están determinadas por factores de carácter ecológico,
ocupacional, educacional, de salud, vivienda y recreativos. Estos factores, como hemos
explicado ampliamente, cuando provienen del Estado o de entidades privadas son en su
generalidad deficitarios. Si los migrantes esperasen solamente lo que el Estado y otras
instituciones pueden ofrecer, prácticamente no existirían estos grupos; si reducimos los
niveles de vida del migrante simplemente a los salarios, concluiremos que existen los
milagros. Un ejemplo concreto nos ilustra esta proposición: Cómo es posible que un
obrero que percibe S/. 2.000 diarios puede mantener a 6 personas (promedio entre los
migrantes campesinos en la ciudad de Lima). Se estima que, solamente para poder
sobrevivir 6 personas en Lima, necesitan S/. 3.500 diarios; ese margen de S/. 1.500 resulta
de la cuantificación de las distintas estrategias de supervivencia a la que hemos hecho
mención.
63 Se asume que existe una correlación directa entre densidad de redes sociales que tienen
los miembros de una unidad doméstica con las posibilidades alternativas de estrategias de
sobrevivencia: a mayor densidad en las redes sociales, mayores posibilidades alternativas
de estrategias de sobrevivencia; así por ejemplo, un migrante que tenga una familia
extensa urbana y tenga una red de compadrazgo más extendida y abierta podrá ofrecer a
sus miembros mejores niveles de vida. En este contexto el pertenecer a una asociación
vecinal o religiosa, podrá maximizar sus posibilidades de obtener beneficios para su
familia. De esta manera tanto la familia como las distintas organizaciones se convierten
en una especie de “seguro social”, especialmente en situaciones de crisis y son más
importantes para los migrantes más pobres de la ciudad.
64 Las distintas estrategias a las que hemos hecho mención son las resultantes de la
combinación de dos niveles superpuestos y mutuamente interdependientes. Por un lado,
están los recursos sociales y culturales que están básicamente representados por el
250
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1. Para mayor precisión sobre sus alcances y limitaciones teóricas y metodológicas, ver:
Demografía y Economía, Revisto del PISPAL, 981.
2. Ver: A. Barsotti, p. 169, op. cit.
253
3. Las proposiciones que se desarrollan a lo largo del trabajo han sido elaboradas en base a dos
estudios complementarios, desarrollados desde 1976 hasta la fecha. Los resultados están
contenidos en: Regional Commitment and Political Involment Amongst Migrants in Peru.
The Case of Regional Associations. Ph. D. Thesis University of Durham, Departament of
Antropology, 1980; y Migración de Retorno y los cambios Sociales y Demográficos
Cualitativos en Dos Areas de la Sierra Sur del Perú. Informe presentado al PISPAL, 1982.
NOTAS FINALES
*. Tomado de Separata de: “Antropológica”, del Departamento de Ciencias Sociales. Vol 1, No.1,
1983. Pontificia Universidad Católica del Perú.
254
1 Era un día de 1920 y la plaza de Chupán hervía de gente. La comunidad juzgaba a Conce
Maille, ladrón incorregible que había robado ganado por tercera vez. Luego de un juicio
público, los yayas le aplicaron el jitarishum. Rodeado de una muchedumbre de
comuneros, Conce Maille fue llevado hasta el río que demarcaba la frontera de la
comunidad. El jefe de los yayas levantó su vara de alcalde, adornada con cintas y flores de
plata y expulsó al reo del territorio comunal. Antes de cruzar el río Chillán y perderse
entre los matorrales de la banda opuesta, Conce Maille lanzó un escupitajo despectivo,
pero a pesar de su altivez no pudo soportar el jitarishum y después de un mes viviendo a
salto de mata, volvió una noche a Chupán a visitar a su madre. Entonces, los que serían el
antecedente lejano de las rondas campesinas lo descubren y avisan a los yayas, que
reúnen a los comuneros para ajusticiarlo. Conce Maille está armado y se defiende
encarnizadamente, pero por fin la masa se impone y como en una versión esperpéntica de
Fuenteovejuna lo masacran, lo apuñalan, lo tasajean, lo descuartizan, le extraen las
extrañas y arrastran sus restos otra vez hasta la frontera comunal. Le aplicaron el
ushanan-jampi. Hoy diríamos: le hicieron el uchuraccay.
2 Lo anterior es el resumen de un cuento de Enrique López Albújar, Ushanan-jampi,
publicado por primera vez en 1920. Según López Albújar (1972:49), Conce Maille regresa
porque:
“El jitarishum es la muerte civil del condenado, una muerte de la que jamás se
vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece
marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le
deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros,
punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo la férula del misti; lo
que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza.”
3 Arguedas, por su parte, al comparar las expresiones musicales de indios y mestizos,
señalaba que:
“...el sentimiento del desarraigo es uno de los más profundos en el pueblo de habla
quechua y no es exclusivo de la población india monolingüe sino, y frecuentemente,
más intenso, en el mestizo. Los cantos de dolor y de ausencia mestizos son mucho
255
1970 en un poder con el cual se confrontan y/o negocian. Y es en esa relación tensa con el
Estado, que el pionero se abre a la dimensión política y culmina su constitución en vecino,
trabajador y ciudadano.
9 En esa larga jornada de waqcha/siervo/cliente a pionero y a ciudadano trabajador, el
migrante se revela más moderno, más democrático y más nacional que los sectores
dominantes criollos.
10 Fioravanti (1976), demostró que en el valle de La Convención los campesinos arrendires
resultaban netamente más modernos que los anquilosados terratenientes cusqueños. Algo
semejante podríamos decir de nuestros protagonistas si los comparamos, por ejemplo,
con la burguesía lastrada por el rentismo, que no invierte sino le ofrecen CERTEX5 o por
una “falta de confianza” crónica en los gobiernos; o con los habitantes de los tugurios, tan
vivamente retratados por Elsa (cap. VII) en su conservadurismo. Los pioneros,
combinando pragmatismo y audacia, se jugaron el futuro en los arenales que bordean
Lima6.
11 Resultan más modernos, además, porque rompen con la vieja Lima y la transforman.
Décadas antes que Salazar Bondy, Mariátegui había recusado tajantemente la nostalgia
frente a “la Lima que se va”. Decía: “lo lamentable no es que esa Lima se vaya, sino que
no se haya ido más de prisa.” (1970:22). Sin ningún “cordón umbilical” con la Lima
colonial, los migrantes ayudaron a que se fuera de una vez por todas, prácticamente sin
hacer maletas. Sí, físicamente el casco colonial de la ciudad quedó destruido7. Pero como
dijimos, la vieja Lima colapsó principalmente al ser abandonada por sus antiguos dueños.
En su precipitada huida8 se mezclan el miedo, los prejuicios sociales, los cambios en la
renta diferencial urbana producidos por la invasión provinciana, con significativas
transformaciones ideológicas. Porque así como el mito de Inkarrí es reemplazado entre
las poblaciones andinas por el mito del progreso, entre los sectores dominantes criollos la
nostalgia por la Lima colonial que embargaba a la oligarquía cede el paso también al mito
burgués del progreso (son ellos los que se encargan de difundirlo por todo el país). Pero
entre ellos este mito se despoja rápidamente de sus iniciales ribetes nacionalistas para
vestir de lleno un ropaje transnacional y construir ese Little Miami físico y cultural del
que hablábamos en la introducción. Lima se convierte entonces en terreno de pugna entre
dos vías de modernización: una más transnacional, en tanto en el Perú lo nacional-estatal
se revela ideológicamente dependiente, y otraque, aunque subordinada, resulta
distinguible y presenta más rasgos nacionales.
