0% encontró este documento útil (0 votos)
151 vistas49 páginas

Vallespin (164-212) ROMA - Historia de La Teoria Politica 1

Este documento presenta un resumen de tres párrafos del Capítulo I de la obra "Roma" de Javier Arce. En él, se explica que el historiador griego Polibio de Megalópolis fue el primero en presentar una exposición sistemática de la constitución romana en el siglo II a.C. Polibio argumentó que la mezcla de monarquía, aristocracia y democracia en el sistema romano explicaba cómo Roma pudo conquistar gran parte del Mediterráneo en sólo 53 años. Además, se señala
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
151 vistas49 páginas

Vallespin (164-212) ROMA - Historia de La Teoria Politica 1

Este documento presenta un resumen de tres párrafos del Capítulo I de la obra "Roma" de Javier Arce. En él, se explica que el historiador griego Polibio de Megalópolis fue el primero en presentar una exposición sistemática de la constitución romana en el siglo II a.C. Polibio argumentó que la mezcla de monarquía, aristocracia y democracia en el sistema romano explicaba cómo Roma pudo conquistar gran parte del Mediterráneo en sólo 53 años. Además, se señala
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 49

Capítulo I I

Roma
Javier Arce

I n t r o d u c c ió n

Cuenta el historiador y biógrafo romano Suetonio que


el futuro Emperador Nerón, desde muy pequeño, se apli­
có a todas las disciplinas «liberales», como correspon­
día a la educación de un eventual futuro gobernante,
pero que su madre lo apartó de la filosofía, advirtiéndole
que era, o estaba, contraindicada para quien un día iba
a ser Emperador \ E l propio Tácito, senador y autor
de los Anales y las Historias, obras cumbre de la histo­
riografía romana, pensaba que dedicarse al cultivo de la
«filosofía» con asiduidad e interés no era ni conveniente
ni propio de un romano, y menos de un senador12. Aún
hoy día algún historiador, al hablar de un Emperador
como Juliano, le recrimina su afición y conocimiento de

1 Suet. Ñ ero, 52: L ib eréis disciplinas otnnis fere puer attigit,


sed a pbilosophia eutn m ater avertit m oneas im p er aturo contrariam
esse.
2 Tac. Agr. 4 , hablando de Julio Agrícola y su educación. Tam­
bién en su caso fue la madre la que previno esta dedicación.

167
168 Javier Arce

la «filosofía», como sí ésta fuera la causa de su «fraca­


so» como gobernante3.
E l término «filosofía» (philosophia) en ambos contex­
tos citados significa el estudio y conocimiento de las
doctrinas principalmente greco-helenísticas — Platón, Aris­
tóteles, los estoicos, los epicúreos, pitagóricos...— y no
las artes de la retórica o la gramática o el mismo dere­
cho. Esta declarada aversión a la especulación doctrina­
ria ha supuesto, para los romanos, un cierto despresti­
gio como pensadores y les ha convertido — en gran me­
dida con una buena dosis de tópico estereotipado— en
representantes del pragmatismo sin otra capacidad crea­
tiva que el derecho. Y o , obviamente, no voy a entrar
en esta discusión porque pertenece a otro lugar y a otro
contexto. Pero conviene tenerla en cuenta cuando se tra­
ta de presentar un cuadro, breve y preciso, como éste,
de la contribución de Roma a la Historia de las Ideas
Políticas. Se podría también entrar en términos de va­
loración y comparación; pero renuncio a ello deliberada­
mente para, en cambio, expresarme aquí en términos de
exposición que es lo que el presente volumen exige.
Hay que recordar que para algunos, demasiado heleno-
céntricos y bastante poco conocedores del mundo roma­
no, sólo Cicerón sería (es) el autor de una teoría políti­
ca entre los autores latinos. Nada más alejado de la
realidad. Los términos del problema, dentro de la His­
toria de Roma, simplemente se han de situar en otra
perspectiva, Roma no puede ofrecer obras filosóficas o,
sencillamente, de contenido «político» como las de Pla­
tón o Aristóteles. Pero es que la Historia de las Ideas
Políticas en Roma hay que buscarla — y se encuentra—
en otro tipo de tratados, libros o géneros literarios. Por
ejemplo, en los historiadores o en los panegiristas o en
documentos como las Res Gestae de Augusto, verdadero
testamento político del primer Emperador romano. De
las dos citas del principio emerge, sin embargo, una cons-

3 Así, F . Paschoud y, en cierta medida también, G . Bowersock


en su biografía de Juliano (cfr. bibliografía).
Roma

tatación: al ser ambas de época imperial, esto es de un


momento en el que la figura del Emperador está ya es­
tablecida y definida constitucionalmente, había poco es­
pacio para la especulación en la carrera de un futura
dirigente, bien fuera al más alto nivel, bien a cualquiera
de rango inferior. Pero ello no impide que no faltaran,
ni antes ni incluso después de la creación de la figura
del Emperador romano, quienes establecieron las bases
de un modelo de sistema político o una especulación so­
bre las formas de gobierno, unas veces en su propio be­
neficio y otras como parte de una adulación calculada
que fundamentara y justificara la existencia misma de una
determinada forma de gobierno.
E n el análisis que sigue se harán por fuerza alusiones
a antecedentes que el lector encontrará en los capítulos
que preceden a estas páginas.
Y , para terminar, una advertencia: muchos de los tér­
minos o vocabulario específico utilizado aquí se debe en­
tender en su sentido etimológico y en su contexto. «Mo­
narquía», «democracia», «gobierno» son términos que
en Roma no significaban lo mismo que para nosotros en
el lenguaje político actual.

La c o n s t it u c ió n m ix t a

I. Polibio de Megalópolis

Antes de que apareciese a los ojos de los romanos


cultos una reflexión sobre las formas de gobierno posi­
bles o mejores, ante las cuales poder modelar o adaptar
la suya, muchos autores griegos se habían interesado
por el tema y habían formulado una teoría sobre ello.
En Roma habían sucedido muchas cosas — la monarquía,
la república, guerras, expansión— hasta que en el si­
glo ii a.C. el público intelectual y la élite gobernante
tuvieron delante de sí una explicación sobre su propia
170 Javier Arce

misma forma de gobierno y sobre la naturaleza de su


sistema, político. La ocasión era propicia. Y vino de la
mano de un historiador griego, plenamente integrado en
los ambientes dominantes de los políticos y militares ro­
manos. Este historiador fue Polibio de Megalópolis. Y el
círculo de políticos — que sería fundamentalmente su
auditorio o lector— fue el de los Escipiones.
No deja de ser interesante y significativo que sea pre­
cisamente un historiador y un griego el primero en pre­
sentar «la más antigua exposición sistemática de la “ cons­
titución” romana llegada hasta nosotros (y, sin duda, la
primera que se hizo)» 4. En Grecia observamos un fenó­
meno semejante. Y a el también historiador Heródoto,
en el libro I I I , 80-82, a propósito del Imperio Persa,
había introducido una discusión y una reflexión sobre
los diversos tipos de regímenes políticos — si la monar­
quía, la aristocracia o la democracia (términos tomados
aquí en su sentido estrictamente etimológico) son las
mejores formas de gobierno5— . Los historiadores — y
sobre todo los historiadores antiguos, como Heródoto
o Polibio— están en óptima condición para este tipo
de reflexión y debate, que se incluye dentro de su pro­
pia obra, a veces con carácter anticuarístico y explica­
tivo, porque son ellos mismos testigos (o lo han sido)
de la diversidad de formas de gobierno y necesitan ex­
plicar la eficacia de los mismos o el contraste que existe
entre unos y otros. Es obvio que la sofística o el estoi­
cismo trataron de abordar — desde la perspectiva de la
filosofía de la naturaleza— esta misma problemática al
profundizar sobre las sociedades y las relaciones entre
los individuos o el papel del individuo-ciudadano. Pero

4 Así, Cl. Nicolet, L e m étier d e citoyen dans la R om e républi-


caine, París, Gallimard, 1976, p. 282.
,5 . No hace al caso aquí la discusión sobre el posible origen o
fuente de inspiración — ¿Protágoras?— de Heródoto para los pa­
sajes citados. Sobre ello véase, por ejemplo, F , Lasserre, «Hérodo-
te et Protagoras: Le débat sur les constitutions», Museum H elveti-
cum, 33, 1976, pp. 65-84.
Roma 171

el historiador los analizará en términos políticos y de


explicación a hechos históricos. No es otro el caso de Po-
libio. Su diferencia con la empresa de Aristóteles, que
programó la elaboración de un «corpus» en el que se
expusieren todas — o la mayor parte— de las «Cons­
tituciones» existentes o conocidas, tiene un sentido evi­
dentemente distinto y pedagógico. Porque la intenciona­
lidad de la obra de Polibio, y su concreta exposición de
las diversas formas políticas de gobierno, no es otra que
la de explicar cómo fue posible, qué sistema o estructu­
ra política fue la que procuró a los romanos, en muy
corto espado de tiempo, la conquista del Mediterráneo:
«Pues ¿habrá hombre tan estúpido y negligente que no
desee saber cómo y mediante qué estructura política (po-
liteia) los romanos llegaron en apenas cincuenta y tres
años a dominar casi toda la tierra, hecho que no ha te­
nido nunca precedente algu n o?»6. Y así, con esta pre­
misa al comienzo de su obra, en un momento de su
discurso, en una digresión que incluye su libro V I, Po-
íibio aborda el problema, fundamentando una teoría de
forma de gobierno y una teoría política. E s cierto que
Polibio no creó con ello una teoría política, sino que
explicó y fundamentó la razón de su funcionamiento.
Naturalmente, en ello no está exento de influencias. Pero
su texto es esencial no sólo para nosotros, «sino para
los romanos mismos». Porque, como ha subrayado opor­
tunamente Cl. Nicolet, el texto de Polibio constituye «el
primer contacto {de los romanos) con los esquemas de
pensamiento político griego de los que Polibio era here­
dero, y porque este griego aplicó, al analizar sus propias
instituciones políticas, esquemas explicativos totalmente
diferentes de sus ficciones y de su formalismo jurídico» 7.
De aquí la segunda observación — que he señalado— de
lo significativo de que sea un griego quien hace esta
primera formulación y no un romano. Ello era sólo po­

« Pol. I. 1-5.
7 Nicolet, op. cit. (n. 4), p. 282.
172 Javier Arce

sible, además, en un ambiente helenizado en Roma fuer­


temente como el de la primera mitad del siglo n a .C .8.
Nacido bacía el 2 0 0 a.C. en Megalópolis (Grecia),
Polibio estuvo siempre, incluso por nacimiento, envuelto
en el mundo de la política: su padre, Licortas, fue uno
de los políticos más importantes de la Liga aquea. Tam­
poco le faltó un buen conocimiento del arte militar, en
el que alcanzó merecida reputación y que se trasluce
continuamente en su obra. Como miembro de una fami­
lia comprometida políticamente, se vio envuelto en el
enfrentamiento de Roma con G reda. Así, la tercera
guerra macedónica resultó un hito decisivo en su carrera
y en su experiencia: como resultado de la batalla de Pyd-
na (1 6 8 a.C.), en la que los macedonios fueron derrota­
dos por los ejércitos romanos y su reino disuelto, muchos
políticos o importantes figuras de la cultura griega — con­
siderados antirromanos— fueron deportados al exilio a
Roma y a Italia; entre ellos, Polibio mismo. En Roma
vivió diecisiete años. Pero el futuro historiador fue un
exiliado privilegiado, ya que, habiendo conocido a Paulo
Emilio en el transcurso de una embajada previa a la ba­
talla, su contacto le valió un trato de favor en Roma.
Allí hizo amistad con el segundo hijo de Paulo Emilio,
Escípión Emiliano. Esta relación — nota curiosa— se es­
tableció por intereses comunes sobre libros y temas de
discusión. E l resultado fue que Polibio se convirtió en
el amigo y guía de Escipíón, tuvo la oportunidad de
residir en Roma y de moverse con libertad y entró rápi­
damente a formar parte del grupo de personas allegadas
a los Esdpiones. Ello le permitió viajar incluso más allá
del territorio del Lacio, probablemente hasta España.
E s, en efecto, probable que acompañase a Escípión a His-
pania en el 151 a.C., luego a Africa — donde tuvo la
oportunidad de ver al Rey Masiníssa— y finalmente,

8 Sobre esta helenización, aunque referida principalmente a as­


pectos artísticos o arqueológicos, cfr. el coloquio H ellenism us in
M itteU tdien, ed. P. Zanker, 1974 (Gottingen, 1976), y, entre otros,
el importante artículo de P. Veyne «The Hellenisation of Rome
and the Question of Acculturation», D iogenes, 106, pp. 1-27.
Roma 173

cruzando los Alpes, volviese a Italia. Una vez liberado,


estuvo con Escípión en el asedio y caída de Cartago. En
14 6 , poco después de la conquista de la dudad púnica,
fue encargado de hacer un viaje por la costa africana,
un viaje de exploración geográfico-etnológica. Otros via­
jes y misiones diplomáticas posteriores a esta fecha no
se pueden localizar en el tiempo con precisión, pero es
seguro que formaron parte de la actividad de Polibio.
Estuvo en Corinto — antes de su destrucción por los
romanos— ; en Alejandría, durante el reinado de To-
lomeo V II I; en Sardes (Asia Menor) y en Rodas. Se
discute si Poübio estuvo presente otra vez en Hispania
a propósito del cerco y destrucción de Numancia, lleva­
do a cabo también por su amigo Escípión. Polibio vivió
hasta edad muy avanzada, de modo que mereció ser re­
cordado por el autor de las Macrobioi, que relata que
falleció como consecuencia de la caída desde un caballo
a los ochenta y dos años.
Esta sucinta biografía — no es mucho más lo que se
puede deducir de su propia obra— sitúa a Polibio como
un intelectual comprometido en la política no sólo de su
país natal, G reda, sino también en la romana y con am­
plios conodmientos del mundo que le rodeaba. Además,
Polibio se encuentra en el centro del grupo político e
intelectual más importante del momento en Roma, des­
de el que y en el que se fraguaba la expansión y la po­
lítica romana más dinámica y más controvertida. Cicerón
recuerda que Escipión, Polibio y el filósofo Panecio
discutían frecuentemente sobre la «constitudón roma­
na». Y sobre ella escribió Polibio en su Historia Univer­
sal en el modo que vamos a exponer a continuadón9.