12 Este era un país desarticulado, donde durante siglos prevaleció la fragmentación de
identidades hasta llegar al ejemplo extremo reiterado por Rodrigo Montoya (1981) de los
campesinos de Puquio, que se reconocían sólo como miembros de su ayllu y ni siquiera
como puquianos. Aún si el ejemplo fuera exagerado, no cabe duda de que son momentos
de ruptura como los que relatamos en el capítulo III, que se multiplican por entonces en
todo el país, los que marcan un punto de inflexión en la construcción de un tejido
nacional desde el pueblo. Pues es a partir de las transformaciones en la sociedad rural y
urbana, incluyendo en lugar destacado a las grandes migraciones, cuando a pesar de la
destrucción de una serie de rasgos culturales tradicionales, surgen las bases para que los
pobladores de origen provinciano, especialmente los de origen andino, puedan
reconocerse luego como peruanos, trabajadores y ciudadanos. Podríamos decir que el
cuerpo fragmentado y disperso de Inkarrí se recompone nuevamente, pero cuando está
completo, resulta no ser ya el viejo Inca sino estos nuevos peruanos cuyo perfil
comenzamos apenas a avisorar.
257
17 Si adoptamos el punto de vista criollo, como han hecho con frecuencia las ciencias
sociales, veremos al campesinado, especialmente indígena, y también a los migrantes,
como “marginales” o “desbordante”. Si nos ubicamos más bien del otro lado del espejo y
acompañamos a nuestros protagonistas tomando en cuenta el punto inicial de su periplo,
tendremos que reconocer que en buena medida fueron objetivamente exitosos. Su éxito
no implica que hayan dejado de ser pobres y explotados, pero sí que lograron conquistas
económicas, sociales, políticas y culturales impensadas hace algunas décadas entre los
sectores populares del país. Lo que en la sociología tradicional se denominaba “movilidad
social”.
18 Aventuramos al respecto una última hipótesis. Si nuestros protagonistas pueden
considerarse exitosos es porque la crisis los alcanza cuando ya han conquistado, entre los
años 50 y mediados de la década pasada, buena parte de sus objetivos, ahora bien, si el
pico de la migración a Lima tiene lugar en la década de 1960, es decir, antes de la crisis,
podemos concluir que la historia de Cruz de Mayo9 no es excepcional y que el porcentaje
de migrantes que en términos relativos pueden considerarse “exitosos” y percibirse
como tales, debe ser significativo. La conciencia de esta situación sería una de las causas
que podría explicar por qué a pesar de una década de crisis y violencia exacerbadas el
tejido social todavía resiste, pues a pesar de las frustraciones de los últimos años, la
impronta del éxito perdura en la memoria colectiva y llega a trasmitirse en cierta medida
a los hijos.
19 Nos diferenciamos, sin embargo, del pensamiento neoconservador que constata también
la objetiva movilidad social -o “éxito”- y la real capacidad de trabajo y de iniciativa de los
migrantes (a los que ve básicamente como “informales”), pero deduce a partir de allí
diagnósticos y soluciones erróneas.10
20 La nueva visión conservadora entiende a los sectores populares como una infinidad de
empresarios potenciales. Nuestros protagonistas, sin embargo, son en su mayoría
trabajadores dependientes que en medio de la crisis sufren, por lo demás, creciente
explotación y pérdida de conquistas sociales. Y si trabajan por cuenta propia, en la
mayoría de los casos ello resulta más por defecto del mercado de trabajo (especialmente
entre la población femenina). No encontramos en el barrio ningún “empresario informal”
que pudiera hacer las delicias del nuevo pensamiento conservador. Ello no implica que no
existan, pero a nuestro entender su número es reducido. Tampoco implica que los
pobladores no exhiban habilidades empresariales con frecuencia sorprendentes, pero
éstas se orientan en todo caso por caminos distintos a los que imagina o ahnela el
neoconservadurismo. Porque éste visualiza a los sectores populares como una infinidad
de individuos atomizados compitiendo unos con otros en pos de la misma meta: el éxito
económico individual. A través de nuestra historia, sin embargo, lo que aflora es una
tensión constante entre lo individual y lo colectivo, con predomino de este último aspecto
en los momentos decisivos: la fundación, por ejemplo. La clave del éxito de nuestros
protagonistas ha estado principalmente en sus experiencias asociativas, que no son
tomadas en cuenta por la visión conservadora. Aún hoy, cuando entre ciertos sectores
crece el individualismo, la crisis fuerza a recrear nuevas formas asociativas.
21 Por último, la visión conservadora entiende que la solución a los problemas de los
sectores populares pasa centralmente por un mero reordenamiento jurídico que elimine
las trabas burocráticas, “desregularice” los procedimientos legales e incorpore a esta
multitud de microempresarios a un sistema capitalista basado en un ilusorio mercado
puro donde impere la libre competencia absoluta, dejando prácticamente intactas las
259
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1. Estas reflexiones se realizan básicamente a partir del contingente de migrantes andinos, que
en nuestro estudio resulta el más importante.
2. Personaje de un huayno mestizo antologado por Arguedas (1968), que “…abandonando a su
amada se ha marchado solo.”
3. Del huayno mestizo Celso Medina (en: Arguedas, 1968:53).
4. Del huayno mestizo Convertido en mariposa (en Arguedas, 1968:59).
5. “Certificado de exportación”, especie de reintegro tributario.
6. La velocidad de su modernización resulta además vertiginosa. Recordemos la reacción de
Pedro (48 años) frente a la modernidad urbana: “Realmente me parecía la gente como loca:
corrían, andaban, venían para acá ... los edificios, los miraba asustado ... me quedé ahí
estáticamente parado... paralizado.” Y comparémosla con la de Carlos, joven de 22 años: “Bueno,
yo estoy acostumbrado: al bullicio, salir a la calle, a que los carros aprieten, ya vez,
acostumbrado.”. A ciertos niveles apenas en el transcurso de dos generaciones ha tenido lugar un
proceso que en Europa se desarrolló a lo largo de los últimos tres ó cuatro siglos.
7. Su destrucción constituye en cierta forma una venganza histórica. Pues si cuatro siglos antes
los conquistadores se jugaron una noche a los dados el sol de oro del Coricancha y saquearon la
capital del Tawantinsuyo, qué no puede asombrar el deterioro de una ciudad que, aunque
Mariátegui exagera al decir que “cualquier prosaico building valía más estética y prácticamente
que todos sus solares y celosías, no pasó de ser nunca una ciudad colonial de mediano rango.
8. No podemos evitar que regrese a nuestra memoria aquel poema de Brecht que menciona a “la
dorada Lima”, pero unos versos más adelante, cuando nos presenta a los habitantes de la fabulosa
Atlántida, clamando por ayuda a sus esclavos la noche en que el mar se la tragaba.
9. Se refiere al Barrio de Lima en el cual se desarrolla la investigación.
10. Para una crítica amplia de la nueva reflexión conservadora sobre la ciudad, difundida sobre
todo por el Instituto Libertad y Democracia, véase: Grompone (1985: cap.7).
NOTAS FINALES
1. Artículo publicado en el libro: “Conquistadores de un nuevo mundo”, Carlos Iván Degregori,
Cecilia Blondet, Nicolás Lynch, IEP Editores, Lima, 1986, pp. 287.
261
étnicas, etc. aparecen no tanto como agrupaciones contractuales, sino más bien
“naturales”, con vida “propia”, a las cuales se pertenece por herencia7.