9 Sólo de modo indicativo señalaré la bibliografía más relevante


y esencial sobre Polibio. Resulta imprescindible la obra de F . W.
Walbank, A Historical Commentary on Polybius, 3 vols., Oxford,
1957-......... y del mismo Walbank, Polybius, Berkeley, 1972; so­
bre la historia: P. Pedech, La méthode historique de Polybe, Pa­
rís, 1964; el volumen Polybe (ed. E . Gabba), Entretiens Fonda tion
Hardt, X X , Ginebra, 1974, contiene importantísimas contribucio­
nes para el estudio del historiador, entre las que destaca la de
174 Javier Arce

La teoría de la Constitución Romana se encuentra en


el libro V I de la Historia de Polibio. Dentro de ella
constituye un excursus explicativo sobre cuyo significado
volveré más adelante. El historiador viene a decir lo si­
guiente: los que escriben sobre política señalan tres cla­
ses de gobierno: real, aristocrático y democrático. Sepa­
radamente no son ninguna de ellas las mejores: «pues es
evidente, y lo comprueba no sólo la razón, sino la expe­
riencia, que la mejor forma de gobierno es la que se
compone de las tres sobredichas, tal como la que esta­
bleció Licurgo el primero en Esparta». No son, por otro
lado, las únicas formas de gobierno, no son las únicas
fórmulas políticas: existen gobiernos monárquicos y ti­
ránicos que se distinguen enormemente de la realeza por­
que no toda «monarquía» es reino, sino sólo la que está
constituida por súbditos voluntarios y que es gobernada
más por la razón que por el miedo o violencia. Del mis­
mo modo, no toda oligarquía merece el nombre de aris­
tocracia, sino sólo aquella en la que «se eligen los más
justos y prudentes para que gobiernen». Y , finalmente,
«no es democracia aquella en la que el pueblo hace lo
que le apetece y se le antoje, sino en la que prevalecen
las costumbres de venerar a los dioses, respetar a los
padres, reverenciar a los ancianos y obedecer a las le­
yes». Polibio establece, por tanto, tres tipos de consti­
tución (V I, 3 .5 ); añade un tipo mixto — el de la Esparta
de Licurgo (V I, 3 .6 - 8 ) — y las corrupciones inevitables
que acompañan a los tres tipos señalados (V I, 3.9-4.6 ):
«Establezcamos, por tanto, que hay seis especies de go­
biernos: tres que todo el mundo conoce (Real, Aristo­
crático, Democrático), y tres que tienen relación con

Cl. Nícolet, Polybe et les Instüutions romainesJ pp. 235 y ss.


Sigue siendo importante K . Ziegler, Polybios, en Pauly-Wissowa,
R. E. 21, 2 (1952), 1440-1578. E n castellano merece citarse A.
Díaz Tejera, «La constitución política en cuanto causa suprema
e n .k historiografía de Polibio», Habis, 1 , 1970, pp. 31-43. Ulti­
mamente ver, además, Fergus Millar, «Polybius between Greece
and Rome», en G reek Connections. Essays on Culture and Di-
plomacy (ed. Koumoulides), Notre Dame, Indiana, 1987, pp. 1-18.
Roma 175

ellos: el gobierno de uno solo, el de pocos y el del pue­


blo»; esto es, la monarquía, la realeza, la tiranía, la aris­
tocracia, la oligarquía, la democracia y la oclocracia (el
gobierno de la plebe descontrolada). Según Polibio, el
gobierno de uno solo, o «monárquico», es producto de
la propia naturaleza y de él se deriva la realeza. E l go­
bierno real — «si degenera en los vicios que le son con­
naturales»— termina en tiranía. Del fracaso de la tiranía
nace la aristocracia. E l pueblo, cansado de las injusticias
de los aristócratas, puede establecer la democracia; pero
si el pueblo desprecia las leyes, engendra el gobierno de­
nominado oclocracia — o gobierno del populacho. De
aquí, de esta constatación, según Polibio, se deducen dos
hechos: por un lado que percatándose en qué lugar del
ciclo se encuentra un Estado se puede predecir su futuro
fácilmente, y por otro, que este método permite obser­
var el desarrollo de Roma, porque «su primer estableci­
miento y su evolución van de acuerdo con la misma evo­
lución de la naturaleza».
Reflexiona después Polibio sobre el origen de las mo­
narquías. En la propia evolución de la naturaleza está
la clave: la ruina del género humano puede sobrevenir
como resultado de catástrofes naturales. Tras ellas, la
especie humana se vuelve a multiplicar y entonces «su­
cede a los hombres lo que a los demás animales: se aso­
cian, se congregan... y, por necesidad, el que sobresale
sobre los demás en fuerza o en valentía o en coraje, se
pone a la cabeza y los gobierna». La «monarquía» no es
más que esto: el gobierno del más fuerte. Pero la «mo­
narquía» no es un reino. Un reino es algo más evolucio­
nado. Una educación común en esa sociedad gobernada
con la exclusiva base de las reglas naturales de la fuerza
y la supremacía, aporta, o trae consigo, el reino. La dife­
rencia la señala Polibio netamente en un pasaje: «cuando
la razón llega a ejercer su imperio sobre la ferocidad
y la fuerza, de monarca se pasa a Rey insensiblemente».
L a institución hereditaria y su justificación es explicada
de modo simple: los súbditos aceptan honrar y respetar
a los sucesores porque están convencidos de que «ramas
176 Javier Arce

de semejante tronco tendrán también iguales costum­


bres». La degeneración del sistema provino cuando los
sucesores —-al vivir en la abundancia y en la seguridad—
creyeron que la majestad debía fundarse en ponerse un
vestido más rico, atiborrarse de manjares y dedicarse a
sus pasiones sin traba: así pasaron de reyes a tiranos.
La reacción no se hará esperar, y viene justamente de
parte de los aristócratas, de los más ilustres, que son
— dice Polibio— quienes menos pueden sufrir la insolen­
cia de los tíranos. E l dominio y gobierno de la aristocra­
cia deriva, pues, de que el pueblo, reconocido a quienes
les han librado de los monarcas, se entrega a ellos. Tam­
bién los aristócratas, y sobre todo sus sucesores, dege­
neran en abusos y originan en el pueblo los mismos sen­
timientos que antes los tiranos. La consecuencia será el
nacimiento de la democracia. E l pueblo se da el gobierno
a sí mismo, para poder con garantía cuidarse de sus pro­
pios problemas. Igualdad y libertad serán los objetivos
dominantes durante esta forma de gobierno. Pero ni tan
siquiera éste se salva de la implacable degeneración na­
tural, y la ambición y la corrupción para dominar a los
otros grupos origina el uso de la violencia y el abando­
no de la igualdad y la libertad. E l ciclo se cerrará en
este punto: cuando el pueblo, cansado de esta oclocrada
o anarquía, vuelva a encontrar un monarca que restablez­
ca el orden. E sta anacyclosis política parte de un concep­
to biológico según el cual todas las cosas, incluidos los
estados, siguen un esquema orgánico de comienzo, creci­
miento, clímax y decadencia. E n este punto Polibio re­
curre a hacer un análisis laudatorio del legislador espar­
tano Licurgo, cuya constitución mixta trató de evitar
(y de hecho evitó) las corrupciones «naturales» inheren­
tes a cualquier forma constitucional única o de carácter
único. Polibio ya había anunciado al comienzo del li­
bro V I que sólo la Constitución Mixta, y concretamente
la. de Licurgo de Esparta, era la mejor fórmula de go­
bierno. La Constitución de Licurgo había llamado la
atención ya a varios autores antiguos — y a ellos sin duda
se- refiere Polibio cuando alude a «los varios autores
Roma 177

que han escrito de política»— , entre ellos al propio


Aristóteles. E l oligarca ateniense Critias, asesinado en el
4 0 3 , escribió una «Constitución de Esparta» — hoy per-
dida— , y una obra de este mismo tipo se atribuye a Je­
nofonte: ésta es la única que se conserva. Los filósofos
Esfero y Dioscórides aparecen como autores interesados
en el tema y como comentaristas también de la legislación
de Licurgo. La idea de que la Constitución de Licurgo
es el prototipo de una Constitución mixta nació proba­
blemente — según Walbank— en círculos filoespartanos
en la Atenas de comienzos del siglo IV. Aristóteles y
Platón recogen ya ideas semejantes, esto es, que Esparta
fue una mezcla de «monarquía» (los reyes), oligarquía (su
consejo o bulé) y democracia (encarnada en los éforos;
estos últimos se podían también interpretar como repre­
sentantes de la tiranía, mientras que la democracia esta­
ría expresada en las comidas comunes y en el mismo
modo de vida espartano)10. Esta «Constitución» es para
Polibio modélica, ya que en realidad es un sistema po­
lítico combinado que en teoría, al menos, no estaría su­
jeto a la anacydosis. Pero Polibio trajo a colación la
Constitución espartana para introducir su discurso sobre
la Constitución romana propia.
Situado en Roma, cautivo de ella, impactado por las
derrotas de su patria natal, impresionado por la caída
de las monarquías helenísticas, admirado por las victo­
rias romanas sobre Cartago — que terminaron con Aníbal
y con la propia ciudad— , en un círculo intelectual am­
bicioso, con un bagaje cultural y filosófico de raigambre
griega, Polibio se pregunta cómo ha sido posible todo
esto, cuál es el sistema político que lo ha permitido y fa­
vorecido. Ejemplos y comparaciones no le faltaban: el
paralelismo entre la República cartaginesa y la romana,

10 La bibliografía sobre Esparta es muy extensa. Por su como­


didad por la inclusión de los textos fundamentales y por ser uno
de los más modernos y fácilmente accesible y legible, citaré sólo
el reciente de R. Talbert, 'Piularch on Sparia, Penguin Books, 1988,
en donde el lector encontrará una parte de la bibliografía más sig­
nificativa.
178 Javier Arce

la Constitución espartana, las de Atenas o Tebas, o la


de Creta. Y expone en términos griegos, él, un obser­
vador externo, a los propios romanos, cuál es su propio
funcionamiento político. Hay que observar, como ha pues­
to muy bien de relieve Fergus Millar, que los cincuenta
y tres años que refiere Polibio en su capítulo I {del 2 2 0
al 1 6 8 ) son la época en la que se impuso la dominación
romana — el término imperialismo debe ser descartado— ;
y que el período del 2 0 0 al 150 a.G. es la «fase clásica
en la que funciona la Constitución Romana» que descri­
be Polibio, cuando ya las luchas entre «los órdenes»
habían concluido (en el 2 8 7 ); y las tribus estaban defini­
tivamente fijadas en 35 {en el 2 4 1 ) y que éste es un
período en el que se celebraron ininterrumpidamente elec­
ciones anuales, durante el que Senado y nobiles domina­
ron la escena política sin alteración u. En esta coyuntura
vivida y experimentada, Polibio declara que la Constitu­
ción romana es un excelente — el mejor— ejemplo de
Constitución mixta. Simplemente porque ha funcionado.
Este juicio no implica un juicio de valoración: «Nada
podría ser más falso que la idea de que, al explicar al
mundo griego cómo y por qué Roma conquistó el domi­
nio universal, Polibio estaba, al mismo tiempo, recomen­
dando, o incluso defendiendo, el dominio romano» n. La
exposición requería una historia del proceso — la llama­
da «Arqueología» de Polibio incluida en el libro V I, que
narraba la historia y evolución de Roma desde los co­
mienzos, pero que se nos ha conservado sólo muy frag­
mentariamente. Qué fue lo que dijo Polibio en este
excursus se puede deducir — en parte— por lo que nos
queda en La República de Cicerón que, al enfrentarse
al mismo problema de explicación del sistema político