11 El individuo ingresa en ellas por nacimiento y a través de una serie de actos de iniciación
(el kikuchikuy o corte de pelo, el warachikuy o matrimonio, etc.). Las formas de
interacción entre los miembros es preestablecida, es decir, los deberes y derechos de cada
uno de ellos son prefijados, y las formas de interacción entre ellos sumamente
ritualizadas. Esto le da al ordenamiento social, en función de la cooperación necesaria
para la forma específica de dominio de la naturaleza andina, un grado de estabilidad
bastante alto, que a su vez es la precondición para la previsibilidad de la disposición de
mano de obra al iniciar un ciclo productivo en los momentos de necesaria cooperación, al
mismo tiempo que permite la descentralización igualmente necesaria de la organización
de los procesos productivos. Finalmente, el alto grado de ritualización podría ser
interpretado como una expresión de la estrechez del modelo de dominio de la naturaleza
adoptado en los Andes: no hay mucho espacio para una variación contractual entre los
participantes en el proceso de producción. Casi todos los aspectos de fiesta y ritual en los
Andes, además de insertarse directamente en la dominación inconclusa y precaria de la
naturaleza, se refieren a la estabilidad y reafirmación de las agrupaciones sociales y de
sus formas de interacción. De esta manera son funcionales, a su vez, a las precondiciones
sociales de la organización andina en el aprovechamiento de la naturaleza.
12 Esta manera de percibir a la sociedad y sus instituciones como entidades permanentes,
más allá del tiempo que transcurre a nivel del ciclo vital individual, ha influido
profundamente en la conceptualización del tiempo social en los Andes. Los cambios a
nivel de instituciones sociales son conceptuados como cataclismos provocados por
fuerzas metafísicas: es decir, el tiempo no aparece como algo que transcurre
permanentemente y afecta continuamente a todos los fenómenos, tal como es percibido
en “occidente”. Igualmente, las instituciones, los conocimientos y los instrumentos
aparecen como consecuencias de actos primigenios, y no tanto como objetos sujetos a
desarrollo8
13 El modo andino de transformación de la naturaleza, con la domesticación generalizada de
especies, la transformación del ambiente mediante el riesgo y la construcción de andenes,
se diferencia fundamentalmente del modo europeo, que desde épocas muy tempranas
incide sobre el perfeccionamiento de herramientas para multiplicar y hacer efectivo
eltrabajo humano sobre la naturaleza. En el modo europeo se desarrollaron técnicas,
tanto en el sentido procesal, como en el sentido material, para manejar la naturaleza. El
avance era entonces más que una transformación estable de la naturaleza misma, un
desarrollo gradual de los conocimientos y un perfeccionamiento de las herramientas para
intervenir en ella. El avance en forma de multiplicación de conocimientos, y la capacidad
de retenerlos y traspasarlos en su conjunto a nivel individual, creaba allá la necesidad de
una división de trabajo estable, que aumentaba de acuerdo al incremento de la
complejidad de los conocimientos mismos. Esta tendencia se convirtió desde muy
temprano en el eje del desarrollo del ordenamiento social e institucional.
14 Mientras tanto, en el mundo andino, una buena parte del dominio sobre la naturaleza
pasó a ser parte de la naturaleza misma, es decir, en la domesticación, en los sistemas de
irrigación, en la andenería, etc. Las técnicas para profundizar este tipo de dominación
eran relativamente simples y de ninguna manera exigían una gran división de trabajo. La
cooperación necesaria para el control de la naturaleza pasó a ser la médula del desarrollo
social, y se plasmaba en formas sumamente complejas, estables, de ordenamiento, y la
265
interacción ritual entre los integrantes. Es decir, el individuo, al socializarse, aprendía las
“técnicas” de la cooperación necesarias para el control de la naturaleza.
15 Quizás hay que hacer hincapié en el hecho de que a pesar del poco grado de división de
trabajo en el sentido europeo, había y sigue habiendo en los Andes una forma “oculta” de
división de trabajo en el traspaso de conocimientos necesarios para mantener y ampliar el
control sobre la naturaleza, ya que la gente no se enfrenta a ella en forma abstracta, sino
en sus formas concretas, en su variación infinita a nivel local. Para el modo andino de
interacción entre el hombre y la naturaleza, el conocimiento de la particularidad de la
gran variedad de ambientes que lo circundan es el centro de su preocupación, ya que es la
particularidad ambiental la que le permite su inserción multicíclica. En este sentido, los
agricultores andinos son especialistas “locales”. Si bien esto es cierto también para
agricultores de otras latitudes, hay que entender que el fenómeno debe tener obviamente
otro peso en una agricultura que se restringe al aprovechamiento de pocos ambientes con
una técnica separada de los procesos individuales y que permite actuar sobre la
naturaleza en general. Esta especialización local no se limita al nivel individual; es decir,
el individuo no parte de una base de conocimientos generales que aplica en el
conocimiento de las circunstancias inmediatas de su producción, sino que tanto en el
sistema social como en el de conocimientos básicos, la particularidad local es ya un
elemento constitutivo.
16 Toda la cultura andina resulta ser un conjunto interdependiente en grado sumo de la
naturaleza transformada en los milenios de desarrollo humano, de instituciones y rituales
imbricados con ella, y conocimientos “almacenados” tanto en la naturaleza transformada
como en las instituciones sociales y formas ritualizadas de interacción entre los hombres
y entre ellos y la naturaleza.
17 La abstracción de conocimientos, frente a la naturaleza y frente a una sociedad que se
entiende como una suma de “contratos”, tal como se ha desarrollado en Europa desde
muy temprano, pero de manera abrumante a partir del surgimiento del capitalismo y del
“siglo de las luces”, obviamente se diferencia de modo fundamental de la relación
hombre-naturaleza característica de la cultura andina. Sin embargo, ambas formas están
presentes e interactúan en el espacio andino a partir del siglo XVI.
18 El origen de esta interacción es una situación de fuerza. El reordenamiento social a partir
de la conquista, con la finalidad de crear bases institucionales y estables de apropiación
de un plusproducto, obviamente tenía que generar un descenso en la capacidad de
reproducción de los hombres en los Andes, en tanto las nuevas instituciones no cumplían
el doble rol de las andinas, que si bien no carecían de medios para facilitar la imposición y
apropiación de plusproducto, no se limitaban a ello, sino que cumplían además un papel
crucial en la relación hombre-naturaleza. Debido a la eliminación física de un gran
porcentaje de la población andina, este hecho no resultó tan visible hasta bien entrado el
siglo XVIII. Es recién a partir de entonces que se estabiliza la situación, habiéndose
reducido el ámbito de organización andina al nivel aldeano. El crecimiento inicial de la
población hasta fines del siglo XIX pudo ser resuelto todavía a partir de la cultura aldeana
andina, si bien en niveles de consumo relativamente bajos, mermados adicionalmente por
la continuada apropiación de plusproducto por la sociedad criolla superpuesta a la
andina; todo lo cual aminoraba a su vez la tasa de crecimiento.
19 El verdadero reto para la sociedad andina y su forma de generar la base de su
reproducción en la relación hombre-naturaleza esbozada, surge plenamente en el siglo XX
266
. Por una parte, sigue existiendo una situación social que merma su capacidad de
reproducción en beneficio de una sociedad urbana, que a su vez no contribuye
equitativamente a la reproducción del campo. Esta superposición de las ciudades criollas
al campo andino, sin embargo, se empieza a resquebrajar fuertemente a partir de
mediados de siglo. El resquebrajamiento se da en dos frentes. Uno es el avance sobre el
campo de una sociedad urbana transformada, en un contexto internacional diferente, que
se centra en el intento de hacer a los campesinos andinos funcionales a la expansión de
un mercado, cuya naturaleza crearía una base material para la sociedad urbana en una
división de trabajo entre campo y ciudad, en la cual adicionalmente se trataría de
mantener la supremacía urbana y de las clases dominantes en las ciudades, en una
estructura de precios que implicaría un intercambio desigual. Dado el carácter específico
de la sociedad y cultura andina frente a la división de trabajo, esta forma de interacción
ciudad-campo significaba un reto mucho más grande para el sistema cultural andino que
la mera apropiación de un plusproducto, o de un plustrabajo, por las clases urbanas
suntuarias en los siglos precedentes.
20 El otro fenómeno, que constituía fuente de resquebrajamiento de la oposición entre
ciudad y campo no obstante significar un reto aún mayor para la sociedad y cultura
andina, era el crecimiento cada vez más acelerado de la población. Este tiene una de sus
causas en la aparición de un nuevo comportamiento reproductivo entre la población
campesina, ya que la individualización de intereses como consecuencia de la penetración
del mercado urbano al campo, conduce a una reducción del grupo social al cual el
individuo puede recurrir en caso de invalidez y vejez. Tendencialmente, los inválidos y los
viejos dependen en lo subsiguiente de manera exclusiva de la manutención por sus
descendientes inmediatos. De mayor importancia resultan las consecuencias de la
difusión de prácticas médicas de prevención de epidemias y de un conjunto de medicinas:
la reducción de la mortandad infantil y el aumento de expectativa de vida de los
pobladores.
21 El reto planteado por el incremento poblacional, en conjunción con el planteado por la
expansión del mercado en el ambiente rural, parecen haber resultado indisolubles en
términos de la cultura andina, es decir, en términos del sistema elaborado en los milenios
anteriores de relación entre los hombres y entre ellos y la naturaleza. La primera
consecuencia de la incapacidad de solucionar los problemas creados en términos del
ordenamiento social y de los conocimientos preexistentes, fue la expulsión acelerada de
población del campo, creando contingentes andinos en los establecimientos criollos, que
al principio eran recibidos gustosamente por los últimos en términos de lo ya conocido:
podían servir de mano de obra barata o servil en las casas o las unidades de producción
controladas por ellos. Pronto, sin embargo, se agotó esta posibilidad de absorción de los
excedentes poblacionales andinos. Así que resultó necesario crear una base de sustento en
formas nuevas, diversas necesariamente de las aldeas andinas. Estamos presenciando
entre esta población la creación de una nueva cultura urbana, cuyos ingredientes se
derivan, por un lado, de la cultura andina, en algunos aspectos de la criolla-urbana, y
masivamente de otras formas derivadas del sistema cultural elaborado originalmente en
Europa, pero difundido y transformado en muchas variantes a nivel mundial9.
22 Los hombres andinos en las ciudades tienen que recorrer caminos tortuosos de
adaptación y trasculturación. El resultado de este proceso, si bien abierto en muchos
aspectos, será necesariamente una sociedad urbana, con un grado alto de división de
trabajo relacionado con la división de trabajo a nivel internacional, con un sistema de
267
NOTAS
1. Este artículo forma parte de un debate sobre las tareas de las ciencias en el desarrollo actual de
la sociedad en el ámbito andino. Mis contribuciones a éste son: “La racionalidad de la
organización andina”. (Instituto de Estudios Peruanos. Lima 1980); “Gregorio Condon Mamani o
la bancarrota del sistema cognitivo andino” (en: La Revista No. 3. Lima 1980); “¿Qué es la cultura
frente a la historia? (Respuesta a Juan Ossio y Henrique Urbano)” (en: La Revista, No. 4. Lima
1981). De alguna manera todos los trabajos de uno son precursores de los posteriores pero
también hay cambio en lospuntos de vista. Un artículo mío, escrito alrededor de 1973, pero
publicado recién el año pasado [“The anthropology of conquest”, en: Stanley Diamond, ed.
Anthropology Today (Mounlon Publ., La Haya 1980)], expresa todavía una concepción algo
diferente, mis cercana a la que mantienen mis opositores en este debate. El cambio no se debe a
una evolución personal más allá del tema debatido, sino a experiencias hechas en el contexto
andino. No es el interés el que ha variado. Nota bene.
2. En este contexto se remite al lector a los trabajos de Cari Troll (“Die Stellung der Indianer-
Hochkulturen im Landschaftsaufbau der tropischen Anden”. En: Zeltschrift der Gesellschaft für
Erdkunde zu Berlin, No. 3-4, Berlín 1943, traducido en Allpanchis No. 15; “The Cordilleras of the
Tropical Americas. Aspects of Climatic. Ecology”. En: Geo-Ecology of the Mountainous Regions
of the Tropical Americas. Colloquium Geographicum. Bd. 9, Bonn 1963). Olivier Dollfus (“Les
Andes intertropicales: une mosaìque changeante”. En: Annales 33e année. No. 5-6, París 1978; El
reto del espacio andino IEP, Lima 1981), y Hans-Wilhelm Keopcke (Synökologische Studien an
der Westseite der peruanischen Anden, Bobb 1961).
3. Una información exhaustiva sobre la variación de las especies domesticadas en la época
prehispánica es la que da Hans Horkheimer en su Nahrung und Nahrungsge winnung im
vorspanischen Peru, Berlin 1960. De este trabajo existen versiones preliminares en castellano.
4. Una discusión más amplia de estos aspectos se encuentra en mi La racionalidad de la
organización andina, IEP, Lima 1980.
5. Compárese p. ej. el carácter del estado chimú en la compilación de trabajos sobre éste hecha
por Rogger Ravines (Chinchán. Metrópoli chimú, IEP, Lima 1980).
6. Véase al respecto la compilación de Giorgio Alberti y Enrique Mayer Reciprocidad e
intercambio en los andes Peruanos, IEP, Lima 1974.
7. Sobre el parentesco andino existe ahora una buena recopilación; R. Bolton y E. Mayer (eds.)
Andean Systems of Kinship and Marriage, American Anthropological Association, Washington
1977. Véase también el artículo de Hoy Lounsbury “Aspects du systeme de parenté inca”. (En:
Annales, 33e anné, No. 56, Paris 1978). Las formas de organización étnica y estatal, con
referencia a las formas específicas de control territorial y de la organización del intercambio son
tratados con más propiedad por John Murra (La organización económica del estado inca,
México 1978, Formaciones económicas y políticas del mundo andino, IEP, Lima 1975). Acerca de
comunidades, cofradías y barrios, y su función en la organización de la cooperación y del
intercambio existe un gran número de trabajos monográficos.
8. Los trabajos más sugerentes sobre la relación de organización social, ritual, territorial y
temporal andinas siguen siendo los de R. Tom Zuidema (The ceque system of Cuzco: the social
organization of the capital of the Inca, Leiden 1964, y un gran número de artículos referentes a
aspectos espeíficos publicados en los años subsiguientes).
9. Una bibliografía extensa sobre la migración se encuentra en Héctor Martínez Migraciones
internas en el Perú, IEP, Lima 1980.
271
10. Los clubes de provincianos en las ciudades a pesar de su importancia y enorme cantidad
(existen en Lima solamente por lo menos 6 a 7 mil), no han recibido la atención que merecen. Una
entrada a su conocimiento es el artículo “Peruvian Migrant Identity in the Urban Migrant
Identity in the Urban Milieu de Paul. L Doughty (En: T. Weaver y D. White, eds. The
Anthropology of Urban Environments, The Society for Applied Anthropology Monograph
Series, 11 Washington 1972). Carlos L Degregori está emprendiendo en el Instituto de Estudios
Peruanos un estudio que enfrentará el problema de una manera más amplia.
11. Sobre este proceso de diferenciación véase los artículos de Rodrigo Montoya (¿A dónde va el
campo andino?” Sociedad y Política No. 8, Lima 1980. “Comunidades campesinas, historia y
clase”. En: Sociedad y Política No. 9 Lima 1980); también mi libro Bauern in Peru.