11 F. Millar, «The Political Character of the Classical Román


Republíc 200-150 B. C.&, JR S, 74, 1984, pp. 1-19, un estudio
-7-en mi opinión— magistral e imprescindible,
r,'1112 F . Millar, «Polybíus betw een...» (cit. en n. 9), p. 17, y tam­
bién en p. 4: Polibio era neutral: «to give reasons for success
and resilience is not in itself to recommend a system, stül less to
praise the results of its success».
Roma 179

romano, recurrió al mismo método. Pero la empresa


es arriesgada Una vez establecida la historia y la evo­
lución, Polibio declara que al estar el «gobierno» de la
República romana refundido en tres cuerpos es muy di­
fícil — incluso para un romano— definirla como una
aristocracia, una democracia o una monarquía. En la du ­
dad de Roma hay tres órganos: los magistrados — a cuya
cabeza se encuentran los cónsules— , el Senado y el pueblo.
Cada cual tiene sus competencias. Si se considera la po­
testad de los cónsules se dirá que es absolutamente una
monarquía; si a la autoridad del Senado, parece una aris­
tocracia, y si al poder del pueblo, una democracia. Pero
la conexión e interdependencia entre los tres es el ele­
mento fundamental de modo que hay que considerarlos
como un todo, y por ello es una Constitución mixta:
«todos estos poderes están tan bien entrelazados ante
cualquier suceso que con dificultad se encontrará repú­
blica mejor establecida que la rom ana... todos los cuer­
pos (u órganos) contribuyen al unísono a un mismo pro­
pósito. .. Y he aquí por qué es invencible la constitución
de esta república y siempre tienen éxito sus empresas».
La imposibilidad de la «degeneración» en este sistema,
hecho que ocurriría — según la anacyclosis— si el sistema
político fuera único, está igualmente explicada: «E n el
momento que una de las partes pretende ensoberbecerse
y atribuirse más poder que el que le compete, como nin­
guno de los órganos es bastante por sí mismo, y todos
pueden contrastar y oponerse mutuamente a sus propó­
sitos, tiene aquélla que humillar su soberbia. Y así todos
se mantienen en su estado.» Los tres cuerpos, por tanto,
se necesitan y se complementan unos a otros y ello garan­
tiza su cohesión y su estabilidad.
Cl. Nicolet ha dicho que «la definición de la Consti­
tución romana en Polibio como Constitución mixta es
pragmática y no jurídica» 1314. En efecto, Polibio describe
con precisión lo que los distintos órganos pueden hacer

13 Sobre el problema: J.-L. Ferrary, JR S, 74, 1984, pp. 87 ss.


14 CI. Nicolet, L e m étier d e citoyen, cit., p. 283.
180 Javier Arce

y lo que hacen, de modo que se delimitan perfectamente


sus competencias. Los cónsules se ocupan de los negocios
públicos y todos los demás magistrados les están suje­
tos, excepto los tribunos de la plebe: conducen a los
embajadores al Senado, proponen leyes y deciden sobre
el mayor número de votos. Tienen autoridad casi total
sobre los asuntos de la guerra, y en campaña pueden cas­
tigar según su criterio y gastar el dinero público a su
arbitrio. E l Senado tiene competencia primaria en el era­
rio. Nada entra o sale de él sin su orden. Da la autoriza­
ción para las sumas que se han de gastar en la reparación
de los edificios públicos; tiene competencias judiciales
también. Todos los delitos — como traiciones, conjura­
ciones, envenenamientos o asesinatos— son jurisdicción
del Senado. Las ciudades de Italia, con todos sus even­
tuales conflictos, están sometidas también al Senado.
Declarar la guerra, enviar embajadas, son también com­
petencia suya. Llegado a este punto, el historiador se
plantea el hecho aparente y paradójico de que si un ob­
servador poco informado se fija sólo en la acción y com­
petencia de los cónsules, podría perfectamente pensar en
que está en un sistema monárquico. Con la misma lógica,
quien contemple sólo la actuación del Senado diría que
Roma es una aristocracia. Pero — y la pregunta es inevi­
table— ¿qué papel desempeña el pueblo en esta Consti­
tución mixta? Su papel es fundamental. E l pueblo da y
otorga premios y castigos, impone multas; él solo conde­
na a muerte, distribuye los cargos entre los que se los
merecen, sanciona o rechaza las leyes y es consultado para
emprender la guerra o hacer la paz. Según esto, conclu­
ye Polibio, se diría que en Roma el pueblo tiene la mayor
parte del gobierno y que es una democracia.
Desde luego una democracia en sentido moderno no
era. Sin embargo, la participación del pueblo era mucho
más activa e importante de lo que podemos imaginar y,
sobre todo, mucho más de lo que los modernos intérpre­
tes de Polibio — algunos de ellos— han defendido. Lo
que afirma Polibio para la Roma contemporánea era cier­
to. E l pueblo controlaba (tenía la capacidad de contro­
Roma 181

lar) las asambleas en materias fundamentales. Un reciente


estudio sobre este problema muestra y demuestra am­
pliamente que esto fue así, resumiendo con exactitud el
sentido de la «democracia» o de la parte democrática de
la Constitución romana: el pueblo estaba, indudablemen­
te, sometido a influencias desde arriba; pero el pueblo
decidía entre las varias proposiciones y exigencias que
provenían de arriba IS16. Es una democracia incompleta o
imperfecta — cuyos condicionamientos venían dados, ade­
más, por otros factores como el número de electores, los
lugares de votación, las posibilidades de participación— ;
pero se puede afirmar que durante un corto período his­
tórico esto fue así. Y este período es al que se refiere
el historiador Polibio.
Esta teoría, o, mejor, la aceptación de esta teoría, sig­
nifica desvirtuar en gran medida otra interpretación muy
al uso de los historiadores de la república romana sobre
la importancia exclusiva de los clanes aristocráticos y
familiares en la política romana del momento. Pero sig­
nifica, al mismo tiempo, reivindicar el testimonio de Po-
libío. Algunos historiadores defienden que Polibio es el
intérprete de la clase senatorial y que ésta, de hecho,
detentaba el poder, mientras que los cónsules eran los
ejecutores y el papel del pueblo se limitaba a ejercer el
co n trolí6. L a realidad de la evidencia apunta en otra
dirección. E l elemento «monárquico» en el Estado ro­
mano estaba limitado suficientemente. Este elemento
monárquico constituye la gran preocupación de las teo­
rías políticas de los intelectuales romanos y es siempre
recurrente. Hay en Polibio, no obstante, una cierta ad­
vertencia y premonición: se deben controlar las ambicio­
nes del pueblo porque pueden significar un peligro en el
futuro. Ciertamente los acontecimientos que vinieron tras
el 1 4 6 — reformas de los Gracos— rompieron la cohe­
sión y la estabilidad se vio amenazada. Pero el sucesor

35 Cfr. F . Millar, JR S, 74, 1984, pp. 1 ss., y JR S, 76, 1986,


pp. 1 ss.
16 Ver Millar, JR S , 7 4 ,1 9 8 4 , pp. 1 ss.
182 Javier Arce

de Polibío en la especulación sobre las ideas políticas,


Cicerón, volverá, aunque matizadamente, a la teoría de
la Constitución mixta. Por espacio de unos cincuenta
años la forma de gobierno «ideal» funcionó en Roma.
Pero el debate se centraba y se centró sobre la monar­
quía o el gobierno de uno solo, con los poderes controla­
dos por los distintos cuerpos sociales.
Políbio elaboró su teoría basado en filósofos griegos
de diverso tipo e importancia, e incluso considerados se­
cundarios. La influencia de Panecío parece completamen­
te descartada, según Momígliano 1718. Pero Políbio — que
tuvo gran influencia en otros historiadores y teóricos ro­
manos— tuvo el mérito de poner ante los ojos de los
propios romanos y evidenciar su propio sistema político
con sus defectos, virtudes y peligros.
Y a Timeo, el historiador de Tauromenion, llegado a
nosotros muy fragmentariamente, había señalado que la
retórica es el instrumento de la democracia (Frg. 137).
Hemos de entender aquí «retórica» como el arte de la
persuasión. Y , efectivamente, la elocuencia está íntima­
mente ligada y unida al pensamiento político romano en
su doble vertiente: por un lado, porque es a través de
ella que se consigue la votación popular IS, y por otro,
porque son los escritores de discursos los que elaboran
— o suelen elaborar— una teoría política, o transmiten,
a través de ellos, sus ideas políticas. Este es el caso de
Cicerón.

IX. Cicerón

Cicerón (106-43 a.C.) está siempre en el centro de


la discusión y de la explicación de las teorías sobre las
ideas políticas de los romanos. Hombre del último pe­
ríodo de la época republicana en Roma, activo en po­
lítica y en el discurso forense, agitado y cambiante,

" 17 A. Momígliano, Alien W isdom , Cambridge, 197?, p. 31.


18 Un buen estudio: F. Millar, «Politics, Persuasión and the
People, JR S, 76, 1986, pp. 1 ss. (esp. p. 11).
Roma 183

erudito e intelectual, interesa aquí especialmente por su


tratado De la República, donde expresa sus opiniones
sobre la Constitución mixta y las formas de gobierno.
Pero bay que advertir algo muy importante: como ha
recordado recientemente M. Griffin, Cicerón «no puede
reivindicar parte alguna en las formas constitucionales
de su generación». Pero, como veremos, el tratado de
Re Publica es algo más que un ejercicio intelectual con
un deje de nostalgia demasiado teórico y resultado de
una situación personal de su autor. En el fondo, siendo
una repetición de Polibio y de otros teóricos imperantes,
Cicerón hace una propuesta de forma política a través
de un pensamiento político heredado de la filosofía grie­
ga al respecto Jí>. La fecha de su redacción es importan­
te porque es explicativa. En una carta a su amigo Atico,
fechada en el 5 4 a.C., ya hace una referencia a que está
escribiendo el de Re Publica *20; y en una carta a su her­
mano Quinto, de la misma fecha (mayo 54 a.C.), demues­
tra que está trabajando sobre una obra de política
(TOoXvttxá) que le está costando trabajo y esfuerzo. A
fines del 5 1 , uno de los corresponsales de Cicerón ya
conoce el libro: «Tus libros sobre política gustan a to­
dos» 21. Por tanto, el de Re Publica está escrito entre el
54 y el 5 2 / 1 , porque ya en esta fecha está publicado y
se puede leer en los círculos intelectuales de Roma.
E l período es inquietante y problemático en la escena
política romana. Y para Cicerón, el hombre público, es­
pecialmente. Después del exilio y regreso triunfal a Roma,
en septiembre del 5 7 , parecía que Cicerón estaba llama­
do a desempeñar un importante papel en el desarrollo
de los acontecimientos políticos. Pero ello no fue así.
Las urgencias y rivalidades políticas entre César y Pom-
peyo les llevaron a reunirse en la primavera del 56 en

' 19 La bibliografía sobre Cicerón es amplísima. Citaré sólo la


biografía de M. Gelzer, Cicero, 1969, a la que se pueden añadir
las de Shakelton-Bailey y D. Stockton. Buena bibliografía en
A. E. Douglas, Cicero, Oxford, 1968.
20 Alt. 4.14.1.
21 Epíst. 8.1.4 (Celio): tui p o liíici libri óm nibus vigent.
184 Javier Arce

Lucca, junto con Craso, para establecer la política de


los años siguientes de acuerdo con sus propias volunta­
des y decisiones — en última instancia según las directi­
vas de César. Pompeyo y Craso tendrían el consulado al
año siguiente, en el 5 5 . Ambos cónsules iban a tener
asignados por cinco años las provincias de España y Si­
ria respectivamente, y el mando militar de César se debía
prolongar igualmente.
La noticia de estas decisiones y acuerdos hicieron con­
moverse a los senadores y aristócratas de Roma, que co­
menzaron a percibir que tres personas, habiendo tomado
un acuerdo privado, comenzaban a tomar decisiones que
competían desde siempre, y de forma intocable, al Senado.
Cicerón, portavoz y defensor de los privilegios senato­
riales, tenía razones para sentirse angustiado. Craso par­
tió para Siria con un grueso contingente de tropas; Pom­
peyo, sin embargo, permaneció en Italia como procónsul,
enviando legados a ocuparse, en su nombre, de España.
Cicerón se debió adaptar a las circunstancias y ceder a
los intereses no sólo de los triumviros, sino de los nume­
rosos senadores (unos 2 0 0 estuvieron presentes en Luc­
ca) que les apoyaban. Y debió defender lo indefendible
para él: solicitar que prolongase el proconsulado de César
en G alla22 y abogar por antiguos enemigos que ahora
lo eran de los triumviros.
L a muerte de Craso en el 5 3 , en la tristemente famo­
sa batalla de Carras contra los Partos, dio al traste con
una situación anómala constitucionalmente, que podría
haberse institucionalizado. E l esquema cesariano se había
esfumado. Y Pompeyo, siempre cercano a Roma, tenía un
eventual aliado en el Senado para convertirse en dictador.
Cicerón se retira a sus villas y posesiones a escribir (el
tratado de Re Publica fue escrito en su villa de Cumas),
aunque continúa su vida forense y, al tiempo, aumenta
su preocupación por el curso de los acontecimientos. La
^dictadura se palpaba en el ambiente. Confiaba en que
Milón fuera nombrado cónsul y restaurara la autoridad

22 De ahí su tratado sobre las provincias consulares.


Roma 185

del Senado, la dignidad de la república. Pero en el 52 no


hubo en Roma ni cónsules ni pretores. En enero, Clodio
fue asesinado por partidarios de Milón; la propia Curia
ardió como resultado de las revueltas. E l Senado, por
fin, nombró a Pompeyo único cónsul a fines del mes de
febrero del mismo año. La aristocracia o la oligarquía,
mejor, se veía constreñida a someterse a un gobierno
personal. E l «principado» de Pompeyo representaba un
compromiso entre senadores y el gobernante único. SÍ
ello se mantenía, la república podía también salvarse
como forma de gobierno. Y es aquí cuando, en el am­
biente de este proceso que hemos descrito, surge el de
Re Publica de Cicerón.
Su solución es, como corresponde a un retórico abo­
gado de cualesquiera causas, aunque fueran contradicto­
rias, una solución de compromiso: un estado, una fór­
mula política de gobierno en la que un primer ciudadano
se convierte en primer gobernante, que por sus méritos
se ha ganado el respeto de todos (auctoritas) y que con­
lleva el mantenimiento armónico de la república. De aquí
al gobierno absoluto de Augusto no hay nada más que
un paso, que Octaviano supo aprovechar perfectamente.
E l título del tratado ciceroniano, el título original,
no el que se ha transmitido posteriormente, no está cla­
ro, pero es importante. Cicerón mismo, en diversos pa­
sajes de su obra, lo llama de Optima Re Publica, de
Optimo Reí Publicae Statu o de Optimo Civitatis Statu
y de Optimo Cive, pero también lo llama de Re Publica
en otros pasajes. E s así como lo nominaron autores an­
tiguos que lo conocieron — Agustín, por ejemplo— y
es así como aparece en el palimpsesto que nos conserva
el texto. Sí el título es de R e Publica, su correspondiente
o modelo sería el rcEpi itoXiTEÍaq de Platón; pero si fue­
ra cualquiera de los otros, se acercaría más a Aristóte­
le s23 y estaría más acorde con la problemática del con­
texto en el que lo escribió, y el optimus cives podría ser,
sin duda, su personaje ideal de gobernante — que pro­

23 Que escribió, en griego, d e re pu blica et prestanti viro.


186 Javier Arce

bablemente era Pompeyo mismo— . Sea como fuese, debe­


mos pasar al contenido 24.
Cicerón compuso -la obra en forma de diálogo, un
diálogo que se sitúa como sucedido durante las Fiestas
Latinas del 129 a.C. en el jardín de Publio Cornelio
Escipión Africano. Los intervinientes son nueve. Esci-
pión, conquistador de Cartago y Numancia, es quizás el
personaje central; Cayo Lelio, cónsul en el 140; Lucio
Furio Filón, también cónsul en el 13 6 ; Manió Manilio,
que lo fue en el 14 9 ; Quinto Aelio Tuberón, Publio Pun­
tillo Rufo, Spurio Mummio, Cayo Fannio y Quinto Mu­
do Scévola — resto de los componentes de la conversación
política imaginada— fueron todos ellos cónsules, aman­
tes de las letras, juristas o discípulos de algún filósofo
famoso como Panecio. La obra tiene, o está dividida, en
seis libros dedicados de dos en dos a relatar la conver­
sación sostenida durante los tres días que dura la re­
unión. Aunque la obra ha Regado a nosotros en estado
muy fragmentario, conserva lo suficiente para reconstruir
su estructura y contenido.
Cicerón defiende la participación en la vida pública,
el empeño del político, frente a los epicúreos, que eran
partidarios de lo contrario. No es suficiente ni satisfac­
torio discutir de astronomía — aunque ello sea muy dig­
no— cuando el desorden está presente en las calles y
pone en peligro el gobierno de la ciudad. Se ruega a Es­
cipión que exponga cuáles son las mejores formas de
gobierno. Se pasa revista a las tres formas de gobierno
— monarquía, aristocracia y democracia— , llegando a la
conclusión de que la mejor forma política es la consti­
tución mixta, la que se compone de las tres. La preva­
lencia de una sola de ellas puede acarrear peligros, que
ya fueron vislumbrados por otros tratadistas. Solamente
es posible la estabilidad si existe la armonía de las tres.
Por si esta afirmación resultase demasiado abstracta, Ci­

•' 24 Sobre la traducción manuscrita — muy fragmentaria— y otros


problemas, cfr., entre otras ediciones, la ed. de E . Bréguet en
G il!. Budé, Belles Lettres, París, 1980.
Roma 187

cerón pasa a exponer un modelo de pueblo que la prac­


tica: Roma misma. Tras la historia de la constitución
romana (libro I I ) se llega a ía conclusión de que Roma
había alcanzado el mejor sistema: los cónsules equivalían
a la autoridad real, el Senado era la aristocracia culta, y el
pueblo disponía de libertad, matizada y contenida, pero
suficiente.
Continúa luego la discusión (libro I I I ) sobre la justi­
cia, llegando a la conclusión de que es ella la única fuen­
te de autoridad: un Estado justo es eterno, se llega- a
afirmar. Del libro IV se conservan muy pocos fragmen­
tos. Por referencias indirectas en su mayoría se puede
inferir que estaba dedicado a los problemas de la edu­
cación del ciudadano: es la inteligencia, la razón, la que
ha dado a los romanos una organización política, insti­
tuciones y leyes apropiadas. También el libro siguiente
(el V ) nos ha llegado de forma muy fragmentaria. Al
comienzo se hace una referencia al hecho de que los asun­
tos públicos (res publica) no existen ya, si no es sólo de
nombre — una referencia al contexto en el que está es­
crita la obra— , frente al pasado en el que el Estado
romano subsistió gracias a las costumbres ejemplares de
sus personajes. Esta idea da píe para hablar de los go­
bernantes y los que tienen responsabilidades de gobierno
y cuál es la educación y virtudes que les deben adornar.
Creo que más que en cualquier otra ocasión en todo el
tratado, Cicerón está formulando una teoría del gober­
nante con clara referencia a las circunstancias contempo­
ráneas que le rodean. E l libro VI continúa con la misma
temática incardinándose en torno a la figura del gober­
nante necesario y sentido en el momento en el que escri­
be el tratado. E l libro — y toda la obra— se termina con
el pasaje famoso del «Sueño de Escipión», pasaje con­
servado afortunadamente por el escritor Macrobio, in­
cluido en sus Saturnalia, escritas a fines del siglo IV d.C.
Escipión comenta que durante su estancia en Africa, y
siendo huésped del anciano rey Masinisa, recibió en sue­
ños la visita de "su abuelo, Escipión el Africano, que lo
transportó espiritualmente a la bóveda celeste. Desde
188 Javier Arce

allí vio el universo entero- Desde allí, el vencedor de


Aníbal le enseñó a despreciar la tierra y a no buscar
otra gloria que la de la virtud y la inmortalidad. Le
señala, además, que él, en sí mismo, contiene dos com­
ponentes: su cuerpo, que es la parte humana, y su alma,
que es la esencial en él. Esta alma es inmortal y divina.
De aquí que hay que dedicarse a las más altas acciones
— las que contribuyen a salvar a la patria— , porque
ellas serán recompensadas con la vida eterna: «todos
aquellos que han preservado, ayudado o agrandado su
patria, tienen un lugar especial para ellos en los cielos,
donde pueden gozar de una eterna vida de felicidad» 25.
A este resumen rápido del contenido del tratado de la
República de Cicerón hay que añadir algunos comentarios
que ilustran su pensamiento político, que condujo en la
praxis no a reformas constitucionales específicas, sino a
la creación de la figura de un gobernante ai frente de la
República dotado de unas características singulares y so­
bresalientes. Pompeyo, César y finalmente Augusto re­
sumen este proceso. A este respecto es conveniente insis­
tir en que para Cicerón no existe res publica ni populus
si no están gobernados con justicia. Cualquier otro régi­
men político es falso y no merece el nombre de tal.
Monarquía, aristocracia y democracia, siempre y cuando
sean o estén basadas en el respeto a la justicia, son los
verdaderos «estados», la verdadera res publica. Y así,
un Estado integrado por estos tres elementos (genus mix-
tum) — constitución mixta— es el único capaz de garan­
tizar el equilibrio entre las diversas formas y fuerzas del
Estado y lograr la concordia y la justicia. Pero costum­
bres e instituciones descansan sobre una educación que
debe tener unas características determinadas. En esta
educación un concepto básico es la verecundia, el respeto
a sí mismo y a los demás. Idea básica y excepcional. De
aquí nacen actitudes y conceptos de gran trascendencia
;; para la mentalidad romana. De aquí surgirán la continen-
■■tia y la pudicitia de los matrimonios romanos y de la

25 C ic.t J e R ep ., 6.13.
Roma 189

familia romana. Y de ella nacerá la idea de la fides sobre


la que se basan las relaciones entre los ciudadanos y
que se extiende hada los extranjeros y los eventuales
enemigos. Esta fides no es una adhesión del espíritu a
una verdad revelada; es, como lo ha definido P . Boyancé,
«una conducta que expresa una disposición permanente
de la voluntad, la fidelidad a sus obligaciones y esencial­
mente a sus compromisos». Se trata de la corresponden­
cia entre las palabras y los hechos que nace del jura­
mento, del compromiso en el que subyacen los dioses
como garantes. De aquí que la fides no es una virtud
laica, sino de contenido moral y religioso, sobre el que
se funda el orden rom ano26. E l gobernante debe ser
garante de esta educación y debe tener él también una
educación adecuada, porque el rector et gubernator civi-
tatis es quasi tutor et procurator rei publicae y una de
sus misiones es la de emitir la ley, hacer justicia. En
este sentido, Cicerón esboza la figura de un buen go­
bernante como la de un pater familias que procura a sus
conciudadanos el bienestar, la seguridad y la prosperidad,
y que a través de la retórica, leal, auténtica, defiende la
ley. Este es el optimus civis, cuya recompensa final será
la inmortalidad, la divinización misma.
E l pensamiento de Cicerón rata obviamente influido
por los filósofos y las corrientes filosóficas griegas, y en
primer lugar por P latón 27. Pero Cicerón resulta mucho
más pragmático, su tratado es resultado de la inmedia­
tez de los hechos y de su preocupación política del mo­
mento. Cicerón hace una propuesta política a sus contem­
poráneos, la búsqueda de un princeps gobernante que,
dotado de las virtudes necesarias y requeridas, resuelva
la situación dentro del respeto a la Constitución mixta.
En definitiva, se trata de una prefiguración ¿o premo­
nición? de lo que será el «régimen» de Augusto pocos
años más tarde. Los romanos tenían terror y pánico a la

26 P. Boyancé, «Les Romains, peuple de la Pides», E tades sur


la religión rotnaine, 'Roma, 1972, pp. 135 ss.
27 Véase anteriormente en la primera parte de este libro.
190 Javier Arce

tiranía, y les servían de ejemplo los episodios tanto de


Grecia como de Oriente que circulaban convenientemen­
te en los tratados sobre la realeza y las constituciones58.
Se mostraban desconfiados hacia la democracia y hacia
la aristocracia como formas de gobierno únicas. La mo­
narquía sola, per se, era temida y odiada, pero estaba
en el ambiente como un riesgo y una tentación perma­
nente. La fórmula ciceroniana resulta un compromiso.
Compromiso que fue asumido por Octavíano, pero luego
sutilmente transformado cuando llegó a ser Augusto 2 829.

P r in c e p s

Las ideas políticas de Cicerón están resumidas en el


tratado de la República. También a lo largo de otras
obras suyas. Derivan de antecedentes griegos y de Polí-
bio. Pero, como hemos visto, son también resultado de
una circunstancia concreta de desorden y desorganiza­
ción, que llevan al propio Cicerón a proponer un tipo de
fórmula política y de gobierno. Augusto y el régimen
por él inaugurado parece el resultado lógico, el resumen
de una larga tradición. Pero no se puede decir, siendo
exactos y objetivos, que el gobierno de Augusto o, me­
jor, la instauración del principado sea el resultado de la
aplicación de la teoría política de Cicerón. La revolución
de Augusto va más allá y se separa netamente de los
ideales ciceronianos. Ahora bien, no hay un teórico, no
existe un tratado específico que explique la fundamen-
tación ideológica del nuevo régimen augusteo. En reali­
dad se puede decir que el único documento de este tipo
es la propia obra de Augusto, las Res Gestae, su testa­
mento político30.

28 G . Heintzeler, D as B ild d er Tyrannen b e i Plato. E in Beitrag


zur Qescbichte der griecbischen Staatsethik, Stuttgart, 1927, y
Á lfoldi, citado en J . Béranger, Principatus, Ginebra, 1973, p. 126.
29 M. Scháfer, «Cicero und der Prínzipat des Augustas», Gym-
"nasium, 64, 1957, pp. 310-335.
30 E l libro clásico sobre este tema es el de R, Syme, T h e R o­
mán R evolution, Oxford, 1939.
Roma 191

Con Augusto las cosas y la situación cambiaron de


modo esencial. No quiero ser yo quien describa esta si­
tuación. Tácito y Veleyo Patérculo describieron y defi­
nieron el nuevo orden. Cada uno desde su punto de vista.
En el libro I de los Anuales, Tácito dice: «Después de
que, muertos violentamente Bruto y Casio, no existía ya
un ejército republicano... no le quedaba ya tampoco al
partido juliano otro jefe que César (Augusto luego),
abandonó éste el título de triumviro presentándose como
cónsul, estando ya satisfecho con el poder tribunicio
para la defensa del pueblo. Tras seducir al ejército con
recompensas, al pueblo con repartos de trigo, a todos
con las delicias de la paz, se fue elevando paulatinamente
y concentrando en sí las competencias del Senado, de las
magistraturas, de las leyes, sin que nadie se le opusiera,
dado que los más decididos habían caído en las guerras
o en las proscripciones, los que restaban de los nobles
se veían enaltecidos con riquezas y honores en la misma
medida en que se mostraban dispuestos a servirle, y en­
cumbrados con la nueva situación preferían la seguridad
presente al problemático pasado» (Tácito, Ann., I, 2).
Unos párrafos más adelante, el mismo Tácito describe los
contradictorios juicios que circulában sobre la figura de
Augusto inmediatamente después de su muerte: « . . . s e
celebraba incluso el número de sus consulados... su po­
testad tribunicia, prolongada sin interrupción por treinta
y siete años, el título de imperator conseguido veintiuna
veces y otros honores multiplicados o nuevos... Des­
pués de que éste [Lépido] se hubiera hundido por su
falta de energía y aquél [A ntonio] acabara perdido por
sus excesos, no quedaba para la patria en discordia otro
remedio que el gobierno de un solo hombre. Sin embar­
go no había consolidado el estado con una monarquía ni
con una dictadura, sino con el simple título de príncipe
(non regno tamen ñeque dictatura, sed principis nomine
constitutam rem publicam)» (Tácito, Ann, I , 9).
Veleyo Patérculo resume la acción, para él benéfica, de
Augusto señalando que con él se restauró la antigua for­
ma tradicional de la república (Frisca illa et antiqua rei
192 Javier Arce

publicas forma revocata) (Vell. P at., Hist. Rom., I I , 8 9 ).