Entwicklungsfaktoren in der Wirtschafts- und Sozialgeschichte der indianischen
Landbevolkerung von der Inka-Zeit bis heute. Berlín 1973. En mi La racionalidad …, op. cit.,
hay una discusión sobre los líderes de este proceso.
NOTAS FINALES
*. Artículo publicado en la Revista Allpanchis, Volumen XV, 1981, No. 17-18, pp. 119.
272
1 En el drama ritual Yumbo Huañuchiy (“Matanza del Yumbo”), los habitantes de los
suburbios industriales que rodean a Quito por el norte y noreste2 se disfrazan de
shamanes selvícolas para representar un asesinato mágico. La ceremonia ha gozado en los
últimos años de una extraordinaria popularidad. Entre fábricas y multifamiliares, y
absolutamente sin intervención de patrocinadores gubernamentales o artísticos, se
reunen cada temporada de Corpus miles de oyentes para presenciar un acto ritual
heredado del pasado preincaico e incaico (Cobo [1653] 1956: T.2 p. 220-221). En esta
instancia, la realidad se burla de los sociólogos e indigenistas quienes desde hace décadas
vienen proclamando la inminente extinción de las artes tradicionales frente al avance de
la cultura “nacional”. Si la “yumbada” ha florecido más donde ha habido mayor
penetración de la industria y de las instituciones urbanas, la explicación del fenómeno
tiene que buscarse, no en clichés de la ciencia social, sino en el contenido del acto ritual.
El propósito del presente ensayo es indicar cómo este ritual antiguo sirve para esclarecer
la situación del quiteño indígena moderno.
Aviación Civil) dice de su estimable lanza Infinita Chihuanta, “la montaña acompaña a la
lanza, y la lanza me acompaña a mí. Cuando bailamos, la lanza y yo somos uno solo”.
8 Los yumbos shamanes han llegado desde sus sedes en diversos lugares remotos de la
selva. Algunos son del país de los “Colorados” o Tsatchela del litoral, otros de la Amazonia
Shuar, Quijo, o Canelo. Llevan atados a sus ashangas (cestos cónicos) animales tropicales
embalsamados tales como guacamayos, monos, o chucuris (el chucuri es animal parecido
a la comadreja pero sin rabo). Comentan de sus viajes asuntos como:
“¿Hermano, a qué horas llegaste?” dice. “Ahora vengo llegando, pues tres o cuatro
tambos atrás la lluvia me cogió, y así vengo escampando. Este guacamayo no más
traigo; las loras que compré allí traigo ya muertas en este cesto, ya se murieron en
el camino. Así es que recién llego, ¡alabado sea Santo Domingo (de los Colorados)!”.
9 Los shamanes se saludan con los cuatro términos quichuas de parentesco entre hermanos.
La “madre” de los yambos en el músico, invariablemente llamado urcu mama, cuyo
pingullu (flauta) y tambor representan la voz de las “madres montañas”, o sea, el trueno.
El padre de los yumbos es el “rucu (“viejo”). El rucu lleva máscara blanca opaca, cashma
(poncho corto), pantalones y sandalias blancas. Suspendida del cuello lleva una bolsa de
cuero llena de cebada tostada, la vianda de los yumbos peregrinos. En la mano tiene su
birga (fuete) para disciplinar a sus “hijos” y hacerlos bailar bien. Les grita: “¡Bailen,
niños! ¡Bailaremos! ¡Tú, hijo, estás bailando groseramente! ¡Trabaja!” No debe permitir
que los yumbos descansen, por ebrios o cansados que estén. Cuando alguien regala
tabaco, licor o dinero a los yumbos, el rucu exige que los yumbos soplen en sus manos
para producir el silbido que es su señal de alegría: “¡Suenen la mano, niños!”,
10 Desde el día antes de Corpus, la banda de yumbos acompaña a los priostes y sus invitados,
quienes llegan en sus mejores ropas para participar en la procesión del santísimo. Los
yumbos les saludan: “¿Vives bien? ¿Estás bien? ¡Qué milagro! Yo ya vengo. Con mi madre
montaña llego. ¿Qué deseas de mí? ¿Quieres curar, o quieres matar? (Diciendo) así les
busca el pulso: 'Tú eres un hombre enfermo. ¿Quieres una curación? Yo te curaré en la
noche. Yo sé.'” Siempre bailando sin descanso, haciendo diversas figuras coreográficas
que representan encuentros y escaramuzas, entretienen a los huéspedes hasta la hora de
ir a la parroquia para celebrar la misa y la procesión de Corpus.
11 En el centro parroquial, les espera un nutrido público. En los buses a duras penas penetra
la muchedumbre que llena las calles. De los puestos de vendedores, que han venido para
la ocasión, llegan olores de carne asada y de dulces. La banda uniformada saluda con
música marcial a los priostes, y bajo el brillante sol de mediodía los celebrantes entran a
la iglesia para oir una misa solemne. En este acto los yumbos no participan. Siendo auca,
no entienden la religión cristiana. Prefieren retirarse a un lugar donde el público no les
ve, para hacer su cucayu o almuerzo de viajero. Formalmente esta ceremonia tiene
afinidades con la “santa mesa” (santa misa) o comida ceremonial de los priostes, pero a
diferencia de ésta, consiste en gran parte de comida robada o en otra forma profanada.
Los “monos” -inseparables compañeros de la tropa yumba, vestidos en trajes abigarrados
con una lengua protuberante y cola larga- corren chillando de puesto en puesto robando
y mendigando lo que pueden para sus adorados amigos los yumbos. El botín de sus
recorridos se junta con comida ya preparada, y sobre un mantel largo, colocado en la
tierra, los yumbos se sientan para comer y tomar trago. Pagan su tributo al músico
urcumama, y comen hasta saciarse. En este momento se oyen los cohetes que señalan la
culminación de la misa. Rápidamente se pone fin al cucayu, y todos salen a ver la solemne
275
procesión del santísimo sacramento, en la cual los priostes, junto con el cura, sacan por la
calle una hostia.
12 Desde el punto de vista católico la procesión, con toda su pompa y devoción, es el punto
culminante de Corpus: el momento cuando triunfa el recuerdo físico de la pasión de Jesús.
Después siguen los actos llamados “charoles”, en los cuales los participantes dan ofrendas
a los priostes, y las “entradas”, en las cuales los disfrazados hacen un circuito en la plaza
arrojando dulces y frutas al aire. Sólo bien entrada la tarde, cuando los yumbos ya están
más que un poco embriagados, comienza la “matanza”. Desde el punto de vista auca, este
acto es el climax del ciclo ritual, y es inmensamente apreciado tanto por los parroquianos
mestizos y los obreros recién venidos al barrio, como por los “auténticos” del local. En
efecto, el concurso es tan denso, que los “monos” tienen mucha dificultad en evitar que el
público aplaste a los celebrantes. Para abrir lugar al baile los “monos” azotan las piernas
con sus colas, o les atacan con gestos groseros y chillidos que lastiman el oído.
13 Hasta ahora los yumbos han estado juntos, sin descanso, desde la medianoche del día
anterior. Ellos comparten una intimidad y afecto mutuo, pero siendo shamanes y por lo
tanto guerreros espirituales se provocan mutuamente con demostraciones de vanagloria
y agresividad: “Yo soy quien sabe. Lo que yo he hecho, mi hermano no podrá”. Cuando
urcumama comienza a tocar la música de “matanza”, por la asamblea corre un murmullo
de anticipación; todos perciben la tensión que existe entre los disfrazados.
14 Con las puntas de sus lanzas, los yumbos dibujan en el suelo un diagrama (“la cancha”, fig.
1) que representa esquemáticamente la selva. Cada cruz de líneas se denomina un
“tambo”, y representa la morada de uno de los shamanes. Completado el diagrama, los
yumbos toman sus puestos: cada uno planta su lanza, punta arriba, precisamente en su
“tambo”. Dos de los yumbos, sin embargo, desempeñan papeles especiales. Uno se llama
huañuchij (“matador”) o “verdugo”. Este se declara ultrajado y lleno de odio contra uno
276
de sus hemanos: “A esa persona tengo que matarla; matarla y comerla es mi deseo!
(Generalmente no explica el motivo de su rencor). El “verdugo” toma su lugar a la cabeza
de la fila. Al otro extremo, desarmado, escondiéndose tras los hombros de un yumbo, está
el objeto de su odio. Este yumbo se ha transformado mágicamente, en puerco saíno, sacha
cuchi, para poder combatir a su enemigo. El combate mágico entre shamanes, por lo
tanto, toma la forma de una caza de monte. El saíno, (Tayassu pecari) es, en realidad el
animal más agresivo de la selva suramericana, y el yumbo que asume su personalidad no
es víctima meramente pasiva, sino más bien feroz (ver fig. 2).
15 Los yumbos alzan sus lanzas y comienzan a bambolearlas en arco de 45° frente a sus
cuerpos. Así se representa el movimiento de las ramas de los árboles; la “yumbada” se
convierte en la selva, donde cazador y presa andan por las sombras. Un bailarín veterano
compara el combate a una caza de monte, en la cual el cazador sube un árbol o se esconde
detrás de su inmenso tronco: “Entonces el (cazador) está andando buscando y el puerco
está por allí mismo enredando. O sea que así es: es lo mismo como si estuvieran en una
selva”.
16 La Persecución del sacha cuchi prosigue mediante un diálogo entre el perseguidor y los
yumbos-árboles:
17 “Alabado Santo Domingo Colorados, ya vengo”.
18 “Alabado, hermano. Ven, hermano”.
19 “Y ¿qué cosita se le ofrece, hermano? ¿No has visto tal vez pasar por aquí a uno con los
piés y los dedos torcidos para atrás, con los huevos y el culo todo lleno de piojos, con un
pequeña soga puesta en el cuello? ¿No has visto pasar por aquí a uno así?”
277
20 “Juu! Ese ya pasó. Fue ayer que pasó, ayer a estas horas pasó. Ahora, ¿dónde pues estará
andando ahora?”, dice. “Juu! Ahora, ahora, ya habrá pasado por lo menos tres o cuatro
tambos”.
21 “Sí, hermano. Gracias. ¿Si es así, en qué tambo lo alcanzaré?”.
22 “No sé, hermano. Caminando rápido quizás lo alcanzarás, hermano”.
23 “Gracias” dice. Saltando, saltando, saltando, yendo a otro (tambo):
24 “Alabado, hermano”.
25 “Ver hermano”.
26 “Hermano, ¿qué se le ofrece? Hermano, ya vengo. ¿No has visto a uno con hocico largo,
uno con los huevones y el culo llenos de liendra, uno con los colmillos así, todos torcidos
para arriba y para abajo quizás, no pasó por aquí uno así?”.
27 “Sí, hermano, él ya pasó por aquí. Uu, no lo alcanzarás. No”. “¿No lo alcanzaré?”.
28 “Tal vez, tal vez lo alcanzarás. Ahora, ahora ya estará pasando dos tambos adelante.
Pasó”.
29 “Gracias, hermano”.
30 “Sí, hermano”.
31 Saltando, saltando, saltando, y llegando un poco más adelante a otro tambo, (dice)
“Alabado Santo Domingo, vento. ¿No has visto a un cerdoso, a uno que masca cáscara de
papas así? ¿No has visto pasar por aquí a uno con cáscara de papas metida en la boca? Con
la barriga huesuda, sería?”
32 “Ya pasó ya, juu, ya ahora mismo ya, pero te estás acercando, ahora, ahora ya. Ya estará
un tambo adelante”.
33 Mientras el “matador” avanza poco a poco por la fila de sus hermanos, su presa viene
desde el otro extremo pegando carreras y escondiéndose detrás de sus hermanos en cada
tambo. En la mitad de la cancha, cazador y presa se encuentran. Pero el saíno resulta
demasiado listo para su perseguidor. En el instante en que el cazador intenta embestirlo
con la lanza el saíno salta a un lado y escupe en la cara del cazador maíz mascado para
cegarle. Burlado y cada vez más enfurecido, el cazador continúa porfiadamente por la fila
de yumbos, siempre preguntando por su enemigo:
34 “Hermano, ¿no has visto a un peludo, crespo, con el pelo erguido, zambo, con hocico
chato así, no es que pasó por aquí?...
35 “...Uno con los pies y los talones patihendidos, uno con pantalones meados de la rodilla
para arriba, con los pantalones así mojados, ¿no lo has visto?...”
36 De esta manera el perseguidor llega al final de la fila, pero el saíno ya se ha escapado y ha
llegado hasta la cabeza. Instantáneamente el ritual se transforma en un combate violento.
37 Ya no procede paso a paso. Los adversarios corren y saltan a toda velocidad entre las
lanzas que giran y les amenazan a cada momento.
38 Los hermanos yumbos no se mueven de sus puestos, sino que con sus lanzas tratan de
cerrarle la vía al “matador” y abrirla al saíno. Uno de los “monos” estorba al saíno,
agarrándole por las piernas para que caiga, y otro al cazador. Varias veces los dos
adversarios corren todo el largo de la cancha a carrera tendida, y varias veces el
“matador” ataca al saíno sin dar en el blanco. El público está al borde del delirio.
Finalmente, en medio de una nube de polvo, el cazador alcanza al saíno con una tremenda
278
puñalada. El saíno cae al suelo, muerto boca abajo. El cazador se escapa por la calle
corriendo a rienda suelta. Los demás yumbos lo siguen.
39 Mientras los espectadores se acercan a ver el cadáver del saíno, los “monos” traen una
tusa de maíz, piola, y una cobija. La tusa se mete debajo de la cobija y se amarra desde
afuera, para formar un bulbo o protuberancia en la mortaja del muerto a la altura del
rabo. Esta protuberancia representa la glándula almizclera dorsal del saíno, glándula que
lleva en el folklore de los Andes el nombre de “ombligo”. Desde el siglo XVI, hasta ahora,
se cree que es necesario que el cazador quite el “ombligo” dorsal en seguida, o si no se
pudre la carne del saíno al cabo de un día. Por analogía, se cree que el yumbo saíno,
durante el tiempo que yace tendido y “muerto” con la glándula intacta, está en peligro
mortal. Si sus hermanos no le quitan el “ombligo” en quince o veinte minutos, su
“muerte” dramática se transformará en muerte verídica e irremidiable. Por esta razón se
siente una tensión eléctrica durante la última fase de la “matanza”. El rucu llora a gritos y
canta un lamento sobre su “niño” muerto.
40 El cazador, mientras tanto, se ha escapado y escondido en alguna cantina del barrio,
donde compra una botella de trago. Cuando los hermanos le descubren, intenta
sobornarlos, de una forma arrogante, con el licor. Pero los yumbos indignados le acusan:
“¿Por qué has matado a nuestro hermano? Has asesinado a nuestro hermano y ahora
tiene que resucitarlo”. El cazador niega responsabilidad, pero ellos le acercan con sus
lanzas y lo traen preso a donde está el cadáver. El asesino vuelto curandero recibe los
instrumentos de la medicina mágica: lanza, tabaco, trago, y ramas de eucalypto o datura.