A la muerte de Augusto, Veleyo comenta que en el Se­
nado tuvo lugar una discusión con respecto a su sucesor,
Tiberio. Senado y pueblo le instaban a tomar la posición
del padre, mientras que él (Tiberio) solicitó permiso
para desempeñar el papel de un ciudadano en paridad
con los demás, en vez de ser un princeps sobre todos
(ut potius aequalem civem quam eminentem liceret age-
re principem) (Vell. P at., Hist. Rom., I I , 124.2).
Estos textos explican o tratan de dar una explicación
de un estado de cosas. Por un lado, Tácito ve lo inevi­
table del gobierno de uno solo: «no quedaba para la
patria en discordia otro remedio que el gobierno de un
solo hombre». En definitiva, esto era lo que había pro­
puesto Cicerón. Pero este hombre no instituyó ni una
monarquía ni una dictadura, sino que su supremacía
estaba basada en el título de princeps. Además este hom­
bre — según Veleyo— había reinstaurado en su integri­
dad la antigua y venerada república en la que, en teoría,
se daba la constitución mixta como forma de gobierno
(monarquía-consulado, aristocracia-senado, democrada-co-
micios/tribunado de la plebe). R. Syme ha comentado a
propósito de las opiniones de T ád to que «Tácito es mo­
nárquico a causa de su penetrante pesimismo frente a la
naturaleza humana; no había solución: a pesar de la
soberanía normal de la ley, gobernaba un hombre solo.
E l Estado estaba organizado en forma de prindpado, y
no de dictadura o de monarquía»31. E l propio Syme
observa que el principado, aun siendo absoluto, no era
arbitrario, sino que estaba fundado en el consenso (con-
sensus universorum) y sobre la delegadón de poderes,
y, por tanto, sobre la ley. En esto se diferendaba de las
monarquías de Oriente. Pero se trata de aclarar qué es
el principado (nótese bien, de pasada, su oposidón a
dominado), y sobre qué conceptos constitucionales se
¿basa el princeps.

31 R, Syme, op. cit., pp. 509 y ss.


Roma 193

Y a hace tiempo se ha señalado que Augusto «tuvo la


habilidad de no definir nunca el gobierno creado por
é l... se preocupó de ligarse sólo a fórmulas y de no ha­
ber creado sino modos de comportamiento» 32. Un his­
toriador tan sintético como Piganiol ya decía en su His­
toria de Roma que «a los modernos les resulta difícil
definir el régimen de Augusto» 3334. Sin embargo, se pue­
de afirmar, siguiendo la sugerente tesis de E . S. Ra-
mage que fue en las Res Gestae donde Augusto expli­
có, intentó explicar, su régimen político. No son las
Res Gestae un tratado filosófico-político, como, por ejem­
plo, lo es el tratado de la República de Cicerón. Pero,
como señala Ramage, Augusto trató en las Res Gestae
«no de proporcionar una descripción teórica de su sis­
tema, sino que señaló cuidadosamente acciones y honores
que mostrasen cómo funcionaba el princeps, y cómo fun­
cionaba su principado, el principado.» 3S.
Las Res Gestae fueron redactadas por el propio Au­
gusto al final de su vida. Son un documento difícil de
interpretar. E n muchos aspectos y por muchas razones.
Es un documento escrito en placas de bronce, destinado
a estar colocado a la entrada del Mausoleo del propio
Augusto en Roma. E s un documento para el pueblo ro­
mano y que el propio Augusto quiso que fuera algo así
como su testamento. No se han encontrado copias ni en
Roma ni en Occidente. Pero sí en Ankara (Ancyra),
en Asia Menor — de donde viene el único texto completo
que conocemos en versión griega y latina— , y fragmen­
tos en otras localidades también del Asia Menor. Las
Res Gestae son un documento propagandístico, y como
tal, si no falsificación, sí, al menos, omisión de muchas
de las cosas que Augusto hizo en su larga y extensa vida

32 R . Waltz, La vie politiqu e d e Sénéque, París, 1909, pp. 247


y 252, citado en J . Béranger, op. cit., p. 153.
33 H istoria d e Rom a, Eudeba, Buenos Aires, 1961, p. 235.
34 T he N ature and Purpose o f Augustus «R eí G estae », Histo­
ria Eínz., H eft 54, Stuttgart, 1957.
35 Esta es la tesis* final del libro de Ramage citado en la nota
anterior.
194 Javier Arce

política. Pero, no obstante ello, pueden ser leídas como


un programa, como un recuento de actividades y la suma
de un determinado tipo de gobierno. En este sentido
son un documento político que es quizás el único que
explica la transición de la época de la República al Prin­
cipado,
Augusto declara sin ambages (RG, 3 4 ) que él ha res­
taurado «la república», el antiguo sistema, devolviendo
el poder al Senado y al pueblo, después de un período
en el que él solo lo había mantenido por razones espe­
ciales y coyunturales. Augusto había conseguido esta ca­
pacidad de asumir el único poder debido a su auctoritas
(RG, 34.3, Gagé). La auctoritas es una supremacía polí­
tica que resulta de una superioridad material, social, mo­
ral, o del éxito militar. Un individuo tiene auctoritas,
prestigio, por circunstancias excepcionales. No es un tér­
mino institucional, ni se halla definido por la ley: es una
característica reconocida y aceptada. Por unanimidad se
le concede a Augusto dirigir la guerra que le llevaría a
Actium, precisamente porque posee auctoritas más que
ningún otro, prestigio como ninguno en la vida pública,
prestigio digno de confianza. En esta auctoritas está ba­
sado el poder de Augusto, que sobrepasa y excede a las
instituciones republicanas, llámense Senado, cónsules o
pueblo, con capacidad de votar y vetar. E l tener aucto­
ritas no se vota, no se decide, se entrega, se da, se con­
cede. Y esta auctoritas se le concede porque es princeps,
el primer hombre entre todos (RG, 32, 3 ; 13, 3 0 .1 ),
Durante todo el documento que son las Res Gestae se
perfilan los modos mediante los cuales Augusto fue ad­
quiriendo auctoritas en su calidad de princeps — bien a
través de la virtus en sus campañas militares y conquis­
tas, bien a través de la clementia para con los adversa­
rios, bien porque es augustus y, por lo tanto, sacrosanto,
bien porque tiene potestas (tribunicia potestas). Augus-
, to puede compartir todo o ceder todos sus poderes al
(Sf Senado, pero no su auctoritas, y ello es lo que define el
principado. Las Res Gestae son la explicación de cómo
y en qué se fundamenta este hecho y el modelo a seguir
Roma 195

por el sucesor, que debe seguir haciendo lo mismo, man­


teniendo la auctoritas, aunque las instituciones (el Sena­
do, por ejemplo) sigan manteniendo su valor. Consenso
y concordia entre Senado y princeps son esenciales. Y
Augusto devolvió sus poderes a la organización política
anterior, conservando, instaurando, el nuevo concepto
del princeps por encima de las instituciones. E l análisis
penetrante de Tácito se confirma como verdadero: «sin
embargo, no había consolidado el estado con una mo­
narquía, ni con una dictadura, sino con el simple título
de princeps ». Los gobernantes futuros — los principes —
deberán seguir este modelo que, de forma pragmática
y explicativa, casi de narración histórica, había dejado
Augusto en sus Res Gestae.
E s interesante notar la importancia del título princeps
frente al de imperator. E l princeps es imperator en su
calidad de jefe supremo del ejército. Y como tal posee la
felicitas que le llevará a la victoria. Pero en la nomencla­
tura de la titulación, el título de princeps es el más car­
gado de contenido político. Los llamados a gobernar son
principes iuventutis. Y el sistema se llama principado, no
imperio, porque imperium es el mando militar. Y así se
puede decir que los emperadores no son emperadores,
sino principes. La evolución histórica se observa también
en la titulación. Desde el siglo n i d.C., y, desde luego,
de forma continua en el siglo rv, el princeps es dominus
noster (ya Domiciano había utilizado este título). Y el
dominus ya no es el princeps senatus, sino el todopode­
roso del que emergen las leyes, aunque a veces haga con­
cesiones al Senado36.
Que Augusto pensaba que su forma de gobierno de­
bía de continuar se deduce de algunos textos antiguos.
Suetonio señala que Augusto esperaba conseguir estable­
cer un gobierno seguro y firme y que él sería llamado el
artífice del mejor modo de gobierno (optimi status auc~

36 Sobre algunos ..aspectos de la evolución de las titulaciones,


puede verse J . Arce, E studios sobre el Em perador El. Cl. "juliano,
Madrid, CSIC , 1984.
196 Javier Arce

tor), y en una carta a Gayo — que iba a sucederle—


Augusto dice que espera que pasará su vida in statu rei
publicae felicissimo 37.
Augusto proclamaba en sus Res G esíae el baber res­
taurado la República. E n este sentido había completado
las esperanzas de Cicerón. Hasta qué punto estuvo direc­
tamente influenciado por su teoría política es muy difí­
cil de saber. Algunos historiadores han insistido, no obs­
tante, en que esta «restauración» es lo suficientemente
ambigua — a pesar de las declaraciones del propio Au­
gusto— como para pensar que la teoría política de Au­
gusto es una monarquía, al menos en las provincias. En
Roma, Augusto ejerció el poder de acuerdo con los prin­
cipios de la república, pero no así fuera de Italia, acer­
cándose a los conceptos de las monarquías helenísticas.
E l geógrafo Estrabón así lo percibió: al final del libro V I
de su Geografía , y tras la descripción de Italia, Estrabón
siente la necesidad de resumir en breves palabras la his­
toria de Roma hasta llegar al momento de dominio uni­
versal que posee cuando él escribe hacia el 2 0 d.C. De
nuevo Estrabón recuerda cómo al comienzo los romanos
vivieron bajo la monarquía, en un régimen moderado y
prudente durante muchas generaciones. Esta monarquía
se convirtió en tiranía con el último de los Tarquinios,
y, derrotado éste, los romanos establecieron la Constitu­
ción mixta (TtoXiTeiav ... p,txTf)v), Progresivamente fue­
ron conquistando e invadiendo pueblos. Llegados a la
época de Augusto, Estrabón dice textualmente: «Pero
era difícil administrar de otra forma un dominio tan ex­
tenso si no era encargándoselo a un solo hombre como
a un padre. Nunca los romanos y sus aliados gozaron de
mayor paz y abundancia de bienes como los que les pro­
curó César Augusto tras haber obtenido el poder abso­
luto, que ahora continúa a garantizar Tiberio, su hijo y
sucesor, que considera al padre como modelo en el modo
; de llevar a cabo su administración...» (Strab., Geogr., V I,
■4, 2). La lección de las Res Gestae y el modelo político

37 Suet. 28.2, y cfr. J . Béranger, loe. cit., pp. 153 y ss.


Roma 197

que proponían había dado sus frutos en Tiberio y había


inaugurado un sistema de gobierno que no puede ser ca­
lificado sino de absolutismo y gobierno de uno solo,
de una «monarquía sin corona», aunque las apariencias
fueran otras.