El trago en contexto ritual se lama yana yacu, “agua negra”, y tiene propiedades
divinatorias comparables al ayahuasca (Banisteriopsis) del cual es substituto. Las ramas
representan ortigas. Para principiar la resucitación, el asesino todavía preso entre lanzas
-suelta con la punta de su lanza el “ombligo” del saíno muerto. Luego comienza a limpiar
el cadáver restregándolo con las ramas y soplando tabaco. Con la boca chupa la superficie
del cuerpo para extraer las impurezas. Pero ninguna de estas maniobras da resultado
porque psíquicamente el asesino todavía no se ha reconciliado con su víctima. En vez de
cooperar de buena voluntad, exige un pago en dinero. Los hermanos negocian con él
hasta acordar una suma de sucres representada por un manojo de papeles o de hojas. Al
recibirlo, el cazador comienza a curar de buena gana y dice: “Ahora lo resucitaré. Es
verdad que lo maté, pero ahora le haré vivir nuevamente”.
41 Con su lanza alzada, el shamán mide la distancia a través del cadáver Sopla sobre él un
bocado de trago, mirando bien el prisma que se forma donde el sol golpea las gotas para
interpretar su contenido mágico. Entonces arroja la lanza suavemente sobre el cadáver,
de tal forma que se deslice en la tierra, para caer al otro lado. Lo mismo hace en sentido
perpendicular a la primera lanza arrojada, a lo largo del cadáver. Luego invita a los demás
hermanos a pasar sus lanzas debajo del muerto para formar una camilla de chonta. Todos,
lentamente y con mucho cuidado, levantan las lanzas. El cadáver se alza, se para; la
mortaja se cae al suelo; comienza a respirar audiblemente; abre los ojos. El muerto ha
vuelto a la vida.
42 En medio del regocijo general, se efectúa la reconciliación entre los hermanos
enemistados. A la víctima y al verdugo se les hace tomar trago de una misma copa y
abrazarse. Los demás hermanos preguntan al resucitado “Hermano, ¿de dónde vienes?”
“¿Qué has visto?” “¿Qué nos traes?” A estas preguntas él responde (en ciertas variantes de
la ceremonia, públicamente, en otras, sólo para los oídos de los hermanos) “Hermanos,
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todo el mundo vengo andando. Vi a todos los animales y vía a todos mis hermanos. Ahora
he traído las semillas dulces (mishqui muyu).
43 Fui a otro mundo y traje lo que allí había: Naranjas, colación (dulce), y toda fruta”. Al oír
estas palabras los yumbos soplan en sus manos, y yumbo huañuchiy llega a su final. En
las ceremonias que lo siguen, el lugar rectangular, ocupado por la cancha de combate, se
transforma en teatro de actos por excelencia pacíficos. Se reanudan los “charoles”, se
canta la “despedida” de los yumbos a los priostes, y se celebra un inmenso y hermoso
banquete sagrado o santa misa en la cual participan los yumbos con los cristianos. Al
tercero o cuarto día de la fiesta, los yumbos ya contemplan la vuelta a sus tambos: “Adiós,
adiós. Mi madre montaña no me deja demorar. Vamos a nuestros tambos para vivir.
Urcumama, toca triste, toca no más triste. Ya nos separamos de nuestros hermanos,
dejamos a los hermanos. Adiós, adiós”.
centro se define casi automáticamente como las tierras selváticas que se extienden más
allá de las dos grandes cordilleras cuyas cumbres cercan la cuenca de Quito.
46 El indígena suburbano (sea en tiempos incaicos, sea en la actualidad) cuando mira hacia el
centro de Quito ve un poder imperial, civilizador, expansionista, centralizante; y cuanto
torna su vista hacia las afueras, ve una realidad contraria: ajena al gobierno estatal, ajena
a la civilidad, extremadamente descentralizada, insumisa y libre. Quito de los Incas y los
españoles es extraña a la tradición local de las pequeñas comunidades aborígenes, y
también lo es la cultura de los selváticos. Sin embargo estas dos realidades extrañas son
los puntos indispensables de orientación para la cultura circumquiteña aborigen.
47 Esta orientación bipolar no nace solamente del pensamiento especulativo sino también en
la práctica económica. Las comunidades (a pesar de su bien desarrollada agricultura)
nunca han sido autosuficientes. Desde tiempos preincaicos, han mantenido nexos de
intercambio económico con los Yumbos históricos (etnia ya extinta, radicada hasta el
siglo XVIII en las selvas pluviales de lo que ahora se llama el Noroccidente de Pichincha) y
con los Quijos de la Amazonia. Sus “yndios mercaderes” regularmente viajaban hasta el
Pacífico. De los contactos selváticos dependía el abastecimiento de productos básicos
como la sal, el ají, y el algodón, de ciertos lujos, y de bienes de importancia ceremonial
como la coca y (posiblemente) el mullu. Estas riquezas, gracias a la labor de los grupos
circumquiteños, llegaron al Quito incaico y español, cuyo “tianguez” estaba
constantemente lleno de productos tropicales traídos por habitantes de las comunidades
vecinas. Mediante la mit’a y, más tarde, el trabajo pagado en dinero, estos grupos
construyeron la ciudad de Quito. A través del trueque prehispánico y la compraventa,
abastecían a Quito de los productos provenientes de zonas remotas que la ciudad no podía
controlar políticamente. En el transcurso de varios siglos, cada uno de los cuales ha visto
continuas redefiniciones y readaptaciones del sistema, los aborígenes circumquiteños
llegaron a ser peritos en las culturas de ambos extremos: la cultura de Quito, y la de la
selva. En efecto ellos perfeccionaron una síntesis transandina que ninguna estructura
estatal ha podido igualar hasta la fecha.
48 El baile de los yumbos, por lo tanto, no es obra de fantasía. Sus elementos dramáticos son
profundamente acondicionados por la experiencia histórica y personal de sus creadores.
El tráfico comercial con varias regiones selváticas perdura hasta ahora. Muchos veteranos
de los barrios tienen conocimiento de primera mano de los conceptos shuares sobre el
combate espiritual de shamanes, y de la curación mágica. Tampoco es ficticia la llegada de
los shamanes a los pueblos serranos. Hasta tiempos modernos los samiyuj, que vienen de
la región Quijos a buscar clientela, han sido bien recibidos. Gran número de personas,
cuya vida diaria es la de un mestizo urbano, han sido pacientes de los shamanes. Tampoco
se ha diluido el nexo con la selva en los últimos años. Todo lo contrario, con la
construcción de buenos caminos al oriente, y el aumento de tránsito que ha sido
consecuencia de la extracción petrolera, se ha hecho más fácil el contacto con la selva.
Algunos jóvenes que viajan diariamente al Quito de los rascacielos para ganar su sueldo,
viajan a las selvas los fines de semana para hacerse aprendiz de un yachaj célebre. Otro
factor que ha fortalecido el nexo serrano-selvático, ha sido el servicio militar. Los que han
servido de soldados en puestos remotos, de escasa población mestiza, son a veces bien
educados en la tradición shamanística.
49 La selva está cobrando una importancia creciente dentro de la cultura “nacional”. En los
medios de comunicación estatales y comerciales, se llama la atención cada vez más a los
problemas que nacen de la supuesta dicotomía entre la capital y la selva: la resistencia de
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una cara de exaltada ociosidad, aunque en realidad estén atareadísimos. Donde ellos
están, está el centro. Sus personas constituyen la capital de la hiper-estructura
ceremonial. Finalmente, la regalía externa del priostazgo es derivada de las instituciones
centrales del gobierno civil y eclesiástico. Los priostes se visten al estilo urbano. El
hombre lleva terno formal y la mujer falda, blusa, y rebozo. Cualquier señal de identidad
indígena está ausente. Sus “bracerantes” llevan cintas sobre el pecho, con los colores de la
bandera nacional. La “loa”, en su traje, y en las palabras de su poema, expresa con
exactitud los valores estéticos de la iglesia. En la actuación de estos personajes, el acento
está siempre en lo correcto, formal y “civilizado”. El priostazgo es una pequeña utopía
construida sobre los conceptos de jerarquía, ley, y cristianidad: en fin, todo lo opuesto a lo
auca.
53 El complejo total, por lo tanto, constituye una antifonía entre dos visiones de la
potencialidad humana: por un lado la humanidad auca, y por otra la humanidad
“civilizada”. La humanidad auca habita el espacio infinito de la naturaleza, y vive en
intimidad con ella. Los yumbos, hijos de una unión entre la tierra y el hombre -urcu
mama y rucu- son parientes de todo ser viviente, y hasta pueden transformarse en
animales y plantas. Para ellos es posible cualquier transformación, hasta la de muerte a
vida. Pero, si bien no se establece para ellos barrera entre lo natural y lo humano, por esta
misma razón tampoco existe solidaridad entre los seres humanos. Los “hermanos”
yumbos viven a la vez en fraternidad, y en la más cruel rivalidad. Son mutuamente
peligrosos, y por esto tienen que vivir dispersos en la selva.
54 La humanidad “civilizada” habita el espacio bien definido, centralizado, de la ciudad,
domina sobre una naturaleza ya domada. Para ellos la intimidad con las plantas y
animales ya no es posible. No están en plano de igualdad no con seres infrahumanos ni
sobrehumanos. Se ha perdido el poder de transformación y de conmutación entre vida y
muerte. Pero en cambio se ha ganado la solidaridad entre seres humanos. En un universo
humanizado los hombres pueden definir sus relaciones mediante la cultura, la ley. Ya no
son “como animales”, mutuamente peligrosos: pueden vivir en concentración, como
vecinos. Y si no son íntimos y parientes de los seres espirituales, por esta misma razón los
seres espirituales pueden gobernarlos de una forma impersonal: su poderío se convierte
en ley, en autoridad, en iglesia.
55 Bajo ambas condiciones, auca y “civilizado”, la situación del hombre es defectuosa,
problemática. Los shamanes de la selva no tienen por qué temer la muerte, la pueden
trascender, pero sí tienen por qué temer la vida. Son condenados por su propio poder, a la
soledad y al peligro, tienen necesidad de la sociedad humana, aunque sólo fuera para
reproducirse, y de la economía humana para conseguir los bienes materiales, pero les
falta cómo reconciliar la interdependencia con la hostilidad. Los “civilizados” no sufren
de tal problema. Tienen la posibilidad de perfeccionar su sociedad y su economía en este
mundo. Su lugar común es la ciudad y la ley. Pero en cambio temen la muerte, porque no
tienen fuerzas propias para trascenderla.
56 Los dos componentes ceremoniales, el priostazgo y la “yumbada”, sirven como
experimentos complementarios para buscar las soluciones a este dilema. Corpus,
celebración del asesinato y resurrección de Jesús, y la “yumbada”, celebración del
asesinato y resurrección del shamán, ambos toman como símbolo común y central la
comida -el sustento de la vida: (ver cuadro página siguiente)
57 Mediante un sacrificio humano cancelado por una resurrección -paralelismo reconocido
por los participantes- ambos grupos alcanzan la meta de poder vivir en este mundo sin
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perder esperanza de otro. Al procurar mishqui muyu, comida dulce y selvática para vivir
en este mundo, y la hostia, comida europea y desabrida, para vivir en el más allá, los
respectivos grupos sin embargo entran en una relación paradógica con sus propias
tradiciones. Los “civilizados”, en la esperanza de vivir en otro mundo, ritualmente violan
el tabú supremo de éste, la prohibición del canibalismo. Por el otro lado, el matador
yumbo renuncia al canibalismo ritual, que sería la perfecta expresión de su victoria como
18. guerrero espiritual, para recibir de la víctima lo necesario para vivir en la tierra. Ni
una cultura ni la otra define un universo habitable. Es necesario abrir una brecha para
que entre el aire del contra-universo complementario.
2. tienen un hijo, exteriormente humano, pero 2. tienen un hijo, exteriormente humano pero
latentemente superhumano, latentemente subhumano,
4. ellos viajan a una ciudad gobernada por 4. ellos viajan a una ciudad gobernada por
infieles hostiles, cristianos amistosos,
6. reprochando a los gobernantes del lugar. 6. saludando a los gobernantes del lugar.
13. a una ejecución a sangre fría. Muere, y 13. de un asesinato apasionado. Muere, y
15. acepta su propia justa muerte; 15. deshace la muerte injusta de su víctima
16. La víctima resucita trae los medios para la 16. la víctima trae los medios para la vida
vida eterna en otro mundo. mortal en este mundo.
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BIBLIOGRAFÍA
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Bibliografía
CARVALHO-NETO, Paulo de. Diccionario del folklore ecuatoriano. Quito: Casa de la Cultura
Ecuatoriana. 1964.
COBO, Bernabé. Historia del Nuevo Mundo. T.2. Madrid: Ediciones Atlas. [1653] 1956.
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“Bartolomé de las Casas”.
GUAMAN POMA DE AYALA, Felipe. Nueva Coronica y Buen Gobierno. París: Musée de l’Homme.
Institut d’Ethnologie. [1613] 1936.
JIMENEZ DE LA ESPADA, Marcos. Yaravíes quiteños. Actas del cuarto Congreso Internacional
de Americanistas. Vol. 2: 162, I-LXXXIII. Madrid. 1881.
MORENO, Segundo Luis. Música y danzas autóctonas del Ecuador. Quito: Editorial Fray Jodoco
Ricke. 1949.
La música en el Ecuador. Volumen primero: Prehistoria. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana.
1972.
ROEL PINEDA, Josafat. La danza de los “C’uncos” [sic] de Paucartambo. Tradición 1:59-70. 1950.
NOTAS
2. Se agradecen cordialmente a los bailarines y vecinos de las parroquias de Calderón,
Rumiñahui, San Isidro de El Inca, y Zámbiza quienes tuvieron la bondad de prestar sus valiosos
conocimientos al presente estudio. Entre éstos cabe mencionar a Manuel Antonio Quilachamín,
Segundo Salazar Inapanta, Ignacio Lincango, Manuel Guañuna, Manuel Gualoto, Angel Gualoto, y
José Ignacio Cóndor. El estudio fue respaldado por la Universidad de Illinois y por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia, de Quito. Se llevó a cabo en 1975 y 1978. Se agradece
igualmente la ayuda prestada por Gloria Cordón de Bunker en la redacción del presente texto.
3. En el tomo Cultural Transformations and Ethnicity in Modern Ecuador, editado por
Norman E. Whitten, Jr. (Urbana, Illinois: University of Illinois Press, 1980), el lector encontrará
una descripción pormenorizada de las demás fases del complejo de Corpus. La misma descripción
se publicará en castellano en Etnicidad y Transformaciones Culturales en el Ecuador
Moderno (Otavalo, Ecuador: Instituto de Antropología, 1981). En el segundo de estos libros se
reproducen los textos quichuas cuyas traducciones son presentadas aquí.
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NOTAS FINALES
*. Ponencia preparada para el XLIII Congreso Internacional de Americanistas, Vancouver, British
Columbia, Agosto 11-17, 1979, en: Revista América Indígena XLI, No. 1, enero-marzo, 1981.