O ptimus princeps

Después de Augusto seguimos sin tener en Roma una


teoría política expresamente plasmada en un tratadista.
Funciona el principado inaugurado por Augusto con ma­
yor o menor fortuna y control del Senado. Pronto em­
piezan a surgir, sin embargo, los problemas y tensiones
— así como las tentaciones— entre el poder compartido
y el poder que pone en peligro la libertas , la tiranía, el
dominado. Calígula, Nerón, Domidano durante el si­
glo i d.C., fueron los representantes de esta desviadón
del sistema. Comienza a surgir igualmente un debate
referido a la sucesión y a la legitimidad. Los datos de
este diálogo y de este debate se encuentran dispersos en
poetas, historiadores y tratadistas. Séneca es uno de los
que primero reacciona contra los excesos de Calígula.
E n el De clementia, escrito para instruir a Nerón, trata de
representar un príncipe o gobernante ideal según el mo­
delo estoico. E l príndpe, investido del deber de prote­
ger a la colectividad, asume el papel de garante de los
intereses de los súbditos. E s, o debe ser, el depositario
de la fuerza sometida al derecho, la más alta represen­
tación de la solidaridad (communitas): garantiza la secu-
ritas y la pax. Sólo puede gobernar quien sea capaz de
ser un sabio. Un sabio estoico. Aceptando la autoridad
del Senado, el gobernante representa todo el poder del
Estado y lo encarna y resume. E l es meramente un ges­
tor. E l gobernante es el tutor del Estado (tutores status
publici). En el ejercicio del poder, naturalmente, debe
ejercer las virtudes del sabio, entre ellas, la clementia,
la magnanimidad: Y debe estar alejado de la crueldad:
«Un reino cruel es turbulento » Gobernar es, además,
198 Javier Arce

una carga: «E l imperio es para nosotros y para ti la


servidumbre.» Este será más tarde el razonamiento de
Marco Aurelio. Séneca describe perfectamente la carga
del poder y el aislamiento que implica: «Puedo pasearme
solo por cualquier parte de la ciudad sin temor alguno,
aunque no me siga ninguna escolta, ni tenga en casa ni
al lado ninguna espada; tú, en medio de la paz, has de
vivir arm ado... Esta es la servidumbre de la suprema
grandeza: no poderse empequeñecer; pero esta imposi­
bilidad te es común con los dioses... a ti te es tan difí­
cil esconderte como al so l... en torno a ti hay mucha
luz; ¿te imaginas que puedes salir simplemente? Tu
salida es como la de un a stro ...» (De clem., .1, 8.2 ss.).
E n el sistema de Séneca, República y César práctica­
mente se identifican: «Porque ya desde muy antiguo se
identificó tanto el César con la República que no pue­
den separarse el uno de la otra sin que ambos perez­
can; porque el César tiene necesidad de fuerza y la
República de cabeza» (De clem., I, 4 .3 ). Con Séneca se
afianza el modelo de gobierno de uno solo, siempre que
éste gobierne con la mesura que imponen los principios
estoicos. Pero el sistema debe tener el asentimiento de
todos: «¿Q ué más hermoso que vivir porque lo deseen to­
dos, con votos libremente expresados y no arrancados
por la coacción?» (De clem., I, 19.7).
Con Domidano (8 1 -9 6 d.C .), los poetas de la corte
refuerzan y prefiguran la idea absolutista que dominará
como idea del gobernante en el siglo rv d.C. Marcial
exalta en Domiciano el numen y la sacra potestas, ele­
mentos o características que lo acercan a la divinidad.
De hecho, en alguna ocasión lo llama deus. Domiciano
es, en M ardal, dominus y princeps principum y dux
summus. Y E stad o, el otro poeta exaltador del Empera­
dor, lo compara con el Cosmocrator que somete a su
criterio la naturaleza. Domiciano es el cosmocrátor te-
->rrestre: Júpiter le ha otorgado sus poderes en la tierra.
Esta será la teología política de Eusebio de Cesárea
sobre Constantino, aunque con signo cristiano. Pero
Domidano demostró cómo era cierta la teoría de la
Roma 199

anakyklosis , esto es, cómo de la «monarquía» se deviene


en tiranía con todos sus excesos inherentes. Nerva, ius-
Üssimus omnium senator , el senador más justo de todos,
elegido por ello mismo para ser princeps, y Trajano res­
taurarán la libertad republicana dentro del esquema «mo­
nárquico».
Dos grandes escritores, Dion de Prusa y Plinio, son
quienes establecen en diversos discursos, dirigidos y de­
dicados a los gobernantes, las nuevas bases teóricas del
sistema de gobierno, que vienen siempre y cada vez con
más nitidez a afianzar la idea del gobernante único, avi­
sándole de sus deberes, de sus obligaciones y de los
peligros de caer en la tiranía. En efecto, Dion, en sus
varios discursos sobre la realeza, establece las bases
de esta teoría con reminiscencias platónicas: la democra­
cia sería la mejor fórmula, sí fuera posible. Pero es in­
viable — peligro de la demagogia— , así como lo es tam­
bién la tiranía (Dion, Or., I I I , 4 2 ). E l fundamento del
monarca está en la divinidad, en la delegación de pode­
res de parte de la divinidad: «E s la divinidad la que ha
establecido para el mejor la función de gobernar provi­
dencialmente al inferior» (O r., I I I , 6 2 ). E l monarca
tiene el mayor poder, después de los dioses. Pero el mo­
narca debe reunir una serie de virtudes: bondad, aten­
ción, clemencia, magnanimidad, preocupación por los
súbditos, solicitud como un padre.
Plinio el Joven escribe su «Panegírico» con motivo de
su entrada en el consulado, el año 100 d.C., y se lo de­
dica a Trajano, que ostentaba ya el poder. En realidad
no es un «panegírico», sino un discurso de gratiarum
actiOj de acción de gracias, que, naturalmente, está con­
dicionado por la alabanza, el reconocimiento, la lisonja
y la adulación. No es un documento político ni un tra­
tado de política. Pero su impacto en la literatura poste­
rior fue grande y se conservó dentro del corpus de pa­
negíricos de los emperadores del siglo iv, precisamente
porque resumía una doctrina de virtudes, obligaciones y
modos de gobernar que podían ser ejemplares y paradig­
máticos. E l gobernante retratado y alabado en el discur­
200 Javier Arce

so de Plinio, al margen de quien fuese, quedaba como


ejemplo para las futuras generaciones,
Plinio no era un gran filosofo. Era un hombre prag­
mático y rico que, con gran habilidad, que forma parte
del recurso retórico, contrasta el gobierno de Trajano,
princeps , respetuoso con el Senado y la ley, al de Domí-
ciano, vivido por la mayoría de los oyentes y asistentes
al discurso, que había sido represivo, opresivo, y que
se podía calificar de tiránico y arbitrario. Y aquí está la
clave del éxito de Plinio y de su Panegírico, Desde un
punto de vísta estricto, uno no se puede dejar impre­
sionar por la retórica de Plinio. Trajano fue proclamado
Optimus Princeps como resultado de una coyuntura y
un contexto muy concreto, Pero Trajano fue un conti­
nuador de Domiciano y un emperador absolutista, que
no siempre guardó las formas 38, No obstante, en con­
traste con Domiciano — como lo hace Plinio— , resulta
un reinstaurador de la República, o, mejor, de ciertos
modos republicanos en el modo de gobernar. Plinio in­
siste en una idea que será la gran influencia y que es
paralela a las expresadas por Dion de Prusa: el princeps
está elegido por voluntad divina, tiene un poder igual al
de los dioses y está en la tierra con un poder delegado.
Pero su acción de gobierno está, o debe estar, sometida a
la ley y a la institución senatorial: «No te está permiti­
do poner veto a lo que el Senado ha ordenado.» Plinio
insta al emperador a participar activamente en colabora­
ción con el Senado: debes presidir las sesiones, no sólo
asistir; debes acoger las opiniones, no sólo escucharlas.
E l César aprueba y desaprueba lo mismo que aprueba y
desaprueba el Senado, y se somete a la ley: «No es el
príncipe el que está por encima de las leyes, sino las
leyes por encima del príncipe.»
Este respeto a la ley y al Senado es lo que distingue
al monarca del tirano. Sí ello sucede así, la libertad es­

- 38 Sobre Trajano y sus megalomanías, cfr. J , Arce, Punas Im -


peratorum , Alianza Forma, Madrid, 1988, pp. 83 y ss., y K . A.
Waters, «Traianus Domitiani Continuator», A JP h., 90, 1969, pp.
385 y ss.
Roma 201

tará garantizada. Esta es la diversa naturaleza entre el


dominado y el principado (Pan., 4 5 .3 ). Pero el princeps
es un privado (privatus), un individuo con una tarea
enorme que gobierna por el consenso (consensus). Los
súbditos están felices con él, de la misma forma que él
no puede ser feliz sin ellos. Su sacrificio por el bienes­
tar general es inherente a su estatus: «Tu salud te es
odiosa si no va unida a la salud de la república.» El
Emperador es de este modo, y se convierte en salus reí
publicas. Este será un motivo recurrente en la propagan­
da imperial, expresada a través de las leyendas en las
monedas en época tardía.
El problema quizás no resuelto es el de la sucesión.
Trajano fue adoptado por Nerva porque era el mejor y
el más digno. La dinastía admite la posibilidad de ser
adoptiva o familiar. Pero lo que está claro es que debe
buscar en todo momento el más capaz, el óptimo.
Plinio no creó en su «Panegírico» de Trajano un tra­
tado de ciencia política. Pero resaltó un modelo y sentó
las bases teóricas para la concepción ideal de lo que debe
ser un gobernante en la concepción del romano aristo­
crático que quiere conjugar monarquía con el sistema
republicano rebajado. Porque la Constitución mixta, la
vieja idea poíibiana matizada por las circunstancias por
Cicerón y transformada falazmente por Augusto, es ya
un sistema inoperante. Era solamente una nostalgia.
Marco Aurelio es la prueba del cansancio y de la resig­
nación. No es otra cosa que un estoico que tiene dema­
siada carga con la tarea del Estado y por el servicio a
los demás. Al menos así lo expresa en sus «Meditacio­
nes», obra intimista, pero en ningún modo un tratado de
gobierno o de política.
E l siglo m asiste al progresivo deterioro de una si­
tuación política estable. No hay apenas ni buenos, ni
malos gobernantes, ni principes: hay imperatores, jefes
del ejército, salidos del ejército, que buscan, a veces in­
genuamente, el reconocimiento o apoyo del Senado, que,
por otro lado, -es también inoperante. Y lo buscan a
veces a posteriori: tras los hechos consumados. No go-
202 Javier Arce

biema ni la democracia, ni la monarquía — con sus ele­


mentos de mesura— , ni la aristocracia. Pero tampoco se
puede hablar de tiranía. Gobierna, como ya advirtieran
los filósofos de antaño, el más fuerte, que es, o será, todo
lo efímero que sea su fuerza.
Un nuevo sistema se estructura a fines del siglo, na­
cido al amparo del pragmatismo que las circunstancias
imponen, sin que sepamos que haya existido un teórico,
aunque fuese un rétor, que lo hubiese formulado o ar­
ticulado. E s Diocleciano — un imperator, del que no se
hubiese esperado razonablemente una teoría de gobierno
que no fuera más allá de la fuerza y consena? del ejér­
cito— quien «crea» un sistema sorprendentemente nuevo
que, como he dicho, tiene su origen en motivos pragmá­
ticos. No en vano se ha dicho — aunque no todos lo com­
partan— que Diocleciano significa el comienzo de una
nueva época en la historia romanar «Der Ñame Diokle-
tians bedeutet das Ende einer alten und den Anfang
einer neuen Epoche» 39. No conviene simplificar.
Diocleciano fue elegido por el ejército — como lo fue­
ron también muchos de sus antecesores durante el si­
glo n i, Y en el derecho público romano se establece que
el poder se transmite por el ejército («acclamatio, fórmu­
la que expresa la voluntad popular) o por el Senado. La
novedad de Diocleciano reside — como ha señalado bien
Gonzalo B rav o 40— en el «nuevo sistema de cesión de
poderes — la abdicación— que vino a modificar en parte
el principio electivo tradicional». Además, Diocleciano
se arroga el derecho de proponer un colega que será lue­
go el sucesor. De hecho la fórmula diocletiana no tiene
precedentes en su expresión final: la tetrarquía, aunque
sí los tiene en su solución diárquica — gobernante y co­
partícipe en ei poder llamado a ser un día gobernante
(casos de Septimio Severo o del propio Marco Aurelio).
Porque la fórmula tetrárquica, inaugurada o instaurada

39 R. Taubenschlag, O pera M inora, I , Varsovia, 1959, p. 177.


40 Gonzalo Bravo, Coyuntura S od op olitica y Estructura Social
d e la Producción en la E poca d e D iocleciano, Salamanca, 1980,
pp. 46-48.
Roma 203

por D iodedano, consiste en que él, el imperator aclama­


do por el ejército, elige e impone un co-regente cuyo
«poder» emana de Diocleciano solo. Junto a esta diar-
quía se crea una tetrarquía, esto es, los dos gobernantes
asocian al poder a otros dos que son los llamados a susti­
tuirlos cuando tenga lugar la abdicación. Se crea así la
diferencia entre séniores y iuniores en el poder.
En el sistema tetrárquico hay una distribución de
funciones, no una distribución de poderes. E l poder pre­
eminente lo detenta Diocleciano, que, además* y por ello,
adopta el nombre del más preeminente de los dioses:
Diocleciano es Iovius, mientras su colega, Maximiano, es
Herculius. La primacía es para el sénior, pero legislan
conjuntamente. E l sistema de abdicación/adopción es
quizá lo más novedoso. Veamos cómo lo describe un
contemporáneo, el escritor Lactancio: Diocleciano, a ins­
tancias de Galerio, ha decidido ya abdicar. Todos pensa­
ban que Constantino iba a ser el César: «Se dirigen todos
a un lugar elevado (están en Calcedonia, en Asia Me­
nor), en cuya cima el nuevo Galerio había tomado la
púrpura... Se convoca una asamblea m ilitar...» Diocle­
ciano declara su intención de nombrar Césares: «Gran
expectación general por saber la decisión. Entonces, de
repente, proclama Césares a Severo y Maximino Daya.
Quedan todos estupefactos. En lo alto de la tribuna se
encontraba Constantino... Diocleciano se despojó de su
propia púrpura y revistió a Daya con ella, con lo que él
se convirtió de nuevo en Diocles» (nombre que ostenta­
ba el Emperador cuando era aún privado)41.
Este texto demuestra claramente la arbitrariedad del
sistema de sucesión y adopción, en el que no entran ni
Senado ni ejército. La razón de esta cuatripartidón del
poder o, mejor, de las funciones no tiene más fundamen­
to que la voluntad decidida de Diocleciano, por un lado,
de evitar las disensiones y las usurpaciones y, por otro,
de poder abarcar mejor el control del territorio adminis­

41 De m orí., 19-, la edición de Lactancio que sigo es la de


R . Teja en C lásicos C redos , Madrid, 1982.
204 Javier Arce

trado y defendido, que en este momento (inicios del si­


glo iv d.C.) se extendía desde Persia hasta Britannia.
De todas formas, es también Lactancio quien, en De
mortibus, 18.5, define el sistema tetrárquíco: «[G alerio]
respondió que debía ser mantenido por siempre el siste­
ma que él mismo (Diocleciano) había establecido, a sa­
ber: que hubiese en el Estado dos personas con mayor
autoridad que fuesen las que detentasen el poder supre­
mo, y otras dos, de menor autoridad, que fuesen sus co­
laboradores; entre dos se podía mantener fácilmente la
concordia; entre cuatro de igual rango, en modo al­
guno» 42.
E l sistema se basaba en la concordia imperatorum y
está concebido para alcanzarla. No hubo una razón teó­
rica que determinase este cambio en el sistema político
romano. Pero como era de esperar, la tetrarquía como
fórmula de gobierno fue un fracaso. Los Augustos no se
conformaron con la coparticipación en el poder, y la
tendencia fue a la reinstauración de un sistema de gober­
nante único que gobierna con el máximo y más extenso
apoyo del ejército y de sus éxitos militares. Este sería
ya el caso de Constantino.

Im pera to r c h r is t ia n is s im u s

Un componente más de estos sucesivos miembros del


sistema tetrárquíco fue Constantino (3 0 6 -3 3 7 ). E l pe­
ríodo que corresponde a los primeros años de Constan­
tino como Augusto lo ha resumido R. Rémondon de
forma muy expresiva: «A partir del 306 el sistema de la
Tetrarquía queda destruido. De monarquía multiplicada,
el poder va convirtiéndose en una monarquía cada vez
más dividida, es decir, en una anarquía. Desde enero del
3 1 0 al verano del 313 la situación se aclara mediante la
eliminación sucesiva de Maximiano, Galerio, Majencio y

42 Traducción de R. Teja.
Roma 205

Maximino Daya» 43. El proceso de eliminación sucesiva


de unos y otros augustos y cesares había dado al traste
con. el nuevo sistema creado y pensado justamente para
evitar la anarquía y las tentaciones personalistas y auto-
cráticas. E n el año 311 murió Galerio, el Augusto que
se ocupaba de la parte oriental del Imperio, y Maximino
Daya ocupó Asia Menor. Licínio, su César, reclama ayu­
da a Constantino. E n Occidente, Majencio, tras deificar
a su padre, Maximiano, reclama su título de Herctdius.
Un enfrentamiento entre los Augustos y los Césares es
inevitable: en Oriente, Licinio, César, se enfrenta a Ma­
ximino Daya, el Augusto, por la posesión del Asia Me­
nor; en Occidente, Majencio, César, se enfrenta a Cons­
tantino — el Augusto. Constantino y Licinio están unidos
en la nueva empresa, y Majencio y Maximino, a su vez,
se encuentran empeñados en un semejante intento de su­
premacía. La sublevación de Majencio en Italia contra
el «sénior» Constantino obliga a éste a dirigir sus tropas
desde el Rin, donde se encontraba, hacia la conquista
de Italia. La guerra se hace con el fin de eliminar al
«tirano». Poco después de la victoria, y tras haber en­
trado en Roma victorioso, el Senado dedicará al vence­
dor, Constantino, el famoso arco que recuerda su victo­
ria sobre el tirano Majencio tal y como reza la inscripción
de su ático. Titano (tyrannus) tiene aquí el sentido de
usurpador del poder que no le corresponde. La victoria de
Constantino se resolvió en la famosa batalla de Saxa
Rubra, que luego continuó hasta el puente Milvio. Ma­
jencio pereció con gran parte de sus tropas. E n Occiden­
te ya había un solo Emperador. Pocos años más tarde
Licinio habría de terminar con Maximino Daya (313 d.C.).
E l Imperio romano estaba dividido en dos y con dos
vencedores.
Constantino no tenía la intención de permanecer en
Roma. Al parecer, Arles, en Galia, iba a ser la capital
occidental. L a propuesta de Constantino a Licínio fue

43 R . Rémondoa, La crisis d el Im perio Rom ano, Labor, Barce­


lona, 1967, p. 58.
206

la de ctear un nuevo César para que gobernase Italia. Las


ambiciones de los candidatos junto con las de Licinio
llevaron al enfrentamiento entre los dos Augustos. Cons­
tantino se encontró con el ejército de Licinio en Cibalae,
en Pannonía. Lícinio huyó y Constantino se apoderó de
una gran parte de las provincias balcánicas. Hacia ellas
se vuelve Constantino a partir del 316, año en el que
visita por última vez la Galia. Parece que en este mo­
mento Constantino pensó hacer de Serdica (Sofía, en Bul­
garia) su capital. «Mi Roma es Serdica», dijo. La razón
de este interés por el área balcánica sólo se explica por
su preocupación por acabar con el único rival que le que­
daba, Lícinio. E l Occidente era ya de Constantino y Li-
cínio aún era, al menos en teoría, Augusto de la Pars
Orientis. Los preparativos y escaramuzas tuvieron lugar
durante el período que va del 3 2 0 al 3 2 4 . Licinio se
refugió en Bizancio. Una flota al mando de Crispo, hijo
primogénito de Constantino, partió de Salónica para
contribuir al asedio de Licinio. Habiendo abandonado su
refugio, Lícinio estableció su campamento en Crisópolis.
Allí tuvo lugar la batalla en la que, por fin, Constantino
vencía a su último rival y quedaba como único gober­
nante del Imperio. E l mismo año comenzó a crearse la
transformación de Bizancio en Constantinópolis, la ciudad
de Constantino. ¿Fue ello debido a una visión estraté­
gica? ¿Se debió a la idea de infligir una humillación a
Roma por el trato no muy favorable dado a Constantino
por el Senado? ¿Fue motivado por el deseo de recordar
la victoria y el triunfo sobre Licinio y, por tanto, la afir­
mación de que el Oriente le pertenecía? Lo importante
es notar que para Constantino, Constantinópolis no fue
la «Nueva Roma», sino la «Segunda Roma».
Con la eliminación de Licinio se puede decir que ter­
mina definitivamente el sistema ideado por Diocíeciano.
Constantino es Emperador único e indiscutible, alejado
del Senado y de la norma constitucional tradicional, ele­
gido y aclamado por el ejército como fuente de su poder,
aunque en origen, Constantino fue asociado o cooptado
Roma 207

por su padre, Constando Cloro, según el sistema tetrár-


quico. Constantino inida así un sistema monárquico,
autocrático sin precedentes, reinstaurando el sistema di­
nástico familiar. Constantino fue nombrando Césares
sucesivamente a sus hijos e incluso a familiares colatera­
les. Estos Césares están modelados en cierto modo en
la teoría tetrárquica aún: tienen funciones específicas
de representación del sénior, el padre, Constantino, y
tienen asignados territorios. Pero ellos, los Césares de
Constantino, no están llamados a sucederle, sino el pri­
mogénito — una vez eliminado Crispo, su hijo Constan­
tino I— , y no son otra cosa que el reflejo del poder del
padre, son partícipes lejanos de un poder que emana de
Constantino, son «como los rayos del sol». Esta idea
de subordinación es lo que diferencia el sistema constan-
tíniano del tetrárquico y también la idea de que la ab­
dicación y el retiro a la vida privada ya no están contem­
plados. E l poder de Constantino es indivisible y per­
petuo.
Para entender mejor el problema es conveniente hacer
referencia, aunque de pasada, al cristianismo de Cons­
tantino y a un teórico como Eusebio de Cesárea.
Entrar en la discusión sobre la «conversión» de Cons­
tantino es imposible en el espacio de estas páginas y
probablemente no es ni siquiera su lugar. Probablemente
también Constantino no fue nunca un verdadero cris­
tiano, sino un calculador oportunista que se aprovechó
de una coyuntura para obtener el máximo apoyo y poder.
Favoreció a la Iglesia, cierto; reconoció a la Iglesia y
le concedió privilegios: voz y autoridad. También hay
que decir que la Iglesia «creó» a su Constantino. Euse­
bio de Cesárea en su Historia Ecclesiastica dice: «Así,
pues, a Constantino, que, como ya hemos dicho ante­
riormente, es Emperador, hijo de Emperador y varón
piadoso, hijo de un padre piadoso y prudentísimo en
todo, lo impulsó contra los impiísimos tiranos el Empe­
rador supremo, el Dios del universo y salvador. Y cuando
se determinó a luchar según la ley de la guerra, comba­
208 Javier Arce

tiendo, como aliado con él, Dios de la manera más ex­


traordinaria, Majencío cayó en Roma ante el empuje de
Constantino, mientras el otro [Maximino D aya], sobre­
viviendo muy poco tiempo en Oriente, sucumbió a ma­
nos de Licinio, que por entonces aun no se había vuelto
lo co ... Después de invocar como aliado en sus oraciones
al Dios del Cielo y a su Verbo, y aun al mismo Salvador
de todo, Jesucristo, avanzó con todo su ejército, buscan­
do alcanzar para los romanos la libertad ancestral» (HE,
9.9.1-3). El Constantino santo, respetuoso con Dios,
orante y protegido de Dios, surge en la historia de la
mano de su panegirista Eusebio, que crea con él una
nueva imagen de gobernante, la imagen del gobernante
cristiano, y crea a su alrededor una teología política. La
importancia de Eusebio en la historia de las ideas polí­
ticas no ha sido siempre totalmente valorada. Sin embar­
go, es excepdonal.
Eusebio había nacido hacia el 2 6 3 en Cesárea de Pa­
lestina, donde, además, tuvo lugar su formación intelec­
tual. Allí fue discípulo de Panfilo — que a su vez lo había
sido de Orígenes— , que sufrió martirio bajo Dioclecia-
no en el 3 1 0 . E l propio Eusebio tuvo que escapar a Tiro
para luego refugiarse en d desierto egipcio de la Tebai­
da. Allí fue descubierto y encarcelado. Fue obispo de
Cesárea en el 3 1 3 y escribió algunas cosas en favor de
Arrio, lo que le valió la excomunión en el 325 en el sí­
nodo de Antíoquía. Admiraba profundamente a Cons­
tantino — aunque se encontró con él muy pocas veces.
Y Constantino siempre tuvo con él gran consideración.
Cuando celebró el vigésimo y el trigésimo aniversario
de su elevación al poder, le encargó pronunciar los pa­
negíricos para la ocasión. Y tras la muerte del Emperador
escribió su Vida de Constantino, que es una biografía
panegirística en grado sumo. Puede que fuera consejero
de Constantino en algunas materias de teología y murió
diacia el 34 0 . A lo largo de estas obras y de su Historia
"eclesiástica Eusebio traza la imagen del gobernante cris­
tiano encarnado — según él— en Constantino.
Roma 209

Eusebio es, pues, «el gran teórico del Imperio cris­


tiano» 44. En sus obras desarrolla la idea de un progreso
providencial de los destinos de la humanidad: la unifica­
ción política bajo un único monarca romano es la condi­
ción indispensable para la unidad religiosa para un Im ­
perio que es ya cristiano. Eusebio comprueba que estas
tres condiciones — monarquía, unidad y paz— son el
aporte de Constantino, que, a mayor abundamiento, se
«ha convertido» al cristianismo. De esta realidad palpable
y empírica Eusebio asciende al terreno de lo celestial:
a un monarca único en la tierra corresponde un monarca
divino en el cielo. E l monarca, el gobernante, es servidor
representante, imagen e instrumento del poder de Dios.
E s, además, providencial. En su Teofanía escribe: «To­
dos los errores del politeísmo fueron destruidos y las
obras del demonio se desvanecieron. No hubo ya más
paires de la dudad, ni poliarquías, ni tiranos, ni demo­
cracias. No hubo ya más guerras, sino un solo D ios... un
solo reino, el de los romanos, florece entre todos, y la
enemistad secular de los pueblos sin paz ni reconcilia­
ción se halla completamente terminada» ( Teofanía , I I I , 1).
Según Eusebio, Cristo es el primero de los filósofos y
es, por tanto, normal que el Emperador, imagen del
Lagos, de la Palabra, sea el único filósofo: «E n realidad
— dice Eusebio en su T n akon taeterikos (V , 5 )— sólo
el Emperador es un filósofo, porque se conoce a sí mis­
mo y tiene conciencia de la abundancia de las bendicio­
nes que se extienden sobre él y que le vienen de una
fuente exterior y que le vienen del cielo... y así nuestro
Emperador es como el sol que lanza sus rayos. Ilumina
al más insignificante de sus súbditos y al más alejado a
través de la presencia de sus Césares... Investido de la
imagen de la monarquía celeste, levanta sus miradas al
cielo y gobierna, arreglando los asuntos terrestres, de
acuerdo con la idea de su arquetipo, animado por el he­
cho de que se afana en imitar la soberanía del Soberano

44 M. Merlin-J. R. Palenque, L e Cbristianism e A ntique, París,


1967, p. 212.
210 Javier Arce

celeste. Al rey único sobre la tierra corresponde el Dios


único, rey único en el cielo, único Nomos (Ley) y Logos
real.» Estas ideas de Ensebio — que no de Constantino,
nótese bien— conformarán poco a poco su propia ima­
gen de Emperador, y, sobre todo, serán ejemplo y mo­
delo para sus sucesores. La profunda preocupación por
la monarquía única que muestra el gobierno de uno de los
hijos de Constantino, Constando I I , y que condicionó
todo su reinado, tiene su origen en esta teoría eusebiana,
así como la obsesión por la descendencia. Pero Eusebio
continúa insistiendo en otros aspectos: el Emperador es
el único que lleva la vestimenta de púrpura que señala su
autoridad. E l es el único que posee esta autoridad por­
que está siempre rezando a Dios y deseando alcanzar su
reino. E l origen de la auctoritas no es ya el prestigio
sobre los demás, la virtus en el ejército, o la moderación,
sino la plegaria y la comunicación con Dios.
La oratio o discurso compuesto por Eusebio por mo­
tivo de la celebración de las Tricenndia — fiesta aniver­
sario de los treinta años de gobierno— de Constantino
establece por primera vez la filosofía política del Impe­
rio cristiano, la filosofía sobre el Estado, que se mantuvo
a lo largo del milenio de absolutismo bizantino.
E l fundamento de esta filosofía política se encuentra
en la idea de que el gobierno imperial es una copia
terrestre del gobierno de Dios en los Cielos. Existe
un solo Dios y una sola ley divina: en la tierra había un
solo gobernante y una sola ley. E l Emperador es el
vicerregente de Dios en la tierra. Es el defensor de la
verdad. E n una carta a los obispos que se iban a reunir
en Tiro en Concilio en el 33 5 , Constantino dice: «Si
alguien ignorase mi llamamiento, cosa que no espero,
enviaré a alguien que por orden mía lo traiga y le ense­
ñe que no tiene derecho a resistir las órdenes del Em ­
perador dadas en defensa de la verdad.» E s también «el
obispo de los obispos de fuera de la Iglesia» y el misio­
nero que debe llevar la fe fuera de las fronteras del
Imperio.
Los antecedentes de esta teoría eusebiana del Empera­
Roma 211

dor encamación de la divinidad se hallan ya en las teo­


rías filosóficas helenísticas sobre la realeza.
En primer lugar hay que decir que la idea de un go­
bernante que tuviera especial relación con Dios no es
ajena al mundo judaico y al cristiano. En Persia el rey
tiene un halo especial que ha recibido de la divinidad.
Y Aristóteles declara que el rey ideal debe ser la imagen
terrestre de Zeus.
Juan Estobeo publicó en el siglo v i d.C. una serie de
textos sobre la realeza en forma de antología. Los auto­
res de los mismos se remontan a los siglos m y u a.C.
E n estos tratados encontramos los fundamentos de las
teorías de Eusebío. Por ejemplo: un tal Estenidas decla­
raba que el rey sabio es imitación y representación de
Dios. Ecfanto, otro tratadista recogido en Estobeo, dice
que el logos de Dios está encarnado en el rey, y, en fin,
Díotógenes que el Estado es una imitación del orden y
armonía del universo y que el rey es un dios entre los
hombres. La influencia de estas ideas en la formación
cristianizada de la teoría de Eusebio es patente. Hay al­
gunas diferencias: Eusebio no puede proclamar que el
Emperador es Dios, pero sí el vicerregente de Dios. No
es el logos , pero está en íntima relación con él, es el ami­
go y el intérprete de Dios 4S.
La idea de Eusebio perduró y anunció la teoría del
poder en Bizando. Pero no tuvo éxito en Occidente.
En Occidente prevaleció la teoría de la Ciudad de Dios
agustiniana.

C iv it a s De i

Agustín, nacido en Tagaste en el 3 5 4 , pagano, luego


convertido al cristianismo, admirador de Cicerón, obispo
de Hippona, escritor, polemista, luchador infatigable, es
un pensador que señala un cambio trascendental entre

45 C£r. N. H. Baynes, «Eusebius and the Christian Empire»,


M élanges Bidez, Bruselas, 1934, pp. 13-18, y E . R. Goodenough,
«The Political Philosophy of HeUemstic Kíngship», Y ale Class.
Studies, 1 ,1 9 2 8 , pp. 55-102,
212 Javier Arce

el mundo pagano y el mundo cristiano. La caída de Roma,


la toma de la ciudad por Alarico en agosto del 4 1 0 , pa­
rece que fue la causa motivo de su reflexión sobre la
civilización antigua, romana concretamente, sobre las
razones de este fenómeno, sobre su nacimiento y desin­
tegración, sobre su contraste con el mundo cristiano, y
dio pie a la teoría del providencialismo y a la tesis ge­
neral de la existencia de las «Dos Ciudades», la celestial
y la terrena: «Dos amores fundaron dos ciudades: la
terrena, el amor propio hasta llegar a despreciar a Dios,
y la celestial, el amor por Dios hasta llegar al desprecio
de sí mismo» {Ciudad de Dios, 14 .2 8 ). Agustín hizo
esta reflexión en su obra llamada «la Ciudad de Dios».
Esta gran obra es, entre otras muchas cosas, una refle­
xión sobre la sociedad civil, pero no es un tratado de
teoría política en sentido estricto. Pero su impacto e im­
portancia posterior en la Edad Media occidental es deci­
siva y conforma un sentido de la existencia y de las for­
mas de aceptar el poder que llega hasta el siglo x v m .
Agustín se encuentra preocupado por averiguar y dar
razones de por que Roma ha perecido, o, mejor, está en
su momento peor. Buen conocedor de Cicerón, ha leído
también el de Re Publica. Ocurre que Cicerón alaba las
virtudes de los hombres republicanos y les concede el
honor de ser ellos quienes, con sus costumbres, mantu­
vieron y cimentaron la grandeza de Roma. Agustín tra­
tará de demostrar que ello no fue así, y menos cuando el
propio Cicerón le da pie para constatar el grado de desor­
den, de inseguridad y situación ingobernable en que se
encontraba la circunstancia histórica cuando escribe, el
propio Cicerón, su tratado (Ciudad de Dios, I I , 21. 2-3).
Agustín llega a más. E n el libro X I X , cap. 2 1 , afirma:
«no ha existido nunca la república romana» (numquam
republicam fuisse romanam). E l razonamiento de Agus­
tín preludia los distingos y sutilezas escolásticas: Cicerón
admite — lo hemos visto— que la república no puede ser
gobernada sin justicia. En consecuencia, donde no hay
verdadera justicia, no puede darse verdadero derecho. Lo
que se hace con derecho se hace justamente; pero es im­
Roma 213

posible que se haga con derecho lo que se hace injusta­


mente. Y el razonamiento termina señalando que donde
no existe verdadera justicia, no puede existir comunidad
de hombres fundada sobre derechos reconocidos, y, por
tanto, tampoco pueblo. Y si no puede •existir el pueblo,
tampoco la «res publica » (la cosa publica); conclusión:
donde no hay justicia, no hay república. Para Agustín,
los romanos no fueron justos, porque «¿cóm o puede ha­
ber justicia fuera del verdadero D ios?». La dudad terres­
tre es injusta e impía para Agustín. Y es además imper­
fecta, ya que «toda sociedad terrena que respondiera
estrictamente a la definición de perfecta integraría todos
los caracteres de la Ciudad de Dios». Para Agustín cual­
quier sociedad está unida con el orden divino: «todo
poder proviene de Dios», afirma convenddo en una má­
xima que impregnará después toda la problemática de la
teoría política medieval. E l razonamiento es sutil: según
el derecho de la naturaleza, el hombre no tiene autoridad
sobre otro hombre. Se pueden asociar y elegir un jefe,
pero este gobernante no poseerá poder, si no es por de­
legación divina. Agustín está hablando de la «esenda
del poder», no de la «materialidad de la organización del
poder» (elección de un jefe o régimen concreto: monar­
quía, democracia o cualquier otro).
Ahora bien, puesto que Dios es el regulador de todo,
cualesquiera regímenes o estados estarán dentro de sus
sagrados e impenetrables designios, de la Providencia. Re­
sultado de ello será que todos los acontecimientos se
encuentran justificados (por ejemplo, la caída de Roma),
porque obedecen a un plan divino que se nos escapa.
Agustín justifica y exculpa a los cristianos de su épo­
ca: tienen que obedecer a la autoridad, aunque pagana,
porque su poder es en sí divino; hay que aceptar los
hechos, porque obedecen al plan de la Providencia, pero
el cristiano puede permanecer al margen de ambas cosas
«en su interior, en su corazón, en su alma» 46.
46 Sobre Agustín ver las brillantes páginas de P. Browm, R eli­
gión and Society in tbe Age o f Saint Augustin, Londres, 1972,
pp. 25*46, con abundante bibliografía sobre el tema.
214 Javier Arce

Con respecto al gobernante, Agustín señala en su


panegírlco/retrato de Constantino y Teodosio cuál es
la diferencia entre el gobernante pagano y el cristiano:
no se distinguen por el poder que tienen ni por el E s­
tado que deben gobernar, sino por su consciencia de que
su poder deriva de Dios (Ciudad de Dios, V, 25 y 2 6 ).
Agustín alaba a los emperadores cristianos, pero, como
se ha observado, no habla nunca de Imperio cristiano:
«Para Agustín, la Roma cristiana no es la Ciudad de
Dios, sino la ciudad terrestre, una mezcla de dos ciudades
que no terminará hasta que tenga lugar la segunda veni­
d a » 47. La diferencia con Eusebio es grande: para Euse-
bio, el Imperio cristiano de Constantino es la misma
perfección anhelada, la misma Ciudad de Dios.

B IB L IO G R A F IA

Sobre el tema tratado en este capítulo no existe, que yo sepa,


bibliografía española. En castellano hay que mencionar la ya clá­
sica Historia de las Ideas Políticas , de Jean Touchard, ed. Tec-
nos, Madrid, 1964. Prácticamente el resto hay que leerlo en otras
lenguas.
Los títulos que se dan a continuación son sólo una reducida
parte de la enorme cantidad de estudios que se podrían citar
sobre el tema; y la selección está hecha con el criterio principal
de mencionar los trabajos que he citado en el texto, con alguna
excepción. La bibliografía guarda un orden cronológico, y he pro­
curado que esté agrupada temáticamente.
En general se puede consultar F. E . Adcock, Román Potítical
Ideas and Practice, Ann Arbor, Michigan, 1959; M. I . Finley,
Politics in the Ancient W orld, 1983; M. Reesor, T he P oliticé
Theory o f the Oíd and M iddle Stoa, N. York, 1951; J . M. An­
dró, «La conception de l ’E tat de l’Empire dans la pensée gréco-
romaine des deux premiers siécles de notre ere», ARJNW, I I ,
30.1, 1982, pp. 3-73; F , Millar, «The Polítical Gharacter of the
Classical Román Republic, 200-151 B . C.», JRS, 74, 1984, pp. 1-
19; F . Millar, «Politic, Persuasión and the People before the
Social War (150-90 a.C.)», JR S, 76, 1986, pp. 1-11; E . R. Good-
enough, «The Political Philosophy of Hellenistic Kingship», Y ale

47 F . Paschoud, Roma Aeterna, 1967, p. 262.


Roma 215

C lassicd Studies, 1, 1928, pp. 55-102; L. Delatte, L es traités de


la royauté d ‘E cphante, D iotogéne et Stenidas, Lieja, 1942; Ch.
Maier, R es Publica Amissa, 2.a ed., 1980; Cl. Nicolet, L e m étier
de citoyen dans la R om e républicaine, Gallimard, París, 1976;
Cl. Nicolet, Roma y la conquista d el mundo m editerráneo (1 y 2),
Labor, Barcelona, 1982 y 1984; A. Guaxino, La dem ocrazia a
Rom a, 1979; E , Rawson, «Caesar’s Herítage: Hellenistic Rings
and their Román Equals», JR S, 65, 1975; R. Syme, T he Román
R evolution, Oxford, 1939; C. Wirszubski, L ibertas as a P olitical
Id ea at R om e during the Late R epublic and th e Early Principóte,
Cambridge, 1968; A. Momigliano, «Epicureans in Revolt», JR S,
31, 1941, pp. 151-157; J . Béranger, R echerches sur Vaspect idéo-
logiqu e du principal, Schweizer Beítr. zu Alt., V I, Basilea, 1953;
J . Béranger, Principatus, Ginebra, 1973; F . W . Walbank, Poli-
bius, Londres, 1972; O . Nicolet, «Polybe et la “constitution” de
Rome, aristocratíe et démocratie», en D em okratia et A ristokratia,
1983; J . L. Ferrary, «L ’archeologie du De Re Publica (2, 2, 4-37,
63): Cicerón entre Polybe et Platón», JR S, 74, 1984, pp. 87
y ss.; F . Millar, G reek C onnections: Essays on Culture and Di-
plom acy, ed. Koumoulides, Notre Dame, Indiana, 1987, pp. 1-18;
F. W . Walbank, «Politics between Greek and Rome», P olybe,
Entretiens Hardt, 20, 1973, pp. 1 y ss.; E. Rawson, In tellectu d
L ife in the Late Román R epublic, Baltimore, 1985; Francesco di
Martíno, Storia della C ostituzione Romana, Nápoles (2.a ed.), 1972-
1975; Edwin $. Ramage, T he Nature and Purpose o f Augustus
R e j G estae, Historia Einz., H eft 54, Stuttgart, 1987; M. T . Grif-
fin, Seneca. A P hilosopher in P olitics, Oxford, 1986; Steven Run-
ciman, The Byzantine Theocracy, Cambridge, 1977; T. Barnes,
Constantine and Eusebius, Harvard, 1981; N. H . Baynes, «Euse-
bius and the Christian Empire», M élanges Bidez, Bruselas, 1934,
pp. 13-18; N. H. Baynes, Constantine th e G reat and the Christian
Cburch, London, 1931; F. Paschoud, Rom a A etem a, Roma, 1967;
P . Brezzí, L e dottrin e p olitiche délVetá patrística, Milán, 1949;
G . Combés, L a doctrine politiqu e d e Saint Augustin, París, 1927;
F. G . Maier, Augustin und das an tike Rom, Stuttgart, 1955; E.
Peterson, D er M onotbeism us ais politisches Problem . Ein Beitrag
zur G eschicbte der politiscben T beologie im ím perium Romanum,
Leipzig, 1935.

También podría gustarte